Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
∗
Este trabajo es un intento de síntesis de ideas ya expuestas por ambos autores en trabajos anteriores, varios
de ellos inéditos por razones de discreción. Su fundamentación técnica figura en dichos trabajos.
contratransferencia como instrumento técnico.17
El concepto de “campo” utilizado en particular en la psicología de la
“Gestalt” y en la obra de Kurt Lewin, nos parece poder aplicarse a la situación
creada entre analizado y analista —por lo menos en el plano descriptivo—, y sin
que esto implique el intento de traducir la terminología analítica en otra.
Se podría decir que todo acontecimiento dentro del campo analítico se vive
según la categoría del “como si”. Claro que no es la única situación donde se
viven las cosas en esta forma. Un actor que representa el papel de Hamlet actúa
y siente como si lo fuera, pero no es Hamlet y no pierde la consciencia de su
propia persona. Asimismo en un amor, una amistad, el objeto es siempre más
para nosotros de lo que es “en realidad”, lleva consigo el peso de nuestros
amores y amistades anteriores.
Sin embargo, aquí la situación es distinta: en la vida corriente tratamos de
relacionarnos con las personas según su realidad objetiva, y no según
proyecciones subjetivas nuestras; en la situación analítica tratamos de eliminar
al máximo las referencias a nuestra personalidad objetiva, y de dejarla en el
mayor grado posible de indefinición.
Si el paciente vivenciara su analista tal como es (si, por ejemplo, se limitara
a considerarlo como su analista), suprimiría el fenómeno transferencial, lo que
es evidentemente inconcebible, y suprimiría por lo mismo toda posibilidad de
análisis.
Es esencial para el procedimiento analítico que toda cosa o todo
acontecimiento en el campo sea al mismo tiempo otra cosa. Si se pierde esta
ambigüedad esencial, desaparece también el análisis. Un buen ejemplo de esto
serian los episodios donde el campo es invadido por una situación de
persecución. El paciente transfiere sobre su analista, y a veces con mucha inten-
sidad, una serie de figuras internas perseguidoras originadas en su historia. El
miedo transferencial y el resentimiento llegan a su acmé; sin embargo, el
paciente sigue concurriendo a las sesiones y continúa esperando de su analista
una ayuda para resolver su situación. Es decir, que el paciente siente y actúa
como si fuera una situación real de persecución, pero mantiene la relación
terapéutica no contaminada por ella. Si se pierde esta ambigüedad, el analista es
vivido como un perseguidor cualquiera y el paciente lo agrede de hecho, lo
denuncia a la policía, o simplemente se entrega a la fuga.
En el otro extremo, ciertos pacientes, por desconfianza o angustia, se
aferran a los aspectos objetivos de la situación terapéutica de fondo y de lo que
han podido saber o percibir de la realidad “objetiva” de su analista. No toleran
la ambigüedad por miedo a que ésta los lleve a una situación de total pérdida de
control, de transformación radical de los objetos y del analista en perseguidores,
a la locura. Sienten la situación creada por el compromiso analítico como tan
frágil que se aferran desesperadamente a ella, y desde luego, se paralizan.
El análisis actúa entre estos dos límites de la ambigüedad:
la ambigüedad rechazada por miedo a la regresión y la ambigüedad disuelta por
una situación excesivamente regresiva.
No solamente el analista y los pormenores de la relación transferencial son
vividos en el plano de la ambigüedad, sino todos los aspectos del campo
analítico.
El aspecto temporal del campo no se parece al tiempo vivido en las
situaciones comunes. El tiempo del análisis es conjuntamente, un presente, un
pasado y un futuro. Es un presente como situación nueva, como relación con
una persona que adopta una actitud esencialmente distinta a la de los objetos de
la historia del paciente, pero es al mismo tiempo pasada, ya que está
administrada para permitir al paciente la libre repetición de todas las situaciones
conflictuales de su historia. Es esta ambigüedad temporal, esta mezcla de
presente, pasado y futuro, la que permite al paciente, no sólo tomar consciencia
de su historia, sino modificarla retroactivamente. La historia es un peso bruto,
con su serie de traumatismos y de situaciones perjudiciales dadas una vez por
todas, hasta que su revivencia en el estado de ambigüedad temporal permita
reasumir sus acontecimientos con un significado nuevo. El sujeto sabe que ha
tenido un nacimiento difícil, que ha padecido de hambre cuando era lactante,
que ha tenido una nodriza, etc... Pero estas situaciones traumáticas pueden ya no
ser vividas como un lastre inmodificable en una actitud de resignación, si son
retomadas, reelaboradas y reintegradas en una perspectiva temporal distinta.
Por esto está también presente el futuro dentro de la ambigüedad temporal.
La mayoría de las veces los pacientes acuden al análisis porque se sienten sin
futuro. Eran prisioneros de su neurosis, y sin perspectivas a menos de salir de
este encarcelamiento.
El intento de analizarse muchas veces significa el último intento de reabrir
el futuro, de reorientar la existencia. Como pasado y futuro cobran un
significado en su correlación, el intento de revisar el pasado en la ambigüedad
temporal corre parejo con el cuestionar el futuro. Es en esta condición que se
puede liberar, en cierta medida, el proceso dialéctico de la constitución del
pasado y del futuro a partir del presente.7
RESUMEN
SUMMARY
The analytic situation as a dynamic field
The various dynamic structures and directing lines on the field are
discussed: the analytical contract, the structure of over material, the unconscious
configuration —the unconscious bi-personal phantasy which gives rise to an
interpretable “point of emergency”— and produces the structure of the filed and
its modifications. An attempt is made to describe the characteristics of this
unconscious pair-phantasy: its changefulness and indefinition, the importance of
projective and introjective identification in its production.
Further the functioning of this field, which sways between damming up and
changefulness, integration and splitting, is discussed. The concept of the
unconscious and splitted “bastions” as a technical problem of outmost
importance is particularly emphasized.
The analyst’s task is described as his partial sinking in the transferencial-
countertransferencial microneurosis or micropsychosis, and the interpretation as
a means of simultaneous recuperation of the analyst’s and analysand’s parts
sunk in the field. There comes an attempt to describe the act of “insight” from
the bi-personal point of view in which we experience it during the analytic
process.
RESUME
BIBLIOGRAFIA
1.— Introducción.
II.— Sintomatología.
III.— Queja contra los padres.
IV.----- Quejas hipocondríacas.
Y.— Quejas homosexuales.
VI.— Defensa intelectual.
VII.— Proceso de curación.
VIII.— Consideraciones finales.
I.— INTRODUCCION
*
Este trabajo fue presentado en la Asociación Psicoanalítica Argentina, el 3 de abril de1959
Al mismo tiempo, la queja, el lamento por la situación paradisíaca perdida
(intrauterina), y los síntomas, eran expresión de esta situación y al mismo
tiempo un intento de recuperarla.
También la queja servía para defenderse él mismo, presentándose como
un ser inservible, lleno de defectos e incapaz de desarrollar sus aptitudes y
usarlas de una manera exitosa.
II.— SINTOMATOLOGIA
Sus primeras sesiones son una queja continua hacia los padres. Por eso
empieza diciendo en su primera sesión que durmió en la misma pieza que sus
padres hasta los trece años. “Eso no me parecía normal, pero como mis padres
no decían nada, yo seguía durmiendo con ellos.” A continuación de esto dice:
“Una cosa que me molesta mucho es el rubor, cuando estoy con personas,
especialmente con muchachas, tengo miedo.” “Oía realizar el acto a mis padres
y eso me dejaba mal; había peleas entre ellos.”
“Me molesta ver a las parejas, me imagino las cosas y tengo una
hipersexualidad muy grande.”
“Me acuerdo que mi padre tenía una tienda en el pueblo en que nací, y vino
una clienta que estaba muy buena y papá le probó unos zapatos y le tocaba las
piernas; a mí me echó, me dijo que me fuera al fondo y eso me dio mucha
rabia.”
Oscar tenía que estar controlando la cópula de los padres y por eso no podía
dormir. Salir al exterior era abandonar el control sobre la pareja parental y
especialmente a la madre.
Como existían imagos muy malas de la madre, tenía que desplazarlas y
proyectar afuera eso malo y lo localizaba en la gente.
Cuando habla de la madre, manifiesta que ella vivía pendiente de él, lo
cuidaba, le hacia las mejores comidas para él, también le exigía mucho; lo
sobreprotegía, lo llevaba a la escuela de la mano, o cuando ella no podía, le
daba dinero a un muchacho del barrio para que lo acompañara; dándole cantidad
de recomendaciones de cómo debía cruzar la calle, etc.
Le exigió que aprendiera el piano y llegó a ser el alumno más aventajado de
su pueblo. Tuvo que dar algunos conciertos en público, y eso exacerbaba sus
síntomas como vómitos, diarreas, sudores, etc.
Cuenta que era un verdadero suplicio tocar en público, pero lo hacía sin
decir nada, porque sabía que su madre se enorgullecía; pero su protesta se hacía
sentir somáticamente a través de los vómitos, las diarreas y mismo crisis
pitiáticas.
La madre era la que manejaba la casa y el negocio. Cuenta Oscar: “Ellos no
veían los esfuerzos que yo hacía.” “Siempre mi madre me decía que hacía todos
los sacrificios para mí, que ella me daba siempre lo mejor a mí.”
“Me acuerdo de los panes con dulce que me llevaba a la escuela, pero
siempre quería que fuera el primero de la clase.”
“Tenía que andar con una moña muy cuidada, también me doy cuenta de su
agresividad hacia mí; por eso siempre pienso que he tenido mala suerte,
pensando que siempre me consideré patón, luego culón y después narigón.”
“Siempre tenía que tapar mis defectos físicos.” “Cuando tenía 16 años siempre
tenía el problema de las manos frías y tenía sabañones enormes”. “Pienso que
no se les pudo escapar mi nerviosidad y sin embargo me exponían a cosas que
me ponían nervioso, como estudiar el piano.”
De este tenor fueron múltiples sesiones de quejas hacia los padres; la rabia
frente a la relación de los padres, lo único que le daban era pan con dulce, la
madre debería acostarse con él y sólo lo dejaba masturbarse (el piano), el tono
continuo de las sesiones es el de un amargado culpando a la madre por haberlo
hecho judío (patón, culón, narigón).
Con respecto al padre, Oscar cuenta que era muy parecido a él. “También
sufre de rubores cuando tiene que actuar en público y sufre de diarreas cada vez
que tiene que ir a una fiesta o reunión.” “Es muy temeroso a las enfermedades.”
“Yo saqué todo lo malo de mi padre.”
Cuando llevaba dos años de análisis y se había mejorado de su impotencia,
trajo el siguiente material:
“El socio de mi padre me dijo que mi padre desde hace dos años está
impotente, y decía que a veces se ponía a llorar porque estaba muy triste.” “Eso
no me conmovió profunda-mente al principio y lo relacioné con mi problema.”
“Pensé que era una impotencia psíquica y que tal vez va a ceder.” “Pensé
también en mi madre, siempre se queja, ella siempre anda de mal humor,
triste, huraña.”
“El sábado fui con esa muchacha que conocí hace poco, está muy bien
físicamente, pero está bastante disgustada, tiene una serie de proyectos
irrealizables; actúa en el mundo de los contrastes. Tuve muy buena relación
sexual porque quedó satisfecha.”
“Ahora se hace claro como sentí el impacto de mi padre.” “Hace unos
cuantos meses hubiera sido tremendo.” “Pensé voy a llevarlo al urólogo, hay
una serie de cosas que indican lo normal que estoy.”
“Anoche lo pasé con esa muchacha y cuando llegué a casa, mi madre estaba
muy ansiosa, había preguntado por mí a todas las comisarías.”
“Estaban preocupados los dos.” “Hablaron con un compañero mío, que sabe
mis cosas, y me dijo que mi madre estaba desesperada.” “Me acordaba del
ambiente en que me crié.” “Sin embargo persiste el insomnio, pensaba en el
problema de mi padre; pero no me angustié.” “No pienso que sea una cuestión
hereditaria, sino que es debido a mi personalidad, por el ambiente en que me
crié.”
“Cuando el socio me contaba lo de mi padre, temía que pudiera contagiarme
y volver a lo anterior; sin embargo no pensé muy en serio en llevarlo al
médico.” “Lo que él necesita es que yo me acerque a él; hacerle sentir que anda
bien, yo voy a tratar de apoyar a mi padre.”
En esta sesión siente que ha castrado al padre, y tiene mucho miedo a la
retaliación; aparece también la situación depresiva, que hace disminuir la queja;
desea reparar al padre; esto lo ha soltado, en el fondo sentía que como el padre
estaba impotente y la madre de mal humor, no había temor que se acostaran
juntos; sin embargo persiste en parte la situación persecutoria, demostrada por
el insomnio.
El insomnio representa los temores persecutorios frente a la escena
primaria; esto se veía muy bien cuando Oscar decía que tenía que volver o muy
temprano o muy tarde a su casa, para no tener que soportar los ruidos que
venían del cuarto de sus padres. Si venía temprano ellos se cuidarían de hacer
ruido y si venía tarde ya habrían tenido relaciones y estarían durmiendo.
Lo importante era no tener que soportar ese momento, sin embargo el
control interno de la escena primaria le impedía dormir dado que en el sueño
también podía reproducirse la situación traumática.
Como dice Melanie Klein, la situación de ansiedad, que surge de supuestos
acontecimientos destructivos, ataques y luchas dentro del cuerpo del sujeto y
que se mezclan con situaciones de ansiedad relacionados con acontecimientos
similares dentro del cuerpo de la madre, constituyen las situaciones de peligro
más profundas. “El temor a la castración que es sólo una parte, aunque
importante de la ansiedad, que se siente con respecto al cuerpo, oscurece en el
hombre todos los otros miedos.” Y se presenta en el psiquismo bajo forma de
insomnio, siendo éste el representante psíquico de la ansiedad corporal. El
insomnio y la paranoia son pues sinónimos.
Esta situación frente a los padres lo volvía a repetir en la situación
transferencial. En parte ponía lo bueno en mí; yo no soy judío y lo acepto, a
pesar de las cosas monstruosas que él tiene, él se está nutriendo conmigo, pero
estaba el aspecto negativo, porque sentía que lo podía separar de sus padres.
“Creo que lo más importante es venir acá, pero sentí vergüenza, porque tuve
ganas de llorar. Necesito estar con alguien que me contagie su valentía.”
“Antes de venir acá yo veía que tenía que dejarme de embromar, pero me
tiró abajo la hemorroides, que empezó a sangrar, había hecho materias duras y
tal vez por eso sangre. “Se acentuó el temor a la homosexualidad; es evidente
que yo hago mucho pamento y usted me lo tira al suelo; tal vez porque usted no
se escandaliza, usted ve las cosas y las interpreta; así debe de ser.”
“Me acuerdo que el profesor daba clase y decía que nadie tiene conciencia
de los actos del tubo digestivo; como hacer la digestión, etc.; y es cierto, si uno
estuviera dándose cuenta de lo que pasa adentro, estaría siempre con miedo.”
Al interpretarle que plantea el miedo frente a mis interpretaciones, es decir,
que conocerse a sí mismo le puede crear otra clase de temores, como lo
homosexual, manifiesta: “Que él no sabe qué hacer con esos recuerdos, están
ahí, y en cualquier cheque pueden surgir.” “Hay cosas que me ocurren sin que
me dé cuenta porqué.”
El paciente trata de mirar adentro de su tubo digestivo, es el insight, la
angustia grande es porque se va a separar de los padres y no sabe si afuera podrá
tener una buena relación, porque se siente muy destructivo.
Otra de las quejas hacia la madre era que quería feminizarlo.
Así se expresaba que la madre le dejaba el pelo largo y que en algunas
oportunidades le pintó las uñas, además le exigió que aprendiera el piano.
Tenía siempre que estar limpio y sufría porque no podía jugar con los otros
chicos del barrio, pues no podía volver sucio a la casa. “Eso me hacía sentir
inferior y distinto a los otros compañeros.”
Nuestro enfermo vivía un régimen intrauterino, no saliendo de la casa,
porque no podía cortar la conexión con la madre.
Era evidente que la queja hacia los padres estaba en relación con las quejas
de la madre en el acto sexual. Se había identificado con la madre en la escena
primaria. El lo decía cuando se refería a la impotencia del padre. “Mi madre
siempre se queja, ella siempre anda de mal humor, triste, huraña.”
También la queja hacia los padres es la expresión primaria de la agresividad
y estaba ligada al trauma del nacimiento, que en Oscar debió ser muy intensa
por haber sido extraído a fórceps. Esto se ve en una sesión que trae un sueño de
fantasía de nacimiento.
“Me parecía que estaba en una casa que tenía una verja delante, y delante
una puerta. Yo tenía miedo de cerrar la puerta y salí a la calle.”
“Allí había una mujer que estaba por parir; yo seguía caminando y me di
vuelta y la criatura salía por el lado de la cabeza (de la mujer), pero veía la
vulva. Yo pensaba, esta criatura se va a caer, porque la gente estaba esperando
al nivel de la cintura.” “Luego llegaba al hospital y preguntaba cómo era ese
parto. Había una mujer que estaba internada, creo que había matado a alguien, y
una doctora decía, que sospechaba qué iba a pasar; porque la enferma le contó
un sueño con armas.” “Yo pensaba: qué suerte que tengo, pues nunca soñé con
armas.” “Luego yo venía a verlo a usted, pero no en este lugar, y alguien me
decía que esperara. Yo decía con rabia que yo me analizaba con el doctor Rey.”
“Luego usted venía y un médico me mostraba un aparato y me decía si me lo
habían explicado.”
Como suceso diurno, relató que había oído por la radio una conferencia
acerca de la fisiología del último trimestre de la mujer embarazada.
Luego asocia con mis vacaciones y que en esa época había sucedido que
una patota había agarrado a un muchacho y lo había violado. Luego refirió
acerca de la rabia que le hubiera dado a él, si eso le hubiera sucedido.
Con la casa del sueño, aso ció con su casa del pueblo natal.
Sobre el embarazo, recuerda que la madre le contaba que lo pasó muy mal,
que tuvieron que sacarlo a fórceps; y el médico que la atendió dijo que eso
también le sucedió a la señora. “El hijo de ese médico se pegó un tiro.”
Luego asocia que la noche anterior discutió sobre Israel y las posibilidades
de guerra entre Israel y los árabes. “Para mí los que tienen la culpa son los
dirigentes árabes por el asunto del petróleo.”
“Estos días estoy pasando mal, siempre me quejo de mi modo de ser.” “Yo
no quiero venir acá a contar que lo paso mal, porque creo que usted no me va a
decir las cosas para no hacerme mal.” “Yo tenía miedo que usted me largara,
tenía miedo que me dejara, que no me siguiera tratando.”
La sesión es la expresión frente a la doble situación de abandono, la
situación actual frente a mis vacaciones, de separación con el analista, que
estimula la angustia primitiva del nacimiento, y el surgimiento de la envidia
primitiva frente al interior de la madre.
Se siente con mucha avidez, esto aparece en el sueño con la fantasía de
robarle el pene al padre. El padre es Israel y los árabes es él que desea quedarse
con el petróleo-leche, y por eso se siente culpable. Se identifica con el hijo del
médico que se mata o se vuelve loco.
Aparece en el sueño otra defensa contra la envidia, que es la idealización de
la vivencia intrauterina. Presenta todas las vicisitudes que significan, separarse
de la madre. “Poder caerse”, “no tener nadie que lo proteja”, “ser violado”
(episodio de la patota) y castrado.
Esto se reproduce en la situación transferencial cuando dice: “Tenía miedo
que usted me largara.” “Que no me quisiera seguir atendiendo.”
En resumen: en Oscar las quejas contra los padres estaban vinculadas a la
protesta frente a la escena primaria.
El se identifica con el padre y con la madre.
Con el padre porque se siente impotente como él, y la identificación con la
madre se hace a través de las quejas de la madre en el acto sexual; él también se
queja como suponía que lo hacía su madre. El no entiende que son quejas de
placer, sino que las vive como de dolor. Es el mecanismo de devaluación por
envidia; niega los placeres de la escena primaria por la intensa envidia que le
produce.
Para escapar a esta envidia hace una regresión que lo lleva a sentirse
feminizado y más profundamente trata de buscar una situación de dependencia
oral con la madre, en relación con la vida intrauterina, y con el trauma del
nacimiento.
El mecanismo básico de la queja es la negación de la envidia por la escena
primaria, y por eso insiste que es castrado, femenino, etc.
La feminización es para Oscar el temor a la castración y ese temor es el que
da origen a la diarrea, hemorroides, etc.
Había en nuestro enfermo, junto con las quejas hacia los padres, otro tipo de
quejas, las de tipo hipocondríaco, en las cuales expresaba continuamente sus
dificultades y sus síntomas corporales.
Me martillaba con sus cefaleas, su supuesta hipertensión arterial, sus
molestias hepáticas y digestivas, junto con sensaciones especiales en sus
órganos genitales.
Suponía que no tenía cura para sus males, y que yo fracasaba en el intento
de curarlo, puesto que él no podía aceptar por ser estudiante de medicina, que lo
pudiera mejorar sin remedios. De esta manera suponía que me manejaba
omnipotentemente, haciendo que la relación con el analista se hiciera a través de
esta situación.
“Yo me doy cuenta que todas las cosas que tengo es porque soy nervioso, si
yo no fuera un enfermo mental, sería un hombre sano.” “Tengo 25 años y
siempre estoy enfermo.” “Pienso en los médicos que he visto y que se meten a
joder al enfermo.” “Ayer sentía cosquilleos en el meato y no pude dormir.”
“Pienso que sigo siendo un hipertenso, que tengo deseos enormes sexuales y no
lo puedo hacer porque tengo digestiones pesadas.”
“Me acordaba que había visto un chiste con respecto a la falta de agua: era
un hombre que tenía un balde lleno de explicaciones porque había falta de agua,
pero lo cierto es que no se podía bañar.
“Me acuerdo de los impulsos que tenía a los once años, tenía deseos de
succionarme mi propio pene.” “Pienso qué vida más desgraciada que he tenido,
pensaba que siempre voy a ser un amargado por todos esos recuerdos.”
“Me pregunto porqué no puedo vivir como los demás.” “Me acuerdo que
cuando fui a ver al doctor X, le conté todos los síntomas y él me preguntó hasta
qué edad dormí con mis padres.” “El se sorprendió, yo no conté todo porque no
tuve tiempo y por mis resistencias.”
Aquí el enfermo se queja que no lo ayudo, como se ve claro a través del
chiste del balde, y deja entrever que lo malo de él es su voracidad oral, no tener
nadie a quien sacar, por eso no le queda otra cosa que succionarse el propio
pene; lo mismo el sentido del chiste, la falta de agua.
Esto también se veía cuando expresó que durante una temporada tuvo que
andar cambiando de pensiones porque no le daban buena comida, o porque eran
poco acogedoras.
Sin embargo, se da cuenta que sus quejas sirven para defenderse y crear
culpa al analista; por eso a continuación dice:
“Si yo me siento mal es porque he visto lo que soy.” “Si usted me hubiese
dicho cosas que no se aplican a mí no las hubiera aceptado.”
“Siempre al principio se siente uno atacado por el analista, pero es por cosas
de uno.” “Yo sé que nadie es mago para sacarle las cosas a uno.”
La queja hipocondríaca tiene tres finalidades: 1) aparecer como muy
desvalido frente a mí; 2) culpable; 3) disociar la persecución para que no se
manifieste en la relación con el analista. Localiza la persecución en el cuerpo
para que no invada la situación analítica.
En otra sesión manifiesta que lo pasó muy mal. “Estaba muy nervioso y no
pude reprimir los deseos de llorar; mi padre al yerme también se puso a llorar,
entonces le dije que tenía impotencia; él me dijo que usted me iba a curar.”
“Pero yo pensé: no será que este médico es antisemita y me quiere eliminar.”
“Hoy a las seis estaba cenando y me sentí mal. Cuando perdí anatomía tuve un
cuadro de depresión muy intenso y no hablaba.” “Ahora mis padres están
preocupados. Mi padre es un hipertenso como yo.” “Cuando estaba en
ginecología había un hipnotizador que hipnotizaba a las mujeres para tener el
parto sin dolor, y él decía que en la perra vida se psicoanalizaría porque quién
sabe lo que salía.”
“Yo no tengo aplomo y siento todas las enfermedades; antes era más intensa
la sensación de la hipertensión.” “Pensé que estaba tuberculoso cuando me
encontraron un velo pleural.”
“Cuando tocaba el piano en público tenía diarrea y vómitos.”
“Si usted supiera la inseguridad que da la impotencia: cuando tenía 15 años
fui a tener relaciones sexuales y no pude. Esa noche perdí el conocimiento y
grité. Mi madre se asustó mucho; yo no me di cuenta, me lo dijeron mis
padres.”
Aquí trata de ubicar el perseguidor hipocondríaco en mí (el médico es
antisemita, el hipnotizador, que quién sabe qué le va a sacar) y también en el
padre con el cual se identifica (tiene hipertensión y diarrea como él).
Sus temores paranoicos que surgían de su voracidad oral, de su odio y
agresividad los pone afuera, en mí y en sus padres. Esto le permitía mantener la
disociación interna, evitando la depresión y también ocultando el sentimiento de
envidia. Era una manera enmascarada de expresar la voracidad y al mismo
tiempo negarla, dando la impresión que no se le podía ayudar. Sin embargo se
da cuenta que la hipocondría es una defensa y él la expresa cuando dice: “si yo
no fuera un enfermo mental sería un hombre sano”.
Sabe que si está enfermo puede obtener afecto y comprensión de mí, como
sentía que lo tenía de su madre. Se hace el inválido para retenerme por amor,
pues si está bien me tiene que dejar y viene la culpa.
Junto con este tipo de quejas hipocondríacas fueron apareciendo otras
quejas de tipo homosexual; y esto se hizo así, porque iba disminuyendo la
disociación y por lo tanto ya no podría localizar el perseguidor en su cuerpo.
Empezó a necesitar de otro tema pantalla que fue la homosexualidad. Se
hizo el homosexual porque no le servía más la defensa hipocondríaca y además
sentía que tenía que ir entregándose más y más a mi.
Esto pudo verse más claramente cuando se recibió y pudo enfrentarse con la
realidad de una manera más adecuada.
Surgieron entonces los miedos a perderme, haciéndose más evidentes los
elementos depresivos y, con ello, las quejas disminuyeron.
Así en una sesión dice: “Me siento mejor; estoy estudiando oftalmología,
pienso hacer esa especialidad. Estoy viendo enfermos, me va bien en todo;
pensaba: ¿para qué venir?, pensaba en mi situación y en la suya. Usted se pasa
entre locos y la gente piensa que se puede volver loco. Pensaba que usted no
está lejos de mí.”
“Antes no podía hablar a personas que tuvieran problemas psicológicos.
Ahora me doy cuenta que no es cierto que la gente se vuelva loca por tratar
locos, si uno está satisfecho. Yo andaba a las patadas, y ahora todo es favorable.
Yo lo llenaba a usted de dudas y temores.”
“Estoy pensando en quedarme y trabajar en Montevideo, hacer concursos.”
“Pensaba: qué lindo es estar aquí; uno hace lo que quiere; en cambio, es
distinto en una ciudad chica. Si me quedo callado siento pesadez y borborigmo
en el estómago; el acto digestivo se hace consciente.”
Debo decir que pude darme cuenta del papel que desempeñaba la queja en
el material de mi enfermo cuando éstas se hicieron intensas y
contratransferencialmente produjeron en mí una creciente molestia y por
momentos cierto grado de ansiedad. Esta fue la señal de alarma que me permitió
darme cuenta del manejo inconsciente de su intensa identificación proyectiva, y
cómo me contraidentifiqué proyectivamente. Tal vez porque surgió en mí su
condición de estudiante de medicina, sus dificultades para su actuación y sus
inhibiciones; núcleos éstos, tal vez remanentes neuróticos, que estaban trabando
mi actuación.
Pude darme cuenta entonces que sus quejas eran la pantalla para encubrir su
envidia y sus defensas contra las angustias persecutorias.
Sentí que con la queja, por lo persistente, tenía el equivalente de querer
mostrar una parte de él que tuviera por finalidad despertar compasión,
sentimientos tiernos, y presentarse al mismo tiempo como un lactante, inválido
e incapaz de valerse por sí mismo.
Esto lo sentí claramente en las sesiones que tuve que hacer en su casa,
donde se presentaba en la cama, arrollado, llorando e implorando ayuda en una
forma muy primitiva.
También sentía que otra parte suya la ocultaba y esta parte era la de
rivalidad y envidia por las cosas que suponía que yo tenía.
Esta parte no la podía mostrar porque significaba verse expuesto a la
venganza. Había aprendido, por el contacto con sus padres que eran judíos, que
era necesario ocultar las ganancias y presentarse como indigente, porque la
envidia de los no judíos podía traerle sufrimientos y situaciones de persecución.
Se veía así que era evidente que la queja servía para poner una distancia entre
partes de él, y entre él y el analista.
Trataba a través de la queja de pasarme la parte hostil y envidiosa de él, en
parte, para desprenderse del perseguidor interno y, en parte, para poder darse
cuenta cómo el analista se comportaba con ella y poder reasegurarse de las
capacidades de reparación del analista y, como consecuencia, de las suyas
propias.
Durante un cierto tiempo del análisis, las quejas fueron dirigidas hacia los
padres; eran éstos para Oscar los culpables de su situación paupérrima; ellos no
le habían dado una educación adecuada y le habían contagiado su neurosis,
también sus propios defectos; le exigían cosas y deseaban que fuera Oscar la
cristalización de sus propios deseos.
Es decir, que en sus quejas nuestro paciente quería expresar lo vacío que se
encontraba por no haber recibido bastante de su madre, lo que le hacía suponer
que ella se quedaba con la mejor y lo compartía con su padre; por lo tanto, sus
padres eran los objetos envidiados y hacia ellos tenían que estar dirigidos todos
sus ataques de rabia y voracidad; desembocando en la vivencia de la escena
primaria, que es el prototipo de la situación más envidiada por Oscar por haber
vivido múltiples veces esta situación.
Se identifica con las quejas de la madre en el acto sexual, sintiendo que la
queja es una manera de someterse al perseguidor, pero también es una manera
de obtener goce y apoderarse de cosas buenas y poder ser alimentado. Esta
situación la repetía en la situación transferencial, sentía que tenía que quejarse
para que el analista se hiciera cargo de su envidia y al mismo tiempo poder
obtener las cosas buenas que él ambicionaba de su analista. Pero esta situación
podría traerle culpa porque su avidez acabaría destruyendo a la fuente de sus
gratificaciones. Entonces esgrime la queja homosexual: él se entrega
pasivamente al perseguidor porque todavía no se atreve a manejar la culpa; por
eso la niega, siendo la queja expresión de esta negación.
La queja homosexual surge como defensa y para encubrir el robo de lo que
ya conscientemente sabía que me iba sacando. Progresaba afuera (daba
exámenes y tenía relaciones sexuales) y eso significaba para él que me iba
destruyendo, agotando (material de los tres sueñas) y junto con ello se hacía
presente la angustia de castración, viviéndola ésta somáticamente, con la diarrea
y descompostura.
Por eso trata de mostrar que se somete al analista; se hace el homosexual
para de esa manera evitar ser castrado.
Oscar necesitó, a través de su análisis, ir confrontando sus temores internos
con la realidad externa y cuando vivenció que los peligros residían dentro de él,
y que el mundo externo no era tan hostil como en su fantasía imaginaba, pudo
conectarse exitosamente. Sus angustias persecutorias disminuyeron; pudo
manejar la angustia depresiva, pudiendo de esa manera manifestar más
abiertamente sus deseos de igualarme. Esto se manifestó por medio de otro tipo
de protesta que manifestaba su avidez, frente a lo que él consideraba mi
superioridad intelectual, y como suponía que yo no le quería dar mis
conocimientos trataba de buscarlos fuera de la situación analítica en los libros,
en su trabajo (obtuvo un puesto de médico en un hospital psiquiátrico); pero ya
las quejas tuvieron un carácter más competitivo y menos destructivo. Se fue
acercando a la gente; pudo tener éxitos en su carrera y pudo integrar a sus
padres como objetos totales.
RESUMEN
SUMMARY
The object of this work is to demonstrate the rol played by the complaint in
the patient as a defense against the envy which he felt towards the analyst;
separating the hostile and envious part from hirnselí and placing it as a screen to
cover what the analyst discovered, and in this ways not loosing what he was
gaining. These complaints covered the persecutory anguishes, these persueing
the end of awaking comprehension, delicate sentiments at the same time in
which he presented himself as an invalid lactant and incapable of fending for
himself. This could be undertood through the counter-transference favoured by
projective counter-identification.
The complaints were first aimed against the parents as the only means of being
able to have an internal control of the dreaded primary scene and to handle his
aggresiveness, incremented perhaps due to his birth trauma (forceps) after his
hypochondriac complaints had the finality of dissociating his persecution,
locating it in the body in order not to invade the analytical situation, avoiding
the depression and hiding his sentiments of envy. His homosexual complaints
allowed him to demonstrate that he was not aggressive so as not to be harmed.
He pretended to be passive in order to keep on sucking the penis of the father
analyst and in this way feel internally strong (session of the three dreams). The
last complaint was the intelectual defense as the others he could not keep on
maintaining before his external progresses, he found himself in the necessity of
pointing out that his envy was openly aimed against what he imagined the
analyst had and he lacked, thus appearing his desires of competition and rivalry;
when these appeared he felt ah the fright entailed in loosing his fountain of
gratification and thus the blame he so much feared; but this permitted his the
necessary insight to dominate his dissociation. The complaint was the technique
mostly used in his analysis as a means of fortifying in his interior his good
images and to handle the envy for what he thought not to have.
BILLIOGRAFIA
BERTRAM D. LEWIN, M. D.
(New York)
*
Traducido de “The Psychoanalytic Quarterly”, XXIV: 2; 1955.
En retribución a esta concesión, acepto más responsabilidad por lo que diga.”
Podemos afirmar que apareció una resistencia en la terapia aún antes que
hubiera nacido propiamente el psicoanálisis y fue de fundamental importancia
en su desarrollo subsiguiente. Transformó la situación hipnótica en una
situación analítica.
Debe notarse que el momento de este cambio, coincide con la época de la
embriología del psicoanálisis, cuando la hipnosis era usada no para producir
curas irracionales y sugestivas, sino para descubrir memorias reprimidas y
traumáticas, de manera que este propósito se asume tácitamente en el convenio
antedicho. Con esta modificación de la sesión hipnótica en hora analítica, el
interés técnico del terapeuta se apartó de los problemas centrados en los estados
de somnolencia y se centró más y más en el contenido de las observaciones del
paciente y de su comportamiento. El estudio del paciente como un casi-
durmiente o un casi-soñador, se subordinó completamente al estudio teórico y
terapéutico de sus síntomas.
Se desarrolló completamente la teoría de la neurosis y retrospectivamente
parece inevitable que los escritos sobre técnica hayan sido expresados en
términos de esta teoría.
El paciente en el diván era a “prima facie”, una persona neurótica e
incidentalmente un soñador. Sin embargo está bien cuestionar la inevitabilidad
de esta elección particular de formulación y terminología. Podemos especular
plausiblemente si no se podría haber elegido un camino alternativo, particular-
mente para considerar el material analítico y lo “que pasa en el diván”, no como
algo similar a la neurosis, sino en cambio, algo como un sueño, e introducir
conceptos y terminología psicológica del sueno.
Si se hubiera seguido este camino probablemente se hubiera desarrollado
una terminología más pobre y menos útil, pero esa no es la cuestión. No
estamos mostrando lo mejor o lo peor, sino simplemente la diferencia. La
relación entre la teoría de la neurosis y la teoría del sueño, parece haber sido
resbaladiza para los analistas.
Así Freud (1950) confesó que había descubierto la unidad esencial de las
dos, se olvidó de ella y tuvo que redescubrirla. Quizás sea necesario que todos
nosotros repitamos este descubrimiento.
Tanto de nuestra filogenia analítica recapitula la ontogenia científica de
Freud, que todavía no hemos podido agotar este descubrimiento ni absorber
todas sus implicancias.
No dudamos que el sueño sea el “camino real” hacia el inconsciente y que
el análisis del sueño es un instrumento indispensable en la práctica terapéutica.
Sabemos que el sueño es la satisfacción de un deseo y una comunicación y nos
afirmamos en este conocimiento. Pero hemos prestado poca atención a la
función principal de soñar, ser el guardián del sueño. La atención a la
interpretación del contenido y del funcionamiento de los sueños, nos ha
distraído del problema del dormir y de una consideración del sujeto analítico
como un soñador o un durmiente fraccional.
Nuevamente en retrospectiva, el rechazo de Freud de las ideas de Breuer
sobre los estados “hipnoides”, parece consistente con el viraje general del
interés en el durmiente como tal.
Todos sabemos el “dictum” psicoanalítico, que todo lo que es rechazado en
el curso de la solución del conflicto, puede volver y encontrar un lugar
disimulado en aquello que es aceptado. Por lo tanto el dormir, excluido, por
acuerdo, de la situación analítica, obtuvo acceso a él de otro modo, por el
método de la libre asociación. Desarrollé esta idea en el artículo reciente (1954),
donde señalé que el deseo que el paciente traía de ser dormido, a la situación
hipnótica, ha sido suplantado por el deseo de asociar libremente en la situación
analítica. El paciente se recuesta, no para dormir, sino para asociar. La
interpretación terapéutica se basó, no sólo en el convenio tácito antedicho, sino
también en una de las definiciones de Freud de la asociación libre dada en “La
interpretación de los sueños” (Standard Edition, IV, p. 102), donde es
comparado al estado de espíritu que precede al sueño (también al estado
hipnótico).
Para nuestros fines presentes, proyectaremos la metapsicología del dormir y
del soñar, en la situación analítica. En seguida notamos ciertas coincidencias.
De este modo, el narcisismo del dormir, un elemento asumido en la psicología
del sueño, coincide con el narcisismo en el diván, y los poco frecuentes “sueños
durmientes” en blanco, son análogos a los pocos momentos en que se duerme en
el diván, ambos fenómenos, siendo los raros “cerca de cero”, de sus respectivos
dominios.
El texto del sueño manifiesto coincide con el material analítico manifiesto,
expresando en una forma sucesiva pensamientos latentes que se vuelven
preconcientes. La formación del sueño debe ser comparada con la “formación
de la situación analítica”; es la “excepción”, para usar la palabra de Freud, al
narcisismo básico. Otras analogías se sugieren, pero como hay tantas diferencias
de detalles y elaboración debido a los caminos opuestos tomados en el aparato
psíquico por el proceso de la situación analítica (uno terminando principalmente
en las alucinaciones visuales, el otro principalmente en las palabras), es mejor
considerar al principio sólo las coincidencias más claras.
NARCISISMO
LA FALACIA DE RANK
Parece que Rank cayó en el mismo error que tanto disgustó a Freud, cuando
en un momento crítico de la historia del psicoanálisis, se dio cuenta de que
había sido engañado por las fantasías de mujeres histéricas creyendo que habían
sido seducidas realmente en su primera infancia por su padre o por algún otro
pariente masculino cercano. Freud tuvo el valor de reconocer su error y de darse
cuenta de que estaba tratando con el recuerdo de una fantasía infantil. Rank no
se dio cuenta de que había sido engañado del mismo modo. No tomó en cuenta
la alternativa comparable a su interpretación de la fantasía del renacimiento, a
saber, la fantasía de despertar. Porque entre las elaboraciones fantásticas del
hecho del dormir por placer, está la idea de que uno está en el útero o mejor
dentro del cuerpo de la madre, y esta fantasía intramaterna es una fantasía del
período edípico, pero posterior, más complicada y mucho más adelantada, que
contiene conocimientos e impresiones posteriores sobre la gestación. En otras
palabras, Rank podría haber pensado igualmente que las posiciones fetales
adoptadas por los pacientes en el diván y otros signos y síntomas de la situación
intramaterna, eran intentos de la fantasía para satisfacer el deseo de dormir,
igualmente podría haber interpretado las manifestaciones del “trauma del
nacimiento” como la resistencia correlacionada a despertarse de la cama
analítica.
ASOCIACION LIBRE
*
William James dice que si uno tiene una emoción superior, corno la que se puede experimentar en un
concierto, debe actuarla, aunque sea haciendo una visita a un familiar. Agradezco al Dr. Carl Binger esta cita,
que llama con razón “apoteosis de lo pragmático”.
abarca todo este campo, pero las palabras de James me parecieron dignas de ser
citadas.
∗No debemos tornar la frase “en el diván’, demasiado literal o físicamente. La asociación libre y también la
situación analítica ocurren con una persona sentada o en otra posición. Esto altera sólo detalles obvios; la
persona sentada puede soñar despierta, dormitar y aun dormir, y puede “asociar”.
de la ansiedad”, el trabajo de Ana Freud, “El yo y los mecanismos de defensa”,
y llamaré la atención sobre una reciente publicación de Loewenstein (1954),
“Defensas, ego autónomo y técnica”, y su bibliografía.
Deseo volver al terreno más general de la asociación solitaria, fuera de la
situación analítica. Los meditadores solitarios, o, como quiera que prefiramos
llamarlos, que no tienen el fin específico freudiano, no objetan la aparición de
resistencias. Cuando tropiezan con lo que nosotros llamamos resistencias, no las
enfrentan como Freud tenía que hacer, porque están movidos por otros motivos.
No son copartícipes en el contrato con Anna O. Ellos las elaboran, hacen
“acting out”, las disfrutan, o las usan en cualquier otra forma, pero no las
reconocen. Las intenciones y puntos de vista son cruciales. Los freudianos
pueden llamar a tales manifestaciones, resistencias, pero otros pueden
contentarse con el material manifiesto sin más análisis. Boerne, Silberer y
William James, llegan a fines diferentes a los de Freud.
En el diván, sin embargo, la resistencia a ser hipnotizada o dormida, que
oponía Anna O. ha sido reemplazada por la resistencia a asociar libremente, que
es su sustituto. El paciente en conflicto con la asociación libre puede sugerir el
que se le hipnotice o que se le administre una droga. O puede apartarse del
contrato básico entrando en un estado mental místico, o en uno de los estados de
somnolencia descritos por Silberer. He indicado en un trabajo anterior, que el
paciente en resistencia, puede estar demasiado adormecido o demasiado alerta
para hacer una buena asociación libre. Su conducta puede asemejarse a la del
asociador solitario sin propósitos freudianos.
Si recordamos el hipotético caso de asociación con una puesta de sol,
descrito por James, uno de los resultados del pensamiento no dirigido, era la
acción: la persona era conducida por sus asociaciones a buscar el diccionario y a
estudiar la lección de griego. Tal acción, desde nuestro punto de vista, no sería
un fin, lo consideraríamos, aún en un autoanálisis, una evasión de la regla
fundamental. Diríamos este hombre ha cesado de asociar. Rado comparaba el
“acting out” de la resistencia, con el sonambulismo, correlacionando así el
fenómeno de la resistencia con los del sueño, y R. Sterba (1946) ha relatado
casos en que se ha llevado a la acción el contenido del sueño de la noche
anterior. Más frecuentemente la acción sustituyendo a la asociación se debiera
considerar como un equivalente del despertar. Pero la referencia de Rado al
sonambulismo —quizás la menos “racional” de las acciones— destaca
hiperbólicamente, el hecho de que para un freudiano el movimiento no es un fin
en sí mismo. Puede ser tan perturbador para la asociación libre como para el
sueño. Aforísticamente podríamos decir que el sueño es el guardián del dormir,
pero que el analista es el guardián de la asociación libre.
¿En la cura catártica y en los comienzos del psicoanálisis, el médico que
escuchaba, había abandonado el uso del sueño? Si observamos cuidadosamente,
quizás descubramos que no, ya que cuando el paciente sentía dificultad en la
comunicación, era estimulado a asociar libremente (aun mediante la imposición
de las manos), y de hecho impulsado a producir fantasías más O menos
semejantes al sueño, es decir, muy próximas en su cualidad a los productos
mentales del dormir. En el punto de resistencia, entonces, el paciente era
estimulado a estar “más dormido”.
En este contexto, resistencia, significaba estar demasiado alerta, lo cual
entorpecía el propósito del médico. Pronto se vieron otras resistencias, en las
cuales, al contrario, el paciente se entregaba demasiado a una especie de sueño,
y eliminaba con exceso, la responsabilidad y la prueba de realidad. Con los
años, después de mucho estudio de las neurosis y psicosis, esta conducta quedó
en gran parte aclarada, y el conocimiento así acumulado fue formulado en
términos de una teoría y finalmente organizado en “El problema de la ansiedad”
y en la literatura que surge a partir de ese trabajo.
AFECTOS
Los afectos en el diván o los que aparecen durante la asociación
solitaria, son como los que aparecen en los sueños. Son parte del contenido
manifiesto. La intención freudiana es analizarlos, y como en el análisis de los
sueños, determinar si un “estado de ánimo alegre” no
oculta miedo a la muerte, o si una angustia es una señal y una repetición. El
meditador solitario puede tomar el afecto en su valor manifiesto y seguir de allí,
tomando lo sentimientos depresivos y de elación especialmente como
garantidos.
EL ANALISTA
Podemos enfocar el problema del analista y donde encaja en la
metapsicología del sueño, mediante una consideración preliminar del asociador
solitario.
Si sigue las reglas de Freud, es decir, si es un autoanalista, puede haber una
especie de analista oculto, o por lo menos una figura transferencial oculta, como
aprendemos del papel que Wilhelm Fliess encarnaba en el autoanálisis de Freud.
Asumamos, sin embargo, para la situación general del autoanálisis, que es
posible hacer lo que Freud hizo en su autoestudio sin otra persona (real o ideal),
por lo tanto, sin transferencia.
En cuanto al libre asociador no analítico, para sus propósitos no analíticos
puede querer confiarse a alguien, de tal manera que podemos hablar de un
posible confidente para estas meditaciones solitarias que sería el recipiente de
las ideas que pasan a través de su mente. Es innecesario enumerar aquí las
posibilidades de tal vinculación, que podría incluir cualquier tipo de
comunicación humana desde la más primitiva a la más sofisticada, ni quiero
documentarlas. De nuevo nos encontramos con el asunto de la intención. Hanns
Sachs ha descrito una variedad de este tipo de comunicación en su artículo
“Sueños diurnos en común” (1920), donde el fondo común era originariamente
el compartir fantasías masturbatorias, más tarde de historias más elaboradas.
Suponiendo que Boerne o Schiller hubieran buscado un confidente, entonces la
otra persona podría haber sido llamada un editor o colaborador. Silberer simple-
mente hubiera considerado tal persona como un transgresor.
Fue durante la transición del tratamiento hipnótico a la catarsis y el análisis
que el paciente neurótico se transformó de sujeto hipnótico en sujeto “que se
confía en...”, y el terapeuta “pan passu” se convirtió en psicoanalista. Los
primeros pacientes de Freud y Breuer venían a ellos con el propósito de ali-
viarse de síntomas y al final las personas continuaban yendo a Freud ya sea para
ser curadas o para aprender un método terapéutico. Pero antes de que existiera
un psicoanálisis oficial, los pacientes venían para ser hipnotizados, lo cual
conocían como una especie de sueño mágico. La idea de que el dormir es un
método curativo mágico debe ser muy antigua, más antigua que el dormir del
templo de Esculapio y la supremacía de esta idea en el inconsciente bien puede
haber atraído pacientes a los hipnotistas. “Y Dios sumió a Adán en un profundo
sueño”, recordaban los primeros anestesistas a sus opositores teológicamente
orientados y a sus pacientes dubitativos, y por cierto que el sueño todavía tiene
su lugar racional en la terapia de hoy en día. En sus comienzos, sin embargo, el
uso terapéutico del sueño se basaba en la fantasía, y los primeros pacientes
hipnóticos probablemente lo solicitaban con la idea de que después del sueño
vendría un despertar mejor, en un mundo nuevo, un mundo onírico o paraíso, en
suma, un mundo de satisfacción de los deseos donde los ciegos ven, los mudos
hablan, los cojos caminan y están enteros. Baudelaire llamaba paraíso artificial a
la meta del toxicómano y esto era lo que deseaba el que buscaba el sueño
hipnótico. El histérico, habiendo sido hipnotizado, hacía el “acting out” de
múltiples fantasías y milagros de terapia, y todavía vemos frecuentes huidas
hacia la salud de este mismo tipo inestable.
El “dormidor” mágico se transformó en un confidente, y la situación
analítica llegó en la historia. Pero el confidente que escucha las asociaciones a
medida que van apareciendo, es un oyente muy particular. A veces la persona en
el diván apenas se apercibe de su presencia y hasta se sorprende de ella al final
de la sesión analítica; otras veces, eh paciente no puede pensar más que en la
persona del analista. Nosotros hablamos de ha transferencia, pensando en la
construcción de fantasías sobre el analista que son nuevas ediciones de otras
fantasías más viejas en la historia del paciente. Evidentemente el analista no es
un elemento unitario que puede ser directamente topografiado a un lugar
unitario en el diagrama del aparato psíquico y a la psicología del dormir y del
sueño. En lo que sigue, se verá que el analista corresponde a diversos lugares en
el diagrama, también “alrededor” del diagrama, y que puede ser topografiado en
términos de psicología onírica como un resto diurno, como un excitante externo
y como un tranquilizador externo o “marginal”.
Como el foco de fantasías transferenciales infantiles, el analista fue
comparado por Otto Rank, con la aprobación de Freud (1916, ver nota al pie) a
un resto diurno, un reciente estímulo del ambiente inmediato que es
transformado en material manifiesto por la adición de ideas inconscientes. En
este sentido, el analista es una percepción, es material reciente. Rank basaba su
argumento en refutar algunas de las ideas de Silberer sobre “anagogía” y en
referencia a sueños sobre el analista, pero las fantasías del despertar en el diván
son usadas de la misma manera en este contexto. Que el analista es un individuo
que hace dormir o despertar, necesita más elaboración, y la recibirá en la
discusión a continuación. También será necesario analizar en la metapsicología
del sueño, el papel de superyo que le es frecuentemente atribuido.
Dejemos el paciente por un momento y consideremos al analista como un
interpretador, donde sus deseos y acciones son centrales. ¿Está el paciente
todavía revestido para él en el sueño o sueño parcial de su historia filogénica
como sujeto hipnótico y catártico? ¿O ha sido reprimido el concepto del
durmiente y soñador reclinado? En este último caso podríamos buscar alguna
vuelta de lo reprimido, y, posiblemente, lo vemos cuando los analistas recurren
a drogas como coadyuvante de la terapia catártica o analítica. Sin embargo,
consideremos dos aforismos psicoanalíticos que epitomizan el propósito del
análisis. El primero es: “Donde estaba el Ello, que esté el Yo!”. Combinemos
esto con otro comentario conocido, de que el Yo se une al Ello en el sueño
profundo. La inferencia es que el analista es un despertador. Para confirmar esta
inferencia, tenemos otra afirmación aforística, muy citada: “Ich verstand, dass
ich von jetzt ab zu denen gehörte, die «am Schlaf der Welt gerührt» haben. nach
Hebbels Ausdruck” (Freud, 1914) (“Yo comprendí que de aquí en adelante
pertenecía a aquellos que «perturbaban el sueño del mundo», como dice
Hebbel”). Inevitablemente el analista es tanto un despertador como un resto
diurno. Como factor externo neutral, independientemente de sus intenciones, él
puede formar parte del contenido manifiesto de la situación analítica del sujeto,
y está en la estructura de la situación analítica como un resto de un día de sueño.
Pero cuando las intenciones del analista entran en juego y éste interpreta y
analiza, es frecuentemente un despertador o perturbador externo de la situación
y no está en la estructura. Veremos posteriormente que a veces toma el rol de un
tranquilizador.
Sugerí en un artículo anterior (1954) que coincidentemente con todos los
otros efectos de los comentarios del analista o tal vez hasta de su presencia, hay
un efecto profundo que comparé al musical: el analista continuamente opera, ya
sea para despertar un poco al paciente o para hacerlo dormir un poco, para
tranquilizarlo y para estimularlo; y este efecto puede ser bastante inconsciente
tanto para el sujeto como para el analista.
Aparentemente hay situaciones terapéuticas simples, comparables con la
analítica pero no obstante diferentes, en las cuales la finalidad es más la simple
de estimular o despertar al paciente. La idea de que la psicosis es una especie de
sueño es antigua, y muchas maniobras utilizadas en el tratamiento de la
esquizofrenia tienen una intención despertadora, como ya lo han señalado los
que tienen más experiencia en este campo. Zilboorg (1930), por ejemplo, antes
de usar la técnica clásica, les hacía hacer a sus esquizofrénicos un curso de
entrenamiento en la discriminación de la realidad, como para insertar en un
sueño algunas de las funciones del estado de vigilia. K. R. Eissler (1951) insiste
en manejarse directamente con el “proceso primario”, que es un concepto de la
psicología del sueño, para que la maniobra sea una concesión al soñar del
paciente. En un contexto algo diferente, Eissler (1943, 1951) afirma que en una
etapa del tratamiento, el contenido intelectual de lo que se le dice al paciente no
es tan importante como la voz o manera de decir las cosas del terapeuta —que
uno podría influir— al paciente, incluso murmurando, seguramente un
comentario “musical”. John Rosen dice explícitamente y en general, “¿no es
acaso la psicosis una interminable pesadilla en la cual los deseos están tan bien
disfrazados que el psicótico no despierta? ¿Por qué no despertarlo entonces
desenmascarando el contenido real de su psicosis? ¿Una vez que a la psicosis
se le arranca su disfraz, no despertará este soñador también?” (1953).
Otros métodos de manejar la esquizofrenia (de comprensión menos clara)
hacen “dormir” al paciente por métodos más o menos drásticos. Empíricamente
muchas veces se despiertan sintiéndose diferentes, y a menudo hablan de la
experiencia como un “renacimiento”. La fantasía de “re-nacimiento” es lo
opuesto de la “fantasía intrauterina”; esta última es una fantasía infantil que
toma al niño dormido como su modelo para la vida antes del nacimiento; la
fantasía del “nacimiento” usa el despertar del niño, o tal vez “su despertar”
hacia un sueño. De todas maneras, el terapeuta parece tener la intención de
cumplir el deseo del soñador de tener un sano paraíso, como sugerí al discutir el
uso del sueño hipnótico como implemento de esta idea en los neuróticos.
Podemos adquirir cierto “insight” en la intención de “hacer dormir” del
terapeuta considerando la ambivalencia de los médicos hacia los pacientes, su
vacilación entre la preferencia por un paciente vivo o un paciente muerto, que
analicé como parcialmente debido a su doble experiencia en la Facultad de
Medicina, donde se enfrentaban con cadáveres como sus primeros pacientes y
más tarde tenían que transferir parte de su concepción del paciente como
cadáver a la persona viva (Lewin, 1946). Pero, según la organización de las
terapias de sueño de la esquizofrenia, el deseo del médico de hacer dormir al
paciente está subordinado a su deseo de despertarlo y curarlo. Tal como en
cirugía, el “hacer dormir” del médico forma parte de la actividad terapéutica
más amplia con su intención despertadora, como “feed-back” y regulador o ac-
ción subordinada.
Para volver al tema del despertar, y la acción excitante del analista en este
sentido, podemos considerar nuevamente el caso de un esquizofrénico. Me
refiero al análisis clásico de Nunberg (1920, 1921) del paciente que había tenido
un ataque catatónico. Constantemente se refería al ataque como “mi sueño”, y
señaló su deseo de recuperación como un deseo de olvidar su sueño
completamente. En otra parte (1953) he demostrado como el deseo de olvidar
un sueño es equivalente a un deseo de estar completamente despierto, y en el
paciente de Nunberg vale la pena señalar la forma en que expresaba esto. Veía
en el médico al padre y yo ideal, lo investía de tremendo poder, expresaba
profundo sometimiento, y afirmaba que deseaba ser curado por el “poder” de las
palabras de su padre. Mi interpretación es que deseaba que su padre lo
despertara por medio de potentes y fuertes ruidos. Durante la infancia, las
palabras y los ruidos son poderosos excitantes y despertadores y aparentemente
es valedero para el caso del sueño.
Aquí me baso en los estudios de Isakower (1939, 1945), de acuerdo a los
cuales las palabras manifiestas que aparecen al final de los sueños, en los
momentos del despertar, representan superyos-despertadores, y porque no han
sido captadas por el trabajo de sueño completo, retienen su sentido verbal y am-
biental. Sí seguimos razonando, ser despertado es ser destetado, y como
variante, ser traído de vuelta a este mundo, lo que nos hace volver a Rank y su
falacia. También nos recuerda al “insight” de Rank en la situación transferencial
pre-edípica, y de su intento del análisis del “diván” y de la situación analítica
“per se”.
El “diván” significa sueño, con sus implicancias maternas; y la huella del
padre pre-edípico, que no es un elemento del sueño sino un despertador, está
sublimado en la terapia en forma del analista que no es un elemento de la “situa-
ción diván”, sino alguien que perturba el sueño del mundo y sus habitantes. La
“esfera auditiva” que margina la atmósfera donde viajan las ondas del sonido,
capta la mayoría de los estímulos (aunque seguramente no todos) que despiertan
al niño, al soñador, al analizado.
Que el analista está en la margen del sueño se hace evidente, por contraste,
en aquellos sueños donde está representado como un tranquilizador y donde no
hay margen. Me refiero a esos sueños no proyectados, en blanco, sueños
“narcisísticos”, “de dormir”, donde el analista está representado. Por ejemplo,
en el sueño relatado por Rycroft (1951), donde el límite del soñador es vago, y
el sueño no es visualmente proyectado sino que es “puro sentimiento”, el
analista es una atmósfera tranquilizante y el homólogo del pecho o sueño
pantalla. En el trabajo de Rycroft, el paciente decía que se sentía como si fuera
tomado debajo del ala del analista, pero que no había contenido visual, y que era
una forma alegórica de expresar un sentimiento que era más como una emoción.
He encontrado “comentarios transferenciales” parecidos a éstos en pacientes
que expresaban su deseo pre-edípico de dormir al pecho por fantasías de ocupar
el mismo lugar que el analista, como si pudieran caminar adentro o a través de
él. Esta es una estructuración poco común del analista; lo pone en el lugar del
sueño mismo.
El paciente de Nunberg quería estar completamente despierto y olvidar su
“sueño” catatónico. El paciente de Rycroft, no psicótico, al soñar pintaba su
analista como el suave “espíritu del sueño” y tuvo la mejor noche de sueño de
su vida. Ambos pacientes centraban su vinculación alrededor del factor del
dormir, haciéndonos recordar nuevamente el convenio de Freud con Anna O., y
sugieren que ambos pacientes sentían la vinculación “como si” en términos de
los viejos días prepsicoanalíticos cuando el hipnotizador hacía dormir a su
paciente y luego lo despertaba. Sus pensamientos manifiestos se referían a esta
vinculación médico-paciente latente.
Se podrían dar otros ejemplos clínicos, pero ellos se pueden obtener
fácilmente en la práctica psicoanalítica. Por lo tanto me limitaré a resumir
algunos de los resultados de nuestro topografiar los elementos de la psicología
del sueño en la situación del diván. Con ingenuidad, es posible encontrar los
equivalentes de la situación del diván en “La interpretación de los sueños”. En
el sentido de “figura transferencial”, el analista puede ser comparado con lo que
en la interpretación de sueños parecía un trozo de material menos importante: es
el número opuesto de precipitados indiferentes o restos diurnos a los cuales
ideas inconscientes prestan su catexis. Como interpretador, representa otro
elemento menor, un permanente estímulo externo que puede amenazar despertar
al soñador, como el fuego real en el paradigma de Freud del sueño en el capítulo
VII amenazaba al niño que se quemaba. También es el número opuesto de
ciertos estímulos externos que no interesaban a Freud en conexión con el sueño,
los estímulos que promueven el sueño. Estos no necesitaban ser contrarrestados
por la función protectora del sueño, porque ellos también contribuían al
mantenimiento del sueño y comúnmente no se registraban en el sueño.
Conocemos una gran cantidad de éstos, que difieren en las distintas edades:
arrullar y cantar, la comida completa, el recuerdo de la situación de lactancia,
que, cuando aparece, a menudo coincide con el dormir sano y profundo. En este
contexto, la posición del analista es la de estímulo periférico.
Se hará constancia de que el analista está a ambos extremos y alrededor del
diagrama del aparato psíquico; que está “alrededor” del diván como el mundo
externo está alrededor del sueño.
El resto del topografiar en el diván la psicología del sueño, no es difícil,
porque “la formación de análisis” es como la “formación de sueños” e implica
las mismas huellas mnémicas y sistemas psíquicos, aunque generalmente en
proporciones diferentes. Los sueños en blanco se aproximan al “diván en blan-
co”, es decir, dormir en el diván donde el narcisismo del dormir que está
“debajo” del sueño, emerge a la superficie como “narcisismo de diván”. Omito
lo que el analista hace aparte de arrullar y despertar; es decir, omito la mayor
parte de la técnica analítica, los contenidos de interpretaciones específicas y
otras operaciones, que por supuesto son muy importantes. Para volver a la vieja
comparación de Freud entre hipnosis y anestesia clorofórmica, lo que importa es
lo que se hace con el paciente después que está cloroformado, y esto es lo que
llamamos técnica y no situación. De la misma manera que el cirujano no puede
siempre ignorar u olvidar completamente la situación básica de la anestesia,
tampoco podemos nosotros ignorar la relación entre dormir y despertar en el
paciente analítico.
Traducido por
Marta Nieto Grove y Dora Steiner.
BLBLIOGRAFIA
MELANIE KLEIN
(Londres)
∗
Leído en el 17~ Congreso Psicoanalítico Internacional, Amsterdam, agosto de 1951. Traducido del “Int. J.
Psycho-Anal.”, T. XXXIII, p. 433-438, 1953.Ver “Análisis fragmentario de una histeria”, Ob. Comp., T. XV, p.
135.
**
Ver “Análisis fragmentario de una histeria” Ob.Comp., T. XV, p.135.
inconsciente, más lejos en el pasado podremos llevar el análisis, y más grande
será nuestra comprensión de la transferencia. Por esto un breve resumen de mis
conclusiones acerca de las primerísimas fases de la evolución pertenece a mi
tema.
La primera forma de angustia es de naturaleza persecutoria. La actuación
interna del instinto de muerte —que, según Freud, está dirigida contra el propio
organismo— origina el miedo al aniquilamiento, y éste es la causa primordial
de la angustia persecutoria. Además, desde el principio de la vida postnatal (y
no me ocupo aquí de los procesos prenatales) los impulsos destructivos en
contra del objeto suscitan el temor a la retaliación. Estos sentimientos
persecutorios proviniendo de fuentes internas son intensificados por las
experiencias externas penosas, y en esta forma, desde los primeros días de la
vida, la frustración y el dolor suscitan en el lactante el sentimiento de que es
atacado por fuerzas hostiles. Así las sensaciones experimentadas por el bebé en
el nacimiento y las dificultades de adaptarse a condiciones enteramente nuevas
originan la angustia persecutoria. La satisfacción y los cuidados prodigados des-
pués del nacimiento, particularmente las primeras experiencias alimenticias, son
sentidos como proviniendo de fuerzas buenas. Cuando hablo de “fuerzas”, estoy
empleando un término por demás adulto para designar lo que el recién nacido
concibe oscuramente como objetos, buenos o malos. El lactante dirige sus
sentimientos de gratificación y amor hacia el pecho “bueno” y sus impulsos
destructivos y sentimientos de persecución hacia lo que él siente ser el pecho
frustrador, es decir “malo”. En este período los procesos de clivaje culminan; el
amor y el odio, así como los aspectos buenos y malos del pecho son mantenidos
bien separados los unos de los otros. La seguridad relativa del lactante descansa
sobre la posibilidad de transformar el objeto bueno en un objeto idealizado
como protección contra el objeto peligroso y perseguidor. Estos procesos —es
decir, el clivaje, la negación, la omnipotencia, la idealización— predominan
durante los tres o cuatro primeros meses de la vida (lo que denominé “posición
esquizoparanoide”, 1946). Es así como, en una fase muy temprana, la angustia
persecutoria y su corolario, la idealización, influye básicamente las relaciones
objetales.
Los procesos primarios de proyección e introyección, ligados
inextrincablemente con las emociones y las angustias del lactante, inician la
relación de objeto; por la proyección, es decir, por la deflección de la libido y de
la agresión hacia el pecho de la madre, se establece la base de la relación de
objeto; por la introyección del objeto, ante todo del pecho, se crean las
relaciones con los objetos internos. Mi utilización del término “relaciones de
objeto” se fundamenta sobre mi afirmación de que el bebé tiene, desde el
principio de su vida postnatal, una relación con su madre (aunque se focalice
antes que todo sobre su pecho), relación impregnada de los elementos básicos
de una relación objetal: amor, odio, fantasías, angustias y defensas.∗
En mi opinión —como lo expliqué en detalle en otras oportunidades— la
introyección del pecho es el comienzo de la formación del superyo, que se
extiende sobre varios años. Tenemos motivos de suponer que el lactante
introyecta el pecho en sus distintos aspectos desde la primera experiencia
alimenticia en adelante. El nódulo del superyo es así el pecho de la madre, tanto
bueno como malo. Según la actuación simultánea de la introyección y de la
proyección, las relaciones con los objetos externos y los internos entran en
interacción. El padre también, por jugar pronto su papel en la vida del niño,
viene a ser tempranamente una parte del mundo interno del lactante. Es
característica de la vida emocional del lactante la existencia de fluctuaciones
rápidas entre el amor y el odio, entre las situaciones internas y las externas,
∗
Es un rasgo esencial de esta relación de objeto, la primera de todas, el ser el prototipo de una relación
entre dos personas, en la cual no entra ningún otro objeto. Es de una importancia primordial para las relaciones
de objeto ulteriores, aunque, bajo esta forma exclusiva, quizá no dure más que muy pocos meses, ya que las
fantasías relativas al padre y a su pene —fantasías que inician los estadios primitivos del complejo de Edipo—
introducen la relación con más de un objeto. En el análisis de los adultos y de los niños, el paciente llega a veces
a experimentar sentimientos de honda felicidad al vivir otra vez esta relación primitiva y exclusiva con la madre
y su pecho. Tales experiencias siguen a menudo el análisis de los celos y las situaciones de rivalidad en las
cuales está implicado un tercer objeto, en último análisis el padre.
entre la percepción de la realidad y las fantasías a propósito de ella, y, por
consiguiente, un interjuego entre la ansiedad persecutoria y la idealización, re-
feridas ambas a los objetos internos y externos, siendo el objeto idealizado un
corolario del objeto perseguidor extremadamente malo.
∗
“El psicoanálisis y la teoría de la libido”, 1922. Ob. Comp., T. XVI1, p. 293.
*
En el mismo texto, Freud sugiere —refiriéndose todavía a estas primeras identificaciones— que existen
identificaciones directas e inmediatas que se producen antes de toda catexia de objeto. Esta sugerencia parece
implicar que la introyección aún precede las relaciones de objeto.
padres, y la ubica, como dice, “en la prehistoria de cada persona”. Estas
formulaciones están muy cerca de lo que describí como los primeros objetos
introyectados, ya que, por definición, las identificaciones son el resultado de la
introyección. Por la afirmación que acabo de examinar, y por el párrafo citado
del artículo de Enciclopedia, se puede deducir que Freud, aunque no haya
seguido más lejos esta línea de pensamiento, supuso que, en la primerísima in-
fancia, intervienen tanto un objeto como procesos introyectivos. Es decir que,
en cuanto al autoerotismo y al narcisismo, nos topamos con una contradicción
en las opiniones de Freud. Tales contradicciones, que existen acerca de cierto
final acerca de estos temas particulares. Lo reconoció explícitamente en lo que
concierne a la teoría de la angustia en “Inhibición, síntoma y angustia.**
**
Ob.Comp. T. XI, cap. 8, p. 46, 1926.
Su conciencia de que mucho acerca de los estadios tempranos del desarrollo
era todavía desconocido u oscuro para él, la ejemplifica cuando habla de los
primeros años de la vida de la niña como “. . . tan nebulosos y perdidos en las
tinieblas del pasado”.∗
No conozco la opinión de Anna Freud acerca de este aspecto de la obra de
Freud. Pero, en lo que concierne al problema del autoerotismo y del narcisismo,
parece solamente haber tomado en cuenta la conclusión de Freud de que un
estadio autoerótico y narcisístico precede las relaciones de objeto y no haber
dado importancia a las otras posibilidades implicadas en algunas de las
afirmaciones de Freud, como las que acabo de citar. Es uno de los motivos por
los cuales la divergencia entre la concepción de Anna Freud sobre la primera
infancia, y la mía, es mucho más grande que la divergencia entre las opiniones
de Freud, tomadas en su totalidad, y las mías. Digo esto porque me parece
esencial el dejar en claro la extensión y la naturaleza de las diferencias entre las
dos escuelas de pensamiento analítico representadas por Anna Freud y por mí.
Tal esclarecimiento es necesario en el interés de la formación psicoanalítica y
también porque podría ayudar a plantear fructíferos intercambios entre
psicoanalistas y contribuir así a un mayor entendimiento general de los
problemas fundamentales de la primera infancia.
La hipótesis de que un estadio de varios meses de duración antecede las
relaciones de objeto implica que —excepto en cuanto a la libido que reviste el
propio cuerpo del bebé— impulsos, fantasías, angustias, y defensas, o no están
presentes, o no se relacionan con un objeto, es decir, que operarían in vacuo. El
análisis de niños muy pequeños me ha enseñado que no hay necesidad
instintiva, ni situación de angustia, ni proceso mental que no implique objetos,
internos o externos; en otras palabras, las relaciones de objeto son el centro de
∗
“Sobre la sexualidad femenina”, 1931. Ob. Comp., 1. XXI, p. 282.
la vida emocional, Más aún, el amor y el odio, las fantasías, las angustias y las
defensas operan desde el principio y están ab initio inextrincablemente ligadas
a las relaciones de objeto. El darme cuenta de esto me ha mostrado muchos
fenómenos en una nueva luz.
Sacaré ahora la conclusión sobre la cual descansa este trabajo: sostengo
que la transferencia se origina en los mismos procesos que determinan las
relaciones de objeto en los primerísimos estadios. Por esto tenemos que
remontar una y otra vez en el análisis hacia las fluctuaciones entre los objetos
amados y odiados, internos y externos, que dominan la primera infancia. Sólo
podemos apreciar plenamente la interconexión entre las transferencias positivas
y negativas si exploramos el primer interjuego entre el amor y el odio, el círculo
vicioso de agresión, angustias, sentimientos de culpa, y agresión incrementada,
y también los aspectos diversos de los objetos hacia los cuales estas emociones
y angustias en conflicto se dirigen. Por otra parte, explorando estos procesos
primitivos, me convencí de que el análisis de la transferencia negativa, que ha
recibido relativamente poca atención∗ en la técnica psicoanalítica, es una
condición previa del análisis de los niveles más profundos del psiquismo. El
análisis de la transferencia negativa como el de la transferencia positiva y de la
interconexión de ambas es, como lo sostuve durante muchos años, un principio
imprescindible para el tratamiento de todo tipo de pacientes, tanto niños como
adultos. Fundamenté esta opinión en la mayoría de mis trabajos desde 1927 en
adelante.
Este enfoque, que ha hecho posible en lo pasado el psicoanálisis de niños
muy pequeños, se ha revelado en los últimos años muy fructífero para el análisis
de pacientes esquizofrénicos. Hasta más o menos 1920 se suponía que los
pacientes esquizofrénicos eran incapaces de establecer una transferencia, y por
lo tanto no podían ser psicoanalizados. Desde entonces el psicoanálisis de los
∗
Esto era debido sobre todo a la insuficiente valoración del papel de la agresividad.
esquizofrénicos ha sido intentado por varias técnicas. Sin embargo, el cambio
de punto de vista más radical al respecto se ha producido más recientemente y
está estrechamente relacionado con el mayor conocimiento de los mecanismos,
angustias y defensas que operan en la primera infancia. Desde que algunas de
estas defensas, nacidas en las primeras relaciones de objeto y dirigidas hacia el
amor y el odio, han sido descubiertas, el hecho de que los pacientes
esquizofrénicos son capaces de desarrollar a la vez una transferencia positiva y
una transferencia negativa ha sido plenamente comprendido; este
descubrimiento se confirma si aplicamos en forma consistente al tratamiento de
los pacientes esquizofrénicos∗ el principio de que es tan necesario analizar la
transferencia negativa como la positiva, que, de hecho, una no puede ser
analizada sin la otra.
Retrospectivamente se puede ver que estos adelantos sustanciales en la
técnica se apoyan en el plano de la teoría psicoanalítica sobre el descubrimiento
por Freud de los instintos de vida y de muerte, que ha constituido un aporte
básico a la comprensión del origen de la ambivalencia. Ya que los instintos de
vida y de muerte, y por esto el amor y el odio, están en la más estrecha
interacción, la transferencia negativa y la transferencia positiva son básicamente
intrincadas.
La comprensión de las primeras relaciones de objeto, y de los procesos que
implican ha influido básicamente la técnica desde distintos puntos de vista. Se
sabe desde tiempo atrás que el psicoanalista en la situación de transferencia
puede sustituir a la madre, al padre, o a otras personas, que también a veces
juega en la mente del paciente el papel del superyo, y otras veces el del ello o
del yo. Nuestro conocimiento presente nos permite penetrar los detalles
∗
Esta técnica es ilustrada por el artículo de H. Segal: “Algunos aspectos del análisis de un esquizofrénico” (“Int.
J. Psycho-Anal.”, 31, 1950) y por los artículos de H. Rosenfeld: “Natas sobre el psicoanálisis del conflicto
superyoico de un paciente esquizofrénico agudo” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 33. 1952) y “Fenómenos
transferenciales y análisis de la transferencia en un paciente esquizo-catatónico agudo” (“Int. J. Psycho-Anal.”,
33, 1952).
específicos de los diversos roles atribuidos por el paciente al analista. Hay de
hecho muy pocas personas en la vida del bebé, pero las siente como una
multitud de objetos porque le aparecen bajo aspectos diversos. De la misma
manera, el analista puede en un momento determinado, representar a una parte
de la persona, del superyo, o a una cualquiera de una amplia serie de figuras
internalizadas. Asimismo, no nos lleva muy lejos el darnos cuenta que el ana-
lista sustituye al padre o a la madre reales, hasta que entendamos qué aspecto de
los padres ha sido revivenciado. El retrato de los padres en la mente del paciente
ha sufrido una distorsión de grado variable a través de los procesos infantiles de
proyección e idealización, y, a menudo, ha retenido mucho de su naturaleza
fantástica.
∗
Ver “El psicoanálisis de niños”. particularmente Cap. 8 y 11.
Edipo en sus primeros estadios, que, si se mantiene activada, perjudica tanto las
relaciones de objeto como el desarrollo sexual. La fantasía de los padres
combinados saca su fuerza de otro elemento de la vida emocional temprana, es
decir, de la poderosa envidia asociada con los deseos orales frustrados. El
análisis de tales situaciones tempranas nos enseña que en la mente del bebé,
cuando es frustrado (o insatisfecho por causas internas) su frustración se acopla
con el sentimiento de que otro objeto (pronto representado por el padre) recibe
de la madre la gratificación y el amor codiciados y que le son negados en ese
momento. Aquí se halla una de las raíces de la fantasía que los padres están
combinados en una eterna gratificación mutua de naturaleza oral, anal y genital.
Y esto es, a mi criterio, el prototipo de las situaciones tanto de envidia como de
celos.
Hay otro aspecto de la transferencia que cabe mencionar. Acostumbramos
hablar de la situación transferencial. Pero, ¿tenemos siempre presente la
importancia fundamental de este concepto? Según mi experiencia, cuando
desembrollamos los detalles de la transferencia, es esencial pensar en términos
de situaciones totales transferidas del pasado en el presente, tanto como de
emociones, defensas y relaciones objetales.
Durante muchos años —y esto es hasta cierto punto todavía cierto ahora— la
transferencia ha sido entendida en términos de referencias directas al analista en
el material del paciente. Mi concepto de la transferencia, radicado en los
estadios más primitivos del desarrollo y en los niveles profundos del in-
consciente, es mucho más amplio y entraña una técnica por la cual los
elementos inconscientes de la transferencia se deducen de la totalidad del
material presentado. Por ejemplo, los relatos de los pacientes acerca de su vida
de cada día, sus amistades, sus actividades, no sólo dan una comprensión del
funcionamiento de su yo, sino que revelan —si exploramos su contenido
inconsciente— las defensas contra las angustias despertadas en la situación
transferencial. Pues el paciente necesita tratar los conflictos y las angustias
reexperimentados hacia el analista con los mismos métodos que usó en el
pasado. Es decir que se aparta del analista en la misma forma en que intentó
apartarse de sus objetos primitivos; trata de clivar su relación con él, con-
servándolo como figura, sea buena, sea mala; desvía algunos de los
sentimientos y actitudes experimentados hacia el analista, hacia otra gente de su
vida corriente, lo que forma parte del “acting-out”.∗
De acuerdo con mi tema, he examinado aquí sobre todo las experiencias, las
situaciones, las emociones más tempranas de donde surge la transferencia. Sin
embargo, sobre estos fundamentos se construyen las relaciones objetales
ulteriores y los desarrollos emocionales e intelectuales que necesitan la atención
del analista tanto como los más tempranos; es decir, que nuestro campo de
investigación cubre todo lo que yace entre la situación actual y las primerísimas
experiencias. De hecho, no es posible encontrar el acceso a las primeras
emociones y relaciones de objeto, sino por el examen de sus vicisitudes a la luz
de desarrollos ulteriores. Es sólo por el relacionar una y otra vez (y esto
significa un trabajo arduo y paciente) las experiencias ulteriores con las
anteriores y viceversa, es sólo por el explorar consistente de su interjuego, que
el presente y el pasado pueden juntarse en la mente del paciente.
∗
El paciente puede a veces preferir el escapar del presente hacia el pasado, al vivenciar que sus emocionales,
angustias y fantasías están actualmente operantes en su plena intensidad y focalizadas sobre el analista. Otras
veces como sabemos, las defensas se dirigen sobre todo contra el re-vivenciar el pasado en relación con los
objetos originarios.
aspectos fantásticos de los objetos pierden su fuerza. Todo esto implica que la
vida inconsciente de fantasía —separada menos rígidamente de la parte
consciente de la mente— puede ser mejor utilizada en las actividades del yo,
con el consiguiente enriquecimiento general de la personalidad. Me refiero aquí
a las diferencias —en oposición con las semejanzas— entre la transferencia y
las primeras relaciones de objeto. Estas diferencias son la medida del efecto
curativo del tratamiento analítico.
Indiqué más arriba que uno de los factores que suscitan la compulsión a la
repetición es el apremio que proviene de las primeras situaciones de angustia.
Cuando la angustia persecutoria y depresiva y la culpa disminuyen, hay menor
necesidad de repetir más y más veces las experiencias fundamentales, y por
consiguiente los patrones y las modalidades primitivas del sentir se mantienen
con menos terquedad. Estos cambios fundamentales se producen con el análisis
consistente de la transferencia; están ligados con la profunda revisión de las
primerísimas relaciones de objeto y se reflejan tanto en la vida corriente del
paciente como en sus actitudes distorsionadas hacia el analista.
BIBLIOGRAFIA
PAULA HEINMANN
(Londres)
∗
Trabajo leído en el 169 Congreso Psicoanalítico Internacional, Zurich, 1949. Después de presentado este
artículo en el Congreso, mi atención fue llamada por un artículo de Leo Berman: “Couatertransferences and
Attitudes of the Analyst in the Therapeutic Process” (“Psychiatry”, tomo XII, N9 2, mayo de 1949). El hecho de
que el problema de la contratransferencia haya sido puesto en el tapete en forma casi simultánea por distintos
investigadores indica que nuestro tiempo está maduro para una investigación más completa de la naturaleza y de
la función de la contratransferencia. Estoy de acuerdo con el repudio fundamental del Dr. Berman hacia la
frialdad emocional del analista, pero disiento con él en mis conclusiones sobre el uso que debe hacer el analista
de sus sentimientos hacia el paciente.
Por otra parte, existe otra línea de pensamiento, como la de Ferenczi, que
no sólo reconoce que el analista experimenta muchas clases de sentimientos
hacia su paciente, sino que le recomienda expresarlos abiertamente en ciertas
oportunidades. En su artículo titulado “Handhabung der Übertragung aug Grund
der Ferenczigchen Versuche” (“Int. Zeitschr. f. Psychoanal”, Bd. XXII, 1936)
Alice Balint sugirió que una tal honestidad de parte del analista es provechosa y
coherente con el respeto de la verdad inherente al psicoanálisis. Aunque admire
su actitud, no puedo concordar con sus conclusiones. Otros analistas han sos-
tenido que el expresar sus sentimientos al paciente hace al analista más
“humano”, y que ayuda al paciente a construir con él una relación más
“humana”.
Para el propósito de este artículo, uso el término de “contratransferencia”
para designar la totalidad de los sentimientos que el analista vivencia hacia su
paciente.
Se podría objetar que este uso del término no es correcto, y que la
contratransferencia significa simplemente la transferencia de parte del analista.
Sin embargo, mi opinión sería que el prefijo “contra” implica factores
adicionales.
En todo caso es útil recordar al pasar que los sentimientos transferenciales
no pueden ser diferenciados estrictamente de los que se refieren a otra persona
como tal y no como sustituto parental. Se hace notar con frecuencia que no todo
lo que el paciente siente hacia su analista es debido a la transferencia y que, a
medida que el análisis progresa, se vuelve más capaz de sentimientos
“adecuados a la realidad”. Esta misma advertencia muestra que la diferenciación
entre las dos clases de sentimientos no es siempre fácil.
Mi tesis es que la respuesta emocional del analista a su paciente dentro de la
situación analítica representa una de las herramientas más importantes para su
trabajo. La contratransferencia del analista es un instrumento de investigación
PAULA HEINMANN∗ **
(Londres)
∗
Presentado en la primera parte de un symposium sobre la contra-transferencia organizado por la sección
médica de la Sociedad Británica de Psicología, Londres, 28 de octubre de 1959,
**
Publicado en el “British Journ.al of Medical Psychology”, 33, 9, 1960.
lejano del paciente, y proporcionando hábiles interpretaciones intelectuales.
Más aún, tendían a pasar por alto o a omitir comentarios acerca de la
transferencia positiva con sus fantasías sexuales inherentes, y
a seleccionar arbitrariamente los elementos de la transferencia negativa, porque
se encontraban entonces más seguros de alcanzar su meta de “frío desapego”.
Les escapaba el hecho de que mucho de la agresión que ellos veían, era la
reacción del paciente al sentirse rechazado e incomprendido.
A menudo, cuando las interpretaciones de un candidato me parecían estar
fuera de todo rapport con su paciente, le preguntaba lo que él había sentido
realmente. Y surgía con frecuencia que, en sus sentimientos, había registrado
adecuadamente el punto esencial. Podíamos ver entonces que, si hubiera
aceptado sus sentimientos y si los hubiera tratado como una respuesta a un
proceso dentro del paciente, hubiera tenido una buena posibilidad de descubrir a
lo que había respondido. Naturalmente, en tales oportunidades, el candidato se
daba también cuenta de sus problemas personales no solucionados que
producían la transferencia de él hacia su paciente, lo que permitía llevar a su
análisis uno de los aspectos útiles de la experiencia del control.
Sin embargo, sería equivocado considerar los problemas de la
contratransferencia meramente como dolores de crecimiento de los
principiantes. Los he encontrado en mi propio trabajo, y, aun analistas de
muchísima experiencia, anteriores a mí, han mencionado estas dificultades.
Quisiera recapitular rápidamente los principales puntos que sostuve en mi
anterior trabajo.
La situación analítica es una relación entre dos personas. Lo que diferencia
esta relación de otras no es la presencia de sentimientos en uno de los
“partners”, el paciente, y su ausencia en el otro, el analista, sino el grado de
sentimiento que experimenta el analista y el uso que hace de sus sentimientos,
siendo estos factores interdependientes. El fin del análisis propio del analista no
es el transformarlo en un cerebro mecánico que pueda producir interpretaciones
en base a un proceso puramente intelectual, sino el hacerlo capaz de contener
sus sentimientos en vez de descargarlos como lo hace el paciente.
Al mismo tiempo que esta atención libre y tranquilamente flotante que
habilita al analista para escuchar simultáneamente en muchos niveles, necesita
ana sensibilidad emocional libre mente despierta para poder percibir y seguir de
cerca los movimientos emocionales y las fantasías inconscientes del paciente
Comparando los sentimientos despertados en sí mismo con e contenido de las
asociaciones de su paciente y las cualidades de su humor y de su
comportamiento, el analista posee el medie de averiguar si ha entendido a su
paciente o si no pudo lograrlo.
∗
Gitelson hace un aporte muy interesante al describir ejemplos de esta clase. Una indicación de que este
análisis de ensayo no es una empresa favorable, reside en los sueños del paciente que, sin ningún
enmascaramiento, retratan al analista como estando dedicado a una actividad obviamente dañina para el
paciente.
sí mismo racionalmente frente a las dificultades”. La contratransferencia, tal
como la define Gitelson, representa la activación de aspectos no analizados y no
integrados del analista. Sin embargo, ya que esto ocurre sólo en forma
episódica, en una relación reconocida y específica con el material del paciente,
y ya que, además, algunas de las manifestaciones son groseramente
sintomáticas, hay poco peligro de que el analista las pase por alto y se abstenga
de analizar en sí mismo sus propias actitudes. Mediante el análisis de su
contratransferencia el analista puede por lo tanto “reintegrar su posición como
analista, y utilizar el factor perturbador... con el propósito de analizar su
explotación por parte del paciente”.
Expuse estos puntos del trabajo de Gitelson porque ofrece muchos
esclarecimientos, y porque hay mucho en común entre sus opiniones y las mías.
Hay también algunas diferencias importantes.
Para los analistas que, como yo, no adoptamos el procedimiento de empezar
con un análisis de ensayo, la primera entrevista diagnóstica debe decidir no sólo
el diagnóstico psiquiátrico del paciente, sino también contestar las dos
preguntas siguientes: 1) ¿Puede el paciente ser ayudado por el análisis? 2)
¿Puede ser ayudado por mí como su analista? Puede ocurrir que la primera
pregunta sea contestada por “sí”, y la segunda por “no”. En tales casos, el
paciente debe ser enviado a otro analista.
El concepto de Gitelson de un “resto neurótico de potencial transferencial”
en el analista, ofrece una distinción valedera entre transferencia y
contratransferencia. Pero, ya que en la contratransferencia, como lo muestra
Gitelson también, los elementos neuróticos en el analista están activos, me
pregunto si el factor esencial que hace la diferencia es cualitativo. En mi
opinión, lo decisivo es el aspecto cuantitativo. Si hay en el analista una
inclinación y una habilidad para proceder al necesario autoanálisis, mayores en
un caso que en el otro, es porque en este caso particular sus angustias
subyacentes y las defensas que erige contra ellas son menos fuertes.
Esto me lleva de vuelta a ciertos puntos de mi trabajo anterior, donde, en
vez de definir la transferencia y la contratransferencia en los sentimientos del
analista, puse el énfasis sobre su posible utilidad, residiendo el criterio, por lo
tanto, en su intensidad. En otras palabras, desde el punto de vista del paciente,
no importa mucho en qué fuente se originan los sentimientos del analista, con
tal de que el analista no use defensas que perturben su percepción. El manejo de
sus sentimientos forma parte del proceso de reintegración (Gitelson, 1952) y del
comprender a su paciente (Heinmann, 1950).
Si bien una distinción conceptual entre transferencia y contratransferencia
es posible, en la experiencia real ambos componentes están fusionados. Es
verdad que el potencial transferencial se manifiesta en forma muy evidente en la
primera entrevista con un paciente o durante el análisis de ensayo, como lo
muestra Gitelson. Pero pienso que es también activo en los episodios ulteriores
del análisis establecido. En mi experiencia, cuando examiné, después de
ocurridos (siendo la visión a posteriori proverbialmente fácil) incidentes de la
contratransferecia, utilizados con éxito como indicaciones de los procesos del
paciente, llegué a la conclusión que el retraso temporal entre mi comprensión
inconsciente y consciente era debido en parte a factores transferenciales que no
había reconocido en el momento.
Varios autores han planteado la conveniencia de comunicar al paciente, o
no, las veces en las cuales la contratransferencia ha afectado la actitud del
analista.
Expresé la opinión de que una comunicación de esta clase constituye la
confesión de elementos personales que pertenecen al analista; significaría pues
un fardo para el paciente y lo apartaría de su análisis. Por lo tanto, no debiera
hacerse tal comunicación.
Gitelson (1952) y Margaret Little (1951) sostienen ambos que debe hacerse
esa comunicación. Rechazando la idea de confesión, Gitelson dice: “En tal
situación, uno puede revelar de sí mismo cuanto sea necesario para propiciar y
apoyar el descubrimiento por el paciente de la realidad de la situación inter-
personal en contraste con la situación transferencial-contratransferencial.” La
Dra. Little compara esto con los errores del analista acerca del tiempo o de las
cuentas. Recomienda que se mencione explícitamente “su origen en la
contratransferencia inconsciente”. Más aún, examina la posibilidad de que el
análisis de la contratransferencia pueda llevar el análisis a profundidades
mayores, como lo hizo el análisis de la transferencia. Ambos autores
recomiendan mucha cautela, se dan cuenta de los posibles abusos, y previenen
en contra del “acting out en la contratransferencia
Difícilmente plantea un problema el hecho de que los errores que cometió el
analista deban ser reconocidos. Tampoco constituye una dificultad, excepto si la
necesidad subjetiva del analista en ser honesto juega, inconscientemente, un
papel en ello. El error puede referirse al dinero, al tiempo, o a una in-
terpretación.
Sin embargo, la manera en que se hace es determinada por un problema más
hondo y fundamental: el papel atribuido al analista como persona real.
Quisiera retomar aquí las expresiones del Dr. Fordham acerca de la
personalidad del analista y de su contribución al proceso terapéutico.
Habló del “estadio de transformación” durante el cual la personalidad total
del paciente y del analista están comprometidas. En su análisis de un ejemplo de
“contratransferencia sintónica”, define la interpretación adecuada, o una parte
de ella, como sigue: “Ahora veo por qué no contesto a sus preguntas, es lo
mismo que pasaba con su padre. Usted me ha hecho semejante a su padre por la
misma persistencia de sus preguntas a las cuales usted no espera contestación.”
Teniendo en cuenta las formulaciones teóricas anteriores del Dr. Fordham,
supongo que el trozo “. . . por qué no contesto a sus preguntas” no es accidental,
sino intencional y significativo. Diría también que posiblemente no estoy
capacitada para apreciar completamente sus implicaciones, por no estar
familiarizada con los trabajos de Jung.
El tipo de interpretación que yo daría se focalizaría sobre el preguntar de la
paciente. Por qué pregunta ella, y no por qué yo no contesto. Asimismo, en
cuanto a un error que yo hubiera cometido, dejaría claramente sentado que he
cometido un error, y que, tal como me doy cuenta ahora, la cosa es distinta, y
presentaría entonces la interpretación correcta. Si se trata de un error en el
tiempo que provoque inconvenientes, diría “lo lamento” y ofrecería el remedio
práctico. Un paciente tiene muchas oportunidades en su vida en las cuales una
persona, excusándose por un error, dará los motivos de éste. Tiene, en cambio,
la situación analítica solamente, en la cual su prerrogativa exclusiva y
consistente es ser objeto de una investigación de motivos y significados.
Sostengo que, como persona real, el analista es tan útil al paciente como
podrían serlo cualquier Juan o Pedro. Lo que lo hace de uso único para el
paciente es su habilidad, que llegó a desarrollar mediante aquel entrenamiento
especial que les recordaba. Mediante esta habilidad, es capaz de descubrir las
razones y los significados en la vida de su paciente, las fuentes de sus
motivaciones, la red compleja de su personalidad, inclusive las interacciones y
oscilaciones entre las fantasías primitivas inconscientes y las percepciones y los
juicios adecuados a la realidad. Puede descubrir, y presentar sus
descubrimientos al paciente en una forma emocionalmente significativa y, por
ello mismo, dinámicamente eficiente. Esta habilidad que posee el analista, y que
no poseen Juan o Pedro, lo ubica en una posición única vis-á-vis de su paciente,
que es necesaria y vale la pena preservar.
Para evitar malentendidos: la personalidad del analista es importante, ya
que su habilidad (o quizá debiéramos decir su arte?) está condicionada por
aquélla en las formas más intrincadas y complejas. Es por esto que dijimos que
la habilidad del analista es desarrollada por su formación, y no adquirida. Pero
sólo mediante su arte debe expresarse la personalidad del analista.
Mucho de su personalidad se revela natural e inevitablemente en su
apariencia, sus movimientos, su voz, su estilo, el arreglo de la pieza, etc. Todo
esto ofrece al paciente perchas donde colgar sus especulaciones, sus fantasías y
sus recuerdos Lo mismo ocurre con los errores del analista. Los analistas no
explican por qué tienen tal o cual mueble, aun si el paciente lo encuentra de mal
gusto y lo juzga por lo tanto un grueso error. No veo por qué el analista tendría
que cambiar de conducta cuando el error se produce en un episodio particular. A
veces, no puede impedir que lo que está haciendo revele efectivamente algo
personal. Pero es un accidente desafortunado que, aun si no produce malos
efectos, no altera el principio.
Daré un ejemplo. Inmediatamente antes de la sesión con una analista joven,
me enteré de la muerte de otro analista, lo que me afectó profundamente.
Consideré si sería necesario postergar la sesión, pero era demasiado tarde. La
analizada comenzó su sesión como de costumbre. Dos veces, no pude seguirla y
le pregunté qué había dicho. Cuando esto ocurrió por segunda vez, ella se
disculpó, y dijo que debía ser muy poco clara ese día, y que algo debía andar
mal en ella. Dije entonces que la culpa era mía, y mencioné que acababa de
enterarme de la muerte de aquel analista. La analista joven, que no había tenido
ningún contacto personal con aquél, expresó su pesar, agregando que ella sabía
cuánto esto significaba para mí. El análisis que siguió trató el tema de mi duelo,
que tenía una importancia grande y específica, considerando la historia de la
paciente. Había perdido a su padre cuando era niña y el estado de viudez de su
madre había sido objeto de un conflicto largo, variado e intenso. Luego, el
análisis trató el tema de su conducta al tomar sobre sí misma la culpa de un
objeto (en este caso, la mía). Examinando más tarde la situación, ví
posibilidades de tratarla sin hacer la comunicación personal que había hecho.
Actué como lo hice porque estaba perturbada. Incidentalmente, mi revelación de
mí misma no le dio de hecho más información de la que hubiera adquirido ella
misma. Se hubiera enterado del acontecimiento poco después de la sesión, y
también de que yo, como pertenezco a la generación de analistas más antigua,
estaría en duelo por la muerte de aquel analista. Hasta donde pude apreciar, mi
perturbación y mi comunicación personal no habían hecho daño alguno a la
paciente. Sin embargo, lo considero como una desviación de la sana técnica
analítica.
A pesar de las múltiples e inevitables revelaciones de la personalidad “real”
del analista, éste permanece sin-persona. Es el espejo que refleja al paciente.
Por obra de la transferencia, el paciente repite su vida pasada, sus experiencias
emocionales complejas con sus objetos y consigo mismo. Aún sí el juicio del
paciente sobre el analista es correcto, éste permanece como una figura del
mundo interno de aquél, como algo que debe poder manipular según la
dinámica de sus propios procesos internos, determinada por sus experiencias
inconscientes y pasadas. La reserva del analista con respecto a su vida privada
no tiende a la mistificación. Estímulos que tienen su fuente en la vida externa
del paciente o en la situación analítica, producirán configuraciones específicas,
y puede el analista ser retratado correctamente en algunas, y en otras tan
fantásticamente distorsionado, que el hecho de que el analista es el objeto trans-
ferencial del paciente es obvio.
¿Sería posible, me pregunto, que podamos tolerar esto con mayor
ecuanimidad si este objeto transferencial es distinto de la forma en que nos
vemos a nosotros mismos? ¿Es ésta una experiencia de tanta inseguridad,
cuando el paciente nos muestra que está poseyendo y manipulando nuestra
persona real, como para que deseemos invocar la realidad de la “relación in-
terpersonal” ordinaria con el fin de recuperar nuestra persona real en nosotros
mismos?
El Dr. Fordham recomendó con razón que los analistas se den cuenta de sus
experiencias irracionales. Como lo admitimos todos, ningún analista es
completa y perfectamente analizado, y permanecen residuos neuróticos. ¿Cuál
es el signo de la acción de nuestros residuos neuróticos? Pienso qua la respuesta
es sencilla: cada vez que sentimos la tendencia a salir de la situación analítica
hacia una situación de relación interpersonal común. La Dra. Little habla de
resistencia contratransferencial, aunque en un contexto distinto. Aquí deben
mencionarse los peligros del análisis didáctico. Es fácil para el analista
didáctico preocuparse por enseñar en vez de analizar y los contactos entre ana-
lista didáctico y candidato en la asociación o en las situaciones de enseñanza
son intrusiones repetidas que pueden ser explotadas por factores inconscientes
en ambos: analista y candidato.
Tanto el Dr. Fordham como yo mismo hemos hecho remontar los
sentimientos perturbados del analista en la contratransferencia hasta un retraso
temporal entre la comprensión inconsciente y la consciente. Esto significaría
que algo que el analista percibió ha pasado sin que se dé cuenta fuera del
dominio del yo consciente, y en consecuencia se ha vuelto inaccesible. ¿Existen
métodos para contrarrestar tal acontecimiento? Saliendo de los límites de este
symposium, mencionaré mi opinión (1956) que el autoanálisis y la
autoformación continuos del analista pueden llevarlo a mejorar la sensibilidad
de las funciones de su yo consciente, a las cuales me referí brevemente como
“percepción”. Sugerí que puede y debería adoptar un enfoque multidimensional,
enfrentando la situación analítica con las preguntas: ¿Qué? ¿Por qué? ¿Quién?
¿A quién? ¿Qué está haciendo el paciente en este preciso momento? ¿Por qué lo
hace? ¿A quién representa el analista en este momento? ¿Qué aspecto pasado
del paciente está dominando? ¿En qué forma representa esto una respuesta a una
interpretación anterior (o a otro incidente)? ¿Qué significó esa interpretación
para el paciente, según sus sentimientos, etc.?
Referencias Bibliográficas
E. E. MONEY-KYRLE
INTRODUCCION
*
Publicado en el “Int. .J. Psycho-Anal”, 37, pp. 860-66, 1956.
**
El uso de contratransferencia “como instrumento de investigación” ha sido usado por Paula Heinmann [“On
countertransference” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 31, 1950)]. Ella ha destacado sus causas en el paciente, mientras
que Margaret Little [“Countertransference on the patient’s response to it” (“Int. Psycho-Anal.”, 82, 1951)] lo ha
encarado en el sentido de ver sus efectos sobre el paciente. Desde luego que éste, es también un aspecto
importante. Pero al interpretar la respuesta del paciente a nuestra contratransferencia, las opiniones difieren.
***
Paula Heinmann. Ibid.
CONTRATRANSFERENCIA NORMAL
∗
La sublimación de la curiosidad y de los impulsos paternales han sido destacados respectivamente por Clifford
Scott y Paula Heinmann en las discusiones científicas realizadas en la Sociedad Psicoanalítica Británica, pero no
he encontrado referencias sobre estos puntos en otras publicaciones. Sin embargo, Paula Heinmann en
“Problems of the training Analysis” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 35, 1954) se refiere a los peligros de una excesiva
sublimación paternal.
aun un padre. Pero es con el niño inconsciente del paciente donde está el mayor
interés del analista y, como este niño, muy a menudo trata al analista como a un
padre, el inconsciente de éste difícilmente puede evitar responder de algún
modo, viendo al paciente como a su niño.
∗
Simultáneamente al descubrimiento de nuevas modalidades en el paciente, el analista puede hacer
progresos en su propio análisis de “postgraduado”.
**
Annie Reich habla de una “breve identificación” [“On countertransference” ( “Int. J. Psycho-Anal.”, 32,
1951)] y Paula Heinmann menciona la identificación introyectiva y proyectiva en su trabajo “Problems of the
training Analysis”.
***
Klein, Melanie: “Notes on sorne Schizoid Mechanisrns” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 27, 1946 y en
“Developments in Psychoanalysis”, 1952). Pienso que la distinción entre identificación proyectiva e introyectiva
está implícita en los trabajos de Freud pelo no suficientemente desarrollada en “Psicología de las masas y
análisis del Yo”.
reproyectará interpretando. Pero, de lo que pienso que el analista conoce más, es
de la fase proyectiva, es decir, de aquella fase en la cual el paciente es el
representante de las primitivas partes inmaduras o enfermas de él, incluyendo
sus objetos dañados, los cuales, al ser ahora comprendidos, son tratados por la
interpretación en el mundo externo.
Mientras el paciente recibe interpretaciones efectivas, éstas le ayudan a
responder con nuevas asociaciones que también serán comprendidas. Mientras
el analista las comprenda, esta relación satisfactoria que yo llamo “normal”
persiste. En particular, los sentimientos contratransferenciales del analista
estarán determinados por la empatía con el paciente en la cual se basa su
“insight”.
PERIODOS DE NO COMPRENSION
*
La medida en que nosotros nos restrinjamos a dar puramente interpretaciones, depende, desde luego de la
escuela a la que pertenezcamos. Todos estarnos de acuerdo en que nuestro principal papel es el de interpretar.
Nadie niega tampoco que para ello, adoptamos un marco dentro del cual realizamos nuestro trabajo: proveemos
el confort físico del diván, ajustamos nuestra cortesía a las características de cada paciente y lo mantenemos con
escasas variaciones. Las diferencias surgen cuando se plantean las posibilidades de manejar ese marco
deliberadamente una vez que lo establecimos. Así Winnicott, si lo he entendido correctamente, ha planteado que
con ciertos pacientes psicóticos, hay que ajustar la actitud de modo tal, qua el analista sea, para el paciente, el
tipo de sujeto ideal que nunca ha tenido antes. En otras palabras, que eso no basta el sólo interpretarle al
paciente el papel que éste espera de su analista
emocional del analista, a la cual éste ha de ser capaz de manejar silenciosamente
para poder comprender los otros dos factores: la parte del paciente que ha
puesto en marcha esta situación y finalmente el modo de actuar sobre él. Desde
luego que esta dificultad se sortea en segundos adquiriendo la
contratransferencia el carácter de un delicado aparato receptor. Pero creo conve-
niente exponer con más extensión el primer factor, como si se tratara de un
largo proceso, cosa que, por otra parte, a veces es así.
En otras palabras, parecería existir una simbiosis entre la tendencia del analista
a prolongar la introyección del paciente, al que no puede comprender o ayudar y
la tendencia de éste a proyectar partes de sí mismo, en la forma descripta por
Melanie Klein, en el analista que no lo está ayudando (esto puede ser
particularmente perturbador si la ansiedad del paciente está en relación con la
necesidad de librarse de su propia destructividad).
Un ejemplo del tipo de proceso que recuerdo, puede ser visto en otra
experiencia bastante común del fin de semana. Durante un corto tiempo después
de haber terminado el trabajo de la semana, el analista puede estar
conscientemente preocupado con algún problema no resuelto de uno de sus
pacientes. Luego olvida y el período de preocupación es seguido por una
indiferencia que lo priva de sus intereses privados que lo ocupan en sus horas de
ocio. Sugiero que esto es debido a que, en fantasía se han proyectado partes de
sí mismo en el paciente y debe entonces reencontrarlas al enfrentarse
nuevamente con él.
Cuando esta pérdida parcial del “self” ocurre en una sesión, a menudo se
experimenta como una pérdida de la potencia intelectual; el analista se siente
estúpido. El paciente puede muy bien haber contribuido a esa situación. Quizá
frustrado al no obtener una interpretación inmediata, desea inconscientemente
*
Melanie Klein. Ibid. H. Rosenfeld: “Transference Phenomena and Transference Analysis in an Acute
Catatonic Schizophrenic Patient” (“Int. J. Psycho-Anal.”, 33, 1952.
castrar a su analista y al tratarlo como si en realidad lo estuviera, hace que éste
se sienta castrado.*
Un ejemplo complicado, tomado de mi experiencia, ilustrará el modo
simultáneo de operar estos procesos. El tema dominante fue la introyección de
un paciente que deseaba proyectarme su enfermedad, experimentando la
sensación de que me había robado mi ingenio.
Un paciente neurótico en el cual eran destacables los mecanismos
esquizoides y paranoicos, vino a la sesión con una intensa ansiedad porque no
había podido trabajar en su oficina. Se sentía con una sensación de vaguedad,
como si en realidad no valiera nada.
Recordando una situación en la que se había sentido despersonalizado
durante un fin de semana, y durante el cual soñó haber dejado su radar en una
tienda, sin poderlo recuperar hasta el lunes, pensé que en su fantasía sentía
haberme dejado partes de su “self” bueno. Pero yo no me sentía seguro de esto,
ni de otras interpretaciones que di.
El, por su parte, las rechazó, incrementándose su rabia, al mismo tiempo
que me reprochaba por no ayudarlo. Sobre el final de la sesión, el paciente ya no
estaba despersonalizado, pero estaba furioso, a la vez que despreciativo.
Era yo quien ahora me sentía inútil. Cuando eventualmente reconocí, al
final de la sesión, que mi estado era semejante al que él me había descripto,
sentí el alivio de la reproyección. Pero había terminado la hora.
Vino a la sesión siguiente con el mismo estado de ánimo: enojado y
despreciativo. Le dije entonces que él había sentido que me había reducido a un
estado de inutilidad y vaguedad, similar al que él experimentaba, y que lo había
hecho para ponerme en apuros haciéndome preguntas y rechazando mis res-
puestas, como lo hacía su padre. Su respuesta fue sorprendente; por primera vez
*
Si es así, el paciente introyecta al analista y entonces queda en un estado de una más desesperada necesidad de
ayuda exterior. En esta situación, el analista experimenta la desagradable percepción de que el paciente está
exigiendo más de lo que él puede dar en ese momento, conscientemente una buena interpretación e
inconscientemente un pene o un pecho que ahora ninguno de los dos siente tener.
en dos días, quedó tranquilo y pensativo. Luego dijo que se había enojado
conmigo porque sentía que mis interpretaciones tenían que ver con mi
enfermedad y no con la suya.
Sugiero que, tal como sucede en un film en “ralentisseur” podemos ver con
todo detalle lo que, en la situación analítica ‘‘normal’’ sucede muy rápidamente.
Comencé a identificarme introyectivamente con él, tan pronto se acostó y
empezó a hablar de su incomodidad. No pude reconocer en seguida que eso
tenía que ver con algo que ya había entendido en mí mismo. Por eso se hizo
lento el proceso que me permitiera expresarme y aliviarlo. A su vez, el paciente
sentíase frustrado al no obtener interpretaciones efectivas, y reaccionó
proyectándome su sentido de impotencia mental, al mismo tiempo que se
comportaba como si hubiera tomado de mí, lo que él había perdido: el claro y
agresivo intelecto de su padre, con el cual atacaba su impotente “self” en mí.
En ese momento, desde luego, era inútil tratar de tomar el hilo que yo había
dejado perder. Había surgido una nueva situación que nos afectó a los dos.
Antes que la parte jugada por mi paciente pudiera ser interpretada, fue
necesario un silencioso autoanálisis que me permitiera realizar la discriminación
entre dos aspectos que parecían muy similares: mi propio sentimiento de
incompetencia, que me llevó a perder el hilo de los acontecimientos, y el
desprecio de mi paciente por su “self” impotente, que lo sentía en mí.
Cuando me di esta interpretación pude realizar la otra mitad, es decir, al
interpretar logré restablecer la situación analítica normal.
De acuerdo con Bion* la capacidad de realizar esta discriminación mucho
*
W. E. Bion: Language and the schizophrenic, cap. 9. En: “New Dircetions in Psychoanalysis”, 1955. Editado
por Melanie Klein, Paula Heinmann y E. E. Money-Kyrle. Constituye un interesante problema la forma en que
un paciente logra exitosamente imponer sus fantasías y los afectos correspondientes sobre su analista más que
en sí mismo. No creo que necesitemos apelar a ninguna forma de comunicación extrasensorial, pero pienso que
puede existir un tipo de comunicación preverbal, arcaico, semejante quizá al usado en los animales gregarios en
los cuales, la actitud de llamada, despierta en los demás el efecto correspondiente. En la situación psicoanalítica,
una comunicación de este tipo, no es sentida a primera vista corno algo que provenga del paciente. El analista
experimenta el afecto como una respuesta a algo que se ha producido en sí mismo. El esfuerzo que se realice
tenderá a diferenciar entre la contribución del paciente y la propia.
más rápidamente que en el ejemplo, es un importante uso de la
contratransferencia en interés del análisis.
CONTRATRANSFERENCIA POSITIVA
Y NEGATIVA
CONCLUSION
Traducido por
Vida M. de Prego y Luis E. Prego Silva
Revisión psicoanalítica
*
Heinrich Racker: “Estudios sobre técnica psicoanalítica”. Paidós, Buenos Aires, 1960. Prefacio.
contratransferencia como complemento de la transferencia, de igual importancia
teórica y técnica que ésta en el proceso psicoanalítico. No puede caber la menor
duda que sus trabajos sobre el tema, desde 1948 hasta 1960, han contribuido en
forma sumamente importante, no sólo a fundamentar la orientación actual del
movimiento analítico latinoamericano, sino a fomentar la investigación sobre la
contratransferencia dentro del movimiento analítico en general. Muchos de los
frutos de este trabajo se manifestarán en el porvenir.
Esta breve revisión tiene por finalidad el recalcar algunos aspectos del
aporte de Racker, y, naturalmente, no pretende resumir los distintos trabajos de
los “Estudios sobre- técnica psicoanalítica” que tratan del tema, con gran
abundancia de material clínico analizado con la extrema sutileza que
caracterizaba a Racker. Quizá sería útil para ello tratar de ubicarlo dentro de los
investigadores que se ocuparon del tema en los diez o doce últimos años. Lo
que llama la atención primero en su aporte es la extensión, la profundidad, el
intento de agotar en lo posible un tema de esta importancia. No creo que otros
autores hayan tratado en forma tan sistemática de llegar a una descripción y una
comprensión exhaustivas de la contratransferencia, intento que proviene de la
conciencia de enfrentarse a un tema nodular de la teoría analítica y el más capaz
de proporcionarnos adelantos técnicos. No creo que nadie haya tenido tan clara
conciencia del hecho que, si el analista es él mismo su propio instrumento de
trabajo, la forma de hacer retroceder las limitaciones del análisis era
perfeccionar el instrumento, tratando, según una dialéctica ya utilizada por
Freud en cuanto a la transferencia y a otras ideas, de transformar el obstáculo en
medio de acción.
Racker compartió este punto de vista con Paula Heinmann, y algunos pocos
investigadores, hasta que fue incluido, como lo es ahora, en el patrimonio de
*
Racker. Ibídem, p. 13.
todos los psicoanalistas. Pero su posición se diferencia de la de Paula Heinmann
en ciertos puntos. El mismo formula estas diferencias: mientras Paula Hein-
mann limitaba su estudio a las formas relativamente normales y poco intensas
de la contratransferencia, Racker incluye también el estudio de reacciones
contratransferenciales de gran intensidad, y aún patológicas, y sostiene que, a
pesar de estos caracteres, pueden ser utilizadas como instrumento técnico. Por
otra parte, cuando Paula Heinmann considera la contratransferencia como
limitada a las reacciones del analista frente al yo y al ello de su paciente, Racker
atribuye una importancia muy grande, además, a la contratransferencia con los
objetos internos del analizado. Finalmente, Racker trata de establecer corre-
laciones específicas entre determinadas reacciones contratransferenciales y las
situaciones transferenciales de los pacientes que las activaron.
*
Racker. Ibídem, p. 160.
∗
Racker. Ibídem, p. 71.
lado el estudio histórico de la maduración de su pensamiento, trataré de dar una
idea global de los conceptos que ha formulado.
Si la contratransferencia debe entenderse como la acción psicológica total
del analista frente al analizando, una primera diferenciación aparece de
inmediato en ella: el analista tiene por función específica en la situación
analítica comprender al analizando y tratar de transmitirle esta comprensión.
Comprender es identificarse. El analista trata por lo tanto de coincidir con los
distintos aspectos de la personalidad de su paciente, en conflicto unos con otros.
Esta identificación se hace parte por parte: el yo del analista con el yo del
analizando, etc. No significa hundirse en el paciente ni en su conflicto, sino
identificarse parcialmente, mientras el yo del analista se mantiene en parte
(mediante un proceso de división relativa) como observador de la situación
interpersonal. En esta forma, el analista reconoce en el complejo de Edipo de su
paciente a su propio complejo de Edipo, discriminando naturalmente los
aspectos diferenciales de estas situaciones internas. Esta identificación ha sido
denominada por Helen Deutsch “identificación concordante”.
∗
Op. cit., p. 144.
subcontratransferencia, el analizando llega en esta forma a ser vivenciado como
el superyo del analista. Esta situación se da por ejemplo cuando existe el peligro
que el análisis fracase, que el paciente empeore, etc., y puede dar lugar a
reacciones patológicas: ya sea un sometimiento masoquístico a los objetos
superyoicos reproyectados en el paciente (“romperse todo”, “matarse” por el
paciente, como en un caso citado por Racker, dejarse invadir por él como en
otro, etc.); ya sea un intento de invertir esta situación, proyectando el objeto
malo y culpable en el paciente (“yo no soy incapaz, es el analizando que no
sirve”); o un proceso hipomaníaco (por ejemplo el admitir como mejoría real
una mejoría tan sólo aparente y transitoria del analizando, negando así la
persistencia del conflicto).
Otro concepto descriptivo interesante introducido por Racker desde 1948 es
el de para-contratransferencia. Se refiere a reacciones contratransferenciales que
se establecen con las figuras de personas cercanas al analizando (padres,
cónyuges, hijos, etc.), y son paralelas a las reacciones para-transferenciales que
establece el analizando con las personas cercanas al analista.
Las formas de la contratransferencia manifiestan procesos psicológicos
subyacentes y una dinámica que Racker ha estudiado y descrito muy
detalladamente. “Cada situación transferencial provoca una situación
contratransferencial que surge a raíz de la identificación del analista con los
objetos del analizando. Estas situaciones contratransferenciales pueden ser
reprimidas o bloqueadas efectivamente, pero probablemente no evitadas; en
todo caso no deberían ser evitadas a fines de una comprensión total.”∗ Esta
respuesta contratransferencial obedece a leyes determinadas, entre las cuales la
ley del talión ocupa un lugar muy importante. Así toda transferencia positiva es
contestada en un plano por una contratransferencia positiva, y una negativa o
sexual por reacciones correspondientes. De ahí que la contratransferencia
∗
Racker, op. cit., p. 164.
constituya un indicador muy provechoso de los aspectos escondidos de la
situación transferencial. Ya sea que se manifieste por ocurrencias o fantasías
contratransferenciales, o por una posición contratransferencial implicando una
participación mucho mayor y constante del yo en la situación, la
contratransferencia proviene de la simbiosis psicológica entre analista y
analizando. Por esto, las resistencias transferenciales, que son defensas
utilizadas por el analizando para que no se repitan en la transferencia las
catástrofes vividas con los objetos arcaicos se duplican en el analista por
contrarresistencias que obedecen a un determinismo semejante. Por ejemplo, el
analista puede temer la repetición en la situación contratransferencial de los
crímenes cometidos en fantasía contra sus objetos infantiles, y encontrarse
paralizado frente a su paciente por angustias depresivas.
∗
Estudios VII y VIII.
Consecuencias semejantes, aunque aparentemente opuestas, tiene la actitud
caracterológica hipomaníaca mal resuelta en el analista. Lo lleva a una serie de
confusiones conceptuales y de actitudes técnicas equivocadas que llegan a un
mayor encubrimiento de ciertos conflictos esenciales de los pacientes, a pesar
de “mejorías” sintomáticas ruidosas.
La primera confusión surge a propósito de la “dependencia” o
“independencia”. Se pierde de vista que la independencia frente a los objetos
externos puede ser una formación reactiva contra una angustiosa dependencia
frente a un objeto interno odiado y temido en el fondo, y se paga por la
incapacidad de entrega libidinosa y de contacto afectivo con el objeto (ambas
cosas implicando un cierto “depender” de él, en la medida en que es amado). En
ciertos casos, se acepta así por “independencia” lo que no es en realidad sino
una seudoindependencia, habiendo sido transferida la independencia verdadera,
de los objetos externos del paciente al analista. Este es vivido entonces no como
alguien que permite una mayor independencia, sino como alguien que le exige.
En este caso, el analista vive en una estrecha dependencia de ciertos objetos
internos suyos, y reacciona con una negación de esta dependencia. Tiende hacia
el “acting-out”, buscando una independencia hipomaníaca, y tiende a realizar
este “acting-out” con su analizando a impulsarlo hacia una actuación formal-
mente independiente. Pero tendrá las correspondientes dificultades en hacerle
elaborar y superar su dependencia neurótica frente a su analista.
La misma confusión se encuentra en cuanto a la “liberación instintiva”
como fin analítico. A pesar de las aclaraciones de Freud al respecto, los
analistas con tendencias caracterológicas hipomaníacas tienden a impulsar a sus
analizandos, en forma más o menos enmascarada, a la actuación instintiva
externa, lo que los ayuda, no a resolver su conflicto instintivo (ni las angustias
subyacentes), sino a reforzar una defensa patológica más, el “acting-out”.
El mismo problema se manifiesta también en el trato de los sentimientos de
culpabilidad, si el analista se empeña en considerarlos como “neuróticos” y en
atacar a los “objetos malos” que los provocan. Se transforman los sentimientos
de culpabilidad en acusaciones contra los padres u otros objetos, favoreciendo
así la defensa contra la depresión por medio de la “manía recriminatoria”. Se
confunde así la recriminación con el conocimiento libre de temor de la neurosis
de los padres.
Todas estas confusiones pertenecen a la confusión más general, y
caracterológicamente determinada en el analista, entre manía y salud.
De todo esto resaltan los usos de la contratransferencia El proceso analítico
no sería pensable sin una situación de fondo de contratransferencia positiva —
como tampoco lo sería sin la transferencia positiva—. La contratransferencia
positiva es lo que permita al analista identificarse con el analizando, compren-
derlo, intervenir activamente para ayudarlo. Pero también otras formas de
contratransferencia —la negativa, la sexual, las formas caracterológicas—
pueden intervenir e intervienen necesariamente, creando obstáculos.
Por suerte, la comprensión del obstáculo permite no sólo superarlo, sino
utilizarlo como instrumento para mejorar nuestra técnica. Esta dialéctica se
observa con particular claridad en el análisis hecho por Racker de las
contrarresistencias para interpretar.∗ Estas contrarresistencias se producen
cuando percibimos y entendemos algo importante en la situación del paciente,
y, por algún motivo subjetivo, retenemos su interpretación.
En tales casos se observa siempre que la contrarresistencia para interpretar
coincide y colabora con la propia resistencia del paciente. El surgimiento de la
contrarresistencia, por lo tanto, no sólo señala el punto urgente de la resistencia
del paciente, sino también que algún elemento de la interpretación se nos ha
escapado, sin el cual la interpretación no sería realmente adecuada. El
descubrimiento de este punto ciego hace desaparecer la contrarresistencia y
permite la interpretación más actual y eficiente.
Por razones bastante obvias, Racker no piensa que deban favorecerse las
manifestaciones de la contratransferencia, ni comunicar sus contenidos al
analizando como contenidos contratransferenciales. No ve en su investigación
ningún motivo para renunciar a la regla de neutralidad del analista, sino lo con-
trario.
La comprensión de la contratransferencia sólo nos permite un acceso más
claro a nuestro objeto, la situación única y global estructurada por el
determinismo recíproco de la transferencia y de la contratransferencia. Sólo en
esta perspectiva pueden incluirse los elementos contratransferenciales en la
interpretación
—cuando no representan una confesión de la subjetividad del analista, pero sí
un elemento dado e inconscientemente viven-ciado por el paciente, de la
situación analítica actual—.
La contratransferencia sirve de brújula para la interpretación, al mismo
tiempo que la transferencia y por los mismos motivos.
Muchos progresos quedan por hacer en el perfeccionamiento de esta
brújula, tanto teóricos como personales. Una parte importante de los que ya
fueron hechos se debe a Heinrich Racker.
Willy Baranger.
∗
Op. cit. Estudio IX.
Reseña de libros y revistas
En este artículo, publicado por primera vez en 1939, los autores plantean el
problema de la participación del psicoanalista en las actitudes transferenciales
de los pacientes. Era un principio básico e incontrovertible, para la mayoría de
los psicoanalistas, que el terapeuta debía abstenerse en absoluto de transferir al
analizando ninguno de sus estados afectivos: debía conducirse frente al sujeto,
según el símil empleado por Freud, como una pantalla, o como la superficie
pulida de un espejo que reflejara las fantasías y las emociones del otro, pero sin
poner nada de sí mismo, sobre la elaboración interpretativa. Según lo refiere
Balint, el analista debía conducirse como un objeto inanimado, y proceder en
forma tal, de no “influir sobre su paciente sino a través de su función
interpretativa”. En ese sentido, el análisis era comparado con una operación
quirúrgica y la conducta neutral del analista con la asepsia del cirujano.
Sin embargo, debemos preguntarnos hasta qué punto el analista está de
hecho, absolutamente libre de todo rasgo personal susceptible de transferencia.
Ya Freud había señalado que el análisis no se realiza en el vacío. El
psicoanalista, en efecto, tiene un nombre, un prestigio, una edad, es hombre o
mujer, y en un sentido amplio transfiere esos caracteres de su personalidad a sus
pacientes.
Los autores enumeran una serie de elementos personales que varían de un
analista a otro, y que son capaces de provocar reacciones dispares de orden
transferencial, en los pacientes, aun cuando el terapeuta se coloque en la
posición neutral aconsejada. Dichos elementos son numerosos y se traducen por
detalles, algunos de ellos aparentemente nimios, que se refieren, no sólo a los
rasgos estrictamente personales del psicoanalista, sino también a los aspectos
del mobiliario, desde las características del diván, hasta los muebles, adornos y
grado de iluminación del consultorio.
Para Balint, muchas variantes técnicas propuestas y defendidas con
entusiasmo por sus autores, traducen más que nada aspectos personales que
llevan a maneras diferentes de conducir el tratamiento psicoanalítico, pero que
desde el punto de vista estadístico, no altera los resultados finales, los
porcentajes de éxitos y fracasos.
Esto lo lleva pues a revisar el concepto del analista “pantalla” y a
preguntarse si “en la práctica, dado que la situación psicoanalítica es la
resultante del interjuego entre la transferencia del paciente y la
contratransferencia del analista complicada por las reacciones liberadas en cada
uno por la transferencia del otro”, puede todavía ser considerada como un
campo “estéril”, neutro.
Señala además, que una de las fuentes de la técnica del analista es la
transferencia de sus emociones, vale decir, una manera de librarse, en forma
sublimada de sus propias tensiones, “especialmente las que surgen en el curso
del tratamiento con nuestros pacientes”. Y agrega que cada técnica debe realizar
dos tareas: la primera y la más importante, lograr que el paciente analizado
aprenda a conocerse a sí mismo, su propio inconsciente, y no el del
psicoanalista y, segunda, procurarle a éste una válvula emocional
suficientemente eficaz.
Volviendo a la metáfora de Freud, concluyen, que el analista debe
comportarse sí, como un espejo, pero no pasivamente, como un objeto
inanimado, sino reflejando sin deformar a su paciente. Cuanto más claro se vea
el paciente a sí mismo, mejor será la técnica usada cualquiera sea la magnitud
de los rasgos personales revelados por el analista a través de sus actitudes,
interpretaciones, etc.
Rodolfo Agorio.
Comienza el autor dando algunos ejemplos para aclarar lo que entiende por
transferencia. En el primer ejemplo, una paciente constantemente lo criticaba,
pretendiendo enseñarle lo que debía decir y cómo debía decirlo, así como lo que
debía hacer. La interpretación, aceptada por ella, que esperaba encontrar al
padre en su analista y quería cambiarlo de acuerdo a su imagen interna de él,
no modificó la situación. Como la enferma no logró sus propósitos, sintió
frustración y rabia. ¿Es esto transferencia? No, porque la paciente no transfirió
sus emociones en relación con su padre a su analista, sino que quiso transformar
a su analista en su padre, lo que condujo a un conflicto sobre una base casi
real.
¿Qué debemos entender por transferencia? Es una proyección, en el sentido
de externalización, de las relaciones inconscientes del paciente con sus primeros
objetos. La actitud de la paciente mencionada no es transferencia porque ella no
proyectó la imagen de su padre en el analista, sino que trató de cambiar a su
analista según la imagen del padre.
Madeleine Baranger.
Madeleine Baranger.
Madeleine Baranger.
Madeleine Baranger.
Vida M. de Prego.