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José de Piérola
PRÓLOGO
shatranj: el juego de los reyes / prologo
josé de piérola
Huaca Prieta.
—No sé nada de arqueología.
—Lo sé —dijo—. Sin embargo, preferiría que me
acompañara.
Me pareció que no debía desairarlo, de modo que el
domingo siguiente me levanté a las seis de la mañana, y
tomé la 41 para llegar al museo a las siete como habíamos
quedado. Me esperaba ya en el Jeep verde olivo cuyas puer-
tas llenas de pequeñas abolladuras y abrasiones hablaban
de años de salidas al campo. Detrás del Jeep esperaba tam-
bién la camioneta azul del topógrafo, acompañado por dos
practicantes.
El día consistió en una larga sesión de excavación en
un arenal desértico. De cuando en cuando un ventarrón
levantaba una nube de arena que me obligaba a apretar los
ojos pero el viento era tan porfiado que sentía los granos
de arena entrándome por la nariz. Sir George por el con-
trario, como si hubiera vivido en el desierto toda la vida,
no parecía incomodarse por nada. En cuclillas dentro de la
fosa de la excavación, trabajaba parpadeando con la lenti-
tud segura de un camello, alcanzándome de vez en cuando
un fragmento de piedra. Mi importante tarea era meter el
hallazgo en un sobre que codificaba con el número que él
me dictaba.
shatranj: el juego de los reyes / prologo
josé de piérola
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shatranj: el juego de los reyes / prologo
Querido José,
Espero que no me haya olvidado. Pero aun si ese es el
caso, quiero suponer que ya ha dejado la ingeniería para
dedicarse a contar historias, que es para lo que ha venido
a este mundo. Lo que supongo no ha olvidado es la historia
que le relaté aquel domingo. Es una historia que tiene la
virtud de vivir en la memoria por mucho tiempo.
Como usted, también yo pensé que se trataba de una
ficción inventada por mi padre para justificar sus numero-
sos viajes a Bagdad. Pero hace unos meses, ordenando los
pocos papeles que quedaron en su archivo, hice un par de
hallazgos sorprendentes. El primero es el manuscrito a má-
quina que le adjunto. Data del inicio de los 40. El segundo
fue una libreta de notas de mi padre donde habla de un
códice árabe de fines del siglo séptimo que compró en un
anticuario de Bagdad. Pagó cien libras esterlinas por el ma-
nuscrito y cuatrocientas por la traducción (lo anotaba todo
en sus libretas). No sé qué pensaba hacer con la traducción.
Cualesquiera que hayan sido sus planes, aquel bombarde-
josé de piérola