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Guenhwyvar

Fuente:Página oficial de Wizard of the Coast


Autor: R. A. Salvatore
Traducción: Mina

Josidiah Starym trotaba melancólicamente bajo las calles de Cormanthor, el de por costumbre
elfo severo y sombrío iba un poco aturdido ese día, tanto por el magnífico tiempo como por el
desarrollo de su ciudad más apreciada y encantada. Josidiah era un hojacantante, una fusión de
espada y magia, protector de las maneras y el pueblo élfico. Y en Cormanthor, en el año 253,
muchos elfos necesitaban protección. Los goblins abundaban, y lo que era peor, la confusión
emocional en la ciudad, el antagonismo entre las familias nobles - incluidos los Starym -
amenazaban con desgarrar todo lo que el Coronal Eltargrim había establecido, todo lo que los
elfos habían construido en Cormanthor, la más grande ciudad de todo el mundo.

Aunque estos no eran problemas en el día de hoy, no bajo la luz del sol de primavera, con una
ligera brisa del norte soplando. Incluso los parientes de Josidiah estaban de buen ánimo ese día;
Taleisin, su tío, había prometido al hojacantante que se aventuraría en la corte de Eltargrim
para ver si tal vez había concluido algunas de sus disputas.

Josidiah rezó para que la corte élfica volviera a estar unida, ya que él, quizás más que el resto de
los ciudadanos, tenía mucho que perder. Él era un hojacantante, el epítome de lo que significa
ser un elfo, y todavía, en esa edad curiosa, estas definiciones no parecían muy claras. Estaban en
una época de cambio, de gran magia, de decisiones monumentales. Era una época en la que los
humanos, los gnomos, los halflings, incluso los barbudos enanos, se aventuraban bajo los
caminos sinuosos de Cormanthor, más allá de los afilados capiteles de aguja de las
construcciones élficas que fluían libremente. Durante todos los ciento quince años anteriores de
Josidiah, los preceptos de la comunidad élfica parecían claramente definidos y rígidos; pero
ahora, debido a su Coronal, el sabio y amable Eltargrim, había muchas más disputas sobre lo
que significaba ser un elfo y, más importante, qué relaciones debían fomentar los elfos con el
resto de razas bondadosas.

"Buenos días, Josidiah," se oyó la voz de una elfa, la joven y hermosa doncella sobrina del
mismo Eltargrim. Ella estaba de pie en un balcón dominando con la vista un crecido jardín
cuyos brotes ya no florecían, con la avenida extendiéndose más allá de él. Josidiah dio medio
paso, saltando alto en el aire dando un giro completo, y aterrizó perfectamente sobre su rodilla
flexionada, su largo cabello dorado batiéndose sobre su rostro y depués apartándose lo
suficiente para que sus ojos, del más brillante azul, resplandecieran. "Y la más feliz de las
mañanas te deseo a ti, buena Felicidad," respondió el hojacantante. "Desearía estar sosteniendo
flores apropiadas para tu belleza en vez de estas armas hechas para la guerra." "Las espadas son
más bellas que cualquier flor que haya visto jamás," replicó bromeando Felicidad,
"especialmente cuando las empuña Josidiah Starym al romper el alba, en esa roca lisa sobre el
Pico Berenguil."

El hojacantante sintió que le subía la sangre caliente a la cabeza. Sospechaba que alguien le
había estado espiando en sus rituales matutinos - una danza con sus magníficas espadas,
estando desnudo - y ahora tenía su confirmación. "Tal vez Felicidad debería unirse a mí en el
alba de mañana," contestó él, manteniendo su respiración y su dignidad, "así podré
recompensarla adecuadamente por su espionaje."

La joven elfa sonrió cordialmente y giró de vuelta a su casa, y Josidiah sacudió su cabeza y
brincó hacia delante. Se entretuvo con pensamientos sobre como debía "recompensar"
adecuadamente a la traviesa hembra, aunque temía que, dada la belleza y posición de Felicidad,
cualquier intento conduciría a algo más, algo en lo que Josidiah no se podía ver envuelto - no
ahora, no después de la proclamación de Eltargrim y los drásticos cambios.

El hojacantante desechó estas ideas; hacía un día demasiado bueno para cualquier pensamiento
oscuro, y otros pensamientos sobre Felicidad le distraerían demasiado para el encuentro al que
acudía. Josidiah salió por la puerta oeste de Cormanthor, los guardias apostados allí no le
ofrecieron más que una respetuosa reverencia a su paso, hacia el aire libre. Realmente Josidiah
amaba esta ciudad, pero amaba mucho más la tierra que había fuera de ella. Aquí fuera se sentía
completamente libre de todas las preocupaciones y todas las mezquinas disputas, y aquí fuera
siempre había cierta sensación de peligro - ¿tal vez un goblin le estaba vigilando ahora, con su
tosca lanza preparada para ser arrojada sobre él? - esto mantenía al magnífico elfo en la máxima
alerta.

Aquí fuera, también, tenía un amigo, un amigo humano, un guardabosques convertido a mago
con el nombre de Anders Beltgarden, a quien Josidiah había conocido durante gran parte de
cuatro décadas. Anders no se aventuraba dentro de Cormanthor, aún la proclamación del
Eltargrim de abrir las puertas a los no elfos. Vivía lejos de los caminos normales, concurridos, en
una achaparrada torre de excelente construcción, protegida por defensas mágicas e ilusiones
creadas por él mismo. Aún con el bosque alrededor, su hogar estaba lleno de orientaciones
falsas, conjuros de ilusión y confusión. Tan secreto era el Hogar de Beltgarden que pocos elfos
cercanos de Cormanthor lo conocían, e incluso menos aún lo habían visto nunca.

Y debido a esto, nadie excepto Josidiah podía encontrar el camino de vuelta correcto sin la
ayuda de Anders.

Y Josidiah no se hacía ilusiones respecto a esto - si Anders quería ocultar los caminos a la torre
incluso a él, el prevenido mago habría tenido muy pocos problemas para conseguirlo.

Ese magnífico día, de todos modos, le parecía a Josidiah que los sinuosos caminos al Hogar de
Beltgarden eran más fáciles de seguir de lo normal, y cuando llegó a la construcción, encontró la
puerta bloqueada.

"Anders," llamó, mirando fijamente el oscuro pasadizo tras el portal, que siempre olía como si
una docena de velas se hubiera acabado de apagar justo entonces. "Viejo loco, ¿estás por aquí?"

Un fiero gruñido puso al hojacantante bajo guardia; sus espadas aparecieron en sus manos con
un movimiento demasiado veloz para ser seguido por un observador.

"¿Anders?" volvió a llamar, quedamente, mientras avanzaba por el pasadizo, sus pies
moviéndose en perfecto equilibrio, sus botas blancas tanteando finamente la piedra, sereno
como un gato acechando. El gruñido reapareció, y fue entonces cuando Josidiah supo
exactamente contra quién se dirigía: un felino depredador. Uno enorme, admitió el
hojacantante, por la profundidad del gruñido resonando a lo largo del pasadizo de piedra.

Atravesó las primeras puertas, opuestas la una a la otra en el vestíbulo, y cruzó la segunda a su
izquierda.

La tercera - lo sabía - el sonido provenía de la tercera. Este conocimiento dio al hojacantante


algo de esperanza de tener la situación bajo control, ya que esta puerta en particular conducía al
taller de alquimia de Anders, un lugar bien protegido por el viejo mago.

Josidiah se maldijo a sí mismo por no ir mejor preparado mágicamente. Había estudiado pocos
conjuros ese día, pensando que todo iría bien y no queriendo perder el tiempo con la cara
sepultada en los libros de conjuros.

Si al menos tuviera algún conjuro que le permitiera entrar en la habitación con mayor velocidad,
a través de una portal mágico, o al menos un conjuro que enviara su vista a investigar tras el
muro de piedra, en la habitación que se oculta tras él.

Tenía sus espadas, al menos, y con ellas Josidiah Starym estaba muy lejos de sentirse indefenso.
Puso la espalda contra el muro cercano a la puerta y tomó una profunda inhalación.
Entonces, sin más demora - el viejo Anders tal vez estaba en un serio aprieto - el hojacantante
giró alrededor e irrumpió en la habitación.

Sintió los arcos de electricidad emergiendo hacia su interior cuando cruzó el pórtico protegido, y
se encontró volando, arrojado a través del aire, aterrizando estrepitosamente en la base de una
enorme mesa de madera. Anders Beltgarden permanecía tranquilamente de pie a un lado de la
mesa, trabajando con algo sobre ella, molestándose apenas en bajar la mirada hacia el aturdido
hojacantante.

"Deberías haber llamado a la puerta," dijo secamente el viejo mago.

Josidiah se arrastró hacia arriba informalmente desde el suelo, sin tener los músculos en
perfecto funcionamiento todavía. Convencido de que no había ningún peligro cercano, Josidiah
demoró su mirada fija sobre el humano, como hacía usualmente. El hojacantante no había visto
muchos humanos en su vida - los humanos eran una adición reciente al norte del Mar de las
Estrellas Caídas, y no se presentaban en gran número en o cerca de Cormanthor. Éste mismo
era el humano más curioso de todos, con su cara arrugada y correosa y su salvaje barba
encanecida. Uno de los ojos de Anders se había atrofiado en un combate, y parecía bastante
muerto ahora, manteniendo una película gris sobre lo que fue una vez un verde lustroso. Sí,
Josidiah podría observar al viejo Anders durante horas, viendo las historias de una vida en sus
cicatrices y arrugas. La mayoría de los elfos, incluídos los parientes de Josidiah, habrían
pensado que el humano era un ser horrible; los elfos no se arrugaban ni desgastaban así, pero
envejecían de forma bella, aparentando al final de varios siglos como se veían cuando tenían
veinte o cincuenta inviernos.

Josidiah no pensaba que Anders fuera una vista fea, no mucho. Incluso esos pocos dientes
torcidos que permanecían en la boca del hombre complementaban a la criatura en que se había
convertido, esa anciana y sabia criatura, ese monumento escultórico a los años bajo el sol y las
tormentas, a las estaciones batallando contra goblins y gigantes. Realmente a Josidiah le parecía
ridículo tener dos veces la edad del hombre; deseaba poder tener algunas arrugas como
testamento de sus vivencias.

"Deberías saber que esto estaría protegido," rió Anders.

"¡Por supuesto que lo sabías! Ja ja, hiciste un buen espectáculo entonces. ¡Proporcionando a un
hombre anciano una buena carcajada antes de morir!"

"Tú me sobrevivirás, me temo, anciano," dijo el hojacantante.

"De hecho, podrás tener otra posibilidad si continúas atravesando mis puertas sin anunciarte."

"Temía por ti," explicó Josidiah, mirando alrededor de la enorme habitación - demasiado
enorme, parecía, para estar dentro de la torre, incluso si hubiera ocupado toda la planta. El
hojacantante sospechaba que algún tipo de magia extradimensional trabajaba aquí, pero nunca
había sido capaz de detectarla, y el prevenido Anders no le revelaba el secreto en absoluto.

Tan grande como era, el taller de alquimia de Anders era además un lugar desordenado, con
cajas apiladas y mesas y gabinetes esparcidos en una mescolanza.

"Escuché un gruñido," continuó el elfo. "Un felino depredador."

Sin alzar la vista de unos viales que estaba sosteniendo, Anders indicó con su cabeza en
dirección a un contenedor enorme, cubierto por una manta. "Parece que no te has alejado
mucho," dijo el viejo mago con un sórdido cacareo. "Bigotes Viejos te agarrará por el brazo y te
estirará, ¡no lo dudes! Y entonces necesitarás algo más que esas brillantes espadas," siguió
graznando Anders.
Josidiah ya no estaba escuchando, deslizándose sigilosamente hacia la manta, moviéndose en
silencio para no molestar al gato que contenía dentro. Agarró el borde de la manta y,
retrocediendo a salvo, tiró de ella. Y entonces la mandíbula del hojacantante se abrió
súbitamente.

Era un felino, como había sospechado, una enorme pantera negra, dos - no, tres - veces más
grande que cualquier felino. Josidiah nunca había visto ni oído hablar de algo así. Y el felino era
una hembra, y las hembras solían ser mucho más pequeñas que los machos. Ella se paseaba por
la jaula lenta, metódicamente, como buscando alguna debilidad, alguna vía de escape, sus
ondeantes músculos recorriéndola con una gracia sin par.

"¿Cómo conseguiste a una bestia tan magnífica como ésta?" preguntó el hojacantante. Su voz
pareció sobresaltar a la pantera, deteniendo su paseo. Observó a Josidiah con una intensidad
que robó cualquier palabra más de la boca del hojacantante.

"Oh, tengo mis métodos, elfo," dijo el viejo mago. "He estado buscando al felino adecuado
durante mucho, mucho tiempo, a lo largo del mundo conocido -- ¡y partes de él que sólo son
conocidas por mí!"

"Pero ¿por qué?" preguntó Josidiah, con una voz no superior a un susurro. Su pregunta se
dirigía tanto a la magnífica pantera como al viejo mago, y realmente, el hojacantante no podía
encontrar ninguna buena razón para encerrar a una criatura como ésta en una jaula.

"¿Recuerdas mi historia sobre la encerrona en el cañon?," contestó Anders, "¿de cómo mi


maestro y yo huímos arrojando al búho a las garras de cientos de goblins?"

Josidiah asintió y sonrió, recordando bien esa divertida historia. Pero un momento después,
cuando las implicaciones de las palabras de Anders le golpearon totalmente, el elfo se giró hacia
el mago, con el ceño fruncido ensombreciendo su hermoso rostro. "La figurita," susurró
Josidiah, porque el búho había sido una estatuilla, encantada para traer a un gran pájaro cuando
su dueño lo necesitase. Había varios objetos de este tipo en el mundo, algunos en Cormanthor, y
Josidiah estaba algo familiarizado con los métodos para construirlos (aunque su propia magia
no era lo suficientemente fuerte en las artes del encantamiento). Miró atrás a la enorme pantera,
viendo allí una aparente melancolía, entonces se giró bruscamente hacia Anders.

"Se tiene que matar al felino en el momento de la preparación," protestó el hojacantante. "Así su
energía vital irá atraída hacia la estatuilla que debes haber creado."

"Es en lo que estoy trabajando ahora," dijo brevemente Anders. "He contratado los servicios del
mejor artesano enano para dar forma de pantera a la estatuilla. El más sutil de los artesanos
humanos....esto, artesanos enanos, de toda la región. No temas, la estatuilla hará justicia al
felino."

"¿Justicia?" repitió incrédulo el hojacantante, mirando una vez más a los inteligentes, intensos
ojos amarillo-verdosos de la enorme pantera. "¿Vas a matarla?"

"Ofreceré la inmortalidad al felino," dijo Anders indignado.

"Le ofreces la muerte de su voluntad, y la esclavitud de su cuerpo," restalló Josidiah, más


enfadado de lo que había estado nunca con el viejo Anders. El hojacantante había visto figuritas
y las consideraba artefactos maravillosos, a pesar del sacrificio del animal en cuestión. Incluso
Josidiah había matado un ciervo y un cerdo salvaje para su mesa, después de todo. Entonces
¿por qué un mago no podía crear un objeto útil a partir de un animal?

Pero esta vez era diferente, Josidiah lo sentía en su corazón. Este animal, este enorme y libre
felino, no debía ser esclavizado.

"Harás que la pantera..." comenzó Josidiah.


"Bigotes," explicó Anders.

"La pantera..." reiteró enérgicamente el hojacantante, incapaz de aplicar términos como ese
estúpido nombre al animal. "Harás de la pantera una herramienta, un ser inanimado que
actuará bajo la voluntad de su amo."

"¿Qué es lo que esperabas?" argumentó el viejo mago. "¿Qué más podría uno querer?"

Josidiah se encogió de hombros y suspiró con impotencia. "La independencia," susurró.

"¿Entonces hacia dónde apuntarían mis problemas?"

La expresión de Josidiah mostraba claramente sus pensamientos. Un compañero mágico


independiente no sería de mucho ayuda para un aventurero en una situación peligrosa, pero
sería mucho más preferible desde el punto de vista del sacrificado animal.

"Has elegido mal, hojacantante," bromeó Anders. "Deberías haber estudiado para
guardabosques. ¡Seguramente tus simpatías se dirigen en esa dirección!"

"Un guardabosques," preguntó el hojacantante, "¿tal como fue una vez Anders Beltgarden?"

El viejo mago lanzó un suspiro largo y desvalido.

"¿Has renunciado así a los preceptos de un oficio anterior a cambio de la golosina tan a menudo
mal atractiva de los misterios mágicos?"

"Oh, habrías sido un buen guardabosques," replicó Anders secamente.

Josidiah se encogió de hombros. "La profesión que elegí no es tan diferente," razonó.

Anders asintió en silencio. De hecho, el humano veía mucho de su propia juvendud e idealismo
en los ojos de Josidiah Starym. Era algo curioso sobre los elfos, pensó, que éste en concreto, que
tenía dos veces la edad actual de Anders, le recordara a sí mismo cuando ponía peros a otras
personas en sus años anteriores.

"¿Cuándo empezarás?" preguntó Josidiah.

"¿Empezar?" se burló Anders. "Verás, he estado trabajando con la bestia durante las últimas tres
semanas, y he pasado seis meses antes preparando los pergaminos y los polvos, los aceites, las
hierbas. No es un proceso fácil, éste. ¡Y nada barato, debo añadir! ¿Sabes a cuánto cobran los
gnomos las limaduras más simples de metal, piezas tan finas que puedan añadirse con
seguridad en la alimentación del felino?"

Josidiah se dio cuenta de que no quería seguir adelante con esta parte de la discusión. No quería
conocer nada sobre el envenenamiento - y así es como lo consideraba - de la magnífica pantera.
Se giró a mirar la pantera, deteniéndose profundamente en la intensidad de sus ojos,
inteligentes más allá de lo que se debería esperar.

"Hace un buen día allí fuera," susurró el hojacantante, aunque no lo creía. Anders debería
tomarse un respiro del trabajo para disfrutar del tiempo. "Incluso mi terco Tío Taleisin, Lord
Protector de la Casa Starym, luce un rostro tocado por la luz del sol."

Anders bufó. "¿Entonces estará sonriendo a este día cuando se sitúe bajo el Coronado Eltargrim
propinándole un correcto gancho?"
Esto pilló a Josidiah con la guardia baja, y se contagió de la risa de Anders. De hecho Taleisin
era un elfo cabezota y cerrado, y si Josidiah volvía a la Casa Starym para enterarse de que su tío
había golpeado al elfo Coronal, no se sentiría nada sorprendido.

"Es una decisión transcendental que el Eltargrim ha tomado," dijo Anders de repente, bien
serio. "Y una muy valiente. Al incluir a otras razas bondadosas, el Coronal ha comenzado la
rotación de la gran rueda del destino, un giro que no será parado fácilmente."

"¿Para bien o para mal?"

"Para saber eso necesitas a un adivino," contestó Anders encongiéndose de hombros.

"Pero su decisión fue la correcta, estoy seguro, aunque no carezca de riesgos." El viejo mago
volvió a resoplar. "Es una pena," dijo, "incluso si fuera un hombre joven, dudo que pudiera ver el
resultado de la decisión de Eltargrim, dada la manera en que los elfos medís el paso del tiempo.
¿Cuántos siglos pasaran antes de que incluso los Starym decidan aceptar el decreto de
Eltargrim?" Esto provocó otra risa sofocada en Josidiah, pero no muy larga. Anders había
hablado de los riesgos, y realmente había algunos. Varias de las familias más prominentes, y no
solamente los Starym, se oponían a la inmigración de lo que varios elfos arrogantes
consideraban razas inferiores. Había habido incluso unos pocos matrimonios mixtos, elfos y
humanos, en Cormanthor, pero cualquier descendencia de tales uniones era excluída a golpe
seguro.

"Mi gente llegará a aceptar el sabio consejo de Eltargrim," dijo el elfo largamente, con
determinación.

"Rezo por que tengas razón," dijo Anders, "de seguro Cormanthor deberá enfrentarse a mayores
peligros que los altercados entre elfos intransigentes."

Josidiah le miró con curiosidad.

"Los humanos y los halflings, los gnomos y, más importantes, los enanos, caminando entre los
elfos, viviendo en Cormanthor," susurró Anders. "Por lo que, ¡adivino que daría gusto a un
goblin el pensamiento de tal ocurrencia, ver a todos sus odiados enemigos mezclándose juntos
en un delicioso estofado!"

"Juntos somos mucho más poderosos," argumentó el hojacantante. "Los magos humanos a
menudo superan incluso a los nuestros. Los enanos forjan las armas más poderosas, y los
gnomos crean objetos útiles y maravillosos, y los halflings, sí, incluso los halflings, son astutos
aliados, y peligrosos adversarios."

"No estoy en desacuerdo contigo," dijo Anders, agitando en el aire su bronceada y coriácea mano
derecha, con sólo tres dedos debido al mordisco de un goblin, para calmar al elfo. "Como ya he
dicho, Eltargrim eligió correctamente. Pero reza para que las disputas internas se resuelvan, si
no los problemas de Cormanthor serán diez veces peor."

Josidiah se calmó y asintió; realmente no podía estar en desacuerdo con el razonamiento del
viejo Anders, y de hecho, había albergado esos mismos miedos durante varios días. Con todas
las razas bondadosas conviviendo bajo un mismo techo, los caóticos goblins se agruparían en
números mucho más grandes que lo visto hasta ahora. Si los diferentes pueblos de Cormanthor
permanecían juntos, ganando fuerza con su diversidad, estos goblins, cualquiera que fuese su
número, serían repelidos con seguridad. Pero si el pueblo de Cormanthor no era capaz de ver su
camino en un día de unidad... Josidiah dejó que su pensamiento vagara en la conciencia,
guardándolo a un lado para otro día, un día de lluvia y niebla, tal vez. Se giró a mirar a la
pantera y suspiró aún más tristemente, sintiéndose completamente desvalido. "Trata bien al
felino, Anders Beltgarden," dijo, y supo que el viejo hombre, una vez guardabosques, lo haría así.
Josidiah se marchó, retomando el camino más lentamente a medida que volvía a la ciudad
élfica. Vió a Felicidad otra vez en el balcón, vistiendo un ligero traje de seda, con una sonrisa
traviesa e invitadora, pero él pasó de largo saludándola con un gesto. El hojacantante de repente
no se sentía con humor para juegos.

Varias veces durante las siguientes semanas, Josidiah volvió a la torre de Ander y se sentó
tranquilamente frente a la caja, comunicándose en silencio con la pantera mientras el mago
continuaba su trabajo.

"Ella será tuya cuando haya acabado," anunció Anders inesperadamente, un día mientras la
primavera dejaba paso al verano.

Josidiah miró inexpresivamente al anciano.

"El gato, me refiero," dijo anders. "Bigotes será tuya cuando haya acabado mi trabajo."

Los ojos azules de Josidiah se abrieron completamente con horror, aunque Anders interpretó el
gesto como de gran júbilo.

"Ella me será de poco uso," explicó el mago. "Raramente me aventuro fuera de las puertas estos
días, y en realidad, tengo poca fe en que viviré algo más que unos pocos inviernos. ¿Quién mejor
para poseer mi creación más preciada, digo yo, que Josidiah Starym, mi amigo y aquel que
debería haber sido guardabosques?"

"No puedo aceptarlo," dijo Josidiah brusca, severamente.

Los ojos de Anders se abrieron con sorpresa.

"Estaría recordando siempre al felino tal como una vez fue," dijo el elfo, "y tal como debería
haber sido. Cada vez que llamara a mi lado al cuerpo esclavizado, cada vez que esta magnífica
criatura se sentase sobre sus caderas, esperando mi orden para traer la vida a sus extremidades,
me sentiría así. Habría excedido mis compromisos como mortal, ya que habría jugado a ser dios
con mi indigna y absurda intervención."

"¡Sólo es un animal!" protestó Anders.

Josidiah se alegró de ver que había conseguido llegar hasta el viejo mago, un hombre que el elfo
sabía que le mostraba gran afecto por el hecho de ofrecerle este regalo.

"No," dijo el elfo, girándose para mirar profundamente a los conocedores ojos de la pantera.
"Esto no". Permaneció en silencio entonces, y Anders, con un resoplido furioso como protesta,
volvió a su trabajo, dejando al elfo sentado y contemplando, compartiendo en silencio sus
pensamientos con la pantera.

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