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La Rerum Novarum se la debemos al papa León XIII que ocupó el trono de Pedro
desde el 20 de febrero de 1878 hasta el 20 de julio del año 1903.
Esta encíclica vio la luz el 15 de mayo del año 1891.
Recordemos que ya desde el año 1882 el papa León XII había encargado a un
grupo de notables católicos, constituir un comité de estudio que empezara a
elaborar las ideas fundamentales de la posición de la Iglesia frente a la cuestión
social; este comité se convirtió luego en la Unión de Friburgo que preparó aún
más, todo el conjunto de ideas que servirían de base para la redacción de la
Rerum Novarum.
El ambiente en que surge está rodeado por los efectos de la Revolución Industrial
y las reacciones que no se hacen esperar, en primer lugar los diversos matices con
que se presentó el socialismo y su lucha contra el capitalismo, mismo que llevarán
a convertir en lucha de clases.
De otro lado se encontraba el capitalismo que no acepta
correcciones y así se va suscitando un estira y encoje en
medio del cual quedarán millones de hijos de Dios cuyo
problema fundamental no es ideológico.
Así pues, al entrar la Iglesia Católica en el nuevo siglo lo hará como quien está atento a la
evolución de la problemática social, y a seguir apoyando y defendiendo a la clase obrera en el
proceso de su dignificación.
Cuan merecido el título de defensor incansable de la clase proletaria y el apelativo de Papa de los
obreros para León XIII.
La encíclica está dividida de la siguiente manera:
Introducción
Sobre la Situación de los Obreros (1)
1° Parte: Exposición Polémica (2-11)
Solución Socialista
Las Seis Razones a favor de la Propiedad Privada
2° Parte: Exposición Positiva
Tarea de la Iglesia (12-23)
Tarea del Estado (24-32)
Tarea de los Interesados (33-41) (León XIII, 1992).
El Trabajo en la Rerum Novarum
Rerum Novarum 31. Por lo que toca a la defensa de los bienes corporales y
externos, lo primero que hay que hacer es liberar a los pobres obreros de la
crueldad de hombres codiciosos que, a fin de aumentar sus propias ganancias
abusan sin moderación alguna, de las personas, como si no fueran personas sino
cosas.
Débese, pues, procurar que el trabajo de cada día no se extienda a más horas de
las que permiten las fuerzas.
Cuánto tiempo haya de durar este descanso se deberá determinar, teniendo en
cuenta las distintas especies de trabajo, las circunstancias del tiempo y del lugar, y
la salud de los obreros mismos.
Finalmente, lo que puede hacer y lo que puede soportar un hombre de edad adulta
y bien robusto, es inicuo exigirlo a un niño, o a una mujer.
Más aún, respecto de los niños hay que tener grandísimo cuidado que no los
recoja la fábrica o el taller, antes que la edad haya suficientemente fortalecido su
cuerpo, sus facultades intelectuales, y toda su alma.
Determinación de los salarios