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Predestinación de los no condenados

“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se
conviertan” (san Lucas 5, 27-32).

El Evangelio escrito y recibido por los evangelistas y los apóstoles, no


puede tener agregados, supresiones ni alteraciones, aunque provengan de
santos proclamados por la Iglesia. En su mayoría, el Magisterio de la Iglesia
no es definitivo ni inmutable como sí lo es, por ejemplo, el que da testimonio
de Jesús como Hijo de Dios.

Es tarea del Magisterio modificar, ampliando o mejorando, enseñanzas


impartidas durante los pontificados. Grandes diferencias entre el
Catolicismo y el Protestantismo, son sobre el oficio y la autoridad del Papa y
la sucesión apostólica en la Iglesia. Es sorprendente comprobar (lo decimos
en el año 2016) en distintos medios y sitios web católicos, que algunos
articulistas difunden convicciones protestantes criticando a la Iglesia y los
documentos producidos por el vicario de Cristo. El Papa señala que
debemos realizar obras donde a la caridad espiritual se una la solidaridad
material. S. S. Francisco nos recuerda que la caridad abarca la solidaridad
para hacer más justo y habitable el mundo. El hombre es causa segunda por
la gracia y siguiendo la lógica del amor de Dios, procura con obras de
misericordia erradicar, por ejemplo, las prácticas abortivas.
S. S. Francisco predica - desde que es sacerdote- sobre los sacramentos,
como la Penitencia y la Eucaristía, necesarios para la salvación; las
reiteradas caídas del estado de gracia (que no es representado por la
prosperidad material o económica); la naturaleza sagrada del matrimonio y la
familia; la correspondencia entre fe y obras, la confianza en que Dios nos
transforme con su gracia- a pecadores- moviendo nuestra voluntad para
merecer la gloria eterna; la misericordia en la evangelización; la unidad plena
y visible entre todos los cristianos; la devoción a la Virgen; la paz del Señor.

S. S. Francisco, acompañado por el Espíritu Santo, está desintoxicando de


toda falsificación al Evangelio y recuperando la Iglesia para nosotros
pecadores, procurando detener la sangría apóstata de los últimos siglos.

Es imposible vivir sin desear bienes verdaderos o falsos. El bien estimable es


verdadero como lo son los principios lógicos que como razón habilitan el
pensamiento coherente. El deseo puede oponerse al deber si es contrario a los
principios éticos. El deseo y pasión por las cosas terrenales, son propios de la vida
temporal, cuya finalidad es nuestra perfección para la gloria eterna. La felicidad
temporal no es necesariamente contraria a la finalidad trascendente de la doctrina
cristiana.
Aun la materia que presenta fenómenos aleatorios, es gobernada con las leyes
universales creadas para el plan de Dios.
Los Mandamientos, los Sacramentos, si bien genéricos para toda la humanidad,
corresponden en sentido específico a cada individuo.
También las gracias actuales que, en principio, corresponden genéricamente a
todas las creaturas, se avienen “con la naturaleza individual, propia, única e
irrepetible de cada hombre singular y concreto, y así cada gracia actúa en cada
individuo de modo diferente” (Eudaldo Forment, sobre Summa Contra Gentiles, II,
c. 18).

«Y así como todos los hombres por el pecado del primer padre nacen sometidos al
castigo, aquellos a los que Dios libera por su gracia, por su sola misericordia los
libera; y así, con algunos es misericordioso, con los que libera; y con otros es
justo, con los que no libera, y en ningún caso es injusto» (Santo Tomás,
Comentario a la Epístola de San Pablo a los Romanos).

Dios mueve con su gracia al arrepentimiento, conversión y perseverancia final a


pecadores elegidos.

En la predestinación de los no condenados, la gracia de la perseverancia final


es para los elegidos para la gloria eterna.

Todos merecemos condenación, pero Dios juzga unos pecados mortales más
graves que otros, y con su misericordia elige y transforma a pecadores
moviéndolos con su gracia al arrepentimiento y reconciliación definitivos.

El dogma de la Predestinación es de gran belleza para nuestro entendimiento.


Asombra con perfecta lógica para la comprensión de la naturaleza de Dios y
nuestra creación con la salvación para la vida eterna. Pero es de difícil aplicación
en la evangelización porque, a diferencia de la existencia de Dios, no se presenta
como intuición. La negación de Su existencia pretende justificar el pecado, pero
también se niega a Dios si suponemos que nos salvamos por nuestros propios
méritos.

“La vida eterna es un fin que excede la proporción de la naturaleza humana; por lo
cual el hombre, con sus fuerzas naturales, no puede hacer obras meritorias
proporcionadas a la vida eterna, sino que para esto necesita una fuerza superior,
que es la fuerza de la gracia. Luego sin la gracia no puede merecer la vida eterna.
(Suma Teológica, Parte I-II, q. 109, art. 5, in c.).” Las criaturas están ordenadas
por Dios a un doble fin. Un fin natural y otro sobrenatural. El pecado tiene
consecuencias naturales y sobrenaturales. El hombre quiere el mal, “como bien
aparente”, desde el comienzo de su existencia porque realiza todo lo que le place
de inmediato, aun oponiéndose a la ley de Dios. Así todos los hombres merecen
su condenación, pero Dios elige a sus predestinados a la gloria eterna y los libera
con Su gracia del pecado, moviendo el libre albedrío al arrepentimiento y
reconciliación. La gracia suficiente dada a todos los hombres para su fin
sobrenatural, puede ser rechazada por su naturaleza caída por el pecado original.

En uno de sus artículos sobre la gracia, “El que quiere... ¿puede?” (15/04/2017),
Luis Fernando Pérez Bustamante cita Romanos 7, 18-19: ´´ ( ) nada bueno habita
en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas
no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que
no quiero´´ (Rom 7, 18-19).

“Con nuestra capacidad de discernimiento sobre el bien y el mal, los


Mandamientos, Nuestro Señor Jesucristo, los Sacramentos, la gracia santificante
acompañada por las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo y las gracias
actuales, Dios mueve a evitar y combatir el pecado, pero lo permite. De las gracias
actuales, las gracias suficientes pueden ser rechazadas por esta permisión divina,
mientras que, si no son rechazadas, la gracia eficaz mueve infaliblemente la libre
voluntad del hombre hacia su salvación y por la perseverancia final a la
bienaventuranza sobrenatural de la visión de Dios. La gracia santificante integra al
hombre con las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Estas facultades
sobrenaturales, virtudes y dones, para ser ejercidas necesitan la moción divina de
las gracias actuales. Estas gracias, además de disponer al alma a recibir la gracia
santificante cuando todavía no la tiene, la mueven a recuperarla cada vez que se
pierde por el pecado” (de un comentario que enviamos a Alonso Gracián por su
artículo, acerca de la gracia santificante y las virtudes infusas, el 23/03/16).

Él nos da la gracia suficiente- a todos- que entonces tenemos la ‘capacidad de


hacer’ (desde conocer y entender) el bien; y la gracia eficaz también actuando en
todos, aunque no siempre, con la que ‘realizamos de hecho’ el bien. Unos se
condenarán eternamente sin arrepentirse de todos sus pecados al rechazar la
gracia suficiente (por su culpa), y a otros predestinados la gracia eficaz los llevará
a perseverar hasta la salvación. Unos se condenan por su culpa mientras otros
son salvos. Dios no puede ser frustrado por su creación. Como unos merecen su
condenación eterna posterior a la previsión de sus culpas, otros son elegidos por
Dios y predestinados a la bienaventuranza eterna “ante praevisa merita”.

En Jesucristo, como persona de la naturaleza divina y su condición de verdadero


hombre con su naturaleza consubstancial, la gracia personal es “absolutamente
infalible”. Hay teólogos que explican la salvación exclusivamente con la redención
por Nuestro Señor Jesucristo de todos los hombres- tomando para sí toda
condenación- y con la gracia santificante recuperada con el Bautismo. Señalan
que en Jesucristo se ha manifestado el amor de Dios para todos los hombres y por
eso todos estamos elegidos. Para esto se reconoce “una gracia capital” en Cristo,-
que no es una gracia distinta sino un aspecto de esa misma gracia personal-, con
su acción santificadora sobre todos los hombres según algunos, o a los miembros
de la Iglesia según otros.

Otros teólogos enfatizan que la Redención de todos los pecados y el Bautismo


para recuperar la gracia sobrenatural, no significa que el hombre deje de perder
reiteradamente, por el pecado, el estado de gracia santificante. Hace falta
entonces la moción de la voluntad humana llamada gracia actual, que puede ser
eficaz o suficiente. La gracia suficiente puede ser rechazada (Dios permite el
pecado) mientras que la gracia eficaz libre e infaliblemente mueve a obrar el bien.

Dios creó al hombre en estado de justicia original (con la gracia santificante y


suspensión de la mortalidad). Con gracia actual suficiente con su mandamiento o
prohibición, aunque con permisión del pecado. Ya el primer hombre pecó
desobedeciendo. En un principio aunque el hombre poseyera una naturaleza
mortal, Dios lo destinaba a no morir, hasta que pecó. Dios permite el pecado, que
nunca pierde dimensión como negación del bien. Jesús se acerca al pecador, pero
no admite la falta cometida. A la adúltera “Jesús le dijo: tampoco yo te condeno.
Vete, y en adelante no peques más” (San Juan 8,11). El Espíritu Santo hace al
hombre uno en Jesucristo. Desde el Bautismo y por Su gracia cada hombre puede
y obra para reconciliarse y recuperar la gracia santificante para su salvación,
porque continúa expuesto constantemente al pecado.

Nuestro Señor Jesucristo fundó la Iglesia para que recibamos las ayudas
necesarias para nuestra salvación. Los frutos de Su Pasión son para los
pecadores predestinados para la gloria eterna. Recibimos de Nuestro Señor
Jesucristo la norma concreta y plena de toda actividad moral, con la libertad de no
cumplir la voluntad de Dios. La preparación de nosotros pecadores para acoger la
gracia es ya una obra de la gracia.
Dios, con su justicia y misericordia, corresponde con la gracia de la perseverancia
final o su ausencia, al desarrollo de la conciencia y voluntad a través de la
totalidad de cada vida. El Mandamiento es universal, cada conciencia moral es
particular y la acompaña la Iglesia.

Si no existiera Dios tampoco la lógica. Aquí el axioma es que Dios existe. Y en


este tema los razonamientos se refieren nada menos que a la naturaleza de Dios.
El amor de Dios es gratuito para sus elegidos desde la eternidad sin contradecir
nuestra libertad. Por Su voluntad nuestros méritos son por participación del
designio divino porque Dios mueve y excita el libre albedrío, desde la mejor
elección para que lo invoquemos, pues el hombre no puede nada bueno sin Dios.

La Iglesia reconoce la libertad teológica para mantener algunas tesis distintas


sobre la gracia.

La existencia de la gracia solamente suficiente y de la gracia eficaz es un punto de


doctrina admitido por todos los católicos y contenido en el depósito de la
Revelación.

Para los tomistas (por Santo Tomás de Aquino) la gracia eficaz no depende del
consentimiento de la creatura y cuando está presente mueve infaliblemente a la
voluntad a la realización de actos libres y de hecho nunca es rechazada. Para los
molinistas (por el sacerdote jesuita Luis de Molina) la gracia se vuelve eficaz por el
consentimiento de la creatura.

Dios ama a todos los hombres, pero ama más a los más santos. De hecho, son
más santos porque Dios les ama más. Es más, Dios ama todo lo existente que
crea, que es para bien, mientras que el mal es su negación o no-ser. Dios ama a
todos los hombres, con el evangelio, la oferta de salvación con su Hijo encarnado
y el llamado al arrepentimiento con la gracia suficiente y sus mandamientos. Con
Su amor, justicia y misericordia elige al crearlos a quienes serán salvos para la
vida eterna. El amor de Dios con la gracia eficaz es para que los que creen no se
pierdan aun como penitentes arrepentidos. Dios quiere el bien para cada ser
existente y a cada hombre le da a conocer el camino para su salvación aunque en
algunos permite su perdición. Dios ama menos a determinados pecadores y elige,
para su arrepentimiento y conversión, con la gracia eficaz para la vida
sobrenatural, a quienes ama más.

Dios es acto puro y pura forma, sin composición física ni metafísica. Aristóteles lo
considera como acto puro porque en Él no se encuentra ninguna potencialidad y
es eterno e inmutable.

La naturaleza de Dios es absolutamente ‘gigantesca’ respecto a toda infinitud


imaginable. Dios decreta nuestra salvación por la gracia. No decreta nuestra
condenación (sería absurdo que nos creara con este fin). No hay doble
predestinación divina a la salvación y a la condenación. Aunque lo prevé Dios no
quiere el pecado, simplemente lo permite. Su gracia nos mueve a rogar que nos
cuente entre Sus elegidos. Desde la eternidad “antes de la fundación del mundo”,
Dios, para quien no transcurre tiempo, de todo el género humano, a unos los
condena con posterioridad a la previsión de sus propias culpas, y a otros los elige-
antes de la previsión de sus méritos- predestinándolos a la salvación.
Enseña santo Tomás de Aquino: “Así como la predestinación incluye la voluntad
de otorgar la gracia y la gloria, así también la condenación incluye la voluntad de
permitir a alguien caer en culpa y recibir la pena por la culpa”. La condenación es
por Su voluntad consecuente.

Dios es en su eternidad. Es Acto Puro. ¿Dios inmutable y creador? Es que en el


plan de Dios Su infinitud comprende toda la dinámica de su creación. En Su
actualidad sin sucesión, es causa de todos los momentos del tiempo. Dios nos
crea en la historia que ya conoce antes de que hayamos percibido/transcurrido
nuestro tiempo y cuyos cambios ya están cumplidos en Su eternidad, sin
eximirnos de ser causas segundas en su plan salvífico para el que no debemos
ceder a ningún quietismo o fatalismo. En la actualidad de Dios, que en su
eternidad es creador del tiempo, podría decirse que nuestras vidas temporales ya
transcurrieron. Que Dios, predestina y reprueba en su eternidad, con “anterioridad”
a nuestra existencia actual (con anterioridad a nuestra existencia actual y a la
existencia actual de Julio César, san Juan Pablo II, etc.), no es contradictorio con
su previsión para la justicia cuando condena “luego” de la previsión de deméritos
en aquellos que se pierden por sus propias culpas, ni para la misericordia cuando
predestina a sus elegidos “antes” de la previsión de méritos y grados de gloria.

Señala el Catecismo de la Iglesia Católica en en 488: "Dios envió a su Hijo" (Ga 4,


4), pero para "formarle un cuerpo" (cf. Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una
criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su
Hijo a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a "una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la
virgen era María" (Lc 1, 26-27): «El Padre de las misericordias quiso que el
consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la
Encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también
otra mujer contribuyera a la vida» (Lumen Gentium 56; cf. 61). Se explica la
predestinación al consentimiento de la virgen María, con la enorme gracia que
Dios le otorgó desde su Inmaculada Concepción.
“Dios, cuando crea a Adán ante sus ojos divinos ve erguirse la imagen preciosa de
su Hijo que un día se haría hombre... (Jesucristo, el Nuevo Adán, en RIIAL)”.

La importancia de la oración es reconocida por santo Tomás reiteradamente, y se


refiere concretamente a la actividad libre del hombre en el esquema de la
predestinación. “Por lo tanto, así como Dios provee los efectos naturales de modo
que también tengan causas naturales sin las cuales no se producirían, así también
la predestinación de alguien a la salvación por Dios es de tal modo que también en
la predestinación está comprendido todo lo que promueve la salvación del hombre,
bien sean sus propias oraciones o las de los demás, u otras cosas buenas sin las
que alguien no alcanza la salvación. Por eso, los predestinados deben esforzarse
en orar y practicar el bien, pues de este modo se realizará con certeza el efecto de
la predestinación” (Sto. Thomas, I, Q. XXIII, a. 8).
Santo Tomás se ajusta a la Sagrada Escritura en cuanto a una predestinación ya
decretada por Dios.
En palabras del Apóstol en 2 Pedro 1,10: “por tanto, hermanos, poned el mayor
empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca
caeréis”.
Una de las más importantes peticiones de la Liturgia, es para que Dios nos libre de
la condenación eterna y nos cuente entre sus elegidos.
Nuestra confianza en la gracia, con la oración, como nos enseña Jesús: “hágase
tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Sobre la Voluntad divina dice San Pablo en Efesios 1, 3-6: “Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de
bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él
antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia,
en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su
gracia con la que nos agració en el Amado”.

La relación real entre Dios y el hombre no puede implicar una relación mutua de
igual rango por ambas partes, pues Dios no sería Dios, ni el hombre sería
creatura. Cuando Dios crea la sustancia compuesta (alma y ‘materia’) que es cada
hombre, lo participa de su naturaleza divina con su gracia o bondad, que tiene
admirable efecto en el alma para mover la voluntad o libre albedrío conforme a sus
mandamientos. La gracia eficaz infaliblemente perfecciona la esencia del alma en
la substancia que es el hombre como realidad en sí. La gracia es forma accidental
del alma pero de naturaleza más noble. “El accidente es superior a su sujeto”.
Sustancialmente la gracia siempre es divina, pero con ella Dios crea a los
hombres destinando la voluntad de sus elegidos a la perseverancia final para su
salvación, mientras que en otros, que con culpa se apartan de Él, sin recurrir como
los elegidos a la reconciliación para recuperar la gracia santificante recibida por el
Bautismo, permite su condenación.

La primera pareja humana vivía en estado de gracia único. Es por la caída del
hombre que el Hijo encarnado redime a la humanidad, tomando para sí toda
condenación y haciendo recuperar al hombre, con el sacramento del Bautismo, la
gracia santificante.
Pero la Redención de todos los pecados y el Bautismo para recuperar la gracia
sobrenatural, no significa que el hombre deje de perder, por el pecado, el estado
de gracia. Hace falta entonces la moción de la voluntad humana llamada gracia
actual, que puede ser infalible o suficiente, según vaya acompañada o no de las
obras buenas correspondientes.

No hay gracias que muevan al mal y las gracias actuales suficientes (no deben
confundirse con una especie de gracia habitual como es la santificante) son
rechazadas ‘libremente por la voluntad’ porque Dios lo permite. Hay gracias
eficaces que acompañan la creación del hombre y lo mueven infaliblemente al
acto libre bueno.

Domingo Báñez, uno de los principales comentadores de Santo Tomás de Aquino,


explica que la gracia suficiente “inspira al hombre el camino recto”. La gracia
suficiente, cuando no es rechazada, dispone a la voluntad para recibir el auxilio
infalible de la gracia eficaz. Se puede entender esto, porque recibimos y tenemos
gracias suficientes como tenemos los Mandamientos, a Jesucristo, el Evangelio, el
Bautismo, la Reconciliación, la Eucaristía… y Dios permite el pecado. Es evidente
que pecamos y algunos con mayor gravedad que otros. Dios aborrece todos los
pecados, pero no todos los pecados mortales tienen la misma gravedad. Jesús
dijo a Pilato: “el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado” (San Juan 19,11).
Cuando pecamos rechazamos la gracia suficiente. Y si no la rechazamos,
recibimos el auxilio de la gracia eficaz e infalible para realizar la obra buena cual
sea. Significa definitivamente que nos condenamos por nuestra exclusiva culpa y
que nos salva la gracia de Dios.

Aquí es importante apuntar que San Alfonso María de Ligorio propone como
explicación que “la gracia suficiente da a cada uno la acción de rogar si quiere,
actividad que debe ser numerada entre las cosas fáciles; y con la oración se
consigue la gracia eficaz” (Obra dogmática contra los herejes). Marín-Sola
reconoce que, “la oración del pecador, como enseña santo Tomás se funda en
pura misericordia divina, y, por tanto, la infalibilidad de la impetración, mediante la
oración, no quita en nada el carácter completamente gratuito de lo impetrado, esto
es, de la perseverancia final, ni, por consiguiente, de la gratuidad de la
predestinación”.

No se puede dudar de la necesidad de insistir en la oración y en recibir los


Sacramentos. Y todo nos mueve a confiar en que sus efectos alcanzan a Dios, y
que es así en circunstancias y momentos oportunos.
Ciertamente nos sentimos felices cuando ‘comprobamos’ que cumpliendo sus
mandamientos y realizando de hecho el bien, aumentamos la esperanza de que
Dios en su eternidad ‘ya’ nos cuente entre sus elegidos. Se atribuye erróneamente
a san Agustín la máxima “Si non es prædestinatus, fac ut prædestineris ". Esta
lógica categórica e inmediata, ‘comportarnos obrando bien para sentirnos
elegidos’, es cuestionada por teólogos porque ‘las oraciones, buenas obras y
perseverancia, no podrían determinar un decreto absoluto e irrevocable’ (lo que
nos parece no es la cuestión).

Sobre la oración del Señor, el Padrenuestro, Santo Tomás de Aquino dice que la
oración debe ser confiada para acercarnos sin vacilación al trono de la gracia:
“acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar
misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” Hebreos 4, 16. “(La oración)
es eficaz y útil para la obtención de todos nuestros deseos, Marc 11, 24: ‘todo
cuanto orando pidiereis creed que lo recibiréis’. Y si no somos escuchados es que
no pedimos con insistencia: ‘en efecto, es necesario orar siempre y no desfallecer’
(Luc 18, 1); o no pedimos lo que más conviene para nuestra salvación. Dice
Agustín: Bueno es el Señor, que a menudo no nos concede lo que queremos para
darnos lo que más nos favorece".

Todos tenemos conciencia de nuestra libertad para la oración. No esperamos


alcanzar lo que pedimos con nuestras solas fuerzas sino con el poder de Dios. La
súplica a Dios de sus gracias infalibles y la petición “Señor… líbranos de la
condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”, las elevamos para cuando
Dios en su eternidad nos crea. Le rogamos para que nos libre de obrar pecados
que no perdone y para que nos convierta con el arrepentimiento. Las gracias
eficaces son efecto de la predestinación y su causa Dios. La oración es nuestro
reconocimiento a la necesidad de la gracia eficaz e infalible para la salvación.
La salvación como finalidad.

No puede carecer de sentido la creación de nuestro Dios personal. También los


grandes filósofos, a lo largo de la historia, se manifiestan convencidos de la
intervención de una inteligencia suprema orientada a una finalidad. En Dios, lógica
y amor se identifican en su plan para nuestra finalidad sobrenatural. Dios crea a
toda la humanidad con voluntad antecedente salvífica.

“Voluntad antecedente es la que Dios tiene en torno a una cosa en sí misma o


absolutamente considerada (v. gr., la salvación de todos los hombres en general),
y voluntad consiguiente es la que tiene en torno a una cosa revestida ya de todas
sus circunstancias particulares y concretas (v. gr., la condenación de un pecador
que muere impenitente). P. Antonio. Royo Marín”.

Dios es Causa Eficiente Primera de todo ser, acto y bien. Dios no crea al hombre
para que incurra en pecados. El hombre es culpable del pecado como causa
deficiente.
Dios no puede ser frustrado por su creación. Unos merecen su condenación
eterna posterior a la previsión de sus culpas, y otros elegidos por Dios son
predestinados, moviendo su libre albedrío al arrepentimiento y reconciliación, a la
bienaventuranza eterna tras cumplir las penas de purificación.

Es aquí donde aparecen algunas tesis distintas, cuya legitimidad es reconocida


por la Iglesia, sobre la gracia pero también sobre la predestinación.
Reiteramos que para los tomistas la gracia ‘eficaz’ no depende del consentimiento
de la creatura y cuando está presente mueve infaliblemente a la voluntad a la
realización de actos libres y de hecho nunca es rechazada. Para los molinistas la
gracia se vuelve eficaz por el consentimiento de la creatura. En el sistema
molinista, se llama ciencia media al conocimiento de Dios de las acciones futuras
posibles del hombre. Los Tomistas no aceptan un orden lógico donde cada
voluntad libre creada precedería a los decretos libres de la voluntad de Dios.

Enseña santo Tomás de Aquino: “Así como la predestinación incluye la voluntad


de otorgar la gracia y la gloria, así también la condenación incluye la voluntad de
permitir a alguien caer en culpa y recibir la pena por la culpa”.

Con la gracia suficiente Dios advierte sobre el pecado (los Mandamientos, Jesús,
los Sacramentos) pero es evidente que lo permite. Es sin duda la 'libertad' tan
amada por algunos pecadores. La respuesta negativa o rechazo de la creatura
racional, sólo es permitida por Dios respecto a la suficiente moción al
conocimiento del bien. Así como Dios da gracias suficientes para prevenir al
hombre contra el pecado (y si no las rehúsa, las correspondientes gracias
infalibles para obrar el bien), sólo niega la visión beatífica a los que pecan por su
propia culpa hasta la impenitencia final. Él libremente elige entre pecadores a los
que predestina a la gloria eterna. Con las gracias eficaces infalibles todos los
pecadores son movidos a realizar de hecho algunos actos buenos (en el plan
salvífico también los malvados deben realizar algunos actos buenos). Así como no
hay gracias que muevan al acto malo, tampoco las hay que impidan el bueno. La
gracia suficiente como moción moral excita la voluntad para “resistir el pecado, ( )
huir del mal”, pero lo relevante es que “PUEDE SER RECHAZADA porque Dios
permite el pecado”, mientras que con Su gracia eficaz mueve a obrar el bien,
también libre pero infaliblemente.
La gracia suficiente 'se puede rechazar' en sentido dividido, y también se 'rechaza
de hecho' en sentido compuesto. La gracia eficaz se 'puede rechazar' en sentido
dividido pero 'no se rechaza de hecho' en sentido compuesto. La gracia suficiente,
cuando no es rechazada, dispone a la voluntad para recibir el auxilio infalible de la
gracia eficaz.
La gracia eficaz para los elegidos es la de perseverancia final, para la conversión y
reconciliación definitivas. Además los elegidos son purificados (Purgatorio) previo
a la gloria eterna.
Dios no da la gracia de la perseverancia final a los imperdonables.
Santo Tomás no menciona siquiera la “reprobación negativa antecedente” (como
consecuencia de la no elección de algunos para la gloria eterna) ni la Iglesia ha
emitido su juicio sobre algunas variantes extremas, que no consideran la condición
pecadora del hombre sin más remedio que la gracia.

Entonces el molinismo toma ventaja sobre el tomismo, porque según el tomista


Domingo Báñez “el pecado sería el producto de un ‘decreto permisivo
antecedente’ infalible, esto es de una decisión de Dios, previa a todo defecto por
parte de la creatura, de no dar los auxilios suficientes para que determinadas
creaturas eviten el pecado. Báñez es partidario también de la llamada
“reprobación negativa” de los condenados “ante praevisa demerita”, doctrina que
consiste en la afirmación de que la contrapartida de la elección divina de los
predestinados es la inevitable reprobación de los que no han sido elegidos, y que
esa reprobación es, por consiguiente, consecuencia de un decreto divino que tiene
una prioridad de naturaleza respecto del defecto culpable de la voluntad creada de
rechazar la gracia. La consecuencia no intentada de esta doctrina consiste nada
menos que en poner en tela de juicio la justicia divina, deslizando una inquietante
sospecha sobre la arbitrariedad de los designios de Dios” (‘La articulación entre
causalidad divina y libertad creada…’ de Agustín Echavarría).

Reproducimos sobre este punto otro texto con distintas fuentes: «Cualquier
postura que tomemos sobre la probabilidad interna de la reprobación negativa es
incompatible con la certeza dogmática de la universalidad y sinceridad de la
voluntad salvífica de Dios, puesto que la predestinación absoluta de los elegidos
es al mismo tiempo la absoluta voluntad de Dios ‘de no elegir’ a priori al resto de la
humanidad (Suárez) o, lo que viene a ser lo mismo, ‘excluirles del cielo’ (Gonet),
en otras palabras no salvarles. Mientras que ciertos Tomistas (Báñez, Álvarez,
Gonet) aceptan esta conclusión hasta degradar la ‘voluntad salvífica’, que entra en
conflicto con doctrinas evidentes de la revelación. Francisco Suárez se esfuerza
para salvaguardar la sinceridad de la voluntad salvífica de Dios, hasta (para)
aquellos que son reprobados negativamente. Pero en vano, ¿cómo puede
llamarse seria y sincera esa voluntad de salvar que ha decretado desde la
eternidad la imposibilidad metafísica de la salvación? El que ha sido reprobado
negativamente puede agotarse en sus esfuerzos para salvarse, pero inútilmente.
Más aun, para realizar infaliblemente el decreto, Dios está obligado a frustrar la
felicidad eterna de todos los excluidos del cielo y preocuparse de que mueren en
pecado. ¿Es este el lenguaje con el que nos habla la Escritura? No: allí
encontramos a un padre amoroso preocupado ‘no queriendo que algunos
perezcan sino que todos lleguen a la conversión’ (2 Pedro 3:9). Leonardus Lessius
dice correctamente que sería indiferente para él si estaba entre los réprobos
positiva o negativamente, porque, en cualquier caso, su condenación eterna sería
cierta. La razón de esto es que en la presente economía la exclusión del cielo
significa ( ) prácticamente la misma cosa que la condenación. No existe un estado
intermedio, una felicidad meramente natural».

Varios autores utilizando significados alternativos para “reprobación negativa y


positiva” proponen que la denominada reprobación negativa es la voluntad divina
de permitir el pecado y, en consecuencia, de condenar para siempre al pecador
que muera impenitente, constituyendo así el decreto divino de permitir que parte
de las criaturas racionales caiga en el pecado. Como sea, la universalidad de la
voluntad salvífica de Dios, así no armoniza con la no-elección absoluta para la
gloria eterna, o no elección de algunos como consecuencia de la gloria eterna de
otros. La no elección de algunos, lógicamente surtiría los mismos efectos que la
reprobación absoluta positiva de los herejes predestinacionistas.

Pensamos en un determinado orden lógico de previsión de deméritos y de


consecuente predestinación, en aquello que en la eternidad de Dios es nuestra
creación, y para nosotros nuestra “consiguiente” existencia real en el tiempo y
también finalidad sobrenatural.

Nos encontramos entre quienes no podemos aceptar que la permisión divina del
pecado incluya la negación, anterior a la previsión de deméritos, de determinadas
gracias eficaces. Sobre “el orden: permisión del pecado, Su previsión, y negación
de la gracia como pena”, tiene plena vigencia el texto de santo Tomás (en
“Comentario a las sentencias de Pedro Lombardo” d. 40, q. 4, a. 2.),
específicamente donde dice “y de acuerdo con esto la voluntad es culpable y
digna del vituperio, ya que el mal y del que es principio la voluntad es así. Pero, si
se relaciona con Dios, no se descubre que el defecto de la gracia sea causado por
Él, sino solo permitido y ordenado de modo que el defecto de la voluntad es la
causa de la pena”. La causa reprobada es la creatura.

Asimismo, encontramos una analogía entre la permisión divina del pecado en el


orden moral, con el azar como causa- por la interacción de leyes físicas creadas-
en el orden natural. La libertad y la voluntad son Su creación, y también dicha
interacción (pero sin ser Dios causa del pecado, y tampoco causa directa del mal,
por ejemplo, en un seísmo con víctimas que construyeron sobre una falla
geológica). Como la permisión es a seres racionales, corresponde decir que Dios
es causa indirecta del mal natural. Para una mejor comprensión reproducimos
unos párrafos de Néstor Martínez en uno de sus artículos sobre “Determinismo,
indeterminismo, azar y diseño inteligente”. “Hay que entender la distinción entre la
causa ‘per se’ y la causa ‘per accidens’. Una causa ‘per se’ produce
necesariamente su efecto en virtud de lo que ella misma es, por ejemplo, el fuego
cuando quema, eso quiere decir, justamente, que está determinada a producir
ese efecto y no otro. La tendencia natural del fuego es a quemar. Pero que lo
quemado sea una novela de Dickens en vez de una novela de Cervantes no se
sigue necesariamente de la naturaleza del fuego ni del quemar como tales, ni es el
efecto ‘per se’ al que tiende la quemadura como tal, y sin embargo, es también un
efecto del fuego y es causa ‘per accidens’ de la quemadura de una obra de
Dickens”. Se lo consulta recordando que si bien del mal físico o natural Dios es
causa indirecta, cuando castiga, es un bien moral que Él causa directamente;
entonces ¿qué causa es cuándo puede castigar a un pecador, con el mal moral de
otro pecador (por ej. una acción criminal con consecuencias físicas)? Responde
que “cuando el pecado de uno castiga el pecado de otro, Dios permite ese
pecado, que es un no ser o privación; causa directamente como Causa Primera
todo lo que en ese acto de pecado hay de ser y de bien, y sus consecuencias, en
tanto son ser, acto y bien, y al hacerlo, causa indirectamente, como Causa
Primera, el mal físico que ese ser y bien produce en el otro pecador, al ser
incompatible con otro ser y otro bien que había en éste; con lo cual causa
directamente el bien moral que es la pena por el pecado”.

Dios todopoderoso para su plan también es su propia limitación. Por ejemplo,


podría no permitir el pecado, pero ya no sería Su plan de gloria eterna para el
hombre. Siempre se entiende que ¿Quién o qué más? para que en su plan Dios
tenga prevista toda su creación.

La probable solución a la dificultad, que representa la negación de la gloria eterna


anterior a la previsión del pecado, pasa por la condición de “libre pecador” del
hombre y los grados de gravedad de sus pecados.

Sobre la permisión divina del pecado, Santo Tomás expresa que “nada impide que
la naturaleza haya sido elevada a algo mayor después del pecado. Pues Dios no
permite el mal sino por un mayor bien. Por eso San Pablo escribe a los romanos:
donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Suma Teológica – IIIa, q. 1, a.
3.)”. También dice San Pablo que por el pecado original sobreabundó “la gracia en
la persona de Nuestro Salvador y por Él en nosotros”. La permisión, por supuesto,
es anterior al pecado reprobable de todas sus criaturas (con las excepciones
conocidas de Jesús y su Santísima Madre). Por esta razón “la reprobación es
negativa en cuanto el decreto de la voluntad divina es la de permitir el pecado y
una vez previsto condenarlo” (‘Existencia y naturaleza de la reprobación’ de E.
Forment). Esta permisión es universal y para todos los pecados posibles, no es
selectiva como resultaría la reprobación negativa antecedente sólo de algunos.
Se cita con frecuencia “Romanos 9” y a Santo Tomás en la Suma Teológica (Iª q.
23 a. 3 co. y a. 5 ad 3um) acerca de la “reprobación negativa antecedente’ y ‘no
elegidos para la gloria eterna’. Santo Tomás no evidencia referirse a una
selección, de quienes “no son elegidos” para la gloria eterna, anterior a la
previsión de sus pecados. No habla de unos determinados sino de alguien,
algunos indefinidos, hasta que se condenan por su propia culpa y por la permisión
divina del pecado. Dice de San Pablo, que explica la voluntad de Dios en la
determinación de dones, carismas, y en la elección de los que predestinará a la
visión beatífica y sus grados de gloria. El Cardenal Charles Journet (“Charlas
sobre la gracia”) interpreta a Santo Tomás, enseñando la distribución de los dones
y destinaciones temporales, gracias carismáticas, y también de las gracias de
salvación. Al respecto dice Journet: “Hay pues, como veis, “dos registros, dos
planes”. En un plan, el de los dones, destinaciones temporales y gracias
carismáticas, Dios es completamente libre: elige a quien le parece y rechaza a
quien le parece, sin que en Él haya injusticia. En el otro plan, el de las gracias de
salvación, Dios es indudablemente libre de dar a sus hijos gracias diversas y
desiguales: dos a uno, al otro cinco talentos (parábola de los talentos), pero no es
libre de privar a ninguna alma de lo que le es necesario (y) está obligado por su
justicia y por su amor a dar a cada una de ellas, esas gracias que, si no son
rehusadas, las conducirán hasta el umbral de la Patria”.

Todos reciben gracias suficientes y también otras eficaces infalibles. Santo


Tomás dice “para que algo llegue a donde no puede alcanzar con las fuerzas de
su naturaleza, es necesario que sea transmitido por otro, como lo es la flecha por
el arquero, y, por esto, hablando con propiedad, la criatura racional, que es capaz
de vida eterna, llega a ella como si fuese transmitida por Dios” en relación a que la
predestinación se refiere al fin sobrenatural de sus criaturas, distinguiéndola de la
presciencia. Entendemos que es lo que significa santo Tomás sobre la salvación
de los elegidos.

Dios es causa primera de todo, pero no es causa del pecado, ni siquiera porque
no mantenga a su criatura obrando el bien.
Sobre la elección del pecado y la libertad, comprendemos que Dios nos crea con
voluntad salvífica en la vida que transcurrimos temporalmente. La gloria eterna es
el fin sobrenatural al que predestina a quienes rescata de la masa de pecadores
de todo tipo (para Dios también los hay imperdonables). Su voluntad salvífica es
anterior a Su creación, a la “existencia real” de sus creaturas; condena por
presciencia (tras la previsión de deméritos) y salva por predestinación (antes de la
previsión de méritos) a quienes elige con su gracia. Es esencial, entonces,
distinguir la Presciencia divina de la Predestinación de sus elegidos. Lo revela la
Sagrada Escritura y lo enseña santo Tomás en la S. T. Cuestión 23 y en su
comentario a la Epístola a los Romanos, c. 1, lect. 3: “La predestinación entraña
cierta preordenación en el ánimo de aquello que hay que hacer. Y desde la
eternidad Dios predestinó los beneficios que se les darían a sus santos. De aquí
que la predestinación es eterna. Y difiere de la presciencia por la razón de que la
presciencia entraña tan sólo el conocimiento de las cosas futuras; y la
predestinación entraña cierta causalidad respecto de ellas. Y por eso Dios tiene la
presciencia aun de los pecados, pero la predestinación es de los bienes
saludables”.

Dios es, supremamente libre, omnipotente, justo y misericordioso. No decreta


arbitrariamente. Hay pecadores que merecen mayores penas que otros y es
evidente que una cantidad de seres humanos casi seguramente merecen la
condenación eterna. Unos se condenan eternamente por sus culpas y otros
merecen penas para reparar espiritualmente sus pecados. Por su voluntad
antecedente y consecuente, Dios da a todos gracias eficaces suficientes
(Mandamientos, Oración, Sacramentos) y gracias eficaces infalibles, pero la gracia
eficaz infalible que transforma al pecador moviéndolo al acto de arrepentimiento y
perseverancia final, la otorga sólo a sus elegidos.

Postulamos entonces que en lugar de una ‘no elección’ para la gloria eterna
(reprobación negativa antecedente), puede explicarse que con la condena eterna-
tras la previsión de deméritos- de quienes la merecen por sus culpas, en el mismo
acto quedan elegidos los predestinados. Es decir, que Dios habiendo creado a
todos con gracias suficientes y también otras infalibles, como un decreto
inseparable de la condenación de algunos, a otros los predestina a la salvación
con la gracia de la perseverancia final.

Esta es la elección divina de predestinados a la salvación, antes de la previsión de


méritos y grados de santidad, y tras la previsión de los deméritos de los que por
sus propias culpas merecen la condenación. Es la predestinación de los no
condenados. En Dios, obviamente, corresponde a un orden lógico y no
cronológico. Lo exponemos como una analogía con la “reprobación negativa
antecedente” que para algunos sería la consecuencia lógica de no ser elegidos
por Dios para la bienaventuranza eterna. En su lugar proponemos que, al ser ellos
“reprobados positiva y consecuentemente”, queda determinada la “elección
antecedente” de los que son predestinados a la salvación, con la gracia que
mueve el libre albedrío del pecador, hacia su conversión y perseverancia final.

Cuando Dios crea a todos los hombres, con posterioridad a la previsión de sus
deméritos, pecado original y todos los que le siguen, condena a unos eternamente
y a otros impone penas de reparación. Aquí recurrimos a Romanos 5,20-21: “La
ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia; así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte,
así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo
nuestro Señor”.
En su eternidad, en el mismo acto creador “antes de la fundación del mundo” Dios
elige entre la masa de pecadores, a los que predestina a la bienaventuranza
eterna previo cumplimiento de las penas de reparación.
El purgatorio existe porque Sus elegidos lo son entre pecadores. Santo Tomás
otorga sentido lógico a la purificación, del pecador en el Purgatorio, previa a la
bienaventuranza eterna.

Tiene particular importancia lo que señala el Catecismo de la Iglesia Católica en


600: “Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad.
Por tanto establece su designio eterno de “predestinación” incluyendo en él la
respuesta libre de cada hombre a su gracia ( )”.

Dios tiene presciencia de nuestra existencia real. Su predestinación- en un orden


lógico- por y luego de la previsión de deméritos y antes de la previsión de méritos,
es ‘en’ o para la existencia que vivimos. Por supuesto que la elección es previa a
la existencia real del predestinado, quien como todos (a excepción conocida de la
Santísima Virgen) incurrirá en pecados antes de la perseverancia final. De
Romanos 9 surge que la verdadera predestinación está exclusivamente orientada
a la salvación.

Todos somos merecedores de condenación por Justicia, pero Dios elige con
Misericordia- entre pecadores- a quienes predestina con su gracia a la gloria
eterna. Así como los elegidos son purificados de las consecuencias del pecado, la
posterior previsión de sus méritos determina sus grados de gloria.

Santo Tomás explica admirablemente que, la voluntad salvífica de Dios es


universal, así como también su permisión para el pecado. Nadie que ame a Dios
debe caer en la desesperanza por temor a la sublime justicia y misericordia de
Dios. Él con la libertad creada mueve a la salvación a quienes elige con su
omnipotencia supremamente libre. “( ) la voluntad de Dios es la causa universal de
todas las cosas, es imposible que la voluntad de Dios no consiga su efecto. Por
eso, lo que parece escaparse de la voluntad divina en un orden, entra dentro de
ella en otro. Ejemplo: El pecador, en cuanto tal, pecando se aleja de la voluntad
divina, y entra en el orden de la voluntad divina al ser castigado por su justicia.
(Santo Tomás en Suma teológica I, q. 19, a. 6)”.

Santo Tomás nos enseña sobre la naturaleza divina con absoluta coherencia,
ideal para superar temperamentos incrédulos. Dios acto puro, también es Su plan.
Es por la “benevolencia de la razón eterna de Dios” que procuramos comprender
sus designios, aunque ya intuimos que para Él no aplican dilemas del tipo si
primero es el pecado o la negación de la gracia. Dios Trino, con amoroso fin
último, predestina a sus elegidos “antes de la fundación del mundo”. La posibilidad
de pecar, que nos acompaña siempre en la vida temporal, no tiene que originar
ninguna resignación hacia el pecado, como si fuera invencible por la gracia de
Dios; ni la pretensión de una justificación que absuelva, sin que la gracia eficaz
infalible transforme al pecador moviéndolo al acto de arrepentimiento y
perseverancia final. Tampoco debemos aceptar que luego de su conversión cada
hombre no pueda extraviarse reiteradamente, hasta nuevo arrepentimiento y
Reconciliación por la gracia.

Lo que podemos llegar a entender acerca de la naturaleza de Dios, quita


importancia a algunas controversias históricas y nos une como cristianos al
reconocernos pecadores, al “confiar” en estar predestinados con la gracia de Dios
y saber que podemos arrepentirnos del pecado, caída tras caída, rogando a Dios
que nos cuente entre sus elegidos para liberarnos del mal. Lutero decía que el
hombre no tiene libre albedrío (voluntad) para superar el pecado.

Recibimos de Dios la razón, como los principios que el hombre va comprobando


en su vida temporal. Filosóficos, éticos, matemáticos, científicos. “Según Lutero, el
pecado original habría comprometido totalmente las capacidades naturales del
hombre, como la razón y la voluntad, convirtiendo el libre arbitrio en una ilusión”.
Entonces la metafísica luterana pasa a ser la predestinación con la fe que puede
salvar a los hombres; una fe en el sacrificio de Jesucristo, Dios que salva sin
colaboración humana”.

Es cierto que no podemos ´´solos´´ y que Dios ´´transforma´´ con Su gracia a


pecadores escogidos moviendo su voluntad hacia la conversión definitiva. El
pecador es justificado por su fe en la acción salvífica de Dios en Cristo. Dios hace
justo al hombre, que le suplica Su gracia, para merecer la gloria eterna.
Todos somos pecadores merecedores de condenación. Dios transforma a quienes
ruegan su gracia, Sus elegidos.

Es Dios quien “antes de la fundación del mundo” elige a cuales de sus criaturas
rescata del pecado. Para Dios algunos pecadores son imperdonables, de ahí la
“negación” de la gracia infalible para merecer la gloria eterna. A los que incurren
en la obstinación final, el pecado contra el Espíritu Santo, Dios no los perdona.
Nuestro Señor Jesucristo no permite duda alguna (Mc 3,29; Cf. Mt 12:32; Lc
12:10).

No sería esta una síntesis medianamente lograda, si no mencionáramos que


varios Padres de la Iglesia, con distintas variantes, sostuvieron la Salvación eterna
según la doctrina que finalmente llamaron apocatástasis, con la purificación
sobrenatural (según cada Juicio particular). Apocatástasis es en la historia de la
Teología, la doctrina que enseña que llegará un tiempo en que todas las criaturas
libres compartirán la gracia de la salvación.

San Gregorio de Nisa, San Gregorio Nacianceno, San Germán de Constantinopla,


y Orígenes (sobre quien no queda suficientemente clara una condena parcial de
su doctrina) se basaron, en reflexiones de San Clemente de Alejandría acerca de
la eternidad del castigo.

“San Gregorio de Nisa enseñaba explícitamente esta doctrina, en más de uno de


sus pasajes. En primer lugar, aparece en su “De anima et resurrectione” donde, al
hablar del castigo por el fuego asignado a las almas después de su muerte, lo
compara con el proceso mediante el cual se refina el oro en un horno, donde se
separa la escoria del resto de la aleación. Por lo tanto, el castigo por el fuego no
es un fin en sí mismo, sino que es un proceso de mejoramiento doloroso en
proporción y agudeza con el mal ocasionado; la única razón de infligirlo es para
separar el bien del mal en el alma.

San Gregorio de Nisa postulaba que así se cumplirá la palabra de San Pablo:
Deus erit omnia in omnibus (1 Cor. 15,28) que significa que, finalmente, el mal
dejará de existir, ya que, si Dios será todo en todo, no habrá más lugar para el
mal” (Aciprensa).

Luego en la Iglesia hubo una elección doctrinaria.

Dice san Pablo: "considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden
compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la
creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios (Rm 8,18-19)."
"No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a
la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a
Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará
bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús (Flp
4,6-7)."
“Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,1-4)."

Dios predestina a la gloria eterna a pecadores. Para finalizar; por lo expuesto


afirmamos que, Dios es tan justo que nos juzga por los pecados que nos permite
cometer luego de prevenirnos y darnos gracias suficientes y eficaces; y es tan
misericordioso que entre los pecadores elige a quienes predestina, con la gracia
de la perseverancia final, para la gloria eterna.

Horacio Castro

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