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¿Cuánto tiempo estuvo deportado tu padre, Luis Fernán? ¿Cómo te afectó? ¿Qué
significaba ser un deportado o un hijo de deportado?
La deportación duró desde 1922 hasta 1933. Yo no tuve „conciencia‟ de lo que eso
significaba hasta que cumplí 15 años. Lo evidente para mí era la estrechez en que vivíamos.
Pero el Perú era conversación que se oía en la casa constantemente, sobre todo cuando nos
visitaban peruanos: los Pancorvo, los Arriola, los Sánchez Aizcorbe y otros.
Mi padre dirigió La Prensa, que era un periódico de abierta oposición. Todos éramos
pierolistas y enemigos de Leguía. Claro que yo lo era porque repetía lo que oía a los
mayores. Pero solo tuve idea de qué significaban uno y otro cuando, a los 18 años, pude
elegir entre Azaña y Franco, o entre Churchill y los nazis. A mi padre le oí decir que él era
„un liberal‟. Por liberal vino a Lima, cuando la candidatura de tu abuelo (mi tío José María).
¿Te acuerdas de lo que contaba de su relación, por ejemplo, con Riva Agüero, Ulloa?
Tocas dos nombres bien distantes y distintos en el favor familiar. De chicos, coreábamos
una canción destinada a tomarle el pelo a Riva Agüero y al futurismo (calificativo nacido
en La Prensa para nombrar a los adherentes a RA). Todos los Ulloa fueron siempre para
nosotros „la buena gente‟ que se jugaba por la real vida republicana.
Hermosa mujer, se encargó de que tuviéramos vivo el nombre del Perú en las
preocupaciones mediatas e inmediatas. Había que tener muy claro que estudiábamos para
regresar al Perú, a seguir una carrera. Mi madre fue la que cuidó la vida cultural:
aprendimos a subir a la cazuela para escuchar óperas y conciertos; a asistir al teatro para no
perder obras de Benavente, de los Quintero, de Ibsen. Nos acompañó a aprender idiomas y
nos inscribió en el Conservatorio, donde aprendí a tocar violín, que he manejado hasta los
22 años. Yo aprendí a valorar ese generoso esfuerzo.
A contracorriente, no has sido de los que “aman el amor de los marineros, que besan y se
van”, sino que has permanecido casado muchos años con la misma mujer, Sara. ¿Qué
crees que mantiene unida a una pareja y qué los separa?
La vida me enseñó que el matrimonio era un grave compromiso para toda la vida. Al
casarse mi hermano mayor, cerca de los 40 años, me dijo: “Diviértete todo lo que quieras,
pero no juegues al amor. Cuando sientas que ya no te puede atraer, por atractiva que sea,
alguien distinto de tu enamorada, cásate”. Por otro lado, Sara María es la compañera ideal
con que me ha premiado el destino.
¿Cuán fácil o difícil ha sido para ti ser padre, por más que con otros seas todo un
maestro? Me viene la imagen de Roth mirando la radiografía de su padre, y diciendo: de
pensar que acá se concentra todo lo que de terrible y de maravilloso tiene un padre.
He aprendido mucho, lentamente, de mis hijos. Es el trato riguroso y tierno el que ha ido
creando una sociedad de intereses mutuos. Yo le debo a mi hijo mayor haber descubierto
cómo apreciar la música de los Beatles. Fue Luis Jaime quien me instruyó en los ritmos de
Yellow Submarine. Y cuando viajé a Londres, lo primero que hice fue ir a Carnaby Street y
comprarle una sarta de discos. Sí, la paternidad me ha acostumbrado a pulir el carácter y a
comprender lo útil de la tolerancia como elemento corrector.
El Gaucho fue el más unido conmigo de todos los hermanos. Yo aprendí a reconocer en él
virtudes distintas de las mías, y confirmo que, al haberse dedicado a la política, tuvo que ser
víctima de malinterpretaciones y de críticas. Pero tiene razón mi sobrino Renato: las
palabras que se atribuyen al general son distintas y distantes de la verdad.
Yo recuerdo que tú en clase hacías el siguiente chiste: Había un señor que tenía dos
hijos: uno era inteligente y el otro militar. ¿No?
¡Claro que me acuerdo de esa frase poco feliz, que corresponde a mis primeros años de
docencia, sesenta años atrás! Fui perfilando mis ideas, porque durante 17 años fui asesor
pedagógico en el seno de las Fuerzas Armadas (en la Escuela Militar y en la Escuela de
Guerra Aérea). Eso no ha modificado el que no he sido partidario de gobiernos militares (y
es un tema complicado y largo para una entrevista exclusiva sobre militares y política).
Rememoro acá mi larga y buena amistad con Felipe Mac Gregor, jesuita con quien he
compartido intensas preocupaciones relacionadas con la vida universitaria, y de quien
siempre recibí consejo oportuno y fundamental. Su actividad en el Rectorado de la Católica
consiguió asegurarle a la Universidad el prestigio del que hoy goza.
En narrativa, estoy con Ciro Alegría, José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro. Y
defiendo también la prosa de Miguel Gutiérrez. En poesía, elijo a Eguren, Moro,
Westphalen, Sologuren, Eielson, Blanca Varela, Watanabe.
¿Tus lecturas actuales predilectas? ¿Qué autores han sido los más influyentes para ti?
Sigo leyendo a Heidegger (y releyendo). Y siempre busco ensayistas como George Steiner
y Umberto Eco. Autores que han sido más importantes para mí: en la Universidad descubrí
a Camus, a Kafka, a Rilke. Y me entusiasmé con Bertrand Russell.
Escribiendo tú tan bien, ¿por qué no pensar en una novela, en poemas? ¿O ya se vienen?
Solo una vez Westphalen me convenció para publicar en Las Moradas, y bajo seudónimo,
un breve relato. No he vuelto a ceder a la tentación. Mi sitio es estar en el umbral y ser
testigo.
Me parece que ahora los jóvenes se atormentan por su futuro, porque hay mucha presión
por el éxito, y quieren tenerlo todo claro desde muy jóvenes, cuando evidentemente la
vida no es así. ¿Podrías contar cómo fuiste descubriendo tu vocación, lo que te gustaba,
la manera de vivir haciendo lo que te apasionaba y que sabías hacer? Recuerdo tus libros
de colegio, que comenzaban con una carta al alumno muy personal, que a todos nos
gustaba mucho. ¿Cómo sería ahora esa carta para los jóvenes?
Cuando comparo lo que fue mi educación universitaria con lo que me ha tocado vivir en
mis largos sesenta años de docencia, destaco un rasgo importante. Esos años fueron para mí
los de la guerra europea. Y era explicable que el éxito no constituyera para ninguno de
nosotros algo apetecible. Estudiábamos para realizarnos y alcanzar la felicidad. Ahora la
existencia de esta sociedad de dinero y consumo explica que a los muchachos les interese el
éxito. Pero hay que agregar: tampoco les interesa el espíritu. La carta que yo les escribiría a
esos alumnos hablaría de la verdad y la justicia, como grandes objetivos del aprendizaje
escolar.
Me apena tener que aludir a la corrupción para referirme a la vida política y económica del
país. Eso, que era la excepción y lo insólito, resulta hoy el signo esencial de la vida política.
Basta abrir el periódico, y uno descubre cuán herida está la moral en el país.
Mi primer contacto con estudiantes universitarios fue en 1948. Sesenta largos años. Puedo
recordar cómo eran esos muchachos. Ahora solo puedo decirte que ahí están.
Comprobamos, así, qué distintos eran esos verbos, ser y estar.
Tú eres experto en el lenguaje y recuerdo muy bien tu curso de psicología del lenguaje.
¿Los lapsus o actos fallidos expresan deseos o miedos inconscientes?
Una parte importante del país tiene como idioma original el quechua, el aimara o el
shipibo, pero desde que entran al colegio estudian en castellano. ¿Cómo afecta esto al
aprendizaje, la identidad, la autoestima? ¿Cómo debería ser?
Ése es el nudo umbilical, que explica las dificultades para desarrollar con éxito una
plausible política educativa. Todavía nos cuesta entender que somos un país pluricultural y,
en consecuencia, plurilingüe. Lo tuvo en cuenta Sendero Luminoso durante sus largos años
de terror. Y nunca le dieron al tema los gobiernos la esperable atención. La política cultural
bilingüe, cuyas ventajas apreció debidamente el Gobierno de Velasco, no ha alcanzado
todavía sus frutos totales. Pero hay que convencerse: el niño debe iniciar su vida escolar en
el idioma adquirido en la casa. Acá hay tema para una larga mesa redonda.
Los temas relacionados con la educación se prestan para diversos enfoques sobre algunos
deberes que la escuela tiene olvidados.
¿Podrías decir quiénes son las personas con las que has llegado a tener una profunda
amistad?
Felipe Mac Gregor, Carlos Cueto Fernandini, Hubert Lanssiers, Raúl Porras, Víctor Andrés
Belaunde, Aurelio Miró Quesada, Sebastián Salazar Bondy, Alberto Escobar, Javier
Sologuren, Emilio A. Westphalen, Wáshington Delgado. Nombro solo a los que se hacen
extrañar.
Lo expliqué en una ceremonia pública. Acepté la invitación del general Morales Bermúdez,
mi amigo personal, sabedor de su voluntad de devolver los periódicos. Y elegí La Prensa, a
diferencia del diario cuya dirección me ofrecía, porque me pareció que era lo que me
correspondía, como línea biográfica. Pedí libertad absoluta y la tuve. Entrevistamos a
Fernando Belaunde cuando vino al entierro de su madre; entrevistamos a Haya de la Torre
con Alfredo Barnechea, en Villa Mercedes. Entrevistamos a Rafael Roncagliolo. Invité a
escribir a gente de distintas tiendas políticas. Y dos años después, enterado de que los
mandos militares no estaban dispuestos a apoyar la idea del Presidente, me retiré. Tiempo
después fundamos El Observador.
¿Internet? ¿Qué es eso? ¿Acaso una lisura? Son mis nietos los que convocan a vivir este
siglo. Pero estoy escribiendo esta entrevista en mi vieja máquina, donde aprendí a escribir
con diez dedos hace ochenta años.
Acabo de ver la película. No me atrevo a abrir juicio; necesitaría verla dos veces más, por
lo menos. La crítica de cine está lejos de mi diario trajín.
Recuerdo que llegabas a clase y comenzabas a hablar muy bajito, e ibas hablando más
fuerte en la medida en que la gente se iba callando hasta lograr un silencio sepulcral. O
hacías reír y casi llorar leyendo el mismo texto de Cortázar en tonos diferentes. ¿Cómo
así se te ocurrían esos recursos pedagógicos?
La única crítica que he escuchado en relación contigo es que siempre has tenido tus
engreídos y engreídas, aunque no era claro cuál era el criterio para seleccionarlos,
porque no respondían a un patrón definido. Comentarios.
¿Te molestan los apodos? Recuerdo que algunos te decían “Busing”, por el ruido que
solías hacer con la nariz. ¿Lo sabías? ¿Algún otro que conozcas?
No me molestan. Mi mujer recuerda un apodo vinculado con el recordado por ti. Me decían
„Cocharcas‟, aludiendo a esos ómnibus que andaban torcidos. Y eso porque tengo una
pierna más larga que la otra, de donde torcido camino, y lo de „Busing‟ no me caía mal.
Siempre has tenido fama de ser una persona con mucho poder, con una gran capacidad
de influir en la gente cercana a ti. ¿Es así?
¿Crees en Dios?
He evitado contestar preguntas al respecto. Pienso que si no estamos listos para perdonar,
todo lo relacionado con la reconciliación resulta un juego de palabras. Hemos sido testigos,
durante veinte años, de una situación penetrada de ideología. Todos esos muertos son
nuestros muertos. ¿Podemos todos afirmarlo?
Como todos, debes de haber conocido a gente que, sorprendentemente, cambió para mal,
cruzó la raya, se „maleó. ¿De qué depende que haya quienes tengan límites
infranqueables y otros no?
¿Te ha sido difícil lograr el equilibrio entre seguir una tradición familiar, de la que por
razones obvias te debes sentir muy orgulloso, y tu libertad, el crear y desarrollar tu
propia identidad?
Quienes te conocen bien, dicen que por momentos usas la ironía como arma mortal. ¿Es
así?
¿Alguna característica tuya, o habilidad, afición o gusto que la gente conoce poco de ti?
¿Qué se siente ser uno de los pocos notables, de los 7 justos, que hay en el país?
No creo que haya razones para que me sienta aludido con el adjetivo. Hay colegas
superiores, desde varios puntos de vista. Puedo admitir dos rasgos sobresalientes: me
molestan mucho la improvisación y la impuntualidad. Siento que mi formación es,
felizmente, europea, y que eso explica una que otra característica.