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4.

El Sacramento de la Eucaristía

Introducción

Comenzamos nuestra reflexión sobre el misterio de la Eucaristía recordando que los


misterios de la fe son revelados por Dios. Sabemos lo que Dios nos reveló y lo que sabemos
es siempre mucho menos que la misma realidad revelada.

El misterio central de la fe cristiana es la Santísima Trinidad (cfr. CEC 234). Sin la


revelación, nunca hubiéramos sabido que Dios, siendo uno solo, es a la vez Padre, Hijo y
Espíritu Santo y que son realmente distintos entre sí, aunque un solo Dios. Lo sabemos
porque Dios se nos reveló a sí mismo; pero sabiendo lo que Dios nos reveló no quiere decir
que conocemos todo lo que Él es. No tenemos el conocimiento que Dios tiene de sí mismo,
por ejemplo. Sabemos algo, y algo cierto, pero nos quedamos muy lejos de la realidad en sí
misma.

El misterio central es la Santísima Trinidad. El segundo misterio, quizás, es la Encarnación.


La segunda persona de la Trinidad se encarnó y se hizo hombre. Jesús es verdadero Dios y
verdadero hombre.

La Eucaristía toca este misterio. Es consecuencia de la Encarnación, no una consecuencia


lógica, sino una consecuencia del plan de Dios que quiso prolongar el misterio de la
Encarnación y su sacrificio a través del sacramento de la Eucaristía. Y así, también, la
Eucaristía es un misterio de la fe.

Por eso, me parece un poco ridículo que una persona se acerque a los misterios de la fe con
la sola razón, con categorías meramente humanas. Tenemos que aceptar la fe revelada,
como Dios quiso revelarla y revelarse, y dentro de este ámbito de fe, buscaremos
entenderlo un poquito. Pero no vamos nunca a agotar todo el misterio, todos sus matices.

Encontramos una enseñanza muy rica sobre la Eucaristía en los documentos del Concilio
Vaticano II. Aquí mencionamos solamente algunas ideas.

Lumen gentium, 11: Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de


toda la vida cristiana, [los fieles] ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí
mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada
comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no
confusamente, sino cada uno de modo distinto.

 La Eucaristía es fuente y cumbre. En ella, recibimos a Cristo, y con él la


salvación. Comenzamos nuestra unión con él que llega a su plenitud en el
cielo.
 Los fieles participan en la Misa, ofreciéndose a Dios Padre por medio de
Cristo. La Eucaristía es a la vez oblación y comunión.

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Sacrosanctum concilium, 10: No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda
su fuerza.… Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia
nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella
santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las
demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.
 Recordamos que podemos ver a los sacramentos como cosas sagradas o
como acciones sagradas. La liturgia es la actividad de la Iglesia, el cuerpo
místico de Cristo, para traer su redención al mundo. Todas las demás
actividades de la Iglesia están ordenadas a la Eucaristía.

Presbyterorum Ordinis, 5: Pero los demás sacramentos, al igual que todos los
ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía
y hacia ella se ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo que,
con su Carne, por el Espíritu Santo vivificada y vivificante, da vida a los hombres
que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos
y todas las cosas creadas juntamente con El.
 La riqueza de la Iglesia no son sus obras de arte, sus edificios: es el
Santísimo.
 Los fieles son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos. La Eucaristía
no es solamente un momento de contacto con Cristo. Es el momento que une
todo lo demás momentos del día, todo lo que hacemos y somos, para poder
ofrecerlo todo a Dios Padre a través de Cristo nuestro Señor.

1. Las prefiguraciones de la Eucaristía

Tenemos dos clases de prefiguraciones: alimento y sacrificio.

a. El maná. Cuando los israelitas pasaron 40 años en el desierto, Dios les dio el maná
como alimento.
 “Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento.” (Ex 16, 15).
 “La casa de Israel llamó «maná» a ese alimento. Era blanco como la semilla de
cilantro y tenía un gusto semejante al de las tortas amasadas con miel.” (Ex 16,
31).

Los israelitas no podían guardarle para después. Tenían que recogerle cada día, confiando
en la providencia de Dios. Únicamente el día antes del sábado podían recoger una porción
doble para salvaguardar el descanso sabatino.

El maná tenía un fin práctico: para sobrevivir en el desierto. Igualmente tenía un fin
espiritual, para enseñarles que necesitaban de Dios. El hombre “no vive solamente de pan,
sino de todo lo que sale de la boca del Señor.” (Dt 8, 3).

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El maná apareció en las mañanas con el rocío. Por eso, un salmista podía decir que Dios
hacía llover el maná. Venía del cielo, por lo tanto, era un pan celestial o el pan de los
ángeles.
 Sal 78, 24-25: hizo llover sobre ellos el maná, les dio como alimento un trigo
celestial; todos comieron en pan de ángeles, les dio comida hasta saciarlos.

b. El pan de los ángeles y Elías

Le tocó al profeta Elías vivir en Israel durante la persecución de la reina Jezabel, esposa del
rey Ajab. Jezabel era una fenicia y trajo con ella su religión. Lanzó una persecución feroz
contra los profetas de Yavé. Este conflicto culminó con la confrontación entre Elías y los
profetas de Baal en el monte Carmelo. Como sabemos, Elías salió victoriosa cuando Dios
hizo caer fuego desde el cielo para consumir su sacrificio. Pero el triunfo no duró mucho.
La reina le mandó a Elías una amenaza de muerte, obligándole a huir de inmediato y a
buscar refugio más allá del desierto de Judá en el santuario del Monte Horeb. En el largo
camino, Elías se desanimó y quiso morir. En ese momento, Dios le envió a su ángel.

1 Re 19, 4-8: Se adentró en el desierto durante todo un día de camino, luego fue a
sentarse bajo un retamo y pidió la muerte: “Basta, dijo. Yavé, toma mi vida, porque
ya no valgo más que mis padres.” Se acostó y se quedó dormido. Un ángel tocó a
Elías y le dijo: “Levántate y come.” Miró y vio que había allí cerca de él una
tortilla cocida sobre piedras y un cántaro de agua. Comió, bebió y se volvió a
acostar. Por segunda vez el ángel de Yavé se le acercó, lo tocó y le dijo: “Levántate
y come, porque el camino es demasiado largo para ti.” Comió y bebió. Confortado
con ese alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al cerro de
Dios, el Horeb.
 Nuestra peregrinación al cielo es demasiado largo. Tenemos que comer el
pan del cielo, nuestro viático.

c. La multiplicación de los panes

Todos los evangelios narran la multiplicación de los panes. En dos ocasiones Jesús alimentó
a la gente con panes y peces. En la primera, cinco panes y dos peces saciaron la necesidad
de cinco mil personas. En la segunda, que sólo la menciona San Mateo, siete panes y unos
pocos pescados fueron suficientes para cuatro mil personas.
 Vemos la misericordia de Jesús, el buen pastor que cuidó a sus ovejas, dándoles
algo de comer.
 Vemos el poder de Jesús que multiplicó unos panes para miles de personas.
 Vemos que Jesús distribuyó su pan por medio de los apóstoles (ministros de Cristo).
 Vemos que todos son saciados, y no hace falta más.
 Con lo que sobró, se llenaron 7 canastos (plenitud) y 12 canastos (para toda la
Iglesia).

San Juan, en su evangelio, narra que la gente después de comer de este pan milagroso
quería apoderarse de Jesús y hacerle rey. Sigue un largo discurso sobre la eucaristía en la
sinagoga de Cafarnaúm. La gente relacionó ese milagro con el maná que sus antepasados

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habían comido en el desierto. Pero, Jesús les explicó que él mismo era el verdadero pan del
cielo que bajó para darles su cuerpo y su sangre como verdadera comida y verdadera
bebida. Muchos de sus discípulos se escandalizaron con estas palabras y dejaron de
seguirle.

Jn 6, 48-51: Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y


murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma
no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá
eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.

Jn 6, 52-58: Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede
darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que
he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma
manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el
que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Sus discípulos dejaron de seguirle, pensando que era loco este hombre. No interpretan sus
palabras simbólicamente; no se trata de una metáfora. Jesús siguió repitiendo la misma
enseñanza, que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Por eso quedó
su pregunta sin respuesta: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne? Por ella,
debemos esperar por la institución de la Eucaristía.

d. Los sacrificios en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento está lleno de sacrificios. Nos presenta una colección de diferentes
tipos, ritos y fiestas. Quizás sentimos la tentación de saltarlos e ir directamente a las
narraciones históricas o al Nuevo Testamento. Ciertamente no estamos acostumbrados a la
sangre y a la muerte como lo estaban nuestros antepasados. Es una cosa sencilla ir al
Supermercado y comprar un bistec. Queremos marinarlo, asarlo y comerlo. Pero no
queremos matar a la vaca. Seguramente esta sería la manera más rápida para quitarnos el
hambre. Pero podemos sacar algunos conceptos clave que nos ayudarán mucho a entender
lo que hizo Jesús cuando instituyó la Eucaristía.

Como primer principio, todo el culto mosaico, todo el sistema de sacrificios, está centrado
en la llamada de Dios: “ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo.”
(Lev 11, 44). Su fin era eso: santificar los Israelitas para llegar a ser un pueblo consagrado a
Dios, un pueblo santo.

Los Tipos de Sacrificio Sangriento:


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1. El holocausto. La palabra holocausto quiere decir “todo quemado” porque todo el
animal se quemaba sobre el altar. Aunque la idea de expiación no se excluía, el
objetivo principal era expresar la completa sumisión a Dios. Ofrecen todo a Dios
sin reserva.
2. Los sacrificios expiatorios. Había dos clases: las ofrendas por el pecado y por la
culpa. La primera, se orientaba hacia la absolución del pecado (expiación). La
segunda se orientaba hacia la restitución del daño cometido (satisfacción).
3. El sacrificio de paz. Había tres clases: el sacrificio de alabanza, el sacrificio en
cumplimiento de un voto y las ofrendas completamente voluntarias. De estos
sacrificios se quemaban solamente algunas partes interiores. El sacerdote recibía
una parte y lo demás era para el que lo ofrecía, quien podía comerlo en un banquete
con su familia y amigos. También, la conclusión del sacrificio del monte Sinaí
cuando Dios estableció con los Israelitas la antigua Alianza, se celebró un banquete
(Cf. Ex 24, 5s).
4. Los sacrificios humanos. Los israelitas consideraban el sacrificio humano como
una profanación del nombre de Yavé (cfr. Lev 20,1s). La prueba de Abraham
terminó con la prohibición de sacrificar a Isaac. Según la ley de Moisés, los
primogénitos de toda criatura eran sacrificados a Yavé, pero expresamente se hizo
una excepción de que los hijos debían ser redimidos y no sacrificados. En su lugar,
se debía sacrificar un animal en substitución.

Los Ritos del Sacrificio Sangriento:


1. Primero se llevaba la víctima al altar situado en el exterior del tabernáculo (del
Templo) (cfr. Ex 29,42; Lev 1,5; 3,1; 4,6).
2. El siguiente paso es la imposición de las manos por la cual, quien sacrificaba,
transfería a la víctima sus intenciones personales de adoración, de acción de gracias,
de petición y, especialmente, de expiación. A la ceremonia de imposición de manos
le precedía, generalmente, la confesión de los pecados (cfr. Lev 16,21; 5,5s; Num
5,6s).

En el día de Yom Kippur (el gran día del perdón), el sumo sacerdote imponían sus manos
sobre el macho cabrío. Lev 16, 21: Aarón impondrá sus dos manos sobre la cabeza del
animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas,
cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del chivo.
Entonces lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello.

3. El tercer acto es matar a la víctima.


4. La verdadera función del sacrificio comenzaba con el cuarto acto, el rociado de la
sangre que, según la ley, sólo lo podían hacer los sacerdotes (cfr. Lev 1, 5; 3, 2; 4,
5; 2 Cron 29, 23). Si un laico rociaba la sangre, el sacrificio era inválido.
5. El quinto y último acto, quemar el sacrificio, se realizaba de diferente manera,
según, si se quemaba la víctima entera (holocausto) o sólo una porción.

e. El cordero pascual
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Obviamente, para nuestra finalidad, lo más importante entre los sacrificios del Antiguo
Testamento es el cordero pascual. Es una figura clara de Jesucristo. No podemos no verlo
así después de escuchar las palabras de Juan: Este es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo (Jn 1, 29).

Como sabemos, se sitúa la pascua en el contexto de la décima plaga y de la liberación de


Israel. Hubo 10 plagas para manifestar el poder de Yavé y convencer al faraón que debía
permitir a los israelitas salir del país y ofrecer sacrificios a su Dios en el desierto. La última
plaga afectaba a todos los primogénitos, tanto los hombres como los animales. Para salvar a
sus hijos, los israelitas tenían que sacrificar un corderito, poner su sangre sobre las puertas
de la casa y comerlo. Era un sacrificio y un banquete, como hemos visto con otros
sacrificios.

Hubo una doble salvación: de la muerte y de la esclavitud. En primer lugar, los


primogénitos no murieron en la plaga gracias a la sangre del cordero. En segunda lugar,
esta plaga convenció al faraón de permitir la salida de los israelitas.

Como consecuencia de su liberación, los primogénitos pertenecían a Dios en una manera


especial. Después, los israelitas tenían que ofrecerlos a Dios. Pero, tenían que redimir a sus
hijos primogénitos con un pago, un rescate. Este es el trasfondo de la presentación de Jesús
al templo. María y José fueron allí con su hijo para cumplir la ley del rescate.

f. La crítica de los sacrificios

La Carta a los Hebreos lanza esta crítica contra los sacrificios del Antiguo Testamento: es
imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados (Heb 10, 4). Según el autor, esta
deficiencia era la causa por lo cual tenían que ofrecer sacrificios sin fin. No habían logrado
la purificación de los pecados, por lo cual era necesario repetirlo continuamente. Lo que
logró el perdón definitivo era el único sacrificio de Jesucristo.

Pero las críticas sobre los sacrificios habían comenzado con los profetas. Los ritos no
significaban nada, no ayudaban nada, sin disposiciones interiores de humildad y
obediencia, y sin la práctica de la caridad hacia el prójimo.

Amós (760-50 a. C.) y Oseas (745-725 a.C.) fueron profetas durante el reinado de
Jeroboam II, durante un momento de prosperidad económica en el reino de Israel. Pero
la prosperidad escondía una gran descomposición social y una degradación religiosa. Amós
condenó la injusticia social y Oseas exhortó al pueblo a dar un culto interior a Yavé,
condenando las formas meramente externas.

Am 5, 21-24: Yo aborrezco, desprecio sus fiestas, y me repugnan sus asambleas.


Cuando ustedes me ofrecen holocaustos, no me complazco en sus ofrendas ni miro
sus sacrificios de terneros cebados. Aleja de mí el bullicio de tus cantos, no quiero
oír el sonido de tus arpas. Que el derecho corra como el agua, y la justicia como un
torrente inagotable.

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Os 6, 4-6: ¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor
de ustedes es como nube matinal, como el rocío de pronto se disipa. Por eso los
hice pedazos por medio de los profetas, los hice morir con las palabras de mi boca,
y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos.

En los salmos encontramos las disposiciones interiores agradables a Dios, lo que Dios quiso
más que los sacrificios de los animales.

Sal 40, 7-9: Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no
pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy. En el libro de la Ley
está escrito lo que tengo que hacer: yo amo. Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en
mi corazón.”

Sal 51, 18-19: Los sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo


aceptas: mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y
humillado.

El profeta Malaquías criticó a los sacerdotes que ofrecían a Dios las sobras, los animales
dañados o enfermos. No ofrecían lo mejor a Dios. Como consecuencia fueron rechazados y
Dios prometió un nuevo sacrificio, un sacrificio pura.

Mal 1, 11: Pero desde la salida del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre
las naciones y en todo lugar se presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y
una ofrenda pura.

g. El siervo de Yavé

Como hemos dicho, Dios no quería sacrificios humanos. Criticaba fuertemente el sacrificio
de los hijos al dios cananeo Moloc. No entregarás a tu hijo, quemándolo según el rito de
Moloc, pues sería deshonrar el nombre de tu Dios (Lev 16, 21)

Pero en el libro de Isaías encontramos un personaje que se llama el Siervo de Yavé. En la


sombra del Antiguo Testamento, es una figura ambigua. ¿Quién es? ¿Una persona concreta
como Jeremías? ¿El pueblo de Israel como tal o el resto de Israel en la diáspora? Ofrece a sí
mismo como sacrificio de expiación. Toma sobre sí los dolores del pueblo. Como el sumo
sacerdote puso sobre el cabrío macho de Yom Kippur los pecados de la nación, “el Señor
hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros.”

Is 53, 4-6: Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras


dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El
fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El
castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos
andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor
hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros.

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Is 53, 10-11: El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en
sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad
del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al
saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí
las faltas de ellos.

2. El sacramento de la Eucaristía

El Concilio de Trento declaró que la Eucaristía es un verdadero y propio sacramento (Dz


844). En ella se cumplen las notas esenciales de los sacramentos de la nueva Alianza:
1. el signo externo, que son el pan y el vino (materia) y las palabras de la
consagración (forma).
2. la gracia invisible, que es Cristo mismo, fuente de la gracia. “El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6,
54). Vemos su efecto sobrenatural: la Eucaristía produce la vida eterna.
3. instituida por Cristo en la Última Cena: “éste es mi Cuerpo… ésta es mi Sangre,
la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los
pecados.” (Mt 26, 26-28).

a. El signo externo de la Eucaristía: Como todos los sacramentos, la Eucaristía nos


comunica la gracia a través de signos visibles. Durante la Última Cena, Jesús tomó el pan y
el vino, y pronunció una bendición sobre ellos, consagrándoles.

La materia del sacramento es el pan de trigo y el vino de uva. Para la validez del
sacramento es necesario:
 que el pan sea exclusivamente de trigo (amasado con harina de trigo y agua
natural y cocido al fuego), de modo que sería materia inválida el pan de cebada, de
arroz, de maíz, etc., o el amasado con aceite, leche, etc. (cfr. CDC 924 § 2);
 que el vino sea de vid (i.e., del líquido que se obtiene exprimiendo uvas maduras,
fermentado); sería materia inválida el vino agriado (vinagre), o cualquier tipo de
vino hecho de otra fruta, o elaborado artificialmente (cfr. CDC 924 § 3).

Para la licitud del sacramento se requiere:


 que el pan sea ázimo (i.e., no fermentado, sin levadura; cfr. CDC 926), hecho
recientemente, de manera que no haya peligro de corrupción (cfr. CDC 924 § 2);
 que al vino se le añadan unas gotas de agua durante la misa (cfr. CDC 924 § 1).

La forma consiste en las palabras de Cristo: Éste es mi Cuerpo. . . Ésta es mi Sangre

El concilio de Trento declaró que, “inmediatamente después de la consagración, es decir,


después de pronunciadas las palabras de la institución, se hallan presentes el verdadero
Cuerpo y la verdadera Sangre del Señor” (Dz 876).

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3. Los efectos de la recepción de la Eucaristía

a) La Eucaristía nos une íntimamente con Cristo, y en cierto sentido, nos


transforma en Él. Como consecuencia lógica, nos une íntimamente con la Santísima
Trinidad y con todos los miembros de su Cuerpo místico.
b) La Eucaristía aumenta la gracia santificante. Todos los sacramentos de vivos
aumentan la gracia santificante. La Eucaristía es capaz de producir un aumento de
gracia mayor que cualquier otro sacramento porque contiene a Jesucristo mismo.
c) La Eucaristía produce una gracia sacramental específica. La gracia sacramental
específica de la Eucaristía se llama: gracia nutritiva, porque se nos da Cristo mismo
como alimento divino que conforta y fortalece en el alma la vida sobrenatural.
d) La Eucaristía aumenta las virtudes teologales, sobre todo la caridad. Nos
aumenta con ellas los demás virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
e) La Eucaristía borra los pecados veniales. También se perdonan los pecados
veniales, alejando del alma la debilidad espiritual. Los pecados veniales, en efecto,
constituyen una enfermedad del alma que se encuentra débil para resistir al pecado
mortal. Nos preserva de los pecados futuros.
f) La Eucaristía es prenda de vida eterna. De acuerdo a las palabras de Cristo en
Cafarnaúm, la Eucaristía constituye un adelanto de la bienaventuranza celestial y de
la futura resurrección del cuerpo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 54).

4. La necesidad de la Eucaristía

Hemos dicho que el único sacramento absolutamente indispensable para salvarse es el


Bautismo. Sin embargo, para un bautizado que ha llegado al uso de razón, la Eucaristía
resulta también un requisito indispensable según las palabras de Jesús: “Les aseguro que si
no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.”
(Jn 6, 53). Y aquí podemos ver la razón por lo cual este sacramento forma parte de la
iniciación cristiana. La Iglesia quiere que todos sus fieles reciban a Cristo temprano en la
vida.

La Iglesia ordena que los fieles deben, al menos una vez al año, recibir la Eucaristía,
durante el tiempo de Pascua, a no ser, por justa causa, se puede cumplir en otro tiempo
(CDC 920). También los fieles tienen obligación de recibir la sagrada comunión a modo de
Viático cuando están en peligro de muerte (CDC 921).

Obviamente, estas normas indican lo mínimo. La Iglesia desea que se reciba al Señor con
frecuencia, incluso diariamente.

5. El ministro de la Eucaristía

“Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento


de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo” (CDC 900, § 1). La validez del
sacramento de la Eucaristía depende, por lo tanto, de la validez de la ordenación sacerdotal.

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El Concilio de Trento condenó la doctrina protestante negando la diferencia esencial entre
el sacerdocio común de todos los fieles y el sacerdocio ministerial (Dz 949, 961). Esta
verdad ha sido recientemente recordada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la
Fe, en una Carta dirigida a los obispos de la Iglesia sobre algunas cuestiones concernientes
al ministro de la Eucaristía, el 6-VIII-1983:

1. Cuando el Concilio Vaticano II enseñó que el sacerdocio ministerial o jerárquico


difiere esencialmente, y no solo de grado, del sacerdocio común de los fieles,
expresó la certeza de fe de que solamente los Obispos y los Presbíteros pueden
celebrar el misterio eucarístico. En efecto, aunque todos los fieles participen del
único e idéntico sacerdocio de Cristo y concurran a la oblación de la Eucaristía,
sin embargo solo el sacerdote ministerial está capacitado, en virtud del sacramento
del Orden, para celebrar el sacrificio eucarístico «in persona Christi» y ofrecerlo
en nombre de todo el pueblo cristiano.

6. El sujeto de la recepción de la Eucaristía

Todos los bautizados son sujetos capaces de recibir válidamente la Eucaristía, incluso los
niños (Concilio de Trento, cfr. Dz 893).

En cuanto a los niños (CDC 913):


1) se requiere que tengan suficiente conocimiento y hayan recibido una preparación
cuidadosa, de manera que entiendan el misterio de Cristo en la medida de su
capacidad, y puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción.
2) Puede, sin embargo, administrarse la santísima Eucaristía a los niños que se hallen
en peligro de muerte, si son capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del alimento
común y de recibir la comunión con reverencia.

Para la recepción lícita o fructífera se requiere: el estado de gracia y la intención recta. Una
intención recta sería buscar la unión con Dios.

El Concilio de Trento condenó la doctrina protestante de que la “fe sola” era preparación
suficiente para recibir la Eucaristía (cfr. Dz 893). Al mismo tiempo ordenó que todo aquel
que quisiere comulgar y se hallare en pecado mortal tiene que confesarse antes, por muy
contrito que le parezca estar. La Iglesia ha exigido siempre el estado de gracia, de modo
“que si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente, no debe acercarse a la
Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la
Penitencia” (CEC 1415).

El pecado venial no es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza del amor
hacia el Señor dolerse hasta de las faltas más pequeñas, para que Él encuentre un corazón
bien dispuesto. Por eso, la misa comienza con un rito de penitencia.

La Iglesia reprobó el rigorismo de los jansenistas que exigían como preparación para recibir
la Sagrada Comunión un intenso amor a Dios (cfr. Dz 1312). San Pío X, en su Decreto
sobre la Comunión, declaró que no se puede impedir la Comunión a todo aquel que se halle

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en estado de gracia y se acerque a la sagrada mesa con piadosa y recta intención (cfr. Dz
1985).

Los frutos de la gracia recibida en la comunión dependen de la disposición interior del


sujeto. Por eso, hay que prepararse bien para recibir la Eucaristía. Las disposiciones
interiores propias son: la humildad, la obediencia y el amor. “El que me ama será fiel a mi
palabra y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.” (Jn 14, 23).

Junto a las disposiciones interiores, están las disposiciones del cuerpo: el ayuno, el modo
de vestir, las posturas, etc., que son signos de respeto y reverencia (cfr. CEC 1387). Quien
va a recibir la Santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida
al menos durante una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de
las medicinas. (CDC 919 § 1).

7. La presencia real de Jesús en la Eucaristía

En la Eucaristía, Cristo está presente tal y como existe en la realidad. Está vivo en el cielo,
con un cuerpo glorificado. Sigue siendo una persona divina con dos naturalezas, verdadero
Dios y verdadero hombre. Así está en el cielo y así está presente en la Eucaristía, pero de
modo sacramental.

Después de la consagración, Cristo entero está presente en el pan y Cristo entero está
presente en el vino. No es solamente su cuerpo glorioso en “el cuerpo de Cristo.” No es
solamente su sangre preciosa en “la sangre de Cristo”. Todo Cristo está presente en los dos
especies. A veces enumeramos las partes para expresar esta totalidad, diciendo que Jesús
está presente en su sangre, cuerpo, alma y divinidad. Su presencia es real, verdadera, y
sustancialmente. Está en todas las formas consagradas y en cada partícula de ellas. Sigue
presente en las formas mientras no se corrompan las especies de pan y de vino.

a. Doctrinas heréticas opuestas a este dogma

Entre las principales herejías contra el dogma de la Presencia real, se encuentran las
siguientes:

 En la antigüedad cristiana, los docetas, gnósticos y maniqueos negaron que Jesús


tuviera un verdadero cuerpo humano. Querían exaltar lo espiritual sobre lo material,
pensando que la materia era el principio del mal. Entonces, afirmaron que Jesús sólo
tuvo un cuerpo aparente, y por eso, negaron la presencia real en la Eucaristía.

 En el siglo XI, Berengario de Tours negó la Presencia real, considerando la


Eucaristía sólo como un símbolo. Cristo glorificado está presente en el cielo, y por
tanto, no pudo hacerse físicamente presente en todas las hostias consagradas en la
tierra. El cuerpo de Cristo está en la Eucaristía sólo de modo espiritual.

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 En el siglo XIV, John Wyclif afirmó que, después de la Consagración, no había
sobre el altar más que pan y vino y, en consecuencia, el fiel al comulgar sólo recibía
a Cristo de manera “espiritual.”

 Los reformadores protestantes, en general, negaron la Presencia real de Cristo en


la Eucaristía, afirmando que la Eucaristía era nada más que un símbolo o que Cristo
tuvo únicamente una presencia espiritual. Lutero propuso la idea de la
consubstanciación. Decía que Cristo estaba en la Eucaristía al mismo tiempo que la
sustancia del vino y del pan. Cristo estaba presente con el pan y el vino sólo cuando
se recibía la Comunión, pero que su presencia no perduraba en las hostias después
de la ceremonia.

b. El testimonio de la Sagrada Escritura

La verdad de la Presencia real y sustancial de Jesús en la Eucaristía fue revelada por Jesús
durante su discurso en Cafarnaúm al día siguiente de haber hecho el milagro de la
multiplicación de los panes.

Jn 6, 51-56: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá
eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos
discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su
carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del
hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi
carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Jn 6, 60-66: Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este
lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». Jesús, sabiendo lo que sus discípulos
murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean
al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne
de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes
eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les
he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese
momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.

Su audiencia en la sinagoga habían interpretado sus palabras literalmente: ¿Cómo este


hombre puede darnos a comer su carne? Cristo no negó su interpretación. Más bien,
siguió repitiéndolo, con palabras más gráficos: si no comen la carne del Hijo del hombre y
no beben su sangre… El que come mi carne y bebe mi sangre… mi carne es la verdadera
comida y mi sangre, la verdadera bebida.

La reacción de “sus discípulos” era fuerte. ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede
escucharlo? Eso es la reacción de los que son sus discípulos. No son fariseos o los

12
saduceos. Son discípulos que, el día anterior, comieron de su pan y quisieron hacerle rey.
Ahora, están tan escandalizados que muchos dejaron de seguirle.
¿Y que era la reacción de Jesús? Dejó que se fueran estos discípulos suyos. No les llamó la
atención. No dijo que habían mal interpretado sus palabras, que era hablaba solamente
simbólicamente, que era una metáfora. No sé como Jesús pudo decir las cosas con más
claridad. Ciertamente su audiencia interpretó sus palabras literalmente.

La promesa de Cafarnaúm, Jesús la cumplió durante la última cena. Tenemos cuatro


versiones de la institución de la Eucaristía.

Mt 26, 26-29: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo


partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de
ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos
para la remisión de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de
este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino
de mi Padre».

Mc 14, 22-25: Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo


partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después
tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo:
«Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les
aseguro que no beberá más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino
nuevo en el Reino de Dios».

Lc 22, 19-20: Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la
Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.

1 Cor 11, 23-25: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo
siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias,
lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo:
«Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban,
háganlo en memora mía».

1 Cor 11, 26-29: Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa,
proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o
beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la
Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y
beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y
bebe su propia condenación.

Tenemos que recordar el contexto cultural de la Última Cena. Jesús y sus discípulos
celebraron la pascua y los judíos siempre comían la carne del cordero pascual como una
parte esencial de su cena. Era un sacrificio y un banquete. No era un símbolo de un
13
sacrificio. Sacrificaron los corderos. No era un símbolo una cena. Comían la carne del
cordero pascual. Era un sacrificio real y un banquete real. No comían el espíritu del
cordero. No celebraban una cena espiritual. Tenían un simbolismo y un sentido
sobrenatural, pero unido a algo material, concreto, de carne y de huesos.

Algo similar sucedió durante la Última Cena. Cristo crucificado es un verdadero sacrificio.
Cristo murió, realmente murió. No era un símbolo de la muerte. No era una muerte
espiritual. Si fuera simplemente un símbolo y Cristo no hubiera muerto realmente en la
cruz, no hubiéramos sido liberados de nuestros pecados. Solamente su sacrificio verdadero
en la cruz da la satisfacción por los pecados. Es un sacrificio real, con una víctima real. La
lógica de la cena pascua y su contexto cultural, requiere que interpretamos las palabras de
Jesús literalmente. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). Sí
Jesús es el cordero pascual, hay que comer su carne.

El problema es cuando encerramos los misterios de la fe en categorías humanas. Dios es


omnipotente. Entonces no es una cuestión de que si puede o no puede Jesús realizar un
milagro y estar presente substancialmente en la Eucaristía.

Cristo tiene un cuerpo glorificado. Vemos en las apariciones después de su resurrección,


que no era el mismo de antes. Su cuerpo no era como nuestro cuerpo, pero tampoco era un
fantasma. Su cuerpo era más libre, más espiritualizado. Podía pasar por las puertas cerradas
y estar en medio de los apóstoles sin problema. Podía estar con los discípulos de Emaús y
desaparecer, para después aparecer entre los discípulos en Jerusalén. Su cuerpo glorioso no
es como nuestro cuerpo. Por ejemplo: Si quiero llegar al colegio, tengo que caminar o irme
en coche. Si estoy en el colegio no puedo estar a la vez en mi oficina. Son límites
materiales que experimentamos cada día. Pero, ¿por qué Cristo tiene estas limitaciones con
su cuerpo glorificado? ¿Por qué no puede estar en más de un lugar al mismo tiempo? Eso
es una limitación nuestra, de la categoría humana, de nuestras experiencias. Pero, Jesús no
está sujeto a nuestras limitaciones.

c. La transubstanciación

El concepto de la transubstanciación es un esfuerzo para explicar como Jesús llega estar


presente realmente en la Eucaristía después de la consagración.

La transubstanciación significa la conversión de la sustancia del pan (o del vino) en la


sustancia de Cristo, dejando los accidentes iguales. Es un cambio de sustancia, sin tocar los
accidentes, las apariencias. Lo que parece como pan, después de la consagración no es pan.
Lo que parece como vino, no es vino. Es Cristo y solamente Cristo, con los accidentes de
pan y de vino.

Sustancia y accidentes son principios metafísicos. La sustancia significa lo que existe en y


por sí mismo y que sirve como fundamento de los accidentes. La palabra sustancia viene de
la palabra latín sub-stare = estar debajo. Es decir, el sujeto que está bajo las apariencias y
que sirve como fundamento de ellas.

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Los accidentes existen en una sustancia. No tienen una existencia aparte. El color rojo no
existe como tal. Pero vemos paredes rojas y rosas rojas. Los accidentes son las múltiples
perfecciones inherentes a un sujeto; modificaciones secundarias que no implican un cambio
sustancial (color, tamaño, lugar, posición, acción, etc.).

Transubstanciación (trans-substare) expresa perfectamente lo que ocurre durante la


consagración del pan y del vino. Es un cambio de la sustancia, quedando solamente las
apariencias, los accidentes lo mismo que antes.

La transubstanciación ocurre cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la forma (“este


es mi Cuerpo”; “este es el cáliz de mi Sangre”) sobre la materia, el pan y el vino.
Habiéndolas pronunciado, no existen ya ni la sustancia del pan, ni la sustancia del vino.
Sólo existen sus accidentes o apariencias exteriores, pero estos accidentes ahora existen en
la sustancia de Cristo.

La sangre de Cristo huele como vino. Eso es una apariencia, un accidente. Su sabor es
como vino. Pero, no es vino. Tiene los accidentes de vino, pero no es vino. Es Cristo.

Precisando más el concepto de transubstanciación, podemos afirmar que:


 en la Eucaristía no hay aniquilamiento de la sustancia del pan (o del vino) porque
ésta no se destruye, sólo cambia;
 no hay creación del Cuerpo de Cristo. Crear es sacar algo de la nada y aquí la
sustancia del pan cambia por la sustancia del Cuerpo-Cristo, y la del vino, por la de
la Sangre-Cristo;
 no hay conducción del Cuerpo de Cristo del cielo a la tierra. En el cielo permanece
el único Cuerpo glorificado de Jesucristo. En la Eucaristía está su Cuerpo
sacramentalmente presente;
 Cristo no sufre ninguna mutación en la Eucaristía; toda la mutación se produce en el
pan y en el vino;
 lo que se realiza, en la Eucaristía, es la conversión de toda la sustancia del pan y del
vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

d. El modo como Cristo está realmente presente

Jesús está presente de diferentes maneras:


 El Señor está presente en medio de los fieles, cuando éstos se reúnen en su nombre:
Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt
18, 20).
 Está presente en la predicación de la palabra de Dios. Cuando se lee en la Iglesia la
Sagrada Escritura, es Él quien habla (SC 7).
 Está presente en los sacramentos, ya que son acciones de Cristo.

Sin embargo, la presencia de Jesucristo en la Eucaristía es de otro orden; el orden


sacramental que es real y sustancial. Esta presencia de Jesucristo en la Eucaristía se

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denomina “real” para diferenciar la doctrina católica de las herejías que niegan la presencia
de Jesús en la Eucaristía.

Esto no quiere decir que las demás presencias de Cristo (en la oración, en la Palabra de
Dios, en los otros sacramentos) no son reales. En la Eucaristía, Cristo está presente
sustancialmente. Está presente todo, entero y sustancialmente en cada parte de la Eucaristía.
Cuando dividimos las formas consagradas, Cristo no está dividido. Sigue igualmente
presente (todo y entero) en las dos partes de la forma.

Esto fue definido como verdad de fe en el Concilio de Trento: “Si alguno negare. . . que
bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies se contiene Cristo entero, sea
anatema” (Dz 885).

Jesucristo no se encuentra presente en la Hostia al modo de los cuerpos que ocupan un


espacio (la mano en un lugar y la cabeza en otro), sino al modo de la sustancia que está toda
entera en cada parte del lugar (la sustancia del agua se encuentra tanto en una gota como en
el océano; la sustancia del pan esta tanto en una migaja como en un pan entero, etc.).

e. Cristo está todo entero bajo cada especie

No está únicamente el Cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, ni únicamente su Sangre
bajo los accidentes del vino, sino que en cada uno se encuentra Cristo entero. Donde está el
Cuerpo, concomitantemente se hallan la Sangre, el Alma y la Divinidad. Donde está la
Sangre, igualmente por concomitancia, se encuentran el Cuerpo, el Alma y la Divinidad de
Jesucristo. Cuando uno recibe en la comunión, el “cuerpo de Cristo,” recibe a Jesús todo y
entero.

f. Permanencia de la Presencia real

La Presencia real dura mientras no se corrompan las especies que constituyen el signo
sacramental instituido por Cristo.

CEC 1377: La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la


consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo
está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de
sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf Concilio de
Trento: DS 1641).

Cuando el sujeto recibe el sacramento, permanecen en su interior la sustancia del Cuerpo y


de la Sangre de Cristo, hasta que los efectos naturales propios de la digestión corrompen las
especies del pan y del vino (alrededor de 10 ó 15 minutos). Es entonces cuando deja de
darse la Presencia real de Cristo.

g. Devociones Eucarísticas

Porque Jesucristo permanece en las formas consagradas, el Santísimo Sacramento es


tratado con singular reverencia.
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CEC 1378: El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra
fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras
maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al
Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua dando este culto de adoración que se
debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también
fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las hostias
consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad,
llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo" (MF 56).

En realidad, todo el culto de la Iglesia se mueve alrededor de la Eucaristía.

8. La Eucaristía como sacrificio

Aquí consideramos la relación entre la Eucaristía y la cruz; entre la Presencia real de Cristo
en el sacramento y su sacrificio en el Calvario.

La Eucaristía cumple dos funciones al mismo tiempo. Es a la vez un sacramento y un


sacrificio. La Eucaristía es sacramento en cuanto Cristo se nos da como alimento del alma,
y es sacrificio en cuanto que Cristo se ofrece a Dios como oblación (cfr. Suma III, q. 75, a.
5).

La misma consagración realiza estas dos funciones, pero no son idénticas. El sacramento de
la Eucaristía es principalmente para el bien de nuestra alma, nuestra unión con Cristo. El
sacrificio es primeramente para la gloria de Dios. El sacramento es recibido por nosotros en
la comunión. El sacrificio es recibido por el Padre. El sacrificio es principalmente una
acción transitoria. El sacramento sigue como algo permanente.

En la Última Cena, Cristo dijo a sus discípulos: Hagan esto en memoria mía. La pregunta,
entonces, es sobre el significado y la fuerza de estas palabras.

Lc 22, 19-20: Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la
Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes».

Mt 26, 26-28: Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo


partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de
ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por
muchos para la remisión de los pecados.

Jesús consagró el pan y el vino separadamente, diciendo primero “este es mi Cuerpo” y


después, “esta es mi Sangre.” La separación de la sangre y el cuerpo simboliza la muerte.
Separar el uno del otro resulta en la muerte.

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Que Jesús ofreció su cuerpo y su sangre, quiere decir que ofreció su muerte como un
sacrificio por nosotros. Jesús dijo, Este es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Es el
lenguaje del sacrificio, de la expiación. Expresa una intención de parte de Jesús de
ofrecerse, de entregarse como sacrificio. No simplemente anunció su crucifixión, su
muerte. Tenía la intención de transformar su muerte en sacrificio y ofrecerlo al Padre.
Nadie tomó su vida. El libremente ofreció su crucifixión, y así su muerte era un sacrificio
libremente dado por nosotros.

Dijo que su Sangre es la Sangre de la Alianza. Para sellar la Alianza Antigua, hubo un
sacrificio. Moisés tomo la sangre del sacrificio y la puso sobre el altar, que representaba
Dios, y la puso sobre los Israelitas. Queriendo establecer una Alianza Nueva, era necesario
un sacrificio nuevo.

El contexto de la cena es la pascua de los judíos. Celebraban cada año el memorial de su


liberación y su salvación por la sangre del cordero. Celebraban con un sacrificio y con un
banquete.

Requiere un sacrificio para liberarnos de la esclavitud del pecado. Requiere un sacrificio


para liberarnos de la muerte. Requiere un sacrificio para establecer una alianza. Requiere
un sacrificio para perdonar los pecados. Es el sacrificio del siervo de Yavé: Mi Servidor
justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos (Is 53, 11).

Jesús cumplió su sacrificio en el Calvario, pero instituyó la Eucaristía la noche anterior.


Cuando Jesús pronunció las palabras de la institución, todavía no había muerto, pero estaba
anticipando su muerte. Misteriosamente sus acciones y sus palabras hacían presente lo que
iba a pasar el Viernes Santo.

Este es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Cristo habla en presente. Con el pan en sus
manos dice: “este es mi cuerpo.” No dice; “este es un símbolo de mi cuerpo”. Dice: “este es
mi cuerpo, que se entrega por ustedes”. Se entrega. No dice: “mañana voy a entregarme por
ustedes”. “Mañana voy a ofrecerme al Padre para perdonar sus pecados.” No le dijo así.

En la presencia de sus apóstoles, el Jueves Santo, entrega su cuerpo a sus Apóstoles,


diciendo: Tomen y coman, esto es mi Cuerpo. Anticipa su sacrificio, y así es como
desaparecen los límites del tiempo.

Jesús hizo lo mismo con el cáliz. Con el cáliz en sus manos, dijo: Este cáliz es la Nueva
Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. Jesús habla en presente. En el
cáliz derrama su sangre por los apóstoles. La Eucaristía hace presente, no simplemente a
Jesús, sino que hace presente su sacrificio en el Calvario.

El mismo Cristo que se ofreció a sí mismo una vez en el altar de la cruz, está presente y se
ofrece allí su único sacrificio de Calvario en la Misa. No es otro sacrificio. No es una
repetición. Es el mismo sacrificio que se hace presente.

Regresamos a las palabras: “Hagan esto en memoria mía”. ¿Qué es “esto” que los
apóstoles deben hacer como memorial?
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Ellos deben hacer lo que hizo Jesús aquella noche. ¿Qué hizo Jesús? Ofreció su cuerpo y su
sangre. Ofreció su sacrificio del Calvario. Los apóstoles deben ofrecer el mismo sacrificio
que Jesús ofreció. ¿Cómo pueden hacerlo? Porque en la Eucaristía, en la misa, allí está
presente el sacrificio de Cristo. Deben ofrecer este sacrificio, y junto con Cristo deben
ofrecer ellos mismos como Jesús les ofreció por ellos su cuerpo y su sangre. Hay un doble
ofrecimiento, Cristo y sus apóstoles. O, hay uno, sus apóstoles ofreciéndose unido a Cristo.

El Jueves Santo, Jesús ofreció su sacrificio en anticipación. Los apóstoles lo ofrecerían en


memoria de Él. Pero los dos ofrecen en su presente el único sacrificio del Calvario.

Podemos también considerar la Carta a los Hebreos. La idea central de la Carta es


mostrar que la Nueva Alianza es superior a la Antigua Alianza, y que Jesús es un sacerdote
superior al sacerdocio levítico.

Jesús es un sacerdote superior a los levitas. Jesús es superior a los levitas como
Melquisedec era más grande que Abraham. Abraham fue bendecido por Melquisedec; es el
más grande que bendice el otro. Y Abraham le ofreció a él un diezmo; es el más grande que
recibe el diezmo. Los levitas eran descendientes de Abraham, y en él fueron bendecidos por
Melquisedec.

Jesús ofreció un sacrificio superior que los sacerdotes ofrecieron en el templo en


Jerusalén. Jesús ofreció su sangre preciosa, no la sangre de animales. Su sangre era capaz
de purificarles de sus pecados, mientras los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron
obrar la remisión de los pecados, por lo cual los sacerdotes levíticos tenían que repetir sus
sacrificios año después año.

Jesús entró en un templo superior. Jesús entró en el verdadero templo, el cielo, una vez y
para siempre. No tenía que entrar cada año, como los sacerdotes durante Yom Kippur. No
entró con la sangre de animales. Entró con su propia sangre. Allí se ofreció a sí mismo
como víctima al Padre.

Heb 7, 27: El no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer
sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo
hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo

Heb 9, 11-12: Cristo, en cambio, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes
futuros. El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua – no
construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado – entró de una
vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su
propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna.

Heb 9, 24-26: Cristo, en efecto, no entró en un Santuario erigido por manos


humanas –simple figura del auténtico Santuario– sino en el cielo, para presentarse
delante de Dios en favor nuestro. Y no entró para ofrecerse así mismo muchas
veces, como lo hace el Sumo Sacerdote que penetra cada año en el Santuario con
una sangre que no es la suya. Porque en ese caso, hubiera tenido que padecer
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muchas veces desde la creación del mundo. En cambio, ahora él se ha manifestado
una sola vez, en la consumación de los tiempos, para abolir el pecado por medio de
su Sacrificio.
Durante la Misa, desaparecen los límites del tiempo. Está presente el sacrificio de Calvario,
para ofrecerlo al Padre. Desparecen también los límites del espacio. Aquí podemos notar la
conexión entre el cielo y la tierra; entre la liturgia celestial y la liturgia de la Iglesia. La
nuestra es una participación en la liturgia celestial.

Citamos dos textos del catecismo:

CEC 1363: En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es


solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de
las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la
celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y
actuales. …

CEC 1364: El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando


la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace
presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz,
permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el altar el
sacrificio de la cruz, en el que "Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado" (1Co 5, 7), se
realiza la obra de nuestra redención» (LG 3).

También citamos la Encíclica de Juan Pablo II sobre la Eucaristía:

Ecclesia de eucharistia, 12: 
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su 
Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y « se 
realiza la obra de nuestra redención ». Este sacrificio es tan decisivo para la 
salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre 
sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si 
hubiéramos estado presentes.

Ecclesia de eucharistia, 12: 
La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo 
que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial » 
(memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de 
Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio 
eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la 
Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.

El sacramento del Bautismo nos une a Cristo, para que podemos participar en su muerte y
su resurrección. La Eucaristía nos ofrece una participación en su sacrificio. El sacrificio del

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Calvario se hace presente en la Misa. Por eso podamos participar en ello; ofrecerlo al Padre
y así recibir los frutos de la redención en nuestro presente.

1 Cor 10, 16: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la
Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo?

1 Cor 11, 26: Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la
muerte del Señor hasta que él vuelva.

La Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia: La Iglesia es el cuerpo místico de


Cristo. Es la Iglesia la que celebra la Eucaristía, con Cristo cabeza. Cristo y su Iglesia
ofrecen su sacrificio al Padre para santificar al mundo y redimir a los hombres.

El sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los


fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo. El
sacrificio de Cristo presente en la Eucaristía transmite a todas las generaciones la
posibilidad de unirse a su ofrenda y ofrecerse al Padre (cfr. CEC 1368).

El sacrificio de la misa cumple la profecía de Malaquías.

Mal 1, 10-11: ¿No habrá alguien entre ustedes que cierre las puertas, para que no
enciendan en vano el fuego de mi altar? Yo no me complazco en ustedes, dice el
Señor de los ejércitos, y no acepto las ofrendas de sus manos. Pero desde la salida
del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre las naciones y en todo lugar se
presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda pura; porque mi
Nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos.

Este nuevo sacrificio que el profeta menciona no puede ser ninguno de la Antigua Alianza.
Primero, porque, según el profeta, Dios había rechazado a los sacerdotes levitas: no aceptó
las ofrendas de sus manos. También, porque se ofrecían los sacrificios únicamente en el
Templo de Jerusalén. La profecía habla de un sacrificio que se presenta en todo lugar.

El sacrificio que Cristo realizó en la cruz es un sacrificio agradable a Dios Padre. Es una
ofrenda pura como ningún sacrificio de la Antigua Alianza podría ser puro y santo. Este
único sacrificio de Cristo se renueva cada vez que se celebra la Santa Misa.

La Misa no es símbolo de lo que pasó. No es un nuevo sacrificio. No es otro sacrificio. Es


el sacrificio único de Cristo, diferenciándose solamente en el modo en el que se ofrece. Uno
era el sacrificio cruento en la Cruz. El otro es el sacrificio incruento en la Eucaristía.

Los fines del Sacrificio de la Misa: Siendo el Sacrificio de la Misa el mismo Sacrificio del
Calvario, sus fines resultan también idénticos. De acuerdo a la enseñanza del Concilio de
Trento (cfr. Dz. 940 y 950) son cuatro los fines de la Misa:

1) Alabar a Dios, reconociéndolo como Ser Supremo.

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El fin principal de la Misa es dar a Dios la adoración y alabanza que Él merece. Cuando la
Iglesia celebra misas en honor de los santos, no ofrece el sacrificio a los santos, sino sólo a
Dios. La Iglesia hace conmemoración de los santos con el fin de agradecer a Dios por las
gracias concedidas a ellos y por ellos.

2) Darle gracias por los beneficios recibidos.

La Misa realiza, de manera excelente, el deber de agradecimiento. Ofrecemos a Dios lo que


él nos ha dado y lo que es digno de Dios.

3) Pedirle perdón por los pecados.

Tiene un fin propiciatorio. A través de la Santa Misa, la Iglesia ofrece el sacrificio de Cristo
para el perdón de los pecados.

4) Pedirle gracias o favores.

Podemos ofrecer la misa por intenciones específicas. La Misa tiene la eficacia infinita por
ser la oración de Cristo sacerdote.

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