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El Sacramento de la Eucaristía
Introducción
Por eso, me parece un poco ridículo que una persona se acerque a los misterios de la fe con
la sola razón, con categorías meramente humanas. Tenemos que aceptar la fe revelada,
como Dios quiso revelarla y revelarse, y dentro de este ámbito de fe, buscaremos
entenderlo un poquito. Pero no vamos nunca a agotar todo el misterio, todos sus matices.
Encontramos una enseñanza muy rica sobre la Eucaristía en los documentos del Concilio
Vaticano II. Aquí mencionamos solamente algunas ideas.
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Sacrosanctum concilium, 10: No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda
su fuerza.… Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia
nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella
santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las
demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.
Recordamos que podemos ver a los sacramentos como cosas sagradas o
como acciones sagradas. La liturgia es la actividad de la Iglesia, el cuerpo
místico de Cristo, para traer su redención al mundo. Todas las demás
actividades de la Iglesia están ordenadas a la Eucaristía.
Presbyterorum Ordinis, 5: Pero los demás sacramentos, al igual que todos los
ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía
y hacia ella se ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo que,
con su Carne, por el Espíritu Santo vivificada y vivificante, da vida a los hombres
que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos
y todas las cosas creadas juntamente con El.
La riqueza de la Iglesia no son sus obras de arte, sus edificios: es el
Santísimo.
Los fieles son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos. La Eucaristía
no es solamente un momento de contacto con Cristo. Es el momento que une
todo lo demás momentos del día, todo lo que hacemos y somos, para poder
ofrecerlo todo a Dios Padre a través de Cristo nuestro Señor.
a. El maná. Cuando los israelitas pasaron 40 años en el desierto, Dios les dio el maná
como alimento.
“Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento.” (Ex 16, 15).
“La casa de Israel llamó «maná» a ese alimento. Era blanco como la semilla de
cilantro y tenía un gusto semejante al de las tortas amasadas con miel.” (Ex 16,
31).
Los israelitas no podían guardarle para después. Tenían que recogerle cada día, confiando
en la providencia de Dios. Únicamente el día antes del sábado podían recoger una porción
doble para salvaguardar el descanso sabatino.
El maná tenía un fin práctico: para sobrevivir en el desierto. Igualmente tenía un fin
espiritual, para enseñarles que necesitaban de Dios. El hombre “no vive solamente de pan,
sino de todo lo que sale de la boca del Señor.” (Dt 8, 3).
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El maná apareció en las mañanas con el rocío. Por eso, un salmista podía decir que Dios
hacía llover el maná. Venía del cielo, por lo tanto, era un pan celestial o el pan de los
ángeles.
Sal 78, 24-25: hizo llover sobre ellos el maná, les dio como alimento un trigo
celestial; todos comieron en pan de ángeles, les dio comida hasta saciarlos.
Le tocó al profeta Elías vivir en Israel durante la persecución de la reina Jezabel, esposa del
rey Ajab. Jezabel era una fenicia y trajo con ella su religión. Lanzó una persecución feroz
contra los profetas de Yavé. Este conflicto culminó con la confrontación entre Elías y los
profetas de Baal en el monte Carmelo. Como sabemos, Elías salió victoriosa cuando Dios
hizo caer fuego desde el cielo para consumir su sacrificio. Pero el triunfo no duró mucho.
La reina le mandó a Elías una amenaza de muerte, obligándole a huir de inmediato y a
buscar refugio más allá del desierto de Judá en el santuario del Monte Horeb. En el largo
camino, Elías se desanimó y quiso morir. En ese momento, Dios le envió a su ángel.
1 Re 19, 4-8: Se adentró en el desierto durante todo un día de camino, luego fue a
sentarse bajo un retamo y pidió la muerte: “Basta, dijo. Yavé, toma mi vida, porque
ya no valgo más que mis padres.” Se acostó y se quedó dormido. Un ángel tocó a
Elías y le dijo: “Levántate y come.” Miró y vio que había allí cerca de él una
tortilla cocida sobre piedras y un cántaro de agua. Comió, bebió y se volvió a
acostar. Por segunda vez el ángel de Yavé se le acercó, lo tocó y le dijo: “Levántate
y come, porque el camino es demasiado largo para ti.” Comió y bebió. Confortado
con ese alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al cerro de
Dios, el Horeb.
Nuestra peregrinación al cielo es demasiado largo. Tenemos que comer el
pan del cielo, nuestro viático.
Todos los evangelios narran la multiplicación de los panes. En dos ocasiones Jesús alimentó
a la gente con panes y peces. En la primera, cinco panes y dos peces saciaron la necesidad
de cinco mil personas. En la segunda, que sólo la menciona San Mateo, siete panes y unos
pocos pescados fueron suficientes para cuatro mil personas.
Vemos la misericordia de Jesús, el buen pastor que cuidó a sus ovejas, dándoles
algo de comer.
Vemos el poder de Jesús que multiplicó unos panes para miles de personas.
Vemos que Jesús distribuyó su pan por medio de los apóstoles (ministros de Cristo).
Vemos que todos son saciados, y no hace falta más.
Con lo que sobró, se llenaron 7 canastos (plenitud) y 12 canastos (para toda la
Iglesia).
San Juan, en su evangelio, narra que la gente después de comer de este pan milagroso
quería apoderarse de Jesús y hacerle rey. Sigue un largo discurso sobre la eucaristía en la
sinagoga de Cafarnaúm. La gente relacionó ese milagro con el maná que sus antepasados
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habían comido en el desierto. Pero, Jesús les explicó que él mismo era el verdadero pan del
cielo que bajó para darles su cuerpo y su sangre como verdadera comida y verdadera
bebida. Muchos de sus discípulos se escandalizaron con estas palabras y dejaron de
seguirle.
Jn 6, 52-58: Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede
darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la
carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que
he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma
manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el
que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
Sus discípulos dejaron de seguirle, pensando que era loco este hombre. No interpretan sus
palabras simbólicamente; no se trata de una metáfora. Jesús siguió repitiendo la misma
enseñanza, que su carne era verdadera comida y su sangre verdadera bebida. Por eso quedó
su pregunta sin respuesta: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne? Por ella,
debemos esperar por la institución de la Eucaristía.
El Antiguo Testamento está lleno de sacrificios. Nos presenta una colección de diferentes
tipos, ritos y fiestas. Quizás sentimos la tentación de saltarlos e ir directamente a las
narraciones históricas o al Nuevo Testamento. Ciertamente no estamos acostumbrados a la
sangre y a la muerte como lo estaban nuestros antepasados. Es una cosa sencilla ir al
Supermercado y comprar un bistec. Queremos marinarlo, asarlo y comerlo. Pero no
queremos matar a la vaca. Seguramente esta sería la manera más rápida para quitarnos el
hambre. Pero podemos sacar algunos conceptos clave que nos ayudarán mucho a entender
lo que hizo Jesús cuando instituyó la Eucaristía.
Como primer principio, todo el culto mosaico, todo el sistema de sacrificios, está centrado
en la llamada de Dios: “ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo.”
(Lev 11, 44). Su fin era eso: santificar los Israelitas para llegar a ser un pueblo consagrado a
Dios, un pueblo santo.
En el día de Yom Kippur (el gran día del perdón), el sumo sacerdote imponían sus manos
sobre el macho cabrío. Lev 16, 21: Aarón impondrá sus dos manos sobre la cabeza del
animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas,
cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del chivo.
Entonces lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello.
e. El cordero pascual
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Obviamente, para nuestra finalidad, lo más importante entre los sacrificios del Antiguo
Testamento es el cordero pascual. Es una figura clara de Jesucristo. No podemos no verlo
así después de escuchar las palabras de Juan: Este es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo (Jn 1, 29).
La Carta a los Hebreos lanza esta crítica contra los sacrificios del Antiguo Testamento: es
imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados (Heb 10, 4). Según el autor, esta
deficiencia era la causa por lo cual tenían que ofrecer sacrificios sin fin. No habían logrado
la purificación de los pecados, por lo cual era necesario repetirlo continuamente. Lo que
logró el perdón definitivo era el único sacrificio de Jesucristo.
Pero las críticas sobre los sacrificios habían comenzado con los profetas. Los ritos no
significaban nada, no ayudaban nada, sin disposiciones interiores de humildad y
obediencia, y sin la práctica de la caridad hacia el prójimo.
Amós (760-50 a. C.) y Oseas (745-725 a.C.) fueron profetas durante el reinado de
Jeroboam II, durante un momento de prosperidad económica en el reino de Israel. Pero
la prosperidad escondía una gran descomposición social y una degradación religiosa. Amós
condenó la injusticia social y Oseas exhortó al pueblo a dar un culto interior a Yavé,
condenando las formas meramente externas.
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Os 6, 4-6: ¿Qué haré contigo, Efraím? ¿Qué haré contigo, Judá? Porque el amor
de ustedes es como nube matinal, como el rocío de pronto se disipa. Por eso los
hice pedazos por medio de los profetas, los hice morir con las palabras de mi boca,
y mi juicio surgirá como la luz. Porque yo quiero amor y no sacrificios,
conocimiento de Dios más que holocaustos.
En los salmos encontramos las disposiciones interiores agradables a Dios, lo que Dios quiso
más que los sacrificios de los animales.
Sal 40, 7-9: Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no
pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: “Aquí estoy. En el libro de la Ley
está escrito lo que tengo que hacer: yo amo. Dios mío, tu voluntad, y tu ley está en
mi corazón.”
El profeta Malaquías criticó a los sacerdotes que ofrecían a Dios las sobras, los animales
dañados o enfermos. No ofrecían lo mejor a Dios. Como consecuencia fueron rechazados y
Dios prometió un nuevo sacrificio, un sacrificio pura.
Mal 1, 11: Pero desde la salida del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre
las naciones y en todo lugar se presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y
una ofrenda pura.
g. El siervo de Yavé
Como hemos dicho, Dios no quería sacrificios humanos. Criticaba fuertemente el sacrificio
de los hijos al dios cananeo Moloc. No entregarás a tu hijo, quemándolo según el rito de
Moloc, pues sería deshonrar el nombre de tu Dios (Lev 16, 21)
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Is 53, 10-11: El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en
sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad
del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al
saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí
las faltas de ellos.
2. El sacramento de la Eucaristía
La materia del sacramento es el pan de trigo y el vino de uva. Para la validez del
sacramento es necesario:
que el pan sea exclusivamente de trigo (amasado con harina de trigo y agua
natural y cocido al fuego), de modo que sería materia inválida el pan de cebada, de
arroz, de maíz, etc., o el amasado con aceite, leche, etc. (cfr. CDC 924 § 2);
que el vino sea de vid (i.e., del líquido que se obtiene exprimiendo uvas maduras,
fermentado); sería materia inválida el vino agriado (vinagre), o cualquier tipo de
vino hecho de otra fruta, o elaborado artificialmente (cfr. CDC 924 § 3).
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3. Los efectos de la recepción de la Eucaristía
4. La necesidad de la Eucaristía
La Iglesia ordena que los fieles deben, al menos una vez al año, recibir la Eucaristía,
durante el tiempo de Pascua, a no ser, por justa causa, se puede cumplir en otro tiempo
(CDC 920). También los fieles tienen obligación de recibir la sagrada comunión a modo de
Viático cuando están en peligro de muerte (CDC 921).
Obviamente, estas normas indican lo mínimo. La Iglesia desea que se reciba al Señor con
frecuencia, incluso diariamente.
5. El ministro de la Eucaristía
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El Concilio de Trento condenó la doctrina protestante negando la diferencia esencial entre
el sacerdocio común de todos los fieles y el sacerdocio ministerial (Dz 949, 961). Esta
verdad ha sido recientemente recordada por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la
Fe, en una Carta dirigida a los obispos de la Iglesia sobre algunas cuestiones concernientes
al ministro de la Eucaristía, el 6-VIII-1983:
Todos los bautizados son sujetos capaces de recibir válidamente la Eucaristía, incluso los
niños (Concilio de Trento, cfr. Dz 893).
Para la recepción lícita o fructífera se requiere: el estado de gracia y la intención recta. Una
intención recta sería buscar la unión con Dios.
El Concilio de Trento condenó la doctrina protestante de que la “fe sola” era preparación
suficiente para recibir la Eucaristía (cfr. Dz 893). Al mismo tiempo ordenó que todo aquel
que quisiere comulgar y se hallare en pecado mortal tiene que confesarse antes, por muy
contrito que le parezca estar. La Iglesia ha exigido siempre el estado de gracia, de modo
“que si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente, no debe acercarse a la
Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la
Penitencia” (CEC 1415).
El pecado venial no es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza del amor
hacia el Señor dolerse hasta de las faltas más pequeñas, para que Él encuentre un corazón
bien dispuesto. Por eso, la misa comienza con un rito de penitencia.
La Iglesia reprobó el rigorismo de los jansenistas que exigían como preparación para recibir
la Sagrada Comunión un intenso amor a Dios (cfr. Dz 1312). San Pío X, en su Decreto
sobre la Comunión, declaró que no se puede impedir la Comunión a todo aquel que se halle
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en estado de gracia y se acerque a la sagrada mesa con piadosa y recta intención (cfr. Dz
1985).
Junto a las disposiciones interiores, están las disposiciones del cuerpo: el ayuno, el modo
de vestir, las posturas, etc., que son signos de respeto y reverencia (cfr. CEC 1387). Quien
va a recibir la Santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida
al menos durante una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de
las medicinas. (CDC 919 § 1).
En la Eucaristía, Cristo está presente tal y como existe en la realidad. Está vivo en el cielo,
con un cuerpo glorificado. Sigue siendo una persona divina con dos naturalezas, verdadero
Dios y verdadero hombre. Así está en el cielo y así está presente en la Eucaristía, pero de
modo sacramental.
Después de la consagración, Cristo entero está presente en el pan y Cristo entero está
presente en el vino. No es solamente su cuerpo glorioso en “el cuerpo de Cristo.” No es
solamente su sangre preciosa en “la sangre de Cristo”. Todo Cristo está presente en los dos
especies. A veces enumeramos las partes para expresar esta totalidad, diciendo que Jesús
está presente en su sangre, cuerpo, alma y divinidad. Su presencia es real, verdadera, y
sustancialmente. Está en todas las formas consagradas y en cada partícula de ellas. Sigue
presente en las formas mientras no se corrompan las especies de pan y de vino.
Entre las principales herejías contra el dogma de la Presencia real, se encuentran las
siguientes:
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En el siglo XIV, John Wyclif afirmó que, después de la Consagración, no había
sobre el altar más que pan y vino y, en consecuencia, el fiel al comulgar sólo recibía
a Cristo de manera “espiritual.”
La verdad de la Presencia real y sustancial de Jesús en la Eucaristía fue revelada por Jesús
durante su discurso en Cafarnaúm al día siguiente de haber hecho el milagro de la
multiplicación de los panes.
Jn 6, 51-56: Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá
eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos
discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su
carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del
hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi
carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Jn 6, 60-66: Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este
lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». Jesús, sabiendo lo que sus discípulos
murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean
al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne
de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes
eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les
he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese
momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
La reacción de “sus discípulos” era fuerte. ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede
escucharlo? Eso es la reacción de los que son sus discípulos. No son fariseos o los
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saduceos. Son discípulos que, el día anterior, comieron de su pan y quisieron hacerle rey.
Ahora, están tan escandalizados que muchos dejaron de seguirle.
¿Y que era la reacción de Jesús? Dejó que se fueran estos discípulos suyos. No les llamó la
atención. No dijo que habían mal interpretado sus palabras, que era hablaba solamente
simbólicamente, que era una metáfora. No sé como Jesús pudo decir las cosas con más
claridad. Ciertamente su audiencia interpretó sus palabras literalmente.
Lc 22, 19-20: Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la
Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.
1 Cor 11, 23-25: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo
siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias,
lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo:
«Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban,
háganlo en memora mía».
1 Cor 11, 26-29: Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa,
proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva. Por eso, el que coma el pan o
beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la
Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y
beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y
bebe su propia condenación.
Tenemos que recordar el contexto cultural de la Última Cena. Jesús y sus discípulos
celebraron la pascua y los judíos siempre comían la carne del cordero pascual como una
parte esencial de su cena. Era un sacrificio y un banquete. No era un símbolo de un
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sacrificio. Sacrificaron los corderos. No era un símbolo una cena. Comían la carne del
cordero pascual. Era un sacrificio real y un banquete real. No comían el espíritu del
cordero. No celebraban una cena espiritual. Tenían un simbolismo y un sentido
sobrenatural, pero unido a algo material, concreto, de carne y de huesos.
Algo similar sucedió durante la Última Cena. Cristo crucificado es un verdadero sacrificio.
Cristo murió, realmente murió. No era un símbolo de la muerte. No era una muerte
espiritual. Si fuera simplemente un símbolo y Cristo no hubiera muerto realmente en la
cruz, no hubiéramos sido liberados de nuestros pecados. Solamente su sacrificio verdadero
en la cruz da la satisfacción por los pecados. Es un sacrificio real, con una víctima real. La
lógica de la cena pascua y su contexto cultural, requiere que interpretamos las palabras de
Jesús literalmente. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). Sí
Jesús es el cordero pascual, hay que comer su carne.
c. La transubstanciación
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Los accidentes existen en una sustancia. No tienen una existencia aparte. El color rojo no
existe como tal. Pero vemos paredes rojas y rosas rojas. Los accidentes son las múltiples
perfecciones inherentes a un sujeto; modificaciones secundarias que no implican un cambio
sustancial (color, tamaño, lugar, posición, acción, etc.).
La sangre de Cristo huele como vino. Eso es una apariencia, un accidente. Su sabor es
como vino. Pero, no es vino. Tiene los accidentes de vino, pero no es vino. Es Cristo.
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denomina “real” para diferenciar la doctrina católica de las herejías que niegan la presencia
de Jesús en la Eucaristía.
Esto no quiere decir que las demás presencias de Cristo (en la oración, en la Palabra de
Dios, en los otros sacramentos) no son reales. En la Eucaristía, Cristo está presente
sustancialmente. Está presente todo, entero y sustancialmente en cada parte de la Eucaristía.
Cuando dividimos las formas consagradas, Cristo no está dividido. Sigue igualmente
presente (todo y entero) en las dos partes de la forma.
Esto fue definido como verdad de fe en el Concilio de Trento: “Si alguno negare. . . que
bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies se contiene Cristo entero, sea
anatema” (Dz 885).
No está únicamente el Cuerpo de Cristo bajo la especie del pan, ni únicamente su Sangre
bajo los accidentes del vino, sino que en cada uno se encuentra Cristo entero. Donde está el
Cuerpo, concomitantemente se hallan la Sangre, el Alma y la Divinidad. Donde está la
Sangre, igualmente por concomitancia, se encuentran el Cuerpo, el Alma y la Divinidad de
Jesucristo. Cuando uno recibe en la comunión, el “cuerpo de Cristo,” recibe a Jesús todo y
entero.
La Presencia real dura mientras no se corrompan las especies que constituyen el signo
sacramental instituido por Cristo.
g. Devociones Eucarísticas
Aquí consideramos la relación entre la Eucaristía y la cruz; entre la Presencia real de Cristo
en el sacramento y su sacrificio en el Calvario.
La misma consagración realiza estas dos funciones, pero no son idénticas. El sacramento de
la Eucaristía es principalmente para el bien de nuestra alma, nuestra unión con Cristo. El
sacrificio es primeramente para la gloria de Dios. El sacramento es recibido por nosotros en
la comunión. El sacrificio es recibido por el Padre. El sacrificio es principalmente una
acción transitoria. El sacramento sigue como algo permanente.
En la Última Cena, Cristo dijo a sus discípulos: Hagan esto en memoria mía. La pregunta,
entonces, es sobre el significado y la fuerza de estas palabras.
Lc 22, 19-20: Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos,
diciendo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria
mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la
Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes».
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Que Jesús ofreció su cuerpo y su sangre, quiere decir que ofreció su muerte como un
sacrificio por nosotros. Jesús dijo, Este es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Es el
lenguaje del sacrificio, de la expiación. Expresa una intención de parte de Jesús de
ofrecerse, de entregarse como sacrificio. No simplemente anunció su crucifixión, su
muerte. Tenía la intención de transformar su muerte en sacrificio y ofrecerlo al Padre.
Nadie tomó su vida. El libremente ofreció su crucifixión, y así su muerte era un sacrificio
libremente dado por nosotros.
Dijo que su Sangre es la Sangre de la Alianza. Para sellar la Alianza Antigua, hubo un
sacrificio. Moisés tomo la sangre del sacrificio y la puso sobre el altar, que representaba
Dios, y la puso sobre los Israelitas. Queriendo establecer una Alianza Nueva, era necesario
un sacrificio nuevo.
Este es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Cristo habla en presente. Con el pan en sus
manos dice: “este es mi cuerpo.” No dice; “este es un símbolo de mi cuerpo”. Dice: “este es
mi cuerpo, que se entrega por ustedes”. Se entrega. No dice: “mañana voy a entregarme por
ustedes”. “Mañana voy a ofrecerme al Padre para perdonar sus pecados.” No le dijo así.
Jesús hizo lo mismo con el cáliz. Con el cáliz en sus manos, dijo: Este cáliz es la Nueva
Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. Jesús habla en presente. En el
cáliz derrama su sangre por los apóstoles. La Eucaristía hace presente, no simplemente a
Jesús, sino que hace presente su sacrificio en el Calvario.
El mismo Cristo que se ofreció a sí mismo una vez en el altar de la cruz, está presente y se
ofrece allí su único sacrificio de Calvario en la Misa. No es otro sacrificio. No es una
repetición. Es el mismo sacrificio que se hace presente.
Regresamos a las palabras: “Hagan esto en memoria mía”. ¿Qué es “esto” que los
apóstoles deben hacer como memorial?
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Ellos deben hacer lo que hizo Jesús aquella noche. ¿Qué hizo Jesús? Ofreció su cuerpo y su
sangre. Ofreció su sacrificio del Calvario. Los apóstoles deben ofrecer el mismo sacrificio
que Jesús ofreció. ¿Cómo pueden hacerlo? Porque en la Eucaristía, en la misa, allí está
presente el sacrificio de Cristo. Deben ofrecer este sacrificio, y junto con Cristo deben
ofrecer ellos mismos como Jesús les ofreció por ellos su cuerpo y su sangre. Hay un doble
ofrecimiento, Cristo y sus apóstoles. O, hay uno, sus apóstoles ofreciéndose unido a Cristo.
Jesús es un sacerdote superior a los levitas. Jesús es superior a los levitas como
Melquisedec era más grande que Abraham. Abraham fue bendecido por Melquisedec; es el
más grande que bendice el otro. Y Abraham le ofreció a él un diezmo; es el más grande que
recibe el diezmo. Los levitas eran descendientes de Abraham, y en él fueron bendecidos por
Melquisedec.
Jesús entró en un templo superior. Jesús entró en el verdadero templo, el cielo, una vez y
para siempre. No tenía que entrar cada año, como los sacerdotes durante Yom Kippur. No
entró con la sangre de animales. Entró con su propia sangre. Allí se ofreció a sí mismo
como víctima al Padre.
Heb 7, 27: El no tiene necesidad, como los otros sumos sacerdotes, de ofrecer
sacrificios cada día, primero por sus pecados, y después por los del pueblo. Esto lo
hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo
Heb 9, 11-12: Cristo, en cambio, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes
futuros. El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua – no
construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado – entró de una
vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su
propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna.
Ecclesia de eucharistia, 12:
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su
Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y « se
realiza la obra de nuestra redención ». Este sacrificio es tan decisivo para la
salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre
sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si
hubiéramos estado presentes.
Ecclesia de eucharistia, 12:
La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo
que se repite es su celebración memorial, la « manifestación memorial »
(memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de
Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio
eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la
Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.
El sacramento del Bautismo nos une a Cristo, para que podemos participar en su muerte y
su resurrección. La Eucaristía nos ofrece una participación en su sacrificio. El sacrificio del
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Calvario se hace presente en la Misa. Por eso podamos participar en ello; ofrecerlo al Padre
y así recibir los frutos de la redención en nuestro presente.
1 Cor 10, 16: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la
Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo?
1 Cor 11, 26: Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la
muerte del Señor hasta que él vuelva.
Mal 1, 10-11: ¿No habrá alguien entre ustedes que cierre las puertas, para que no
enciendan en vano el fuego de mi altar? Yo no me complazco en ustedes, dice el
Señor de los ejércitos, y no acepto las ofrendas de sus manos. Pero desde la salida
del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre las naciones y en todo lugar se
presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda pura; porque mi
Nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos.
Este nuevo sacrificio que el profeta menciona no puede ser ninguno de la Antigua Alianza.
Primero, porque, según el profeta, Dios había rechazado a los sacerdotes levitas: no aceptó
las ofrendas de sus manos. También, porque se ofrecían los sacrificios únicamente en el
Templo de Jerusalén. La profecía habla de un sacrificio que se presenta en todo lugar.
El sacrificio que Cristo realizó en la cruz es un sacrificio agradable a Dios Padre. Es una
ofrenda pura como ningún sacrificio de la Antigua Alianza podría ser puro y santo. Este
único sacrificio de Cristo se renueva cada vez que se celebra la Santa Misa.
Los fines del Sacrificio de la Misa: Siendo el Sacrificio de la Misa el mismo Sacrificio del
Calvario, sus fines resultan también idénticos. De acuerdo a la enseñanza del Concilio de
Trento (cfr. Dz. 940 y 950) son cuatro los fines de la Misa:
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El fin principal de la Misa es dar a Dios la adoración y alabanza que Él merece. Cuando la
Iglesia celebra misas en honor de los santos, no ofrece el sacrificio a los santos, sino sólo a
Dios. La Iglesia hace conmemoración de los santos con el fin de agradecer a Dios por las
gracias concedidas a ellos y por ellos.
Tiene un fin propiciatorio. A través de la Santa Misa, la Iglesia ofrece el sacrificio de Cristo
para el perdón de los pecados.
Podemos ofrecer la misa por intenciones específicas. La Misa tiene la eficacia infinita por
ser la oración de Cristo sacerdote.
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