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6 – ESCRIBE TU PROPIA HISTORIA

- ¿Estás segura de querer hacerlo? – preguntó Jim a Elly mientras pasaba la

cuerda con que la ataba a aquel poste de madera – Si no te parece bien, podemos

usar otros medios – dijo. La niña negó con la cabeza.

- No, – respondió – creo que este es el más adecuado.

- Como quieras – siguió Jim, y la terminó de atar. Se apartó del poste y se limpió

el sudor de la frente con el antebrazo – ¿Y estás segura de que vendrá? – dijo.

- Sí – asintió la niña – En cuanto lea la nota, llegará aquí hecho una furia. Él es así

– añadió. Jim sonrió y se sentó junto al poste de madera, aguardando la llegada

de John.

- De todas formas, ¿no te molesta? – siguió el pirata – Voy a pelearme con tu

amigo. Tal vez salga mal parado – la miró inquisitivo. La niña rió con ganas.

- No hay nada de lo que preocuparse – dijo Elly. Lo miró divertida – John te va a

dar la paliza de tu vida – Jim frunció el ceño.

- Ya veremos – dijo.

- Oye, Elly, – un hombre del pueblo de edad avanzada se acercó a ellos – ¿estás

segura de que se puede confiar en este joven? – la niña asintió con energía –

¡Pero si es un pirata! – Jim le puso la mano en el hombro.

- Tranquilo, abuelo – dijo – Usted limítese a hacer lo quedarse al margen de esto –

el hombre le dirigió una mirada cargada de recelo y desconfianza, y volvió a su

lugar entre la multitud de curiosos – Bueno, – comentó Jim mientras volvía a

sentarse – ahora ya sólo queda esperar.

***
John llegó a las cuatro de la tarde. Poco más de una hora después de que

abandonaran su casa dejando aquella nota. Mientras el librero andaba por mitad

de la calle, seguido por la mirada de los vecinos curiosos, Jim pudo observar la

ira en sus ojos. El hombre se paró ante ellos:

- ¿¡Qué significa esto, pirata!? – dijo mientras agarraba la nota.

- Lo que has leído – replicó Jim. Y giró la cabeza hacia un lado, señalándole el

poste en el que había atado a la niña.

- ¡Elly! – gritó el librero, y avanzó con rapidez hacia ella. Jim desenvainó su

espada para cortarle el paso. John se paró y miró el acero alarmado. Luego

volvió a observar al pirata, con una mirada cargada de odio.

- ¡Tú! – dijo apretando los dientes. Jim sonrió.

- Creo habértelo dejado bastante claro en esa nota – dijo – Si quieres recuperarla

sana y salva, – miró a la niña y luego a él – primero tendrás que derrotarme.

- ¿Derrotarte? – inquirió – ¡Menuda estupidez! – echó un vistazo a la multitud –

¿¡Y vosotros qué!? ¿¡Habéis decidido quedaros ahí mirando y sin hacer nada!? –

dijo airado. Los habitantes del pueblo se echaron hacia atrás, recelosos. John

frunció el ceño – ¡¡Sois una panda de cobardes!! – les reprochó.

- Será mejor que dejes de indignarte por la cobardía ajena, – empezó Jim – y que

mires por la tuya propia – sonrió – Acabo de retarte a un duelo. ¡Así que

prepárate! – le avisó. John le miró airado. Luego observó a la niña atada en el

poste.

- ¡¡Elly!! – gritó – ¿¡Estás bien!? – la niña se retorcía en su cautiverio.

- ¡¡¡AYÚDAME, JOHN!!! – chilló – ¡¡¡JIM ES UN HOMBRE MALO Y ME VA

A MATAR!!! ¡¡¡DICE QUE MATARÁ A TODO EL PUEBLO Y COLGARÁ

SUS CABEZAS EN PICAS!!! – Jim frunció el gesto en una mueca. Había


dejado claro a la niña cuál era su papel en todo aquello. Pero la muchacha se

crecía: improvisaba sobre la marcha, y sobreactuaba demasiado.

Afortunadamente, John estaba demasiado crispado como para percatarse de ello.

- ¡¡No te preocupes, Elly!! – respondió – ¡¡Terminaré con esto en seguida!! – Jim

lo miró divertido.

- No deberías subestimarme – le advirtió. John le devolvió la mirada, con el ceño

fruncido. Poco a poco, las facciones de su rostro se relajaron, y se atrevió a

dirigirle una cortante sonrisa.

- Me pregunto cuánto tiempo necesitaré – comentó mientras sacaba un reloj de

bolsillo de oro macizo. Lo abrió con gracia – ¿Cinco? ¿Diez minutos? – Jim

frunció el ceño y se lanzó hacia él, espada en mano.

- ¡¡Te he dicho que no me subestimes!! – gritó mientras le lanzaba un tajo

descendente. El librero sonrió.

El reloj que sostenía en la mano se retorció, adquiriendo un estado líquido, y la masa

dorada se expandió por los lados, arremolinándose, hasta tomar la forma de un inmenso

espadón, todo de oro. John sostuvo el arma con ambas manos y detuvo su ataque sin

problemas. Jim lo miró perplejo desde arriba. El librero volvió a sonreír y lo apartó con

un movimiento de su espada. El pirata saltó hacia atrás y lo siguió observando,

sorprendido:

- ¿Qué demonios has…? – empezó.

- “Mandoble Dorado del Cortejo Funerario Real” – dijo. Se apoyó el inmenso

espadón en el hombro como si fuera el acero más liviano del mundo – Es un

recurso simple, – siguió mientras se sacudía de hombros – pero bastante eficaz.


- Así que esa es tu habilidad – dijo Jim – Tienes el poder de moldear el oro – el

librero se plantó ante él con gran velocidad, sosteniendo el mandoble con ambas

manos, dispuesto a golpear.

- Casi, ¡pero no! – informó justo antes de lanzarle un tajo. El pirata paró el rápido

ataque de John a duras penas.

La fuerza con la que golpeaba aquel mandoble era demasiado grande como para

frenarlo. El impacto del golpe hizo que Jim saliera disparado hacia atrás. El ataque lo

hizo deslizarse por el suelo con dureza. La espalda le quemaba con ardor cuando se

incorporó, jadeante. Le lanzó una mirada cansada al librero:

- Eres muy fuerte – le dijo aun jadeando – Un arma tan grande y pesada como esa,

y eres capaz de blandirla sin ningún esfuerzo – se puso en pie y se irguió espada

en mano, haciendo caso omiso del dolor que sentía en la espalda.

- Te equivocas – dijo John – A decir verdad, mi fuerza no es mucho mayor que la

tuya – comentó – De hecho, puede que sea incluso menor – añadió – La razón

por la que puedo empuñar este arma no tiene que ver con mi fuerza, sino con mi

habilidad.

- ¿Con tu habilidad? – preguntó.

- Sí – asintió él – Y otra cosa que tal vez te interese saber – siguió – Deberías

cuidarte de frenar mis embestidas con tu espada. Tu acero podría acabar

quebrándose.

- ¿De qué hablas? – dijo él – Por muy pesada que sea, con una espada de oro es

imposible que quiebres el… – Jim miró sorprendido la hoja de su espada. Estaba

mellada por el centro. Volvió la vista a John, extrañado – ¿Cómo has…?

- Nunca juzgues un libro por su cubierta, Jim Golden – dijo el librero – Que mi

espada sea de oro no significa que tenga las mismas propiedades que el oro.
- ¿A qué te refieres?

- A que no conseguirás derrotarme hasta que no conozcas la verdadera naturaleza

de mi poder – sonrió.

En aquel momento, el combate se decidía a favor de aquel hombre. Jim lo tenía claro.

Pero no podía dejar que aquello le desmotivara. El joven pirata recordó las palabras que

siempre decía su capitán: “En una batalla, Jimbo, aquel que piense en la derrota, aunque

sólo sea por un momento, perderá. Cada combate es una lucha entre voluntades. El

combatiente que sepa imponer su propia voluntad frente a la del enemigo, decidirá la

batalla a su favor “. Jim se irguió en pie, y le dirigió a su rival una mirada desafiante:

- ¿Vas a desoír mi consejo? – inquirió John – Ya te he dicho que si sigues

persistiendo en atacarme con ese acero tan endeble, tu espada se quebrará – Jim

asintió.

- Que “tu espada sea de oro no implica que tenga las mismas propiedades que el

oro, ¿verdad?” – repitió.

- Así es – asintió el librero – Si lo has entendido será mejor que…

- Te diré algo sobre las espadas – le cortó Jim – El material del que están

fabricadas es algo muy a tener en cuenta, no me cabe duda – dijo – Pero el

verdadero poder de una espada radica en la mano que la empuña, no en el

material con el que fue forjada – agarró con firmeza su arma – Es decir, que si

mi voluntad logra ser más afilada que la tuya, – se preparó para atacar – ¡cortaré

cualquier cosa que esgrimas contra mí!

El pirata se lanzó decidido contra John. El librero alzó su arma para parar aquel tajo

descendente. Las espadas entrechocaron ruidosamente. Jim sintió el filo de su rival más

frágil, y empleó toda su fuerza en abrirse paso a través de él. La espada de acero cortó el
mandoble dorado como un cuchillo caliente la mantequilla. John tuvo que echarse a un

lado para evitar el ataque del pirata. Su rostro reflejaba la sorpresa:

- ¡Has cortado mi espada! – exclamó. Jim contempló la hoja de su propia espada.

No había nuevas melladuras. Había logrado cortar el arma de su rival, aunque

juraría que su ataque no había tenido toda la fuerza que deseaba darle. Entonces

lo comprendió.

- Creo que he descubierto una debilidad en tu forma de combatir – anunció

sonriente.

- ¿Una debilidad? – el rostro de John había perdido la resolución que lo

caracterizaba.

- Como bien has dicho antes, tu fuerza no es superior a la mía – dijo – Pero aun

así, manejas con soltura un arma que yo difícilmente podría levantar del suelo –

sonrió – Modificas el peso de tu espada, ¿verdad? – John frunció el ceño – Veo

que estoy en lo cierto – siguió Jim, sonriendo otra vez – Al esgrimirla, la haces

liviana, para poder manejarla con soltura. Y es justo a la hora de dar el golpe,

cuando restableces su peso, con el fin de darle una mayor fuerza a tus

acometidas – explicó. El librero seguía mirándole con el ceño fruncido – Sin

embargo, cuando te toca defenderte, estás en desventaja, porque tienes que hacer

que tu arma sea más ligera, a razón de poder sostenerla. Y es justamente al

perder su peso original, cuando se vuelve frágil, y fácil de cortar – terminó. El

librero siguió mirándole airado. Luego relajó la expresión y le dedicó una

sonrisa.

- No está mal – dijo – Una observación bastante acertada – Jim sonrió.

- No te limitas a moldear el oro – siguió – Forma, tamaño, peso, dureza… Eres

capaz de cambiar sus propiedades a tu antojo.


- Veo que empiezas a comprenderlo – corroboró John – Aunque sigues sin darte

cuenta de lo fundamental – el pirata lo miró sin saber que decir. El espadón del

librero volvió a convertirse en un remolino dorado, y la hoja quedó

completamente reconstruida, como si no hubiera sido cortada.

- ¿Era eso a lo que te referías? – inquirió Jim más aliviado – Ya me imaginaba que

serías capaz de reconstruir tu arma. Pero te recuerdo que ya sé cómo cortarla –

dijo – La primera vez lograste parar mi golpe porque ataqué sin pensarme bien

las cosas. Pero ahora que conozco tu debilidad, ¡cortaré tu espada sin importar

las veces que la repares! – se lanzó hacia él decidido. John lo aguardó sonriente.

Jim embistió con una estocada, que el librero supo ver y desviar con su espada. El

hombre aprovechó el descuido del pirata para agarrarle el brazo con el que sostenía el

arma:

- Te dije que tuvieras cuidado de tu espada – dijo. Y acercó la mano libre al plano

de la hoja.

Nada más ver como los dedos de John tocaban el acero, Jim se libró de su presa y se

echó hacia atrás. Comprobó jadeante el estado de su arma. La hoja parecía estar

húmeda. El pirata pasó dos dedos por ella y vio cómo se manchaban de un líquido de

color metálico. Miró perplejo al librero:

- Vaya, parece que has sabido verlo venir a tiempo – dijo este sonriente – Un poco

más tarde y te habrías quedado sin tu arma.

- ¿¡Pretendías derretir la hoja!? – inquirió Jim extrañado.

- Así es – afirmó el otro – Permíteme que te saque del error en el que te hallabas –

siguió sonriente – “Molde-Molde”. Ese es el nombre de la fruta del diablo que

me comí – explicó – Y desde entonces soy un “hombre molde”.


- ¿Un “hombre molde”?

- Sí – afirmó – Mi poder me permite moldear cualquier cosa. Tamaño, forma,

peso, dureza… Puedo cambiar las propiedades de cualquier material que pase

por mis manos.

- Entiendo – dijo Jim – No solo eres capaz de darle forma a ese reloj tuyo, sino

que también puedes manipular mi espada de acero si la pongo a tu alcance.

- Así es – corroboró John – Ahora que lo entiendes, será mejor que te des por

vencido y abandones este pueblo – el pirata sonrió.

- ¿Crees que semejante gilipollez va a hacer que me eche para atrás? – dijo – Esto

no terminará hasta que uno de los dos pierda – agarró la espada con firmeza – ¡Y

ese no pienso ser yo!

Jim se abalanzó de nuevo hacia el librero. John le aguardó pacientemente. Las espadas

de ambos entrechocaron con fuerza, y se enzarzaron en un baile cortante. Era un

combate parejo, pero el pirata era capaz de llevarlo a su terreno. Si bien las intenciones

de John eran frenarle en seco para echarle mano a su espada e inutilizarla, Jim podía

percibir con total claridad las acometidas de su rival y evitarlas si se concentraba en oír

la voz de sus movimientos. Aprovechó una apertura de su oponente para entrar con

todo. John logró parar el golpe a duras penas, pero su espadón cedió con facilidad y Jim

volvió a cortar a través de él. El librero se echó hacia atrás para recuperar la distancia

perdida, mientras se concentraba en reconstruir de nuevo la hoja del arma:

- Te lo he dicho – dijo Jim jadeante – Tu espada se vuelve más vulnerable cuando

defiendes.

- Estás hecho todo un charlatán, ¿eh? – replicó John, también jadeando – No

entiendo que pretendes conseguir con todo esto – siguió – ¿Te salvamos la vida,
y ahora nos sales con estas? – el pirata le miraba divertido – ¡Está claro que los

piratas no sois de fiar! – gritó el librero indignado. Jim frunció el ceño.

- ¿¡Y tú, qué pretendes!? – le increpó – ¿¡Quedarte aquí dejando pasar el tiempo y

languidecer!? ¿¡Acaso no querías escribir una historia que sobrepasara a las

demás!? ¿¡Y cómo vas a hacerlo si no sabes nada!?

- ¿¡Qué no sé nada!? – inquirió John divertido – Creo que sé bastantes más cosas

que un simple corsario piojoso.

- ¡¡No sabes nada!! – repitió Jim – ¡No sabes nada porque no has visto nada! ¡¡Te

limitas a creer en aquello que lees, y cierras los ojos a la hora de ver el mundo!!

– dijo – ¡Pues yo te voy a enseñar algo que desconoces acerca de los piratas!

- ¿¡Que desconozco!? – rió – Chaval, me he enfrentado a multitud de piratas –

dijo – ¡He visto a multitud de piratas! – puntualizó – Y todos sois iguales. ¡No

hay nada que no sepa acerca de vosotros!

- Pues déjame decirte, – empezó Jim – como pirata que soy, algo que desconoces

acerca de mí – se preparó para atacar una vez más – ¡Que no pienso parar hasta

conseguir lo que quiero! – se lanzó hacia él. John paró su embate. Las espadas

vibraron con intensidad, se cruzaron, y ambos se miraron el uno al otro, cara a

cara.

- Eres un tipo curioso – comentó el librero mientras aguantaba a duras penas su

avance – ¿¡Y qué es lo que quiere una escoria como tú!? – preguntó.

- ¡¡Sacarte de esta dichosa isla y llevarte conmigo a navegar!! – gritó el pirata.

Algo cambió en la mirada de John y la fuerza con la que sostenía su arma disminuyó.

Jim puso todo el peso del cuerpo en su espada y desarmó al librero con un movimiento

limpio. Luego soltó el arma y se abalanzó sobre él asestándole un puñetazo en la cara,

haciéndole caer al suelo con dureza:


- ¡¡Abre los ojos de una vez!! – le volvió a gritar – ¡¡Quedándote aquí no le eres

de ayuda a nadie!! – fue a golpearlo de nuevo, pero John apoyó los pies en su

estómago y se lo quitó de encima. Luego se lanzó sobre él y le devolvió el

puñetazo.

- ¿¡De qué coño vas!? – le increpó – ¿¡Primero secuestras a Elly y ahora quieres

empatizar conmigo!? – le asestó otro puñetazo – ¡¡Déjate ya de tonterías!! –

antes de que le diera un nuevo puñetazo, Jim le agarró ambos brazos y le asestó

un fuerte cabezazo. Se incorporó con rapidez y volvió a estar encima suya. Le

agarró del cuello de la camisa con fuerza.

- ¡¡Tanto que dices preocuparte por ella y ni siquiera te molestas en comprender lo

que siente!! – le gritó el pirata.

- ¿¡Qué sabrá un idiota como…!?

- ¡¡Mírala, imbécil!! – le cortó señalando a la cría con el dedo. John la miró, y Jim

también. La niña los observaba a ambos con lágrimas en los ojos.

- John, – dijo con una voz lastimera – ¡ya basta! ¡¡No quiero que os peleéis más!!

- Elly… – el librero miraba a la muchacha sin saber qué hacer. Jim le dirigió una

mirada airada, y le asestó un nuevo puñetazo, antes de levantarse.

El pirata avanzó con pasos firmes hasta el poste de madera y desató a la niña. Esta salió

corriendo inmediatamente hacia el librero y le abrazó. Jim soltó un suspiro cansado:

- Mira que hacer llorar así a una niña pequeña – le increpó al librero – Por mucho

que te idolatre, ella sufre al verte pelear, ¿sabes? – dijo – Sufre cuando intentas

protegerla. Porque si te hacen daño defendiéndola, piensa que es culpa suya, por

no ser la suficientemente fuerte como para protegerse a sí misma.

- Elly, tú… – John miraba a la niña extrañado.


- ¡Ya basta, John! – dijo ella entre lágrimas – ¡No quiero verte sufrir más! – y se

echó encima suya entre llantos, haciéndole caer.

- Elly… – repitió el librero. Jim avanzó hacia ellos, recogió su espada y la

envainó con lentitud.

- Del mismo modo, – dijo – también se culpa de que te quedes aquí. Sabe que ella

es la causa por la cual no te atreves a dejar esta isla – explicó – Y si bien le duele

quedarse sola, más le duele el ver como echas a perder tu ambición por ella.

John se incorporó con dificultad y miró a la niña:

- Elly, ¿es eso cierto? – preguntó. La niña lo miró entre lágrimas y asintió.

- Sí – dijo mirando hacia abajo – Aunque me da un poco de pena, yo… –

balbuceaba las palabras llorosa – yo quiero lo mejor para ti. Además, – lo miró

nuevamente y se atrevió a sonreír – yo puedo cuidarme sola. ¡Y también está la

gente del pueblo!

John miró a la multitud con detenimiento. Los habitantes del pueblo, poco a poco, se

atrevieron a sonreírle y a asentir con la cabeza. Jim sonrió:

- Todas las buenas historias, – dijo – nacen gracias a hombres y mujeres que, pese

a tener que llevar a cabo un importante sacrificio con ello, reúnen el valor

suficiente como para dejar atrás sus hogares y echarse a la mar – explicó – Para

bien o para mal, ahora te toca a ti realizar ese sacrificio – dijo mirando a la niña.

El librero apoyó las manos en los hombros de Elly, y la miró con seriedad:

- Elly, – dijo – ¿tú que dices? ¿Qué crees que debería hacer? – la niña lo miró

durante un largo rato. Luego le sacudió un capón, y se limpió las lágrimas,

sonriente.
- ¡Tonto! – le increpó – Siempre me cuentas las mismas historias para dormir, ¡y

ya estoy harta! – se quejó, y le volvió a sonreír – Pues ya va siendo hora de que

te vayas de aquí en busca de una historia decente – dijo – ¡Tu propia historia!

¡Una de la que nunca me canse de que me cuentes! – John la miró durante un

largo rato, y luego sonrió.

El librero se puso en pie y observó a Jim con seriedad. El pirata sonrió satisfecho:

- Veo que por fin has entrado en razón – dijo mientras le extendía la mano en

señal amistosa.

- Así es – asintió el librero. Luego, para su sorpresa, le sacudió un fuerte puñetazo

en la mandíbula que le hizo caer al suelo dolorido.

- ¿¡Por qué demonios has…!? – empezó Jim extrañado, llevándose la mano a la

boca.

- Creo haber dado un golpe de menos – le cortó John – Simplemente, quería

equilibrar la balanza – dijo mientras le extendía una mano para que se levantara

del suelo. Jim lo miró extrañado y luego cogió la mano que le ofrecía, divertido.

- ¿Entonces vas a dejar la isla? – inquirió – ¿Vas a navegar por tu propia cuenta? –

preguntó mientras terminaba de ponerse en pie.

- Claro que no, capullo – contestó John, y le dirigió una sonrisa – Voy a navegar

contigo.

“One Place”, una obra de Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Fanfic original basado en la obra “One

Piece” del mangaka Eiichiro Oda. Hecho por fan para fans

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