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De la vida Consagrada

Ubicación de los cánones sobre la Vida Consagrada dentro del Código de Derecho Canónico
Los cánones dedicados a la Vida Consagrada, están ubicados en el Libro II, dedicado al Pueblo
de Dios, en la Parte III, después de las que tratan sobre todos los fieles (Parte I) y sobre la
Constitución Jerárquica (Parte II). Se sigue de este modo, con bastante aproximación, el esquema de
la carta magna de la eclesiología del Concilio, que es la Constitución dogmática sobre la Iglesia,
Lumen Gentium.
En la Lumen Gentium, después del Capítulo dedicado al Pueblo de Dios (II), y del que trata sobre
la Jerarquía (III), se pasaba a la vocación universal a la santidad (IV), para distinguir en los
siguientes Capítulos los caminos de santificación de los laicos (V) y de los religiosos (VI).
Superados, los primeros intentos de ordenación sistemática de los cánones del Código, en los que
la Vida Consagrada quedaba incluida dentro del Título de las «Asociaciones en la Iglesia», se
destaca que es parte insoslayable de su estructura carismática, en orden a la santidad de los fieles.
Respecto a la distribución de los temas dentro de esta Parte III del Libro II del Código. En primer
lugar, hay que destacar que consta de dos Secciones, con un tema bien definido cada una de ellas:
los Institutos de Vida Consagrada para la Sección I y las Sociedades de Vida Apostólica para la
Sección II.
Dentro de la Sección dedicada a los Institutos de Vida Consagrada, los cánones del Título I (cc.
573-606) tienen una función introductoria, con principios teológicos (cc. 573-578) y jurídicos (cc.
579-606) comunes a los dos tipos de Institutos de Vida Consagrada que se reconocen hoy en la
Iglesia (los Religiosos y los Seculares).
El Título II (cc. 607-709) presenta las normas correspondientes a los Institutos religiosos y el
Título III (cc. 710-730) las correspondientes a los Institutos seculares. No debe asustar que sean una
mayoría tan marcada los cánones dedicados a los Institutos religiosos ya que, cuando se habla de los
Institutos seculares o de las Sociedades de Vida Apostólica, el Código remite muchas veces a los
que se refieren a los Institutos religiosos. Parece que se ha considerado conveniente tratar a los
Institutos religiosos como el «analogado principal» de los Institutos de Vida Consagrada, y por eso
se detallan, al hablar de ellos, muchos temas para los que, cuando las soluciones en los otros
Institutos resultan coincidentes, se remite a ellos.

El título «Vida Consagrada»


Para comenzar, digamos que la Comisión que redactó esta parte del Código cambió varias veces
de nombre, a medida que avanzaba la elaboración de los cánones.
Primero era designado como el grupo que trabajaba en los cánones «sobre los religiosos». El
término «religiosos» se entendía en este caso como lo había hecho la Lumen Gentium en el
Concilio: abarcando a los miembros de los Institutos religiosos y a los de los Institutos seculares.
Eso mismo ya mostraba que era una terminología confusa.
Por esta razón pasó a llamarse grupo «sobre los institutos de perfección». Trataban sobre los
mismos temas, es decir, sobre todos aquellos institutos que, de alguna forma, profesaban los
consejos evangélicos. Pero este título creaba polémica, porque algunos se oponían al mismo,
diciendo que el llamado a la perfección era para todos los bautizados, y no privilegio de algunos,
consagrados a la santidad de un modo peculiar, pero no exclusivo.
Por último, entonces, se cambió nuevamente el nombre del grupo, y se utilizó la expresión «Vida
Consagrada». Se seguía incluyendo como materia del grupo de trabajo a todos los institutos que
profesaban los consejos evangélicos, ya fuera por medio de votos, o de otros vínculos reconocidos
por la Iglesia. No se había cambiado el contenido, sólo el título.
Contenido teológico de la Vida Consagrada (can. 573 § 1)
El can. 573 § 1, tomado de LG 44, define la
573 § 1. La vida consagrada por la profesión
identidad teológica de la Vida Consagrada, y de los consejos evangélicos es una forma
permite identificar sus elementos esenciales. estable de vivir en la cual los fieles,
siguiendo más de cerca a Cristo bajo la
4.3.1 Dimensión teologal acción del Espíritu Santo, se dedican
La Vida Consagrada relaciona con Dios a los totalmente a Dios como a su amor supremo,
que la asumen como forma de vida, creando para que entregados por un nuevo y peculiar
título a su gloria, a la edificación de la
vínculos especiales entre el consagrado y la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan
santísima Trinidad. la perfección de la caridad en el servicio del
En primer lugar, Dios Padre aparece en el Reino de Dios y, convertidos en signo
corazón de la Vida Consagrada como forma preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria
especial de vida. Los consagrados «son dedicados totalmente a Dios como a su amor supremo» dice
el can. 573 § 1. Esta dedicación, por la que el consagrado pertenece totalmente a Dios, le da una
dimensión peculiar a la filiación, propia de todo bautizado, caracterizándola por la profesión de los
consejos evangélicos.
Por otra parte, los consagrados «siguen a Cristo más de cerca...». Y este seguimiento de Cristo,
que define la dimensión cristológica de la Vida Consagrada, se realiza a través de la profesión de
los consejos evangélicos, que hacen revivir el género de vida propio de Jesús. Se dice «más de
cerca», porque el seguimiento de Jesús por parte de los que profesan los consejos evangélicos es un
seguimiento específico (especificado por esta profesión), pero no exclusivo. A él están llamados
todos los bautizados.
Por último, también se indica en este canon que la vocación a la Vida Consagrada viene de Dios,
tiene origen divino, y es fruto de la acción del Espíritu Santo. Es «bajo la acción del Espíritu
Santo...», que los fieles siguen a Cristo más de cerca a Cristo.

Dimensión eclesial
La Vida Consagrada pertenece a la Iglesia, y participa, a su modo, de la sacramentalidad de toda
la Iglesia y de todo el Pueblo de Dios. Podemos decir que se manifiesta esta dimensión sacramental
de la Vida Consagrada al menos en dos maneras. Por un lado, representa y revive el género de vida
asumido por Jesús. Por otro, manifiesta los bienes del Cielo, ya presentes en forma incoada, en
nuestro tiempo. Es como un anuncio de la resurrección futura y la gloria del Reino.
Los consejos evangélicos, por cuya profesión se constituye la Vida Consagrada, «son un don de
Jesucristo a su Iglesia». Estos consejos, a través de los cuales algunas personas consagran su vida,
son, entonces, una gracia de la Iglesia y para la Iglesia. Se comprende, entonces, la voz pasiva
utilizada en la expresión que comentábamos en el apartado anterior. Es la Iglesia, desde esta
perspectiva, la que recibe el don de la Vida Consagrada, y quien «dedica» a los que son llamados
por Dios a esta forma de vida. Por eso, como veremos más adelante, será la autoridad eclesiástica la
que podrá aprobar las diversas formas de Vida Consagrada, los mismo que las Constituciones de los
Institutos en los que ésta se realiza, y la que tendrá, además la responsabilidad de vigilarla y
protegerla.

Dimensión espiritual
La ley suprema y vital del Reino de Dios es el amor. Los bautizados tienen, entonces, como
exigencia espiritual máxima, la ley del amor. Esta ley del amor tomará un lugar y un modo de
concreción muy especial, señalado por los consejos evangélicos, para los que asumen la Vida
Consagrada.
Por una parte, el amor será la fuente que da origen a los consejos evangélicos. Es el amor de Dios
el que llama a practicarlos, y es el amor a Dios y a los hombres lo que impulsa a algunos fieles a
asumirlos como forma de vida. El amor está, así, en el origen de la Vida Consagrada.
Por otra parte, los consejos evangélicos son también un camino para la práctica del amor. Son, de
esta manera, un medio que sirve para alcanzar un fin, que es el amor. Vista desde este lado, la Vida
Consagrada, por la profesión de los consejos evangélicos, es un medio para la realización plena del
amor. Es un medio cuya finalidad es alcanzar el amor.
Pero además, los consejos evangélicos son un modo concreto de realización de la vocación al
amor. Se convierten en el modo concreto y peculiar con el que los que asumen la Vida Consagrada
realizan en sus vidas el amor. Para los consagrados a través de los consejos evangélicos el amor
toma la forma concreta de la pobreza, la castidad y la obediencia.
Con todo lo dicho, se ve que la Vida Consagrada, que comienza a ser desarrollada en el Código
con este canon que estamos estudiando, no se refiere solamente a la consagración que recibe todo
fiel cristiano por el bautismo. Se trata de una consagración distinta, por un «nuevo y peculiar
título».
Esta consagración se realiza, a tenor del can. 573 § 1, por la profesión de los consejos
evangélicos. La «consagración» propia de la Vida Consagrada y la profesión de los consejos
evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, se identifican. No existe una sin la otra, y viceversa.

Contenido canónico de la Vida Consagrada (can. 573 § 2)

§ 2. Adoptan con libertad esta forma de Esta Vida Consagrada, identificada teológicamente en
vida en institutos de vida consagrada el § 1 del can. 573, es reconocida e institucionalizada por
canónicamente erigidos por la autoridad la Iglesia, en forma canónica. Así toman forman dentro de
competente de la Iglesia aquellos fieles ella los Institutos de Vida Consagrada, como lo señala el
que, mediante votos u otros vínculos can. 573 § 2, y las otras formas de Vida Consagrada
sagrados, según las leyes propias de los
institutos, profesan los reconocidas en los cc. 603-604.
consejos
evangélicos de castidad, pobreza y No es que la Iglesia apruebe la Vida Consagrada,
obediencia, y, por la caridad a la que éstos
considerada en sí misma, porque, como veíamos en el
conducen, se unen de modo especial a la
número anterior, ésta es de origen divino. Lo que la
Iglesia hace es reconocer este don dado por Dios a la Iglesia, dándole un estatuto canónico. Con
palabras del Concilio, podemos decir que lo que hace la Iglesia es elevar «con su sanción la
profesión religiosa a la dignidad de estado canónico», y reconocer y aprobar jurídicamente los
Institutos de Vida Consagrada.
Podemos comprobar esta afirmación dicha en el párrafo anterior de forma indirecta. Nunca se
dice en el Código que la Vida Consagrada que sea de derecho pontificio o de derecho diocesano,
simplemente se habla de la Vida Consagrada. En cambio, de los Institutos sí se dice que sean de
derecho pontificio o de derecho diocesano, según sea la autoridad que los ha aprobado. Quiere decir
que la aprobación es para los Institutos, no para la Vida Consagrada en sí misma, que es de origen
divino.
Puede pensarse, y de hecho existen, formas de Vida Consagrada que no estén institucionalizada,
es decir, que no tengan un reconocimiento público por parte de la Iglesia. Son las que realizan las
personas que, en forma privada, asumen la forma de vida propia de los consejos evangélicos, sin
aprobación especial de la autoridad eclesiástica.
Pero, además de estas formas, de carácter privado, existen las de carácter público, realizadas a
través de los Institutos de Vida Consagrada, que tienen personalidad jurídica pública dentro de la
Iglesia, es decir, son un sujeto de derecho y obligaciones dentro de la Iglesia, y que cuentan con la
garantía de ser un don dado por el Espíritu Santo a la Iglesia, y reconocido por su autoridad.
Dimensión carismática de la Vida Consagrada (can. 574)
El canon 574 permite ubicar la Vida Consagrada, como forma o estado de vida, en la realidad de
la Iglesia, y cuál es su aporte peculiar a la vida y la misión de la misma.
La comunión es, en la Iglesia, a la vez jerárquica y espiritual. Por eso, ella recibe del Espíritu
Santo diversos dones, unos jerárquicos y otros carismáticos. Los dones jerárquicos, que vienen a la
Iglesia a través de los sacramentos que imprimen carácter (bautismo, confirmación y orden
sagrado), determinan la estructura jerárquica de la misma. Los dones carismáticos, que el Espíritu
Santo distribuye entre los que El quiere, la enriquecen en su dimensión espiritual.
No se da una oposición entre los dones carismáticos y los dones jerárquicos en la Iglesia, porque
a través de ambos se construye la comunión de la misma. Por otro lado, los que reciben el don
jerárquico, reciben también dones carismáticos, y entre ellos el de reconocer los demás carismas.
Entre estos dones carismáticos, están los que permiten revivir el modo de vida, casto, pobre y
obediente, de Jesús, y que reciben los que son llamados a la Vida Consagrada. Estos carismas son
reconocidos e institucionalizados, en su forma de practicarlos, por la autoridad eclesial.
De allí que, como explica este canon, el estado (forma estable y reconocida) de la Vida
Consagrada pertenece a la Iglesia y, más específicamente, pertenece a su estructura carismática o
espiritual.
La vida y la santidad de la Iglesia no estarían completas sin este don de la Vida Consagrada, que
ella recibe del Espíritu Santo. Por eso todos en la Iglesia, no sólo los que han asumido esta forma de
vida, tienen que apoyar y promover la Vida Consagrada.
Por este lado podemos entender también la necesidad y la importancia de la inserción de los
Institutos de Vida Consagrada en las Iglesias particulares, «en las cuales y desde las cuales existe la
Iglesia universal». La Iglesia particular no estaría completa si no se desarrollaran en ella algunas
concreciones de este don del Espíritu Santo para la vida y la santidad de la misma, que es la Vida
Consagrada. Asimismo, no podría desarrollarse este don del Espíritu Santo a la Iglesia, que es la
Vida Consagrada, si no fuera dentro de una Iglesia particular, que la Iglesia universal existe «en
ellas y desde ellas».
«Algunos fieles» son llamados a este estado o forma de vida. Ya sean laicos o clérigos.
Podríamos agregar que todos los fieles, por el bautismo, podrían ser llamados a este estado de Vida
Consagrada. Pero de hecho, no todos son llamados. Aunque no hay un criterio selectivo a priori (el
Espíritu sopla donde quiere), este estado de vida no es para todo el Pueblo de Dios.

Origen cristológico de los consejos evangélicos (can. 575)


Siguiendo a este canon, decimos que los consejos evangélicos son un don de Dios, cuyo
contenido no ha inventado la Iglesia, sino que se encuentra en los Evangelios, donde encontramos la
doctrina y el ejemplo de Cristo, que les sirven de fundamento.
Este origen divino limita, por un lado, la autoridad de la Iglesia, que no puede suprimirlos, sino
regularlos, para apoyarlos y promoverlos. Y al mismo tiempo, hace referencia a un derecho positivo
divino, contenido en la Palabra de Dios y la Tradición, que deberá inspirar toda la normativa
eclesiástica dedicada a apoyar y promover esta forma de vida.

Regulación jerárquica de los consejos evangélicos (can. 576)


Siendo un «don divino que la Iglesia recibe de Dios», está suficientemente justificado que la
autoridad eclesiástica tenga jurisdicción sobre la práctica de los mismos.
Cristo ha dejado a sus Apóstoles, con Pedro a la Cabeza, la potestad que El mismo ha recibido de
su Padre, para que lleven adelante la misión de la Iglesia. El alcance universal de esa misión ha
hecho que los Apóstoles establecieran sus Sucesores, a los que entregaron esa potestad, y que
forman el Colegio episcopal, con el sucesor de Pedro, el Papa, a la Cabeza.
Siendo los consejos evangélicos un don al servicio de la comunión y de la misión de la Iglesia,
entran dentro de la competencia de esta autoridad que han recibido los Sucesores de los Apóstoles.
La autoridad eclesiástica podrá, conforme a este can. 576:
 Interpretar los consejos evangélicos. Tendremos ejemplos de esta función de interpretar los
consejos evangélicos en cada aprobación o desaprobación de las interpretaciones de los consejos
evangélicos que hacen los fundadores al presentar la aprobación de nuevos Institutos a la
autoridad eclesiástica.
 Regular su práctica dentro de la Iglesia con las leyes necesarias. Así vemos que la autoridad
suprema (el Papa) dispone esta legislación universal que forman los cc. 573-574 del Código de
Derecho Canónico.
 Determinar formas estables de vivirlos, a través de la aprobación canónica. Las formas hoy
determinadas son las que presentamos más adelante, al hablar de los diversos tipos de Vida
Consagrada y los que se les asemejan.
 Cuidar que los Institutos crezcan, conforme el espíritu de sus fundadores y las sanas
tradiciones. Siendo la Vida Consagrada un don de Dios a la Iglesia, la autoridad eclesiástica no
puede desentenderse de su crecimiento, esperando que sólo los interesados directamente en ella
se ocupen del mismo. Tendrá que interesarse por los Institutos, siempre con la limitación que
supone el respeto de la justa autonomía de cada Instituto.

Patrimonio propio de cada Instituto de Vida Consagrada (cc. 577-578)


La Vida Consagrada no es uniforme. La cantidad de Institutos de Vida Consagrada que
conocemos es prueba suficiente. Pero sí es una.
Decimos que es una porque todos los Institutos de Vida Consagrada, tienen una identidad
común, que consiste en asumir como forma de vida la profesión de los consejos evangélicos,
aunque no todos los entienden y asumen del mismo modo.
Se justifica la diversidad, porque cada uno asume de modo Can. 577 En la Iglesia hay
particular alguno o algunos aspectos de la vida de Jesús, que es muchos institutos de vida
inagotable. A través de la Vida Consagrada algunos fieles consagrada, que han recibido
intentarán imitar a «Cristo entregado a la contemplación en el dones diversos, según la gracia
propia de cada uno: pues
monte, anunciando el Reino de Dios a las multitudes, sanando siguen más de cerca a Cristo a
los enfermos y a los heridos, convirtiendo a los pecadores, ya cuando ora, ya cuando
bendiciendo a los niños, haciendo el bien a todos», dirá el anuncia el Reino de Dios, ya
Concilio. El can. 577 sigue el texto de este párrafo del cuando hace el bien a los
hombres, ya cuando convive
Concilio, y sugiere de ese modo la existencia de Institutos con ellos en el mundo, aunque
contemplativos (siguen a Cristo que ora), otros dedicados a la cumpliendo siempre la
vida apostólica (siguen a Cristo que anuncia el Reino de Dios),
otros a la caridad (siguen a Cristo que hace el bien a los hombres), y otros con la característica de
los Institutos seculares (siguen a Cristo que convive con los hombres en el mundo).
Lo propio de cada Instituto, su identidad carismática, viene identificado con la expresión
«patrimonio propio». Lo que el Código identifica como «patrimonio propio» de un Instituto de Vida
Consagrada, es lo que tradicionalmente se identificaba como «carisma propio». Se cambia el
término, pero se está hablando de la misma realidad.
Quizás se ha pretendido, de este modo, evitar la discusión sobre la relación de los carismas con
la Jerarquía. El Magisterio siempre ha sostenido que lo carismático no se opone a lo jerárquico, y
que un carisma propio de la Jerarquía es, justamente, el de reconocer, juzgar sobre la legitimidad y
proteger, en lo que le corresponde, a los otros carismas, como lo hace con el patrimonio propio de
cada Instituto de Vida Consagrada. Sin embargo, eso no ha impedido del todo que a veces se haya
querido oponer el carisma de la Vida Consagrada y la Jerarquía.
El can. 578 define cuáles son elementos sustanciales del patrimonio de
Can. 578 Todos han de un Instituto de Vida Consagrada: su naturaleza, su fin, su espíritu, su
observar con fidelidad la
mente y propósitos de los índole y sus sanas tradiciones (que, para ser tales, tendrán que ser
fundadores, corroborados conformes a los deseos y la mente de los fundadores, tal como fueron
por la autoridad aprobadas, en su momento, por la autoridad eclesiástica).
eclesiástica competente,
La naturaleza del Instituto es definida comúnmente en referencia a los
acerca de la naturaleza,
fin, espíritu y carácter de tipos de Instituto que históricamente se han conocido en la Iglesia: si es
cada instituto, así como religioso o secular, monástico o apostólico, clerical o laical, etc.
también sus sanas El fin es lo que constituye la misión propia del Instituto, su razón de
tradiciones, todo lo cual
ser. Por el fin quedarán determinadas tanto las actividades como los
constituye el patrimonio
diversos aspectos del Instituto. El fin condiciona los medios, sugiriendo
cuáles serán aptos para alcanzarlo y cuáles no.
El espíritu del Instituto viene dado sobretodo por su espiritualidad, pero también por otros
aspectos que animan su modo propio de vida.
La índole del Instituto podemos entenderla como una suma de los aspectos anteriormente
señalados. La naturaleza, el fin y el espíritu del Instituto le dan una fisonomía propia, que podemos
llamar la índole del mismo.
En las Constituciones de cada Instituto quedarán plasmados los contenidos de su patrimonio
propio. Pero, una vez fijado el mismo, todos, los miembros del Instituto y los demás miembros de la
Iglesia, deberán observar con fidelidad y conservar, el contenido del mismo.
El patrimonio propio de un Instituto constituye un carisma recibido de Dios por la Iglesia, y
reconocido por la autoridad eclesiástica. Si los miembros del Instituto pudieran, por su cuenta,
modificar el patrimonio del mismo, nos encontraríamos que se estaría vaciando o modificando un
modo de profesar los consejos evangélicos, y estaría apareciendo, bajo el disfraz de un Instituto
aprobado, una forma nueva que no contaría con la aprobación de la Iglesia. Por eso los miembros de
los Institutos están obligados a observar (cumplir) con fidelidad lo definido en su patrimonio.
Y si la autoridad eclesiástica pudiera modificar arbitrariamente el estilo de vida propio de un
Instituto previamente aprobado, entraría en contradicción consigo misma.
Esto no quita que los miembros puedan buscar, a lo largo del tiempo, realizar la necesaria
adaptación (no transformación) del propio Instituto, para lo cual requerirán también la aprobación
de la autoridad eclesiástica, del mismo modo que intervino para el reconocimiento y la aprobación
de su patrimonio.

Normas comunes a los institutos de vida consagrada


Pueden ser clericales o laicales. Los primeros son aquellos que son dirigidos por clérigos,
asumen el ejercicio del orden sagrado para cumplir con la intención del fundador y son reconocidos
así por la autoridad. Los laicales son aquellos que reconocidos como tales no incluyen el ejercicio
del orden sagrado entre sus ministerios (c. 588).
Los institutos pueden se derecho diocesano o pontificio. Las primeras son erigidas por un Obispo
diocesano, quien en su propio territorio puede erigir IVC, consultando a la Santa Sede (c. 579), sin
recibir de ella la aprobación, y queda bajo su cuidado (c. 594). A él corresponde aprobar las
constituciones, las modificaciones que a ellas sean introducidas, y tratar de los asuntos más
importantes que excedan del poder del superior local (c. 595). Los pontificios son aquellos erigidos
u aprobados por ésta mediante decreto formal (c. 589).
Los miembros tienen todos como Superior supremo al Romano Pontífice (c. 590), y éste puede
someter directamente a él el régimen de los institutos (c. 591). Para mejor proveer a cada instituto
es necesario que cada Moderador supremo envíe a la Sede Apostólica un informe sobre su situación
y vida del instituto.
No obstante la dependencia directa de la autoridad competente, los IVC gozan de una autonomía
propia sobre su gobierno y disciplina, que debe ser respetada y custodiada por la misma autoridad
(c. 586).
Puede ser admitido en un IVC todo católico de recta intención (c. 597), que tenga las cualidades
exigidas por el derecho y esté libre de impedimentos (vínculos matrimoniales o religiosos
anteriores, etc.).
Cada instituto debe determinar en sus constituciones cómo se han de vivir y observar los
consejos evangélicos, ordenando su vida según el derecho propio (cc. 598-601).
La vida fraterna en común debe determinarse de manera que sea para todos una ayuda mutua en
el cumplimiento de la propia vocación personal, como signo de reconciliación (c. 602).
Las normas establecidas en el derecho universal valen para religiosos de ambos sexos (c. 606).

Institutos religiosos
Casa
La comunidad religiosa debe habitar en una casa, legítimamente constituida, en la que debe
haber un oratorio (c. 608). Las casas se erigen por la autoridad competente del instituto, para lo cual
se debe tener en cuenta la utilidad del instituto, de la Iglesia. Debe asegurar que los miembros
puedan vivir su vida religiosa con los medios de sustentamiento necesarios a los miembros según
los fines propios (c. 610).
Para la erección es necesario que el Obispo del lugar dé su consentimiento (cc. 608). Dicho
consentimiento supone el derecho de vivir según el carácter y espíritu del instituto, realizar sus
propias obras de apostolado según las normas antepuestas, tener un oratorio (c. 611). También se
requiere el consentimiento del Obispo cuando una casa se destina a obras apostólicas distintas de
aquellas para las que se constituyó (c. 612).
La casa puede ser suprimida sólo por el superior general, siguiendo el derecho propio, habiendo
consultado al Obispo (c. 615). Si se trata de la última casa de un instituto corresponde a la Santa
Sede suprimirla decidiendo sobre destino de los bienes (c. 616).
Gobierno
Son superiores mayores aquellos que gobiernan todo el instituto, una provincia de esto u otra
parte equiparada a la misma, o una casa independiente, asó como sus vicarios (c. 620). Se llama
provincia a un conjunto de casas erigido canónicamente que forman parte inmediata de un instituto
(c. 621).
Para que los superiores mayores sean nombrados válidamente se requiere que sean profesos de
votos perpetuos, desde un tiempo conveniente, según el derecho propio (c. 624). La elección debe
realizarse según las constituciones. Cuando se trata de un instituto diocesano, dicha elección es
presidida por el Obispo (c. 625).
Debe el superior, además, tener un consejo que lo ayude en sus tareas, según las constituciones
(c. 627 §2). El superior debe visitar en los momentos establecidos las casas a su cargo (c. 628). Los
Obispos podrán, en lo referente a la disciplina interna de los institutos, visitarlos cuando se trate de
monasterios autónomos (c. 615) o cuando se trate de IR de derecho diocesano. Los superiores
residan en su casa y no se ausenten sino según el derecho (c. 629).
A su vez tienen la obligación de reconocer la debida libertad de los miembros para la penitencia
y la dirección espiritual. Tratarán de que haya confesores y directores idóneos para que puedan
ayudar a los religiosos, pero no impondrán a ninguno acudir a ellos. No deben escuchar la confesión
de sus súbditos, a menos que estos lo pidan expresamente. No pueden exigir que estos les abran su
conciencia, pero se recomienda que los súbditos lo hagan espontáneamente (c. 630).
El capítulo general es ala autoridad suprema en el instituto (c. 631). Su misión es aquella de
defender el patrimonio del instituto1. Su regulación depende exclusivamente de las constituciones
del instituto (c. 632).
El instituto y sus partes (provincias y casas), por tener personalidad jurídica, son capaces de
adquirir, poseer, administrar y enajenar bienes temporales (c. 634), evitando siempre toda
apariencia de lujo inmoderado o acumulación de bienes. En cada instituto, en cada provincia y en
cada casa, debe haber un ecónomo que lleve la administración de los bienes bajo la dirección del
Superior respectivo (c. 635), los cuales deben rendir cuenta a tenor del derecho a los superiores
competentes (c. 636), que en el caso de los monasterios autónomos deben hacerlo al Ordinario, el
cual tiene, además potestad para conocer en estos asuntos para las casas religiosas de derecho
diocesano.

Religiosos en formación
El derecho de ADMITIR candidatos al noviciado compete al Superior mayor (c. 641), quienes lo
harán con cuidado y sólo aquellos que se muestren idóneos y madurez, la cual podrá ser evaluada a
través de peritos (c. 642)2. No puede ser admitido el menor de 17 años, el cónyuge durante el
matrimonio, aquel ligado con votos a otros instituto, quien no tienen libertad o quita libertad al
superior, quien haya ocultado su incorporación a otro instituto religioso (c. 643). Cuando se trate de
sacerdotes del clero secular, deben consultar al Ordinario del candidato, lo mismo cuando se trate
de religiosos. Deben evitar, además, admitir a quien haya contraído deudas que no pueda pagar (c.
644).
Una vez admitidos deben incorporarse al NOVICIADO, cuya finalidad es la de comprobar la
intención y vocación del candidato y que éste pueda conocer, a su vez, el espíritu y vida del instituto
(c. 645). La duración del noviciado es de no menos de 12 meses en la misma comunidad del
noviciado y no más de 2 años (c. 649). Esto no implica que el candidato no pueda salir para realizar
experiencias de formación (c. 648), pero dicha ausencia no puede superar los 3 meses para la
validez del período3.
El período de formación estará dirigido por el maestro de novicios según el plan de formación
que determina el derecho propio (c. 650), quien será miembro con votos perpetuos legítimamente
designado, dedicándose totalmente a ésta tarea (c. 651). La tarea fundamental es la de discernir y
comprobar la vocación de los novicios formándolos gradualmente para que vivan la vida de
perfección propia del instituto, a través de las virtudes humanas, la oración y las lecturas, a través
del conocimiento de la vida del instituto. Los novicios deben ser concientes de su propia
responsabilidad en adquirir la formación adecuada (c. 652). El novicio puede abandonar en
cualquier momento el instituto (c. 653).
Al terminar este período el novicio puede ser admitido a la PROFESIÓN, cuando se lo considera
idóneo. El superior puede prorrogar el tiempo de prueba (no más de 6 meses) o puede simplemente
despedirlo (c. 653).
La primera profesión es temporal, la cual puede ser hecha por un período no menor de tres y no
mayor de seis años (c. 655). Para la validez de los votos se necesita: 18 años, noviciado válido,
admitido libremente, deseo y libertad en el candidato y que la profesión sea admitida por el superior
legítimo o su delegado (c. 656). Pasado el tiempo de la profesión, el candidato considerado idóneo
1
«la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la
naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones»… c. 578.
2
E límite a este derecho se encuentra en el c. 220 que tutela el derecho a la intimidad.
3
Esto supone una cierta elasticidad, de hecho del c. establece que la diferencia de 15 debe suplirse, por lo que hasta 15
podría considerarse válido.
puede ser admitido, si así lo pidiere, a la renovación de los votos o a la profesión perpetua. El
superior puede, sin embargo, prorrogar el tiempo de votos temporales (hasta 9 años) o despedirlo (c.
657). Para la profesión perpetua se requiere además, que el candidato tenga 21 años y la profesión
temporal por un período no menor de 3 años (c. 658).

Obligaciones y derechos
Esta sección se apoya sobre dos grandes principios: a) El religioso debe tener como regla
suprema de la vida a Cristo tal como se lee en los Evangelios y se lo propone en las constituciones
(c. 662); b) el instituto debe proporcionar a sus miembros todos los medio necesarios, según las
constituciones, para alcanzar el fin de su vocación (c. 671).
Del modelo propuesto a todo religioso se le recomiendan los MEDIOS NECESARIOS, como son: la
contemplación de las cosas divinas, la participación en la Eucaristía, lectura de las Sagradas
Escrituras, oración mental, liturgia de las horas, el rosario, el retiro anual, etc. (c. 663). La finalidad
de todas estas actividades es alcanzar el modelo, para lo cual se les propone la conversión diaria
mediante el examen de conciencia (c. 664). En su modo de vivir es importante la prudencia en el
uso de los MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL especialmente aquello que sea perjudicial para la vida
de castidad (c. 666).
El religioso tiene además, que RESIDIR EN LA CASA de la comunidad haciendo vida en común.
Con justa causa el superior puede permitirle vivir fuera de la casa del instituto pero no más allá de
un año a no ser por motivos de enfermedad, estudios o apostolado. De ninguna manera este permiso
puede ser un motivo para escaparse de la obediencia a los superiores (c. 665).
En relación a los BIENES, antes de la primera profesión, los miembros hacen cesión de la
administración de los bienes que deseen, si las disposiciones del instituto lo permiten, dispondrán
libremente del uso y usufructo de los mismos. Antes de los votos perpetuos harán testamento con
validez civil (c. 668). Si las constituciones determinan la renuncia a todos los bienes, deberán
hacerlo antes de los votos perpetuos, mediante instrumento con validez civil. En este último caso
pierde además, la capacidad de adquirir y poseer bienes propios (c. 668).
Todo lo que los religiosos ganen por su trabajo lo hace para el instituto (c. 668). No debe
tampoco aceptar sin licencia del Superior legítimo cargos u oficios fuera de su propio instituto (c.
671).
El religioso debe llevar el hábito del instituto o el traje clerical (cc. 669 y 670).

Apostolado
El primer apostolado de los religiosos es el estilo de vida que han de fomentar con la oración y la
penitencia (c. 673). El espíritu apostólico debe siempre brotar de la unión con el Señor (c. 675) y
debe expresar el estilo de vida propio, el cual debe ser siempre respetado (cc. 674, 676 y 677). Los
religiosos están siempre sujetos a la potestad de los Obispos en lo que se refiere a la cura de almas,
al ejercicio público del culto divino y a otras obras de apostolado. De hecho las actividades
encomendadas por el Obispo diocesano quedan bajo su autoridad y dirección (c. 681). En este
sentido, él puede visitar las iglesias y oratorios a los que tienen acceso habitual los fieles, así como
también las escuelas y otras obras frecuentadas por los fieles, pero aquellas destinadas sólo a
miembros de la comunidad (c. 683)4.
Sin embargo están sujetos además, a las directivas de los superiores, por lo cual es necesario que
superiores y obispos estén en continua comunicación (c. 678).

4
Pero si descubre algún abuso puede, habiendo avisado al Superior sin resultado, proveer bajo su propia autoridad (c.
683 §2).
Cuando se trate de conferir un oficio en una diócesis a un religioso, éste es nombrado por el
Obispo diocesano, previa presentación o al menos asentimiento del Superior competente. Puede ser
removido por ambas autoridades avisando una a la otra, sin requerirse el consentimiento (c. 682).
Con el mismo espíritu se fomente la cooperación entre institutos de vida consagrada (c. (680).

Separación del instituto


Tres son las situaciones que el código contempla: el tránsito, la salida y la expulsión del
miembro del IVC, del instituto.

a Tránsito
Es la situación de un miembro de un instituto que solicita pasar a otro. El código no contempla
los casos de los profesos temporales. Para los profesos de votos perpetuos, se dice que no puede
pasar de un instituto al otro sin el consentimiento de los superiores mayores y del consejo de ambos
institutos5. Si ambos consintieran en el tránsito, el candidato no puede profesar en el segundo sino
después de tres años, siguiendo las etapas de formación previstas por el nuevo instituto (c. 684).
Durante el tiempo en que se encuentra en el segundo, no cesan sus votos pero se adaptan a la nueva
situación, así como también las obligaciones que son incompatibles con su nueva situación (c. 685).
Si al fin del período no profesa debe volver al instituto originario, a menos que obtenga el
rescripto de secularización (c. 684).

b. Salida
El c. 689 establece el principio que el religioso de votos temporales puede salir de la institución
en el momento en el que lo desee. El c. 691, por su parte, dice que el profeso de votos perpetuos no
debe pedir indulto d salida del instituto si no es por causas gravísimas. Como se ve, se mantiene el
principio de libertad, adecuada a las distintas situaciones.
Un paso que suele darse antes de pedir la salida definitiva es el período de EXCLAUSTRACIÓN, el
cual es dado, como indulto, por el superior mayor, por un tiempo no mayor de tres años. Para un
tiempo mayor se lo reserva a la Santa Sede. Si el que pretende salir es un clérigo, se deberá tener el
consentimiento del Obispo del lugar donde aquel desea vivir. La exclaustración también puede ser
impuesta a un miembro, siempre por causas graves (c. 686). El miembro exclaustrado queda libre
de las obligaciones que son incompatibles con su nueva situación (c. 687).
A veces la SALIDA del instituto se produce porque al individuo no se le concede la renovación de
los votos temporales o la profesión perpetua. Una causa posible puede ser la aparición de una
enfermedad, física o psíquica, que lo vuelve inadapto para el instituto, aún cuando haya sido
contraída después de la profesión temporal, siempre que no haya sobrevenido por negligencia del
instituto o por el trabajo realizado en éste (c. 689)6. De todos modos la salida del instituto no es
definitiva, dado que podría se readmitido al mismo por el Superior General sin obligación de repetir
el noviciado (c. 670).
El indulto de salida concedido no lleva consigo la dispensa de los votos (c. 692). Cuando se trate
de un clérigo, no se le dará hasta que no encuentre un Obispo que lo reciba al menos a prueba (c.
693).

5
Cuando se trate de pasar a un SVA o a un instituto secular, se necesita además, la autorización de la Santa Sede.
6
Si durante los votos temporales cae en amencia no puede ser apartado del instituto (c. 689 §3).
c Expulsión
 Los institutos de vida consagrada evidentemente desean y procuran que aquellos que han
manifestado una vocación y luchan por realizarla, perseveren en su propósito. Pero
desgraciadamente en ocasiones se han visto obligados a decretar la expulsión de alguno de sus
miembros. Existe una experiencia de vida religiosa de siglos. Y además de los grandes ejemplos de
entrega a la vocación, a veces se ha hecho necesario proceder a poner en marcha los mecanismos
que aquí se describen. Puede parecer una falta de caridad, y a veces una torpeza, proceder a
expulsar a un religioso que quizá lo que necesita es apoyo y ayuda de sus hermanos. Sin embargo,
el sentido de estas normas está impregnado también de caridad, puesto que se debe velar antes que
nada por la salud espiritual de todos los miembros del instituto, y por la salud del instituto mismo.
En cualquier caso, como veremos, se garantizan los derechos del religioso del que se incoa el
procedimiento.
Es necesario, por otro lado, combinar la rapidez en la ejecución de la expulsión -entre otros
motivos porque se debe evitar que se produzcan mayores males, o escándalo entre los fieles- con la
necesidad de evitar arbitrariedades e injusticias en estos procedimientos. Entre otras medidas, el
ordenamiento prevé los modos para escuchar al interesado. Se puede decir que los principios que
regulan esta materia son los de caridad y justicia. Principios, además, que se han de observar con el
individuo interesado, pero también con el propio instituto.
Se pueden distinguir, por el modo de ejecución, tres tipos de expulsión. Son la expulsión
automática, la expulsión mandada y la discrecional.

a Expulsión automática
El canon 694 habla de ello:
 Canon 694 § 1: Se ha de considerar expulsado ipso facto de un instituto el miembro que:
1º. haya abandonado notoriamente la fe católica;
2º. haya contraído matrimonio o lo intente, aunque sea sólo de manera civil.
§2: En estos casos, una vez recogidas las pruebas, el Superior mayor con su consejo debe emitir
sin ninguna demora una declaración del hecho, para que la expulsión conste jurídicamente.
Como se ve, sólo se admiten dos causas de expulsión automática. Dada la gravedad de la
medida, son motivos tasados. Por otro lado, puede haber otros efectos jurídicos derivados de un acto
del religioso, como son la suspensión latae sententiae si atenta matrimonio un religioso clérigo
(canon 1394), o la excomunión latae sententiae si ha habido herejía, apostasía o cisma (canon
1364).
En esos casos, el Superior debe emitir sin ninguna demora una declaración del hecho.

b Expulsión mandada
El canon 695 la describe.
Canon 695 § 1: DEBE ser expulsado el miembro que cometa uno de los delitos de los que se trata
en los cc. 1397, 1398 y 1395, a no ser que en los delitos de que trata el can. 1395, § 2, el Superior
juzgue que la dimisión no es absolutamente necesaria y que la enmienda de su súbdito, la
restitución de la justicia y la reparación del escándalo puede satisfacerse de otro modo.
§ 2: En esos casos, el Superior mayor, después de recoger las pruebas sobre los hechos y su
imputabilidad, presentará al miembro la acusación y las pruebas, dándole la posibilidad de
defenderse. Se enviarán al Superior general todas las actas, firmadas por el Superior mayor y por el
notario, así como también las respuestas escritas del miembro y firmadas por él mismo.
Por el canon 695 se establece que será expulsado del instituto al que pertenece el religioso que
comete homicidio, o rapta o retiene a un ser humano con violencia o fraude, o le mutila o hiere
gravemente (canon 1397), o incurre en el delito de aborto (canon 1398), o el religioso concubinario
(canon 1395, § 1) o el que comete de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del
Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con
un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad (canon 1395, § 2).
Nótese la diferencia con la expulsión automática: es el canon 695 § 2 el que marca la distinción.
Si el Superior conoce un supuesto que conlleva expulsión automática, debe emitir sin ninguna
demora una declaración del hecho, para que la expulsión conste. En cambio, si conoce un caso de
expulsión mandada, inicia un procedimiento que incluye la audiencia al interesado. En los
supuestos de hecho del canon 694 el Legislador considera que esas conductas son tan graves como
para que haya expulsión automática, sin siquiera escuchar al interesado. Se evita la arbitrariedad,
pues se indica que se deben recoger las pruebas, y que se debe dar el decreto por escrito. Además, el
religioso posteriormente puede defender sus derechos, si considera que la medida ha sido injusta.

c Expulsión discrecional
Trata de ella el canon 696:
Canon 696 § 1: Un miembro también por otras causas, siempre que sean graves, externas,
imputables y jurídicamente comprobadas, como son: el descuido habitual de las obligaciones de la
vida consagrada; las reiteradas violaciones de los vínculos sagrados; la desobediencia pertinaz a los
mandatos legítimos de los Superiores en materia grave; el escándalo grave causado por su conducta
culpable; la defensa o difusión pertinaz de doctrinas condenadas por el magisterio de la Iglesia; la
adhesión pública a ideologías contaminadas de materialismo o ateísmo; la ausencia ilegítima de la
que se trata en el can. 665, § 2, por más de un semestre; y otras causas de gravedad semejante, que
puede determinar el derecho propio del instituto.
§ 2: Para la expulsión de un miembro de votos temporales bastan también otras causas de menor
gravedad determinadas en el derecho propio.
Se trata de otros supuestos de hecho, menos graves que los anteriores, en que el religioso no ha
de ser expulsado, sino que se da discrecionalidad al Superior: el canon comienza indicando
precisamente que “puede ser expulsado”, no que lo vaya a ser necesariamente. La discrecionalidad
no se refiere a los supuestos, que son tasados, sino a la medida a tomar cuando se presenta uno de
estos supuestos.
Pero si examinamos los supuestos de hecho tipificados se comprueba que algunos parecen poco
concretos, necesitados de interpretación. Así, es difícil juzgar que un religioso descuide
habitualmente las obligaciones de la vida consagrada, o que cause escándalo gravemente por su
conducta culpable. Todos tenemos errores. ¿Dónde está el límite entre un descuido, y un descuido
habitual? ¿O cuándo un escándalo es grave?
Sin embargo, se debe recordar que el canon 696 § 1 exige que la causa de expulsión sea grave,
externa, imputable y jurídicamente comprobada. Todos hemos causado alguna vez algún escándalo,
pero para que sea causa de expulsión éste ha de ser grave, externo, imputable al religioso y
comprobado jurídicamente. Estas prevenciones desde luego dejan poco margen a la arbitrariedad.
En cuanto al procedimiento previsto, se puede consultar en el canon 697.

d Normas comunes
La autoridad que puede decretar la expulsión de un miembro es el Superior general. A él se
puede dirigir directamente el miembro del instituto: el canon 698 advierte que “en todos los casos
de los que se trata en los cánones 695 y 696, queda siempre firme el derecho del miembro a
dirigirse al Superior general y a presentar a éste directamente su defensa”. Si se trata de un
monasterio autónomo, la autoridad es el Obispo diocesano (canon 699).
El decreto de expulsión debe ser confirmado por la Santa Sede. Si el instituto es de derecho
pontificio, la autoridad es el Obispo diocesano de la casa en la que vivía el religioso (canon 700).
Los efectos se resumen en la cesación ipso facto de los votos, así como también de los derechos
y obligaciones provenientes de la profesión. El religioso que también es clérigo no puede ejercer las
Ordenes sagradas hasta que encuentre un Obispo benévolo que le acoja (canon 701).
Una última precisión se debe añadir: lo aquí dicho para los miembros de institutos religiosos,
salvando las diferencias, vale para los miembros de institutos seculares (cfr. canon 729) y los de
sociedades de vida apostólica (canon 746).

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