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El lugar actual no formaba parte de la ciudad incaica, por el contrario, se utilizaba como
zona de andenerías de cultivo. En la época de la conquista, el solar perteneció
sucesivamente a Alonso de Toro (secretario de Francisco Pizarro), Tomás Vásquez y
Alonso Quiñones.
Entre 1535 y 1600, se erigió una casona de estilo mixto (hispano-incaico) antes del
colegio, con sistemas constructivos incaicos.
El colegio como tal se fundó en 1619 bajo el mando de los jesuitas, realizándose pocas
modificaciones sobre la casa anterior. El cambio más significativo fue la construcción de
la iglesia entre 1620 y 1635. Durante el terremoto de 1650, el edificio sufrió daños,
como la caída de algunos techos, pero para 1652, ya había sido reparado y el colegio
reanudó sus funciones.
La portada del colegio permaneció casi inalterada desde el último tercio del siglo XVII
hasta 1975. En 1698 se realizaron arreglos en varios retablos de la iglesia,
especialmente en la capilla de Loreto.
En 1970, al crearse el Plan COPESCO, San Bernardo fue elegido como uno de los
monumentos en prioridad para su restauración. En 1972, el edificio es declarado como
monumento mediante R.S. No. 2900-1972-ED, pasando a formar parte del patrimonio
cultural inmueble de la Nación
En 1973, la Municipalidad del Cusco y el INC firmaron un convenio donde el INC se haría
cargo del local por 25 años y podría usarlo gratuitamente a condición de restaurar el
lugar y ocuparlo; pasado ese periodo retornaría al INC. Acuerdo que no fue cumplido
por el INC, pues según una denuncia del mismo año alega que la negligencia de dicha
institución habría ocasionado severas afectaciones estructurales
Las acciones de restauración se llevaron a cabo en el marco del proyecto PER-39, gestionado
entre el INC y la UNESCO, y estuvieron guiadas por la Carta de Venecia. La documentación
utilizada remitió a los inventarios de 1772 y 1779, conservados en el Archivo Histórico del
Cusco, así como a otros documentos, algunos de origen privado, como el archivo fotográfico de
Abraham Guillen.
Es relevante destacar que todas las acciones se llevaron a cabo en reuniones técnicas con la
participación de arquitectos y técnicos restauradores de la UEE. En casos más discutibles, se
contó con la participación de la Comisión Técnica Calificadora de Proyectos, asesora del Instituto
Nacional de Cultura en Lima.
Antes de iniciar las obras, se realizó una excavación arqueológica que determinó los estratos
culturales del subsuelo, la presencia de material cerámico y metálico del período incaico, así
como evidencia de la casona de la época de la conquista, anterior al colegio.
Para mantener coherencia con las estructuras originales y los sistemas constructivos aún
utilizados en Cusco, se eligió el empleo del mismo material, es decir, adobe. En el caso de la
iglesia, se realizó un refuerzo de hormigón armado para proporcionar mayor estabilidad ante el
esfuerzo lateral de un sismo; este refuerzo solo actuaría en caso de un evento de este tipo.
También se utilizaron llaves de madera.
En las partes aún existentes se adoptó el criterio de restauración, mientras que en las partes
desaparecidas se aplicó una reposición total, siguiendo las pautas originales del edificio. En el
caso de las cubiertas, se conservaron las originales de teja mediante el sistema de par y nudillo
y enchaclado con carrizo, técnicas y materiales que aún se emplean en la zona.
Otro criterio empleado fue la diferenciación entre lo antiguo y lo nuevo, por lo que se fecharon
los materiales que, por necesidad estructural, debieron sustituir a los desaparecidos y en muy
mal estado. Dado que la mayoría de la carpintería había desaparecido, la nueva necesaria para
el funcionamiento del local fue diseñada de forma contemporánea, buscando siempre la
integración con el ambiente y las formas originales del edificio. Se colocaron elementos
arquitectónicos contemporáneos en los sitios faltantes, como la escalera, ya que la original
desapareció y no existía evidencia suficiente para determinar su diseño.
En cuanto a las pinturas y encalados, se respetaron las texturas, pero se utilizaron materiales
modernos que, según palabras del INC, garantizan su duración. De igual modo, se preservaron
todos los elementos de madera contra la humedad y el ataque biológico. Se respetaron las
superposiciones de las diferentes épocas, como los arcos de la Sacristía, la escalera y la portada
de ingreso a la iglesia. Respecto a los vanos, abundantemente modificados durante diversas
épocas, se conservaron en su integridad, clausurando solo los no necesarios para la adaptación
funcional y procurando mantener evidencia clara en el cerramiento.
En general, se buscó dejar los datos necesarios a la vista inmediata o bajo los recubrimientos
para que en futuras intervenciones puedan retirarse, cumpliendo así con el criterio de
reversibilidad
En 2011 debido a una denuncia puesta por la Procuraduría municipal de Cusco en contra de la
Dirección Desconcentrada de Cusco, donde se concluyo que el INC había afectado
estructuralmente y faltado al compromiso de mantenimiento del edificio por negligencia
institucional. Se destino la indemnización resultante para obras de refacción del Colegio San
Bernardo.
Durante este recorrido, se ha evidenciado que el colegio San Bernardo, al igual que otros
monumentos de su tipo, ha experimentado cambios en su uso y funciones a lo largo de las
distintas épocas de la historia del país. Este hecho implica que, al abordar su restauración, nos
enfrentamos a una realidad no uniforme desde el punto de vista estilístico, sino a distintos
estratos culturales que han contribuido de manera significativa a la historia del edificio,
convirtiéndolo en un elemento importante y digno de preservación.
A pesar de que el equipo tuvo la precaución de fechar todos los materiales restaurados y
sustituidos, hubiera sido conveniente ofrecer también una diferenciación visual mediante
texturas y reintegraciones cromáticas sutilmente diferenciadas. Esto no solo facilitaría a los
profesionales en patrimonio la identificación de estos elementos, sino también a los visitantes,
quienes a veces pueden tener la percepción equivocada de que el monumento se presenta
exactamente como es. Una diferenciación cromática realizada de manera adecuada no debería
perturbar la experiencia visual del visitante, sino enriquecer su comprensión del valor histórico
del monumento.
Del mismo modo, la experiencia retrata algo que también suele suceder en nuestro país, que es
el abandono o desinterés del edificio una vez restaurado. Es cierto que las restauraciones
arquitectónicas no tienen como fin ser eternas, pero no se puede negar la responsabilidad – o
en este caso irresponsabilidad- que tienen los propietarios o intendentes al generar daños que
podrían evitarse con una buena política de mantenimiento y conservación preventiva.
Asimismo, si bien la restauración de 1975 fue meticulosa, la de 2018 logró continuar el trabajo,
poniendo énfasis en los elementos mobiliarios y decorativos de la casa, necesario ya que la de
Copesco estuvo enfocada en la restauración de los elementos arquitectónicos
De manera similar, la experiencia refleja una realidad común en nuestro país, que es el
abandono o desinterés posterior a la restauración de un edificio. Aunque es cierto que las
restauraciones arquitectónicas no pretenden ser eternas, resulta innegable la responsabilidad,
o en este caso irresponsabilidad, de los propietarios o gestores al permitir daños que podrían
evitarse mediante
una adecuada política de mantenimiento y conservación preventiva. A pesar de la
meticulosidad de la restauración de 1975, la intervención de 2018 logró dar continuidad a este
esfuerzo, destacando la importancia de enfocarse en los elementos mobiliarios y decorativos de
la casa, aspectos que la restauración de Copesco no abordó con la misma profundidad al
centrarse principalmente en los elementos arquitectónicos.