Está en la página 1de 3

Pinino el arbolito

Vanesa Hernández Carrera

Amanecía. En el bosque de cipreses se colaban tímidamente las gotas de rocío y


comenzaban a cantar los pájaros alegremente.
Nuestro amigo, el joven arbolito Pinino, dejó que el viento de noviembre sacudiera de sus
ramas esas traviesas gotillas que le hacían cosquillitas.
No había terminado Pinino con su rutina mañanera cuando de pronto empezó un gran
barullo entre los árboles cercanos. Don Armando, el dueño dela finca, acababa de clavar
un enorme rótulo.
-¿Puede leerlo señor Árbol Grande? Preguntó con voz chillona la hermana mayor al más
sabio de todos los árboles.
El Árbol Grande no tuvo siquiera que leer el rótulo, pues la experiencia que le daban los
años estando ahí plantado le enseñaba, que alrededor de diciembre, Don Armando
siempre clavaba el mismo rótulo.
Pero el alboroto de los otros cipreses no se hizo esperar y todos movían sus copas
preguntando: -¿Qué dice? ¿Qué dice ese rótulo?
El sabio Árbol Grande tosió (es decir, crujió sus ramas) y con una voz grave que pareció
salir de lo más profundo de sus raíces leyó con voz solemne:
SE VENDEN ÁRBOLES DE NAVIDAD
De pronto, el bosque de cipreses quedó en silencio y sólo se oía el chillar de las ramas
que no podían evitar ser movidas por el viento.
Al pequeño Pinino le parecía todo muy extraño. El no entendía porqué todos se habían
quedado tan callados cuando mencionaron esa palabra desconocida para él...
Navidad...¿Qué significaría eso?
Después de un rato Pinino se atrevió a preguntarle a su hermana qué era el asunto ese de
la navidad.
-¡Ay hermano! Exclamó muy aturdida la hermana de Pinino, creo que ya va siendo hora
de que te explique porqué estamos plantados aquí. Todo tiene que ver con los humanos,
ellos tienen muchas costumbres y una de ellas es la fiesta de Navidad. Ese es el día que
celebran el nacimiento del hijo del Gran Creador, que vino aquí a la tierra.-
Pinino se quedó pensativo e interrumpió a su hermana:
-Bueno, ¿y que hay de malo en eso? ¡Me parece hermoso que los hombres dediquen una
temporada a pensar en aquel que es hijo de quien nos creó a todos nosotros! ¿No la hacen
también nuestras primas, las pastoras y nuestros hermanos, los manzanos?
-¡Es que tu no entiendes!- replicó su hermana.
-Si tan sólo se dedicaran a meditar. Pero la Navidad está llena de tradiciones y una de
ellas tiene que ver con nosotros...
El arbolito movió sus ramas denotando curiosidad y volvió a interrumpir a su hermana.
-¿En serio? Pues me parece maravilloso que los seres humano nos tomen en cuenta.-Dijo
con voz orgullosa
La hermana de Pinino perdió la paciencia y le dijo de una vez que en la época de navidad
las personas CORTAN los árboles de ciprés para meterlos en sus casas y adornarlos con
bombas y luces de colores y que cuando termina esa época los tiran a la calle sin agua y
sin tierra.
Pero Pinino se emocionó tanto cuando oyó lo de las bombas y las luces, que se dedicó a
pensar en lo guapo que se iba a ver y no oyó la parte trágica de la historia que le contaba
su hermana.
Pero los demás árboles si entendían y los siguientes días el bosque tenía una sombra de
melancolía y el viento, que es la voz de los árboles, se limitaba a susurrar cuando pasaba
entre sus ramas.

El único emocionado era Pinino, a quien sólo le molestaban sus raíces para salir y
cotonearse de lo contento que se sentía.
Se imaginaba a si mismo brillando en la noche como inundado de luciérnagas y decorado
con guirnaldas y lacitos de muchos colores. Soñaba con villancicos y regalos y todas esas
cosas que le habían contado que hacían los humanos para celebrar la Navidad.
De pronto un día sus pensamientos fueron interrumpidos por algo filoso que lo arrancaba
de la tierra... ¡Había llegado el día! ¡Se lo llevaban a celebrar la navidad!
Durante el camino Pinino se dio cuenta de lo grande que era el mundo y aunque estaba
muy cansado se paró muy recto cuando lo pusieron en la casa y saludó a todos con su
agradable aroma.
¡Su sueño se había hecho realidad! Ahí estaba él, justo en el centro de la sala, todo
elegante y colorido.
-Si me vieran los demás árboles- pensó-¡Que lindo luzco con este montón de lucecitas
bailarinas y este bello angelito que me pusieron de sombrero!-
Sin embargo, conforme pasaban los días Pinino empezó a sentirse muy débil, y aunque
estaba vestido como un rey, ya no le parecía tan maravilloso. Extrañaba al viento, a la
lluvia, el rocío y a sus hermanos. Le hacía falta el calor del sol ¡y tenía tanta, pero tanta
sed!
Inclusive las ramitas en su pie ya se estaban comenzando a marchitar y ya no había
regalos, ni se cocinaban cosas ricas en la cocina. Lo peor de todo era que ya nadie se
preocupaba por encender las lucecitas en la noche y Pinino se quedaba ahí solo y a
oscuras.
Un día de tantos sin mucha emoción, y más bien con un poco de pereza, la señora de la
casa empezó a arrancarle uno por uno todos sus adornitos. Pinino se sintió muy ligero,
pero ya no le quedaba fuerza para agradecer tal favor siquiera con una aromática sonrisa.
Cuando la señora terminó su trabajo, cogió a Pinino y lo dejó olvidado en una esquina del
jardín. El arbolito vió el sol, pero ya no le calentaba, y sintió el agua, pero fue incapaz de
beberla.
El día y la noche pasaban sin novedad, y Pinino sintió que su vida estaba a punto de
extinguirse. Aún así, un día Pinino despertó sobresaltado al sentir dos pajaritos comemaíz
que piaban brincando entre sus secas ramas.
-¡Hola! Le saludaron los alegres pajarillos. ¡Estamos haciendo un nido!
-Pero si ya yo no puedo abrazarlos- exclamó muy triste nuestro arbolito.
Los pajaritos no le hicieron caso al comentario y muy contentos cantaban y traían muchos
palitos y hojas para acomodarlas dulcemente entre sus ramas.
Al poco tiempo, Pinino se dio cuenta de que estaba acurrucando a dos delicados
huevecillos que la mamá comemaíz empollaba y protegía con sus alas. En pocos días los
huevitos se convirtieron en dos pichoncitos que iluminaron sus amarillas e inertes ramas
y le alegraban cada vez que piaban por comida.
Y fue así, gracias a estos pequeños parillos, como Pinino se dio cuenta que en todos sus
sueños de grandeza cuando aún estaba plantado en el bosque, nunca sintió tanta alegría
como la que le habían dado estos humildes pajaritos (que por cierto, no tenían
destellantes colores como las bombitas con las que tanto había soñado) al convertirlo en
cuna para sus hijos.

Esa fue la forma el destino le enseñó al arbolito Pinino que son las cosas simples las que
hacen los detalles en nuestras vidas.

También podría gustarte