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Il Ritorno d’Ulisse in Patrria Monteverdi-Badoaro (1641)

Prólogo

L’umana fragilità
Soy algo mortal,
una creación humana.
Todo me perturba,
un simple soplo me abate.
El Tiempo que me crea,
me combate.

Tempo
Nada está a salvo
de mi diente.
Él roe y disfruta.
No huyan, mortales,
que, aunque soy rengo,
tengo alas.

L’umana fragilità
Soy algo mortal,
una creación humana.
En vano busco
un lugar donde protegerme,
pues mi frágil existencia
es un juego de la Fortuna.

Fortuna
Deseos, alegrías y dolores
gobiernan mi vida.
Soy ciega y sorda,
no veo ni oigo.
Riquezas y grandezas
reparto a mi manera.

L’umana fragilità
Soy algo mortal,
una creación humana.
Mi florida edad, verde y fugaz,
se esclaviza por el cruel Amor.

Amore
Soy el dios que hiere a los dioses,
me llaman Amor.
Ciego arquero,
alado y desnudo,
contra mis flechas
no hay defensa ni escudo.

L’umana fragilità
Muy infeliz soy yo,
una creación humana.
Creer en ciegos y en rengos
es inútil.

Tempo, Fortuna y Amore


Por mí, frágil...
Por mí, desdichado...
Por mí, confuso...
será este hombre.

-El Tiempo que apresura...


-La Fortuna que seduce...
El Amor que hiere...
no tendrán piedad.

Débil, desdichado, confuso...


Confuso, débil, desdichado...
Débil, desdichado, confuso...
será este hombre.

Acto I

Escena 1

Penelope
¡Los tormentos de una reina desdichada
nunca terminan!
Aquel a quien espero no llega,
y los años pasan.
La lista de mis penas
es demasiado larga.
Para quien vive angustiado,
el tiempo pasa lento.
Falaz ilusión,
esperanzas envejecidas,
ya no prometan alivio o curación
para este mal.
Pasaron cuatro lustros desde el memorable día
en el que, cometiendo un rapto,
el soberbio Troyano
llevó a la ruina a su gloriosa patria.
Con razón ardió Troya,
pues el amor impuro,
que es un delito de fuego,
se purifica con las llamas.
Pero por errores ajenos,
aunque inocente, fui condenada.
Por culpas ajenas,
soy la triste penitente.
Ulises, astuto y sabio,
tú, que te jactas de castigar a los adúlteros,
que afilas las armas e incitas a las llamas
para vengar los errores de una griega prófuga,
en tanto, dejas a tu casta esposa
entre enemigos rivales,
con su honor en peligro
y, quizá, su vida.
Cada partida supone
un anhelado retorno.
Sólo tú has perdido
el día de tu regreso.

Ericlea
¡infeliz Ericlea! Nodriza desconsolada,
Te compadeces del dolor de la amada reina.

Penelope
¿No cambiará mi suerte?
¿Acaso la Fortuna ha cambiado
su voluble rueda por un trono inmóvil?
Y su pronta vela, que lleva
el destino de los hombres por la inconstancia,
¿sólo para mí
no trae un soplo de aire?
Sin embargo, para otros,
las estrellas cambian su apariencia en el cielo.
¡Vuelve, ay, vuelve!
¡Vuelve, Ulises!

Vuelve, Ulises,
Penélope te espera.
La inocente suspira,
la ofendida llora,
y con el tenaz ofensor
ni siquiera se encoleriza.
A mi alma agitada perdono,
para que no quede manchada de crueldad.
Pero culpo al destino
de mis males.
Así, para defenderte, al destino y al cielo,
declaro la guerra, y establezco disputas.
¡Vuelve, ay, vuelve!
¡Vuelve, Ulises!

Ericlea
Partir sin retorno
No puede ser influenciado por las estrellas:
¡esto no es partir!

Penelope
La calma vuelve al mar,
vuelve el céfiro al prado,
y la aurora, mientras
dulcemente invita al sol,
es el retorno
del día que había partido.
La escarcha vuelve a los campos,
vuelven las piedras al seno de la tierra,
y con resbaladizos pasos,
vuelve el río al océano.
El hombre, aquí abajo,
lejos de sus orígenes,
posee un alma celeste
y un cuerpo frágil.
El mortal pronto muere
y su alma regresa al cielo,
y su cuerpo vuelve a ser polvo,
después de una breve estancia.
Sólo tú has perdido
el día de tu regreso.
Vuelve, pues demorándote,
prolongas mi profundo dolor,
y veo acercarse
la hora de mi muerte.
¡Vuelve, ay, vuelve!
¡Vuelve, Ulises!

Escena 2

Melanto
Duros y penosos
son los feroces deseos amorosos.
Pero los crueles martirios, al final son gratos,
aunque al principio hayan sido amargos.
Pues cuando un corazón arde,
es un fuego de alegría,
y nunca pierde
quien juega al juego del amor.

Eurimaco
Mi hermosa Melanto,
graciosa Melanto,
tu canto es un encanto,
tu rostro es un hechizo.
Mi hermosa Melanto,
es un lazo
lo que en ti hechiza,
y lo que no es un lazo
produce dolor.

Melanto
Gracioso charlatán,
qué bien alabas la belleza...
y, en tu provecho,
describes el resplandor de un rostro.
Halaga también mis virtudes
con tus dulces mentiras.

Eurimaco
Mentira sería, si yo,
alabándote, no te amara,
pues no adorar a una verdadera deidad
sería una mentira impía.

Melanto y Eurimaco
Que la llama de nuestro amor
se encienda,
pues no amar a quien nos ama,
es una ofensa,
y no se ofende a quien,
siendo ofendido, amor te entrega.
Dulce vida mía.
Alegre amada mía.
-Alegre amado mío.
-Dulce vida mía.
Dulce vida mía,
mi vida eres.
Alegre amada mía,
mi felicidad serás.
Que un vínculo tan bello
no se deshaga jamás.

Melanto
Cómo me invade el deseo,
Eurímaco, mi vida,
sin freno ni contención,
de dar curso a mis alegrías en tu pecho.

Eurimaco
Qué gustoso cambiaría
este palacio por un desierto,
donde ninguna mirada curiosa
alcanzara a ver nuestros pecados.

Melanto y Eurimaco
Pues para un corazón apasionado
la contención es un suplicio.

Eurimaco
Ocúpate entonces
de avivar en ella la llama amorosa.

Melanto
Tentaré nuevamente
a su terca y obstinada alma.
Tocaré ese corazón
que tan inflexiblemente defiende su honor.

Melanto y Eurimaco
Dulce vida mía.
Alegre amada mía.
-Dulce amado mío.
-Dulce vida mía.
Dulce vida mía,
mi vida eres.
Alegre amada mía,
mi felicidad serás.
Que esta hermosa unión
no se deshaga jamás.

Escena 5

Nettuno
El hombre es orgulloso,
y el culpable de su pecado es el cielo bondadoso,
que siempre está dispuesto
a perdonar las ofensas.
Lucha con el destino,
pelea con la suerte,
a todo se atreve,
a todo se arriesga.
La libertad humana,
se vuelve indomable,
y se atreve a enfrentarse
a la voluntad del cielo.
Pero si Júpiter, en su bondad,
perdona los errores del hombre,
que mantenga ocioso el rayo en su diestra
y no se vengue,
pero que no sufra Neptuno
con su propio deshonor el pecado humano.

Giove
Gran dios de los mares,
¿qué murmuras y desvarías
contra la gran bondad del dios soberano?
Más por mi piadosa naturaleza
que por mi brazo armado, soy Júpiter.
Este rayo destruye,
pero la piedad persuade...
e incita adoración.
Pero quien cae al suelo
ya no puede adorar.
Pero ¿qué justo deseo de venganza
te hace acusar a la gran bondad de Júpiter?

Nettuno
Los osados feacios,
contra mi soberano decreto,
condujeron a Ulises a Ítaca,
su patria,
con lo cual, por insolencia humana,
burlaron las intenciones de una deidad ofendida.
Es una vergüenza, y no un acto de piedad,
perdonar hechos tan malvados.
¿Acaso sólo de nombre
son divinos los dioses?

Giove
El cielo no se opondrá a tu venganza,
pues la misma razón nos une.
Puedes tú mismo
castigar a los atrevidos.

Nettuno
Ya que tu voluntad divina no se opone,
castigaré su temerario orgullo.
Convertiré su móvil nave
en un inmóvil escollo.

Giove
Que se cumpla tu voluntad
y se vea el efecto de tu poder.
Que las olas tengan su Júpiter,
y quien moviéndose pecó, inmóvil perezca.

Escena 6

Coro de Feacios
En este bajo mundo,
el hombre puede hacer cuanto quiere.
En este bajo mundo,
el hombre puede hacer cuanto quiere.
Puede hacerlo, pues el cielo
es indiferente a nuestras acciones.
Puede hacerlo, pues el cielo
es indiferente a nuestras acciones.

Nettuno
Que estas olas pasajeras
tengan un nuevo escollo.
Hoy los feacios aprenderán
que los viajes humanos,
si son contrarios al cielo,
no tienen retorno.

Escena 7

Ulisse
¿Duermo todavía...
o estoy despierto?
¿Qué región es esta?
¿Qué aire respiro,
qué suelo piso?
¿Duermo todavía
o estoy despierto?
¿Quién transformó mi dulce y reparador sueño
en ministro de tormentos?
¿Quién cambió mi reposo
por terrible desventura?
¿Qué dios protege
a los que duermen?
Sueño,
sueño de los mortales,
hermano de la muerte
te llaman algunos.
Solitario, abandonado,
decepcionado y engañado,
yo te conozco bien,
padre de los errores.
Sin embargo, sólo yo
soy el culpable de mis errores.
Pues si la oscuridad
es hermana del sueño, o su compañera,
quien confía en ella, termina perdido
y de nada sirve lamentarse.
Dioses siempre coléricos,
nunca satisfechos,
son severos con Ulises,
aun cuando duerme.
Que su divino poder sea firme y fuerte
contra la voluntad humana,
pero que no les quite, ay de mí,
la paz a los muertos.
Feacios mentirosos, prometieron
conducirme a salvo a Ítaca, mi patria,
con mis riquezas
y mis tesoros.
Feacios,
faltaron a su palabra,
no sé cómo, ingratos,
me dejaron en esta ribera desolada,
sobre la playa yerma y desierta,
desdichado y abandonado.
Y, sin preocuparse por semejante pecado,
vagan por el aire y por las olas.
Si faltas tan graves
no son castigadas,
deja, Júpiter, tus rayos,
pues la ley del azar es más segura.
Falsísimos feacios, que Bóreas
sea siempre enemigo de sus velas.
Y que sus desleales naves sean cual plumas al viento
o cual escollos en el mar,
ligeras para los vientos del norte
y para las leves brisas, pesadas.

Escena 8

Minerva
La querida y alegre juventud
desprecia los deseos impuros,
y no se inquieta
por lo que fue o por lo que será.
¡Querida y alegre juventud!

Ulisse
El cielo siempre socorre
al que lo necesita.
Este jovencito de tierna edad,
inexperto en engaños,
quizá alegre mis pensamientos.
Pues no tiene falsedad en el alma
quien todavía es imberbe.

Minerva
La juventud es un bello tesoro
que llena de alegría el corazón.
Para ella el tiempo es rengo,
y vuela el alado Amor.
La juventud
es un bello tesoro.

Ulisse
Apuesto pastorcito,
socorre a un viajero perdido
con consejo y ayuda.
Dime, para empezar,
el nombre de esta playa y de este puerto.

Minerva
Ítaca es esta tierra
que se encuentra en el seno de este mar,
puerto famoso
y playa feliz.
Tu rostro se ve alegre y agradecido
al oír un nombre tan bello.
Pero ¿cómo llegaste
y adónde vas?
Ulisse
Soy griego
y vengo de Creta,
escapando del castigo
de un homicidio que cometí.
Los feacios me recibieron
y prometieron que me llevarían a Élide.
Pero el irritado mar y el viento desleal
nos arrojaron violentamente a esta playa.
Y hasta ahora, pastor,
tuve al destino como enemigo.
Cuando desembarcamos,
esperando que el mar y el viento se calmaran,
me dormí tan profundamente,
que no reparé en que los crueles feacios
huían furtivamente.
Y yo me quedé, con mis pertenencias,
sobre la playa desierta, desconsolado y solo.
Y cuando el sueño se marchó,
me dejó el dolor.

Minerva
Has dormido mucho tiempo,
pues aún hablas de sombras y narras sueños.
Ulises es un hombre astuto,
pero más sabia es Minerva.
Tú, entonces, Ulises,
oye mis consejos.

Ulisse
¡Quién lo creería, las deidades
con vestiduras humanas!
¿Se hacen estas mascaradas
en el cielo?
Te doy las gracias,
diosa protectora.
Sé que mis pensamientos
estuvieron guiados por tu amor.

Minerva
Nadie te reconocerá,
pasarás inadvertido,
así verás la descarada osadía
de tus rivales, los pretendientes.

Ulisse
¡Afortunado Ulises!

Minerva
Y la inmutable constancia
de la casta Penélope.

Ulisse
¡Afortunado Ulises!

Minerva
Ahora mójate la frente
en aquella fuente,
y, bajo el aspecto de un anciano,
nadie te reconocerá.

Ulisse
Voy a obedecerte
y enseguida regreso.

Minerva
Yo vi arder Troya
por venganza.
Ahora me falta conducir a Ulises
a su patria, a su reino.
Este es el propósito
de una diosa ofendida.
Aprendan así,
necios mortales,
a no interferir
en las disputas divinas.
El juicio del cielo
no les concierne,
pues sus tribunales
están en la tierra.

Ulisse
Aquí estoy, sabia diosa.
Este cabello
es una falsa prueba de mi vejez.

Minerva
Pongamos tus queridas pertenencias
Al seguro,
En aquélla gruta oscura,
Con las náyades, ninfas consagradas al cielo.

Minerva y Ulisse
Ninfas, protejan las gemas y el oro,
Vestimentas y tesoros,
Protejan todo,
Ninfas sagradas.

Escena 9

Minerva
Ve a la fuente de Aretusa,
donde el pastor Eumeo,
tu fiel y antiguo siervo, cuida el rebaño.
Espérame allí hasta que regrese de Esparta
con tu hijo Telémaco.
Luego, prepárate
para seguir mis órdenes.

Ulisse
¡Afortunado Ulises!
Olvida el dolor
de tus antiguos errores,
ya no llores, y deja salir
de tu feliz corazón, un canto dulce.
No se desesperen más
los mortales en la tierra.
¡Afortunado Ulises!
Pueden soportarse
todas las vicisitudes,
alegría o dolor,
paz o guerra.
No se desesperen más
los mortales en la tierra.

Acto II

Penelope
Dioses, algún día
concedan mis deseos.

Melanto
Querida, amada Reina,
Reina cauta y prudente,
prudente sólo para tu desdicha,
menos sabia yo te querría.
¿Por qué menosprecias
el fuego de los pretendientes vivos...
con la esperanza de reconfortarte
con las cenizas de los muertos?
Quien goza no ofende
al que está sepultado.
Un bello rostro
puede causar una guerra.
Las actitudes guerreras
disgustan a los difuntos,
pues los muertos
sólo buscan paz.
Ama, entonces, que la belleza
es la dulce compañera del Amor,
y tu dolor
cederá pronto al placer.

Penelope
El Amor es un ídolo vanidoso,
un dios vagabundo
cuya inconstancia es bien conocida.
Su dulce serenidad
dura lo mismo que un relámpago.
Un solo día puede cambiar
la alegría en dolor.
La historia está llena
de Teseos y Jasones.
Los astros del cielo pueden cambiar
constancia, rigor, penas, muerte y dolor,
y hasta pueden transformar
a Ulises en Jasón.

Melanto
¿Sólo porque el aquilón
alguna vez altera el mar,
no debe el audaz timonel
partir jamás del puerto?
En el cielo, no siempre
brillan estrellas funestas.
Toda tempestad
siempre tiene fin.

Penelope
No debe volver a amar
quien desdichado penó.
Vuelve necio a penar...
quien antes erró.

Escena 2

Eumete
Un amante real no puede librarse
de desventuras y males.
Los cetros reales conocen mejor las lágrimas
que el cayado del pastor.
Visten seda y oro
los más grandes tormentos.
La vida pobre y oscura,
es más segura que la rica e ilustre.
Colinas, campos y bosques,
si la condición humana incluye la felicidad,
en ustedes anida la dicha.
Herbosos prados, en ustedes
crece la flor de la alegría,
en ustedes se recoge
el fruto de la libertad,
y sus hojas
son una delicia para el hombre.

Escena 3

Iro
Un pastor puede alabar prados y bosques,
acostumbrado a conversar con el rebaño.
Estas hierbas que tú mencionas
son alimento para las bestias,
no para los hombres.
Yo vivo entre reyes,
tú, entre rebaños.
Aquí, tú disfrutas conversando
con amistades salvajes,
yo me como a tus compañeros, pastor,
y el fruto de tu trabajo.

Eumete
¡Iro, gran glotón!
¡Iro, devorador!
¡Iro, charlatán,
no perturbes mi paz!
¡Corre a comer!
¡Corre a comer
hasta reventar!

Escena 4

Eumete
Fue una noble empresa del generoso Ulises
el despoblar e incendiar ciudades,
pero quizá el cielo,
airado por la caída del reino troyano,
quiera tu vida
como sacrificio de su venganza.

Ulisse
Si hoy quieres ver
el anhelado retorno de Ulises,
acoge a este pobre viejo
que ha perdido toda ayuda humana,
en su avanzada edad,
en su cruel suerte.
Que tu piedad
lo acompañe hasta la muerte.

Eumete
Serás mi huésped,
te recibiré amablemente.
Los mendigos son los favoritos del cielo
y amigos de Júpiter.

Ulisse
Ulises está vivo,
su patria lo verá,
Penélope lo tendrá,
pues el destino nunca fue insensible,
las demoras lo hacen madurar.
Créeme, pastor.

Eumete
¡Qué contento te acojo,
mendiga deidad!
Mi largo pesar,
gracias a ti, terminará.
Sígueme, amigo,
tendrás un descanso seguro.

Escena 5

Telemaco
¡Alegre camino!
¡Dulce viaje!
Pasa el carro divino
como si fuese un rayo de sol.
¡Alegre camino!
¡Dulce viaje!
Minerva y Telemaco
Los dioses poderosos
navegan por el aire, surcan los vientos.

Minerva
Llegamos a la tierra de tu padre,
prudente Telémaco.
Nunca olvides mis consejos,
pues, si te apartas del recto camino,
encontrarás peligros.

Telemaco
El peligro me amenazará en vano,
si tu bondad me protege.

Escena 6

Eumete
¡Oh, gran hijo de Ulises!
Es verdad que vuelves
a serenar la vida de tu madre.
¡Oh, gran hijo de Ulises!
Por fin has venido para reparar
las nobles ruinas de tu desmoronada casa.
Que desaparezca la aflicción
y cese el llanto.
Peregrino, celebremos
nuestra alegría con el canto.

Eumete y Ulisse
Verdes playas, en este feliz día,
adórnense con plantas y flores.
Que la brisa
juegue con el amor.
El cielo ríe
por el feliz retorno.

Telemaco
Sus amables auspicios me son gratos,
pero una sombra turba mi alegría,
pues un alma que espera
no puede estar tranquila.

Eumete
Este hombre que ves aquí,
soportando el gran peso de los años,
y que está envuelto
en andrajosos trapos,
me asegura que
el regreso de Ulises está cercano.

Ulisse
Pastor, si no es verdad
lo que digo,
que se transforme en sepulcro
la primera piedra,
y la muerte que me corteja
haga de este mi último día.

Eumete y Ulisse
Una dulce esperanza
ilusiona al corazón.
Una noticia feliz
alegra el alma.
Una dulce esperanza
ilusiona al corazón,
aunque un alma que espera
no puede estar contenta.

Telemaco
¡Corre, pues, veloz!
Ve, Eumeo, al palacio,
y que le anuncien mi llegada
a mi madre.

Escena 7

Telemaco
¿Qué veo, ay de mí,
qué miro?
¿Esta tierra voraz
se traga a los vivos,
abre bocas y cavernas
ávidas de sangre humana,
y la piedra no soporta
el paso del caminante...
y engulle la carne humana?
¿Qué prodigios son estos?
¿Entonces, patria, has aprendido
a devorar a la gente?
¿Se abren también
los sepulcros para los vivos?
¿Así, entonces, Minerva,
me devuelves a mi patria?
Esta patria no es un buen lugar,
si es capaz de hacer esto.
Pero si mi lengua es rápida,
mi memoria es perezosa.
Aquel peregrino que hace un momento,
para hacer creíbles sus mentiras,
llamaba a los sepulcros
e invocaba a la muerte,
ha sido castigado por el justo cielo
y quedó aquí sepultado.
Querido padre...
¿De este modo tan extraño
me anuncia el cielo tu muerte?
¡Ay, que para hacerme sufrir
la tierra realiza extraños milagros!
Pero, ay de mí,
¿qué nuevos prodigios veo?
¿La vida hace intercambios
con la muerte?

Ulisse
Telémaco,
debes cambiar
el estupor por alegría.
pues si perdiste al mendigo,
recuperaste a tu padre.

Telemaco
Aunque Ulises se vanaglorie
de su ascendencia celestial,
ningún mortal
puede transformarse.
Ulises no es capaz de tanto.
O los dioses bromean,
o tú eres mago.

Ulisse
Soy Ulises.
Es testigo Minerva,
quien te trajo volando por el aire.
Ella cambió mi apariencia
a su gusto,
para que pueda andar seguro
y sin ser reconocido.
Ulisse y Telemaco
Padre anhelado.
Hijo deseado.
Progenitor glorioso.
Dulce prenda amorosa.
-Me inclino ante ti.
-Te abrazo.
La dulzura filial...
La paternal ternura...
me hace llorar.
me obliga al llanto.

Mortales, confíen
y no pierdan la esperanza,
pues cuando el cielo nos protege,
la naturaleza no tiene leyes.
Hasta lo imposible
puede ocurrir.

Ulisse
¡Ve con tu madre,
corre al palacio!
Pronto estaré contigo,
pero antes debo volver
a parecer un viejo.
¡Ve con tu madre!

Acto III

Escena 1

Melanto
Eurímaco, ella tiene
un corazón de piedra.
Ninguna palabra la conmueve,
los ruegos son en vano.
En el océano del amor,
su alma sigue firme.
O por fidelidad o por orgullo,
es una roca.
Sea enemiga o amante,
su corazón no es de cera, sino de diamante.

Eurimaco
Sin embargo,
a menudo oí a los poetas...
cantar sobre la inconstancia
y la ligereza de la mujer.

Melanto
En vano hablé y supliqué a la Reina
que se entregara a nuevos amores.
El caso es desesperado.
No sólo odia amar, sino ser amada.

Eurimaco
Que sufra quien desee,
padezca quien quiera,
y disfrute de las sombras
quien odie el sol.

Melanto
Penélope triunfa en el dolor
y en las lágrimas.
Entre placeres y alegrías,
Melanto vive feliz.
Ella se alimenta de penas,
yo, entre placeres,
amando me divierto.
Con pensamientos tan diversos
es más hermoso el mundo.

Eurimaco
Gozando y riendo
desaparece el dolor.

Melanto
Amemos y gocemos,
y que digan lo que quieran.

Escena 2

Antinoo
Las otras reinas se rodean de sirvientes,
tú, de enamorados.
Estos reyes rinden tributo al mar de tu belleza
con un mar de lágrimas.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


Ama, entonces, sí.
¡Vuelve a amar algún día!

Penelope
No deseo amar,
pues amando sufriré.
Cuanto más arden de amor,
más los aprecio.
Pero yo no me acerco
al juego amoroso,
pues el fuego es más bello
de lejos que de cerca.

No deseo amar,
porque amando sufriré.

Anfinomo
La pampanosa viña,
si no se abraza al haya,
no da frutos en otoño
ni flores en mayo.
Y si no florece,
será arrancada y pisoteada.

Pisandro
El fragante cedro, si no es injertado,
vive sin frutos y cubierto de espinas.
Pero cuando se lo injerta,
de sus espinas brotan frutos y flores.

Antinoo
La hiedra es verde,
aun a pesar del invierno,
siempre es eterno
su verde esmeralda,
pero, si no se la sostiene,
pierde su hermoso color entre la maleza.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


Ama, entonces, sí.
¡Vuelve a amar algún día!

Penelope
¡No deseo amar!
¡No quiero!
Como un hierro oscilante entre dos imanes
es atraído en dos direcciones distintas,
así duda mi corazón
entre estos tres pretendientes.
Pero no puede amar
quien sólo sabe llorar y penar.
La tristeza y el dolor
son dos crueles enemigos del amor.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


¡Alegría, alegría!
¡Cantemos y bailemos!
¡Alegremos a la Reina!
Un corazón alegre
está más dispuesto al amor.
¡Alegremos a la Reina!
¡Alegría, alegría!
¡Bailemos, cantemos!

Escena 4

Eumete
Vengo como portador
de buenas noticias.
Ha vuelto, gran Reina,
Telémaco, tu hijo.
Y quizá no sea vana
la esperanza que te traigo.
Ulises, nuestro rey,
tu esposo, está vivo,
y esperemos que no sea lejano
su ansiado regreso.

Penelope
Tan incierta noticia, aumentará mi pesar
o cambiará mi destino.

Escena 5

Antinoo
Compañeros, ¿han oído?
Nuestro inminente y mortal peligro
clama por grandes y decididas hazañas.
Telémaco ha vuelto
y, quizá, también Ulises.
Este palacio que
han violado y ofendido...
espera la demorada
pero próxima venganza de su señor.
Quien fue capaz de ultrajar,
no debe vacilar en cometer el delito.
Hasta ahora el pecado
fue dulzura,
que ahora su pecado
sea seguridad,
porque esperar clemencia
es una gran locura...
de quien ha sido
anteriormente ofendido.

Anfinomo y Pisandro
Nuestros actos
nos han hecho enemigos de Ulises.
Ofender a un enemigo
nunca se ha prohibido.

Antinoo
Por eso juntemos coraje
y, antes de que llegue Ulises,
saquemos a Telémaco
de entre los vivos.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


Sí, de los grandes amores
son hijos los grandes odios.
Uno hiere los corazones.
El otro derriba imperios.

Eurimaco
Aquel que nos escucha desde arriba,
nos contesta ahora, amigos.
Los auspicios
son el mudo mensaje del cielo.
¡Miren, ay de mí!
El gran pájaro de Júpiter.
Nos augura la ruina
y promete el flagelo.
Que cometa el crimen
aquel que no crea en la justicia del cielo.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


Nosotros creemos
en la amenaza del iracundo cielo,
pues quien no teme al cielo,
redobla su pecado.

Antinoo
Entonces, antes de que
el hijo llegue a socorrerla,
para conquistar ese corazón,
démosle obsequios,
pues la flecha del Amor
tiene la punta de oro.

Eurimaco
Que el oro solo
sea la magia del amor.
Si el corazón femenino
fuera de piedra,
al tocar el oro
se ablandaría.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


El amor es armonía,
son cantos los suspiros,
pero no se canta bien
si el oro no suena,
y no ama quien no da.

Escena 6

Ulisse
No puede morir
quien tiene al cielo como escolta...
y a una deidad
como compañera.
A las grandes proezas,
es verdad, estoy destinado,
pero comete un grave pecado
quien, protegido por el cielo, teme al mundo.

Minerva
¡Valiente Ulises!
Haré que tu casta esposa
proponga un juego...
que te traerá gloria,
seguridad y victoria,
y la muerte
de los pretendientes.
Tan pronto como tengas
el arco en la mano...
y el sonido de un trueno te invite,
lanza,
pues tu diestra valiente
a todos clavará muertos en el suelo.
Yo estaré contigo,
y con celestial relámpago
venceré a la humanidad sometida.
Todos caerán
víctimas de la venganza,
pues no se puede escapar
de los flagelos del cielo.

Ulisse
Siempre ciegos son los mortales,
Pero deben serlo más aún
cuando siguen la voluntad divina.
¡yo te sigo Minerva!

Escena 10

Eumete
Yo vi, oh peregrino,
moderarse el ardor de los pretendientes
Enfriarse el ardor,
Y palpitar el corazón en sus ojos temblorosos,
El solo nombre de Ulises
atraviesa estas almas culpables.

Ulisse
También lo disfruto, no sé cómo,
Río, no sé porqué,
Todo me alegra,
Rejuvenezco feliz.

Eumete
Apenas hayamos con alguna sustancia
Vigorizado nuestros cuerpos, iremos velozmente.
Verás de esas fieras los gestos impúdicos
Y deshonestos.

Ulisse
No vive para siempre
la arrogancia en la tierra.
El orgullo humano
pronto es vencido,
pues los rayos del cielo
abaten incluso a los dioses del Olimpo.

Acto IV

Escena 1
Telemaco
Las peripecias de mi largo viaje
ya te he narrado, Reina.
Ahora debo hablarte
de la divina belleza de la doncella griega.
La hermosa Helena
me recibió.
Inmerso en esos ojos radiantes,
me asombré de que
el universo no estuviera lleno de Párises.
Para la hija de Leda, dije,
es poca presa un solo Paris.
Pobres fueron los estragos,
leves los incendios, comparados con tanto fuego,
pues si no arde un mundo,
el resto no es nada.
Yo vi en esos bellos ojos...
las nacientes chispas,
las primeras llamas del incendio de Troya.
Mucho antes,
un astrólogo del amor...
podría haber visto en ellos
las llamas que incendiaron la ciudad,
y también los corazones.
Es cierto, Paris murió.
Pero también
conoció la felicidad.
Tuvo que pagar la deshonra
con la vida,
pero ni siquiera la muerte
puede pagar un placer tan grande.
Que se perdone
el grave pecado de esa alma.
La hermosa griega
lleva en su rostro beato...
la justificación
del pecado troyano.

Penelope
Esa funesta belleza, ese deseo infame,
indigno de mención,
sembró el odio,
no con la belleza de un rostro,
sino con los engaños
de una serpiente,
pues es un monstruo
el amor que nada en sangre.
Que tan triste recuerdo
se pierda en el olvido.
Tu mente divaga,
el deseo te hace enloquecer.

Telemaco
No te hablé de Helena
por vanidoso delirio,
sino porque en la ilustre Esparta,
un pájaro ágil y feliz voló a mi alrededor.
Helena, que es maestra
en profecías y augurios,
con alegría me dijo
que Ulises estaba cerca,
que mataría a los pretendientes
y restablecería su reino.

Escena 2

Antinoo
Grosero Eumeo, siempre te las ingenias
para perturbar la paz y la alegría.
Tú, motivo de dolor
y creador de problemas,
has traído a un desagradable
e inoportuno mendigo,
quien, con su glotonería,
sólo estropeará la alegría de nuestro espíritu.

Eumete
La Fortuna lo condujo
al piadoso hogar de Ulises.

Antinoo
Que se quede contigo
a cuidar el rebaño,
y que no venga aquí,
donde la nobleza educada manda y reina.

Eumete
La nobleza educada
no es cruel,
y un alma noble no puede desdeñar la piedad
que nace en la cuna de los reyes.
Antinoo
Arrogante plebeyo, no te corresponde
enseñar un comportamiento elevado.
Y tu tosca boca
no debe hablar de reyes.
Y tú, mendigo indigno,
¡vete de este reino!
¡Vete, muévete!

Iro
Si estás aquí...
para comer...
¡llegué antes que tú!

Ulisse
Hombre robusto y corpulento,
aunque yo sea
un viejo de canas,
mi alma no es cobarde.
Si me lo permite
la bondad real,
pisotearé tu repugnante cuerpo,
¡monstruoso animal!

Iro
¿Ah, sí? Guerrero senil,
viejo inoportuno.
¿Ah, sí? Te arrancaré
los pelos de la barba uno a uno.

Ulisse
Que muera, si en fuerza y valor
no te venzo ahora, bolsa de paja.

Antinoo
Veamos, Reina, el duelo extravagante
de esta linda pareja.

Eumete
Tienes el campo libre,
peregrino desconocido.

Iro
Yo también te lo concedo,
barbudo contendiente.
Ulisse
Acepto el desafío,
caballero panzón.

Iro
¡Vamos, entonces!
¡A la riña, a la lucha!
¡Me ha vencido, ay de mí!

Antinoo
Vencedor, perdona
al que se dice vencido.
Iro, sabes comer bien,
pero no luchar.

Penelope
Valiente mendigo, quédate en la corte,
honrado y seguro.
No siempre es vil
quien viste ropa pobre y humilde.

Escena 3

Pisandro
Generosa Reina,
Pisandro se inclina ante ti,
y cuanto le dio el generoso destino,
te lo ofrece.
Te pertenece su fortuna.
Esta real corona, símbolo de poder,
te ofrece como prenda de amor.
Después de regalar su corazón,
no tiene obsequio mayor.

Penelope
Alma generosa, pródigo caballero,
eres digno de un imperio.
No merece menos
quien entrega un reino.

Anfinomo
Si te agrada
aceptar reinos como regalo,
yo también quiero ofrecerte uno,
pues también soy rey.
Estos pomposos adornos,
estos mantos reales,
demuestran el homenaje
que rindo a tus méritos.

Penelope
Noble contienda
y generosa competencia,
donde el discreto amante
aprende el arte de amar, obsequiando.

Antinoo
Mi corazón, que te adora,
no quiere que seas su reina.
Mi alma,
que se inclina para adorarte,
desea llamarte diosa.
Y como a una diosa,
te halaga con sus suspiros,
reprime sus deseos...
y con este oro te venera
y te rinde honores.

Penelope
No quedarán sin recompensa
tan elevados tributos.
Pues cuando una mujer se entrega,
aunque haya sido reticente, su corazón se inflama.
Y cuando una mujer se resiste,
si aún no había cedido, termina rindiéndose.
Apresúrate, Melanto,
tráeme el arco del fuerte Ulises y las flechas.
Y aquel de ustedes
que maneje mejor el poderoso arco,
será el dueño de la mujer
y del imperio de Ulises.

Telemaco
Ulises, ¿dónde estás?
¿Por qué no pones fin a tus pérdidas
y a mis tormentos?

Penelope
Pero ¿qué ha prometido
mi imprudente boca,
ay, tan contraria
a mi corazón?
Dioses del cielo,
si lo he dicho,
ustedes soltaron mi lengua
y dictaron mis palabras.
Son los prodigiosos efectos
del cielo y las estrellas.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


¡Alegre y exquisita gloria!
¡Grata y dulce victoria!
Las lágrimas de los amantes,
un corazón fiel y constante,
transforman tristeza
en alegría.

Penelope
Este es el arco de Ulises,
o, más bien, el arco del Amor
que debe traspasar mi corazón.
Pisandro, a ti te lo entrego.
Quien primero ofreció dones
será el primero en disparar.

Pisandro
Amor, si como arquero me heriste,
ahora dale fuerza a esta arma,
y victorioso diré:
si un arco me hirió,
otro arco me sanó.

Mi brazo...
no lo logra.
Mi muñeca
tampoco puede.
Cede vencida mi fuerza.
Mi fracaso hace apagar mi deseo.

Anfinomo
Amor, el pequeño dios,
no sabe disparar.
Si traspasa a los mortales,
lo hace con miradas, no con flechas.
Pues a un dios niño
no obedecen las armas de Marte.
Tú, dios de la guerra,
apresura mi victoria.
De mí se espera
el triunfo de Marte.

Qué inflexible...
qué indomable...
es este arco.
Su frío corazón seguirá siendo
arrogante y rígido conmigo.

Antinoo
Que Marte y el Amor
cedan donde reina la belleza.
Quien no venza con honor,
no vencerá.
Penélope, en virtud de tu belleza,
me someto a la dura prueba.
La virtud y el valor
no ayudan.

Quizá el poder de un encanto


impida mi victoria.
Es cierto que aquí
todo permanece fiel a Ulises.
¡Hasta el arco de Ulises
a Ulises espera!

Penelope
Son vanos y oscuros privilegios,
los títulos de reyes sin valor.
La sangre, adorno real, no basta
para sostener los ilustres cetros.
Quien no posea
las virtudes de Ulises,
no es digno
de heredar sus tesoros.

Ulisse
La orgullosa juventud
no siempre posee valor,
así como la humilde vejez
no siempre es cobarde.
Reina, tengo un alma tan audaz,
que a la prueba me invita.
Pero no quiero excederme,
renuncio al premio
y sólo pido hacer la prueba.
Penelope
Le sea concedida al mendigo
la fatigosa prueba.
Gloriosa contienda oponer a pechos viriles
Un flanco anciano,
Que, enrojecido por el esfuerzo
Hará enrojecer de vergüenza a los otros.

Ulisse
Mi humilde diestra
se arma en tu nombre, cielo.
Concédanme la victoria, dioses supremos,
si mis sacrificios les son gratos.

Pisandro, Anfinomo y Antinoo


¡Maravilla! ¡Asombro!
¡Prodigio extremo!

Ulisse
Júpiter con su trueno
clama venganza.
¡Así el arco
lanza sus flechas!
Minerva anima a unos
y humilla a otros.
¡Así hiere el arco!
¡Muerte, matanza y ruina!

Acto V

Iro
¡Oh, dolor!
Oh, martirio
que entristece mi alma.
Triste recuerdo
de un doloroso espectáculo.
Vi a los pretendientes muertos.
Los pretendientes
fueron asesinados.
Los cerdos
fueron asesinados.
Perdí todas las alegrías
del gusto y del apetito.
¿Quién socorre
al hambriento?
¿Quién lo consuela?
¡Tristes palabras!
Iro, has perdido
a los pretendientes.
Los pretendientes,
tus padres.
Derrama a tu antojo
lágrimas amargas y tristes,
pues padre es
quien te alimenta...
y te viste.
¿Quién saciará ahora
la avidez de tu hambre?
No encontrarás a nadie
dispuesto a llenar tu gran barriga.
No encontrarás
a nadie que se ría...
del triunfo goloso
de tu garganta.
¿Quién socorre
al hambriento?
¿Quién lo consuela?
¡Maldito día de mi ruina!
Hace un rato,
me venció un viejo osado,
y ahora me ataca el hambre
y el alimento me abandona.
Ya tuve al hambre
como enemiga.
Pero la destruí.
La vencí.
Sería demasiado
verla ahora vencedora.
Quiero matarme...
para no ver jamás cómo ella
me arrebata el triunfo y la gloria.
Quien evita al enemigo
es ya victorioso.
Valiente corazón mío,
vence el dolor.
Y antes de sucumbir
al hambre enemiga,
vaya mi cuerpo...
vaya mi cuerpo
a saciar el hambre de la tumba.

Escena 3

Melanto
¡qué nuevos rumores
Y qué insólitos estragos
Y qué trágicos amores!
¿Quién fue el atrevido
Que osó enturbiar la paz
Que tienes en tus ojos
Con una nueva guerra,
Y dar por tierra a los templos
Que fueron erigidos para Amor
En aquéllos fogosos pechos?

Penelope
Viuda amada, Reina viuda,
Nuevas lágrimas están listas,
Al fin, todo amor es funesto para la infeliz.

Melanto
Así, mismo ante la sombra del cetro
Son vulnerables los reyes.
Junto a las coronas
Los brazos criminales son aún más ardientes.

Penelope
Murieron los pretendientes, y estas estrellas
Que llevan sus nombres
Asistieron a estas muertes.

Melanto
Penlélope, el castigo de este importante hecho
Se debe al desdén y la ira,
Pues majestad ofendida,
Sólo puede ser justa enojándose.

Penelope
De los ojos la piedad se siente en exceso,
Pero no me está permitido
El desdén y el dolor del corazón

Escena 4

Eumete
Que la fuerza de un afecto secreto
ablande tu corazón.
El desconocido que con un arco
dio muerte a cientos,
el fuerte y vigoroso
que domó el arco y arrojó las flechas,
el que valientemente
mató a los insidiosos pretendientes,
alégrate, Reina,
él...
era Ulises.

Penelope
Eres un buen pastor, Eumeo,
que cree firmemente
lo contrario de lo que ve.

Eumete
El anciano, el viejo,
el pobre, el mendigo...
que atacó con valentía
a los soberbios pretendientes,
alégrate, Reina,
era Ulises.

Penelope
El vulgo es crédulo y necio,
y sólo inventa falsos rumores.

Eumete
Yo vi a Ulises.
Ulises está vivo,
y está aquí.

Penelope
¡Inoportuno mensajero,
consolador pernicioso!
No discutiré contigo
porque eres tonto y ciego.
Eumeo es sabio.

Escena 5

Telemaco
Es verdad lo que él dice.
Ulises, tu esposo y mi padre,
ha vencido a todos sus enemigos.
Su aspecto engañoso,
bajo la apariencia de un anciano,
fue arte de Minerva,
y su regalo.

Penelope
Es verdad que los hombres, en la tierra,
sirven como diversión a los dioses inmortales.
Si tú también crees eso,
entonces eres su diversión.

Telemaco
Fue voluntad de Minerva,
para engañar a los enemigos de Ulises
con una falsa apariencia.

Penelope
Si a los dioses
les agrada engañar,
¿quién me dice que no sea yo la engañada,
que tanto he sufrido?

Telemaco
Como sabes, Minerva
es la protectora de los griegos,
y Ulises es
el más querido para ella.

Penelope
Los dioses en el cielo no se ocupan tanto
de los asuntos de los mortales.
Permiten que el fuego arda
y el hielo congele.
Engendran las causas
de placeres y males.

Telemaco
Quitate en paz el luto

Eumete
Yo lo diré, te seguiré.

Escena 6

Minerva
La ira es llama,
gran diosa,
el odio es fuego.
Nosotras, con ira y odio,
redujimos a cenizas el reino de Troya.
Ofendidas por un troyano,
pero ya vengadas.
El más fuerte de los griegos
aún lucha contra el destino,
el atormentado Ulises.

Giunone
Para una venganza justa
ningún precio es alto.
Que el imperio troyano
no sea más que polvo en el viento.

Minerva
De nuestra venganza
nacieron sus errores,
y de las gratas masacres,
sus dolores.
Es necesario que nuestro dios
salve al vengador...
y aplaque la furia
del dios de los mares.

Giunone
Yo procuraré la paz...
y vigilaré el reposo
del glorioso Ulises.

Minerva
Para ti, hermana y esposa
del gran Júpiter,
se abren en el cielo
nuevas puertas divinas.

Escena 7

Giunone
Gran Júpiter,
alma de los dioses,
dios de los espíritus,
espíritu del universo,
tú que todo lo dominas
y todo lo eres,
otorga tu gracia
a mis ruegos.

Ulises erró
demasiado tiempo.
Demasiado sufrió.
Devuélvele al fin la paz.
Fue divina la voluntad
que lo animaba.
Ulises erró
demasiado tiempo.

Giove
Juno jamás
me rogará en vano,
pero la ira de Neptuno
debe ser aplacada primero.
¡Escúchame, dios del mar!
Aquí, donde se decide el destino,
fue escrito el incendio de Troya.
Ahora que el elegido
ha alcanzado su destino,
calma la ira de tu corazón.
Ulises fue
ministro del destino,
sufrió, venció y luchó
como un campeón del cielo.
Por él, la muerte, vestida de cenizas,
se apoderó de Troya.
Neptuno, paz.
Perdónale al mortal
la falta que lo atormenta.
Aquí el destino
escribe su defensa:
no es culpable el hombre
de las tormentas del cielo.

Nettuno
Aunque estas heladas aguas
nunca sienten el calor de tu piedad,
en las algosas profundidades,
en los confines de sombrías aguas...
se conoce
el decreto de Júpiter.
Contra los osados y temerarios feacios
he desahogado mi ira.
La nave petrificada
pagó por la grave ofensa.
¡Que Ulises
viva feliz y seguro!

Coro di Celesti
El amoroso Júpiter
hace al cielo piadoso con su perdón.
Coro Marittimo
Aunque helado, el mar
es misericordioso como el cielo.

Coro di Celesti y Coro Marittimo


¡Oren, mortales!
Pues un dios ofendido
se somete a la plegaria.

Giove
Minerva, encárgate de calmar
los tumultos de los sublevados aqueos,
que, para vengar la muerte de los pretendientes,
se disponen a atacar Ítaca.

Minerva
Domaré esos espíritus,
apagaré su cólera,
ordenaré la paz, Júpiter,
como es de tu agrado.

Escena 8

Ericlea
Ericlea, ¿qué quieres hacer?
¿quieres callar o hablar?
Si hablas, consuelas,
Obedeces si callas.
Estás para servir,
Obligada amar.
¿quieres callar o hablar?
Que ceda la obediencia ante la piedad:
No se debe decir siempre aquello que se sabe.

Medicar al que languidece, ¡oh qué placer!


Pero qué injuria es
Descubrir los pensamientos de los otros.
Mejor es a veces, callar.

Es fiereza y crueldad
Poder consolar con palabras
Al que se duele
Y no hacerlo,
Pero del arrepentirse
Mayor es el placer que del hablar.
El secreto callado
De pronto puede descubrirse;
Una vez que es dicho
No podré esconderlo.
Ericlea, ¿qué harás?
¿te callarás?
Al fin, un buen silencio nunca fue escrito.

Escena 9

Penelope
Todas sus explicaciones
se las lleva el viento.
Nuestros sueños no pueden
aliviar las vigilias de mi turbada alma.
Las fábulas hacen reír,
pero no dan vida.

Telemaco y Eumete
-Demasiado incrédula.
-¡Demasiado!
-Demasiado obstinada.
-¡Demasiado!
Es más que cierto...
Es más que cierto
que el viejo arquero era Ulises.
Aquí viene,
y con su verdadera apariencia.
Es Ulises.
Es él en verdad.

Escena 10

Ulisse
Dulce y gentil meta
de mis fatigas.
Querido puerto amoroso
al que corro para reposar.

Penelope
Detente, caballero,
encantador o mago.
No me convence
tu falaz apariencia.

Ulisse
¿Así te acercas a tu esposo
para recibir los anhelados abrazos?

Penelope
Soy la esposa, sí,
pero del desaparecido Ulises.
Ni encantamientos ni magia
quebrantarán mi fidelidad ni mi voluntad.

Ulisse
En honor a tus ojos
desprecié la eternidad,
cambiando voluntariamente
mi estado y mi suerte,
para mantenerme fiel,
acepté seguir siendo mortal.

Penelope
El valor que te hace
parecido a Ulises...
me hace aceptar
el asesinato de los malvados pretendientes.
Eso es el dulce fruto
de tu mentira.

Ulisse
Yo soy ese Ulises,
quien emergió de las cenizas,
sobreviviente entre los muertos,
el feroz castigador
de adúlteros y ladrones, no su secuaz.

Penelope
No eres el primero
que, con un nombre falso,
ha tratado de ganar
el poder y el reino.

Ericlea
Ahora es tiempo de hablar.
Éste es Ulises,
Casta y gran señora, yo lo reconocí
Cuando se bañaba desnudo, dejando al descubierto
Del feroz jabalí la honorable cicatriz.
Te pido perdón si callé demasiado:
Pero fue orden de Ulises
Que esta locuaz lengua femenina
Con esfuerzo callara y no hablase.

Penelope
El Amor me impulsa
a creer aquello que anhelo,
pero el honor exige
que mi corazón permanezca fiel.
Dudoso pensamiento,
¿qué haces?
Me negué a creerle
al buen Eumeo...
y a Telémaco, mi hijo,
a la anciana nodriza también,
Pues mi casto lecho
sólo recibe a Ulises.

Ulisse
Conozco muy bien
tus castos pensamientos.
Sé que tu inmaculado lecho,
el que nadie más que Ulises ha visto,
todas las noches
tú lo adornas...
y lo cubres con una sábana de seda
tejida por tu mano,
en la que se ve una imagen
de Diana con su virginal coro.
Siempre me acompañó
este dulce recuerdo.

Penelope
Ahora sí te reconozco,
ahora sí te creo, antiguo dueño
de mi disputado corazón.
Perdona mi severidad,
pero fue culpa del Amor.

Ulisse
Libera tu lengua.
Libera los nudos de la alegría.
Que tu voz exhale
un suspiro, un sollozo.

Penelope
¡Resplandece, cielo,
florezcan, prados!
¡Regocíjense, brisas!
Los pájaros cantando,
los ríos murmurando,
vuelvan a alegrarse.

Que esas hierbas reverdecidas


y esas olas susurrantes...
ahora se consuelen.
Pues ha surgido feliz
de las cenizas de Troya, mi fénix.

Ulisse y Penelope
Mi anhelado sol.
Mi reencontrada luz.
Puerto calmo y sereno.
Deseado, sí, pero amado.
Gracias a ti bendigo
mis pasadas desdichas.
-Ya no recordemos los tormentos.
Todo es placer.
-¡Sí, mi vida, sí!
-Todo es dicha.
-¡Sí, mi vida, sí!
Huyan de nuestro pecho,
sentimientos dolorosos.
¡Sí, mi vida, sí!
-¡Todo es alegría!
-¡Sí, mi vida, sí!
El día del placer
y de la dicha ha llegado.
¡Sí, mi vida!
¡Sí, mi corazón!

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