Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Iglesia
La duodécima etapa
La Conquista
Los Orígenes Los Patriarcas El Éxodo El Desierto y los Jueces La Monarquía
Génesis 1-11 Génesis 12-50 Éxodo Números Josué, Jueces 1-2 Samuel
1 Reyes 1-11
Job Levítico Deuteronomio Rut 1-2 Crónicas
Salmos
Cantar
Proverbios
Eclesiastés
La duodécima etapa
El Reino El fin del El Exilio y la La Rebelión El Mesías La Iglesia
Dividido reino de Judá Restauración Macabea
He 10, 3-6: Una tarde, alrededor de las tres, tuvo una visión de la que
no pudo dudar: un ángel de Dios entraba a su habitación y le llamaba:
"¡Cornelio!" Él lo miró frente a frente y se llenó de miedo. Le dijo:
"¿Qué pasa, señor?" El ángel respondió: "Tus oraciones y tus limosnas
han subido hasta Dios y acaban de ser recordadas ante él. Ahora envía
algunos hombres a Jope para que traigan a un tal Simón, llamado
Pedro, que se aloja en la casa de Simón, el curtidor, que está junto al
mar."
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 7-8: Apenas desapareció el ángel que le hablaba,
Cornelio llamó a dos criados y a un soldado piadoso que estaba
a su servicio. Les explicó todo y los envió a Jope.
He 10, 9-13: Al día siguiente, mientras iban de camino, ya cerca
de la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar. Era el mediodía.
Sintió hambre y quiso comer. Mientras le preparaban la comida
tuvo un éxtasis: vio el cielo abierto y algo que descendía del
cielo: era como una tienda de campaña grande, cuyas cuatro
puntas venían a posarse sobre el suelo. Dentro había toda clase
de animales cuadrúpedos, reptiles y aves. Entonces una voz le
habló: "Pedro, levántate, mata y come."
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 14-16: Pedro contestó: "¡De ninguna manera, Señor! Jamás he
comido nada profano o impuro." Y se le habló por segunda vez: "Lo
que Dios ha purificado no lo llames tú impuro." Esto se repitió por
tres veces. Después aquella cosa grande fue levantada hacia el cielo.
He 10, 17-20: Después de volver en sí, Pedro buscaba en vano el
significado de aquella visión, cuando justamente se presentaron los
hombres enviados por Cornelio. Habían preguntado por la casa de
Simón y ahora estaban a la puerta. Llamaron y preguntaron si se
alojaba allí Simón, llamado Pedro. Como Pedro aún seguía
recapacitando sobre la visión, el Espíritu le dijo: "Abajo están unos
hombres que te buscan. Baja y vete con ellos sin vacilar, pues los he
enviado yo."
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 21-23a: Pedro bajó adonde ellos y les dijo: "Yo soy el que ustedes
buscan. ¿Cuál es el motivo que los trae aquí?" Ellos respondieron: "Nos
envía el capitán Cornelio. Es un hombre recto, de los "que temen a Dios",
y lo aprecian todos los judíos. Ha recibido de un santo ángel la orden de
hacerte venir a su casa para aprender algo de ti." Entonces Pedro los
invitó a pasar y les dio alojamiento.
He 10, 23b-26: Al día siguiente partió con ellos, y algunos hermanos de
Jope le acompañaron. Al otro día llegaron a Cesarea. Cornelio los estaba
esperando, y había reunido a sus parientes y amigos más íntimos.
Cuando Pedro estaba para entrar, Cornelio le salió al encuentro, se
arrodilló y se inclinó ante él. Pedro lo levantó diciendo: "Levántate, que
también yo soy un ser humano."
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 27-29: Entró conversando con él y, al ver a todas aquellas personas
reunidas, les dijo: "Ustedes saben que no está permitido a un judío juntarse con
ningún extranjero ni entrar en su casa. Pero a mí me ha manifestado Dios que no
hay que llamar profano a ningún hombre ni considerarlo impuro. Por eso he venido
sin dudar apenas me llamaron. Ahora desearía saber por qué me han mandado a
buscar."
He 10, 30-33: Cornelio respondió: "Hace cuatro días, a esta misma hora, estaba yo
orando en mi casa, cuando se presentó delante de mí un hombre con ropas muy
brillantes, que me dijo: "Cornelio, tu oración ha sido escuchada y tus limosnas han
sido recordadas ante Dios. Envía mensajeros a Jope y haz buscar a Simón, llamado
Pedro, que se hospeda en casa del curtidor Simón, junto al mar." Te mandé a
buscar en seguida y tú has tenido la amabilidad de venir. Ahora estamos todos
aquí, en la presencia de Dios, dispuestos a escuchar todo lo que el Señor te ha
ordenado."
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 34-35: Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: "Verdaderamente
reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas. En toda
nación mira con benevolencia al que teme a Dios y practica la justicia.
He 10, 37-39: Ahora bien, Dios ha enviado su Palabra a los israelitas
dándoles un mensaje de paz por medio de Jesús, el Mesías, que también
es el Señor de todos. Ustedes ya saben lo que ha sucedido en todo el país
judío, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan.
Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu Santo y
poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los
oprimidos por el diablo. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en
el país de los judíos y en la misma Jerusalén.
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 39b-43: Al final lo mataron colgándolo de un
madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se
dejara ver, no por todo el pueblo, sino por los testigos
que Dios había escogido de antemano, por nosotros,
que comimos y bebimos con él después de que resucitó
de entre los muertos. Él nos ordenó predicar al pueblo y
dar testimonio de que Dios lo ha constituido Juez de
vivos y muertos. A Él se refieren todos los profetas al
decir que quien cree en él recibe por su Nombre el
perdón de los pecados."
San Padre bautiza a Cornelio
He 10, 44-46: Todavía estaba hablando Pedro, cuando el
Espíritu Santo bajó sobre todos los que escuchaban la
Palabra. Y los creyentes de origen judío, que habían venido
con Pedro, quedaron atónitos: "¡Cómo! ¡Dios regala y derrama
el Espíritu Santo también sobre los que no son judíos!" Y así
era, pues les oían hablar en lenguas y alabar a Dios.
He 10, 47-48: Entonces Pedro dijo: "¿Podemos acaso negarles
el agua y no bautizar a quienes han recibido el Espíritu Santo
como nosotros?" Y mandó bautizarlos en el nombre de
Jesucristo. Luego le pidieron que se quedara algunos días con
ellos.
El Concilio de Jerusalén
He 15, 1-3: Algunas personas venidas de Judea enseñaban
a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el
rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de
esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé
discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que
ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén
para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los
presbíteros. Los que habían sido enviados por la Iglesia
partieron y atravesaron Fenicia y Samaría, contando
detalladamente la conversión de los paganos. Esto causó
una gran alegría a todos los hermanos.
El Concilio de Jerusalén
He 15, 4-6: Cuando llegaron a Jerusalén, fueron bien
recibidos por la Iglesia, por los Apóstoles y los
presbíteros, y relataron todo lo que Dios había hecho
con ellos. Pero se levantaron algunos miembros de la
secta de los fariseos que habían abrazado la fe, y
dijeron que era necesario circuncidar a los paganos
convertidos y obligarlos a observar la Ley de Moisés.
Los Apóstoles y los presbíteros se reunieron para
deliberar sobre este asunto.
El Concilio de Jerusalén
He 15, 7-11: Al cabo de una prolongada discusión, Pedro se
levantó y dijo: «Hermanos, ustedes saben que Dios, desde los
primeros días, me eligió entre todos ustedes para anunciar a
los paganos la Palabra del Evangelio, a fin de que ellos
abracen la fe. Y Dios, que conoce los corazones, dio
testimonio en favor de ellos, enviándoles el Espíritu Santo, lo
mismo que a nosotros. El no hizo ninguna distinción entre
ellos y nosotros, y los purificó por medio de la fe. ¿Por qué
ahora ustedes tientan a Dios, pretendiendo imponer a los
discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros
pudimos soportar? Por el contrario, creemos que tanto ellos
como nosotros somos salvados por la gracia del Señor Jesús».
El Concilio de Jerusalén
He 15, 12-14: Después, toda la asamblea hizo silencio
para oír a Bernabé y a Pablo, que comenzaron a relatar
los signos y prodigios que Dios había realizado entre
los paganos por intermedio de ellos. Cuando dejaron de
hablar, Santiago tomó la palabra, diciendo: «Hermano,
les ruego que me escuchen: Simón les ha expuesto
cómo Dios dispuso desde el principio elegir entre las
naciones paganas, un Pueblo consagrado a su Nombre.
El Concilio de Jerusalén
He 15, 15-21: Con esto concuerdan las palabras de los profetas
que dicen: "Después de esto, yo volveré y levantaré la choza
derruida de David; restauraré sus ruinas y la reconstruiré, para
que el resto de los hombres busque al Señor, lo mismo que todas
las naciones que llevan mi Nombre. Así dice el Señor, que da a
conocer estas cosas desde la eternidad". Por eso considero que
no se debe inquietar a los paganos que se convierten a Dios, sino
que solamente se les debe escribir, pidiéndoles que se abstengan
de lo que está contaminado por los ídolos, de las uniones
ilegales, de la carne de animales muertos sin desangrar y de la
sangre. Desde hace muchísimo tiempo, en efecto, Moisés tiene
en cada ciudad sus predicadores que leen la Ley en la sinagoga
todos los sábados».
El Concilio de Jerusalén
He 15, 22-26: Entonces los Apóstoles, los presbíteros y la Iglesia
entera, decidieron elegir a algunos de ellos y enviarlos a
Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, llamado
Barsabás, y a Silas, hombres eminentes entre los hermanos y les
encomendaron llevar la siguiente carta: «Los Apóstoles y los
presbíteros saludamos fraternalmente a los hermanos de origen
pagano, que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia.
Habiéndonos enterado de que algunos de los nuestros, sin
mandato de nuestra parte, han sembrado entre ustedes la
inquietud y provocado el desconcierto, hemos decidido de común
acuerdo elegir a unos delegados y enviárselos junto con nuestros
queridos Bernabé y Pablo, los cuales han consagrado su vida al
nombre de nuestro Señor Jesucristo.
El Concilio de Jerusalén
He 15, 27-31: Por eso les enviamos a Judas y a Silas,
quienes les transmitirán de viva voz este mismo mensaje.
El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no
imponerles ninguna carga más que las indispensables, a
saber: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos,
de la sangre, de la carne de animales muertos sin
desangrar y de las uniones ilegales. Harán bien en
cumplir todo esto. Adiós». Los delegados, después de ser
despedidos, descendieron a Antioquía donde convocaron
a la asamblea y le entregaron la carta. Esta fue leída y
todos se alegraron por el aliento que les daba.
El Concilio de Jerusalén
Gal 2, 1-4: Al cabo de catorce años, subí nuevamente a
Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo a Tito. Lo hice
en virtud de una revelación divina, y les expuse el
Evangelio que predico entre los paganos, en particular
a los dirigentes para asegurarme que no corría o no
había corrido en vano. Pero ni siquiera Tito, que estaba
conmigo y era de origen pagano, fue obligado a
circuncidarse, a pesar de los falsos hermanos que se
habían infiltrado para coartar la libertad que tenemos
en Cristo Jesús y reducirnos a la esclavitud.
El Concilio de Jerusalén
Gal 2, 5-7: Con todo, ni por un momento les hicimos
concesiones, a fin de salvaguardar para ustedes la
verdad del Evangelio. 6 En cuanto a los dirigentes –no
me interesa lo que hayan sido antes, porque Dios no
hace acepción de personas– no me impusieron nada
más. Al contrario, aceptaron que me había sido
confiado el anuncio del Evangelio a los paganos, así
como fue confiado a Pedro el anuncio a los judíos.
El Concilio de Jerusalén
Gal 2, 8-10: Porque el que constituyó a Pedro Apóstol
de los judíos, me hizo también a mí Apóstol de los
paganos. Por eso, Santiago, Cefas y Juan –considerados
como columnas de la Iglesia– reconociendo el don que
me había sido acordado, nos estrecharon la mano a mí
y a Bernabé, en señal de comunión, para que nosotros
nos encargáramos de los paganos y ellos de los judíos.
Solamente nos recomendaron que nos acordáramos de
los pobres, lo que siempre he tratado de hacer.
San Pablo en Atenas
He 17, 16-18: Mientras los esperaba en Atenas, Pablo
sentía que la indignación se apoderaba de él, al
contemplar la ciudad llena de ídolos. Discutía en la
sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios,
y también lo hacía diariamente en la plaza pública con
los que pasaban por allí. Incluso, algunos filósofos
epicúreos y estoicos dialogaban con él. Algunos
comentaban: «¿Qué estará diciendo este charlatán?», y
otros: «Parece ser un predicador de divinidades
extranjeras», porque Pablo anunciaba a Jesús y la
resurrección.
San Pablo en Atenas
He 17, 19-21: Entonces lo llevaron con ellos al Areópago
y le dijeron: «¿Podríamos saber en qué consiste la
nueva doctrina que tú enseñas? Las cosas que nos
predicas nos parecen extrañas y quisiéramos saber qué
significan». Porque todos los atenienses y los
extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo
que el de transmitir o escuchar la última novedad.
San Pablo en Atenas
He 17, 22-25: Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo:
“Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista,
los más religiosos de todos los hombres. En efecto, mientras
me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes
tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta
inscripción: «Al dios desconocido». Ahora, yo vengo a
anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer. El Dios que
ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en
templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor
del cielo y de la tierra. Tampoco puede ser servido por
manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que
él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.
San Pablo en Atenas
He 17, 26-31: El hizo salir de un solo principio a todo el género humano
para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada
pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios,
aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no
está lejos de cada uno de nosotros. En efecto, en él vivimos, nos
movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de
ustedes: «Nosotros somos también de su raza». Y si nosotros somos de
la raza de Dios, no debemos creer que la divinidad es semejante al oro,
la plata o la piedra, trabajados por el arte y el genio del hombre. Pero
ha llegado el momento en que Dios, pasando por alto el tiempo de la
ignorancia, manda a todos los hombres, en todas partes, que se
arrepientan. Porque él ha establecido un día para juzgar al universo
con justicia, por medio de un Hombre que él ha destinado y acreditado
delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos».
San Pablo en Atenas
He 17, 32-34: Al oír las palabras «resurrección de los
muertos», unos se burlaban y otros decían: «Otro día te
oiremos hablar sobre esto». Así fue cómo Pablo se alejó
de ellos. Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron
la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una
mujer llamada Dámaris y algunos otros.