Está en la página 1de 109

@S¢DF ›Ś/ŽŒ0ttD

Hcciones Introdmcián
al Psicoanálisis
reimpresión eli México, 1991

Dcrcchos para todas las ediciones en castellano

fi.ditorial Gedisa, S. A.
Montaner 360, entlo., 1’
Tel.: 201-6000
08006 - barcelona,
Espaíla

Gestión, representación
y dirección
pam esta edición.
Editorial Gedisa
Mexicana, S.A
Guanajuato 202-302
06700 Col. llama
México, D.fi.
Tels.: 564-5607 »
564-7908

ISDN: 968-852 070-


5

Derechos reservados
conforme a la Iey

Impreso en México
Printed in Mexico
EL RESOUARDO DE LA FALTA
(Vigo: 26 y 27 de itovieitibre de
1976)
INDICE

Pró logo . . . . . . . . 15
I. Origen del psicoaná lisis. Sexualidad y Sa-
ber. Labilidad del objeto de la prisió n. El
sexo como escisió n, .
. . . . 19
I F a l o y nivel de ”derecho”. Lugar teó rico de la
falta. La pulsiÓ n de Saber. La histe- ria y la
defensa. Deseo y lenguaje . 37
III. Lapsus y querer decir. Comunicació n y
comprensió n. El significante. El chiste es
modelo .. . . . . .
Resumen y discusió n 55
.
IV. El sueñ o y la realizació n del deseo. El deseo es
articulació n. El tercero deseante y la
”pareja” de la histé rica. Dora, Isabel 65
deR.. . . . . . . . . 01
V. Psicoaná lisis, Medicina, S aber. El cuerpo se
erogeniza en un mal lugar 97
Resumen y discusió n . . 101
VI. La funció n del corte. El padre y la figura. EÍ
padre muerto. Totem y tabi‹: bricoÍage de
discursos . . . . . . . 111
PROLOGO

Debo agradecer al do"cIor Cipriano Jitnétiez Casas y


al doctor José Rodríguez Zfiras la invitacióti que nte dejd
un día abrir los • i o s ante el regoci)o de la dura belleza de
las rías galletas. Entre las roitias aristas de “vielen
bunten Bildern”, las que recogen y plasli ficati
!•• i etas- que el viai ero puede adqtiirir cit cualquier
estatico de tabaco, y el Colexio Medico Comarcal de
Vigo, se extendía para int como para cualquiera la its-
sondable . •i •!! z •g••f‘• huitiana, mezcla tair euro- pea
que siem pre « as onará a un latitioaiiiericano, la fuerza
visual, estética, de la tierra obsesivameii te la- tirada, la
riqueza de la tierra y la pobreza catiipesitia, Jdbricas de
automóviles, casas de una plata ta de ven- tanas
niveladas a la pared. Odie la audieticia que act- de eis
Vigo a int seminario llevado a cabo los días 26 y 27 de
novietnbre de 1976 se recltttara ent re tiiédi- cos,
psiquiatras, psicólogos, pediatras, trabn jadores so-
ciales, estudiantes, l>+ el me i or testimonio de qtte tih
función en esta putita de Es patea “no era cotn pletaitien- te
obvia” y que ante las “presentacioties”, de paisa jes y de
personas, era yo más fiien tan ”es peclador inter-
mitente‘.
Stu dos días y en itueve horas de traba¡o había que
introducir a la aitdienci‹i n tos puntos básicos de la
psicoanalítica. Cumplido e/
realizado se revelaba ins•l “•”erlte. Nos dimos cita para

15
conI iiiuat com el setnitiario para el tries siguiera te y los ':lías
28 y 29 che etiero de este atio volví a liablrir diirati- t e nt ós
ne tuieve horas ant e los mismos que me ltabian
escuchado la vez ant erior. Tatilpoco esta vez la empre- sa
pudo llegcir a sii t ét miro: abierl os ciert os temas, cie’rt os
ol i‘os pat ecíet oti con t' izóti inacabndos. El rigor ne la expet
tencia y las ore jas cada vez más ateiitas nte indti Jeroii la
idea de ptiblicat en una set-ie de pequeños voti‹ineiies esto
qne com suet l e podrá llegar a ser un hos que jo de los e jes
capitales de itita manera de eti- t etidei a-Freud. Tittilé
”Res guardo de la fall a” al pt e- seii l e pt iilier volumen de
estas lecciones, peiisaiido, vía zi gui ficaii 1e, tanto eri el
Sorge lieideg gei‘iaiio cotno eii el significado liahil nal eti
Es patia de la palab ra ”res- pirar-do”: holeta de pago, test
iilioiiio de itiscri pción, pa- pel qtic es priie ba.
La int etlción: iii f rodiicir al psicoanálisis liacietido tiso
de pnlahi us sencillas, de téririinos qtie no fueran ” l écii
icos“. ¿Es posible no batlalizar las ideas? Isi difí- cil, no
debiet a ser itiiposible. La dificultad rt o es/d en los lét
mimos, ni eis los desvíos, •ii eii los accidentes de. Nit
significación; sitio má-s bien eti las ideas y los há- bitos Y
lainbién, en la posición del iii I erloctitor; a sa-, her, la
audiencia. Hahlat de inl rodttcción al psicoaná- lisis tio
significa decir que quien " int rodnce“ es el ’coti- fet eiicisl
a, piiest o que todo discurso se ori¡fitia eti el fitgnr del ol t o.
Mi aitd tencia gnu/egn —pnrn decirlo de tnanet n iiRpt-
esioiiatit e pero sin aJáii de irripresiotiar— fiieM odo lo que
yo í itve eri aquella pt imera oport tt- ridad.
Si sc• nte pet mit e, eiit otices: el preseiite volunleti es mii
atidieiicia, y lailibiéil, es de tní audiencia. Debo des• de yn
y pot lo ›iiisino agt-adecer a ella que pudiera yo dc•sart‘olla
r nm stipuesto Jundameti tal: es tiecesario vol- ver a Freud
aislaiido stis ideas del rxst o de gran pat te de la evolucióti
pos-(reudiatia de la doct rina, todo ello sin |orza r las
ideas, pero devolvieiido a las palabras la capacidad dé
asotnb t ar. L,a feoi io psicoanalít ica está

16
eri los textos de Freud. ¿Pero qtié significa leer a Freud?
¿Hahéis re|lexioiiado sohre el hecho hasiaiii e poco in-
significailte de qtie un setiiinario se lleva a cabo con
palahi as e|ecf ivametlte pi‘oferidas y gue éstas rio soit
a¡eiias a la leoría puesto que nO hay teoría qtie no esté
const rtiida con palabras? ¿Pero habéis reflexiotiado
además sobt e este ofro hecho, de que la hoca pues:le ser‘ al
go más qtie una tiict‘a “cavidad f riinaria”? !
NOS pl OpOIlEIIlOS ElltO!1CES, y Stu OIC jO! tlOS delHR- siado
de la matiet a de liahlat de Ft etid, de caiistriiir una
referencia ble hase qtie podríd permit ii nos una lec- tura
de ida y vuelta catistatite Inercia el text o |retidiano y sus
fundamentos. Site ahrir juicio sohre el valor y el alcnnce de
la teoría de Melanie Klein, ¿no existe acnso utia di
fereiicia eiiti‘e sus textos y tos test os fretidiaiios? Ahí donde
la psicoatialista de iliRos gesta el concepto al contaco o, yo
rio diría de la ”expet Pericia”, sirio del e yemplo, F'retid
ptiede itna y otra vez pensar el conce y- to y volver‘, siii re(et
encia al e ¡emplo, a lo que lo Jtlii- daineti (a.
Lm nocióti de “ t‘elación de oh)eto” es bastante
poco
|retidiatia. Decir Ian crudamentc cotiio tlosotros qtie la
pulsión no I iene of )eto Sig›ii/ico eis pi“imer lugar una
posición ct il ica aii te cualqtiier psicologi zación de los
coiiceptos de la t eot ía. Los autores pos-fretidianos han
leahlazlo de desarrollo eis térillitlos de etapas “aiioh Jc-
tales”, “protooh jolales”,- iiosot ras ent eRclemos rj ne tal
teriniiiologín es eqtiívoca, puesto que oh jelo “hay”
sternpre. Lo qtie dehe eS ttidiarse eis rl desarrollo clel
›iiiio son las etapas ble la cont t it sición del Ol ro. Freuél
hablaba de identificaciones primarias y de elecció n de
objeto : eti ani hos casos el oh jet o era eri pt-itiler fi- gar el
padre y/o la madre. Por lo iilismo, se eqiiivocaría q«/eti
viera en esfe prii ter vofi‹iiieri de Lecciones de
introducció n al psicoaná lisis la inteiición de liacet tíos

1. Ver, por ejemplo, Renii A. Spitz, The first year o( li(y.


atitot es por la iiiveiición de coitcepías. Repet irnos qtte no
se trataré :Ie gestnr I értninos, sit•.o de no de jar de señalar
el líniite que el coticepto en ciiest ión tio poda ía Jt‘anqtiear
siii destruir los fitiiúlamentoz de la teoría PsícoririnfÍficn
misma, ANit mar gtie en primer lugar tio se t rata sino de
”falta le ohj glo” no es mós qtie realizar el !i azaílo de tal
límite.

Barcelona, marzo de 1977

J8
Intentare una iniciació n a los conceptos br.sicos de la
teoría psicoanalítica: a la obra de Freud. Es decir, que
comenzaré a contar a ustedes, a lo largo de seis reuniones,
las articulaciones tle base de la teoría psi- coanalítica
freudiana. Cuando llegué a Galicia estaba imbuido de un
cierto o ptimismo. Es que hace tiempo que no dictaba,
propiamente, un curso de “introducció n al psicoaná lisis ".
Pero ocurre onu e• con respccto al Psi- coaná lisis, la
cuestió n no es có mo comenzar a ¡acusar las ideas, sino
algo que tiene que ver ron su pr/ictica. O tal vez debería yo
pedir que se me preste una creja espontá nea. Tal vez
llegaríamos entonces a poVer ho- blar el lenguaje de la
teoría. Este lenguaje no se parece al lenguaje de todos los
dias (pero ello ocurre con todo lenguaje científico).
Lenguaje peculiar en primer Jugar. Pucsto que si
alguien entrara a este recinto en el té rmino de mcdia
hora, no podría ya entender nos. O bien, esa persona
podria pensar que, mentalmente hablando, no es tamos
muy bien de salud. Pero ello porque rio habria c:-cu-
chado nuestras razones de entrada : las palabras gr:e
utilizaremos valen en el interior de la teoría que inten-
taremos reconstruir. Toda conceptualizació n es siti geiteris.
Por lo mismo, no tendremos por qué inquic- tarnos.
Trataré de ser sencillo. Digamos en primer lugar
que hablaremos de un campo especifico. El campo
específico de la teoria psicoanalitica. El campo de su
prá ctica y de su teoria. Este campo teó rico-practico poco
tiene que ver con la Psicologia, con la Psicologia General,
la Psicologia Evolutiva. Es en cambio el cam- po de las
articulaciones del sujeto descrito en térmi- nos de la
teoria freudiana (de su evolució n, su estruc- tura, y de las
consecuencias de esa "evolució n" y de esa estructura).
La mejor manera de hacer una "introducció n al Psi-
coaná lisis" consistiría tal vez en conducir a ustedes a la
idea de que tal cosa no es fá cil, y sugerir que la historia
sería un buen punto de partida, que tal vez habría que
comentar por los orígenes histó ricos del psicoaná lisis,
volver a la é poca de los comienzos. Re- cordar que el
creador del psicoaná lisis es Sigmund Freud y que el
psicoaná lisis tiene que ver con los ava- tares de su propia
vida, con la manera en que va é l descubriendo el
inconsciente, construyendo uIterior- mcnte la teoría. La
mejor manera, tal vez de lograr una "introducció n al
psicoaná lisis" consistiria en mi- mar la experiê ncia de
Freud, evocar la experiencia de los orígenes.
Nos veríamos conducidos a la historia del encuen- tro
del hipnotismo y la psiquiatría, a Francia en tiem- pos de
Cliiircot. En sus presentaciones de los martes mostró
Charcot que mediante la hipnosis se podia producir
sintomas semejantes a los de la histeria. En 1885, durante
su beca en Francia, Freud pudo pre- senciar fales
experiê ncias en La Sal pêl riêre: y tambié n la producció n
de pará lisis cxperimentales. Los pacien- tes tenían
experiencias de las que no guardaban con- ciencia. La
hipnó sis mostraba la existencia de cosas que no estaban
en la conciencia y que tenían efectos sobre el
comportamiento y la vida despierta de los su- jetos. La
estancia en París y su viaje a Nancy pusieron a Freud en
contacto con tales experiencias y nuevas ideas : que en la
relació n con el hipnotizador el paciente
podía producir y suprimir síntomas, la idea de la exis-
tencia de dos niveles del psiquismo, la idea de que la
histeria tenía que ver con cosas sexuales. ¿Pero de qué
manera se conectaba la histeria con la sexualida? Des- de
los griegos hasta entonces se había pensado, como lo
dice el nombre mismo, ya que "histeria" viene de
"útero", que la enfermedad era femenina. En su tiempo
Freud estuvo del lado de quicnes contrariaban esa
creencia, y se puede decir así que el psicoanálisis co-
mienza con algo que va en esta direción : tr-«tando de
separar la enfermedad psíquica del sexo biológico. Es
importante decirlo así, puesto que parece paradoja, que
el psicoanálisis, que como todo el mundo parece saber,
trata de conectar el psiquismo con la sexualidad, se
origina históricamente negando la relación de la his-
teria y el útero.
En una conferencia de 1886 en la que debe informar
ante la sociedad medica de Berlín sobre su viaje a
Francia, Freud muestra cómo la histeria es también una
enfermcda de hombres, y todavía de mayor interés para
nosotros, que un trauma psíquico puedo estar en el
origen del síntoma histórico, que la causa de la his- teria
puede ser psíquica, que la histeria depende de
a contecimientos encerrados por el pasado. Esta idea,
seguramente, molestó bastante a los maestros de Freud,
los médicos de la sociedad berlinesa.
En resumen, una teoría que relacionaría el sufri-
miento psíquico con la sexualidad, comienza separando
la histeria de l¢ genitalidad y describendo la causa en
términos de trauma, ubicúndola además en el pasado
psíquico, por decirlo así. Si se nos obligara a definir en
pocas palabras en quú consiste este campo de lo
psíquico que constituye el campo de la práctica y de la
teoría del psicoanálisis habría que decir que se cons-
tituye a partir de una reflexión sobre la sexualidad.
Pero desde entonces la sexualidad pasa a ser algo que
no tiene que ver con el Saber de todos los días. Punto
difícil, puesto que no quiere decir que el verdadero

21
"saber cientifico" sohre la sexualidad sea privilegio clel
psicoanalista. Ouiere decir otra cosa, y aun, lo contra-
rio. Ouiere decir c¡ue la indagació n freudiana Pie la
sexualidad delimita un campo donde el sexo quedaré
aislado riel Saber, y en este sentido el campo del psi-
coan:*.lisis es distinto al dei Saber de todos los días sobre
el sexo : no porque el psicoanalista sabe mú s, sino porque
separa el sexo del Saber. El Psicoaná lisis es entonces no-
Sexología, Si los sexó logos tuvieran razó n, el psicoaná lisis
no habria existido, puesto que no ha- bria laistéricos, ni
obsesivos, ni fó bicos: la gente no se enferma porque
ignora las reglas bioló gicas, sino por- que hay algo bien
enigmú tico en çl sexo. Si !a scxuali- dad ha de ser repi
imida, como mfistró Freud, la culpa no reside en la
sexualidad misma sino en lo que la sexualiclad contiene
de enigmú tico. Cuando se reprime es porque no se quiere
saber nada de algo que exige ser reconocido. Ahora bien,
lu cjue aquí exige ser recono- cido es que no hay Saber...
unido al sexo.
Pueden leer es ta idea en Ía edicio’n españ ola de las
Obras Coitipfefns Se Freud, la primera pá gina del pri-
mero de los "Tres ensayos", otra de 1905 que encontra-
rá n bajo título de t/rin seor ín se.viinf. Por mú s mal que se
lea es imposible no leer en esa primera pá gina tal idea.
Freud dice ahi que hay una concepció n vulgar de la
sexualidad (pero es Ía de los mé dicos, la deI sexó lo- go),
que consiste en creer que la sexualidad no existe en la
vida infantil, que el sexo hace su irrupció n en la pu-
bertad y que solamente se determina en la vida adulta.
Tal determinació n de Ía sexualidad del adulto significa
—es la creencia vulgar— que el sujeto está de entrada
comprometido, prometido a su objeto, el objeto de la
exigencia normal del instinto sexual. Freud entiende por
"objeto" a la persona de la tendencia, a la persona a la
que se dirige la exigencia sexual (lo aclaro porque en textos
post-freudiano la palabra "objeto" tendrá un desarrollo
diferente). De tal manera, y segü n esta de-

22
terminació n de la sexualidad en la vida adulta, el sujeto
buscará tin objeto (que le serú dado) y la realizació n de
un acto, el acto sexual. Un objeto y un fin, el coito. He
ahí en resumen todo el Saber vulgar sobre la sexua- lidad;
pero se podria decir mú s : todo el Saber pre- freudiano o
no-freudian o sobre la sexualidad.
Ahora bi•n, en esa primera pá gina que comento, tal
concepció n del sexo qucda inmediatamente controver-
tida. Verdader o vuelco histó rico, que “hace" fecha di- ría yo,
como se dice de esos barcos que "hacen" agua, porque se
van a hundir. Lo que entonces se iría a pique es la idea del
niñ o inocente y del adulto normal. Lo primero que Freud
va a mostrar es que no es cierto que durante la vida
infantil no hay sexualidad. Sino má s bien lo contraio, ya
que a los cinco añ os, en la teoría freudiana, el niñ o ya
tiene determinada sii estructura sexual, y la que irrumpirú
en la pubertad no serú dis- tinta de la cstructura ya
constituida en la primera in- fancia. Pero ademá s —y
aqui está el punto que nos interesa— que la relació n que
une al sujeto a sus obje- tos sexuales no es tan fuerte..., a
saber, que esa rela- ció n de detcrminació n es bien lú bil,
que el objeto es lo que mú s puede variar, lo que el sujeto
má s puede cambiar, y tambié n que el fin buscado puede
ser otro y distinto del coito normal. Comienza entcnces
un largo capítulo sobre las perversiones sexuales. Capítulo
que "hace“ historia y que ningú n “trabajador de la salud
mental” debería ignorar, puesto que es a partir del pri-
mero de los “Tres ensayos" que las perversiones co- bran
racionalidad, quedan integradas a una teoría sobre los
trastornos psíquicos o a un discurso sobre sufrimentos y
terapias. Es la primera vez que tal tipo de discurso —el
discurso pSicoanaIítico— se constituye sin necesidad de
cxpuJsar a las perversiones sexuales de su campo. O mú s
aú n, un discurso que no só lo otorga racionalidad a la
pcrversió n sexual (que se per- mite pensarla, tomarla
inteligible), sino que de alguna manera afirma que su
propia racionalidad como dis-

23
curso depende de lo que las perversiones sexuale s nos
muestran y nos obligan a indagar. Tal el discurso freu-
diano. Antes de Freud o en tiempos de Freud existían ya “
tratados” sobre la sexualidad. Por ejemplo, la Ia- 1T1OS£t
PStCliO patliia Se.xiialis de Kraf t-Ebing, o los tra- bajos de
Havelloclc Ellis. Pero en aquellos textos no se hacía mú s
que dcscribir los infinitos tipos de perver- siones : un
listado de todas las posiblidades sexuales perversas, Pero
eran dcscripciones, realizadas desde afuera : las
perversiones mismas no adquirían gracias a esas
descripciones, má s allá del escá ndalo de su e.vis- tencia,
ningú n interé s. Las perversiones en aquellos textos
pertenecen todavía al campo de la patogenia
incomprensible. Es bien distinto lo que ocurre en el
discurso freudiano.
En primer lugar la indagació n de las perversiones
sexuales le sirve a Freud para la constitució n de su propio
campo de conceptos. Surge asi el concepto de “pulsió n”,
que Freud distingue del instinto animal. La pulsió n
(alemá n: Tt ieb) tiene para Freud como carac- terística
fundamental la labilidad de eso que la liga al objeto. En
té rminos de querer definir habría enton- ces que decir que
en Freud, y en primer lugar —y está en la base de la teoría
— no hay una relació n de deter- minació n de )a pulsió n a
su objeto. A saber, que la pul- sió n no tiene un objeto
dado, natural. Que la relació n le determinació n de la
pulsió n a su objeto no es una relació n de determinació n
necesaria. A partir de enton- ces, y para que ustedes
puedan medir la consecuencia de esta posició n de partida
de Freud, no es tan fú cil por ejemplo decir qué es un
coito. Todo el mundo sabe quó es un coito. Pero si se
acepta el concepto freu- diano de pulsió n, diría yo, ya no
será tan fá cil decir qué es un coito. Y por lo mismo,
aceptado este punto de partida, puede ya uno dejar de
escuchar a la gente cuando habla de “relaciones
sexuales”. Ouiero decir, ‘dejar de escuhar a quienes creen
que saben sobre ese “objeto” del que estú n hablando. Otra
consecuencia :

24
pensemos en las relaciones entre Psiquiatría y Psicoaná -
lisis. Aú n hoy, en 1976 (debié ramos avergonzarnos de lo
que dirá n de nosotros los historiadores que un día se
ocupen de nosotros) hay psiquiatras que rechazan el
psicoaná lisis, sin dcjar de otorgar a la sexualidad un
lugar en la etiología de la enfermedad mental. Aho- ra
bien, lo que distingue a esos psiquiatras del psicoa-
ná lisis, es que ellos siguen insistiendo, afirmando, que
saben sobre el sexo.
Para delimitar el campo de la teoría habrá que co-
menzar poP decir qi›•- la pulsió n —a diferencia del ins-
tinto animal— no tiene objeto. Esta idea es fundamen-
tal. Y só lo a partir de ella se puede pasar a hablar de las
otras dos grandes ideas a travcs de las cuale s el psicoaná lisis se
constituyó en tanto tal : el inconscíen- te freudiano (digo
“freudiano” porquc hubo un incons- ciente antes de
Freud), y la ”transferencia ”; a saber, que lo que ocurre
entre mé dico y enfermo no es ino- cente, que tiene que ver
ademú s con toda posibilidad de terapé utica futura. Algo
que tiene que ver con el pa- sado del paciente y que el
pacicnte rep ite durante el tratamiento y cn su relació n con
el analista. Tales son las tres grandes ideas (¿ có mo
llamarlas?) : que la pul- sió n no tiene objeto, el
inconsciente freudiano, la trans- ferencia.
No me ocuparé de manera explícita del inconscien- te
freudiano (en verdad no dejare un instante de refc- rirme
a é l). Tampoco de la transferencia. Machacarü en cambio
sobre esta idea concreta: q nc no hay rela- ció n de
determinació n de la pulsió n a su objeto, que ningú n dato
natural liga la pulsió n al objeto.
Tal idea, es obvio, no es fú ci1. Freud no la encon- tró
por azar en una de las vueltas del camino. Como el
psicoaná lisis mismo, tiene historia : la del tiempo
de su descubrimie n to. la manera en quc paulatinamen- te
Freud la va extrayendo, deducié ndola de un contex- to
contradictorio. Conviene en este punto dejarse guiar por
quienes han estudiado los orígenes del psicoaná li-

25
sis (se puede leer por ejemplo: L. Chertok y R. dc
Saussure, Naissatice Clu fs ycliatlal yst e, Payot, París, 1973;
o tambien —libro má s acadé mico, má s cuidado- sa Ola
Andersson, S tcidies iii llae prefiisfory o/ ps y- clioanal ysis,
Stockholm, SvensLa Bokfiirlaget, 1962).
Tiene especial relevancia, se lo sabe, en el comienzo
de esía historia, la relació n de Freud con Breuer, quien
habia tratado a la f amosa Ana O., joven histó rica que
exhibía una sintomatología bien frondosa; y había lo-
grado ciertos efectos terapéuticos importantes só lo de-
jando hablar a la paciente, induciendo la rememora- ció n
del pasado y sobre todo la palabra. “Talking cure”, como
bautizó al tratamiento la propia Ana O.
De vuelta de su viajc a Francia y despué s de haber
sacado ciertas consecuencias de las cxperiencias que
había observado en La Salpetrierc y en Nancy (la exis-
tencia de un nivel inconsciente de la vida psíquica, el
poder de la sugestió n hispnó tica en la producció n y en la
eliminació n de síntomas, las pará lisis artificiales, la ext
raíia relació n del síntoma histó rico con la anato- mía, las
historias postraumú ticas, la evidente alusió n a la
sexualidad en el ataque histó rico), Freud invita a Breuer a
publicar juntos un trabajo. Nace entonces en 1895 los
Eslticlios soho e la llisi etnia. Cosa curiosa :
el capítulo má s teó rico del libro lo escribe Breuer y no
Freud. Curioso, puesto que casualmente, la idea quc Freud
encontraba —la conexió n con la sexualidad— era la
misma sobre la cual Brcuer nada queria saber. Breucr
escribe entonces aquel calaí t ulo para mostrar có mo la
histeria era el producto automá tico de una divisió n de la
personalidad psíquica; los síntomas no significaban mú s
que esa escisió n. Breuer inventa dos entidades : la histeria
de retenció n y la histeria hipnoi- de. Digo que inventa
porque ni una ul otra describían observables clínicos; o
mejor, permi tían observar todo lo que ocurría en la
experiencia clínica, menos lo esen- cial. A saber : pasaban
por alto tanto la represió n de la sexualidad enclavada en
el síntoma histó rico, como


la relació n de transferencia del paciente con el mé dico.
Los Est indios sobre lk histeria está n firmados yor Freud y
por Breuer, pero si se lee bien se ve hasta qué punto
Freud muestra cierta cautela en relació n a las ideas de
Breuer. Cuando Breuer trató a Ana 0. debió enfren- tarse
con ciertos fenó menos de transferencia a su per- sona de
los deseos sexuales de la paciente : Ana O, ha- bía
fantaseado que estaba embarazada por Sreuer. Este
embarazo histé rico atemorizó a Breuer. Tanto Charcot
como Breuer, dos personalidades de peso en la formació n
de Freud, reconocían la conexió n de la sexualidad con la
histeria, pero 'no permitían que tal reconocimiento pasara
ni a sus ideas ni a la prá ctica clinica.
Contra las dos invenciones nosogrú ficas de Breuer se
lee en los Estudios có mo Freud esboza por su parte una
entidad nosográ fica nueva : habla de histeria de defensa.
La entidad no tendria historia ulterior, puesto quc, se sabe,
el hecho de la defensa (a saber : la repre- sió n) no
caractcriza para Freud un tipo específ‘ico de histeria, sino
que define a la histeria misma. Pero le sirvió a Freud para
señ alar, contra Breuer, que la his- teria era el resultado de
una defensa, que el paciente producía síntomas y escindia
su personalidad psíqtli- ca para llevar a cabo el rechazo de
ciertas representa- ciones que se le hacían intolerables:
esas representacio- nes eran de contenido sexual. He aquí
un punto en la historia de los origenes del psicoaná lisis
quc es preciso conscrvar en la memoria. Comienza
entonces la histo- ria del concepto freudiano de
inconsciente. Sin embar- go, trataré de sugerirlo en
seguida, só lo se trataba del comienzo.
Las ideas descubiertas pivoteaban sobre sí mismas, el
terreno era resbaladizo. Freud dio cl primer paso, pero
só lo después vino la verdadera historia de la teo- ría
psicoanalítica. Afirmar la etiología sexual de la his- teria
era un paso de indudable importancia histó rica, pero a su
vez planteada problemas. ¿ Por qué la sexua-

27
lidad podía tomarse intolerable y producir efectos pa-
tó genos? ¿Oué hay que entender por sexo? ¿Se podía
construir una teoría con la idea que cada uno tiene de la
sexualidad, con el saber vulgar o mé dico sobre el sexo? Y
si el sexo puede ser reprimido, ¿qué hay en el sexo que lo
haga reprimible? Supongamos que se conteste que la
culpa no es del sexo, sino que siempre ocurrió que
ciertas sociedades, ciertas culturas, pro- hiben
determinadas prá cticas sexuales. Pero tal posi- ció n no
aclara mucho: por una parte, porque no todas las
sociedades prohíben el mismo tipo de prá ctica sexual, yn
que hay comportamientos sexuales que al- gunas no
tolerar pero que otras aceptan perfectamen- te, e incluso,
a nivel de sus normas, las recomiendan. Pero ademá s, y si
todas prohibieran la sexualidad, o ciertos aspectos
determinados de la sexualidad, ¿qué es lo que torna a
esos aspectos prohibibles? Como se ve la cuestió n no es
sencilla. ¿Oué hay en el sexo, o qué es lo que liga el sexo a
lo que debe ser reprimido? O menor aú n, ¿qué es lo que
hace que lo reprimido deba ser reprimido? ¿Pero no
intentamos ya un esbozo de contestació n a tal cuestió n?
Puesto que para intranquilizar los espíritus podria yo
contar a ustedes una ané cdota divertida, citando las
palabras de una ciert a señ ora que cada vex que se men-
cionan cosas sexuales, no deja de intervenir y repetir que
tales cosas, para ella, son maravillosas y que no cn- tendió
nunca a Freud quien dice que la gente reprime la
sexualidad. ¿Por qué habría alguien de defenderse de
alguna experiencia sexual ya que —dice ella— lo sexual
es placentero por naturaleza? Confiesa sentirse muy bien
en cualquier experiencia sexual y expresa con franqueza
no só lo su amplitud de criterio, sino aun la capacidad de
sus posibilidades para arreglá rselas muy bien en muchas
y bien distintas experiencias sexuales. Se ve que má s allá
de lo có mico o de lo en- vidiable de la vida de tal señ ora
—si es que no mien- te— ella nos devuelve a nuestro
cnigma. ¿Ou‹i es aque-

28
llo en lo sexual en efecto que hace que lo sexual deba
caer bajo los golpes de la represió n?
El problema merecería ser tomado en cuenta, y aun
por los psicoanalistas mismos. He conocido psicoana-
listas que lo ignoraban. Lo hemos dicho, en 1905 Freud
intenta el comienzo de una respuesta a tal enigma, lo
que el sujeto reprime es lo sexual, pero había que agre-
gar: só lo en tanto la pulsió n carece de un objeto dado
de antcmano. Para decirlo de una manera banal : lo que
el sujeto reprime es que, tratá ndose de cosas sexua- les,
tiene que arreglá rselas solo. Ni la pulsió n le facili- ta la
determinaciñ n del objeto, ni hay Saber del objeto que la
pulsió n podría determinar.
Lo que está en juego en el sexo es el Saber del ob-
jeto. La pulsió n no facilita ese Saber. En este sentido se
podría afirmar que el concepto de inconsciente es
isomó rfico a la razó n por la cual cl sexo debe scr repri-
mido; o mejor, el inconsciente cs simó trico e inverso a
‹Esa razó n : el se jeto rio sabe sobre aqtiello qtie est á eii el
origen de los síntortlas que sopor ta (he nJi/ al iticotis- ciente)
porque nada quiere á a6er de que tio ptiede snber que no
ltay haber sobre lo sexual. Que se de vuelta esta fó rmula
de todas las maneras que se quiera; siempre
—a mi entender— se verá uno conducido a algo que
tiene que ver en serio con el inconsciente freudiano.
Pero podría dar un ejemplo bien sencillo para con-
ducirnos al punto al que quisiera ahora poder llegar: o
bien las cosas sexuales deben ser incluidas en la clase de
las cosas ininteligibles, o bien hay cosas sexuales que nos
introducen a la idea de que son enigmú ticas. Pero un
enigma no es un ininteligible, sino algo que plantea una
cuestió n y exige una respuesta. Pensemos por ejemplo en
el Íetichismo. ¿Por que un objeto, a veces un trapo sucio,
e incluso oloroso, puedc hacerse preferir a la pcrsona dcl
sexo opuesto? ¿Có mo es que hay seres que se las arreglan
mejor con trapos que con personas? Pregunta bien
lacaniana. ¿Có mo es que hay seres que pueden alcanzar cl
orgasmo con un trapo

2'J
insignificante, banal, o un objeto sucio; pero siempre y
cuando tal objeto cumpla ciertas determinadas con-
diciones ?

En 1905 Freud se ocupa del fetichismo en el prime-


ro de los Tres £TLsnyos. En 1905 comienza a elaborar su
teoria sobre el desarrollo de la libido. Líbido es una
expresió n, decín Preud, para el instinto sexual. A saber,
una palabra para significar la pulsió n, la que por defi-
nició n carece de objeto. *Ustedes conocen la teoría clá si-
ca de ese desarrollo, la que sería tomada, modificada,
por Abraham, Melanie Klein, Pairbain. Lo que Freud
-vino en.tonces a decirnos es que la sexualidad del adulto
tic.ne 9uc ver con ciertas maneras que tic-s cl niñ o de
ref•.i-1i xe a sus primeros objetos. Freud llamó “etaDas" a
esas maneras : una manera oral, una manera anal, et-
cétera. Lo importante: que esas maneras eran especies de
"patterns" por donde el niíio erogenizaba su propio
cuerpo. Y ademú s, que el cuerpo erógnrio (el cuerpo
sexuado, capaz de goce del adulto) se consii tuye en los
añ os de la edad infantil, que todo estú decidido ya para
los cinco añ os. En 1905 Freud describe tres “eta- pas" y
un "período", al que llama “período de laten- cia”. Una
etapa oral (cuyo modelo corporal cs la rela- ció n dcl
sujeto con el seno materno), : i-io chupa anal (la relació n
narcisista del sujeto infanti l con sus pro- pios excremenlos).
Esta ú ltima adquiriría una especial relevancia, en la
historia ble 1s teoría pos-freudiana (Abraham), a partir de
la descripció n que Freud había hecho de lu inscidencia
de la etapa aro.al en las con‹li- ciones del cará cter y
cspecialmente en la neurosis ob- sesiva. Finalmente
Freud describe en 1905 una etapa genital, la que sigue al
período de latencia, y en la que la estructura del sujeto
queda acogida en los mol- des de la masculinidad o la
feminidad . Obsérvese al pasar que masculinidad y
feminidad no son para Freud propiedades del punto ne
partida del desarrollo del su-

30
jeto, sino puntos de llegada, té rminos de ese desarrollo.
Pero no haríamos justicia a las posiciones freudia- más si
no hicié ramos referencia a la historia ulterior, quiero
decir, a la utilizació n por los discípulos del con- cepto de
desarrollo de la líbido. Podríamos decir, y tal v’rz sin
e:‹agerar, que esa historia tuvo un sent ido ne- gativo,
trá gico incluso, puesto que dejaría olvidar el postulado
freudiano fundamental: la habilidad del ob- jeto de la
pulsió n. El resultado fue una utilizació n ex- cesiva de la
noci5n de “frustració n”, de la idea de que, en el efecto
pató geno, siempre se puede ver el resulta- do 'te una
privació n, e incluso la idea de que toda agre- sió n es
resultado de una frustració n. La pareja concep- tual
frustració n-agrcsió n, que es posible, encontrar no só lo
en textos psicoanalíticos sino —y a mejor título— en
textos de psicoiogía general o psicología animal, no es
frcudiana. Si el sujeto ngrede porque se lo frustra
—es fá cil c o m p re n d e r l o serú porque debe estar bien
seguro de que el objeto de la frustració n era exacta-
mente el que necesitaba. Lo que bien puedc ocurrir
cuando lo que está en juego es Ja necesidad biolú gica.
Pero otro es el caso de la pulsió n. La noció n de frus-
tració n conduce a la idea de que el objeto de la priva- ció n
es real y oscurece por lo mismo el postulado freu- diano
de q ue la exigencia pulsional no tiene objeto, que no lo
tiene determinado, que al menos no lo tiene de entrada.
En resumen: la teoría del desarrollo de Ja libido pudo
conducir al desvío de un cierto empirismo, a una
concepció n rcificada del objeto.
Hay 3os maneras de evilar esos desaciertos. Por un
1a3o, distinguiendo —como en la teoría lacaniana— entre
la necesidad (bioló gica) y la demanda (cuyo fun-
damento es la demanda de amor). Y aun, estos dos re-
gistros no agotan el campo del sujeto, ya que es nece-
sario ademú s introducir el deseo. La otra manera es
comenzando bien por el comieRzo; a saber, por la cues-
tió n del Fat o. Serú esta iiltima la que ensayaremos hoy.
Retornemos por un instante a la historia. Decir,

31
como Freud, que lo pató gcrio residía en algo ocurrido en
el pasado, que ese pasado tenía que ver con la sexualidad
infantil, no significaba sino comenzar a de- limitar cl
complejo de Edipo. Entre 1893 y 1896 Freud insiste en la
idea de trauma : una seducció n del niñ o por un adulto ha
sido el acontecimiento real que ha originado la neurosis,
A partir de tal teoría intenta in- cluso una especic de
nosografía, trata de distinguir la neurosis obsesiva de la
histeria. En el primer caso el trauma de seducció n habría
sido vivido activamente, incluso agresivamente; en el
segundo se lo habría so- portado pasivamente. Freud ve
ademá s, y por detrú s de toda sintomatología, algo así
como una enfermedad de base con estructura histé rica:
un trauma de seduc- ció n soportado pasivamente en la
primera infancia. Freud no había inventado la cuestió n
del traum* de seducció n; lo había obtenido de su
experiencia clínica,
‹lel relato de sus pacientes. Pero pronto, en 1897, debe- ría
abandonar la teoría del trauma. Se cita siempre una carta
de Freud a Fliess de 1897 (del 21 de septiembre)
en la que con pesar confiesa a su amigo “que ya no cree
mú s en su neurótica”, a saber, en la teoría trau-
má tica y en la utilidad de las consecuencias que de ella
habia extraído. Freud había descubierto que los pa-
cientes sentían, que las escenas sexuales relatadas so-
bre la primera infancia no habían en verdad ocurrido.
Pero en la misma carta Freud encuentra la salida a
aquella encrucijada, nada menos que el descubrimien- to
del concepto de fantasía, piedra de toque y pivote
fundamental del discurso analítico. En efecto —re-
flexiona Freud— que esas escenas sexuales no hayan
ocurri do en realidad, pero que sin embargo aparecen en
el relato del paciente, no indica sino que las escenas han
si lo Jaiiinseadas. ¿Pero no habia ya en tal manera de
razonar algo bien peculiar? Algo que sin duda per- tcnece
—y de la manera mú s íntima— al discurso psi-
coanalítico, y que adem3s tiene crue ver con la noció n de
verdad: el discurso del paciente se torna verdad

32
(aparece la fantasía) en el mismo momento que la rea-
lidad del referente (la escena sexual infantil) se mani-
festada como falso.
Nace entonces cn la historia de la teoría la noció n de
fantasía, té rmino qua designa eso que no había existido
en lo real sino en el ‹liscurso del paciente, pero que por
ello mismo conserva su capacidad de causa, su poder
pató geno. Fantasía de seducció n cn primer lugar, a la que
Freud otorgaría un estatuto nuevo : el de "protofantasía".
La pro tofantasía, o fan l asia origi- naria ne seducció n, es
concebida corno estructura fan- tasm:atica i-eferida a una
escena de seducció n del niiiu por un adulto. Cuando Freud
dice protofantasía ( U t - p/ini‹frtsie j quiere si gnif icar a la
vez algo viejo cn el tiempo, arcaico nero tamlai‹in al go
constitutivo, fun- dante de la est ructura del sujeto. En tú
rminos moder- nos diríamos que la paJabi a denota y
connota algo que tiene que 'er a la vez con la liistoria
evolutiva y con la estru ctura. Pos teriormcnte Freud
agregaría a esta pro/ oíantasia de seducció n ot ras dos
protofantasías : lo castració n y la escena primaria.
Pi”otofantasía de escena ¡Primaria: a sabe r, la visió n
(no interesa en principio si real o no) del coito pa- renf al.
Psicoana líticamente hablando : algo pe rtu i’ba el sujeto
infantil, un motivo profundo de dib‘gusto y miedo. En
cuanto a la protofantasía de casiració n : en primer 1u¡jar,
lo importante es eso mismo, que Si-end otorga estatuto de
" lo rotofantasí a" a la castració n. A sa- ber, estatu to de dato
arcaico y valor f‘undan te, va lo r de estructura. ¿ Pero no delimi
ta la slima de las tres protofantasias el campo mismo del
complejo de Edipo?
En primer lugar-, el temor a la t ctaliació n paterno
si se cumplicra el deseo de acostarse con la madre
(protofantasía de cas tració n). En segundo lugar, la idea de
separar a la pareja de los padres, unió n insoporta- ble que
merma la importancia del sujeto para su ma- dra
(protofantasía de escena originaria). Y finalment e, la iclea
de una relació n con un adulto (protofantasía de

33
seducció n que apunta en verdad a los padres como ob-
jetos sexuales).
Pero, i quó hay que entender por complejo de Edi-
po? La ligazó n amorosa dei niñ o con el padre del sexo
opuesto y la hostildad contra cl paclre del mismo sexo.
Pero dejando de lado que Frcud hablara tambié n de un E
clipo invertido, homosexual, y tambié n la bisexua- lidad
(la presió n simultá nea de la heterosexualidad y de la
homosexuali dad), en esta definició n, que podía- mos !
lamar cl/asica, no quedaría señ alado que en el Edipo cuen
tan mias cosas que los tres pcrsonaJcs cen- trales de la t
rageclia. Pero aú n, ¿cuá l es el secreto de la relació n entrC
niñ o, madre y padre?
¿qué es lo que, en cl Edipo, tiene fuerza “causal”,
capacidad en todo caso de movcr las relaciones? O bien,
¿qué es lo que allí se ¡ucga? ¿En qué está n los perso-
najes interesadns? El nitro en cometcr el incesto, el ¡›a-
dre en conser-var a la madre. (Pero y la madre? No es tan
sencillo.
Es q ue no se puedie reflexionar sobre el Edipo freu-
dinno sin introduci mos en la cuestió n del Falo. Pero diré
en seguida !o que muchos saben, pero no aquellos, me
irnag ino, a quienes una sonrisa despier ta en la boca, DirÜ
para tranqui lizarl os que el Fa lo no es el pene. Se- gú n
tü rni inos de Freud el Falo es la “premisa universal del
pene”, es dccir, la loca creencia infanti1 de que no hay'
diferencia de los sexos, la creencia de que todo el mundo t
icnc pene. E n la teoría dc Freud se parte de C5t8 l9osiC iÚ n
del sujet o i nfantil : só lo existe un ó rgano gcnita l y tal ót
gano es ade naturaleza masculino.
Debiü ram os en adclari te tra tar de desconectar Ja cucs
tió n clel- Malo de la i+n enes. Si llamamos Fa lo a
la “premisa u nivcrsal dcl pene”, lo menos que nos cabc
aceptar en tomes es q ue ci Fa lo es tin no-i-cprescn ta- ble.
No se lsu C de clibu jar, no se puede csculpi r un Falo. Pero
mfis imlaor tantc : es por la cuesti ó ii del Falo que la
castració n sc introd dice en la es tructura del su-

34
jcto. La confrontació n de la premisa, el Falo, con la
diferencia de los sexos : hc ahí Jo que la teoría ha lla-
mado complejo de CHS tració n. Es decir, que la castra- ció n
es la consecucncia inmediata del Falo. El sujeto infantil
—niñ o o niñ a— lia p.irtido de que só lo hay pene, que
ú nicamentc existe el genital masculino, y cuando con el
tiempo dcsctibre que tray dos sexos, que
‹Ann I ó mi aom en I e hay seres que carccen dc pene, surge
entonccs el complejo de castració n. El varò n, ante la
confrontació n con el hecho de la diferencia, so siente
“amenazado” en su gení tal. Al lo tiene —a esc pene—
pero podría perderlo. En cuanto a la-. mujcr, que no lo
tiene, anhela tenerlo, lo “envi dia”. Envidia de cas+r-a- ció n
y amenaza de castració n: no son sino tćrminos que
nombran el caso de la mujcr y el del varó n cn el interior
de esa es tructura que Freud llamö complejo de
caslració n.
El complejo de cas tració n es enI onces “envidia del
pene” en la mujer. Pcro no significa dar le privi lcgio
alguno a1 vai‘ó n. Tener un I•e ne no asegui-a de nada. La tcoi ía
freudian a le jos de her an l ifeminista of rcce un porn to de
pnrlida adecuado para plantcar al feminisms como nece
sidad 3' como cuestiñ ln. Rccomicndo que se tea sobre este
punto un libro recientemente traducido
at cspañ ol de una fcminista Juliet Mi tclsel,
ins ••a :
Piscocmális is y f8łlliii istrio (Editorial Anagrams, Bar
cclona, 1976).
Adernú s, y como lo dice con per-spicacia una conori- da
frasc : ”A esa mtijer no lc falta n‹ada ”. Idea curio- sa.
¿Habrú muje1 cs a las que algo lcs fa1 ta? ¿Frase coi-
suelo? ¿ Cuú l es la relaciõ ri del pene que falta en la mujer y
el deseo niasctilino?
Pero es interesante: no só lo a cicrtas inujercs, sino a
todas las m ujeres, a ninguna mujer le fa1 la mad a. Lo cual
muestra que no se entiende la cast raciõ n si se l•ar- te de los
datos ale hecho.
La noció n o la es tructura freudian a de complej o de
Castració n sirve para be jnT pcrcibir la funció n dc

35
la falta en la constitució n sexual del sujeto humano.
Pero si se parte de datos de hecho, no hay falta. Para que
algo falte es necesario partir de conjeturas, de co- sas no
cumplidas. En resumen : de datos de derecho y no de
Jieclio.

36
II

Lo real es algo tan lleno como un ganso despućs de


haberse comido todas las bellotas. Para que exist a la
falta debe haber espera, un tìempo abierto, algo por
cumplirse, conjeturas, O meJor: cxigencias, un nivel de
derecłio. La falta surge en la enćrucijada del nivel de
hecho. Es a partir del “debe de haber” que algo puede
faltar. Supongamos que alguien entrara ahora en esta sala
y nos dijera que faltan agut butacas viole- tas. Uno
reaccionaría con malhumor: hay aqui las bu- tacas del
color que hay y punto. Para dar un ejemplo gracioso :
pensemos en un astronaut a que desde la luna tiene que
transmitir a la tierra la descripció n dcl suelo lunar. El
hombre comienza a caminar sobre el piso lunar con sus
enormes zapatoncs y trasmite: “camino sobre un suelo
normal, hay ahora una depresió n, sien- to que el terreno
sigue descendiendo, ahora la pendien- te se detiene y el
suelo parece comenzar a ascender, en efecto comienza
una pendìente asccndiente, etc.”. Pero supongamos que en
el momento en que el t crreno des- ciende el hombre
trasmitiera : “Falta aqui una monta- ń a”. Serra absurdo.
Ahora bien, la teorJo y el objeto del psicoaná lisis tiene que
ver con un tipo de cosas semejante. Con un tipo de
discurso donde lo real se parece poco al piso del
reconocimiento lunar. ¿ Se ven las consecuencias? Si yo
dijera —como en la Biblia— que ct hombre nace hombre
y la mujer nace mujer, po-

37
dré a gnar despué s, segú n los intcreses del poder po-
lítico, ciertos privilegios a una ' que quitaré a otros. Pero si
parto de que uno y otro está n sueltos a una exigencia
comú n, el Falo (el “debe de haber” solo pene), las cosas
cambian bastante. Tener el pene, para cl hombre, no
significa ventaja alguni:: si lo tiene, es por- que puede
perderlo. Su situació n no e> mejor a la c!e la mujer, qtiien
sumida en la referencia Í.alica, envidia el pene. No hay
privilcgio que venga a sellar entonccs Ía diferencia
anató mico. Se contestar ú que no es claro, que existe un
cierto privilegio, que si sc quiere, la estructura mismo es
masculina, puesto que hombre y mujer permanecen ref•-
ridos al falo. Que hay privilegio puesto que es como si só lo
exisfiera tin principio mas- culino, como si só lo e.xistiera la
masciiliriidad, por mú s que se la describa siempre en
peligro en el hombre, como . nhelada en la mujer. Y cn
efecto existe un texto de Freud cn que se sugiere que
habría una sola pulsió :., de naturaleza masculina. No dos
pulsioncs, una I hombre y otra de la mu jer, sino una y la
mis- ma, ‹ie naturaleza masculina, para ambos. Pero aquí
de vamos dejar hablar a un sencillo razonamiento : si no l
‹ay manera de di,stinguir es porque no hay dis- ti:ició n que
puecla ser utilizada con fines de poder. ¿Si la pulsió n del
varó n es masculina, de qué le sirve, pues- to que Ja de la
mujer tambié n lo es?
En 1923 Freud comenzaría a hablar ac)cmús de “ fase
fú lica”. Da entonces un paso mas. I-lacía tiempo que había
ya reconocido la importancia de la prcmisa uni- versal del
pene en el desarrollo psicoscxual. Pero ahora sugiere
ademú s el estatu to de “fase” del Falo. “E tapa” o “fase”
del desarrollo de la líbido. Debieramos dete- nernos un
instari te y clefinir la expresió ñ . “Fasc” es algo que el su
jeto debe irremccliable y obligatoriamen- te atravesar.
Pero ademá s, y durante la fasc, a¡aarece o emerge una
estructura de relació n novedosa. Como los dientes de
leche —valga la comparació n que hace Freiid— que
aparecen y luego caen para permitir la

38
aparició n de la dentició n definitiva. “F'ase“ significa en
definitiva algo que se secuencia en el tiempo, de modo
obligatorio, má s la emergencin de iina. relació n nueva con
los objetos. En la fase oral, la relació n con cl seno
materno, que desaparecerá (pero no es simple:
volveremos sobre este punto) para permitir Ía *.]?• £tri- ció n
de la fase anal, modelo de la relació n narcisista con el
excremento (modelÓ a su turno del c‹arú cter, de los
obscsiones).
que el Falo sea fase supone entonces obligatorie- dad
3 novedad en la aparició n. i Obligatoriedad de
fase?, ¿pero para quié n? Se lo ve, para todos, par:i el
niñ o varó n como para la niiba rrrujer. *f habría que co-
menzar por las consecuencias cn el desarrolJ o de la
sexualidad femenina, la que a su turno, tier e conse-
ci:encias para el desarrollo de la sexualidad tanio del
•varón como de la mujer.
Lo interesante de la posició n de Freud no consiste
entonces en el clescubrimicnto de que la sexualidad co-
mienza a estructurarse dcsde muy temprano, sino ade-
má s que esa sexualidad se estructura en torno n una falta :
por el Falo, ¡Por donde hay falta. O por ía pul- sió n, la que
no tiene determinado su objeto. Porlríamos decir para
resumir que en la teoría de Freud la fall a tiene lii gnt teót
ico. Y ello porque se descubre en la prá ctica, en el
psicoaná lisis corno prá ctica.
Decíamos un instante atraes que el funclamento de la
teoría que tratamos de mostrar a ustedes tiene que ver
con la sexualidad, en el sentirlo de es ta pregunta :
¿ qué es lo que hay en el sexo que lo sexual o algo de lo
sexual deba siempre ser reprimido? No nccesito insis- tir
en la respuesta: de lo que el sujeto no quier-e saber nada
(rechazo original por donde hay inconsciente) es de la
esmm tura misma de la pulsió n, la que no lo con- duce a
un Saber de ese objeto, puesto c¡ue }aor nIefini- ció n es lo
que ella tiene de m5s lJabil: el objeto. Y ade- má s, o
simultá neamente, el sujeto nada quiere saber de eso que
el Falo articula, o introduce : de que hay

39
“corte” en lo rea1, fisuras, agujeros, heridas; a saber, la
castració n. El sujeto no quiere Saber nada dcl pro- blema
con respecto al Saber del objeto, que 'no hay “razones”
para que haya objetos que faltan, pero que estos faltan.
Pero estas faltas introducidas por la estructura de la
pulsió n y la castració n, son estructurantes. Por lo mismo,
son imprescindibles teó ricamente. (Có mo ex- plicar lo onu
s algunos psicoanalistas han llamado “cam- po de la
ilusió n” sin referencias a csas faltas, a esos largos
cortocircuitos de lo real introducidos por el léalo?
Se comprende por dó nde pretendo abrir esta intro-
ducció n a la teoría psicoanalítica, la necesidad de con-
ceptualizar esa intersecció n del nivel de derecho, la
•xigencia, con el nivel de hecho : el Falo, la cas tració n, 'a
estructura de la pulsió n.
Cuando hablo de “Saber” me refiero a algo que tie- ne
que ver con esas faltas. Lo cual só lo en apariencia
resulta contradictorio con la descripció n qtie
Freud
nos dio dc1 sujeto infantil, el niñ o interesado en el co-
nocimiento de las cosas sexuales. El nino, segú n Freud
quiere Saber. La cuestió n es que quiere Saber de eso que
casualmente nada quiere Saber. De ahí que Freud
describiera al niñ o Leonardo da Vinci interesado en una
investigació n que dejaria siempre inconclusa, ac- titud que
repetirlo el adulto : Leonardo en la investi- gació n de la
naturaleza. Lo que Freud llama la ”inves- tigació n sexual
infantil ” es un impulso quc por decirlo así encuentra su
propio freno cu sus objetivos. El niñ o, ese investigador
incansable de cosas sexuales, nada quiere Saber de
aquello mismo que motiva su investi- gació n : la di jet
encia de los ser os. Es decir, que nada quiere Saber de que
no es cierto que só lo hay un solo genital,. el masculino. Si
Freud otorga tanta importan- cia a la investigació n sexual
infantil, es en primer lugar porque sospecha las
consecuencias sobre la sexualidad del adulto. Y si se mira
bien, no quicre decir sino que

40
esa relació n al haber (bien temprana, propia del sujeto
infantil) es constitutiva de la sexualidad. Repitá moslo:
porque el Saber se quiere Saber de un objcto que la
pulsió n no alcanza a determinar.
En este sentido, por lo demá s, la histeria es bien
relevante para el psicoanalista: por definició n hay que
cntcnder por “histó rico” o “histé rica” al sujeto incapaz
de determinar el objeto de su tendencia sexual. (A qui‹in
amo, a é l o a ella? ¿Out quier-e decir que sea yo mujer? Tal
las preguntas bá sicas de la histé rica. Pero entonces el
té rmino no es peyorativo. ¿No descubre la estructura
histó rica algo que pertenece a la estruc- tura misma de la
pulsió n? Incluso se podría dccir que histeria y teoría
psicoanalítica se parecen al menos en ese punto: ambos
descubren la labilidad fundamental del objeto de la
pulsió n. O bien, que la relació n al ob- jeto pertenece de
alguna mancra a una zona de enig- mas. ¿No aparece
Edipo confrontado a or/acu1os, a pre- guntas y al destino, a
enigmas? El Edipo es el relato mítico del incesto como
destino, pero simultá neamente
—y en tanto el orá culo se cump!e— enigma parn Edipo
de su propia identidad. ¿No muestra el mito acaso que
Edipo no era quien é l creía ser?
Pero detengá mosnos un instante en la histeria. Mú s
allá ‹le eso que los manuales (de psicoterapia, de psi-
quiatría) podrá n decir sobre la histeria, la histeria es una
estructura que pone en juego el haber (incluso el
discurso de los psiquiatras): ello en la medida que el
histó rico muestra que su relació n al objeto de la ten-
dencia sexual es bien lá bil, difícil de determinar. Ouie- re
decir: que el discurso psiquíú trico comienza por excluir
del campo teó rico toda referencia al deseo, a la pulsió n, al
goce. De ahi que el psicoaná lisis tenga bastante que ver
con el discurso del histé rico, en tanto incluye esos punfos
un tanto gravosos, siemprc intere- santes en fin, que la
psiquitría excluye. Repito: el de- seo, el goce, la pulsió n, su
labilidad, el Saber sobre el objeto sexual como enigma.

41
Ser psicoanalista significará , y en primer lugar, ser c . :-
z de preSt8r Oído a eso que se juega en el discurso del
histérir.o, permitir que el paciente articulo v elabore las
faltas en relació n a la palabra, lo que dice en rela- ció n a
sus enigmas, la cuestió n del Saber en relació n a 1s
laliílidad del objeto de la pulsió n. Podríamos con- tar el
caso de una paciente en quien la irn•estigació n sexual (la
“pulsió n epistemofilíca”, como la llarrian algunos) se
revelaba cn la relació n a su propia hija. i Serú n ustedes
capaces de prestarme ese oído mínimo s ii› el cual no hay
campo psicoanalitico? La paciente, una mi:jer de
cincuenta anos, cuenta có mo un dia ha- bía descuhierto
que su madre era Brígida. . . Pero el pro- blema de la f
rígidez no consiste fisicamente en quc exis'•a (todo el
mundo sabe que está niejor repar tida de lo que en general
la gen te confiesa) : lo inte, sante de la frigidez es que,
casualmente, la mujer frígida abre el problema de la
determinació n del objeto de la pul- sió n. Para
comportarme yo como mujer —vendria a decir.nos la
mujer frígida— debería saber primero qué es ser una
mujer, lo cual casualmente rio puedo ir a preguntá rselo a
la pulsió n. Pero volvamos a nuestra paciente. El la
descubre que la madi’e cra y había sido frígida (Ja madre
misma se lo había contado en un mo- e.ento de la vida de
ambas imbuido ble en cierto trá gi- co, Pie confesiones y
tragedia). ¿Perc c_iil era la rela- ció n de la historia sobre la
frigidez de la madre con la vida actual de la paciente, la
que confiesa que no pue- de evitar meter las narices en la
vida amorosa de su propia hija, abri r su correspondencia,
espiarle las re- laciones? La paciente dice de buena fe que
su preocu- pació n responde a la necesidad de asegurarse
sobre la moral sexual de la muchacha. La hija de la
paciente
—una chica de nuestro tiempo, é poca llamada, ustedes
saben, de la ”revolució n sexual”— lleva por lo demá s una
vida scxual complicada, neuró tica y desprejuiciada a la
vez. Por lo mismo, la necesidad de espiar llevaría
a la madre a sus buenos dolores de cabeza.

42
¿Pero por qué espiar? ¿Por qué la necesidad —"com-
F**1siva” decía la mujer— de abrir la correspondencia Pie la
hija? Cuando se la invÍl a a asociar confiesa ella misma su
temor de ser frígida como su madre. Cuando se había
enterado del estado de su madre ha- leía acudido por lo
dcmá s a esos libros sobre la sexua- lidad y el matrimonio
que todo el mundo conoce. Ha- bia hojeado pá gina tras
pá gina en tales libros. Siempre con una sensació n —dice
— de culpabilidad, de temor :
¿por descubrir lo que temía dcscubrir o por sor descu-
bierta? En resumen : Había "espiado " esos libros. J-la- bía
"espiado" : literalmente, buscado temiendo encon- trar tal
vez eso mismo que buscaba. En este caso un Saber que Ía
hubiera descalificado como sujeto sexua- do. ¿ Pcro no es
esa misma ambigü eclad con respecto al Saber el que se
halla en el origcn de la necesitlad de espia r las’ cartas de la
hija? *va paciente declara, fina1- mente, que en efecto, que le
ocurre espiar en el pre- sente la correspondencia de la
hija, los papeles de su hija, como en cl pasado buscaba en
las hojas de los libros sobre sexualidad. Pero aparte : ¿no
había que interpretar que sobrgvaIorizaba el Saber sexual
de la hija? (No otorgaba a la hija el mismo Saber que an-
tano había otorgado a los libros sobre el sexo y el ma-
trimonio? Es c¡n poco pronto para decir la fó rmula : pcro
csta paciente era bien histó rica, puesto que otor- gabn el
Saber sobre la sexualidad a la otra mujer, en este caso a
su propia hija. ¿;Peroi no perciben ustedes
—no open ustedes, quiero decir por dó nde se elabo- ra en
este caso la "pulsió n epistemofílica", esa compul-
sió n a espiar? En definitiva : la necesidad de Saber sobre
el sexo es idé ntica o correlativa al hecho de que Ía pulsió n
no determina cl objeto, que esa determina-
ció n es objeto de una necesidad de saber, y esta nece-
sidad la corrsecuencia de un enigma de base.
Pero dejemos por el momento esta vertiente de las
relaciones del Saber a la pulsió n, para comenzar a in-

#3
sino realizar su deseo de parir un hijo. .. Como se ve, el
operador “tero” nos conduce a consecuencias que
puedcn ser duras.
i Pero en que se parece todo esto (para repetir Ía
fó rmula de las adivinanzas) con la labilidad del objeto
de Ja pulsió n y con esa concepció n de la sexualidad que
decíamos escindida del Saber? Se lo ve: en todo. De la
misma manera que la pulsió n no conduce al objeto,
tampoco la palabra conduce a lo que ella significa, no
nos asegura (como en el chiste) sobre su referente.
Pero entonces, y si lodo esto fuera cierto, el psicoa-
ná lisis nos permi tiría una cierta experiencia del in-
consciente a través de la capacidad de la palabra de no
nombrar a sus referentes, de referirse a otra cosa. Ha-
bría entonces que liberar ese potencial de operador
“tero” de la palabra, para poder evocar, en la palabra y
só lo en ella, la labilidad deI objeto de la pulsió n. A partir
de este punto nos podríamos referir a la fa- mosa frase de
Lacan que dice que “cl inconsciente estú estructurado
como un lenguaje”.

Resumen de A. Berenstein. Oiiisiéi mitos aceiif rior, en


el clisciit so de 4lasotta, el pr turtle gio ot or‘gado a In pala hra
segtiil Fi“etiél. Pot lo isi istno, será funcfaiiietl- tal escncl ni“ a
In audiencia, las pr egtiii t as, Ins certi- diiiii ht‘es, las íltidcis.
Me gtts laríy a yiidat el diálogo or- deilatldo previnrneit ie
las cttestiones int rodticidas por llasot la en stis con|et-
sucias de lta y. Siii del izar-é, ble ino- tiei a hi‘eve, las afit
macioii es Ntre tal vez soti iist ei“ro- ganl ge pat a sist edes, las
cties t iones, al gtitlns hast ani e ái idas, qtie han sido plnnt
cados a lo largo de Ins dos carl(et encias.
En pr iii iet lii gur l(asoll n se t-e|it ió a los ot-í gene s del
peiisntníen l o psiconilnf iiico. Es e origen e•tá li gado a la
pr opia lii5tor in de Ft-etid cotno invest ipcidot y el pt into de
pai 1ida está en la liipnosis y la presentación de los cosos
ble liisi et ía por Chat cot, En aqti ella eiict ti-
ci jaéln herbía tt-es. efeiitcitios cftie dgbiñ rniiios 1omar cit
cuentn: ltt- dohle conciencia, In capcici‹:Iad del liipnol i-
zadot de pt oducit sílt/onms, y el or igen sexiinl de In first et ia
(este phini o, más nllá de la coiiexióni de la pa- lahra
“ltisteria” con el ói gnuo sexual |emeni t io). Ft end comienza
eiit oiices por sepat-at- la liist eria de la geni- fnf/‹fod.
Seiinlci adeiliás que lvi liistet in no es estrictn- ii2Crtfe
feiilenina. Y aéleinús —lo cit al l ieile uní yor im- por“tcincia—
ln conexión de In li ist et-ía con una cniisa li studid i eis el
pasarlo, com fui ti aunui eis el pasarlo.
El cerrar po de le relación de ln histei ía con of
psicoa-
nalisis (la liistei ía selló el or igen del psico‹iiiñlisis) nht e
el prohlema del ofjefo de lvi ptils ióii y del sexo COIIIO Rom
iginci. En. 1905 Fi end desct ihe el periscinl iento (per o es ef
del iliédico) vulgar- soht e In sextialidad y nhi e e.1 cntnpo t
eót ico de ot t o tipo de inclngacióii. El conociinieilto i›iifgni’
rt/ii-ritn qHc rio ltahía scxtinlidaíl in/nn/ if, qcae la sexucilidnd
ii t ttill píy en el per íodo de lii piihei ltid, y qtie fu detei
minacióii del oh jeto ‹le lvi sexualidad se t-ealizaha eii la
eEnd ndiill n. Y ment ás qiu el pitt único cil que t endía la
sexutilidad era el acto sexitnl. La sextialidnd est est a visión
est i eclsa sólo sig- ni ficci el core o clel arlulto. Fi eud int i
odttce desde ent on- ces ciii i clii›ei-gencin con t especto nf
pensaniie ii lo vul- gnr, tura i itpl ur i: no sólo lun y se.xunl
idcid íii{arifif sino que nfiririn of ire n los cinco nte os ya se
enctteri tt“a cletet‘- ruiii ocla In estt iictiii a de ln sexnalidcid
del adttlto. Des- cu.hire qtte la i elación che deter inrotación cte
In pulsión con oh jeto es hieii lúhil, y la posihilidad min ble
la btís- rj Licda de fiti es sexticiles qtie poco t ieneii que vet-
coti cl acto se.xnnl. De tnl cert idiunhice pm ten Ins in»esti
ga- ciones (› gtidinnns sohr e las pervei stoives. !S e seiñaln iii-
medial amerite qtie exist en tres ideas cent rales del pen-
sniii ient o freud reino: la pulsión sexucil, el inconscieiit e
(”Jr et itliailo") y la ! i uns fet-encia. Con t especto a la
pulsión, Masot t ci iiisist e eii qtie la t elacióis con el oh- jcf o
rio eslá deter intirada, qtie no laci y i elacióti natural,
necesnria con el oh jet o, qtte la rclación del oh jeto a In

47
pulsión es láhil. Con res pect o al iticonscienl e fi-etidia- no
se a|it mci Site Gto se lo ‹ihot dat á d it ccl ymcilt e, pet‘o
‹ftie no se llcihlnt á de oti‘n coso, ‹f ne ser á el I enui implí-
cito de fns colt/ei‘ericins. A t aí z de In esti‘ticl ut a che
la
pulsión Mosol ra i ecnei da el enciien1ro de Fi eti cl
coti B i chet , el curso Ann O., el planl co de Bt-etiet- eti
los
estudios, es d ecir, la conciencia clivididn o la clohle
coitcieitcin. Y yor ot ra part e, em el mismo liht o escri l o en
cont ti n, el plcm1co de F i chef: ln llist ei ía ble de feilsci. Ft etid
nf ii mn con i i n la idea ‹fe una clohle coiicieiicin mecánica,
qtie si el siiycf o se escinde es pot“q ue lici y ni go que no puede
1olet nt-. Lo qtte ii o es de jndo er it i ai en lvi coilcie ncin es el
contenido 5 cxci al de lu i e fat-escu l a- ció n. El suiet o se
defiende rte cos‹is sex nales. P et o lins t a enf onces, y nitro eis
Freud, lo sexi ml e i ci i e fericlo el “ ins- t in o” y pert etlec in nl
poseído. ¿Pet-o qué es eso qne en lo sexual de be ser the
f›t’imicio? Lmi es yii es En es: qtte iio lta y ob)et o det et‘tninado
de la pulsióti, qtie no /irty Su- bei sohi e el oh je l o. El
inconscien1e ser ía al go osí como lo ej ire no va en1i e el
Snhei de lo sexiir 1 y lii sexiinlidnd.
Reciiei‘dci Maso1.1 ci innleélia 1‹unen ie las I t es pr oto- fats
t risiiis ft eti diarias: lvi secliiccióil, la escena prirrin i la (core o
Pni’gn inf viviélo corno pe r 1tti baclor yot- el stu je l o iilfati l il),
y ln cnsl tración. Las 1 i-es pi“otofnnl nsíos nos conúliicen el
com ple jo de Erlipo, lvi t end encin nicoi osa licic ia cl paúlt e
mel sexo o yiie sl o, y a la casl t nción conto ntido del Edi po.
El Edi po es fui corri yIeio, es clecii‘, un corri plicaLIo iitido rle
relac tories. Lo tilismo la cas- l t-ación: es un cont yle)o, un
ri lido de i elcicioii es. lilile-
‹finf miiem / c y ¡aai’n iii 1 i odticii ri os eu el Edi yo, Mciso 1.1n
lxi hla de II-dipo oui plinclo. Eu el Eclípo t-ci:luciclo colo- cn l
odos los cosos cii f tre rio se 1 i oln s itlo Ele l i es pe i‘- somjes
(Edipo yo!siI irão, r egat rvo o cpiii ple l o) . El Ecli- po ni»
¡›lindo con/icile nlyo n eis qu e los i i-es pei“soiin jes: iiHn
“cosn" (?); iill i odHce en In es/rr/cf«› n lo qr/c nse- gui n sii
cIiii‹imica, el Falo.
Del Fnlo se clice qHe no es el fi›eiie, qHe es in pren i- sa un
iversnl del pene, lvi ci ccii cia iii fnnl il ble qtie solo

48
hay pene como ót gano geiiit cil, el i‘ecliap•o de le di|e- reticia
de los sexos. Lci ctiesl iòii o ln pi ohleiilà I icci clel Falo tros
lleva il coiti ple¡o de cnsti acióii; per o no lia y que
coirftiiièlir el coiliple)o can la ameno a Ole casà i ci- ción. Ha
y qdie clisi iiigtiir eii I i“e tant nsía, mii eunia y com- pte jo de
cnst Nación. Re|it-iéiidose a fer sextuilii:lnd serie- nitia se dice
qiie lia y dalt a ali i don‹le en lo t‘e‹il ilctdn falla y se ltalila i:te
ln intei seccióii ‹:Icl ii ivel Ole ‹lei“ecllo y el iiivel de hecho cit
el coi n òii iliisiila Ole In hel et itli- iuición se.xt‹n/ del su jet o.
Hay com yle jo rle castraciói i por ln pt etii isn, ta qtie dice
qric sólo de he Ole liahei pene. La Jalta ”ticne lugar” en f‹i I
uot‘í‹i {i’etfdírinn. El Falo pot lo ‹:Ieinds es 1atnhiéii ” etc pn”
clel èlesnt i oHo libidinnl: la fase fólica, que Fi emet iilt i oèliice
post ci tor- iiierif e n s« I t‘aha jo capit el de 1905, clehe set- art
evesndn por I oèlo s!!i et o, sea hai Mitt i e o mu)er. Se ii os rem
ïfe ntievanienl e al pt ohleiiin Ole qti e la sexunlidaíl cailec I a
y coiiduce a la falta de oh jei o, n lci est i ric I ii i a Ole la piil-
sióii por lo mismo. La piilsión ira I ieiie de eilf r‹idn ah- jet o
y no lm y Soher sobthe ln sexiinlièla‹l. La 11isI eria vietic nqní
a coi“i“obot’ur esta esI t iict iii‘a de la sexiinl i- dad. Historia y
ieorín psicouiicllíl icn se pai ecen cii nl go:

!! ! R!’ rrloción cIe la no dei et ni ii incióti del ob je I o


FOr la piilsión.
Se tros iiit t odtice |iiinltiign ie nl carnpo especí Rico de
la teot“ía y la prúc/icn psiconnalíl icn: el cnili po cle ln
palaht a. Pnt a ltncet- posible la de klciso I En en segiiidn
diría yo qtie la nntlieticia deherín lance r uso thor a ble ella.

Pregunta. Me giisfai in que hlnso l ta nte ncIai‘n i a al


gunas cosas. ¿Qtid sigis i fica qtie ln ytils ióii no f iene ob e to
eis iltiesl ro cotil ext o ciilf urnl nc/iinf? No rios lleva lat
cosa hacia crei I os derrof eros. .., pot- e¡ e ni plo, liacia que
t1o liahrta uHa evoliición Hoi i»al I ncia la /Je- tero-
sexualidad del adulto ›zoi’nzn/ y la iiiono§ninin. Si la pulsióti
no iiene oLijeto hay ri/sí Hn pl iHcipio absl i ac-

49
to, al go ito coitcre/o, indeteritiirmdo. Corno si la piilsióii
brotara de nego vital, biológico, incletet mintido. Al go qtie
no se podría racioiializar rir íloinest icnt. Y enion- ces para
la piilsión set ía lo mistno que huhrei a un sexo u otro. 0
que los dos o que ninguno, y que una ei1et - g.’a
sr‹bIit›fa4n...

Usted habla de un cierto campo de la cultura que se


vería perturbado por el hecho de que habría algo
profundamente indomesticable en la pulsió n. No son mis
palabras pero ellas —las suyas : Freud usaba las mismas—
traduce n bien mi pensamiento. En efecto, la teoría que
entiendo exponer deja concluir que no hay "evolució n"
segura hacia una sexualidad "adulta" he- terosexual
normal; en el sentido de que tal evolució n sería só lo
"normativa" sin quedar garantizada por nin- guna
legalidad de hecho. Las leyes de hecho (un cierto invento
del pensamiento de las derechas políticas), no podrían
tener lugar alguno en la teoría psicoanalí tica. En la teoría
psicoanalítica, como dijo Mario Levín, un psicoanalista
argentino : no hay lugar para la nor- malidad. Todo el
lugar está ocupado por los neuró ticos, tos perversos y los
psicó ticos. Sin embargo, hay una paradoja inherente al
campo: la gente se enferma —nos vino a decir Freud—
por intentar domesticar lo indo- mesticable. La paradoja
consiste en que tampoco se po- dría decir que la teoria
recomienda las pervcrsiones. Pero Freud no dijo —y
menos yo— que ese aspecto indominable de la pulsió n
estuviera determinado por lo bioló gico. La teoría
freudiana es lo que menos se parece a cualquier ideología
del orden de los vitalis- mos. Freud dice, mejor, que los
objetos sexuales son alcanzados trabajosamente, que
ninguna fuerza asegu- ra o facilita la relació n del sujeto
con los objctos de su se.cualidad. En cuanto a la
heterosexualidaJ, y para tranquilizarlo a usted : diré que
existe, segú n Freud, pero como té rmino laborioso y
siempre lá bil del desa- rrollo psicosexual.

50
Lo positivo de la posició n freudiana cs que nos per-
mite otorgar racionalidad a las perversiones, las que
entran ahora en el campo de la teoria y la prá ctica. Un
perverso —al menos de derecho— es analizable. Por lo
demá s, e} término mismo no indica nada peyorativo para
Freud. Las pcrversiones só lo nos ayudan a no ol- vidar la
estructura de base de la pulsió n. Pero no os
intranquilicéis ante la posició n riel psicoanalista: tam-
poco se puede decir que su voluntad es la de promover
las perversiones. Pero al revés, tampoco promueve la
sexualidad normal. El psicoaná lisis no promueve nada.
Pero aun, para intranquilizarnos : ¿es que hay per-
versiones sexuales cntre los animales? Só lo muy apa-
rentemente. Algunos homosexuales ilustres, escritores
importantes, quisieron alguna vez justificar la homo-
sexualidad mostrando que aun los animales, e inocen-
temente, la practicaban. Pero era mucho otorgar, era
hacerse, para mi gusto, una idea demasiado alta del reino
animal. La perversió n sexual por antonomasia es el
fetichismo, ¿pero conocen ustedes algú n animal feti-
chista?
Volviendo a sus palabras, hay en cfecto algo indo-
mesticable en la pulsió n : tiene que ver con Ja cul f ura y
con la represió n. Pero la represió n en la teoría psi-
coanalítica no es un concepto cultural. Freud usa otro
término distinto al de represió n cuando se refiere a los
objetos de lo rechazado por lo cultural : es lo “opro-
bioso”. La represió n tiene que ver en cambio con la.
estructura misma de la pulsió n. Nosotros decíamos que
el sujeto se constituye como inconsciente (a saber, que
reprime) porque nada quiere Saber de que rio hay cit la
pulsió n Saber del objeto. Para usar una frase de Freud :
la represió n es un destino de la pulsió n...
El sujeto se enferma —para decirlo groseramcnte—
porque no quiere saber de que no hay Saber (o que el
Saber, como dice Lacan, no se confunde con la Ver- dad).
Por lo menos, es lo que le ocurre al neuró tico. De
ahi que el sujeto “pida”. i Out? Saber. He aquí lo que
tiene que ver profundamente con la transferencia.

Pregunta. Me lla parecido gue usted utiliza refi-


riéildose a In pttlsión dos definicioii es dist rutas. Por una
part e itsl ed habla de falla de o$i +!o , de qtie a la pulsión le
|nlt a el oh jet o. Por ot t a a firtila una relación de la pulsión
a la represión. . . ¿Es posible pt‘ecisai- el eslamto del ohd el
o de la pulsión? ¿Fall a, es lá reprítlli- do o 11a y init I et
cer camino para ent ender la ciiesl ión?

Usted tiene razó n de señ alarme el uso simultú neu de


definiciones o caracterizaciones distintas hablando de la
pulsió n. Una cierta ambigü edad de mi discurso cuando se
trata del objeto de la pulsió n, ya que por momentos
hablo de labilidad, en otros de no determi- nació n, y en
otros directamcnte de falta de objeto. Pero me parece
que esta ambigü edad podria ser fructífera.
¥ fue por el desvío de esta ambigü edad por donde
sin
transició n pasé yo, de hablar sobre Ía pulsió n, a hablar
sobre las palabras. Para que exista el lenguaje (el ver- bal,
el lenguaje por antonomasia) las palabras deben poder
no remitir a sus referentes. Si la palabra “copa” só lo
significara la “copa”, no habría lengua castellana (punto
sobre el cual los catalanes se pondrian conten- tos, pero
que no dejaría menos de cuestionar la exis- tencia misma
del catalá n).
Para aclarar un poco la cuestió n diré que cuando
hablo de no determinació n del objeto de la pulsió n, me
refiero casi expresamente a la bisexualidad, que Freud
describió como b/asica. Lo cual viene a significar que tanto
la heterosexualidad como las perversiones son resultados
del desarrollo, no datos de entrada (ello, es cierto, en un
sentido, puesto que para Freud el niíio es poli-perverso).
Pero al introducir el Falo en mi dis- curso, tenía que
hablar ademá s de falta de objeto. Lo que trataba de
sugerir con mis ambigü edades es que

52
entre una cosa y la otra ticne que haber alguna co-
nexión fundamental. Pero todo a la vez tiene que ver con
la lengua y el lenguaje. Pulsiones sin objeto, pala- bras
sin referentes...

Pregunta. Di’sctil petne, pero no etit iendo. ¿La pm-


sióii tiene o rio tiene oh jeto*

A la altura de mi discurso de hoy deberá contestar


por una parte sin abandonar cierta ambigiiedad, y por
la otra por la negativa, La pulsión no tiene objeto, lo
encuentra. Pero hay que cuidarse : que lo encuentre no
quiere decir que lo tenga. Y teóricamente hablando,
debe uno cuidarse además de no obtura r las faltas. En
la teoria psicoanalítica no hay "sei’es" perfectos ni en
este mundo ni en ningún otro: cl psicoanálisis no es un
platonismo. Como dice Lacan : en .psicoanálisis se trata
de t e petición, no de reiliiniscencin. Si uno recuer- da
como en Platón lo que una vez supo, es que en al- gún
lado hay un sujeto que Sabe. Ello en algún lado, en un
pasado mítico o en algún "topos ” celestial. En Freud, y
si yo no he entendi do mal (pero este punto es difícil), el
sti jet a i‘e pite el hecho de qtie ci e5!ó qtte podía Saher. El
objeto primordial, la madre, el objeto profundamente
perdido : he ahi el objeto de una ilu- sión de Saber. Pero
para Freud ni aun la madre es capaz de obturar ese
“indomable" del que hablábamos hace un rato...

Pregunta. Usted está cartera el plntanisilia. (peg-o tio


es el Falo int ohJeto bien plntónico?

Si usted ve ahi un principio de platonismo, sería di-


fícil convencerlo de lo contrario. Pero en todo caso
habría que decir, ’con Freud, que la culpa no es de la
teoría. El platonismo estaría en los iiifios.

53
Pregunta. ¢Cuál es la relación entre la falta y la ititnggit
especular? (Nit of Estadía del espe jo no vierte el wi“i1o a
obturar la falta mediante la apropiacióii de su itiiagen?

Yo no he hablado aú n de, ”estadio del espejo” ni


pensaba hacerlo en estas conferencias. A veces, no hay
que mezclar los lenguajes teó ricos. De cualquier manc- ra
pienso, con respecto a su pregunta, que aJgo falta en
efecto en la imagen especular: es la mirada de la madre.
La mirada de la madre que ratifica la mirada por donde el
niñ o descubre su propia imagen en el es- pejo y a ella se
aliena. En el espejo el sujeto no obtura la apertura
fá lica : abre el campo de una mirada que falta. Fs la
mirada de la madre.
III

Resulta interesante notar que cuando Freud debe


dictar un curso de introducció n al psicoaná lisis, los te-
mas que elige aparecen en el siguiente orden : en pri- mer
lugar se referirá a los actos fallidos, en seguida tratará de
estudiar los suefios, y finalmente la teoría sexual y Ía
teoría de la neurosis. Pienso en las famosas conferencias
de Inti odticción al psicoanálisis de 1916- 1917. Ouiero
decir, que cuando Freud quiere introducir a su audiencia
al concepto psicoanalítico por excelen- cia, el
inconsciente, no lo hace hablando sin mú s de la
represió n de la sexualidad, sino que trata de mostrar las
lagunas del discurso inconsciente, llama la atenció n má s
sobre fenó menos de palabras que sobre las cues- tiones
del sexo. Sin embargo, se lo ve: si se puede par- tir de los
f‘enó menos de lenguaje (equívocos, lapsus, olvidos) para
Juego llegar a plantear cucstiones que hacen a la
represió n y a la sexualidad, no es sino por- que hay una
estrecha relació n entre lo uno y lo otro. Apasiona
observar el cuidado didá ctico con que Freud conduce a
la audiencia desde un cabo al otro de la cues- tió n. Los
olvidos, los lapsus, los actns fallidos, no obe- decen sino a
la nernsidad de ocultar un deseo...; y será por este desvío
del deseo que las fallas de la palabra se relacionan con la
sexiiall@ad.
Freud enseñ a en efecto que no es sino con las pala-
bras que el sujeto puede decir lo que casualmente
no

55
quiere en absoluto dccir. Y eso que en el discurso del
sujeto queda dicho sin que cl sujcto lo quiera, abre
—se lo ve— el campo de la relación del sujeto al dcseo.
Los lapsus, las equivocaciones verbales, los olvidos de
palabras, son cortocircuitos del d iscurso por donde se filtra
el deseo inconsciente. Freud cuenta el caso del
presidente de la Cámara Austro-)iúngara, quicn abre un
dia la sesión con las siguientes i»a1abras: ”Seilores di-
pulados, en ln apei’Itirn de la sesiăi1, hecho el recueuto de
los fiiresenles, ' vieiido el su|icieHle miii zero, se le- vanla lvi
sesió ii”. Ejemplo claro, donde se ve que el dis- cu i’so dice
exactamente lo contrario clc lo que el sujeto que habla se
propone decir. Y se ve tambien en acció n al deseo del presi
dente de la C/aniara : el deseo de le- vantar de inmediato la
sesió n en cambio de tcner que soportaría. En el mismo
texto, encontrará n ustedes este otro ejempl o, el de un
profesor de anatomia que despues de su lecció n sobre la
cavidad nasal pregunta a sus oyentes si le han comprendi
do, y que despué s de rccibir una respuesf a afirmat iva,
sigue diciendo: ”No lo ci co, pues t o gate lm per soiins qtte
corripy‘eriríeri ver- cladet ciment e las cuest iones t-elncioi i aclns
con la stucit o- 17a ín de In cRvidncl tlnsnl, fh.teÉlell colltn! sG, ntl
ll etc íltla gran cittdad de mtís cle un iii illóri de 11ohituntes,
com ttri solo dedo. ¡Oli, per dón !, qti iei’o decir com los úledos
de tinn solar murio”. Se lo ve : había uno solo que enten- día,
cl mismo. Freud nos introduce al inconsciente me- diante
ejemplos de este tipo. En otro ejemplo, en su toma de
posesió n del cargo un catedrú tico dice : ”No est o y
inclinado a lincer el elogio de ru i est iilinclo y:ii‘ede- cesoi “.
Mientras que había queri do decir-, en tono fal- samente
cordial hacia quien haliía dejado el cargo : “No soy yo
qtiien está llanlndo n hacer el elogio df mii est i- tiindo pr
edecesor“. Este ejemplo es mús ir teresante, puesto que
de una frase a otra sólo media la semejan- za de dos
tJrminos : estar inclinado, estar llamado (mús evidente
en alemún : geiie/g/ /geeigrie I) . Interesante, di- go, puesto
que se lo ve: nos remite a la relación (bien
fi6
lá bil) de la palabra a su referente; a saber, nos intro-
duce a la cuestió n del significante.
Ahora bien, este punto es fundamental. Por varias
razones. En primer lugar porque es un punto perma- nente
en la obra dc Freud, algo que Freud no deja de afirmar (la
relació n dc1 significante con la esfractura del sujeto y cl
inconciente) a lo largo de toda su obra. Como se ha dicho,
Freud ha sido un autor de ideas cambiantes. Pero sobre
este punto, nada ha cambiado desde sus primeros
trabajos hasta sus articulos pó s- turnos.
Insistiamos sobre la cuestió n de la pulsió n y el ob-
jeto, su labilidad; la cuestió n, si se prefiere, de que la
pulsió n no tiene objeto. Es necesario conectar ahora ese
punto con este otro : con la idea del significante en Freud.
Crue no hay relació n unívoca entre palabras y referentes,
tiene alcance, para Freud, en la determina- ció n de la
estructura del sujeto; o aú n —si se me per- mite— tiene
alcance pató geno, es capaz de producir efectos, promover
síntomas.
Pero no menos fundamental : el significante tiene rio
só lo que ver con aquello que el inconsciente es ca- paz de
producir, los síntomas, los actos fallidos, los sueñ os, etc.;
sino que aun —y por lo mismo— con la delimitació n
misma del campo en que se lleva a cabo la prá ctica
psicoanalitica. Si en psicoanú lisis (cn Rut psicoaná lisis)
só lo mcdian las palabras, entonces abrú que tener muy en
cuenta es ta capaci dad de la palabra de zafarse de su
significado habitual, no habrá que olvidar a ese “tero ”
que habita toda palabra.
Digamos algo con respecto al concepto de “signifi-
cante”. Ustedes saben, no es freudiana, pertenece a una
tradició n mú s moderna, tiene que ver con la his- toria de la
lingü ística contemporá nea y remite al Cursa de liii giiís
1ictt geriet al de F. de Saussure. A nosotros nos bastará por
el momento, y para poder manejarnos en adelante, con
una definició n sencilla de lo que es el sig- nificante.
Diremos entonces, a manera de definició n,

57
que llamamos “significante" a la palabra, ello en la
medida que la palabra puede remitir a mú s de una sig-
nificació n. Cuando decimos "palabra", habría que agre-
gar, que nos referimos en primer lugar al sonido, a lo que
llega a la oreja. Por ejemplo el grupo de sonidos en
españ ol /cazar/ que puede significar tanto ir a tiro- tear
perdices como quien tira tiros al viento, o bien puede
significar —só lo media una leve diferencia de sonidos—
el hacer que dos individuos de sexo distin- tos den prueba
a la sociedad de que van a promover la especie, lo que
poco tiene que ver con el viento. . . En el famoso Curso de
Saussurc esto estaba dicho de manera distinta, pero la
intcnció n es semejante. Saus- sute scíialaba el hecho de
que no hay necesidad algu- na que ligue una palabra a lo
que ella quiere decir. Oue no hay razó n para llamar
/caballo/ al “caballo", a ese animal que conocemos por
tal nombre. La manera mú s sencilla de comprob.arlo es
recordar que los in- gleses llaman /horse/ a la misma
triste figura.
En torno a los aíios 1900 Freud escribe tres volumi-
nosos libros que responden a la intuició n fundamental del
significante : sus libros sobre e1 Chis/e (1905), la Psicopat
olo gin de ln vida co l ref imán ( 1901) y la Trati ili- denl mil g
(1900). En su trabajo sobre el chiste reflexio- na sobre sus
relaciones con el inconsciente, como lo dice el título
mismo del libro, y lo que encuentra es nada menos que ef
cli isi e es ico delo. A saber: que la operació n que subyace a
ese efecto de un relato que nos hace reír es la misma
operació n que suyace a toda Bildiiti g (formació n), es
decir, a todo producto produ- cido por el inconsciente, cl
lapsus, el síntoma, el sue- no, cl acto fallido, EJ chiste es
interesante para Freud porque estú hecho con palabras,
porque su efccto de- pende ú nicamente de las palabras.
Con un poco de in- glü s se entiende por qu‹i a los
londinenses les gusta tanto este chiste : Un seíior se dirige
a otro para pedirle fuego para su cigarrillo : “Have yott got
a li glit, MncL-?”. Y el otro contesta: “N o, I fiove ri liecii› y
ovei‘cont !”.

58
Freud, a quien le gustaban los chistes judíos, cuenta el de
un judío que le dice a otro: “MOS lOYnado un baila?”. Y el
otro contesta : “ ¿ E s qtie fall a al gtttio?”. En este ejemplo
se ve có mo la palabra “tomar” es la responsable de este
efecto que llamamos chiste. La palabra permanece, su
sentido se desliza, subrepticia y repentinamente cambia :
el resultado es el chiste. Pero lo que importa, como decía,
es que Freud ve en este deslizamiento del significado el
modelo de toda forma- ció n. Y tambié n, el modelo de lp
formació n que llama- mos síti loma . E l l o quierc decir algo
cuyo alcance puede resultar un tanto inusitado : que el
proceso psiquico que produjo un síntoma contiene un
operador del tipo del significante, tambicn en el proceso
de producció n del síntoma má s grave. Lo que Freud viene
a decirnos, se lo ve, es un mensaje un tanto incó modo :
qtie hasta las enfermedades mentales dcl hombre estú n
estructu- radas como un chiste. Es bueno i-ecordar, al
respecto, un temprano ejemplo tomado de un caso cl ínico
pre- sentado por Freud.
A menudo me agrada dar este ejemplo ya que mues-
tra hasta qu‹i punto Freud es tuvo convencido desde muy
temprano sobre el papel estructuran te del signifi- cante en
relació n al síntoma. Se trata del caso de Isa- bel de R. que
Freud relata entre los historiales clíni- cos del libro que
en 1895 publica conjuntamente con Breuer, los Est tidias
soh re la ll isi eria. Freud habia tra- tado a la paciente en
1892, quien sufría en especial, entre otros síntomas, de
una aslasia-abasia, parú I isis de las píernas, en las que
ademú s se obscrvaban ú reas particularmente dolorosas.
Freud nos cuenta el trata- miento y la manera en que
investiga el origen de los sin tomas, buscando en la his toria
de la paciente el con- junto de !os pequeíios traumas que
habrían sido res- ponsables de los dolores y la pará lisis.
Lleva a cabo, si se quiere, un verdadero, seriu t rabajo de
detective, bus- cando en los acontecimientos y en los
conflictos reales de la paciente, con su padre, sus
hermanas, sus cu ira-

59
dos, su familia en fin, las causas de los síntomas y aun
las particularidades de los lugares precisos en que apa-
recían los dolores somá ticos. Descubre entonces más de
rina serie de traumas y de causas. Pero al fin del tra- bajo
de bú squeda agrega que aun había operado en la
determinació n de los síntomas otra serie, la que se unía a
las anteriores para acentuarlos. Refirié ndose a tal serie Freud
llega a hablar de “pará lisis funcional sim- bó lica “,
entendiendo por “simbó lico” en este texto exac- tamente
Io mismo que nosotros llamamos hace un momento
“significante”. Vale la pena reproducir el fragmento
completo del texto freudiano (Obras Cotn- plenas,
Biblioteca Nueva, 194B, tomo I, p. 85):

“De este modo llnbía crecido pritnerainente por apo-


sicióti el ái ea dolor osa, ociopatido cada Huevo trauma ne
eficacia patógeiia titia i ieva regió ft de las piernas, y eri
segiitido lugar, cada una de las esce›tns itiipresio- nand es
lmbía de jado trns sí titia huella, establecietido hip "cat
ga” permnn etite y cada vez nia yor de Jus di-
»ei sas |tuicioises de tas piernas, o sea utm cotlexión de
estas |iiticioi1es cotl lois setlsacioties dolorosas. Mós,
apnrte de esto, et a irulega hle que eti el desarrollo de la,
nstasia-a basta había iiitei »et1ido atiii un tercer meca-
tiistno. Obset i›anclo Site la eis/ci‘iiia cen nbn el relato ble
toda una ser ie de sucesos con el lameri to de haber
sethido do /orosniriei2f e dtit ante elln “lo sola qite estaba” (stehen
signi fica en alemán tanto “estar” conto “estar
()g pie ”) Çf lb 11o si c01150bD de 1-epel il’, OÍ CO17t
flt1lCOT
olt a sei te re fereii I e a sms |i acasadas t eiitat ivas de re-
const rti ir In ailt í gttci /elicidad familiat , que lo inós do- loi
oso prira elfn liahia sido el senI iinieii to de su " ini-
potencia" y la seiisnción “de ryue no lograba avançar tt 1
solo taso” ept stls propós it os, pto pOdtOtllOS fliETiOS de
conceder a site re|lexiones nua int ei‘vetsción en el desrit
rollo de fe abasia y sir poner que Ilabía buscado direc
tatngiife uma expt esión simbó lica de stis petisa- tliientos
dolorosos, liallúndola eit la iiitetisi Jicacióti de

60
stis padecimietitos. Ya en nuesti a ”comtuücación pt-el i-
minar” lremos a|ii“nlndo qite tim tal sitllholisnlo ptiede dni
ot igeti a los sírit oilins sorn it icos ide In lois t et in, y eii la
epicrisis de este caso ex jon dt euros al gtlnos e jetll- Plos
que nsí lo deiiuiestt art, sin de¡nr ltig ii‘ min gtiilo n dndns.
Eti el caso de Isahcl de E. ti o aparecía eii pi timeis térinitio
el niecanistiio psíquico del siinholisnto. per o aunque no
podía decirse qtie litihiera ci eaclo la nhasia, sí linbíamos
de afirmar qtte dicll a per titt lución pi‘ee is- t etite linbía
experiiiteníndo por tnles ccinlinos tiren ii n- portante itltetisi
ficación. De est e modo, eii el es tnda etc qtte yo In eiicontt‘é,
no consti ltiía tnil solo II iclln ri hn- sra mina pai ólisis
asociativa psíi:ftiicn de las funciones, sino inrribién ttrin
parál isis {tiiiciorinf sin1hólic‹i“.

¿Es que se entiende? Resumamos a Freud. Isabel,


como Quería histó rica, y esto es de importancia, había
pasado bastante tiempn cuidando a su padre cnfermo.
Situacidn de por si histerogenizante, como lo había ya
descubierto entonces F—reud y Breuer. Detcngú mos- nos
un instante en este punto. Ilo histeróg•eno : haber pasado
mucho tiempo junto al lecho de un enfermo, en situació n
pasiva ante la tleinaiidii del retro (paclre, hermano,
pariente). Y se entiende la razó n: i que puede hacer- la
persona a la cabecera del enfermo con sus propios
deseos, con sus deseos má s Canales, ante la gra- vedad del
estado del enfermo? La emergencia dcl m:as mínimo
deseo basta para tomar n es.• deseo culpable, estructura
qué Freud había comprendido se hallaba en la base de la
represió n. Una colació n de cstc tipo, la del culpable para
con sus propios deseos, se halla en la etiología de los
síntomas de Isabel. Culpa adcmú s
—segú n interpreta Freud— por sentirse atraída
por
su cuñ ado, el marido de su hermana, la cual, por lo
demá s, enferma y muere. Serú sobre el fondo de csta
situació n doble o triplemente culpable que Freud bus-
cará los acontecimientos vividos por Isabel, los acon-

61
tecimientos relevantes para entender los dolores somá-
ticos. Pero aun, Freud sabía ademá s que como buena
histérica Isabel de R. era bien endofamiliar, es decir, que
se preocupaba por mantener, por sostener, por afir- mar
los lazos familiares, por mantener a la familia en un
siafi‹ quo de felicidad que el tiempo y la realidad
desdecian. Las histó ricas de Freud son endofamiliares,
centrípetas : tiran hacia adentro los lazos familiares.
iPero có mo iban las cosas en la familia de Isabel? Pa- dre
muy enfermo, muerto, la madre lo mismo. La her- mana
mayor se casa con un personaje bien dcsagrada- ble para
aquella histó rica; a este hombre poco le inte- resa la
famiiia, se lieva a la hermana mayor a vivir lejos de la
familia. En cuanto a la hermana menor: ahf las cos..s
frincionaban bien, só lo que Isabel se enamora (y no lo
sabe, ínterpreta Freud) de ese encanto de hum• bre
endofamiliar y respetuoso de la familia que su her- mana
había elegido por marido. Se lo ve, los proycctos
endofamiliares de Isabel derivan en un verdadero de-
sastre. Se podría decir: ”fat esa /GI3tÍfin, las cosas tio
aiirfabari, no canlitlabart“. He ahí «entonces, nos señ ala
Freud, que Isabel de R, tampoco anda, no criterios. A saber, que
hace su pará lisis histé rica. . .
Escucho —como decía el cronista de toros— eÍ
silencio en el ruedo, Silencio interesante p*.r- mf, ya que
estamos hablando del alcance de las palabras, de lo que
por esencia debe ser escuchado. Pero es cierto que Freud
se muestra cauteloso y no dice que el sinto- ma sin mú s
ha sido producido por esa operació n seme- jante a la del
chiste, sino que dice que tal operació n se agrega a ra
producció n, que ”intensifica” el síntoma. Pero es
demasiado temprano para entrar a discutir tal cautela
freudiana... Vale mú s volver otra vez al texto, al ejemplo
que nos prometía para cl final de la epicri- sis del caso
(Obras coutpletas, Idcm., p. 101) :

62
“ARadirenios todavía un segundo eyeiitpío que evi-
dencia la eficacia del simbolismo eti otras condiciones
‹dist rutas. Durante ciert o pet íodo atornieiitó a
Ceci-
lia L!I. uti violeta lo élolor eit el talón derecho, que fe
íiiipedíc ané!ar. El análisis rios coiidu jo a ruta epoca en
que la su jeto se /infÍnfin eis eri sanatorio cxt rain jero. De•d
e sii llegada; y duras t e ttiia smnmm, había t eiiido
‹fue giiarclar carita. El Mín que se levaiitó, uctidió el mé-
dico a la llot a de alitior•ar para conducit la al comedor, y
al toiiiaT $tt IO rOYO Srmtió por vez primera a fuel dolor, quo
ert la the yi-odncción de la escena desapat eció al de- cir In
sii jeto: ’Por entonces me dotilinaha el iii ieclo a no entrar
con buen pie enf re los demñs llités pedes ílel sanciio i“io’.“

Esta enferma sufría, para esa é poca, dolores en los


pies que la obligaban a guardar cama. Ahora es a la
inversa : la operació n significante, semejante a la de la
formació n de un chiste, no só lo está en la base de la
producció n del síntoma, sino que aun, nos dice Freud, es
ú til incluso para el levantamiento del, sínto- ma mismo;
tiene utilidad —si ustedes me permiten— terapéutica.
Este ejerriplo nos permite introducirnos o aclarar
nuestra afirmació n de que el significante tiene que ver
con el limite mismo del campo de la prá ctica psicoana-
lítica. En efecto, si el chiste es itior/efo de toda forma-
ció n, ¿ qué serlo aquello qi:e el analist* deberá captu- rar
en la palabra del pacicnte sino algo que tenga que ver con
la operació n que define al modelo, a saber, el signi
Picante?
La situació n analítica —se lo sabe, pero se olvida zi
menudo las consecuencias— es una relació n dialó gi- ca
por excelencia, es decir, una relació n de palabras donde
só lo median palabr£tS. Pero sin embargo, habría que
cuidarse de decir que tal relació n, que ú nicamente pasa
por el lenguaje, es una relació n de “comunica-

fi3
ció n”. Lo que el analista “está a la escucha” de la pa-
labra, es la operació n “tero” que la habita, y no lo que el
paciente quiere decir. En lo que quiere decir, y por
intermedio de esas fallas de la palabra, escucha lo que el
pacicnte no quiere decir. La situació n unali tica no es una
situació n de comunicació n, y nada tienen que hacer aquí
los modelos comunicacionales, los deriva- dos teó ricos
de la ingeniería de la informació n. Esto por un lado, pero
si se entendiera la palabra “comu- nicació n” en un
Sentido, digamos, má s humanístico, como
“comprensió n”; bueno, entonces habría quc de- cir que
mucho mcnos. que lo que delimita el campo de la
pr/actica psicoanalítica es algo que —y en senti do activo
— nada tiene que ver con la comprensió n. El analista no
estú ahí para comprender a su paciente. Si por fortuna se
escucha decir a alguien que se cstú psicoanalizando y que
su analista lo comprende; se puede estar seguro : ese
aniilisis no funciona.
Decía que esta situació n, este campo bien peculiar, no
podría ser modelizado con ideas derivadas de la teoría de
la comunicació n. Estos nacieron de la preocu- pació n de
los ingenieros de que los aparatos que sir- ven de medios
de comunicació n (telégrafo, radio, tele- fono, etc.)
funcionen bien. Es dccir, que el supuesto consiste en no
interrogar lo que el emisor dice, sino en ti’atar de
trasladar el informe, de traum..’i tirlo, y de la manera mú s
fidedigna posible, hnsta el receptor del mensaje. A saber,
el supuesto dcl modelo es que el emisor dice lo que quiere
decir y que es bueno y bien ú til que el receptor se entere
del modo mú s perfecto posible de ese mismo, de lo que el
emisor dice, y esto porque lo quiere decir. En este sentido,
¿no se podría afirmar que la vocació n de la teoría de la
comunica- ció n, de la ingeniería de la informació n, es bien
)ii›ma- nística? ¿No nos prometía ese señ or llamado Mac
Luglaam, un mundo mejor a raíz de los inventos mo-
dernos de la informació n?
Comunicarse : eso ptiede ser bonito, e incluso, y a

64
veces, placentero. Tal a veces el campo maravilloso y
tranquilo de Ja vida cotidiana, cuando de paseo en el
monte alguien le dice a su mujer: “Oye, por qué no lle-
vas este cántaro, y traes agua de la fucnte para beber”, y
la mujer lleva el cántaro y lo devuelve con agua,
mientras el señor juega con los niños en el suelo, y la
fuente pcrtenece a una antigua construcción romúnica,
de las que abundan en algunos hermosos pueblos de
España. Pero todo eso poco tiene que ver con el psicoa-
nálisis. En mi ejemplò, lo único que tendril. que ver con
el psicoanálisis es esa mención a lo antiguo, a la
presencla de ruinas. Pero es claro, las ruinas no tienen
nada que hacer con la comunicación. Lo que el psi-
coanalista escucha —y traza así el campo de su prúc- tica
— no es lo que el paciente quiere decir, sino aque- llo
que en su palabra traiciona lo que casualmente no
quiere en absoluto decir. Se puede simpatizar, com-
prender a las personas; pero el psicoanalista no trata
con personas. sino con uri cierto sujeto un tanto esca-
broso, plcno de meandros y que se llama: Inconsciente.

Resumen de A. Berenstein. Si se desea attr irnos el


dialago y cOnlØ-it!znmas a caruhinr ideas. Yo qiiisiera
scilalar ciei toe puntos, el rid trio del discii i so esciiclia- do,-
mat car łns escansio roes. Y 11a y que decirlo así para per
nlatiecer cei-ca de truest ro cnnipo, cl qtie I tene que ver con
el cscHcl1ar psicoai1alitico.
Masotta abrió str segtitlda coti|crei1cia refit iéndose al
fif7i’o de Freud de 1900, La interpretació n de los sue- ñ os.
Masol ta se t-e|iere eti especial a la lihre asociacióii y a la
btisqueda de la sigrii/icaciÒ ri, pero mo en el re-
)ereiite, no eR aquello a Io que la palahra t“einile cot
no
a su sign’í Jicado, sino a lo que ocnrre en la cadeiia del
disctirso. El str jeto rio sabe lo que dice o no Alice lo que
quiet e decir, o cuando dice lo qtie qtiierc decir tio sabe lo
qtie está dicieiido. No sabe qtie está dicieiido algo qtie
tiene qtie ver coti la verdnd en el tiiotiiento

65
nüstiio que se equivoca con Ins palnht’as, en el momen- to
en qii e, y sin de jar de decir, tio dice lo que quiere. No hace
|alt‹i mñs pat‘a itltt odncirse en la (órmii la de Lacan: “el
inconsciente está estructurado como un len- guaje”. Se t-
ecuerdci en iotices el cttrso de Ft eti d de In- troducció n al
psicoaná lisis pai a f turner fu Ot EIICÍÓlt 60- hre el ot den ble
for l etnas elegimos por Ft eitd: los nctos
|alliüos, los sueii os, y |it1aln1ent e la teot ía sexiicil. Ma-
solía t-el oitla /i‹iidaiiieitfafiiieiiie el prohlemn de los acl
os fnllidos y los sueiios pai a referirse al sigii ipican- te. Ft
eiid coiiiieii za por los fallidos, los de palahi os en especial,
cuando t rata de pt o bat- la exis l encici del iii- conscienl e.
L4ediatst e esos fallidos el sti yelo ptiede decit- lo que rio qiiiet
e decit . Se sei?alan eiltonces ciyati o ptin- tos /tindff lucir
lu/es eii toi ii o a esas |nllidos: 1.°, rjtie l ie- iteisenI ido; 2.°,
que t ienen que ver con ef deseo; 3.°, qite f ienen Site ser con
un ino vinNeiito de octiffnrrtíerifo; y 4.°, çc‹e I ienen çr‹e mel
con In ›y1rtnei n de npnt ición mel deseo eri lvi palnhUn. In cnam
o a los siteR os, ln fót‘- ntti la fretid 7Rna es |till dniiieil tal: los
sueños son una t ecilii cició ri de cleseos. MasoI In strs pende
entonces la t e- rriríf ten clel deseo, pni a itlsis l it de 11c no en lei
cores t ióii del si gii i|icanl e, ri sndet’, cit lu pcilciht a.
El e igni Jicciii I e es iui t ét iilitlo qite Ft e sid no tif i/ izó y
qtiE ¡yi oviene de la liiigtiis t ica saiissiii‘eciila. Lei de/iiti- ción
de stgrii/icniife: que es la pnlahi‘a iriisnin. Las cci- tro ct et íst
icas seRaladas: que toda palabra ptieúl e i emil ir a ruas ele
uma sigii i ficaciótl, rjue int pot In cle lx yale ht“n sfi ‹is peci o
sonoro, que lta y tina t elacióis ai“hiti“‹it‘in eii- 1re lvi pala ht“a
y la cosa, ent t’e ln palnhi‘n y el sig»i- ficado.
Se li ace re/et ericin cit seguida al voltml tiros o t t nhn- jo
sohi e El chiste y sus relaciones con el inconsciente, y se
rusia f g en ef tiecli o de Site el cllis l e es Rut fenónle- no de
pcilcih ras, o ble jctego con lcis palahiras. Ln p ilnht a pei’ii1atrece
y e1 Si gtll |tCndo se deslizó. El e/ec f o de sem- i iJo yt‘oéIiicido
con este i•iego de. Ins pnlah i as es el ctiist e. MasoI ta señala
en el cliis l e el modelo de t oclci

66
formació n del incoiiscietit e: tatnb iéri el lapsus, el sue- no,
el olvido, los actos fallidos, ef síntoma. Se lance eit- t oiices t
e fei encia al caso de fsnbgí de R. para most rar eit ef síitf
oiiin un jtiego de palahras: la familia tio cami- tia, ella
tampoco. He ahí sii astasia-abaxia. Se recalca qire en io
de /orrnnciÓ it se expresa el deseo. Pero puti t o iiti port ant e:
el cliist e no sólo es modelo de toda forma- ción, sino gtte sii
operación, el sigiii{icnitt e, delitnita el cniiipo tnás pr opio
de la práct ica psicoanalii ica, el de la i elación del analis ta
con el unalizado. S iii dudci cjue el cllist e es iiiodelo tainbién
de ese campo: ii o lin y cliis l e sin ot t“o qtte se i-ía, a sahe i ,
qtie es el oti“o el gthe saiicioiia el cliiite conto tal, por rlotide
ese otro aparece conto esencial a la palnbra. Ello tíos lleva
eR e(ecto a ffi relacióii analít icci m isma. Cuando escucho
no escu- cho en erecto lo que el paciente quter e decit , sitio
lo que rio qi‹íere dec ir, lo que pnt‘a ii‹icla qtítere clecii-. Tal
(or iiiitfnció it poco t teme rfiie ver con ln t coríci ele lvi co-
intmio•cicióii, iii coii nite gtina iden —par más litinlatlís 1i- cu
— de corriprensiÓil. En tt e el psicoanalistci y el psi-
coniializndo (el pe icoanal i tnri le, llnhi ía qne decir ) ii o est Si
cit jtie go ii ada élel ot‘íleii de la simpat ía, de lu comi- pr
ensióii. El comcepto de c!oinun icacióii poco nos nyti‹:la- rín
n ent end er qué es lo que está en iitego eis el psi- coatiálísis.

Agradezco a Berenstein su excelente resumen. Pero al


oírlo me di cuenta que en esta etapa de mi expo- sició n la
mancra en que presentó las ideas tia sido un tan to
perentorio, como dogmá tica. La afirmació n por ejemplo
de que la relació n analítica no es una relació n de
comprensió n, ni de comunicació n. Afirmació n un tanto
grave. Es que la gente a menudo, y con buena vo- luntad,
quiere practicar lo que llaman ”psicoterapia”. Y entonces
se esfuerzan por comprender. . . ¿No hay gente acaso a
quien le gusta... ser psicoterapizado... por la simpatía?
No bromeo. Aquí est5 el punto, el que sella la diferencia y
ademú s toda idea de relació n posi-

57
ble entre las psicoterapias, las psiquiatrías, etc., y el
psicoanálisis. Como ven, mi dogmatismo tenia al me-
nos un fin : alertar a ustedes, despertar la atención.

Pregunta. Se enf ierir/e su intenciót i de most rar lo que a sii etct


etc de“r Cons t ilti ye lo propio del psicoaná- 1isis, y greg tio I
endt ia nada que ver con lo qtie se llanta cotiltinicacióti. Pet
o entonces, ¿cómo es posihle eÍ deci- ‘/re clel sigtii ficado de
los síiltoilias? No tne opote go a lo que usI ed clice, le
pregunto. En el Psicoai1ál isis tos sie- te os y In lih re as
ociaciórt ierteri tirt lu gar cy pr l al. P yro corno pasar desde
ellos n la inte rPretaciói1 del psicoa- ti alis i a. ¿N o lta y iii
t’ill iples tnaneras de iiit et-pre lar? Por lo cletnás, lta y una
plut al idad de casos, mdichos t ipos difernii tes de neiit-osis
y de thetiróticos. (Qué es lo que lla pasado cu calla caso?

Pues si mal no entiendo, la pregunta seria : si no hay


comunicació n ni comprensió n en el diá logo analí- tico,
¿en qué consiste la interpretació n?

Pregunta. Pero nte gustaría com plelar lo que que- ría


úlecir. ¿Oiié garanl ía hay de que la iii terpi‘g tacióti que se
hace, digatnos, de los actos fallidos, de los datos de la
lihre asociación, es cort ecta? ¿Qué gat-anl iba la
corrccción ble la iii ter pretacióti?

Es que alguno quisiera comentar, o contestar estos


pregur.tas. Ellas seíialan dos vertientes : por un lado, y
dada la crítica a la idea de comunicació n, ¿qué sig- nifica
interpretar? Y por otro, ¿quién garantiza la pa- labra del
analista, su interpretació n, ante el relato del paciente?
La pregunta por la garantía de la interpre- tació n me ha
inspirado. Pero ayú denme ustedes en mi trabajo de hoy,
conducir a ustedes a las ideas de la teoria y a la prá ctica
psicoanalítica. Vuelvan a lo quc
ya me han escuchado: que la pulsió n no tiene objeto,
que el sipnificant.e no conduce sin má s al sigr.ificado,
que el saber sobre la sexuTtlidad está separado de la
sexualidad ¥ fina1Triente, que el sujeto en cuestió n es- tar.a
siempre demandando por consiguiente algo aÍ ana- lista :
Saber.
Pero ocurre ademá s que la gente siempre sabe de qué
está hablando. Como aquel mé dico que una vez le
contestó en tono molesto a Freud que la histeria era una
enfermedad de mujeres, porque la palabra histeria
provcnfa de “ú tero”. Y usted, quien me pregunta, hace si
se quiere una operació n semejantc: cuando nombra la
palabra interpretació n cree cntcnder que la palabra le
deja entender de qué está b.ablando, para salir de este
atolladero bastaría que se invirtiera algo. El con- flicto
del sujeto es un nudo donde ni pulsió n ni signi- ficante
le sirven de garantía de nada, y é l en verdad está bien
neuró tico a raíz de que nada quiere saber de csa falta de
garantías. Cuando usted pregunta por la garantía de la
interpretació n, ¿ de qué lado se coloca? Ciuiero decir, que
la interpretació n, como palabra,
se ubica en el interior de un campo donde un sujeto
busca garantías. La pregunta por la garantía de la in-
terpretació n es entonces la pregunta misma de ese su-
jeto idéntico al neuró tico que se encierra en su nece-
sidad de pedir garantías. Al revés, de ninguna inter-
pretació n se podría decir que consistió o que dio con la
verdad absoluta.
Lacan diría que la pregunta por la garantía es una
pregunta de universitarios. O lo que es !o mismo, que
pertenece al registro de las resistencias sabias al aná-
lisis. La pregunta por el criterio que da garantía de la
interpretació n no es una pregunta para ser contestada.,
sino para ser replanteada. En psicoaná lisis se trabaja
ú nicamente con palabras. ¿Pero quié n podría dar ga-
rantía de que un significante conduce ú nicamente a un
ú nico significado? El psicoaná lisis en verdad pone en
aprieto al concepto jurídico (y por lo mismo, persecii-
torio) de garantía. Cuando el paciente busca la garan- tía
demanda Saber sobre su deseo, intenta estabilizar ciertos
lugares de sí mismo que la gente llama intimi- dad y que
tienen que ver con el goce y cl sexo. En psi- coaná lisis la
garantia es lo que el paciente no podrá no pedir, y en este
sentido tal pedido pertenece al cam- po de la Transfet
encia. Por lo jem üs, una teoría que denuncia a toda
epistemología de objetos dados, es ella misma
epistemología, en el momento de su prá ctica, de una
episteme cuestionada.
Pero para contestarle a usted. No existe, en psicoa-
ná lisis, en relació n a la interpretació n, má s criterio de
verificació n que comprobar si el aná lisis marcha o no.
¿Pero có mo Saber si un aná lisis funciona? Hay
una
manera: entender qué ocurre en la transferencia, la
relació n analítica por antonomasia. Dicho de otra ma-
nera : el criterio de verificació n es que la relació n ana-
lítica funcione, .que marche hacia adelante, que se abra
una historia, que el sujeto en cuestió n pueda andar en la
direcció n de su deseo. Desde Franco a otros censo- res,
ustedes saben, hay mucha gen te que se ¡areociipa en
general para que”la gente no tenga historia. Y yo me temo
que quienes se ponen del lado de los amos son los mismos
que temen por las garantías. El analis- ta no le pide al
paciente que sea serio eri su decir. Sino al reves, que sea
errá tico, que asocie libremente en fin...

Pregunta. La i-esptiesta the pGi-ece ndeciiadn, sii vg pat“a iltist


rar muchas cosas. Sire eNt fint’go mii pt“dgtin la no se dirigía
tate to al Acido, ‹:Ii gciilios, epis te inológico de la verdad eis sí,
sírio al lado t erapét it ico, n In capacidaü de la in
terpretación de producir- efectos ter apéiiticos.
¿En qtié se garaiit iba el terapetita? (En sii ft o yia
ex-
periencia.’° ¿De dónde stii‘ge la garantia de que, y si bien El sabe
que no posee la ver’dad, taili poco lici cte hace t‘le daño al
pacietite?

70
Me parece haber ya comenzado a contestarle en la
segundo parte de lo que acabo de decir. Pero se podría
agregar quc no hay por qué no pedirle, exigirle, ciertas
cosas a aquél que se plantea en posición de analista.
Bueno, con respecto a su formación, y además que II
mismo se haya analizado. Pero no quiero hoy hablar de
este punto, que es muy delicado, y podria generar
ciertos errores...

Pregunta. ¿Pero no iinpoi la que el psicoatialista


coriti ole a sus pacieiites con otro psicoanalista? La
cuestión del cont tpol, el t iene po que 11a controlado...

Recién tratamos de introducirnos en ulgunnz ideas


básicas del campo del psicoanálisis, y estamos hablan-
do de formación del analista, de controles, etc. Pero en
fin, no es culpa nuestra. Ouien se plantea un punto del
campo psicoanalitico termina pronto planteúndose el
conjunto de sus cuestiones. Pero para hablar poco :
digamos que la cuestión del "control" tiene en prime-
rísimo lugar que ver con las "garantías". Si un psi-
coanalista fuera a buscar, al "controlar" a sus pacien-
tes, la garantía...; en fin, ¿se dan cuenta ustedes lo que
habría que pensar de ese psicoanalista? Lacan dice que
el psicoanalista se debe a sí mismo... Es sólo des- pués
de haber reflexio nado sobre este punto primero y
capital que hay que plantearse la significación y la
necesidad de los controles... Por lo demás, el término
"control", ¿no es un tanto policial? Pero este punto es
arduo. Confio que algún día podremos hablar de él.

Pregunta. ¿Qt‹ó se 11a de pedir al


psicoanalista eri
relación a sii formación?
Como decía Freud, no mucho que tenga que ver con
la medicina. Mas bien con la lingüisfica, la lógica, la
literatura, el estudio antropológico del mito...

71
Pregunta. ¿Pero la etiJertriedad tio tiene nada qtie ver
coti la sociedad? (Otié de tnaterias cotilo sociolo- gía,
ecotiotnía, historia de la civilización?

Otra persona. Y yo atjadiría la inedicitla (lo dice en


forro btirlóii).

Otra persona. Sin embargo algo dehe tener qtie ver el


psicoatldlisis coti lO iftedicinn. He oído hablar aqtii de
enfermedades titetitales...

Berenstein. Yo diría, para cetitralizar un poe:o el tetna


de la fornincióti del atialista, gate en se pregunta hay utla
afirmación: que para ser psicoanalista hay qtie ser
médico.

La misma persona. No. Yo asocio eti|erniedad a


clínica. Eii)et tiiedad signi/icn cfíttic‹i y clínica sigtii fica
saber mii titíniino de medicina.

Hay asociaciones peligrosas, que deben ser revisa-


das. La relació n de la enfermedad mental con la lin-
gü ística no es obvia, la de la enfermedad mental con la
medicina parece indiscutible. Como se sabe, Freud la
discutió .
¿ Pero no alienta que ya hablemos de este tipo de
cuestiones? ¿Pero no es un poco prematuro? Sobre todo
que, segú n me dicen, no hay aú n analistas en Ga- licia.
Pero está bien : sobre todo que hablemos... Y ello por
una razó n fundamental : porque al menos en un sentido
(lo que digo rio es una afirmació n antiinteIec- tual) no se
hace un psicoanalista con libros. La tras- misió n de la
teoría supone en psicoaná lisis el aná lisis del analista y su
relació n con otros analistas, lo que supone siempre una
cierta trasmisió n oral del saber. Esa trasmisió n pertenece
al discurso psicoanalítico.

72
Pregunta. ¿Cómo es que, si en todo acto que entran
eri relación dos individuos hay comunicación, cómo es
que en psicoanálisis se puede plantear que no hay co-
municación? No creo que ahi rto haya comunicación.
¿Pero no serd que en el acto analítico se •i •rce una
dominación por parte del analista sobre el analizado?

La pregunta parece ingenua. Concedo que aclarar


definitivamente lo que estaba en juego en lo que yo
llamaba mis afirmaciones dogmá ticas, puede no ser
fá cil. Tal vez pueda ayudar que en una disciplina teó -
rica nunca se trabaja con objetos reales sino cDn con-
ceptos. Cuando usted ve dos individuos juntos, ve ahi un
objeto real: se comunican. Yo le preguntaría a us- ted en
cambio qué entiende por comunicació n, có mo la
conceptualiza usted.

La misma persona. r2rilierido qite la comunicacióti es


un fenómeno ob i•! ivo, independiente de la inter- R*•tación
que se de a la situacidn. Aun, y si dos perso- nas se
encuentran y no hablan, si per manecen eri silen- cio, hay
la misma coiriunicnció it.

Me gusta la idea de que el silencio só lo existe en un


universo de palabras. De la misma manera que decía
que no hay fetichismo entre los animales, agregaria que
los animales no conocen el mismo tipo de silencio que
nosotros. ¿Pero quién osaría decir que los anima- les
ignoran el silencio? Del mismo modo, nunca dudé dc•
que uno se comunica con su perro. Tal vez fue si-
guiendo a esta idea que un genio como Gregory Bateson
se puso un día a estudiar delfines. Por lo demá s, ¿no hay
otro modo de comunicarse que mediante palabras? Ahí
está n los gestos. Sin embargo, observen ustedes, hay una
diferencia de ló gicas. Es cierto que se pueden cometer
actos fallidos con gestos: sacudir la cabeza diciendo no
cuando en verdad uno con cortesía debía

73
haber contesfado que sí. Pero no se puede asociar con
gestos. En este sentido (pero esto llevaría un seminario
cntcro), los gestos no son interpretables en el sentido
psicoanalítico del tcrmino.

Pregunta. firme lo qne mii comi pancho pt eguntaha y lo


qtie tist ed Masol ta con t es ta ri re parece »e r tura meta por do
tf de se podi ‹“a 'olvet a plaiiteat- la ciiest ión. Pa- t-ecc clat o
qtie ij tiieit est nh1ece, en psicani rálisis, los pa- t rones de
coit‹• ii iiiCución, es el psicoaiiolista, t’ecoi t áii- áolos cii poi i
e, descali|icnnclo al individuo cii stt pt’o- l›letnál ica. ¿Qué t
ipo rle couuiii icacióil existe en este plci ti I ri- o que el
psicoatialis t a le lince al Eis!“ :••riiali iado? i Ue se p odi-ú
liablar en cel e setlt ido de élonüiiación, des- cufi/icrtdorn?

Gtra persona. Pietlso qi‹e el prohle!•rla qtleda setén- facto.


El 1 e ra fueut a está aiií, y el pacieii t e allí: nillbos sepai ados
pOT Ultra ra ya. En el medio, un espucio vacio. Es eii ese
espncio qti e In palab ra garant íci cnt ece de sent info. ¿Qué
garanI ía? Per o ent otices la con unicucióii qii e pieles ii o
1iene sent iclo. ..

Otra persona. Of lincer a jetlo el ctitii ¡:o cuwlitico de ln


pt obleináticn de fu comunicación, sólo se yone t‹ri pat rón
de doinítlio soho e el ataalizado. Qtfffti fi jO fOS criferios de
cointiii icacióti es el anolista. Etc el fondo lo que es lá en )tie
go es la dont iiiacióti dnl analizado por el psicoatta/ts/a.

Tal teoría no es novedosa. Existe un teó rico ele la


comunicacidn y terapeuta ingenioso, que la expone cada
vez que le preguntan algo. Pero le explicaré a usted por
qué el psicoaná lisis nada tiene que ver con una lõ - gica del
poder. O mejor, y si tiene que ver, es porque el
psicoannlista trabaja en contra de esa ló gica. El poder,
•i se quiere, es el analizado quien lo otorga : parte de eso
tiene que ver con lo que se llama I ratis{ereiicia. Pero en
aná lisis la transf‘erencia es lo que dcbe ser annlizado, lo
que hay que liquidar, disolver. Pero aun,
¿se ha reflexionado sobre qué cosa es el poder? En primer
lugar todo poder se quiere central. Ustedes en Españ a rio
lo ignoran. Pero en la situaci‹án analitica
•1 psicoanalista se des-centra hacia el psicoanalizan te,
al que conduce, apoya, hacia su descentramiento. Le in-
duce, lo repito, a que sea errá tico. .. le conduce para que
pueda hablar de lo que generalmente calla, de los objetos
mú ltiples, errá ticos, de su deseo. Pero en se- gundo Iugar,
no hay poder sin relació n del poder con el goce. Lo que en
el poder queda prohibido es el goce del t'tro. Aunque es
cierto que de cualquier manera el otro goza,
masoquísticainente... Este punto es funda- mental para
entender qué es el psicoaná lisis, puesto que el
dcccubrimiçnto fundamental ble Freud consiste en habcr
denunciado que la enfermedad es goce, goce masoquístico
(atitocastigo del .histérico en el síntoma somú ntico de cont
crsidn). Pero en el discurso del po- der, en la ló gica del
poder, este gocc del otro queda ocultado. Prohibido y
ocultado. Razó n por la cual tan- ta gente ama a los amos.
Pero ademá s, cl psicoanalista no prohíbe el goce. Pretende
dejarlc hablar, devolverle a la palabra, dejar que se
muestre, en la experiencia analítica misma, su origen, sii
estructura, las condicio- nes de su formacidn. Por lo
demá s el psicoaná lisis deja al goce sobre la tierra. Los
amos lo prometen para pa- sase mañ ana, lo aniidan al
castigo y al lá tigo, lo per- miten si uno se redime, si paga
sus culpas. Como el psicoaná iisis nada tiene que ver con
todo esto, tal vez es por ello que haya tanta gente que
nada quiere saber del psicoaná lisis.

Otra persona. Sería 6«eno de jar de lado


el poder y conietiznr a hablar de religión. ¿No es
dogmática la

7J
contestación de Masot ta? ¿No ha atlcilado Áfnsof fu la
prcgiinfa? La pregcuita es irrelevante, sólo él está etc
posesión de la verdad de la teoría...

Usted dice que mi respuesta ha sido dogmá tica y que


ha excluido a la pregunta. Oue he contestado que la
pregunta no entraba en el campo psicoanalítico, y que al
decirlo he convertido a la teoría en dogma, como en la
religió n. Me parece que todo esto no es cierto. Cier- ta
prá ctica de la enseiianza me ha ensenado a perma- nccer
atento a las operaciones que realizo mientras debo
responder. En primer lugar yo no afirmé que no hubiera
comunicació n en general, sino que cunndo me- dian las
palabras la relació n debe ser conceptualizada de una
manera que es ajena a los modelos comunica- cionales.
En tanto la persona de la audiencia (es lo que nos
diferencia) no distingue entre objeto teó rico y ob- jeto
rea!, ella siguió insistiendo en esta idea : la relació n
analítica es una relació n de comunicació n, y si es que el
psicoaná lisis lo niega, entonces só lo habrú que de- dicir
que la relació n analítica es una relació n de domi- nació n.
Hay ahí só lo entonces un amo y un esclavo, Contesté que no
se podía homologar la posició n del amo con la del
psicoanalista : el discurso del amo es centralista, ignora
el deseo, lo prohibe, excluye el goce del otro; o bien, só !o
lo incluye como ¡sanacea de la relació n misma de
dominació n. Es el masoquismo. Para el psicoanalista el
masoquismo no só lo es analizable, sino que debiera ser
disuelto.

Otra persona. lii tiImina reflcxión es ititeresaiile,


aclara lo que tietie que ver cota la relacióts amo-esclaiio.
¿Pet o tio de ja siti cant estar por qué el psicoatiálisis
puede tio ser una relación de coinurilcacióti?

Tal vez resulte ú til explicar las cosas de esta mane- ra.
Cuando se habla de comunicació n, hay un vector que se
origina en el Eiiiisor, pasa por un• Á ferisn¡e, y
concluye en el Receptor (la direcció n del movimiento se
invierte luego). En la relació n analítica quien emite el
mensaje es el Recepr or, al que Lacan llama Ot ro, con
mayú sculas, y que no es Dios. Los mensajes que
nosotros aparentemente emitimos segú n nuestra volun-
tad y nuestro querer, son para la teoria psicoanalítica
Mensajes que se emiten en nosotros y que se originaron
eri O/ro lado, en una estructura. ¿Recuerdan el catedrá-
tico del ejemplo que dice cerrar la secció n en el mo-
mento en que va a inagurarla? ¿Ciuién emitía tal men-
saje? El psicoaná lisis contesta que ello es analizable, que
remite al desmontamiento de una estructura, que en esa
estructura está en juego el deseo, el goce. .. etc. Hay
ademá s nas diferencias de ló gicas. Mediante pa- labras
(fenó meno que Freud llamó Vet iieituitig, dene- gació n)
se puede diciendo “no” afirmar el reconoci- miento
prohindo de un deseo inconsciente. Pero pien- scn
ustedes lo que podría ocurrir, cuando en alta mar dos
barcos se comunican con un có digo de banderas y se
informara lo contrario de lo que se desea...

Una persona. Todo ello tso tiiega que eii la situa- cióti
anaiií ica lta y ii›ta situacióti d’e coinwiiicacióii. Ctiats- do se
couuitiica algo qtie tso se queríá fot7liiiticar no se de ja de
cointttiicar. Las ondas sonoras de la vos se ex- t ieiidets y
deben ser captadas por nf gt‹ti li po de tnem- bri:ma.- es ta
ore ja del psicoanalista. Pero sii potsgainos que eit efecto, y
por motivos teóricos, encotit remos que la comunicación
no es deseable eti psicoanálisis. Siit embargo, y no por
ello, la comunicación de ja de exist ir.

Hay en lo que usted dice un desplazamiento dcl lu-


gar donde ponía yo en mis palabras la significació n.
Pero sea, esa relació n de los efectos físicos sonoros con
la membrana del tímpano constituye lo que los teó ri- cos
de la comunicació n han conceptualizado como Ca- nal o
Cotilaclo. Lo malo fue, para esos modelos, que
cuando se puso el acento en el Canal se terminó creyen-
do que el mensaje só lo remitía al querer decir del emi-
sor. Decía que el poder está incluido en el discurso
analítico en la medida que la piedra de toque de ese
discurso es la transferencia. Pero que en el aná lisis ésta
deberá ser disuelta. Pero ademá s, ¿qué entienden por
poder? ¿ Es seguro que no codificar ustedes el po- der
como opuesto a lo que podría ser el libre juego de las
opiniones? Para ustedes, tal vez, lo otro del poder es el
liberalismo. Lo malo es que se ignora así el con- cepto de
inconsciente. Cuando en la Casa de los Comu- nes, en el
Parlamento ingles, se contraponen opiniones, el sistema
puede ser todo lo bueno que se quiera, se jin cl gusto
político de cada uno, pero cl inconsciente en ta1 situació n
hace de convidado de piedra. Hay algo, ustedes saben, en
el liberalismo, que debiera ser recha- zado. Si no fuera así
el marxismo no hubiera existido. Tal vez no se “libere” la
verdad contraponiendo opinio-
nes. Pero en el psicoaná lisis es distinto: en tanto lo que .
estú en juego es algo que tiene que ver con el déseo
inconsciente, algo entonces que tiene que ver con la vet-d
ill del sujeto es lo que estú en juego. No lo que el sujeto
cree de sí, su opinió n, sino lo que estructura sri opinió n. ..

Pregunta. (Inaudible).

Bercnstein. Lo qtie usted de al guna manera iiitro-


dtice aliot a es la t coría de que la sociednd opi’ime a la per
soila y tfiie por ni edio de la |t-ust racióti pr oduce los
sinbotitas de la etifei‘n1edad. Y al inismo l ietll po n/irnto
i‹iin posición cet-caila a la ailtipsiqitiat ría de Lain g.

Esa cuestió n del individuo en relació n a las varian-


tes e invariantes histó ricas, que usted ha introduci do, y
que seguramente cobra sentido en un modelo experi-
mental de control de datos, só lo podría ser ú fil después

78
de una multitud de precauciones. Intranquilicese us-
ted : creo en efecto que en má s de un aspecto la histo- ria,
entendida como cambio de los usos y presiones
culturales, puede ser considerada como invariante cuan-
do se trata del sujeto del que se ocupa el psicoaná lisis.
Sin embargo, y al revés, los individuos son efectos, hijos
de su tiempo. Pero de época en epoca hay algo quc se
repite: se ama por ejemplo y segú n la época de distintas
maneras, pero ninguna época ha resuelto las aporías del
amor. Si la pulsió n no tiene objeto es por- que
seguramente no lo tenía en la época de Só crates y
Alcibiacles. Por lo mismo, la historia varia mientras que
cl dcseo es invariante. Basta releer El Bumq fiel e para
comprender que lo que ocurre ahi a nivel del de- seo
entre Só crates y Alcibíades se parece en mú s de un punto
a lo crue se plantea en la situació n psicoana- lítica.
Todo lo cual nu significa que afirme yo que el psi-
coanalista y su psicoanalizante puedan ubicarse fuera de
la historia real. Confieso además que me gusta la tesis de
Guatarí (co-autor de El niltieéli po, libro que en cambio
no me gusta), tesis quc no sé si conocen y en la que se
habla de una " transversalidad" del dcseo; a saber, que‘ el
deseo muerde en los objetos que son los objetos de la
historia, los conflictos sociales, las coyun- turas politicas.
¿Pero no es suficiente por hoy?

/9
IV

Vimos aparecer en Freud la idea fundamental de que


el chiste es modelo; a saber, paradigma de toda formació n.
Es su operació n, aquello que produce el chiste como
resultado, lo que es paradigmá tico para Freud. La
permanencia de la palabra y el deslizamiento del
significado. Para que haya chiste el sentido debe pasar
por un cierto estado peculiar, quedar obturado primero,
para inmediatamente abrirse pero hacia una nueva
direcció n : primero extravío del sentido, y des- pué s
sorpresa.
Pero agregá bamos: el significante define el limite del
campo mismo del pscioanú lisis como prá ctica. Aquí quien
habla no emite lo que dice : quien habla es el
inconsciente. En el lapsus el sujeto recibe un mensaje
que proviene de otro lugar (o del lugar del Otro); esas
fallas del lenguaje constituyen en primer lugar para el
psicoanalista las huellas de una pista que no hay que
perder, la del deseo inconsciente. El emisor, dice Lacan,
recibe del receptor el mensaje: pero aun, lo recibe en
forma invertida. El catedrá tico de nuestro ejemplo pre-
tendía quere r abrir la sesió n; el lapsus dejó escucha. al revé s
que quería terminar de una vez con ella. Es preciso una
oreja peculiar para seguir la pista de estos retorcimientos
de la direcció n del querer decir.
Habíamos evocado el orden de temas que Freud eli-
ge cuando quiere guiar a su audiencia hacia una i rirro-

81
ducción al psicoailálisis. Primero el lapsus, el ectuívoco,
el acto fallido: todos fenómenos dc nuestra vida des-
pierta. Pero inmediatamente, nuevo tema: el sueño. En
el pasaje de un tenia a otro emcrge en la obra la mues- ca
fundamental : el deseo, La fórmula free diana de qu* el
sueño es una realización de deseos se ubica sin duda en el
fundamento del campo teórico y práctico del psi-
coanálisis. One el sueño sea la realización del doséo no
significa, nos dice, sino que el sueíio es el guardi ú n dcl
dormir. O bien el deseo se realiza cu la vida despierta a
través de las fallas de la palabra, o bien se realiza en la
pantalla del sueno, para permitir que el suj cto duerma.
Se lo ve, debe haber algo dolo,roso en el de- seo,
inabordable para la conciencia despier ta. El desea no es
la panacea de la conciencia.
Pero cuando aborda el es tudio del sueíio rios vemos
pronto enfrentados con el significante. Gus ta a Free d
citar el ejemplo de Alejandro con sus ejércitos ante la
ciudad de Tiro, quien tiene un sueño que pide a im
intérprete que descifre. Alejandro habia soñado con un
Sátiro, y el intérprete le dice : “¡Adelailt e, Ale j‹:mdi o, t n
sueíio quiet e decir qtie th ya es Tir o (Ta Tit-o)!". Mas en su
afán didáctico Freud debe comenzar por mostrar q u e el
sueiio es en efecto una realización de deseos. Utiliza para
probarlo, de la manera más económica, los sueños
infantiles y los de privación. Se recuerda el ejemplo de
la niña Ana Freud, a quien en la víspera se le había
prohibido que cogiera cerezas y que en el sue- ño se come
todas las cerezas. Freud cuenta tambicn el ejemplo de
otro niíio que había visitado las montañas pero sin
llegar hasta un lugar a1 que habría querido llegar; en el
sueiio el nitro se ve ya en ese lugar. Lo mismo con los
sueños de privación. ¿Con qué suéñan los exploradores
del polo sino con todo aquello que no tienen, el calor
suficiente, comida caliente y abundante, etcétera?
Sin. embargo, teóricamente hablando, estos ejem-
plos eran peligrosos. Freud no deja de señalarlo.
Sir-

82
ven para mostrarnos bien rú pidamente hasta qué punto
los sueñ os realizan un deseo, pero son engañ osos si
quisié ramos aprender de ellos la estructura misma del
deseo en cuestió n. El deseo parece definirse en ellos por su
objeto; lo que no ha sido alcanzado en lo real aparccerá
conseguido en la pantalla alucinada del sue- lto. Que el
sueñ o es una realizació n del deseo signifi- caría que la
privació n rea l aparcce en positivo o tal cual cu el sueñ o.
Ahora bien, hay que poner‘se por lo menos de acuerdo en
esto: el objeto del deseo no es jamá s el objeto alucinado,
así se trate de la pantalla del sueñ o o de la alucinació n
psicó tica. Lo saben bien los psiquiatras cuando se topan
con los productos fron- dosos de la alucinació n delirante.
Un dcli rio no es fú cil de interrogar ni de interpretar. Por
lo demá s la al ter- nativa o privació n real o logro
alucinado, conduce a un modelo teó rico falso, incompleto.
El error consiste en manejarse en dos registros y
ú nicamé nte en dos; o hay realidad o hay imaginació n. Pcro
ustedes han visto : el inconsciente tiene que ver con el
lenguaje, con la es- tructura del significante, con la
palabra. En un modelo correcto habría que hablar de tres
regist ros, introducir el registro de la palabra y de lo
simbó lico.
Só lo en un campo teó rico de tres registros es posi- ble
inscribir entonces la pregunta por el deseo. ¿Có mo
comprender la frase freudiana segú n la cual el sueíio es
una realizació n del deseo ?
Ante todo habría que recordar esta idea simple. En el
sueñ o el deseo se realiza pero —como nos viene a decir
Freud— só lo lo hace dis(razá ndose. A saber, que entre el
deseo y el sueñ o como realizació n, median los disfraces.
En el sueñ o todo queda desfigurado : los disfraces son
funciones de la censura que el deseo debió atravesar. Por
lo mismo, hay compuertas, pasajes, dis- fraces,
mediació n; es decir, la relació n del deseo a su objeto en el
sueíio no es directa.
“Deseo beber un vaso de jugo de naranja” —pide
un niñ o después de haber bebido dos vasos de agua
y

83
un jugo de limó n—. En el deseo hay algo que falta, pero
es una falta exresirn. Por ello los sistemas socia Jes nada
quieren saber del deseo. Si los individuos afir- man la
falta mucho mú s allá del mínimo que necesitan,
¿a dó nde se va a llegar a parar? El psicoaná lisis plan- tea,
en cambio, al deseo en primer lugar, promueve, si se
quiere, tal exceso de la falta.
Tambié n podría decirse qtie el deseo es la insatis-
facció n como resto después del colmamiento de la ne- cesi
dad. EJ deseo vive de su insatisfacció n, resguarda esta
extraída funció n : la funció n de la insatisfacció n. Freud lo
decía con todas las letras : ningú n objeto coin- cide con el
objeto que el sujeto busca. EPI deseo cs como una
lanzadera, que sigue tejiendo cuando aI ojo le parecía que
el trabajo estaba terminado. Esta rela- ció n profunda del
deseo con la intisfacció n liga el deseo a la labilidad del
objetar de la pulsió n.
Volvamos a nuestro interrogante, ¿Qué significa la
frase freudiana segú n la cual en el sueñ o el deseo se
realiza? Habría que contestar de esta manera : quiere
decir que en el suelto el deseo se art ictila. A saber, que
encuentra sus eslabones, se constituye en secuencia de
representaciones. Por intermedio de Ja libre asociació n el
aná lisis descubre que el sueñ o contiene un conjunto de
representaciones, de recuerdos, de vivencias relacio-
nadas entre sí. Por lo mismo, que el deseo se articula en el
sueñ o significa decir que en el sueñ o el incons- ciente
trabaja, rccuerda las vivencias, las relaciona, y produce un
resultado : el sueñ o. Decir que en el sueíio el deseo se
articula es lo mismo que decir que en el sueñ o el deseo Be
etabora (para usar esta vieja palabra conocida de
psicoterapeutas y psicoanalistas). ¿Pero a qué se refieren
elIos cuando dicen que el paciente “ela- bora”? quieren
significar la incorporació n positiva del trabajo
terapé utico, que el paciente por ejemplo es ca- paz ahora
de situarse de manera distinta en relació n a sus hijos, a
su mujer. A saber: que puede simboliza r los conflictos en
cambio de actuarlos con violencia, y

84
tambié n, que el paciente es capaz de rebajar su ansie-
dad. Cuando e/nfiai a el paciente puede dat se í ienepo: es lo
que ocurre con el deseo en el sueno. En el sueñ o el dcsco
se da tiempo. De ahí el valor terapé utico posi- tivo que a
veces es posible reconocer al sofiar. Un pa- ciente
depresivo ha venido a sesiones durante tres, cua- tro
meses, sin pronunciar palabra. Dice que no tiene nada
que decir. Un día relata un sueñ o : sin duda hay quc
conceder a la aparició n de ese sueñ o un cará cter
diná mico; algo ha comenzado a elahot arse en e! pacien-
te, algo que tiene que ver con su deseo inconsciente pasará
ahora a la relació n con el analista. Freud habJa- ba de
Frniiiiini’beil, de trabajo del suefio. Es el trabajo, la
elaboració n del deseo. El sueno es la jornada del deseo, el
lugar de su producció n y de su articulació n.
El sueno es el lugar donde el deseo se elabora, se
articula y se da tiempo; lo contrario je quien pensara que
el objeto del deseo aparece en pC1 sona en la pan- talla
alucinada del sueiio. En el sueíio el deseo no ob- tiene a su
objeto directamentc, sino bien indircctamen- te : por pr
ocut aciátl, de ses go, por medio de desvío s. Procuració n:
quiere decir algo sencillo. Hay ahi una cesta y yo quiero
a1canzar]a. O bien, me pongo de pie y voy a buscarla. O
bien le digo a mi madre, que estú má s cerca de ella, que
me la alcance. Este es el caso del deseo: que me prociti‘o
In cesta por medio de la ayuda de mi madre. Yo, mi
madre, y entonces, recién la costa. He ahí una ni-
tictifació ii, una cadena de tres eslabones.
Pcro existe un ejemplo inmejorable para hab'lar
de
la elaboració n, la articulació n, la procuració n indi recta
del objeto : los dibujos de un humorista norteameri- cano,
cuyo nombre no me viene en este momcnto a la memori;i,
bien conocido y festejado por el pú blico de su país allá
por los anos treinta. Sus dibujos eran in- confundibles,
aparecían todas las semanas. Siempre se trataba de lo
mismo, aunque los objetos de )a articula- ció n fueran
distintas cada vez. . . Eran inventos de ex- lrafias
má quinas caseras construidas con el fin expreso
de obtener cierto preciso resultado. Lo có mico consis- tía
en que el objetivo buscado era siempre insignifi- cante,
mientras quc la maquinaria resultaba complica- dísima.
El objetivo por ejemplo era pelar una naranja. Tal era el
título de su dibujo del día : ”¿Cómo t ener una naratl ja ya
pelada etc el inanteii l o in isino que usted eilt t-a a su casa?”
La idea, ademá s, cn la que algunos críticos entusiastas del
humorista veían una sú tira a Ía sociedad norteamericana,
relacionada, se lo ve, un fin estú pido con una exigencia de
economía y aliorfo. Se veía en el dibujito a una persona
llegando a !a casa y abriendo la puerta. Pero la puerta
desde su lado inter- no, al abrirse aflojaba una cuerda que
pasaba por un arandel en el techo, de tal manera que una
jaula con su pajarraco deseen día hasta la altura del suelo.
Un gato saltaba entonces sobre el pá jaro, pero poniendo
en movimiento, mediante una cuerda atada a sii cola, un
gramó fono, que a su turno movía ’un disco al que se hnbía
fijado un cuchillo : cn cada vuelta cortaba é ste la cá scara
de una naranja fijada a distancia ó ptima.
¿No era có mico? Impresionada en estos dibujos una
cierta malignidad de fondo: siempre aparecía un ani- mal
ahullando, o furioso, al que se utilizaba y hacía sufrir.
Con el sueñ o pasa algo semejante, y yo rio diría que en el
deseo subyacc algú n principio de bondad o dc bien.
Por lo demú s, en el aná lisis de los sueñ os, uno se
encuentra como constante con ideas de culpa y de
egoísmo. Al revés, ¿quien es, en el deseo, el animal uti-
lizado, que aliulla?
Pero me gustaz ía sobrecargarlos a ustedes con un
ejemplo miss de esto que llamo yo t-elación de procu-
racióti. Es el caso de ciertos amores adolescentes. Se
supone (bueno: un supuesto) que la actitud normal,
como se dice, del adulto, en caso de un hombre intere-
sado sexual y afectivamente en una mujer, que es capaz
de afrontar a su objeto, acercarse a la mujer y decirle :
“Oye, María, me gustas“, o bien, y si el interé s es aú n

86
mias dirocto : “María, pues quiero que te vengas a la cama
conmigo”. Pero ocurre muchas veces que los ado- lescentes
(por lo menos en mi epoca) resultan un poco mias tímidos.
El joven Juan está enamorado, se lo ha confesado a si
mismo, de María. ¿Qué hace entonce s Irían? Descubre en
primer lugar que cuanto mú s ama a María mú s tímido se
pone si trata de abordarla. Deci- de entonces no decirle a
María, sino hacerle saber, por intermedio de otros. Como
sabe que Maria tiene una hermana, Cecilia, y que csta una
amiga, LciSa quien a su turno es bastante amiga de un
amigo suyo, de Juan, quien se llama Pedro, comprende
pronto cuú l ser5 la vía para hacerle llegar a María el
conocimiento de su anhelo. Le dice entonces a Pedro que
por favor le diga a Luisa, quien es amiga de Cecilia, que le
diga a Esta que le diga a María, su hermana, que cl, Juan,
en fin, la ama.. . ¿Có mico, ridiculo? ¿Pero no po- dría
servir este ejemplo de modelo de cosas que efec-
tivamente ocurrcn en otros fragmentos de la vida so- cial ?
Y ello por una scncilla razó n, que habia sido vista por,
Hegel, de que lo social no es sino una red de de- seos. Pero
una observació n mú s, aú n, para conducir a ustedes un
paso má s hacia eso que hoy pretendo abrir: comenzar a
pensar sobre quó cosa es el deseo. Supon- gamos que en
nuestro ejemplo Pedro mismo, una de las personas que
Juan usara como eslabó n para hacer conecer a María sus
anhelos, que Pedro mismo, digo, se encuentre el mÍ smo
má s o menos oscuramerite enamo- rado de Maria o
interesado en ella. Y que de cualquier manera Pedro se
presta al pedido de Juan. Y que ade- mas Juan no ignora
lo que le estra ocurriendo a Pedro.
¿No se podría decir que no es muy bondadoso por par- te
de Juan querer comprometer a Pedro en sus cuestio- nes
con María? ¿No hay ahí como en el ejemplo de los
dibujos humorísticos un animal que chilla? Pero ade-
mú s, ¿que busca Pedro prestú ndose gustoso a ayudar z
Juan? Todo esto es muy complicado, se lo ve. ¿Ten- drá
que ver, eso que llamamos deseo y que nos parece

87
que pertenece a un individuo particular, con algo del tipo
de uria red de deseos? ¿Pero han leído ustedes a
Stendhal? El novelista de la Cartuja de Parma sabía muy
bien, como su maestro Laclos, que tratú ndose del deseo
hay siempre una red de deseos. ¿Pero es siempre el otro, y
jamá s el sujeto, el animal que ahulla cuando estä en
juego el deseo?
En el sueñ o el deseo se inscribe, se realiza como una
escritura, como una cadena de relaciones. Si yo quisiera
hoy avanzar un paso con respecto a que dcbe pensarse del
deseo, debería decir ademá s que esta ins- cripció n, que
esta articulació n, que esta elaboració n del deseo en el
sueñ o, no existe ta1 vcz sin su interpre- tació n
psicoanalítica. Abran ustedes cualquier libro de Freud y
verá n pronto có mo esa serie de inscripciones en que
consiste el sueñ o, no aparece. sino a condició n de ser
interpretada. El aná lisis del sueñ o desanda el mismo
camino que el “trabajo d’el sueñ o” había reco- rrido, pero
no podríamos enterarnos de ese rGcorrido sin este nuevo
trabajo de caminar el camino hacia atrá s, hacia el deseo
infantil. ..
La sociedad, enseíiaba Hegel, en un conjunto de deseos
deseá ndose mutuamente como deseos. Pero vol- vamos un
instante a nuestro ejemplo. Al enterarse Juan de que
Pedro anhela tambié n llegar a mantener relaciones con
María, ¿que le puede ocurrir? ¿No podrá ocurrirle que el
anhelo de María por Pedro le intensi- fique su propio
deseo por María? Ahora bien, podrían ocurrirle muchas
otras casos, pero lo que Freud y Lacan vinieron sin duda a
decirnos, es que es esto ú lti- mo, exactamente, lo que no
pal Cde de jat- de ocurt ir. En definitiva: el deseo que en el
sueñ o se articula es de- seo que tiene que ver con el deseo
del otro. El objeto del deseo siempre tiene que ver con el
objeto del deseo del otro. Cuando se trata del deseo hay
siempre “plu- ralidad de personas psíquicas”, para decirlo
con una frasn que Freud usó una vez para referirse a la i
clenti- ricació n histé rica.

88
Tocamos ahora este punto, la relació n del deseo con la
histeria. Relació n intrincada, estrecha, hasta el ex- tremo
que me parece debié ramos decir que sin el cono- cimiento
psicoanalítico de la histeria jamú s podríamos llegar a
entrever qué es lo que es el deseo.
(La histeria? La histé rico en primer lugar es aque- lla
quien no aborda jamú s el objeto de frente, direc- tamente.
Lo busca, a veces infructuosamente, por pro- curació n. De
ahí que Freud haya querido ti tular su ensayo sobre cl caso
clínico conocido por el nombre de Dora (“Fragmento del
aná lisis de un caso de histe- ria”, 1905) de este modo : En
first eria y los stieti os. Es que tal vez existe una analogía
profunda entre el sueiio y la histeria. Antes y má s allá de
cualquier tcoría de la personalidad, psiquiá trica o
psicoterapé utica sobre la histeria (y todas coinciden en
redunda¢ sobre la teatra- lizació n, la seducció n histé rica),
el problema funda- mental de la histé rica es que no puede
determinar el objeto de su deseo. Es por ello que a veces el
psicó logo o el terapeuta sucumbe a la tentació n de
presionar a la histó rica para que “asuma”, como se dice, el
objeto sexual. Las histó ricas, como se ha dicho, pueden re-
sultar insoportables, recalci trantes. Pero en psicoaná -
lisis, y en cambio, no se trata de hacer que el paciente
“asuma” nada. El concepto de “asunció n” (quc evoca
ademías la elevació n al cielo de la virgen, a saber, la
promoció n de la denegació n de la castració n) yo diría, no
pertecene a las operaciones incluidas e interesantes para el
psicoaná lisis. La histú rica, en primer lugar, como lo
mostraron Lacan y sus discípulos (confró n- tese los
apasionantes trabajos de Lucien Israel en Alsacia),
merecería un elogio. Y en efecto, i no nos con- duce ella a la
idea de que no hay deseo sin laberintos?
A los datos de la clinica tradicional que insiste en la
teatralizació n histó rica, hay que comenzar agregando esta
verdad de perogrullo : la histeria comienza cuan- do hay
tres. Para jugar con el significante : la histó rica tiene
“pareja”, es decir, que casi siempre es ella má s

89
un matrimonio, o una pareja de amantes, o un hombre y
una mujer. Es lo primero que resalta cuando se lee el
caso clínico de Dora. En efecto —y se lo comprueba a lo
largo y en el desarrollo de la observación de Freud— el
problema de Dora no es sölo con el señor K., y Freud
tarda en comprenderlo, sino I attr hion y sinuiltóii earn erit
e con la mujer de K. Su problems es con la pareja
matrimonial, con ambos simultúneamen- te, y no con un
único objeto, el señor K. únicamente o la señora de K.
únicamente. La historia de este caso y su tratamiento
psicoanalitico tiene seguramerite una cicrta relevancia
en la hìsforia de la doctrina. A Freud no le va bien con
Dora, pero se trata de un fracaso positivo : queda ahi
una enseíïanza. Al comienzo del tratamiento Freud
intenta inducir a Dora para que recojiozca en el señor
K. a1 objeto de su tendencia sexual; y bastante
infructuosamente : es como si la relaciön no marchara.
Al final del tratamiento Freud comienza a pensar de
manera distinta, y le parcce com- probar que más allá de
los interests libidinales de Dora por K existe una clara
tendencia homosexual de Dora por la señora de K. Se lo
comu nica a la pa- ciente, quien recibe la interpref ación
bastante fria- mente. Dora abandona el tratamiento. Lo
que ocurria
—y es Lacan quien nos guta en el enigma— es que ct
interés de Dora residía en la relación de los per- sonajes
de la pareja y no en los personajes. La libi- do de la
histérica atravicsa la relaeiön del hombre y la mujer, y
sölo se interesa en cada uno de ellos dcs- de la
perspectiva del interćs del otro. El interćs de Dora por
K. no es otro sino el resultado de la ideritiIi- cación de
Dora con la señora de K. El deseo de Dora por K es el
deseo de la señora de K por su esposo. Lo mismo con lo
que Freud interpretó como tendencia ho- mosexual de
Dora, el interćs por la seíiora de K no es sino que Dora se
hace a nunciar por K ese objeto del deseo.
Durante la famosa escena del Iago, el señor K, que
90
no dejaba de cortejar infructuosamente a Dora, le dice a
Dora que ella, Dora, era todo para ü l. Y para ratifi- carle la
confesió n le agrcga que en cambio su propia mujer “no
era nada” para é l. La reacció n de Dora es sorprenden fe :
premia con una bofetada, que surge con la espontaneidad
y la rapidez de un latigazo, la cortesía y la declaració n del
amante. ¿Se comprende cl sentido y cl origen de la
bofetada? Se diría que no es la mano de Dora quien la
propina, sino a través de esa mano la estructura
inconsciente cn que la histcrica está aprc- sada. La
bofetada es un mensaje : “i Qué fui e‹:les hr pode i signi/icnr
jrni’a mi, yn qcie i odo lo que inc in I et e- saha eii f i et n e/ iti tet-és de
tti esposa por l i. Pei’o ca- stialili ent e, In condición de ese
int erés es qtie l ii nui jet‘
|tiera nl go pat o ti?” En resumen : si el hombre signi-
fica algo para la histó rica es porque Este se sitú a en cl
circuito def interes de la otra mujer. Pero la condi- ció n de
ese circuito, es que la otra mujer sea deseada por el
hombre.
Es interesante: el acceso al objeto del deseo es
otorgado por un tercero. El obj cto es el objeto dcl
deseo del tercero. Con respecto a este tc•no r existe un
artículo de Freud que evoca el caso de ciertos sujetos
masculinos que ú nicamente pueden sos tener el deseo
se.xua! por mujeres cuando é stas se hayan yn com pro-
metidas con otro sujeto mascul ino, marido, amante, lo
que fuera. Se trata del articulo “ !S o úre sin ti po cxpecial de
elecció n de objeto en el hombre" ( 1910). Freud se- riala
que la intenció n de ta les suj etos no es ot ra gale,
sobre cl mode lo de la host ilidad edipica al pacl i c, oca-
sionar un pe rjuicio al ter cer hombre en cucs t ió n. E jem-
plo inte resan te, pum s to que tal “pei’jtlicio clel tercero”
seíiala algo que se sit(la cl a ranaen te en la l inca de
nucstrias r»rl».ciones. Tales tipos de suj ctos rnascul i- nos,
se lo ad i yin a, pcrnaanccel“ían ind i fei cntes cu una isl a
desicrt a ante un sujeto del sexo optlcstu. Debiü ra- mos
poner ot ro hombi‘c en la isla para quc. algo clcl orden rlel
de.eco por la mu jer comenzara a desierta rxc

91
en cl sujeto en cuestió n. Recuerdo ahora el caso de un
esquizofré nico que pude entrevistar en un hospital de
Buenos AirCs y quien durante añ os só lo se interesaba por
las mujere s que habían tenido algo que ver con un amigo suyo,
y ú nicamente con ese amigo.
Decir entonces que el objeto es una tendencia en
sesgo, oblícua, que no aborda al objeto directamente, es
referirse también a la estructura de la pulsió n, la que, y
por definició n —machacú bamos— no asegura de nada
con respecto al objeto. En este sentido que el tercero
deseante sea quien da el acceso al objeto (Dora desea a K
íinicamente en la medida que K es el objeto del desco de
la señ ora de K —al menos es su creen- cia—), signil ica
que tal oblicuidad del deseo cumple una funció n : ayuda a
la estabilizació n del sujeto de la pulsió n. Pero en verdad,
es como si la estructura fuera de mal en peor. De la
labilidad fiel oí›jeto de la pulsió n lremos pasado a esa
insatisfacció n fundamental que define todo deseo
humano. Pero esa insatisf’acció n es fundamental, hace de
resguardo de la funció n de la falta.
Otro ejemplo freudiano nos ayudaré a comentar lo
mismo, verlo de acuerdo a distintas implicaciones, desdc
distintos puntos de vista, en distintos niveles. Es el
ejemplo de Freud que ustedes podrá n encontrar en el
capitulo IV de Ln ltster pr etacióii de los suetios y que
Lacan ha titulado “la hermosa carnicera”. Lo que estú en
juego en ese texto de no mú s dc dos pá ginas, puede
parecer enredado; pero só lo porque lo que estú en juego
es el deseo de esta histó rica que Freud pone como
ejemplo de esas pacientes que pretenden contra- decir su
t con a. ¿Es que usted dice, Freud, que el sueñ o es una
realizació n de deseos ? Pues bien, yo le contare un sueíio
en el que casualmente mi deseo se veía in- cumplido. La
mujer había soltado en efecto :

“Ouiero dar una comida, pero no dispongo sino de


un poco de salmó n ahumado. Pienso en salir
92
para comprar lo necesario, pero recuerdo que cs
domingo y que las tiendas están cerraclas. Intento
luego telefonear a algunos ¡Proveedores, y resulta
que el teléfono no funciona. De este modo, tengo
que renunciar al deseo de dar unn comida”.

Freiid le contesta en primer lugar que necesi ta má s datos,


invita de alguna manera a que I• l°acien te aso- cie. Se Jo
verú : ¿ cuú les son en este sueñ o los t razados de la
proctii‘ació ii del objeto? El matrimonio tiene una mtijer
amiga, delgada, una flaca fea, se podría decir exactumente
cl tipo contrario de mujer que agrada al marido, este
carnicero para quien ella, mujer digamos de carnes
siificierites, es el tipo ideal. Pero para comen- zar tienen
ustecles ya el triá ngulo : la histó rica, c1 hom- bre (en este
caso su propio marido) y la tercera. El primer aná lisis de
Freud muestra a la paciente que el sentido de su sueñ o
seguía la direcció n de sus celos. No dar la comida era la
manera de asegurarsc de que su amiga no engordasc, para
no correr el peligro de que le gustasc a su marido.
Pero la interpretació n que Freud hace de este sue- ñ o
—qtie les recomiendo quc lean ustedes mctÍculosa-
mente, mú s de una vez— se man tiene cu má s cie un nivel
de an.alisis. Como si cl sucno fuera no solamente
una escritura, sino la superposicion de mú s de una escri
tura (leer al respecto cl bl cve trabajo t raducido
al espaiiol con e1 tí tulo de “ E l blocl. maravil foso ”).
Pei’o aun, en el relato de la paciente aparece algo digno
de llamar la atenció n. B rorneando la pacicnte le decía
siempre a su marido que a ella l c gust a m ucla í- simo el
caviar; pero le hace al mismo tiempo la salve- dad, de que
por favor, no le compre caviar. Esto para un marido que
hubiera satisfecho inmediatamente cua I- quiera de sus
caprichos. “ Ohsei vo aKlein‹ís —cscribc
Freud— qthe rrii pacient e se ve ohli gOdO a Ct“C G I“SC £{i la viffn iiti
deseo irisat is fecllo” (Obi as cornplet £lS, I, 330).

93
Pero la paciente recuerda ademú s una anécdota re-
ferida a su propio marido, que si no queda suficiente-
mente analizada en el texto, Freud no ha dejado en
cambio de indicar. El marido le había contado a la
mujer que en cl cafe un pintor había querido retra- tarle,
que Ie había dicho que jamá s había conocido cabeza má s
expresiva. Pero el marido había contestado que
seguramente un trozo de trasero de mujer le ha- bría de
resultar má s agradable de pintar que toda su cabeza.
¿Pero cual es la conexió n? La histé rica, que de al-
guna manera sin saberlo sabe que el deseo no se define
por la satisfacció n (sobre todo é sta, que pretendía que el
marido le dejase un deseo, el caviar, sin satisfacer),
¿quü podía escuchar en In anécdota del pintor
sino
que también su marido, y de alguna manera, saÓ ía
tambien él sin saberlo con que estofa está hecho el
deseo? Se ve entonces por que desvío surgen los celos
hacia su magra y fea amiga: ella debería ocupar algú n
lugar en el deseo de su marido, puesto que por cl tipo no
era )a que podía satisfacerle. Y aun, y mú s allá de los
celos (el final del breve texto de Freud cs apasio- nante)
la hermosa carnicera se identifica a la amiga: “Pai a
octipar el ltigar que aquella ociipai ía en la es t rma he ani
mai ido”. Pero es suficiente. Lo que este en juego en este
ejemplo difícil es la relació n de la tendencia sexual al
Saber. Propiamente hablando, la histérica poco sabe del
objeto de su tendencia. ¿Qué es ser una mujer? ¿Si la
hermosa carnicera se identifica a la ami- ga, ella que
sabe que de alguna manera su marido sabe qué es el
deseo (algo que no lienc que ver con el objet“o saílsf
actorio), no es sino porque es la otra mujer la que debe
saber? ¿One? Bien, que es una mujer, lo que ella no sabe.
De ahí la radical seducció n de la “hermo- sa” en cuestió n
por su magra amiga.. . Pero ustedes en- contrará n un
comentario de este ejemplo en las pá gi- nas 142-148 de
mi hit rod ficción a la lect tira de Jacqtier

94
Lacaii (en la edició n Corregidos, 1974). Asimismo pue-
den referirse ustedes a los lugares de la obra de Lacan a
las que mi texto remite. Finalmente, insisto, se debe leer
con cuidado y mú s de una vez el hermoso texto
freudiano de la hermosa carnicera...

95’
V

De acuerdo at orden de los temas que -figuran en el


programa ' debería ahora hablar sobre psicoaná lisis y
medicine, o mejor sobre el Saber mé dico y el Saber en el
interior del .discui so psicoanalítico. ß’o abundaré muclio
en el terna, ¿pero no es má s o menos obvio, como Ś eñ ala
Lacan, que tratú ndose del deseo los poe- tan est/an mejor
preparados que aqucl que fue formado en las disciplinas
mčdices ? Pero prefiero soslayar eI punto y promover
simultá ncamente un argumento de autoridad. Consulten
ustcdcs algo de lo que el mismo Ft end pensaba sobre este
punto :
”Sobre la enseñ anza del psicoaná lisis en la Univer-
sidad ( 1919) (Obras Completes, Tomo III, 1968, pú gi- na
994).
“El psicoaná lisis sil›ics ii’ ” (1910) (Obras Comple- ta,s, I,
1948, p. 315).
“Psicoaná lisis y psiquiatría “, en Inti odticción
al
Psicoandlisis ( 1916-1917) (Obras Completas, I, p. 183).
”Los sueñ os” (1901) (Obras Completes, I, p. 231).
”Aná lisis profano” (1926) (Obras Completas, II, pá-
gina 750).
Tambié n pueden ustedes consultar la intervcnciò n dc
Jacques Lacan en la mesa redonda organizada por el
Colegio de Mcdicina en la Salpê triè re el 16 de fehre-

1. Ver pr òlogo.

97
ro de 1966, publicada con mimeó grafo bajo título de
“Psychanalyse et Medecine”.
Para no soslayar complctamente la cuestió n dire- mos
que hay un Saber medico, el que se aplica, es ob- vio, a los
objetos de sii campo, mientras que en psi- coaná lisis es el
lugar mismo del Saber de lo que se trata. En el sujeto
llamado “paciente” está en juego una relació n del goce, el
deseo y la pulsió n, con los ob- jetos de su Saber. Sería un
mal medico quien ignorara la evolució n y el tratamiento
de ciertos males determi- nados; pero sería un p‹isimo
psicoanalista quicn pre- tendiera Saber sobre esos objetos
de los cuales el pa- ciente pretende ya Saber (en el sentido
de la funció n), mientras que le son enigmü ticos.
Pero podría abordarse este punto por un lado má s
sencillo. En la medida que se trata del deseo y del goce, lo
que en el campo de la teoria psicoanalítica cstá en juego
es el cuerpo del sujeto. Pero este cuei po, hecho de
superficies y bordes, poco tiene que ver con el cuer- po
orgá nico y anató mico del que se ocupa la medicina. Se
podría decir que en un caso el Saber reú ne al medi- co con
sus objetos, mientras que en cl otro el psicoa- nalista debe
evitar que el objeto no se le adhiera al Sabcr. Podríamos
llamar cuerpo eró geno a ese cuerpo que puede gozar
ignorando que goza o que puede lograr el goce como
certidumbre sin dejar de ignorar la gé- nesis y la
estructura de esa certidumbre y de csc goce. Cuerpo
eró gcno : selectivo, hecho de bordes. El psi- coaná lisis nos
dice al respecto que cse cuerpo es el resultado de un
leatuliil g (para decirlo con una pala- bra que carece de
alcance en psicoaná lisis): en tanto cuerpo eró gcno se
originó en el contacto con el cuerpo de la madre.
Hablar de Complejo de Edipo en la teoría psicoa- nalí
tica significa entonces referirse a las relaciones má s
tempranas del niñ o con el objeto primordial, la ma- dre,
al valor “sexophoro” de los primeros ciudadanos
maternales, La teoria de Freud mostró en primer lugar

98
la fuerza de una primera seducció n inevitable, la ejer- cida
por la madre. Frcud llamó desarrollo de la libido a las
consecuencias de la historia de esa relació n de amor del
niñ o y la madrc. Pero aun —y he aqui la ver- dadera
origina lidad de la doctrina— Frcud señ alaría el aspecto
gravemente conflictual que inaugura ese de- sarrollo.
La teoría del desarrollo de la libido, la teoria de las
”etapas “ (oral, anal, elc.) es la historia de la sexuaIiza-
ció n del cuerpo en un mal lugar (est ú bien ciecir lo así). Si
cl cuerpo se erogeniza es porque extrae cn primer
té rmino su sexualidad de su contacto con el cuerpo de la
madre : lo hace entonces en un mal lugar (el ú nico posible
por lo demá s), ya que casualmente ahí en la primera inf
ancia aprende los duros y cl aros esbozos de lo que ser5 su
capacidad sexual con aquellos que, y de manera puntual,
esa se.cualidad le es tará prohibida. La idea Íreudiana del
desarrollo libidinal es una pe- culiar teoría del
aprendizaje, que nada tiene que ver con ningú n
conductismo, puesto que la teoría contiene en sí misma
los conceptos capaces clc explicar las “fijacio- nes “, las
detenciones del dcsari’ol lo, las “regresiones ”. Pero
pcculiari dad fundamental ademias de este apren- dizaje :
con quienes se aprende es con quienes no podrá lo
aprendido ser utilizado. El lugar cdípico de las rela- ciones
dcl stijcto inf antil con sus padres es el sitio donde
incidirii ese impedimento de hecho que se llanta
prohibició n del incesto.
La prohib.icion dcl inces to, constitu tiva de toda so-
ciedad humana (a nivel de sus normas o sus leyes, se sabe,
no hay sociedad permisiva al respecto) es causa
estructuran te del cuerpo cró gcno, a saber, de un con-
flicto de base que se cons truyc sobre el filo de una t
rasgresiú n, la que define ese tipo especial de aprendi- zaje
por donde el cuet po se insiste de sexualidad.
En su dcsarrollo, en su crecimiento, el sujeto debe- rá
elaborar ese conflicto fundamental, ese nudo que no se
desata, y que en el mismo sentido no puede ser del

99
todo superado. Tratá ndose del desarrollo del sujeto
—de los hitos que constituyeron su erogcnizació n como
cuerpo y como sujeto—, toda "superació n" podría ser
peligrosa : si el sujeto ha de ser un ser sexuado lo
aprendido én el conflicto del acceso aI se.xo con su pro-
hibició n deberá ser conservado. Al revcs, el sujeto de-
berá desprenderse del lugar del aprendizaje, a saber, de lu
madre, deberá perder ese cuerpo de referencia primero :
hay ahí un cot‘te necesario. Pero se ve quc el nacimiento
en sí mismo, la separació n del ú tero ma- terno, poco tiene
que ver con tal corte. El nacimiento puede en el discurso
teó rico simbolizar el corte, pero no lo representa. Ese
corte, que aísla al sujeto de lo aprendido, pero no en cl
vientre de la madre sino en el cuerpo tambié n erogenizado
de la madre, toca, por decirlo así, los fundamentos de la
estructura del suje- to : si la prohibició n del incesto no
incidiera sobre tus datos del aprendizaje sexual, si no
"mascara" al cue:’pu eró geno del sujeto, podría ocurrir
hasta la ruina com- pleta de su historia de ser sexuado.
Pero dados los da- tos dc partida de ese aspecto conflictual
constitutivo, Freud dirú que la neurosis es la cosa mejor
repartida del mundo. Anticipemos desde ya el riombrc con
que en la teoría se ha bautizado dicho corte : es la castra-
ció n. Llamaremos en adelante "castració n simbó lica" a la
funció n positiva del corte.
Cuando Freud refiere casos de impotencia en el
hombre muestra có mo resultan de estu incrustació n de la
prohibició n del incesto en el aprendizaje de lu sexua- lidad
en el cuerpo tambié n eró geno de la madre. Algo no ha
sido elaborado en el conflicto original y el com-
portamiento sexual masculino se torna improbable. Freud
seíiala tambié n hasta que punto tambié n la im- potencia
en el hombre csta mejor repartida de lo que generalmente
se cree, y que al menos alguna o en al- gunas, por pocas,
oportunidades, todo hombre ha sido impotente. Es que la
líbido en el sujeto masculino dcbe atravesar una
compuerta quc repentinamente puede no

100
abrirse. El hombre debe darse sus objetos sexuales so-
bre el modelo del objeto primordial, la madre, pero para
eso deLe poder transgredir lo que encuentre del modeio
en la mujer. Hay hombres en que se ve claro hasta qué
punto eligcri a la mujer sobre cl modelo de la madre,
pero la clínica descubrc que cuando han de- bido
aborúarla sexualmente sc han visto fisicamente
paralizados.
En esta perspectiva el Complejo de Edipo no es mús
que esa encrucijada, una especie de nudo borroiuiano
donde la prohibición es condición de )a erogenización y
el sexo algo así como la repetición de la trasgresión
realizada ya cn el punto de par lida.

Resumen de A. Berenstein. Coiricidió el piinlo de pai t


ina coti el punto de llegcicln ele nycr, la cuest ióii del c/iis/f
y stis consecuencias, por decit así, la int portan- cin teót
ica y pt-ácticci del cliist e. El cliist e n pai ece como iiiodcfo
de las fortnacioiies II el incoricielt/e, cl siiil onia, el stieiio,
el la pstis, el olvido, el acto fallido.
Pero niin, y desde el yiiti l o de visl n del cnnl po de la ft
áctica psicoaiialít ica, ef chisle es el iitodefo mismo de la
palciht‘a eti la ftiil ción del análisis. Se nfit rnó qife este
iiiodelo —fÍ CÕf7t;OO O IR Sitiinción psicoatialíticn— poco
tema gile ver con los iii oílelos cotii unicncioilales o indo
rtllacionnles, donde est d en jitego nun t cfnctõit
unidit’eccionaI, d igamos, ito rmal, eiit t e el eiliisor del
sensei Je y sir rece ptor.
Masot Ia se re fii ió al siteRo y su estt‘eclia
i‘elacióii
coli el sigtli ficatlle para ei›ocnr In |ót inuln de Fi‘eud se-
grite la cunl el siieRo cs nua real izacióii de deseos. Se recot
dó la rclacióii entt-e el deseo en el stietú o y quc el eueRo |
uticioria conto giini diam del dormit , se toiiió el e Jew plo
de los siieRos iti full iles y los stietios de priva- ción. Pet-o
est os cílt itllos puedeii indticir o piiiioiies eqiii- vocndas,
la idea de ryu e el deseo se Ele fine por la clat n det et
miilnción de sir oh jet o. Y ann, lei idea tamh réu

101
eqtiivocada de qtie el ob jeto del deseo es alcati zado eti la
pantalla aliicinada del stieRo. Lo que no se obtíeti e eis la
reatidad se lo consigue en lo imaginario afiiciria- do del
sueno. Nada inds ale jado de la coiicepcióti [reit- diana del
deseo. Había eti pr inter lugar que volver a la pulsión: de
la tnisina mtaiiern qt‹e na “da” el ob jet o, el deseo deme ser
dis/iltgi‹ido de la tiecesidnd. Era la pulsión no lta y t
elacíóii dada, iiecesat-ía com el oh jeto, mient i as que etc la
itecesidad el ob jeto está ditt anleii I e determinado. Pai a el
li int hre tio ha y i iás salida que el aliment o. Pero por lo
itiisisi o, los siietños de los ex- Ploi ciclones en el polo no
darínn citeni a de lo qtte se juegn e-ri et corazóil del deseo.
¿Pr t o cómo entender que el snetoo es una i ealizacióri
ble deseos? Las t‘es piiest as Jtiei oti: Alec it qtie en el ete- rno
el deseo se realizn es decit- qtie Nit el siieR o el daseo se nt t
icula. Ar iiciilación Significa, por lo denthis, Clu- boi ación.
Otie el deseo se elaboi a etc el stieRo signi|icci qtie Nit el
pi‘ocgso onii ico se lta int roduCido el l ienepo. Pero no el t
tempO tOl »ez mm y hi eve del soRar, sino ef t ieisl po
sttpitgsto por el I raha jo del sneil o. El deseo se da t iene po
eis el sueno, lo cucil viene ti conI rar tar la ci eencia de qtie el
oh jet o, en lvi olticiiinciÓll ONU!-iCQ, SE eiit rega de iiuned rat o.
Pero el t iene po eri ctiest ió n (ptiii- i o di(ícil) pai ece ser
cort-elnt ivo a la int et-pi el ación psi- coanalíi ica del stteRo.
En mil seti I ido no liu y t t aha jo omi ico siii ese t raba jo de
desci fi e lleizado a cnho en In sit iiricióii psicoannlíl iCct y en
la t raras fei encia.
En sti segiitida confet-eilcia Mnsotta apartir ó unci di-
Jei‘encia con t especto all lti gat fiel Sahet etc el clisctirso
médico y eri el discni so psiconi1alí.tico. El sciher tnédico
—si no de hecha, el ilícitos de derecho— sus l ent o y
de-
tent a coiiociiitieiif o sobthe el ciiet-po anal óinico y oi-gá- ii
ico. En el disctit‘so psicoanalítico cainhía el oh jeto, y of
ruísiilo í ienepo se port e eii telvi de jti icio la i elacióil del
SaVer n ese ob)eio. El oh)eto del psicoaiiális is es un
sujsio aprosado en sii cuerpo gt ógeno.
La et‘ogeriizacióii clel cti gt po t teme preliis lot‘ia, ot-i-

102
gen, desart ollo e liistoi‘ia. Los primer os cuidados qtiu el
amor de la madre e)erce sohra el ctiet po chef tritio sc sriiíait
en el origeii y en el /itrtdaiiicitro clel ctierpo cotiio ser
sexiiado. Pero ese oi‘igeii es el comienzo de rin coi- oficio
qtie de al gtiii tilodo per maiiecet á ii i-estrello, coti-
|licto que al iriisiiio t terri po exige resolución. Hay ahí
tan iitido. El ctiei po se erogetiizrt est ttii mal fiignr. Apren- de
todo lo que tiene o t end rá que ver’ ccii In se.xtuilidad etc el
ltigat de sus comamos con el cHerpo laiiibién ero- genizado
de la tnadre. Esa relación com la iiiadt‘e, pot dotlcle llabt á
sexo, es tana relación pro{itridnrneri ie pro- hibida. Aqmí la
pt-oliibición del iticgsf o, qtie cs le y an- tropológica ahsolut
a ya qtie no exist en sociedndes dori- de de al gtina manera
la iit«/er fiel endogt ti po no está pt oliibida, es el fiignr
dotlde la le y social se tuk et rial i za y se tor na Eros.
Pero en la iitedidn est que la prohibición 1el inces l o es
esti tictut ante del cttet-po erógeri o, surge la cuest ióil del
corte. El stt jeto deberá i ectiperar lo positivo de aquella
relación para darse itit dest ino de ser sexiia- do. Pet o ese
movimietlto de t et encíóii de lo aprendido debe ser
sínuilláneo ble cm act o de des pr eiicliti iiento. El e jemplo
ne la itil potencia en f/ lioiii hr e implica lo cizn- roso, arduo
ble ese cot te. La madre es sosi eiiidn en la fantasía pai a
aptuNalar el acceso a la miiÍer. Pe ro cuando el sit jeto
uuiscitlino se apr esí a a ese ncceso ur- ge el Jatstasns a de In
maclt-e y el itices to cont o prohib i- ción. El sii jeto qtieda
paralizado. Ottiere élecir que la historia del su jeto como
ser sextiado t iene pt oJtinéIa- inent e que ver con esta Le y
tuiiversal. Pot- el desvio dc la Le y social nos vemos
conducidos a la detei niitiante qtie para la teoría
psicoanalí t ica está en el Jtmílaiileii i o: el Cont ple)o de Edi
yo.

Pregunta. MaSDtta etitieilde —creo eilteiléler— qtie


nunca lta y referencia a cosas, que sólo lla y si gui Jicaii i e y
falta de ob jeto. Pet o eitioltces yo yt-eguntaría por la
relación del discurso psicqaii alítico con la the pt esión

103
y los tnecanismos represi»os de que la sociednél hace uso.
Me rg{erín Rl decir "cosns" n los oh)et os social es.
¿Por qiré raión liahreiiios d• Rre[et‘ ii la misión laca-
ritalin óe Frgtir/, en cniii bio, por e jeiti plo, del disctl i so de
ñ eic/i, o de los iiifeTZ los ifiodei‘itos cte vinci ilnt el
psicooiiálisis con el itinrxisiiio?

Otra persona. Si coitio r.isrgd dice ef psicoatiálisis poco


tiene que vet- con la id en cle astinl ir Coscis, COIT lH idea de
astm1sión, ¿cónso se poneti en )uego, son afi n- lados, eTi lu
ctira p5icoailalít ica, los efectos de le t e pre- sión?

Con respecto a té rminos corno asunsió n, asumir, diré


que tienen que ver má s con teorías o disciplinas de la
conciencia. Sugieren la idea de hacerse cargo de algo por
medio de la voluntad conciente. Por lo mismo, la idea de
"asumir" pone en juego ciertas postulaciones cticas. Las
pone en juego de entrada. Las operaciones de la prá ctica
psicoanalítica tambié n está n entrelaza- das,
comprometidas con la é tica. Pero no la ponen en juego de
entrada, en el sentido que no es la conciencia lo qtie va a
estar en juego, sino cl inconsciente. El pos- tulado é tico
primero donde se funda la é tica en psicoa- ná lisis es una
invocació n al ” fiiteit decir”. Pero decir bien, aquí, no
significa sino zafar las palabras del peso de la conciencia :
es lo que se llama libre asociació n.
Volvamos a la historia de la evolució n en Freud de la
construcció n de la teoría. Se podría decir que al co-
mienzo Freud creyó que la cura consistiría en hacer pasar
lo inconciente a lo consciente. Freud descubre que en el
pasado exis tia un acontecimiento entcrrado, cargado
libidinalmente, preñ ado de culpa; a saber, un contenido
sexual separado de su verbalizació n. Recor- dar, entonces,
era abreaccionar, una catarsis por me- dio de las
palabras. Una represeMació n que pertenecía al
inconsciente era ligada a la palabra correspondiente,

104
y el efccto de cura no dcbería hacerse esperar. Pero
ocurrió que tal idea de la cura no funcionaba demasia- do
bi•n. No bastaba con ”asumir” mediante la vcrbal i- xació n
el acontecimiento del pasado. No era scguro que el
tratamiento consistiría en hacer pasar lo inconscien- te a
lo conciente. O lo que es lo mismo : pescar cn las aguas del
inconsciente era algo má s que llegar a cono- cer los peces
que habitaban un elemento turbio.
Hay una frase de Freud de cuya interpretació n de-
pende la idea que uno se puede hacer del psicoan5 lis is,
sobre la cual Lacan vuelve una y otra vez en su ense-
ñ anza y sus escritos. Es la famosa: ”Wo es ivnr, soll ic/t
wei-de ni”, cuya traducció n literal, groscramente ha-
blando, sería : “donde eso fue debe el Yo llegar a ser“ Se
interpretó entonces que para Freud se trataba sim-
plemente dc substituir el Ello (lo prototipico del in-
consciente, una zona, para csta interpretació n, ble dc-
sorden piilsional.. .) por el Yo, a saDer, por este princi- cio
de orden, por esta zon-a “ libre de conflictos” (para usar la
frase de Hart mann, Kris et al ia). El yo debe devenir yo
consciente para substituir los oscuras pa- siones del Ello.
Tal interpretació n podría figurar, sin duda, en el
frontispicio de las ideologías modernas adaptacionistas
má s reaccionarias.
La interpretació n lacaniana es radicalmente dife-
rente. Freud vino a decirnos con la f rase cfue ahi donde el
sujeto estaba escindido (labilidad del objeto ble la
pulsió n, laberintos del deseo, castració n, estructura del
significante), es ahí mismo hacia dor cie es clehet del sujeto
clirigirse; a saber, hacia el reconocimiento de la 3y f1iiu,g, la
escisió n o escisiones constitutivas. Diclio de otra manera .
ahí donde el sujeto era escisió n del Saber y la verdad, es
ahí mismo que el suj cto debe diri- girse, ahí donde la
pulsió n no otor gaba el Saber del ob- jcto. Y aú n de esta
otra manera: que lo que está en juego es la experiencia de
ese desccntramiento del su- jeto con respecto a lo que
cree Saber, es decir, una cierta experiencia del
inconsciente.
Pero cntonces el psicoanálisis se aplica sobre la es-
tructura del su jeto, es decir, sobre el Iugar que el Saber
ocupa en esa estructura, y no opera en cambio (al me-
nos rio únicamente) sobre el contenido inconsciente de
las representaciones. “Ha iii iiei“I o int pacli“e —se escu-
cha decir— y sólo despues de a Ros he podido asi onit‘ esa
muerte”. Sí, tal vez pudo haberla asumido mucho, a esa
muerte, la que casualmente no tiene poco que ver con
ese Sabcr del que hablamos; pero habrá siempre que
averiguar si esa muerte ha pasado renlmente por ciertas
fases, di fáciles de definir, pero que tienen que ver con la
cas tración, fases a travüs de las cuales habría sido
posible (probable) una determinada, indi- vidual ísima,
experiencia del inconsciente. Una “viven- cia" de eso: de
que no se quiere Saber nafin que el Saber es control
patógeno de la estructura de la J?ul- sión, de lo
indomable del deseo. No se trata entonces de “asumir",
se trata de operaciones de resguardo de la falta.

Pregunta. Esta expet‘iencia de la que tisted liahla, la


de la escisióti del sti jeto y det Sab et , (est d i‘elacio- tiada,
por asi decir lo, coti ta elahoi aciótl?

Eso, que en la vida de todos los dias los terapeutas


llaman “elaboración", puede no tener que ver con la
actitud del paciente frente a la inter-pretación. Se dice
que un paciente "elabora" porque a cepta las interpre-
taciones, porque la relación analítica se tornn menos
tormcntosa de lo que habia sido al comienzo, y porque
el paciente "cambia": ahora ha decidido casarse, por
ejemplo. Hay que tener cuidado con esta manera de
pensar. La elaboración de la situación analítica puede no
tener que ver con la interpretación. Se puede anali- zar,
y un análisis puede así funcionar bastante bicn, in-
terpretando bastante poco. En el límite se podría acep-
tar la idea de que es posible analizar sin interpretar.

106
Eri cl aná lisis el silencio deI analista cobTa una dimen-
sió n difícil de minimizar.

Pregunta. Si el ob¡eto de la relación edípica es dado


por pr ocnracioti y no ctirccfniitgitfe, si el nino de- sea a la
tnadre eri tanto y en cuanto la itiadre es el ob jeto del
deseo del padTÉ, ¿Sft qf‹Á COnsistiría la es- t rticl nra
edipica en un nnio que vivió O Ciert COI1 5u madre o hieti
con su padre, pero con exclusión del ot t o,- con un ratito,
pot e)etnpto, que rio ftn conocido al padt’e y l amás vivió
con él?

Fercibo en su pregunta un realismo bien ingenuo. En


efecto, el modelo del que he hablado no está hecho ni
sirve sino para tratar de entender los casos de su
ejemplo. Tenemos por ejemplo al niñ o Leonardo da
Vinci, hijo de un notario y de una campesina. Después de
nacido, el padre abandona a la madre, y Leonardo crece
junto a su madre. Cuando a los cinco añ os Leo- nardo
vuelve a reencontrar a su padre, ya está todo decidido,
dice Freud; a saber, el motivo fundamental de su elecció n
de objeto homosexual.

Otrn persona. Debe ust ed coltíes/dr atcn sobt e FreiiLl,


Reich, Lacan...

E n efecto , a ello iba. Pero es difícil aclarar muy rá-


pidamente la pregunta, puesto que evoca muchas co- sas. i
distinguié ramos distintos niveles, diferentes pa- rametros
problemá ticos, haríamos mejor que contestar en cambio
sin má s a una preocupació n que pone todo en juego al
mismo tiempo, sociedad, política y psicoa- ná lisis. Estú
por una parte el problema de las distintas tendencias
psicoanalíticas, y la política só lo ínstitucio- na1, que cada
uno lleva a cabo en reJació n o contra las otras. Cierta
lucha, por ejemplo, má s o menos sorda de

107
las instituciones que pertenecen a la Internacional con- tra
los laca.nianos. Está el problema de que cada teoría se
define en relació n a las instituciones sociales. El
problema de la incidencia del psicoaná lisis como inst i-
l u c i ó i e n las distintas instituciones sociales, la escue- la,
los hospitales, y aun, hasta las c(arce1es. Está en juego el
problema que planteaba Reich, el de la rela- ció n del
psicoaná lisis con la ” represió n” social de la sexualidad, su
incidencia en las instituciones que la sociedad crea para
ordenar y controlar la sexuali dad. Con respecto a Reich
habría que decir en primer lu- gar, y desgraciadamente,
que cuando afirma la nece- sidad de una poli tica sexual y
se separa de Freud, só lo lo hace a condició n de negar
ciertos fundamentos bá - sicos ne la teoría freudiana, y de
equix ocar otros. Se sabe : teó ricamente hablando, Reich
estaba profi• nda- mente equivocado, y con los afios su
teoría derivaría en un energeticismo delirante ajeno por
completo al freudismo. Su libro sobre el orgasmo es
interesante, pero muestra hasta qué punto Reich
confundía libido con gcnitalidad. Toda su teoría había
derivado del con- ccpto freudiano de “neurosis actuales”,
con el que Freud, al comienzo del desarrollo de su
pensamiento, subsumió los males de la neurastenia, los
dolores de la hipocondría. Freud encontró que estas
sintomatologías por momentos difusos o frondosas,
te*..*ii que ver di- rectamente con causas sexuales reales,
actuales: la mas- turbació n, el coito intcrruptus. Pero
jam/as dejó de dis- tinguir entre esas neurosis “actuales” y
lo que llamó psicotleti i-osis, cuya etiología rcmitía en
primer Iugar al Jaasudo, y en segundo )ugar obligada a
refinar los conceptos teó ricos, particularmente los de
pulsió n, J í- tido, y tambié n, los que definen los accidentcs
de l a situació n psicoanalítica:
resistencia, transferencia. Reich creyó que la verdad,
lo ú til, o lo que fuera, só lo se sitú a en la primera mitad de
la teoría, en la causa- ció nreal, por mal funcionamiento
genital, de la enfer- medad y de las perturbaciones
neuró ticas. De ahí sur-

108
ge la idea de que hay que trabajar en el interior de los
dispensarios sociales, luchar en contra de la hipocresía
sexual para producir efectos positivos, salubres, a nivel
de la masa y de la clase social- La amputación que hace de
Freud lo conduce por sí mism a a la psicohigiene social. La
teoría freudiana completa no conducía nece­ sariam ente
al mismo lugar. Reich veía una conexión de necesidad
entre la m oral sexual social y la lucha de clases, y tal vez
no se equivocaba. A Freud le intere­ saba más desentrañar
qué era ese "sexual’' de lo cual, tanto los hipócritas, como
quienes como Reich lucha­ ban contra la hipocresía,
pretendía saberlo todo. Más tarde Reich dem ostraría en
efecto que no entendía mu­ cho de la cuestión. Pero al
revés, ¿no se habría podido, con una teoría menos
equivocada, intentar abordar ese mismo campo social, el
de una práctica social real, ese campo donde a pesar de su
buena voluntad Reich mis­ mo habría de fracasar? La
cuestión es complicada, y si se tratara —a la m anera de
ciertos historiadores, que siempre juzgan mal el pasado,
y añoran siempre el hecho probable de que la historia
podría haber ocurri­ do de otro modo— de volver a pensar
la conyuntura europea de los años treinta, uno se vería
conducido a revisar las posiciones políticas de los
partidos comu­ nistas, la ideología y los cambios de esa
ideología, mu­ chas veces nada progresista, con respecto a
la sexuali­ dad. Me refiero a los grupos marxistas. Como se
ve, la coyuntura estaba plagada de equívocos; se trataba
de una verdadera encrucijada donde la buena voluntad se
entretejía a la ignorancia, donde las armas de la crítica
con que se pretendía luchar contra la hipocresía no había
pasado ella misma por la crítica, donde el poder real
ejercido por los grupos incidía contra los grupos mismos
que entendían, como Reich y otros, denunciar las miserias
sociales de la sexualidad a la que entendían resultado y
mom ento de la lucha de clases. De cual­ quier manera, el
problem a abierto por Reich aún lo está, abierto quiero
decir, y sus detractores no son
aquellos, como creen algunos, que promueven la in-
vestigació n teó rica y la prá ctica psicoanalítica en sí
misma. Lacan no se ocupa de Reich, pero la investiga-
ció n abierta por Lacan rio obtura el problema abierto
por Reich. ¿No es el mismo Guatari discípulo de La-
can? ¿Conocen ustedes los trabajos de Maud Mannoni
con niíios caracteriales? Ni la teoría ni la prá ctica psí-
coanalítica contradicen la cuestió n abierta por Reich
sobre una psicohigiene sexual no hipó crita y las rela-
ciones de clases.

110
VI

Podríamos definir el Edipo como lugar dondc sc


historiza, en la temprana infancia, una funció n preci- sa :
la necesidad de un ”corte” en la relació n entre ma- dre e
hijo. A saber, una funció n capaz dc dinamizar, de hacer
andar, el conflicto fundamental, evitar las fija- ciones del
sujeto a cse mal lugar donde consti tuye y erogeniza su
cuerpo. Si el complejo de Edipo remite entonces al hecho
de que la prohibició n del incesto est5 inserta en la
erogcnizació n del cuerpo, es porque el sujeto se se de
entrada referido a los polos donde la relació n se
constituye : el padre, la madre. Y eslá bien hablar —decía
Leclairc— de polos y no de perso- najes, para evitar las
imágenes, soslayar esa trampa que consiste en pensar el
padre y la madre en férminos de caracteres o imágenes.
Esos polos son funciones. Po- dríamos dceir : la funció n
madre, la que decíamos, de- termina la his toria del
cuerpo eró geno. Mientras que la funció n padre tendrá
que ver con el efecto del corte, con la pérdida obligatoria
del objeto primordial y sus secuelas.
Si se lee con cuidado los textos freudianos se com-
probará que el padre en cuestió n cn el Edipo no es el
padre real. O que la figura dcl padre, lejos de ser
unívoca, se dobla en el material clínico de los pacien- tes,
y que en el discurso teó rico, se triplifica. ¿No ha- bla
Lacan —cuando interpreta los textos freudianos—
de padre simbó lico, de padrc imaginario y de padre real?
Resulta claro al menos que el padre real no se su-
perpone n la funció n del padre, o bien, que cuando ha-
blamos de funció n de corte no nos referimos ni a las
capacidades ni a las propiedacles de la figui-a deI pedi-e
real. No es fú cil de entender: el padre es su funció n, la que
no depende, por ejemplo, de la representació n o de la
imagen clá sica del padre como personaje viril. I-Iay
razones : nadn mú s irrisorio que un hombre viril. Si
hemos insistido tanto sobre lu labilidad del objeto de Ía
pulsió n era casue.lmente r • • • mostrar que no ha- bía
virilidad posible en el punto de partida. En cu ari to al
punto de llegada, só lo podria haber, por lo misna o,
e.xliibició n de virilidad, parada, pavoneo : nada ru las fe-
menino, en cÍccto, que un hombre que se exhibe verda-
deramcnte viril. O como decía nm paciente mister ica, y
por lo mismo capaz de inteligencia con rcspecto a ciertas
cosas : ”Etc vei clncl yo it o liu eiiconl i aclo la i'ii i- liFlGFl IM bis If
íl e ei1l f‘e 1711 fJú'í“CS ". Se imagina : ylo es sC- gui’o que un padre
viril puecla llenar los requisitos de la funció n del paclre.
Tampoco se trata de la imagen de un padre fuerte o cte
un padre d‹ibil. No es f/aci1: se trata del padre como polo o
lugar capaz de ejercer la funció n de corte, de asegurar una
escisió n, una scparació n. ¿CJuü es lo que en el padre pernii
te reasegurar la prohib ició n clel incesto? ¿ Ouó es lo que, y
simult/ancamente, reasegu- rata al hijo contra los dcsgas
tes del cuerpo eró gcno, ese cucrl»o aprendido en el Ii lo de
una con tradicion y de una trasgresió n?
Para esbozar, si no la respues ta, al menos la di rec- ció n
de una bú squeda, no estaría mal retornar a un te.x to
freudiano bastan te famoso y rio siemprc bien lei- do. Me
refiero a Tot eis y f ndii. La respuesta de Frcud en el texto a
la cuestió n sobre el padre puede resul tar asombrosa, ya
que contesta que lo que ascgura, en el grupo social, Ja
prohibició n del incesto, no es sino cl
padre muerto. La función del padre en Toíen y tabú es- el
padre muerto.
Intentem os un acercamiento al texto. Freud encuen­
tra en prim er lugar una conexión entre totemismo e
incesto. Freud sabe ya de la universalidad de la prohi­
bición del incesto, que no existe sociedad que no incida de
alguna m anera en la relación con la m ujer del endo-
grupo. Conecta esa prohibición con el totem ism o: los
distintos totems dentro del grupo social cumplen la
función de resguardar el incesto, en la medida que el
tótem codifica los m atrim onios prohibidos y los ma-
tromonios perm itidos. Las sociedades llamadas prim i­
tivas rigen m ediante el totemismo —cree Freud— el
orden del parentesco, el sistema de parentesco. Diga­ mos
al pasar que había algo que no era correcto en el
razonamiento, puesto que si es cierto que la prohibi­ ción
del incesto es una ley absolutam ente universal, el
totemism o es un fenómeno etnográfico que no lo es en
absoluto, y cuya definición, por lo demás, tampoco es
clara. Levi-Strauss señala que como concepto antro­
pológico el totemismo es dudoso, y que aun, en la his­ toria
de la antropología, tiende a disolverse si no a de­ saparecer.
(Levi-Strauss, Le Totémisme aujonrd'Juii).
Pero hay errores fecundos y la historia de.las cien­ cias
está plagada de ellos. Por lo demás, el objetivo de la
reflexión.freudíana se ubica más acá de la veracidad de
Jos datos antropológicos. El problem a freudiano per­
tenece al orden del discurso, se podría decir, y no al orden
de los datos. Freud parte de la conexión entre totemism o e
incesto para preguntarse inmediatamente por su sentido.
¿Por qué el tótem, y las reglas que res­ guardan al animal y
rigen la,conducta hacia él, a saber, las prohibiciones que
pesan sobre el tótem estarían relacionadas con la
prohibición fundamental, el inces­ to? En el capítulo IV
del libro define su posición. Pero a nosotros nos im porta
señalar de Ja explicación freu- diana ciertas
particularidades del discurso o de los dis­ cursos en que
dicha explicación se sostiene. Pertenece
a una rara especie esa demostració n que se encuentra en
el capitulo IV, por la cual la prohibició n del inces- to es
idéntica a la muerte del padre; la cuestió n y su solució n
pertenecen al orden del discurso : no se puede hablar ni
del incesto ni del padre —Freud nos vendría a decir— ’si
se permanece en un discurso de un solo nivel, o bien, en
un tipo ú nico de discurso. De ahí la dificultad cuando se
trata de “hablar” de la funció n del padre. La cuestió n de
la funció n del padre pertenece a un orden donde es
necesario articular y superponer má s de un discurso.
Freud parte en su “demostració n” de un libro de
W. Robertson Smith sobre la religió n de los semitas,
donde el autor expone la opinió n de que una “comida
loté mica” formaba parte de los rituales que consti- tuían
el totemismo. Para mostrar su tesis se apoyaba en un
ú nico dato, una descripció n que provenía del siglo V. Por
medio de un conjunto de deducciones, y también de
inducciones, Freud genera un conjunto de hipó tesis. Tal
comida, que reunía a los miembros del clan, se originaba
en rituales primitivos de sncriíicios de Jtnimales a los que
se agregaba su comida. La comi- da en comú n estrechaba
el lazo de los miembros del clan, al mismo tiempo que el
parentesco del clan con el animal. Por lo demá s, se mata
primero al animal, luego se lo llora, y aun, el acto de su
decoració n se constituye en fiesta. Todo el ritual, como
su culmina- ció n en la fiesta, representa un pasaje desde
el tiempo profano a un tiempo sagrado, comunitario : lo
prohibi- do al individuo, la decoració n del animal toté mico, está
permitido a la reunió n del individuo en el grupo.
¿Pero quién es, a quién representa, el animal que está
en juego en el ritual? Ese animal muerto y llorado,
contesta Freud, no puede ser otro sino el padre.
Pero lo interesante, es la manera en que Freud
llega
a esta conclusió n. Lo hace comparando los datos de las
hipó tesis deductivas de Robertson Smith con sus
propios datos teó ricos. La observació n de las fobias
i 14
infantiles, dice, nos ha enseñ ado que el animal temido
simboliza al padre. Quiero decir: Freud opera —si se me
permite expresarme asi— superponiendo discursos que
pertenecen a niveles distintos. De los datos por lo demás
construidos por el antropó logo pasa, y no sin cierta
audacia, a los datos y conceptos que pertenecen a su
propio campo : de la fiesta a la fobia. Y simultá -
neamente, a la inversa : la actitud ambivalente del niñ o
con respecto al padre se extenderia, dice Freud, al ani-
mal totémico. Pero aú n Freud no cede en el método, y
sugiere que para probar lo acertado de la conexió n es
preciso apoyarla en la ”hipó tesis” damviniana del es-
tado primitivo (”la orda salvaje”) de la .sociedad hu-
mana. “Confrontatldo nuest ra concepcióri psicoatlalít i-
ca del totein con el hecho de la comida totóiiiica y con la
hipót esis darwiniana del estado permit ivo de la so-
ciedad manana, se tios revela la posibilidad de llegar a
una nte jor inteligencia de estos problemas y entreve- mos
titia ltipótesis if tie pttede pai‘ecer |antást ica, pero que
presenta la venta ja de reducir a titia utiídad risos-
pecliada series de Jenótnetios hasta ahora inconexas“
(Obras Completas, II, p. 496). Las hipó tesis aqiií depen-
den, se lo ve, no tanto del aspecto fantá stico de los su-
puestos, sino de una suerte de bricolage de Jos dis-
cursos.
Pero sigamo’s el razonamiento. En el comienzo la
sociedad estaba constituida por una orda salvaje domi-
nada por el padre, el ú nico que tenia acceso a las mu-
jeres del grupo. La dominació n de este macho pode- roso
despierta el odio de los hermanos, quienes se conjurar
para matar al padre y apoderarse de las mu- jeres a cuyo
goce só lo é l tiene acceso. Pero consumado el acto, ¿qué
es lo que ocurre? Lo que ocurre en pri- mer lugar es un
nuevo corte en el discurso: el lengua- je mítico
darwiniano es abandonado ahora en favor de la
observació n etnográ fica, En efecto, consumado el crimen
del padre, cuyo mó vil es el apoderamiento de las
mujeres del grupo, no se ve muy bien por qué
—reflexiona Freud— las mujeres del cndogrupo estú n
prohibidas para los hombres del mismo grupo : a sa- ber,
que aun las sociedades má s at ras das, esas socie- dades
australianas sobre las que Freud reflexiona en la primera
pá gina de rol ent y Tnhii, no dejan de ob- servar la ley de la
prohibició n. El concctor, ahora, es decir Jas razones que
permitirá n dar cuenta de ese pa- saje, de esa
transformació n donde el resultado no coin- cide con el
mó vil, lo logrado con lo esperado, no es otro que la culpa.
Una vez muerto el padre, satisfechos los sentimientos hos
files y el odio, surge cl amor. El resultado de esta
ambivalencia n pos feo iori es el senti- miento de culpa. He
ahí el conector, señ ala Freud, que da cuenta de la
transformaciñ n por donde el asesinato del padre por los
hermanos, que debia haber condu- cido a la apropiació n
por los hombres de las mujeres del grupo, culmina en lo
contrario : los hombres se prohíben el acceso a ellas. La
culpa se alimenta de obediencia al padre despues de la
muerte del padre. Surge entonces un verdadero concepto,
para nuestro gusto, capaz de dar cuenta de la
universalidad’ de la ley, de la prohibició n del incesto; es la
“o hediencia re- trospect iva” (Obras Completas, II, pp. 496
7).
Raro relato, dirú n algunos. Contestaría que nada tiene
de extraído y que en cambio remite a una ló gica difícil. La
muerte del padre reascgura, via obediencia retrospectiva,
la norma social por antonomasia, la ba- rrera que impidc
el acceso del individuo a la mujer del grupo. Se podría
tambié n decir que lo quc posibi- lita y ascgura, segü n la
ló gica del discurso, la expulsió n del individuo del grupo
hacia afuera, la prohibició n de las mujeres del endogrupo,
y por lo mismo, abre al su- jeto la puerta obligada, en
materia de goce sexual, ha- cia otros grupos sociales, no es
sino esa referencia a ese padre muerto asesinado (ausente
porque muerto), el que só lo aparcce —no hay por qué
o l v i d a r l o en el seno del discurso mítico.
No es el relato, ni la ló gica que lo atraviesa, quien

116
es extrañ o, sino cl hecho enigmú tico de que se ha echa- do
mano de distintos tipos, de diferentes niveles, de
discursos : el discurso de las inducciones antropoló - gicas,
el discurso de lz s comprobaciones teorico-pr/ac- tiças del
psicoaná lisis, el discu rso de la observació n etnográ fica.
Una verdadera superposició n de discur- sos, la que no
carece en camb io de articulació n : el b3- sico, la
“obediencia retospectiva”, sellar la pertenencia del
conjunto al campo del psicoaná lisis. Lo que puede
escandalizar, o mejor dicho, lo que dcbei’ín esconda- lizar,
no es tanto la referencia fnntíastica, la niú erte del padre en
el tiempo mítico dc la orda, sino la utiliza- ció n, la mezcla
aun, de dis tintos tipos de discursos. Se diría, el discurso
freudiano no se iiiair/ieiic. O bien, só lo se sostiene a
condició n de saltar alegremente los escalones, de pasnr
sin aviso y sin transició n de nivel a nivel.
Alegre liviandad de la demostració n que deja sos-
pechar la existencia de algú n principio ditirú mbico,
nietzschiano en la obra de Freud. Sea, pero a condició n de
no olvidar que Nietzsche hablaba mú s vale dc la vida,
mientras que Freud utiliza el discurso para ha- blar
sobre el discurso. Pero seamos sencillos. Tot em y miü es
un texto de primcra 1 ínea puesto que nos in- forma de
esta buena ntieva, dificil sin duda de asimi- lar: quc no se
puede “hablar” sobre la funció n del pa- drc
mantenié ndose en un solo nivel del discurso, o bien que
dicha funció n remi te a un campo cuya consis- tencia
permanece a distancia de los objetos que en la vida de
todos los días nos parccen meramente reales, sean estos
representaciones o imá genes.
¿Có mo es posible que un acto fantastico, el asesina- to
del padre, conduzca al entronizamierito de la prolii-
biciñ in del incesto como lcy? Este tipo de pregunta nos
introduceri al tema al que pretendo introducir a mi
audiencia : el psicoaná lisis. La cuestió n aquí es un pro-
blema de discursos. Pero obsérvese al menos quc en la
demostració n freudiana hay por lo menos dos tiem-

117
pos, dos momentos distintos, dos tiempos en la suce-
sió n. La idea de una “obediencia retrospectiva” evoca
esos dos momentos : el tiempo del asesinato, el tiempo de
los efectos. Para que la funció n del padre (el padre
muerto) pueda ejercer la funció n de “corte” (la prohi-
bició n del incesto) es preciso que opere la temporali- dad
propia de la culpa, el efecto n post erioi‘i de la obediencia
retrospectiva.
Refiriendose al Edipo, también Lacan habla de
“tiempos”. Manteniendo cierta distancia del tipo de
hipó tesis y de la ló gica de Tolern y Tahii, pero utili-
zando un tipo de discurso que no oculta los puntos en
comú n con las mostraciones freudianas, Lacan divide al
Edipo —por motivos pedagó gicos en primer lugar— en
tres tiempos.
Primer tietn yo. Es el del idilio del amor de la madre
y el hijo, amor atravesado —bien entendido— por la
contradicció n que roe la erogenizació n del cuerpo del
hijo : idilio en el mal lugar —que me parece que Rous-
seau i g n o r ó donde lo inmediato de la relació n de dos
cuerpos está translda por la prohib ició n. Se entiende que
los accidentes de ese idilio no carecen de impor- tancia
para la clínica, y no ú nicamente en el trata- miento de
niñ os. Ocurre que en la relació n entre la madre y el hijo
se organizan ya en la edad temprana todos esos gestos de
seducció n recíprocos, cuyo con- tenido ilusorio —pero
por ello no menos pató geno— significa cierta trasgresió n
de la prohibició n, momen- to donde importa, se lo
adivina, la neurosis misma de la madre, su capacidad de
emitir mensajes de seduc- ció n, de cuya interpretació n
por el hijo dependerá par- te de su futuro, o mejor, las
determinantes de base de su futuro de ser sexuado (pero
habría que dedicar má s tiempo a esta ú ltima expresió n).
Sobre el horizonte de la prohibició n, horizonte que cs lo
má s cercano, surge entonces o ya estú ahí el esbozo de
figura éapaz de hacer de vehículo de la ley social, de
estructurar el in- terior de las cercanías, reacomodar las
certezas que

118
definen el idilio madre hijo. Esa figura es el padre: pero
la funció n del padre todavía no está ahí.
Segtinílo tietnpo. Emerge aquí el padre como figura
capaz de llevar a cabo la funció n de corte. Es el mo-
mento que Lacan llama del “padre terrible"; doble pro-
hibició n: a la madre, “no integrarú s tu producto"; al hijo
: ”no te acostará s con tu madre”.
Tercer tnonletit o. Reaparece el padre pero bajo for-
ma de padre permisivo, condició n de acceso a la mujer
bajo el modelo de la madre prohibida. El padre se ofrece
como polo de las identificaciones sexuales del hijo, y
simultá neamente, de sus ideales sociales. Esta
estructura introduce como cuestió n el problema de las
identificaciones, que no podríamos abordar aquí. Sin
embargo hay que recordar que el polo de la identifi-
cació n es el polo deseante, de cuyo deseo depende la
determinació n del objeto para el sujeto. identificarse es
entrar (¿histó ricamente?) en la ronda del deseo.
¿Cuá l es entonces el valor de la identificació n en Ía
normativizació n de la sexualidad del hijo?
Pero retornemos al segundo tiempo. ¿Oué hay que
entender por padre terrible? Nos vemos remitidos asi
desde un lenguaje aceptable al ht icolage de Totefn ’y
Tabti. Aquí sc habla deI asesinato mítico del padre, allá
de la capacidad de espanto del hijo. No es fá cil "hablar"
sobre el padre, se lo ve, sobre todo cuando lo que está en
juego es aquella referencia del Eros a la palabra. En el
límite, el padre es aquél —dice Lacan— quien podría
pronunciar esta frase impronunciable : ”Yo soy el que
soy”. Pero se sabe que el padre, o como se quiera, que la
funció n del padre no es Dios. La reli- gió n, para Freud, y
má s allá de toda discusió n al res- pecto, cs neurosis
obsesiva. ¿Có mo pronunciar tamañ a frase sin hacer el
ridículo? (Có mo es posible que un padre real se
sostenga en tal encrucijada? Al conflicto de base que
sellaba la erogenizació n del cuerpo, se su- ma el
conflicto que corroe el lugar mismo de aqué l que debiera
asegurar ese corte por donde el hijo dinamice

J19
las ilusiones de su relación a! objeto primordial. ¿Sc
entiende de dónde viene esa tentación siempre reali-
zada, a nivel de las costumbres sociales, por donde la F
igura del padre queda identificada sin mias a la figu- ra
de la autoridad? En definitiva —y ojalá comiencen a
poder oír de qué se habla en cse lugar al que preten- do
ilatroducirlos— : pulsión sin objeto determinado, rleseo
que se alimenta de sii insatisfacción, erogeniza- ción del
cuerpo en un mal lugar, f allas de la función (el padre)
que debe reasegurar al hijo de viR destino, de una
historia por venir. Hay una frase de La can que cierra su
Télévisioii (Paris, senil, 1974) que resume, sin duda
económicamente, tal desarrollo : ”De lo que pet - dii ru de
péi dida ptit-a a lo que no n puest a inás qire cl el padre u lo
pcoi “

ltesumen de A. Berenstein. £n la fí//irnri con fei en- cin


Mnsotta tios int i-oütice ble lleno cto ln teiiiát ica del cont
ple jo de Edit po, la ¡traición ble la Le y. Ciet ter o peUn- ción
cons I il tit iria t‘et1iii e a la Le y que nsegut“a el coi l e de tus
relncioiles de la madt e con el lii jo, permite que el sii)eI o
pneela i enet im dcstino sexucil.
En la ust ruct nt a Edi pica no se t rat a ble iiiirígei2eS,
sino de |tincioiies: la /tiiicióri de lvi nt adt e, rjtie t iene qi‹e
ver‘ con la pt ii ter a erogeiiización úlel cue rpo,- la
|uncióti clel paclt e, rjire asegut n el fin de la i emoción con el
ob)eto pt-iillorélicil, la rin d i e. El pndi f en ctiesl ión no sc
coii|iiiide con el paéli‘e t cal, 11a y qthe su pe rar una t e- mái
ica de imá genes¡ el podei , el padi e conto anlori- dad, cl
padre vit il —t od a pr esent cición »ii il del hornbt e es
siCTr¡prg t iélícula—; la cuest ión élel per di e ido sc ve- stirme
etc las iiilágeties dcf yndi“e ‘fitet“I e o del paclre éléb il. ’ Se
lsace re/erenciri ent oiices a Totem y Tabú, l raba jo qtie
girn alt ededor de la fiitición élel perdi c y lvi prolsibición élel
incesto. Fi eud dii ñ qii e el Tolem es et padt‘e y evocar á la
pt’oliibición, dent tro élel sist ema t o- féI??ÍCO, dg t7tfif6tt‘ OÍ
OtlÍt7tflÍ 101C111 iCO. Pet‘O 8lt El l iCl11 pO
120
sagrado de la. fiesta, tietiipo sacrameritól de saci i(icias y
alboroto, los fitdividnos del clan nlatati al totetn y lo
devoraR. El discurso |retictiatio ac!epta de plaiio la
expticnción ni í t ica. Las liernlailos de la ti ibii asesiia- t oir
el padre para apoderarse de las tnii)eres que sólo aqtiél
gozaba. A nir ef sociológico se observa en c itnbio que tio
existe sociedad que Gto prohíba el acceso a las tnti jeres del
etidogrupo. La“ nlitbirnieiicia de las sonI i- iitentos hacin
el padre, más la ctil pa que t escrita de esa arnhivaleticia,
conducen n la “ob edieticia rett ospeck i- va”. Se buscaba
la apropiacióil de las nui/ eres del gru- po, se coiiclu ye en
unn barrera que ilitpide el accesa a ella•. El padre eílí pico
es el padt e mtierto. Ni i‘eal ii i itnaginario, el padre aparece
—ase minado— etc el inte- rior del discurso nütico. El i
elato freiidinno, |it1nI- mente, evoca la aparicióti de una
temporalidad aprüs- coup: los lii jos obedecen pero
desptids de perpet tiado el hecho, rest rospectivametite.
Lacatl habla tatiibién de t ient pos. MaSat tn Tefiere la
descripcióii lacaniaiia de los tres tietn pas IIel Edi po
(Setninario sobre “Las fortiiacioiies del incoiiscieiit e” ). El
primer tiempo renüte a las reducciones y a la rela-
cióiiltisoria de la tnadre y el lii Jo. Lugar de la er-oge-
nizucidn del ctierpo, nuierde en él ya la prohibicióti del
iticesto. Sobre el liorizotite ble ln relacióii idílica, eroge-
tiizante, aguarda el padre, qtie snrgiró corno pt‘oliibiéIor gu
e.1 se¡f¡unda tiempo. Montento del padre ter rihle cuya
ftincióii es asegtirar el corte. Eti el tercer tiempo el pa- die
se tortia pertnisivo: es el polo de las ideti i i ficncio- nes
edipicas. Pero la noción de idetHi|icacíón lio es Jácii ni
tainpoco sii /i‹ricióit en el análisis.

Pregunta. Niitgiíii /torrtf›re en el líiiiite podría pro-


nunciar la Jrase “Yo so y ef que so y”.. ¿No es así? ¿Qtié
padre real podrín pronunciar tal frase? Correc ‹•o. Pero
aparece tma - duda. ¿No estamos hablaildo del padre t eal
después de deeir qtie llo se trata del padre real?

t2l
Pregunta extrañ a. Pareciera que está mal formula-
da, pero no es así. Es como si usted se embrollara en el
discurso. Se pone usted a andar por una banda de
Moebius en cuyo piso ve inscrito que no hay padre real,
sigue usted caminando y sin atravesar ningú n borde
comienza usted a leer que hay padre real. Si La- can
estuviera entre nosotros, entiendo que se regoci- jaría. Le
contesto que mostrar que la funció n del padre lidia con
el rjdículo, es lo mismo que decir que no se puede partir
del padre real. Hay algo que aú n no dije, pero que
podría formular ahora: pensar la funció n del padre es
alejar la figura de las realidades para acer- carlo a las
funciones, y a las ausencias. Tenemos un tipo de ausencia
particular, que es la muerte concreta. En tal pendiente
tenemos la hostilidad del niñ o hacia el padre. Ella debe
de tener algo que ver con el dis- curso mítico. La muerte
del padre, fantaseada en la hostilidad, es lo que
encontramos en Totern y tabii. En resumidas cuentas
pareciera que hay una funció n positiva de la ausencia del
padre. Pero esta ausencia, de la que hablo, no tiene que
ver con la ausencia real, cuyo efeefo podría ser bien
pató geno. No es necesario que el padre falte para que
falte —dice Lacan—; del mismo modo no es preciso ’que
no esté presente para que falte. Hay entonces una
funció n eficaz de la falta. Hablando del deseo decíamos
que el de-.so resguarda la falta. El padre debe poder no
”ahogar” al sujeto en los momentos de su constitució n.
En un sentido es una suerte que ,en el límite el lugar del
padre sea insoste- nible.

Pregunta. A partir de la prohibición del incesto, de


donde usted S erte, def ›erí• ROder hablarse de eti|erme-
dad y norttialidad. Pero al tnismo tiernpo el incesto, a
veces, se realiza. El psicoanálisis que tio valoriza la nor-
tnalidad —usted habló entre comillas de ”tiortilali-
dad‘— y que parte de lo patógeno...
Ninguna norma social ha logrado que sus exigencias
se cumplieran en todos los casos. El incesto existe, ha
existido, sigue existiendo. Está bueno recordarlo, a veces
se lo olvida. Pero la existencia del incesto depen- de de la Ley.
El problema es: quien en la familia occi- dental al
menos, debe asegurar el alcance de la Ley, es el padre.
Pero dadas las características de lo dificulto- so de su
lugar, es lo que yo quería acentuar, siempre hay
trasgresió n. Hay trasgresió n a un nivel que no es
exactamente el de las conductas sociales reales, pero
trasgresió n al fin. El psicoaná lisis es difícil, en estas
arenas movedizas debe moverse el analista. La cues- tió n
del padre se dirime —a nivel observació n— entre estos
dos polos: o bien el padre está ausente, y es el caso de tos
trastornos neuró ticos de Leonardo; o bien el padre está
presente, pero tenéis entonces la locura del presidente
Schrober.

Pregunta. ¿Tiene el psicoatiálisis corno función, corno


fiitalidad, la resalucióii de los conflictos?
Habría que contestar que sí. Pero el conflicto bási- co
es que el sujeto no quiere saber que no hay Saber del
obje‹.o, y por otro lado está el deseo. Resolver el
conflicto significaría, por un lado una cierta experien-
cia del inconsciente, por el otro ser capaz de caminar en
la direcció n del deseo...

Pregunta. ¿/2j1 la relacióti atsalítica es el analisla o el


atializado el que rea(¡za la part e acliva ell el des-
cubrimietilo de los cotifliclos?
Los términos "pacientes" o "analisado" debieran ser
abandonados : son pasivizantes... Habría que decir
mejor "analizante" o "analizado". En efecto, sin la par-
ticipació n mã s que activa del "analizante" no hay aná-
lisis posibles. Pero creo que ya es suficiente: merodea-
mos ya cinco horas hoy de trabajo juntos...

123

También podría gustarte