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La novia secreta – Catherine Coulter

LA NOVIA SECRETA

CATHERINE COULTER

PRÓLOGO

Veré Castle, 1807


Cerca de Loeb Leven, península de Fife, Escocia

Miraba por la estrecha ventana al patio del castillo. Corría el mes de


abril, pero no había el menor signo de la primavera excepto el brezo, que
traspasaba los campos sombríos como un arco iris de colores purpúreos. El
brezo escocés se parecía a los habitantes de aquellos parajes; crecía incluso
en las rocas peladas. Esta mañana la niebla, densa, gris y húmeda, cubría
los muros de piedra. A través de la ventana del segundo piso de la torre
circular que daba al norte podía oír claramente a su gente: a la vieja Marta,
que cloqueaba a las gallinas mientras les echaba granos, y a Burnie, que
gritaba a su sobrino Ostle, el nuevo mozo de cuadras; oía al patizambo
Crocker, que voceaba a su perro George II, amenazando con dar un
puntapié al ocioso cagón, aunque todo el mundo sabía que Crocker
adoraba a su perro y que mataría a quien dijese una sola palabra en su
contra. La mañana no parecía diferente a las que había vivido desde su
niñez. Todo era completamente normal.
Sin embargo, no era así...
Se apartó de la ventana, se dirigió hacia la pequeña chimenea de piedra
y extendió las manos hacia las llamas. Éste era su gabinete de trabajo
privado. Incluso su difunto hermano Malcolm había respetado siempre

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esta habitación y se había mantenido lejos de ella. A pesar del escaso fuego
hacía calor en la habitación, porque los gruesos tapices de lana tejidos por
su bisabuela, que colgaban en todas las paredes, eran un excelente
aislamiento contra el frío y la humedad. Una magnífica alfombra antigua
Aubusson cubría la mayor parte del piso de piedra desgastado, y se
preguntaba cómo el derrochador de su padre o el haragán de su hermano
no habían reparado en ella y la habían vendido a bajo precio, pues con el
producto de la venta hubieran podido entregarse al menos durante-una
semana a su pasión por el juego y la putería. Era casi un milagro que
siguieran allí la alfombra y los tapices, pues en el castillo quedaba ya poco
de valor. Encima de la chimenea había un viejo tapiz en un estado la-
mentable, con las armas de los Kinross y el lema «Heridos, pero invictos».
Él mismo estaba casi mortalmente herido. Se hallaba en un grave apuro
y la única salida posible era desposarse con una rica heredera lo antes
posible. No sentía el menor deseo. Hubiera preferido tragar los tónicos de
su tía Arleth a casarse.
Pero no tenía otra opción. Las deudas contraídas por su padre y su
hermano mayor eran enormes y lo abrumaban hasta la desesperación.
Ahora toda la responsabilidad pesaba sobre él, el nuevo conde de
Ashburnham, el séptimo maldito conde, y estaba metido hasta el cuello en
problemas financieros.
Todo estaría perdido si no actuaba rápidamente. Su gente moriría de
hambre o tendría que emigrar. Su castillo seguiría deteriorándose y su
familia sólo conocería una decorosa pobreza. No podía consentirlo. Miró a
sus manos tendidas aún al fuego. Eran unas manos fuertes, pero ¿serían lo
bastante fuertes para librar al clan de los Kinross de la pobreza que había
sido también el sino de su abuelo después de 1746? No obstante, su abuelo
fue astuto y se había adaptado rápidamente a las nuevas circunstancias,
congraciándose con los pocos condes poderosos que habían quedado en
Escocia. También fue lo bastante inteligente para no desdeñar la influencia
de la industria, previendo su gran futuro, por lo que había invertido cada
céntimo que caía en sus manos en las fábricas de hierro y textiles que
surgían de repente en el norte de Inglaterra. El éxito superó con creces sus
sueños más optimistas, y cuando murió en edad muy avanzada se sentía

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satisfecho de sí mismo, sin darse cuenta de que su hijo era un haragán que
arruinaría Vere Castle.
Maldita sea, pensaba, ¿qué era, después de todo, una mujer,
especialmente una mujer inglesa? Si quería, podía encerrarla en una
habitación mohosa y tirar la llave. Podía golpearla a placer si era orgullosa
y obstinada. Es decir, podía hacer lo que se le antojara con una mujer.
Quizá tendría suerte y sería dócil como un cordero, necia como una vaca y
frugal como las cabras del castillo que se contentaban con roer las viejas
botas. En cualquier caso, saldría adelante. No tenía otra opción.
Colin Kinross, séptimo conde de Ashburnham, abandonó su gabinete de
trabajo en la torre del norte. A la mañana siguiente se dirigía hacia Londres
en busca de una novia con una dote comparable al tesoro de Aladino.

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Londres, 1807

Sinjun lo vio por primera vez la tarde de un miércoles a mediados de


mayo en un baile que dieron los duques de Portmaine. Él estaba en el
enorme salón de baile, a unos diez metros de ella, bajo la sombra de una
frondosa palmera, pero eso no la molestaba. Lo veía y no podía apartar la
vista de él. Cuando dos matronas amenazaron con interponerse, estiró el
cuello para no perderlo de vista. Él se dirigió graciosamente a un grupo de
damas, se inclinó para besar la mano de una joven y la condujo al cotillón.
Era muy alto; su acompañante sólo le llegaba al hombro, a no ser que la
joven fuera una enana, y Sinjun dudaba que lo fuera. Sin duda era mucho
más alto que ella.
Ella siguió mirándolo sin saber por qué lo hacía y sin preocuparse por
ello hasta que una mano tocó su brazo, pero no tenía la menor intención de
apartar su vista de él. Por eso se alejó sin dejar de mirarlo. Oyó una voz de
mujer detrás de ella, pero no se giró. El sonreía a su acompañante y Sinjun
notó que algo profundo y fuerte se movía en su interior. Se acercó más,
rodeando la pista de baile hasta que estuvo apenas a tres metros de él. Era
verdaderamente magnífico, tan alto y ancho de espaldas como su hermano
Douglas, con el cabello negro como el azabache y espeso, y sus ojos, «¡Dios
santo, un hombre no debería tener unos ojos así!», pensó. Eran de un color
azul oscuro, más oscuro que los zafiros del collar que Douglas había
regalado a su mujer el día de su cumpleaños. Si pudiera tan sólo tocarlo,
acariciar su cabello brillante, rozar con los dedos la hendidura de su
barbilla... Sabía que sería completamente feliz si pudiera mirarlo durante el
resto de su vida. Sin duda era un pensamiento absurdo, pero verdadero.
Tenía una figura muy bien proporcionada -ella tenía experiencia en esas
cuestiones, al fin y al cabo tenía dos hermanos mayores fantásticos-. Oh, sí,
tenía un cuerpo atlético, fuerte y musculoso, y era joven, probablemente
más joven que Ryder, que acababa de cumplir los veintinueve. Una voz

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interior le decía suavemente que estaba comportándose como una tonta,


que debía abrir los ojos y acabar con esa infatuación, que al fin y al cabo
sólo era un hombre como todos los demás, y que muy probablemente
tendría el carácter de un ogro para compensar su magnífico aspecto. Quizá
era un pelmazo o un imbécil, o tenía los dientes cariados. No, eso último no
era cierto, porque en ese momento echaba la cabeza hacia atrás riendo y
mostrando unos dientes bien formados e inmaculadamente blancos. Y a su
buen entender, esa risa revelaba inteligencia al igual que sus vivos ojos,
aunque tal vez se tratara de un borracho, un jugador, un libertino, o algo
por el estilo.
No le importaba. Siguió mirándolo y de pronto sintió un apetito
inexplicable que sin duda había despertado ese hombre. Al fin terminó el
cotillón y él besó la mano a la joven, la devolvió a la tutela de su
acompañante y se unió a un grupo de caballeros que lo saludaron en voz
alta jovialmente. Era evidente que se trataba de un hombre apreciado por
los demás, como sus hermanos Douglas y Ryder. Para gran desilusión de
Sinjun, el grupo abandonó el salón de baile.
Alguien tocó de nuevo su brazo desnudo.
-¿Sinjun?
Suspirando, se giró hacia su cuñada Alex.
-¿Sí?
-¿Estás bien? Te habías quedado inmóvil como una de nuestras estatuas
griegas de Northcliffe. Antes te llamé, pero ni siquiera te enteraste.
-Oh, sí, estoy perfectamente -murmuró Sinjun mientras miraba hacia el
lugar donde lo había visto por última vez. Luego oyó reír a un hombre y
supo enseguida que era su risa fuerte y melodiosa, una risa que la anegaba
de excitación y calor, despertaba en ella ese sentimiento profundo que
recorría todo su cuerpo.
No podía existir un hombre tan perfecto, era completamente imposible.
Ella no era estúpida, ni ingenua, ni una principiante sin la más remota
idea; no era posible, teniendo dos hermanos tan excesivamente francos en
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su comportamiento y lenguaje. Seguramente tenía un carácter maligno.


-Sinjun, ¿qué demonios te ocurre? ¿Estás enferma?
Respiró profundamente y decidió mantener la boca cerrada, lo cual era
completamente insólito en ella. Pero la situación era demasiado novedosa e
incierta. Sinjun eludió a su cuñada con una amplia sonrisa.
-Alex, me parece muy simpática su alteza la duquesa de Portmaine. Su
apodo es Brandy, y me ha rogado que no la llame con ese horrible nombre
de Brandella. ¿No te parece extraordinariamente ingenioso abreviar
Brandella de ese modo? -Sinjun se inclinó al oído de su cuñada-. Y fíjate en
el pecho de su alteza; ¿es posible que sea aún más imponente que el tuyo?
Aunque supongo que ella es algo mayor que tú...
Douglas Sherbrooke no pudo contener la risa.
-Cielo santo, ¿crees que la edad tiene algo que ver con eso, Sinjun? ¿Que
el pecho de una mujer aumenta con los años? Dios mío, entonces Alex no
podrá andar derecha cuando tenga sesenta años. Pero creo que vale la pena
fijarse detenidamente en la duquesa. Por otra parte, Sinjun, como tu
hermano, tengo que señalarte que es muy indiscreto de tu parte hacer
observaciones sobre los atractivos de su alteza y la falta de ellos de Alex.
Sinjun se echó a reír ante las palabras de su hermano y la expresión de la
cara de Alex, y él continuó dirigiéndose a su mujer con una voz apenada:
-Hasta ahora pensaba que no había pecho comparable al tuyo en toda
Inglaterra, pero quizá sea sólo en el sur del país. Puede que aventajes a las
demás damas sólo en las inmediaciones de Northcliffe Hall. O puede que
me hayan estafado...
Su mujer le dio un codazo cariñoso en el brazo.
-Sugiero que guardes tus ojos y pensamientos para casa, que es adonde
pertenecen, milord, y dejes la condesa y sus atributos para el duque.
-De acuerdo. -El conde se volvió hacia su hermana, a la que quería
tiernamente y que de pronto parecía distinta. Al comienzo del baile había

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estado normal, pero ahora estaba cambiada. Parecía impenetrable y eso era
muy extraño, porque normalmente ella era transparente como un estanque
en verano. Sus pensamientos y sentimientos se reflejaban en su rostro
expresivo. Pero ahora él no tenía la más remota idea de qué estaba ocu-
rriendo en su cabeza y eso le molestaba. Era como si le hubiera dado una
coz un caballo al que acababa de volver la espalda, como si de repente no
conociese a esa joven alta y hermosa. Por ello buscó refugio en la neutra-
lidad.
-Qué, mocosa, ¿te diviertes? Este último cotillón fue el único baile que te
has perdido en toda la tarde.
-Ya ha cumplido diecinueve años, Douglas -dijo Alex-. Tienes que ir
dejando de llamarla «mocosa».
-¿Aun cuando continúa representando el papel de la Novia Secreta para
quitarme el sueño?
Mientras los dos discutían sobre el desgraciado fantasma de Northcliffe
Hall, Sinjun tuvo tiempo de idear una respuesta. Cuando terminaron, ella
objetó a su hermano:
-Yo no ando haciendo el fantasma por la casa, Douglas, al menos no en
Londres. Oh, Dios mío, ahí está lord Castlebaum con su querida madre.
Había olvidado que le debo el siguiente baile. Suda terriblemente, Douglas,
y sobre todo las manos...
-Ya lo sé, pero también es un joven muy simpático. -Douglas siguió
hablando al tiempo que levantaba la mano para impedir que lo
interrumpiese-. Pero aunque fuese un santo aburrido, no importaría. No
tienes que casarte con él. Acepta su sudor y amabilidad y trata de di-
vertirte. No olvides que estás en Londres sólo para este fin. No hagas caso
de nuestra madre.
Sinjun lanzó un profundo suspiro.
-Nuestra madre me amarga la vida, Douglas. Dice que tengo que
casarme pronto si no quiero quedarme para vestir santos. Y añade toda la
retahíla de cosas horribles, por ejemplo, que cuando se muera, Alex me
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hará trabajar como una esclava. Asegura que ya empiezo a volverme vieja.
Cuando me miré después en el espejo, me pareció ver arrugas en mi cara.
-No le hagas caso. Yo soy el cabeza de familia. Tú debes divertirte, reír y
flirtear a tus anchas. Si no encuentras a un hombre que te guste, no
importa.
Su voz era austera y majestuosa, y Sinjun no pudo evitar sonreír.
-Tengo diecinueve años, lo que, en opinión de nuestra madre, para una
mujer es inaceptable si no se ha casado aún, y un verdadero desastre
cuando ni siquiera tiene un admirador. Me recuerda que Alex tenía diecio-
cho cuando se casó contigo, y que Sofía tuvo mucha suerte al atrapar a
Ryder con casi veinte, ya que, de lo contrario su destino hubiera sido
probablemente el de una solterona. Ésta es mi segunda temporada. Dice
que tengo que tener la boca cerrada porque los hombres no aprecian a las
mujeres que saben más que ellos; al parecer, eso los impulsa a la bebida y
al juego.
Douglas hizo un comentario bastante grosero.
Sinjun esbozó una sonrisa forzada.
-Bueno, nunca se sabe, ¿no crees?
-Lo único que sé es que nuestra madre habla demasiado. .
Estaba visiblemente enfadado, pero Sinjun imaginó de pronto a aquel
hombre, sonrió sin querer y sus ojos brillaron con una expresión cálida y
soñadora. Se percató de que su cuñada la estaba observando perpleja. Alex
dijo tan sólo:
-Sabes que puedes esplayarte conmigo siempre que quieras, Sinjun.
-Puede que eso ocurra pronto. Ah, ahí está lord Castlebaum con sus
manos sudadas. La verdad es que baila muy bien. Quizá hable con él de
libros. Hasta luego.
Tres veces pisó a lord Castlebaum al intentar ver a aquel hombre.
Después se decía a sí misma que sus ojos la habían engañado, que no
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podían existir hombres tan atractivos. Pero por la noche soñaba con él.
Estaban juntos y él le rozaba la mejilla con la yema de los dedos, riendo,
ella sabía que lo deseaba y se inclinaba hacia él para tocarlo, y él podía ver
en sus ojos cuánto lo deseaba. Después se desvanecían las imágenes para
fundirse en una nube de vagos colores y cuerpos enlazados, y ella
despertaba al amanecer con fuertes palpitaciones, empapada de sudor y
agotada. Sabía que había soñado con el misterio del amor, pero sólo en
imágenes borrosas. Tenía que resolver el misterio, tenía que conocerlo,
fundirse con él. Hubiera querido saber su nombre, porque intimar de ese
modo con un desconocido, aunque sólo fuera en sueños, no le parecía
correcto.
Tres días más tarde lo vio por segunda vez en una velada musical en la
casa que los Ranleaghs tenían en la ciudad, en Carlysle Square. Una
soprano corpulenta de Milán aporreaba el piano con el puño mientras su
acompañante vienés se esforzaba por mantener los dedos sobre el teclado y
guardar el compás. Sinjun no tardó en aburrirse y empezó a moverse
nerviosa en el asiento. De pronto, sintió que una emoción extraña la
embargaba y supo que él había entrado en el salón. Volvió discretamente la
cabeza y allí estaba. Se quedó sin aliento al verlo. Acababa de despojarse
del abrigo negro y hablaba en voz baja con otro hombre. Su aspecto le
pareció aún más espléndido que en el baile de los Portmaine, vestido de
negro y con una camisa de batista blanca como la nieve. Tenía el cabello
peinado hacia atrás, quizá un poco largo para la moda actual, aunque para
ella era absolutamente perfecto. Él tomó asiento diagonalmente con
respecto a ella, y mientras miraba de lado a la soprano vociferante podía
mirarlo a sus anchas. Estaba sentado sin moverse y con una corrección
impecable incluso cuando la soprano, tras llenar sus pulmones, dió un
estridente do de pecho. «Un hombre con valor y fortaleza de ánimo -pensó
Sinjun satisfecha-. Un hombre con buena educación y finos modales.»
Deseaba a toda costa tocar la hendidura de su enérgica barbilla. Su nariz
era fina y bien modelada, y su boca despertaba en ella el deseo de... No,
debía dominarse, no podía confundir los sueños con la realidad. Dios
santo, tal vez estaba casado o prometido. Consiguió aparentar calma hasta
que, al fin, terminó la función y los invitados se dirigieron al comedor.

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Sinjun dijo de la manera más casual a lord Clinton, un amigo de Douglas


del Four Horse Club,. que la acompañaba:
-¿Quién es ese hombre, Thomas? El alto con el cabello negro como el
azabache. ¿Lo ves...? Está hablando con otros tres hombres mucho más
bajos que él.
Thomas Mannerly, lord Clinton, miró con los ojos entrecerrados hacia
donde ella señalaba. Era miope, pero al hombre en cuestión parecía
imposible no verlo. Era muy alto y demasiado bien parecido para su gusto.
-Ah, es Colin Kinross. Una cara nueva en Londres. Es el conde de
Ashburnham. Un escocés... -Esto último lo había dicho con cierto desdén.
-¿Por qué está en Londres?
Thomas miró a la encantadora muchacha que estaba a su lado. Era casi
tan alta como él, lo cual le molestaba pero después de todo no tenía que
casarse con ella, sino sólo vigilarla. Mientras se sacudía una pelusa
invisible de su negra manga, preguntó cautelosamente:
-¿Por qué te interesas por eso? -Su silencio lo intranquilizó-. Dios mío,
espero que no te haya molestado de algún modo. Estos malditos escoceses
son unos bárbaros, aunque se hayan educado en Inglaterra como éste.
-Oh, no, no. Sólo era curiosidad. Las empanadillas de langosta son
estupendas, ¿no crees?
Él estuvo de acuerdo y Sinjun pensó: «Al menos ahora sé cómo se llama.
¡Al fin!» Con gusto hubiera gritado de júbilo. Thomas Mannerly, que en ese
momento la miraba por casualidad, se quedó sin aliento al ver que sonreía.
Era la sonrisa más fascinante que jamás había visto. Olvidó el pastelito de
langosta en su plato y le susurró algo ingenioso y un poco íntimo, pero muy
a su pesar ella no pareció oírlo. En realidad, si no se equivocaba, estaba
mirando a ese maldito escocés.
Sinjun se inquietó de forma pasajera. Tenía que averiguar más cosas
sobre él, no sólo el nombre y que era un noble escocés, lo cual desagradaba
obviamente a Thomas. No obstante, no tuvo otra ocasión de descubrir

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nuevos detalles sobre Colin Kinross, pero no desesperó. Pronto tendría que
actuar.

Douglas Sherbrooke, conde de Northcliffe, estaba cómodamente sentado


en su sillón de cuero favorito en la biblioteca leyendo la London Gazette.
Cuando levantó casualmente la vista vio a su hermana en la entrada. Se
extrañó de verla porque normalmente entraba hablando y riendo, tanto si
estaba ocupado como si no. Su risa despreocupada e inocente le hacía
sonreír siempre. Lo abrazaba y besaba en la mejilla. Pero ahora no reía.
¿Por qué demonios estaba seria como si hubiera hecho algo increíblemente
horrendo?
Sinjun no era tímida, ya desde que él la había levantado por primera vez
de la cuna y ella le había cogido la oreja y se la había retorcido hasta
hacerlo gritar de dolor. Frunciendo el entrecejo, dobló el periódico y se lo
puso en el regazo.
-¿Qué quieres, mocosa? No, ya eres demasiado mayor para llamarte así.
Querida, entonces. Entra. ¿Qué te ocurre? Alex cree que algo te oprime el
corazón. Vamos, ¿a qué esperas...? Tu comportamiento no me gusta. No es
normal en ti y me pone nervioso.
Sinjun entró despacio en la biblioteca. Era muy tarde, casi medianoche.
Douglas le hizo seña con la mano de que se sentara delante de él. Era
extraño, pensó ella conforme se acercaba, siempre había creído que
Douglas y Ryder eran los dos hombres más apuestos del mundo. Pero se
había equivocado. Ninguno de ellos podía compararse con Colin Kinross.
-Sinjun, te comportas de un modo muy extraño. ¿Estás enferma? ¿O ha
vuelto a importunarte nuestra madre?
Ella meneó la cabeza y dijo:
-Sí; lo hace continuamente; por mi propio bien, por supuesto...

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-Volveré a hablar con ella.


-Douglas...
Él no podía creer lo que veían sus ojos: Sinjun miraba la punta de sus
pies al tiempo que tiraba nerviosa de su falda de muselina.
-Dios mío -dijo Douglas, comprendiendo al fin-, has conocido a un
hombre.
-No, no es así.
-Sinjun, sé que no has tirado por la ventana tu dinero. Eres tan tacaña
que dentro de un par de años tendrás más que yo. Nuestra madre te
regaña, pero casi siempre te deja indiferente. Admite que ni siquiera la es-
cuchas. Alex y yo te queremos quizá demasiado y hacemos lo imposible
para que estés contenta. Dentro de una semana también vendrán Ryder y
Sofía y...
-¡Sé cómo se llama, pero aún no lo conozco!
-Ah -dijo Douglas mientras se recostaba en el sillón y juntaba las manos
sonriendo-. ¿Y cómo se llama?
-Colin Kinross, conde de Ashburnham. Escocés... Douglas frunció el
entrecejo. Por un momento había pensado que era Thomas Mannerly.
Desgraciadamente se equivocaba.
-¿Lo conoces? ¿Está casado o comprometido? ¿Es un jugador, un
mujeriego? ¿Ha matado a alguien en algún duelo...?
-Tenías que ser especial, ¿verdad, Sinjun? ¡Escocés! No, no lo conozco.
Pero dime, si tú tampoco conoces a ese hombre, ¿por qué estás tan
terriblemente interesada por él?
-No lo sé. -Por un momento pareció muy vulnerable. Se encogió de
hombros y se esforzó en sonreír, tratando de parecer la de siempre-. Pero
no puedo evitarlo.
-Está bien -dijo Douglas mirándola atentamente-.Investigaré a ese Colin

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Kinross.
-¿Se lo dirás a alguien?
-Sólo a Alex, pero a nadie más.
-¿No te importa que sea escocés?
-No, ¿por qué iba a importarme?
-Thomas Mannerly se refirió a los escoceses con cierto desprecio,
llamándolos «bárbaros».
-El padre de Thomas estaba convencido de que un verdadero caballero
tenía que respirar el magnífico aire puro de Inglaterra desde el primer
momento en que veía la luz. Al parecer, Thomas ha adoptado algunos de
sus absurdos puntos de vista.
-Gracias, Douglas. -Sinjun se inclinó y besó la mejilla de su hermano.
Él la siguió con la mirada mientras Sinjun salía de la biblioteca. Lo único
que le molestaría de tener un cuñado escocés sería que ella viviría lejos de
su familia.
Al entrar en el dormitorio, Douglas vio a Alex peinándose en el tocador.
Sus ojos se encontraron en el espejo. Él sonrió y empezó a desnudarse.
Alex dejó el peine y se volvió hacia él.
-¿Es que vas a mirarme hasta que esté completamente desnudo?
Ella inclinó la cabeza sonriendo.
-Me estás devorando con la mirada, Alex. ¿Temes que haya engordado?
¿Quieres asegurarte de que todo en mí funciona como siempre?
Ella sonrió embelesada y dijo meneando la cabeza:
-Oh, no. Sospecho que todo en ti está en perfecto estado. Al menos lo
estaba anoche y esta mañana y... -No pudo reprimir la risa..

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Cuando estaba completamente desnudo, se dirigió hacia ella, la cogió en


sus brazos y la llevó a la cama.
Cuando volvió a estar en condiciones de pensar y de hablar
razonablemente, se acostó al lado de su mujer y dijo:
-Nuestra Sinjun está enamorada.
-Ajá, por eso se porta de un modo tan extraño -dijo Alex bostezando y se
apoyó en un codo.
-Se llama Colin Kinross.
-¡Dios mío!
-¿Qué ocurre?
-Alguien me lo mostró hace poco en una velada musical. Tiene un
aspecto muy fuerte y tenaz.
-¿Te has dado cuenta de todo eso con sólo verlo?
-Es muy alto, quizá incluso más que tú. Eso me parece bien, porque
Sinjun es muy alta para ser una mujer. También me dio la impresión de ser
un hombre duro. Parece capaz de cualquier cosa por conseguir lo que
quiere.
-Alex, es imposible saber todo eso sin haber cambiado una palabra con
él. Así pues, si no dejas de decir tonterías, te dejaré sin vestidos durante
dos días.
-No sé nada de él, Douglas.
-Es alto y tiene un aspecto tenaz y duro, ¿no? Un magnífico punto de
partida para mis pesquisas.
-Comprobarás que tengo razón. -Ella rió y él sintió su cálido aliento en el
hombro-. Mi padre detesta a los escoceses. Espero que no compartas sus
sentimientos.
-No, no los comparto. Sinjun me ha dicho que aún no los han
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presentando.
-Te apuesto a que no tardará en conseguirlo. Ya sabes lo ingeniosa que
es...
-Entretanto, intentaré averiguar todo lo posible de este caballero
escocés. Conque duro, ¿eh...?
Al día siguiente por la tarde, Sinjun hubiera bailado con gusto en su
dormitorio. Douglas la llevaba con Alex a una representación de Macbeth
en el Drury Lane Theatre. Siendo escocés, seguramente con un montón de
primos con apellidos que empezarían con «Mac», Colin Kinross también
asistiría al estreno. Pero ¿y si aparecía en compañía de una dama? ¿Qué
pasaría si...? Rechazó esos pensamientos. Había estado una hora
arreglándose, y su doncella, Doris, había inclinado la cabeza en señal de
aprobación sonriendo disimuladamente.
-Está muy hermosa, señora -dijo mientras sujetaba una cinta de
terciopelo azul en su cabello-. Como el color de sus ojos...
Su aspecto era bastante atractivo, pensó Sinjun mientras se miraba por
última vez en el espejo. Llevaba un vestido de seda azul oscuro, una
sobrefalda más clara con mangas cortas ahuecadas y una faja de terciopelo
azul sujeta bajo los pechos. El escote era demasiado decente, porque
Douglas era muy estricto en este aspecto. Pero en general no podía
quejarse, era alta y esbelta, y su cutis presentaba el tono pálido que estaba
de moda.
Sinjun no lo vio hasta el intermedio. En el vestíbulo del Drury Lane
Theatre la alta sociedad charlaba y reía, luciendo joyas cuyo valor era
suficiente para alimentar una docena de aldeas inglesas durante un año.
Hacía mucho calor en el vestíbulo, iluminado con cientos de candelabros
colgantes cuya cera goteaba, manchando a algunos espectadores. Douglas
fue a buscar champán para Alex y Sinjun, y cuando apareció una amiga de
aquélla, Sinjun pudo buscar a su escocés por todos los rincones del
vestíbulo. Para su gran alegría y consternación, lo encontró a dos metros y
medio detrás de ella. Estaba hablando con lord Brassley, un amigo de
Ryder. Brass, que así lo llamaban, era un mujeriego de buen corazón; se

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decía de él que rodeaba a su mujer de más lujo que a sus queridas.


El corazón le dio un vuelco. Sinjun se giró y caminó irresistiblemente
hacia él. Tropezó con un caballero elegante, se disculpó al instante y siguió
andando impertérrita hacia él. Cuando se hallaba a un metro escaso, oyó
cómo decía riendo a lord Brassley:
-Santo cielo, Brass, ¿qué voy a hacer? Es terrible, de verdad; nunca en
mi vida había visto tal manada de gansas, graznando, riendo tontamente,
agitando las alas y mirando embobadas. El destino no es justo conmigo.
Tengo que casarme sea como sea con una rica heredera, si quiero salvar lo
poco que me queda y que debo a los sinvergüenzas de mi padre y mi
hermano, pero las mujeres que se ajustan a mis exigencias financieras son
sencillamente horrorosas.
-Ah, mi querido amigo, te aseguro que también hay mujeres simpáticas -
lord Brassley rió-, quizá no para casarse, sino para disfrutar de ellas;
mujeres para divertirse, eso es todo. Te relajarían, Colin, y creo que eso te
vendría bien. -Dio una palmada a Colin Kinross en el hombro-. En cuanto a
la rica heredera, ¡paciencia, muchacho, paciencia!
-¡Sí, claro, paciencia! Cada día que pasa me acerco más al borde del
abismo. En cuanto a esa clase de mujeres..., maldita sea; lo único que les
interesaría sería gastar el dinero que no tengo y una lluvia interminable de
regalos de mi infinita generosidad. No, Brass, no tengo tiempo para
distracciones. Tengo que encontrar una rica heredera que sea
medianamente aceptable.
Su voz era profunda y suave, impregnada de humor y una buena dosis de
sarcasmo. Lord Brassley rió, hizo señas con la mano a un amigo y se alejó
del escocés. Sin vacilar un segundo, Sinjun se acercó, se detuvo frente a él y
esperó a que sus hermosos ojos azules se posaran al fin en su cara. Cuando
él levantó sus cejas negras, ella le tendió la mano y dijo sin preámbulos:
-Yo soy una rica heredera.

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Cojin Kinross, séptimo duque de Ashburnham, miró fijamente a la


muchacha que estaba ante él tendiéndole la mano, devorándolo con los
ojos y, si no se engañaba, bastante excitada. Él mismo se sentía turbado,
como diría Philip, y trató de ganar tiempo para volver en sí:
-Perdone, ¿qué ha dicho?
Sin vacilar, Sinjun repitió con su voz fuerte y clara:
-Yo soy una rica heredera. Usted dijo que necesitaba casarse con una.
Lentamente, con una voz burlona y tratando de serenarse él añadió:
-Y usted parece más que aceptable.
-Encantada de que opine así de mí...
Miró a la mano que aún seguía tendida e instintivamente la estrechó. En
realidad debería haberla besado, pero aquella extraña muchacha la tendía
como un hombre. Pensó que tenía una mano fuerte, de dedos delgados y
piel muy blanca.
-Le felicito -dijo-, por ser una rica heredera y además atractiva. Ah..., le
ruego que me disculpe. Me llamo Ashburnham.
Ella sonrió y sus ojos revelaron con claridad sus sentimientos. Su voz era
sencillamente maravillosa, profunda y cálida, mucho más seductora que la
de sus hermanos, que no podían compararse con este magnífico hombre en
ningún aspecto.
-Sí, ya lo sé... Yo me llamo Sinjun Sherbrooke.
-Un nombre extraño. Sinjun... el apodo de un hombre.
-Supongo. Mi hermano Ryder me llamó así cuando cumplí los nueve

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años. Mi nombre auténtico es Joan, y él trató de quemarme en la hoguera


como a Saint Joan, pero de alguna manera terminó en Sinjun, forma
abreviada de Saint John, y así quedó.
-Prefiero Joan. Suena más femenino. -Se llevó la mano al cabello por
parecerle ridícula su observación-. Debo admitir que me ha sorprendido.
No sé quién es y usted no sabe quién soy yo. Realmente no entiendo por
qué ha hecho esto.
Sus ojos azules lo miraban transparentes como un día de verano
mientras ella decía llanamente:
-Lo vi en el baile de los Portmaine y después en la velada musical de los
Ranleagh. Soy una rica heredera y usted busca una mujer con mucho
dinero. Suponiendo que no sea un tirano (me refiero a su carácter, por su-
puesto), quizá podría casarse conmigo.
Colin Kinross, Ashburnham, o simplemente Ash para sus amigos, no
podía dejar de mirar a la muchacha que parecía devorarlo con los ojos.
-Esto es lo más extraño que me ha ocurrido en toda mi vida -dijo-, y no
exagero salvo aquella vez en Oxford en que la mujer de un profesor quería
que nos divirtiéramos mientras su marido daba clase de latín a un amigo
mío en la habitación de al lado. Incluso pretendía que la puerta estuviera
entreabierta para ver a su marido mientras ella me hacía el amor.
-¿Y usted lo hizo?
-¿El qué? Ah, ¿si le hice el amor? -Tosió ligeramente mientras trataba de
recuperar la compostura-. No me acuerdo -dijo con voz austera, frunciendo
de pronto el entrecejo-. Además, es un incidente que debería olvidar.
Sinjun suspiró.
-Mis hermanos me hubieran contado la verdad, pero usted no me
conoce, y por eso no puedo esperar que confíe en mí. Sé que no soy una
belleza, aunque tampoco soy fea. Es mi segunda temporada y no estoy
comprometida, y ni siquiera tengo un admirador, pero soy rica y en el
fondo una buena persona.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Bueno, su valoración no parece totalmente correcta.


-Tal vez ha encontrado ya una dama que se ajuste a sus exigencias
económicas.
Él rió irónicamente.
-Me he expresado directamente, ¿no es así? No, aún no he encontrado a
ninguna, como supongo que ya sabe después de oír mis lamentos a Brass.
Francamente, es usted la joven más atractiva que he encontrado en
Londres. Además es alta, y no me duele el cuello al hablar con usted.
-Sí, no puedo evitarlo. En cuanto a lo demás, es cierto que mis hermanos
me encuentran muy atractiva, pero me alegra de modo muy especial que
esté usted de acuerdo, milord. Como le he dicho, ésta es mi segunda
temporada y no tenía grandes deseos de salir. Es todo tan terriblemente
aburrido... Pero entonces le vi y todo cambió de pronto.
Sinjun dejó de hablar pero no de mirarlo, y la expresión ávida de sus
bellos ojos azules lo desconcertó. Jamás le había ocurrido una cosa así. Se
sintió arrollado y aturdido, un verdadero imbécil (él, que tenía fama de
dominar todas las situaciones y a quien no era fácil hacer perder los
estribos).
-Venga hacia aquí. Acérquese... Sí, así está bien. Escuche, ésta es una
situación muy insólita. ¿Podría verla mañana? Ahí viene una joven y parece
decidida a todo.
Ella le obsequió con una sonrisa cegadora.
-Oh, sí, me encantaría. -Le dio la dirección de la casa de los Sherbrooke
en la ciudad, en Putnam Place-. Es mi cuñada Alex.
-¿Cuál es su nombre completo?
-Todos me llaman Sinjun.
-Sí, pero a mí no me gusta. Prefiero Joan.
-Está bien. En realidad, soy lady Joan, porque mi padre era conde. Lady

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Joan Elaine Winthrop Sherbrooke.


-Iré a verla mañana por la mañana. ¿Le gustaría pasear a caballo
conmigo?
Ella movió la cabeza en un gesto de asentimiento con la vista fija en su
boca y sus blancos dientes. Se inclinó hacia él involuntariamente. Colin se
quedó sin aliento y se apartó precipitadamente. La pequeña era más
arrojada que un húsar. ¡Así que se había enamorado de él nada más verlo!
Mañana saldría con ella y averiguaría cuáles eran sus verdaderas
intenciones, quizá la besaría y jugaría con ella para darle una lección. Era
una criatura desvergonzada, y además inglesa, lo cual era normal, ya que
estaba en Londres. Sin embargo, creía que las jóvenes inglesas eran
reservadas y recatadas, lo que no podía decirse en modo alguno de esta
muchacha.
-Hasta mañana, entonces.
Colin se alejó rápidamente, antes de que la cuñada pudiera alcanzarles.
Luego buscó a Brass y salieron del teatro.
-Deja de lamentarte. Por lo menos aquí no te distraerán todas esas
mujeres. Y ahora vas a explicarme qué diablos está ocurriendo. Creo que tú
estás detrás de todo esto. Quiero saber por qué has instigado a esa
muchacha contra mí. Su descaro me ha dejado perplejo.
Alex observó cómo el escocés sacaba a lord Brassley del enorme
vestíbulo. Después volvió la vista a Sinjun, que seguía mirando embobada a
Colin Kinross. No era difícil adivinar que los pensamientos de Sinjun eran
mucho menos prosaicos que los suyos.
-Parece un hombre interesante. -Alex abordó el tema.
-¿Interesante? No seas ridícula, Alex. Es hermoso, perfecto. ¿No viste
sus ojos? Y su modo de sonreír y hablar...
-Sí, querida, pero ahora ven. Va a acabar el intermedio y Douglas
empieza a poner mala cara.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Alex esperó impaciente el momento oportuno para poner a Douglas al


corriente. En cuanto llegaron a casa, dio a Sinjun las buenas noches con un
beso, cogió a su marido por el brazo y se lo llevó al dormitorio.
-¿Tanto me deseas? -preguntó Douglas jocosamente.
-Sinjun ha conocido a Colin Kinross. La vi hablando con él, y me temo
que ha sido bastante insolente, Douglas.
Douglas cogió un candelabro y lo puso en la mesita de noche. Se quedó
mirando pensativo a las llamas y se encogió de hombros.
-Dejémosla descansar hasta mañana. Sinjun no es tonta ni grosera.
Ryder y yo le hemos enseñado a comportarse debidamente. Ella nunca
saltaría las vallas demasiado deprisa.

A las diez de la mañana siguiente Sinjun esperaba en la escalera exterior


dispuesta a saltar todas las vallas lo más deprisa posible. Doris le había
asegurado que estaba maravillosa con su traje de amazona azul oscuro.
Estaba impaciente, golpeando ligeramente sus botas con la fusta. ¿Dónde
estaba? ¿No la había creído? ¿Se había dado cuenta de que no le gustaba y
se había echado atrás?
Empezaba a perder la confianza en sí misma, cuando le vio acercarse
galopando en un magnífico caballo berberisco negro. Al verla, se detuvo y
se inclinó ligeramente con una sonrisa indolente en los labios.
-¿No va a invitarme a entrar en su casa?
-Creo que aún es demasiado pronto para eso.
Por el momento decidió darse por satisfecho con esa explicación.
-¿Dónde está su caballo?
-Sígame. -Sinjun fue andando a las cuadras en la parte posterior de la

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casa, donde Henry, uno de los mozos de cuadra, acariciaba el cuello de


Fanny, la yegua de Sinjun. Le hizo una señal de que se fuera y montó por sí
misma. Se recogió las faldas y rogó al cielo que no le disgustase. Le sonrió
insegura-. Todavía es temprano. ¿Cabalgamos hasta el parque?
Él inclinó la cabeza y condujo a su caballo al lado del de Sinjun. Las
calles estaban llenas de buhoneros, tenderos, carros y golfos andrajosos. Él
no se apartaba de ella, sin decir palabra y alerta. Por todas partes
acechaban peligros, aunque Colin se dio cuenta de que ella sabría de-
fenderse ante cualquier situación por difícil que fuese. En cualquier caso,
no cabía duda de que era una excelente amazona. No obstante, trató de que
sintiera su fuerte protección.
Cuando llegaron al parque, él propuso:
-¿Por qué no galopamos un poco? Sé que no es propio de una dama,
pero como dijo antes, todavía es temprano.
Galoparon hasta el final del largo camino, y el semental de Colin Kinross
batió claramente a la yegua de Sinjun. Ella reía cuando detuvo a Fanny
junto a él.
-Cabalga bien -dijo Colin.
-Usted también.
Colin dio unas palmaditas a su caballo en el cuello.
-He preguntado por usted a lord Brassley. Desgraciadamente no nos vio
hablando. La describí, pero francamente, no podía imaginar a ninguna
dama, y menos aún a lady Joan Sherbrooke, hablándome como usted lo
hizo.
Ella se frotó los guantes de piel suave.
-¿Cómo me describió?
Había conseguido confundirlo una vez más, pero él no dejó que lo
notase. Se encogió de hombros y respondió:

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La novia secreta – Catherine Coulter

-Bueno, le dije que era alta, rubia y bastante atractiva; que tenía unos
hermosos ojos azules y unos dientes blancos perfectos. También tuve que
decirle que era una descarada.
Ella guardó silencio por un momento mientras miraba al vacío por
encima de su hombro.
-Una descripción muy correcta, diría yo. ¿Y no me reconoció? Qué
extraño. Es amigo de mi hermano. Ryder dice que es un mujeriego, pero
con buen corazón. Probablemente aún me ve como una mocosa de diez
años pidiendo regalos. Durante la última temporada una vez tuvo que
acompañarme a Almack's, y Douglas me dijo claramente que Brass no
estaba dotado de una inteligencia brillante, que debía hablar con él lo
menos posible y en ningún caso de libros. Douglas dijo que eso lo haría
enloquecer.
Colin guardó silencio. No sabía qué pensar de ella. Parecía una dama, y
Brass aseguraba que lady Joan Sherbrooke era una hermosa jovencita,
adorada por sus hermanos, que nunca había sido descarada con él. Aunque
después había añadido, murmurando en voz baja, que hablaba demasiado
de libros, al menos eso era lo que criticaban algunas matronas. Por otra
parte, pensó Colin, le había estado esperando en la escalera, algo impropio
de una dama. ¿No le hubiera recibido una dama inglesa de buena familia
en el salón, con la taza de té en la mano? Además, Brass había añadido que
el cabello de Joan Sherbrooke era de color castaño, y eso no era cierto. Con
el sol de la mañana brillaba en los más diversos colores, desde rubio claro
hasta color ceniza oscuro.
¡Al diablo con todo! No entendía nada y no estaba seguro de si la creía.
Quizá buscaba a un protector, tal vez sólo era la doncella de esa lady Joan
Sherbrooke o su prima. Debía explicarle que no tenía dinero y que todo lo
que podía esperar de él era una cama para revolcarse, ni mas ni menos.
Sinjun había observado atentamente la expresión cambiante de su
rostro.
-Mi comportamiento quizá le ha sorprendido -admitió sin rodeos, y
añadió de pronto-: Es usted el hombre más hermoso que he visto en mi

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vida, pero eso no es todo. Tiene que saber que no fue sólo su cara lo que me
atrajo irresistiblemente hacia usted, sino también... ¿Cómo explicarlo...?
Dios mío, no lo sé.
-¿Yo hermoso? -Colin la miraba con estupor-. Un hombre no es
hermoso, eso es un disparate. Por favor, dígame lo que quiere de mí y yo
haré todo lo posible por ayudarle. Desgraciadamente no puedo ser su
protector. Aun cuando fuese el mayor sátiro de Londres, no sería posible;
no tengo dinero.
-Yo no necesito un protector, si se refiere a que tendría que mantenerme
como a una amante.
-Sí -dijo él lentamente, sorprendido-. Eso es exactamente lo que he
querido decir.
-No puedo ser su amante. Y aunque lo quisiese, no le serviría de nada.
Mi hermano no le entregaría la dote sin casarse conmigo. Sospecho que no
le agradaría que yo fuese su amante. Es muy anticuado en ciertos aspectos.
-Pero entonces, ¿por qué hace todo esto? Le ruego que conteste. ¿La ha
incitado alguno de mis ignorantes amigos? ¿Es usted la amante de lord
Brassley? ¿O de Henry Tompkins? ¿O quizá de lord Clinton?
-Oh, no, nadie me ha incitado a nada.
-No a todo el mundo le gusta que yo sea escocés. Aunque fui al colegio
con muchos de los hombres de aquí y les agrada beber y hacer deporte
conmigo, no quieren que me case con sus hermanas.
-Creo que mis sentimientos no cambiarían aunque fuese marroquí.
Él no podía apartar la vista de Sinjun. La pluma de color azul de su
sombrero de montar enmarcaba deliciosamente su cara. Iba vestida con un
traje de color azul oscuro muy elegante que resaltaba sus pechos elevados y
su figura esbelta.
-Se parece a mis hermanos -comentó Sinjun-, aunque son más
simpáticos.

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El quería decir algo, pero se dio cuenta de que ella miraba fijamente su
boca. No, no podía ser una dama. Sin duda uno de sus amigos le estaba
gastando una broma pesada y había pagado a esta mujer para burlarse de
él.
-¡Basta! -rugió-. Esto no es más que una comedia, no puede ser otra
cosa. ¡No es posible que quiera casarse conmigo por las buenas y lo
anuncie de la manera más descarada!
Él se giró en la montura, la levantó de su jamuga y la puso sobre sus
muslos. Esperó a que se calmaran los caballos. Ella no pensó ni por un
momento en resistirse, sino todo lo contrario; se apretó contra él. No, no
podía ser una dama, era imposible.
La sostuvo con su brazo izquierdo, levantó con la punta de sus dedos
enguantados su barbilla y la besó. Su lengua no podía franquear sus labios
cerrados y gruñó furioso:
-¡Abra la boca, maldita sea!
-Está bien -dijo ella y abrió la boca.
Al ver su boca abierta, Colin no pudo evitar echarse a reír.
-Santo cielo, parece que vaya a cantar una ópera como aquella
abominable soprano de Milán. -Volvió a dejarla en su caballo, pero Fanny
se asustó y Sinjun, a pesar de estar trastornada, consiguió dominarla
fácilmente.
-Muy bien. Supondré que es una dama -dijo él-. Pero lo que no puedo
aceptar es que me viera en el baile de los Portmain y decidiera casarse
conmigo.
-No, a decir verdad en ese momento no estaba segura de que quisiera
casarme con usted. Sólo pensaba que me gustaría mirarlo durante el resto
de mi vida.
Tuvo que admitir que estaba desarmado.
-Antes de volver a verla, si es que vuelvo a verla, quisiera que intentara
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disimular un poco. No mucho, sólo lo suficiente para no dejarme


boquiabierto cada vez que dice algo inaudito.
-Lo intentaré -dijo Sinjun, y su mirada se perdió por un momento en el
denso y verde césped y los senderos que cruzaban el parque-. ¿Cree que
podría ser lo bastante bonita para usted? Ya sé que todo eso de mi belleza
no lo dijo en serio, y no quisiera que tuviera que avergonzarse de mí si me
convirtiera en su mujer.
Ella lo miraba a los ojos mientras hablaba, y él no pudo evitar menear la
cabeza incrédulo.
-Basta ya, ¿me oye? Maldita sea, es usted muy bonita, como ya debe de
saber.
-La gente es capaz de mentir y hacer cualquier cosa cuando tiene delante
una rica heredera. No soy imbécil.
Él desmontó de su caballo, se sujetó las riendas en la muñeca y caminó
hacia un roble frondoso.
-Acérquese. Tenemos que hablar antes de que termine en un
manicomio.
Sinjun no lo dudó. ¡Qué felicidad poder estar tan cerca de él!
Observó la hendidura de su barbilla y sin pensarlo dos veces levantó la
mano, se quitó el guante y la rozó con la yema de un dedo. Él se quedó
completamente inmóvil.
-Seré una esposa excelente. ¿Me promete que no tiene el carácter de un
sátiro?
-Me gustan los animales y no los cazo por deporte. Tengo cinco gatos
que son excelentes cazadores de ratones y por la noche disponen del hogar
sólo para ellos. Cuando hace mucho frío en pleno invierno, duermen
conmigo, aunque no con frecuencia, porque tengo un sueño inquieto y los
zarandeo sin darme cuenta. Si lo que quiere saber es si le pegaría, la
respuesta es no.

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-Sin duda es usted muy fuerte. Me alegro de que no haga daño a los más
débiles. ¿Se preocupa de la gente? ¿Es amable y se siente responsable de
los que dependen de usted?
No podía apartar la vista de ella. Era muy embarazoso, pero dijo:
-Sí, supongo que sí.
Pensó en su enorme castillo, que en realidad sólo era la mitad de un
castillo, y esa mitad no era en modo alguno medieval, sino que lo había
construido un conde Kinross a finales del siglo XVII. Amaba a su castillo
con sus torres, almenas, parapetos y profundas troneras. Pero estaba casi
en ruinas y expuesto a corrientes de aire tan fuertes que podía cogerse una
pulmonía si uno se quedaba diez minutos en un sitio sin moverse. Había
tantas reparaciones que hacer para devolver al castillo su antiguo
esplendor..., además de los edificios anexos y las cuadras, las tierras de
labor y el desagüe. Los rebaños de ovejas y vacas estaban diezmados y sus
numerosos colonos eran pobres, no tenían nada, ni siquiera semillas para
producir la cosecha suficiente para autoabastecerse. El futuro era sombrío
y desesperanzador si no hacía algo...
Apartó la vista de ella y miró las siluetas de los edificios imponentes de
la ciudad que bordeaban el otro lado de Hyde Park.
-Mi herencia fue dilapidada en gran parte por mi padre, y mi hermano
mayor, el sexto conde, despilfarró el resto antes de morir. Necesito mucho
dinero si no quiero ver a mi familia reducida a la pobreza y a mis colonos
emigrando o muriendo de hambre. Vivo en un viejo castillo al este del Loch
Leven en la península Fife, al noroeste de Edimburgo. A sus ojos le
parecería un paisaje desierto, a pesar de la abundante tierra de labor y de
sus hermosas colinas. Usted es inglesa y sólo vería páramos, rocas
escarpadas y desfiladeros con torrentes de aguas salvajes y tan frías que al
beberlas los labios se entumecen. En los meses de invierno generalmente
no hace mucho frío, pero los días son cortos y se levantan vientos
huracanados de vez en cuando. En primavera las colinas se cubren de
brezo de color púrpura y los rododendros se extienden por las cabañas de
los colonos, trepando incluso por los muros de mi agrietado castillo, en los
tonos rosados y rojos más variados.
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Él meneó la cabeza sorprendido de sí mismo. Estaba exponiendo las


bellezas de Escocia como un poeta soñador, exhibiendo sus credenciales
para su inspección, y ella lo seguía perpleja, pendiente de cada palabra y de
cada movimiento de sus labios. Era absurdo. No podía ni quería tolerarlo.
De repente carraspeó y dijo:
-Escuche, es verdad. Mis tierras pueden producir riqueza porque son
fértiles y tengo muchas ideas para mejorar el destino de mis colonos y el
mío propio. No es como en las tierras altas de Escocia, donde incluso hoy
tienen que importar ovejas para sobrevivir. Pero necesito dinero, Joan,
mucho dinero, y por eso me veo obligado a casarme con una rica heredera.
-Comprendo. Acompáñeme a casa y hable con mi hermano Douglas. El
es el conde de Northcliffe, como ya sabe. Le preguntaremos cuál es
exactamente mi dote, aunque debe de ser muy grande porque le oía decir a
nuestra madre que dejase de molestarme por ser soltera, ya que con mi
dote podría casarme con quien quisiera, incluso a los cincuenta años y sin
un solo diente en la boca.
Él la miró indefenso.
-Pero ¿por qué yo precisamente?
-No tengo la menor idea, pero es así.
-Podría apuñalarla en la cama.
Los ojos de Sinjun se nublaron y él se sintió de pronto invadido por un
fuerte apetito sexual.
-Dije apuñalar, no joder.
-¿Qué significa «joder»?
-Significa... oh, maldita sea, ¿no puede disimular un poco? «Joder» es
una palabra muy vulgar, le ruego que me disculpe por emplearla.
-Oh, entonces se refiere a hacer el amor.
-Sí, así es, pero atendiendo sólo a los hechos más básicos en la relación

Espe
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entre un hombre y una mujer, no a ese desatino romántico de altos vuelos


que entienden las mujeres por hacer el amor.
-Vaya, así que es un cínico. Bueno, no puedo esperar que sea perfecto en
todos los aspectos. Mis dos hermanos no «joden», sino que hacen el amor.
Tal vez consiga enseñárselo yo, pero antes tendrá que enseñarme en qué
consiste todo eso. Sería inaceptable para usted que tuviera que soltar una
carcajada cada vez que abro la boca para que me bese.
Colin volvió la cabeza. Se sintió abandonado en una isla inmaterial cuyo
suelo temblaba bajo sus pies. Odiaba perder el control. Ya era bastante
vejación para su orgullo viril admitir que estaba al borde de la ruina,
aunque no fuera por su culpa, como para además dejarse dominar por una
mujer. Sin embargo, aquella horrible criatura no dejaba de tomar la
iniciativa como si eso fuera la cosa más normal del mundo. Ninguna
muchacha escocesa se comportaría jamás como aquella presunta dama
inglesa. Era absurdo y estaba a punto de enloquecer.
-No puedo prometerle amor -dijo él con acritud-. No creo en él por muy
buenas razones, innumerables ratones.
-Eso solía decir mi hermano Douglas. Pero después cambió. Alex, su,
mujer, no cejó hasta conseguirlo, y ahora creo que se echaría con gusto en
medio de un lodazal para que ella pasara por encima sin mojarse los pies.
-Entonces es un loco.
-Quizá. Pero es un loco feliz.
-No quiero seguir hablando de este tema. Me está trastornando. La
acompañaré a casa. Necesito pensar con calma. Y usted debería hacer lo
mismo. Sólo soy un hombre. ¿Lo entiende? Un hombre completamente
normal. Si me casase con usted, sería sólo por su dinero y no por sus bellos
ojos o por su cuerpo probablemente muy atractivo.
Sinjun inclinó simplemente la cabeza y preguntó en voz baja:
-¿Cree de verdad que tengo un cuerpo atractivo?

Espe
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Él la ayudó a subir a su yegua maldiciendo y luego montó en su caballo.


-¡No! -gruñó enervado-. ¡No, cállese de una vez!
Sinjun no tenía prisa por regresar a casa, pero Colin sí. Al llegar a la
mansión de los Sherbrooke, Sinjun condujo a su yegua a la cuadra sin
prestar atención a su acompañante, y éste no tuvo más remedio que
seguirla.
-Henry, ocúpate de los caballos, por favor. Este caballero es su
excelencia lord Ashburnham...
Henry se tiró del rizo rojo que le caía en la frente. Colin notó extrañado
cómo lo observaba con interés. La osada muchacha debía de tener docenas
de hombres rondándola, aunque sólo fuera por ver qué iba a decir a con-
tinuación, y su hermano tendría que prevenir a cada uno de los hombres
que entraban en la casa de su excesiva franqueza.
Sinjun subió corriendo las escaleras y abrió la puerta. Se apartó a un
lado e indicó a Colin que entrase. El vestíbulo no era tan grande como el de
Northcliffe Hall, pero no por eso dejaba de ser impresionante, con el piso
de mármol blanco jaspeado con vetas de color azul y las paredes del mismo
color, de las que colgaban retratos de antiguos miembros de la familia
Sherbrooke.
Sinjun cerró la puerta y miró alrededor para ver si estaba el mayordomo
Drinnen o algún sirviente. No vio a nadie. Se volvió hacia Colin y lo miró
con una sonrisa radiante. Luego se acercó a él hasta casi tocarlo con los
pies.
-Estoy encantada de que haya entrado. Ahora al menos creerá que soy
quien digo ser, aunque la idea de convertirme en su amante me parece muy
interesante. En fin... ¿Querría hablar con mi hermano?
-No debería haber venido. No he dejado de pensar y creo que no es
posible, no de esta manera. Yo..., no estoy acostumbrado a que me acose y
acorrale una muchacha como un zorro en la caza. No es natural y...
Sinjun sonrió, le rodeó el cuello con los brazos y le ofreció los labios.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Abriré la boca, pero esta vez no tanto. ¿De acuerdo?


Colin miró por un segundo esa boca blanda y ligeramente abierta y la
atrajo hacia sí con fuerza. Olvidó que se hallaba en el vestíbulo de una casa
extraña, que con toda probabilidad habría sirvientes cerca y que los vene-
rables antepasados que colgaban de las paredes los estaban mirando.
Él la besó deslizando su lengua por sus labios para entrar lentamente en
su boca. Era maravilloso, y sintió la presión de su cuerpo que lo buscaba,
supo que ella sentía lo mismo que él. No se había acostado con una mujer
desde hacía un mes, pero era consciente de que ésa no podía ser la única
razón de la extraordinaria atracción que sentía hacia ella. Sus manos se
deslizaron por su espalda, abarcaron sus nalgas y la apretó con fuerza
contra tu vientre.
Ella suspiró suavemente.
-¡Dios mío! ¿Qué diablos ocurre aquí?
Estas palabras penetraron en el cerebro ofuscado de Colin y en ese
mismo instante una mano tiró de él, arrancándolo de Sinjun y asestándole
un potente gancho en la mandíbula que lo derribó al suelo de mármol. Se
llevó la mano a la mandíbula, movió la cabeza aturdido y alzó la vista hacia
el hombre que parecía dispuesto a matarlo.
-¡Douglas! ¡Ni se te ocurra! ¡Es Colin Kinross y vamos a casarnos!
-¡Eso no lo crees ni tú misma! ¡Maldita sea, un hombre que ni siquiera
tiene la decencia de presentarse, se atreve a hacerte el amor en el salón de
casa! ¡Tenía las manos en tus nalgas! Dios santo, Sinjun, ¿cómo pudiste
permitirlo? Ve arriba, jovencita. ¡Obedece! En cuanto haya ajustado las
cuentas a este sinvergüenza, me ocuparé de ti.
Sinjun nunca había visto a su hermano tan furioso, pero ella se
interpuso con calma cuando él iba a abalanzarse de nuevo sobre Colin.
-No, no, Douglas, ¡Basta! Colin no puede defenderse porque está en tu
casa y yo le he invitado. No permitiré que lo golpees de nuevo. Sería
indigno.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¡Cierra la boca! -exclamó Douglas.


Sinjun no se había dado cuenta de que Colin se había levantado y estaba
detrás de ella, hasta que dijo:
-Tiene razón, Joan. No debería haberme propasado de ese modo en su
casa. Le ruego que me disculpe, milord. Sin embargo, no puedo permitir
que me golpee de nuevo.
Douglas estaba fuera de sus casillas.
-Merece una buena paliza por esto, ¡maldito hijo de perra!
Empujó a un lado a Sinjun y se abalanzó sobre Colin. Los dos hombres
pelearon, forcejeando y resollando, con fuerzas igualadas. Sinjun oyó cómo
uno soltaba un gemido al recibir un fuerte golpe en el estómago. También
oyó que Alex gritaba al bajar a toda prisa por las escaleras. Los sirvientes se
agolpaban atónitos bajo la escalera y en la entrada del comedor.
-¡Basta!
La voz de Sinjun no condujo a la tregua. Al contrario; pareció
enfurecerlos aún más. A Sinjun se le agotó la paciencia. ¡Hombres! ¿No
podían discutir con calma las cosas? ¿Tenían que comportarse siempre
como chiquillos? De pronto, Sinjun dijo a Alex:
-Quédate donde estás. Yo sola resolveré esto. ¡Y con verdadero placer!
Extrajo un largo bastón del bastonero de madera que había junto a la
puerta principal y lo batió con fuerza contra el hombro de Dóuglas. A
continuación golpeó con igual fuerza el brazo de Colin.
-¡Basta ya, malditos locos!
Los dos hombres se separaron jadeando. Douglas se tocaba el hombro y
Colin el brazo.
-¡Cómo te atreves, Sinjun!
Pero Douglas no esperó a una respuesta de su hermana, sino que se

Espe
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volvió bufando de rabia hacia el hombre que había tenido la desvergüenza


de acariciar las nalgas de su pequeña hermana en medio del vestíbulo y de
meter la lengua en su boca. «¡Maldito hijo de perra!», pensó.
Sinjun empezó a agitar el bastón de nuevo para atraer la atención de los
dos. Oyó a Alex gritar:
-¡Basta, Douglas! -Y a continuación, Alex golpeó con su propio bastón a
su marido en la espalda.
Eso produjo un efecto inmediato en Douglas, que de pronto se dio
cuenta de lo que estaba haciendo. Su mujer y su acalorada hermana
esgrimían bastones como derviches enloquecidos.
Respiró hondo, lanzó una mirada fastidiosa al fauno escocés y dijo:
-Las mujeres van a matarnos. Tendremos que ir a la sala de boxeo o
guardar los puños en los bolsillos.
Colin miraba a la joven alta que le había pedido en patrimonio y había
golpeado a su hermano para protegerlo. Era increíble. Y ahora ella se
interponía entre los dos con el bastón firmemente agarrado. No sólo era in-
creíble, sino también humillante.
-Los puños en los bolsillos, si le parece bien, milord -dijo Colin.
-Está bien -dijo Sinjun-. Alex, ¿qué crees? ¿Debemos dejar los bastones
o quedarnos con ellos por si los señores deciden perder de nuevo los
buenos modales?
Alex no respondió. Frunciendo el entrecejo dejó caer suelo el bastón y
hundió el puño en el estómago de su marido. Douglas estaba tan
sorprendido que sólo pudo lanzar un gruñido. Miró primero a su mujer y
después a Sinjun, y dijo suspirando:
-Está bien, los puños a los bolsillos.
-La civilización tiene sus ventajas -comentó Sinjun-. Para cimentar el
armisticio beberemos té. Pero, antes tiene que venir conmigo, Colin. Tiene
sangre en el labio. Se lo curaré.
Espe
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-Y tú tienes un aspecto horrible, Douglas –censuró Alex-. Tienes los


nudillos lastimados y la camisa desgarrada, precisamente la que hice para
tu cumpleaños. Pero en eso no piensas, claro, cuando te metes en esas
riñas absurdas... Dios mío, tienes sangre en el cuello de la camisa.. Dudo
que puedan quitarla los mejores quitamanchas de la señora Jarvis. Sinjun,
nos reuniremos en el salón dentro de diez minutos. -Miró alrededor, vio a
Drinnen pálido y nervioso, y dijo con calma-: Drinnen, haga el favor de
ordenar al personal que vuelvan al trabajo. Y traiga té y pastas al salón. Su
excelencia es escocés y no debemos defraudarle. Asegúrese de que las
pastas estén en perfectas condiciones.
«Fin del acto -pensó Colin-, con dos mujeres como heroínas
indiscutibles.» Él siguió a Joan Sherbrooke sin la menor objeción y vio por
el rabillo del ojo al conde siguiendo también a su pequeña mujer, que
caminaba con los hombros erguidos y la barbilla levantada como un ge-
neral.
Colin Kinross, séptimo conde de Ashburnham, sintió como si estuviera
atrapado en un sueño fantástico. No era una pesadilla, pero sí un sueño
extravagante. Contempló la cabellera suelta de color rubio castaño que caía
por su espalda por haberse soltado las horquillas en la escaramuza. Se
preguntaba qué le habría sucedido a su sombrero de montar. Su cabello era
largo y espeso, realmente bello. Era atractiva, no cabía la menor duda, y
besarla había sido un verdadero placer.
Pero no podía tolerar esta intromisión. Se trataba de una pelea entre dos
hombres, las mujeres no tenían derecho a inmiscuirse. No, él nunca más
toleraría semejante intromisión.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¡Ya estoy harto de esto, Joan! No voy a dejarme llevar atado con una
cuerda como un perro.
Sinjun se volvió hacia el hombre irritado con el que había decidido
irrevocablemente casarse, le sonrió y dio dos golpecitos en el brazo.
-A mí tampoco me gusta qué me conduzcan agarrada por las narices,
sobre todo en una casa extraña, extraña para usted, claro. Vaya a mi lado y
conduciremos los dos.
-No tiene nada que ver con la extrañeza de esta maldita casa, mi propia
extrañeza o la de nadie -añadió Colin, y a pesar de sentirse ridículo, siguió
marchando a su lado.
Ella le condujo a las regiones inferiores de la gran casa hasta llegar a una
enorme y confortable cocina que olía a canela, nuez moscada y pan dulce,
que justamente estaba cociéndose en los viejos hornos de piedra. A Colin se
le hizo la boca agua al olfatear las pastas. Llevaba demasiado tiempo lejos
de casa.
-Siéntese a la mesa, milord. Él le lanzó una mirada irritada.
-Por el amor de Dios, con todo lo que ha sucedido en menos de
veinticuatro horas, creo que puede llamarme Colin.
Ella le recompensó esbozando una sonrisa irresistible, y si no se hubiera
sentido tan irritado, la hubiera cogido y besado. Pero se sentó dócilmente
en la silla de madera y dejó que ella le humedeciera ligeramente el labio
herido con un paño mojado. Aunque le escocía, no se movió.
-Hubiera preferido llevarle a mi dormitorio -dijo Sinjun
maliciosamente-, pero Douglas quizá hubiera anulado el armisticio de
inmediato. A veces es muy impulsivo.
Colin refunfuñó.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Así conocerá a nuestra cocinera. Es la señora Potter y prepara los


mejores dulces de Inglaterra... Querida señora Potter, este caballero es lord
Ashburnham.
Colin saludó a la corpulenta señora que iba vestida completamente de
blanco, incluido el delantal, y sostenía en la mano una larga pala de
madera para el pan. Ella le miró con suspicacia mientras Colin observaba
la pala y la mano carnosa que la sujetaba.
-¿Quién era la otra mujer? -preguntó luego.
-La esposa de Douglas, Alexandra. Ella lo ama con toda su alma y daría
su vida por él.
Colin extendió la mano, cogió su muñeca y tiró ligeramente de ella para
atraer a Sinjun, hasta que su cara estuvo cerca de la suya.
-¿Cree de verdad en ese amor y esa lealtad?
-Sí.
-Usted golpeó a su hermano, es cierto, pero después me golpeó a mí con
más fuerza.
-Intenté ser justa, pero usted sabe que en el ardor de la batalla resulta
difícil medir la fuerza de los golpes.
Él no pudo evitar sonreír.
-Si no me suelta, creo que la señora Potter le golpeará con la pala del
pan.
Colin la soltó y ella pudo terminar de limpiar el corte de su labio.
-El té caliente quemará un poco, pero le sentará bien. Y en cuanto
termine, iremos al salón. Tiene que entenderse con Douglas, ya que es el
jefe de la familia.
«No puedo creer que esto sea cierto», pensó Colin mientras seguía a la
muchacha hacia el salón. De pronto, ella empezó a silbar como un hombre

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

y él se sobresaltó, pero se limitó a menear la cabeza. A continuación dijo:


-Es totalmente increíble. Hasta ayer no sabía nada de su existencia y
ahora estoy en su casa, su hermano me ha atacado y he estado incluso en
su cocina.
-Douglas estaba completamente convencido de que lo merecía. Él no le
conocía entonces. Lo único que vio fue a un hombre muy apuesto que me
besaba y me levantaba con las manos.
-Eso no era lo único que hacía con las manos.
En lugar de ruborizarse como debería haber hecho una doncella inglesa,
ella lo miró fijamente y dijo con un tono de voz nostálgico:
-Ya sé. Fue muy agradable, aunque me asusté mucho. Era una
experiencia nueva para mí.
-Debería tener la boca cerrada, Joan. Un poco de disimulo, como le dije
en el parque, es muy útil. Tiene que mantenerse a cubierto.
-Ya lo hago, pero en realidad rara vez lo necesito. ¡Qué edad tiene,
Colin?
Él suspiró dándose por vencido.
-Veintisiete. Cumplo años en agosto.
-Imaginé que tendría más o menos la edad de Ryder. Es uno de mis
hermanos. Pronto lo conocerá. Es muy simpático y encantador, y además
es un verdadero filántropo. Pero odia que sepan lo altruista y bondadoso
que es, porque le gusta su fama de mujeriego. En cuanto a mi hermano
más joven (lo llamamos beato Tysen), no debe preocuparse, le protegeré de
sus sermones. Siempre está con la misma monserga de las obras buenas y
los muchos caminos que llevan al infierno. Pero es mi hermano y le quiero
a pesar de su estrechez de miras. Y no debemos olvidar a su mujer,
Melinda Beatrice. Ryder dice que dos nombres son demasiado, y además
no tiene pechos.
Colin no salía de su asombro.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Jamás he conocido una familia como la suya.


-No -dijo Sinjun jovialmente-, supongo que no. Mis hermanos y cuñadas
son maravillosos. Todas excepto Melinda Beatrice, que es una pelmaza.
Llevan casados cuatro años y ya tienen tres hijos, ¿se imagina? Mis
hermanos no dejan de tomar el pelo a Tysen echándole en cara su
incontinencia y descontrol impropios de un clérigo, y diciéndole que va a
hundir el Arca de Noé con tantos hijos.
Habían llegado al salón. Colin se volvió hacia ella y sonrió.
-No atacaré a su hermano, lo prometo. Las manos en los bolsillos...
-Gracias. Espero que mi madre no aparezca mientras esté usted aquí.
Tengo que actuar con ella amablemente pero con firmeza, y para eso debo
tener a Douglas de mi lado.
Al ver que él guardaba silencio, Sinjun se volvió hacia él y le preguntó:
-¿Quiere casarse conmigo, Colin?
-Bueno, creo que antes debo conocer a su madre. Se dice que las hijas
son el vivo retrato de sus madres.
-¡Oh, no! -murmuró Sinjun horrorizada, y al ver que reía, ella le dio un
codazo en el brazo y lo arrastró al salón.
Su hermano parecía seguir enfadado, pero Alex sonreía.
-Ahora vamos a hacer las cosas correctamente. Os presento a Colin
Kinross, duque de Ashburnham. Tiene veintisiete años y está dispuesto a
casarse conmigo. Como ves, Douglas, tenía legítimo derecho a tomarse
ciertas libertades.
-¡Te estaba tocando el trasero, maldita sea! Un hombre sólo hace eso a
su mujer.
-¡Douglas!
-Bueno, la estaba acariciando, Alex. ¿Me iba a quedar plantado viendo

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

cómo este libertino seducía a mi pequeña hermana?


-No, por supuesto que no. Siento no haber interpretado correctamente la
situación. La verdad es que merecía una buena zurra. Ah, ahí está Drinnen
con el té. Sinjun y Colin sentaos, por favor, en el sofá. Colin observó al
conde de Northcliffe, que era unos cinco años mayor que él y tenía un
aspecto atlético. Sin duda no se parecía a los numerosos presuntuosos de
sus contemporáneos.
-Quisiera disculparme por las confianzas que me he tomado con Joan.
Supongo que después de lo ocurrido la única solución honrosa es casarme
con ella.
-No vaya tan deprisa -dijo Douglas-. ¿Y por qué la llama Joan? Así sólo
la llama su madre. Es horrible.
-A mí no me gusta su apodo.
Douglas lo miró perplejo.
-Te aseguro que no me importa -dijo Sinjun, esbozando una espléndida
sonrisa-. Puede llamarme como quiera. Bueno, estaba segura de que este
asunto no sería tan complicado una vez abordado el tema. Como veis, tenía
razón. Es maravilloso ver que todo marcha sobre ruedas. ¿Cómo le gusta
tomar el té, Colin?
-Un momento -intervino Douglas-. Este asunto no tiene nada de
sencillo, Sinjun. Vas a escuchar atentamente. -Se volvió hacia Colin-. He
averiguado, señor, que está buscando una rica heredera. Lo ha ido
contando usted mismo por todas partes. Y sin duda sabe que Sinjun será
muy rica cuando se case.
-Eso es lo que dice continuamente. En realidad, ella fue ella que vino a
mí para decirme que es una rica heredera. Quería que hablara con usted
para averiguar exactamente cuál es el valor de su dote.
-¿Que ella hizo qué?
Sinjun sonrió a su hermano despreocupadamente.

Espe
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-Es verdad, Douglas. Yo sabía que necesitaba una essa rica, así que le
dije que yo era ideal para él; dinero y buen parecido en una mujer... Y
encima recibe a los demás miembros de la familia Sherbrooke.
Alex no pudo evitar echarse a reír.
-Espero, Colin, que pueda sujetar a este diablillo. Sinjun me agarró una
vez, me tumbó al suelo en medio de la enorme entrada de Northcliffe Hall y
me sujetó delante de todo el mundo hasta que sacaron a Douglas de la
habitación donde lo había encerrado yo. Debe tener cuidado, porque no
suele echarse atrás cuando se le mete una cosa en la cabeza.
Alex soltó una carcajada, Sinjun hizo una mueca burlona, Douglas
pareció aún más enojado y Colin creyó hallarse en un manicomio rodeado
de reclusos.
-Más tarde le contaré los detalles -dijo Sinjun a Colin dándole unos
golpecitos en la manga de su chaqueta de color beige, pero cometió el error
de mirarlo a la cara y se sonrojó ante sus propios pensamientos.
-Basta ya, Joan -dijo él entre dientes-. Es usted un peligro para usted
misma. Compórtese como es debido, ¿o quiere que vuelva a atacarme su
hermano?
-Esto es demasiado... Quiero que escuchéis en silencio. -Douglas se
levantó y empezó a andar por el salón con la taza de té en la mano. Al
derramarse, hizo una mueca y dejó la taza sobre la mesa-. Sinjun, le has
visto por primera vez hace cinco días. ¡Cinco días! Es imposible que sepas
si podrás ser feliz con este hombre; es prácticamente un extraño.
-Me ha dicho que no me pegaría. Asegura que es bondadoso y que se
siente responsable de todos los que dependen de él. Cuando hace frío, deja
que los gatos duerman en su cama. ¿Qué más necesito saber, Douglas?
-¡Podría interesarte saber si además de tu dinero le importas tú!
-Si no le importo ahora, le importaré más tarde. No soy una mala
persona, Douglas. Tú también me quieres.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Colin se levantó.
-Joan, deje de contestar por mí como si fuera un retrasado mental o ni
siquiera estuviera presente.
-Muy bien -dijo Sinjun y enlazó decorosamente las manos en el regazo.
-¡Milord, no tengo ni una maldita palabra más que decirle! Esto no es... -
Douglas no encontró las palabras. Se fue hacia la puerta y dijo por encima
del hombro-. Dentro de una semana a esta misma hora hablaré con useed,
Colin Kinross. ¡Siete días! Siete días más, ¿me ha entendido? Manténgase
alejado de mi hermana durante este tiempo. ¡Y sobre todo no ponga las
manos encima de ella cuando se despida dentro de diez minutos!
Cerró la puerta golpeándola con estrépito tras él. Alex se levantó y sonrió
irónicamente a Sinjun y Colin.
-Creo que voy a frotarle la frente con agua de rosas. Eso le calmará. -Se
fue hacia la puerta riendo disimuladamente, se detuvo antes de llegar y dijo
sin volverse-: No le pongas las manos encima, Sinjun, ¿me oyes? Los
hombres en este aspecto son muy susceptibles. No hay que inducirlos en la
tentación. Te aseguro que en diez minutos pueden olvidar todas las reglas
de la urbanidad.
¿Estaban locos los Sherbrooke, incluso los parientes políticos?
-Me alegra haber divertido a su cuñada -dijo Colin con voz nerviosa-. Si
quiere que no le ponga las manos encima, deje de mirar mi boca.
-No puedo evitarlo. Es tan hermoso. ¡Cielos, sólo tenemos diez minutos!
Colin se levantó de un salto y empezó a pasear de un lado a otro como
Douglas lo había hecho.
-Todo esto es insólito, Joan -dijo y se dirigió hacia la chimenea-. A partir
de ahora hablaré por mí mismo.
¿En qué estaba pensando...? Se detuvo a mirar la chimenea de mármol
italiano de color rosa construida por expertos artífices, imaginó el enorme
hogar ennegrecido en el gran vestíbulo de Vere Castle, viejo y sucio, con la-
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

drillos agrietados y el mortero desmoronándose en pedazos. En cambio,


aquí incluso el cuadro con la escena pastoral que había encima de la
chimenea era obra de un viejo maestro. Todo daba testimonio elocuente de
sólida riqueza y privilegios de varios siglos. Pensó en la estrecha escalera
de caracol de la torre del norte, cuyos escalones de madera estaban
pudriéndose por el frío y la humedad que penetraba por las grietas de los
muros. Respiró profundamente. Podría salvar Vere Castle. Podría salvar a
su gente, reponer las ovejas, aplicar sus conocimientos sobre la rotación de
cultivos, comprar grano. Se volvió hacia su futura mujer y dijo:
-Acepto que me encuentre apuesto. Probablemente todo hombre desea
que la mujer con la que se casa lo encuentre razonablemente aceptable.
-Más que aceptable -dijo Sinjun sintiendo que su corazón latía con
fuerza. La había aceptado... deseaba dar saltos de alegría.
Suspirando, él se mesó el cabello con los dedos y se detuvo de pronto
cuando ella le confesó con un tono de sorpresa:
-Nunca pensé que me enamoraría. Ningún hombre ha despertado en mí
sentimientos de pasión. Algunos me parecieron divertidos, pero eso fue
todo. Otros eran imbéciles, rudos y débiles. Otros me tomaron por una pe-
dante, y todo porque no soy una ignorante. No podía imaginar a ninguno
besándome, y si alguien hubiera osado tocarme el trasero, hubiera chillado
y lo hubiera matado al instante. Pero con usted..., es diferente. Sé que no
me ama, por supuesto, pero no me importa. Haré todo lo posible para
obtener su afecto. En todo caso, intentaré ser una buena esposa. ¿Le
gustaría probar ahora las pastas de la señora Potters, o prefiere marcharse
a algún sitio tranquilo a reflexionar?
-Reflexionar... -dijo pensativo-. Hay tanto que no conoce de mí. Podría
cambiar de opinión.
Ella lo miró y preguntó con mucha calma y decisión:
-¿Se preocupará de mí si nos casamos?
-La protegeré con mi vida. Será mi deber y responsabilidad.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Y me respetará?
-Si merece el respeto.
-Muy bien. Puede contarme todo lo que desee de usted después de la
boda, pero no antes. Nada que pudiera decir cambiaría mis sentimientos.
Lo único que deseo es que no llegue a oídos de Douglas nada negativo y sin
la menor importancia antes de que estemos casados.
Se casaría con ella. Su situación financiera no le dejaba otra salida. Pero
a pesar de su comportamiento extravagante y de su franqueza chocante, le
gustaba. Con el paso del tiempo le enseñaría a moderar su lengua. Por otro
lado para él no supondría problema alguno acostarse con ella. Sí, se
casaría, pero debía esperar la semana que su hermano les había impuesto
para pensar. Sin embargo, después no podría perder el tiempo. La
situación en casa empeoraba con cada día que pasaba. Joan Sherbrooke
era un regalo del cielo que se le había ofrecido en bandeja de plata. Sólo un
loco lo dudaría, y Colin Kinross no era un loco.
Fue hacia ella, la levantó en brazos y la contempló en silencio. A
continuación la besó ligeramente en la boca cerrada. Deseaba más de ella, y
aunque suponía que podría tomarla incluso en el suelo en ese mismo
instante sin que ella se opusiera, se contuvo. No correría ningún riesgo.
-Quisiera volver a verla a pesar de la orden de su hermano. ¿Le gustaría
pasear a caballo mañana? Seremos discretos.
-Me encantaría. Douglas nunca lo averiguará. Oh, ¿Colin?
Él se volvió.
-¿Me enseñará a hablar el escocés?
-Con sumo placer -dijo él con el melodioso acento escocés-. Y tú serás el
hada de mi castillo.
-Nunca he sido el hada de un castillo. Suena maravilloso. -Colin meneó
una y otra vez la cabeza sin salir de su asombro.
No he averiguado nada negativo sobre Ashburnham -informó Douglas a
Espe
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su mujer-. Todo el mundo lo estima y respeta. Estudió en Eton y Oxford y


tiene muchos amigos. Lo único que pueden decir de él es que necesita
casarse con una rica heredera.
Alex observó sentada en su tocador cómo su marido iba y venía nervioso
por la habitación. Estaba atardeciendo el cuarto día de los siete que
Douglas había exigido. Los dos sabían que Sinjun se había encontrado con
Colin al día siguiente del altercado histórico, pero ninguno de ellos quería
hacer un drama de eso. Por la información que tenía Douglas, Sinjun no
había vuelto a ver a su escocés desde entonces, aunque con Sinjun nunca se
sabía, tal era su capacidad inventiva.
-¿Desde cuándo es el duque de Ashburnham?
-Desde hace sólo seis meses. Su hermano fue un derrochador, como su
padre. Los dos arruinaron por completo los bienes. Tiene un enorme
castillo en un estado tan ruinoso que necesitará grandes sumas de dinero
para restaurarlo. También debe ocuparse de la agricultura, las ovejas, la
pobreza de sus colonos...
-Entiendo -le interrumpió Alex-, cuando se convirtió en conde y se dio
cuenta del verdadero estado de las cosas, tomó la única decisión que podía
tomar. Supongo que eso no te parecerá mal, Douglas.
-No. Pero...
-¿Qué, querido?
-Sinjun no le conoce. Está enamorada, eso es todo. Y cuando esté en
Escocia, no habrá nadie que pueda protegerla. ¿Qué pasará si...?
-¿Crees que Colin Kinross es un hombre de honor?
-Lo ignoro. Al menos lo parece, pero quién sabe cómo piensa y siente.
-Sinjun se casará con él de todas formas, Douglas. Sólo espero que no le
seduzca antes de la boda.
Él suspiró.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Eso espero yo también. Ahora tengo que hablar con nuestra madre. No
deja de gruñir, está volviendo loca a su doncella y exigiendo que le lleven al
joven. Amenaza con enviar a Sinjun a Italia hasta que olvide a ese bribón
extranjero. Lo raro es que no le importe lo más mínimo que se case con su
hija sólo por el dinero. Lo que no tolera es que sea escocés. Dice que todos
los escoceses son brutales y avaros, y sobre todo presbiterianos.
-Quizá debieras leerle unas poesías de Robert Burns. Son
verdaderamente bellas.
-Ja! Poesías en una lengua extranjera... Aún la enloquecerían más. Ojalá
Sinjun no estuviera en cama con jaqueca. Nunca está cuando la necesito.
-¿Quieres que te acompañe?
-Si lo hicieras, su cólera haría temblar el cielo. Todavía no ha hecho las
paces contigo, querida, y es probable que pronto te eche la culpa de su
estado. -Douglas suspiró y salió de la habitación refunfuñando contra su
hermana y su maldita jaqueca.
Sinjun se encontraba en perfecto estado. Tenía un plan que ya estaba
poniendo en práctica. Había metido una almohada grande en la cama,
cubriéndola como si fuera una persona, de modo que pareciera que estaba
acostada con la cabeza tapada. Si no miraban de cerca, no se darían cuenta.
Se subió los pantalones, se estiró la chaqueta y se ajustó el sombrero de
fieltro cubriéndose la frente. Sin duda parecía un hombre. Se giró y se miró
en el largo espejo. Silbando suavamente abrió la ventana. Todo lo que tenía
que hacer era deslizarse por el olmo al jardín.
El alojamiento de Colin estaba en el segundo piso de una vieja casa
georgiana situada en Carlyon Street, a sólo tres calles de distancia. Aún no
había oscurecido y Sinjun siguió silbando para ahuyentar su miedo y dar la
impresión de que era un muchacho que estaba dando un paseo nocturno.
Vio a dos hombres envueltos en sus capas, riendo- y fumando puros, pero
no le prestaron la menor atención. Un muchacho harapiento escobaba el
camino a cada uno que pasaba y ella le dio las gracias y le tiró un penique.
Sinjun encontró la casa sin contratiempos y se dirigió hacia la puerta
principal decididamente. Golpeó con fuerza en la puerta con la enorme

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

aldaba que tenía forma de cabeza de águila.


No se oyó ruido alguno en el interior. Golpeó de nuevo. Esta vez oyó una
risita entrecortada y la voz aguda de una muchacha exclamando:
-¡No, señor, no! ¡No haga eso, aquí no! Tenemos visita. No, señor... -Se
oyeron más risas y al fin se abrió la puerta, y Sinjun vio ante sí a una de las
mujeres más hermosas que jamás había visto. El profundo escote de la
muchacha mostraba el inicio de unos pechos turgentes y muy blancos,
llevaba el cabello revuelto y sus ojos brillaban de excitación y alegría.
Sonreía maliciosamente.
-¿Y tú quién eres, guapo? -preguntó ella sacando el pecho y apoyando
una mano en la cadera.
El guapo respondió sonriendo:
-¿Quién quieres que sea? ¿Tu padre, quizá...? No, eso no es posible
porque tendría que reprender a ese caballero que te estaba haciendo reír, y
tú no querrías eso, supongo.
-¡Un pájaro de cuidado! Chanzas, jueguecitos y una lengua bien
engrasada. ¿Quieres ver a alguien?
Sinjun asintió con la cabeza. Con el rabillo del ojo vio cómo un caballero
desaparecía por una puerta del pasillo.
-Quisiera ver a lord Ashburnham. ¿Está en casa?
La muchacha adoptó una pose aun más desafiante y volvió a reír con
nerviosismo.
-¡Ah, un capullo de rosa, su señoría! Pero pobre como las ratas. No
puede permitirse una mujer bella ni un criado. Se rumorea que va a casarse
con una rica heredera, pero él no abre la boca. Algún esperpento envuelto
en fina seda será la heredera... ¡Pobre diablo!
-Por lo que he oído algunas herederas saben incluso silbar -dijo Sinjun-.
El apartamento de su señoría está en el segundo piso, ¿no?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Sí -confirmó la muchacha-. ¡Eh, espera! No sé si está. Hace dos días que
no lo he visto. Tilly, mi amiga, subió una vez para ver si quería divertirse
un poco (por cuenta de la casa, dijo Tilly), pero no estaba. Al menos no ha
contestado. ¿Y qué hombre no contestaría a la llamada de Tilly?
Sinjun subió por las escaleras diciendo en voz alta por encima del
hombro:
-Si no está, quizá volverá y tomaremos una taza de té juntos, ¿qué te
parece?
La muchacha se rió.
Sinjun aún reía cuando llegó arriba. Era una casa elegante con un
amplio pasillo, bien cuidada y recién pintada, un alojamiento apropiado
para un caballero. Se preguntó si las chicas tendrían siempre en aquella
casa el mismo aspecto. Tocó la puerta de Colin. No hubo respuesta. Volvió
a llamar. «Por favor -pensó-, por favor, que esté aquí. ¡Cuatro días enteros
sin él!» Le parecía que era mucho tiempo, quizá demasiado. Aquella
primera mañana habían engañado a Douglas, pero Colin no había
intentado verla desde entonces. Tenía que verlo, tocarlo, sonreírle.
Al fin oyó una voz profunda que gritaba:
-¡Quienquiera que sea, váyase al infierno!
Era Colin, pero su voz sonaba extraña. ¿Había alguien con él? ¿Quizá
una muchacha como la que estaba abajo?
No, no podía creerlo. Volvió a llamar a la puerta.
-¡Maldita sea, váyase! -Al Improperio siguió una tos ronca y seca.
Sinjun tuvo miedo. Para su gran alivio la puerta no estaba cerrada con
llave. La empujó y entró en un pequeño vestíbulo. Dirigió la vista hacia la
derecha, a un largo y estrecho salón; estaba bien amueblado, pero era
completamente impersonal. No había nada que hiciese recordar a Colin ni
a nadie, excepto quizá a algún caballero anticuado del siglo pasado.
-¿Colin? ¿Dónde está?
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Oyó más improperios procedentes del otro lado del salón. Lo atravesó
deprisa, abrió la puerta que daba al dormitorio y vio a su prometido
sentado en una cama deshecha, desnudo de medio cuerpo, cubierto con las
sábanas hasta la cintura. Sinjun se quedó allí un momento mirando
fascinada. Su pecho estaba densamente cubierto de vello y su aspecto era
fuerte y musculoso, bien proporcionado. No podía dejar de mirar su pecho,
sus brazos y hombros, incluso su cuello. Tenía una barba negra de dos días,
sus ojos estaban enrojecidos y su cabello revuelto, aunque a ella le pareció
maravilloso.
-¡Joan! ¿Qué diablos está haciendo aquí? ¿Se ha vuelto completamente
loca? ¿Está...?
Su voz era un grito ronco. Sinjun fue inmediatamente junto a él.
-¿Qué le ocurre? -En ese mismo momento se dio cuenta de que estaba
temblando como una hoja. Y ella había estado mirándolo como una
imbécil-. ¡Dios santo! -Lo recostó en las almohadas y lo tapó con las sába-
nas hasta la barbilla-. No, no, no se mueva y dígame qué le pasa.
Colin estaba acostado de espaldas y miraba a Joan, que se había
disfrazado de muchacho, lo cual era ridículo. Pensó que tal vez era la fiebre
la que le hacía fantasear, que quizá ella no estaba allí, que sólo la había
imaginado.
-¿Joan? -farfulló tratando de asegurarse.
-Sí, mi amor, estoy aquí. ¿Qué te ocurre? -Se sentó a su lado al borde de
la cama y le puso la mano en la frente, que estaba muy caliente.
-No puedo ser tu amor -dijo él-. Es demasiado pronto. Maldita sea, estoy
cansado y tan débil como un cachorro recién nacido. ¿Por qué te has
vestido como un muchacho? Es ridículo. Tienes las caderas de una mujer y
tus largas piernas no se parecen en nada a las de un muchacho.
Era un tema de conversación interesante, pero Sinjun estaba demasiado
preocupada para dejarse distraer.
-Tienes fiebre. ¿Has vomitado?.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Él meneó la cabeza y cerró los ojos.


-¿Es que no tienes la menor sensibilidad?
-¿Te duele la cabeza?
-Sí.
-¿Cuánto tiempo llevas sintiéndote mal?
-Dos días. Pero no pasa nada. Sólo estoy cansado.
-¿Por qué no has hecho llamar a un médico? ¿Por, qué no me has
avisado?
-No necesito a nadie. No es más que un ligero resfriado. Estuve viendo
un combate de boxeo bajo la lluvia en Tyburn Hill. Sólo estoy cansado.
-Ya veremos. -«¡Ah, los hombres!» pensó ella mientras se inclinaba y
apretaba la mejilla contra la suya «No pueden admitir sus debilidades.»
Luego se apartó con un movimiento involuntario; tenía mucha fiebre. Él
abrió los ojos, pero ella le dijo mientras le ponía el dedo en los labios-: No,
no te muevas. Yo me ocuparé de todo. ¿Cuándo has comido por última vez?
Enfurecido y con la mirada hosca gruñó:
-No me acuerdo y no me importa. No tengo hambre. Vete, Joan. Es
absolutamente indecoroso que estés aquí.
-¿Me dejarías tú si me encontrases enferma y sola?
-Esto es diferente, y tú lo sabes. Por el amor de Dios, estoy en cueros.
-En cueros... -repitió ella sonriendo-. Mis hermanos nunca dijeron eso
antes. No, no, no me mires con esa cara ni maldigas. No te muevas de la
cama, yo me ocuparé de todo.
-¡No, maldita sea, márchate!
-Me voy, pero enseguida volveré con ayuda. No te destapes. ¿Quieres
agua?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Él inclinó la cabeza asintiendo.


Cuando había saciado su sed, ella preguntó escuetamente:
-¿Necesitas hacer alguna necesidad?
Él pareció que iba a arremeter contra ella.
-¡Lárgate!
-Está bien. -Se inclinó, le dio un beso en la boca y se fue a toda prisa.
Colin se tapó con la cubierta hasta la nariz. Su mente estaba confusa y la
habitación borrosa. Cuando volvió a abrir los ojos estaba solo. ¿Había
venido realmente? Ya no estaba tan sediento, así que alguien había tenido
que ayudarle. Oh, Dios, tenía tanto frío que no podía dejar de temblar. Su
cabeza palpitaba y su mente estaba cada vez más confusa. Estaba enfermo
y se sentía peor que después del combate en el que se rompió dos costillas,
apenas dos meses antes de que muriera su hermano y él heredara el título,
que había aceptado sólo porque no podía soportar la destrucción de su
hogar.
Cerró los ojos y vio ante sí a una Joan sonriente vestida de hombre. Era
una muchacha desconcertante. Volvería, no le cabía la menor duda; es
decir, si es que había estado aquí.
Una hora más tarde recibió una fuerte impresión al ver que no sólo
volvía Joan, sino que Douglas la acompañaba. Vio que aún iba vestida de
hombre. ¿Es que no la educaba su hermano? ¿No le enseñaba cómo debe
comportarse una joven de la buena sociedad?
Colin miró fijamente al conde, incapaz de decir una sola palabra.
Douglas lo miró un momento antes de decir con calma..
-Va a venir con nosotros a nuestra casa. Está enfermo. Hasta un ciego
puede verlo, y mi hermana no quiere casarse con un hombre que está más
muerto que vivo.
-Así pues, realmente has estado aquí -murmuró Colin dirigiéndose a
Sinjun.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Sí, y ahora todo se arreglará. Voy a cuidar bien de ti.


-Maldita sea, sólo estoy cansado, no enfermo. Estás dando demasiada
importancia a esto, y yo sólo quiero que me dejen solo y...
-Cállese -ordenó Douglas.
Y Colin obedeció porque se sentía muy mal.
-Sinjun, sal de aquí. Este hombre está desnudo y no puedes quedarte
aquí, sin más, viendo que molestas. Di a Henry y Boggs que entren para
ayudarme a vestirlo.
-Puedo vestirme yo mismo -gruñó Colin, y Douglas no le contradijo.
Colin consiguió a duras penas vestirse sin ayuda, pero el viaje a la casa
de los Sherbrooke fue una pesadilla, y cuando Henry y Boggs le ayudaban a
subir la escalera se desmayó.
Sólo cuando estuvieron en el dormitorio de invitados Douglas descubrió
la profunda herida de cuchillo en el muslo derecho de Colin.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Tienes que descansar un poco, Sinjun. Ya es casi la una de la mañana.


Sinjun logró apartar la vista de la cara tranquila de Colin haciendo un
esfuerzo para mirar a su cuñada.
-Ya descanso, Alex. Quiero estar aquí cuando despierte. Tiene tanta
sed...
-Es un hombre fuerte -la tranquilizó Alex-. El médico ha dicho que
sobrevivirá. Él no me preocupa ahora. No quiero que enfermes tú.
-A pesar de todo no quiero dejarlo. Ha tenido unas pesadillas horribles.
Alex le dio una taza de té y se sentó a su lado.
-¿Qué clase de pesadillas?
-No estoy segura. De todos modos está asustado quizá sólo sea producto
de la fiebre.
Colin oyó su voz tranquila. Intentaba aparentar calma, pero no
conseguía ocultar su preocupación por él. Quería abrir los ojos y mirarla,
pero le faltaban las fuerzas para hacerlo. Sinjun tenía razón; estaba
asustado, porque había visto otra vez la imagen de Fiona tendida en el
fondo del despeñadero y a sí mismo mirándola atónito desde arriba.
Intentaba apartar de su mente aquellas imágenes, pero éstas lo perseguían
y el miedo lo abrumaba porque no podía acordarse de nada y pensaba que
siempre albergaría la terrible duda. ¿Había matado a Fiona? No, él no
había matado a su mujer. Ni siquiera esta pesadilla podía convencerle de
que la había matado.
Alguien lo había traído allí, quizá la misma Fiona había caído al
precipicio. En el fondo de sí mismo sabía que no la había matado. Se había
apartado del borde del precipicio muy despacio, paso a paso, extrañamente
aturdido. Después había traído algunos hombres al lugar donde la había

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

encontrado, y nadie le había preguntado qué había pasado, por qué Fiona
se hallaba tendida a diez metros de profundidad y con el cuello roto.
Pero por supuesto, pronto surgieron rumores que eran mucho peores
que una acusación directa, porque no podía defenderse contra esas
alusiones malignas. Aunque hubiera sostenido su inocencia, ¿cómo
hubiera podido creerla alguien si no podía dar explicación alguna de por
qué se hallaba él en el despeñadero? Cuando despertó, no podía acordarse
de nada. El único hombre al que había contado lo poco que podía recordar
era el padre de Fiona, el jefe del clan de los MacPherson, y él le había
creído. Pero eso no servía de mucho, porque el olvido lo mortificaba, le
perseguía en sueños, cuando era más vulnerable. Aunque nunca creyó ser
el asesino de su mujer, pensaba que sus pesadillas eran un castigo
merecido.
En aquel instante se movía violentamente dando puñetazos al aire y
lanzando profundos quejidos. La herida del muslo escocía y lo consumía.
Sinjun se levantó enseguida y le puso las manos suavemente en los
hombros para tranquilizarlo.
-¡Psss, Colin! Tranquilízate. Sólo son pesadillas, nada más. Fantasías
que te atormentan. Así está bien... Vamos, bebe algo. Pronto te sentirás
mejor.
Ella inclinó ligeramente su cabeza y le puso el vaso de agua en los labios.
Colin bebió, y cuando había bebido bastante giró la cabeza a un lado. Le
limpió la barbilla mientras decía en voz baja a su cuñada:
-He echado un poco de láudano en el agua para que duerma mejor, sin
pesadillas.
Alex no dijo nada. Sabía que nadie podría arrancarla de Douglas si él
estuviera enfermo. Trató de animar a Sinjun con unas palmaditas en el
brazo y salió del dormitorio.
Douglas estaba despierto y atrajo a su mujer hacia sí con fuerza.
-¿Cómo está?

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-Mal. Tiene pesadillas. Es terrible, Douglas.


-¿No has conseguido persuadir a Sinjun de que que se ocupara de él
durante el resto de la noche?
-No. Además, Finkle seguro que se quedaría dormido y despertaría al
pobre Colin con sus ronquidos. Tú dijiste que cuando estabas sirviendo en
campaña con él no podías dormir con el ruido que hacía, y eso que estabas
agotado tras una batalla de doce horas. No, deja que Finkle se ocupe de
Colin durante el día. Sinjun es joven y fuerte. Necesita estar con él. Déjala.
Douglas exhaló un suspiro.
-La vida está realmente llena de sorpresas. Yo le prohibí entrar en esta
casa aunque en el fondo sabía que los dos se verían. Maldita sea, podía
haber muerto si Sinjun no hubiera decidido ir a su apartamento. Es culpa
mía. Ella no sabe nada de la herida, supongo.
-No. Y si sigues reprochándote algo que no tiene que ver contigo,
escribiré a Ryder pidiéndole que venga a darte una paliza.
-¡Ja! Ryder no haría eso. Además, soy más fuerte que él y le machacaría
los huesos.
-Sí, pero después tendrías que vértelas con Sofía.
-¡Cielos, eso sí que resulta aterrador!
-Espero que no te importe que ella y Ryder no puedan venir a Londres
ahora. Con los dos niños heridos al caer del henil, no disfrutarían de la
estancia. Y nuestros mellizos son muy felices con su primo y los demás
niños.
-Echo de menos a los pequeños -dijo Douglas cariñosamente.
-¿Te refieres a los doce más los dos nuestros y el de Sofía y Ryder?
-Bueno, prefiero sólo a los nuestros, pero me parece muy bien la idea de
enviar a los niños de un sitio a otro. Así no les queda tiempo de meterse a
los mayores en el bolsillo.

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-Tienes razón. Pero ahora, con Colin enfermo y una boda que preparar,
supongo que es mejor dejarlos con sus tíos.
-Sinjun querrá casarse con Colin lo antes posible. Si es así, Ryder y Sofía
no estarán presentes.
-Estoy demasiado cansada para seguir pensando en eso. Vayamos a
dormir.
Douglas notó que una mano blanda le acariciaba el pecho y sonrió en la
oscuridad.
-Ah, creí que estabas cansada. ¿Has recuperado tus fuerzas? ¿Quizá me
he ganado una recompensa?
-Si prometes no despertar a tu madre con tus alaridos. -Alex se
estremecía aún recordando la noche en que la madre de Douglas había
entrado precipitadamente en la habitación pensando que Alex había
matado a su hijo. Había sido una situación muy embarazosa.
-Me meteré un pañuelo en la boca -prometió Douglas.

Al fin había recuperado el sentido, pero se sentía tan débil que ni


siquiera podía levantarse para alcanzar el orinal. Era terrible, aunque ya no
tenía fiebre y el dolor de su pierna había cedido. Había sido un insensato al
no acudir de inmediato a un doctor, pero nunca lo había hecho hasta
entonces. Incluso el doctor Childress, que llevaba más de treinta años
como médico de cabecera de los Kinross, no lo había tratado más que en
algunas enfermedades de su niñez.
Era joven, fuerte y completamente sano. Jamás hubiera podido imaginar
que una pequeña herida punzante pudiera llevarlo al borde de la muerte.
Con los ojos medio abiertos observó que Joan entraba en la habitación.
Estaba hambriento y de mal humor, y no quería tenerla cerca. Lo que
necesitaba era la ayuda de un hombre.
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-Ah, ya estás despierto -dijo Sinjun sonriendo embelesada-. ¿Cómo te


sientes?
Él emitió un gruñido.
-¿Quieres que te afeite? Una vez afeité a Tysen mientras Ryder lo
sujetaba. No hace más de diez años. Podría intentarlo, te aseguro que
tendría mucho cuidado.
-No.
-Es curiosísimo, Colin. Abajo hay un hombre que asegura ser tu primo.
Eso le hizo sentarse en la cama. La miró como si estuviera viendo a un
monstruo de dos cabezas. ¿Un primo? Ningún primo suyo sabía que estaba
allí, salvo... MacDuff.
-No es posible -murmuró.y se dejó caer en las almohadas sin volver a
cubrirse. Sinjun tragó saliva. Era tan apuesto y musculoso, tan atractivo,
con su pecho cubierto de vello negro que se iba reduciendo hacia la cintura
hasta desaparecer como un suave riachuelo bajo la cubierta. No obstante,
estaba demasiado delgado, se le notaban las costillas. Pero eso cambiaría
pronto.
-No debes destaparte -dijo ella mientras lo cubría con las sábanas,
aunque hubiera preferido retirarlas y contemplarlo durante varias horas.
-Joan, ¿bromeas? ¿MacDuff está aquí?
Ella parpadeó.
-¿MacDuff? No ha mencionado su nombre, sólo ha dicho que es su
primo favorito. ¿MacDuff, como el de Shakespeare?
-Sí. Cuando éramos muchachos todos lo llamábamos MacCud...
-¿«Cud» no significa «vaca» en escocés?
Él sonrió.
-Así es. Su verdadero nombre es Francis Little, pero un hombre de su
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estatura y corpulencia no puede llamarse así. Por eso lo llamamos


MacDuff. Dijo que nos trituraría los huesos si seguíamos llamándolo
MacCud. Así que lo llamamos MacDuff.
-Eso es mucho mejor que Francis Little, sobre todo para un hombre con
el pecho como el tronco de un roble. ¡MacDuff! Muy ingenioso, Colin.
Supongo que lo inventaste tú. Es pelirrojo, aunque no tiene pecas en la
cara. Y sus ojos son azules como el cielo en verano.
-Sus ojos son del mismo color que los tuyos. Y ahora deja de encomiar al
condenado gigante de mi primo y tráelo.
-No -dijo Sinjun-. Antes tienes que desayunar. Ah, ahí está Finkle. Él te
ayudará en tus otras necesidades. Volveré dentro de unos minutos para
ayudarte a comer.
-No necesito tu ayuda.
-Por supuesto que no, pero te gusta mi compañía, ¿verdad?
Ella sonrió, lo besó en la boca y salió danzando de la habitación.
Se giró al llegar a la puerta.
-¿Querrías casarte conmigo mañana?
Él le lanzó una mirada más irritada que escandalizada.
-Tendrías una noche de bodas memorable. La pasaría echado a tu lado
sin tocarte.
-No me importaría. Tenemos toda la vida por delante.
-Me niego a casarme antes de que pueda acostarme contigo como es
debido. -Se dio cuenta de que había hecho una observación absurda, ya que
en realidad necesitaba casarse con ella lo antes posible. Se le estaba aca-
bando el tiempo, necesitaba su dinero desesperadamente.
Sinjun se sentó en la silla y observó a los dos primos mientras hablaban
en voz tan baja que no podía oír nada. No sentía deseos de escuchar

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disimuladamente, una actividad en la que había conseguido auténtica


perfección a lo largo de los años. Con tres hermanos mayores, había
aprendido a una edad muy temprana que el medio más eficaz de obtener la
mayor parte de la información a la que no tenía acceso era mirar por el ojo
de la cerradura. Miró por la ventana al jardín cercado. Era un día fresco,
ero el cielo estaba despejado y azul, y las flores y los árboles del jardín
estaban en plena floración. Oyó reír a Colin y sonrió satisfecha. MacDuff -
ese apodo era sin duda aún más extraño que el suyo- parecía un hombre
agradable, pero sobre todo parecía tener un gran afecto a Colin. Incluso
sentado junto a la cama era enorme, casi como un gigante, y su fuerte
sonrisa le sacudía todo el cuerpo. Le gustó al instante. No sentía ningún
desasosiego por haber dicho a MacDuff que si fatigaba a Colin lo echaría
personalmente de un puntapié.
Él la había mirado desde su imponente altura diciendo:
-Ya veo que no es cobarde, sólo un poco insensata por llevar a su casa a
este pájaro raro. No, no se preocupe, me largaré antes de fatigar al pobre
muchacho.
De perfecto acuerdo con él, lo había llevado a ver a Colin.
MacDuff se levantó y dijo a Colin:
-Es hora de que descanses, amigo mío. No, no admito discusión... He
prometido a Sinjun no abusar demasiado de ti y le tengo un tremendo
respeto.
-Se llama Joan. No es un hombre.
MacDuff arqueó una ceja.
-Vaya, estamos algo malhumorados y deprimidos, ¿no? En fin, vendré a
verte mañana otra vez, Ash. Obedece a Sinjun. Por cierto, me ha invitado a
la boda.
MacDuff se retiró.
-Tiene tan poco acento escocés como tú -dijo Sinjun.

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-A pesar de su apodo, MacDuff prefiere la rama inesa de su familia. Mi


padre y su madre eran hermanos. Su madre se casó con un inglés de York,
un rico comerciante. Los dos recibimos nuestra educación en Inglaterra,
pero él se ha adaptado más que yo. Llegué a pensar que rompería todos los
lazos con Escocia. Pero ahora creo que ha cambiado su modo de pensar,
porque en los últimos años ha estado viviendo casi todo el tiempo en
Edimburgo.
-Estás cansado, Colin. Quiero que me lo cuentes todo, pero más tarde,
querido.
-Eres una déspota. Lárgate de una vez, Joan -dijo él con un tono
desabrido que gustó a Sinjun, ya que evidenciaba que estaba mejorando.
-Está bien. -Se giró al llegar a la puerta-. ¿Querrías casarte conmigo
pasado mañana?
-¡Qué pesada! -gruñó él, y ella sonrió mientras cerraba la puerta tras sí.
Colin cerró los ojos agotado. Estaba muy preocupado y enfurecido.
MacDuff le había informado de que los MacPherson hacían incursiones en
las tierras de los Kinross. Se habían enterado de que estaba al borde de la
ruina, sabían que no se encontraba en Escocia y trataban de aprovecharse
de ello. Generalmente se contentaban con lamentarse de su infortunio -del
que eran responsables-, pero ahora, según MacDuff, estaban saqueando las
tierras y apoderándose del ganado, llegando incluso a matar a algunos
colonos que habían opuesto resistencia al pillaje. Su gente hacía lo que
podía, pero les faltaba un jefe. Colin jamás se había sentido tan inútil. Allí
estaba sujeto a esa distinguida cama en esa distinguida casa, sin poder
ayudarse a sí mismo, a su familia ni a sus colonos.
No había nada más importante para él que casarse con Joan Sherbrooke.
No le hubiera importado que tuviera los dientes como un conejo; lo
verdaderamente importante era que aportase una buena arca de dinero. Lo
único que contaba era aplastar a los cobardes MacPherson y salvar Vere
Castle y el resto de la propiedad de los Kinross. Debía actuar con rapidez.
Intentó levantarse, apretó los dientes para ahogar la punzada de dolor en el
muslo y se desplomó en la cama otra vez. Su cabeza palpitaba con fuerza.

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La próxima vez que Joan le pidiese que se casara con ella, le diría que
trajese al pastor de inmediato.

Douglas Sherbrooke dobló la carta con mucho cuidado y volvió a meterla


en el sobre.
Empezó a pasear de un lado a otro de la biblioteca, se detuvo, sacó de
nuevo la carta del sobre y la leyó otra vez. Las grandes letras de molde
estaban escritas cuidadosamente con tinta negra. Leyó:

«LOAD NORTHCLIFFE:
COLIN ROSS HA ASESINADO A SU MUJER. SE CASARÁ CON SU
HERMANA Y DESPUÉS TAMBIÉN LA ELIMINARÁ.
NO LO DUDE. ES CRUEL Y CAPAZ DE TODO POR CONSEGUIR
LO QUE QUIERE, Y LO QUE QUIERE AHORA ES DINERO.»

Douglas odiaba los anónimos. Las cobardes acusaciones de esta clase le


parecían miserables e inverosímiles, pero lo peor era que a pesar de todo
sembraban la duda, cualquiera que fuera la opinión personal que uno
tuviera del acusado. La carta había sido entregada por un chiquillo al
mayordomo diciendo tan sólo que un sujeto le había pedido que la
entregase a su señoría.
Por desgracia, Drinnen no había pedido al muchacho que describiera al
hombre. Douglas estrujó la carta en su mano mientras caminaba con
nerviosismo por la biblioteca.
Colin mejoraba deprisa, y Sinjun bailoteaba alegremente dispuesta a
casarse ese mismo fin de semana. Ya era martes... Cielo santo, ¿qué debía
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hacer?
Él sabía que a Sinjun no le importaría aunque la maldita carta acusara a
Colin de haber asesinado a un regimiento entero. Sin duda no lo creería, y
preferiría declarar la guerra a toda su familia antes que perder a ese
hombre.
Pero él no podía ignorar el asunto y por eso se dirigió al dormitorio de
Colin tan pronto como Alex y Sinjun salieron de casa para recoger el
vestido de novia de ésta en Madame Jordan.
Colin llevaba puesta una de sus propias batas, ya que Finkle había vuelto
a su apartamento a recoger toda su ropa y la había traído en dos baúles a la
casa de los Sherbrooke. Estaba de pie junto a la cama, mirando a la puerta.
-¿Necesitas ayuda? -preguntó Douglas mientras entraba en la
habitación.
-No, gracias. Estoy tratando de demostrarme que puedo ir y venir de un
lado a otro de la habitación tres veces sin caer de bruces.
Douglas rió.
-¿Cuántas veces lo has hecho ya?
-Dos, en intervalos de cinco minutos. Pero me temo que a la tercera me
mataré.
-Siéntate, Colin. Tengo que hablar contigo.
Colin se sentó con cuidado en un sillón que había junto a la chimenea.
Estiró la pierna con dificultad y empezó a frotarla suavemente.
-No se lo has dicho a Joan, supongo.
-No, sólo a mi mujer, aunque no comprendo por qué no debe enterarse.
-La enfurecería y preocuparía, no lo aceptaría sin más. Quizá contrataría
a alguien para que encontrase a mi agresor. O pondría un anuncio en la
Gazette ofreciendo una recompensa por información que ayudase a

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capturarlo. Eso podría ponerla en peligro. Necesita protección, aunque


creo que más de sí misma que de otra cosa.
Douglas lo miró sorprendido.
-Hace tan poco tiempo que la conoces y sin embargo... -meneó la cabeza-
, eso es exactamente lo que haría. A veces creo que ni siquiera el buen Dios
sabe lo que planea hasta que lo hace. Su imaginación es inagotable, ¿sabes?
-Supongo que lo averiguaré pronto.
-Todavía no me has dicho quién te atacó.
Colin evitó la mirada de Douglas.
-Un pequeño maleante que quería robarme. Lo derribé de un golpe y él
sacó de la bota un cuchillo y me lo clavó. No pudo alcanzarme más arriba
del muslo.
-¿Lo mataste?
-No, pero probablemente debería haberlo hecho. El desgraciado hijo de
perra no se hubiera llevado mucho de haber conseguido vaciarme los
bolsillos. No llevaba más de dos guineas encima.
-Colin..., hace poco he recibido una carta que te acusa del asesinato de tu
mujer.
Colin guardó silencio y Douglas tuvo la impresión de que se encerraba
en sí mismo. ¿Era dolor o sentimiento de culpabilidad de lo que huía? En
todo caso, Colin seguía mirando por encima del hombro de Douglas hacia
la chimenea, evitando su mirada.
-No estaba firmada. La persona que la escribió envió a un muchacho
para que la entregara. Si hay algo que detesto son las cartas anónimas.
Envenenan la sangre y le dejan a uno un mal gusto.
Colin no dijo nada.
-Nadie sabía que habías estado casado...

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-Creí que eso no incumbía a nadie.


-¿Cuándo murió tu mujer?
-Hace unos seis meses y medio, poco antes de morir mi hermano.
-¿Cómo?
Colin sintió que sus entrañas se contraían convulsivamente.
-Cayó por un precipicio y se rompió el cuello.
-¿La empujaste tú?
Guardó silencio, pero en su frente podía apreciarse la rabia que lo
embargaba.
-¿Reñiste con ella? ¿Fue un accidente?
-Yo no asesiné a mi mujer y no asesinaré a tu hermana. Supongo que la
carta te advierte de lo contrario.
-Así es.
-¿Se lo dirás a Joan?
Douglas pestañeó. No lograba acostumbrarse. a que Colin llamase a su
hermana «Joan».
-No tengo más remedio. Por supuesto preferiría que fueses tú el que se
lo dijese. Quizá debieras darle las explicaciones que no quieres darme a mí.
Colin volvió a callar. Douglas se puso de pie.
-Lo siento -dijo-. Es mi hermana y la quiero. Tengo que protegerla. Debe
estar informada de esto. Por otra parte, considero que no debéis casaros
hasta esclarecer este asunto. Debo insistir en ello.
Douglas salió de la habitación cerrando cuidadosamente la puerta.
Colin, una vez solo, echó hacia atrás la cabeza, cerró los ojos y se frotó el
muslo. Los puntos de sutura le picaban y la piel estaba rosada. Le herida

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estaba sanando deprisa, pero ¿lo bastante deprisa?


¿Quién podría haber escrito la maldita carta?
Los MacPherson eran los únicos que se le ocurrían por los motivos que
tenían. Su mujer, Fiona Dahling MacPherson, era la hija mayor del jefe del
clan. El viejo Latham creyó que él no la había matado, a diferencia del
hermano de Fiona, pero Latham, como jefe del clan, lo había tenido a raya.
Durante los últimos meses había llegado a oídos de Colin que Latham
estaba perdiendo el juicio y que su salud se deterioraba cada vez más, lo
cual no era extraño, porque debía de ser más viejo que las rocas gaélicas de
Limner. Estaba casi seguro de que la carta debía ser de los MacPherson,
esos cobardes desgraciados. No podía ser de nadie más.
Sin embargo, a pesar de la maldita carta tenía que casarse con Joan, y
rápidamente, porque de lo contrario todo se habría perdido. Cerró los ojos.
Hizo un esfuerzo para descansar y dormitó unas horas en el sillón.
Cuando despertó, consiguió atravesar la habitación dos veces, después tres.
Afortunadamente estaba recuperando sus fuerzas. Las iba a necesitar muy
pronto.
Tomó la decisión durante la cena. Joan cenó junto a él en su habitación.
Cuando se llevaba a la boca el tenedor con un pedazo de jamón la oyó
decir:
-Colin, el vestido de novia es precioso, de verdad, pero todo este jaleo me
pone nerviosa. Mi madre con gusto te condecoraría por haberme librado de
mi destino de solterona. Pero lo cierto es que odio esos preparativos
pomposos de las bodas. Me gustaría fugarme contigo para comenzar
nuestra vida juntos en paz.
Él se sintió profundamente aliviado. Lo que fluía de su boca era maná
del cielo. Había pensado y cavilado sin cesar, se había estrujado la cabeza
desechando una idea tras otra, y ella estaba dispuesta a entregarse a él sin
la menor vacilación.
-No estoy completamente restablecido -dijo él con la mente ocupada en
otros pensamientos.
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-El viernes te habrás recuperado. Puede que incluso antes. Oh, si


pudieras estar bien ahora mismo...
Colin respiró profundamente.
-Tengo que decirte algo, Joan. Escúchame, por favor. Es muy
importante. Tu hermano prohibirá la boda. Me ha dicho que lo hará, que
debe hacerlo para protegerte.
Sinjun lo miró perpleja con los guisantes en el tenedor encima del plato.
Se llevó los guisantes a la boca y masticó lentamente. Bebió un trago de
vino y esperó en silencio.
-¡Oh, maldita sea, tu hermano cree que he matado a alguien! Va a
contártelo él mismo si no lo hago yo. Quiere que todo esté aclarado antes
de la boda. Desgraciadamente no hay forma de aclarar este asunto. No se lo
he dicho, pero es así. No nos casaremos, Joan. Lo siento, pero tu hermano
no lo permitirá y yo tengo que doblegarme a sus deseos.
-¿Y a quién se supone que has matado?
-A mi primera esposa.
-Es completamente absurdo -afirmó Sinjun sin dudar un solo instante-.
No me refiero a que hayas estado casado una vez, aunque seas tan joven,
sino a que hayas podido hacer daño a alguien y menos aun a tu mujer. ¡Qué
disparate! ¿Quién ha contado a Douglas semejante ridiculez?
-Ha recibido una carta anónima.
-Ahora lo comprendo. Alguien está celoso o simplemente te odia por ser
tan apuesto y tomar Londres al asalto. Hablaré con Douglas y lo pondré
sobre la pista.
-No.
Una sola palabra bastó para que ella comprendiera su determinación.
Esperó en silencio y logró reprimir su curiosidad.
Al fin, tras una espera interminable, ella obtuvo su recompensa cuando

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Colin, mirándola directamente a los ojos, dijo:


-Si quieres casarte conmigo, tendremos que partir esta misma noche.
Iremos a Escocia y nos casaremos sobre la marcha, pero no en Gretna
Green, porque ése sería el primer lugar adonde iría tu hermano. Nos
detendremos en mi casa de Edimburgo para casarnos como es debido.
Lo había hecho. Había cruzado el Rubicón. Sabía que se portaba
indignamente, pero no tenía otra opción y Joan se le había ofrecido en
bandeja de plata.
Sinjun guardó silencio durante un buen rato. Pero cuando al fin habló, él
se dejó caer en la almohada aliviado.
-No era tu propuesta en lo que he estado pensando, Colin. Tenía que
hacer planes. Podemos conseguirlo. Lo único que me preocupa es que aún
no estás bien, pero no importa. Yo me ocuparé de todo. Saldremos a
medianoche. -Se levantó y se sacudió las faldas. Parecía tan decidida como
lo había estado su hermano-. Esto le dolerá mucho a mi hermano, pero se
trata de mi vida y soy yo quien tengo que decidir lo que es mejor para mí.
¡Oh Dios, hay tanto que hacer! Pero no te preocupes. Tú debes descansar y
recuperar fuerzas. -Se inclinó y le dio un beso. Antes de que él pudiera
reaccionar, ella ya estaba caminando hacia la puerta con pasos tan largos
que su vestido se enredaba entre los muslos. Con la perilla de la puerta en
la mano, se giró hacia él-. Douglas no es imbécil. De inmediato sabrá lo que
planeamos y se pondrá en camino tras nosotros, pero escogeré una ruta
que lo despistará. Afortunadamente dispongo de más de doscientas libras.
Cuando estemos casados, a Douglas no le quedará otro remedio que pagar
mi dote y tú no tendrás que preocuparte más por el destino de tu
propiedad. Tenemos que hacerle entender que necesitas el dinero ur-
gentemente. Siento de veras que esa maldita carta te cause tantas
molestias, Colin. Algunas personas son el mismísimo demonio. -Luego
salió de la habitación, y él hubiera jurado que la había oído silbar.
Lo había conseguido. Había ganado con todas las probabilidades en
contra, y después de todo él estaba haciendo únicamente lo qué ella quería.
Había sido ella la que quería casarse a toda costa. A pesar de todo, no
estaba tranquilo. Aunque hacía poco tiempo que conocía a Joan, no
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dudaba de que saldrían exactamente a medianoche en un coche muy


cómodo y de que su hermano tendría muchas dificultades para descubrir
su pista. Incluso pensaba que quizá conseguiría un par de caballos ruanos
para tirar del coche. Cerró los ojos, pero volvió a abrirlos enseguida. Tenía
que comérselo todo para recuperar fuerzas.

«Mis hermanos me matarán», pensó ella mientras el coche atravesaba la


noche a toda prisa hacia la carretera de Reading. Lo besó tiernamente en la
mejilla, pero él no reaccionó. Lo arropó bien con las mantas. Su respiración
era profunda y regular, y no tenía pesadillas. Aún no acababa de
comprender cómo lo había debilitado tanto la enfermedad, pero eso ya no
importaba. Pronto volvería a estar bien, especialmente ahora que ella sería
la única que lo cuidaría.
Jamás había amado a nadie como a él. No permitiría que nadie se
interpusiera entre ellos y que volviera a hacer daño a Colin. «Es mi vida -
pensó-, no la de Douglas, Ryder o cualquiera. Sí, es mi vida, y yo le amo y
confío en él, y en mi corazón él ya es mi esposo y compañero.»
Pensó en su madre, que había conseguido engañar a Finkle esa tarde.
Colin le había contado con una sonrisa astuta que la condesa viuda había
hecho su entrada en la habitación como el buque insignia de la reina y,
después de observarlo durante un largo rato, había dicho:
-Bien, joven, al parecer quiere casarse con mi hija por su dote.
Colin le había contestado sonriendo:
-Su hija se le parece mucho. Tengo que casarme con una mujer con
dinero, señora, no me queda otro remedio. Pero ella supera todas mis
esperanzas, y le aseguro que yo seré un buen marido.
-Es usted un halagador, señor, pero por mí puede seguir siéndolo. Ahora
escuche. Joan es una tuna y usted tendrá que encontrar la forma de
sujetarle las riendas, porque no hay quien la supere haciendo diabluras.

Espe
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Por desgracia sus hermanos han consentido siempre sus travesuras,


porque no tienen idea de cómo debe comportarse una dama. Ahora tendrá
que enseñarle buenos modales. También lee. Sí, le estoy diciendo la
verdad, creo que es mi obligación decírselo. Lee -la viuda tomó fuerzas
respirando profundamente- incluso tratados y libracos que deberían estar
cubiertos de polvo. Yo no tengo la culpa de eso. Son sus hermanos los que
no le han enseñado la manera correcta de comportarse.
-¿De verdad lee, señora? ¿Lee tratados y cosas así?
-Así es, y ni siquiera se toma la molestia de esconderlos debajo de la silla
cuando un caballero viene a visitarla. Es provocador, y yo la reprendo, pero
ella se ríe. ¿Qué puedo hacer? En fin, le he dicho toda la verdad, aun a
riesgo de que no quiera casarse con una muchacha de un carácter tan
malformado.
-Yo me ocuparé de ese problema, señora, y me aseguraré de que sólo lea
aquellas cosas que considere adecuadas para una joven esposa.
La condesa viuda lo miró embelesada.
-Excelente. Me alegro de que no hable usted como un salvaje escocés.
-Fui educado en Inglaterra, señora. Mi padre opinaba que todo noble
escocés debía hablar inglés perfectamente.
-Ah, su padre era un hombre sabio. Me han dicho que es usted conde, el
séptimo conde de Ashburnham, lo que significa que su título es bastante
antiguo. Los nuevos nobles me parecen sospechosos. Son unos advenedi-
zos que se creen iguales a nosotros, pero que por supuesto no lo son.
Él inclinó la cabeza con una seriedad imperturbable. El interrogatorio
continuó hasta que Sinjun entró precipitadamente en la habitación. Se
quedó perpleja y reaccionó enseguida resueltamente:
-¿No es atractivo y terriblemente inteligente, madre?
-Parece bastante aceptable -contestó la condesa viuda dirigiéndose a su
hija-. En todo caso, gracias a él no serás una solterona toda la vida, loado

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sea el Señor. Si fuera feo, malformado u odioso, tendría que rechazarlo,


aunque cada día que pasa tus posibilidades de encontrar un hombre son
más escasas. Bueno, sería una cuestión de principio. Pero gracias a Dios es
aceptable, incluso apuesto, aunque demasiado moreno. Se parece a
Douglas. Es extraño que ni a ti ni a Alexandra os importe eso. Ahora, Joan,
espero que no permitas que ni él ni tú adoptéis esas costumbres escocesas
tan desordenadas cuando vivas en ese lugar. Me satisface que lo hayas
traído a casa. A partir de ahora lo visitaré todos los días y le informaré
acerca de los Sherbrooke y de sus deberes para contigo y con toda nuestra
familia.
-Me encantaría, señora -dijo Colin.
Había ido perfectamente, pensó Sinjun dando un suspiro de alivio. Se
había llevado un gran susto cuando Finkle le había dicho que su madre
había caído sobre Colin. Vio que Colin sonreía satisfecho de sí mismo, se
inclinó y lo besó.
-Lo has hecho muy bien. Gracias.
-Sólo he aguantado el asalto colmándola de cumplidos. Eso le gusta.
-Es cierto. Ni Douglas ni Ryder la tratan con mucha galantería y ella lo
echa de menos. Eres muy listo, Colin.
También ahora en el coche lo hubiera besado con gusto, pero no quería
despertarlo. Para eso había tiempo, todo el tiempo del mundo. Cuando
llegasen a Escocia, ella ya no sería virgen. Se lo había propuesto
firmemente. Una muchacha no podía fugarse con un hombre y seguir
intacta. Ella se encargaría de que no quedase incólume. Su matrimonio en
Escocia sólo sería una formalidad.
Sinjun deslizó una mano bajo la manta y la puso sobre su mano delgada
pero fuerte. Pensó sin querer en su mujer muerta. Ella no había hecho
preguntas al respecto, ni las haría. Si él quería, le contaría más cosas de su
primera mujer y de cómo murió. Se preguntó cómo se habría llamado.
También se preguntaba si le diría alguna vez que su hermano le había
hablado de la carta antes de que ella fuera a su habitación. Incluso la había
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leído dos veces. Había discutido brevemente con Douglas, comprendiendo


su preocupación por ella y sabiendo que tenía que discutir con él para que
no desconfiara. Al final había estado de acuerdo con que se aplazaría la
boda hasta que el asunto quedase aclarado, aunque había estado decidida a
escapar con él esa misma noche desde el primer momento. Quizá Colin
algún día averiguaría que ella lo había manipulado hábilmente para que le
propusiera la fuga; quizá algún día, en un futuro lejano.
Era una lástima que tuviera que aguantar el deseo de decírselo, pero
sabía que los hombres odiaban que los manipulasen, no soportaban que
una mujer pudiera manejarlos. No quería herir su orgullo masculino, al
menos hasta que estuviese completamente repuesto, o quizá hasta que la
amase. Pero ¿cuándo ocurriría eso? Este pensamiento empañó por un
momento su visión optimista del futuro.

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-Sólo vamos hasta Chipping Norton, al White Hart -dijo Sinjun cuando
Colin despertó-. Estaremos allí dentro de una hora. ¿Cómo te sientes?
-Terriblemente cansado.
Le tocó suavemente el brazo.
-Supongo que estás muerto de cansancio con todo este ajetreo, pero
cada día te sentirás mejor. No te preocupes. Aún nos quedan por lo menos
seis días para llegar a Escocia. Así que tienes mucho tiempo para
recuperarte.
Como en el interior del coche estaba oscuro, Sinjun no podía ver la
expresión irritada de su cara. Se sentía desvalido e impotente como un
niño al cuidado de un ama, sólo que su ama tenía apenas diecinueve años.
-¿Por qué demonios has escogido el White Hart?
Ella sonrió. Era una reacción insólita para un dama, pensó Colin
sorprendido.
-Por las historias que solían contar Ryder y Douglas a Tysen para
escandalizarlo, pues estaba estudiando para clérigo. Ryder y Douglas se
desternillaban de risa.
-Y no sospechaban que la niña de la casa estaba escuchando
disimuladamente.
-Oh, no -dijo ella sonriendo frívolamente-. No tenían la menor idea. Con
siete años era una experta en ese arte. Pero tengo la impresión de que tú
también estás informado sobre el White Hart y de cómo los jóvenes ca-
balleros de Oxford se divierten allí con sus amigas.
Colin guardó silencio.
-¿Estás pensando en tus propias citas?
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-Sí. La mujer de un profesor solía citarse conmigo allí. Se llamaba


Matilda y su cabello era tan rubio que parecía blanco. También iba con la
camarera del Flaming Dolphin en Oxford. Era salvaje e insaciable y le
gustaban los colchones de plumas. Y también estaba Cerissa, un nombre
ficticio, pero eso no importaba a nadie. Su cabello rojo era maravilloso.
-Quizá nos den la misma habitación que tuvisteis entonces. ¿O
deberíamos alquilar toda la fonda para asegurarnos? Ya sabes, como si
fuera un recuerdo de tus tiempos de juerga.
-Eres una virgen muy insolente, Joan.
Ella lo miró atentamente. La luna había surgido al fin entre las densas
nubes y ella podía verle claramente la cara. Estaba pálido y parecía muy
tenso. La fiebre lo había debilitado más de lo que ella pensaba.
-No debe preocuparte si esta noche sólo duermes a mi lado, Colin.
Incluso puedes roncar si quieres. A mí no me importa seguir siendo virgen
hasta que recuperes las fuerzas.
-Eso espero, porque va a ser así. -Sintió la herida del muslo y se
preguntó por qué seguía ocultándoselo. Ya no había motivo para ello.
-A no ser -murmuró ella recostándose contra él para seducirlo, pero sin
conseguirlo- que prefieras darme instrucciones sobre lo que hay que hacer.
Mis hermanos aseguran que aprendo muy deprisa. ¿Te gustaría...?
Él quiso reír, pero terminó emitiendo un gemido. Sinjun supuso que eso
equivalía a un no y suspiró.
El White Hart se hallaba en medio de la villa de Chipping Norton, que
estaba muy bien situado en los Cotswolds. Era una fonda hermosa y
pintoresca de estilo Tudor, tan antigua y rústica que Sinjun estaba
entusiasmada al mismo tiempo que elevaba al cielo una plegaria para que
no se derrumbara sobre ellos esa noche. Ése era el lugar adonde iban los
jóvenes a divertirse. Parecía verdaderamente romántico, pensó mientras
suspiraba otra vez.
No se veía un alma, lo cual no era de extrañar pues eran las tres de la

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madrugada. Sin embargo, Sinjun estaba tan excitada que no sentía el


menor cansancio. Había conseguido evitar a su hermano y ésa no era una
hazaña cualquiera. Bajó del coche y dio instrucciones al cochero, que
afortunadamente hablaba poco, aunque exigía más dinero de lo que ella
esperaba. Pero eso no la preocupaba. Si se le acababa el dinero, vendería
un collar de perlas. No había nada más importante que Colin y casarse con
él sin contratiempos. Volvió al coche para ayudarle a bajar.
-Dentro de poco estarás en la cama. Entraré yo primero, Colin, si quieres
esperar aquí...
-No -la interrumpió enérgicamente-. Yo hablaré con el posadero. Es un
disoluto viejo y asqueroso y no quiero que imagine estupideces. Maldita
sea, ojalá tuvieras un anillo de boda. No te quites los guantes. Eres mi
mujer.
-De acuerdo. -Lo miró arrobada y frunció el entrecejo-. Cielo santo,
¿necesitas dinero?
-No.
No obstante, Sinjun buscó en su bolso de mano y extrajo un fajo de
billetes.
-Toma. Prefiero que lo guardes tú.
-Vamos, acabemos de una vez antes de que me desplome. Y mantén la
boca cerrada.
Mientras atravesaban el patio silencioso y oscuro Sinjun notó que Colin
cojeaba ostensiblemente. Abrió la boca y volvió a cerrarla sin decir una sola
palabra.
Diez minutos más tarde Sinjun abría la puerta de un pequeño
dormitorio con vigas oscuras en el techo y se apartaba para dejar pasar a
Colin.
-Creo que no se lo ha tragado -dijo ella con indiferencia-. Pero tú lo has
hecho muy bien. Creo que te tiene miedo porque eres un noble y por tanto

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imprevisible.
-Sí, quizá piensa que he mentido, el muy puerco. -Colin echó una mirada
ansiosa a la cama, sintió las manos de Joan en su abrigo y se detuvo-. Ese
tipo no sería capaz de reconocer a un matrimonio aunque estuviese
presente en la boda.
-Deja que te ayude. -Aunque sus solícitos cuidados le irritaban, él la dejó
hacer. Su único deseo era echarse cuanto antes en la cama y dormir una
semana.
-Si te sientas, te quitaré las botas.
Le quitó las botas enseguida. Lo había hecho muchas veces con sus
hermanos.
-¿Deseas algo más?
-No -dijo él-. Vuélvete.
Ella le dio la espalda, se quitó los zapatos y las medias, colgó los dos
abrigos en el armario y se giró de nuevo al oír crujir la cama. Él estaba
echado de espaldas con los ojos cerrados y los brazos desnudos sobre la
cubierta.
-Todo esto es muy extraño -dijo ella notando con preocupación que su
voz sonaba débil como la de una doncella. Él no contestó y eso la alentó a
continuar su monólogo-. Es verdad que soy bastante franca, pero mis
hermanos me han animado siempre a serlo, y por eso me he comportado
así contigo. Pero ahora, estar a tu lado en esta habitación es bastante
embarazoso. Sé que no llevas nada puesto y que tengo que meterme en la
cama y...
Un ronquido sordo y suave interrumpió su monólogo.
Sinjun tuvo que echarse a reír ante su propia actuación. Había abierto su
pecho a un hombre dormido y un armario ropero. Se acercó lentamente al
borde de la cama y lo contempló. Le pertenecía, nadie conseguiría quitár-
selo, ni siquiera Douglas. ¿Cómo podían inculparlo del asesinato de su

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mujer? Pasó suavemente la yema de los dedos por la frente.


Afortunadamente estaba fría. La fiebre hacía tiempo que había
desaparecido, pero él aún estaba muy débil. Se inclinó y lo besó en la
mejilla.
Sinjun no había dormido con nadie en una cama en sus diecinueve años
de vida, y mucho menos con un hombre que roncaba y que era tan perfecto
para ella que con gusto hubiera pasado el resto de la noche mirándolo,
besándolo y acariciándolo. De todos modos era muy extraño. Se
acostumbraría a ello. Douglas y Alex dormían juntos en una cama, y Ryder
y Sofía también. Era normal en los matrimonios, a pesar de que sus padres
habían dormido en dormitorios separados -a decir verdad, no hubiera
querido compartir una cama con su madre-. Se deslizó bajo la cubierta y,
aunque se quedó a medio metro de distancia de él, sintió el calor de su
cuerpo.
Se puso de espaldas y extendió la mano buscando la suya, pero en lugar
de su mano, encontró su cadera. Estaba desnudo y su piel era suave y
cálida al tacto. No quería dejar esa parte de su cuerpo, pero lo hizo porque
no consideraba correcto aprovecharse de su sueño.
Entrelazó sus dedos con los de Colin y sorprendentemente se durmió
enseguida.
Cuando Sinjun despertó, comprobó sobresaltada que el sol entraba por
la estrecha ventana de cristales faceteados. Había querido ponerse en
marcha al rayar el alba. Pero por otra parte, Colin necesitaba dormir para
recuperar fuerzas, y una cama era preferible a las sacudidas de un coche.
Permaneció echada por un momento, consciente de que él estaba a su lado
durmiendo profundamente. Se dio cuenta de que el cuello de Colin no
estaba tapado, se giró y lo miró a pesar de saber que no debía hacerlo.
Había tirado las cubiertas con los pies mientras dormía. Nunca había visto
a un hombre completamente desnudo. Le pareció tan hermoso como había
imaginado, y miró fascinada su vientre, su ingle y su miembro rodeado de
un denso vello negro. También sus largas y musculosas piernas estaban
densamente cubiertas de pelo. Era mucho más que hermoso; era
sencillamente irresistible.

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Apenas podía apartar los ojos de su ingle, hasta que vio el vendaje
blanco de su muslo derecho.
De pronto se acordó dé que lo había visto cojear al llegar a la fonda. Sin
duda estaba herido. Debiera haber imaginado que su prolongado estado de
debilidad no podía deberse a un simple resfriado. A su preocupación se
unió un sentimiento de enfado. ¿Por que diablos no se lo había dicho?
Saltó de la cama y se puso la bata..
-Maldito granuja -dijo en voz baja-. Soy tu mujer y deberías confiar en
mí.
-Aún no eres mi mujer, ¿y por qué gruñes de este modo?
Hacía dos días que no se había afeitado y tenía el cabello revuelto, pero
sus ojos mostraban una expresión expectante, y ella se quedó mirándolos
embelesada, olvidando por un momento lo que quería decir.
Colin se dio cuenta de que estaba desnudo y dijo con calma:
-Tápame, por favor, Joan.
-Lo haré cuando me cuentes qué ocurrió. ¿Por qué llevas este vendaje?
-Bueno, la verdad es que recibí una cuchillada, e idiota de mí, no acudí a
un médico. No quería que lo supieses, porque suponía que revolverías todo
Londres para encontrar a ese hijo de perra y entregármelo en bandeja.
Ahora ya no estamos en Londres y por tanto da lo mismo. Ya no corres
peligro.
Sinjun se quedó mirándolo. Tenía razón. Sin duda se hubiera
enfurecido. Le sonrió.
-¿Hay que cambiar el vendaje?
-Sí. Habrá que quitar los puntos mañana o pasado mañana.
-Yo lo haré. Con los niños de Ryder aprendí a hacerlo.
-¿Cuántos hijos tiene tu hermano?
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-En realidad, yo los llamo sus seres predilectos. Ryder salva a niños que
se encuentran en situaciones terribles y los lleva a Brandon House. En este
momento creo que tiene una docena aproximadamente, pero nunca se sabe
cuándo vendrá otro, o cuándo alguno será acogido por una familia escogida
cuidadosamente por Ryder. Colin, a veces siento ganas de llorar viendo a
uno de esos pequeños golpeado por un padre borracho o abandonado en la
calle por una mala madre.
-Comprendo. Vístete, pero antes tápame, por favor.
Lo tapó a regañadientes, y él rió disimuladamente. Nunca había
encontrado una mujer como Joan. El interés que mostraba por su cuerpo
era sorprendente.
Sinjun colgó una manta en una puerta abierta del armario y se vistió
detrás sin dejar de hablar un momento. Mientras desayunaba observó
cómo se afeitaba. Se ofreció para ayudarle a lavarse, pero él rehusó la
oferta. En lugar de eso le exigió que se volviera y recogiera sus cosas,
aunque le permitió echar un vistazo a la herida, que cada vez parecía
mejor.
-Gracias a Dios -dijo ella-. Tenía tanto miedo...
-Ahora estoy bien., Sólo tengo que recobrar las fuerzas.
-Todo esto es muy extraño.
Él observó a esa muchacha extraordinaria que no parecía temer a nada
ni a nadie, que actuaba como si el mundo le perteneciera y pudiera
cambiarlo a su antojo. La experiencia había enseñado a Colin que la vida
despojaba muy pronto a esas personas de sus ilusiones y su optimismo,
pero confiaba en que Joan los conservase por mucho tiempo. Era fuerte, no
se trataba de una señorita amedrentada, y por eso se sentía agradecido.
Una señorita inglesa melindrosa no sobreviviría en Vere Castle y a sus
habitantes, de eso estaba seguro.
De pronto, notó en sus ojos un atisbo de miedo, y ese ligero indicio de su
vulnerabilidad le hizo guardar silencio. Ya tendría tiempo de averiguar el
motivo.
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Poco después estaba riendo y sonriendo de nuevo, y ni siquiera el señor


Mole, el fondista del White Hart, pudo empañar su buen humor. Cuando
Mole le hizo un comentario malicioso al salir, ella se volvió y dijo severa-
mente:
-Es muy lamentable, señor, que sea tan antipático y tenga tan malos
modales. Mi marido y yo sólo hemos pasado la noche aquí porque está
enfermo. Le aseguro que no volveremos, a no ser que vuelva a enfermar, lo
cual no es probable porque...
Colin le cogió la mano riendo.
Pronto quedó absorto en sus pensamientos y Sinjun lo dejó en paz.
Continuó en silencio durante el resto del día y el día siguiente. Sin duda
estaba preocupado y ella decidió no interferir en sus pensamientos. Lo
único que la molestaba era que esta vez él había reservado dos habitaciones
en la fonda sin darle una explicación. Pero tampoco hizo caso de eso.
Sólo al atardecer del día siguiente, de camino hacia Grantham, se volvió
hacia ella en el coche y rompió el silencio.
-He pensado a fondo en todo esto, Joan, y he tomado una decisión que
no es fácil, pero que puede aliviar un poco mi sentimiento de culpa. He
abusado de la hospitalidad de tu hermano escapando de su casa con su
hermana a hurtadillas como un ladrón. Es decir, yo... no encuentro
justificación alguna para lo que he hecho, por más que lo intento. Sin
embargo, hay algo que puedo hacer, que sea honroso y descargue mi,
conciencia. No te desfloraré hasta nuestra noche de bodas.
-¿Qué? ¿Quieres decir que has estado callado un día y medio para forjar
semejante disparate? Colin, escucha, tú no conoces a mis hermanos. Tienes
que hacerme tu mujer, esta misma noche a ser posible, si no...
-¡Basta! Te comportas como si quisiera torturarte en lugar de conservar
tu maldita virginidad. No es ningún disparate. No voy a deshonrarte a ti ni
a tu familia de este modo. Me educaron en el respeto del honor y llevo este
sentimiento en la sangre. Es parte de mi herencia, transmitido de
generación en generación, a pesar de las hostilidades y guerras sangrientas.

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Como sabes, tengo que actuar rápidamente para salvar a mi familia y mi


propiedad y protegerlos de los MacPherson, esos malditos saqueadores y
embusteros, pero no voy a comportarme como un macho cabrío con una
muchacha inocente que aún no es mi mujer.
-¿Quiénes son los MacPherson?
-Maldita sea, no quería nombrarlos. Olvídalos.
-¿Y si Douglas nos alcanza?
-Ya me las arreglaré, si es que eso ocurre.
-Entiendo todo ese asunto del honor, Colin, de verdad, pero estoy segura
de que no se trata sólo de eso. ¿Te parezco desagradable? Sé que soy
demasiado alta y quizá muy delgada, pero...
-No, no te encuentro ni demasiado alta ni demasiado delgada, Joan,
pero mi decisión es irrevocable. No te desfloraré hasta que nos hayamos
casado.
-Comprendo, milord. Bien, milord, yo también he tomado una firme
decisión. Quiero que cuando lleguemos a Escocia mi virginidad sólo sea un
recuerdo. No me parece razonable pensar que puedas «arreglártelas» sin
más con Douglas, si nos atrapa. Tú no conoces a mi hermano. Podré ser
todo lo lista que quiera escogiendo rutas inverosímiles para despistarlo,
pero él es más astuto que un zorro. Tienes que arrebatarme la virginidad lo
antes posible, Colin. Es inevitable... Y ahora, ¿qué opinión crees que se
impondrá?
Hubiera deseado que gritara como Douglas y Ryder, pero declaró con
total frialdad:
-Naturalmente la mía. Yo soy el hombre. Voy a ser tu marido y tú vas a
obedecerme. Puedes empezar a hacerlo desde este momento. Le vendrá
bien a tu carácter.
-Nadie me ha hablado así excepto mi madre, y nunca le hice caso.
-A mí tendrás que obedecerme. No seas pueril y confía en mí.
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La novia secreta – Catherine Coulter

-Eres tan despótico como Douglas, aunque no grites.


-Entonces deberías reconocer que no tienes otra opción que cerrar la
boca.
Sácate tú mismo los puntos -exclamó ella hecha una furia y le volvió la
espalda para mirar por la ventana.
-¡Eres una mocosa inglesa mimada! Debería haberlo imaginado. Estoy
decepcionado, aunque no sorprendido. Aún puedes echarte atrás, amiga
mía, con tu virtud inglesa intacta. No sólo eres insolente al hablar, sino
también pendenciera y rebelde, una auténtica furia si no hace todo el
mundo lo que quieres. Empiezo a creer que todo tu dinero no compensa
esta tortura.
-¿Qué tortura, bruto ignorante? Sólo por no estar de acuerdo contigo no
tengo por qué ser una pendenciera o ninguna de esas cosas horribles que
acabas de mencionar.
-Si quieres volver a tu casa, lo único que tienes que hacer es ordenar al
cochero que dé la vuelta.
-No, eso sería demasiado fácil. Me casaré contigo y te enseñaré lo que
significa confiar en alguien y transigir.
-No estoy acostumbrado a confiar en una mujer. Ya te dije que me
gustabas, pero todo lo demás puedes olvidarlo, creéme. Y ahora estoy tan
cansado que se me cierran los ojos. Si quieres ser mi mujer, compórtate
como una dama.
-¿Cruzándome de manos y rascándome la barriga?
-No estaría mal para comenzar. Y cierra la boca.
Ella lo miró desconcertada. Era casi como si intentara ahuyentarla, pero
él no podía querer no casarse con ella. No era más que terquedad
masculina. Tampoco ella tenía otra opción que casarse con él. Le hubiera
gustado confesarle que era demasiado tarde para ella. Le había entragado
su corazón. Pero si se lo decía, quizá se conduciría como Gengis Kan. Sí,

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conocía bien a los tiranos, aunque Douglas rara vez representaba ya ese
papel. Sin embargo, aún recordaba los primeros tiempos de su matrimonio
con Alex. No, no permitiría que Colin presumiera de tirano. Lo miró de
soslayo, pero guardó silencio. Colin durmió hasta que llegaron por la noche
al Golden Fleece Inn en Grantham.
Al parecer, Colin había decidido quitarse él mismo los puntos de su
herida ya curada. En todo caso volvió a alquilar dos habitaciones, se
despidió de Sinjun delante de su puerta y la dejó. A la mañana siguiente él
alquiló un caballo después de decirle durante el desayuno que estaba
cansado de viajar en el maldito coche. Sinjun pensó que en realidad estaba
cansado de viajar con ella. Cabalgó junto al coche durante todo el día. Si le
dolía el muslo, lo disimulaba. En York, Sinjun también alquiló un caballo y
su mirada desafiante parecía decirle: «¡No se te ocurra protestar!» Pero él
tan sólo se encogió de hombros con aparente indiferencia. Por otra parte,
Sinjun se alegraba de que él hubiera decidido no ir por el Lake District,
aunque al principio ella había insistido en esta ruta con vehemencia. Colin
quería llegar a casa lo antes posible, y ni siquiera sus advertencias,
previniéndolo de Douglas, lo habían hecho desistir de su propósito. Sinjun
pensaba, mientras el viento hacía ondear sus cabellos, que el lago
Windermere era un lugar demasiado romántico para compartirlo con aquel
hombre silencioso. Era obvio que no había imaginado su fuga a Escocia de
aquella forma.
Al fin, una mañana cruzaron la frontera de Escocia y Colin frenó el
caballo y exclamó:
-Detente, Joan. Quisiera hablar contigo.
Era un paisaje de colinas suaves, hermoso pero solitario, sin un alma
viviente ni una casa, que se extendía casi hasta el horizonte. El aire era
cálido y apacible, y olía intensamente a brezo.
-Me alegro de que no hayas perdido el habla por completo -ironizó
Sinjun.
-Frena tu lengua. No puedo creer que estés enfadada por no haberme
acostado contigo, siendo como eres una joven dama de buena familia.

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-No se trata de eso...


-Entonces todavía me guardas rencor por no haber ido por el Lake
District. Con ese plan no hubiésemos engañado a tu hermano.
-No, tampoco estoy enfadada por eso. Veamos, Colin, ¿qué quieres?
-En primer lugar, ¿todavía quieres casarte conmigo?
-Si me niego, ¿me obligarás a ello? Al fin y al cabo necesitas mi dinero.
-Probablemente lo consideraría.
-Muy bien. Me niego a casarme contigo. Por mi parte, puedes irte al
infierno. Ahora oblígame.
Por primera vez desde hacía cuatro días él sonrió.
-Desde luego, no eres una mujer aburrida, tengo que admitirlo. Tu
lengua insolente incluso llega a gustarme. De acuerdo... Nos casaremos
mañana después de comer, cuando lleguemos a Edimburgo. Tengo una
casa en Abbotsford Crescent, vieja y chirriante; su estado precisa una
reforma urgente, pero no tanto como Vere Castle. Nos detendremos allí e
intentaré encontrar a un pastor para que nos case. Al día siguiente
continuaremos el viaje hasta Vere Castle.
-De acuerdo -convino Sinjun-, pero te prevengo una vez más, Colin, y
deberías creerme. Douglas es astuto y peligroso; podría estar
acechándonos en cualquier lugar. Ha dirigido toda clase de misiones
difíciles contra los franceses. Creo que deberíamos casarnos de inmediato
y...
-Eso significa que cabalgaremos hasta Vere Castle, si no estás demasiado
agotada para cabalgar. Si lo estás, te encerraré en el coche.
-¿De qué estás hablando?
-Estoy hablando de que voy a tomarte en nuestra noche de bodas hasta
que te escueza la piel.

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-Eres deliberadamente grosero, Colin, deliberadamente soez y repulsivo.


-Quizá sí, pero ahora estás en Escocia y pronto serás mi mujer, tendrás
que aprender que me debes fidelidad y obediencia.
-Cuando nos conocimos eras mucho más sensato, y mientras estabas
enfermo incluso amable, aunque irritable porque odias la debilidad. Pero
ahora te comportas como un imbécil. Me casaré contigo y, cada vez que te
comportes como un imbécil en el futuro, haré algo que te haga lamentarlo.
Pensó que eso pondría las cosas en su lugar. Lo amaba con locura y,
como él lo sabía, se aprovechaba de ella, pero no permitiría que los
defectos de su carácter o sus puntos de vista anticuados sobre las
relaciones matrimoniales enturbiasen el concepto que se había formado de
él.
Colin lanzó una risa sonora y profunda; la risa de un hombre convencido
de su superioridad respecto a la muchacha que cabalgaba a su lado. Estaba
completamente recuperado y en plena forma, dispuesto a conquistar el
mundo (con su dinero, por supuesto).
-Espero con impaciencia tus arrebatos, Joan, pero te lo advierto: en
Escocia, los hombres mandan en casa y pegan a sus mujeres, como
también lo hacen de vez en cuando tus bien educados y gentiles ingleses.
-¡Eso es absurdo! No conozco a un solo hombre que levante la mano a su
mujer.
-Hasta ahora has llevado una vida muy protegida, Joan. Ahora
aprenderás a conocer la dura realidad. -Estaba a punto de decirle que
podría encerrarla en una mazmorra, pero se calló. Todavía no estaban
casados. Le lanzó una mirada, le hizo un saludo irónico y se fue al galope.
Al día siguiente, hacia las tres de la tarde, llegaron a su casa de
Abbotsford Crescent. Desde hacía una hora lloviznaba ligeramente, pero
Sinjun, de excitada que estaba, ni siquiera notó que tenía el cuello mojado.
Habían cabalgado por Royal Mile, que era tan elegante como Bond Street,
y Sinjun se había quedado boquiabierta al ver la elegancia de las damas, los
caballeros y las tiendas, exactamente igual que en Londres. Luego doblaron
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por una esquina para entrar en Abbotsford Crescent. La casa de los Kinross
estaba situada en el centro de la calle. Era un edificio alto de ladrillo rojo,
muy hermoso, con tres chimeneas y el tejado de pizarra gris. Las estrechas
ventanas tenían vidrieras emplomadas y debía de tener unos doscientos
años de antigüedad.
-Es hermosa, Colin -dijo ella mientras desmontaba-. ¿Hay una cuadra
para los caballos?
Dejaron los caballos en el establo, pagaron al cochero y bajaron los
baúles y las maletas del coche. Sinjun no podía dejar de hablar. No dejaba
de mirar al castillo que estaba sobre la colina, repitiendo estusiasmada que,
aunque lo había visto en cuadros, al verlo tan imponente y envuelto en una
niebla gris, se había quedado perpleja. Colin sólo sonrió, complacido con
su entusiasmo, porque estaba cansado y deprimido por la llovizna, a pesar
de que estaba acostumbrado a ella desde la niñez, y el castillo de
Edimburgo era sin duda imponente, aunque para él era una vista familiar
en la que apenas reparaba.
Abrió la puerta Angus, que había pasado toda su vida al servicio de la
familia Kinross.
-Milord -dijo-. ¡Santo cielo! ¡La joven viene con usted! ¡Tanto peor!
¡Tanto peor!
Colin se quedó sorprendido. Tenía un desagradable presentimiento,
pero no obstante, preguntó:
-¿Cómo sabes lo de la muchacha, Angus?
-¡Oh Dios, oh Dios! -se lamentó Angus mientras tiraba de sus largos
mechones de cabello blanco que caían a ambos lados de su cara rolliza.
-Espero que no te importe que haya entrado en tu casa sin invitación. Tu
criado no quería dejarme pasar, pero insistí -dijo Douglas al tiempo que
aparecía detrás de Angus sonriendo maliciosamente-. ¡Entra, maldito hijo
de perra! Adelante. En cuanto a ti, Sinjun, espera a que te ponga la mano
encima.

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Sinjun miró a su furioso hermano y sonrió, aunque no le resultó fácil. No


estaba sorprendida de verlo allí, al contrario que Colin, que no salía de su
asombro. Ella lo había prevenido, pero había sido demasiado orgulloso y
terco para hacerle caso.
-Hola, Douglas, perdona que te haya causado tantas molestias -dijo ella-,
pero temía que no atendieras a razones. Ya sabes lo testarudo que eres a
veces. Bienvenidos a nuestra casa... Sí, Douglas, ahora soy una mujer ca-
sada; casada en todos los sentidos, así que puedes ir olvidando cualquier
pensamiento de anulación. Te estaría muy agradecida si no intentaras
matarlo, ya que soy demasiado joven para enviudar.
-¡Por mil demonios! -Ryder apareció de repente junto a Douglas, con el
rostro encendido y sediento de sangre, mientras Douglas aparentaba calma
y frialdad, y gritó-: ¿Es éste el hijo de puta buscadotes que te ha raptado de
la casa de Douglas?
-Sí, lo es -gruñó Douglas apretando los dientes-. ¡No me hagas reír, tu
marido! No habéis tenido tiempo de casaros. Ryder y yo hemos cabalgado
como el viento. Estás mintiendo, Sinjun, admítelo y regresaremos ahora
mismo a Londres.
Colin entró al fin en su propia casa y les instó alzando las manos.
-¡Callaos todos! Joan, apártate. Si tus hermanos quieren matarme, lo
harán aunque intentes protegerme sacudiendo tus enaguas. Angus,
necesitamos un pequeño refrigerio. Mi mujer tiene sed y yo también.
Señores, o me matáis ahora mismo o venís con nosotros al salón.
Sinjun no pudo evitar sonreír; la escena le parecía muy familiar.
-No veo ninguna bastonera por ningún sitio -dijo, pero Douglas no se
dejó distraer. Su aspecto era duro, impasible y severo como el de un
verdugo.
-Ryder, te presento a mi marido, Colin Kinross. Como puedes ver, grita
tan fuerte como tú y Douglas, e incluso se parece algo a Douglas, pero es
más guapo, imaginativo y razonable.

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La novia secreta – Catherine Coulter

-¡Tonterías!
-¿Cómo puedes saberlo, Ryder? Ésta es la primera vez que lo ves. Colin,
te presento a mi hermano Ryder.
-Estoy seguro de que va a ser una conversación interesante -dijo Colin.
Ryder lo observó detenidamente mientras gritaba a su hermana:
-No necesito mirarlo dos veces para ver que no es nada de lo que tú
dices. ¡Razonable, ja! Como mucho podrá ser tan razonable como Douglas.
Maldita sea, Sinjun, te has portado como una imbécil y voy a decirte...
-Entremos al salón, Ryder. Allí podrás decirme todo lo que quieras. -
Sinjun lanzó a Colin una mirada interrogante.
-Por aquí. -Colin condujo a los hermanos por el estrecho vestíbulo de
entrada, que olía a enmohecido y atascaba la nariz con el polvo que
desprendía, a un recinto que podría describirse generosamente como de
raída elegancia.
-¡Dios mío! -exclamó Sinjun-. Sus dimensiones están bien, Colin, pero
necesitamos urgentemente una alfombra nueva y cortinas; ¡cielo santo,
éstas tienen que tener ochenta años! Y mira esas sillas; ¡el acolchado está
medio podrido!
-¡Cierra la boca!
-Oh, Douglas, lo siento. Está claro que tú no estás muy interesado en mis
planes de ama de casa. Por favor, sentaos. Como dije, bienvenidos a mi
nuevo hogar. Colin me ha dicho que esta casa tiene más de doscientos
años.
Douglas miró a Colin.
-¿Cómo estás?
-Mucho mejor.
-¿Juras que estás completamente restablecido y en plena forma?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Sí.
-Muy bien. -Douglas se abalanzó sobre él e intentó agarrarlo por el
cuello, pero Colin estaba preparado para el ataque. Cayeron al suelo y una
nube de polvo se levantó de la alfombra desteñida que los envolvió
mientras rodaban por el suelo, con lo que tan pronto estaba uno arriba
como el otro.
Sinjun miró a Ryder, que seguía la pelea intrigado y fuera de sí.
-Tenemos que detener esto. Es la segunda vez que ocurre y sería un
melodrama de mal gusto si no fuera tan peligroso. ¿Me ayudas? Es
absurdo. Se supone que sois unos caballeros civilizados.
-Olvida la civilización. Si por alguna razón completamente improbable
tu marido dejara fuera de combate a Douglas entonces me tocaría a mí.
Sinjun exclamó:
-¡Malditos idiotas! ¡Deteneos inmediatamente!
Sus palabras no surtieron efecto alguno. No había ninguna bastonera ni
otro objeto que pudiera usar para aporrear la cabeza de Douglas.
Entonces vio el arma que buscaba: un banquillo para poner los pies, que
estaba casi oculto detrás de un sofá. Lo cogió tranquilamente y lo blandió
con toda su fuerza para golpear la espalda de Douglas, que lanzó un alarido
de dolor al tiempo que soltaba a su rival para mirar atónito a su hermana,
que ya tenía el banquillo sobre la cabeza dispuesta a golpear de nuevo.
-Si no lo sueltas de inmediato, Douglas, te juro que te romperé el cráneo.
-Ryder, ocúpate de esa idiota hermana nuestra mientras mato a este
asqueroso hijo de perra.
Pero eso no debía ocurrir. Los juramentos, los resuellos y los gemidos
terminaron abruptamente al oírse el disparo ensordecedor de una
escopeta, que en la habitación cerrada parecía más bien el disparo de un
cañón.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Angus estaba plantado en la entrada con un antiguo trabuco humeante


en las manos. En el techo del salón había un enorme agujero.
Sinjun dejó caer al suelo el banquillo con un gran ruido sordo, dirigió la
mirada al agujero y al techo humeante y dijo a Douglas:
-¿Es mi dote lo bastante grande para reparar incluso esto?

Espe
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Angus estaba tranquilo, aunque con una mirada amenazante, en un


rincón del salón con el trabuco en las manos, incluso después de anunciar:
-Discúlpenme, milords, pero si tengo que atravesar a alguien con una
bala, será a uno de ustedes dos, aun cuando sean los hermanos de la nueva
señora Kinross. Además, cuando veo a un pisaverde sajón me entra un
hormigueo en el dedo.
Ryder, que tenía problemas para entender el escocés del viejo sirviente,
comprendió lo suficiente para saber que ni Douglas ni él saldrían bien
parados si Angus llevaba a cabo su amenaza.
Por fin, Colin y Sinjun se sentaron uno al lado del otro en el sofá de
brocado raído de color azul claro y Ryder y Douglas frente a ellos en sillas
igualmente raídas. No había ninguna alfombra entre ellos. El silencio era la
noticia del día.
Sinjun se decidió a hablar.
-Nos casamos en Gretna Green -anunció.
-Eso no lo crees ni tú misma, Sinjun -gruñó Douglas-. Ni siquiera tú
serías tan tonta. Sabrías perfectamente que ése sería el primer lugar en el
que os buscaría.
-Te equivocas. Al principio pensé en tomar otra ruta, pero después me di
cuenta de que no irías a Gretna Green, sino que cabalgarías directamente a
Edimburgo y encontrarías rápidamente la casa de Colin. Como ves, te
conozco bien, Douglas.
-Todo esto no viene a cuento -dijo Ryder-. Mocosa, tú volverás a casa
con nosotros ahora mismo.

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Colin arqueó las cejas.


-¿Mocosa? ¿Cómo puede llamar mocosa a mi mujer, lady Ashburnham?
Sinjun le dio unos golpecitos en la mano tratando de parecer muy
familiar con él.
-Vamos, Colin, mis hermanos necesitan tiempo para adaptarse a las
nuevas circunstancias. En un año Ryder se habrá acostumbrado a la nueva
situación.
-¡No me parece divertido, Sinjun!
-A mí tampoco. Estoy casada. Colin es mi marido. Sin duda fueron esos
malditos MacPherson los que escribieron la carta anónima a Douglas
acusando a Colin de haber matado a su mujer. Son unos cobardes
mentirosos y quieren destruirlo, por eso pretenden impedir que nos
casemos.
Colin la miró atónito. Había mencionado a los MacPherson una sola vez,
pero su perspicaz novia había adivinado la verdad. Bueno, había estado
tres días sin intercambiar apenas una palabra, con lo cual ella había tenido
tiempo de pensar. Afortunadamente aún no lo sabía todo.
Una mujer muy gorda entró en la habitación. Llevaba puesto encima del
vestido negro un delantal rojo que le llegaba desde sus enormes pechos
hasta las rodillas, y sonreía de oreja a oreja.
-Oh, al fin ha vuelto a casa, milord -exclamó en un escocés tosco-. ¿Y
esta dulce muchachita es su mujer? -Hizo una reverencia con el delantal.
-Hola -dijo Sinjun jovialmente-. ¿Cómo se llama?
-Agnes, señora. Hago todo lo que no hace Angus, que es casi todo. Angus
es mi marido. ¡Mire el agujero en el techo! Mi Angus nunca hace las cosas a
medias. ¿Alguno de ustedes tiene hambre?
Todos asintieron al unísono y Agnes salió de la habitación satisfecha.
Angus, en cambio, seguía plantado en el rincón con el trabuco apretado
firmemente contra el pecho.
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Sólo entones Colin se dio cuenta de que había estado callado como una
tumba. Carraspeó con fuerza, al fin y al cabo era su casa.
-Caballeros, ¿les apetece un coñac?
Ryder asintió con la cabeza y Douglas apretó de nuevo los puños, pero
dijo:
-Sí. ¿Buen coñac francés de contrabando?
-Por supuesto.
«Bueno, menos mal», pensó Sinjun relajándose algo. Cuando los
hombres bebían juntos, no podían golpearse, menos sin dejar los vasos
antes. Naturalmente siempre podrían arrojárselos, pero ella nunca había
visto hacer nada semejante a Ryder ni a Douglas.
-¿Cómo está Sofía y todos mis sobrinos, y los demás niños? -preguntó
Sinjun a Ryder. -Todos están bien, excepto Amy y Teddy, que se estaban
peleando en el henal, cuando se soltó una bala de heno y los derribó al
suelo. Gracias a Dios no se han roto ningún hueso.
-Supongo que Jane les ha dado una buena reprimena. -Jane era la
directora de Brandon House, o «casa de locos», como llamaba Sinjun a la
bonita casa de tres pisos que se hallaba a sólo cien metros de Chadwyck
House, la residencia de Ryder, Sofía y su hijo pequeño Grayson.
-Oh sí, a Jane le entró uno de esos raros accesos de furia y amenazó con
tirarles las orejas y ponerlos a pan y agua tan pronto se repusieran de sus
magulladuras. Creo que es lo que ha hecho, añadiendo mermelada al pan.
también Sofía los regañó y les dio un beso después.
-¿Y tú, Ryder?
-Yo los abracé y les dije que si volvían a hacer una tontería parecida me
enfadaría mucho con ellos.
-Una amenaza terrible -dijo Sinjun riéndose. Se levantó y abrazó a su
hermano-. Te he echado tanto de menos...

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-Maldita sea, mocosa, estoy agotado. Douglas me arrancó de un tirón de


la cama, y Sofía estaba tan caliente que no podía dejarla; y entonces me
obligó a cabalgar como alma que lleva el diablo. Dijo que te sorprendería,
pero al parecer tú has ganado.
-Su coñac, milord.
-No soy un lord, Kinross. Como segundón no tengo derecho a ese título,
y tú puedes llamarme Ryder. Al fin y al cabo eres mi cuñado, al menos
hasta que Douglas decida si te mata o no. Pero anímate, hombre. Hace
unos años Douglas quería matar a nuestro primo Tony Parrish, lo llamó
cabrón degenerado, pero al fin capituló.
Angus pareció tranquilizarse.
-Esa situación no se puede comparar con ésta, Ryder.
Angus volvió a ponerse alerta.
-Cierto, Douglas, pero Sinjun se ha casado con el tipo, y eso ya es
irremediable. Tú sabes que ella nunca hace las cosas a medidas.
Douglas juró obscenamente.
Angus pensó que los juramentos eran el modo como descargaban la
cólera los hombres juiciosos.
Colin se acercó a Douglas y le dio un vaso de coñac.
-¿Cuánto tiempo vais a quedaros aquí? Es decir, sois mis cuñados y
como tales podéis quedaros gustosamente el tiempo que queráis, pero esta
casa apenas está amueblada y no estaríais muy cómodos.
-¿Quiénes son los MacPherson? -preguntó Douglas.
-Un clan enemistado con el mío desde hace varias generaciones. La
hostilidad se remonta a 1748, después de la batalla de Culloden, cuando el
jefe del clan de los MacPherson robó el caballo favorito de mi abuelo, y ter-
minó sólo al casarme con la hija del jefe actual, Fiona Dahling
MacPherson. Al morir ella hace unos seis meses de manera misteriosa, su

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padre no pareció culparme de su muerte. Pero el hermano mayor de Fiona,


Robert, es un tipo malvado, codicioso y sin escrúpulos. Cuando me visitó
mi primo en Londres, me contó que los MacPherson, encabezados por ese
hijo de perra de Robert, habían saqueado mis tierras y matado a dos de mis
protegidos. Joan tiene razón; lo más probable es que haya escrito la carta
uno de ellos. Por otra parte, no puedo comprender cómo conocían mi
paradero, ni imaginaba que fueran lo bastante listos para planear tal
complot.
-¿Por qué demonios la llamas Joan? -preguntó Ryder.
Colin pestañeó.
-Se llama así.
-No, desde hace años se llama Sinjun.
-Ése es un apodo de hombre que no me gusta. Se llama Joan.
-Dios santo, Douglas, se parece a nuestra madre.
-Es verdad -dijo Douglas-, pero Sinjun se impondrá... Volviendo a los
MacPherson, no quiero que mi hermana corra peligro alguno. No lo
permitiré.
-Aunque sea tu hermana -respondió Colin con calma-, es mi mujer, y me
acompañará adonde quiera que yo vaya, hará lo que yo diga. Cuidaré bien
de ella, no debéis preocuparos. -Se volvió hacia Sinjun-. ¿Tengo razón,
querida?
Sus ojos brillaban en la luz suave de la tarde, pero su semblante seguía
tan sereno como su voz.
-Oh sí -respondió ella sin vacilar-. Pronto seguiremos hacia el norte, a
Vere Castle. Yo cuidaré de Colin, no debéis preocuparos.
-¡No me preocupa ese condenado hijo de perra! -exclamó Douglas-.
¡Eres tú quien me preocupa, maldita mocosa!
-Eres muy amable, Douglas, y muy comprensible, porque me quieres.

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-Me gustaría azotarte el trasero con el cinturón.


-Yo me encargaré de eso en adelante -dijo Colin enérgicamente-. Joan
aún no lo cree, pero ya se lo demostraré.
Ryder miró primero a su cuñado y después a su hermana y dijo
despacio:
-Tengo la impresión de que has encontrado a tu pareja, Sinjun.
-Oh, sí -convino ella, fingiendo no haberle entendido-. Es mi pareja, mi
compañero ideal para toda la vida. Estaba esperándolo y al fin me
encontró. -Se dirigió a su futuro marido, que estaba de pie junto a la chi-
menea con un vaso de coñac en la mano, lo abrazó y le dio un beso en la
boca. Douglas gruñó indignado, pero Ryder sonrió.
-Está bien, ya no eres una mocosa -dijo Ryder-. Quisiera otro coñac,
Colin, si no te importa. Sinjun, suéltalo si no quieres que vuelva a zurrarle
Douglas.
-Este asunto aún no está zanjado -dijo Douglas con voz severa-. Estoy
muy enfadado contigo, Sinjun. Deberías haber confiado en mí, podrías
haber hablado conmigo en lugar de escapar de casa como una maldita la-
drona.
-Douglas, yo comprendía y respetaba tu actitud. Pero la realidad era y es
que Colin no ha hecho nada malo y que necesita mi dinero urgentemente, y
no puede esperar a una explicación que quizá nunca llegue. Estoy
contentísima de que estés aquí, porque me preocupa mucho que mi dinero
esté aún en Londres. Ahora tú y Colin podéis arreglarlo todo rápidamente.
-Joan -matizó Colin suavemente-, los asuntos financieros no se discuten
de este modo. Ni delante de damas ni en el salón bajo circunstancias tan
insólitas.
-¿te refieres al agujero en el techo?
-Sabes muy bien a qué me refiero.
-¿Pero por qué no? Al fin y al cabo se trata de mi dote y tú eres mi
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marido. Hagámoslo cuanto antes.


Douglas no pudo evitar echarse a reír.
-Creo -dijo Ryder- que esto significa que podrías salir con vida de ésta,
Colin. Lárgate, Sinjun, deja que los señores discutan los asuntos de dinero.
-Está bien. Pero no olvides lo que me dejó la tía abuela Margaret,
Douglas. Tú dijiste una vez que se trataba de una suma muy considerable
invertida en acciones muy rentables.

-Estamos prácticamente casados, Colin.


Se encontraba en la sombría suite del conde al final del oscuro corredor
del segundo piso de la casa. Sólo había un candelabro encendido y era el
que llevaba Colin. Lo puso en una cómoda deteriorada donde tenía los ob-
jetos de afeitar su padre cuando vivía.
Colin se volvió hacia ella meneando la cabeza.
-Ya sé que tenemos que fingir que lo estamos hasta que se marchen tus
hermanos. Dormiremos en aquella cama que, como ves, puede acoger a un
regimiento, y tú tendrás las manos quietas, Joan, si no quieres que me en-
fade contigo.
-No puedo creerlo, Colin. Espero que no seas de esas personas que,
cuando toman una decisión, se atienen a ella tanto si es buena como mala.
-Mi decisión es correcta.
-Es ridícula.
-Una mujer no debería ser tan irrespetuosa con su marido.
-¡Tú no eres aún mi marido! Lo que eres es el más terco, el más
testarudo...

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-Hay un biombo en el rincón. Puedes cambiarte detrás.


Cuando estaban echados uno al lado del otro en la enorme cama y
Sinjun miraba a las oscuras colgaduras que olían a moho, Colin dijo de
pronto:
-Tus hermanos me gustan. Son hombres de honor y unos excelentes
amigos. Estoy muy contento de tenerlos pronto como cuñados.
-Muy amable por tu parte.
-Vamos, Joan, no te enfades.
-No me enfado. Tengo frío. Esta horrible habitación Es muy húmeda.
Colin no tenía frío, pero eso no era extraño. Sabía que si la tomaba entre
sus brazos no podría contenerse y no quería romper su juramento,
especialmente ahora que sus hermanos se alojaban bajo su techo,
recordándole su perfidia.
Se incorporó para coger la bata que había tirado al pie de la cama.
-Toma, póntela. Puedes envolverte con ella. Te dará calor.
-Tu generosidad e inteligencia me conmueven.
-Ahora duerme.
-Por supuesto, milord. Como desee, como ordene, como...
Colin cerró los ojos.
-Me pregunto por qué Douglas no exigió que le mostrásemos el acta de
matrimonio. Es siempre tan cuidadoso...
-Aún puede ocurrírsele. Podríamos casarnos mañana mientras tus
hermanos visitan el castillo. Al parecer, Douglas tiene un amigo destinado
allí de comandante y quiere presentárselo a Ryder.
-Una idea estupenda -dijo Sinjun-. ¿Colin?

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-¿Qué?
-¿Ni siquiera vas a cogerme la mano?
Sintió el calor de sus dedos. Era imposible que tuviera frío. Pensó que su
futura esposa estaría dispuesta a hacer lo que fuera para conseguir sus
propósitos. Tendría que vigilarla.
-Espero que te sientas bien en mi bata.
-Oh, sí, es suave y huele a ti.
Él guardó silencio.
-Así, al menos puedo imaginar que estás tocándome por todas partes.

A las diez de la mañana del día siguiente un pastor presbiteriano casaba


a Colin y Sinjun. El reverendo MacCauley había sido amigo de un tío de
Colin que se llamaba Teddy -no de su padre, que había sido un libertino,
explicó a Sinjun-, y era un vetusto señor con una tupida cabellera cana,
aunque afortunadamente poco formalista, así que la ceremonia no se
extendió mucho. Cuando salieron de la rectoría como lord y lady
Ashburnham, Sinjun dio un pequeño salto de alegría.
-Ya está, al fin. ¿Qué te parece si pregunto a mis hermanos si quieren ver
nuestras actas de matrimonio?
-No. Espera un momento, quiero besarte.
Ella se quedó perpleja.
-Ajá -dijo él mientras levantaba suavemente su barbilla con la palma de
la mano-, ya no estás loca por acostarte conmigo. Todo ha sido una
comedia. Pero ¿por qué? -No tardó en encontrar la respuesta-. Ya
entiendo. Ayer por la noche temías que Douglas y Ryder pudiesen
averiguar que no estábamos casados. Querías protegerme, ¿verdad?

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Querías que consiguiera a toda costa tu dote.


-No -dijo ella-. No era eso sólo. Estaría mirándote toda la vida cuando
estás desnudo. Incluso tus pies son hermosos.
-No haces más que desconcertarme, Joan. A veces me gusta. Pero no es
lo mismo ver a un hombre desnudo que hacer el amor con él. ¿Qué harás
cuando estés echada de espaldas en la cama, desnuda, y yo me disponga a
arrebatarte la virginidad?
-No lo sé. Supongo que cerraré los ojos. Me inquieta un poco pensar en
ello, pero no me parece repugnante, al menos contigo.
Él sonrió.
-Me gustaría entrar en acción ahora mismo, pero no creo que a Douglas
le gustase verme llevándote al hombro camino del dormitorio. Pero esta
noche, Joan, esta noche...
-Sí. -Se había respingado con los labios ligeramente abiertos esperando a
que la besara, pero él la besó muy deprisa y la soltó.
Abbotsford Crescent estaba a sólo quince minutos a pie de la residencia
del reverendo MacCauley. Colin se detuvo para mostrar a Sinjun un viejo
monumento de tiempos de James IV, cuando de pronto se oyó el sonido
del impacto de una bala y un fragmento de roca rozó la mejilla de Sinjun,
que acababa de agacharse para leer la inscripción obliterada por el paso del
tiempo. Se echó hacia atrás asustada y se llevó la mano a la cara.
-¿Qué ha sido eso?
-¡Maldita sea! -vociferó Colin y la echó al suelo cubriéndola con su
cuerpo. Los transeúntes los miraron y aceleraron el paso, pero un hombre
fue corriendo hacia ellos.
-Un hombre les ha disparado -dijo y escupió indignado-. Estaba allí, en
la sombrerería. ¿Está bien, señora?
Colin ayudó a levantarse a Sinjun. Tenía la mano apretada contra la
mejilla y la sangre le rezumaba entre los dedos. Él juró en voz alta.
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-Oh, la señora está herida. Vengan a mi casa, vivo muy cerca, en


Clackbourn Street.
-No, muchas gracias, señor. Vivimos en Abbotsford Crescent.
Sinjun estaba petrificada escuchando a los dos hombres que
intercambiaban nombres y direcciones. Alguien le había disparado. Era
increíble, inconcebible. No sentía dolor alguno, pero sí la sangre húmeda y
pegajosa, y como no quería verla, siguió apretando la mano contra la
mejilla.
Colin la miró preocupado. Sin decir palabra la cogió en las brazos.
-Apoya la cabeza en mi hombro y relájate.
Ella obedeció.
Cuando Colin entró en casa con ella, Douglas y Ryder acababan de
regresar de su visita al castillo, y en cuanto vieron que su hermana
sangraba se organizó una algarabía de gritos, acusaciones y preguntas
hasta que Sinjun se hartó.
-¡Douglas, Ryder, basta ya! Me he caído y me he golpeado la cara, eso es
todo. Soy muy torpe, ya lo sé, pero gracias a Dios estaba Colin a mi lado y
me ha traído a casa. Y ahora, si os calláis de una vez, quisiera ver qué
aspecto tiene la herida.
Como era de esperar, los hermanos no se sosegaron, sino que siguieron a
Colin mientras llevaba a Sinjun a la cocina y la sentaba en una silla. Él se
acordó de cuando ella lo había llevado a la cocina de la casa de Londres
para curarle el labio.
Douglas exigió de inmediato agua caliente y jabón, pero Colin le
arrebató enérgicamente el paño húmedo de la mano y dijo:
-Quita la mano, Joan, y déjame ver esa herida.
Ella cerró los ojos y no se quejó cuando le limpió la sangre de la herida.
Por suerte, el fragmento de roca sólo le había rozado la mejilla, pensó Colin
viendo cómo los dos hermanos observaban sus movimientos dispuestos a
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intervenir en cuanto hiciese algo que no creían apropiado.


-Es sólo un ligero rasguño -dijo Colin.
Ryder lo apartó a un lado.
-Un corte extraño, Sinjun, pero no creo que te quede una cicatriz. ¿Qué
opinas, Douglas?
-No parece un simple rasguño; más bien parece como si algo te hubiera
rozado la mejilla con gran fuerza. ¿Cómo dijiste que ocurrió, Sinjun? No
esperarás que crea que esto es de una caída.
Sin vacilar, Sinjun se dejó caer sobre Colin gimiendo.
-Me duele tanto. Perdona, Douglas, pero me duele terriblemente.
Su marido tomó rápidamente la iniciativa y le untó la herida con alcohol,
pero Sinjun vio preocupada cómo Douglas fruncía el entrecejo sin quitarle
la vista de encima.
-No me siento bien -dijo ella-. Creo que voy a devolver.
-Sólo es un simple corte -intervino Douglas con un semblante ceñudo-.
Es extraño. No eres de los que se asustan con cualquier cosa.
-Está muy cansada, Douglas -dijo Colin-. Seguro que lo comprendes.
Se produjo un gran silencio. Los dos hermanos miraron a su cuñado y a
su hermana pequeña que hasta hace poco había sido una muchacha virgen
y ahora se había convertido en una mujer casada. Era una píldora difícil de
tragar. Finalmente Douglas lanzó un suspiro:
-Está bien, Sinjun, ve a la cama. Así curará antes.
Ella obsequió a su marido con una sonrisa desafiante, pero a la vez tan
patética y lastimosa que Ryder empezó a sospechar.
-Esto no me gusta -dijo sin dirigirse a nadie en particular-. Eres una
actriz miserable, Sinjun, no sabes fingir y...

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En ese momento entró Agnes en la cocina y Sinjun cerró los ojos con
gran alivio. Agnes hizo saber a los tres hombres de manera contundente
que eran prácticamente inútiles y además desconsiderados, portándose
como tres gallos impertinentes mientras la pobrecita mujer estaba herida.
Diez minutos más tarde, Sinjun reposaba en la cama.
Colin se sentó a su lado.
-Tus hermanos sospechan que tus náuseas y quejidos sólo han sido una
comedia. ¿Es cierto?
-Sí. Tenía que hacer algo rápidamente. Si hubiera fingido que perdía el
conocimiento, no lo hubieran creído. Lo siento, Colin, he hecho todo lo
posible. No deben averiguar la verdad. Nunca se irían o te golpearían y me
raptarían. No podía permitirlo.
Colin se echó a reír a pesar de su asombro.
-No tienes que disculparte porque te dispararan e intentaras engañar a
tus hermanos. No te preocupes, yo seguiré la farsa. Descansa un rato
mientras hablo con ellos, ¿de acuerdo?
-Si me besas antes.
Él le dio un beso, otro beso odiosamente fraternal.
Sinjun no dormía cuando entró Colin en su dormitorio. Estaba tan
excitada que no se atrevió a respirar cuando él se acercó a la cama y la miró
con el candelabro en la mano.
-Estás poniéndote morada. Respira.
Exhaló el aire con un silbido.
-Lo había olvidado por completo.
-¿Cómo está esa mejilla?
-Bien. Apenas me duele. La cena también ha ido bien, ¿no crees?

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-Sí, si olvidamos que tus hermanos no dejaban de observar tu mejilla.


Por lo menos Agnes cocina estupendamente.
-¿Tienes ya todo mi dinero?
Aunque le extrañó la pregunta, decidió responder.
-Sí, Douglas me ha extendido una carta de crédito. Además, mañana
iremos a ver al director del banco de Escocia. Dará instrucciones a su
administrador de que me envíe toda la documentación necesaria para
futuras transacciones financieras y el estado de tus inversiones. Todo está
resuelto. Gracias, Joan.
-¿Soy tan rica como habías esperado?
-No había contado con una heredera tan rica. Gracias a tu tía abuela
Margaret podría decirse que eres una de las jóvenes más acaudaladas de
Inglaterra.
-¿Qué vas a hacer ahora, Colin?
Dejó el candelabro sobre la mesa y se sentó junto a ella.
-¿Tienes frío?
Ella meneó la cabeza, pero contestó.
-Sí.
Él pasó ligeramente la yema de los dedos por su mejilla cerca del
rasguño.
-Siento mucho lo ocurrido. Espero que la bala estuviera dirigida a mí.
-¡Yo espero que no! No quiero que nadie intente matarte, aunque
tampoco quiero morir. -De pronto enmudeció y frunció el entrecejo.
-¿Qué ocurre?
-Esa cuchillada en el muslo... ¿Y si no fuera un ladrón, sino un primer
intento de asesinato?

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Él meneó la cabeza.
-Eso me parece muy improbable. Londres es muy peligroso y yo no
estaba en un lugar muy... elegante cuando sucedió. No, ése no fue más que
un ladronzuelo que quería llenar sus bolsillos. Y ahora, ¿te gustaría que te
hiciera el amor? Al fin y al cabo, es tu noche de bodas.
Al menos había conseguido desviar su atención, pensó Colin, mientras
observaba a su mujer.
Sinjun llevaba puesto un camisón blanco que le llegaba casi hasta la
barbilla. Su largo cabello caía, suelto, por la espalda y los hombros. Cogió
unos mechones y se los llevó a la cara. El cabello era suave y olía a jazmín,
si no estaba equivocado.
-Cuántos matices diferentes -dijo, consciente de que ella ya no sentía
ansia alguna por perder su virginidad, ahora que ya no tenía que
sacrificarse para salvarlo. Antes de la boda, ella hubiera sido capaz de
desnudarlo, echarlo de espaldas y tomar las riendas en sus manos sólo para
protegerlo y ayudarle a conseguir su dinero. Era dulce y transparente,
enérgica, y más inteligente de lo que le convenía. Tendría que ser riguroso
con ella si no quería que hiciera con él lo que quisiera, y eso no podía
permitirlo. Pero no podía imaginarse encerrándola en una habitación
enmohecida de la torre.
Había sido afortunado al encontrarla, de eso no cabía la menor duda.
Entonces se acordó otra vez de la bala y del fragmento de roca que había
herido la mejilla de Joan. ¿Y si le hubiera dado en el ojo? Trató de no
pensar en ello. Afortunadamente no había ocurrido y de ahora en adelante
tomaría medidas para protegerla. Sus hermanos tenían intención de partir
a la mañana siguiente y poco después ellos saldrían hacia Vere Castle. Ese
era el único lugar de Escocia donde ella estaría completamente a salvo.
Se inclinó y la besó en la boca. Ella se estremeció, pero abrió los labios
ligeramente. En lugar de aceptar esa invitación, siguió besándola
acariciándole suavemente el labio inferior con la lengua hasta que sintió
que empezaba a relajarse con sus besos delicados.

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-Eres muy bonita, Joan -susurró él-; verdaderamente bonita. Me


gustaría contemplarte ahora mismo.
-¿No te basta mi cara por el momento?
-Me gustaría ver todo tu cuerpo. -En ese momento se dio cuenta de que
debería haber encendido el fuego en la chimenea, así hubiera podido
contemplar su cuerpo desnudo hasta la saciedad. Pero ya no era posible
porque se helaría. La ayudó a quitarse el camisón y la tapó con la cubierta
hasta los pechos, dejándolos al descubierto.
-Ahora deja que te mire.
Sinjun se sintió incómoda y se cubrió los pechos con las manos, hasta
que se dio cuenta de lo ridículo que era su comportamiento y dejó caer los
brazos resignada. No le gustó que él estuviera vestido y ella desnuda. No
era ella quien dominaba la situación, sino él, y eso la molestaba.
Él contempló sus pechos sin tocarlos.
Muy bonitos -dijo; una declaración demasiado modesta, porque nunca
hubiera pensado que sus pechos fueran tan turgentes. Andaba como un
muchacho, sin coquetería, sin el balanceo femenino de las caderas. Ah,
pero sus pechos eran verdaderamente atractivos, tersos y redondos, con
pezones de un color rosado oscuro.
-¿Colin?
-¿Es ésta realmente la voz de la mujer que quería bajarme los pantalones
y casi violarme nada más salir de Londres?
-Sí, pero ahora todo es muy diferente. Ya no existe el motivo, y no me
gusta que me mires así...
-Si no recuerdo mal, tú hiciste lo mismo conmigo, sólo que yo estaba
desnudo hasta los pies. Te hartaste de mirar y estabas vestida, ¿no es
cierto?
-Al principio no. Al principio sólo llevaba camisón.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Pero tú no quisiste taparme hasta que te hartaste de mirar.


-Oh no, Colin, yo te hubiera mirado con gusto durante muchas horas
más.
No se le ocurrió ninguna respuesta apropiada. Se inclinó sin tocarla con
las manos y comenzó a lamerle un pezón.
Él pensó que le rechazaría, pero sólo se estremeció y le dejó hacer
completamente inmóvil.
-¿Qué estás haciendo, Colin? Seguro que eso...
Él exhaló su aliento cálido contra ella y ella se estremeció.
-Esto es mi preludio -susurró él y volvió a dedicarse a sus pechos. Sintió
su aroma embriagador y apretó con más fuerza los labios contra la suave
piel de su cuerpo.
-Dios mío, Colin, tengo una sensación muy extraña.
-Confío que no sea desagradable.
-No lo sé. Quizá. No... ¡Dios mío!
Acarició sus pechos muy suavemente y, cuando levantó la cabeza para
verle la cara, se dio cuenta de que su piel era mucho más oscura que la de
ella.
Quizá no era tan terrible estar casado. Hubiera penetrado en ella al
instante, pero sabía que debía esperar. Sabía que las mujeres necesitaban
ser estimuladas, especialmente entre los muslos, y él quería también
explorar un poco su blanda piel con las manos, los labios y la lengua antes
de poseerla.
Pronto decidió que había llegado el momento de ampliar el preludio. Se
levantó rápidamente y se quedó mirando a su mujer, la muchacha con la
que se había casado a la fuerza y que lo había salvado a él y a su familia por
muchas generaciones. Se desnudó con calma sin dejar de sonreír y viendo
la excitación acumulada en sus ojos increíblemente azules, los ojos típicos

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La novia secreta – Catherine Coulter

de los Sherbrooke, como había oído decir en Londres. Pero también veía el
miedo en esos ojos que seguían cada uno de sus movimientos. Cuando
estaba completamente desnudo, se irguió sonriendo.
-Ahora puedes hartarte de mirarme, querida.
Sinjun lo miró atentamente, meneó la cabeza y dijo consternada:
-Eso no puede funcionar jamás. Es imposible.
-¿Qué es lo que no puede funcionar? -Siguió su mirada y comprobó con
sorpresa que tenía una erección. Sabía por su experiencia anterior que las
mujeres se excitaban mucho al verlo así, pero también podía suponer que
una virgen reaccionaría de un modo mucho menos entusiástico.
-Eso -dijo Sinjun señalando hacia su ingle.
-Pronto comprobarás lo bien qué funciona. ¿Podrías intentar confiar en
mí?
Tragó saliva penosamente y apenas podía articular una palabra.
-Está bien -susurró al fin, se subió la cubierta hasta la barbilla y se
deslizó hasta el otro lado de la cama-. Pero no creo que esto tenga algo que
ver con la confianza.
-¿Tienes idea de cómo se hace el amor?
-Por supuesto que sí. No soy estúpida ni ignorante, pero lo que pensaba
no puede ser cierto. Eres demasiado grande y, aunque confío en ti, no
puede ser del modo que yo creía. Es completamente imposible, tienes que
admitirlo tú también.
-De ningún modo -dijo y se dirigió a la cama sonriendo.

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La novia secreta – Catherine Coulter

Había actuado como si estuviera segura de sí misma, su lenguaje había


sido provocador para conseguir por todos los medios que hiciera el amor
con ella, pero en realidad estaba aterrada. Entre sorprendido y satisfecho
observaba ante sí a esa virgen miedosa que ahora intentaba ¡escapar de él.
Cuando se deslizó a su lado bajo la manta y se recostó ontra ella
oprimiendo su pechos, ella suspiró quedánose sin aliento.
-Es agradable, ¿no, Joan? -preguntó él mientras frotaba su pecho contra
el de ella.
-Es una sensación extraña. Tu piel velluda me produce cosquillas.
-En cambio la tuya es cálida y suave como la seda.
Introdujo la lengua en su boca, deslizó la mano por su vientra y acarició
suavemente la curva de su pubis. Ella se estremeció y Colin se dio cuenta
mientras su excitación crecía hasta hacerse casi insoportable.
Sinjun lo miraba mientras él la besaba. Tenía los ojos cerrados y sus
pobladas cejas negras le rozaban las mejillas. Era tan hermoso; ella lo
deseaba desde que lo había visto por primera vez, pero aquella parte de su
cuerpo era demasiado grande para que pudiera resultar agradable. Sus
dedos la tocaban en el rincón más íntimo de su cuerpo, y esa intimidad no
parecía molestarla. No, no era desagradable, y quizá él se contentara con
eso. Al menos, así lo esperaba de todo corazón.
-Por favor, enséñame a besar, Colin -susurró ella mientras le rodeaba el
cuello con los brazos-. Me gusta besar. Podría besarte por toda la
eternidad.
-Hay otras muchas cosas además de los besos -dijo él-, pero podemos
empezar con ellos y siempre podemos volver a ellos. Sólo tienes que abrir

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la boca y darme tu lengua.


Ella le obedeció y, mientras buscaba con su lengua la lengua de Colin,
sintió que sus dedos se deslizaban entre sus piernas acariciándola
suavemente; se retorció presa de una extraña sensación y, con gran
sorpresa, su boca emitió un gemido.
Apartó la mano de ella al tiempo que la miraba a la cara. Podía leerse
claramente la decepción.
-¿Te gusta, verdad? ¿Quieres que siga?
-Creo que no estaría mal.
Él rió y la besó de nuevo, pero cuando le introdujo un dedo y ella volvió a
gemir, él se olvidó de todo excepto de su propio deseo que apenas podía
dominar.
Quería proporcionarle placer, pero dudaba que eso fuera posible la
primera vez. Quizá lo mejor fuera hacerlo cuanto antes la primera vez. Su
dedo se hundió en ella y él sintió cómo su interior se ablandaba y se adap-
taba, gimiendo y temblando de deseo al pensar que pronto introduciría su
miembro en esa cueva húmeda y caliente.
Sinjun abrió los ojos asustada.
-¿Colin? ¿Qué ocurre? ¿Te he hecho daño?
-Es un dolor maravilloso, Joan, pero ahora tengo que penetrarte, no
puedo esperar más. Tendré el mayor cuidado posible, pero la primera vez
hay que hacerlo para que haya una segunda que sea también maravillosa
para ti. Sólo tienes que confiar en mí.
Todas las sensaciones agradables se desvanecieron de repente. Vio,
aterrada, cómo le levantaba las rodillas preparándola para él. Era
demasiado grande... Apretó los puños contra su pecho velludo.
-Por favor, Colin, creo que deberíamos hablar. Quisiera esperar algo
más. Puede que Navidad fuera una buena...

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Él penetró en ella y ella gritó y apretó las caderas contra el colchón, pero
eso no sirvió de nada porque Colin la cogió por las caderas y la atrajo hacia
sí hundiéndose más y más en ella. Sinjun trató de contenerse y ahogar sus
gritos. Cerró los ojos y trató de aguantar el dolor, pero éste aún se hizo más
insoportable. Él se detuvo y dijo con voz temblorosa y jadeante:
-Tengo que penetrarte... Tengo que hacerlo, no grites, mi amor. -Antes
de acabar de hablar empujó con toda su fuerza y ella no pudo contener un
agudo chillido. Lo sintió entonces profundamente en su interior, pero no
quería tenerlo allí, a ese intruso, que le causaba tal dolor mientras él
mismo parecía no sentir dolor alguno. Era un salvaje, penetrando en ella y
retirándose una y otra vez, hasta que de pronto se arqueó, rígido como una
tabla. Ella abrió los ojos instintivamente y lo vio preso de violentas
sacudidas, con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y gimiendo
enloquecidamente.
Dejó de gemir y se desplomó sobre ella. Ella sintió su humedad, su
semilla de hombre en el interior de su cuerpo. No estaba segura de lo que
sentía. Por un lado sentía dolor, pero más que el dolor físico que le había
infligido sentía que la había engañado al pedirle que confiara en él. Había
confiado en él como una imbécil y había abusado miserablemente de su
confianza.
Se sintió traicionada.
Él aún jadeaba, con la cara pegada a la de ella y el cuerpo sudado,
descargando todo su peso sobre ella.
Le hubiera gustado golpearle, pero consiguió dominarse y dijo:
-No me gustó lo que hiciste, Colin. Fue horrible.
Sus palabras parecían proceder de un sueño, de un mundo irreal. ¿Cómo
era posible que no le hubiera gustado cuando él había sentido un placer tan
enorme? Meneó la cabeza incrédulo. No, eso era imposible.
Tardó un buen rato hasta que volvió a respirar con normalidad y
durante todo este tiempo ella permaneció inmóvil debajo de él. Aunque era
consciente de su peso no era capaz de retirarse de ella. Al fin se apoyó en
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los codos y contempló a su mujer.


-Lo siento -mintió, porque había gozado con ella más que en toda su
vida-. Tu virginidad pertenece ahora al pasado, y en el futuro no volveré a
hacerte daño.
-Me has engañado, Colin. Dijiste que funcionaría, que debía confiar en
ti.
-Naturalmente, soy tu marido. Y ha funcionado, ¿no me sientes? Te he
tomado y he vertido mi semilla en tu cuerpo. La próxima vez será más fácil,
y es posible que te guste: Al principio te gustó, ¿no?
-No me acuerdo.
¿No se acordaba? ¿Cómo era eso posible cuando él ya la deseaba otra
vez? Pero se dominaría. No era un salvaje. No, no volvería a hacer daño a
su inocente mujer, pero su cuerpo no atendía a razones. Su miembro er-
guido exigía sus derechos. Volvió a penetrarla.
Ella gritó de dolor, le golpeó con los puños, intentó quitárselo de encima,
pero aunque él oía sus gritos no pudo detenerse hasta alcanzar de nuevo
entre gemidos el orgasmo.
Volvió a yacer sobre ella jadeante y preguntándose qué le había
ocurrido.
-¿Cuántas veces vas a hacerlo?
-De momento ninguna más, creo. Joan, ¿no lloras, verdad? Dime que no
lloras. Te prometo que no me moveré.
Su voz se había calmado, y eso lo tranquilizó. Pero ella continuó:
-Siento un gran afecto por ti, Colin, pero resultará difícil soportar eso
con frecuencia. No fue agradable. Sé que teníamos que hacerlo para que
Douglas no me llevase a Londres y anulase nuestro matrimonio, pero ¿se-
guirás haciéndolo con frecuencia ahora que ya no hay necesidad?
Podría haber dicho que era capaz de seguir haciéndole el amor, pero

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frenó su lengua. Le había hecho daño y no le había proporcionado ningún


goce.
-Lo siento -dijo, y se retiró de ella haciéndole gemir de dolor-. Lo siento -
repitió molesto consigo mismo.
-No lo entiendo.
-¿Qué no entiendes?
-Siempre pensé que Alex (la mujer de Douglas, ya sabes) disfrutaba
durmiendo con él en la misma cama. Y Ryder y Sofía también, pero ahora...
Tal vez disfrutan sólo de los besos, y lo demás lo aguantan porque aman a
sus maridos. Pero es difícil, Colin. No imaginé que fuera tan desagradable.
-Te aseguro que la próxima vez disfrutarás. Te lo prometo.
Colin comprendió que no le creía y no podía reprochárselo después de
tomarla por segunda vez, a pesar de que sabía perfectamente que le haría
daño.
-Lo siento -dijo por tercera vez-. Te haré olvidar lo que ha pasado.
Ella permaneció tendida de espaldas cuando él se levantó y se quedó de
pie junto a la cama. Había sangre y semen en sus muslos y en las sábanas
blancas. Él se inclinó hacia ella, y Sinjun, temiendo lo peor, empezó a gritar
con todas sus fuerzas.
Inmediatamente después se oyeron unos golpes en la puerta del
dormitorio y Douglas exclamó:
-¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa, Sinjun?
-¡Apártate, Douglas! ¡Va a matarla!
Ryder abrió la puerta de un golpe e irrumpió en el dormitorio con
Douglas pisándole los talones.
Se hizo un gran silencio. Ryder y Douglas se quedaron petrificados, con
sus batas ondeando alrededor de sus piernas desnudas, mirando perplejos

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a su cuñado desnudo y a su hermana, que estaba tendida desnuda en la


cama, aunque durante un segundo, porque al instante tiró de la cubierta y
se tapó hasta la barbilla.
-¡Fuera de aquí! ¡Cómo os atrevéis! ¡Maldita sea, fuera! -chilló fuera de
sí de rabia y de vergüenza.
-Pero, Sinjun, te hemos oído gritar y chillar de dolor...
Para su propia sorpresa y como por un milagro, consiguió dominarse e
incluso logró exhibir una sonrisa, aunque era una sonrisa vacilante,
maliciosa y resentida.
-Está bien, Douglas, yo también he oído a Alex gritar como una loca.
¿Por qué no puedo hacerlo yo?
-No gritabas de placer -dijo Ryder con una voz tan fría que Sinjun se
estremeció al oírla-. ¿Qué te ha hecho este hijo de puta?
A Colin se le agotó la paciencia.
-¡Maldita sea! -rugió mientras se ponía la bata-. ¡Esto es absolutamente
ridículo! ¿No tengo derecho a la intimidad en mi propia casa? Sí, ha
gritado, y ¿queréis saber por qué? Os lo voy a decir, fisgones desgraciados,
¡era virgen y he tenido que desflorarla!
Fuera de sí, Douglas rugió aún más fuerte que Colin:
-¡Mentiroso hijo de perra, rufián degenerado, esta vez sí que voy a
matarte!
-¡Otra vez no! -exclamó Sinjun.
-¡Claro que sí, al infierno con él! -vociferó Ryder apretando los dientes-.
¿Eras aún virgen, Sinjun? ¡Y nos hicieste creer que estabas casada con este
salvaje desde hace días! ¡En todos los sentidos! ¿Cómo diablos podías ser
todavía virgen? Este sátiro no tiene aspecto de querer esperar a nada ni a
nadie.
Sinjun se envolvió en la cubierta y sacó las piernas de la cama. Colin

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parecía un perro agresivo y sus hermanos se le acercaban con aspecto no


menos sanguinario.
-¡Basta, estáis locos! -gritó exasperada. ¿Dónde estaba Angus con su
maldito trabuco? Se puso delante de sus hermanos-. Se acabó, ¿me habéis
oído? ¡Se acabó! -Al ver que no le hacían caso, cambió de táctica y ordenó
en un tono de voz tranquilo y frío como jamás habían oído Douglas o Ryder
de ella-. Vais a salir ahora mismo de mi dormitorio, los dos, u os juro,
Douglas, Ryder, que nunca más volveré a hablaros. ¡Lo juro!
-No, no puedes hablar en serio -dijo Douglas.
-No sabes lo que dices -balbuceó Ryder mientras daba un paso atrás-.
Somos tus hermanos, te queremos y...
-Hablo completamente en serio. ¡Fuera, los dos! Mañana hablaremos de
esto. Me habéis puesto en una situación tan embarazosa y... -De pronto se
echó a llorar.
Douglas y Ryder se apresuraron a socorrerla, pero Colin levantó la mano
y dijo con calma:
-No, señores. Yo me ocuparé de mi mujer. Mañana hablaremos. Iros.
-Está llorando -dijo Ryder conmovido-. Sinjun nunca llora.
-Si eres el culpable, maldito hijo de perra...
-Douglas, déjanos solos. -Colin estrechó a su mujer entre sus brazos.
Ryder y Douglas abandonaron la habitación entre maldiciones.
-Debería haber cerrado la puerta con llave -dijo Colin-. Esto me servirá
para recordar que debo tener más cuidado y que mi mujer tiene dos
hermanos que la quieren con locura y están dispuestos a matar a quien-
quiera que le haga daño.
-Hubieran echado la puerta abajo, si hubiera estado cerrada. Y tú me has
hecho daño...

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-Oh, pero si ya hablas -dijo Colin-. Tus lágrimas se han secado pronto. -
La cogió por los hombros con fuerza-. Voy a decirte una cosa, Joan, y no
tengo intención de repetirla. Ésta es mi casa. Tú eres mi mujer y yo soy un
hombre, no un perro faldero que debas proteger escondiéndolo bajo tus
faldas. ¿Me has entendido?
Ella intentó librarse de él, pero él la retuvo mientras Sinjun decía:
-¿Es que no entiendes que te hubieran matado? Y si abrieras los ojos,
podrías ver que no llevo puesta ninguna falda.
-No intentes distraerme. Nunca más volverás a ponerte delante de mí
para protegerme, ¿está claro? Dios mío, en una situación de auténtico
peligro podría ocurrirte algo. Estamos en Escocia, que es muy diferente de
vuestro refinado país. Aquí siempre hay que contar con la violencia y no
toleraré tu comportamiento alocado, nunca más. ¿Me has entendido?
-¡Tú no eres un perro faldero, pero sí un maldito imbécil! ¡Es absurdo,
Colin, andas arremetiendo como un toro furioso! Sólo he fingido que
lloraba para hacer entrar en razón a mis hermanos. ¿Qué tiene eso de
malo?
-¡Basta! -Se golpeó con la mano en la frente-. ¡Es demasiado, maldita
sea! Métete en la cama, Joan, estás tiritando de frío.
-No. Si me meto volverás a hacerme esas cosas horribles. No me gustan,
Colin. No confío en ti.
Colin echó una ojeada al dormitorio con las paredes demasiado oscuras,
los muebles gastados y las cortinas deslucidas y se quedó al fin mirando a
su mujer, que quería prohibirle hacer el amor con ella. Era intolerable.
Además había tenido la osadía de intervenir otra vez en una discusión
entre él y sus hermanos. Estaba enloquecido. Le arrancó la cubierta del
cuerpo y la echó a la cama.
-¡Quédate ahí!
-No, no permitiré que vuelvas a hacerlo, Colin. Fue horrible y no quiero.
¡Maldita sea, déjame en paz de una vez!

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Colin creyó enloquecer. Primero sus hermanos querían darle órdenes, y


ahora también ella, su propia mujer. Ya era hora de aclarar de una vez por
todas quién era y seguiría siendo el amo. Se echó encima de ella, le puso la
mano en la boca y le separó las piernas. Ella comprendió que no servía de
nada oponer resistencia y se resignó. La penetró profundamente y esta vez
ella no gritó. Quería evitar como fuera que sus hermanos irrumpieran de
nuevo en la habitación. Hundió su cara en la almohada, cerró los ojos y
apretó los puños, inmóvil. No estuvo violento con ella. El intentó besarla,
pero ella mantuvo la cabeza echada a un lado. Afortunadamente no duró
mucho tiempo hasta que se aceleró su respiración y él alcanzó su punto
culminante con un profundo gemido. Esta vez no se dejó caer sobre ella
como antes, sino que se retiró enseguida. Sinjun se sentía tan dolorida que
no estaba segura de si podría dar un solo paso. Sabía que Colin estaba de
pie junto a la cama mirándola, pero no le importaba. Si lo deseaba, volvería
a tomarla de nuevo sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. Sin
moverse, murmuró:
-Quisiera lavarme.
Esas palabras le hicieron volver en sí. Lanzó un suspiro y trató de ahogar
su remordimiento y aplacar su enfado por esa situación absurda.
-Tranquilízate -dijo él-. Voy a buscar agua y un paño.
Sinjun no se movió. Cerró los ojos. Ésta era su noche de bodas, un gran
fracaso. Dolor y humillación, y por si fuera poco, Douglas y Ryder
entrometiéndose. Volvió la espalda a Colin y se acurrucó doblando las
rodillas junto al pecho. Deseaba ser la Sinjun que había sido hacía un mes;
una Sinjun alegre y segura de sí misma, que soñaba con el gran amor.
Había visto a Colin y en él su sueño hecho realidad. ¡Ah, y qué sueño!
Aquella Sinjun había sido también ignorante e inconsciente, y por eso
había ido todo mal.
Lloró, por primera vez en los últimos tres años.
Colin estaba de pie al lado de la cama. Douglas tenía razón al acusarlo de
rufián degenerado. No sabía qué hacer. Sus sollozos no eran delicados y
femeninos, sino roncos y fuertes, inmensamente conmovedores.

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-Bueno, bueno -murmuró; se echó en la cama y le cubrió el cuerpo con el


suyo. Sus lágrimas cedieron. Cuando la besó en el cuello, ella se puso
rígida.
-Por favor, Colin, no vuelvas a hacerme daño. No merezco más castigo.
Él sabía que tenía razón y no podía reprocharle nada; sólo él era el
culpable de aquella situación. Había sido demasiado desconsiderado y
brutal. La había tomado tres veces seguidas, y la tercera vez lo había hecho
simplemente para castigarla. Se había comportado miserablemente.
-No voy a hacerte el amor otra vez -le dijo-. Ahora duerme.
Sorprendentemente, Sinjun cerró los ojos y se durmió enseguida.
Durmió hasta que Colin la despertó a la mañana siguiente poniéndola de
espalda con cuidado. Sintió frío, abrió los ojos y lo vio inclinado sobre ella y
con un paño húmedo en la mano.
-No te muevas. Voy a lavarte.
-¡Oh, no! -Se apartó de él bruscamente huyendo al otro extremo de la
cama-. No, Colin, yo misma lo haré. Por favor, ahora vete.
Él se sintió ridículo, de pie ante ella con el paño en la mano tendida.
-Como quieras -gruñó al fin y le arrojó el paño-. Angus nos traerá
enseguida agua caliente. Báñate cuanto antes, porque yo también quiero
bañarme, y no parece que quieras compartir la bañera conmigo, aunque
sea tu marido y aunque debieras admitir que querías casarte conmigo a
toda costa e incluso perder tu virginidad antes de la boda.
-Estás enfadado conmigo -dijo ella mientras se subía la cubierta hasta la
cabeza. Estaba completamente confundida-. Esto es muy extraño, Colin, ya
que eres tú quien me ha hecho daño. ¿Cómo puedes atreverte a estar
disgustado conmigo?
-Estoy disgustado por esta maldita situación. -Llamaron a la puerta-. No
te muevas -dijo por encima del hombro-. Quédate tapada en la cama.
Era Angus, no sus hermanos blandiendo espadas; traía dos cubos de
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agua humeante.
Tan pronto estuvieron solos otra vez, Sinjun se apresuró a decir:
-Puedes bañarte el primero. -Quería evitar así entrar desnuda en la
bañera ante sus ojos.
Él se quitó la bata y se metió en la bañera. Era tan grande que tuvo que
doblar las rodillas. Sinjun hubiera reído al verlo, si no se hubiera sentido
tan desdichada. No quería levantarse, no se atrevía a ver a sus hermanos.

No dijeron ni una sola palabra. Tanto Douglas como Ryder parecían


decididos a no pelear o discutir más con Colin. Habían comprendido que,
habían puesto a Sinjun en un gran apuro. Aún más que la intromisión
nocturna le molestaba que sus hermanos hubieran discutido la situación
entre ellos, decidiendo sin consultarle el curso que debían darle.
Después de la segunda taza de café, dijo Ryder:
-Douglas y yo nos vamos, Sinjun. Sentimos habernos inmiscuido,
poniéndote en una situación desagradable. Pero si alguna vez necesitas
nuestra ayuda, sólo tienes que decírnoslo. Vendremos de inmediato y
haremos lo que quieras.
-Gracias -dijo ella. De pronto deseó que no la dejaran sola. Al fin y al
cabo se habían entrometido sólo porque la querían y estaban preocupados
por ella.
Cuando se despidieron una hora más tarde, ella se sintió terriblemente
sola y abandonada, y por primera vez se preguntó si había cometido una
terrible tontería. Se echó en los brazos de Douglas y lo abrazó
estrechamente.
-Cuídate mucho. Da un abrazo a Alex de mi parte.
-Se lo daré.

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-Y besos a los mellizos. Ryder me ha dicho que le han puesto la casa del
revés. Debe de ser maravilloso. Echo mucho de menos a todos los niños.
-Sí, ya sé, pequeña. También yo los echo de menos. Es una gran suerte
que Ryder y Sofía adoren a los niños, incluso cuando son unos verdaderos
pillos. He cerrado la casa de Londres. Alex y los niños estarán en
Northcliffe Hall cuando regrese. No te preocupes por nuestra madre.
Me ocuparé de que, cuando te escriba, sus cartas sean amables.
Ryder la abrazó con fuerza y dijo:
-Sí, daré a Sofía un beso de tu parte y a los pequeños un abrazo. Te
echaré terriblemente de menos, Sinjun.
-No olvides a Grayson, Ryder. Es un cielo, lo añoro tanto...
-Es el retrato de Sofía. De los Sherbrooke sólo tiene los ojos azules y la
barbilla obstinada.
-Sí, le quiero mucho.
-No llores, mocosa. Imagino cómo te sientes. Aún me acuerdo de cuando
Sofía sentía una terrible añoranza por Jamaica, aunque sólo fuera por el
frío que pasó en Inglaterra. Pero Colin es tu marido y cuidará bien de ti.
-Sí, lo sé.
Ryder pensó que su tono de voz no parecía muy convincente. ¿Qué
debían hacer? Estaba casada con ese tipo. A pesar de eso, no le gustaba en
absoluto dejarla sola, aun cuando Douglas opinara que ya se habían inmis-
cuido bastante.
-Al principio el matrimonio no siempre marcha como uno desearía -dijo
él, y al ver que Sinjun lo miraba sin hablar, continuó-: Quiero decir que
pueden surgir pequeños problemas. Pero se solucionan con el tiempo.
Tienes que tener un poco de paciencia.
No tenía idea de si sus palabras podían aplicarse a su situación, pero vio
el dolor en sus ojos y apenas podía soportarlo. Le repugnaba

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profundamente dejarla en este país extraño y con este extraño que era su
marido.
Colin se mantuvo algo separado de los tres, observándolos. Reconoció
que estaba celoso por lo unidos que estaban. Él y su hermano mayor
Malcolm siempre estaban peleando y su padre siempre había tomado
partido por Malcolm, el futuro conde. Sólo su opinión contaba, sólo sus
deseos importaban, y naturalmente había que pagar sus interminables
deudas de juego. Entonces Colin se negó a luchar para Napoleón porque
consideraba funestas las convicciones de su padre, que también compartía
su hermano. Quería un despacho de oficial en el ejército inglés, que su
padre se negó naturalmente a comprar porque tenía otros planes con su
hijo menor. Colin debía acabar la hostilidad con los MacPherson. Se había
casado a los veinte años con Fiona Dahling MacPherson y la hostilidad
había acabado; hasta hacía un mes, hasta que por alguna razón Robert
MacPherson había desenterrado el hacha de guerra.
-¿Ocurre algo, Colin?
La voz de Douglas rescató a Colin de sus sombríos recuerdos.
-No, nada. Yo cuidaré de vuestra hermana. No os preocupéis.
-¿Crees que os será posible venir a vernos en otoño?
Colin inclinó la cabeza tras un breve silencio.
-Tú me has dado los medios para poner en regla mi casa y mis tierras.
Tengo mucho que hacer, pero para el otoño debería estar terminado todo.
-Era el dinero de Sinjun, no el mío, y me alegra que se utilice para un
buen fin. Personalmente odio ver hundirse en la ruina a una propiedad.
Colin observó los dos magníficos sementales árabes que relinchaban y
resoplaban impacientes.
-Venid a visitarnos cuando hayamos restaurado Vere Castle. La avenida
al castillo es muy hermosa, bordeada de árboles, y ahora, en verano, el
follaje forma una bóveda.

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-Vendremos con gusto -dijo Douglas-, y Ryder podría traer a los niños.
-Me gustan los niños -dijo Colin-, y Vere Castle es muy grande. Hay
habitaciones de sobra para alojaros a todos.
Poco después Douglas y Ryder cabalgaban por el empedrado y sus capas
ondeaban al viento.
Sinjun los seguía con la mirada de pie en la calle. No recordaba haber
estado jamás tan triste, pero se propuso enérgicamente luchar contra su
depresión. Ryder tenía razón; debía tener paciencia. Al fin y al cabo
adoraba a su marido, a pesar de todo lo que le había hecho. Ya se las
arreglaría. Había mucho que hacer, y ella no era una mujer que se quedaba
de brazos cruzados cuando estaba angustiada. Por otra parte tenía que
reconocer que hasta ahora apenas había habido situaciones de angustia en
su vida.
Ella se volvió y sonrió a su marido; al menos hizo el esfuerzo honesto por
sonreír.
-Quisiera otra taza de té. ¿Tú también?
-Sí, Joan. Creo que sí. -Fue con ella a su lado-. Me gustan tus hermanos.
Ella guardó silencio por un momento, y enseguida dijo con una
jovialidad desesperada:
-Oh, sí, a mí también.
-Sé que los echarás de menos. Iremos a verlos pronto. Te lo prometo.
-Sí, me lo prometes.
Él la miró brevemente y prefirió no hacer comentario alguno a su
respuesta sarcástica.

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El dique en el estuario de Forth era un lugar sucio, que olía a pescado en


todos los estados de descomposición, a los cuerpos sin lavar de los
estibadores que gritaban sin parar y a otras cosas peores. Con el enorme
bullicio de coches y carros de todo tipo, las colisiones parecían inevitables.
Y en efecto, en ese momento chocaron dos carretones y un barril de roble
cayó de uno de ellos en el pavimento adoquinado, rodando fue a chocar
contra una barandilla de hierro. La cerveza oscura se derramó por el suelo
inundando el aire con su fuerte aroma. Sinjun olfateó sonriendo. Imaginó
que los diques de Londres serían parecidos, aunque nunca había estado
allí. Colin la cogió por el codo sin hablar y la condujo a un transbordador
que parecía estar en las últimas. Era una barcaza larga y estrecha con
bordas de madera sin pintar, y su ambicioso nombre Forth Star no
correspondía en modo alguno a esa gabarra escuálida. Los caballos ya es-
taban a bordo, casi pegados a los pasajeros, lo cual ponía nerviosos a unos
y otros por igual. El viejo a quien pertenecía el transbordador tenía la
lengua más procaz que Sinjun jamás había oído. Renegaba y juraba contra
todo lo que se le ponía delante: los pasajeros, los animales, las maletas y los
baúles, e incluso contra la orilla opuesta del Forth. Sinjun lamentaba no
poder entender más que una mínima parte de lo que decía, que tenía que
ser interesante, porque Colin se estremeció varias veces cuando el viejo, al
morderlo un caballo en el hombro, empezó a maldecir tan alto que su voz
debió de oírse a cinco kilómetros a la redonda.
Sinjun vio horrorizada cómo se ponía en marcha el transbordador,
sabiendo que era casi imposible que no chocara con otros barcos. Un barco
holandés casi lo abordó y uno español se acercó tanto que los marineros
tenían que apartar los demás barcos empujándolos con palos largos. A
Colin no parecía preocuparle nada, lo cual no extrañó a Sinjun. Era
escocés, pensó, y estaría acostumbrado a todo esto. Al fin, hasta los
caballos empezaron a resoplar inquietos y el caos pareció completo.
Afortunadamente era un día soleado. El aire era cálido y fragante y el
cielo estaba azul y casi raso. Cuando se aproximaban a la otra orilla del río,
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Sinjun vio que el paisaje de la península de Fife se parecía mucho al de


Sussex. Era un paisaje de colinas suaves, de un color verdoso fuerte y
limpio. A Sinjun le pareció encantador y casi se entusiasmó. De repente el
Forth Star abordó a otra barcaza. Los dos capitanes se insultaron a gritos,
los caballos relincharon y los pasajeros amenazaban con los puños. A
Sinjun le costó trabajo no echarse a reír mientras profería gritos al otro
capitán mezclándose al vocerío general.
El transbordador cruzó el estuario por el punto más estrecho,
denominado Queensferry Narrows, donde el agua estaba sucia y fangosa.
Pero la vista hacia el este, hacia el mar del Norte, era hermosa.
Colin rompió inesperadamente el silencio.
-Aquí, en la desembocadura, el Forth es una marea continua. En su
curso superior, es un río imponente, profundo e intensamente azul.
Después se estrecha y serpentea por una llanura turbosa hasta Stirling.
Sinjun respiró hondo, inclinó la cabeza ante las explicaciones de su
marido y se apoyó con los codos en la borda para no perderse nada.
Además, no sentía un gran deseo de hablar con él.
-Si te das la vuelta, podrás ver el castillo de Edimburgo. Hoy hace un día
claro y la vista es preciosa.
Sinjun se giró complaciente.
-Ayer parecía más etéreo, más misterioso, velado en parte poda niebla. Y
los gritos de los soldados parecían voces espectrales surgiendo de la niebla.
Era maravillosamente horripilante.
-Tendrás que acostumbrarte a la niebla. Incluso en verano pueden pasar
semanas sin salir el sol. Pero hace calor, y hay bastante luz incluso para
leer a medianoche.
El rostro de Sinjun se iluminó.
-¿Hay biblioteca en Vere Castle, Colin?

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-La biblioteca está en el mismo estado que todo lo demás. Mi hermano


no tenía interés alguno por los libros y desde que murió no he tenido
tiempo de ocuparme de ella. Tendrás que buscar tú misma para ver si hay
algún ejemplar que pueda interesarte. También tengo una pequeña
biblioteca privada en mi habitación de la torre.
-¿Tienes novelas?
Su voz esperanzada le hizo sonreír.
-Me temo que muy pocas. Recuerda que Escocia es el baluarte de los
presbiterianos. El fuego del infierno sería el destino de todo aquel que
leyese una novela. ¿Te imaginas a John Knox disfrutando con una novela
de la señora Radcliffe?
-Bueno, supongo que Alex no olvidará mis libros cuando nos envíe las
cosas.
-Si tu hermano no ha mandado quemarlo todo en su rimer ataque de
furia.
-Es muy posible -convino Sinjun-. Cuando Doulas se enfurece es capaz
de todo.
Sinjun confiaba en que llegasen pronto sus baúles, porque tenía muy
poco que ponerse en este momento. Incluso su traje de montar azul, que le
gustaba de una manera especial, parecía ya deslustrado. Se sacudió el
polvo de las mangas mientras miraba disimuladamente a los demás
pasajeros. La mayoría eran campesinos, vestidos con ropa de lana burda de
colores deslucidos, tejida en casa, con chalecos abiertos y zuecos. Había un
tipo aristocrático con el cuello de la camisa exageradamente alto, que se
había puesto algo pálido por el balanceo del transbordador. Otro hombre,
que parecía un comerciante acomodado, no hacía más que escupir por
encima de la borda y tenía los dientes tan oscuros como su saliva. Sinjun
podía entender casi todo lo que decían. No hablaban en inglés, sino en una
lengua de sonidos ligados y cadenciosos, que eran melódicos y primitivos al
mismo tiempo.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sinjun no continuó la conversación con su marido. Al menos trataba de


ser amable como ella. En realidad, hubiera preferido sacudirlo. Sin
embargo contemplaba fascinada su perfil, le parecía tan hermoso... Su
negro cabello ondeaba desordenado en la brisa ligera. Tenía la barbilla
alzada y los ojos cerrados, y daba la impresión de ser un hombre contento
de hallarse de nuevo en casa. Cuando una gaviota pasó volando muy cerca
dando un fuerte graznido, echó la cabeza hacia atrás y rió feliz.
Sinjun levantó la barbilla con una expresión obstinada para luchar
contra su repentina añoranza. Respiró el aire del mar, el olor casi
agobiante a pescado, hombres y caballos, y observó las golondrinas de mar,
las gaviotas y los ostreros, que revoloteaban alrededor de la barcaza
dispuestos a pescar los restos de comida de los pasajeros.
-Hoy cabalgaremos a Vere Castle -dijo Colin-. Como mucho tardaremos
tres horas. Con este sol será un verdadero placer. Es decir... ¿crees que
podrás?
-Por supuesto. No entiendo por qué lo preguntas. Sabes que soy una
excelente amazona.
-Sí, pero eso era antes. Quiero decir..., bueno, quizá estés demasiado
dolorida para cabalgar.
Ella se volvió despacio para mirarlo.
-Pareces muy satisfecho contigo mismo.
-Está claro que no oyes más que lo que quieres oír, de lo contrario,
deberías darte cuenta de que no estoy satisfecho, sino preocupado por ti.
-Está bien, Colin. Pero ¿qué harías si dijera que estoy demasiado
dolorida para cabalgar? ¿Alquilarías una camilla? ¿Me colgarías un letrero
que dijera que no puedo cabalgar porque me han arado demasiado, como a
un campo de cebada excesivamente usado?
-Una comparación caprichosa, nada más. No, te llevaría delate de mí en
mi propio caballo. Descansarías en mis muslos y eso te aliviaría el dolor.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Gracias, Colin, pero preferiría cabalgar yo misma.


-Como quieras, Joan.
-De todos modos hubiera preferido permanecer algo más en Edimburgo.
-Ya te has expresado con bastante claridad sobre ese tema. Te he
explicado por qué hemos ido tan deprisa. No quisiera que corrieras ningún
peligro. En Vere Castle estarás segura y yo puedo regresar tranquilo a
Edimburgo. Los dos tenemos mucho que hacer.
-No tengo ganas de quedarme sola en el castillo con gente que no
conozco, Colin.
-Tú eres la señora, y si algo no te gusta, puedes discutir conmigo
posibles cambios. Puedes hacer incluso listas que yo revisaré con toda la
atención.
-Parece que sea tu hija y no tu mujer. Si un sirviente no me gusta,
¿puedo despedirlo o tengo que ponerlo en la lista para que el señor y amo...
dicte su decisión...?
-Yo soy el conde -la interrumpió-. Tú eres la condesa de Ashburnham.
-Ah sí, ¿y qué implica eso, además de hacer listas y defender mis causas
ante ti?
-Estás provocándome a propósito, Joan. Mira a ese pájaro, una becada.
En la costa inglesa lo llamáis aguzanieve.
-¡Qué inteligente eres! ¿Sabías que a los aguzanieves les sale una franja
negra en la tripa cuando quieren aparearse? Bueno, es evidente que Oxford
tampoco es ya lo que era. Quizá también es por tu culpa, por pasar
demasiado tiempo jodiendo con tus mujeres en la posada de Chipping
Norton.
-Tu memoria es horrible. «Joder» es una palabra vulgar que no debieras
usar. Y eres tan deslenguada que corres peligro de que te arrojen por la
borda.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Ella siguió, sin vacilar.


-El único punto en mi lista de deseos es fácil de cumplir. Quiero
acompañarte a Edimburgo. Al fin y al cabo soy tu mujer, a pesar de todo.
-¿Qué quieres decir con «a pesar de todo»? ¿Es una alusión a tu
desagradable experiencia en nuestra cama matrimonial? Está bien, nuestra
unión no te entusiasmó. Ya me he disculpado varias veces por haber sido
demasiado impulsivo y por haberte forzado, pero también te he prometido
que todo irá mejor en adelante.
-No. Tú seguirás siendo demasiado grosero.
-¡Maldita lengua!
-¡Oh, vete al diablo, Colin!
-¿Te has visto la cara, Joan? Ese rasguño fue causado por una bala, y
podía haberte matado. Te quedarás en Vere Castle hasta que esté seguro de
que eso no puede volver a ocurrir.
-¡Pero si ni siquiera he visitado el castillo de Edimburgo!
-Como vas a vivir en Escocia toda tu vida, me atrevo a asegurarte que
podrás verlo tantas veces como quieras.
-¿Viven los MacPherson en Edimburgo?
-No, viven a unos veinte kilómetros de Vere Castle, salvo el jefe del clan.
Creo que tienen una bonita casa cerca del edificio del parlamento. Tengo
que hablar con él. Además debo hacer un montón de cosas, como ya te he
dicho varias veces. Tengo que hablar con banqueros y maestros de obras,
ver muebles, comprar ovejas y organizar su transporte a Vere Castle y...
Calló de repente cuando ella le volvió la espalda en señal de protesta.
Sinjun fingía no interesarse por nuevos muebles, rebaños y trabajos de
reparación. Él quería excluirla de todo sin dar la menor importancia a sus
argumentos.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Se sentó en una maleta que se plegó bajo su peso y ella permaneció allí
con los pies cruzados. No dijo ni una palabra más a su marido. Estaba
dolorida, pero nunca lo admitiría ante él. Cabalgaría sin la menor queja, y
confiaba únicamente que no le costara la vida.
Una hora más tarde habían desembarcado del Forth Star y estaban en
camino hacia Vere Castle con las maletas amarradas a las monturas.
-Tal vez podamos hacer un viaje a los Highlands en verano. Es una
experiencia impresionante, como si pasaras de un lago tranquilo a ún mar
embravecido. Es un paisaje salvaje, primitivo, lejos de la civilización.
Seguro que te gustará.
-Sí -dijo Sinjun lacónicamente. Nunca hubiera pensado que cabalgar
pudiera convertirse en semejante tortura. Aunque cambiara de posición, la
montura parecía clavarse en ella.
Colin le lanzó una mirada escrutadora. Ella miraba fijamente hacia
adelante entre las orejas del caballo y ergía la cabeza como había hecho en
los últimos dos días.
El traje de montar de color azul oscuro era muy elegante y la pluma de
avestruz de su sombrero de terciopelo azul enmarcaba deliciosamente su
mejilla derecha. El traje ya estaba bastante polvoriento y arrugado,
después de varios días cabalgando con él, pero le gustaba a pesar de todo.
Ahora que tenía dinero le compraría cosas bonitas.
Pensó en sus largas piernas blancas y sus muslos apretados y su corazón
empezó a latir con fuerza.
-Nos detendremos a almorzar en una posada cerca de Lanark. Podrás
hacerte una primera idea de la cocina nacional. Agnes desprecia la cocina
escocesa porque su madre procedía de Yorkshire. Le encanta la carne de
vaca inglesa y las patatas hervidas, pero no son platos escoceses, aunque
tengo que admitir que es una cocinera exordinaria.
Tenía que reconocer que él intentaba ser amable con ella, pero no le
importaba, porque tenía fuertes dolores.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿A qué distancia está la posada?


-A unos tres kilómetros.
¡Tres kilómetros! No creía que pudiera aguantar ni tres metros más en la
montura. La carretera, por otra parte, era ancha y cómoda, y el paisaje le
recordaba a Inglaterra, con sus colinas suaves cubiertas de pinos y alerces,
casas de campo, tierras bien labradas y el ganado pastando. Cabalgaban
hacia el norte por la península de Fife, que se hallaba entre el estuario del
Forth y el del Tay, le había dicho Colin, y que gracias a su especial situación
geográfica -protegida contra agresivos escoceses de los Highlands y los
invasores ingleses del sur- se había convertido en la cuna de la religión y la
autoridad nacional. Sinjun reconocía la belleza del paisaje, pero en ese
momento le era completamente indiferente.
-¿Ves aquellas colinas extrañas? -dijo Colin-. Son de origen volcánico y a
veces alcanzan una altura considerable. Entre las colinas de basalto se
forman lagos muy abundantes en peces. Hoy no tenemos tiempo, pero
pronto cabalgaremos a la costa. Es escarpada y rocosa, y el mar del Norte la
azota con una furia terrible. Está bordeada de diminutas aldeas de
pescadores, muchas de las cuales son muy pintorescas. Te llevaré a escalar
el West Lomond, que es el monte más alto. Tiene la forma de una campana
y la vista desde la cumbre es sencillamente sensacional.
-Tus lecciones son muy instructivas, Colin, pero preferiría oír algo sobre
Veré Castle, ese montón de ruinas al que me llevas.
-West Lomond se halla al suroeste de Auchtermuchty.
Sinjun bostezó.
Él apretó los labios.
-Estoy tratando de entretenerte y al mismo tiempo de enseñarte algo de
tu nueva tierra. Tu sarcasmo está completamente fuera de lugar. No hagas
que lamente nuestro matrimonio.
Ella se giró violentamente en la montura para mirarlo.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Por qué no? Tú ya me has hecho lamentarlo. -Dicho esto, se fue al


galope, aunque lo sintió enseguida, ya que los saltos en la montura le
producían cuchilladas de dolor. Se mordió los labios y, con lágrimas en los
ojos, siguió sin detenerse.
La fonda, que tenía el extraño nombre de El ganso pelado, estaba
situada en una pequeña aldea al pie de una de las colinas de basalto. En el
letrero grande, recién pintado y colgado con unas cadenas, podía verse un
ganso grande pelado, de cabeza y cuello largo. La pensión era nueva y
Sinjun se sorprendió, porque pensaba que todas las posadas de Inglaterra y
Escocia se remontaban a la época de Isabel I o a épocas anteriores. Oyó
voces que salían del interior por las puertas y ventanas abiertas, con un
acento escocés diferente que le hizo sonreír a pesar del lamentable estado
de ánimo en que se encontraba.
Detuvo al caballo y se quedó quieta un momento tratando de calmar el
dolor de su cuerpo. Enseguida vio a Colin a su lado que le ofrecía el brazo
para levantarla del caballo. Normalmente hubiera desmontado de un salto,
pero esta vez permitió su gesto caballeresco. Después de bajarla del
caballo, él dijo:
-Te he echado de menos. -Se inclinó a besarla, pero vio que se ponía
rígida y la soltó. Al fin y al cabo estaban el patio animado de una posada.
La posadera, que se llamaba Girtha, dio la bienvenida a Colin como si se
tratarpa de un sobrino desaparecido hacía mucho tiempo, rorrumpiendo
en exclamaciones sobre lo delgado que estaba y lo hermosa que era Sinjun,
el magnífico aspecto de los caballos, aunque saltaba a la vista que eran
jamelgos de alquiler, y qué bien que combinaba el traje de montar azul de
Sinjun con sus ojos. La taberna de la fonda estaba oscura y fresca, olía a
cerveza y su atmósfera era muy agradable. Sólo había media docena de
clientes, gentes del lugar, bebiendo y hablando calmosamente, sin prestar
atención a los recién llegados.
Colin pidió broonies para él y para Sinjun. Cuando los trajeron, él
observó cómo Sinjun mordía uno de los panes de jengibre de harina de
avena. Para gran alivio de Colin, Sinjun inclinó la cabeza a la posadera en
señal de aprobación y siguió comiendo con fruición.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Y ahora tenemos haggis -anunció Colin.


-Sé en qué consiste ese embutido de cordero; se lo pregunté a Agnes. Y
no parece muy apetitoso.
-Te acostumbrarás cuando veas que todo el mundo lo come. Nuestros
hijos se destetarán con eso. Por eso deberías probarlo enseguida.
Lo miró boquiabierta. ¡Hijos! Santo Cielo, no llevaban una semana
casados.
Él sonrió al ver su reacción de sorpresa.
-Admito que te traté duramente, pero después de lo de ayer, es muy
posible que estés embarazada.
-No -repuso ella enérgicamente-. No, soy demasiado joven. Además no
estoy en modo alguno segura de querer tener hijos. Cuando la pobre Alex
estaba embarazada tenía que vomitar continuamente, al menos al
principio. Se ponía pálida y empezaba a vomitar. Hollis, nuestro
mayordomo, hizo colocar discretamente un orinal en cada habitación de
Northcliffe Hall. -Se quedó pensativa un momento y meneó la cabeza-. Aún
no quiero hijos.
-Me temo que no tienes otra alternativa. Es normal cuando se hace el
amor y...
Al oír esa expresión dejó caer el tenedor y lo miró sorprendida.
-¡Hacer el amor! Qué forma tan absurda de referirse a lo que tú me
hiciste. Seguro que hay otras maneras más adecuadas, como por ejemplo
tu vergonzoso «joder».
-Hay muchas formas de referirse al acto sexual -dijo él en un tono
pedante sin hacer caso de su sarcasmo-. Por la experiencia que tengo, sin
embargo, a las damas les gusta la poesía y los eufemismos y prefieren, por
tanto, la expresión «hacer el amor». Por cierto, por si no lo has notado,
esto está lleno de gente, y puede que te parezcan todos unos bárbaros,

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

vistos con tus aristocráticos ojos ingleses, pero son mis paisanos y desde
luego no son sordos.
-Nunca dije que fuesen unos bárbaros. Eres...
-Sólo soy realista. Podrías estar embarazada, deberías aceptar esa
posibilidad.
Sinjun tragó saliva.
-No, no lo permito.
-Anda, come unos haggis.
Sinjun miró primero la guarnición, patatas y nabos, y después el
embutido caliente envuelto en una piel de estómago de oveja y relleno de
una masa de hígado, corazón, gordo de riñones y avena mondada.
-Tú no has pedido esto -dijo ella haciendo un gesto de asco.
-No es necesario. Es el plato principal de aquí desde que abrió la posada
hace cinco años. Come. -Cortó un trozo de su embutido y se lo comió con
gran apetito.
-No, no puedo. Dame tiempo, Colin.
Él sonrió.
-Como quieras. Pero prueba por lo menos la guarnición. Se supone que
los vikingos ya preparaban las veruras de este modo.
Estaba agradecida por su concesión. Los nabos eran horribles, pero
podía dejarlos en el bordé del plato sin más. Las patatas estaban sabrosas
con el toque de nuez moscada y nata. Ella comió en silencio y tampoco
Colin intentó continuar la conversación.
Sinjun pasó la hora y media siguiente aturdida por el olor. A pesar de los
exhaustivos comentarios de Colin, ella ignoró por completo el paisaje.
Estaba a punto de decirle que no podía continuar cabalgando ni un metro
más, cuando él dijo:

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Mira, Joan, allí está Vere Castle.


Su voz rezumaba orgullo y afecto, y Sinjun se irguió la montura. Ante
ella se alzaba en una colina un edificio del tamaño de Northcliffe Hall. Ahí
terminaba todo parecido. El ala oeste era un castillo fantástico, con sus
colmenas, torres circulares y tejados cónicos, una fortaleza como en los
cuentos de hadas. Sólo faltaban las banderas en la cima, las torres, el
puente levadizo, el foso y un caballero en su armadura de plata. No era
sólido como Northcliffe Hall, pero sí mágico. Estaba conectado a una
mansión de estilo Tudor por un edificio de piedra de dos pisos que
semejaba un brazo con un puño en cada extremo. Un castillo fabuloso a un
lado y una mansión Tudor al otro... La combinación de dos estilos tan
dispares debiera haber causado una impresión absurda o ridícula, pero por
extraño que parezca, no era así. El conjunto era armónico y de una belleza
singular. Ésta sería ahora su casa.
-La torre fue construida a fines del siglo diecisiete. Pero el conde que la
erigió no tenía bastante dinero, por eso está deteriorándose más deprisa
que el edificio Tudor, que es casi ciento cincuenta años más antiguo. A
pesar de todo le tengo un gran afecto y paso mucho tiempo en la torre del
norte. Y las fiestas las celebramos siempre en el castillo.
Sinjun se quedó mirando atónita.
-No lo había imaginado así -murmuró-. Tan sólido... y con todas sus
partes tan heterogéneas...
-Como te he dicho, la casa Tudor data de principios del siglo dieciséis. El
hogar es tan grande que se puede asar un buey entero. Hay también una
galería de músicos que puede rivalizar perfectamente con la de vuestro
Castle Braith en Yorkshire. Sí, claro... Tú esperabas algo así como una
barraca, baja, sucia y maloliente, ya que los escoceses viven con los
animales en sus casas. Aunque por supuesto, no se puede comparar con
vuestro magnífico Northcliffe Hall. No es suntuoso ni antiguo, pero es real,
espacioso, y sobre todo, es mi casa. -Se movió nervioso en la silla-. Los
campesinos realmente tienen a sus animales en las casas durante el
invierno. Pero nosotros, en Vere Castle, no.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Sabes, Colin -dijo ella suavemente-, si hubiera esperado encontrar un


nido de ratas, ello sólo demostraría lo mucho que deseaba casarme contigo.
Él la miró desconcertado. Abrió la boca y la cerró de nuevo sin decir
nada. Antes de que ella apartara la vista de él, Colin advirtió en sus ojos la
fatiga y el dolor que le había ocultado todo el tiempo. Eso era al menos algo
tangible, algo que podía abordar.
-¡Dios santo! -bramó furioso-. ¿Por qué demonios no me has dicho que
tienes dolores? Me lo has ocultado a propósito. Tu terquedad no tiene
límites, Joan, y yo no voy a tolerarlo, ¿me has entendido?
-¡Oh, cálmate! Estoy perfectamente. Quisiera...
-Cierra la boca, Joan. No, vas a caer del caballo de un momento a otro.
Ella sabía que no podía seguir montada ni un minuto más, desmontó
con cuidado y se apoyó en el caballo hasta que remitió el dolor y pudo
hablar de nuevo.
-Iré a pie, Colin. Hace un día maravilloso y quisiera aspirar el aroma de
las margaritas.
-Aquí no hay margaritas.
-Entonces el de los crocos.
-Deja de decir disparates, Joan. -Parecía furioso. esmontó renegando.
-¡No te acerques!
Se quedó parado a un metro de ella.
-¿Es ésta la muchacha que quería besarme a toda costa en el vestíbulo de
la casa de su hermano? ¿Es la misma que se acercó en el teatro y me tendió
la mano diciendo que era una rica heredera? ¿Es ésta la muchacha que
trataba de persuadirme continuamente para que me acostara con ella?
¿Qué ha sido de esa muchacha?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sinjun no contestó. Se volvió y dio un paso hacia adelante, pero se


tambaleó de dolor.
-Oh, por el amor de Dios, no te muevas.
La cogió por el brazo y la obligó a mirarle. Su cara esba desfigurada por
el dolor y él, sin decir palabra, la tomó suavemente entre sus brazos.
-Descansa un poco -murmuró-. Después me dejarás que te monte en mi
caballo. -Apretó su cara contra hombro y ella aspiró su olor. Se quedó
callada. Llegó a su nuevo hogar en los brazos de su marido, montada en su
caballo, como una princesa de leyenda que entra con su príncipe en el
castillo. Pero a diferencia de las princesas de leyenda, el traje de Sinjun
estaba arrugado y polvoriento, y ella sabía con dolorosa certeza que su
aspecto era desastroso.
-Psss. No tengas miedo de mí -murmuró y ella sintió su cálido aliento en
su mejilla-. No creo que tengas miedo, tú no, una Sherbrooke de
Northcliffe Hall. Mi familia y mi gente te darán la bienvenida y te
aceptarán como a su señora.
Ella guardó silencio mientras cabalgaban bajo la bóveda de verde follaje
que formaban los árboles a ambos lados de la avenida. Conforme se
acercaban acudían al borde de la carretera cada vez más hombres, mujeres
y niños para saludar con regocijo a Colin. Unos hombres arrojaron las
gorras al aire, las mujeres ondeaban sus delantales y unos perros
escuálidos saltaban ladrando alrededor del caballo de Colin, que no pareció
inmutarse. Sólo una cabra, que mascaba indiferente un trozo de cuerda,
parecía no dar importancia al regreso del amo.
-Todos saben que eres la rica heredera que los librará de morir de
hambre o de la emigración. Quizá debiera pregonar que no te encontré yo a
ti, sino tú a mí. Sin duda te recibirían con mayor fervor. MacDuff debería
estar aquí. Quería que a tu llegada vieras al menos una cara conocida.
-Gracias, Colin. Eres muy amable.
-¿Podrás andar?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Por supuesto.
Él sonrió por encima de la cabeza de Sinjun. Había que reconocer que
tenía coraje. Lo necesitaría.

Sinjun despertó sobresaltada a la luz tenue del crepúsculo vespertino.


Por un momento no supo dónde se hallaba, pero enseguida volvió el
recuerdo y cerró los ojos tratando de apartarlo de su mente. Parecía
imposible, pero era cierto. Colin le había ocultado algo que sería de la
mayor importancia para su vida en Vere Castle. Meneó la cabeza
incrédulamente, pero no servía de nada indignarse cuando él estaba
ausente, así que respiró hondo y paseó la vista por el enorme dormitorio,
que estaba revestido de roble oscuro y era verdaderamente hermoso; sólo
las cortinas de color rojo, descoloridas y llenas de polvo, casi cerradas por
completo, daban a la habitación un aspecto sombrío como la celda de un
monje. La cama estaba colocada sobre un estrado y era tan grande que
hubieran podido dormir seis hombres. Los muebles eran viejos, y Sinjun
reconoció el estilo Tudor del enorme armario que ocupaba todo un rincón
de la habitación.
Permaneció inmóvil, mirando con atención la estancia. Pensó en la lista
que debía hacer y que ya estaba gestándose en su cabeza. Había tanto que
hacer... ¿Por adónde empezaría? No quería pensar en la recepción que 1e
habían hecho como la duquesa de Ashburnham, pero no pudo evitarlo.
Colin le había rodeado la cintura con su brazo mientras la conducía por
la puerta de roble hacia la sala y siguió sujetándola a medida que se reunía
la servidumbre, que miraba curiosa y fascinada la escena tan romántica. La
galería de los músicos se elevaba por tres lados en segundo piso y tenía una
barandilla vieja y artísticamente labrada. Un gran candelabro colgaba del
tercer piso. Junto a las paredes había sillas de estilo Tudor con altos
respaldos, y poco más. Todo esto lo vio como a través de un velo mientras
Colin le presentaba a los sirvientes.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

A pesar de sus dolores sonreía y repetía cada nomre, después de todo no


se consideraba una criatura malcriada. Pero era incapaz de recordar un
solo nombre.
-Esta es mi tía Arleth, la hermana más joven de mi madre. Arleth, te
presento a mi mujer, Joan.
Sinjun tendió sonriendo su mano a la mujer.
-Y ésta es... mi cuñada Serena.
Era una joven muy bella, que no podía ser mucho mayor que Sinjun, y
sonreía amablemente.
-Y éstos son mis hijos. Philip, Dahling, venid y saludar a vuestra nueva
madre.
En ese momento a Sinjun se le cortó de repente la respiración. Miró
perpleja a su marido, pero él guardó silencio. No podía tratarse de un
error, porque vio a dos niños venir hacia ella lentamente, con el semblante
hosco y los ojos recelosos. Se trataba de un muchacho de unos seis años y
una niña de cuatro o como mucho cinco años.
-Saludad a Joan. Ella es mi mujer y vuestra madrastra. -La voz de Colin
era profunda e imponente. Él mismo no había dado un paso para saludar a
sus hijos.
-Hola, Joan -dijo el muchacho y añadió-: Me llamo Philip.
-Y yo Dahling -añadió la niña.
Sinjun trató de sonreír, de ser amable. Le gustaban los niños, pero ser
madrastra sin previo aviso no era fácil. Volvió a mirar a Colin, que en ese
momento sonreía a la niña mientras la levantaba, y ella le echaba los
brazos al cuello al tiempo que exclamaba:
-¡Bienvenido a casa, papá!
Venciendo su perplejidad, Sinjun dijo:

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Dahling es un nombre muy bonito.


-Su nombre verdadero es Fiona, como el de su madre -añadió Colin-.
Pero hubo confusiones, así que todos empezaron a llamarla Dahling, su
segundo nombre.
-Hola, Dahling. Hola, Philip. Estoy encantada de conoceros a los dos.
-Eres muy alta -dijo Philip que, excepto por los ojos, de un gris frío, era
el vivo retrato de su padre.
-Tu vestido está arrugado -dijo Dahling-. Y tienes una cicatriz en la cara.
Sinjun se echó a reír. Qué sinceridad tan refrescante la de los niños,
pensó.
-Es verdad. Tu padre y yo hemos venido cabalgando desde Edimburgo,
bueno, en realidad desde York. Necesitamos un buen baño.
-El primo MacDuff ha dicho que eres muy simpática y que tenemos que
ser amables contigo.
-Me parece una buena idea.
-Basta, niños -ordenó la tía Arleth mientras se acercaba a ellos-.
Discúlpelos, yo...
-Por favor, llámeme Sinjun.
-No, llámala Joan.
Serena miró a Colin y en ese momento Sinjun deseó con todas sus
fuerzas hallarse en las rocas cerca de Northclifte Hall, mirando el Canal de
la Mancha, con el viento marino agitándole el cabello. Sentía un fuerte
dolor entre las piernas y dijo tranquilamente:
-Colin, no me encuentro bien.
Tuvo que admitir que actuó con rapidez. Sin dar la menor explicación a
nadie la cogió en brazos, la subió por una ancha escalera y la llevó a través
de un corredor ancho y muy largo que estaba oscuro y olía a humedad.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sinjun le pareció que había andado un kilómetro en sus brazos hasta que
al fin entró en un amplio dormitorio y la dejó con cuidado sobre la cama.
Entonces empezó a cogerle las faldas.
Ella le golpeó las manos mientras gritaba:
-¡No!
-Joan, déjame ver. Por el amor de Dios, soy tu marido y ya te he visto
desnuda.
-¡Vete! No siento un gran afecto por ti en este moento, Colin. Por favor,
déjame sola.
-Como quieras. ¿Quieres que haga traer agua caliente?
-Sí, gracias, pero vete.
Aún no habían pasado diez minutos cuando una muchacha llamó a la
puerta.
-Me llamo Emma y le traigo agua caliente -anunció.
-Gracias, Emma. -Despidió a la muchacha lo antes sible.
Se lavó con sumo cuidado, dado que el estado en que hallaba era muy
delicado y doloroso. Después se echó el borde mismo de la cama. Se sentía
fuera de su lugar y estaba enfurecida con Colin. ¿Cómo había podido
ocultarle algo tan importante? Era la madrastra de dos niños que no la
conocían. Afortunadamente no tardó en quedarse dormida.
Pero al despertar, tendría que levantarse, hablar no sólo con Colin, sino
también con su tía, su cuñada, que ya no lo era, y sus dos niños. Se
preguntaba qué habría dicho Colin a todos. Desde luego no habría dicho la
verdad. Ahora todos la tendrían por una débil mujer inglesa. Estaba a
punto de levantarse de la cama, cuando se abrió la puerta y apareció en ella
una cara pequeña.
Era Dahling.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Estás despierta.
-Sí -dijo Sinjun mirando a Dahling que estaba asomada a la puerta-,
estaba a punto de levantarme y vestirme.
-¿Por qué te has desnudado? Papá no nos quiso decir qué te ocurría.
-Sólo estaba cansada. Fue un largo viaje desde Londres hasta aquí. Tu
padre quería volver a casa deprisa a estar contigo y con Philip. ¿Querías
algo en especial?
Dahling entró lentamente en la habitación. Sinjun vio que llevaba un
vestido de lana demasiado grueso y corto, unas botas pesadas que parecían
muy pequeñas y gastadas. Era imposible que la niña estuviera cómoda
vestiada sí.
-Quería ver si eras tan fea como pensaba.
Sinjun se acordó de Amy, uno de los niños de Ryder, una mocosilla
descarada que trataba de ocultar su miedo profundamente enraizado.
-Entonces tienes que acercarte más. Lo mejor es que te sientes junto a
mí en la cama para que puedas verme . Querrás ser justa, ¿verdad? Ser
justo es muy importe en la vida.
Cuando la pequeña alcanzó el estrado, Sinjun se inclinó y la levantó
hasta la cama.
-Así, ahora puedes observarme todo lo que quieras.
-Hablas de forma muy extraña, como la tía Arleth. Ella siempre nos
regaña a Philip y a mí para que no hablemos como los demás, sólo como
papá.
-Tú hablas muy bien -dijo Sinjun sin moverse mientras la pequeña
tocaba con suavidad el rasguño de su cara-.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Qué es esto?
-Una piedra me lastimó cuando tu padre y yo estábamos en Edimburgo.
No es nada grave y la herida se curará pronto.
-No eres muy fea, sólo un poco.
-Gracias, me siento muy aliviada. Tú tampoco eres fea.
-¿Yo? ¿Fea? Soy una gran belleza, como mi mamá. Lo dicen todos.
-¿De verdad? Déjame ver. -Sinjun hizo exactamente lo mismo que
Dahling. Deslizó sus dedos por la cara de la niña, deteniéndose aquí y allá,
sin decir nada.
Dahling empezó a impacientarse.
-Soy una gran belleza. Si no lo soy ahora, lo seré cuando sea mayor.
-También te pareces a tu padre, y eso está muy bien, porque es muy
guapo. Tus ojos son como los suyos, de color azul oscuro. Los míos
también son hermosos, ¿no crees? Son de un color azul Sherbrooke. Ése es
mi apellido.
Dahling se mordió el labio inferior.
-Creo que sí -dijo al fin-. Pero eso no significa que no seas un poco fea.
-También tienes el cabello oscuro de tu padre, que también es bonito.
¿Te gusta mi cabello? Es de color castaño.
-No está mal, es muy rizado. El mío no. La tía Arleth menea la cabeza y
dice que tengo que resignarme.
-¿Pero ya eres una gran belleza?
-Oh, sí, papá me lo dijo -declaró Dahling con énfasis.
-¿Crees todo lo que dice tu padre?
La niña inclinó a un lado la cabeza.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Es mi papá. Me quiere, pero a veces no podemos verlo, sobre todo


desde que es el jefe del clan de los Kinross. Es un cargo muy importante. Es
un hombre muy importante y todos lo necesitan. No tiene mucho tiempo
para los niños.
-La nariz no es como la de tu padre. La tuya es respingona. ¿Tenía tu
mamá también una nariz respingona?
-No lo sé. Se lo preguntaré a la tía Serena. Es la hermana pequeña de
mamá y me cuida cuando se van las institutrices, pero no le gusta. Prefiere
coger flores y llevar bonitos vestidos como si esperara a su príncipe.
Sinjun sintió un cierto recelo.
-¿Las institutrices? ¿Habéis tenido muchas institutrices?
-Oh, sí. Nunca nos gustan. Siempre son inglesas, como tú, y son feas y
hacemos que se vayan. Algunas no se llevaban bien con mamá y ella las
despidió. Mamá quería a otras señoras aquí.
-Entiendo -dijo Sinjun, pero no era cierto-. Cuántas institutrices habéis
tenido desde que mamá se fue al cielo?
-Dos -contestó la pequeña muy orgullosa-. Mamá no hace siete meses
que se fue al cielo. Si queremos, podemos hacer que tú también te vayas.
-¿Lo crees de verdad? No, no necesitas contestar a eso. Y ahora, querida,
tengo que prepararme para la cena. ¿Quieres ayudarme, o debo ayudarte a
ti?
Dahling frunció el entrecejo.
-Yo ya estoy lista.
-¿Comes en el cuarto de los niños o con la familia?
-Eso lo decide papá. Él lo decide todo ahora que es el condé, y eso no le
gusta a la tía Arleth. A veces se enfurecece con él. Papá dice que Philip y yo
somos el diablo en persona y no quiere que estemos con él cuando come
sopa.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Por qué no coméis esta tarde con nosotros para celebrar mi llegada?
¿Tienes otro vestido?
-No me gustas y no quiero celebrar tu llegada. Tú no eres mi mamá. Diré
a Philip que tenemos que echarte.
-¿Tienes otro vestido?
-Sí, pero no es nuevo. Es igual de corto que éste. La tía Arleth dice que
crecemos demasiado deprisa y que papá no tiene que gastar su dinero
conmigo. Dice que no le extraña que seamos tan pobres, porque papá
nunca debería haber sido conde.
-Verás, tu padre ahora tiene dinero para nuevos vestidos. Se lo
preguntaremos, ¿de acuerdo?
-Es tu dinero. Oí que el primo MacDuff decía a la tía Arleth que eras una
rica heredera y por eso se había casado papá contigo. Ella dijo que era justo
que se sacrificase. También dijo que era la primera cosa decente que había
hecho en su vida.
Sinjun pensó que la tía Arleth debía de ser una persona abominable. A
pesar de todo, dijo sonriendo:
-Tiene razón. Tu pobre padre es muy noble y razonable, y tú deberías
reflexionar si quieres hacer que me vaya, ya que estoy aquí por motivos
más importantes que vuestras institutrices.
-La tía Serena dijo que papá tiene ahora tu dinero y que pronto irás al
cielo como mi mamá.
-¡Dahling! ¡Cierra la boca!
Colin había entrado en la habitación inadvertidamente, y su hija lo
miraba extasiada y turbada porque su padre parecía descontento con ella.
Sinjun se sorprendió de verlo entrar, severo y amenazante como el amo y
señor, el jefe de familia.
-Estaba poniéndome al corriente de la familia, Colin -dijo Sinjun
apaciblemente-. Supongo que te interesará que sepa lo que piensan de mí
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

la tía Arleth y la tía Serena. Creo que tienes razón, que Dahling es una
belleza. Además es muy precoz y necesita urgentemente nuevos vestidos.
Razón más que suficiente para que te acompañe a Edimburgo, ¿no crees?
-No. Dahling, ve con la tía Serena. Hoy vas a cenar con nosotros en la
mesa grande. Ahora vete.
Dahling saltó de la cama, echó una última ojeada a Sinun, meneó la
cabeza y salió a toda prisa de la habitación.
-¿Qué te ha contado?
-De todo un poco, como hacen los niños. Como te dije, me gustan los
niños y tengo mucha experiencia con ellos, lo que no es extraño teniendo
tres sobrinos y con todos los niños de Ryder. ¿Por qué no me dijiste nada
de Philip y Dahling?
Vio entonces que Colin reaccionaba como sus hermanos. Supuso que esa
forma de comportarse era típica de los hombres. Cuando no tenían razón o
cuando un tema de conversación no les gustaba, lo ignoraban sin más.
Colin trató de cambiar de tema.
-¿Qué te ha contado Dahling?
Pero Sinjun había aprendido a ser tenaz con sus tres hermanos.
-¿Por qué no me dijiste nada de tus hijos?
Él se mesó el cabello.
-Maldita sea, Joan, eso ya no importa.
Sinjun se recostó en las almohadas, sujetando, por si acaso, la cubierta
con más fuerza.
-Comprendo tu situación, Colin. Temías que no me casara contigo si me
confesabas que sería la orgullosa madrastra de dos hijos que ahuyentaban
a todas las instituces. ¿No es así?
-Sí. No... Bueno, quizá. Maldita sea, no lo sé.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Tienes más sorpresas guardadas para mí? ¿Tal vez una amante en una
de esas torres, de cabello rubio? ¿O un par de hijos ilegítimos? ¿O quizá un
tío loco encerrado en una mazmorra?
-¿Tienes un vestido para esta tarde?
-Sí, pero Emma debe plancharlo antes. Sólo tengo uno aquí. Colin,
¿tienes más sorpresas?
-Avisaré a Emma. No, ninguna, excepto... ¿Cómo averiguaste lo del tío
abuelo Maximilian? El pobre está verdaderamente loco y aúlla cuando hay
luna llena, pero quién te lo ha dicho? Generalmente se contenta con citar
Rabbie Burns y beber ginebra.

-Supongo que estás bromeando.


-Así es. Pero los niños son otra cosa. Son unas fierecillas muy listas y son
míos. Espero que no descargues sobre ellos tu enfado por no haberte
informado antes.
-¿Temes que les arroje piedras?
-Hablo en serio.
-Entonces, quizá podría arrojarte piedras a ti.
-Si estás lo bastante bien para arrojar piedras, también lo estás para que
te haga el amor esta noche. -Al instante, lamentó sus palabras, que hicieron
palidecer a Sinjun-. ¡Oh, no temas, no soy un bruto!
-Me satisface oírlo. ¿Cuántas institutrices han tenido ya Philip y Dahling
en los últimos dos años?
-No lo sé. Tres o cuatro. Fiona no se avino con una, así que no fue culpa
de los niños. La última era una idiota sin agallas.
-¿Sin agallas, eh? Muy bien, por favor, di a Emma que me planche el
vestido. Se lo daré en cuanto haya deshecho la maleta.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Ella lo hará por ti.


-No, prefiero hacerlo yo.
-¿Cómo te encuentras?
-Bien. No veo ningún biombo en esta habitación. Confío en que pongas
uno.
-¿Por qué? Eres mi mujer y yo soy tu marido.
-No está bien que me vista y desvista delante de ti. Además, necesitaré
ayuda. ¿Dónde está el dormitorio de la condesa?
-Por aquella puerta -dijo él señalando a una puerta que apenas se veía al
estar disimulada por el revestimiento de madera.
-¿Dormía, ahí tu primera mujer?
-Joan, ¿qué te ocurre? Eso no importa. Está muerta, tú eres mi mujer y...
-Ahora que tienes mi dinero puedes enviarme al cielo con la madre de
Dahling. Dices que aquella bala de Edimburgo iba destinada a ti. Quizá no
sea cierto, Colin.
Él cogió una almohada y se la arrojó a la cara.
-No vuelvas a hablar así, ¿me has oído? ¡Maldita sea, eres mi mujer, mi
condesa!
-Muy bien. Estaba enfurecida contigo. Eso es todo. Perdóname.
-De acuerdo, pero modera tus insultos en el futuro y deja de criticarme.
Ahora tienes que darte prisa. La cena se sirve dentro de tres cuartos de
hora. Te mandaré a Emma.
Se alejó sin decir palabra.
Mientras deslizaba la mano por la almohada que le había arrojado,
Sinjun pensó que su reacción había sido interesante. Tal vez no le era
completamente indiferente.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

El primo MacDuff fue el primer miembro de la familia con quien se


encontró cuando bajaba. Estaba al pie de las escaleras con un vaso de
coñac en la mano. Parecía pensativo. Su aspecto era aún más corpulento de
lo que ella recordaba. Tenía el cabello rojo alisado y llevaba una camisa de
lino blanca, un pantalón de media pierna negro elegante y medias de seda
blancas.
Sinjun ya casi había bajado cuando la vio.
-¡Hola, Joan! Bienvenida a Vere Castle. Perdona por no haber estado
aquí cuando llegasteis.
-¡Hola, MacDuff! Por favor, llámame Sinjun. Sólo Colin porfía en
llamarme Joan.
-Le harás cambiar de opinión, estoy seguro.
-¿Lo crees posible?
-Sí. Me ha contado la recepción que os dieron tus hermanos en
Edimburgo. -Echó un vistazo a la galería de los músicos, que estaba ahora
en penumbra-. Me hubiera gustado verlo. Parece que os habéis divertido.
¿De veras hizo Angus un agujero en el techo del salón de un disparo?
-Un agujero enorme. El techo ha quedado destrozado.
-Necesito vivir más aventuras, y eso no es justo teniendo en cuenta mi
estatura, ¿no te parece? Podría defender a muchas bellas jóvenes con sólo
amenazar con la mirada a los rivales. Saldrían huyendo con sólo agitar el
puño hacia ellos. Colin también me ha contado lo del disparo. -Observó su
cara al tiempo que tocaba el rasguño con sus toscos dedos-. No quedará
cicatriz, gracias a Dios. No te preocupes. Colin capturará y dará buena
cuenta del criminal. ¿Qué opinas de tu nuevo hogar?
Sinjun echó una ojeada al revestimiento de roble cubierto de polvo y a la
barandilla de la escalera, que estaba magníficamente tallada pero muy
sucia.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Creo que es un castillo mágico, pero si miro este pasamanos, también


creo que lo han tocado muchas manos sucias mientras otras muchas no
hacían nada.
-No se ha hecho gran cosa desde que murieron Fiona y el hermano de
Colin.
-¿Ni siquiera los trabajos domésticos más simples?
-Eso parece. -Echó un vistazo por la enorme sala-. Tienes razón. No me
había dado cuenta. Pero creo que esto está así desde que murió la madre de
Colin hace unos cinco años. Menos mal que estás aquí, Sinjun. Tú te
encargarás de que todo vuelva a relucir como en los meores tiempos.
-Se llama Joan -intervino de pronto Colin.
-¿Tu eterna muletilla, Colin? -preguntó jovialmente mientras le
estrechaba la mano con tal fuerza que Colin dio un respingo.
-Su nombre es Joan.
-Puede ser, pero Sinjun me gusta más. ¿Entramos al salón? Seguro que
tu mujer querrá tomar un jerez.
-Oh, sí -Sinjun miró a su marido y tragó saliva. Vestido con su traje
negro y su camisa de lino blanca estaba tan increíblemente atractivo que
con gusto se hubiera echado en sus brazos y lo hubiera besado.
-Buenas tardes, Joan.
-Hola, Colin.
Él se inclinó ligeramente y le ofreció el brazo.
Sólo la tía Arleth se hallaba ya en el sombrío salón.
Estaba sentada junto a un fuego de turba que ardía lentamente, vestida
totalmente de negro y con un precioso camafeo en el cuello. Era muy
delgada y tenía el cabello negro, con mechones blancos en las sienes. Tenía
que haber sido muy guapa, pero su aspecto sin duda había cambiado, con

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

los labios apretados y la barbilla ligeramente levantada. La tía Arleth se


puso de pie y dijo sin preámbulos:
-Los niños comen con Dulcie en la habitación de los niños. Tengo los
nervios a flor de piel, sobrino, con la llegada de esta joven persona a quien
tuviste que subir por la escalera ante los ojos de todo el mundo. No quiero
a los niños a mi mesa esta noche.
Colin sonrió y dijo:
-Pero yo he echado de menos a mis hijos. -Hizo una seña a un criado
vestido con una librea raída de color azul oscuro y blanco-. Traiga a los
niños, Rory, por favor.
Se oyó un siseo de rabia y Sinjun volvió rápidamente la cara hacia la tía
Arleth.
-Por favor, señora, soy yo quien quiere que estén los niños a la mesa.
Ahora son responsabilidad mía y quisiera conocerlos mejor.
-Yo siempre opiné que no debía permitirse a los niños que comieran con
los mayores.
-Sí, tía, conocemos tu opinión. Concédeme el gusto esta noche. Joan,
¿jerez? Tía, ¿qué quieres tomar?
La tía Arleth volvió a sentarse, se bebió el jerez y guardó silencio en
señal de protesta. Serena entró en ese momento en el salón. Parecía una
princesa, vestida con un traje de noche de seda de color rosa claro. Su
hermoso cabello castaño estaba adornado con una cinta de color rosa que
hacía juego. Sonreía y sus ojos grises centelleaban mirando directamente a
Colin. «Oh, Dios -pensó Sinjun mientras MacDuff le ofrecía un vaso de
jerez-¿qué va a ser de mí cuando Colin se haya ido?» Serena hizo una
pequeña cortesía a Sinjun y le dirigió una sonrisa que pareció dar a
entender que sabía que era hermosa.
Sinjun sonrió intentando ser amable y, para su sorpresa, Serena le
devolvió la sonrisa. Parecía una sonrisa sincera, pero Sinjun no se hizo
ilusiones. Había fuertes tensiones en Vere Castle. Luego entraron los niños

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

conducidos por Dulcie, la niñera, una muchacha de alegres ojos oscuros,


sonrisa simpática y unos pechos muy prominentes.
Philip, la viva imagen de su padre, se detuvo, alto y orgulloso, miró
primero a Colin y después a Sinjun, y luego otra vez a su padre sin decir
palabra. Dahling, en cambio, se acercó a él con el vestido demasiado corto
y los zapatos gastados y dijo:
-Dulcie dice que si no nos portamos bien en la cena y nos tienes que
regañar, Jane de las Perlas se nos llevará.
-¡Qué chiquilla! -exclamó Dulcie alzando las manos y riendo-. ¡Eres un
diablillo de niña!
-Gracias, Dulcie -dijo la tía Arleth con un tono de voz displicente-. Ven a
buscarlos dentro de una hora, pero no más tarde.
-Sí, señora -murmuró Dulcie cabizbaja mientras hacía una pequeña
reverencia.
-No me gusta que llenes a la niña la cabeza de esas absurdas historias de
fantasmas.
-Sí, señora.
-Muchos han visto a Jane de las Perlas -dijo MacDuff suavemente. Se
volvió a Sinjun-. Es nuestro fantasma más famoso, una joven a la que se
supone que engañó y mató despiadadamente nuestro bisabuelo.
-Tonterías -dijo la tía Arleth-. Yo nunca la he visto. Vuestro bisabuelo no
era capaz de hacer daño a un mosquito.
-Fiona la vio varias veces -intervino Serena en voz baja-. Me dijo que la
primera vez que la vio con su vestido adornado con perlas casi se desmayó,
pero el espectro no trató de hacerle daño o de asustarla. Estaba sentada
sobre la puerta del castillo con una cara pálida como un cadáver y la
miraba.
-Supongo que eso debió de ocurrir cuando Fiona averiguó que Colin
tenía una amante.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sinjun se quedó atónita y miró a la tía Arleth sin creer lo que había oído.
Entonces la tía Arleth dijo a Sinjun:
-¡No te preocupes, muchacha! Los hombres son todos iguales
dondequiera que vayas, todos tienen amantes, y Fiona averiguó que él se
había llevado a la cama a esa putilla.
Sinjun miró a Colin, pero sólo vio una expresión sardónica en su rostro,
como si estuviera acostumbrado a ese tipo de ataques y no se diera por
enterado. Pero Sinjun no tenía intención de hacer lo mismo. Contuvo la
rabia y dijo en voz alta y clara:
-No volverá a hablar de Colin de ese modo deshonroso. Él nunca
rompería su juramento de fidelidad. Si piensa que lo haría, o es ciega o
estúpida o sencillamente maliciosa. No lo toleraré, señora. Usted vive en la
casa de mi marido y lo tratará con el respeto que merece.
La tía Arleth respiró profundamente. Sinjun sabía que acababa de
ganarse definitivamente a una enemiga y se calló angustiada.
Colin soltó una carcajada sonora que retumbó en las paredes manchadas
por la humedad del enorme salón.
-Ten cuidado, tía Arleth. Joan cree que tiene que protegerme a toda
costa y no permitirá que me insulten. No necesita una armadura y un
caballo para batirse en torneo por defender mi honor. Así que será mejor
que vigiles tu lengua cuando estés cerca de ella. Sólo ella puede
reprenderme, nadie más. Y ahora vayamos al comedor. Philip, coge a
Dahling de la mano. Joan, permíme que te muestre el camino.
-Hay que enseñarle modales -dijo la tía Arleth en voz baja, pero
permitiendo que la oyeran.
-Apuesto a que ganas -susurró MacDuff a Sinjun al oído mientras Colin
le asignaba el lugar de la condesa al final de la larga mesa de caoba. Sinjun
sospechó que era el lugar que la tía Arleth había ocupado hasta ahora, pero
la dama tan sólo se detuvo un momento, se encogió hombros y se sentó en
la silla que le mostraba Colin a izquierda. Sinjun estaba muy contenta de

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

que no se hubiera producido un nuevo altercado. Los niños se sentaron en


el centro con MacDuff a un lado y Serena al otro.
-Deseo proponer un brindis. -Colin se levantó y alzó su vaso de vino-.
Por la condesa de Ashburnham.
-¡Bravo! ¡Bravo! -exclamó MacDuff.
-Sí, desde luego -dijo Serena con entusiasmo.
Los niños miraron primero a su padre y después a su madrastra, y Philip
dijo:
-Tú no eres nuestra madre aunque nuestro padre haya tenido que
hacerte condesa para salvarnos de la ruina.
La tía Arleth sonrió maliciosamente.
-No, no soy vuestra madre, soy demasiado joven para eso. Dios mío, sólo
tengo diecinueve años.
-Incluso cuando seas mayor no serás nuestra madre.
Sinjun sonrió al joven.
-Quizá no. Pronto llegará mi yegua Fanny. Es una gran corredora, Philip.
¿Sabes cabalgar?
-Por supuesto -respondió él desdeñosamente-. Soy un Kinross y un día
seré el jefe de familia. Incluso Dahling cabalga, y es sólo una niña.
-Magnífico. Tal vez podáis enseñarme los alrededores mañana.
-Los niños tienen clase -intervino la tía Arleth-. Como las institutrices no
se quedan, tengo que darles clase yo. En realidad es la obligación de
Serena, pero ella siempre se escabulle.
Colin dijo suavemente:

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Los niños deben acompañar a Joan. Les guste o no, ella es su madrastra
y va a quedarse aquí. Tienen que conocerla. -Dirigió una mirada severa a su
hijo-. No la vejaréis, ¿entendido, Philip?
-Sí -asintió jovialmente Sinjun-, nada de culebras en mi cama, ni lodo en
un pasillo oscuro.
-Tenemos mejores cosas que ésas -dijo Dahling.
-El lodo no es una mala idea -murmuró Philip con una expresión
profundamente pensativa que Sinjun había visto muchas veces en otros
niños.
-Cómete las patatas -ordenó Colin- y olvida el lodo.
Había haggis, y Sinjun se preguntó si moriría de hambre aquí para
convertirse en otro fantasma familiar. Afortunadamente pudo hartarse de
guarnición. Escuchó a Colin y MacDuff mientras discutían sobre negocios y
problemas con gente de la vecindad, pero no prestaba mucha atención
porque seguía teniendo dolores, aunque habían cedido bastante. Sin
embargo, escuchó con atención al oír a Colin que decía:
-Mañana por la mañana iré a Edimburgo. Hay muchas cosas que hacer.
-¿Ahora que tienes su dinero? -preguntó la tía Arleth con voz melosa.
-Sí -respondió Colin-. Ahora que tengo su dinero puedo al fin empezar a
resolver todos los problemas que han dejado mi padre y mi hermano.
-Tu padre fue un gran hombre -dijo Arleth-. Todo eso no fue culpa suya.
Colin iba a hablar, pero desistió, meneando la cabeza sonriendo, para
continuar luego su conversación con MacDuff. Sinjun deseó lanzarle su
plato a la cabeza. Así que estaba decidido a dejarla sola en este extraño
lugar. Se marchaba sin dignarse siquiera a pedirle su opinión. Era
maravilloso, sencillamente maravilloso; dos niños que tratarían con todas
sus fuerzas de hacerle la vida imposible y dos mujeres cuyo deseo más
ardiente probablemente sería ver cómo se arrojaba desesperada de una de
torres.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Serena dijo de pronto:


--Tenemos que dar una fiesta para tu mujer, Colin. Es lo que esperará
todo el mundo. Nuestros vecinos se escandalizarán cuando se enteren de
que te has vuelto a casar tan pronto (al fin y al cabo sólo han pasado siete
meses), pero como sólo lo has hecho por el dinero, convendría informarles
lo antes posible. ¿No te parece, MacDuff?.
MacDuff no dijo nada y Colin intervino enseguida diciendo:
-Lo discutiremos cuando regrese.
Sinjun dirigió su atención a su nueva casa, que le gustaba mucho más
que sus compañeros de mesa. El comedor de estilo Tudor era largo y
estrecho, y las paredes estaban casi completamente cubiertas con retratos.
La enorme mesa y las sillas artísticamente talladas eran pesadas, oscuras y
sorprendentemente cómodas. Las cortinas que cubrían las altas ventanas
del lado principal de la habitación eran viejas y raídas, pero aún podía
apreciarse su calidad, y el color era muy hermoso. Sinjun decidió comprar
el mismo brocado de oro para las nuevas cortinas.
-Vere Castle es la casa más hermosa de todo el condado.
Sinjun sonrió a Serena.
-Parece un castillo encantado.
-Y también está cayéndose a pedazos ante nuestros ojos -añadió tía
Arleth-. Supongo que Colin aún no te ha dejado embarazada.
Sinjun oyó el tintineo de un tenedor chocando contra un plato y vio que
Colin miraba desconcertado a su tía. Era una pregunta impertinente, pero
como Colin ya había hablado de eso, no le causó ninguna impresión.
-No -respondió ella lacónicamente.
-Recuerda que están presentes los niños, tía.
-No queremos a sus hijos aquí -gritó Philip-. No vas a permitirlo,
¿verdad, papá? Me tienes a mí y a Dahling, y no necesitas a ninguno más.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-No nos gustarían -dijo Dahling-. Serían feos, como ella.


-Está bien -dijo Sinjun riendo-, pero quizá serían tan guapos como tu
padre. Además, Dahling, has dicho que mis ojos azules y mi cabello castaño
son muy bonitos.
-Tú me has obligado -dijo Dahling a punto de echarse a llorar.
-Cierto. Te he retorcido el brazo y te he clavado agujas en la nariz
respingona porque soy una madrastra terriblemente malvada.
-Jane de las Perlas se te llevará -le advirtió Dahling como último
recurso.
-Estoy ansiosa por conocerla -dijo Sinjun-. Ya veré si es tan
impresionante como nuestra Novia Secreta.
-¿Novia Secreta? -MacDuff inclinó a un lado la caza levantando sus
espesas cejas.
-Es nuestro fantasma de Northccliffe Hall, una joven del siglo dieciséis a
cuyo marido lo mataron nada más casarse, poco antes de que pudiera
reunirse con ella.
Dahling miró fascinada a Sinjun.
-¿Existe de verdad? ¿La has visto tú misma?
-Oh, sí. Generalmente se aparece sólo a las mujeres de la familia, pero sé
con toda seguridad que mi hermano mayor, el conde, también la ha visto,
aunque no lo quiere admitir. Es muy guapa, tiene el cabello muy rubio y
largo y lleva un vestido ondeante. Cuando habla, sólo se oye en la mente. Al
parecer, quiere proteger a las mujeres de la familia.
-Una tontería mayúscula -dijo Colin.
-Eso es lo que dice Douglas. Pero él la ha visto, según me dijo Alex. Sin
embargo, no quiere admitirlo porque teme que la gente piense que es un
histérico. Todos los condes de Northcliffe han escrito sobre ella, pero
Douglas se niega. Es una lástima.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-No te creo -dijo Philip-. ¡Novia Secreta, vaya hombre más tonto!
-Bueno, yo tampoco te creo a ti. Jane de las Perlas también es un
nombre absurdo. No, no te creeré hasta que la haya visto con mis propios
ojos. -Un reto excente, pensó Sinjun mientras miraba a Philip. No se
sorprendería lo más mínimo de ver una representación de Jane de las
Perlas vagando por su habitación después e irse Colin.
-Niños, es hora de ir a dormir. Ahí está Dulcie.
Sinjun no quería que los niños se fueran ahora que al menos había
conseguido despertar su interés. Philip dirigió a su padre una mirada
suplicante, pero Colin meneó cabeza y dijo:
-Subiré luego para arroparos y daros las buenas noches. Ahora sed
buenos e id con Dulcie. Joan, cuando hayas acabado, podrías acompañar a
tía Arleth y Serena al salón. MacDuff y yo tenemos que discutir aún un par
de cosas, pero nos reuniremos con vosotras enseguida.
-Vaya, querida, parece que le intereses tan poco que vuelve a dejarte.
«Oh, tía, deberías refrenar tu lengua», pensó Sinjun mientras le sonreía
amablemente.
-Sí, es lamentable. Quizá no tendría que dejarme si su padre, ese gran
hombre, no hubiera sido un maldito rufián derrochador.
Sinjun oyó cómo Colin se echaba a reír y comprendió que había jugado
mal sus cartas. Ahora podía marcharse tranquilamente, seguro de que no
tendría problemas con sus parientes. Si hubiera sido lo bastante perspicaz
para echarse a llorar desconsoladamente, quizá se hubiera quedado o la
hubiera llevado consigo a Edimburgo.
-Creo que Colin es el hombre más guapo de toda Escocia -dijo Serena.
-Eres igual de estúpida y tonta que tu difunta hermana -replicó la tía
Arleth.
Sinjun respiró hondo y trató de seguir sonriendo.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Era después de la medianoche cuando Colin entró silenciosamente en el


dormitorio. Joan estaba durmiendo junto al borde de la cama y con las
cubiertas subidas hasta la nariz. Sonrió, se desnudó, se acercó a la cama
desnudo y retiró las cubiertas despacio sin que ella se despertara. Subió
entonces cuidadosamente su largo camisón de algodón hasta las caderas y
contempló las largas piernas blancas. Excitado, pensó que eran
verdaderamente bonitas, aunque sabía que esta noche ella no podía
aceptarlo. No obstante, levantó suavemente sus caderas y le subió el
camisón hasta la cintura. Acercó las velas. ¡Ah, era tan seductora! Miró
extasiado su vello de color castaño oscuro, que le cubría el pubis, y el
vientre liso y blanco en el que podría estar desarrollándose su hijo. Era un
pensamiento embriagador. Ella dio un suave gemido cuando él separó
cuidadosamente sus piernas. Entonces le dobló las rodillas y se sobresaltó
al ver la carne lesionada por la dura cabalgata.
-Lo siento -murmuró mientras se preguntaba si debería intentar
proporcionarle placer. ¿Por qué no? Ella necesitaba saber que era posible
disfrutar de él. La besó delicadamente en su blanco vientre y ella se
estremeció. Entonces se acomodó entre sus piernas y la tocó con la lengua.
En ese mismo instante ella dio un grito mientras se apartaba de él
violentamente, agitaba las manos para apartarlo y se bajaba el camisón.
-Hola -dijo él sonriendo contento-. Me gusta tu sabor, pero para estar
completamente seguro, tengo que probar más. ¿Que opinas tú, Joan?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

10
Sinjun abrió la boca para gritar de nuevo, pero se abstuvo. Estaba
echado entre sus piernas estrechando sus caderas con los brazos, con la
barbilla apoyada en su vientre y sonriendo satisfecho.
-¿Quieres que siga?
Ella logró dominarse y dijo:
-Lo que estabas haciendo era... desconcertante..., embarazoso... ¿Estás
seguro de que eso es normal?
Volvió a besarla en el mismo sitio, levantó la cabeza, separó más las
piernas y la obsequió con una sonrisa irresistible.
-Sabes realmente bien, Joan. Sí, querida, un hombre disfruta besando a
una mujer entre las piernas.
-Tengo una sensación muy extraña, Colin. ¿Me dejas, por favor? No
estoy acostumbrada a que me levanten el camisón hasta la cintura y a que
me toquen... así. En fin, tú eres un hombre, después de todo.
-Si sigo besándote y acariciándote, sentirás un placer enorme.
-Oh, no, no es posible. De verdad, Colin, déjame. ¡Cielos, estás desnudo!
-Sí, pero no tengas miedo. No voy a tomarte otra vez. Quería ver el daño
que te has hecho cabalgando.
-¡El daño que me he hecho! ¡Es el colmo! ¡Tú me has hecho ese daño!
Se incorporó entre sus piernas y ella vio que estaba mirándola «allí».
Luego notó que sus dedos la acariciaban suavemente y ella se sintió tan
confundida que no sabía qué decir.
-Creo que debe de escocerte, pero te curarás pronto si no cabalgas por
un tiempo. -Besó su vientre y se puso cómodamente sobre ella.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Ella notó su miembro rígido e instintivamente trató de cerrar las


piernas, lo cual era imposible, ya que él estaba echado entre ellas.
-Es muy agradable notar tus senos en mi pecho. ¿Sientes tú lo mismo?
-No. No creo que puedas contenerte y no quiero que vuelvas a hacerme
daño.
-Soy un hombre, Joan, no un jovenzuelo alocado. No voy a tomarte, te lo
prometo. Ahora bésame y te dejaré en paz.
Ella apretó los labios, pero él sólo rió y le rozó con la lengua el labio
inferior.
-Abre la boca. ¿Has olvidado que me pediste que te enseñara a besar?
-No lo he olvidado, pero no quiero hacerlo porque te convertirás otra vez
en un animal desbocado.
-Es un argumento muy convincente. -Le dio un beso cariñoso, se apartó
a un lado y observó cómo ella se bajaba el camisón hasta los pies y se
tapaba hasta la barbilla.
-Si quieres, puedes proporcionarme placer tú a mí -dijo él apoyado en un
codo. Tenía los ojos oscuros y las mejillas enrojecidas, y ella interpretó
correctamente esos signos como síntomas de excitación.
-¿Cómo es posible, Colin? Me has prometido no volver a hacerme daño.
-Oh, te aseguro que es posible. Te he acariciado y besado entre las
piernas. Tú puedes hacer lo mismo conmigo.
Ella lo miró como si se hubiera vuelto loco.
-Es algo muy normal en las parejas que se quieren.
-No sé si lo he entendido bien, Colin.
-Mi miembro, Joan. Puedes acariciarlo y besarlo.
-¿Qué?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Por otra parte, quizá sea mejor que duerma un poco. Mañana tengo que
levantarme muy temprano.
-¿De verdad te gustaría, Colin? ¿Te proporcionaría placer?
Su voz reflejaba tal incredulidad y perplejidad que él se apresuró a decir:
-Está bien. La verdad es que tengo que dormir.
-Si quieres, lo intentaré.
-¿Qué?
-Te besaré ahí abajo, si quieres.
Él comprendió que esa idea no le resultaba repulsiva,sino que la
intrigaba, y se estremeció.
-Está bien -dijo impetuosamente y se puso de espalda sin hacer nada
más.
Sinjun levantó la cubierta y observó su miembro tensamente erguido.
Retiró la cubierta hasta los pies y volvió a observarlo. Le pareció que
pasaba una eternidad hasta que ella le puso la mano en su vientre.
-Eres hermoso, Colin.
Él no pudo evitar soltar un gemido y cuando sus dedos tocaron
ligeramente su miembro, tembló como un muchacho inexperto y apretó los
puños contra los costados.
-Métetelo en la boca, Joan.
Ella se arrodilló junto a él, sus cabellos cayeron sobre vientre y él notó su
aliento caliente en su miembro y creyó morir de placer. Cuando sus labios
lo rozaron, estuvo a punto de gritar.
-Tú eres muy diferente a mí -dijo ella mientras lo acariciaba de manera
insegura pero tanto más seductora-. Yo nunca podría ser tan hermosa
como tú.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Él hubiera querido decirle que no era sí, pero no dijo nada, enloquecido
por el deseo de que lo tomara en la boca. Pero no quería forzarla;
aprendería poco a poco. Además, sus tímidos experimentos lo excitaban de
tal modo que hubiera lanzado gemidos, pero temía asustarla.
Cuando al fin se lo puso en la boca, Colin se dio cuenta de que no podría
contenerse, y eso no debía suceder; quizá le repugnaría, y él quería evitarle
esas sensaciones. Por eso la apartó haciendo un gran esfuerzo.
Ella levantó la cabeza y lo miró desconcertada.
-¿No lo he hecho bien?
Él intentó sonreír.
-No es fácil para un hombre, Joan. No hagas más preguntas. Acuéstate
junto a mí y tratemos de dormir.
Ella se apretó contra él sin hablar y le puso la mano sobre su corazón
que latía con fuerza. Lo besó en el pecho y dijo:
-Trataré de hacerlo mejor en el futuro, Colin. Me gusta tocarte y besarte,
porque eres muy hermoso. Pero esa otra cosa... Es demasiado grande,
tienes que comprenderlo. No puede funcionar, ya lo has visto tú mismo. Lo
siento, pero no puede remediarse.
-Eres una tonta que no tiene idea de nada. -La besó en la nariz y la
apretó más fuerte contra su pecho-. Preferiría que te quitases ese camisón
tan ridículo.
-No -dijo ella tras unos instantes de vacilación-. Creo que no sería una
buena idea.
Él suspiró.
-Probablemente tienes razón.
-¿Colin?
-¿Sí?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Te acostarás con otras mujeres en Edimburgo?


Él guardó silencio. Al fin dijo:
-¿Crees que tuve una amante mientras vivía mi primera mujer?
-¡Por supuesto que no!
-Así pues, ¿por qué crees que podría acostarme con otra mujer si estoy
casado contigo?
-Muchos hombres lo hacen. Aunque mis hermanos no, ellos son fieles a
sus mujeres porque las aman. Pero tú no me amas.
-¿Seducirás a otros hombres mientras yo estoy ausente?
Ella le dio un puñetazo en el estómago y después le acarició esa zona,
deslizando después la mano hacia abajo hasta tocar su miembro.
-No -dijo él dando un profundo suspiro.
Sinjun apartó la mano y él se sintió aliviado y frustrado al mismo
tiempo.
-¿Por qué dijo tu tía Arleth que habías tenido una amante cuando aún
vivía tu mujer?
Él respondió a su pregunta indirectamente.
-No siente ningún aprecio por mí, como pronto comprobarás, ya que
eres mi mujer y ahora vives aquí. No sé por qué.
-Bueno, podría entenderla si no supiera cómo eres. Viéndote, cualquier
mujer se echaría a correr. Eres guapo, Colin, pero esa parte de tu cuerpo...
-Se llama órgano sexual o miembro viril, Joan.
-Muy bien, tu miembro viril. ¿Qué mujer lo haría libremente? Sólo una
esposa lo soportaría con resignación.
Él no pudo evitar reír.

Espe
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-Ya lo verás. Sí, ya lo verás.


-¿Hay hombres con miembros aún más grandes que tuyo?
-¿Cómo podría contestara esa pregunta? Si dijera que no parecería
engreído, y si dijera que sí, atacaría a mi propio orgullo viril. Por otra parte,
no he visto a muchos hombres desnudos, especialmente cuando están
excitados. De todos modos tú no tienes idea de todo este asunto; pero
aprenderás. Ahora duerme.
Ella se durmió mucho antes que él, cuya mente estaba ocupada con
Robert MacPherson, ese rufián que estaba maquinando su muerte.
Pensaba también en su inocente mujer, que no veía inconveniente alguno
en preguntarle cosas más indiscretas con la mayor ingenuidad. Era
realmente divertido. Jamás en su vida había encontrado a una muchacha
como ella. Ah, y la sensación de su boca en él...
No deseaba dejarla sola, pero no tenía otra opción. Tenía mucho que
hacer en Edimburgo y no quería exponer a su mujer a ningún peligro. Aquí
estaría segura. MacDuff le había dicho que MacPherson se encontraba en
ese momento en Edimburgo, lejos de Vere Castle. Sí, aquí estaba segura y
él mismo localizaría a Robbie y le haría entrar en razón, y si no, lo mataría.
Al menos no tendría que temer que su mujer intentase protegerlo atacando
a MacPherson ella misma.
Cuando Sinjun bajó a la mañana siguiente, Colin ya se había marchado.
Miró incrédula a Philpot, el mayordomo, y le preguntó:
-¿Ya se ha ido?
-Sí, señora, al amanecer.
-¡Mil rayos! -murmuró Sinjun y se dirigió al comedor.
Sinjun contempló el escudo de armas de los Kinross sobre la enorme
chimenea en la sección central medieval de la casa. En un escudo de oro
había pintados tres leones de plata. Dos leones más grandes sostenían el
escudo y un grifo volaba por encima. Debajo del escudo estaba escrito el
lema «Heridos, pero invictos».

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sonrió. Era un lema maravilloso, que incluso armonizaba en cierto


modo con su situación, ya que aún sentía ligeros dolores entre las piernas.
-A Fiona le gustaba el escudo de armas, pero que yo recuerde, nunca
sonrió al verlo.
Sinjun se volvió hacia Serena y volvió a sonreír.
-El lema me ha recordado algo. Después del almuerzo quería ocuparme
de los niños. ¿Sabes qué horario tienen con tía Arleth?
-La tía Arleth tiene jaqueca. Probablemente Philip y Dahling están
tiranizando a Dulcie.
-¡Oh, Dios mío, si lo hubiera sabido! Perdona, Serena. Voy a ocuparme
de ellos.
-Él nunca te querrá.
Eso sí que era hablar claro, pensó Sinjun mientras miraba sorprendida a
la mujer.
-¿Por qué no? No soy fea, aunque a Dahling le guste pensar que lo soy, y
no tengo un carácter tan malo.
-Él ama a otra -anunció Serena con una voz tan dramática que Sinjun
estuvo a punto de echarse a reír. Sin embargo, se llevó una mano al
corazón y susurró:
-¿Otra?
-Ama a otra -repitió Serena y se fue andando como una graciosa
princesa por el enorme vestíbulo de entrada de estilo Tudor.
Sinjun la siguió con la vista mientras meneaba la cabeza. Cuando estaba
en camino hacia la habitación de los niños la abordó la señora Seton, el
ama de llaves. Era una mujer de ojos muy oscuros y cejas muy espesas que
casi se juntaban por encima de la nariz. Su marido desempeñaba un papel
importante en la iglesia local, según le había contado Colin, y además era
administrador de la familia Kinross. Sinjun la obsequió con una espléndida

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

sonrisa.
-Señora, he oído..., todos lo han oído, que ya no estamos en graves
apuros.
-Es cierto. Su señoría se encuentra en este momento en Edimburgo para
salvarnos de esta situación infernal.
La señora Seton respiró hondo.
-Bien. He pasado toda mi vida en Vere Castle y me deprime ver este
abandono.
Sinjun pensó en Philip y Dahling y decidió abandonar a Dulcie a su
suerte durante un rato más.
-Podríamos tomar una taza de té en su alojamiento y pactar una lista de
lo que necesitamos.
Una lista que tendría que aprobar Colin, por supesto. Era
verdaderamente absurdo. ¿Qué sabía él de ropa de cama, cortinas, forros
de sillas desgarrados, platos y cacerolas?
-Y después tiene que decirme dónde podemos conseguir todo lo que
necesitamos.
La señora Seton parecía al borde del llanto. Sus mejillas se sonrojaron
de alegría.
-¡Oh, sí, señora, oh, sí!
-He observado también que los sirvientes no están bien vestidos. ¿Hay
una buena costurera en Kinross? Los niños también necesitan nuevos
vestidos.
-¡Oh, sí, señora! Iremos a Kinross, una pequeña aldea al otro lado del
Loch Leven. Allí tendremos todo lo que necesitamos. Como verá, hay
buena mercancía. No es preciso ir a Edimburgo o a Dundee.
-A Colin no le gustará que interfieras así nada más llegar. Tú no eres de

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

aquí y sin embargo tratas de hacerte con todo. No voy a tolerarlo.


Sinjun guiñó un ojo a la señora Seton antes de volverse hacia la tía
Arleth.
-Creí que estaba indispuesta, señora.
-Me he levantado porque me preocupaba lo que pudieras hacer -dijo,
apretando los labios.
-Empiece la lista, señora Seton. Me reuniré enseguida con usted en su
sala de estar. Después me gustaría ver también las habitaciones de los
sirvientes.
-Sí, señora. -La señora Seton se alejó visiblemente animada y llena de
energía.
-Bien, tía Arleth, ¿qué quieres hacer ahora? –Sinjun decidió en ese
mismo momento tutearla.
-¿Hacer? ¿Qué quieres decir?
-¿Piensas seguir atacándome? ¿Quieres complicarme la vida con tu
comportamiento?
-¡Tú eres muy joven! ¿Cómo te atreves a hablar así conmigo?
-Soy la mujer de Colin, la condesa de Ashburnham, y tengo incluso el
derecho de decirte que te vayas al diablo, tía Arleth.
La tía Arleth se ruborizó y Sinjun temió por un momento haberse
excedido en su franqueza y que la tía Arleth se desplomara ante ella. Pero
pronto comprobó, no sin cierto alivio, que la mujer recuperaba el control
de sí misma y que no era fácil de asustar.
-Procedes de una familia privilegiada y rica, y eres inglesa -le reprochó-.
No tienes idea de lo que se siente al ver cómo se derrumba lo que te rodea.
No tienes idea de lo que se siente al ver a los hijos de los colonos llorando
de hambre. Sin embargo, llegas aquí presumiendo de dinero y esperas que
todos se echen a tus pies.

Espe
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-Yo no espero eso de ningún modo -dijo Sinjun con acritud-. Lo único
que espero es una justa oportunidad. No me conoces. No repites más que
tópicos que no vienen al caso. ¿No podemos intentar vivir juntos en paz?
¿No puedes darme al menos una oportunidad?
-Eres muy joven.
-Sí, pero supongo que con el paso del tiempo creceré.
-¡También eres demasiado osada, jovencita!
-Sí, eso lo he aprendido de mis hermanos.
-Colin no debería ser conde de Ashburnham. No está a la altura y se
negó a obedecer a su padre, se negó a luchar por el emperador.
-Me satisface saber que no tuvo nada que ver con Napoleón. Sin
embargo, Colin complació a su padre poniendo fin a las hostilidades con
los MacPherson al casarse con Fiona. ¿No es eso cierto?
-Sí, pero después mira lo que ocurrió. Mató a esa zorra. La despeñó y
luego fingió que no sabía qué había ocurrido, fingió que no se acordaba de
nada. Oh, sí, y ahora él es el conde y los MacPherson están otra vez en pie
de guerra.
-Colin no mató a Fiona y tú lo sabes. ¿Por qué lo odias tanto?
-Claro que la mató. ¿Quién si no? Ella lo engañó con su hermano. ¿Te
sorprende, joven inglesa ignorante? Pues bien, es verdad. Colin lo
descubrió y la mató, y no me extrañaría que hubiera matado también a su
hermano, a ese apuesto muchacho, a mi apuesto e inteligente muchacho.
Pero esa maldita Fiona lo sedujo de improviso sin que él pudiera
defenderse... Ya puedes ver las consecuencias.
-Tía Arleth, hablas mucho, pero sólo desvarías.
-¡Necia criatura! Colin te ha trastornado la cabeza con su buen parecer y
tú estabas loca por acostarte con él y por ser condesa. Todas las muchachas
lo aman porque son insensatas, y tú eres igual de insensata que todas las
demás...
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-Has dicho que Fiona no le amaba a pesar de que era su mujer.


-Al cabo de un tiempo fue él quien no la amaba. Y a ella no le gustó el
modo como la trataba. Era una mujer difícil.
-Lo único que sé con seguridad es que no era una buena ama de casa.
Sólo tienes que echar un vistazo, tía Arleth. Todo está abandonado, y no
sólo por falta de dinero, sino porque nadie ha cogido un paño de polvo o
una escoba. Ahora sugiero que te calmes y tomemos un té. Tengo el
propósito de poner orden y o me ayudas o lo haré sin ti.
-¡No lo permitiré!
-Hablo en serio, tía Arleth. ¿Quieres cooperar conmigo o debo actuar
como si no estuvieras?
Parecía muy segura de sí misma, pero en su interior estaba aterrorizada.
Mientras hablaba recordaba a su madre, a quien nadie se atrevía a
contradecir.
Tía Arleth meneó la cabeza y se fue del salón muy erguida y ufana.
Sinjun sintió un gran alivio cuando se marchó. Había ganado, al menos de
momento.
Mientras observaba una gran telaraña en un enorme candelabro se
preguntaba por qué la señora Seton había permitido semejante abandono.
El ama de llaves causaba una excelente impresión. Una hora más tarde
encontró la respuesta a su pregunta, una vez hecha la lista y mientras
tomaban el té juntas.
-La señorita MacGregor no lo permitía, señora
-¿Quién es la señorita MacGregor? Ah, ya entiendo, la tía Arleth.
-Sí. Dijo que si veía a alguien mover un solo dedo para quitar la
suciedad, lo azotaría personalmente.
-Pero ella acaba de decirme que odia esta situación y que le duele ver a
los hijos de los colonos llorando de hambre.

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-¡Menuda desvergüenza! Los hijos de nuestros colonos jamás pasan


hambre. Oh, si lo hubiera oído su señoría, se hubiera enfurecido
muchísimo.
-¡Qué extraño! Intenta sembrar la discordia. Pero ¿por qué? -Sinjun se
preguntó si todo lo demás que había dicho también sería mentira.
-Cuando murió su hermana, lady Judith, hace unos cinco años (la madre
de su señoría), la señorita MacGrer creyó que el viejo conde se casaría con
ella, pero no lo hizo. Creo que eran amantes, pero él no pensaba en el
matrimonio. Los hombres son todos iguales, menos el señor Seton, que
parece estar inmunizado contra los deseos de la carne.
-Lo siento mucho, señora Seton.
-Sí, señora, yo también. En todo caso, la señorita MacGregor se
enfureció y con el paso del tiempo se volvió cada vez más huraña y
mezquina con nosotros. Al único al que ella quería y mimaba era a
Malcolm, el hermano mayor de su señoría. Siempre lo trató como a un
pequeño príncipe, y Malcolm la prefería incluso a su propia madre porque
lo mimaba, mientras su madre le pegaba cuando se portaba mal. Luego
corría gimoteando a señorita MacGregor. No necesito decir que eso fue
perjudicial para su carácter. Se volvió un verdadero haragán, con perdón,
señora, un haragán manirroto como su padre. Entonces murió de manera
completamente inesperada y su señoría se convirtió en el conde y jefe de la
familia. Aún tenemos que ver qué hará. En cualquier caso no es un haragán
y es un hombre justo. En cuanto al estado del castillo, los caballeros sólo se
dan cuenta de la suciedad cuando las telarañas les caen en la sopa. Y Fiona
no se preocupó. Cuando al fin hablé de ello al nuevo conde, me dijo que no
teníamos dinero.
-Bueno, ahora tenemos dinero y la firme voluntad de hacer algo, y usted
y yo, juntas, lo conseguiremos. Hasta que regrese su señoría. Vere Castle
volverá a parecer como en tiempos de su madre.
Sinjun salió de la habitación del ama de llaves silbando alegremente,
satisfecha consigo misma por haber tenido la sabia previsión de coger de la
bolsa de Colin sus casi doscientas libras. Se preguntaba qué pensaría

Espe
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cuando él echase en falta el dinero.

Sinjun estaba acostada en la enorme cama, que, a pesar de las sábanas


limpias y las cubiertas aireadas, todavía olía a moho por haber estado la
habitación cerrada durante mucho tiempo.
Sus tres primeros días en Vere Castle habían pasado rápidamente
porque había mucho que hacer. La señora Seton ya había contratado a una
docena de mujeres y seis hombres para limpiar, y Sinjun pensaba someter
la habitación a una limpieza a fondo. Si se quedaba sin hacer nada, la lista
que Colin quería llegaría hasta el mar del Norte cuando regresara su
marido. Por supuesto que nunca había tenido la intención de cruzarse de
brazos hasta que regresara. Había ido a ver la habitación de Colin en la
torre del norte, y la había entusiasmado y consternado al mismo tiempo.
Las escaleras que llevaban hasta la habitación estaban en un estado
lamentable y peligroso, con la madera podrida en varios sitios. La
habitación misma estaba enmohecida y todos los libros corrían el peligro
de pudrirse si no se actuaba rápidamente. Quería dejarla en perfecto
estado antes de que su esposo volviera a arriesgarse a subir a ella otra vez.
La señora Seton, Murdock el jiboso -que llegaba a Sinjun sólo hasta la
axila y era uno de los sirvientes más fieles y hacía de todo un poco- y el
señor Seton, el administrador, la habían acompañado a Kinross el día ante-
rior. Tal como había dicho la señora Seton, que era una fuente de
conocimientos locales, en Kinross había, además de tiendas de todas
clases, una costurera y un buen carpintero.
Kinross era un bello pueblecito situado en el Loch Leven, básicamente
un centro de pescadores de los alrededores. Una estrecha carretera
bordeaba el Loch Leven, y los caballos que llevaban conocían el camino
perfectamente. El agua era de un azul sorprendente y las colinas eran en
parte de un verde exuberante y en parte yermas y escarpadas. Cada
centímetro de tierra estaba cultivado y ahora, en el estío, el trigo, el

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centeno, la cebada y el maíz estaban ya bastante crecidos.


Al entrar en Kinross, el señor Seton le había señalado la iglesia
exaltando las virtudes del pastor local y condenando a los viciosos, que
tenían asegurado el infierno. También le había mostrado la vieja cruz que
había servido una vez de picota, y a Sinjun le llamó la atención que el
jorobado evitara acercarse a la iglesia y a la cruz con los grillos de hierro.
Pronto descubrió que, aunque fuera la condesa de Ashburnham, los
comerciantes al principio parecían dudar de que pudiera pagar las facturas.
Un anciano desdentado le reprochó que el viejo conde había vendido in-
cluso la Kinross Mill House, en la que ahora un ferretero se había instalado
como un lord. La señora Seton tuvo que hablar claramente -«¡Sí, la señora
es una rica herera y el conde se ha casado con ella!»- para que el viejo y
todos los demás vencieran su incredulidad y trataran a la dama con la
mayor atención y amabilidad. Habían comprado tela para hacer vestidos
nuevos a los niños, a los criados y para ella misma, platos para la
servidumbre, ropa nueva de cama y muchas otras cosas. Diversos artículos
de la lista, que Colin nunca llegaría a ver, habían quedado ya tachados.
Había sido un día repleto de acontecimientos y muy satisfactorio. Sinjun
cambió de posición. Aunque estaba cansada no podía conciliar el sueño. No
podía evitar pensar en Kinss Mill House. Había pedido a Murdock que la
llevara a verla. Era una casa muy bonita con jardines del siglo diecisiete y
un viejo molino, cuya rueda ya llevaba mucho tiempo parada sobre el
arroyo susurrante. Admiró los estanques llenos de peces, las graciosas
estatuas, los árboles artísticamente recortados y los magníficos jardines de
rosas, y se juró que Colin y ella recuperarían de alguna manera la casa. Se
lo debían a sus hijos y nietos.
Echaba en falta a Colin terriblemente, pero él no parecía tener prisa
alguna para regresar. Entretanto, había comprendido que los hombres
necesitaban a las mujeres. No bastaban los besos, sino que tenían que ir
mucho más lejos. Ella debía resistir para satisfacerlo. Si pudiera con-
vencerlo de que penetrarla tres veces era excesivo, de que una sola vez era
suficiente para sus necesidades, quizá podría soportarlo. ¿Una vez por
noche? ¿Una vez por semana...? Se preguntó cuántas veces dormirían
Douglas y Ryder con sus mujeres. ¿Por qué diablos no había hecho a Alex

Espe
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preguntas concretas? La razón era que creía saber todo lo que había que
saber. Al fin y al cabo, había leído la colección de tragedias griegas de
Douglas, que no eran precisamente puritanas.
Pensó en Douglas y Alex, en cómo se besaban apasionadamente
creyendo que nadie los veía. Y Ryder y Sofía hacían exactamente lo mismo.
Ryder reía mientras la acariciaba e incluso la provocaba mordisqueándole
la oreja. Sinjun pensó que le gustaría que Colin le hiciera eso también. Pero
lo otro era desagradable. ¿Por qué no había preguntado a Alex? Ésta era
incluso más pequeña y delicada que ella y Douglas era igual de corpulento
que Colin. ¿Cómo diablos podía aguantarlo Alex?
Suspiró y volvió a ponerse de espaldas. Fue en ese momento cuando oyó
el ruido. Abrió los ojos y miró en la oscuridad. Había sido como un
arañazo, aunque quizá lo había imaginado, ya que era una casa muy
antigua y sus muros chirriaban y crujían con frecuencia por motivos
incomprensibles. Cerró los ojos y se acurrucó bajo las sábanas.
De nuevo oyó el ruido, esta vez algo más fuerte. Era un rasguño, como si
hubiera algo atrapado en el revestimiento de madera. ¿Una rata? Le
horrorizó la idea.
El ruido cesó de nuevo, pero Sinjun estaba tensa, esperando a que
comenzase de nuevo.
Volvió a oírlo, cada vez más fuerte. Iba acompañado de otro ruido, como
si siguiera, al primero. Era como si arrastraran algo por el piso, como una
cadena que se arrastraba lenta y pesadamente por el piso de madera, pero
extrañamente apagado.
Sinjun se irguió de repente. ¡Era absurdo!
Luego se oyeron unos gemidos agudos, humanos. Se le puso la carne de
gallina en los brazos y el corazón empezó a latirle con fuerza. Se esforzó por
ver en la oscuridad.
Tenía que encender la vela. Buscó a tientas las cerillas con la mano por
la mesita de noche, pero tiró al suelo la caja sin querer.

Espe
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De pronto, cesaron los gemidos y los arañazos, pero en cambio el ruido


de las cadenas arrastrándose se hizo más fuerte, acercándose lentamente.
Ya estaba en el dormitorio...
Era tal el terror que Sinjun sintió que quiso gritar, pero el grito se le
ahogó en la garganta. En el rincón más apartado del dormitorio había una
luz vacilante, una luz blanca y débil. Miró consternada a la luz y le entró tal
pánico que casi se tragó su propia lengua.
De nuevo se oyeron los gemidos y de pronto las cadenas golpearon con
dureza contra algo o alguien que pareció gritar de dolor.
«Oh, Dios -pensó Sinjun-, no puedo quedarme en cama temblando
como una hoja.» Haciendo un esfuerzo, se levantó de la cama y empezó a
buscar torpemente las cerillas, pero no pudo encontrarlas. Se hallaba de
rodillas y con las manos en el suelo cuando volvieron oírse los gemidos
agudos, fuertes y angustiados. Se quedó perpleja, todavía a gatas en el
suelo, pero se arrastró después hacia el borde del estrado, y al llegar miró
fijamente hacia el rincón. La luz brillaba con más intensidad, pero seguía
siendo fantásticamente vacilante y vaga.
De pronto se oyó un grito horrible. Sinjun se estremeció y estuvo a punto
de saltar y salir corriendo del dormitorio. Temblaba de pánico.
De repente desapareció la luz y el rincón quedó otra vez totalmente a
oscuras. No se oyeron más gemidos.
Ella esperó temblando, no sólo de miedo sino también de frío, con los
nervios crispados.
No se oyó nada. Ni arañazos ni ninguna otra cosa.
Sinjun tiró despacio de las cubiertas, se envolvió en ellas y se acurrucó
en el estrado. Al fin se quedó dormida.
La señora Seton la encontró a la mañana siguiente. Cuando Sinjun abrió
los ojos, el ama de llaves estaba ante ella exclamando sin cesar:
-Jesús! ¡Jesús! ¿Está enferma, señora? ¡Jesús!

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sinjun estaba dolorida y entumecida de estar echada durante horas en el


suelo, pero no estaba enferma.
-Ayúdeme a levantarme, señora Seton, por favor. Sabe, he tenido una
horrible pesadilla y me he escondido aquí abajo.
La señora Seton arqueó una de sus espesas cejas negras y ayudó a Sinjun
a levantarse.
-No se preocupe. Si Emma me trae agua caliente para un baño, pronto
estaré bien de nuevo.
La señora Seton inclinó la cabeza y fue hacia la puerta, pero se detuvo de
repente y miró sorprendida al rincón de la habitación.
-Cielos, ¿qué es esto?
-¿Qué? -preguntó con una voz ronca.
-Esto -dijo la señora Seton señalando al suelo-. Parece lodo de la ciénaga
de Cowal, negro, espeso y maloliente... -Dio un paso atrás y comenzó a
hablar en un tosco dialecto escocés, a pesar de que normalmente hablaba
un inglés correcto.
No tardó en recuperar el control de sí misma. Luego dijo con aire
pensativo:
-¿Cómo ha podido llegar esto hasta aquí? Santo Cielo, la ciénaga está
bastante lejos -Lanzó a Sinjun una mirada extraña, pero se serenó y dijo
encogiéndose de hombros-: No importa, enviaré a alguien para que limpie
esa porquería.
Sinjun miró de cerca el lodo. Era nauseabundo, como si alguien hubiera
echado la inmundicia al suelo con un cucharón o bien... lo hubiera
arrastrado hasta allí quizá con una cadena.
«Han hecho un buen trabajo -pensó mientras entraba sonriendo en el
baño-. Sí señor, hay que reconocerlo.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

11
Sinjun se detuvo junto a los cuatro hombres que estaban hablando en
voz alta entre sí en un idioma que no tenía gran parecido con el inglés.
Habían bajado el enorme candelabro, habían cambiado la cadena oxidada
y estaban limpiando la suciedad acumulada durante años. Intercambió
unas palabras amables con ellos y continuó su camino hacia la habitación
del desayuno, pero se detuvo al oír la voz histérica de la tía Arleth. Estaba
riñendo a una criada que fregaba de rodillas el suelo de mármol del
imponente vestíbulo.
-¡No lo permito, Annie! ¡Levántate y lárgate, pero rápido!
-Qué ocurre? -preguntó Sinjun con calma.
Tía Arleth se volvió rápidamente.
-¡Desapruebo todo esto de la manera más enérgica, muchacha! ¡Mira lo
que está haciendo! Estas baldosas de mármol llevan así desde hace años.
-Desde luego, y por eso están tan sucias que la pobre Annie debe de
tener callos en las rodillas de tanto fregar.
-Joven, te dije que tú no formas parte de esto y lo dije en serio. Y ahora
tienes incluso el descaro de gastar dinero del conde en esta majadería.
-Oh, no -repuso Sinjun sonriendo-. Es mi dinero, te lo aseguro.
-Yo lo encuentro muy bonito, tía.
Serena bajó por la amplia escalera ataviada con un vestido de seda azul
claro; parecía una princesa aun más desorientada que la última vez que
Sinjun la había visto.
-¿Qué sabes tú? ¡Mírate! ¡Estás completamente loca!
-¿Mirar qué, tía? Soy hermosa. Los espejos no mienten. En cambio, tú
eres vieja, tía, y por eso estás celosa de mí. Querida Joan, ¿cómo puedo ser
útil?

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La novia secreta – Catherine Coulter

-Es muy amable por tu parte, Serena. ¿Por qué no desayunamos juntas y
pensamos en qué podrías hacer?
-Oh, no quisiera desayunar ahora. Creo que voy a coger unos cardos
rojos. Son el emblema de Escocia, ¿lo sabías?
-No, no lo sabía.
-Según la tradición, los vikingos vinieron aquí para saquear y violar,
pero uno de ellos pisó un cardo y gritó de dolor. Eso alarmó a los nativos
gaélicos, que pudieron así escapar del enemigo.
-¡Tonterías! -gruñó la tía Arleth y añadió-: ¿Por qué no te sientas debajo
de un serbal?
-No eres muy amable, tía. Pero aunque lo hiciera, no pasaría nada. Cada
día que pasa soy más poderosa. Soy una bruja, ¿sabes, Joan? Pero una
bruja buena. Hablaremos más tarde, Joan.
Salió por las imponentes puertas tarareando suavemente una
cancioncilla.
-¿Qué es un serbal? -preguntó Sinjun.
Oyó cómo Annie se quedaba sin aliento.
-Eso no te importa.
-Como quieras, tía Arleth. Ahora vas a dejar a Annie trabajar en paz.
¿Querrías desayunar conmigo?
-Libraré a este lugar de ti -dijo la tía Arleth con la voz más maligna que
jamás había oído Sinjun. Después dio media vuelta y se fue rápidamente
por el vestíbulo escaleras arriba. ¿Podría romper algo en los pisos superio-
res? No, pensó Sinjun con alivio.
-Cuando te canses, Annie, puedes ir a la cocina a descansar. La cocinera
ha preparado café y té para todos, y creo que hay también una enorme
bandeja de broonies. -Sinjun hizo vibrar la «r» al pronunciar el nombre de
esos deliciosos pastelitos de jengibre.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Gracias, señora.
Sinjun sonrió al oír cómo trabajaban los carpinteros en las escaleras.
Cuando estuvieran reparadas las escaleras y las barandillas de esta parte de
la casa, acometerían las escaleras de la torre del norte. Sinjun estaba
satisfecha de sí misma.
Para su propia alegría, encontró en la habitación del desayuno a Dulcie
con Philip y Dahling.
-Buenos días a todos -exclamó jovialmente.
-Buenos días, señora -dijo Dulcie-. Philip, no estés tan ceñudo, que te
saldrán arrugas en la frente. Dahling, deja de ensuciar el tapete de la mesa
con los huevos!
«Es un desayuno normal», pensó Sinjun acordándose de los desayunos
turbulentos con los niños de Ryder en la casa de los locos.
Se sirvió ella misma en el aparador y se sentó en la silla de Colin, que era
la que estaba más cerca de los niños.
-Ésa es la silla de papá.
-Sí, y es una silla hermosamente tallada e incluso lo bastante grande
para vuestro padre.
-Ése no es tu sitio.
-Aquí no hay ningún sitio para ti -añadió Dahling.
-Pero yo soy la mujer de tu padre. ¿Cuál debería ser sitio, si no Vere
Castle?
Dahling pareció confundida, pero no Philip.
-Ahora que papá tiene tu dinero, podrías ir a un convento.
-¡Señorito Philip! -exclamó Dulcie estupefacta.
-Pero yo no soy católica, Philip. ¿Qué iba a hacer en un convento? No

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tengo la menor idea de crucifijos, confesiones y maitines.


-¿Qué son maitines?
-Oraciones que se rezan a medianoche y en la madrugada, Dahling.
-Oh... Entonces ve a Francia y te haces reina.
-Eso no estaría mal, Dahling, pero desgraciadamente ahora no hay reina
en Francia, sólo la emperatriz Josefina, la mujer de Napoleón.
Los dos niños ya no sabían qué decir y Sinjun cambió de tema.
-Estas gachas son verdaderamente deliciosas. Lo más importante es la
harina de avena fresca. Como más me gustan es con azúcar moreno.
-Son mejores con un poco de mantequilla -dijo Philip.
-¿De verdad? Lo probaré mañana. -Se llevó a la boca la última
cucharada, suspiró contenta, bebió un sorbo de café y dijo-: He trabajado
muy duro los tres últimos días. Esta mañana he decidido concederme una
recompensa y esa recompensa sois vosotros. Iremos a dar un paseo a
caballo juntos y me enseñaréis los alrededores.
-Me duele el estómago -dijo Dahling llevándose la mano a la cintura y
gimiendo.
-Entonces necesitas una infusión de manzanilla, Dahling.
-Yo te acompaño -dijo Philip, pero Sinjun advirtió el guiño que hacía a
su hermana.

Philip necesitó menos de dos horas para despistar a Sinjun en las colinas
de Lomond y ella necesitó otras tres para encontrar el camino de regreso al
castillo. Sin embargo, no había sido tiempo perdido. Había conocido a
cinco familias de colonos y había bebido cinco clases diferentes de sidra.
Un hombre llamado Freskin sabía escribir, y por por eso tenía una pluma y
papel. Empezó a anotar los nombres y las reparaciones más importantes
que necesitaban. Tenían poco grano, informó Freskin, y Sinjun vio el
miedo reflejado en la cara de su mujer. Necesitaban una vaca y algunas
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ovejas, pero el grano era lo más importante.


Si alguno de los hombres, mujeres o niños sentía lástima por ella por
haberse casado sólo por dinero, fueron lo bastante discretos para no
decirlo.
Sinjun pronto empezó a entender el dialecto local y aprendió entre otras
palabras que una mujer sweetie era una cotorra, lo que correspondía sin
duda a la mujer de Freskin.
Como hacía un día muy bueno, dejó andar a su yegua por las suaves
colinas y los bosques de alerces, pinos, abedules y abetos. Cogió con las
manos agua del Loch Leven y se extrañó de lo fría que estaba. Poco faltó
para que cayera en una turbera. Paseó por los brezales yermos de las
colinas del este con el caballo sujeto por la rienda. Al fin, cuando regresó a
Vere Castle, estaba cansada y satisfecha.
Se detuvo en la cima de un alto donde se habían parado ella y Colin
hacía poco. Vere Castle aún parecía un castillo encantado, tal vez más que
antes, ahora que ella se sentía parte de él. Tomó nota mentalmente de que
tenía que comprar tela para hacer banderas que ondearían en las cuatro
torres. Quizá incluso podría encontrar a una bella muchacha de largo
cabello dorado para que se sentara en la ventana de una torre y trenzara y
destrenzara su cabello.
Se aproximaba a la casa cantando cuando descubrió a Philip cerca de la
pesada puerta de roble; probablemente llevaba ya mucho tiempo
esperándola.
-¡Hola, señorito Philip, me la has jugado bien! Espera a que te lleve a
visitar mi tierra al sur de Inglaterra. Te dejaré solo en medio de los
arcedos. Pero dejaré un rastro de migas de pan para que puedas volver a
casa.
-Sabía que volverías.
-Naturalmente. Al fin y al cabo vivo aquí.
Philip dio un puntapié a una piedra.

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-La próxima vez lo haré mejor.


Ella rió y despeinó su espeso cabello negro, que era o el de su padre.
-Estoy segura de que intentarás hacerlo lo mejor posible. Pero escucha,
Philip, voy a quedarme. Sería mejor que te acostumbraras, ¿no crees?
-Dahling tiene razón. Eres fea.

Sinjun estaba echada en la cama y miraba en la oscuridad al techo. Colin


llevaba ya más de una semana fuera y aún no había tenido noticias de él.
Estaba preocupada y al mismo tiempo enfadada. Las habitaciones de estilo
Tudor estaban perfectamente restauradas y de sus doscientas libras apenas
quedaba algo. Estuvo tentada de ir a Edimburgo a caballo, por un lado para
localizar a su marido y por otro para procurarse más dinero. La gente que
con tanto esfuerzo trabajaba para ella no debía contentarse con promesas.
Los carpinteros ya estaban listos para atacar la torre del norte de Colin.
Pero quizá fuera mejor esperar y dejar que su marido dirigiera el trabajo.
¡No, no merecía tal satisfacción! Se dio la vuelta, pero enseguida se dejó
caer otra vez de espaldas y suspiró profundamente.
Había recibido a los primeros visitantes, un vizconde y su mujer que
querían conocer a la nueva condesa.
Casualmente había oído cómo la tía Arleth decía:
-Es una carga monstruosa, Louisa. Puede que sea una rica heredera,
pero está muy mal educada y no tiene respeto alguno de sus superiores. A
mí no me hace caso y va dando órdenes a todo el mundo.
Sir Hector MacBean había estado echando un vistazo alrededor no sin
gran sorpresa y el debido reconocimiento.
-No cabe duda de que sus órdenes han obrado maravillas, Arleth. Huele
a limpio, ¡y mira el candelabro, Louisa! Te aseguro que siempre tuve miedo

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de morir aplastado por ese monstruo. Ahora parece colgar de una cadena
nueva y resplandece.
Ésa era la señal para entrar, pensó Sinjun, que se arregló las faldas de su
único vestido y entró a saludar a los huéspedes con una amplia sonrisa.
La visita había transcurrido perfectamente. Philpot, impecablemente
vestido con su nuevo uniforme blanco y negro y con un porte digno del rey
George III en uno de sus mejores días, había servido los pastelitos de
manzana de la cocinera, que eran sin duda el plato más delicioso mundo.
Tía Arleth estaba aun más enojada de lo habitual y sólo pudo inclinar la
cabeza, confundida, cuando Sinjun ofreció un pastelito de manzana
diciéndole:
-Esta crema de la cocinera es un verdadero poema, ¿no te parece, tía?
Los MacBean eran muy simpáticos y parecían tener sincero afecto por
Colin. Cuando se despedían, lady Louisa sonrió a Sinjun, le dio unos
cariñosos golpecitos en el brazo y le dijo en voz baja:
-Usted parece una muchacha muy hábil. Aquí en Vere Castle ocurren
cosas muy extrañas y circulan toda clase de rumores, pero supongo que
usted pondrá las cosas en orden sin hacer caso de las habladurías, que no
son más que un disparate ridículo.
Sinjun dio las gracias a lady Louisa, aunque no sabía exactamente a qué
rumores se había referido. Mientras Sinjun hacía señas con la mano desde
la escalinata para despedirlos, la tía Arleth susurró:
-Crees que eres mejor que nosotros, pero Louisa ha adivinado tus
intenciones y contará a todos que eres una arribista, una advenediza
inculta que...
-Tía Arleth, soy la hija de un conde y no tengo ganas de seguir
escuchando tus insultos. Tengo mucho que hacer -Se dio media vuelta y se
fue sin dar tiempo a Arleth a contestar-. ¡Dahling! Ven, cariño, tenemos
que probarte un vestido.

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La noche anterior Sinjun había encontrado en su cama una culebra larga


y negra que intentaba desesperadamente esconderse. Tras una primera
sorpresa, había sonreido comprensivamente mientras se enroscaba con
cuidado al pobre animal en el brazo y lo llevaba al jardín para soltarlo.
Se preguntó qué habrían ideado los niños para la noche siguiente, y no
tuvo que esperar mucho tiempo. Se repitió la aparición del fantasma.
Philip y Dahling eran unos actores excelentes, y Sinjun exclamó con voz
temblorosa en la oscuridad:
-¡Oh, otra vez no! ¡Déjame, espíritu, por favor, déjame!
El espíritu desapareció poco después y Sinjun hubiera jurado que había
oído una risa ahogada.

Colin gritó su nombre cuando ya subía por la escalinata del castillo.


-¡Joan!
En lugar de ella lo saludaron Philip y Dahling. Dahling se aferró a su
pierna gritando que Sinjun era malvada, fea y cruel.
Philip guardó silencio. Colin abrazó a los dos y les preguntó dónde
estaba Joan.
-¿Joan? -repitió Philip frunciendo el entrecejo-. Está en todas partes al
mismo tiempo. No para de hacer cosas y no deja en paz a nadie. Es
insoportable, papá.
Entonces apareció la tía Arleth y le susurró al oído que la muchacha con
la que había tenido que casarse iba dando órdenes a todo el mundo y
estaba arruinando su hogar. También le preguntó qué pensaba hacer con
ella. Sólo faltaba Serena, que irrumpió inmediatamente después.
Le obsequió con una dulce sonrisa, se puso de puntillas y lo besó en la
boca. Él dio un paso atrás desconcertado, pero ella siguió sonriendo.

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-Estoy tan contenta de que hayas regresado -dijo Serena con su voz
suave al tiempo que Colin arqueaba las cejas sorprendido.
-¡Dahling, suelta mi pierna! Philip, llévate a tu hermana de aquí. Arleth,
un momento, por favor. ¿Dónde está Joan?
-Estoy aquí, Colin.
Ella bajaba por la ancha escalera y él advirtió que llevaba un vestido
nuevo, un vestido muy sencillo de muselina de color amarillo como podía
llevar cualquier muchacha del campo, pero que en Joan parecía muy
elegante. La había echado de menos y había pensado en ella en todo
momento. Había vuelto a casa sólo por verla a pesar de que aún quedaban
cosas por hacer. Pensó que estaba muy atractiva y que deseaba quitarle el
vestido, besarla y poseerla. Entonces olisqueó y sus agradables fantasías se
desvanecieron. Había un extraño olor a cera abejas y limón. Creyó ver la
imagen de su madre ante él aunque sabía que era imposible. Miró
alrededor y no pudo creer lo que vieron sus ojos. Todo brillaba y se extrañó
de que no hubiera notado antes la suciedad de tantos años. Pero ahora se
daba cuenta. El candelabro parecía nuevo, el piso de mármol estaba tan
reluciente que se veía reflejado en él. Sin decir una palabra y algo aturdido,
entró en el salón y luego la sala del desayuno. Había cortinas nuevas que
no se parecían a las viejas y las alfombras era imposible que fueran nuevas,
si bien con el sol de la tarde sus colores azules y rojos brillaban tan
intensamente que apenas las reconocía.
-Estoy muy contenta de volver a verte, Colin.
Miró a su mujer, vio que apretaba los labios y dijo en baja:
-Ya veo que has estado muy ocupada, Joan.
-Oh, sí, lo hemos estado todos. Ya habrás visto las cortinas nuevas,
Colin, son nuevas pero del mismo material que las viejas. ¿Puedes creer
que la tienda de Dundee todavía tenía el mismo tejido después de
cincuenta años? ¿No es increible?
-A mí me gustaban las cortinas como estaban.

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-Oh, ¿quieres decir que te gustaba el polvo y la suciedad de tantos años?


-Esas alfombras tienen un aspecto extraño.
-Y con razón. Están limpias y ya no despiden nubes de polvo al pisarlas.
Él abrió la boca, pero ella se le adelantó levantándole la mano.
-Deja que lo adivine..., te gustaban más como estaban.
-Sí. Como dije, has estado muy ocupada, has hecho cosas que no he
aprobado.
-¿Debería haberme quedado tumbada en un sofá, comiendo broonies y
leyendo novelas que no tienes en esa habitación apolillada que llamas
biblioteca?
Colin vio que estaban a un metro de distancia uno del otro, pero no trató
de reducir la distancia. Él tenía razón y debía comprenderlo; esperaba que
se disculpase.
-Deberías haberme esperado. Te dije que hicieras listas y me las
presentaras, y entonces hubiéramos...
-¡Papá, es cruel y malvada con Philip y conmigo! Hasta me hizo
quedarme una mañana en mi habitación, y era un día estupendo.
-¿Incluso mis hijos, Joan? -Colin miró a su hijo-. Vete con Dulcie.
Quiero hablar con tu madrastra.
-¡No queremos tenerla aquí! ¿Le dirás que no vuelva a pegarnos?
Sinjun miró atónita a la niña y a continuación soltó una carcajada.
-No está nada mal, Dahling. Un tiro en el blanco. Has estado estupenda.
-Vete, Dahling. Yo me ocuparé de Joan. Oh, tía Arleth, ¿también tú estás
aquí? Por favor, déjanos y cierra la puerta. Quiero hablar con mi mujer.
-Le dirás que deje de arruinarlo todo, ¿no, Colin? Al fin y al cabo tú eres
el conde, el marido, el señor, no esta chica. No es ella quien manda en Vere

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Castle, sino tú. Tú te encargarás de que...


-¡Envíala a un convento! -gritó Dahling desde la puerta y echó a correr.
Arleth inclinó la cabeza apoyando a Dahling y se fue cerrando muy
suavemente la puerta. Colin y Sinjun estaban solos en medio del salón
magníficamente limpio. Incluso los viejos y desgastados muebles habían
adquirido una pátina elegante, pero en ese momento Sinjun no estaba para
admirar sus propios logros. Toda su atención estaba centrada en Colin. Sin
duda él no haría caso de la actuación dramática de Dahling...
-¿Has pegado a mis hijos?
Ella lo miró fascinada. Era tan apuesto que sintió que se le aceleraba el
pulso al mirarlo; pero pronto pareció extraño, un hermoso extraño al que
hubiera golpeado con gusto.
-¿Les has pegado, Joan?
Era absurdo, ridículo. Tenía que acabar con eso, tenía que hacerlo
enseguida. Fue rápidamente hacia él, enlazó dedos en su cuello y se puso
de puntillas.
-Te he añorado terriblemente -le dijo y lo besó. Los labios de Colin
estaban calientes, pero firmemente apretados.
Él se libró de sus brazos.
-He estado fuera casi tres semanas y he regresa sólo por verte, para
asegurarme de que estás sana salva, y de que esos malditos MacPherson no
han causado daño alguno. No he podido encontrar a Rob MacPherson en
Edimburgo. El muy cobarde me evita. Naturalmente me hubieran avisado
si te hubiera ocurrido algo, pero quería asegurarme por mis propios ojos de
que estás bien. Y tú entretanto has aprovechado mi ausencia para presumir
de señora del castillo, haciendo y deshaciendo a tu antojo, sin que te
importara lo mínimo mi opinión y sin hacer caso alguno de mis deseos.
Esas palabras la hirieron en lo más profundo de su ser. Lo miró y dijo
simplemente:

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-He hecho lo que he creído más conveniente.


-Eres demasiado joven para confiar en ti.
-Eso es absurdo, Colin, y tú lo sabes. Ah, ahí viene Serena. Quizá quiera
besarte otra vez. ¿Quieres seguir tu sermón en presencia de Serena? Puedo
llamar a los niños y a la tía Arleth, si lo deseas. Podrían formar un coro
para cantar todos mis pecados. ¿No? Muy bien. En tal caso, si quieres,
puedes acompañarme a tu estudio de la torre y descargar todo tu mal
humor.
Dio media vuelta y se fue. Él se dio cuenta de que volvía a andar como
un muchacho despreocupado. La siguió sin dejar de proferir reproches.
-Hubiera sido un buen detalle si te hubieras molestado en ganarte el
afecto de mis hijos. Veo que siguen considerándote una intrusa, y tú parece
que los quieres tan poco como ellos a ti.
Ella no se volvió a mirarlo, sino que dijo simplemente por encima del
hombro:
-¡Más alto, Colin! Ya sabes que los niños tienden a imitar el
comportamiento de sus padres.
Eso le hizo callar, pero él la siguió hasta la torre del norte pisándole los
talones. También aquí olía a cera y limón, comprendió que ella había
tenido la desfachatez de entrar en su estudio, la única habitación que era
verdadera y exclusivamente suya. Al ver los escalones reparados exclamó:
-¿Qué demonios has hecho? Esto no es lo que yo quería hacer.
Ella se detuvo tres escalones más arriba y se volvió hacia él.
-Oh, ¿y qué hubieras querido, Colin? ¿Quizá escalones oblicuos? ¿O
hubieras querido arrancar uno de cada dos escalones para que todo aquel
que no tuviera cuidado aterrizara en una mazmorra bajo las escaleras?
-No tenías ningún derecho a inmiscuirte en mis propios asuntos. Te dije
que no lo hicieras.

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Él no dijo nada más y se adelantó pasando a su lado por la estrecha


escalera. Abrió la puerta guarnecida de latón de su estudio y se vio
arrollado por una ola de frescos olores. Se detuvo en el centro de la
habitación circular y miró incrédulo el jarrón de rosas de verano que estaba
sobre su mesa escritorio. Rosas, la maldita flor favorita de su madre, cuyo
aroma se mezclaba con el perfume acre de limón.
Él cerró los ojos por un momento.
-¡Esto es el colmo!
-¿Prefieres la suciedad? ¿Querías que terminaran de apolillarse tus
libros? Ya no faltaba mucho, como sabes algo muy natural teniendo en
cuenta lo enmohecidas y carcomidas que estaban las estanterías.
Él se volvió fuera de sí con un sentimiento de absoluta potencia. Ella
tenía razón, maldita sea, le corroía el sentimiento. Pero era su casa, eran
sus trapos y harapos y era su responsabilidad. Pero no, ella se había
constituido en el árbitro de todo y había actuado a su entero capricho, sin
atenerse a instrucciones ni recabar permisos eso era imperdonable!
Mientras él intentaba protegerla con todas sus fuerzas, ella se
aprovechaba descaradamente de su ausencia. En pleno paroxismo, las
únicas palabras que se le ocurrieron fueron:
-¡Detesto los limones y la cera! ¡Y el olor de las rosas me produce
náuseas!
-Pero la señora Seton dijo que tu madre...
-¡No oses hablar de mi madre!
-Como quieras.
-Has entrado en mi estudio privado, la única habitación de este montón
de escombros que me ha pertenecido desde que nací. Has entrado y lo has
cambiado a tu antojo.
-No he cambiado nada, como puedes comprobar si dejas comportarte
como un idiota. Las rosas sólo son un complemento pasajero. ¿Querrías de
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veras que los tapices que tejió tu tatarabuela terminasen convirtiéndose en


polvo? Y las piedras del piso, Colin, podrías haberte roto una pierna si no
las hubiéramos cambiado. Como ves, las nuevas piedras armonizan
perfectamente con las viejas. Y la alfombra, Dios santo, esa fabulosa
alfombra Aubusson... Al menos ahora puedes ver sus magníficos colores.
-Eso era asunto mío.
Se comportaba como un perro que había atrapado un hueso y no estaba
dispuesto a soltar de ningún modo.
A Sinjun se le acabó la paciencia.
-Bien, cambiar las piedras ha costado poco. ¿Por qué no hiciste
cambiarlas tú mismo?
-Lo que hice o no hice es asunto mío. No te debo ninguna explicación
por mis acciones. Ésta es mi casa, mi castillo, y lo que has hecho no es
correcto.
-Soy tu mujer. Vere Castle es mi casa. Es responsabilidad mía.
-Tú sólo eres lo que yo te permito.
-¡Cielo Santo, qué imbécil eres! He esperado y esperado a que regresaras
a casa. Casi tres semanas han pasado sin que enviaras noticias. Es evidente
que te olvidas de que también tú tienes ciertas responsabilidades, como
por ejemplo tus hijos.
-¡Mis hijos! Ellos te rechazan como al principio, quizá tengan excelentes
razones. Les has puesto la mano encima, ¿no es cierto? Sólo porque te
pertenece todo el maldito dinero te atribuyes el derecho de ocupar mi
puesto, y al parecer crees que un hombre tiene que ir dando órdenes a todo
el mundo y golpeando a niños indefensos porque no obedecen de
inmediato.
La primera edición de las obras de Shakespeare era naturalmente muy
valiosa para utilizarla como arma arrojadiza. Sinjun eligió en su lugar un
tomo grueso de sermones de un oscuro predicador del siglo dieciséis y se lo

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lanzó con todas sus fuerzas.


El ejemplar impactó en su pecho con tal ímpetu que casi le hizo perder el
equilibrio. Él la miró anonadado. ¡Le había atacado! Y si hubiera tenido
una espada a mano, tal vez hubiera intentado atravesarlo.
Había estado ansioso por venir a casa, por volver a ver a su mujer, y ella
lo atacaba con un libro. Había imaginado a todos sentados en buena
armonía a la gran mesa del comedor, ella en su sitio como su mujer, sus
hijos, bien aseados -por ella, naturalmente-, sonrientes y risueños y en la
mejor armonía con su madrastra. ¡Y ahora eso! Se frotó el pecho dolorido.
Sin embargo, la razón estaba de su lado. Ella había usurpado su puesto
constituyéndose en dueña y señora de la casa. No podía tolerarlo.
-Creo que te encerraré en el dormitorio. Al menos allí no podrás causar
conflictos.
Ella le miró a los ojos, a esos magníficos ojos de color azul oscuro
endurecidos ahora por la indignación y la aversión que él sentía por ella, y
dijo despacio:
-¿Sólo porque he tratado de ser una Kinross quieres castigarme?
-Una auténtica Kinross jamás iria dando órdenes por ahí, sino que sería
sensible a los sentimientos de los demás y obedecería a su marido. Que
seas la rica heredera no te da derecho a comportarte como si fueras el
señor la casa.
Sin decir una sola palabra más se dio media vuelta y se fue rápidamente.
Él comenzó a andar, pero se detuvo al oir sus ligeros pasos por la escalera
circular recién restaurada.
-¡Maldita sea! -gruñó él.
Sinjun se dirigió directamente a las cuadras. Deseaba desesperadamente
encontrar a Fanny, pero aún no había llegado nada de Northcliffe Hall, ni
sus maletas ni su yegua. Al ver Murdock el jiboso su cara pálida y tensa y
sus ojos dilatados por algo que él no comprendía, ensilló ráudamente la
yegua que ella había estado montando desde que llegó, un caballo bayo

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enjuto que se llamaba Carrot.


Sinjun no llevaba puesto un traje de montar, pero no importó lo más
mínimo, como tampoco le importó que Murdock no hubiera puesto una
silla de amazona en la yegua. Agarró a la yegua por la crin y se montó. Lle-
vaba las faldas recogidas hasta las rodillas, mostrando las medias de seda
bl ancas y los zapatos negros.
Salió al galope y desapareció de la vista enseguida.

-Bien. Se ha ido.
Colin miró fijamente a la tía Arleth.
¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que se ha ido a caballo y la desvergonzada ni siquiera se ha
puesto un traje de montar. Llevaba subido el vestido, enseñando las
medias. La he visto desde las ventanas del comedor.
-¿Podrás quedarte con el dinero, Colin?
Era Serena, que iba bailoteando por el vestíbulo principal
contemplándose en cada centímetro cuadrado brillante que veía.
No tuvo tiempo de contestar, porque en ese mismo instante apareció
Murdock en el umbral con la raída gorra roja en sus manos rugosas.
-Estoy preocupado, milord -murmuró.
Colin juró de un modo tan enérgico y soez que Murdock lo miró con
desaprobación y la tía Arleth se disponía a increpar a Murdock, pero no
tuvo tiempo porque Colin ya había salido por la puerta principal.
Siguió jurando a lo largo de todo el camino hasta las cuadras. Su
semental Gulliver estaba cansado, así que cogió a Old Cumber, un caballo
viejo y manso que había presenciado más peleas que la mayoría de los
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hombres que vivían allí.


-¿En qué dirección ha ido?
-Hacia el lado oeste del lago.
No encontró ni una maldita pista de ella. La buscó durante dos horas, al
principio jurando, pero después cada vez más preocupado ante la
posibilidad de que la hubiera raptado algún MacPherson. Empezó a dudar
de que el viejo Latham MacPherson hubiera conseguido prohibir
realmente nuevas incursiones en las tierras de los Kinross, aunque siempre
cabía la posibilidad de que Robbie MacPherson hubiera dejado de estar del
lado de su padre, si es que alguna vez lo había estado. Sudaba de miedo. Al
fin, cuando el sol empezaba a ponerse, regresó al castillo. La yegua de
Sinjun, Carrot, estaba en la cuadra mascando golosamente heno.
Mudorck se encogió de hombros, pero evitó la mirada de su amo
mientras decía:
-Regresó hace una hora, milord. No dijo nada, pero está bien.
-Ya veo -gruñó Colin y se golpeó furiosamente la bota con la fusta.
No se sorprendió al encontrar el dormitorio no sólo vacío sino también
resplandeciente como el resto del caso. Seguía estando tan oscuro como
antes, pero no tan sombrío. Odiaba tener que admitirlo. Tomó un baño re-
frescante y bajó a cenar vestido de rigurosa etiqueta y decidido a tener la
boca cerrada para evitar más escenas delante de la familia.
La vio de pie junto a la chimenea, con el mismo vestido y un vaso de
jerez en la mano. La tía Arleth hablaba sobre algo, sin duda desagradable.
Serena estaba sentada en un pequeño sofá y miraba al espacio absorta en
sueños, y los niños estaban sentados juntos en un confidente con Dulcie de
pie detrás de ellos como un hada protectora.
Sinjun levantó la vista cuando él entró en la habitan. Se dijo que tenía un
aspecto fantástico, el muy imbecil. Cómo podía ser tan ciego para no ver
que ella no quería usurpar su puesto, sino sólo estar a su lado, reír con él,
trabajar con él, besarlo y acariciarlo.

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-Buenas tardes -dijo Colin a todos.


-Papá, ella ha dicho que teníamos que irnos a la cama sin cenar, pero
como estás aquí ha tenido que dejarnos.
Dulcie tomó aliento y cogió a Dahling por el brazo.
-¡Eres una fierecilla salvaje, Dahling Kinross!
-Una auténtica bruja, diría yo -añadió Colin.
-Esta vez te has excedido, Dahling -dijo Sinjun sonriendo a su hijastra-,
pero valía la pena intentarlo. Te daré lecciones de arte dramático. No se
debe exagerar, ésa es una regla básica del teatro.
-Me gustaría pisar las tablas -dijo Serena-. ¿No es como lo decís los
ingleses, Joan?
-Sí, es así. Tú andas con tanta gracia que crees estar flotando. Estoy
segura de que el resto te sería igual de fácil.
-Todo esto es una idiotez -dijo la tía Arleth-. ¿Qué piensas hacer, Colin?
¿Has tomado alguna decisión?
-Oh, sí, tía Arleth. Voy a cenar plácidamente. Ah, ahí está Philpot para
anunciarnos que la cena está servida. Ven, Joan, dame el brazo.
Sinjun no sentía deseos de hacerlo, pero en presencia de los queridos
parientes no le quedaba otra opción. Se puso tensa cuando él le dio unas
palmaditas en la mano, dispuesta para una nueva batalla, pero él le
susurró:
-No, querida, aquí no. Lo que espero de ti de ahora en adelante te lo diré
después, cuando haya cerrado con llave la puerta del dormitorio; de ese
dormitorio limpísimo del señor del castillo.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

12

Colin cumplió su palabra. Empujó suavemente a Sinjun para ayudarla a


entrar en el dormitorio y cerró la puerta con llave. Se metió la llave en el
bolsillo del chaleco
sin quitar a Sinjun los ojos de encima. Ella se fue al centro de la enorme
habitación y se detuvo allí frotánlos brazos.
-¿Quieres que encienda fuego en la chimenea?
Ella meneó la cabeza.
-Creo que no sería una mala idea, ya que pronto estarás desnuda y no
quiero que tiembles de frío. Quiero que tiembles sólo de deseo.
Así que éste era el castigo de un hombre, pensó ella. Él dominaba la
situación, por supuesto, y parecía vengativo y resuelto, extrañamente
enojado. Durante la cena ella no había hecho nada por realzar ese enojo.
Probablemente se debía otra vez a ese odioso olor a cera y limón.
Afortunadamente Sinjun tenía dos hermanos muy obstinados e
inteligentes, de los que había aprendido gran cantidad de cosas sobre los
hombres, sus extraños puntos de vista y su comportamiento imprevisible.
Colin actuaba como un sultán, y ella debía ser su esclava. La idea le gustó,
aunque le hubiera gustado más si estuviera riendo y provocándola. Sí,
imaginó docenas de velos de todos los colores, y ella bailaría para él y...
-¿Por qué diablos sonríes?
-Velos...
-Joan ¿te has vuelto loca?
-Oh, no, imaginaba que eras un sultán y yo tu esclava bailando para ti
envuelta en velos.
Él se quedó sin habla. Sus ocurrencias inesperadas tenían la virtud de

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desconcertarlo una y otra vez, e incluso cuando sus observaciones no eran


tan extrañas, le sorprendía su forma transparente y cándida de expresarse.
Su franqueza lo confundía.
-Una idea muy interesante. Pero esta noche tendrás que bailar para mí
desnuda, y si necesitas acompañamiento musical, batiré las palmas. Pero te
traeré unos velos de Edimburgo para que la próxima vez la representación
se adapte a tus deseos.
-Así pues, piensas dejarme otra vez mañana. Probablemente con el alba,
mientras yo duermo, ¿cierto? Entiendo, Colin. Quieres ahorrarte la escena
de una mujer llorando y pidiéndote que no la dejes sola en esta casa ex-
traña, sola en este país extraño. ¿Crees que podría hacerte cambiar de idea
para que te quedases? No, no lo creo. Aunque, por supuesto, no debo
olvidar a tus amables parientes entre los que me has sepultado. La tía
Arleth es una delicia. Me odia a mí y a ti, y las únicas personas que parece
haber querido eran tu hermano y tu padre, que, según cree, se burló de
ella. Y en cuanto a Serena, no estoy segura de si es de este mundo o de un
cuento de hadas. Está un poco loca, pero no es desagradable. Los niños...,
bueno, seguiré pegándoles cuando me apetezca.
-No quiero discutir más contigo esta noche, Joan Pero recuerda esto,
durante mi ausencia no harás nada ¡Nada! Intentarás ser amable con mi
familia y mis hijos. Creo que tengo derecho a esperar eso de mi mujer.
-Vete al infierno, Colin.
Él vio cómo ella levantaba la cabeza desafiante y sintió cómo empezaba a
bullirle la sangre. La muchacha que lo había adorado en Londres, que
había intentado seducirlo durante todo el camino hasta Escocia, se había
convertido en un diablo de mujer. En esos azules ojos de Sheroke ya no
quedaba admiración alguna por él; al contrario, escupían fuego, un fuego
extrañamente helado. Y sin embargo, esa actitud desafiante lo excitaba.
Dio un paso hacia ella. Ella no retrocedió porque no deseaba organizar una
cacería por el dormitorio, aunque había oído cómo Alex chillaba mientras
Douglas corría tras ella, luego cesaban los gritos y Sinjun sabía que estaban
haciendo algo maravilloso. Pero con Colin eso no sería tan maravilloso.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Puedes besarme, Colin. Como te dije, eso me gusta mucho.


-Oh, sí, te besaré.
-Si quieres, yo también te besaré.
-Por supuesto, espero que me devuelvas los besos.
-No, quiero decir que, si quieres, besaré tu órgano sexual y te acariciaré.
Me gustó oírte gemir y ver cómo tu cuerpo se tensaba y agitaba aquella
primera vez sólo por lo que yo estaba haciendo.
Colin se detuvo y tragó saliva. Sintió cómo aumentaba su erección al
recordar el contacto con su boca y sus manos con el cabello esparcido por
su vientre.
-No, no quiero que hagas eso -dijo él sintiendo al mismo tiempo cómo su
cuerpo protestaba enérgicamente.
-¿Por qué no? Te gustó. No sé por qué me hiciste parar justo cuando
estaba aprendiendo a hacerlo correctamente. Podría darte mucho placer
esta noche. En cuanto lo otro... Ya hemos decidido que no lo harás. Es
demasiado grande...
-Te he dicho cien veces que no tienes la menor idea. Es ridículo que una
muchacha tan inteligente y educada como tú manifieste tal ignorancia en
este aspecto. Te haré el amor, Joan, y te tomaré como la cosa más normal
del mundo entre un hombre y una mujer desde Adán y Eva paraíso.
-Muy bien, ya veo que estás completamente decidido. Sólo estaba
sondeando la situación. Propongo un compromiso, Colin. Creo que podré
soportar el procedimiento una vez. Pero más de una, olvídalo. Sería cruel
de tu parte insistir en eso.
Él se echó a reír, no pudo evitarlo. Cómo había echado de menos a esa
condenada inglesa... Había resistido a las invitaciones inequívocas de
varias damas de Edimburgo que sólo un ciego hubiera rechazado. No, no
había tocado a ninguna mujer y había pensado mucho en Joan, en sus
largas piernas blancas y sobre todo en su absoluta honradez. Por supuesto

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

que no creía que fuese capaz de alzar la mano contra un niño, ni siquiera
contra Dahling, que podía hacerse insoportable.
-No, lo haremos correctamente. Ya he aguantado bastante abstinencia.
No estoy hecho para el celibato. Te tomaré tantas veces como me plazca y
tú disfrutarás con ello, Joan. Sólo tienes que confiar en mí.
Ella no pestañeó.
-Me obligas a poner las cartas sobre la mesa, aunque me duele hacerlo. -
Respiró hondo y lo miró directamente a los ojos-. No estoy embarazada,
Colin.
-Eso no me parece grave, Joan, al contrario. Necesitamos más tiempo
para conocernos y comprendernos mejor. Tienes que aprender sobre todo
tu papel en mi casa y lo que yo espero de mi mujer.
-No, quiero decir que no estoy embarazada en este momento.
Su decepción fue tan grande que tuvo ganas de lloras, pero aún había un
rayo de esperanza.
-¿Quizá lo descubriste la semana pasada?
-No, ahora, durante nuestra charla.
-¿Estás aproximándote al final...?
-No.
Esperaba que dijera la verdad, de hecho, la creyó.
-¡Por mil demonios! -exclamó él.
-Eso es lo que dicen siempre mis hermanos –dijo ella riendo-, excepto
Tyson, el clérigo.
-Supongo que he debido de oírselo decir cada vez que me atacaban.
-Ellos me quieren. -Los dos guardaron silencio durante un rato y al fin
Sinjun dijo-: Sí, ¡por mil demonios!

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-Ven aquí para que al menos pueda besarte.


Eso no lo resolvería todo, pero sería agradable, ella no tenía la menor
duda. Fue hacia él sin vacilar.
-Eso me gustaría. Gracias, Colin.
Para su gran decepción, Colin se había contentado con besarla
ligeramente, mientras que ella anhelaba vivante los besos ardientes de su
noche de bodas. El la apartó suavemente, aunque la retuvo con fuerza por
los brazos, respiró su aroma y sintió en su dedos la suavidad de su piel.
Ella dijo sin dejar de mirarlo a la boca:
-Edimburgo está a sólo medio día de aquí.
-Sí, ya lo sé.
-Podrías venir a casa cada dos o tres días, Colin.
-Sí, pero no lo haré; no hasta que haya arreglado todo a mi entera
satisfacción.
-¿Dónde está Robert MacPherson? ¿Has hablado con su padre?
-No tengo idea de dónde se encuentra Robbie en momento. Es posible
que me haya seguido hasta aquí. No lo sé, aunque lo más probable es que
se quede en Edimburgo para intentar matarme allí, aunque no lo ha
intentado hasta ahora. He hablado con su padre, el viejo Latham, y él no
comprende por qué Robbie se comporta como un cobarde rufián. Le ha
mandado recado que vaya a verle, pero hasta ahora no ha aparecido. El
viejo me ha dicho que Robbie le aseguró que yo no tenia niguna prueba de
nada y él mismo no ha querido admitir nada a su padre. Esperemos. Tarde
o temprano tendrá que dar la cara.
-¿Por qué no lo matas?
Colin la miró sorprendido.
-Eres una mujer -dijo despacio-. Las mujeres se supone que sois

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pacíficas y que detestáis la violencia y la guerra. ¿Quieres de veras que lo


mate?
Ella se quedó pensativa y después asintió con la cabeza.
-Sí, supongo que no tienes otro remedio. Parece que Robbie tiene la
mente trastornada, un poco como la tía Arleth. No quiero temer
continuamente que te hiera o te mate. Sí, deberías matarlo, pero tienes que
hacerlo ingeniosamente.
Él se quedó perplejo.
-Podría escribir a mis hermanos preguntándoles cómo se debe actuar en
esos casos.
-No -dijo él rápidamente-. No, no lo hagas. Escucha, es posible que
Robbie no haya tenido nada que ver con el incidente. No lo creo, pero es
posible. Es un buen tirador y si fue él quien disparó en Edimburgo, no
comprendo cómo falló.
-Olvidas el incidente de Londres.
-Claro que es probable que lo haya inspirado él, pero no estoy
completamente seguro.
-¿Entonces te quedarás en Edimburgo hasta que te mate o tú consigas
matarlo cuando él intente hacerlo?
La miró de soslayo sonriendo:
-Lo has comprendido.
-A veces pienso que los hombres sois demasiado blandos de corazón.
-No me gustaría que me colgaran.
-Colin, eres demasiado listo para que alguien sospeche de ti, ¿no crees?
-No lo sé. Todavía no he matado a nadie con premeditación.
La soltó y ella fue andando hasta un sillón de cuero enorme y se apoyó

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en el respaldo.
-Yo tampoco. Creo que al menos deberías tenerlo en cuenta. Y ahora,
Colin, supongo que deberías disculparte por tu abominable
comportamiento de esta tarde.
Él se irguió como el atizador de la chimenea.
-Tú y yo hicimos un trato y tú no lo has cumplido. No me has obedecido.
-Y si yo no estuviera indispuesta en este momento me castigarías por
ello, ¿verdad?
-¡Maldita sea, hacer el amor no es un castigo!
-¡Ja! Soy tu mujer y puedo opinar por propia experiencia. ¡Naturalmente
que es un castigo! ¡Es doloroso y humillante, y no es agradable más que
para el hombre, los hombres serían capaces de disfrutar incluso con una
cabra!
Él juró y era evidente que tenía los nervios exacerbados. Como Sinjun no
era un monstruo, dijo:
-Está bien, Colin, te perdono aunque no seas capaz de pedir disculpas.
Seguiré mejorando las cosas, pero desgraciadamente tengo que decirte que
he gastado mis trescientas libras.
-Perfecto. Entonces se habrá acabado tu maldita intromisión.
-Claro que no, si no me das más dinero, tendré que dejar que la señora
Seton siga diciendo en adelante a todos los comerciantes que tú, el conde
cazadotes, conseguiste pescar a una rica heredera.
-¿Qué «siga»? ¿Quieres decir que ya lo ha hecho?
-Sí, le encanta recuperar su antigua importancia. Incluso está
encariñada conmigo porque soy un pozo inagotable de dinero. Me resultó
muy fácil obtener su simpatía.
Él pensó que se hundía en la traidora turbera de Kelly sin ninguna

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esperanza de salvación.
-Hablaré con ella y le diré que guarde su lengua. –Se dio cuenta de que
era un intento deplorable de recuperar una apariencia de mando, pero ésa
no era una razón que ella riera irónicamente.
Colin suspiró.
-A decir verdad, he venido a casa para verte a ti. Y a mis hijos,
naturalmente. ¿No podrías intentar ganarte su afecto?
-A los niños hay que darles tiempo. Philip y Dahling no son diferentes de
los demás. En realidad, estoy muy satisfecha con los progresos que hemos
hecho.
-¡Tú tienes diecinueve años, no veintinueve! ¡No sabes nada de niños!
-Te equivocas. He averiguado que son imprevisibles, tercos y muy
imaginativos. Pero el resentimiento no es habitual en ellos. Ya veremos...
Naturalmente sería una gran ayuda que estuvieras tú aquí. Entonces quizá
comprenderían que su madrastra es una persona encantadora.
-Voy a ir a Clackmannanshire para supervisar la compra de ovejas. El
ganado viene de Berwick. Regresaré a casa una vez haya resuelto esto y
cuando Robert MacPherson esté muerto o me haya convencido de su ino-
cencia.
Sinjun lo miró durante largo rato.
-Hay varias listas en tu estudio para que las revises; son de los colonos
que he visitado. Supongo que querrás verlas, ¿no?
Él volvió a maldecir, pero ella no le hizo caso y desapareció detrás del
biombo para ponerse el camisón.
A la mañana siguiente Colin ya se había marchado cuando ella despertó.

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Sinjun sonrió cuando oyó al enorme reloj de la planta baja dar las doce
campanadas. ¡Medianoche! Ya no tardarían mucho.
No se había equivocado. Apenas habían pasado diez minutos cuando oyó
el ruido de arañazos, como si hubiera ratas detrás del revestimiento de
madera. Siguieron los gemidos habituales y el chacoloteo de cadenas.
Lentamente se sentó en la cama, contó hasta cinco y gritó consternada:
-¡Oh, por favor, detente, por favor, por favor! ¡Oh, Dios mío, ayúdame,
sálvame! -A continuación gimió con voz fuerte-. No puedo soportarlo,
tendré que dejar este lugar encantado. ¡No, Jane de las Perlas, no!
Al fin cesaron los ruidos.
Una hora más tarde, se deslizaba de la cama riendo maliciosamente.
Philip daba sacudidas en la cama mientras dormía. Soñaba con una gran
trucha que había pescado en el Loch Leven, adonde había ido la semana
pasada con Murdock. En el sueño la trucha fue haciéndose cada vez más
grande y su boca era ahora tan ancha como una puerta abierta. Entonces
Murdock le tocó en el brazo y le dijo qué buen cazador era, y la voz del
jorobado se volvió cada vez débil y...
De pronto, Murdock y la trucha desaparecieron y él estaba acostado otra
vez en su cama, aunque no estaba solo. Unos dedos suaves tocaban su
cuello, pero no eran los dedos de Murdock, y una voz suave -¡que no era la
voz de Murdock!- dijo: «Eres un muchacho inteligente, Philip, inteligente y
bueno. Oh, sí, eres un buen muchacho.» Se irguió de repente en la cama y
allí, junto a su cama, había una mujer con la mano extendida. Tenía el
cabello largo y casi blanco, y llevaba un yeso blanco. Era joven y hermosa,
pero su aspecto era cadavérico. Su mano sólo estaba a unos centímetros de
él y sus dedos muertos eran aun más blancos que su vestido. Philip tragó
saliva, lanzó un chillido estridente y se tapó la cabeza con las cubiertas. No
era más que una pesadilla. La trucha se había transformado en un
espectro, nada más. Pero él enterró la cara en la almohada agarrando las
cubiertas como si fueran una cuerda. Volvió a oír la voz suave.
-Philip, soy la Novia Secreta. Tu madrastra te ha hablado de mí. Yo la
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protejo, Philip. Vuestra Jane de las Perlas tiene miedo de mí. No le gusta el
modo con que tú y Dahling tratáis de ahuyentar a Sinjun.
De pronto dejó de oírse la voz, pero Philip siguió sin verse y sólo cuando
pensó que iba a asfixiarse abrió un estrecho túnel de aire hasta el borde de
la cama. Esperó resollando con fuerza.
Sólo al amanecer se atrevió a sacar lentamente la cara. Una luz matinal
débil se filtraba en la habitación. No había rastro alguno de nada ni de
nadie. No quedaba ninguna señal de la Novia Secreta.
Sinjun se dedicó a sus deberes, exteriormente jovial y sonriente, aunque
deseaba ardientemente que la tía Arleth cayera en un pozo profundo. Colin
llevaba ausente cuatro días y ella estaba furiosa.
Estuvo tentada de ir cabalgando a Edimburgo, pero era posible que
Colin estuviera entonces en Clackmannanshire o en Berwick.
Por suerte, a última hora de la mañana llegaron al fin sus baúles y su
yegua con James, un caballerizo mayor de Northcliffe Hall, y tres
compañeros suyos, todos ellos caballerizos. Ella se puso a bailar como una
niña, y era tal su excitación y alegría que incluso besó a James y abrazó a
los otros caballerizos. Todos estaban bien en Northcliffe Hall, incluida su
madre, la condesa viuda, que, no obstante, según James, estaba un poco
abatida porque ahora ya no quedaba nadie a quien educar a su antojo. Ja-
mes entregó a Sinjun muchas cartas, vio cómo Dulcie le sonreía como si
fuera un príncipe y se mostró encantado de poder pasar la noche en Vere
Castle.
Cuando hubo despedido a James, y a los demás hombres a la mañana
siguiente, después de darles cartas para su familia y de llenarles los talegos
de las monturas con provisiones para el viaje, se fue a la cuadra y ensilló a
Fanny.
-Una yegua bonita -dijo Murdock, y Ostle, el jamelgo de veintidós años,
pareció asentir vehementemente. George II, un perro mestizo de raza
indeterminada ladraba furioso al nuevo caballo cuyo olor no conocía, y
Crocker le gritaba en un lenguaje tan plástico que Sinjun se propuso tomar

Espe
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lecciones de él.
Era un día cálido y soleadado y ella cabalgó tranquilamente. Sinjun
chascó la lengua a Fanny, que se puso tranquilamente en camino por la
avenida de grava, ahora ensanchada y cubierta con nueva grava,
naturalmente con la promesa de que el conde, lo pagaría a su regreso.
Sinjun sonreía. Había ordenado que se hicieran otras cosas el mismo día en
que se había ido Colin. Estaban poniendo nuevos tejados a tres cabañas de
colonos. Había comprado siete cabras y las había repartido entre los
colonos con niños pequeños. Había enviado al señor Seton -que nunca
tenía inconveniente en impresionar a sus vecinos y a los comerciantes con
su importancia- a Kinross para comprar más grano y los aperos de
labranza más urgentemente necesitados. Se habían repartido
correctamente varias docenas de pollos entre los colonos. Sin duda, había
estado muy ocupada y había metido las narices en todos los asuntos
posibles, y si Colin no regresaba pronto, podría caer en la tentación de
añadir una nueva ala a Vere Castle. La modista del pueblo ya estaba
confeccionando las banderas para las torres del castillo. El diseño de tartán
de los Kinross era de color rojo, verde oscuro y negro. Le hubiera gustado
ver a Colin vestido con una falda de las tierras altas de Escocia, pero las
habían prohibido tras la batalla de Culloden en el año 1746. Era una pena,
pero pronto ondearían al viento orgullosas las banderas de tartán de los
Kinross.
Sinjun hizo galopar a Fanny todo el camino que había hasta la orilla de
Loch Leven y, una vez allí, le aflojó las riendas para que se refrescara con el
agua fría. Dirigió la vista hacia los brezales que se extendían al este por las
colinas de Lomond. Incluso desde lejos podían verse las manchas
purpúreas de brezo que crecía por todas partes entre las rocas. Al oeste
eran tierras de labor verdosas y ricas, cultivadas hasta el último palmo,
campos de trigo, cebada y centeno que se extendían hasta el horizonte. Era
una tierra llena de contradicciones, una tierra de una belleza imponente, y
ésa era ahora su tierra.
Dio unas palmaditas a Fanny en el cuello.
-Soy una romántica y tú estás gorda -dijo Sinjun aspirando

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profundamente el aire dulce y diáfano, el perfume de madreselva y brezo,


suave y estimulante-. Siempre has sido una glotona, y Douglas te ha dejado
comer hasta reventar. Lo que tú necesitas ahora es un buen galope, amiga
mía.
-Eso es lo que digo yo a veces a mis mujeres.
Sinjun se volvió despacio en la montura y vio a un hombre a caballo en
un magnífico berberisco de color bayo apenas a dos metros de ella. ¿Por
qué no había relinchado Fanny?
-Me extraña que no me haya avisado mi yegua de su presencia -dijo ella
en voz alta, mirándolo erguida.
Él frunció el entrecejo. Le hubiera gustado percibir un poco de miedo o
al menos una sorpresa en ella ante su inesperada aparición. Tal vez era
dura de mollera y no había comprendido su graciosa ocurrencia.
-Su yegua no la ha avisado porque está bebiendo del lago, y este agua
tiene virtudes mágicas, según dicen, y los caballos beben de ella hasta
abotagarse.
-Entonces será mejor que la refrene. -Sinjun tiró suavemente de las
riendas hasta que Fanny sacó de mala gana el hocico del agua-. ¿Quién es
usted, señor? ¿Un vecino, quizá?
-Sí. Y usted la nueva condesa de Ashburnham.
Ella asintió con la cabeza.
-Es usted muy guapa. A decir verdad, yo había esperado a una bruja con
dientes de conejo, teniendo en cuenta que es usted la heredera de una
verdadera fortuna. Colin debe de ser el canalla más afortunado del mundo.
-Me alegro de no ser una bruja, porque Colin jamás se hubiera casado
conmigo aunque hubiera sido la reina de Saba. Si él se considera
afortunado, no puedo decirlo.
Él arqueó las cejas.

Espe
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-Colin es un imbécil. No merece la atención de ninguna mujer.


Ella lo miró con atención. Era alto, quizá incluso más que Colin -aunque
eso era difícil de apreciar en una persona montada a caballo-, su postura
era indolente, su expresión divertida y su indumentaria era de la mejor
calidad y perfectamente ajustada a él. También era muy esbelto, de
miembros casi delicados, aunque eso no debía decirse de un hombre. Tenía
la frente alta y ancha, y una espesa y suave cabellera rubia. Sus rasgos eran
delicados, casi femeninos, en especial la línea de su mandíbula y su
barbilla. Tenía la piel clara y sus ojos eran de un color azul claro. ¿Y ese
hombre tan apuesto era un malo?
-¿Quién es usted? -preguntó ella.
-Soy Robert MacPherson.
-Lo sospechaba.
-¿Sí? Bueno, eso simplifica las cosas. ¿Qué le ha contado de mí ese
granuja?
Sinjun meneó la cabeza.
-¿Intentó matar a Colin en Londres?
Ella vio que no había sido él; la expresión de sorpresa de su rostro era
auténtica. Al parecer había sido una casualidad. Él rió mientras espantaba
una mosca del cuello su caballo.
-Quizá. Procuro aprovecharme de toda oportunidad que se me presenta.
-¿Por qué iba a querer matar a Colin?
-Es un asesino. Ha matado a mi hermana. Le rompió cuello y la arrojó
por el despeñadero. ¿No es ése un excelente motivo?
-¿Tiene pruebas para esa acusación?
Él acercó su semental a la yegua de Sinjun, que echó hacia atrás la
cabeza revolviendo los ojos al oler al caballo.

Espe
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Sinjun apaciguó a Fanny hablándole con voz suave y sin prestar


atención a Robert MacPherson.
-No se acerque más, por favor.
-No entiendo cómo no tiene miedo de mí. Ahora está en mis manos.
Puedo hacer con usted lo que me plazca. Si quisiera, podría violarla. Tal vez
daría a luz a un hijo mío.
Ella inclinó la cabeza a un lado, observándolo:
-Verá, es usted un pésimo actor. Es cómico...
Robert MacPherson estaba desconcertado.
-Maldita sea, ¿qué es cómico?
Sinjun estaba pensativa.
-Imaginé que sería diferente. Suele ocurrir... Usted pensó que yo me
parecería a una bruja y yo pensé que usted se parecería a Colin o quizá a
MacDuff, supongo que conoce a MacDuff. Pero usted es... -Se calló en me-
dio de la frase. Elegante o encantador no era precisamente un cumplido
para un hombre.
-¿Soy qué?
-Parece muy gentil, un caballero..., a pesar de su lenguaje grosero.
-Yo no soy gentil.
-¿Se parecía a usted su hermana?
-¿Fiona? No, ella era morena como una gitana, pero terriblemente
guapa, con unos ojos azules como este lago en invierno y sus cabellos tan
negros como la noche. ¿Por qué? ¿Tiene celos de una muerta?
-Creo que no, sólo tengo curiosidad. Sabe, la tía Arleth, es decir, la
señorita MacGregor, dice que Fiona se enamoró de Malcolm y engañó a
Colin, y que por eso Colin la mató. Me parece extraño, porque Colin es el
hombre más perfecto del mundo. ¿Qué mujer podría querer a otro hombre
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si él fuera su marido? ¿Lo cree usted posible?


-¡Un hombre perfecto! ¡Es un rufián y un hijo de perra asesino! Maldita
sea, Fiona sólo amaba a su marido. Sólo lo quería a él desde que tenía
quince años, a él y a nadie más, y desde luego no a Malcolm, aunque él la
deseaba. Nuestro padre se decidió por Malcolm, que era el futuro conde,
pero ella no aceptó y estuvo a punto de morir al negarse a comer hasta que
nuestro padre cedió. Consiguió a Colin, pero su felicidad no duró mucho
porque era tremendamente celosa y le acusaba continuamente de
infidelidad. Él no podía mirar a otra mujer sin que Fiona empezara a gritar,
amenazándole con sacarle los ojos con las uñas. Incluso yo comprendo que
se cansara de sus insanos celos, pero no tenía derecho a deshacerse de ella.
No tenía derecho a arrojarla por aquel maldito despeñadero y asegurar
después que no podía acordarse de nada. Es absurdo.
-Todo esto es muy desconcertante, señor MacPherson. Nadie cuenta la
misma historia. Además, no entiendo cómo Fiona pudo creer que Colin
pudiera serle infiel. Él jamás haría eso.
-¡Qué tontería! Naturalmente que se ha acostado con otras mujeres. Al
principio Fiona era un ser encantador y lleno de vida que hacía perder la
cabeza a los hombres, y Colin estaba orgulloso de tener a una mujer tan
deseable, pero sólo al principio. Cuando sus celos se extendieron incluso a
las criadas de Vere Castle, se acostó con otras mujeres para castigar a
Fiona. Pero eso no significa que no se acostara también con ella. Solía
contarme que la pasión que él sentía por ella a veces la alarmaba. Fiona era
una bruja, una bruja celosa, y aunque él la detestaba al final, seguía
deseándola con locura, y al revés. Pero ahora está muerta, muerta porque
estaba harto de ella y le pareció oportuno matarla. He tenido que esperar el
justo castigo porque mi padre lo creía inocente. Pero mi padre es viejo y se
niega a tomar medidas. Su criado me ha contado que pasa horas y horas
soñando en voz alta con tiempos pasados, cuando invadía con sus hombres
las tierras bajas o luchaba contra los Kinross. Pero su opinión ya no cuenta
para mí. Pronto seré yo el jefe de los MacPherson. En realidad ahora ya
hago lo que quiero. He estado observando durante varios días Veré Castle.
Naturalmente sé que Colin me espera en Edimburgo, puede que incluso
para matarme como mató a mi hermana. Pero yo he pensado algo mejor.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Al fin ha venido aquí sola, y ahora va a tener que acompañarme.


-¿Por qué?
-Será mi prisionera, y Colin tendrá que entregarse condicionalmente. Al
fin triunfará la justicia.
-Es terriblemente difícil tomarlo en serio oyéndolo recitar semejantes
disparates.
Él resopló de rabia y levantó el puño.
-¡Cuidado! -dijo Sinjun y veloz como un rayo le azotó la cara con la fusta.
Él lanzó un alarido de dolor, su caballo se sobresaltó, encabritó y lo
derribó. Cayó al suelo de costado, pero se levantó al instante.
Sinjun no esperó a ver qué haría él a continuación. Barró las riendas del
semental y, aunque al principio el caballo se resistió, terminó echando a
correr al galope junto a Fanny.
Oyó a Robert MacPherson maldiciendo y llamando a su caballo, pero a
diferencia de Garth, el semental de Douglas, este caballo ignoraba la voz de
su amo.
«Es un hombre extraño», pensó Sinjun.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

13

Sinjun no contó a nadie su encuentro con Robert Macerson. Por otro


lado, ¿a quién lo hubiera podido contár? Podía imaginar la reacción de tía
Arleth. Probablente aplaudiría con regocijo a Robert MacPherson, la
drogaría y la entregaría en un saco al enemigo de Colin. Había soltado al
semental cerca de los límites de las tierras de los MacPherson. Confiaba en
que su amo tuviera que hacer un buen trayecto a pie. Pensó que Colin
debía volver de Edimburgo inmediamente. Tenía que pensar y actuar con
premura. Mientras se quitaba el traje de montar y se ponía un vestido de
muselina suave de color verde oscuro trató de imaginar lo que haría Colin
si estuviera aquí. ¿Capturaría a MacPherson? ¿Lo desafiaría a un duelo? El
tipo parecía imbécil, pero sin duda era astuto y pérfido; como había
demostrado en Edimburgo al disparar alevosamente contra Colin, aunque
la había alcanzado a ella. Sinjun se tocó la mejilla, recordando el fragmento
de roca que la había herido. Afortunadamente la herida se había curado sin
dejar cicatriz. No, no podía poner en peligro la vida Colin. Sabía que él era
un hombre de honor y jamás emplearía recursos injustos para combatir
contra MacPherson, cosa que no podía esperar de MacPherson. Tendría
que eliminarlo ella misma. Sí, un caballero se sentía obligado a seguir un
determinado código de conducta que en una situación crítica solía ser un
obstáculo. Tenía que hacer algo para que Colin pudiera vivir en paz y
tranquilidad con ella y sus hijos aquí. No era probable que llegase a
quererla si permanecía fuera de casa todo el tiempo.
Subió por las escaleras de la torre del norte hacia el estudio de Colin.
Necesitaba una pistola, y él poseía una verdadera colección de armas. No
volvería a salir de Vere Castle sin llevar una pistola consigo. Para su propia
sorpresa, encontró la puerta entreabierta y ella terminó de abrirla
empujándola suavemente.
Philip se hallaba frente a la colección de armas de su padre con la mano
levantada tratando de descolgar una vieja pistola de duelo. Sinjun dudó
que pudiera dispararse sin peligro.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Philip -dijo ella en voz baja.


Él dio un respingo y se volvió rápidamente con la cara blanca como un
cadáver.
-Oh, eres tú -suspiró con gran alivio-. ¿Qué estás haciendo en el estudio
de mi padre?
-Yo podría hacerte la misma pregunta. ¿Para qué quieres esa pistola de
duelo, Philip?
-Eso a ti no te importa. Además eres una muchacha tonta y no lo
entenderías.
Ella lo miró con el entrecejo fruncido y dijo:
-Eso es lo que crees, ¿no? Bueno, si tan seguro estás, por qué no
organizamos una competición en los jardines.
-¿Sabes disparar?

-Naturalmente. Me crié con mis hermanos. También sé utilizar el arco y


las flechas. ¿Tú también?
-No te creo.
-No hay razón para eso. Una vez le disparé en el brazo a un hombre muy
malo y evité un desastre.
Él le volvió la espalda y ella vio que se retorcía las manos.
Entonces comprendió para qué necesitaba la pistola. Era evidente que la
Novia Secreta le había infundido un miedo terrible, y ella tenía la culpa.
Nunca había hecho semejante nada semejante con un niño y no había
imaginado que lo aterraría de ese modo. Sinjun se sentía responsable.
-¿Qué te ocurre, Philip?
-Nada.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Te dije que se me ha aparecido Jane de las Perlas varias veces desde
que estoy aquí?
Él se estremeció y se sonrojó.
-Ese necio fantasma no existe. Tú te lo has inventado porque eres una
chica y tienes miedo de todo y de todo y de todos.
-¿Y los muchachos no tienen miedo de los fantasmas?
Pareció a punto de desmayarse, pero levantó la barbilla energicamente y
contestó con desdén:
-¡Claro que no!
-¿No te acuerdas que te hablé de la Novia Secreta, el fantasma que vive
en Northcliffe Hall?
-Sí, pero yo no te creí.
-Pues deberías, porque existe realmente, pero... -Sinjun respiró
profundamente-, pero no puede estar en Vere Castle. Por lo que yo sé,
nunca ha salido de Northe Hall, aunque supongo que Escocia le gustaría.
Philip hizo ademán de coger la pistola de duelo, pero Sinjun le apartó el
brazo.
-No, Philip, no está aquí. Ven conmigo. Tengo algo que enseñarte.
El la siguió receloso.
-Éste es el dormitorio de papá.
-Ya lo sé. Entra.
Sinjun despidió a Emma, que estaba limpiando el polvo del pesado
armario. Esperó a que Emma saliera de habitación y, cuando estuvieron
solos, abrió las puertas del armario, revolvió en uno de los rincones y sacó
una sombrerera.
-Mira, Philip.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Sacó una peluca larga y el vestido blanco.


Ella pensó que iba a perder el conocimiento, pero sólo se puso más
pálido y se echó atrás sorprendido.
-No, sólo es un disfraz. La peluca la hice de lana sucia y pelo de cabra.
Dahling y tú habéis intentado asustarme con vuestra actuación de Jane de
las Perlas, que desde luego fue excelente. La primera vez creí que iba a
morirme de miedo. Así que decidí vengarme. Anoche, después de vuestra
última visita espectral, hice mi aparición en tu dormitorio.
Él la miró fijamente.
-¿Tú eras el fantasma que me tocó en el cuello y me dijo que dejase en
paz a Sinjun?
-Sí. -Quería decirle que sentía mucho haberlo asustado, pero imaginaba
cómo reaccionaría un muchacho orgulloso.
-¿Por qué papá te llama Joan?
Eso la hizo pestañear y reír entre dientes.
-Le parece que Sinjun suena a apodo de hombre, y tiene razón, pero
todos me llaman así desde hace años y a mí me gusta este nombre y estoy
acostumbrada a él. ¿Te gustaría llamarme Sinjun?
-Sí, no suena a muchacha tonta ni tampoco a...
-¿A una malvada madrastra?
Él asintió con la cabeza sin quitar la vista de la peluca y el vestido
blanco.
-¿Cómo supiste que éramos Dahling y yo, y no Jane de las Perlas?
-El lodo de la ciénaga fue un poco excesivo, además de las cadenas, los
gemidos y arañazos detrás del revestimiento de madera, supongo que me
entiendes. No hay que exagerar. Además, a la mañana siguiente, para estar
segura, pregunté a Dulcie y ella me dijo que habías salido con Crocker en

Espe
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dirección de la ciénaga de Cowal.


-Oh...
-No necesitas esa pistola de duelo, Philip.
-Pero si la necesitase, sabría usarla, y podría ganarte en cualquier
competición.
Los niños eran verdaderamente maravillosos, pensó ella, y luego se
convertían en hombres que seguían siendo maravillosos.
-¿Sabes esgrima?
-No, papá no me ha enseñado todavía -respondió sorrendido.
-Bueno, entonces ya hay algo que podríamos aprender juntos. MacDuff
prometió volver a visitarnos pronto. Quizá pueda darnos clases si no ha
regresado tu padre aún.
-¿De verdad sabes usar el arco?
-Sí.
-En la torre del sur hay una vieja armería con toda clase de armas,
además de espadas y arcos. Crocker las usa, es su pasatiempo favorito.
-¿Te gustaría aprender a disparar con el arco?
Él inclinó la cabeza sin poder evitar mirar otra vez a la peluca y al
vestido.
-Me gusta el nombre de Sinjun. Joan parece el nombre de un perro
cócker.
Ella se echó a reír.
-Eso es exactamente lo que yo pienso.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

MacDuff llegó al día siguiente después de comer y encontró a Sinjun y


Philip en el manzanar entrenándose con ballestas que tenían doscientos
años y estaban en perfectas condiciones.
Crocker estaba sentado en una cerca tallando nuevas flechas y su perro
estaba echado a sus pies.
Al ver al gigante, George II dio un salto y se puso a ladrar rabiosamente.
-¡George, viejo, siéntate!
Para un perro que tenía el nombre de un rey, era muy dócil. Volvió a
sentarse a los pies de su amo y recostó la cabeza en sus patas mientras
meneaba enérgicamente la cola.
Sinjun oyó ladrar al perro, pero no se volvió.
-Sí, Philip, esta postura es excelente... Así está bien, justo debajo de la
nariz y mantén el brazo izquierdo completamente erguido y sin moverlo.
Sí, así.
El blanco era un espantapájaros relleno de paja que Sinjun había
tomado prestado de un trigal y que había colocado a una distancia de sólo
veinte pasos.
-Ahora relájate... Sí, ¡así!
Él soltó la flecha, que fue a clavarse en ángulo recto de la ingle del
espantapájaros.
MacDuff lanzó un grito agudo de dolor.
-Buen tiro -dijo Sinjun y se volvió a mirar al prinmo de su marido-.
¡MacDuff! Dios santo, ya era hora de que volvieras a visitarnos. Has
llegado en el momento oportuno. ¿Sabes usar el arco?
-Oh, no, Sinjun, yo no. Nunca tuve que aprender. Soy demasiado
corpulento y espantoso para que nadie me ataque. -Alzó un puño y lo agitó
con expresión amenazadora-. Ésta es mi única protección, y según ni
propia experiencia es más que suficiente.

Espe
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-Tienes razón -dijo Sinjun-. ¿Has visto el tiro de Philip?


-Claro que sí. ¿Dónde lo has aprendido, Philip?
-Sinjun me ha enseñado -dijo el muchacho-. Ella sí que sabe.
Enséñaselo, Sinjun.
Sinjun apuntó hábilmente al blanco y, sin el menor aspaviento, soltó la
flecha, que fue a clavarse en el cuello del espantapájaros, atravesándolo y
saliendo por el otro lado más de diez centímetros.
-Dios mío -exclamó MacDuff-. Excelente. ¿Te lo han enseñado tus
hermanos?
-Sí, pero ellos ignoran que ahora yo sé tirar mejor que ellos. Tal vez lo
sepan, pero jamás se les ocurriría admitirlo.
-Muy sensato de tu parte al no decírselo -opinó MacDuff-. Sería un golpe
terrible para su orgullo viril.
-¡Los hombres! -gruñó Sinjun-. Como si eso fuera tan importante.
-Puede que no, pero para nosotros lo es.
-Philip, ¿por qué no dices a la tía Arleth que ha venido MacDuff? ¿Vas a
quedarte algún tiempo con nosotros?
-Sólo unos días. Estoy de paso hacia Edimburgo y quería ver si necesitas
algo.
«Sí, necesito a mi marido», quería decirle, pero en cambio preguntó:
-¿Tenías algo que hacer en las cercanías?
-Unos amigos míos, los Ashcroft, viven cerca de Kinross.
-Bueno, me alegro de que hayas venido, aunque sea por poco tiempo.
MacDuff siguió con la vista a Philip, que corría hacia la casa, y dijo
sonriendo:

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-Ya veo que te has ganado a Philip. ¿Y cómo vas con Dahling?
-Es un hueso difícil de roer, pero creo que he encontrado su punto débil.
-Sólo tiene cuatro años y medio, Sinjun, ¿y ya tiene punto débil?
-Oh, sí, está loca por los caballos. Le he enseñado mi yegua Fanny y ha
perdido el tino nada más verla. Ha sido amor a primera vista. Todavía no la
he dejado montar a Fanny, pero en cuanto la deje, caerá en la red.
-Eres peligrosa, Sinjun. Así pues, todo va bien.
-Yo diría que simplemente va. Bien o no depende de la hora del día y del
humor de los habitantes de la casa. -Mientras iban juntos hacia el castillo
Sinjun se detuvo de vez en cuando, frunciendo el entrecejo.
-¿Qué ocurre?
-Estoy elaborando mentalmente una lista de todo lo hay que hacer. Es
una lista interminable. El gallinero necesisa urgentemente un nuevo tejado
y hay que reparar el cercado. Supongo que hemos perdido muchas gallinas
a causa de los agujeros. Ah, podría mencionar todavía cien ejemplos más.
Ven y te enseñaré el nuevo huerto. La cocinera está encantada y Jillie, la
chica de la cocina, es una auténtica maga de las plantas. Ahora es ayudante
de cocina sólo la mitad del tiempo y la otra mitad es jardinera. Las dos son
felices y nuestras comidas saben cada vez mejor. Ya sólo queda convencer a
la cocinera de que pruebe algunos platos ingleses.
-Mucha suerte -dijo MacDuff riendo. Admiró sobremanera el nuevo
huerto con los bretones verdes y rollizos que acababan de surgir de la tierra
rica y oscura-. Colin no es feliz -dijo él de pronto deteniéndose junto la
cisterna. Apoyó los codos en el borde de piedra y miró al fondo.
-Es muy honda -dijo Sinjun- y el agua es dulce.
-Sí, lo recuerdo. Veo que has puesto una cadena nueva, y el cubo
también es nuevo.
-Sí. ¿Por qué no es feliz Colin?

Espe
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MacDuff bajó el cubo escuchando atentamente hasta que oyó el golpe en


el agua. Lo subió, cogió el cubilete de madera del gancho, lo llenó en el
cubo y bebió con fruición.
-Sabe tan bien como en mi recuerdo. -Se restregó b boca con el dorso de
la mano.
-¿Por qué no es feliz Colin?
-Creo que se siente culpable de algo.
-Y con razón. Yo estoy aquí y él no, por no hablar de Robert
MacPherson... -Se calló de repente; con gusto se hubiera abofeteado. Colin
vendría al galope tendido, para protegerla, poniendo así en peligro su
propia vida No, tendría que vérselas ella sola con MacPherson. Había
pesado muy detenidamente los pros y las contras, tal como le había
enseñado Douglas que debía hacer siempre que estuviera ante un
problema, y no había visto otra salida.
-¿Qué ocurre con MacPherson?
Ella se encogió de hombros poniendo cara de inocente.
-Me preguntaba qué estaría haciendo Colin al respecto.
-Nada. El tipo se ha escabullido. Colin va a ver de vez en cuando al viejo
MacPherson y él le ha contado que Robert intenta arrebatarle el poder a
sus espaldas. Es inquietante, pero cierto. Colin se halla ante un pequeño
problema, porque aprecia al viejo a pesar de Robert y Fiona.
-Ya encontrará una solución -dijo ella lacónicamente mirando a los
campos de cebada-. Hace tres días que no llueve. Necesitamos el agua.
-Lloverá, aquí nunca falta el agua. La península de Fife es un verdadero
paraíso para la agilcultura gracias al clima suave y a la lluvia abundante.
Colin puede considerarse afortunado por poseer tanta tierra de labor. Gran
parte de Escocia consiste en rocas peladas, páramos inhospitos y colinas
agrestes. Sí, Colin es un hombre de suerte al poseer Vere Castle. Sus
antepasados tuvieron la suerte de encontrarse aquí y no en las tierras altas

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o en las fronterizas.
-Dudo que los primeros Kinross pudieran elegir en que parte de Escocia
iban a vivir. ¿Quiénes son esos Ashcroft, MacDuff?
Él sonrió.
-Unos amigos de mis padres. Hacía mucho tiempo que les debía la
visita.
-Como a nosotros. Me alegro de que hayas venido.
-Quiero ver todo lo que has hecho. A propósito, que opina Colin de tus
mejoras?
-No gran cosa.
-Espero que no haya herido tus sentimientos.
-Lo ha hecho, supongo que ya lo sabes.
-Quizá. Tienes que intentar comprenderlo, Sinjun. Desde que era
pequeño le quitaron lo que tenía. Por eso aprendió a esconder y guardar lo
que era suyo, pero a veces no le sirvió de mucho. Ya sabes que siempre
estuvo a la sombra de su hermano, y si Malcolm reclamaba algo que era de
Colin, se lo quitaban sin más. Aún recuerdo el escondite donde Colin
guardaba sus tesoros, nada de valor supuesto, pero eran cosas que le
pertenecían y significaban mucho para él y que Malcolm le hubiera
arrebatado con toda seguridad, porque quería todo lo era de Colin. Por eso
él guardaba sus tesoros en un pequeño cofre de madera que escondía en un
hueco del tronco de un viejo roble. Iba al roble sólo cuando sabía que
Malcolm no estaba en casa. Tal vez ahora comprendas por qué desea
hacerlo todo él mismo. Vere Castlc le pertenece y él guarda celoso lo que le
pertenece.
-Entiendo -murmuró Sinjun, pero no era sincera No tenía sentido. Colin
ya no era un niño; era un hombre
-Lo descorazonó mucho que no hubiera dinero para devolver al castillo
su antiguo esplendor. Probablemente le costará aceptar que eres tú quien
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ha salvado la situación.
-¿Por qué lo odia tanto la tía Arleth?
-Es una vieja bruja. Sus razonamientos se substraen a un análisis
razonable. Malcolm fue siempre su favorito, aunque no sé por qué. Quizá
sólo porque era el futuro conde y quería asegurarse su respeto y afecto
duraderos. A Colin lo trataba como si fuera el hijo de un gitano, sin la
menor importancia. Aún me acuerdo de cuando ella informó a Malcolm del
amor que Colin sentía por la pooesía (lo había heredado de su madre), y
cómo Malcolm hizo creer a su padre que también él amaba la poesía y
quería por eso el libro de Colin. Por supuesto que consiguió el libro.
-¡Pero eso no era justo!
-Quizá no, pero el conde veía el futuro de los Kinross en manos de
Malcolm y por eso nunca le fue negado nada al primogénito. Eso arruinó
su carácter. Además, la tía Arleth odiaba a su hermana por la sencilla razón
de que quería al conde para sí. Se dice que al morir su hermana lo
consiguió; pero sólo consiguió llevárselo a la cama, no al altar. La vida
juega bromas muy extrañas, ¿no crees?
Sinjun se estremeció, no porque el sol de la tarde se había ocultado
detrás de unas nubes grises, sino porque ella nunca había tenido tales
conflictos en su propia familia. Su madre había sido siempre una
tribulación, pero ni sus hermanos ni ella habían sufrido de veras con ella, y
ahora incluso le parecía en cierto modo divertido.
-Pero ahora Colin es el conde -dijo MacDuff- es un buen hombre y en mi
opinión ha encontrado a una mujer excelente.
-Es cierto -convino ella con sarcasmo-. Es una pena que no esté aquí
disfrutando de su buena suerte.

Sinjun siguió rumiando todas las posibilidades de que era capaz de

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pensar durante los dos días siguientes, modificando y retocando su lista.


No hubo noticias de Colin. MacDuff estuvo amable y servicial. Consintió en
dar lecciones de esgrima a ella y a Philip y ambos mostraron gran habilidad
con la espada. La felicitó continuamente por el estado de la casa y su única
respuesta fue que el jabón y el agua no costaban mucho.
-Es cierto -dijo él-, pero se necesita mucha fortaleza de ánimo para
aguantar las quejas de tía Arleth.
Ninjun estudió la colección de armas de Colin y escogió una pistola
pequeña de bolsillo de cañón doble, que tendría como mucho diez años y se
disimulaba fácilmente en el bolsillo de la falda de su traje de montar.
Ahora tenía que esperar a que MacDuff se marchara para que Robert
MacPherson viniera a ella. Había decidido convertirse en el cebo. Era la
forma más limpia y directa de hacerse con él. No dudó por un momento de
que él o uno de sus hombres estaría vigilando Vere Castle. Por esa razón no
dejó que salieran de la casa Philip y Dahling sin vigilancia. Nunca estaban
solos, y si se extrañaban por su rigor, no lo mostraban.
La mañana en que se fue MacDuff Dahling dijo:
-He decidido que no eres fea, Sinjun.
MacDuff miró a la niña perplejo, pero Sinjun sonrió y dijo:
-Muchas gracias, Dahling. La verdad es que no me atrevía a mirarme al
espejo.
-¿Me dejas montar a Fanny?
-Ahora comprendo. ¡Una estratagema! -dijo MacDuff
-¿Volvería a ser fea si no te dejo?
Dahling pareció indecisa, pero al fin meneó su pequeña cabeza.
-No, pero no serías una gran belleza como seré yo.
-Bien, en ese caso, ¿por qué no hacemos un trato? Te montaré delante de

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mí y las dos cabalgaremos juntas a lomos de Fanny.


Dahling sonrió embelesada.
-Los dos niños te llaman ahora Sinjun.
-Sí.
-Pronto también Colin te llamará así, estoy seguro ¿Quieres que le dé
algún recado?
Se dio cuenta de que no quería tener a su marido en Vere Castle antes de
haber eliminado a MacPherson, y no tenía la menor idea del tiempo que
eso le llevaría. Así que sólo dijo:
-Dile que los niños y yo lo echamos de menos, pero que todo marcha
bien. Oh, sí, MacDuff. Dile que yo nunca le robaría el cofre que tenía
escondido en el tronco del roble.
MacDuff la besó en la mejilla.
-No creo que Colin haya leído una sola poesía desde que Malcolm le
quitó el libro.
-Pensaré en eso.
-Hasta la vista, Sinjun.
Sinjun lo siguió con la mirada desde la escalinata hasta que caballo y
caballero desaparecieron, y decidió que había llegado el momento de
entrar en acción.
Pero Philip se lo impidió. Estaba dispuesto a enseñarle la ciénaga de
Cowal. Le rogó una y otra vez, y hasta prometió con una voz seductora que
podría traer lodo del pantano para sus propios usos. Sinjun no pudo
resistir la tentación de comprobar la reacción de la tía Arleth al lodo y
accedió.
Crocker los acompañó y Sinjun advirtió que iba bien armado, quizá
siguiendo instrucciones de Colin. Crockcer había pronunciado sólo una vez

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el nombre de los MacPherson, escupiendo a continuación.


Cabalgaron durante una hora por un paisaje de páramos y brezales
agrestes de un encanto que Sinjun jamás hubiera imaginado. De pronto, se
hallaron ante una turbera que descendía hasta convertirse en una ciénaga
repelente cubierta de agua sucia poco profunda.
Crocker le contó la historia detallada de la ciénaga. Sinjun no hubiera
puesto un solo dedo de los pies en ella aunque de ello hubiera dependido
su vida. El aire apestaba a azufre y descomposición, y era caliente y
húmedo. Los insectos zumbaban alrededor cebándose en los recien
llegados, hasta que al fin Sinjun no aguantó más y mandó detenerse.
Aplastó a un enorme mosquito y ordenó.
-Basta, Crocker! Llenemos los cubos y alejémonos de éste horrible lugar.
Durante el camino de regreso a Vere Castle cayó una lluvia torrencial
que convirtió la tarde en noche rápidamente. La temperatura descendió
bruscamente y Sinjun se quitó la chaqueta de montar y envolvió a Philip,
que tiritba de frío. Crocker, que sólo llevaba una camisa de algodón, se caló
hasta los huesos.
Sinjun se preocupó por los dos y se ocupó de que Croker tomara un baño
delante del hogar de la cocina. Philip lo tomó en su dormitorio y a la hora
de dormir ya volvía a estar bien.
A la mañana siguiente Dahling se subió a la cama de Sinjun, dispuesta a
montar a Fanny.
-Ya es tarde, Sinjun. Levántate. Yo ya estoy vestida. Sijun abrió un ojo,
vio borrosamente a la niña, que estaba sentada a su lado.
-Ya es muy tarde -repitió Dahling.
-¿Qué hora es? -Su voz sonó como un graznido ronco y chirriante.
Sinjun parpadeó para aclarar su visión, un dolor por encima de los ojos le
hizo perder casi el sentido-. Oh -gimió, dejándose caer de nuevo en la
almohada-. Oh, no, Dahling, estoy enferma. No te acerques más.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Pero Dahling se inclinó sobre ella y le puso su mano pequeña en la


mejilla.
-Estás caliente, Sinjun, muy caliente.
¡Fiebre! Tenía que levantarse, vestirse e intentar d, una vez poner a
MacPherson fuera de combate, y además tenía que...
Trató de levantarse, pero no pudo; estaba demasiado débil. Todos los
músculos y huesos le dolían terriblemente. Dahling, preocupada, saltó de
la cama.
-Voy a buscar a Dulcie. Ella sabrá qué hay que hacer.
Pero no fue Dulcie quien entró en el dormitorio unos diez minutos más
tarde, sino la tía Arleth.
-Bien, al fin te cogió.
Sinjun consiguió abrir los ojos.
-Sí, eso parece.
-Tienes la voz como una rana. Crocker y Philip están bien. Era de
esperar que de los tres fuera la señorita inglesa la que cayera enferma.
-Sí. Quisiera un poco de agua, por favor.
-Vaya, tienes sed. Bien, yo no soy tu criada. Llamaré a Emma.
Se fue sin volver a mirar y sin decir una palabra más.
Sinjun esperó. Tenía la garganta tan seca que le dolía al respirar. Al fin
cayó en un sueño muy agitado. Cuando despertó, Serena estaba junto a la
cama.
-Agua, por favor.
-Enseguida. -Serena dio media vuelta y se fue. Sinjun estaba a punto de
llorar. Oh, Dios, ¿qué debía hacer?

Espe
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Al contrario que la tía Arleth, Serena regresó unos minutos más tarde
con una jarra de agua y varios vasos. Llenó uno y se lo puso a Sinjun
delante de los labios.
-Tienes que beber despacio -dijo ella con una voz suave e insinuante-.
Dios mío, tienes un aspecto malo. Tienes la cara muy pálida y el cabello
completamente revuelto. Y el camisón parece mojado de sudor. No, no
tienes buen aspecto.
A Sinjun no le preocupaba en absoluto su aspecto. Bebió y bebió hasta
saciar su sed y después volvió a recostarse en la almohada, exhausta y
jadeando por el esfuerzo.
-No puedo levantarme, Serena.
-Creo que estás bastante enferma.
-¿Hay algún médico en las cercanías?
-Sí, pero es viejo y achacoso. Apenas visita a nadie.
-Haz que venga enseguida, Serena.
-Hablaré con la tía Arleth de ello, Joan. -Luego salió del dormitorio
envuelta en un vestído de seda rojo oscuro con una larga cola. Sinjun
intentó llamarla, pero sólo pudo emitir un susurro.
-No tenemos dinero para un médico.
Era la tía Arleth. Sinjun se sentía tan mareada que apenas podía ver
claramente a la mujer, como tampoco al reloj que había junto a la cama.
Debía de estar atardeciendo. Otra vez tenía sed y necesitaba orinar.
-Haz que venga Emma o Dulcie.
-Oh, no, Dulcie está ocupada con los niños. Cielos, que calor hace en esta
habitación. Necesitas aire fresco sin falta. -Tía Arleth abrió las ventanas y
sujetó las
cortinas de brocado a los lados-. Ya está. Eso te bajará la fiebre. Que te
mejores, querida. Vendré a verte después.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Desapareció. Sinjun estaba sola. La habitación se enfrió muy deprisa.


Con un enorme esfuerzo consiguió utilizar el orinal. A continuación se
metió de nuevo en la cama tambaleándose y se envolvió con las cubiertas
tiritando de frío.
A la mañana siguiente Philip entró silenciosamente en habitación, corrió
hasta la cama y miró a Sinjun. Estaba dormida, pero temblaba como una
hoja. Le puso la mano en la frente y la apartó apresuradamente. Quemaba.
Entonces de dio cuenta de que hacía mucho frío en la habitación. Las
ventanas estaban abiertas. «Tía Arleth...», pensó. Sabía que ella había
venido el día anterior por la tarde a verla porque lo había dicho. Y también
había dicho que ya estaba bien, pero que seguía en cama porque era una
inglesa perezosa que disfrutaba dando órdenes a los demás. Había querido
poner a todos en contra de Sinjun pero él se resistía a pensar en ello.
Philip cerró las ventanas y corrió las cortinas. Trajo unas mantas de su
dormitorio y las extendió sobre la cama de su madrastra.
-Sed -murmuró Sinjun.
Le sostuvo la cabeza con el codo y le llevó el vaso a los labios. Estaba tan
débil que apenas pudo beber y dejo caer la cabeza sobre su brazo. Philip
sintió miedo de pronto.
-No estás mejor -dijo él.
-No. Me alegro mucho de que estés aquí, Philip. Estás aquí... Te he
echado de menos... Ayúdame, por favor, Philip... -Su voz se apagó y él
comprendió que había perdido el conocimiento.
La tía Arleth había prohibido a todos que entrasen en el dormitorio del
conde para que no se contagiasen de su madrastra, que sólo tenía un ligero
resfriado y no quería tampoco que la visitaran.
No era un ligero resfriado. Tía Arleth había mentido. Sinjun estaba muy
enferma.
Se quedó mirándola fijamente y pensando qué debía hacer.
Espe
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-¡Eres un niño desobediente! ¡Fuera de aquí ahora mismo! ¿Me has


oído, Philip? ¡Ven aquí ahora mismo!
Philip se volvió hacia la tía Arleth que estaba en la entrada con los ojos
desorbitados por la rabia.
-Sinjun está muy enferma. Necesita ayuda.
-Yo la he ayudado. ¿Ha dicho algo? Sólo intenta moverte a compasión
para ponerte en contra de mí. ¿No lo ves, tonto, que estoy aquí otra vez
para ayudarle. No quiero que te acerques a ella; podrías enfermar tu
también.
-Tú has dicho que sólo estaba en la cama porque era una perezosa.
¿Cómo podría contagiarme la pereza?
-Aún tiene un poco de fiebre, nada de importancia, pero es mi deber en
ausencia de vuestro padre cuidar de vosotros. Por eso debo evitar que os
pongáis enfermos
-Sinjun ha cuidado muy bien de Dahling y de mí.
-Tu madrastra es una criatura insensata e irresponsable, de lo contrario,
no hubiera ido a esa ciénaga contigo. En realidad, no le importáis lo más
mínimo ni Dahling ni tú. No le importamos ninguno de nosotros, pero
disfruta dandonos órdenes y alardeando de su riqueza. Oh, sí, ve en
nosotros a unos pobres parientes que tiene que soportar. ¿Por qué crees
que no está en casa tu querido padre? Sólo por ella. No aguanta su
compañía porque le echa en cara continuamente su pobreza. Ella no es de
aquí, es una inglesa. Ven aquí enseguida, Philip. No volveré aa decírtelo.
-Las ventanas estaban abiertas, tía.
-¡Por el amor de Dios! Sí, ella me ordenó que las abriera. Yo le dije que
no era sensato, pero ella insistió ftanto que al fin tuve que complacerla.
Él sabía que estaba mintiendo y sintió que el miedo se apoderaba de él.
No sabía qué hacer. Volvió la cabeza para mirar a Sinjun. Una voz interior
le decía que si no hacía algo pronto, ella moriría.

Espe
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-Ven aquí de una vez, Philip.


Se acercó lentamente a tía Arleth, e incluso le dio a entender inclinando
la cabeza que tenía razón. Pero ya sabía qué debía hacer.
Desde la entrada vio cómo ella iba a la cama y ponía la no en la frente de
Sinjun.
-Lo sabía -dijo-. Tu madrastra apenas tiene fiebre. No es necesario el
doctor.
Philip se fue corriendo.

Espe
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14

Northclffe Hall
Cerca de New Romney, Inglaterra

Alejandra Sherbrooke, condesa de Northcliffe, estaba durmiendo una


siesta un miércoles después de comer con autorización expresa de su
suegra, que incluso le había hecho unas caricias en la mejilla, lo cual podría
haberse enterpretado como un signo de afecto, puesto que Alex estaba otra
vez embarazada. «Para la condesa viuda soy una especie de invernadero en
el que crece y se desarrolla el semen de Douglas», había pensado
sarcásticamente poco antes de dormirse.
Soñó con Melissande, su hermana increíblemente hermosa, que acababa
de dar a luz a una niña que se parecía mucho a Alex, hasta en los ojos grises
y el cabello rojizo. Douglas opinaba que era justo, después de que sus dos
hijos se parecieran tanto a la espléndida Melissande, circunstancia fortuita
que aún hacía que Tony Parrish, el marido de Melissande, mirase a
Douglas con ironía engreída.
Pero en el sueño de Alex a Melissande le ocurría algo. Estaba acostada
inmóvil con su hermoso cabello negro esparcido como un abanico de seda
sobre los blancos almohadones. Tenía la cara pálida y unas sombras
amoratadas bajo la piel y su respiración era entrecortada y estertorosa.
De pronto su cabello ya no era negro, sino castaño y recogido en una
larga trenza. Su cara también había cambiado, ya no era la de Melissande,
sino la de Sinjun.
Alex despertó alterada. «Qué sueño tan extraño», pensó adormecida
mientras cerraba de nuevo los ojos. Había escrito hoy mismo una carta a
Sinjun, y quizá por eso su cuñada se había interpuesto entre ella y Melis-
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

sande en su sueño.
Alex se sosegó y volvió a adormecerse, pero esta vez no soñó, sino que
oyó una voz suave de mujer junto a su oreja que decía una y otra vez:
-Sinjun está enferma... Sinjun está enferma. Se halla en apuros. Ayúdala,
tienes que ayudarla.
Alex despertó sobresaltada dando un gemido. Junto a su cama estaba la
Novia Secreta con aspecto apacible y su vestido blanco brillando con una
luz titilante en la habitación silenciosa. Habló de nuevo a Alex sin mover
los labios, con voz baja y suave, pero insistente.
-Sinjun está enferma... Tiene problemas. Ayúdala, ayúdala.
-¿Qué ocurre? Por favor, ¿qué le ocurre?
-¡Ayúdala! -suplicó la hermosa joven mientras se retorcía las manos. Sus
dedos eran largos, muy delgados y extrañamente transparentes, mostrando
los huesos como sombras oscuras. Su largo cabello era tan rubio que
parecía casi blanco en el sol de la tarde-. Ayúdala... Se halla en graves
apuros.
-Lo haré. -Alex se levantó de la cama de un salto. Vio cómo el espíritu
inclinaba la cabeza y se retiraba hasta un rincón del dormitorio. Luego se
desvaneció lentamente hasta desaparecer por completo.
Alex respiró hondo. La Novia Secreta no se le había aparecido desde
hacía meses y la última vez le había sonreído y le había contado que la vaca
del campesino Elías había sobrevivido al cólico y podía dar ahora leche
para el bebé enfermo de la casa. También se le había aparecido en los
momentos más difíciles de Alex, en el nacimiento de los mellizos, en el que
había sufrido tales dolores que llegó a temer por su vida. Entonces la Novia
Secreta le la dicho que todo iría bien y que no debía dudar de ello un solo
instante, y Alex hubiera podido jurar que su mano suave le había tocado la
frente y el vientre y el dolor había cedido al instante. Por supuesto, Douglas
aseguró más tarde que había estado delirando. No debería haberle contado
nada. Sabía por qué él se mostraba tan terco al respecto. Los hombres no
podían aceptar nada que no pudieran imaginar, que no pudieran agarrar
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

por el cuello y apretar hasta asfixiarlo si no les gustaba. La Novia Secreta


no cabía en su cabeza y por eso no podía existir.
Y ahora ella había regresado para decirle que Sinjun estaba enferma y en
apuros. Alex sintió un ligero y pasajero aturdimiento. Su corazón latía con
fuerza. Se detuvo y respiró jadeante.
Douglas no estaba. Había tenido que regresar a Londres hacía unos días
para ver a lord Avery en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
De todos modos no hubiera sido de gran utilidad en este caso. Si le
hubiera contado lo que le había dicho la Novia Secreta, se hubiera echado a
reír burlonamente, mofándose de ella durante mucho tiempo. No, era una
feliz coincidencia que Douglas no estuviera porque no le hubiera permitido
hacer nada en el estado en que se encontraba y ella sabía que tenía que
actuar con toda celeridad.
Alex informó a todos de que iba a visitar a sus cuñados Ryder y Sofía en
los Cotswolds. El mayordomo Hollis la miró como si hubiera perdido el
juicio, y eso que no había dicho una palabra de Escocia, pero su suegra
pareció muy contenta de perderla de vista por un tiempo. Sofía había
tenido sus propias apariciones de la Novia Secreta durante los últimos
cinco años. Ella no pondría en tela de juicio la información de Alex y juntas
decidirían qué había que hacer.

Vere Castle
Philip salió a hurtadillas del castillo a las diez de la noche. Su miedo no
era tan grande como para impedirle pensar y, en cualquier caso, su
preocupación por Sinjun era más fuerte que el miedo que sentía.
Alcanzó las cuadras sin que George II diese un sólo ladrido,
afortunadamente le había rascado detrás de las orejas antes de que
despertara a toda la casa.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Los caballerizos estaban durmiendo en sus habitaciones fuera del


recinto de los arreos. Ensilló a su poni Bracken y lo llevó de la rienda un
buen trecho por la avenida antes de montarlo.
Tenía un largo viaje ante sí, pero estaba decidido. Sólo rogó por llegar a
tiempo.
Habría deseado informar a Dulcie, pero temía que no fuera capaz de
mantener la boca cerrada. En cambio le había pedido bostezando y con
fingida indiferencia que cuidase de su madrastra, le diera agua y la tapara
con mantas.
Dulcie había prometido que lo haría. Mientras galopaba pidió a Dios que
la tía Arleth no sorprendiese a la niñera y la despidiera.
Había luna menguante y las oscuras nubes de lluvia de los últimos tres
días habían desaparecido para dejar paso a unas nubecillas blancas que no
oscurecían la luna ni las estrellas, por lo que Philip podía ver bien el
camino.
Al oír un ruido de cascos, Philip pensó que su corazón estallaría.
Condujo a Bracken rápidamente a los es pesos matorrales que había al
lado de la carretera y le tapó los ollares para que no relinchara.
Se acercaron tres hombres a caballo y pudo oír claramente su
conversación.
-Sí, está un poco chiflada, pero será para mí de todos modos.
-¡No, no, es mía, imbécil! Su viejo me la ha prometido y el señor está de
acuerdo con que se lean las amonestaciones.
Un tercer hombre soltó una carcajada, escupió con desdén y exclamó:
-Ja, sois unos majaderos, estáis en la luna, no sabéis que yo ya me la he
cepillado. Se lo diré al señor y será mía. Y os digo una cosa, compañeros,
tiene unas tetas enormes.
La disputa degeneró bruscamente y los tres llegaron a las manos. Se
oyeron gritos y juramentos acompañados del relinchar nervioso de los
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caballos. Philip tenía mucho frío y su único pensamiento era que el más
fuerte enviase al infierno cuanto antes a los otros dos.
La pelea acabó unos diez minutos más tarde al oírse un disparo de
pistola seguido de un agudo alarido. Philip tragó saliva con tal fuerza que
casi se ahogó. Después se produjo un profundo silencio.
-¡Maldita sea, has matado a Dingle, imbécil!
-Sí, pero se lo ha ganado por cepillársela.
-¿Y qué pasa si ella está embarazada? -inquirió el hombre-. ¡Eres un
desgraciado imbécil, Alfie! No quisiera verme en tu pellejo si se entera
MacPherson.
-No diremos una palabra. Se lo ha cargado un maldito Kinross.
¡Larguémonos de aquí! ¡Vámonos!
Abandonaron al tercer hombre y se fueron. Philip estaba indeciso. Ató a
Bracken a un tejó y se acercó despacio a la carretera. El hombre estaba
tendido de espaldas con los brazos y las piernas completamente extendidos
y una gran mancha roja en el pecho. Tenía los ojos abiertos con una
expresión de sorpresa y mostraba los dientes. Estaba muerto.
Philip vomitó, corrió a su poni y se alejó al galope.
Le había reconocido. El tipo se llamaba Dingle y era de los más
peligrosos matones al servicio de los MacPherson.
Su padre le había mostrado una vez a ese Dingle y le había dicho que era
un cretino y un excelente ejemplo de MacPherson.
Philip cabalgó hasta que a Bracken le faltó el resuello. Se quedó dormido
a horcajadas en su poni y fue Bracken quien lo despertó tocándolo
suavemente con el hocico. Philip, sin saber qué hora era, partió de nuevo al
galope, pero tuvo que aminorar la marcha porque Bracken no podía
sostener el galope. Por el camino vio a más gente, la mayoría campesinos, y
no comprendió qué podían hacer levantados y de camino en medio de la
noche. Los evitó, aunque oyó cómo uno de los hombres le increpaba.

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A las cuatro de la madrugada llegó al transbordados que iba a


Edimburgo. De los peniques que había cogió de la caja de caudales de su
padre sólo le quedó uno depués de pagar la travesía. Se acurrucó entre dos
sacos de grano al abrigo del frío. Poco después de las seis llegó a la casa de
su padre en Abbotsford Crescent, al borde de las lágrimas tras una
búsqueda que le había costado una hora larga. Atónito, Angus abrió la
puerta bostezando y miró al niño.
-¡Cielo Santo, el señorito! Menuda sorpresa para el conde. ¿Quién te ha
acompañado, muchacho?
-¡Rápido, Angus! ¡Tengo que ver a mi padre! -Mientras Angus lo miraba
tratando de recuperar sus sentidos, Philip lo empujó a un lado y subió
corriendo por las escaleras. Al llegar al dormitorio de su padre, se precipitó
en la habitación y empujó con todas sus fuerzas la puerta haciéndola
golpear contra la pared con gran estruendo.
Colin despertó de inmediato y se irguió bruscamente en la cama.
-¡Dios Santo, Philip! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
-¡Papá, rápido! ¡Tienes que venir a casa! ¡Sinjun está muy enferma!
-Sinjun -repitió Colin sin entender.
-Tu mujer, papá, tu mujer. ¡Date prisa! -Philip quitó a su padre las
cubiertas visiblemente aliviado por haberlo encontrado.
-¿Joan está enferma?
-Joan no, papá, Sinjun. Por favor, apresúrate. No hay tiempo que
perder. Tía Arleth dejará que se muera, lo sé.
-¡Maldita sea, no lo creo! ¿Con quién has venido? ¿Qué ha ocurrido? -
preguntó mientras saltaba de la cama desnudo-. ¡Cuéntamelo todo, Philip!
Philip observó a su padre mientras se vestía, se echaba agua a la cara y
despedía con un gesto de la mano a Anrthur que se había presentado en la
puerta.

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Philip le contó el paseo a la ciénaga de Cowal, el aguacero al regreso y


cómo Sinjun se había quitado su propia chaqueta y se la había puesto a él
encima. Le contó lo de la habitación fría, las ventanas abiertas y las
mentiras que había contado la tía Arleth. Luego dejó de hablar, miró a su
padre con ojos asustados y comenzó a llorar. Sus sollozos desesperados
enternecieron inmediatamente a su padre, cogió a su hijo en brazos y lo
apretó contra su pecho.
-Todo se arreglará, Philip, ya verás. Has hecho muy bien. Pronto
estaremos en casa y Joan se pondrá bien.
-Se llama Sinjun.
Colin obligó a su exhausto hijo a comer unas cucharadas de gachas
preparadas a toda prisa. Media hora más tarde se ponían en camino al
galope. Philip estaba muy fatigado y su padre había insistido en que se
quedara en Edimburgo, pero él se había negado rotundamente.
-Tengo que saber cómo está -había dicho enérgicamente, y Colin no le
había contradicho porque estaba orgulloso del muchacho, que esa noche
había demostrado que un día sería un hombre valiente.

Sinjun sentía una extraña calma. Por otro lado, se sentía tan
profundamente exhausta que deseaba dormir sin parar, quizá para
siempre. El dolor había desaparecido, sólo el deseo de liberar la mente de
su cuerpo, de ceder a esa lasitud que la atraía con tanta persistencia. Gimió
suavemente y su propia voz le pareció extraña, como si viniera de muy
lejos. Estaba muy fatigada. ¿Cómo era posible que estuviera tan fatigada y
no pudiera dormir?.
De pronto oyó una lejana voz de hombre que resonaba en su cabeza, y se
preguntó si era su propia voz lo que estaba oyendo y, en tal caso, por qué
estaba hablando. No era necesario hablar, ni ahora ni nunca más. No, esa
voz era fuerte, profunda, impaciente e imperiosa, sin duda la voz de un
hombre, de un hombre insatisfecho. Había oído ese tono de voz muchas
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veces en boca de sus hermanos. Pero no se trataba de ellos. Era imposible..


Luego se escuchó mucho más cerca, junto a su oreja, aunque no podía
entender las palabras, que sin duda no eran importantes. Oyó a otro
hombre hablar, pero esta voz era vieja, suave, reservada, chocando
suavemente con su conciencia y alejándose hasta borrarse en los límites de
su mente.
La voz fuerte se iba apagando. Pronto se libraría de ella. Dejó de oírla...
Inclinó la cabeza a un lado con una sensación de alivio y sintió que su
respiración se hacía cada vez más lenta.
-¡Maldita sea, despierta! ¡No volveré a repetirlo, Sinjun, despierta! ¡No
puedes rendirte tan fácilmente! ¡Despierta!
Los gritos le hicieron volver en sí con una sacudida de dolor. Douglas
gritaba así, pero sabía que no era él. No, él estaba lejos de allí. Sintió como
si estuviera tambaleándose al borde de algo que estaba muy cerca de ella,
pero fuera de su vista; se sentía atraída hacia ello y al mismo tiempo le
inspiraba recelo. Era extrañamente seductor.
Volvió a oír la voz fuerte y horriblemente chirriante que agitaba con
violencia su cerebro. Ella odiaba esa voz; quería ordenarle que callara, no
tenía derecho a estar allí, en su silencio, quería dormir. Abrió los ojos para
protestar y vio al hombre más apuesto que jamás había visto en su vida. Su
mente absorbió la imagen, el cabello negro, los increíbles ojos azules
oscuros y la hendidura de su barbilla, y murmuró con voz ronca:
-Eres tan hermoso... -Y cerró de nuevo los ojos porque sabía que tenía
que ser un ángel y por tanto ella, estaba en el cielo, contenta de tener a ese
ángel a su lado.
-¡Maldita sea, abre los ojos! No soy hermoso, ni siquiera me he afeitado.
-Los ángeles no maldicen -dijo ella y abrió los ojos haciendo un gran
esfuerzo.
-¡No soy un ángel, soy tu maldito marido! ¡Despierta, Sinjun, despierta
ahora mismo! ¡No aguanto más esta situación! ¡Te moleré los huesos si no
vuelves a mí de inmediato!
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-Maldito marido -repitió ella despacio-. No, tienes razón, tengo que
volver. No puedo dejar que muera Colin. No quiero que muera jamás. Hay
que salvarlo y sólo yo puedo hacerlo. Él es demasiado honesto para sal-
varse. No es cruel... sólo yo puedo salvarlo.
-¡Pues no me dejes! No puedes salvarme si te mueres, ¿entiendes?
-Sí.
-Bien. Ahora voy a levantarte y quiero que bebas. ¿De acuerdo?
Ella consiguió inclinar la cabeza y después sintió un fuerte brazo en la
espalda y un vaso frío que rozaba sus labios. Bebió en abundancia; el agua
era ambrosía. Caía por su barbilla y le empapaba el camisón, pero tenía
tanta sed que nada importaba más que la deliciosa agua que corría por su
garganta.
-Bueno, ya basta. Ahora voy a lavarte para que baje la fiebre. ¿Me
entiendes? Tienes una fiebre muy alta. Pero tú no vas a dormirte otra vez,
¿me entiendes? ¡Dime que me entiendes!
No pudo decírselo porque de pronto se oyó la voz de una mujer que
decía:
-Empeoró de pronto. Estaba a punto de llamar a ese loco de Childress
cuando llegaste tú, Colin. No es culpa mía que se haya puesto peor. Hace
poco estaba bien.
Sinjun gimió. Tenía miedo de esa mujer, quería alejarse de ella,
esconderse, desaparecer.
El hombre hermoso que no era un ángel dijo con voz calmosa:
-Vete, Arleth. No quiero que vuelvas a, entrar en esta habitación. ¡Vete!
-¡Esa bribona no te dirá más que mentiras! Yo te conozco de toda la vida.
¡No puedes ponerte de su lado contra mí!
Sinjun oyó de nuevo su voz, pero él se alejaba de ella. Entonces hubo un
silencio relajante. De pronto un paño fresco y húmedo tocó su cara y ella

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intentó levantarse para sumergirse en él, pero de nuevo oyó su voz, esta vez
suave y tranquilizadora, que le decía que estuviera tranquila, que él haría
que pronto se sintiese mejor.
-Confía en mí -le dijo-, confía en mí.
Y ella confió. Él mantendría a la malvada mujer alejada de ella.
Oyó al otro hombre, al que tenía la voz vieja y suave, que decía:
-Continúe así, milord, hasta que baje la fiebre, en intervalos de unas
horas. Y déjele beber todo lo que quiera.
Sintió el aire fresco en su piel. Se dio cuenta vagamente de que alguien
estaba quitándole el camisón sudado y ella se alegró porque había sentido
de pronto el picor de su piel. Sintió el paño húmedo deslizarse por sus
pechos y costillas, aunque el frescor maravilloso del paño no alcanzaba las
capas profundas que aún seguían quemándola. Intentó arquear la espalda
para sentir más el paño.
El hombre hermoso apoyó las manos en sus brazos la empujó
suavemente hacia abajo mientras decía con voy queda:
-Estáte quieta. Ya sé que quema. Yo también tuve una vez una fiebre
muy alta, como ya sabes, y sentí como si estuviera ardiendo dentro de mí
sin que nada pudiera apagar ese fuego.
-Sí -murmuró ella.
-Te prometo no dejarlo hasta que se apague ese fuego.
-¡Colín! -Abrió los ojos y le sonrió-. No eres un ángel. Eres mi
condenado marido. Me alegro tanto de que estés aquí...
-Sí -dijo él hondamente conmovido-. Nunca más volveré a dejarte, pase
lo que pase.
Ella trató de levantar la mano para tocar su cara y atraer su atención.
Era muy importante que lo entendiera, aunque sólo podía articular sonidos
roncos y desapadables.

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-Tienes que irte, es más seguro para ti. No quería que regresaras antes
de haberle eliminado. Es un pérfido y te haría daño. Tengo que protegerte.
Colin frunció el entrecejo. ¿De qué demonios estaba hablando? ¿De
quién quería protegerlo? Volvieron a cerrársele los ojos y él continuó
lavándola desde la cara hasta los dedos de los pies, poniéndola boca arriba.
Ella gimió, pero estaba demasiado débil para resistirse.
Él siguió frotando su cuerpo hasta que la piel estaba fresca al tacto.
Cerró los ojos y rezó con gran fervor por su curación, aunque no estaba
seguro de que Dios oiría a un hombre tan poco piadoso como él.
-Dios mío, por favor, haz que se ponga bien -dijo en voz alta en la
habitación silenciosa.
La tapó cuando oyó que abrían la habitación.
-¿Milord?
Era el médico y Colin le informó.
-La fiebre ha bajado.
-Perfecto. Sin duda volverá a subir, pero repitiendo las friegas la
controlará. Su hijo está durmiendo en el pasillo junto a la puerta y su hija
está sentada junto a él, se está chupando el dedo y parece muy
preocupada.
-En cuanto haya puesto a mi mujer un camisón me ocuparé de los niños.
Gracias, Childress. ¿Se queda en el castillo?
-Sí, milord. Mañana sabremos si sobrevivirá.
-Sobrevivirá. Es fuerte. Ya verá. Además tiene un estímulo importante,
tiene que protegerme -añadió Colin sonriendo.
Sinjun oyó la voz de mujer y empezó a temblar. Tenía miedo de moverse,
de cerrar los ojos. Aquella voz era maligna y llena de odio.
Era la tía Arleth.

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-Así que aún no estás muerta, ¿eh, ramera? Bien, entonces tendremos
que ayudar un poco. No, no, no te esfuerces, estás tan débil que es inútil
que trates de defenderte. Tu querido marido, ese imbécil, te ha dejado sola,
y ahora estás a mi merced, muchachita, y eso no va a sentarte bien.
-Tía Arleth -dijo Sinjun abriendo los ojos-. ¿Por qué quieres que muera?
Sin contestar a su pregunta tía Arleth continuó hablando.
-Tengo que darme prisa, mucha prisa, porque ese joven loco volverá
pronto, aunque no te quiere. ¿Cómo podría quererte? Eres una extranjera,
no eres de los nuestros. Quizá debiera taparte la cara con esta bonita almo-
hada. Sí, exacto, eso voy a hacer. Así desaparecerás para siempre. Tú no
eres de aquí, eres una extraña, no eres nadie. La almohada. No, eso es
demasiado evidente. Debo actuar con astucia, aunque deprisa, si no
seguirás viviendo y amargándome la vida como hasta ahora, ¿verdad?
Conozco a la gente de tu condición, sois viciosos N malignos, uno no puede
fiarse de vosotros. Sois altaneros y dominantes. Quieres mandarnos porque
nos considera unos salvajes despreciables. Si no actúo deprisa estaremos
perdidos. Incluso ahora estás pensando en cómo podría, echarme de aquí.
-Tía Arleth, ¿qué haces? -preguntó una voz de niño.
Se volvió rápidamente y vio a Philip que estaba en la entrada con los
puños apretados en sus caderas.
-Papá te ha prohibido entrar en esta habitación
-¡Deja a Sinjun en paz!
-Ah, maldito bellaco. Tú lo has estropeado todo y me has decepcionado.
Sólo quiero ayudarle. ¿Por que iba a estar aquí si no? Márchate, márchate.
Puedes ir a buscar a tu papá. Sí, ve a buscar al maldito conde.
-No, me quedaré aquí y tú te irás, tía. Mi papá no es un maldito conde,
sino el mejor conde que puede haber.
-¡No tienes la menor idea de lo que es! Su madre (mi propia hermana y
tu abuela) engañó a su marido y se lió con un kelpie que vivía en el lago

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Leven. Él tomó la forma de su marido, pero su marido me quería a mí y no


tenía ojos para ella. No, el hombre con el que ella se acostaba no era su
marido, porque él sólo me pertenecía a mí. Ella dormía con un kelpie, un
engendro del diablo, maligno y depravado hasta los tuétanos, y de él tuvo
un hijo, tu padre, que es igual de maligno y depravado que el kelpie que lo
engendró.
Philip no entendía lo que decía, y deseó fervorosamente que su padre, la
señora Seton o Crocker vinieran. «¡Por favor, Dios mío, envía a alguien
rápidamente! La tía Arleth se ha vuelto loca», pensó.
Pero sus plegarias no parecieron ser oídas y la tía Arleth se dirigió de
nuevo a Sinjun. Él fue corriendo, subió a la cama de un salto y se puso
delante de su madrastra protegiéndola de Arleth con su cuerpo.
-¡Sinjun! -gritó Philip agitándola hasta que abrió los ojos.
-¿Philip! ¿Eres tú? ¿Se ha ido ya?
-No, Sinjun, aún está aquí. ¡Tienes que seguir despierta!
-¡Lárgate, muchacho!
-¡Oh, Dios! -murmuró Sinjun.
-¿Sabías, mocoso infeliz, que su marido verdadero (tu abuelo) colgó una
cruz de serbal encima de la puerta para que no pudiera entrar? Él sabía que
andaba puteando con un kelpie. Pero Satanás la protegía incluso contra la
cruz de serbal.
-Por favor, tía, márchate.
Arleth se detuvo y miró primero al muchacho y después a la mujer, que
tenía los ojos completamente abiertos de terror. Le satisfizo ver el miedo
en sus ojos.
-Has ido a buscar a tu padre y le has contado un montón de mentiras. Lo
has traído con mentiras, le has hecho sentir remordimientos. En realidad
no quería regresar. Quiere quitársela de encima. Ahora tiene su dinero,
¿para qué iba a preocuparse de gente como ella?
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-Por favor, tía, márchate.


-He oído que estáis hablando de kelpies y de serbal. ¡Hola, tía, hola
Philip! ¿Cómo está Joan?
Philip se estremeció al oír la voz de Serena. Se había deslizado en la
habitación inadvertidamente, como un espectro, y se hallaba pegada a la
cama.
-Se llama Sinjun. Llévate a tía Arleth de aquí, Serena, por favor.
-¿Por qué, mi querido muchacho? En cuanto a las cruces de serbal, son
cosas horribles, ya lo sabes, tía. Las aborrezco de todo corazón. ¿Por qué
hablas de ellas? Es cierto que soy una bruja, pero la cruz de serbal no
puede hacerme nada.
Philip se preguntó si él también estaba enloqueciendo. No obstante, ya
no tenía miedo. Serena no permitiría que la tía Arleth hiciese daño a
Sinjun.
-¡Vete, Serena, o te coronaré con una cruz de serbal!
-Oh, no, tía, no harás eso. Sabes que no puedes hacerme nada. Yo
siempre seré demasiado fuerte para ti y demasiado buena.
La tía Arleth estaba pálida de cólera y sus ojos parecían más fríos que el
lago Leven en enero.
De pronto, para gran alivio de Philip, entró su padre en la habitación. Se
paró de repente al ver a su hijo pegado a Sinjun sobre la cama como si
tuviera que protegerla. Serena daba la impresión de ser una hermosa prin-
cesa que había ido a parar a un manicomio por error y ahora no sabía qué
debía hacer.
Tía Arleth se miraba con ojos inexpresivos sus manos demacradas y
cubiertas de manchas por la vejez.
-¿Colin? -murmuró Sinjun.
Él se acercó sonriendo a la cama. Al fin ella parecía reconocerlo.

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-Hola, Joan, me alegro de que estés mejor.


-¿Qué es un kelpie?
-Un espíritu maligno que habita en los lagos. Puede adoptar diferentes
formas y obtiene su poder del diablo. Pero ¿por qué lo preguntas?
-No sé. Esa palabra ha estado dando vueltas en mi cabeza. ¿Puedo beber
un poco de agua?
Philip sostuvo el vaso mientras bebía.
-Hola -dijo ella-. ¿Qué ocurre, Philip? ¿Tengo un aspecto tan horrible?
El muchacho le tocó la mejilla con la yema de los dedos.
-Oh, no, Sinjun, tienes un aspecto estupendo. Te sientes mejor, ¿verdad?
-Sí, ¿y sabes una cosa? Tengo hambre. -Se volvió hacia la tía Arleth-. Me
odias y no me deseas nada bueno. No lo entiendo. Yo no te he hecho nada
malo.
-Ésta es mi casa, señorita, yo...
Colin la interrumpió hablando con frialdad:
-No, tía Arleth, te equivocas, vas a salir inmediataente de esta habitación
y nunca más volverás a entrar ella.
Él la vio abandonar la habitación lentamente y a la fuerza, y se preguntó
si Arleth había perdido el escaso juicio que le quedaba. Entonces oyó a su
mujer que decía:
-Philip, coge la pistola del bolsillo de mi traje de montar y ponla debajo
de la almohada.
En otras circunstancias, Colin se hubiera opuesto, pero calló porque no
estaba seguro de que la tía Arleth hubiese intentado realmente hacer daño
a su mujer.
-Diré a la señora Seton que traiga algo de comer, Joan.

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-Recuerdo que me has llamado Sinjun.


-No tuve otro remedio, ya que no respondiste a tu verdadero nombre.
Sinjun cerró los ojos. Volvía a sentirse completamente agotada y tan
débil que no hubiera podido sujetar la pequeña pistola aunque de ello
dependiese su vida. La fiebre estaba subiendo y tiritaba de frío. Además,
seguía teniedo una sed terrible.
-Papá, tú te quedas con Sinjun. Yo hablaré con la señora Seton. Aquí
tienes la pistola, Sinjun. Mira, te la pongo debajo de la almohada.
Colin le dio de beber y después se sentó junto a ella Luego notó en la
frente la palma de su mano y le oyó jurar de nuevo en voz baja.
De un momento a otro el calor se convirtió en frío, ella tuvo la impresión
de que su cuerpo era un témpano que se partiría en pedazos si se movía.
-Lo sé -murmuró Colin. Se desvistió a toda prisa, se metió en la cama y
la apretó con fuerza contra su cuerpo tratando desesperadamente de
calentarlo. Sinjun se vio agitada por temblores mientras él sufría al verla
padecer. La mantuvo apretada contra su cuerpo hasta que ella se durmió, e
incluso entonces no la soltó aunque estaba sudando.
-Siento no haber estado aquí -murmuró Colin mientras le acariciaba la
espalda, y se propuso protegerla en el futuro, nunca más volvería a
asaltarla brutalmente.
Al día siguiente la fiebre descendió definitivamente.
Colin, que estaba exhausto como jamás había estao en toda su vida,
sonrió al doctor.
-Le dije que sobreviviría. Es fuerte.
-Muy curioso -opinó Childress-. Es inglesa.
-No, señor, es mi mujer. Y ahora es escocesa.
Esa noche uno de los colonos trajo una mala noticia al castillo.

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MacPherson había robado dos vacas y había matado a MacBain y sus dos
hijos. Colin temblaba de rabia.
-La mujer de MacBain asegura que los asesinos le dijeron que le
informase de que era una venganza por haber matado usted a Dingle.
-¿Dingle? Maldita sea, no he visto a ese canalla desde hace una
eternidad... -Colin juró en voz alta-. ¿Que ocurre, Philip? ¿Se trata de
Joan?
-No, papá, pero yo lo sé todo acerca de Dingle.
Colin escuchó atentamente las palabras de su hijo y, al pensar que Philip
posiblemente había estado al borde de la muerte aquella noche, se le hizo
un nudo en la garganta. Sin embargo, le dio unas palmadas en el hombro
en señal de aprobación y se retiró a su estudio de la torre.
No había esperanza. Él quería poner fin a las sangrientas hostilidades.
Así pues, tendría que hablar con Robert MacPherson, pero ¿qué le diría?
¿Quizá que no podía recordar nada de la muerte de Fiona y que perdió
conocimiento al borde del precipicio?

Sinjun dormía apaciblemente cuando percibió una extraña luz al borde


de su mente, una luz suave y muy blanca, sedante y clara, aunque en cierto
modo sombreada y profunda, llena de significados ocultos que ella quería a
toda costa entender. Trató de hablar, pero supo que eso no le ayudaría.
Permaneció echada sin moverse y oró. Una sombra oscura osciló en la luz
blanca, como una llama de vela en el viento, se hizo cada vez mayor y
entonces apareció la figura de una mujer que brillaba con luz tenue. Era
una mujer joven con cara de campesina bondadosa, que llevaba un vestido
cubierto de perlas. Sinjun jamás había visto tantas perlas. El vestido debía
de pesar mucho.
«Jane de las Perlas...», pensó Sinjun mientras sonreía. Había dejado a
la Novia Secreta para ir a parar a otro fantasma, y ahora éste quería

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conocerla: No sintió miedo alguno, pues ni ella ni Colin habían hecho nada
malo al espíritu. Esperó...
Las perlas titilaban con una luz cada vez más intensa hasta que Sinjun
sintió daño en los ojos. Las perlas lanzaban destellos. El espíritu no hizo
nada. Sólo la observaba atentamente, como si quisiera averiguar qué clase
de persona era.
-Él intentó sobornarme -dijo el espíritu al fin, y a Sinjun le pareció que
movía los labios-. Con una sola perla quiso librarse de mí, el muy granuja,
pero no pudo hacerlo tan fácilmente, después de todo me había matado. Ni
siquiera pestañeó cuando me atropelló con el coche. Y su amante le
acompañaba, esa persona arrogante que me miraba como si yo fuera un
montón de basura al borde del camino. Por eso le exigí tantas perlas como
cabían en mi vestido y le juré que sólo entonces lo dejaría en paz.
«Pero tú ya estabas muerta», pensó Sinjun, contenta de conocer el
secreto de las muchas perlas.
-Oh, sí, muerta y bien muerta, pero a ese condenado le he hecho la vida
insoportable, a él y a su mujer. Sí, atormenté a esa perra hasta que no pudo
soportar la visión de su querido marido. Veo que ha desaparecido mi
retrato. ¡Cuélgalo otra vez! Debe colgar entre los dos, en medio, y
separarlos a los dos, como lo estaban cuando yo vivía. Allí tiene que colgar
mi retrato. No sé por qué lo quitaron, pero tú tienes que volver a colgarlo y
cuidar de que esté siempre en su sitio.
-Te lo prometo. Por favor, vuelve cuando quieras.
-Sabía que no tenías miedo de mí. Es bueno que estés aquí.
Sinjun cayó en un profundo sueño reparador y cuando despertó a la
mañana siguiente, se sentó en la cama y se desperezó. Se sentía en plena
forma.

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15

Philpot abrió la puerta y se quedó boquiabierto. En la entrada había dos


damas elegantes y en la avenida un coche con un imponente escudo de
armas tirado por dos magníficos bayos enjaezados que resoplaban. El
cochero tenía la fusta derecha en el regazo y silbaba al tiempo que
observaba a Philpot con un recelo poco disimulado. Una pareja de escolta a
caballo flanqueaba a las damas sin perderlas de vista ni un momento.
«Condenados ingleses -pensó Philpot-, no son más que un atajode
bandidos.»
Las damas llevaban vestidos de viaje de óptima calidad –a pesar de ser
el hijo de un panadero de Dandee, Philpot sabía apreciar la calidad de las
prendas-, aunque algo polvorientos y arrugados. La más pequeña tenía una
mancha de suciedad en la nariz, llevaba un vestido gris con galones
militares de oro en los hombros y era era pelirroja. Meneó la cabeza... La
otra mujer también era hermosa. Llevaba un vestido de viaje verde oscuro
y el sombrero haciendo juego sobre el cabello castaño; una densa melena
que generalmente llevaría trenzada y recogida en la cabeza y ahora le caía
por el hombro. Sin duda habían hecho un largo viaje y parecía que habían
tenido prisa.
La pelirroja, cuyo cabello no era exactamente rojo, se acercó a la puerta
y preguntó sonriendo:
-¿Es éste Vere Castle, la casa solariega del conde e. Ashburnham?
-Sí, señora. ¿Podría preguntar quién es...?
Un grito que venía del interior hizo palidecer a Philpot. ¿Se había
desmayado la condesa? Se volvió tan rápidamente como su edad y
dignidad le permitieron y vio que estaba apoyada en una armadura
isabelina y miraba completamente estupefacta a las dos damas.
-¿Alex? ¿Sofía? ¿Sois realmente vosotras?

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La dama de verde pasó precipitadamente por delante de Philpot.


-¿Estás bien, Sinjun? Oh, por favor, querida, dime, ¿estás bien? Hemos
estado tan preocupadas por ti...
-Ya me siento mucho mejor, Sofía. Pero ¿por qué estáis aquí? ¿Han
venido Douglas y Ryder con vosotras? ¿Por qué...?
-¡Has estado enferma! -La dama pelirroja también pasó a toda prisa por
delante de Philpot-. ¡Lo sabía! Pero ahora Sofía y yo estamos aquí y nos
ocuparemos de ti. No debes preocuparte de nada más, Sinjun.
Las dos damas abrazaron y besaron a la condesa enferma, acariciaron
sus pálidas mejillas y manifestaron una después de otra cuánto se habían
echado de menos.
Pasados los primeros momentos de emoción, Sinjun presentó a las dos
cuñadas al mayordomo y preguntó:
-¿Sabe dónde está el señor?
-No debería haber dejado la cama, señora -dije él con un tono
recriminatorio.
-Vamos, Philpot. No aguantaba más en la cama. Pero tiene razón, me
siento realmente débil y voy a sentarme. Haga llamar a mi marido, por
favor, y dígale que tenemos huéspedes, que han venido a visitarnos mis
cuñadas. Alex, Sofía, acompañadme al salón.
Sinjun quería enseñarles el camino, pero se tambaleó. Philpot dio un
paso hacia adelante, pero las dos damas fueron más rápidas. Ellas llevaron
a Sinjun al salón y la recostaron en un sofá, con los pies apoyados en un
cojín y la cabeza en otro.
-¿Tienes frío, cielo?
--Oh, no, Alex, estoy estupendamente, pero me agradan mucho vuestros
cuidados. Es maravillo que estéis aquí de verdad. No puedo creerlo. ¿Cómo
ha sucedido?

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Alex intercambió una mirada con Sofía y respondió sin rodeos:


-Nos ha enviado la Novia Secreta. Dijo que estabas enferma.
-¿Y Douglas y Ryder?
Sofía se encogió de hombros con aparente indiferencia.
-Douglas se encuentra en Londres y por eso fue muy fácil para Alex dejar
Northcliffe Hall con los mellizos y venir a verte. Pero con Ryder fue
distinto. Tuvimos que esperar a que fuera con Tony a Ascot. Gracias a Dios
las carreras duran tres días. Alex y yo hemos dicho que estabamos
indispuestas y nos hemos puesto en camino, así de simple. -Tras una breve
pausa continuó-: Me parece que Ryder cree que estoy embarazada. Ha
estado acariciándome el estómago y echándome esas miradas posesivas de
hombre. Os aseguro que he tenido que morderme los labios para no reír.
Quería preguntarle si creía que los embarazos son contagiosos; Alex está
embarada ¿sabes?
Sinjun suspiro y dijo con voz quejumbrosa:
-Vendrán, vendrán y tratarán de matar a Colin otra vez.
-¿Otra vez? -repitieron Alex y Sofía al unísono.
Sinjun suspiró de nuevo y dijo:
-Así es, otra vez. Alex, la primera vez estabas tú presente y golpeaste a
Douglas con un bastón para que dejaran de pelear. Aquí en Escocia ha
habido otras dos situaciones críticas. ¿Habéis traído a los muchachos?
-No -contestó Alex-. Dejamos que Jane disfrutara de los tres mientras
estamos aquí, mejor dicho, la directora Jane de Brandon House, que es el
título que ha escogido e insiste en que la presentemos de ese modo. Los ge-
melos creen hallarse en el séptimo cielo cada vez que llegan allí, con
Grayson y los demás niños. Con nuestro hijos suman catorce en la
actualidad. Pero quién sabe, Ryder podría traer a casa otro más de Ascot.
-¡Feliz Jane!

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¡Oh, sí! -asintió Sofía-. Lo es de veras. Grayson andaría entre llamas por
ella. En cuanto a los gemelos de Alex, Melissande seguramente irá a verlos
casi todos los días. Se parecen tanto a ella... Los llama sus espejitos y eso
enfurece a Douglas. Cada vez que ve a los muchachos, mira al cielo
desesperado y pregunta qué ha hecho para merecer los dos niños más
guapos del mundo, lo que sin duda terminará estropeando su carácter y
educación.
-Sentaos las dos de una vez. Me da vueltas la cabeza. ¿La Novia Secreta
te ha dicho que estoy enferma, Alex?
Antes de que Alex pudiera contestar se abrió la puerta y entró la señora
Seton bizqueando y nerviosa, con una gran bandeja de plata en las manos,
erguida y majestuosa como una duquesa.
Sinjun lo comprendió al instante.
-Gracias, señora Seton -dijo ceremoniosamente-. Estas dos damas han
venido a visitarnos. Son mis cuñadas, la duquesa de Northcliffe y la señora
de Ryder Sherbrook.
-Encantada, señoras. -La señora Seton hizo una reverencia con la que se
hubiera lucido incluso en el salón de la reina.
-Voy a preparar la habitación de la reina Mary y la habitación del Otoño
-anunció haciendo una segunda reverencia solemne-. Los lacayos se
ocupan de su equipaje y Emma deshará las maletas.
-Muy amable, señora Seton. Muchas gracias.
-Ésta es la casa solariega del conde y aquí todo se hace correctamente.
-Sí, por supuesto -convino Sinjun seriamente y observó cómo se retiraba
la señora Seton-. Bueno, jamás hubiera imaginado que la señora Seton
tenía tanto...
-La verdad es que ha sido imponente -dijo Alex.
-En realidad sólo tenemos un lacayo, Rory. De todos modos, Emma es
una chica excelente y será ella la que se ocupará de vosotras. Ahora
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

volvamos a la Novia Secreta.


Antes de que Alex pudiera decir nada volvió a abrirse puerta del salón y
entró el señor del castillo, con aspecto agresivo y algo receloso. Sólo vio a
dos jóvenes señoras sentadas con una taza de té en la mano junto a su
mujer y a una la reconoció como la esposa de Douglas. Por tanto, el
maldito conde debía de estar cerca. Giró la cabeza rápidamente para ver si
estaba allí.
-¿Dónde están? ¿Están armados? ¿Pistolas o espadas? ¿Están
escondidos, quizá detrás del sofá, Joan?
Sinjun se echó a reír y Colin sonrió embelesado al ver que ella volvía a
reír, aunque sólo fuera débilmente.
-¡Dios Santo! -exclamó Sofía mirando al marido de su cuñada—.
¡Pareces un bandido!
Colín llevaba una amplia camisa blanca que mostraba una parte de su
pecho velludo, un pantalón de montar negro y botas del mismo color, y con
la cara curtida por sol del verano y los cabellos revueltos por el viento pa-
recía realmente un bandido. Sofía se dio cuenta de la forma apasionada con
que Sinjun miraba a su marido. Sólo entonces se dio cuenta de lo pálida
que estaba su mujer y frunció el entrecejo. Fue deprisa al sofá y le puso la
mano en la frente.
-No tienes fiebre, gracias a Dios. ¿Cómo estás? ¿Por qué estas aquí
abajo? Philpot me ha informado de que apenas podías sostenerte de pie.
Bienvenidas, señoras. Y ahora, Joan, ¿qué demonios haces aquí abajo?
-Estaba empezando a enmohecerme en la cama -dijo ella mientras
levantaba la mano para tocar cariñosate su barbilla-. Estoy mucho mejor,
Colin. Son mis cuñadas, a Alex ya la conoces... Sofía, la mujer de Ryder.
Colín se mostró encantador pero todavía receloso.
-Es para mí un placer, señoras. Pero ¿dónde están sus maridos?
-Vendrán, seguro -contestó Sinjun-. Pero espero que tarden bastante.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Alex y Sofía son muy listas...


-Espero que sean más listas que tú. -Se volvió a las señoras y dijo-:
Cuando llegamos a mi casa de Edimburgo, Douglas y Ryder nos esperaban
completamente decididos a matarme. Sólo el arcabuz de mi criado nos
salvó.
-E hizo un enorme agujero negro en el techo del salón.
-Digno de ver -añadió Colin-. Por cierto, aún no he mandado repararlo.
Alex pareció muy interesada.
-Es extraño que Douglas no haya mencionado nada de eso. Me ha
hablado de tu casa de Edimburgo, Colin, pero nada de discusiones
violentas. ¿Cuándo fue la otra vez que te atacaron? Él tampoco mencionó
nada de eso. -Alex hubiera jurado que Colin se había sonrojado y su
curiosidad aumentó cuando vio que Sinjun reaccionaba igual que él.
Sinjun cambió de tema rápidamente:
-Colin, la Novia Secreta las ha enviado aquí.
-¿No es ése el fantasma de Northcliffe Hall del que has hablado a los
niños?
-¿Qué niños? -exclamó Alex arqueando las cejas.
Colin se sonrojó de nuevo mientras cogía con nerviosismo una taza de té
y se acomodaba en su silla.
-Tengo dos niños maravillosos -informó Sinjun sonriendo-. Philip y
Dahling. Tienen seis y cuatro años, y son encantadores, como los vuestros.
He hablado a Colin de los seres predilectos de Ryder.
-No mencionaste a los niños en tus cartas, Sinjun -le reprochó Sofía.
-Bueno, yo... -Aplazó la explicación para más tarde-. Colin, la Novia
Secreta fue a ver a Alex y le dijo que yo estaba enferma. Y como Alex y Sofía
estaban preocupadas por mí, han venido a verme sin dilación.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

A Alex no pareció importarle que cambiaran de tema. Ya averiguaría los


fascinantes secretos en su momento.
-Dijo no sólo que estabas enferma, sino también que te hallabas en
graves apuros.
-Oh, Dios -murmuró Sinjun y miró a su marido que parecía
sinceramente desconcertado. Douglas hubiera dicho sarcásticamente que
era una majadería sin precedentes y Ryder se hubiera reído a carcajadas.
-Mi mujer no se halla en ningún apuro, que yo cepa -dijo Colin-. Hay
pequeños problemas, pero nada que no pueda resolver yo solo. ¿Qué
demonios está ocurriendo aquí? Quiero la verdad ahora, toda la verdad.
-Hemos venido de visita y nada más. -Alex lo obsequió con una
espléndida sonrisa-. Nos ocuparemos de todo hasta que Sinjun esté otra
vez bien. ¿No es cierto, Sofía?
-Sí -asintió Sofía con la cabeza mientras se comía el segundo pastelito-.
Sabes, Colin, nosotras dos tenemos talentos domésticos diferentes y por
eso somos necesarias, para que todo marche sin contratiempos. Un té deli-
cioso, Sinjun.
Colin la miró con la frente arrugada.
-Joan tiene mucha suerte con sus parientes -dijo despacio.
-¿Joan? ¿De dónde has sacado ese nombre, Colin?
-Lo prefiero a su apodo de hombre.
-Sí, pero...
-A mí no me importa -dijo Sinjun y continuó-: Gracias por haber venido.
Me alegro muchísimo. -Y sin pensarlo, añadió-. Ha sido horrible...
-¿Qué quieres decir? -preguntó Sofía chupando la mermelada de
frambuesa que tenía en el dedo.
Sinjun lanzó una mirada elocuente a su marido y añadio enseguida:

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Más tarde, Sofía, hablaremos de eso más tarde.


Colin la miró con semblante hosco.
-Tú te vas ahora mismo a la cama, Joan. Tienes la cara blanca como mi
camisa y estás sudando a mares. Esto no me gusta. Ven, te llevaré arriba y
esta vez vas a quedarte en la cama hasta que yo permita que te levantes. -
Sin esperar a su respuesta la cogió en brazos y la llevó por la habitación. Al
llegar a la puerta dijo volviendo la cabeza-: Si queréis, podéis venir,
señoras. Así veréis una parte de la casa.
Alex y Sofía siguieron calladas a su cuñado por la escalera
increíblemente amplia, muy aliviadas porque Sinjun no estaba grave, pero
al mismo tiempo desconcertadas por la noticia de los niños, de cuya
existencia nos sabían nada, y sobre todo porque Sinjun había hablado de
cosas horribles.
-Considéralo una aventura -susurró Alex a Sofía tapándose la boca con
la mano-. ¡Cielos, mira a ese caballero del retrato! ¡Está desnudo!
Colin explicó sonriendo sin volverse:
-Es mi tatarabuelo, Granthan Kinross. Se dice que perdió una apuesta
con un vecino y tuvo que dejarse retratar desnudo. De todos modos hay un
tejo colocado estratégicamente delante.
-¿Qué clase de apuesta fue? -preguntó Alex. -Cuentan que Granthan fue
un joven muy fogoso y solicitado por las damas de los alrededores. Un
vecino dijo que Granthan no conseguiría seducir a su virtuosa mujer, y así
hicieron la apuesta. Pero la mujer era en realidad un hombre disfrazado, y
por eso perdió la apuesta y tuvo que dejarse retratar desnudo.
Sofía rió.
-Tienes razón, Alex. Esto es una aventura.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Después de la cena Sofía y Alex fueron al dormitorio de Sinjun para


hacerle compañía. Colin las dejó solas y fue la habitación de los niños.
-No, no volváis a preguntarme cómo estoy. Estoy bien, sólo que muy
débil. Me enfrié con un chapararrón que me mojó hasta los huesos, ni más
ni menos. Pero la tía Arleth intentó matarme.
Sofía y Alex la miraron atónitas.
-¿Hablas en serio? -preguntó Alex.
-Es una persona amargada -intervino Sofía-, creo que no está contenta
de que estemos aquí, pero ¿por qué iba a intentar matarte?
-No me quiere. Sólo desea mi dinero, y quizá ni eso, no estoy segura.
Cuando enfermé, Colin se encontraba en Edimburgo y ella abrió las
ventanas y me negó todos los cuidados, hasta el agua. Resumiendo, me
llevó al borde de la muerte. Philip cabalgó toda la noche para avisar a su
padre. Es un muchacho estupendo. Después lo intentó otra vez. No sé si lo
hacía en serio; tal vez etá algo trastornada. Habla mucho, pero casi todo lo
dice son desatinos. ¿Qué os parecen mis niños?
-Bueno, sólo tuvieron unos minutos de permiso para estar en el salón.
Los dos son el vivo retrato de su padre, lo que significa que son muy
guapos. Dahling se escondió detrás de la pierna de su padre chupándose el
dedo, y Philip vino a nosotras y dijo que se alegraba de que viéramos aquí.
Y añadió en voz baja que teníamos que cuidarte porque no quería que
volviera a ocurrirte nada malo. Tienes en él a un admirador, Sinjun, y creo
cuando sea mayor partirá el corazón a más de una dama.
-Espero que su padre no me rompa el mío.
-Por qué iba a hacerlo? -preguntó Alex-. Tienes todo lo que un hombre
desea en una mujer.
-Gracias -dijo Sinjun dando unos golpecitos cariñosos en la mano de su
cuñada.
-Hay problemas -dijo Alex-, y deberías contárnoslo todo, Sinjun. Tengo

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

el horrible presentimiento de que mañana a primera hora aparecerán


nuestros maridos gritando y exigiendo nuestras cabezas.
-No -repuso Sinjun enérgicamente-. Al menos, tenemos un par de días.
Lo habéis hecho muy bien. No les resultará fácil reunirse y organizar un
plan. ¿No has dicho que Ryder está en Ascot con Tony?
-Sí -contestó Sofía-, pero estoy completamente de acuerdo con Alex.
Mañana llamarán a la puerta y tú sabes cómo son. Douglas se pondrá como
un energúmeno porque Alex ha viajado en su estado sin su divino permiso,
y Ryder me sacará la piel por las orejas por ocultarle secretos.
Alex se echó a reír.
-No, no te preocupes por mí, Sinjun. Me siento en plena forma y no he
tenido náuseas desde hace un día medio. ¡Cuéntanos, Sinjun!
-Mientras estabais abajo cenando he elaborado un magnífico plan. Sólo
necesito un poco de tiempo para ponerlo en marcha.
-¿Un plan para qué? -preguntó Sofía.
Sinjun comenzó informando sobre los MacPherson pasó a contar lo de
Jane de las Perlas, un fantasma que Alex y Sofía aceptaron gustosas.
-¿Creéis que los fantasmas pueden comunicarse de algún modo entre sí?
-preguntó Alex pensativa aprovechando una breve pausa de Sinjun-.
¿Cómo podía saber la Novia Secreta que estabas enferma y necesitabas
ayuda? ¿Acaso se lo dijo Jane de las Perlas?
Nadie podía contestar esa pregunta, pero Sinjun exclamó de pronto:
-Dios mío, he olvidado volver a colgar el retrato de Jane de las Perlas y
los otros dos en su sitio. Se lo prometí. Espero que no se enfade.
-¿Conoces su origen?
-Sí, Jane de las Perlas exigió todas las perlas que pudo obtener de un
conde sin escrúpulos, un antiguo Kinross, que por lo visto la sedujo, la
abandonó y la mató. Le exigió además que mandase pintar su retrato

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

(según la imagen que recordaba su amante, por supuesto porque ya estaba


muerta) y que lo colgase entre el suyo y el de su mujer. Pues bien, cada vez
que retiraban el retrato le ocurría al señor o a la señora del castillo algo
desagradable. No morían fulminados por un rayo o algo parecido, sino que
enfermaban, por ejemplo, por haber comido algo en mal estado. No quiero
que me ocurra a mí. Tía Arleth ha descolgado los retratos porque esperaba
que me ocurriese algo malo. No puedo demostrarlo, pero sería muy propio
de ella.
-Una mujer horrible -dijoAlex-, pero con nosotras aquí no se atreverá a
atentar contra tu vida.
-Yo encuentro a Serena aun más extraña -puntualizó Sofía mientras se
arrodillaba delante de la chimenea y atizaba el fuego-. Es tan... irreal en su
modo de ser y vestir. El vestido que llevaba esta tarde era verdaderante un
sueño. Por cierto, ¿cómo podía permitirse un vestido tan caro si Colin no
tenía dinero? No me malinterpretes, Sinjun, ha sido amable con nosotros,
aunque algo enigmática, diría yo.
-Creo que está loca -comentó Alex.
-Es posible -convino Sofía pensativa-, pero a veces pienso que está
representando una comedia. No creo que esté tan alejada de la realidad
como parece.
-Me dijo que Colin no me ama, que ama a otra. Le gusta besarlo en la
boca cuando él menos lo espera. Por otra parte, parece que me acepta. No
cabe duda de que es una mujer extraña. -Sinjun se encogió de hombros y
bostezó-. Mañana le preguntaré quién ha pagado esos vestidos. Es una
buena pregunta.
-Suponiendo que tu marido te deje levantarte -dijo Sofía riendo
irónicamente.
-Dios mío, pareces muy cansada, Sinjun.
-Sólo necesito dormir -dijo Sinjun con firmeza-. Mañana habré
recuperado mis fuerzas, lo cual es necesario ya que mi plan no permite
demoras. Como mucho, tenemos dos días o vuestros maridos lo
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

estropearán todo.
-De acuerdo -dijo Sofía-. Esperemos que ocurra como dices y no se
presenten antes del viernes. Mañana desayunaremos contigo y podrás
contarnos tu plan con detalle. ¿De acuerdo?
-¿Qué plan? -preguntó Colin desde la puerta.
-Es tan sigiloso como Douglas -dijo Alex-. Resulta provocador.
-Nuestros planes para el día, por supuesto -dijo Sofía suavemente
mientras se levantaba y se sacudía la falda-. El reparto de las tareas de la
casa y todo eso. Ya sabes, temas sin interés para un caballero; el embarazo
de Alex y el bordado de los calcetines y las chaquetas de bebés, entre otras
cosas.
Los ojos azules de Colin brillaron maliciosamente.
-¿Qué te hace pensar que no me intereso por los asuntos de mujeres, mi
querida cuñada? Al fin y al cabo esos temas me afectan. En cuanto sea
posible veréis a Joan andando de un sitio a otro con la barriga hinchada.
-¡Colin!
-Quizá aprenda a hacer punto, Joan. Podríamos sentarnos delante de la
chimenea traqueteando las agujas y discurriendo nombres para nuestra
prole.
Sofía, sin hacer caso de sus comentarios, dijo:
-Ya está. Ahora tenéis fuego para varias horas. Gracias por permitir que
visitásemos a Sinjun, Colin. Vamos, Alex. Buenas noches.
Cuando se hubo cerrado la puerta, Colin se sentó al borde de la cama y
dirigió a su mujer una mirada escrutadora.
-Son tan peligrosas como sus maridos. Sólo sus tácticas son diferentes.
No me fío de ellas, ni de ti. Vas a contarme ahora mismo qué ocurre.
Ella bostezó de nuevo.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Nada en absoluto. Dios mío, creo que podría dormir durante una
semana.
-Joan, no debes entrometerte en mis asuntos -dijo él con una calma
inquietante.
-Por supuesto -afirmó Sinjun complaciente y se dispuso a bostezar de
nuevo, pero cambió de idea. Él frunció el entrecejo.
-Cuando regresé de Edimburgo, no dejabas de hablar. La fiebre no te
permitía refrenar la lengua. Repetiste continuamente que tenías que
protegerme. No es que eso sea nada especial o nuevo, pero MacPherson
está ahí. Mi querida esposa, te ordeno que no salgas del castillo. Dejarás
que sea yo quien ajuste cuentas con ese canalla.
-Es muy guapo -dijo Sinjun sin querer, quedándose sin aliento al
percatarse del desliz.
-¡Lo sabía! -exclamó Colin inclinándose hacia ella y poniendo las manos
en la cabecera de la cama a ambos lados de su cara-. Así que has visto a
Robbie. ¿Cuándo? ¿Donde?
Ella trató de encogerse de hombros, pero era difícil porque los dedos de
Colin se deslizaban por su cuello. Sinjun se preguntó si iba a estrangularla.
-Fui a dar un paseo a caballo y me encontré con él en lago Leven. Estuvo
un poco desagradable y me marché, eso fue todo, Colin.
-Mientes. -Se levantó suspirando.
-Está bien... Cogí su caballo. Nada más. Lo juro.
-¿Cogiste su caballo? Maldita sea, jamás hubiera creído que fueras capaz
de entrometerte en mis asuntos hasta ese punto. No, no digas nada más,
prométeme sólo que no abandonarás el castillo.
-No, no puedo prometerte eso.
-Entonces tendré que encerrarte en nuestro dormitorio. No tolero que
me desobedezcas, Joan. Robert MacPherson es peligroso. ¿Has olvidado la

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

herida de tu mejilla?
Sinjun no estaba preocupada; Sofía y Alex estaban aquí y las tres juntas
podrían salvar a Colin de cualquier peligro.
-Sí, estoy de acuerdo contigo -dijo ella-. Es peligroso a pesar de su
hermosa cara.
-Quizá tenga eso algo que ver con su perversidad. Cuando se hizo un
hombre adulto, los rasgos de su cara en vez de endurecerse se hicieron
más suaves. Tal vez intentó compensarlo con acciones violentas. Por tanto,
mujer, ¿me obedecerás?
-Tú sabes, Colin, que siempre trato de hacerlo. Pero en ciertas ocasiones
tienes que permitir que haga lo que considere oportuno.
-Sí, claro, y una de esas ocasiones es hacer el amor.
-En efecto.
-Te sientes muy segura porque sabes que no soy lo bastante canalla para
tomarte mientras estás debilitada por la enfermedad.
Sinjun inclinó la cabeza asintiendo.
Él suspiró mientras se mesaba los cabellos.
-Joan, no me porté bien contigo al venir a esta casa por primera vez.
-Fuiste una bestia repugnante.
-Yo no iría tan lejos, pero entretanto debo admitir que mis hijos te han
tomado mucho cariño. Mi hijo incluso ha arriesgado su vida para venir a
buscarme a Edimburgo.
-Lo sé y sólo de pensar en ello se me hiela la sangre. Es un muchacho
muy valiente.
-Es mi hijo.
Ella sonrió.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-También Dahling habla muy bien de ti, cuando puedo convencerla de


que se saque el dedo de la boca. Bueno, en realidad lo que quiere es tu
yegua. -Parecía algo desconcertado y, para sorpresa de Sinjun, un poco
contrariado.
-¿Admites que tengo el derecho y deber de ocuparme de los asuntos
domésticos?
-Supongo que no me queda otro remedio. MacDuff tenía que darme un
recado tuyo en Edimburgo. Dijo que no me robarías mi cofrecillo o algo así.
¿Qué querías decir con eso?
-Simplemente que no quiero quitarte nada, como aquel cofrecillo que
tenías que esconder en el tronco del roble para evitar que te lo arrebatara
tu hermano. Yo sólo quiero compartir lo que es nuestro. Yo no soy Malcolm
ni tu padre.
Él le volvió bruscamente la espalda.
-Al parecer, MacDuff se ha ido de la lengua.
-Lo único que él pretendía es que te comprendiera mejor. ¿Cuándo es tu
cumpleaños?
Ella meneó la cabeza y sonrió. Se preguntó cuáles serían sus poetas
favoritos. Después volvió a bostezas y esta vez no fingió.
-Tienes que dormir –dijo él-. No tengo la menor duda que tus hermanos
vienen pisando los talones a sus mujeres y te doy permiso para que me
protejas de ellos. Las damas no sabían que sus maridos habían irrumpido
en nuestra habitación.
-¡Gracias a Dios!
-Quizá debiera contárselo yo.
-¡Colin! Oh, estás bromeando...
-Sí. Pero dime, ¿saben Douglas y Ryder que sus mujeres están aquí?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Pues claro.
-¿Cómo han podido dejarlas venir solas? No, no contestes, no quiero
encanecer antes de tiempo. Colin se desnudó delante de la chimenea. Era
completamente consciente de que su mujer lo estaba mirando. -Me parece
muy imprudente por parte de Alex que haya venido. Corre el riesgo de
perder a su hijo por esta insensatez. Cuando tú estés embarazada harás lo
que te diga.
Sinjun sonrió porque sabía que estaba equivocado. Se había desnudado
y ella miraba fascinada su espalda musculosa, sus nalgas y sus piernas. Era
perfecto, no tenía la menor duda.
-¿Colin? -Su voz le pareció ronca a ella misma.
-¿Sí? -él se volvió despacio y Sinjun se dio cuenta de que sabía
exactamente lo que ella quería.
Tragó saliva y deseó que siguiera de pie para seguir contemplándolo.
Pensó que tal vez podría tomar lecciones de pintura y convencerlo de que
posara para ella.
-¿Sí, Joan?
-¿Dormirás esta noche conmigo? Quiero decir...
-Sí, ya sé que te gusta porque no es peligroso. Te besaré porque sé que
eso también te gusta.
Se acercó lentamente a la cama para que pudiera mirarlo a placer. Su
entusiasmo era maravilloso, como también lo era sentirse admirado por su
mujer. Entonces oyó que ella respiraba hondo y se miró a sí mismo. Estaba
excitado y ella volvía a tener miedo. Pero ¿qué esperaba? Él era un
hombre..., y deseaba que se recuperara lo antes posible. Toda esta
estupidez le crispaba los nervios.
-¿Te quedarás en casa, Colin?
-Sí, puesto que MacPherson está haciendo de las suyas, tengo que
pararle los pies. Y lo conseguiré solo, sin tu ayuda, Joan, ¿entendido?
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Además, por lo visto tengo que protegerte también de la tía Arleth.


-Te estoy muy agradecida, Colin.
Se metió en la cama junto a ella y la tomó en sus brazos. Estaban tan
pegados que casi podían sentir su aliento.
-Aún llevas el camisón puesto.
-Quizá sea mejor así.
-Probablemente tengas razón -dijo suspirando antes de besarla. Luego
sonrió-. Abre la boca, Joan. Has olvidado todo lo que te he enseñado... No,
no como una rana o una cantante de ópera... Así está mejor. Sí, dame, tu
lengua...
La deseaba y, si no estaba equivocado, ella no hubiera opuesto el menor
reparo a sus caricias, pero sabía que aún estaba muy débil y no quería que
volviera a enfermar. Así que le dio un beso en la punta de la nariz, volvió a
ponerse boca arriba y apretó suavemente su mejilla contra su hombro,
sintiéndose muy noble por ese gesto. Ella suspiró decepcionada y trató de
besarlo de nuevo.
-No, Joan. No quiero fatigarte. Relájate en mis brazos. ¿Es cierto lo que
dijo Philip? ¿Intentó la tía Arleth, matarte?
Sinjun temblaba de deseo e intentó en vano dominarse. Quería besarlo
hasta quedarse sin alientoto acariciar todo su cuerpo y besarlo, quería
volver a tomar su miembro con la boca y darle placer. Era tan difícil no
pensar que estaba junto a ella. Deslizó despacio una mano en su vientre y
le tocó el vello pubiano.
Colin cerró los ojos y se mordió el labio.
-No, Joan, no sigas, cariño. Quita la mano de ahí y contesta a mi
pregunta.
Ella comprendió de pronto que también a él le resultaba difícil
dominarse y agradeció la preocupación que mostraba por su salud, pero
con gusto hubiera corrido el riesgo de una nueva fiebre. Sus dedos de
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

deslizaron más abajo y tocaron su miembro. Él se estremeció apartándose


bruscamente y ella renunció exhalándo un profundo suspiro.
-No intentó envenenarme o algo parecido, pero sí deseó mi muerte, de
eso no cabe la menor duda. Incluso abrió las ventanas para acelerar mi
salida de este mundo. Después de tu regreso me encontró una vez sola y
habló de ahogarme con un almohadón. Pero se dio cuenta que la
descubrirían. Dijo que yo lo había arruinado todo y que le amargaría la
vida aún más. Dijo tantas cosas aquel día, Colin, y también en otras
ocasiones, y algunas de ellas las he confirmado durante tu ausencia de
otras fuentes.
Le contó que la tía Arleth había prohibido a la señora Seton limpiar la
casa y que había fantaseado sobre un kelpie que era el padre de Colin,
mientras que el antiguo conde sólo la había amado a ella y no a su
hermana, que no era más que una loca aliada con el demonio. Colin hizo
muchas preguntas, pero no quedó claro. Cuando al fin apenas pudo
articular una palabra de cansancio, le dio un beso en la sien y dijo:
-Me ocuparé de que abandone Vere Castle. Representa un peligro para sí
y para todos nosotros. Quién sabe el daño que podría hacer a los niños si
de pronto se le antojara. Es extraño que no me haya dado cuenta antes de
sus rarezas, sólo de su aversión hacia mí, pero no me molestaba. Ahora
duerme. Sí, pon la mano en mi pecho. Ése no es un lugar tan peligroso.
Ella sonrió en su hombro. No podría pasarle nada estando con él, ella
haría lo que tenía que hacer. Colin podía actuar lo imperiosa y
despóticamente que quisiera; no le serviría de nada. Contra tres mujeres
no tenía ninguna posibilidad..., ni la más remota.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

16
Douglas y Ryder no aparecieron al amanecer en Vere Castle, para gran
consuelo, y al mismo tiempo preocupación de sus mujeres. A las ocho de
esa mañana, durante desayuno en el dormitorio de Sinjun, Sofía
exteriorizó al fin su preocupación:
-Pero ¿dónde están? ¿Crees que les ha ocurrido algo, Alex?
-No, no lo creo -respondió Alex frunciendo el entreceejo-. Empiezo a
creer que están enfadados y que no vendrán para darnos una lección.
Douglas quizá se ha hartado de que sus intentos de imponerse sean
infructuosos la mayoría de las veces y por eso me castiga con su ausencia y
aparente indiferencia.
Sinjun miró a sus dos cuñadas y no pudo evitar echarse a reír, a pesar de
las atroces miradas que tuvo que soportar.
-No puedo creer lo que estáis diciendo, parece como si quisierais que
viniesen ahora mismo.
-¡Claro que no, querida!
-¡Qué absurdo!
Sinjun observó las caras sombrías una después de la otra
-¿Ha pensado al menos una de las dos en enviar una carta para desvelar
vuestro paradero?
Alex miró a Sinjun indignada:
-Naturalmente que he dejado un recado a Douglas ¿Por quién me
tomas? No quiero que Douglas esté preocupado.
-¿Y qué le has escrito?
-Bueno, que iba a ver a Sofía. ¡Oh, maldita sea!
Sinjun guiñó un ojo a Sofía, que estaba mirando enfurecida a sus zapatos

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

de color verde claro.


-¿Y tú? ¿Dijiste a Ryder adónde ibais tú y Alex?
Sofía meneó la cabeza sin levantar la vista de sus zapatos.
-Sólo le he escrito que íbamos a visitar los lugares de interés de los
Cotswolds y que le escribiría para decirles cuándo volveríamos.
-¡Oh, no, Sofía, no puede ser verdad! -Alex le arrojó un almohadón-. No
puedo creer que no le dijeras la verdad.
-¿Y tú qué? -Sofía le devolvió el almohadón con toda su fuerza-.
Tampoco has dicho a Douglas la verdad. Sin embargo, tú estabas en la feliz
situación de no tener que ocultar más que parte de la verdad, mientras que
yo tenía que mentir.
-¡No necesitabas mentir! Si hubieras pensado un poco... Pero no lo
hiciste, pedazo de...
-¡No se te ocurra llamarme imbécil!
-No te he llamado imbécil, pero si te va el zapato...
-¡Basta ya! -exclamó Sinjun tratando de contener la risa por todos los
medios. El pecho exuberante de Alex palpitaba con fuerza y Sofía tenía la
cara roja y los puños cerrados apretados contra los costados.
Tras un largo silencio, Alex preguntó con voz lastimera:
-¿Y qué vamos a hacer ahora?
-Ryder y Douglas hace tiempo que habrán adivinao adónde habéis ido,
estoy segura -declaró Sinjun resueltamente-. Si queréis, podéis escribirles y
yo enviaré a un mozo de cuadras a Edimburgo. Pero no lo considero neces-
ario.
-¡Tardaríamos demasiado!
-Insisto en que no es necesario -repitió Sinjun-. Podéis creerme.
Vuestros maridos no tardarán en presentarse. Estoy convencida de que el
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

viernes estarán aquí. Ahora ¿podéis daros las manos para que pasemos de
una vez a los asuntos verdaderamente importantes?
Sinjun se sentía bien mientras veía a sus cuñadas abrazándose, aunque
no dejaron de gruñirse por eso. Se sentía más fuerte que el día anterior, al
menos lo suficiente para entrar en acción, sobre todo porque por fin podía
pensar con claridad.
Discutieron el plan hasta que Sinjun estuvo satisfecha y segura de haber
previsto todas las circunstancias que podrían surgir. Alex y Sofía se
mostraron disconformes, pero Sinjun las convenció de que no había otra
alternativa.
-¿Preferiríais que lo matara de un disparo y arrojara su cuerpo al Leven?
-Con este argumento Sinjun superó la última resistencia de sus
cuñadas. El día anterior después de comer ya había escrito una carta, había
hecho ir a Ostle y le había encomendado una misión, no sin antes hacerle
jurar que guardaría el secreto. Ahora sólo esperaba que mantuviese la boca
cerrada.
-Actuaremos esta mañana. No podemos contar con que nos quede un
día más. A diferencia de vosotras, yo confío plenamente en Douglas y
Ryder.
Tanto Alex como Sofía iban armadas con pistolas de bolsillo y las dos
sabían disparar, aunque no tan bien como Sinjun.
-La Novia Secreta habló de problemas -dijo Alex- y no somos idiotas,
aunque no pensáramos en todo... ¿Dónde tienes tu pistola, Sinjun?
Sinjun sacó la pequeña pistola de debajo de la almohada.
-Esta mañana me siento con fuerzas suficientes para ejecutar nuestro
plan. Me aseguraré de que Colin esté ocupado con otras cosas para que no
pueda prestar atención ni a vosotras ni a mí. Ahora venid aquí y escuchad
atentamente.
Pero librarse de Colin no resultó tarea fácil. Al fin, Sinjun ya no sabía
qué hacer y no vio otra salida que empezar a toser de modo lastimoso,

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

retorciéndose de dolor entre accesos de tos ronca que la asfixiaban y


convulsionaban hasta verter incluso lágrimas.
-¡Creí que estabas mucho mejor! -dijo Colin mientras friccionaba con
fuerza su espalda. Hizo prometer Alex y Sofía que cuidarían de ella
mientras iba a buscar al médico, lo que hicieron de buen grado, puesto que
en rea lidad no habían pensado en dejar a Sinjun, que, por otra parte,
sentía grandes remordimientos por abusar de los solícitos cuidados de
Colin. No obstante, sabía que tenia que mantenerse firme.
«Si los hombres no fueran tan tercos...», pensó Sinjun, pero sabía que
ése era un deseo absurdo.
-Me encuentro maravillosamente -contestó Sinjun a Alex mientras se
ponía un vestido de montar azul raído por el uso y los años-. Es posible que
después no me sostenga de debilidad y cansancio, pero ahora me siento
perfectamente. No debéis preocuparos. Debemos hacer esto antes de que
se presenten vuestros maridos, y eso va a ocurrir antes de lo que pensáis.
-¿Adónde vas?
Era Philip. Sin prestar atención a Alex ni a Sofía fue directamente a
Sinjun y se detuvo delante de ella con las manos apoyadas en las caderas.
-¿Adónde vas? -volvió a preguntar-. Llevas puesto un traje de montar,
no un camisón. A papá no le guastará, Sinjun, y a mí tampoco.
Sinjun hubiera querido acariciarle el cabello, pero se contentó con
sonreírle.
-Voy a enseñar a tus tías los alrededores. Me siento muy bien, tendré
cuidado y regresaré en cuanto me canse un poco.
-¿Dónde está papá?
-Seguramente examinando facturas con el señor Seton o visitando a
nuestros colonos. Ha estado tres semanas fuera y ahora tiene mucho que
hacer. ¿No se lo has preguntado?
-Cuando bajé, ya se había marchado. Dahling se ha vuelto medio loca y
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

ha mordido a Dulcie en la pierna. He tenido que proteger a Dulcie.


-Podrías vigilar un poco a la tía Arleth mientras yo procuro ser una
buena anfitriona.
Su rostro se iluminó.
-Sí, lo haré con gusto, pero no te canses demasiado por favor.
-Te lo prometo. -Mientras veía marcharse a Philip sintió cómo los
remordimientos le desgarraban el alma-. No quería hacerlo, pero él es tan
protector como su padre.
-Eres una actriz maravillosa -dijo Alex mientras bajaban sigilosamente
por la escalera-. Desgraciadante yo no soy tan buena.
-Odio hacerlo, pero no tengo otra opción -dijo Sinjun suspirando-. Se
trata de proteger la vida de Colin. Es muy importante para mí. Si llega a
descubrir lo que hemos hecho, lo comprenderá.
-Tu optimismo es ilusorio -intervino Sofía-. Es hombre y no quisiera
estar en tu pellejo si llega a enterarse. La comprensión no es una virtud
muy extendida entre los hombres y mucho menos si se trata de su propia
esposa
-Sofía tiene razón -dijo Alex-. Si Colin se entera, y por experiencia sé que
los maridos se enteran de todo ello que uno no quiere que sepan, se pondrá
hecho furia por haber corrido peligro; y, siendo un hombre te reprochará
que lo hayas hecho. Los hombres poseen sru propia lógica y nosotras, las
mujeres, no la comprendemos.
-Un hombre no puede aceptar que haya algo que no pueda hacer -
continuó Sofía-, y si su mujer consigue algo que él no consigue,
enloquecerá de furia y le reprochará su éxito.
-Ya lo sé -convino Sinjun-. Después de todo, estoy casada y he
averiguado que Colin no se diferencia tanto de Douglas y Ryder. Pero esta
vez sin duda comprenderá que no tenía otra opción.
-Sin duda lo comprenderá -ironizó Alex.
Espe
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-Por supuesto... -añadió Sofía.


-Es posible que nunca lo descubra -se consoló Sinjun.
-Estás soñando, querida -dijo Alex.
-Así es -asintió Sofía.
Inmersas en pensamiento sombríos, las tres damas se dirigieron a toda
prisa a las cuadras. Sinjun mandó a Ostle que ensillara a Fanny y a otros
dos caballos.
-Esto no me gusta, señora -repitió Ostle una y otra vez-. No es correcto.
-Tú cerrarás la boca, Ostle -dijo Sinjun con tal resolución que sus
cuñadas la miraron asombradas-.En cuanto nos hayamos marchado, irás a
Edimburgo a hacer las indagaciones de que hemos hablado. Es muy
importante que nadie averigüe nada y que regreses lo antes posible y me
informes a solas. ¿Lo has entendido, Ostle?
Aunque todo este asunto le resultaba sospechoso, inclinó la cabeza
resignado. El bolsillo de Sinjun, repleto de guineas, pesaba más que su
deseo de informar al conde.
Desgraciadamente, además de Fanny en los establos, sólo había una
yegua apropiada para una dama.
-No importa -dijo Sinjun-, yo cogeré a Argyll, Sofía montará a Fanny y
Alex tendrá que contentarse con Carrot.
-Ah, señora... Argyll no está de muy buen humor hoy. Su señoría quería
montarlo, pero se puso tan insoportable que prefirió llevarse a Gulliver. No
hace ni diez minutos que se ha marchado.
Gulliver era el bayo que Colin tenía en Edimburgo y con el que había
regresado a casa con Philip. Sinjun dijo resueltamente:
-Tanto si se pone insoportable como si no, ensíllalo ¿Dijíste diez
minutos...? Date prisa, Ostle, y no te preocupes. Todo saldrá bien.

Espe
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Unos minutos más tarde partieron al galope por la avenida. El aire


cálido y suave acariciaba sus caras y la bóveda de follaje centelleaba sobre
sus cabezas atravesada por los rayos solares de la mañana.
-¡Qué hermoso! -exclamó Sofía entusiasmada, volviendo la cabeza para
mirar al castillo que se alzaba al lado de la avenida.
-Sí -asintió Sinjun-. Colin dice que uno de sus antepasados (el que está
pintado desnudo) mandó plantar los árboles a ambos lados de la avenida.
Fue una idea estupenda, aunque no se pueden comparar con los jardines
de Northcliffe Hall.
—Quizá no, pero haré plantar los árboles del mismo modo en nuestra
avenida de Northcliffe Hall –dijo Alex-. ¿Qué creéis que son? ¿Pinos,
abedules, robles...? Sinjun sabía que las dos estaban aterrorizadas por su
plan. Alex trataba de distraer su atención hablando de árboles, Sofía
parecía más contrariada que un general derrotado, con la vista clavada en
las orejas de Fanny, y Sinjun guardaba silencio. Afortunadamente Argyll
se portó como si estuviera contento de llevar excepcionalmente a una dama
sobre sus anchos lomos.
-El castillo de los MacPherson está a unos diez kilóros de aquí -informó
Sinjun tras una breve pausa-, conozco un atajo; Ostle me lo ha descrito.
¿Estáis seguras?
-Este asunto no me gusta -dijo Sofía- y a Alex tampoco. Tiene que haber
otra posibilidad. Es muy peligroso. Puede suceder cualquier cosa.
Sinjun meneó la cabeza.
-No hay otra posibilidad. No podemos dejar a MacPerson la iniciativa.
Ya ha intentado una vez (tal vez dos) matar a Colin, y la segunda me hirió a
mí por equivocación. Sus cuñadas se quedaron sin aliento; ella no les había
contado hasta entonces nada del intento de asesinato en Edimburgo. Pero
Sinjun continuó inflexible:
-No, debo tomar la iniciativa. Le sorprenderemos. Ya sé que podrían
surgir problemas imprevisibles, pero no se me ha ocurrido nada mejor.
Además, saldrá bien. Ostle averiguará en Edimburgo la información que
Espe
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necesitamos. Todo este asunto debería estar concluido en dos días a lo


sumo. E incluso si se presentaran vuestros maridos, yo conseguiría
evitarlos y acabar el asunto. Después Colin puede vociferar y aporrear la
mesa todo lo que quiera, si averigua lo que he hecho. No me importará,
incluso disfrutaré porque sabré que está a salvo.
-Tu marido no se limitará a vociferar y a aporrear la mesa, sino que nos
matará a todos.
-Por supuesto que se dará cuenta de que le he mentido, pero ¿cómo va a
descubrir la verdad?
-¿Y qué mentira has inventado para explicarle tu ausencia y la nuestra? -
preguntó Alex. Levantó la mano- Y eso sin contar con los días siguientes.
Incluso sin la interferencia de nuestros maridos resultará muy difícil
engañar a Colin. Así pues, ¿qué vas a decirle hoy?
-Francamente, no tengo la más remota idea, pero en cuanto Colin
empieza a gritar, se me ocurre algo grandioso. Siempre es así. Cada cosa a
su tiempo. Adelante.
Argyll se puso en cabeza al galope. Encontraron muy poca gente por el
camino y la marcha se hizo cada vez más dificultosa a medida que se
adentraban en las colinas. El brezo de color rojo crecía por doquier entre
las rocas afiladas, confiriendo al paisaje un aspecto de salvaje belleza.
-¿Estás segura de que esto es un atajo? -pregunto Alex.
Sinjun asintió con la cabeza.
-Creo que estamos a punto de llegar.
Así fue. San Monance Castle, la casa señorial del clan de los
MacPherson, estaba situado al final del lago Pilchy, una masa de agua
estrecha que había ido perdiendo profundidad en los últimos cien años.
Alrededor del lago había suficientes tierras de cultivo, como pudo
comprobar Sinjun. Sin embargo, el castillo parecía bastante abandonado.
Los muros de piedras grises estaban erosionados y agrietados, y del
antiguo foso, que estaba empantanado y cubierto de maleza, ascendía un

Espe
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hedor casi tan fuerte como el de la ciénaga de Cowal.


-Este castillo también necesitaría urgentemente una rica heredera.
-Por lo que he averiguado, casi todos los clanes de Escocia se encuentran
en graves apuros económicos, especialmente en las tierras altas. Nosotros,
en la península de Fife, tenemos suficiente tierra de cultivo. Aquí no ne-
cesitamos criar ovejas ni echar a la gente de sus tierras, que es lo que está
pasando en las tierras altas. No sé por qué los MacPherson son pobres. -
Sinjun respiró hondo-. Espero que Robert MacPherson esté esperándome.
Como os he dicho, le he escrito comunicándole que vendría esta mañana,
sola. Si no está, habrá fracasado el plan. Quedaos aquí y escondeos. Y
deseadme suerte para que todo vaya bien, porque si este plan falla, no sé lo
que deberé hacer. ¿Creéis que estoy bastante aceptable? ¿Lo bastante para
despertar su deseo?
-Ya lo creo -aseguró Sofía sinceramente.
Ésta era la parte del plan que preocupaba a Alex y Sofía, aunque Sinjun
parecía muy segura de sí misma.
-Ostle ha jurado que entregó la carta -dijo ella, y sus cuñadas cruzaron
miradas y optaron por guardar silencio. Se detuvieron en medio de un
bosquecillo de abedules y abetos y se dispusieron a esperar.
-Si no has regresado dentro de media hora, iremos a sacarte de ahí -
exclamó Alex.
Sinjun cabalgó hasta la misma entrada del castillo. Argyll ahuyentó a su
paso a los pollos, las cabras y los perros que encontró a su paso. Fuera del
castillo había una docena de hombres y mujeres que dejaron sus ocu-
paciones para ver pasar a la dama.
Ella vio cómo dos hombres la miraban y a continuación desaparecieron
por las grandes puertas guarnecidas de hierro. Detuvo a Argyll en el
escalón de piedra más bajo y sonrió a la gente.
Y entonces apareció Robert MacPherson en el umbral, la miró fijamente
por un momento y bajó los desgastados escalones hasta situarse a su

Espe
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altura.
-Ha venido -dijo con los brazos cruzados delante del pecho-. Me
pregunto, señora, por qué ha venido sola a mi cueva y por qué no hay
miedo alguno en sus hermosos ojos azules.
Ella pensó que era muy guapo, cada uno de sus rasgos estaban
finamente trazados, desde el arco perfecto de sus cejas rubias hasta su
nariz delgada y aristocrática. Sus ojos eran tan hermosos como los suyos.
Sinjun se contentó con mirarlo asombrada por unos instantes.
-¿Quiere dar un paseo conmigo? -preguntó ella.
Robert MacPherson echó la cabeza hacia atrás riendo.
-¿Me considera tan necio? Sin duda su marido se encuentra escondido
en aquel bosquecillo de abedules con una docena de hombres para
abatirme a disparos.
-Eso es absurdo. ¿O considera a Colin Kinross un canalla tan falto de
honor que enviaría delante a su mujer para cazar a su enemigo?
-No -admitió MacPherson-, Colin tiene demasiado orgullo para hacer
eso. No es una cuestión de honor. Se ha casado con un hombre arrogante,
mi querida amiga, demasiado orgulloso y extremadamente malicioso.
Vendría personalmente a caballo hasta mi puerta para desafiarme.
-Así pues, ¿lo considera también un valiente?
-No, su excesiva vanidad le induce a cometer estupideces.
Probablemente moriría sin comprender cómo pudo ocurrir. ¿Ha venido
usted a desafiarme?
-Al parecer no ha entendido mi carta. ¿He hecho este viaje para nada?
-Oh, no, le aseguro que he entendido cada palabra, querida señora. Su
criado casi se meó en los pantalones de miedo. Pero usted no, y eso me
interesa. Y sin embargo, debo confesar que no comprendo por qué quiere
conocerme mejor. En nuestro último encuentro no dio la impresión de que
le importase mi compañía. De hecho, me enojó bastante, porque tuve que
Espe
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hacer una larga marcha a pie.


-Por su propia culpa. Me subestimó por ser una mujer. Francamente, se
comportó como un palurdo. No me gusta que me amenacen o me fuercen.
Pero ahora le doy oportunidad de mostrar sus buenos modales y de obteter
así quizá a una amiga.
-Pero ¿por qué? Todo esto es muy interesante...
Sinjun se inclinó hacia él y susurró:
-Usted es muy hermoso y eso me excita. Quiero saber si es un auténtico
hombre o sólo un bello joven pavoándose con un cuerpo de hombre.
Sus ojos se contrajeron de furia. La agarró, pero ella levantó la mano
suavemente y le puso la pistola bajo la nariz.
-Le he dicho que no me gustan los palurdos, señor. Y ahora, ¿querría
demostrarme qué es? ¿Un bello muchacho o un hombre con deseos de
hombre?
De pronto, sus ojos mostraron un apetito animal y vehemente. Ella
había ensayado esa escena varias veces el día anterior y era evidente que lo
había conseguido, pero esa pasión la alarmaba.
-¿Y cómo sabré que no me matará en el bosque con su preciosa pistolita?
Ella sonrió.
-No hay una garantía.
Él la observó durante un rato.
-Está pálida. ¿Quizá está un poco asustada?
-Un poco. Al fin y al cabo sus hombres podrían estar al acecho para
matarme. Aunque tal vez sería perjudicial para su reputación matar a una
mujer. Además, creo que hay que vivir la vida al máximo y para ello hay
que correr riesgos. ¿Sus hombres están escondidos en algún sitio?
-No. Como dijo antes, usted sólo es una mujer, y además inglesa y la hija
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de un conde. Pero jamás había encontrado a una como usted. Me fascina.


¿Por qué se casó con Colin si no lo amaba? Sólo lleva dos meses casada ¿no
es así?
-Tal vez ya sabe que en todo este tiempo sólo hemos pasado unos días (y
noches) juntos. Él está casi siempre en Edimburgo y yo tengo que
quedarme en ese montón de ruinas que es su castillo. Me aburro, señor, y
usted parece algo fuera de lo corriente. En cuanto le vi, supe que era
completamente diferente a Colin. Me parece muy atractivo.
Él la miró atentamente y dijo al fin:
-Acompáñeme a las cuadras. Voy a coger mi caballo y cabalgaremos a un
lugar secreto donde le mostraré que un hombre puede ser atractivo y al
mismo tiempo estar dotado de espléndidos atributos.
-¿Tan espléndidos como los de Colin?
Al oírlo, él se irguió con orgullo.
-Yo podría decir muchas cosas de mi marido, pero le aseguro que es un
auténtico hombre. Lo que ocurre es que no me hace caso, sólo le importa
mi dinero.
-Es una nulidad -dijo MacPherson al fin-. Pronto se lo demostraré.
Sinjun dudó de que eso fuera cierto, pero mantuvo 1a boca cerrada.
Después de todo quería que la acompañara, no que la tirara del caballo
despotricando. De verse obligada a dispararle en sus propias tierras, su
situación sería muy comprometedora.
Diez minutos más tarde, Robert MacPherson estaba rodeado por tres
damas a caballo que le apuntaban sus pistolas.
-Así pues, yo tenía razón -dijo él dirigiéndose Sinjun.
-En absoluto. Colin no sabe nada de esto. Su sentido del honor le impide
dar caza y eliminar a un canalla como a usted. Por eso nosotras hemos
decidido librarle de esa pesada carga. No puedo tolerar que intente matarlo
como hizo en Londres o Edimburgo. Además, no debería haber quemado
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las cabañas de nuestros colonos y matar a los hombres. Ahora pagará por
sus crímenes y yo me sentiré muy aliviada de saber que está lejos de aquí.
A propósito, mi marido no mató a su hermana. ¿De verdad cree que podría
matar a una mujer (a su propia mujer) cuando no es capaz de eliminar a un
gusano como usted?
-Estaba harto de ella.
-Un argumento convincente, porque usted me está hartando con sólo
dos encuentros, de modo que estoy tentada de arrojarlo por un
despeñadero. Pero no lo haré, aunque sea usted un fanfarrón y un tipo
innoble y rastrero. Sé que su padre es un hombre decente y no quiero
angustiarlo innecesariamente. ¡Basta ya! Alex, Sofía, ya he dicho lo que
tenía que decir. ¿Lo atamos al caballo?

Colin no podía creerlo, pero después empezó a maldecir hecho una furia.
Poniéndose delante de su hijo, dijo con aparente tranquilidad:
-¿Insinúas que tu madrastra y tus dos tías se encuentran en este
momento paseando por ahí?
-Eso es lo que dijo Sinjun, papá, que se sentía maravillosamente y que
quería mostrarles nuestras tierras. Yo le he preguntado dónde estabas tú
y... supongo que no me ha dicho la verdad.
-¡Lo que quieres decir es que ha mentido! Maldita sea, voy a enseñarle
quién soy, la encerraré en mi dormitorio, la...
-Milord -lo interrumpió el doctor Childress tocando a Colin en la manga-
. ¿Qué ocurre, milord? ¿La condesa no ha sufrido una recaída?
-Mi mujer -dijo Colin entre dientes- ha simulado estar enferma para
librarse de mí. ¡Por mil demonios! ¿Qué estará tramando?
Se volvió y corrió hasta Gulliver, que estaba mordisqueando las rosas

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blancas de tía Arleth junto a la escalinata.


Philip explicó al doctor:
-Me temo que mi madre ha enojado a mi padre. Será mejor que lo
acompañe para protegerla. Discúlpeme, señor. -Y Philip salió corriendo
tras él.
El doctor Childress se quedó solo, siguiendo perplejo con la mirada a
Philip. Conocía a Colin desde su nacímiento y le había visto crecer hasta
convertirse en un hombre recto y orgulloso. Había visto cómo su padre y su
hermano habían tratado de estropear su carácter sin conseguirlo.
Murmuró pensativo:
-Me temo que la joven señora ha desatado a un tigre
El tigre se detuvo a cubierto entre unos pinos y miro hacia el Monance
Castle. Gulliver resoplaba con fuerza Colin le daba unas palmadas suaves
en el cuello mientra, observaba el castillo.
-¡Eres un tipo estupendo, Gull! Te juro que mi mujer lamentará el
disgusto que nos ha dado. Además -continuó hablando a su caballo-, al
parecer Ostle se ha puesto enfermo y está en la cama. ¡Qué casualidad! Es
increíble. ¡Y además ha tenido la insolencia de llevarse a Argull! -Colin se
estremecía de horror mientras desahogaba su corazón a Gulliver que, sin
prestarle la menor atención, cabeceaba para espantar a las moscas.
Colin no apartó la vista del castillo, aunque no pudo apreciar nada
anormal, ningún movimiento de gente ni gritos, todo parecía
completamente normal. Podían verse algunas personas que parecían
ocupadas en sus quehaceres diarios.
¿Qué habían planeado Joan y sus cuñadas? ¿Qué estaban tramando?
¿Habían venido aquí realmente?
Tras otros diez minutos de tediosa observación, llegó a la conclusión de
que estaba perdiendo el tiempo. Sin no quería llamar a las pesadas puertas
de hierro de San Monance y preguntar dónde estaba su mujer, lo mejor
sería que regresara a casa. Impulsado por la rabia mezclada con una buena

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dosis de miedo, había actuado como un loco insensato, sin pensar antes si
era o no conveniente lo que iba a hacer.
Pero ¿dónde se hallaban Joan y sus queridas cuñadas?.
Respiró hondo, dio la vuelta a Gulliver y vio de pronto a Philip, que
estaba tranquilamente sentado a horcajadas sobre su poni. Colin tuvo que
admitir que no se encontraba en plena forma, ya que ni siquiera había
advertido que le seguía su hijo. Cabeceó. En silencio, padre e hijo
regresaron a casa completamente entregados a sus pensamientos.
Colin ni siquiera se sorprendió de ver en las cuadras a los tres caballos
en sus casillas como si estuvieran muertos de hambre. Hasta un ciego
podía a ver que estaban agotados. Argyll echó un vistazo a su amo como si
quisiera decirle: «Esta vez sí que lo ha hecho bien, amigo mío»

Colin sonrió, aunque no de alegría. Parecía dispuesto a matar. Se dirigió


a la casa a grandes zancadas golpeándose el muslo con la fusta al ritmo de
sus pasos, con Philip detrás pisándole los talones.
No dijo una palabra a nadie y cuando Philip quiso decir algo, él meneó la
cabeza y subió por las escaleras a toda prisa.
-Recuerda, papá -exclamó Philip-. ¡Recuerda que ha estado enferma!
-Antes de que acabe con ella deseará volver a estarlo -vociferó Colin por
encima del hombro.
Se encontró a la tía Arleth, que sonrió satisfecha al ver su enojo. Colín
pudo ver en su rostro hasta qué punto deseaba que matase a su mujer. Pero
eso era sólo un deseo inocuo comparado con el suyo. Él estaba dispuesto a
torturarla, a estrangularla lentamente. Emma salía de uno de los
dormitorios de las señoras, vio al conde y se volvió para volver a entrar
presurosamente.
-Muy listas -dijo entre dientes. Deseaba asaltar el dormitorio y empezar
a gritar, pero consiguió dominarse en el último instante. A esas damas

Espe
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había que tratarlas con cuidado. Estaban acostumbradas a hombres vocife-


rantes. Por tanto, vociferar no serviría de nada y desde luego no se
echarían a temblar y a confesar la verdad muertas de miedo.
Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para controlar su ira, Colin
abrió la puerta suavemente. Era extraño, pero no se sorprendió en absoluto
de ver a las dos mujeres sentadas en sus sillas, elegantemente vestidas
como si fueran damas de sociedad dispuestas a tomar té, mientras Sinjun
estaba acostada en la cama, con los cabellos sueltos y vestida con una bata
adornada con encajes. Parecía muy joven e inocente y tenía un libro en la
mano. Todo parecía tranquilo, era una escena idílica. Podría haber sido un
salón inglés de Putnam Square. No había ni un cabello desordenado en sus
cabezas, ni la menor arruga en sus vestidos. Las tres damas lo escrutaban
con la mirada como si tuvieran ante sí a un intruso, y esa mirada parecía
decir: «Cielos, un caballero, qué extraño. Ha venido sin invitación. ¿Qué
vamos a hacer con él?»
Sinjun exclamó con voz dulce y amable:
-Oh, Colin, me alegro de que hayas vuelto. Perdóname por hacerte ir a
buscar inútilmente al doctor, pero en cuanto te fuiste me sentí mucho
mejor. Traté de avisarte, pero ya habías salido. Como puedes ver, estoy
bien. ¿No te alegras?
-Lo que veo -dijo Colin con voz queda mientras entraba en la habitación-
es una perfecta puesta en escena de la que estaría orgulloso cualquier
teatro londinense. Las tres tenéis un gran talento. De Joan hacía tiempo
que conocía la rapidez vertiginosa con que actúa (sólo tengo que pensar en
nuestra escapada a Escocia, pero ahora veo que vosotras dos no andáis a la
zaga. Incluso el color de vuestros vestidos armoniza con la bata de Joan.
¡Admirable! Os felicito.
Sinjun no dijo nada. Sus cuñadas le imitaron, con expresión de
desconcierto inconfundible en el rosto y las manos inmóviles en sus
regazos.
Se acercó a Sinjun y se sentó a su lado. Le acarició ligeramente la mejilla
con las yemas de los dedos y ella se ruborizó al instante. Él estaba tan

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furioso que la hubiera estrangulado. Miró con nostalgia su blanco cuello.


Su cabello era suave y atractivo, espeso y ondulado. Guardó silencio,
mirándola y acariciando su cara y su cabello.
Sinjun había creído que irrumpiría en la habitación gritando como un
energúmeno. Su extraña calma la inquietaba hasta el punto de que no sabía
qué decir. Decidio esperar.
-Qué aspecto tan encantador tienes -dijo Colin al cabo de unos
segundos-. Tan limpio y cuidado, y ni siquiera hay el más mínimo olor a
caballo.
-Sólo hemos paseado un rato. Me he cansado enseguida.
-Sí, lo supongo. Pobre tesoro mío, ¿estás segura de que te sientes mejor?
¿No hay peligro de que tengas una recaida?
-Claro que no, Colin, me siento en plena forma. Pero agradezco tu
preocupación.
-Por supuesto. Y ahora quiero que me digas la verdad. Te lo advierto, si
mientes, te castigaré.
-¿Castigarme? La verdad, ésa no es una forma muy civilizada de hablar.
-En este momento no me siento en modo alguno civilizado, sino todo lo
contrario. Cuéntamelo todo, Joan. –Su voz era calmosa y queda, pero sus
palabras... Sinjun pensó que no podía ser más peligroso que Douglas o
Ryder.
Ella lanzó una ojeada suplicante a sus cuñadas, que parecían clavadas a
las sillas, y Sofía acudió realmente en su ayuda.
-Cielo Santo, Colin, sólo hemos ido a dar un paseo, nada más. Pero
Sinjun se ha sentido un poco débil, hemos vuelto enseguida y la hemos
metido en la cama. ¿Vas a enfadarte con nosotras por eso?
-Mientes, Sofía -replicó amablemente Colin-. Desgraciadamente no soy
tu marido y no puedo molerte a palos, pero esta mentecata es mi mujer y
tiene que obedecerme, algo que hasta ahora ha brillado por su ausencia.
Espe
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Tendrá que aprender que...


Alex se llevó las manos al estómago, dio un fuerte gemido y se puso de
pie de un salto.
-Dios Santo! ¡Sinjun, me siento muy mal!
Colin supo apreciar su talento dramático y aplaudió:
-¡Bravo! -exclamó-. Muy convincente.
Alex cayó de rodillas y vomitó en la alfombra Aubusson recién limpiada.

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17

-Siempre estaba vomitando cuando estuvo embarazada de los mellizos -


dijo Sinjun mientras intentaba levantarse de la cama-. Los primeros tres
meses tuvieron a los sirvientes en continua alerta para poner palanganas
por donde pasaba. Pobre Alex...
-No, quédate donde estás -ordenó Colin a su mujer y se acercó a Alex,
que se agarraba los costados después de devolver todo lo que tenía en el
estómago y trataba de respirar. Cogió a su cuñada en brazos y la levantó.
Echó una ojeada a su pálida cara y a los mechones de cabello sudorosos
pegados a su frente-. Te sientes muy mal, ¿verdad? Pronto estarás mejor.
Alex dio un suspiro y apoyó la cabeza en su hombro.
-Trae agua y una toalla húmeda, Sofía -dijo Colin, mientras acostaba a
Alex en la cama junto a Sinjun.
-Menos mal que no había desayunado mucho –dijo Sinjun-. Pobre Alex,
¿cómo estás ahora?
-Mal -balbuceó Alex gimiendo-, pero deja de decir «pobre Alex». Me
hace sentirme como una solterona con gota.
Sofía informó a los sirvientes de lo ocurrido, desencadenando un
alboroto que duró varios minutos. Emma miró consternada el vómito y las
otras dos chicas se hacinaron detrás de ellas. Sofía trajo una toalla mojada
con Rory el lacayo detrás estirando el cuello para ver que ocurría en el
dormitorio. La señora Seton la siguió con una palangana de agua fría.
-Toma, bebe esto. -Colin le puso un vaso con agua delante de los labios y
ella bebió un poco, pero pronto volvió a llevarse las manos al estómago y
empezó a gemir de nuevo.
-Recuerdo que a veces el agua le ocasionaba espasmos estomacales
durante el primer embarazo -dijo Sinjun-. Señora Seton, lo que
necesitamos es té caliente.
Espe
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-Pobre criatura -murmuró la señora Seton mientras refrescaba la cara a


Alex-. Dar a luz resulta a veces bastante incómodo.
Alex gimió de nuevo y Sofía anunció:
-Yo no tuve el menor problema
-¡Cierra la boca, Sofía! -rugió Alex-. Primero no tuviste el sentido común
de decir a Ryder dónde estás y ahora fanfarroneas de lo bien que te sentiste
al dar a luz tu hijo mientras yo estoy a punto de morir...
-No te excites. -Colin arrebató a la señora Seton el paño mojado y limpió
a Alex el sudor de la frente-. Enseguida te sentirás mucho mejor, te lo
prometo.
De pronto, se oyeron por el pasillo unos pasos fuertes como si se
acercase un batallón de caballeros cruzados totalmente resueltos a rescatar
la Tierra Santa. «¡Lo que faltaba!», pensó Colin al ver a Douglas Sherbrool
irrumpir violentamente en la habitación lanzando la puerta contra la
pared. Casi pegado a Douglas entró también Ryder seguido de un Philpot
visiblemente consternado.
-¡Milord -exclamó Philpot-, no he podido detenerles!
-Está bien -dijo Colin dando un suspiro y continuó enjugando la cara de
Alex-. Hola, Douglas, Ryder. Bienvenidos. Philpot, no usarán la violencia
delante de sus mujeres. Emma, deja de mirar el vómito y límpialo, por
favor. Los demás, ¡fuera!
-Sabía que vendríais. -Sinjun miró embelesada a sus hermanos-. Pero
habéis sido aun más rápidos de lo que esperaba.
Sofía miraba fijamente a sus zapatos. Alex cerró los ojos gimiendo.
Douglas fue tranquilamente a la cama y observó a su mujer.
-Y naturalmente has tenido que vomitar en la hermosa alfombra. Sinjun,
deberías conocer a Alex. Maldita sea, ha ensuciado todas las alfombras
valiosas de Northcliffe Hall. Deberías haber hecho que colocaran palanga-
nas en todas partes. Una vez devolvió incluso en mi bata favorita.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Lo mereciste -intervino Alex sin abrir los ojos. Ryder no estuvo tan
contenido como su hermano mayor. Cogió a su mujer por los brazos y
rugió:
-¡Maldita sea, mírame, Sofía!
-¡Ya lo hago!
-¡Me has abandonado, mujer! No dejas de fastidiarme, pero esta vez has
ido demasiado lejos.
-¿Que te he fastidiado, Ryder? Sabíamos que os pretaríais aquí, aunque
Alex empezaba a temer que Douglas no vendría para castigarla.
-Ni a Douglas ni a mí se nos ocurriría en la vida castigaros con nuestra
ausencia, pero he estado muy preocuocupado hasta que me he dado cuenta
de que todo era mentira. No estás embarazada.
-Nunca dije que lo estuviera. Tú ibas presumiendo por ahí satisfecho de
ti mismo, y yo no quería decepcionarte.
-Te moleré a palos. ¿Dónde está tu habitación?
-No voy a llevarte a mi habitación -repuso Sofía-. Alex no se siente bien y
Sinjun ha estado gravemente enferma, aunque ahora ya está mejor. Colin
parece sereno, pero no me fío; tú y Douglas estáis como siempre. Sinjun
dijo que pronto vendríais, aunque no comprendo cómo lo sabíais
-Sí -murmuró Alex-. ¿Cómo has sabido dónde estábamos, Douglas?

Douglas miraba a la pobre Emma que estaba limpiando la alfombra. Se


volvió a su mujer y le dijo:
-Eres una mema. ¿Creías que no averiguaría dónde estabais?
-Yo te dije que iba a ver a Sofía -dijo Alex negándose a abrir los ojos.
-Un té para la señora. -La señora Seton marchó resueltamente hacia la
cama y dirigió a Douglas una mirada severa que le hizo apartarse a un lado.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Ella se sentó y arrimó delicadamente el borde de la taza a los labios de


Alex.
-¡Oh, qué delicia! -dijo Alex dejándose caer en los almohadones después
de beber tres sorbos.
-Casi no puedo creerlo..., las dos juntas en esa cama. -dijo Ryder.
-Espero que te recuperes enseguida, querida -dije Douglas a su mujer-.
Tengo que decirte un par de cosas.
-Cierra el pico, Douglas -intervino Sinjun, pero pronto sintió haberlo
dicho porque la cólera de su hermano se descargó completamente en ella.
-Vaya, hermanita, seguro que has estado haciendo otra vez de las tuyas.
Y según veo estás lo bastante bien para ajustarte las cuentas debidamente.
Me encantaría hacerlo personalmente, pero ahora tienes un marido y debo
privarme de esa satisfacción. Pero espero que lo haga por mí. ¿Tú qué
opinas, Colin?
Colin sonrió irónicamente y contestó:
-Por supuesto, no te preocupes.
-Perfecto. -Douglas se frotó las manos-. Espero que no tengas que
aguantar sus escapadas como yo.
-No voy a tolerar ningún tipo de escapadas -anunció Colin con énfasis.
-Escucha, Douglas -interrumpió Sofía-, quisiera saber de una vez cómo
tú y Ryder supisteis que estábamos aquí. Es cierto que Sinjun dijo que
apareceríais, el viernes, pero eso es porque os tiene por unos semi dioses.
Alex gimió suavemente. La señora Seton sacó del gran bolsillo de su
delantal un panecillo de pasas envuelto en una servilleta.
-Pruebe esto, señora. Es ligero y alivia el estómago.
Sinjun observó a Douglas que se sentía visiblemente incomodo y andaba
de un lado a otro de la habitación con la cara enrojecida.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Pero tampoco Alex le quitaba la vista de encima mientras masticaba el


panecillo, y de pronto comprendió.
-¡Ha sido la Novia Secreta! Ella te ha dicho dónde estábamos. ¿Qué más
te ha contado?
-¡Eso es absurdo! -rugió Douglas-. Nada de eso. Ese condenado
fantasma no existe...
-Por supuesto que no -dijo Sinjun-. Lleva cientos de años muerta. Pero
su espíritu sigue flotando alrededor.
-Cierra la boca, Sinjun. Sólo necesitaba aplicar ciertos razonamientos
lógicos (pocos tratándose de vosotras) para comprender rápidamente que
sólo podíais haber ido a Escocia.
Ryder miró a su hermano frunciendo el entrecejo.
-Tú me encontraste por casualidad en Ascot y dijiste que teníamos que
seguir a nuestras mujeres, que habías oído que Sinjun estaba enferma y en
dificultades. Creí que te habría dejado una carta, pero por lo visto no fue
así. ¿Cómo supiste que Sofía estaba implicada en el asunto? ¿Qué ocurrió,
Douglas?
Douglas se mesó los cabellos. Parecía enojado y cauteloso.
-Fue un presentimiento, nada más. Todos tenemos de vez en cuando
esos presentimientos inexplicables, incluso tú, Ryder. Lo tuve durmiendo
en la cama de Alex porque nuestra madre insistió en rellenar el colchón,
Dios sabe por qué. A mí me gustan las plumas de ganso. Y mientras estaba
pensando en Alex tuve ese presentimiento, eso es todo. Todo lo demás fue
deducción
Colin estaba de pie con los brazos cruzados junto a la chimenea. Esa
conversación de fantasmas parecía no afectarle; incluso a Sinjun le pareció
que le divertía, al menos así lo esperaba, porque sería más fácil tratar con
él. Aprovechando un momento de silencio dijo:
-La alfombra no era tan cara, Alex, no te preocupes por ello. Creo que

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Emma ha hecho un excelente trabajo.


Alex abrió un ojo.
-Gracias, Colin. Eres realmente muy amable con una enferma, al
contrario que...
-Ni se te ocurra decirlo -la interrumpió Douglas, que había ocupado de
nuevo el sitio al borde de la cama, después de que la señora Seton se había
retirado de mala gana-. No, no digas ni una maldita palabra. Soy tu marido
y sólo yo soy amable contigo, ningún otro hombre ¿me has entendido?
Los ojos de Alex lo miraron centelleando por primera vez.
-Lo entiendo, pero Douglas, tú has tenido que ver el fantasma y él te dijo
adónde habíamos ido.
-¡No, maldita sea!
-Lo que no entiendo -intervino Sofía- es por que la Novia Secreta ha
informado a Douglas. ¿Acaso no cree que seamos capaces de manejar la
situación nosotras mismas?
-¡Dios mío, Sofía! -exclamó Sinjun.
Sofía se llevó la mano a la boca mientras lanzaba una mirada
desesperada a Colin.
-Un momento -dijo Colin-. Así pues, aquí hay algo extraño. Nunca dudé
que así fuera y sin duda tiene que ver con MacPherson. Supongo que os
habéis ocupado de él tan pronto como os librasteis de mí esta mañana. Mi
querida esposa, ¿qué habéis hecho con él? ¿Está muerto? ¿Habéis echado a
suerte quién lo mataría?
-Jamás -contestó Alex.
-Yo lo hubiera hecho encantada -confesó Sinjun con voz melancólica-,
pero sabía que no lo aprobarías porque tienes en gran aprecio a su padre.
No, el canalla no está muerto. Tú me comprendes, ¿no, Colin? Tenía que
protegerte. Eres mi marido y él te hubiera acechado en algún sitio y te

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

hubiera clavado un cuchillo en la espalda; es esa clase de hombre... O


hubiera enviado a unos matones, como hizo en Londres cuando te hirieron
en la pierna. Ese tipo es capaz de todo, no tiene sentido alguno del honor,
no...
Colín no pestañeaba, pero Sinjun vio el ligero temblor nervioso de su ojo
izquierdo. Con imponente calma dijo:
-¿No os parece terriblemente interesante todo esto? Mi mujer, que es
también vuestra pequeña hermana, me tiene por un potrillo indefenso, por
una persona débil, un imbécil incapaz de ver la realidad de las cosas,
incapaz de protegerse a sí mismo en el momento oportuno. ¿Qué creéis que
debería hacer con ella?
La situación era casi desesperada, como constató Sinjun muy a pesar
suyo.
-Tú eres su marido -replicó Douglas-. Tú sabrás mejor que nadie lo que
debes hacer para no ponerla en peligro.
-Quisiera saber -dijo Ryder con aire pensativo sin hacer caso de Colin y
Douglas y sujetando todavía a su mujer por los brazos- cómo os habéis
reunido las tres.
-La Novia Secreta visitó a Alex, naturalmente -explicó Sofía-.
Generalmente aparece sólo en el dormitorio de la condesa, como Douglas
ya sabe, excepto cuando llegué por primera vez a Northcliffe Hall.
Entonces se apareció en tu dormitorio, Ryder.
-Tonterías -dijo Ryder-. Estabas ansiosa por que hiciera el amor, y como
no acudí a ti lo bastante deprisa, tu cerebro de mujer se decidió por algo
dramático para aliviar tu ansiedad. Eso fue lo que ocurrió, o bien Sinjun
representó a la Novia Secreta otra vez.
-Pero ella aparece casi siempre en el dormitorio de la condesa -insistió
Alex.
-Eso no es exactamente cierto. Una vez... –Douglas calló de repente y
juró en voz alta-. Escuchad todos. ¡Basta ya! Por los motivos que sea

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

estamos reunidos aquí y existen algunas dificultades que quisiera que se


resolviesen. Veamos, Sinjun, ¿qué has hecho con ese MacPerson a quien
nosotros aún no conocemos?
-Lo hemos encadenado en una cabaña abandonada.
Los tres hombres miraron a Sinjun pasmados y sin habla por primera
vez en los últimos quince minutos.
-No hemos sido muy crueles -continuó Sinjun-. La cadena es lo bastante
larga para que pueda dar unos pasos. Pero era necesaria para que no se nos
escapara.
-Ya veo -dijo Colin pausadamente-. ¿Y vais a dejar que Robbie muera de
hambre?
-Oh, no -contestó Alex dirigiéndose a Colin, no a Douglas-. Nos
turnaremos para ir a la cabaña a darle de comer. No queríamos que
sospecharas de nada. -Suspiró-. Me temo que ahora todo se ha ido al
diablo.
Douglas no pudo evitar pestañear.
-No -dijo acariciando la pálida mejilla de su mujer-, aún no se ha ido al
diablo... -Se levantó-. Ryder, Colin, ¿no creéis que ha llegado el momento
de actuar?
Sinjun se quedó sin aliento.
-¡No, no lo permitiremos! ¿Por qué no os vais todos a casa y...?
-Yo ya estoy en casa -dijo Colin.
-Sabes lo que quiero decir. No necesitamos vuestra intromisión. Todo
marcha sobre ruedas. Lo tengo todo controlado. Todos los planes... Maldita
sea, iros todos.
-¿Dónde está la cabaña, Joan?
-No te lo diré. Lo soltarás y después él te matará yo me quedaré viuda

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

sin haber sido apenas una esposa, y eso no es justo.


-Tengo la firme intención de vivir para que seas una esposa completa y
feliz -dijo Colin y comprobó satisfecho que ella se callaba sonrojada-.
¿Dónde está la cabaña?
Sinjun meneó la cabeza.
Douglas añadió:
-Está bien, Alex, ¿dónde está?
Alex pestañeó completamente desvalida, exhaló un profundo suspiro y
extendió las manos.
-No lo recuerdo, Douglas. Ya sabes lo horrible que es mi sentido de la
orientación. Era por ese camino y después por aquél, sólo Sinjun lo sabe.
Sofía y yo estábamos completamente desorientadas, ¿no es verdad, Sofía?
-Completamente.
-Voy a molerte a palos -dijo Ryder jactanciosasamente apretando más
fuerte a su mujer. Se inclinó para decir algo, pero en lugar de hacerlo la
besó en la boca. Después levantó la cabeza sonriendo-. No os preocupéis,
con tiempo consigo de ella lo que quiero. Se derrite como una vela. Resulta
muy interesante y...
Sofía le asestó un puñetazo en el estómago.
Él se quedó sin aliento, pero siguió sonriendo.
-Vamos, vamos, querida, no negarás que me adoras, que me idolatras,
incluso a mi sombra. Eres como una rosa exquisita que se abre todas las
mañanas al sol...
- Dios santo -suspiró Sinjun-, eres un poeta horrible, Ryder. Cállate y
deja a Sofía en paz.
-Quisiera saber qué pensáis hacer con MacPherson -dijo Colin con el
ceño fruncido-. Supongo que no querréis alimentarlo tres veces al día

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

durante los próximos treinta años.


No -repuso Sinjun-. Tenemos un plan excelente y si os largáis a beber
coñac o algo por el estilo, todo saldrá bien.
-Qué plan es ése, Sinjun? -Douglas se acercó a su lado de la cama, pero
ella cabeceó y clavó la vista en el botón de cuero central de su chaqueta de
montar.
Él se inclinó sobre ella.
-Te he cogido en mis brazos nada más nacer –dijo-. Me has puesto las
camisas perdidas de leche. Te he enseñado a montar a caballo y Ryder a
contar chistes. Los dos te hemos enseñado a manejar el arco e inculcado el
amor a los libros. Sin nosotros no serías nada ni nadie. Dinos qué plan has
tramado.
Ella volvió a negar con la cabeza.
-Aún puedo molerte a palos, mocosa.
-No, no puedes, Douglas -intervino Colin-. Pero yo sí y voy a hacerlo. Me
ha prometido obediencia cuando nos casamos y hasta ahora no ha
cumplido promesa.
-¿Cómo demonios se supone que iba a obedecerte si has estado todo el
tiempo en Edimburgo sin hacerme el menor caso, en aquella maldita casa
con un agujero negro en el techo?
-¿Estás ofendida, Joan? Tal vez deberías explicar tus hermanos por qué
estaba en Edimburgo.
-Tus motivos eran absurdos. No puedo aceptarlo, me importan un bledo.
Colin suspiró.
-Es difícil. Douglas, Ryder, ¿podríais salir de la habitación con vuestras
mujeres para que pueda interrogar a Joan convenientemente?
-¡No, quiero que Alex y Sofía se queden aquí! Tengo hambre. Es hora de

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

comer.
-Por supuesto -ironizó Colin-. ¿Cuál de tus cuñadas debe llevar el
almuerzo hoy a MacPherson?
-¡Vete al diablo, Colin!
Ryder se echó a reír.
-Bueno, pronto sabremos dónde está ese maldito MacPherson. Si no
quieren dejarlo morir de hambre, tendrán que ir tarde o temprano a esa
cabaña. No tendré tendremos más que seguirlas.
-¿Por qué fuiste a Edimburgo, Colin? –preguntó Douglas.
-Para proteger a mi mujer -respondió-. Y a mis hijos. Aquel rasguño que
tenía Joan en la mejilla fue provocado por una piedra que saltó por los
aires cuando alguien me disparó. Tras ese incidente no podía permitir que
se quedara conmigo en Edimburgo. Pensé que aquí estaría segura y así fue
hasta que MacPherson decidió abandonar Edimburgo y volver a cometer
fechorías por aquí.
-¿Qué hijos? -preguntó Ryder a su cuñado.
-Sí, es cierto -reconoció Sinjun-. Tengo dos hijastros, Philip y Dahling.
Los conoceréis enseguida y seguro que te querrán con locura, Ryder, como
todos los niños. Y si te libras de esa cara de ogro, Douglas, puede que no se
echen a correr al verte.
Douglas miró a Colin cavilosamente. Al fin suspiró y dijo:
-Aquí están ocurriendo muchas cosas. Voy a llevar a mujer a la cama
(para que descanse, naturalmente) y después me gustaría conocer a mis
nuevos sobrinos.
-Vamos, Sofía, es mejor que acompañes a Alex, porque si me quedo solo
con ella, podría olvidar los buenos modales.
Una vez solos Colin y Sinjun, él fue a sentarse al borde de la cama junto
a ella. La expresión de su rostro era impenetrable, pero sus ojos azules

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

centelleaban de cólera. Con la cara pegada casi a la suya dijo con aparente
calma:
-Esta vez has ido demasiado lejos. No permitiré que sigas
inmiscuyéndote en mis asuntos, insultándome así. ¿Dnde está
MacPherson?
-Si te lo digo, él podría hacerte daño. Por favor, Colin, ¿por qué no puedo
llevar a cabo mi plan?
Él se apartó un poco y cruzó los brazos.
-Cuéntamelo -ordenó.
-Voy a entregarle a la Royal Navy. Tengo entendido que no les preocupa
mucho que los hombres que se presentan quieran realmente hacerse a la
mar o no. ¿Entiendes?
-Sí, lo entiendo. -Apartó la vista de ella-. No es mal plan. ¿En qué barco
habías pensado?
-He enviado a Ostle a Leith para que investigue qué barcos hay en el
puerto. Al menos habrá uno, ¿no crees?
-Sí, y si no lo hay, sin duda pronto entrará alguno. Sin embargo, tu plan
no es realizable por una razón que tú no podías conocer.
-¿Y puedes decirme qué razón es ésa?
Él sonrió satisfecho por el tono rencoroso de su voz y añadió
-El término «clan» se deriva de la palabra gaélica clann que significa
“hijos”. El clan MacPherson se compone de los hijos de MacPherson y si
eliminas a uno de ellos, los demás están obligados a tomar venganza y re-
presalias. Si de pronto desaparece el hijo del jefe del clan, sospecharán de
inmediato del clan Kinross y se intensificará la violencia. ¿Entiendes?
Sinjun inclinó la cabeza lentamente.
-No había pensado en eso. Dios mío, ¿qué debo hacer ahora, Colin?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-En primer lugar, prometer que no volverás a embarcarte en ningún


asunto ni a ocultarme ningún secreto y que jamás tratarás de protegerme
de mis enemigos.
-Son muchas promesas, Colin.
-Hasta ahora has faltado a todas tus promesas, Joan, pero voy a darte
una nueva oportunidad, sobre todo por que estás demasiado débil para
darte una buena paliza.
-Te lo prometo si tú me prometes lo mismo.
-Te romperé los huesos aunque estés débil.
-¿Eso es lo que quieres?
-No. Hace un cuarto de hora lo hubiera hecho con gusto, mejor aún, te
hubiera estrangulado, pero ahora ya no. Ahora preferiría quitarte el
camisón y cubrir tu cuerpo de besos.
-Oh...
-Oh -repitió él parodiándola.
-Creo que eso me gustaría, al menos la parte de los besos.
-Te besaré en cuanto me hayas dicho dónde esta MacPherson.
Sinjun no sabía qué hacer. Tenía miedo por su marido y su rostro
expresivo reflejaba desgraciadamente ese sentimiento.
-No lo pienses siquiera, Joan. Di la verdad ahora mismo y después
promete no volver a meterte en mis asuntos.
-Lo encontrarás en la cabaña que está al borde oeste del pantano de
Craignure.
-Un excelente escondite. Siempre está desierto. Nuestro amigo estará
hecho una fiera.
-No lleva tanto tiempo allí, sólo unas tres horas.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-Vendré a verte más tarde -dijo él mientras se levantaba-. Quiero que


descanses y te recuperes. Ahora comprendo que no fue una buena idea
separarme de ti. Eres mi mujer y voy a dormir contigo cada noche de ahora
en adelante.
-Sería estupendo -murmuró Sinjun distraída mientras retorcía la
cubierta con sus largos dedos-. Quiero ir contigo, Colin. Quiero ver cómo
acaba esto.
Él la observó durante un buen rato.
-Te dije que MacDuff me había dado tu recado de que no tenías
intención de robarme el cofrecillo. Al ver que yo le miraba sin comprender
nada, me contó que te había hablado de mi padre y mi hermano. Preferiría
que no lo hubiera hecho, pero ya no tiene remedio. Ahora comprendo que
sólo tratas de ser importante para Vere Castle, para mí y los niños. Está
bien, Joan, iremos a ver a Robert MacPherson juntos.
-Gracias, Colin.
-Esperemos un par de horas más. Quiero que rabie hasta enloquecer.
Sinjún sonrió satisfecha y él le devolvió la sonrisa.
-Ahora duerme. Te despertaré.
Era un buen comienzo, pensó ella viéndole salir del dormitorio, aun
cuando no había tenido el valor de decirle que era hambre lo que tenía y no
sueño.

Eran casi las diez de la noche. Sinjun estaba sentada en el regazo de


Colin en un bajo sillón junto a la chimenea. Llevaba un camisón y una bata
de color azul claro, mientras Colin todavía llevaba un pantalón de ante y
una camisa de batista blanca. La noche era fría y el fuego crepitante de la
chimenea producía un efecto tranquilizador en Sijun. Apoyó su cara contra
el hombro de su marido, volviéndose de vez en cuando para besarlo en el
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

cuello.
-Parece que tus hermanos se han reconciliado con sus esposas -dijo
Colin-, y yo diría que si Sofía no está embarazada en este momento, lo
estará pronto. Ryder la devoraba con los ojos durante la cena.
-Siempre hace lo mismo, aunque esté muy enfadado con ella.
-Es una mujer afortunada.
-Quizá podrías mirarme así de vez en cuando -isinuó ella con la vista fija
en su barbilla.
-Quizá... -la estrechó con fuerza entre sus brazos-. ¿Cómo te sientes?
-Nuestra aventura con Robert MacPherson no me ha resultado fatigosa.
-¿Por eso has dormido dos horas al regresar a casa?
-Bueno, quizá un poco -admitió ella-. ¿Crees que renunciará por fin a
sus ataques? ¿Crees que podermos confiar en sus promesas?
Colin pensó en la hora que habían pasado con Robert en la cabaña.
Habían llegado allí a media tarde y él le había permitido entrar la primera.
Su porte de general conduciendo a sus soldados a la batalla le arrancó una
risa. Se alegraba de haberla traído consigo. Dos días atrás eso hubiera sido
inimaginable, pero Joan le había enseñado a ver las cosas de otra forma.
Robert MacPherson estaba tan furioso que al principio no podía hablar.
Al verla entrar en la cabaña, hubiera querido lanzarse sobre ella y golpearla
hasta matarla. Entonces vio a Colin entrar detrás de ella y el miedo se
apoderó de él por un instante, pero trató de disimular escupiendo al suelo
con rabia.
-¡Lo sabía! -exclamó MacPherson-. ¡Fue una trampa tal como yo
pensaba! Has enviado a tu mujer para atraparme. ¡Miserable y cobarde
hijo de perra!
-Te equivocas -repuso Sinjun enseguida- él está aquí para salvarle de mí.
Yo quería entregarle a la Royal Navy, donde hubiera estado fregando

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

cubiertas hasta que lo hubieran tirado por la borda de un puntapié y se


hubiera ahogado; pero Colin no me ha dejado.
-Esto no parece muy confortable, Robbie – dijo Colin frotándose la
barbilla. MacPherson se abalanzó sobre él, pero apenas había andado un
metro cuando las cadenas le impidieron seguir avanzandó.
-¡Quítame esto! -exclamó MacPherson con rabia.
-Más tarde -dijo Colin-. Antes quisiera hablar contigo. Lástima que no
haya ninguna silla. No tienes buen color. Será mejor que te sientes en el
barro y te apoyes en la pared. Eso es. Ahora, Robbie, tú y yo vamos a hablar
de un par de cosas.
-¡Maldito asesino! ¡No tenemos nada de qué hablar! ¡Vamos, mátame,
hijo de puta! Mis hombres arrasarán Vere Castle y todas tus tierras.
¡Vamos, adelante!
-¿Por qué iba a hacerlo?
-¿Por qué no? Ya has matado a mi hermana y al pobre Dingle.
-No es cierto, a Dingle lo ha matado uno de tus hombres. Casualmente
fue testigo del suceso mi hijo Philip. Naturalmente fue en una pelea por
una mujer. Alfie lo mató.
Robert MacPherson meneó disgustado la cabeza.
-¡E1 muy imbécil! Cuántas veces les he dicho... -Calló de repente y volvió
a tirar de las cadenas inútilmente-. De acuerdo, al parecer eres inocente.
Pero a mi hermana sí la mataste.
Sinjun abrió la boca, pero volvió a cerrarla porque comprendió que éste
era un asunto que debían resolver Colin y MacPherson entre sí. Aunque no
le resultaba fácil se limitó a observar en silencio.
-Tu hermana murió hace casi ocho meses. ¿Por qué no actuaste contra
mí enseguida?
-Entonces aún no sabía que la habías matado. Mi padre estaba

Espe
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convencido de tu inocencia y yo le creí, hasta que descubrí la verdad.


-¡La verdad! ¿Podrías decirme quién te reveló la supuesta verdad?
-¿Por qué iba a hacerlo? -inquirió MacPherson-. No tengo ningún
motivo para dudar de mi fuente de inmación. Y mi padre tampoco dudaría
si estuviera en su sano juicio.
-Tu padre estaba perfectamente cuerdo la última ver que lo vi -dijo
Colin-. Ve a Edimburgo y cuéntale tu versión de los hechos. Verás cómo
reacciona. Te apuesto lo que quieras a que se reiría de ti y creo que tú no le
cuentas nada porque temes que se burle de tu credulidad. Por eso difundes
que tu padre está medio loco, porque sabes que él nunca estará de acuerdo
contigo en lo que a mí se refiere. Cuéntaselo, Robbie. Él es el jefe de la
familía MacPherson. Es tu padre. Confía en él. Y ahora dime quién te ha
hecho creer que yo maté a tu hermana.
-No te lo diré.
-¿Y cómo quieres que te suelte? No quiero morir ni quiero estar
continuamente preocupado por la seguridad de mi mujer y mis hijos.
MacPherson se miró las muñecas excoriadas. Estaba encadenado a la
pared como un criminal. Y lo peor era que había sido una mujer quien lo
había encadenado, esa criatura ridícula que estaba sentada en el suelo y le
observaba con sus grandes ojos azules. ¡Se había dejado engañar por una
mujer! ¡Era increíble! Miró detenidamente a Colin Kinross, un hombre que
él conocía de toda la vida. Colín era alto y delgado, de rasgos faciales recios,
no suaves como los suyos, y al que las mujeres adoraban y perseguían. Era
el hombre a quien Fiona había amado apasionadamente a pesar de sus
celos enfermizos, y nadie dudaba de su virilidad. Cuántas veces había oído
él mismo a las jovencitas encomiando entre risas reprimidas los atributos
de Colin, su habilidad como amante. Sintió que la envidia le devoraba las
entrañas y apartó bruscamente la vista de él.
-Si prometo que no haré daño alguno a esta muchacha ni a tus hijos,
¿me soltarás? Por el amor de Dios, Philip y Dahling son mis sobrinos, los
hijos de Fiona. ¿No creerás que podría hacerles algo?

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-No, creo que ni tú serías capaz de eso, Robbie. Sin embargo, queda
Joan. Es mi mujer y además tiene la desgraciada costumbre de querer
protegerme y salvarame continuamente.
-Merece una buena paliza. Al fin y al cabo sólo es una maldita mujer.
-Supongo que no pensarías así si fuese a ti a quien protegiese. ¿Quién te
dijo que maté a Fiona?
-¡No haré daño a tu mujer, maldita sea!
-Pero seguirá intentando matar a Colin, ¿verdad? -Sinjun se había
puesto de pie de un salto. No sentía la menor compasión por MacPherson.
Si hubiera dependido de ella, lo habría dejado allí hasta morir.
Colin podía leer los sentimientos de Sinjun en su rostro y le sonrió
satisfecho. Luego dijo:
-Siéntate, Joan, y no te metas en esto.
Ella obedeció, pero su cerebro trabajaba furiosamente.
¿Quién había acusado a Colin de asesinato? ¿Tía Arleth? Esa parecía una
posibilidad razonable. Si él moría, ella podría hacer lo que quisiera. Pero en
realidad eso no tenía sentido. Tía Arleth apreciaba la dote que ella había
aportado al matrimonio. «Si yo muriera, ella se alegraría -pensó Sinjun-,
¿pero Colin?» ¿Quizá le odiaba tanto como para desearle la muerte por
considerarlo responsable de la muerte de su hermano? Sinjun sintió de
pronto una fuerte punzada en la cabeza y palpitaciones en la sien derecha.
Todo esto era demasiado...

Colin se sobresaltó al desplomarse un leño en el hogar, olvidando por un


momento lo ocurrido con Robbie. Estrechó con fuerza a su mujer y ella
preguntó:

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

-¿Le crees, Colin? -Después le besó de nuevo en el cuello. Su piel estaba


caliente y era salada. Podría besarlo hasta el fin de los tiempos, era
absolutamente maravilloso.
-No quisiera hablar más de Robbie esta noche.
-Pero lo has soltado y eso me da miedo.
-Ha jurado por el nombre de su padre que no te hará daño.
-Yo en tu lugar no estaría tan seguro. Robbie es tan astuto como una
comadreja.
-¡Shhh...! Lo único que deseo en este momento es besarte. -Colin la
atrajo hacia sí rodeándola con sus brazos y selló sus labios con un
apasionado beso. El sabor de su lengua, todavía impregnada por el
seductor aroma del vino que había estado bebiendo con Ryder y Douglas
después de cenar, era dulce. Al percibir cómo su lengua penetraba
suavemente en sus labios y se adentraba en las profundidades de su boca,
Sinjun sintió el irrefrenable deseo de fundirse para siempre en la persona
de su amado.
-Jamás había sentido nada igual! -balbuceó, y cuando sus lenguas se
entrecruzaron, jadeó de placer.
-Te he echado tanto de menos... -Musitó Colin penetrándola con la
mirada-. Esta noche, Joan, sabrás por fin qué es el placer. Prométeme que
confiarás en mí y que olvidarás tus temores...
-Lo cierto es que nada ha cambiado, Colin. Todavía no logro comprender
cómo podremos hacerlo sin dolor y lograr que este acto resulte
maravilloso.
-Confía en mí...
-Supongo que así debe ser, pues no deseo otra cosa que contemplar tu
hermoso rostro hasta que la muerte nos separe. Eres lo más importante
para mí, Colin. Prométeme que cuidarás de ti...
-Lo prometo, y también que, mientras viva, velaré por ti.
Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Colin derramó sobre ella una interminable cascada de besos, suaves y


dulces al principio, profundamente efusivos a medida que su pasión se
encendía al sentir cómo Sinjun se entregaba sin reserva al placer, al sentir
la presión de su grácil cuerpo contra el suyo, sus delicadas manos
acariciándole el cabello, sus blancos brazos rodeandole los hombros.
Respetando a Sinjun, Colín reprimió el irresistible impulso de acariciar sus
senos y cualquier parte de su cuerpo, a excepción de su espalda y sus
brazos. Cubrirla de besos parecía ser su única obsesión y durante cinco
minutos, también la de ella.
Sin embargo, embriagada por la pasión, Sinjun deseaba sentir algo
más... Una extraña sensación, surgida en lo más profundo de sus entrañas,
un fuego ardiente que recorría sus venas, le decía que podía sentir más
placer, que podía hacerlo, que deseaba hacerlo. Su obnubilada mente
recordó que no era la primera vez que aquellos sentimientos afloraban,
desvaneciéndose como la espuma cuando Colin, en sus anteriores intentos
por penetrarla, la había lastimado. No obstante, en aquella ocasión el deseo
parecía amedrentar sus temores y Sinjun tomó la mano de su esposo para
sentir la presión de su palma en su estómago.
-Algo en mí me dice que esta vez todo será diferente -balbuceó con la voz
entrecortada. Sinjun se abalanzó salvajemente sobre él olvidando sus
prejuicios y lo abrazó sin reservas.
-Sí, querida, yo siento lo mismo que tú -musitó Colin acariciando su
estómago y besándola hasta que Sinjun gritó de placer. Después, con suma
delicadeza, fue desplazando sus dedos hasta rozar la sedosa suavidad de su
vello púbico. La respiración de Sinjun se entrecortó al sentir cómo un
escalofrío recorría su ardiente cuerpo. Sabía que algo maravilloso le
aguardaba, algo muy próximo a ella.
-¡Colín...! -exclamó jadeante.
-¿Qué deseas, Joan?

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

18

Colin había ideado una estrategia y no tenía intención de alejarse de ella.


En ningún caso estaba dispuesto a perder el control de sí mismo. No, esta
noche tenía que conseguir que su mujer lo deseara desesperadamente.
Para su satisfacción, ella estaba aproximándose a su objetivo.
-Quiero... -En lugar de seguir, buscó su lengua jadeando.
-Te lo daré. -Mientras la besaba apasionadamente, la yema de sus dedos
rozaron su intimidad.
Sinjun se extrañó. En el pasado se había comportado como un salvaje y
le había hecho daño, pero ahora estaba siendo delicado y atento. ¿Creía
que aún estaba débil?
No obstante, reconoció que no quería asustarla de nuevo. Sonrió feliz y
dijo sin pensar:
-Te quiero, Colin. Te he querido desde el primer momento y creo que
eres el hombre más maravilloso de Escocia.
Sus palabras despertaron en él sensaciones desconocidas hasta el
momento, algo cálido y frenético, aunque extrañamente suave y tierno, que
lo aterraban. Besó de nuevo a Joan antes de decirle:
-¿Sólo Escocia?
-Está bien, quizá de toda Gran Bretaña.
-Bésame, Joan.
Ella tenía la boca ya roja e inflamada de sus besos, pero siguió apretando
los labios ávidamente contra los suyos y tembló cuando sus lenguas se
tocaron delicadamente.
Él pensó que era el momento de dar un paso hacia adelante. Sus dedos

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

empezaron a moverse profundizando en ella.


-Vamos a librarte de estas coberturas superfluas -dijo él al sentir en sus
dedos el tejido suave de su camisón húmedo. Ella inclinó la cabeza
abrumada por sus extrañas sensaciones y dejó que le quitara el camisón.
Colin la sentó en sus muslos y admiró al resplandor del fuego en su cuerpo
desnudo, los pechos turgentes, el estrecho talle y el vientre liso. Jamás
había visto una mujer tan hermosa. Y le pertenecía a él, sólo a él. Sus
manos temblaban con tal intensidad que las apretó contra sus muslos. No,
se dominaría. Nunca más volvería a asustarla, aunque era difícil
contenerse.
Él reclinó la cabeza contra el respaldo del sillón y el cuero viejo crujió
agradablemente. -¿Qué debo hacer ahora, Joan?
-Quiero que sigas besándome.
-¿Dónde?
Él la oyó jadear.
-Mis pechos... -murmuró ella mientras le acariciaba la barbilla con los
dedos-. Tú estás todavía vestido, Colin. Eso no es justo.
-Olvida la justicia por un momento. -No tenía intención de desnudarse
ante ella porque si lo hacía, Sinjun olvidaría su pasión y quizá volvería a
asustarse.
-Creo que tus pechos pueden esperar un poco -dijo él y la besó de nuevo
en la boca mientras cubría suavemente su pecho izquierdo con una mano.
-¡Oh! -gimió ella.
-Eres hermosa. -La yema de sus dedos estimularon ligeramente el pezón
de su pecho-. Apóyate en mi brazo.
Ella obedeció y lo miró extasiada. Cuando sus labios tocaron al fin su
pecho, ella estuvo a punto de gritar de placer y él sonrió contento, aunque
tenía que valerse de toda su experiencia para ocultar su propia excitación.
La deseaba tanto que pensó por un momento en llevarla a la cama y
Espe
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poseerla. Creyó que estaba dispuesta a recibirlo. Pero enseguida se contuvo


enérgicamente y a cambio le estimuló el pecho con la lengua y los dedos
hasta que ella se retorció de placer bajo su boca.
-Y ahora, cariño, quiero que cierres los ojos y pienses sólo en lo que
hago.
Sus dedos encontraron muy pronto su punto más sensible y entraron en
acción con un ritmo suave y rápido, sin que ella tuviese tiempo de sentirse
avergonzada. Su cuerpo se estremeció, sus muslos se abrieron instintiva-
mente y él podía leer la mezcla de deseo y confusión en su rostro expresivo.
-Oh, Colin -murmuró ella y deslizó la lengua por el labio inferior.
-Quiero que sólo pienses en mis dedos, Joan, y que te abandones
mientras te beso.
En ese momento él deslizó un dedo en ella y estuvo a punto de gritar. La
besó con una pasión ardiente y la acarició. Luego la miró a la cara
sonriendo.
-Sí, cariño, ven, ven ahora.
Y al instante, sin comprender qué había sucedido, ella tuvo su primer
orgasmo. Deseó que nunca cesara, era tan fuerte y profundo, y él estaba allí
mirándola con aquella sonrisa y diciéndole una y otra vez:
-Ven, cariño, ven...
El punto culminante cedió suavemente después de abrirle un mundo
fascinante, un mundo mágico de los sentidos que anhelaría siempre de
ahora en adelante.
-¡Dios mío! -susurró ella-. Ha sido maravilloso, Colin.
-Sí. -Él la besó otra vez, pero esta vez fue un beso delicado,
tranquilizante. Sus azules ojos reflejaban de nuevo deseo y perplejidad,
conmoviendo profundamente a Colin.
Sinjun respiró hondo. «Su placer», pensó ella. No le había dado ningún

Espe
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placer. ¿Le haría daño ahora? No, no volvería a hacerlo. Pero su placer... Su
corazón se tranquilizó. Los párpados se le cerraron. Colin contempló
orgulloso que se durmió al instante.
La tuvo durante un rato entre sus brazos, observándole, mirando las
débiles llamas y preguntándose qué significaba esta mujer para él.

Cuando Sinjun despertó a la mañana siguiente, sonrió dichosa, pues sus


pensamientos giraban exclusivamente alrededor de su marido. ¡Dios
Santo, quería tanto a Colin! Pero de repente se desvaneció su sonrisa. Le
había dicho que lo amaba, desde el primer momento que lo vio y él no
había respondido. Colin le había proporcionado tal placer que se había
preguntado espontáneamente si moríría al tiempo que deseaba que no
acabase.
¡Le había declarado su amor y él había callado!
Sin duda alguna había cometido una estupidez, pero no le importaba. Le
parecía ridículo ocultarle algo. Ella no le era indiferente, pero ahora él
sabía que ella lo amaba, aunque no le importaba que eso pudiera otorgarle
poder sobre ella y que pudiera utilizarlo en su contra.
Sólo una cosa le importaba: ella era la mujer de Colin Dios le había
regalado a ese hombre y ahora era lo más importante de su vida.
A pesar de todo, estaba nerviosa y algo abochornada cuando entró en la
habitación del desayuno tres cuartos de hora más tarde y encontró solo a
Colin. Colín estaba sentado apaciblemente en la cabecera de la mesa con
una taza de café en la mano y un plato de gachas humeante delante. La
mesa estaba cubierta con un bonito mantel de lino blanco que Sinjun había
comprado en Kinross.
No estaban ni sus hermanos ni sus cuñadas. Tampoco estaban los niños,
la tía Arleth y Serena. A pesar de que había tanta gente bajo el tejado, Colin
y ella estaban solos.

Espe
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-Todos acabaron hace media hora. Pensé que te parecería bien y te he


esperado. -Sonriendo pícaramente tontinuó:
-Supuse que tendrías la necesidad de hablar conmigo sobre tus nuevas
sensaciones de anoche. En privado, naturalmente. Pensé que quizá estarías
decepcionada... Lamento que te durmieras, Joan, pero siendo un caballero
no podía despertarte sólo para darte más placer. Después de todo has
estado enferma y no quería exigirte demasiado.
-Eres muy amable, Colin -dijo ella y se sonrojó al encontrarse sus

miradas. Hablaba con el mismo atrevimiento que sus hermanos. Alzó la

barbilla, pero por más que se esforzó no se le ocurrio ninguna respuesta

acertada-. No estoy decepcionada, marido mío, pero me preocupa que no

me hayas permitido proporcionarte consuelo.

-Consuelo -repitió él-. Qué palabra tan triste para descubrir el deseo
enloquecido y el placer sexual. ¡Consuelo! Tengo que contárselo a mis
amigos para ver qué opinan de eso.
-No lo hagas, por favor. Eso pertenece a nuestra vida privada. Está bien,
olvídalo. Siento no haberte dado ninpún placer sexual.
-Así está mejor. Pero ¿qué te hace pensar que no fue un placer para mí?
He asistido a tu primer orgasmo, Joan, y he sentido tu placer, he sentido
cómo temblabas bajo mis dedos y cómo gemías y, cuando gritabas de pla-
cer, te aseguro que sentía ganas de gritar contigo.
-Pero no lo hiciste.
Él le dirigió una mirada insondable y le preguntó escuetamente, como si
llevaran cincuenta años casados:
-¿Quieres gachas?

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-No, gracias, sólo tostadas.


Él se levantó para servirle.
-No te levantes. Quiero que te repongas pronto.
Le sirvió café y tostadas, le alzó después la barbilla y la besó, primero
con pasión y después delicadamente Cuando la soltó, ella tenía los ojos
ligeramente nublados, y jadeaba.
-Philip me ha dicho que te perdonaría que le hayas mentido si se lo pides
amablemente -dijo Colin mientras volvía a su sitio-. Parece que te
comprende muy bien. Cree que harías cualquier cosa por mí, incluso
mentir.
-Philip es un muchacho muy listo -dijo ella mientras lo miraba a la boca
como si estuviera hipnotizada. Sus ojos desvalidos expresaban
abiertamente sus sentimientos y parecían esperar una palabra cariñosa de
el, quizá que le confesara que su declaración de amor le había llegado al
alma.
Pero sólo vio aparecer en su rostro una sonrisa penosa, que se
desvaneció al instante, ordenando con un semblante impenetrable:
-Come, Joan.
Ella masticó su tostada preguntándose por qué Dios en su infinita
sabiduría había creado a los hombres tan diferentes de las mujeres.
-También quería decirte que pienso interrogar a la tía Arleth esta
mañana. Si fue ella la que hizo creer a Robes MacPherson que yo he
matado a Fiona, la obligaré a decir la verdad.
-No puedo creer que haya sido ella, a pesar de la enorme aversión que
siente hacia ti. Pero por otra parte sentía lo mismo por Fiona. Si he
comprendido bien, solo hubo dos personas a las que ella quiso: tu padre y
tu hermano. En realidad, tía Arleth delira. ¿Recuerdas lo de que tu padre
era un kelpie? Es muy extraña.
-No importa. Cuando descubra si intrigó o no contra mí, esa extraña
Espe
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persona abandonará Vere Castle.


-No tiene dinero, Colin.
-Tiene familia y ya he enviado a su hermano un mensaje. Él y su familia
viven cerca de Pitlochry, en el centro de las tierras altas, y no les queda más
remedio que acogerla. Siento que se portara de ese modo contigo.
Sinjun quiso decirle que eso era una rotunda subestimación de los
hechos, que esa mujer había atentado en toda regla contra su vida, pero no
dijo nada. Eso ya no tenía importancia porque tía Arleth pronto se
marcharía.
-Pero si ella no instigó a Robert MacPherson, ¿quién fue?
-No lo sé, pero lo averiguaré. Y Robbie nos ha prometido que prohibirá
rigurosamente a sus hombres el uso de la violencia, que hablará con su
padre y que esta vez le escuchará. Entiéndelo, Joan, si vuelve a atacar a al-
guno de nosotros o de nuestra gente, le mataré. Lo sabe y quizá eso le haga
entrar en razón.
—Serena es su hermana. ¿No podría haberte denunciado ella?
Él pareció divertido y al mismo tiempo vanidoso como un jovenzuelo
que recibe el primer piropo de una dama.
-Oh, no. Serena me quiere, como ha asegurado infinidad de veces, si
bien sólo desde que me casé contigo. Me ocuparé de que se marche lo antes
posible a casa de su padre.
-¡Dios mío, el castillo quedará completamente vacío, por favor, Colin,
eso no es necesario. Serena es un poco travagante, pero completamente
inofensiva, aunque tendré que hablar con ella seriamente si intenta besarte
otra vez.
Colin sonrió.
-Ella no se da cuenta de lo feroz y dominante que eres. En realidad,
tendría que advertirle del peligro que corre si vuelve a tocarme. Debiera
alegrarse de que la envíe con su padre. Ahora que tú estás con los niños ya
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no necesitamos a tía Arleth ni a Serena, ¿no crees?


-Por supuesto -asintió Sinjun entusiasmada.
-Estos días están ocurriendo muchas cosas -continuó tras una breve
pausa-. En los próximos dos días deberían llegar las ovejas para proveer a
nuestra gente de lana y leche. También he comprado suficientes vacas para
todos. He convocado una reunión de mis campesinos y colonos.
Realizaremos todas las reparaciones necesarias, desde los tejados y
cercados hasta las camas. Haremos acopio de víveres y procuraremos
aperos de labranza. Se habrá acabado la indigencia y el miedo para el clan
de los Kinross. Gracias, Joan.
-De nada -murmuró confundida, y tragó saliva. Había hablado con ella
como si fuera un socio-. ¿Por qué me cuentas todo esto?
Él se llevó una cucharada de gachas a la boca y masticó pensativo.
-Es tu dinero lo que hace posible todo esto y me parece justo y razonable
que sepas a qué se destina.
Estaba decepcionada por su tono frío y sobrio, pero consiguió decir con
calma:
-Las cosas de la casa marchan bastante bien, pero aún quedan muchas
reparaciones por hacer y también necesitaré jardineros.
-Sí, Alex me ha contado lo que hay que hacer fuera y no me extrañaría
verla arrancando personalmente la mala hierba de los rosales. Se ha
enardecido mucho con eso. Habla con el señor Seton. Que él procure los
hombre y tú eliges a los jardineros más adecuados. Eso llevará algún
tiempo, pero es algo que ahora tenemos. Los acreedores ya no me
persiguen. Estamos a flote, ¿sabes? Muy pronto haremos aquella infame
lista juntos. Ahora Douglas y Ryder quieren que los lleve a ver los
alrededores, que les muestre todo lo que estamos haciendo. Y también
quieren conocer a algunas de nuestras gentes. ¿Quieres acompañarnos?
Ella le observó. Ya no la excluía. ¿Había comprendido al fin que no
trataba de robarle el cofrecillo? No, quizá no. Era su dinero, como le había

Espe
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dicho, por eso trataba de ser amable con ella vinculándola a sus
intereses.Pero ella odiaba su amabilidad porque era un sentimiento
demasiado frío.
-No, esta vez no -dijo tirando la servilleta al plato y levantándose-.
Quisiera dedicarme un poco a los niños. A Philip le debo una disculpa y,
como es tu hijo, supongo que exigirá que me arrodille ante él antes de
absolverme graciosamente.
Colin soltó una carcajada.
-Además, mis cuñadas querrán saber qué ha ocurrido con MacPherson.
-Les he contado lo ocurrido y Alex me ha criticado con mucho rigor
hasta que de repente se puso pálida, se llevó la mano al estómago y salió
corriendo de la habitación, mientras Douglas le seguía con la palangana
que le había dado la señora Seton. Ryder y Sofía tan pronto reían como
gritaban, fingiendo interesarse por mis proyectos agrarios, pero sin el
menor éxito. Tus hermanos son encantadores, Joan, cuando no intentan
matarme.
Sinjun se echó a reír. No le era difícil imaginar la escena.
-¿Y cómo han reaccionado tía Arleth y Serena? ¿Se han sentido
culpables? ¿Se han enfadado?
-La tía Arleth no ha dicho una palabra y Serena daba la impresión de
estar distraída. En cambio, Dahling no hacía más que preguntar. Quería
saber por qué no la habías llevado contigo para encararse con MacPherson,
después de todo ella también era una mujer. Entonces preguntó a Serena
por qué su hermano era un hombre tan malo. Serena contestó que él
odiaba su cara de ángel y que por eso cultivaba su alma demoníaca.
-Está visto que tendré que disculparme con ella también ¿Estás seguro
de que tía Arleth no parecía sentirse culpable?
-Sí, no obstante, hablaré con ella a solas.
-Todavía tengo miedo, Colín.

Espe
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Él se levantó, fue hacia ella y la cogió en sus brazos.


-Nadie volverá a hacerte daño nunca más -le dijo-. Dios mío, me diste un
susto de muerte.
Ella hundió la cara en su cuello.
-Bien -murmuró-. Una vez te portaste muy mal... No es más que un
pequeño escarmiento.
Él volvió a reír, la apretó con más fuerza y le preguntó:
-¿Cómo te sientes hoy?
-Mucho mejor. Sólo un poco débil.
-A partir de hoy casi todas las mañanas te sentirás algo débil.
Ella alzó la cara para que él la besara.
-Papá, seguro que a Sinjun no le gusta que la besuquees en el desayuno.
Colin suspiró, la besó ligeramente en la barbilla y la soltó contrariado,
mientras observaba a su hijo que estaba en la entrada con los brazos en
jarras, como solía hacer él mismo.
-¿Qué quieres, Philip? Sinjun estaba a punto de ir verte para pedirte
perdón. Está incluso dispuesta a arrodillarse ante ti y a prepararte
almendras garrapiñadas hasta que se te pudran los dientes. Y como eres mi
hijo espera que la colmes de interminables reproches.
Philip consiguió adoptar un aspecto severo por unos instantes, pero
enseguida declaró magnánimamente:
-Está bien, Sinjun, te conozco y dudo que nunca cambies. -Se volvió
entonces otra vez a su padre-. El tío Ryder me ha preguntado si quiero
visitarlo a él, a la tía Sofía y a sus niños. Dice que son más de una docena,
que me lo pasaría muy bien. Viven en Brandon House que está justo al lado
de su casa. ¿Sabías que salva a los niños de toda clase de situaciones
terribles, papá? Él es su tutor y cuida de ellos y los quiere. Él no lo ha

Espe
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dicho, pero yo lo he sospechado y el tío Douglas me lo ha confirmado. Creo


que le molesta que lo tomen por un hombre bueno. Tío Ryder también me
ha hablado de su cuñao, Jeremy, que está en Eton y es cojo, y sin embargo
es el mejor luchador que ha visto y un jinete más rápido que el viento. Dice
que me enseñaría a luchar sucio si tú estás de acuerdo y que Jeremy no era
mucho mayor que yo cuando le enseñó. Por favor, papá, ¿puedo?
-¡El tío Ryder y el tío Douglas! -gruñó Colin-. Te propongo una cosa,
Philip. Tu tío Ryder y yo luchremos con todos los trucos posibles, y el que
gane puede enseñarte. ¿De acuerdo?
Philip, que no era tonto, contestó:
-Quizá fuera mejor que tú y el tío Ryder me enseñarais a luchar.
-Debería hacerse diplomático -dijo Colin a su mujer, abrazó a su hijo y
continuó-: Tus dos tíos y yo discutiremos el asunto. Y tú deberías
descansar ahora, Joan.
-Oh, papá, Sinjun me está enseñando a usar el arco, aunque también
hacemos esgrima. MacDuff nos ha dado lecciones, pero tuvo que irse. ¿Nos
enseñaras tú, papá?
-¿Joan ha tomado contigo lecciones de esgrima de MacDuff?
-Sí, y tengo que seguir para que Philip no me deje atrás.
-No sabía que fueras tan polifacética -comentó Colion con un tono de
voz algo quisquilloso.
Ella inclinó la cabeza a un lado sonriendo irónicamente.
-Te pareces a Ryder y Douglas cuando hago algo mejor que ellos. Ellos
me han enseñado a disparar con la pistola y el arco, además de cabalgar y
nadar, pero se sienten ofendidos en cuanto sobresalgo en cualquiera de
estas disciplinas.
-Eso es razonable, por supuesto. A un hombre no le gusta que su mujer
se ponga sus pantalones y se vaya a caballo a luchar contra sus enemigos
dejando a su marido sin saber qué hacer ni decir.
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-Creo que no se trata sólo de esposas, sino de las mujeres en general. Los
hombres necesitan demostrarse que son más fuertes que ellas.
-A pesar de tu audacia, de tu inagotable imaginación y tu conmovedora
preocupación por mi bienestar, sigues siendo más débil que yo, Joan.
Cualquier hombre, incluso un idiota, podría hacerte daño, y por eso los
hombres tenemos el deber de proteger a nuestras mujeres y niños.
-Ja! Sabes muy bien que eso es un disparate, Colin, ya no vivimos en la
Edad Media, cuando los bandidos infestaban el país.
-¿Por qué discutís? -preguntó Philip mirando primero a Sinjun y
después a su padre-. Los dos tenéis razón. También los muchachos
podemos ser útiles. ¿No fui yo a buscarte a Edimburgo, papá? Sin mí,
Sinjun podía haber muerto.
Los dos cambiaron miradas por encima de la cabeza de Philip. Sinjun
sonrió. Colin dijo:
-¿Crees que cada miembro de la familia deburía aportar su parte? ¿Que
todo el mundo debería tener la posibilidad de ser un héroe de vez en
cuando?
-Eso significaría que incluso Dahling tendría su oportunidad -dijo Philip
frunciendo el entrecejo-. ¿Qué opinas tú, Sinjun?
-Creo que tu padre ha comprendido al fin.
-Basta, ya, Philip, ¿aceptas la disculpa de Joan?
-Se llama Sinjun, papá... Sí, la acepto, Sinjun. Tú harías cualquier cosa
por papá, así que no puedo enfadarme contigo.
-Gracias -dijo ella humildemente.
Colin frunció el entrecejo y se fue de la sala del desayuno con su hijo,
inclinándose para oír lo que el muchacho decía. Sinjun los siguió con la
mirada, abrumada por su amor hacia él.
¿Quién demonios había dicho a Robert MacPherson que Colin había

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

asesinado a su mujer?

Era una tarde fresca, pero el cielo estaba claro. «Azul Sherbrooke», le
había dicho Sofía a su marido, y luego lo había besado.
Colin había sentido la necesidad de estar solo durante un rato.
Observaba las manchas de humedad del libro que tenía en las manos.
Saltaba a la vista que habían limpiado el libro y untado con aceite las tapas,
pero las manchas eran antiguas. Naturalmente había sido Joan quien se
había ocupado de sus libros, pero sólo ahora se daba cuenta del cuidado y
el respeto con que había tratado la biblioteca. Se sentó a la mesa, cruzó los
brazos sobre cabeza, se recostó en la silla y cerró los ojos. Se encontraba en
su estudio de la torre y olía a beso fresco y a rosas, y también a cera y
limón. Ya no estaba enfadado con su mujer, sino que sentía una profunda
gratitud. Supuso que pronto esos olores ya no le recordarían a su madre,
sino a ella.
«Te quiero», pensó.
Colin había sabido desde el principio que ella lo amaba, aunque le
costaba creer que existiera el amor a primera vista. Pero ella se había
puesto de su lado desde principio y nunca había dejado de creer en él.
Incluso cuando discutían, él sabía que Sinjun estaba dispuesta a hacer
cualquier cosa por él.
Era humillante...
Había tenido mucha suerte. No sólo había conseguido a una rica
heredera, sino también una madre maravillosa para sus hijos y una
excelente mujer, aunque fuese obstinada y demasiado impulsiva.
Las aciagas nubes negras de Vere Castle se desvanecieron al fin; pero él
seguía teniendo un enemigo desconocido. Quizá debiera haber obligado a

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Robert MacPherson a revelar su nombre. Joan no se lo hubiera impedido


en la cabaña. Probablemente incluso lo hubiera golpeado ella misma.
Ese pensamiento le hizo sonreír. Era sanguinaria cuando se trataba de
su seguridad. Entonces pensó en tía Arleth, que había perdido la razón sin
que él lo hubiera advertido. Por su ceguera, Joan podía haber muerto. Ar-
leth había admitido abiertamente que deseaba su muerte, para volver así a
la normalidad y recuperar el mando. Pero ella no había instigado a
MacPherson, de eso estaba seguro. Abrió los ojos suspirando al oír pasos
en la alera. Entonces reconoció los pasos ligeros, se irguió en el asiento y
tomó el libro en las manos. Cuando Joan entró en la habitación, se dio
cuenta enseguida de que tenía gotas de sudor en la frente y que jadeaba. Se
levantó rápidamente y salió a su encuentro.
-Ven, siéntate y descansa un poco. Aún estás débil.
Ella se dejó caer en la silla.
-Es deprimente que no pueda subir unas simples escaleras. Hola, Colin.
No te he visto. ¿Estás bien?
-Necesitaba un poco de tranquilidad. ¿Tú también?
-Sí, pero me alegra que estés aquí.
Sinjun respiró profundamente.
-He venido por un motivo concreto.
-Quieres saber el resultado de la conversación con la tía Arleth, ¿no?
-En realidad no, porque si hubiera sido ella la fuente de información de
Robbie, me lo hubieras dicho enseguida. No, se trata de algo
completamente distinto, pero que puede esperar. ¿Qué lees?
El le entregó el libro.
-Gracias por intentar reparar el libro. Perteneció a mi abuelo y él me lo
leía con frecuencia. Son Las Cartas a su hijo de Chesterfield. Creo que va
siendo hora de que lea a Philip estas cartas sobre mitología e historia.

Espe
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-El hijo de Chesterfield se llamaba también Philip ¿No es una extraña


casualidad? Douglas no me había recomendado a Chesterfield como
lectura, pero yo lo descubrí muy pronto. El pobre fue un marido
desdichado y por eso tenía una opinión negativa de las mujeres, pero
Douglas me dijo que no debía darle importancia, porque Chesterfield no
había tenido la suerte de conocerme. Ah, aquí está uno de mis pasajes
favoritos: «Guarda tus comcimientos como tu reloj de bolsillo... Evita en lo
posible hablar de ti.»
La miró perplejo y se preguntó si seguiría sorprendiéndolo durante toda
su vida.
-Mis libros están aún en las cajas -le informó ella. No he tenido tiempo
de sacarlos. -Le dirigió una mirada insegura-. Además no sabía dónde
ponerlos.
En ese momento Colin se sintió un egoísta. Si Joan no hubiera sido
como era, la hubiera avasallado y aterrorizado. Incluso ahora no parecía en
modo alguno seguro de su actitud con ella, ¡sólo por unos libros!
-Tú sabes -dijo él sonriendo- que hay docenas de habitaciones vacías en
el castillo. Puedes disponer de todas ellas. Pero si quieres, me encantaría
compartir este espacio contigo.
Ella se puso de pie de un salto sonriendo embelesada.
-Colin, te quiero tanto -suspiró arrojándose a sus brazos.
Él la rodeó con sus brazos, la besó en la oreja y en la nariz, le acarició las
cejas con la yema de los dedos y zarandeó en el aire.
-¿Sólo porque te ofrezco un par de estanterías en mi oscuro refugio?
Le estaba ofreciendo no sólo estanterías, sino algo que había guardado
celosamente, que era sumamente valioso para él. Pero ella no lo mencionó.
Acababa de darle una prueba inconfundible de su confianza.
-He venido a verte por una razón especial -dijo ella mirándolo con ojos
radiantes de felicidad, y lo besó en la barbilla.

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La novia secreta – Catherine Coulter

-Sí, pero aún no me has dicho de qué se trata.


-Quisiera hacer el amor contigo, Colin.
-¿Quieres decir que te gustaría volver a gritar de placer como anoche?
-No, quiero hacer que seas tú el que grite de placer.
Colin estaba completamente perplejo. Él era el hombre, maldita sea, él
era el marido y había querido seducirla paulatinamente. Y ahora ella volvía
a tomar la iniciativa. Quizá la había malinterpretado.
-Creo que sería insensato continuar así –siguió ella-. Yo te he forzado a
ello y tú has sido muy considerado y comprensivo, tal vez demasiado... He
sido muy egoista, pero ahora quiero hacerlo todo contigo.
-¿De veras?
-Sí, Colin.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

19
-Es una sorpresa muy seductora -dijo Colin mirando a su mujer y viendo
cómo sus nobles proyectos de acción se desvanecían.
Ella le acarició la cara, lo abrazó, lo besó en la boca y la nariz,
mordisqueó su oreja y dijo resueltamente:
-He sido egoísta, infantil y cobarde. Tú eres un hombre y yo quiero ser tu
mujer en todos los sentidos. No me importa el dolor. Quiero darte todo lo
que necesitas. Me entregaré a ti sin lamentos ni quejas cuantas veces lo
desees.
-Ah, Joan, pero el dolor... Sé que aún no lo has olvidado. No deseo
atormentarte. No quiero hacerte llorar.
-No lloraré. Seré fuerte. Douglas y Ryder me han educado en el
estoicismo. Ryder me ha tirado de las orejas cada vez que me comportaba
como una niña. No te decepcionaré, Colin. -Respiró profundamente-. ¡Lo
juro!
Él le cogió los brazos y los apartó suavemente de su cuello.
-No puedo permitir ese sacrificio. No puedo exigirte eso. Quizá quieras
permitirme que te haga el amor una vez al año para engendrar un hijo. -
Suspiró profundamente y continuó hablando como un mártir-. Amí no me
importa. Me bastará con complacerte cada noche. Tiene que bastarme. No
soy un monstruo para hacerte gritar de dolor.
-Colin, eres tan noble, tan atento, pero mi decisión es firme. Deberíamos
hacerlo ahora mismo, así me habre´recuperado a la hora de cenar. Y si
tengo que gritar de dolor, aquí no podrá oírlo nade. Ahora quisiera
desnudarte.
El la miraba atónito, mordiéndose los labios para no reir.
-Tienes que amarme muchísimo para sacrificarte de ese modo –dijo
fingiendo una profunda emoción-. Aunque sabes lo que te espera, estás
dispuesta a entregarte a mí. Sólo ahora me doy cuenta de lo fuerte y
Espe
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desinteresada que eres, Joan. Me avergüenzas.


Viendo que ella manipulaba torpemente los botones de su pantalón, se
rió al tiempo que le apartaba las manos dando unos golpecitos en sus
dedos.
-Desnudémonos los dos al mismo tiempo. ¿De acuerdo?
Ella inclinó la cabeza y empezó a desnudarse ¿Quería realmente
seducirlo allí mismo sobre la alfombra? En realidad era una magnífica
idea, admitió tras unos segundos de reflexión.
Colin se estaba quitando la primera bota cuando ella ya estaba desnuda
ante él. Intentó sonreír como una sirena, pero sin el menor éxito. En ese
momento, Colin pensó que se parecía a santa Juana caminando hacia el
martirio, quien se sostuvo firme alentada por el deseo de conservar su
dignidad a toda costa incluso a la vista de las llamas. ¡Loca diablilla!.
Cuando el estuvo desnudo, supo que ella tenía los ojos clavados en su
ingle, pero aún no estaba muy excitado, por lo que al parecer no ofrecía
una visión “aterradora”.
Estaba a punto de terminar la farsa y adoptar el papel de tierno seductor
cuando se abalanzó sobre él y le rodeó el cuello con los brazos, como si
quiesiera estrangularlo, y lo besó ardientemente.
«Muy interesante...», pensó él, le acarició las nalgas y entrelazó sus
muslos alrededor de sus caderas.
Ella lo besó hasta quedarse sin aliento.
-¿Qué quieres que haga ahora, Joan?
-Quiero que te pongas de espalda para que pueda besarte y no debes
moverte.
Él obedeció y se acomodó sobre la alfombra. Por las estrechas ventanas
se filtraban los rayos del sol. Ella se echó sobre él con las piernas entre las
suyas y el miembro erguido de Colin apretando contra su vientre.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Colin vio el temos en sus ojos al moverse involuntariamente, pero ella le


sonrió.
-Eres tan hermoso, Colin. Soy la mujer más feliz del mundo.
-Gracias –murmuró él.
-No quiero que te muevas Colin. Quiero que estés quieto. Voy a besarte
como tú lo hiciste. ¿Te parece bien? –Le acarició el miembro con la mano
sin dejar de mirarlo a la cara...
-No... –murmuró poco después-. Quiero más, quiero averiguar a que
sabes. –Le acarició el miembro con la boca y se arqueó resollando y
gimiendo. Entusiasmada por su violenta reacción se propuso hacerle gritar.
Estuvo a punto de conseguirlo, porque él apenas podía contener su
orgasmo.
-Joan, no, cariño, detente o eyacularé y tu sacrificio habrá sido inútil.
Ella obedeció enseguida.
-Ya lo sé; tienes que derramarte dentro de mí. Esto te gusta, pero como
hombre deseas lo otro. Muy bien...
Antes de que pudiera evitarlo, se arrodilló sobre él.
-¡Oh, no! –exclamó Colin cuando ella trató de tomarlo.
Sinjun lo miró sorprendida y él vio que había palidecido sin duda por el
miedo al dolor.
Acarició sus brazos sonriendo.
-Todavía no, Joan. No trates de forzarme. Aún ni estoy listo para eso.
Necesito más para sentir auténtico placer, para...
Calló de repente al oírla jadear aterrada. Ella fijó los ojos en su miembro
y después de nuevo en su cara, mirándolo como si se hubiera vuelto loco.
-¿Insinúas que aún puede ser más grande? Pero has gemido y temblado,

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Colin, y estás sudando. No puede ser...


-Oh, sí -dijo él completamente desesperado-. Soy un hombre y necesito
mucho más. Créeme. Tienes que confiar en mí, al fin y al cabo, tengo
mucha experiencia Tú quieres darme el mayor placer posible, ¿no?
-Naturalmente. Te he prometido no ser egoísta. Si tiene que ser
necesario, te ayudaré. -Respiró hondo-. ¿Qué debo hacer?
Él sonrió.
-Échate de espaldas. No tengas miedo, no voy a tomar la iniciativa. Sólo
quiero mostrarte qué tienes que hacer para hacerme gritar de placer como
gritaste tú ayer.
Ella le dirigió una mirada indecisa, pero hizo lo que él pedía. Cuando él
se puso sobre ella, él volvió a ver aquel miedo en sus ojos, pero no podía
reprochárselo porque su miembro estaba ahora plenamente erguido.
Él se calmó. No estaba dispuesto a convertir esta maravillosa sorpresa
en otro fiasco.
Se colocó entre sus piernas y se apoyó en los codos.
-Mírame, Joan. Eso es... -dijo él-. Ahora quiero que sigas besándome, o
de otro modo tendría que fingir y tú no quieres que finja que me das placer,
¿verdad?
--Oh, no -dijo Sinjun sin poner el menor reparo a su plan. Cuando lo
besaba, podía olvidar momentáneamente aquella parte de su cuerpo
enorme y amenazador que oprimía a su vientre. Era imposible que no le
hiciera daño, pero estaba decidida. No iba a decepcionarlo de nuevo, nunca
más volvería a hacerlo. Él la deseaba y ella satisfaría todos sus deseos.
Colin no tenía prisa. La besó apasionadamente hasta quee ella se
retorció gimiendo debajo de él. Entonces dirigió toda su atención a sus
pechos y su sabor maravilloso le hizo estremecerse de placer.
-¿Me deseas lo bastante, Colin?

Espe
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-Aún necesito más, Joan. No es fácil alcanzar los límites del deseo para
un hombre.
-Entiendo.
-¿Disfrutas con lo que te estoy haciendo? No es necesario, ¿pero por qué
no ibas a disfrutar tú también un pocoo con ello?
-Sí, es una sensación muy agradable.
«Espera, cariño», pensó él mientras su lengua se deslizaba hacia su
vientre liso. Sintió cómo se tensaban sus músculos y supo que ella no
sospechaba lo que él iba a hacer a continuación, pero era evidente que
estaba excitada
A continuación la estimuló con la boca entre los muslos y ella gritó
mientras lo agarraba por los cabellos enloquecida.
La besó y la acarició. Deslizó sus dedos suavemente y comprobó que
estaba lista para recibirlo.
-Mírame, Joan -susurró él con voz ronca mientras alzaba ligeramente
sus caderas.
Cuando penetró en ella él vio cómo se abrían sus ojos
desmesuradamente en espera del dolor que parecía inevitable, pero que no
llegó. Sintió cómo su cuerpo se ajustaba al suyo sin sentir ningún dolor, él
estaba seguro de eso. Su calor le hizo apretar los dientes para no perder el
dominio de sí mismo.
-¿Colín...?
-¿Sí? ¿No te gusta?
-Sí, pero no lo entiendo. ¿Por qué no siento ese terrible dolor esta vez?
Estoy llena de ti, pero no siento el menor daño. Al contrario, es muy
agradable.
Siguió besándola.

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-Muévete hacia arriba y hacia abajo, Joan. Eso hará aumentar mi placer.
¿Es lo que tú quieres, no?
-Sí... -Sus movimientos eran al principio algo torpes y bruscos, pero
pronto su cuerpo se adaptó al ritmo furioso del cuerpo de Colin. Cuando él
sintió que estaba a punto de perder el control, introdujo una mano entre
sus muslos y la estimuló al tiempo que contemplaba su cara.
-Colin... -Suspiró ella.
-Sí, cariño. Vamos a alcanzar juntos el punto culminante, ¿de acuerdo?
-No entiendo lo que... -enmudeció de pronto, echó hacia atrás la cabeza,
arqueó el cuerpo y gritó. En mismo momento él también alcanzó el
orgasmo.
Cuando a Colin se le calmó algo la respiración le puso a ella una mano
sobre el pecho y comprobó que su corazón seguía palpitando con fuerza.
Fue tal su alegría que tuvo ganas de bailar.
Ella levantó una mano, pero la dejó caer de nuevo sin abrazarlo como
hubiera deseado él. Por otra parte a él le complacía haberla agotado de tal
modo.
-Has sido muy valiente, Joan -le dijo con mucha seriedad-. Es
verdaderamente generoso de tu parte que me hayas ocultado tu dolor e
incluso me hayas hecho creer que sentías placer. Soy el hombre más
afortunado del mundo por haber encontrado a una mujer tan desprendida
y generosa.
Momentos después él lanzaba un gemido y se restregaba el brazo
dolorido.
-Generosa, desprendida y vengativa...
-¡Me has engañado, sinvergüenza! No, no necesitas arquear las cejas de
ese modo tan arrogante. Has mentido. Estabas de acuerdo conmigo en que
hacía un daño terrible. ¡Te has burlado de mí y te odio!
Él soltó una carcajada, lo que enfureció aún más a Sinjun. Pero él no
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quería dejarla, no quería abandonar esa cueva tan suave y cálida. Y ese
mismo pensamiento volvió a aumentar su erección y penetró de nuevo en
ella.
-No, ésa fue una idea absurda. No tergiverses las las cosas, Joan.
Recuerdo la primera vez...
-¡La primera vez! ¡Me violaste tres veces!
-Muy bien, pero ya me he disculpado bastante, y si no te ha abandonado
por completo la memoria después de este huracán de placer, recordarás
que te aseguré que no volvería a dolerte, pero tú te negaste a creerme.
Ahora ves que te decía la verdad. Esta mañana he intentado explicarte que
los hombres son criaturas verdaderamente útiles. Sirven no sólo para
proteger, sino también para dar placer. Y ahora que sabes qué es el placer
sexual, ¿te gustaría probarlo otra vez?
Su semblante era hosco y amenazador, y sus ojos parecían puñales
afilados. Pero le contestó:
-De acuerdo.
Esta vez él le hizo el amor lentamente y el placer fue aún mayor para los
dos, y cuando volvió a tranquilizarse dijo:
-Admítelo, Colin, te has burlado de mí, ¿verdad?
-Sólo un poco. Tu firme convencimiento de que no cabía en ti me
divertía, pero también sufría porque te deseaba ardientemente. Ah, quizá
te desee ahora otra vez. ¿Qué opinas? No, espera, ésta sería aquella infame
tercera vez. Piénsalo bien antes de responder, Joan.
-No hay nada que pensar -respondió ella inmediaente y se irguió para
besarlo.

Llegaron muy tarde a cenar. Cuando entraron en el comedor, Philpot y

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Rory ya estaban sirviendo el postre –tortas de arándano y grosellas-. Philip


y Dahling ya se habían retirado a la habitación de los niños acompañados
por Dulcie.
Serena, los hermanos y sus mujeres estaban a la mesa. La tía Arleth se
negó a abandonar su habitación hasta que viniera a recogerla su hermano
con un coche.
Douglas arqueó una ceja, pero se mantuvo en silencio. Sinjun se extrañó
de su discreción, hasta que se dio cuenta de que un pedazo de torta le
impedía hablar. Desgraciadamente Ryder no tenía la boca llena. Se reclinó
contra el respaldo de su silla y cruzó las manos sobre el estómago. Sus ojos
relampagueaban de cólera.
-Sinjun, la expresión de tu cara despierta en mí el deseo de matar a
Colin. Eres mi hermana pequeña. No tienes derecho a tener ese aspecto; no
tienes derecho hacer lo que es obvio que has estado haciendo.
-Cállate -dijo Sofía mientras le clavaba el tenedor en el dorso de la mano.
-Tiene razón -convino Douglas, que ya se había tragado la torta y estaba
dispuesto a soltar su propia danada.
-No te metas en eso -intervino Alex-. Es una mujer casada. Ya no es una
muchacha de diez años.
-Eso es un hecho irrefutable -dijo Colin sonriendo a sus nuevos
parientes, besó a su mujer en la nariz y la sentó en la silla de la condesa-.
En realidad, hay dos hechos irrefutables.
Fue a la cabecera de la mesa, se sentó, alzó su vaso vino y dijo:
-Quiero brindar por mi esposa, por ser hermosa e intrépida, aunque se
había obsesionado con una idea fija y...
-¡Colin, cierra la boca! -Sinjun le arrojó una cuchara sopera que fue a dar
a un jarrón de narcisos porque era una mesa de cuatro metros de larga.
Philpot carraspeó con fuerza, pero nadie le prestó atención.

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Serena suspiró, miró a Colin, luego a Sinjun y dijo:


-Colin nunca miró a Fiona o a mí de ese modo. Eso no es sólo deseo, sino
un sentimiento profundo. Parece un gato que ha comido más nata de la
que le corresponde. Creo que es muy egoísta. Espero que le siente mal. Tú
lo has echado a perder por completo, Joan. Philpot, quisiera unas tortitas
más.
Philpot puso con semblante impasible la bandeja de las tortas junto a su
plato.
-Me satisface saber que sus sentimientos no se agotan en el puro deseo -
dijo Ryder de muy buen humor a su hermana-. ¿Tienes quizá un filtro
mágico, Sinjun? ¿Te ha dado la receta Sofía? Es tan codiciosa de mí que
preciso de toda mi nobleza de sentimientos para hacer frente
valerosamente a sus exigencias. Hago realmente lo que puedo para
proporcionarle un segundo hijo, pero no me deja en paz. Me persigue
constantemente y sólo en la mesa estoy relativamente seguro.
-T va a clavar el tenedor otra vez como no cierres la boca -dijo Alex-.
Sólo deseo, Sofía, que cuando vuelvas a estar embarazada vomites el
desayuno únicamente vez.
-Oh, no -repuso Sofía-. A mí eso no me ocurre. En tu caso eso se debe a
tu marido. Es él quien te pone enferma.
Las tres mujeres se echaron a reír.
Douglas dirigió una mirada hosca a su cuñada.
Ryder se ufanó.
- No, Sofía no tendrá las menores molestias porque se lo prohibiré.
Alex se volvió hacia Sofía y dijo:
-A veces olvido por completo cómo son, y cuando vuelvo a acordarme de
ellos me doy cuenta de lo maravillosa que es la vida, más deliciosa incluso
que las tortitas de arándano y grosellas que está engullendo Douglas.

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-Ahora que al fin has dicho la verdad -dijo Douglas-, te ruego


encarecidamente que no te eches a correr otra vez en busca de la palangana
que ha colocado Philpot en el salón.
-Quisiera que cambiásemos el tema -propuso Sinjun.
-De acuerdo -dijo Ryder-. Una vez que Douglas y yo hemos visto que
estás satisfecha con tu marido, podemos dedicarnos a otros temas. Douglas
y yo hemos pensado a fondo sobre esa situación, Colin, y creemos que la
persona que ha dicho a Robert MacPherson que mataste a su hermana es
probablemente la misma persona que la mató.
-Cierto. Pero ¿quién podría querer que muriera Fiona? –preguntó
Sinjun-. Ha tenido que ser un plan bien pensado y la sospecha tenía que
recaer en Colin, que se encontraba inconsciente en el acantilado y después
no se podía acordar de nada. Serena, ¿conoces a alguien que odiara a tu
hermana y entendiera bastante de brebajes?
Serena levantó la vista de su torta, sonrió a Sinjun y dijo con voz suave:
-Fiona era una zorra mentirosa. Yo misma la odiaba y conozco el efecto
del opio, del beleño y otras plantas semejantes. Yo podría haberlo hecho
fácilmente.
-Oh...
-Sigamos un poco más -propuso Douglas-. Serena, ¿quién odiaba a
Colin?
-Su padre. Su hermano. Tía Arleth. Al final Fiona lo odiaba también
porque estaba celosa y él no la amaba Estaba celosa incluso de mí, a pesar
de que yo entonces jamás te toqué, Colin. Yo era demasiado prudente.
Colin puso el tenedor en el plato. Su voz sosegada ni revelaba en modo
alguno el dolor que habían provocado en él las palabras de Serena, como
Sinjun bien sabía.
-Mi padre no me ha odiado, Serena, aunque no sabia qué hacer conmigo.
Mi hermano era el futuro conde todo giraba alrededor de él. Yo no era

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importante. Por supuesto eso no era justo, y sufrí mucho por ello. Tampoco
mi hermano tenía motivo alguno para odiarme, pues él tenía todo lo que
quería. En cuanto a la tía Arleth, ella quería a mi padre y odiaba a mi
madre, su hermana. Depués de la muerte de ésta quería que mi padre se
casara con ella, pero él no lo hizo. Es cierto que me detesta y que tenía a mi
hermano por un semidiós. Tal vez vio en mí una amenaza, porque después
de todo existía la posibilidad, aunque remota, de que algún día fuera
conde.
-Yo no te odio, Colin.
-Gracias, Serena. Ignoro lo que Fiona sentía por mí antes de morir, pero
espero que no me odiara. Yo nunca le deseé nada malo.
-Yo nunca te odiaría, Colin. Tan sólo desearía haber sido yo la rica
heredera, porque entonces no hubieras tenido que casarte con Joan.
-Pero me he casado con ella y a partir de ahora tú vivirás con tu padre en
Edimburgo, querida, y visitarás bailes y fiestas. Es sólo por tu bien, Serena.
-Eso es lo que dicen todos los adultos cuando quieren justificar su
comportamiento.
-Pero tú también eres un adulto -dijo Sinjun- y no puedo imaginar que
quieras quedarte en Vere Castle.
-No, tienes razón. Colin nunca me dará su amor, y por eso es mejor que
me vaya. -Se levantó sin esperar a que Rory la asistiera y salió de la
habitación.
-Tienes unos parientes muy extraños, Colin -dijo Douglas.
-¿Y qué me dices de tu madre, Douglas...?
-Está bien, Alex. La mayoría de las familias tienen figuras extrañas -dijo
Douglas sonriendo-. Pero Serena... En fin, no sé, Colin. Me parece casi
irreal. No es que me parezca que esté loca, pero creo que no es muy
normal.
Sí, siempre está fantaseando y le gusta pensar que es una bruja. Por eso
Espe
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se dedica desde hace muchos años a las plantas.


-¿Crees que ella ha matado a su propia hermana y que te ha drogado
para echarte la culpa a ti?
-No, aunque Douglas tiene razón, no es muy normal. Pero Fiona
adoraba a su hermana e insistió en que Serena viviera aquí con nosotros, a
pesar de que a mí no entusiasmó la idea.
-¿Intentó besarte delante de su hermana? -preguntó Alex.
-No, Alex, eso empezó cuando traje a Joan a casa. Desde entonces ha
estado acechándome continuamente por todas partes.
-No estaría mal aclarar este asunto -propuso Douglas.
-Quizá debiéramos pedir ayuda a Dahling –dijo Sinjun-. Ella tiene su
propia opinión sobre todo y todos.
-Joan -dijo Colin de pronto-, no has comido nada y eso no me gusta.
Debo insistir en que recuperes tus fuerzas. Philpot, sirva una buena
porción a la señora.

Los hermanos de Sinjun cambiaron miradas con sus mujeres y se


echaron a reír. Colin parpadeó sorprendido y a continuación se sonrojó
para gran alegría de Sinjun.

Colin, que venía practicando la abstinencia durante varias semanas, no


tuvo dificultad para satisfacer a su mujer una vez más antes de dormir, y
Sinjun, que después de varias semanas de miedo y angustia había
descubierto la embriaguez de los sentidos, era incapaz de saciarse.
Los dos durmieron profundamente hasta que Sinjun despertó
bruscamente y miró a la oscuridad con los ojos desorbitados.

Espe
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Una luz suave se desprendió de la oscuridad y las innumerables perlas


de color crema claro del vestido de brocado empezaron a titilar
misteriosamente. Era Jane de las Perlas y Sinjun supo enseguida que
estaba turbada.
¡Deprisa, la habitación de tía Arleth!
Las palabras resonaron con fuerza en la mente de Sinjun, con tal fuerza
que ella no podía comprender por qué Colin no se había despertado
sobresaltado.
Segundos más tarde, Jane de las Perlas desapareció y Sinjun agitó a su
marido al tiempo que apartaba las cubiertas.
-¡Colin! -exclamó mientras se ponía presurosamente el camisón.
-¿Qué pasa, Joan? ¿Ha ocurrido algo?
-¡Date prisa, es tía Arleth...!
Ella salió a toda prisa de la habitación sin ni siquiera encender una vela.
Mientras corría por el corredor dio voces a sus hermanos, pero sin
pararse a llamar a las puertas.
Abrió de un golpe la puerta de la habitación de la tía Arleth y se quedó
petrificada en el umbral. Tía Arleth estaba suspendida de una cuerda atada
al candelabro, con los pies balanceándose a medio metro escaso del suelo.
-¡No!
-¡Dios mío!
Colin la empujó a un lado, entró en la habitación y levantó a la mujer por
las piernas para evitar que la cuerda siguiera apretándole el cuello.
A los pocos momentos, irrumpían en la habitación Douglas, Ryder, Sofía
y Alex.
Colin exclamó por encima del hombro:

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-¡Rápido, cortad esa maldita cuerda! ¡Quizá aún no sea demasiado


tarde!
Como no había ningún cuchillo, Douglas se subió a una silla para soltar
el nudo que había debajo del candelabro. No necesitó mucho tiempo, pero
a los demás les pareció una eternidad hasta que Colin pudo llevar a la
mujer a la cama y quitarle la cuerda.
Colin le puso los dedos en la arteria carótida, le golpeó fuerte en las
mejillas, le dio masajes en los brazos y las piernas, la sacudió, pero ella no
reaccionó.
Finalmente murmuró:
-Está muerta. Dios mío, está muerta.
-Yo sabía que estaría muerta -sonó la voz melódica de Serena en el
umbral-. El amante kelpie de tu madre ha venido a buscar a Arleth porque
había informado a Joan de tu origen. Oh, sí, él fue tu padre, Colin, y ahora
Arleth está muerta, y se lo ha merecido. -Se volvió con el camisón flotando
al andar y exclamó-: Yo no creo en esa absurda historia del kelpie. No sé
por qué lo he dicho. Pero no siento que haya muerto. Era peligrosa para ti,
Colin.
-Dios mío -murmuró Alex y sintiendo que le temblaban las rodillas se
sentó en el suelo.

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20

-No fue un suicidio -dijo Colin.


-Pero la banqueta que había a su lado estaba tumbada, como si ella... -A
Sinjun se le quebró la voz y tragó saliva. Colin la apretó con fuerza entre
sus brazos.
-Ya lo sé -murmuró él-. Si hubiéramos llegado unos minutos antes,
quizá...
Douglas se levantó y se apoyó en la chimenea con una taza de café en la
mano.
-No, no se ha suicidado, de eso estoy seguro. No tenía fuerzas para atar
un nudo tan sólido como el del candelabro.
-¿No deberíamos informar al magistrado? -preguntó Sinjun a su marido.
-Yo soy el magistrado. Estoy completamente de acuerdo con Douglas.
Pero, ¿cómo te has despertado, Joan? ¿Y cómo has sabido que le ocurría
algo a la tía Arleth?
-Jane de las Perlas me ha despertado y me ha enviado a su habitación.
No hemos perdido un segundo, Colin. Me pregunto por qué ha esperado
tanto tiempo. Tal vez comprendió que tía Arleth no sobreviviría o puede
que desease su muerte. Quizá Jane de las Perlas creyó que ése era un justo
castigo por todo lo que nos había hecho a Colin y a mí. Pero ¿cómo
podemos comprender los motivos de un espíritu?
Douglas se alejó de la chimenea con la cara encendida.
-¡Maldita sea, Sinjun, basta ya de historias de fantasmas! No quiero
saber nada de ellas, al menos aquí. Ya tengo bastante con aguantarlas en
casa por ser una absurda tradición familiar.
La discusión se prolongó, pero Sinjun dejó de tomar parte en ella.
Estaba tan cansada y conmocionada que ni siquiera podía escuchar
atentamente a cada uno de ellos mientras exponían en voz alta sus
Espe
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opiniones, que naturalmente eran completamente opuestas entre sí.


De repente, Sofía empezó a temblar y se dejó caer en un sillón. Ryder
corrió hasta ella y la cogió cariñosamente en sus brazos, apretando su
frente contra la de ella.
-¿Qué te ocurre, mi amor? Por favor, contesta.
-La violencia, Ryder, esta horrible violencia... Me ha recordado Jamaica.
Odio los recuerdos, Dios mío, cómo los odio...
-Lo sé, mi amor, pero ahora estoy contigo y seguiré estándolo. Nadie
volverá a hacerte daño, jamás. Olvida a tu maldito tío, olvida a Jamaica. -
Le restregó la espalda mientras la mecía suavemente en sus brazos.
Douglas dijo:
-¿Por qué no llevas a Sofía a la cama, Ryder? Parece completamente
extenuada.
Ryder inclinó la cabeza asintiendo.
Unos cinco minutos más tarde, a las cuatro de la madrugada, Colin
añadió:
-Douglas tiene razón. Estamos exhaustos. Basta por hoy. Seguiremos
hablando mañana por la mañana.
Colin tenía a su mujer entre sus brazos, con la cara pegada a su sien.
-¿Quién la mató, Colin?
ÉI sintió su cálido aliento en el cuello.
-No lo sé -admitió-, no tengo la menor idea.
Quizá fue ella una cómplice del asesino de Fiona... ¡Vaya noche!
Tratemos de dormir unas horas.
En el desayuno apenas habló nadie. Colin había dado a Dulcie
instrucción de que desayunara con Philip y Dahling en la habitación de los

Espe
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niños, para que no oyesen cosas extrañas que pudieran asustarlos. Pero
nadie tenía ganas de hablar.
Serena no dijo absolutamente nada. Masticaba despacio sus gachas e
inclinaba de vez en cuando la cabeza asintiendo, como si hablara consigo
misma. Sinjun pensó que jamás comprendería a Serena, aunque dudaba
que ella misma se comprendiese.
Serena al fin se dio cuenta de que Sinjun la observaba y dijo con voz
suave y tranquila:
-Lástima que no fueras tú la muerta, Joan. Entonces Colin tendría todo
tu dinero y a mí. Sí, es una verdadera lástima. Me gustas, naturalmente...,
es difícil no sentir simpatía por ti. Pero es una lástima. -Tras pronunciar
estas palabras, que sacudieron a Sinjun en lo más profundo de su ser,
Serena sonrió a todos y salió del comedor.
-Es espantosa -dijo Sinjun estremeciéndose.
-Creo que todo eso es sólo una comedia -la contradijo Alex-. Quiere
llamar la atención y disfruta conmocionando a la gente. No te preocupes,
Sinjun, sólo es una comedia.
Colin dijo:
-Me ocuparé de que Serena regrese a Edimburgo lo antes posible. De
hecho creo que será mejor que envíe a Ostle ahora mismo con una carta
para Robert MacPherson. Él mismo podría recoger a su hermana. No hay
razón para demorarlo.
Robert MacPherson vino a Vere Castle acompañado por media docena
de sus hombres armados hasta los dientes.
-Como ves, Alfie ya no está entre mis hombres. He mandado ahorcarlo
por matar a Dingle.
Desmontó, hizo señal con la mano de que los demás hicieran lo mismo y
entró en el castillo, no sin insistir en que dejaran las puertas abiertas.
-Esto ha cambiado bastante -dijo e hizo una ligera inclinación de cabeza
Espe
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a Sinjun-. Al parecer es usted una excelente ama de casa.


-Así es. -Sinjun se preguntó por qué no lo había matado cuando tuvo
ocasión de hacerlo. No se fiaba de ese hombre con la cara bonita y el alma
de un diablo.
-Voy a llevar a Serena a Edimburgo. Te he prometido que hablaría con
mi padre, Colin, pero te advierto que no está en sus cabales.
-Cuando lo vi la última vez, lo estaba -dijo Colin-. Si confesaras quién te
dijo que yo había matado a tu hermana, nos ahorraríamos un montón de
problemas.
-Te equivocas. -Robert MacPherson se sacudió un poco de polvo de la
manga de su chaqueta-. Eso no conduciría a nada. Matarías a esa persona y
yo seguiría con mis dudas. No, hablaré con mi padre. Le diré quién te ha
acusado y luego escucharé lo que tiene que decir. Eso es todo lo que puedo
prometer, Colin.
-¡Yo no mataría a tu maldito confidente!
-Si no lo hicieras tú, lo haría tu sanguinaria mujer.
-En eso tiene razón, Colin -convino Sinjun.
Colin se dio cuenta de que estaban todos de pie en el vestíbulo. No
quería que MacPherson entrase en su casa. Estaba obligado a mostrar
cierta cortesía, pero no a invitarle a una taza de té en el salón. Seguirían en
el vestíbulo. Para romper el silencio embarazoso, Colin dijo:
-Ya conoces a estas dos damas, supongo.
-Por supuesto. Son unas auténticas furias. Buenos días, señoras. -Hizo
una reverencia-. Supongo que ustedes son los maridos de estas dos
encantadoras damas; no saben cómo me satisface verlos. Habría que
tenerlas siempre bajo llave. -Se volvió de nuevo hacia Colin-. En tu carta
dices que me lleve a Serena lo antes posible. ¿Puedo preguntarte por qué
tienes tanta prisa?
-Tía Arleth murió anoche. Alguien la ha ahorcado.
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-Ya entiendo. Me has atraído aquí para acusarme de la muerte de la vieja


bruja. Menos mal que he traído a mis hombres.
-No seas idiota, Robbie. Tenía que parecer un suicidio, pero ella no tenía
fuerza suficiente para hacer el nudo. No, alguien la ha matado, puede que
tu propio confidente. Podrían haber sido cómplices. Quizá la ha eliminado
porque temía que lo delatara.
Pero Robert MacPherson siguió desconfiando y dio unos pasos hacia la
puerta abierta para estar más cerca de sus hombres, que se hallaban alerta.
-¡Maldita sea, Robbie, eso significa que alguien ha entrado en el castillo
y la ha matado!
-Tal vez sí era lo bastante fuerte para hacer el nudo -dijo MacPherson-.
Arleth era más robusta de lo que parecía.
Colin comprendió que era inútil tratar de convencerlo. Fue a buscar a
Serena, que le echó ardientes miradas mientras bajaban juntos por la
ancha escalera como si él fuera su amante, como si fueran Romeo y Julieta.
-No sabes cómo me alegro de que se marche -murmuró Sofía a Sinjun-.
Me da miedo, tanto si es comedia como si no.
-A mí también.
-Hermana. -Robert inclinó la cabeza ante Serena e hizo señal a sus
hombres de que cogieran a Colin las dos maletas.
-Hola, Robbie -dijo Serena. Se puso de puntillas para besar a su
hermano en la boca-. Cada vez estás más guapo. Lo siento por tu futura
mujer. Tendrá que competir con tu belleza. Tienes que prometerme que no
me acompañarás a ningún sitio en Edimburgo.
Él respiró hondo y por un horrible momento Sinjun pensó que golpearía
a su hermana. Después anunció:
-Me dejaré crecer la barba.
-Me alegro de que puedas -dijo Serena, y se volvió hacia Colin, le

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acarició las mejillas y lo besó en la boca-. Adiós, mi amor. Es una lástima


que la prefieras a ella, pero al menos es amable y me alegro de que te hayas
casado con ella porque es una rica heredera.
Luego salió de la casa, seguida de Colin y Robert MacPherson. Era un
día frío y nublado. Serena montó a una yegua que le había traído su
hermano, y uno de los hombres de Robbie amarró sus maletas en la
montura. Poco después los hermanos se alejaban por la avenida rodeados
por su escolta.
-Ven a verme en cuanto hayas hablado con tu padre -vociferó Colin a
Robbie.
-Ten la seguridad de que haré algo -respondió MacPherson.
Colin regresó al vestíbulo.
-También yo me alegro de haberme casado con una rica heredera -dijo-,
especialmente con ésta...
Sinjun sonrió, aunque no le fue fácil. Después de todo él estaba
intentando levantar los ánimos de todos. Sofía se frotó las manos antes de
hablar.
-Ahora tenemos que resolver el enigma. Sinjun, quiero que me cuentes
más cosas de Jane de las Perlas. ¿Por qué crees que te envió a la habitación
de la tía Arleth?
Douglas dio media vuelta y salió del castillo no sin antes decir a Alex por
encima del hombro:
-Voy a dar un paseo a caballo. Volveré cuando hayáis acabado con esos
estúpidos cuentos fantasmales.
-Pobre Douglas -dijo Ryder-. Cuando adopta un punto de vista ya no
puede cambiarlo.
-Sí -convino Alex-. Puedo hablar de todo con él menos de la Novia
Secreta. Pero Sofía tiene razón. Ya es hora de que discutamos este asunto
con todo detalle.
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-Todo sería más fácil si el castillo estuviera cerrado con llave por la
noche, pero eso aquí no es habitual -intervino Colin-. Cualquiera que
conozca Vere Castle puede entrar tranquilamente.
-Eso es muy lamentable -dijo Sinjun-, pero yo sigo apostando por
Serena.
Discutieron y debatieron hasta que llegaron los niños, muy asustados y
pálidos porque habían oído decir a los sirvientes que la tía Arleth había
muerto.
-Venid aquí -ordenó Colin. Atrajo a los dos niños contra sí y los abrazó-.
Todo se arreglará. Averiguaremos qué ha pasado. Yo soy muy listo.
Vuestros tíos y tías también lo son, incluso vuestra madrastra llega a veces
a conclusiones lógicas, después de ayudarle un poco, claro. Así pues, todo
se arreglará.
Los abrazó un buen rato. Entonces Dahling lo miró y dijo:
-Papá, suéltame. Sinjun me necesita.
Dahling se durmió en el regazo de Sinjun mientras Philip se colocaba a
su lado de forma demostrativa. «Mi protector», pensó ella y lo miró con
todo el amor que sentía.

A la mañana siguiente Ian MacGregor, el hermano de la tía Arleth, vino


a recoger el cadáver de su hermana. Si le había sorprendido o turbado la
noticia del asesinato de su hermana en su propio dormitorio, lo supo
ocultar bien. No cabía duda de que quería abandonar Vere Castle lo antes
posible. No tenía el menor deseo de tomar parte en el esclarecimiento del
crimen. En casa le esperaban su mujer y sus siete hijos, dijo con un tono de
voz tan hipócrita que Sinjun deseó abofetearle. Enterraría a Arleth,
naturalmente, pero el enigma de su muerte debería resolverlo Colin, al fin
y al cabo había muerto en su casa. Ella simpre había sido caprichosa,
aseguró él. Siempre había querido lo que tenía su hermana.

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

Al partir, dijo a Sinjun:


-Espero que no mueras asesinada como la pobre Fiona, aunque supongo
que ahora que Colin tiene tu dinero en su bolsillo ya no eres tan
importante.
Le vieron marcharse a caballo al lado de un carretón abierto que llevaba
el ataúd de tía Arleth, que estaba tapado con una manta negra.
-Es mi tío -murmuró Colin- y no lo había visto desde que tenía quince
años. Se ha casado por cuarta vez y tiene más de siete hijos. En realidad,
estos siete son de su cuarta mujer. En cuanto muere una mujer agotada por
dar a luz a tantos hijos, él se casa con otra y vuelve a hacer lo mismo. Es un
tipo despreciable.
Nadie le contradijo.
-Te pareces un poco a él -dijo Douglas-. Es extraño que sea tan bien
parecido y tenga tan mal carácter.
Sinjun se recostó en el pecho de Colin.
-¿Qué hacemos ahora?
-Lo que más me molesta es que alguien pudiera entrar tan fácilmente en
el castillo para asesinar a tía Arleth. Serena no puede haber cometido el
crimen, al menos así lo espero dé todo corazón.
-No, es imposible que lo haya hecho ella -confirmr Douglas-. Aquella
noche me fijé en sus brazos y pensé que era muy débil. Sinjun podría
haberlo hecho, pero no Serena.
A Colin no le gustó esa observación y lanzó una mirada hosca a Douglas,
pero el conde Northcliffe sólo se encogió de hombros.
-Es cierto, Colin -convino Sinjun-. Tengo mucha fuerza.
-Lo sé. -Colin besó a su mujer en la frente suspirando.
Sinjun estaba sentada en un montón de paja jugando con los gatitos que

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había parido una gata de las cuadras llamada Tom hacía un mes. Oyó a
Ostle hablando con Crocker y a Fanny resoplando en su casilla dos puertas
más allá, sin duda pidiendo heno.
Estaba cansada, pero también agradablemente aturdida, aunque sabía
que sólo había reprimido su miedo. Había dejado a Colin hablando con el
señor Seton y sus hermanos estaban haciendo un trabajo corporal duro con
los colonos.
-Eso me relaja -había explicado Ryder a su mujer.
-Douglas también quería sudar -dijo Alex-. Están frustrados y tienen que
desahogarse. Ya han pasado dos días desde la muerte de la tía Arleth y no
hemos conseguido nada.
Mientras sus cuñadas se ocupaban en discutir y comprobar si había
huellas en las puertas del castillo, Sinjun se había retirado a las cuadras en
busca de tranquilidad. Los gatos la calmaban. Justo en ese momento
trepaban dos cachorros por su falda y se acomodaban en su regazo
ronroneando y apretujándola con sus patitas.
Sinjun los acariciaba distraídamente. La voz de Ostle parecía venir ahora
de muy lejos y se hacía cada vez más débil. ¿Le había dicho algo a ella? No,
seguro que no. Y también Crocker parecía estar muy remoto. Fanny re-
soplaba de nuevo, pero Sinjun apenas la oía. Se sentía muy relajada.
Enseguida se durmió.
Cuando despertó, no había pasado mucho tiempo. Los gatitos dormían
en su regazo. El sol del mediodía brillaba intensamente en la enorme
ventana de la cuadra. MacDuff estaba de pie a su lado. Ella meneó la
cabeza y sonrió.
-¡Hola, qué agradable sorpresa! Enseguida me levanto para saludarte
debidamente, MacDuff.
-Oh, no, Sinjun, no te muevas. Piensa en los gatitos. ¿Son unos
cachorros muy listos, verdad? Quédate ahí, me sentaré a tu lado.
-Como quieras -dijo bostezando-. Han ocurrido tantísimas cosas que

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sólo deseo estar un rato tranquila. ¿Has visto a Colin? ¿Sabes que han
matado a tía Ar1eth? ¿Has venido a ayudarnos?
-Sí, lo sé. -Él levantó cuidadosamente los gatos dormidos y los puso en
una manta vieja. Entonces apretó el puño y propinó a Sinjun un fuerte
gancho en la mandíbula.

Colin echó un vistazo en el salón. Atardecía y todos estaban reunidos


para el té.
¿Dónde está Joan? -preguntó él.
-No la he visto desde el almuerzo -respondió Sofía-, y Alex tampoco
porque hemos estado todo este tiempo juntas.
-Hemos estado buscando huellas -confirmó Alex-. Queríamos averiguar
por qué puerta ha entrado en el castillo el asesino. Pero no hemos
descubierto nada extraño.
Sofía le tiró un panecillo de pasas.
-¡Eres tan terriblemente terca, Alex! La hemos encontrado. Es la puerta
pequeña de la cocina, Colin. Estoy segura de que la han forzado, pero Alex
dice que es normal porque es muy vieja.
-Lo comprobaré -dijo Colin-. De todos modos gracias por haberlo
intentado.
-¿Dónde demonios se ha metido Sinjun? -preguntó Ryder.
Minutos más tarde, el hijo de un colono entregaba una carta.
-Quédate ahí -ordenó Colin al muchacho mientras abría el sobre. La leyó
dos veces, palideció y maldijo en voz alta.
Colin interrogó al muchacho, pero él no pudo decir nada de interés.

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-Ha sido un caballero -dijo el muchacho-. Tenía el sombrero calado


hasta los ojos y estaba envuelto hasta las orejas en una bufanda. Me era
familiar, pero no lo conocía. El señor no bajó del caballo.
Colin regresó al salón y entregó a Douglas la carta.
-¡Santo Cielo, no puedo creerlo!
Ryder arrancó a su hermano la carta de la mano y la leyó en voz alta:

«Lord Ashburnham: Tengo a su mujer en mi poder y la mataré si no me


entrega cincuenta mil libras. Le doy dos días para que vaya a buscar el
dinero a Edimburgo. Le sugiero que salga de inmediato. Estaré
observándolo. En cuanto regrese con el dinero me pondré en contacto con
usted.»

-¡Dios mío! -murmuró Alex.


Unos minutos más tarde Philpot entró en el salón y anunció que uno de
los caballerizos había encontrado a Crocker y Ostle atados y amordazados
en el cuarto de los arreos. Ninguno de los dos sabía quién los había gol-
peado mientras charlaban.
Colin dio media vuelta para salir de la habitación.
-¿Adónde vas? -preguntó Douglas cogiendo a Colin por el brazo.
-¡A Edimburgo, a buscar el maldito dinero!
-Espera un momento, Colin -dijo Ryder tocándose la barbilla con la
mano-. Primero debemos pensar un poco. Creo que tengo un plan. Venid...
Sofía se puso de pie de un salto.
-¡Oh, no! ¡Hemos venido a ayudar a Sinjun y no vas a excluirnos ahora!
-¡Desde luego que no! -exclamó Alex, se puso la mano en el estómago y

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corrió al rincón más alejado, donde Philpot había dejado la palangana.

MacDuff observó cómo Colin salía del palacio y partía al galope en su


enorme caballo Gulliver. Al principio, supuso que saldría de inmediato,
pero por otra parte su primo se había casado a regañadientes, sólo para
conseguir el dinero. ¿Por qué iba a darse prisa? ¿Qué podía importarle si la
mataban?
Pero el honor de Colin le obligaría a pagar el dinero del rescate.
MacDuff se frotó las manos. Con un poco de suerte, Colin regresaría por
la tarde o quizá por la noche, pero la carta con las condiciones para la
entrega del dinero llegaría sólo a la mañana siguiente. MacDuff quería
hacer esperar a la familia un poco más. Pero algo lo impulsaba a concluir el
asunto. No había razón para dilatarlo.
Disfrutaba pensando que los hermanos y sus mujeres se encontraban en
este momento en Vere Castle y esperaba que intentasen interferir y
engañarle con algún plan estúpido, cayendo con Colin en la trampa que
MacDuff había preparado para él. Así les demostraría que eran unos
ingleses inútiles. Estaba encantado de que se hallaran aquí; él no hubiera
podido planearlo mejor.
«¡Los ingleses completamente derrotados!», pensó. Sería una deliciosa
ironía del destino que se prestaba perfectamente para mitigar el dolor
siempre presente de su pecho.
Esperó una hora más para ver si uno de los hermanos de Sinjun
abandonaba el castillo, pero no salió nadie por las grandes puertas. Al fin,
convencido de que no había moros en la costa, MacDuff subió al caballo y
regresó a la pequeña cabaña.
Jamie, el hijo más joven de todos los colonos, se deslizó a la cocina por la
pequeña puerta trasera, aquella infame puerta por la que según Sofía el
asesino había entrado en el castillo. Jamie era uno de los doce muchachos

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apostados como espías en un amplio circuito alrededor del castillo, bien


escondidos, a la espera y vigilantes.
Colin estaba sentado a la mesa de la cocina con un vaso de café negro y
fuerte en la mano.
-Es un hombre, milord, es su primo, el gigante pelirrojo. Creo que usted
lo llama MacDuff.
Colin palideció. Ryder le puso la mano en el hombro.
-¿Quién es ese MacDuff?
-Mi primo. Douglas lo conoció en Londres. Dios mío, Ryder, ¿por qué?
No lo entiendo.
Ryder dio a Jamie una guinea. El muchacho se quedó boquiabierto y dijo
después jadeando:
-¡Gracias, milord, gracias! Mi mamá diría ahora:
«Que Dios le bendiga, milord.»
Colin se levantó.
-Ahora, Jamie, llévanos al lugar dondg lo has visto.

Una hora más tarde, Douglas se deslizaba a la cocina por la misma


puerta trasera. Sus ojos centelleaban de emoción mientras su mujer lo
recibía con un beso y Douglas pudo ver en sus ojos la misma emoción
apasionada.
-Tu espíritu aventurero no tiene que envidiar en nada al mío, ¿no crees?
-Es cierto, y pronto habremos atrapado a MacDuff. ¿Te acuerdas aún de
él, Douglas? Aquel gigantón simpático que visitó a Colin en Londres. Colin
parecía fulminado. No puede comprender cómo MacDuff pudo hacer eso.

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-¡Dios Santo!
-Es un golpe muy duro. Colin y Ryder han ido con el muchacho que lo
vio para ver el lugar en que se esconde.
-Pronto tendremos en nuestro poder al asesino de Arleth y Fiona. Me
pregunto qué motivo tenía.
Alex meneó la cabeza.
-No lo sé, Douglas. Ni siquiera Colin lo sabe. Naturalmente Sofía asegura
que hubiera sospechado de él de inmediato si hubiera tenido la suerte de
conocerlo en Londres.
Douglas se echó a reír y la abrazó.

Cuando Douglas regresó a caballo a Vere Castle a las siete de la tarde,


sabía que MacDuff lo estaba observando y desde qué punto. Se preocupó
de no mirar hacia el denso bosque de abetos, confiando al mismo tiempo
que el secuestrador concentrase su atención en las abultadas alforjas y no
advirtiese que Gulliver no estaba sudoroso como debiera estarlo tras una
cabalgata de varias horas -en realidad, Gulliver había estado galopando
sólo diez minutos-. Douglas estaba entusiasmado con el semental, pero
dudaba que Colin quisiera vendérselo.
Media hora después, Philpot recogió una carta que había en la
escalinata, la abrió, la leyó y sonrió.

MacDuff silbaba risueño mientras ataba a su caballo delante de la


cabaña medio derruida que estaba oculta detrás de unos abetos al margen
este de la ciégana de Cowal. Era un lugar horrible que apestaba a
descomposición y aguas estancadas. La cabaña estaba a punto de venirse

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abajo. Al parecer, había vivido en ella durante muchos años un eremita. Se


decía que una noche, durante una fuerte tormenta, había ido sin más a la
ciénaga cantando que estaba de camino al cielo. La única ventana que
había estaba cerrada con tablas podridas y una de ellas se balanceaba sin
cesar en un clavo oxidado. MacDuff se quitó un guante y entró en el único
compartimiento, en el que había sólo una mesa y dos sillas que había
traído él mismo para no tener que sentarse en el suelo. Sinjun estaba atada
a una de ellas y él sonreía imaginando que las ratas le habrían hecho
compañía durante su ausencia.
Sinjun observó al grandullón, que apenas cabía por el marco de la puerta
y parecía muy satisfecho de sí mismo. Después pensó en Colin y en sus
hermanos. No dudó ni un segundo que la encontrarían, pero de todos
modos estaba decidida a intentar la fuga.
-Ya no tardará mucho -dijo MacDuff mientras se sentaba en una silla
frotándose las grandes manos. La silla crujió ominosamente bajo su peso.
MacDuff se chasqueó los nudillos, sacó de una bolsa marrón un pan, cortó
un pedazo grande y comenzó a comer-. No -repitió con la boca llena-, ya no
tardará mucho. Colin ha regresado de Edimburgo hace un rato y yo ya he
dejado la carta en las escaleras. No hubiera tenido sentido esperar hasta
mañana por la mañana. Tal vez quiere encontrarte viva, ¿quién sabe?
-Él es un hombre de honor -dijo Sinjun con la mayor calma posible. No
quería excitar a MacDuff puesto que tenía miedo de él.
MacDruff gruñó y comió hasta que el pan desapareció por completo. A
Sinjun le ladraba el estómago de hambre, para a él no parecía importarle.
Se preguntó por primera vez si cumpliría su promesa y la dejaría en
libertad.
-Tengo hambre -dijo ella mirando a la otra bolsa marrón.
-Lo siento, pero yo necesito comer mucho y no queda nada para ti. Quizá
un poco para las ratas, pero no para ti. Muy lamentable...
Tuvo que ver cómo vaciaba la segunda bolsa, estrujaba las dos con la
mano y las tiraba a un rincón. La habitación estaba saturada del olor a pan
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y salchicha, y a Sinjun se le hacía la boca agua.


-Si quieren comerse las migajas las ratas, tendrán que roer primero las
bolsas -se burló MacDuff.
«¡Casi libre, pensó ella, ya casi lo he conseguido!» Él se levantó
satisfecho, y sus manos casi tocaron el techo combado de la cabaña.
-¿Querrás decirme ahora por qué haces todo esto?
McDuff observó el cardenal de su barbilla donde la había golpeado el día
anterior.
-Cuando me hiciste esa pregunta ayer por la noche estuve tentado de
golpearte otra vez. -Se frotó el puño con la otra mano-. Ahora ya no tienes
ese aspecto de dama, querida duquesa de Ashburnham. Más bien el de una
puta de Soho.
-¿Temes contármelo? ¿Crees que podría soltarme de algún modo y
matarte? Tienes miedo de mí, ¿verdad?
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
Sinjun esperó confiando en que no volvería a pegarle. La barbilla aún le
dolía mucho. Elevó al cielo una plegaria para que no la matara allí mismo.
-¿Quieres inducirme a que hable? Bueno, ¿por qué no? No eres tonta,
Sinjun. Sabes que puedo matarte a ti y a Colin fácilmente si quiero. Tú eres
muy diferente de Fiona. Colin debe sentirse en el séptimo cielo, pues tú no
sólo tienes dinero, sino también un espíritu independiente, una
combinación irresistible. Pensaré sobre ello. Pero si te lo cuento todo, eso
no cambiará el final de esta historia, y tenemos que pasar el tiempo, así
que, ¿por qué no contártelo? -Bostezó y empezó a pasear de un lado a otro
de la cabaña-. ¡Qué sitio más asqueroso!
Sinjun movió con cuidado las manos atadas en la espalda.
-Colin es un hijo de puta -dijo MacDuff de repente sonriendo
burlonamente-. Oh, sí, un auténtico hijo de puta, pues su madre era una
ramera y dormía con otro hombre. Arleth lo sabía, pero como esperaba que
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el conde se casaría con ella al morir la madre de Colin, no quería enojarlo


diciéndole la verdad sobre su mujer. Por eso inventó la historia del kelpie.
¿Qué kelpie ni qué diablos? Su amante era un hombre de carne y hueso. El
viejo conde no se casó con Arleth. Sólo se acostó con ella, y entonces murió
y Malcolm se convirtió en el nuevo conde. Arleth quería a Malcolm por
motivos incomprensibles, pues era un hombre depravado hasta los
tuétanos, necio y a veces muy cruel. Luego murió Malcolm, y sin duda
ahora está ardiendo a fuego lento en el infierno. Colin vino a ser el nuevo
conde Ashburnham. Pero es un hijo de puta y realmente debería haber sido
yo el conde y heredar Vere Castle. Arleth estaba completamente
perturbada cuando murió Malcolm. Odiaba a Colin y prometió darme una
prueba de su ilegitimidad, la vieja bruja. Prometió darme una prueba que
permitiera anular a Colin y nombrarme a mí conde de Ashburnham.
MacDuff estaba fuera de sí de rabia y Sinjun no se atrevía a parpadear,
paralizada por el miedo. Nunca en su vida había sentido tal terror.
Afortunadamente él pareció calmarse y cuando siguió hablando, Sinjun
tuvo la impresión de que había repetido esas palabras muchas veces, quizá
para acallar un sentimiento de culpa.
-Arleth intentó matarte al no ayudarte durante tu enfermedad. Quería
vengarse de Colin porque seguía vivo mientras su querido Malcolm estaba
muerto. Desgraciadamente sobreviviste. Y de pronto tuvo remordimientos
de conciencia. ¡Imagínate! Después de tantos años tuvo remordimientos de
conciencia. Yo la he matado porque se negaba a entregarme de una vez por
todas la prueba de la ilegitimidad de Colin. Al principio quería retorcerle el
cuello, pero después pensé que quizá llegaríais a la conclusión de que era
culpable de la muerte de Fiona si se suicidaba.
-Ataste los nudos demasiado fuerte en la base del candelabro. Ella no
hubiera tenido fuerzas para eso.
Él se encogió de hombros.
-Eso ya no importa ahora. Pronto tendré cincuenta mil libras en el
bolsillo y seguramente me marcharé a América. Allí seré un hombre rico.
He decidido no mataros a ti ni a Colin si no me obligais. Yo no te odio, y

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tampoco a él. Pero quizá os mate de todos modos, pues matar me excita y
me hace feliz.
-¿También mataste a Fiona?
Él inclinó la cabeza con una expresión soñadora en su rostro.
-Sí -contestó finalmente-. Colin siempre tuvo lo que yo quería tener,
aunque él nunca se dio realmente cuenta de ello. Fiona estaba
completamente loca por él, pero él no se preocupaba por ella. Con sus celos
enfermizos lo volvió completamente loco. Ella se ponía histérica en cuanto
lo miraba una mujer. Vere Castle y sus habitantes y colonos le eran
enteramente indiferentes. Para ella sólo contaba Colin y quería hacer de él
su perro faldero. Él debería haberle molido los huesos sin más, pero por
desgracia no lo hizo, sino que se apartó de ella. Yo la había amado y
deseado desde siempre, pero ella me rechazó... Sí, Arleth me dio un brebaje
para que lo mezclara con la cerveza de Colin. Una vez muertos el viejo
conde y Malcolm, no le importaba que muriese el castillo entero. Colin
bebió el brebaje y perdió el conocimiento. Yo rompí el bonito cuello a Fiona
y la arrojé por el acantilado. Me rogó que no la matase y prometió que me
amaría sólo a mí, pero no la creí. No quería creerla porque aquella extraña
excitación se había hecho irresistible. Tenía que matarla... Después actué
hábilmente. Puse a Colin, que estaba inconsciente, al borde del acantilado.
Si hubiera tenido suerte, se hubiera caído, o lo hubieran colgado por
asesinato. Pero por desgracia, no fue así.
Enmudeció de pronto como si alguien le hubiera cerrado la boca.
Pero Sinjun tenía que aclarar a toda costa un punto todavía.
-¿Contrataste a un hombre en Londres para que matase a Colin?
-Sí, pero el imbécil falló. Después visité a mi querido primo en la casa de
tu hermano. Desgraciadamente allí estaba seguro. Si hubiera muerto en
Londres, lejos de Escocia, todo hubiera sido mucho más fácil, pero tuve
que pensar en algo diferente. Tu hermano reaccionó a mi carta anónima tal
como había sospechado que lo haría. Pero tu comportamiento no podía
preverlo, Sinjun. No podía imaginar que persuadirías a tu gran amor a huir

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contigo de Londres, de las interferencias de tu familia y de mí.


»Colin echó la culpa de todo a Robert MacPherson, a pesar de que lo
único que Robbie hacía era robar algunas ovejas y matar a un par de
colonos de los Kinross. Él realmente trató de matar de un disparo a Colin
en Edimburgo, pero el muy imbécil te hirió a ti. Siempre tiene que
demostrarse a sí mismo lo malo y cruel que es. Y de eso sólo tiene su
belleza la culpa. Confía en que la gente se olvide de su bonita cara si se
comporta como un canalla. Yo le hice creer que Colin había matado a Fiona
y que no podría soportar que Colin escapase al castigo merecido, porque yo
amaba a su hermana. Esto último era incluso cierto. Yo he hecho creer a
Robbie que es deber suyo vengar la muerte de su hermana... -Se
interrumpió para bostezar-. No quiero seguir hablando. Y de todos modos
no he contado a nadie tanto como a ti. Si tienes más preguntas, querida,
puedes hacérselas quizá a Dios en cuanto llegues al cielo, si decido enviarte
allí. Pero una decisión así hay que consultarla con la almohada una noche.
-Se rió-. Creo que voy a echar una siestecita. Relájate, querida, y entretente
escuchando el roer de las ratas. Trataré de no roncar.
Desdobló varias mantas, las extendió en el suelo y, tratando de no tocar
la suciedad con sus vestidos, se acostó dando a Sinjun la espalda.
Ella decidió esperar veinte minutos más. Sus manos estaban al fin libres,
aunque se había excoriado las muñecas. Pero no sentía dolor. Pronto sería
libre.

Espe
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21

Maldita sea, ¿por qué no roncaba para saber si realmente dormía?


No podía esperar más. Correría el riesgo de que la descubriera al
intentar fugarse. Tenía que intentarlo. Se inclinó lentamente y empezó a
soltar las ataduras de los tobillos. Necesitó para ello más tiempo que las
ratas para roer las bolsas de papel.
Al fin estaba libre, pero cuando intentó ponerse otra vez de pie sin hacer
ruido, se dejó caer de nuevo en el sillón porque las piernas no la sostenían.
Sin quitar la vista de MacDuff, se frotó los tobillos y las pantorrillas. Cuan-
do de pronto él se movió, ella sostuvo el aliento, pero sólo cambió de
posición.
«¡Oh, Dios, haz que no despierte!», se dijo.
Esta vez consiguió levantarse y deslizarse hasta la puerta. Una rata chilló
y Sinjun creyó morir de horror.
MacDuff gimió en el sueño.
Ella agarró la manilla, la apretó hacia abajo, pero no ocurrió nada.
Apretó de nuevo y la sacudió.
Un chillido especialmente fuerte arrancó a MacDuff del sueño.
-¡Maldita puta! -exclamó y se puso de pie de un salto.
El miedo infundió a Sinjun nuevas fuerzas. Abrió de un tirón la puerta
de la cabaña y se lanzó en la oscuridad. De pronto el suelo estaba esponjoso
bajos sus pies, después húmedo y la humedad empapaba sus ligeros
zapatos sujetándolos. Sus pies se hundieron de repente en un cenagal y el
estiércol húmedo tiraba de sus faldas. Vahos densos y fétidos la envolvían,
y extraños ruidos de criaturas que prefería no ver.
MacDuff iba pisándole los talones.

Espe
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-¡Maldita zorra! -vociferó-. Morirás en la ciénaga. Te he dicho que quizá


no te mataré. ¡Vuelve ahora mismo! Yo sólo quiero el dinero. En cuanto lo
tenga te dejaré en libertad. Ni siquiera tú puedes creer que podría mataros
impunemente. ¡No seas necia y vuelve!
Él parecía estar muy cerca, golpeando las ramas detrás de ella. Se volvió
presa de pánico y fue a dar contra un árbol con tal fuerza que casi perdió el
conocimiento. Se agarró al árbol e intentó orientarse. El tronco era resbala-
dizo y se inclinaba al agua quieta y espesa. Sentía que se hundía cada vez
más en el lodo y no conseguía librarse. El lodo parecía que quería
engullirla. Le llegaba hasta las rodillas. Su magnífico plan había sido un
fracaso. O moriría en la ciénaga, como había predicho MacDuff, o la
mataría él. ¿Por qué no se hundía él? Pesaba por lo menos tres veces más
que ella y debería hundirse como una piedra.
-¡Santo Cielo, debería abandonarte a tu destino!
Con un fuerte tirón la sacó del lodo y se la echó directamente al hombro.
-Si vuelves a causarme más problemas, te golpearé otra vez, ¿entendido?
Ella jadeaba, sentía náuseas, su cara golpeaba contra su espalda, pero no
quería rendirse. De algún modo podría librarse de él. Pero, ¿cómo?
Entonces, bruscamente, salió volando de la espalda de MacDuff para
aterrizar en el suelo sobre su estómago. Oyó la voz furiosa de Colin:
-¡Fin de la función, maldito hijo de puta! ¡Se acabó!
Sinjun se volvió boca arriba. Colin tenía una pistola y apuntaba a
MacDuff. Por suerte, no intentaba luchar con aquel tipo, que sin dudarlo
aplastaría. Y detrás de Colin, en círculo, estaban sus hermanos y cuñadas
armados con pistolas.
Colin se arrodilló y la cogió en brazos.
-Sinjun, ¿estás bien?
Ella lo miró incrédula y preguntó:

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-¿Cómo me has llamado?


-Maldita sea, te he preguntado si estás bien. Apestas más que una cabra.
-¡Colin, me has llamado Sinjun!
-Me he equivocado, lo siento. Ahora, MacDuff, iremos todos juntos a esa
cabaña y contestarás a unas preguntas.
-¡Vete al infierno, maldito engendro de Satanás! ¿Cómo lo has
conseguido? He visto con mis propios ojos que ibas con Gulliver a
Edimburgo y volvías a Vere Castle. ¡Es imposible que supieras que yo
estaba aquí!
Douglas tomó la palabra por primera vez.
-Usted no ha visto a Colin, sino a mí. Y en cuanto a su escondite, una
docena de muchachos estaban vigilando y Jamie le vio. Después todo fue
muy fácil.
MacDuff miró a Douglas totalmente perplejo y luego se volvió de nuevo
hacia Colin.
-No te hubiera matado ni a ti ni a Sinjun. Mi padre me dejó poco dinero,
Colin. Tú podías prescindir de cincuenta mil libras. Sólo quería una
pequeña parte de su fortuna. Todo fue culpa de la tía Arleth.
-Tú la has matado. -La voz de Colin temblaba de cólera-. Dios mío, yo
confiaba en ti. Durante toda mi vida he confiado en ti, siempre he creído
que eras mi amigo.
-Sí, al principio fue así. Pero los tiempos cambian. Crecimos, Colin.
Miró a sus pies y se lanzó después con un grito feroz sobre Colin, que
levantó el brazo derecho y apretó a su primo con fuerza contra sí como si
quisiera romperle la columna vertebral.
Sinjun se puso de pie. Se oyó un disparo de pistola y ella gritó.
Lentamente Colin se apartó de MacDuff, que cayó al suelo. No se movió.

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Hubo un silencio sepulcral. Los ruidos de la noche parecían más fuertes.


Sinjun creyó oír a una de las ratas.
-Él sabía que no podía huir -dijo Douglas tras un largo silencio-. Vio que
Ryder y yo estábamos armados.
-Y nosotras también -dijo Alex.
Colin miró a su primo, al hombre que había querido como muchacho y
respetado como hombre. Estaba muerto... Su cara se contrajo
dolorosamente mientras miraba a su mujer.
-He perdido a tanta gente... ¿Te dijo los motivos, Sinjun?
Ella sintió el dolor de su marido, su amargura por la traición de su primo
y tomó una decisión. No debía sufrir más.
-MacDuff dijo que había matado a Fiona porque ella lo había rechazado,
y a tía Arleth porque de alguna forma podía demostrar que él había matado
a Fiona. Además, se encontraba en dificultades financieras y necesitaba
dinero. Eso fue todo, Colín.
-¿No ha indicado otros motivos? - preguntó Colin sin mirarla, bajando la
cabeza.
-No, ninguno más. Él no quería matar a ninguno de nosotros, Colin.
Creo que en el fondo sentía haber causado tantas tragedias... Colin, gracias
a ti y a todos vosotros por haberme salvado.
-¡Pero bueno! -dijo Douglas-, ¿esta vez no vas a asegurar que fue esa
condenada Novia Secreta ni la absurda Jane de las Perlas quien nos ha
enviado aquí para salvarte el pellejo?
-No, esta vez no, querido hermano. -Sonrió a su marido. Él la miró
detenidamente y pasó la yema de los dedos por su mejilla inflamada.
-Tienes un aspecto horrible -dijo él-, pero a mí me pareces hermosa a
pesar de todo. ¿Te duele la barbilla?
-Sólo un poco. Me siento muy bien. Sólo estoy un poco sucia y cansada, y

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este horrible olor a ciénaga es insoportable.


-Entonces, vámonos a casa.
-Sí -asintió Sinjun feliz-, vámonos a casa.

Dos días después Sinjun fue a la habitación de la tía Arleth. Nadie había
entrado en el recinto desde que ella había encontrado a la muerta. Nada
indicaba que allí había tenido lugar una tragedia, pero el personal evitaba
acerarse a la puerta.
Sinjun cerró la puerta despacio y miró alrededor. Vio enseguida signos
de que MacDuff había buscado la prueba de la ilegitimidad de Colin sin
encontrarla. Aún tenía que estar aquí, a no ser que tía Arleth hubiera in-
ventado toda la historia, y Sinjun no creía que hubiera mentido sobre eso.
Buscó metódicamente, pero después de veinte minutos seguía sin
encontrar nada especial. No tenía idea de lo que estaba buscando, pero
esperaba reconocerlo cuando lo viera.
Tras otros veinte minutos de búsqueda ya estaba dispuesta a admitir que
la tía Arleth tan sólo había fantaseado.
Se sentó en el sillón delante de la chimenea y cerró los ojos.
¿Qué aspecto podría tener esa prueba?
De pronto, sintióse anegada de calor, de un calor picante y pulsante que
la hizo levantarse de la silla de inmediato.
Se quedó completamente inmóvil, preguntándose qué diablos estaba
ocurriendo, hasta que de pronto comprendió que Jane de las Perlas
intentaba ayudarle. Fue directamente a las largas cortinas de brocado que
llegaban hasta el suelo en el lado este del dormitorio, se arrodilló y levantó
la orla. En ella había algo cosido. Tiró del hilo con cuidado, el cosido se
soltó y cayó un pequeño fajo de cartas atado con una cinta de satén verde

Espe
La novia secreta – Catherine Coulter

descolorida.
Eran cartas amarillentas de un lord Donnally que abarcaban un período
de casi treinta años. La primera estaba escrita hacía casi treinta años, tres
años antes de nacer Colin...
Leyó unas líneas, volvió a doblar la carta presurosamente y la introdujo
de nuevo bajo la cinta. Entonces cogió la última carta, que llevaba una
fecha posterior al nacimiento de Colin.
La tinta negra estaba desteñida, pero la elegante escritura se podía leer.

«Amor mío,
¡Si pudiera ver a mi hijo, cogerlo en mis brazos una sola vez y apretarlo
contra mi corazón! Pero sé que es imposible, como he sabido siempre que
tú nunca podrás ser mía. Pero tú tienes a nuestro hijo. Me doblegaré a tus
deseos y no intentaré volver a verte. Si me necesitas, siempre estaré aquí
para ti. Espero y deseo que tu marido deje de ser cruel y no te haga daño...»

Las siguientes líneas estaban borrosas y Sinjun no pudo descifrarlas.


Pero no importaba, ya había leído bastante.
Sinjun dejó caer la carta en su regazo y sintió la humedad de sus
lágrimas cayendo en el dorso de sus manos.
El calor parecía arremolinarse alrededor. Supo al instante lo que tenía
que hacer.
Diez minutos más tarde, salía del dormitorio de la tía Arleth. La
habitación estaba cálida por el fuego que había ardido brevemente.
Fue al salón y se dirigió a la chimenea. Se detuvo allí mirando el retrato
de Jane de las Perlas, que estaba entre el del conde y el de la condesa, tal
como Jane había exigido que fuera.

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-Gracias -dijo ella suavemente.


-¿Con quién estás hablando, Sinjun?
Era maravilloso oír su nombre de labios de Colin. Se volvió y sonrió a su
marido, a su amante, por quien hubiera dado gustosamente su vida. Ahora
él y ella estaban seguros y con toda una vida por delante.
-Oh, sólo estaba hablando conmigo misma, de verdad. Creo que el
retrato de Jane de la Perlas necesita una buena limpieza. ¿Conoces a
alguien que haga pequeños trabajos de restauración?
-No, pero tiene que haber. Si no en Kinross, en Edimburgo.
-Creo que Jane de las Perlas merece lo mejor. Llevemos el retrato a
Edimburgo. Por cierto, acabo de darme cuenta que hubiera cometido una
grave injusticia de haver enviado a Robert MacPherson a Australia.
-Sin duda hubiera mejorado su carácter, pero no hubiera sido justo y es
un gran alivio para mí que no pudieras llevar a cabo ese plan. He visto a
Robbie esta mañana y le he contado todo sobre MacDuff.
-¿Se ha disculpado?
-No, pero me ha ofrecido una jarra de cerveza en casa y ninguno de sus
hombres me ha apuntado con pistolas o puñales. Además parece que se
quiere dejar barba.
-¿Has visto también a Serena?
-No. Él la llevó a Edimburgo, donde debe encargarse de la casa de su
padre. Espera haberse deshecho así de ella, pero, conociendo como
conozco a Serena, lo dudo.
Sinjun sonrió a su marido y lo estrechó entre sus brazos.
-¿No te he dicho hoy que te adoro, que te idolatro y que pelaría uvas
para ti y las metería una a una en tu hermosa boca?
-Sería encantador. -La besó en la boca y en la punta de la nariz, y le

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acarició las cejas.


-Te quiero, esposo mío.
-Y yo a ti, esposa mía.
-Ah, suena maravilloso, Colin.
-Antes de que me induzcas a violarte aquí en el salón, ¿dónde están tus
cuñadas?
-La última vez que las he visto estaban discutiendo acaloradamente
sobre el lugar donde debían plantarse las rosas.
-Douglas y Alex están trabajando con los colonos. En realidad sólo
quería verte un momento y darte un beso. A tus hermanos les he dicho que
llevan mucho tiempo casados y deben renunciar a esos privilegios. Bésame,
Sinjun.
Sinjun no se hizo rogar dos veces y lo besó con gran entusiasmo.
Él la besó hasta dejarla sin aliento y después la apretó contra su pecho
mientras decía:
-Dios mío, si te hubiera ocurrido algo, no hubiera podido soportarlo.
Ella lo sintió temblar, lo abrazó con más fuerza y lo besó en el cuello.
Luego volvió a notar aquel calor que se arremolinaba alrededor de ellos y
los envolvía, aunque Colin no parecía sentirlo. Después desapareció lenta-
mente, dejando tras sí un silencio perfecto y una cierta suavidad en el aire.
De pronto, Sinjun oyó un tenue y melodioso sonido, como si alguien se
hubiera reído...
Colin le dijo mientras mordisqueaba el lóbulo de su oreja:
-Me gusta tu risa, Sinjun. Es suave y cálida y tan dulce como una noche
sin luna.

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