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PROYECTO

“LEEMOS EN CASA”
NOMBRE:

APELLIDOS:

C.E.I.P. GLORIA FUERTES - GUADIARO - CURSO 2009/10


ESTIMADAS FAMILIAS:

Os invito a participar en un hermoso proyecto llamado “Leemos en casa”.

 ¿EN QUÉ CONSISTE?

En leer a vuestro hijo/a cuentos y otros textos de la literatura infantil

(adivinanzas, retahílas, trabalenguas, poesías, etc.

 ¿CUÁLES SON LOS OBJETIVOS?

 Potenciar el hábito de lectura en su hijo/a.

 Establecer vínculos afectivos entre padres/hijos.

 ¿CÓMO LO HAREMOS?

 Cada JUEVES el/la alumno/a se llevará a casa el portafolios con los

textos.

 Los/las padres/madres elegiréis el mejor momento para llevar a cabo la

lectura nueva (antes de acostarse viene muy bien porque les sirve para

relajarse). Además, a lo largo del fin de semana podéis volver a leerles

las que más les gusten.

 Es muy conveniente que antes de leérsela la hayáis leído vosotros, para

que la lectura resulte más fluida.

 Los LUNES traerán los portafolios con todos los textos para

guardarlos en clase hasta el siguiente fin de semana.

 En clase trabajaremos expresión oral sobre los textos leídos en casa.

 Podéis incluir algún texto que os guste especialmente y que deseéis

compartir con el resto de la clase.

Por último, solamente me queda agradeceros de antemano vuestra

participación y colaboración.
DERECHOS DE LOS/LAS NIÑOS/AS

A ESCUCHAR CUENTOS

1.- Todo niño/a, sin distinción de raza, sexo, idioma o religión, tiene derecho a

escuchar los más hermosos cuentos.

2.- Todo niño/a tiene derecho a saber quiénes fueron ANDERSEN,

CAPERUCITA ROJA, EL GATO CON BOTAS... y a crecer acompañado de

“ÉRASE UNA VEZ”, que abre las puertas a la imaginación.

3.- Todo niño/a tiene derecho a exigir que los adultos les cuenten cuentos a

cualquier hora del día.

4.- Todo niño/a tiene derecho a escuchar cuentos sentado a las rodillas de sus

abuelos. Aquellos abuelos/as que carezcan de nietos deben acudir a las

escuelas, parques... para contar cuentos a los niños/as con ternura y amor.

5.- Todo niño/a tiene derecho a inventar y contar sus propios cuentos, así

como a modificar los ya existentes.

6.- Todo niño/a tiene derecho a pedir que le cuenten el mismo cuento un millón

de veces.

7.- Todo niño/a tiene derecho a exigir a los adultos que le cuenten cuentos

nuevos. Por ello, tenemos la obligación de nutrirnos permanentemente de

nuevos e imaginativos cuentos: largos o cortos, con príncipes o sin ellos, con

dragones buenos o dragones malos... Lo único obligatorio es que sean

maravillosos e interesantes.
1.- ¡YO, LEÓN!
Cuentan que un cazador iba un día caminando por esos montes, cuando se encontró un
león, un águila, un galgo y una hormiga. Los cuatro animales parecían estar
peleándose.
- Buenas tardes, amigos. ¿Qué os pasa? ¿Por qué os estáis peleando? –preguntó el
cazador.
- Pues nada- contestó el león-, que nos hemos encontrado un borrego y no estamos
conformes con la forma de repartirlo. Si usted quisiera ayudarnos...
-¡Cómo no! –dijo el hombre-. Para ti, león, la carne. Para ti, galgo, los huesos. Para ti,
águila, las tripas. Y para ti, hormiga, la cabeza, para que tengas donde comer y casa
donde dormir.
Quedaron conformes, y para agradecérselo, cada animal le entregó una cosa al
cazador.
-Yo te doy un pelo de mi melena –dijo el león-. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
león!”, y ninguna fiera del mundo te podrá ganar.
-Yo te doy una pluma de mis alas –dijo el águila-. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
águila!”, y nada se te escapará volando.
-Yo te doy un pelo de mis patas –dijo el galgo-. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
galgo!”, y nada se te escapará corriendo.
-Pues yo –dijo la hormiga –no sé que darte. Si te doy una pata me quedo cojita. Te
daré un cuernecito, que me hace menos falta. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
hormiga!”, y en hormiga te convertirás.
Los cuatro le dijeron que para volver a convertirse en hombre no tenía más que decir:
“¡Yo, hombre!”.

Siguió el cazador andando, andando, y llegó a un castillo solitario. “¡Qué raro, que no
se ve a nadie!”, pensó en cazador. Y como no podía entrar, dijo: -“¡Yo, águila!”. Se
convirtió en águila y voló hasta una torre del castillo. Por la ventana vio a una
hermosa dama, dormida en su lecho. Pero como la ventana estaba cerrada, dijo: -“¡Yo,
hormiga!”. Se convirtió en hormiga y entró por una rendija. Cuando ya estaba dentro,
dijo “¡Yo, hombre!”, y otra vez se convirtió en hombre.

La dama, que era una princesa, le dijo que era prisionera de un terrible dragón que
solo la dejaría en libertad cuando alguien lograra vencerlo en una prueba de fuerza y
velocidad.
El cazador buscó al fiero dragón, y cuando lo encontró dijo: “¡Yo, león!”, y así logró
vencerlo en la prueba de fuerza. A continuación dijo: “¡Yo, galgo!”,y de esa forma
logró ser el más rápido en la prueba de velocidad.
Tras vencer al dragón y liberar a la princesa, dijo: “¡Yo, hombre!”, y de nuevo se
convirtió en hombre.

La bella princesa y el cazador, que se habían enamorado, se fueron a vivir al castillo


del rey, y fueron felices y comieron perdices, y al que no se lo crea, que nadie lo vea.
2.- EL PIRATA MALAPATA

pirata princesa timón hacer un agujero

volcán ancla mar espada

peces isla

El Malapata, tenía muy mala suerte, y todo le salía mal.

Un día secuestró a una , pero cuando se disponía a huir, le

dispararon con un ,hundieron

su y la pudo escapar.

En otra ocasión, nuestro amigo el estaba al de

su nuevo muy contento, porque tenía un gran .

Pronto llegaron a una y se pusieron a hacer

un donde escondieron el . Cuando se alejaban


de la en el se quedaron con la boca

abierta, al ver como un lo sepultaba todo.

Tiempo después, una

enorme, le hizo caer del y como pudo, se sujetó del

, pero cuando miró al vio como se acercaba

un terrible que quería comérselo y no tenía su

para defenderse. Del susto, dio un salto y volvió

a subirse al . Cuando lo hizo, bajó la y harto

de tanta mala suerte como , montó un negocio de

venta de y se alejó de tanta aventura peligrosa.

Y chocolate chocolatín, este cuento llegó a su fin, y al que no levante


el culo, se le queda pegado al cojín.
3.- LA MUJER DE LOS BOLSILLOS.

Aquella noche Raquel no quería dormir. No tenía nada de sueño y se pasó toda la

noche llamando a su madre: -¡Mamá, tráeme agua! ¡Mamá, tengo pis! ¡Mamá, no puedo

dormir!

-¡Raquel, haz el favor de dormir, que mañana no te podrás levantar! ¡Mira que si no te

callas vendrá la mujer de los bolsillos!

- ¿La mujer de los bolsillos? ¿Quién es esa mujer? - preguntó Raquel asustada.

- La mujer de los bolsillos ha existido desde que yo era pequeña. Dicen que se pasea

por las calles, y cuando oye a un niño llorar, gritar o protestar, se sube a las ventanas

de las casas y se lo lleva dentro de uno de sus bolsillos.

- ¿Y dónde vive la mujer de los bolsillos?

- Creo que fue Jaime, el policía, el primero en ver su escondite. Una casa en ruinas

justo en medio del bosque de la Luna Pálida. Allí vive con diez gatos pelones, tres

perros pulgosos, cinco gallinas desplumadas, una rana y una lagartija.

- Mamá... ¿y cómo es la mujer de los bolsillos?

- Yo no la he visto nunca, pero dicen que es una mujer muy sucia, tiene el cabello

colorado, largo y enredado, los ojos pequeños, la nariz larga, la cara llena de granos y

le faltan la mitad de los dientes.

- ¿Y porqué odia tanto a los niños?

- Siempre ha sido muy antipática. Nunca le han gustado las criaturas. Desde que era

pequeña, cuando iba a la escuela, todos se reían de su abrigo lleno de bolsillos. Era

una niña solitaria que sólo hablaba con los animales, y eso la convirtió en lo que ahora

es: una bruja.

- "Mañana iré al bosque de la Luna Pálida a ver si todo lo que me ha dicho mamá es

verdad" - pensó Raquel mientras su madre le daba un beso de buenas noches.

Se lo diría a David, seguro que él le acompañaría.

Y así fue. Al día siguiente los dos caminaron y caminaron por el bosque hasta que por

fin, entre los árboles, encontraron la casa. Pero la casa ni estaba en ruinas ni
era tenebrosa. En la puerta había una mujer con un gatito en brazos, pero ni era fea

ni parecía antipática. Hasta tenía cara de buena persona. Raquel y David se acercaron

a la mujer despacio y asustados, pero enseguida se dieron cuenta de que no era

peligrosa.

- Bienvenidos a mi casa -dijo la mujer con una gran sonrisa.

- ¿E...e... eres la mujer de los bolsillos?- Preguntó David balbuceando.

La mujer dijo que sí con la cabeza.

– “Pero tienes una casa muy bonita, y no pareces una bruja”, aseguró Raquel

.- ¿Por qué todo el mundo te tiene miedo?

- ¿Y te pones a los niños en los bolsillos?

La mujer empezó a reírse sin parar, y les enseñó lo que llevaba dentro de los

bolsillos: eran caramelos de todos los gustos, piruletas, chocolatinas, regaliz,

bombones, todas las golosinas que os podáis imaginar. Qué equivocada que estaba su

madre. María, que así se llamaba, era la mujer más dulce que nunca había conocido.

Raquel tenía que resolver aquella injusticia. María merecía ser conocida por todos en

el pueblo, adultos incluidos, así nunca más asustarían a los niños con su persona.

Lo primero que se le ocurrió fue reunir a todos los niños y niñas en la plaza mayor

para que la conocieran. María repartió caramelos y sonrisas a todos aquellos que se le

acercaban, pequeños y grandes. Y a partir de aquel día, la mujer de los bolsillos fue

querida por todos, y ya nadie le tuvo miedo.

FIN
4.- TRABALENGUAS Y RETAHILAS

Trabalenguas

Me han dicho Si tu gusto gustara del gusto

que has dicho un dicho, que gusta mi gusto,

un dicho que he dicho yo, mi gusto gustaría del gusto

ese dicho que te han dicho que gusta tu gusto.

que yo he dicho, no lo he dicho; Pero como tu gusto

y si yo lo hubiera dicho, no gusta del gusto

estaría muy bien dicho que gusta mi gusto,

por haberlo dicho yo. mi gusto no gusta del gusto

que gusta tu gusto.


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El trapero tapa con trapos
la tripa del potro.
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Cuando cuentes cuentos,
cuenta cuantos cuentos cuentas,
porque si no cuentas cuantos cuentos cuentas,
nunca sabrás cuantos cuentos cuentas tú.

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Parra tenía una perra. Guerra tenía una parra.

La perra de Parra subió a la parra de Guerra.

Guerra pegó con la porra a la perra de Parra.

Y Parra de dijo a Guerra: ¿Por qué ha pegado Guerra con la porra a la perra de Parra?

Y Guerra le contestó: Si la perra de Parra

no hubiera subido a la parra de Guerra, Guerra no habría pegado con la porra a la

perra de Parra.
Retahílas para sortear juegos

Pata Sucia fue a la feria

a comprar un par de medias.

Como medias no había,

Pata Sucia se reía,

ja, je, ji, jo, ju,

¡Pata Sucia eres tú!

Para quedarse con una cosa encontrada

Una cosa me he encontrado

cuatro veces lo diré,

si su dueño no aparece

con ella me quedaré.

Para jugar al escondite

Periquito Periquito

se parece a su papá,

por arriba, por abajo,

por delante y por detrás.

Que se escondan,

que se escondan,

que se escondan todos ya,

el que no quiera esconderse

que no vuelva nunca más.


5.- GOTITA DE AGUA, COPITO DE NIEVE

Había una vez una gotita de agua que soñaba con llegar a convertirse en nieve y
cubrir de blanco las praderas del campo. Pasó mucho tiempo, hasta que una gran
sequía bajó tanto el nivel de agua del lago en que vivía nuestra gotita que ésta se
evaporó, subiendo arriba, arriba, hasta el cielo. Allí formó parte de una pequeña
nube, y en cuanto hizo un poco de frío, buscó la primera campiña para dejarse caer y
cubrirla de nieve.
Pero sólo era un copito de nieve, y en cuanto tocó el suelo, apenas pasaron unos
segundos antes de derretirse de nuevo. Allí le tocó esperar otra vez hasta que los
rayos del sol vinieron a llevarla hasta una nube blanca y regordeta. Sin desanimarse
por su primer fracaso, la gota volvió a dejarse nevar en cuanto pudo, pero
nuevamente, al cabo de unos pocos segundos se había derretido completamente.
Varias veces volvió a evaporarse, y otras tantas se convirtió en copito de nieve. Y las
mismas veces fracasó en su intento de cubrir los campos y laderas de las montañas.
Finalmente, fue a parar a una gran nube, donde millones de gotitas de agua se
agolpaban. Unas cuantas de gotas daban órdenes a todas las demás, haciendo que se
apretujaran entre ellas:
-¡Las gotas más grandes abajo, y las ligeras arriba! ¡Venga, venga, no hay tiempo que
perder!
La gotita pensó en dejarse caer otra vez, pero una gotita simpática y divertida la
frenó, diciéndole: -¿Dónde vas? ¿Es que no quieres participar?
Al ver el gesto de sorpresa de nuestra gotita, le explicó que se estaban preparando
para una gran nevada.
-A todas las gotitas que estamos aquí nos encanta ser copitos de nieve durante
muchos días, por eso nos hemos juntado en esta nube. Intenté varias veces nevar por
mi cuenta, pero descubrí que no podía hacerlo sola. Y encontré esta nube genial,
donde todas ayudamos un poquito. Y así hemos conseguido hacer las mejores nevadas
del mundo.
Poco después, ambas gotitas volaban por el cielo en forma de copos de nieve,
rodeadas de millones y millones de copos que cubrieron las verdes praderas.

Y con inmensa alegría, nuestra gotita comprobó que cuando todos colaboran, puede
conseguirse hasta lo que parece más imposible.
6.- Don Arbolón
Había una vez un colegio que se llamaba "Los Árboles”. ¿Sabéis porqué? Pues porque
tenía su patio lleno de árboles. Los había chiquititos, también medianitos, grandes...
Pero había uno que era enorme, un viejo árbol que estaba justo en mitad del patio. Se
llamaba Don Arbolón y ocupaba aquel espacio desde mucho antes de que se
construyera el colegio.
Don Arbolón quería mucho a todos los niños que habían pasado por aquel colegio y los
niños le querían mucho a él. Bajo su sombra, los niños descansaban, merendaban,
jugaban a cromos, se contaban hasta sus secretos más grandes.... Y Don Arbolón,
impasivo, siempre acariciaba con la sombra de sus ramas a aquellos niños que tanta
compañía le hacían y tanto confiaban en él.

Un día Don Arbolón apareció malito, con un gran agujero en su tronco y habiendo
perdido todas sus hojas. Las señoritas y los maestros del colegio llamaron corriendo
a unos señores jardineros, quienes con muy poco amor a la naturaleza y sólo con
ganas de ganar dinero, ni tan siquiera se preocuparon por Don Arbolón, y al verlo tan
viejecito, propusieron arrancarlo y plantar en su lugar muchos árboles jóvenes.

Los niños, cuando oyeron aquello, sin premeditarlo, se levantaron de golpe y


cogiéndose de sus manitas rodearon a Don Arbolón cantando "Don Arbolón no se va
del colegio...Don Arbolón se queda aquí...porque todos los niños... queremos mucho a
Don Arbolón".

Las señoritas y los maestros inmediatamente echaron a aquellos señores y llamaron a


un viejo jardinero que vino muy deprisa con una gran maleta. Cuando vio a Don
Arbolón, le tomó la temperatura, la presión, le miró la garganta.... y al ratito dijo, -
"necesito tierra para prepararle su medicación". Los niños corriendo fueron a por
tierra y en un gran cubo se la trajeron. El viejo jardinero mezcló con la tierra jarabe,
gotitas, unos polvos y lo extendió todo en el suelo, rodeando a Don Arbolón, dándole
unas cariñosas palmaditas en su tronco al marchar.

Todos se fueron a casa preocupados por Don Arbolón y cuando llegaron al día
siguiente ¡sorpresa! Don Arbolón ya no tenía aquel enorme agujero en su tronco y
todas las hojitas habían vuelto a brotar en sus ramas. Los niños, muy contentos,
rodearon nuevamente con sus manos a Don Arbolón y con mucha alegría cantaron: -
"Don Arbolón ya no está malito, Don Arbolón se ha curado ya, todos los niños
queremos mucho a Don Arbolón".
Don Arbolón sonrió a su manera, haciendo un simpático movimiento de todas sus
ramas, y el sol que iluminaba el patio del colegio brilló con mucha más intensidad,
participando de aquella alegría que inundó aquella mañana el colegio "Los Árboles".
FIN
7.- EL GATITO MIEDOSO

Un día de otoño, Gatito se asomaba por la ventana. Observaba cómo los días se
hacían más cortos y la noche se apresuraba. Tenía miedo. Quería salir a la calle, pero
le aterraba la oscuridad y se escondía cerrando los ojos.
Desesperado, contó su temor a Kant, un perro que vivía en su misma casa, y éste,
dispuesto a ayudar a su amigo Gatito, propuso salir a dar un paseo por el bosque.
¿Por el bosque? –dijo Gatito- No sé si tendré valor. Está muy oscuro.
-¡Querido amigo, la única manera de vencer el miedo es descubriendo todo lo que te
rodea! Si oímos algún ruido en la noche y abrimos bien los ojos, podemos encontrar
cosas maravillosas.
Gatito, convencido por Kant, dijo que sí al paseo.
Sigilosos y prudentes, los dos amigos emprendieron su camino, cuando de repente,
oyeron un ruido: “-uuuh, uuuuh, uuuh...”
Gatito, casi temblando, se para y cierra los ojos, mientras su amigo Kant le anima
diciendo: -“Vamos, Gatito, tienes que mirar. Si aprendes a mirar en la oscuridad, el
miedo vencerás. Además, seguro será un búho ululando. Si nos acercamos, seguro que
nos enseñará algo, pues lo búhos son muy sabios.
Se acercaron y allí estaba el búho, saludando amablemente.
Gatito, avergonzado por su miedo, le dijo: -“Disculpe, señor búho, pero tengo miedo a
la oscuridad y me preguntaba si podría ayudarme”
- Por supuesto que sí, para eso están los amigos. Te enseñaré algo que tal vez tu
miedo no te ha permitido saber. Y es que los gatos tenéis ojos mágicos, que brillan en
la oscuridad y alumbran como si fueran linternas. Eso te ayudará a no perderte de
noche.
Gatito le dio las gracias, y desde ese día, abría los ojos para ver qué le asustaba y así
ir venciendo el miedo.
Poco a poco, Gatito se hacía más valiente, y al llegar la noche, buscaba a su amigo
Kant para vivir nuevas aventuras. Unas veces descubrían una rana croando, otras a un
murciélago revoloteando, y así, infinidad de nuevos sonidos.
Al fin aprendió a dormir feliz y tranquilo por las noches y sin ningún temor. Cuando
oía algún ruido, abría muy bien los ojos, y veía alguno de sus amiguitos del bosque que
le daban las buenas noches.

No olvides que si aprendes a ver en la oscuridad, el miedo vencerás y tus temores


desaparecerán.
8.- LOS TRES CERDITOS

casa ladrillo lobo casa derribó

puerta chimenea fuego

Eran que decidieron irse al bosque, y hacerse

una cada uno. El pequeño se la hizo de paja, el

mediano hizo su de madera y el mayor, que

era el más trabajador, hizo su de . El pequeño

terminó muy pronto y se puso a descansar, pero... "Toc-toc"

-¿Quién es? -Soy el y si no abres, soplaré y soplaré

y tu derribaré. Entonces el sopló y sopló y

su , pero el consiguió escapar a casa de su hermano


mediano. Estaban los en la de madera cuando llegó

el y dijo... –“Abrid la , o soplaré y soplaré y la

derribaré” ... y sopló y sopló y su derribó, pero ellos pudieron

escapar a de su hermano mayor. Al poco tiempo llegó el

y repitió lo mismo...... “Abrid la o soplaré y soplaré

y la derribaré”....Y sopló y sopló....y la casa no se derrumbó.

Entonces el pensó entrar por la y

los le prepararon una sorpresa. Cuando bajó

el se quemó con el y salió aullando por el bosque.

Los tres cerditos aprendieron la lección de que el trabajo bien

hecho

tiene su recompensa.

Y colorín colorado, este cuento aquí se ha terminado, y al que

no levante el culo, se le queda pegado.


9.- LA AVENTURA DE LOS TRES REYES MAGOS

Melchor, Gaspar y Baltasar, los tres Reyes Magos, andaban de cabeza. Tenían que
preparar muchísimos juguetes que llevarían a todos los niños y las niñas: bicicletas,
muñecas, pelotas, puzles... Los tenían ya metidos dentro de una caja azul grande,
grande. Tan grande como una piscina. Esa caja era mágica. ¿Sabéis lo que hacía?
Pues... ¡¡que volaba!! Iba volando detrás de los Reyes, que iban montados en sus
camellos.
Cuando todo estuvo preparado, los Reyes y la gran caja azul emprendieron el camino.
Era un camino largo, largo. Los Reyes viven muy lejos de las casa de los niños y las
niñas.
Anduvieron mucho, de día y de noche. No podían parar porque tenían que llegar a
tiempo y dejar en los zapatos de los niños y las niñas los juguetes que habían pedido.
Cuando les quedaba muy poco para llegar al pueblo de Pablo y Marta, ocurrió algo:
empezaron a caer unas gotitas de agua del cielo. ¡¡Estaba lloviendo!!
Llovía y hacía mucho frío, tanto que se puso a granizar. El camello de Melchor se puso
a estornudar y a tiritar. Se había resfriado.
Melchor le limpió los mocos y le puso una bufanda azul, pero seguía estornudando.
Tenían que parar, pues no podían continuar con un camello enfermo. Y como la caja
azul era mágica, bajó hasta el suelo y se convirtió en una casa, para que los Reyes y
los camellos se metieran dentro. Le dieron al camello un jarabe y leche calentita,
como hace mamá cuando nos resfriamos.
Tendrían que esperar a que el camello se pusiese bueno para continuar el viaje. Lo
malo es que no llegarían a tiempo para repartir los regalos.
Pablo y Marta, cuando se despertaron, se encontraron con que no tenían regalos.
- ¿Qué habrá pasado? –preguntó Pedro.
Salieron a la calle y vieron que todo estaba blanco y había granizado.
Había muchos niños y niñas y se pusieron todos a jugar. Y se lo estaban asando tan
bien, que incluso olvidaron que n o tenían regalos de los Reyes Magos.
Cuando entraron en casa, sonó el teléfono. Eran los Reyas Magos, diciendo que iban a
tardar un poco porque tenían un camello enfermo.
Así que, si a vosotros alguna vez no os dejan regalos los Reyes, no os preocupéis,
porque seguro que vendrán otro día.
10.- ADIVINA ADIVINANZA.

Son como bicicletas pequeñitas,


y con ellas ves las cosas más claritas.
(Las gafas)

En una oscura cueva hay una rosa colorada, que llueva o no llueva
siempre está mojada.
(La lengua)

Adivina, adivinanza:
¿Qué tiene el rey en la panza,
igual que cualquier mendigo?
(El ombligo)

Un hombre muy blanco en medio del frío;


que cuando sale el sol se convierte en río.
(Muñeco de nieve)

Nadie a mí me puede pegar, que a todos pego sin esperar.


(El pegamento)

Tengo agujas y no sé coser,


tengo números y no sé leer.
(El reloj)

Te doy mi leche y mi lana


y para hablar digo, ¡bee...!,
si no adivinas mi nombre yo nunca te lo diré.
(La oveja)

Poco a poco, poco a poco,


se fue haciendo su casita;
y cuando de ella salió
¡ya era mariposita!
(El gusano)
Soy roja como un rubí
y llevo pintitas negras;
me encuentras en el jardín,
en las plantas o en la hierba.
(La mariquita)

Roe que roe por los desvanes,


buscando queso de aperitivo,
atento siempre,
que le conviene,
a no encontrarse con su enemigo.
(El ratón)

Oro parece,
plata no es.
Si no lo adivina bien tonto es.
(El plátano)

Blanco es,
la gallina lo pone,
en la sartén se fríe
y por la boca se come.
(El huevo)

En este banco se sientan


solos un padre y un hijo,
el padre se llama Juan,
el hijo ya te lo he dicho.
(Esteban)

Con sólo tres colores


ordeno a cada uno.
Si todos me respetan
no habrá accidente alguno.
(El semáforo)
Idea y enseñanza principal. Todos podemos conseguir grandes cosas, y tenemos

en nosotros lo necesario para conseguirlas. No debemos darle importancia a la

belleza exterior, y querer cambiar sólo por cómo nos vean los demás.

11.- El hada fea


Había una vez una aprendiz de hada madrina, mágica y maravillosa, la más lista y

amable de las hadas. Pero era también un hada muy fea, y por mucho que se

esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban empeñados

en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza. En la escuela de

hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o

cualquier otra persona en apuros, antes de poder abrir la boca, ya la estaban

chillando y gritando:

- ¡Fea!. ¡Bicho!. ¡Lárgate de aquí!.


Aunque pequeña, su magia era muy poderosa, y más de una vez había pensado hacer

un encantamiento para volverse bella; pero luego pensaba en lo que le contaba su

mamá de pequeña:

- Tú eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que eres
así por alguna razón especial...
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a

todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus

propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo

seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para

todas, adornando la cueva con murciélagos, sapos y arañas, y música de lobos

aullando.

Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran

hechizo consiguieron encerrar a todas las brujas en la montaña durante los

siguientes 100 años.

Y durante esos 100 años, y muchos más, todos recordaron la valentía y la

inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad

una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de alegría

sabiendo que tendría grandes cosas por hacer.


12.- ADIVINA, ADIVINANZA.

Zumba que te zumbarás, van y vienen sin descanso, de flor en flor trajinando y
nuestra vida endulzando.

LA ABEJA

Yo fui tu primer sonido cuando comenzaste a hablar y soy la primera letra que en
el abecedario está.

LA A

Soy un color muy brillante que al azul no puedo ver, porque cuando estoy con él me
pone verde al instante.

EL AMARILLO

Si dices mi nombre se rompe.

EL SILENCIO

Una señora muy aseñorada nunca afuera y siempre esta mojada.

LA LENGUA

Es alguien con el que pasas muchos ratos de tu vida, con el que juegas y corres y
no le cuentas mentiras.

EL AMIGO

Son mis colores tan brillantes que el cielo alegro en un instante.

EL ARCOIRIS

Tronco abajo, tronco arriba, luciendo mi larga cola, nadie en rapidez me gana;
corriendo, me quedo sola.

LA ARDILLA

Lleva años en el mar y aun no sabe nadar.

LA ARENA
Muy bonito por delante, muy feo por detrás, me transformo a cada instante e
imito a los demás.

EL ESPEJO

De padres cantores provengo, pero no soy cantor, tengo el cuerpo blanco y


amarillo el corazón.

EL HUEVO

El burro la lleva a cuesta, escondida en un baúl, Yo no la tuve nunca, y siempre la


tienes Tú.

LA LETRA U

Se parece a mi madre
pero es más mayor,
tiene otros hijos Solución:
que mis tíos son. LA ABUELA

De tus tíos es hermana,


es hija de tus abuelos
y quién más a ti te ama. Solución: MAMÁ

Al principio una cama


y una fiera después.
¿Alguno de vosotros
sabe qué animal es? Solución: EL CAMALEÓN

La jaula es su casa,
su ropaje amarillo,
con su canto alegra
a todos los vecinos. Solución: EL CANARIO

Me encuentras en la playa
a la sombra y al sol,
mi nombre tiene CARA
y también tiene COL. Solución: EL CARACOL
13.- El Rey Arturo.
Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que
batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.

La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago
Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al

castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para

garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era
mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas

mágicas.

Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera
descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor.

Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de

hierro, con una leyenda que decía:

"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de

Inglaterra"

Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron
mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos,

habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.

Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la


espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la

puerta estaba cerrada.

Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su
desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la

roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y

Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la

ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.


Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se
lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar.

Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces

Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un

rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la
corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín,

pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.

Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en


armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por

lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron

derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.

Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que
estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa

Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra

como para Arturo.

"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-.

Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de tí".

Y así, de esa forma, el reino consiguió vivir en paz durante muchos años.

FIN
14.- El burrito descontento

Érase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo


nevaba copiosamente, y dentro de una casa de labor, en su
establo, había un Burrito que miraba a través del cristal de la
ventana. Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja seca. - Paja
seca! - se decía el Burrito, despreciándola-. Vaya una cosa que me
pone mi amo! Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera, para
poder comer hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en el prado
y junto al camino!

Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la


primavera, y con la ansiada estación creció hermosa hierba verde en
gran abundancia. El Burrito se puso muy contento; pero, sin
embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría. El campesino segó la
hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego
volvió y la cargó nuevamente. Y otra vez. Y otra. De manera que al Burrito ya no
le agradaba la primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierba verde.

- ¡Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que


cargar tanta hierba del prado!- Vino el verano;
mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte
del animal. Porque su amo le sacaba al campo y
le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus
huertos. El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que
trabajar bajo los ardores del Sol. - Ay, qué ganas tengo de que llegue el
otoño! Así dejaré de cargar haces de paja, y tampoco tendré que llevar
sacos de trigo al molino para que allí hagan harina. Así se lamentaba el
descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba, porque ni en
primavera ni en verano había mejorado su situación.
Pasó el tiempo... Llegó el otoño. Pero, qué ocurrió? El criado
sacaba del establo al Burrito cada día y le ponía la albarda. -
Arre, arre! En la huerta nos están esperando muchos cestos de
fruta para llevar a la bodega. El Burrito iba y venía de casa a la
huerta y de la huerta a la casa, y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba
que no había mejorado su condición con el cambio de estaciones.

El Burrito se veía cargado con manzanas, con patatas, con mil


suministros para la casa. Aquella tarde le habían cargado con un
gran acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa, iba
razonando a su manera: - Si nada me gustó la primavera, menos
aún me agradó el verano, y el otoño tampoco me parece cosa
buena. ¡Oh, que ganas tengo de que llegue el invierno! Ya sé que
entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto afán deseaba. Pero, al menos,
podré descasar cuanto me apetezca. ¡Bienvenido sea el invierno! Tendré en el
pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor contento.

Y cuando por fin llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz. Vivía
descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores
penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el
pesebre.

Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior. Ahora


contemplaba desde su caliente establo el caer de los copos de nieve, y al Burrito
descontento (que ya no lo era) se le ocurrió este pensamiento, que todos
nosotros debemos recordar siempre, y así iremos caminando satisfechos por los
senderos de la vida: Está bien que intentemos mejorar, pero nunca despreciando
lo que ya tenemos.

FIN
15.- LA VERDADERA HISTORIA DEL RATONCITO PÉREZ.

Pepito Pérez era un pequeño ratoncito de ciudad. Vivía con su familia en un agujerito

de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí

no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, Y por las noches él y su padre

iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un

gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las

cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones,

flores, cuadros..., parecía que alguien se iba a instalar allí.

Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que

le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de

entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor Miguel Ángel.

Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta

de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy

bien los dientes, a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de

medicina... Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones

de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de

comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes,

gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca.

Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No

tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían

comer desde que dejaron de ser jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo

podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una

duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vio cómo el doctor Miguel Ángel le ponía

unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, pues los

hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes eran enormes y no le

servían a él para nada. Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la

solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le
quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El

doctor se lo quitó y se lo dio de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución:

"Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente. Su diente es pequeño y sí le

servirá a un ratón", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la

casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez esperó a

que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había

dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su almohada. Al

pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le

dejó al niño un bonito regalo a cambio de su diente. Pensó que eso era lo justo.

A la mañana siguiente el niño vio el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a

todos sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes

de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio

un bonito regalo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN
16.- LA ORUGA

Hubo una vez una oruguita a la que nadie quería, porque, según la
gente, era muy fea. El sapo se reía cuando la veía arrastrarse
viscosamente por donde él y sus amigos estaban, yendo a pasear y a por
comida, y aunque la pobre oruga intentaba no ser vista, jamás lo
conseguía.

- ¿Adónde vas tan misteriosa, oruga?- decía el sapo.

- Voy a por comida- respondía la oruga.

- Pues la próxima vez avísanos para no verte. Nos da repelús ver cómo
te arrastras dejando ese reguero de babas por donde pasas... - reía el
sapo, las ratonas y los demás animalillos del bosque. Y la pobre
oruguita bajaba la cabeza y, ya sin ganas de comer, daba la vuelta y se
dirigía a su casa. Y así pasaba todos los días.

En su casa del árbol, un pequeño agujerito que compartía con otra oruga
un poco más agraciada que ella, se pasaba los días sin salir, yendo a
por comida cuando llegaba la noche y a expensas de que algún animal se
la comiese, llorando a escondidas de su compañera que en muy poco la
ayudaba.

- ¿Por qué lloras? Debería darte vergüenza andar con esas pintas por la
vida, esos pelos tan mal peinados, siempre tan descuidada... Mírame a
mí y aprende. Hasta me adulan los escarabajos... No sé, ponte de vez en
cuando un poco de perfume de rosas, píntate los labios con el polen de
las flores... ¡Ay, en fin, haz algo por ti misma, pero así no puedes ir
por la vida! -.

- Yo no soy tan agraciada como tú, así pues si hago lo que tú me dices,
no aumentaré mi belleza, sino que el sapo y sus amigos cuando me vean,
se reirán con mucha más razón que ahora.-

Y la pobre oruguita estuvo sin comer tres días y tres noches. El sapo,
que a parte de maleducado disfrutaba haciéndola sufrir y sometiéndola
al más inmenso de los ridículos, una noche entró en su casa y mientras
ésta dormía, le pintó con polen de flores de todos los colores todo su
cuerpo.

A la mañana siguiente, su compañera, que se había aliado con el sapo,


la despertó y le dijo que aquella mañana estaba más hermosa que nunca.
Entonces la invitó a pasear y a almorzar semillas con miel. La oruga,
que estaba hambrienta y que se sintió muy halagada por su compañera,
accedió gustosamente y bajó del árbol muy contenta. Cuando estuvo
abajo, cientos de animalillos la estaban esperando con un trozo de
cristal, donde sin saber cómo ni por qué, se vio reflejada al instante.

Todos reían sin parar, y la pobre oruga, queriéndose morir, fue testigo
de las críticas e insultos que los animalillos imputaban hacia ella
misma. - ¡Vaya facha, oruga! ¿De dónde vienes, de un baile de
disfraces?- decían unos.- ¡Aunque la oruga fea se vista de seda, oruga
fea se queda!- decían otros.

Y a todo esto, la pobre oruga no podía separar sus tristes ojitos del
trozo de cristal, donde veía por primera y última vez su rostro
reflejado en él, rompiéndose por dentro como un pétalo de flor en

otoño, o como eso, como un cristal. No obstante, la oruga no hizo nada


en unos minutos. No se movió. No les miró.
Entonces fue cuando su compañera hizo un gesto de ¡se acabó! Todos se
callaron, y tras unos minutos, la oruga dio media vuelta y subió de
nuevo por el árbol dirigiéndose a su casa. - ¡Oruga, era una broma! No
te pongas así... -. Dijo su compañera, pero la oruga no hizo caso
porque no oía, solo quería morirse. Así que entró en su casa, cerró la
puerta y ya no se le vio más.

Abajo, todos los animalillos comenzaron a sentirse mal, todos menos el


sapo. -¡Bah, no os preocupéis! Ya se le pasará... -. La otra oruga, que
como los otros, fue consciente de que se habían portado muy mal con
ella, subió rápidamente hacia su también casa, pero descubrió que la
había cerrado con llave. - ¡Oruga, oruga! Siento mucho lo que ha
pasado. Sólo queríamos gastarte una broma. Anda, abre la puerta.- Pero
nada se oía, ni nadie abrió la puerta.

Tras muchos intentos, viendo llegar la noche y sin techo donde dormir,
la otra oruga tuvo que desistir y marcharse con una lagartija que vivía
sola en su madriguera. -¡Agghh, qué asco! Dormir debajo de la tierra...
¡Bueno! al fin y al cabo, es solo una noche- Y así fue como se resignó
a compartir madriguera con el reptil. Nadie pudo dormir aquella noche
pensando en la oruguita, y hasta a buen recaudo sabemos que el sapo
tampoco pudo hacerlo. Pensaron que a la mañana siguiente la oruguita
asomaría su cabeza por su puerta, pero no fue así. Pasaban los días,
las semanas, los meses, y nada se sabía de la oruga. - ¡Dios mío,
oruga! ¡Abre la puerta te digo!- pero la rebeldía de la otra oruga no
conseguía abrir la puerta. - ¿Se habrá muerto de pena?- decían unos.-
Quizás esté enferma y necesite nuestra ayuda- decían otros, pero así
estaban las cosas.

Después de dos meses, una mañana muy temprano, la otra oruga se enfadó
con su compañera la lagartija porque se le estaban apagando los colores
de dormir bajo tierra y sus pelos se habían encrespado y arruinado de
no poder peinárselos con su cepillo. .

-¡Ya no aguanto más contigo! ¡Mira qué facha tengo! Muchas gracias por
ofrecerme cama y cobijo durante estos dos meses, pero ya no puedo
soportar más vivir así... -.

- ¿Serás desagradecida? ¡Vete de mi casa, presumida, y no vuelvas!-.

Así pues, la oruga presumida se dirigió con mucha decisión y muy


ojerosa hacia su casa, y creyó divisar que la puerta estaba abierta. Se
acercó más y más hasta que lo vio con seguridad, subiendo enérgicamente
por el tronco del árbol. Dentro estaba oscuro, muy oscuro, y allí a lo
lejos, algo se movió, algo que consiguió asustarla y que le hizo perder
el equilibrio, cayendo rápidamente al suelo. -¡Socorro! ¡Socorro! ¡Hay
alguien extraño en mi casa!-. A sus gritos, el sapo y todos los
habitantes de aquel lugar del bosque salieron en su auxilio,
adelantándose el sapo y diciéndole: - ¿Se puede saber qué es lo que te
pasa? ¿Y a dónde vas con esas pintas? Cada día estás más fea... -. La
oruga, muy irritada gritó: -¡Olvídate de mi aspecto, sapo idiota! ¡Ahí
arriba hay alguien muy extraño!-. Cuando el sapo y los demás intentaban
trepar por el árbol, algo con alas salió despedido por la puerta,
tirándolos a todos al vacío. Era la oruguita fea, que se había
convertido en una hermosa mariposa de bellos y brillantes colores. A
todo esto, la mariposa bajó al encuentro de los animalillos y,
posándose en una flor, les dijo: - Sabed que me habéis hecho mucho
daño, pero he de perdonaros porque ahora soy yo la que puede reírse de
vuestra fealdad.

Y la mariposa se fue volando y ya nunca más volvió.


Idea y enseñanza principal : Mostrar que la generosidad y el dar

a los demás suelen revertir en uno mismo de la forma más

imprevista y más grandiosa.

17.- El regalo mágico del conejito pobre


Hubo una vez en un lugar una época de muchísima sequía y hambre para

los animales. Un conejito muy pobre caminaba triste por el campo

cuando se le apareció un mago que le entregó un saco con varias

ramitas."Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usarlas" El

conejito se moría de hambre, pero decidió no morder las ramitas

pensando en darles buen uso.

Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y pobre que casi no

podía caminar."Dame algo, por favor", le dijo. El conejito no tenía nada

salvo las ramitas, pero como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin

embargó, recordó cómo sus padres le enseñaron desde pequeño a

compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dio a la

oveja. Al instante, la rama brilló con mil colores, mostrando su magia.

El conejito siguió contrariado y contento a la vez, pensando que había

dejado escapar una ramita mágica, pero que la ovejita la necesitaba

más que él. Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de

forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de las ramitas.

Contó la historia y su encuentro con el mago a sus papás, que se

mostraron muy orgullosos por su comportamiento. Y cuando iba a sacar

la ramita, llegó su hermanito pequeño, llorando por el hambre, y

también se la dio a él.


En ese momento apareció el mago con gran estruendo, y preguntó al

conejito: - ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entregué? ¿qué es

lo que has hecho con ellas?


El conejito se asustó y comenzó a excusarse, pero el mago le cortó

diciendo -¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas?. ¡Pues

sal fuera y mira lo que has hecho!


Y el conejito salió temblando de su casa para descubrir que a partir de

sus ramitas, ¡¡todos los campos de alrededor se habían convertido en

una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!!

Y el conejito se sintió muy contento por haber obrado bien, y porque la

magia de su generosidad hubiera devuelto la alegría a todos.


18.- CUENTOS SOBRE LOS DERECHOS DE LOS NIÑOS

Cuando nacemos, llegamos al mundo sin ropa pero con derechos. No importa que seas muy
pequeño. Igual tienes derecho a expresarte, a jugar, a elegir, de acuerdo con tu edad y con
tus posibilidades. Los derechos no son un traje que te dan un día de golpe cuando te
conviertes en grande. Los derechos son la ropa del alma… para toda ocasión y en todo
momento.
Historia de una Princesa, su papá y el Príncipe Kinoto Fukasuka de María Elena Walsh
Sukimuki era una princesa japonesa.
Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y media hora.
En esa época, las princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietecitas. Nada de
ayudarle a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico.
Nada de tomar naranjada con pajita. Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera sonarse la nariz. Ni
siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz. Nada, nada, nada.
Todo lo hacían los sirvientes del palacio: vestirla, peinarla, estornudar por ella,
abanicarla, pelarle las ciruelas.
¡Cómo se aburría la pobre Sukimuki!
Una tarde estaba, como siempre, sentada en el jardín mirando moscas, cuando apareció una
enorme mariposa de todos los colores.
Y la mariposa revoloteaba, y la pobre Sukimuki la miraba de reojo porque no le estaba
permitido mover la cabeza.
–¡Qué linda mariposa! –murmuró al fin Sukimuki, en correcto japonés.
Y la mariposa contestó, también en correctísimo japonés:
–¡Qué linda Princesa! ¡Cómo me gustaría jugar con usted, Princesa!
–No puedo –volvió a responder la Princesa haciendo pucheros.
–¡Cómo me gustaría bailar con usted, Princesa! –insistió la mariposa.
–Eso tampoco puedo –contestó la pobre Princesa.
Y la mariposa, ya un poco impaciente, le preguntó:
–¿Por qué usted no puede hacer nada?
–Porque mi papá, el Emperador, dice que si una Princesa no se queda quieta, quieta, quieta
como una galleta, en el imperio habrá una pataleta.
–¿Y eso por qué? –preguntó la mariposa.
–Porque sí –contestó la Princesa–, porque las Princesas del Japón debemos estar quietecitas
sin hacer nada. Si no, no seríamos Princesas.
–Entiendo –dijo la mariposa–, pero escápese un ratito y juguemos. He venido volando de muy
lejos nada más que para jugar con usted. En mi isla, todo el mundo me hablaba de su belleza.
A la Princesa le gustó la idea y decidió, por una vez, desobedecer a su papá. Salió a correr y
bailar por el jardín con la mariposa.
En eso se asomó el Emperador al balcón y al no ver a su hija armó un escándalo de mil
demonios.
–¡Dónde está la Princesa! –chilló.
Y llegaron todos sus sirvientes, sus soldados, sus vigilantes, sus cocineros, sus
lustrabotas y sus tías para ver qué le pasaba.
–¡Vayan todos a buscar a la Princesa! –rugió el Emperador con voz de trueno y
ojos de relámpago.

Y allá salieron todos corriendo y el Emperador se quedó solo en el salón.


–¡Dónde está la Princesa! –repitió. Y oyó una voz que respondía a sus espaldas:
–La Princesa está de jarana donde se le da la gana.
El Emperador se dio vuelta furioso y no vio a nadie. Miró un poquito mejor, y no vio a nadie. Se
puso tres pares de anteojos y entonces sí vio a alguien. Vio a una mariposita sentada en su
propio trono.
–¿Quién eres? –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
Y agarró un matamoscas, dispuesto a aplastar a la insolente mariposa.
Pero no pudo. ¿Por qué?
Porque la mariposa tuvo la ocurrencia de transformarse inmediatamente en un Príncipe.
Un Príncipe buen mozo, simpático, inteligente, gordito, estudioso, valiente y con bigotito.
El Emperador casi se desmaya de rabia y de susto.

–¿Qué quieres? –le preguntó al Príncipe con voz de trueno y ojos de


relámpago.
–Casarme con la Princesa –dijo el Príncipe valientemente.

–¿Pero de dónde diablos has salido con esas pretensiones?


–Me metí en tu jardín en forma de mariposa –dijo el Príncipe– y la Princesa jugó y bailó
conmigo. Fue feliz por primera vez en su vida y ahora nos queremos casar.
–¡No lo permitiré! –rugió el Emperador con voz de trueno y ojos de relámpago.
–Si no lo permites, te declaro la guerra –dijo el Príncipe sacando la espada.
–¡Servidores, vigilantes, tías! –llamó el Emperador.
Y todos entraron corriendo, pero al ver al Príncipe empuñando la espada se pegaron un susto
terrible.
A todo esto, la Princesa Sukimuki espiaba por la ventana.
–¡Echen a este Príncipe insolente de mi palacio! –ordenó el Emperador con voz de trueno y ojos
de relámpago.
Pero el Príncipe no se iba a dejar echar así sin más. Peleó valientemente contra todos. Y los
lustrabotas escaparon por una ventana. Y las tías se escondieron aterradas debajo de la
alfombra. Y los vigilantes se subieron a la lámpara.
Cuando el Príncipe los hubo vencido a todos, preguntó al Emperador:
–¿Me dejas casar con tu hija, sí o no?
–Está bien –dijo el Emperador –. Cásate, siempre que la Princesa no se oponga.
El Príncipe fue hasta la ventana y preguntó a la Princesa:
–¿Quieres casarte conmigo, Princesa Sukimuki?
–Sí –contestó la Princesa entusiasmada.
Y así fue como la Princesa dejó de estar quietecita y se casó con el Príncipe Kinoto Fukasuka.
Los dos llegaron al templo en monopatín y luego dieron una fiesta en el jardín. Una fiesta que
duró diez días . Y así acaba, como ves, este cuento japonés
19.- El ratón sin dientes

Esta historia que hoy os cuento Poco a poco y con esmero

le sucedió a un ratón colocó la dentadura:

que por zampar muchos dulces, cada diente en su agujero

todos los dientes perdió. y cada muela a su altura.

Primero, los incisivos; Aunque tengas nuevos dientes,

después fueron los molares; has de seguir mi consejo:

los colmillos y paletas “A los dulces ¡ni los tientes!

se le caían a pares. si quieres llegar a viejo”.

Sus compañeros ratones Después de cada comida,

se burlaban de su boca: cepillo y pasta en tus manos.

“¿Qué comerás esta noche: Si tomas esta medida,

zumo, leche, pan o sopa?” serás un ratón muy sano.

Muy tieso y muy arreglado

el ratón se fue al dentista, Y ya sabéis, amiguitos,

médico muy afamado, lavaos siempre los dientes.

doctor Conejo, un artista. ¡No seáis como el ratoncito!

El doctor observó su boca

y le dijo preocupado:

“Le pondré unos dientes nuevos

y podrá comer pescado”:


20.- Peter Pan
Wendy, Michael y John eran tres hermanos que vivían en las afueras de Londres.
Wendy, la mayor, había contagiado a sus hermanitos su admiración por Peter Pan.
Todas las noches les contaba a sus hermanos las aventuras de Peter.

Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la
habitación.

Eran Campanilla, el hada que acompaña siempre a Peter Pan, y el


mismísimo Peter. Éste les propuso viajar con él y con Campanilla al País de Nunca
Jamás, donde vivían los Niños Perdidos...
- Campanilla os ayudará. Basta con que os eche un poco de polvo mágico para que
podáis volar.

Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló:
- Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un
cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora
Garfio cuando oye un tic-tac!

Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con
Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar
una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó
al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida
se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus
hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles
piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca
Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael
y a John.
Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió
envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba
vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento
en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un
poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla,
arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar
que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para
matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los
niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a
los niños, Campanilla se salvó.
Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban
a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía
que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz:
- ¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de
evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-
tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El
cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar.
Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio
nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.

El resto de los piratas no tardó en seguir el camino de su capitán y todos


acabaron dándose un saludable baño de agua salada entre las risas de Peter Pan y
de los demás niños.
Ya era hora de volver al hogar. Peter intentó convencer a sus amigos para que
se quedaran con él en el País de Nunca Jamás, pero los tres niños echaban de
menos a sus padres y deseaban volver, así que Peter les llevó de nuevo a su casa.
- ¡Quédate con nosotros! -pidieron los niños.
- ¡Volved conmigo a mi país! -les rogó Peter Pan-. No os hagáis mayores nunca.
Aunque crezcáis, no perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. De
ese modo seguiremos siempre juntos.
- ¡Prometido! -gritaron los tres niños mientras agitaban sus manos diciendo adiós.
Y colorín colorado, la historia de Peter Pan aquí se ha acabado, y yo espero que
os haya gustado.

FIN
21.- El traje nuevo del Emperador.
Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus
rentas en vestir con la máxima elegancia.Tenía un vestido distinto para cada hora del día.
Un día llegaron dos truhanes que se hacían pasar por sastres, asegurando que sabían tejer las más
maravillosas telas. Dijeron que utilizaban telas que poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a
toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría distinguir entre los
inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela y les den todo el dinero que
pidan.
Los truhanes montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A
pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se
embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos
hasta muy entrada la noche.
-“Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre
honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay
quien desempeñe el cargo como él”.
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los
cuales seguían trabajando en los telares vacíos. « ¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus
adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó
palabra. Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos
el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos
desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. « ¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso?
Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No,
desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice usted nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué
dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir
tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos
continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la
tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró,
pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el
precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es
preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su
entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso
verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Se encaminó a la casa donde paraban
los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que son trajes admirables? -preguntaron los dos ladrones-. Fíjese Vuestra Majestad en
estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no
sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar
vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno veía nada; no obstante,
todos exclamaban, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los
vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente.
El día de la fiesta llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos
truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que
podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido
nuevo, que pretendían haber terminado poco antes.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-.¡Es un traje precioso!
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez
más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Y de este modo echó a andar el Emperador, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es
todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en
su cargo o por estúpido.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo
al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que
aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes, mientras todo el mundo se burlaba de él.
22.-El Príncipe y El
Mendigo

E rase un principito curioso que

quiso un día salir a pasear sin escolta.

Caminando por un barrio miserable de

su ciudad, descubrió a un muchacho de su estatura que era en todo exacto a él.

-¡Sí que es casualidad! -dijo el príncipe-. Nos parecemos como dos gotas de agua.

-Es cierto -reconoció el mendigo-. Pero yo voy vestido de andrajos y tú te cubres de

sedas y terciopelo. Sería feliz si pudiera vestir durante un instante la ropa que llevas

tú.

Entonces, el príncipe, avergonzado de su riqueza, se despojó de su traje, calzado y

el collar cuajado de piedras preciosas.

-Eres exacto a mi -repitió el príncipe, que se había vestido, en tanto, con las ropas

del mendigo.

Pero en aquel momento llegó la guardia buscando al personaje y se llevaron al

mendigo. El príncipe corría detrás queriendo convencerles de su error, pero fue

inútil.

Aquella noche moría el anciano rey y el mendigo ocupó el trono. Lleno su corazón de

rencor por la miseria en que su vida había transcurrido, empezó a oprimir al pueblo,

ansioso de riquezas. Y mientras tanto, el verdadero príncipe, tras las verjas del

palacio, esperaba que le arrojasen un pedazo de pan.

Contó en la ciudad quién era y le tomaron por loco. Cansado de proclamar inútilmente

su identidad, recorrió la ciudad en busca de trabajo. Realizó las faenas más duras,

por un miserable jornal.

Era ya mayor, cuando estalló la guerra con el país vecino. El príncipe, llevado del amor
a su patria, se alistó en el ejército, mientras el mendigo que ocupaba el trono

continuaba entregado a los placeres.

Un día, en lo más arduo de la batalla, el soldadito fue en busca del general. Con

increíble audacia le hizo saber que había dispuesto mal sus tropas y que el difunto

rey, con su gran estrategia, hubiera planeado de otro modo la batalla.

-¿Cómo sabes tú que nuestro llorado monarca lo hubiera hecho así?

-Porque se ocupó de enseñarme cuanto sabía. Era mi padre.

El general, desorientado, siguió no obstante los consejos del soldadito y pudo poner

en fuga al enemigo. Luego fue en busca del muchacho, que curaba junto al arroyo una

herida que había recibido en el hombro. Junto al cuello se destacaban tres rayitas

rojas.

-¡Es la señal que vi en el príncipe recién nacido! -exclamó el general.

Comprendió entonces que la persona que ocupaba el trono no era el verdadero rey y,

con su autoridad, ciñó la corona en las sienes de su autentico dueño.

El príncipe había sufrido demasiado y sabia perdonar. El usurpador no recibió más

castigo que el de trabajar a diario.

Cuando el pueblo alababa el arte de su rey para gobernar y su gran generosidad él

respondía:

-“Es gracias a haber vivido y sufrido con el pueblo por lo que hoy puedo ser un buen

rey.”

Fin
23.-

verano cesta bosque armario

cazador

Erase una vez una niña llamada . Una mañana de salió de su

llevando una con pan, tortas y una jarrita de miel para su que estaba

enferma y vivía en el corazón del .

, en medio del , se encontró con el que la engañó para ir

por el camino más largo y así él llegar antes a de la .

El entró en de la y ella de un salto se escondió

en el .

El se disfrazó de y se metió en la , esperando a que llegara

para comérsela. Cuando por fin llegó, muy asombrada exclamó:


- Ay! que más grandes tienes.

Son para verte mejor, nietecilla.

-Ay! que más grandes que tienes.

Son para oírte mejor .

- Ay! que más grande tienes.

¡¡¡ Es para comerte mejor!!!

De un salto, el se abalanzó sobre que salió gritando del susto, llamando

la atención del y su que pasaban por allí.

Rápidamente el con su disparó, ¡bang, bang!, dio su merecido al

y fue tan grande el escarmiento que jamás volvimos a saber de él.

Y colorín colorado, este se ha acabado.

Fin
24.- Simbad el marino.
Hace muchos, muchísimos años, en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad.
Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados fardos,
por lo que se le conocía como Simbad el Cargador.
- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!
Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el
cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.
A través de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido
hasta una sala de grandes dimensiones.
En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más
deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas varias personas, entre las que
destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera:
-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo
comprendas, te voy a contar mis aventuras...
" Aunque mi padre me dejó al morir una fortuna considerable; fue tanto lo que
derroché que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo poco que me quedaba
y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una
isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados: en
realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me dejé
arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de
palmeras. Una vez en tierra firme, tomé el primer barco que zarpó de vuelta a
Bagdag..."
Llegado a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho
100 monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente.
Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas...
" Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y, cuando
desperté, el barco se había marchado sin mí.
Llegué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los
que pude coger, me até un trozo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila
me eligió como alimento para llevar a su nido, sacándome así de aquel lugar."
Terminado el relato, Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro,
con el ruego de que volviera al día siguiente...
"Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero
me aburría y volví a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendió una gran
tormenta y el barco naufragó.
Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron
prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenía un solo ojo y que
comía carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una
estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso lugar.
De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvió a hacer presa en mí. Pero esto te lo
contaré mañana..."
Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.

"Inicié un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta
vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con
quien me casé, pero al poco tiempo ésta murió. Había una costumbre en el reino: que
el marido debía ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el último momento, logré
escaparme y regresé a Bagdag cargado de joyas..."
Y así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de sus
viajes, tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De
este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le
había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna.
El anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido como
esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día,
huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el
tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fue a caer
sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes;
allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.
Simbad así lo comprendió y, presentándose ante su amo, le explicó dónde podría
encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió la
libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.
"Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-.
Como verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los
placeres, también antes he conocido todos los padecimientos."
Cuando terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara
quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y ya nunca más, tuvo que
soportar el peso de ningún fardo...
FIN
25.- EL PRÍNCIPE FELIZ
Erase una vez que se era, sobre una alta columna, y dominando la ciudad, se alzaba la

estatua del Príncipe Feliz. Recubierta de oro fino, sus ojos eran zafiros, y un gran

rubí rojo brillaba en su espada.

Una noche de invierno, una golondrina llegó a la ciudad y se refugió a los pies de la

estatua. Cuando se dispuso a dormir, una enorme gota de agua le cayó en la cabeza.

“Qué raro”, -pensó- “no está lloviendo”. Cayó una segunda gota, y luego otra, y otra...

Miró hacia arriba y vio que era el Príncipe Feliz que estaba llorando.

- “¿Por qué lloras?” –le preguntó. El príncipe le contestó: -“Cuando vivía y tenía

corazón humano, todo lo que veía en mi palacio era hermoso y alegre, pero ahora que

estoy muerto y me han colocado en este sitio tan alto, puedo ver toda la miseria de

mi ciudad. Aunque tengo corazón de plomo, no puedo evitar llorar”.

- “Ahora veo una casa pobre, y dentro una mujer y su hijo, que no tienen qué comer.

Le duelen las manos, que bordan un pañuelo para una dama de palacio. Por favor,

golondrina, ya que yo no me puedo mover, llévale tú el rubí de mi espada”.

La golondrina así lo hizo, volviendo luego al pedestal de la estatua.

- “¿Y ahora qué ves?” –preguntó la golondrina.

- “En una buhardilla, veo a un joven que está escribiendo una obra de teatro para

niños, y se ha desmayado de hambre. Por favor, dale uno de mis ojos de zafiro, para

que pueda comer y terminar la obra”.


La golondrina así lo hizo, volviendo luego al pedestal de la estatua.

- “¿Y ahora qué ves?” –volvió a preguntar la golondrina.

- “En la plaza hay una niña que vende cerillas. Se le han caído todas al agua y no puede

llevar pan a su casa. Llévale mi otro ojo de zafiro, aunque me quede ciego”.

La golondrina así lo hizo, volviendo luego al pedestal de la estatua.

- “Ahora que estás ciego, no puedo abandonarte. Dime qué quieres que haga por ti”.

- “Ve cortando todas las láminas de oro que cubren mi cuerpo, y ve dándoselas a los

pobres que veas.

La golondrina, muy cansada ya, lo fue haciendo hasta que la estatua quedó desnuda.

Después, la golondrina cayó a sus pies.

El alcalde, viendo el deterioro de la estatua, mandó fundirla para vender el plomo.

Fue vendido todo menos el corazón y una pluma de golondrina.

En ese momento, un ángel bajó del cielo, y se los llevó con él. Así, desde entonces y

para siempre, la golondrina y el Príncipe Feliz cuidan de todos los pobres.

Y con esto llegamos al final y nos despedimos hasta otro día que contemos más.

Adaptación del cuento de Lord Byron.


26.- ASAMBLEA EN LA CARPINTERIA

Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea.

Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.

El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que

renunciar. ¿La causa? ¡Hacía demasiado ruido! Y además se pasaba el tiempo

golpeando.

El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, dijo

que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.

Ante el ataque,el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija.

Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.

Y la lija estuvo de acuerdo, a condición que fuera expulsado el metro que siempre se

la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.

En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo.

Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo.

Finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un lindo mueble.

Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación.

Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo:

Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el Carpintero trabaja

con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos.

Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de

nuestros puntos buenos La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el

tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y

observaron que el metro era preciso y exacto.

Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad.

Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.


No ocurre lo mismo con los seres humanos?

Observa y lo comprobarás. Cuando el ser humano busca a menudo defectos en los

demás, la situación se vuelve tensa y negativa.

En cambio, cuando tratamos con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los

demás, es ahí donde florecen los mejores logros humanos.

Es fácil encontrar defectos. Cualquier tonto puede hacerlo, Pero encontrar

cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los

éxitos humanos.

Fin
27.- La princesa y el guisante.
Erase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía

que ser con una princesa de verdad.

Recorrió el mundo entero, y aunque en todas partes encontró princesas,

siempre acababa descubriendo en ellas algo que no acababa de gustarle.

De ninguna se hubiera podido asegurar con certeza que fuera una

verdadera princesa; siempre aparecía algún detalle que no era como es

debido. El príncipe regresó, pues, a su país, desconsolado por no haber

podido encontrar una princesa verdadera.

Una noche se desencadenó una terrible tempestad: relámpagos, truenas

y una lluvia torrencial. ¡Era espantoso! Alguien llamó a la puerta de

palacio y el anciano rey fue a abrir.

Era una princesa quien aguardaba ante la puerta. Pero, ¡Dios mío!, ¡Qué

aspecto ofrecía con la lluvia y el mal tiempo! El agua chorreaba por sus

cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por la punta de los zapatos y

le salía por los talones. Y sin embargo, ¡pretendía ser una princesa

verdadera!

"Bien, ya lo veremos", pensó la vieja reina, y sin decir palabra se dirigió a

la alcoba, apartó toda la ropa de la cama y colocó un guisante en su

fondo; puso después veinte colchones sobre él y añadió todavía otros

veinte edredones de plumas de ánade.


Allí dormiría la princesa aquella noche.

A la mañana siguiente, le preguntaron qué tal había descansado.

- ¡Oh, terriblemente mal!- respondió la princesa-. Casi no he pegado ojo

en toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre

algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!

Así se pudo comprobar que se trataba de una princesa de verdad, porque

a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones de pluma, había

sentido la molestia de un guisante. Sólo una verdadera princesa podía

tener la piel tan delicada.

El príncipe, sabiendo ya que se trataba de una princesa de verdad, la

tomó por esposa y el guisante fue trasladado al Museo del Palacio, donde

todavía puede contemplarse, a no ser que alguien se lo haya llevado.

¡Y sin más que contar, me despido diciendo que ésta sí es una historia de

verdad!
28.- JUAN Y LAS SEMILLAS MÁGICAS

Juan madre vaca germinar castillo

gallina ogro huevo

vivía con su en una humilde casita y eran muy

pobres. Un día su le dijo que cogiese la

y que la vendiera en el pueblo para así tener dinero para

comer. se puso en camino y pronto se encontró con un

hombre que le propuso cambiar la por unas semillas

que, según el señor, ¡ eran mágicas ! aceptó y fue corriendo

a su casa, pero cuando su vio lo que traía, se puso a llorar

y se fue a dormir. ,muy triste, tiró las semillas por la ventana y se


quedó dormido. Por la mañana, las semillas comenzaron a ,y

crecieron tanto que llegaron hasta el cielo. se puso a trepar

por ella y pronto llegó al final. Con sorpresa vio un y al

entrar vio una y pensó tomarla para su , pero de

pronto vino un terrible que comenzó a perseguirlo y

comenzó a bajar por la planta a toda prisa y cuando llegó a su

jardín, la cortó y el cayó desde lo alto dándose un

golpe mortal. entró la en casa y de pronto puso un

Pero no era normal, era un de oro y desde ese

momento, y su nunca más pasaron hambre.

Y chocolate, chocolateado, este cuento aquí se ha terminado, y el que no

levante el culo, es porque se le quedó pegado.


ELÁNGEL
EL ÁNGELDE
DELOS
LOSNIÑOS
NIÑOS
Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le
tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios:

- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo vivir,


tan pequeño e indefenso como soy?

- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando y
que te cuidará.

- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír. Eso
basta para ser feliz.

- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.

- ¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el


extraño idioma que hablan los hombres?

- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas
escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.

- ¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?

- Tu ángel te juntará las manitas, te enseñará a orar y podrás


hablarme.

- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me


defenderá?

- Tu ángel te defenderá, aún a costa de su propia vida.

En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían


voces terrestres, y el niño, presuroso, repetía con lágrimas en sus
ojitos...

- ¡Dios mío, si ya me voy, dime al menos su nombre! ¿Cómo se llama


mi ángel?
- Su nombre no importa, tú le dirás: MAMÁ
30.- EL TRIÁNGULO QUE QUERÍA SER UN CÍRCULO.

Erase una vez un triángulo llamado Pitágoras.

Un día estaba pensando en cómo divertirse cuando observó a un niño que jugaba con

un aro. Quedó asombrado al ver cómo lo rodaba por la calle empujándolo con un palo.

Le pareció maravilloso aquel círculo

corriendo y rodando por las calles del

pueblo, siempre seguido y acompañado

por un niño como amigo inseparable.

Pitágoras, que no sabía cómo divertirse,

decidió desde ese día dejar de ser un

triángulo y dedicar todo su esfuerzo a


convertirse en un círculo. Así tendría más amigos, sería más útil y todo sería más

divertido.

Día a día trabajaba duramente, intentando

limar sus vértices para transformarse. Se

tiró desde una alta montaña, creyendo que

rodando y saltando redondearía sus tres

esquinas. Pero así solamente consiguió ser

un triángulo un poco raro. Para nada

consiguió parecerse a un círculo, ni siquiera

un poquito.
No dándose por vencido, el triángulo testarudo continuaba con la idea de ser círculo.

Subió a un árbol y allí se esforzaba en pensar cómo podría conseguirlo, pero no se le

ocurría ninguna forma.

Mientras permanecía en el árbol observó a un pájaro carpintero que picoteaba el

tronco, y pensó que si picoteaba sus vértices le ayudaría a cambiar de forma.

Intentó acercarse, pero antes de que pudiera acercarse, el pájaro se marchó volando.
Pitágoras quedó decepcionado y comprendió que el pájaro sólo picoteaba el árbol para

construir su nido.

Un poco triste se resignó a ser para siempre un triángulo, pero no dejaba de pesar en

ese círculo que tanto se divertía con el niño. Y decidió que desde ahora intentaría

divertirse y sentirse bien siendo él mismo.

Al día siguiente, el pueblo amaneció

nevado, y Pitágoras se lo pasó muy

bien jugando con la nieve y

deslizándose por las cuestas como

si fuese un trineo.

Cuando ya se iba para su casa, se

asomó a una ventana y vio a un niño

sentado en su escritorio. Estaba

construyendo un barco, pero no

sabía cómo dibujar las velas. Miró

por la ventana y descubrió a Pitágoras, y de pronto se le ocurrió una idea.

Abrió la ventana y le dijo: -Triángulo, ¿quieres ayudarme a construir mi barco?

Pitágoras aceptó y el niño lo cogió y lo usó como plantilla para dibujar sobre una

cartulina las velas del barco. Después lo guardó en una caja, entre sus tesoros. Allí

estaba el círculo que había visto rodando.

Desde entonces, se sintió feliz con sus nuevos amigos, y nunca se separó de
ellos

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