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HISTORIA DE UN ARBOL

Nuestro árbol se distinguía a lo lejos. Era enorme, robusto, anciano y con una
gran copa que proyectaba su sombra jaspeada sobre la hierba del jardín. Era un
ombú, que durante años, fue creciendo a lo alto y a lo ancho, hasta conquistar una
pradera cercada por una muralla de piedra.
Cuando trepábamos por él, yo pensaba que era como el lomo de un inmenso
elefante africano o como una ballena del reino vegetal.
Si el árbol hubiera podido hablar, nos habría contado las historias de los niños de
otros tiempos: a qué habían jugado por sus ramas, quiénes habían escalado su
colina de corteza para sentarse a descansar antes de seguir subiendo, quiénes
habían resbalado por su musgo o quiénes habían tropezado en sus raíces.

Niños felices que se habían escondido bajo sus hojas. Niños valientes que habían
subido hasta lo más alto, donde habían contemplado el valle a vista de pájaro y se
habían sentido como reyes.

Una tarde hubo una gran tormenta. Fue de un momento para otro. El cielo se
puso muy negro y pareció que se iba a romper. Después, empezó a llover con
fuerza. Detrás del cristal, vimos los relámpagos y oímos los truenos. A la mañana
siguiente, corrimos a jugar a nuestro árbol: un rayo había partido la rama
larga, horizontal al suelo, donde solíamos columpiarnos. Había dejado un
profundo boquete en el tronco.

Nos sentimos tristes. Por suerte, el resto del ombú estaba intacto. Abrazamos a
nuestro árbol y poco a poco, recuperamos los juegos.

Después de la primavera, el agujero hecho por el rayo se llenó de ramitas jóvenes.


DON ARBOLON

Había una vez un colegio que se llamaba "Los Árboles", ¿Sabéis porqué?, pues
porque tenía su patio lleno de árboles. Los había chiquititos, también medianitos,
grandes, y había uno que era enorme, un viejo árbol que estaba justo en mitad del
patio. Se llamaba Don Arbolón y ocupaba aquel espacio desde mucho antes de
que se construyera el colegio.

Don Arbolón quería mucho a todos los niños que habían pasado por aquel colegio
y los niños le querían mucho a él. Bajo su sombra los niños descansaban,
merendaban, jugaban a los cromos, se contaban hasta sus secretos más grandes. Y
Don Arbolón, impasivo, siempre acariciaba con la sombra de sus ramas a aquellos
niños que tanta compañía le hacían y tanto confiaban en él.

Un día Don Arbolón apareció malito, con un gran agujero en su tronco y


habiendo perdido todas sus hojas. Las señoritas del colegio, preocupadas, llamaron
corriendo a unos señores jardineros, quienes con muy poco amor a la naturaleza y
sólo con ganas de ganar dinero, ni tan siquiera se preocuparon por Don Arbolón, y
al verlo tan viejecito propusieron arrancarlo y plantar en su lugar muchos árboles
jóvenes.

Los niños cuando oyeron aquello, sin premeditarlo, se levantaron de golpe y


cogiéndose de sus manitas rodearon a Don Arbolón cantando "Don Arbolón no se
va del colegio...Don arbolón se queda aquí...porque todos los niños... queremos
mucho a Don Arbolón". Las señoritas inmediatamente echaron a aquellos señores
y llamaron a un viejo jardinero que vino muy deprisa con una gran maleta.

Cuando vio a Don Arbolón, le tomó la temperatura, la presión, le miró


la garganta.... y al ratito dijo, "necesito tierra para prepararle su medicación". Los
niños corriendo fueron a por tierra y en un gran cubo se la trajeron. El viejo
jardinero mezcló con la tierra jarabe, gotitas, unos polvos y lo extendió todo en el
suelo rodeando a Don Arbolón, dándole unas cariñosas palmaditas en su tronco al
marchar.
Todos se fueron a casa preocupados por Don Arbolón y cuando llegaron al día
siguiente ¡sorpresa!, Don Arbolón ya no tenía aquel enorme agujero en su tronco
y todas las hojitas habían vuelto a brotar en sus ramas. Los niños, muy
contentos, rodearon nuevamente con sus manos a Don Arbolón y con mucha
alegría cantaron:

- Don Arbolón ya no está malito, Don Arbolón se ha curado ya, todos los niños,
queremos mucho a Don Arbolón.

Don Arbolón sonrió a su manera, haciendo un simpático movimiento de todas sus


ramas y el sol que iluminaba el patio del colegio brilló con mucha más intensidad,
participando de aquella alegría que inundó aquella mañana el colegio 'Los
Árboles'.

FIN
EL GRAN MILAGRO

En un precioso y frondoso árbol nació un alegre y risueño gusanito llamado Nano,


un habitante que dio mucho de que hablar en el bosque. Y es que desde que nació,
Nano siempre se ha portado distinto de los demás gusanos.

Caminaba más despacio que una tortuga, tropezaba en casi todas las piedras que
encontraba por delante, y cuando intentaba cambiar de hojas......¡qué
desastre!....siempre se caía.

Por esa razón, la colonia de los gusanos le llamaba el gusanito torpecillo. A pesar
de las burlas de sus compañeros, Nano mantenía siempre su buen humor. Y se
divertía mucho con su torpeza.

Pero un día, llegado el otoño, mientras Nano se daba un paseo por los alrededores,
una gran nube cubrió rápidamente todo el cielo, y una gran tormenta se cayó.

Nano, que no tubo tiempo de llegar a su casa, intentó abrigarse en una hoja, pero
de ella se resbaló y acabó cayéndose al suelo, haciéndose mucho daño. Se había
roto una de sus patitas, y se había quedado cojo. Pobre gusanito... torpecillo y cojo.
Agarrado a una hoja, Nano empezó a llorar. Es que ya no podía jugar, ni irse de
paseo, ni caminar... Pero, una noche, cuando Nano estaba casi dormido, una
pequeña luz empezó a volar a su alrededor.

Primero, pensó que sería una luciérnaga, pero la luz empezó a crecer y a crecer... y
de repente, se transformó en un hada vestida de color verde. Nano, asustado, le
preguntó:

- Quién eres tú? Y le dijo la mujer:

- Soy un hada y me llamo naturaleza.

- ¿Y porque estas aquí?, preguntó Nano.

- He venido para decirte que cuándo llegue la primavera, ocurrirá un milagro que te
hará sentir la criatura mas feliz y libre del mundo. Explicó el hada.
- Y ¿qué es un milagro?, continuó Nano.

- Un milagro es algo ¡extraordinario, estupendo, magnífico!...... Explicó el hada y,


enseguida desapareció.

El tiempo pasó y llegó el invierno. Pero Nano no ha dejado de pensar en lo que


había dicho el hada. Ansioso por la llegada de la primavera, Nano contaba los días,
y así se olvidaba de su problemita.

Con el frío, todos los gusanos empezaron, con un hilillo de seda que salía de sus
bocas, a tejer el hilo alrededor de su cuerpo hasta formar un capullo, o sea, una
casita en la que estarían encerrados y abrigados del frío, durante parte del invierno.
Al cabo de algún tiempo, había llegado la primavera.

El bosque se vistió de verde, las plantas de flores, y finalmente ocurrió lo que el


hada había prometido... ¡El gran milagro! Después de haber estado dormido en su
capullo durante todo el invierno, Nano se despertó.

Con el calor que hacía, el capullo se derritió y Nano finalmente pudo conocer el
milagro. Nano no sólo se dio cuenta de que caminaba bien, sino que también tenía
unas alas multicolores que se movían y le hacían volar..

Es que Nano había dejado de ser gusano y se había convertido en una mariposa
feliz, y que ya no cojeaba.

FIN
RANITA LA RANA

Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que decidió
llevarla al jardín de su casa. Ranita de repente se encontró en una latita con un poco de agua,
que se movía al compás vaya a saber de qué y sin tener la menor idea de cuál sería su destino, se
preocupó un poco.

Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese momento se
convertiría en su hogar. Sus ojos saltones miraron ese nuevo lugar: no era feo, al contrario,
estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de madera, una hamaca y una pileta que Ranita
confundió con una laguna que le pareció un poco extraña.

Ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita, gusanos,
lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nido en los
árboles, y mariposas curiosas que iban de aquí para allá. Los ojos de Ranita parecían aún más
saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido
para ella

Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo. Comenzó a saltar
chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos. Lo que la
pobre Ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar. Ninguno de los
animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo
de animal se trataba y aún menos cómo era Ranita por dentro más allá de su aspecto físico.

Tampoco les importó mucho que digamos. Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de
nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita que digamos, pero en realidad
¿qué importaba eso?

- Está llena de verrugas ¡Qué asco!- dijo el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.

- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo.
¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías- comentó el conejo.

-¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida?-. Preguntó una mariposita que
volaba por allí.
No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por
conocer a Ranita y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia,
sino todo lo que hacía.

- ¡Es una burlona!-, se quejaba un gusanito- ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua?

- ¡Tienes razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que tiene ¿qué
se cree?-. Agregó el conejo.

- Yo opino igual- dijo el caracol, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no tardaba
demasiado en decirlas.

- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mí que los tiene tan afuera para poder
mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a saber-. Comentó un
bicho.

- Pues si ella nos burla, haremos como si no existiera-dijo una mariposita.

Lo cierto es que Ranita sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como
hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos
saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es
que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la
ranita realmente.

Pasado un tiempito, Ranita empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero
ninguno le hacia caso. La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara lo más alto
posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir del jardín siquiera. Dándose cuenta que no
era bienvenida Ranita se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí
lo menos posible para no molestar a nadie.

Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa.
Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que
entraban), los perritos en sus casas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los
mosquitos avanzaban sin parar.
- ¡Esto nos va a matar!- decía el caracol dentro de su caparazón.

- ¡Ni saltando los puedo esquivar!- se quejaba el conejo.

- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras - comentó aliviado el gusanito -,
pero algún día tendré que salir a buscar comida.

Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba feliz era Ranita,
nunca había tenido tan a mano tanta comida y además estaba muerta de hambre por todo el
tiempo que había estado dentro del agujero. Dispuesta a hacerse una panzada, la ranita saltó al
jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino.

Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada uno de los
insectos que habían invadido el jardín. Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a
ver el resultado de la gran comilona de Ranita, no sólo porque la ranita ya tenía una panza que
parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.

- ¡Nos salvó, la gorda nos salvó! decía el caracol, quien en realidad quería gritar de contento pero
no le salía demasiado.

- No entiendo- decía el gusanito-, primero nos burla y luego no saca de encima a los insectos
molestos, ¿quién la entiende?

- ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de contento! ¡Por fin nos libramos de esos bichos!- agregó
el conejo.

En eso intervino Koko, uno de los perritos de la casa, quien hasta ese momento, no se había
metido demasiado en el asunto.

- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos?

- ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba de nosotros
todos el tiempo? ¡Ni loco que estuviera!- Gritó el gusanito.

- Es lo que corresponde y es lo que harán todos y cada uno de ustedes o de lo contrario me


encargaré personalmente que ese animal verdoso y feúcho no coma más mosquitos.
Koko estaba enojado por la actitud de sus amigos.

- ¿Vamos chicos?- preguntó tembloroso el caracol, que se había asustado mucho de sólo pensar
que los molestos mosquitos volvieran.

Y allí fueron todos, no muy convencidos por cierto. En una larga fila los más chiquitos primero y
los más grandes después, con Koko incluido, fueron a agradecerle a Ranita. En realidad iba a
empezar a hablar el caracol, pero tardó tanto que el conejo tomó la palabra.

- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle.

Ranita no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus vecinos se habían
acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca misma.

- Perdón, no entiendo- dijo Ranita humildemente-. Agradecerme a mí, ¿Por qué?

- Usted nos quitó esos molestos insectos, lo que no entendemos es por qué desde que llegó no
hizo más que burlarse de nosotros y luego nos ayuda con los mosquitos.

- ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho?

Ranita entendía menos aún que sus vecinos. La verdad es que en ese jardín todo era un
malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces no se conocen.

- Vamos confiese, de sacar esa lengua, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree que no la
veíamos? No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor,
sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.

- Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Ranita, mis ojos son
así saltones de nacimiento y la lengua la saco para cazar insectos. Si alguno de ustedes se hubiese
acercado a hablarme o me hubiera dejado a mí acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran
sabido bien cómo es una rana.

-¿Una qué?- preguntó el caracol que ya empezaba a sentirse avergonzado.


- Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi especie y con una
lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme de nadie.

Muy dolida Ranita se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar porque estaba
mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido. Todos los animalitos quedaron
en silencio. Sabían que habían actuado mal. También sabían que si se hubiesen presentado ante
Ranita el día que ella llegó, jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie.Hubiera sido tan
fácil, sin embargo no lo hicieron.

Ahora, ante el dolor de Ranita, se daban cuenta del daño que habían hecho. Sin necesidad de
decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al agujerito de la rana. No hizo
falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.

- Doña Ranita se nos olvidó algo- dijo el conejo con voz un poco temblorosa.

- Pedirle perdón- agregó el caracol.

Con esta esa última palabra, simple pero muy grande, Ranita salió de su agujerito dispuesta a
darles a sus vecinos una nueva oportunidad. Al cabo de un tiempo, los dueños de casa trajeron
una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían un espécimen que no conocían. Sólo
que esta vez actuaron diferente. Y una vez más, todos en filita, Ranita incluida, se acercaron al
nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.
DOS AMIGOS INSEPARABLES

Es un lugar maravilloso. Me encanta despertar y oír cantar a los pájaros, dijo Peter.

A mí, me fascina oler el perfume de las flores y que el viento me sople en la cara, aseguró
Lowin.

Así iniciaban todas las mañanas de primavera para el oso Lowin y el zorro Peter. Ambos se
tendían sobre el abundante pasto verde a descubrir las formas divertidas que se hacen con las
nubes.

Desde muy pequeños, Lowin y Peter son amigos. Se conocieron en un soleado y colorido día de
primavera. El astuto Peter cazaba insectos entre las flores, mientras que Lowin comía plantas
muy cerca de donde se encontraba el zorro.

De repente, Peter descubrió una mariposa y estaba decidido a atraparla. Se colocó en posición de
ataque y cuando saltó para agarrarla, chocó con Lowin.

- Auchhhhh, ¿Qué haces?, me lastimaste - dijo el oso.

- Disculpa, no era mi intención, intentaba capturar una mariposa, pero la muy astuta se me
escapó - contestó Peter.

- Ahhhhhh, bueno no hay problema. Me llamo Lowin y ¿tú cómo te llamas?

- Peter, pero ¿vives en esta montaña? Nunca antes te había visto...

De esta manera, se inició una larga conversación entre estos dos cachorros, y desde entonces, son
los mejores amigos que se conoce por la montaña de Pando. Ahora son unos inquietos
adolescentes en busca de las más divertidas aventuras. Un día de primavera, Peter le propuso a
Lowin iniciar una aventura en los gallineros del granjero Jorge. A Peter le encantaba asustar a las
gallinas.

- Está bien, acepto, - dijo el oso-, pero con una condición.

- ¿Cuál? - Preguntó el zorro.


- Después de jugar nos vamos a la laguna a darnos un refrescante baño.

- Trato hecho. Enseguida Peter empezó a planear cómo entrarían al gallinero. Tomó una ramita y
sobre la tierra comenzó a dibujar un mapa para explicarle a Lowin de qué manera trabajarían en
equipo para no dejar escapar a ninguna gallina y darles un buen susto.

- Yo soy más pequeño y delgado, voy a entrar cuidadosamente al lugar donde las gallinas
duermen. Y tú, como eres más grande, te quedarás afuera esperando que las gallinas salgan.
Justo en ese momento, empezamos a corretearlas por toda la granja, dijo el zorro. El oso asintió y
de inmediato pusieron su plan en marcha.

A la cuenta de tres, tanto Peter como Lowin se pusieron en acción. Al cabo de unos segundos,
empezaron a salir las gallinas. Mientras tanto, afuera del gallinero se encontraba Lowin,
esperando para correr detrás de las pequeñas aves. Al cabo de unos segundos, el zorro y el oso se
encontraban corriendo de un lado a otro, cuidándose de no dejar escapar a ninguna gallina.

Casi cumplieron su misión, cuando repentinamente los sorprendió el granjero Jorge. Jorge, un
señor gordo, alto y un poco gruñón, se montó en su tractor y comenzó a corretear a Peter y a
Lowin por toda la colina. El zorro y el oso casi se dan por vencidos, pero después de tanto correr,
encontraron un escondite. Allí, estuvieron unos minutos. Cuando se aseguraron que Jorge se
había marchado, salieron.

- Peter, siempre tus ideas terminan metiéndonos en problemas. Pasamos un buen susto.

- Sí, sí, ya lo sé. Pero fue divertido, admítelo.

- Tienes razón.

Estos intrépidos amigos dejaron escapar una larga carcajada. De camino a la laguna, ya se
encontraban planeando la aventura del siguiente día. Peter y Lowin disfrutaban al máximo de los
días de primavera, su estación del año preferida. Y tal como habían acordado antes de iniciarse
en la divertida persecución de las gallinas, se dirigieron hacia la laguna a darse un divertido y
relajante baño.

FIN
PEDRITO, EL CARACOL Y LA BABOSA

Pedrito era un pequeño caracol de bosque que deseaba encontrar a un amigo o amiga. Caminó y
caminó hasta llegar a un huerto. Allí había unas babosas que se rieron de su caparazón.
Pedrito, triste, se ocultó en su caparazón. Tras unos cuantos días descansando, llovió, y
Pedrito salió dispuesto a irse a vivir a otro lugar, pero al sacar la cabeza vio a una pequeña
babosa que se había asustado al verlo.

- No te asustes, sólo soy un caracol.


- Pero, pero eres muy extraño, ¡llevas una piedra encima de tu cuerpo! –dijo temblando la
babosa.
- No, no es una piedra, se llama caparazón, es mi casa. Cuando tengo frío o llueve mucho me
escondo dentro y me siento mejor.
- Pues me gustaría tener un caparazón como tú. ¿Cuándo me crecerá?
- Tú eres una babosa y vosotras no tenéis caparazón, pero si quieres podemos intentar
encontrar uno vacío.
- Me gustaría mucho, dijo la babosa pequeña dando saltos de alegría.

Los dos amigos se pusieron a buscar por todo el bosque y finalmente debajo de la
hojarasca encontraron un caparazón precioso, con una espiral dibujada, pero le iba tan grande,
que decidieron buscar otra.

Al cabo de un buen rato encontraron un pequeño caparazón, pero era tan menudo que la babosa
no cabía de ninguna de las maneras. Se puso tristísima y el pobre Pedrito no sabía qué hacer para
que parase de llorar.
Finalmente se le ocurrió una brillante idea:

- Podríamos compartir mi caparazón, dijo Pedrito para consolar la babosa.


- ¿De verdad harías esto por mí?
- Pues claro que sí. Eres mi amiga. Se hizo de noche y los dos compañeros se pusieron a dormir,
el caracol se acurrucó al fondo del caparazón y la babosa cupo perfectamente.
- ¡Buenas noches! Dijeron los dos a la vez.

FIN
RATÓN DE CAMPO Y RATÓN DE CIUDAD.

Érase una vez un ratón que vivía en una humilde madriguera en el campo. Allí, no le
hacía falta nada. Tenía una cama de hojas, un cómodo sillón, y flores por todos los lados.

Cuando sentía hambre, el ratón buscaba frutas silvestres, frutos secos y setas, para comer.
Además, el ratón tenía una salud de hierro. Por las mañanas, paseaba y corría entre los
árboles, y por las tardes, se tumbaba a la sombra de algún árbol, para descansar, o
simplemente respirar aire puro. Llevaba una vida muy tranquila y feliz.

Un día, su primo ratón que vivía en la ciudad, vino a visitarle. El ratón de campo le invitó
a comer sopa de hierbas. Pero al ratón de la ciudad, acostumbrado a comer comidas más
refinadas, no le gustó.

Y además, no se habituó a la vida de campo. Decía que la vida en el campo era


demasiado aburrida y que la vida en la ciudad era más emocionante.

Acabó invitando a su primo a viajar con él a la ciudad para comprobar que allí se vive
mejor. El ratón de campo no tenía muchas ganas de ir, pero acabó cediendo ante la
insistencia del otro ratón.

Nada más llegar a la ciudad, el ratón de campo pudo sentir que su tranquilidad se
acababa. El ajetreo de la gran ciudad le asustaba. Había peligros por todas partes.

Había ruidos de coches, humos, mucho polvo, y un ir y venir intenso de las personas. La
madriguera de su primo era muy distinta de la suya, y estaba en el sótano de un gran
hotel.

Era muy elegante: había camas con colchones de lana, sillones, finas alfombras, y las
paredes eran revestidas. Los armarios rebosaban de quesos, y otras cosas ricas.

En el techo colgaba un oloroso jamón. Cuando los dos ratones se disponían a darse un
buen banquete, vieron a un gato que se asomaba husmeando a la puerta de la madriguera.
Los ratones huyeron disparados por un agujerillo. Mientras huía, el ratón de campo
pensaba en el campo cuando, de repente, oyó gritos de una mujer que, con una escoba en
la mano, intentaba darle en la cabeza con el palo, para matarle.

El ratón, más que asustado y hambriento, volvió a la madriguera, dijo adiós a su primo y
decidió volver al campo lo antes que pudo. Los dos se abrazaron y el ratón de campo
emprendió el camino de vuelta.

Desde lejos el aroma de queso recién hecho, hizo que se le saltaran las lágrimas, pero
eran lágrimas de alegría porque poco faltaba para llegar a su casita. De vuelta a su casa el
ratón de campo pensó que jamás cambiaría su paz por un montón de cosas materiales.

FIN.
BAMBI

Había llegado la primavera. El bosque estaba muy lindo. Los animalitos despertaban del
largo invierno y esperaban todos un feliz acontecimiento.

- '¡Ha nacido el cervatillo! ¡El príncipe del bosque ha nacido!', anunciaba el conejito
Tambor mientras corría de un lado a otro.

Todos los animalitos fueron a visitar al pequeño ciervo, a quien su mamá puso el nombre
de Bambi. El cervatillo se estiró e intentó levantarse. Sus patas largas y delgadas le
hicieron caer una y otra vez. Finalmente, consiguió mantenerse en pie.

Tambor se convirtió en un maestro para el pequeño. Con él aprendió muchas cosas


mientras jugaban en el bosque.

Pasó el verano y llegó el tan temido invierno. Al despertar una mañana, Bambi descubrió
que todo el bosque estaba cubierto de nieve. Era muy divertido tratar de andar sobre ella.
Pero también descubrió que el invierno era muy triste, pues apenas había comida.

Cierto día vio cómo corría un grupo de ciervos mayores. Se quedó admirado al ver al que
iba delante de todos. Era más grande y fuerte que los demás. Era el Gran Príncipe del
Bosque.

Aquel día la mamá de Bambi se mostraba inquieta. Olfateaba el ambiente tratando de


descubrir qué ocurría. De pronto, oyó un disparo y dijo a Bambi que corriera sin parar.
Bambi corrió y corrió hasta lo más espeso del bosque. Cuando se volvió para buscar a su
mamá vio que ya no venía. El pobre Bambi lloró mucho.

- 'Debes ser valiente porque tu mamá no volverá. Vamos, sígueme', le dijo el Gran
Príncipe del Bosque.

Bambi había crecido mucho cuando llegó la primavera. Cierto día, mientras bebía
agua en el estanque, vio reflejada en el agua una cierva detrás de él. Era bella y ágil y
pronto se hicieron amigos.
Una mañana, Bambi se despertó asustado. Desde lo alto de la montaña vio un
campamento de cazadores. Corrió haciá allá y encontró a su amiga rodeada de perros.
Bambi le ayudó a escapar y ya no se separaron más. Cuando llegó la primavera, Falina,
que así se llamaba la cierva, tuvo dos crías. Eran los hijos de Bambi que, con el
tiempo, llegó a ser el Gran Príncipe del Bosque.

Si por el bosque has de pasear, no hagas a los animales ninguna maldad.

FIN

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