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La situación analítica

como campo dinámico∗

MADELEINE Y WILLY BARANGER


(Montevideo)

No es ninguna novedad el reconocer que las primitivas descripciones de la


situación analítica como situación de observación objetiva de un paciente en
estado de regresión más o menos pronunciado por un analista-ojo que se
limitaría a registrar, entender y a veces interpretar lo que en él está pasando,
peca por unilateralidad.
Tanto la observación directa como los trabajos cada vez más profundizados
sobre la contratransferencia,27 los medios inconscientes de comunicación que se
desarrollan en la situación analítica con particular facilidad e intensidad, los
significados latentes de la comunicación verbal ya implican un concepto muy
distinto y mucho más amplio de la situación analítica, donde el analista
interviene —a pesar de su necesaria “neutralidad” y “pasividad”— como
integrante de parte completa.
La situación analítica tiene por lo tanto que formularse no como situación
de una persona frente a un personaje indefinido y neutral —al final, de una
persona frente a sí-misma— sino como situación de dos personas
indefectiblemente ligadas y complementarias mientras está durando la situación,
e involucradas en un mismo proceso dinámico. Ningún miembro de esta pareja
es inteligible dentro de la situación sin el otro. No se quiere decir otra cosa
cuando se recomienda, con justa razón por cierto, de utilizar la


Este trabajo es un intento de síntesis de ideas ya expuestas por ambos autores en trabajos anteriores, varios
de ellos inéditos por razones de discreción. Su fundamentación técnica figura en dichos trabajos.
contratransferencia como instrumento técnico.17
El concepto de “campo” utilizado en particular en la psicología de la
“Gestalt” y en la obra de Kurt Lewin, nos parece poder aplicarse a la situación
creada entre analizado y analista —por lo menos en el plano descriptivo—, y sin
que esto implique el intento de traducir la terminología analítica en otra.

La necesidad de introducir el concepto de campo en la descripción de la


situación analítica nos parece surgir de las características estructurales de esta
situación. La situación analítica tiene su estructura espacial y temporal, está
orientada por líneas de fuerza y dinámicas determinadas, tiene sus leyes
evolutivas propias, su finalidad general y sus finalidades momentáneas. Este
campo es nuestro objeto inmediato y específico de observación. La observación
del analista siendo a la vez observación del paciente y auto-observación
correlativas, no puede sino definirse como observación de este campo.

I.— DESCRIPCION DEL CAMPO


DE LA SITUACION ANALITICA

Lo más inmediato que se puede notar del campo analítico es su estructura


espacial. Dos personas se encuentran en una misma pieza, ubicadas, por lo
general, en lugares y en posición recíproca constantes. Una está recostada en el
diván, la otra sentada, también en posición de relax en un sillón al lado y
ligeramente atrás de la otra, la modificación de esta estructura espacial
empíricamente adoptada como la más favorable, lleva a modificaciones
sustanciales de la relación analítica misma.
Un análisis no se desarrolla de la misma forma si el sillón está alejado un
metro del diván, o si el diván está ubicado en el medio de la pieza en vez de
estar junto a una pared. Además la elección de una posición distinta de parte del
analista ya revela una actitud interna particular hacia los pacientes.
Estas ubicaciones configuran un espacio común de la relación analítica.
Pero en la relación transferencial-contratransferencial, sufre importantes
modificaciones vivenciales. Aunque estén ambos en el mismo lugar que en
todas las sesiones anteriores, el paciente puede preguntar al analista porqué ha
cambiado el sillón de lugar, ubicándolo más lejos. Otras veces, puede vivenciar
la distancia entre él y el analista como aniquilada. También puede el espacio de
la relación analítica contraerse hasta no incluir más que el analista y el
analizando, con negación de la existencia de los límites naturales de la pieza y
de los muebles que contiene, o extenderse por inclusión de tal o cual objeto
(cuadros, libros, etc.. . 4 que están en la pieza, o aun extenderse fuera de los
limites de la pieza: el otro paciente en la sala de espera que está escuchando, los
ruidos proviniendo de la casa o de la calle, pueden cobrar un significado impor-
tante, y configurar un espacio momentáneo muy distinto del espacio analítico
común.
Toda modificación del campo espacial vivenciado, es naturalmente
significativa de una modificación global de la relación analítica. Muchos
estudios recientes (ej. J. Mom24, 25) acerca de las configuraciones espaciales en
las agora y claustrofobias y en las fobias en general, evidencian la importancia
de las variaciones en las distancias y en la estructura del campo espacial en la
situación analítica.
En la dimensión temporal observamos igualmente la existencia de un campo
común estructurado en forma determinada y de modificaciones momentáneas de
esta estructura. El campo está constituido por el acuerdo previo sobre la
duración y la frecuencia de las sesiones, así como sobre las interrupciones (va-
caciones, etc...) que pueden romper la uniformidad del campo. Pero también, el
analista y el analizando que empiezan a trabajar juntos, saben que salvo
acontecimiento imprevisible, lo van a hacer por un período de varios años. Su
labor se inscribe en un campo temporal delimitado en sus líneas generales.
Esto no impide que modificaciones innumerables alteren este campo. El
fenómeno de las sesiones transferencial o contratransferencialmente cortas o
largas es harto conocido.30
Los procedimientos de los pacientes para provocar una detención en la
evolución del campo temporal son extremadamente variados, y obedecen a
múltiples situaciones de angustia (angustia frente al crecimiento, al cambio, a lo
desconocido, etc.). Algunos, en ciertos momentos o períodos, vivencian el
campo temporal analítico como indefinido y llegan a considerar cons-
cientemente al análisis como vitalicio, o aún eterno, lo que corresponde a veces
a una fantasía de gratificación oral inagotable, o de posesión del objeto
idealizado. El futuro de la “curación” o de la “terminación” del análisis ya
carece de atractivo, más aún cuando el alcanzar este futuro implica el
enfrentamiento con intensas situaciones de angustia.
Otros pacientes, al contrario, tratan de forzar el ritmo del campo temporal.
Tratan de analizarse a toda prisa, y siempre les parece que el procedimiento es
demasiado lento. Cuando aquéllos trataban de detener el tiempo para evitar el
próximo momento angustioso, éstos “disparan” frente a la angustia y aceleran
los cambios por no encontrarse tranquilos en ninguna situación.
Naturalmente, estas alteraciones del campo temporal analítico dependen de
la estructura caracterológica de los participantes y de su forma particular de
manejo de los objetos y de la angustia, el campo temporal refleja el campo
analítico global.
El campo analítico se estructura también según una configuración funcional
básica, contenida en el compromiso y trato inicial. Este compromiso distribuye
explícitamente los roles entre ambos participantes de la situación: uno se
compromete a comunicar al otro, en la medida de lo posible, todos sus pen-
samientos; a cooperar en el trabajo del otro, a retribuir este trabajo. El otro se
compromete a tratar de entender el primero, y de proporcionarle, mediante la
interpretación, una ayuda para resolver sus conflictos, se compromete a la
discreción y a la abstención de todo intervencionismo en la vida “real” del otro.
Se configura en esta forma un campo funcional en el cual ambas personas
esperan, cada una de la otra, conductas bien determinadas y el mantenimiento
del compromiso de base, cualquiera sea el contenido de sus modificaciones
momentáneas. El paciente acepta, por la estructura misma de esta situación, una
serie de reglas implícitas en su relación con el analista —y la interpretación se
lo recordará cuando falte a su cumplimiento; por ejemplo: el paciente acepta
una considerable limitación del hacer en relación con el analista—. Puede
desear matarlo y fantasear su destrucción, pero no puede acribillarlo a balazos,
tampoco puede instalarse en su casa, aun si piensa que “aquí estaría mejor que
en cualquier otra parte”, etc....
Las consecuencias de la estructuración de este campo funcional son de
extrema importancia: ubica al analizando en una posición donde la regresión le
está permitida y aun recomendada, y al analista en otra muy distinta, donde la
regresión momentánea de su yo tiene que ser mucho más limitada y parcial,
dejando intacto al aspecto observador del yo, y manteniendo los términos del
compromiso si el analizando intenta sustraerse a ellos y desvirtuar así la
situación analítica. El incumplimiento más generalizado del compromiso se
refiere a la regla fundamental, y, desde Freud ¹² todos han reconocido la
necesidad técnica de analizarlo y superarlo como vía de acceso a los conflictos,
y han notado que la forma particular de la neurosis en un paciente se expresaba
en su forma particular de eludir la regla fundamental.
Esta configuración funcional básica de la situación analítica también se
puede llamar relación psicoterapéutica bi-personal. Pero no es bi-personal sino
en el plano de la descripción perceptiva común: en la habitación donde se
realizan las sesiones, están dos personas en carne y hueso. Sin embargo,
siempre intervienen otras personas en el relato del paciente, en su fantasía, o aún
irrumpen en la habitación en forma alucinada.
Tampoco podemos decir que estas dos personas no sean más que dos, ya
que la regla general es que se dividen vivencialmente en “partes”, cada una de
ellas y de las terceras personas representando aspectos o instancias de las dos
personas básicas. Según los momentos, el analista puede representar el superyo
del paciente, o sus impulsos reprimidos, o partes rechazadas de su yo. Y
naturalmente lo mismo se produce —aunque en menor escala— con el paciente
para el analista.
Esta situación es la inevitable consecuencia del clivaje (splitting) 19, 21
imperante en situación regresiva y neurótica del paciente y del clivaje de
naturaleza distinta implicado en la regresión parcial del analista. La situación bi-
personal terapéutica, con la organización básica del campo, desaparece, pues,
bajo el encubrimiento de situaciones tri y multipersonales, de clivajes múltiples
en perpetuo movimiento. Pero no desaparece por completo, sino en situaciones
de regresión intensa donde se pierde por completo el compromiso de base y se
desintegra la situación analítica, Con el consiguiente peligro de interrupción del
proceso analítico. En las situaciones comunes, esta estructuración terapéutica bi-
personal permanece como el fondo, presente aunque no percibido, sobre el cual
se van haciendo y deshaciendo las estructuras tri y multipersonales en continuo
cambio.
La experiencia muestra una clara preeminencia, dentro de estas estructuras
que resaltan sobre el fondo de la situación terapéutica de la estructura
tripersonal o triangular (E. Pichón Riviere 26). La pareja analítica es un trío, con
uno de sus integrantes ausente en cuerpo y presente en vivencia. Freud ex-
presaba lo mismo cuando descubrió el complejo de Edipo como complejo
nodular de las neurosis. Podría decirse que todas las demás estructuraciones no
son sino modificaciones de esta estructura triangular, sea en el sentido
progresivo, por la distribución del conflicto entre personajes secundarios y por
la inclusión de éstos, lo que transforma la estructura tripersonal en estructura
multipersonal, sea en el sentido regresivo, por eliminación o pérdida del tercero
reduciéndose así la estructura tripersonal a una bipersonal, pero en este caso
vivenciada como relación con un objeto parcial (ejemplo de esta situación serían
las vivencias idílicas o maravillosas de ciertos pacientes cuando vivencian al
analista como pecho idealizado inagotable, claro que en este caso el tercero está
aún presente en cierto sentido virtual: el paciente, angustiado por los conflictos
de la situación triangular, elimina regresivamente uno de sus términos, pero éste
queda como amenaza).
El campo de la situación analítica nos aparece así como siempre doble o
múltiple. No se trata nunca de una situación única, sino de situaciones
superpuestas o mezcladas, distintas pero nunca claramente delimitadas. Lo que
nos orienta hacia un nuevo aspecto, da importancia particular de este nuevo
campo.

II.— LA AMBIGÜEDAD ESENCIAL


DE LA SITUACION ANALITICA

Se podría decir que todo acontecimiento dentro del campo analítico se vive
según la categoría del “como si”. Claro que no es la única situación donde se
viven las cosas en esta forma. Un actor que representa el papel de Hamlet actúa
y siente como si lo fuera, pero no es Hamlet y no pierde la consciencia de su
propia persona. Asimismo en un amor, una amistad, el objeto es siempre más
para nosotros de lo que es “en realidad”, lleva consigo el peso de nuestros
amores y amistades anteriores.
Sin embargo, aquí la situación es distinta: en la vida corriente tratamos de
relacionarnos con las personas según su realidad objetiva, y no según
proyecciones subjetivas nuestras; en la situación analítica tratamos de eliminar
al máximo las referencias a nuestra personalidad objetiva, y de dejarla en el
mayor grado posible de indefinición.
Si el paciente vivenciara su analista tal como es (si, por ejemplo, se limitara
a considerarlo como su analista), suprimiría el fenómeno transferencial, lo que
es evidentemente inconcebible, y suprimiría por lo mismo toda posibilidad de
análisis.
Es esencial para el procedimiento analítico que toda cosa o todo
acontecimiento en el campo sea al mismo tiempo otra cosa. Si se pierde esta
ambigüedad esencial, desaparece también el análisis. Un buen ejemplo de esto
serian los episodios donde el campo es invadido por una situación de
persecución. El paciente transfiere sobre su analista, y a veces con mucha inten-
sidad, una serie de figuras internas perseguidoras originadas en su historia. El
miedo transferencial y el resentimiento llegan a su acmé; sin embargo, el
paciente sigue concurriendo a las sesiones y continúa esperando de su analista
una ayuda para resolver su situación. Es decir, que el paciente siente y actúa
como si fuera una situación real de persecución, pero mantiene la relación
terapéutica no contaminada por ella. Si se pierde esta ambigüedad, el analista es
vivido como un perseguidor cualquiera y el paciente lo agrede de hecho, lo
denuncia a la policía, o simplemente se entrega a la fuga.
En el otro extremo, ciertos pacientes, por desconfianza o angustia, se
aferran a los aspectos objetivos de la situación terapéutica de fondo y de lo que
han podido saber o percibir de la realidad “objetiva” de su analista. No toleran
la ambigüedad por miedo a que ésta los lleve a una situación de total pérdida de
control, de transformación radical de los objetos y del analista en perseguidores,
a la locura. Sienten la situación creada por el compromiso analítico como tan
frágil que se aferran desesperadamente a ella, y desde luego, se paralizan.
El análisis actúa entre estos dos límites de la ambigüedad:
la ambigüedad rechazada por miedo a la regresión y la ambigüedad disuelta por
una situación excesivamente regresiva.
No solamente el analista y los pormenores de la relación transferencial son
vividos en el plano de la ambigüedad, sino todos los aspectos del campo
analítico.
El aspecto temporal del campo no se parece al tiempo vivido en las
situaciones comunes. El tiempo del análisis es conjuntamente, un presente, un
pasado y un futuro. Es un presente como situación nueva, como relación con
una persona que adopta una actitud esencialmente distinta a la de los objetos de
la historia del paciente, pero es al mismo tiempo pasada, ya que está
administrada para permitir al paciente la libre repetición de todas las situaciones
conflictuales de su historia. Es esta ambigüedad temporal, esta mezcla de
presente, pasado y futuro, la que permite al paciente, no sólo tomar consciencia
de su historia, sino modificarla retroactivamente. La historia es un peso bruto,
con su serie de traumatismos y de situaciones perjudiciales dadas una vez por
todas, hasta que su revivencia en el estado de ambigüedad temporal permita
reasumir sus acontecimientos con un significado nuevo. El sujeto sabe que ha
tenido un nacimiento difícil, que ha padecido de hambre cuando era lactante,
que ha tenido una nodriza, etc... Pero estas situaciones traumáticas pueden ya no
ser vividas como un lastre inmodificable en una actitud de resignación, si son
retomadas, reelaboradas y reintegradas en una perspectiva temporal distinta.
Por esto está también presente el futuro dentro de la ambigüedad temporal.
La mayoría de las veces los pacientes acuden al análisis porque se sienten sin
futuro. Eran prisioneros de su neurosis, y sin perspectivas a menos de salir de
este encarcelamiento.
El intento de analizarse muchas veces significa el último intento de reabrir
el futuro, de reorientar la existencia. Como pasado y futuro cobran un
significado en su correlación, el intento de revisar el pasado en la ambigüedad
temporal corre parejo con el cuestionar el futuro. Es en esta condición que se
puede liberar, en cierta medida, el proceso dialéctico de la constitución del
pasado y del futuro a partir del presente.7

Es esencial que el análisis se desarrolle en una temporalidad distinta de la


temporalidad de la acción y percepción; por eso una de las maneras típicas de
eludir por resistencia la situación analítica es el relato cronológico sea de la
historia individual, al principio, sea de todo lo que hizo el paciente desde la
última sesión, en el curso del análisis. El paciente se aferra a una temporalidad
ya orientada y determinada por temor a la temporalidad ambigua, es decir, a la
vivencia conjunta de una situación actual con el analista y de una relación
pasada con sus objetos arcaicos. La pérdida de la temporalidad común significa
para ellos una pérdida de su identidad personal.
Se podría afirmar que la dialéctica temporal del análisis va de una
temporalidad fija y determinada a otra distinta (más móvil, con más futuro, con
un contenido distinto), pasando por una temporalidad especialmente ambigua.
La temporalidad de la situación analítica se parece a la de los cuentos de
hadas o de los sueños: “había una vez...
Ya hemos señalado particularidades del espacio del campo analítico que
hacen resaltar un carácter igualmente ambiguo.
Primero, porque se trata de la superposición de dos espacios: el que hemos
llamado espacio común, y al que se superponen una cantidad de vivencias
espaciales momentáneas, sin que, en esta superposición o mezcla, se produzca
la sustitución completa de un espacio por otro. El espacio de la situación
analítica se parece al del sueño, ya que, en él, el escándalo geométrico de la
ubicuidad se vuelve la regla.
La situación analítica parece obedecer —como según Lévy Bruhl, el
pensamiento de los pueblos primitivos—, no a los principios lógicos de
identidad, no contradicción, y causalidad, sino a la ley de “participación”. Lo
que explica que el cuerpo del analizando y el del analista estén sumidos en la
misma ambigüedad. El tabú de contacto físico entre analista y analizando, el
contacto “permitido” limitándose a un apretón de manos al saludarse y al
despedirse, encuentra en esto una de sus justificaciones, así como la casi
ausencia de movimientos físicos durante las sesiones. El cuerpo del paciente se
desliga de la necesidad de actuar, permitiendo así la aparición de vivencias
corporales olivadas o reprimidas por la necesidad de adaptación activa a la vida
corriente. El paciente sabe que puede recuperar en cualquier momento su cuerpo
“real” y que efectivamente lo va a recuperar cuando termine la sesión, al
levantarse, despedirse y reintegrarse a su actividad diaria, pero, durante la
sesión, aparece como otro cuerpo desconocido en relación con el espacio y el
tiempo distintos que está vivenciando. Toda modificación del campo de la
situación analítica se puede expresar por cambios corporales del paciente, y en
la práctica, siempre se observan tales cambios, aunque sea por el clivaje activo
del cuerpo de parte del paciente. En este caso límite, el paciente trata de hacer
como si no tuviera cuerpo: lo mantiene completamente inmóvil y se abstiene de
toda conciencia corporal y de toda referencia al cuerpo. Este intento de
paralización electiva corresponde naturalmente a poderosas angustias latentes
del paciente acerca de lo que podría pasar si se pone su cuerpo en juego dentro
de la situación analítica (angustia de castración, temor a la violación sádica,
fantasías persecutorias en cuanto a la integridad corporal, inmovilización de
perseguidores hipocondríacos, etc.). En estos casos la “ausencia” del cuerpo del
analizando se torna en un obstáculo poderoso para la movilización del campo, y
tiene que ser interpretada consecuentemente.
En la mayoría de los casos sin embargo, los pacientes proporcionan una
gran riqueza de material corporal: dolores de cabeza, sentimientos de cansancio
o de pesadez, percepciones de frío o de calor, modificaciones en la digestión, en
la respiración, en el ritmo cardíaco, sentimientos de agrandamiento o
achicamiento de tal o cual parte del cuerpo, miembros que “se duermen”, partes
del cuerpo que “dejan de existir”, tensiones musculares, etc.... etc.... Cada
paciente llega en esta forma a instituir un lenguaje corporal que tenemos que
entender si no queremos dejar de lado una dimensión muy importante de la
situación global.
La ambigüedad del cuerpo en la situación analítica se hace a veces muy
patente en el momento en que el paciente abandona su “cuerpo” de la sesión
para recuperar su cuerpo de la vida cotidiana. Particularmente al salir de
situaciones regresivas de entrega, el paciente necesita algunos momentos para
recuperar su disponibilidad corporal. Se incorpora con movimientos torpes,
andar tambaleante, a veces con sentimiento de flojedad en las piernas o con
vértigo.
La participación del cuerpo en la situación analítica no es, en ninguna
forma, privativa del paciente. Cada analista participa de la ambigüedad corporal
y contesta con su propio cuerpo a la comunicación inconsciente del analizando.
Elabora él también, un lenguaje corporal para contestar a determinadas modi-
ficaciones del campo. Retomando las observaciones de León Grinberg 16
podríamos llamar este fenómeno “contraidentificación proyectiva corporal”. En
estas manifestaciones corporales el analista responde a una invasión de parte del
paciente, quien está colocando en él un aspecto de sus vivencias. Por ejemplo,
ocurre muchas veces que el analista estornude en medio de una sesión, sin que
él mismo esté resfriado, ni empezando a resfriarse. El analista, en este caso, no
siente conscientemente ni frío ni abandono, y tampoco los siente el paciente. Sin
embargo, este estornudo corresponde a una situación de abandono viven-ciada
por el paciente, como si el analista tomara a su cuenta reacciones corporales que
tendría que sentir el paciente y que no siente en forma manifiesta.
En estos casos de reacciones corporales contratransferenciales, la reacción
deja de presentarse cuando la identificación proyectiva de parte del paciente ha
sido formulada en una interpretación del analista, y que el paciente ha
reasumido las partes proyectadas de su self ubicadas en el analista. La piedra de
toque de la validez de la interpretación es entonces la desaparición del estado
corporal mencionado en el analista, y la aparición en el paciente del sentimiento
manifiesto del cual la reacción corporal era el equivalente. (El analista
estornuda —interpreta al paciente su situación de abandono—, éste siente
tristeza.)
Se puede también observar que las fantasías de movimientos corporales que
surgen en el analista durante la sesión, siempre corresponden a experiencias
actualmente vivenciadas por el paciente. En el caso, por supuesto, en que el
analista esté tranquilo y sin preocupaciones personales que lo estén perturbando.
Un candidato a quien uno de nosotros tuvo la oportunidad de observar, se
sintió una vez (en una sesión) invadido por la desusada fantasía de destripar y
descuartizar a su paciente (sin tener, desde luego, el menor deseo de proceder en
tal forma). Sorprendido, buscó en el material verbal del paciente algo que pueda
relacionarse con esa fantasía y no encontró nada en este sentido. Pensó
adecuadamente, que, como no tenía el menor deseo de destripar a su paciente, la
fantasía que había tenido debía ser respuesta contratransferencial a una fantasía
inconsciente de aquél, e interpretó el deseo de ser agredido físicamente (sin,
desde luego, mencionar su propia fantasía que había motivado la
interpretación). Cambió de pronto el curso de la sesión y apareció una intensa
situación transferencial masoquística donde el paciente lo identificaba con Jack
el destripador. Desapareció en el acto la fantasía de movimiento corporal en el
analista.
Tales ejemplos se podrían multiplicar, y han sido mencionados en los
trabajos acerca de la contratransferencia. También se podrían mencionar casos
donde el paciente expresa corporalmente una respuesta inconsciente a estados
circunstanciales del analista, por supuesto no manifestados por éste. Esta última
situación es desde luego más excepcional.
Surge de esto que el analista debe utilizar su propia ambigüedad corporal
como indicador acerca de las dimensiones inconscientes de la situación, como
utiliza las vivencias particulares suyas posibilitadas por el carácter ambiguo del
espacio, del tiempo y de toda la situación analítica.
III.— LAS LINEAS DE ORIENTAC1ON
DEL CAMPO. LA FANTASIA INCONSCIENTE

Hemos señalado que el campo de la situación analítica tiene, por lo menos,


dos estructuraciones superpuestas: la estructura bipersonal terapéutica de base, y
las estructuras cambiantes, tri o multipersonales por lo general, que la encubren.
Uno se da cuenta en seguida de la insuficiencia de esta descripción. La
ambigüedad de la situación analítica no se reduce nunca a estas dos
estructuraciones, y entre la situación contractual generalmente implícita, por
una parte, y el contenido manifiesto de la comunicación verbal del paciente al
analista por la otra, intervienen estructuraciones inconscientes de importancia
determinante. Las dos estructuraciones extremas, tales como se vivencian en un
momento particular, poseen un significado, o un contenido latente. Cuando se
trata de la situación expresada verbalmente, esto va de por sí. Si, por ejemplo, el
analizando se queja de una situación matrimonial frustrante (contenido
manifiesto) puede, sea buscar a su analista como aliado de sus deseos de
gratificación, sea considerarlo inconscientemente como causante de esta
situación, sea pedirle una gratificación directa, o muchas cosas más (contenido
latente). Cuando se trata del contrato de base, la existencia de un contenido
latente no se hace siempre evidente, aunque esté siempre presente bajo forma de
fantasía del proceso analítico y de fantasía de curación. Sin embargo, se hace
manifiesta muy a menudo por todas las alteraciones que el paciente impone al
contrato (llegar tarde, no venir a la sesión, preguntar, disimular conscientemen-
te, tratar de intervenir activamente en la vida del analista para controlarlo,
etc....). En todos estos casos, y en muchos más, aparece el hecho de que el
contrato de base analítico no constituye, aun si ha sido explícitamente
formulado, sino el aspecto superficial de otro contrato, inconsciente para el
paciente, y muy distinto de lo que se ha estipulado. Está bien conocido que el
paciente puede aceptar el análisis con la fantasía inconsciente de adquirir
omnipotencia fálica, por ejemplo, o de vengarse en la persona del analista de
malos tratos y frustraciones recibidos en realidad o en fantasía de tal o cual de
sus objetos infantiles. En este caso, el faltar a la sesión puede significar, por
ejemplo: “Yo hago lo que quiero, y Ud. es impotente para impedirlo”, o bien “lo
dejo plantado y lo privo de mi presencia como hicieron conmigo”.
En esta forma, tanto el contrato de base como el material manifiesto,
apuntan a otra estructuración, y no pueden entenderse prescindiendo de ella.
Además, en todos los casos de alteración del contrato de base, el material
manifiesto, aunque no tenga que ver abiertamente con esta alteración, apunta a
la misma situación subyacente que ella.
No es, por lo tanto, tergiversar los hechos sostener la existencia de tres
estructuraciones distintas. Pero, ¿no serán las cosas aún más complicadas? Si la
situación de base y la situación verbalmente expresada se relacionan con una
tercera situación inconsciente, esta misma no se produce porque sí en tal
momento de un análisis. Tiene su origen en situaciones históricas e infantiles en
la vida del paciente y también ha sido reactivada por alguna situación exterior
vivenciada por el analizando.
Nada más ilustrativo de todo esto que el análisis de un sueño. Este ha estado
estimulado por una situación actual e incluye restos diurnos. También expresa
una situación histórica relacionada con la primera, también tiene un contenido
manifiesto que puede o no incluir al analista. También es comunicado al analista
con una determinada fantasía de lo que él va
a hacer con este sueño, de cuál es su trabajo, de lo que se puede esperar de él.
Todo esto puede ser materia de interpretación, pero no nos quedamos realmente
satisfechos y con la impresión de haber interpretado adecuadamente el sueño, si
nuestra interpretación no se encuentra en el punto de convergencia de todas
estas situaciones.
Este punto de convergencia de significados distintos, constituye la tercera
configuración, la más importante desde el punto de vista del proceso analítico,
porque en ella radica su misma esencia. Ella constituye al mismo tiempo el
punto de impacto de la interpretación. Aquí se mezclan, desde luego, dos
problemas: el de la interpretación enfocada desde la posición del analista, y el
del surgimiento de esta configuración del campo, desde el paciente. Pero ambos
problemas si no se superponen exactamente, se encuentran. El analista se
pregunta dentro de las múltiples situaciones latentes que puede percibir en el
material proporcionado, y que se relacionan a la vez con el contenido manifiesto
y con la fantasía actual del contrato, cuál es la situación efectivamente
interpretable. Por el otro lado, dentro de las múltiples situaciones históricas,
actuales, transferenciales del paciente, que intervienen en la configuración del
campo, una es más vívida que otras, no por casualidad, sino por la doble y
entreverada secuencia de las vivencias del análisis y de las vivencias exteriores.
Es esta situación la más urgente y, por esto, la que se debe interpretar por
preferencia, si la interpretación quiere adoptar una posibilidad efectiva de
cambio en el campo. Es lo que se denomina “punto de urgencia”.26
Pero este concepto comúnmente utilizado entre nosotros, necesita alguna
aclaración. Puede tratarse del punto de urgencia interpretativa (necesidad de
interpretación en el paciente y en el analista) en un momento de la sesión,
aunque esta interpretación no sea más que momentánea, o puede tratarse de la
situación emergente en la vida del analizando en el momento en el cual se ubica
la sesión analítica en su totalidad (el paciente viene a su sesión con un problema
inconsciente que desea a la vez esconder y comunicar). La mayoría de las veces
este problema inconsciente no aparece a primera vista para la comprensión del
analista y podría quedar escondido hasta el final de la sesión, replanteándose
con expresiones distintas en las sesiones ulteriores.
El acceso al punto de urgencia principal puede por lo tanto quedar
supeditado a la comprensión e interpretación de un punto de urgencia
secundario y preliminar, sin la resolución del cual no aparece nunca.
El mejor ejemplo de esta situación es el silencio del paciente al empezar la
sesión. En ciertos casos, si no logramos entender e interpretar el silencio inicial,
éste se prolonga y nos priva del material que nos permitiría entender el punto de
urgencia de la sesión. Se crea un círculo vicioso que puede entorpecer aún el
curso de un análisis. Va de por sí que el punto de urgencia provoca un bloqueo
del campo que se expresa por el silencio del paciente, es decir, que el punto de
urgencia ya está en el silencio. Pero a veces, de poco nos sirve saberlo si no
logramos entender y formular con exactitud el contenido y la función
inmediatos de este silencio.
Resulta de esto, que tenemos que diferenciar varios puntos de urgencia en
una sesión analítica, o a veces en una secuencia de sesiones. Hay puntos de
urgencia preliminares que expresan sobre todo procesos defensivos del yo del
paciente y un punto de urgencia de la sesión, cuya interpretación provoca una
modificación apreciable del campo.
Ejemplo de este último proceso serían las sesiones que dejan al analista la
impresión de “haber trabajado bien”, son, en nuestra experiencia, sesiones en
donde el diálogo paciente-analista se ha desarrollado según una línea
progresiva. El paciente trae una situación donde el analista entiende un punto de
urgencia, y lo interpreta.
El paciente reacciona a la interpretación trayendo otro material, donde el
analista puede entender otro punto de urgencia, distinto del primero, pero
relacionado con él. Y así seguido hasta encontrar el punto de urgencia de la
sesión, cuyo entendimiento se expande retrospectivamente sobre el material y
las interpretaciones anteriores, las aclara, y permite integrarlos en Una “gestalt”
sin fallas.
La impresión contratransferencial de buena comunicación CON el paciente
y de “buen trabajo” difícilmente puede engañar a un analista con alguna
experiencia. Puede ser que nos sintamos muy contentos de haber entendido
algún punto importante de la estructura o de la historia de un paciente sin que
este entendimiento nuestro corresponda para nada a un entendimiento del
paciente por sí mismo (aunque probablemente lo pueda aprovechar más
adelante), pero esta satisfacción es menor y muy distinta de la que se siente
cuando el paciente ha respondido a nuestro entendimiento por una comprensión
correspondiente y se ha producido, por esta misma comprensión, una
modificación del campo que sea inteligible para nosotros. El material del
paciente se hace de pronto más rico, sus recuerdos surgen más libremente, sus
emociones se manifiestan con menos trabas.
Es el proceso de construcción progresiva de una interpretación en el campo
bipersonal.
Naturalmente sería vano tratar de entender este proceso desde el punto de
vista exclusivo del paciente. El hecho de que ciertas sesiones resulten “buenas”
o “malas” no proviene exclusivamente de la resistencia actual del paciente, o de
nuestra mayor o menor capacidad intelectual para conocer tal o cual situación;
se fundamenta sobre un proceso más profundo de comunicación, que la
expresión de “comunicación de los inconscientes” designa sin explicar. Las
situaciones de control del trabajo analítico de los candidatos, revelan que un
candidato perfectamente capaz de entender lo que pasa en una sesión, se ha
mostrado de hecho incapaz de entenderlo hasta que alguien en posición distinta
se lo explique. Y lo que vale para los candidatos, vale también en otra medida,
es de esperar, para los analistas experimentados.
Lo que estructura el campo bipersonal de la situación analítica es
esencialmente una fantasía inconsciente. Pero sería equivocado entenderlo como
una fantasía inconsciente del paciente solo. Es pan diario el reconocer que el
campo de la situación analítica es un campo de pareja. Pero se admite que la
estructuración de este campo depende del paciente, y se trata de actuar en
consecuencia (preservando la libertad del paciente). El propósito es
absolutamente digno de loas.
Lo malo es que supone en el analista una libertad total de amoldarse a la
fantasía inconsciente del analizando sin perder por esto su integridad y su
función de contralor del contrato básico. No puede ser “espejo” porque un
espejo no interpreta. Se exigen de él actitudes en cierto modo contradictorias o,
por lo menos, muy ambiguas. Si la posición del paciente en el proceso analítico
es ambigua, la del analista no le cede en nada.
Hechas estas restricciones, no podemos concebir la fantasía básica de la
sesión —o el punto de urgencia— sino como una fantasía de pareja (como en
psicoterapia analítica de grupo, se habla de “fantasía de grupo”, y con mucha
razón). La fantasía básica de una sesión no es el mero entendimiento de la fanta-
sía del paciente por el analista, sino algo que se construye en una relación de
pareja. No dudo de que en esto ambas personas tengan un rol distinto, ni de que
sería un absurdo peligroso de parte del analista imponer su propia fantasía en el
campo, pero tenemos que reconocer que para una “buena” sesión, tienen que
coincidir la fantasía básica del paciente y la del analista en la estructuración de
la sesión analítica.
Esto implica, naturalmente, una posición de mucha renuncia a la
omnipotencia de parte del analista, es decir, una limitación mayor o menor de
las personas a quienes podemos analizar. No hace falta decir que no se trata de
la “simpatía” o “antipatía” posible que podamos sentir a primera vista con un
analizando, sino de procesos mucho más complicados.
No basta reconocer la existencia de esta “fantasía” de pareja, hay todavía
que tratar de entender mejor su naturaleza. Esto implicaría un cambio de
enfoque con respecto a la mayoría de los trabajos analíticos, y este mismo
cambio acerca del concepto de fantasía inconsciente. No es lo mismo descubrir
la fantasía inconsciente subyacente a un sueño, o a un síntoma, que entender la
fantasía inconsciente de una sesión analítica. En el primer proceso, nos basta
tener el marco de referencia adecuado, y estar libre de trabas intelectuales. En el
segundo, se trata del contacto profundo con una persona, y de la estructura pro-
fundamente distinta que se crea entre ella y nosotros.
Va de por sí que utilizamos el término de “fantasía inconsciente” en un
sentido muy distinto del que se le atribuye corrientemente, cuando se lo define
en términos unipersonales. En este caso, la fantasía inconsciente es la expresión
de un impulso instintivo del sujeto, con su fuente, su objeto, la finalidad a
realizar, sobre este objeto.
En su trabajo clásico sobre el tema, Susan Isaacs ‘~ ha ampliado
considerablemente el concepto llegando a mostrar la relación de la estructura
psíquica en todos sus aspectos, y apuntando así a una concepción estructural de
la fantasía inconsciente (sin llegar, a pesar de ello, a renunciar por completo a
concebirla como expresión del instinto).5
Es obvio que la utilización —a nuestro criterio inevitable— del concepto de
fantasía inconsciente en la descripción de la estructura y dinámica del campo
bipersonal, se fundamenta sobre la definición estructural de este concepto. Esta
estructura no puede en absoluto ser considerada como determinada por los
impulsos instintivos del paciente (ni, desde luego, del analista) aunque los
impulsos de ambos intervengan en su estructuración. Tampoco, y esto es más
importante, puede ser considerada como la suma de las dos situaciones internas.
Es algo que se crea entre ambos, dentro de la unidad que constituyen en el mo-
mento de la sesión, algo radicalmente distinto de lo que son separadamente cada
uno de ellos.
Puede ser, por ejemplo, que el analista llegue a la sesión con ánimo
despejado de preocupaciones personales y en disposición receptiva (caso
normal) y que el paciente venga en una disposición consciente tranquila, sin
problemas externos apremiantes, ni manifestaciones observables de angustia. Y,
sin embargo, una vez el campo establecido, surge una situación depresiva
intensa que se manifiesta, digamos, por un sentimiento de tristeza en el analista,
y por una situación de duelo intenso y de llanto en el paciente. En este caso,
decimos que el paciente “traía” inconscientemente al análisis su situación de
duelo. En un sentido es cierto, pero el paciente hubiera podido, de no realizarse
su sesión, seguir con su humor apacible, y continuar sin interferencia con sus
ocupaciones, sin que otra situación estimulante haga aparecer el duelo. El
paciente no trae al análisis una situación de duelo reprimida que espera
cualquier oportunidad para desencadenarse (aunque naturalmente este caso
también se presente a menudo), sino estructura el duelo especialmente en la
situación analítica, y en relación con el curso anterior del análisis. Tales
fenómenos, que son de regla, nos obligan a considerar la fantasía inconsciente
que se produce en el campo analítico, como una fantasía bipersonal. En este
sentido, definimos la fantasía en el análisis como la estructura dinámica que
confiere en cada momento un significado al campo bipersonal.
No hicimos, hasta ahora, más que afirmar que una melodía no es una suma
de notas, O que un grupo no es una suma de integrantes, o, en otras palabras,
recalcar la existencia de una “gestalt” de pareja en la situación analítica, y
definir esta gestalt como nuestro campo de trabajo específico. Pero sería con-
veniente buscar más allá: ¿cómo se constituye esta gestalt? ¿Por qué no se
constituye en la misma forma en cualquier pareja? ¿Cuáles son los procesos que
intervienen en su producción?, quizás la comparación con otras gestalten de
pareja nos pueda orientar en esta investigación. Además, ya se señalaron
algunos de sus caracteres específicos (la existencia de un contrato básico, con
sus dos centros funcionales, los límites espacio-temporales específicos, la
ambigüedad radical, etc....). Es obvio que hay entre una pareja de amigos o
enemigos, una. pareja de enamorados, un matrimonio, una pareja de padre e hijo
o de hermanas, una pareja de médico y paciente, y la pareja analítica, una
diferencia fundamental, aunque por momentos esta última pueda parecerse a
cualquiera de las primeras. Esto precisamente nos da la pauta de la diferencia:
es una pareja donde se vivencian todas las demás imaginables y donde no se
actúa a ninguna de ellas.
Es cierto que una pareja no-analítica cualquiera no presenta en la realidad el
mismo grado de rigidez que le atribuye el lenguaje. Una pareja de amigos se
transforma a veces, temporaria o definitivamente, en pareja de enemigos; una
pareja de esposos puede transformarse inconscientemente, en una pareja padre-
hija, etc....; pero en estos casos, la transformación de la pareja, su cambio de
gestalt o de significado, es una perturbación a menudo patológica de la pareja
inicial (a diferencia del crecimiento natural de las parejas: los enamorados que
se casan, etc....). Así cuando la pareja matrimonial cede su gestalt propia a una
situación padre-hija entre los esposos.
En cualquier pareja natural, aparte de las transformaciones por crecimiento,
toda invasión de la gestalt inicial por otra distinta, es patológica y provoca
conflictos que llegan a su desintegración o a su estructuración neurótica. Al
contrario, la gestalt analítica tiene por naturaleza que ser invadida (aunque no
del todo) por todas las otras gestalten de pareja para que siga en estado de salud.
Lo patológico, para una pareja natural, es perder su estructuración y volverse
permeable a una estructuración ajena cualquiera, cuando, para la pareja
analítica, es cristalizarse y parecerse a una pareja natural. Un análisis donde el
analista es siempre el “padre bondadoso” del paciente, por ejemplo, puede tener
resultados terapéuticos beneficiosos, pero es en realidad un análisis
radicalmente fracasado.
La diferencia entre ambos tipos de “gestalten” radica por lo tanto en que las
primeras tienden a la definición y a la cristalización, mientras que la segunda
tiende a la movilidad y a la indefinición. Lo que orienta hacia una utilización
distinta del proceso de identificación proyectiva en uno y otro caso.
El descubrimiento por Melanie Klein 19, 21, 22 del proceso de
identificación proyectiva (fundamentado en la descripción del mecanismo de
proyección por Freud 10), nos parece básico para poder entender la gestalt de la
pareja matrimonial (ejemplo, Liberman y otros 23) y cualquier otra. Desde
luego, Freud reconocía en el mecanismo de proyección, distintos matices: pro-
yección de un impulso rechazado por el yo (por ejemplo, proyección de los
deseos de infidelidad en los celos) 14, proyección de imágenes internas (por
ejemplo, en la paranoia), proyección de aspectos del yo (por ejemplo, en el
enamoramiento narcisístico).8 Pero Melanie Klein generaliza estos
descubrimientos con su concepto de la posición esquizoparanoide, y por el
descubrimiento de las formas infantiles primitivas de la proyección,
relacionadas con las angustias persecutorias y depresivas y los impulsos
destructivos y reparatorios (el meter a fuerza partes del yo en los objetos para
apoderarse de ellos, el preservar objetos internos y partes del yo
resguardándolos en el objeto, etc.).
Si el proceso de identificación proyectiva tiene la amplitud general que le
reconoce Melanie Klein, no es de extrañar que tenga una importancia decisiva
en la estructuración de cualquier pareja. La estructura de la pareja se constituye
por un interjuego de identificaciones proyectivas e introyectivas, con su
necesario corolario de contraidentificaciones.
El proceso aparece con suma claridad en las parejas matrimoniales
simbióticas, donde cada uno de los miembros asume funciones del yo del otro, a
las cuales éste renuncia, o en las parejas de enemigos, donde cada uno es
invadido por objetos perseguidores y aspectos rechazados del yo del otro, con
las consiguientes reacciones contraidentificativas.
Asimismo, la pareja analítica depende del proceso de identificación
proyectiva, y la fantasía inconsciente del campo bipersonal es un interjuego de
identificaciones proyectivas e introyectivas y de contraidentificaciones, pero
dotado de características especiales. La situación es administrada para evitar o
limitar el fenómeno de contraidentificación proyectiva. Si el analista se deja
invadir por la contraidentificación proyectiva —digamos, por el halago de
sentirse depositario de una figura idealizada, omnipotente, del paciente—
renuncia a su tarea, y el análisis fracasa.
Si el paciente se siente invadido par un fenómeno contratransferencial del
analista, establece defensas masivas, sea para mantener este estado si es
placentero, sea para bloquearlo si es angustiante, y se paraliza todo el proceso.
Esto último es el caso donde el paciente percibe una reacción
contratransferencial real del analista y “se la hace pagar” hasta hartarse. Obvia-
mente la reacción de contraidentificación debe permanecer en el analista, y
autoanalizarse hasta su solución, si no desencadenaría un interjuego de
reacciones secundarias que llegaría a confundir la situación analítica en una
situación de pareja cualquiera, y así a desvirtuarla por completo.
Asimismo, el fenómeno de identificación proyectiva debe tener
características muy especiales en la pareja analítica. Debe poder ser masivo de
un lado (el paciente) y muy limitado del otro (el analista), cuando es recíproco
en las parejas naturales. La situación analítica consiste en permitir el libre juego
de la identificación proyectiva en el paciente, dándole así la ocasión excepcional
de estructurar la fantasía de pareja según lo necesita, con las menores trabas
puestas por su “partner”. Muy distinta es la posición del analista: tiene que
utilizar la identificación proyectiva (sino, no participaría en la situación de
pareja y le seria imposible entender a su paciente), pero en pequeñas dosis y a
título de tanteo experimental. La observación personal y de controles confirma
de sobra que el uso de la identificación proyectiva de parte del analista, si pasa
de cierto umbral, paraliza su labor interpretativa. El analista se ve demasiado
envuelto en la estructura de pareja y pierde su oportunidad de modificarla
La intervención de la identificación proyectiva en la situación analítica y en
toda comprensión psicológica, aparece claramente en el término común de
“empatía” que implica un movimiento centrífugo en el observador. Pero
también interviene en el analista la identificación introyectiva. Si el analista es
depositario de objetos o aspectos del “self” de su paciente, esto corresponde
necesariamente en él a un proceso introyectivo. Lo mismo que para el aspecto
de identificación proyectiva de la situación, este aspecto introyectivo tiene que
ser limitado y controlado si el analista no quiere sentirse inundado por la situa-
ción (como puede ocurrir, sobre todo en el caso de pacientes psicóticos que
tratan de infundir su locura en el analista). La interpretación adecuada, con la
consiguiente reintroyección de parte del paciente, permite en general superar
este peligro. Esto se observa con toda claridad en el manejo de la contratransfe-
rencia.
En los casos en los cuales la situación analítica se vuelve
contratransferencialmente penosa para el analista, el único modo de salir de este
estado es la interpretación de la identificación proyectiva en el paciente con su
contenido particular momentáneo, lo que provoca por lo general un alivio en
ambas partes.
Resumiendo: El campo bipersonal de la situación analítica está orientado,
en cada momento, según tres (o más) configuraciones: el contrato base, la
configuración aparente del material manifiesto con la función que en ella tiene
el analista, y la fantasía inconsciente bipersonal objeto de la interpretación. Esta
es una estructura constituida por el interjuego de los procesos de identificación
proyectiva e introyectiva y de las contraidentificaciones que actúan con sus
límites, funciones y características distintas dentro del paciente y del analista.

IV.— LA DINAMICA DEL CAMPO


Y EL CURSO DEL TRATAMIENTO
Las conclusiones anteriores nos orientan hacia el reconocimiento de una
dinámica particular de la situación analítica, problema que no puede abordarse
sin encarar al mismo tiempo su correlativo: el problema del curso del
tratamiento analítico.
Si la fantasía bipersonal depende de los procesos de identificación y
contraidentificación, queda todavía por ver cómo y porqué se producen estos
procesos en tal forma y no en tal otra, en determinado momento y no en otro. La
naturaleza de los procesos dinámicos de la situación analítica es obviamente im-
posible de entender sin atribuir a la interpretación su papel básico en ellos. Sin
embargo, por razones de exposición, dejaremos de lado aquí ciertos aspectos
básicos de este tema para encararlos en un capítulo aparte.
Estos procesos empiezan a producirse desde la primera entrevista entre
posible analista y posible analizando, o aun antes de esta primera entrevista.
Paciente y analista tienen uno del otro determinada fantasía previa antes aun de
haberse encontrado de hecho. El analizando ha sido enviado, en general, por un
colega, quien, en mayor o menor grado, comunica al futuro analista algunos
datos de su paciente. Tiene una neurosis obsesiva, hay una situación
matrimonial difícil, es una persona muy inteligente.., u otros datos de igual
índole. Asimismo el paciente “sabe” por lo general algo de su futuro analista
(está enterado de algunos aspectos del mito personal de su posible analista en el
ambiente): tiene o no mucha experiencia, es “muy clásico” o “muy adelantado”,
es “fanático” o “liberal”, ha “curado” a tal o cual persona conocida o
“fracasado” con tal otra, etc., etc.... Aun sin este conocimiento previo, el
paciente ha elaborado una fantasía compleja de lo que tiene que ser su analista y
del tipo de relación que se va a establecer con él. Esta fantasía se concreta en la
primera entrevista preanalítica e invade la primera sesión —aun si, como es
muy frecuente, el paciente se abstiene cuidadosamente de manifestarla—. Por
esto no se necesita ningún tiempo (como lo creen algunos) para que se
“establezca” la transferencia. La situación bipersonal está virtualmente creada
antes de la primera sesión y se “precipita” en ella, con o sin interpretación de
parte del analista.
Tenga una u otra actividad técnica el analista, la dinámica de la situación
comienza con la comunicación del paciente y la reacción del analista (fuera ésta
de interpretación o de mero Silencio). En todo caso, se trata de un comienzo del
diálogo, el silencio siendo comprendido por el paciente como (entre otras
Cosas) un deseo de esperar para entender mejor de parte del analista. En todo
caso, el analista elige el momento y el contenido de la primera interpretación.
¿Quién dudará de la extrema importancia de esto? Significa no sólo abordar el
paciente según un enfoque determinado, sino señalarle a él el aspecto de su
comunicación que consideramos de mayor importancia o utilidad, por lo menos
en el momento actual.
Por esto las primeras interpretaciones no pueden sino apuntar al punto de
urgencia actual: la fantasía que tiene el paciente del análisis y del analista en el
momento de la iniciación.
Una selección del material distinta de parte del analista, por ejemplo, el
interpretar algún elemento histórico de su material, puede aplacar
superficialmente los temores paranoides de éste (“no hay ninguna situación
actual, vemos lo que paso con su padre”. . .), pero deja intactos estos temores y
propicia acting-out futuros (huída, etc....).
De donde la importancia enorme de la técnica del analista en la dinámica de
la situación bipersonal. No es en ninguna forma cierto que los conflictos del
paciente se manifiesten y elaboren igual con cualquier técnica analítica. La
técnica empleada es parte de un diálogo, y condiciona en parte las respuestas del
dialogante.27
Todo el arte del analista consiste en seleccionar el punto de urgencia
interpretable dentro del material proporcionado en forma positiva
(comunicación verbal u otra) o negativa (silencio, omisión, etc....) por el
paciente. Su utilización de tal o cual tipo de material, o su preferencia hacia él,
su manera de notar o de tratar los sueños, el material histórico, las posiciones y
manifestaciones corporales, los silencios, etc… llegan a configurar un lenguaje
particular con el paciente. Está bien conocido que los sueños sucesivos de un
mismo paciente utilizan elementos semejantes ya interpretados con anterioridad,
en la intención de comunicar algo determinado al analista (o, a veces, de
disimular detrás de significados ya convencionales algo realmente actual).6
Sería tan injusto no reconocer ni valorar estos hechos como menospreciar la
participación del paciente en la estructuración del campo. Sobran ejemplos de
pacientes repitiendo una y otra vez el mismo material latente con medios de
expresión distintos hasta hacerse entender del analista. Cabe aún preguntarse, a
partir de esto, hasta qué punto la dinámica del campo es dependiente de las
herramientas intelectuales y comunicativas del analista. Encararemos luego este
problema.
Freud, cuando indicaba el modo de proceder técnico en la dinámica del
campo, recomendaba actuar “per via di levare”,9 es decir, atacar y solucionar
progresivamente las resistencias del paciente correspondientes a los
mecanismos de defensa de su yo, y llegar en esta forma a permitir la reaparición
de los elementos reprimidos y de los recuerdos olvidados. Señalaba así una
dialéctica entre análisis de la defensa y análisis del contenido que debía presidir
a la dinámica de la situación.
Este enfoque supone con evidencia una fantasía del trabajo analítico
concebido a la manera del trabajo del geólogo, descubriendo estratos
superpuestos de material sepultado (ejemplo, la célebre comparación de
“Malestar en la Cultura”). Pero utiliza en otros textos metáforas muy distintas,
apuntando a un concepto mucho más vívido del trabajo analítico. Compara el
tratamiento analítico a un partido de ajedrez, donde el analista conoce las
jugadas “clásicas” de abertura y final del partido, pero desconoce la estructura
intermedia, o lo esencial del partido.11
Esta metáfora merece que nos detengamos sobre su significado. Conocemos
mucho, gracias a Freud, de la estructura y de la génesis de las neurosis. Después
de un análisis podemos reconstruir, a partir del material anamnésico y
transferencial, la estructuración histórica de un caso. Si el análisis consistiera
solamente en levantar capas sucesivas de resistencia, permitiendo la aparición
de sucesivas capas de material reprimido, podríamos conocer, para cada tipo de
neurosis, la encadenación de todas las etapas importantes del tratamiento. El
tratamiento analítico podría entonces parecerse al trabajo de un geólogo o de un
historiador, pero no a un partido de ajedrez. Existe obviamente una
incompatibilidad entre ambas metáforas, la segunda haciendo del análisis algo
mucho más activo, tanto en lo que respecta al analista como al paciente. Existe
entre ellos un “tablero”, una estructura en común, en virtud de la cual cada uno
de ellos está actuando, uno con sus comunicaciones y con sus resistencias, el
otro con sus interpretaciones. Este tablero podría muy bien simbolizar lo que
hemos llamado el campo bipersonal, y el partido, la estructura del tratamiento
como totalidad.
Sería traicionar, no sólo el pensamiento de Freud, sino todo el desarrollo
del psicoanálisis, pasar por alto la dialéctica entre contenido y defensa, que
podemos observar en cualquier momento de nuestra labor, pero sería forzar los
hechos considerar el psiquismo del paciente como una serie de estratos su-
perpuestos a través de los cuales uno podría penetrar más y más profundamente.
Estas consideraciones nos llevan directamente a considerar el problema de
la estructura del tratamiento analítico. Estimamos que existe en el pensamiento
analítico, una tendencia a considerar que el tratamiento analítico sigue, para
cada tipo de casos, un curso determinado por la misma estructura del caso, y
que iría por etapas sucesivas desde los niveles más superficiales hasta los más
profundos.
En Freud mismo, esta tendencia se manifiesta en distintos escritos. Se
expresa claramente en la mencionada metáfora histórico-geológica, pero
también en otros textos, en particular en la teoría de las series complementarias.
El análisis ataca regresivamente los distintos puntos de fijación que se han pro-
ducido en la historia del sujeto, constituyendo nódulos de impulsos reprimidos y
de mecanismos de defensa, ligados ambos al recuerdo de las circunstancias
(situaciones traumáticas) en las cuales se ha producido la fijación.
Uno se sentiría tentado de sacar de estos textos la conclusión de que Freud
aceptaba la hipótesis del paralelismo entre el curso progresivo (desde el punto
de vista cronológico) de la estructuración de la neurosis del paciente y el curso
regresivo del análisis desde los estratos más superficiales, es decir, más
recientes y menos defendidos hacia los estratos o fijaciones progresivamente
más antiguos, profundos y defendidos. Pero el mismo Freud nos pone en
guardia contra esta tentación simplificadora, cuando nos advierte en la
“Introducción al psicoanálisis” contra la hipótesis del paralelismo, en términos
completamente explícitos.
Utiliza aquí también una metáfora: la de un ejército invasor que ha dejado
en su avance fortalezas guarnecidas de tropas, puntos de fijación, y se resiste a
la reconquista del enemigo (trabajo analítico). Este ejército puede librar batalla
dentro de sus fortalezas, pero igualmente puede, si las circunstancias le parecen
más favorables, librar batalla campal en cualquier punto del camino que sigue la
reconquista. Puede ser que la lucha decisiva se libre en un punto que haya
carecido por completo de importancia en el avance del ejército, y que la defensa
contra la reconquista ubique allí, y no en sus ciudadelas, todas las fuerzas
disponibles. De paso, Freud nota que la relación transferencial más importante
para el análisis puede muy bien no ser la repetición de la situación
históricamente más importante vivenciada por el paciente.
La meditación de este texto hubiera posiblemente ahorrado cierto número
de errores a analistas que se han dejado seducir en demasía por la tendencia
“geológica”. Entre ellos examinaremos un ejemplo: el de Wilhelm Reich 28 en
el período psicoanalítico de su evolución. Reich se plantea el problema de los
análisis que “no andan”, y la producción de lo que llama “la situación caótica”.
Se trata de una situación donde el paciente produce un material rico y diverso
proviniendo de todas las “capas” del inconsciente, pero donde el curso del
análisis se ha perturbado y el paciente no reacciona a la interpretación. Lo
caótico se produce también del lado del analista, que no sabe qué interpretar en
este monto de material. La solución de Reich es que esta situación se produce
cuando la interpretación ha dejado de lado, o sin solucionar, un tipo especial de
resistencia del paciente, la resistencia caracterológica. Esta resistencia
corresponde, en la evolución del paciente a la estructuración de una coraza
caracterológica, no experimentada como patológica desde el punto de vista
subjetivo que regula la relación de éste con el mundo y se manifiesta en el
análisis como el mayor obstáculo a la labor terapéutica.
La actitud técnica que se deduce de estos conceptos es la de llevar en forma
sistemática el desarrollo del análisis absteniéndose de interpretaciones de
contenido hasta haber podido romper, mediante una interpretación consecuente,
la resistencia caracterológica.
La hipótesis del paralelismo aparece aquí con meridiana claridad. La
estructuración del carácter del paciente en capas superpuestas de impulsos y
defensas cristalizadas es lo que debe determinar la estructuración regresiva del
tratamiento, partiendo de las capas superficiales de la coraza para llegar a las
pro-fundas y remotas en el tiempo.
No negamos, desde luego, la validez del concepto de coraza
caracterológica, ni la necesidad de su resolución en el tratamiento. Pero lo que
nos parece inadecuado es atribuir tanto al tratamiento como a la interpretación,
un desarrollo sistemático, y, sobre todo, sostener que este desarrollo es
regresivo y paralelo al curso evolutivo de la estructuración de la personalidad y
de su neurosis.4
Varios motivos nos inducen a ello. Primero, un motivo de hecho: la
profundidad y lejanía temporal de un material, no tienen nada que ver con su
aparición en el tratamiento. Una paciente analizada por uno de nosotros, y que
sufría (entre otras cosas) de fobia a la desfloración e inhibiciones múltiples,
llegó a analizar sus conflictos genitales y orales durante varios años, pero no
reaccionó al intento de analizar los derivados de los conflictos anales (cabe
mencionar que esta situación no corresponde en el analista, a ningún rechazo
particular de este tipo de material). Recién después de este lapso de tiempo, se
produjo un desbloqueo de fantasías anales de gran riqueza, con la aparición en
la consciencia de la zona anal como intensamente erógena. Si fuera un caso
aislado, uno podría pensar que se trata de una falla particular en el analista
(aunque éste haya tratado de ver conscientemente si era así, y haya llegado a
una conclusión negativa). Pero es la regla. Conocemos por experiencia propia,
en controles, en casos relatados o controlados por otros, muy pocos casos donde
la labor analítica haya seguido un orden de estratificación inteligible. (Los casos
estudiados por Reich fueron analizados durante tiempos relativamente cortos, y
son presentados para mostrar la secuencia sistemática.)
Además, esta contradicción de la hipótesis del paralelismo con los hechos
(que en última instancia podría explicarse por una falta general de la técnica
interpretativa utilizada por los analistas, y que podría subsanarse por una técnica
más sistemática), coincide con razones teóricas muy sólidas para rechazarla.
Reich y los otros representantes de la misma línea de pensamiento, parten
de la estructuración de la neurosis tal como puede ser reconstruida después de
un análisis debidamente llevado a cabo. Hay aquí un error metodológico. Lo
que tenemos frente a nosotros cuando analizamos a una persona no es un
paciente reconstruido por la teoría, sino una persona viviente. Por supuesto,
sabemos muchas cosas generales sobre la génesis y estructura de ella y de sus
trastornos. Pero es una actitud sabia en nosotros, no tratar de encajarla dentro de
esquemas generales, por válidos que sean, y menos aún todavía regir nuestra
técnica por estos esquemas preestablecidos. Nuestra actitud técnica tiene que
regirse por conceptos elaborados a partir de la experiencia concreta que estamos
enfrentando, es decir, por las leyes dinámicas de la situación bipersonal. Es
realmente paradójico sacar de la situación bipersonal una reconstrucción teórica
del caso en términos, por definición, unipersonales, y pensar después regular la
situación bipersonal en virtud de este esquema reducido y empobrecido.
Este error metodológico descansa sobre la negación del papel de la
contratransferencia en la selección e interpretación del punto de urgencia, es
decir, en la esencia misma del proceso analítico.
Por esto nos parece que la “profundidad” de un material no puede en
ninguna forma designar un aspecto genérico, cronológico o integrativo de éste,
sino un aspecto técnico. Es su dificultad de acceso mediante el proceso
analítico, que, la mayoría de las veces, no corresponde con los estados
evolutivos del desarrollo psicosexual humano.
Las anteriores consideraciones nos han mostrado lo que no es la dinámica
de la situación analítica (el recorrido regresivo, por vencimiento de resistencias
escalonadas, del camino seguido por la personalidad del paciente en su
evolución), pero nos han dejado insatisfechos en cuanto a lo que es esta
dinámica.
Eso sí, nos han indicado un camino para aproximarnos a la solución. Todos
pensamos que la situación analítica es repetitiva. El uso, favorecido por la regla
fundamental, de la identificación proyectiva de parte del paciente, le permite la
reactualización de patrones de reacción que provienen de las situaciones no su-
peradas de su pasado, cristalizadas en forma de esquemas de vivencia y
conducta estereotipados. Estos patrones de reacción estructuran el campo
bipersonal en parte. Los impulsos, deseos, fantasías, angustias, defensas, que
entraron en juego en las situaciones patógenas originarias, se vuelven a
presentar en el campo bipersonal. Pero no se presentan en su secuencia crono
lógica, ni tampoco en la misma forma. Si la repetición fuera literal, toda
esperanza de conseguir una mejoría del paciente tendría que abandonarnos. Un
paciente que siempre ha huido de su padre, huiría de nosotros al poco tiempo de
empezar el análisis (como ocurre cuando no podemos superar el problema).
La repetición analítica no es ni literal, ni estereotipada; cuando llega a serlo
se interrumpe el análisis, sea por estancamiento (el paciente sigue concurriendo
a las sesiones, pero no evoluciona para nada), sea por huida. Por lo tanto, lo que
es importante en la dinámica del tratamiento no es que surjan emociones,
deseos, angustias pasadas, sino que surjan en una forma y no en otra. Que surjan
dentro de un contexto nuevo y vívido, y no que lo paralicen. Desde luego, el no-
surgimiento de emociones o impulsos es la forma más frecuente de paralización
del campo analítico, y debe ser considerado como resistencia atacable con
urgencia. Pero esto no quiere decir que la repetición de impulsos y deseos
pretéritos sea el motor de la dinámica analítica.
En otras palabras, no tenemos que considerar esta dinámica en términos de
reactivación de impulsos instintivos, sino en términos situacionales (sin, por
supuesto, dejar de lado los impulsos). Lo que más importa es, por lo tanto, la
movilidad o la cristalización del campo. Estos son los dos polos de la dinámica
analítica.
El campo se mueve y el analista puede intervenir eficazmente en él cuando
el analizando “se juega”. Por supuesto, uno siempre se juega en parte cuando
empieza un psicoanálisis. Juega tiempo, dinero, esfuerzo, esperanzas (su carrera
si es candidato). Pero todo esto puede ser mucho menos importante que otro
aspecto de la vida personal o de la fantasía que el paciente considera como su
baluarte (y que, por lo general, es el refugio inconsciente de poderosas fantasías
de omnipotencia).
Este baluarte es enormemente diverso entre una persona y otra, pero nunca
deja de existir. Es lo que el paciente no quiere poner en juego porque el riesgo
de perderlo lo pondría en un estado de extrema desvalidez, vulnerabilidad,
desesperanza.8
El baluarte ha sido descrito en la literatura, sobre todo en relación con los
pacientes homosexuales o perversos en general: quieren poner en juego todo,
excepto su actividad perversa, fuente de gratificaciones extremadamente
valiosas. Así un paciente homosexual decía en tono humorístico: “yo no soy un
homosexual”; “lo que pasa es que me gustan los muchachos”, y otro hablada en
forma despectiva de “los putos” o “los briscos”, ambos consideraban su
experiencia homosexual como algo radicalmente distinto del conocimiento
libresco que tenían de la perversión homosexual; su baluarte consistía en la
preservación de experiencias maravillosas con seres elegidos que, casualmente,
eran del mismo sexo que ellos.
En otras personas el baluarte puede ser su superioridad intelectual o moral,
su relación con un objeto de amor idealizado, su ideología, su fantasía de
aristrocracia social, su dinero, su profesión, etc...
La conducta más frecuente de los pacientes en defensa de su baluarte,
consiste en evitar de mencionar su existencia. El paciente puede ser muy sincero
en cuanto a una multitud de problemas y aspectos de su vida, pero se vuelve
esquivo, disimulado, aún mentiroso cuando el analista se aproxima al baluarte.
No creemos que exista ningún paciente sin baluartes, y creemos que la medida
del éxito del análisis depende en gran parte de la medida en que el paciente haya
podido aceptar el analizarlos, es decir, aceptar de perderlos y perder con ellos
sus fantasías básicas de omnipotencia, quedando entregado a sus perseguidores.
Pero otras conductas sirven al paciente en el mismo sentido: pueden
mencionar el baluarte y aceptar en apariencia las interpretaciones relativas a
éste, sin consentir en darlas la mínima vigencia: “habla lo que quieras”, “lo que
puedas decir de esto no me alcanza, esto es asunto mío
Al contrario, la inclusión de un baluarte en el campo se acompaña siempre
de reacciones emocionales intensas, inclusive angustia, y permite una
considerable movilización de la situación analítica. La inmovilización del
campo es siempre una medida de protección destinada a preservar la intrusión
del analista y de sus interpretaciones dentro de un sector reservado de la vida
del analizando.
Citaremos como ejemplo a una persona analizada por uno de nosotros. Un
hombre, todavía joven, viniendo de un anterior análisis que le había permitido
superar algunas de sus dificultades (sobre todo fóbicas). En la actualidad se
quejaba de una incapacidad de sentir (de alegrarse o entristecerse, querer u
odiar, y de participar enteramente en los acontecimientos que vivía). Comenzó
su análisis por un relato bien ordenado y racionalizado de toda su vida,
empezando por el trauma de nacimiento y siguiendo por una serie de situaciones
traumáticas de su historia, que hubieran podido resultar escalofriantes si no las
hubiera presentado como un caso clínico bien reconstruido, pero de otra
persona. Siguió el análisis, llegando a vivenciar situaciones transferenciales e
históricas con bastante despliegue de emociones diversas, y consiguió con esto
varias mejoras. Pero siempre dejaba la impresión contratransferencial de algo no
completamente auténtico. Hasta que un día se produjo en su vida
(acontecimiento que coincidió con una aproximación a su baluarte de parte del
analista) una situación de fracaso profesional y social provocada en parte por él
mismo. El campo analítico fue entonces invadido por vivencias de persecución
y desesperación que lo llevaron a poner en juego su vida y su exitosa posición
como profesional. Llegó a admitir la posibilidad de que fuera realmente un
fracasado, a pesar de sus aparentes éxitos, y aun dudó de si no iba a renunciar a
su profesión para dedicarse a una de menos responsabilidad. Desapareció desde
ya el sentimiento contratransferencial de inautenticidad.
La elaboración de las múltiples fantasías (de omnipotencia, persecución,
idealización, de impotencia para reparar y querer, etc.) ubicadas y preservadas
en el baluarte profesional, marcó un vuelco decisivo en la historia de su análisis,
y le permitió un progreso auténtico.
La historia brevemente esbozada, de este análisis, nos parece ilustrativa a
diversos títulos. Primero, naturalmente, en cuanto a la importancia del baluarte.
Estamos convencidos de que este análisis hubiera sido un relativo fracaso si el
paciente no hubiera podido poner en juego su profesión. Pero también nos
puede enseñar algo sobre el curso del tratamiento.
Esquematizando: este análisis se ha desarrollado según dos procesos
distintos. El primero, sigue a “grosso modo” la dialéctica cronológica entre la
situación transferencial y las situaciones traumáticas del pasado (sin, desde
luego, que la cronología sea respetada por el paciente en la secuencia de sus
repeticiones). Forzando un poco se podría concebir como un vaivén a lo largo
de la línea del tiempo. Pero en un momento determinado ocurre un proceso
totalmente distinto que ya no se ubica esencialmente en una línea cronológica:
la caída del baluarte. Si uno se aferra a la representación espacial de las cosas, el
proceso parece producirse en una dirección perpendicular a la línea cronológica
o, mejor dicho, se trata de un sector clivado y preservado de la vida del paciente
que, a raíz de un largo proceso preparatorio se íntegra bruscamente al campo del
análisis del sujeto, y en forma correlativa al campo total de su experiencia,
primero dentro de una vivencia catastrófica, y luego como enriquecimiento
positivo.
Este acontecimiento cambia totalmente la ubicación del paciente con
respecto a su historia. La serie ininterrumpida de traumas históricos,
centralizados alrededor de la figura de una madre fría, neurótica y agresiva para
el paciente (lo que fue realmente sin duda), cambia de significado. La madre
deja de ser un peso muerto (“mala suerte, ella fue así”) si no se vivencia como
una persona neurótica por cierto, pero con sus sufrimientos y sus anhelos de
amor (víctima ella misma, y víctima de rebote). Los traumas infantiles dejan de
ser considerados como acontecimientos perturbadores en la historia de “un
paciente cualquiera” para ser asumidos en el contexto de un pasado personal y
propio, en el cual el paciente tuvo su debida participación.
Movimiento dialéctico de la historicidad donde el pasado deja de constituir
un lastre inmodificable para transformarse, en cierta medida, según el porvenir
que contribuye a engendrar.
Si técnicamente los polos de la dinámica de la situación analítica son la
movilización y el estancamiento, en el plano teórico son la integración y el
clivaje. Esta conclusión nos parece estar en total acuerdo con la importancia que
atribuye Melanie Klein a este proceso defensivo, el primero de todos. El campo
de la situación analítica es la oportunidad, mediante la repetición en un contexto
nuevo de las situaciones originadas que motivaron el clivaje, de romper este
proceso defensivo y reintegrar los sectores clivados de la experiencia al
conjunto de la vida del paciente. De ahí la necesidad de desmoronar los ba-
luartes internos.
V.— LA INTEGRACION INTERPRETATIVA
Y EL “INSIGHT”

Si la situación analítica es radicalmente nueva y distinta de los demás


campos de pareja, si permite más que cualquier otra el desmoronamiento y la
reintegración de los baluartes clivados, es con evidencia por su carácter
interpretativo. La actitud de benevolencia neutral —tanto como se puede— del
analista, no se diferenciaría del papel catártico que puede asumir un buen
confidente (el que escucha sin tomar partido).
Uno queda asombrado al comprobar, por la abundante literatura existente
sobre el tema (o, por lo menos, la de la cual pudimos tener conocimiento), cuán
poco sabemos del papel específico y del modo de actuación de la interpretación.
Nuestra técnica releva en parte de la magia del verbo. Magia que desde Freud
tratamos de exorcizar y reducir a términos inteligibles, pero sin completo y
satisfactorio éxito. La situación se revela como más embarazosa todavía si uno
piensa que la esencia del procedimiento analítico (como ya lo definía Freud) es
un diálogo.15
Nuestro propósito aquí no es intentar la solución de este problema que
queda abierto a la investigación, sino sintetizar en la perspectiva adoptada
algunos aportes hacia esta solución. Desde luego, dejaremos sin contestación
muchos interrogantes.
El campo bipersonal en el cual va a recaer la interpretación, tiene sus
distintas configuraciones, ya descritas, e incluye en las configuraciones
inconscientes, a la persona del analista como depositario más o menos constante
de partes o aspectos del yo, del superyo, de los objetos e impulsos reprimidos
del paciente. En menor grado y en forma distinta, por la actuación de la
identificación proyectiva, este proceso se prolonga de parte del analista. Debajo
de la fantasía inconsciente que estructura en un momento determinado el campo
y constituye el punto de urgencia de la interpretación, existe una estructura más
estable que tiende a hacer cristalizar en el campo una configuración
determinada, y condiciona el surgimiento de fantasías inconscientes recurrentes.
Esta configuración es muy compleja, ya que incluye manifestaciones recíprocas
de todas las instancias psíquicas del paciente, la ubicación de su yo, ello,
superyo, objetos internos en distintos puntos del campo y en funciones de-
terminadas. Se ha descrito, en el mismo sentido, la situación correspondiente en
el analista, la microneurosis de contratransferencia que viene a complementar la
estructura global del campo en este plano.27 La neurosis transferencial es la
repetición de la estructura de la neurosis del paciente, por esto tiende a crear un
círculo vicioso, a un movilizar las partes del self y los objetos y defensas en la
repetición estereotipada de los conflictos infantiles. La microneurosis de
contratransferencia es la participación del analista en esta estructura, donde
intervienen, además de sus procesos limitados de identificación proyectiva, los
remanentes no resueltos de sus conflictos infantiles y de sus estructuras
neuróticas, que se manifiesta como contrarresistencias. Surge de esto que el
conjunto neurosis de transferencia-contra-transferencia, tiende a constituir un
bloque granítico puramente repetitivo y a paralizar por completo el proceso
analítico. Es parte de la función del analista dejarse involucrar en cierta medida
en estas configuraciones con cada uno de sus analizandos.
Pero el proceso interpretativo en su conjunto tiende a permitir la
movilización de la neurosis transferencial-contratransferencial y con ello la
modificación paulatina de todos los aspectos del paciente involucrados en ella,
es decir, de toda su persona. Paralelamente, el proceso consiste, para el analista,
en volver a liberar los aspectos suyos involucrados en la situación
contratransferencial y paralizados en la neurosis de contratransferencia.
La interpretación es su herramienta para operar este doble rescate. Se ha
descrito el proceso de elaboración de la interpretación en el analista como una
consecuencia de la “comunicación de los inconscientes” y por esto Freud
recomienda la actitud de “atención flotante” en el analista para permitir el
surgimiento de los elementos inconscientes en la consciencia y su ulterior
formulación en palabras. Esta formulación traduce el hecho de que analista y
analizando están involucrados en las distintas estructuraciones, conscientes e
inconscientes, del campo bipersonal. Pero el paciente está como sumergido en
él, mientras que el analista, si bien regresa parcialmente, no se sumerge en el
campo, y conserva su yo libre de su invasión, pero comunicado con él. En esta
forma, puede observar el campo con cierta “porosidad” y regular la entrada de
sus tensiones y líneas de fuerza dentro de él mismo. Su observación es a la vez
interna y externa (auto y hetero-observación) ya que el objeto de ésta es la
unidad del campo.
Mantiene presentes, sin formularlas, las distintas estructuraciones
conscientes e inconscientes del campo, el contrato y lo que está haciendo, el
material manifiesto, la fantasía inconsciente de pareja, la estructura de la
neurosis transferencial-contratransferencial, e interviene interpretando. El efecto
de esta interpretación es claramente perceptible en toda situación analítica
concreta. O la interpretación ha sido inexacta, mal formulada, fuera de tiempo, o
aun del todo errónea. Por lo general, no produce en este caso ninguna reacción
apreciable (aparte de una aprobación o de un rechazo del paciente), pero sin que
esta respuesta se integre en la secuencia del material que permanece inalterada.
O la interpretación ha sido adecuada y ha alcanzado su meta. En este caso se
produce un cambio evidente que luego describiremos. O ha sido parcialmente
adecuada, y produce un cambio, pero distinto y, cuando no se la modifica o
complementa por interpretaciones ulteriores, deja un estado de confusión en el
campo y de insatisfacción en sus integrantes, a veces con un empeoramiento del
estado del paciente.
En el caso normal de una interpretación bien formulada, dada a tiempo,
aceptada por el paciente, observamos una modificación del campo que merece
ser descrita con algún mayor detalle. El paciente contesta a la interpretación
expresando un sentimiento de mayor libertad. A veces manifiesta sorpresa o
alegría, como si de repente algo se hubiera abierto en él o frente a él. En todo
caso, se produce un cambio en su estado de humor y en sus sentimientos y
emociones. La secuencia del material cambia de pronto, se hace más unificada y
orientada. El paciente aporta recuerdos, asociaciones, fantasías que vienen a
confirmar, ampliar y complementar el contenido de la interpretación. Toda la
situación se vuelve más comprensible tanto para el analista como para el
paciente. Ambos sienten que están comunicados y colaborando en una tarea
conjunta.
Enfocando el problema en términos unipersonales, Freud describe el
proceso diciendo que un elemento del inconsciente del paciente se ha vuelto
consciente mediante el levantamiento de una resistencia. Esto, desde luego, es
exacto como resultado del proceso, pero no resuelve la cuestión de su
naturaleza. Enfocando el proceso desde el ángulo de la situación analítica
tendremos que ampliar esta formulación.
Lo que ha pasado es, evidentemente, un cambio estructural dentro del
campo. La ubicación recíproca de las estructuras conscientes e inconscientes se
ha modificado, la situación expresada en el material manifiesto ha sido
relacionada a la fantasía inconsciente actual o punto de urgencia, cobrando así
un significado nuevo. Al hacerse consciente la ubicación dentro del analista de
una determinada parte del “self” o de los objetos internos del analizando, junto
con la motivación de tal identificación proyectiva, se produce la reintroyección
de esta parte clivada dentro del paciente, apareciendo a consecuencia el analista
en su función real dentro del contrato de base: el analista y el paciente están
trabajando juntos y acaban de realizar un paso dentro de este trabajo.
Si se trata del tipo de interpretación que Strachey denomina “interpretación
mutativa”,31 la inclusión en ella del prototipo infantil de situaciones que se
expresaba en la fantasía inconsciente del campo, permite aún otro tipo de
modificación. La estructura inconsciente cuyo clivaje se ha reducido, ya no es
tan sólo la fantasía inconsciente inmediata, sino un aspecto de la estructura más
perdurable y rígida de la neurosis transferencial-contratransferencial. Desde
luego la actuación reestructurante de la interpretación en este nivel es mucho
menos masiva por tratarse de un plano más cristalizado donde las defensas son
más arcaicas y férreas, los clivajes más difíciles de reducir, los objetos más
estereotipados. Pero aun en este plano se produce algún cambio, importante en
ciertos momentos del análisis, en la estructura del campo, es decir, una
modificación en la ubicación de los objetos y partes del yo dentro de este
campo, y la modificación correspondiente de la naturaleza de los objetos
internos. Son momentos del análisis donde, después de un largo y paciente
trabajo sobre las estructuras inconscientes más superficiales del campo, se
produce el acceso, preparado por este trabajo previo, a un núcleo básico de la
neurosis transferencial-contratransferencial y correlativamente, un cambio
estructural en el paciente.
Estas consideraciones nos inducen a definir la función de la interpretación
como la de movilizar el campo, permitiendo así la reactivación de los procesos
proyectivos e introyectivos cuya paralización y distorsión han provocado la
estructuración de la neurosis en la vida del paciente y la estructuración de la
neurosis transferencial.
El efecto terapéutico de la interpretación está obviamente en función de la
inclusión del analista dentro del campo, de su posibilidad de regular los
procesos introyectivos y proyectivos del paciente en la medida en que éste le
atribuye el rol de depositario de partes de su self que quiere expulsar por
peligrosas o dañadas, o preservar ubicándolas en un lugar seguro. Es lo que
Stranchey señala cuando habla de la función del analista como superyo auxiliar
del paciente. Pero, hay que diferenciar más. En el contrato de base, el analista es
por cierto, un superyo auxiliar, ya que permite al yo la expresión verbal de todas
sus vivencias. Pero es también un yo auxiliar, ya que su función es regular,
procesos psíquicos que —en toda circunstancia— se volverían peligrosos o
perturbadores. La fantasía de regresión del paciente en el contrato base es:
“puedo descontrolarme porque alguien más en este momento asume el control
de la situación y no dejará que se torne peligrosa”.
En las estructuras inconscientes del campo, el analista tiene funciones
mucho más variadas y movidas. Es depositario de todas las instancias, partes,
aspectos, objetos de la persona que se analiza. Es por momentos el representante
de tal o cual de sus objetos idealizados o perseguidores, de tal o cual aspecto de
su yo o de su superyo, de tal impulso reprimido de su ello. En las
reestructuraciones del campo producidas por la interpretación adecuada, el
analista deja de ser depositario del aspecto que el paciente había depositado en
él, y éste es reintroyectado por el paciente. Pero no es reintroyectado en forma
exactamente semejante a lo que era antes, ya que el motivo de la identificación
proyectiva y su forma no son independientes de la naturaleza misma del objeto.
Por ejemplo, la necesidad de proyectar un objeto perseguidor no se puede
separar de las características específicas de tal objeto: qué clase de peligro
encierra, en relación con qué experiencias infantiles concretas, expresadas en
qué fantasías, etc... Si en el cambio estructural del campo, este objeto se puede
reintroyectar, es que estas características se han modificado. El alcance de esta
modificación depende del nivel de profundidad de la reestructuración
considerada, es decir, del nivel de endurecimiento de la estructura de la neurosis
transferencial-contratransferencial que se ha logrado alcanzar.
A título de ilustración de lo que antecede, citaré dos sesiones de un paciente
que había reanudado su análisis después de un brote psicótico de bastante
gravedad y duración. En la primera de estas sesiones, el paciente entró como si
estuviera borracho o drogado, y presentó un material extremadamente confuso.
Declaró primero que su novia había roto con él, y pareció luego repetir el brote
psicótico anterior. Al dejar la sesión dejó caer en el consultorio una cantidad de
objetos que tenía en su bolsillo, al tratar de prender un cigarrillo (monedas,
encendedor, cigarrillos, etc.).
El analista recibió luego un llamado telefónico de un amigo del paciente,
advirtiéndolo de que “andaba muy mal, como antes” y que él (el amigo) temía
una recaída.
En la sesión ulterior, el analista, comprendiendo desde luego el rol del
amigo como portavoz del mismo paciente, relató a éste la llamada telefónica e
interpretó al amigo como depositario del yo “cuerdo” del paciente,
anteriormente depositado en la novia (esperanza de formar una familia y vivir
normalmente). Siguió una sesión muy coherente donde el paciente pudo cobrar
excelente “insight” sobre ciertos aspectos de su situación entre su familia y el
analista.
La vivencia contratransferencial del analista en estas dos sesiones, es de
mucho interés. En la primera, se sintió invadido por la confusión del paciente,
como si él desparramara en el campo objetos sueltos y vivencias inconexas
(inunda el consultorio con el contenido de sus bolsillos). Esta vivencia llegó a
tal punto que no pudo interpretar de frente la situación de recaída e invasión de
la locura. El paciente había llegado a crear, por su desesperada identificación
proyectiva, una psicosis transferencial-contratransferencial dentro de esta
sesión. En el intervalo, el paciente había reubicado en el amigo, y por
intermedio suyo, en el analista, la parte sana de su yo y su capacidad de
controlar la locura. Al relatar e interpretar en estos términos la llamada
telefónica del amigo, el analista (también por su conducía de no arreglarse a
espaldas del paciente con su ambiente) había devuelto a éste esa parte sana que
él ubicaba en personas ajenas para preservarla, y le había permitido tomar otra
vez el control de sí mismo. Uno de los temas de la segunda sesión fue
precisamente éste: ¿quién se encargaría de proteger al paciente —el analista,
la familia, el paciente mismo— contra la recaída?
Este proceso dialéctico entre la comprensión del punto de urgencia, su
interpretación, y la producción de una nueva estructura con un nuevo punto de
urgencia interpretable a su vez, con los procesos introyectivos y proyectivos
implicados en él, ha sido descrito por Enrique Pichon-Rivieré como “proceso en
espiral”, idea ya esbozada en una de las cartas de Freud a Fliess 8 y retomada en
forma ampliada y sistemática por Pichon-Rivieré.26
La interpretación provoca una reestructuración del campo bipersonal según
procesos que han sido descritos en muy numerosos trabajos y, desde luego,
podrían detallarse muchos más. Esto no es más que complementar algo lo que
formulaba Freud con hacer consciente lo inconsciente”. Pero, si sabemos con
bastante precisión lo que ocurre en el campo bipersonal y por consecuencia,
dentro del paciente, cuando proporcionamos una interpretación adecuada,
entendemos con mucho menos claridad el modo específico de esta actuación.
La diferencia entre el “antes” y el “después” nos es mucho más
directamente accesible que el “¿cómo?” y el “¿por qué?”.
Varios autores han tratado de entender este proceso en términos de “gestalt”
lo que, a nuestro parecer, permite acercarse algo a la solución. La fantasía
inconsciente del campo bipersonal es una “gestalt”. Es una configuración
compleja, con su distribución de objetos en funciones precisas, sus líneas de
fuerza, su estructura global. El material manifiesto es también una “gestalt”. La
interpretación tiene como meta inmediata el conectar estas dos gestalten y, a
veces, conectarlas con la estructura de fondo de la neurosis transferencial-
contratransferencial.
El material manifiesto se presenta como una “gestalt” incompleta, la
interpretación permite completarla con elementos de otra gestalt subyacente, y
se produce como una fusión de estas dos gestalten que se aclaran
recíprocamente. Si, por otra parte, tratáramos de completar la gestalt del
contenido manifiesto con elementos cualesquiera —como en el caso de una
interpretación lógica pero mal orientada, o en términos inadecuados— no
obtendríamos el mismo resultado.
Nuestro problema se reduce, por lo tanto, a éste: ¿cómo puede la
interpretación reducir la gestalt del contenido manifiesto a la gestalt de la
fantasía inconsciente urgente en la sesión? Lo que lleva al problema último:
¿cómo puede la interpretación, como palabra, actuar sobre las distintas estructu-
raciones del campo bipersonal? o ¿en qué reside el poder interpretativo de la
palabra?
Los trabajos de Luisa G. de Alvarez de Toledo, nos aclaran parte del
problema.1 Destaca esta autora que el “hablar”, el ‘‘asociar’’, el ‘‘interpretar’’
no son un mero proceso intelectual, sino un hacer con el paciente, y un hacer
que, tanto en su parte receptiva como en su parte activa, descansa sobre
relaciones de objeto extremadamente remotas e importantes (sobre la primera
relación del lactante con la voz de la madre). En el mismo sentido, las palabras
no son vividas en la situación analítica como medios de comunicación, sino
ellas mismas como objetos portadores de gratificaciones y agresiones y en
general, de innumerables fantasías.
Estos estudios (que no podemos resumir aquí) nos parecen, aparte de su
indudable valor técnico, dar cuenta de un aspecto de nuestro problema, pero no
de su totalidad.
Cada analista, si dirige su atención al problema, puede comprobar la
equiparación que establece el paciente entre las palabras y objetos inconscientes
del intercambio analítico. A veces, el paciente quiere solamente oír nuestra voz,
cualquier cosa que digamos, y vivencia este oír como gratificación —nuestras
palabras como leche suave—, otras veces, nuestras palabras caen encima de él
como piedras, aparte de su contenido, otras veces ciertas palabras nuestras
bastan para desencadenar una estructuración determinada del campo. En una
paciente, bastaba que las palabras “vida sexual actual” u otras del mismo sig-
nificado estuvieran incluidas en alguna interpretación, para que se
desencadenara un violento dolor de cabeza, ligado a la fantasía transferencial de
que el analista estaba apretando la cabeza de la paciente con un círculo de
hierro, hasta “hacerle salir los sesos por los oídos”.
El campo bipersonal se transformaba entonces en una escena de tortura, con
florecimiento de fantasías sadomasoquísticas. Naturalmente, las palabras
incriminadas estaban relacionadas con un “baluarte” intensamente defendido
por la paciente. La mera mención del objeto idealizado bastaba para provocar
reacciones intensas de persecución, porque se la veía como amenaza hacia él.
Esclarece esto una parte de la “magia” de las palabras, pero no nos parece
(ni además es la intención de la autora) dar cuenta de su papel específico en la
interpretación. Uno entiende por qué la palabra en sí provoca reacciones
emocionales intensas, pero queda abierto el problema del efecto interpretativo
de la palabra como vehículo de significados intencionales. Una cosa es que el
paciente tome nuestras palabras como leche o piedras, otra cosa que entienda su
significado, y que esta comprensión provoque una modificación importante en
su mundo.
El problema específico es la relación de la palabra y del “insight” que el
paciente adquiere en una interpretación adecuada.
En un trabajo anterior, uno de nosotros ² llegaba a la conclusión siguiente
con respecto al “insight”: “... en cuanto el paciente reconoce la situación
privilegiada del analista como objeto transaccional entre la persona y el mundo
externo, se crea una situación experimental (“fantasía del análisis”) que consti-
tuye al analista en pantalla de doble proyección. Su pertenencia conjunta al
mundo interno (identificación proyectiva) y a la realidad, permite que se
encuentren en él sin mayor peligro esos dos mundos y ofrece una “visión fuera”
más fácil y menos angustiante de este encuentro, lo que se ve afuera en esta
situación experimental, reintroyectado, se transforma en “visión” interna en
“insight”.
Estos conceptos están muy cercanos a los que hemos desarrollado en lo que
antecede, pero no los recubren exactamente. El definir al analista por su
“situación” privilegiada como objeto transaccional entre la persona y el “mundo
externo” o como “pantalla de doble proyección”, nos aproxima mucho al
concepto de campo bipersonal. No se equipara, sin embargo, totalmente con
este concepto por encarar la situación analítica como esencialmente
transferencial y no transferencial-contratransferencial.
En consecuencia, consideramos actualmente que el ‘‘objeto transaccional”
y la “pantalla de doble proyección”, son términos que se aplican no al analista,
sino a la situación analítica como campo.
El proceso del “ínsight” actúa primero en este campo. La interpretación
adecuada abre el campo, conecta sus estructuras conscientes e inconscientes
hasta cierto grado. La “visión” del campo por el paciente se amplía y al mismo
tiempo se modifica, provocando una reestructuración, pero ambas
estructuraciones sucesivas no son equivalentes, no se trata de una mera redis-
tribución de instancias, objetos, partes del self dentro del campo. La segunda
estructuración es mucho más discriminada. Supongamos la interpretación de
una situación persecutoria vivenciada en relación con el analista. Este aparece
después como “el que yo tomaba como perseguidor y que en realidad es mi
analista y está trabajando conmigo”. El objeto perseguidor proyectado en el
analista también se discrimina. No sólo es vivido como un objeto interno,
reintroyectado, sino que su relación con el self ha cambiado, su odio ya no es
considerado como ajeno al paciente, sino como aspecto clivado de él mismo, y
ya no es vivido como presente, sino como originado en tal situación con-creta
del pasado que le ha conferido su forma particular. La discriminación del
presente y del pasado permite a su vez no vivenciar más la persecución como
eterna, y discriminar del pasado y del presente un futuro libre (o relativamente
libre) de angustia persecutoria. En suma, se trata de un proceso discriminativo
general que permite al yo del paciente el nuevo examen y la elaboración de los
aspectos del campo involucrados en la interpretación. Por esto, podemos seguir
utilizando el término de “insight” ya que el resultado general del proceso es la
mayor consciencia por el paciente de su mundo interno.
En todo esto, la palabra nos ha aparecido como dotada de tres funciones
esenciales: el ser portadora de relaciones objetales y de emociones muy
primitivas, el conectar las estructuraciones olivadas y aisladas del campo, y el
discriminar las partes y los aspectos del campo así reunificados. La palabra
retorna en esta forma las características descubiertas por Melanie Klein en el
proceso formador de símbolos: 20 la equiparación del símbolo con lo
simbolizado por una parte y la discriminación de ambos por la otra. La falta o
insuficiencia de cualquiera de ambos aspectos constituye una dificultad muy
grande en la técnica de la interpretación.
En ciertos pacientes, en particular en estructuras obsesivas muy rígidas,
parece faltar el primer proceso. El aislamiento de la palabra y de los contenidos
psíquicos que designa, llega a ser tan intenso que crea una dificultad muy
grande para que puedan “entrar” las interpretaciones. El paciente las acepta
como “meras palabras” y juega con ellas como si fueran un objeto exterior
carente de relación con su mundo interno. Hasta que se haya podido superar este
proceso de intelectualización —restablecer la relación símbolo-simbolizado—
las interpretaciones, por exactas que sean teóricamente, carecen de valor
práctico. Este caso particular no es más que la hipertrofia de un proceso
universal en la creación de las palabras y del lenguaje abstracto. Por esto es tan
importante, en todo tipo de pacientes, evitar el peligro intrínseco de la
intelectualización de las interpretaciones y de todo el proceso analítico. Por esto
las interpretaciones, como se sabe desde mucho tiempo, se tienen que dar en
términos concretos y no abstractos, y por esto es importante el elemento de
sorpresa provocado por ellos.
El problema de la acción específica de la palabra ha sido posiblemente
planteado al revés: no se trata de saber cómo las palabras pueden alcanzar los
contenidos inconscientes de la situación analítica, sino por qué y cómo han
perdido las palabras su poder originario de alcanzar profundamente la vida
interna, poder que conservan en ciertas circunstancias (poesía, canto, in-
cantación, discurso del líder, etc...). El papel de la interpretación es superar la
desvirtuación de las palabras que les hizo perder su función comunicativa global
originaria para transformarlas en meras señales abstractas.
La otra característica inversa del proceso formador de símbolos también
puede desvirtuarse en ciertos aspectos muy regresivos, donde el paciente pierde
la diferenciación entre la palabra y lo que designa. En tales casos, vive la
interpretación en términos absolutamente concretos (entiende la interpretación
de una fantasía de matar al analista como si lo fuera a matar efectivamente,
esperando con lógica toda una secuencia de reacciones taliónicas de parte de
éste). En estos casos, la interpretación desencadena manifestaciones
emocionales de intensidad insospechada, y difícilmente se vuelve un factor de
elaboración hasta que se haya podido superar esta dificultad.
Estos dos obstáculos inversos a la actuación de la palabra en la situación
analítica nos pueden aclarar sus dos funciones específicas. La palabra abre las
comunicaciones en el campo, uniendo sus regiones aisladas o clivadas. Pero
también tiene por cometido el ubicar, determinar y diferenciar sus múltiples as-
pectos. Es comunicación y control, y la función de la interpretación se puede
perder si se exagera uno de estos aspectos a expensas del otro.
Esto quizá pueda proporcionar algún esclarecimiento acerca de las
condiciones en las cuales ciertas palabras —la interpretación— permiten el
advenimiento del “insight”. Este se produce cuando las palabras de la
interpretación poseen su característica de medio de comunicación a la vez
concreto (relacionado con fantasías primitivas de intercambio objetal) y
abstracto (traduciendo en términos inteligibles la situación imperante en el
campo). Ocurre entonces una modificación del campo, pero no cualquier
modificación corresponde a este proceso específico: una de las partes del
paciente clivadas y aisladas o depositadas en algún sector del campo es
reintegrada en su “self” y reconocida como propia. No se trata solamente del
cambio de ubicación de un objeto que estaba afuera y ahora está dentro. Este
mero cambio de ubicación ocurre muchas veces sin dar lugar al proceso del
“insight”, en particular cuando esta reintroyección se produce en forma brutal y
masiva. En este caso, el yo se siente invadido violentamente por un cuerpo
extraño y peligroso, produce gran intensidad de angustia, y tiene que cambiar su
sistema de defensas para enfrentar un enemigo que se ha vuelto interno, si se
trata de un objeto perseguidor. La persecución externa se ha transformado en
una posesión demoníaca o en la intromisión hipocondríaca del perseguidor
dentro de algún órgano.
Al contrario, la reintroyección que condiciona el “insight” se hace
mayormente en el yo, en forma medida y sobre todo discriminada. Esta
discriminación recae, en primer término, sobre lo que pertenece al objeto
externo y lo que ha sido proyectado en él por el sujeto. El objeto externo cambia
así de estructura y aparece mucho más según sus características reales, mientras
que el “self” recupera los aspectos suyos perdidos del objeto por identificación
proyectiva. Pero esto no es todo: el yo discrimina también en esta
reintroyección entre los aspectos suyos que habían sido atribuidos al objeto y
los objetos internos (distintos del yo) que constituían a la estructuración del
objeto externo. Hay aquí un doble proceso: el yo recupera lo que le pertenece en
propio y también asimila algo más de sus objetos internos. Este metabolismo
objetal provoca una extensión del yo, lo que siente como mayor amplitud y
mayor libertad de movimiento, en un estado de elación y de felicidad muy
distinto de su correspondiente hipomaníaco, ya que corresponde a una mayor
potencia real del yo y a un mayor contacto con la realidad, y no a una negación
y a una omnipotencia.
La dimensión temporal aparece también en este proceso de “insight” como
mucho más discriminada: se diferencian los aspectos pasados y presentes de los
objetos, lo que permite su mayor metabolización, la asimilación de sus aspectos
compatibles con el yo y el abandono de los demás.
Desde luego, el “insight” con todos estos aspectos que recién mencionamos,
no se produce sino como correlativo de la posición depresiva tal como la
describió M. Klein 19 y el reforzamiento del yo producidos por la dinámica de
la situación analítica, permiten la disminución del clivaje, de la idealización, de
la persecución y la síntesis de los aspectos contradictorios de los objetos. Por
este mismo proceso el yo recurre mucho menos a la identificación proyectiva y
teme mucho menos la reintroyección, lo que le da la posibilidad de ejercer
mejor sus funciones correlativas de discriminación y asimilación.
El resultado del proceso del “insight” sobre la situación analítica es
característico: la mayor discriminación hace aparecer momentáneamente el
campo bipersonal como lo que es, un campo experimental, y el analista pierde
sus características fantaseadas para ser vivenciado según su función esencial: es
el analista y no el padre, la madre, la omnipotencia, etc.., del paciente. Por este
proceso, en el curso del análisis, el analista va perdiendo paulatinamente sus
aspectos fantásticos al mismo tiempo que la relación transferencial se hace más
serena y más auténticamente cordial y comunicada.
Estas consideraciones nos permiten sacar algunas conclusiones acerca del
proceso del insight. A pesar de la etimología no puede en ninguna forma
considerarse como un estado de contemplación. Los estados observables con
frecuencia en los pacientes de contemplación beata del objeto idealizado, por
ejemplo, son aún todo lo contrario del “insight”. Quizás la etimología y los
remanentes de la psicología introspeccionista, contribuyeron también a impedir
que se reconozca que el “insight” analítico, como fenómeno del campo
bipersonal, no puede ser descrito ni entendido sino como fenómeno bipersonal.
Desde luego, pueden existir fenómenos de autodescubrimiento fuera de toda
situación analítica, y ciertos individuos tienen, en mayor grado que otros, el
acceso de sus propios procesos psicológicos. Pero se trata de fenómenos o de
una característica psicológica esencialmente distintas del proceso que llamamos
“insight” en nuestra práctica.
En la situación analítica, el “insight” empieza con la comprensión (dando a
esta palabra su pleno sentido de intelección y participación vivenciada
unificadas) de las estructuras actuales y emergentes del campo, con inclusión
intrínseca de la propia situación contratransferencial por el analista. El acto de
“insight” analítico es la formulación de la interpretación del estado actual del
campo, hecha por el analista y compartida por el paciente. Basta que este
compartir no se produzca para que la interpretación caiga en el vacío y no haya
“insight”. El “insight” se recibe a título de interpretación y se reconoce in-
mediatamente como propio por el paciente. Provoca o coincide con una
modificación de la situación interna del paciente: lo comprendido y
discriminado en el campo es integrado como parte o aspecto de su mundo
interno, se integra a su persona, y hace aparecer, en forma correlativa, el analista
como tal.
Se crea por esto un nuevo tipo de comunicación entre paciente y analista, el
sentimiento, no solamente de ver lo mismo, sino de estar haciendo o
construyendo algo juntos, o de compartir un proceso reparativo. En último
término, el “insight” es la integración de las fantasías transferenciales y
contratransferenciales acerca del trabajo analítico.

RESUMEN

La situación analítica como campo dinámico

Este trabajo trata de sacar las consecuencias de la importancia que atribuyen


los trabajos recientes a la contratransferencia. Si ésta cobra un valor teórico y
técnico igual al de la transferencia, se configura la situación analítica como un
campo bipersonal dinámico, y los fenómenos que en ella ocurren tienen que
formularse en términos bipersonales.
Se describe primero el campo de la situación analítica en su estructura
espacial, temporal, funcional, y se recalca su carácter triangular (el tercero
presente-ausente en el campo bipersonal). Se insiste luego sobre la ambigüedad
de este campo, haciendo especial énfasis en su aspecto corporal (siendo las vi-
vencias corporales en el analista y en el paciente particularmente reveladoras de
la situación inconsciente en el campo).
Se estudian las distintas estructuras dinámicas o líneas de orientación del
campo: el contrato analítico, la configuración del material manifiesto, la
configuración inconsciente —manifestándose la fantasía inconsciente
bipersonal por un punto de urgencia interpretable— que produce la estructura
del campo y sus modificaciones. Se trata de describir las características de esta
fantasía inconsciente de pareja: su movilidad, su indefinición, la importancia
que cobran los fenómenos de identificación proyectiva e introyectiva en su
estructuración.
Se pasa después a estudiar el funcionamiento de este campo, oscilando
entre la movilización y el estancamiento, la integración y el clivaje. Se hace
especial referencia al concepto de “baluarte” inconsciente clivado como
problema técnico de suma importancia.
Se describe la tarea del analista como un dejarse involucrar parcialmente en
la microneurosis o micropsicosis de transferencia-contratransferencia y la
interpretación como medio de rescate simultáneo de las partes del analista y del
paciente involucradas en el campo. Se trata finalmente de describir el acto de
“insight” según el aspecto bipersonal en el cual lo experimentamos en el
proceso analítico.

SUMMARY
The analytic situation as a dynamic field

This report intends to draw the consequences of the importance attributed to


counter-transference by recent studies. If counter-transference acquires a
theoretical and technical value equal to that of transference, the analytic
situation appears as a dynamic by-personal field and the phenomena occurring
in it must be formulated in bi-personal terms.
The field of the analytic situation is described first, in its spatial, temporal,
functional aspects and its triangular character (with the third person present-
absent) is insistently mentioned. Then the ambiguousness of this field and its
bodily aspects are insisted upon, with a special stress on the latter (the bodily
experiences of the analyst and the analysand being particularly fit to disclose the
unconscious situation in the field).

The various dynamic structures and directing lines on the field are
discussed: the analytical contract, the structure of over material, the unconscious
configuration —the unconscious bi-personal phantasy which gives rise to an
interpretable “point of emergency”— and produces the structure of the filed and
its modifications. An attempt is made to describe the characteristics of this
unconscious pair-phantasy: its changefulness and indefinition, the importance of
projective and introjective identification in its production.

Further the functioning of this field, which sways between damming up and
changefulness, integration and splitting, is discussed. The concept of the
unconscious and splitted “bastions” as a technical problem of outmost
importance is particularly emphasized.
The analyst’s task is described as his partial sinking in the transferencial-
countertransferencial microneurosis or micropsychosis, and the interpretation as
a means of simultaneous recuperation of the analyst’s and analysand’s parts
sunk in the field. There comes an attempt to describe the act of “insight” from
the bi-personal point of view in which we experience it during the analytic
process.
RESUME

La situation analytique comme champ dynamique


Ce travail essaye de dégager les conséquences de l’importance qu’attribuent les
travaux récents au contre-transfert. Si celui-ci acquiert une valeur théorique et
technique égale á celle du transfert, la situation analytique se constitue comme
un champ dynamique bipersonnel, et les phénoménes qui s’y produisent doivent
eux-mémes étre formulés en termes bipersonnels.

Qn décrit d’abord le champ de la situation analytique dans ses structures


spatiale, temporelie, fonctionneile, en insistant sur son caractére trianguiaire (le
tiers présent-absent dans le champ bipersonnel). On insiste ensuite sur
l’ambigüité de ce champ, en mettant l’accent sur son aspect corporel (les
expériences corporeiles de l’analysé et des l’analyste étant particuliérement
révéiatrices des aspects inconscients de la situation du champ).

Qn étudie les diverses structures dynamiques et les lignes d’orientation du


champ: le contrat analytique; la configuration du matériel manifeste, le
configuration inconsciente —le fantasme inconscient bipersonnel se manifestant
dans un “point d’urgence interprétable— qui produit la structure du champ et
ses modifications. On essaye de décrire les caractéristiques de ce fantasme
inconscient de couple: sa mobilité, son indéfinition, l’importance que prennent
les phénoménes d’ideritifieation projective et introyective dans sa production.
Qn étudie ensuite le fonctionnement du champ, qui oscille entre la
mobilisatiøn et la paralysation, entre l’intégration et le clivage. Qn insiste en
particulier sur le concept de “bastion” inconscient et clivé comme probléme
technique de premiére importance.

Qn décrit la táche de l’analyste comme le fait de se laisser engager


partiellement dans la micronévrose ou micropsychose de transfert-
contretransfert, et l’interprétation cc mme moyen de récupération simultanée
des parties de l’analyste et de l’analysé engagées dans le champ. Qn essaye
finalement de décrire l’acte d”’insight” selon l’aspect bipersonriel sous lequel
nous l’expérimentons dans le processus analytique.

BIBLIOGRAFIA

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Queja y envidia*

JUAN CARLOS REY


SUMARIO

1.— Introducción.
II.— Sintomatología.
III.— Queja contra los padres.
IV.----- Quejas hipocondríacas.
Y.— Quejas homosexuales.
VI.— Defensa intelectual.
VII.— Proceso de curación.
VIII.— Consideraciones finales.

I.— INTRODUCCION

Quisiera mostrar en este trabajo el papel que la queja representaba en el


material de mi enfermo y cómo a través de esta defensa se fue desenvolviendo
todo su análisis.
En efecto: todo su análisis era una continua queja y así lo sentía
contratransferencialmente. La queja expresaba muchas cosas; pero lo importante
para él era tener algo para quejarse, porque esto representaba un continuo
encubrimiento de lo que él hacía y ganaba fuera de la situación analítica.
La queja era la defensa contra su envidia, trataba de contrarrestar el efecto
de mis interpretaciones, quejándose continuamente de lo mal que lo pasaba, y
de lo poco que le daba; para de esa manera no sentir tanta envidia por lo que
suponía que yo tenía y le faltaba a él.

*
Este trabajo fue presentado en la Asociación Psicoanalítica Argentina, el 3 de abril de1959
Al mismo tiempo, la queja, el lamento por la situación paradisíaca perdida
(intrauterina), y los síntomas, eran expresión de esta situación y al mismo
tiempo un intento de recuperarla.
También la queja servía para defenderse él mismo, presentándose como
un ser inservible, lleno de defectos e incapaz de desarrollar sus aptitudes y
usarlas de una manera exitosa.

Así, se presentaba frente al analista, como un niño carente de aptitudes,


para poder así encubrir el peligro de la rivalidad conmigo.
Al negar sus propios valores negaba la envidia y se castigaba a sí mismo.
Melanie Klein en su libro “Envidia y gratitud”, en el capítulo segundo, al
hablar de la envidia primitiva, dice: “Encontramos esta envidia primitiva en la
situación de transferencia, cuando el analista ha dado una interpretación que
trajo alivio al paciente y produjo un cambio de disposiciones de la desespe-
ración a la confianza.” “En algunos pacientes, esta interpretación provechosa,
puede volverse el objeto de crítica destructiva, y no se siente como algo bueno
que ha recibido; sintiéndola como que la interpretación debía haberse dado
antes, o que fue muy larga y ha molestado las asociaciones del paciente.”
“El paciente envidioso rnezquina al analista, el éxito de su trabajo y la
necesidad del paciente de devaluar el trabajo que ha experimentado como ayuda
provechosa, es la expresión de la envidia.”
Más adelante expresa: “En mi experiencia, el progreso lento que
efectuamos en tales casos, está también conectado con la envidia. Vemos que
sus dudas e incertidumbres acerca del valor del análisis persiste.” “Lo que pasa
es que el paciente ha separado la parte hostil y envidiosa de sí mismo y
constantemente la presenta al analista.”
Este sentido tenían las quejas de mi paciente.
Contratransferencialmente sentía su hostilidad y agresión en el contenido
de sus quejas. Rabia un deseo en expulsar fuera de sí, su rabia; necesitaba estar
buscando “chivos emisarios” en quienes depositar su envidia. Suponía estar
lleno de defectos e incapacitado para poder hacer una vida normal como los
demás.
Por eso proyectaba la culpa en sus padres, por suponer que éstos le
negaban las cosas que él suponía merecía, y además le exigían más de lo que él
podía dar. El se defendía de su envidia, tratando de desvalorizar sus objetos
envidiados (padres y analista) al mismo tiempo que contrarrestaba su voracidad
desvalorizándose él mismo.
Se quejaba de las frustraciones recibidas en su infancia, pudiendo
observarse cómo la envidia obstaculizaba el desarrollo de los sentimientos de
bienestar y placer y ahogaba sus sentimientos de amor.
Todo su análisis se centró alrededor de esta situación, que me pareció
fundamental y que permitió movilizar al paciente. Así se pudo ver que su
análisis progresaba y que iba conquistando cosas que suponía tenía el analista
(potencia, ser médico, profesión que él había elegido, poder de controlar y
manejar la rabia, la situación económica y los conocimientos intelectuales del
analista), sus quejas variaron, se hicieron menos rígidas, pudo manejar mejor la
culpa, lo que le permitió su integración y su mejor manejo.

II.— SINTOMATOLOGIA

Nuestro paciente Oscar, hijo único, de 29 años, nacido de fórceps, vino al


análisis porque su vida social, sexual y pragmática se habían reducido
enormemente: en efecto, sus síntomas podían esquemáticamente reducirse así:

1) Síntomas de inhibición social (dificultades para estar con la gente


desconocida, asistir a reuniones, asistir a clases, dar exámenes, salir
con muchachas, etc.).
2) Síntomas hipocondríacos manifiestos (suponía estar enfermo del hígado,
de su tiroides, sufrir de hipertensión arterial, vómitos y diarreas
emotivas, etc.).
3) Múltiples fobias y trastornos sexuales, como eritrofobia, impotencia,
eyaculación precoz, insomnio rebelde.

Todo esto lo hacía sentirse muy enfermo y había prácticamente abandonado


toda actividad, porque además de esta sintomatología abigarrada, se sumaban en
forma de crisis: episodios de angustia intensa, con sensación de muerte, sudores,
vómitos, palpitaciones, piloerección, obligando todo esto a hacerlo permanecer
en la cama; provocando la consiguiente alarma entre los padres; los cuales
velaban al lado de él hasta mi llegada.
Cuando llegó al análisis hacía dos años que no daba examen, ni asistía a
clase por su miedo al rubor y por la sensación constante de tener que movilizar
su intestino, o de tener que salir para orinar. Por eso tampoco salía a la calle y
vivía lamentándose de su situación y proyectaba sus dificultades en sus padres,
por ser éstos judíos y haberlo tratado de chico como a una niña.

III.— QUEJA CONTRA LOS PADRES

Sus primeras sesiones son una queja continua hacia los padres. Por eso
empieza diciendo en su primera sesión que durmió en la misma pieza que sus
padres hasta los trece años. “Eso no me parecía normal, pero como mis padres
no decían nada, yo seguía durmiendo con ellos.” A continuación de esto dice:
“Una cosa que me molesta mucho es el rubor, cuando estoy con personas,
especialmente con muchachas, tengo miedo.” “Oía realizar el acto a mis padres
y eso me dejaba mal; había peleas entre ellos.”
“Me molesta ver a las parejas, me imagino las cosas y tengo una
hipersexualidad muy grande.”
“Me acuerdo que mi padre tenía una tienda en el pueblo en que nací, y vino
una clienta que estaba muy buena y papá le probó unos zapatos y le tocaba las
piernas; a mí me echó, me dijo que me fuera al fondo y eso me dio mucha
rabia.”
Oscar tenía que estar controlando la cópula de los padres y por eso no podía
dormir. Salir al exterior era abandonar el control sobre la pareja parental y
especialmente a la madre.
Como existían imagos muy malas de la madre, tenía que desplazarlas y
proyectar afuera eso malo y lo localizaba en la gente.
Cuando habla de la madre, manifiesta que ella vivía pendiente de él, lo
cuidaba, le hacia las mejores comidas para él, también le exigía mucho; lo
sobreprotegía, lo llevaba a la escuela de la mano, o cuando ella no podía, le
daba dinero a un muchacho del barrio para que lo acompañara; dándole cantidad
de recomendaciones de cómo debía cruzar la calle, etc.
Le exigió que aprendiera el piano y llegó a ser el alumno más aventajado de
su pueblo. Tuvo que dar algunos conciertos en público, y eso exacerbaba sus
síntomas como vómitos, diarreas, sudores, etc.
Cuenta que era un verdadero suplicio tocar en público, pero lo hacía sin
decir nada, porque sabía que su madre se enorgullecía; pero su protesta se hacía
sentir somáticamente a través de los vómitos, las diarreas y mismo crisis
pitiáticas.
La madre era la que manejaba la casa y el negocio. Cuenta Oscar: “Ellos no
veían los esfuerzos que yo hacía.” “Siempre mi madre me decía que hacía todos
los sacrificios para mí, que ella me daba siempre lo mejor a mí.”
“Me acuerdo de los panes con dulce que me llevaba a la escuela, pero
siempre quería que fuera el primero de la clase.”
“Tenía que andar con una moña muy cuidada, también me doy cuenta de su
agresividad hacia mí; por eso siempre pienso que he tenido mala suerte,
pensando que siempre me consideré patón, luego culón y después narigón.”
“Siempre tenía que tapar mis defectos físicos.” “Cuando tenía 16 años siempre
tenía el problema de las manos frías y tenía sabañones enormes”. “Pienso que
no se les pudo escapar mi nerviosidad y sin embargo me exponían a cosas que
me ponían nervioso, como estudiar el piano.”
De este tenor fueron múltiples sesiones de quejas hacia los padres; la rabia
frente a la relación de los padres, lo único que le daban era pan con dulce, la
madre debería acostarse con él y sólo lo dejaba masturbarse (el piano), el tono
continuo de las sesiones es el de un amargado culpando a la madre por haberlo
hecho judío (patón, culón, narigón).
Con respecto al padre, Oscar cuenta que era muy parecido a él. “También
sufre de rubores cuando tiene que actuar en público y sufre de diarreas cada vez
que tiene que ir a una fiesta o reunión.” “Es muy temeroso a las enfermedades.”
“Yo saqué todo lo malo de mi padre.”
Cuando llevaba dos años de análisis y se había mejorado de su impotencia,
trajo el siguiente material:
“El socio de mi padre me dijo que mi padre desde hace dos años está
impotente, y decía que a veces se ponía a llorar porque estaba muy triste.” “Eso
no me conmovió profunda-mente al principio y lo relacioné con mi problema.”
“Pensé que era una impotencia psíquica y que tal vez va a ceder.” “Pensé
también en mi madre, siempre se queja, ella siempre anda de mal humor,
triste, huraña.”
“El sábado fui con esa muchacha que conocí hace poco, está muy bien
físicamente, pero está bastante disgustada, tiene una serie de proyectos
irrealizables; actúa en el mundo de los contrastes. Tuve muy buena relación
sexual porque quedó satisfecha.”
“Ahora se hace claro como sentí el impacto de mi padre.” “Hace unos
cuantos meses hubiera sido tremendo.” “Pensé voy a llevarlo al urólogo, hay
una serie de cosas que indican lo normal que estoy.”
“Anoche lo pasé con esa muchacha y cuando llegué a casa, mi madre estaba
muy ansiosa, había preguntado por mí a todas las comisarías.”
“Estaban preocupados los dos.” “Hablaron con un compañero mío, que sabe
mis cosas, y me dijo que mi madre estaba desesperada.” “Me acordaba del
ambiente en que me crié.” “Sin embargo persiste el insomnio, pensaba en el
problema de mi padre; pero no me angustié.” “No pienso que sea una cuestión
hereditaria, sino que es debido a mi personalidad, por el ambiente en que me
crié.”
“Cuando el socio me contaba lo de mi padre, temía que pudiera contagiarme
y volver a lo anterior; sin embargo no pensé muy en serio en llevarlo al
médico.” “Lo que él necesita es que yo me acerque a él; hacerle sentir que anda
bien, yo voy a tratar de apoyar a mi padre.”
En esta sesión siente que ha castrado al padre, y tiene mucho miedo a la
retaliación; aparece también la situación depresiva, que hace disminuir la queja;
desea reparar al padre; esto lo ha soltado, en el fondo sentía que como el padre
estaba impotente y la madre de mal humor, no había temor que se acostaran
juntos; sin embargo persiste en parte la situación persecutoria, demostrada por
el insomnio.
El insomnio representa los temores persecutorios frente a la escena
primaria; esto se veía muy bien cuando Oscar decía que tenía que volver o muy
temprano o muy tarde a su casa, para no tener que soportar los ruidos que
venían del cuarto de sus padres. Si venía temprano ellos se cuidarían de hacer
ruido y si venía tarde ya habrían tenido relaciones y estarían durmiendo.
Lo importante era no tener que soportar ese momento, sin embargo el
control interno de la escena primaria le impedía dormir dado que en el sueño
también podía reproducirse la situación traumática.
Como dice Melanie Klein, la situación de ansiedad, que surge de supuestos
acontecimientos destructivos, ataques y luchas dentro del cuerpo del sujeto y
que se mezclan con situaciones de ansiedad relacionados con acontecimientos
similares dentro del cuerpo de la madre, constituyen las situaciones de peligro
más profundas. “El temor a la castración que es sólo una parte, aunque
importante de la ansiedad, que se siente con respecto al cuerpo, oscurece en el
hombre todos los otros miedos.” Y se presenta en el psiquismo bajo forma de
insomnio, siendo éste el representante psíquico de la ansiedad corporal. El
insomnio y la paranoia son pues sinónimos.
Esta situación frente a los padres lo volvía a repetir en la situación
transferencial. En parte ponía lo bueno en mí; yo no soy judío y lo acepto, a
pesar de las cosas monstruosas que él tiene, él se está nutriendo conmigo, pero
estaba el aspecto negativo, porque sentía que lo podía separar de sus padres.
“Creo que lo más importante es venir acá, pero sentí vergüenza, porque tuve
ganas de llorar. Necesito estar con alguien que me contagie su valentía.”
“Antes de venir acá yo veía que tenía que dejarme de embromar, pero me
tiró abajo la hemorroides, que empezó a sangrar, había hecho materias duras y
tal vez por eso sangre. “Se acentuó el temor a la homosexualidad; es evidente
que yo hago mucho pamento y usted me lo tira al suelo; tal vez porque usted no
se escandaliza, usted ve las cosas y las interpreta; así debe de ser.”
“Me acuerdo que el profesor daba clase y decía que nadie tiene conciencia
de los actos del tubo digestivo; como hacer la digestión, etc.; y es cierto, si uno
estuviera dándose cuenta de lo que pasa adentro, estaría siempre con miedo.”
Al interpretarle que plantea el miedo frente a mis interpretaciones, es decir,
que conocerse a sí mismo le puede crear otra clase de temores, como lo
homosexual, manifiesta: “Que él no sabe qué hacer con esos recuerdos, están
ahí, y en cualquier cheque pueden surgir.” “Hay cosas que me ocurren sin que
me dé cuenta porqué.”
El paciente trata de mirar adentro de su tubo digestivo, es el insight, la
angustia grande es porque se va a separar de los padres y no sabe si afuera podrá
tener una buena relación, porque se siente muy destructivo.
Otra de las quejas hacia la madre era que quería feminizarlo.
Así se expresaba que la madre le dejaba el pelo largo y que en algunas
oportunidades le pintó las uñas, además le exigió que aprendiera el piano.
Tenía siempre que estar limpio y sufría porque no podía jugar con los otros
chicos del barrio, pues no podía volver sucio a la casa. “Eso me hacía sentir
inferior y distinto a los otros compañeros.”
Nuestro enfermo vivía un régimen intrauterino, no saliendo de la casa,
porque no podía cortar la conexión con la madre.
Era evidente que la queja hacia los padres estaba en relación con las quejas
de la madre en el acto sexual. Se había identificado con la madre en la escena
primaria. El lo decía cuando se refería a la impotencia del padre. “Mi madre
siempre se queja, ella siempre anda de mal humor, triste, huraña.”
También la queja hacia los padres es la expresión primaria de la agresividad
y estaba ligada al trauma del nacimiento, que en Oscar debió ser muy intensa
por haber sido extraído a fórceps. Esto se ve en una sesión que trae un sueño de
fantasía de nacimiento.
“Me parecía que estaba en una casa que tenía una verja delante, y delante
una puerta. Yo tenía miedo de cerrar la puerta y salí a la calle.”
“Allí había una mujer que estaba por parir; yo seguía caminando y me di
vuelta y la criatura salía por el lado de la cabeza (de la mujer), pero veía la
vulva. Yo pensaba, esta criatura se va a caer, porque la gente estaba esperando
al nivel de la cintura.” “Luego llegaba al hospital y preguntaba cómo era ese
parto. Había una mujer que estaba internada, creo que había matado a alguien, y
una doctora decía, que sospechaba qué iba a pasar; porque la enferma le contó
un sueño con armas.” “Yo pensaba: qué suerte que tengo, pues nunca soñé con
armas.” “Luego yo venía a verlo a usted, pero no en este lugar, y alguien me
decía que esperara. Yo decía con rabia que yo me analizaba con el doctor Rey.”
“Luego usted venía y un médico me mostraba un aparato y me decía si me lo
habían explicado.”
Como suceso diurno, relató que había oído por la radio una conferencia
acerca de la fisiología del último trimestre de la mujer embarazada.
Luego asocia con mis vacaciones y que en esa época había sucedido que
una patota había agarrado a un muchacho y lo había violado. Luego refirió
acerca de la rabia que le hubiera dado a él, si eso le hubiera sucedido.
Con la casa del sueño, aso ció con su casa del pueblo natal.
Sobre el embarazo, recuerda que la madre le contaba que lo pasó muy mal,
que tuvieron que sacarlo a fórceps; y el médico que la atendió dijo que eso
también le sucedió a la señora. “El hijo de ese médico se pegó un tiro.”
Luego asocia que la noche anterior discutió sobre Israel y las posibilidades
de guerra entre Israel y los árabes. “Para mí los que tienen la culpa son los
dirigentes árabes por el asunto del petróleo.”
“Estos días estoy pasando mal, siempre me quejo de mi modo de ser.” “Yo
no quiero venir acá a contar que lo paso mal, porque creo que usted no me va a
decir las cosas para no hacerme mal.” “Yo tenía miedo que usted me largara,
tenía miedo que me dejara, que no me siguiera tratando.”
La sesión es la expresión frente a la doble situación de abandono, la
situación actual frente a mis vacaciones, de separación con el analista, que
estimula la angustia primitiva del nacimiento, y el surgimiento de la envidia
primitiva frente al interior de la madre.
Se siente con mucha avidez, esto aparece en el sueño con la fantasía de
robarle el pene al padre. El padre es Israel y los árabes es él que desea quedarse
con el petróleo-leche, y por eso se siente culpable. Se identifica con el hijo del
médico que se mata o se vuelve loco.
Aparece en el sueño otra defensa contra la envidia, que es la idealización de
la vivencia intrauterina. Presenta todas las vicisitudes que significan, separarse
de la madre. “Poder caerse”, “no tener nadie que lo proteja”, “ser violado”
(episodio de la patota) y castrado.
Esto se reproduce en la situación transferencial cuando dice: “Tenía miedo
que usted me largara.” “Que no me quisiera seguir atendiendo.”
En resumen: en Oscar las quejas contra los padres estaban vinculadas a la
protesta frente a la escena primaria.
El se identifica con el padre y con la madre.
Con el padre porque se siente impotente como él, y la identificación con la
madre se hace a través de las quejas de la madre en el acto sexual; él también se
queja como suponía que lo hacía su madre. El no entiende que son quejas de
placer, sino que las vive como de dolor. Es el mecanismo de devaluación por
envidia; niega los placeres de la escena primaria por la intensa envidia que le
produce.
Para escapar a esta envidia hace una regresión que lo lleva a sentirse
feminizado y más profundamente trata de buscar una situación de dependencia
oral con la madre, en relación con la vida intrauterina, y con el trauma del
nacimiento.
El mecanismo básico de la queja es la negación de la envidia por la escena
primaria, y por eso insiste que es castrado, femenino, etc.
La feminización es para Oscar el temor a la castración y ese temor es el que
da origen a la diarrea, hemorroides, etc.

IV.— QUEJAS HIPOCONDRIACAS

Había en nuestro enfermo, junto con las quejas hacia los padres, otro tipo de
quejas, las de tipo hipocondríaco, en las cuales expresaba continuamente sus
dificultades y sus síntomas corporales.
Me martillaba con sus cefaleas, su supuesta hipertensión arterial, sus
molestias hepáticas y digestivas, junto con sensaciones especiales en sus
órganos genitales.
Suponía que no tenía cura para sus males, y que yo fracasaba en el intento
de curarlo, puesto que él no podía aceptar por ser estudiante de medicina, que lo
pudiera mejorar sin remedios. De esta manera suponía que me manejaba
omnipotentemente, haciendo que la relación con el analista se hiciera a través de
esta situación.
“Yo me doy cuenta que todas las cosas que tengo es porque soy nervioso, si
yo no fuera un enfermo mental, sería un hombre sano.” “Tengo 25 años y
siempre estoy enfermo.” “Pienso en los médicos que he visto y que se meten a
joder al enfermo.” “Ayer sentía cosquilleos en el meato y no pude dormir.”
“Pienso que sigo siendo un hipertenso, que tengo deseos enormes sexuales y no
lo puedo hacer porque tengo digestiones pesadas.”
“Me acordaba que había visto un chiste con respecto a la falta de agua: era
un hombre que tenía un balde lleno de explicaciones porque había falta de agua,
pero lo cierto es que no se podía bañar.
“Me acuerdo de los impulsos que tenía a los once años, tenía deseos de
succionarme mi propio pene.” “Pienso qué vida más desgraciada que he tenido,
pensaba que siempre voy a ser un amargado por todos esos recuerdos.”
“Me pregunto porqué no puedo vivir como los demás.” “Me acuerdo que
cuando fui a ver al doctor X, le conté todos los síntomas y él me preguntó hasta
qué edad dormí con mis padres.” “El se sorprendió, yo no conté todo porque no
tuve tiempo y por mis resistencias.”
Aquí el enfermo se queja que no lo ayudo, como se ve claro a través del
chiste del balde, y deja entrever que lo malo de él es su voracidad oral, no tener
nadie a quien sacar, por eso no le queda otra cosa que succionarse el propio
pene; lo mismo el sentido del chiste, la falta de agua.
Esto también se veía cuando expresó que durante una temporada tuvo que
andar cambiando de pensiones porque no le daban buena comida, o porque eran
poco acogedoras.
Sin embargo, se da cuenta que sus quejas sirven para defenderse y crear
culpa al analista; por eso a continuación dice:
“Si yo me siento mal es porque he visto lo que soy.” “Si usted me hubiese
dicho cosas que no se aplican a mí no las hubiera aceptado.”
“Siempre al principio se siente uno atacado por el analista, pero es por cosas
de uno.” “Yo sé que nadie es mago para sacarle las cosas a uno.”
La queja hipocondríaca tiene tres finalidades: 1) aparecer como muy
desvalido frente a mí; 2) culpable; 3) disociar la persecución para que no se
manifieste en la relación con el analista. Localiza la persecución en el cuerpo
para que no invada la situación analítica.
En otra sesión manifiesta que lo pasó muy mal. “Estaba muy nervioso y no
pude reprimir los deseos de llorar; mi padre al yerme también se puso a llorar,
entonces le dije que tenía impotencia; él me dijo que usted me iba a curar.”
“Pero yo pensé: no será que este médico es antisemita y me quiere eliminar.”
“Hoy a las seis estaba cenando y me sentí mal. Cuando perdí anatomía tuve un
cuadro de depresión muy intenso y no hablaba.” “Ahora mis padres están
preocupados. Mi padre es un hipertenso como yo.” “Cuando estaba en
ginecología había un hipnotizador que hipnotizaba a las mujeres para tener el
parto sin dolor, y él decía que en la perra vida se psicoanalizaría porque quién
sabe lo que salía.”
“Yo no tengo aplomo y siento todas las enfermedades; antes era más intensa
la sensación de la hipertensión.” “Pensé que estaba tuberculoso cuando me
encontraron un velo pleural.”
“Cuando tocaba el piano en público tenía diarrea y vómitos.”
“Si usted supiera la inseguridad que da la impotencia: cuando tenía 15 años
fui a tener relaciones sexuales y no pude. Esa noche perdí el conocimiento y
grité. Mi madre se asustó mucho; yo no me di cuenta, me lo dijeron mis
padres.”
Aquí trata de ubicar el perseguidor hipocondríaco en mí (el médico es
antisemita, el hipnotizador, que quién sabe qué le va a sacar) y también en el
padre con el cual se identifica (tiene hipertensión y diarrea como él).
Sus temores paranoicos que surgían de su voracidad oral, de su odio y
agresividad los pone afuera, en mí y en sus padres. Esto le permitía mantener la
disociación interna, evitando la depresión y también ocultando el sentimiento de
envidia. Era una manera enmascarada de expresar la voracidad y al mismo
tiempo negarla, dando la impresión que no se le podía ayudar. Sin embargo se
da cuenta que la hipocondría es una defensa y él la expresa cuando dice: “si yo
no fuera un enfermo mental sería un hombre sano”.
Sabe que si está enfermo puede obtener afecto y comprensión de mí, como
sentía que lo tenía de su madre. Se hace el inválido para retenerme por amor,
pues si está bien me tiene que dejar y viene la culpa.
Junto con este tipo de quejas hipocondríacas fueron apareciendo otras
quejas de tipo homosexual; y esto se hizo así, porque iba disminuyendo la
disociación y por lo tanto ya no podría localizar el perseguidor en su cuerpo.
Empezó a necesitar de otro tema pantalla que fue la homosexualidad. Se
hizo el homosexual porque no le servía más la defensa hipocondríaca y además
sentía que tenía que ir entregándose más y más a mi.

V.— QUEJAS HOMOSEXUALES

Otro tema pantalla de su defensa fue la homosexualidad. Con motivo de


recordar algunos juegos homosexuales de su infancia, comenzó a lamentarse,
durante mucho tiempo, de sus temores a ser homosexual.
Suponía que yo le había injertado otra preocupación más que él no tenía: de
que pudiera tener componentes homosexuales.
Así muchas de las sesiones tenían esta queja:
“Siempre se me aparece la infancia y eso me deja deprimido; yo me había
dado cuenta estos días que cuando me acuesto, silo hago boca abajo se me
aparece la idea si yo fuera homosexual, que me podrían violar y eso me revienta
y ya no puedo dormir.”
“Me da rabia contra mis padres.” “Si yo fuera homosexual me mataría; me
da la impresión que usted no quiere tocar este tema porque me va a doler
mucho.”
“Cuando siento a mi madre quejarse, cuando está trabajando, me acuerdo de
cuando tenía relaciones con mi padre.”
“Si otra persona hubiese sentido a sus padres tener relaciones, ¿habría
reaccionado igual que yo? ¿Eso revela que uno es homosexual?”
“Mi padre es tan nervioso; ayer para salir tuvo que ir varias veces al cuarto
de baño; cuando tiene que manejar le vienen ganas de defecar; ¿por qué gente
así tendrá hijos?”
Nuestro enfermo siempre trata de ser infeliz; él se presenta como si no
tuviera la culpa de lo que le pasa. El se hace homosexual porque tiene mucho
miedo al padre y al analista.
La diarrea del padre lo ve como agresividad; y así él también se identifica
con su padre; proyecta también en mí que lo considero homosexual, cuando
habla que acostado boca abajo tiene una relación homosexual conmigo en la
situación analítica acostado en el diván.
En la casa sentía la situación edípica, se angustiaba y aparecía la defensa
homosexual. Esto se vio en una sesión en que trajo un sueño.
“Veía a un muchacho que vive enfrente de casa, que se había metido en la
Escuela Militar, lo veía que se estaba poniendo un uniforme o un sombrero.”
Asoció con el muchacho con recuerdos de su adolescencia y las fantasías
masturbatorias de ver a su profesora de piano desnudarse de a poco delante de
él. Luego sigue asociando con sus tareas en el hospital y dice que durante la
guardia, se pasó haciendo tactos vaginales al mismo tiempo que contaba chistes
con una enfermera que tenía las piernas cruzadas y se le veían las nalgas.
Cuenta luego un episodio de un compañero que se volvió loco y le hicieron
electroshock. Supone, luego de esto, que mi interpretación del sueño tenía por
finalidad decirle que él tenía deseos homosexuales con el muchacho de enfrente.
“Me doy cuenta que estoy muy inhibido, y mismo me doy cuenta que no
todo es lo homosexual, que hay otras cosas. Pienso que yo debería poder tener
relaciones sexuales y que todavía no puedo.”
Tiene ahora la comprensión del aspecto inofensivo de la fantasía
homosexual; siente que en la sesión pudo descargar las fantasías homosexuales,
pero pudo progresar afuera, mete los dedos dentro de la vagina. Tiene la fantasía
de ser militar; está empezando a adquirir su potencia.
Sin embargo trata de engañarme con el sueño, escondiendo el sentido
edípico del mismo y transformándolo en un contenido homosexual.
Se hace el homosexual para evitar la situación edípica.
Se identifica con el padre castrado, al cual lo siente sometido
homosexualmente a la madre fálica.
Todo el trabajo de él es demostrar que no es agresivo sino que lo agreden,
para evitar ser dañado. Trata de manejar la agresión interna, se hace el enfermo,
el homosexual, el pasivo porque él está tratando de ser fuerte para vencer a la
madre.
Al mismo tiempo que se queja para agredirme, impide ser agredido, se hace
el pasivo y de esa manera no se le quita nada, pudiendo al mismo tiempo sacar.
Esto se vio cuando pudo dar el primer examen, desde que inició el tratamiento.
“El lunes pasado di el examen y me quedé muy contento; me empezaba a
sentir mejor, pero aparecieron todos los recuerdos infantiles.”
Cuenta luego episodios homosexuales y fantasías como la de succionarse su
propio pene. Era bien claro el entregamiento homosexual al analista porque
había dado un paso hacia adelante.
Se angustia frente a la situación de hacerse adulto y se refugia en sus
síntomas, en su situación infantil.
Siente que tiene que ocultar su avidez, como siente que tiene que estar
chupando continuamente; de ahí que esa avidez pueda volverse contra él,
sintiendo que también lo pueden chupar y vaciar como desea hacer él.
Pero los motivos más profundos de su queja homosexual era hacerse el
dañado para esconder su avidez. Tenía que esconder el robo, porque eso
significaba matar; como se ve en una sesión que trae tres sueños.
“El jueves de noche soñé que estaba con una muchacha ludía comunista; a
esa muchacha yo la invité hace unos meses para ir al cine, pero fue cuando
usted se fue de vacaciones, y yo estaba muy nervioso y no salí por mis
trastornos.”
“En el sueño parecía que trataba de conquistarla, yo no podía llegar a
conquistarla y eso me desesperaba; había una serie de contratiempos, creo que
tenía angustia, era como querer una cosa y notar que no puedo; después me
desperté, pero seguí durmiendo y soñé algo que me reventó.”
“Yo estaba con el compañero de mi pueblo, el estudiante de medicina, creo
que es un muchacho sano. Aparecía yo en el sueño como si estuviera haciéndole
el amor. Yo me daba cuenta que estaba mal, creo que estábamos en una casa de
citas, y pensaba que debía estar con una mujer. Eso me reventó y me levanté
mal. Igual no me angustié, aunque estuve deprimido.”
“No puedo menos que quejarme de esta situación; yo me doy cuenta de mi
carácter obsesivo; de pensar en lo de antes y qué hacer.”
“También soñé otra cosa con respecto al tratamiento. Ayer estaba
escuchando por radio a un judío, un escritor; él decía que se preocupó de joven
por la guerra y la paz; y que le escribió a Freud varias cartas y Freud no le
contestó. Habló de lo lindo de Freud y a mí me reventaba.” “Yo leí el libro de
Stefan Sweig sobre Freud, él decía que lo importante fue la proyección de la
obra de Freud y lo menos importante era curar a unos pocos neuróticos.”
“Eso me fastidió. Yo pensaba en mi situación; estoy algo mejor, pero sin
llegar a la situación que deseo.”
“De noche soñé que aparecía un viejo, como si fuera Freud, y yo lo veía
como si estuviera en peligro de muerte, como si quisiera matarlo.”
“Pienso en las interpretaciones suyas, que a veces me matan a mí; hoy no
puedo más que quejarme; yo vengo aquí, me quejo pero no es desahogo para
mí, si vengo aquí mal, sigo mal aunque usted no me diga cosas o diga algo que
me favorece.”
Silencio.
Al interpretarle que los tres sueños se refieren a mí y que trata de expresar
que no le doy nada, porque esa es la manera de seducirme; teme que me pueda
dar cuenta que trata de sacarme la potencia, por eso tiene que expresar primero
la rabia hacia mí y al tratamiento; pero en el tercer sueño se manifiesta la
angustia porque siente que me ha quitado la potencia; soy viejo, y entonces
puedo matarlo por venganza. En el primer sueño trata de emplear mi potencia
cuando yo no estoy; en el segundo sueño quiere seducirme, y siente que yo lo
perjudico, lo trato de homosexual; y en el tercer sueño, se angustia porque teme
que yo me dé cuenta del doble papel que está jugando.
En realidad esconde su avidez porque esto obedece a dos tipos de angustia:
el temor a ser matado por mí y la angustia depresiva de matarme a mí.
Luego asocia con una película en la cual aparece una mujer que se casa
veinte veces. “Esas mujeres del gran mundo y que pagaba cincuenta dólares al
analista por hora, era falso porque esa mujer no necesitaría un análisis, era una
descocada, una puta.” “Pensaba que en Estados Unidos pagan cincuenta dólares
y yo solamente le pago 15 pesos.” “Pensaba que yo tenía que merecer esa
rebaja; esto me pudre a mí y a usted.” “Yo soy el enfermo y tal vez yo vengo
acá, hablo que ando mal con mis padres y eso me da rabia y me perjudica.”
“Tendría que ser diferente y nunca lo hago; siempre con rabia y siempre con
rencor.”
Aquí expresa el paciente el temor al cambio, si cambia existe el peligro que
le exija demasiado, es preferible seguir presentándose así.
Existen fantasías de reparación, se culpa por lo que molesta, hay un intento
de reparación, aunque sea dándome algo bueno, dinero o cambiando. Siente que
yo le doy más a él que lo que él me da a mí. Además siente que yo le estoy
haciendo nacer a la vida sexual.
El acceso a la heterosexualidad se pudo ir logrando a medida que las
tendencias reparatorias se iban fortaleciendo, y esto se logró cuando pudo ir
dándose cuenta que podía ganar cosas fuera de la situación analítica, sin
perjudicarme a mí.
Como iba perdiendo sus inhibiciones, pudo acercarse a la mujer de tal
manera que consiguió a una chica a la que hizo amante suya, logrando
embarazarla.
“Anoche salí con la muchacha que tengo y me dijo que creía que estaba
embarazada, dice que tiene vómitos y se siente mal.”
“Eso me cayó mal porque pienso qué le va a pasar a ella; está asustada.”
“Yo tengo un amigo que se dedica a eso. Estaba pensando en dejarla,
porque ella no sabe ni cómo me llamo. Ella no pregunta nada.”
“Si la dejo sola, eso significa quedarme solo. Yo disponía de ella y tendría
que empezar de nuevo con otra y tendría que conquistarla.”
“Realmente no sé qué hacer. Por un lado creo que lo que tendría que hacer
es dejar que ella se arregle sola, porque si no va a haber lío para mí; hacer como
se ve en el hospital; eso estaría dentro de una actitud más positiva.”
“Si pierdo buscaría a otra.”
Silencio.
“Es evidente que no tengo ganas de hablar, tal vez porque estoy deprimido.”
“Esta situación también deriva de mi enfermedad, un trastorno trae el otro.”
“Ya ve cómo ando; no sé qué salida darle a esto.” “Si le digo de abortar,
usted sabe las consecuencias que trae, entonces me queda casarme con ella, y
eso es un disparate.” “Creo que primero hay que averiguar si está embarazada o
no.” “Así le dije a ella, a pesar que aparentaba estar muy sereno, estaba lleno de
dudas y temores, siempre con incertidumbre; llegué a pensar que tal vez no es
hijo mío, que tuvo relaciones con otro y yo cargo con el fardo.”
“Me siento mal, aparecieron los temores que tenga hipertensión y los
dolores de cabeza se han acentuado.”
En esta sesión demuestra que la relación sexual todavía la vive como algo
muy destructivo para él. La mujer por acostarse ya está destruida, le recuerda
toda la rabia hacia la madre. No quiere tener la responsabilidad de tener hijos,
porque está prohibido para él; porque eso significaría que no es impotente como
el padre, y sentiría que le ha robado la potencia al padre y analista, y surgiría la
culpa, entonces aparece la defensa, yo estoy enfermo, no puedo hacerme cargo
de esto. Siente que el que tuvo la relación fue el analista, fue el pene del analista
el que embarazó a la mujer y por lo tanto el analista es el que tiene que hacerse
cargo de la situación.
El es enfermo y por lo tanto incapaz de embarazar a la mujer; de esta
manera encubre la culpa, que supone trae el hecho de embarazar, y trata de
refugiarse en sus síntomas.
Aquí la queja hipocondríaca está en función de una negación, para poder
manejar la culpa.
Sin embargo, la depresión y culpa lo ha integrado y tiene conciencia que ya
no puede utilizar la supuesta homosexualidad.

VI.— DEFENSA INTELECTUAL

En este momento comienza otra etapa de sus defensas, lo homosexual ya no


lo puede utilizar, sabe que embarazó a una mujer, que es potente y que puede
tener relaciones sexuales normalmente; comienza entonces con sus defensas
intelectuales.
Así en una sesión después de haber dicho que había tenido tres orgasmos
perfectos en una noche, usando preservativo, dice:
“Todo me sale bien, los exámenes, el carnet de salud, lo de esta muchacha.
Cuando estaba con la preocupación de dar examen, yo me pasaba pensando en
las fantasías homosexuales, ahora esta preocupación del embarazo diluyó lo
homosexual. Ahora todo marcha bien, estoy mucho mejor que antes, eso es
evidente y entonces ahora vuelvo a vivir los recuerdos penosos, pienso qué se
propone este tratamiento.”
“Ayer estaba en la Facultad, fui a buscar un libro de neurología y miré los
capítulos de neurosis; leí lo que decía Adler sobre la neurosis, y hablaba cómo
es el neurótico, que busca a una muchacha a quien dominar y al final decía el
tratamiento que debía hacerse para que el muchacho se encontrara a sí mismo.
Yo veía antes mis inhibiciones y que tenía que insistir en lo positivo que tengo;
por eso se me ocurrió pensar qué objetivo perseguía usted en este tratamiento.
Comprendo que no se puede dar indicaciones, y pensaba que lo que me perturba
es haber tenido fantasías homosexuales; lo veía a usted muy severo, porque así
era Freud, y usted tendría que ser igual.”
Aquí el enfermo se asombra que todo marche bien; por eso para qué venir al
análisis, cuál es el objetivo del tratamiento, no hay preocupaciones,
reemplacemos esto por la ciencia. Trata de identificarse conmigo, de ser como
yo, de tener todos los conocimientos; desea saber qué pasó con lo pasado, dónde
está, porque mientras eso no suceda no puede estar tranquilo, pueden volver las
cosas de antes. Desea tener todas las cosas adentro ordenadas, como supone que
las tengo yo.
En otra sesión dice lo siguiente: “El viernes no vine porque no estuve bien;
se me paraban los pelos, tenía espasmos en el pene. El jueves no me acuerdo de
qué habíamos hablado; lo cierto es que me fui mal, me quedé callado y era
como un silencio hostil.” (En la sesión anterior se le había interpretado el
significado de la defensa homosexual, que me mostraba el ano para que no le
tocara su potencia.) “Como me sentía mal, decidí no venir ayer.”
“El fin de semana empecé de vuelta a pensar en todo lo que me había
pasado, que cuando era chiquilín usé melena, que dormía en el cuarto con mis
padres, y todo eso lo vivía como factores de mi enfermedad, y la rabia que eso
me producía, al mismo tiempo ver cómo pude lograr algo; yo le atribuía un ca-
rácter fatal a todo esto, pensaba en mi madre, estoy así por culpa de ella y junto
con eso el insomnio.”
“Estos días ocurrió un incremento en odio hacia mis padres. Pienso si no
estaré exagerando los síntomas para vengarme. Si uno se considera incurable no
reacciona con rabia.”
“Pienso en la desconfianza, en lo que gané, que puedo perder lo que tengo.
Eso de pensar en lo homosexual es como una advertencia para que no me pueda
ocurrir, es como evitar que eso ocurra.”
“Lo que le voy a decir no le va a agradar a usted; si yo tengo rabia a mis
padres, me crea eso sentimientos de culpa y temo su interpretación como si yo
desviara hacia mis padres lo que yo siento dentro.”
“Cuando pienso eso se plantea mis relaciones frente a usted; y es algo que
no sé realmente, siempre lo vivo como que usted se va a mortificar por lo que
me pueda pasar a mí; no lo vivo como un amigo, usted es analista y hace lo que
puede. Me acordaba de lo homosexual, que duermo mal y eso me da sensación
de enfermedad; mi madre se pone fastidiada porque me levanto tarde y cree que
lo hago por gusto, todo se vuelve contra mí.”
Cuando se le interpreta que siente que el conflicto está adentro suyo y que
para defenderse lo proyecta en sus padres
y en mí con el objeto de poner lo malo afuera y quedarse con lo bueno adentro,
dice: “Sí, me doy cuenta que trato de localizar en alguien al perseguidor y
pienso qué fastidio que me pase
a mí esto.”
“Uno se lamenta de ser neurótico y eso me da rabia, sé que es una actitud
negativa, pero es algo que revienta. Pienso que hay una cantidad de cosas que
yo no sé la explicación.”
“Estos días traté de leer en Litter, con la actitud de saber por uno mismo
cuál es la explicación de las cosas.”
Mi interpretación de lo homosexual, lo movilizó y por eso faltó, tuvo
recuerdos pero no los trajo, y se analizó solo, si los traía a la sesión eran ciertos;
recorrió toda la vida de él, tuvo “insight”, pero no los trajo, y entonces culpó a
la madre.
Mientras hablaba intelectualmente de la homosexualidad no pasaba nada,
pero cuando tuvo repercusión afectiva se le pararon los pelos, apareció todo el
mundo de la destrucción.

El espera apoderarse de mi potencia, chuparme e incorporar mi pene, pero


por su propia avidez teme ser destruido internamente, lo que equivale a la
castración; lo mismo el sometimiento, por eso aparece el espasmo del pene;
entonces trata de cambiar, hace un intercambio intelectual, no robarme el pene
sino mis conocimientos, desea aprender en Litter los conocimientos que le
faltan.
En este momento surgieron en él, fantasías de ser analista, y ser como yo.
Sentía que ya era potente y sólo le faltaban los conocimientos para igualarme
pero no se atrevía a decirlo abiertamente, porque eso era expresar los deseos de
robo.
“Ayer cuando me fui de aquí y lo saludé, me pareció que usted tenía cara de
estar podrido de oír siempre lo mismo. Yo estaba queriendo decir que es una
situación desagradable que uno se acuerde de estas cosas.”

“A mí sólo me queda o apechugar con estas dificultades o terminar con


todo. Creo que tengo que adoptar la actitud de una persona normal, creo que hay
que atenerse a lo que uno tiene de positivo. Sé que los instintos están bien
dirigidos. Ayer hablaba con mi madre acerca del negocio de mi padre, y surgió
la sensación penosa de estar viviendo a costa de mis padres; sentí que no podía
salir de todo esto, no puedo trabajar, hacer lo que quiero. Me hace sentir
culpable el hecho de haberlos hecho venir a Montevideo.”
“Yo vengo, hablo, pero me doy cuenta que necesito tiempo. Estoy
persiguiéndome constantemente, no creo firmemente en mí mismo.”
“Las primeras veces que vine acá, me llamaba la atención una creencia mía;
fue cuando una vez vi que usted tenía un diario y yo me sorprendí porque usted
leyera el diario. Pensaba: ¡cómo va a leer el diario, una cosa tan insignificante
como ésa!, como si usted sólo leyera cosas superiores.”
“Sacaba la conclusión de lo papanatas que era, creyendo que la gente vive
en otro mundo. Cuando veo algo que una persona hace, yo quiero hacer lo
mismo.”

Se ve aquí la fantasía de ser analista; él también está podrido porque quiere


ser analista y no lo puede decir. Tampoco quiere darme la mejoría, por la
rivalidad, porque yo no le doy mis conocimientos.
Mejorar sería identificarse conmigo, imitarme y entonces no sería él sino
yo; eso no lo ve valioso, porque tiene una impresión muy desvalorizada de sí
mismo. Se puede ver aquí la identificación proyectiva, como manifestación de
la envidia.
También se ve cómo la situación paranoide se mezcla más y más con
elementos depresivos. Se siente culpable frente a sus padres y a mí;
disminuyendo sus quejas a medida que la situación depresiva se va haciendo
presente.
Sin embargo tenía temores a recibirse de médico porque sentía que iba a
tener que dar todo lo que había recibido. Cuanto más ganaba, más se quejaba
por temor a que le sacaran cosas. Deseaba despistarme, que no me diera cuenta
que cada vez era más rival mío.
En este sentido la queja tenía el significado de un mecanismo de negación,
tenía que conservar el control, para no ser tomado desprevenido y para no verse
expuesto a una ansiedad súbita. En el fondo se valía de la proyección, negación
y racionalización para manejar sus situaciones de culpa.
Oscar lo decía cuando expresaba: “Si yo tengo rabia a mis padres, eso me
causa sentimientos de culpa y tomo sus interpretaciones como si yo desviara
hacia mis padres lo que yo siento adentro.”
Creo como dice John Riviere: “que la falta de afecto tiene que ser
considerada ante todo como un temor a la ansiedad que produce el afecto”.
Como se vio en otra sesión en la cual el enfermo empieza diciendo: “Estoy
pensando en lo que voy a contar, son cosas que han pasado antes, que son
patológicas, de modo que me revienta contar.”
“El martes fui con mi novia a la Rambla, me caliento, no sé para qué,
aunque no quería, surgió el temor de vaciarme y me vacié. Me llena de rabia
contarlo, total ¿para qué?, siempre estoy igual, lo único que saco es odio.”
“Ayer fui al hospital a hacer guardia, vi un caso muy interesante, un niño
con una cardiopatía congénita; después me
fui a casa a dormir hasta las cuatro y después tener que venir acá a contarlo;
hubiera preferido haberme quedado en casa. Tengo la certidumbre que el
análisis no me da lo que yo quiero.”
“Antes pensaba que las cosas cambiarían solas; pienso que no necesito su
ayuda, mi situación es igual que antes.”
Aquí vemos nuevamente la defensa intelectual (usted no me sirve, lo puedo
encontrar en los libros) como forma de la queja.
Sin embargo al interpretarle que la situación ha cambiado, que ahora siente
afecto hacia su novia (primera vez que dice novia), eso le trae culpa.
En seguida dice que no entendió lo que le dije, “pero sin embargo me quedé
callado, pensando que estoy harto de explicaciones”.
Al decirle yo que la angustia es porque siente que el fracaso puede
destruirme a mí y a él internamente, que teme contagiarme su decepción, hace
movimientos con las piernas y pies como si quisiera irse; luego agrega: “No hay
duda que me siento peor, me llena de rabia; si uno viene aquí, viene a buscar
algo. Estoy pensando en lo enfermo que estoy; si salgo a la calle me siento
como un trapo, si pienso que estoy enfermo me siento mejor, pienso que está
adentro mío el impotente. Pienso cuando compré el revólver para pegarme un
tiro; si no lo hice fue pensando que algo debía tener de bueno adentro.” La
sesión demuestra que él se siente un fracasado, se siente como un niño, el mal
está en su corazón, es el niño de la cardiopatía, está triste por el fracaso frente a
mí, se da cuenta que no es omnipotente ni yo tampoco, y se siente frustrado por
su propio fracaso.
Tratar de cargar con la culpa, para no yerme que no soy omnipotente.
En el fondo siente que el cambio puede traer consecuencias desastrosas para
el analista y para salvarlo se acusa él de ser impotente; en el fondo se defiende y
me defiende de algo que es muy peligroso para él, que es la depresión. Sentiría
entonces que ha destruido sus imagos internas queridas, por eso supone que el
suicidio o la locura podrían sobrevenir si la ansiedad depresiva surgiera.
Como dice Melanie Klein: “El amor trae dolor y el dolor trae culpa; el amor
debe morir porque el amor es muerte, además no habría nadie a quien alimentar
y nadie que pudiera alimentarlo; es decir, darse cuenta que los horrores residen
dentro de sí mismo.”
Por eso tiene que acudir a la proyección. Son los padres, para Oscar, el
analista y los que no son judíos los que lo persiguen y tiene que quejarse
continuamente de ellos para no caer en la situación depresiva, que significa
darse cuenta de su agresividad, envidia y maldad hacia sus objetos
internalizados. Entonces trata de demostrar que el análisis no tiene efecto sobre
él; emplea la queja como demostración clara del fracaso del analista-padre.
Lo que ocurre es que tiene miedo a perder las cosas, porque siente que ha
hecho poco esfuerzo, sabe que todo lo consiguió por el análisis, pero teme que
me dé cuenta de eso y venga la retaliación; por eso trata de demostrarme que
está sometido al analista pero que no se está tratando.
El no quería demostrarme su mejoría por la rivalidad y envidia hacia mí,
sentía que mejorarse era identificarse conmigo, eso era imitarme y entonces no
sería él, sino yo. Esto no lo veía valioso porque en el fondo tenía una impresión
muy desvalorizada de sí mismo. Tenía miedo a no servir para nada, y por lo
tanto a fracasar; por eso se refiere continuamente a sus temores en forma de
quejas, porque así los puede manejar, es como si pensando en los temores puede
lograr algo. Si fracasa, bueno, era algo previsible y si triunfa lo acepta como
algo ganado al azar, pero que lo esconde para que nadie se dé cuenta y de esa
manera no se lo roben; así despistaba al analista; se quejaba cuanto más obtenía,
de esa manera sentía que encubría su avidez y me vaciaba; representaba yo el
papel de su madre devoradora y hambrienta; es decir, la imagen mala
internalizada que la proyectaba en mí, guardando dentro de él la imagen buena y
gratificadora que lo ayudaba a crecer y hacerse adulto. Nuestro enfermo tenía
una angustia de castración muy grande, debido a que su avidez era tremenda,
por la situación primitiva frente al pecho, el querer chupar a todo el mundo le
hace sentir que puede ser chupado por todos. Si se es muy ávido existe el
peligro de ser devorado y vaciado.
La avidez de Oscar era tan intensa que tenía que estar succionando
ininterrumpidamente, no podía soportar que se cortara el chorro.
Por eso cuando se conecta con alguien, la relación objetal puede sufrir las
mismas vicisitudes que con la relación objetal primitiva.
Trataba de conectarse con el analista sin que éste se diera cuenta,
aparentando por momentos hacer una reacción terapéutica negativa, quejándose
y quejándose. Pero eso era el camouflage; se fue curando a escondidas porque
tenía que conseguir las cosas sin arriesgarse, por eso tenía que quejarse que
alguna cosa estaba mal. Así primero fue la hipocondría, luego la
homosexualidad; cuando estas defensas fueron haciéndose inservibles
aparecieron otras como la intelectualización, evitando así, de esa manera, la
vivencia de la relación interpersonal.
Esto, en parte, explicaba su sintomatología abigarrada. Deseaba
continuamente mostrarse, pero no se lo podía permitir por temor a ser castrado,
por eso la reacción frente a la gente era la diarrea, el cagarse de miedo. Lo
homosexual era la parte descompuesta, por eso huía a la competencia (no podía
dar exámenes) y la consiguiente vivencia del fracaso.
Tenía que proyectar y desplazar afuera eso malo y lo localizaba en la gente,
se ponía colorado, porque quería conquistar y seducir.
La fobia de los exámenes era la angustia de competición con el hombre, y
en relación con la mujer surgía la impotencia y eyaculación precoz.
La vagina la imaginaba también muy ávida. El dilema era de meterse o no
meterse y salir lo más rápido posible, para evitar ser tragado por la mujer; esto
se expresaba sintomatológicamente por la falta de erección o la eyaculación
precoz.
En la situación transferencial trataba de robarme y encubrir por la negación
lo que sacaba.
Se quejaba continuamente para poder seguir sacando siempre.
El tenía dobleces como defensa, pero se daba cuenta; en e] fondo tenía
miedo a juntar las cosas porque para eso tenía que conectarse afectivamente y
por eso otra de las quejas era que yo no era afectuoso con él; atribuía su falta de
afecto a mí, sentía que haciéndose el enfermo me retenía con su amor y si estaba
bien, tenía que dejarme y aparecería la culpa.

VII.— PROCESO DE CURACION

Esto pudo verse más claramente cuando se recibió y pudo enfrentarse con la
realidad de una manera más adecuada.
Surgieron entonces los miedos a perderme, haciéndose más evidentes los
elementos depresivos y, con ello, las quejas disminuyeron.
Así en una sesión dice: “Me siento mejor; estoy estudiando oftalmología,
pienso hacer esa especialidad. Estoy viendo enfermos, me va bien en todo;
pensaba: ¿para qué venir?, pensaba en mi situación y en la suya. Usted se pasa
entre locos y la gente piensa que se puede volver loco. Pensaba que usted no
está lejos de mí.”
“Antes no podía hablar a personas que tuvieran problemas psicológicos.
Ahora me doy cuenta que no es cierto que la gente se vuelva loca por tratar
locos, si uno está satisfecho. Yo andaba a las patadas, y ahora todo es favorable.
Yo lo llenaba a usted de dudas y temores.”
“Estoy pensando en quedarme y trabajar en Montevideo, hacer concursos.”
“Pensaba: qué lindo es estar aquí; uno hace lo que quiere; en cambio, es
distinto en una ciudad chica. Si me quedo callado siento pesadez y borborigmo
en el estómago; el acto digestivo se hace consciente.”

Siente que ha conseguido muchas cosas de mí, se siente adulto y vive la


pena por tener que dejarme; se siente culpable de haberme dado tantas cosas
malas, por eso supone que puede enloquecerme, pero lo rechaza porque tiene
“insight”.
En otra sesión pudo todavía expresar más abiertamente sus deseos de
sentirse igual a mí. Después de hablar que había conseguido un puesto de
médico en un hospital psiquiátrico, expresó sus dudas que yo pudiera verlo
como algo muy audaz de su parte: “Antes yo lo veía a usted muy diferente,
ahora tal vez por el hecho de haberme recibido y actuar en el ambiente psi-
quiátrico, lo veo a usted como es, como hombre; antes yo era estudiante, ahora
veo lo que es el médico. La imagen era que usted estaba por encima mío, ahora
yo hago las cosas que hace usted; tal vez no como usted; por lo tanto yo no
puedo seguir como antes. No puede ser que ahora siga sintiéndome inferior a
usted; ya he crecido, no puedo seguir en actitud de sumisión frente a usted.”
VIII.— CONSIDERACIONES FINALES

Debo decir que pude darme cuenta del papel que desempeñaba la queja en
el material de mi enfermo cuando éstas se hicieron intensas y
contratransferencialmente produjeron en mí una creciente molestia y por
momentos cierto grado de ansiedad. Esta fue la señal de alarma que me permitió
darme cuenta del manejo inconsciente de su intensa identificación proyectiva, y
cómo me contraidentifiqué proyectivamente. Tal vez porque surgió en mí su
condición de estudiante de medicina, sus dificultades para su actuación y sus
inhibiciones; núcleos éstos, tal vez remanentes neuróticos, que estaban trabando
mi actuación.
Pude darme cuenta entonces que sus quejas eran la pantalla para encubrir su
envidia y sus defensas contra las angustias persecutorias.
Sentí que con la queja, por lo persistente, tenía el equivalente de querer
mostrar una parte de él que tuviera por finalidad despertar compasión,
sentimientos tiernos, y presentarse al mismo tiempo como un lactante, inválido
e incapaz de valerse por sí mismo.
Esto lo sentí claramente en las sesiones que tuve que hacer en su casa,
donde se presentaba en la cama, arrollado, llorando e implorando ayuda en una
forma muy primitiva.
También sentía que otra parte suya la ocultaba y esta parte era la de
rivalidad y envidia por las cosas que suponía que yo tenía.
Esta parte no la podía mostrar porque significaba verse expuesto a la
venganza. Había aprendido, por el contacto con sus padres que eran judíos, que
era necesario ocultar las ganancias y presentarse como indigente, porque la
envidia de los no judíos podía traerle sufrimientos y situaciones de persecución.
Se veía así que era evidente que la queja servía para poner una distancia entre
partes de él, y entre él y el analista.
Trataba a través de la queja de pasarme la parte hostil y envidiosa de él, en
parte, para desprenderse del perseguidor interno y, en parte, para poder darse
cuenta cómo el analista se comportaba con ella y poder reasegurarse de las
capacidades de reparación del analista y, como consecuencia, de las suyas
propias.
Durante un cierto tiempo del análisis, las quejas fueron dirigidas hacia los
padres; eran éstos para Oscar los culpables de su situación paupérrima; ellos no
le habían dado una educación adecuada y le habían contagiado su neurosis,
también sus propios defectos; le exigían cosas y deseaban que fuera Oscar la
cristalización de sus propios deseos.
Es decir, que en sus quejas nuestro paciente quería expresar lo vacío que se
encontraba por no haber recibido bastante de su madre, lo que le hacía suponer
que ella se quedaba con la mejor y lo compartía con su padre; por lo tanto, sus
padres eran los objetos envidiados y hacia ellos tenían que estar dirigidos todos
sus ataques de rabia y voracidad; desembocando en la vivencia de la escena
primaria, que es el prototipo de la situación más envidiada por Oscar por haber
vivido múltiples veces esta situación.
Se identifica con las quejas de la madre en el acto sexual, sintiendo que la
queja es una manera de someterse al perseguidor, pero también es una manera
de obtener goce y apoderarse de cosas buenas y poder ser alimentado. Esta
situación la repetía en la situación transferencial, sentía que tenía que quejarse
para que el analista se hiciera cargo de su envidia y al mismo tiempo poder
obtener las cosas buenas que él ambicionaba de su analista. Pero esta situación
podría traerle culpa porque su avidez acabaría destruyendo a la fuente de sus
gratificaciones. Entonces esgrime la queja homosexual: él se entrega
pasivamente al perseguidor porque todavía no se atreve a manejar la culpa; por
eso la niega, siendo la queja expresión de esta negación.
La queja homosexual surge como defensa y para encubrir el robo de lo que
ya conscientemente sabía que me iba sacando. Progresaba afuera (daba
exámenes y tenía relaciones sexuales) y eso significaba para él que me iba
destruyendo, agotando (material de los tres sueñas) y junto con ello se hacía
presente la angustia de castración, viviéndola ésta somáticamente, con la diarrea
y descompostura.
Por eso trata de mostrar que se somete al analista; se hace el homosexual
para de esa manera evitar ser castrado.
Oscar necesitó, a través de su análisis, ir confrontando sus temores internos
con la realidad externa y cuando vivenció que los peligros residían dentro de él,
y que el mundo externo no era tan hostil como en su fantasía imaginaba, pudo
conectarse exitosamente. Sus angustias persecutorias disminuyeron; pudo
manejar la angustia depresiva, pudiendo de esa manera manifestar más
abiertamente sus deseos de igualarme. Esto se manifestó por medio de otro tipo
de protesta que manifestaba su avidez, frente a lo que él consideraba mi
superioridad intelectual, y como suponía que yo no le quería dar mis
conocimientos trataba de buscarlos fuera de la situación analítica en los libros,
en su trabajo (obtuvo un puesto de médico en un hospital psiquiátrico); pero ya
las quejas tuvieron un carácter más competitivo y menos destructivo. Se fue
acercando a la gente; pudo tener éxitos en su carrera y pudo integrar a sus
padres como objetos totales.

RESUMEN

El motivo del trabajo es mostrar el papel que la queja desempeñó en el


enfermo, como defensa frente a la envidia que sentía con el analista; separando
la parte hostil y envidiosa de sí mismo y colocándola como pantalla para
encubrir lo que sacaba al analista, y de esta manera no perder lo que iba
ganando. Estas quejas encubrían las angustias persecutorias, teniendo por
finalidad despertar comprensión, sentimientos tiernos al mismo tiempo que se
presentaba como un lactante inválido e incapaz de valerse por sí mismo. Esto
pudo ser comprendido a través de la contratransferencia favorecida por una
contraidentificación proyectiva.
Las quejas fueron primero dirigidas contra los padres, como única manera
de poder tener un control interno de la temida escena primaria y también
manejar su agresividad, tal vez incrementada por su trauma de nacimiento
(fórceps), luego sus quejas hipocondríacas tenían por finalidad disociar su
persecución, localizándola en el cuerpo para que no invadiera la situación
analítica, evitando la depresión y ocultando sus sentimientos de envidia. Sus
quejas homosexuales le permitían demostrar que no era agresivo para no ser
dañado. Se hacía el pasivo para poder seguir succionando el pene del analista-
padre y así sentir-se fuerte internamente (sesión de los tres sueños). La última
queja fue la defensa intelectual, puesto que las otras no podía seguir
manteniéndolas frente a sus progresos externos; se vio en la necesidad de
señalar que su envidia estaba dirigida abiertamente hacia lo que suponía que
tenía el analista y que él carecía, apareciendo sus deseos de competencia y
rivalidad; cuando esto surgió sintió todo el miedo vinculado a perder su fuente
de gratificación y por lo tanto la culpa que tanto temía; pero esto le permitió el
“insight” necesario para dominar su disociación. La queja fue la técnica más
usada en su análisis como manera de fortalecer en su interior sus imagos buenas
y manejar la envidia por lo que suponía no tener.

SUMMARY

The object of this work is to demonstrate the rol played by the complaint in
the patient as a defense against the envy which he felt towards the analyst;
separating the hostile and envious part from hirnselí and placing it as a screen to
cover what the analyst discovered, and in this ways not loosing what he was
gaining. These complaints covered the persecutory anguishes, these persueing
the end of awaking comprehension, delicate sentiments at the same time in
which he presented himself as an invalid lactant and incapable of fending for
himself. This could be undertood through the counter-transference favoured by
projective counter-identification.
The complaints were first aimed against the parents as the only means of being
able to have an internal control of the dreaded primary scene and to handle his
aggresiveness, incremented perhaps due to his birth trauma (forceps) after his
hypochondriac complaints had the finality of dissociating his persecution,
locating it in the body in order not to invade the analytical situation, avoiding
the depression and hiding his sentiments of envy. His homosexual complaints
allowed him to demonstrate that he was not aggressive so as not to be harmed.
He pretended to be passive in order to keep on sucking the penis of the father
analyst and in this way feel internally strong (session of the three dreams). The
last complaint was the intelectual defense as the others he could not keep on
maintaining before his external progresses, he found himself in the necessity of
pointing out that his envy was openly aimed against what he imagined the
analyst had and he lacked, thus appearing his desires of competition and rivalry;
when these appeared he felt ah the fright entailed in loosing his fountain of
gratification and thus the blame he so much feared; but this permitted his the
necessary insight to dominate his dissociation. The complaint was the technique
mostly used in his analysis as a means of fortifying in his interior his good
images and to handle the envy for what he thought not to have.
BILLIOGRAFIA

FREUD, S.— “Síntomas, inhibición y angustia”. Ob. comp., T. XI.

GRIMBERG, L.— Aspectos mágicos en la transferencia y en la contratransfe-


rencia. “Revista Argentina de Psicoanálisis”, T. XIV, Nº 4, 1957.

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“New Direction in Psychoanalysis”. “Development in Psychoanalysis”.

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de transformación interna. “Revista Argentina de Psicoanálisis”, T. XV, Nº 4,
1958
Psicología del sueño y la situación analítica*

BERTRAM D. LEWIN, M. D.
(New York)

Este artículo va a tratar de aplicar algo de nuestro conocimiento y teoría


sobre el dormir y el sueño a la comprensión de la situación analítica que se
define empíricamente como la hora analítica común, o vagamente “como lo que
pasa en el diván” y a veces la palabra diván será metafóricamente usada como
sinónimo de situación analítica. Incluidos en la idea de situación analítica están
los fenómenos de asociación libre, resistencia, y otros conceptos bien conocidos
y generalmente aceptados como conceptos operativos.
Genéticamente la situación analítica es una situación hipnótica, alterada,
como la hora analítica es una sesión hipnótica alterada. El paciente analítico
toma su origen en un paciente hipnótico porque originariamente los pacientes de
Freud eran atraídos a la terapia por su conocimiento de curas debidas a hipnosis.
El desarrollo del análisis desde la hipnosis ya ha sido estudiado y dado a
conocer detallada y perspicazmente por Ernest Jones (1953). Parece que algunos
pacientes no podían ser hipnotizados o que “contrasugerían” demasiado
vigorosamente o sea que tenían una resistencia a ser hipnotizados o más pro-
bablemente miedo a dejarse dormir.
El paciente refractario hizo la siguiente propuesta ‘‘como si de que el
tratamiento fuera modificado: “Aunque yo no puedo por razones personales,
dejarme dormir o ponerme en ningún estado parecido al sueño, no obstante
prometo aflojarme como si estuviera en la cama y decir todo- lo que me pase
por la mente en este estado de casi-hipnosis o en estado casi-hipnagógico.

*
Traducido de “The Psychoanalytic Quarterly”, XXIV: 2; 1955.
En retribución a esta concesión, acepto más responsabilidad por lo que diga.”
Podemos afirmar que apareció una resistencia en la terapia aún antes que
hubiera nacido propiamente el psicoanálisis y fue de fundamental importancia
en su desarrollo subsiguiente. Transformó la situación hipnótica en una
situación analítica.
Debe notarse que el momento de este cambio, coincide con la época de la
embriología del psicoanálisis, cuando la hipnosis era usada no para producir
curas irracionales y sugestivas, sino para descubrir memorias reprimidas y
traumáticas, de manera que este propósito se asume tácitamente en el convenio
antedicho. Con esta modificación de la sesión hipnótica en hora analítica, el
interés técnico del terapeuta se apartó de los problemas centrados en los estados
de somnolencia y se centró más y más en el contenido de las observaciones del
paciente y de su comportamiento. El estudio del paciente como un casi-
durmiente o un casi-soñador, se subordinó completamente al estudio teórico y
terapéutico de sus síntomas.
Se desarrolló completamente la teoría de la neurosis y retrospectivamente
parece inevitable que los escritos sobre técnica hayan sido expresados en
términos de esta teoría.
El paciente en el diván era a “prima facie”, una persona neurótica e
incidentalmente un soñador. Sin embargo está bien cuestionar la inevitabilidad
de esta elección particular de formulación y terminología. Podemos especular
plausiblemente si no se podría haber elegido un camino alternativo, particular-
mente para considerar el material analítico y lo “que pasa en el diván”, no como
algo similar a la neurosis, sino en cambio, algo como un sueño, e introducir
conceptos y terminología psicológica del sueno.
Si se hubiera seguido este camino probablemente se hubiera desarrollado
una terminología más pobre y menos útil, pero esa no es la cuestión. No
estamos mostrando lo mejor o lo peor, sino simplemente la diferencia. La
relación entre la teoría de la neurosis y la teoría del sueño, parece haber sido
resbaladiza para los analistas.
Así Freud (1950) confesó que había descubierto la unidad esencial de las
dos, se olvidó de ella y tuvo que redescubrirla. Quizás sea necesario que todos
nosotros repitamos este descubrimiento.
Tanto de nuestra filogenia analítica recapitula la ontogenia científica de
Freud, que todavía no hemos podido agotar este descubrimiento ni absorber
todas sus implicancias.
No dudamos que el sueño sea el “camino real” hacia el inconsciente y que
el análisis del sueño es un instrumento indispensable en la práctica terapéutica.
Sabemos que el sueño es la satisfacción de un deseo y una comunicación y nos
afirmamos en este conocimiento. Pero hemos prestado poca atención a la
función principal de soñar, ser el guardián del sueño. La atención a la
interpretación del contenido y del funcionamiento de los sueños, nos ha
distraído del problema del dormir y de una consideración del sujeto analítico
como un soñador o un durmiente fraccional.
Nuevamente en retrospectiva, el rechazo de Freud de las ideas de Breuer
sobre los estados “hipnoides”, parece consistente con el viraje general del
interés en el durmiente como tal.
Todos sabemos el “dictum” psicoanalítico, que todo lo que es rechazado en
el curso de la solución del conflicto, puede volver y encontrar un lugar
disimulado en aquello que es aceptado. Por lo tanto el dormir, excluido, por
acuerdo, de la situación analítica, obtuvo acceso a él de otro modo, por el
método de la libre asociación. Desarrollé esta idea en el artículo reciente (1954),
donde señalé que el deseo que el paciente traía de ser dormido, a la situación
hipnótica, ha sido suplantado por el deseo de asociar libremente en la situación
analítica. El paciente se recuesta, no para dormir, sino para asociar. La
interpretación terapéutica se basó, no sólo en el convenio tácito antedicho, sino
también en una de las definiciones de Freud de la asociación libre dada en “La
interpretación de los sueños” (Standard Edition, IV, p. 102), donde es
comparado al estado de espíritu que precede al sueño (también al estado
hipnótico).
Para nuestros fines presentes, proyectaremos la metapsicología del dormir y
del soñar, en la situación analítica. En seguida notamos ciertas coincidencias.
De este modo, el narcisismo del dormir, un elemento asumido en la psicología
del sueño, coincide con el narcisismo en el diván, y los poco frecuentes “sueños
durmientes” en blanco, son análogos a los pocos momentos en que se duerme en
el diván, ambos fenómenos, siendo los raros “cerca de cero”, de sus respectivos
dominios.
El texto del sueño manifiesto coincide con el material analítico manifiesto,
expresando en una forma sucesiva pensamientos latentes que se vuelven
preconcientes. La formación del sueño debe ser comparada con la “formación
de la situación analítica”; es la “excepción”, para usar la palabra de Freud, al
narcisismo básico. Otras analogías se sugieren, pero como hay tantas diferencias
de detalles y elaboración debido a los caminos opuestos tomados en el aparato
psíquico por el proceso de la situación analítica (uno terminando principalmente
en las alucinaciones visuales, el otro principalmente en las palabras), es mejor
considerar al principio sólo las coincidencias más claras.

NARCISISMO

Ya que nombramos el concepto de narcisismo como un elemento de la


teoría psicoanalítica del sueño y del dormir, y sugerimos su aplicación en la
situación analítica, sería conveniente habituarnos a la palabra y su significado.
Por ignorar su origen en sexología, el narcisismo fue introducido en el
psicoanálisis como la definición de una relación erótica en la cual el yo era el
objeto, es decir, amor a si mismo, pero el joven contemplando su imagen en la
fuente, siempre tuvo una cualidad más abstracta y simbólica como representa-
ción de un tipo de amor, que la que tuvo, por ejemplo, la imagen conjurada por
la palabra libido con su etimología de deseo sexual y su implicancia de
conglomerado genital y sexual excitado como representación de una relación
objetal.
El narcisismo ha parecido ser siempre más conceptual, ser algo detrás de los
fenómenos, y en lo que concierne al conocimiento concreto, tiene algo de la
calidad indistinta y ausente de la novia abandonada de su epónimo mitológico,
la ninfa Eco. Quiere decir que el narcisismo es una abstracción, con correla-
ciones visibles en la psicología de la infancia, en la neurosis, en el sueño y en la
vida amorosa. El narcisismo como concepto, está detrás del sueño, detrás de la
depresión y la elación, detrás de síntomas somáticos, etc.
Debemos distinguir cuidadosamente entre el concepto de narcisismo y los
fenómenos narcisísticos, como distinguimos entre las líneas y puntos
conceptuales de las matemáticas puras, y los puntos de tinta y trazos que vemos
y medimos (c. f. Hartmann, Kris and Loewensrein’s, “Discussion of theory”).
Pero como el punto es la representación concreta más aproximada del punto
abstracto, así creo también que podemos tomar cierto tipo de sueño en blanco
como un tipo de punto de tinta concreto, imagen aproximada del “punto”
abstracto narcisismo. Este sueño en blanco, aunque concreto, se aproxima al
narcisismo del dormir y como una manifestación epitomiza lo que el narcisismo
puede significar, no sólo en la psicología del dormir y del sueño, sino también
en la frase “neurosis narcisista”, su contenido significando una experiencia
intensa, primitiva y directa del lactante en la situación de amamantamiento,
incluyendo el acto de dormir mientras mama.
La importancia de esta discusión sobre el narcisismo para el tema:
aplicación de la psicología del sueño a la situación analítica, depende de un
punto más bien sutil.
A pesar de nuestra teoría, en la interpretación común del sueño el
narcisismo es dejado de lado y hasta cierto punto esto también es verdadero en
nuestra interpretación corriente de la situación analítica standard. Sin embargo,
algunos fenómenos narcisistas que aparecen en el diván (algunos de ellos
relacionados con el dormir), nos ayudarán a entender la naturaleza y psicología
de la situación standard, mientras “el sueño narcisista” aclara la psicología del
dormir y del soñar común.

TECNICA DE LOS TOXICOS

Antes de entrar en la investigación de la hora analítica corriente, será


provechoso considerar una modificación más simple de la antigua sesión
hipnótica. Me refiero a lo que puede llamarse situación terapéutica tóxica,
donde una u otra droga es usada como un coadyuvante o un iniciador de algo
similar a una situación catártica. Aquí es fácil aplicar la psicología del sueño
para interpretar la situación, porque la droga produce un estado de semi-sueño y
las fantasías que aparecen son fácilmente comparadas con formaciones oníricas.
Sin embargo, con finalidad teórica nos acercaremos indirectamente al tema y
trataremos la situación como una neurosis tóxica.
En “Duelo y melancolía”, Freud afirma que una condición tóxica podría
llevar a una regresión narcisista y a la depresión (y presumiblemente también a
la elación), sin la intervención de pérdida de objeto alguno. Pero las toxinas
pueden iniciar muchas otras formas de estados mentales. Ha sido conocido des-
de siempre, en psiquiatría, que el contenido psicológico de una psicosis
provocada por una droga puede incluir no sólo manifestaciones de daños
directos de la corteza cerebral (desorientación, apatía, inhibición intelectual,
etc.), sino también otros llamados “psicogénicos” y debidos a factores mentales
individuales, como ser, significativas experiencias vitales. En otras palabras, un
delirio provocado por una droga tiene algo de la estructura de un sueño, siendo
la droga el incentivo de un modo de dormir o “estado de narcisismo”, siendo los
síntomas psicogénicos asignados en una forma que asemeja un sueño. Cuando
se usan drogas narcóticas para sueño y psicoterapia combinados, se produce un
estado comparable, donde la regresión narcisista de la anestesia, como el
narcisismo del dormir natural, se hace imperfecto por una excepción, que es
como un sueño. Excluyendo métodos tan pesados como el Dauerschlaf (sueño
continuo), que sería sin sueños, el desiderátum de las terapias que considero no
es el sueño profundo, ni la alucinosis, sino un estado más próximo al “balbuceo
delirante con sentido en él”, es decir, algo no muy alejado de la libre asociación
hignagógica inteligible o interpretable y de la catarsis.

Desde nuestra situación de reconstrucción histórica, podemos decir que el


terapeuta actúa aquí para proveer una respuesta diferente al problema creado por
el tipo de paciente Anna O., el tipo que resiste y “no puede ser hipnotizado”. La
resistencia primitiva a dejarse dormir, es vencida con la ayuda farmacológica.
La droga produce la relajación y la sumisión, que es asumida voluntariamente
en la situación hipnótica o en la situación analítica corriente.

MIEDO AL SUEÑO Y A LA MUERTE

El deseo de una droga calmante, o el miedo a ella, surgen a menudo en


asociaciones durante la hora analítica, debido entre otras razones a conflictos
centrados en el dormir. La interpretación de este miedo o de este deseo, aclara la
resistencia de los pacientes al hipnotismo, que no fue interpretado cuando
históricamente se llegó al convenio de asociación libre.
Algo de la ambivalencia sobre el sueño y la anestesia se discutió en un
artículo anterior (1954), donde relataba algunas fantasías de seducción o de ser
desinhibido de un modo vergonzoso para la acción y la expresión, y las
objecciones morales que hubo contra la introducción del uso del cloroformo.
En su artículo de 1888, Freud trató de mitigar el miedo del público y de los
médicos, al daño que provendría del hipnotismo, al recordar a sus lectores que
la anestesia había sido temida del mismo modo, pero que ese miedo se había
disipado gradualmente debido al acostumbramiento y a la razón. Como dice
Freud, es verdad que el sentido común y el acostumbramiento han vencido algo
la alarma irracional que producía ser dormido por el cloroformo (acouchement a
la reine), lo que determinó que se ignorara parte de esta ansiedad. No obstante,
todavía quedan algunos temores a ser anestesiado y el más común no es el
miedo a quedar sin inhibiciones o a perder el control, sino a morir. No hay
necesidad de repetir argumentos o de presentar evidencias para probar la idea de
que este miedo es sintomático y cubre otros latentes. Voy a nombrar algunas de
las variedades pregenitales del miedo a morir, o el miedo de ser dormido que es
lo mismo. Estos son: el miedo de ser devorado, de ser envenenado, de ser
sofocado y, finalmente, una variedad que no es tanto el miedo a morir, en el
sentido de perder el conocimiento (dormir), como el miedo a la otra vida (y a
los malos sueños), miedo más bien ignorado de nuestra era materialista.
La equivalencia entre sueño y muerte y su aplicación clínica, es demostrada
en el siguiente caso relatado por el doctor Maxwell Gitelson, y puesto a mi
disposición hace algunos años:
“El paciente era un hombre de cincuenta y cinco años, visto en consulta, que
había tenido un ataque coronariano y que después de recuperarse de éste sufría
una adversión a las comidas, tenía la sensación de que la comida no le bajaba y
de dificultades respiratorias experimentadas subjetivamente como «inhabilidad
para obtener lo suficiente de lo que necesito». Después de mucha perturbación
emocional y tortura subjetiva, le dijo a su mujer e hija que estaban cerca: «Voy
a dejar de luchar contra esto, me voy a dejar morir.» En seguida se desplomó
sobre la almohada convencido de que iba a morir y cayó en el primer sueño
tranquilo después de muchos meses.”
El Dr. Gitelson comenta: “Esta resignación ante la muerte, representa en su
estado emocional tan crítico, el desarrollo de una capacidad para aceptar una
regresión oral profunda con la cual la muerte y el sueño se igualaban.”
Una enfermedad importante en este paciente era una úlcera péptica que
tenía desde mucho tiempo atrás (Cf. Stone, 1947), que describe el dormir de un
paciente con úlcera duodenal, en el diván analítico. No sería difícil imaginar que
el paciente del Dr. Gitelson, podría haber mostrado el mismo comportamiento si
hubiera tratado de acomodarse al diván analítico.
La resistencia al análisis como la resistencia al sueño o a la anestesia,
particularmente al principio, puede ser debida al miedo a la muerte o a sus
corolarios. Ser hipnotizado, anestesiado, muerto, dormido, son equivalentes y
todos pueden ser representados por el acostarse en el diván analítico.
Muchos pacientes han soñado con su análisis como una operación
quirúrgica, la mesa representaba el diván. Por extensión, y por otras razones que
surgen de la educación médica, los médicos piensan a menudo que son
disecados cuando sueñan con su análisis, y algunas veces hasta transforman la
autopsia en un procedimiento canibalístico.
En la literatura tenemos registrado un famoso sueño en el cual un joven
médico, con una fuerte curiosidad científica, se veía como un cadáver mientras
era disecado. El analizado era Freud (Standard Edition, V, p. 452) y también
aparecía como el anatomista por ser un autoanálisis. El sueño comienza: “El
viejo Brücke me debe haber mandado algún trabajo, bastante extrañamente se
trataba de la disección de la parte inferior de mi cuerpo, mi pelvis y mis piernas
que veía frente a mí como si fuera en el cuerpo de disecar, pero sin notar su
ausencia de mi cuerpo, y sin sentir ni huella de sensación horripilante alguna. La
pelvis había sido eviscerada... etc.”
Históricamente es significativo que el fundador del psicoanálisis se pudiera
ver como prosector y al mismo tiempo como la preparación anatómica, y más
adelante tendremos más que decir sobre la identificación del analizado con un
paciente enfermo físicamente o con un cadáver.
A esta altura, sin embargo, querría recalcar otra vez, la equivalencia natural
inconsciente, del dormir y de la muerte, siendo los dos psicológicamente
estados de narcisismo. También que la excepción al narcisismo del dormir: el
sueño, es la misma que la excepción al narcisismo de la muerte, es decir, la otra
vida. Pero para nuestro fin actual, quiero indicar con estos ejemplos las clases
de resistencia que podría haber para acostarse en el diván analítico, y cómo el
diván y la situación analítica en sí mismos precisan interpretación. En toda su
variedad, la interpretación más obvia, aunque no la más profunda, es la de que
el diván es un lugar para dormir.

LA FALACIA DE RANK

En la exposición anterior he tratado de unir algunos factores dispersos,


muchos de ellos históricos, que están relacionados con el tema principal de este
artículo, y de justificar la aplicación de la metapsicología del dormir a la
situación analítica. Quisiera ahora discutir un error que tuvo su importancia en
la historia del psicoanálisis y que relacionaba la teoría de la situación analítica y
el tema del sueño. Me refiero a la teoría sostenida por Otto Rank —e
incorporada por él a la técnica—, que durante el análisis, el paciente revive su
estada en el útero, y en su terminación, el nacimiento.
Creo que Rank siempre tuvo una idea inconsciente de que la situación
analítica era, de algún modo, dormir, y que el material asociativo era el
equivalente del soñar manifiesto. Esto lo infiero de un artículo suyo llamado
“Fine Neurosenanalyse in Tráument (1924) un tour de force”, basado en la
asunción tácita de que todo un análisis y todo el proceso de la situación analítica
podía ser entendido como si fuera un sueño. Una lectura de este artículo
clarifica algunos de los puntos de vista tan erróneos de Rank. El argumento de
Rank (1924-a) de que la situación analítica representa un estado intrauterino y
su terminación, un renacimiento, comienza con la observación, bastante
correcta, de que las fantasías de renacimiento acompañan la resolución del
análisis, que el paciente sueña con dejar al psicoanalista como un ser dado a luz.
En esto Rank no vio una expresión metafórica de la separación, sino que lo vio
como una repetición “biológica” del nacimiento, “meist in allen semen
Einzelheiten getreu” (exacta en casi todos sus detalles), de modo que el tiempo
pasado en el diván es una réplica y una reviviscencia inmediata y verdadera de
aquél pasado en el útero. Rank obtuvo esta idea directamente de sus pacientes, y
dice: “Psycologisch hat also der Pazient, rech”, cita que oculta una especial
intención.

Parece que Rank cayó en el mismo error que tanto disgustó a Freud, cuando
en un momento crítico de la historia del psicoanálisis, se dio cuenta de que
había sido engañado por las fantasías de mujeres histéricas creyendo que habían
sido seducidas realmente en su primera infancia por su padre o por algún otro
pariente masculino cercano. Freud tuvo el valor de reconocer su error y de darse
cuenta de que estaba tratando con el recuerdo de una fantasía infantil. Rank no
se dio cuenta de que había sido engañado del mismo modo. No tomó en cuenta
la alternativa comparable a su interpretación de la fantasía del renacimiento, a
saber, la fantasía de despertar. Porque entre las elaboraciones fantásticas del
hecho del dormir por placer, está la idea de que uno está en el útero o mejor
dentro del cuerpo de la madre, y esta fantasía intramaterna es una fantasía del
período edípico, pero posterior, más complicada y mucho más adelantada, que
contiene conocimientos e impresiones posteriores sobre la gestación. En otras
palabras, Rank podría haber pensado igualmente que las posiciones fetales
adoptadas por los pacientes en el diván y otros signos y síntomas de la situación
intramaterna, eran intentos de la fantasía para satisfacer el deseo de dormir,
igualmente podría haber interpretado las manifestaciones del “trauma del
nacimiento” como la resistencia correlacionada a despertarse de la cama
analítica.

El insight que realmente existe en la teoría de Rank, si se analizan sus


elaboraciones y desaciertos, está expresado en su afirmación: “.... die
eigentliche Ubertragunsliebe, die wir bei beiden Ceschlechtern analytisch
aufzulösen haben, die mütterliche...... ”, que es oscura y exagerada, pero
contiene, sin embargo, una intuición de todo el desarrollo pre-edípico y adelan-
ta, en cierto sentido, una interacción de la situación en el diván como una
relación con la madre.
Esto es así, aunque difícilmente tan directa y “biológicamente” (cualquiera
fuere su sentido) como Rank afirma. El diván recuerda el dormir y por lo tanto,
un elemento importante de la situación de amamantamiento. Rank sintió la
importancia del hecho de que el paciente estaba recostado y que de algún modo
esto estaba conectado con la relación pre-edípica con la madre, pero en su
calificación de la afirmación antes mencionada, él mismo cae en una fantasía,
en la cláusula: .... . wie sie in der pränatalen physiologischen Bindung zwischen
Mutter und Kind gegeben war”. Aquí él tomaba una fantasía como si fuera una
afirmación literal de hechos genéticos.
De hecho, para Rank como para Jung, la historia de Edipo parecía sólo un
mito y no un hecho genético. Sin embargo, lo importante aquí es que el análisis
de Rank de la situación analítica y su fracaso para ver que estaba observando
síntomas del dormir y despertar, lo llevó a teorizar erróneamente y, conjun-
tamente con Ferenczi por un tiempo, a regresar en su técnica a una cuasi
catarsis, en que el paciente revivía fantasías en el diván y dramatizaba el texto
sugerido, y a este “acting out” Rank lo identificaba con el proceso terapéutico.
Su intervención activa estableciendo una fecha terminal definitiva,
provocaba en el paciente una protesta regresiva por haber sido sacado tan pronto
del diván, y él mismo describía el ser “prematuramente arrancado” del diván
analítico, como un ansioso, penoso despertar: el “nacimiento” traumático. En el
plano edípico la fórmula para esto, expresada regresivamente, sería: mi padre
me está despertando y destetando prematuramente de mi dormir con mi madre.
El conocimiento de la teoría de las neurosis no salva a Rank de su falacia, y
ésta quedó ciertamente pulverizada cuando la aplicó a la situación analítica;
pero podría haberse salvado de su error si hubiera seguido y analizado
cabalmente su percepción sobre el “estado prenatal”, que significaba, que la
situación analítica era alguna forma del dormir y el material asociativo, un tipo
de producto similar a los sueños; esto es, si hubiera aplicado consistentemente
la metapsicología del sueño. En lugar de esto, construyó su teoría de la situación
analítica sobre fantasías infantiles inanalizables, respecto al niño nonato y al
nacimiento.
La razón por la cual he tratado tan extensamente la teoría de Rank, puede no
resultar evidente inmediatamente; pero es que la considero como un intento
frustro, par un error, de hacer lo que yo mismo estoy intentando ahora, es decir,
proyectar en el diván y en la situación analítica, la idea de que el paciente está
como si en cierta medida durmiera.

ASOCIACION LIBRE

Después de esta exposición general de la situación analítica en términos de


la psicología del dormir y del soñar, podemos considerar sus aspectos
individuales, y para comenzar, el muy importante de la asociación libre. Es a
menudo provechoso y útil ver un hecho familiar en un contexto diferente, ver el
sueño, por ejemplo, como algo que ocurre en la naturaleza tanto como en un
procedimiento analítico, lo cual, en verdad, tuvimos la oportunidad de hacer
gracias a los propios sueños de Freud. En otras palabras, debemos recordar
ocasionalmente que nada importa menos a Dios que el que un sueño sea rela-
tado a un analista o no; y bien podríamos buscar los elementos fenoménicos de
la situación analítica en su “habitat” natural.
Consideremos, por lo tanto, un individuo que a solas está contemplando sus
propios pensamientos, sentimientos, recuerdos e impulsos. Dejémoslo
aproximarse a la idea de Freud sobre la asociación libre haciéndole limitar la
acción a un mínimo y dejándolo traducir sus procesos mentales con palabras,
sin cuidar el estilo o la forma. Que relate estas palabras a alguien es, por el
momento, irrelevante. De cualquier modo no tenemos todavía un “análisis” ni
siquiera un autoanálisis, ya que muchas personas han usado frecuentemente este
método de introspección para diversas finalidades.
Freud nos dice que encontró este método, de dar rienda suelta a los
contenidos de la conciencia, en los escritos del autor alemán Borne. En un
ensayo: “El arte de transformarse en un escritor original en tres días”, Borne
concluye su exposición con las siguientes palabras: “Tome una hoja de papel y
durante tres días seguidos escriba sin falsificación o hipocresía todo lo que le
pasa por la cabeza. Escriba lo que piensa de sí mismo, de las mujeres, de la
guerra turca, de Goethe, del caso criminal de Funk, del juicio final de sus
superiores. Y cuando hayan pasado los tres días, estará maravillado por los
nuevos y sorprendentes pensamientos que han surgido en usted. Este es el arte
de volverse escritor en tres días.” Es evidente que Boerne tenía la intención de
usar esos borradores como materia prima para sus trabajos literarios. Tenía el
propósito de liberar la imaginación o, si preferimos, de explorar el sistema
preconsciente, para el progreso de la composición literaria.
En la interpretación de los sueños (Standard Edition, IV, p. 102), Freud
llama la atención sobre el uso que hace Schiller de un método muy similar a la
libre asociación, con el mismo objeto.
Vemos, por lo tanto, que desde el comienzo los analistas han sabido que la
libre asociación no sólo implicaba una manera de pensar, sino también
propósitos e intenciones que determinaban su uso. Estas intenciones pueden ser
diferentes.
Si consideramos los trabajos de Herbert Silberer (1909-12), otro asociador
solitario, vemos dos motivos evidentes para registrar la libre aparición de ideas
y sentimientos. Uno de estos motivos era la investigación psicológica en el
sentido más estricto: estaba interesado en examinar el porqué y cómo de esta
variedad de pensamiento. Su segundo propósito puede ser llamado, en sentido
amplio, filosófico o místico. Persiguiendo su primera intención, Silberer anotó
sus asociaciones y el contenido de sus sueños y ensueños hipnagógicos,
haciendo inferencias científicas en relación a la representación del despertar, a
la naturaleza de los símbolos, y a la manera en que ciertos estados del soñador
entran en el contenido manifiesto del sueño. Su interés psicológico y científico
no radica en la interpretación de los sueños en el sentido de Freud, de
desenterrar contenidos y deseos inconscientes, sino de establecer la naturaleza
de ciertas propiedades formales en los contenidos manifiestos. Además de este
interés, Silberer tenía otro que llamó “anagógico”. Usó los pensamientos y
asociaciones del sueño como incentivos y directivas para la especulación
filosófica y teológica, y posiblemente para la evocación de estados de ánimo y
sentimientos que los acompañaban. En ambos ensayos no había, por supuesto,
nada similar a la “situación analítica” o a la “intención terapéutica”. Silberer fue
llevado de las asociaciones verbales —requerimiento fundamental, para Freud,
de la asociación libre— a la representación visual y simbólica, y en
ensoñaciones durante estados de fatiga, llegó muy cerca al soñar.
Jung fue muy influido por Silberer y es justo presumir que estaba
descubriendo su propia variante de la asociación libre cuando (1911) hablaba de
“pensamiento indirecto” que, decía, parte de palabras pero es luego
reemplazado por imágenes visuales y después de esto por fantasías semejantes
al sueño. Llegó a considerar a estas últimas como el contenido básico del
inconsciente, y les tenía un cierto temor reverente, como los antiguos a los
sueños que surgían a través de puertas de hueso y marfil, para traer a los
mortales los mensajes de los dioses. Le sugerían creencias y objetivos éticos y
religiosos semejantes a los que se encuentran en el mito y la fábula.
Así como Boerne tomaba notas para la composición literaria, Jung (y en
parte Silberer) usó asociaciones y ensueños para construcciones metafísicas y
mitológicas. En realidad, como lo notó Glover (1950), las construcciones
psicológicas de Jung se asemejan a un Olimpo y sus conceptos básicos son las
complejas condensaciones, distorsiones y símbolos de una especie de contenido
manifiesto del sueño.
Dada cualquier fantasía producto de meditaciones libres y solitarias, como
las de Silberer cuando miraba dentro de un globo de cristal, es evidente que
distintos aspectos de la misma, son susceptibles de atraer la atención del
observador cuando la considera retrospectivamente, y que en esto estará guiado
por sus intenciones, intereses especiales y formación. Uno destacará la similitud
entre la fantasía y las ideas que tenía cuando niño o que ha oído expresar a
niños. Otro, con poca empatía con los niños pero versado en historia de la
cultura o en antropología, tendrá más conciencia de que la fantasía se asemeja a
ciertos mitos. En consecuencia, el primer observador tratará de construir una
psicología del niño, mientras que el segundo, tal vez contribuya a la
antropología o a la historia de la cultura. Un tercer observador, podría ignorar
los marcos de referencia mencionados, así Zilboorg (1952) al considerar el uso
que de este método hizo Francis Galton —psicólogo académico, de la vieja
escuela, interesado en el estudio de la mente de acuerdo a los viejos cánones de
la ciencia— dice que veía a las asociaciones simplemente como estáticas
“amplificaciones de la conciencia Evidentemente, todos estos observadores han
procedido de acuerdo con sus propias medidas y coordenadas.
Las intenciones y propósitos de Freud en su autoanálisis pueden expresarse
en pocas palabras. Trataba sus propias asociaciones, como las de sus pacientes y
era guiado por las mismas intenciones médicas y analíticas, importándole poco
las aplicaciones no médicas. Pero cuando uno usa el término médico en
conexión con Freud, debe hacerlo en un sentido muy amplio, no sinónimo de
terapia, e incluyendo todas las connotaciones e implicaciones de ciencia e
investigación. Para él, la asociación libre consistía en una serena auto-
observación con comunicación verbal o registro de las asociaciones, lo cual
excluye del método alguno de los “inexpresables” a los que Jung se refiere.
Podemos tomar como ejemplo de la actitud de Freud respecto a la
verbalización, su búsqueda, a través de asociaciones indirectas del hombre
olvidado, Signorelli, a partir de las imágenes visuales de los frescos del artista.
En las mismas circunstancias, podemos concebir que otra persona, digamos un
artista, no especialmente interesado en el problema del olvido, podría haberse
desinteresado por el nombre del pintor y entregado, en cambio, a la emoción
estética.
Para Freud, muchos ensueños y estados de ánimo representan resistencias a
traducir los pensamientos en palabras y a enfrentar las implicaciones ocultas y
lazos asociativos de esos mismos pensamientos. En su referencia a la auto-
observación, así como en las consideraciones sobre resistencia y transferencia
que le siguen inmediatamente, en “The Introductory Lectures”, Freud deja de
lado el problema del estado de relativa vigilia de la persona que está asociando
libremente.
Ray sin duda muchos otros propósitos para los cuales podría servir la
asociación libre. Aquellos ya mencionados son:
1) creación literaria, 2) ciencia psicológica, 3) experiencia mística, 4)
orientación o inspiración ética y filosófica, 5) terapia.
Así como una droga es en sí misma solamente materia médica, y utilizable
de diversos modos, para experimentación, terapia o placer, así las asociaciones
libres son susceptibles de muchos usos. Pueden ser elaboradas, usadas
“anagógicamente” para iluminación moral, o para conducir a recuerdos
enterrados, según los intereses e intenciones, conscientes o inconscientes del
auto-observador. Los ensueños y pensamientos de una persona distendida, a
solas, pueden llevarla en muchas direcciones, ya sea guiada por el principio de
placer, por el impulso a la acción (Hartmann), o por intenciones intelectuales y
secundarias. Las acciones pueden incluir gestos o fugas o “conducta racional”.
Las ideas espontáneas del auto-observador solitario pueden pertenecer a
diversas partes de su personalidad: diferentes intereses del yo pueden
apoderarse de las ideas y sentimientos recién surgidos, progresivamente o
regresivamente (E. Kris, 1950). Las ideas pueden ser canalizadas en formas
prácticas, tales como la producción literaria, la resolución de problemas, la
acción estética o atlética, o ser pasivamente toleradas o gozadas.
Para los fines de esta exposición, cabe hacer notar que se le da un sentido
laxo a la concepción de la asociación libre; pero en su médula, y nuevamente
para nuestro propósito, queda en pie la estricta definición de Freud como
“condición de auto-observación serena. . . algo que es muy diferente de la
reflexión sin excluirla”, una atención a lo que está en la superficie consciente de
la mente con abandono de todas las objeciones a lo que allí pudiera aparecer,
sea cual fuere la fuente, la forma o el contenido. Alrededor de este núcleo
central estrictamente definido, irradian los estados de conciencia de diversos
grados de vigilia y sueño, incluyendo los estados “tóxicos” artificiales; y hay
insensibles transiciones, por un lado, hacia los ensueños y sueños, y por el otro,
hacia el trabajo mental estructurado, dirigido, correspondiente al proceso
secundario.
En realidad, lo que William James (1890, II, pp. 325-326) dijo sobre el
razonamiento primitivo puede ser interesante en este contexto. “No es —dice—
de ningún modo fácil decidir exactamente, lo que significa razonamiento o de
qué modo el proceso peculiar de pensamiento llamado razonamiento, difiere de
otras secuencias de pensamiento que conducen a resultados similares. La mayor
parte de nuestro pensamiento consiste en una corriente de imágenes sugeridas
una por la otra, una suerte de ensueño espontáneo, que es probable que los
animales superiores tengan. Esta clase de pensamiento conduce, sin embargo, a
conclusiones racionales, tanto teóricas como prácticas... Como regla en esta
clase de pensamiento involuntario, los términos que se asocian son de carácter
concreto y no abstracciones. Una puesta de sol puede recordarme otra,
contemplada el último verano, el puente del barco en que me encontraba, los
compañeros de viaje, etc.; o puede hacerme pensar en los mitos solares, en las
piras funerarias de Hércules y Héctor, en el alfabeto griego, etc. Si predominan
contigüidades habituales tenemos una mente prosaica, y si, contigüidades poco
frecuentes y relaciones de semejanza, decimos de la persona que es fantasiosa,
poética o ingeniosa. La conclusión final puede ser acordamos de alguna
obligación práctica: escribir una carta o estudiar una lección de griego.” *

Evidentemente James mismo, estaba asociando bastante libremente, y


prosigue diciendo que las acciones mencionadas aunque “racionales” no son
realizadas como resultado de un razonamiento (Cf. Hartmann, loc. cit.). Más
adelante y bajo el título de resistencia, nos referiremos a una clase especial de ac-
ción que puede surgir en tales circunstancias. Aquí es suficiente con que llamemos
la atención sobre la inspirada diferenciación que hace James entre mente prosaica
y poética, en la libre asociación, la cual contiene in nuce, premoniciones de
conceptos psicoanalíticos. Escribiendo en 1889, James a menudo nos asombra por
lo que él habría llamado profecía “poética”; ya que tratando de resumir lo que
entiende por pensamiento, dice: “si pudiéramos decir (en inglés) «piensa», como
decimos «llueve» o «sopla», expresaríamos el hecho del modo más simple y con el
mínimo de presupuestos. Como no podemos, debemos decir simplemente que el
pensamiento marcha” (ibid., p. 224).
Podría haber omitido las consideraciones de James y haberme referido
solamente a la exposición de E. Kris sobre el pensamiento preconsciente, que

*
William James dice que si uno tiene una emoción superior, corno la que se puede experimentar en un
concierto, debe actuarla, aunque sea haciendo una visita a un familiar. Agradezco al Dr. Carl Binger esta cita,
que llama con razón “apoteosis de lo pragmático”.
abarca todo este campo, pero las palabras de James me parecieron dignas de ser
citadas.

Debemos ahora preguntamos cuál es la diferencia entre este proceso libre de


pensar o asociar a solas, y la asociación deseable en la situación analítica.
Podemos decir, en primer lugar, que probablemente no hay situación
transferencial, decimos probablemente, porque podría haber una oculta, tal
como creemos que existía en el pensamiento de Freud en relación a Wilhelm
Fliess, y no podemos estar seguros de que los relatos autoanalíticos sean
enteramente exactos cuando sus relatores asumen que no había analista. Tengo
presente el relato de Pickworth Farrow (1945) y los comentarios de Freud
respecto al mismo.
Ciertamente si uno ha estado en análisis, los procedimientos autoanalíticos
subsiguientes, contendrán elementos de la transferencia original. Sin embargo,
probablemente en un sentido más estricto no hay analista en un autoanálisis.

Por otra parte, ciertamente habrán resistencias en el sentido freudiano.


Freud las observó en su propio autoanálisis y alude a ellas constantemente en su
trabajo con sus propios sueños. Tampoco es difícil descubrirlas en los escritos
de Jung y de Silberer. En realidad el reconocimiento de que existen resistencias
a asociar libremente se considera uno de los grandes descubrimientos técnicos
de Freud. Aunque algunas de las personas mencionadas al comienzo de este
trabajo, como Boerne y Schiller, tenían un atisbo de que estaban venciendo
alguna clase de impedimento para pensar, y aunque algunos místicos escriben
sobre la “oscuridad” cuando no pueden alcanzar experiencias inefables, sin
embargo, fue a Freud que correspondió destacar que ciertos pensamientos “no
conducen a ninguna parte”, o “ins Unendliche” (al infinito, como dice en algún
lado), y ciertamente lejos del punto en que Freud estaba interesado, es decir, del
material reprimido que no es egosintónico. Brevemente, en la asociación libre a
solas, puede no haber transferencia pero hay ciertamente resistencia. Si por
razones de terminología deseamos reservar la palabra resistencia para lo que
ocurre en el diván,∗ entonces tendríamos de todos modos que hablar de re-
presión o defensa.

RESISTENCIA, DORMIR Y SOÑAR


La resistencia analítica es un concepto pragmático. Después que el
hipnotismo fue abandonado, Freud encontró que el paciente no cumplía
completamente con su promesa de asociar libremente de un modo útil; y es
bueno enfatizar la palabra útil y especificar su uso. Freud tenía una intención
terapéutica y científica, y la resistencia se ejercía en contra del instrumento de
esta intención. Sigo a Freud cuando llamo instrumento a la asociación libre, ya
que él compara la resistencia analítica con la que una persona podría oponer al
uso de las tenazas del dentista. La resistencia fue descubierta en la situación
analítica, pero en su propio autoanálisis, Freud sentía sus resistencias como
sentía las de sus pacientes neuróticos. Estas oponían como una contrafuerza que
le recordaba la contrasugestión ejercida por los que se negaban a dejarse
hipnotizar, durante su trabajo preanalítico.

La resistencia, por lo tanto, es algo que también existe en el autoanálisis,


pero nótese, en el autoanálisis que coincide con los propósitos freudianos.
Existe también en la asociación libre, pero si éstas ocurren sin los propósitos
freudianos, la resistencia puede pasar desapercibida, o no dársele importancia.
No es necesario repetir aquí el “insight” que sobre la resistencia trajo la
mayor experiencia con las neurosis. Sólo mencionaré la addenda a “El problema

∗No debemos tornar la frase “en el diván’, demasiado literal o físicamente. La asociación libre y también la
situación analítica ocurren con una persona sentada o en otra posición. Esto altera sólo detalles obvios; la
persona sentada puede soñar despierta, dormitar y aun dormir, y puede “asociar”.
de la ansiedad”, el trabajo de Ana Freud, “El yo y los mecanismos de defensa”,
y llamaré la atención sobre una reciente publicación de Loewenstein (1954),
“Defensas, ego autónomo y técnica”, y su bibliografía.
Deseo volver al terreno más general de la asociación solitaria, fuera de la
situación analítica. Los meditadores solitarios, o, como quiera que prefiramos
llamarlos, que no tienen el fin específico freudiano, no objetan la aparición de
resistencias. Cuando tropiezan con lo que nosotros llamamos resistencias, no las
enfrentan como Freud tenía que hacer, porque están movidos por otros motivos.
No son copartícipes en el contrato con Anna O. Ellos las elaboran, hacen
“acting out”, las disfrutan, o las usan en cualquier otra forma, pero no las
reconocen. Las intenciones y puntos de vista son cruciales. Los freudianos
pueden llamar a tales manifestaciones, resistencias, pero otros pueden
contentarse con el material manifiesto sin más análisis. Boerne, Silberer y
William James, llegan a fines diferentes a los de Freud.
En el diván, sin embargo, la resistencia a ser hipnotizada o dormida, que
oponía Anna O. ha sido reemplazada por la resistencia a asociar libremente, que
es su sustituto. El paciente en conflicto con la asociación libre puede sugerir el
que se le hipnotice o que se le administre una droga. O puede apartarse del
contrato básico entrando en un estado mental místico, o en uno de los estados de
somnolencia descritos por Silberer. He indicado en un trabajo anterior, que el
paciente en resistencia, puede estar demasiado adormecido o demasiado alerta
para hacer una buena asociación libre. Su conducta puede asemejarse a la del
asociador solitario sin propósitos freudianos.
Si recordamos el hipotético caso de asociación con una puesta de sol,
descrito por James, uno de los resultados del pensamiento no dirigido, era la
acción: la persona era conducida por sus asociaciones a buscar el diccionario y a
estudiar la lección de griego. Tal acción, desde nuestro punto de vista, no sería
un fin, lo consideraríamos, aún en un autoanálisis, una evasión de la regla
fundamental. Diríamos este hombre ha cesado de asociar. Rado comparaba el
“acting out” de la resistencia, con el sonambulismo, correlacionando así el
fenómeno de la resistencia con los del sueño, y R. Sterba (1946) ha relatado
casos en que se ha llevado a la acción el contenido del sueño de la noche
anterior. Más frecuentemente la acción sustituyendo a la asociación se debiera
considerar como un equivalente del despertar. Pero la referencia de Rado al
sonambulismo —quizás la menos “racional” de las acciones— destaca
hiperbólicamente, el hecho de que para un freudiano el movimiento no es un fin
en sí mismo. Puede ser tan perturbador para la asociación libre como para el
sueño. Aforísticamente podríamos decir que el sueño es el guardián del dormir,
pero que el analista es el guardián de la asociación libre.
¿En la cura catártica y en los comienzos del psicoanálisis, el médico que
escuchaba, había abandonado el uso del sueño? Si observamos cuidadosamente,
quizás descubramos que no, ya que cuando el paciente sentía dificultad en la
comunicación, era estimulado a asociar libremente (aun mediante la imposición
de las manos), y de hecho impulsado a producir fantasías más O menos
semejantes al sueño, es decir, muy próximas en su cualidad a los productos
mentales del dormir. En el punto de resistencia, entonces, el paciente era
estimulado a estar “más dormido”.
En este contexto, resistencia, significaba estar demasiado alerta, lo cual
entorpecía el propósito del médico. Pronto se vieron otras resistencias, en las
cuales, al contrario, el paciente se entregaba demasiado a una especie de sueño,
y eliminaba con exceso, la responsabilidad y la prueba de realidad. Con los
años, después de mucho estudio de las neurosis y psicosis, esta conducta quedó
en gran parte aclarada, y el conocimiento así acumulado fue formulado en
términos de una teoría y finalmente organizado en “El problema de la ansiedad”
y en la literatura que surge a partir de ese trabajo.
AFECTOS
Los afectos en el diván o los que aparecen durante la asociación
solitaria, son como los que aparecen en los sueños. Son parte del contenido
manifiesto. La intención freudiana es analizarlos, y como en el análisis de los
sueños, determinar si un “estado de ánimo alegre” no
oculta miedo a la muerte, o si una angustia es una señal y una repetición. El
meditador solitario puede tomar el afecto en su valor manifiesto y seguir de allí,
tomando lo sentimientos depresivos y de elación especialmente como
garantidos.

EL ANALISTA
Podemos enfocar el problema del analista y donde encaja en la
metapsicología del sueño, mediante una consideración preliminar del asociador
solitario.
Si sigue las reglas de Freud, es decir, si es un autoanalista, puede haber una
especie de analista oculto, o por lo menos una figura transferencial oculta, como
aprendemos del papel que Wilhelm Fliess encarnaba en el autoanálisis de Freud.
Asumamos, sin embargo, para la situación general del autoanálisis, que es
posible hacer lo que Freud hizo en su autoestudio sin otra persona (real o ideal),
por lo tanto, sin transferencia.
En cuanto al libre asociador no analítico, para sus propósitos no analíticos
puede querer confiarse a alguien, de tal manera que podemos hablar de un
posible confidente para estas meditaciones solitarias que sería el recipiente de
las ideas que pasan a través de su mente. Es innecesario enumerar aquí las
posibilidades de tal vinculación, que podría incluir cualquier tipo de
comunicación humana desde la más primitiva a la más sofisticada, ni quiero
documentarlas. De nuevo nos encontramos con el asunto de la intención. Hanns
Sachs ha descrito una variedad de este tipo de comunicación en su artículo
“Sueños diurnos en común” (1920), donde el fondo común era originariamente
el compartir fantasías masturbatorias, más tarde de historias más elaboradas.
Suponiendo que Boerne o Schiller hubieran buscado un confidente, entonces la
otra persona podría haber sido llamada un editor o colaborador. Silberer simple-
mente hubiera considerado tal persona como un transgresor.
Fue durante la transición del tratamiento hipnótico a la catarsis y el análisis
que el paciente neurótico se transformó de sujeto hipnótico en sujeto “que se
confía en...”, y el terapeuta “pan passu” se convirtió en psicoanalista. Los
primeros pacientes de Freud y Breuer venían a ellos con el propósito de ali-
viarse de síntomas y al final las personas continuaban yendo a Freud ya sea para
ser curadas o para aprender un método terapéutico. Pero antes de que existiera
un psicoanálisis oficial, los pacientes venían para ser hipnotizados, lo cual
conocían como una especie de sueño mágico. La idea de que el dormir es un
método curativo mágico debe ser muy antigua, más antigua que el dormir del
templo de Esculapio y la supremacía de esta idea en el inconsciente bien puede
haber atraído pacientes a los hipnotistas. “Y Dios sumió a Adán en un profundo
sueño”, recordaban los primeros anestesistas a sus opositores teológicamente
orientados y a sus pacientes dubitativos, y por cierto que el sueño todavía tiene
su lugar racional en la terapia de hoy en día. En sus comienzos, sin embargo, el
uso terapéutico del sueño se basaba en la fantasía, y los primeros pacientes
hipnóticos probablemente lo solicitaban con la idea de que después del sueño
vendría un despertar mejor, en un mundo nuevo, un mundo onírico o paraíso, en
suma, un mundo de satisfacción de los deseos donde los ciegos ven, los mudos
hablan, los cojos caminan y están enteros. Baudelaire llamaba paraíso artificial a
la meta del toxicómano y esto era lo que deseaba el que buscaba el sueño
hipnótico. El histérico, habiendo sido hipnotizado, hacía el “acting out” de
múltiples fantasías y milagros de terapia, y todavía vemos frecuentes huidas
hacia la salud de este mismo tipo inestable.
El “dormidor” mágico se transformó en un confidente, y la situación
analítica llegó en la historia. Pero el confidente que escucha las asociaciones a
medida que van apareciendo, es un oyente muy particular. A veces la persona en
el diván apenas se apercibe de su presencia y hasta se sorprende de ella al final
de la sesión analítica; otras veces, eh paciente no puede pensar más que en la
persona del analista. Nosotros hablamos de ha transferencia, pensando en la
construcción de fantasías sobre el analista que son nuevas ediciones de otras
fantasías más viejas en la historia del paciente. Evidentemente el analista no es
un elemento unitario que puede ser directamente topografiado a un lugar
unitario en el diagrama del aparato psíquico y a la psicología del dormir y del
sueño. En lo que sigue, se verá que el analista corresponde a diversos lugares en
el diagrama, también “alrededor” del diagrama, y que puede ser topografiado en
términos de psicología onírica como un resto diurno, como un excitante externo
y como un tranquilizador externo o “marginal”.
Como el foco de fantasías transferenciales infantiles, el analista fue
comparado por Otto Rank, con la aprobación de Freud (1916, ver nota al pie) a
un resto diurno, un reciente estímulo del ambiente inmediato que es
transformado en material manifiesto por la adición de ideas inconscientes. En
este sentido, el analista es una percepción, es material reciente. Rank basaba su
argumento en refutar algunas de las ideas de Silberer sobre “anagogía” y en
referencia a sueños sobre el analista, pero las fantasías del despertar en el diván
son usadas de la misma manera en este contexto. Que el analista es un individuo
que hace dormir o despertar, necesita más elaboración, y la recibirá en la
discusión a continuación. También será necesario analizar en la metapsicología
del sueño, el papel de superyo que le es frecuentemente atribuido.
Dejemos el paciente por un momento y consideremos al analista como un
interpretador, donde sus deseos y acciones son centrales. ¿Está el paciente
todavía revestido para él en el sueño o sueño parcial de su historia filogénica
como sujeto hipnótico y catártico? ¿O ha sido reprimido el concepto del
durmiente y soñador reclinado? En este último caso podríamos buscar alguna
vuelta de lo reprimido, y, posiblemente, lo vemos cuando los analistas recurren
a drogas como coadyuvante de la terapia catártica o analítica. Sin embargo,
consideremos dos aforismos psicoanalíticos que epitomizan el propósito del
análisis. El primero es: “Donde estaba el Ello, que esté el Yo!”. Combinemos
esto con otro comentario conocido, de que el Yo se une al Ello en el sueño
profundo. La inferencia es que el analista es un despertador. Para confirmar esta
inferencia, tenemos otra afirmación aforística, muy citada: “Ich verstand, dass
ich von jetzt ab zu denen gehörte, die «am Schlaf der Welt gerührt» haben. nach
Hebbels Ausdruck” (Freud, 1914) (“Yo comprendí que de aquí en adelante
pertenecía a aquellos que «perturbaban el sueño del mundo», como dice
Hebbel”). Inevitablemente el analista es tanto un despertador como un resto
diurno. Como factor externo neutral, independientemente de sus intenciones, él
puede formar parte del contenido manifiesto de la situación analítica del sujeto,
y está en la estructura de la situación analítica como un resto de un día de sueño.
Pero cuando las intenciones del analista entran en juego y éste interpreta y
analiza, es frecuentemente un despertador o perturbador externo de la situación
y no está en la estructura. Veremos posteriormente que a veces toma el rol de un
tranquilizador.
Sugerí en un artículo anterior (1954) que coincidentemente con todos los
otros efectos de los comentarios del analista o tal vez hasta de su presencia, hay
un efecto profundo que comparé al musical: el analista continuamente opera, ya
sea para despertar un poco al paciente o para hacerlo dormir un poco, para
tranquilizarlo y para estimularlo; y este efecto puede ser bastante inconsciente
tanto para el sujeto como para el analista.
Aparentemente hay situaciones terapéuticas simples, comparables con la
analítica pero no obstante diferentes, en las cuales la finalidad es más la simple
de estimular o despertar al paciente. La idea de que la psicosis es una especie de
sueño es antigua, y muchas maniobras utilizadas en el tratamiento de la
esquizofrenia tienen una intención despertadora, como ya lo han señalado los
que tienen más experiencia en este campo. Zilboorg (1930), por ejemplo, antes
de usar la técnica clásica, les hacía hacer a sus esquizofrénicos un curso de
entrenamiento en la discriminación de la realidad, como para insertar en un
sueño algunas de las funciones del estado de vigilia. K. R. Eissler (1951) insiste
en manejarse directamente con el “proceso primario”, que es un concepto de la
psicología del sueño, para que la maniobra sea una concesión al soñar del
paciente. En un contexto algo diferente, Eissler (1943, 1951) afirma que en una
etapa del tratamiento, el contenido intelectual de lo que se le dice al paciente no
es tan importante como la voz o manera de decir las cosas del terapeuta —que
uno podría influir— al paciente, incluso murmurando, seguramente un
comentario “musical”. John Rosen dice explícitamente y en general, “¿no es
acaso la psicosis una interminable pesadilla en la cual los deseos están tan bien
disfrazados que el psicótico no despierta? ¿Por qué no despertarlo entonces
desenmascarando el contenido real de su psicosis? ¿Una vez que a la psicosis
se le arranca su disfraz, no despertará este soñador también?” (1953).
Otros métodos de manejar la esquizofrenia (de comprensión menos clara)
hacen “dormir” al paciente por métodos más o menos drásticos. Empíricamente
muchas veces se despiertan sintiéndose diferentes, y a menudo hablan de la
experiencia como un “renacimiento”. La fantasía de “re-nacimiento” es lo
opuesto de la “fantasía intrauterina”; esta última es una fantasía infantil que
toma al niño dormido como su modelo para la vida antes del nacimiento; la
fantasía del “nacimiento” usa el despertar del niño, o tal vez “su despertar”
hacia un sueño. De todas maneras, el terapeuta parece tener la intención de
cumplir el deseo del soñador de tener un sano paraíso, como sugerí al discutir el
uso del sueño hipnótico como implemento de esta idea en los neuróticos.
Podemos adquirir cierto “insight” en la intención de “hacer dormir” del
terapeuta considerando la ambivalencia de los médicos hacia los pacientes, su
vacilación entre la preferencia por un paciente vivo o un paciente muerto, que
analicé como parcialmente debido a su doble experiencia en la Facultad de
Medicina, donde se enfrentaban con cadáveres como sus primeros pacientes y
más tarde tenían que transferir parte de su concepción del paciente como
cadáver a la persona viva (Lewin, 1946). Pero, según la organización de las
terapias de sueño de la esquizofrenia, el deseo del médico de hacer dormir al
paciente está subordinado a su deseo de despertarlo y curarlo. Tal como en
cirugía, el “hacer dormir” del médico forma parte de la actividad terapéutica
más amplia con su intención despertadora, como “feed-back” y regulador o ac-
ción subordinada.
Para volver al tema del despertar, y la acción excitante del analista en este
sentido, podemos considerar nuevamente el caso de un esquizofrénico. Me
refiero al análisis clásico de Nunberg (1920, 1921) del paciente que había tenido
un ataque catatónico. Constantemente se refería al ataque como “mi sueño”, y
señaló su deseo de recuperación como un deseo de olvidar su sueño
completamente. En otra parte (1953) he demostrado como el deseo de olvidar
un sueño es equivalente a un deseo de estar completamente despierto, y en el
paciente de Nunberg vale la pena señalar la forma en que expresaba esto. Veía
en el médico al padre y yo ideal, lo investía de tremendo poder, expresaba
profundo sometimiento, y afirmaba que deseaba ser curado por el “poder” de las
palabras de su padre. Mi interpretación es que deseaba que su padre lo
despertara por medio de potentes y fuertes ruidos. Durante la infancia, las
palabras y los ruidos son poderosos excitantes y despertadores y aparentemente
es valedero para el caso del sueño.
Aquí me baso en los estudios de Isakower (1939, 1945), de acuerdo a los
cuales las palabras manifiestas que aparecen al final de los sueños, en los
momentos del despertar, representan superyos-despertadores, y porque no han
sido captadas por el trabajo de sueño completo, retienen su sentido verbal y am-
biental. Sí seguimos razonando, ser despertado es ser destetado, y como
variante, ser traído de vuelta a este mundo, lo que nos hace volver a Rank y su
falacia. También nos recuerda al “insight” de Rank en la situación transferencial
pre-edípica, y de su intento del análisis del “diván” y de la situación analítica
“per se”.
El “diván” significa sueño, con sus implicancias maternas; y la huella del
padre pre-edípico, que no es un elemento del sueño sino un despertador, está
sublimado en la terapia en forma del analista que no es un elemento de la “situa-
ción diván”, sino alguien que perturba el sueño del mundo y sus habitantes. La
“esfera auditiva” que margina la atmósfera donde viajan las ondas del sonido,
capta la mayoría de los estímulos (aunque seguramente no todos) que despiertan
al niño, al soñador, al analizado.
Que el analista está en la margen del sueño se hace evidente, por contraste,
en aquellos sueños donde está representado como un tranquilizador y donde no
hay margen. Me refiero a esos sueños no proyectados, en blanco, sueños
“narcisísticos”, “de dormir”, donde el analista está representado. Por ejemplo,
en el sueño relatado por Rycroft (1951), donde el límite del soñador es vago, y
el sueño no es visualmente proyectado sino que es “puro sentimiento”, el
analista es una atmósfera tranquilizante y el homólogo del pecho o sueño
pantalla. En el trabajo de Rycroft, el paciente decía que se sentía como si fuera
tomado debajo del ala del analista, pero que no había contenido visual, y que era
una forma alegórica de expresar un sentimiento que era más como una emoción.
He encontrado “comentarios transferenciales” parecidos a éstos en pacientes
que expresaban su deseo pre-edípico de dormir al pecho por fantasías de ocupar
el mismo lugar que el analista, como si pudieran caminar adentro o a través de
él. Esta es una estructuración poco común del analista; lo pone en el lugar del
sueño mismo.
El paciente de Nunberg quería estar completamente despierto y olvidar su
“sueño” catatónico. El paciente de Rycroft, no psicótico, al soñar pintaba su
analista como el suave “espíritu del sueño” y tuvo la mejor noche de sueño de
su vida. Ambos pacientes centraban su vinculación alrededor del factor del
dormir, haciéndonos recordar nuevamente el convenio de Freud con Anna O., y
sugieren que ambos pacientes sentían la vinculación “como si” en términos de
los viejos días prepsicoanalíticos cuando el hipnotizador hacía dormir a su
paciente y luego lo despertaba. Sus pensamientos manifiestos se referían a esta
vinculación médico-paciente latente.
Se podrían dar otros ejemplos clínicos, pero ellos se pueden obtener
fácilmente en la práctica psicoanalítica. Por lo tanto me limitaré a resumir
algunos de los resultados de nuestro topografiar los elementos de la psicología
del sueño en la situación del diván. Con ingenuidad, es posible encontrar los
equivalentes de la situación del diván en “La interpretación de los sueños”. En
el sentido de “figura transferencial”, el analista puede ser comparado con lo que
en la interpretación de sueños parecía un trozo de material menos importante: es
el número opuesto de precipitados indiferentes o restos diurnos a los cuales
ideas inconscientes prestan su catexis. Como interpretador, representa otro
elemento menor, un permanente estímulo externo que puede amenazar despertar
al soñador, como el fuego real en el paradigma de Freud del sueño en el capítulo
VII amenazaba al niño que se quemaba. También es el número opuesto de
ciertos estímulos externos que no interesaban a Freud en conexión con el sueño,
los estímulos que promueven el sueño. Estos no necesitaban ser contrarrestados
por la función protectora del sueño, porque ellos también contribuían al
mantenimiento del sueño y comúnmente no se registraban en el sueño.
Conocemos una gran cantidad de éstos, que difieren en las distintas edades:
arrullar y cantar, la comida completa, el recuerdo de la situación de lactancia,
que, cuando aparece, a menudo coincide con el dormir sano y profundo. En este
contexto, la posición del analista es la de estímulo periférico.
Se hará constancia de que el analista está a ambos extremos y alrededor del
diagrama del aparato psíquico; que está “alrededor” del diván como el mundo
externo está alrededor del sueño.
El resto del topografiar en el diván la psicología del sueño, no es difícil,
porque “la formación de análisis” es como la “formación de sueños” e implica
las mismas huellas mnémicas y sistemas psíquicos, aunque generalmente en
proporciones diferentes. Los sueños en blanco se aproximan al “diván en blan-
co”, es decir, dormir en el diván donde el narcisismo del dormir que está
“debajo” del sueño, emerge a la superficie como “narcisismo de diván”. Omito
lo que el analista hace aparte de arrullar y despertar; es decir, omito la mayor
parte de la técnica analítica, los contenidos de interpretaciones específicas y
otras operaciones, que por supuesto son muy importantes. Para volver a la vieja
comparación de Freud entre hipnosis y anestesia clorofórmica, lo que importa es
lo que se hace con el paciente después que está cloroformado, y esto es lo que
llamamos técnica y no situación. De la misma manera que el cirujano no puede
siempre ignorar u olvidar completamente la situación básica de la anestesia,
tampoco podemos nosotros ignorar la relación entre dormir y despertar en el
paciente analítico.

Traducido por
Marta Nieto Grove y Dora Steiner.

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Los orígenes de la transferencia ∗

MELANIE KLEIN
(Londres)

En su “Análisis fragmentario de una histeria”, ** Freud define la situación de


transferencia en la forma siguiente: “¿Qué son las transferencias? Reediciones o
productos ulteriores de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y
hechos conscientes durante el desarrollo del análisis y que entrañan como
singularidad característica de su especie, la sustitución de una persona anterior
por la persona del médico. O para decirlo de otro modo: toda una serie de
sucesos psíquicos anteriores cobra de nuevo vida, pero ya no como pasado, sino
como relación actual con la persona del médico.”

En una forma u otra, la transferencia actúa durante toda la vida e influye


todas las relaciones humanas, pero me ocuparé sólo de las manifestaciones de la
transferencia en el psicoanálisis. Es característico del procedimiento analítico el
hecho de que, cuando empieza a abrir caminos dentro del inconsciente del
paciente, el pasado de éste (en sus aspectos conscientes e inconscientes) va
siendo progresivamente reactivado. Como consecuencia su necesidad de
transferir sus experiencias, relaciones de objeto y emociones primitivas se
incrementa, y todo esto viene a focalizarse sobre el analista; esto implica que el
paciente trata con los conflictos y las ansiedades que han sido reactivadas
utilizando los mismos mecanismos de defensa que en situaciones anteriores.
Resulta de esto que, cuanto más profundamente podamos penetrar en el


Leído en el 17~ Congreso Psicoanalítico Internacional, Amsterdam, agosto de 1951. Traducido del “Int. J.
Psycho-Anal.”, T. XXXIII, p. 433-438, 1953.Ver “Análisis fragmentario de una histeria”, Ob. Comp., T. XV, p.
135.

**
Ver “Análisis fragmentario de una histeria” Ob.Comp., T. XV, p.135.
inconsciente, más lejos en el pasado podremos llevar el análisis, y más grande
será nuestra comprensión de la transferencia. Por esto un breve resumen de mis
conclusiones acerca de las primerísimas fases de la evolución pertenece a mi
tema.
La primera forma de angustia es de naturaleza persecutoria. La actuación
interna del instinto de muerte —que, según Freud, está dirigida contra el propio
organismo— origina el miedo al aniquilamiento, y éste es la causa primordial
de la angustia persecutoria. Además, desde el principio de la vida postnatal (y
no me ocupo aquí de los procesos prenatales) los impulsos destructivos en
contra del objeto suscitan el temor a la retaliación. Estos sentimientos
persecutorios proviniendo de fuentes internas son intensificados por las
experiencias externas penosas, y en esta forma, desde los primeros días de la
vida, la frustración y el dolor suscitan en el lactante el sentimiento de que es
atacado por fuerzas hostiles. Así las sensaciones experimentadas por el bebé en
el nacimiento y las dificultades de adaptarse a condiciones enteramente nuevas
originan la angustia persecutoria. La satisfacción y los cuidados prodigados des-
pués del nacimiento, particularmente las primeras experiencias alimenticias, son
sentidos como proviniendo de fuerzas buenas. Cuando hablo de “fuerzas”, estoy
empleando un término por demás adulto para designar lo que el recién nacido
concibe oscuramente como objetos, buenos o malos. El lactante dirige sus
sentimientos de gratificación y amor hacia el pecho “bueno” y sus impulsos
destructivos y sentimientos de persecución hacia lo que él siente ser el pecho
frustrador, es decir “malo”. En este período los procesos de clivaje culminan; el
amor y el odio, así como los aspectos buenos y malos del pecho son mantenidos
bien separados los unos de los otros. La seguridad relativa del lactante descansa
sobre la posibilidad de transformar el objeto bueno en un objeto idealizado
como protección contra el objeto peligroso y perseguidor. Estos procesos —es
decir, el clivaje, la negación, la omnipotencia, la idealización— predominan
durante los tres o cuatro primeros meses de la vida (lo que denominé “posición
esquizoparanoide”, 1946). Es así como, en una fase muy temprana, la angustia
persecutoria y su corolario, la idealización, influye básicamente las relaciones
objetales.
Los procesos primarios de proyección e introyección, ligados
inextrincablemente con las emociones y las angustias del lactante, inician la
relación de objeto; por la proyección, es decir, por la deflección de la libido y de
la agresión hacia el pecho de la madre, se establece la base de la relación de
objeto; por la introyección del objeto, ante todo del pecho, se crean las
relaciones con los objetos internos. Mi utilización del término “relaciones de
objeto” se fundamenta sobre mi afirmación de que el bebé tiene, desde el
principio de su vida postnatal, una relación con su madre (aunque se focalice
antes que todo sobre su pecho), relación impregnada de los elementos básicos
de una relación objetal: amor, odio, fantasías, angustias y defensas.∗
En mi opinión —como lo expliqué en detalle en otras oportunidades— la
introyección del pecho es el comienzo de la formación del superyo, que se
extiende sobre varios años. Tenemos motivos de suponer que el lactante
introyecta el pecho en sus distintos aspectos desde la primera experiencia
alimenticia en adelante. El nódulo del superyo es así el pecho de la madre, tanto
bueno como malo. Según la actuación simultánea de la introyección y de la
proyección, las relaciones con los objetos externos y los internos entran en
interacción. El padre también, por jugar pronto su papel en la vida del niño,
viene a ser tempranamente una parte del mundo interno del lactante. Es
característica de la vida emocional del lactante la existencia de fluctuaciones
rápidas entre el amor y el odio, entre las situaciones internas y las externas,


Es un rasgo esencial de esta relación de objeto, la primera de todas, el ser el prototipo de una relación
entre dos personas, en la cual no entra ningún otro objeto. Es de una importancia primordial para las relaciones
de objeto ulteriores, aunque, bajo esta forma exclusiva, quizá no dure más que muy pocos meses, ya que las
fantasías relativas al padre y a su pene —fantasías que inician los estadios primitivos del complejo de Edipo—
introducen la relación con más de un objeto. En el análisis de los adultos y de los niños, el paciente llega a veces
a experimentar sentimientos de honda felicidad al vivir otra vez esta relación primitiva y exclusiva con la madre
y su pecho. Tales experiencias siguen a menudo el análisis de los celos y las situaciones de rivalidad en las
cuales está implicado un tercer objeto, en último análisis el padre.
entre la percepción de la realidad y las fantasías a propósito de ella, y, por
consiguiente, un interjuego entre la ansiedad persecutoria y la idealización, re-
feridas ambas a los objetos internos y externos, siendo el objeto idealizado un
corolario del objeto perseguidor extremadamente malo.

La creciente capacidad de integración y síntesis del yo conduce cada vez


más, aun en estos primeros pocos meses, a estados en los cuales el amor y el
odio, y correlativamente los aspectos buenos y malos de los objetos, son
sintetizados; y esto origina la segunda forma de angustia —la angustia
depresiva porque los impulsos y deseos agresivos del lactante hacia el pecho
malo (la madre), son ahora sentidos como peligrosos también para el pecho
bueno (la madre). En el segundo cuarto del primer año estas emociones son
reforzadas, porque en este período el lactante percibe e introyecta cada vez más
a su madre como persona. La angustia depresiva se intensifica, porque el lac-
tante siente que ha destruido, o que está destruyendo un objeto total por su
voracidad y su agresión incontrolable. Más aún, por la síntesis creciente entre
sus emociones siente ahora que estos impulsos destructivos son dirigidos hacia
una persona amada. Procesos similares operan en relación con el padre y otros
miembros de la familia. Estas angustias con las defensas correspondientes
constituyen la “posición depresiva” que culmina más o menos en la mitad del
primer año y cuya esencia es la angustia y la culpa relacionadas con la
destrucción y la pérdida de los objetos amados, internos y externos.
Es en este período, y en relación con la posición depresiva, que se establece
el complejo de Edipo. La angustia y la culpa agregan motivaciones poderosas
hacia el comienzo del complejo de Edipo. En efecto, la angustia y la culpa
incrementan la necesidad de externalizar (proyectar) figuras malas y de inter-
nalizar (introyectar) figuras buenas, de ligar los deseos, el amor, los
sentimientos de culpa y las tendencias reparatorias a ciertos objetos, y el odio y
la angustia a otros; de encontrar en el mundo exterior representantes de las
figuras internas. Sin embargo, no es solamente la búsqueda de objetos nuevos lo
que domina las necesidades del lactante, sino también el dirigirse hacia nuevas
finalidades: el alejarse del pecho hacia el pene, es decir, de los deseos orales
hacia los genitales. Muchos factores contribuyen a esta evolución: el
movimiento hacia adelante de la libido, la integración creciente del yo, las
habilidades físicas y mentales, y la adaptación progresiva al mundo externo. Es-
tas tendencias están ligadas con el proceso de formación de símbolos, que
permite al bebé transferir, no sólo su interés, sino emociones y fantasías,
angustia y culpa, de un objeto hacia otro.
Los procesos que he descrito están ligados a otro fenómeno fundamental
que gobierna la vida mental. Creo que la presión ejercida por las primerísimas
situaciones de angustia es uno de los factores que originan la compulsión a la
repetición. Volveré más tarde sobre esta hipótesis.

Algunas de mis conclusiones acerca de los primeros estadios de la infancia


son una continuación de los descubrimientos de Freud: en ciertos puntos, sin
embargo, surgen divergencias, y uno de éstos importa mucho para mi tema. Me
refiero a la afirmación de que las relaciones de objeto operan desde el comienzo
de la vida postnatal.
Hace muchos años que sostengo la opinión de que el auto-erotismo y el
narcisismo son en el bebé contemporáneos de la primera relación con objetos —
externos e internalizados—. Volveré a expresar resumidamente mi hipótesis: el
autoerotismo y el narcisismo incluyen el amor por la relación con el objeto
bueno internalizado que, en la fantasía, forma parte del propio cuerpo amado y
del propio self. Es hacia este objeto internalizado que, en la gratificación
autoerótica y en los estados narcisísticos se produce el retraimiento.
Paralelamente, desde el nacimiento en adelante, está presente una relación con
objetos, con la madre (su pecho). Esta hipótesis contradice el concepto de Freud
de estadios autoerótico y narcisísticos, que prescindirían de una relación
objetal. Sin embargo, la diferencia entre la opinión de Freud y la mía es menos
grande de lo que aparece a primera vista, ya que las afirmaciones de Freud sobre
este punto no son inequívocas. En varios pasajes expresó en forma explícita e
implícita opiniones que sugerían la relación con un objeto, el pecho materno,
precediendo el autoerotismo y el narcisismo. Un ejemplo bastará: en el primero
de dos artículos de Enciclopedia, Freud escribe:∗ “El instinto parcial oral
encuentra al principio su satisfacción en ocasión del apaciguamiento de la
necesidad de alimentación y su objeto en el pecho materno. Luego se hace
independiente, y al mismo tiempo autoerótico, esto es, encuentra su objeto en
el propio cuerpo.”

La utilización que hace Freud de la palabra “objeto” es aquí algo distinta de


la mía, porque se refiere al objeto de una finalidad instintiva, mientras designo
además de esto una relación objetal incluyendo las emociones, fantasías,
angustias y defensas del lactante. Sin embargo, en la frase citada, habla
claramente del apego libidinal a un objeto, el pecho materno, que precede el
autoerotismo y el narcisismo.

En esta misma dirección, deseo recordarles también los descubrimientos de


Freud acerca de las identificaciones tempranas. En “El yo y el ello”,* hablando
de las catexias de objeto abandonadas, escribe: “Los efectos de las primeras
identificaciones realizadas en la más temprana edad, son siempre generales y
duraderos. Esto nos lleva a la génesis del ideal del yo.”
Freud define entonces la primera y más importante identificación que yace
escondida detrás del ideal del yo como la identificación con el padre, o con los


“El psicoanálisis y la teoría de la libido”, 1922. Ob. Comp., T. XVI1, p. 293.
*
En el mismo texto, Freud sugiere —refiriéndose todavía a estas primeras identificaciones— que existen
identificaciones directas e inmediatas que se producen antes de toda catexia de objeto. Esta sugerencia parece
implicar que la introyección aún precede las relaciones de objeto.
padres, y la ubica, como dice, “en la prehistoria de cada persona”. Estas
formulaciones están muy cerca de lo que describí como los primeros objetos
introyectados, ya que, por definición, las identificaciones son el resultado de la
introyección. Por la afirmación que acabo de examinar, y por el párrafo citado
del artículo de Enciclopedia, se puede deducir que Freud, aunque no haya
seguido más lejos esta línea de pensamiento, supuso que, en la primerísima in-
fancia, intervienen tanto un objeto como procesos introyectivos. Es decir que,
en cuanto al autoerotismo y al narcisismo, nos topamos con una contradicción
en las opiniones de Freud. Tales contradicciones, que existen acerca de cierto
final acerca de estos temas particulares. Lo reconoció explícitamente en lo que
concierne a la teoría de la angustia en “Inhibición, síntoma y angustia.**

**
Ob.Comp. T. XI, cap. 8, p. 46, 1926.
Su conciencia de que mucho acerca de los estadios tempranos del desarrollo
era todavía desconocido u oscuro para él, la ejemplifica cuando habla de los
primeros años de la vida de la niña como “. . . tan nebulosos y perdidos en las
tinieblas del pasado”.∗
No conozco la opinión de Anna Freud acerca de este aspecto de la obra de
Freud. Pero, en lo que concierne al problema del autoerotismo y del narcisismo,
parece solamente haber tomado en cuenta la conclusión de Freud de que un
estadio autoerótico y narcisístico precede las relaciones de objeto y no haber
dado importancia a las otras posibilidades implicadas en algunas de las
afirmaciones de Freud, como las que acabo de citar. Es uno de los motivos por
los cuales la divergencia entre la concepción de Anna Freud sobre la primera
infancia, y la mía, es mucho más grande que la divergencia entre las opiniones
de Freud, tomadas en su totalidad, y las mías. Digo esto porque me parece
esencial el dejar en claro la extensión y la naturaleza de las diferencias entre las
dos escuelas de pensamiento analítico representadas por Anna Freud y por mí.
Tal esclarecimiento es necesario en el interés de la formación psicoanalítica y
también porque podría ayudar a plantear fructíferos intercambios entre
psicoanalistas y contribuir así a un mayor entendimiento general de los
problemas fundamentales de la primera infancia.
La hipótesis de que un estadio de varios meses de duración antecede las
relaciones de objeto implica que —excepto en cuanto a la libido que reviste el
propio cuerpo del bebé— impulsos, fantasías, angustias, y defensas, o no están
presentes, o no se relacionan con un objeto, es decir, que operarían in vacuo. El
análisis de niños muy pequeños me ha enseñado que no hay necesidad
instintiva, ni situación de angustia, ni proceso mental que no implique objetos,
internos o externos; en otras palabras, las relaciones de objeto son el centro de


“Sobre la sexualidad femenina”, 1931. Ob. Comp., 1. XXI, p. 282.
la vida emocional, Más aún, el amor y el odio, las fantasías, las angustias y las
defensas operan desde el principio y están ab initio inextrincablemente ligadas
a las relaciones de objeto. El darme cuenta de esto me ha mostrado muchos
fenómenos en una nueva luz.
Sacaré ahora la conclusión sobre la cual descansa este trabajo: sostengo
que la transferencia se origina en los mismos procesos que determinan las
relaciones de objeto en los primerísimos estadios. Por esto tenemos que
remontar una y otra vez en el análisis hacia las fluctuaciones entre los objetos
amados y odiados, internos y externos, que dominan la primera infancia. Sólo
podemos apreciar plenamente la interconexión entre las transferencias positivas
y negativas si exploramos el primer interjuego entre el amor y el odio, el círculo
vicioso de agresión, angustias, sentimientos de culpa, y agresión incrementada,
y también los aspectos diversos de los objetos hacia los cuales estas emociones
y angustias en conflicto se dirigen. Por otra parte, explorando estos procesos
primitivos, me convencí de que el análisis de la transferencia negativa, que ha
recibido relativamente poca atención∗ en la técnica psicoanalítica, es una
condición previa del análisis de los niveles más profundos del psiquismo. El
análisis de la transferencia negativa como el de la transferencia positiva y de la
interconexión de ambas es, como lo sostuve durante muchos años, un principio
imprescindible para el tratamiento de todo tipo de pacientes, tanto niños como
adultos. Fundamenté esta opinión en la mayoría de mis trabajos desde 1927 en
adelante.
Este enfoque, que ha hecho posible en lo pasado el psicoanálisis de niños
muy pequeños, se ha revelado en los últimos años muy fructífero para el análisis
de pacientes esquizofrénicos. Hasta más o menos 1920 se suponía que los
pacientes esquizofrénicos eran incapaces de establecer una transferencia, y por
lo tanto no podían ser psicoanalizados. Desde entonces el psicoanálisis de los


Esto era debido sobre todo a la insuficiente valoración del papel de la agresividad.
esquizofrénicos ha sido intentado por varias técnicas. Sin embargo, el cambio
de punto de vista más radical al respecto se ha producido más recientemente y
está estrechamente relacionado con el mayor conocimiento de los mecanismos,
angustias y defensas que operan en la primera infancia. Desde que algunas de
estas defensas, nacidas en las primeras relaciones de objeto y dirigidas hacia el
amor y el odio, han sido descubiertas, el hecho de que los pacientes
esquizofrénicos son capaces de desarrollar a la vez una transferencia positiva y
una transferencia negativa ha sido plenamente comprendido; este
descubrimiento se confirma si aplicamos en forma consistente al tratamiento de
los pacientes esquizofrénicos∗ el principio de que es tan necesario analizar la
transferencia negativa como la positiva, que, de hecho, una no puede ser
analizada sin la otra.
Retrospectivamente se puede ver que estos adelantos sustanciales en la
técnica se apoyan en el plano de la teoría psicoanalítica sobre el descubrimiento
por Freud de los instintos de vida y de muerte, que ha constituido un aporte
básico a la comprensión del origen de la ambivalencia. Ya que los instintos de
vida y de muerte, y por esto el amor y el odio, están en la más estrecha
interacción, la transferencia negativa y la transferencia positiva son básicamente
intrincadas.
La comprensión de las primeras relaciones de objeto, y de los procesos que
implican ha influido básicamente la técnica desde distintos puntos de vista. Se
sabe desde tiempo atrás que el psicoanalista en la situación de transferencia
puede sustituir a la madre, al padre, o a otras personas, que también a veces
juega en la mente del paciente el papel del superyo, y otras veces el del ello o
del yo. Nuestro conocimiento presente nos permite penetrar los detalles


Esta técnica es ilustrada por el artículo de H. Segal: “Algunos aspectos del análisis de un esquizofrénico” (“Int.
J. Psycho-Anal.”, 31, 1950) y por los artículos de H. Rosenfeld: “Natas sobre el psicoanálisis del conflicto
superyoico de un paciente esquizofrénico agudo” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 33. 1952) y “Fenómenos
transferenciales y análisis de la transferencia en un paciente esquizo-catatónico agudo” (“Int. J. Psycho-Anal.”,
33, 1952).
específicos de los diversos roles atribuidos por el paciente al analista. Hay de
hecho muy pocas personas en la vida del bebé, pero las siente como una
multitud de objetos porque le aparecen bajo aspectos diversos. De la misma
manera, el analista puede en un momento determinado, representar a una parte
de la persona, del superyo, o a una cualquiera de una amplia serie de figuras
internalizadas. Asimismo, no nos lleva muy lejos el darnos cuenta que el ana-
lista sustituye al padre o a la madre reales, hasta que entendamos qué aspecto de
los padres ha sido revivenciado. El retrato de los padres en la mente del paciente
ha sufrido una distorsión de grado variable a través de los procesos infantiles de
proyección e idealización, y, a menudo, ha retenido mucho de su naturaleza
fantástica.

Al mismo tiempo, en la mente del bebé toda experiencia externa es


entrelazada con sus fantasías, y, por el otro lado, cada fantasía contiene
elementos de la experiencia real; es sólo analizando la situación de transferencia
hasta el fondo que somos capaces de descubrir el pasado a la vez en sus
aspectos realistas y fantásticos. Es también el origen de estas fluctuaciones en la
primera infancia el que da cuenta de su intensidad en la transferencia, y de los
cambios rápidos —a veces aun dentro de la misma sesión— entre el padre y la
madre, entre objetos omnipotentemente benévolos y peligrosos perseguidores,
entre figuras internas y externas. A veces, el analista parece representar
simultáneamente a ambos padres, en este caso, a menudo, aliados en su
hostilidad hacia el paciente, y la transferencia negativa adquiere gran intensidad.
Lo que se ha revivido entonces, o lo que se ha vuelto manifiesto en la
transferencia, es la mezcla en la fantasía del paciente de los padres como figura
única, de la “figura de los padres combinados”, que he descrito en otra parte.∗
Es ésta una de las formaciones de fantasía características del complejo de


Ver “El psicoanálisis de niños”. particularmente Cap. 8 y 11.
Edipo en sus primeros estadios, que, si se mantiene activada, perjudica tanto las
relaciones de objeto como el desarrollo sexual. La fantasía de los padres
combinados saca su fuerza de otro elemento de la vida emocional temprana, es
decir, de la poderosa envidia asociada con los deseos orales frustrados. El
análisis de tales situaciones tempranas nos enseña que en la mente del bebé,
cuando es frustrado (o insatisfecho por causas internas) su frustración se acopla
con el sentimiento de que otro objeto (pronto representado por el padre) recibe
de la madre la gratificación y el amor codiciados y que le son negados en ese
momento. Aquí se halla una de las raíces de la fantasía que los padres están
combinados en una eterna gratificación mutua de naturaleza oral, anal y genital.
Y esto es, a mi criterio, el prototipo de las situaciones tanto de envidia como de
celos.
Hay otro aspecto de la transferencia que cabe mencionar. Acostumbramos
hablar de la situación transferencial. Pero, ¿tenemos siempre presente la
importancia fundamental de este concepto? Según mi experiencia, cuando
desembrollamos los detalles de la transferencia, es esencial pensar en términos
de situaciones totales transferidas del pasado en el presente, tanto como de
emociones, defensas y relaciones objetales.

Durante muchos años —y esto es hasta cierto punto todavía cierto ahora— la
transferencia ha sido entendida en términos de referencias directas al analista en
el material del paciente. Mi concepto de la transferencia, radicado en los
estadios más primitivos del desarrollo y en los niveles profundos del in-
consciente, es mucho más amplio y entraña una técnica por la cual los
elementos inconscientes de la transferencia se deducen de la totalidad del
material presentado. Por ejemplo, los relatos de los pacientes acerca de su vida
de cada día, sus amistades, sus actividades, no sólo dan una comprensión del
funcionamiento de su yo, sino que revelan —si exploramos su contenido
inconsciente— las defensas contra las angustias despertadas en la situación
transferencial. Pues el paciente necesita tratar los conflictos y las angustias
reexperimentados hacia el analista con los mismos métodos que usó en el
pasado. Es decir que se aparta del analista en la misma forma en que intentó
apartarse de sus objetos primitivos; trata de clivar su relación con él, con-
servándolo como figura, sea buena, sea mala; desvía algunos de los
sentimientos y actitudes experimentados hacia el analista, hacia otra gente de su
vida corriente, lo que forma parte del “acting-out”.∗
De acuerdo con mi tema, he examinado aquí sobre todo las experiencias, las
situaciones, las emociones más tempranas de donde surge la transferencia. Sin
embargo, sobre estos fundamentos se construyen las relaciones objetales
ulteriores y los desarrollos emocionales e intelectuales que necesitan la atención
del analista tanto como los más tempranos; es decir, que nuestro campo de
investigación cubre todo lo que yace entre la situación actual y las primerísimas
experiencias. De hecho, no es posible encontrar el acceso a las primeras
emociones y relaciones de objeto, sino por el examen de sus vicisitudes a la luz
de desarrollos ulteriores. Es sólo por el relacionar una y otra vez (y esto
significa un trabajo arduo y paciente) las experiencias ulteriores con las
anteriores y viceversa, es sólo por el explorar consistente de su interjuego, que
el presente y el pasado pueden juntarse en la mente del paciente.

Es uno de los aspectos del proceso de integración que, a medida que el


análisis progresa, involucra la totalidad de la vida psíquica del paciente. Cuando
la angustia y la culpa disminuyen y cuando el amor y el odio pueden ser mejor
sintetizados, los procesos de clivaje —defensa fundamental contra la angustia—
tanto como las represiones se suavizan mientras el yo crece en fuerza y
cohesión; el clivaje entre los objetos idealizados y perseguidores disminuye; los


El paciente puede a veces preferir el escapar del presente hacia el pasado, al vivenciar que sus emocionales,
angustias y fantasías están actualmente operantes en su plena intensidad y focalizadas sobre el analista. Otras
veces como sabemos, las defensas se dirigen sobre todo contra el re-vivenciar el pasado en relación con los
objetos originarios.
aspectos fantásticos de los objetos pierden su fuerza. Todo esto implica que la
vida inconsciente de fantasía —separada menos rígidamente de la parte
consciente de la mente— puede ser mejor utilizada en las actividades del yo,
con el consiguiente enriquecimiento general de la personalidad. Me refiero aquí
a las diferencias —en oposición con las semejanzas— entre la transferencia y
las primeras relaciones de objeto. Estas diferencias son la medida del efecto
curativo del tratamiento analítico.
Indiqué más arriba que uno de los factores que suscitan la compulsión a la
repetición es el apremio que proviene de las primeras situaciones de angustia.
Cuando la angustia persecutoria y depresiva y la culpa disminuyen, hay menor
necesidad de repetir más y más veces las experiencias fundamentales, y por
consiguiente los patrones y las modalidades primitivas del sentir se mantienen
con menos terquedad. Estos cambios fundamentales se producen con el análisis
consistente de la transferencia; están ligados con la profunda revisión de las
primerísimas relaciones de objeto y se reflejan tanto en la vida corriente del
paciente como en sus actitudes distorsionadas hacia el analista.

Traducido por Willy Baranger

BIBLIOGRAFIA

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XV, 1905.
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KLEIN, Melanie.— “El psicoanálisis de niños”, 1932.
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.— “Contributions to Psycho-analysis” (1948). Hogarth Press, 1921-45.
ROSENFELD, Herbert.— Observaciones sobre el conflicto del superyo en una
forma aguda de esquizofrenia (1952). “Rev. Psa.”, Buenos Aires, T. X, N9
3, 1953.
.— Fenómenos transferenciales y análisis de la transferencia en un caso de
esquizofrenia catatónica aguda (1952). “Rev. Urug. Psa.”, Montevideo, T.
II, Nº 4, 1958.
SEGAL, Hanna.— Some aspects of the analysis of a schizophrenia (1950). “Int.
J. Psycho-Anal”, XXXI
Acerca de la contratransferencia∗

PAULA HEINMANN
(Londres)

Esta breve nota sobre la contratransferencia ha sido sugerida por ciertas


observaciones que hice en seminarios y análisis de control. Me llamó la
atención la creencia, muy difundida entre los candidatos, de que la
contratransferencia no es más que una fuente de dificultades. Muchos
candidatos se asustan y se sienten culpables por lo que vivencian hacia sus
pacientes, y tratan por consiguiente de evitar cualquier respuesta emocional, de
hacerse completamente carentes de sentimientos y “prescindentes”.
Al tratar de remontar hasta el origen de este ideal del analista “prescindente”
encontré que nuestra literatura contiene efectivamente descripciones del trabajo
analítico que pueden sugerir el concepto de que un buen analista no siente nada
hacia sus pacientes más allá de una benevolencia uniforme y leve, y que la
menor ondulación provocada en esta suave superficie por las olas emocionales
representa una perturbación que debe ser superada. Esto puede quizá resultar de
una comprensión equivocada de algunas opiniones de Freud, por ejemplo, su
comparación con el estado de ánimo del cirujano durante una intervención, o su
metáfora del espejo. Por lo menos me mencionaron estas comparaciones en el
curso de discusiones sobre la naturaleza de la contratransferencia.


Trabajo leído en el 169 Congreso Psicoanalítico Internacional, Zurich, 1949. Después de presentado este
artículo en el Congreso, mi atención fue llamada por un artículo de Leo Berman: “Couatertransferences and
Attitudes of the Analyst in the Therapeutic Process” (“Psychiatry”, tomo XII, N9 2, mayo de 1949). El hecho de
que el problema de la contratransferencia haya sido puesto en el tapete en forma casi simultánea por distintos
investigadores indica que nuestro tiempo está maduro para una investigación más completa de la naturaleza y de
la función de la contratransferencia. Estoy de acuerdo con el repudio fundamental del Dr. Berman hacia la
frialdad emocional del analista, pero disiento con él en mis conclusiones sobre el uso que debe hacer el analista
de sus sentimientos hacia el paciente.
Por otra parte, existe otra línea de pensamiento, como la de Ferenczi, que
no sólo reconoce que el analista experimenta muchas clases de sentimientos
hacia su paciente, sino que le recomienda expresarlos abiertamente en ciertas
oportunidades. En su artículo titulado “Handhabung der Übertragung aug Grund
der Ferenczigchen Versuche” (“Int. Zeitschr. f. Psychoanal”, Bd. XXII, 1936)
Alice Balint sugirió que una tal honestidad de parte del analista es provechosa y
coherente con el respeto de la verdad inherente al psicoanálisis. Aunque admire
su actitud, no puedo concordar con sus conclusiones. Otros analistas han sos-
tenido que el expresar sus sentimientos al paciente hace al analista más
“humano”, y que ayuda al paciente a construir con él una relación más
“humana”.
Para el propósito de este artículo, uso el término de “contratransferencia”
para designar la totalidad de los sentimientos que el analista vivencia hacia su
paciente.
Se podría objetar que este uso del término no es correcto, y que la
contratransferencia significa simplemente la transferencia de parte del analista.
Sin embargo, mi opinión sería que el prefijo “contra” implica factores
adicionales.
En todo caso es útil recordar al pasar que los sentimientos transferenciales
no pueden ser diferenciados estrictamente de los que se refieren a otra persona
como tal y no como sustituto parental. Se hace notar con frecuencia que no todo
lo que el paciente siente hacia su analista es debido a la transferencia y que, a
medida que el análisis progresa, se vuelve más capaz de sentimientos
“adecuados a la realidad”. Esta misma advertencia muestra que la diferenciación
entre las dos clases de sentimientos no es siempre fácil.
Mi tesis es que la respuesta emocional del analista a su paciente dentro de la
situación analítica representa una de las herramientas más importantes para su
trabajo. La contratransferencia del analista es un instrumento de investigación

**Traducido de “The International Journal of Psycho-Analysis”, tomo XXI, Nº 1-2, 1950.


dirigido hacia el inconsciente del paciente.
La situación analítica ha sido investigada y descrita desde muchos puntos
de vista, y existe un acuerdo general acerca de su carácter único. Pero mi
impresión es que no se ha puesto suficiente énfasis sobre el hecho de que es una
relación entre dos personas. Lo que distingue esta relación de otras, no es la
presencia de sentimientos en uno de los participantes, el paciente, y su ausencia
en el otro, el analista, sino, sobre todo, el grado de los sentimientos que se
experimentan y el uso que se hace de ellos, dependiendo estos factores uno del
otro. La finalidad del análisis personal del analista, desde este punto de vista, no
es el transformarlo en un cerebro mecánico que pueda producir interpretaciones
sobre la base de un procedimiento puramente intelectual, sino el hacerlo capaz
de aguantar los sentimientos que son suscitados dentro de él en vez de
descargarlos (lo que hace el paciente), con el fin de subordinarlos a la tarea
analítica, en la cual funciona como el reflejo del paciente en un espejo.
Si un analista trabaja sin consultar sus sentimientos, sus interpretaciones son
pobres. Lo he visto a menudo en el trabajo de principiantes, quienes, por miedo,
ignoran o ahogan sus sentimientos.
Sabemos que el analista necesita una atención flotante y tranquilidad para
seguir las asociaciones libres del paciente, y que esto lo capacita para escuchar
simultáneamente en varios niveles. Tiene que percibir el significado manifiesto
y el latente de las palabras de su paciente, las alusiones e implicaciones, las
referencias implícitas a sesiones anteriores, las menciones a situaciones
infantiles detrás de la descripción de relaciones corrientes, etc.. . Escuchando en
esta forma, el analista evita el peligro de preocuparse por un tema solo, y
permanece receptivo al significado de los cambios en los temas y de las
secuencias y lagunas en las asociaciones del paciente.
Diría que el analista, al mismo tiempo que una atención que trabaje
libremente, necesita una sensibilidad a las emociones libre y despierta para
poder seguir los movimientos emocionales y las fantasías inconscientes de su
paciente. Nuestra hipótesis de base es que el inconsciente del analista entiende
el de su paciente. Esta relación en el nivel profundo aparece en la superficie
bajo forma de sentimientos en respuesta al paciente y que el analista reconoce,
en su contratransferencia. Es la forma más dinámica en la cual le llega la voz del
paciente. En la comparación de los sentimientos despertados en él por las
asociaciones y la conducta del paciente, el analista posee un medio muy valioso
de saber si ha entendido a su paciente o no.
Sin embargo, ya que emociones violentas de cualquier clase, de amor u
odio, desamparo o ira impulsan hacia la actuación más que hacia la
contemplación y borran la capacidad de una persona para observar y pesar
correctamente los hechos, la respuesta emocional del analista, si es intensa,
frustrará su finalidad.
Por esto la sensibilidad emocional del analista debería ser extensiva (más
que intensiva), diferenciada y móvil. Habrá muchos ratos, en el trabajo
analítico, en los cuales el analista que combina la libre atención con la libertad
de respuesta emocional no registra sus sentimientos como problemáticos,
porque están de acuerdo con el significado que va entendiendo. Pero a menudo
las emociones despertadas en él son mucho más cercanas al nódulo del
problema que su razonamiento o, para decirlo en otra forma, su percepción
inconsciente del inconsciente del paciente es más aguda y se adelanta a su
concepto consciente de la situación.
Un ejemplo reciente surge a mi memoria. Se refiere a un paciente que me
había venido de un colega. Era un hombre de unos cuarenta años, que había
buscado el tratamiento, al principio, cuando se derrumbó su matrimonio. Dentro
de sus síntomas, la promiscuidad ocupaba el primer plano. En el tercer mes de
su análisis conmigo, me dijo, al principio de una sesión, que iba a casarse con
una mujer a quien había conocido tan sólo poco antes.
Era obvio que su deseo de casarse, en es e contexto, era determinado por su
resistencia al análisis y su necesidad de actuar afuera sus conflictos
transferenciales. En medio de una actitud intensamente ambivalente, el deseo de
una relación íntima conmigo había ya aparecido con claridad. Yo tenía por lo
tanto muchas razones de dudar de la cordura de su intención y de sospechar de
la elección de su objeto. Pero tal intento de establecer un cortocircuito en el
análisis no es poco frecuente al principio o en un punto crítico del tratamiento, y
en general no representa un obstáculo demasiado grande al trabajo, por lo que
no produce ninguna situación catastrófica. Estuve entonces algo intrigada al
notar que reaccionaba con un sentimiento de aprensión y preocupación a lo que
decía el paciente. Sentí que había algo más involucrado en esta situación, algo
más allá del acostumbrado “acting out”, y que, sin embargo, me escapaba.
En sus asociaciones siguientes, que se centralizaban alrededor de su amiga,
el paciente, al describirla, dijo que “lo había pasado muy mal” en una época.
Otra vez registré particularmente esta frase, y se incrementaron mis
temores. Empecé a darme cuenta de que era precisamente porque lo había
pasado mal que se sentía atraído hacia ella. Pero yo sentía todavía que no veía
las cosas con bastante claridad. Entonces, me contó un sueña: había adquirido
en el extranjero un muy buen coche de segunda mano, que estaba averiado.
Deseaba repararlo, pero otra persona en el sueño hacía objeciones por motivos
de precaución. El paciente debía, como lo dijo, “confundir a la otra persona”,
para poder seguir adelante en la reparación del coche.
Con la ayuda de este sueño, pude entender lo que anteriormente había sólo
sentido como aprensión y preocupación. El asunto era mucho más peligroso que
el simple “acting out” de conflictos transferenciales.
Cuando me dio los pormenores del coche —muy bueno, de segunda mano,
del extranjero— el paciente se dio cuenta espontáneamente que se trataba de mí.
La otra persona en el sueño que quería pararlo y que él intentaba confundir,
representaba la parte del yo del paciente que anhelaba la seguridad, la felicidad
y el análisis como objeto protector.
El sueño mostraba que el paciente deseaba que yo fuera “averiada” (insistió
en que yo era una refugiada a la cual se aplicaba la expresión “lo pasó mal” que
había utilizado a propósito de su nueva amiga). Por culpa de sus impulsos
sádicos, se veía obligado a reparar, pero su reparación era de naturaleza
masoquista, ya que necesitaba acallar la voz de la razón Y de la prudencia. El
elemento de confundir la figura protectora era en sí mismo de dos filos,
expresando a la vez sus impulsos sádicos y masoquistas: en la medida en que
trataba de aniquilar el análisis, representaba las tendencias sádicas del paciente
según el patrón de sus ataques anales infantiles contra la madre; en la medida en
que representaba el manejo de su deseo de seguridad y felicidad, expresaba sus
tendencias autodestructivas. La reparación, cuando se vuelve un acto
masoquista, engendra a su vez el odio, y, lejos de solucionar el conflicto entre la
destructividad y la culpa, lleva a un círculo vicioso.
La intención del paciente de casarse con su nueva amiga, la mujer dañada,
se alimentaba de ambas fuentes, y el “acting out” de sus conflictos
transferenciales se reveló como determinado por su específico y poderoso
sistema sadomasoquista.
Inconscientemente, yo había captado en seguida la seriedad de la situación,
lo que provocó el sentimiento de preocupación que experimenté. Pero mi
comprensión consciente quedó atrás, y no pude descifrar el mensaje y el
llamado de ayuda del paciente sino más tarde en la sesión, cuando surgió más
material.
Al presentar este punto de una sesión analítica, espero ilustrar mi opinión
que la respuesta emocional inmediata del analista a su paciente es un índice
significativo de los procesos inconscientes del paciente que guía al analista
hacia un entendimiento más completo. Ayuda al analista a focalizar su atención
sobre los elementos más vigentes en las asociaciones del paciente y sirve como
útil criterio de selección de las interpretaciones acerca de un material que, como
sabemos, es siempre sobredeterminado.
Desde el punto de vista que estoy recalcando, la contra-transferencia del
analista no es solamente una parte constitutiva de la relación analítica, sino la
creación del paciente; es una parte de la personalidad del paciente. (Es posible
que esté tocando aquí un punto que el Dr. Clifford Scott expresaría en términos
de su concepto del esquema corporal, pero seguir en esta línea me llevaría
demasiado lejos de mi tema.)
El enfoque de la contratransferencia que he presentado no es exento de
peligro. No constituye una pantalla para las insuficiencias del analista. Cuando
el analista en su propio análisis ha elaborado sus conflictos y angustias
infantiles (paranoides y depresivas) en tal forma que pueda establecer un fácil
contacto con su propio inconsciente, no atribuye a su paciente lo que le
pertenece en propio. Habrá conseguido un equilibrio suficientemente seguro que
le permitirá encargarse de los roles del ello, del yo, del superyo, y de los objetos
externos del paciente que éste le atribuye —es decir, proyecta sobre él— cuando
dramatiza sus conflictos en la relación analítica. En el ejemplo que di, el analista
jugaba sobre todo el papel de la madre buena del paciente, destinada a ser
destruida y salvada, y el de su yo en contacto con la realidad que trataba de
oponerse a sus impulsos sadomasoquistas. En mi opinión, la exigencia de Freud
de que el analista debe “reconocer y dominar” su contratransferencia no lleva a
la conclusión que la contratransferencia es un factor de perturbación y que el
analista debe abstenerse de sentirla y prescindir de ella, sino que debe utilizar su
respuesta emocional como una llave hacia el inconsciente del paciente. Esto lo
protegerá de entrar como coactor en la escena que el paciente repite en la
relación analítica, y de explotarla según sus propias necesidades. Al mismo
tiempo tendrá un importante estímulo para trabajar repetidamente sobre sí
mismo y para seguir el análisis de sus propios problemas. Pero esto es su asunto
privado, y no considero correcto que el analista comunique sus sentimientos a
su paciente. A mi criterio, tal honestidad se parece más bien a una confesión y
es un fardo para el paciente. En todo caso lleva afuera del análisis. Las emo-
ciones despertadas en el analista serán de valor para su paciente, si se usan
como una fuente más de “insight” en los conflictos y las defensas inconscientes
del paciente. Cuando éstos son interpretados y elaborados, los cambios
consiguientes en el yo del paciente incluyen el reforzamiento de su sentido de la
realidad, que lo lleva a ver a su analista como un ser humano, y no como un
dios o un demonio, y la relación “humana” en la situación analítica se establece
sin que el analista recurra a medios extra-analíticos.
La técnica analítica nació cuando Freud, abandonando la hipnosis,
descubrió la resistencia y la represión. A mi criterio, el uso de la
contratransferencia como instrumento de investigación puede ser reconocido en
sus descripciones de la forma en la cual llegó a sus descubrimientos
fundamentales. Cuando trató de traer a luz los recuerdos olvidados de los
pacientes histéricos, sintió que una fuerza emanada del paciente se oponía a sus
intentos y que él tenía que superar esa resistencia por su propio trabajo psíquico.
Concluyó que era la misma fuerza la responsable de la represión de los
recuerdos esenciales, y de la formación del síntoma histérico.
El proceso inconsciente de la amnesia histérica puede, por consiguiente, ser
definido por sus dos facetas gemelas, la primera de las cuales está orientada
hacia afuera, y sentida por el analista como resistencia, mientras la otra obra
dentro del psiquismo como represión.
Si en el caso de la represión la contratransferencia se caracteriza por la
sensación de una cantidad de energía, de una fuerza opuesta, otros mecanismos
de defensa despertarán otras cualidades de la respuesta del analista.
Creo que, con una investigación más completa de la contratransferencia
desde el mismo punto de vista que el presente intento, podemos llegar a elaborar
más completamente la manera en que el carácter de la contratransferencia
corresponde a la naturaleza de los impulsos y defensas inconscientes del pa-
ciente activados en el momento presente.
Traducido por Willy Baranger
Contratransferencia

PAULA HEINMANN∗ **
(Londres)

Acepté gustosamente tomar parte en este symposium, y pienso que los


recuerdos de la anterior ocasión en la cual el Dr. Fordham y yo cambiamos
opiniones, influyen positivamente en esta disposición mía.
Además, fue bienvenida para mí la oportunidad de volver a pensar acerca de
un problema que entra tan fundamentalmente en nuestro trabajo diario y de
revisar mi trabajo anterior sobre contratransferencia al que se refirió el Dr.
Fordham, comparando mis opiniones tal como las expresé entonces (Heinmann,
1950) con mis opiniones presentes y las de otros investigadores. Me gusta
pensar que mi trabajo estimuló discusiones. Varios trabajos han aparecido
después aportando importantes contribuciones.
Mi breve trabajo surgió de ciertas observaciones que me llevaron a prestar
mayor atención a los problemas de la contratransferencia.
En controles, pude ver cuántos candidatos, interpretando equivocadamente
las recomendaciones de Freud (Freud, 1910-19) y en particular su comparación
de la actitud del analista con la del cirujano, se esforzaban en volverse
inhumanos. Se sentían tan atemorizados y culpables cuando surgían emociones
hacia sus pacientes, que las eliminaban mediante la represión o distintas
técnicas de negación, en detrimento de su trabajo. Pero no era sólo que
perdieran sensibilidad en la percepción de los acontecimientos de la situación
analítica, al preocuparse tanto por combatirse a sí mismos, sino que utilizaban
también defensas contra el paciente, escapándose en la teoría, o en el pasado


Presentado en la primera parte de un symposium sobre la contra-transferencia organizado por la sección
médica de la Sociedad Británica de Psicología, Londres, 28 de octubre de 1959,
**
Publicado en el “British Journ.al of Medical Psychology”, 33, 9, 1960.
lejano del paciente, y proporcionando hábiles interpretaciones intelectuales.
Más aún, tendían a pasar por alto o a omitir comentarios acerca de la
transferencia positiva con sus fantasías sexuales inherentes, y
a seleccionar arbitrariamente los elementos de la transferencia negativa, porque
se encontraban entonces más seguros de alcanzar su meta de “frío desapego”.
Les escapaba el hecho de que mucho de la agresión que ellos veían, era la
reacción del paciente al sentirse rechazado e incomprendido.
A menudo, cuando las interpretaciones de un candidato me parecían estar
fuera de todo rapport con su paciente, le preguntaba lo que él había sentido
realmente. Y surgía con frecuencia que, en sus sentimientos, había registrado
adecuadamente el punto esencial. Podíamos ver entonces que, si hubiera
aceptado sus sentimientos y si los hubiera tratado como una respuesta a un
proceso dentro del paciente, hubiera tenido una buena posibilidad de descubrir a
lo que había respondido. Naturalmente, en tales oportunidades, el candidato se
daba también cuenta de sus problemas personales no solucionados que
producían la transferencia de él hacia su paciente, lo que permitía llevar a su
análisis uno de los aspectos útiles de la experiencia del control.
Sin embargo, sería equivocado considerar los problemas de la
contratransferencia meramente como dolores de crecimiento de los
principiantes. Los he encontrado en mi propio trabajo, y, aun analistas de
muchísima experiencia, anteriores a mí, han mencionado estas dificultades.
Quisiera recapitular rápidamente los principales puntos que sostuve en mi
anterior trabajo.
La situación analítica es una relación entre dos personas. Lo que diferencia
esta relación de otras no es la presencia de sentimientos en uno de los
“partners”, el paciente, y su ausencia en el otro, el analista, sino el grado de
sentimiento que experimenta el analista y el uso que hace de sus sentimientos,
siendo estos factores interdependientes. El fin del análisis propio del analista no
es el transformarlo en un cerebro mecánico que pueda producir interpretaciones
en base a un proceso puramente intelectual, sino el hacerlo capaz de contener
sus sentimientos en vez de descargarlos como lo hace el paciente.
Al mismo tiempo que esta atención libre y tranquilamente flotante que
habilita al analista para escuchar simultáneamente en muchos niveles, necesita
ana sensibilidad emocional libre mente despierta para poder percibir y seguir de
cerca los movimientos emocionales y las fantasías inconscientes del paciente
Comparando los sentimientos despertados en sí mismo con e contenido de las
asociaciones de su paciente y las cualidades de su humor y de su
comportamiento, el analista posee el medie de averiguar si ha entendido a su
paciente o si no pudo lograrlo.

Sin embargo, ya que las emociones violentas de cualquier clase borran la


capacidad de pensar claramente e impulsan hacia la actuación, resulta que si la
respuesta emocional del analista es demasiado intensa, fallará en su objetivo.
En la mayoría de los aspectos de su trabajo, el analista experimentado tiene
una sensibilidad emocional extensiva más que intensiva, discriminativa y móvil,
y sus sentimientos no son vivenciados como problema. Sus herramientas están
en buen orden de trabajo. Pero se producen situaciones en las cuales se da
cuenta que se enfrenta en una forma embarazosa y perturbadora con
sentimientos algo intensos de angustia o de preocupación que parecen
inapropiados con relación a su juicio acerca de los acontecimientos de la
situación analítica. Espera, pues —y esto es lo que debe hacer para no interferir
con un proceso en desarrollo en su paciente y para no oscurecer aún más una
situación ya embarazosa con interpretaciones inadecuadas y mal orientadas— y
llega el momento en que entiende lo que estaba pasando. En el momento en que
entiende a su paciente, entiende también sus propios sentimientos, la
perturbación emocional desaparece, y puede verbalizar el proceso crucial del
paciente en una forma que éste pueda entender.
Di un ejemplo de esta clase, que podía describirse brevemente. Pude haber
dado otros, que, sin embargo, hubieran necesitado un relato mucho más extenso.
Me di cuenta que el Dr. Fordham también se ha familiarizado con el problema
de elegir ejemplos clínicos.
Mi conclusión anterior era que la contratransferencia representa un
instrumento para la investigación de los procesos inconscientes del paciente, y
que la perturbación de mis propios sentimientos se debía a un retraso temporal
de la comprensión consciente con relación a la inconsciente. No traté entonces
de investigar los motivos de este retraso temporal, ni traté de hurgar en la
contribución de la transferencia en estos sentimientos perturbados ya que mis
objetivos principales eran desenmascarar el fantasma del analista “sin
sentimientos”, inhumano, y mostrar la significación operacional de la
contratransferencia.
Al pasar, puedo mencionar que tuve la oportunidad de comprobar que mi
trabajo había también provocado ciertas equivocaciones en algunos candidatos,
quienes, apoyándose en aquel trabajo para justificarse, sin suficiente sentido
crítico, fundamentaban sus interpretaciones sobre sus sentimientos. Respondían
a cualquier pregunta “mi contratransferencia”, y parecían poco propensos a
cotejar sus interpretaciones con los datos reales de la situación analítica.
En vista a la interdependencia de los conceptos de transferencia y
contratransferencia, quisiera retrotraerles por un momento hasta la era
preanalítica, hasta el período en que Freud todavía no había descubierto la
transferencia. El terapeuta estaba en el papel de un ayudante amistoso que
animaba a la paciente a recordar todo lo relacionado con su dolencia, sus sín-
tomas histéricos, y que facilitaba el recuerdo mediante la hipnosis. Las
emociones violentas que acompañaban el recordar de la paciente, se dirigían
hacia sus objetos pasados, y, una vez descargados, la paciente se sentía
notoriamente mejor. Este alivio, manifiesto y a veces altamente dramático, era
debido evidentemente al procedimiento del médico, y probaba su eficacia.
Paciente y médico estaban unidos en su propósito, en un mismo bando, en
contra de los objetos pasados de la paciente, que aparecían en sus recuerdos, y
hacia quienes ella dirigía toda la fuerza de sus afectos e impulsos.
El descubrimiento revolucionario de la transferencia por Freud cambió
fundamentalmente la situación del tratamiento. Este es el punto que desearía
enfatizar: con el reconocimiento de la transferencia, las exigencias que su
trabajo demanda al analista se incrementaron desmesuradamente.
De ahí, como nos lo recordó el Dr. Fordham, la institución del análisis
didáctico, para el cual Freud dio su reconocimiento explícito a la “Escuela Suiza
de Analistas”. Al pasar, quisiera hacer notar un error de Jung al pensar que
Freud no se dio cuenta de la universalidad de la transferencia. Lo que Freud
recalcó en realidad fue que, en otras formas de terapia, la transferencia no era
reconocida.
Mientras el terapeuta no hacía más que administrar un agente terapéutico a
su paciente, en este caso la exhortación a dejar sus recuerdos aparecer en la
conciencia y a descargar sus afectos estancados dirigidos hacia sus objetos
pasados, su formación psiquiátrica corriente había bastado. Pero cuando la
relación paciente-médico se volvió el escenario en el cual el paciente actuaba
sus impulsos violentos, inconscientemente convencido de que se originaban
actualmente y realmente en las actividades y la conducta del analista, el
terapeuta mismo se volvió agente terapéutico y necesitó una formación especial
para protegerse a sí mismo y al paciente contra su implicación emocional y su
reacción a la actuación del paciente.
El concepto de contratransferencia fue presentado por Freud en forma muy
breve. La describió como “el resultado de la influencia del paciente sobre los
sentimientos inconscientes del analista” y exigió que se le reconociese y
superara. Muchos analistas consideran la contratransferencia nada más que
como la transferencia de parte del analista, y creo que se sienten apoyados por el
hecho de que Freud se refirió a ella sin definirla y asociándola a una advertencia
ya familiar en el caso de la transferencia.
Sostengo, ya lo mencioné, que, como parece implicarlo el prefijo “contra”,
existe un factor adicional además de la transferencia, y que éste tiene un
significado operacional específico.
En la literatura, más recientemente, se han hecho algunos intentos de definir
la contratransferencia. El tiempo no me permite una enumeración completa,
pero quisiera mencionar con algún detalle el artículo de Gitelson (l952). Este
distingue las reacciones al paciente como un todo de las reacciones a
aspectos parciales del paciente. Las primeras se producen desde el principio
del contacto del analista con su paciente y persisten durante los períodos
iniciales del análisis. Gitelson habla del “análisis de ensayo”. Estas reacciones,
dice, “derivan su carácter perturbador del hecho de que emanan de un resto
neurótico de potencial transferencial” (en el analista). Si esto es tan fuerte que el
analista no puede resolverlo, y si en el análisis de ensayo el paciente no
manifiesta progresos,∗ el analista deberá sacar en conclusión que no sirve para
ese determinado paciente, y enviarlo a otro analista.
Las segundas, las reacciones a aspectos parciales del paciente, aparecen
después, una vez establecida la situación analítica; constituyen las
contratransferencias reales. “Incluyen la reacción del analista: 1) a la
transferencia del paciente, 2) al material que trae el paciente, y
3) a las reacciones del paciente al analista como persona.”
El hecho de que un analista es potencialmente capaz de producir las
mencionadas reacciones indica que él mismo no está “completa y perfectamente
analizado”. Como lo ha mostrado Freud, el análisis es interminable. Pero el
resultado del análisis del analista es que es capaz de continuar su análisis.
Gitelson emplea la expresión “un estado espontáneo de continuación del análisis
personal”. Toda situación analítica presenta al analista la tarea de “integrarse a


Gitelson hace un aporte muy interesante al describir ejemplos de esta clase. Una indicación de que este
análisis de ensayo no es una empresa favorable, reside en los sueños del paciente que, sin ningún
enmascaramiento, retratan al analista como estando dedicado a una actividad obviamente dañina para el
paciente.
sí mismo racionalmente frente a las dificultades”. La contratransferencia, tal
como la define Gitelson, representa la activación de aspectos no analizados y no
integrados del analista. Sin embargo, ya que esto ocurre sólo en forma
episódica, en una relación reconocida y específica con el material del paciente,
y ya que, además, algunas de las manifestaciones son groseramente
sintomáticas, hay poco peligro de que el analista las pase por alto y se abstenga
de analizar en sí mismo sus propias actitudes. Mediante el análisis de su
contratransferencia el analista puede por lo tanto “reintegrar su posición como
analista, y utilizar el factor perturbador... con el propósito de analizar su
explotación por parte del paciente”.
Expuse estos puntos del trabajo de Gitelson porque ofrece muchos
esclarecimientos, y porque hay mucho en común entre sus opiniones y las mías.
Hay también algunas diferencias importantes.
Para los analistas que, como yo, no adoptamos el procedimiento de empezar
con un análisis de ensayo, la primera entrevista diagnóstica debe decidir no sólo
el diagnóstico psiquiátrico del paciente, sino también contestar las dos
preguntas siguientes: 1) ¿Puede el paciente ser ayudado por el análisis? 2)
¿Puede ser ayudado por mí como su analista? Puede ocurrir que la primera
pregunta sea contestada por “sí”, y la segunda por “no”. En tales casos, el
paciente debe ser enviado a otro analista.
El concepto de Gitelson de un “resto neurótico de potencial transferencial”
en el analista, ofrece una distinción valedera entre transferencia y
contratransferencia. Pero, ya que en la contratransferencia, como lo muestra
Gitelson también, los elementos neuróticos en el analista están activos, me
pregunto si el factor esencial que hace la diferencia es cualitativo. En mi
opinión, lo decisivo es el aspecto cuantitativo. Si hay en el analista una
inclinación y una habilidad para proceder al necesario autoanálisis, mayores en
un caso que en el otro, es porque en este caso particular sus angustias
subyacentes y las defensas que erige contra ellas son menos fuertes.
Esto me lleva de vuelta a ciertos puntos de mi trabajo anterior, donde, en
vez de definir la transferencia y la contratransferencia en los sentimientos del
analista, puse el énfasis sobre su posible utilidad, residiendo el criterio, por lo
tanto, en su intensidad. En otras palabras, desde el punto de vista del paciente,
no importa mucho en qué fuente se originan los sentimientos del analista, con
tal de que el analista no use defensas que perturben su percepción. El manejo de
sus sentimientos forma parte del proceso de reintegración (Gitelson, 1952) y del
comprender a su paciente (Heinmann, 1950).
Si bien una distinción conceptual entre transferencia y contratransferencia
es posible, en la experiencia real ambos componentes están fusionados. Es
verdad que el potencial transferencial se manifiesta en forma muy evidente en la
primera entrevista con un paciente o durante el análisis de ensayo, como lo
muestra Gitelson. Pero pienso que es también activo en los episodios ulteriores
del análisis establecido. En mi experiencia, cuando examiné, después de
ocurridos (siendo la visión a posteriori proverbialmente fácil) incidentes de la
contratransferecia, utilizados con éxito como indicaciones de los procesos del
paciente, llegué a la conclusión que el retraso temporal entre mi comprensión
inconsciente y consciente era debido en parte a factores transferenciales que no
había reconocido en el momento.
Varios autores han planteado la conveniencia de comunicar al paciente, o
no, las veces en las cuales la contratransferencia ha afectado la actitud del
analista.
Expresé la opinión de que una comunicación de esta clase constituye la
confesión de elementos personales que pertenecen al analista; significaría pues
un fardo para el paciente y lo apartaría de su análisis. Por lo tanto, no debiera
hacerse tal comunicación.
Gitelson (1952) y Margaret Little (1951) sostienen ambos que debe hacerse
esa comunicación. Rechazando la idea de confesión, Gitelson dice: “En tal
situación, uno puede revelar de sí mismo cuanto sea necesario para propiciar y
apoyar el descubrimiento por el paciente de la realidad de la situación inter-
personal en contraste con la situación transferencial-contratransferencial.” La
Dra. Little compara esto con los errores del analista acerca del tiempo o de las
cuentas. Recomienda que se mencione explícitamente “su origen en la
contratransferencia inconsciente”. Más aún, examina la posibilidad de que el
análisis de la contratransferencia pueda llevar el análisis a profundidades
mayores, como lo hizo el análisis de la transferencia. Ambos autores
recomiendan mucha cautela, se dan cuenta de los posibles abusos, y previenen
en contra del “acting out en la contratransferencia
Difícilmente plantea un problema el hecho de que los errores que cometió el
analista deban ser reconocidos. Tampoco constituye una dificultad, excepto si la
necesidad subjetiva del analista en ser honesto juega, inconscientemente, un
papel en ello. El error puede referirse al dinero, al tiempo, o a una in-
terpretación.
Sin embargo, la manera en que se hace es determinada por un problema más
hondo y fundamental: el papel atribuido al analista como persona real.
Quisiera retomar aquí las expresiones del Dr. Fordham acerca de la
personalidad del analista y de su contribución al proceso terapéutico.
Habló del “estadio de transformación” durante el cual la personalidad total
del paciente y del analista están comprometidas. En su análisis de un ejemplo de
“contratransferencia sintónica”, define la interpretación adecuada, o una parte
de ella, como sigue: “Ahora veo por qué no contesto a sus preguntas, es lo
mismo que pasaba con su padre. Usted me ha hecho semejante a su padre por la
misma persistencia de sus preguntas a las cuales usted no espera contestación.”
Teniendo en cuenta las formulaciones teóricas anteriores del Dr. Fordham,
supongo que el trozo “. . . por qué no contesto a sus preguntas” no es accidental,
sino intencional y significativo. Diría también que posiblemente no estoy
capacitada para apreciar completamente sus implicaciones, por no estar
familiarizada con los trabajos de Jung.
El tipo de interpretación que yo daría se focalizaría sobre el preguntar de la
paciente. Por qué pregunta ella, y no por qué yo no contesto. Asimismo, en
cuanto a un error que yo hubiera cometido, dejaría claramente sentado que he
cometido un error, y que, tal como me doy cuenta ahora, la cosa es distinta, y
presentaría entonces la interpretación correcta. Si se trata de un error en el
tiempo que provoque inconvenientes, diría “lo lamento” y ofrecería el remedio
práctico. Un paciente tiene muchas oportunidades en su vida en las cuales una
persona, excusándose por un error, dará los motivos de éste. Tiene, en cambio,
la situación analítica solamente, en la cual su prerrogativa exclusiva y
consistente es ser objeto de una investigación de motivos y significados.
Sostengo que, como persona real, el analista es tan útil al paciente como
podrían serlo cualquier Juan o Pedro. Lo que lo hace de uso único para el
paciente es su habilidad, que llegó a desarrollar mediante aquel entrenamiento
especial que les recordaba. Mediante esta habilidad, es capaz de descubrir las
razones y los significados en la vida de su paciente, las fuentes de sus
motivaciones, la red compleja de su personalidad, inclusive las interacciones y
oscilaciones entre las fantasías primitivas inconscientes y las percepciones y los
juicios adecuados a la realidad. Puede descubrir, y presentar sus
descubrimientos al paciente en una forma emocionalmente significativa y, por
ello mismo, dinámicamente eficiente. Esta habilidad que posee el analista, y que
no poseen Juan o Pedro, lo ubica en una posición única vis-á-vis de su paciente,
que es necesaria y vale la pena preservar.
Para evitar malentendidos: la personalidad del analista es importante, ya
que su habilidad (o quizá debiéramos decir su arte?) está condicionada por
aquélla en las formas más intrincadas y complejas. Es por esto que dijimos que
la habilidad del analista es desarrollada por su formación, y no adquirida. Pero
sólo mediante su arte debe expresarse la personalidad del analista.
Mucho de su personalidad se revela natural e inevitablemente en su
apariencia, sus movimientos, su voz, su estilo, el arreglo de la pieza, etc. Todo
esto ofrece al paciente perchas donde colgar sus especulaciones, sus fantasías y
sus recuerdos Lo mismo ocurre con los errores del analista. Los analistas no
explican por qué tienen tal o cual mueble, aun si el paciente lo encuentra de mal
gusto y lo juzga por lo tanto un grueso error. No veo por qué el analista tendría
que cambiar de conducta cuando el error se produce en un episodio particular. A
veces, no puede impedir que lo que está haciendo revele efectivamente algo
personal. Pero es un accidente desafortunado que, aun si no produce malos
efectos, no altera el principio.
Daré un ejemplo. Inmediatamente antes de la sesión con una analista joven,
me enteré de la muerte de otro analista, lo que me afectó profundamente.
Consideré si sería necesario postergar la sesión, pero era demasiado tarde. La
analizada comenzó su sesión como de costumbre. Dos veces, no pude seguirla y
le pregunté qué había dicho. Cuando esto ocurrió por segunda vez, ella se
disculpó, y dijo que debía ser muy poco clara ese día, y que algo debía andar
mal en ella. Dije entonces que la culpa era mía, y mencioné que acababa de
enterarme de la muerte de aquel analista. La analista joven, que no había tenido
ningún contacto personal con aquél, expresó su pesar, agregando que ella sabía
cuánto esto significaba para mí. El análisis que siguió trató el tema de mi duelo,
que tenía una importancia grande y específica, considerando la historia de la
paciente. Había perdido a su padre cuando era niña y el estado de viudez de su
madre había sido objeto de un conflicto largo, variado e intenso. Luego, el
análisis trató el tema de su conducta al tomar sobre sí misma la culpa de un
objeto (en este caso, la mía). Examinando más tarde la situación, ví
posibilidades de tratarla sin hacer la comunicación personal que había hecho.
Actué como lo hice porque estaba perturbada. Incidentalmente, mi revelación de
mí misma no le dio de hecho más información de la que hubiera adquirido ella
misma. Se hubiera enterado del acontecimiento poco después de la sesión, y
también de que yo, como pertenezco a la generación de analistas más antigua,
estaría en duelo por la muerte de aquel analista. Hasta donde pude apreciar, mi
perturbación y mi comunicación personal no habían hecho daño alguno a la
paciente. Sin embargo, lo considero como una desviación de la sana técnica
analítica.
A pesar de las múltiples e inevitables revelaciones de la personalidad “real”
del analista, éste permanece sin-persona. Es el espejo que refleja al paciente.
Por obra de la transferencia, el paciente repite su vida pasada, sus experiencias
emocionales complejas con sus objetos y consigo mismo. Aún sí el juicio del
paciente sobre el analista es correcto, éste permanece como una figura del
mundo interno de aquél, como algo que debe poder manipular según la
dinámica de sus propios procesos internos, determinada por sus experiencias
inconscientes y pasadas. La reserva del analista con respecto a su vida privada
no tiende a la mistificación. Estímulos que tienen su fuente en la vida externa
del paciente o en la situación analítica, producirán configuraciones específicas,
y puede el analista ser retratado correctamente en algunas, y en otras tan
fantásticamente distorsionado, que el hecho de que el analista es el objeto trans-
ferencial del paciente es obvio.
¿Sería posible, me pregunto, que podamos tolerar esto con mayor
ecuanimidad si este objeto transferencial es distinto de la forma en que nos
vemos a nosotros mismos? ¿Es ésta una experiencia de tanta inseguridad,
cuando el paciente nos muestra que está poseyendo y manipulando nuestra
persona real, como para que deseemos invocar la realidad de la “relación in-
terpersonal” ordinaria con el fin de recuperar nuestra persona real en nosotros
mismos?
El Dr. Fordham recomendó con razón que los analistas se den cuenta de sus
experiencias irracionales. Como lo admitimos todos, ningún analista es
completa y perfectamente analizado, y permanecen residuos neuróticos. ¿Cuál
es el signo de la acción de nuestros residuos neuróticos? Pienso qua la respuesta
es sencilla: cada vez que sentimos la tendencia a salir de la situación analítica
hacia una situación de relación interpersonal común. La Dra. Little habla de
resistencia contratransferencial, aunque en un contexto distinto. Aquí deben
mencionarse los peligros del análisis didáctico. Es fácil para el analista
didáctico preocuparse por enseñar en vez de analizar y los contactos entre ana-
lista didáctico y candidato en la asociación o en las situaciones de enseñanza
son intrusiones repetidas que pueden ser explotadas por factores inconscientes
en ambos: analista y candidato.
Tanto el Dr. Fordham como yo mismo hemos hecho remontar los
sentimientos perturbados del analista en la contratransferencia hasta un retraso
temporal entre la comprensión inconsciente y la consciente. Esto significaría
que algo que el analista percibió ha pasado sin que se dé cuenta fuera del
dominio del yo consciente, y en consecuencia se ha vuelto inaccesible. ¿Existen
métodos para contrarrestar tal acontecimiento? Saliendo de los límites de este
symposium, mencionaré mi opinión (1956) que el autoanálisis y la
autoformación continuos del analista pueden llevarlo a mejorar la sensibilidad
de las funciones de su yo consciente, a las cuales me referí brevemente como
“percepción”. Sugerí que puede y debería adoptar un enfoque multidimensional,
enfrentando la situación analítica con las preguntas: ¿Qué? ¿Por qué? ¿Quién?
¿A quién? ¿Qué está haciendo el paciente en este preciso momento? ¿Por qué lo
hace? ¿A quién representa el analista en este momento? ¿Qué aspecto pasado
del paciente está dominando? ¿En qué forma representa esto una respuesta a una
interpretación anterior (o a otro incidente)? ¿Qué significó esa interpretación
para el paciente, según sus sentimientos, etc.?

Siguiendo de cerca las expresiones verbales y el comportamiento del


paciente, el analista encuentra entonces la interpretación transferencial dinámica
que refleja al paciente para el paciente. Así el analista, actuando como espejo
del paciente, lo hace como un yo suplementario para éste. Esto es el factor que,
en mi opinión, hace que la repetición se transforme en modificación. Esto
también es un asunto de habilidad del analista.
En conclusión, el mandamiento de Freud que la contratransferencia debe ser
reconocida y superada, es tan valedero hoy en día como hace cincuenta años.
Cuando se produce, debe ser orientada hacia algún propósito útil. El
autoanálisis y la auto-formación continuados ayudarán a reducir la intensidad de
los incidentes debidos a la contratransferencia.

Traducido por Willy Baranger.

Referencias Bibliográficas

FREUD, S. (l910-19).—Papers on technique. “Collected Papers”, II. Hogarth,


London.
GITELSON, M. (1952).— The emotional position of the analyst in the psycho-
analytic situation. “Int. J. Psycho- Anal.”, 33, 1.
HEINMANN, P. (1950).— On counter-transference. “Int. J. Psychol-Anal.”,
31,81.
HEINMANN, P. (1956) .— Dynamics of transference interpretations. “Int. J.
Psycho-Anal.”, 37, 303.
LITTLE, M. (1951).— Counter-transference and the patient’s response to it.
“Int.J.Psycho-Anal.
Contratransferencia normal
Y algunas de sus desviaciones*

E. E. MONEY-KYRLE

INTRODUCCION

Contratransferencia es un viejo concepto psicoanalítico, que se ha ampliado


y enriquecido recientemente. Acostumbrábamos verlo principalmente como una
perturbación personal que debía ser analizada en nosotros mismos. Ahora
consideramos que, teniendo sus causas y sus efectos en el paciente, nos indica
que debemos analizarlo en el.**
Creo que este aspecto recientemente explorado de la contratransferencia
puede ser utilizado en la forma descripta, por ejemplo por Paula Heimann***para
alcanzar un avance técnico importante. Pero, desde luego, el descubrimiento de
que la contratransferencia pueda ser usada útilmente, no evita que la sintamos
como un serio impedimento. Como ambos aspectos en realidad existen,
podemos suponer que hay problemas acerca de sus semejanzas y diferencias que
aún requieran más investigación. Quizá este problema pueda ser planteado en la
forma de tres preguntas relacionadas entre sí: ¿qué es contratransferencia
“normal”?, ¿cómo y bajo qué circunstancias se perturba? y ¿cómo estas
alteraciones pueden ser corregidas y utilizadas para la prosecución del análisis?

*
Publicado en el “Int. .J. Psycho-Anal”, 37, pp. 860-66, 1956.
**
El uso de contratransferencia “como instrumento de investigación” ha sido usado por Paula Heinmann [“On
countertransference” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 31, 1950)]. Ella ha destacado sus causas en el paciente, mientras
que Margaret Little [“Countertransference on the patient’s response to it” (“Int. Psycho-Anal.”, 82, 1951)] lo ha
encarado en el sentido de ver sus efectos sobre el paciente. Desde luego que éste, es también un aspecto
importante. Pero al interpretar la respuesta del paciente a nuestra contratransferencia, las opiniones difieren.
***
Paula Heinmann. Ibid.
CONTRATRANSFERENCIA NORMAL

Tanto en trabajos como en discusiones, se han mencionado numerosos


aspectos de la correcta o normal actitud del analista ante su paciente. Freud
hablaba de una “neutralidad benevolente”. Para mí, presupone que el analista
debe ocuparse del bienestar de su paciente, sin sentirse emocionalmente
involucrado en los conflictos que éste plantee. Esto presupone también, según
pienso, que el analista, en virtud de su comprensión del determinismo psíquico,
tiene un cierto grado de tolerancia, que es lo opuesto a una actitud de
condenación.
Muchos analistas han enfatizado el elemento de curiosidad científica y
ciertamente no obtendríamos mucho sin esta sublimación. Pero en sí mismo
parece un poco impersonal. La preocupación por el bienestar del paciente,
proviene, según mi modo de ver de la fusión de otros dos impuls3s básicos: de
una disposición paternal y de las tendencias reparatorias que contrarrestan
nuestra destructividad, presente en todos. Desde luego que si estos impulsos son
muy intensos, ponen al descubierto excesivos sentimientos de culpa acerca de la
agresividad inadecuadamente sublimada, la cual puede ser la causa de
ansiedades muy perturbadoras. Pero en cierto grado ambos impulsos son
normales. Las satisfacciones reparatorias del análisis son obvias. Así en cierto
modo el paciente debe representar los objetos dañados de la fantasía
inconsciente del propio analista que están todavía amenazados por la agresión y
necesitados de cuidado y reparación.
E1 aspecto paternal ha sido mencionado por Paula Heinmann.∗ Nadie
sugeriría que el paciente sólo representa a un niño y no, a veces, un hermano o


La sublimación de la curiosidad y de los impulsos paternales han sido destacados respectivamente por Clifford
Scott y Paula Heinmann en las discusiones científicas realizadas en la Sociedad Psicoanalítica Británica, pero no
he encontrado referencias sobre estos puntos en otras publicaciones. Sin embargo, Paula Heinmann en
“Problems of the training Analysis” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 35, 1954) se refiere a los peligros de una excesiva
sublimación paternal.
aun un padre. Pero es con el niño inconsciente del paciente donde está el mayor
interés del analista y, como este niño, muy a menudo trata al analista como a un
padre, el inconsciente de éste difícilmente puede evitar responder de algún
modo, viendo al paciente como a su niño.

Ahora bien, para un padre un niño representa, por lo menos en parte, un


aspecto temprano de su “self”. Para mí, esto es de importancia, ya que es,
precisamente por el hecho de que el analista reconozca su temprano “self”, que
ha sido analizado, en el paciente, por lo cual puede analizarlo.∗ Su empatía e
“insight” como algo diferente de su conocimiento teórico, depende de esta
suerte de identificación parcial.**
Pero la identificación puede adoptar dos formas: introyectiva y proyectiva,
distinción latente en los conceptos de Freud y cuyo significado ha sido
desarrollado ulteriormente por Melanie Klein.*** Podemos entonces suponer que
se hallen ambas formas de identificación parcial del analista con su paciente.

Tratará de formular lo que me parece que sucede cuando el análisis se


desarrolla bien. Creo que hay una rápida oscilación entre introyección y
proyección. Mientras el paciente habla, el analista se identificará
introyectivamente con él y habiéndolo comprendido, dentro de sí, lo


Simultáneamente al descubrimiento de nuevas modalidades en el paciente, el analista puede hacer
progresos en su propio análisis de “postgraduado”.
**
Annie Reich habla de una “breve identificación” [“On countertransference” ( “Int. J. Psycho-Anal.”, 32,
1951)] y Paula Heinmann menciona la identificación introyectiva y proyectiva en su trabajo “Problems of the
training Analysis”.

***
Klein, Melanie: “Notes on sorne Schizoid Mechanisrns” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 27, 1946 y en
“Developments in Psychoanalysis”, 1952). Pienso que la distinción entre identificación proyectiva e introyectiva
está implícita en los trabajos de Freud pelo no suficientemente desarrollada en “Psicología de las masas y
análisis del Yo”.
reproyectará interpretando. Pero, de lo que pienso que el analista conoce más, es
de la fase proyectiva, es decir, de aquella fase en la cual el paciente es el
representante de las primitivas partes inmaduras o enfermas de él, incluyendo
sus objetos dañados, los cuales, al ser ahora comprendidos, son tratados por la
interpretación en el mundo externo.
Mientras el paciente recibe interpretaciones efectivas, éstas le ayudan a
responder con nuevas asociaciones que también serán comprendidas. Mientras
el analista las comprenda, esta relación satisfactoria que yo llamo “normal”
persiste. En particular, los sentimientos contratransferenciales del analista
estarán determinados por la empatía con el paciente en la cual se basa su
“insight”.

PERIODOS DE NO COMPRENSION

Tanto el analista como el paciente estarían muy felices si la situación que


acabo de describir persistiera a lo largo de todo el curso del análisis.
Desgraciadamente esta situación es normal solamente en un sentido ideal.
Depende de la ininterrumpida comprensión del analista; pero éste no es
omnisciente. En particular, su comprensión falla siempre que el paciente aporte
un material muy próximo a situaciones que el analista aún no haya aprendido a
comprender. Además hay pacientes mucho menos cooperativos que otros. Hay
pacientes con los cuales los mejores analistas encuentran grandes dificultades
para mantener contacto, con los cuales la relación “normal” es la excepción más
que la regla. Y aún con pacientes cooperativos esta relación está sujeta a
frecuentes detenciones.
Reconocemos estas detenciones inmediatamente, al sentir que el material es
oscuro y que hemos perdido el hilo conductor. Ahora bien, sea lo que fuere lo
que se haya quedado sin comprender, este hecho crea una nueva situación, la
cual es sentida como una tensión, tanto de parte del analista como por el
paciente.
Desde luego algunos analistas, por ejemplo, aquéllos que más
vehementemente buscan la reaseguración por continuos éxitos, sienten esta
tensión más agudamente que otros. Pero, aparte de las diferencias individuales,
hay peculiaridades en la naturaleza misma de la técnica analítica, que
determinan cierta tensión en todos nosotros especialmente cuando no podemos
ayudar a un paciente evidentemente angustiado.
Si, en la medida de lo expuesto, mis argumentos son ciertos, debemos
admitir que en todos nosotros existen necesidades de satisfacer sentimientos
paternales e impulsos reparatorios para contrarrestar el instinto de muerte; sin
embargo, es evidente que nos encontramos mucho más limitados que un padre
real o un educador o cualquier otro tipo de terapeuta. Estamos limitados a la
interpretación* y nuestra capacidad de darlas depende de la comprensión del
paciente. Si esa capacidad de comprensión falla, como suele suceder de tiempo
en tiempo, no disponemos de otra alternativa terapéutica en la cual apoyarnos Y
aquí nos encontramos con otra situación peculiar del análisis: la no
comprensión, provoca cierta ansiedad consciente o inconsciente y esta ansiedad,
limita a su vez nuestra capacidad de comprensión. Es al surgimiento de este
círculo vicioso al que yo me inclino a atribuir las desviaciones de los
sentimientos contratransferenciales normales.
Si el analista se ha perturbado, de hecho ha sido el paciente quien ha
contribuido para que esta situación se dé, pero, a su vez, esta perturbación le
será devuelta. Así tenemos tres factores a considerar: primero, la perturbación

*
La medida en que nosotros nos restrinjamos a dar puramente interpretaciones, depende, desde luego de la
escuela a la que pertenezcamos. Todos estarnos de acuerdo en que nuestro principal papel es el de interpretar.
Nadie niega tampoco que para ello, adoptamos un marco dentro del cual realizamos nuestro trabajo: proveemos
el confort físico del diván, ajustamos nuestra cortesía a las características de cada paciente y lo mantenemos con
escasas variaciones. Las diferencias surgen cuando se plantean las posibilidades de manejar ese marco
deliberadamente una vez que lo establecimos. Así Winnicott, si lo he entendido correctamente, ha planteado que
con ciertos pacientes psicóticos, hay que ajustar la actitud de modo tal, qua el analista sea, para el paciente, el
tipo de sujeto ideal que nunca ha tenido antes. En otras palabras, que eso no basta el sólo interpretarle al
paciente el papel que éste espera de su analista
emocional del analista, a la cual éste ha de ser capaz de manejar silenciosamente
para poder comprender los otros dos factores: la parte del paciente que ha
puesto en marcha esta situación y finalmente el modo de actuar sobre él. Desde
luego que esta dificultad se sortea en segundos adquiriendo la
contratransferencia el carácter de un delicado aparato receptor. Pero creo conve-
niente exponer con más extensión el primer factor, como si se tratara de un
largo proceso, cosa que, por otra parte, a veces es así.

PAPEL DEL SUPERYO DEL ANALISTA

El grado de perturbación emocional alcanzado por el analista en los


períodos en que no comprende, depende probablemente y en primer instancia de
otro factor: la severidad de su superyo. El análisis es una forma de trabajo
determinada por esa figura interna que, incidentalmente puede estar represen-
tada por un paciente exigente. Si nuestro superyo es benévolo y servicial,
seremos capaces de tolerar nuestras limitaciones sin experimentar sufrimiento y
sin perturbarnos lo que, desde luego, facilitará el restablecimiento del contacto
con el paciente. Pero si por el contrario es severo, tomaremos conciencia del
fracaso como expresión de persecución o de depresión por culpa inconsciente, o
como defensa contra tales sentimientos, recriminaremos al paciente.
La elección de una u otra de estas alternativas me parece determinar algo
más también. Porque cuando ese interjuego entre proyección e introyección que
caracteriza al proceso analítico se detiene, el analista tiende a quedar fijado en
una de esas dos posiciones; según sea lo que haga con su culpa así será la
posición adoptada: si acepta la culpa se queda con el paciente introyectado y si
lo proyecta, aquél permanecerá en el mundo exterior como una figura
incomprendida.
EJEMPLOS DE INTROYECCION
Y PROYECCION PROLONGADA

Puede ser visto un ejemplo de introyección, cuando el analista entra en un


estado de preocupación indebida, tanto por su comportamiento como por el del
paciente en el curso de una sesión que no ha marchado bien. Puede sentirse
como si hubiera vuelto a sus viejas dificultades, sintiéndose además físicamente
agobiado por su paciente. Solamente cuando es capaz de realizar la separación
puede ver lo que no ha comprendido y colocar nuevamente al paciente fuera de
él.
A menudo es algo al final de una sesión o de una semana que le hace sentir
que ha fallado, que se ha equivocado y entonces experimenta en sí mismo toda
la supuesta frustración del paciente. Pero cabe preguntarse si el paciente mismo
no ha contribuido a crear esta incomodidad en el analista, si al dejarle sus
problemas no resueltos no es un modo de proyectarse para castigarlo y para
evitar a su vez la separación temida.

En otras palabras, parecería existir una simbiosis entre la tendencia del analista
a prolongar la introyección del paciente, al que no puede comprender o ayudar y
la tendencia de éste a proyectar partes de sí mismo, en la forma descripta por
Melanie Klein, en el analista que no lo está ayudando (esto puede ser
particularmente perturbador si la ansiedad del paciente está en relación con la
necesidad de librarse de su propia destructividad).

En tales casos, la causa última de la lentitud en la comprensión del analista


y reproyección del paciente, puede deberse a que éste permanece a la espera de
algo que no ha sido capaz aún de aprender a comprender. Si aún fracasa en
comprender esto y no puede tolerar la sensación de estar abrumado por el
paciente sintiéndolo como una figura irreparable y persecutoria, tiende entonces
a reproyectarlo como medida defensiva, dejándolo fuera y separado por una
nueva barrera.
Además en esta situación puede darse una nueva complicación, consistente
en que al proyectar al paciente, proyecta también aspectos de sí mismo. En este
caso el analista podrá tener la oportunidad de explorar aquellos mecanismos de
identificación proyectiva que bajo la influencia de Melanie Klein, Rosenfeld y
otros han sido tan fructíferos en la investigación de los esquizofrénicos.* No
debe sorprender que el descubrimiento de mecanismos patológicos en enfermos
mentales, sea seguido por el hallazgo de los mismos, desde luego con menor
intensidad, en la mente de personas normales.

Un ejemplo del tipo de proceso que recuerdo, puede ser visto en otra
experiencia bastante común del fin de semana. Durante un corto tiempo después
de haber terminado el trabajo de la semana, el analista puede estar
conscientemente preocupado con algún problema no resuelto de uno de sus
pacientes. Luego olvida y el período de preocupación es seguido por una
indiferencia que lo priva de sus intereses privados que lo ocupan en sus horas de
ocio. Sugiero que esto es debido a que, en fantasía se han proyectado partes de
sí mismo en el paciente y debe entonces reencontrarlas al enfrentarse
nuevamente con él.

Cuando esta pérdida parcial del “self” ocurre en una sesión, a menudo se
experimenta como una pérdida de la potencia intelectual; el analista se siente
estúpido. El paciente puede muy bien haber contribuido a esa situación. Quizá
frustrado al no obtener una interpretación inmediata, desea inconscientemente

*
Melanie Klein. Ibid. H. Rosenfeld: “Transference Phenomena and Transference Analysis in an Acute
Catatonic Schizophrenic Patient” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 33, 1952.
castrar a su analista y al tratarlo como si en realidad lo estuviera, hace que éste
se sienta castrado.*
Un ejemplo complicado, tomado de mi experiencia, ilustrará el modo
simultáneo de operar estos procesos. El tema dominante fue la introyección de
un paciente que deseaba proyectarme su enfermedad, experimentando la
sensación de que me había robado mi ingenio.
Un paciente neurótico en el cual eran destacables los mecanismos
esquizoides y paranoicos, vino a la sesión con una intensa ansiedad porque no
había podido trabajar en su oficina. Se sentía con una sensación de vaguedad,
como si en realidad no valiera nada.
Recordando una situación en la que se había sentido despersonalizado
durante un fin de semana, y durante el cual soñó haber dejado su radar en una
tienda, sin poderlo recuperar hasta el lunes, pensé que en su fantasía sentía
haberme dejado partes de su “self” bueno. Pero yo no me sentía seguro de esto,
ni de otras interpretaciones que di.
El, por su parte, las rechazó, incrementándose su rabia, al mismo tiempo
que me reprochaba por no ayudarlo. Sobre el final de la sesión, el paciente ya no
estaba despersonalizado, pero estaba furioso, a la vez que despreciativo.
Era yo quien ahora me sentía inútil. Cuando eventualmente reconocí, al
final de la sesión, que mi estado era semejante al que él me había descripto,
sentí el alivio de la reproyección. Pero había terminado la hora.
Vino a la sesión siguiente con el mismo estado de ánimo: enojado y
despreciativo. Le dije entonces que él había sentido que me había reducido a un
estado de inutilidad y vaguedad, similar al que él experimentaba, y que lo había
hecho para ponerme en apuros haciéndome preguntas y rechazando mis res-
puestas, como lo hacía su padre. Su respuesta fue sorprendente; por primera vez

*
Si es así, el paciente introyecta al analista y entonces queda en un estado de una más desesperada necesidad de
ayuda exterior. En esta situación, el analista experimenta la desagradable percepción de que el paciente está
exigiendo más de lo que él puede dar en ese momento, conscientemente una buena interpretación e
inconscientemente un pene o un pecho que ahora ninguno de los dos siente tener.
en dos días, quedó tranquilo y pensativo. Luego dijo que se había enojado
conmigo porque sentía que mis interpretaciones tenían que ver con mi
enfermedad y no con la suya.
Sugiero que, tal como sucede en un film en “ralentisseur” podemos ver con
todo detalle lo que, en la situación analítica ‘‘normal’’ sucede muy rápidamente.
Comencé a identificarme introyectivamente con él, tan pronto se acostó y
empezó a hablar de su incomodidad. No pude reconocer en seguida que eso
tenía que ver con algo que ya había entendido en mí mismo. Por eso se hizo
lento el proceso que me permitiera expresarme y aliviarlo. A su vez, el paciente
sentíase frustrado al no obtener interpretaciones efectivas, y reaccionó
proyectándome su sentido de impotencia mental, al mismo tiempo que se
comportaba como si hubiera tomado de mí, lo que él había perdido: el claro y
agresivo intelecto de su padre, con el cual atacaba su impotente “self” en mí.
En ese momento, desde luego, era inútil tratar de tomar el hilo que yo había
dejado perder. Había surgido una nueva situación que nos afectó a los dos.
Antes que la parte jugada por mi paciente pudiera ser interpretada, fue
necesario un silencioso autoanálisis que me permitiera realizar la discriminación
entre dos aspectos que parecían muy similares: mi propio sentimiento de
incompetencia, que me llevó a perder el hilo de los acontecimientos, y el
desprecio de mi paciente por su “self” impotente, que lo sentía en mí.
Cuando me di esta interpretación pude realizar la otra mitad, es decir, al
interpretar logré restablecer la situación analítica normal.
De acuerdo con Bion* la capacidad de realizar esta discriminación mucho

*
W. E. Bion: Language and the schizophrenic, cap. 9. En: “New Dircetions in Psychoanalysis”, 1955. Editado
por Melanie Klein, Paula Heinmann y E. E. Money-Kyrle. Constituye un interesante problema la forma en que
un paciente logra exitosamente imponer sus fantasías y los afectos correspondientes sobre su analista más que
en sí mismo. No creo que necesitemos apelar a ninguna forma de comunicación extrasensorial, pero pienso que
puede existir un tipo de comunicación preverbal, arcaico, semejante quizá al usado en los animales gregarios en
los cuales, la actitud de llamada, despierta en los demás el efecto correspondiente. En la situación psicoanalítica,
una comunicación de este tipo, no es sentida a primera vista corno algo que provenga del paciente. El analista
experimenta el afecto como una respuesta a algo que se ha producido en sí mismo. El esfuerzo que se realice
tenderá a diferenciar entre la contribución del paciente y la propia.
más rápidamente que en el ejemplo, es un importante uso de la
contratransferencia en interés del análisis.

CONTRATRANSFERENCIA POSITIVA
Y NEGATIVA

Tomando ahora la contratransferencia en el estrecho sentido de exceso de


sentimientos positivos o negativos, la vemos también como el resultado
indirecto de frustraciones originadas por la perturbación no comprendida de un
paciente, y por la imposibilidad de dar interpretaciones efectivas.
En cuanto al analista, cuyo impulso reparatorio no puede expresarse en su
forma normal, puede sentirse inclinado inconscientemente, ya sea a ofrecer
cierta forma de amor, o a tornarse hostil con el paciente.
Mientras tanto, el paciente puede estar facilitando el proceso, tratando de
provocar uno u otro de estos afectos en su analista, quien es más apto para
responder al humor de su paciente, precisamente porque ha perdido su empatía
con él.
Si ahora podemos suprimir escrupulosamente ej. exceso de sentimientos,
positivos o negativos, el paciente será capaz de sentirlo inconscientemente.
Entonces esta nueva situación, en la que él responde a nuestro humor, tiene
que ser interpretada. Si la contratransferencia, por ejemplo, es muy positiva, el
paciente puede responder lamentándose de que carecemos de emoción.
Nosotros no lo contradecimos, como él puede desear, pero sería apropiado de-
cirle que él cree que nos sentimos atraídos por él y que trata de negarlo para
evitar la responsabilidad de la seducción, ya que en ello puede estar
involucrado, un temprano modo de conducta.
Cuando niño seguramente sintió inconscientemente que sus caricias
turbaban a uno de sus padres, por ejemplo, la madre, y que ésta temería
excitarse; entonces la idea de ser rechazado determina un resentimiento durante
su vida, de ahí su necesidad de contrarrestar su culpa, por haber tratado de
seducirla.
Si la interpretación le muestra la repetición de este “pattern” de conducta en
la transferencia, le ayudará a comprender no sólo su actitud hacia el analista,
sino hacia sus padres reales.
Pero si no se percibe esta situación y no se la señala con una interpretación
efectiva, y en lugar de ello, se le ofrece amor inconscientemente, la situación
analítica se alterará en varios sentidos; por ejemplo, el analista puede favorecer
la disociación, directamente en su propia mente, e indirectamente en la del
paciente: siendo él mismo el buen padre, y los padres reales, los malos.
La consecuencia sería la imposibilidad de que el paciente reconozca su
culpa ante ellos, culpa que paradójicamente sería muy grande si ellos fueran
realmente malos, en razón de su ambivalencia.
Si esta culpabilidad no es conscientizada en el análisis el paciente no puede
superar aquella etapa primitiva, descripta por Melanie Klein como la fase
depresiva, en la cual el niño empieza a hacerse consciente, y sufriente por eso,
del conflicto entre su odio y su amor.
En cuanto a las actitudes negativas hacia un paciente, las cuales pueden ser
el resultado de un fracaso temporario en entenderlo, éstas parecerían surgir
especialmente cuando el paciente se convierte en una persecución por ser
sentido como incurable.
Entonces, como antes, la triple tarea del analista es, primero: ser consciente
de este mecanismo de defensa en él mismo; segundo, la parte que le cupo a su
paciente en hacerlo surgir, y finalmente sus efectos sobre él.
Tomando el último punto primero, el tipo de paciente paranoico que
mencioné antes quien me odió durante años, y parecía no hacer progresos
visibles, puede fácilmente representar nuestros propios objetos malos y
persecutorios, de los cuales quisiéramos desembarazarnos. Tales sentimientos
nos traicionan en un suspiro de alivio, después de la última sesión de la semana,
o antes de un feriado.
Nuestro primer impulso puede ser contener tales impulsos hostiles, pero si
uno no se hace consciente de ellos, puede perderse su influencia sobre el
inconsciente del paciente. Por ejemplo, he sentido que las ocasiones en las que
el paciente me repudiaba con más violencia que de ordinario seguían, más que
precedían, a los momentos en que realmente me hubiera gustado no saber más
nada de él.
Entonces mi interpretación de que era él el que se sentía rechazado, tuvo
más éxito.
También he notado que, las veces en que tuve consciencia de detestarlo,
eran la consecuencia de haber desesperado d e ayudarlo. Y empecé a
preguntarme sí él, por su lado no estaba tratando de hacerme perder la
esperanza, y si era así, qué motivos tenía.
Varias cosas parecían estar involucradas, de las cuales quizá la más
importante era que, en su fantasía, el mejorar estaba equiparado con la
renunciación de un componente homosexual, no reconocido.
Inconscientemente, el paciente deseaba probarme que esto no podría ser.
Mientras tanto me atacaba consciente por no curarlo, esto es, por no remover el
impulso homosexual, e, inconscientemente, por no satisfacerlo.

CONCLUSION

Si lo que he dicho solamente toca los bordes de un tema sumamente


complicado, por lo menos sugiere la posibilidad de aproximarnos a las
respuestas de estas preguntas. ¿Qué es contratransferencia normal? ¿Cómo y
bajo qué circunstancias se altera? ¿Y cómo pueden corregirse estas alteraciones
para asegurar la continuidad del análisis?
Los móviles del analista resultan de una mezcla de curiosidad, impulsos
reparadores y sentimientos parentales. Su equipo para operar consiste en el
conocimiento teórico del inconsciente y de las adquisiciones personales,
logradas en su propio análisis.
Pero es a este segundo punto al que le corresponde mayor atención en este
trabajo, es decir, con el “insight” del analista, ya que, de él depende su
capacidad para identificarse con su paciente, y aplicar así el conocimiento de su
inconsciente, que le va a permitir actuar sobre la conducta de su enfermo, me-
diante la interpretación.
Cuando todo se desarrolla bien, esta identificación parece oscilar entre la
introyección y la proyección. El analista incorpora el estado mental de su
paciente, a través de las palabras que oye y de las actitudes que observa, y los
reconoce como modos de expresión de su propio mundo inconsciente de fanta-
sías, reproyectándolas en el momento en que formula la interpretación.

En esta fase puede experimentar un sentimiento de ayuda comprensiva que


satisface su curiosidad y sus necesidades de reparación.
En cierto grado su interés es también de carácter paternal, porque para el
padre, el niño es su temprano “self” y es con el niño que hay en su paciente con
el que el analista está más interesado. El sentirse en relación con él, es lo que
determina la empatía de esta situación de contratransferencia “normal”.
Lo que asegura la progresión del proceso analítico está precisamente basado
en el hecho que con cada incorporación de las emociones del paciente va
pudiendo dar expresión a sus propias fantasías inconscientes. Y lo que produce
la detención es la interrupción de la comprensión.
La causa de este fracaso puede ser algo todavía temido, por no haber sido
completamente comprendido, dentro del analista, a lo cual el paciente se ha
acercado demasiado.
Pero el resultado parece no necesitar más que una lentificación del proceso
analítico, para observarnos mejor, y separar así las fases.
Esto sucede particularmente cuando es la primera, o sea la fase introyectiva, la
que se ha enlentecido. El analista entonces se siente agobiado por su paciente,
tanto como por las partes inmaduras de su propio “self”. Tiene que hacer más
lentamente, lo que en otras ocasiones puede hacer en seguida; conscientizar sus
propias fantasías, reconocer sus causas, separar las del paciente de las propias, y
así, objetivarlo de nuevo.
Pero el analista puede también tener que enfrentarse con otros dos factores,
los cuales están menos en evidencia cuando el proceso marcha rápidamente.
Estos son: la contribución del paciente, en particular su uso de la identificación
proyectiva a las perturbaciones emocionales del analista, y el efecto que éstas, a
su vez, tienen sobre el paciente.
Puede ser, sin embargo, que el analista no consiga ordenar todo esto dentro
de sí mismo, antes de reproyectar al paciente, como algo no entendido, o
extraño, en el mundo externo. Entonces, como sus impulsos reparativos no
pueden encontrar salida en interpretaciones efectivas, puede ser llevado a caer,
en alguna forma de reaseguramiento. O si ha dejado de confiar en sus poderes
reparativos, puede defenderse contra la depresión, sintiéndose enojado con su
paciente.
En ambos casos su intuición lo ha dejado temporariamente así que,
cualquier interpretación que haga puede estar basada solamente sobre sus
conocimientos teóricos, los cuales serían un estéril sustituto de una combinación
fructífera de ambos.
Si fuéramos analistas omniscientes, la única contratransferencia que
podíamos experimentar sería aquélla perteneciente a los períodos intuitivos,
cuando todo marcha bien. En efecto, los estados menos satisfactorios que he
tratado de describir, en los cuales nuestros sentimientos están, por lo menos en
algún grado, perturbados, probablemente toman mucho más tiempo analítico de
lo que recordamos o estamos dispuestos a admitir.

Sin embargo, es precisamente en ellos que el analista, analizando


silenciosamente sus propias reacciones, puede aumentar su insight”, disminuir
sus dificultades, y aprender más acerca de su paciente.

Traducido por
Vida M. de Prego y Luis E. Prego Silva
Revisión psicoanalítica

Notas sobre el aporte de Heinrich Racker


al conocimiento de la contratransferencia

“Desde que comencé a trabajar como analista, me impresionó y me


preocupó la notable distancia existente entre la gran amplitud y profundidad del
conocimiento psicoanalítico por un lado, y por el otro las limitaciones en hacer
provechoso este conocimiento para la transformación psicológica de los analiza-
dos… …Como tarea central técnica, se había evidenciado, casi desde los
comienzos del psicoanálisis, la elaboración de la transferencia.
En cambio su contraparte y complemento, la contratransferencia, era aún un
tema sin tocar.* Así define Heinrich Racker los motivos de su línea principal de
investigación y el punto de partida principal aporte a la teoría y a la técnica
psicoanalíticas.

La Redacción de esta Revista, cuando empezó a proyectar este número,


pensó que nadie era más calificado que Racker para tratar el tema de la
contratransferencia, y le escribimos para solicitarle un artículo que sintetizara
sus ideas al respecto. No sabíamos entonces que ya sufría de la fatal enfermedad
que lo iba a llevar tan prematuramente. Nos contestó que, no estando en
condiciones de redactar el artículo, nos aconsejaba hacer una “revisión” de sus
ideas, expuestas esencialmente en sus “Estudios sobre técnica psicoanalítica”.

No creo que sea de más recalcar la importancia de los aportes de Racker y


de su enseñanza directa en la orientación misma de este número. Nuestra idea
de base, que la situación analítica es una totalidad y que “transferencia y
contratransferencia… son el eje del proceso psicoanalítico”* proviene di-
rectamente de la rehabilitación necesaria operada por Racker del concepto de

*
Heinrich Racker: “Estudios sobre técnica psicoanalítica”. Paidós, Buenos Aires, 1960. Prefacio.
contratransferencia como complemento de la transferencia, de igual importancia
teórica y técnica que ésta en el proceso psicoanalítico. No puede caber la menor
duda que sus trabajos sobre el tema, desde 1948 hasta 1960, han contribuido en
forma sumamente importante, no sólo a fundamentar la orientación actual del
movimiento analítico latinoamericano, sino a fomentar la investigación sobre la
contratransferencia dentro del movimiento analítico en general. Muchos de los
frutos de este trabajo se manifestarán en el porvenir.

Esta breve revisión tiene por finalidad el recalcar algunos aspectos del
aporte de Racker, y, naturalmente, no pretende resumir los distintos trabajos de
los “Estudios sobre- técnica psicoanalítica” que tratan del tema, con gran
abundancia de material clínico analizado con la extrema sutileza que
caracterizaba a Racker. Quizá sería útil para ello tratar de ubicarlo dentro de los
investigadores que se ocuparon del tema en los diez o doce últimos años. Lo
que llama la atención primero en su aporte es la extensión, la profundidad, el
intento de agotar en lo posible un tema de esta importancia. No creo que otros
autores hayan tratado en forma tan sistemática de llegar a una descripción y una
comprensión exhaustivas de la contratransferencia, intento que proviene de la
conciencia de enfrentarse a un tema nodular de la teoría analítica y el más capaz
de proporcionarnos adelantos técnicos. No creo que nadie haya tenido tan clara
conciencia del hecho que, si el analista es él mismo su propio instrumento de
trabajo, la forma de hacer retroceder las limitaciones del análisis era
perfeccionar el instrumento, tratando, según una dialéctica ya utilizada por
Freud en cuanto a la transferencia y a otras ideas, de transformar el obstáculo en
medio de acción.

Racker compartió este punto de vista con Paula Heinmann, y algunos pocos
investigadores, hasta que fue incluido, como lo es ahora, en el patrimonio de

*
Racker. Ibídem, p. 13.
todos los psicoanalistas. Pero su posición se diferencia de la de Paula Heinmann
en ciertos puntos. El mismo formula estas diferencias: mientras Paula Hein-
mann limitaba su estudio a las formas relativamente normales y poco intensas
de la contratransferencia, Racker incluye también el estudio de reacciones
contratransferenciales de gran intensidad, y aún patológicas, y sostiene que, a
pesar de estos caracteres, pueden ser utilizadas como instrumento técnico. Por
otra parte, cuando Paula Heinmann considera la contratransferencia como
limitada a las reacciones del analista frente al yo y al ello de su paciente, Racker
atribuye una importancia muy grande, además, a la contratransferencia con los
objetos internos del analizado. Finalmente, Racker trata de establecer corre-
laciones específicas entre determinadas reacciones contratransferenciales y las
situaciones transferenciales de los pacientes que las activaron.

Estando más cercano a la investigación de Paula Heinmann que a cualquier


otra, Racker puede, en cuanto al enfoque general sobre la naturaleza de la
contratransferencia, ubicarse entre los que piensan que se trata de “toda la
respuesta psicológica del analista frente al paciente”, y no entre los que tienden
a limitar el uso del término contratransferencia a ciertas reacciones particulares.
Entre los buenos motivos que menciona para esta elección está la imposibilidad
de delimitar tal o cual reacción del analista dentro de su posición y reacción
general frente a un paciente, y que constituyen el marco o el contexto en el cual
se inscriben las reacciones particulares y les permite existir.
Esta elección del enfoque de la “contratransferencia total” corresponde a
una elección análoga en cuanto a la transferencia: ambas designan a la vez los
aspectos repetitivos y los aspectos originales que constituyen la interrelación
analista-analizando. Según el esquema freudiano de las series complementarias
“…existe en el análisis una disposición contratransferencial por un lado, las
vivencias actuales y en especial analíticas por el otro, y la contratransferencia
como resultante”. Justamente esta fusión del presente y del pasado, el continuo
enlazarse de realidad y fantasía, de lo externo y lo interno, lo consciente y la
inconsciente, hace necesario un concepto que abarque la totalidad de la
respuesta psicológica del analista, y aconseja al mismo tiempo conservar con tal
fin el ya acostumbrado término “contratransferencia”. *

Este enfoque implica un determinado concepto de la situación analítica


—el mismo, creemos, que orienta este número: el de una situación bipersonal, o
si se quiere de una “neurosis interpersonal”— de una “névrose á deux’.* El
primer descubrimiento de Racker, en cuanto a fecha se refiere, es que la situa-
ción contratransferencial constituía una “neurosis de contratransferencia”, lo
mismo que la neurosis del paciente se transmutaba, dentro de la situación
analítica, en una neurosis de transferencia. Este descubrimiento expresaba una
plena renuncia a 1o que Racker llamó “el mito de la situación analítica”**
refiriéndose al mito de un analista espejo, o de un analista “sano” frente a un
paciente “enfermo”.Al considerar al analista como comprometido en la situa-
ción analítica con su inconsciente, sus remanentes neuróticos, sus objetos
internos no completamente asimilados, sus aspectos históricos e infantiles, se
aproximaban considerablemente la transferencia y la contratransferencia, y se
abría un panorama nuevo: todo lo que sabíamos de la transferencia se podía
aplicar también a la contratransferencia, con ciertas diferencias de intensidad y
de cualidad, pero con formas, dinamismos, angustias, mecanismos de defensa
fundamentalmente semejantes. Todo lo demás surge de ahí.
No sólo transferencia y contratransferencia revisten formas semejantes y
obedecen a dinamismos idénticos, sino constituyen una unidad indisoluble: se
tendrían que encarar y tratar juntas en un estudio de técnica psicoanalítica. En

*
Racker. Ibídem, p. 160.

• Racker. Ibídem, p. 189.


∗∗Racker. Ibídem. Estudio VI.
∗∗∗Racker. Ibídem, p. 68.
su notable relato sobre este tema al Segundo Congreso Psicoanalítico
Latinoamericano, y refiriéndose a la contratransferencia, Racker declara:
“Hubiera querido tratarla junto con la transferencia, puesto que transferencia y
contratransferencia representan dos componentes de una unidad dándose vida
mutuamente y creando la relación interpersonal de la situación analítica”. ∗∗∗

Es muy consciente de la tendencia del movimiento analítico actual a


transformar el análisis de “monólogo” en diálogo, a enfocar la técnica sobre las
vivencias con tanta intensidad y con tanto derecho como sobre las del analizado.
Es decir: “considerar el proceso analítico.., no más como «monopatía» sino
como «diapatía» o «bipatía»”.∗∗Esta consideración creciente y sistemática de la
contratransferencia, que llega a otorgar tanta importancia a la auto-observación
del analista como a su observación del analizando está lejos de apartarse, como
podría aparecer a primera vista, de la finalidad del proceso analítico: la
modificación de la personalidad del analizando. Siendo la contratransferencia
una expresión de las relaciones inconscientes del analizando con sus objetos
internos y externos, y además una expresión actualmente vivenciada y
emergente, es tan digna de atención como las manifestaciones conscientes del
analizando. Aún más, si se considera la situación analítica como una totalidad,
nos da un acceso extremadamente concreto e inmediato a los procesos sub-
yacentes de la situación bipersonal. Para el analista, el autoobservarse es quizá
la manera técnicamente más eficaz de comprender al analizando.
La primera tarea que surgía de este enfoque era la de describir las distintas
formas de la contratransfreencia. Racker se ha dedicado a esta descripción en
varios de sus trabajos, introduciendo conceptos nuevos y útiles —aunque los
principios de clasificación puedan variar de un trabajo a otro—. Dejando de


Racker. Ibídem, p. 71.
lado el estudio histórico de la maduración de su pensamiento, trataré de dar una
idea global de los conceptos que ha formulado.
Si la contratransferencia debe entenderse como la acción psicológica total
del analista frente al analizando, una primera diferenciación aparece de
inmediato en ella: el analista tiene por función específica en la situación
analítica comprender al analizando y tratar de transmitirle esta comprensión.
Comprender es identificarse. El analista trata por lo tanto de coincidir con los
distintos aspectos de la personalidad de su paciente, en conflicto unos con otros.
Esta identificación se hace parte por parte: el yo del analista con el yo del
analizando, etc. No significa hundirse en el paciente ni en su conflicto, sino
identificarse parcialmente, mientras el yo del analista se mantiene en parte
(mediante un proceso de división relativa) como observador de la situación
interpersonal. En esta forma, el analista reconoce en el complejo de Edipo de su
paciente a su propio complejo de Edipo, discriminando naturalmente los
aspectos diferenciales de estas situaciones internas. Esta identificación ha sido
denominada por Helen Deutsch “identificación concordante”.

Pero existe otro tipo de identificación en la contratransferencia, mucho


menos “normal” y a veces extremadamente intensa por su carácter inconsciente:
el analista se identifica con uno de les objetos internos del paciente y puede ya
sea sorne-terse a esta identificación forzada dentro de él por el paciente,
adoptando contratransferencialmente el papel así impuesto por éste, ya sea
reaccionar en contra de ella, y manifestar entonces fenómenos que constituyen
el negativo de la relación objetal proyectada por el paciente. En ambos casos —
fundamentalmente idénticos, ya que provienen del mismo proceso de identifica-
ción proyectiva de uno de los objetos internos del analizando, aunque su
manifestación consciente puede ser opuesta— la reacción contratransferencial
puede definirse como “identificación complementaria”. Desde luego, este
segundo fenómeno aparece antes que todo como una perturbación del primero,
que es específico de la función del analista. Ante una mayor detención aparece
al contrario como igualmente interesante y útil, ya que nos da una información
extremadamente concreta sobre la situación bipersonal y nos informa sobre
todas las fallas de la identificación concordante, con tal que lo sepamos
entender.
Por esto, casi todos los conceptos formulados por Racker se refieren a las
modalidades de esta segunda forma de contra-transferencia.
En este interjuego objetal de la transferencia y de la contratransferencia, los
objetos internos asimilados o no en el superyo del analista y ciertos aspectos de
su yo se manifiestan en dos formas principales: la contratransferencia directa y
la indirecta. En la contratransferencia directa: “El paciente se convierte de modo
inmediato en pantalla para las imágenes de los objetos introyectados y del
sujeto mismo (las ego-imágenes del analista) y se convierte al mismo tiempo en
objeto de las tendencias dirigidas hacia estas imágenes.”∗ Este proceso determi-
na el surgimiento de una gran variedad de situaciones contratransferenciales
pertenecientes a todos los niveles de la organización instintiva. Se podrían citar
como ejemplo las vivencias del analizando como “vampiro” que corresponden a
imagos arcaicas de la madre (o del pecho) devoradora, o a la ego-imago arcaica
del analista como vampiro.
Esta forma ha sido la primera descrita, pero no menos importante es la
contratransferencia indirecta: aquí la contratransferencia esencial del analista se
hace sobre un objeto exterior distinto del paciente, que es vivenciado como
vigilando y juzgando su tratamiento. Este objeto exterior puede ser tal o cual
analista-padre, o el grupo analítico, o la sociedad en general, que pasan a
representar al superyo del analista, estimulando su necesidad (desde luego
neurótica en este caso) de conseguir a todo precio un éxito terapéutico para
aplacarlo. Secundariamente, por un proceso que Racker llama


Op. cit., p. 144.
subcontratransferencia, el analizando llega en esta forma a ser vivenciado como
el superyo del analista. Esta situación se da por ejemplo cuando existe el peligro
que el análisis fracase, que el paciente empeore, etc., y puede dar lugar a
reacciones patológicas: ya sea un sometimiento masoquístico a los objetos
superyoicos reproyectados en el paciente (“romperse todo”, “matarse” por el
paciente, como en un caso citado por Racker, dejarse invadir por él como en
otro, etc.); ya sea un intento de invertir esta situación, proyectando el objeto
malo y culpable en el paciente (“yo no soy incapaz, es el analizando que no
sirve”); o un proceso hipomaníaco (por ejemplo el admitir como mejoría real
una mejoría tan sólo aparente y transitoria del analizando, negando así la
persistencia del conflicto).
Otro concepto descriptivo interesante introducido por Racker desde 1948 es
el de para-contratransferencia. Se refiere a reacciones contratransferenciales que
se establecen con las figuras de personas cercanas al analizando (padres,
cónyuges, hijos, etc.), y son paralelas a las reacciones para-transferenciales que
establece el analizando con las personas cercanas al analista.
Las formas de la contratransferencia manifiestan procesos psicológicos
subyacentes y una dinámica que Racker ha estudiado y descrito muy
detalladamente. “Cada situación transferencial provoca una situación
contratransferencial que surge a raíz de la identificación del analista con los
objetos del analizando. Estas situaciones contratransferenciales pueden ser
reprimidas o bloqueadas efectivamente, pero probablemente no evitadas; en
todo caso no deberían ser evitadas a fines de una comprensión total.”∗ Esta
respuesta contratransferencial obedece a leyes determinadas, entre las cuales la
ley del talión ocupa un lugar muy importante. Así toda transferencia positiva es
contestada en un plano por una contratransferencia positiva, y una negativa o
sexual por reacciones correspondientes. De ahí que la contratransferencia


Racker, op. cit., p. 164.
constituya un indicador muy provechoso de los aspectos escondidos de la
situación transferencial. Ya sea que se manifieste por ocurrencias o fantasías
contratransferenciales, o por una posición contratransferencial implicando una
participación mucho mayor y constante del yo en la situación, la
contratransferencia proviene de la simbiosis psicológica entre analista y
analizando. Por esto, las resistencias transferenciales, que son defensas
utilizadas por el analizando para que no se repitan en la transferencia las
catástrofes vividas con los objetos arcaicos se duplican en el analista por
contrarresistencias que obedecen a un determinismo semejante. Por ejemplo, el
analista puede temer la repetición en la situación contratransferencial de los
crímenes cometidos en fantasía contra sus objetos infantiles, y encontrarse
paralizado frente a su paciente por angustias depresivas.

Desde luego, en la misma forma que el conflicto edípico constituye el


nódulo de la neurosis original del paciente y de su neurosis de transferencia,
constituye también el nódulo de la neurosis de contratransferencia. En este
plano, el analizando representa fundamentalmente al padre o a la madre para el
inconsciente del analista, y todos los sentimientos y reacciones que pertenecen
al complejo edípico tienden a repetirse en la contratransferencia, tanto en su
aspecto positivo como negativo. Ejemplos de esta situación serían —entre
innumerables otros— los casos donde el cónyuge o compañero sexual de la
persona en análisis se empeña en deshacer la relación analítica, tendiendo así a
crear una situación contratransferencial de rivalidad edípica.
La utilización de la contratransferencia como instrumento técnico ha
llevado a Racker a buscar correlaciones específicas entre determinadas
vivencias contratransferenciales y sus correlativos transferenciales. Citaré
algunos ejemplos de estas correlaciones descubiertas por él.
El surgimiento frecuente de la angustia contratransferencial hace muy
necesario buscar su correlación específica con la situación del paciente. Si la
angustia del analista es de tipo depresivo (temor a destruir o dañar al paciente),
el análisis concreto de los casos muestra que corresponde a una defensa
masoquística del paciente. Este ha vivido una situación de frustración y
reacciona con agresividad. Esta agresión no se exterioriza en la situación
analítica, y el paciente la vuelca contra sí mismo. El analista se siente
identificado con el objeto que agriede internamente al analizando, y reacciona
con la angustia de dañarlo. Si la angustia del analista es de tipo paranoide
directo (temor a ser agredido o dañado por el paciente) es que el paciente se está
defendiendo contra objetos internos perseguidores mediante la identificación
con ellos. La persecución interna del paciente se torna por lo tanto en
persecución del analista por el analizando, y el analista siente angustia pa-
ranoide.

Otra correlación es la de la agresión experimentada en la


contratransferencia. En un primer plano, es la consecuencia de una situación
transferencial donde el paciente frustra determinados deseos del analista. La
situación del analista es depresiva o paranoide; la del paciente es de tipo
maníaco. Pero la situación transferencial mencionada es ella misma una defensa
frente a determinados objetos internos, por ejemplo un objeto que persigue al
analizando en forma sádica, moral o vengativa, o bien puede ser que el
analizando defienda a determinado objeto interno mediante ataques en contra de
su propio yo y ataque al mismo tiempo a su objeto externo (analista). En todo
caso, el analista es colocado en situación depresiva o paranoide, y puede
reaccionar por identificación con el perseguidor, transformándose a su vez en
perseguidor del paciente (de donde la vivencia interior de fastidio o rabia).
La aparición de sentimientos de culpa contratransferenciales corresponde,
en un primer plano, a una situación donde el analizando representa al superyo
acusador del analista, al mismo tiempo que la víctima de éste, siendo el analista
el yo culpable de agresión e incapaz de reparar. En otro plano subyacente, el
analista es identificado con un objeto sádico y omnipotente, culpable de todo lo
malo que ocurre al paciente, y el paciente es víctima de él —en forma depresiva
o paranoide—.
Si la contratransferencia es en parte determinada por la situación del
analista frente a sus objetos internos, y si son éstas las situaciones que
condicionan su tipo de personalidad —su carácter— no extrañará que uno de los
campos abiertos por el estudio de la contratransferencia sea el de la
caracterología y caracteropatología del analista y de su incidencia sobre su téc-
nica y las situaciones analíticas en las cuales está involucrado. Racker ha
dedicado dos pequeños trabajos∗ a la descripción de dos reacciones
caracterológicas del analista que pueden perturbar el proceso analítico
(“contrarresistencias caracterológicas”).
La reacción contratransferencial básica del analista con un carácter
masoquístico no suficientemente resuelto es ubicar en el paciente a su propio
objeto sádico, lo que origina uno de los tipos de contratransferencia negativa.
En la medida en que permanece masoquista, el analista desea inconscientemente
el fracaso de su labor, y se establece una “colaboración silenciosa” de los
masoquismos entre analista y analizando. El analista llega a no tolerar los
progresos que ha permitido, y se crea una “reacción terapéutica negativa del
analista”.
El masoquismo del analizando se vuelve punto ciego para el analista, quien
al contrario percibe correctamente la transferencia negativa y las resistencias del
analizando. Por lo tanto tiende a desconocer la transferencia positiva latente.
Esta situación puede llevarlo a enfoques inexactos, a una exagerada pasividad, a
una lejanía afectiva con respecto a su paciente, en general a una actitud
demasiado poco entusiasta en lo que se refiere a los progresos que pueden
efectivamente conseguirse.


Estudios VII y VIII.
Consecuencias semejantes, aunque aparentemente opuestas, tiene la actitud
caracterológica hipomaníaca mal resuelta en el analista. Lo lleva a una serie de
confusiones conceptuales y de actitudes técnicas equivocadas que llegan a un
mayor encubrimiento de ciertos conflictos esenciales de los pacientes, a pesar
de “mejorías” sintomáticas ruidosas.
La primera confusión surge a propósito de la “dependencia” o
“independencia”. Se pierde de vista que la independencia frente a los objetos
externos puede ser una formación reactiva contra una angustiosa dependencia
frente a un objeto interno odiado y temido en el fondo, y se paga por la
incapacidad de entrega libidinosa y de contacto afectivo con el objeto (ambas
cosas implicando un cierto “depender” de él, en la medida en que es amado). En
ciertos casos, se acepta así por “independencia” lo que no es en realidad sino
una seudoindependencia, habiendo sido transferida la independencia verdadera,
de los objetos externos del paciente al analista. Este es vivido entonces no como
alguien que permite una mayor independencia, sino como alguien que le exige.
En este caso, el analista vive en una estrecha dependencia de ciertos objetos
internos suyos, y reacciona con una negación de esta dependencia. Tiende hacia
el “acting-out”, buscando una independencia hipomaníaca, y tiende a realizar
este “acting-out” con su analizando a impulsarlo hacia una actuación formal-
mente independiente. Pero tendrá las correspondientes dificultades en hacerle
elaborar y superar su dependencia neurótica frente a su analista.
La misma confusión se encuentra en cuanto a la “liberación instintiva”
como fin analítico. A pesar de las aclaraciones de Freud al respecto, los
analistas con tendencias caracterológicas hipomaníacas tienden a impulsar a sus
analizandos, en forma más o menos enmascarada, a la actuación instintiva
externa, lo que los ayuda, no a resolver su conflicto instintivo (ni las angustias
subyacentes), sino a reforzar una defensa patológica más, el “acting-out”.
El mismo problema se manifiesta también en el trato de los sentimientos de
culpabilidad, si el analista se empeña en considerarlos como “neuróticos” y en
atacar a los “objetos malos” que los provocan. Se transforman los sentimientos
de culpabilidad en acusaciones contra los padres u otros objetos, favoreciendo
así la defensa contra la depresión por medio de la “manía recriminatoria”. Se
confunde así la recriminación con el conocimiento libre de temor de la neurosis
de los padres.
Todas estas confusiones pertenecen a la confusión más general, y
caracterológicamente determinada en el analista, entre manía y salud.
De todo esto resaltan los usos de la contratransferencia El proceso analítico
no sería pensable sin una situación de fondo de contratransferencia positiva —
como tampoco lo sería sin la transferencia positiva—. La contratransferencia
positiva es lo que permita al analista identificarse con el analizando, compren-
derlo, intervenir activamente para ayudarlo. Pero también otras formas de
contratransferencia —la negativa, la sexual, las formas caracterológicas—
pueden intervenir e intervienen necesariamente, creando obstáculos.
Por suerte, la comprensión del obstáculo permite no sólo superarlo, sino
utilizarlo como instrumento para mejorar nuestra técnica. Esta dialéctica se
observa con particular claridad en el análisis hecho por Racker de las
contrarresistencias para interpretar.∗ Estas contrarresistencias se producen
cuando percibimos y entendemos algo importante en la situación del paciente,
y, por algún motivo subjetivo, retenemos su interpretación.
En tales casos se observa siempre que la contrarresistencia para interpretar
coincide y colabora con la propia resistencia del paciente. El surgimiento de la
contrarresistencia, por lo tanto, no sólo señala el punto urgente de la resistencia
del paciente, sino también que algún elemento de la interpretación se nos ha
escapado, sin el cual la interpretación no sería realmente adecuada. El
descubrimiento de este punto ciego hace desaparecer la contrarresistencia y
permite la interpretación más actual y eficiente.
Por razones bastante obvias, Racker no piensa que deban favorecerse las
manifestaciones de la contratransferencia, ni comunicar sus contenidos al
analizando como contenidos contratransferenciales. No ve en su investigación
ningún motivo para renunciar a la regla de neutralidad del analista, sino lo con-
trario.
La comprensión de la contratransferencia sólo nos permite un acceso más
claro a nuestro objeto, la situación única y global estructurada por el
determinismo recíproco de la transferencia y de la contratransferencia. Sólo en
esta perspectiva pueden incluirse los elementos contratransferenciales en la
interpretación
—cuando no representan una confesión de la subjetividad del analista, pero sí
un elemento dado e inconscientemente viven-ciado por el paciente, de la
situación analítica actual—.
La contratransferencia sirve de brújula para la interpretación, al mismo
tiempo que la transferencia y por los mismos motivos.
Muchos progresos quedan por hacer en el perfeccionamiento de esta
brújula, tanto teóricos como personales. Una parte importante de los que ya
fueron hechos se debe a Heinrich Racker.

Willy Baranger.


Op. cit. Estudio IX.
Reseña de libros y revistas

MARC SCHLUMBERGER.— “Introducción al estudio de la transferencia en


clínica psicoanalítica”. Rey. Française de Psychanalyse, T. XVI, Nº 1-2,
págs. 123-152, 1952.

El autor expone en qué circunstancias Freud reconoció y aislé el fenómeno


de la transferencia. En el uso de la hipnosis observó accidentes tales como el de
una enferma histérica que se echa sobre su cuello al despertarse del sueño
hipnótico. Pensando evitar estos peligrosos accidentes de transferencia erótica,
abandona la hipnosis creando el psicoanálisis.
La transferencia es una actitud afectiva particular manifestada por el
analizando frente al analista, sin que éste la haya provocado de ninguna manera.
En el análisis de Dora (l899) se encuentra frente a la misma situación y la
denomina transferencia negativa. Señala entonces una transferencia positiva y
otra negativa, ambas como resistencia a la curación.
En primer término, transferencia significa el fenómeno de desplazamiento y
las tendencias desplazadas con sus cualidades afectivas. El sujeto traspasa al
analista sus actitudes afectivas que corresponden a su infancia y que por la
represión se hacen inconscientes. El enfermo repite —no recuerda simple-
mente— las situaciones y analizando la transferencia, retorna a la conciencia lo
que ha sido experimentado en la infancia. Si las tensiones afectivas
inconscientes vuelven a sentirse como intolerables, la transferencia en vez de
ser sentida es actuada (acting out).
En segundo término, del punto de vista económico y dinámico, la
transferencia tiene los caracteres de un síntoma neurótico, con la ventaja de
ofrecer la esperanza de una real descarga de su tensión. El motor de la
transferencia es la satisfacción instintiva reprimida y que queda en suspenso,
tendiendo a satisfacerse en la transferencia más que en el síntoma, ya que ésta le
ofrece la posibilidad de un drenaje real. La neurosis se transforma así en una
neurosis de transferencia.
En tercer término, la “disposición a la transferencia” proviene de las
presiones instintivas inconscientes. Parte de estas presiones tienen acceso a la
conciencia como sentimientos tiernos —sublimados— ignorando el yo su
origen y su objeto primitivo que queda inconsciente. Las pulsiones sublimadas
pueden llamarse “disposición a la vinculación” y cuando se exteriorizan frente
al analista toma el nombre de “transferencia positiva” en el sentido limitado de
confianza afectuosa. El yo del sujeto colabora en el análisis esperando descargar
las pulsiones reprimidas; pero el yo puede desencadenar sus defensas contra
esas pulsiones del ello y la transferencia se torna así negativa, hostil o
ambivalente por lo menos.
Esta transferencia negativa es una resistencia al análisis. Es la primera en
hacerse sentir y se repite a lo largo del tratamiento. Se traduce por trastornos
corporales, dificultades en la asociación de ideas, silencios, deseos de irse o
detener la curación.
Pero la transferencia comporta también una resistencia intrínseca que es la
“resistencia a la transferencia”. Los estados afectivos reprimidos e inconscientes
se viven en el análisis como actuales frente al analista, y en su sentido estricto,
la transferencia es el sustitutivo de una toma de conciencia. Se reproducen las
resistencias y analizando y analista, que hasta entonces trabajaban en el mismo
sentido, van por caminos diferentes. Allí aparece la resistencia mayor al análisis
que puede transformarse en una cristalización frente a la cual el analista debe
estar atento para sorprenderla en su estado naciente. El paciente deja de
cooperar, se irrita contra el analista y comienza a realizar actos de transferencia
que reproducen los antiguos hechos alrededor de los cuales se aglutinaba su
neurosis.
Una tercera resistencia proviene del propio inconsciente, que por su
automatismo de repetición, consistente en descargar las pulsiones eróticas
reprimidas bajo las mismas condiciones infantiles, tiende a estereotipar los
procesos transferenciales.
Del punto de vista estructural la transferencia es la repetición de pulsiones
reprimidas dirigidas a objetos primitivos introyectados, cuyos “imagos” forman,
en el yo, el ideal del yo o super-yo. En el análisis hay un redespliegue de imagos
con reproyección —por obra de la libido objetal residual que tiende a
descargarse— pero que siguiendo al automatismo de repetición, reviste de
preferencia las imagos de los antiguos objetos abandonados, confiriéndole
nuevamente su calidad de objetos externos.
Esta reobjetivación se hace sobre cualquier objeto provisto de cierto valor
simbólico y constituye la “disposición a la transferencia”. Aunque la
transferencia comienza con el análisis, es después de un tiempo que sus imagos
toman cuerpo suficiente como para ser interpretadas y reconocidas como
representaciones antiguas. Así el analista se ve identificado con el padre, madre,
hermanos y otras personas introyectadas en la infancia del paciente. Cuando las
imagos se precisan, las actitudes afectivas transferenciales pueden retomar su
relación con el objeto verdadero y la evolución de estas relaciones se realiza
bajo la vista del paciente. El analista es el espejo de estas imagos y su papel
parental hace que el analizando busque ser aconsejado, castigado o justificado
por él, conduciéndose como un niño frente a sus padres. Son estas mismas
pulsiones las que inducen al niño a imitar naturalmente aquellos
comportamientos del padre que lo perturban. La introyección del analista
origina un super-yo parásito (Rado) o auxiliar por medio del cual es posible la
modificación de los imperativos arcaicos. Son pulsiones narcisistas las que
operan en la necesidad de identificarse con el analista y constituyen la segunda
fuente de la “disposición a la vinculación”.
Al comienzo de esta transferencia narcisista, el analista es idealizado. Más
tarde cae de su pedestal, al hacerse permeable a las restricciones que se hacen
sobre él, y la transferencia vira a la hostilidad bajo la influencia de la frustración
narcisista. La transferencia narcisista reaparece al final del tratamiento con el
temor de quedar solo, lo que indica que siempre el analista es investido de una
cierta cantidad de libido objetal.
La resistencia a la transferencia narcisista ocurre porque recuerda de algún
modo a alguna experiencia mística. Un paciente sale de su primer sesión en un
estado de alegría delirante y dos años después vuelve al analista para expresarle
que después de una noche de exhuberancia desenfrenada temió ser objeto de un
maleficio.

La necesidad de identificación narcisista con el analista se encuentra


cargada de libido objetal que no ha podido ser desexualizada y las pulsiones
homosexuales —en el hombre— encuentran su campo electivo de expresión.
Para la mujer es además campo de expresión de sus pulsiones héterosexuales,
cuyos objetivos se calcan sobre el deseo narcisista de incorporación del analista.
El analista, en suma, puede ser objeto de las pulsiones, objeto del yo o
reedición del super-yo del analizando. Pero además puede representar la propia
imago del yo del sujeto, o más habitualmente del ello, o sea un yo transferido al
analista y viciado de pulsiones. Asimismo el analizando puede desempeñar el
rol de su propio super-yo o el de otras personas con las cuales se identifica.

Transferencia positiva o amor, y negativa o agresión, no tiene un valor


absoluto, ya que una transferencia positiva puede hacerse una resistencia y una
negativa, como la rivalidad edípica, es fecunda para el desarrollo del análisis.
Pero es necesario una transferencia positiva para la buena marcha del análisis.
Esto ocurre a través del tiempo, por la disposición a la vinculación subtendida
por la disposición a la transferencia y por la actitud de benevolente neutralidad
del analista, cuidando de no hacer el juego que el analizando busca hacerlo en-
trar. En general, es posible establecer esta transferencia positiva o analizar sus
fallas, pero hay situaciones en las que no es posible, ya sea por semejanza del
analista con el padre del analizando o porque la analista evoque las
características viriles de la madre. Son los únicos casos excepcionales en los que
el sexo del analista es decisivo, ya que los objetos de las tendencias pregenitales
no están sexualmente diferenciados y en la etapa genital edípica se escinden y se
desarrollan con tres personajes.
Establecida la transferencia positiva, la actitud del analizando es muy
variada y la del analista consiste en “no hacerle el juego” (Fenichel), estando
alerta al papel que el paciente le atribuye y el que realmente desempeñan
analista y analizando en la transferencia, interpretándose de acuerdo a las reglas
habituales.
Cabe señalar, por último, la resistencia opuesta, en la transferencia, por los
beneficios secundarios. A la neurosis de transferencia se aportan estos
beneficios que alimentan la neurosis del analizando, y pueden aparecer como
tales en la transferencia.
Por último, se observan reacciones negativas de transferencia en las fases
finales del tratamiento, ya sea bajo la forma de agresión, de abandono, de
depresión masoquista, de duelo por la idea de pérdida del objeto, ya bajo la
reaparición de los síntomas que lo llevaron al análisis, fobias, angustias,
obsesiones, etc., que constituyen una neurosis traumática de transferencia. Esta
situación puede ser útil como medida terapéutica en los análisis estancados en
los cuales la fijación de un plazo para la finalización del análisis puede
movilizar y permitir la liquidación de la situación transferencial.
Por parte del analista hay también actitudes afectivas inconscientes que se
producen frente al analizando y que constituyen la contratransferencia. Su
inconsciente es el instrumento por excelencia del análisis. El analista tiene
acceso a su inconsciente por su propio análisis personal aunque, por completo
que sea, no está exento de una “disposición a la transferencia” que puede
emerger en la contratransferencia, razón por la cual el analista debe estar
siempre alerta para despistarla.

Jorge Galeano Muñoz.

MICHAEL BALINT (en colaboración con Alice Balint).— “Sobre transferencia


y contratransferencia” (On Transference and Counter-Transference). In:
Primary love and PsychoAnalytic Technique. London. The Hogarth Press,
1952.

En este artículo, publicado por primera vez en 1939, los autores plantean el
problema de la participación del psicoanalista en las actitudes transferenciales
de los pacientes. Era un principio básico e incontrovertible, para la mayoría de
los psicoanalistas, que el terapeuta debía abstenerse en absoluto de transferir al
analizando ninguno de sus estados afectivos: debía conducirse frente al sujeto,
según el símil empleado por Freud, como una pantalla, o como la superficie
pulida de un espejo que reflejara las fantasías y las emociones del otro, pero sin
poner nada de sí mismo, sobre la elaboración interpretativa. Según lo refiere
Balint, el analista debía conducirse como un objeto inanimado, y proceder en
forma tal, de no “influir sobre su paciente sino a través de su función
interpretativa”. En ese sentido, el análisis era comparado con una operación
quirúrgica y la conducta neutral del analista con la asepsia del cirujano.
Sin embargo, debemos preguntarnos hasta qué punto el analista está de
hecho, absolutamente libre de todo rasgo personal susceptible de transferencia.
Ya Freud había señalado que el análisis no se realiza en el vacío. El
psicoanalista, en efecto, tiene un nombre, un prestigio, una edad, es hombre o
mujer, y en un sentido amplio transfiere esos caracteres de su personalidad a sus
pacientes.
Los autores enumeran una serie de elementos personales que varían de un
analista a otro, y que son capaces de provocar reacciones dispares de orden
transferencial, en los pacientes, aun cuando el terapeuta se coloque en la
posición neutral aconsejada. Dichos elementos son numerosos y se traducen por
detalles, algunos de ellos aparentemente nimios, que se refieren, no sólo a los
rasgos estrictamente personales del psicoanalista, sino también a los aspectos
del mobiliario, desde las características del diván, hasta los muebles, adornos y
grado de iluminación del consultorio.
Para Balint, muchas variantes técnicas propuestas y defendidas con
entusiasmo por sus autores, traducen más que nada aspectos personales que
llevan a maneras diferentes de conducir el tratamiento psicoanalítico, pero que
desde el punto de vista estadístico, no altera los resultados finales, los
porcentajes de éxitos y fracasos.
Esto lo lleva pues a revisar el concepto del analista “pantalla” y a
preguntarse si “en la práctica, dado que la situación psicoanalítica es la
resultante del interjuego entre la transferencia del paciente y la
contratransferencia del analista complicada por las reacciones liberadas en cada
uno por la transferencia del otro”, puede todavía ser considerada como un
campo “estéril”, neutro.
Señala además, que una de las fuentes de la técnica del analista es la
transferencia de sus emociones, vale decir, una manera de librarse, en forma
sublimada de sus propias tensiones, “especialmente las que surgen en el curso
del tratamiento con nuestros pacientes”. Y agrega que cada técnica debe realizar
dos tareas: la primera y la más importante, lograr que el paciente analizado
aprenda a conocerse a sí mismo, su propio inconsciente, y no el del
psicoanalista y, segunda, procurarle a éste una válvula emocional
suficientemente eficaz.
Volviendo a la metáfora de Freud, concluyen, que el analista debe
comportarse sí, como un espejo, pero no pasivamente, como un objeto
inanimado, sino reflejando sin deformar a su paciente. Cuanto más claro se vea
el paciente a sí mismo, mejor será la técnica usada cualquiera sea la magnitud
de los rasgos personales revelados por el analista a través de sus actitudes,
interpretaciones, etc.
Rodolfo Agorio.

HERMAN NUNBERG.— “Transference and reality” (Transferencia y


realidad). The International Journal of Psychoanalysis, Vol. XXXII, Part 1,
1951.

Comienza el autor dando algunos ejemplos para aclarar lo que entiende por
transferencia. En el primer ejemplo, una paciente constantemente lo criticaba,
pretendiendo enseñarle lo que debía decir y cómo debía decirlo, así como lo que
debía hacer. La interpretación, aceptada por ella, que esperaba encontrar al
padre en su analista y quería cambiarlo de acuerdo a su imagen interna de él,
no modificó la situación. Como la enferma no logró sus propósitos, sintió
frustración y rabia. ¿Es esto transferencia? No, porque la paciente no transfirió
sus emociones en relación con su padre a su analista, sino que quiso transformar
a su analista en su padre, lo que condujo a un conflicto sobre una base casi
real.
¿Qué debemos entender por transferencia? Es una proyección, en el sentido
de externalización, de las relaciones inconscientes del paciente con sus primeros
objetos. La actitud de la paciente mencionada no es transferencia porque ella no
proyectó la imagen de su padre en el analista, sino que trató de cambiar a su
analista según la imagen del padre.

Refuta la objeción de algunos analistas en el sentido que la transferencia no


es una proyección, sino un desplazamiento, alegando que si bien hay
desplazamiento, es decir, traslado de afectos del padre o madre al analista,
también hay proyección, ya que el analista es tratado como una imagen mental.
Un segundo ejemplo muestra una situación diferente: una paciente debía
cerrar sus ojos para comprender a su analista, y sentía que su voz era como la de
su padre muerto. Casi alucinaba a su padre. Aquí la paciente identificaba la
imagen presente de su analista con la imagen pasada de su padre, y de este
modo revive el pasado. Esta es una situación transferencial exitosa. La
transferencia está basada en el fenómeno que Freud llamó “identidad de
percepciones”, es decir, que la percepción actual de una idea o emoción revive
antiguas ideas o emociones reprimidas como si fuesen actuales. Esta identidad
de pasado y presente es también la base del fenómeno llamado “acting-out”. El
autor da ejemplos que ilustran esta situación.
La tendencia a establecer “percepciones idénticas” supone no sólo el
mecanismo de identificación, sino también el de proyección, ya que el paciente
coloca en el analista experiencias arcaicas vividas con sus padres. La
transferencia utiliza, pues, ambos mecanismos: identificación y proyección.
La transferencia ocurre también en otras terapias, pero el analista, a
diferencia de otros psicoterapeutas, la considera una ilusión y no una realidad.

Se ocupa luego el autor de las similitudes y diferencias entre transferencia,


“identidad de percepción” y compulsión a la repetición. La tendencia a la
“identidad de percepción” es un principio conservador, que satisface la
compulsión a la repetición del pasado. En virtud de la transferencia,
experiencias actuales son percibidas de un modo idéntico a las viejas experien-
cias reprimidas. Sin embargo, en la transferencia la “identidad de percepción”
no es completa, como ocurre en los sueños y en la alucinación.
Transferencia y compulsión a la repetición tampoco se confunden, porque la
primera apunta al presente (realidad) y la segunda al pasado. La transferencia
tiene, como Jano, dos caras, una vuelta hacia el pasado y función de la
compulsión de repetición, otra hacia el presente e independiente de la
compulsión de repetición. En la transferencia, el pasado está en el presente y el
presente en el pasado, de acuerdo con el carácter atemporal del inconsciente.
A través de la transferencia, la parte del yo sana aprende a diferenciar más
claramente las experiencias actuales de las infantiles, y, de este modo, su juicio
de realidad mejora.
A veces, la transferencia se vuelve resistencia. Es el caso de la transferencia
debida a la repetición de algunos rasgos caracterológicos. Cita el ejemplo de un
paciente que parecía querer contarlo todo, aparentando una muy buena
disposición para el análisis, pero que llevaba la intención inconsciente de ocul-
tarle sus fantasías reprimidas, como lo había hecho en su pasado con su madre.
Enfatiza el autor el carácter reeducador de la transferencia. A través de ella,
aprende a manejar mejor el conflicto entre las urgencias del ello y las
necesidades del yo. Repite este conflicto en la relación transferencial y allí
puede modificarlo.
También constituye una reeducación del super-yo. El analista queda
automáticamente convertido en el padre o la madre, ya que el ello pide
únicamente ayuda a los padres. De modo que a través de la relación con el
analista puede modificar la relación con sus padres internos.
El autor considera que la relación paciente-analista es muy similar a la
relación hipnotizado-hipnotizador, con la diferencia que el analista usa el poder
que le confiere el paciente al identificarlo con su super-yo, para enseñarle a este
último el test de realidad. El analista se vuelve omnipotente para el paciente, y
el yo del analizado hace una regresión al estadio donde la realidad interna,
psicológica, reemplaza a la realidad externa, y donde el proceso primario
reemplaza al proceso secundario.
Tanto la transferencia como la hipnosis son la expresión de la tendencia a la
identidad de percepción. El análisis de la transferencia, al volver consciente la
proyección de las imágenes parentales sobre el analista, facilita al paciente el
distingo del pasado y el presente y evita así que lo reprimido distorsione las
experiencias actuales. De este modo, el ajuste a la realidad se hace cada vez
mayor, y la identidad de percepción queda reducida a los sueños, alucinaciones
y delirio.
Héctor Garbarino.

D. W. WINNICOTT.— “Head in the Contratransference” (Odio en la


contratransferencia). The International Journal of Psycho-Analysis, Vol. 30, Nº
2, 1949.

Como ya lo anuncia el título del artículo, sólo va a estudiar un aspecto de la


contratransferencia con los psicóticos: el odio.
Piensa que este sentimiento no sólo es provocado por los pacientes en los
analistas, sino en toda persona que trate le ayudarlos (médicos, psiquíatras,
nurses, etc.).
Es necesario tener plena conciencia de este odio provocado, para evitar
atacar al enfermo en alguna forma.
Aclara su concepto de contratransferencia, que es el producto “del empleo
del amor y del odio del analista en relación a una observación objetiva de la
conducta y personalidad del analizado”, es necesario estar atento a ella y
estudiarla objetivamente para su mejor empleo. Descarta, por supuesto, las
reacciones anormales del analista, ya sea por represión de los sentimientos que
le despierta su paciente, o por proyectar sus propios conflictos.
El paciente imputa a su analista lo que él es capaz de sentir, así un obsesivo
dirá que su trabajo es obsesivo, un hipomaníaco, que no es capaz de
depresiones, etc., etc. En la misma forma un psicótico pensará que lo quiere
destruir, en función del amor-odio. El analista, podrá tolerar esta situación si es
capaz de odiarlo objetivamente. Admite que el odio hacia los pacientes es
muchas veces justificado. Trae un ejemplo personal con un paciente en que se
ve este fenómeno.
Sin embargo este odio del analista hacia su paciente puede no hacerse
consciente por múltiples razones.
Ilustra a continuación y a través de un sueño, una reacción agresiva con una
paciente psicótica, reacción que estaba determinada por la ansiedad que le
producía, la negación corporal de los dos (analista y analizada), que hacía la
paciente. Esta situación le traía también dificultades con los demás pacientes
para la conexión sin conocerlo mayormente, tal es así que el paciente vive el
diván ya sea como regazo o útero materno.
El odio del analista está guardado latente y algunos psicóticos lo buscan
pero lo buscan objetivo. Y esto ocurre porque sienten que no pueden obtener
amor. Esto se ve con frecuencia, como consecuencia de una infancia desvalida y
muy problematizada. Cuenta como ejemplo la historia de un niño huérfano del
que se hizo cargo la familia del autor de este artículo, en el que a pesar de los
cuidados y el afecto que le prodigaban ellos, el niño constantemente, al
principio de su estada allí, trataba de provocar y buscar el odio de sus
bienhechores.
Admite, por otra parte, que la madre sienta odio por su niño antes que éste
lo sienta por ella. Da varias razones para explicarlo, entre ellas: la frustración
cuando comprueba que no es su propia concepción mental, como tampoco lo
que ella buscó en él, el niño-padre o el niño-madre, le trae una serie de preocu-
paciones, interferencias en su vida privada, peligros para su cuerpo por el
embarazo y el parto, le daña sus pezones, trata de dañarla porque es cruel con su
amor, muestra desilusión por ella, etc., etc. En los análisis, en las situaciones
regresivas, sucede esto mismo, el paciente al igual que el recién nacido no
puede comprender la situación del analista-madre. Es necesario que la madre
tolere sentir odio por sus hijos sin dañarlos, es necesario que lo convierta en
masoquismo. Es ésta tal vez la base del natural masoquismo de la mujer.
Tal vez el niño no puede soportar esto y espera odio por odio, así el
psicótico que odia a su analista espera odio de él.
El problema que se plantea es cómo interpretar o manejar este odio en el
análisis. Es un arma muy peligrosa y es necesario el momento oportuno para
emplearla, pero piensa que el análisis no está bien terminado si no se le ha
podido decir al paciente todo lo que se supo de él al principio y a través de sus
actitudes, sin que las haya mencionado. Hasta que esto no sea posible decírselo
al paciente, él sentirá que está obligado al analista como lo sintió en su infancia
hacia su madre.
La posición ideal del analista frente a su paciente, es la de la madre frente al
bebé recién nacido, es decir, estar preparado.

Mercedes Freire de Garbarino.

ANNIE REICH.— “On Counter-Transference” (Acerca de la contratransferencia).


The International Journal of PsychoAnalysis, Vol. XXXII, Part 1, págs. 25-31,
1951.

La comprensión del paciente y la capacidad de contestarle adecuadamente


no tienen fundamentos únicamente lógicos. A menudo, surgen como de la
propia mente del analista, y son experimentados en forma casi pasiva, como
algo “que ocurre Esta clase de comprensión del problema del paciente se obtie-
ne a través del inconsciente del analista, como si hubiera ocurrido una
identificación parcial y momentánea con el paciente. La evidencia de lo que
ocurre en el inconsciente del paciente está basada sobre un conocimiento de lo
que ocurre en la mente del analista.
De todos modos, el instrumento para comprender es el propio inconsciente
del analista. Es lo que quería decir Freud cuando recomendaba escuchar al
paciente con atención flotante. Por supuesto, hay riesgos. Si el analista está
personalmente preocupado, no puede asociar libremente, o no se puede identi-
ficar con el paciente, o se identifica demasiado y queda apresado en él, etc..., no
podrá escuchar sin esfuerzo, recordar, comprender, contestar correctamente.
Además, le incumben otras tareas: tiene que ser el objeto de la transferencia
del paciente, la pantalla sobre la cual el paciente proyecta sus objetos infantiles.
Tiene que permanecer neutro. Debe ser capaz de tolerar amor y agresión, etc...,
sin perturbarse. Tiene que participar tan profundamente de la otra persona como
para entenderla, pero no sentirse implicado, lo que no sería posible si no hubiera
pasado por su análisis personal.
La neutralidad no significa que el analista no tenga ninguna clase de
relación con el paciente. Se espera que esté interesado, y con voluntad amistosa
de ayudarlo. El paciente puede gustarle o no. En la medida en que estas
actitudes son conscientes, no se trata de contratransferencia. Si estos sentimien-
tos se vuelven más intensos, estamos seguros que intervienen los sentimientos
inconscientes del analista, sus propias transferencias sobre el paciente, es decir,
sus contratransferencias.
La contratransferencia comprende los efectos de las necesidades y de los
conflictos inconscientes del analista sobre su comprensión o su técnica. En estos
casos, el paciente representa para el analista un objeto de su pasado, sobre el
cual proyecta deseos y sentimientos pasados, como ocurre en la transferencia
del paciente sobre el analista. El factor desencadenan te puede ser un elemento
de la personalidad del paciente o del material, o un elemento de la situación
analítica en sí. Eso es la contratransferencia en el sentido estricto.

Se puede entender la contratransferencia en un sentido más amplio, para


todos los casos en que el analista utiliza el análisis con fines de acting-out:
cuando la actividad de analizar tiene para el analista un significado
inconsciente. Los pacientes no son entonces verdaderos objetos de transferencia,
sino más bien instrumentos por medio de los cuales se gratifican ciertas nece-
sidades del analista. Los dos tipos de contratransferencia a menudo se mezclan y
no se pueden separar exactamente.
Los casos más simples son los que se producen bruscamente, en
determinadas circunstancias y con pacientes específicos. El analista, por un
debilitamiento pasajero de su equilibrio psíquico, es incapaz de tolerar un
paciente que le muestra como un espejo sus propios impulsos reprimidos. La
reacción contratransferencial se debe a una identificación con el paciente. Son
las formas más frecuentes. Los fenómenos contratransferenciales pueden ser
también simples impulsos desplazados: los pacientes no son realmente objetos
de los impulsos profundos, sino que reflejan los impulsos del analista como si
fueran realizados (caso de enamoramiento).
También un elemento del material puede desencadenar la reacción
contratransferencial: algo evoca para el analista la escena primaria, y reacciona
durmiéndose como lo hacía en la infancia.
Hay casos en que la contratransferencia proviene de la relación analítica
como tal y de algunos aspectos de la relación con los pacientes: deseo pasivo-
masoquista de cambiar de lugar con el paciente, correspondiendo a una fantasía
infantil.
Tales manifestaciones de contratransferencia reflejan dificultades neuróticas
permanentes del analista, o un problema caracterológico especial: por ejemplo,
una agresión inconsciente puede llevar al analista a ser demasiado conciliador.
Una actitud paranoide puede llegar a una proyección total de los propios
contenidos del analista o mantenerse como capacidad especial para captar estos
contenidos. Esto pertenece ya más al grupo del acting-out. Por ejemplo, un
analista puede tener una compulsión a “entender” intelectualmente el incons-
ciente, como modo de mantener su propio inconsciente a distancia,
despreciando los mecanismos de defensa. La mala relación del analista con su
propio inconsciente lleva a una duda constante sobre la veracidad de las
expresiones del inconsciente, y se dan interpretaciones profundas en forma
compensatoria antes que el paciente pueda recibirlas, o se teme dar
interpretaciones.
Otro grupo importante es el de los casos en que el analista usa el análisis
para obtener gratificaciones narcisísticas. Una forma específica podría llamarse
“mano de Midas”: como si todo lo que toca el analista se transformara en oro.
Tiene poderes mágicos, sus interpretaciones son regalos mágicos y sus
pacientes se vuelven genios por el solo hecho de ser sus pacientes. El peligro es
de no apreciar adecuadamente las posibilidades de los pacientes, de tener una
ambición terapéutica excesiva, y de desarrollar hostilidad hacia el paciente que
frustra la necesidad narcisística, no dejándose curar.
En relación con esto, se encuentran actitudes pedagógicas, frecuentes en
candidatos con un pasado de psicoterapeutas.
En todos estos casos, el paciente no es un objeto real, sino un instrumento,
se usa como testigo de que el analista puede dominar el inconsciente o de que
no tiene que sentirse culpable.
Las dificultades contratransferenciales permanentes son mucho más
frecuentes que los casos aislados. Son consecuencias de dificultades muy
arraigadas de la personalidad, y su solución está en un nuevo análisis, siguiendo
el consejo de Freud de que todo analista tiene que volver a analizarse después
de unos años de práctica. Una descripción completa de las formas más fre-
cuentes de la contratransferencia equivaldría a una revisión de la psicopatología
del analista. Importan más sus efectos sobre la técnica psicoanalítica. Todos los
mecanismos mencionados pueden interferir en la capacidad de entender,
contestar, interpretar, pero también pueden transformarse en sublimación va-
liosa, y recíprocamente. Conviene tratar de entender mejor en qué condiciones
estos elementos inconscientes constituyen una base adecuada y aun excepcional
para el trabajo analítico, y en qué condiciones interfieren con él.
El inconsciente del analista es su instrumento. La capacidad de usarlo de
este modo tiene que provenir de motivaciones profundas, de tendencias
inconscientes sublimadas en talento psicológico. Una tendencia que muchos
analistas consideran indispensable es la curiosidad. Pero tiene que ser
desexualizada, vale decir, desprendida de sus objetos primitivos y usada para
entender la psicología y la estructura de aquéllos. La diferencia con tipos
anteriormente mencionados de acting-out está en que, en la sublimación, la
tendencia se realiza a través de un “insight” psicológico desexualizado, mientras
en las formas patológicas de la contratransferencia esta transformación no se ha
producido.
La contratransferencia es una condición indispensable del psicoanálisis. Sin
ella, no hay interés ni talento. Pero tiene que mantenerse en la sombra y como
fondo. En el analista que funciona normalmente se encuentran huellas del
significado inconsciente primitivo del análisis; mientras el neurótico sigue inter-
pretando erróneamente el análisis de acuerdo con sus fantasías inconscientes y
reacciona según ellas.

Madeleine Baranger.

MARGARET LITTLE.— “On delusional Transference (Transference


Psychosis)” [Sobre la transferencia delirante (Psicosis transferencial)]. The
International Journal of PsychoAnalysis, Vol. XXXIX, Parts 11-1V, págs. 134-
138, 1958.

Hay pacientes que no pueden utilizar las interpretaciones transferenciales:


las encuentran sin sentido, o las aceptan aparentemente pero sin adquirir
“insight”.
Son pacientes que sufren de trastornos de carácter, de perversiones sexuales,
de desórdenes psicosomáticos, psicópatas, vale decir, sujetos sanos con un gran
monto de ansiedad paranoide y depresiva. Evidencian otras características en el
análisis:

a) El análisis de los sueños no puede hacerse en la forma común: traen


sueños con innumerables asociaciones sin que se pueda encontrar el
contenido latente; sólo aparecen los mecanismos de defensa; o bien
el contenido latente y el manifiesto coinciden, el contenido
manifiesto constituye el pensamiento del sueño.
b) Tienen defectos del pensamiento, con deficiencia de la capacidad
simbólica.
c) El “acting-out” es violento, o la violencia aparece en forma negativa
como pasividad.
d) Tienden a hacerse sumamente dependientes, sus relaciones se convierten
en “folies-á-deux”, y es lo que intentan hacer con la relación
analítica.
e) Parecen desarrollar como una adición al análisis. Tienen una necesidad
insaciable de amor y atención para controlar mágicamente su odio y
su destructividad.
f) Esas condiciones parecen tener su origen en una situación con una
madre infantil, cuya ansiedad e inadecuación actuaron como
persecución real para el niño. La posición depresiva no puede ser
alcanzada y los mecanismos de proyección e introyección se
vuelven ineficaces.

La transferencia en estos pacientes es esencialmente delirante. Como en los


neuróticos, es ambivalente, pero aparece a menudo sólo en su aspecto positivo,
con el fin de mantener la idealización y negar la existencia de los contrarios.
Pero, mientras el neurótico puede reconocer al analista como persona real, en la
transferencia delirante, desaparece el “como si”, y el analista es, absolutamente,
con autenticidad, los padres idealizados y odiados, etc... El paciente tiene que
poder dirigir el odio y el amor hacia una sola persona, y reconocer la diferencia
entre la realidad fantaseada y la objetiva. Clivaje, negación, aislamiento,
proyección e introyección son los principales mecanismos que sirven para
producir y mantener la transferencia delirante.

Parece deberse principalmente a una falla en la integración mente-cuerpo


(con falla consecutiva en la integración de un Yo débilmente organizado y del
Ello), que hace el Yo inaccesible a las interpretaciones transferenciales, por la
identidad entre el analista y la imago parental.
La transferencia delirante encubre un estado que el paciente necesita y teme
alcanzar: en el cual sujeto y objeto, todo sentimiento, pensamiento y el
movimiento son vividos como lo mismo. Existe sólo un estar o un vivenciar, sin
percepción de la persona; un temor, amor, movimiento, etc. .., pero no hay per-
sona que teme, ama, se mueve. Alcanzar este estado es terrorífico, porque es
perder todo sentido de identidad. Es necesario alcanzarlo para reconocer la
irrealidad de esas identidades, pero es vivido como total aniquilación; de ahí la
necesidad de mantener la transferencia delirante.

La perturbación es cataclísmica y puede ser descrita como un orgasmo de


dolor”. Es un momento de peligro muy real, que puede resolverse en
autoagresión o intento de suicidio o en un ataque maníaco al analista. Si el
movimiento se hace hacia el exterior, hacia el analista, se establece un contacto
con una persona separada de los sentimientos y movimientos, lo que trae una
nueva situación. El delirio no puede mantenerse y no se necesita más. La
diferenciación aparece con el movimiento. Es el principio de la recuperación,
porque la identificación primaria se deshace y la identificación secundaria se
hace posible.
Resulta de eso que el análisis depende de la resolución de la transferencia
delirante. La realidad debe presentarse como innegable e ineludible. El proceso
se puede comparar al despertar de un niño muy pequeño, y la regresión a un
nivel de extrema dependencia es inevitable. Tienen que aparecer recuerdos
corporales de experiencias muy primitivas, de cualidad orgiástica, malas y
buenas. Hay que conectarlos con vivencias de la situación analítica, y
reconstruir en la forma más convincente posible las vivencias tempranas, con
ayuda de los recuerdos encubridores. Puede hacerse necesaria la internación,
que debe ser asumida plenamente por el analista como extensión de él mismo y
relacionada con la transferencia.
La verbalización tiene que retroceder hasta sonidos muy primitivos y
movimientos de la boca, a partir de los cuales otros movimientos y sucesos
corporales pueden alcanzarse.
Ya que las interpretaciones transferenciales no tienen efecto, hay que
encontrar otros modos de poner al paciente en contacto con la realidad. El
analista tiene que usarse finalmente a sÍ mismo, ya que la ayuda del mundo
externo es mínima. Tiene que usar tan plenamente y directamente como sea
posible sus propios impulsos instintivos. Hay momentos en que sólo la ex-
presión directa de lo que el analista está sintiendo puede alcanzar al paciente.
Los modos técnicos comunes son siempre los principales; pero tienen que ser,
no suplidos, sino complementados en la forma indicada.
El autor se refiere después a otras contribuciones analíticas al problema.
Freud ha descrito la resolución de un delirio en “El delirio y los sueños en la
Gradiva de W. Jensen”, en la misma forma. Pero en el caso de los pacientes, el
movimiento y el contacto que llevan de vuelta a la realidad tienen que ser
repetidos una y otra vez. El estado de indiferenciación que encubre el delirio no
se describe exactamente con los términos de “identificación primaria” y
“narcisismo primario”, ni de “posición esquizoparanoide”. Es un estado de
unidad básica, con indiferenciación absoluta. Un suceso del cuerpo
(movimiento, salivación, etc...) surge de esa unidad para afuera, y la emoción lo
sigue de acuerdo con la respuesta del ambiente. El descubrimiento del dolor
ayuda a diferenciar “el self” y el “not-self”, el descubrimiento del placer ayuda
sólo secundariamente.
El analista tiene que aceptar plenamente la unidad básica, sin poder
distinguirse, psíquicamente, del paciente, pero preservando siempre su
identidad. Tiene que ser capaz de comprometerse, arriesgándose a cometer
errores, dejando al paciente libre de tomar o dejar lo que dice. Este estado de
unidad básica es la base inconsciente de la totalidad de los fenómenos transfe-
renciales. Cada analista tiene que encontrar su propio modo de tratar estos
problemas, apoyándose ampliamente en la empatía, que depende de ese estado
básico, pero ampliado por la experiencia.

Madeleine Baranger.

MARGARET LITTLE.— “Counter-Transference and the Patient’s Response to


it” (La contratransferencia y la respuesta del paciente a ella). The
International Journal of Psycho-Analysis, Vol. XXXII, Part 1, págs. 32-40,
1951.

El trabajo empieza por el ejemplo de una interpretación que fue aceptada en


el momento por el paciente, pero que éste llegó a entender dos años después
como habiendo sido aplicable en realidad al analista, que su culpa inconsciente
había llevado a esta interpretación errónea terrada en cuanto a nivel). Se trataba
pues de una conducta del analista que relevaba de la contratransferencia.

Aunque todos los autores insistan sobre la importancia y el peligro de la


contratransferencia, es difícil dar de ella una definición clara. Los principales
usos del término son:

a) La actitud inconsciente del analista hacia el paciente.


b) Los elementos inconscientes (no analizados) en el analista que lo
vinculan al paciente del mismo modo como el paciente “transfiere”
sobre el analista afectos, etc.., que pertenecen a objetos de la
infancia.
c) Actitud o mecanismo específicos por los cuales el analista corresponde a
la transferencia del paciente.
d) La totalidad de las actitudes y de la conducta del analista con su paciente
(incluyendo actitudes conscientes).

La dificultad de encontrar una definición más precisa proviene de cuatro


motivos:

1) La contratransferencia es inconsciente, no se puede observar


directamente , sino sólo en sus efectos.
2) La actitud del analista incluye todo su psiquismo, en términos
metapsicológicos, tanto remanentes del Ello y del SuperYo como
del Yo, con límites mal definidos.
3) Todo análisis (aún un autoanálisis) postula conjuntamente un analizando
y un analista, inseparables. Transferencia y contratransferencia son
inseparables.
4) El factor más importante es una actitud paranoide o fóbica en el analista
frente a su contratransferencia, a los sentimientos propios, sobre
todo si son o pueden ser subjetivos.
De ahí que muchos analistas consideren innecesario y aún peligroso
interpretar la contratransferencia, y mantengan el mito del analista impersonal y
casi inhumano.

La intención primitiva del trabajo era de hablar de contra-transferencia para


los sentimientos reprimidos, infantiles, subjetivos, irracionales, sea agradables,
sea penosos, de acuerdo con la segunda definición dada anteriormente. Pero no
es más que un punto de partida, porque se producen deslizamientos de un
sentido a otro.

Hay elementos inconscientes normales lo mismo que elementos conscientes


anormales. La relación analista-paciente incluye lo normal y lo patológico, lo
consciente y lo inconsciente, la transferencia y la contratransferencia, en
proporciones variable pero siempre con algo específico de ambos. La
contratransferencia aparece como una formación transaccional, del mismo modo
que el síntoma neurótico, la perversión o la sublimación. En ella, lo mismo que
en la transferencia, los mecanismos de proyección e introyección tienen
particular importancia. Muchas dificultades para tratar el tema provienen de un
intento de simplificar demasiado, de separar lo consciente de lo inconsciente, y
lo inconsciente reprimido de lo inconsciente no reprimido, sin tener en cuenta
los aspectos dinámicos del problema. Preguntando qué es lo que mueve al
paciente a mejorar, la contestación es que son necesidades del Ello del paciente
y del analista —modificadas e integradas en este último por el análisis propio-.
La combinación exitosa de esas necesidades depende de una clase especial de
identificación del analista con su paciente.
El analista se identifica conscientemente, y en gran parte inconscientemente
también, con el deseo del paciente de mejorar, es decir, con su Yo. Pero
inconscientemente, se puede identificar también con el SuperYo y el Ello del
paciente, frenando su curación. El paciente se convierte en objeto de amor del
analista, es la persona a quien desea reparar, y el impulso reparatorio puede caer
bajo el dominio de la compulsión a la repetición, haciendo necesario mejorar al
mismo paciente una y otra vez, lo que equivale a enfermarlo una y otra vez para
tener que mejorarlo. Este proceso repetitivo es progresivo como modo necesario
y efectivo de descubrir ansiedades para interpretarlas y elaborarlas, pero implica
por parte del analista cierto grado de buena voluntad para que su paciente
mejore, se vuelva independiente y lo deje. La mala voluntad del analista para
que el paciente lo deje puede tomar formas muy sutiles, en las cuales el análisis
mismo está utilizado como racionalización: el pedido que el paciente no haga
“acting-out” puede trabar la formación de verdaderas relaciones extraanalíticas
que serían prueba del crecimiento y del desarrollo del Yo. El analista se
comporta entonces como los padres que, “para el bien del chico”, no le permiten
querer a nadie más; es aliado del SuperYo del paciente, a través de su propio
SuperYo, y exige ser la única causa de la mejoría del paciente. Un paciente
cuyo análisis es “interminable” bien puede ser víctima del narcisismo (primario)
de su analista tanto como del suyo propio.
Se dice que el analista tiene que identificarse con su paciente, y que la
empatía (distinta de la simpatía) y la independencia son esenciales para el éxito
del análisis. Pero la base de la empatía, como de la simpatía, es la identificación,
y sólo la independencia diferencia la una de la otra. La independencia proviene
de la función yoica de prueba de la realidad, que introduce los factores de
tiempo y distancia. El analista se identifica con el paciente, pero para él, hay un
intervalo de tiempo entre él y la experiencia que para el paciente es inmediata.
El uso exitoso de la contratransferencia depende de la preservación de estos
intervalos. La identificación del analista tiene que ser introyectiva, no
proyectiva. El crecimiento depende del ritmo alternado de identificación y
separación del paciente con su analista. Es una de las mayores dificultades del
candidato en formación o del analista que se está analizando de nuevo, de tener
que tratar en el análisis de sus pacientes temas que tienen todavía para él mismo
la cualidad de presente o de inmediato.
La discusión del trabajo de Rosen con psicóticos, plantea problemas
especiales para la identificación. Parece que en casos en que el paciente no
puede responder al tratamiento desarrollando una transferencia que se interprete
y se resuelva, todo el trabajo incumbe a la contratransferencia. El analista tiene
que ser capaz de llevarla a la consciencia y de elaborarla para superar la
eventual resistencia contratransferencial.
Cuando la contratransferencia ha llevado a una interpretación errónea o
incompleta, no basta para neutralizar su efecto dar la interpretación correcta en
la primera oportunidad. El paciente no sólo tiene derecho a excusas de parte del
analista, SinO a una explicación del origen del error en la contratransferencia.
Eso no tiene sino resultados positivos, incrementando la confianza del
paciente en la honestidad y buena voluntad del analista, mostrando que es un ser
humano capaz de equivocarse e ilustrando la universalidad del fenómeno de
transferencia. No se trata de abrumar a los pacientes con interpretaciones incon-
sideradas de contratransferencia ni de hacer confesiones; sólo de reconocer la
subjetividad de los sentimientos y la necesidad que tiene uno mismo de
analizarlos; lo importante es que analista y analizando lo reconozcan. Hay un
momento en todo análisis en que el paciente tiene que reconocer no sólo los
aspectos objetivos y justificados del analista, sino también sus sentimientos
subjetivos, especialmente hacia el final de los análisis. Los pacientes tienen
muchas fantasías sobre sus analistas, pero también llegan a conocer mucho de
ellos, y hay que traer ese conocimiento a su consciencia para no seguir actuando
como los padres que mostraban cosas pero al mismo tiempo prohibían verlas.
El mayor peligro de la contratransferencia lo constituye una actitud
paranoide o fóbica del analista frente a sus propios sentimientos, con la cual se
identificará el paciente negando sus propios sentimientos.

La neurosis contratransferencial se evita sólo en la medida en que el análisis


es una verdadera sublimación para el analista, y no una perversión o adición.
La interpretación de la contratransferencia es una tarea pesada, pero así
también aparecían las interpretaciones transferenciales en un principio, antes de
convertirse en un instrumento indispensable. Del mismo modo, hay que esperar
que la dificultad sea retribuida por la gratificación efectiva de un poder y de un
éxito mayor en el trabajo.

Madeleine Baranger.

PHYLLIS GREENACRE.— “Certain technical problems in the transference


relationship” (Algunos problemas técnicos en la relación transferencial).
Journal of the American Psychoanalytic Association, Vol. VII, págs. 484-
502, 1959.

La relación de analista y analizando consta de dos áreas principales: la


primera, de la comunicación verbal y otra del paciente al analista, que revela su
neurosis, llamada tradicionalmente área de la neurosis de transferencia; la
segunda, es la parte relativamente intacta del Yo que colabora con el analista
para descubrir, entender y elaborar las comunicaciones de la primera área. Es el
área de la alianza terapéutica. Este artículo trata especialmente de las relaciones
variables dentro de y entre esas dos áreas de contacto entre paciente y analista.
La neurosis de transferencia se manifiesta: a) en actitudes directas hacia el
analista, aún objetivamente determinadas; b) en formas menos masivamente
proyectadas y reconocibles en el sueño y sus asociaciones; c) en las referencias
asociativas que conectan al analista con situaciones o gente del pasado y del
presente.
Las actitudes transferenciales no llegan por lo general a constituir un cuadro
consistente y permanente, sino que cambian constantemente, por lo que se
considera preferible hablar de manifestaciones activas de transferencia
neurótica.
Se necesita una cierta distancia entre las manifestaciones neuróticas de
transferencia y el Yo crítico (sede de la alianza terapéutica). Pero también se
necesita flexibilidad de la estructura psíquica que permita la regresión durante la
sesión analítica.
El propósito del trabajo es examinar determinados problemas en relación
con dos temas generales: 1) las complicaciones de la transferencia cuando se
tratan problemas reales con el paciente; 2) los casos de excesiva fluidez entre las
manifestaciones neuróticas regresivas y el Yo crítico.
Es esencial preservar la autonomía del paciente, y todas las medidas de
apoyo son contraindicadas, porque debilitan la función crítica del Yo y socavan
la alianza terapéutica en vez de reforzarla. Lo importante es no entrar en el
juego del paciente, y medidas aparentemente neutras pueden revelarse después
de mucho significado.
Otros problemas en relación con la actitud del analista hacia la realidad
externa del paciente pueden ordenarse según dos temas: unos se refieren a la
necesidad para el analista de ayudar al paciente a reconocer la realidad externa
en situaciones donde su neurosis tiende a distorsionarla; los otros surgen de las
situaciones complicadas en las cuales analista y analizando comparten ciertas
experiencias de la realidad externa, por ejemplo cuando tienen amigos comunes
o encuentros frecuentes fuera de la sesión; es obviamente la situación de todos
los candidatos.
Es evidente que la persuasión no sirve para rectificar errores o ilusiones del
paciente. Puede ser útil enfrentar al paciente con un objeto que ha percibido
erróneamente, con el fin de mostrarle su error e invitarlo a examinar su
significado. Pero fuera de la relación analítica directa) la tarea se vuelve más di-
fícil y peligrosa. El analista puede dejarse llevar a definir cada vez más la
realidad externa, asumiendo así un papel parental en la realidad transferencial,
en vez de reforzar el Yo del paciente.

Cuando analista y analizando tienen encuentros fuera del tratamiento o


amigos comunes, esto se presta especialmente para el acting-out y el
desplazamiento de ciertas actitudes desde el analista hacia gente relacionada con
él. Es una de las maniobras defensivas más frecuentes en el análisis de los
candidatos.
Otro ejemplo de los problemas que implica el contacto real entre analista y
analizando es el del sexo del analista en relación con el del paciente. No es la
realidad del sexo en sí que importa, sino el hecho que puede servir de soporte a
otra realidad, menos aparente, el sexo del analista coincidiendo con el sexo de
una persona de particular importancia en la historia
—uno de los padres, en general— lo que impide un progreso hasta que esta
situación sea debidamente analizada. También el sexo importa en caso de
tendencias homosexuales intensas no reconocidas, que puede hacer imposible
iniciar el análisis con un analista del mismo sexo, siendo aconsejable un cambio
para más tarde.
Otro problema que pertenece a los elementos reales de la relación analítica
es el de la posición del paciente —recostado o sentado— en la sesión, y de los
cambios de posición, que tienen que ser tratados como cualquier otra
manifestación transferencial.

En cuanto al segundo tópico, de una fluidez regresiva excesiva en la sesión,


que destruye el Yo crítico de la alianza terapéutica, es una modalidad que se
encuentra en pacientes cuyas vidas parecen haber sido un revivir constante de
fantasías básicas, que devoró casi toda la personalidad. Son analizables sólo
después de una larga preparación y de un trabajo paciente. Dos casos relatados
muestran cómo los episodios regresivos tendían a recrear una situación infantil.

El trabajo termina con una advertencia en contra de la introducción en la


técnica analítica, de procedimientos activos, que pueden ser reemplazados con
ventajas por un análisis más estricto de la transferencia.

Madeleine Baranger.

ELIZABETH ZETZEL.— “Current concepts of transference” (Conceptos


corrientes sobre transferencia). Int. J. PsychoAnal., XXXVII, 369-376,
1956.

Destaca la autora que si bien en los trabajos de Freud, sobre transferencia


hay algunos problemas que no aparecen mencionados ni explícita ni
implícitamente, sus consideraciones teóricas y clínicas, mantienen aún hoy su
validez.
No obstante, el concepto de transferencia y su manejo en la práctica
analítica ha variado según los distintos enfoques teóricos del tema.
Originariamente, la transferencia fue atribuida al desplazamiento, sobre el
analista, de los deseos y fantasías reprimidos en la infancia. La neurosis
transferencial constituía una situación semejante a los sueños u otro síntoma
neurótico.
A la resistencia se la definió como la manifestación clínica de la represión
que podía ser disminuida por la interpretación, cuando ésta se dirigía a lo
reprimido.
El desarrollo del enfoque estructural, llevó a que se viera al super-yo como
el heredero de la situación edípica genital y en consecuencia, así aparecía
jugando un papel en la transferencia.
Entonces, el analista ya no representaría sólo la persona a la que se
transfieren, por desplazamiento, fantasías infantiles incestuosas, sino que
representaría, por proyección, aquellas instancias prohibidoras internalizadas en
el super-yo.
La interpretación transferencial, en este sentido, serviría para disminuir la
severidad de ese super-yo.
En el reconocimiento del papel de las tempranas relaciones objetales en el
desarrollo del Yo y del super-Yo, se modifica nuevamente el concepto de
transferencia, ya que ella serviría para repetir la forma en que aquellas
relaciones objetales tuvieron lugar.
La revisión de Freud sobre el concepto de ansiedad, condujo no sólo a
modificaciones teóricas del conocimiento de la psicología del Yo, sino a un
cambio en el modo de trabajar de muchos analistas. La atención no sólo
enfocaba el contenido del inconsciente, sino a los procesos defensivos,
tendientes a evitar la ansiedad que aparecía, si dichos mecanismos eran
suprimidos en la situación analítica.
Por un lado, se atendían a las manifestaciones consecuentes de la forma en
que se vivieron las relaciones objetales, y por otro al Yo y los mecanismos de
defensa. Son representantes de estas dos posiciones, M. Klein y A. Freud,
respectivamente.
Se mencionan los aportes de Richard Sterba y James Strachey al simposium
de Marienband, en el cual E. Bibring hizo una valiosa contribución.
Para Strachey, siguiendo el pensamiento kleiniano, la transferencia es
esencialmente la proyección en el analista, del superYo del paciente y el
proceso terapéutico resultaría de la introyección de un super-Yo modificado
(interpretación mutativa).
Sterba y Bibring a su vez, por la importancia que le atribuyen al Yo (como
consecuencia de sus conceptos teóricos), postulan un “split” terapéutico y una
identificación con el analista, como hecho esencial de la transferencia.
Se discuten las diferencias y semejanzas de estas dos posiciones y se
concluye que, en realidad, las discrepancias son más de carácter semántico.
Sin embargo, dice la autora que aquellos que consideran que el super-Yo se
forma en los primeros meses de vida, tienden a atribuir un significado a las
tempranas relaciones objetales. Esto difiere de la concepción en que se enfatiza
el control y neutralización de la energía instintiva por el Yo.
Esta distinta posición teórica implica, inevitablemente, desacuerdo en
cuanto a la situación dinámica, ya sea de la infancia o en el adulto y a su vez
presupone una comprensión distinta de la transferencia y del proceso
terapéutico.
Desde un punto de vista, el papel del Yo es central y crucial en cada fase del
análisis. La transferencia presupone una “alianza” terapéutica, y a la neurosis
transferencial se la considera una manifestación de resistencia.
Para unos, esta alianza terapéutica sólo es posible si hay una cierta madurez
del Yo; los pacientes muy severamente perturbados y los niños, no permitirían
la realización tradicional del psicoanálisis.
Para los que sostienen la importancia de las relaciones objetales tempranas
y ven en la transferencia una repetición de] manejo que de las mismas se hizo,
el Yo ocupa un papel central tanto en las primeras etapas, como en la situación
analítica pero la naturaleza del Yo está determinada por sus objetos internos y
externos.
La acción terapéutica deriva de las modificaciones en las relaciones de
objeto a través de las interpretaciones transferenciales.
Por consiguiente, para los que sostienen esta posición, la madurez del Yo no
es un pre-requisito para el análisis.
Estas diferencias teóricas no sólo se reflejan en el manejo de niños y de
pacientes psicóticos, sino en modificaciones de la técnica de todos los grupos
clínicos.
Para los que enfatizan el papel del Yo y el análisis de las defensas, se debe
ir de la superficie a la profundidad ya que el material de análisis proviene más
de las defensas que del desplazamiento en el analista de tempranas fantasías
instintivas. Se señalan las diferencias que hay dentro de este grupo.
Otros analistas con una orientación teórica diferente, tienden a enfatizar la
importancia de las fantasías inconscientes, las cuales estarán dándose en la
situación transferenciaL Este material, aunque profundo en un sentido, es
accesible a la interpretación.
Se mencionan las ideas de M. Klein y la influencia que han ejercido sobre la
técnica, y nuevamente se las compara con el punto de vista de los que ven en la
transferencia una alianza terapéutica y en la neurosis transferencial una
manifestación de resistencia.
A continuación se describen los problemas que plantea la represión en la
situación de análisis, desde Freud hasta la actualidad, examinando su
significación según las distintas posturas teóricas.

Al exponerse las fases terminales del análisis, la autora describe las


diferencias con que se enfoca esta etapa. Hay acuerdo general en lo que se
refiere a la reactivación de las manifestaciones transferenciales en este período,
adquiriendo un carácter semejante al que presentaron al comienzo del trata-
miento. Pero es distinta la interpretación que se da a este hecho.
Balint y los que siguen a Ferenczi consideran esencial la gratificación de
necesidades primitivas pasivas, para una feliz terminación. Para M. Klein, las
fases terminales representan la repetición del destete, culminando con la
introyección de un objeto nuevo.
Se discuten a continuación, aquellas modificaciones de la técnica y de los
objetivos del análisis en los diferentes cuadros clínicos.
Para Freud, en análisis terminable e interminable, hay aspectos de
personalidad inaccesibles con el tratamiento, por considerarlos constitucionales.
Robert Knight y otros analistas consideran inaplicable el análisis a
psicóticos.
H. Rosenfeld sostiene un punto de vista opuesto, introduciendo escasas
modificaciones técnicas para el manejo de psicóticos.
Los períodos más primitivos son vistos en términos de relaciones objetales
tempranas, con especial énfasis en las ansiedades persecutorias, en relación con
el instinto de muerte.
Se mencionan las ideas de Winnicott sobre la influencia de severos traumas
en el desencadenamiento de psicosis, particularmente la carencia en la temprana
infancia, y su manejo en la transferencia.
Termina el trabajo revisando algunas ideas acerca de la importancia de la
personalidad del analista en el establecimiento de la transferencia y en una
revisión del uso que de esta transferencia se haga (sugestión, etc.).
Mostrando que en general, los analistas están de acuerdo en evitar todo
modo de actuar ajeno a la interpretación, y que a su vez, cualquiera sea la
posición teórica del analista, lo que importa es el análisis de la transferencia.

Luis E. Prego Silva.

W. HOFFER.— “Transference and transference neurosis” (Transferencia y


neurosis transferencial). Int. J. Psycho-Ana1., XXXVII, 377-379, 1956.

Se refiere el autor al relato de la Dra. Zetzel y comenta el hecho general de


transferir que se da en todo individuo cuando entra en relación con cualquier
objeto, y que le sirve para gratificaciones instintivas y evitación de la ansiedad.
En este sentido, sus relaciones objetales ulteriores reproducen las primeras
experiencias.
En la transferencia el individuo transfiere sus “memorias” de experiencias
significativas previas, “cambiando la realidad” de sus objetos, invistiéndolos
con las cualidades del pasado, juzgándolos y tratándolos de acuerdo a como lo
hizo en su propio pasado.
Pero considera que la transferencia en el análisis adquiere un significado
más amplio y una importancia fundamental.
La transferencia “existe desde el comienzo” y es la que determina la
iniciación y continuidad del tratamiento.
El analista representa para el paciente un objeto para sus necesidades de
“tratamiento”, se convierte en algo importante y tarde o temprano en una parte
de su realidad psíquica. Recibe del analista algo que puede ser objetivamente
concretado en el término “humanidad”.
Esta situación está en relación con las experiencias pasadas del paciente.
Las necesidades de cambio, de la inseguridad a la seguridad están representadas
por el analista y por el mantenimiento de una actitud invariable de éste.
Expresa, más adelante, su dificultad para definir exactamente la diferencia
entre transferencia del analista y lo que hoy se denomina contratransferencia.
Entiende que la contratransferencia tiene que ver con la reacción intrapsíquica
del analista ante el material del paciente, afectando su comprensión, influyendo
sus reacciones así como las interpretaciones.
Considera justificado hablar de una transferencia del analista la cual afecta
todas sus relaciones objetales mientras que, en la contratransferencia se refiere a
su propensión a incluir sus limitaciones en la comprensión del material
inconsciente del paciente.

Antes de plantear el tema de la neurosis transferencial, se refiere a dos


aspectos de la transferencia: uno, es el determinado por las características con
que es visto el analista por el paciente y otro se debe a la transferencia del
analista que puede conducir a que la transferencia adquiera un carácter negativo.
Ve a la neurosis transferencial como una situación de permanente búsqueda
de ajuste entre las dos personas que intervienen a través del cual se mantiene la
continuidad de esa situación; examinando los aspectos hostiles de la
transferencia negativa y de la utilidad que de ella puede obtenerse si se reconoce
y maneja adecuadamente.

Vida M. de Prego.

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