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“LEEMOS EN CASA”
NOMBRE:
APELLIDOS:
¿CÓMO LO HAREMOS?
textos.
lectura nueva (antes de acostarse viene muy bien porque les sirve para
Los LUNES traerán los portafolios con todos los textos para
participación y colaboración.
DERECHOS DE LOS/LAS NIÑOS/AS
A ESCUCHAR CUENTOS
1.- Todo niño/a, sin distinción de raza, sexo, idioma o religión, tiene derecho a
3.- Todo niño/a tiene derecho a exigir que los adultos les cuenten cuentos a
4.- Todo niño/a tiene derecho a escuchar cuentos sentado a las rodillas de sus
escuelas, parques... para contar cuentos a los niños/as con ternura y amor.
5.- Todo niño/a tiene derecho a inventar y contar sus propios cuentos, así
6.- Todo niño/a tiene derecho a pedir que le cuenten el mismo cuento un millón
de veces.
7.- Todo niño/a tiene derecho a exigir a los adultos que le cuenten cuentos
nuevos e imaginativos cuentos: largos o cortos, con príncipes o sin ellos, con
maravillosos e interesantes.
1.- ¡YO, LEÓN!
Cuentan que un cazador iba un día caminando por esos montes, cuando se encontró un
león, un águila, un galgo y una hormiga. Los cuatro animales parecían estar
peleándose.
- Buenas tardes, amigos. ¿Qué os pasa? ¿Por qué os estáis peleando? –preguntó el
cazador.
- Pues nada- contestó el león-, que nos hemos encontrado un borrego y no estamos
conformes con la forma de repartirlo. Si usted quisiera ayudarnos...
-¡Cómo no! –dijo el hombre-. Para ti, león, la carne. Para ti, galgo, los huesos. Para ti,
águila, las tripas. Y para ti, hormiga, la cabeza, para que tengas donde comer y casa
donde dormir.
Quedaron conformes, y para agradecérselo, cada animal le entregó una cosa al
cazador.
-Yo te doy un pelo de mi melena –dijo el león-. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
león!”, y ninguna fiera del mundo te podrá ganar.
-Yo te doy una pluma de mis alas –dijo el águila-. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
águila!”, y nada se te escapará volando.
-Yo te doy un pelo de mis patas –dijo el galgo-. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
galgo!”, y nada se te escapará corriendo.
-Pues yo –dijo la hormiga –no sé que darte. Si te doy una pata me quedo cojita. Te
daré un cuernecito, que me hace menos falta. Y cuando lo necesites, dices: “¡Yo,
hormiga!”, y en hormiga te convertirás.
Los cuatro le dijeron que para volver a convertirse en hombre no tenía más que decir:
“¡Yo, hombre!”.
Siguió el cazador andando, andando, y llegó a un castillo solitario. “¡Qué raro, que no
se ve a nadie!”, pensó en cazador. Y como no podía entrar, dijo: -“¡Yo, águila!”. Se
convirtió en águila y voló hasta una torre del castillo. Por la ventana vio a una
hermosa dama, dormida en su lecho. Pero como la ventana estaba cerrada, dijo: -“¡Yo,
hormiga!”. Se convirtió en hormiga y entró por una rendija. Cuando ya estaba dentro,
dijo “¡Yo, hombre!”, y otra vez se convirtió en hombre.
La dama, que era una princesa, le dijo que era prisionera de un terrible dragón que
solo la dejaría en libertad cuando alguien lograra vencerlo en una prueba de fuerza y
velocidad.
El cazador buscó al fiero dragón, y cuando lo encontró dijo: “¡Yo, león!”, y así logró
vencerlo en la prueba de fuerza. A continuación dijo: “¡Yo, galgo!”,y de esa forma
logró ser el más rápido en la prueba de velocidad.
Tras vencer al dragón y liberar a la princesa, dijo: “¡Yo, hombre!”, y de nuevo se
convirtió en hombre.
peces isla
su y la pudo escapar.
Aquella noche Raquel no quería dormir. No tenía nada de sueño y se pasó toda la
noche llamando a su madre: -¡Mamá, tráeme agua! ¡Mamá, tengo pis! ¡Mamá, no puedo
dormir!
-¡Raquel, haz el favor de dormir, que mañana no te podrás levantar! ¡Mira que si no te
- ¿La mujer de los bolsillos? ¿Quién es esa mujer? - preguntó Raquel asustada.
- La mujer de los bolsillos ha existido desde que yo era pequeña. Dicen que se pasea
por las calles, y cuando oye a un niño llorar, gritar o protestar, se sube a las ventanas
- Creo que fue Jaime, el policía, el primero en ver su escondite. Una casa en ruinas
justo en medio del bosque de la Luna Pálida. Allí vive con diez gatos pelones, tres
- Yo no la he visto nunca, pero dicen que es una mujer muy sucia, tiene el cabello
colorado, largo y enredado, los ojos pequeños, la nariz larga, la cara llena de granos y
- Siempre ha sido muy antipática. Nunca le han gustado las criaturas. Desde que era
pequeña, cuando iba a la escuela, todos se reían de su abrigo lleno de bolsillos. Era
una niña solitaria que sólo hablaba con los animales, y eso la convirtió en lo que ahora
- "Mañana iré al bosque de la Luna Pálida a ver si todo lo que me ha dicho mamá es
Y así fue. Al día siguiente los dos caminaron y caminaron por el bosque hasta que por
fin, entre los árboles, encontraron la casa. Pero la casa ni estaba en ruinas ni
era tenebrosa. En la puerta había una mujer con un gatito en brazos, pero ni era fea
ni parecía antipática. Hasta tenía cara de buena persona. Raquel y David se acercaron
peligrosa.
– “Pero tienes una casa muy bonita, y no pareces una bruja”, aseguró Raquel
La mujer empezó a reírse sin parar, y les enseñó lo que llevaba dentro de los
bombones, todas las golosinas que os podáis imaginar. Qué equivocada que estaba su
madre. María, que así se llamaba, era la mujer más dulce que nunca había conocido.
Raquel tenía que resolver aquella injusticia. María merecía ser conocida por todos en
el pueblo, adultos incluidos, así nunca más asustarían a los niños con su persona.
Lo primero que se le ocurrió fue reunir a todos los niños y niñas en la plaza mayor
para que la conocieran. María repartió caramelos y sonrisas a todos aquellos que se le
acercaban, pequeños y grandes. Y a partir de aquel día, la mujer de los bolsillos fue
FIN
4.- TRABALENGUAS Y RETAHILAS
Trabalenguas
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Y Parra de dijo a Guerra: ¿Por qué ha pegado Guerra con la porra a la perra de Parra?
perra de Parra.
Retahílas para sortear juegos
si su dueño no aparece
Periquito Periquito
se parece a su papá,
Que se escondan,
que se escondan,
Había una vez una gotita de agua que soñaba con llegar a convertirse en nieve y
cubrir de blanco las praderas del campo. Pasó mucho tiempo, hasta que una gran
sequía bajó tanto el nivel de agua del lago en que vivía nuestra gotita que ésta se
evaporó, subiendo arriba, arriba, hasta el cielo. Allí formó parte de una pequeña
nube, y en cuanto hizo un poco de frío, buscó la primera campiña para dejarse caer y
cubrirla de nieve.
Pero sólo era un copito de nieve, y en cuanto tocó el suelo, apenas pasaron unos
segundos antes de derretirse de nuevo. Allí le tocó esperar otra vez hasta que los
rayos del sol vinieron a llevarla hasta una nube blanca y regordeta. Sin desanimarse
por su primer fracaso, la gota volvió a dejarse nevar en cuanto pudo, pero
nuevamente, al cabo de unos pocos segundos se había derretido completamente.
Varias veces volvió a evaporarse, y otras tantas se convirtió en copito de nieve. Y las
mismas veces fracasó en su intento de cubrir los campos y laderas de las montañas.
Finalmente, fue a parar a una gran nube, donde millones de gotitas de agua se
agolpaban. Unas cuantas de gotas daban órdenes a todas las demás, haciendo que se
apretujaran entre ellas:
-¡Las gotas más grandes abajo, y las ligeras arriba! ¡Venga, venga, no hay tiempo que
perder!
La gotita pensó en dejarse caer otra vez, pero una gotita simpática y divertida la
frenó, diciéndole: -¿Dónde vas? ¿Es que no quieres participar?
Al ver el gesto de sorpresa de nuestra gotita, le explicó que se estaban preparando
para una gran nevada.
-A todas las gotitas que estamos aquí nos encanta ser copitos de nieve durante
muchos días, por eso nos hemos juntado en esta nube. Intenté varias veces nevar por
mi cuenta, pero descubrí que no podía hacerlo sola. Y encontré esta nube genial,
donde todas ayudamos un poquito. Y así hemos conseguido hacer las mejores nevadas
del mundo.
Poco después, ambas gotitas volaban por el cielo en forma de copos de nieve,
rodeadas de millones y millones de copos que cubrieron las verdes praderas.
Y con inmensa alegría, nuestra gotita comprobó que cuando todos colaboran, puede
conseguirse hasta lo que parece más imposible.
6.- Don Arbolón
Había una vez un colegio que se llamaba "Los Árboles”. ¿Sabéis porqué? Pues porque
tenía su patio lleno de árboles. Los había chiquititos, también medianitos, grandes...
Pero había uno que era enorme, un viejo árbol que estaba justo en mitad del patio. Se
llamaba Don Arbolón y ocupaba aquel espacio desde mucho antes de que se
construyera el colegio.
Don Arbolón quería mucho a todos los niños que habían pasado por aquel colegio y los
niños le querían mucho a él. Bajo su sombra, los niños descansaban, merendaban,
jugaban a cromos, se contaban hasta sus secretos más grandes.... Y Don Arbolón,
impasivo, siempre acariciaba con la sombra de sus ramas a aquellos niños que tanta
compañía le hacían y tanto confiaban en él.
Un día Don Arbolón apareció malito, con un gran agujero en su tronco y habiendo
perdido todas sus hojas. Las señoritas y los maestros del colegio llamaron corriendo
a unos señores jardineros, quienes con muy poco amor a la naturaleza y sólo con
ganas de ganar dinero, ni tan siquiera se preocuparon por Don Arbolón, y al verlo tan
viejecito, propusieron arrancarlo y plantar en su lugar muchos árboles jóvenes.
Todos se fueron a casa preocupados por Don Arbolón y cuando llegaron al día
siguiente ¡sorpresa! Don Arbolón ya no tenía aquel enorme agujero en su tronco y
todas las hojitas habían vuelto a brotar en sus ramas. Los niños, muy contentos,
rodearon nuevamente con sus manos a Don Arbolón y con mucha alegría cantaron: -
"Don Arbolón ya no está malito, Don Arbolón se ha curado ya, todos los niños
queremos mucho a Don Arbolón".
Don Arbolón sonrió a su manera, haciendo un simpático movimiento de todas sus
ramas, y el sol que iluminaba el patio del colegio brilló con mucha más intensidad,
participando de aquella alegría que inundó aquella mañana el colegio "Los Árboles".
FIN
7.- EL GATITO MIEDOSO
Un día de otoño, Gatito se asomaba por la ventana. Observaba cómo los días se
hacían más cortos y la noche se apresuraba. Tenía miedo. Quería salir a la calle, pero
le aterraba la oscuridad y se escondía cerrando los ojos.
Desesperado, contó su temor a Kant, un perro que vivía en su misma casa, y éste,
dispuesto a ayudar a su amigo Gatito, propuso salir a dar un paseo por el bosque.
¿Por el bosque? –dijo Gatito- No sé si tendré valor. Está muy oscuro.
-¡Querido amigo, la única manera de vencer el miedo es descubriendo todo lo que te
rodea! Si oímos algún ruido en la noche y abrimos bien los ojos, podemos encontrar
cosas maravillosas.
Gatito, convencido por Kant, dijo que sí al paseo.
Sigilosos y prudentes, los dos amigos emprendieron su camino, cuando de repente,
oyeron un ruido: “-uuuh, uuuuh, uuuh...”
Gatito, casi temblando, se para y cierra los ojos, mientras su amigo Kant le anima
diciendo: -“Vamos, Gatito, tienes que mirar. Si aprendes a mirar en la oscuridad, el
miedo vencerás. Además, seguro será un búho ululando. Si nos acercamos, seguro que
nos enseñará algo, pues lo búhos son muy sabios.
Se acercaron y allí estaba el búho, saludando amablemente.
Gatito, avergonzado por su miedo, le dijo: -“Disculpe, señor búho, pero tengo miedo a
la oscuridad y me preguntaba si podría ayudarme”
- Por supuesto que sí, para eso están los amigos. Te enseñaré algo que tal vez tu
miedo no te ha permitido saber. Y es que los gatos tenéis ojos mágicos, que brillan en
la oscuridad y alumbran como si fueran linternas. Eso te ayudará a no perderte de
noche.
Gatito le dio las gracias, y desde ese día, abría los ojos para ver qué le asustaba y así
ir venciendo el miedo.
Poco a poco, Gatito se hacía más valiente, y al llegar la noche, buscaba a su amigo
Kant para vivir nuevas aventuras. Unas veces descubrían una rana croando, otras a un
murciélago revoloteando, y así, infinidad de nuevos sonidos.
Al fin aprendió a dormir feliz y tranquilo por las noches y sin ningún temor. Cuando
oía algún ruido, abría muy bien los ojos, y veía alguno de sus amiguitos del bosque que
le daban las buenas noches.
hecho
tiene su recompensa.
Melchor, Gaspar y Baltasar, los tres Reyes Magos, andaban de cabeza. Tenían que
preparar muchísimos juguetes que llevarían a todos los niños y las niñas: bicicletas,
muñecas, pelotas, puzles... Los tenían ya metidos dentro de una caja azul grande,
grande. Tan grande como una piscina. Esa caja era mágica. ¿Sabéis lo que hacía?
Pues... ¡¡que volaba!! Iba volando detrás de los Reyes, que iban montados en sus
camellos.
Cuando todo estuvo preparado, los Reyes y la gran caja azul emprendieron el camino.
Era un camino largo, largo. Los Reyes viven muy lejos de las casa de los niños y las
niñas.
Anduvieron mucho, de día y de noche. No podían parar porque tenían que llegar a
tiempo y dejar en los zapatos de los niños y las niñas los juguetes que habían pedido.
Cuando les quedaba muy poco para llegar al pueblo de Pablo y Marta, ocurrió algo:
empezaron a caer unas gotitas de agua del cielo. ¡¡Estaba lloviendo!!
Llovía y hacía mucho frío, tanto que se puso a granizar. El camello de Melchor se puso
a estornudar y a tiritar. Se había resfriado.
Melchor le limpió los mocos y le puso una bufanda azul, pero seguía estornudando.
Tenían que parar, pues no podían continuar con un camello enfermo. Y como la caja
azul era mágica, bajó hasta el suelo y se convirtió en una casa, para que los Reyes y
los camellos se metieran dentro. Le dieron al camello un jarabe y leche calentita,
como hace mamá cuando nos resfriamos.
Tendrían que esperar a que el camello se pusiese bueno para continuar el viaje. Lo
malo es que no llegarían a tiempo para repartir los regalos.
Pablo y Marta, cuando se despertaron, se encontraron con que no tenían regalos.
- ¿Qué habrá pasado? –preguntó Pedro.
Salieron a la calle y vieron que todo estaba blanco y había granizado.
Había muchos niños y niñas y se pusieron todos a jugar. Y se lo estaban asando tan
bien, que incluso olvidaron que n o tenían regalos de los Reyes Magos.
Cuando entraron en casa, sonó el teléfono. Eran los Reyas Magos, diciendo que iban a
tardar un poco porque tenían un camello enfermo.
Así que, si a vosotros alguna vez no os dejan regalos los Reyes, no os preocupéis,
porque seguro que vendrán otro día.
10.- ADIVINA ADIVINANZA.
En una oscura cueva hay una rosa colorada, que llueva o no llueva
siempre está mojada.
(La lengua)
Adivina, adivinanza:
¿Qué tiene el rey en la panza,
igual que cualquier mendigo?
(El ombligo)
Oro parece,
plata no es.
Si no lo adivina bien tonto es.
(El plátano)
Blanco es,
la gallina lo pone,
en la sartén se fríe
y por la boca se come.
(El huevo)
belleza exterior, y querer cambiar sólo por cómo nos vean los demás.
amable de las hadas. Pero era también un hada muy fea, y por mucho que se
esforzaba en mostrar sus muchas cualidades, parecía que todos estaban empeñados
en que lo más importante de una hada tenía que ser su belleza. En la escuela de
hadas no le hacían caso, y cada vez que volaba a una misión para ayudar a un niño o
chillando y gritando:
mamá de pequeña:
- Tú eres como eres, con cada uno de tus granos y tus arrugas; y seguro que eres
así por alguna razón especial...
Pero un día, las brujas del país vecino arrasaron el país, haciendo prisioneras a
todas las hadas y magos. Nuestra hada, poco antes de ser atacada, hechizó sus
propios vestidos, y ayudada por su fea cara, se hizo pasar por bruja. Así, pudo
seguirlas hasta su guarida, y una vez allí, con su magia preparó una gran fiesta para
aullando.
Durante la fiesta, corrió a liberar a todas las hadas y magos, que con un gran
inteligencia del hada fea. Nunca más se volvió a considerar en aquel país la fealdad
una desgracia, y cada vez que nacía alguien feo, todos se llenaban de alegría
Zumba que te zumbarás, van y vienen sin descanso, de flor en flor trajinando y
nuestra vida endulzando.
LA ABEJA
Yo fui tu primer sonido cuando comenzaste a hablar y soy la primera letra que en
el abecedario está.
LA A
Soy un color muy brillante que al azul no puedo ver, porque cuando estoy con él me
pone verde al instante.
EL AMARILLO
EL SILENCIO
LA LENGUA
Es alguien con el que pasas muchos ratos de tu vida, con el que juegas y corres y
no le cuentas mentiras.
EL AMIGO
EL ARCOIRIS
Tronco abajo, tronco arriba, luciendo mi larga cola, nadie en rapidez me gana;
corriendo, me quedo sola.
LA ARDILLA
LA ARENA
Muy bonito por delante, muy feo por detrás, me transformo a cada instante e
imito a los demás.
EL ESPEJO
EL HUEVO
LA LETRA U
Se parece a mi madre
pero es más mayor,
tiene otros hijos Solución:
que mis tíos son. LA ABUELA
La jaula es su casa,
su ropaje amarillo,
con su canto alegra
a todos los vecinos. Solución: EL CANARIO
Me encuentras en la playa
a la sombra y al sol,
mi nombre tiene CARA
y también tiene COL. Solución: EL CARACOL
13.- El Rey Arturo.
Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que
batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.
La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago
Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al
castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era
mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas
mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera
descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor.
Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de
Inglaterra"
Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron
mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos,
habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su
desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la
roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y
Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la
Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces
Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la
corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín,
lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que
estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-.
Y así, de esa forma, el reino consiguió vivir en paz durante muchos años.
FIN
14.- El burrito descontento
Y cuando por fin llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz. Vivía
descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores
penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el
pesebre.
FIN
15.- LA VERDADERA HISTORIA DEL RATONCITO PÉREZ.
Pepito Pérez era un pequeño ratoncito de ciudad. Vivía con su familia en un agujerito
de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí
no les faltaba la comida. Vivían junto a una panadería, Y por las noches él y su padre
iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día Pepito escuchó un
gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las
cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio un montón de aparatos, sillones,
Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que
le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de
entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor Miguel Ángel.
Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña libreta
de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy
medicina... Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones
de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita llena de
comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones pequeños, grandes,
gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca.
Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No
tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían
comer desde que dejaron de ser jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó cómo
podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una
duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vio cómo el doctor Miguel Ángel le ponía
unos dientes estupendos a un anciano. Esos dientes no eran de personas, pues los
hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos dientes eran enormes y no le
solución, apareció en la clínica un niño con su mamá. El niño quería que el doctor le
quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande. El
servirá a un ratón", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la
casa, se encontró con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez esperó a
que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño se había
pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le
dejó al niño un bonito regalo a cambio de su diente. Pensó que eso era lo justo.
todos sus amigos del colegio. Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes
de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les deja a cambio
un bonito regalo.
FIN
16.- LA ORUGA
Hubo una vez una oruguita a la que nadie quería, porque, según la
gente, era muy fea. El sapo se reía cuando la veía arrastrarse
viscosamente por donde él y sus amigos estaban, yendo a pasear y a por
comida, y aunque la pobre oruga intentaba no ser vista, jamás lo
conseguía.
- Pues la próxima vez avísanos para no verte. Nos da repelús ver cómo
te arrastras dejando ese reguero de babas por donde pasas... - reía el
sapo, las ratonas y los demás animalillos del bosque. Y la pobre
oruguita bajaba la cabeza y, ya sin ganas de comer, daba la vuelta y se
dirigía a su casa. Y así pasaba todos los días.
En su casa del árbol, un pequeño agujerito que compartía con otra oruga
un poco más agraciada que ella, se pasaba los días sin salir, yendo a
por comida cuando llegaba la noche y a expensas de que algún animal se
la comiese, llorando a escondidas de su compañera que en muy poco la
ayudaba.
- ¿Por qué lloras? Debería darte vergüenza andar con esas pintas por la
vida, esos pelos tan mal peinados, siempre tan descuidada... Mírame a
mí y aprende. Hasta me adulan los escarabajos... No sé, ponte de vez en
cuando un poco de perfume de rosas, píntate los labios con el polen de
las flores... ¡Ay, en fin, haz algo por ti misma, pero así no puedes ir
por la vida! -.
- Yo no soy tan agraciada como tú, así pues si hago lo que tú me dices,
no aumentaré mi belleza, sino que el sapo y sus amigos cuando me vean,
se reirán con mucha más razón que ahora.-
Y la pobre oruguita estuvo sin comer tres días y tres noches. El sapo,
que a parte de maleducado disfrutaba haciéndola sufrir y sometiéndola
al más inmenso de los ridículos, una noche entró en su casa y mientras
ésta dormía, le pintó con polen de flores de todos los colores todo su
cuerpo.
Todos reían sin parar, y la pobre oruga, queriéndose morir, fue testigo
de las críticas e insultos que los animalillos imputaban hacia ella
misma. - ¡Vaya facha, oruga! ¿De dónde vienes, de un baile de
disfraces?- decían unos.- ¡Aunque la oruga fea se vista de seda, oruga
fea se queda!- decían otros.
Y a todo esto, la pobre oruga no podía separar sus tristes ojitos del
trozo de cristal, donde veía por primera y última vez su rostro
reflejado en él, rompiéndose por dentro como un pétalo de flor en
Tras muchos intentos, viendo llegar la noche y sin techo donde dormir,
la otra oruga tuvo que desistir y marcharse con una lagartija que vivía
sola en su madriguera. -¡Agghh, qué asco! Dormir debajo de la tierra...
¡Bueno! al fin y al cabo, es solo una noche- Y así fue como se resignó
a compartir madriguera con el reptil. Nadie pudo dormir aquella noche
pensando en la oruguita, y hasta a buen recaudo sabemos que el sapo
tampoco pudo hacerlo. Pensaron que a la mañana siguiente la oruguita
asomaría su cabeza por su puerta, pero no fue así. Pasaban los días,
las semanas, los meses, y nada se sabía de la oruga. - ¡Dios mío,
oruga! ¡Abre la puerta te digo!- pero la rebeldía de la otra oruga no
conseguía abrir la puerta. - ¿Se habrá muerto de pena?- decían unos.-
Quizás esté enferma y necesite nuestra ayuda- decían otros, pero así
estaban las cosas.
Después de dos meses, una mañana muy temprano, la otra oruga se enfadó
con su compañera la lagartija porque se le estaban apagando los colores
de dormir bajo tierra y sus pelos se habían encrespado y arruinado de
no poder peinárselos con su cepillo. .
-¡Ya no aguanto más contigo! ¡Mira qué facha tengo! Muchas gracias por
ofrecerme cama y cobijo durante estos dos meses, pero ya no puedo
soportar más vivir así... -.
Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y pobre que casi no
salvo las ramitas, pero como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin
compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dio a la
más que él. Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de
diciendo -¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas?. ¡Pues
una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!!
Cuando nacemos, llegamos al mundo sin ropa pero con derechos. No importa que seas muy
pequeño. Igual tienes derecho a expresarte, a jugar, a elegir, de acuerdo con tu edad y con
tus posibilidades. Los derechos no son un traje que te dan un día de golpe cuando te
conviertes en grande. Los derechos son la ropa del alma… para toda ocasión y en todo
momento.
Historia de una Princesa, su papá y el Príncipe Kinoto Fukasuka de María Elena Walsh
Sukimuki era una princesa japonesa.
Vivía en la ciudad de Siu Kiu, hace como dos mil años, tres meses y media hora.
En esa época, las princesas todo lo que tenían que hacer era quedarse quietecitas. Nada de
ayudarle a la mamá a secar los platos. Nada de hacer mandados. Nada de bailar con abanico.
Nada de tomar naranjada con pajita. Ni siquiera ir a la escuela. Ni siquiera sonarse la nariz. Ni
siquiera pelar una ciruela. Ni siquiera cazar una lombriz. Nada, nada, nada.
Todo lo hacían los sirvientes del palacio: vestirla, peinarla, estornudar por ella,
abanicarla, pelarle las ciruelas.
¡Cómo se aburría la pobre Sukimuki!
Una tarde estaba, como siempre, sentada en el jardín mirando moscas, cuando apareció una
enorme mariposa de todos los colores.
Y la mariposa revoloteaba, y la pobre Sukimuki la miraba de reojo porque no le estaba
permitido mover la cabeza.
–¡Qué linda mariposa! –murmuró al fin Sukimuki, en correcto japonés.
Y la mariposa contestó, también en correctísimo japonés:
–¡Qué linda Princesa! ¡Cómo me gustaría jugar con usted, Princesa!
–No puedo –volvió a responder la Princesa haciendo pucheros.
–¡Cómo me gustaría bailar con usted, Princesa! –insistió la mariposa.
–Eso tampoco puedo –contestó la pobre Princesa.
Y la mariposa, ya un poco impaciente, le preguntó:
–¿Por qué usted no puede hacer nada?
–Porque mi papá, el Emperador, dice que si una Princesa no se queda quieta, quieta, quieta
como una galleta, en el imperio habrá una pataleta.
–¿Y eso por qué? –preguntó la mariposa.
–Porque sí –contestó la Princesa–, porque las Princesas del Japón debemos estar quietecitas
sin hacer nada. Si no, no seríamos Princesas.
–Entiendo –dijo la mariposa–, pero escápese un ratito y juguemos. He venido volando de muy
lejos nada más que para jugar con usted. En mi isla, todo el mundo me hablaba de su belleza.
A la Princesa le gustó la idea y decidió, por una vez, desobedecer a su papá. Salió a correr y
bailar por el jardín con la mariposa.
En eso se asomó el Emperador al balcón y al no ver a su hija armó un escándalo de mil
demonios.
–¡Dónde está la Princesa! –chilló.
Y llegaron todos sus sirvientes, sus soldados, sus vigilantes, sus cocineros, sus
lustrabotas y sus tías para ver qué le pasaba.
–¡Vayan todos a buscar a la Princesa! –rugió el Emperador con voz de trueno y
ojos de relámpago.
y le dijo preocupado:
Una noche, cuando ya casi dormían, vieron una lucecita moverse por la
habitación.
Cuando ya se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló:
- Es el barco del Capitán Garfio. Tened mucho cuidado con él. Hace tiempo un
cocodrilo le devoró la mano y se tragó hasta el reloj. ¡Qué nervioso se pone ahora
Garfio cuando oye un tic-tac!
Campanilla se sintió celosa de las atenciones que su amigo tenía para con
Wendy, así que, adelantándose, les dijo a los Niños Perdidos que debían disparar
una flecha a un gran pájaro que se acercaba con Peter Pan. La pobre Wendy cayó
al suelo, pero, por fortuna, la flecha no había penetrado en su cuerpo y enseguida
se recuperó del golpe.
Wendy cuidaba de todos aquellos niños sin madre y, también, claro está de sus
hermanitos y del propio Peter Pan. Procuraban no tropezarse con los terribles
piratas, pero éstos, que ya habían tenido noticias de su llegada al País de Nunca
Jamás, organizaron una emboscada y se llevaron prisioneros a Wendy, a Michael
y a John.
Para que Peter no pudiera rescatarles, el Capitán Garfio decidió
envenenarle, contando para ello con la ayuda de Campanilla, quien deseaba
vengarse del cariño que Peter sentía hacia Wendy. Garfio aprovechó el momento
en que Peter se había dormido para verter en su vaso unas gotas de un
poderosísimo veneno.
Cuando Peter Pan se despertó y se disponía a beber el agua, Campanilla,
arrepentida de lo que había hecho, se lanzó contra el vaso, aunque no pudo evitar
que la salpicaran unas cuantas gotas del veneno, una cantidad suficiente para
matar a un ser tan diminuto como ella. Una sola cosa podía salvarla: que todos los
niños creyeran en las hadas y en el poder de la fantasía. Y así es como, gracias a
los niños, Campanilla se salvó.
Mientras tanto, nuestros amiguitos seguían en poder de los piratas. Ya estaban
a punto de ser lanzados por la borda con los brazos atados a la espalda. Parecía
que nada podía salvarles, cuando de repente, oyeron una voz:
- ¡Eh, Capitán Garfio, eres un cobarde! ¡A ver si te atreves conmigo!
Era Peter Pan que, alertado por Campanilla, había llegado justo a tiempo de
evitarles a sus amigos una muerte cierta. Comenzaron a luchar. De pronto, un tic-
tac muy conocido por Garfio hizo que éste se estremeciera de horror. El
cocodrilo estaba allí y, del susto, el Capitán Garfio dio un traspié y cayó al mar.
Es muy posible que todavía hoy, si viajáis por el mar, podáis ver al Capitán Garfio
nadando desesperadamente, perseguido por el infatigable cocodrilo.
FIN
21.- El traje nuevo del Emperador.
Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus
rentas en vestir con la máxima elegancia.Tenía un vestido distinto para cada hora del día.
Un día llegaron dos truhanes que se hacían pasar por sastres, asegurando que sabían tejer las más
maravillosas telas. Dijeron que utilizaban telas que poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a
toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría distinguir entre los
inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela y les den todo el dinero que
pidan.
Los truhanes montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A
pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se
embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos
hasta muy entrada la noche.
-“Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre
honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay
quien desempeñe el cargo como él”.
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los
cuales seguían trabajando en los telares vacíos. « ¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus
adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó
palabra. Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos
el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos
desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. « ¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso?
Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No,
desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice usted nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué
dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir
tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos
continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la
tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró,
pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el
precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es
preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su
entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso
verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Se encaminó a la casa donde paraban
los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que son trajes admirables? -preguntaron los dos ladrones-. Fíjese Vuestra Majestad en
estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no
sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar
vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno veía nada; no obstante,
todos exclamaban, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los
vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente.
El día de la fiesta llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos
truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que
podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido
nuevo, que pretendían haber terminado poco antes.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-.¡Es un traje precioso!
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez
más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Y de este modo echó a andar el Emperador, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es
todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en
su cargo o por estúpido.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo
al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que
aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes, mientras todo el mundo se burlaba de él.
22.-El Príncipe y El
Mendigo
-¡Sí que es casualidad! -dijo el príncipe-. Nos parecemos como dos gotas de agua.
sedas y terciopelo. Sería feliz si pudiera vestir durante un instante la ropa que llevas
tú.
-Eres exacto a mi -repitió el príncipe, que se había vestido, en tanto, con las ropas
del mendigo.
inútil.
Aquella noche moría el anciano rey y el mendigo ocupó el trono. Lleno su corazón de
rencor por la miseria en que su vida había transcurrido, empezó a oprimir al pueblo,
ansioso de riquezas. Y mientras tanto, el verdadero príncipe, tras las verjas del
Contó en la ciudad quién era y le tomaron por loco. Cansado de proclamar inútilmente
su identidad, recorrió la ciudad en busca de trabajo. Realizó las faenas más duras,
Era ya mayor, cuando estalló la guerra con el país vecino. El príncipe, llevado del amor
a su patria, se alistó en el ejército, mientras el mendigo que ocupaba el trono
Un día, en lo más arduo de la batalla, el soldadito fue en busca del general. Con
increíble audacia le hizo saber que había dispuesto mal sus tropas y que el difunto
El general, desorientado, siguió no obstante los consejos del soldadito y pudo poner
en fuga al enemigo. Luego fue en busca del muchacho, que curaba junto al arroyo una
herida que había recibido en el hombro. Junto al cuello se destacaban tres rayitas
rojas.
Comprendió entonces que la persona que ocupaba el trono no era el verdadero rey y,
respondía:
-“Es gracias a haber vivido y sufrido con el pueblo por lo que hoy puedo ser un buen
rey.”
Fin
23.-
cazador
llevando una con pan, tortas y una jarrita de miel para su que estaba
en el .
Fin
24.- Simbad el marino.
Hace muchos, muchísimos años, en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad.
Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados fardos,
por lo que se le conocía como Simbad el Cargador.
- ¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!
Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el
cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven.
A través de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido
hasta una sala de grandes dimensiones.
En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más
deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas varias personas, entre las que
destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera:
-Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo
comprendas, te voy a contar mis aventuras...
" Aunque mi padre me dejó al morir una fortuna considerable; fue tanto lo que
derroché que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo poco que me quedaba
y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una
isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados: en
realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me dejé
arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de
palmeras. Una vez en tierra firme, tomé el primer barco que zarpó de vuelta a
Bagdag..."
Llegado a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho
100 monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente.
Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas...
" Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y, cuando
desperté, el barco se había marchado sin mí.
Llegué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los
que pude coger, me até un trozo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila
me eligió como alimento para llevar a su nido, sacándome así de aquel lugar."
Terminado el relato, Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro,
con el ruego de que volviera al día siguiente...
"Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero
me aburría y volví a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendió una gran
tormenta y el barco naufragó.
Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron
prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenía un solo ojo y que
comía carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una
estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso lugar.
De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvió a hacer presa en mí. Pero esto te lo
contaré mañana..."
Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro.
"Inicié un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta
vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con
quien me casé, pero al poco tiempo ésta murió. Había una costumbre en el reino: que
el marido debía ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el último momento, logré
escaparme y regresé a Bagdag cargado de joyas..."
Y así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de sus
viajes, tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De
este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le
había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna.
El anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido como
esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día,
huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el
tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fue a caer
sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes;
allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.
Simbad así lo comprendió y, presentándose ante su amo, le explicó dónde podría
encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió la
libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.
"Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-.
Como verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los
placeres, también antes he conocido todos los padecimientos."
Cuando terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara
quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y ya nunca más, tuvo que
soportar el peso de ningún fardo...
FIN
25.- EL PRÍNCIPE FELIZ
Erase una vez que se era, sobre una alta columna, y dominando la ciudad, se alzaba la
estatua del Príncipe Feliz. Recubierta de oro fino, sus ojos eran zafiros, y un gran
Una noche de invierno, una golondrina llegó a la ciudad y se refugió a los pies de la
estatua. Cuando se dispuso a dormir, una enorme gota de agua le cayó en la cabeza.
“Qué raro”, -pensó- “no está lloviendo”. Cayó una segunda gota, y luego otra, y otra...
Miró hacia arriba y vio que era el Príncipe Feliz que estaba llorando.
- “¿Por qué lloras?” –le preguntó. El príncipe le contestó: -“Cuando vivía y tenía
corazón humano, todo lo que veía en mi palacio era hermoso y alegre, pero ahora que
estoy muerto y me han colocado en este sitio tan alto, puedo ver toda la miseria de
- “Ahora veo una casa pobre, y dentro una mujer y su hijo, que no tienen qué comer.
Le duelen las manos, que bordan un pañuelo para una dama de palacio. Por favor,
- “En una buhardilla, veo a un joven que está escribiendo una obra de teatro para
niños, y se ha desmayado de hambre. Por favor, dale uno de mis ojos de zafiro, para
- “En la plaza hay una niña que vende cerillas. Se le han caído todas al agua y no puede
llevar pan a su casa. Llévale mi otro ojo de zafiro, aunque me quede ciego”.
- “Ahora que estás ciego, no puedo abandonarte. Dime qué quieres que haga por ti”.
- “Ve cortando todas las láminas de oro que cubren mi cuerpo, y ve dándoselas a los
La golondrina, muy cansada ya, lo fue haciendo hasta que la estatua quedó desnuda.
En ese momento, un ángel bajó del cielo, y se los llevó con él. Así, desde entonces y
Y con esto llegamos al final y nos despedimos hasta otro día que contemos más.
golpeando.
El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo, dijo
que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque,el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija.
Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, a condición que fuera expulsado el metro que siempre se
la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.
nuestros puntos buenos La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el
tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y
En cambio, cuando tratamos con sinceridad de percibir los puntos fuertes de los
cualidades, eso es para los espíritus superiores que son capaces de inspirar todos los
éxitos humanos.
Fin
27.- La princesa y el guisante.
Erase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero tenía
Era una princesa quien aguardaba ante la puerta. Pero, ¡Dios mío!, ¡Qué
aspecto ofrecía con la lluvia y el mal tiempo! El agua chorreaba por sus
cabellos y caía sobre sus ropas, le entraba por la punta de los zapatos y
le salía por los talones. Y sin embargo, ¡pretendía ser una princesa
verdadera!
en toda la noche. ¡Dios sabe qué habría en esa cama! He dormido sobre
algo tan duro que tengo el cuerpo lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!
tomó por esposa y el guisante fue trasladado al Museo del Palacio, donde
¡Y sin más que contar, me despido diciendo que ésta sí es una historia de
verdad!
28.- JUAN Y LAS SEMILLAS MÁGICAS
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando y
que te cuidará.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír. Eso
basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás su amor y serás feliz.
- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas
escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
Un día estaba pensando en cómo divertirse cuando observó a un niño que jugaba con
un aro. Quedó asombrado al ver cómo lo rodaba por la calle empujándolo con un palo.
divertido.
un poquito.
No dándose por vencido, el triángulo testarudo continuaba con la idea de ser círculo.
Intentó acercarse, pero antes de que pudiera acercarse, el pájaro se marchó volando.
Pitágoras quedó decepcionado y comprendió que el pájaro sólo picoteaba el árbol para
construir su nido.
Un poco triste se resignó a ser para siempre un triángulo, pero no dejaba de pesar en
ese círculo que tanto se divertía con el niño. Y decidió que desde ahora intentaría
si fuese un trineo.
Pitágoras aceptó y el niño lo cogió y lo usó como plantilla para dibujar sobre una
cartulina las velas del barco. Después lo guardó en una caja, entre sus tesoros. Allí
Desde entonces, se sintió feliz con sus nuevos amigos, y nunca se separó de
ellos