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2.°, caracterizada por un seguimiento cercano de Cristo mediante la práctica de los consejos
evangélicos
Finalmente, el c.605 deja abierto el camino para que surjan nuevas formas
de vida consagrada. Su aprobación es competencia exclusiva de la Sede
Apostólica, en cuanto que implica un pronunciamiento de tipo magisterial,
mientras que a los obispos diocesanos les incumbe la obligación de discernir
los nuevos carismas que el Espíritu confía a la Iglesia y de fomentar su
genuino desarrollo en la expresión de sus finalidades.
Con esta norma la Iglesia reconoce que las actuales normas que
configuran la vida consagrada están abiertas siempre a la acción
del Espíritu Santo, que en el futuro puede inspirar otras formas que
no encuentren acomodo en el sistema vigente por faltarles alguno
de los elementos que ahora se consideran esenciales.
Así ha sido a lo largo de la historia, que nos ha mostrado las
dificultades de las sociedades de vida apostólica y los institutos
seculares para ver reconocida su identidad y peculiaridad o la vida
femenina apostólica.
No se trata de aprobar simplemente nuevos institutos, sino nuevas
formas de vida consagrada no contempladas en el actual
ordenamiento canónico.
En esta perspectiva pueden considerarse los movimientos
eclesiales, en donde se van abriendo camino nuevas formas de
consagración a Dios en el servicio eclesial.
Previa a la aprobación definitiva por parte del Romano Pontífice, el
legislador encomienda a los obispos diocesanos una gran responsabilidad en
esta tarea, pues a ellos corresponde: saber discernir los nuevos dones de vida
consagrada que el Espíritu suscite en la Iglesia; sostener y ayudar a los
promotores de estas nuevas formas; y tutelar sus propósitos con estatutos
adecuados aplicando sobre todo las normas generales contenidas en esta parte
del Código.
Se trata de una cuestión de indudable trascendencia para el futuro
de la vida consagrada, como puso de relieve el Sínodo de Obispos
sobre la vida consagrada de 1994.
En muchos casos se trata de institutos semejantes a los ya
existentes pero nacidos de nuevos impulsos espirituales y
apostólicos. En otros casos se trata de experiencias originales que
buscan una identidad propia en la Iglesia y esperan ser reconocidas
oficialmente por la Sede Apostólica.
La originalidad de estas nuevas comunidades consiste, con
frecuencia, en el hecho de que se trata de grupos compuestos por
hombres y mujeres, clérigos y laicos, casados y célibes que siguen
un estilo particular de vida.