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CURSO: DEONTOLOGÍA

PROFESIONAL

Profesora: Pilar Roldán Flores


LOS FORJADORES DE LOS IDEALES

La desigualdad es la fuerza y esencia de toda selección. No hay dos lirios iguales, ni


dos águilas, ni dos orugas, ni dos hombres: todo lo que vive es incesantemente desigual.
En cada primavera florecen unos árboles, antes que otros, como si fueran preferidos por
la naturaleza; en ciertas etapas de la historia humana, cuando se plasma un pueblo, se
crea un estilo o se formula una doctrina, algunos hombres excepcionales anticipan su
visón a la de todos, la concretan en un ideal y la expresan de tal manera que perdura en
los siglos. Heraldos, la humanidad los escuchan; profetas lo creen; capitanes, los siguen;
santos, los imitan. Llenan una era o señalan una ruta: sembrando algún germen
fecundo de nuevas verdades, poniendo su firma en destinos de razas, creando armonías,
forjando bellezas. “El hombre mediocre” p. 183 José Ingenieros.
EL GENIO Y LA OPORTUNIDAD

Nacen muchos ingenios excelentes en cada siglo. Uno entre cien encuentra tal clima o
tal hora que lo destina a la culminación: es como si la buena semilla cayera en terreno
fértil y en vísperas de lluvia. Ese es el secreto de su gloria, coincidir con la oportunidad
que necesita de él . Se entreabre y crece sintetizando un ideal implícito en el porvenir
inminente o remoto; presintiéndolo, instituyéndolo, enseñándolo, iluminándolo.
Ningún filósofo, estadista, sabio o poeta alcanza la genialidad mientras en su medio no
hay las condiciones favorables de tiempo y lugar para que su aptitud se convierta en
función y marque una época en la historia. El ambiente constituye el “clima” del genio y
la oportunidad marca su hora. Sin ellos ningún cerebro excepcional puede elevarse a la
genialidad.
La obra del genio no es fruto no es exclusivo de la inspiración individual,
ni puede mirarse como un feliz accidente que tuerce el curso de la
historia; convergen a ella las aptitudes personales y circunstancias
infinitas. Cuando una raza, un arte, una ciencia o un credo preparan su
advenimiento, el hombre extraordinario aparece, personificando nuevas
orientaciones de los pueblos o de las ideas. Las anuncia como artista o profeta,
las desentraña como inventor o filósofo, las emprende como conquistador o estadista.
Sus obras le sobreviven y permiten reconocer su huella, a través del tiempo. Es
rectilíneo, incontrastable: vuela, vuela superior a los obstáculos, hasta alcanzar la
genialidad.
Hay una medida para apreciar la genialidad: si es legítima, se reconoce por su obra,
honda en su raigambre y vasta en su floración. Si poeta, canta un ideal; si sabio, lo
define; si santo, lo enseña; si héroe , lo ejecuta. Pueden notarse en un hombre joven las
más conspicuas aptitudes para alcanzar la genialidad; pero es difícil pronosticar si las
circunstancias convergerán a que ellas se conviertan en obras. Y mientras no las vemos ,
toda apreciación es caprichosa. Por eso, ciertas obras geniales no se realizan en minutos,
sino en años, un hombre de genio puede pasar desconocido en su tiempo y ser
consagrado por la posteridad. Los contemporáneos no suelen marcar el paso al compás
del genio; pero si ha cumplido su destino, una nueva generación estará habilitada para
comprenderlo.
En vida, muchos hombres de genio son ignorados, proscriptos, desestimados
escarnecidos. En la lucha por el éxito pueden triunfar los mediocres, pues se
adaptan a las modas ideológicas reinantes, para la gloria solo cuentan las obras inspiradas por
un ideal y consolidadas por el tiempo, donde triunfan los genios. Su victoria no depende del
homenaje transitorio que pueden otorgarle o negarle los demás, sino de su propia capacidad para
cumplir su misión.
La magnitud de la obra genial se calcula por la vastedad de su horizonte y la extensión de sus
aplicaciones. En ello se ha querido fundar cierta jerarquía de los diversos órdenes del genio,
considerados como diversos perfeccionamientos extraordinarios del intelecto y la voluntad.
“ El hombre mediocre” P. 184,185 de José Ingenieros.
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