2012 Precisamente en la norma sancionadora se encuentra la caja de resonancia para el sistema completo de normas, puesto que transmite para todos la certeza de que la regla vulnerada sigue en vigor, es decir, confirma justo aquello que ha sido infringido La garantía y la confirmación son necesarias dado que el hombre no conoce normas internas inamovibles que se asemejen al instinto de conducta de los animales. El hombre debe darse a sí mismo sus propias reglas de conducta y proteger estas normas mudadizas mediante controles externos Para el individuo la ganancia de seguridad contrapesa con creces la pérdida de autonomía El aseguramiento de la norma de conducta primaria en el plano sancionador es de una importancia capital puesto que, de no existir, cualquier conflicto proseguiría en una reacción en cadena sin fin en caso de que la sanción no estableciera el punto final absoluto. Sin sanciones no existirla un sistema de normas. Éste contiene un programa para casos de urgencia al que puede recurrirse y que posee suficiente fuerza para contrarrestar ulteriores infracciones El Derecho penal es con seguridad un botón de muestra del Derecho sancionador diferenciado para garantizar las normas sociales primarias de conducta. Desde una perspectiva jurídico-moral puede vislumbrarse una necesidad básica inicial: entre los hombres debe reinar la razón, no la fuerza. Esta ética de minimización de la fuerza en las condiciones reales de la vida social con su potencial de violencia está estrechamente relacionada con el patrón fundamental del control social ejercido por el Derecho penal. En toda forma de construcción normativa de la comunidad la sanción constituye el punto final de un suceso conflictivo. Es el contracto decisivo que puede detener un proceso violento en desarrollo y aislar la violencia particular en interés de la comunidad. El Derecho penal con su sanción legítima es el poder realizador del Derecho que por un lado excluye el conflicto privado y -no menos importante- impide que las reglas jurídicas primarias de la comunidad acabaran prácticamente siendo arrasadas cuando en caso de conflicto se impusiera el más fuerte físicamente. En el conjunto del sistema global del control social hay que plantear más bien dónde se ubican precisamente las funciones y efectos específicos del Derecho penal. Es decir, hay que comprobar si determinados elementos del control de la conducta precisan justamente del marco jurídico-penal, o si estarían mejor instalados en otro lugar del sistema. En una perspectiva negativa esto podría manifestarse con el ejemplo de la función de "resocialización" asignada fundamentalmente al Derecho penal en los últimos veinte años: en concreto los procesos del aprendizaje social son muy complicados y dependen de muchos factores individuales y sociales, cuyos efectos aún son discutidos. Sin embargo, si esta claro el conocimiento básico de que la eficacia del aprendizaje de las normas sociales depende fuertemente del tiempo de evolución y del espacio social: cuanto más tempranamente se produzca la influencia y cuanto mayor sea la cercanía social entre los implicados, tanto más intenso será el efecto. De esta forma surge sobre todo la personalidad básica con rasgos fundamentales ampliamente estables. El efecto retorna de forma continua de la familia, los vecinos, la escuela, la comunidad religiosa, la empresa los grupos de tiempo libre y, finalmente, al Estado y la sociedad. De ello se colige que el Derecho penal político, con sus posibilidades de represión de las conductas divergentes y de manifestación de valores, se sitúa en último lugar y no puede ser muy efectivo por cuanto respecta a la educación si no existieran los niveles subyacentes. Asimismo la integración en la sociedad y la conducta conforme a ella ligada es en primer término el resultado de la vinculación del individuo a la especie humana y posteriormente a instituciones de la comunidad. La restricción fundamental del efecto del control social jurídico-penal excluye precisamente la consideración de este instrumento como una empresa educativa. La corrección tiene lugar en el mejor de los casos en el fin jurídico-penal accesorio centrado en la ejecución de la pena. Un Derecho penal orientado a la protección únicamente de bienes jurídicos elementales sólo establece fronteras externas para la protección del débil. Está lejos del minucioso y moral tutelaje del comportamiento social. El establecimiento de estas fronteras externas deja entre medio un amplio espacio donde pueden desenvolverse diferentes modos de conducta y formas de vida, y muestra más bien la franqueza intercultural de este instrumento. De esta forma la determinación sustantiva de las normas penales debería realizarse enmarcada en los derechos humanos. Por ello el Derecho penal está de antemano comprometido con las injerencias graves en bienes jurídicos individuales y colectivos. Al menos en las democracias modernas el punto de partida intercultural y relativo a los derechos humanos para la criminalización de modos de conducta sociales determina la imagen del Derecho penal más de lo que parece a primera vista y de lo que algunos quieren reconocer. El núcleo de los tipos penales que se presentan en los diferentes países es muy similar, y en esencia se trata de la protección de bienes jurídicos elementales que se encuentran en los derechos humanos: la vida, la salud, la libertad, el desarrollo de la personalidad, el patrimonio, etc. En primer término se sitúa unánimemente la eliminación de la violencia física, psíquica y estructural. Una observación empírica de los mas diversos ordenamientos jurídicos del mundo (desde el punto de visa etnológico, histórico y del Derecho comparado) permite asimismo determinar un núcleo sorprendentemente coincidente de la tutela jurídico-penal. A pesar de toda la relatividad de los ordenamientos jurídicos, el núcleo clásico del Derecho penal tiene una validez intercultural prácticamente absoluta Con todo, podemos efectuar el siguiente resumen: el Derecho penal está caracterizado por una tendencia intercultural. En cualquier caso los ordenamientos jurídico-penales de los distintos países se asemejan más entre sí que las correspondientes lenguas nacionales. En el Derecho penal no existe la confusión de Babel, al menos en su núcleo. El primer deber propiamente jurídico-penal en el entramado global del control social y de Estado de las conductas se deriva del foco de la actuación jurídico- penal: la eliminación de la aplicación particular de la fuerza entre los miembros de la sociedad. La regulación sancionadora para poner coto a la violencia particular concreta el monopolio de la fuerza y por ello esta inalienablemente vinculada a la realización de esta misión planteada. El alto grado de atribuciones de poder e intromisión frente a las personas que lleva aparejado no puede confiarse a ninguna otra institución del control social La sanción jurídico-penal señala el punto final después de una infracción de la norma. Está permitido algo que en otro caso está prohibido: la fuerza contraria. La sanción puede hacer en una situación extraordinaria algo extraordinario que el infractor de la norma debe consentir La fuerza contraria del Estado, es decir, la justificación excepcional de lo prohibido, sólo debe consentirla el individuo cuando él mismo es responsable de la infracción de la norma. En un ordenamiento de libertad la fuerza contraria sólo puede ejercerse para impedir una injusticia (ulterior). La determinación de la responsabilidad personal por una conducta criminal es la continuación consecuente para aislar el suceso. La infracción de la norma no es una acción del autor contra un bien jurídico de destinatario anónimo, sino que, al menos tratándose de bienes jurídicos individuales clásicos del Derecho penal, siempre tenemos que vernoslas con una persona lesionada, denominada comúnmente "víctima". Dentro del acto sancionador dirigido contra el delito, la víctima tiene derecho a que sea determinada la lesión sufrida y vivida, a que sea reconocida su condición y a ser protegida frente a otros delitos ulteriores. Considerado pansocialmente, con ello el Derecho penal llega al umbral de transición entre una estructura de control basada en la superioridad física y el llamamiento a la autonomía de los autores de delitos.La sanción debe mantener junto al objetivo cercano del aislamiento de los hechos punibles el objetivo lejano siguiente: "orientación y llamamiento al conocimiento de causa y la capacidad para el autogobiemo autónomo" El conocido sociólogo norteamericano GOFFMAN dice acertadamente: "El individuo se divide en dos partes: aquella que ha cometido el delito, y aquella que se distancia del mismo y, al hacerlo, confirma la norma" Por ello, en la condena el modo diferenciado del Derecho penal exige consideraciones sobre cómo puede superarse el dilema sociopsicológico de que la sentencia condenatoria referida al delito trasciende a la persona en la opinión pública: del condenado por robo trasciende el ladrón. Y en este proceso, con frecuencia este estigma negativo actúa de manera tan intensa que quedan inobservadas todas las restantes referencias vitales, mucho más importantes para la persona. La nueva teoría criminológica del "reintegrative shaming" abunda específicamente en la importancia del programa sancionador en la profilexis de la criminalidad. Los pilares centrales de esta teoría apuntalan el deber jurídico-penal (desarrollado anteriormente de la dogmática del Derecho penal) de la superación constructiva del delito. Según ella el programa sancionador debe actuar de la siguiente manera: la conducta errada debe delimitarse y desaprobarse claramente; a continuación debe superarse constructivamente el delito, haciendo que la reacción apunte a la autorresponsabilización y a la integración en la sociedad.