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La voz de la razón

Andrzej Sapkowski

Hablemos juntos.
Necesito esta charla. Se dice, el silencio es oro. Quizás. No sé si vale tanto. Pero en
cualquier caso tiene su precio. Hay que pagar por él. Para ti es más fácil; no me digas,
que no es así. Eres silenciosa por tu propia decisión, hiciste de tu silencio un sacrificio
para tu diosa. Yo no creo en Melitele, tampoco creo en la existencia de otros dioses.
Pero respeto tu decisión, tu sacrificio, y respeto lo, en que crees. Es que tu fe y tu
dedicación, el precio, que pagas por el silencio, te hacen una persona mejor y más
valiosa. O te podrían hacerla por lo menos. Mi carencia de la fe sin embargo no puede
hacer nada.
Pero preguntas, ¿en qué creo yo?
Creo en la espada. Como lo ves, llevo dos. Cada brujo tiene dos espadas. La gente
malévola dice que la de plata está para los monstruos y la de hierro para la gente. Por
supuesto que no es verdad. Hay monstruos que pueden ser matados solamente con un
filo de plata, pero hay también unos, para los cuales el hierro es mortal. No, Iola, no
cada tipo de hierro, solamente hierro de un meteorito. ¿Preguntas, qué es un
meteorito? Es una estrella que se cae del cielo. Quizás viste una estrella que se caía, un
rayo corto, brillante en el cielo de la noche. Quizás pronunciaste entonces un deseo, o
quizás eso era para ti una razón más para creer en dioses. Para mí, un meteorito es
sólo una piedra de metal que se cae y se pega en la tierra. Un metal conveniente para
hacer una espada. Puedes, por supuesto, sostener mi espada en las manos. ¿Ves, qué
ligera es? Incluso tú puedes levantarla sin dificultad. ¡No! No toques el filo, te herirías.
Está más afilado que una maquinilla de afeitar. Tiene que ser así. Sí, ejercito mucho.
En cada momento. No debo salir de práctica. Pues he venido aquí, a la parte del
parque más alelejada del templo, para mover mi cuerpo, para que mis músculos no se
queden en este entumecimiento repugnante y desgraciado que siento, esta frialdad que
circula en mí. Y tú me has encontrado aquí. Interesante, porque varios días yo trataba
de encontrarte a ti. Te estaba buscando con la mirada. Quería...
Necesito esta charla, Iola. Sentémosnos y hablemos por un rato. Pero no me conoces
por nada, Iola. Me llamo Geralt. Geralt de... No. Sólo Geralt. Geralt de ninguna parte
del mundo. Soy un brujo. Mi casa es Kaer Morhen, el Lugar de los Brujos. Vengo de
allí. Hay... Había una fortaleza allí. No mucho ha quedado hasta hoy.
Kaer Morhen... Allí producían a unos como yo. Ya no lo hacen, y ahora nadie vive en
Kaer Morhen. Nadie a excepción de Vesemir. ¿Preguntas, quién es Vesemir? Es mi
padre. ¿Por qué me miras en sorpresa? ¿Qué es tan extraño para ti? Todos tienen un
padre. El mío es Vesemir. No es mi padre verdadero, pero ¿qué es el problema? No
conozco a mi padre verdadero, ni a mi madre verdadera. Tampoco sé, si están vivos. Y
a decir verdad, eso no me importa mucho.
Sí, Kaer Morhen... Experimenté la mutación normal allí. La Prueba de las Yerbas y
todo, que tenía que experimentar. Hormonas, hierbas, infección con un virus. Y del
principio otra vez. Y una vez más. Hasta el resultado deseado. Dicen que aguanté los
Cambios asombrosamente bien, dicen, que estaba enfermo por un tiempo muy corto.
Pues decidieron, que era un individuo extraordinario, resistente y me seleccionaron
para... otros experimentos más complejos. Salieron peor. Mucho peor. Pero, como lo
ves, sobreviví. Era el único entre los seleccionados para los experimentos. Desde
entonces tengo el pelo blanco. Una perdida total de pigmentación. Efecto secundario,
como lo llaman. Bagatela. Poco disturbio.
Después me enseñaron muchas cosas. Por un tiempo largo. Y finalmente vino el día,
cuando salí de Kaer Morhen y me puse en camino. Tenía ya mi medallón, aquí, éste. El
símbolo de la Escuela del Lobo. También tenía dos espadas, una de plata y una de
hierro. Aparte de las espadas, llevaba determinación, entusiasmo, motivación y... fe. La
fe que era necesaria y útil. Porque el mundo, Iola, iba a ser lleno de monstruos y
bestias, y mi tarea era proteger a los amenazados por las bestias. Cuando salía de
Kaer Morhen, soñaba de encontrar mi primer monstruo, no podía esperar enfrentarlo
cara a cara. Y conseguí lo que deseaba.
Mi primer monstruo, Iola, era gordo y tenía dientes excepcionalmente feos y
putrefactos. Lo encontré en el camino, donde junto con sus compañeros monstruosos,
algunos desertores del ejército, había parado el coche de un campesino y había
arrastrado de éste a una muchacha, quizás de trece años, o quizás de menos. Sus
compañeros tenían cogido al padre de la muchacha, mientras que el gordo rasgaba la
ropa de la chica, gritando que ya era tiempo oportuno para que ella conociera a un
hombre verdadero. Les acerqué y le dije al gordo que ese tiempo también había venido
para él. Esa respuesta me parecía extremadamente divertida. El hombre gordo libertó
a la muchacha y se acercó a mi con un hacha. Era muy lento pero artículo. Lo golpeé
dos veces antes de que se derrumbara. Ésos no eran exactamente cortes perfectos,
pero, diría, absolutamente espectaculares, cortes que les demostraron a los
compañeros del gordo lo que le podía hacer la espada de brujo a un humano... ¿No te
estoy aburriendo, Iola?
Necesito esta charla. Realmente la necesito. ¿De qué estaba hablando? Ah, sí, mi
primer hecho noble. Sabes, Iola, en Kaer Morhen me habían martillado a la cabeza:
No te importen estas cosas, pásalas en una distancia, no juegues un caballero andante
y no hagas el trabajo de los guardas de la ley. Me había puesto en camino no para
demostrar algo sino para realizar órdenes pagadas. Pero a mi me importaron estas
cosas, como si hubiera sido un tonto, después de viajando yo menos de cincuenta millas
de las montañas. ¿Sabes, porqué lo hice? Quería ver a la muchacha en lágrimas de
gratitud por mí, su salvador, besando mis manos, y a su padre agradeciéndome en los
rodillas. Pero el padre de la muchacha escapó junto con los desertores, mientras que la
muchacha, que había sido salpicada con la sangre de su opresor, devolvió y consiguió
un ataque de la histeria, y cuando la acerqué, se desmayó. Esas cosas me han
importado muy raramente desde entonces.
Hacía mi trabajo. Aprendí la manera rápidamente. Me acercaba a cercanías de
pueblos, paraba en frente de los palisades de establecimientos y de ciudades. Y
esperaba. Si escupían, maldecían o lanzaban piedras, yo salía. Si, en lugar de eso,
alguien salía y me daba una tarea, yo la realizaba.
Visitaba ciudades y plazas fuertes, buscando mensajes clavados a los postes en la
encrucijada. Buscaba avisos: "Brujo urgentemente necesitado." Y después
normalmente había un sitio misterioso, un subterráneo, una necropolis o unas ruinas,
un barranco del bosque o un grotto en las montañas, lleno de huesos y apestoso por
carroña. Y había algo, cuyo único objeto de la vida era matar. Por hambre, para el
placer, por la voluntad enferma de alguien, o por otras razones. Manticora, vivern,
nebulor, libélula, girazor, horribler, bosquero, vampiro, espíritu necrófago, graveir,
escorpio grande, lamia, comedor, kikimora, viper. Y había una danza en la oscuridad y
cortes de la espada. Y miedo y repugnancia en los ojos de ellos, que después me daban
mi pago.
¿Errores? Sí, hacía errores.
Pero siempre observaba los principios. No, no el código. Eso le gusta a la gente. Los,
que tienen unos códigos para observar, son estimados y respetados.
No hay ningún código. Nunca se ha escrito ningún código del brujo. Yo me inventé el
mío. Simplemente. Y lo observaba. Siempre...
No siempre.
Porque había momentos, en los cuales parecía no haber ningunas dudas. Parecía
preciso que se dijera: "A mí no me importa esto, no es cosa mía, yo soy un brujo."
Parecía preciso que se escuchara la voz de la razón. Parecía conveniente escuchar el
instinto, si no se quería oír lo que decía la experiencia. O el miedo ordinario, el miedo
natural.
Es una pena que no haya escuchado la voz de la razón, cuando...
No la escuché.
Pensé que elegía el menor de los males. Elegí el menor de los males. ¡El menor de los
males! Soy Geralt de Rivia. También me llaman el Matarife de Blaviken. No, Iola. No
toques mi mano. El contacto podría evocar en tí... Podrías ver...
Y yo no quiero que lo veas. No quiero saber. Conozco mi destino que me voltea a mi
como un remolino. ¿Mi destino? Mi destino me persigue paso a paso y yo nunca miro
atrás.
¿Un nudo? Sí, Nenneke parece sentirlo. ¿Qué me incitó a hacerlo, allí en Cintra?
¿Cómo pude arriesgar mi vida tan estúpidamente?
No, no y otra vez no. Yo nunca miro atrás. Y jamás volveré a Cintra. Esquivaré Cintra
como el nido de la peste. Nunca volveré allí.
Ah, si sé contar bien, este niño nació en mayo, cerca de la fiesta de Belleteyn. Si
realmente fuera así, todo esto sería un concurso interesante de circunstancias. Es que
Yennefer también nació en Belleteyn.
Vamos, Iola. Ya oscurece.
Gracias por hablar conmigo.
Gracias, Iola. No, no me pasa nada. Estoy bien.
Muy bien.

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