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Vicente Zito Lema: “La justicia

y la palabra son mis dos pasiones


que han ido de la mano”

Entre los recuerdos latentes, los ríos de tinta y la sangre derramada, el notable
poeta, abogado, periodista y docente recorre sus orígenes y los caminos que
fueron atravesando sus ideas cargadas de belleza y anhelo de justicia.
Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés. Fotos Eloy Rodríguez Tale

Vicente es una usina de grandes recuerdos. Del niño inundado de libros al


hombre militante de los derechos humanos, al poeta y dramaturgo, al
periodista que expuso el poder desde la fuerza del arte, al que fue víctima
de atentados y persecuciones, al exiliado y retornado, pero al que siempre
sostuvo una pluma ferviente de pasiones, de palabras precisas. La poesía y
la justicia, repite, son su amplio camino. Una misma señal que supo ver
desde temprana edad, entre los recuerdos de su abuelo anarquista y los
primeros trazos de escritura en el tercer grado de la escuela y que hoy
como docente universitario, a los casi ochenta años, todavía persisten en su
ánimo. Del otro lado de la pantalla del monitor, Vicente toma aire y arranca,
una historia lo lleva a otra, hilando experiencias que trascienden a su
persona y que conforman el mapa histórico cultural de una Argentina
plagada de genialidad aun en las derrotas, de rebeldías en medio de la
oscuridad.

En él parecen destacar dos facetas. Sus mantras. Una es la búsqueda


incesante de la belleza, así como San Agustín decía que lo bello es lo real,
en Vicente esa belleza es el espejo de la vida, que ha sido, en muchos de
sus años, la lucha contra esas ausencias y tormentos de muerte que han
intentado apagar no solo a la cultura y sus manifestaciones sino a aquellos
que han sabido desperdigarla y defenderla junto a su lado. El otro anhelo
es por la verdad, esa inherencia entre lo humano y la realidad, tan
impregnada en tantos de los proyectos en que ha incursionado, desde la
fundación de las revistas Cero, Talismán, Fin de Siglo, a las universidades de
Madres y de los Trabajadores; y en la inefable necesidad de mantener viva
la memoria a través de la militancia humanística, en esa dialéctica del
pasado como presente eterno, para reivindicar las historias de aquellos que
el poder aun intenta borrar, porque, como reflexionaba Walter Benjamin,
“ni los muertos estarán a salvo del enemigo si vence, y el enemigo no ha
dejado de vencer”.

¿Cómo recordás tu infancia?


Mi infancia está mucho más relacionada con la felicidad que con la tristeza.
Sé que suele decirse que todo tiempo pasado fue mejor y que hay una
mirada evocativa que hace que uno olvide los malos momentos y se aferre,
y hasta exagere, los momentos de alegría y buenaventura que tuvo.
También sé que suele escribirse lo que se llama la “novela familiar” y
entonces uno pone fantasías, deseos, mentiras; tratando de organizar el
mundo inicial de nuestra infancia con mayor armonía, con mayor paz frente
a las contradicciones reales. Uno se aferra a esta etapa de la vida porque tal
vez, como enseña Freud, es el momento que nos marca todo, y el resto de
nuestros días son como poner en escena el drama original de los primeros
años.

¿Y tus padres?

Si vamos a un nivel más personal, de mi padre tengo básicamente el


recuerdo de un hombre muy hermoso que le trajo muchas tristezas a mi
madre. Tenía ojos de color gris, que es casi increíble, y eso hacía que
muchas mujeres se enamorasen de él. También era un gran bailarín de
tango, amaba bailarlo. Era, por supuesto, hincha de Racing como toda la
familia. Ideológica y políticamente, si bien no tuvo mucha práctica, se
declaraba y tenía ideas reales del socialismo. Y para ganarse o perder la
vida era un hombre muy independiente. Siempre trataba de organizar
pequeñas industrias. Toda su vida estuvo ligado a eso, a ser alguien que
gestaba y creaba cosas. Tenía mucha capacidad para crearlas, y en esos
momentos nosotros vivíamos bien. Pero también tenía mucha capacidad
para destruir todo, porque amaba el juego y las carreras de caballo, y en
general perdía. Hemos tenido una vida muy ligada a los altibajos. Mi madre
lo acompañaba siempre, en las buenas y en las malas. De ella recuerdo su
frustración por no poder tocar el bandoneón, porque para aquella época
eran muy rígidas las cosas y mis abuelos, sus padres, le impidieron tocar.
Esa fue siempre su gran tristeza, pero cantaba tangos y los cantaba muy
bien, con voz muy dulce. Y políticamente, no sé si por conciencia y análisis o
por amor, para ella Eva Perón era como un dios. Era muy suave y no se
enojaba con nada, pero si a veces mi padre o mis abuelos o tíos la criticaba,
esa mujer tan pacífica podía enojarse muy duramente.
“Ahí me di cuenta, de una manera brutal, que lo que yo soñaba
en la justicia y la poesía, iba a ser mi camino, y un camino muy
difícil, porque así como uno tiene pasión por la vida, lo justo y
lo bello, otros tienen pasiones de muerte, de rencor, de odio. Y,
como alguna vez dije, es eterna la lucha entre la luz y las
tinieblas. De aquel muchacho de veintidós o veintitrés a este
hombre de ochenta y uno, son sesenta años en la misma
historia: buscar lo justo y lo bello con la fuerza que tengo”.

Venías de una familia muy ligada al mundo de las ideas y la


creatividad. Vos elegiste estudiar abogacía aunque después tu rumbo
te llevó hacia el arte, ¿a qué se debió eso?

Tal vez por las lecturas de Platón, Aristóteles, Dostoievsky, Shakespeare.


Cuesta creerlo, y me da vergüenza decirlo, pero yo aprendí a leer solo. Con
el diario. Recuerdo que tenía cuatro años y un día con el diario en la mano
me puse a leer y mis padres no lo podían creer. ¿Por qué? No lo sé. Lo que
sé es que empecé a leer desde muy niño. Después por la potencia de la
justicia que tenía mi abuelo, un anarquista que buscaba lo justo costara lo
que costara, poniendo en riesgo su propia vida, y la de todos, porque
quería lo justo fuera como fuera. Eso por un lado. Después por el otro
abuelo, yo siendo un niño, me enseñó la ópera, me llevó algunas veces a
escuchar ópera en el gallinero del Teatro Colón. Tenía las partituras de
todas las óperas y casi que me obligaba a que las estudiara. Yo no sabía
nada de música pero tenía que estar con los argumentos y leerlos. Y fui
descubriendo entonces la potencia de la belleza y del arte en la vida. Y
después, bueno, en mi familia tanto de parte de madre como de padre hay
poetas. Hay poetas, y algunos con destino trágico, como mi tío abuelo,
muerto en España por anarquista. Mi abuela contaba con dolor que cuando
lo mataron no la dejaron enterrarlo, ya que por ser anarquista no tenía
derecho al cementerio, que solo era para los muertos católicos. Ese hecho,
de ser enterrado en medio del campo, como un perro, es una historia de
familia muy potente. Además, mi abuela contaba que llevaba una capa
negra, como en esa época, y que leía poemas en las plazas. Entonces, esa
figura de poeta anarquista con capa negra leyendo poemas y enterrado
fuera del cementerio, me marcó que la poesía era un destino para mí. Más
que ser abogado, a mí lo que me impulsó es la búsqueda que hoy
mantengo de encontrar lo justo y lo bello. Y para encontrar eso en esa
época, en relación a la justicia, la única ciencia que había -ya que no había
sociología y eran muy pocas las disciplinas- era el derecho. En una época en
donde uno se recibía como Derecho y Ciencias Sociales. Todo lo que ahora
se estudia por separado, en mi época era parte de la carrera del Derecho,
que era una carrera no tan técnica como ahora, sino mucho más
humanística: se veía economía, filosofía, ética, historia, sociología. Lo que
hoy se estudia en distintas disciplinas, en aquellos años se condensaba. O
estudiabas Economía o Derecho o Medicina. No había Comunicación ni
Antropología ni Psicología. No existían directamente. Por ese amor a la
lectura, aunque me dé pudor, me recibí dando todas las materias libres en
la UBA, y no había cumplido los 21 años, trabajando en algunos trabajos
loquísimos y rindiendo materias libres. Porque no tenía fuerzas para
trabajar e ir todos los días a la universidad. Al año habré ido tres o cuatro
veces. Y después le debo mucho al peronismo, porque a partir del
peronismo la universidad fue gratuita. Y en cuanto a mí, que extendieran
las horas de la biblioteca en la universidad hasta la medianoche. Antes no
era así, solo la gente de clase alta estudiaba Derecho, y tenía la capacidad
económica de comprar sus libros. Yo no la tenía. Si no hubiera habido
biblioteca abierta, no hubiera podido leer. Porque era todo muy estricto y
tenías que tener lecturas, leer el libro más que resúmenes. No había una
búsqueda de lo principal. Había una idea enciclopedista del mundo.

Por otro lado, mi padre me abrió las puertas para leer la novela negra, el
policial. Él era fanático. Sabía tanto de novela negra como podía haber
sabido Rodolfo Walsh o Borges. Y mi abuelo materno, el anarquista, era tan
especial que estuvo escribiendo toda su vida, aunque no terminó nunca, su
propia versión del Quijote. Donde la parte anarquista del personaje él la
mezclaba con sus sueños y su realidad. Y no olvido tampoco el dia que lo
invité a Jacobo Fijman. Logré que a ese gran poeta y filósofo, treinta años
internado en un manicomio, le dieran una libertad transitoria. Dormía en
mi casa los fines de semana. No me olvido nunca el día que mi abuelo quiso
conocerlo y organizó una comida, bien de casa, de campo, y fuimos con
Fijman. En esa mesa las mujeres un poco se aburrieron de las locuras de
Fijman y se pusieron a un costado a hablar de temas más serios. Y entre
Fijman y mi abuelo peleaban por mi cariño, cada uno contaba su versión del
Quijote, que ni el propio Cervantes la podría haber contado de una manera
tan delirante. Era bellísimamente loco.

Recuerdo que de chico tuve un premio que fue hermoso para mí por varias
circunstancias. Mi padre, por sus aventuras empresariales, su juego y todo
eso, hizo que por momentos nos fuera muy mal. Y nos fuimos a vivir a
Uruguay por un tiempito, a ver si podía emprender algo con sus ideas. Ahí
yo estudié en la escuela primaria. Cuando volví, en tercer grado, había
llegado y sufría una especie de maltrato infantil. Yo era el “uruguayo” y tenía
mucho pelo suelto. Me decían “urupelo” o algo así. Me enojaba y cobraba
como en la guerra. En esa situación, hacen un concurso de composiciones
sobre el tema Malvinas. Yo, como había estado antes en Uruguay, no tenía
la menor idea de Malvinas, entonces de golpe, apenas con lo mínimo de
información, como no podía escribir bien, escribí una pequeña obra de
teatro. Pero no pensando en teatro, sino para zafar de la composición. Era
un diálogo entre un chico al que le importaban las Malvinas y otro que no.
Se hizo un concurso de las escuelas de Capital sobre el tema y eligieron mi
composición representando a la escuela. Gané el primer premio. Lo más
lindo fue que el premio era una bicicleta, y esa bicicleta me la entregó Eva
Perón. Cíclicamente, cuando volví del exilio, la primera obra de teatro que
se estrenó acá fue justamente mi obra Gurka, la primera obra que se
escribió sobre Malvinas.
Aun eligiendo la abogacía como profesión empezaste a relacionarte
rápidamente con los medios, desde la fundación de la revista de poesía
Cero o la revista Talismán. ¿Cómo te sedujo el periodismo y cómo
recordás esa etapa?

Me recibo siendo tan joven y sin conocer nada de dónde trabajar como
abogado, porque yo no había frecuentado mucho la universidad ni
pertenecía a ese mundo del ámbito judicial y de abogados, muy minoritario.
Estoy hablando de 1961 y 1962, donde para dar un examen tenías que ir
con saco, corbata y chaleco. Ahora se dan en remera. En esa época, tan
estricta y elitista, me recibo y no siento qué hacer con el título. Cansado de
tanto estudiar, por tener que trabajar todos los días, no quise dedicarme a
la abogacía. Entonces me puse a pintar casas con un amigo. Estuve un año
pintando casas de ayudante, y donde aprendí. Y justamente con otro amigo,
ya en el exilio, un anarquista uruguayo, en Holanda, pintamos una casa
maravillosa de la aristocracia. Y mi amigo, por anarquista, como odiaba la
casa, la enchastró tanto que al final que no nos querían pagar. Quedó
pintada pero toda sucia y tuvieron que pagar más en limpieza que lo que
nos pagaron a nosotros. Cada vez que estoy en momentos difíciles de mi
vida me pongo a pintar paredes.

Yo, como poeta, ya tenía relación con otros poetas que escribían, y nos
juntábamos. Entre ese pequeño grupo estaba Nicolás Casullo, el filósofo,
uno de los primeros que fundó en la UBA la carrera de Comunicación. Con
él y dos o tres más armamos la primera revista nuestra, la revista Cero.
Teníamos veintipico de años. Yo amaba el arte, ya desde niño, y tenía una
vocación por la belleza, me hacía feliz. Entonces una vez pasando por una
galería de arte veo la obra de un surrealista, Juan Valle Planas, el
introductor del surrealismo en Latinoamérica en artes plásticas. Entro para
ver mejor y veo un cuadro que no me olvido nunca: un hombre que tenía
una luna en la mano. Me pongo a mirarlo y se me acerca un hombre
grande, con el pelo blanco. Me dice “cómo lo mira al cuadro eh”. Y me salió
del alma decirle “nunca robé nada pero si pudiera robar algo me lo llevaría,
porque seguramente lo va a tener en su casa un hijo de puta con plata”. No
sé por qué fui tan agresivo, yo era muy cuidadoso, pero me salió. El hombre
terminó muy asombrado y me dijo “No lo robe porque lo voy a tener que
correr, porque yo soy el pintor”. No sabía dónde meterme. Nos reímos y me
trajo una copa de vino. Me dijo si no quería pasar por su taller, porque le
interesó mucho que quisiera robarme su cuadro. Y ahí fui, sacábamos la
revista Cero, entonces le hice un reportaje y poco tiempo después nos
hicimos amigos. Yo amo el surrealismo. En su casa conocí poetas como
Enrique Molina, Olga Orozco. Y un día hay alguien ahí con la pipa al que
Valle trataba con una deferencia muy especial, con cariño y respeto. Yo los
veo y me dice “le presento al doctor Enrique Pichón-Riviere”. Tenía una leve
idea de él, sabía que era alguien importante en la cultura pero no lo había
leído. Nos pusimos a hablar y enseguida, por ser tan firme en mis ideas, nos
quedamos hablando de poesía. Ahí entablamos una pequeña amistad.

Tiempo después, siendo abogado, vivía de lo que ganaba como periodista.


Estaba haciendo notas para La Opinión de Jacobo Timerman, donde como
jefes de cultura estaban Juan Gelman primero y Horacio Verbitsky segundo.
Hacía notas de pintura, críticas de pintura y teatro. Notas culturales. Y ahí
entonces sale la idea de por qué no hacer un reportaje a Pichón-Riviere, se
conversaba eso por un Congreso de Psicología, y yo escucho, siendo
freelance y necesitando notas para ganar plata, les digo “yo lo conozco
bien”. Lo conocía un poco, pero por necesidad me planté firme. Y bueno,
Gelman se dio cuenta que necesitaba la nota, él tenía diez años más que yo,
y me da la nota. Hago el reportaje y, sin falsa humildad, el reportaje fue
muy bueno y tuvo una gran repercusión. A partir de ahí se asentó Pichón.
La Opinión era un diario alternativo tan importante como pocas veces hubo
uno que no fuera parte de los grandes medios, y que tuviera ese peso
concreto. Con todo respeto de Página/12, pero Página nunca tuvo el peso
de La Opinión en aquella época. No solo por Timerman, que era un gran
periodista, sino por la cantidad de gente trabajaba ahí. Ya dije Gelman y
Verbitsky, pero también Tito Cossa, Paco Urondo, Soriano, Rodolfo Walsh.
Una constelación perfecta de periodistas, ahí estaban todos. El poeta
Alberto Szpunberg. Gente que escribía maravillosamente bien. Poco tiempo
después del reportaje, me llama Timerman y me dice que quiere fundar
una editorial como el diario Le Monde en París, Y quería tener una colección
de diálogos. Yo apenas me dice eso, le digo “sí claro, al estilo socrático”, por
la cantidad de veces que había leído a Platón. Y él me dice, bueno, por dos
años no vengas al diario, te vamos a pagar un sueldo mínimo y dedicate a
escribir ese libro antes de tal época, que va a ser el lanzamiento de
Timerman Editores. A lo grande como era él. Fantástico. Eso financió algo,
aunque hacía notas en otros diarios y revistas, y ya con juicios penales por
defender a los que estaban del otro lado del poder. Con mi amistad con
Ortega Peña, con Duhalde, que conocía de la universidad, empecé a
meterme en la defensa de los derechos humanos. Y ahí se fue organizando
todo mi mundo, y aparece el libro Conversaciones con Pichón-Riviere, sobre el
arte y la locura, que es el primer libro de la editorial Timerman, pero con
todo el peso y la publicidad que hizo el diario. Es un libro bueno, que sigue
vigente y es potente, y me abrió un camino en el campo de la psicología
social. Luego estudié Psicología Social con él, fundamos una cátedra en la
Universidad de Buenos Aires para reflexionar sobre los mecanismos de la
creación artística.

Es un jueves caluroso en el barrio de Flores y atravesamos algunos pasajes


en busca de la casa de Vicente, pero nos perdemos entre la boscosa
numeración. Mientras suena a poca distancia el teléfono de su compañera,
Régine, nos encontramos abruptamente en la entrada de su hogar, cubierto
de plantas aflorando, en pleno auge de un sol que aúlla plegarias para un
incipiente verano. Pasamos a la sala, entre cuadros y algunos libros que se
arrumban alrededor de los sillones. Nos acomodamos para una charla
espontánea con Vicente. Detrás de él, la imagen no menor de Mariano
Moreno evoca una estirpe de audacia que contagia al ambiente con historia
y coraje, recorriendo las anécdotas de sus años en redacciones, hilando en
los reportajes que supo plasmar de las figuras de Pablo Neruda y Julio
Cortázar. Con esa misma impronta y agradecimiento elige hablar de lxs
chicxs de El Violinista del amor & Orquesta Volátil, quienes han traducido
una selección de sus poemas en música, y lo invitaron a que su voz termine
de darles vida en una serie de presentaciones que confirman la vigencia de
la puesta poética de Vicente, repleta de humanidad, historia, colectivismo y
convicción.

¿La revista Crisis como surgió?

Federico Vogelius, que era un mecenas de otra época, un hombre de


fortuna que tenía campos y fábricas, era un amante del arte. Y él quiere
sacar primero una revista de artes plásticas, y ahí como había leído unas
notas mías sobre arte y le interesó que escribía no tan académico sino más
personal, me invitó a escribir en su revista. Después quiso hacer una revista
más amplia. Veía el movimiento político que surgía en el mundo y en
nuestro país a comienzos de la década del setenta. Él era socialista y
peronista, una mezcla rara de esa generación, que admiraban a John
William Cooke. Quería una revista de ese tipo y le propone a Ernesto Sábato
dirigirla. Sábato duda mucho, que si, que no. Entonces en un viaje a
Uruguay conoce a Eduardo Galeano. Que ya había aparecido su libro más
difundido, Las Venas Abiertas de América Latina. Y Eduardo, siendo tan joven,
dirigía ya un diario, Época, no muy masivo pero que salía todos los días.
Tenía una capacidad de trabajo bárbara. Y Vogelius lo ve, charla con él, y ve
su decisión para sacar ese diario. Le dice si quiere venir a la Argentina para
sacar una revista de cultura. Eduardo amaba Uruguay, pero en esa época
en Argentina era muy potente el movimiento cultural. Acepta y viene.
Eduardo conocía mucho la escritura y poesía de Gelman, había compartido
con él un viaje a Cuba, entonces le propone que sea el secretario de
redacción de la revista. Ahí empieza a funcionar la revista. Recuerdo que
para el primer número me invitan. Fui a la presentación con el pintor
Ricardo Carpani. Y ahí Vogelius me invita a encargarme de la parte de
cultura y de arte en Crisis. Yo estaba metido en otro proyecto que era el
lanzamiento de la revista Nuevo Hombre. Una revista que marca la historia
del periodismo en la Argentina, que para mí es un mito que no fue tan
investigado. Una de mis alegrías y tristezas, que justamente Horacio
González, mientras era director de la Biblioteca, en tres tomos gigantes
volvió a editar en papel toda la colección. Porque Horacio consideraba que
era una revista que marca el periodismo argentino. Ese proyecto me
entusiasmó más, porque era más político. Una revista que iba a ser cultural
pero con mucho peso político, y a mí por mi militancia y mi pasión por los
derechos humanos, me gustaba más ser parte de la aventura de Nuevo
Orden que de Crisis, pero acepto hacer notas. En el número dos ya publico
algo que tiene mi marca, una antología que hago de los presos políticos en
la Argentina, marcando mi propio territorio. Quedo como colaborador en
Crisis pero mi trabajo como periodista lo pongo en Nuevo Hombre, ahí
dirijo la parte de cultura con Nicolás Casullo. En el staff estaba Jarito Walker,
que era el director, y entre los colaboradores, que era una mesa redonda,
estaba además de Jarito, que era el alma, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo
Luis Duhalde, Rubén Gri, Alicia Eguren, Dardo Cabo, Carpani, León
Ferrari, Luis Felipe Noé, Paco Urondo. Pensá todos los del mundo de la
política. También Osvaldo Bayer. Y éramos muy duros. Sacábamos
comunicados de las organizaciones revolucionarias. Yo recuerdo una nota
sobre el surrealismo en la Argentina y que en la otra página tenía un
comunicado de Montoneros y en la otra una del ERP. La verdad que desde
el punto de vista formal una revista disparatada, pero la época era así.
¿Y cuál fue el derrotero final de la revista?

Jarito Walker deja la revista para dedicarse a la militancia revolucionaria,


donde iba a estar nada más que en esas acciones y no quería ser un
hombre de presencia pública. Y como yo había entrado con él, habíamos
entrado juntos, considero que también mi ciclo está cumplido y me voy con
Jarito. Después la revista siguió siendo editada, ahí estuvo Silvio Frondizi,
entre otros, asesinado luego por la Triple A. Y Jarito Walker va a ser
secuestrado en un cine del barrio de Caballito y al día de hoy todavía está
desaparecido. Yo empiezo a trabajar en la universidad. Había fundado con
Pichón-Riviere la cátedra para el estudio de los mecanismos de la creación
artística. Trabajaba en la universidad y cada vez empiezo a trabajar más en
el ámbito de los derechos humanos con Luis Eduardo Duhalde y Rodolfo
Ortega Peña. Escribí mucho a la par para la revista Crisis, en casi todos los
números. Y de pronto me piden que empiece a trabajar más activamente.
Recuerdo que Benedetti entra en la revista para dedicarse a la edición de
los libros. Yo ya era secretario de redacción, yendo todos los días. Estaba
Galeano, Gelman, Haroldo Conti, Aníbal Fort, amigos del alma todos. Y
después empiezan los problemas con la dictadura militar. Gelman tiene que
irse al exilio, porque la persecución que sufre es insostenible para que siga
en Argentina. Recuerdo que Galeano me pide si puedo asumir la dirección,
porque él quería seguir ligado pero con más espacio para preservar su vida.
Yo ya hacía tantas defensas de derechos humanos que una mancha más al
tigre… había sufrido varios atentados en mi casa. Pensé, “yo ya estoy muy
jugado”. Cuando detuvieron a Haroldo, peleamos todo lo que pudimos con
Galeano para que apareciera. No lo logramos, la persecución se hace más
dura. Gelman ya estaba en el exilio. Y Galeano se va. Yo mantengo la revista
pero ya la presión era imposible. Entonces paso a la clandestinidad y me
tengo que ir del país para que no me maten. Ahí termina la primera etapa
de Crisis. Va a haber una segunda con la dictadura militar en retirada.
Vogelius, que había estado secuestrado y desaparecido, aparece, por
muchas presiones internacionales, pero se va al exilio. Después de la
dictadura vuelve y nos convoca a Galeano y a mí para que volvamos a
sacarla. Eduardo dice que sí, pero que quiere vivir en Uruguay. Entonces
empiezo solo a dirigirla, con los llamados de Galeano. Y yo era amigo de
Osvaldo Soriano, entonces le pedimos que venga a la dirección. Está un
tiempo y luego se va, porque quería terminar sus novelas. Yo sigo en la
dirección, pero luego viene el episodio del Papa. Cuando viene el Papa a
Buenos Aires, dedicamos todo el número con una crítica muy fuerte al
papel de ese Papa, que volvía a la peor etapa de la iglesia católica, alejada
de la lucha popular, de los pobres, de los sacerdotes para el tercer mundo.
El número es muy crítico. El único medio de presencia pública que lo hace.
Publicamos una serie de cuadros de trabajo de León Ferrari, muy críticos
para el pensamiento conservador de gran parte de la iglesia católica. Eso, ya
con el gobierno de Alfonsín, nos trajo muchas amenazas. Vogeluis ya había
fallecido, y por más que él había dicho que la revista Crisis tenía que seguir
viva mientras yo la dirigiera, la familia me dice que están asustados porque
les llegan cartas de amenaza de muerte, y cierran la revista. Ahí formamos
una cooperativa de periodistas y seguimos sacando la revista pero ya sin el
nombre, nos llamamos Fin de Siglo. Ahí empieza otra etapa de una revista
que es maravillosa, con la incorporación de Osvaldo Bayer, Eduardo Luis
Duhalde, Carlos Aznares, María Moreno, Enrique Symms. Recuerdo las
contratapas del Indio Solari. Una época muy hermosa, donde Fin de Siglo se
convierte en la unión de las nuevas generaciones con las que habíamos
vuelto del exilio, y que dejó una marca en el periodismo argentino.

“La poesía, el teatro (…) tienen una misma razón, que no es


mostrar la realidad sino algo más profundo, crearla. No se
trata solo de contar lo que sucede sino ser capaz de hacerlo
como otra vez vivo. Ese es mi método de trabajo para hacer
teatro, que se llama antropología teatral poética. Parto de la
realidad social para construir el mundo que esa realidad social
me pide que construya, no solo llorar lo perdido sino construir
lo nuevo”.

Ya en ese momento habías gestado un vínculo con las Madres de Plaza


de Mayo, en esos años escribiste la obra “Mater”. ¿Cómo nace esa
relación con las Madres?

Cuando me recibí en Derecho y Ciencias Sociales, tenía una gran vocación


por la justicia. También por la palabra y la escritura, y esas dos pasiones
mías siempre han ido de la mano. De hecho, como casi naturalmente, lo
que en algún momento parecía imposible, que la justicia y la escritura
pudieran a la par andar dentro mío y en mis actos. Desde el campo de la
justicia, a partir de mi profesión de abogado, muy tempranamente sentí
que mi vocación se encarrilaba en la defensa de los derechos humanos. Tal
vez ligado, porqué no decirlo, a un atentado que tuve de joven cuando
contribuí a fundar la juventud guevarista en la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales, y fuimos atacados a tiros. Estaba presente la mamá de
Ernesto Guevara. Y en aquel acto siendo muy joven, con veintipico de años,
la compañera que estaba a mi lado, Malena, recibió un tiro en el acto y
murió ahí. Y yo recibí dos tiros en la pierna. Eso como que marcó mi andar
histórico, lo que había sucedido ahí. Incluso, cuando estaba herido y llevaba
un libro de poemas, se me acercó uno de los que nos había atacado y
viendo que yo tenía un libro en la mano me dijo “ah además del Che
Guevara, un libro de poemas”, y ahí mismo me dio con una cachiporra un
golpe muy fuerte en la cara. Ahí me di cuenta, de una manera brutal, que lo
que yo soñaba en la justicia y la poesía, iba a ser mi camino, y un camino
muy difícil, porque así como uno tiene pasión por la vida, lo justo y lo bello,
otros tienen pasiones de muerte, de rencor, de odio. Y, como alguna vez
dije, es eterna la lucha entre la luz y las tinieblas. De aquel muchacho de
veintidós o veintitrés a este hombre de ochenta y uno, son sesenta años en
la misma historia: buscar lo justo y lo bello con la fuerza que tengo. Eran los
años sesenta cuando empecé con los derechos humanos y con mi escritura,
escribiendo para diarios y revistas de la época. De esa forma se fueron
dando los acontecimientos.

Llegó el año 1966 y una nueva dictadura para la época, continuación de


otras en las que había tenido participación, fundado revistas de arte, de
cultura y política, trabajando en la Universidad de Buenos Aires. Poco a
poco comprometiéndome más, con la escritura y los derechos humanos.
Otra cosa que marcó mi historia fue haber sido abogado defensor de
muchos presos políticos de la cárcel de Rawson, y después prácticamente
de los compañeros asesinados en la masacre de Trelew. Y miren, así como
defendí a los compañeros de Trelew, escribí un largo poema que salió
publicado en el diario La Opinión. Ese larguísimo poema donde denunciaba
las desapariciones, los asesinatos de la dictadura de la época, salió íntegro
en el diario; un suplemento de alrededor de diez páginas que me puso en
una vidriera muy pública para recibir los golpes de la dictadura y para hacer
conocer mi poesía con un impacto que no imaginé que se podía suceder.

En esa época, cuando yo estaba a punto de irme al exilio, por las


persecuciones, porque me habían expulsado de la universidad, había
cerrado la revista Crisis y habían prohibido mis libros y no tenía otro
espacio de vida, me voy al exilio. Es en ese momento que las Madres
empiezan también desde su dolor y conciencia la lucha que las volvió en
símbolo histórico de enfrentamiento a la dictadura. Ahí en el exilio
empiezan a ir algunas Madres para buscar ayuda, hacer pública la situación
de los desaparecidos. Yo en el exilo era parte del Comité de artistas e
intelectuales por los Derechos Humanos, el CADHU. Ahí trabajé con
Eduardo Luis Duhalde, con Julio Cortázar, con Ricardo Carpani, David Viñas.
Éramos artistas, escritores, militantes de derechos humanos, que
formamos la organización mayor que hubo en el exilio. Ahí es donde vienen
las Madres. Yo estaba en Holanda, que se caracterizó por ser un país y un
gobierno que apoyó a las Madres de Plaza de Mayo. Vinieron varias de ellas
a Holanda. Mi compañera, con 44 años juntos, Régine Bergmeijer, era
militante de los derechos humanos en Holanda, y junto con ella que hacía
de traductora y yo con mis esfuerzos fuimos trabajando juntos, uniendo
nuestros amores y tristezas con las Madres. Así empieza una unidad que
para mí es imborrable y que está presente aun en estos tiempos, que si
bien no son dictaduras, es cierto que la lucha por los derechos humanos
sigue en pie, de otras formas pero sigue en pie. Cuando vuelvo del exilio en
el ’84, vuelvo con varios proyectos. Desde la propia revista Crisis empiezo a
darle a las Madres de Plaza de Mayo todos los números, ofrecidos para que
ellas tuvieran un espacio para hacer oír su voz. En esa comunidad y
comunión de amores termino de escribir, porque ya en el exilio había
hecho las primeras partes, la obra con la que hicimos un impacto muy
fuerte en la época. Los principales actores y actrices de Argentina quisieron
participar, ayudar, comprometerse. Ahí estuvieron desde el principio
Alfredo Alcón, Cristina Banegas, Rodolfo Mederos, Chango Farías Gómez,
Peteco Carabajal, Soledad Silveira. Tantos compañeros. Montamos la obra
en fábricas, en estadios de fútbol. Recorrimos el país. En universidades. En
la Plaza de Mayo, con casi cien mil personas escuchando. Ricardo Carpani
pintaba la escenografía. Una aventura muy hermosa. Ahí fundamos una
revista en el seno de Madres, Cultura y Utopía, y las madres me pidieron
que sea el director. Y, como frutilla del postre, tenía la idea de volver a la
universidad, a la que me habían invitado. Pero dos hermosos compañeros
míos, Miguel Ángel Bustos, un extraordinario poeta, y Claudio Adur, músico,
poeta y pintor, que eran ayudantes en mi cátedra de la Universidad de
Buenos Aires, los habían secuestrado y los habían desaparecido. Y yo creía
que en la universidad tenía que haber una lucha más fuerte por los
profesores y estudiantes desaparecidos. No fui oído y no quise volver a
trabajar. Pero tenía ganas de hacer docencia, es algo que amo. Y le planteé
a las Madres la idea de hacer una universidad abierta a todo el mundo,
gratuita. Y que podíamos llegar a conseguir, así como para
hacer Mater habíamos conseguido todos los actores, actrices y artistas que
necesitábamos, estaba convencido de que con la figura de Madres y mi
obstinación podíamos llegar a conseguir esa universidad popular pública,
con el sentido de que sea gratuita, como lo fue. Y así fundamos la
Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, de la que fui aparte de
fundador, director académico, donde trabajamos varios años juntos.
Después yo tuve diferencias con el señor Schoklender, tenía distintas
miradas para entender el mundo, pero prefiero no entrar en ese momento
triste. Ahí sentí que nuestros caminos en ese momento, más allá del amor y
del respeto, eran para que cada uno siguiera andando. La Universidad
siguió en pie, el amor con las Madres también, pero yo en ese momento me
volqué al mundo de los trabajadores. Y los trabajadores de la fábrica
desocupada IMPA me pidieron encontrarnos, charlar, y me plantearon si
estaba con fuerzas para fundar una universidad en las fábricas
recuperadas, donde en la fábrica de Almagro iba a estar la sede. Me pareció
fantástico el nuevo desafío, luego de haber puesto en pie junto con tanta
gente hermosa la Universidad de Madres. Y me dije, bueno, es momento de
otra pelea. Fundé la Universidad de los Trabajadores en la fábrica IMPA, con
otro perfil mucho más dirigido a la clase obrera. Las clases en medio de una
fábrica, con todo otro entorno. Fue una experiencia hermosa.

Escribiste mucho teatro, desde los setenta, y hace poco publicaste ese
compilatorio en Todo es teatro. ¿Qué encontraste en la dramaturgia
que te ha permitido canalizar tanto tus expresiones artísticas pero
también tus convicciones políticas?

Todas las tardes yo estaba en un espacio en donde lo único que había eran
libros, y esos libros eran de filosofía, de poesía, y de teatro. Y mi abuelo era
un apasionado por esas lecturas. Me metí en ese mundo de lecturas desde
muy niño y supe, desde un principio, que poesía y teatro eran el mismo
camino. Necesito ser sincero con las cosas a esta altura de mi vida: lo justo
y lo bello lo he practicado y lo conocí desde muy joven. Tuve la suerte de
leer esos libros antiguos donde el teatro y la poesía andaban en un mismo
camino. Estando en tercer grado escribo mi pequeñísima obra acerca de
Malvinas, y cuando vuelvo del exilio mi primer obra montada
profesionalmente fue una obra sobre Malvinas, Gurka. Yo ya antes en
escuelas secundarias y en pequeños grupos había dirigido teatro, lo amaba,
pero más bien escribía poesía. Y bueno, en esa primera etapa de mi vida
está mi conocimiento.

Mi amiga Cristina Banegas, esa gran actriz, cuando yo vuelvo del exilio ella
va a dirigir su primera obra de teatro, que fue mi obra Mater. La primera
versión la dirigió ella. Mirá cómo se van mezclando las cosas. Es decir que
para mí, poesía y teatro son dos formas naturales de la escritura y tal vez el
que con amor, cariño y dedicación estudió mi obra fue Horacio González. Es
un honor que haya escrito tanto sobre mi obra. Él dijo que soy como el
eslabón perdido del teatro y la poesía argentina. Y entre las características
afirma que mi poesía y mi teatro son una misma cosa. Y si bien a algunos
les podrá gustar más o menos, es cuestión de gusto estético, para mí son
un mismo decir. Por ejemplo, en el IMPA monté hace unos años Eva Perón
Resucitada, una obra que amo mucho, y que yo mismo dirigí. Es una obra
que dura dos horas, con coros, músicos, como una ópera. Y ahí con el
trasfondo de Eva y todo lo que expresa, la obra es un largo poema, porque
todo está dicho poéticamente. Suceden cosas sí, pero soy como un escritor
antiguo, escribo poesía aun para los tiempos de hoy. Eso le extrañaba a
Horacio, y que puedo decir cosas muy duras, tratar temas difíciles. Además
de escribir la primera obra de Madres, también hice La pasión del piquetero,
contando el asesinato de Santillán y Kosteki. Y la monté en la calle, en la
puerta de los Tribunales de Lomas de Zamora donde se estaba juzgando a
los asesinos. Es una obra también muy dura, pero está escrita en poesía.
Todos los años hacemos una pequeña parte con los compañeros y con el
padre, Alberto Santillán, de quien me he hecho amigo. Y montamos un
fragmento, a veces más grande, ahí en el Puente Pueyrredón o frente a la
estación donde mataron a los compañeros. Viene muchísima gente de las
barriadas, y cuando empieza la obra, es un poema. Los compañeros bajan
las banderas para poder ver y hay un silencio total. Ahí está la poesía y el
teatro en el medio de la calle, y la gente escuchando poemas como si fuera
un autor de otro siglo pero con temas de hoy, con compañeros que
escuchan con mucho amor y cuidado mientras decimos esas obras en
silencio absoluto. Ya quisieran en el Colón tener esa escucha, y no es fácil
en la calle. No es fácil como alguna vez nos pasó montar la obra en el
Puente Pueyrredón, con la policía frente a nosotros apuntándonos con sus
armas. Y no por eso dejamos de decir nuestros poemas, nuestro teatro.
Que, vuelvo a decir, formalmente son distintos pero en lo profundo, al
menos como yo lo vivo y lo enseño en mis clases de la Universidad de
Avellaneda, tienen una misma razón, que no es mostrar la realidad sino
algo más profundo, crearla. No se trata solo de contar lo que sucede sino
ser capaz de hacerlo como otra vez vivo. Ese es mi método de trabajo para
hacer teatro, que se llama antropología teatral poética. Parto de la realidad
social para construir el mundo que esa realidad social me pide que
construya, no solo llorar lo perdido sino construir lo nuevo. Antropología
por lo que busca de verdad, teatral porque busca el público, para que haya
un contacto gigante con la gente. Y poética porque soy poeta, bueno o
malo, lo determinará la gente, pero vivo como un poeta.

Hablemos de Peste y Memoria.: Tosco, Evita, Jacobo Fijman, Walsh,


Conti están presentes en los poemas. ¿Cómo nació ese trasfondo
conceptual que se va hilando, desde lo ideológico y la memoria, en los
distintos poemas del libro?

Empieza ligado a Madres y a la lucha de los derechos humanos. Yo estaba


conmovido por lo que pasaba y empecé a reflexionar, hacer notas, poemas,
que muy humildemente iba mostrando en mi propio Facebook. Cuando
ocurre el 24 de marzo -el libro empieza ahí- me doy cuenta que era la
primera vez desde que volvió el país a tener un mínimo orden
constitucional, que no celebrábamos en la Plaza de Mayo lo que es un
clásico de nuestra historia. Festejar, conmemorar. Si bien la palabra es
conmemorar, digo festejar porque yo apuesto siempre a que nuestras
luchas, aun los peores dolores que sufrió nuestra generación, también
deben recordarse desde la alegría de la vida. Porque para mí eso es muy
importante destacarlo siempre. Está muy bien recordar a los caídos, a los
compañeros presos, a quienes debimos pasar el exilio, que no fue nada
fácil. Pero también hay que recordar, junto a eso, la fiesta de la vida. Porque
cuando uno quiere hacer una revolución, el acto más hermoso de la poesía
y de la cultura es que se pueda celebrar. Y yo me entristezco por mis
compañeros, pero los recuerdo desde la alegría y las luchas que
emprendimos. Porque hubo una campaña contra las Madres, contra las
organizaciones revolucionaras, contra quienes fuimos militantes de esos
grandes sueños, de que nos movía la muerte. Y para nada. Nos movió
siempre la vida. Por eso hablo de celebrar el 24 de marzo, porque no es
quitar el sufrimiento, pero tampoco ponernos en la tristeza y el canto de
muerte. Nuestra generación luchó por la vida, entendida como la vida de
todos, la vida que necesita cambiar la realidad, porque en estas formas de
vida o como diría Marx, esta reproducción capital de la existencia, no está al
servicio de la vida sino de la cultura de la muerte. Por eso celebro con
memoria.

Y ahí esa necesidad fue creciendo, escribir con la peste pero también con
los otros sufrimientos de la pobreza y de las luchas que se venían dando. Y
a la vez me sentía parte de una generación y los hechos que marcaron a esa
generación. Y la figura de Eva Perón marcó nuestra generación. El Che
marcó nuestra generación. Y Agustín Tosco marcó nuestra generación.
Entonces hablo de ellos, los recuerdo pero desde el hoy, como parte de
nuestra lucha que sigue. Aunque suene extraño, creo que hay que seguir
luchando también con los compañeros muertos, que son parte de nuestra
lucha, porque sino es dejarlos allá en las tumbas y en ese manto
monstruoso de la desaparición. Pero lo que hicieron, como decía muy bien
León Rozitchner, que fue parte de la Universidad de Madres y del IMPA, no
tiene que quedarse en la muerte sino convertir los hechos del ayer en parte
viva del hoy. No una lectura arqueológica anclada en la tristeza, porque sino
son luchas perdidas. Si hablamos de Rodolfo Walsh como alguien que
escribía muy bien y que está en el recuerdo, no… Walsh, su ejemplo, su
escritura, su coherencia, son ejemplos para el día de hoy. Por eso está esa
carta que le escribo a Rodolfo Walsh y que por primera vez publico en un
libro. Porque sentí que esa carta también tenía que ser parte de la memoria
viva que yo buscaba. Y así se fue gestando el libro. La peste de hoy y la
peste histórica que sufre buena parte de la humanidad, porque hay una
peste de hoy como hubo en el pasado, y no hablo de la fiebre amarilla o el
coronavirus. También la pobreza es una peste, la acumulación de la riqueza
es una peste. Las formas de exterminio que los pueblos originarios han
conocido vaya que fueron una peste. En el libro hay un poema donde hablo
de las luchas de los pueblos originarios. Y hablo desde adentro, porque me
habían invitado los compañeros de los pueblos a una campaña en defensa
de la tierra que les quitan continuamente. Y escribí a pedido de ellos, para
un video que también se hizo con artistas.

“Nuestra generación luchó por la vida, entendida como la vida


de todos, la vida que necesita cambiar la realidad, porque en
estas formas de vida o como diría Marx, esta reproducción
capital de la existencia, no está al servicio de la vida sino de la
cultura de la muerte. Por eso celebro con memoria”.

¿Apelar al ejercicio de recordar esas luchas es una forma de


profundizar el quiebre de este modelo capitalista que esta pandemia
evidenció?

El capitalismo más allá de las buenas intenciones que algunos tengan,


porque creo que puede haber gente que tenga buenas intenciones de
construir vida social desde esas estructuras, estoy convencido teórica y
prácticamente que es una forma de organizar la muerte. Más allá del deseo,
la propia naturaleza del capitalismo lo convierte en reproductor de la
muerte, aunque haya gente que cree que por vivir en el capitalismo lo hace
parte del bien. Yo considero que no se trata de la buena voluntad sino de
una estructura y una esencia de ser que está ligada en el comerse al otro,
no hay otra manera de ser en el capitalismo. Hay compañeros, que respeto
con sus ideas, que están en esa forma de ver el mundo. Yo desde muy
joven, desde mis experiencias, lecturas y luchas, tengo absolutamente claro,
sin la menor duda, que hablar de capitalismo es hablar de muerte. Y yo
amo la vida, y en la medida de mi amor a la vida, a la justicia y la belleza,
con toda la fuerza desde muchacho y hoy como hombre viejo, he luchado y
sigo luchando por eso. Creo que es un acto de bien, en el sentido de bien
común, de todos, y sé que contribuyendo a ese bien de todos contribuyo a
mi propio bien. Porque nadie puede vivir bien en el medio de sociedades
basadas en el mal, así de simple, aunque parezca rudimentario. Uno puede
buscar momentos más profundos para evaluar las cosas, pero hay
momentos en que hay que hacer síntesis. Ayer estuve en la Feria del Libro
de Flores y lo dije: no hay poesía que pueda surgir en el capitalismo que no
sea para criticarlo, para tratar de destruirlo, de cambiarlo, si no es poesía en
honor de la muerte. Y esa poesía finalmente no es poesía, porque la vida es
esencialmente poesía. Y podemos tener formas distintas, estilos, pero la
esencia de la poesía es el amor a la vida, y la esencia del capitalismo es la
construcción organizada de sistemas de muerte. La conciencia nos crece, la
belleza nos pertenece.

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