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Entre los recuerdos latentes, los ríos de tinta y la sangre derramada, el notable
poeta, abogado, periodista y docente recorre sus orígenes y los caminos que
fueron atravesando sus ideas cargadas de belleza y anhelo de justicia.
Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés. Fotos Eloy Rodríguez Tale
¿Y tus padres?
Por otro lado, mi padre me abrió las puertas para leer la novela negra, el
policial. Él era fanático. Sabía tanto de novela negra como podía haber
sabido Rodolfo Walsh o Borges. Y mi abuelo materno, el anarquista, era tan
especial que estuvo escribiendo toda su vida, aunque no terminó nunca, su
propia versión del Quijote. Donde la parte anarquista del personaje él la
mezclaba con sus sueños y su realidad. Y no olvido tampoco el dia que lo
invité a Jacobo Fijman. Logré que a ese gran poeta y filósofo, treinta años
internado en un manicomio, le dieran una libertad transitoria. Dormía en
mi casa los fines de semana. No me olvido nunca el día que mi abuelo quiso
conocerlo y organizó una comida, bien de casa, de campo, y fuimos con
Fijman. En esa mesa las mujeres un poco se aburrieron de las locuras de
Fijman y se pusieron a un costado a hablar de temas más serios. Y entre
Fijman y mi abuelo peleaban por mi cariño, cada uno contaba su versión del
Quijote, que ni el propio Cervantes la podría haber contado de una manera
tan delirante. Era bellísimamente loco.
Recuerdo que de chico tuve un premio que fue hermoso para mí por varias
circunstancias. Mi padre, por sus aventuras empresariales, su juego y todo
eso, hizo que por momentos nos fuera muy mal. Y nos fuimos a vivir a
Uruguay por un tiempito, a ver si podía emprender algo con sus ideas. Ahí
yo estudié en la escuela primaria. Cuando volví, en tercer grado, había
llegado y sufría una especie de maltrato infantil. Yo era el “uruguayo” y tenía
mucho pelo suelto. Me decían “urupelo” o algo así. Me enojaba y cobraba
como en la guerra. En esa situación, hacen un concurso de composiciones
sobre el tema Malvinas. Yo, como había estado antes en Uruguay, no tenía
la menor idea de Malvinas, entonces de golpe, apenas con lo mínimo de
información, como no podía escribir bien, escribí una pequeña obra de
teatro. Pero no pensando en teatro, sino para zafar de la composición. Era
un diálogo entre un chico al que le importaban las Malvinas y otro que no.
Se hizo un concurso de las escuelas de Capital sobre el tema y eligieron mi
composición representando a la escuela. Gané el primer premio. Lo más
lindo fue que el premio era una bicicleta, y esa bicicleta me la entregó Eva
Perón. Cíclicamente, cuando volví del exilio, la primera obra de teatro que
se estrenó acá fue justamente mi obra Gurka, la primera obra que se
escribió sobre Malvinas.
Aun eligiendo la abogacía como profesión empezaste a relacionarte
rápidamente con los medios, desde la fundación de la revista de poesía
Cero o la revista Talismán. ¿Cómo te sedujo el periodismo y cómo
recordás esa etapa?
Me recibo siendo tan joven y sin conocer nada de dónde trabajar como
abogado, porque yo no había frecuentado mucho la universidad ni
pertenecía a ese mundo del ámbito judicial y de abogados, muy minoritario.
Estoy hablando de 1961 y 1962, donde para dar un examen tenías que ir
con saco, corbata y chaleco. Ahora se dan en remera. En esa época, tan
estricta y elitista, me recibo y no siento qué hacer con el título. Cansado de
tanto estudiar, por tener que trabajar todos los días, no quise dedicarme a
la abogacía. Entonces me puse a pintar casas con un amigo. Estuve un año
pintando casas de ayudante, y donde aprendí. Y justamente con otro amigo,
ya en el exilio, un anarquista uruguayo, en Holanda, pintamos una casa
maravillosa de la aristocracia. Y mi amigo, por anarquista, como odiaba la
casa, la enchastró tanto que al final que no nos querían pagar. Quedó
pintada pero toda sucia y tuvieron que pagar más en limpieza que lo que
nos pagaron a nosotros. Cada vez que estoy en momentos difíciles de mi
vida me pongo a pintar paredes.
Yo, como poeta, ya tenía relación con otros poetas que escribían, y nos
juntábamos. Entre ese pequeño grupo estaba Nicolás Casullo, el filósofo,
uno de los primeros que fundó en la UBA la carrera de Comunicación. Con
él y dos o tres más armamos la primera revista nuestra, la revista Cero.
Teníamos veintipico de años. Yo amaba el arte, ya desde niño, y tenía una
vocación por la belleza, me hacía feliz. Entonces una vez pasando por una
galería de arte veo la obra de un surrealista, Juan Valle Planas, el
introductor del surrealismo en Latinoamérica en artes plásticas. Entro para
ver mejor y veo un cuadro que no me olvido nunca: un hombre que tenía
una luna en la mano. Me pongo a mirarlo y se me acerca un hombre
grande, con el pelo blanco. Me dice “cómo lo mira al cuadro eh”. Y me salió
del alma decirle “nunca robé nada pero si pudiera robar algo me lo llevaría,
porque seguramente lo va a tener en su casa un hijo de puta con plata”. No
sé por qué fui tan agresivo, yo era muy cuidadoso, pero me salió. El hombre
terminó muy asombrado y me dijo “No lo robe porque lo voy a tener que
correr, porque yo soy el pintor”. No sabía dónde meterme. Nos reímos y me
trajo una copa de vino. Me dijo si no quería pasar por su taller, porque le
interesó mucho que quisiera robarme su cuadro. Y ahí fui, sacábamos la
revista Cero, entonces le hice un reportaje y poco tiempo después nos
hicimos amigos. Yo amo el surrealismo. En su casa conocí poetas como
Enrique Molina, Olga Orozco. Y un día hay alguien ahí con la pipa al que
Valle trataba con una deferencia muy especial, con cariño y respeto. Yo los
veo y me dice “le presento al doctor Enrique Pichón-Riviere”. Tenía una leve
idea de él, sabía que era alguien importante en la cultura pero no lo había
leído. Nos pusimos a hablar y enseguida, por ser tan firme en mis ideas, nos
quedamos hablando de poesía. Ahí entablamos una pequeña amistad.
Escribiste mucho teatro, desde los setenta, y hace poco publicaste ese
compilatorio en Todo es teatro. ¿Qué encontraste en la dramaturgia
que te ha permitido canalizar tanto tus expresiones artísticas pero
también tus convicciones políticas?
Todas las tardes yo estaba en un espacio en donde lo único que había eran
libros, y esos libros eran de filosofía, de poesía, y de teatro. Y mi abuelo era
un apasionado por esas lecturas. Me metí en ese mundo de lecturas desde
muy niño y supe, desde un principio, que poesía y teatro eran el mismo
camino. Necesito ser sincero con las cosas a esta altura de mi vida: lo justo
y lo bello lo he practicado y lo conocí desde muy joven. Tuve la suerte de
leer esos libros antiguos donde el teatro y la poesía andaban en un mismo
camino. Estando en tercer grado escribo mi pequeñísima obra acerca de
Malvinas, y cuando vuelvo del exilio mi primer obra montada
profesionalmente fue una obra sobre Malvinas, Gurka. Yo ya antes en
escuelas secundarias y en pequeños grupos había dirigido teatro, lo amaba,
pero más bien escribía poesía. Y bueno, en esa primera etapa de mi vida
está mi conocimiento.
Mi amiga Cristina Banegas, esa gran actriz, cuando yo vuelvo del exilio ella
va a dirigir su primera obra de teatro, que fue mi obra Mater. La primera
versión la dirigió ella. Mirá cómo se van mezclando las cosas. Es decir que
para mí, poesía y teatro son dos formas naturales de la escritura y tal vez el
que con amor, cariño y dedicación estudió mi obra fue Horacio González. Es
un honor que haya escrito tanto sobre mi obra. Él dijo que soy como el
eslabón perdido del teatro y la poesía argentina. Y entre las características
afirma que mi poesía y mi teatro son una misma cosa. Y si bien a algunos
les podrá gustar más o menos, es cuestión de gusto estético, para mí son
un mismo decir. Por ejemplo, en el IMPA monté hace unos años Eva Perón
Resucitada, una obra que amo mucho, y que yo mismo dirigí. Es una obra
que dura dos horas, con coros, músicos, como una ópera. Y ahí con el
trasfondo de Eva y todo lo que expresa, la obra es un largo poema, porque
todo está dicho poéticamente. Suceden cosas sí, pero soy como un escritor
antiguo, escribo poesía aun para los tiempos de hoy. Eso le extrañaba a
Horacio, y que puedo decir cosas muy duras, tratar temas difíciles. Además
de escribir la primera obra de Madres, también hice La pasión del piquetero,
contando el asesinato de Santillán y Kosteki. Y la monté en la calle, en la
puerta de los Tribunales de Lomas de Zamora donde se estaba juzgando a
los asesinos. Es una obra también muy dura, pero está escrita en poesía.
Todos los años hacemos una pequeña parte con los compañeros y con el
padre, Alberto Santillán, de quien me he hecho amigo. Y montamos un
fragmento, a veces más grande, ahí en el Puente Pueyrredón o frente a la
estación donde mataron a los compañeros. Viene muchísima gente de las
barriadas, y cuando empieza la obra, es un poema. Los compañeros bajan
las banderas para poder ver y hay un silencio total. Ahí está la poesía y el
teatro en el medio de la calle, y la gente escuchando poemas como si fuera
un autor de otro siglo pero con temas de hoy, con compañeros que
escuchan con mucho amor y cuidado mientras decimos esas obras en
silencio absoluto. Ya quisieran en el Colón tener esa escucha, y no es fácil
en la calle. No es fácil como alguna vez nos pasó montar la obra en el
Puente Pueyrredón, con la policía frente a nosotros apuntándonos con sus
armas. Y no por eso dejamos de decir nuestros poemas, nuestro teatro.
Que, vuelvo a decir, formalmente son distintos pero en lo profundo, al
menos como yo lo vivo y lo enseño en mis clases de la Universidad de
Avellaneda, tienen una misma razón, que no es mostrar la realidad sino
algo más profundo, crearla. No se trata solo de contar lo que sucede sino
ser capaz de hacerlo como otra vez vivo. Ese es mi método de trabajo para
hacer teatro, que se llama antropología teatral poética. Parto de la realidad
social para construir el mundo que esa realidad social me pide que
construya, no solo llorar lo perdido sino construir lo nuevo. Antropología
por lo que busca de verdad, teatral porque busca el público, para que haya
un contacto gigante con la gente. Y poética porque soy poeta, bueno o
malo, lo determinará la gente, pero vivo como un poeta.
Y ahí esa necesidad fue creciendo, escribir con la peste pero también con
los otros sufrimientos de la pobreza y de las luchas que se venían dando. Y
a la vez me sentía parte de una generación y los hechos que marcaron a esa
generación. Y la figura de Eva Perón marcó nuestra generación. El Che
marcó nuestra generación. Y Agustín Tosco marcó nuestra generación.
Entonces hablo de ellos, los recuerdo pero desde el hoy, como parte de
nuestra lucha que sigue. Aunque suene extraño, creo que hay que seguir
luchando también con los compañeros muertos, que son parte de nuestra
lucha, porque sino es dejarlos allá en las tumbas y en ese manto
monstruoso de la desaparición. Pero lo que hicieron, como decía muy bien
León Rozitchner, que fue parte de la Universidad de Madres y del IMPA, no
tiene que quedarse en la muerte sino convertir los hechos del ayer en parte
viva del hoy. No una lectura arqueológica anclada en la tristeza, porque sino
son luchas perdidas. Si hablamos de Rodolfo Walsh como alguien que
escribía muy bien y que está en el recuerdo, no… Walsh, su ejemplo, su
escritura, su coherencia, son ejemplos para el día de hoy. Por eso está esa
carta que le escribo a Rodolfo Walsh y que por primera vez publico en un
libro. Porque sentí que esa carta también tenía que ser parte de la memoria
viva que yo buscaba. Y así se fue gestando el libro. La peste de hoy y la
peste histórica que sufre buena parte de la humanidad, porque hay una
peste de hoy como hubo en el pasado, y no hablo de la fiebre amarilla o el
coronavirus. También la pobreza es una peste, la acumulación de la riqueza
es una peste. Las formas de exterminio que los pueblos originarios han
conocido vaya que fueron una peste. En el libro hay un poema donde hablo
de las luchas de los pueblos originarios. Y hablo desde adentro, porque me
habían invitado los compañeros de los pueblos a una campaña en defensa
de la tierra que les quitan continuamente. Y escribí a pedido de ellos, para
un video que también se hizo con artistas.