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RICCARDO CAMPA

La era de los presagios


El léxico de la premonición y de la conjetura

2014
Riccardo Campa

LA ERA DE LOS PRESAGIOS

Traducción y edición coordinada por

Manuel Lázaro Pulido

Universidad Católica Portuguesa / Porto – Instituto Teológico de Cáceres (UPSA)


ÍNDICE

1. Prefacio
2. El milenarismo
3. El sortilegio
4. La maravilla
5. La apariencia
6. La premonición
7. La memoria
8. El diálogo
9. La argumentación
10. La conjetura
11. La especulación
12. La comprensión
13. La instancia
14. Lo incompleto
15. La inestabilidad
16. El artificio
17. El engaño
18. La sociabilidad
19 La revuelta
20. La inadecuación
21. La precariedad
22 La expectativa
23. La contemplación
1. PREFACIO

La trasfiguración de la materia en sus componentes vitales, o sea en aquellos que


son capaces de reproducirse y de perecer, ensombrece el sortilegio de la ciencia. El
microcosmos está connotado de partículas elementales que siempre son susceptibles de
descomponerse en otro-de-sí, sin llegar, sin embargo, a vislumbrar el límite, es decir, la
línea divisoria entre lo inorgánico y lo orgánico, como elementos de la composición
energética y de su representación escénica. Lo imprevisto, la magia, continúa
invadiendo la conciencia más desencantada, capaz de consolidar, mediante la ciencia y
el cálculo, el criterio de medición de la Vía Láctea y de las nebulosas estelares. La
intangibilidad de la consistencia material está en el origen del desaliento de los
«observadores-perturbadores» de la naturaleza. La matemática, la física, la química, la
biología son el compendio de la iniciativa computada del «observador-perturbador»
para representar el florilegio de la naturaleza, tal como se manifiesta a la imaginación
del visionario y del artista, y también a la observación, tecnológicamente contingente,
del científico. Lo incognoscible (en su versatilidad léxica) no es alcanzable, ni se puede
configurar sin recurrir a la fantasmagoría, a la alucinación o simplemente al juego de las
metáforas de las configuraciones elípticas de las ideas, construidas en un remoto
constructo analógico. La pérdida de la mirada en el cosmos se afianza con la pequeñez
de los recursos –aparentemente edificantes e inquietantes– preparados por el
conocimiento humano para hacerles frente, en un intento de ofrecer lo recto a la
imaginación con el fin de que se desbride, o a la pietas para que sea capaz de
compadecerse con el ritmo del tiempo litúrgico, a través del cual el acontecimiento
humano se compenetra con la eventualidad y la trascendencia.
Uniformidad e inteligencia

Hasta la llegada del Humanismo y el Renacimiento europeos, la concepción del


mundo estaba marcada, en todos los hemisferios del planeta, por las mismas instancias
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cognoscitivas. Tanto es así, que los viajeros medievales eran, al mismo tiempo, los
testigos de un modo de entender y de sentir que, aunque representados por usos y
costumbres diferenciados, remitían a un tipo de unidad genética que será exaltada
posteriormente por la Ilustración. Los navegantes europeos se asombraban al llegar a las
ilimitadas regiones asiáticas y a las inmensas extensiones americanas, ante la afinidad y
la diversidad que descubrieron en los habitantes locales. En China, los emisarios de la
cultura europea difundieron las nociones de la ciencia que, únicamente después de
pasados los siglos, constituirán los factores exponenciales de la conformación
institucional y la causa –o el prejuicio– del compromiso y el conflicto. Pian del Carpine,
Matteo Rizos o Marco Polo, cuentan su experiencia utilizando las alegorías o las
categorías cognoscitivas de Occidente. Cristóbal Colón escribe, en su Diario de abordo,
que en uno de los lugares en los que se le hace más apremiante el recuerdo de España es
en un lugar donde el viento sopla como en el mes de abril andaluz. Las lenguas y las
escrituras, si bien diferentes, pueden hacer referencia a hallazgos arqueológicos, a
paisajes, en los que las connotaciones son afines o diferentes respecto al modelo vigente
en Europa. Así, el recorrido inédito e innovador del navegante se vuelve menos
complicado porque se encuentra sujeto a la comparación con el milieu cultural de
procedencia.

La edad de la técnica divide las áreas del planeta y condiciona la interacción y su


desarrollo. El estupor y la indiferencia con el cosmos están en el origen de los
instrumentos; con ellos los seres mortales buscan una especie de vía de escape a la
precariedad de su existencia. El atractivo, que ejerce el cosmos ante ellos, preconiza el
intento de conformar su realidad mortal frente a la permeabilidad espacio-temporal de
los cuerpos celestes, a partir de los giros mentales que aparecen en los mitos, las
creencias, las fabulaciones y los recuerdos remotos e inmediatos. El fin de la historia,
según la interpretación de Alfred Weber, coincidiría, así, con la pérdida de las
identidades comunitarias al sobrevenir la uniformidad de la conducta, que difícilmente
tolera las postulaciones existenciales individuales. En efecto, el Renacimiento inaugura
la intimidad credencial, muy diferente de la incertidumbre cognoscitiva, que es idéntica
–científica y tecnológicamente– en todos los asentamientos humanos del planeta. La
reivindicación de una tradición (de las religiones, de las costumbres, de las lenguas) no
incide en el resultado del desarrollo cognoscitivo y sus aplicaciones prácticas, en aras a
un beneficio de todo el género humano. La demoníaca consistencia de la técnica tiene el
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signo de la valencia opuesto a la divina: se insiste encarnizadamente en perseguir la


uniformidad, la totalidad, que conduce a la intemperie existencial de la humanidad.
«¿Surgirá un tipo de humanidad –se pregunta en una incomparable sinopsis filosófica
Karl Jaspers– en el que de ningún modo podríamos reconocernos más? ¿Las creaciones
espirituales de Occidente, de China y de la India ya no serán comprendidas? ¿Será la
autoextinción con la bomba atómica el fin de todo?»1 El oráculo moderno propicia, en
cambio, la posibilidad de inventariar la energía atómica como una de las energías
técnicamente aprovechables a todos los niveles espaciales, permitiendo, así, que las
diversidades estructurales del pasado sean irrelevantes en el metabolismo internacional
actual.

La paz del mundo quedaría, así, asegurada por la técnica artificial moderna, sin
estar condicionada por los recursos existentes en las diversas áreas del planeta, donde
intervienen comunidades culturalmente distintas. El augurio –pronosticado y difundido
durante la conferencia ginebrina de 1955 en la pregunta: «¿El átomo unirá el mundo?
(«L’atome unira-t-il le monde ?)»– se encuentra aún lejos de hallar una correspondencia
en los sectores propulsores del hemisferio occidental y, de manera más pronunciada, en
los del oriental. El proceso de producción y consumo, por una parte, favorece la
homogeneización del género humano y, por otra, alimenta los contrastes, los
desequilibrios, las reivindicaciones y las agitaciones políticas y sociales a escala
planetaria. Lo que provoca que sea la precariedad la categoría que sugiere este largo
período de transición, del que no se divisa el final. Y, que por su parte, la fidelidad –a
un ideal, a una convicción o a una forma de convivencia– quede excluida al
abandonarse la uniformidad. Las múltiples manifestaciones de esta homogeneidad
uniforme se visualiza en los objetos y bienes seriados, en una especie de egoísmo
ecuménico, en el que tienen razón de ser los especuladores, aquellos que se las ingenian
en las expectativas de lo próximo. Siendo así, el deseo prevalece sobre todas las
propensiones humanas y la producción se sirve de la publicidad para activar dicho deseo
y sofocarlo con una serie de descubrimientos artificiales de aparente consistencia y
efectiva fragilidad. El mundo se configura ilusoriamente como «un triste teatro del
placer»2 y la iniciación a las novedades se muestra como un tipo de antídoto a la
indignación. Como consecuencia, la realidad objetiva domina la individualidad, que es
forzada a encerrarse en sí misma, ante la expectativa de que llegue una fuerza salvadora
que la supere. La dramática necedad de los exégetas del presente sostiene el olvido, al
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aturdimiento lúdico y deportivo, y todas las actitudes de consuelo, ya que el


problematismo y la conceptualización se rechazan, puesto que fomentan las dudas, los
problemas irresolubles, en fin la revuelta y el cuestionamiento.

Inteligencia y objetos

La intencionalidad de los seres vivos se identifica con la empresa instigadora de


la realidad elaborada por los objetos. Estos asumen la figuración de uno de los múltiples
aspectos de la naturaleza. La importancia de los objetos es manifiesta en la lectura
humana, cada vez que escaneamos una época, los seres humanos se distinguen por los
objetos que realizaron. El exordio del primitivo es permanente. En la espiral de la
historia, siempre se perfila un momento telúrico, en el que la habilidad del hombre se
mide por la destreza que expresa ante la naturaleza. El objeto y el Yo pensante –e
impávido– subyugan la mente del usuario: el colonizador español, que se aventuraba en
el Nuevo Mundo, se sirve de los caballos y de las armaduras para atraer la atención (y la
admiración) de los nativos, pero también de las perlas de vidrio; y cuando el proyecto
Manhattan concluye con la seta de Hiroshima y Nagasaki, la exclamación de sus
creadores consiste en la intención de la imposibilidad de la llegada de la era atómica, en
conexión con las demoníacas intemperies del postulador de una historia diferente a la
historia providencial, en auge desde los tiempos de Virgilio hasta la convulsión
consciente del protagonista del Doctor Fausto de Thomas Mann. El ideal humano
siempre es propenso a interconectarse con «algo concreto», a través de disciplinas que
muestran, como una epifanía, su recorrido eficaz y confidencial. El estupor es el
epifenómeno del potencial inventivo que serpea en cada uno de nosotros.

El objeto en sí corresponde a la apariencia cognitiva y ejecutora de su artífice.


Este no crea, pero resuelve las construcciones decisivas de la experiencia táctil, visual y
perceptiva, a partir de la energía informe. La perentoriedad de la acción cognitiva y
efectiva implica la inspección del ser en la realidad. Miguel Ángel afirmaba limitarse a
desvelar las formas que ya están presentes en el mármol; su experiencia muestra que la
comprensión es la sinergia del sujeto y el objeto en la correlación de sus tentativas.
Pero, paradójicamente, el objeto exculpa la conflictiva relación hermenéutica de las
intenciones de la acción, lo que, a veces, implica que el investigador pueda esbozar una
sonrisa cuando se sorprende por la tendencia que tiene la naturaleza a favorecer las
expectativas humanas.
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La correlación entre el sujeto y el objeto dibuja la fenomenología de la evidencia


incluso antes que de la conjetura. La apariencia ayuda a determinar la eficacia, un factor
que propulsa la configuración de los entes (naturales y artificiales) de la realidad.
«Llamamos a la vida, Existir. A la existencia viviente le damos el nombre de
comprensión; esta, dividida en las dimensiones del mundo interior y el mundo de las
circunstancias, le tiene recíprocamente entre ambas realidades»3. Comprender es
sinónimo de conciencia que, en cuanto experiencia subjetiva, comporta la presencia, en
forma virtual, del objeto al que se hace referencia para dotarse de autenticidad y
concreción. Las diferentes interpretaciones de la apariencia constituyen los antecedentes
lógicos de la insolvencia conceptual. Y es que no se puede proponer un mundo de
apariencias que se disuelve continuamente, puesto que la apariencia es el aspecto
endémico del carácter hipotético de la existencia de los seres y del factor exponencial de
la razón conmutativa de la naturaleza, que es indescifrable en la realidad configurada
según los diseños interpretativos de la Existencia. Los hermeneutas se identifican
potencialmente con los estrategas de la creación y de la regeneración, según el ímpetu
de las creencias a las que tienden. La claridad, entendida montalianamente como el ∗

preludio de la conciencia, se yergue enigmáticamente de las tinieblas del conocimiento,


así como de las postulaciones conflictivas del observador de la naturaleza que, al mismo
tiempo, es generador de la realidad, a la que se impone como en un hemisferio en
homeopática transfiguración. Así, por ejemplo, el artífice del sonido se eclipsa en la
inquietante mutabilidad de la naturaleza para sonsacar, si no ya sus secretos rectores, al
menos los semblantes contextuales de los limitados beneficios extraídos de la
constancia de la investigación y de la configuración conceptual.

Objetos e imagen celeste

La imagen es la amiga del observador de la realidad: ella refleja, no tanto la


representación de la naturaleza, cuanto las características distintivas del pensamiento
inquisidor y redentor. Cada observador admite buscar explicaciones que satisfagan su
amor propio junto con la aprobación objetiva. Estas están influidas por la «economía de
la vida espiritual», según la extraña definición del cardenal Ildefonso Schuster. La
tendencia prometeica del «observador-perturbador» de la realidad a entrever en la


Hace referencia al poeta Eugenio Montale (N.T.).
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filigrana de la materia –y por lo tanto de la energía– los elementos constitutivos de los


seres y los entes, le induce a perseverar en su intento imaginativo, hasta irrumpir en la
soledad cósmica. La elegía de Ícaro se actualiza en la modernidad, dominada por el
espacio neumático: el cielo parece configurarse como el espejo de las escabrosas
hendiduras terrestres; su función liberadora se encuentra en las aventuras de los pilotos
y los cosmonautas, quienes cumplen empresas experimentales y realizan, a modo de
proemio, las tentativas del género humano de sustraerse a la gravitación terrenal.

Desde Ludovico Ariosto y, obviamente, Leonardo de Vinci, el cielo constituye


el mundo de la libertad, del júbilo de las dimensiones espaciales, que comprenden
también las efemérides (temporales). El cielo rememora la inconmensurabilidad del
firmamento y refleja las antiguas extensiones de arena, que fueran una vez receptáculo
del agua. Y es que el desierto, por su parte, reclama a la mente la temperie oceánica, el
período de las extensiones de agua dispuestas de modo que se exudaran al sol. En la
arena se imprimen, como en una habitación oscura, las maravillas del cielo. La arena,
debidamente elaborada, permite realizar los telescopios, con los que perseguir los
cuerpos celestes. Las transparencias montalianas se solidifican en el objeto
confeccionado para reeditar las efigies del cielo. La observación del universo precede su
visita y permite que la imaginación se sorprenda frente a la morfología de los cuerpos
que lo componen, en las fases de su presencia y de su extinción. El olvido de los
cuerpos celestes declina el contenido de la creación, que se regenera según un incesante
ritmo compositivo, disperso, casi dispuesto a confortar el «eterno retorno» de Friedrich
Nietzsche, quien se vale del primer principio de la termodinámica, el de la no dispersión
de la energía, para olvidarse del segundo: el de la entropía. La mirada en la naturaleza se
desarrolla con la congénita exigencia terrenal de apoderarse del espacio vital para
afrontar los desafíos de la existencia. Y, en efecto, sobre el espacio vital se enlazan las
doctrinas políticas, capaces de dirigirse a las disfunciones y los conflictos
interindividuales y comunitarios.

Imagen celeste y razón política

Tanto Thomas Hobbes como Jean-Jacques Rousseau se proponen legitimar,


respectivamente, el pacto y el contrato social, a través del recurso a la hegemonía de la
razón instrumental, que prefiere la paz como condición indispensable para obrar a favor
de los intereses subjetivos en la búsqueda del compromiso que implica la condición
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objetiva. Una teoría y otra parten del presupuesto de que los instintos de supervivencia y
los del abuso del poder son congénitos y que solo se pueden armonizar socialmente –de
modo racional– de modo que produzcan el menor daño posible a la integridad del
género humano. Mientras que el asalto al cielo se hace de forma cada vez más perspicaz
y dominante (mediante los satélites), la acción en la Tierra lleva a que las masas
humanas se extienden por las diversas regiones del planeta, en el intento de afirmar sus
derechos inalienables frente a los cálculos expropiadores del colonialismo tradicional y
el colonialismo tecnológico y financiero.

El terrorismo es el semblante fraudulento de esta búsqueda del espacio, aunque


sea por los aspectos engañosos de la supervivencia. La «madera torcida» –metáfora de
Immanuel Kant para definir al hombre en su inquietud existencial– radicaliza la
referencia a la conflictividad terrenal. Si las raíces neurálgicas del hombre fueran como
los convólvulos o las nubes –abonadas ya a las revelaciones de las geometrías no
euclidianas– quizás las instancias del compromiso disminuirían y se atenuarían e
impondrían, consecuentemente, nuevos criterios de organización comunitaria y nuevas
metodologías (teleológicas) interpretativas del sentido de la existencia. Pero la
dimensión del poder se manifiesta, bien en la ausencia de la sonrisa del rostro de
Pericles ante la guía de Atenas, bien –según Vittorio Alfieri– en la palidez del rostro
real sobre el trono. «El mismo naufragio de la libertad no puede refutarla, así como el
resplandor de la tierra, aunque éste debiera un día volver a disolverse en el océano
cósmico como si no hubiera existido nunca, no sería invalidado por su ocaso»4. Si bien
la libertad es por antonomasia el rechazo de los vínculos; en la realidad práctica, sin
embargo, la libertad es la condición en la que la aceptación de algunos vínculos se
considera de forma propedéutica para llegar al pleno desarrollo de la potestad
individual. Lo absoluto cede su sitio a lo relativo, verificando así el grado de
autenticidad y practicidad de las instancias vitales. La docilidad subjetiva se justifica
con la conciencia de actuar en un entorno de circunstancias, del que forman parte todos
los miembros del sistema normativo institucional. La persuasión es una verdad
contingente que permite, de modo relativo, la convivencia pacífica y civil.

Razón instrumental y moral razonable

El dualismo, propuesto por Max Weber, entre el conocimiento científico y los


juicios de valor, no encuentra su referencia en la sociedad contemporánea. Las
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aportaciones científicas condicionan tecnológicamente el pensamiento y el


comportamiento, e interactúan de tal forma que hacen impracticable cualquier distinción
entre lo que se realiza en la búsqueda de la naturaleza y lo que se nos escapa de su
quintaesencia. Todo lo que es silenciado se hace alegóricamente presente en lo que se
expresa. Ludwig Wittgenstein afirma, en efecto, que si no hay nada que decir, es mejor
callarse, supeditando, así, el decir a la comprobación de una definición o una refutación
que tenga validez cognoscitiva. Las proposiciones asertivas incluyen lo postulado, y las
hipótesis son formas asertivas que pueden cotejarse, a contrario, en su refutación. Así,
lo que se imagina es germen de lo que se piensa y el cuestionamiento, en efecto, es una
acción mimética que se declina, al menos en su formulación lógica, conforme a la
convención con la que cada asunto cognoscitivo se desarrolla en la práctica usual. Si de
la ciencia no se desprenden normas vinculantes, al menos se deducen los principios
predictivos del sentir general. La armonización de estos dos factores es propiciada por la
experiencia, que aspira a verificar la validez de los mismos sin contrastar
apodícticamente los antecedentes que lo inspiran, «pero la comprensión del sentido está
inseparablemente unida al juicio»5. De otra parte, la imposibilidad de explicar el
significado de una aportación sensitiva no tendría sentido, ni se podría proponer
conceptualmente (de modo que el juicio de valor no tendría ninguna relevancia, ni
justificación), sino apareciera conjuntamente al interés de lo que es científicamente
verificado como plausible, bien en el plano teórico, bien en el de aplicación práctica. La
evidencia asume las connotaciones deliberativas que difícilmente se pueden refutar
mediante los preconceptos. En su configuración se conjugan los aspectos esenciales y
los secundarios de los fenómenos, con los que interactúa la inteligencia, que se perfila,
consecuentemente, como expresión normativa.

La pasión por la verdad se identifica con la propensión que tiene el hombre a


extraer de la naturaleza las indicaciones fundamentales –y, por lo tanto, los recursos–
para mejorar, al menos intencionalmente, las condiciones objetivas. En la época
moderna y contemporánea, el conocimiento científico se manifiesta en las profecías de
corto alcance que rinden a sus pies, mediante un fin ilusorio y a veces intimidatorio, la
confianza que tiene el género humano en los recursos, sustentada, en menor medida, por
las realidades celestes. La profecía siempre implica la referencia a la transcendencia, a
la fuerza de las circunstancias que tiene como finalidad lo inconmensurable, lo inefable
y el olvido; en la era tecnológica, su atractivo consiste en el empleo de algunos
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conocimientos con finalidades prácticas y que, por lo tanto, ejercen la seducción y la


dispersión. La creación mecánica en serie deja entrever el hilo de Ariadna, que lleva a
los ilimitados horizontes del potencial adivinatorio y tentacular; en efecto, la perfección
aparece como el nudo gordiano impreso en las cosas porque designan un principio
hiperactivo que las superan. Ante tal situación, la libertad personal se sintoniza con las
pruebas colectivas que imponen las instituciones económicas y financieras. Estas entran
en conexión con la tecnologización de las facultades inventivas, preventivas y
subsidiarias de la necesidad que todavía no son preeminentes en el circuito
reivindicativo de la sociedad, ni en su formación tendencialmente uniforme a nivel
planetario. La arrogancia ecuménica, en todo caso, está vedada en función de una
religión pánica que no admite ni beneficiarios, ni marginados. En las sociedades de
masas el privilegio es un regalo de los dioses o una sustracción indebida. La disidencia
social se ejercita en los intersticios del necesitarismo objetivo y en los alrededores del
universo confortados por las comodidades, aparentemente difusas e intrínsecamente
selectivas; la política concurre para hacernos presentes y controvertibles: «la fuga en la
a-politicidad nos convierte en cómplices»6. El curso político y social de la existencia
colectiva une –de forma aproximada, pero conveniente– los diversos aspectos de la
condición humana.
La ciudadanía acoge la artimaña en la que cada individuo singular participa de la
suerte colectiva. La jerarquía de los intereses se revela en los gastos públicos, donde se
identifica el bonum commune, o sea, el compendio de las instancias particulares, dentro
de un límite, competitivo o contrapuesto. La persuasión es el instrumento con el que es
posible convenir sobre una determinada realización conceptual y, consecuentemente,
sobre su correspondiente práctica. El debate ideal inspira el comportamiento y las
decisiones de quienes detentan del poder, que constituye, a los ojos del observador, un
tipo de presupuestos en relación a la dinámica de las ideas. El poder, que se ejerce en la
contingencia, interrumpe el proceso de las elaboraciones conceptuales para historiarlo y
evidenciarlo en la práctica cotidiana. La conveniencia confirma la justicia, las normas
aprobadas y aplicadas erga omnes se disponen en beneficio del orden institucional. «El
hombre, de modo diferente al animal, conoce la vergüenza. Esconde la “irreflexiva
naturalidad”»7. Sus preocupaciones interiores condicionan sus comportamientos y, por
lo tanto, las elecciones ideales (ideológicas) que los justifiquen. La lucha por la
promiscuidad le permite preservar la dimensión de toma de decisiones, en que consiste
la individualidad. La utilidad de los bienes realizados por los complejos industriales
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certifica la limitación de este aspecto decisional y el fanatismo es la contraprueba de la


inaccesibilidad de la certeza, en un orden mental que continuamente intenta verificar los
datos adquiridos en la investigación (científica). La complejidad resultante es como un
campo minado para quienes tienen miedo al sentido común y a la aceptación de todo lo
que sea comprensible y distinguible en la incesante contradicción presente. El redde
rationem tiene un aspecto secundario, con respecto del desaliento emotivo, que el
fracaso racional provoca bajo la forma sincopada del orden consuetudinario. Por fin, la
frustración se confunde dulcemente con las equimosis de la cotidianidad.
El objeto del conocimiento es también el ámbito de la voluntad, de la
determinación individual y la vuelta a la consecución de determinados objetivos, en
conformidad con la teleología comunitaria, social e institucional: «Los cielos –escribe
Hans Jonas – ya no proclaman la gloria de Dios; pero el material provisto por la
naturaleza está listo para ser usado por el hombre»8. El giro tecnológico consiste
precisamente en la verificación conceptual que concierne a la estrategia existencial del
género humano. El análisis y el experimento se someten a la aplicación explicativa del
interés y el beneficio general, y el instrumento usado es la validación de la cognición
predictiva y aplicativa, elaborada en el laboratorio y realizada de forma concreta. De
donde la experiencia es una noción interactiva respecto a la postulación conceptual y su
resolución práctica. De esta forma, las disciplinas en un tiempo taxonómicas (zoología,
botánica, mineralogía) concurren con la química, desde la segunda mitad del siglo
veinte, para conferir relevancia estructural a las teorías físicas y biológicas; y la
medicina moderna amplía su campo de aplicación gracias a la tecnología científica. El
poder del hombre sobre la naturaleza, preconizada por Francis Bacon, debería haber
vuelto superficial el poder del hombre sobre su semejante, construyendo el optimismo
como divisa de la modernidad. Optimismo que se visualiza en la química cuando
optimiza los recursos naturales, transformándolos y sintetizándolos de forma
innovadora en relación a las condiciones existentes; en el artilugio que se presenta como
el aspecto más atractivo de lo inorgánico respecto al modelo orgánico, difundido de
forma icónica como algo solvente frente a las expectativas milenarias de la humanidad;
en la electrotecnia que es completamente una creación artificial del instigador de las
potencialidades naturales; o en la astronomía que se transforma de ciencia
contemplativa en técnica aplicada. La articulación, propedéuticamente realizada
morfológicamente, entre la profanación de la naturaleza y la civilización, responde a
notaciones léxicas que no encuentran confrontación en la antigua destreza operativa y
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en la moderna cognición epistemológica. La ciencia no negocia con la naturaleza, pero


la ausculta en su alcance explicativo y la garantía humana se condensa en su potencial
natural. Pero los recursos energéticos manifiestan el acuerdo existente entre los seres
humanos y los pueblos aventajados.
La variabilidad de las situaciones humanas confiere estabilidad objetiva a la
naturaleza. La entropía asegura al observador la facultad de deliberar y de contradecirse
sin disminuir los criterios de la coherencia conjetural. La perspicacia kantiana permite
dibujar un universo moral, donde la disciplina de la acción (creadora, correctiva) pueda
ser practicada por las generaciones contemporáneas destinatarias de los objetos de la
tecnología y de los condicionamientos que la determinan de modo que se desarrolle de
modo sistemático y equitativo. La fuerza prescriptiva de la ética tradicional se adecua
cada vez de forma más aproximada a las exigencias connotativas y determinantes de las
masas. Su ética consiste, en efecto, en creer que es adecuado buscar, al menos, el
bienestar colectivo de las resoluciones (teóricas y prácticas) realizadas por el orden
institucional. La supervivencia es el nuevo imperativo categórico, condicionado por la
instrumentación que realiza las situaciones determinadas a nivel nacional, regional y
planetario. La reducción de los principios del comportamiento a las exigencias del
mercado mundial, percibidas como principios irrenunciables, diseña el aspecto más
significativo –si bien condescendiente– de la moral común. La ética contemporánea está
ligada a la explicitación de la necesidad. Lo que provoca que la reivindicación política,
exenta de los compromisos políticos de modo impropio, reivindica, de hecho, una ética
de las decisiones que tenga en cuenta el standard de la vida realizada en las áreas más
afortunadas del planeta (que son las desarrolladas tecnológicamente), «pues, el triunfo
del homo faber sobre su objeto externo, también significa el triunfo de la estructura
interior del homo sapiens, del cual era solo una parte suplementaria»9.
La artificialidad condiciona la ética según los sistemas productivos y
distributivos, que operan en los diferentes sectores económicos y financieros, que no
coinciden con los centros de decisión, por su naturaleza transnacional. La presencia de
la humanidad en el mundo es un precepto moral asegurado por la tradición, pero puesto
en tela de juicio por las perturbaciones de orden antropológico y estructural. El
ecosistema, en el que se manifiestan las propuestas de acción, no tolera injerencias
deformantes que pongan en peligro el metabolismo natural, por lo que las asperezas del
proceso de transformación ambiental perturban los sistemas energéticos, de los que
toma forma la existencia (en sus exteriorizaciones de la condición humana). La ética
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contemporánea se ejercita en el cálculo de la supervivencia actual o futura del género


humano, según una ejecutoria de orden generacional. La superación, aunque relativa, de
la ineluctable vida terrena relaciona la conciencia individual con las tendencias y las
elecciones colectivas (teniendo en cuenta la eficacia de las empresas, realizada por la
ciencia, para asegurar un período vital más confortable). La ética, por lo tanto, regula la
acción y, por su evidencia, la libera de los peligros del subjetivismo radical. El
altruismo es como índice necesario para hacer balance de las satisfacciones subjetivas
socialmente edificantes. «El proyecto de construir una techne de la elección práctica –
escribe Martha C. Nussbaum– incluyó, entre sus aspiraciones centrales, la eliminación o
al menos la reducción de la fuerza de las pasiones»10. La mensurabilidad de los objetos
del deseo influye, normativizándolos, sobre los impulsos emotivos, que constituyen el
fundamento de la reivindicación económica y social.
Las condiciones objetivas son los correlatos de las virtudes individuales y la
moderación es la categoría más autorizada para que el altruismo subjetivo llegue
consecuentemente al bien común. «También la contemplación intelectual solicita la
presencia de objetos aptos al pensamiento»11. Las circunstancias, que en el universo del
pasado se someten a los ardides y la resignación individual, se perfilan en el universo
moderno como sus partes integrantes, promovidas y realizadas por la organización
solidaria (con propensiones igualitarias). La amistad y la afectividad se encuadran en el
orden de la participación en el hecho comunitario y el régimen institucional (en el
sentido que tanto uno como otro se prevén como propensiones subjetivas inviolables).
La autosuficiencia es un sufijo alquímico: tiene una función catártica, sobre todo en el
desempeño de los asuntos corrientes, cuando el cumplimiento de las actividades
individuales se dirige inevitablemente hacia el escenario colectivo, del que reciben la
legitimación. «Más que en cualquier otra época del pasado, todo nosotros dependemos
de personas que no habíamos visto nunca, las cuales a su vez dependen de nosotros»12.
La interdependencia global aumenta la responsabilidad individual: la influencia que un
único individuo puede ejercer –a nivel económico, político, cultural– es potencialmente
relevante a nivel mundial. La superación del egoísmo social contrasta con la
persistencia de los estereotipos culturales. La ciudadanía engloba características e
intereses a escala internacional. La democracia contemporánea se asienta en la empatía
generalizada y denota una constante atención por las variables de la propia
manifestación. La reflexión crítica sustituye, por lo tanto, la tarea a la que son llamadas
todas las instituciones de carácter educativo. El engranaje industrial debería ser
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conceptualmente complementario a la creatividad individual: un dualismo de difícil


identificación por cuanto no está suficientemente divulgado. La «naranja mecánica» es
un eufemismo existencial que no puede ser minusvalorado si se tienen en cuenta las
«afinidades electivas» de Goethe, que igualmente invaden como una atmósfera
salvadora las estaciones de la humanidad. La llamada a la conciencia crítica comporta la
revisión del curso histórico del género humano, de sus experiencias y de sus
depresiones, sea en orden a los sistemas nacionales, sea en el ámbito de las
convulsiones mundiales.
La perspicacia de los supervisores orgánicos de las épocas, afrontada por
muchas generaciones en razón de sus necesidades y sus expectativas, constituye el
«nervio» de la historia. Su recuerdo reconcilia y justifica las preferencias por el futuro
con las estrategias de orden antropológico y ambiental, que los hechos contemporáneos
provocan devolviéndolos a la quintaesencia de su previsto cumplimiento. Los riesgos
sociales –calentamiento de la tierra, agujero en la capa del ozono, polución a gran
escala, liquidación de los restos tóxicos, desertificación, junto a la superpoblación y las
patologías tecnológicas– se presentan como una amenaza sobre la especie, aunque, en la
fase de asentimiento de los factores negativos, parece que contásemos con los recursos
necesarios para hacerles frente. Así, continúan los riesgos incalculables en las áreas del
planeta tecnológicamente avanzadas, riesgos que constituyen una fuente de
incertidumbre y que difícilmente se pueden comprobar mediante la instrumentación
debido a su sofisticación. La actitud prometeica no es la más adecuada para hacer frente
a los desafíos de la modernidad.
«El problema que se coloca –afirma Anthony Giddens– es de prudencia política
en el sentido de John Locke»13. Las continuas agitaciones políticas (agravadas por
irreflexivos actos terroristas), también someten a una dura prueba las tentativas, no
siempre satisfactorias, del orden internacional en la búsqueda del sentido equilibrado y
equitativo. La justicia, como categoría de armonización social –si bien en un sentido
retributivo como el de Cesare Beccaria– reedita en su aplicación las disputas
conmutativas del modo de pensar y de actuar, examinadas en la República de Platón.
«Así, el desarrollo industrial del Oriente tiene uniones directas con la
desindustrialización de los sectores de actividad más tradicionales asentados en el
corazón de los países centrales del orden global. Es posible que dos áreas confinantes o
dos grupos ligados por una estrecha proximidad sean atrapados en unos sistemas de
globalización profundamente diferentes, un hecho que produce una extraña
14 RICCARDO CAMPA

yuxtaposición física. El trabajo opresor puede estar separado de un rico centro


financiero solo por una carretera»14. Los conflictos, que presentan evidentes analogías
en los diferentes escenarios mundiales, se vinculan, sin embargo, a las culturas en las
que se legitiman. Como sustenta Jeremy Black: «No está claro si la creencia en un arte
de la guerra occidental puede existir separado de una actitud mental que esté empapada
de cultura occidental, pero la libertad de expresión que existe en nuestras sociedades y
la dimensión cultural de las discusiones científicas, dentro y fuera la academia, da pie a
pensar que esto sea posible»15. La atomización de los modos de actuar (la diáspora de
Giddens) contribuye a fortificar la homogeneización planetaria –caracterizada
económicamente como globalización– aunque sea diferenciándola. La extensibilidad de
la uniformización a nivel planetario se advierte, sin embargo, como un peligro que
acecha el conocimiento, entendido orgánicamente como la participación de los
diferentes aportes de la investigación, de la aplicación y de la validación (de las
convicciones y de los estilos de vida). De modo que en el universo homogeneizante no
tienen sentido las teorías de la conspiración y como mucho se ejercitan hoy el
aprendizaje de los agitadores que existen en todas las épocas en el sector productivo y
en el propagandístico, bajo la égida de la economía financiera refractaria por su
estructura intrínseca a las rígidas reglas de la conducta. La fase moderna de la ciencia y
la tecnología no contempla las verdades absolutas, como ocurría en la época de la
incipiente modernización. Y la política se disocia en su reducción a las competencias,
con el fin de prefigurar escenarios de convivencia, que se sintonicen mejor con el
empleo de los recursos naturales y artificiales existentes, y con criterios de aplicación
que sean más favorables y confortables.

Moral razonable y democracia

El mercado se diseña, de esta forma, como el arquetipo mental de los partidarios


de la democracia, también de parte de los neoliberales, que consideran el compromiso
interactivo, a nivel individual y grupal, como el instrumento más eficaz para producir
riqueza capaz de ser distribuida según unos criterios que sean compatibles con el
principio de la equidad social y la solidaridad. Francis Fukuyama acepta con cierta
resignación esta tendencia generalizada en favor de la democracia, cuando sustenta que
en todo caso la elección de los aparatos de toma de decisión, al ser corruptibles, tienen
un plazo temporal, una precariedad, que los hace éticamente redimibles. Cree que la
democracia liberal constituye la última fase de la evolución ideológica del género
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 15

humano. La quiebra de los regímenes totalitarios y, más aún, la de los déspotas se debe
a la imposibilidad de sostener la tradición, entendida como la forma estática del modo
de ser de una comunidad. La ampliación de los medios de comunicación evidencia las
clasificaciones económicas y sociales del planeta, subrayando «perversamente» sus
diferencias y sus intrínseca discrasia. La transición de los regímenes autoritarios a los
democráticos se realiza prácticamente en todos los sitios de forma incruenta, como un
proceso inevitable, debido a la (forzosa) imposición del paso del tiempo. Un tipo de
aristocracia inverosímil representa el modelo ideal al que orientar los recursos de la
humanidad, que se emancipa de la mediocridad (castigada bajo la forma de la
burguesía). Y la imposibilidad del acceso al bienestar incondicionado se rechaza bajo el
pretexto de la implicación escatológica.
La nueva religión pánica satisface la insatisfacción y no teme la paz social como
el fin del equilibrio inestable en el que se asienta –hasta ahora– la civilización. La
democracia liberal –llamada por algunos democracia deliberativa– se realiza por
contaminación: los sistemas de comunicación permiten participar a todos en las
dificultades y las soluciones de todo. La reciprocidad de la influencia popular induce a
los componentes sociales de los países particulares a buscar una sintonía entre ellos.
Esta sintonía se encuentra en la base del fundamento de la doctrina de la representación,
proclamada por Max Weber y Norberto Bobbio. La revolución industrial continúa
cosechando víctimas en las regiones regidas por sistemas autoritarios, considerados no
solo arcaicos, sino en crisis de identidad, frente al entusiasmo popular, que se perfila en
la actualidad, dominada por la fantasmagoría tecnológica, por la objetividad seriada y
por la artificialidad, como bienes indispensables para satisfacer el carácter lúdico
personal y el egoísmo colectivo. La riqueza, en efecto, se distribuye «virtualmente» a
escala planetaria: sus usuarios se identifican con sus promotores agitadores, que
trasladan dicha riqueza de un lugar a otro, según el provecho que tengan en el preciso
momento. La riqueza acumulada en las democracias liberales es inestable, voluble, todo
se basa en una decisión emotiva que aspira a conseguir un consentimiento cada vez más
amplio y menos condicionado por las premoniciones ideológicas y políticas. La
democracia dialógica concierne a la problemática del equilibrio, entendida como el
estadio más congruente de la emancipación.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 17

2. EL MILENARISMO

La animación de lo inorgánico, que supone la transformación de las energías


silentes en energías hiperactivas, constituye las emolientes condiciones del fatídico
advenimiento del totalitarismo en las conciencias activas del siglo XX. El epílogo
propuesto consiste en volver hacia «lo primitivo», a una suerte de catecúmena
conformación del homo thecnologicus, del ser que se escuda en la representación
escénica, en el conformismo militante de las masas, en la hipertrófica concatenación de
las empresas titánicas, que se consuman con la ascética conciencia de los constructores
de las pirámides y los centros votivos aztecas y mayas. El reclamo wagneriano de las
fulguraciones materiales del pasado remoto, impreso en el inconsciente colectivo,
reedita una pieza del espacio arcaico, que se actualiza con la más sofisticada tecnología
moderna. El anillo de los Nibelungos y los agujeros negros hechizan las mentes de los
nuevos argonautas; su afirmación inicial es un lugar debilitado por las tinieblas, en el
que se celebra el hechizo de la fuerza primordial y congénita, con todas las confortables
condiciones de la «civilización». Se trata de un entusiasmo revivido en la travesía
histórica, que se sostiene en el crédito del pensamiento unitario de las «inmensas
paradas».

La persona constituye una especie de catafracto, con un uniforme de reglas que


le permite hacer «salvajadas» contra lo «diferente» y lo «desconocido»: se trata de la
lastimosa injerencia del necesitarismo naturalista. El nexo de un fatídico engranaje con
la solidaridad atañe el tiempo de la atonía y de lo ineluctable; y la intemperancia se
convierte en el mordiente polémico de la propaganda psicodélica, de la marcha forzada
hacia atmósferas desenterradas de la memoria, con el carácter sagrado de los gestos
inhibitorios de los responsables (o del responsable) de un orden que se mueve por sí
mismo, capaz de sacrificar o de remover los obstáculos que aparecen en su peligrosa
determinación. La pretensión dogmática de una escenografía demoníaca tiende a
18 RICCARDO CAMPA

propiciar, no el edén terrenal, sino el permanente teatro de la acción: el foro de las


circunstancias se transforma en un ring, en un «universo» de la comodidad, donde la
hegemonía del superhombre es abonada por la impetuosidad ferina de innumerables
pleonasmos intermediarios del Mal absoluto, una categoría imperceptible de la
selección natural, del extraordinario terraplén del nuevo mundo (invertido). En este
escenario, el mesianismo, heredado de la Edad Media y de la literatura renacentista y
reformista, aumenta el volumen del imaginario colectivo como el síntoma de la
inevitable secuencia de la historia. La humanidad participa, así, de los acontecimientos
y de los cambios naturales de un modo adecuado y, por lo tanto, utilizando los
instrumentos con los que poder afrontar los desafíos de la modernidad. El romanticismo
se sostiene bajo la guía de la Ilustración como el catalizador de las epopeyas mentales
de la humanidad silente que, en todo caso, conjeturaba y actuaba con la fuerza de la
íntima determinación. Por su parte, el psicoanálisis es el aspecto más inquietante de esta
recuperación del pasado remoto de la especie, en el que la actualidad exorciza el peligro
de una impróvida revancha sobre los tabús y las convenciones, que se creían edificantes
para la afirmación de la especie. La «degeneración» fideísta atañe a las expectativas de
un universo enlutado por la eliminación coyuntural de los menos idóneos frente a las
supervivencia y los peligros naturales y artificiales, que se han evidenciado en la
experiencia y las vicisitudes; experiencias que se recogen en una memoria del futuro, en
los mitos, las fabulaciones, los cantos, las nanas de un tiempo no resuelto, y en la
fascinación colectiva. En este contexto, la ritualidad asume una connotación didascálica:
las barreras de las convenciones pueden ser arrancadas si constituyen un obstáculo a la
imperiosa determinación de un «absoluto» colectivo; y la individualidad se configura
como la turgente protuberancia de una iniciación sedimentaria, que se estrella contra las
oleadas de la burguesía y de la estructura contigua al bienestar mediante los cautelosos
fingimientos de los lobbies, de los grupos económicamente en ascensión, donde los
vicios privados se esconden bajo la coraza de las virtudes públicas. El panquimismo de
Sigmund Freud es el aspecto edificante del pangermanismo herético. La apologética del
superhombre es solo un expediente polémico para afirmar la voluntad de poder, de
origen adánico. Y la infamia y la alabanza son las percusiones endémicas de una
cultura, que priva a sus exégetas de las benéficas terapias cognoscitivas y conductuales.

La voluntad de poder se evidencia, sobre todo, cuando la conciencia colectiva


reconoce el compendio de las competencias cognoscitivas y las coherentes
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 19

compulsiones expansivas de la empresa industrial. El irracionalismo –evocado por


Georg Lukács– y el expansionismo económico –representado por Franz Neumann–
sirven para diseñar los trayectos conflictivos y derivados del totalitarismo que exalta la
nación, la etnia y la raza, y que naturalmente son hegemónicos respecto a sus propias
deformaciones. Las variables del fascismo (francés, italiano, alemán) europeo,
elaboradas por Ernst Nolte, no tienen en cuenta los fenómenos similares, que se
manifiestan en España, en Portugal, en los Balcanes y en algunos países de América
Latina. La rebelión contra la democracia liberal, a principios del siglo XX, consiste en
la refutación de la preceptiva competitividad, que alimenta el conflicto social. Las
doctrinas socialistas estigmatizan la manifestación de las virtudes dianoéticas de los
llamados jinetes del Apocalipsis, vueltos hacia los reformadores sociales y a cuantos se
enriquecen ilícitamente. La ilegalidad es el sufragio que las clases dirigentes pretenden
legitimar desde las masas, erróneamente consideradas átonas y conformistas. La
inestabilidad económica y social inaugura la «era de las revoluciones», aunque sea para
responder a las diferentes exigencias de los diversos regímenes políticos e
institucionales que, en la Europa continental y en la Europa mediterránea, debaten sobre
la mayor o menor legitimidad del Estado del pacto social –inspirado en la doctrina de
Thomas Hobbes, el autor del Leviatan–, y del Estado contractual –inspirado a la
voluntad general de Jean-Jacques Rousseau, el autor del Contrato social–. La exaltación
militarista y la militancia política están en sintonía con la propaganda del régimen, que
restablece –como afirma Aldous Huxley– la hegemonía de la sonoridad en la
comunicación. Ezra Pound afirma –haciendo referencia a Guido Cavalcanti, poeta del
Dulce estilo nuevo, y a Yukio Mishima– la correlación existente entre el totalitarismo y
la recuperación de la acústica en detrimento de la óptica, en vigor desde el
Renacimiento en todas las zonas avanzadas del planeta. La hegemonía del Estado
consiste en convertir al ciudadano en un súbdito con la tarea de diseñar las coordenadas
del nuevo orden mundial. «Historiadores como Jacob Talmon –escribe Karl Dietrich
Bracher– han creído descubrir, desde la perspectiva indicada, el estrecho parentesco
entre el democracia y el dictadura totalitaria. Esto parece encontrar también su
confirmación tanto en el fenómeno de las “democracias populares” comunistas con su
pseudodemocrática legitimación del nuevo orden totalitario como en la
pseudodemocrática reivindicación de poder del nacionalsocialismo, que no renuncia
tampoco a elecciones y plebiscitos, y lleva al máximo el proceso de movilización y
politización de toda la población»1.
20 RICCARDO CAMPA

Los procesos totalitarios son el efecto de las democracias participativas


modernas: de las democracias, donde el nivel de conocimientos es tan generalizado y
superficial que exonera a la gran masa de los individuos de ejercer un juicio crítico
sobre las decisiones más significativas de la política. La tecnología y la economía
tienden a monopolizar el mercado, hasta el punto de considerar a los ciudadanos como
simples productores y consumidores de bienes y servicios. El «objeto» es el término de
comparación que relativiza las interacciones entre las clases sociales, entre los países de
la misma zona y entre los grupos de los países de las diversas regiones del planeta; y la
producción en serie incrementa la conformación unitaria de las áreas más avanzadas
tecnológicamente. El aumento masivo de los instrumentos, que ayudan a la actividad
humana, la libera del trabajo y de la fatiga, para idealizarla bajo el perfil del «físico»
como a los exordios de la cultura occidental. La apuesta por la física se configura, por
tanto, como una categoría artística, capaz de laicizar y mundanizar las aportaciones
inventivas y cohesivas de las generaciones afanadas en la revolución industrial, que
aunque promovida por la clase burguesa, representa, en efecto, la fase de autoreferencia
del proletariado, de aquella clase obrera, que creía tener en las propias facultades que
había confeccionado (y repetido en la cadena de montaje) una especie de modernas
órdenes institucionales. Las revoluciones de sistematización normativa son grandes
movimientos de un profundo compromiso, sea sobre el plan cognoscitivo (religioso,
consuetudinario), sea sobre el plano de la aplicación (ejecutivo, que se dirime bajo el
perfil económico y social). Ante este panorama socio-económico, el examen sobre la
libertad y sobre los derechos individuales se manifiesta en términos económicos y
coyunturales, donde la inmanencia, compensada por los conflictos endémicos y
prolongados, sustituye lentamente la transcendencia en el imaginario colectivo: lo
«celeste» se coteja en lo «terrestre».

El hecho terrenal de la humanidad concierne y compendia todas las expectativas,


hasta la llegada de las máquinas, asistidas por el providencialismo religioso y la
inspiración de las creencias. La lucha por la supervivencia se perfila, de este modo,
como un nuevo proceso mental, en línea con los resultados naturales: el mundo,
entendido como el receptáculo de un quantum energético, que se transforma para no
modificarse, oscurece un laberinto –como se deduce de la literatura griega y de la
poética de Jorge Luis Borges– del que es difícil liberarse. Aparece la imagen de un
exilio o de un naufragio, presente en algunas obras del decadentismo moderno (Oswald
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 21

Spengler, Stefan Zweig). Surge la necesidad de las macro-organizaciones con el fin de


animar las fábricas y hacerlas competitivas; en ellas el sistema de reclutamiento tiene
características paramilitares, como si fueran alternativas modernas a la aprensión
esclavista del tiempo de la construcción de las Pirámides, el Coliseo o el Ara Pacis. La
«religión política», que condiciona las conciencias, decrece en nombre de la fábrica, del
movimiento, de la modernidad. El corifeo de esta doctrina pánica e impetuosa es Filippo
Tommaso Marinetti que, en 1909, lanza su proclama futurista desde las columnas del
parisiense «Le Figaro». Muchos intelectuales europeos y de fuera de Europa reconocen
aparentemente en esta voz sacrílega del convencionalismo, un arqueologismo, unas
expresiones rancias y declamatorias, la intolerancia por las formas sociales arcaicas, no
conformes a las nuevas y obligatorias manifestaciones de la vitalidad, por parte de las
generaciones que consideran el automóvil más bello el de la Victoria de Samotracia. Se
pone en evidencia que la señal, la palabra, el sonido, se sacrifican al efecto escénico, a
un proceso mental que es capaz de sugestionar las conciencias y de volverlas
interactivas tecnológicamente.

El racismo consiste, pues, en la reviviscencia de un primitivismo testamentario y


ensordecedor que, «en los inicios», intenta individualizar los puntos de apoyo con los
que afrontar los rigores de la naturaleza; y la realidad tecnológica es una forma
sofisticada de primitivitismo, al que los individuos acceden dominados por una nueva
religión pánica. La competición y la competencia (económica, social) son las
cotizaciones institucionales de los pasados conflictos endémicos. Frente a ellas, la
cosmovisión tecnológica permite presagiar la realización de un rígido orden mental, que
garantice los resultados satisfactorios para las almas conformistas, premeditadas por la
propaganda y para los esotéricos del régimen absolutista. La idolatría del estado se
refleja en el temperamento expectante de cuántos se agolpan en las plazas en espera de
recibir una voz ensordecedora o, como en falsete, el inicio de una aventura colectiva,
garantizada por el rutilante ruido de las máquinas (de los tanques, de los submarinos, de
los aviones). El universo autómata induce a compensar las conciencias individuales para
que se sintonicen con la «Voz», que indica el recorrido global que hay que seguir. La
existencia, entendida como misión, implica, por su parte, la aceptación de las reglas de
un nuevo orden institucional que garantice la fuerza de una salvación que se irradia en
el espacio y en el tiempo. Frente a esta realidad hermenútica, los críticos y los reacios
son considerados herejes por eliminar un temor (como de hecho ocurre) que, a su vez,
22 RICCARDO CAMPA

provoca prosélitos. De modo que, paradójicamente, el totalitarismo se configura como


una ideología liberadora, absolutoria de todas las idiosincrasias (étnicas, raciales,
religiosas) que asechan la convivencia civil, económica y social, entre las poblaciones
europeas (y externas a Europa). En cuanto al movimiento interclasista, el totalitarismo
considera a la nación como un ordenamiento moral, religioso, consuetudinario y
lingüístico, que trasciende las fronteras estatales. La reivindicación cultural
(extravagante en cuanto derivación de las peticiones de Johann Gottfried Herder, Johann
Gottlieb Fichte, Georg Wilhelm Friedrich Hegel) ostenta un tipo de koiné emotiva, que
no puede ser sometida ulteriormente a las reivindicaciones de cada época.

La disolución a ultranza de todos los vínculos que no sean los «primigenios» –


que son, sin embargo, imponderables e incuestionables– elimina la resistencia cultural
de sus instancias endémicas: hace refluir la sensación de la pequeñez de la existencia y
la necesidad de un sostén religioso, de una propensión catártica y trascendental, en la
condescendencia misericordiosa de los desheredados. La nación, entendida como el
fortín de la identidad popular confrontada a las uniformidades imperiales y
supranacionales, asume una relevancia hegemónica en la transformación económica y
social, que los órdenes políticos e institucionales tecnológicamente más avanzados
asumen en el escenario internacional. De esta forma, cuanto más extenso es el perímetro
del compromiso de las aportaciones y las preocupaciones de las naciones, aparece con
mayor exigencia la necesidad de devolverle la quintaesencia a un modelo idéntico de
comportamiento y de «progreso». Las instancias devotas, emotivas (irracionales), que se
deducen de las tradiciones todavía evidentes en el ámbito comunitario, gratifican el
ilustrado resplandor racional. El sentimentalismo totalitario se enfrenta con el
liberalismo y el socialismo racional, que ambicionan transformar el mundo en un
mercado de diferentes, y en una koiné de iguales, respectivamente.

De esta forma, el individualismo y el igualitarismo se disputan los recursos de la


época moderna, reconfortados por un «espíritu innovador», en una «dirección» que
indaga sobre las aportaciones de las diversas áreas del planeta y el complemento según
el provecho y la redistribución igualitaria de la renta. Así, a la recompensa individual y
al egoísmo colectivo del liberalismo se confronta la solidaridad social que tiene en el
punto de mira la emancipación de las masas amorfas, todavía presas por la insolvencia
humanitaria de los centros impulsados por el bienestar. La economía individual y la
economía colectiva interpretan la condición humana de modo que satisfagan sus
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 23

pretensiones sin minusvalorar los condicionamientos de su propio genus natural. La


perversa tendencia a la competitividad y la fuerte propensión a la solidaridad invaden la
historia del Occidente, que según algunos pensadores decrece, y que según otros
pensadores, sigue desarrollando un papel preponderante en el género humano (incluido
el oriental): el eje Berlín-Roma-Tokio confirma estas aparentes afinidades, que tienden
a uniformar el planeta de modo que se puede hacer «automáticamente» gobernable.
Frente a esto, la restauración conservadora se asoma a los estrategas del totalitarismo
como el sedante necesario para no irritar los ánimos que, debidamente cloroformizados
por la propaganda, ayuden al escarnio y a la destrucción con la misma confusión mental
con la que los enfermos de asma buscan el oxígeno regenerador. La diligencia se alía,
así, con el conformismo, que se desarrolla en las connotaciones afectivas y
ectoplasmáticas: todo lo que recuerda la epopeya gloriosa y las fracturas del pasado
alimenta la presión colectiva que evidencia la estructura oficial. El mensaje que exhalan
las inmensas concentraciones lleva a asumir las recurrentes pulsiones emotivas,
derivadas de las acciones desleales, cometidas contra las poblaciones inermes. Surge el
mito de la unidad, perdido en el tiempo por causa de la merma de tonalidad de los
promiscuos sistemas comunitarios, que renueva la confianza en las determinaciones
íntimas de la especie, en los anexos neurálgicos de la naturalidad. Desde el inicio, el
antisemitismo connota el totalitarismo como un movimiento religioso con específicas
connotaciones redentoras. El mesianismo imperialista de Francia, de Inglaterra y hasta
el de los Estados Unidos del siglo XX, no responde a los mismos requisitos ideológicos
del totalitarismo, pero, por así decir, los condena, en la fase implosiva, a la esfera de las
justificaciones ideológicas, que condicionan el curso de la historia y frustran, al menos
en su superficie, todas las iniciativas universalizantes de resolución de conflictos. El
imperialismo no es la prueba del totalitarismo, pero su configuración se ve perjudicada
por las mismas inopinadas interferencias que la propulsan. Así, la fuerza, aunque sea
con un objetivo edificante, la emplean tanto el colonialismo, como el totalitarismo, para
otorgar consistencia genética al expansionismo físico (espacial) al que correspondería
un milieu cultural (temporal), que se refleja en el mito y en la flébil memoria colectiva.

La práctica del conflicto se convierte en un imperativo social en los países donde


la movilización masiva se dirige a alimentar la producción industrial. La transformación
de la economía agraria en economía industrial conlleva una modificación forzosa del
modelo conductual y productivo. La fábrica asimila los brazos inoperantes de los
24 RICCARDO CAMPA

trabajadores de la tierra mediante una especie de estrategia paramilitar, que recuerda


más a la cadencia del tiempo litúrgico que al ciclo de las estaciones. La artificialidad es
el preludio de una especie de estructura rígida que compensa la diversidad individual en
el trabajo del grupo, a menudo repetitivo y sectorial. La fábrica, como en el medioevo el
convento que tenía una finalidad comunitaria y autárquica, se transforma en el
laboratorio de la modernidad y no concede ninguna alternativa a la realización (a la
inclinación) personal. El antisemitismo biológico y el evolucionismo darwinista se
constatan en la atención de los grupos dirigentes de la Europa continental y
mediterránea, que elaboran, en sentido diametralmente opuesto, la doctrina de la «lucha
por la supervivencia» y el «derecho del más fuerte». Naturalmente, por el mito del más
fuerte se entiende no solamente la prestancia muscular, olímpica, sino también la
intelectual, en la que, paradójicamente, los judíos sobresalen incontinentemente. El
poder organizador y protector del Estado se sustancia en la idea que promueve la
selección natural con las formas humanitarias, realizadas en la persistencia de la
tradición. En Tótem y tabú, Sigmund Freud, con una finalidad muy distinta respecto a la
más exacerbada selección, imagina que la vivencia remota de los mortales se manifiesta
en las costumbres de formas menos afligidas que en la contemporaneidad. El viejo de la
narración freudiana empujado en el trineo a lo largo de la pendiente, que va hacia el
abismo, es el símbolo histórico de las compuestas depresiones emotivas. La muerte es
como un amplio abrazo de quien ya no tiene la fuerza de reaccionar a las emergencias
naturales con la eventualidad del más allá, recubierto de blanco (de las barreras de
contención de las nieves estacionales).

El movimiento pangermánico, fundado en el 1893, al que le proporcionan ideas


un número restringido de intelectuales (entre 30 y 40 mil), predominantemente
profesores universitarios y maestros, tienen en el punto de mira la unificación en el
sentido étnico, lingüístico y cultural de la Alemania burocrática y estructural de
Bismarck. «El grupo en cuestión guardaba estrecha relación con la “Sociedad
Gobineau”, fundada en 1894 por el profesor Schemann. La orientación hacia el
antisemitismo radical se produjo tras la sustitución (1908) del fundador, el profesor
Ernst Hasse, por el consejero de Justicia Heinrich Class, discípulo de Treitschke y
antisemita acérrimo. Estas posiciones radicales coincidieron con las ambiciones
hegemónicas e imperiales, concomitantes de la expansión económica germana»2. La
hegemonía de Alemania en la Europa central es un plan de acción presente en la cultura
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 25

alemana anterior a la Primera Guerra Mundial. Las deliberaciones del Tratado de


Versalles, a causa de la derrota de Alemania, no restan poder al recorrido ideológico de
una difusa rebeldía patriótica de carácter identitario. La debilidad de la política de la
Sociedad de Naciones, el aislacionismo estadounidense, la crisis económica del 29 y la
fragilidad de la República de Weimar, son las causas endémicas de la inestabilidad
emotiva de Alemania en las primeras décadas del siglo XX. La superioridad de la
cultura alemana desentona con las condiciones políticas impuestas por las circunstancias
históricas a nivel internacional. Y la difusa convicción de que la tradición alemana tiene
también que gratificarse a sí misma, bajo el perfil institucional, es uno de los aspectos
más evidentes y claros del nacionalsocialismo. Su afirmación de principio descansa en
el orden de las cosas: la modernidad denota una incontrovertible solvencia alemana. La
filología, la filosofía, la física, la química, la biología, el psicoanálisis representan las
tramas ideales y conceptuales en los que se explican las profundas transformaciones
económicas y estructurales de los Estados modernos. La aprensión por el nuevo orden
mundial es el resultado de la verificación de los poderes constituidos desde la cultura
oficial. El compromiso de las clases dirigentes con el totalitarismo se ejercita con la
defensa de las adquisiciones cognoscitivas y con el monopolio que tales adquisiciones
determinan en el concierto de los pueblos y las naciones. El concepto de comunidad
orgánica sustituye a la concepción del pacto social y a la contractual del Estado. El
pueblo asume una connotación homóloga con respecto al concepto de nación, como
espacio vital de una comunidad de individuos, que se sustenta en la convicción de estar
llamados a desarrollar una obra de supremacía natural (una mutación), y de una
superfetación artificial. El heroísmo –categoría wagneriana– induce a las generaciones
del inicio del Novecientos a considerarse los herederos testamentarios del legado ideal
de las comunidades alemanas, encargadas a otorgar a Europa y al mundo un papel
animado por la superioridad estratégica y teleológica. La misión universal de Alemania
es un acto metatemporal, que tiene que cumplirse en el más breve tiempo posible para
que la humanidad sobreviva de forma renovada y redimida de sus inadecuaciones y
peculiaridades, de la flébil relevancia o la simple inconsistencia. La misión glorificadora
del género humano deriva de los antiguos presagios y decrece en las nuevas visiones del
mundo. Todas las comunidades raciales y culturales que no se ajustan al estereotipo
ario, son perversiones de la naturaleza, catacumbas del «ser» en su formulación
parmenideana. El ejercicio de la actividad financiera, condenada en el medioevo por la
Iglesia católica, caracteriza aquella raza que acogió la ocupación de cambista y
26 RICCARDO CAMPA

comerciante, y que alimenta las relaciones internacionales. La posesión de los bienes


materiales, monopolizada por el sentido devoto y salvífico de la Iglesia católica, se
vuelve, por contra, una característica peculiar de las comunidades hebreas, en cada país
donde están asentados, pues se las ingenian para promover el bienestar y, con el
bienestar, el conocimiento de los sistemas culturales y productivos de los diferentes
lugares del planeta. El fanatismo religioso provoca una ulterior simulación y desacredita
a una de las creencias más antiguas y profundas, presentes en todas las regiones del
mundo. El «gueto» asume las dimensiones de un universo, aparentemente aislado, que
en realidad promueve las innovaciones, culturales, bien económicas. La llamada
fidelidad institucional se pone en tela de juicio por quienes, entendiendo como pecado
el bienestar económico, desconfían de las modalidades empleadas para conseguirlo.

El urbanismo, representado por el judío, contrasta con el modo de vida rural,


fijado a la sumisión y a la protección señorial, al autoritarismo y a la jerarquía
patriarcal. El movimiento innovador trata de sustraer las masas campesinas a la
taumaturgia paganizante, que vuelve de forma folklórica bajo las formas del espectáculo
cristiano. El dualismo entre el racionalismo urbano y el irracionalismo del campo se
frustra. De hecho, la mitología tecnológica remplaza a la instrumental, utilizada en la
temperie rural, sobre la base de una común matriz conceptual: la creencia pagana en el
providencialismo natural. La providencia, a la que hace referencia la literatura latina con
Virgilio, tiene poco que ver con la providencia moderna, secularizada, aunque entre
ambas formas de adivinación primigenia custodian la habilidad y la destreza de las
generaciones, que se consideran depositarias de los recursos, de los que son capaces de
prever y valorar. La mundanización de la experiencia constituye el final de las
postulaciones conceptuales, que se expresan temporalmente en las diversas
comunidades humanas. El estado de necesidad, enfatizado por Carl Schmitt, vuelve
aciago su equivalente en las expectativas de los órdenes institucionales, que están
empeñados en mejorar sus condiciones objetivas, comparadas con las de otros órdenes
institucionales, que compiten dentro del «mercado global». El «enemigo» económico
está presente en la República de Weimar al igual que en la Alemania totalitaria: este se
encarna en el judío, capaz de correlacionar los mercados entre sí, independientemente
de las empalizadas ideológicas y de las barreras aduaneras estatales. Su potencial
internacional contrasta con la concepción autárquica que patrocina el aspecto
autorreferencial de las naciones, sobre todo cuando deliberan para ampliar su «espacio
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 27

vital» frente a otras poblaciones y conseguir, desde su modelo económico, la


adquisición de los recursos mediante la ampliación del espacio. La secularización de la
experiencia prescinde de los condicionamientos éticos y morales que habían sido
construidos por la cultura occidental. La conspiración es el eufemismo con el que las
clases burguesas designan su incapacidad para enfrentar el mercado financiero
moderno, de cuyos resultados son protagonistas los grupos hebreos.

La «Nueva Palestina» visualiza el éxito de las iniciativas promovidas por las


finanzas y la capacidad de actuación de las comunidades hebreas, diseminadas por los
diferentes países del mundo, independientemente de los respectivos sistemas políticos, a
excepción de aquellos en los que el antisemitismo invade la ética pública y el
convencimiento colectivo. El universalismo hebreo es una estridencia frente a las
frustraciones de las clases sociales medio-altas, faltas de los recursos necesarios para
acceder a una profesión o para desarrollar autónomamente una actividad empresarial. El
vegetarianismo oscurece la sublimación de lo primitivo, que aparece como la conexión
de las fases iniciales del género humano con las fuerzas de la naturaleza. La distinción
entre la religión y la raza es un pretexto: la creación divina se revela en las diversas
manifestaciones vitales, de los que el estereotipo es el hombre, el «observador-
perturbador» de la naturaleza y el promotor de la artificialidad. La transformación
«genética» del Estado supone la revisión del aparato burocrático y de las funciones
parlamentarias, que ostenta un pluralismo de opiniones, que difícilmente es equiparable
a la idea rousseauniana de la «voluntad general». La incapacidad de la partidocracia de
asumir la cohesión, en vista a la gobernabilidad, denota la falta de conciliación entre los
intereses y una visión transposicionada, si no verdaderamente parcializada, de la
estructura estatal. El sistema de las coaliciones partidistas evidencia aún más la
precariedad de la síntesis política y de la acción gubernativa, amén de la estentórea
petición legislativa como premisa del renovado sistema normativo. La militarización de
los grupos extraparlamentarios anuncia la llegada de los regímenes autoritarios, capaces
de rescindir los vínculos dialécticos entre las diversas posiciones doctrinarias para
imponer el, así llamado, pensamiento único, fundado sobre la discriminación de las
diversidades y las alternativas (retenidas en la memoria por la publicidad y prejuzgadas
por la estabilidad del régimen).

El prototipo del tutor del orden teutónico (y anacrónico) es el hombrecillo


interpretado por Charlie Chaplin. La copia es más explícita que el modelo y funciona, al
28 RICCARDO CAMPA

mismo tiempo, como exégesis crítica de un mundo complejo, sujeto a una sombra, que
se cierra en torno a sí mismo con las procaces figuras del extremismo hitleriano. El
fascismo es más popular-nacional y exalta las rocambolescas manías de grandeza de
todos los que reconocen, en su pequeñez, la esfera idílica y bufonesca de la concordia
discors de la incongruencia y la versatilidad. «El modelo de la “comunidad del pueblo”
fue esgrimido como la nueva panacea de los problemas económicos y sociales en lugar
del pluralismo democrático o la lucha de clases. La primacía del pensamiento militar y
la doctrina racista como principio de configuración de la política mundial eran los
instrumentos con los que debía movilizarse y coordinarse a las masas»3. El
nacionalismo reivindicacionista se ejercita de forma agresiva para conseguir, de forma
concreta, los efectos a largo plazo oscurecidos por el análisis ideológico y conceptual.
La filosofía de la acción (el actualismo de Giovanni Gentile) se funda en la
exasperación del pragmatismo de tipo anglosajón. Esta característica ideológica es la
causa de cierta curiosidad por parte de la prensa y de algunas personalidades
anglosajonas desde los años Veinte hasta los primeros años de la década de los Cuarenta
del siglo XX. La infatuación para estos fundadores de imperios, sustentados por la
extemporaneidad vikinga o romana, es parte del folclore de la época, dominada
completamente por la mitología heroica, fabulosa y escenográfica, compensadora de la
precariedad de la contingencia. «La idea alemana –sostiene Friedrich Meinecke– del
Estado de poder, cuya historia se inicia con Hegel, habría de encontrar en Hitler su más
amarga y fatídica sublimación y explotación»4. La previsión hegeliana, en todo caso, es
una simple suposición histórica, que no encuentra confirmación en las armas
ideológicas del nacionalsocialismo alemán de los años Treinta del siglo XX. La
«comunidad popular» constituye el factor detonante de la propulsión nacionalsocialista.
A la nacionalización de los recursos, promovida por los partidos de izquierda,
responden desde la misma temática los partidos de derecha y, particularmente, en su
forma hitleriana. El «golpe de Estado», por ambas partes, consiste en el predominio del
poder público sobre lo privado, considerando también el hecho de que los procesos de
profunda transformación del aparato productivo y el sistema distributivo no pueden
realizarse sin una dirección persistente y tenaz. El continuo debate sobre cuáles son las
condiciones sociales más justas incentivan la superficialidad y la ilegalidad. La actitud
carismática, representada cinematográficamente, en efecto, se define por su
insignificancia. El tutor del orden es una comparsa de la historia, una figura caduca de
la incongruencia mental de un pueblo que lleva prolongando mucho tiempo las viejas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 29

virtudes y los antiguos esplendores. El empresariado se configura como una


característica del Estado, el único organismo capaz de garantizar la legitimidad y la
eficacia.

La conocida «personalidad carismática» resulta ser la apódosis psicoanalítica


determinada, en las comunicaciones oficiales, por las idioteces evocadas en la
publicidad. En términos terapéuticos, el hombrecillo del bigote es el héroe sedentario de
las pesadillas nocturnas de las masas, dóciles y refractarias a las complejas
elaboraciones mentales y, al mismo tiempo, confeccionado didascálicamente por la
cultura. Los enunciados culturales, que invierten toda el área cognoscitiva, desde la
filología a la física, a la química, o a la biología, se hacen, cada vez, más necesarios en
la contingencia común de constituir «inconscientemente» una discriminación
antropológica. Algunas elaboraciones conceptuales son innovadoras etimológicamente
al punto de ser incomprensibles, recurriendo, como de costumbre, al léxico en vigor. La
incomprensión como efecto de lo indecible crea un tipo de Parnaso, un muro del llanto
en la misma conformación social que se muestra en la misma lengua y en las
costumbres similares. La diferencia entre las élites cognoscitivas y las élites operativas
(o dirigentes) se vuelve cada vez más profunda, al punto de inventariar, con la ayuda de
las doctrinas decadentes del Occidente, las teorías gnósticas arcaicas, de una sabiduría
instintiva y fatídica. El hombrecillo del bigote es el arquetipo de la inconsciencia, que se
refleja en las máscaras para ceder a los escabros recorridos «de los inicios», depositarios
de las energías necesarias para alcanzar un grado de bienestar superior al perseguido por
una ciencia que zigzaguea. El mito de los orígenes, las perifrásticas explicaciones de la
filosofía y la tragedia griega dan crédito al papel innovador de las generaciones, que se
disputan la supervivencia del mundo, según los modelos redentores de la uniformidad y
el conformismo (políticamente incorrecto). Las palabras reducidas a hipos y los gestos a
sus equimosis invaden la escena, al mismo tiempo afligida y ornamental, de la
Alemania de los años Treinta del siglo XX, en el que serpea, de forma tentacular, el
perfil de un universo aún abandonado a las tinieblas del terror primitivo y al vis
destruens del pasado remoto, en el que a toda ultranza se le insta al hombre a actuar, a
tiranizar por el sacrosanto deber de sobrevivir. La indulgencia por el mal cometido
supone una fractura cultural que Occidente realiza con una sospecha dramática desde la
Antigua Grecia hasta la época Romana, la época de las premoniciones y las conjeturas.
La incertidumbre revela el dibujo de un género humano que no se adecúa a las insidias
30 RICCARDO CAMPA

cometidas en aras a la supervivencia. La conveniencia no concierne a los orígenes del


advenimiento humano, sino a su constante temeridad. El poder demoníaco de un
individuo es la manifestación patente de la intolerancia de un pueblo vestido con la
armadura de sus experiencias oníricas. Wolfgang Goethe y Thomas Mann designan lo
Malévolo como el poseedor de «otro mundo», alternativo al real. La insidia consiste en
hacer posible el diseño de un hombre extraño a los condicionamientos objetivos que
«fastidian» el resultado. La designación del anti-Cristo, antes de la formulación de
Nietzsche, se delinea en la literatura exegética de las inquietudes existenciales y de las
prerrogativas de las criaturas individuales, ante el dilema de la maraña de las
experiencias y la herencia de los procesos cognoscitivos.

El egocentrismo y la histérica autocompasión son los aspectos que guardan más


congruencia con la difusa conciencia de la sociedad alemana de no ejercer a nivel
internacional aquella destreza ideal de la que hablan las fábulas, las memorias
colectivas. La combinación de una severa especialización y del desempeño profesional
confiere a la irresponsabilidad colectiva la contraparte determinada mecánicamente. El
rigor formal es el antídoto terapéutico de la vaguedad y la desidia. La suerte se convierte
en la disoluta protagonista del acontecimiento humano, que solo puede contenerse o
contrastarse por la fuerza primigenia. El racismo, sublimado religiosamente, concierne a
todas las formas comprometidas, de las que se deduce una superioridad de decisión y
realización, que no pueda ser contrastada por las aproximadas y, a veces, contradictorias
convicciones de los diferentes, mezclados en la comunidad. La apología del racismo
niega su validez del necesitarismo natural, de la tendencia de una comunidad a
imponerse sobre otra en el intento de perpetuarse. La condena de la complementariedad
y de la subsidiaridad es la consecuencia del racismo. Paradójicamente, Werner
Heisenberg descubre el principio de indeterminación, mientras que la cultura oficial
alemana, que es la que domina durante el totalitarismo, se declara en desacuerdo con
ella de forma irrevocable. El tejedor de la historia moderna está más influenciado por la
sugestión que por la reflexión. Y, por puro efecto escénico, es propio de esta época
volverse intérprete de los cambios históricos, basándose en la euforia del náufrago de la
razón. La manía, la persistencia a la invocación, acallan las voces de la humanidad,
preñados de consecuencias, que el totalitarismo cree poder modificar, inaugurando una
mayor y conspicua Weltanschauung, bajo la egida de una fenomenología aprensiva y
tantacular. El vagabundo (de Hitler) es la práctica corriente de los fustigadores de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 31

costumbres y los pioneros de una mayor y cruenta disciplina social. La asimilación del
vagabundeo al estatuto de una orden religiosa hace patente el principio de la
providencia y de la eventualidad como los principios rectores del nuevo orden mental e
institucional. La lucha, la madre de todas las cosas, predomina sobre la conciencia
liberal y democrática, acusada de ser excesivamente condescendiente con los hábitos
criminales de los seres mortales, destinados, sin embargo, a las más altas
confrontaciones en las vidas de los pueblos y las naciones, dignos de perturbar la
historia y de negarle un final feliz, de modo que oscurezca la temperie de los «inicios».
El nuevo ciclo del mundo es la era de los acróbatas y de los escenarios arabescos de la
militancia religiosa-miliar. El miles y el sacerdos tienden a identificarse y a actuar
conjuntamente para conservar su preeminencia sobre el género humano. El ascetismo
dubitativo es el único patrimonio de la cultura tradicional que vivifica los propósitos de
la acción. El heroísmo beatifica el comportamiento colectivo, que modifica en el nacer
las aptitudes individuales y sus prerrogativas ideales. El imperio de la voluntad
monopoliza la acción, que prescinde de las ardides de la razón y la hace ineficaz. La
irracionalidad no consiste en refutar la razón, sino en no hacerla practicable. Su región
de interés parece residir en un universo degradado en la inutilidad y el tormento interior.

La Sociedad Thule, de corte pangermánica y populista, activa en el Múnich de


Baviera, en el 1919, y disfrazada como un grupo de estudio de las antigüedades
alemanas, tiene el objetivo de corresponder a un sentimiento nacional que prescinda de
la ética demócrata y de las reglas del Estado participativo, con los ideales patrióticos
alimentados por la derrota militar. Las antiguas corporaciones privilegian el
militarismo, obligadas a ocultarse en organizaciones de fines edificantes, aunque de
inspiración anticlerical y antisemita. Este tipo de asociacionismo se corresponde –
también en la denominación poética– a la génesis del nacionalsocialismo. La
simbología utilizada consiste en la runa germánica y en la cruz gamada (simbología ya
empleada en América Central). Los detractores de la Sociedad Thule la definen
cáusticamente como una asociación de «predicadores vagabundos» y de «sonámbulos
populares». La cervecería del Múnich Bávaro, dónde se reúne el DAP (Deutsche
Arbeiterpartei o Partido Alemán de los Trabajadores), convertida en una ramificación
de la Sociedad de Thule, se transforma, a finales de 1919 y principios del 1920, en un
fortín paramilitar, en un foro de iniciados para la guerra santa contra los judíos y el
capitalismo internacional. La ofensiva nacionalista viene, sobre todo, de las inicuas
32 RICCARDO CAMPA

intimaciones del Tratado de Versalles y de la imperativa voluntad de desempatar que


tenían los contingentes militares movilizados y los condenados a la inedia. La
transformación del DAP en el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores
(NSDAP) facilita la ascensión de la propaganda y la oratoria de Hitler, que se consolida
como el portavoz de un ímpetu popular, difícilmente extinguible en la dialéctica
consuetudinaria, y que es una herencia de los partidos socialistas (favorables o
contrarios al bolchevismo).

La habilidad fabuladora de Hitler consiste en ganarse la confianza de las fuerzas


armadas, y de los centros de decisión económicos y de producción de toda la región
alemana (entendida como la «sede ideal» de la política hilvanada en las cervecerías
austríacas con una prospectiva actualización en Alemania). El socialismo nacional, que
deriva de los movimientos de insurrección bávaros y alemanes de los años Veinte del
siglo XX, tiene características y finalidades que seducen a las masas decepcionadas tras
la Gran Guerra y la inflación galopante, circunstancias que provocan un aumento del
paro en un escenario internacional que no es uniforme.

El modelo de desarrollo del área anglosajona (inglesa y estadounidense) se


considera ilegal, porque se funda en la economía monetaria y financiera, regulada por la
estrategia del beneficio y la crueldad individual. Frente a ello los movimientos
nacionalistas traen consigo una concepción salvífica, una visión humanitaria que parece
traslucir –al menos en algunas personalidades de relieve como Hitler– una especie de
actitud piadosa (y hasta católica). La especulación económica –imputada a los hebreos–
representa la máxima aberración intelectual para los nacionalsocialistas, quienes creen
ser la agonía política de este estado de cosas el factor cohesivo de su identidad
comunitaria. El individualismo libre contrasta con el egocentrismo nacionalista en
cuanto que se deduce de las coordenadas especulativas de la acción inventiva. El
nacionalsocialismo excluye la prioridad individual como si fuera un conocimiento
perturbado del bien común, se postula como una especie de disciplina física y, por lo
tanto, con la capacidad de «eliminar» las injerencias del egoísmo en el empeño
colectivo (de las masas). La propaganda es la llave maestra para llegar a la dirección de
un partido. El asociacionismo de masas es el eco de las sugestiones sonoras: sea en la
derecha, sea en la izquierda. Los coros de derecha y las lamentaciones de izquierda (i
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 33

Neri ) constituyen los factores que movilizan las masas del siglo XX. La táctica del

martilleo escenográfico aparece de forma preponderante en todo el siglo XX, como algo
distinto a las anteriores formas dialécticas utilizadas en las aglomeraciones. El sonido
aparece de forma hegemónica sobre el intelecto y lo hace insensible a las
manifestaciones de la conjetura y la conceptualización. El ruido de fondo, estridente
frente al silencio abismal, fundamenta la «dictadura» del orden. El epicentro de la toma
de decisión es un punto catártico, intersticial, entre lo que se quiere entender y lo que se
supone haber comprendido. La misión implosiva da razón de estas argumentaciones a
posteriori, cuando sus resultados se presentan como si fueran irrefutables. El ejercicio
de la predicción se vincula al volumen sonoro del «profeta» de turno que, mejor aún si
está vestido con orbace, realiza una asamblea de presbiterios en una experiencia
sacrificial. Los viajes por el sitio al sol, el solitario fondo sobre la «rompiente» son ∗∗∗

anécdotas del poder de decisión, que «irónicamente» dispone la existencia de


innumerables catecúmenos-correligionarios.

La purificación del partido nacionalsocialista consiste en las postulaciones y en


las simulaciones del terror (que se ha de infligir al improbable enemigo). La aplicación
de la táctica militar en la convulsión civil asegura el éxito preventivo frente a la acción.
La cohesión y la subordinación constituyen las garantías psicológicas para las grandes
masas, carentes de una propensión de orientación ideológica, y diferentes de las
afinidades instintivas. Los primeros fundadores de los partidos revolucionarios de
extrema derecha (y, por el contrario, de la izquierda) europea pertenecen a la
corporación ferroviaria: el tren representa el vehículo de la modernidad y hace efectivos
tanto las relaciones interpersonales como los cambios colectivos, promoviendo el
conocimiento científico y las aplicaciones tecnológicas en favor de las nuevas clases
sociales productivas. Al obrero de la fábrica se le suma el conductor de la locomotora,
de un fortín de metal y carbón, capaz de afrontar el espacio abierto y de conectar países
y regiones en un tiempo confiado solamente al entusiasmo y a la curiosidad de los


Literalmente «los Negros». La expresión «I Neri» - « I guelfi neri» hace referencia en la historia de la
Comuna medieval de Florencia (s. XIII) a una de las facciones de los güelfos que representaba los
intereses de la nobleza, enfrentados a «los blancos» - «I guelfi Bianchi» que representaban los intereses
de la burguesía (N.T.).
En italiano «bagnasciuga» hace referencia al famoso discurso de Benito Mussoni de 24 de junio de
∗∗∗

1943 conocido como el «discurso del bagnasciuga» (N.T.).


34 RICCARDO CAMPA

viajeros, de los comerciantes o aventureros. El tour del Setecientos inglés cede el sitio,
en los primeros años del Novecientos, al movimiento de los obreros, que se extiende por
la superficie del planeta, no por las posibilidades y el capricho, sino por las necesidades.
La psicosis del golpe de Estado –sea en la fase preparatoria, sea en la fase final– permite
a sus partidarios dividir la opinión pública en dos bandos contrarios: en sus partidarios y
en sus detractores. La filosofía de la acción se convierte en una amenaza y una
provocación cuando los recursos democráticos no saben como afrontar los desafíos de
la industrialización. La contraposición entre conservadores y progresistas ensombrece la
guerra civil, el ritual de dos categorías que connotan el comportamiento humano que no
acepta su complementariedad. Por otra parte, el hecho de ser recíprocamente
incompatibles legitima el estado de asedio, la movilización y la disposición frontal. La
legitimación de la comparación ideológica se descubre virtualmente en la radicalización
de las elecciones, que en la efectiva realidad son interactivas y ambas necesarias. La
necesidad de una de las dos redacta, en sentido temporal, el protocolo del fallido
acuerdo entre los dos partidos, en los que los persuasores ocultos de las masas
administran la fase resbaladiza del conflicto. La acción y la reacción se disputan el
derecho al predominio, incluso después de una cruenta fase de insólita contención. La
atmósfera de animosidad predomina sobre las causas del golpe de Estado, cuando las
dos facciones en contienda intentan conseguir prosélitos de «última hora». El
convencimiento vespertino concierne sobre todo a los que desisten de la incongruencia
del amigo-enemigo, entendiéndola como una patología social que puede ser afrontada
legalmente y por todos los partidos políticos que mantienen en su interior el sentido de
la colectividad.

La ironía de la historia sugiere recuperar, en la retórica, la pérdida del prestigio


de los excluidos y de cuántos se enajenan del fracaso súbito. Ellos perpetran una
revancha en la revisión del destino cínico y tahúr, al que reclaman una ulterior y pérfida
protección. Inusitadamente, a veces, la vulgaridad y la jactancia se ofrecen como la
mejor respuesta sobre las causas que invalidan las relaciones sociales. La palabra trata
así de rehacerse sobre la acción para renovar los resultados en la inmediatez de otro
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 35

tensón . La oratoria, que remplaza y, de algún modo, subyuga la acción, presenta


características psicoanalíticamente inquietantes: describe la inminencia de un peligro,


contra la cual la misma reacción humana normal se cree inadecuada. Es necesaria una
tensión particular, algo que se evoque, no se trata tanto de los tradicionales estados de
necesidad, cuanto, sobre todo, de las recónditas atmósferas de los «orígenes», durante
los que la perspicacia era tributaria de la fuerza bruta, del cálculo diferencial entre lo
que se piensa conseguir de las condiciones objetivas y lo que se pretende determinar con
un lance sublime de la voluntad. La retórica de la tensión y de la aclamación destituye la
dialéctica de la concordia y actualiza el choque entre los participantes de la dinámica
política. La legalidad es el límite de la confrontación, contra el que la retórica deja
presagiar su superación o en todo caso su natural prescripción. El desprecio por el
«orden» burgués se identifica con la condena del liberalismo o del marxismo, que en el
siglo XIX constituyen las categorías que determinan el «progreso», entendido de forma
ilustrada como el recorrido obligado del género humano en el intento de mejorar sus
condiciones objetivas. La organización y la manipulación son los componentes
esenciales del totalitarismo, que se configura como una Weltanschauung, una
cosmovisión idealizada en su función sagrada (y patriótica). El cinismo de quienes lo
realizan es parte integrante de la «nueva» antropología, propuesta al mundo para
mejorar sus propósitos y hacer inderogables sus ambiciones. La irracionalidad es, por
tanto, la medida de una iniciativa que pretende subvertir todas las coordenadas mentales
de quienes reconocen el fundamento de la vida civil en la legitimación y en la legalidad
institucional; para reconocerse al amparo de las subversiones temperamentales de los
individuos y de los grupos organizados bajo la forma de los partidos, de tutores que
toman la parte por el todo, según la terminología enfática de la conducta social. El
martirologio se entiende como un memorial, al que los adeptos de la acción confían
virtualmente su egolatría.

El caudillismo es una forma de garantía para los herederos de una venganza,


políticamente mantenida como relevante para los objetivos de la historicidad de las
instancias vitales e incontrovertibles de un orden comunitario, convertido
involuntariamente en una estructura legal. La difamación y el patetismo sentimental se


Tensón (en italiano «tenzone») subgénero de la lírica medieval (occitana) trovadoresca en que aparecen
las críticas mutuas entre juglares y trovadores o entre trovadores (N.T.).
36 RICCARDO CAMPA

convierten en los instrumentos de la lucha, sobre todo contra el moralismo burgués, que
la literatura histórica señala con las infamias y las aberraciones de las que la sociedad en
su conjunto se responsabiliza. Se dota, así, la clase obrera de una ética irreprensible, al
estar privada de los medios necesarios para transgredirla. La moral común se vincula
económicamente a la moral de la acción o a la del sentir común. El fanatismo concede a
la táctica una puesta en escena capaz de incentivar incluso las adhesiones de los que no
están convencidos, pero que son tendencialmente fundamentalistas y radicales. El
antiparlamentarismo se expresa en el individual uso malsonante de las formas verbales,
capaz de inducir a la aceptación antes que a la convicción, los interlocutores de una
época angustiosamente declamatoria en el sentido corporativo y nacionalista. El
dualismo centralismo-federalismo se resuelve, en los regímenes totalitarios, en el
centralismo escrito por el subjetivismo intérprete del universo próximo y remoto, que se
perfila sobre la guía de los impulsos determinantes de la estructura, evocada por las
tempestades de acero de Ernst Jünger.

El «cristianismo positivo» rinde justicia a los conflictos religiosos y secunda la


hegemonía política (en todo caso, uniformada). En el totalitarismo, la redención humana
se confía al «prestigio» de las armas, al sacrificio humano en el altar del conflicto. Los
verdaderos hermanos del holocausto son los supervivientes o los renacidos, la multitud
infecunda de los indeseables, ya que muchos de ellos deben ser oportunamente
exterminados, para que esté clara la intervención providencial. La creencia mesiánica
sustituye a la fe en el diseño divino, considerado irrefutable y que se refleja en el
protagonismo de las gentes, de las poblaciones, de las masas, inducidos
terapéuticamente a seguir las órdenes de lo «alto», de una estructura jerárquica tan
compleja e inescrutable que aparece como mística. La impenetrabilidad del «comando»
invierte incondicionalmente la adquisición de sus ejecutores, eximidos de cualquier
inquietud individual y protestataria. En efecto, el disenso se entiende como una herejía,
la tentativa de destruir la religión dominante y, por lo tanto, el culto al caudillo. La
estructura celular del partido es un modelo de izquierda, que el totalitarismo de derecha
adopta en conformidad a su hiperbólica exaltación de la eficiencia, de acuerdo con la
ejecutoria de lo absoluto. Las actividades auxiliares tienen la tarea de agregar en la
acción uniforme a los que evitan –al menos al inicio de la acción totalizadora– su
inclusión en el partido único, en el sindicado unitario, en los puestos del aparato
administrativo y efectivo del Estado. Las ligas de jóvenes, de mujeres y de profesiones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 37

contribuyen a la uniformidad del sistema participativo y ejecutivo en vigor. El régimen


es una construcción mecánica, capaz de ejecutar cada orden que se imparte desde lo
«alto», convalidando así la fe en el carácter preceptivo de la historia. La organización
pública paramilitar facilita que se ejecuten las órdenes y hace impostergables sus
aplicaciones, al eximir de juicio crítico a quienes tienen que ejecutarlas. Según Curzio
Malaparte5, esta estrecha organización lleva consigo un consenso implícito, como evitar
que el tutor del orden absoluto fuera un dictador. Según la etimología del término, en
efecto, esta personalidad investida de plenos poderes en del Senado romano tiene la
tarea de «regularizar» las tensiones políticas y civiles, y de devolver el gobierno de los
territorios a los legítimos herederos de la ley. El dictador romano, a diferencia del
moderno, hace justicia de la histeria colectiva. Hacer posible la componente agraria de
los países, en los que se ejercita el totalitarismo, precisa de la colonización de los
nuevos espacios (en las regiones étnica y culturalmente todavía subyugadas por las
tradiciones tribales). El totalitarismo «media» entre el (de hecho se contrapone al)
socialismo nivelador y el capitalismo opresivo. La peculiaridad de estas dos doctrinas
políticas consiste en hacerse alternativas respecto a una visión del mundo formada sobre
la capacidad subjetiva y una visión del mundo que respeta la solidaridad individual.

La lucha contra el capital y el proletariado es el lema con el que el totalitarismo


afronta el desafío a la modernidad. La opinión pública padece la influencia totémica de
las Universidades, algunas de ellas dominadas preponderantemente por las asociaciones
estudiantiles (con un indisimulado compromiso del profesorado) de inspiración
nacionalsocialista (antidemocrática). El antiparlamentarismo es la primera formulación
ideológica de los movimientos totalitarios, que creen en el compromiso y, por lo tanto,
en la posibilidad de coalición entre partidos políticos de diferente inspiración que lleva
en un debilitamiento del poder de decisión. La incongruencia del debate parlamentario
determina la parálisis del Ejecutivo que, en circunstancias particulares, no puede
renunciar a lo que promueve para solucionar los problemas económicos y sociales del
interés general. La prueba de fuerza entre la democracia y la dictadura se basa en el
parlamentarismo, en el ágora que, en los tiempos modernos, regula, en términos
propositivos, el curso político y civil de las naciones. Las formas autoritarias contestan
de manera aún más incisiva y hasta desoladora a las instancias, no solo internas, sino
también internacionales. El aspecto más comprometedor de los regímenes totalitarios es
el relativo al Estado de derecho, que sigue desarrollando una sugestión de especial
38 RICCARDO CAMPA

relieve, al punto de promover una revisión de sus principios inspiradores. La influencia


reformadora de las estructuras autoritarias se ejercita predominantemente en la
elaboración del código civil y el código penal, conforme rigurosamente a la dinámica
expansionista del Estado.

El sector agrario, con sus tradiciones ligadas a la tierra, se vuelve, en los


regímenes totalitarios, el factor basilar de la política expansionista. El régimen tutelar
promete nuevos espacios y amplifica el circuito cognitivo de los catecúmenos
confiándoles el empleo de los instrumentales, que permiten aliviar la fatiga, de mitigar
el trabajo manual y de ampliar la producción. A la reforma agraria, nunca realizada
cumplidamente por los partidos liberales y progresistas, se confronta la «apropiación»
de las tierras sometidas «impropiamente» a la impericia y a la ataraxia de las
poblaciones menos perspicaces del planeta. La industria y el comercio, aunque no
compartan las mismas expectativas que las del sector agrario, coinciden en creer en la
ampliación de los mercados como el fundamento donde obtener mayores provechos. El
natural conflicto de intereses entre la industria y el proletariado es aniquilado por el
totalitarismo en la mística del Estado absoluto, en la que se compendian las expectativas
«justas» de las diversas clases sociales. El concepto marxiano de clase es, no solamente
eludido por la propaganda, sino condenado como un antídoto ante la cohesión
comunitaria y social. El solemne «anticapitalismo», de hecho, se transforma en una
concesión casi total a la gran industria, capaz de realizar las obras estructurales que
permiten modernizar a los países y que preconizan su expansión, mediante la utilización
de las maquinarias bélicas, tecnológicamente avanzadas. La industria pesada y bélica
satisface también las exigencias de los sectores obreros y de los empleados, que
abandonados a sí mismos, son responsables de tensiones subversivas. La discriminación
étnica y racial remplaza, en el totalitarismo moderno, a la lucha de clase: la apropiación
indebida de parte de una raza de los bienes de otra raza, frustra –en el ámbito de la
aberración conductual– el tradicional conflicto entre el capital y el trabajo. El reparto
(redistribución) del bienestar adquirido con la confiscación o con la expropiación
permite satisfacer las exigencias, que deberían perseguirse democráticamente a través
de la confrontación conceptual y el acuerdo procedimental. El frente común de las
clases sociales es el precepto ecuménico del totalitarismo, que se hace posible a través
de la movilización interior y la expansión externa contra las poblaciones inermes y a
veces sorprendidas en su clima pacífico y solidario.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 39

El sector militar considera con particular atención la evolución de los


acontecimientos en la dirección del Estado ético y decisorio. El radicalismo de derecha
e izquierda presenta buenos auspicios para los diseños autoritarios de las fuerzas
sociales, hartos de la responsabilidad en las decisiones y del inmovilismo en las
realizaciones. La inmediatez se convierte así en una categoría mental, que transforma la
propensión en la acción con una apariencia de simultaneidad inflexible a cada tentativa
de racionalización. La irracionalidad de los regímenes totalitarios consiste en el carácter
inexplicable de la temporalidad del juicio, del razonamiento expresado con las palabras.
Los símbolos y los eslóganes, en efecto, dan crédito a la convicción de que el orden
jerárquico y tentacular elabora los juicios colectivos a nivel subliminar para enriquecer
la fantasía colectiva de los patrimonios alegóricos o improbables de la tradición, de la
raza, de la creencia en un Edén perdido y recuperado o de recobrar con la destreza de la
voluntad y con la fuerza de las armas. La premisa del pensamiento único es el Estado
policial, la condición del sospechoso colectivo en un intento de preservar el deber
interior. El Estado policial es el organigrama del totalitarismo en su fase investigadora y
proditoria. La imagen de una máquina de guerra que ensordece, en su misma apariencia,
los pensamientos inhibitorios de los catecúmenos suple de cáustica injerencia intimista,
de la práctica mística. La táctica legalista y la conexa actitud revolucionaria constituyen
los aspectos más sorprendentes del totalitarismo moderno. El estado de excepción, que
reclama poderes de excepción, es provocado por la propaganda, por la enfatización del
desorden y las iniquidades existentes en el orden en vigor. La supresión de cada
tentativa o conato de disenso se justifica fingidamente con el respeto a las rígidas
normas del orden constituido que, para explicarlas, se legitiman circunstancialmente. La
convivencia colectiva se regula de tal modo que afronte solamente las tensiones
determinadas por la voluntad de poder.

El azar y el ataraxia constituyen las dos formas de consolidación del


totalitarismo moderno. En su vigor cognitivo se explica la razón de ser de la acción, que
adquiere significados prometeicos cuanto más se abre a la aparente improvisación o, al
contrario, a los antiguos legados. El consenso popular se manifiesta en la desconfianza
por las novedades, que se presagian en las condiciones subliminares de la existencia. El
límite de demarcación entre las costumbres consolidadas y las novedades es marcado
por la urgencia luciferina de activar la mecánica de la devastación, del apoderamiento.
El federalismo se perfila, por tanto, como una anomalía del sistema administrativo, que
40 RICCARDO CAMPA

no permite a las peculiaridades regionales que tengan una mayor confianza en las
tradiciones, llamando la atención sobre el arcaísmo y señalando las sumisiones al orden
unitario, ecuménico, al que se dirigen las ilusiones compuestas de las variables
culturales y las dependencias territoriales del orden institucional. La unidad política se
basa en un proceso cognitivo, en el que supera y desacredita la diversidad.
Paradójicamente, el totalitarismo se propone como el restaurador de un orden, que se ha
convertido en impracticable por el desconcierto sectorial. La discordia entre los propios
miembros de un país se debe a la mística de la conurbación étnica y racial. Se disocian
los factores económicos y sociales de los antropológicos, de modo que el totalitarismo
intenta restablecer el curso de la naturaleza en la contingencia. La apologética
experiencia del médium, al que accede sofisticadamente la propaganda de régimen,
atenúa las verdaderas diferencias sociales, con el fin de propiciar un status symbol, que
enorgullece a quien se considera en los márgenes más inclementes de la dinámica
cognoscitiva y creativa de los órdenes comunitarios. La mística política es una práctica
didascálica, que intenta vertebrare ideológicamente a cuántos se aventuran en el
escenario social, en el intento de adquirir un mínimo de consideración. La organización
jerárquica y centrífuga es totalizante y ecuménica y da la sensación colectiva de
participar en forma coordinada en una aventura histórica. La ilegalidad se conjuga con
el terror y el régimen consigue un consentimiento interclasista, ya que –según la
concepción de Carl Schmitt– se difunde la amenaza del enemigo interior y exterior. El
peligro elimina el conflicto social, que se manifiesta en las condiciones del encierro del
bienestar por parte de los contendientes de un mismo orden institucional. El decreto
presidencial, que precede a la definitiva cancelación del parlamento, se aminora cuando
el régimen totalitario se vuelve operante. El sentido de la precariedad social, confutado
ideológicamente a través de la restricción de los derechos individuales, otorga a la
función pública una tarea de especial relieve en su manifestación extemporánea. El
declive del Estado democrático de derecho y la constitución del Estado burocrático se
justifican con las instancias profesadas en sordina por una mayoría, que ambiciona
compartir con el «caudillo» la visión de un mundo renovado por los fundamentos,
antropológicamente selectivos y providenciales.

La concepción de Montesquieu del equilibrio de los poderes disminuye en favor


de la concentración de los mismos en las manos de un ejecutor testamentario, que posee
un veredicto natural y que se legitima en la historia, en la empresa de los pueblos y las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 41

naciones, en los que es recurrente, y luego ineludible, el poder de redimirse de la larga


servidumbre de la democracia, de la igualdad y de la equidad preliminar respecto a las
diversidades antropológicas, funcionales (la ley sobre el funcionario de carrera). La
expresión técnica, empleada para evidenciar las reivindicaciones sociales, implica
«unificación», la aptitud perseguida por la estructura dictatorial. La irracionalidad del
aparato totalitario consiste en la difícil asignación de las fuerzas en contraste, que dejan
al estado en una situación endémica, subterránea, e incluso, silente o inmanente. La
ficción escénica de la armonización totalizante es, a la vez, un tónico y un tóxico, que
corrobora y debilita el organismo social, sea en paz o en guerra, aunque, en guerra las
asperezas de las diferencias son sobre entendidas en la forma de afrontar los peligros y
afrontarlos.

El «acuerdo», virtualmente existente entre el «caudillo» y el pueblo, prescinde


de la dialéctica cognoscitiva de los propósitos interindividuales y la movilización
colectiva. «Al igual que en todas las dictaduras modernas, las elecciones tuvieron en
adelante la mera función de ratificar las listas previamente confeccionadas de modo
unitario o de aplaudir a posteriori decisiones tomadas autoritariamente»6. La
autoconfirmación plebiscitaria constituye una representación recurrente en los
regímenes totalitarios, en los que antiguos gestos propiciatorios de la propensión
unitaria, nacional, asumen connotaciones encomiásticas. La institución del referéndum y
el plebiscito por aclamación remplazan otras formas de discusión, culminando en la
consecución del consentimiento popular. La «revolución permanente» consiste en la
abolición de las garantías constitucionales, impróvidamente sobrevivientes a la llegada
totalitaria. Una vez restablecido, por así decir, el orden artificial, la legalidad codificada
en la tradición no ejerce ningún atractivo y es privada de cualquiera función. La
legalidad totalitaria se deduce de la incestuosa relación entre el tutor del orden y los
adeptos de una misión salvadora, vaticinada por los acontecimientos hiperuránicamente
domesticados en las exigencias vitales de un pueblo electo o sencillamente indiciados
por la suerte. La Trinidad mística del sistema totalitario (Estado-movimiento-pueblo),
patrocinada por Schmitt, confiere al aparato burocrático un orden jerárquico (Führer-
movimiento-pueblo) capaz de legitimar, bajo una forma coherente e interconectada,
todas las decisiones e iniciativas procedentes de lo Alto y destinadas a lo Bajo, sin
concitaciones cáusticas o escabrosas. El ideal orgiástico compendia, en términos
legales, la voluntad general manifestada por un conductor, como expresión del «alma
42 RICCARDO CAMPA

del pueblo», que se manifiesta en la movilización paramilitar. Para Ernst Forsthoff, la


estructura totalitaria equivale al «Estado total». El partido, en cuanto «organizador» del
Estado, tiene la responsabilidad de identificar sus instancias ideológicas con las
prerrogativas legales del orden institucional, internacionalmente reconocido como tal.

La arbitrariedad del dictador es la razón de ser, aunque precaria y vacilante, de


los heresiarcas, que residen en las estructuras del poder totalitario, con el objetivo de
redactar en los actos de la historia la preventiva tendencia a la subversión, al cambio del
sentido de la marcha y a la revuelta. El aspecto perjuro de algunos conmilitones
garantiza la fisonomía beligerante de los órdenes políticos y mediáticos. La incapacidad
para regir la paz social es la dirección de primer grado de la persistente enajenación del
totalitarismo. El recurso plebiscitario tiene solamente una función aclamadora: cada
cuestión, subordinada a la aprobación popular, es preventivamente formulada de modo
irrevocable y en forma absoluta (en el sentido que la negación del mismo no tendría
sentido). El aparato filológico-consecuencial es reducido a la mínima expresión: a las
formas (extremas) de una manifestación incontrovertible. El «demoníaco magnetismo
del poder» sirve de aglutinante de la diversidad hacia una unidad, capaz de sacrificar la
propia condescendencia por la prejudicial insatisfacción de un mítico asertor de la
transcendencia racial. La heterodoxia representa el anticuerpo del conformismo y, como
tal, es perseguida, no tanto para extinguirla, cuánto para desactivarla. El totalitarismo
tiene que demostrar continuamente a la opinión pública que es tan fuerte que puede
vencer rápidamente cada tentativa de insubordinación. La resistencia, aunque
esporádica, al «principio ordenador del mundo», se justifica con las precursoras y
utópicas visiones de la cultura oficial, siempre obligada a enfrentarse con la «evidencia»
de la política, según dos alternativas posibles: o convertirse en su gratificación u
oponerse obstinadamente. El conformismo es un aspecto de la aprensión cultural, que
deja de ser prescriptiva para convertirse en descriptiva. La religión pánica del
totalitarismo reconoce en la creación un orden y una contraorden, en el sentido de que el
libre albedrío prescribiría una radical y cruel oposición. La realidad se configura como
el agujero de la necesidad natural, que contrasta con el agujero de la (libre)
determinación individual. Cuanto más valor tiene esta prerrogativa, más ventaja toma de
la convicción generalizada (global) de una de las razas operantes en el planeta. El
concepto de raza, en la acepción totalitaria, está desprovisto de consistencia lógica,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 43

mostrándose de forma lingüísticamente insignificante: es un mito destinado a emocionar


y a movilizar las masas, sugestionadas preventivamente por el «pensamiento único».

El arte permitido por el régimen prefiere lo popular (en lo musical), lo


gigantesco (en la arquitectura, en contraste con la Bauhaus) y lo encomiástico (en la
literatura). La ampulosidad caracteriza los aspectos definidores de cada disciplina
cognoscitiva o representativa, dirigidos a preservar la alevosa exteriorización ecuménica
e imperial. Según Georg Mosse7, las raíces del autoritarismo y del nacionalismo
alemanes se remontan a los inicios del siglo XIX –mucho antes del nacionalsocialismo–
y a la glorificación del dominio del Reich en la Edad Media. «Así, se echó por tierra la
creencia, heredada de Humboldt, de que también la educación científica conduce a la
educación moral; de que la actitud apolítica como supuesto de la objetividad científica
es la mejor coraza contra la manipulación política y la tentación ideológica; y, en fin,
que una ciencia así concebida puede constituirse en refugio de la verdad en medio de los
cambios socio-políticos»8. La falta de compromiso político, la astenia política en la
búsqueda universitaria, aunque sea aclamada como indispensable por el bien del
conocimiento, puede causar serios daños a su olímpico cumplimiento en los períodos
turbulentos. La corrupción se objetiva en formas lógicamente disolutas, como la física
arriana, la matemática alemana, y similares. El colaboracionismo se convierte en una
práctica común para quienes creen obtener del régimen ventajas prácticas,
independientemente de su convicción. Las disciplinas se designan con el léxico de la
beligerancia: física bélica, química bélica, historia bélica, economía de guerra,
psicología y medicina bélica, filosofía del conflicto, política racial. La estructura de
satélites de los países ocupados por las tropas alemanas consiste en hacer inaccesibles
las bibliotecas de Polonia y Checoslovaquia a sus respectivos estudiosos, de modo que
se pueda sustentar la unicidad de la aportación cultural totalizadora alemana. El
totalitarismo –en la visión de Schmitt– desatiende la concepción rousseauniana de la
«voluntad general» para absolutizar «la voluntad de todo» en la frenética concepción del
«jefe». La intuición rousseauniana, que es el fundamento del parlamentarismo moderno,
se basa en el principio matemático de la infinidad de los números reales y la infinidad
entre dos de ellos. Este principio asegura el carácter insondable del mandato de los
electores a los electos, en orden al bien común. La correlación entre lo particular (el
localismo) y lo colectivo (la mayoría) se verifica en los enunciados de la lógica y del
cálculo: en la práctica de la convicción. La enfatización protectora de un garante de la
44 RICCARDO CAMPA

unidad nacional es un pretexto, ya que la categoría colectiva constituye el fundamento


de su legitimidad. Cuando este se averigua es porque la colectividad (el pueblo) ha sido
preventivamente expuesta psicológicamente al carácter visionario de un tutor del orden
y de sus adeptos, envueltos artificialmente por una atmósfera surreal. En la doctrina de
Rousseau se expulsa la actitud de la reivindicación permanente, ya que el equilibrio de
los poderes permite actualizar una abstracción, con providenciales reflejos prácticos en
la contingencia universal.

A veces, el ocultismo –como es el caso de Rudolf Hess– concurre a normalizar –


al menos aparentemente– las hiperbólicas visiones de algunos catecúmenos del régimen
totalitario. Las recónditas y tenebrosas atmósferas rinden implacables al servilismo y la
diastólica compenetración emotiva de los sujetos de hecho más que de derecho. Para
muchos exegetas del oscuro Mal, su hecho parece confundirse con el epílogo de la
existencia terrena. El compendio de las acciones, dirigido a magnificar la locura de un
personaje que refleja las perturbaciones colectivas, se manifiesta en la destrucción de lo
que –de manera aproximada y a veces estentórea– el género humano realiza desde el
pasado remoto al presente manifiesto. Alfred Rosenberg, autor de un libro que no ha de
ser leído mágicamente por su título portentoso Mythos, teoriza la grandilocuencia y la
extemporaneidad como los continentes, abiertos a la permeabilidad de la fuerza
iniciática de los nuevos aviadores de los territorios culturalmente acreditados al
escenario de la historia. Casi todos los protagonistas de esta turbulenta época de
transición contribuyen a determinar la egolatría con connotaciones místicas, religiosas,
al punto de relativizar las más aberrantes iniciativas cumplidas en el período que va de
la crisis de la república de Weimar a la catástrofe de la segunda guerra mundial. El
martirologio de personajes como Joseph Goebbels demuestra la patológica fijación de
un itinerario sin vía de escape. Ambiciona agitarse en una especie de jardín de calles
que se bifurcan, en un tipo de laberinto de Borges, donde llevar al extremo las
idiosincrasias y las perversiones humanas. La grandeza social y la criminalidad se
conjugan en la agitada propaganda de este orwelliano «ministro de la verdad». El
vértigo de las admisiones denota el significado recóndito de su convencimiento,
admitido y no concedido que les presagien en sí la presencia inquietante. El
automatismo exculpa –al parecer de los repudiados– en su salvaje crueldad. El horror
del exterminio en masa se configura como una estación obligada de la regeneración
humana. La así llamada moral superior se identifica con la persecución de todo cuanto
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 45

aparece inadecuado para enfrentar los rigores de la naturaleza y los desafíos de la


artificialidad. La hegemonía representa el criterio de inspiración de cada aptitud
totalitaria, que se verifica en el desprecio, no solamente de la vida de los individuos,
sino simplemente del sentido.

En el plano geopolítico, el totalitarismo se explica desde la constante


reivindicación de una elegíaca potestad imperial. El fenómeno de la «revolución
permanente», teorizado por Sigmund Neumann, responde a la la exigencia de conformar
el espacio vital en las dimensiones demográficas del poder que ejerce la tutoría del
nuevo orden mundial. El pacto Stalin-Hitler de 1939 demuestra que el totalitarismo,
independiente de la inspiración ideológica (nacional-imperialista, internacionalista), se
propone conseguir análogos resultados estructurales, tanto en política interna, como en
política externa. La política de las admisiones y de las anexiones, desarrollada por los
regímenes totalitarios, es eximida de los vínculos, iconoclastas, de los organismos
internacionales (la Sociedad de Naciones, con sede a Ginebra, está activa hasta al final
de los años Treinta del siglo XX). En las relaciones diplomáticas, conducidas por el
totalitarismo, prevalece el bilateralismo frente al multilateralismo porque permite
acciones inmediatas y decisiones repentinas, extrañas por su esencia a la elaboración
concordataria. El anacronismo –dramático en sus consecuencias– consiste en realizar el
sistema imperial bajo espolio de la populación inerme o en todo caso incapaz de
afrontar las interferencias externas en el plano fronterizo y territorial. La intervención
por sorpresa hace justicia a la negociación diplomática, confiando el resultado concreto
al sentido político de la hipertensión totalitaria. La guerra civil española (1936-1939)
constituye la dramática representación escénica de las dos doctrinas en confrontación: la
dictadura de derechas y la democracia de izquierdas, según los cánones clásicos
destinados a eclipsarse en las nuevas particularidades ideológicas, que influyen en la
dialéctica mundial hasta la caída del muro de Berlín (1989), y más allá. La política de
las alianzas es casi siempre instrumental: sirve para contener pacíficamente las reservas
mentales de los adversarios, designados, por así decir, en la impostación ideológica de
las centrales totalitarias. La aversión, en efecto, es un sentimiento que acentúa el
pretexto, que se corresponde con el clima sobrecalentado del pretexto iconoclasta,
preventivamente deliberada como una inderogable exigencia identitaria. La
reivindicación expansionista se celebra con las tretas propias de un Estado soberano,
que domina mediante la anexión las tentativas frustradas por la secesión. La comunión
46 RICCARDO CAMPA

lingüística sugiere la perpetuidad de una tradición político-asociativa, que los


acontecimientos declinan en sentido divisionista, atomizante. La unidad de la lengua no
constituye, en las sociedades modernas, la analogía institucional. Las formas, con las
que los Estados modernos defienden su identidad prescinden de la lengua y de la raza,
para confiar en el sentir común y los actos que cimientan de modo concreto in itinere la
unidad nacional. La violación del principio de autodeterminación es, por así decir, la
asignación de todos los aparatos militares en expansión. La política de los Estados
totalitarios se manifiesta en una serie de acuerdos, relativos a la recíproca seguridad
territorial y a la paz, destinados a ser violados, con la certeza de hallar en la prodigiosa
destrucción del rito su justificación.

La filosofía del actualismo de Giovanni Gentile no toma en consideración estas


flexiones morales de los Estados totalitarios, pero justifica implícitamente las
coordenadas temporales, que de por sí perpetran las condiciones objetivas, consideradas
inexplicables diplomáticamente. El teatro de las operaciones de las potencias militares
del siglo XX –Alemania, la Unión Soviética, Francia, Inglaterra– se divide en Este y
Oeste. El occidente roza el Oriente y el Oriente se expande en Occidente según las fases
estratégicas que se inspiran en las dos ideologías imperantes: en los Estados totalitarios,
la voluntad de poder; en los Estados democráticos, la participación popular. La
iniciación a ambas formas de estrategia política es debida de manera determinante a las
ideologías penetrantes de la época industrial, en el que los recursos energéticos son
indispensables para el destino y la fortuna de los Estados tecnológicamente
desarrollados. Y, con los recursos, se hacen indispensables una mano de obra y una
masa de usuarios de bienes en progresivo aumento. El internacionalismo totalitario se
funda en el reconocimiento de los lugares de nacimiento de algunos exponentes
políticos y en la existencia de las comunidades alóglotas, capaces de rescatar a la
hegemonía unitaria. La política externa de estos aparatos nostálgicos se extingue, más
allá que en la reivindicación, en la destrucción de todas las estructuras operantes en
clave cohesiva y configurables socialmente. Los pretextos polémicos, adoptados por el
totalitarismo para expandirse, se repiten obstinadamente: su exacerbación se deduce, en
efecto, de la falta de plausibilidad. La objetivación de la recurrencia a los
acontecimientos pasados se manifiesta en el folclore y en las representaciones
escénicas: categorías representativas y de difusión, examinadas con intenciones
didascálicas, por estudiosos del área democrática y a veces de procedencia hebrea. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 47

extravagancia populista consiste en la individualización de los consensos en las áreas


más diversas y más lejanas del epicentro decisional y operativo.

La disputa aparente contra el liberalismo y el marxismo carece de sentido en un


contexto en el que el capital desarrolla una función subrogativa de la política exterior,
que se atiene al potencial bélico y al poder decisional del tutor del «nuevo orden
mundial». El dirigismo en la economía de guerra consiste en una mezcla entre el
capitalismo estatal y el privado. Las actitudes antimonopolio y contra el socialismo no
se conjugan con las que van contra el capitalismo, que prevé la realización de un
programa de actividad pública, favoreciendo preferentemente a las grandes empresas y
la pequeña industria. Naturalmente el problema del empleo público reduce y frustra la
presencia de los sindicatos en las cuestiones inherentes las condiciones laborales y
salariales. Los obreros y los empleados están orientados por la propaganda, los
resultados políticos del régimen y el tiempo libre. El hecho existencial está
constantemente sujeto al juicio de las autoridades que se encargan de conseguir el bien
común. Las protestas y las huelgas son condenadas como si fueran actos fraudulentos en
relación al sistema nacional. El «darvinismo institucional» (un eufemismo para referirse
al caos, por otra parte, designado también por los mismos autócratas de régimen) le
permite al tutor político ejecutar sus órdenes asignadas entre los mismos contendientes,
deseosos de acceder a los privilegios del poder de decisión. La abolición de la
movilidad laboral y la introducción del seguro social obligatorio oscurecen las
características de la economía colonial en el proceso de industrialización. En el orden
totalitario, la corrupción individual es el instrumento político con el que se indemniza la
fidelidad institucional. Los magnates de la industria y los jerarcas son afines e
intercambiables con respecto de las finalidades perseguidas por el sistema político. La
acelerada industrialización del totalitarismo tiene como punto de mira la posesión de
nuevas tierras asignadas a la agricultura y de los recursos energéticos, necesarios por el
fomento del aparato tecnológico. El régimen del terror, en cuanto anacrónico, permite la
acelerada modernización de las regiones, en los que se establece subrepticiamente. La
«nueva nobleza de la sangre y la tierra» constituye una sugestión romántica, que
devuelve de forma determinada las fuerzas del trabajo al sector industrial. La tecnología
hechiza las conciencias y le devuelve evocadoras de una realidad, en la que el curso de
los tiempos paree devolver la confianza. La fábrica es el lugar en el que se anima el
anonimato y se hace creativo. La ilusión pública es el resultado de la movilización
48 RICCARDO CAMPA

paramilitar, que evidencia la eficacia del artificio. El régimen, en el que se realiza el


trabajo sobre la masa, se configura como el escenario de la re-creación del mundo. Los
sujetos individuales, aparentemente individualizados en su reparto operativo
(corporativo), se aniquilan en la unidad del Estado, fascinados por su impenetrabilidad.
La autarquía reduce las importaciones y las exportaciones, dando la impresión de
autosuficiencia.

La traición de las inhibiciones sublima el empeño camaleónico, propuesto por


los jerarcas, que aparecen como los arquitectos de las pirámides: persuasivos y
autoritarios, interpretan el fervor religioso de los catecúmenos y los súbditos al «reino»
de la tierra, una fausta alternativa al «reino» de los cielos. La «sociedad de los
servicios» incrementa la urbanización, el trabajo febril y la organización burocrática del
sistema productivo. La «época burguesa» consiste en una época vergonzosa, en el que el
individualismo exasperado genera los conflictos sociales y debilita la conciencia
colectiva. La uniformidad es solo limitada por la función determinada políticamente.
Los «derechos naturales» exoneran a las mujeres de asumir una responsabilidad
relevante. En general son utilizadas, a nivel oficial, para realizar actividades alevosas. El
compromiso femenino se manifiesta en la ratificación demográficamente deliberada del
régimen y en la aquiescencia ante los papeles subsidiarios que les son asignados,
respecto a los más significativos que se desarrollan en el aparato normativo. La
necesidad de utilizar siempre la mayor fuerza del trabajo en el sector industrial induce al
régimen a implicar a las mujeres en los sectores normalmente reservados a los hombres,
con la treta de realizar un servicio complementario. Las mujeres contribuyen a la
realización del pleno empleo y a la, así llamada, paz social. En todo caso, la
redistribución de la renta refleja la estructura capitalista en su fase autoritaria. La
burocratización del trabajo permite la movilidad hacia arriba solo para las calificaciones
funcionales de la producción de la industria pesada y de la realización de los planes de
desarrollo económico, predispuestos por los aparatos de decisión. La eliminación de la
vida privada de la ciudadanía contribuye a hacer prevalecer de manera determinante el
orden social. La objetivación de los recursos permite la «universalización» del
(seleccionado) contingente humano. La urgencia de la obra de cohesión comunitaria se
exacerba con la evocación de los «primordios», de los momentos (alegóricos) de la
conciencia humana frente al fasto y lo nefasto de la naturaleza. La «originalidad»
consiste en hacer cruel e inclemente la fuerza de la supervivencia en el interior y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 49

exterior del genotipo humano. Por lo tanto, la conducta colectiva se finaliza en la


consecución de un objetivo evidente e inconmensurable con los esquemas individuales
(las pirámides) capaz de redimirse de la misma exigüidad persiguiendo dibujos que
entusiasman, transcendiendo la inadecuada resolución subjetiva.

La abolición de las instancias intermedias permite al caudillo identificarse con la


totalidad del pueblo. La energía instintiva del género humano se identifica en la figura
de una persona, connotada por el magnetismo (aunque en forma ilusoria), necesario para
animar la escenografía del mundo. La armonía mística del jefe y del pueblo es la fuente
del derecho, la normativa in itinere: la praxis, en su exteriorización global (e
irreversible). La glorificación de las intemperancias verbales consiste en mostrar de
forma propicia las profundas agitaciones colectivas. La realidad, sublimada por el
deseo, aparece de forma menos escabrosa de lo que no se manifiesta en las sociedades
dialécticas, democráticas (y reversibles). La ley de los llenos poderes le «asegura» al
dictador de turno una apariencia de legalidad, que se ejercita en todos los sectores de la
vida individual y social. La monumentalidad de los estadios y los edificios (de todas las
construcciones) está en línea con la nueva concepción antropomórfica de lo existente. El
aspecto milenario y tentacular de la arquitectura geométrica tiende a racionalizar, al
menos en sus aspectos delirantes, manifestados en la aparente grandeza, los instintos
alevosos del género humano.

Generalmente, el dictador (el tirano) es un señor disoluto del tiempo neurálgico,


de la afectación apocalíptica de la eternidad. Prevé la ruina de los templos alzados para
su gloria, pero preconiza la compadecida erosión de los geólogos y los arqueólogos,
ocupados a dar vigencia a las formas inarticuladas de lo que refleja alegóricamente el
pasado. La figura del dictador del Yo el supremo, la obra literaria de Augusto Roa
Bastos, es ejemplarmente inquietante bajo el aspecto simbólico de un termidoriano del
tiempo futuro. En efecto, correlacionándose con los efectivos hechos históricos, no solo
persigue el tiempo presente, sino que también preconiza los tiempos venideros. E
induce a Policarpo, el oficial de escritura, a redactar las leyes que tendrá que promulgar
después de su muerte, de modo que los sujetos no se sientan entregados al destino
cínico y tahúr. Su ilusión es el mismo desenlace de la amarga serenidad, concedida por
los dictadores a los afiliados a su misión sacrificial. El reino de los muertos no se
identifica con el reino del olvido: al revés, para los dictadores, la (aparente) lejanía de la
vida cotidiana no denota su irrelevancia terrenal. Su permanencia en el patrimonio
50 RICCARDO CAMPA

connotativo de los órdenes institucionales prescinde de la inclemencia misma del


tiempo. Con el imperio de la voluntad, transmigran de una fase a otra de la eternidad. El
terror, connotado como manifestación legal, imprime al mecanismo normativo una
adecuación a las exigencias de la excepcionalidad (y de la emergencia). El aparato
policíaco actúa predominantemente dentro de las estructuras protectoras del poder: la
administración pública, el orden judicial, la red de comunicaciones e infraestructuras,
además de, naturalmente, el sistema de las comunicaciones y la información. El
ordenamiento jerárquico de inspiración totalitaria tiende a transformarse, de estructura
de garantía, en aparato de competencia política. Su acción se convierte progresivamente
en práctica discriminatoria y persecutoria de los auténticos o presuntos derrotistas del
orden en vigor. La presión al enemigo interior y exterior es incesante: sirve para tener
despierta y en tensión a la opinión pública, que de otro modo se atrevería a intervenir en
la programación económica y las instancias sociales. La coerción es la connotación con
la que el dibujo totalitario se manifiesta en todas las ramificaciones burocráticas y
operativas. La certeza de la ejecución del orden es preeminente en relación a la certeza
del derecho, que queda vinculada a un modelo regulado de consentimiento y
legitimación popular. La ratificación legal de las decisiones de las prácticas del régimen
reviste un aspecto formal, realizadas, sin embargo, fuera de los procedimientos
previstos por la dialéctica parlamentaria. Paradójicamente, la arbitrariedad judicial
consigue un cierto grado de establecimiento burocrático, temiendo el desorden absoluto,
un tipo de demoníaca descompensación del orden social. El rigor ejecutivo se deduce
por tanto de la patológica incontinencia de todos los órganos del Estado, en conflicto
entre ellos, pero inducidos a identificarse en la necesidad circunstancial. Cuánto mayor
es el desorden intestino del organismo estatal, mucho mayor es la rigidez con la que los
aparatos funcionales se imponen a la hora de actuar. El «respeto» recíproco es el
síntoma de la inevitabilidad de la temperie, siempre involuntariamente considerada
como excepcional. La política del terror tiene un aspecto didáctico; sirve para convertir
constantemente las mentes normales en mentes disolutas y reconvertibles, con la ayuda
de los instrumentos del consenso: de la convicción por conveniencia o por temor. Las
formas del recrudecimiento coercitivo parecen responder a las transgresiones, que el
aparato de investigación a menudo inventa para autogratificarse. La detención y el
trabajo forzado reducen las causas de la presunta o efectiva intolerancia de parte de
algunos proxenetas de la insatisfacción a las dimensiones aflictivas. El más famoso
ejemplo de una experiencia de este género es el de Feodor Dostoevskij que, después de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 51

su experiencia penal, escribe Crimen y castigo. La resolución de los conflictos interiores


casi siempre se transforma en testimonios de la futura memoria que deberían prevenir el
mal del totalitarismo y (convenientemente) sublimarlo.

El derecho a la resistencia se prohíbe en el Estado de excepción. La dificultad


acerca de la prohibición de aplicar las leyes de la civilización de las relaciones
interindividuales se expresan en clave totémica e irredenta: todo lo que favorece al
individuo debilita el Estado, a cuya suerte se abandonan los hechos generacionales que
se suceden según la concepción de Arthur O. Lovejoy de la Gran Cadena de los Seres
(considerados de forma racista como preponderantes respecto de los grupos étnicos
estentóreos e inadecuados a la hora subvenir económicamente las exigencias de
supervivencia socialmente refinadas). La crítica comprometida con el totalitarismo
(Curzio Malaparte y Harold Laski) prevé la decadencia del sistema potestativo en el
tiranicidio. El aspecto más desconcertante de la oposición al totalitarismo es constituido
por la ausencia de un movimiento unitario. El atomismo conceptual también concierne a
las modalidades de intervención de la insurrección, que difícilmente logra tener éxito.
La falta de episodios de insurrección jalona el recorrido del totalitarismo y dan crédito a
la ilusoria fenomenología de la invencibilidad. Los regímenes totalitarios decaen por
implosión. Las causas que determinan la quiebra son endémicas; también los efectos
desoladores son externos a su esfera de interacción directa. La conspiración es, a veces,
el arma oculta, adoptada por el régimen totalitario, para sustentar el destino de su
tambaleante andamio organizativo. El recurso al Mal relativo por parte del Mal absoluto
es un respeto casi no natural respecto a la formación en la participación del Estado
(democrático). La «rebelión silenciosa» alza el tono con ocasión de los procesos
didácticos, ejemplificados en la persecución institucional. La eliminación de toda fe
religiosa contribuye a asignar al Estado el cuidado de la transcendencia. Para el
totalitarismo, la ampliación del espacio vital constituye la contribución que la
convicción asegura a la ilusión (a la imaginación colectiva). La pretensión de una
«Iglesia nacional» ejerce una limitada sugestión en las generaciones comprometidas
(también propagandísticamente) a hallar en el Estado las respuestas más inquietantes de
la condición humana. La distinción entre la lealtad al Estado y la crítica al régimen,
promovido por la Iglesia católica concordataria, no encuentra parangón en la cultura
dominante del área totalitaria.
52 RICCARDO CAMPA

El entusiasmo por la guerra es, sin embargo, indescifrable entre los partidarios
del sistema totalitario. Aunque el expansionismo constituya la parte más intrigante del
programa del gobierno totalitario, la aprensión por la ofensa de traer a las poblaciones
inermes es difundida desde los altos mandos que, a diferencia de los conmilitones faltos
de responsabilidades tácticas y estratégicas, se someten a imperiosos y dramáticos
arrepentimientos morales, en contraste con su consentimiento y juramento al
endemoniado sistema autoritario. La dependencia de una entidad elíptica,
psicoanalíticamente indescifrable, hace menos inclemente la angustia existencial de
cuantos se sienten expuestos a un juicio moral, que les sobrepasa. Las innumerables
tentativas de sustraerse al vilipendio de la perdición, por parte de algunos miembros de
los Altos Mandos, casi siempre son míseramente quebradas. En el llamado Mal absoluto
se configura la mítica injerencia en la cotidianidad del demoníaco influjo de la
aberración (general, difusa). La apocalíptica intrusión del Mal en el acontecimiento
humano es, por así decir, interceptada por el tutor del orden, el rastreador de la historia
y el destino de los hombres y las naciones. El (senequista) suicidio a menudo
«interviene» con el fin de sellar la inmarcesible confianza en el conductor de los
pueblos en la nueva alianza por el dominio del mundo. La filología y la lexicografía se
emplean con el fin de dominar: las ciudades ocupadas por el expansionismo totalitario
toman el nombre de la matriz lingüística de ocupación. Los ejemplos más conocidos
son: el de Besançon, que toma el nombre, durante la ocupación alemana de Francia, de
Bisanz; y el de Latina, que toma el nombre, durante el fascismo italiano, de Littoria.
Naturalmente, después de las «tempestades de acero» de Ernst Jünger, también el
aspecto nominal y la toponimia, vuelven al status quo ante, conjugando así las fases
históricas, realizadas después de los profundos trastornos intestinos y externos,
provocados por las ideologías agitadas de las consolidadas condiciones institucionales.

La megalomanía es responsable de una concepción de la realidad, reducida a las


dimensiones de un campo abierto, en el que erigir las nuevas pirámides, los nuevos
testimonios de la potencia creativa y persuasiva del género humano. El trabajo
obligatorio y la política racista oscurecen la «nueva» forma práctica de dominación. La
anarquía engendra nuevas competencias e inéditas rivalidades en el intento de validar la
discrasia, que el orden administrativo y judicial releva como heridas que tiene que
cauterizar. La dialéctica totalitaria consiste en el espionaje de los diversos aparatos del
Estado ejercitado recíprocamente, que prefieren unánimemente el peligro antes que el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 53

mesurado desarrollo del potencial inventivo y productivo del orden institucional. Los
conflictos de competencia de los diversos sectores del aparato estatal otorgan un
ulterior, e inusitado, poder al tutor del orden que, en los momentos de mayor malestar,
puede cargar la responsabilidad del fracaso productivo, organizativo o bélico, en los
representantes de los sectores operativos. El fatalismo también domina las mentes más
propensas al carácter irreparable del desastre de la hegemonía totalitaria. Las
predisposiciones anémicas a la supervivencia tras el naufragio totalitario no encuentran
consuelo ni siquiera cuando aparece la normalización. El trauma del totalitarismo
también se identifica con una condena contumaz, por cuánto siempre se persigue, si
bien en las formas ateridas y silentes, permitidas por la emergencia y consideradas
inevitables y funestas. El perverso heroísmo se exalta como un crimen necesario para el
cumplimiento de un acontecimiento, considerado salvífico y providencial (por quienes
quieren actualizarlo). El empleo de los eufemismos (el sinónimo de la deportación es la
emigración) constituye una paranoica concesión a la etimología del movimiento y la
banalización de los entes y las cosas. La pequeñez de la existencia es significativamente
designada como la solución final. La conspiración se configura como la postulación
gloriosa del sentido común y de la recobrada inhibición moral. El escepticismo de los
realistas a ultranza también influye en quienes preferirían la acción combinada con la
indiferencia, incluso si no se esconde la inevitable quiebra de las tentativas para
establecer la legalidad. La resistencia pasiva anima el silencio, pero nada más. Se
pospone el juicio político por parte de los disidentes in pectore. Solamente el curso de
los acontecimientos puede engendrar el sortilegio de la redención social. El pecado de
omisión se descubre como una vergüenza colectiva. El conformismo es el pecado
capital de los totalitarismos, que, a su vez, confunden la adicción con la lealtad. Sin
embargo, la imperceptibilidad del disenso suscita las aprensiones del poder tutorial, que
engruesa el hilo de los espías, de los informadores, a veces movidos por tensiones
domésticas. El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias y Oficio de difuntos de
Arturo Uslar Pietri son dos obras de la literatura latinoamericana inspiradas en los
hechos que determinan las dictaduras que tienden a la tiranía. Los protagonistas
ostentan las certezas de que el mundo de la normalidad no permite el normal desarrollo
de la cotidianidad. Su facultad mediática les autoriza a sacrificar las víctimas a veces
inconscientes, que insidian las tenebrosas atmósferas de la forzosa gestión del poder. La
irremediable situación contingente les induce a transformar cada ocasión de aparentes
insolvencias sociales en conflictos endémicos, en los que, como los peces en la red, se
54 RICCARDO CAMPA

enredan los auténticos subversores institucionales. La desarticulación de los servicios


acentúa el poder decisional del tutor del orden, quien asume sobre sí todas las
decisiones irrevocables de las circunstancias (que, en la retórica consuetudinaria, se
convierten en el «destino»).

La necesidad de las resoluciones es la suma del necesitarismo natural, que se


agolpa como una nube estival sobre el jefe de quien cree de ser providencialmente al
timón de la embarcación de la historia. La rebelión serpentea en el tejido social de los
totalitarismos como un seísmo en los territorios desiertos: no sacude la conciencia de los
más afligidos por el régimen y no suscita reacciones ególatras por parte de algunos
personajes al margen de las llamadas decisiones finales. La revuelta es como un
movimiento del bajo, que difícilmente puede ser ahogado en sintonía con las fuerzas
armadas. La rebelión, en cambio, presupone el compromiso de cuántos detentan algunas
palancas del poder que, sin embargo, no son determinantes para imprimir una vuelta al
curso de los acontecimientos. La frustración y el martirio son en todo caso las pruebas
indiciarias de la decadencia del totalitarismo. La afrenta, que se cumple en la
confrontación de quienes, empeñados en buena o en mala fe en el proceso de la
subversión institucional, se arrepienten, se considera, por parte del tutor del orden, de
una gravedad ejemplar, al que se hace frente con recíprocos castigos ejemplares. En
1975, la decadencia del franquismo se caracteriza por una despiadada rendición de
cuentas de algunos reticentes al orden en vigor. El fin de todos los totalitarismos tiene el
aspecto acre de la venganza popular, del reflujo de la bilis, que algunos piensan ejercer
y otros lo ejercen en una celebración propia de la psicosis colectiva. La identidad civil
se rehabilita en la mesurada consideración de las causas, que determinan las barbaries
de una y de la otra parte de la barricada ideal, sufragada en aras a la pacificación
nacional. La transitoriedad de los gobiernos institucionales connota el recobrado clima
de la tarea y funciones institucionales, aunque puestas a dura prueba por la existencia de
conatos de intolerancia por parte de los partidarios y los detractores del antiguo
régimen. Las causas del desorden siguen fomentando la falta de poder y los desórdenes
en el ámbito de la legalidad, postulando una barrera que no pueden franquear las
contrastadas ideologías liberales y liberticidas. El atentado (vindex contra tiramnos) es
un gesto realizado por un grupo de personas en representación de aquella «multitud
silenciosa», que se anuncia insatisfecha por el transcurso de las cosas y, a su vez,
deseosa de una profunda renovación. La conjura, que en general precede al atentado,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 55

aún noble en sus intentos, se presenta en sus hoscos significados y, casi siempre, de
forma inconclusa, por los que se expone a la opinión pública, generalmente insensible a
las instancias degeneradas en la condena. La victoria de una de las partes en contienda
genera el consenso de la mayoría, por su naturaleza proclive al vencedor, a la nueva
estación justicialista. La condena siempre encuentra un fundamento consensual en la
multitud indiferenciada, que no es proclive a elevar sus sentimientos de rencor y
traición.

La agonía del totalitarismo evoca el tormento de los heresiarcas y destruye la


virtud de los aviadores de los cielos y las épocas. La exaltación de los jerarcas es
psicoanalíticamente expresado en sus aspectos místicos: todo lo que les circunda parece
manifestar agrado e indulto. Su arrepentimiento queda refutado por un juicio que les
sobrepasa, del que se sienten los destinatarios sin mérito. Su empeño en exhibir sus
certezas endémicas y profilácticas hace pensar en las vanidades místicas. Sus virtudes
no tienen ningún rayo que irradiar, son como un haz de luz concentrado en los rostros
tumefactos del desaliento y –progresivamente– de la vergüenza: el polémico pretexto,
mediante el cual se asoman descaradamente hacia la normalidad, la funesta normalidad
de su concupiscencia. Se trata de una wagneriana «caída de los dioses», que muestra el
último ultraje, que el totalitarismo hace al sentido común. Su impróvida exigencia de lo
primordial como alternativa a la incertidumbre moderna es impostergable: no puede
contextualizarse con la llegada de la sociedad fundada sobre la aproximación conceptual
y las múltiples aplicaciones tecnológicas. Paradójicamente, la inseguridad es el factor
cohesivo del totalitarismo, donde la arbitrariedad de las decisiones de lo alto se casa con
la precariedad de las condiciones de lo bajo. Entre ambas, las esferas de explicación, el
sistema absoluto que convierte las prerrogativas de la condición humana en las
perversiones de un sistema de dominio. La pacificación, entendida como la advertencia
con respecto del caos social, indemniza la prepotencia de los partidarios del régimen
autoritario. Después, los nostálgicos reviven las proezas del pasado, y realizan una
revisión crítica y adaptativa en el presente. El totalitarismo se identifica con varias
situaciones, quedando, así, indemne de sus prerrogativas indefectiblemente autoritarias.
La cura sediciosa de estas prerrogativas en las decisiones de los regímenes autoritarios
constituye, para los nostálgicos del pasado, un tipo de ejercicio espiritual cotidiano. La
convicción de que la fuerza magnifica la historia ejerce predominantemente una
56 RICCARDO CAMPA

sugestión de tenor nacionalista, fundado en el receptáculo del espacio vital y el tiempo


litúrgico.

El totalitarismo se inspira en la efusión del heroísmo, de la virtud originaria, con


la que el género humano prueba a intervenir con y en la naturaleza. La tecnología se
configura como un estadio diferenciado de la elemental condición emotiva frente a la
implosión de la realidad. Lo rural se entiende, de hecho, como la condición inicial de las
sucesivas pruebas de la investigación y la propensión reactiva en la prospectiva de las
primitivas pulsiones vitales. Paradójicamente, el totalitarismo reclama el compromiso
del «alma» de las gentes utilizando la artificialidad (las realizaciones tecnológicamente
avanzadas y en incesante evolución). Su configuración entre el arcaísmo y la
modernidad es la fuente de la contradicción racional, que penetra el legado de las
conciencias, afligidas por la angustia del presente y solicitas a la imaginación del edén
primordial. La divina potestad se identifica con la potencia terrena de las generaciones,
que se sienten investidas en el cumplimiento de realización de la fase mimética de su
exteriorización. El extremismo de derecha se considera como un miembro endémico del
totalitarismo, que puede ser también aborrecido por el fundamentalismo de izquierda.
La matriz neurálgica del totalitarismo consiste en su configuración orgánica, capaz de
atacar frontalmente la realidad. «El intento de una determinación general del contenido
(antimarxismo, antiliberalismo, nacionalismo extremo, capitalismo oligárquico y
dirigismo, sociedad formada) plantea aún más problemas; en su concreta aplicación a
las dictaduras de nuevo estilo, es aún más cuestionable que la determinación
declaradamente formal de las características y funciones de la dominación dictatorial
sobre la que descansa la teoría del totalitarismo»9. La heterogeneidad de las instancias
ideológicas, en efecto, son re-examinadas por la ideología totalitaria en sentido
negativo: su delineación conceptual es privada de las referencias ideales, propedéuticas
a la acción concreta. El libre arbitrio se configura como el momento indiciario de la
libertad (absoluta). En fin, según Thomas Mann, el totalitarismo no es político, es la
realización banal de todas las tentativas históricamente consolidadas por hacer
corresponder las instancias subjetivas con una respuesta comunitaria, convencional
institucionalmente. La legalidad de las iniciativas individuales consiste en su
cumplimiento, en su armonización con los intereses generales. A la moderna
organización supranacional se contrapone el expansionismo totalitario. Las finalidades,
que conciernen a las problemáticas del planeta, son la fuente de inspiración de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 57

resoluciones regionales y nacionales. Pero el totalitarismo sugiere la superación de las


peculiaridades individuales y colectivas según un orden de factores, que debería
comprender las más angustiosas propensiones de la condición humana. En cierto
sentido, rehabilita la religión pánica de los «orígenes», que se supone había reforzado la
cohesión instintiva, en la que se basa el sentido de pertenencia y la potencialidad de las
generaciones encargadas de la supervivencia (y del conocimiento). El totalitarismo
presume de ser el lugar artificial de la eternidad. Y es esta característica genética del
totalitarismo la que influye en el pensamiento de Martin Heidegger que, en los escritos
relativos al rectorado de a Universidad de Friburgo, en el año académico 1933-1934, y
en los escritos para disculparse de aquella identificación filosófica con el régimen
nacionalsocialista, afronta la problemática metafísica, con el objetivo de justificar el
«salto cuántico» de las generaciones de la técnica y el artefacto, entendido como un
instrumento de conmensuración del actor social con su pericia propulsiva y
modificadora de la naturaleza. Efectivamente, lo adulterado es el instrumento de la
medición del tiempo en el tejido conectivo de la eternidad.

La realidad prevalece sobre los principios, que incluso la disponen en el ser, en


cuánto que le generan la fisonomía, y en la que son subyugadas la imaginación y la
razón. La voluntad de poder de Friedrich Nietzsche se alinea con el mílite del trabajo de
Ernst Jünger: ambas son concepciones de una perspectiva planetaria, que hallan, en la
acción, la forma más excitante de la transcendencia. El atractivo del «evento»
sugestiona el pensamiento evocador de la permanencia del Ser en la inconmensurable
fluctuación del tiempo. El desaliento kantiano frente al cielo estrellado se traduce
heideggerianamente en el «hecho», en el «acontecimiento», como prerrogativa de un
«salto cuántico» de la condición humana. En la concepción de Heidegger, la íntima
reeducación del pueblo se identifica con su unicidad. La otra cara cruel de la realidad es
el nihilismo, la negación de todo cuanto atrae la humanidad de las primeras
fulguraciones conceptuales, degustadas persuasivamente por Platón y Aristóteles. La
legitimidad del comportamiento humano tiene en el orden natural una connotación
disquisitiva y no justificativa: que o se puedan extraer ventajas o que se puedan
provocar peligros para el género humano es una apostilla en la tenebrosa temperie de la
aprensión intuitiva y la reflexión cognoscitiva. El «acto» de la memoria es
racionalmente impracticable, porque se da crédito en el ámbito de la inmediatez de la
necesidad, que se identifica con una justificación enfitéuticamente histórica. El
58 RICCARDO CAMPA

comportamiento es la reviviscencia de la animalidad en el existente (humanamente


verificable en las modificaciones que se registran en la realidad, legal y controvertible,
según los humores de cuántos verifican la efectividad). La genealogía del totalitarismo
es –para Heidegger– en el lenguaje, el primer instrumento con el que el hombre se
inserta en el tiempo para demediar el ser. La incomprensión y, por lo tanto, la fallida
compensación de conjeturas y variables interpretativas de la fenomenología conductual
engendran los conflictos, que reducen a la razón a los derrotados y dejan delinear de
forma arbitraria una nueva metafísica a los vencedores. La precariedad de la existencia
se extingue, por así decir, en la transcendencia de los ideales (por su esencia, colectiva e
imaginativa). La violencia anula las diferencias y vaticina los presagios (de la
antigüedad griega, latina, medieval, hasta la época moderna: Isaac Newton hace
referencia, en sus meditaciones, a la astrología, a la mimesis popular, a la alquimia y al
esoterismo introvertido y buscador de la quintaesencia).

El totalitarismo se configura como la inexorable misión de un pueblo irredento


con los normales instrumentos de la conmiseración y la solidaridad. La violencia es
entendida como la nodriza de la historia, que homologa los pueblos y las naciones según
las categorías interpretativas de las proezas, capaces de conseguir la meta de la
memorización. «Cada ciencia –afirma Heidegger– queda vinculada al principio de la
filosofía. De aquí que la ciencia lleva la fuerza de la misma esencia, puesto que de tal
principio viene su altura»10. La ciencia, entendida como propensión prometeica, hace
pensar en una empresa prescriptible del saber, ya que es más débil que la necesidad. Lo
que se consigue afrontando las tinieblas del prejuicio. La impotencia creativa del saber
consiste en el ineluctable dominio de la necesidad sobre la virtual hegemonía de la
razón. El conocimiento representa el estadio de la adaptabilidad humana a las asperezas
de la naturaleza, que asume las anotaciones del enigma en el orden conceptual. Es
fuertemente indiciaria, la convicción de que el hombre se propone sonsacar de la
naturaleza las leyes que regulan su curso; y, contextualmente, casi se hace evidente el
auxilio mítico, desgarrado de la esclerosis cognoscitiva, de la tentación de confiar la
responsabilidad providencial a la melancolía de los repudiados. El irrefrenable poder de
la disolución aparece como algo confortante, sobre todo para los nihilistas, por los que
se encomiendan como a la Nada, como a un antepasado catastrófico y disolvente. El
caos inicial es imaginado, en efecto, como el rechazo de la contemplación. El desaliento
(kantiano) remueve los obstáculos mentales a la crecida, tautológica, remisión del orden
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 59

o el desorden cósmico. La problematicidad es la condición de la ciencia, que se propone


de hacer perfectibles las nociones extraídas de la experiencia. La realidad efectiva es
insensible a los cánones recapitulados de la ciencia, aunque se demuestre
temporalmente en disposición de reconocer las instancias cognitivas y mejores de los
estadios que enfitéuticamente la preceden. Heidegger sustenta que la esencia del ser se
identifica con la decisión originaria y conscientemente determinada. «Y el mundo
espiritual de un pueblo no es la superestructura de una cultura, cuanto menos el arsenal
en que vienen siendo guardados los conocimientos y valores, que entran y salen
continuamente, sino que es la potencia que mana de la más profunda conservación de
sus fuerzas hecha de tierra y de sangre, potencia que provoca la más íntima conmoción
y la más amplia agitación su existencia. Sólo un mundo espiritual es la garantía de
grandeza para un pueblo»11. El antídoto ante la tentación de la decadencia puede ser
contrastado por la voluntad de la grandeza, que un pueblo puede actuar para realizarse
en la historia. La selección de los mejores es regulada por la fuerza, donde la acción
vuelve a conseguir efectos de dominio contra las comunidades todavía fascinadas por el
providencialismo natural (cristiano).

La lucha ante la indiferencia es el aspecto más desconcertante de la libertad


decisional y operativa. La razón de ser de la ciencia es, por tanto, la búsqueda y la
disciplina del modo de ser de un pueblo, que se identifica con su esencia, en su existir
(según la exorcista proposición de Heidegger). La existencia, en efecto, es la condición
con la que todos los seres humanos se confían a su natural propensión (cognoscitiva y
activa, según los ritmos del temor y de la necesidad). «Pero comprenderemos
completamente la nobleza y el tamaño de esta reconquista cuando y sólo cuando
hayamos inscrito en nuestros corazones aquella profunda y amplia reflexión que la
antigua sabiduría griega plasmó en la sentencia: “Todo lo que es grande... está en la
tempestad” (Platón, Politeia, 467 d. 9)»12. También para William Shakespeare la
tempestad es el término de comparación con los tumultos interiores de los hombres y
con las subversiones ideológicas e institucionales, sobre los que se establece el gobierno
de la contingencia y la precariedad humana. La esencia originaria de las ciencias –la
raíz común– es la acotación con la que Heidegger reivindica el papel de la universidad
en el universo sincopado del totalitarismo, al que personalmente no se adhiere, pero al
que considera, en su propulsión creadora de ideas, el componente esotérico de la
identidad nacional: una identidad tendida hacia la extrema conciencia (la existencia) de
60 RICCARDO CAMPA

los individuos, inclinada a mitigar la exigencia espiritual con el empleo de la


instrumentación tecnológica, como una aportación de la reflexión y la intemperancia del
género humano. La identidad de las generaciones con estudios del siglo XX se deduce
de la movilización de sus recursos para evitar la misión redentora en el planisferio
disociado e inicuo de parte de las fuerzas igualitarias y consoladoras. En la perspectiva
planetaria contemporánea, la voluntad de poder no es otra que la familiaridad con los
instrumentos de destrucción más sofisticados. El proselitismo asume así sus
configuraciones credenciales y místicas. El carácter impositivo, presunto o efectivo, es
una señal del peligro, que se afronta en el intento de diagnosticar la eficacia (o la
ineficacia) de la lucha. «A causa de este disimilitud con el peligro a través de la
disponibilidad de la imposición, la técnica semeja siempre un medio en las manos del
hombre. Pero en realidad hoy, la esencia del hombre está dispuesta a dar la mano a la
esencia de la técnica»13. La inexpresividad de la técnica le permite al usuario emplearla
para conseguir metas íntimamente predispuestas como si fueran satisfactorias
(salvíficas).

La emancipación del hombre respecto de la técnica consiste en equivocarse


sobre los instrumentos necesarios para conseguir –aun temporalmente– la adhesión de la
naturaleza a los dibujos mentales, pensados desde la experiencia. En todo caso, la
técnica permite perpetuar la esencia del ser, de modo independiente a las dificultades
que se encuentran en la explicación de su función. La supervivencia del género humano
prevalece sobre el destino y la fortuna de los individuos singulares, aunque se encargen
de los decisivos giros de la razón práctica, y de la aptitud decisional. «Sólo pensando
aprendemos a habitar en el ámbito en que adviene la liberación del destino del ser, la
liberación de la imposición»14. El peligro consiste en hacer ineludible la imposición; en
hacerse una prótesis del presente manifiesto. «Cada tentativa de registrar
morfológicamente o psicológicamente lo real existente en términos de decadencia y
pérdida, de fatalidad, catástrofe o decadencia no es sino un gesto técnico»15. La técnica
sería privada de su esencia ya que la persigue continuamente en las innumerables
formas en los que se representa. La numeración en serie de los productos de la técnica
asimila sus exteriorizaciones en las clases numéricas. La hilera de los productos, incluso
a menudo objetivándose en denominaciones de acontecimientos o frases poéticas, de
destino, se dilucida en la sucesión, con el que se identifica (también) bajo el perfil
económico y temporal. «A nosotros nos compete la constelación del ser»16. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 61

inconmensurabilidad de los códigos configurados de los artefactos induce a considerar


el «alma» de la técnica, un encantamiento del hombre bajo las representaciones de la
realidad. El misticismo del homo thecnologicus consiste en la irresolución de la
ecuación existente entre lo que él quiere hacer y los recursos naturales existentes, con
los que realizar la reconversión, regeneración y exaltación humana. La fenomenología
tecnológica no sería redimible, como la antropología a los exordios de su vicisitud
contingente. La desolación parece atemperar la expectativa de cuantos confían al objeto
su esperanza de sentarse –probablemente de puntillas– en el reino de la disolución. La
técnica se configura como el atrio de la resignación.

La capacidad de pensar comprende la imaginación, la especulación y el


conocimiento insondable, perseguido como el ancla de salvación subordinado a la
creencia y la fe. «La ausencia de pensamiento, que cada vez más está presente en
nuestro tiempo, se basa en un acontecimiento que destruye el hombre en su intimidad: el
hombre de nuestro tiempo está en fuga delante del pensamiento...»17. El cálculo es la
región del ser del pensamiento, que se interroga sobre las causas que determinan los
acontecimientos, con los que el género humano está llamado a enfrentarse, sea para
llevar vigor, sea para redimensionarse. «Ahora el mundo aparece como un objeto, un
objeto al que el pensamiento calculador ofrece sus asaltos, a los que, creen, nada se les
opondrá»18. Los aparatos, encargados de embridar la energía natural, realizados por la
prometeica determinación humana, constituyen el antecedente y el presupuesto del
muevo aspecto del Edén terrenal. «En cada ámbito de la misma existencia (Dasein) el
hombre está, cada vez, más estrechamente asediado por el poder de las
instrumentaciones técnicas y las máquinas automáticas»19. La carrera atómica escapa –
tecnológicamente– al dominio del hombre. De la seta atómica de Hiroshima y Nagasaki
a los modernos aceleradores nucleares, la ciencia no permite treguas, aunque los
fracasos y las calamidades se suceden con una periodicidad difícilmente previsible y
refrenable con los antídotos predispuestos por lo provisorio. La ciencia no está en
condiciones de revelar las cosas que se esconden tras la técnica: su prolongación
disquisitiva significa el extravío de sus propios exégetas.

La capacidad de pensar consiste en rencontrar el origen de la contemplación y la


transformación de la realidad en las sensaciones y en la razón. El racionalismo, el
irracionalismo y el nihilismo son las flexiones silábicas del proceso mental, mediante
las que el observador de la naturaleza establece con la misma naturaleza el poder
62 RICCARDO CAMPA

visionario, premonitor y conceptual. El panquimismo, teorizado a los principios del


siglo XX por Sigmund Freud y sucesivamente, en el 1955, por Meredith Stanley
Wendell, sintetiza, en una única instancia, la inquietud cognoscitiva de la humanidad. El
poder de la técnica puede ser contenido –según Heidegger– si el pensamiento mediador
se contrasta con el pensamiento calculador. Sin embargo, es esta última categoría
interpretativa de la realidad la que reporta beneficios inmediatos a las generaciones
contemporáneas, preocupadas, por su misma intensidad, en ampliar lo más posible la
evidencia, en el que se hunde el presente. Las perspectivas futuras son inaccesibles al
espíritu crítico que invade las masas vociferantes de la contemporaneidad, subyugadas
por la urgencia de la cotidianeidad, comprendida entre las reivindicaciones progresivas
y las sumisiones tradicionalistas. La separación entre las sugestiones de la técnica y las
afecciones del pensamiento se identifica con el efecto de los productos en serie, de los
objetos que persiguen un grado de perfección tal, que no pueden satisfacer
completamente las expectativas esotéricas de los usuarios. La insatisfacción salvará la
humanidad de aquella paráfrasis de la obra del diablo (la técnica): de la continua e
incesante búsqueda de los renovados mecanismos de la contingencia terrenal. La
estática, en competencia con la dinámica (con el anhelo neumático de los viajes
espaciales) acude para a determinar el predominio de la técnica, que promete liberar al
hombre de la gravedad y proyectarlo a los confines del universo. La lejanía de los
espacios cósmicos influye en la previsión ideal. La imaginación fracciona los arabescos
del pensamiento y los amplía en las seráficas elaboraciones mentales. La poesía viene a
sugestionar la perspicacia conceptual de la ciencia. La ausencia de la tranquilidad (de
consecuencia mística20) es el síntoma de la imperiosa exigencia de indagar en el
pericardio de la Tierra para hallar las señales, los estigmas, de la condición humana. La
evidencia y la ficción subyugan el pensamiento, que invade la ciencia. Si bien el circuito
explicativo de la ciencia no admite fracturas, las conexiones lógicas de sus fases
conceptuales están empapadas de aquel «sinsentido» del pensamiento, al que hace
referencia Heidegger, cuando cree que descansa, en el no ser de la correlación y de la
congruencia, la propensión escondida del conocimiento.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 63

3. EL SORTILEGIO

El «fin de la historia», declinado elegiacamente por Francis Fukuyama, no tiene


solo un sentido filológico, sino también un relieve conceptual. La síntesis, que induce a
reflejar la modernidad, prescinde de las peculiaridades de los fenómenos –del res
gestae– para evocar directamente la significación de la realidad –de la historia rerum
gestarum– fenómeno revelado lógicamente por los entes que gravitan en torno a la
época de las revisiones cognoscitivas y conductuales. La crítica de las interpretaciones
de los acontecimientos prescinde de las imponderables certezas, como la verdad y la
finalidad, que influyen en el aparato deductivo –interpretativo– sin la ayuda de las
conjeturas, de las hipótesis amatorias, en tanto que tendencias relativamente didácticas
respecto a la duda demoledora. Esta intemperancia metodológica permite hundir la
mirada en la realidad, salvaguardando su recóndito significado (trascendental) en el
ámbito de una inaccesible individualidad. La noción prevalece sobre la cognición, e
incluso, sobre la interpretación, para devolver lo antes posible el momento de la
valoración teleológica. La metafísica de la contemporaneidad se identifica con la flébil,
y al mismo tiempo, compleja trama de la realidad, examinada en sus componentes
naturales, orgánicos e inorgánicos, encargados de proporcionar los misteriosos antídotos
contra la perdición. La investigación histórica es sectorial, y como tal, se conjuga con
los restos arqueológicos, las encuestas estadísticas y las previsiones económicas: con el
trend cultural, que ciega las mentes y las sugestiona con urticantes razonamientos
existenciales. La ciencia moderna declara implícitamente la ansiedad del observador del
cosmos que, después de Nietzsche y Heidegger, teme ser el único en intervenir sobre los
cuerpos celestes, sobre los que ya actúan su fantasía y sus instrumentaciones
tecnológicas. No sólo la «muerte de Dios» nubla los espíritus fervorosos, sino sobre
todo su ausencia en las dimensiones del universo, hasta ahora únicamente configuradas
de forma alegórica a través de las dimensiones geométricas y aritméticas, elaboradas
64 RICCARDO CAMPA

por los laboratorios orientales y occidentales, en abierto examen y complementariedad,


bajo el perfil de la disquisición, la interpretación y un carácter (religiosamente)
salvífico. La prejudicial propedéutica de la transcendencia penetra en la investigación
científica y en su búsqueda de los factores compensatorios del razonamiento y de las
convicciones disputadas enfáticamente en el planeta.

Las categorías, empleadas para definir el asertividad y la criticidad de la historia,


son actualmente inusuales: no permiten argumentar con referencia a los resultados de la
ciencia, que desde la relatividad a la física cuántica sufre una conversión de las
tendencias frente a las certezas fenomenológicas tradicionales. La incertidumbre es la
figura connotativa de toda proposición cognitiva, que, sin embargo, encuentra en la
realización práctica una referencia concreta, un punto de refracción objetual. La
incertidumbre y la concreción se conjugan y compendian en la ciencia moderna, que se
exonera así de la tarea de legislar de modo perenne sobre la dinámica de la naturaleza y
el comportamiento humano. La historia, interpretada como suceso, no se entrega
paradójicamente a los Anales del recuerdo y la memoria, ni a los intentos de definir el
pasado. Su prospección cognoscitiva está latente en la premonición y la interpretación,
que, en todo caso, son útiles para presagiar una aptitud con efectos relevantes sobre el
plano concreto y modificador del milieu cultural, en el que se manifiestan. La
realización de los eventos se limita a la revelación de sus coordenadas, utilizadas para la
adquisición de ventajas teóricas y prácticas. La concreción es el aspecto evidente de la
fantasía ilusoria e imitativa. De manera farragosa, pero implacable, se puede decir que
la explicación de los fenómenos es neutral, pero su resultado concreto es el objeto (el
ente, que interacciona con la trama energética del universo). La previsión y el
reconocimiento se compendian en el hemisferio analógico de la constatación. La
mayoría de los acontecimientos, examinados por la ciencia, influyen (ya de forma
global) sobre el aprendizaje y sobre el comportamiento individual. Esta es la tesis de
Michael Oakeshott, según la cual, las teorías científicas no corresponden a sus
ejemplificaciones, no son conjeturas y, por lo tanto, son impredecibles.

La condena por parte de Oakeshott de las generalizaciones realizadas por la


exposición histórica viene dada por dar una excesiva relevancia al caso individual, a la
ejemplaridad del ejecutor testamentario de un fenómeno social (como es la revolución y
la restauración política en un proceso institucional innovador). Pero es propiamente la
decadencia del predicado verbal de las proposiciones redimibles en el plan cognoscitivo,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 65

las que impiden personalizar los fenómenos naturales y sociales ya que, por definición,
en la moderna gnoseología, los precipitados históricos de los factores son entre ellos
complementarios, subsidiarios, contrastantes (y, a veces, contradictorios). La unicidad
de los acontecimientos, en los que se interesa el historiador, es el epifenómeno de
factores coordinados y concomitantes, que determinan efectivamente su relevancia. Por
contra, respecto a la petición idealista, Carl Hempel sustenta que la historia se identifica
con la búsqueda (con el régimen conceptual, mediante el cual la asunción de los
significados de los acontecimientos se deduce del examen de los procesos políticos,
económicos, sociales, que interaccionan según el principio de la causa y el efecto o
según el principio de la imprevisibilidad, de una casualidad, a veces, disoluta). «En un
tipo de búsqueda, que se orienta hacia la presencia del propio objeto –escribe William
H. Dray– puede chocar la afirmación de que podemos conocerlos con la percepción,
más de lo que se pueda expresar adecuadamente con el lenguaje. Pero la búsqueda
histórica trata sobre objetos del todo realizados. Lo que está presente a los sentidos del
historiador es solo su testimonio»1. Y es justo esta lisa exigencia simbólica a inducir lo
histórico, a repensar las causas de la temperie social, donde se supone se han verificado
los acontecimientos de su indagación. La presunción no tiene connotaciones postuladas:
es sencillamente un precepto digresivo, útil para aclarar las certezas, que pueden
encontrar igualmente confutaciones plausibles.

La prerrogativa de la historia moderna consiste en el ser predicativo de las


causas que se verifican con el empleo de la tecnología, en lo que atañe a la ejecución y
la controvertibilidad de las metodologías realizadoras, sea por la datación de los
fenómenos, sea por la correlación de los mismos con las experiencias científicas,
proporcionadas con las relativas aportaciones cognoscitivas y realizadas en orden a la
legalidad. La continuidad de los acontecimientos es una categoría obsoleta, porque
supone la discontinuidad a la hora de asumir una relevancia histórica. La
discontinuidad, sin embargo, no significa la negación de los factores que concurren para
hacerla coherente. Se refiere a la disfunción de los principios explicativos de los
fenómenos, que la realidad vuelve evidentes respecto a los fenómenos subliminares,
silentes, que se agitan en la intimidad de los seres, movilizados en sentido horizontal
(masivo). Es la posición de R. G. Collingwood, para quien los hechos naturales se
pueden explicar solamente desde «fuera», mientras que aparecen fielmente conjugados
con el liberalismo en su parecer dominante, que es, en efecto, una característica
66 RICCARDO CAMPA

principal de la ciencia moderna, que se ocupa predominantemente de la «intimidad» de


la materia desde los resultados externos, los reflejos condicionados de la investigación
y, por lo tanto, del cumplimiento ontológico. «Para la ciencia –sustenta Collingwood– el
hecho se descubre por la percepción que tenemos de él, y la ulterior búsqueda de su
causa se realiza asignándolo a su clase y determinando luego la relación existente entre
aquella clase y las otras clases. Para la historia, el objeto de investigación no es tanto el
puro hecho, cuánto el pensamiento expresado en él. Descubrir aquel pensamiento ya
significa comprenderlo»2. En la ciencia moderna –extraña en sus fundamentos al
filósofo inglés– el conocimiento equivale a la turbación provocada dentro del
hemisferio (del perímetro) cognoscitivo. La relación entre el pensamiento del
historiador y la materia de la investigación se soluciona en la perturbación que esta
última recibe del primero, que se manifiesta en la trama de los factores que
interaccionan en la investigación: en la trama no exhaustiva, aunque satisfactoria, al
menos, temporalmente. Esta condición permite la revisión, la profundización y la
innovación en el sistema de investigación. El aparato tecnológicamente computacional
es mejorado y el historiador se confronta con los cálculos, evidenciados, de otro modo,
con una determinación imprudente.

Actualmente, la búsqueda de las razones en los fundamentos de las acciones


parece arbitraria. La prerrogativa distintiva de la investigación histórica, en la
modernidad, se realiza por aproximación, a partir de las categorías y los criterios
adoptados por la tradición, contraseñada por la congruencia del pensar y la causalidad.
La probabilidad aparece como el sinónimo conceptual de la inevitabilidad (al menos
según los esquemas configurados por la ciencia experimental y las realizaciones
concretas conseguidas por la tecnología aplicada). «Collingwood, insistiendo en que el
historiador tiene que repensar los pensamientos del agente, afirma que el “objetivo” de
la acción no puede ser comprendido sin la adopción, por parte del historiador, de
razonamientos prácticos que tengan una función vicaria»3. La concepción más bien
sombría del estudioso inglés se debe a la intuición de la moderna razón histórica, que
trascurre sin el auxilio de la citada «función vicaria», función que no sabe
individualizar, ni en la ciencia, ni en la técnica. La interpretación del estado de ánimo
del investigador, en relación con la (presunta) del actor, no satisface las exigencias
cognoscitivas más acreditadas, fundadas en la incertidumbre y, por lo tanto, en la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 67

aproximación, entendidas como el preludio de la certeza, que por definición siempre se


aplaza.

La inteligibilidad de lo reconocido por la historia se vale de la racionalidad para


evidenciarse, pero no justifica la connotación lógica de los factores que la componen.
En otros términos, la racionalidad expositiva no concierne ni incluye la racionalidad
compositiva de los fenómenos verificados y declarados como pertinentes para los
intereses objetivos de los observadores. También los monólogos interiores y las
confesiones psicoanalíticas encuentran en la narración racional un recorrido explicativo.
El informe concierne a la partitura de la obra, la modalidad de la escritura y las razones
recónditas de quien se profesa como un ejecutor testamentario de una voluntad, de un
acontecimiento o de una simple sugestión (individual o colectiva). El imperio de la
escritura induce a afinar el discurso en la terminología más eficaz, para que sea acogido,
comprendido y, si es el caso, refutado. La fabulación es una práctica inductiva que
busca el consenso, independientemente de la convicción (general y difusa). Según
Michael Scriven, la generalización puede ser explicativa, pero no es universal. En este
sentido, relativiza la narración histórica para dejar que los hechos sigan sugestionando
las mentes de los posibles (futuros) investigadores. Las encuestas estadísticas proveen
las indicaciones necesarias para permitir al historiador hallar las peculiaridades más
significativas de un acontecimiento de notable relevancia (como son la revolución, la
guerra civil, la restauración). El sentido común es una atenuación de la generalización y,
al mismo tiempo, una convención explicativa de las reglas, en las que son posibles las
investigaciones y las reflexiones de las épocas. La singularidad y la generalización no se
contraponen: son explicativamente conjugables de un modo satisfactorio tanto en la
búsqueda humanística, como en la búsqueda científica. La ciencia siempre parte de un
dato singular: su fenomenología lo correlaciona (lo concierta) con todo aquello que le
permite tanto la repetitividad como la irreversibilidad. La aportación en este ámbito
cognoscitivo, por parte de Ilja Prigogine4, aparece de forma incontrovertible, al menos a
la luz de los conocimientos actualmente en vigor. El objetivismo (la corriente histórica
que pretende reconstruir el pasado tal como fue) y el relativismo (la corriente de
pensamiento que considera el resultado conseguido por la búsqueda histórica
aproximado a un valor exponencial) no son ya dos posiciones conceptualmente
antagónicas, y menos aún, contrapuestas. De hecho, ambas son homologadas por la
metodología de la experimentación, tecnológicamente sustentada por la eficacia de las
68 RICCARDO CAMPA

proyecciones (en el tiempo pasado y en el tiempo futuro). La objetividad es una


categoría cognoscitiva desatendida por el conocimiento moderno. Las leyes precisas y
universales están privadas de referencias objetivas: la aproximación al significado de la
existencia consiste en experimentar la eficiencia, el gozo y la intrínseca falibilidad. «En
Historical Inevitability, Isaiah Berlin expone el primer argumento en los términos
siguientes. El historiador, admite, debería evitar ciertamente la actitud “hipercrítica”…
En favor de esta reivindicación relativista, Berlin señala que la historia no es una
disciplina formalizada con un diccionario técnico inventado para la ocasión. Es una
tentativa de entender el pasado en los mismos términos con que el hombre común trata
de entender el presente en el que tiene que vivir»5. Bajo la apariencia de una paradoja, la
prospección histórica contemporánea se identifica también con el futuro. Las
proyecciones tecnológicas permiten prever el futuro con la ayuda de las sugestiones y
condicionamientos del presente: sugestiones y condicionamientos que, también, forman
parte del patrimonio cognoscitivo de los historiadores tradicionales, ocupados en
salvaguardar y representar el pasado. La intencionalidad y la causalidad se unen en la
«revisión» de la realidad, tal como aparece y tal como se presume puede representar, en
la guía de las realizaciones conseguidas mediante la búsqueda basada en la
documentación y en la investigación representativa de las circunstancias, que sirven
para determinar los acontecimientos, objetivados por el lenguaje ordinario en el interés
individual y colectivo.

El interés del historiador se identifica, en efecto, con las exigencias


cognoscitivas a un nivel general. Esta presunción es ineludible porque se interconecta
con las propensiones individuales, salvaguardadas, en los regímenes liberales, por los
derechos subjetivos. La validez de las intenciones de los investigadores individuales se
corresponde con la libre determinación de los individuos, que se identifica con el grado
de conocimientos objetivos. La naturaleza de tal observación es virtual o formal, pero su
cumplimiento se revela en la adquisición –más o menos condicionada– de la crítica,
presupuesto siempre activo en todos los órdenes institucionales legalmente configurados
en el escenario internacional. Las persecuciones y atrocidades, si bien diseñadas por la
observación, también comprenden filológicamente un juicio de valor, una connotación
ética y moral, una implícita condena por la naturaleza misma de la representación. La
filología ejemplifica el proceso de valoración y refutación, incitando al historiador a
utilizar términos que contienen en su génesis un abierto o tácito análisis contra todo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 69

aquello que ofende la dignidad humana. Las implicaciones (explícita o


subrepticiamente) estimativas condicionan la narración histórica, volviéndola menos
neutral de lo que algunas corrientes de pensamiento creen necesario. La neutralidad, en
efecto, implica un juicio de valor en un sentido decorativo, en cuanto que pide que el
observador de la realidad pueda abstenerse a la hora de tomar partido frente a los
acontecimientos, de los que simplemente toma nota de sus características o
convenciones. Designa una posición de absoluta no injerencia en la atmósfera, la que
decodifica, según los cánones de las diferentes posiciones ideológicas (o de parte). La
neutralidad es, por tanto, una rendición incondicional a la contradicción, que continua a
tener sus efectos en las circunstancias, a través de las que se aclaran las causas o las
incongruencias de los acontecimientos examinados. La simple descripción es
condicionada por la terminología, empleada para hacer partícipe de la adquisición
individual a un número lo más amplio posible de personas. El lector múltiple es
evocado constantemente por su contribución en la asimilación de los contenidos y su
garantía interpretativa (que, llevada al límite, puede ser iconoclasta).

La selección de los hechos, que forman parte de la historia, se confía a la


capacidad cognoscitiva del observador, capaz de utilizar las categorías interpretativas,
válidas para cumplir los objetivos de la comprensión (objetiva). La inmisión más o
menos forzosa en la circunstancia es imprescindible en la actitud del historiador,
ocupado en trasladar a la narración todas aquellas conjeturas y eventualidades que
concurren, con el fin de proporcionar un resultado racional al conjunto expositivo. La
representación –el empleo de la filología, de la retórica y de la especulación conceptual–
comporta la correlación de todos los elementos que contribuyen a evidenciar los hechos
más significativos para los fines, incluso, de la memoria. La historia parcializa
profundamente el pasado para evocar su trama, sobre la que a menudo se ejercitan la
literatura y el cine. La investigación científica puede ser definida como la práctica de la
memoria de acontecimientos (procesos) implícitos en el metabolismo natural. Las
doctrinas políticas y las leyes científicas se convierten en normas de cuanto acontece en
la realidad, independientemente de la actitud explicativa del observador-perturbador del
orden aparentemente constituido. «De cualquier modo, excluir explícitamente los
juicios de valor del lenguaje del historiador, no sería suficiente para excluirlos de su
búsqueda»6. La petición de la objetividad, en contraste con la definición del
acontecimiento y la eventualidad, no perjudica la rentabilidad de la investigación y, por
70 RICCARDO CAMPA

lo tanto, de la descripción histórica. La objetividad, de otra parte, puede ser contendida


en las diversas valoraciones de los historiadores respecto a los mismos eventos (hechos,
acontecimientos). La concomitancia entre el área de investigación y la diversidad de sus
resultados, según los actores de la búsqueda y las correspondientes metodologías,
empleadas en la empresa cognoscitiva, no comprometen la objetividad, que puede
resultar de la complementariedad de las aportaciones, antes que de sus discrepancias.
Los usuarios de la investigación histórica someten a examen dicha descripción y su
cumplimiento, que puede no convencerlos, sin que ello perjudique su función y sus
conclusiones. Así, la revolución rusa puede ser el resultado de un momento histórico en
el contexto de una época en crisis que afectaba amplias regiones del planeta o de un
proceso innovador, tomando debida nota de la llegada de la electricidad, por usar una
expresión de Lenin. El materialismo histórico y sus deformaciones estructurales
cooperan para establecer la Unión Soviética y la China de Mao. La doctrina marxista de
sello hegeliano, declinada sobre el componente económico de la dinámica institucional,
se transforma en la dogmática igualitaria de desvanecimientos degenerativos, que trama
el hecho virtual. El examen de la larga estación socialista en el mundo no puede
prescindir, sin embargo, de la aproximación progresista, que las clases trabajadoras
sostienen como su impulso hacia el progreso. La hegemonía del proletariado se asocia a
la cesión universal para la salvaguardia de la actividad humana, realizada en los
contextos tradicionalmente caracterizados por las discriminaciones raciales, étnicas,
religiosas, lingüísticas y conductuales. La valoración histórica de tal fenómeno, que
interesa a un tercio de la humanidad, no puede agotarse en una toma de posición por
parte del historiador, llevado necesariamente a objetivarse, es decir a confrontar las
diversas investigaciones explicativas del acontecimiento, de su realización y de su
declive. Tiene que hacer valer las diversas propuestas doctrinales en el álveo de su
descripción y su representación. Según John Dewey, la previsión de las consecuencias
de un proceso histórico determina las modalidades de la argumentación.

La distinción entre una historia realizada por temas o periodos tiene solamente
un sentido alegórico, pues cada problemática, referida a acontecimientos periódicos,
recuerda en sí misma la espacialidad y la temporalidad de su cumplimiento. Un grado
de arbitrariedad sopla como los vientos alisios sobre cada investigación, que
directamente o indirectamente tenga un interés objetivo, es decir que afecte a una región
del mundo, y que tiene una implicación en la iniciativa. La investigación sobre la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 71

Inglaterra victoriana envuelve una región del planeta mucho más amplia que la pérfida
Albión: la revolución industrial, el imperialismo, la imposición de una economía y un
modelo existencial, regulada por un rígido procedimiento jerárquico, contribuyen a
codificar un régimen político, que contempla la libertad individual sobre el inadmisible
aprendizaje de las poblaciones redimibles, pero sometidas, que gravitan en la economía
subrepticia del trueque y el regalo, rodeadas de un fideísmo que lleva a la renuncia, y a
veces, al fetichismo. La literatura moderna de Edward Morgan Forster describe la
remisión de los pecados de una generación isleña con la afectividad contratada en los
ambientes depositarios de un humanitarismo más sedimentario y menos caustico que el
inglés, como es el italiano, retenido –en apnea– salvífico y providencial.

La irracionalidad fustiga las costumbres de los centros del poder tutelar, que la
revolución industrial configura como las terminales orgiásticas de la injusticia y los
laboratorios de las nuevas agregaciones humanas, sobre la base de la iniciación al
bienestar y a la solidaridad. La identificación –expresada por Arthur O. Lovejoy– del
historiador de la fase temporal, que intenta tratar, no contradice la posición de Dewey y
Benedetto Cruz, para quienes la historia se escribe mirando el presente que, en la
posición del historiador, manifiesta intrínsecamente la tendencia a representar el pasado
con las categorías y las argumentaciones conmensurables con la realización de la
experiencia. Lovejoy observa oportunamente que la exigencia de la actualidad no puede
transformar al historiador en un reformador social. El correctivo, realizado por Lovejoy
a cualquier teoría rígidamente pragmática, se justifica en el propósito de afrontar la
representación del pasado con el fundamento del concierto humano, de modo que se
destacan sus características, sea en sentido absoluto, sea en sentido relativo; tanto las
que son temporalmente irredimibles (por ejemplo, el canibalismo), como las edificantes.
El pasado no puede examinarse en sus mismos términos, ya que son extraños a la
actualidad. Como es sabido, también la evolución léxica y sintáctica, dentro de un
mismo habitat lingüístico, contribuye a diferenciar el orden de los eventos, del de los
resultados, que pueden reflejarse en la argumentación prorrogada y en la actual.

La objetividad histórica es un falso problema, no tanto porque como Cristopher


Blake cree responde a una pregunta ingenua, sino, sobre todo, porque su sentido está tan
presente en el universo de la indeterminación que resulta obsoleta. La falta de sentido
perjudica apologéticamente a la controvertible falta de ritualidad de la experiencia en la
sociedad tecnológica, dominada por figuraciones dogmáticas (de personas, de objetos)
72 RICCARDO CAMPA

de breve duración. La producción en serie responde a la ilusoria pretensión de un


cosmos en expansión, que no prevé un fin, sino la autodisolución. También la evidencia,
exaltada por Max Fisch, está comprometida por la inmediatez de las circunstancias,
entendida como la pasada retribución del presente o como un experimento fustigado por
la superficialidad. La resultante de la investigación histórica tiene que creer en la
atmósfera intelectual que considera la condición humana como una noción fácilmente
asimilable en el curso de la experiencia, bajo la conciencia contemporánea de que las
causas que determinan los acontecimientos son perceptibles, bien porque se propician,
bien porque pueden evitarse. Si el pasado no fuera comprensible en la actualidad de la
investigación histórica, sería solamente fruto de una perturbación psicológica del género
humano. El revisionismo es una corriente de pensamiento más que una práctica política,
que pretende diagnosticar las causas del pasado sobre la falsedad de los ideales
compromisarios del presente. La apología y la parcialidad, aunque sean condenadas, no
son extrañas a la historiografía, si bien ambas prácticas sean condenadas en la
declaración de principios. La supremacía y la independencia están en contraste mutuo,
pero se actualizan cuando triunfa la industria sobre la agricultura, al decir de Charles y
Mary Beard7. Las características distintivas de los conflictos modernos se manifiestan
en la contraposición, bajo el perfil jurídico y económico, de las sociedades que realizan
un progreso tecnológico, con las sociedades refractarias o incapaces de favorecer el
espíritu de los tiempos mediante próvidas iniciativas decisionales y conductuales. La
revisión de los documentos y los testimonios del pasado puede facilitar la interpretación
de las causas determinantes de los fenómenos, considerados históricamente
significativos, también, por la percepción y la valoración conceptual del presente. La
anormalidad es el test en contrario de lo afirmado, pero con la intención de hacerlo
exigible bajo otro aspecto, de modo que lo pueda hacer más pertinente respeto a los
procesos históricos delineados. La imprevisibilidad es una ulterior orientación de la
historia para restablecer las coordenadas interpretativas aceptadas comúnmente.

La singularidad interpretativa es válida si confluye en sus deliberaciones con el


circuito cognoscitivo general. Si la peculiaridad fuera indeclinable, no sería
comprendida. En efecto, la mutación, también en la biología, es un acontecimiento
imprevisto e imprevisible que, sin embargo, reintegra, después de la desviación, el curso
energético de los organismos en la dirección consolidada. La resistencia a las variables
se debe al hecho de tropezar en las constantes para reforzar, así, el sentido y la función.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 73

La noción histórica interacciona con las problemáticas cognoscitivas, que decretan, por
así decir, la valencia conmemorativa. La narración persigue el objetivo de
corresponsabilizar a todos los que son considerados de manera contumaz por la
investigación científica, pero que, a su vez, son beneficiarios de una relevancia
particular, ya que expresan o niegan la legitimación de cuánto se ejercita como
científicamente adquirido en el patrimonio cognoscitivo general. Las invariancias de la
historia se distinguen de las variables por su falta de explicación: son o parecen ser
formas del necesitarismo natural, que la razón humana solo puede diagnosticar en la
esperanza de exorcizar sus efectos aseverativos e incontrastables. Karl R. Popper señala
la diferencia sistemática entre las leyes y las tendencias: estas últimas son parte
integrante de nociones del mundo científico, en un intento de conquistárselas de su
empleo corriente al diccionario. Por su parte, la entropía es una noción, que participa,
por así decir, de las leyes y de las tendencias, ya que proporciona urgencia y regularidad
al campo energético, características detectables solamente con la ayuda de los
instrumentos más sofisticados. Las teodiceas, descritas por la historiografía, son
compendios de acontecimientos, difícilmente justificables en términos de sucesión y
congruencia. Su dimensión metafísica las pone al amparo de la crítica y les lleva a la
consideración moderna, como mordientes teleológicos de los cursos y de los recursos
vichiani (de Vico), de la catalogación de los hechos que, en diferentes modos y bajo
mentiras desnudas, quizás sigan manifestándose en el espacio-tiempo curvo, donde la
ciencia moderna cree diagnosticar la inquietud existencial.

La racionalidad que coteja el concepto con la experiencia no significa que sus


asuntos se absoluticen, ya que las variables interpretativas que la caracterizan permiten
conjeturar la validez en su aplicación práctica. La dialéctica tríadica hegeliana induce a
configurar el razonamiento en términos cuánto menos correlativos y eventuales. La
conexión de la evidencia con la eventualidad es el aspecto parenético de la dialéctica
hegeliana, de una metodología capaz de configurar la existencia en términos
propiciatorios e inevitables. Por lo tanto, la racionalidad hegeliana es parte integrante
del razonamiento, de la identificación del yo real con el yo recóndito, que se deduce del
gemido del tiempo. La racionalidad de Hegel, sin embargo, se distingue de la inmutable
de Anaxágoras, en el momento en que está en continuo devenir. Su dimensión expresiva
compendia la aportación cognoscitiva, por su naturaleza problemática (y, por lo tanto,
contradictoria, complementaria y subrogada en sus mismas fases explicativas). El
74 RICCARDO CAMPA

desarrollo de la conciencia humana se relaciona con la libertad, que es la propensión de


los seres a adivinar su finalidad. La progresión cognoscitiva es el síntoma de la
evocación racional del género humano, que, por lo tanto, rehúsa la llamada a la
providencia y a todas aquellas formas extravagantes de la fantasía y la imaginación en
estado puro, sin el correctivo de la lógica compositiva de los factores que concurren a
hacer comprensible las proposiciones descriptivas de la realidad. El nivel de conciencia
humana se conjuga y se identifica con el espíritu de la naturaleza. La razón que gobierna
el mundo es inmanente a la disciplina, con las leyes que regulan su curso. El buen
salvaje –esbozado por la literatura ilustrada para connotar geográficamente los indios
del Nuevo Mundo– es un absurdo para Hegel. En efecto, la libertad se ejercita en el
Estado, en el organismo entendido por Aristóteles como el «salto cuántico» del
asociacionismo respecto a las primitivas organizaciones comunitarias (la horda, la tribu,
lo gregario). Antes del estado ético, delineado por Hegel, las configuraciones sociales
no garantizaban la espiritualidad en la que se compendian la realidad y la
transcendencia del género humano. El devenir de la historia concuerda con la
inmanencia de los seres, que afrontan, en su peregrinación terrena, la disciplina para
adir la transcendencia y la penetrabilidad cósmica. El determinismo hegeliano, revelado
por Sidney Hook, es inexistente: la antítesis de cada tesis no es solamente especular,
sino que también es innovadora a los fines de la síntesis, que no se identifican, si no es
formalmente, con la síntesis, con los que se conecta por el espíritu del tiempo, esto es, la
aptitud de la razón humana para participar en la dinámica de la naturaleza. Las
circunstancias, que Hegel encuentra en la historia, son identificables con los efectos que
provocan en los procesos cognoscitivos y activos. A menudo, en sus prerrogativas se
someten las proféticas determinaciones dialécticas del filósofo alemán, en su fase
creativa de Berlín.

Las críticas al sistema cognoscitivo de Hegel, cuanto menos, no son


concluyentes, en el sentido de que no añaden nada nuevo a las reservas mentales con las
que se condena la racionalización de la historia. El principio cognitivo de Hegel es que
el hombre se las ingenia en la naturaleza mediante la razón, y que el nivel de su
desarrollo genético es casi inevitable, aceptando la solvencia más allá de los límites de
las conjeturas humanas. Este límite supone la llegada de una especulación que, al menos
bajo el perfil metodológico, es solvente, en cuánto que articula las premisas y las contra
deducciones en una síntesis prescriptible que, a su vez, se enfrenta con su alternativa
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 75

especular en vista a otra síntesis, etc. La aportación hegeliana a un sistema conceptual,


que recupera las premisas ilustradas y lo sublima al azar del espíritu del tiempo (en la
fenomenología del espíritu), influye en el pensamiento occidental de la época moderna
y contemporánea. En la filosofía hegeliana, la previsibilidad de la historia no encuentra
crédito, así como en la ciencia es la que delinea los resultados de la experiencia. Las
verdades históricas generales no son rebatibles, tal como no son rebatibles las ideas de
Platón. «Contestando las objeciones a su así llamado “método a priori”, Hegel llega a
comparar su procedimiento con el de un científico natural, que debe también “introducir
ideas en los datos empíricos”»8. La facultad de abstracción es la forma dócil de la
experiencia: está en relación directa con las categorías de la lógica, tal como Kepler –
afirma Hegel– se familiariza con las elipsis, los cubos, los cuadrados, cuando afronta, en
su investigación, el sistema de la experimentación. La diversidad –también artificial–
entre intelecto (habilitado al cálculo) y razón (depositaria de las enzimas de la libre
determinación) desarrolla un papel predominantemente didáctico, pues es difícil
delimitar lo genético y lo neuronal. En lo relativo a la definición de las culturas y a sus
delimitaciones territoriales, la crítica puede apuntar allí sus flechas, sin llegar a incidir
en el sentido recóndito de la “historia universal”, bosquejado en el objetivo explicativo
de Hegel. La biografía del mundo se identifica, en Hegel, con la biografía del espíritu, la
corriente energética que redime la humanidad de la autonomía y de la desesperación. La
explicación metafísica del curso de los acontecimientos es inmanente en la
autorrealización de los individuos, artífices de su identidad cognoscitiva y
emprendedora.

La inteligibilidad de las historias nacionales se explica –según Arnold Toynbee–


en el ámbito de un proceso histórico, denominado civilización. El colosal trabajo
comparativo de las civilizaciones –sobre su surgimiento y su decadencia– realizado por
el historiador inglés es una aventura intelectual, dirigida a hacer comprensibles –al
menos bajo el perfil de la razón– las habilidades y, al contrario, los defectos de los
pueblos en las diversas regiones del planeta, frente a los desafíos de la naturaleza y a sus
cálculos intencionales, con el fin de sobrevivir y mejorar sus condiciones objetivas. El
conflicto asume, por lo tanto, su lugar para dar razón de las insidias de la naturaleza y la
propia condición humana. «En total, descubrió veintiuna civilizaciones completamente
desarrolladas (podría extenderse a veintitrés), divisibles en tres “generaciones”, en un
período aproximado de seis mil años desde que se rompió por vez primera el “bloque de
76 RICCARDO CAMPA

las costumbres” del hombre primitivo y apareció sobre la escena el hombre civilizado»9.
La configuración de las civilizaciones es compleja, aunque está predominantemente
condicionada por la íntima convicción, por parte de sus miembros individuales y
grupales, de que se debe considerar la existencia de una prueba de esfuerzo en las
endémicas contraposiciones energéticas. La salvación de la humanidad se identifica con
los mecanismos institucionales (como el Estado-nación), ideados para cohesionar mejor
la agregación de las fuerzas y volverlas más retráctiles frente a las incongruencias de la
realidad, tal como aparece y se representa didácticamente. La categoría, que Toynbee
introduce en la explicación del cambio de la civilización, es la de periferia: la revuelta,
primero, y luego la revolución, es siempre la obra de quienes (individuos o grupos)
están más alejados de los centros de decisión, de los aparatos obligados a tutelar la
integridad, sacrificando la diversidad. Cuando se hacen sentir, el equilibrio social se
modifica, en razón de las normas y las energías que favorecen o regulan el desarrollo.
Así, la minoría creativa se transforma en minoría dominante. La idolatría es, pues, la
causa de su fin. El delirio de omnipotencia de algunos revolucionarios lleva al desmayo
y permite a la reacción reafirmar sus rígidas leyes conductuales. La desintegración
encuentra un antídoto en la reorganización del status quo ante, aunque sea ilusorio y, en
todo caso, no sea casi nunca, ni salvador, ni providencial. El papel desarrollado por las
religiones en los procesos sociales es considerado por Toynbee de una importancia
capital, porque permite participar a los hombres en una comprensión común de su
existencia y su conclusión. El epílogo de las acciones terrenas es unívoco y sumiso. Por
tanto, las cruzadas, las guerras de religión, se valen de un pretexto polémico,
compartido por la opinión pública de la época en la que se manifiestan, si bien
desarrollen, de forma más o menos consciente, una tarea en favor de los grupos de
poder mimetizados en las autoridades pietistas. El sincretismo fideísta podría realizar un
acuerdo ecuménico entre religiones, para constituir un gobierno universal: se trata de un
dibujo ideal, al que hacen referencia personalidades como Dante, Erasmo de Rotterdam
o José Vasconcelos. El profetismo laico –considerado por los realistas como Pieter
Geyl– aunque esté carente de referencias concretas, no puede ser excluido por la
reflexión histórica, es el caso, por ejemplo, en la filosofía deísta (Bernardino Telesio,
Giordano Bruno, Tommaso Campanella) del tardo Humanismo y del Renacimiento
italianos. Los detalles históricos pueden encontrar ayuda, si no confrontación, en la obra
redentora (de la sumisión política, del escarnio eclesiástico, del conformismo burgués)
de los reformadores sociales de formación religiosa. Los modos literarios de persuasión,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 77

imputados por Toynbee, son los empleados (y condenados en el Tribunal eclesiástico)


por los partidarios de la filosofía Deus sive natura en un período de la historia de
Occidente, en el que el fermento reformista aseguraría, a la intimidad individual, la
responsabilidad de vencer la inercia respecto a la fe en Dios o en su Antagonista. Los
escabrosos arrecifes credenciales se delinean como el peristilo de una travesía
trascendental.

El determinismo social, que puede evidenciarse en la llegada de las


civilizaciones, se aproxima al utilitarismo, que es la fenomenología del necesitarismo
natural, comunitario y social. Las preferencias y predilecciones individuales y grupales
interaccionan constantemente con las reglas objetivas, formuladas para salvaguardar la
unidad en la diversidad. El particularismo daña a la estabilidad política, pero,
paradójicamente, potencia su eficacia. Las problemáticas políticas, conexas con la
estimulación de las propensiones individuales, llevan a una perspicaz configuración de
los benéficos generales, aunque se planteen virtualmente como posibles. La justicia y la
conveniencia social se conjugan en el desarrollo ordenado de los asentamientos
comunitarios y en los sistemas institucionales. La llamada sociedad civil garantiza la
observancia de los estilos de vida (costumbres, modos de ser), de los que hay que
salvaguardar –al menos formalmente– su aspecto tranquilizador en la institución, donde
se enfrentan las opiniones, las creencias y las perspectivas de desarrollo económico,
ético o mundano. La liturgia favorece las ceremonias de asentamiento y verificación del
poder constituido, corroborándolas. El utilitarismo se identifica con la ambición pública
y privada, elegida y creída objetivamente como edificante. «La teoría económica clásica
–escribe John C. Harsanyi– se limitó al análisis del comportamiento humano en
condiciones de certeza, en condiciones en las que quien decide puede prever de modo
unívoco el resultado de cada uno de las líneas de acción que puede emprender (o que se
puede asumir al menos en una primera aproximación). Le toca a la moderna teoría de la
decisión ampliar este análisis en condiciones de riesgo e incertidumbre»10. La
predicción no se coteja con los efectos. Si acaso influye en las decisiones de modo que
los efectos de las mismas sean predecibles. La casualidad –categoría interpretativa de
los fenómenos físicos– se manifiesta, disfrazada, en los acontecimientos, que
caracterizan la investigación y, por lo tanto, la experiencia. La maximización de la
utilidad siempre está condicionada por lo imprevisible, por la fortuna maquiavélica, por
una manifestación de la realidad extraña a los cánones y a los protocolos consolidados.
78 RICCARDO CAMPA

La decisión tiene en cuenta los riesgos y, consecuentemente, los resultados más


o menos satisfactorios que hay que perseguir. La seguridad es un orden mental que no
se reduce a buscar la máxima utilidad, ya que consiste en una previsión donde ya se ha
descontado el resultado. La economía confía en algunos principios seguros, pero se
exonera de ellos cuando se propone innovar los mecanismos, que realizan los efectos
perseguidos. Encuentran sucesivamente plena justificación en el aparato adquisitivo y
distributivo de las estructuras institucionales. «Actuamos en condiciones de certeza
cuando somos capaces de predecir el resultado de todas las acciones singulares que
podemos cumplir. En condiciones de riesgo cuando conocemos, al menos, las
probabilidades objetivas asociadas a los diversos resultados posibles. En condiciones de
incertidumbre cuando algunas o todas estas probabilidades nos son desconocidas (o son
incluso indefinidas)»11. La valoración de las condiciones alternativas se debe al
incentivo que el resultado del proyecto dispone como ineludible y, en algunos aspectos,
también, como atrayente. La elaboración preventiva de las finalidades de la acción
induce a afrontar los rigores del proyecto (el artificial o el presupuesto como inevitable)
con racionalidad, de modo que las ventajas o las desventajas finales sean, de algún
modo, asimilables a los diseñados en la teoría de los juegos por John von Neumann y
Oskar Morgenstern12. Las alternativas, que pueden ser valoradas en orden a la
consecución de los resultados, previstos como posibles, se basan en la empatía
imaginativa, en un tipo de premonición con fines experimentales. El contenido empírico
de las premisas factuales (que se sostienen en la especulación conceptual del
positivismo lógico) puede condicionar las elecciones operativas, en un intento de
devolverlas más seguras, bien bajo el perfil del procedimiento, bien bajo el perfil del
contenido. Las funciones del bienestar social se relacionan, por tanto, con los procesos
de decisión (de las administraciones, de las asociaciones, de los mecanismos de
mercado) y con las instancias morales, que se practican individualmente en el aparato
institucional. La armonización de tales tendencias es tarea de los órganos del Estado,
encargados de la vigilancia del desarrollo ordenado de las relaciones interindividuales.

Aunque la tarea del Estado se clarifica, es una opinión difundida que es mejor
confiar el mecanismo de decisión a la democracia representativa –notoriamente litigante
e intemperante, también en las elecciones más difíciles y urgentes– que pueda
verificarse en condiciones extraordinarias, sean internas o externas, con respecto al
escenario internacional. El comportamiento humano de la época contemporánea se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 79

distingue en relación a la del pasado, por la aprensión menos hostil en la confrontación


con la eventualidad. La sociedad contemporánea no se entrega a los deliquios de la
mistificación y al placer, como en las obras de Henri Toulouse-Lautrec, el más
despiadado intérprete de la locura colectiva antes del desastre global. La guerra,
escondida en los pensamientos de la solapa hedonística, se tiñe de colores carmesís, de
rojo-cardenalicio, de los chalecos de los clientes del Moulin Rouge. «Los grandes
utilitaristas del siglo XIX fueron hedonistas. Asumieron que todo comportamiento es
completamente determinado por la búsqueda del placer y la tentativa de evitar el dolor.
Definieron, así, los niveles de utilidad individual sobre la base de los placeres y los
dolores, valorando ambos en términos de intensidad, duración y otros criterios
parecidos. Esta aproximación está, sin embargo, sujeta a serias objeciones; en primer
lugar, aquella que afirma que se basa en una psicología equivocada y, hoy,
completamente superada: es sencillamente falso que el placer y el dolor sean los dos
únicos motores del comportamiento humano»13. Las llamadas preferencias
transcendentes dominan las tendencias naturales, haciéndolas risibles, al menos bajo el
perfil de la memoria. La eternidad vigoriza la inmanencia y la preserva únicamente
como la premisa de «una prueba más grande» (según la expresión de Alessandro
Manzoni en los Promessi Sposi). Las preferencias transcendentes inciden positivamente
en el metabolismo, sobre las funciones biológicas, orientadas a la búsqueda de objetivos
que superen la contingencia. Las falsas creencias se ponen al amparo de las
intemperancias hedonísticas y naturalmente aparecen los opositores de a las prácticas de
espionaje, a menudo públicas y espectaculares (la Edad Media y el Renacimiento se
caracterizan por las embarazosas presencias de los fustigadores morales, siendo, ellos
mismos, los términos de comparación de lo execrable y lo redentor, al mismo tiempo).

La conveniencia social tiende a coincidir con la media de la utilidad individual.


Y las convicciones morales más arraigadas tienen que encontrar acogida en una
proyección operativa, que presuponga un beneficio económico y un reconocimiento
social. La licitud de los actos individuales responde a una concepción colectiva, que
delibera normativamente su ejecución y las modalidades gozosas de sus resultados. R.
F. Harrod ha delineado el utilitarismo de las reglas, la eficacia bajo el perfil conductual
de los principios inspiradores, que son legitimados preventivamente mediante el
consenso institucional. El utilitarismo de los actos y el utilitarismo de las reglas pueden
no coincidir, pero necesariamente se encuentran en recíproca interacción si ambos se
80 RICCARDO CAMPA

someten a una valoración de sus méritos, que pueden ser de signo económico y moral.
El papel ejercido por el sentido de la justicia, equidad y solidaridad, sintetiza todas las
acciones, dirigidas a satisfacer las exigencias individuales, tomadas como legítimas. La
conformación de las estructuras sociales se manifiesta en el examen jurídico y en la
dinámica, virtualmente solidaria, de la condición humana. El igualitarismo es la
metáfora de la teleología del género humano: un principio heurístico, en el que se
recapitulan los hechos y los acontecimientos de los seres mortales, independientemente
de sus circunstancias, en los que se confrontan y contrastan en nombre de un derecho
terreno, reflejo de la jurisdicción celeste. Y en la observación de esta llamada endémica,
se justifican los compromisos temporales, considerados como el preludio de la
regeneración, bajo el estímulo de las tensiones ecuménicas. La presencia del Mal en la
historia –evocada de Giovanni Boccaccio a Thomas Mann, a Elías Canetti– se considera
necesaria para los objetivos de una determinación salvadora más perseverante y
espiritual. La hegemonía del contraste –de la competencia– tendría una sola
justificación en el orden social, refrendada por el liberalismo como una prueba del
carácter natural de los individuos hasta su insostenible conmiseración moral. La
antropología de la confrontación y del choque físico cede el paso a la etimología de la
subsidiariedad y la complementariedad realizado, a nivel intelectual y, por lo tanto,
creativo, anfictiónico.

La correlación entre la utilidad individual y la utilidad social es regulada por las


normas conductuales, inspiradas en un principio ecuménico, penetrante en la realidad
comunitaria. Las formas de gobierno –examinadas en su funcionalidad y debilidad por
Aristóteles– se identifican con la regla del justo ejercicio de la dinámica institucional.
La colectividad es un grado particularmente significativo de la individualidad múltiple,
en relación a un modelo ideal que aparece como punto de referencia para cada
iniciativa, y que santifica, por así decir, la eficacia. En síntesis, la utilidad tiene que
consistir en un beneficio adicional en el nivel en el que interaccionan las acciones
individuales. La facultad de deliberar sobre las formas institucionales (república o
monarquía) o las formas de gobierno (autoritario, demócratico), implica un proceso in
fieri, del que se preconizan los efectos satisfactorios y las expectativas de todos o el
mayor número de los sujetos que forman un sistema normativo. El orden institucional es
el ámbito en el que se manifiestan las elecciones colectivas (liberalismo, socialismo,
capitalismo, centralismo democrático y empresarial). Las propensiones individuales
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 81

pueden ser sintónicas, en relación a la programación institucional, o diatónicas: en este


último caso, el orden jurídico prevé las condiciones para dirimir las transgresiones y
para convertirlas en readquisiciones, compensatorias del desequilibrio causado por la
interceptación de la disfunción. El dualismo del utilitarismo de los actos y el
utilitarismo de las reglas solamente se sostiene en clave didáctica. El utilitarismo, en
efecto, es una categoría comprensible para todas las manifestaciones, entendidas en sus
resultados, previstas en su capacidad para mejorar lo existente a nivel individual o a
nivel colectivo, tanto más que, por definición, en el orden político moderno, donde el
bienestar subjetivo siempre es sufragado por el consenso colectivo. El utilitarismo de las
reglas recompensa la eficacia moral de las acciones llevadas a cabo desde el respeto al
derecho, en el cumplimiento de las obligaciones morales, derivadas de la misma
conformación institucional, en la que se explican. La coherencia moral puede
desembocar en un tipo de deletéreo fundamentalismo. «Una gran fidelidad a los mismos
valores morales requiere una fuerte disponibilidad para soportar sacrificios también
graves. Desdichadamente, la experiencia enseña que la gente de este temple a menudo
está igualmente dispuesta a sacrificar a los otros en su nombre: la devoción a ideales
políticos y morales muy altos, a menudo se casa con un fanatismo moral y político de
consecuencias socialmente desastrosas. Robespierre era, sin duda, un hombre de
elevadísimos principios morales»14. La igualdad frente a la ley va más allá de los
cálculos individuales y los mitiga con los colectivos, armonizándolos según el principio
de la equidad, sugerido por el recorrido histórico y la vivencia cotidiana de cada
comunidad institucional singular. La igualdad no discrimina a ningún miembro de la
comunidad sujeta a las leyes, a los que, al menos virtualmente, todos los sujetos de
derecho concurren para darle consistencia conceptual y eficacia aplicativa.

Los criterios generales, defendibles racionalmente, propician la realización


orgánica de las actividades interindividuales, al amparo de las reservas mentales de una
o más partes en causa que, con su disenso más o menos explícito, pueden comprometer
el desarrollo ordenado de las iniciativas públicas y privadas de relevancia social. Sobre
el plan de las decisiones vinculantes para el régimen existencial de las comunidades, la
«posición originaria», descrita por John Rawls, como la hipotética situación por parte de
los participantes en el contrato, es la que regula el hecho comunitario de las
ordenaciones institucionales. Por lo tanto, la legalidad es la «conveniencia» en la que
los individuos se las ingenian pacíficamente para conseguir ventajas en comunidad que
82 RICCARDO CAMPA

el estado de conflicto permanente demuestra que no es capaz de asegurar. «En la teoría


de Rawls, esta posición originaria puramente hipotética –definida de modo bastante
abstracto– remplaza el “contrato social” de carácter histórico o casi-histórico de los
anteriores filósofos contractualistas. Rawls entiende como justas las instituciones de una
determinada sociedad si ellas se estructuran en acuerdo con los principios con los que
serán consensuados presumiblemente por los individuos racionales en la posición
originaria»15. La posición originaria se deduce de una petición religiosa, preceptiva,
dirigida a considerar el género humano como una portentosa antítesis de los rigores
naturales, donde están envueltos conceptos como el de «caída», la pérdida de la levedad
edénica (contaminada en la diáspora existencial, hasta empapar la inocencia de los
protagonistas de la insostenible levedad del ser de Milan Kundera). «Además, sostiene
Rawls, tenemos que entender que, con algunas reservas, pero no demasiadas, los
principales utilitaristas aspiraron a producir, en reacción a Hobbes, una teoría moral
aceptable para una sociedad secular con las características del mundo moderno. Su
reacción a Hobbes (antitética a la respuesta cristiana ortodoxa, por ejemplo de
Cudworth) pone en evidencia este aspecto de su obra: representan la primera teoría
moral política moderna»16. En efecto, los teóricos del contractualismo moderno se
confían a las investigaciones antropológicas y arqueológicas, capaces de ratificar, con
un sentido de expiación, cuanto Hobbes afirma en el Leviatán. En la temperie dominada
del temor ancestral y de los impulsos emotivos de la supervivencia, la idea de enajenar
una parte de la libertad natural para salvaguardar la parte de la libertad política es
sostenible racionalmente, porque es coherente con el itinerario asociacionista y solidario
de las comunidades, si bien distintas étnica y lingüísticamente. El principio kantiano,
según el cual las personas son fines en sí mismos y no medios recupera el criterio de la
diferencia de Rawls en un interés colectivo, que prescinda de los beneficios prácticos,
concretos, que pueden traer en sí, al aplicarlo. El sentido común sugiere aquella sensatez
que los contractualistas clásicos hallaban en sus conceptualizaciones, cuya pertinencia
se evidencia en la práctica común. En última instancia, el utilitarismo intenta dar una
justificación jurídica a una tendencia antropológica, maximizando los aspectos
aparentemente más controvertidos, como los relativos al beneficio en favor del más
débil, y contra el más fuerte. La selección natural asume, por tanto, una configuración
más compleja de aquella más difusa, según la cual los individuos que no logran
interaccionar con el entorno en el que viven están destinados a perecer. La reactividad
clásica es evidente, se manifiesta en la aparente falta de habilidad de algunos sujetos a la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 83

hora de afrontar los desafíos de la naturaleza. De hecho, todos los individuos,


independientemente de su energía, son parte integrante del metabolismo natural y la
configuración societaria. En la literatura épica, son los más fuertes y los más bravos los
que se sacrifican por el bien de los «comunes mortales», que se encargarán de exaltar
sus proezas y de mantener su memoria. El heroísmo social regresa en las cotizaciones
morales de cada comunidad, que se inspira en un sistema de normas consideradas como
un valor cultural e identitario.

Según Rawls, una sociedad justa es más estable que la que sufre constantes
contracciones en su proceso equitativo. Y, en este sentido, prescindiría de recurrir a la
doctrina utilitarista, que, por su naturaleza, incide en la diversificación del criterio
distributivo. Las motivaciones humanas, que inciden en el principio de justicia, son el
reflejo condicionado del interés subjetivo, que se armoniza con dificultad con el interés
general, según las tendencias naturales a la disparidad (y, por lo tanto, a la comparación
y al conflicto). El utilitarismo es una corriente de pensamiento que serpea en todas las
estructuras institucionales, aunque, en algunas, justifica su incidencia y, en otras, valida
su importancia.

El empirismo refleja en su tarea cognoscitiva todas las variables individuales que


gravitan en un ecosistema y en un microsistema, en los que la energía creativa invade un
número impreciso de sujetos, empeñados en mejorar su supervivencia sin perjudicar a
sus semejantes, creyéndose implicados, al mismo tiempo, con sus perspectivas de
afirmación y de desarrollo. El espiritualismo recapitula en categorías abstractas las
posibles variables de la experiencia, finalizándolas preventivamente en una conclusión
transcendente y salvífica. «Prácticamente vivimos, actuamos y creamos continuamente
a partir del contenido total de nuestro ser espiritual –escribe Johan Gustav Droysen– y
todo presente está lleno de cooperaciones y reelaboraciones de finalidades, de intereses
y actividades de innumerables seres humanos igualmente movilizados, cada uno de los
cuales está determinado en forma análoga por el contenido devenido de su vida moral-
espiritual. Y así hoy como ayer, y también desde hace siglos y milenios; este
movimiento del mundo humano ha proseguido en incansable continuidad hasta el aquí y
el ahora»17. La realidad es, por tanto, el reflejo del espíritu humano, de la necesidad de
conocer y de actuar con conocimiento de causa.
84 RICCARDO CAMPA

El mundo moderno hace justicia de lo que ha ocurrido en el pasado, en lo que


queda, reflejado, en la percepción empírica, realizada con el auxilio de la
instrumentación tecnológica. La búsqueda histórica consiste, por tanto, en hallar lo que
todavía sobrevive en los testimonios del pasado bajo el aspecto institucional, moral, y
que puede ser representado con las renovadas metodologías descriptivas. La destreza del
historiador consiste en reanimar los acontecimientos silentes, en actualizar las
circunstancias, que puedan descodificarse y ser interpretables con los recursos con los
que se dispone temporalmente. La Guerra del Peloponeso de Tucídides asume una
connotación explicativa de los conflictos modernos si se examinan los componentes
ideológicos y de creencias, que llevan a los contendientes a configurar un nuevo orden
en su realidad geopolítica. La palabra se encarga de que se pueda intuir la imagen, que
compendia los hechos del pasado y las circunstancias del presente. Así, la
argumentación se perfila como la exégesis crítica de los procesos naturales y sociales,
inconclusos en el tiempo, correlacionados entre ellos, de modo que sus evocadores
quedan sugestionados. La eventualidad es una facultad indiciaria en el reconocimiento
histórico, porque denota la actitud del investigador de no desatender la sintomatología
descriptiva del momento, del que es su expresión. La descripción y el examen del
contexto (cultural y social) de una época interaccionan con la actualidad mediante el
empleo de fórmulas, conceptualizaciones, jergas, léxicos, y el aprendizaje común. Las
modalidades de interacción más adecuadas en el pasado son los más actuales: la
modernización de la investigación histórica consiste en hacer converger, en la
diseminación, el eco de las proposiciones cognoscitivas –un tiempo– en auge. El
compromiso temporal señala la continuidad estructural que la antropología y la
fisiología se aseguran de configurar de un modo eficaz y no contradictorio. El
calendario es el indicio para guarnecer de significados alegóricos las profundas
transformaciones sociales. Durante la revolución francesa (y, sucesivamente, en las más
modestas de Europa y América Latina), la modificación del calendario persigue el
objetivo de la fundación de un nuevo curso de la historia, que se relacione más
fácilmente con las innumerables agitaciones que lo han precedido. El proyecto de
«volver a examinar» la vida cotidiana (como ocurre en Pompeya, ciudad romana de la
primera época imperial, antes de la erupción del Vesubio) permite someter el aparato
consuetudinario, en armonía con las permanentes exigencias cohesivas de las
comunidades humanas, en un arco temporal que va del asentamiento agrícola a la
dinámica urbana, metropolitana. Los restos arqueológicos son revelaciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 85

radiográficas para los observadores, que ambicionan describir lo inexistente, guiados


por los fragmentos auténticos del pasado.

El coleccionismo es la forma maniaca de dar vida estentórea, pero consciente, a


los textos y a los objetos, que provienen de las estaciones exhumadas del imaginario
colectivo. La cronología se reverbera en la figuración de personajes y moradas, sedes de
acontecimientos espectaculares y memorables. La incidencia de estos libros de piedra –
según la expresión, empleada por Lewis Mumford para describir el patrimonio artístico
italiano– sobre la formación de las vertiginosas mentalidades no es siempre evidente,
aunque la reivindicación anacrónica se obstina en establecer una relación, no ritual,
sorprendente e improbable, entre las fases temporalmente diferenciadas de un mismo
ciclo histórico, referido a un mismo habitat natural y a la fenomenología del milieu
cultural. La curiosidad es la característica más influyente de la modernidad, sobre todo
si se refiere a los remotos pensamientos de la especie en las disolventes condiciones
ambientales. Las connotaciones etimológicas y gramaticales de la lengua compensan el
moderno propósito de acceder al proceso histórico, mediante el cual lo pretérito del
mundo se hace comprensible en la actualidad de la investigación y, por lo tanto, de la
exégesis crítica y conceptual. Las metáforas, que concurren a establecer un nexo entre la
expresión y la convicción, son pensadas como precarias o contradictorias en relación a
las adquisiciones científicamente verificadas y homologadas en el circuito cognoscitivo
universal. La lingüística comparada manifiesta la interrelación existente entre los
diversos léxicos y las diversas estructuras designativas de la argumentación. «La cultura
china se pudo comprender tan sólo cuando se tuvo el conocimiento de que la lengua de
los chinos no es fonética, sino por así decirlo, oftálmica, es decir que ellos piensan en
principio de manera diferente de los otros pueblos, esto es, no a base de tonos audibles,
sino de signos visibles, de modo que, su escritura puede ser leída y comprendida en
otros lenguajes diferentes del chino, es una pasigrafía con la que los 200 millones del
Celeste Imperio, por lejanos que se encuentren etnográfica y lingüísticamente, pueden
entenderse entre sí»18. También las culturas precolombinas (maya, azteca, tolteca,
olmeca, totonaca, inca) se sirven de la representación ideográfica para mantener, en la
red de la comunicación (en los incas, con el quipu, el nudo de cuerda, que evoca el nudo
del hábito de los franciscanos), un inmenso territorio, tutelado por las mismas leyes
consuetudinarias. La función aseverativa de las normas de la convivencia se asegura, en
efecto, por la lengua en sus expresiones alusivas, ficticias. El poder político encuentra
86 RICCARDO CAMPA

su legitimación en la predisposición ceremonial, que comprende algunos sonidos y


figuras de referencia en la voluntad celeste. El sol y la luna son los cuerpos del
firmamento que inspiran el convencimiento y el comportamiento temporal. La
espiritualidad es relegada a los símbolos, que «esencializan» las expectativas
providenciales de los creyentes-usuarios de las lenguas ideográficas, que se reflejan en
las artes plásticas, en los objetos (ahora confinados en los museos).

Albrecht Dürer, en 1513, pinta Il cavaliere, la morte e il diavolo, tres figuras de


una inusitada correspondencia ideal, de consuelo parcial para quienes se obstinan en
considerar la transcendencia como un peligro para la imaginación. La belleza física,
compulsiva, en relación a la destreza de la cabalgadura, se aglutina alrededor de la idea
del fin y la demoníaca asignación a la disolución. El lenguaje pictórico sintetiza –como
el álgebra, la trigonometría– el periplo mental, a través del cual los seres mortales
intentan dar una justificación a su impaciencia. El arte de la representación escénica
colma la difusa irracionalidad con las peticiones de los perfiles improbables del ser en
su explícita y multiforme determinación. «Por importante que sea la diferencia entre la
tradición oral y la escrita, ella no es de naturaleza esencial, mucho menos cuando lo que
hace cien o mil años era tradición oral nos es hoy conocido solamente porque entonces
fue recogida en escritos»19. La escritura asegura el vigor de la empresa física en la
aserción: simboliza el hecho, la acción como forma duradera de la incertidumbre (y del
dilema) mental. La disolución de la gramática en la sintaxis expresiva engendra una
dislexia, que modifica el modo de pensar y, por lo tanto, la facultad de actuar. La
autoridad instintiva se une a la oralidad, que presagia, en forma directa, el resultado de
las acciones. La escritura, en cambio, tiende a organizar y controlar la expresión de
modo que no corresponde, inmediatamente, con la acción. En los discursos (de
Demóstenes a Voltaire) predomina la subjetividad. También en las homilías
(Bernardino de Siena), la inspiración emotiva subroga la racionalidad y, a veces, la
sensatez. La oralidad no encuentra su medida en el tono con el que se ejercita, sino en
su contracción, en la señal que la configura. Hasta los actos sacramentales se desarrollan
en el arte dramático (Lope de Vega, Calderón de la Barca) como epitafio de lo sonoro,
que ambiciona a casarse con la escritura.

La exaltación de la verbosidad oculta la profusa instrumentación para dar


apariencia sígnica a las palabras, a las frases, a los conceptos, con los que se redactan
las nociones más o menos permanentes sobre la realidad y sobre la experiencia que las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 87

diversas generaciones cumplen en obsequio a su convencimiento. La epistolografía


disciplina el pensamiento y los intereses, que la escritura describe, bien en sentido
alternativo a las condiciones existentes, bien en el sentido de reconocimiento respecto a
lo que se supone, o bien disperso en la abundancia de las noticias del pasado, todavía no
homologadas, por la metodología moderna (corriente). La interacción entre lo que es
posible anotar y lo que se espera conocer de la experiencia es una programación
conceptual, que encuentra parangón en la documentación escrita (y en el testimonio de
memoria futura). La crónica asume una connotación testamentaria a partir el siglo XIII,
cuando los acontecimientos se configuran como un proceso, en el que las instancias
populares (si bien informes) y los pretendidos castalios se disputan, por así decir, una
evidencia en las ineludibles contraposiciones ideológicas. La crónica «populariza» los
acontecimientos, sometidos por las personalidades políticas, militares, religiosas de
relieve, pero contemperados con los populares fermentos, destinados a explotar en las
modernas agitaciones (en la revolución americana y en la revolución francesa del 89).
La decadencia de la escritura inicia cuando los aparatos fónicos amplifican la voz y la
hacen inquisitorial y perentoria. Aldous Huxley sustenta, en efecto, que la radio es el
instrumento con el que se establece y se consolida el totalitarismo (europeo y extra
europeo). La crítica y, por lo tanto, la facultad de opinar sobre la adquisición de los
datos por la búsqueda científica, inducen a racionalizar los contenidos de los
significados asumidos en el tiempo por las declaraciones, los decretales, los testimonios,
a veces, erráticos o llenos de pretextos. Los escribas y los traductores siguen teniendo
una responsabilidad de primer plano a la hora de convertir los textos de una lengua en
elaboraciones en otra lengua más propensa a la difusión. El patrimonio cognoscitivo de
una época histórica es casi siempre el resultado de las interpretaciones y las conjeturas
exegéticas, desarrolladas en cuanto interaccionan, en términos modernos, con los textos
antiguos o insólitas estructuras lingüísticas. La lejanía en el tiempo de la escritura es
virtual, ya que un texto escrito en una lengua arcaica o en una lengua en desuso
reaparece en la estructura sintáctica de una fabulación contemporánea.

La autenticidad de las declaraciones, de las afirmaciones y de los testimonios


concilia el veredicto del juez con la laboriosidad del sujeto, ocupado en actuar por
cuenta propia y ajena, según las reglas impuestas preventivamente por el contrato social.
La erudición es la coraza contra la que choca la lógica deformadora consecuencial.
Aunque se muestra como la actitud altanera y de suficiencia respecto al sentido común,
88 RICCARDO CAMPA

la erudición se configura como el sufragio concedido por la ambición humana frente a la


sencillez. Su exteriorización contrasta con los falsos entusiasmos y con las acribias
pietistas de los falsos profetas (de la desventura). El engaño (político) se vale de las
facultades adivinatorias de prelados contumaces. La verificación de los poderes siempre
está condicionada por los acreditados significados (metahistóricos) de las palabras, con
los que se declinan los intereses, las expectativas y las inhibiciones de los grupos
emergentes o de las clases marginadas, empeñadas en dar vida a un contexto social,
emancipándose de las iniquidades invertebradas y de las contradicciones sobre las
formas más adecuadas de la solvencia social y solidaria. La vanidad y la mentira a
menudo se casan en la consecución de un objetivo, dado por descontado y, sin embargo,
pospuesto por la infausta emergencia y la adversidad, no bien identificada, en el ámbito
del concierto civil y del aparato institucional. La etimología concurre a historizar las
palabras y a interconectarlas en las frases, en los períodos de los testimonios guardados
con particular relieve en la conciencia. «Recuerdo al polígrafo Athanasius Kircher hacia
1650, cuya influencia se extiende hasta el comienzo de este siglo. El comienzo de la
verdadera lingüística se hizo cuando Bopp reconoció, en 1814, primeramente en la
flexión verbal del griego, del latín, del sánscrito y, algo más destruido, del gótico, una
analogía constante»20. Las similitudes conciernen a los pronombres personales y a los
sufijos de las raíces verbales. La argumentación se manifiesta en la verbosidad, en el
modo de diagnosticar, con un grado aceptable de verosimilitud, la congruencia
cognitiva en las diversas formas de difusión y contaminación lingüística. La regularidad
adquisitiva se deduce de las variables y de las analogías expresivas de las diversas
lenguas. En la época contemporánea, el folclore refleja las antiguas costumbres, capaces
de suscitar la nostalgia por un pasado improbable. La sobriedad del lenguaje
apocalíptico se explica en las dedicatorias y en las lápidas, que sostienen, en una
atmósfera impalpable, las efigies y las circunstancias memorables. El mito y la saga son
parte integrante de una escenografía exacerbada por la espectacularidad que, sin
embargo, se requiere para hacerse con los gustos y las preferencias estéticas de la
actualidad. Los mitologemas amplifican el antiguo escenario para solicitar el
aprendizaje a las generaciones ocupadas en sufragar el espacio con las simples,
irrisorias, manifestaciones del falso entusiasmo. La contemplación diacrítica de las
evocaciones del pasado las hace inaccesibles. Su profanación es, por así decirlo, un
ejercicio de la práctica desacralizadora, la característica de la concepción temporal. El
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 89

régimen de la inmanencia mitifica y demoniza sin ningún efecto los sucesos del pasado,
asignados a los del presente, de una forma siempre más precoz.

Las crónicas de la locura normalizada reconducen las manifestaciones histéricas


de algunas personas, que en la época tecnotrónica creen reivindicar como afirmación de
su existencia. La filosofía contemporánea se ocupa de la locura con una complejidad
inaccesible, entendida como una benéfica acepción de falta de ritualidad:
empáticamente sacada, quizás inconscientemente, del Elogio de la locura de Erasmo de
Rotterdam, en medio de un clima humanístico-renacentista. Más allá de la estación al
infierno de los poetas malditos franceses (Charles Baudelaire, Paul Verlaine), en la
actualidad, el impulso al éxtasis es anacrónico y está lleno de pretextos. Los mitómanos
son los anfitriones de los jardines del Valhalla. Las divagaciones oníricas y las
embriagantes «fugas» del grupo entretienen solamente a los humoristas y los moralistas,
alineados a la hora de convencer al prójimo de su sentido común y su comprensión
previsora. En efecto, mientras, a inicios del siglo XX, el opio se considera un
vademécum para las nuevas fronteras de la psique, desde el cual traer las sugestiones de
la poesía, en la realidad contemporánea, la obnubilación mental se entiende como una
prueba de fuerza contra la homologación general. El anonimato de la actualidad es
reivindicador y esquizofrénico, mientras que el del pasado reciente es tan solo el oscuro
presagio de la caída. En estas incursiones de grupo en lo «desconocido», se descubre el
extravío de las generaciones del progreso tecnológico, asimiladas al marketing, a la
economía de empresa, aunque sea inconveniente e ilegal, contra la que el poder político
practica su control como puede. La alucinación es una experiencia individual que
pretende reflejar el caos, difuso como un hechizo, en el juego del mundo. El autoengaño
alimenta la fantasía de la imitación, concentrada sobre el potencial neuronal, sináptico.
La característica física de la realidad se arroga el derecho a configurarse como una
categoría cognoscitiva que no admite atenuaciones, ni paliativos. Todo lo que es
físicamente excitante corresponde a la prospectiva perpetuación de la especie. También
el intelecto, la razón y hasta el alma son los efectos evidentes y sofisticados del
mecanismo físico, del que cada individuo es una parte, como el hombrecillo de Charlie
Chaplin lo es del engranaje (de la sociedad tecnológica). El único beneficio, que se
obtiene de estas prácticas obnubilantes, concierne al paso de la disputa al abuso, sin
excesivos perjuicios del tejido conectivo, ya, de por sí, deteriorado por la droga. Esta
forma de rebelión silenciosa se parece a la de los esclavos, que se encomiendan al canto
90 RICCARDO CAMPA

para renovar la sensibilidad de las generaciones, orientadas hacia el progreso, entendido,


ilustradamente hablando, como el paradigma actuante de la razón. El nivel de los
pericardios de la humanidad semeja preconizar el fundamento del ser, la nueva alianza
entre el hombre (de cualquier raza) y la naturaleza, entre el ciudadano y el Estado, entre
el orden normativo nacional y el escenario mundial multiétnico y plurilingüe. La
plasticidad biográfica cede su sitio a la representación escénica, comunitaria: todo lo
que aparece en público se destina a suscitar una aprobación o desaprobación, según el
sentimiento difuso de la legalidad o la ilegalidad, en el limbo de la especie. El aspecto
más desconcertante lo constituye la valoración que algunas épocas, caracterizadas por
un fuerte sentimiento de identidad, dan de la evolución del género humano.

La Ilustración considera que la razón es el estadio en el que la humanidad se


reconoce así misma como la protagonista del orden natural, en detrimento de todas las
otras formas de aproximación. Los filósofos franceses de la edad moderna utilizan el
mito del «buen salvaje» para poner en tela de juicio el poder y los privilegios de la vieja
Europa. El «buen salvaje» no es solo un ser indefenso, sino también un ser inofensivo,
ya que vive en sintonía con el habitat en el que gravita. Su supervivencia se confía al
sincretismo ambiental antes que a los recursos energéticos. Por lo tanto, el «buen
salvaje» es un constructo mental que evoca la primera pareja del Edén, aquella que
todavía no estaba comprometida con la postulación conceptual, la duda y la subversión.
Esto es también la matriz de las diferenciaciones en relación al presente donde el género
humano, ocupado en animar el progreso, cree homologarse a los objetivos socialmente
edificantes desde la arqueología del saber y desde las fases desastrosas del recorrido
hacia el conocimiento y su aplicación. La iconografía de los espacios abiertos, y en
apariencia incontaminada de la acción humana, agiganta a los –aterrorizados– hombres
a caballo, indiciados hacia la extravagancia. Luis Molina Campos recupera a los
habitantes de la pampa argentina, con la mirada extraviada y la risotada obtusa tras las
improbables adulteraciones de los artefactos. Sus personajes parecen presagiar la
llegada de un tornado, capaz de adecuar las formas de los seres y las cosas existentes a
los impulsos de la «civilización». Las fuentes de la salvación terrena son el peristilo de
la permanencia o la perdición. Así, el «buen salvaje» se introduce en la civilización
burguesa, y luego romántica, con las hierbas y los metales custodiados, a escondidas, en
las entrañas de la tierra21. El ritual del café en la sociedad centroeuropea alimenta la
empatía interindividual, que se manifiesta en el enredo literario y en las prácticas del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 91

entretenimiento. La angustia existencial de Robert Musil y Elías Canetti es el derivado


nostálgico de una estación de la humanidad, siempre imaginada, a menudo propuesta de
nuevo, pero nunca actuada. El Austria felix es el lugar más apartado de la intimidad en
la ecúmene social moderna. La Europa danubiana se refleja en las vagas atmósferas
convivales, en la convicción de que el Edén terrenal está dotado de los estucos y las
lámparas de las salas de estar, en los que las infusiones del Nuevo Mundo facilitan
elípticamente la argumentación sobre la decadencia de una época y sobre la temperie de
las «tempestades de acero» de Ernst Jünger. La contraparte de las dimensiones abiertas
del Nuevo Mundo es la prospección infinitesimal de la materia y la energía en su
ambigua, demoníaca, configuración. La «palabra hablada», evocada por Wolfgang
Goethe como el exorcismo del pasado, asume las recónditas y hasta las subliminares
determinaciones en el temperamento romántico, cuando los espacios y los tiempos de la
inedia se interconectan con las atmósferas arcaicas, remotas, míticas, capaces de exaltar
los instintos ferinos y de apagar la razón, que queda como un hendiente indoloro en la
vida gravitacional de la Europa moderna y contemporánea: de un lugar del mundo que,
a pesar de los hechizos negativos, continúa a conquistar las conciencias y a dar
relevancia genética a las sacudidas telúricas, bajo el perfil político, económico y social.

La guerra se perfila, así, no tanto como la higiene de los pueblos, cuanto como
una notación cósmica que encuentra su cotejo en las almas turbadas por sus propias
reflexiones. «Las primeras fuentes reales son, frente a las opiniones y recuerdos
fluctuantes, a la diversidad de momentos imposibles y casuales, la primera concepción
histórica, el primer entendimiento histórico»22. El pensamiento de la unidad nacional se
deforma en la pregnancia de una superioridad genética. La episteme del cosmos semeja
condensarse en un estado puro a través de la adivinación de la fuerza, como la existente
en el improbable perímetro del electrón. La oralidad se valoriza por los epigramas de las
gentes desaparecidas, recogidos quizás en los patronímicos de sus empresas legendarias.
Jorge Luis Borges describe el Aleph como el punto de conexión de las energías latentes
en el universo, mientras reedita mentalmente las epopeyas, quizás inexistentes, de la
cultura gaélica. La simpatía por las literaturas improbables es un legado de la
Ilustración, capaz de perfilarse como el contrafuerte racional de todas las aventuras
desconsideradas del pensamiento. Como en la época renacentista de Kepler y
Wallenstein, también en la edad moderna la influencia de las mismas sobre la
representación de los fenómenos naturales se interconecta con los instrumentos (en el
92 RICCARDO CAMPA

Renacimiento, el telescopio; en la realidad moderna, el acelerador atómico) necesarios


para «falsar», según la expresión de Popper, las convicciones difusas y arraigadas. En
todo caso, la renovación cognoscitiva se identifica con el patrimonio de las mismas
adquisiciones y en contraste entre ellas. La credibilidad de los asuntos, históricamente
verificados, se concreta en la práctica corriente, en la objetualidad, en las cosas de que
se dispone para subvenir a las necesidades primarias y a las necesidades secundarias,
según un criterio de sucesión, sugerido por la conveniencia (temporal, ocasional,
residual). Lo fragmentario es circunstancial y es más adecuado que lo sumario para
sugerir la contextualización del conjunto de un fenómeno. La eventualidad se justifica
en la inmediatez de su búsqueda, que puede sugerir técnicas de profundización
persistentes tecnológicamente. La cronología no basta para dar respuesta a la sucesión
de los hechos, de los que se conocen o se restauran las características, pero sí a la
inmediatez y, por lo tanto, a la extemporaneidad, con los que se hacen inmanentes los
fenómenos que causan –al menos de forma ilusoria– los acontecimientos, de los que se
puede delinear las notaciones distintivas y perennes. Los registros son compendios de
los fenómenos descritos con la ayuda de estudios tradicionales, que se someten a
continuas re-examinaciones en orden a las categorías hiperactivas, adoptadas por la
historiografía contemporánea. Herodoto o Livio describen epopeyas que pueden ser
comprendidas sin las características tradicionales: fuera de las confesiones y de los
testimonios creídos como solventes. En el dictado historiográfico, la investigación
estructural puede encontrar informaciones desconocidas hasta su aplicación, que no
contrastan necesariamente con las soluciones adquiridas, pero que pueden refutarla. La
convicción de que el presente no esté comprendido ya, en su esencia, en el pasado
responde a las instancias, tecnológicamente configuradas, de la modernidad. «Pero la
arbitrariedad y la fantasía se ponen inmediatamente en movimiento cuando se quiere
formar una imagen del pasado a partir de lo poco o mucho que ofrecen las cosas
pasadas, y la leyenda muestra cómo la necesidad histórica se ve impulsada a proceder
de tal manera, y el diletantismo de nuestros días procede así»23. La imaginación que
subroga la razón se deduce de una costumbre emotiva, también temporalmente
constituida y condicionada. En la revisión del pasado, la correspondencia entre
racionalidad y fantasía añade congruencia y plausibilidad a los hechos dotados de una
correlación con el presente. La involuntariedad de algunas conclusiones se incluye entre
la conjetura, que propicia una profundización cognitiva o interpretativa de los
acontecimientos que hacen parte, incluso en clave problemática, del patrimonio
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 93

cognoscitivo. La interpretación revela una cuota de arbitrariedad, coherente con las


adquisiciones homologadas científicamente como efectivas. La probabilidad se reduce a
un criterio estimativo en el ámbito de la adquisición, o en el ámbito de la exégesis
crítica de las reflexiones cognitivas. La relación de constantes y variables de la
argumentación otorga al razonamiento un grado de autenticidad.

El discurso, como la homilía en la Edad Media, tiene una relación directa con la
interlocución: siempre presupone un público que escucha, aunque a veces sea ignorante
de lo que se prescribe en el contenido. La insensibilidad está fuera de discusión:
pertenece al hemisferio explorado con los objetos del deseo. Las palabras didascálicas
no corroen el tejido conectivo del aparato fónico; sino que lo mellan levemente, como el
orín en un panel de metal escudado por el viento. La tendenciosidad es paradigmática en
la invectiva, que puede regirse sobre evidencias incontestables, pero difícilmente
acogidos como tales. La metáfora, la metonimia y todas los artes de la fascinación
retórica tienden a hacerse entender mediante el verso goliardesco, juglaresco, lo que
sería pertinente decir de forma congruente y consecuente.

El mitin –desde la elocuencia del tribuno romano al monólogo del vagabundo–


desaparece con la misma cadencia incesante con la que se establece la rueda de prensa,
la declaración urbe et orbi de los individuos o de los grupos, autorreferencialmente
considerados como sistema, como procesos cognoscitivos de utilidad pública. El arreglo
sonoro adelanta y oculta la filmografía y la reanudación de una mimética competición
invectiva. El cantautor se disfraza de poeta y recorre sobre el escenario las infelices
estaciones de la existencia, ahogando en el gozo general el incesante alud de la Nada.
La degeneración de la palabra hace pensar en el rigor del convento reformado de Cluny,
dónde también la muerte asume una performance espectacular. La «caída» y la
«decadencia» de la humanidad se muestran como las palabras iniciales y finales del
silabario de la existencia, que prefieren transigir sobre la aspereza física para llegar a la
satisfacción psicológica, que transciende los alicientes mundanos. «De modo semejante
ocurrió con la música de Gluck, de quien además sabemos que quería reformar el arte
pervertido»24. La depravación y la perversión son los dos términos generalmente
utilizados por la crítica corrosiva de lo existente para enfatizar las ideas platónicas, los
modelos ideales que, por estar en el cielo empíreo, no pueden ser sacados de la
contingencia terrenal. La denegación del placer y, por lo tanto, la aflicción de los
sentidos encuentran su correspondiente edificante en la renuncia a los compromisos
94 RICCARDO CAMPA

terrenales y en la contemplación de la creación, en la convicción de distinguir la imagen


reflejada del cielo. A la personalidad de la renuncia del Medioevo se confronta la
personalidad de la apropiación y la pertenencia de la época moderna (en sus
diversificaciones renacentistas, burgueses, proletarias, capitalistas, nihilistas,
fiduciarias, solidarias, fundamentalistas, democráticas, pluralistas, falsamente
aseverativas, atemperadas, nostálgicas, new age, new economy, sumisas, intransigentes,
polémicas, sedentarias, nómadas, catastrofistas, ilusorias, compromisorias, estentóreas,
dinamiteras, recesionistas, revisionistas). El índice de gradación se deduce de la tensión
del mercurio con el que se manifiesta en las pruebas de fuego, en las proezas
irreflexivas y en la rendición incondicional frente al peligro ilusorio. La inexistencia de
un término comparativo provoca que la existencia contemporánea sea increíblemente
sumisa y descarada. La falta de un punto de referencia provoca que la prestación de la
obra sea forzada y disconforme con los secretos diseños de la providencia. La discreción
se identifica con la previsión: una característica distintiva de la época de los presagios,
que se configuran con las imágenes de la fantasía imitativa proyectadas sobre las
pantallas televisivas, porque se degradan al rango de los solventes higiénicos de la
aberración colectiva.

También el poder pierde su atractivo, sobre todo porque es demasiado evidente y


comprometido con las idiosincrasias de la existencia. Carlo Magno, Federico II,
Bismarck, son algunas de las personalidades de la historia, en los que el «espíritu de los
pueblos» se identifica, no tanto con lo percibido, como, sobre todo, con lo que se piensa
no es exigible (secreto). Las facultades predatorias, aflictivas, que estas personalidades
muestran en el ejercicio del poder, se elevan al rango de aptitudes peculiares en la
consecución del éxito de las acciones que implican a todos los innumerables individuos,
indiciados por sus peticiones doctrinarias y sus perentorias deliberaciones. La moral
colectiva refleja la «visión del mundo» de los que se consideran designados por el
destino a supervisar la fortuna de sus sujetos (políticos). La entropía colectiva encuentra
un dique en la decisión de algunas personalidades, llamadas por las circunstancias a
delinear el circuito potestativo de la pesada estructura del régimen. La dimensión
histórica de las aptitudes humanas se debe a la uniformidad de las circunstancias
(económicas y sociales) en los que se manifiestan las expectativas aparentemente
distintas de los individuos singulares y los diversos órdenes institucionales. «No hay
ninguna relación del ser y del quehacer humanos que no sea expresión y forma de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 95

aparecer de algo pensado, que le subyace, en el que la verdad y el ser de estos


individuos es configuración»25. La apariencia es multiforme y, por lo tanto, propicia las
diferencias, cada vez más miméticas, irregulares, que configuran como variaciones de
un estilo conceptualmente elaborado. La nobleza de la empresa ilusoria consiste en
trazar formas virtuales de la realidad, que pueden, al menos, sugestionar la imaginación
de cuantos se obstinan en creerla refutable.

La sumisión política, jurídica, en la que reside el sentido de pertenencia a un


sistema social, no encuentra adeptos, pero sí críticos, perniciosamente ocupados en
relativizar cualquier vínculo interpersonal de naturaleza formal, ya que están preñados
de condicionamientos objetivos. El hecho de que el Estado pierda autoridad se debe, no
tanto a las metodologías electivas y compositivas de los aparatos institucionales, como,
sobre todo, a la inevitabilidad de la convulsión totémica, de la objetividad, que
promueve el trabajo y la inedia, con la misma fuerza atractiva y disolvente del
agnosticismo y el ataraxia. De esta forma, la moral se configura como un aspecto de la
artificialidad, de la tendencia a considerar también las conjeturas mentales como partes
integrantes del metabolismo natural. La convicción de que el dualismo tradicional –
alma y cuerpo– sea aberrante induce a encontrar entre los dos términos una puntuación
gramatical, destinada a explicar filológicamente la ambigüedad y a rehabilitar el sentido
común, que por su esencia es unitario. El arte de lo indecible es preeminente sobre otros
tipos de abstracción. La literatura, que se priva de protagonistas, la pintura, que
simpatiza con lo no-figurativo, la música, que promueve la dodecafonía, son pruebas
evidentes de una búsqueda afanosa de alternativas a las convenciones consolidadas,
alternativas que contemperen la congruencia del pasado y el carácter inextricable del
presente, porque se muestra multiforme (y, en la identificación cotidiana, complicada).
Alexander von Humboldt describe la concepción estética y religiosa de la naturaleza: un
continente mental, que se aproxima al de la experimentación, penetrando en las tinieblas
de los mitos y de los inconscientes colectivos. Su búsqueda sobre la biología del Nuevo
Mundo se enlaza con las inquietudes modernas, en relación a las ocasiones e
instrumentos, mediante los cuales el hombre ejerce una intervención quirúrgica en la
naturaleza. Al desaliento del observador kantiano se enfrenta el arte del cirujano, del
internista, que ambiciona representar la utilidad de su actividad en los cuidados, por así
decir, de enfermería. La historia, en su esencia, es la redacción del protocolo, a través
del cual el hombre modifica la naturaleza, el curso edénico de la realidad, tal como la
96 RICCARDO CAMPA

imaginación da crédito al alba de la creación. La ciencia natural a menudo se contrasta


con la tradición en cuánto que restablece algunas relaciones científicas entre los entes,
que no responden a la difusa excepción. En este sentido, la ciencia promueve el
progreso y asegura el patrimonio cognoscitivo continuo, con benéficas revisiones
conceptuales. El carácter definitorio del pensamiento es pretencioso y antinatural.
Refleja una actitud religiosa, que adquiere, incluso, carta de ciudadanía en la dramática
condición humana.

El ímpetu palingenésico es previsible, aunque la historiografía tiende a negarlo


por la simple razón de que lo imprevisible es un factor de riesgo que las épocas
históricas afrontan a veces con turbulentas instancias emotivas. «Son las grandes
pasiones dominantes, el espíritu nacional, el fanatismo religioso, la ira desencadenada
de los estamentos bajos contra los privilegios o el poder del capital, llamas subterráneas
que súbitamente emergen, las que, preparadas y devenidas en silencio, le aseguran un
éxito inconmensurable al que avanza con la palabra justa y el hecho cabal»26. La
sublevación de las masas (populares) es el resultado de un proceso contestatario,
representado por los exegetas (primero) y los protagonistas (después) de un movimiento
(liberador). Las hipóstasis iniciales son, en todo caso, generalmente «superadas» por la
dinámica de la actuación. El furor bíblico se impone a las revoluciones y las devuelve
impetuosas contra las barreras racionales, que incluso los agitados tratan
desesperadamente de no dañar. El reconocimiento de las condiciones históricas (las
fechas) de un proceso revolucionario siempre es problemático, ya que las profundas
perturbaciones sociales se catalogan de una forma más eficaz entendiéndolas como
«mutaciones genéticas» del orden jurídico-social. La revolución provoca un tipo de
relación elemental. La «estirpe» de los sublevados afronta los condicionamientos de la
«civilización». La comunidad de los «sublevados» encuentra un margen en su propia
«corporeidad». Las nuevas formas de asociación (monarquías, repúblicas, capitalismo,
proletariado, centralismo democrático, participación de partidos) se alzan sobre las
«ruinas» de las anteriores conformaciones institucionales y culturales. Es inadmisible la
búsqueda de la identificación racial, étnica o de la autenticidad genética; y, justo por
esto, asume connotaciones aseverativas y fideístas, que provocan dramáticas
disfunciones en el plano político e institucional. Las estirpes son tales porque se
identifican con un suceso histórico, naturalmente llamado a significarse en topónimos y
patronímicos que tendrán su reflejo en la futura memoria. La acción común anuncia el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 97

preludio de la convivencia y, por lo tanto, de la identificación del parentesco, detectable


formalmente. El sentimiento nacional sanciona, por así decir, la fusión de razas, lenguas
y culturas, que determina en todas las épocas la diversificación institucional (desde la
elección divina de las tribus hebreas, hasta la interacción de los dorios y de los jonios,
pasando por la cosmovisión greco-romana). Por lo tanto, el pueblo se forma en orden a
una idea unificada. Cuando esta síntesis disminuye, los miembros del pueblo (las tribus,
los grupos étnicos) se dispersan por el planeta en búsqueda de un factor cohesivo que
los convierte de nuevo operantes en relación a la perspectiva trascendental, perseguida
con perspicacia en su errante inmanencia. «Sin esta incansable procreación de pueblos,
la historia se convertiría en un pantano»27. De la correlación helenístico-hebraica se
deduce la concepción positiva y progresiva de la humanidad, para convertirse en la
conceptualización teológica cristiana. La relación, proditoriamente considerada desde la
distonía entre la fe y la ciencia, es, de hecho, el precipitado histórico de las travesías
milenarias de las poblaciones mediterráneas en su conflagración-interacción con las
culturas de la Europa continental y balcánica. El resultado de este examen ideal es el
progreso, el bienestar general y difuso, asegurado por el conocimiento de los recursos
latentes en la naturaleza y, religiosamente hablando, a disposición de la inteligencia del
observador-perturbador de los campos semánticos y energéticos de la realidad. Aunque
Agustín de Hipona cree que la Ciudad de Dios es la realización de la experiencia
terrenal, el cristianismo social no renuncia a interferir en la contingencia del
comportamiento, creída –bajo pretexto– como el preludio de la gratificación divina. La
experiencia, que Agustín considera una prueba de la atracción mundana, en realidad es
la premisa necesaria para el conocimiento de los medios y los fines que la humanidad es
inducida a elaborar, de modo que pueda discernir las modalidades más eficaces para
llegar a la vida feliz.

Al debate sobre la función del arte, como expresión de los sentimientos, se


confronta la ciencia, como manifestación de la razón. Este dualismo, que recuerda, de
forma impropia, la dialéctica socrática y oscurece la hegeliana, no es apropiado. La
Ilustración cree ser la razón, el «salto cuántico» del género humano, válido para
conseguir los objetivos de la concepción igualitaria de todas las razas, las etnias y las
culturas. La razón se ejercita en la palabra y, por lo tanto, en la lengua. El
Romanticismo cree que la palabra es un sucedáneo del ingenio intelectual de los
orígenes, eximidos de la gramática y de la sintaxis expresiva. Y es, por esta razón, que
98 RICCARDO CAMPA

la horda (examinada por Sigmund Freud) asume un relieve imaginario. Su perspicacia


consiste en la koiné emotiva y, por lo tanto, en las empresas físicamente relevantes, de
las que solo quedan huellas en las sensaciones de quienes son capaces de apreciarla y
contemperarla. La ausencia de la palabra y la sintaxis expresiva no permite argumentar
sobre la constitución y la consistencia del pueblo y sus instituciones permanentes que,
en otros contextos culturales, sí pueden realizar. El totalitarismo moderno reedita, en
efecto, la horda, en sus exacerbadas manifestaciones genéticamente extemporáneas.

La palabra es la imagen de la verdad (por otra parte, siempre controvertible).


Dios crea el universo; el hombre lo nombra. La palabra da crédito al hombre en la
creación divina. A través de la expresión, el hombre toma conocimiento de ser el
intérprete de una empresa que lo supera. El intento humano se resume en la tentativa de
perseguir en la palabra los designios divinos. La Revelación, en efecto, es un acto
humano, mientras que la Redención es un gesto divino. Al hombre se le da la facultad
de comprender el sentido de la creación y ser capaz de eliminar la angustia existencial
que, en el tiempo, atenaza los pensamientos y también el pensamiento de cualquier
tentativa de afrontar lo imprevisible como una categoría óptima de la gracia divina. El
Cielo se manifiesta en las elucubraciones humanas, incluso cuando estas son
indiferentes al tratamiento salvífico. Los prejuicios sobre el bien ultramundano no
responde a los exámenes sobre la teleología de la existencia. El mundo suprasensible se
perfila como una afectación superior de la contingencia terrenal, un atestado de la
inadecuación de los recursos humanos a la hora de incentivar la presencia en las
comunes interlocuciones, con el fin de aclarar al menos su plausibilidad. La humana
exigencia dramática de encomendarse a una planta, a una piedra, a un hueso, sirve para
afrontar las tinieblas de la desidia y la resignación. Algunas religiones confían al
exorcismo y al fetichismo la necesidad humana (demasiado humana) de eliminar el
desconcierto frente a la creación. La inmensidad es, al mismo tiempo, un consuelo y un
peligro: la presencia de los cuerpos celestes en su eterna consistencia-inconsistencia
celebra las acentuaciones de la materia, y, también, las virtudes del espíritu, que invade
las cosas para configurar su eternidad. Los misterios eleusinos, las fiestas dionisíacas,
las flagelaciones, los rigores contemplativos y las procesiones, son exhortaciones
humanas para que la divinidad se conmueva e infunda en la intimidad de los creyentes
los recursos necesarios para llegar a los márgenes de la verdad, en la que consiste la
conciencia individual. La festividad terrena es el antecedente de la generosidad divina.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 99

Un pueblo sacerdotal intenta remplazar la chusma extraviada en los vértigos de un


poder en constante revisión.

La primera expresión de la libertad es el egoísmo –afirma Droysen– del que cada


organización social da una justificación, sometida a continua ratificación (y a revisión).
La posesión y el placer son los dos aspectos de la libertad, que, obviamente, no consiste
en la pretensión de prevaricar sobre la expectativa ajena, sino de garantizarla a través
del acuerdo (el pacto, el contrato) social. Pero es justo esta confluencia de sentidos
alegóricos al concepto de propiedad y al principio del libre cumplimiento de la voluntad
donde reside el examen sobre la justicia, sobre la ecuánime distribución de los recursos
proporcionados a la presencia de los seres, empeñados en otorgar vigor a la existencia.
La participación colectiva en la consolidación de las formas de agregación y asociación
comunitaria implica necesariamente que se verifiquen las disparidades en el ecosistema
social, a su vez regulada, como todos los campos energéticos, en el equilibrio inestable
antes que en la continuidad. La dinámica, a la que se someten todas las estructuras
energéticas, incluso inspirándose en los principios de igualdad, no pueden por menos
que invocar los de la solidaridad, a su vez vinculada a la pietas, a la pequeñez de los
recursos individuales, que actúan en el «conjunto» institucional. El aspecto pietista,
religioso, de la existencia se manifiesta en la contingencia, en la aproximación, en las
que las inhibiciones tienden a engendrar las intemperancias y las prevaricaciones: útiles
para la perpetuación del género humano en su conjunto y, sin embargo, condicionado
por la teleología, que el pensamiento tiene a caracterizar como éticamente operante. El
jaque al necesitarismo natural se asegura por la artificialidad de las iniciativas
individuales y colectivas, dirigida al grado de «humanidad», que las lleva a la memoria
identitaria. El fin de la empresa social es el eudemonismo: la facultad y la constatación
del mayor número de seres de sentirse bien (propiamente cómodos) sea en las formas
predispuestas por el orden social, sea en las reacciones naturales, correspondientes a las
tendencias instintivas y sensoriales. Estas afinidades originarias se traducen en la
empatía colectiva, en las afecciones interindividuales. De este modo, el bienestar asume
así las connotaciones espirituales, que posponen su satisfacción a un plazo próximo o
remoto, según las resoluciones providenciales. Así, la conciencia humana se identifica
con el trabajo, con el empeño, con el que cada individuo se legitima a nivel comunitario.
Su aportación, de naturaleza intelectual o manual, persigue las finalidades
institucionales, que lo dignifican. Estas convergencias tienden a mitigar el egoísmo en
100 RICCARDO CAMPA

el altruismo, mediante el descarte que cada acción comporta en el ámbito del interés
subjetivo y en el ámbito del beneficio colectivo. Cuando este último es asegurado por la
acción individual, el egoísmo individual se ennoblece.

De esta forma, la estadística adquiere connotaciones éticas. El número engendra


el consentimiento y la mayoría es, de por sí, en un sistema humano, fuente del derecho.
La articulación con la oposición se conjetura intrínsecamente como si fuera
indispensable porque, en las democracias, la alternancia de las exteriorizaciones
populares es fisiológica. Si el proceso tendiera a esclerotizarse o a entumecerse, los
peligros de las discriminaciones y las revueltas resultarían inevitables. La ética estatal
reconoce los límites de la voluntad individual y los eleva en las obras del bien común.
La reciprocidad conecta idealmente las expectativas de muchos con los intereses de
pocos, que encuentran un condicionamiento en la moderación, impuesta hasta en lo
económico de la vida espiritual (según la expresión del cardenal Ildefonso Schuster). El
control de la arbitrariedad y la violencia es un atributo del Estado, que garantiza los
derechos positivos y sus modalidades de expresión. La aprensión jurídica consiste en la
cuota equitativa, que cada comunidad pretende asegurarse en las diferentes fases de su
hecho histórico. El entusiasmo es el ingrediente emotivo, mediante el cual la
organización legal se refleja en la contingencia cotidiana, en los afanes y dificultades,
donde se perpetúa el mundo solidario y cognoscitivo. El aprendizaje contribuye a la
cohesión social porque introduce términos comparativos comunes y da razón de algunas
necesidades primarias y algunas veleidades, y permite combatirlos con los oportunos
descubrimientos del consolidado instrumental retórico. El desafío autocrático encuentra
su antídoto en la multiplicidad de las instancias, que se manifiestan en un concierto
social, en el intento de armonizarse entre sí con el fin de volverse operantes. La
inconmensurable cotidianidad siempre hace insuficiente a las resoluciones jurídicas y
normativas. Para evitar la disolución de los fundamentos del orden social es
determinante el recurso a la moral. Ella se vale de las idiosincrasias colectivas para
evidenciar el comportamiento incorrecto y, en todo caso, en distonía con las finalidades
institucionales. La moral sustenta pragmáticamente el derecho, vivificándolo y
sacramentándolo. La enajenación subjetiva se confronta con las causas degenerativas
del sistema legal, completándose el encargo de ejercer sus impulsos de disolución hasta
las últimas consecuencias. El perpetuum mobile del universo se sintoniza con los
pensamientos y los sentimientos de los seres que lo determinan. El orden ético del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 101

mundo rige la trama de las normas que lo legitiman. La interacción entre el intelecto, la
razón y los sentidos se explica en la ley, que tiene en cuenta los hechos individuales en
el gemido de la especie.

La intervención de la voluntad divina en los hechos mundanos no es siempre


explícita. Sin embargo, su «oscuridad» es una demonización del entendimiento humano,
que no sabe apartarse del compromiso terreno por temor a abandonarse en el vacío. La
imprecisión, con el que los seres mortales cogen los sentidos de la existencia, se
identifica con el correspondiente período de la inmunidad. La presencia del Mal en la
vida terrena de los mortales se encuentra en los pecados de aproximación y se
manifiesta en el exorcismo, pensado para sustraerse a sus alicientes y encomendarse a
una terapia de choque moral. El sentido cristiano de la historia es «provisional» y en
todo caso tangencial a lo indescifrable, que es intrínseco a la temperie cósmica. Los
milagros son las intemperancias de los no-creyentes en los diseños celestes. La prueba
del fuego, descrita en Bernadette de Franz Werfel, consiste en creer en la profanación
de los secretos divinos a través de la creencia en algunas de sus contingentes
manifestaciones providenciales. La muchedumbre, que se aglomera en los lugares de la
aparición, trata de sacar ventaja de una profunda «contaminación» con la creencia en la
regeneración. El conjunto de las almas orantes beatifica la convicción de insistir sobre
un punto de la tierra, unido espiritualmente (virtualmente) con el garante del orden
universal. La lucha contra la idolatría tiene el aspecto de una cruzada en el territorio de
la Vandea (Vendée). Los seres dolientes se inmolan por una idea que los santifica. El
bienestar terrenal aparece como una esquirla frente a lo eterno, del que perciben la
inspiración, la sugestión y hasta su encantamiento. Los testimonios de los milagros se
ejercen con una sintaxis convulsionada por pocos gestos, que compendian las epopeyas
domésticas del sufrimiento y la expectativa gratificante, descendidas de lo alto, a veces
de modo insípido o sorpresivo para los propios beneficiados. Ellos ambicionan
encargarse contextualmente de una prueba histórica, destinada a revolver las mentes de
los biempensantes, que se encomiendan torpemente a la pericia de la razón. Las
promesas de redención forman parte de la estrategia mundana, que actúa en las
delegaciones temporales que no siempre son éticamente edificantes28. En espera de
clarificación divina, la prospectiva del progreso29 no dirime la pesadilla de la perdición.
La edad de la justicia coincide con la que simbólicamente expresa el Antiguo
Testamento, en la que el león yace junto al cordero. El Anticristo representa la
102 RICCARDO CAMPA

ambigüedad de la creencia humana hasta al final de los tiempos. Y la misericordia de


Dios sobrevuela la historia, al menos en sus aspectos contingentes, sufragados por el
sacrificio de innumerables vidas humanas, inmoladas del azar y la necesidad30, según la
gnoseología corriente, todavía no depuesta por el Juicio Final. La idea de que Dios haya
creado el Mal y que lo combata es la causa más vehemente de la condición humana,
ocupada en todo caso en enfrentar lo demoníaco de la historia, confiando al menos en el
sufragio celeste. La invectiva humana respecto al artífice del universo consiste en el
lenguaje críptico con el que se manifiesta en la creación, que es el laboratorio de la
fantasía imitativa de los mortales. La visión cristiana de la historia de Barthold Georg
Niebuhr confía la razón de la existencia a la predicción: una justificación lógica capaz
de ennoblecer la evolución genética del género humano, en su peregrinar por los siglos
de la imaginación y el análisis efectivo. Al sentido escatológico de la existencia se
enfrenta la frustración de las prerrogativas de la inmanencia humana. Sin embargo, la
inaccesible determinación de las dos eventualidades se registra en la escritura de la
expectativa, representada de forma deformada por la didáctica, en el pedagógico
encargo de la realización.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 103

4. LA MARAVILLA

El mito de la división de las lenguas (de Babel), mirado de forma positiva,


expresa la tendencia del género humano a relacionar, desde un estudio, los diversos
puntos de observación de la naturaleza, de modo que se pueda avanzar en el
conocimiento objetivo. La traducibilidad de las lenguas, proclamada en la atmósfera
romántica de Madame de Stäel, significa que estas se pueden compendiar al poseer una
potencialidad adquisitiva y comparativa, un compendio que se presenta como saber,
como la conciencia de actuar en los contextos naturales y artificiales, complementarios
en los medios y unitarios en los fines. La palabra y el constructo expresivo en la frase y
en el período comportan la expectativa salvífica de los mortales, que ambicionan
descubrir, en las memorias colectivas, el síndrome especular cósmico del incestuoso
hecho del observador de la humanidad y su cognición emotiva y racional. Las variables
expresivas se compendian en la improbable búsqueda del paraíso perdido. El verbo
parece hundir raíces fónicas y visuales en el Edén terrestre, dónde es inusual recurrir a
la identificación de las cosas, ya que comparte el interés con la fisiología y la fisonomía
de los partidarios mismos de la armonización celestial. Bajo esta perspectiva, el silencio
(cósmico) sería el término de la expresión y el preludio de un tiempo remoto, exhumado
de las volutas del pasado inmemorial. El narcisismo es la forma contundente del pecado
original, del ejercicio iniciático, en el que consiste en la búsqueda y la condena de Dios.
El creador del universo aparece como el primer interlocutor de los exegetas de los
silencios ancestrales.

El peligro que el psicoanálisis representa para la lingüística consiste en el hecho


de que esta última disciplina investiga en la experiencia humana antes que la estructura
fonemática permita a la palabra manifestarse y representarse gráficamente. La
peculiaridad del género humano no se explica, así, en la palabra articulada, sino en la
significación, que asume la experiencia. En el pasado remoto, la humanidad no habla,
104 RICCARDO CAMPA

pero se entiende utilizando los símbolos. Tanto es así, que existen culturas (como la
maya, la azteca, la totonaca, la olmeca) que, incluso no teniendo acceso a la escritura
articulada, sino solamente a la ideográfica, consiguen, mediante la ayuda del álgebra y
la trigonometría, resultados cosmológicos de análoga relevancia a aquellos que aparecen
en el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo Galilei. El
pentecostés lingüístico coincidiría con el conocimiento de la pretensión humana de
azorar las corrientes energéticas del universo. Aunque tal actitud constituya en
apariencia una fractura, de hecho probaría la inanidad del azar mental, a la hora de
modificar el tenor natural para transformarlo en el artificio, capaz de favorecer, al
menos, las expectativas del género humano en la temperie mundana. La peculiaridad de
la inventiva de los mortales se deduce del testimonio, lanzados a los abismos
(excitantes) del universo.

Las lenguas metálicas, utilizadas por los partidarios del conformismo universal,
sirven para embotar la mente de quienes se hacen paladines de una invasión natural
fuera de las trayectorias y compromisos nacidos de la experiencia común. El Mal, como
hendiente polémico contra los brigadistas del Bien, es el aspecto de un cataclismo
genético, que se agolpa sobre los hablantes con la fatalidad de lo inevitable. «La
dificultad en el estudio de las lenguas naturales –escribe Françoise Gadet y Michel
Pêcheux– proviene del hecho de que las marcas sintácticas, por su esencia, son capaces
de desplazamientos, de transgresiones, de reorganizaciones. Es también la razón por la
cual las lenguas naturales son capaces de política»1. La conciencia se transforma en
inconsciencia a través del lenguaje natural, que establece, en la Viena del siglo XX, una
relación confidencial con las dificultades del comportamiento socialmente
convencional. El recurso a los «complejos» vivifica la literatura griega de la antigüedad
clásica, cuando la expresión inaugura su curso auroral en la realización orgánica de la
existencia. La oculta profundidad del ser se hace explícita en la palabra, que designa los
contornos, los efectos escénicos de las afecciones, de la empatía de los mortales en la
realidad efectiva. Eliminar la muerte con el auxilio de las palabras está en el
entendimiento de Aquiles, según Homero. Las puertas del Hades también tienen para
Dante una función didáctica, expresada con las palabras, con los símbolos mediante los
cuales los mortales reaccionan frente a su suerte. Ambicionan realizarla con sus fuerzas,
con o sin la ayuda de los tutores o del guardián del orden cósmico. El mundo es, para el
género humano, el paradigma de toda la palabra, empeñada para representarlo.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 105

La memoria actualiza las palabras. El culto de las fuerzas, que modifican la


fortuna de los hombres y transforman la morfología de las cosas, se ejercita en la
poética, en la evocación, como un contrafuerte emotivo de los seres que se aproximan al
reino de los muertos, como los caballeros del Apocalipsis al juicio universal. En la
Ilíada, las honras fúnebres de Patroclo están penetradas por una piedad, por una
conmiseración humana, destinadas a influir en la literatura occidental mediante el
cuidado, casi sedicioso, de las palabras más adecuadas para expresar, con perspicacia, el
culto de la resignación. «Tal vez –escribe Erwin Rohde– la misma costumbre de la
cremación del cadáver brinde un último testimonio en apoyo de la tesis que hubo un
tiempo en que se mantenía en vigor, entre los griegos, la idea de una vinculación
permanente del alma con el mundo de los vivos, de la acción ejercida por las almas de
los muertos sobre los supervivientes»2. La incineración, a diferencia de la inhumación,
es una costumbre que se remonta al nomadismo, donde el alma se aproxima a los
supervivientes y los acompaña en su recorrido existencial. Queda, latente, cierto
providencialismo, que se evidencia en los momentos de malestar y en las eventualidades
benéficas y providenciales. El alma, que para los griegos está destinada a descansar en
el Hades, no se aparta de la vida terrena una vez fallecido el cuerpo. Al contrario, es
evocado en las mentes y en las oraciones de los vivos. Las oraciones y las homilías son
las cadenas ideales que las palabras realizan desde tiempos pretéritos y en la declinación
del afecto, de las expectativas y de las elucubraciones. Los recuerdos son el hechizo
mediante el cual la esperanza se conjuga con la desesperación. «Los hechos de los
antepasados seguían viviendo en los cantos, pero convertidos ya en poesía; la fantasía
adornaba su vida terrenal, pero la adoración de sus almas después de la muerte fue
siendo olvidada poco a poco por un mundo a quien ninguna clase de ceremonias
regulares le recordaban ya el poder de aquellas almas»3. Mientras el perfil físico de los
difuntos desaparece en el olvido, la palabra (la poesía) se ejercita en el recuerdo,
actualizando las aptitudes de los difuntos, casi siempre indagados por una propensión,
no explícita, por lo inexplicable. La literatura describe el viaje a los Infiernos como un
acontecimiento que difícilmente es convertible en el léxico consolidado. Las alegorías y
las metáforas sustituyen los conceptos, las proposiciones articuladas, en el intento de
ocultar un lenguaje más alusivo y tentacular. El reino de las sombras domina el de la luz
porque no presagia el declive. La noche es el laboratorio del guardián del orden
cósmico, reflejo de las emolientes energías cinéticas que envuelven y trastornan la
conformación de la realidad, tal como aparece en el empleo de las palabras. Las
106 RICCARDO CAMPA

adivinaciones de Tiresias, dadas a Ulises en la atmósfera comatosa de los Avernos, son


expresadas, dolorosamente, por la ineluctable conflagración de los mortales con los
obstáculos interpuestos a sus breves y compasivas aventuras.

El reino de las sombras se puebla de los testimonios de las travesías terrenales,


de los derrotados de la vida, sin, por ello, estar destrozados por el propósito de la
acción. De las brumosas temperies del más allá, las almas purgantes se arrojan contra su
suerte y mandan mensajes cáusticos a los que aún no están implicados en el holocausto
infernal. La ira de Áyax daña a quienes ambicionan el alivio y la piedad, como
instrumento de la consolación. El lenguaje de Ulises tiene el carácter de quien rinde
cuentas. Odiseo se empeña en conseguir ventaja de las recomendaciones de la madre y
del vaniloquio, donde parecen abandonarse las almas desamparadas, en espera de
afrontar la discrática realidad de la isla. Ítaca tiene la connotación del hechizo, del
encuentro con el hado, que se ejercita en la experiencia de la cotidianidad. Los
recuerdos, las afecciones, los hábitos asumen un valor identitario, válido para conseguir
los fines de la confirmada legitimidad tutelar. Su rigor ético es el resultado de la
regeneración moral, del Odiseo sufriente en la contumacia y prometida como la más
inquietante gratificación terrenal. El lenguaje toma crédito a través de los efectos
exponenciales de la solvencia conceptual. El perfil de la razón se deduce en la
pacificación de los sentidos, mientras que la administración de la existencia se mantiene
fiel a los dictámenes del sentido común y la íntima consideración. El coloquio sanciona
el acuerdo entre los sentidos de las palabras, necesarias para la remisión de los pecados
de la opinión y para obtener el salvoconducto de la renovada aventura social. La
melancolía parece dominar el reino de la nada y la vanidad.

El diálogo que se establece entre Odiseo y los desdichados del Hades, logra
delinear los olvidos y oscurecer el silencio como la cotización de la incertidumbre
existencial. Las relaciones se configuran, o como afinidad, o como analogías, mediante
el empleo discernido de los neologismos, de las nuevas propensiones expresivas. La
construcción verbal se enriquece de las connotaciones insólitas, o carentes de ritos, de la
experiencia terrenal, como el esfuerzo de Tántalo, la fatiga de Sísifo o la gravedad de
Tito. El castigo y el sufrimiento entran a formar parte del léxico de las tareas del poeta,
que se convierte en el portavoz de las jeremiadas de los penitentes. La condena
introduce en el diccionario el paroxismo y la resignación, aunque sea en los términos
compromisorios del juicio incondicionado. La venganza y la transgresión se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 107

compendian en la admisión de la culpa, que es una categoría mental, capaz de llamar la


atención de las almas delirantes por la vida terrena, de los que se representan el epílogo
como el gesto disoluto de la suerte al amparo de las resistencias humanas. El perjurio se
considera un acto abominable, pero se justifica por el estado de necesidad, regulado por
la agresividad de las Erinias. A los hechos, a las pasiones y a las convicciones de los
mortales sobreviven los nombres, las palabras, con los que se designan los hombres y
las cosas en la funambulesca emulación de los seres. Los dioses hacen invisibles a
algunos mortales, ocupados en realizar empresas, en las que la autonomía de sus
decisiones está obstaculizada por la sabiduría o de la quisquillosidad divina. La muerte
no se propone cercenar impróvidamente las vidas terrenales: al contrario, interacciona,
en tiempos alternos, con las criaturas, que tienen la tarea de caminar hacia el Hades.
Este itinerario –a veces orgiástico, a veces mesurado– comporta la elaboración de
abstracciones, de figuras retóricas, capaces de incidir en la imaginación de los vivos. La
comprensión del tumulto vital y su inevitable decadencia implica la admisión de una
toma de conciencia por parte de los individuos, capacitados para desarrollar las
incumbencias terrenales con la aproximación de los actos inconclusos. La finalidad de
la existencia no parece ser el vacío, la nada. Y, por tanto, sacrifica la desesperación al
más esperanzado e iconoclasta posibilismo. La regeneración se perfila como el
hendiente polémico de la insignificancia de los mortales, que no se abandonan
incautamente a las oleadas de la existencia. Su inquietud se refleja en las elaboraciones
mentales (poéticas), a las síntesis conceptuales (científicas) a través de los cuales
arriesgar la perturbación de lo invisible. Los Campos Elíseos son un lugar poético,
donde los espíritus electos encuentran la hospitalidad por un período durante el cual
permanece su fama. La inventiva poética adquiere un tipo de conmiseración divina en
atención de quién, en vida, ha actuado con adivinatoria generosidad. La permanencia en
el vagido del tiempo por parte de algunos mortales, queridos por los dioses, consiste en
la vigencia de los términos conceptuales, con los que salvaguardar el parentesco, la
consanguinidad, entre los exponentes de un temple mental, destinados a subvertir los
órdenes arcaicos, valorizados por el mito y la fabulación. Se oscurece así una época
atenta a la conciencia y a la comprensión de las normas, las que regulan las suertes y las
fortunas de las generaciones, inducidas por las circunstancias a confiar en la razón y a
redimir las telúricas intemperies psíquicas de la turbulencia y de la temeridad de los
dioses.
108 RICCARDO CAMPA

Las edades del mundo, propiciadas por los dioses, son compendiadas en Los
trabajos y los días de Hesíodo: la edad del oro, en la que los hombres viven en
compañía de los dioses, se declina en la edad de la plata, de bronce, de hierro, en la que
los que los mortales se distinguen de los habitantes del Olimpo, en un intento de
sufragar la originaria inconsciencia con la laboriosa conciencia. El recuerdo del pasado
remoto, envuelto en la leyenda poética, anima el presente sin nostalgia. Las virtudes
heroicas del pasado se actualizan: los mortales son inducidos a dar prueba de su empeño
y su habilidad creativa. La cuarta edad, la correspondiente a las guerras de Tebas y
Troya, que no tienen su correspondencia en los metales, evidencia el perfil de la
evolución humana. La fase heroica de la humanidad corresponde a la empresa
realizadora de los aparatos cohesivos de sus componentes demográficos, inducidos por
las circunstancias a afrontar las exigencias de la supervivencia con una eficaz
resignación. La consecución de la riqueza se perfila como la alternancia a la justicia y la
injusticia, según las categorías interpretativas de la fase correspondiente a la división del
trabajo colectivo. La escalation de la rebelión de los hombres respecto a los dioses
implica la confutación, por parte de los primeros, de las impróvidas interferencias de los
segundos. «Con todo, el culto de las almas no ha muerto por entero; aún existe la
posibilidad de que se renueve y prosiga, si es que algún día llega a romperse el encanto
de la concepción homérica del mundo»4. El culto de los muertos en Hesíodo restablece,
por decirlo de algún modo, el sentido de la transitoriedad de la existencia, propio de
Homero, pero lo condiciona a una expectativa excitante y salvadora. Para Hesíodo, los
cuerpos fluyen con el alma en la nada, en una región de la realidad, en la que
involuntariamente se convierten en las evidencias cósmicas. Los héroes y los dioses son
venerados en la comunidad de intenciones. Es el aspecto más excitante de la condición
humana, el estratégico, en el que los mortales gradualmente toman las distancias del
Olimpo y se encargan de encontrar, en la misma razón de ser, la justificación de su
existencia. Los espíritus guardianes de la patria se extinguen lentamente para dejar su
puesto, en el panteón, a los seres mortales, a los héroes de la frugalidad y la
contingencia terrena. «Los cantos de victoria de Píndaro y las páginas de historia de
Herodoto representan a las generaciones que vivieron las guerras de los persas y los
cincuenta años que las siguieron. Por ellos vemos, con sorprendente claridad, cuán viva
era, por aquel entonces, la fe en la existencia y en el influjo de los héroes incluso entre
las gentes cultas, aunque poco contaminadas por la nueva moda de las “luces”»5. Los
héroes son los depositarios del espíritu reivindicador de las comunidades, que se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 109

emancipan de la sumisión a los dioses. El fetichismo constituye el estadio final de la


dependencia de los mortales, de las rarezas de los habitantes del Olimpo. Los héroes son
honrados con los sacrificios, que recuerdan los realizados a los dioses, pero que se
distinguen por su intensidad y perversidad, sobre todo con los animales, que son
inmolados en las ceremonias propiciatorias para conseguir una mayor fortuna para los
pueblos, empeñados en afrontar los desafíos de la sociabilidad. El culto de los héroes se
confronta con la pasión agonística, el carácter competitivo que se establece entre los
individuos que se empeñan en actuar sobre la realidad para realizar los beneficios
objetivos, de los que resultan la habilidad individual y el prestigio colectivo.

La acción, sin embargo, se adorna en la palabra. La sublimación de los actos


completados en la guerra o en los foros tiene una pátina de exaltación ecuménica,
debida al énfasis expresivo, que el poeta, el historiógrafo, se encargan de evidenciar
para la memoria futura, el patrimonio cognitivo de las generaciones venideras. Los
clásicos tienen la misma matriz de las religiones: están disponibles para cualquier tipo
de conversión, que evidencie las goethianas afinidades electivas. Cuando el gesto
revalida una epopeya, el escritor se identifica con los efectos escénicos, al punto de
participar de ellos de una forma iconoclasta: haciendo suyas las expresiones, que
presume señalar en el cumplimiento del clima cultural, del que es intérprete. La sintaxis
de la expresión se identifica con la geometría connotativa de los acontecimientos,
evocados para beneficiar de la memoria. El culto de los héroes siempre se configura
como el prototipo de la inmortalidad. La superación de las dimensiones terrenales
justifica la pasión y la compasión de los seres que le superan. El héroe se vincula a la
tierra por la que actúa y de la que recibe los tributos sepulcrales. Sus reliquias son la
arqueología del recuerdo que inducen a reconsiderar los sucesos acaecidos, de los que
ya pueden participar virtualmente. El ejercicio de la identificación es la prueba de la
eficacia de la transcendencia. El culto de los muertos es el proemio de la numeración y
la dimensión espacial: la aritmética y la geometría concurren en delinear las áreas
explicativas y determinativas de la improbabilidad. Las regiones del Hades encuentran
contraste en el perímetro de la realidad efectiva. Para comprender las sugestiones de la
eternidad es necesario supervisar la contingencia terrenal. La filia inaugura la
identificación comunitaria a través de lo patronímico, el nombre del que se origina una
etnia, con la tarea de esquivar el insulto del tiempo y entregarse flébilmente al olvido.
La realidad se configura en la imagen, que la opinión común considera más sugestiva
110 RICCARDO CAMPA

que la experimental. Cuando el héroe epónimo no recibe la aprobación sonora de los


contemporáneos, es inevitable el recurso a un héroe imaginario, de nombre sonoro. La
palabra asume un sentido fónico de su correspondiente concepto en la frase, al que
otorga el atractivo (del movimiento ondulado) de la intimidad colectiva.

La figura ficticia –ilusoria– está en el origen de la ciencia. El culto a los héroes,


unido al sentimiento de eternidad, amplía el sentido de la contingencia. Y el número
cero y el infinito actúan de mordientes ideales en la representación de la transcendencia.
La encrucijada de la inmanencia es la desesperación, que puede ser superada, o cuánto
menos contenida, en las espirales de la metafísica, de la cotización algebraica de la
efectividad. La superstición se une a la religión en la puesta en escena ritual. El
sentimiento oracular influye en las decisiones políticas y las convenciones sociales. Las
portentosas apariciones, provocadas por los oráculos, dan pábulo a la fantasía imitativa,
que ambiciona penetrar en los hemisferios de la inconsciencia. Los informes oníricos
redactan los protocolos del incesto y la expiación: la ira y las perturbaciones sensuales y
sentimentales degeneran en la infamia, para, más tarde, redimirse en la culpa y en el
castigo. Los influjos demoníacos, promotores del caos, son interpretados por el oráculo
como aspectos propiciatorios de efectos benéficos. El Mal administra la parte oculta del
Bien, del que la fabulación oracular intercepta el aspecto simbólico e
inconmensurablemente perceptible. Los héroes, como los oráculos, amenazan a las
volutas del cielo, en un intento de perpetuar la relación con la tierra, en el sentido
explicativo y conmutativo de los acontecimientos, en los que están implicados los
mortales. La persistencia de la materia en la embolia del tiempo litúrgico de los
mortales induce a la reflexión; a identificar en las cantidades infinitesimales (en los
átomos) un tipo de barrera coralífera de la razón intuitiva e investigadora. Las leyendas,
que oscurecen estas formas liminares del ser, se hacen presa de la imaginación de los
primeros observatorios de la magnitud energética del mundo. «La poesía se emancipa,
al llegar esta época, de la hegemonía de la forma épica. Va apartándose del ritmo fijo y
firmemente reglamentado del verso épico. Y, a la par que con ello abandona el arsenal
de palabras, fórmulas e imágenes dadas, va cambiando y ampliándose necesariamente
ante ella el horizonte de las ideas. Ya el poeta no aparta su mirada, como antes, de su
tiempo y de su persona. Por el contrario, pasa a ser él el eje y el centro de su poesía y
sabe encontrar el ritmo más adecuado para expresar las vibraciones de su propio
espíritu, en estrecha alianza con la música, que hasta llegar esta época no se convierte
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 111

en un elemento importante y sustantivo de la vida griega»6. La representación de la


intimidad atañe a la inquietud existencial y la analiza desde la teleología de la realidad.

El hemisferio apartado de la personalidad humana se convierte en la fuente del


conocimiento y el presagio de las empresas, a menudo vuelve funestas las
circunstancias de las comunidades, ocupadas en consolidar su permanencia en el mundo
y a mejorar sus condiciones objetivas. La fantasía acuerda sus iniciativas con el brazo y
con la mano: el arte de la figuración comprende las connotaciones de la mente, que
indaga en la anatomía del hombre, en el intento de hallar las sucesiones (las reglas y las
anomalías) a través de las cuales las generaciones se apegan a sus propias ilusiones. La
virtud artística, representativa, ennoblece el arte de la descripción. Los dioses dejan el
sitio a las musas, las inspiradoras de los poetas, de los artistas y de los visionarios.
Esquilo y Píndaro otorgan a la poesía el tono profético de la religión. Las sombras del
Hades se pueblan de quimeras, que tienen un efecto consolatorio en la desesperación
equinoccial. La poesía, que exalta los dioses ctónicos, utiliza suaves eufemismos para
mistificar sus terribles poderes. El carácter sagrado de las tumbas se evidencia en las
ceremonias, que mitifican la presencia de la vida y su vanidad en el circunspecto
sagrario de la evocación. La supervivencia a la muerte se perfila en los actos
memorables, cumplidos por los supervivientes, en el acuerdo tácito de convalidar una
noble cadena de desilusionados entusiastas. El destierro es el lugar en el que es posible
imaginar lo que no se ha logrado anotar durante la permanencia en el territorio de
procedencia. La distancia, de categoría geométrica, se arraiga en la literatura y se
convierte en nostalgia. La expiación se convierte en la prueba de fuerza, a la que se
someten los individuos con la esperanza de enajenar el Mal y levantarse del abismo del
sufrimiento. El alma, que Aristóteles pensará como si fuera una opereta prestigiosa y
vivificante de sentidos simbólicos, influye en el arte griego del siglos V y IV a. C. con
el propósito de otorgar a la soledad individual un recorrido, con término en el empíreo
(el cosmos).

Los misterios de Eleusis conciernen el destino de las almas tras la muerte, en las
regiones subterráneas, dominadas de Deméter y de su hija Perséfone. El culto, tributado
a estas diosas, mantiene la esperanza de establecer contactos, aunque alusivos y
simbólicos, con las almas de los difuntos. La idea de que las almas, por su consistencia
neumática, no puedan tener el mismo destino de los cuerpos, inspira la conciencia de la
existencia de un universo apartado del mundo, en la que su supervivencia consiste en
112 RICCARDO CAMPA

hacerse, aún, partícipes de las vivencias transitorias y terrenas. El contacto entre las
almas de los difuntos y los supervivientes sucede en la ciudad de Eleusis, un lugar ideal,
que hace de línea divisoria entre lo visible y lo invisible, según una misma unidad de
medida: lo infinitamente pequeño (lo imaginario, lo legendario). El culto, reservado a
los adeptos de la comunidad religiosa, tiene el secreto de todos los ejercicios
espirituales, se dirige a familiarizarse con los espíritus activos en la contemplación. Las
tinieblas del Hades son la terminal orgiástica de un entretenimiento para iniciados, que
se cumple con cadencia ritual, cuando, en el siglo VII, el culto de Eleusis se extiende a
Atenas y, junto a los juegos olímpicos, se perfilan las solemnidades panhelénicas. Las
ofrendas de flores y frutas exaltan las virtudes civiles y actuantes de las comunidades
instaladas en el territorio, organizadas según la división del trabajo y la administración
de los recursos colectivos.

Píndaro y Sófocles proclaman los beneficios terrenos y del más allá para los
iniciados en los misterios de Eleusis. La promesa de una inmortalidad providencial
subyuga las mentes de quienes no aceptan la inevitable limitación temporal, más allá de
la espacial, de la existencia. Y es a esta tensión ideal que se arguye el pensamiento sobre
la teleología de la existencia y el sentido de la insatisfacción e inquietud humana. Los
beneficios venideros amplían la esfera expositiva de nuevos vocablos, de fórmulas
geométricas y de cantos. La nostalgia del futuro reduce el sufrimiento terrenal y hace
aparecer la espera como el peristilo de un nuevo y más excitante trayecto existencial.
Los iniciados al culto de Eleusis, exentos de realizar actos irreflexivos y adoptar
aptitudes ilegales, inauguran una batería de nociones, dirigida a imaginar el más allá
como una estación del alma, vivificada por la temperie de la eternidad, de la
beatificación permanente. Los iniciados, además, no son cargados, en el futuro
neumático, con las condenas, que eventualmente padecen en vida, si el ejercicio de la
conversión se cumple eficazmente. Se oculta así el arrepentimiento preventivo respecto
a la felicidad eterna. La inmortalidad es una apelación que el pensamiento griego
construye cuando se propone afrontar, con el sentido de la existencia, sus componentes
orgánicos e inorgánicos, los transitorios y los permanentes. La experiencia induce a
reflejarse sobre la transitoriedad de los entes y sobre la tendencia a perpetuarse en una
sucesión, que piensa la aprensión y la inventiva, de sustraerse realmente a la
descomposición y al olvido. La poesía se perfila como un tipo de remedio preventivo
contra el insulto del tiempo. La divinidad del alma la hace partícipe de la creación del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 113

mundo, considerado como el lugar de su conmiseración. La pequeñez de la existencia


terrena es el indicio de su virtual regeneración. El alma supera el abismo de la
separación entre los hombres y los dioses e induce a pensar en un dibujo estratégico,
que los une y los mide proporcionalmente con el resultado que alcanzan en la recíproca
conciencia. La mística introduce la reflexión y la ciencia. Ambas disciplinas se ejercitan
en el lenguaje, en la sintaxis expresiva, que los relaciona con los parámetros intuitivos
de la perdición y la salvación, de la contingencia y de la eternidad.

La joie de vivre se manifiesta en el culto a Dionisio, difundido en Tracia, entre


las montañas que van al mar. El culto de los frigios a la diosa-madre Cibeles presenta,
como el culto dionisíaco, características orgiásticas. Las fiestas dionisíacas se celebran
por la noche, a la luz de las antorchas, bajo el sonido de los bronces y las flautas, y el
ritmo incesante de las danzas y la voz desplegada. El canto es reemplazado por el
remolino de los movimientos y el delirio de la acción. «Aquellos oficiantes, dejando
desbordarse furiosamente sus emociones, empujados por la “divina locura”, se lanzaban
sobre las bestias destinadas al sacrifico, despedazaban con las manos el botín y
desgarraban con los dientes la ensangrentada carne, que devoraban cruda»7. El
fanatismo nocturno se interconecta con la superstición, que exalta la locura imaginativa
de la humanidad, que naufraga en la soledad. La indisciplina de los sentidos conecta los
seres vivos con las divinidades. Los mortales se refugian en la locura para eximirse de
todo deseo de conocimiento frente a los artífices o a los valedores del mundo. El
conocimiento de lo divino como una epifanía, consiste en vaticinar las energías en
estado puro, deseosas de ser remodeladas y divinizadas. La sobreexcitación de la danza
parece entregar los cuerpos a la reviviscencia de lo demoníaco, a la portentosa
interacción de los participantes del orden (y del desorden) cósmico. La presencia de las
figuras simbólicas del Olimpo en la desordenada exaltación de los iniciados dionisíacos
alienta la astucia necesaria para atraer su benevolencia. El éxtasis, una locura transitoria,
es la actitud del alma en la aparente figuración de lo divino. «El alma, en tal estado,
reside en dios o cerca de él, en trance de lo que los griegos llamaban enthusiasmos»8. La
locura imitativa de los «orígenes» consiste en considerar el cuerpo como una envoltura
de la que el alma parte en las condiciones más favorables para su salvación eterna. El
cuerpo se excede en el pecado para permitir que el alma se redima. Paradójicamente, las
fiestas dionisíacas se proponen hacer, quizás hipócritamente, una obra pedagógica de
recuperación de la fe en la eternidad. La mántica del entusiasmo, un tipo de profecía,
114 RICCARDO CAMPA

sería la didáctica de la espiritualización de la existencia terrenal, cuando en la locura


religiosa del éxtasis «el dios se introduce en el hombre».

Las religiones son el sortilegio de la humanidad. Penetran en todas las


asociaciones, en los que el sentimiento de la precariedad se opone al de la persistencia
(al de la permanencia, sea en el «valle de lágrimas» o en el «desierto del alma»). La
exigencia –latente y perspicaz– de subvenir al «insulto del tiempo» y a la precariedad de
todas las condiciones induce a considerar al consuelo de las creencias y a la evocación
poética como contrafuertes emotivos indispensables para eludir la pereza y la
desesperación. «Los griegos tomaron de los tracios, y se lo asimilaron, el culto de
Dionisos, lo mismo que hicieron, probablemente, con las figuras y el culto de Ares y de
las Musas. Es todo lo que acerca de esto podemos decir, pues los detalles de esta
asimilación de un culto extranjero no nos son conocidos: este hecho ocurrió en aquellos
tiempos anteriores al recuerdo histórico con que la religión de los griegos era todavía
una mezcolanza de anhelos e ideas propios y de figuras y prácticas tomadas de la fe de
otros pueblos»9. La construcción del artificio teórico –la gramática– explica la
estructura del sistema simbólico, en el que consiste el conocimiento, desde el inicio del
primer milenio anterior a la época cristiana. El griego clásico se vale del alfabeto como
un aparato gráfico, válido también en la actualidad. El alfabeto griego es
predominantemente fonético. «Los rasgos suprasegmentales de tonos –sostiene Gonzalo
Aguirre Beltrán– acentos y junturas no tienen, durante el periodo clásico, simbolización
gráfica; en cambio, la tienen los fonemas segmentales representados por las letras.
Robins afirma que el desarrollo y el uso de la escritura es la piedra angular de la
erudición lingüística griega, como lo atestigua la voz grammatikos que designa al que
sabe de letras, grammata; es decir, al que sabe leer y escribir»10. Dionisio de Tracia, de
la escuela de Alejandría, compendia la sabiduría griega en un cuerpo doctrinal
coherente, el equivalente del análisis lingüístico moderno. «Produce así la primera
gramática griega sistemática y es el modelo que siguen, casi al pie de la letra, los
gramáticos latinos, plegando el estudio de la lengua del Lacio a las reglas formuladas
por los filósofos griegos»11. El reparto en ocho clases de palabras, como partes de la
oración, queda sustancialmente inalterada durante la Edad Media, influyendo en el
análisis gramatical de las modernas lenguas europeas.

La articulación entre las tendencias credenciales tiene un aspecto auxiliar,


permite considerar la fe en el más allá como una advertencia en la creencia moral (ideal)
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 115

en el más acá. El itinerario de la mente humana a Dios es una actitud común a los
pueblos y a las naciones, que tienen marcados en el corazón su vida terrenal y las
aportaciones aseguradas al sentimiento común de la solidaridad y la conciliación. En
Los hermanos Karamazov, Fiódor Dostoievski reconoce en las manifestaciones
populares de la religión un componente afectivo, que se refleja en el comportamiento.
La figura de Zosima es sintomática en el clima aparentemente sobrecalentado de
quienes acceden al carácter sagrado de la existencia a través de una prueba concreta,
una experiencia directa con la transcendencia. Y cuando la sensación de intolerancia por
las pruebas de la inmanencia disminuye, en la verificación de la desilusión, del
nihilismo, el extravío se transforma en una atroz crítica al buenismo. La consecuencia
conceptual a la religiosidad, a veces infausta o engañosa de Dostoievski, es el
reformismo naturalista de Friedrich Nietzsche, que cree ilusoria cada garantía moral
contra la fuerza primigenia, que selecciona a los humanos como a los otros grupos del
mundo animal y el mundo vegetal, para hacerlos cada vez más idóneos a la hora de
hacer frente a los cambios de la naturaleza. La colisión energética asume una
connotación pedagógica en un orden como el dórico, en el que la habilidad consiste en
resistir y afrontar los desafíos de la realidad. El fanatismo se configura, por tanto, como
un ejercicio de la mente, que ambiciona poner en ser todos los recursos físicos del
cuerpo para salvaguardar la función en las renovadas condiciones ambientales y,
consecuentemente, en las artificiales, pasadas y actuales en el tiempo, del género
humano. El milieu cultural se entiende como un sucedáneo del habitat para afrontarlo
desde un sofisticado conocimiento de causa. Las bacanales de la Grecia clásica se
presentan fraudulentamente en las regiones del Rin, en los siglos XIV y XV, al estallar
la «peste negra», cuando los apestados y los que les socorren se entregan a las convulsas
danzas sacrificiales, propiciando efectos alucinatorios, capaces de sustraerlos del dolor
de la contingencia terrena y a su inanidad. La ebriedad sirve para afrontar el peligro de
vida, para radicalizar la insidia del mal, que se difunde en las regiones europeas con la
inverecundia del descrédito físico, individual y colectivo. Las convulsiones del
coribantismo se compendian en la agitación física y en la danza desenfrenada:
contienden la resistencia del cuerpo y las tensiones que se creen son propedéuticas de la
renovación. Paradójicamente, estos cultos esotéricos tienen en el punto de mira la
mejoría de las condiciones psicológicas (psíquicas) de quienes se adecuan a la
exasperación de las cotizaciones físicas. La energía en estado puro parece constituir la
condición indiciaria de los «orígenes», de los «momentos aurorales», en el que los
116 RICCARDO CAMPA

destinos del género humano se incuban para encontrar luego su propensión expresiva
(representativa y escénica). La función catártica de la danza induce a considerar la
acción como la forma primigenia del impulso divino (el motor inmóvil de Aristóteles).

La aptitud adivinatoria del legendario vidente de Pilo, Melampo, consiste en


señalar estas manifestaciones de exaltación corporal como las premisas necesarias para
aceptar la normalidad. Sustenta la contemperanza del culto de Apolo y el culto de
Dionisio como forma de ajuste térmico de las conformaciones institucionales, capaz de
legislar sobre las condiciones más adecuadas, para que los individuos singulares
encuentren una relativa gratificación en la convivencia pacífica colectiva. La profecía de
las sibilas y los báquicos, peregrinando de un país al otro, oscurece el futuro, las
oscilaciones hiperbólicas del tiempo venidero. Los magos y los exorcistas griegos
preceden a los filósofos, y su acción aparece de forma coherente respecto a las
angustiosas empresas cognoscitivas, desarrolladas por las generaciones humanas con el
fin de hallar en su estación vital un sentido que eduque en la dificultad de vivir. El ideal
ascético se aproxima a la elaboración filosófica, refiriéndose a la conceptualización de
la inquietud y las precariedades de la existencia. Las corrientes órficas tercian entre la
inspiración religiosa y la especulación filosófica. La literatura del período, que las
configura como interactivas, enriquece el diccionario de los términos, destinados a
confluir en el conocimiento científico y terminológico. La descripción de la naturaleza
según el criterio exponencial de la experiencia se perfila como un magisterio explicativo
de las intenciones potestativas del observador de la realidad respecto a la naturaleza,
considerada como el escenario de las figuraciones divinas, humanas, ancestrales e
históricas.

La metempsicosis prefigura la filosofía de la reencarnación, del eterno retorno,


del ineludible trayecto interactivo hacia las mismas potencias interiores. La
transmigración del alma es el dibujo ideal, en el que se refleja la tensión creativa: la
permanencia del ser se somete a las pruebas de fuego de la inestabilidad y la
inadecuación con las evoluciones energéticas, presentes en el universo. La
metempsicosis se expande de Egipto a Grecia según los recorridos ideados por la
angustia existencial, que encuentra su refrendo en el arte monumental y en el contexto
artístico. La justificación lógica de este incesante proceso de modificación estructural de
los cuerpos y las pasiones es de naturaleza religiosa: el pecado y el castigo purificador
son las formas de la expiación, a las que son inducidas las criaturas por su pretensión de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 117

quedar atadas a la tierra, un calidoscopio de sus proezas inconclusas y sus memorias. La


interacción entre la religión y la ciencia es una constante en el universo griego: una
constante que, con profundas mutaciones y auténticas modificaciones, se refleja en el
mundo romano y a partir de él en la época moderna y contemporánea europea y extra-
europea. En todas las culturas queda lo combinado ordenadamente en las dos instancias
cognoscitivas, donde el perfil de las innovaciones y, por lo tanto, de la artificialidad
asume connotaciones identitarias de un particular relieve, tales como las de constituir
una problemática, invadida por los antagonismos teóricos.

Tales de Mileto inaugura el trayecto filosófico de la cultura occidental,


reconociendo, en su reflexión y en la naturaleza, la inmortalidad del alma. La presencia
en cada ser y en cada ente del perfil de la naturaleza se ejercita en la inquietud
cognoscitiva. Lo indeterminado de Anaximandro y lo primigenio de Anaxímenes son
los aspectos del alma, que se identifican con el espíritu del mundo. La fuerza del
devenir de Heráclito constituye la seña energética de la realidad. El movimiento, que
modifica y restablece lo existente, se imprime por el fuego. «Existe entre los elementos
una gradación valorativa, que se determina por la distancia a que se hallan del fuego
animado y dotado de vida propia. Lo que, dentro de la variedad de los fenómenos del
universo, conserva aún su naturaleza divina, que es la ígnea, es lo que Heráclito llama
“psique”. La psique es, para este filósofo, el fuego. Fuego y psique son, en su teoría,
conceptos equivalentes»12. La concepción neumática de la existencia tiene su origen en
la concepción ígnea, perfeccionada luego por la cosmología y la gnoseología de Platón
para invadir luego toda la epopeya renacentista y moderna. La intolerancia sobre la
reducción, también espacial, de la existencia es representada por el vagabundear de
Jenófanes de Colofón, que se aventura en Sicilia, para buscar un lugar dónde activar su
escuela. El dicasterio de la precariedad se enfrenta con el de la decisión testamentaria,
con la aptitud de creer cada acontecimiento de la humanidad coherente a partir de la
teleología de la experiencia. El tiempo venidero puede ser de algún modo preconizado a
través de la palabra, que informa sobre el aspecto evidente y trascendental. Esta
constatación, aunque móvil como la idea temporal de eternidad, según Platón, no
contrasta, si no dialécticamente, con la permanencia del ser de la escuela de Elea. Las
variables de la existencia son ilusorias porque, de hecho, se modifican por la interacción
de las energías cinéticas, que las caracterizan. La percepción de los sentidos es
solamente falaz porque las realidades que la configuran no responden a la
118 RICCARDO CAMPA

representación pensada racionalmente. El grado de conveniencia en el que se vuelve


inmanente la constatación se refleja en el hecho de descartar entre la ilusión y la
experiencia efectual.

Parménides cree delinear el conocimiento sin interconectarlo con la experiencia.


Pero el conocimiento, tal como se prueba científicamente, es una experiencia mediada,
que se refleja en el metabolismo de los seres y los entes, en el que se constatan, por así
decirlo, su efectividad. «Siendo así, nos sorprende oír o leer que Parménides dijo,
hablando del “alma”, que la divinidad que gobernaba el universo “la envía tan pronto de
lo visible a lo invisible como a la inversa, de esto a aquello”. Detrás de estas palabras se
esconde la concepción del alma como un ente con vida propia, al que se atribuye una
preexistencia anterior a su entrada en el mundo de lo “visible”, es decir, anterior a su
entrada en el cuerpo, y una pervivencia después de abandonar el reino de lo visible, o
sea después de la muerte de su envoltura corpórea, y no sólo una, sino varias, pues
cambia diversas veces de residencia»13. La referencia a la filosofía órfico-pitagórica
justifica la afirmación de un universo de la psique, que se pliega a la temperie corporal
solamente para hacer evidente la destreza de lo invisible sobre lo visible y permitir así
que la creencia sea operante, también, ante la falta de contraste con la efectividad. Lo
invisible, en la concepción pitagórica, que encuentra en la convivencia de Crotona su
centro de difusión, se refleja en las computaciones aritméticas. El número cero14 es el
ente que obra en la realidad quedando imperceptible. Su función consiste en hacer
complementarias las referencias objetivas, es decir los números cardinales a los que
hacen referencia sus variables cognitivas (los números irreales y los números
imaginarios). El número cero, como un ente de separación entre dos clases de números,
permite la interacción sin objetivarse. La comparación del conjunto numérico se ejercita
en las coordenadas que el número cero permite descifrar y complementar. El léxico
utilizado para representar lo invisible es idéntico al empleado para identificar lo visible,
aunque su composición perifrástica y conceptual induzca a averiguar las explicaciones y
las diferencias en el ámbito de las categorías interpretativas de la realidad. La
numeración permite descifrar las cantidades intermedias entre el uno y el más que uno.
El cero es el símbolo de la falta de la referencia objetual. Y, sin embargo, engendra la
comprensión de un conjunto de factores, que se ejercitan en el cálculo. «Es difícil
concebir el miedo de un número. Sin embargo, estando el cero inexorablemente
conectado al vacío y la nada, hace surgir, por el atávico desaliento anterior a la nada y al
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 119

caos, el temor del cero»15. La ideografía de la nada no se identifica con el nada tout
court. Si fuera así, sería ni siquiera posible nombrarlo. Lo inexistente espera solamente
a ser nombrado para identificarse y hacer parte del patrimonio cognoscitivo general. La
nada, en el Génesis, es el «evento» anterior a la creación. «El cero se proyectó con uno
de los principales asuntos de la filosofía occidental, una proposición que hundió las
raíces en la numerología pitagórica y cuya importancia derivó de la paradoja de Zenón:
el vacío no existe»16. La admisión del cero en la numeración occidental coincide, por
tanto, con una nueva concepción de la realidad. Para los pitagóricos, las relaciones y las
proporciones son parte integrante de la euritmia y, por lo tanto, son módulos
interpretativos de la naturaleza.

Las armonías de las esferas constituyen el síntoma musical de la constitución del


universo. La irracionalidad como criterio de medición, es el aspecto más inquietante de
la naturaleza. El cero como límite del cálculo soluciona la famosa paradoja de Aquiles y
la tortuga. A la matemática helénica le es ajeno el análisis infinitesimal. Los atomistas
creen que el universo es constituido por microscópicas partículas de materia,
indivisibles e indestructibles, que se desplazan en el vacío neumático: una concepción
de la naturaleza que invade la cultura occidental hasta la relatividad y la teoría de los
cuántos, interceptada poéticamente por Lucrecio en el De rerum natura, que otorga a su
movilidad el clinamen, un tipo de tenencia intrínseca, que permite configurarse en los
cuerpos de la realidad. En la cosmología moderna, los átomos son divisibles y su núcleo
refleja la misma compleja y caótica presencia de las innumerables energías, que forman
los cuerpos celestes, las equimosis del tiempo. La concepción atomística fue por mucho
tiempo (hasta la Contrarreforma) obscurecida por la cosmogonía aristotélica,
perfeccionada sucesivamente por Claudio Ptolomeo, el astrónomo de Alejandría.
«Aristóteles, además, rechazando, bien el cero, bien el infinito, explicaba,
liquidándolos, las paradojas helénicas»17. Arquímedes, nacido en Samos el año 287 a.
C. y mudado a Siracusa, con sus invenciones inflige las condenas a los romanos. Los
espejos ustorios constituyen los instrumentos más conocidos de su aportación a la
estrategia militar. «Los griegos estuvieron durante siglos fascinados por las secciones
cónicas, conseguidas por la intersección de un cono sobre un plano y dando como
resultado circunferencias, elipsis, parábolas, hipérboles, según la recíproca inclinación
de las dos figuras geométricas. Entre todas estas secciones, la parábola goza de una
propiedad particular: uno de sus dos focos es el punto al infinito de su eje. Por
120 RICCARDO CAMPA

consiguiente, una superficie reflectante en forma de segmento parabólico (conseguido


por la parábola en rotación alrededor de su propio eje), hará converger en el punto
correspondiente al otro foco, los rayos luminosos procedentes de una fuente muy lejana,
como por ejemplo el Sol. En la práctica, la energía radiante que enviste la sección
transversal será concentrada en un área bastante más estrecha, situada tanto más lejana
cuanto sea menor la combadura de la superficie, así que, para enfocar (a la letra), un
trirreme, hará falta un espejo parabólico. Arquímedes estudió la propiedad de la curva
que lo genera, y fue ahí donde tomó contacto con el infinito»18. La parábola suple la
matrioska de los triángulos, que pueden delinear su interior. La argumentación infantil
se adeuda incautamente a la poética concepción del infinito. En cuanto expresión
omnicomprensiva de los eventos, que se presiente, todavía puede averiguarse, también
contempla el pasado remoto y los angustiosos y, a veces, engañosos pensamientos del
hombre afónico, falto de las estructuras vocales, capaz de hacerlo afable (concesivo)
respecto a las propias argumentaciones. La visión espectral del universo se identifica
con la actitud estentórea y maniquea de quienes creen la existencia como una
eventualidad falta de una justificación, que sea lógicamente compromisoria con el
instinto de abuso y supervivencia, que aferra a los seres mortales a la contingencia y a
su pequeñez.

El cálculo, por tanto, es la inducción, mediante la cual los seres mortales


amplifican su permanencia en la realidad, a través del que adjetivan su identificación en
la escenografía natural y artificial. El mundo de la fantasía es el refugio de la razón que
ambiciona encontrar en su cumplimiento un principio explicativo que le sobrepasa. La
ontología sólo prevalece sobre la gnoseología por motivos fisioterápicos, por tentativas
didascálicas y consolatorias. La irreprochabilidad de la razón cede su sitio a la
incertidumbre, como un indulto por la expiación de unas culpas que cree no cometer, no
por falsos pudores emotivos o éticos, sino por la imposibilidad de señalar de forma
abreviada las adquisiciones cognoscitivas sobre fundamentos lógicamente irrefutables.
El atractivo de la alquimia y la mística es fatídico para muchos científicos, anclados,
como en un hechizo, a la irreprochabilidad de la razón. El origen ansiógeno de lo
«lleno» en relación al proverbial «vacío» de los «principios» (en los albores de la
cultura humana) permite elaborar una sucesión de eventos (la historia) en la que el cero,
también, asume una evocación explicativa de la computación, que es la aptitud más
corrosiva de la existencia terrena del género humano que no se inspira en las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 121

generaciones sucesivas en las diversas fases del aprendizaje. El conocimiento asume


connotaciones seroterápicas frente a la inmediatez de las convicciones, con la que la
fenomenología se manifiesta en el carácter conjetural de las instancias, formuladas con
obstinada complacencia de las comunidades humanas de las diferentes regiones del
planeta. «Con sus tropas persas, Alejandro Magno marchó en el IV siglo a. C. de
Babilonia hasta la India, y fue gracias a la invasión macedonia que los matemáticos
indios llegaron al conocimiento del sistema de numeración sumerio… y al cero. A la
muerte del caudillo, en el 323 a. C., las luchas entre sus generales trocearon su Imperio;
Roma afirmó la misma hegemonía a partir del II siglo a. C. y engulló a Grecia, pero su
potencia no llegó hasta la India. Como consecuencia, aquella tierra lejana no se interesó
ni en la ascensión del cristianismo ni en la caída del Imperio romano en los siglos IV y
V d. C.»19. La India inserta en el propio patrimonio cognoscitivo el infinito y el vacío; y
el número cero como un elemento reconocido para el cálculo. El misticismo,
característica distintiva de la cultura oriental, considera las fantasmagorías de la mente
como los criterios explicativos de las contradicciones de la experiencia. La idea del
vacío y la nada brotan de la figuración del número cero, de una entidad que se conjuga
con la experiencia sin perder su sentido alquímico. La metempsicosis y la
transmigración del alma encuentran una referencia abstracta en el número cero, en un
elemento de operación de las dos clases numéricas (la positiva y la negativa) y en la
reactivación de su perceptibilidad (relevancia). La difusión del cero, en los países
islámicos y árabes se explica por la admisión de un ordenamiento in fieri de la nada, que
debe ser aceptado con la (simple) adhesión (individual y colectiva). El número cero
combate la fobia al vacío, contempera la concepción del infinito con el desconcierto del
hombre en el universo. La dimensión del espacio y el tiempo concierne la sensación de
inadecuación por parte del observador de la realidad. Los mensajes cifrados de la
Cábala hacen pensar en la argumentación neutral, esotérica y, en clave problemática,
confutable.

Las características del cero inspiran, en la segunda mitad del siglo XV, a Filippo
Brunelleschi, que adopta un punto de fuga en la perspectiva para conferir a las pinturas
un aspecto realista. La distancia de quien mira y los objetos observados relativizan las
dimensiones de los mismos, al punto de configurarlos en un punto desprovisto de
dimensiones: en el cero que oculta la infinidad espacial. La perspectiva induce a pensar
que la tierra no está ya situada en el centro del universo, sino en una de sus partes,
122 RICCARDO CAMPA

conforme lo afirmado por Nicolás de Cusa y Nicolás Copérnico, en contraste con las
teorías aristotélicas y tolemaicas. La infinidad de los mundos de Giordano Bruno otorga
a la modernidad el sentido de la aproximación complementaria como categoría
cognoscitiva al amparo del imperioso cometido de los dogmatismos tradicionales. La
construcción mental del cero devasta las elaboraciones fideístas para inaugurar las
problemáticas, fundamentales para asegurar el desarrollo de la ciencia y concurrir así a
la difusión del saber. Para Descartes, el infinito oculta la idea de Dios. El cero sería, así,
la imagen de lo invisible: un tipo de extrínseca metafísica de lo inconmensurable, en la
portentosa obra declamatoria de la creación. El cero es, por lo tanto, la síntesis
doctrinaria y pedagógica de los componentes cognoscitivos de la naturaleza.

La teoría de las probabilidades de Blaise Pascal se enlaza con la concepción del


infinito y, por lo tanto, de Dios. La benevolencia divina se identifica con el azar mental
de los mortales, que ambicionan concertar su vida terrena con los beneficios celestes. El
infinito encuentra su equivalente y su antídoto en el límite, en la categoría en contraste
con las connotaciones místicas, que influyen, hasta la llegada de la Encyclopédie de
Denis Diderot y Jean le Rond «d’Alembert», en las elaboraciones conceptuales que,
como el cálculo infinitesimal, parecen propiciar el salvífico reverbero de la providencia.
El concepto de límite se justifica con el intento humano de dar una dimensión (aunque
no computerizable) del infinito. La superación del misterio y contextualmente la
aceptación de las formas inherentes a la delineación de la realidad constituyen las fases
más significativas de la mundanización (y de la racionalización) de la experiencia.
Según Leopold Kronecker, Dios creó los números enteros; el resto es obra del hombre.
El cero y el infinito siguen presentando de forma plausible las afinidades en la búsqueda
científica y en la gnoseología moderna, empeñadas en sonsacar a la naturaleza, las
leyes, que la devuelven sintónica con las expectativas de sus observadores-
perturbadores. Son las características anfibias –para usar una expresión de Gottfried
Wilhelm Leibniz– entre lo visible y lo invisible de la realidad. El número imaginario
interacciona entre la existencia y la inexistencia, en el intento de descubrir
rapsódicamente su alcance. Robert Musil, en el El hombre sin atributos (o El hombre
sin cualidades - Der Mann ohne Eigenschaften), representa, bajo forma de un complot
mimético, las variables numéricas de la imaginación. «La física moderna es una
contienda entre dos titanes. La relatividad general ley en el reino del absolutamente
grande: los cuerpos más gigantescos del universo como las estrellas, los sistemas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 123

solares, las galaxias; la mecánica cuántica que gobierna el reino de lo absolutamente


pequeño: átomos, electrones y partículas subatómicas»20. La complementariedad de las
dos teorías permite ensombrecer los aspectos del Universo que, teóricamente, se
aniquilan, concediendo una apariencia ilusoria al número cero. Si bien a la
homogeneidad de la primera teoría se contrasta la discontinuidad de la segunda, la
posibilidad de predicción, en el sentido preconizado por Stephen Hawking, se practica
como un incentivo para determinar mejor las reacciones de la naturaleza a las instancias,
motivadas tecnológicamente, de los observadores-perturbadores. Las dos teorías
reflejan, también, las previsiones sobre el fin del universo y las previsiones contrarias a
cada conjetura sobre el curso del tiempo. Mientras se descuenta la decadencia de la
conformación del universo, tal como aparece, no se perfila de forma tan evidente su
primera constitución. La problematicidad es la característica distintiva de la presencia
del cero en el cálculo matemático, en las conjeturas científicamente plausibles sobre la
teleología del universo. La marginalidad del espacio y el tiempo se deduce por su
cálculo a través del cero. La idea, que encuentra su hegemonía en la realidad con el
empleo de sustancias evidentes, no se sujeta a la prueba de los hechos. La experiencia
pone a dura prueba a cada teoría (al punto, según Karl R. Popper, de falsarla) y
restablece continuamente la aproximación, entendida como la solapa emotiva de las
aseveraciones fideístas.

Para los pitagóricos, el polvo atmosférico, que vibra bajo los rayos del Sol, es un
conjunto de almas flotantes, en búsqueda de los cuerpos, donde establecerse después del
período de purificación en el Hades. La multiplicidad de los entes espirituales se hace
más denso en los seres vivientes con el objetivo de hacerlos receptivos al Bien y
reactivos al Mal, según la ínclita tendencia del universo. El peregrinar de las almas hace
pensar en el diseño divino, que los seres mortales pueden favorecer o contrastar, según
las propensiones y las inhibiciones propias de cada entidad vital. Por lo tanto, el orden
humano tiene la tarea de purificar las almas a través de la actualización del rito, que
concierne las expectativas futuras. El ascetismo religioso es una forma de consagración
de la tradición. El trayecto catártico de las almas ennoblece los cuerpos, que se disponen
a convertirse en la prolongación de la eternidad. La influencia armonizadora del alma
con el cuerpo –según Filolao– deja imaginar la vida humana como una empresa ideal
administrada por la inclemencia, por una entidad fenoménica, que se halla refleja en la
matemáticas, en la urdimbre conceptual, a través de la cual el género humano se
124 RICCARDO CAMPA

interroga sobre su constitución física y sobre la naturaleza de sus pensamientos.


Empédocles, ocupado también en hallar en las regiones más recónditas de Grecia «el
camino de la salvación», enseña a su discípulo Pausania el arte de aplacar el viento, de
provocar la lluvia y de traer a los muertos del Hades. El otro discípulo, Gorgias,
participa de sus prácticas de encantamiento. El tránsito inmortal de Empédocles designa
una línea de conducta, del que es partícipe, aunque no pueda modificar su trayecto. Él,
más bien, comparte esta determinación de la suerte y la exalta como un acto de
solidaridad con las potestades celestes. Para Empédocles, el alma proviene del lejano
reino de los dioses y se refleja en los seres mortales para animarlos (para sublimar los
intentos realizados y propiciar las aspiraciones trascendentales). Los átomos-alma de
Demócrito son los entes impulsores del movimiento y, por lo tanto, de la vida. La
muerte se convierte en patrimonio de los retóricos, que evocan la destreza de los
difuntos para conectarla con la pietas de los supervivientes. En los epinicios de Píndaro
predominan las alusiones a las proezas de los héroes, de los exegetas del mundo. La
devoción del recuerdo conforta a los sobrevivientes y alivia sus penas, esperando que
también las generaciones futuras tengan en cuenta la piedad, la memoria, como formas
de expiación pospuestas y prometidas por los vivos en cada época de la vida terrena. La
tutela de Cronos se conjuga con la confianza en los dioses, por su parte, inducidos por
las circunstancias humanas a permanecer inmortales, eternos. El lívido y engorroso
escarnio, con el que los hombres atentan a su potestad, los ofende intensamente, en la
previsión de su decadencia inexorable.

Sin el consentimiento (la aprobación) de los mortales, los dioses no son capaces
de sobrevivir a su propia injerencia demiúrgica en los asuntos mundanos. Queda sin
responder cuál es la causa de la culpa, que en la poética griega de la antigüedad clásica
se homologa a la propia condición humana. De esta forma, el precepto ético es un
incentivo para la purificación, la expiación, un acto debido para llevar a la conciencia y,
de ahí, al conocimiento. La tragedia ática del siglo V evidencia un relevante interés por
la psicología, por la propensión intimista: los personajes reflejan las instancias
populares, las peligrosas conjeturas del ser en su tendencia individualista e identitaria.
La leyenda antigua se convierte en la acción dramática y sobrepasa las causas
ocasionales, de los que se presume son el origen. La acción, en Esquilo, asume
connotaciones religiosas porque está empeñada en promover, en la vida cotidiana de los
mortales, el sentimiento de una moral redentora. La lucha con las sombras mimetiza el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 125

descrédito de la culpa en el comercio cotidiano de los sentimientos. Todas las culpas


encuentran el castigo en la Tierra. Solo el Olimpo puede absolverlas, sin infligir la
expiación de los malhechores cometida en la experiencia común. Los personajes de
Sófocles, en efecto, encuentran el fundamento de sus sitios positivos y sus fracasos en sí
mismos. La ciega necesidad es extraña a su dramaturgia, que es invadida por la
responsable conciencia de cuánto le sucede a los intérpretes de su resolución ideal y su
actitud moral. La resignación se considera una actitud no edificante en el clima
conceptual, en el que la responsabilidad de los individuos singulares se declina con su
resolución decisional. La acción se torna progresivamente como el resultado del
pensamiento, de la reflexión individual, refrendada por la aprobación colectiva. La
pertenencia a una comunidad, a una institución (a la patria), concurre apodícticamente a
vertebrare el actuar consuetudinario en la escatología de la existencia. El epítome del
vacío se convierte en la aprensión por todo lo que lo banaliza en la identificación
poética. La idea del vacío, en efecto, no facilita el nihilismo, que se identifica con la
inutilidad y la banalización de lo existente en un otro-de-sí, en algo indefinible. El
vacío, en cambio, permanece como una categoría cognoscitiva, como una entidad
abstracta, que designa el espacio intermedio entre las congruencias de lo existente. De la
antigua Grecia a la época moderna, el vacío refleja, tiñéndolas, todas las posibles
imágenes de la realidad.

El vacío es el laboratorio de un mundo imaginario, que la destreza del


observador podría analizar como rasgos, esquirlas, simples indicios. La existencia del
ser mantiene alegada a las fibrilaciones del milieu cultural, en el que se manifiesta (y se
hace histórico, en el sentido que adquiere memoria y discute sus resultados). Esta
definición del vacío no permite a la sofística (antigua y nueva) activar un linaje de
francotiradores del pensamiento para radicalizar el relativismo cognoscitivo y
conductual. Esto hace de dique contra todas las innumerables e improbables
computaciones de la retórica, que tienen, predominantemente, el objetivo de narcotizar
las mentes y de hacer poco retráctiles los estímulos de la inventiva y la acción. La lucha
contra el positivismo, realizada en los tonos despreocupados y sensacionalistas de los
sofistas, es una empresa inútil y deprimente. La lograda conciencia de la característica
innecesaria de la existencia no le salva de la incertidumbre, liminar y glorificante, que
Robert Musil define como un experimento (se entiende, de la naturaleza o de un
guardián del orden cósmico, introvertido e incognoscible). El alma popular aparece,
126 RICCARDO CAMPA

desde Sófocles, como la elegía del drama existencial, que es también razonable, pero no
es exclusivamente y determinantemente racional. Y es justo este aspecto del demos que
hace convertible su presencia en la explicación de su modo de ser. El fundamento de la
democracia es el estado de ánimo de quienes se encomiendan a la convivencia no
conflictiva para arriesgar un trayecto cognoscitivo y aplicativo que no satisfaga a todas
las prerrogativas de la razón sin denegarlas. El culto de los muertos asume la
configuración de una experiencia generalizada, que compendia las instancias extremas
de la existencia. La pietas es la acepción de la perspicacia, con la que las aptitudes
disociadoras, conflictivas, de la humanidad, se encrespan y se perfilan en el naufragio,
al menos, corporal.

La alegría de los náufragos de Giuseppe Ungaretti es la elaboración moderna de


las prácticas piadosas que evocan las virtudes de los muertos, independientemente de las
debilidades de los vivos. La contribución salvífica, confiada a la mística del sacrificio,
contribuye a favorecer la esperanza en el reino de la contemplación. La convicción de
que exista una sabiduría popular, complementaria al conocimiento científico, es
responsable del dualismo interpretativo de los hechos naturales y de las iniciativas
artificiales, respectivamente, evidenciadas según la propensión instintiva y realizada en
conformidad con las categorías elaboradas por el intelecto agente. La hipersensibilidad
individual es el aparato lógico de la actitud popular en sus fases estática y dinámica,
según las conveniencias, provocadas por las condiciones ambientales y las
circunstancias comunitarias y sociales. La muerte vigila el secreto de la eternidad, de la
congruencia de hechos fantásticos, en los que se conjugan la gloria y la fama de los
mortales. En la literatura clásica griega, el Cielo (el éter) recoge las almas errantes,
después de su estancia terrenal, y les facilita su itinerario edificante, salvador. El Cielo
es el epónimo de la imaginación humana, cuando se propone sustraerse a la latente
brutalidad terrena, para proponerse alusivamente en las formas originarias de la
creación.

La sabiduría popular se identifica –inconscientemente– con la propensión por la


inmortalidad. El culto a los muertos –más allá de la hipótesis de Sigmund Freud en
Tótem y tabú, en la que los antepasados son empujados al vacío por los propios
parientes jóvenes, que no evocan su fortuna– es la demostración de la expectativa
general y difusa en la salvación del alma, en la permanencia en un estado neumático en
el éter del universo. También las doctrinas que niegan la eternidad admiten no saber
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 127

donde se destina el alma tras su muerte corporal. Algunos sostienen que el alma es el
epifenómeno del cuerpo (colaborando así en penar una ciencia ocupada a individuar las
relaciones inorgánicas capaces de activar la organicidad, la vida); otros, llamados
creacionistas, sustentan ser los componentes de un dibujo ideal, puesto en existencia por
el Encargado del orden universal. La dignidad sacerdotal del alma la defienden todas las
doctrinas, tanto las que apuestan por la salvación, como las que apuestan por la
perdición. La contaminación del alma por parte del cuerpo se manifiesta en las
afecciones, en las afinidades, en el salvaguardia de las expectativas providenciales. La
asociación de alma y cuerpo tiende a una síntesis introspectiva, que deroga al dualismo
y la retórica conciliadora. De hecho, la tendencia a superar este dualismo se manifiesta
en lo realizado por la ciencia, sobre todo por la ciencia moderna que, en la teoría de la
relatividad y en la teoría cuántica, identifica la materia con la energía. La transitoriedad
de las dos categorías cognoscitivas y actuantes denota el aspecto evidente (e
impugnativo) de la realidad (de la eternidad). La catarsis, la purificación, de Platón,
consiste en poder «leer» las ideas y las realizaciones humanas. La insostenible levedad
del ser de Milan Kundera es la puesta al día topográfica de la concepción platónica,
dirigida a banalizar los cuerpos para asegurar la permanencia de las almas. La
ineluctabilidad de la extinción del uno, y la expectativa salvadora del otro, son
propuestos intuitivamente a la reflexión y a la experiencia mundana. El ascetismo de
inspiración platónica no es una fuga del mundo, sino su aceptación, vivificada por la
glorificación celeste. El Estado platónico es la condición en la que los individuos
convalidan sus expectativas salvadoras. La organización social, sufragada por el Bien
conocido por los pensadores, se rige desde la justicia y la santidad de los propósitos que,
aunque transitorios, tienen en el punto de mira las puertas de la eternidad. La época de
los héroes declina en la de los profetas, los navegantes, los exegetas del sortilegio de la
experiencia. La percepción de que la naturaleza sea la intermediaria entre los sentidos y
los recursos vitales induce a las generaciones modernas a consentir la ampliación de la
inmanencia, en parte, en detrimento de la transcendencia, con tal de actualizar el deseo,
la autosugestión y las prerrogativas de la mundanidad (incluso en sus formas disolutas,
improvisadas e irracionales). El carácter emprendedor se dibuja como una forma
homeopática de la inventiva, de la facultad de preferir la fantasía a la ataraxia, la acción
a la contemplación, el individualismo exasperado al corporativismo masivo. Así, la
sistemática cognoscitiva ayuda a evidenciar la hipertrófica concepción del yo
imaginativo.
128 RICCARDO CAMPA

El espíritu –para Aristóteles– es el abismo del alma. Es algo que transciende la


existencia de los cuerpos y el alma: por esta característica suya, se denomina divina. Su
inmortalidad queda garantizada sobre el fin de los cuerpos y las almas de los mortales.
El espíritu individual es eterno, como el espíritu universal, del que constituye el aspecto
evidente. El carácter irreprensible de los seres vivos se debe a la interacción del espíritu
divino, que los hace inviolables, bajo el perfil físico, o bajo el perfil moral. «La doctrina
de este espíritu-pensamiento que se añade al alma humana “desde fuera”, sin fundirse
con ella, de su preexistencia desde toda una eternidad, de su afinidad con Dios y de su
vida imperecedera después de separarse del organismo humano, es un elemento
mitológico que Aristóteles toma y conserva de la dogmática platónica»21. La fantasía se
configura como un estado de gracia, que reclama un status cognoscitivo digno de mejor
causa. La contemplación –en Platón, o en Aristóteles– es la facultad de concebir las
causas profundas que determinan la vida de los seres y la existencia de las cosas. La
organización social tiene el objetivo de exhortar a sus miembros, a meditar sobre el
potencial cognoscitivo y consolatorio de la contemplación.

La idea de que el hombre pueda sintonizarse con el universo es permanente y


sugestiva. Concierne al aspecto religioso y al aspecto agnóstico del género humano,
refractario a cada estímulo, vuelto a contener su entusiasmo cognoscitivo. La aptitud
creyente devuelve más explícita la propensión del observador de la naturaleza a
sonsacar los diseños del creador. La única diferencia, que se determina entre los que
confían en el carácter providencial de lo existente (de Virgilio a Dostoievski, y a
Theilard de Chardin), y los que no confían, consiste en creerse en los depositarios de un
testimonio o los que sienten la necesidad de investigar y eventualmente confutarlo. El
elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam sobreentiende esta prefiguración alquímica
de los «secretos» de la realidad. Los seres mortales disertan desde siempre con este
encuentro incestuoso con la naturaleza que, por una parte, exalta la creación y, por otra
parte, la somete a la crueldad de su intrínseca negación-transformación. El dogmatismo
de los estoicos es la contraprueba de la irreductibilidad del deseo de conocer, con el
propósito de hacerlo exigible en la vida de los seres, resignados a la decadencia y al
olvido. La universalidad se identifica con la divinidad, con el poder asociativo y
disoluto de los seres y las cosas. La divinidad invade lo orgánico y lo inorgánico, da
forma a los entes, y los enlaza entre ellos, según inescrutables diseños, que el
conocimiento humano intercepta mediante conjeturas, mudables, aunque de algún modo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 129

coherentes. Tanto es así, que el progreso se hace denso como el holocausto sobre las
cabezas de los mortales, decididos a dar consistencia objetiva (de cosas, de objetos) a
las identificaciones cognoscitivas (imitativas). El alma humana se considera un
fragmento de la divinidad. La imperfección de sus cogniciones denota su libertad de
acción. La opción irracional es la inconsciente variante de la inaccesibilidad divina. La
conformación de lo divino en el Verbo, permite al género humano llegar a la creación a
través de las formas expresivas, representativas (pensantes).

El estoicismo romano (Séneca, Marco Aurelio, Musonio, Epicteto) promueve la


conciencia individual en el mare magnum de la estupidez universal. La doctrina de la
disciplina íntima se identifica con la práctica de las determinaciones. La personalidad
más controvertida de esta época intelectual y política romana es Séneca, una especie de
numen tutelar de la virtud, continuamente contradicha por la experiencia de la conducta.
Su magisterio ético, socrático, adivinatorio, es cautivador y propedéutico al misticismo
únicamente en los inicios, ya que las pruebas de la comodidad corresponden a las
prerrogativas, de las que algunas personalidades pueden beneficiarse. El estoicismo
romano es la disciplina de una nueva fase antropológica, indiciaria en relación a la
efectiva y propiciatoria que aparece en los éxitos individuales y colectivos más
edificantes. La serenidad y la paz del espíritu se consideran las metas a alcanzar en un
contexto ideal de amplias dimensiones cognoscitivas. La tarea vital es de tal modo
incesante que arrastra la temperie trascendental del espíritu. El privilegio de la
supervivencia conquista las mentes de los mortales del incestuoso pasado hacia el
futuro. La palabra y, por lo tanto, la fantasía imitativa acuden a proyectar un lugar ideal
fuera de las coordenadas mentales de la actualidad, en consonancia con las fuerzas
propulsoras del tiempo remoto y el tiempo futuro. El hemisferio invisible asume
connotaciones cada vez más congruas y cautivadoras. El examen del microcosmos se
configura, de esta forma, como el preludio de una iniciación, que tiene como disciplina
la fenomenología de la naturaleza. La revelación divina se manifiesta en el laboratorio
científico, que asume las características de la capilla votiva de los siglos pasados. El
arcaísmo sufraga la inventiva como el orden mental todavía no salvaguardado en todos
sus componentes y recursos (intelectuales y sugestivos). La promesa de salvación se
transforma en la búsqueda de los medios con los que afrontar los desafíos de la
naturaleza. La lucha contra las tinieblas de la inconsciencia es el aspecto de la
(renovada) religión pánica de la modernidad. La evasión del mundo y el deseo de
130 RICCARDO CAMPA

mejorarlo se relacionan afanosamente en la contingencia contemporánea, en la que la


economía financiera oscurece, a veces dramáticamente, el éxtasis de lo supranacional.
Los profetas, inspirados por la divinidad, se transforman en los reformadores sociales,
en los preconizadores de cambios apocalípticos o impróvidas deliberaciones colectivas.
La generalización de los propósitos implica el mercado global. El oráculo sibilino es
profesado por los publicistas, por quienes olfatean las preferencias del concierto
comunitario y las objetivan en las prefiguraciones del deseo. La catarsis moderna se
identifica con el desguace de los objetos usados y la adquisición de otros nuevos,
aunque no sean estrictamente necesarios ni estén en la vanguardia tecnológica. El
sacrificio económico, generalmente solicitado por los gobiernos en crisis de abstinencia,
consiste en hacer posible la perpetuación de un aparato productivo, económicamente
inadecuado para afrontar la competencia. Los veredictos de las pitonisas de Delfos se
transforman en las ditirámbicas fabulaciones de quienes opinan ocasionalmente. El
simulacro gesticula, en la época moderna, el sentido del artificio, como una simulación
instrumental de la realidad natural. Todo lo que aparece convence: la televisión es el
presidio de la identidad mediática. Todo lo que no aparece constituye una especie de
recrudecimiento de lo consolidado y lo arcaico. El perfil modernizante de la realidad
contemporánea es paradójicamente lo «secreto», lo «recóndito», todavía no invadido
por el rodillo de la uniformidad, de lo serial.

El narcisismo banaliza la identidad y los protagonistas de la representación


escenográfica de la modernidad se abandonan, ya desde su nacimiento, a su inexorable
decadencia. El frenesí de la aparición se resume en el olvido. El olvido es el cementerio
de las máscaras, que se amontonan en el escenario del mundo. «Wittgenstein ha
afirmado que es “muy importante para un filósofo el no ser inteligente todo el tiempo”,
es decir, el saber soportar su propia fragilidad; el límite paradójico del sistema
chomskyano es quizás el no dejar lugar para la tontería, en cuanto saber indefinidamente
amenazado que guía la resistencia y la rebelión de los que sufren la explotación, la
dominación o la opresión»22. El control estatal es secundario en relación al
condicionamiento conductual, inducido por los instrumentos de comunicación y los
sistemas de distribución del bienestar (de hecho, por los objetos que caracterizan su
aportación y condicionan su sentido). El anarquismo racional se identifica con la
defensa del individualismo, en el conformismo determinado por la misma conexión
económico-social de instancia liberal y hasta libertaria. Las llamadas leyes de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 131

naturaleza, por parecer razonables al hombre, son las mismas que condicionan el
comportamiento y lo vuelven irresponsable frente a las iniquidades, que provoca en el
intento de eliminarlas. La superfetación de la empresa inventora y creadora consiste en
su hegemonía sobre el universo global, el universo caracterizado por las mismas
expectativas e idénticas reivindicaciones sectoriales. La protesta es el aspecto endémico
de la uniformidad. El trabajo, entendido como necesidad fisiológica, asume una
connotación lúdica, como la práctica de la virtud latente en los plexos de los
acontecimientos y en los intersticios de las cosas. El trabajo se configura como la
práctica (iniciática) del conocimiento. Lo que, no solo no agota los recursos inventivos,
sino que los potencia, en un intento de reivindicar su autonomía. El trabajo y la
desesperación se unen en las atmósferas vespertinas y demoníacas del hecho existencial.
«Las culturas son –escribe George Peter Murdock– pues, contemporáneas sólo en la
amplia perspectiva histórica o evolutiva, que considera un siglo como un simple instante
en el inmenso período de la historia humana»23. Las llamadas culturas primitivas y las
llamadas culturas modernas se caracterizan por una perturbación (racional, emotiva) que
acecha su equilibrio. La organización ambiental y las relaciones interpersonales
supervisan, por así decir, las finalidades propiciatorias de bienestar de ambas culturas,
configuradas esquemáticamente por el necesitarismo y el ocasionalismo endémico. «Tal
vez seamos afortunados por haber elegido la ciencia aplicada para una elaboración
especial, en lugar del ceremonial religioso, o la guerra, o el potlatch, pero sólo un
optimista incurable podría afirmar que nuestras creencias religiosas, nuestra actitud
hacia el sexo y la reproducción, y nuestras instituciones políticas son uniformemente
más racionales que las de nuestros contemporáneos primitivos»24. El folklore y las
ceremonias relacionan el pasado remoto de algunas poblaciones con el presente,
condicionado tecnológicamente por las dimensiones virtualmente planetarias. El
tribalismo moderno es bastante sofisticado y persigue grados de condicionamiento
objetivo difícilmente comparables con los realizados con la ayuda de los primitivos
instrumentos de dominio. La percepción de que el individualismo contemporáneo se
extenúa en la programación de obras e iniciativas, capaces de interferir en el normal
desarrollo de los acontecimientos, influye sobre el consentimiento colectivo y la
legitimación institucional, de los que depende el desarrollo del nivel de conocimiento y
las responsabilidades colectivas. La alfabetización constituye una flébil línea divisoria
entre los que disertan sobre el clima del mundo y los que se limitan a descriptar sus
132 RICCARDO CAMPA

fases. La amalgama de las dos figuraciones es constituida por la señal, el jeroglífico, la


iconografía.

La máscara, que en las culturas antiguas desarrollan un papel, a la vez, didáctico


y demencial, opera, en la realidad contemporánea, ajustada en los estilemas
conductuales de los exegetas más o menos conscientes de costumbres, refrendadas por
la experiencia y el cálculo. La enfiteusis del recuerdo ancestral y la actualización del
consentimiento colectivo son los componentes endémicos del malestar de vivir que
experimentan las poblaciones que actúan en el planeta con el propósito de desatenderse
de las prerrogativas gravitatorias. El vuelo siempre es el trazado iniciático de los que
ambicionan recorrer mental y concretamente los trayectos celestes. La división del
trabajo acecha la relación entre los sexos y la deliberación sobre las oportunidades de
éxito para los individuos y los grupos. La iniciativa emprendedora se realiza en un
milieu cultural, donde el acuerdo tácito entre las partes permite elevar los conflictos
entre los más fuertes y los más débiles del sistema comunitario y social. El oro y la plata
y, en la época moderna, el dinero, son los símbolos del poder protector, que actúa sobre
la Tierra, pero que, sin embargo, se fija en los cuerpos celestes como una fianza de
consistencia más duradera y con una profiláctica intermediación entre la escabrosa
contingencia y el regocijo cósmico. La contaminación lingüística (del quechua y del
español) permite registrar la presencia de algunas palabras en las lenguas
contemporáneas, que interaccionan en el léxico científico y tecnológico. Las pinturas en
arcilla y los mapas en relieve de las ciudades y regiones del Nuevo Mundo constituyen
el ideal solvente de la observación de la realidad, tal como aparece, y tal como se
deseaba que fuera. El proceso de transformación de lo existente se manifiesta en las
sugestiones, que la representación anagramada de los «orígenes» delinea como si fuera
providencial. La numeración decimal une el pasado remoto con el cálculo
contemporáneo. La ética se configura, por tanto, como el reflejo condicionado de la
destreza individual en la retribución colectiva. La generalización del bienestar es la
actitud salvadora de la subjetividad que se disciplina en el álveo comunitario,
institucional. Los sacrificios humanos, predominantes en tiempos de guerra, se
ejercitan, en la época contemporánea, en el holocausto y en el heroísmo. La erudición
antigua se difunde en los tratados modernos, riachuelos cognoscitivos que se introducen
negligentemente en el río del conocimiento general. El aprendizaje moderno se
manifiesta en la disciplina y, sobre todo, en la práctica del comportamiento, que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 133

comporta la adhesión al menos a la teleología de la supervivencia tecnológicamente


asistida. Las democracias modernas intentan fortalecer la aportación de los indios al
desarrollo económico social, cuyo estilema operativo representa un tipo de connotación
de la época. La modernidad transforma la inercia equinoccial en el tiempo libre y
malereusement en el paro. La tolerancia y la superstición, estigmatizadas por Edward
Gibbon en su Historia de la decadencia y caída del Imperio romano, impregnan
implícita y explícitamente las estaciones de la sociabilidad moderna. La brujería de los
siglos XVII y XVIII europeos se transforma negligentemente en las sagas de los
modernos rituales orgiásticos y tentaculares25. La identificación con lo transcendente y
lo onírico se explica en las alucinaciones de los prosélitos de la droga, de los detractores
de la razón. A la lengua fóbica del socialismo real se confronta la lengua volátil, que
contradice la lengua metálica del totalitarismo del siglo europeo XX, que permite a las
clases hegemónicas ejercer un dominio sin dueño aparente. El imperialismo moderno
utiliza una lengua de hierro, que se diluye, en el uso corriente, en la ligereza del viento.
La lengua de las sugestiones surrealistas rinde justicia a todas las normales expresiones
predictivas del comportamiento humano y deja presagiar una estación de frágiles
entusiasmos, que se casan con los fastigios de la muerte. La invención del silencio
cósmico se perfila como una lengua todavía no aprendida por el género humano
confundido por las alusivas alucinaciones de Babel.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 135

5. LA APARIENCIA

El universo visible se expande cerca de 15 mil millones de años luz. El


observador-perturbador de la realidad delinea una concepción cósmica en conformidad
con los recursos adquiridos y homologados por el tiempo. La realidad, si bien se explica
en una terminología confidencial y apodíctica, de hecho se somete a las rocambolescas
cogniciones de la búsqueda. La ciencia es el compendio de las aprensiones del
observador frente a un escenario refulgente. La imaginación sustenta la verificación
tecnológica de modo que la rinde coherente y consecuente respecto a un a priori
formulado inconscientemente como salvífico. El dramatismo de la observación consiste,
en efecto, en la expresión propedéutica de las premisas, en las que se ejerce la
investigación cognoscitiva. El carbono es un elemento indiciario, necesario para el
desarrollo de la vida que, junto a otros elementos (como el oxígeno, el nitrógeno y el
fósforo) contribuye a la evolución del sistema energético, donde se manifiestan la
precariedad y la complementariedad de los entes y de las cosas: en las que el mundo
inorgánico y el orgánico se compendian en una teleología providencial. «Los núcleos de
carbono, nitrógeno, oxígeno y fósforo, de lo que estamos hechos –escriben John D.
Barrow y Frank J. Tipler– se producen dentro de las estrellas por reacciones nucleares
de fusión a partir de los núcleos primordiales ligeros de hidrógeno y helio»1. La
dispersión de estos elementos en el espacio, desde las estrellas, se convierte en el
complemento de los cuerpos celestes y en su interacción. La idea de que el universo esté
poblado de galaxias, que interfieran entre sí, no excluye la convicción de que puedan
determinarse desde la peculiaridad capaz de caracterizarla de manera orgánica (y, por lo
tanto, conceptual). El antropocentrismo se explica con la facultad resultante, cumplida
por la observación antigua y la confutación moderna, según los órdenes de juicios
pertinentes y correlativos con la experiencia. La mitología y las religiones son mundos
sagrados, en los que se refleja la previsión y las prevenciones de la humanidad
136 RICCARDO CAMPA

consternada frente a los fastigios de la naturaleza. La búsqueda aristotélica de la «causa


eficiente» y la «causa final» somete el pensamiento occidental durante unos dos mil
años, desde el V siglo a. C., cuando Grecia en sus efemérides atenienses se refleja en el
sortilegio del conocimiento. El ímpetu disquisitivo y representativo de los primeros
pensadores griegos se concilia con las aprensiones de los observatorios de la realidad a
partir del baricentro de sus peticiones ideales. La concepción organicista del universo es
la comprobación de la identificación del observador con el objeto de la observación. La
analogía entre el orden natural y el gobierno de la realidad efectiva, encuentra en el
Estado su laboratorio funcional al progreso del conocimiento y a la consolidación de la
cohesión social y la solidaridad interindividual, conexa, a su vez, con la división del
trabajo y la forma cíclica de las formas de gobierno. La dinámica del universo se refleja
en los humores de las comunidades, que se resienten por la influencia del habitat natural
y su aspecto litúrgico y confidencial: el milieu cultural, la tradición, las creencias, las
lenguas y las formas de las representaciones artísticas, escenográficas, y
emprendedoras. El finalismo del orden social se descubre en la paz consuetudinaria,
como un aspecto de la armonía mimética del universo. El cosmos es la medida de la
pequeñez y de la problematicidad de la argumentación humana.

El pensador, al que la filosofía griega del siglo V hace referencia, es Anaxágoras


de Clazomenes (500-428 a. C.), que introduce en la reflexión conceptual el principio de
la armonía, como una categoría explicativa de la relación existente entre la conciencia
del observador de la realidad y la realidad misma, en su sugestiva complejidad. La
armonía implica un orden que disciplina el efecto representativo y connotativo. La
adquisición del conocimiento es, por tanto, el reflejo condicionado de la íntima
determinación de la naturaleza para hacerse evidente y paradigmáticamente hipotética.
El perfil de una mente cósmica conforta la convicción humana de ser ajena a la
accidentalidad. La eventualidad es, así, la proyección orgánica de la entidad que
determina su existencia. «Anaxágoras intentó explicar la disposición y el movimiento
ordenado de la materia a través de una entidad fluida e impalpable que ejercitaba una
influencia guiada sobre el universo, como la mente del hombre controla su cuerpo»2. La
presencia de la mente en la visión del mundo ejerce un atractivo relevante en las
sucesivas elaboraciones filosóficas, bien para confirmarla, bien para confutarla (como es
el caso del atomismo, fundador del azar y la necesidad, según la pedagógica definición
de Jacques Monod). Empédocles de Agrigento (492-435 a. C.) reconoce en la naturaleza
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 137

el fenómeno del cambio, de la variabilidad finalizada en la consecución de los grados


cada vez más complejos y precarios de la perfectibilidad, dotados predominantemente
de las características de la congruencia y la permanencia. La supervivencia de algunas
formas de vida oscurece la «selección estabilizadora», las condiciones adecuadas para
exorcizar la ineptitud y la vulnerabilidad: una performance diferente a la selección
natural de Charles Darwin, en la que cada especie es parte integrante del cambio, en
conexión, sin embargo, con las modificaciones del habitat natural. «Según Parménides
[ca. 480 a. C.], el elemento subjetivo en nuestra percepción y comprensión del mundo
haría inevitable una visión “de los muchos mundos” de la naturaleza. Más de dos mil
años después, estas ideas aparecerán, en forma diversa, en los debates sobre el papel del
observador en la teoría cuántica y en la de la medida»3. El atomismo asegura la
superación de la subjetividad preceptiva, al prometer, en clave exegética, los aspectos
irreformables, aunque sí perturbables, de la naturaleza. El magisterio de Sócrates (470-
399 a C.) y el de Platón (428-27-348-7 a. C.) prometen, en una lectura problemática, la
subjetividad de la interpretación de los acontecimientos y sus causas conectadas en la
realidad. La escuela de Abdera, en Tracia, fundada por Leucipo de Elea (c. 440 a. C) e
integrada por la aportación teórica de Demócrito (c. 450 a. C.), contribuye a localizar,
en la constitución natural, el atomismo, el principio de todas las cosas, desde aquellas
comprobables a aquellas impalpables: estas últimas delineadas sucesivamente por
Epicuro y Lucrecio, con la individuación de los átomos en el clinamen, en la tendencia
mediante la cual la heterogeneidad material-energética se objetiva, se individualiza, se
postula en los entes y en los fenómenos macroscópicamente detectables. «En el
pensamiento de estos primeros atomistas, como resulta de los fragmentos, se podría
reconocer una analogía con los conceptos de la biología de la evolución y con la
interpretación del “multiverso (= muchos mundos)” de la teoría cuántica»4.

La inconmensurabilidad de los átomos preconiza la pluralidad de los mundos. Su


orden inercial hace pensar en un potencial asociativo-disociativo, que el clinamen
disciplina según un orden preestablecido y una teleología en favor de quienes se
proponen anotar sus aspectos fenomenológicos. La realidad política se configura como
un lugar caracterizado por una inexplicable inestabilidad, a menudo contraseñada por
los conflictos intestinos, predominantemente debidos a los dilemas interpretativos de las
normas de comportamiento individual y colectivo. El nombramiento de Solón como
arconte, en el 594 a. C., rompe la espiral de las reivindicaciones y las sublevaciones
138 RICCARDO CAMPA

colectivas, introduciendo el orden escrito (eunomía) en la escena política pública. Las


leyes escritas permiten librarse a los ciudadanos de las arraigadas camarillas
aristocráticas tradicionales y de interaccionar dentro de la polis sin mediación alguna.
La lucha por el leadership, sin embargo, amenaza con hacer precipitar Atenas al caos y
en la anarquía y determinar las condiciones para la llegada de la dictadura. La
subdivisión de la Ática en tres grandes áreas actualiza la descentralización
administrativa y promueve un sentimiento de participación de la cosa pública más
extenso. Esta indemnización a la exasperación conjetural constituye la premisa de las
libres iniciativas cognoscitivas. La reducción del espacio permite la elaboración de los
principios inspiradores, bien de las formas de gobierno más confortables, bien de las
hipótesis explicativas más duraderas de la realidad natural y de sus exteriorizaciones
artificiales. La ciudadanía convierte en una connotación identitaria, con un fundamento
cultural, más allá de lo político y lo normativo. «La codificación de las leyes áticas
sobre la ciudadanía –escribe Peter Funke– iba a la par de la definición más rígida de los
derechos y los deberes de los ciudadanos extranjeros. En el orden ateniense, para los
extranjeros (xénoi) que residían sólo temporalmente en Atenas valieron las usuales
reglas del derecho internacional, que se formaron en todo el mundo griego sobre el
modelo del derecho de hospitalidad»5. La difusa convicción que, en cierta medida,
refleja el escenario político, es que el universo natural gratifica al pensamiento griego de
la previsión y la universalidad con el que se da crédito a la conciencia operante de la
cultura occidental. La presencia de los extranjeros (de los metecos) se considera en
Atenas una garantía para los cambios culturales y comerciales. Su presencia en los
despachos públicos constituye una abertura de crédito para todas aquellas aportaciones
significativas en el plan interactivo, necesario para difundir y consolidar los principios
tutelares de la sociabilidad. «En su oración fúnebre por los caídos de la primera guerra
del Peloponeso, Pericles definió la Atenas de su tiempo como la escuela del Hélade (tes
Helládos paídeusis). Los atenienses –decía Pericles– fueron para el resto de los griegos
un ejemplo digno de ser imitado no sólo por su potencia y por la constitución
democrática, sino también en todos los campos del arte y la literatura, de la filosofía y
de la ciencia»6. La victoria griega sobre los persas inaugura un tiempo de notable
creatividad, destinada a influir en el trayecto histórico del pensamiento occidental.
Atenas, a la vanguardia en la filosofía y en las artes, se configura como la expresión de
un éxito político, destinado a reflejarse en las experiencias de los órdenes institucionales
del Viejo y el Nuevo Mundo. La arquitectura votiva influye en la dialéctica conceptual,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 139

relativa a la dimensión de la existencia. En efecto, Aristóteles (384-322 a. C.) escribe,


además de las obras de política, ética y ciencia, una obra que refleja en su título la
preocupación ateniense por la intimidad: De anima. La tragedia y la comedia
constituyen las actividades artísticas más significativas de una época delegada a afrontar
las problemáticas de la condición humana en un tipo de extemporaneidad, capaz de
conjugarse con las distintas fases de la experiencia interindividual en las diversas áreas
del planeta. «Los trágicos, retomando en las variantes siempre nuevas de los mitos
tradicionales los vínculos entre libertad y necesidad, venganza, hýbris, culpa y
expiación, crearon la distancia del contingente necesario para hacer emerger de modo
más penetrante el valor universal de su mensaje»7. La purificación (la catarsis) es un
ejercicio colectivo, al que el arte de la representación concurre de modo coral, en el
intento de sustraer la sumisión a los mitos y las fuerzas irreflexivas a la mesurada y
problemática comprensión de la realidad. La función catártica del arte griego se asoma,
por así decir, hasta los inicios del siglo XX, cuando hasta el léxico de la dramaturgia
griega (el complejo, la alienación) es empleada por el psicoanálisis para elaborar las
dimensiones del inconsciente. El cosmopolitismo permite, primero en la sofística, y
sucesivamente en la filosofía sistemática, enriquecer el patrimonio cognoscitivo de las
nociones inherentes, además de la cosmología, también en el actuar individual de la
práctica cotidiana. El pragmatismo y el utilitarismo de los sofistas se unen como
alternativa a la preceptiva conceptual de amplio régimen. La dialéctica y la retórica se
confrontan con la asertividad y la explicación. La opinión, por ser contradictoria, se
ejercita en el clima tendencialmente determinado a delinear los principios
interpretativos y las definiciones apodícticas en orden a las instancias más significativas
de la condición humana.

La impiedad y la corrupción son los aspectos emolientes y subversivos por los


que el equilibrio social es sometido continuamente a prueba. El apego al poder contrasta
con la decisión plebiscitaria, que concurre a la consolidación de las convicciones
predominantes en orden al mejor y más ecuánime modo de administrar los destinos
colectivos. La difusión del conocimiento a menudo está sometida a la ampliación de la
esfera de la influencia política. El primer aspecto dramático de una guerra mundial de la
antigüedad, que estalla entre el 431 y 404 a. C., es la guerra del Peloponeso, dominada
por la hegemonía cultural ateniense y las fuerzas adversas, destinadas a tener la
supremacía y a restablecer una atmósfera encomiástica de los recursos inventivos y
140 RICCARDO CAMPA

propositivos de la contingencia política. La Grecia antigua traslada, por así decir, el


patrimonio cultural, del que es depositaria, a la predominante configuración política
romana, que ejerce la aplicación y hasta la ejemplificación en sus elaboraciones
exegéticas y actuativas. Roma es subyugada por la cultura griega, aunque prevalece a
nivel político en toda el área del Mediterráneo. La penetrante estrategia explicativa de
las elaboraciones conceptuales helénicas y helenísticas, sucesivamente, reavivan su
dramatismo. Las filosofías de Platón y Aristóteles delimitan en cierto modo los ámbitos
explicativos de la condición humana, mientras que en lo que atañe al perfil
cosmológico, la revaluación de los testimonios atenienses se revela con una consistencia
particular y de perdurable actualidad. La descripción del mundo político y el universo
físico se refleja en el trayecto discrático del pensamiento medieval, humanístico,
renacentista: moderno. «Hacia la mitad del siglo XIII, los estudiosos dominicos Alberto
Magno (1206-1280) y Tomás de Aquino (1225-1274) completaron la conversión de
Aristóteles a la doctrina cristiana... El pensamiento escolar creyó posible acceder a las
verdades últimas con la pura razón, sin el auxilio de la revelación»8. El finalismo,
implícito en la creación, justifica el ejercicio de la razón. En la interpretación
providencial de la historia, las finalidades implícitas en la explicación de la existencia se
reflejan en la condición apodíctica de la razón, de un aparato exegético propio de la
condición humana. El conocimiento no puede distinguirse de los fines, lo que atañe a la
raíz neurálgica de la existencia. Rogerio Bacon (1214-1294) sustenta la
complementariedad de la axiomática matemática y la investigación experimental. El
método científico garantiza los resultados de la actividad inventiva e investigadora. La
controversia del prejuicio incide en la eficacia de la reflexión compensatoria de los
resultados conseguidos por la experiencia. De todos modos, cuando la investigación se
asoma en la realidad efectiva, el subsidio de la disciplina matemática garantiza la
eficacia de la acción y las consiguientes elaboraciones teóricas. La búsqueda de las
causas finales –sostiene Francis Bacon– es estéril, no permite afirmar proposiciones
plenas de sentido.

Nicolás Copérnico (1473-1543) inaugura la época moderna, cuya obra


fundamental De revolutionibus orbium coelestium asume un rol y determina una
profunda influencia en el conocimiento del cosmos. La concepción heliocéntrica
comprende la hipótesis de la pluralidad de los mundos y un conocimiento diferente a la
de la sumisa pequeñez de la condición humana. La idea de una nueva temperie mental
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 141

sustenta la imaginación y propicia la aventura espacial de los viajeros y los exegetas del
Nuevo Mundo. Galileo Galilei (1564-1642) cree que la presunción humana no puede
tener el atrevimiento de delinear con sistemática precisión el orden natural, aunque su
interpretación parece someterse a la metáfora de los números y de las figuras. Kepler
(1571-1630) cree que «todo lo que existe está hecho para el hombre». El excesivo
antropocentrismo es condenado por la cultura francesa, que no confiere al Geómetra del
universo las actitudes, cognoscitivas, del género humano, ocupado en escrutar la
creación en el intento de perpetuar su permanencia y justificar su curiosidad. Francis
Bacon (1561-1626), adversario de la escolástica, se muestra defensor de los atomistas,
de los pensadores, que encuentran las huellas de la creación divina en la constitución de
los elementos naturales. La explicación contenida de las causas eficientes satisface la
exigencia de compensar la angustia existencial, sin dotarla necesariamente de una
teleología salvífica, trascendental. Los condicionamientos del pensamiento tradicional
(idola tribus) y las consolidadas propensiones a representarlo (idola theatri) insidian la
facultad de exorcizar sus efectos negativos en la elaboración de los procesos naturales,
en los que se compendia la existencia de los seres y los entes en su perturbable
consistencia. El descubrimiento de William Harvey (1578-1657) de la circulación
sanguínea, aunque formalmente realizada en el ámbito del sistema aristotélico,
constituye una aportación de particular relieve, al estar conectado con la función del
cuerpo humano y su interacción con los apremios emotivos, energéticos, del habitat
natural.

René Descartes (1596-1650) está convencido de que el universo se sostiene


sobre bases matemáticas, no cree que las cosas estén condicionadas por el deseo del
hombre, ya que muchas cosas se han verificado y se han extinguido sin que el hombre
haya tenido ninguna señal. El universo cartesiano es infinito y la presencia humana es
una fase de su misma configuración. Las invariancias del universo cartesiano se reflejan
en el razonamiento matemático, que se basa en la autoevidencia: la intuición es la forma
orgánica de la investigación, de la descripción y de las nuevas proposiciones de las
propiedades que la contemperan. La investigación humana de la realidad práctica tiende
a ser de una forma finalista, no tanto a la hora de conocer las causas últimas
introducidas por Dios en la creación, cuanto, sobre todo, a perpetuarse según
condiciones progresivamente mejorables. La mecánica siglo XVII es un sistema que
ensambla los factores exponenciales, que conciernen la existencia y el desarrollo del
142 RICCARDO CAMPA

artificio, de una forma sublimada de la actividad humana en el universo inorgánico.


Robert Boyle (1627-1691) defiende la idea de que la observación humana puede
conseguir como resultado la individuación de un proyecto divino. Su interés descansa
en evidenciar los aspectos de la realidad coincidente de las convicciones teleológicas de
la comunidad científica que las anima, con el propio ejercicio práctico.

La concepción organicista de Aristóteles es un impedimento de la creatividad en


la era de la reexaminación de la naturaleza, cuando las experiencias científicas permiten
«activar», en sistemas o aparatos tecnológicos, silentes envolturas o compendios de
energía. El siglo de la luz se identifica con el viaje como forma constitutiva de los entes,
que se animan, aunque sea en breves trayectorias evidentes (como son las máquinas). El
transporte se descubre como un conducto de interacción entre áreas, regiones, sistemas
de conocimiento y criterios comerciales. La desclasificación de las causas finales en
aras al beneficio inmediato concurre a proyectar una filosofía de la aceptación de la
pequeñez terrenal y la flébil, e incontestable, expectativa salvífica. La anatomía y la
fisiología monopolizan el interés de la búsqueda, entre los siglos XVII y XVIII, de la
presencia de los seres en el concierto natural. El naturalismo se perfila como una
disciplina identitaria, capaz proporcionar a la creatividad un sentido que prescinda de
las convicciones mítico-poéticas y religiosas. El microscopio permite la observación
hasta en los precordios de los organismos, humanos, animales y vegetales. La
experiencia, sin embargo, rinde evidentes –según Pierre Gassendi (1592-1655)– las
características de la realidad natural, con las que Dios quiere participar en el
conocimiento humano. No es necesario, en lo que se refiere a las finalidades evidentes,
que se comprometa la voluntad determinativa de Dios. En el libre albedrío, también, se
comprende la vulnerabilidad de la ambición humana que logra, de forma rapsódica,
incentivar el patrimonio cognoscitivo y, así, mejorar las condiciones objetivas. El
bienestar consiste en evidenciar el deseo de conocimiento, que se transforma en el
propósito de acción. Baruch Spinoza (1632 -1677) cree que el conocimiento de las leyes
mecánicas de la naturaleza contrasta con la concepción antropocéntrica. También para
Spinoza la búsqueda de las leyes naturales se orienta a la actualización de un beneficio,
mentalmente programado y predispuesto con la ayuda de las sugestiones (de los
prejuicios), que son redimensionados racionalmente y validados en razón de su
implausible interferencia mediática en el cumplimiento de la eficacia ética (y social) de
la investigación. De signo inverso es el pensamiento de Isaac Newton (1642-1727),
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 143

empeñado en sostener la teleología antropocéntrica. La armonía del universo es, para


Newton, el efecto escénico de la presencia de Dios. El Geómetra cósmico es imaginable
en la constatación del orden, donde se ejercita el movimiento, el cambio y la interacción
de los cuerpos celestes. La perfección es sinónimo de Dios, antes que de la fatalidad o
del azar. «La visión newtoniana del mundo, argumentado de un modo tan preciso y
sugestivo en los Principia, tuvo que dar lugar a un flujo incesante de argumentos
finalistas basados en los fenómenos ópticos y gravitatorios»9. La universalidad de las
leyes (gravitatorias) de la naturaleza es una señal de la presencia de Dios: una presencia
operante, que amplifica el aspecto didáctico de la verificación, como si fuera el
compendio de las disposiciones impresas (del autor) en la dinámica de lo existente.

David Hume (1711-1776) sustenta la coherencia existente entre la admisión de


la potestad divina y el reconocimiento científico. Gotfried Leibniz es de parecer
opuesto: el mecanismo del universo no necesita de un Autor que se responsabilice del
nivel sincrónico, armónico y espectacular. La perfección del mundo y de los mundos
posibles es, para Leibniz, la categoría que mejor y con más prestigio define todas las
argumentaciones, dirigida a connotar la visión de la realidad con tentativas
trascendentales. La inteligencia de la naturaleza sería el reflejo condicionado de la
introspección de su observador. El antropocentrismo de Giambattista Vico (1668-1744)
no se asegura bajo el perfil cognoscitivo. Se basa en los mecanismos mentales, en los
que se fundamenta la realidad de los recursos cognitivos de quienes se las ingenian para
localizar las causas que determinan los acontecimientos. La coherencia mental no se
identifica con las «razones» del mundo. Según Vico, la naturaleza responde a las leyes,
difícilmente homologables a las de la ciencia del hombre. El artífice del universo las ha
hecho de modo que puedan ser intuidas e interceptadas en su concatenación
fenomenológica, sin que se pueda establecer entre ellas un nexo de relación teleológica,
que es una prerrogativa del creador. El organicismo humano es el aspecto evidente
(generativo) de la naturaleza, propuesto a la destreza interpretativa de la ciencia como
alternativa al mecanicismo necesitarista. El hecho de que el conocimiento teórico
produzca efectos prácticos es una simple disminución de la versatilidad de la naturaleza,
tanto es así que la ciencia recurre a las ficciones (el éter cósmico) y a las
contradicciones, siempre que se piense que es beneficioso y preeminente a los objetivos
de la existencia humana. Solo realizando anagramas de los resultados de la búsqueda en
un compendio de proposiciones, se puede suponer que el autor de la naturaleza y la
144 RICCARDO CAMPA

mente del observador se ejercitan en la similitud, que es la categoría matemática


interpretativa de los acontecimientos. El experimento científico es el reverbero del
diseño de Dios. La perpetuación de lo existente es una variable de la creación según el
principio de la congruencia con los objetivos de su indagación. Y es propiamente la
reducción de los ideales infinitos alternativos a la concreción experimental de algunos
de ellos la que sufraga la curiosidad y la indulgencia del observador respecto a sí
mismos y a sus improbables y extemporáneos destinos. La irrefrenable necesidad de un
finalismo (de la transcendencia) induce los hombres a execrar lo perentorio y a
confeccionarse una creencia celestial.

Los Diálogos sobre la religión natural de Hume, despiertan a Immanuel Kant


(1724-1804) de su «sueño dogmático». La interpretación subjetiva de la investigación
científica rehúsa la validez universal de los asuntos explicativos de lo real. El principio
racional organizador del mundo utiliza la verosimilitud y la analogía, mediante la cual
delinea los aspectos de la realidad efectiva, que la práctica emplea para los fines
contingentes y necesarios en la salvaguardia de la fecundidad y la libertad de quienes
actúan con conocimiento de causa. La causa final del mundo es, así, la teleología ética:
la relación que se establece entre la íntima determinación del observador del cosmos y
la infinita revisión del mismo concurren a delimitar, con el campo de acción de los
mortales, su ambiciosa hegemonía cognoscitiva. El panchimismo oscurece los
componentes orgánicos de la realidad, que compendian los solares o los oníricos. La
inquietud romántica se ejercita, en efecto, con las máscaras y con las ilaciones de la
mente en sus formas más atrevidas de la versatilidad. La explicación matemática de los
fenómenos naturales no revela sus causas. La ciencia, en efecto, prescinde de la petición
de una responsabilidad organizadora, a la que dar crédito y adeudar consecuentemente
los resultados positivos y los fracasos de las investigaciones cognoscitivas, y los
consiguientes sistemas explicativos sobre el plan concreto y en el ámbito conductual. La
vida –según Rudolf Herman Lotze (1817 -1881)– es una combinación de procesos
inorgánicos10. Contra el inorganicismo y a favor de un reduccionismo teleológico, se
alinea la corriente de los naturalistas liderados por Hermann von Helmholtz (1821-
1894), en contraste con el evolucionismo de Charles Darwin (1809-1882). El orden, al
que William Paley (1743 -1805) hace referencia, no se identifica con los instrumentos
de medición producidos por Euclides o Simpson. Su incidencia en la delimitación del
mundo consiste en preparar figuras y procesos mentales, con los que «traducir» las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 145

evidentes irregularidades de la naturaleza a las cogniciones aproximadas por exceso o


por defecto, que satisface a las concretas exigencias de la medición y la realización
práctica. El antropocentrismo condiciona la observación de la naturaleza, cuyo sentido
se encuentra en la propensión por parte del observador a exaltar sus características
trascendentales. El evolucionismo determina la decadencia del privilegio humano
respecto a otros seres y entes de la realidad natural. La doctrina de Darwin pide un
cambio de status (entendido en términos físicos y geopolíticos) de los organismos en el
metabolismo cósmico. La modificación es una característica del proceso vital, que se
relaciona con las variables ambientales a nivel planetario. La evolución no comprende
la idea del «proyecto», de un dibujo que se desenvuelve en el tiempo y que exige a la
experiencia humana. Se excluye, por tanto, toda sugestión determinista, que incluso
valide la idea de una modificación progresiva del género humano. James Clerk Maxwell
(1831-1879) sustenta, teniendo en cuenta los conocimientos físicos de la época, que la
evolución es inconciliable con la inmutabilidad (la invariabilidad) de las moléculas –los
ladrillos del universo material– cuya estructura hace pensar en algo permanente como
un factor interactivo de las variables experimentales. La complementariedad del
mecanicismo y del finalismo no permite asumir una posición deliberativa frente a la
experiencia, frente a la manifiesta modificación de géneros y especies en sintonía o en
contraste con los trastornos energéticos o los colapsos naturales. El principio de
economía y el principio de la simplicidad concurren a proporcionar consistencia
genética a las variables de los órganos, que sustentan las clases del género humano. La
armonía preestablecida leibniziana es una forma de superfetación de la evolución, de las
modificaciones asumidas por los seres vivientes en el concierto de las energías
cósmicas.

El isomorfismo entre el orden mental y el orden cósmico registra la evidencia y,


al mismo tiempo, la imposibilidad de justificar, en términos diversos a los de la
sucesión de la causa y el efecto, preventivamente argumentados, la convicción
generalizada, incluso en sus formas inquietantes de lucreciana memoria. La instancia de
comprender el mundo se identifica con la necesidad de justificarlo según el orden de los
factores, que van del arbitrio al postulado y a la asertividad. La prueba ontológica de la
existencia de Dios se explica en su definición. Si no fuera necesaria la hipótesis de un
Rector del mundo, las hipótesis proyectivas de su admisión no tendrían sentido y, con
esta falta, también se perdería el deseo de conjeturarlo. Dios se vuelve, por tanto, el
146 RICCARDO CAMPA

baricentro de toda manifestación investigadora, dirigida a creer que la existencia


humana es el principio generativo de causación. Si Dios es inexistente, no se puede
probar la «razón» de la realidad. También la «muerte de Dios» es una referencia
objetiva con respecto de los algoritmos de la razón. La investigación cosmológica
implica la petición ontológica: si se supone una finalidad en la observación del
universo, se admite contextualmente la validez identitaria de quien le da finalidad. La
definición de un ente no prueba su existencia, pero la prefigura como inmanente. La
desatención de la ciencia moderna por la teleología no implica la infravaloración de la
causa originaria, que rinde posible el desplegarse de la realidad en la forma –según la
significativa propuesta pedagógica significativa de Jacques Monod– del azar y de la
necesidad: de las incontinentes variables de la indagación científica respecto a la
univocidad de la causa primaria, originaria y, en algunos aspectos, permanente.

Según Arthur O. Lovejoy, el orden preestablecido por Dios se manifiesta en una


sucesión jerárquica, la Gran Cadena del Ser, que presenta connotaciones permanentes y
definitivas. El «principio de plenitud» sustenta la finitud de lo existente. Esta
concepción la contradice la revolución darwiniana, que refleja la eventualidad de las
funciones de los órganos según un grado en la contingencia, sin embargo reversible, de
necesidad (ambiental, objetiva). El darwinismo actualiza las variables de la existencia,
convirtiéndola en una ocasión por su naturaleza inevitable e improbable. La evolución
progresiva de Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955) y de otros pensadores afines a él
tiende a dinamizar la concepción de Lovejoy, declarando cierta corresponsabilidad en
las ideas entre el artífice del universo y sus exegetas. La complejidad del sistema
evolutivo no confirma la impostación conceptual de Lovejoy, que se debate
fraudulentamente en el deseo de creer en Dios, en cuanto que la cognición humana
señala ser, a lo más, su connotación casual. La proyectividad de los seres vivos se
realiza –según Monod– en sus prestaciones. La conformidad tiene un objetivo que es,
por tanto, innato a su programación: en el patrimonio genético se encuentran las
«finalidades» conexas con su cumplimiento. Las modificaciones fenotípicas reflejan las
mutaciones casuales del genotipo. El nivel de complejidad constituye el equivalente de
la economía de la vida espiritual del cardenal Ildefonso Schuster. El reduccionismo
responde a una exigencia cognitiva, que permite, entre otras cosas, memorizar los
resultados de la búsqueda y las formulaciones conceptuales, a través de los que se
actualiza. La provisionalidad es una forma histórica de la incertidumbre. Presagia la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 147

llegada de un fenómeno en su esquelética factibilidad. Y es, por esta razón, que cada
previsión tiene un curso, por así decir, determinista. La previsibilidad de la evolución de
un sistema (físico, energético, orgánico) está en relación con la complejidad de su
configuración. La complejidad, cuando no interfiere en la iniciativa humana, es un
aspecto de la estabilidad. La agitación intestina de un órgano contesta a los apremios
ambientales según los criterios de adaptación del metabolismo general, del ecosistema
energético. La evolución biológica responde a la exteriorización de las causas eficientes.

La uniformidad de los elementos químicos (hidrógeno, oxígeno, carbono) a nivel


planetario permite generalizar el resultado de los fenómenos artificiales (del
laboratorio). El artificio es una dimensión de la realidad propuesta por la acción
humana. Las características observables de los elementos naturales autorizan la
estrategia dispositiva de la empresa científica. El laboratorio oscurece las prácticas del
creador en el pasado remoto y en el presente manifiesto. El principio del tiempo mínimo
de Fermat (correspondiente al principio de mínima acción de Euler) responde a una
instancia teleológica conexa con la economía del espacio y el tiempo empleada por un
fenómeno (físico, químico, social) para verificarse (se supone que con la mayor eficacia
posible). La acción (la experiencia del laboratorio, la búsqueda científica, la
problematicidad conjetural) contiene en sí un finalismo delineado económicamente, es
decir, según los cánones recapitulados del tiempo y del espacio empleados para
realizarse en términos cuantitativamente (estadísticamente) detectables. «En el esquema
de Feynman-Wheeler, el campo electromagnético no es una entidad física real, sino un
simple artificio contable, introducido para no tener que hablar de las partículas en
términos teleológicos»11. El comportamiento de las partículas no es previsible si no es
en un ámbito configurativo de características finalistas. La espiritualidad de lo real
constituye la síntesis de la filosofía hegeliana, que cree ser el pensamiento, el
instrumento con el que se evidencia el espíritu del mundo. La contraposición entre el
cosmos estático y el cosmos en devenir alimenta la investigación científica moderna y la
connota de sentidos teleológicamente discursivos y compromisarios. Para dar
consistencia conceptual a la búsqueda científica es necesario el convencimiento,
entendido como el resultado de la reflexión sobre lo que ha sido adquirido y lo que
todavía puede ser asegurado en el patrimonio cognoscitivo de la humanidad. El ideal
solvente del conocimiento consiste en hacer visible lo que aparece secreto. Las figuras y
los números, evocados por Galileo, sirven para activar la mente a nivel de la
148 RICCARDO CAMPA

investigación, en la presunción de sintonizarla con la égida creativa de Dios. Las


hipótesis sobre la edad de la Tierra se proponen a la observación y a la reflexión de los
estudiosos, como los pretextos ideales de un momento angular de la creación del
mundo. Y, contextualmente, de la previsión sobre el fin de la Tierra, contemperada con
un trastorno cósmico, entendido como una fase (al menos predispuesta) de la
conformación del universo en la escansión del tiempo. El desconcierto de la condición
humana moderna consiste en creer que la existencia es una lucha por la supervivencia,
en un sistema energético de cadencia más o menos individualizable en función de la
relación existente entre la Tierra y el Sol y entre estos cuerpos celestes y el todo
firmamento. La soledad humana es angustiante y no encuentra otra solución diferente
que predecir un «más allá» que compense las penas de la vida terrena. La pesimista
concepción de Arthur Schopenhauer se resuelve en la complacencia estética, en una
actitud que declina la precariedad con la creación artística. El conocimiento y el
prejuicio se debaten la tarea de anquilosar el temor pánico y de dar relieve a la
contingente perversidad terrena. La fusión nuclear del hidrógeno en helio libera una
notable cantidad de energía, que deja prever una escansión temporal de la supervivencia
complementaria en las ataduras nacidas de la explotación del carbón y otros recursos
mineros.

El segundo principio de la termodinámica, elaborada, con el auxilio de la


mecánica clásica, a inicios de la segunda mitad de del siglo XIX por Ludwig Edward
Boltzmann (1844-1906), deja entrever la consecución de un nivel de entropía, como la
causa de la extinción de los seres vivos. La «muerte térmica» del universo se identifica
con su degradación térmica. En el 1903, Bertrand Russell habla de la «rígida
desesperación» por la humanidad, que no renuncia a promover ocasiones de
conocimiento y creatividad, debido al dramático fin previsto por los sedimentos
artificiales. Las energías del universo parecen tener un destino en contraste con la
teleología del género humano. El único consuelo consiste en impedir el clima
degradante del universo, tan lejano que parece no constituir un peligro inminente, solo
una hierática prospección de la imaginación, que la confusión de las circunstancias lo
vuelve cuánto menos cautivante. La humanidad se cree así misma, desde este viaje y
con la luz por itinerarios, que solamente la alucinación puede considerar beneficiosos o
seductores. La perfección orgánica y la conciencia cognoscitiva parecen anunciar su
disolución y la llegada de un improbable nuevo eón del universo, tal como se puede
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 149

prever actualmente. El examen entre los partidarios del aumento de la entropía y los
partidarios de la disminución de la entropía del universo influye en el análisis del factor
creativo. Con el curso algebraico de la energía, la creatividad se redimensiona de un
modo alegóricamente opuesto y de baja tensión. La exultación y la decadencia parecen
complementarse más bien que enfrentarse en términos opuestos. La irreductibilidad de
la naturaleza a una ley interpretativa de sus potencialidades, propuesta por el
observador-perturbador, se somete a los continuos sobresaltos de las conjeturas
científicas. La antropología parece reflejarse en la cosmología como el movimiento
osmótico de un sistema energético en el cálculo infinitesimal de la resistencia vital del
universo.

El examen de los sistemas disipados del universo es una constante de las


reflexiones científicas de la época moderna, en la que la búsqueda, la defensa y la
pérdida de la hegemonía política sobre las zonas dotadas con recursos energéticos,
capaces de alimentar el aparato tecnológico mundial, consiste en una superfetación del
poder de decisión y su tendencia expansionista. El colonialismo y el desarrollo
tecnológico se realizan en nombre del «progreso», de la irrefrenable tendencia de la
humanidad a mejorar sus propias condiciones objetivas. Los teóricos del «progreso», en
el sentido indiciario de la cientificidad propedéutica de la activación tecnológica, son
los positivistas (Comte y Spencer) y, de modo dialéctico, Karl Marx y sus
testamentarios. El tránsito del necesitarismo naturalista al igualitarismo anárquico,
marxianamente positivo y hasta edificante, consiste en la transformación de la
burguesía, como emancipación del feudalismo, al socialismo, al comunismo. La
emancipación de la superestructura estatal coincide con la afirmación del personalismo
en sus artificiosas configuraciones subjetivas. La liberación de la necesidad es sinónimo
de autodeterminación. La cooperación individual es un régimen de responsabilidad
retributiva, que exonera las conciencias de hacerse reacias a la fuente de la urgencia de
la eternidad. La división del trabajo y la propiedad de los medios de producción son las
prerrogativas de un universo afligido en el egoísmo social y la transcendencia espiritual,
no exento de los sortilegios celestiales y de las maldiciones demoníacas. El finalismo
contra el mecanicismo, representado entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera
mitad del XX por Henri Bergson (1859-1941), tiende a confutar la programación
preestablecida, según las impróvidas elaboraciones de la física moderna, abierta a la
imprevisibilidad y la docilidad de la naturaleza en su fase de explicitación dramática. El
150 RICCARDO CAMPA

devenir es preeminente sobre el ser: el salto vital (el élan vital) tiende a humanizar lo
imprevisto y a hacer menos angustioso lo imprevisible. La «época cósmica» de Alfred
North Whitehead (1861-1947) es una temperie existencial, destinada a eclipsarse, a
perecer, en el caos del universo.

La concepción cíclica del universo cerrado comporta una nueva proposición de


las fases existenciales según una sucesión no cuantificable, al menos desde del punto de
vista intuitivo y representativo, del cálculo infinitesimal. La imposibilidad de imaginar
un fin no prescribe necesariamente la permanencia eterna del universo. La sucesión
temporal, delineada por los exegetas de Whitehead, implica una especie de terminal
térmica, del que es imprevisible un ulterior ciclo que protege lo existente. La
imposibilidad de proponer una sucesión (del pasado al futuro) del tiempo cósmico
reduce el potencial predictivo en su efectiva o problemática explicación. En El
Fenómeno Humano, Teilhard de Chardin delinea una probable síntesis entre el
catolicismo y el evolucionismo, según el dualismo de la energía tangencial (física) y de
la energía radial (psíquica, espiritual). La inconmensurabilidad de la relación existente
entre el observador-perturbador del sistema energético y el propio sistema magnético
vuelve a proponer en clave poética la observación kantiana del cielo estrellado y el
imperativo moral. La numerología se perfila, por tanto, como un ejercicio místico, capaz
de localizar cuantitativamente los diseños del Creador. Las coincidencias numéricas son
objeto de descubrimientos de particular relieve en la física y en la química del siglo XX.
La edad del universo cambia de un lugar a otro, según una imaginaria constante
cósmica, debida a la curvatura del espacio. La conversión de la energía química en la
energía cinética está en la base del «progreso» y de su consistencia conceptual. Las
conjeturas sobre la expansión y la contracción del universo se identifican con el cálculo
de su duración. Las llamadas coincidencias cruciales de Carl Frederick Abel Pantin
(1899-1967) permiten admitir la existencia de un conjunto de universos. La propensión
científica a individualizar las leyes de simetría en el universo tiene un efecto
propiciatorio en relación a las reales condiciones del conjunto, en los que se realiza la
búsqueda. En relación a la flexibilidad de la naturaleza, los principios tutores de la
investigación científica disminuyen (se falsan, según Popper) para establecer una
sucesión de conjeturas operativas que no teman la absolutización de las causas
determinativas de los acontecimientos, proporcionados a la estrategia advertida por los
iniciados. El carácter catecúmeno de los científicos se declina en el de los adeptos a una
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 151

empresa de implicaciones imponderables, pero relativamente útiles. La inestabilidad de


las partículas elementales (del protón) revela la perseverancia de la investigación,
dirigida a ordenar dentro de lo posible la revolución en acto de todas las situaciones
energéticas, en los que se encubre la experiencia. La perturbación energética, existente
en los intersticios del universo, deja imaginar una temperie anárquica antes que un
régimen ordenado y consecuente.

La convicción de que las leyes de interpretación de la naturaleza a nivel


microscópico tienen un carácter estadístico hace problemático cualquier tipo de
convicción sobre las modalidades del conocimiento, basado en los principios de
causación y la conformidad. Las altas energías serían indiciarias con respecto de las
bajas energías, donde se ejercita la existencia humana en su inquietante exteriorización.
La doble «consistencia» de la observación (de las altas y de las bajas energías) permite
conjeturar la potencial existencia de mundos diferentes a la experiencia concreta y la
doble ciudadanía de los que la pueblan con el criterio organizador indisimulado, capaz
de satisfacer, al menos formalmente, su ambición propositiva. La predisposición y la
premonición concurren en otorgar características estratégicas a las actuaciones prácticas
de las convicciones, que el patrimonio cognoscitivo determina como providenciales e
ineludibles. El principio de indeterminación de Werner Karl Heisenberg (1901-1976) y
la ecuación diferencial de Erwin Schrödinger (1887-1961) permiten homologar en la
terminología predictiva los efectos desordenados de los componentes infinitesimales del
universo energético (de la energía cinética en su localización inexacta). La evidencia no
certifica la realidad (la verdad). La hipótesis de que el universo pueda tener más de tres
dimensiones, aunque no haya sido probada, es conceptualmente relevante. La fuerza
interatómica ejerce un atractivo condicionado por la incredulidad de los investigadores,
que consiguen ventajas concretas (en la utilización de la energía para fines prácticos) sin
justificar completamente su causación. Aunque la configuración estable entre fuerzas
electrostáticas atractivas y fuerzas electrostáticas repulsivas sombrean el colapso del
conjunto energético, la catástrofe se evita gracias al principio de la mecánica cuántica
(según la cual los electrones son fermiones). El principio de exclusión de Wolfgang
Ernst Pauli (1900-1958) permite considerar la naturaleza adecuada a las estructuras
complejas de los organismos vivientes. Como las dimensiones de los planetas son
determinadas, del mismo modo, por el equilibrio entre la gravedad y la fuerza
electrostática, las dimensiones de los seres y los entes condicionan sus movimientos y
152 RICCARDO CAMPA

realizaciones evolutivas, modificadoras de su morfología y su comportamiento. La


relación entre la conformación de los cuerpos y su resistencia se debe a la función de los
órganos que los componen: a una entidad de proporciones más reducidas le conviene
una mayor ductilidad y soportabilidad. En el famoso libro ¿Qué es la vida? Schrödinger
sustenta que, en los seres vivos, las oscilaciones estadísticas no pueden manifestarse sin
incidir negativamente en su resistencia. Cuanto más grande es un organismo, más se
mantiene estable. Su función es, por lo tanto, «superficialmente» diferente del de sus
componentes microscópicos (celulares y atómicos). El doble rostro de Jano se
manifiesta en la disparidad de la consistencia de los factores (de los entes)
macroscópicos de talla relevante en relación a las subyacentes fuerzas energéticas. Dos
tipos de estudios compendian el régimen cognoscitivo y activo del género humano en su
implicación con el habitat natural y el milieu cultural, que contribuyen históricamente a
determinarlo.

La relación entre la gravedad y las uniones atómicas influye en la consistencia


masiva (y energética) de los entes. La búsqueda de una similitud o una conexión entre
los cuerpos animados y los cuerpos siderales es, cada vez más, un frente abierto a las
vicisitudes y a las empresas de los aguerridos equipos de físicos y visionarios. Del
equilibrio y de la sintonización de estos dos mundos se deduce la conciencia de la
plausibilidad y legalidad de los actos realizados por los seres humanos en el contexto
del universo. La búsqueda de las invariancias es un tipo de desafío que las generaciones
contemporáneas quieren favorecer en el ámbito de la búsqueda científica, cuyo aspecto
paradigmático, en cuanto que atañe el origen y la evolución del universo, es la teoría del
big bang. El espacio sideral influye desde siempre en la vida humana, en su pequeñez
temporal y espacial. El hecho de que la percepción del ser se desarrolle en relación a la
grandiosidad celeste hace pensar antropológicamente en un tipo de complementariedad
con el resultado final, circunstanciado, de la vida del género humano, como artífice de
la conciencia cognitiva e interpretativa de lo existente. La vastedad del cielo estrellado
es el fundamento del pensamiento humano, que es inducido a formular principios y a
delinear argumentaciones recurriendo constantemente a comparaciones, a similitudes y,
matemáticamente, a equivalencias. El auxilio de un principio cautelar, que se identifica
con la frustración de las propuestas cognoscitivas (la igualdad a cero de las fórmulas
matemáticas), permite facilitar el proceso inventivo sin perder la referencia con el
patrimonio adquirido. La característica fundamental de la búsqueda científica consiste
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 153

en recapitular, confutar, lo ya adquirido y, en todo caso, creído como inadecuado para


responder a las exigencias formuladas en un tono penetrante y desde la sucesión
temporal. La articulación de las problemáticas innovadoras encuentra su cotejo en la
inadecuación de las proposiciones que las preceden, en sentido ficticio y experimental.

Las teorías científicas que mejor responden a la imagen del universo son las
matemáticas. El principio heurístico, que las penetra, es de orden intuitivo. La
verificación experimental consolida o modifica el criterio, con el que la previsión se
hace inmanente en la intuición y, por lo tanto, en la demostración. Las leyes
matemáticas se explican en las ecuaciones diferenciales. Las modificaciones
cognoscitivas de la ciencia contemporánea se valen de la existencia de una constante
cosmológica que las justifica, como pruebas indiciarias de los procesos naturales, de los
que se presagian las descripciones más contextualizadas en la visión de conjunto,
asegurada por los más sofisticados instrumentos de investigación. Esta propensión
cognoscitiva se ejercita en un universo no homogéneo, cuya densidad no se distribuye
de modo uniforme. La acumulación de materia luminosa en las galaxias, en los cúmulos
y en las estrellas presenta aspectos distintos y difícilmente computables. «La isotropía
del universo y nuestra existencia –sustentan C. B. Collins y Stephen William Hawking
(1942-)–son consecuencias del hecho de que la velocidad de expansión del universo está
muy cercana a la crítica. Visto que, si no estuviéramos aquí, no podríamos observar un
universo diferente, se puede decir, en cierto sentido, que la isotropía del universo viene
de nuestra existencia»12. La isotropía de las radiaciones permite elaborar previsiones
acerca de la temporalidad del big bang, de la expansión del universo, no necesariamente
coincidentes con las condiciones estudiadas por la investigación actual, pensadas
tecnológicamente. Las previsiones consisten en considerar las condiciones del
envejecimiento del universo, de un modo cada vez más regular. La condición caótica
inicial del universo tiende a la regularidad, según las teorías que reconocen en la
expansión la señal de su conformación, tal como se puede analizar en la actualidad. La
decadencia lejana del sistema estelar, tal como aparece, deja prever el colapso global de
todo el universo en sus actuales configuraciones. La modificación de las energías
detectables actualmente en el cosmos podrá resolverse en la «versión de los mundos»
entrevista y descrita por los pensadores, por los visionarios, por los argonautas del
tiempo recóndito e imaginario.
154 RICCARDO CAMPA

Las reflexiones sobre la «nada» inicial, se hacen densas morfológicamente sobre


la idea de que la no existencia de los cuerpos prescinde de la consistencia entrópica de
la energía. La nada originaria puede ser entendida como una agitación energética,
difícilmente mesurable en términos de sustanciales estudios, con fenomenologías
cuantificables, incluso por imponderables connotaciones. El vacío es indecible como
elemento inexistente. A la palabra corresponde un significado, que convalida y
condiciona su existencia. Por esta razón, la aclarada decisión testamentaria (en el
principio era el Verbo) asume una cita compulsiva y deliberativa en el conocimiento
moderno y contemporáneo. La fluctuación energética inicial, no teniendo ningún
referente ideal, se considera como un «área neutra», es decir privada del espacio y del
tiempo, como categorías interpretativas de la realidad, tal como se configura en la
contemplación, en la medición y en la descripción de sus exegetas.

Las condiciones iniciales del universo son objeto de elucubraciones filosóficas y


aprensiones poéticas. Científicamente, rendir cuentas optativamente remonta a su
conformación, a su estructura in fieri, pero conjugable con las medidas elaboradas por
las corrientes investigadoras. La concepción entrópica de Rudolf Julius Emanuel
Clausius (1822-1888) se conjuga con las doctrinas sobre la probabilidad de Ludwig
Boltzmann (1844-1906) y Josiah Willard Gibbs (1839-1903). Se trata de dos disciplinas
explicativas sobre «lo inédito» y lo «pretérito» de la creación, con los que argumentar
en las fases explicativas de la contemporaneidad: doctrinas, que influyen, al final de la
década de los cincuenta del siglo XX, en los principios de Claude Elwood Shannon
(1916-2001) sobre la transmisión de la comunicación y sobre la difusión de la
información. La medición se convierte en una función esencial en la física cuántica, en
la que el observador de la realidad también es su perturbador. La medida ideal y la
caracterización sectorial se complementan. Las propiedades de la naturaleza,
consideradas objetivas de la física clásica, se declinan en sentido probabilístico y
estadísticamente detectables. Empiristamente hablando, todo lo que es mensurable
existe; y viceversa. La estadística es una medición objetiva: un tipo de línea tendencial,
al que se puede hacer referencia en la elaboración de procedimientos operativos. En la
mecánica cuántica el grado de conciencia de los individuos es diverso al de los
dispositivos inanimados. La conciencia, que provoca el colapso de la función de onda,
es decir del análisis, se identifica con la introspección. El papel ecuménico, desarrollado
por el observador de los fenómenos físicos, se explica en el solipsismo, en la misma
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 155

persona que se propone efectuar una medición en el intento de utilizarla para los fines
prácticos, para realizar el bienestar general.

La afiliación al sistema cognoscitivo oscurece un tipo de comunidad de


iniciados, bajo el pacto de que sean conscientes de ello e ingeniosamente movilizados
en la consecución de resultados concretos y de interés público. La antropología
científica es, por tanto, la condición del homo novus contemporáneo, que practica su
función operativa de forma narcisista (dónde por narcisismo se entiende la actitud
responsable frente a las acciones acabadas, sea para conocer, sea para utilizar los datos
del conocimiento, con el fin de beneficiarse de lo próximo en sus virtuales
figuraciones).

La función de onda es la metáfora, adoptada por los físicos, para delinear, en


línea potencial, los innumerables (o infinitos) mundos, en los que subyace la
imaginación. La cuantificación de Aleksandr Friedmann es improbable, ya que
subrogaría por aproximación el concepto de infinito. La estentórea connotación de las
facultades inventivas no permite elaborar con idoneidad la fenomenología del infinito
(espacial y temporal). La colocación del sistema solar en el universo sirve como
indicador de toda la compleja elaboración, a nivel predictivo, de su evolución. Según
Weyl Hermann (1885-1955) el todo parece ser mayor que la suma de las partes. La
imagen del universo conquista la fantasía del observador y le influye, aunque a trazos,
en su representación científica. En la configuración energética del cosmos también se
resume la eventualidad de la vida inteligente en los cuerpos celestes lejanos de la Tierra:
un ímpetu temporal, característico de la creatividad. El protagonismo del investigador
moderno implica casi correlativamente a su función cognoscitiva, que el virtual
interlocutor sea un residente laborioso en el espacio. La teleología científica moderna se
desarrolla sobre el principio de las coincidencias. La concepción del ser vivo se somete
a la verificación no necesariamente conforme a las tradicionales características de la
reproducibilidad, aunque esta prerrogativa sea considerada esencial. La capacidad de
auto-reproducción no satisface plenamente el concepto de la vitalidad (de un
organismo). La información almacenada en el aparato reproductivo de las células está
en la base del auto-reproducción vital, que se ejercita en la selección natural. El entorno
desarrolla una influencia decisiva sobre la propensión genética de fortalecerse en los
individuos. La modificación celular es un atributo de lo viviente, que se introduce en
una escala de condiciones de mejora (raramente, peyorativas) que lo salvaguarden en su
156 RICCARDO CAMPA

actividad reproductiva. La perfección es un proceso in fieri, compatible con las formas


que ambicionan ilusoriamente evidenciarla. La supervivencia de los organismos vivos
depende del resultado de la competición que se establece entre sistemas dotados de
informaciones diferentes. En principio, los organismos vivos se caracterizan por su
intercambio energético con el entorno. De esta forma, las ideas constituyen los
antecedentes lógicos de la competición cognoscitiva. El conflicto se ennoblece por la
teleología del mundo.

Michael Hart sustenta –efectuando proyecciones de cálculos– qué la evolución


de la atmósfera terrenal, con una duración de 4,5 mil millones de años, es
marginalmente estable, en precario equilibrio entre la glaciación total y el
sobrecalentamiento global, debido al efecto invernadero (como superación del límite de
anhídrido carbónico en la atmósfera). Las convenciones internacionales, dirigidas a
contener la emisión de anhídrido carbónico en la atmósfera, demuestran la existencia de
un dualismo geopolítico, en parte diferenciado del económico caracterizado por el Norte
y el Sur del planeta. En la fase sobrecalentada del desarrollo industrial de los países
emergentes como China, India, Japón o Brasil, los estamentos internacionales no
alcanzan casi nunca una concertación operativa unánime porque esta es únicamente
posible con la reorganización de los planes tecnológicos avanzados de los países
industrialmente más avanzados. La lucha por salvaguardar el planeta es
paradójicamente una angustiosa problemática económica, caracterizada, a su vez, por el
egoísmo individual y colectivo, como garantía del desarrollo social y el conocimiento
generalizado. La soledad del planeta en la galaxia hace aún más inquietante –según
Brandon Cárter (1942-)– la actual condición del género humano, inducida a hallar, en
sus tomas de decisión, las soluciones más adecuadas para asegurar su propia
supervivencia. La prueba –según los astrofísicos– de que la Tierra sea la única forma, en
la que se encuentra vida inteligente en la galaxia, estaría avalorada por la falta de las
comunicaciones interestelares, como precondiciones para justificar los viajes
interestelares. La llegada de computadoras contribuye a realizar hipótesis sobre un
universo tecnológicamente silente o con retraso respecto a las conquistas conseguidas
por el mundo de los seres vivos. La falta de interacción extraterrestre hace casi
improbables las hipótesis de que existan formas de vida en el universo que respondan, al
menos, a las mismas exigencias de los mortales terrestres. Se supone que una
civilización tecnológica por su naturaleza se expandirá por el espacio interestelar. Las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 157

estaciones espaciales constituyen las avanzadas tecnológicas de los viajes humanos por
el universo. La colonización de los sistemas solares es una empresa en acto, que se
somete a las sugestiones y a las propensiones de la época contemporánea (aunque sean
redimensionadas económicamente). La construcción de las sondas interestelares está
sometida, por una parte, a la ambición de la humanidad y, por otra parte, al coste en
términos económicos, difícilmente afrontables por los países que tecnológicamente
están en vías de afirmación internacional, debido, también, al tiempo de espera
necesario para presupuestar antes de conseguir resultados satisfactorios, bajo el perfil de
la solvencia y las referencias sociales.

La idea de que la humanidad tenga que perseguir en las esferas celestes el


sentido de su existencia se perpetúa en el viaje, que es la parte impróvida de la
curiosidad. Amén del Gran tour y a las migraciones bíblicas, el viaje enlaza los seres
mortales a los mitos de la transición. Ello contrasta –al menos aparentemente– con la
sinuosidad del anacoreta o la celda del monje: fortalezas ideales del observador-
contemplador del universo. La gruta de los orígenes y el reducto espacial de los místicos
son lugares de meditación y plegaria, de los laboratorios interpretativos de los diseños
de Dios. Como los científicos, los anacoretas recitan mentalmente las alabanzas del
Dios para escrutar sus intenciones secretas. Los mortales son los sueños del Geómetra
del universo, que elabora criterios interpretativos de sus propias ideaciones concretas.
La apariencia de las cosas, la visión, la ilusión no prohíben el pensamiento racional,
sino que, más bien, lo declinan en el sentido subsidiario, complementario, exegético. La
convicción difusa es que el viaje imaginario o efectivo precede al saber sistemático,
permitiendo tener una conciencia útil sobre la realidad natural, hasta cumplir los fines
de su solvencia en clave trasformativa, modificadora. La evolución de la especie y su
movilidad son complementarias e históricamente verificables en las diversas fases de
ordenamiento en el espacio. El viaje es la continuación bajo el aspecto milenarista de la
originaria explosión energética. El saber es dominado por una suerte de inercia
aprensiva, debida al impulso inicial, cuando los elementos responsables de la
solidificación del planeta (hidrógeno, oxígeno, carbono) se transforman en los sistemas
celulares que constituyen el fundamento del género humano. El orden cognoscitivo del
planeta es la fase experimental de la energía cinética, que lo penetra, y que los seres
vivos utilizan para la realización de su couche vital. El lanzamiento de las sondas
espaciales de John von Neumann (1903-1957) se introduce en la tentativa de
158 RICCARDO CAMPA

colonización interestelar, en las empresas expansivas connotadas por la selección


natural.

La univocidad del género humano está anclada firmemente en su soledad, que


provoca, con la angustia existencial, el deseo de sondear el universo en la búsqueda de
la panacea de una larga vida y eventualmente en la conexión en fase equinoccial
(experimental, virtual, ocasional). El planeta Tierra es uno de los miembros del sistema
solar, uno de los cuatrocientos mil millones de estrellas del Camino de Santiago, a su
vez, una de entre los centenares de miles de millones de galaxias. El antropocentrismo
es desmedidamente cognitivo en relación a las fuentes de la observación, hasta ahora
silentes. Las cosmologías evolutivas comportan el principio de la evolución y la
decadencia. El cambio es, al mismo tiempo, fuente de consuelo y de desesperación
humana: por una parte, ilusiona en cuanto a la duración del presente y, por otra parte,
preconiza su fin. La variabilidad es una forma de frustración. En la literatura, la figura
análoga es la máscara, una sugestión capaz de devolver ficticiamente cognoscible «al
otro-de-sí». La improbabilidad de la evolución humana desconcierta las previsiones
sobre su recorrido temporal. Robert Musil (1880-1942) define la especie humana como
un experimento (de la naturaleza) que se desarrolla en la realización de los miembros
individuales, ocupados en extraer constantes y variables de la realidad, donde gravitan
con la ungarettiana «alegría de los náufragos». La pericia explicativa de la
fenomenología natural ejerce una admonición sobre las finalidades, que lo penetran:
según algunos, la ataraxia sería salvífica, según otros la insatisfacción es una actitud
providencial capaz de imaginar el tiempo remoto y de frecuentarlo, primero
apodícticamente y, más tarde, con el auxilio de la ciencia, en forma orgánica. El
aumento de la esperanza de vida, conexo con el desarrollo científico y la aplicación
tecnológica, satisface a las exigencias de la perpetuación, incluso en las formas menos
abreviadas y sincopadas de lo que no estuviera en el pasado. El anclaje (de tipo
religioso) a algo de predispuesto «desde el principio» devuelve, cuánto menos
aceptable, la temperie existencial, dominada por el frenesí de la actividad, del
conocimiento y del convencimiento. Las fases extemporáneas de la conciencia
cognoscitiva inducen a la preceptiva religiosa y, aún más, a la versatilidad mística. El
irredentismo antropológico es derrotado (o al menos dañado) por las creencias en algo
que supera la vida cotidiana. La presencia humana es, no solo única, sino también
improbable en relación con la evolución del cosmos. Steven Weinberg (1933-) afirma
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 159

que el universo, cuánto más comprensible aparece, más aparece sin objetivo. Para
ayudar a los náufragos en el tiempo, los mitos y las religiones transforman la
accidentalidad en la finalidad, perezosa o edificante. Y, al contrario, en el contexto
protegido científicamente, la expansión en el espacio cósmico y su colonización permite
entrever una perfecta interacción entre el Homo sapiens y la naturaleza, sin otro sentido
que no sea el de la innecesaria, pero resignada, identificación. La identificación de la
inteligencia humana con la ratio de la naturaleza constituiría la verificación de la
concepción platónica en estado exponencial. El fuego o el hielo probablemente tendrán
razón de la vida sobre la Tierra y determinarán el principio de una nueva estación
existencial con o sin la presencia humana, al menos tal como se caracteriza en su
proceso evolutivo. Las máquinas podrían permanecer, para la memoria futura, como
ficciones de las evoluciones orgánicas, que caracterizan el recorrido de la historia
humana.

El aumento de la entropía, de la difusión de la energía, puede contenerse en


términos proporcionales por el aumento de la energía gravitatoria en los universos
cerrados, sin contribuir eficazmente a sustraerlos a la extinción. La atomización del
universo se identificaría con sus radiaciones: la luz, cual figura poética, atenaza la
ciencia a las últimas determinaciones de la naturaleza. La dimensión aérea es la más
probable para los confines de la experiencia vital, tal como se realiza en la conciencia
actuante del género humano. Las doctrinas del universo cíclico –pronosticadas y
elaboradas por Mircea Eliade (1907-1986), Stanley L. Jaki (1924-2009) y Frank
Jennings Tipler (1947-)– no delimitan una resolución para la Tierra, si bien proponen
una continua renovación. Pero es justo esta «condena» a perdurar la que,
paradójicamente, se alinea con la muerte por la extinción de lo que es. La pérdida de la
memoria en el recomenzar siempre desde los infinitos ciclos vitales equivale a la
ruptura de los propósitos mismos de supervivencia. La cosmología se perfila como la
interpretación de algunos factores naturales en su persistencia, en su interacción y en su
decadencia: se perfila no como una configuración de acontecimientos, sino como un
recorrido procesal sobre sus posibles componentes espacio-temporales. También la
concepción estética del universo pertenece a la elaboración de las cosmologías sensibles
a la sagacidad de los científicos, más que a las convicciones. La fuga en el tiempo
contrasta con la concepción salvífica (religiosa) del fin. El creciente decaimiento de las
estrellas, a causa del agotamiento del hidrógeno primordial y la difusión de los gases de
160 RICCARDO CAMPA

la galaxia, es al origen del naciente agotamiento de la energía vital. Las estrellas


muertas están destinadas a convertirse en agujeros negros; y con ellas las galaxias,
aunque al ritmo equinoccial de los hechos bíblicos. Más allá de las interpretaciones
escatológicas, las fases últimas del sistema cósmico, tal como se configuran, no se
caracterizan necesariamente por sus rigurosos cálculos matemáticos. Al contrario, se
someten a las sugestiones de quienes las elaboran por finalidades didácticas. Las leyes
físicas se conjugan con los criterios de la comunicación, que cada época adopta en
sintonía con las propias convicciones o con las más controvertidas premoniciones. La
palabra asume un papel determinante en la formulación de los que tienen el objetivo de
convertir la emancipación indiciaria en la más mesurada expectativa de supervivencia,
en un contexto natural del que se presagia, en todo caso, un profundo cambio. Si
algunas propiedades de la materia no se aplican a la vida terrena de la humanidad, puede
ocurrir que sean utilizables en un futuro remoto, cuando el proceso de transformación
energética señale el límite entre la previsión y la imponderabilidad. La esencialidad de
la vida en la continuidad del cosmos es una conjetura: de la vida tal como se identifica
la sagacidad científica más avanzadas en el ámbito de la biología, de la genética y de las
partículas elementales a nivel del núcleo atómico.

La conexión entre la existencia orgánica y la naturaleza permite lanzar hipótesis


en términos problemáticos sobre la presencia de los organismos, si es ocasional o
necesaria porque el cosmos posea un trayecto explicativo y un final (temporal). La
radiación cósmica parece ser la responsable del destino del universo tal como aparece y
se desarrolla en las figuraciones de la investigación científica. La información
almacenada por la humanidad puede que influya en los resultados de la transformación
de las fuerzas compensatorias de quienes connotan la destrucción. Tanto la concepción
apocalíptica, como la formulación empírica de la catástrofe cósmica, concurren a trazar
el sortilegio del fin, la aprensión por el momento indiciario de la no-existencia de la
realidad, configurada tradicionalmente como la correlación de las dinámicas energéticas
en la congerie de los acontecimientos naturales. La razón, que levanta incluso las
mentes de los argonautas vitales, se destroza en la insatisfacción. La paleontología del
propósito de comprender y de comprenderse se ejercita en la simbología de las
invenciones poéticas, en la metafísica de la argumentación ornamental y providencial.
El aparato investigador aminora por el sobrevenir de una multitud de informaciones que
no se sustentan en ninguna lógica binaria. Lo que se refleja en la inutilidad de los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 161

esfuerzos, dirigidos a enternecer los ánimos y a amansarlos frente a la inexorable


decadencia. La contemplación y la explicación de las fases del universo se eclipsan
frente a la oscuridad absoluta. La inestabilidad emotiva cede previamente a la llamada
de la eventualidad, por ser imponderable. La incapacidad de argumentar se ejerce en la
vaguedad del razonamiento realizado al margen de las consecuencias.

La persistencia del mito alimenta la pasión por la imagen, por una especie de
representación mística de la condición humana. El límite de la racionalidad está en su
misma admisión. Cada acontecimiento, subordinado al examen, se perfila en su
causación y en su composición energética, sin, por ello, agotar la curiosa
extemporaneidad que lo penetra. Y es justo esta anomalía entre la justificación
conceptual de los acontecimientos y su razón de ser la que provoca el equívoco y la
tentativa de superarlo por parte de la humanidad, subyugada desde siempre por la
naturaleza en la que obra sin ser obscurecida por su imponderabilidad. El engaño es la
sugestión que liga el observador-perturbador de la realidad a las reglas, con las que se
propone oscurecer –aunque sea provisionalmente– un orden que alimente la
imaginación. Paradójicamente, es la fantasía la que ambiciona la disciplina y el
sedentarismo, mientras que la razón afronta con perspicacia la dinámica, el caos y la
inevitabilidad. El conocimiento se hace inmanente en la catarsis, en la facultad de
objetivar los presagios, las visiones y las premoniciones, en el intento de acercar los
antecedentes ilógicos de las elaboraciones sintácticamente articuladas. La fe perceptiva
se refleja en la investigación conceptual. La argumentación se desarrolla desde la
identificación y se connota con la separación del objeto de observación por parte del
observador. El mundo invisible de la realidad es perceptible con los sentidos y se
pueden delinear con la razón, en sus fases neurálgicas de conjetura e hipótesis. La física
del microcosmos objetiva las figuraciones de las imágenes: las partículas elementales
son interceptadas en los aceleradores atómicos, por las estelas energéticas que
determinan en su interacción. La imagen de lo invisible galvaniza la percepción de la
revocabilidad de los actos vueltos a sondar la realidad en sus componentes energéticos,
estructurales. La experiencia se ejercita a través de simulacros. La esencialidad de los
entes y las cosas es inalcanzable, incapaz de comprometer a las instancias testimoniales.
La curiosidad se extenúa en las imágenes que enturbian otras figuraciones, en parte
inherentes al código interpretativo de la ciencia experimental. Las imágenes vehiculan
las sensaciones que se conforman en las figuraciones ideales, a los que la temperie
162 RICCARDO CAMPA

efectual hace referencia en la iconografía, perpetuándose en la tradición. La imagen


rehúye la adicción, porque fomenta la participación emotiva, que se prodiga en la
memorización y en el olvido. El peligro de banalizar lo real se evita en la búsqueda de
sus recursos energéticos, de sus composiciones y conformaciones estructurales.

La idea de que se multipliquen los mundos de la fantasía se deduce de la


variabilidad de lo real, incluso cuando se somete a verificación. El epifenómeno de lo
concreto es, en efecto, su variabilidad. La objetivación, aunque sea seriada, es la forma
en la que la imaginación se vuelve inmanente. La fascinación, que suscita el objeto
seriado, se frustra en su pequeñez. Todo lo que se desarrolla en una continua sucesión
tiende, económicamente, a saturar el mercado y, estéticamente, a decepcionar al usuario.
La parábola de un acontecimiento, en cuanto auspiciado, tiende inexorablemente a
agotarse en su forma apodíctica. La reversibilidad de los acontecimientos garantiza de
ello la permanencia en el hemisferio propiciatorio de la variabilidad. Las mutaciones
sociales son, a menudo, objeto de ineluctables cadencias cósmicas, representadas en
forma sincrética por los movimientos milenaristas, por aquellos persuasores de la
llegada de un nuevo eón de la historia y de la vida de los mortales. El estupor tiene una
connotación mesiánica porque considera el tiempo futuro como una experiencia ya
concluida o en camino de ello, a pesar de las sensaciones contrarias y conformes a la
experiencia contingente y absolutoria de las incapacidades sedentarias. Es como si la
presencia inquietante del ser en el concierto cósmico fuera descontada por la
rocambolesca emboscada del olvido. La perplejidad y la desconfianza se conjugan con
la ataraxia, en el momento angular de la temperie humana, probada por la falacia y la
decadencia. La dimensión epifánica es pospuesta para el día del Juicio. La inquietud
existencial se aplaca frente a la eventualidad de la regeneración. El Olimpo de los dioses
o el cráter del Tártaro alivian y comprometen, respectivamente, las expectativas
salvadoras y las damnaciones eternas. La actitud visionaria es la paz del alma, la
concupiscencia extemporánea con la que parece obstaculizar la contingencia terrenal. El
naufragio del mundo está permeado de sutilezas estratégicas, que se dirigen a exorcizar
sus «efectos globales». Incluso ante la crueldad de la inconstancia de los sistemas
energéticos, la permanencia del género humano sobre la Tierra puede ser al menos
preconizada como posible. La inevitabilidad del Mal no atañe la totalidad de lo
existente. En cada doctrina apocalíptica se interpone una cláusula liberadora de los
elegidos, de cuántos están en condición de valerse de la gracia de afrontar, con ánimo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 163

renovado, la eternidad (o en todo caso su versión algebraica respecto a la propiciada


como irredimible). La catástrofe cósmica no anuncia la desaparición del mundo, sino su
regeneración, donde los espíritus, ennoblecidos por la constancia, tienen un papel
hegemónico en relación a los perezosos y precarios de la vida terrena, tal como se
representa en el curso de los siglos marcado por la presencia de los exegetas de la
ritualidad del tiempo litúrgico.

El apocalipsis es el anuncio del Cielo y de la Tierra renovada por la destreza del


Creador: es el anuncio de la revelación. La idea del fin del tiempo es, sin embargo,
inadmisible, porque en la imaginación se actualiza de forma sincopada con la
continuidad, en la que se registran, en su sucesión histórica, los acontecimientos y su
perturbabilidad. El tiempo, entendido platónicamente, es la imagen móvil de la
eternidad. El movimiento, por tanto, configura el aspecto escénico y lo representa en la
multiplicidad de las formas de su identificación. En la representación fílmica, el tren es
el convoy con el que el tiempo se vuelve inmanente y se delinea como un
acontecimiento de versatilidad universal. En la acepción común, el espacio se refleja en
el movimiento que implica en su iteración un número de personas, que se identifican
como los viajeros, como los representantes de un «diseño» que les supera. La
metamorfosis subyuga la fantasía de la humanidad, que cree estar destinada a poblar la
Tierra con una continuidad condicionada por la inexorable repetición, entendida
didácticamente como un espacio dedálico, del que no se puede evadir, pero en el que se
puede peregrinar de modo que se pueda perder la memoria, y de recomponerla de modo
que se construyan ilusiones sobre su persistencia y sobre su verificabilidad. La garantía
consiste en el erasmiano elogio de la locura, en la actitud por la que los mortales actúan
como si no les fuera impuesta la decadencia. El egocentrismo aparece, así, como la
salvaguardia de la desesperación y de la disolución, como una manifestación de la
intolerancia en la intangibilidad del tiempo cósmico. La atracción termodinámica, que
concilia la movilidad y la evanescencia, domina la realidad, ilusionando los sujetos para
participar en las travesías del cosmos. El monolito, símbolo del conocimiento, es
metafóricamente el enigma, la configuración, en parte evidente y en parte escondida y
oculta, del universo, tal como aparece en las circunstancias donde el observador-
perturbador se preocupa de devolverlas, apocalípticamente, evidentes. El relato penetra
los pensamientos del principio y el fin de toda aventura humana, que se presenta a la
memoria con las características del testimonio. La narración es el instrumento con el
164 RICCARDO CAMPA

que el género humano afina la pretensión de los organismos, que se disputan el espacio
vital. La intencionalidad se responsabiliza hasta el punto de vertebrarse en la lógica, en
la argumentación sintácticamente vinculada a la evidencia y la perspicacia. La angustia
del fin se redime en la conmiseración, que los mortales tienen de sí mismos cuando en
sus actividades cognoscitivas reconocen estadísticamente algunos resultados concretos
y detectables, y algunas laceraciones conceptuales, que se identifican con las
expectativas apocalípticas y la gratificación celeste.

El tenor narrativo del temor del principio y la premonición del fin consisten en
devolver al apocalipsis una afección del alma, que contrasta con el propósito deliberado
de la humanidad moderna de sustraerse al Juicio, creyéndolo incongruente con el
empeño asumido por el género humano de afrontar los desafíos de la naturaleza. El fin
de un conflicto es, de por sí, un factor emoliente de la tensión emotiva y la propedéutica
racionalista. La revelación epifánica de la verdad es un correctivo de la indiferencia
motivado por los resultados previstos y conjeturados por la condición humana. La idea
del Juicio se configura, cada vez más, como el índice de la temperie pasada, nebulosa y
confinada a la imposibilidad de recuperación de sus sentidos contingentes. La
problematicidad de los resultados connotativos de la realidad comporta la adhesión a
una expectativa de menor efecto escénico que la del tribunal celeste. La temporalidad de
la propensión y la conjetura humana exime la valoración en un sentido último. También
la justificación de los defectos terrenales se explica en la aceptación de una forma
transitoria de deliberación axiológica. Todo lo que ocurre y se desarrolla en la
experiencia terrena no implica la admisión o el rechazo de una causa que la salvaguarda.
La impiedad se certifica bajo dilemas y no se pospone a un Juicio que le sobrepasa.
Consecuentemente, también el rencor y la venganza no revisten ya los caracteres de la
ofensa sacra, en los que se reduce el rigor inquisitorial, persecutorio y punitivo. En la
sociedad secularizada, en efecto, el delito es más una pérdida de tono colectivo, que una
aberración individual. El tema del fin, de la muerte y del juicio final es, cada vez más,
una preocupación íntima, que influye forzosamente en la participación objetiva, general.
La idea del Mal, presente en la literatura occidental de Giovanni Boccaccio (1313-1375)
a Thomas Mann (1875-1955), influye menos progresivamente en la toma de decisión y
en el actuar de la condición humana. El tradicional (bíblico) dualismo del Bien y el Mal,
fortificado por la injerencia en las categorías interpretativas y descriptivas de la
naturaleza, deja su sitio a la arreciante incertidumbre. La condena y la salvación pierden
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 165

sentido en un momento en el que la identidad se conforma a las inquietantes


temperaturas liminares, a las condiciones primigenias y permanentes de las partes
infinitesimales de lo existente. La pericia del cálculo y la intemperancia cognoscitiva de
las temperaturas, propulsoras de la continua transformación de la materia en energía y
viceversa, no permiten lógicamente dar crédito a una línea de conducta, a una
teleología, que admita el reconocimiento de los méritos y los deméritos de los seres.
Disminuye el presentimiento frente a la consistencia apocalíptica de la liminar
fenomenología energética. La consistencia morfológica de la luz es el emblema
circunstancial de la existencia de los entes, que concurren a delinear el espectáculo de la
experiencia como una simple constatación frente a la inexorabilidad de la eventualidad
y sus performances temporales. Los mitos de la modernidad conciernen a la
aproximación cognoscitiva y al compendio creativo, productivo, como complemento de
un proceso in itinere, que se presagia no se puede hacer contingente. Las generaciones
se interconectan entre sí en el intento de evidenciar los semblantes de la satisfacción
intelectual y emotiva como asignación de la existencia en su extrema consistencia
natural y en su vehemente, transitoria, solidificación.

A la autarquía individual de la mitología clásica se coteja la urgencia de una


gestión colectiva (universal) de la existencia, según los cánones de la evidencia y la
constatación prudencial. El individuo no entrevé, en el universo moderno, su particular
trayectoria salvífica, sino una variante ecuménica que se declina en el conocimiento de
los movimientos undosos de la naturaleza. La marxiana «contabilidad de sí mismo» no
conflagra con las procelosas fluctuaciones de las energías vitales. La generalización de
las finalidades propias del género humano no se deduce de un presupuesto religioso o
ideológico, sino de la respuesta que la investigación de la naturaleza es capaz de
asegurar a las expectativas, que se manifiestan en su forma ecuménica (universal) en la
que, en la sociedad pasada, se compendian los temores y las esperanzas de los virtuosos
y los réprobos, disciplinados según un orden dogmático y compromisorio. El exegeta de
los tiempos modernos piensa desaforadamente no tener nada de lo que arrepentirse y,
por tanto, nada de que pedir perdón. La imposibilidad de pecar es lo más angustioso que
le puede ocurrir a las generaciones modernas. Su irreductibilidad a los valores
tradicionales y al ejercicio de la transcendencia induce a reconocer un resultado
intrínseco en el recorrido existencial, difícilmente representable con el léxico y en la
fraseología consolidada. La conveniencia restablece los simulacros de la traición, de la
166 RICCARDO CAMPA

execración y de la transgresión. La lucha contra la superstición, realizada en la época


moderna por las generaciones que presagian la vida mundana, se propone como la
enfática exaltación de la pérdida de la convicción y su improvisada legitimación.

La opacidad del Mal es el aspecto endémico de la necesidad. La punición y el


castigo se deducen de la inadecuación del género humano sobre la íntima obligatoriedad
de la naturaleza. La contradicción presente en la vida de los seres consiste en su
individual caducidad y en su permanencia como género humano en la realidad natural.
La exigencia imperiosa de asegurar la continuidad ideal a las generaciones, que se
acreditan en el escenario de la historia, induce a creer en las pérdidas de tono, un tipo de
verificación de su consistencia genética. El conjunto parece prevalecer sobre las partes
singulares. La inadecuación humana a las tensiones naturales está en el origen de la
melancolía. El peaje emotivo es el sucedáneo de la inquietud existencial. El temor de
vivir contumazmente induce a las generaciones humanas a interaccionar mediante la
convivencia desde la elaboración de un conocimiento realizado desde puntos distantes
morfológica y topográficamente. La exigencia consolatoria es consiguiente a la
convicción acerca de la ineluctable banalización de lo existente. La memoria pública y
privada sanciona la perdurabilidad y, por lo tanto, la decadencia de cada adquisición
cognoscitiva, utilizada para promover los correctivos necesarios para sublimar los
instintos. La racionalidad es un acuerdo entre los miembros de un orden social, que
ambiciona delinearse con el rigor de las normas, como partes integrantes de una
teleología compartida de un número siempre mayor de exegetas. El sufrimiento es el
diálogo omitido con las obligaciones divinas o con las ditirámbicas conmixtiones
demoníacas. El juicio y la esperanza coexisten en la desgraciada cognición del Mal,
artífice deformante del curso forzoso de las cosas. El dualismo, que configura la
condena y la salvación, es la parte explicativa de la incertidumbre natural. La inocencia
originaria predice los defectos terrenales, las asperezas de la existencia concreta y
compromisoria. La hostilidad en lo que se refiere a la imprecisión, la eventualidad
desconsiderada, se justifica con un tipo de expiación natural de las defaillances,
supuestas, contradictoriamente, como inevitables y necesarias. El malestar de vivir se
identifica con la dificultad de conciliar las exigencias primarias y las posibilidades
secundarias realizadas en la enajenación de una parte, aunque lamentable, del potencial
decisional y actuante. El concierto humano presupone la renuncia a cualquier cosa
natural de parte de los miembros singulares, que se identifican con el destino común y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 167

los peligros, ínsitos en la misma exteriorización de los intereses subjetivos. La docilidad


en lo referente los alicientes terrenos es un proceso cognitivo de la pequeñez de la
existencia en relación a la inmensidad universal. La inconmensurabilidad de la
contingencia terrenal es lo correspondiente a la ingravidez de la temperie cósmica.

La cultura occidental es invadida, desde los exordios, por la abrasión del sentido,
por la vanidad de cada argumentación que no tenga en cuenta su perfección. La
intemperancia cognoscitiva gratifica la auto-referencia, sin perjudicar la catástrofe
discursiva. La kantiana «finalidad de todas las cosas» también es una admonición
presente en la acalorada congerie de iniciativas, presuntamente cometidas para confortar
la egolatría del mordiente orgánico del tiempo. El crecimiento artificial, imaginado y
realizado por las generaciones, parece contrastarse, incluso dentro de un límite, en la
economía energética planetaria. La datación del fin de las cosas es, por tanto, previsible
proditoriamente, aunque no se considere de forma perentoria e irrefutable, bien bajo el
perfil abstracto, o bajo el perfil concreto. Se trata más bien de una categoría conceptual,
que encuentra su lugar de confrontación en la experiencia física. Instintivamente, el
género humano promueve su continuidad en la conciencia de ser asechado por un
demonio demoledor que corrompe la consistencia íntima antes que la efigie de las cosas.
La percepción se deduce de la imagen, que la convicción delinea como posible,
teniendo en cuenta la vida existencial pasada. La vista, de Aristóteles y del
Renacimiento, se explica desde un estatuto especial en relación a los otros sentidos. Ella
permite representar la realidad según parámetros capaces de ampliarla y de alegarla a
las formas quintaesenciales de la experiencia. Lo invisible es, por tanto, un hemisferio
de la realidad, propio de la imaginación. La variabilidad de lo visible con respecto a la
relativa inmutabilidad de lo invisible se debe a la incidencia de la percepción sensorial y
a su recíproca interacción. La vista signa las dimensiones de la visibilidad y, en
consecuencia, la delimitación de la connotación existencial. Lo invisible sigue
perpetuándose en las prácticas místicas, rituales, donde se manifiesta por la
intermediación de los simulacros, de las máscaras alegóricas, de los símbolos. La
curiosidad de dejar entrever la decadencia de los seres y las cosas se contiene en la
arqueología de las instancias, que actúa en conformidad con el deseo (de una época, de
un tipo de población) de un itinerario orgiástico (de personalidades paradigmáticas e
incluso inauténticas). La ficción (literaria, escénica) persigue la identificación
competitiva y se presenta también como el antídoto a su estado de anestesia. La
168 RICCARDO CAMPA

«mitridatización» de las imágenes puede crear la adicción y, por tanto, la abulia, que
provoca la discrática modalidad de modular la indiferencia. Y, sin embargo, la raíz
neurálgica de la imagen es lo que configura las formas más cautivadoras de la
identificación. La concepción epifánica de la historia se desarrolla, así, en el sentido de
su previsibilidad. La escenografía del fin no es auténtica: se deduce del legado
conjetural y de la tradición alquímica, del momento, en el que la transformación de los
elementos químicos evoca un proceso restrictivo y frustrante de las variantes actuantes
proditoriamente con un objetivo posesivo. El epílogo biológico oscurece el vacío y la
genealogía de los entes y las cosas: el origen y el fin son comunes a la mitología y a la
ciencia. Su interacción puede ser expresada a través de las figuraciones del arte y las
representaciones científicas. El empeño del pensamiento occidental consiste, en efecto,
en devolverlas ambas evidentes y perennes.

La conflictividad es el expediente con el que la endemoniada exigencia de


prevalecer (sobre el prójimo) contempera la razón de ser de la especie. El perseverante
ribelismo de la condición humana da crédito al prestigio de la eficiencia. La
omnipotencia divina pertrecha el Mal con las vicisitudes de los mortales. La
oportunidad de censurar todas las manifestaciones del Maligno es una exigencia ética,
que se enfrenta dramáticamente con los alicientes, a menudo veleidosos, de la
transgresión. En el orden social, el prestigio de las normas en vigor puede ser
deteriorado por la emancipación compulsiva de algunos individuos subyugada por el
poder demoníaco. La disolución de lo existente aparece como una obra prometeica de
signo contrario al de la homologada por el sentido común.

La subversión ejerce una fascinación surrealista, casi siempre destinada a


debilitarse y a contender con la normalidad, sobre las características de la subrogación
con respecto de las ineludibles contiendas existenciales. A veces, la aversión al poder
constituido se debe a la fallida solvencia de la conformación societaria: la atonía
engendra la plusvalía aprensiva y el recurso a la fuerza en estado puro. El fanatismo se
convierte en una cruzada contra la razón, que se perfila como un resultado explicativo
inalcanzable del sentido de la existencia. La pretensión luciferina de contrastar todo lo
que se considera parte del patrimonio cognoscitivo, se ejercita hipócritamente para
negar la impotencia de la pérdida del tono y eficacia. El Prometeo moderno no afronta
los rigores de la condena, sino el extravío frente a la exhibición de los propios recursos
inventivos, con los que enfrentar la insatisfacción. La teología de lo imaginario cede su
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 169

lugar a la teleología del confutador de lo que imperceptiblemente se hace denso en la


temperie comunitaria, social. La previsión disminuye en función de la eventualidad, de
los acontecimientos previstos como posibles y pronosticados artificialmente. La
naturaleza es el antecedente de una miniatura que evoca su carácter ineludible. La
dimensión de fuga de las partículas del microcosmos son las valedoras de un orden
cósmico, que la razón investiga con dificultad, en el intento de aprovecharla en sentido
consolatorio. La falta de prevención se descubre como el antídoto de la desesperación.
El Prometeo liberado moderno no reconoce en su acción finalidad alguna que no refleje
la antagónica condición pasada de dependencia de las fuerzas extemporáneas (y
adivinatorias). El epifenómeno del destino está en la docilidad a las vicisitudes de la
experiencia. La levedad de la convicción engendra la ironía, sobre todo en las
generaciones que son animadas a realizar la tarea de interceptar las de la naturaleza. Su
presencia desincentiva el cumplimiento de los fenómenos de la naturaleza: la
sectorialización del conocimiento induce a encomendarse a la previsión estadística
como a una fuente privada de solvencia crítica. La ejemplificación conceptual se
identifica con el declive de la problematicidad. La aserción aparece, por lo tanto,
privada de las sugestiones emotivas, con las que se connota en los regímenes totalitarios
de la primera mitad del siglo XX. La precisión y la exactitud pierden, en el universo
tecnológico, su aspecto teológico. La improbabilidad ensombrece una conveniencia
existencial y promueve la sucesión del aprendizaje, que se ejercita en la producción en
serie. Lo imprevisible compendia las variables del conocimiento en su configuración
ilusoria y concreta. La imperfección conjuga la búsqueda con el estupor (la maravilla)
que suscita el cosmos. La pérdida en el cielo estrellado se refleja en la inconstancia de
las partículas del núcleo atómico. La inercia es la constante inflacionista del
incumplimiento. Y, como para los escépticos y los cínicos, la ataraxia desconcierta, en
la época contemporánea, las propensiones anémicas actuantes de la condición humana.
La capacidad de la técnica de influir en las formaciones ideológicas de Occidente (el
capitalismo y el comunismo) se ejercita en la alternancia totalitarismo-democracia,
según una sucesión de fases, dirigidas a integrar los diversos órdenes institucionales en
la globalización económica. Y, con la uniformidad conductual, se descomponen las
arraigadas propensiones credenciales.

La hegeliana liberación de la sumisión autonomiza la angustia existencial, que se


agota en la actividad creativa y productiva. La satisfacción de manipular lo existente en
170 RICCARDO CAMPA

función de lo que puede existir, constituye el embrión o la apariencia de la eternidad. La


enfatización del acto asume las connotaciones estéticas en el gesto, en la forma con la
que se agota el ímpetu inventivo (el élan vital de la determinación bergsoniana).
También el trabajo se configura como el desafío que los seres mortales lanzan a su fin
en sus formas alienantes. Y, en efecto, la actividad de la investigación en el laboratorio
permite una mayor esperanza de vida. La necesidad supera los resultados de la técnica.
Los pronósticos convalidan la asertividad del cálculo, que anima las previsiones
científicas. El fundamentalismo económico implica predicciones ineludibles porque
conecta con las expectativas –a veces liberadoras o salvadoras– de las multitudes
subyugadas por las necesidades primarias, de las exigencias elementales de la
supervivencia. La empresa humana está completamente virada hacia la percepción de su
inferencia con las energías que se identifican con su recorrido histórico en la
imponderable unión del universo.

La problemática relativa a la «plenitud del ser» se agota en la noción de


autenticidad que, en la época moderna, se conecta con la racionalidad, con el
individualismo exonerado al menos de las obligaciones sociales. El narcisismo y el
hedonismo interaccionan en el cálculo de toma de decisiones sobre las modalidades y la
intensidad, con las que actuar en el concierto institucional. La vulgaridad y la
autoindulgencia sacrifican el residuo de relieve moral, con el que la tradición occidental
se configura en la transcendencia. «Todo eso –escribe Charles Taylor– puede producir
hasta un tipo de absurdo –como muestran los nuevos conformismos– que emerge entre
personas que luchan para ser ellas mismas y, más aún, en las nuevas formas de
dependencia que se desarrollan cuando los individuos inseguros de su identidad se
dirigen a los sedicentes expertos y guías de cada especie, amamantados por el prestigio
de la ciencia o de algunas exóticas espiritualidades»13. La fidelidad en relación a la
conformación política es, por así decir, forzosa: existen innumerables
condicionamientos de orden práctico y económico que inhiben la confutación de los
órdenes, sobre los que se basa su legitimación. La satisfacción individual se manifiesta
en la trama de las relaciones interpersonales. El finalismo comunitario disminuye en
función del probabilismo universal. La precariedad moderna es afligida por los mismos
objetos que consolidan su perdurabilidad. La decadencia de la jerarquía está
interceptada por la importancia decisional que asumen los recursos económicos.
Mientras en la sociedad tradicional (de inspiración weberiana) la articulación entre las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 171

funciones se asegura en el status jurídico, en la época globalizada las diversidades se


extenúan en el exhibicionismo (del bienestar, de la riqueza, del poder prescriptivo). La
posición social se identifica con la energía empleada para satisfacer, a nivel subjetivo,
las convicciones y decisiones, mediante el condicionamiento directo o indirecto,
representado predominantemente por la propaganda y la publicidad.

La capacidad mayéutica del dispositivo subliminar influye en las elecciones


colectivas confiriendo una ventaja a unos pocos individuos, que regulan el estándar de
la vida privada y el deseo público. La reputación cede su puesto a la popularidad, que es
un demonio bifronte, porque da crédito a la atención y lleva el atractivo de la actualidad
a la incongruencia. La autoindulgencia y la conmiseración tienden a elevar el egoísmo
individual a la categoría de participación social, practicando mensajes de representación
colectiva. La espectacularidad se identifica con un juicio expresado en imágenes,
señales, alusiones, que no inciden directamente sobre el tejido conectivo del orden
institucional, paradójicamente considerado como tutelar, garantista, e irrefutable. El
conformismo social reorganiza la autenticidad, que se manifiesta siempre en las formas
globalizantes. La aportación innovadora, en cuanto reducida, se interacciona a nivel
estructural, modificando las condiciones de status de un número creciente de
individuos. El nivel de la audiencia de un espectáculo legitima su intrínseca validez.
Cualquier estrategia individual para influir en el comportamiento colectivo se connota
de una autonomía conjetural, que prescinde de la valoración científica en el sentido
tradicional. La estadística determina la tendencia objetiva del proceso social, por su
naturaleza dinámica y difícilmente accesible desde los instrumentos de la investigación
analítica, que connotan la sintaxis expresiva de los órdenes institucionales del «antiguo
régimen», de solvencia clásica, basada en la conveniente lógica consecuencial. La
satisfacción no coincide con la complacencia, porque los resultados conseguidos por las
manifestaciones colectivas implican reconocimientos erga omnes. Paradójicamente, en
los movimientos reivindicadores contemporáneos, el aspecto de protesta sobrepasa la
actitud lúdica y perjudica por ello la función estética. La actitud didascálica comporta la
aceptación de los resultados relacionados con el debate parlamentario, aunque perjudica
progresivamente la autónoma solvencia decisional.

El narcisismo frustra la protesta cognitiva y se manifiesta en las variaciones de


tono y gestuales, con los que atenta a la sugestión general. La espontaneidad,
ecológicamente responsable, refleja una actitud conciliadora y cariñosa respecto a las
172 RICCARDO CAMPA

controversias existenciales. El poder de transfiguración del lenguaje se ejerce a tal


efecto en las frases, en las anotaciones de la memoria, que terminan por convertirse en
rancias y declinan en la indización de un sentido remoto y perecedero. La moderación
concierne a las propensiones iniciáticas de quienes se presentan como los testigos del
sentido común. En la sociedad contemporánea (post-moderna) la «medida» es un
pretexto desterrado en la arqueología del saber, en las formas arcaicas de conformación
de las sociedades, diferentes en sus creencias y sus lingüísticas. La propia marginación
es casi imposible: los sistemas de comunicación con mayor credibilidad permiten (e
inducen) a estar presentes en el concierto mundial de forma independiente, incluso a
pesar del estado de ánimo inhibidor de las influencias externas. La trama de las
relaciones individuales transciende la participación (más o menos consciente) de los
individuos singulares, identificados, a pesar de ello, en la madeja de intereses en el que
gravitan y que les condicionan. El dominio (de sí mismos, del entorno circunstante, de
la naturaleza) declina en el poder de actuación de los grupos de presión (políticos,
económicos, sociales). En la concepción marxiana de la política, el repuesto orgánico de
la naturaleza lo realizan los productores asociados14. El papel residual del Estado,
pronosticado por el marxismo, se transforma, en la sociedad capitalista, en un
componente burocrático de la identidad nacional, dejando la inventiva individual y de
grupo a la dinámica empresarial, en la práctica de la economía financiera de instancias y
dimensiones planetarias. El control democrático cede frente al poder tutelar, que se
ejercita ampliando los recursos adquisitivos de los bienes seriales, en incesante
modificación. La perfección virtual de los objetos atrae la atención de los usuarios, que
animan una estación de falsos entusiasmos con capacidad de contagio. El despotismo
mórbido, al que hace referencia Alexis de Tocqueville15, convive con la protesta y la
transgresión. Los sondeos de opinión orientan, de algún modo, la actitud de los
gobernadores, que confían en la fragmentación de la contestación. La ausencia de una
coherente y permanente crítica al gobierno se debe al componente económico, al que los
grupos se someten, a pesar de todo. La fragmentación democrática (pluralismo
partidista, el movimiento ideológico) refuerza el sistema normativo, en el que
paradójicamente se legitima y en el que se realiza una interlocución de tipo propositivo.
La sociedad política se perfila, por tanto, como un orden que exorna los conflictos
virtuales y las pretensiones, a veces insostenibles económicamente. La defensa de los
derechos positivos puede contrastar con el potencial económico del orden institucional
donde se manifiesta. La lucha sindical en defensa de los beneficios adquiridos puede
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 173

extenuarse frente a la petición de los empresarios, de renunciar a algunas garantías


contractuales a cambio del puesto de trabajo. La presencia en el mercado mundial de
una nueva fuerza del trabajo barato pone en peligro el modelo del welfare conseguido,
tras décadas de contrastes políticos, en algunas áreas tecnológicamente desarrolladas del
planeta. En todo caso, la perturbación contractual regresa en las inhibiciones de grupo
previstas por la dinámica del mercado mundial, que parece estar poseído por el demonio
de la grandeza y la miseria, en una contienda seráfica y recíproca que perdura hasta la
extenuación de las fuerzas del campo y la renovación de las mismas por las ulteriores
pruebas de resistencia de las incesantes contracciones de la naturaleza.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 175

6. LA PREMONICIÓN

Solamente una era de bienestar se puede permitir perder la realidad como una
aposición gnoseológica, como una categoría interpretativa de la experiencia de la vida
humana. En efecto, la palabra «realidad» es prejudicial a cada tentativa, realizada por el
género humano en el curso del tiempo, con el fin de correlacionar la supervivencia con
las temperies naturales, con el conocimiento de los acontecimientos que la atañen. La
convicción de que la realidad se conecte metafísicamente con la terminología (con la
lingüística) se refleja en el empeño y en el malestar de la existencia. La compleja
condición de un predicado nominal de la pretensión cognoscitiva se identifica con la
propensión regenerativa de las comunidades, que se presentan y se entregan al
proscenio de la vida. El embarazoso debate relativo a la preeminencia de la palabra
sobre la experiencia está privado de sentido: para localizar un estado de ánimo o un
fenómeno, es necesario contar preventivamente con la fraseología necesaria para
memorizar tanto el uno como el otro y, en compañía de esta propensión afectiva, el
intelecto localiza los nexos, que dan lugar a la evidencia, en cuyo circuito emotivo se
establece, con de forma expresiva, la razón. La elaboración de las constantes y las
variables de los fenómenos de la experiencia permite elaborar los enunciados
mentalmente, cuyo resultado son, en última instancia, de carácter metafísico. En este
ámbito coyuntural se establece la previsión, que se identifica con la actitud humana de
incentivar el futuro con el auxilio de las sugestiones del pasado. La reflexión sobre los
enunciados evoca la actitud del género humano para hallar, en las palabras, el diseño
divino (tal como afirma Galileo Galilei, al señalar que el cosmos es una creación
interpretable con el auxilio de los números y las figuras) y, contextualmente, la
precariedad de la actividad terrena en relación a la inspiración trascendental. Las
religiones del Libro reflejan la impiedad y la potencialidad edificante de la palabra. El
verbo es un instrumento de salvación para quienes profesan una actitud de
176 RICCARDO CAMPA

reivindicación respecto al creador, que los expone al insulto del tiempo recóndito, como
un aspecto insólito de la estipulación providencial.

Al conocimiento justificador de la realidad hace frente la búsqueda de


alternativas, no siempre con resultado edificantes, según un orden de conducta moral
que, desde Aristóteles en adelante, se cree que es la adecuada para llevar a cabo las
deliberaciones innovadoras y solidarias del género humano, una vez que se han decidido
ponerlas en práctica en el asociacionismo, refrendado por las normas y los criterios de
partidarios ajenos a otras asociaciones humanas y animales. La Ciudad, en el sentido de
estado otorgado por Aristóteles, oculta un fortín (una defensa artificial) contra los
asaltos del instinto predatorio y aflictivo, que refleja una fase de la modificación
genética de los mortales, en vistas a una satisfacción emotiva y una justificación
racional. Estas ocultan en la melancolía el malestar de no haber logrado contener, en un
enunciado cognitivo, las razones (aprendidas por la experiencia o recobradas por el
estado de ánimo) de la intolerancia por lo existente y de la intemperancia en lo relativo a
lo existente o la improbabilidad de lo inexistente, que incluso encuentra en la
formulación epistemológica su prometeica (compromisoria) exteriorización.

La realidad conocida se compendia en las palabras que la representan. La


observación es tal si está dotada de instrumentos (simbólicos o verbales) útiles para
cumplir con su fin. El orden de los factores, en los que el volumen de conocimiento no
es una irrefrenable inundación de profecías según las reglas de la iniciación credencial,
sino un esencial compendio de nociones, encuentra su verificación en la experiencia. La
objetivación, primero a nivel artesanal, luego a nivel industrial, es la precaria
condescendencia del modelo ideal al caso particular compulsivo y masificado. En la
época contemporánea, la simultaneidad certifica y frustra al mismo tiempo todo lo que
es aceptado como esencial y problemático. La falsificación, de la que habla Karl R.
Popper, se puede, sobre todo, intuir en la actualidad tecnológica, dominada por la
contingencia, en la expresión demoníaca del mercado. La impredecibilidad de los
acontecimientos pone a dura prueba la inteligencia de los actores económicos, que ellos
mismos conminan a las penas previstas por los subversores sociales. La solidaridad
social es considerada, por la apologética liberal, como la pérdida de tono o el
hundimiento intelectivo de las generaciones ocupadas en luchar por de la supervivencia,
elevando los instintos predatorios en el carácter ocasional de los acontecimientos.
Jacques Monod sostiene que la existencia de los seres vivos, en su figuración arcaica, es
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 177

determinada por el azar y la necesidad. Estos dos factores son aparentemente extraños al
aparato terminológico de la transcendencia tradicional. Sin embargo, sintetizan, en las
abreviaciones propositivas de la ciencia moderna, los impedimentos ideales, a los que el
género humano recurre en el tiempo, en el intento de justificar su presencia en el mundo
y de mejorar su contexto. La fragilidad de la vida humana se configura de forma
proporcionada a la complejidad de la vida cósmica, al alejamiento que engendra la
observación kantiana del cielo estrellado. El restablecimiento, continuamente prometido
y renovado, de la relación entre el observador del universo y la pretendida respuesta del
universo a las instancias del observador no satisfacen siempre e in toto las ambiciones y
las expectativas de quienes profesan la práctica de la experiencia. La resolución
empírica del conocimiento implica un acto de sumisión por parte del observador de la
realidad que, aunque turbada por la injerencia tecnológica y mediática, continúa a
manifestarse con una serie, en apariencia, residual de recursos energéticos. La compulsa
de los acontecimientos con las actitudes interpretativas y el dispositivo del observador
de la realidad se prevén científicamente como la forma indiciaria más adecuada para
equipar el aprendizaje de las cargas energéticas necesarias para actualizarlo. La
connotación moderna de la metafísica, depurada por la retórica propiciatoria, consiste
en reconocer una conformación energética y una congruencia representativa en el
universo capaz de hacer perceptible la extemporaneidad de las resoluciones humanas.
La inconmensurabilidad del universo se conjuga con las proposiciones conjeturales del
observador moderno y se modifica en el tono aseverativo del pasado, para asumir en el
momento presente la relativización cognoscitiva, en el que descansa la credibilidad
conceptual y la expectativa trascendental.

Las proposiciones, identificadoras de los acontecimientos, acuden a diseñar la


realidad, por su finalidad identitaria. La correspondencia entre las proposiciones y los
acontecimientos no siempre se puede verificar, pero sí se puede confutar. Esta aserción,
en todo caso, es arbitraria en su construcción conceptual, puesto que el progreso,
ideológicamente proporcionado en los resultados concretos, resulta desproporcionado.
El género humano realiza, prospectivamente, un modelo de bienestar salvífico antes que
un modelo de actuación sobre las instancias últimas de la condición humana. La
inserción en la naturaleza de parte de la humanidad a través de las figuraciones
artificiales, le permite asumir un relieve preeminente frente a los otros entes, sobre todo
por las injerencias propedéuticas en el tejido conectivo y en la constitución energética
178 RICCARDO CAMPA

originaria, elemental. Los hechos atómicos, a los que Ludwig Wittgenstein hace
referencia en el Tractatus lógico-philosophicus, se identifican con las regiones liminares
de la materia y la energía: de los dos aspectos de la realidad, representados
aprensivamente por la relatividad en interacción con los fines de la penetrabilidad
energética y la materialidad fungible de los objetos, estética y funcionalmente
cautivadores. La verdad y la falsedad de las proposiciones connotativas de la realidad
son parte integrante del conocimiento, que se resume en su recorrido expresivo y
agente. Estos atributos, entendidos como categorías de lo existente, efectivamente
tienen a rendir comprensible la «ambigüedad» de la naturaleza en su constitución
originaria, fundamental. La postulación interpretativa de las fases de la naturaleza,
correspondientes a las épocas de la humanidad, responde a las exigencias
representativas, a su vez condicionadas por las expresivas, entendidas endémicamente
en proporción al clima artificial, en las que, sin embargo, residen la inventiva y las
expectativas generacionales. La idea de que la semántica conjuga la metafísica se
justifica exclusivamente en los niveles elementales de la materia y la energía, dónde
solo los indicadores verbales se conforman con la congruencia y la capacidad de
modificación. La metafísica del microcosmos tiene una exclusiva léxica, a través de la
cual se sobrentienden, también, las instancias profesadas en el pasado de la humanidad
como en apnea, es decir, en la espera de amplificarlas superficialmente desde el sufragio
de la inevitabilidad de los hechos físicos, químicos, biológicos, desde el metabolismo
cultural más cautivante, que la imaginación pueda inventariar en el patrimonio
cognoscitivo de la humanidad, de época en época.

La penetración semántica puede indiciar hechos todavía no acaecidos, sin que


esta limitación sea prejudicial para la ulterior elaboración conceptual, a la que pueda
corresponder un aspecto de la realidad. La elaboración del pensamiento en sus
connotaciones ideales permite formular una doctrina del conocimiento invertido, que,
sin embargo, encuentra en la continuidad, la correlación suficiente y adecuada para
otorgar al «progreso» las garantías necesarias para su realización política, social,
económica. La empiria es la estipulación de la conveniencia, en la que se consiguen las
ventajas perseguidas por la razón, con la asertividad desde la que a veces es cargada. La
correspondencia entre los pensamientos y los hechos incumbe a la experiencia que
puede ser representada concretamente (objetualmente). Efectivamente, se reconoce la
efectividad de una experiencia simbólica a nivel intelectual, que puede eximirse, por un
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 179

cierto período de tiempo, de explicitarse y que se refleja en una serie de fenómenos que
son solventes de forma concreta. La incidencia del pensamiento sobre la acción se pone
en evidencia principalmente en la fase preliminar de la actuación del acontecimiento, en
el que la reflexión emotiva se repone en las sinapsis mentales a través de la
instrumentación (cada vez más refinada) con el que es posible localizar los lugares
íntimos, que pueden ser representados sin utilizar la objetualidad seriada. La doctrina de
la equivalencia entre la verdad y el sentido –profesada por Gottlob Frege, Bertrand
Russell, Donald Davidson, Gareth Evans, John McDowell– consiste en creer aceptable
conceptualmente, todo cuanto influye sobre la sensibilidad y el aprendizaje práctico, por
medio de la experiencia, denominada erróneamente como directa, ya que cada
manifestación humana lo es al estar sustentada por una serie de mediaciones y medios
virtuales, formales, concretos, de notable relevancia. «El resultado total –sustenta
Michael Dummett– es que si intentáramos explicar el concepto de verdad antes de
explicar qué es el significado, o bien de explicar el significado antes de explicar qué
significa decir de algo que es verdadero, tendríamos que dar inevitablemente una
explicación del sentido sin recurrir a la noción de verdad»1.

La palabra verdad, en su dimensión minimalista, connota solamente aquella


parte de la representación concreta de lo real, a la que alude en su global definición de
lo existente y lo que existe, según los diversos cánones interpretativos de las culturas del
escenario internacional. Efectivamente, la palabra verdad satisface las exigencias
prácticas, proporcionadas a los recursos energéticos (tanto virtuales como concretos)
empleados para conseguir un objetivo evidente y representable. La verificación del
sentido y el sentido de las adquisiciones cognoscitivas se ejerce en las palabras, en la
periodicidad de la experiencia virtual, simbólica, rica en referencias mitológicas,
poéticas, fabuladoras, determinativas. El concepto ideal abstracto compendia el
potencial expresivo y el referente experimentable. La connotación orgánica de la
palabra «verdad» se deduce en la elaboración intimista, evidenciada biológicamente por
la inferencia de las acciones y reacciones físicas, químicas, mistéricas. El metabolismo
orgánico es la fuente de las adquisiciones y de las conjeturas, donde se revela la
inventiva humana en sus diversos órdenes. La multiplicidad de las culturas contesta a la
diversidad de las adaptaciones del observador de la naturaleza en la naturaleza misma,
según las sugestiones que se emanan del habitat en la que su utilización se hace
realidad. La homologación de las aportaciones cognoscitivas al patrimonio común de la
180 RICCARDO CAMPA

humanidad asume las diversas propensiones de los asentamientos humanos para


satisfacer las exigencias de orden necesario y optativo. Por lo tanto, el conocimiento no
satisface solamente las instancias de la utilidad, sino, también, las de la fatalidad y de la
conveniencia según los cánones religiosos, estéticos, partidarios. Por esta razón, en los
regímenes totalitarios es posible establecer un comité de salud pública que vigile los
entusiasmos falsos o hasta que se realicen sociedades científicas (de física
experimental), con características étnicas, raciales y, por lo tanto, con un reflejo
sistémico, religioso, según las creencias arcaicas, pánicas. «El sentido de una expresión
es un modo particular de determinar su valor semántico»2. El enunciado es un
acontecimiento in pectore, la previsión de un evento, que hay que delinear. Su
formulación denota un trabajo mental que no puede ser frustrado, aunque la concreción
del acontecimiento previsto no se realice in toto o en parte. La partenogénesis de la
inventiva no se convierte inmediatamente en creatividad, en el sentido experimental, ya
que lo concreto constituye el final orgánico de la postulación conceptual y de la acción
resolutiva. La eventualidad de que la acción haya sido determinada antes de la llegada
de la palabra representa el reflejo condicionado de las doctrinas de la intimidad, que
converge, en el plano laico, con el psicoanálisis. Antes de que el género humano
utilizara la palabra y, por lo tanto, estuviera dotado del aparato fonador y de la
estructura intelectual expresiva, es presumible que pensara y argumentara con los
dilemas condicionales objetivos empleando sonidos inarticulados, señales inconexas,
formas desordenadas de la persona en el dramático exorcismo de su oscuro mal,
presente en la incomunicabilidad, que se refleja en el temor ancestral, en la soledad
existencial. El estilo coloquial –aunque sea por el aspecto vagamente reminiscente–
sirve para contar a posteriori cuanto ha sucedido prima (antes), según un orden de
sucesión impuesto por el complejo (de Edipo, de superioridad, de inferioridad, de
culpa). La vida humana se amplía y se vuelve inmanente gracias a las confesiones, que
toman, por medio de una persona interpuesta, el sentido de los fenómenos o de los
acontecimientos, de los que el confesor-testimonio se cree partícipe o responsable.

El exordio de la lengua corresponde al origen de la convicción. La lengua le


brinda al observador de la naturaleza la posibilidad de transformarse en actor, por su
función inquisitiva y explicativa sobre el tono energético necesario para modificar el
propio milieu cultural y, al mismo tiempo, justificar sus actos invocando o evocando la
interferencia divina. Las religiones del Libro, en efecto, registran la evolución
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 181

conceptual de los creyentes, según un proceso de afiliación empática y sintácticamente


expresable y memorizable. La versatilidad sapiencial y la asertividad creyente se unen
de modo que hacen posible que aparezca de un modo consecuente la facultad de
distinguir lo falso, de denegar esta distinción y de renegar toda tentativa de otorgar a la
realidad existente un grado de legitimación trascendental. El pesimismo cósmico y la
crueldad tienen el mismo efecto sobre quienes se mantienen en vilo entre las dos
proposiciones, en el intento de beneficiarse, señalando los significados opuestos y
similares entre ambos. El lenguaje, en efecto, admitiendo la diversidad entre los dos
términos, establece su íntima unidad. Para que dos proposiciones sean verdaderas es
oportuno que se confronten de forma didácticamente opuesta, como ocurre en los
postulados matemáticos. La exteriorización de una construcción expresiva consiste en
hacer a sus usuarios partícipes de la alternativa, latente, pero que pueda aparecer en
forma ritual bajo las condiciones adecuadas de la oportunidad cognitiva y la necesidad
vital. La racionalidad de una definición consiste en considerar a su confutación como un
correlato de su misma conformación conceptual.

El principio de la ambivalencia de Frege es, efectivamente, la característica


distintiva del lenguaje, que deriva de una doble elaboración física y conceptual: la
adaptación anatómica (la conformación fónica y expresiva) satisface las exigencias
representativas del observador de la realidad, ocupado en pensar lo próximo en su
similitud y dotado de sugestiones que no están necesariamente adecuadas a hacerlo
curioso, ni a asomarse al escenario natural en busca de un asidero emotivo, que pueda
determinar una reflexión conceptual, que esté empapada por una vocación comunitaria,
es decir, socializante. La perturbación del observador de la naturaleza es el fundamento
de su versatilidad y, por lo tanto, de su creatividad en las orientaciones objetivantes. El
conocimiento, en efecto, es un bien de la humanidad, independiente de los niveles de
desarrollo económico de sus áreas institucionales. La diferenciación económica que
existe en las diversas regiones del planeta es, intrínsecamente, un acicate en la búsqueda
de las fórmulas y los descubrimientos que permitan restablecer la unidad edénica, al que
hacen referencia las profecías, las creencias y las postulaciones políticas e
institucionales.

La igualdad del género humano es una petición profética. Como criaturas


divinas, los seres mortales no pueden sino prometer con agustiniana insistencia el reino
de Dios en la Tierra. Las ideologías, que se refieren a este tema teológico, tienen una
182 RICCARDO CAMPA

matriz materialista, sean de inspiración liberal, o de inspiración socialista. Ambas


consideran la insatisfacción y las disparidades terrenales como el efecto de una
concepción existencial distónica. Los remedios propuestos tienen diferentes fuentes de
inspiración y, sobre todo, opuestas consideraciones naturales. Para el liberalismo, la
selección natural puede ser ennoblecida en la competencia económica y en la disparidad
social; para el socialismo, la igualdad social no puede degenerar en la desigualdad
natural. La docilidad liberal a la capacidad humana de elevarse sobre el conflicto
natural, en una encomiable comparación social, encuentra su parangón en el empeño
socialista de prometer continuamente la unidad del género humano como un modelo
ideal, en el que verter todos los esfuerzos cumplidos por los individuos en su diversidad
inventiva y emprendedora. Las peticiones connotativas intrínsecas a las dos corrientes
del pensamiento moderno y contemporáneo son abiertamente laicas, no conceden
mucho crédito al profetismo religioso y consideran que la ética conductual es una
escritura de la especie, ocupada en salvaguardarse de los solapados apremios de la
disfunción del legado arcaico. Para hacer más eficaz su mensaje, ambas doctrinas
profesan el progreso como un estilo de vida y condenan la barbarie como el gemido de
la humanidad en sus insolvencias originarias contra los dictámenes silentes y los
agitadores de la naturaleza. La llamada concesión al realismo consiste en tomar nota de
las estructuras institucionales influidas por una u otra doctrina social. Efectivamente, se
ha evidenciado que ambas se someten a un principio órgano-genético como es el Estado
que, según la postulación aristotélica, es una mutación social de todos los tipos de
asociacionismo. A partir de la instalación orgánica del Estado es posible desarrollar una
serie de experimentos que favorecen las expectativas o las pretensiones de las
sociedades agrarias, de las sociedades industriales y de las sociedades basadas en el
sector servicios, sin contradecir o contradiciendo su razón de ser. La estructura orgánica
del Estado puede absolver algunas funciones equilibradoras de la dinámica social. La
«mano invisible», que Adam Smith ve en el mercado, parece transformarse, en la
concepción del Estado-Nación, en la energía necesaria para contener los efectos que
generan disfunción en algunas actividades singulares de los individuos o los grupos.

Para evitar que los individuos se constituyan en grupos de presión y utilicen la


estructura del Estado para su bien exclusivo, el marxismo propone su disolución en un
clima de igualdad, en el que los individuos dan y consiguen virtualmente cuanto
necesitan para afrontar epicúreamente el aburrimiento existencial. El preludio de la vida
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 183

edénica se conjuga con el desaliento por todo cuanto concierne a las expectativas
salvíficas de los creyentes en la redención. La satisfacción de contestar conscientemente
a las instancias naturales compensa las prerrogativas de la regeneración. Es posible la
actualización del modelo benéfico si se modifica, con las aptitudes humanas, la
convicción de las generaciones, que creen tener en la tecnología el nivel más elevado de
interacción del hombre con la naturaleza. La sociedad tecnotrónica, en fin, ilusiona a la
humanidad sobre el modo de reflejarse simultáneamente en los acontecimientos que
realiza y que lo penetran. En principio, la sociedad tecnológica permite actualizar el
Edén terrenal mediante la división del trabajo, que impide, a los individuos singulares y
a los grupos a los que pertenecen, el diseño compartido, la arquitectura social, en la que
participan solicitado por un impulso primitivo, imposible de suprimir y caracterizado
por el empleo del hierro, del acero, del cemento férrico. Las semejanzas y las
diferencias culturales parecen activadas para conseguir un resultado, que satisfaga
provisionalmente los impulsos solidarios de las áreas felices del planeta y permita a las
áreas más avanzadas el intensificar su actividad, y perpetuar las distancias económicas y
sociales existentes entre las diversas regiones del planeta. La sociedad tecnotrónica
promueve la igualdad virtual como efecto de la diversidad estructural, inspirada y
condicionada por el conocido como mercado global.

El determinismo, implícito en el maquinismo industrial, es, por tanto, una


consecuencia humana, lo que supone que sea vulnerable y sostenible en la convicción,
y, a su vez, influyente, no solamente por la razón, sino también por los gemidos de la
emotividad. La tecnología, en cuánto propedéutica de una inédita manifestación del
mundo, tiene que contestar contextualmente, en sus efectos productivos, a las
correspondientes implicaciones y urgencias. El exorcismo tecnológico consiste en
reducir a proporciones diagnósticas la influencia de la emotividad desde la razón,
dejando al azar la capacidad de generar las mutaciones imprevistas e imprevisibles, en
las que se refleja el desaliento de la humanidad contemporánea. La metafísica moderna
consiste en este empeño, con el que las generaciones se afanan en construir la
superestructura del planeta, sin tener la pretensión de pensar como inducir, en sí mismos
y en un futuro próximo, la ilusión sobre la posibilidad de atenuar el peligro a la nada y a
la soledad individual ante la incalculable vida cósmica. Bernard Williams escribe: «Es
importante señalar que en base a estas interpretaciones la “presión selectiva” y el
“índice de mutación” dependen de nosotros: dependen de qué teorías sean inventadas,
184 RICCARDO CAMPA

de cuántos experimentos ejecutados, etcétera. En todo caso, en este modelo no hay nada
que nos pueda llevar a la conclusión normativa de Popper según la cual deberíamos
mantener la presión selectiva y el índice de mutación»3. La adaptación al entorno es
preliminar al cambio que el género humano realiza según las finalidades que, al menos
en parte, es capaz de perseguir, convenciéndose, contradiciéndose y regenerándose. La
«epistemología evolucionista» consiste en señalar las respuestas adecuadas a las
instancias humanas en la naturaleza, aquellas que no pueden sino ser intrínsecas a ella.
Solamente si se admite que el dualismo (no necesariamente de origen cartesiano) entre
la creación y su desarrollo puede ser regulado por dos reglas distintas y, a veces, hasta
contrastadas, se puede aceptar las concepciones hegelianas de una dialéctica triádica,
con capacidad de prefigurar la fenomenología del espíritu del mundo. Pero la biología
moderna ni confirma ni desmiente las postulaciones globales (válidas, sin embargo, a
nivel económico y social) al depender de una serie de variables, cada vez más
disciplinadas en la obtención de un «significado práctico», es decir, de realización
explícita. Si bien este resultado satisface temporalmente las exigencias de la humanidad,
o de una parte de ella, no coincide necesariamente con las premisas gnoseológicas, que
le dan el ser, como una expectativa creída naturalmente de forma indivisible en la
totalidad del género humano.

Por esta razón la teoría evolucionista tiene una implantación normativa y


explicativa, que se compendia en la ética como una fase particular del conocimiento. El
comportamiento humano asume, así, su curso epistemológico, en el sentido que induce
a reflejar en la potencialidad del ser, a partir de su actitud frente a los descubrimientos,
que se rinden evidentes por su representación, artística o factual. La relación entre el
poder ser y el deber ser constituye el nervio de la reflexión moderna sobre el modo más
adecuado para legislar y aplicar las normas, creídas como algo de vital importancia por
las generaciones ocupadas en dar estabilidad, al menos, al escenario internacional.
«Mediante argumentaciones de este género algunas argumentaciones de naturaleza
biológica o de similares podrían engendrar coherentemente vínculos entre los objetivos
sociales, los ideales personales, las instituciones factibles, etcétera»4. La actitud
sancionatoria, establecida por la autoridad institucional, magnifica la norma ética y, al
mismo tiempo, le reconoce un grado de fragilidad, contra el que se ejercita la acción
colectiva defensora y vigilante. La ética es, así, un dispositivo que puede ser
desatendido, en vista de una ulterior aceptación cognitiva, más conforme a las mudables
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 185

condiciones objetivas (relativas, sin embargo, al peso político, económico y al


ordenamiento social en vigor en las diversas instituciones). La vecindad de parte de los
conocidos como pueblos primitivos con la naturaleza debería tener una influencia más
incisiva en quienes elaboran las leyes del comportamiento, sobre la base de las
cogniciones nacidas de la reflexión y la experiencia. Esta doctrina es privada de
contenido, porque parte del presupuesto de que las sociedades industrializadas
obstaculizan y no transforman la naturaleza y de que las leyes de la naturaleza tienen
una perentoriedad que difícilmente se traduce en criterios de adaptación en la sociedad.
Efectivamente, la industria es una técnica transformadora y que actúa sobre la
naturaleza, lo que supone una manifestación de su potencial energético, diferente, en
apariencia, al potencial de la cultura agraria, que es microcósmica y patriarcal.

La antigua oposición entre naturaleza y convención, presente en el pensamiento


griego, se debe a la autosuficiente estructura de la Ciudad y, por lo tanto, a la capacidad
de elaborar y satisfacer todas las necesidades. En la sociedad industrial, en cambio, el,
por así decir, producto natural es el deseo y el producto artificial (es decir la traducción
de lo primero en lo segundo) es el producto que no viene directamente de la tierra sino
de la mediación de los altos hornos, de las fraguas, de las centrales atómicas. La
sociedad tecnológica es una sociedad de mediación, satisface las expectativas (no solo
las exigencias) de un número creciente de individuos, inmunes a la resignación para dar
voz a una reivindicación garantizada, ideológica y organizada (en los partidos políticos
y los movimientos sindicales). De esta forma, la transmisión se configura como la
metodología, continuamente sometida a revisión, adecuada para contestar a las
instancias sociales, fundadas sobre los resultados de la investigación científica y sus
aplicaciones prácticas. El conocimiento moderno rechaza el dualismo tradicional entre
la abstracción y la praxis corriente, de modo que interfieran y actúen entre sí. De esta
forma, la ética se convierte, también, en la disciplina de la necesidad y de las estructuras
que la propician. La ética constituye la escritura con la que la colectividad, que la
adopta, subviene a las intervenciones inhibitorias y prohibicionistas. El reduccionismo
individualista no tiene carta de ciudadanía en una sociedad donde la ética celebra un
recorrido virtual, a partir de la premisa de la inmensa mayoría de sus miembros
(verdadera o presunta). La ética, en efecto, corroe la absolutización de la pertinencia de
las normas que «pone en ser», para exorcizar las que tenderían a corromperla. Su
constitución es problemática, en el sentido de que prescinde de la dialéctica subjetiva,
186 RICCARDO CAMPA

para implicar una colectividad virtual, no siempre individualizable, efectivamente, en un


orden institucional. Su ideario puede ser propedéutico con ulteriores ajustes
institucionales, cargados de compromisos políticos, económicos y culturales. En la
sociedad tecnocrática, la intencionalidad individual tiene sentido si logra subvertir las
reglas conductuales, introduciéndose regularmente, al menos, en el mercado,
perjudicando, así, a algunos y beneficiando a otros (la mayoría) según el cálculo
previsto por la dinámica cognoscitiva y decisional. El carácter controvertido de las
instancias innovadoras no produce ningún efecto si la aceptación de las mismas es
asumida también de forma irreverente por la mayor parte, o la parte significativa, de las
estructuras institucionales. Naturalmente, el individualismo industrial no pertenece a las
obligaciones de la Ciudad (tal como se deduce eficazmente del célebre ensayo de
Benjamín Constante sobre la libertad de la antigüedad comparada a la de los tiempos
modernos), sino a los aparatos conceptuales, mediante los que el individuo, integrado en
la estructura productiva, se le concede la capacidad de abstraerse y de realizar por su
cuenta, en tono reservado y éticamente irredimible, un recorrido emotivo y racional, por
el que puede ser responsable de las consiguientes agitaciones sociales, pero en el que de
momento se considera es aún inocuo y sin capacidad de penetración. Si bien este fuerte
grado de nobleza hace que la libertad sea aceptada por todos desde el plano histórico, de
hecho incluso eso tiene como origen una gestión particular del poder, público o privado.
La existencia de las circunstancias comunitarias hace evidente el régimen (el volumen)
de la libertad posible. La absolutización de la palabra libertad es un ejercicio verbal, a
menudo conectado a un vicio retórico, que tiende a convencer a todos, e
inexorablemente, a decepcionarlos.

El aspecto más inquietante y, a veces, también el más tranquilizador, que se


deduce de la comparación de la ética practicada en las diversas regiones del planeta,
induce a hallar la permanencia en las ineludibles diversidades existentes. La ética
ambiciona reconocerse por encima de las eventualidades y las diferencias normativas,
inquisitoriales, libertarias, que invaden el recorrido histórico de las diferentes
estructuras institucionales. «Según esta teoría, comprender los conceptos de alguien
significa, esencialmente, tener capacidad para usarlos. Pero si conseguimos hacer esto,
por ejemplo, con los conceptos éticos, entonces tales conceptos, de alguna manera,
tienen que contestar a algo que ya nos pertenece»5. La legitimidad de la ética se debe a
que se admite la unidad de la naturaleza humana. Las doctrinas que la refutan hacen
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 187

abstracción de la artificialidad del tema normativo, que es en cambio un dato constante,


bajo el perfil antropológico, en todas las culturas que hayan guardado sus testimonios.
La propia diversidad de la moral practicada en las diferentes estructuras políticas es el
indicio de una versatilidad del factor discrecional del comportamiento, en orden a
algunos asuntos religiosos, credenciales, convencionales, cognitivos. La diversidad de
los contenidos normativos no deslegitima el comportamiento, que implica un juicio de
valor de los actos edificantes y, viceversa, una condena por los gestos y los
movimientos que los asechan o los frustran. En síntesis, aunque en forma enfáticamente
perentoria, la ética siempre presenta una dimensión objetiva: en su tenor conciliatorio
refleja la percepción apologética que sirve para consolidar las asociaciones humanas y
hacerlas retráctiles a cada forma de subversión y transgresión. La ética se convierte en
la depositaria de la memoria colectiva, representada por categorías expresivas. Las
palabras, que la penetran, son, al mismo tiempo, recomendatorias y aseverativas. En
este sentido, la ética se convierte en la Ley de la religión laica del pueblo, que se
extiende en el milieu cultural, donde aspira a actuar con mayor fidelidad o con menor
indecisión sobre quienes no estarían en los lugares, en los que el ferino encargo de los
aborígenes perjudica, por así decir, su consistencia. De algún modo, la ética es el
ejercicio de la memoria en un contexto protegido por las normas de la práctica
cotidiana, de la dinámica creadora y de la adivinación profética. Por la ética, en efecto,
aparece «el premio», la connotación objetiva antepuesta al consuelo metafísico, en el
sentido de que los beneficios, que ejerce en el presente, son el reflejo (platónico) de los
que el tiempo hará evidente y la memoria seguirá preconizando como ineludibles.

Avishai Margalit señala que: «En nuestra época la metáfora dominante no es la


cueva de Platón, sino la prisión de Freud. Según la visión freudiana hay una prisión bajo
la vigilancia del inconsciente, donde un carcelero-censor tiene bajo llave los recuerdos
molestos. Tales recuerdos son removidos por la conciencia, pero no son destruidos; la
metáfora de Freud es la prisión de la represión, no la guillotina del olvido»6. La
conversión del inconsciente en una disquisición convencional tiene una función
curativa, en el sentido que hace patente la capacidad aflictiva, debida, sin embargo, al
temor de la humillación regenerativa (de la castración). La ética de la renovación
encuentra su consuelo en el recuerdo de los acontecimientos, que determinan su
necesidad y su legitimación en clave explicativa. La ética exorciza cada actitud
disfuncional, que oculta la libertad edénica, absoluta, falta de vínculos y de
188 RICCARDO CAMPA

condicionamientos, y que prescinde hasta del visionarismo religioso y laico. La


materialidad del bien y del mal otorga a la norma una responsabilidad preterintencional.

Aunque sea aceptada como una iniciación catártica, la ética social promueve el
futuro, según unas reglas que consoliden el beneficio de las generaciones en el presente,
que tendrán, en su equipaje de la memoria, los resultados de las relaciones menos
aflictivas, probadas por las poblaciones de la Europa continental y mediterránea del
siglo XX. La memoria de la reconciliación es efímera y, sin embargo, puede servir de
espuela para quienes la evocan con el fin de interceder en los interlocutores de la
actualidad, inexorablemente asechada por inconciliables pretensiones. La subdivisión –
realizada por Margalit con finalidades didácticas– de las relaciones entre espesas y no
espesas (sutiles), concierne respectivamente a la ética y la moral. A la ética, le concierne
la lealtad y la traición; a la moral, el respeto y la humillación. El límite de la ética social
consiste en disentir de la ética de las creencias. Si se otorga a la ética social una
aposición religiosa, la forma controvertible de sus asuntos coincidiría con la condena,
con la excomunión, y, por lo tanto, con la persecución, que es justo la eventualidad que
se propone evitar. La re-examinación de la memoria –como está en la Búsqueda del
tiempo perdido de Marcel Proust– permite descubrir acontecimientos, reacciones, que
interaccionan con el patrimonio consolidado de los conocimientos para darle crédito
ulteriormente o para «revisarla» in toto o in parte. «Una ética de la memoria es una
ética del olvido mucho más que una ética del recuerdo. La cuestión crucial, o sea, si hay
cosas que deberíamos recordar, posee una paralela, a saber, si hay cosas que deberíamos
olvidar»7. El olvido –de Homero a Jorge Luis Borges– no es el reino de la nada, sino el
lugar de la clemencia del recuerdo. Del olvido, en efecto, pueden desenterrarse los
recuerdos, que la ocasión o la eventualidad convierte en indispensables para hacer
menos problemáticos los juicios de la actualidad. La ética es conmemorativa, porque
restablece enfáticamente las creencias, las tradiciones, a las que hacer referencia en la
práctica cotidiana. La ética hace permanente la memoria mediante la epopeya que
caracteriza la comunidad, de la que recibe su razón de ser. El olvido es casi siempre
culpable o compromisorio: no reconoce la causa que determina el valor nominal de los
acontecimientos, que pueden influir en el interés colectivo.

La ética tiene la característica de ser onerosa para quien la observa y garantista


para quién no sería propenso a observarla si no estuviera obligado a ello. La actitud
vagamente benévola no satisface a las exigencias de la ética, mientras que protege su
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 189

efectividad. En todo caso, la ética es la medida de la indiferencia individual y colectiva.


Además de las personas singulares, también los grupos están interesados en desarrollar
su papel en la comunidad teniendo presentes los principios, que constituyen el
fundamento de su constitución ideal y política. La banalidad del mal –cuya influencia
demoníaca estigmatiza Hannah Arendt– no degenera en el antieticismo, sino en la
restituida solvencia. Tanto es así que la pensadora alemana, amiga de Martin Heidegger,
interviene en relación a las catástrofes del totalitarismo. La reducción del sentimiento de
la simpatía agrava la situación moral, pero no la frustra, porque tiende a perpetuarse en
la recóndita razón, de futura memoria, en el día de la ira o en el juicio universal. La
entidad del mal, más allá de su relevancia jurídica, condicionada procesalmente, se
introduce en el sentido común como el factor de la condena o la redención. «El
idealismo desinteresado es, a veces, responsable de crueldades inenarrables con los
extraños»8. Por otro lado, la tolerancia se ejerce predominantemente con quien no
subvierte los órdenes sociales, pero los amenaza con su modo de hacer aparentemente
compromisorio y extravagante. La falta de ritualidad encuentra en la ética un
contrafuerte ideal, que no contempla ninguna adversativa y drástica resolución. La
índole protectora de la ética está casi ausente, porque se considera invulnerable desde el
punto de vista explicativo de las propensiones edificantes de la comunidad, en la que se
expresa el Weltanschauung, la visión general de las cosas. Sus enunciaciones no son
sistémicas y, por lo tanto, no corresponden a una particular táctica del poder tutelar
transitorio. La empatía juega un papel relevante en las relaciones interpersonales y, por
lo tanto, morales, pero no puede constituir el factor determinante, la visión general de
las cosas, que comprende los intereses y las idiosincrasias más difusas a las que se
dirige la regla institucional. La simpatía y la conmiseración, en su apariencia distónica,
concurren, efectivamente, a reducir las dificultades y adversidades de su existencia, de
los que temen la comparación o no ambicionan el éxito.

La ética refleja la memoria colectiva; la moral, la realización práctica de la ética


en las fases excitantes y escabrosas de la existencia cotidiana. La moral vuelve
«corriente» a la ética, que queda implicada en una vida capaz de sobrepasarla. La
superfetación de las creencias populares le es extraña porque, en su reconocimiento del
pasado, la ética ambiciona predisponer el futuro. La anomalía del presente manifiesto
lleva a la consolidación o a la debilitación orgánica de los axiomas, en los que la ética se
aleja de la moral, más propensa a dilucidar los principios conductuales que las
190 RICCARDO CAMPA

sugestiones y los condicionamientos de la contingencia. La memoria de las experiencias


compartidas justifica la ética, pero no la moral, que queda ligada a los eventos
efectivamente acaecidos de forma pertinente con el juicio evocador que las
generaciones contemporáneas a estos acontecimientos sienten el deber de pronunciar en
honor al sentido común. La «ética corriente» oculta la moral en su punto crítico, cuando
la responsabilidad individual adquiere las aportaciones cognitivas, que el conocimiento
tiene que homologar. La conciencia, en efecto, se identifica con el conocimiento in
itinere, o sea, en su proceso de explicitación e interferencia.

La pertenencia a la comunidad humana legitima la ética; la participación a un


orden institucional convalida la moral. El primero es una entidad nouménica; el segundo
fenomenológica. De otro lado, en la comunidad hebrea es preeminente el recurso al
Antiguo Testamento como a un libro de testimonios proféticos, en el que se entrevén
todas las realizaciones (artísticas, científicas, tecnológicas) documentables en el curso
del tiempo. La imaginación precede y oculta la realidad, de modo que sea más fácil su
interpretación y, consecuentemente, su actualización según los esquemas
preestablecidos del deseo, del gusto, de la voluntad (adivinatoria). La ética, en todo
caso, contrasta, no tanto con el olvido, que es el lugar de la eliminación del recuerdo,
como, sobre todo, con el recorrido mental (a veces pecaminoso). «No hay recuerdo de
los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después
vendrán»9. La ética responde también al deseo de la alteridad. Es, por tanto, la
inmanencia del aspecto seroterapéuttico de la eternidad. Las huellas, que cada
generación deja en la contingencia, demuestran la desesperada inconsistencia del futuro,
el hecho irreparable de un factor persuasivo que, a excepción de la fe, convenza, con
objetiva postergación, la alternativa celeste a la terrena. La profecía, como previsión, se
convierte en testimonio del pasado, que no logra interceptar el futuro (falsable
tecnológicamente). El carácter irremediable de la profecía consiste en la irreductibilidad
de su anticipación del pasado al presente que se manifiesta. La amistad, que atañe a las
relaciones interindividuales, ni refuerza ni debilita la conformación ética de la
comunidad, que encuentra en las leyes, a las que contribuye a delinear, su misma razón
de ser y su recuerdo en la memoria, presumiblemente con un sentido universal. La ética
une los sentimientos difusos de la comunidad, y los eleva idealmente, prescindiendo de
los individuos singulares y de la subjetiva interpretación de su existencia. De esta
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 191

forma, se establecen dos caminos comunitarios, el del comportamiento y el de la


responsabilidad objetiva, que tal comportamiento determina en el ámbito comunitario.

Los individuos asisten al constante restablecimiento de una visión unitaria de las


cosas aunque ocasionalmente disminuye el ideal que los identifica en la sociedad civil,
o en todo caso, bajo la perspectiva del bienestar general. El tumulto de las emociones,
que la moral disciplina en la dialéctica emprendedora, se traduce en la teleología
metahistórica de la ética. La revisión de la moral refleja el curso de las costumbres; el
recurso a la ética concierne a las valoraciones de la actitud humana sobre la
investigación científica, sobre la convicción religiosa y la realización práctica
(equitativa o no) de los descubrimientos de la técnica. La connotación creyente o
religiosa de la ética está presente –incluso cuando se exalta su laicidad como la garantía
de la equidistancia de los extremos conservadores y revolucionarios– por el simple
hecho de que imprime en las conductas un itinerario, que prescinde de las generaciones
que lo actualizan. La teleología ética satisface a la incertidumbre de los mortales, que no
hallan su completa realización en la experiencia terrena. La relatividad de la convicción
y la precariedad de las circunstancias caracterizan, respectivamente, a quienes
ambicionan contestar a las problemáticas existenciales y rechazar, por contingentes, las
aprensiones y las comprensiones de la realidad (natural y artificial, según las impróvidas
categorías connotativas, empleadas para definir los universos de la naturaleza, libres de
la contaminación de la mano del hombre, y los mundos que padecen las iniciativas de
los observatorio-perturbadores de la naturaleza). El aspecto más significativo de los
enunciados éticos consiste en individualizar los fines que puedan ser perseguidos con la
convicción de que pueden ser alcanzados por la comunidad, que se los impone a sí
misma y a su descendencia como un atributo filogenético. La didáctica de la tarea
cognoscitiva implica la reducción del egoísmo individual en favor de la sociabilidad, del
bienestar colectivo. Las desviaciones del humor, que cada norma general suscita en sus
contrayentes naturales, son la forma en que respira la ética, la fuente equinoccial de la
inspiración que se consigna en la observancia de quienes perseveran en el empeño de
sustentar la comunidad, la sociabilidad, la institucionalización; en fin, las formas más
adecuadas donde asegurar la memoria de las proezas cumplidas por las generaciones, en
un tipo de mito, que se identifica grosso modo con el ángel o el demonio protector de la
historia, de los hechos de los pueblos y las naciones. «Revivir emociones parecidas a las
emociones naturales de sentirse en casa cuando se está en la naturaleza es una forma
192 RICCARDO CAMPA

sofisticada de sentir, “modificada y guiada por nuestros pensamientos”»10. El constante


restablecimiento de la dignidad humana, presente en las finalidades éticas, contempla un
tipo de placer bíblico, de íntima armonización con la naturaleza. Bajo el perfil estético,
el dictado ético traduce en prosa lo que la tradición arcaica evocaba en la poesía. Las
ejemplificaciones y las analogías se ensamblan, siempre de modo que la arqueología
literaria intervenga para dirimir cuestiones relativas al principio de actualidad. Las
prerrogativas de la ética consisten principalmente en la defensa de la tradición frente a
las perspectivas futuras de la comunidad, que asumen como criterio de promoción
social. La laicización de su dictado constitutivo se deduce de los «valores» dilucidados
en su teleología, que se propone tener en cuenta las propensiones ínclitas de los seres
vivos en su vida histórica y conflictiva. Paradójicamente, la ética de la tolerancia y la
solidaridad no puede prescindir de referirse, en sentido confutativo, a la competitividad
innata de los individuos y los grupos, cuando se reconocen en los símbolos de sus
órdenes institucionales que, por su génesis, apelan a un impulso humano de
pacificación, aunque sea controvertible.

La ética prescinde, en principio, del sufrimiento, que está presente, en cambio,


en la moral. Una, prefigura la catarsis de la comunidad; otra, atiende a las instancias
propedéuticas de la satisfacción y el placer, difícilmente armonizables en el orden
institucional, preocupado de asegurar, sobre todo, la dignidad y los derechos positivos
de todos sus componentes orgánicos (es decir activos). La organicidad de la moral
prefigura un sistema en constante revisión, de modo que pueda adaptarse a las
circunstancias, que la demografía y el conocimiento presentan de forma ineludible. La
imperiosidad de la moral se sirve de la asertividad de la ética, que concierne
predominantemente el recorrido histórico del género humano, sus diversas condiciones
temporales y geopolíticas. La ética presagia la perfección; la moral regula los vicios, las
caídas de tono, el agnosticismo. En ambas elaboraciones conceptuales, la condición
humana se distingue de sus componentes trascendentales y físicos, en un intento de
conciliarlos sin interferir en su resultado último, válido, respectivamente, para los
creyentes y para los incrédulos, para quienes ambicionan las volutas del cielo y para
quienes reconocen en el pedregal de la tierra el extremo recodo de sus potenciales
inventivas. La esperanza, que invade la ética o la moral, tiene una naturaleza
escatológica: permite averiguar la reactividad de la naturaleza a la ambición humana y
valorar contextualmente los recursos necesarios para intervenir y modificar con el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 193

habitat el milieu cultural, donde argumentar y actuar. El mesianismo es tan flébil que no
es capaz de afrontar la experiencia concreta, monopolizada por la casuística tecnológica.
La creación de objetos se delinea como la forma surreal de la naturaleza: el reflejo
condicionado de la voluntad concretada, el instrumento en serie de la perversa docilidad
del género humano.

La incapacidad de expiación de las generaciones de la época tecnocrática se hace


inmanente en la repetitividad, en la sectorialización, en el extremismo sensitivo,
deliberativo, efectivo (de la cadena de montaje y la navegación por la red). La
simultaneidad de los mensajes y de las representaciones exonera al usuario de los
objetos y de los servicios del universo tecnocrático de pensar en los efectos del
torbellino de los acontecimientos artificiales, realizados con la ayuda más disoluta de la
máquina. La pausa de reflexión, que del monaquismo al anarquismo actúa como una
creencia religiosa en el hombre, se difumina en la publicidad. «Es necesario distinguir
dos sentidos en los que se supone que la moral se basa en la religión: el sentido genético
(histórico) y el sentido justificativo»11. La justificación de la ética y la moral es de
naturaleza poética: es el reflejo de las tentativas mentales para ocultar el reino de los
fines y un orden para favorecer su representación concreta. Las analogías estructurales
entre una y otra categoría operativa no condicionan los correspondientes niveles de
desarrollo. Se pueden hallar, en algunos Estados autoritarios, constituciones más
progresistas que las existentes y operativas en las naciones democráticas. La
imperiosidad del asunto escatológico es, a veces, más apremiante en los palimpsestos
cognoscitivos de los países económicamente en vías de desarrollo, que en las prácticas
comunes de los países aventajados tecnológicamente. El martirologio religioso puede
inspirar culturalmente las constituciones de los Estados, que se aventuran en una
experiencia laical, próvida de resultados concretos y satisfactorios para la mayoría de
sus miembros: la independencia a la hora de realizar un juicio sobre los resultados
conseguidos devuelve a la mente el tema del libre albedrío y la destreza individual, de
índole reformista, de interceder individualmente acerca de Dios. Las éticas tienden a la
determinación; la moral es sismográfica, recibe las perturbaciones que se manifiestan en
la vida cotidiana, sin necesariamente metabolizarlas.

Las verdades recónditas de la ética se diversifican en la moral hasta hacerse


compulsivas y problemáticas. Sin embargo, la conciencia de perseguir el bien común no
varía, porque la responsabilidad subjetiva se conjuga con la conciencia subjetiva, es
194 RICCARDO CAMPA

decir con el sentido común y con los consolidados instrumentos de comunicación. La


docilidad moral se corresponde a la pequeñez de la condición humana, que no puede
desviarse de los deberes que se ha impuesto, aunque de hecho no logra realizarse
plenamente. Las circunstancias, que concurren a influir en la aplicación parcial o total
de las normas, son de naturaleza coyuntural, pero de una incertidumbre constitucional,
que es parte integrante de su eficacia en la aplicación. «La paradoja es que, por una
parte, la división del trabajo y el grado de especialización de que está hecha la ciencia
moderna son de proporciones nunca conocidas en el pasado, y por otra parte, sin
embargo, se sostiene en que la ciencia es accesible a todos»12. En efecto, la
accesibilidad de la ciencia se realiza tecnológicamente, a través de los resultados
aplicados de la investigación, que quedan bajo el dominio de pocos individuos y grupos
limitados. El «nuevo esclavismo» se deduce justo de la proclamación demagógica de los
grupos de investigación, cuyo resultados –¡qué coincidencia!– solo beneficia a unos
pocos. Efectivamente, la sectorialización de la búsqueda –creída ya indispensable–
moviliza a ejércitos de investigadores, que redactan (infinitos) protocolos sobre
investigaciones predominantemente estadísticas, que sirven para los privilegiados
organizadores de los diferentes sectores que verifican la legitimidad de sus hipótesis
cognoscitivas y, en caso positivo, exaltan su nivel internacional. La investigación en
grupos siempre ha existido, pero con la llegada de las sociedades democráticas se ha
convertido en una categoría cognoscitiva dotada de una fuerza de atracción y
legitimidad no conocida en el pasado. La prueba experimental es la fiesta del santo
patrón, inventor de la teoría que se explica como tal solamente a posteriori,
permaneciendo en estado latente todo el tiempo de la investigación, casi a nivel
subliminal.

Las crisis occitánicas (económicas, sociales, institucionales) de la primera


década del siglo XXI demuestran que los acontecimientos no tienen responsables
directos, sino mediadores de una irresponsabilidad colectiva. La extrema docilidad
moral, sufragada por el liberalismo antidirigista, engendra disfunciones en el plan legal
(en su sentido de amplia y correspondida legitimación) para provocar una especie de
lección histórica (injusticia social, empobrecimiento, conflictos a ultranza y sin
validación ideológica y política) de difícil aceptación y profunda turbación de la
conciencia. El mal oscuro del totalitarismo se asoma a la actualidad en las formas del
mal relativo y la congojosa redención. La terminología empleada para dirimir las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 195

consecuencias de una ósmosis de amplitud cósmica alude al paréntesis de la expiación.


Todo lo que concierne la responsabilidad de quienes provocan los desastres telúricos no
influye en los recursos de la humanidad paroxísticamente laica. La ingenuidad parece
conectarse con un tipo de primitivismo, sólo capaz de afrontar los desastres goyescos de
la inestabilidad pacífica y las guerras recurrentes. El anonimato del mal se repone de la
ausencia del remordimiento. Nadie exhibe su propia culpa y ambiciona el perdón. Y
todos se disculpan, como si quisieran olvidar (borrar) el mal cometido, que se identifica
sobre todo con la irresponsabilidad, con la exigencia de aparecer dotados de los recursos
con los que condicionar el curso del mundo. En fin, la ausencia del resentimiento
demuestra que la equimosis del daño emotivo y racional no puede curarse con la
docilidad moral de un período caracterizado por el frenesí del dinero, de la libido del
poder. Cada vez más el tiempo del gozo del bien se compromete irremediablemente con
la inmediatez y la simultaneidad. El sentido del dominio se conecta con la concepción
del tiempo, con una especie de anticipación de una parte de la eternidad. La ambición y
la desesperación se relacionan con la insignificancia del tiempo vital, aunque las
llamadas condiciones objetivas (higiene, energía, estructuras) mejoran y alarguan la
existencia de las generaciones contemporáneas, las que hacen referencia a la
reconstrucción después de la segunda guerra mundial y a los conflictos regionales,
persistentes como un malestar que, endémico, se vuelve crónico y difícilmente soluble
en las resoluciones de principio.

El tiempo es el «objeto del deseo» tendente a configurarse como el derecho


positivo por excelencia: en la prospección del pasado y en la expectativa del futuro.
Jorge Luis Borges opina, en efecto, que el tiempo contemporáneo viene del futuro antes
que del pasado. La garantía de que la tradición sea el viático de la modernidad cede su
sitio a la eventualidad, como la auténtica posibilidad de salvación o perdición. El
examen sobre el pasado se priva de atractivo en las amplificaciones heideggerianas del
pasado desvanecido y el pasado como participio pasado: aparece un entretenimiento
verbal, incapaz, sin embargo, de convencer a cuántos, en medio de los ciclos
económicos contemporáneos, se sienten principalmente atraídos por las premisas
conceptuales, en las que se puede habilitar la memoria de hallar, en el curso de los
acontecimientos, las prerrogativas que ilusionen sobre su persistencia antes que sobre su
extinción. Las dimensiones del tiempo litúrgico se esconden en las del tiempo
gestáltico: el eclipse de un modo de ser del tiempo en otro más evidente se identifica
196 RICCARDO CAMPA

con el olvido. Si, en efecto, los acontecimientos pasados fueran efectivamente


olvidados, no se gravarían siquiera en el olvido y no podrían ser evocados con los
atributos necesarios para su revitalización. La literatura de todos los tiempos describe el
olvido como el continente de los recuerdos, del que se ha perdido momentáneamente el
código de entrada y la terminología de la interpretación. La fidelidad del recuerdo es
impensable. Si acaso lo es la infidelidad interpretativa del pasado de redimir el olvido
para objetivarlo en el presente y proponerlo, sin ninguna afectación de conveniencia, a
la expectativa futura. La interpretación de los acontecimientos del pasado se realiza
utilizando los recursos formales y ocasionales del presente, que se manifiesta con la
brillante compenetración de la hoja que atraviesa los bancos de niebla. La aventura de la
razón es regulada por el extravío de quienes confían las intemperancias del presente a la
redición del pasado, presagiando sus causas y auspiciando su fin. En palabras de
Wittgenstein: «Es por un error de la gramática». Por su parte, Paul Ricoeur escribe «que
hemos sustantivado el pasado, al tratarlo como el lugar en que se depositarían las
experiencias experimentadas después de que hayan pasado; la imagen misma del pasado
como lugar de tránsito, tal como se encuentra en san Agustín, induce a esta deriva
léxica. Peor aún, la persistencia y quizás el carácter inexpugnable de algunas metáforas
espaciales, con las que no dejamos de confrontarnos, animan la sustantivación: sobre
todo la metáfora de la impronta de un sello sobre la cera refuerza la idea de una
localización del recuerdo, como si fuera recogido y almacenado en alguna parte, en un
lugar en que pueda conservarse y de dónde se podrá extraer para evocarlo, volverlo a
llamar a la memoria»13. La matriz del pasado se halla en la impronta del presente. Si el
objeto del recuerdo no tuviera alguna afinidad con el presente, la instancia cognoscitiva,
no solamente disminuiría, sino que ni siquiera se presentaría.

Además de insistir en las configuraciones del pasado, que desde Aristóteles


hasta Heidegger, Sartre o Ricœur se dejan entrever en el presente, la búsqueda de su
afinidad suple las ulteriores profundizaciones sobre su morfología y sobre su potencial
energético. Si la curiosidad tampoco se manifestase, sería improbable una investigación
en el tiempo, en la búsqueda de algunas anotaciones, útiles para cumplir los objetivos de
aportar materiales en el patrimonio cognoscitivo consolidado en el tiempo. Las
estaciones del conocimiento científico son ejemplares desde este punto de vista: el
Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo Galilei es un compendio
pedagógico de la comparación de dos cosmovisiones: ambas se comparan desde la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 197

sagacidad (de las metodologías), propiedades (que le son propias) y la comprobación


fenomenológica (de la experiencia acabada con la instrumentación más o menos
adecuada). En este caso, la conmemoración presupone el existente como habiendo sido,
sin olvidarlo en el carácter inexplicable o en la inexpresividad representativa. En la
práctica, si se quiere reflejar lo que acaeció en la primera guerra púnica, no es necesario
disfrazarse mentalmente de legionario romano ni argumentar si aquel acontecimiento
evoca la memoria bajo las formas de un plano, de un testimonio o de una huella. Todos
estos elementos revitalizan el olvido y ayudan a considerar el olvido como un
laboratorio silente de noticias y recuerdos, que afloran a la conciencia en estados de
gracia particulares, por quienes se dejan invertir por finalidades cognoscitivas. El
aprendizaje es un medio interior y expresivo, mediante el cual el revisitador-
revitalizador explora un acontecimiento, un período histórico, un nexo científico, una
cosmología, una morfología, una etimología, una corriente ideal.

La metáfora de la huella, en la que insiste Ricœur, es casi un arabesco en un


ajuar retórico, privada de referencias en las profundas (telúricas) transformaciones
conceptuales y cognoscitivas, realizadas por la ciencia moderna. La epistemología del
siglo XX subvierte los cánones inquisitivos y las disertaciones del pasado en el intento
de delinear un inédito aspecto de la naturaleza, destinado a provocar un manantial de
energía de incalculables proporciones en relación al pasado. Y es esta referencia a la
unidad, la que rinde incongruentes los rituales orgiásticos de la retórica ancien régime,
pensada para compensar la inutilidad, antes que para problematizar la condición
humana. Además, el enigma es una alocución de muy distinto tono a la problematicidad
gnoseológica, que comporta la admisión de elementos virtuales y concretos, utilizados
ambos para inferir en la naturaleza con los instrumentos más idóneos y con los que
connotarla bajo un perfil registrado (sea en el sentido del pasado o en el sentido del
futuro). El uranio 214 permite aproximarse al pasado penetrando el olvido literario,
precursor de las sugestiones, que hacen posible la contrastación práctica. La huella, la
impronta literaria, se convierte en una ecuación científica, conveniente con los
interrogantes que comporta la búsqueda del conocimiento.

La historiografía, entendida por Marc Bloch como la «ciencia de los vestigios»,


no contradice la epistemología moderna, que encuentra en la ciencia del microcosmos
las configuraciones mínimas con las que se definen los «ladrillos» del universo. A nivel
nuclear, la morfología de las partículas elementales de materia consiste en el vestigio
198 RICCARDO CAMPA

energético que se deja sentir en el acelerador atómico. La ficción permite evidenciar los
acontecimientos, que no son todavía detectables con los instrumentos disponibles. La
tradición de la expresión induce a emplear metáforas, metonimias, de algún modo
eficaces, con los que transmitir conocimientos, que de otro modo difícilmente se
podrían memorizar. De este modo, el recuerdo de los acontecimientos energéticos en
sus niveles primigenios y liminares no aparece de forma enigmática, sino que puede ser
representado. Los vestigios, que las partículas elementales de materia abandonan a la
imaginación, no se unen con los mecanismos literarios y filosóficos predispuestos por
una cosmovisión en la que se supone que no hay nada más. El contraste con el pasado
está en la enfatización del presente, que se sustrae, al menos por ahora, a cualquier tipo
de fórmula que, por lo menos, lo aliente al recuerdo, si no es posible retenerlo en la
memoria. La analogía suple la connotación literaria en las formas inéditas de la realidad,
que inciden, incluso, en la actualización del conocimiento. La aplicación de una visión
de la naturaleza es posible sin que se tenga que representar su efigie. Por esta razón, la
cosmología moderna, si quiere ser entendida en su potencial energético, necesita
explicarse en la forma consolidada de la literatura tradicional, aunque las artes gráficas
y musicales (en las formas informales y la dodecafonía) inventarían continuamente
innovaciones representativas, cada vez más próximas al improbable diseño unitario de
la naturaleza (como la unidad de campo, de Albert Einstein). Las vestigia del pasado
están implícitas en las imágenes, en las definiciones y en las argumentaciones, en las
que el conocimiento se pone al día. La contradicción de las categorías empleadas en el
pasado y las utilizadas en el presente se muestra más como una metáfora, que como una
expresión de una pactada formulación sintáctico-gramatical. El pasado se ejercita en el
convencionalismo, con el que el presente se manifiesta en aproximación a un sistema
conceptual semoviente (como el energético). El recorrido de la muerte –en sentido
heideggeriano– convierte las figuraciones del pasado, del presente y del futuro en una
componente energética que las amalgama en el único sentido hasta ahora conocido: en
de la simultaneidad. Todo lo que ocurre en la naturaleza no se subdivide en la literatura,
difundida apoteósicamente en la cultura occidental desde Platón hasta Heidegger. Este
último agudiza la inadecuación lingüística en la incomprensión, que se extiende
obviamente en las dimensiones temporales del pasado, del presente y del futuro, del
Aleph borgesiano por el Ser. La herencia, entendida como recurso, no significa
necesariamente una aportación positiva, al menos como se piensa en la acepción común.
La herencia, así concebida, no tiene en cuenta las «mutaciones», imprevistas e
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 199

imprevisibles, que interrumpen la coherencia y la consecuencia de los procesos, sin


dejar huella de su presencia en el circuito cognitivo tradicional.

Si las mutaciones influyen en el conocimiento, lo hacen en distonía con sus


consolidados mecanismos formales de transmisión. El azar y la necesidad de Jacques
Monod influyen de manera rapsódica en la causalidad cognoscitiva, usada para
modificar la interacción del observador de la naturaleza con la naturaleza misma. El ser-
para-la muerte de Heidegger es una expresión poética, que refleja un pensamiento
ancestral, del que la ciencia hereda, al mismo tiempo, el complejo de culpa y el
complejo de superioridad. La propia ampliación de la edad media del hombre acecha la
asertividad de esta afirmación, que el género humano desde siempre trata de
contrarrestar desde el convencimiento de que tiene la tarea de dirimir y dirigir su
destino. «Ser consciente de que los hombres del pasado han formulado expectativas,
previsiones, deseos, miedos y proyectos, significa romper el determinismo histórico,
reintroduciendo retrospectivamente un elemento de contingencia en la historia»14. La
contingencia histórica se identifica con la visión general de las cosas, que el
conocimiento (mítico, religioso, racional) es capaz de asegurar y transmitir a las
siguientes generaciones. La ingravidez de la adquisición cognoscitiva se transforma en
objetivación, que se configura como la materialización metabólica de las prácticas
experimentales. La abstracción y lo concreto se unen en la fiabilidad y en la utilidad de
los objetos.

El examen sobre el origen de la conciencia colectiva e individual se manifiesta


en la valoración, en términos científicamente siempre actualizados por los elementos
más inquietantes del conocimiento científico contemporáneo. Esto corrobora
involuntariamente el más sofisticado nivel tecnológico de un cosmos considerado
«primitivo». La discrasia, a la que es necesario que el pensamiento de la tradición
acceda sin simulaciones, es el resultado de la constatación de la posibilidad de conjugar
el primitivismo (en sentido alegórico) con el más despiadado tecnologismo. Para que el
hombre moderno pueda acceder al universo de las máquinas, es necesario adoptar el
modelo anglosajón de la tabula rasa, partir de la percepción de la experiencia y, por lo
tanto, al mercado de los input necesarios para asegurarse la supervivencia. La lengua y
el modelo conductual anglosajón, operantes en el mercado, legitiman el
restablecimiento de una nueva fase de primitivismo, que extrae, del universo fáctico y
objetual, su forzosa satisfacción, identificada con la identidad. Paradójicamente, el
200 RICCARDO CAMPA

infantilismo, protegido por la teoría de los juegos, reivindica un derecho de ciudadanía


permanente en todo el arco vital. El llamado buenismo es una concesión social a los que
son precavidos contra los rigores de la ley. De esta forma, la ilegalidad es el nivel del
aprendizaje social, que no soporta la renuncia, ni la intimidación. Pero, como es
prescrito por todas las aptitudes físicas y psíquicas, la contraprueba es dada por la
tendencia, a penas larvada, pero general y difusa del autoritarismo, representada en
forma homeopática por el localismo y el tradicionalismo más improbable y disoluto. A
la hora de defender los recursos sectoriales, a veces, encontramos una polvorienta
autocracia de molde vulgarmente populista, destinada a doblarse frente a las
características del mercado global y la geopolítica mundial, efectivamente, cada vez
más penetrante e ineludible. La incompatibilidad entre el extremismo regionalista y la
dinámica tecnológica es causa de los conflictos del siglo XXI, destinado a hacer de
laboratorio de los procesos de transformación ambiental, económica, política e
institucional. El dualismo, cada vez más evidente, entre el folclore del pasado y el
monismo conductual contemporáneo, es el síntoma de un desorden propio de la época,
que culturalmente aún no está localizado en sus causas, de modo que permita la
activación de los anticuerpos necesarios para ocultar la línea de salvaguardia de la
humanidad.

La presencia de todas las aportaciones culturales de la New Age es la efigie de la


contemporaneidad, que se caracteriza por las más desaforada y divergente diversidad,
sin que se manifieste claramente la tentativa de una distinción entre las mismas, aunque
fuera para elegir un modelo capaz de garantizar una experiencia que estuviera privada
de lo implícito, de íntimas contradicciones, como las que se manifiestan a nivel
religioso entre las creencias trascendentales y las creencias inmanentes, en la obstinada
dialéctica de reverdecer, de todas partes, un tipo de hegemonía correspondiente al
capital humano y económico, operante en el escenario internacional. Las
diversificaciones conductuales y rituales constituyen el motivo más irritante de la
incomunicabilidad y la integración entre las diversas comunidades religiosas y
culturales. El examen sobre la transcendencia es un asunto secundario respecto al
carácter incisivo que cada comunidad desea perseguir en el ámbito institucional en la
que actúa. La incidencia económica prevalece sobre cualquier otra consideración,
aunque esté presente en el debate ideológico. Hasta el fundamentalismo religioso asume
una especificidad estratégica y económica respecto de las amaneradas tendencias
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 201

pietistas de los órdenes institucionales tecnológicamente avanzados y de sus


competidores. Los países en vías de desarrollo tecnológico compiten filosóficamente
con los que están acreditados en el terreno de la economía del mercado global
(entendido como la metáfora del bienestar generalizado).

Los conflictos políticos contemporáneos estallan y se resuelven en el terreno de


la identidad, de la connotación de los pueblos singulares en sus travesías históricas y sus
eventos logísticos. La temporalidad espacial es el tejido conectivo de las resoluciones
teóricas, evocadas en la disponibilidad energética, de los recursos existentes en los
lugares donde las crisis políticas fomentan los desórdenes y la enajenación. «Se pueden
decir tres cosas sobre la crisis de identidad: ante todo, atañe a la relación con el tiempo,
y más precisamente a su mantenimiento a través del tiempo. Una segunda fuente de
abuso tiene que ver con la competición con los otros, con las amenazas reales o
imaginarias por la identidad, a partir del momento en que se enfrenta con la alteridad,
con la diferencia. A esta herida ampliamente simbólica se suma una fuente de
vulnerabilidad, es decir, el papel de la violencia en la fundación de las identidades,
principalmente colectivas»15. La violencia reduce el alcance de la memoria colectiva
porque aumenta de forma desmedida la memoria subjetiva, que incide sobre el
testimonio y, por lo tanto, sobre el juicio plausible históricamente. «Del mismo modo
no existe ninguna comunidad histórica que no haya nacido de una relación, sin duda,
asimilable a la guerra: celebramos bajo el título de eventos fundadores, lo que
sustancialmente son actos violentos, legitimados a posteriori por un Estado de derecho
en precario. Lo que una vez fue gloria para unos, fue humillación para los otros, y a la
celebración de una parte, corresponde la execración de la otra: de este modo, en los
archivos de la memoria colectiva se almacenan heridas no todas simbólicas»16. Para
dirimir estos conflictos interiores de la constitución de los órdenes institucionales es
necesario el olvido (que, en algunos casos, se denomina pacificación nacional). El luto
es el motivo inspirador de la cohesión social, sobre todo cuando un evento bélico se
convierte en un conflicto, históricamente situado en un área sublimada energéticamente
por el recuerdo milenario. La inhibición, engendrada por una iniciativa extraña a la
costumbre de un pueblo, entristece la escena social hasta la sublevación armada, el
resurgimiento: las mentes y los brazos tienden hacia el peristilo de la concordia después
de haber recorrido el calvario y haber aceptado el sacrificio. La escalada narcisista alivia
el trauma de la desolación y el drama del martirio. Permanece –latente en la atmósfera
202 RICCARDO CAMPA

imaginativa de los correccionales sociales– la melancolía, pensada como el antídoto más


eficaz contra la perversión.

La comprensión y la explicación de los acontecimientos que determinan las


instituciones, si no se identifican, entonces interaccionan de modo provechoso entre sí.
La anamnesis histórica es reversible, según la exégesis crítica, es decir, según las
circunstancias sociales que le permiten efectuarla. La historia se alía con la memoria
para enfrentarse a la ideología o para compartir los resultados que ambos se proponen
proyectar en beneficio de las generaciones, dispuestas a beneficiarse del olvido antes
que empeñarse en extenuantes disquisiciones interpretativas sobre las causas de los
fenómenos de las épocas y los acontecimientos contingentes en los diversos momentos
temporales de la vida de los pueblos y las naciones. Por lo tanto, la retrospección tiene
en su punto de mira la superación del presente para trazar, miméticamente, el tiempo
futuro; y admitir contextualmente, como correctivo de las acciones humanas, la
inexorabilidad del olvido. La hiperbólica constatación del olvido como superación de
los conflictos tiene una raíz evangélica: amarás a tus enemigos; darás sin esperar recibir
nada a cambio. La aspiración de transformar los enemigos en amigos atañe la gracia
santificante, presente en la condición humana, aunque humillada por el instinto del
abuso y la connivencia. El perdón –en sus formas del don, de la gracia, de la amnistía–
se concilia con el olvido, indispensable socialmente para proteger las expectativas más
obligatorias en el plano institucional. Los errores realizados o padecidos por los
individuos o los grupos asumen características idiosincráticas, que una argumentación
más profunda puede desvelar como tales, contribuyendo a superarlos con la anulación
de las motivaciones sancionatorias.

La justicia puede aparecer, en algunos casos ratificada por las normas,


inconcluyente en relación a los mecanismos aflictivos y regenerativos, realizados con el
fin de obtener la recuperación social de las autoridades institucionales. La participación
institucional, ocupada en la elaboración de las leyes, a veces prescinde de su finalidad al
sentirse superada (por una moción interior, que se alía obstinadamente con el desaliento
cósmico, con el temor ancestral, con la conmiseración humana). La condena del
victimismo sirve para restablecer un tipo de ideal, pero no muestra la proporción
adecuada entre el malestar existente en la vida común y el sacrificio cristiano de la
Cruz. La transitividad mnemónica –según la terminología de Eviatar Zerubavel– es,
efectivamente, subrogada en la representación escénica, de modo que las solicitaciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 203

sonoras, auditivas, se conviertan en las figuraciones expresivas, capaces de sugestionar


a un número creciente de individuos17. El Verbo se concilia con la Señal (la escritura) y
con la Imagen (la figura) para influir en un receptor multiétnico y plurilingüe. La
decadencia de una época –más allá de las esquematizaciones sobre Occidente,
formuladas por Oswald Spengler– se representa en algunas señales premonitorias, que
sus exegetas (narradores y ensayistas) no logran justificar si no es con la implacabilidad
del tiempo, con los ciclos vitales de la fenomenología humana, algunas veces castigadas
de forma implacable por las potencias celestes, que el imaginario colectivo preserva de
las contaminaciones terrenales.

La irrelevancia de algunos hechos, además de huir de la modelación social,


frustra el tiempo en el que se verifican. La densidad (la calidad) de la observación
compendia el período necesario para hacerla eficaz. La relativización del pensamiento
en orden a un fenómeno comporta la legalización de su análisis explicativo. «Esta
heterogeneidad cualitativa entre intervalos temporales matemáticamente idénticos
subraya decididamente una aproximación no métrica a la cronología, es decir una
aproximación que actúa exagerando algunos períodos históricos y comprimiendo
otros»18. El recuerdo de algunos acontecimientos respecto a otros refleja las exigencias
del metabolismo social, que es regulado por un reloj biológico diferente al de la
experiencia común. El orden mnemónico responde a códigos condicionados por la
estructura institucional y la conformación del sistema normativo. El rito imaginativo es
distinto al de la exégesis crítica o a la simple fabulación comunitaria. La
conmemoración –para utilizar la terminología de Barry Schwartz– es un registro de la
historia sagrada. La simbología resume los hechos según criterios dirigidos a preservar
su recuerdo colectivo y fortalecerlo en las solemnidades (celebrativas). Esta tendencia
demuestra la existencia de un nexo entre el pasado y el presente y, al mismo tiempo, el
modelo de selección cultural que cada comunidad persigue como característica
distintiva, válida para cumplir los fines de la identificación planetaria. Los estereotipos,
con los que los pueblos son identificados a nivel internacional, prometen unas
coordenadas mentales en las que el pasado no concuerda con el presente, dejando
entrever un tiempo innovador modelado desde el consentimiento general y difuso.
Cuanto más lejano está el modelo antiguo del desarrollo social del moderno y
contemporáneo, más evidente es el grado del progreso, en el que los diferentes países
consideran que están implicados.
204 RICCARDO CAMPA

La evocación mnemónica puede disociarse debido a la especificidad de los


lugares, donde se imagina que han sucedido los acontecimientos que, de algún modo, se
relacionan con el presente. La memoria puede delinear lugares y hechos que tienen una
frecuencia modulada análoga a la efectiva, sin por ello interferir en la realidad
experimental. El doble registro expresivo, sintonizado con el universo ideal y con el
universo concreto (conforme al pensamiento de Platón y san Agustín), regula el empeño
y la insatisfacción de las generaciones decididas a apaciguar la ira de Dios. La
evocación es responsable del universo mental, también, cuando no son atendidas las
referencias originarias (como la sandalia de Mahoma o el Santo Sudario) a su
legitimación. Su naturaleza es dirigir la experiencia concreta, casi siempre
insatisfactoria respecto al modelo mental, hacia nuevas perspectivas y –favorablemente–
a metas más provechosas. La analogía, que se establece en las conmemoraciones entre
el pasado y el presente, predispone el futuro y, por lo tanto, una sucesión de garantía en
relación a la permanencia del actual sistema cósmico, por lo demás fuertemente influido
por la aprensión a la decadencia, que las cosmologías avaladas científicamente creen
como inevitables. «Como las fiestas y otros aniversarios, las analogías históricas
evidencian el hecho que nuestros “vínculos” con el pasado no son siempre físicos o
icónicos, sino más bien a menudo puramente simbólicos»19. A menudo, a nivel político,
se evoca un nombre (Espartaco, Zapata) para actualizar un movimiento, que ambiciona
subvertir las insuficiencias institucionales latentes. La conexión –a veces azarosa– entre
los períodos históricos sirve para reivindicar los derechos «identitarios», presentes en el
curso de la historia.

La continuidad y la discontinuidad remplazan las variantes conceptuales,


capaces de favorecer el flujo de los acontecimientos sin comprometer la permanencia
del género humano en sus diferentes manifestaciones. La misma selección natural se
acepta en el ámbito de un generoso proyecto de la creación en favor de su completa y
quizás recurrente exteriorización. La descendencia es una categoría conectiva, dirigida a
establecer una relación entre los seres mortales que amplía la temporalidad en el
espacio, asegurado, en períodos recurrentes, en las empresas de los navegadores, de los
arqueólogos y de los visionarios. El rastreador es el legendario personaje que busca y
encuentra los inéditos manantiales energéticos, en sintonía con las expectativas de las
generaciones futuras del planeta. La consanguinidad refuerza las relaciones de
parentesco y las hace exigibles a nivel social en la común división del presente. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 205

interconexión de las distancias es el criterio más eficaz de información: las goethianas


afinidades electivas y los parecidos genéticos se unen en las prerrogativas comunitarias,
dirigidas a conseguir abstractos y concretos resultados benéficos. Las familias
lingüísticas (indoeuropeas, austronesias), se unen entre sí según los enunciados
cognoscitivos, que concurren en la representación cosmológica y cosmográfica común.
«El tema general de este imaginario genealógico es las lenguas cuánto antes se han
distinguido de su antepasado común, están mucho más “cercanas” las unas de otras»20.
La metáfora de la Gran Cadena del Ser tiene una eficacia representativa porque, de un
lado, establece, por así decir, una única frecuencia modulada a los mortales y, de otro
lado, refuerza su diferenciación de los eventuales procesos disfuncionales, que se han
encontrado, incluso, en la naturaleza (como las glaciaciones, los sismos o las
modificaciones meteorológicas). La doctrina monogenética y la doctrina poligenética
determinan, respectivamente, una o más sucesiones a la conformación racial originaria.
La dialéctica interpretativa de los «orígenes» preserva un ímpetu ideológico tentacular,
en el sentido que favorece dos formas de organización política, creídas de forma
contradictoria, conforme a los resultados genéticos de la actualidad. La poligénesis
considera el conflicto como una característica de las razas y, por lo tanto, de las
culturas, que mientras tanto representan; en contraste con la monogénesis, considerada
piadosamente más salvadora, en cuánto mantiene la esperanza de aquella paz perpetua
dedicada por Immanuel Kant a las generaciones que se asoman al escenario de la
historia para elevar su sentido en la mimesis de la competición y la comparación. Estas
relaciones entre las razas y las culturas son evidentes gracias a la tecnología, que
permite estudiar las experiencias olvidadas de los homínidos, que evocan desde el
universo virtual del olvido. La división periódica de las épocas se refleja en el espaciado
de las creaciones literarias y en las mutaciones genéticas de la ciencia. El rompeolas
mnemónico se identifica con las cesuras presentes en todas las obras del ingenio
humano. La necesidad de adoptar una perspectiva unívoca del pasado permite reducir
las discrasias del presente, generando un tipo de cruzada ideal para reafirmar, con la
unidad del género humano, las iniquidades y las diversidades planetarias. La topografía
del pasado puede inducir a renunciar a las diferenciaciones étnicas, culturales y
conductuales, que reivindican involuntariamente una hegemonía, en conformidad con la
impróvida espectacularidad de la diferenciación.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 207

7. LA MEMORIA

La memoria actúa de filtro entre los acontecimientos y los dispositivos utilizados


para salvaguardar su aspecto más ilusorio y, por lo tanto, tendencialmente permanente.
La ironía compendia las contradicciones de la historia y también las hace aceptables
ante las reacciones comunitarias, firmemente ancladas en la mitología de los orígenes,
de los pactos de sangre, de las represalias reparadoras, de las luchas intestinas. La
incomprensión es una parte integrante de la memoria: es el perfil oscuro de los
pensamientos, que justifican los acontecimientos o los hacen perceptivos a los
receptores sociales. La teleología implica una dinámica que no compensa siempre el
empeño necesario para conseguir un resultado concreto y evidente. La contabilidad de
la acción rechaza la plenitud de las pulsiones, encargadas en otorgar una finalidad a los
propósitos de quienes se dedican al patrimonio cognoscitivo general. «Una de las
características más importantes de la mente humana –escribe Eviatar Zerubavel– es su
capacidad de transformar cadenas de acontecimientos, fundamentalmente no
estructuradas, en narraciones históricas coherentes»1. La memoria proporciona a los
acontecimientos un grado de perturbabilidad interpretativa que las connota con las
categorías utilizadas para justificar conceptualmente lo que parece conforme a las
expectativas del género humano. La verificación racional de las causas que determinan
los acontecimientos (ayudada de la teleología científica) implica el uso de los
dispositivos en los que se consolidan la continuidad o la discontinuidad entre los
factores que componen las sucesiones y las coherencias conceptuales. La memoria actúa
de correctivo y cohesión de los hechos, que Jacques Monod los une desde el azar y la
necesidad. El sentido histórico de los acontecimientos es el reflejo condicionado que
concierne a los ejecutores materiales de su contingencia (práctica, decisional,
conmutativa). El recuerdo se invoca específicamente por empatía o por antipatía
personal. Y, a veces, la domesticación de las circunstancias tiene finalidades
208 RICCARDO CAMPA

terapéuticas o pedagógicas. La memoria conlleva la idea del progreso en una visión que
asciende del primitivismo al tecnologismo más sofisticado y casi inmaterial; permite
sobrevivir a la biodegradabilidad de la experiencia en los efectos que produce sobre
quienes comunican activamente o pasivamente una mutación antropológica
(continuamente en acto), incluso cuando los períodos de la historia parecen delimitados
en su identificación: la Edad Media, la burguesía, la sociedad de masas. La idea de
progreso y de decadencia se refleja en la acción consolatoria y acusatoria de la
memoria, que justifica su persistencia identitaria en la determinación múltiple de los
destinos o fortunas del género humano. La evocación se presenta como una
actualización improvisada de una estación de la humanidad que propicia edificantes
resultados en la actuación comunitaria.
La nostalgia es el estadio de gracia, que la imaginación se da en los momentos
de depresión del espíritu inventivo y emprendedor. En la vocación de la humanidad
resulta evidente la reviviscencia del Edén terrenal, de la aurora de los tiempos, en la que
la actitud cognoscitiva no asumía las conformaciones predictivas y, menos aún, las
conflictivas. La ciencia política presagia (Jean-Jacques Rousseau) la tentativa, por parte
de la humanidad (industrializada), de sintonizarse con la naturaleza, de modo que
prefigure una generación que no sea propensa a favorecer el instinto de poder y la
competitividad, con el fin de afirmar anfictiónicamente el itinerario contemplativo y
satisfactorio. La nostalgia del Edén frustra las tentativas cumplidas de la Grecia del
siglo V, de configurar un orden institucional que ennoblezca el egoísmo socialmente útil
y que atenúe los rigores del despotismo y el autoritarismo, expresado en el beneficio de
unos pocos y la sumisión de muchos. La vida terrena, religiosamente culminada en el
«día del juicio», tiende a adelantar sus efectos de forma laica, sin el dramatismo
torquemadiano y termidoriano. La mítica edad de oro, a menudo escondida en las
entrañas de la tierra, se presenta, cada vez más, de forma neumática. La expectativa
aérea, celestial, de la humanidad amplifica las angustias humanas bajo los términos de
la disolución y el arrepentimiento, reflejados tendencialmente en el propósito de
extrañamiento de los condicionamientos de la naturaleza y la historia. Así, el recuerdo
forma parte de los parques municipales y nacionales; en los mármoles que los dominan
están inscritos los nombres –y a veces las motivaciones– de quienes se han inmolado
por una causa justa. Naturalmente, el recuerdo presente en un rincón del país presagia
otro de señal contraria en otro rincón del planeta, según la mística de la representación
escénica y la pietas, que articula los dos frentes contrapuestos y las dos actitudes,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 209

elevadas desde la renuncia y el sacrificio. Las comunidades históricas, aunque desde


posiciones diferentes o contrapuestas, se entienden en la nueva proposición de los
hechos, privados de la vis polémica y de la improbable, objetiva, justificación. La
evolución orgánica no contempla las culturas inferiores como fósiles vivientes, sino que
las entiende desde su disparidad en la adaptación ambiental. Esta constatación es
apoyada por la configuración asumida en el orden mundial en la época tecnológica: de
una parte, están las comunidades «primitivas», titulares de los recursos energéticos (en
el plan empresarial, de la industria del metal o minero) y, de la otra, las poblaciones
tecnológicamente avanzadas, propensas a explotar los yacimientos naturales, mientras
no se renuncie a su nivel de vida. El modelo globalizador se deduce de un acuerdo
propiciatorio entre el Norte y el Sur del planeta, según los modelos de desarrollo
sostenible y éticamente entendidos como salvíficos.
La configuración del género humano satisface las exigencias estéticas de las
generaciones, ocupadas en darles crédito. «Probablemente, fue el ingenioso empleo de
los cladogramas (diagramas ramificados) realizado por August Schleicher, en los años
cincuenta del siglo XIX, para representar las complejas relaciones genealógicas entre las
diversas lenguas, lo que inspiró a Charles Darwin a representar la historia multilinear de
la evolución de la vida bajo la forma de árbol, con la bifurcación de las especies en
correspondencia con las bifurcaciones de las ramas (especiación) como el momento
crítico del proceso»2. Según Robert Musil, la evolución de la especie humana es un
experimento que se sirve también de la instrumentación, inventada por las diferentes
generaciones en el tiempo, para afirmar un tipo de connubio entre la inteligencia
humana y el desafío implícito en los rigores de la naturaleza. El árbol de la vida es la
biografía redactada por el hombre para subyugar la vis destruens que, conforme con lo
que ocurre en las otras especies vivas, se verifica en los ciclos ambientales. El carácter
cíclico de la experiencia natural lleva mentalmente a la idea de una instancia cósmica,
donde quizás se refleje el diseño divino o la necesidad histórica. De otra parte, si se
excluyen las dos causas generales de la dinámica cósmica (Dios o el Caos), no se puede
preconizar ninguna otra explicación. La narración humana tiene en cuenta las
aprensiones, con las que las diversas generaciones tratan de afrontar la naturaleza. Las
formas silentes, solapadas, subliminares, de representar la realidad satisfacen la
exigencia de redimir el género humano de la pretensión de legislar y actuar a un nivel
cósmico. El sentido de las acciones humanas reside, por lo tanto, en la memoria que las
actualiza, en el intento de perpetuar su función expresiva, cohesiva y providencial. La
210 RICCARDO CAMPA

colectivización de la experiencia se resume en pocas frases conmemorativas. Cuando


los acontecimientos se ejercen de manera torrencial y normativamente emancipada, la
memoria se detiene sobre algunos episodios con el propósito de hacerlos garantes de la
explicación general. La cronología cede su sitio a la lógica de la redención, que se
puede representar y ritualizar de una forma más eficaz. Aunque la convención y la
repetición son consubstanciales a la memoria, esta puede acceder a las afecciones
conceptuales que restablecen la arbitrariedad interpretativa, como un modelo solvente
de un tipo de innovación o revolución cultural. La recusación de los consolidados
criterios interpretativos de los hechos naturales y sociales concierne a las categorías
introducidas para salvaguardar la teleología santificadora comunitaria. La liturgia de los
ritos, tan aflictiva, induce al temor y a la recusación, a veces sin solución de
continuidad. La conmemoración es un ejercicio mnemónico forzoso, con objetivos
predominantemente publicitarios o adivinatorios. El étimo del recuerdo deviene en el
genus de la especie, que ambiciona a premeditarse en un lugar y un sitio referencial
respecto a los otros seres de la realidad.
La memoria histórica multilinear certifica la comprensión de los factores
cohesivos y de los factores disociadores: las mitologías, las religiones, las lenguas son
manifestaciones identitarias sectoriales; mientras que los niveles culturales,
provenientes de los resultados económicamente relevantes, son el fundamento de
connotaciones comunitarias más amplias y menos condicionadas por las prerrogativas
étnicas, raciales y credenciales. La dimensión orgiástica y adivinatoria contrasta con la
concepción profana, que reconoce una fuente introspectiva de amplio reflejo social en
los resultados de la ciencia. La difusión del bienestar derriba las fronteras, las
desconfianzas, y facilita el intercambio y la interacción plurilingüe y multicultural. La
Gran Cadena del Ser prevé la existencia de formas asociativas e institucionalmente
relevantes disconformes con los principios que rigen el orden planetario: la observancia
de la dignidad de la persona, la aplicación práctica de sus derechos, la libertad de
interpretar autónomamente sus aspiraciones inmanentes y trascendentes. La interacción
entre el pasado y el presente es el resultado del recuerdo de los acontecimientos,
considerados paradigmáticos para quienes los diseñan en términos emblemáticos. La
ejemplificación de la escenografía introspectiva amplía la platea de los usuarios del
«mensaje» que invade el tiempo litúrgico de las conformaciones sociales e
institucionales. También la memoria persevera la añoranza en un clima vital
difícilmente convertible en la manifestación del presente. La satisfacción, aunque
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 211

dolorosa, consiste en creer mentalmente en el placer del recuerdo, sin que el objeto del
mismo sea practicable. La impenetrabilidad de la memoria actualiza la representación
(también arriesgada) de los acontecimientos, considerados relevantes en la vida
comunitaria. El carácter irresoluble de la mediación mnemónica confía el sentido de la
precariedad y la inconmensurabilidad de la experiencia a la poesía y a la aflicción
dramática. El viaje mental en el tiempo anuncia el retorno al status quo ante, en el que
la insatisfacción del presente rinde racional el movimiento, la curiosidad de encontrar al
«otro-de-sí».
El recuerdo de los eventos, sin embargo, no concierne necesariamente a lugares
concretos, a objetos existentes, sino más bien a imaginarias figuraciones de los mismos.
El arquetipo característico del recuerdo le permite vertebrarse en la realidad y
desarrollar, a su vez, un papel creativo. La referencia a una serie de conjeturas ideales
magnifica un universo irreal, al que el presente hace referencia para valorizarse en los
anhelos transcendentes, propiciatorios de un orden futuro. La reliquia hace inmanente
un acontecimiento del que la arqueología prescindiría, al no estar dotado de los
significados verificables en el metabolismo natural. La flexibilidad de estos objetos de
la memoria, en relación a la evocación de los acontecimientos o las circunstancias,
puede llamar la atención sobre los fenómenos comunes, cotidianos, experienciales, que
denotan un componente fisioterapéutico. El fetichismo alude a la inexorabilidad de las
afecciones y la empatía por alguien o por algo que es difícilmente actualizable. La
museología vivifica la presencia de los objetos evocados, de modo que sea posible
mentalmente desplazarlos de lugar y colocarlos en su sitio adecuado o conforme,
aunque sea negado en la experiencia, por los acontecimientos más recientes. La
atomización del pasado, recogida en las vitrinas y en las salas de los museos, favorece la
redención interior, la propensión a reconocerse virtualmente presentes en los tiempos y
en los lugares que testimonian los objetos expuestos. Los materiales, elaborados por la
mente y la mano del hombre, sirven de hilo conductor de la cohesión generacional y de
catalizador del entusiasmo y la depresión, a causa de la cual y en la cual las
simulaciones de los conflictos no son sino necesarias ilusiones del género humano,
claramente ocupado en evitar su extinción. La evolución de la especie se comprueba,
incluso bajo una forma de reconocimiento escabrosa y zigzagueante, en la perentoriedad
con la que se encomienda a la conciencia de quienes la favorecen. La movilización de la
memoria significa la exploración del pasado en las alteraciones de la contemporaneidad.
La conmemoración tiene la tarea de profundizar y de legitimar lo que emerge del pasado
212 RICCARDO CAMPA

con el auxilio de las implicaciones de quienes se arrepienten en el presente. La


iconografía y la simbología se conjugan y complementan en un intento de devolver al
presente lo ocurrido en el tiempo.
Al amparo del olvido, la amnesia es una actitud secundaria a la incapacidad del
reconocimiento de los hechos, que no implican la percepción del presente. El intento de
establecer uniones indirectas entre los acontecimientos de un lugar con los de otro lugar
contesta al sortilegio de la univocidad terrena. La amplitud e irrefrenabilidad de la
creación (desaliento de Immanuel Kant frente al cielo estrellado) concurre a oscurecer la
debilidad del pensamiento, la sugestión de la mente ante la presencia de la
inconmensurabilidad. La Tierra está geométrica y aritméticamente poblada por hombres
y mujeres, que consideran que su existencia es una experiencia que puede ser más
noble, únicamente, fantaseando desde un punto de fuga del universo real y simbólico, al
mismo tiempo. El metabolismo demográfico es un síntoma de la unidad (diferenciada)
del género humano. Mediante los encuentros y los cruzamientos físicos, las
generaciones intercambian informaciones sobre las modalidades fraudulentas y más
eficaces a la hora de indagar en la naturaleza y sacar ventajas de ello. El contraste
(múltiple y presente en los diversos asentamientos comunitarios) concierne a las
prioridades cognoscitivas, adquiridas por algunos grupos sobre el sedentarismo de otros.
En todo caso, el elemento de conjunción lleva al interés del género humano por mejorar
el nicho de su supervivencia sin perjudicar irrevocablemente el habitat y el milieu
cultural, donde se ejercen las insatisfacciones y las expectativas de una mejoría. La
inmortalidad del género humano se identifica, cada vez más, con la terapia de choque de
la ciencia experimental y de la imaginación celestial y demoníaca (sobre este tema,
resulta emblemático el Doktor Faustus de Thomas Mann, determinado temporalmente
en la confluencia de la tecnología más sofisticada con la nostalgia de las extensiones del
Valhalla).
La cronología es la disciplina de los momentos y las relaciones, que permite a la
actualidad regenerarse según una sucesión, considerada penetrante y permanente en la
vida humana. La historia se refleja en la prehistoria según modelos de vertebración,
administrados por la racionalidad y la imaginación. Las dos categorías interpretativas de
la realidad se compendian en el plenilunio de los testimonios, llamados a ayudar a la
experiencia didascálica y consuetudinaria. La mitología y la literatura diseñan los
perímetros en los que el pensamiento y la imaginación experimentan y presagian la
línea del tiempo y el camino de la palabra, que hace que la condición humana sea
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 213

inmanente, antes de que pueda encontrar la transcendencia. La inmovilidad de la


experiencia terrena está sometida a la intimidad de los individuos, inducidos a
configurarse en comunidades ilusorias o virtuales, fuera de los tradicionales cánones
connotativos y de las configuraciones territoriales, aduaneras, normativas. La
glorificación del pasado casi siempre se hace en favor de la legitimación del presente
que, incluso atemperando el criterio de continuidad, puede inducir a la exteriorización
de las formas de sucesión lógica o morfológica antes que las cronológicas. La
extemporaneidad se vuelve un componente de la coherencia y la ineluctabilidad de los
acontecimientos, tomados en consideración o bajo pretexto para sufragar la convicción.
La potestad de las interpretaciones de los fenómenos consiste en volverlos esenciales en
la lógica compensatoria de las incongruencias y las discrasias, que incluso son
frecuentes en la urdimbre cognoscitiva del género humano, en sus voluntades
experimentales y postuladoras. «Como un “hilo sagrado que une pasado y presente”, la
genealogía sirve comúnmente a organizar la legitimación»3. Por lo tanto, la identidad
humana se perfila en la multilinealidad, en el que las gentes se configuran desde sus
tradiciones y resultados cognoscitivos. La búsqueda de un denominador común es casi
una tarea religiosa, en el sentido laico y más controvertido del término. La
imposibilidad de aprender la procedencia y el destino del género humano induce a
reflejar sobre su viaje intermedio y a presagiar, no tanto la conclusión, cuánto las
modalidades de exteriorización. La genealogía, en efecto, es un método que permite
configurar algo más que ascendencias y descendencias naturales. La convicción y la
argumentación desarrollan un papel relevante a la hora de permitir que las comunidades
humanas sustenten un ideal y de darle una continuación práctica, independientemente de
sus lugares y de sus lenguas de procedencia. El empeño común por el conocimiento
representa la militancia más eficaz de la costumbre conductual.
La condición humana sería parte unitaria de un trayecto inventivo, más allá de lo
que aparece en la superficie, en el nivel de los órdenes sociales e institucionales. La
familia humana es la metáfora de la existencia de observatorios de la naturaleza en el
intento de manifestar su íntima correlación. El antropomorfismo (introducido por
Carolus Linnaeus) mide la evolución humana al elaborar las variantes del Homo sapiens
y del Homo troglodytes: los denominados primos del hombre, una afinidad con los otros
animales definidos, al principio del siglo XIX, por Jean-Baptiste de Lamarck. La
genealogía se perfila como el sistema de la identidad humana en el tiempo, según las
líneas de evolución configuradas por Charles Darwin, a las que se le suma
214 RICCARDO CAMPA

complementariamente el Pithecanthropus erectus de Ernst Haeckel. El Homo habilis de


Louis Leakey introduce en el concierto humano una estrategia que mira dirimir las
incongruencias de la actividad humana y, contextualmente, introducir la
instrumentación necesaria para mostrar de forma controvertida la experiencia cotidiana,
según las zonas geográficas y, por lo tanto, los correspondientes recursos en los que se
manifiesta. El génesis, representado como parentesco, transforma la soledad del hombre
en una epopeya emotiva y literaria, en la que inducir el estado de ánimo, como una
atmósfera mental, en la búsqueda científica. La soledad periodiza los acontecimientos,
hace de rompeolas entre los hechos, que sugestionan la imaginación y las vivencias, que
deprimen su entusiasmo. La biografía de los individuos se conecta con las solemnidades
institucionales con el objetivo de otorgar a las instancias domésticas vestigios de
oficialidad. La promoción de la vida privada en lo público deviene, en efecto, utilizando
las categorías de los individuos (lealtad, coherencia, legitimidad) garantizada por el
orden institucional. «“Periodizar” el pasado significa, en la práctica, la transformación
mnemónica de la continuidad histórica efectiva en los bloques mentales típicamente
discretos como “el Renacimiento” o “la Ilustración”»4. La continuidad entre las dos
grandes estaciones de la condición humana consiste en hacer evidentes y perceptibles
los resultados conseguidos desde la reflexión y la experiencia humana. La era de los
descubrimientos geográficos, prometida en el Renacimiento, y la época de la razón se
unen en una mayor autonomía en la toma de decisiones, asociativas y representativas de
las personas, empeñadas en realizar una lectura morfológica en la modernidad.
La coincidencia de algunos fenómenos naturales o históricos con sus
correspondientes evocaciones no se soluciona, necesariamente, en el mismo arco
temporal. Lo que sirve para demostrar que la imaginación sigue un calendario biológico,
que no contempla los mismos plazos que el ciclo cronológico convencional. El
dualismo agustinista se basa en la no-coincidencia entre el pensamiento y sus efectos
prácticos: se trata de un principio presente en la concepción platónica y en la geometría
euclidiana (la similitud de los triángulos se deduce por la falta de dimensión física del
punto, de la línea recta y del plano). Los grandes acontecimientos hegemonizan las
sucesiones cronológicas y provocan que se puedan memorizar: el nacimiento de Jesús y
el derrumbamiento del muro de Berlín –además de, naturalmente, al calendario azteca y
la revolución francesa– constituyen puntos de referencia axial para los hechos que los
preceden y los siguen, según criterios interpretativos inmanentes en el razonamiento y
en los imaginarios colectivos.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 215

A la cronología conmemorativa y propagandística se contrapone el olvido, la


cancelación de los proemios y los exorcismos, en los que la historia política se afirma
como institución fundadora, como el pilar de las conversiones del vacío más o menos
absoluto en el plan relativo. Las crónicas de los descubrimientos, las aventuras de las
conquistas, las fuerzas empleadas para conseguir el dominio, se someten a la
impenetrabilidad del azar, de las energías neumáticas, responsables de los órdenes
institucionales. El modo en el que parte del mundo muda la piel –según una expresión
de Eugenio Montale–se identifica con la fractura histórica, que inaugura un nuevo curso
en las relaciones entre las gentes, los pueblos, los Estado-nación, las federaciones, las
uniones multiétnicas y plurilingües bajo la forma del entendimiento común y de
precisas habilidades jurídicas, económicas y culturales. El prólogo de la historia y el
silencio no acceden a ella con un conocimiento factual. Los eventos, dignos de ser
recordados, son preliminares a cualquier forma de representación, donde son creídos por
la conciencia colectiva. La destreza de la historia se identifica desde la capacidad de
olvidar de los individuos. El Humanismo puede entenderse como la época de la
exhumación del pasado, con el auxilio de los testimonios registrados y traducidos por el
monaquismo medieval. La relectura de las obras de la antigüedad permite descubrir su
previsión en relación a la llegada de la modernidad. El Renacimiento, en efecto, exalta
el potencial inventivo y decisional de los individuos y la conformación de los nuevos
órdenes institucionales (el Estado-nación) sobre la base de la transformación
antropológica y la revolución científica y tecnológica.
La presencia de las referencias antiguas en los círculos decisionales modernos
les otorga la necesaria autenticidad y el consiguiente crédito normativo. La
discontinuidad con el pasado de la época moderna es intencional y ficticia, ya que la
legitimación de las decisiones asumida en el nuevo orden espacial y temporal se
construye sobre las anotaciones silentes del pensamiento investigador y pedagógico. El
Renacimiento inaugura una época que exalta el legendario pasado como propedéutica
de una configuración más feliz del presente. El hecho de «archivar» el pasado es, a
veces, un ejercicio perentorio, inducido por las conveniencias contingentes. A veces, la
política ejerce una presión sobre los errores padecidos o infringidos para evitar
ulteriores laceraciones en el tejido conectivo de la unidad nacional. El lenguaje se utiliza
para delinear la continuidad y la discontinuidad histórica. La periodización es una
propensión de la mente, que reconoce en la compilación histórica la propia aportación
decisional (y convencional). El lenguaje aglutina los conceptos en la perspectiva
216 RICCARDO CAMPA

conceptual, de modo que se conviertan en patrimonios cognoscitivos comunes para todo


el género humano (a pesar de los decrecimientos y sus conjugaciones expresivas,
asumidas en la comunicación coloquial y en la redacción de las sentencias y los
informes de los viajes, de las empresas intelectuales y prácticas). «Cualquier sistema de
periodización es inevitablemente social, y nuestra capacidad de imaginar los rompeolas
históricos que distinguen un “período” convencional de otro es, en el fondo, el producto
de estar dentro de la sociedad, en el interior de tradiciones específicas, cada una de las
cuales “recorta” el pasado a su modo»5. La socialización del lenguaje implica su
convencionalismo, confrontado en los mitos, en las creencias, en las fabulaciones del
pasado (remoto). En todo caso, el conflicto de las opiniones se realiza en el perímetro de
las convenciones, preventivamente determinadas por el léxico empleado para que sea
comprensible.
La competencia a la hora de conferir crédito a un título de prioridad o nobleza
entre los pueblos exalta la debilidad de la memoria colectiva y rinde homenaje a la
inventiva, a veces arrogante o pretenciosa. Los títulos de propiedad o dominio hacen
referencia, a menudo, a improbables dones del cielo o del azar. Solamente la
alfabetización y, por lo tanto, las rogatorias formales hacen que el dominio sea justo, al
ser ajenas a la obnubilación del pensamiento y el sentimiento. Los «mapas del tiempo»
encierran las contiendas entre los pueblos, que disciplinan también las versiones y las
interpretaciones particulares. La memoria selectiva de los hechos puede ser partidista,
pero no falsifica los hechos. No descuida, en efecto, ni las causas, ni las
determinaciones que la animan. Su intento no lesiona la «verdad», aunque prescinde de
ella y la vincula al sentido. Por lo demás, la «verdad» es la exégesis crítica del error, de
la aproximación y, viceversa, de lo absoluto mistificador y totalizante. El imperio de la
convicción influye en el comportamiento, que se legitima en un tipo de autoridad
factual, pragmática, fuente y causa de las verificaciones concretas en la experiencia
(incluso en la cotidianidad). La secularización de la «verdad» se conjuga con la
relativización de la experiencia que completa la tentativa conformadora del intelecto.
Paradójicamente, la acción impugna la «verdad» o la redime de la comprensión parcial.
La apertura entre las categorías mentales (el tiempo, el espacio, la casualidad, la
coherencia, la congruencia y la imposibilidad de proposición) hace necesaria la
presencia de una unidad de medida, como es la «verdad», entendida como un veredicto
preventivo sobre las decisiones, sobre las deliberaciones del pensamiento. En efecto, la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 217

opinión es la brisa de la «verdad» que se torna imperante en un clima de conflagración


mental, de conflictividad ideal y mnemónica.
La adquisición de la «verdad», aunque presunta, implica una actitud carismática,
contraria a las distintas formas de acción. El repudio del consuelo de la realidad
experimental es la condición en la que el sujeto, destinatario de la «revelación» o la
«visión» del Bien, se siente garantizado, eximido de las críticas y de las refutaciones. El
dramatismo de tal posición compensa las precarias justificaciones intelectuales
(racionales). Estas últimas, ajustadas a los acontecimientos, donde la experiencia es
inducida a medirse o a verificarse, asumen las contracciones decisorias que, aunque no
orienten, de hecho, condicionan el comportamiento y, por lo tanto, su «objetiva
justificación». «Para nosotros, en principio –escribe León Trotsky– fue la acción. La
palabra la ha seguido, su sombra sonora»6. La acción se entiende como la facultad de
actuar según el régimen de la urgencia, lleva en sí la justificación (un tipo de «verdad»
primigenia e inconmensurable en el uso aseverativo). Entre el universo de la razón y el
universo de la decisión se interpone el postulado de un segmento divisorio que legitima
la coherencia: una categoría asimilable a la de la «verdad», por su naturaleza platónica,
orientada a restablecer los equilibrios connotativos y explicativos de la vida humana. La
«verdad» es un orden comunitario que garantiza la constancia cognoscitiva de los
sujetos, ocupados en una empresa que les supera. Si la teleología social no se vinculara
a la mitología y, por lo tanto, a las proezas que exaltan su perspicuidad y ventaja, no
podría tener el efecto emoliente sobre el aparato asociacionista, políticamente dinámico.
La formalización normativa de los órdenes institucionales se evidencia por el grado de
sensatez inconcusa, que se agita en las mentes de cuántos ambicionan identificarse en
un proceso orientado hacia la mejoría de las llamadas condiciones objetivas.
La «verdad» se identifica con el orden o con el desorden, que de Hesíodo a
Einstein gestiona la búsqueda de los acontecimientos, según las paroxísticas
interpretaciones humanas. Lo indecible de este «aria de confín» entre la
comprensibilidad y la incomprensibilidad se identifica con el precepto evangélico de la
fe en algo racionalmente inexplicable, aunque continuamente propiciado como
salvífico. El dramatismo de la existencia se manifiesta en la búsqueda de la «verdad»,
en la certeza de no poderla localizar y, sobre todo, de no poderla «actualizar» en los
mordientes polémicos de la práctica efectiva. La «verdad» como metáfora del mundo
atañe los aspectos temperamentales de la condición humana. El curso catártico del
conocimiento se deduce de la mitología, del seroterápico conocimiento de los
218 RICCARDO CAMPA

simulacros de la realidad y, por lo tanto, de las apariencias de la «verdad». El itinerario


orgiástico de la especie humana y su afortunada sublimación en la contención y en la
renuncia evocan un criterio de justicia, que pospone enfitéuticamente a la «verdad». La
alegoría reivindica una copiosa dote de referencias casuales, debida a la remota
experiencia, afligida por los lutos, las incomprensiones y los conflictos permanentes. La
tragedia se representa mediante el monólogo, el diálogo y el coro: con el aparato fónico,
que emerge del silencio expresivo de la humanidad pre-fonológica. El reexamen de
aquella escabrosa e inaccesible experiencia es homologado por los complejos, que la
escenografía moderna asimila al diván del psicoanalista (que, a su vez, emplea los
términos enajenación, complejo, propios de la dramaturgia clásica). El género humano,
cuando la evolución no le permitía todavía utilizar el aparato fónico, se valía del
cómputo mental (la aritmética y la geometría) para afirmar lo que sucesivamente se
denominarán derechos naturales. La memoria genética constituye la salvaguardia de la
experiencia silente de la humanidad en los rigores del habitat natural, al amparo del
fortín de la razón, que inventa el cálculo (el número cero) y la ficción
(maquiavélicamente hablando, la simulación) para hacer que el pensamiento parezca
consecuente. La tragedia, en el fondo, es el recuerdo alegre de una experiencia
dramática, pero vivificante. La paradoja de la concepción trágica de la existencia, en
efecto, es la complacencia.
El dramatismo tiene un componente religioso, que no tiene necesariamente una
matriz cristiana, aunque esta última informa de hecho la historia occidental e impregna
las diferentes épocas de la humanidad, sustentadas o subyugadas por creencias
racionalmente efímeras o vulnerables. El impulso agonístico y libertario es coetáneo a
los movimientos políticos, que aseguren el orden, que encuentra en la norma jurídica su
correspondiente mecanismo conceptual, empleado en la búsqueda científica para
asegurar a la humanidad mejores condiciones de vida. La búsqueda del bienestar
oscurece la vertebración humana en el Edén terrenal, en un reino de objetivos sin fin,
que aflige y exalta la fantasía de las generaciones que se suceden en el escenario de la
historia. La perturbación competitiva se entiende, en un sentido negativo, desde el plano
de la moral común y, en un sentido inequívocamente positivo, desde el plano de la
transitoriedad y la incomunicabilidad de la experiencia. El drama es el epitafio del
subjetivismo: la dificultad de entenderse entre las generaciones, que se empeñan incluso
a obrar para dar relevancia a aquella continuidad de la existencia que Arthur O. Lovejoy
designa con el nombre de la Gran Cadena del Ser. El gozo, como pecado, amenaza con
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 219

introvertir el sentido del trabajo, del empeño, de la creatividad, en sintonía o en distonía


con los diseños celestes o con las socarronas, pero benéficas, rarezas del azar. La
incertidumbre incluye un aspecto lúdico, que se confunde con la aprensión por la
perpetuación de la especie. La irresolución del saber permite inventariar, como
momentos de fervor creativo, el factor irremediable de la resolución y la
estigmatización de la ataraxia. Carl Schmitt escribe: «En el primer tercio del siglo XX,
Sigmund Freud, el padre de la escuela psicoanalítica, avanzó la tesis de que cada
neurótico es o Edipo o Hamlet, según que su neurosis se relacione con el padre o la
madre»7. De esta forma, la venganza se convierte enseguida en la memoria operante de
un error y de una injusticia cometida contra las reglas de la convivencia, contra el
nomos de la Tierra. A veces el drama se allana sobre presuntas razones del honor, otras
veces, bajo los indicios del crimen, que la elucubración escénica deduce del communis
opinio, de los dichos populares. El dramatismo de la situación se refleja en las
aflicciones de las conciencias, inducidas por la moral común a someterse a una
investigación psicológica de amplio espectro, como un fenómeno lógicamente
desprovisto de ritualidad. La culpa y la inocencia se enfrentan en la revisión escénica
del drama, donde actúan a contraluz los agentes extraños a la contraposición ideal, al
que aseguran la remisión de las insolvencias conceptuales y la relatividad de los medios
empleados para hacer evidentes el justo medio y la equidad. «Se deriva, de la tragedia
[shakesperiana], una impronta totalmente particular, y la acción de venganza, que
constituye el contenido objetivo de la obra, pierde aquella segura y lineal sencillez que,
en cambio, se presentaba bien en la tragedia griega, bien en la saga nórdica»8. El
dramatismo consiste en la individuación de la culpa y no siempre, ciertamente, en la del
culpable. La retórica explicativa de este estado de ánimo inquisitorial resume la tensión
emotiva de los intérpretes de un acontecimiento execrable y, sin embargo, inevitable,
incluso en las controvertidas convicciones correctivas.
La incidencia de la ley hace aún más áspera la comparación entre las
propensiones subjetivas y el orden comunitario y consuetudinario. La causticidad del
castigo evoca las normas, que regulan la normal, pacífica, convivencia social, como
salvíficas. La memoria colectiva tiene una función catártica: sirve para convertir
apriorísticamente los réprobos a la adquisición de normas conductuales inspiradas a lo
quieto vivir y al bienestar objetivo. La herejía es una actitud sacrílega porque añora la
aplicación de la ley según una concepción testimonial, fundamentalista. La irrupción de
parte de los exegetas del curso de los acontecimientos en la conciencia popular está
220 RICCARDO CAMPA

destinada a estallar en la aproximación, en la contradicción o en la ambigüedad, justo


como en el Hamlet de William Shakespeare, que –según Carl Schmitt– trata de
conciliarlo en la representación del drama de la razón y, de manera aproximada, en la
constancia de la pietas por la impericia de los mortales frente a las inquietantes
tentativas de la existencia. El poder y el deseo de atropellar al prójimo regresan en los
cánones de la más atrevida concepción de los seres, desalentados frente a la
transcendencia y a la regeneración. Ambos predicados nominales de la existencia
individual resumen, por así decir, el sentido común y escudan la ambición de superar su
tiempo en la memoria colectiva. La inmortalidad a menudo se identifica con el temor
imprimido o profuso en el prójimo, que transige en aceptar melancólicamente el mismo
fin. La incertidumbre y la conjetura sustentan las fases más escalofriantes del drama
individual, cuando las convicciones dogmáticas y las astucias contractuales disminuyen
por la irredimible sed de abuso, por los incontenibles impulsos interiores, que
desembocan en la libido del poder. La ficción escénica hace evidente la naturaleza de la
máscara, del otro-de-sí, con el que la razón conflictiva se arroga el derecho a suspender
el juicio sobre los acontecimientos, por los que la ley y el sentido común advienen a la
resolución. «En su célebre ensayo sobre Hamlet, T. S. Eliot sostiene que este drama está
lleno de una materia que el autor no ha podido llevar a la luz del día, ni fijar con
claridad, ni devolver artísticamente sin residuos»9. La suspensión del juicio –la duda– es
la tentativa de confiar a la memoria la tarea de investigar bajo las formas más insólitas,
en un ámbito descrito cómo inaccesible. La arqueología del saber de Michael Foucault
es la memoria presente de un pasado que se eclipsa en las ruinas. La venganza es, a
veces, la memoria del drama. Las enzimas del recuerdo son las tensiones interiores, los
impulsos elementales, las estrategias de su conmiseración. La propia locura es un
instrumento que une a los contemporáneos de los acontecimientos en los que se
manifiesta con a los herederos de una problemática no resuelta por un largo arco de
tiempo, sobre el que la memoria se pronuncia.
La venganza tiende a prolongar el drama de quien está destinado a perecer. La
complacencia y el dolor sustentan, en el tiempo, la problemática relativa a las causas del
conflicto, que se desarrolla entre dos formaciones opuestas (sean ideales o concretas).
La memoria se entrena como instrumento de investigación en el universo cenagoso de la
intimidad, en el que, sin embargo, no está ausente el destello de la razón. Este dualismo
entre el impulso de los sentimientos y el cálculo de la razón vuelve dramática la
reflexión abierta a las continuas interferencias del pensamiento problemático e
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 221

investigador. El sueño es la raíz del recuerdo. Al revelarse en la vigilia, el sueño da a


veces razón de ser a acontecimientos olvidados o inconexos en su introducción terrena.
La complejidad de las situaciones oníricas fomenta el recuerdo de la actualidad, incide
en el reconocimiento de las fuentes de la experiencia, tal como ocurre en la Búsqueda
del tiempo perdido de Marcel Proust, en la angustiosa decadencia de la aristocracia
frente a la llegada de la burguesía, tan ocupada en asegurar su propia supervivencia,
como se deduce de la Comédie humaine de Honoré de Balzac y del Buddenbrooks de
Thomas Mann. La reviviscencia onírica, «el marco de los sueños», es un aspecto de la
memoria que se confía a la interpretación simbólica para perfilarse como un testimonio
identitario, y por lo tanto, premonitorio de reflexiones sobre el curso de los
acontecimientos y sobre la meta de los seres y las cosas. La alegoría es la memoria
introducida y encontrada en las palabras, el ajuar para quienes la añoranza por su
inadecuación constituye un coeficiente de esperanza en la objetivación cognoscitiva del
tiempo remoto (del antes y del después del presente). La representación onírica de las
incongruencias de la realidad favorece la referencia a las convicciones religiosas
(dogmáticas y especulares, católicas y protestantes, metempsicóticas y circulares,
banales y regenerativas). A menudo, la infelicidad es el motivo de la unión entre los
individuos de las diferentes generaciones. En las conmemoraciones de los hechos del
pasado, que influyen en el presente, la subjetividad asume connotaciones demostrativas
de un no resuelto mordiente polémico. En sustancia, el yo que narra el drama pierde
progresivamente su identidad y su razón de ser, reflejándose en los cuentos, en las
iniciaciones fabuladoras, en la sacra combustión del drama (que es, pues, su íntima
incomprensión).
Las convenciones lingüísticas son el trámite entre las argumentaciones y las
instancias cognoscitivas, expresadas en clave milenarista durante generaciones, unidas
entre ellas, no solo cronológicamente, sino también rapsódicamente. Con frecuencia, los
vértigos del pensamiento llegan a la incomunicabilidad, de la que Ludwig Wittgenstein
provee una simplificación didáctica en el silencio. A veces, el dramatismo desemboca
en la comicidad, en el intento de aplazar sus efectos. El dramatismo se sirve de todas las
tretas emotivas para introducir la gracia en los órdenes racionales, que certifican la
insolvencia del pensamiento positivo y la intromisión de la desesperación. La
terapéutica vivisección de la actualidad, acabada en el drama, permite encontrar en la
contingencia terrenal algo que vislumbre –quizás de forma ilusoria– la inmortalidad. La
parodia es un expediente retórico para describir la obviedad y prometerla bajo una
222 RICCARDO CAMPA

forma problemática. La ocasión es, casi siempre, un pretexto: se somete una


insatisfacción nacida de la precariedad de los seres y sus cogniciones sobre la naturaleza
y sobre su modificación propiciada en beneficio del género humano. El enigma de la
creación es descontado por las valoraciones algebraicas en las reflexiones realizadas
bajo el auxilio de la evidencia y la experiencia individual y colectiva.
La derivación de la tragedia con el mito se justifica con la extemporaneidad que
los caracteriza. Todo lo que aparece explicable, en el pasado remoto y en la inmediatez
del presente, tiene la apariencia de un conocimiento artificioso, consolidado en la
firmeza de las convicciones operantes y diferenciadas. El mito es la iniciación a la
complejidad de la experiencia y a su difícil cumplimiento. La épica, que implica la
mitología, se identifica con la esperanzada conciencia de las generaciones, ocupadas en
hallar, en la incertidumbre intelectual y en la acción experimental, un atenuante a la
inexplicabilidad de la existencia y al consiguiente empeño por ennoblecer sus
instancias. El «juego del mundo» de Johann Christoph Friedrich Schiller resuena y
oscurece el desaliento de los reformadores sociales, de los exploradores de la historia de
los pueblos y las naciones en búsqueda de la inmanencia, que facilita el consuelo y la
autogratificación.
El drama parece introyectar las idiosincrasias y las adversidades de una época
desenterrada de la historia comunitaria. El escenario sirve abiertamente de radiografía
de una epopeya con una forma esquemática, ocultada por el tema que se configura como
el proemio de las energías elementales, extrañas a las válvulas de seguridad preparadas
por la ciencia y por la tecnología contemporánea. La autonomía escenográfica permite
inventariar un tipo de «verdad», que se idea como un mito en la conciencia objetiva. El
drama evidencia la complementariedad de los factores que se determinan y contraponen
los protagonistas de un acontecimiento escrutable en sí. Las prerrogativas que
establecen el reconocimiento con un léxico consolidado denotan la conflictividad de la
interpretación. En otras palabras, en el drama se relacionan las «posiciones» de los
actores porque lingüísticamente se configura una «línea intermedia», en el que la lógica
interpretativa parece no tener vigor. De este modo, la realidad asume una «tercera»
dimensión, alegórica, en el que se oscurece un recorrido en términos alusivos a la futura
memoria. En la concepción salvífica de la especie, la tristeza se transforma en «una
existencia feliz»10. La melancolía es la actitud en la que se refleja la impresión de un
recorrido existencial, del que no se logra completamente comprender el sentido. El
drama es la espectroscopia del desorden, efectuada por un punto de la observación
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 223

considerado ordenado, al menos en los límites previstos por la intrínseca, potencial


conflictividad. La intercesión lingüística en el decrecimiento de las epopeyas mentales
comporta la alusión al estado, al régimen agrario y feudal, y, contextualmente, la
premonición del cambio, representada en la aventura, en la posesión de los espacios
marinos y terrestres aún sin ocupar (el Nuevo Mundo), como si fueran un proemio de la
amplificación artificial de la realidad. La revolución industrial es la representación
dramática de una condición humana muy diferente, si no complementaria, de la
tradicional, basada en el auxilio divino. La mitologización del presente tecnológico,
aunque breve, es un acto de respeto a la mentalidad arcaica, del que no puede prescindir
la producción en serie y la enfatización simbólica. La contradicción entre el arcaísmo y
los apremios tecnológicos modernos es un concepto económicamente relevante. La
publicidad y la propaganda vuelven inmanentes, por un impróvido período
promocional, las referencias, también solapadas o subliminares, al universo fulgurado
por el temor pánico y la mística elemental. El dramatismo moderno es representado por
el Estado, por el orden, en el que las voluntades individuales se disciplinan, elevando
sus reivindicaciones en la esperanza de un premio o un castigo, consiguientes a la
íntima aceptación o a la explícita refutación de las reglas que dirimen su acción. La
teleología pública puede contrastar o contradecir las propensiones objetivas porque las
primeras se valen de un tiempo litúrgico y las segundas de un tiempo local, cuya
perspectiva puede ser su consolidación en la práctica consuetudinaria o su frustración.
La actividad intelectual se delinea en el pasado como un trauma que evoca la
vehemente nostalgia del trabajo de los campos, la contienda familiar por la simple
supervivencia, se diría que mitigada por el dolor común y la seroterápica solidaridad. La
alternativa del trabajo manual es un aspecto de la racionalidad del sistema cognoscitivo
y productivo que, en la sociedad contemporánea, se manifiesta en la mecanización, un
emoliente emotivo capaz de constituir la manada, como en los precordios de la historia.
La pérdida de la memoria, sincronizada telefónica y televisivamente con los
acontecimientos, restablece el olvido como lugar de referencia. Todo lo que puede
realizarse en la vida terrena tiende a frustrarse, bajo la persecución de los
acontecimientos que disputan, al mismo tiempo, la atención global. La remisión del
pecado de desatención es una prerrogativa de las democracias, que se fían a la
autodeterminación para redimir las transgresiones normativas de su propensión
demoníaca. De hecho, la inmanencia acelerada sustrae a la transcendencia su referencia
salvífica. En la cultura occidental, el conflicto está constantemente presente, entendido
224 RICCARDO CAMPA

como la presencia de las circunstancias, que inducen a verter hipótesis en su


controvertida complementariedad. Frente a los desastres del mundo –por usar la
expresión de Goya del sueño de la razón que engendra monstruos– la única resolución
posible parece ser que es la de ennoblecerlos. La sublimación del conflicto no atañe el
choque entre posiciones ideológicas contrapuestas, sino la técnica, racionalmente
pactada y concordada, en la que el desafío del mal puede ser prevenido y afrontado con
las estrategias sociales, como la ética edificante, la erogación condicionada del
bienestar. Las democracias tecnológicas contemporáneas son menos inestables que las
morales, que encuentran su lugar en las corrientes filosóficas helenísticas, entre la época
que va de la Atenas del V siglo a la llegada del cristianismo, en una revaluación
antropológica desde la nueva concepción cósmica. En aquel contexto ideal, se teme un
acto de acusación en relación al Geómetra del universo, insensible a la debilidad y a la
intemperancia del género humano. Los seres modernos se proponen afrontar
colegialmente el curso kárstico y ondulatorio del metabolismo planetario.
La metamorfosis de la corporeidad amplifica la actualización de la técnica. El
cuerpo, entendido por los chinos como campo energético, por los aztecas como ofrenda
simbólica, por los griegos como tensión anatómica, por los escolásticos como un
impedimento para la vida celestial, se transforma, en el «posthumanismo», en la imagen
intercambiable y renovable de los seres. La modificación antropológica es lenta, pero es
como si fuera propiciada y adelantada por la escritura dramática, por la composición
ilusiva, que a partir de Sófocles, Bertolt Brecht entiende con un cambio en la dicción y
en la gestualidad, de modo que se adelante el juicio, confiado a un público de
espectadores cósmicos, desplazados en el tiempo y en el espacio según empatías
imponderables. La revisión de los órganos del cuerpo humano y su funcionamiento
evidencian el propósito –desde el De anima de Aristóteles al élan vital de Henri
Bergson– de hallar el punto neurálgico de la vida. La existencia humana se mide con los
mismos instrumentos con los que oscurece su causa eficiente. La reducción de los
órganos en entidades energéticas supone la antigua forma (desde Mesopotamia hasta la
Grecia clásica) de considerar el cuerpo humano como el aspecto evidente de la
creatividad, como destreza manual y como alivio espiritual. La idea de que el cuerpo
humano esconda la génesis del universo permite representar sus fases expresivas a
través de la lengua, el gesto, el silencio sideral, que circunda el pensamiento y sus
evoluciones. Francisco González Crussí escribe al respecto: «Por eso ha escrito un
novelista, con extravagante imaginación literaria, que el sacrificio humano era a los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 225

aztecas lo que la máquina del ciclotrón es a los físicos nucleares de nuestra época: un
dispositivo para la liberación instantánea de energía masiva»11. La lengua se perfila
como la forma preventiva de la anatomía, del sistema descriptivo de los órganos que
confirma la vida. La creatividad aparece como el equilibrio interconectado, cumplido
por los órganos humanos. La emoción estética, suscitada por el cuerpo en la Grecia
clásica, es el estadio permanente de la búsqueda de las causas de la vida. La apariencia
«esconde» el sentido apartado de la existencia. Lo físico es el emblema de la dignidad,
de un estadio de la condición humana, en el que la simple identidad otorga al escenario
natural una sugestión cognoscitiva. La felicidad es la erupción del hedonismo, su
amplificación y decadencia. La preeminencia de lo físico, no compensada por la
movilidad, es decir por el alma, lleva a un departamento arqueológico, que hace
referencia de modo extravagante a una animación antigua, inesperada y desastrosa.
«Antes del cristianismo, y aun entre pueblos de temperamento completamente opuesto a
toda noción de ascetismo, como los romanos, habían surgido corrientes de pensamiento
que minusvaloraban el cuerpo. El ideal de los pensadores de la escuela Cínica era cortar
todo vínculo doméstico y dedicarse a la vida contemplativa»12. El cuerpo, entendido
como prisión del alma, no produce efectos significativos en la conjetura de la
creatividad. Paradójicamente, lo físico como tal, enseñado a ultranza como el único
contrafuerte de la existencia, se demuestra en relación a las entidades fenoménicas
(impalpables) que se pueden entender como los «ladrillos» del universo, las energías
elementales, primigenias y participativas con todas sus aplicaciones concretas.
El ascetismo es el intersticio intelectual del actualismo, de la concreta
valorización del cuerpo, en su componente intelectual y material. A partir del
Renacimiento, el cuerpo es objeto e instrumento de conocimiento. La modernidad se
identifica con la búsqueda de las razones y los medios en los que la vida humana se
caracteriza en las diversas áreas del planeta. La cibernética, inaugurada por Norbert
Weiner, en el 1948, concierne a la relación entre los seres vivos y la máquina,
considerada como el instrumento adecuado para permitir la supervivencia del género
humano, a causa de un eventual colapso nuclear. «En 1960 –escribe Naief Yehya– los
científicos Manfred E. Clynes e Nathan S. Kline crearon el término cyborg para definir
a un hombre “mejorado” que podría sobrevivir en una atmósfera extraterrestre gracias a
modificaciones fisiológicas y psicológicas, obtenidas mediante fármacos y cirugías; un
proceso que llamaron “tomar parte activa en la evolución biológica”. El cyborg sería el
enviado de nuestra especie para conquistar el cosmos, pero también era la mejor
226 RICCARDO CAMPA

posibilidad de supervivencia de la humanidad tras una guerra nuclear total»13. La


expectativa de Platón se perfila como plausible. A parte la intemperancia crítica de Karl
R. Popper, la concepción del bien de Platón es una configuración aérea, neumática. La
salvación de la humanidad está en los cielos, en las destruidas energías cósmicas, que
ejercen de callejón sin salida al vagabundeo de las inteligencias humanas en el tiempo
sideral. La tecnología transforma lo adulterado en el instrumento necesario para
favorecer la evolución natural.
La búsqueda de las sociedades perfectas es un ejercicio realizado desde el
Renacimiento como señal de la insatisfacción generalizada, difundida en el Viejo
Mundo, a causa de las aventuras marinas y el descubrimiento de las nuevas tierras más
allá del Atlántico, durante tiempo definido por el apelativo de Océano tenebroso. La
perspectiva y la ampliación de las dimensiones del planeta, aunque sea latitudinal, se
proponen, efectivamente, en términos longitudinales. La técnica empleada por Paolo
Uccello y Piero della Francesca nos llevan a la capacidad de volar, a la que Leonardo da
Vinci dedica profundas reflexiones, antes de dejar su sitio a Galileo Galilei, el
vaticinador de una cosmología (por otra parte, escrita en lengua italiana: Dialogo sui
due massimi sistemi del mondo –Dialogo sobre los dos máximos sistemas del mundo–),
que ulteriormente fue capaz de levantar al hombre de la superficie y de la atracción
terrestre, campos minados por el conflicto permanente y hasta vital. La propensión del
hombre hacia lo alto se identifica con la búsqueda del consuelo para afrontar la
cotidianidad, recurriendo a los mitos, a las creencias, a las ingeniosas fabulaciones. La
concepción salvadora de la humanidad, perseguida por los utopistas y los reformadores
sociales, consiste en idear perímetros espaciales armónicos según una perspectiva
celeste (no celestial). La modernidad se caracteriza, en efecto, con la superación de la
geometría euclidiana y preconiza la llegada de la geometría riemanniana, capaz de
configurar categóricamente el sistema alpino y las nubes. La superación de la
connotación terrenal del habitat humano se descubre en las ciudades invisibles e
imaginarias de la literatura, que se desenvuelve, como una visión estival, desde Thomas
Moore y Tommaso Campanella, a Charles Fourier, Robert Owen, Walt Whitman, Karl
Marx. La extemporaneidad es la medida de la insatisfacción moderna que inaugura un
tipo de nomadismo (turístico) con el objetivo de devolver psicológicamente
inalcanzables las reliquias del pasado, consideradas como un trampolín de lanzamiento
del dolor exitoso de las generaciones pre-tecnológicas hacia el cielo estrellado. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 227

llegada del astronauta a la Luna señala otro fracaso respecto a las perspectivas de
irradiación del género humano en los luminosos u opalescentes cuerpos celestes.
François -Marie Charles Fourier, en efecto, designa su búsqueda de la felicidad
(explícitamente integrada en la constitución americana) como la teoría de la armonía
universal. La emancipación de los vínculos terrenales lleva a la aceptación de las leyes
naturales según el principio de su (implícito) providencialismo. La naturaleza de Fourier
se identifica con la inmensa visión del cosmos. El universo es ilimitado: permite a cada
ser vivir libremente la misma experiencia energética, superando los conflictos que
condicionan las doctrinas pactistas y contractualistas del Estado-nación. El falansterio
de Fourier sombrea las comunidades utópicas, artificialmente sustraídas a los
condicionamientos de la comunidad, comunitarios y sociales, en el intento de exigir las
relaciones de afinidad (de goethianas afinidades electivas) capaces de sugestionar la
imaginación y de preconizar la llegada del Edén terrenal, de aquel momento auroral de
la condición humana, unido al tiempo cósmico y con la matriz universal de los seres. La
levitación espiritual, a la que Fourier hace referencia, se identifica con la libertad
sentimental y sexual, favoreciendo las recónditas finalidades naturales, que en su
esencia son garantes de la supervivencia del género humano, exonerado en sus
preceptos de los condicionamientos y las idiosincrasias de la tradición milenaria
(multicultural y plurilingüística). La ligereza parece oponerse a la aspereza de la vida
asociada. Efectivamente, el visionarismo utópico concierne a la discrasia de la
existencia terrenal y la ineficacia de las tentativas cumplidas por los ideólogos, los
políticos y los economistas, para exorcizarla. Fourier, y el resto de utopistas, interceden
sobre la naturaleza para que permita que los seres vivos puedan redimirse de los
impulsos asertivos y potestativos. La licitud de los errores es solamente comprensible si
se localiza la redención de los individuos y sucesivamente –por contagio, como el
escritor francés admite– de las comunidades y del conjunto del género humano.
Para los utopistas como Ezra Pound, el sufrimiento terrenal constituye el viático
de la liberación total. Las palabras ruinosas de las máscaras políticas, que se agolpan en
el escenario internacional, señalan el paso hacia la disgregación de un orden fatídico
para las generaciones de la exultación terrenal. La terapia sonora, mezclada con la
psicodélica atmósfera de los encuentros oceánicos, hace pensar, más que en el drama de
una época, en un atajo hacia lo sublime, hacia los irreflexivos sacrificios de los dioses
arcaicos. La simultaneidad –introducida en la crítica literaria por Pound– frustra los
conductos interactivos de los géneros y los movimientos literarios para esbozar la
228 RICCARDO CAMPA

relación existente, durante el totalitarismo europeo de los años Veinte, Treinta y


Cuarenta del siglo XX, entre la sonoridad de la poesía del trovador y la impetuosidad
declamatoria. Paradójicamente, en la Europa de la decadencia italiana y en la literatura
japonesa y china del siglo XX, se entrevén analogías que interrumpen la evocación
romántica y restablecen la asertividad elemental, primitiva. Desprecia el simbolismo
europeo al ser incapaz de dar apariencia escénica a la palabra en su energía
institucional, pre-cognitiva y de movimiento.
La poesía provenzal es para Pound un aspecto del Romanticismo, entendido
como la evocación del afortunado pasado agrario y preindustrial. La fuerza física, al que
el poeta americano confía la tenacidad creativa del hombre, no encuentra comparación
en la dibujada por Filippo Tommaso Marinetti en el cartel futurista de 1909, cuando la
agitación de los pueblos y las naciones del siglo XX se refleja en la obra pictórica de
Henri de Toulouse-Lautrec y en los textos de los poetas malditos, Charles Baudelaire,
Paul Verlaine, precursores de las alucinantes mistificaciones de la realidad
contemporánea. Pound condena el tiempo presente porque está menos inclinado al
futuro de lo que es necesario. La ambigüedad, la reticencia y la melancolía relacionan
los acontecimientos, que se realizan, de hecho, con la fuerza primordial. Y es este
espectáculo altanero e intrigante el que, según Pound, hace justicia a la vocación
libertadora de quienes arguyen con las íntimas instancias de la condición humana. La
épica y la música conquistan el interés de Pound por la literatura y otras formas de
expresión artística. De esta forma, cree en el «ritmo absoluto», en la originaria
prerrogativa del canto, de la danza, en las formas elementales de la emoción. Para
Pound, la lectura del verso prescinde de su entendimiento. El predominio del sonido
sobre los demás aspectos de la escritura exalta, en su presencia fónica, el genus de la
comunicación, del hermanamiento rítmico y resuelto entre iguales, disímiles, extraños.
Pound cree que el ritmo, la poesía, son la obsesión más eficaz para afrontar la
renovación del mundo. Mientras Eugenio Montale considera la época contemporánea,
como el tiempo del «cambio de la piel» de la humanidad, Pound cree que el drama
apocalíptico, que se agolpa sobre el mundo contemporáneo, es inevitable y, quizás,
providencial. De una parte, la revisión crítica y, de la otra, el angustiado utopismo, se
ponen de acuerdo en la espera de una fase menos conflictiva de las estructuras políticas
e institucionales del planeta en la decadencia del siglo XX (con responsabilidad
limitada). El imaginativo recorrido del deseo se vuelve inmanente en el ritmo, que es
movimiento, inhibición de los impulsos emotivos, condena de cada tentativa frustrada
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 229

de dominio. La falta de ritualidad en el ritmo teme un tipo de liberación que condiciona


el juicio. El valor profético de la exaltación morfológica del canto, descrito por Pound,
no ilusiona, pero arrastra al lector, precondicionado por la vida casi surreal,
experimentada por el autor durante el fascismo y, sobre todo, durante la ocupación
americana en Italia. La captura de Pisa y el confinamiento en una jaula, expuesta más a
la curiosidad que al ludibrio público, induce al poeta a convertirse en un oyente
disoluto, maníaco, al límite de la locura. El silencio, que lo ciega hasta los últimos días
de su existencia en Venecia, es la prueba a la que el poeta se somete para aumentar en
forma sintomática el atractivo del sonido, de lo sonoro, de la armonía de las esferas.
De la atmósfera totalitaria del siglo XX en la Europa Oriental son intérpretes
autores como Emil Cioran, Mircea Eliade, Eugen Ionescu, Serge Moscovici, Benjiamin
Fondene: todos sustentados por una concepción originaria de la fuerza y propiciatorios
de una providencial agitación religiosa, capaz de sufragar el naufragio del «siglo breve»
en el arca de la era atómica y homogeneizadora. Entre el totalitarismo y el atomismo
contemporáneo se interponen el demonio de la acción y el temor pánico por la
infidelidad cometida por los mortales ante el Dios salvífico. La milicia política, vista
como revelación, justifica el desengaño, la desilusión, el cambio de campo. También
bajo el perfil semántico, estos intelectuales, en sintonía por un breve período con Martin
Heidegger y los acontecimientos de la Alemania nazi, se interrogan en sus
correspondencias y en sus diarios sobre las sugestiones provocadas por la aprensión de
la fuerza como la única categoría, evocada por Friedrich Nietzsche, que convalida la
empresa terrena del género humano.
El redescubrimiento de lo primitivo con los instrumentos de la tecnología, al
amparo de las insidias de la naturaleza, es el proemio de la modernidad. Paul Gauguin,
al regresar a París de su naufragio en Tahiti, en 1891, inaugura la comparación entre el
arte europeo y las artes extra europeas, entre el progreso en su sentido de urgencia ante
el bienestar y la contemplación de las discrasias de la naturaleza. El impresionismo
constituye un antecedente del descubrimiento, de Pablo Picasso, de las máscaras
africanas en el Museo de Etnología de París. «En Alemania –escribe Thomas Fechner-
Smarsly– los artistas del “Brücke”, para sus xilografías, descubrieron las esculturas en
madera de Oceanía, a cuyo traslado a Sajonia contribuyó la gran expedición alemana de
los Mares del Sur de los años 1908-1910, dirigida por Karl Semper. La asimilación de
formas estilísticas, que iban a marcar el arte durante mucho tiempo, estuvo precedida de
asimilaciones materiales, derivadas de las reivindicaciones coloniales»14. El
230 RICCARDO CAMPA

colonialismo, literariamente estigmatizado por Karen Blixen, permite afrontar el


continente interior, según la expresión de Sigmund Freud, en el que persisten
aprensiones e idiosincrasias, arraigadas en la actualidad. Joseph Conrad, en El corazón
de las tinieblas, se horroriza por la comparación con el universo de los orígenes. «“The
horror, the horror”. Estas palabras, las últimas de un náufrago de la civilización
occidental, dirigidas a sí mismo, parecen maldecir –pocos años después de la huida de
Gauguin– esa historia, cuya segunda etapa, llamada globalización, prolonga la
colonización, ahora pretendidamente en forma de diálogo... Que la cultura de la
globalización es una “cultura occidental de cuño estadounidense”, es un lugar común,
pero hay que tenerlo presente si se desea esclarecer las condiciones de este diálogo»15.
El «arcaico», lo «originario», constituyen las terminales del diálogo de la modernidad,
los factores inquietantes del fallido acuerdo temporal y el condicionamiento expresivo
en vista de la casi completa artificialidad de la naturaleza y, por lo tanto, de la realidad
práctica. «Bien conocidos son los capítulos sobre el descubrimiento surrealista del arte
indígena, sobre todo los que hizo Max Ernst durante su época americana. En Europa se
prestó menos atención al camino contrario; pintores como Matta y Wilfredo Lam, y
también los muralistas Rivera, Siqueiros y Orozco, se dirigieron primero a Europa,
donde fundieron la Modernidad con su proprio origen: Chile, Cuba o México. Los
artistas de Estados Unidos se beneficiaron de ello; Jackson Pollok debe mucho a
Siquieros»16. La confrontación de la estética occidental con los estilemas expresivos
africanos permite, en el conocimiento, dar crédito al criterio de la complementariedad
de las aportaciones inventivas en las sucesiones temporales condicionadas
políticamente. En efecto, Ernst Gombrich afirma que la historia del arte es un aspecto
civilizador del progreso. Pintar como un niño, como un loco o como un salvaje significa
asegurar a la manifestación de la especie una constante y quizás una teleología unívoca.
El consciente retroceso en el pasado vivifica la creatividad del presente con un tipo de
imprinting mítico, religioso: ancestral. La recuperación de los amuletos, de las
figuraciones deformadas del cuerpo animal, constituye el antecedente lógico de la
creación, estéticamente delineada como la fuga en la tierra prometida, prolongada
«temporalmente» en la ciudad ideal.
La autonomía de la arquitectura –según Oswald Mathias Ungers– consiste en
prometer el habitat originario de los mortales en un contexto formal (estético) y
examinado constantemente. El edificio simula la gruta y la primera fabulación
conceptual. Las piedras son las páginas de un libro, que se compone por los capítulos de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 231

la conciencia y la inquietud humana. Su composición estilística concierne la flexibilidad


de la Tierra en las tensiones emotivas e intelectuales de las generaciones que se suceden
en el escenario natural, en el intento de reconocerlo, de algún modo, familiar. La
arquitectura oscurece la morfología del Edén terrenal evocada con la experiencia
cognoscitiva de la realidad de quienes la predicen como el terraplén extremo de la
realidad concreta. La ficción escénica se vale de las figuraciones ideales en las que se
ejercita el arte, precursora de las visiones y las realizaciones prácticas del género
humano (transitorio a nivel individual y permanente a nivel colectivo). La casa refleja el
genus loci de los que la consideran el «refugio», el «laboratorio», el «fortín» de los
afectos y las realizaciones mentales de los interlocutores de la naturaleza y los tutores de
la historia particular y universal. El orden social y estatal encuentra la capacidad
representativa de las tendencias estéticas y sus propensiones cognitivas en la
arquitectura. La piedra condensa el tiempo y es el ADN de los visitantes del planeta, sea
en sus condiciones de gracia, sea en sus demoníacas explosiones energéticas. La piedra
oscurece la cronología de los acontecimientos y las compara con las expectativas de las
diferentes generaciones. Y, al mismo tiempo, la piedra concurre a delinear el espacio
simbólico, ocupado por el edificio: constituye la abstracción de un proceso mental, que
converge en la acción y, religiosamente hablando, en la rebelión. Las numerosas
elaboraciones del material de construcción traen a la mente la piedra originaria, aquel
grumo de energía, condensada en una forma, destinada a desarrollarse en un contexto
valorable estéticamente.
La belleza del cuerpo humano –afirma san Agustín– no se debe a la masa, sino a
la relación (armónica) existente entre sus miembros. El perfil estético de una obra
realizada por el ingenio humano tiende a perpetuar la concepción ideal de Platón, para
quien la creatividad consiste en evidenciar los modelos que superan la condición
humana. El postulado ideal de cada composición artística es una visión todavía no
aprovechable sin la intercesión del artista (del pensador creativo). La «memoria de la
humanidad» es un silogismo: un conjunto de proposiciones correlacionadas entre sí
según un principio rector, que se identifica con el recuerdo, con la técnica empleada,
porque se renueva el milagro de la visión y la concepción. «Los signos cuneiformes –
escribe Dieter E. Zimmer– que imprimieron los sumerios con un buril en tablas de
arcilla hace 4.500 años, se conservan perfectamente, como el primer día. A las pieles de
cabra y de oveja, sin curtir, que se alisaban tensándolas y que comenzaron a emplearse
como material de escritura hace 2.000 años, apenas les ha afectado el paso del tiempo.
232 RICCARDO CAMPA

Los códigos escritos en pergamino hace miles de años son legibles aún hoy. Y también
el papel de trapo, que sustituyó al pergamino en el siglo XV, ha resultado ser
sorprendentemente duradero»17. El papel y sucesivamente los sistemas electrónicos
ayudan a asegurar las adquisiciones cognoscitivas del género humano con el preludio de
ulteriores cogniciones que satisfacen las expectativas de un número creciente de
individuos del planeta.
La fotografía asegura la permanencia de la imagen, fijada por la reanudación de
la realidad, que se vuelve inmanente en un tipo de testimonio vulnerable, pero también
copartícipe de las volutas mediáticas del presente. La descomposición de la fotografía
está destinada a traducirse en otro formato de la figuración, que puede ser escrutada, en
sus precursores o en sus probables exteriorizaciones. Las migraciones de datos digitales
es la metempsicosis de la información. «La información analógica es muy frágil, porque
su reproducción exige aparatos electrónicos muy específicos; la información digital
necesita además software para ser descifrada, por lo que es doblemente frágil»18. Un
fallo mecánico, un error de lectura, convierte el dictado formal en un jeroglífico, en un
conjunto de líneas, anagramadas de la imaginación y de la arbitrariedad del exegeta.
«Los ciclos de los productos informáticos duran entre tres y cinco años; después,
cualquier computadora está anticuada»19. En fin, la transmisión del pensamiento se
perfila en los conductos tecnológicos de la comunicación: no son los hilos, sino las
estructuras que, sin embargo, se regeneran y retienen los desafíos del tiempo. El museo
de la técnica es la «biblioteca» contemporánea de las invenciones, puestos en acto, para
permitir al patrimonio cognoscitivo perpetuarse y modificarse en los diseños de los
testadores del recuerdo y el olvido de la humanidad. La emulación tecnológica es una
carrera contra la improbable destrucción de lo que el género humano trata de clasificar
para rememorar el Edén terrenal. La idea de que no se pueda negar la ilusión es
permanente en la literatura occidental, sincronizada por Miguel de Cervantes y Saavedra
en Don Quijote de la Mancha. El humanismo del gran visionario español constituye el
prólogo a la ingeniería genética. La señal demonológica y el adiestramiento didascálico
no tendrían una eficacia detectable. La genética, quizás, puede lograrlo en el intento de
«modificar» las actitudes humanas en el sentido auspiciado, en contraste con la
tradición retórico-sentimental del pasado. Peter Sloterdijk, profesor de estética en
Karlsruhe, cree que son desastrosos los métodos relativos a la «domesticación humana»,
realizados en los siglos pasados, a partir del Renacimiento, aunque la anatomía y la
fisiología se inician para evidenciar las tendencias conductuales de los mortales. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 233

artificialidad del proceso cognoscitivo tiene su correspondiente en la memoria colectiva.


El recuerdo consiste, en efecto, en la obra modificadora, realizada por los
contemporáneos, de las diversas manifestaciones de la naturaleza (animal y vegetal). La
cronología se destina a la pérdida de sentido o a la extinción en favor de un presencia
comprometida por la inmanencia y de la impetuosa versatilidad de los elementos
constitutivos de los entes y los acontecimientos. La «ética artificial» dibuja un orden
mundial, artificialmente ordenado en el compromiso conductual, de la actitud adecuada
a la inmediatez de las necesidades individuales y naturales20. La perspectiva ideal es el
orden cósmico que coincide con la ambición cognoscitiva de las generaciones, que se
alternan en el mundo, utilizando todas las artes de la introspección y la especulación
conceptual para esbozar una correcta mirada directa de la naturaleza y las causas que la
vuelven inmanente.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 235

8. EL DIÁLOGO

La lengua traza la improbable relación existente entre la naturaleza y la


convención: entre la actitud de los mortales a interaccionar con la realidad y su
propensión a memorizar las sensaciones que prueban cuando son capaces de prever y de
reproducir artificialmente cuánto ocurre en la temperie inquisitiva y cognoscitiva. La
representación de la experiencia se identifica con los medios del diálogo, utilizados para
hacerlo influyente y operante. La onomatopeya y el simbolismo sonoro reproducen
desde los efectos escénicos la iniciación al conocimiento de la realidad. El microcosmos
refleja las potencialidades del macrocosmos en sus dimensiones ilusorias, del universo
que se manifiesta en la aprensión humana con las armonías de las esferas. La analogía
se conjuga con la anomalía: la similitud (presente en la geometría euclidiana) encuentra
cotejo en la diversidad (en las oposiciones de los principios que establecen la dialéctica
binaria, el cálculo de las sucesiones y las probabilidades). El sociologismo y el
logicismo se interconectan entre ellos en el intento de deliberar la exigencia de
racionalización y, por lo tanto, de convenir la experiencia. El formalismo permite a la
lógica moderna componer la expresión cognoscitiva en un registro que la sustraiga lo
más posible del desgaste del tiempo. La superación del particularismo asegura a la
lengua un campo semántico cada vez más adecuado para satisfacer las exigencias de la
contemporaneidad y la perspectiva histórica. La ciudadanía constituye el primer orden
lingüístico, que se desarrolla al modificarse las llamadas condiciones objetivas. La
fragmentariedad de la experiencia encuentra en la lengua el aparato estructural que la
penetra. La palabra, organizada en frases y en períodos, arguye en el compendio de las
circunstancias que la hacen posible. Su evidencia es el precipitado histórico de las
eventualidades, en los que la existencia da crédito a su recuerdo. El gesto, el grito,
siguen también deteniendo la primacía de la representación escénica cuando su señal
vuelve consciente las instancias. La escritura (como la partitura musical) se introduce en
236 RICCARDO CAMPA

el silencio cósmico conforme a las reglas implícitas en la naturaleza, mediante las cuales
es posible (o pertinente) la escucha metafórica, subliminar.

La rêverie refleja la intrínseca conformación de la palabra, de la señal y del


sonido, en los que se designa una idea, un pensamiento, un objeto, un propósito de
acción, y otorga a la sugestión emotiva la advertencia de la iniciación a una institución
capaz de afrontar los desafíos de la naturaleza y las cláusulas inconclusas de la
artificialidad. La palabra concierne lo existente y lo que puede existir según los
indicadores de frecuencia de las señales y los sonidos que la componen. En efecto, la
etimología supone una radiografía de las definiciones y los contenidos que las
contemperan en las fases de la vida (existencial) de la humanidad. Los códigos cifrados,
el álgebra, la trigonometría constituyen los propileos de la arquitectura lingüística, en
los que se ennoblecen los intentos declamatorios y las extenuantes tentativas expresivas,
capaces de evocar la sensatez. El sentido común de Thomas Paine es un antídoto de la
logofilia. El curso musical de la expresión frustra la agresión orgiástica del sentido de
los precordios y los conecta con las medidas protectoras de las adquisiciones
cognoscitivas y con su aplicación práctica. La lengua «impone» un orden al
razonamiento, que se concentra de significados mano a mano con las reglas de la
expresión. La palabra sintetiza las cláusulas morfológicas y conceptuales en los que
establece una relación permanente con la dinámica de la existencia. El narcisismo
lingüístico se confronta con la ética de la ciencia: a la vehemente imaginación onírica se
contrapone, en términos de complementariedad, el rigor determinativo de los
acontecimientos, que acuden a configurar la existencia. Las vanguardias expresivas
reflejan los intentos explicativos de los usuarios de una fase (renovada) de la realidad.
La inquisición y la evocación de un período histórico confortan las potencialidades
disquisitivas de los observatorios de lo existente. El despotismo lingüístico es
responsable de los intentos innovadores y revolucionarios, promovidos por los grupos
(por las clases) menos favorecidos por el azar. Los sedimentos léxicos de las diferentes
épocas comparadas permiten diagnosticar, ulteriormente, las causas que determinan los
acontecimientos llevados a la historiografía y a la revaluación.

La concepción religiosa de las primeras composiciones poéticas cede el sitio


progresivamente a las elaboraciones utópicas, anagramando el mundo futuro desde las
especulaciones mentales y las conjeturas científicas. La terminología de la sociedad
agraria (y patriarcal) se disuelve lentamente en la «líquida» de la sociedad industrial, en
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 237

el que el objeto de la fruición práctica se conforma con las diversidades seriales, donde
se embrida la producción, aprobada y aglutinada por la retórica publicitaria y la
arabesca publicidad de masas. La concepción prometeica del futurismo (cuyo epicentro
es la ciudad-fábrica de la máquina) se estrella con la precariedad y la fragilidad de la
existencia, aunque la higiene y las condiciones objetivas garantizan su duración. La
literatura tecnológica se alía a las sagas y a los cuentos populares para difundirse con
resultados menos potestativos, pero más solapados. La ironía y la paradoja la salvan, de
algún modo, del absolutismo, de la forma rígida, constantemente falta de ritualidad, al
punto de aparecer, al mismo tiempo, retrógrada y apremiante. El sarcasmo representa el
antídoto de cada definición comprensiva de juicio. La periodización abierta permite al
intelecto elaborar, deliberar y contradecirse sin desconcertar a los exegetas de los plexos
y las invectivas del mundo. El trabajo –la actividad intelectual y material– está en
directa relación con la representación del mundo. El universo agrario y el hemisferio
industrial se configuran en términos diferenciales, gracias a las correspondientes
sintomatologías expresivas: la diversidad del léxico, empleado para codificar el
conocimiento experimental, es parte del patrimonio colectivo, generalizado a nivel
planetario. El paso de la época de la necesidad (del pasado) a la época de la libertad (del
momento presente) señala la decadencia de la sociedad medieval y burguesa y la llegada
de la moderna sociedad de masas. «El hombre nuevo –escriben Françoise Gadet y
Michel Pêcheux– montaje complejo de reflejos, de segmentos de máquina que hay que
afinar, regular, organizar en combinaciones nuevas, tan milagrosas como las
innovaciones de Lyssenko; la ductilidad política de la planta humana vuelve felices a
los nuevos jardineros»1. El teatro de lo absurdo promete en clave pedagógica la relación
existente entre la palabra y el silencio, entre el aparato representativo del pensamiento y
la fértil asignación del mismo con la contemplación.

El caos del universo se reduce en los enunciados del lenguaje, en los que se
acogen las solicitaciones del intelecto agente y las sugestiones de la realidad. La
metáfora compensa el hiato existente entre lo que puede ser dicho y lo que puede ser
imaginado. El sentido figurado de la realidad preconiza los acontecimientos que se
extienden a la observación de los adeptos de la experiencia. La actualización de la
dimensión práctica de la existencia se evidencia a través del empleo de fórmulas
expresivas, que oscurecen la inventiva, la creatividad. La descripción intenta deliberar la
objetividad, la forma más extensa posible de la cognición. La traducción, solicitada por
238 RICCARDO CAMPA

Madame de Staël, es una manifestación de la solidaridad cognoscitiva, de la comunión


de intereses, sin llegar a negar a los depositarios singulares de las tradiciones la
posibilidad de ponerlas al día. La rentabilidad del patrimonio nacional consiste en
oponerse a las innovaciones, científicas, tecnológicas, entendidas por la modernidad
como irrefutables. Roman Jakobson sostiene que la estructura fónica no tiene ninguna
relación con el sonido, sino con el fonema, es decir con las representaciones acústicas,
que se asocian con las representaciones semánticas. «La distinción entre metáfora y
metonimia resulta considerablemente ampliada, en particular al análisis de
procedimientos poéticos, a la descripción de sistemas de signos que no pertenecen al
lenguaje, por ejemplo la pintura, y al estudio de la estructura de los sueños, donde
coincidirá con los dos procedimientos fundamentales establecidos por Freud en la
Traumdeutung (condensación y desplazamiento), ulteriormente elaborados por Lacan»2.
El formalismo ruso se armoniza, a través del método dialéctico, con el mecanicismo.
Los círculos de Praga, Copenhague y Viena tienden a automatizar la lingüística,
atribuyéndole la tarea de predeterminar los resultados de la acción, sobre la que recae
legalmente la responsabilidad (institucionalmente) relevante. La propagación de la
estupidez (también expresiva) es el síntoma del totalitarismo, de una forma de erosión
de la identidad individual en función del pensamiento único, aseverativo y
trascendental. La inventiva lingüística viene a menos en favor de los eslóganes, de los
artefactos expresivos, de los modos de decir y de incidir en la acción. La opinión se
sacrifica a la mística de la constatación, de la actualidad del gesto, del hecho, del
contraste, de la dinámica inquisitorial y adversativa. La aflicción se configura como la
advertencia de la resistencia como el clima en el que es posible interceder mentalmente
sobre las fuerzas instintivas para que salvaguarden la razón. El proceso mental –
florilegio de las literaturas críticas respecto al autoritarismo verdugo y perseguidor–
reedita las facultades inventivas del intelecto agente y describe virtualmente la realidad,
libre de los prejuicios ideológicos y de la perseverante persecución.

La lucha contra la fraseología, emprendida por Karl Kraus de 1899 a 1933 –años
en los que se edita la revista Die Fackel (La Antorcha)– interesa, en sus efectos, al
aparato capitalista de los mass media contemporáneos. Combate la arbitrariedad
lingüística con el que el autoritarismo hipócrita y después imperante arrecia en las
conciencias de quienes se adecuan a una teleología atrevida y espectacular. Los
eslóganes son las partituras de la comunicación y el condicionamiento de la época
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 239

tecnológica, regulada, a su vez, por los cánones expresivos de la quintaesencia y, en


algunos aspectos, adivinatorios. «Frente a la regresión intelectual y afectiva que
desembocaría en el nazismo, el neopositivismo emprendió la lucha contra las
“aberraciones metafísicas” de lo alemán cotidiano, por una política de la Razón: las
malformaciones del lenguaje natural (paradojas y pseudopreguntas) engendran
enunciados desprovistos de cualquier forma de verificación. Están por ello desprovistos
de sentidos y deben ser pura y simplemente rechazados»3. El dogma positivista consiste
en valorar los enunciados como si estuviesen dotados de sentido o, al menos, como si
fuesen adecuados para referirse a las entidades como verdaderas o falsas. La
recuperación lingüística de las motivaciones encomiásticas del pensamiento y la acción
es distorsionante: hace referencia a categorías expresivas faltas de sus referencias
objetivas (concretas, prácticas). La lingüística funcionalista es la disciplina que
encuentra consuelo en la certeza lógica (es decir, privada de la arbitrariedad poética). La
inefable oscuridad, refutada por Rudolf Carnap y Ludwig Wittgenstein, domina la
ciencia lingüística del totalitarismo y, en medida menos cruel, el restablecimiento de la
modernidad.

El conflicto de clase, que espolea el segundo conflicto mundial, se agrava en los


contenidos místicos (raciales) y se evidencia en la expansión. La neurosis del abuso
contamina Europa y Asia, hasta la unión indiciaria de los países (Alemania, Italia,
Japón) que despreocupadamente afrontan las instituciones para uniformarlas en una
única visión de la realidad. La atomización de los conocimientos, impuesta por la
tecnología en su fase emergente permite al poder político erigirse en coordinador de los
acontecimientos, en los que se presagia una combinación entre la poética y la locura. El
lenguaje de la acción es claroscuro (como el de Ezra Pound y Louis-Ferdinand Céline),
de modo que puede subvertir los términos de la comparación entre lo que es evidente y
lo que es alusivo, entre lo que es estentóreo y lo que aparece de forma indeterminada. El
delirio expresivo, como partenogénesis del delirio político, se encarga de la
comunicación subliminar. El fideísmo masivo se deduce de un tipo de alfabetismo
indoloro, que la maquinaria estatal es capaz de infundir a las multitudes movilizadas por
un «excursión» de particular relevancia. El bluff es creído por la propaganda del
régimen como un resultado indispensable por los destinos (las fortunas) de la nación, o
de las naciones, hegemónicas en el plan étnico y tecnológico. La patología expresiva es
inducida en el organismo social mediante las sugestiones escenográficas que oscurecen
240 RICCARDO CAMPA

el mito de la potencia y la irreversibilidad de las empresas guerreras. El reverbero de la


benevolencia celeste está en el orden de las cosas, en la inmediatez del éxito, que puede
ser resumido en pocas palabras. Lo decible y lo visible tienden a coincidir según los
nexos y las sucesiones impuestas imperiosamente por la propaganda. La calidad de lo
ilusorio es la falsificación de la existencia según las categorías imaginativas de un
potentado de la época.

El pragmatismo (que se inspira a la obra de Charles Sanders Peirce, entre la


segunda mitad el siglo XIX y la primera década del siglo XX) consiste en la
coincidencia del sentido del enunciado con su uso. El pragmatismo, el conductismo,
ocupados en aplicar la lógica al lenguaje natural, adelantan el generativismo de Noam
Chomsky. El debate moderno consiste en la relación existente entre la lógica formal, las
características del conocimiento científico y el mundo real. La perentoriedad, que se
evidencia en la relación fallida entre la estructura científica y el lenguaje cotidiano, se
refleja en el contraste entre los enunciados de la lógica formal y la vigilia, aunque
subliminar (onírica, como en Isaac Newton) de las formulaciones metafísicas. La
construcción sintáctica de los enunciados los depura de toda contaminación ideológica o
credencial. El llamado materialismo lingüístico –la «estructura profunda»– de Chomsky
consiste en la automatización de la facultad comunicativa respecto al formalismo de las
diversas formas expresivas (en particular las matemáticas y la física). Karl R. Popper
critica el neopositivismo en relación a la noción de lo observable y a la teoría de la
inducción. Según Popper, el conocimiento científico moderno hace referencia, antes que
a un hecho concreto, a un enunciado capaz de facilitar la formulación de las
proposiciones experimentales. La física del microcosmos recapitula solamente los
acontecimientos no casuales y perceptibles con el auxilio de sofisticados aparatos
tecnológicos, que evidencian sus efectos energéticos. La veracidad de una teoría no
puede verificarse, pero sí es posible falsarla: y su falsación es verosímil. Así, el error
asume un estatuto en el proceso cognoscitivo. La pertinencia consiste en evidenciar la
relación existente entre el enunciado y el «objeto» de la enunciación. La lengua no
coincide con las variables de la observación en cuánto predispone a los instrumentos de
la investigación, que pueden resultar eficaces o inadecuados, según la contribución
cognoscitiva que engendran. El patrimonio general del saber consiste en el
reconocimiento de las tentativas, efectuado con la razón y con la lingüística, para dar
consistencia experimental a las condiciones objetivas. El principio de autonomía de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 241

sintaxis –fundamental en la teoría chomskiana–consiste en la relación entre la expresión


fónica o gráfica y el sentido de la propia expresión. Según J. C. Milner, si la lingüística
hace referencia a la ciencia física, su teleología coincide con la cosmología. El lenguaje,
entendido chomskianamente como característica de la condición humana, no es
necesariamente funcional. Si una proposición tiene un sentido, el lenguaje puede animar
un tipo de monólogo interior, que puede ser sucesivamente descodificado.
Efectivamente, el psicoanálisis descodifica las experiencias –también dramáticas– que
antes del lenguaje hablado se consolidan en la conciencia de los individuos, que actúan
en los diversos contextos culturales del planeta. El arte socrático de la mayéutica se
actualiza en el diván del psicoanalista, que induce al sujeto evocador a investigar en su
pasado onírico, y genético. El lenguaje pone en relación la estructura superficial y la
estructura profunda de los seres pensantes y conscientes de sus idiosincrasias y sus
contradicciones.

La dramaturgia clásica griega contribuye eficazmente a poner de relieve la


introspección y la explicación de la conducta individual en el concierto comunitario y
social. La estructura de la frase y las configuraciones del período de la dramaturgia
griega clásica acuden en la representación escénica de los «complejos» debidos a la
«civilización». El teatro griego sirve de radiografía de los sentimientos y de los
pensamientos que invaden las mentes de quienes son inducidos por las circunstancias a
manifestar las mismas propensiones e ideas, no siempre edificantes «oficialmente» y,
sin embargo, dignas de ser homologadas entre las características y las actitudes de la
condición humana. La legitimidad de la acción individual se enfrenta, a veces rapsódica
o traumáticamente, con la convicción (la moral) colectiva. De esta forma, la
sociabilidad se perfila como la intersección entre la esfera privada y la esfera pública,
entre lo que atañe a la intimidad de los protagonistas de la representación escénica y a la
difusa cognición de los usuarios (el coro) de la misma, que imaginan participar, por
delegación, en los acontecimientos que provocan sus inquietudes existenciales. El
lenguaje dramático explicita lo «anormal», la competencia del locutor ideal, que el
común mortal es obligado a reprimir bajo la prohibición de las reglas sociales. Los
locutores improvisan un tipo de ignorancia voluntaria, en la que delinean una clase de
sintaxis expresiva, que también condiciona, con la acción, el pensamiento
consuetudinario y social. La marginalización de las evidencias comporta la
simplificación de las reacciones individuales y colectivas, de modo que las normas (las
242 RICCARDO CAMPA

leyes), pactadas como necesarias, se conformen a las exigencias de la sociabilidad


institucionalizada. El narcisismo retórico se perfila, por tanto, como un magisterio
didascálico, deliberado en plein air bajo el cielo, entre los árboles y en el viento que
sopla airosamente por el Mediterráneo. Se otorga así, a la incomprensión de los secretos
del alma, aquel nexo vital de la inconsistencia, que permite aceptar las idiosincrasias
individuales como la desordenada figuración del género humano en su (cohesionada)
unidad. La transgresión preside al juicio, que conforta la perpetuación solidaria de los
diferentes y de los iguales, restableciendo, de este modo, una religión pánica de refinado
impacto psicológico en la concordia discors de las comunidades que actúan en las
diversas latitudes del planeta.

La especificidad del lenguaje humano no se identifica con la variedad de las


lenguas naturales. La «gramática universal» tiene una capacidad expresiva limitada,
pero una consistencia «genética» tal que puede prever idealmente las gramáticas
particulares. «La tesis de la existencia de ese núcleo fijo universal del lenguaje humano,
bajo su aspecto teórico-técnico especializado, es el que marca a la actual generación de
lingüistas»4. Por lo tanto, la creatividad es gobernada por las reglas, que, sin embargo,
permiten hacerla practicable. La abstracción consiente contemperar las estructuras
superficiales y las estructuras profundas del lenguaje como un instrumento de
conocimiento y expresión. La concepción de Y. Bar-Hillel, según la cual, la lógica
natural es la que lleva a la lógica lingüística, se coteja en la libre determinación del
sujeto hablante, que influye más o menos de forma armónica en el sentido común o, en
todo caso, en la común visión de las cosas. En fin, es la estructura –según Chomsky y
Jean Piaget– la qué unifica y diferencia el animal de la máquina. El bourbakismo5
constituye el umbral lógico-matemático del progreso cognoscitivo. El origen de las
cosas en el Verbo constructor (según Chomsky) y la inteligencia como fin de la historia
(Piaget) se complementan. Ambas concepciones hacen referencia al dualismo sentido-
sinsentido: dualismo lógico, en algún modo intemperante con las variables dispositivas,
que se interponen entre una y otra alternativa. La moderna epistemología confía en la
inestabilidad de todas las definiciones, que participan en la elaboración de los datos de
la realidad y expresados en la realidad del observador-perturbador de la misma. La
lengua, en el mundo anglosajón, es un órgano funcional, integrado al aparato corporal;
en el mundo europeo (latino) es la interacción de lo concreto con la espiritualidad. La
disciplina lingüística es un ejercicio europeo, un modo de entender las figuraciones de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 243

la naturaleza, independientemente de las sugestiones que determinan la conformación


propulsiva y cognoscitiva. La diferencia entre el apriorismo latino-europeo (grecolatino)
y el empirismo anglosajón consiste, respectivamente, en creer la lengua como si fuera
un laboratorio preventivo respecto a la experiencia y en afrontar la realidad como la
fuente inspiradora y condicionante del aprendizaje. En el derecho, la tradición romana
tiene en el punto de mira la aplicación de la ley, considerada como el factor potestativo
de la concordia social; la tradición anglosajona se limita a llevar a cabo un litigio
(contencioso) entendido como una discordia entre dos actores, que esperan encontrar
una recíproca satisfacción, mediante la intervención del juez. La ignorancia en el
derecho romano se desatiende, mientras que en el derecho anglosajón se presupone. El
derecho romano diseña las barreras invisibles de la convivencia civil; el derecho
anglosajón sanciona sus dimensiones y prescribe sus modificaciones, en el intento de
prever la reacción de quienes son inducidos por las circunstancias a cumplirlas. La
temperie epistemológica romana se compenetra en las fases alternativas de la
experiencia; la cognición operativa anglosajona predice su realización en tanto que
benéfica.

En la concepción moderna, el innatismo obedece a las leyes de la naturaleza que,


por así decir, contestan al principio de complementariedad en la epistemología
contemporánea. «La luna sigue su órbita, sin calcular su trayecto ni disponer del
conocimiento de las leyes de Newton; la piedra cae hacia el centro de la Tierra, sin
ningún aprendizaje; el corazón no aprende a ser el corazón. De igual modo, según
Chomsky, el metalenguaje de la lógica natural sigue su camino y produce un sistema de
reglas que permitan a cada humano distinguir los seres animados humanos y no
humanos, los objetos manipulables o no como instrumentos, alienables o no como
bienes de cambio o partes del cuerpo. Todo ocurre como si, por una especie de armonía
preestablecida, la gramática universal encerrase las categorías, también “universales”,
del derecho burgués: la responsabilidad propia al derecho de las personas, la posesión
ligada al derecho sobre las cosas»6. Efectivamente, el recurso a la armonía
preestablecida es un concepto medieval que prescinde de la metodología introducida por
la ciencia experimental, que no considera la armonía preestablecida como un
componente esotérico de la realidad, ni un dogma inexpugnable de la razón, como en la
física contemporánea el caos –la entropía– se considera un factor desconcertante, pero
influyente en la valoración de las energías latentes en el universo. La aproximación al
244 RICCARDO CAMPA

conocimiento es igualmente una condición indiciaria de la «verdad», pero privada de


consecuencias, en el sentido que no entusiasma al observador con la certeza de estar en
un concierto de energías predispuesto por el tutor del orden cósmico. El lenguaje,
cuanto más se evidencia en una fase de la evolución genética de la humanidad, tanto
más se vale de los conocimientos acabados en la fase de afasia a través de la estrategia
interpretativa de algunos acontecimientos homologados de manera farragosa por la
memoria. Admitir la armonía preestablecida significa frustrar la aportación de la
humanidad al conocimiento y a las formas de identificación por parte de los propios
artefactos, realizados en serie por el aparato tecnológico, en modificación continua.

En la reflexión de Chomsky, el sintagma sería el resultado del proceso de


interacción de lo inorgánico en lo orgánico y viceversa. La alquimia es la disciplina que
delinea como posible la cantidad subliminar, necesaria para que la materia,
aparentemente inerte en cuanto no se reproduce según los cánones tradicionales, se
vivifique en los organismos que pueden activar la Gran Cadena del Ser, a la que Arthur
O. Lovejoy confía la continuidad de la especie. Aunque la evidencia otorgue un grado
de plausibilidad a la filosofía de Chomsky, la experiencia persevera en su dinámica
condicional, en el intento de conjeturar aspectos de la realidad que sirvan a satisfacer las
expectativas de la humanidad, históricamente configuradas. Si la lengua contestara a las
leyes ordenadas en relación a las contingencias de la experiencia consuetudinaria, su
versatilidad sería cuánto menos limitada o condicionada por factores completamente
extraños al hecho terrenal de la humanidad. La decadencia de algunas lenguas como la
muerte de los dinosaurios deberían ser causadas por el colapso ambiental. El silencio
debería representar la condición cósmica: el peristilo del desorden y la progresiva
disfunción energética, proporcionada con la conformación comunitaria y social de los
mortales. El principio inspirador de la obra chomskiana descansa, por así decir, en la
inteligencia de lo que se apela a la evidencia para deslegitimar, también políticamente, a
los estúpidos, los idiotas, los verdaderos opresores del género humano. La artificialidad
sería la estación liberadora de la humanidad, si no fuera administrada por los grupos
económicamente hegemónicos que, en el liberalismo de mercado, tratan de realizar una
estrategia asistencial, combinada con una difusa forma represiva. La legitimidad
institucional se deduce del consenso social (del contrato social), oscurecido por las
partes bajo la perspectiva de conseguir satisfacciones recíprocas. La tecnología implica
una especie de metálica transcendentalidad, que se ejercita en la presentación seriada de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 245

los objetos de deseo de quienes pueden satisfacerlo y de quienes son obligados a


posponer su satisfacción. El neoliberalismo totalizador considera la humanidad en un
natural (eterno) conflicto y constantemente ocupada en conseguir por sectores (por
categorías, o mejor, por clases) la gratificación del bienestar y la supervivencia. El
antiestatalismo chomskiano contrasta con la concepción aristotélica, según la cual el
Estado es un organismo debido a un «salto cuántico» de la condición humana. El
Estado, prefigurado por Aristóteles, no es el sucedáneo de la horda y la tribu, sino un
orden innovador de las relaciones interindividuales en relación a sus afinidades y a sus
diferencias, complementarios con respecto del desarrollo combinado de las mismas en
el orden legalmente determinado por la voluntad general (rousseaunianamente
contractual). La lengua sirve para expresar el pensamiento históricamente dominante,
por su naturaleza trans-objetiva y, por íntima determinación, universalizante. Las
«profundas interacciones» de los individuos se legitiman en la normativa que les vuelve
operantes. El acuerdo entre los individuos se perfila como una tendencia natural, como
la realización de cumplimientos vitales, de otro modo sometidos a la mitología
improvisada y a la mistagogía. La lengua, que se hablara en un orden universal, estaría
privada de los antídotos necesarios para la comprensión de los juicios expresados por
las finalidades competitivas.

El indigenismo es la condición privilegiada de los pensadores universales como


José Enrique Rodó, José Vasconcelos, Raúl Haya de la Torre, además de los visionarios
como Oswald Spengler, Walt Whitman, que consideran la experiencia terrena como el
lugar de un ejercicio más angustioso. La irrefutabilidad de la iniciación demoníaca
comporta la aceptación del desafío que la razón universal lanza, en el lenguaje, a todos
los miembros humanos que gravitan en el planeta. La combinación de las etnias y las
razas comporta la interacción de las lenguas y la elaboración genética de la lengua
universal, hablada por el género humano en la órbita legal más amplia del Estado-
nación. Si el indigenismo se propagara, disminuiría la marginación de algunos
miembros orgánicos de la humanidad. Las diversidades lingüísticas se empañan en la
contemporaneidad, en las condiciones homogeneizadoras, en los que la economía
influye en el modo de pensar y el comportamiento. La dependencia del indigenismo en
la sociedad burguesa, con respecto de las lenguas oficiales de los centros del poder
económico y decisional, se transformaría, en la sociedad tecnológica, en la lengua
franca, capaz de asegurar la más amplia trama de relaciones a través de la simbología y
246 RICCARDO CAMPA

la propaganda publicitaria. La tecnología y la síntesis expresiva se conjugan en la


lengua figurada de la universalidad (el inglés, el español, el chino, el árabe, etcétera).
Paradójicamente, el indigenismo contemporáneo asume las connotaciones del
colonialismo interior, debido al sometimiento de las lenguas oficiales y de la
comunicación. «Los pueblos étnicos –escribe Gonzalo Aguirre Beltrán– tienen
profundamente enraizadas en su constitución biológica dos facultades que definen su
singularidad: a saber, la lengua y la territorialidad. Ambas ofrecen enorme resistencia al
cambio y persisten largamente aun bajo coerción»7. La lengua, entendida como
instrumento de dominio, refleja las prerrogativas de la estructura política e institucional,
que se ejercita en las manifestaciones públicas y privadas, en el arte, en la religión, en la
literatura, en la ciencia. La catástrofe demográfica es responsable de la decadencia de la
lengua, que no intercepta las sugestiones y las expectativas de la condición humana.

Generalmente, la paradoja es la señal de la inadecuación de la lengua con los


acontecimientos de los que se considera depositaria. La entidad expresiva, que
inflaciona el sentido a través de la extravagancia conceptual, es el síntoma de un
proceso recesivo o disfuncional, que el milieu cultural induce a contener en sus
devastadores efectos. La etimología sustenta el aspecto escénico, conforta la nostalgia y
la perspicacia inflacionista de los buenos propósitos, desviados cuando son probados,
ante la fuerza de la necesidad. El itinerario orgiástico de la lengua es la medida de la
debilidad y el frenesí representativo de los enunciados, dirigida a delinear los
acontecimientos, que se agolpan como una tormenta veraniega sobre el responsable de
quienes se interrogan sobre las causas determinantes de las agitaciones internas a los
órdenes sociales, a los equilibrios planetarios. La insolvencia conceptual se corresponde
con la lengua anquilosada por los significados alegóricos. La vaguedad es el preludio de
la incomprensión, que, sin embargo, certifica su presencia emotiva y racional, a veces,
de forma inquietante. Las geometrías riemannianas designan acontecimientos no
delimitados por los usuales instrumentos de elaboración conceptual. Denotan la
característica discursiva si no la adición dispositiva de la vaguedad, que se refleja en la
aproximación, como categoría interpretativa de los sumandos de una suma incalculable.
Si la geometría euclidiana no sanciona, por así decir, todos los entes de la realidad, el
lenguaje que se connaturaliza con ella solo puede designar todas las formas pagaderas
de lo existente de modo aproximado. La aproximación conforta la vaguedad, pero
también le otorga una patina alegórica, con la que pueden tratarse los enunciados que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 247

designan un campo energético, un conjunto de factores, que concurren a formar un


acontecimiento. El empleo desordenado del lenguaje natural y el lenguaje artificial por
la individuación de los acontecimientos y los fenómenos de la realidad son una
exhortación de los sentidos. Tanto el lenguaje natural, como el lenguaje artificial, en
efecto, concurren a deliberar respecto a la adquisición cognoscitiva, que es la teleología
de la expresión y de la representación, condicionadas, al menos, por los instrumentos
empleados para hacerlos evidentes y explícitos. La vaguedad, lejos del constituirse en el
hemisferio todavía no practicado por la razón, es un continente incontestado, que se
asoma a la incursión y a la valoración del observador-perturbador de la realidad. La
vaguedad es una categoría cognoscitiva de la relatividad posterior. En primer lugar,
constituye solamente una evocación literaria, una escritura de la actitud poética, falta de
sentido. Su consistencia emotiva encuentra su confrontación en la elegía, en los
hemistiquios de la métrica del pasado, confundidos en la arqueología del saber. La
imprecisión no es el predicado de la inadecuación de los cotejos lógicos del lenguaje: es
la parte integrante de la afirmación contenida en cada proposición cognoscitiva,
destinada, por su naturaleza, a ser modificada (popperianamente hablando, a ser
falsificada). La consistencia verbal de un enunciado no agota, en efecto, su validez,
destinada progresivamente a contraerse por sus incongruencias y sus inadecuaciones, en
las aproximaciones objetivas. El significado de la vaguedad se halla en las estrategias
mentales, enfrentadas idealmente con las categorías cognitivas consolidadas. Cuánto
mayor es la consistencia de las instancias inquisitivas, mucho mayor es la sugestión
explicativa de las aproximaciones.

La afirmación, propuesta por Gottlob Frege, de que la imperfección del lenguaje


común es la contrapartida de la perfección del lenguaje artificial, es inadmisible y
prejudicialmente retórica. La perfección y la imperfección de la lengua deberían hacer
en todo caso referencia a una categoría-metro de medida: o la una o lo otra debería
presidir la conceptualización, disolviendo así el dualismo, indiciario de las improbables
postulaciones epistemológicas. La disolución del dualismo en la asertividad connota
esta última, no por sus definiciones últimas, sino por sus enunciados hipotéticos bajo el
perfil explicativo-disquisitivo. La imprecisión pertenece a la certeza, creída bajo el
perfil didascálico para conseguir la legitimación de su empleo, que se identifica con el
consentimiento de la aplicación, decisional. La comprensión delimita pragmáticamente
los confines conceptuales de las palabras que, de hecho, se organizan en las frases para
248 RICCARDO CAMPA

adquirir su sentido (si bien en el florilegio semántico, en el que se individualizan para


utilizarlos en el discurso). En efecto, la exactitud es la radicalización terapéutica de la
afirmación: es una cognición modular en relación al dogmatismo iniciático, al que hace
referencia cada razonamiento, cada tentativa de efectuar la relación entre las
adquisiciones cognoscitivas y sus validaciones interindividuales. El lenguaje presagia
una multiplicidad de hablantes, desde dos, con los que establecer un acuerdo, para
equipar las inhibiciones fabuladoras en las explicaciones más controvertidas. El
lenguaje comunica e influye sobre el acceso al conocimiento y a su disposición práctica,
compensatoria.

La función fonológica del pensamiento no agota la potencialidad expositiva del


lenguaje (en la que las inadecuaciones son implícitas y las vaguedades explicativas de
los acontecimientos que se presagia se manifiesten en la realidad efectiva). El estatuto
de los significados lingüísticos se manifiesta en el ámbito de la imaginación y la
elaboración conceptual, actualizados en la contingente versatilidad. La indeterminación
semántica se ejercita en la semiótica verbal. La interlocución registra las alternativas
expresivas en el contexto de un sistema cognoscitivo, corroborado por la solidaridad
semántica. La comprensión incluye los grados y los cánones de la incertidumbre, que
consiste en hacer perceptible la vaguedad, creída epistemológica y lingüísticamente de
forma desconfigurada. La omnipresencia de la imprecisión y la vaguedad consisten en
la sugestión que determinan los interlocutores, recíprocamente ocupados en clarificar
las nieblas de la ineficacia cognoscitiva. La comunicación aproximativa reduce las
distancias entre los enunciados de los observatorio-perturbadores de la realidad y las
propone a la exégesis indiciaria de sus testamentarios. En sus efectos escénicos, el signo
condensa, también, las argumentaciones todavía no explícitamente determinadas: es
decir, anticipa la elaboración de las expresiones compensatorias de la convicción y, por
lo tanto, de la acción. El signo encuentra su condición natural de expresión en las grutas
de Altamira, dónde el bisonte representa la fuerza privada aparentemente de destreza,
que el autor supone detener, quizás en el intento de testimoniar la memoria futura. El
signo encierra en sí la firmeza del diseño interior y la estrategia, a través de la que la
dinámica discursiva se une con el deseo de liberación (del necesitarismo natural, del
temor pánico, de la aflicción ambiental). La arbitrariedad del signo se identifica con la
vocación comunicativa, con la necesidad de evidenciar las turbas mentales y las
expectativas intelectuales de las comunidades humanas, todavía no hablantes y, sin
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 249

embargo, propensas a intercambiar los resultados de la experiencia individual y


colectiva en la polisémica expresividad lingüística. Los códigos relacionales
predisponen el léxico y las formas para actualizarlo en las diversas dimensiones
comunitarias. La sociedad es, por tanto, responsable de la delineación, de la
interpretación y del empleo del signo. La identidad lingüística es el fundamento del
Estado nacional, sobre todo, en los siglos XIX y XX. En la época contemporánea, el
fenómeno lingüístico no siempre tiene una finalidad coincidente con la legal: puede
desarrollar una función cohesiva, aunque no determinante en los objetivos de la
teleología institucional. La comprensión es la meta lingüística, a la que acceden todos
los que reconocen su plausibilidad. Y, sin embargo, la comprensión no es una noción
concreta, definida por la comparación con las expectativas y las investigaciones,
conducidas por los individuos y las comunidades para mejorar las condiciones
objetivas. Para Ludwig Wittgenstein, la lengua es una forma de vida, un criterio para
interaccionar legítimamente con la realidad (natural y artificial: esta última, entendida
como la elaboración humana de la primera). La flexibilidad de las palabras permite el
acuerdo y facilita la comunicación en orden a las problemáticas del interés general
(universal). La tiranía de lo efímero es una deformación lingüística, debida a la
insolvencia, que asume la congestión de hechos falsamente interactivos. Todo lo que
pasa sin dejar huella se describe aproximativamente y, a veces, sin sentido.

Los signos lingüísticos pueden utilizarse, en efecto, para innovar, pero también
para manipular y realizar deformaciones conceptuales. El sentido de las palabras puede
ser modificado o alterado por la experiencia, en su aplicación al reconocimiento de
acontecimientos imprevistos e imprevisibles como las mutaciones genéticas. La realidad
puede inspirar la puesta al día del léxico sobre la base de las ideas fundantes, que, desde
Sócrates, se transmiten como exteriorizaciones de las impróvidas confutaciones
conceptuales, constantemente anagramadas y difundidas por los sofistas, por los
hipertróficos exegetas de las opiniones, llevadas al límite de la incomunicabilidad y la
disfunción social. La imprecisión es una característica semiótica de todos los
enunciados que no encuentren verificación en sus efectos, en la práctica explicativa. En
efecto, la formalización de los enunciados comporta la adhesión a las necesidades
objetivas, a las finalidades propias de la comunicación. La ambigüedad lingüística es el
reflejo condicionado de la indeterminación de la realidad, que en todo caso se
encomienda –se presta– a la descripción, creída necesaria porque alcanza los actos
250 RICCARDO CAMPA

acabados para ser evidenciados. El sentido común y la precisión se complementan: el


uno interacciona con el imaginario colectivo; el otro, con la convención lingüística,
terminológica, con el que el aprendizaje de la razón se compenetra de las actitudes
aprensivas del género humano en su determinación compuesta y, a veces, aflictiva. La
complementariedad entre la precisión y la vaguedad se connaturaliza con la
conformación de las palabras, con su origen semántico y con su perturbación
conceptual. La habilidad lingüística –al final– se identifica con la destreza exegética,
con la facultad de influir en las dinámicas del mundo. La indeterminación es una
prerrogativa de la investigación científica, según una configuración del cálculo
estadístico que somete prodigiosamente a la imaginación. «En la elección de los grupos
de control y aquellos con los que tratar –afirma W. I. B. Beveridge– se tiene que seguir
ante todo la lógica y el sentido común»8. Examinar la dimensión de los grupos permite
en la encuesta estadística configurarlos en una casuística general, en el que se deducen y
definen las peculiaridades y las diversidades de sus miembros individuales. Thomas
Huxley sugiere conformar las aspiraciones con los hechos. Las hipótesis sustentan las
observaciones hasta que no encuentren la confirmación de la experiencia.

La escritura de los efectos contribuye a otorgar a la imaginación un grado de


conciencia, que la búsqueda sistemática transforma en conocimiento objetivo. La
analogía del pensamiento con la imagen puede aventajar al pensamiento científico. «La
imaginación es capaz de caminar en la oscuridad de lo desconocido dónde, a la luz
incierta de los conocimientos, de los que disponemos, se puede ver algo que parece
interesante»9. La fantasía también puede inducir al error, pero su percepción contribuye
a dar vigor y consistencia a la investigación. El conocimiento es el resultado de una
tarea, rica en sugestiones y asechada de riesgos y de peligros. Los errores de valoración
de las hipótesis científicas inducen a Albert Einstein, el padre de la relatividad, y Max
Planck, el fundador de la teoría cuántica, a considerar la perseverancia como una
categoría ineludible de la investigación: una categoría, al mismo tiempo, ética y
discursiva, en el sentido que puede ser aprendida y aceptada como un aspecto de la
condición humana. La curiosidad es un incentivo del pensamiento porque se ejercita
desde la descripción del conocimiento. El lenguaje científico se adecúa al patrimonio
cognoscitivo general a través del empleo de las consolidadas e innovadoras formas
descriptivas. La prerrogativa de los estatutos del pensamiento consiste en su ductilidad
semántica, en su aptitud discursiva. A veces la oposición a una teoría científica se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 251

realiza con el léxico tradicional: a la innovación cognoscitiva se opone, utilizada como


pretexto, la etimología de algunos términos declarativos. La lingüística puede ser
utilizada por los conservadores, por los enemigos de las innovaciones, que asumen
nuevas cuotas cognoscitivas.

La lengua como cosmovisión sugiere a la experiencia que se compendie en


actos, que puedan homologarse en el patrimonio cognoscitivo general. El examen entre
aprioristas y empiristas se justifica en el intento de perseverar en la adquisición de
anotaciones de la realidad que, en todo caso, puedan condicionar e influir en la
experiencia y la convicción. La irradiación de los sentidos de la experiencia, la
emotividad o la racionalidad, comprenden los hemisferios complementarios de las
mismas determinaciones adquisitivas de la condición humana. La interacción entre estas
dos categorías explicativas de la actitud humana es una constante del conocimiento. La
diversificación didáctica sirve, quizás, para animar y volver dialéctico el aprendizaje,
entendido como un ejercicio de la voluntad frente a la inexorabilidad de la experiencia.
Si la naturaleza fuera tan generosa que descubrirse las normales actitudes del género
humano, no estaría inducida a configurarse en interlocutor con el poder del hechizo de
la conjetura y la afirmación. La tarea de comprender y utilizar las energías naturales
establece un código de conducta, creído adecuado para establecer un acuerdo entre el
observador de la realidad y la realidad cumplida. El indigenismo constituye el fenómeno
más inquietante de la modernidad, de la época en la que la connotación institucional se
deduce de la lucha autónoma. Las revoluciones americanas modernas –comenzando por
la mejicana de 1810– se desarrollan como la revaluación de las formas de expresión,
negligentes durante el imperialismo europeo y extra-europeo, si bien pensadas por el
movimiento reivindicador identitario. El paisajismo, desvinculado del folklore y de la
fabulación popular, se perfila como el territorio de la acción independentista. La actitud
redentora del indigenismo consiste, predominantemente, en salvaguardar las lenguas
maternas, las formas exegéticas de la dignidad individual, que no pueden ser
sacrificadas en aras de la homogeneización comunicativa sin perder creatividad y
peculiaridad expresiva. Gonzalo Aguirre Beltrán escribe: «Se envían maestros rurales y
misioneros culturales bien provistos de teoría deweyana y fervor revolucionario, a
levantar escuelas de acción en los pueblos indios. Llevan por encargo transformarlos y
enseñar el idioma oficial a los niños, con la prohibición explícita del uso de la lengua
vernácula en la enseñanza; si acaso la conocen o la aprenden»10. La autodeterminación
252 RICCARDO CAMPA

es un derecho que pertenece a todas las poblaciones sometidas a la dominación


extranjera, bien sea económicamente, bien bajo el perfil lingüístico. La iniquidad social
se recalca bajo formas discráticas y contrapuestas a la terminología oficial y al léxico
materno, privado, doméstico. La escritura jeroglífica y la elaboración del calendario
culminan en la concepción matemática del número cero. La cosmología, que alcanzan
las culturas indígenas mesoamericanas, es parecida a las realizadas por la cultura
occidental en el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo Galilei
(escrito en lengua vulgar, en la lengua italiana del siglo XVII). A los centros
ceremoniales del área mesoamericana se confrontan los laboratorios científicos de la
Europa central y mediterránea de la época de los descubrimientos y los intercambios
entre las poblaciones, ocupadas en armonizar el difuso bienestar con la providencial
aptitud cognoscitiva.

La concepción utópico-apocalíptica de los franciscanos del siglo XVII, que


revive la doctrina de Joaquim de Fiore, se manifiesta en la época moderna bajo la forma
de las empresas legendarias, de los descubrimientos sensacionales, que sancionen el fin
de un régimen de realizaciones, en favor de una temperie aprensiva por la vaguedad de
sus peticiones previsionales. La ampliación del escenario conmutativo de los bienes y
los servicios a nivel planetario se vale de una lengua común, esencial en su estructura
sintáctico-gramatical. La sencillez primigenia cede su sitio a la complejidad explicativa
de las aportaciones una vez que está asegurado al patrimonio cognoscitivo del género
humano en su conjunto. La difusión de las lenguas permite averiguar la unidad de las
instancias y las expectativas, formuladas en sus diversas condiciones ambientales. Tanto
es así, que el «progreso» (la acepción del bienestar) se presenta como un proceso
uniforme, propiciado, sin embargo, por las mismas adquisiciones prácticas, concretas
(tendencialmente espectaculares). El sistema de las innovaciones consuetudinarias se
deduce de las adquisiciones prácticas, realizadas en un ámbito social, y divulgadas en el
escenario internacional, según los canales comerciales, financieros, afectados por la
obra promocional acabada con las lenguas y las representaciones, creídas desde la
publicidad como las más eficaces en el mercado de la adopción y la compra-venta. El
proselitismo religioso, político, económico se realiza a través del empleo de las lenguas
que se consideren adecuadas a dar resalto a la elegía de la convicción. La retórica
consiste en la sublimación de la lengua hasta calibrarla para sugestionar las conciencias
y volverlas intemperantes con el resultado que los realizadores de la actividad
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 253

comunicativa se proponen conseguir. La retórica, en efecto, permite a la ironía afrontar


con ligereza la dinámica conflictiva de la laboriosidad, de la inventiva y de la ecuánime
distribución de los recursos económicos y sociales. La opulencia de las sociedades
coloniales se justifica, dentro de un límite, con la habilidad, con la estrategia de quienes
profesan su aplicación científica y tecnológica, franqueados por la sumisión a las
lenguas maternas y propensas a adquirir y utilizar las lenguas convencionales. La
relación entre la lengua y la territorialidad disminuye cuando el mercado, nacional, se
vuelve internacional, y la economía financiera adquiere un régimen multinacional. «A
medida que los pueblos étnicos caen bajo los golpes de la espada y la cruz, el número de
idiomas ininteligibles entre sí que se descubre es mayor y supera con creces el límite
bíblico de las 72 lenguas que se dispersan en Babel»11. Como instrumento de dominio,
la lengua no desarrolla la misma actitud cognoscitiva en presencia de una alternativa
impuesta por las circunstancias. La heterogeneidad idiomática, dentro de un sistema
institucional, permite la adopción de una lengua vehicular: la multiplicidad de las
condiciones expositivas asegura aportaciones privilegiadas a la lengua convencional,
que acude a la consolidación y la difusión de las adquisiciones cognoscitivas y
aplicativas. La urbanización y la construcción monumental contribuyen a la afiliación
práctica de muchos hablantes de las lenguas maternas a la lengua oficial. La estructura
tecnológica –la fábrica– registra una ulterior fase ejemplarizante de las lenguas
maternas en función de la codificada, nacional. La tecnología, en efecto, universaliza el
léxico explicativo del aparato productivo y confía la promoción de los objetos del deseo
a la improvisación publicitaria. Los componentes estratégicos de la homologación
expresiva conciernen la uniformidad denotativa y la diversificación expositiva. El
progreso es el resultante de la lectura uniforme del universo cognoscitivo y
(contextualmente) de la diversificación connotativa de las formas antropológicas
cognoscitivas, en orden a las consolidadas (o aparentemente tales) actitudes declarativas
(identitarias).

La transformación de las lenguas maternas en las lenguas oficiales sucede, en el


Nuevo Mundo, por medio de las misiones religiosas. Efectivamente, esto se realiza al
verter de modo sobrentendido un volumen de cogniciones expresado en latín a las
lenguas maternas de las diferentes poblaciones indígenas. La universalización de las
hablas locales en la lengua ecuménica sobreviene a través de la referencia de los dictos
evangélicos, escritos en latín, traducidos del arameo y del griego antiguo. El tránsito de
254 RICCARDO CAMPA

las lenguas maternas al español se ejerce en el ámbito de la fabulación mesiánica,


realizada por las diferentes instituciones religiosas, entre otros sujetos de la reactividad
ambiental, al rechazo conceptual, por parte de las diferentes comunidades lingüísticas.
La adquisición más incesante de los nuevos habitantes del Nuevo Mundo (nativos y de
la metrópolis) es el honor, una categoría identitaria que puede ser declarada
formalmente (lingüísticamente). El honor prescinde de las condiciones económicas y
sociales y pertenece a la íntima determinación de la persona, comprometida, por así
decir, en el clima político e institucional. La adquisición de títulos nobiliarios y otras
distinciones civiles es una inversión lingüística: sirve para ilusionar imaginariamente
(sonoramente) el entorno circunstante, el milieu cultural, en el que obran los sujetos
individuales. La recuperación de la dignidad individual se identifica con la convicción,
que se ejerce en las formas convencionales, elucidadas por la costumbre y prohibidas en
toda tentativa de sublimación emotiva y racional. Las locuciones epigramáticas,
conmemorativas, enfatizan la evidencia, que se transforma en acontecimiento, relegado
a la memoria colectiva. La perpetuidad del sistema político, económico y social se
cerciora inventariando retóricamente las formas de distinción, eufóricamente,
exteriorizadas. De ahí que los títulos nobiliarios se configuren como un lenguaje
convencional que crea significados alejados de las obras y a las acciones, cometidas
para conseguirlas en el contexto institucional.

La literatura de Carlos de Sigüenza y Góngora (el gongorismo) refleja las


aventuras de los individuos que ambicionan la eternidad. La lengua de la transcendencia
es un acto sedicioso, cometido en contumacia con una élite de promovedores de las
innovaciones económicas en el fortín de la tradición y la perpetuación. La adquisición
de las lenguas oficiales sanciona el vigor cohesivo de la nacionalidad, de las aptitudes
constitutivas de la convicción y su verificación conceptual (propositiva). La
secularización de la sociedad señorial es un cumplimiento, un aspecto de la adquisición
lingüística en un sentido comunitario y trascendental. La determinación racional está en
la base del despotismo iluminado, que se prodiga en actividades pedagógicas,
magistrales. El imperio de la razón facilita el aprendizaje de las lenguas oficiales, en las
que las instancias colectivas se armonizan con las propensiones individuales. Las
manifestaciones de intolerancia política por la aprensión de un grado de equidad más
fácil son actos realizados formalmente por quienes reconocen en la palabra un papel
regenerativo y salvador. La palabra tiene naturaleza existencial y un régimen político:
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 255

aspira a activar la interacción individual y la cohesión comunitaria. En cierto sentido,


ennoblece el género humano, la continuidad de la especie en la predeterminación por
conseguir una meta que justifique su empeño según las categorías de los presagios, de
las previsiones, de la espera. El lenguaje-razón de Estado desarrolla la tarea de dar
relieve a la inventiva y a la creatividad de las diferentes comunidades que gravitan en
las áreas del planeta. La unidad lingüística es el componente orgánico de los órdenes
institucionales, que se proponen mejorar sus condiciones objetivas, bien preconizando
los acontecimientos, bien convalidándolos en la experiencia. Los efectos se convierten
en el objeto de la expresión lingüística, lo correspondiente de lo que se piensa y de lo
que se evidencia. En este sentido, en la apódosis de Wittgenstein se manifiesta
subliminarmente la oportunidad de callar cuando no se tiene nada que decir (cuando no
se ha alcanzado la fase connotativa de las inquietudes existenciales). El silencio, como
el olvido, hace de laboratorio (y de guía) a la argumentación declarativa y propositiva,
mediante la cual cada comunidad humana connota el mismo hecho, conectándola con la
de otras comunidades, en el escenario multicultural y plurilingüe del universo social. El
concepto de clase se une a la facultad de la lengua de magnificar el factor potestativo y
productivo del trabajo. El totalitarismo de derechas y de izquierdas exalta las facultades
propedéuticas del asociacionismo masivo y el expansionismo físico. La didáctica de los
enunciados totalitarios se identifica con la movilización silenciosa, sumisa de los
adeptos de la nueva religión pánica. El exorcismo, el racismo y el léxico ejemplificado y
didascálico recalcan las fases alquímicas de la fuerza primigenia. El dominio de lo
absoluto se realiza con las frases del imperio, con las construcciones rocambolescas y
publicitarias. Las palabras chirrían en el continente sobrexcitado del delirio de
omnipotencia, ostentado por un gurú y hecho propio por las masas cercadas en el
proscenio de la historia (sempiterna, dramática, falta de aquella pietas en la que consiste
el recuerdo y la conciencia). Al orden del mundo hace frente la elegíaca perturbación de
la vis destruens, de actitud demoníaca. El fisiocratismo disoluto trata de obscurecer las
funestas perspectivas del industrialismo forzado.

La lealtad institucional se refleja en el aparato legislativo, que compendia las


obligaciones y las libertades de la vida en sociedad, sin considerar la última existencia
política respecto a la intimista (espiritual). En sus vidas políticas, la lengua suple de
criterio de valoración jurídica de sí misma. El aparato lingüístico es doblemente
normativo: refleja las instancias perceptivas de los hablantes y las determinaciones
256 RICCARDO CAMPA

apodícticas de los asociados en un ordenamiento, que hace de regulador de su


comportamiento y sus actitudes. La soberanía nacional se identifica con su participación
popular al clima normativo, legal, realizado por los reformadores sociales, por los
apóstoles de la armonía comunitaria. Las insurrecciones políticas se caracterizan por la
contaminación lingüística, con el préstamo de algunas frases, capaces de sugestionar y
configurar una época. La uniformidad está acechada constantemente por la transgresión,
que el liberalismo rubrica en la competitividad. «Hay en el temperamento liberal –
afirma Harold Laski– un resabio de romanticismo cuya importancia es considerable...
Establece de modo inconsciente una antítesis entre la libertad y la igualdad y si bien, en
teoría, rehúsa conocer límites impuestos por razones de clase, credo o raza, las
circunstancias históricas con las que el liberalismo funciona le constriñen a proclamar
restricciones de hecho»12. Por su parte, el socialismo da una confianza excesiva a los
sinos de la humanidad, salvaguardada por la ética de la solidaridad y la subsidiariedad
de un sistema que exalta los destinos colectivos, el movimiento osmótico del género
humano en su unidad. Mientras el liberalismo confía los rigores y los riesgos de la lucha
por la supervivencia al individuo, el socialismo convalida su división, la correlación de
los intentos, que las personas se proponen conseguir en la inmediatez y en la
extemporaneidad de la experiencia.

Paradójicamente, el liberalismo diseña un modo de ser de la condición humana


más próxima al primitivismo competitivo y selectivo (aunque sublimado por las nobles
intenciones de la comunidad de valerse de la autónoma exteriorización de los propios
recursos físicos e intelectuales), mientras que el socialismo cree más en una tentativa de
solidaridad humana en el trabajo y en las perspectivas comunitarias que sustraigan a los
individuos de la angustia de la existencia. El humanitarismo socialista está cargado de
expectativas, mientras el utilitarismo liberal es vindicativo de las prerrogativas de la
especie, llamada a contender un cierto predominio natural, caracterizado por una ética
que mejore las llamadas condiciones objetivas. El liberalismo considera la naturaleza
como el ring de las iniciativas individuales que luchan entre ellas de forma edificante; el
socialismo rechaza la competencia y prefiere la cohesión, la inspiración comunitaria,
redimible y consolatoria. Nietzsche considera el socialismo como la ocasión
reivindicacionista de los individuos hasta el siglo XIX, excluidos del bienestar y de las
pruebas de la contingencia terrenal por un improbable consuelo celeste. A la democracia
representativa, promovida por el liberalismo, le hace frente la democracia participativa
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 257

del socialismo. Mientras la forma del gobierno liberal deja entrever una plena actividad
inventiva por parte de los individuos, la forma de gobierno socialista comporta la
remisión de los pecados individuales y la aceptación de un sistema de salvación
colectiva. «Para el liberalismo, el derecho de todo hombre a la libertad es la expresión
esencial de su derecho a la vida, de su instinto de conservación, de su suficiencia
racional y, sobre todo, el anhelo eterno e inalcanzable a la felicidad»13. La autonomía
liberal es tal porque está referida a las leyes naturales, que se presentan de forma
funcional en la exteriorización de la voluntad de los sujetos individuales, operantes en
un contexto institucional (por otra parte, creído formalmente de forma no incómoda). La
solidaridad socialista considera que el trabajo es un instrumento de la redención humana
(inspirado cristianamente por la ética conductual de las clases emergentes y capaces de
modificar el nivel de vida general, universal, uniforme tecnológicamente). Para el
liberalismo, la propiedad es el instrumento donde el hombre se vincula a la tierra; para
el socialismo, la propiedad es una categoría aflictiva del recorrido mental del hombre
hacia el cielo. El socialismo es neumático, ambiciona satisfacer las expectativas
ultramundanas de la humanidad inventariando las tentativas, cumplidas, para despachar
la contingencia terrenal en el empíreo de la imaginación (del tiempo libre, de la fantasía
imitativa, hiperuránica). Entre una y otra doctrina, sin embargo, no se erige un muro de
contención opuesto, sino un horizonte, en el que se espanta una composición de las
diversidades, la complementariedad de las visiones, de las expectativas, de las
premoniciones.

El hedonismo no lleva en sí, ni para el liberalismo, ni para el socialismo, la idea


de poder y dominio, entendidos como instrumentos de aflicción respecto a los seres y
los entes naturales. El ludismo, si acaso, se delinea como la estrategia táctica para eludir
las instancias de la condición humana. Su connotación más evidente descansa en el
propósito de sustraer la conciencia individual a las inquietudes existenciales. El juego es
riguroso «a la par del trabajo» –por usar una expresión del decadentismo literario–
porque subroga las perplejidades y las aflicciones de la cotidianidad. En efecto, la
experiencia, en su fase recóndita e inicial, refleja en sus procesos el juego, la
satisfacción de hallar y aplicar las leyes presumiblemente implícitas a la urdimbre
comunitaria en la extemporánea contingencia. Por esta razón, el empirismo y el
pragmatismo evocan enfáticamente la tabula rasa, como si fuera posible imaginarla
como un mundo vacío de nociones, que se reciben de forma atemperada con la simple
258 RICCARDO CAMPA

presencia de los mortales en la esfera natural, conectada tendencialmente con las


categorías imaginarias del tiempo y el espacio. El infinito es una dramática prerrogativa
del juego, de la aventura de la mente fuera de los límites de la resignada valoración de
los acontecimientos naturales. El ludismo y la libertad religiosa se unen, según Max
Weber, en el reformismo luterano y en el protestantismo. La idea de convertir a las
reglas del juego (de la competencia) el radicalismo y, a veces, el fundamentalismo
naturalista (racial), permite ennoblecer las perversiones individuales y colectivas,
elevando sus efectos a nivel comunitario. El alfabetismo, el aprendizaje generalizado de
las reglas, en las que es posible hacer evidentes las expectativas de los individuos, de los
grupos, de las clases en abierta dinámica económica, política y social, se configura
como el juego por excelencia. El mercado registra a nivel mundial el cálculo de los
beneficios que la aptitud lúdica puede asegurar a sus partidarios. La norma asume, por
tanto, un sentido esclarecedor de las contradicciones de la existencia y le otorga una
validez incontrovertible en la temperie institucional. El positivismo se cree una corriente
filosófica capaz de diagnosticar las resoluciones sociales con la ayuda de análisis
naturales, que también se hacen para satisfacer la actitud lúdica del género humano. «El
positivismo se caracteriza por la importancia categórica que otorga al conocimiento y al
método científicos en la instrumentación de una teoría y una práctica políticas. Para el
positivismo la ciencia, entendida como una pura descripción de hechos y de las
relaciones constantes que estos hechos mantienen entre sí, y el método de la ciencia, son
válidos en los campos variados de la indagación, tanto de la naturaleza cuanto de la
actividad humana»14. La norma asume, por lo tanto, un sentido redentor, tanto es así que
una corriente del positivismo se transforma en una orden religiosa. La iglesia positivista
se arroga el título de ser la depositaria de la concreción del hecho humano y su implícita
justificación ontológica.

Al contrario, es posible llegar a las formas expresivas de relevancia estética,


perjudicando la actitud individual frente a los acontecimientos, de los que nace
naturalmente la responsabilidad. El sápido informe de un acontecimiento dramático,
ocurrido durante la segunda guerra mundial, evidencia la discrasia, a veces manifiesta,
entre la inventiva artística y la infamia conductual. Vercors (seudónimo de Jean Bruller)
hace público el hecho acaecido en 1944, en un pueblecito de la Francia meridional,
ocupado por los alemanes, durante el que el oficial, responsable del exterminio de los
habitantes, se dedica a la pintura. El cuadro, que retrae el entorno en el que se consume
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 259

un exterminio, es tomado como una obra de arte. «El lenguaje desborda ampliamente
las cosas de la vida, y viceversa… Dos elementos [el lenguaje y las cosas de la vida]
representan el fin propuesto por la misma existencia mundana y la felicidad que se
libera de ella»15. Los movimientos de la ira, los accesos de la pasión pueden producir
poéticamente resultados estimados artísticamente. El recurso de los poetas malditos al
opio se interconecta con los resultados alcanzados en su actitud creativa. Su descenso a
los infiernos exorciza el descenso dantesco, que se connota históricamente determinado.
Los poetas malditos de la época contemporánea disertan sobre el modo más indoloro de
afrontar las sugestiones del Mal. Su resentimiento respecto al mundo, en el que se
comportan como defensores de la inquietud existencial, tiene características misteriosas;
se convierten ilusivamente en la denuncia del conformismo y el dejar hacer propio de la
masa. Su revuelta concierne, sin embargo, solamente la vida cotidiana, no el aspecto
telúrico de la vida humana, sino la unión doméstica, donde se celebran los infortunios
de la inventiva y la libertad individual. La poesía se propone como el garante de todas
las alternativas improbables, que cada individuo puede cultivar en la remisión de sus
angustias y sus flébiles atractivos vitales.

La palabra articula las exigencias mundanas con las expectativas celestes: ella
subroga lo concreto con el delirio de lo ajeno. El lenguaje es una estructura elástica que
permite a la norma expresiva (la gramática) conformarse a las exigencias innovadoras
de la argumentación histórica. El propileo de la acción se identifica con el propósito
expresivo. Las palabras registran los acontecimientos que, su propia naturaleza, huyen
de cualquier proceso de mediación conceptual. Las leyes, que los configuran, son la
síntesis de la repetición. Si los acontecimientos huyeran de la previsión, las palabras
quedarían como las conchas abiertas sobre el litoral, en las que resuena el ruido del mar.
La rotura de la continuidad entre el presente y el pasado es interconectado
cáusticamente con la modificación lingüística y estructural (de la forma de la
argumentación). La transmisión de la memoria incide en la posesión temporal del
lenguaje, que ambiciona sobrevivir virtualmente a la contingencia expresiva, que
incluso lo legitima. La comprensión del mundo es una finalidad comprometida por la
dinámica explicativa de los fenómenos, que la razón logra interceptar y prometer a la
memoria futura y a la general satisfacción. El relativo rigor con el que se afanan las
palabras hace conveniente la fantasía imitativa. La inventiva utiliza algunas palabras
como postulados de nuevas formulaciones conceptuales que afrontan el léxico
260 RICCARDO CAMPA

consolidado con un tipo de vis destruens, como el preludio de una significación


posterior de las manifestaciones expresivas. Paradójicamente, las palabras hacen de
antecedente lógico a la elaboración doctrinaria de la experiencia cognoscitiva, efectuada
con el auxilio de los instrumentos y mediada por la intemperancia partidaria de las
comunidades humanas, por su régimen realizador, dirigidas a mejorar sus condiciones
objetivas. El conocimiento de una lengua no asegura la activa participación en la cultura
(en el conocimiento). La epopeya homérica demuestra cómo el empleo de las palabras
se practica con un significado particular cuando se organiza dentro de la narración, que
es una categoría poética y discursiva, útil a los fines de la racionalización de la
convicción (en la base de la legitimación política). Eric A. Havelock escribe: «Es una
curiosa forma de arrogancia cultural, la que supone que la inteligencia humana se
identifica con la alfabetización»16. La necesidad de comunicar, sobre la que se basan la
oralidad y la alfabetización, sustentadas por la escritura, hace pensar en la íntima
determinación del género humano de afrontar el rigor de la experiencia vital
coordinando todos los esfuerzos profusos para justificarla conceptual y
teleológicamente. La memoria oral y la memoria escrita son relativas a la conformación
fisiológica de los individuos, sujetos a las modificaciones genéticas, estructurales. La
responsabilidad posterior del género humano se deduce de la conciencia de ser el autor
del cambio ambiental, de las modificaciones culturales, responsables de su concepción
del mundo (del modo de ser y devenir, según un principio evolutivo, que se manifiesta
en las circunstancias con las que se configuran el tiempo litúrgico y el espacio
inventivo).

La escritura vuelve inmanente la visualización. El momento más propicio para


su aplicación coincide con la difusión de la prensa que, a su vez, permite un grado de
abstracción cada vez más sofisticado, de algún modo en contraste (o sencillamente en
correlación) con el cálculo. «En otras palabras, la simbolización visual de las cantidades
se realiza originariamente de un modo más sencillo debido a la transposición sígnica del
discurso»17. En todo caso, la garantía de la complementariedad de los dos factores (el
sensitivo y el abstracto) asegura la correspondencia –aunque con ciertos límites– entre
los procedimientos mentales del cálculo y las propensiones expositivas, deliberativas
del concierto social. «Indudablemente las llamadas cifras árabes, que fueron
probablemente en realidad de origen hindú, no aparecieron en la escena europea para
fundar las bases del cálculo moderno hasta aproximadamente el año 1100 d. C., mucho
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 261

tiempo después, por lo tanto, de que la alfabetización se afirmara en Grecia. Sin este
desarrollo sucesivo, la era industrial y científica en que vivimos no habría sido
posible»18. La facultad de hablar se interconecta con la pericia de la escritura, dotada de
un orden más conforme a la predisposición del discurso y a la congruencia de sus
afirmaciones. «Existirá siempre una cierta distancia entre lo que “dicen” las palabras,
cuando son expresadas verbalmente, y lo que, en cambio, “significan” cuando son
escritas: una diversidad de niveles, que depende del tipo de escritura empleado»19. La
gestión compartida por el sentido acústico y por la señal visual es una característica de
las lenguas modernas, de una koiné, en el que la escritura se conjuga con la logografía y
la ideografía, en el intento de facilitar la comprensión general. La capacidad de pensar
puede manifestarse en sus diversas expresiones idiomáticas e ideográficas. El signo
matemático permite realizar la traducción y la homogeneización de las diferentes
capacidades expresivas. La conceptualización socrática se constituye en el fundamento
de la versatilidad humana para la discusión y la comprensión de la experiencia, en el
que se identifican las generaciones. El sistema social, en el ámbito donde se ejerce la
función lingüística, administra, por así decir, la relación existente entre el sonido de las
palabras y, por lo tanto, su significado en la inconmensurabilidad (estructural) del
silencio (cósmico). La memorización de los signos, con los que se articula el discurso,
es inversamente proporcional a su número. La democratización del conocimiento se
somete a las estratégicas tácticas del sistema de comunicación. La sugestión producida
por la frase efectuada es dada por la contextualización con la que las palabras se
combinan en el discurso. En efecto, con el mismo diccionario, Nicolás Maquiavelo
escribe El Príncipe y La mandrágora: dos obras de muy distinto tenor expositivo y, sin
embargo, correlacionadas por la misma trabazón expresiva (en el sentido de la
peculiaridad semántica y fonemática). El fundamento empírico del habla se corrige en la
contextualización expresiva de la escritura, que la prensa se preocupa en desarrollar
bajo las formas más sugestivas de la lectura.

En cuanto instrumento de comunicación, la escritura se identifica con el


mensaje, con el volumen de los sentidos transmitidos por el sistema tradicional, por la
estructura electrónica, por los sistemas audiovisuales. El sistema gráfico, utilizado para
efectuar la comunicación, ya es, de por sí, un componente de la participación del
mensaje. El enunciado oral perpetúa su arraigada poesía. La abreviación silábica y la
combinación vocálica tienden a evocar condiciones emotivas antiguas, remotas, arcaicas
262 RICCARDO CAMPA

en la escabrosa actualidad. La prensa incrementa la escritura, que disminuye por la


interferencia de los escribas. La traducción y la redacción exegética de las obras
clásicas, realizadas por los monjes medievales, exorcizan la ambigüedad cognitiva de
los textos, asegurados al testimonio de la modernidad. La práctica de la lectura y la
escritura permiten el desarrollo del pensamiento y la accesibilidad generalizada al
conocimiento (teórico y práctico). El automatismo, con el que la señal pospone lo
sonoro y lo visual, no se percibe en la realización práctica como el aspecto del
necesitarismo natural, aunque reclama la consistencia genética y la penetrante
congruidad. El recuerdo del enunciado «duerme» en la prensa, en la tecnoestructura, en
la que el texto da crédito a una especie de extemporaneidad contingentada (por el uso
históricamente condicionado de su contenido). La ortografía, en efecto, se resiente de
las influencias políticas y culturales: la fenomenología de la escritura incide de forma
más o menos significativa en la aprensión y en el aprendizaje del texto. La publicidad,
política, económica, conserva una pátina del hieratismo, utilizada por los reyes y los
emperadores de la era cristiana para reforzar su poder a través del fortalecimiento de un
aparato burocrático, a su vez, en línea con las estructuras formales de las decisiones, de
las normas y de los ordenamientos. La «alianza» entre la escritura y el poder religioso y
político, domina la tradición occidental de la Edad Media a la Edad Moderna. La
sectorialización lingüística perjudica la difusión social de la alfabetización y
contextualmente determina un grado de sumisión respecto a la autoridad, que se
manifiesta en las formas aseverativas de la preceptiva, de la imposición.

El imperio carolingio promueve, por otra parte, una escritura europea, capaz de
otorgar un mínimo de cohesión social a un contexto étnico y cultural bastante distinto.
En todo caso, la promulgación de las normas de realización de un dispositivo político
tiende a conseguir un nivel de comprensión más o menos generalizado, tal que lleva
creerlo intimidatorio y consecuencial. Si la colectividad, a la que se dirige un sistema de
normas, no está en condición de señalar las finalidades, el sistema político aparece
como nunca comprometido en su tendencia, incluso aproximada, de conseguir un
aceptable porcentaje de legitimidad. El consentimiento social es el aspecto seroterápico
de la laicización del poder decisional. La imposición de la norma encuentra su
fundamento en los auspicios testamentarios. Las instancias populares, manifiestas y
propulsoras del aparato institucional en las plazas públicas, se convierten en objeto de
reflexión política cuando se oficializan en la documentación, en la configuración lógica
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 263

de las medidas, dirigidas a satisfacerlas. El despotismo burocrático y el aserto religioso


influyen negativamente en la lengua, porque la contraen en los estilemas funcionales a
la homologación de todas las variables culturales, expresadas comunitariamente en el
tiempo. La originalidad casi siempre se deduce por la transgresión temporal de las
reglas sintácticas y del léxico en vigor, para inventariar nuevas aportaciones
cognoscitivas. El itinerario lingüístico se configura como un aspecto de la naturaleza, en
el que se descubren las mutaciones (acontecimientos imprevistos e imprevisibles), que
influyen en la vida existencial de modo que se relaciona con el trayecto vital
consolidado. La expresión prosaica, liberada por el condicionamiento del ritmo musical
y el verso poético, se conforma a una técnica autónoma, que propicia un concurso más
rápido de la inventiva. La prosa se ejercita con mayor eficacia en el ámbito de la
reflexión y la experiencia: en los ámbitos, en los que las armonías cósmicas son casi
silentes y perceptibles únicamente en el recóndito sonido, propio de las palabras.

La actitud epifánica de la palabra se deduce por la consistencia genética de la


expresión, en el volumen que articula la invisibilidad con la congruencia. La escritura
sustituye el recuerdo, la lápida conmemorativa de una epopeya mental, que se desdobla
en la acción. La nostalgia de lo absoluto se ejercita en las aperturas de la
contemporaneidad. En efecto, la lengua articula los paradigmas de la expresión,
entendida como actitud, con la sintaxis de la argumentación, entendida como ejercicio
del intelecto. La etimología del cosmos se refleja en la contingencia terrena. El
monólogo (el Innominado de los Promessi sposi, por ejemplo) concierne las inquietudes
existenciales de los seres, que temen el destierro en tierra, en espera, como para
Hölderlin20, de intervenir con las imágenes de la mente (Diotima), sobrevividas a la
decadencia del Olimpo. El monólogo convierte la angustia existencial en la elegía del
tránsito de un escenario diferente al de la cotidianidad. Generalmente, los lugares (las
celdas, las habitaciones de las pobres mansiones) de la autocompasión se abren al
hechizo de la naturaleza (a las laderas, a los ríos, en la perspectiva del horizonte). La
metamorfosis del gusto atañe a la precariedad del monólogo, que elimina la potencia de
las ficciones escénicas, para liberar del delirio un único conducto de expresión: la
referencia a los tutores del orden cósmico restablece improvisadamente la elegía de los
naufragas hasta su transfiguración. El monólogo –según la expresión de Alexander
Pope– evoca las leyes que yacen en la noche. Como escribe Francis Haskell: «Sin
embargo, los cuadros de grandes proporciones con las escenas más dolorosas de la vida
264 RICCARDO CAMPA

contemporánea, que no cargaron en sus hombros ni el prestigio de la cristiandad ni el de


los cuentos o de la historia antigua, siempre son extremadamente raros, aunque fueran
usados ocasionalmente para los fines de la propaganda»21. La intercesión de un santo o
un gran hombre bajo la mirada de Dios o del azar induce a considerar la vivencia
mundana como una crónica de fracasos, cargados de la sabiduría o de la falta de la
misma de los iconoclastas. Las travesías de la palabra se reflejan en la perspicacia de la
representación. La pintura de los siglos XVIII y XIX sombrea las temperaturas
idiosincráticas de la resignación y la revolución. Además de las obras memorables de
Francisco de Goya sobre el sueño de la razón y a los desastres de la guerra se alinean las
obras de Théodore Géricault, de las que una exposición, en el 1819, entrega el título
anodino de Scène d'un naufrage (Escena de un naufragio). «Este cuadro, ahora llamado
invariablemente Le Radeau de La Méduse (La Balsa de la Medusa), conmemoró –en el
estilo artístico más exaltado– los sobrecogedores sufrimientos soportados por el
populacho abandonado en una fragata militar, que naufraga por la incompetencia
criminal y la cobardía de su capitán»22. Las pinturas tienen el objetivo edificante de la
dignidad humana recurriendo casi siempre a la impericia y a la arrogancia de quienes
son destinados al insulto y a la venganza. Los colores, la dinámica sobrecalentada del
milieu cultural, en el que se certifican las ignominias de la historia, configuran las
palabras de la culpa y la resignación.

Paul Gauguin mantiene ser la pantalla del arte moderno, en el que es evidente la
paradoja entre la innovación y las resistencias a su realización. El contraste entre las
aspiraciones modificadoras de la tradición consolidada y las afecciones por las formas
de empleo común vuelve sugestiva, cuánto menos, la experiencia del escritor y el artista
gráfico, inducidos a calibrar su aportación innovadora y su contexto normalizado. El
arte de la representación puede aludir a una subversión de las connotaciones
cognoscitivas de la realidad utilizando las estrategias materiales y coloristas de la
comprensión común. El dualismo entre lo figurativo y lo no-figurativo en el arte
pictórico consiste en rendir evidente todo lo que es familiar en su aspecto y que es
complementario a todo lo que lo penetra y lo conforma. La atomización del objeto y la
nuclearización del color hacen referencia a una entidad infinitesimal, que concurre a
determinar la figura, la coherencia, la función mediática de la experiencia. La
descomposición de los entes de la realidad en grumos, en fragmentos, hace pensar en la
esencia de las cosas, en su primordial uniformidad. La atracción ejercida por la imagen
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 265

sobre la inteligencia de la realidad constituye un «salto cuántico» respecto a la


resolución, con el que el sentido de lo sonoro influye en el tacto desde los inicios de los
tiempos hasta la edad moderna. La imagen y el tacto concurren a delinear una nueva
estación de lo real, tal como se representa en el escenario de la experiencia (onírica y
efectiva). Por lo tanto, la narración se perfila como una circunlocución, como un
reconocimiento periférico de la entidad (que es, al mismo tiempo, concreta y abstracta).
El ente de separación entre estas dos categorías cognoscitivas de la realidad es el
número cero, una ficción conceptual, que permite la «visibilidad», la concreción del
cálculo y la realización práctica de la convicción. El revisionismo permite adherir los
principios y los acontecimientos que, en primera instancia, aparecen privados de interés
o, en todo caso, irrelevantes a los fines de la conciencia operante. El conocimiento es el
resultado de esta doble interacción entre el sujeto pensante y el objeto reconocido, que
ambiciona por su íntima esencia a formar parte del pensamiento en su determinación
explícita. «No creemos más que la popularidad sea una indicación infalible de ausencia
de valor: en verdad, en muchos campos (pienso en el cine y en la arquitectura) se está de
nuevo difundiendo la idea de que el consentimiento popular sea en verdad un signo de
mérito y de virtud»23. Esta convicción se deduce en la constatación de que la
representación artística contemporánea hunde sus raíces en un tipo de sublimación del
primitivismo, que confía las posibles variantes de su facultad inventiva a la estructura
tecnológica, en el intento de preconizar un momento del género humano falto de
aquellas tensiones emotivas, capaces de subvertir las aprensiones racionales y de
atribuir a las agitaciones intestinas de la historia de los pueblos y las naciones un sentido
transcendente de las vicisitudes contingentes, irrelevantes y, predominantemente,
parasitarias.

El arte contemporáneo es una afirmación de principio, vista como una denuncia.


La hostilidad ambiental bajo el perfil argumentativo refleja la extemporaneidad del
primitivismo dominante: la discrasia entre la apariencia y la congruencia facilita la
enajenación (de una parte considerable de las masas, que se aglomeran en las escotillas
del escenario mundial, con la única ambición, y aunque esta informe, de ser exoneradas
por el redde rationem, religiosamente inferido a todos en el pasado). «Los escritores del
siglo XIX (y otros después de ellos) quedaron naturalmente desconcertados y
preocupados por este cambio radical de actitud hacia lo nuevo y lo moderno; y la
explicación más común generalmente ha sido que un grupo restringido y selecto de
266 RICCARDO CAMPA

simpatizantes aristocráticos, como consecuencia de las revoluciones industriales y


políticas, fue remplazado en Inglaterra y en Francia por un vasto público incapaz de
distinguir, al que interesaron solamente los cuadros pequeños o de género, o que
enseñaron una historia emotiva y, sobre todo, perfectamente “acabada”»24. La invención
contemporánea, en cambio, hace referencia a la fuerza energética, con la que los entes
infinitesimales se sustraen a la figuración para permitir a las estructuras superficiales
regir la comparación con la complejidad y la fragilidad, dejando entrever el Moloch
empeñado en hacer resplandecer los aspectos inquietantes de la creación. La
consumación a la que alude la burguesía empresarial, la consigna admirablemente el
acelerador atómico, que reproduce las atmósferas remotas o futuribles, en los que la
consistencia alquímica de los entes se evidencia con precariedad dramática y
persistencia. En este ámbito experiencial, la originalidad queda privada de contenido.
Las partículas elementales de la materia tienen forma ideal, no responden a ningún
modelo tradicional, aunque premien su importancia y función.

Toda prueba energética es un itinerario orgiástico de la búsqueda de lo


infinitesimal: hace pensar en el momento iniciático de la creación (o mejor de la
concreción) del universo en las fases sobrecalentadas y decadentes de las fuerzas
propulsoras de la congruidad, el «volver ente» a lo invisible en lo macroscópico, en la
turbulenta agitación del macrocosmos. El arte moderno se configura como privado (o
casi) de cualquier contenido o significado narrativo. Su especificidad consiste en
reactivar a su usuario frente a las imperiosas intermitencias de la materia en el estado
energético puro. El dualismo de la luz (onda o corpúsculo) se refleja en la ambivalencia
del signo o el grumo de color que la caracteriza en sus estructuras íntimas. En este
sentido, el arte moderno hace abstracción de la hipocresía social y llama la atención
sobre los miembros infinitesimales de la condición animada (vital) y sedimentaria
(arqueológica). La momificación de la existencia se supera en la continua
transformación de lo orgánico en lo inorgánico y viceversa. La originalidad del arte
moderno probablemente consiste en hacer permanente la problemática atada al ser, a su
creatividad como a un aspecto (socorrido e inquietante) del universo. La idea de que se
pueda alcanzar con la retrospección de la mente la región remota del ente conforta al
artista moderno, que no logra «recordar» los acontecimientos y figuras porque su íntima
consistencia está en permanente mutación. La glorificación del gesto, apenas señalado,
comporta la elaboración de un proceso interpretativo que generalmente aparece en el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 267

litigio, en el desorden mental. La excesiva confianza en las interpretaciones, en la


sintaxis expresiva, se identifica con el caos, con el epifenómeno de la
inconmensurabilidad: exactamente con la tendencia medida, que encuentra referencia en
la estadística, en la noción de tendencia, creída por la cantidad numérica, presuntamente
dotada de un cierta (aunque no explícita) calidad. El número se convierte en el
depositario de un sistema de reconocimiento, que asegura la conservación legal de la
sociedad de masa. La inocencia crítica ya no tiene mucho sentido; y, por lo demás, no
tiene el vigor exponencial de un criterio de medida y valoración (de los hechos, de los
acontecimientos, de las reacciones a nivel colectivo). El recóndito pensamiento
individual es tan abstracto que no es casi ni representable (ni decible): falta una
terminología adecuada para promocionarlo. La hostilidad y el carácter litigante son la
señal de una participación subjetiva a los sinos de la realidad efectiva, catalogable con
las frases hechas, con los estereotipos, utilizados por la sociedad burguesa para
denigrarse benévolamente.

El preludio del arte moderno coincide con la hegemonía de las lenguas


vehiculares de los miembros orgánicos del universo espectacular. La mediocridad es la
frontera de la incertidumbre y la indeterminación (designadas por Werner Heisenberg
como la categoría cognoscitiva en la configuración cósmica de la actualidad). Los
estilemas conceptuales de la gnoseología moderna coinciden con los cánones de la
precariedad y la confutación: con un tipo de dinámica consoladora y demoledora que
atrae y desalienta la imaginación (popular). Las vanguardias artísticas contemporáneas
pertenecen, de hecho, a los regimientos en estado de guerra: ofrecen el derecho a ejercer
todas las críticas y, contextualmente, engendran adhesiones a raudales. El itinerario
orgiástico del signo conquista las masas, que se aglomeran tras las figuras, que imitan
las palabras y los números, según una sucesión (seroterápica) del sentido. La elisión de
los placeres decadentes de la burguesía vuelve inmanente a un tipo de militancia
popular, animado por la confianza en la técnica, en el lenguaje artificial, con el que
argumenta sobre la inminencia de una solidaridad humana prodigiosa, redimible en el
plano religioso de la contaminación del bienestar. El objeto del deseo colectivo es
indescriptible, pero representable multifacéticamente. «Kandinskij afirmaba que el
mérito del gran arte siempre consistió en que se mantuvo fuera del alcance de una
comprensión inmediata. Un grupo de artistas italianos se llamaron futuristas»25. La
biografía se aglomera en los pasajes del mercado de las maravillas, fomentando las
268 RICCARDO CAMPA

adhesiones y las frustraciones de los lectores, que ambicionan reconocer, en el otro-de-


sí, las virtudes de quienes creen estar, impróvidamente, privados de la suerte adversa.
La entropía adquiere gradualmente el rango de la transcendencia. La astenia milagrosa
comporta la aceptación de expectativas agitadoras de entusiasmos. La sorpresa de las
masas se refleja en sus desengaños. El difuso agnosticismo, sin embargo, tiene la
pretensión de constituirse en un fortín ideal y desvelar todos los componentes
idiosincráticos del temor reverencial y la muerte. El léxico, utilizado en las sociedades
uniformadas por la necesidad, se reduce a los detalles de la existencia, ya expropiados
por las disertaciones equinocciales de los siglos pasados.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 269

9. LA ARGUMENTACIÓN

Las conocidas como explicaciones globales, propuestas por el mito, anticipan las
argumentaciones sistemáticas de la ciencia, que soluciona las peticiones cognoscitivas
con un grado de incertidumbre sujeto a continuas revisiones. El primitivismo es la
reducción de la interpretación de la realidad natural en su mitología, aprobada o
conjeturada por la propaganda de masa. El «asedio» a la naturaleza por parte de la razón
tiene una connotación sumisa y perspicaz: contempla una gradación interactiva y un
impulso alevoso, testimonial. El género humano reconoce en su acción (intelectual y
práctica) la recusación de los códigos que no siempre se conforman con las leyes en las
que se ejercita la realidad y a las que se encomiendan al cuidado investigador del
aparato simbólico y las estructuras tecnológicas. La combinación de las variantes
fenomenológicas con las variables expresivas y representativas permite conjeturar la
relación entre el observador de la naturaleza y la naturaleza misma en aras al orden de
las experiencias mentales y prácticas, cometidas por el género humano en la urdimbre
natural, en el escenario, en el que la gravitación terrenal se certifica bajo la múltiple
perspectiva por las fugas en el empíreo o por los reflujos en las profundidades del
geoide. La infraestructura entre las dimensiones neumáticas y las gravitatorias connota
el hecho cognoscitivo de la humanidad que aparece de forma uniforme entre la
intemperancia de los propósitos y la propensión salvadora. La visión milagrosa y la
experiencia vespertina se complementan en la incertidumbre y en la providencialidad de
lo existente. La mente y la experiencia se conciertan en la interpretación de los
fenómenos de la realidad, que tienen una influencia sobre la conducta individual y
colectiva. La relación entre las imágenes y los símbolos refleja la actitud del observador
de la naturaleza, ocupado en memorizar los resultados de las sensaciones que se
transforman en las opciones miméticas, propuestas por la mente y, por lo tanto, por las
normas, preventivamente elaboradas en la perspectiva de su adecuación a las
270 RICCARDO CAMPA

circunstancias. Bien sea que la experiencia «revela» los modelos platónicos innatos,
bien que «refleje» las variaciones térmicas de la realidad, la destreza del consumidor
cognoscitivo consiste en hacerla practicable. La perfectibilidad y la imperfección se
compenetran dando lugar a la preocupación de la pertinencia y la perpetuación.
A la aparente uniformidad del comportamiento humano se confrontan las
diferencias, que tienden a enfrentarse, subrogarse, complementarse. La idolatría es el
aspecto fosforescente de las relaciones existentes entre el objeto (el fetiche) y su
realizador. La glorificación de la empresa humana consiste en sacralizar el resultado
concreto de la acción. La leyenda se transforma por la antigüedad fónica (es decir
privada de escritura) en la modernidad sígnica con el concurso de la fabulación, de la
difusión en objetivos social y económicamente movilizadores. La cosmogonía adelanta
y condiciona la cosmología en el intento de volverla razonable, en ciertos aspectos,
sufragados por la tradición milenaria y abandonada. La reivindicación moderna se
refiere –al menos en las poblaciones con un bajo perfil tecnológico– a la pretérita
identidad nacional. El fenómeno del hada Morgana se relaciona con la visión, con la
constatación: el mito se confronta en la actualidad con lo científico. Claude Lévi-Strauss
escribe: «Además, pienso que en las sociedades faltas de escritura y archivos, la
mitología tenía el objetivo de garantizar que el futuro mantendría su fidelidad con el
presente y el pasado (incluso siendo imposible, obviamente, una completa identidad).
Para nosotros, en cambio, el futuro debe ser diferente, cada vez más diferente del
presente, ya que las diferencias dependen en parte, como es obvio, de nuestras
preferencias políticas»1. La historia elabora la mitología de modo que sea comprensible
con las instancias expresivas modernas, con la codificación asumida por las categorías
inventivas en el improbable laberinto de la comunicación. El Cielo y el Infierno
conquistan la atención humana, que se ingenia entre las gratificaciones divinas y las
condenas demoníacas. En la mitología se evidencian los arquetipos mentales de la
dialéctica binaria (socrática) y de la triádica (hegeliana). Las anticipaciones
cognoscitivas, aparentemente execrandas, ofrecidas a la valoración conceptual por la
mitología, se reflejan en la satisfacción antropomórfica de los doctrinaristas sociales y
de los populistas endemoniados, obligados por las reglas conductuales a sacrificarse en
la ritualidad, receptiva a todos los niveles de la iniciativa comunitaria. «Si queremos
comprender la relación entre lenguaje, mito y música, sólo podemos hacerlo tomando
como punto de partida el lenguaje. Seguidamente es posible enseñar cómo la música y
el mito nacen ambos del lenguaje, pero se desarrollen separadamente en direcciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 271

diferentes, cómo la música pone de relieve el aspecto sonoro ya presente en el lenguaje,


mientras que el mito subraya el aspecto del sentido, del significado, también contenido
en el lenguaje. Ferdinand de Saussure nos ha enseñado que el lenguaje está formado por
elementos inseparables, el sonido y el significado»2. El sonido invade la música; el
sentido, el mito. La novela, escrita preterintencionalmente, se enfrenta a la sonoridad de
la música y las ocasiones de los encuentros magnéticos entre generaciones, extraviadas
y condicionadas por la homologación tecnológica. Según Mircea Eliade, la historia
moderna se configura como el ejercicio de la memoria y, por lo tanto, de la repetición
respecto a los hechos descritos. La extemporaneidad de la escritura es,
sintomatológicamente, la creencia conceptual de la conmemoración (de la época). La
decoración medieval no corresponde integralmente –aunque eficazmente
condicionante– a la representación mental de las inquietudes religiosas y las
perturbaciones credenciales. La representación gráfica se identifica con la tentativa de
amortiguar el atractivo apologético. La didáctica de la empresa expresiva persevera en
la ideación de una koiné humana, subyugada por el extravío frente al (kantiano) cielo
estrellado.
Al tiempo originario del cristianismo no le corresponde una fruición provechosa
de las artes figurativas: se prefiere la imaginación silenciosa, un sentimiento de aparente
quietísimo; pero sustentado, efectivamente, por las instancias de la intimidad,
correlacionadas directamente con Dios. El simulacro se cree ofensivo, porque
corresponde a los limitados recursos inventivos de sus autores, en abierta contradicción
con la pura espiritualidad del Autor (del Geómetra) del universo. La ley mosaica induce
a imaginar la apariencia persuasiva de Dios sin, necesariamente, volver antropológicos
sus semblantes e intenciones.
La impenetrabilidad de los diseños divinos induce a la afiliación pietista, a la
práctica de la voluntaria sumisión al rigor existencial. Paradójicamente, la actitud de los
anacoretas se presta a la definición de Robert Musil de que la existencia humana es un
experimento. En la fábula de Esopo se estigmatiza irónicamente el hecho de que el
burro se atribuye los honores dedicados por los fieles a la imagen divina que lleva sobre
sí como carga. El retrato del soberano domina por muchos siglos aquel antropológico de
Dios. Los sacrificios propiciatorios son acompañados por la ilustración fisiognómica del
beneficiario. El poder mágico de las imágenes religiosas reside en la sugestión que
suscita la transcendencia o la inmortalidad. El juicio universal es el acontecimiento
resolutivo de todo como las inventivas humanas antes del redde rationem celeste. La
272 RICCARDO CAMPA

Capilla Sixtina es el breviario escenográfico de una rendición de cuentas ideal de la


actividad humana como cuidador de las almas y creador del tiempo. Miguel Ángel se
limita (por así decir) a desvelar las figuras que están en el mármol. Análogamente,
representa el tiempo de las imágenes como el preludio de la clarificación celestial y del
cumplimiento divino. A menudo, las imágenes se conjugan con la apologética, la forma
sonora y, a veces, irreverente al aplauso de la fe. La falta de ritualidad consiste en la
exageración de la incidencia afectiva de las imágenes, en provocar el efecto opuesto a la
creencia, engendrando la iconoclasia. Frecuentemente, la adoración de los lugares de
culto se liga a los testimonios milagrosos, a las manifestaciones de presencias invisibles,
que sombrean las apariencias divinas. La hagiografía traduce en ámbito doméstico los
fastigios de la epopeya milagrosa y providencial. «El común denominador –escribe
Ernst Kitzinger– de toda práctica y creencia que atribuya propiedades mágicas a una
imagen viene dado por el hecho de que la distinción entre la imagen y la persona
representada resulta eliminada hasta un cierto grado, al menos provisionalmente»3. El
clima emotivo, suscitado por las imágenes creyentes, refleja de modo propulsivo los
arquetipos mentales, sugeridos por la sabiduría popular. La devoción está equipada de
los beneficios materiales que asegura el culto de las imágenes. La intercesión entre el
deseo de expiación y la expectativa salvadora se refleja sobre la imagen, que se delinea
como un juicio, apenas comprometido por la impericia del artífice gráfico, material,
escultórico.
Las imágenes dejan presagiar –según las circunstancias– la intercesión divina o
la insidia demoníaca. La protección o el desafío se resumen en la representación
escénica (del rostro o del cuerpo entero) del objeto de fe. Las prácticas y las creencias
religiosas hacen referencia a un pretexto polémico, a la legítima propensión
testamentaria. El fetichismo tiene una función exorcista: sirve para dirimir las dudas y
validar las angustias nihilistas. El objeto tiene una connotación salvadora porque se
configura como una partitura del Cielo o como una esquirla de los Infiernos. El hechizo
consiste en encontrar el consentimiento o la intervención de Dios y del diablo,
respectivamente, en las expectativas humanas. Los efectos benéficos o maléficos,
realizados a través de una sustancia intermediaria, concurren a delinear el dualismo
(bien-mal) responsable de la fe, de las creencias y de los rostros adecuados para
hacerlos eficaces y copartícipes en la condición humana. La prohibición de los
beneficios celestes o los males infernales refleja la intensidad creyente de quienes están
subyugados a las ideas contrastantes y a los propósitos inconciliables sobre el mejor
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 273

modo para conseguir la tranquilidad. El repudio del sufrimiento obscurece los ánimos,
que se inducen a gratificar la parte más propiciadora de su índole mental. El empleo
privado de imágenes en función apotropaica se combina con la temperie del palladium
diseñado para la defensa de las avanzadas combatientes y de las retaguardias civiles.
Los puestos avanzados oscurecen los altares de los lugares de culto, donde se custodian
las reliquias de los anacoretas venerables o los mártires. Las imágenes casi siempre
asumen connotaciones misteriosas, también cuando su presencia se atribuye a un
acontecimiento efectivamente acaecido. «Las imágenes acheiropoietai pueden ser de
dos tipos: imágenes realizadas por una mano diferente de la de los comunes mortales o
bien creídas como improntas mecánicas, aunque milagrosas, del original»4. En todo
caso, las dos tipologías no influyen en la dinámica creyente, que contempla la terminal
antes que al peristilo de la manifestación milagrosa. La extemporaneidad de la
verificación atañe la etimología de la creación y su dispositivo alquímico, más que
racional. La congruencia y la consecuencia se pliegan a la eventualidad que tiene la
tarea de convencer el género humano de la supervisión divina o demoníaca con respecto
de sus propensiones sumisas o hegemónicas. Las imágenes reflejan un interludio como
los pensamientos ocultos de la humanidad, que se afana en encontrar las señales
misericordiosas de Dios o, incluso, para desaprobarlas, las huellas desacralizadas del
demonio. El dualismo está al origen del imaginario colectivo: el sentimiento de la
afinidad y aquel de la diversidad se enfrentan radicalmente, perjudicando un acuerdo
entre las partes en contienda. El carácter irrepetible de la existencia induce al
fundamentalismo religioso, a la práctica exorcista, al anacoretismo como recurso
mediático en el que sustraerse a las sugestiones y a los desafíos de la realidad, tal como
se representa en las diversas interpretaciones regionales.
La reliquia y el icono son testimonios de un momento de expresividad de los
sentimientos que animan y afligen las generaciones de la antigüedad en la época
moderna. La adoración y el apego físico al simulacro redimensionan el fideísmo arcaico
en las versiones más adecuadas al crédito del escenario experimental. La convergencia
de los sentidos, al tenor de las convicciones, permite a la imagen proponerse en la edad
moderna como el contenido expresivo de la conjetura cognoscitiva, que siempre
alimenta la búsqueda de nuevas fuentes testimoniales. La misma aptitud científica se
basa en la imagen: Deus sive natura de Bernardino Telesio (y consecuentemente de
Giordano Bruno y Tommaso Campanella) propicia la recuperación en la naturaleza del
viático necesario a la humanidad para alcanzar el reino de Dios (después de haber
274 RICCARDO CAMPA

actualizado la Ciudad del Sol: el orden terrenal de una evocada prospección celeste). El
poder mágico cede su sitio al valor de la razón, que «ve» la dignidad del hombre en el
consuelo divino. El imperio de la justicia distributiva es la ocasión visual para evitar
malentender las prerrogativas de la gracia espiritual. La encarnación del Logos en Cristo
es el aspecto referencial de la nueva temperie emotiva y conceptual, que inaugura la
edad moderna. Por lo tanto, las imágenes desarrollan una función representativa y
protectora (al punto de representar el poder espiritual y el poder temporal, según el
mismo régimen compensatorio de sugestiones individuales y convicciones colectivas).
La peculiaridad de tal manifestación consiste en el hecho de que, mientras en la
tradición arcaica, la imagen representa el aspecto místico de la religiosidad, en la
convención moderna, sacraliza, dentro de un cierto límite, la potestad laica, en sus
aspectos evocadores, o en sus aspectos deliberativos. La experiencia concreta y la
participación política y social se atienen a los cánones conductuales, contraseñados por
las imágenes, figuras, símbolos, en los que se encuentra el factor cohesivo, que hace
posible la convivencia cívica y la concordia discors comunitaria. La soberanía imperial,
real y popular se extrínseca en las figuraciones del orden jurídico que la distinguen.
La escatología se perfila como la salvación de los individuos, que se encargan de
la fortuna y los destinos de los pueblos, de los que representan sus instancias. Los
testimonios numismáticos articulan la figuración con la potestad deliberativa y
decisional. La decadencia del oikumene imperial se ratifica en la proliferación de
atestaciones identitarias de naturaleza imaginativa y existencial. La pluralidad de las
aserciones sociales amplía la trama de las imágenes al punto de devolverlas partícipes
del examen político e institucional. «Tal interpretación de la Iconoclasia bizantina
probablemente ejerció un particular atractivo sobre los estudiosos, que vivieron y
trabajaron bajo la influencia de la vida europea anterior a la segunda guerra mundial, así
como explicaciones precedentes de este movimiento extraordinariamente complejo y
muy labrado fueron influidos por los acontecimientos contemporáneos»5. El
absolutismo iconográfico imperial cede el sitio a la iconografía nacionalista, mesiánica
y oracular. La sociedad de masa –tal como es percibida en su estadio ribellístico por
José Ortega y Gasset– tiende a sustituir el mensaje de las imágenes con el más breve de
los signos (de las cruces ungidas por los atrezos de las profesiones tradicionales). La
espiritualidad del culto se conjuga con la artificialidad del consentimiento político, que
es promovido por medio de sugestiones colectivas, dirigidas a perpetuar una condición
de seguridad, protegida por la transcendencia. La metafísica de las intenciones públicas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 275

se refleja en la inmanencia de las necesidades privadas y colectivas. En la época


moderna, la imagen asume una connotación literaria y habilita la dinámica política a una
forma exponencial de difusión por finalidades promocionales y de adhesión. Los
adeptos de un movimiento ideológico o político se reconocen bajo un emblema, una
marca, con finalidad apologética. La intercesión de otros instrumentos de la
comunicación consagra su legitimidad. Bajo la señal de un movimiento de ideas se
ejercita una promoción cognoscitiva, que considera la participación masiva como un
miembro orgánico de su efectividad.
Las prácticas devocionales se dirigen, en la época moderna, también en
referencia a las instancias promovidas por un movimiento político y por un deus ex
machina. La representación escenográfica del convite transforma las mentes en el
mecano de la acción colectiva, dirigida a encontrar en el suelo el carácter sagrado de la
tradición. Las imágenes terminan por absolver la tarea de los testimonios, sobre todo en
tema de religión natural. «A medida que la ciencia revela los detalles de la biología
molecular y descifra el código genético –escribe Walter Burkert– los procesos que se
desarrollan en los organismos vivientes se hacen accesibles al conocimiento y a la
manipulación más allá de la delicada armonía establecida en la evolución de la vida, a la
que los filósofos y poetas dieron, llenos de admiración, el nombre de Naturaleza. Hoy
no queda Naturaleza alguna de la que esperar parámetros de estabilidad, de orden y de
moral; la Naturaleza ha sido frustrada como concepto, y va desapareciendo físicamente
bajo el cúmulo de las construcciones y las refutaciones producidas por el hombre»6. La
religión social, sin embargo, no frustra la providencialidad de la naturaleza, del que si
acaso exalta sus recursos energéticos conexos con el potencial inventivo del género
humano. El empirismo –más aún que el arte abstracto– es una práctica adivinatoria:
encuentra en la experiencia los cánones judiciales del hecho terrenal. La sublimación de
una actitud de género se equivoca con la aprensión por una religión pánica, que atrae las
mentes de los mortales con sus formas escudadas de desciframientos. Las
representaciones colectivas (términos usados por Émile Durkheim en sustitución de
ideas religiosas) tienden a convertir el consentimiento en una afiliación en la dinámica
social, con un fuerte encargo interactivo con todas las aportaciones cognoscitivas de las
diversas culturas planetarias. Empíricamente, las conocidas como verdades no
verificables condicionan la reflexión sobre los constituyentes orgánicos del género
humano y sobre sus finalidades, que no coinciden siempre con las fases evolutivas y
recesivas del planeta. La simbología –según Clifford Geertz– parece compendiar
276 RICCARDO CAMPA

motivaciones absolutamente realistas. La oscuridad, de la que desde Protágoras en


adelante se connota la religión, concierne, tanto los signos de Dios, como las estrategias
necesarias para utilizar las energías latentes en la naturaleza por finalidades sociales. La
observación de la naturaleza como la religión, son un ejercicio colectivo, que encuentra
su razón de ser en la inquietud individual. «La religión puede ser mortalmente grave del
modo más directo, sancionando la violencia en una gama terrorífica que va del sacrificio
humano a las guerras mortales, de las hogueras de las brujas al fatwa de un ayatolá; con
actos de autosacrificio no menos perturbadores, hasta el sacrificio de masas»7. El
sacrificio humano es entendido como un gesto sacrificial, que no puede sino atraer la
atención del tejedor del tiempo y el creador de la vida. Esto es un acto de recusación de
la existencia y una llamada a la vuelta de la época, a una inconfesable solidaridad.
Como actitud irreflexiva, el sacrificio reconoce en el extravío terrenal el preludio de la
beatificación (histórica y metafísica). El reduccionismo biológico cree el sacrificio
como una inútil auto-condena. La etología, estudiada por Konrad Lorenz, reputa el
dominio del espacio terrenal como una característica irrevocable de la condición
humana y, por lo tanto, en contraste con cualquier forma de contestación que prescinda
de la contingencia vital. También la teoría de la evolución de Charles Darwin comporta
la aceptación de la experiencia terrena de los seres humanos, destinados por el mar a
sobrevolar en los hemisferios neumáticos. La preservación del equilibrio vital justifica –
según Lorenz– la agresividad (los conflictos, las guerras, y, por lo tanto, las
competiciones económicas como sublimaciones del instinto de posesión y auto-
preservación). La solidaridad se perfila, por tanto, como el sentimiento que aúna a los
combatientes, cuya destreza asegura la continuidad de la especie. Por lo demás, la
doctrina del pacto de Thomas Hobbes y la doctrina contractual de Jean-Jacques
Rousseau –sin contar la contribución meritoria del psicoanálisis de Sigmund Freud–
presuponen una vis destruens-construens, capaz de asegurar el proceso cognoscitivo y el
más adecuado modelo conductual.
Las doctrinas pietistas y de la autonomía cultural postulan los estudios
científicos, si no quieren ver contextualmente en la vida de la humanidad la señal
milagrosa y clarificadora del presagio divino. Si bien son los genios y no los individuos
los que transmiten la agresividad, el orden social no puede abstraerse de este
componente orgánico del ordenamiento intersubjetivo y normalizador. «El “gen
egoísta” se ha convertido en un término corriente de la nueva dirección. Es verdad, sin
embargo, que ciertas estrategias de comportamiento dentro de un grupo se demostrarán
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 277

más victoriosas que otras y que influirán también en la selección genética»8. La cultura
es la manifestación colectiva de la constancia vital. El individuo singular se refleja en el
grupo y amplía su potencial creativo y aflictivo según la dinámica del «progreso», que
es, a su vez, el resultado de las aportaciones, a veces conflictivas, de la evolución del
orden humano. La aprensión es, por tanto, la adquisición de actitudes, dirigida a facilitar
la adaptación del género humano a las diferentes condiciones del metabolismo
planetario. Generalmente, las modificaciones conductuales son el reflejo condicionado
de las secuencias ambientales, que son, a la par, naturales y artificiales, según el modelo
de desarrollo agrario, mercantil, artesanal, tecnológico. El empleo de la instrumentación
altera el equilibrio natural hasta niveles sostenibles, asegurando beneficios
cuantificables a la identidad genética. El arte, la religión, la ciencia contribuyen a
devolver, metabolizándolos, los resultados conseguidos por la técnica. La artificialidad
es una versión de la naturaleza según los planos mentales de las sucesivas generaciones,
que se perpetúan sobre la tierra. Las religiones son las terapias de choque contra el
escepticismo, el parasitismo. La expectativa salvífica influye por la fuerza en el
comportamiento de los que sobreviven a la prueba física de los anacoretas, de los
mártires, y al sacrificio de quienes se inmolan, de forma improvisada, por el éxito –
declinante– de una idea, de un concierto de expectativas consideradas ilusorias o
improbables.
Las religiones tradicionales se dan a sí mismas la tarea de asegurar un desarrollo
demográfico, que salvaguarde el derecho a la existencia de un número siempre cada vez
mayor de personas en relación al temido equilibrio ambiental. Este fenómeno rinde
prioritario el recurso al artificio que, sin embargo, engendra un cierto orgullo subjetivo
en contraste con el pietismo colectivo y el condicionamiento comunitario.
Paradójicamente, las religiones se amparan en el pasado para dirimir las dificultades
existenciales del presente, justificando así la persistente tendencia temporal. Las normas
ultramundanas condicionan y regulan las relaciones individuales, dirigidas a modificar
para bien las condiciones objetivas. Las religiones tienden a enfrentar las alteraciones
genéticas a través de la enseñanza pietista y la premonición trascendental. La
creatividad artística y la búsqueda científica se casan en el intento de crear escenarios
operativos comunes. La competitividad de las religiones concierne, sobre todo, al grado
de la convicción de los adeptos, que se conforman a las instancias de las épocas y a las
metafísicas promovidas por los ministros del culto, ayudados de las recomendaciones
rentables de los profetas y los santos. El ritual acorta las distancias y asimila el diálogo
278 RICCARDO CAMPA

al comportamiento, de modo que el gesto equipara un compendio de reglas y un


conjunto de sentidos, a menudo ajenos a la propia comprensión. La influencia del
paisaje –en la acepción usada por Norbert Bischof– sobre la conciencia humana,
aparece determinante. Por ejemplo, el belén, realizado por la primera vez en Greggio
por Francesco de Asís, ennoblece en sentido providencial el ambiente en el que se
manifiesta el hecho cristiano. Aunque el paisaje del belén refleje una sociedad pastoril,
la sugestión de los cuerpos celestes universaliza el presagio, en el que son subyugados
los Reyes Magos. La estrella, el camino, la perspicacia de la veneración del
acontecimiento, otorga al conjunto ambiental un tipo de aposición metafísica, algo que
transciende la resignación humana y vigoriza la aprensión trascendental. «El proceso de
la semiótica, el empleo de señales y símbolos, obra en toda la esfera de los organismos
vivos y fue ideado ciertamente mucho antes de la aparición del hombre»9. El
psicoanálisis, en efecto, reconoce, en los acontecimientos no verbalizados del pasado
remoto, la causa de los complejos (de culpa, de superioridad, de inferioridad) que oculta
el flujo normal de los pensamientos en las personas, que interceptan en la cotidianidad
algunos apuntes neurálgicos del comportamiento de los orígenes, cuya memoria
continúa perpetuándose improvisadamente y en términos, a veces desoladores, por el
equilibrio psíquico y por el curso «normal» de la perceptibilidad operativa. De manera
quizás impropia, el psicoanálisis localiza en la intimidad de los individuos algunas
actitudes de los precordios, que no se acuerdan con los modelos de comportamiento más
edificantes, actualizados en la «modernidad», entendido en términos meta-temporales y,
en todo caso, conectados con la verbalización, el cuento, la escritura.
La memoria puede ser prohibida por las fases agudas del recuerdo tensional, que
induce a los sujetos a recurrir a una terapia de choque para «reunirse» mentalmente con
el prójimo. Su aparente naufragio tiene un arribo en el palimpsesto de la
contemporaneidad. En la memoria de la especie también se custodia el engaño, el medio
o el instrumento por el que las generaciones no contestan, consecuentemente, a los
desafíos de la naturaleza y, por lo tanto, a las reglas divinas. La insolvencia humana
respecto a las disposiciones de las religiones primitivas no siempre perjudica las
generaciones que la promueven o la detienen según un tipo de recomendación ancestral.
La conjetura –en la antigüedad arcaica y en el presente– precede la evidencia y
proporciona el signo del extravío y del control, que induce el observador de la
naturaleza a orientarse en el propósito de establecer una interacción angustiosa o
agradable. Las religiones, en efecto, anuncian el cumplimiento de los tiempos para
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 279

justificar las discrasias, utilizadas para extraer un grado de bienestar que sirva de
analgésico a las escabrosas interlocuciones existenciales. La accesibilidad parcial a la
verificación de las causas de los fenómenos reduce el alcance aseverativo de las leyes de
la repetición, útiles científicamente para producir el artificio. La reducción de la
complejidad de la naturaleza a la sencillez, forma explicativa de la ciencia, contribuye a
generalizar la experiencia y a oscurecer un criterio convencional de cohesión
comunitaria. La previsión es una constante endémica de la humanidad, preocupada por
la irrevocabilidad de los acontecimientos y de su funesta conclusión y, a menudo,
exorcismo de los veredictos divinos o demoníacos. La personificación de las fuerzas
naturales es una actitud que se transmite de las asoladas regiones meridionales a las
álgidas áreas septentrionales. La aséptica estructura del laboratorio es el resultado de
una técnica confutadora de los maléficos transformados en males endémicos. El
sacrificio del científico consiste en la disciplina y en la ritualidad, con los que su trabajo
de observador de la naturaleza y codificador de las osmosis energéticas de la misma. El
pánico del primitivo se transforma en la aprensión del progresista, que instaura una serie
de conflictos interpersonales con los que se evidencian las tensiones existentes entre los
seres y las cosas, según un proceso intrínseco a la realidad silente y manifiesta. La
ritualidad científica es connotada por fórmulas: una síntesis de la problematicidad
arcaica y la incertidumbre moderna.
La práctica religiosa de la antigüedad generalmente consiste en que los creyentes
ofrecen un objeto (precioso). La solicitud de los mortales por las preocupaciones de los
dioses (por las fuerzas hegemónicas de la naturaleza) concierne a la peculiaridad del
don como reflejo de la ejemplaridad del deseo. La intercesión humana en las
divinidades atañe a los beneficiosos efectos de los objetos, ejemplificada en el don, para
que se conviertan en bienes de consumo. La oferta simbólica de los mortales a los
dioses se transforma en las pruebas con las que la ciencia trata de realizar los deseos
ampliamente perseguidos por la humanidad consternada kantianamente frente al cielo
estrellado. Sobre todas las prácticas cognoscitivas actúa la amenaza del fin, el posible
error del exorcismo equivocado. Después de Hiroshima y Nagasaki, los científicos del
proyecto Manhattan se declaran responsables de un sacrilegio. El rostro demoníaco del
poder disoluto contrasta con aquel benévolo de los guardas de las armonías celestes. El
universo aparece como una construcción especular del Bien y del Mal según el criterio
de interpretación realizado por la (libre, condicionada) determinación humana.
280 RICCARDO CAMPA

El ritual no contesta necesariamente a un necesitarismo, explícitamente


condicionante al ejercicio de la voluntad. A veces subroga el deseo, la expectativa de la
señal premonitora de la modificación del curso de las cosas, de la llegada del azar. Su
repetitividad parece tener un efecto terapéutico, sirve para superar las escabrosas fases
de la experiencia, de la costumbre, de la temperie política y social. La práctica de
algunas actitudes ofrece justificación al zoólogo para sustentar que la supervivencia
humana y animal se relaciona al principio de la pars pro toto, de la parte por el todo
entendido bajo un sentido vital. La evolución también se ejerce en los organismos que
por accidente son o han sido mutilados de las partes no vitales de sus cuerpos. La
ingeniosidad se manifiesta ya en los estadios primarios, elementales, de la existencia,
asegurada en todo su recorrido por las estrategias de la razón en los seres humanos, y de
por los resplandores del instinto en los animales. La razón se perfila, por tanto, como un
super-instinto investigador, propiciador, actualizador. La operatividad es parte
integrante de la razón. Los estereotipos, con los que las primacías y los homínidos se
configuran, se reflejan en las connotaciones fisionómicas, con las que las poblaciones se
representan en el metabolismo planetario, aunque sea superficialmente. El mundo,
entendido como la morada de los seres, permite las incursiones, las apropiaciones, las
identificaciones. El judío errante es el emblema del estado de ánimo de quienes
consideran que el viaje es la necesaria perturbación del espíritu para contener la
agresividad y la crueldad de la posesión. El sacrificio parcial es considerado como una
forma de rescate, que se piensa que es independiente de las causas que pueden
determinarlo. El temor pánico contempera la experiencia real con las alucinaciones, con
el curso forzoso de los acontecimientos de los que se tienen conocimiento, o a lo sumo
una premonición. La asexualidad es controvertida, sobre todo en los órdenes predictivos
y opositores, como los regímenes autoritarios o dictatoriales, porque sustrae los seres
vivientes del remolino de la vida y la muerte. La fallida cognición del dolor no
contribuye a infundir confianza en las prácticas procreadoras potencialmente inmortales.
La profecía tiene la característica imperiosa de oscurecer los acontecimientos
que predisponen una regla de comportamiento, es decir, la actitud, socialmente
consolidada, que no se encuentra sujeta al choque inesperado de hechos catastróficos,
concomitantes con telúricos cambios ambientales. La sutileza misterosófica induce a la
previsión y, esta, a la elaboración de estrategias científicamente y tecnológicamente
ambivalentes. La clarividencia se identifica con la custodia del temor ante el hecho de
que pueda ocurrir alguna tragedia de tales dimensiones que no haya sido prevista de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 281

forma adecuada, ni estudiados los recursos necesarios para hacerle frente. Las
reflexiones sobre la eventualidad se subordinan al grado de prevención, que las
comunidades logran activar en el tiempo. La salvación siempre se une al sacrificio.
También en las sociedades modernas, la ética del trabajo compensa la perspectiva
futura, se acuerda con la persistencia, la perseverancia del ser en su perspicacia vital.
Los acontecimientos y las acciones otorgan un carácter explicativo al mundo. Si los
seres vivientes no fueran capaces de percibir y acoger las perturbaciones energéticas del
universo, su misma presencia sería sacrificada al olvido. La mitología es,
predominantemente, la configuración preceptiva del olvido. Ella induce a pensar en la
forma adecuada y, a veces, disoluta de sustraerse a la frustración, venida de la perenne
experimentación que es característica de la naturaleza. La inspiración se deduce de un
íntimo connubio de la conciencia y las formas intestinas de valoración del peligro. La
facultad de pensar en la salvación se conecta a la instrumentación, realizada para que
sea efectiva y extensible a un número creciente de individuos, que se asoman sobre el
escenario de la historia, alentados por los cuentos recurrentes en las comunidades del
planeta, presentados como antídotos al malestar ancestral y a los imprevistos de la
cotidianidad. Lo desconocido se identifica con la impericia del observador de la realidad
que, del chamán al científico, trata de interconectarse con las energías que lo atraviesan
y lo constituyen en su trama indiciaria. La conjetura, en efecto, ennoblece la pericia del
observador de la naturaleza y mortifica, en parte, la naturaleza al rango de los impulsos
neuróticos de una disolución social, como si fuera un cíclope, un monstruo o un ciclón.
El lenguaje oracular tiene el aspecto de un veredicto divino concertado con los
mortales. Su carencia de probabilidad impide que pueda ser refutado. Y es, por esta
razón, que se vincula al desarrollo sintomático del hecho humano en su subtendida
vulnerabilidad, antes que al realista. El artificio se introduce en las relaciones entre el
observador de la naturaleza y su temperie energética, con el objetivo de transformarla en
una ocasión, para no se sabe cuántas actitudes humanas autorreferenciales. La
ingeniosidad del tutor del orden artificial, el político y social, consiste en creer sus
actitudes al menos conformes con la reactividad natural. La positividad y la negatividad
de las peticiones conceptuales sustentan el pensamiento y la actividad creadora de los
seres, ocupados a perseverar en la tarea de conferir un sentido a la Gran Cadena del Ser
de Arthur O. Lovejoy. La ritualidad concurre a que la comunidad confíe en la tarea de
hacer conscientes y responsables a sus miembros. La expiación es la autoinculpación
que las criaturas humanas ennoblecen en el epos, en la celebración de los actos
282 RICCARDO CAMPA

memorables, valorada por las facultades edénicas, evocadoras de un pasado remoto,


cegado por la luminiscencia celeste.
El autoengaño es la forma quintaesencial de la libertad. La dependencia de un
ser superior o de un acuerdo con los demonios es una actitud que se cree instintiva y, sin
embargo, es recusable, refutable en su esencialidad. La conciencia de estar en manos de
las ondas (magnéticas) induce a la humanidad a soslayar acerca de su artificiosa
sujeción respecto a la divinidad. La creencia en el Hacedor del universo tranquiliza
sobre el fin de cada individuo, ocupado en firmar su propia autonomía decisional en una
trama de ineludibles condicionamientos. La necesidad se configura como un desafío
entre el género humano y la naturaleza que, en cambio, en la época tecnológica, se
muestra, de una forma hasta condescendiente, en los diseños que vuelven artificial la
existencia. La hegemonía del sentimiento sobre la razón es, aparentemente, el aspecto
liberador de la persona, que incurre en los riesgos propios de la comunidad, confiado a
sí mismo, sustentado por las pasiones, por las amistades y las afinidades electivas. La
potencia dionisíaca turba las conciencias, porque las sustrae violentamente de toda
sugestión (o reflexión) racional.
La protección no es extraña a los diversos órdenes comunitarios: dominus,
praetor, consul, dictator son los apelativos de las potestades terrenales, que llaman a la
mente al divino asertor de la existencia y el destino de los seres y las cosas. La
aceptación de la autoridad suprema limita los contrastes entre los mortales. La
jerarquización de lo existente refleja la estrategia de la supervivencia de las
generaciones, que aceptan las intemperancias de la naturaleza como una señal de la
temperie divina. La regla, la disciplina, la norma, tiene un origen especulativo: sirven
para afrontar los rigores de la materia y contener sus efectos desoladores, no tanto los
del metabolismo natural, cuánto los de las estrategias implícitas en la dinámica de la
supervivencia. La mejora de las condiciones de vida es una constante interpretativa del
movimiento sinuoso del universo. El «árbol del mundo» con sus raíces, hundidas en la
tierra, su tronco robusto, sus ramas ligeras y sus hojas al viento, es el emblema del ser
humano, de su destino en el hechizo del tiempo cósmico.
La aceptación del caos y de la necesidad –según el binomio con el que Jacques
Monod describe la cosmovisión moderna– comporta, al mismo tiempo, una actitud
abierta a la eventualidad y al mesianismo, al dualismo en el que se refleja la
inestabilidad emotiva de los mortales. La privación de las certezas y la disminución de
las idiosincrasias míticas inducen a la razón a negar a los absolutos para privilegiar la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 283

incertidumbre. Los dilemas y la incertidumbre amplían el escenario de la


contemplación, de la reflexión y de la confutación. La alegoría y el recuerdo se adueñan
de una sutil retórica, que se vuelve tan borrosa que se conforma con el silencio de las
esferas. La intimidad, desacralizada por Freud, prefiere un régimen de espera, de
perplejidad, en relación a la larga y angustiosa temperie primitiva, de la que toman su
movimiento las modernas exigencias de credibilidad, de autonomía y de expectativas
salvíficas. La sumisión a la autoridad terrena mimetiza la vigente, psicológicamente,
entre las criaturas y su creador, entre los seres mortales y el Uno, la invariancia de la
que los neoplatónicos hacen descender –mediante las jerarquías: tronos, dominaciones,
potestades– los fragmentos o la desnuda eternidad. La veneración religiosa tiende a
obnubilarse en función de la execración o la exaltación didascálica de la personalidad
políticamente invertida de una hegemonía no siempre legitimada por el consentimiento
popular. La autoridad puede desviarse de los criterios en los que se establecen las
jerarquías de valores y, por lo tanto, de los poderes conexos con las personas que los
interpretan o los convalidan. La inevitabilidad oscurece la aventura de los seres en las
condiciones del movimiento. El status es el epifenómeno de la disolución, de la
reconversión, de la regeneración de los entes y las energías que los componen. El
«juego del cosmos» es una figuración geométrica, capaz de subyugar la mente y la
fantasía de los seres mortales, en continua competencia con las células y sus
componentes indiferenciados con respecto de las tipologías de la creación. La ritualidad
penitencial sombrea un acto de acusación de la autoridad celeste, del que se pretende
conseguir una ayuda, que deje presagiar su autoridad y la urgencia universal. A veces el
fanatismo celebra la crueldad divina con el único objetivo de contender sus favores.
Del Discurso de la montaña de Jesús a la preceptiva moderna, la evocación del
Padre es una constante apotropaica. La figura paternal domina el escenario natural:
aparece como el punto de fuga de la herencia terrena y celeste. Su efigie no es
necesariamente unívoca, aunque permanece como un decálogo en la conciencia de
cuántos celebran su gloria. «Culto significa exaltar a los superiores, a quienes nos
inclinamos en acto de veneración; y mientras más enaltecidos son, menos obligados
estamos a inclinarnos»10. La gestualidad compensa las formas más exasperadas de
gratificación, esté dirigida a los dioses, o esté dirigida a los humanos. En las religiones
del Libro, la corporeidad de las expresiones se armoniza con las palabras, con el ritmo
musical y, en el Medioevo, con las construcciones, las edificaciones. El santuario se
convierte en el lugar del culto, pero también el referente artístico de la temperie
284 RICCARDO CAMPA

espiritual. La ambientación del pensamiento litúrgico es un tipo de extraterritorialidad


celeste: un dispensario de lo divino, reflejo de las inquietudes de los fieles. La
tautología sustituye la aproximación comunicativa para compendiar, en el «auxilio del
alma», las expectativas de los mortales. El temor ancestral –evocado por las religiones–
frena la violencia, la ira, el furor depredador y posesivo. El despotismo se refugia a
menudo en la protección de los dioses por el simple hecho de que actúa sobre la
existencia de los individuos con una fuerza incisiva y, a veces, una crueldad, «tomada
prestada» de las potestades celestes. La obediencia a las autoridades se configura como
un ejercicio de la voluntad sumisa con el fin de obtener ventajas e incluso los privilegios
de la consideración. La autorreferencia no es otra cosa que el reflejo condicionado e
implícito de la subordinación a una autoridad hegemónica. Lo invisible practica una
atracción de particular relieve para quienes son llamados a evidenciar el poder y sus
determinaciones. La experiencia onírica es, a veces, responsable de la licitud de algunas
funciones potestativas, agitadas, predominantemente, por la comunidad subyugada por
el malestar. Cuando la autoridad se representa como el portavoz de Dios (como dice el
texto de El Corán a Mahoma), su realización asume las características de la ley. La
afirmación de las aserciones divinas exime de la exégesis crítica a sus ejecutores.
Escribe William H. Dray que: «La noción de “misterio” es, como Niebuhr dice
explícitamente, esencial para realizar una adecuada interpretación de la historia»11. El
carácter explicativo de los acontecimientos presupone la existencia de una condición
magmática de los mismos bajo el perfil de su reconocimiento. La metodología exegética
e interpretativa preconstituye las condiciones del aprendizaje y de la valoración según
parámetros y modelos, adecuados para la adquisición generalizada. Desde los poemas
homéricos (en particular, la Ilíada) siempre es una desgracia la que determina la
conclusión de un conflicto o un examen ideológico. Los hechos tienen una prevalencia
sobre las ideas, ya que se cree que pueden convalidarse con los recursos de la razón y la
ayuda del sentido común. La tradición se delinea, por tanto, como un razonamiento no
elaborado dialécticamente. La historiografía no anota solamente las transgresiones que
se manifiestan en un sistema político, sino también los instrumentos ideados para
hacerles frente. La búsqueda de un equilibrio es el estado de ánimo del investigador, que
imagina el resultado del examen no necesariamente como el resultado de la congruencia
y la consecuencia.
El historiógrafo rehúye del oráculo, en todo caso implícito en el análisis. La
descripción de un acontecimiento comporta un grado de aseveración, que se piensa que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 285

es culturalmente vinculante. La mesurada distancia entre la encuesta y la descripción de


la misma es una adquisición retórica: los dos aspectos del conocimiento se casan y, en
cierto sentido, son equivalentes. El pecado mítico, arcaico, se transforma, en la época
moderna, en la inadecuación de los medios y los instrumentos utilizados para examinar
las causas de los acontecimientos y las iniciativas emprendidas para contener sus efectos
desoladores. El origen de los cultos y las fiestas consiste en el recuerdo de los actos de
relevancia comunitaria. En el bien y en el mal, la identificación social persevera en su
estado de quietud o movimiento en consideración al principio que la experiencia
colectiva redime en las aproximaciones individuales, a veces contrastantes. La óptima
condición de la comunidad se ejercita compartiendo los diversos factores de producción
y distribución de riqueza, según unos principios comprensivamente edificantes y
trascendentales. La costumbre honra las propensiones más difusas entre los
componentes políticos y sociales de un orden institucional. Las antiguas inscripciones
penitenciales se convierten en normas de comportamiento, aspectos de la ética civil y la
moral común. La admonición es un acto legal que refleja las antiguas propensiones
humanas para defenderse de las ofensas cometidas a los dioses, de forma voluntaria o
involuntaria. La divinidad arcaica se solidariza imperceptiblemente con las
disposiciones sociales, realizadas para volver menos escabrosas las relaciones
interindividuales. El lenguaje oracular se equivoca, así, con la publicidad y la
propaganda: con los pregoneros, con los que persiguen, también hipócritamente, los
resultados prácticos que, paradójicamente, satisfacen intereses opuestos. La previsión
reduce el impacto de la casualidad en el concierto social, sustentado por normas
causales, que permiten establecer el modelo conductual en la consecución de
determinados resultados. La comprobación de tal sistema conceptual se desborda en el
choque ideológico, en el conflicto endémico, en las recusaciones de principios. La
purificación, según la idea dominante en la antigua Grecia, se transforma, en la sociedad
contemporánea, en la transparencia: en presentar de forma evidente las medidas
adoptadas para conseguir un objetivo y, a la inversa, para condenar las omisiones. La
autoconciencia y la culpa interaccionan en cada manifestación, en la que la libre o
condicionada determinación de un individuo singular incide de forma comprometida en
la vida de la comunidad, de la que forma parte y en la que es garantizada, bien por las
circunstancias adversas, bien por los abusos voluntariamente cumplidos de los
miembros interiores al orden institucional o por agentes extraños y externos.
286 RICCARDO CAMPA

Las terapias normativas, ideadas para penetrar en la cotidianidad, responden a


las modificaciones, que las sociedades padecen de una forma cada vez más acelerada.
Es inevitable la perturbación del sistema legislativo y su adecuación a la modificación
de las necesidades y las costumbres, y da la sensación de que los períodos de la
prohibición de lo «antiguo» y la aceptación de lo «nuevo» se alargan más de lo que, en
efecto, se determina. La sensación difusa de la ilegalidad se debe a la aceleración de las
circunstancias y las eventualidades, respecto al ritmo compositivo de las normas con las
que hacerle frente. Las encuestas de la opinión pública padecen oscilaciones de relieve
dependiendo de acontecimientos de alcance secundario. La legitimidad de cada
iniciativa (política, social, económica) subyace al estado de ánimo de los interpelados, a
los que se solicita la aceptación o rechazo de una pregunta, un examen que llama a la
mente como si fuera un juego, ya adoptado en casi todas las fases preliminares de las
selecciones operativas. La inmediatez se transforma así –estadística, porcentualmente–
en una determinación, que no es en todo caso vinculante, ya que está preventivamente
comprometida por los mecanismos de la incertidumbre, por así decir inquisitorial. La
ilegalidad no es, por tanto, la aversión de la legalidad, sino su peristilo conceptual, una
forma parenética para desviar la norma con el fin de producir efectos menos urgentes
que aquellos indiciarios de nivel estadístico. Por otra parte, la ciencia empírica, a los
niveles del mundo microscópico, utiliza la estadística para valorar la posición y el
trayecto de una partícula elemental de materia en su fulmíneo proceso de modificación
de status, de lugar y de reactividad. El sistema de las analogías y las simetrías concurre
a otorgar a las encuestas estadísticas un grado de plausibilidad mayor de lo que se
deduce directamente de sus resultados explicativos. «El grupo de las simetrías del
espacio-tiempo constituye, como es obvio –escribe Steven Weinberg– el paradigma del
resto de las simetrías de la naturaleza. Este es formado por las simetrías que nos
garantizan que las leyes naturales son independientes de la orientación de nuestro
laboratorio, de su posición en el espacio, de su velocidad o del modo en el que hemos
regulado nuestros relojes»12. La aproximación con respecto de una unidad ideal de
referencia (de naturaleza platónica) constituye el orden de medición científica, válida
también en la vida comunitaria e institucional. Los cambios, las creencias morales o
financieras, tienen en cuenta la «atmosfera neurálgica» en la que se determinan para
presupuestar sus efectos, artificiosos con el mismo criterio de la aproximación. Y es este
azar de discreción sensorial del que emana las reservas de quienes todavía se creen
fieles a la seguridad normativa.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 287

La precariedad existencial es ya una condición generalizada que no se puede


contrastar sin provocar daños irreparables al complicado mecanismo de la sociabilidad
productiva, distributiva, social y ribellista. La epopeya del cambio y la devoción
recíproca declina en la reivindicación de las masas, sufragada por las normas no
atendidas. «En la perspectiva moderna, el aspecto económico es preponderante,
mientras que el cambio de dones ha sido relegado a las economías arcaicas y
primitivas»13. El caso dativo, en latín, deriva de la práctica del don, tiene la tarea de
facilitar las relaciones personales y de magnificar una actitud moderadamente altruista
en contraste con las ambiciones solipsistas de los individuos en toda la literatura clásica,
ocupados en la lucha por la supervivencia. En la realidad contemporánea, las
expectativas de bienestar son autorreferenciales, se declinan en el ámbito de los
derechos positivos, de los que el orden jurídico se encarga, utilizando los dispositivos
que aparecen coherentes con las undívagas manifestaciones del interés privado y
público. La amistad, la empatía, interaccionan entre sí con el objetivo de procurar el
bienestar según las categorías de la actividad empresarial y la eficiencia. La riqueza es
lo correspondiente a la compensación en la que cree la comunidad para quienes se han
distinguido en asegurar, al menos virtualmente, un bienestar transitorio y generalizado.
El bienestar contemporáneo no cumple el principio de la reciprocidad, sino el de la
generalización, aunque con una difícil delimitación y definición. La transacción de los
bienes se vuelve, cada vez más, una operación anónima, destinada si acaso a influir en
el mercado, que es el ring de las relaciones desiguales, en el que se contemperan las
razones de la oferta y las razones de la demanda, bajo la garantía –al decir de Adam
Smith– de la providencial «mano invisible». La retribución es una categoría
compensatoria, que encuentra también aplicación en el orden jurídico, que se distingue
del arcaico «ojo por ojo, diente por diente», de la ley del talión. El shakesperiano
«medida por medida» no refleja la reciprocidad de los actos, realizados bajo la acción
del chantaje, de la ira o de los celos. Si acaso tiene un valor indiciario, virtual, útil a los
fines de la composición de las desacreditadas vertientes de la persecución y la venganza.
La recompensa (por la realización de una obra buena) tiene un sentido edificante: en el
Evangelio de Mateo, Jesús exhorta a dar los bienes individuales con el fin de obtener la
recompensa celestial. La donación de un beneficio no comporta necesariamente un
resultado satisfactorio. A veces, esta iniciativa esquiva la ley y hace inexorable la
intervención reequilibradora de la autoridad constituida. La predilección por algo, si no
está prevista en el ordenamiento, también es condenable en el plano moral. Nadie, en
288 RICCARDO CAMPA

principio, puede gozar de beneficios que no provengan del propio empeño y de la propia
suerte.
La humildad es, ahora, el aspecto proteccionista de la versatilidad religiosa. En
cuanto actitud que no realiza reivindicaciones, no permite a la economía empresarial
pensarla como una realidad que pueda ser útil a los objetivos de la difusión y la
distribución del bienestar. Pretensión, que confortada por la ley, es dominante en el
mercado, dónde la demanda interacciona con la oferta según los cocientes de la
aceptación recíproca. El engaño y la piedad se contraponen entre sí, con el objetivo de
frustrar recíprocamente los resultados negativos. El privilegio es, en todo caso, como un
bandido, incluso cuando consigue una condición económica, de la que es naturaliter
parte integrante. En la sociedad capitalista, la concepción zoológica –usando una
expresión de Friedrich Engels– no debería incidir en la adquisición del status symbol del
bienestar o el poder. La democracia frustra todas las superposiciones del poderoso,
utilizando el código del derecho en la educación, en la cultura, en la expresión, en el
empresariado: en la práctica, en la creatividad individual, reconocida como una
aportación al conocimiento y, por lo tanto, al bienestar colectivo. El sacrificio
tradicional se perfila, en la sociedad tecnológica, en la disparidad casi fraudulenta entre
ricos y pobres, en términos epiteliales y macroscópicos. La línea divisoria entre el Norte
y el Sur del planeta es el actual altar votivo de la humanidad, presentado al dios del
bienestar y la conciencia cognitiva. El bienestar contemporáneo se identifica con la
justificación de la reivindicación igualitaria. La adquisición se ejercita en la división de
algunos principios humanitarios que no pueden ser desatendidos, sin que disminuya la
preceptiva de la inventiva, del empresariado, corroborado por las normas de
comportamiento, creídas universalmente edificantes. La comensalía de los seres vivos
tiene una connotación sagrada, que admiten implícitamente el cuerpo jurídico y las
constituciones democráticas. Karl Marx afirma que no todos los seres humanos son
invitados al banquete de la naturaleza y que para evitar su marginalización es necesario
volver a ver las formas compensatorias del sacrificio, del trabajo. El don, en la sociedad
contemporánea, descompensaría la justicia y sus dimensiones igualitarias.
La reivindicación legal ratifica las disposiciones existentes en materia
económica y social. Su correlato conceptual es el derecho y no la concesión de
beneficios, generalmente reservados a las élites o a los grupos constituidos por la clase
dirigente. Hasta en las revoluciones democráticas la función de las vanguardias es
prevista como indispensable, para que pueda realizarse la implicación popular. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 289

concepción popular de las instancias legales se pliega a las denominadas condiciones


objetivas, que dejan presagiar, cuanto menos, la redistribución de los recursos naturales
y la riqueza según los códigos de la equidad, proclamados por las doctrinas
democráticas. La justicia equitativa y distributiva se perfila como una conquista civil,
que remplaza todas las otras formas de intervención igualitarias de las desigualdades
cognoscitivas y retributivas, existentes en los órdenes institucionales jerárquicos y
trascendentales. La inmanencia prevalece sobre cada otra creencia de naturaleza
vocacional. La relación entre el «papel de las ideas» y las situaciones estructurales
condiciona el éxito de las agitaciones revolucionarias o reformatorias. «De forma más
precisa –sustenta Raymond Boudon– basándome en un ejemplo traído de [Albert O.]
Hirschman, querría subrayar que, cuando se consideran las decisiones complejas, una
clase de decisiones colectivas, pueden basarse en sistemas de creencias más o menos
coherentes que, si queremos, podemos llamar paradigmas, ya que están cercanos a la
función y naturaleza de los paradigmas en el sentido de Kuhn»14. El carácter
emblemático de las situaciones políticas no incide, en el universo moderno uniforme,
sobre las reivindicaciones objetivas, que son tales para una «alineación» (voluntaria o
forzosa) del modelo de desarrollo social hegemónico. La incidencia del régimen
racional o casi-racional regula el mecanismo de las afinidades y las diversidades entre
las regiones del planeta y entre las propensiones adquisitivas y dispositivas que las
caracterizan.
La correlación existente entre la lealtad individual y el correcto cumplimiento de
la función pública permite ampliar las redes fiduciarias entre la llamada sociedad
política y el orden institucional. Charles Tilly afirma que: «En general, los ciudadanos
interesados participan de manera más activa en las elecciones, en los referéndums, en
los grupos de presión, en los grupos de interés, en la movilización de los movimientos
sociales y de consulta o bien en el contacto directo con los políticos. Al contrario, los
segmentos de la población que por cualquier razón retiran de la esfera política las
mismas redes fiduciarias, ven disminuir su propio interés en la performance del
gobierno y, por lo tanto, el propio interés en la participación política democrática»15. La
corrupción debilita la esfera política y le priva del grado de autoridad y autenticidad del
fundamento teocrático. La condena de malversación es un imperativo evangélico, una
reprimenda moral antes que una sanción jurídica. Si el desarrollo de la consulta popular
está viciado a causa de los fraudes o de las amenazas, la penetrabilidad de las decisiones
disminuye y el resultado constituye una afrenta a las expectativas consensuales. La «voz
290 RICCARDO CAMPA

popular» casi siempre encuentra dificultad en expresarse libremente al estar sujeta a los
incentivos o a las depreciaciones de la propaganda ideológica. Si está en juego el orden
institucional de una región del planeta, la presencia de intereses extraños puede
invalidar su configuración solidaria y democrática. El provincialismo, el fanatismo, el
racismo y, en contraste, el libertinaje invalidan el proceso modernizador, considerado
como la adecuación de las potencialidades inventivas y operativas a los recursos
naturales existentes en el planeta. La condición social moderna prescinde de los ámbitos
nacionales para solucionar las problemáticas científicas y las aplicaciones tecnológicas
en un orden que los transcienda. El bienestar nacional es el precipitado histórico de la
aportación creativa universal; es el resultado de la propensión potestativa de un número
creciente de individuos, decididos a imponerse los derechos positivos como si fueran
cotizaciones cognitivas irrenunciables a nivel universal.
La desigualdad es la problemática de la reflexión democrática. Si la contribución
a la evolución social no puede asegurarse por las iniciativas del grupo, el resultado, sin
embargo, implica al género humano en su conjunto. Ninguna invención científica, ni
aplicación tecnológica, han quedado asignadas por sus respectivas sedes inventivas y
aplicativas. La propensión científica y tecnológica proporciona una complementariedad
entre las regiones del planeta, que se diferencian estructuralmente según un orden de
grandeza moral y jurídicamente inaceptable. La injusticia es, al mismo tiempo,
perseguida y condenada por las fuerzas que creen que el desarrollo tecnológico (el
progreso) es preponderante respecto a las dudas del orden religioso, cultural. La
innovación productiva asegura la supervivencia a un potencial demográfico nunca
registrado por la historia y, sin embargo, comprometido por las intrínsecas disparidades
económicas. A la composición de los desequilibrios concurren, en el escenario
internacional, la participación y la corresponsabilidad. La red jerárquica, existente entre
los órdenes institucionales, es el reflejo condicionado del grado de incidencia de la
modernización. A los sistemas de desigualdad del orden agrario se confrontan los
criterios de diferenciación basados en el capital financiero, el aparato mecánico, la
información telemática. El trabajo asalariado y el comercio a gran escala se disputan los
mercados que se someten a las insidias iconoclastas y a las perturbaciones psicológicas,
subliminares. Los sistemas de la desigualdad son elaborados por las centrales
constructoras del consentimiento, en el intento de mitigar su conflictividad o la eversión
(aunque esta última manifestación se ejercita, sobre todo, en los objetivos
autorreferenciales y demostrativos). La democracia participativa no excluye el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 291

monopolio de los recursos del subsuelo, si constituyen, pecuniariamente, el medio


económico más eficaz para solucionar las discrasias y las disparidades existentes en el
contexto institucional. La justicia y la igualdad, percibidas como categorías
interpretativas de la acción de gobierno, pueden conjugarse «temporalmente» con el
restringido compendio de los intereses contingentes. La fase menguante de las
autocracias detiene, a menudo, las peticiones democráticas, difícilmente realizables en
el plano práctico por la ausencia de los recursos (ausencia que puede depender de las
fraudulentas concesiones y del retraso en la puesta al día de los instrumentos de control
del territorio).
El crecimiento económico y la democracia parecen coparticipar de la
modernización de las realidades políticas que actúan en el planeta. El mercado es
considerado el régimen de la conveniencia con el mayor riesgo por quienes no logran
subvenir a su desafío. Sin embargo, se configura el juicio más creíble en la temperie
potestativa de la modernidad en cuanto preserva su función y, de algún modo, la
ennoblece a través del difuso consentimiento popular. La legitimación del mercado se
establece en la consistencia de las operaciones comerciales, destinadas a influir en la
producción y la distribución según un orden pertinente de conducta.
Paradójicamente, en las democracias, las consultas populares pueden dar
resultados que contrastan con los comportamientos consolidados, que son el reverbero
de las adquisiciones cognoscitivas y objetuales, influidas perspicazmente por la
publicidad. El ejercicio democrático se propone subvertir las propuestas del
fundamentalismo religioso, que desarrolla un papel insurreccional frente a los modelos
de participación política en algunas regiones del mundo, operantes en el escenario
internacional.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 293

10. LA CONJETURA

La ignorancia es la garantía del descubrimiento y de la didascálica sistemática y


declarativa. La contradicción es la prueba de la plausibilidad de las adquisiciones
cognoscitivas. La coherencia es el orden, creído por las facultades intermediarias de la
investigación, para subrogar el «progreso» con un itinerario complementario o
alternativo al ataráxico nacido de la duda demoledora. La descripción de los
acontecimientos concierne a su comprensión, que es una actitud finalizada en la
ampliación del tejido conectivo del pensamiento. La objetividad se somete, por tanto, al
cambio, de modo que permite un margen de autenticidad condicionada al cumplimiento
de los acontecimientos, que anima la comprobación y la confutación de lo que se
considera inherente a la problemática epistemológica, conjeturada como
experimentable. El error es la parte integrante de la problemática investigadora y
evidencia la falta de identificación de la rectitud con la verdad (admitiendo, obviamente,
que se haga abstracción del contenido apodíctico del patrimonio adquisitivo en términos
de experiencia). La conciencia, en efecto, está dotada de los medios intelectuales que le
permiten engañarse y –obviamente– redimirse. El dualismo entre la fe y la ciencia se
deduce de esta complejidad de factores, en apariencia alternativos y, de hecho,
complementarios, en términos de consecuencia o de oposición. La diatriba sobre la
creencia desde la fe y sobre el carácter conjeturable de la razón, que atraviesa como una
dolencia el pensamiento occidental desde la Edad Media a la época contemporánea, se
postula como un conflicto en la toma de posición antes que como una fortificación
conceptual. Ambas doctrinas tienden a reducir la angustia existencial o en orden a la
contemplación o en orden a la perturbación (promovida por el observador) de la
naturaleza. La soledad del observador es el aliciente del impulso a una seroterápica
seguridad: la simple presencia en la naturaleza o la definitiva coparticipación son los
«lugares» de la reflexión, sea para quienes ambicionan la gloria, sea para quienes
294 RICCARDO CAMPA

admiten afanarse en el arco voltaico de la vida terrena. Al aprendiz de brujo se


confrontan, primero, el anacoreta y, después, el caudillo, el navegador, el tecnócrata, el
ególatra, el conformista, el disidente y el erotómano. Evanghelos Moutsopoulos sustenta
que: «El tipo humano venerado no es ya el sabio, el artista, el pensador, sino el
tecnócrata y el self-made man. Un pragmatismo total gobierna las mentes y las
conciencias. La mediocridad de la personalidad media no hace sino favorecer la
emergencia de ciertos individuos, que non son sino caricaturas de hombres de acción, de
artistas, de atletas, y que, como tales, son llamados a desempeñar un papel
preponderante, con el que influencian sobre algún aspecto funcional de la calidad. La
ignorancia de las conciencias pide irrevocablemente una preponderancia de la
importancia de los prejuicios, tales cuales se configuran y se imponen a los
individuos»1. El prejuicio, efectivamente, es la trastienda del pensamiento, que se mide
con los criterios interpretativos de las nociones adquiridas con la experiencia. La acción
–que, en el período del totalitarismo europeo, da vida al actualismo gentiliano – contiene

un fundamento de verdad, que la razón no logra contingentar y, por lo tanto, «infligir» a


la conciencia objetiva y continuamente remodelable de la comunidad humana en su
conjunto. La acción se caracteriza por una implacabilidad, que no permite la deserción.
Su carácter aseverativo no se somete a confirmaciones. Su plausibilidad es prejudicial,
independientemente de los efectos, a menudo no edificantes, que produce. El
totalitarismo celebra la acción como el manantial de su misma conformación y su
legitimidad.

La «existencia invisible», delineada por Platón2, obstruye en apnea innumerables


vidas, condicionadas por una expectativa imaginativa, dilatada en el espacio y dividida a
la mitad en el tiempo. La adecuación del intelecto al acontecimiento –según Tomás de
Aquino– restablece la dinámica configurativa del pensamiento y la dimensión
deliberativa y potestativa de los individuos singulares. El pensamiento, que se
contradice, se conforma a las connotaciones detectables de la realidad, sin perjudicar
por ello la íntima coherencia con la instalación divina o sencillamente con el azar (con
la eventualidad). La inseguridad induce a la reflexión o a la reacción temeraria. El
nihilismo es la frontera de todas las instancias generativas del funcionalismo de la


El término hace referencia al pensamiento del actualismo ideal del filósofo italiano Giovanni Gentile
(1875-1944) desarrollado, especialmente, en la obra Teoría general del espíritu como acto puro (N.T.).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 295

existencia. Si se acepta el incremento de los sentidos y los atractivos –a la manera de


Arthur Schopenhauer– la inseguridad se puede considerar conforme a casi todas las
aprensiones cognoscitivas. La conciencia encuentra en su negación un motivo de
consuelo o un motivo de perdición. La Atlántida del espíritu es una región remota, a la
que la imaginación hace referencia cada vez que ambiciona argumentar sobre las
recónditas expectativas del género humano.

La modernidad (inaugurada literariamente en el Decameron de Giovanni


Boccaccio y en el Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra)
consiste en redimir la vida y la muerte del hechizo del Olimpo. La introducción forzosa
del Mal en la realidad, lo espiritualiza como un aspecto deformante del Bien. El Doctor
Fausto de Thomas Mann constituye, de algún modo, el epílogo en clave literaria de la
presencia inquietante de lo demoníaco en la vida terrena de la humanidad. A la
aceptación pasiva de la muerte que aparece en las obras de Esquilo, Sófocles y
Eurípides, se presenta la contestación moderna, entretejida de creencias o de denuncias
que refutan la condición salvífica de la existencia. La compensación respecto a la
eventualidad de la muerte descansa, tanto en la literatura griega clásica, como en la
cultura moderna, en la fama (el recuerdo) entre los mortales. La memoria favorece la
tensión salvífica de las generaciones, que se asoman al escenario de la historia y
ambicionan con llegar –al menos virtualmente– lo más lejos posible. La humanización
de la muerte habilita la conciencia humana para realizar una reflexión y aceptación,
aunque sea condicionada, de las causas que la determinan, bajo el aspecto del consuelo
piadoso. «Primeras voces de protesta –escribe Alfonso Ortega– y hasta de vías nuevas
para encontrar soluciones más racionales y responsables aun dentro del pensar mítico,
antes de llegar a la tragedia clásica, encontramos en el poeta pastor de Ascres, en
Hesíodo»3. Hesíodo cree en el pensamiento arcaico, subyugado por la presencia
inquietante de los dioses, en la figura de Prometeo, el confutador de las aflicciones
humanas y partidario de una mejor condición existencial para los mortales. El titán roba
el fuego del cielo para confiarlo a la gestión humana. El fuego es el emblema de la luz,
de la energía, la representación epifánica de la cultura occidental. La presencia del Mal
en la Tierra engendra desaliento en los mortales que, conscientes de su condición
ineluctable, se afanan para hacer de la existencia, no tanto un castigo, cuanto una
ocasión valorable de sus potencialidades inventivas. El orden divino se transforma en la
llegada del azar, de un conjunto de factores, difícilmente anagramables de la
296 RICCARDO CAMPA

inteligencia humana. La cadena de culpas y castigos, presente en Esquilo, se refleja en


las religiones del Libro, en la concepción trascendental de la modernidad. Mientras en la
literatura clásica griega el azar influye en la existencia humana, mediante las culpas y
los castigos, infligidos por los dioses a los mortales, según criterios inescrutables; en las
religiones del Libro las causas y los remedios de la condición humana se deben a los
mortales, ambiciosos de extraer los secretos de la creación en unión con el diablo y en
desdoro de Dios. «Con Eurípides nace una disonancia nueva en el drama del dolor por
el elemento intelectualista, que se impone cada vez con mayor vigor a costa del
sentimiento, y que ponía en peligro la unidad artística... Decisivo para este fenómeno
fue que la actitud religiosa –fundamento de la tragedia griega– dejó paso a una
secularización del pensar y del sentir»4. La razón se perfila en armonía y en discrasia
con el Creador del universo, que es configurado, respectivamente, como el padre y el
tirano de las criaturas. La mundanización de la experiencia se sustrae a este infausto
dualismo, asignándose al providencialismo de la historia, exaltado por Virgilio como
uno de los recursos más congéneres al género humano, responsable de las prerrogativas
de la contingencia terrenal e interactiva con la teleología cósmica.

En la antigua tragedia griega, el Cielo y la Tierra son invadidos intensamente por


una misma instancia vital. En el contexto moderno, la Tierra se configura como una
parte del universo, que encierra, en la mimesis conceptual, la creación. En todo caso, la
afinidad entre la dramática representación clásica de la existencia y el hecho moderno
consiste en la hermeticidad de las finalidades que la penetran y en la vocación humana
de liberarse en cada medio (mítico, religioso, racional) del laberinto de la perdición. El
otro aspecto más inquietante, que sintoniza las dos manifestaciones escénicas, son los
inéditos impulsos de irracionalidad, que oscurecen los abismos del alma y la resolución
de la conflictividad. Las recónditas pulsiones de muerte se aglomeran en las
habitaciones acolchadas de la Viena freudiana de principios del siglo XX, de la época
más convulsa del universo contemporáneo, bien sea por los conocimientos científicos o
bien sea por las turbulencias sociales, representado contradictoriamente por el reflujo de
la razón ilustrada y del sentimiento romántico, bajo una lamentable contaminación. El
psicoanálisis hace referencia a los complejos (de culpa, de superioridad) de la tragedia
griega para connotar las sombreadas atmósferas oníricas y aquellas, en las que la
palabra no auxilia a la razón humana, decidida a responsabilizarse de las perturbaciones
cumplidas en las actividades cognoscitivas y actuantes, sufragadas por las más
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 297

sofisticadas realizaciones tecnológicas. El rayo de la muerte parece sondear en las


conciencias del hombre-masa contemporáneo, atónito frente a sus propias declaraciones
resolutivas por la movilización, la deflagración y la persecución (a nivel nacional y a
nivel internacional). El hemiciclo doméstico se revela como un campo de
reconocimiento de la conmiseración universal.

La Medea de Eurípides es el drama de una mujer, dominada por la pasión, que


mata a sus propios hijos, tenidos con Jasón, el marido traidor. Medea es la madre Tierra,
generadora de lutos también entre sus mismos miembros, perpetuando así las fuerzas
convulsas del universo, que Thomas Hobbes llama libertad natural, en parte enajenable
del hombre moderno para cerciorarse de un apreciable grado de libertad política. La
venganza de Medea se realiza con el tesón del conflicto político, de la reivindicación
institucional (del status) que supera la afectividad materna. En la tragedia griega «se
revela la antigua idea (elemento fundamental de lo trágico) de que la destrucción de un
orden divino y humano (el Mal triunfante) lleva implacablemente –por fuerza del Hado–
(de una ley última del Universo) a la ruina insoslayable»5. La tragedia de Eurípides
describe la conflictividad intrínseca a las relaciones interpersonales, en su valencia
política, es decir destinada a conflagrar en el escenario público, colectivo, donde cada
ciudadano es autorizado a participar (el coro) con sus convicciones, tendentes
plausiblemente al dualismo explicativo del Bien y el Mal, interactivos en la condición
humana.

La tensión dramática de Eurípides se refleja en la concepción senequista de la


muerte. El suicidio del pensador de Córdoba es la comprobación del insostenibilidad de
la existencia cuando está cargada subrepticiamente por las congestiones ideológicas y
políticas. El arte de vivir se compendia en la habilidad de darse la muerte en el
momento en el que el atractivo de la existencia se frustra en el tumulto cósmico. Séneca
y Marco Aurelio ignoran –al menos aparentemente– la angustia existencial, dando
prueba de encomendarse a la razón, como un factor exponencial de la decisión del
hombre frente a las eventualidades de la realidad. El furor senequista se representa en el
teatro como el aspecto más evidente de la autonomía decisional. La libertad humana
parece deducirse de los condicionamientos terrenales de una fuerza prometeica,
alimentada, a grandes rasgos, por el furor. En el teatro de Séneca, las pasiones
interceden cerca de la razón porque reivindican las prerrogativas más edificantes, o
cuánto menos controvertidas, de la condición humana. El teatro de Séneca influye,
298 RICCARDO CAMPA

sobre todo, en la escenografía moderna porque exorciza la furia irreflexiva para aclarar
su aspecto dramático y, por lo tanto, conflictivo. La comparecencia sobre la escena de
los interlocutores –según dos puntos de vista opuestos– asegura que el espectador
conforme sus aprensiones individuales con las que están en vigor en los períodos más
intensos de la experiencia histórica, en los que el terraplén de las certezas se disocia en
los fragmentos, en los detalles, que recuerdan el conjunto explosivo y lo actualizan en la
memoria futura. La temperie colectiva es la sumatoria de las tensiones individuales, de
la cohesión, incluso dramática, de los miembros de la comunidad, vinculada por un
sistema de normas de relieve institucional. La pasión, no protegida aparentemente por la
razón, localiza su predominio en la instancia concurrente de la medida y la
incertidumbre cognoscitiva.

La racionalidad se caracteriza por la «medida», que corresponde a la «economía


de la vida espiritual» del cardenal Alfredo Ildefonso Schuster, espectador de un período
turbulento y contradictorio de la historia italiana hacia el fin de la segunda guerra
mundial, cuando el conflicto civil acaecía según las directrices del totalitarismo que
estaba en disolución y una democracia participativa en formación y en consolidación.
También la retórica cambia de registro y se convierte en algo menos decorativo y más
enunciador por los efectos prácticos, descriptibles (al menos virtualmente) con las letras
pequeñas, por pronunciarse sin el énfasis requerido. El pensamiento mítico y el
pensamiento irracional parecen estar ajenos al sentido común. Los acontecimientos,
afligidos por la incapacidad de redimirse, se suceden en un frenesí de decadencias, de
irrevocables solemnidades, que muestran casi el preludio de una calma abismal. Las
guerras siempre reeditan la mitología, la memoria de las convicciones acreditadas en el
tiempo de acontecimientos improbables, aparece como obligatoria por la
extemporaneidad y la vulnerabilidad conceptual. El imperio de la tradición, sin
embargo, tiene una función salvífica, sirve para convencer a las partes implicadas en la
contienda de la inexorabilidad de la paz. La guerra es el dramático preludio de la razón
en sus fases de resignada conversión de los mortales a la aproximación factual, a la
colaboración multiétnica y al acuerdo plurilingüe y cultural. «Cuando Esquilo –escribe
Ángel Sánchez de la Torre– pone en boca del protohéroe Prometeo la siguiente frase:
“Sublime y trágicamente afirmo diciendo que la ley del destino es la armonía de Zeus”,
está tratando de racionalizar, a través del propio Zeus contra cuyas limitaciones había
luchado y contra cuyo castigo seguía protestando, la índole unitaria del destino
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 299

humano... “Nadie es libre, sino Zeus”»6. La razón sustenta la pretensión de Prometeo de


afrontar los desafíos de la conciencia y la congruencia: dos categorías alternativas a la
confusa injerencia en la temperie cotidiana del caos. El imperio del orden parece
convenir con la propensión a la armonía de aquella parte del Olimpo estrepitoso, menos
seguro de sí. La llegada de la precariedad, presente también en las preocupaciones
previsibles de los dioses, como la alquímica resolución de las contradicciones
terrenales, concilia la aceptación de la condición humana con la dinámica universal. En
efecto, la paz se identifica con la justicia, con el grado generalizado de correspondencia
a los beneficios naturales del género humano. Esta titularidad del derecho natural es el
objeto de la pacificación humana.

De los diálogos de Platón a las doctrinas políticas contemporáneas, el derecho a


la pacífica convivencia es el leit motiv de todos los órdenes conceptuales. Las propias
formas de gobierno, teorizadas por Aristóteles y actualizadas por la irreprochabilidad
del necesitarismo estructural, son los expedientes dialécticos para exorcizar el mal, la
hobbesiana tendencia al uso y al abuso. El respeto de la vida se representa, en todo caso,
como un acto deliberado por la razón de una forma inconscientemente imprevisible, en
abierta disputa con la evidencia. La condena del Olimpo griego se debe,
predominantemente, a la necesidad humana de actuar discráticamente respecto a las
actitudes idiosincráticas de los dioses y de las diosas. La convivencia humana se
configura, cada vez más, como una red de relaciones, íntimamente correlacionadas con
el proceso de transformación. La justicia ratifica implícitamente en sus actos la facultad
humana de administrar la naturaleza de modo que evidencie sus aspectos más adecuados
al diseño divino de la regeneración y la perpetuación (aunque de forma limitada). La
convicción de que se puede regular la conducta humana si se controla la vis destruens,
que se considera incluso pertinente a la vida de los mortales, es al fundamento de toda la
estrategia política, económica y social, que envuelve, como en un crisol, los siglos y las
estaciones de la convivencia generacional. La impiedad asume una connotación épica
que la sensatez trata de exorcizar en la fabulación, la castigada empresa de los caudillos
y los apátridas. Para Esquilo y Eurípides vale la idea de Solón, según la cual, el pueblo
no puede ser abandonado a su suerte, confiado a la espontaneidad, pero tampoco puede
ser dirigido ni guiado con la fuerza. La razón tiene la tarea de mediar entre estas dos
tendencias de la necesidad alternativa y subsidiariamente, sin frustrar su influencia. La
tiranía exaspera la pretensión individual de gobernar las vidas de las generaciones que
300 RICCARDO CAMPA

se someten al cálculo de las inhibiciones y, contextualmente, a la sugestión de la


inventiva y la libre determinación.

De forma gradual, la razón se otorga, definitivamente, la tarea de contener el


temor ancestral en sus efectos desoladores. Las personalidades que, desde dos puntos de
vista complementarios, inauguran la representación moderna de este complejo
hereditario de la humanidad, son Thomas Hobbes y Blaise Pascal: uno, probado por la
conflictividad de su tiempo; el otro invadido por el anhelo anfictiónico de la eternidad.
La contingencia del pensador inglés encuentra su cotejo en la iniciativa metafísica del
filósofo francés. La existencia humana, entendida como un fragmento de la eternidad, es
consolatoria, aunque su representación escénica no puede no identificarse con el
(leopardiano) naufragio. «Todos los mitos –escribe Stéphane Lupasco– de las
sociedades dichas arcaicas, todas las religiones, todas las filosofías y las metafísicas de
las civilizaciones evolucionadas de la Historia no han dejado, desde las especulaciones
chinas, hindúes y presocráticas hasta nuestros días, de registrar el combate de fuerzas,
personificadas o abstractas, que se disputan la existencia para engendrarla o destruirla, o
las dos cosas a la vez, de la naturaleza visible o invisible, desde la experiencia sensible
hasta la imaginación intelectual»7. La inseguridad es una constante psíquica, que refleja
la incertidumbre social y la aproximación cognoscitiva (favorecidas por la tecnología).
La aporía y la utopía concurren a dibujar el universo mental de las generaciones
contemporáneas, extraviadas y determinadas frente a las tendencias disociadoras y
aseverativas de la realidad (social, institucional). La economía, en cuanto disciplina de
la aprensión dispositivo y conductual, consigue la explicación de la vis contruens y de la
vis destruens, según las propensiones temperamentales de pocos o muchos componentes
del sistema planetario. La discontinuidad cotidiana se compensa con la vigencia
tecnocrática. El freudiano principio del placer está constantemente suspendido, aunque
cuenta con un subrogado suyo, que acalla las conciencias y las devuelve retráctiles a
toda sugestión racional. A la sistematicidad social le corresponde la esquizofrenia
generalizada a niveles superficiales o fundamentales. El simulacro se delinea como el
aspecto más cautivante de la realidad. Su versión artificial es más conforme a las
pasiones (religiosas, políticas, deportivas). La locura de la palabra se ejercita en la
dislexia, en el refunfuñar de las masas, que someten los aparatos metálicos a su
megalomanía. La angustia existencial patentiza la nada, la impermeabilidad de la
teleología cósmica. La civilización planetaria se une en el nihilismo, que es la metáfora
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 301

incandescente de la conciencia humana. Se identifica con el desengaño, considerado una


cotización de la inteligencia al servicio indiferentemente de Dios o del diablo. La
disciplina ascética y la costosa existencia estética se compendian en la frustración de
cualquier explicación lógica de la realidad y sus perspectivas. El futuro está lleno de
interrogantes y se presenta afín al olvido.

La tradición –dice Henry Miller– es el privilegio de los iconoclastas. Hallar la


nada en la fe –según Miguel de Unamuno– es una actitud de profundo respeto por la
inteligencia humana, que continúa incluso a problematizar la existencia sin estar segura
de cumplir una acción edificante en aras a los objetivos del conocimiento de los
destinos del mundo. La némesis del límite –según la concepción antropológica de Jorge
Uscatescu– es una constante en la cultura del Occidente, reforzada por el
contemporáneo Weltanschauung, expresión del conocimiento científico y la realización
tecnológica. El perfil de la sociedad contemporánea consiste en representarse de forma
identitaria, como un proceso productivo, aprobado o provocado por una íntima
insatisfacción. La tecnocracia es un sistema de gobierno que no prescinde, como
quisieran las doctrinas políticas modernas, de las creencias religiosas y de las instancias
trascendentales. La «disputa» entre la relatividad, productiva por sus efectos prácticos, y
el carácter aseverativo, falto de referencias concretas, priva de potencia a la esperanza y
aguza la resignación por su naturaleza mundana, laica, iconoclasta. Las leyes de la
necesidad afligen (y condicionan) las leyes de la libertad. Admitiendo –obviamente–
que estas dos categorías, imprescindibles para el ordenamiento social, sean conciliables
entre sí (y hasta qué punto). La habilidad dialéctica y la facultad retórica se empeñan en
establecer las relaciones y las interferencias, existentes entre la necesidad y la libertad, y
piden auxilio, por así decir, al rigor y al sentido común, correlatos al mismo tiempo por
la «medida», por el carácter conciliador de las mismas motivaciones individuales y
colectivas. Una ventada de fatalismo facilita a los períodos recurrentes, la combinación
entre las dos instancias, de modo que no estén en contraste temporalmente y en una
complementariedad ocasional.

La libertad del hombre-masa se identifica con el exilio: con un lugar imaginario,


que alimenta y reaviva las sugestiones de la mente, propensa a volverlo efectivo en las
convulsiones sociales, cuando cada individuo tiene la sensación de poder afirmar su
voluntad en sintonía o en distonía con la de los otros. El prójimo –entendido
cristianamente– apacigua a los potenciales adversarios y los hace partícipes de una
302 RICCARDO CAMPA

iniciativa, casi siempre destinada a la quiebra, por el simple motivo de que al número de
los potencialmente redimibles de la intimación masiva corresponde el número de los
aspirantes al cambio. Paradójicamente, se verifica la infausta premonición del príncipe
de Salina, el protagonista del Gattopardo de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, según el
cual, las transformaciones llamadas globales no modifican las relaciones (forzosas)
existentes en la comunidad, donde se verifican. El universo tecnológico contesta
preferentemente a las «mutaciones» genéticas, que se realizan mediante un aparato
innovador, incluso de mínimas dimensiones (como es, por ejemplo, un modelo de
artefacto, un modo de decir o de entender algunas actitudes corpusculares de la
existencia comunitaria). El recurso al «escándalo» priva a la «revuelta» de sus efectos
propositivos al vertebrarse en los dispositivos inquisitoriales. La polémica abre el
sentido común y lo inmuniza de sus potencialidades compositivas. El restablecimiento
de las propensiones adivinatorias, casi siempre denegadas por las circunstancias
efectivas, no satisface las expectativas de los conocidos como reformadores sociales,
que se aventuran en el mundo de la mistificación y la extemporaneidad. La renovación
(moral, social) implica el reconocimiento de la solvencia trascendental, que es
monopolizada, a veces, por el linaje de los salvadores del destino, de los brujos
provisionales, sustentados por la mística de las encuestas de opinión, de los sondeos
estadísticos. La fidelidad de naturaleza medieval se transforma en complicidad, en
adhesión incondicional a las actitudes involuntariamente faltas de ritualidad y
transgresivas. Una vez dominadas desde lo alto, a través del auxilio objetivo (de los
objetos, de las cosas), las intemperancias sociales se calman y refluyen en el borboteo
de la intolerancia, en el que una miríada de sujetos aparentemente languidece, pero
sustancialmente se apacigua con el milieu circunstante, en espera de una nueva oleada
disoluta de lo existente y propiciadora de la existencia (en un sentido, obviamente, de
mejoría).

La nivelación –por otra parte, con carácter apaciguador– de las sociedades de


masa se asegura solamente en el trabajo, en sentido virtual o en sentido propositivo. La
actividad creadora es el precipitado histórico de la impetuosidad ferina, a través de la
cual, cada individuo puede intervenir en la cadena de producción tecnológica, que es
tendente por su naturaleza a la difusión globalizadora, si no hasta globalizada. A la
exteriorización del trabajo colectivo se confronta la interiorización de la personalidad
individual. Y a las revoluciones contemporáneas corresponden radicales cambios o
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 303

modificaciones del aparato tecnológico. Los tratados políticos, sociales y religiosos,


acerca del predominio del trabajo sobre los capitales, condenan, de hecho, la
deformación de la actividad humana en una función de un provecho, que es execrable
desde el punto de vista de la solidaridad, pero que está justificado económicamente. La
aporía, la contradicción del universo contemporáneo, denunciada por las encíclicas
papales al evidenciar la pérdida de tono de la humanización de la empresa productiva,
se ejercitan con la constatación de que la adquisición del provecho (aunque contra el
pleno reconocimiento de la dignidad de la persona) asegura la ampliación del circuito
laboral. A los episodios de la insolvencia moral por parte del capital, les corresponden
las ocasiones laborales, que condicionan las expectativas salvíficas del universo
mediático, en el que gravitan todos los actores de la producción. Todos los canales
laicos y eclesiales auspician una alianza solidaria entre el capital y el trabajo. La
concienciación generalizada sobre la oportunidad de que los tradicionales factores del
conflicto social se conformen con las leyes del complementariedad, si bien teóricamente
grave y difusa a diversos niveles, contrasta con las leyes del mercado, sobre todo
cuando las normas que presiden la competitividad y la competencia no son censurables
rígidamente, si no es en presencia de graves e irreparables incumplimientos. Escribe J.
J. M. van del Ven: «Pero donde no se trata tanto de una disposición natural cuanto de un
complejo de factores históricos y sociológicos responsables de una misma miseria
inhumana, hay que tomar las medidas de una cultura jurídica y política, basada en una
convicción moral de solidaridad universal, para ir mejorando más y más las situaciones
difíciles»8. La misión caritativa y el voluntariado concurren a reducir las disparidades
existentes en las diversas regiones del planeta, según un modelo estándar, que se
considera universalmente adquirible por el grado de civilización alcanzado por las áreas
más desarrolladas del planeta.

Los instrumentos jurídicos, que sancionan las emergencias, se conjugan con las
ayudas concretas, dirigidas a reequilibrar, aunque sea de forma aproximativa, las
diferentes regiones del universo político y social. La hegeliana «lógica de la ciencia» es
la versión efectiva de la antropología y de la fisiología. La reivindicación jurídica es, en
fin, el reconocimiento moral y físico del trabajador, del observador de la naturaleza, del
perturbador social. El ocio y la contemplación no encuentran una justificación jurídica
en el orden social contemporáneo, si no es como derecho al tiempo libre, a la variable
dependencia del trabajo. La antropología, entendida como filosofía empírica, pone en
304 RICCARDO CAMPA

tela de juicio las características y las finalidades del observador-perturbador de la


naturaleza (el científico) y contextualmente el operador-divulgador (el obrero, el
técnico) de la empresa productiva. La ciudadanía y la artificialidad se legitiman,
recíprocamente, mediante la acción cohesiva de las masas, que se aglomeran en el
universo de la historia, afligiéndola antes de cautivar las facultades predictivas. La
causalidad, empíricamente condicionada, no alienta individualmente sobre el resultado
de las acciones acabadas en el contexto colectivo. La casualidad, convalidada
científicamente, se manifiesta socialmente en la presencia de los grandes números de los
actores que, como en el microcosmos, influyen independientemente del equilibrio social
de la explícita manifestación de intolerancia colectiva. La evasión de la modalidad del
comportamiento estructurado se prevé como posible y se tolera como parte integrante
del sistema propuesto en la eventualidad de su renovada edición.

La actividad intelectual se perfila como la contienda por la supervivencia.


Mientras en el pasado, la poética evocadora de la actividad agraria se sustenta en un tipo
de difusa conmiseración, en la sociedad tecnológica e industrial, la alternativa del
trabajo manual tiene el aspecto endémico de la racionalidad del sistema cognoscitivo y
el aparato productivo. La condición mecánica es insolvente respecto a las prerrogativas
subjetivas e intimistas de los empleados en la estructura operativa. La pérdida de la
memoria, afligida por la telefonía, sincronizada en los acontecimientos, restablece el
olvido como lugar de referencia. Todo lo que se puede realizar en la vida terrena tiende
a frustrarse bajo la búsqueda de los acontecimientos, que se disputan la atención global.
La muerte libera del ejercicio de la atención. En la cultura occidental, el conflicto
padece del concurso de las circunstancias, que inducen a pensar aunque en su
controvertida complementariedad. Frente a los desastres del mundo –del sueño de la
razón que engendra monstruos (Goya)– la única resolución posible es la de
ennoblecerlos. La sublimación de los conflictos no concierne solamente al choque acre
y dilacerante entre contendientes, sino a la activación de una técnica, racionalmente
pactada y concordada, en el que el desafío del mal puede ser prevenido y afrontado con
las estrategias de la ética edificante, de los intereses inmediatos y aplazados. La
actualidad, invadida por el azar y la necesidad (según la expresión de Jacques Monod),
se amplía, hasta interaccionar con la metafísica de las intenciones. La inmediatez y la
simultaneidad, con los que se compendian los fenómenos artificiales, suscitan la
sensación de que las llamadas certezas (burguesas) no sean otras que las modalidades
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 305

con las que la ciencia y la tecnología vuelven inmanentes la transcendencia. De hecho, a


pesar de las escabrosas conformaciones comunitarias y constitucionales, la edad media
de los habitantes de los países equipados tecnológicamente se amplía hasta su
contrastada conclusión biológica. La democracia institucional se presenta menos
inestable que la democracia humoral, que encontró su crédito en la Europa continental y
mediterránea en la primera mitad del siglo XX, cuando las corrientes de pensamiento
asentadas en la empatía rehabilitaban las atormentadas doctrinas helenísticas entre la
cultura de la Atenas del V siglo y la llegada de la temperie romana. Aflora la acusación
contra el anacronismo entre la perseverancia creativa y la disociación moral de algunos
órdenes institucionales, inducidos a contaminarse recíprocamente con tal de asegurar el
curso cárstico y, a veces, sobresaltado del metabolismo cósmico. La libertad individual
–el libre albedrío– se disciplina en el ámbito de los deseos para satisfacer más allá de las
aspiraciones propiciatorias. La pietas catártica se desarrolla en la estimulación de los
controles acerca de la eficiencia de las estructuras productivas y aseguradoras, en la
dotación de las modernas sociedades industriales. La duda y la discrepancia de los
factores cohesivos asechan la legitimación política, que es en efecto pulsional. El
sondeo de opinión es una tentativa de debitar la futura memoria a la insolvencia del
aparato público, decisional y resolutivo.

El concepto de límite es una aposición de la razón. En su consistencia genética,


se perfila como una capacidad intuitiva y sumisa de las impresiones, que recibe de la
realidad. Pero, mientras para los empiristas, la realidad está dotada de todos los
conocimientos que se reflejan en el intelecto y que racionaliza, para el racionalismo es
la razón la que actúa en la realidad de modo que pueda hacerla reactiva, por lo menos en
lo que se refiere a su intrínseca previsibilidad. El orden mental es el reflejo
condicionado de la experiencia, que se actualiza según los cánones receptivos y
expresivos de la razón, que está, a su vez, configurada por el proceso químico-físico,
que se establece a nivel neuronal. Las sinapsis son la sede orgánica del pensamiento,
donde se manifiesta la razón: el habitat (natural) en el que gravita. La urdimbre
representativa de este «entendimiento» se asegura en la palabra que, desde un cierto
momento en la gradación de la evolución de la especie humana, resuelve proyectar de
forma, más o menos evidente, o más o menos críptica, las nociones de la argumentación
y del conocimiento. Por lo tanto, la razón es previsible, más allá de que sea aseverativa:
entre estos dos factores, se establece el «límite» de la probabilidad. La relación entre las
306 RICCARDO CAMPA

fruiciones del sentido y su elaboración, por parte del intelecto, es realizada por la razón,
por una entidad abstracta que gobierna el diseño del conocimiento y su decadencia,
propiciando la regeneración y la reformulación. El intelecto es un órgano; la razón es la
«forma» ideal que asume la conciencia, ayudada por las reglas de la expresión y la
representación. «En todo y en los tres niveles considerados –sustenta Karl R. Popper– el
nivel genético, conductual y de la ciencia, obramos a través de estructuras heredadas,
transmitidas por la instrucción por medio del código genético o de la tradición. En todo
y en los tres niveles, surgen nuevas estructuras y nuevas instrucciones a través de
cambios provisionales, que tienen lugar dentro de la estructura: tentativas provisionales,
que están sometidas a la selección natural o a la eliminación del error»9. La interacción
entre la herencia y la adquisición de nuevos nichos biológicos (de nuevas connotaciones
del entorno), también por la inferencia de los individuos singulares y las comunidades,
permite a la razón asumir un nivel de legalidad en el milieu cultural, en el patrimonio
general del conocimiento. El fundamento científico de cada adquisición cognoscitiva
asegura la actuación práctica de la validez de cada iniciativa (de cada empresa) dirigida
a evidenciar sus efectos (los resultados concretos, las aplicaciones prácticas). Wolfgang
Köbler afirma: «El comportamiento, es decir, la reacción de los sistemas vivos en
factores ambientales, es el único terreno de indagación que se puede batir en una
psicología científica; y el comportamiento no implica, de ningún modo, la experiencia
directa»10. El comportamiento, en sentido objetivo, es el reflejo condicionado de la
moda, que se identifica con la experiencia en un determinado período histórico, con las
aptitudes adecuadas para recibir las innovaciones de la ciencia y las aplicaciones de la
técnica. La experiencia directa refleja el contexto de los estudios objetivos de los
fenómenos ocasionales o inevitables del metabolismo natural. El universo de las
concomitancias es el indiciario de las adquisiciones, válidas por el patrimonio colectivo
de los conocimientos.

La psicología de la Gestalt –según E. Hering y G. E. Müller– refleja el orden


lógico de las experiencias que, abstraídas de su contexto, son examinadas en sus
semejanzas. Al contrario, también la experiencia, libremente experimentada, demuestra
contestar a un orden, del que se puede tener experiencia. «Extendido a todos los casos
de la experiencia de un orden espacial, el principio se puede formular así: el orden del
que se tiene experiencia en el espacio es siempre estructuralmente idéntico a un orden
funcional de la distribución de los procesos cerebrales inferiores»11. La experiencia se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 307

manifiesta en las relaciones espacio-temporales, sin que sea posible, al menos bajo el
perfil representativo, configurar sus dimensiones. «William James ha descrito bien
como lo imprevisto interesa para ciertos fenómenos “fuera de las reglas” contraseñando
el principio de una época nueva en la historia de la ciencia. En tales ocasiones, el trabajo
científico, a menudo, se realiza justo sobre lo que hasta el momento se consideraba la
excepción»12. La introspección concurre a identificar la excepción como el proemio de
un nuevo curso del conocimiento y, consecuentemente, del comportamiento,
condicionado, casi siempre, por la potencial (virtual o real) experimentación de las
causas (de los factores) que lo determinan. Las variables de la introspección no son
convincentes porque están exentas de la verificación experimental, la cual puede
también convalidarla, modificando, por así decir, su formulación. La coercitividad
parece inducir las energías naturales a que se ejerciten ordenadamente (según un código
expresivo, preventivamente elaborado por el observador-perturbador). La imposibilidad
de la medición perfecta de los fenómenos naturales constituye el nivel más elevado de
conciencia, capaz de producir, sin embargo, efectos significativos sobre el plan práctico
(aplicativo). La inconmensurabilidad celeste se confronta con la intranquilidad terrenal.
La inseguridad psicológica se conjuga con la indeterminación cognoscitiva. Pero la
inseguridad contemporánea corrobora la imaginación del consuelo racional. La
excitación y la verosimilitud concurren a trazar los aspectos de los campos neurálgicos
y semánticos, con los que se realiza el aprendizaje. La confianza se consolida en la
afinidad (electiva, según Wolfgang Goethe; cognitiva, según Immanuel Kant). La
organización de la experiencia sensorial coincide con la elaboración de un protocolo
interpretativo de la misma. El arte cinematográfico se vale del efecto estroboscópico, un
efecto que depende de la inadecuación de las actitudes del observador frente a lo
«extraño» al verificarse las, llamadas, condiciones objetivas. La percepción de la
realidad no es continúa y uniforme. Como en la relatividad y en la mecánica cuántica,
los fotones no interaccionan ordenadamente, al menos según el modelo del orden ideado
por la física clásica. El desorden, sin embargo, no mistifica la lógica consecuencial; al
revés, la fortifica, en el sentido que la señala en términos garantistas, aunque
estratégicamente conjeturales.

La evidencia, en efecto, es el peristilo de la lógica binaria, de la confrontación


entre lo que es congruente y lo que se modifica como efímero o hasta volverlo
incongruente. La razón capta los aspectos de la realidad para los que se ha preparado
308 RICCARDO CAMPA

preventivamente. Su predisposición es el compendio de las instancias mediáticas y las


elaboraciones físico-químicas. La capacidad psicológica de acoger el sentido y el
volumen de la realidad efectual conciernen al potencial sensitivo y racional, conjugado
de tal modo que la conciencia y la duda queden activos y reflexivos: útiles, en todo
caso, para permitir al conocimiento aumentar su patrimonio. La aprensión y la
exposición (el derecho a pensar y la libertad de expresarse) son las adquisiciones de las
generaciones modernas, decididas a defender sus convicciones en sus propios titubeos y
a preconizar su temple y agudeza, como garantías del apego que tiene el pensamiento
humano en las contradicciones que él mismo propicia. La adaptación ambiental permite
mejorar las prestaciones emotivas y adquisitivas, por otra parte, exacerbadas en una
comparación que no lleva a resultados positivos o, en todo caso, relevantes. La
estrategia de la validación de las adquisiciones cognoscitivas consiste en la
individuación del error y en la metodología adecuada para superarlo. La crítica es un
ejercicio dialéctico, una disciplina cognitiva, que tiene en el punto de mira la incursión
del intelecto agente en la sistemática explicativa, determinada por la razón. El intelecto
actúa en la región conjetural, donde la razón elabora los sistemas para defenderse de la
aprensión y del temor.

La realización de una disciplina conductual es válida si se confronta con las


expectativas comunitarias. A veces, la validez de una teoría se pospone a la siguiente
fase de aprendizaje y aplicación de la colectividad, en la que se ejercita y difunde su
acogida general. De la comparación de algunos eventos científicos se deduce a menudo
que la determinación de sus causas sean «tentativas inconscientes», de las simples
actitudes pulsionales, poéticamente identificables en las intuiciones. Esta constatación
permite deducir que la «irracionalidad», implícita en cada conato emotivo, sea el
impulso energético por el que la razón cumpla su deber y, también, lo evidencie en los
fines aplicativos. La representación de una treta cognoscitiva también comprende las
recónditas atmósferas que alimentan la conjetura y la explicación racional. La
inspiración estética condiciona explícitamente las matemáticas, que se vale de fórmulas
y estructuras configurables mentalmente como en estado de gracia. La objetividad del
aprendizaje comprende, en efecto, las aportaciones racionales en clave emotiva. La falta
de imaginación engendra el dogmatismo, que invalida la aventura del conocimiento.
Una teoría científica, que se difunda como un culto o una moda, corre el riesgo de
aparecer como el sustituto de una religión. La influencia de la ideología en la ciencia es
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 309

el correspondiente de la emotividad en la racionalidad; no incide, si no temporalmente u


ocasionalmente, sobre la aplicación práctica de los resultados en la búsqueda sistemática
y objetivamente homologable en el común patrimonio cognoscitivo. La categoría, que
caracteriza mejor la complementariedad de la ciencia y la ideología, es la simultaneidad,
una categoría inquisitiva que se agota en la constatación (es decir que está al amparo de
la verificación de la prueba mediante el sistema de la contradicción y el absurdo). «En
lo que concierne a la relatividad general, una idea que parece haber tenido una
considerable influencia ideológica es la del espacio curvo de cuatro dimensiones.
Ciertamente, esta idea ha jugado un papel en la revolución científica y en la ideológica,
lo que hace que la distinción entre estas dos revoluciones sea aún más importante»13. En
el plano ideológico, la relatividad se conjuga con el principio de indeterminación de
Heisenberg: y entre ambas teorías concurren a delinear una gnoseología aproximada y
tentacular, de modo que consiga notables ventajas prácticas (como los insignes recursos
energéticos). El progreso se configura, por tanto, como un proceso privado de
autenticidad aseverativa (de certezas) y celebrante continuo de apocalípticas
contradicciones. El conocimiento de la realidad se vuelve, paradójicamente, cada vez
más alejado de la realidad misma y, cada vez, más conforme a la inventiva humana. Ella
es la clave de arco con el que el género humano no se interroga sobre sus objetivos, sino
sobre sus medios, dirigidos a conferir crédito a la auto-referencia. La concepción
mundana de la existencia no se deduce de la herejía de la creencia corriente, sino de su
precaria santificación. El laicismo –retóricamente encuadrado en una moral laica– es
extremadamente religioso: induce a considerar la facultad decisional humana como una
regla irreversible en orden a la convicción y a la conducta colectiva.

La aproximación es una entidad tutelar: un dogma de bajo perfil y, por lo tanto,


no temido como una noción impositiva, capaz de cambiar el orden de las
interpretaciones de la realidad y la consiguiente conducta. Esta categoría interpretativa
de la realidad se confía con el inesperado cambio, al que los sistemas energéticos
naturales se someten según la estructura mecánica, realizada (e hipotética) como
subsidiaria de la actividad (no de la acción) humana. La teoría de las probabilidades
constituye el periplo mental, dentro del cual es posible la capacidad de indagación,
emotiva y racional. El auspicio constituye un ulterior orden conceptual, capaz de
perseguir la investigación y el análisis de las informaciones recibidas de la actividad
introspectiva y proyectiva. La confusión intelectual, al que da lugar el contexto
310 RICCARDO CAMPA

científico moderno, es constituida por una irracionalidad endémica, por una desdeñosa
tendencia hacia la irrelevancia de cada proposición racional. El conocimiento,
promovido por los totalitarismos (también camuflado por las democracias totalitarias),
responde a una exigencia de acción inmediata. En efecto, el actualismo es una corriente
de pensamiento que federaliza el ímpetu creativo en el ímpetu realizador, que de hecho
no es solamente la apariencia, el simulacro, sino que se descubre en un tipo de culto
orgiástico y adivinatorio de potentados arcaicos e inconmensurables con la sabiduría
terrena. El ecumenismo religioso se traduce, en los regímenes totalitarios, en la
hegemonía de la fuerza primaria, que desconcierta la conformación burguesa, apenas
subyugada por el mito de la máquina y de la aireada modernidad. El irracionalismo se
da por descontado, sobre todo, porque une la communis opinio con la libertad de actuar,
a menudo bajo una forma no ritual o hasta ilegal. El relativismo de Montaigne, relativo
al habitat, es insostenible, ya que la artificialidad uniforma los contextos naturales de
modo que los cambios (de ideas y productos) se consideran universalmente como si
fueran salvíficos. La misma reproducibilidad tecnológica de la obra de arte desorienta al
usuario en relación a la fuente de la imagen o el objeto reproducido bajo la égida de la
propensión estética. La homologación desborda el polvo de la inmanencia, cuando las
posiciones individuales se presentan subjetivamente distónicas. La convención es la
modalidad con la que el conocimiento aprovecha al mayor número de personas, tal
como se configura en un particular período histórico.

La argumentación es la prueba de descargo de cuántos se proponen objetivar y


hacer disponible lo que se consigue de las síntesis científicamente consolidadas. Esta
estrategia explicativa refleja con una acribia didascálica el sinergismo (el choque-
confrontación) entre las diversas postulaciones cognoscitivas de orden o derivación, por
así decir, ambiental. «Detengámonos un momento sobre el origen de la filosofía y la
ciencia griegas. Todo empezó en las colonias: en Asia Menor, en la Italia meridional y
en Sicilia. Son los lugares en que los colonos griegos se enfrentaron y chocaron con las
otras grandes civilizaciones, con los pueblos orientales, los sículos, los cartaginenses y
los itálicos, los etruscos. La influencia del choque entre las culturas sobre la filosofía
griega resulta clara, ya a partir de las primeras informaciones a propósito de Tales, su
fundador. Es innegable en Heráclito, que perece que conoció la influencia de Zoroastro.
Pero cómo la confrontación entre las culturas puede llevar los hombres a pensar
críticamente, emerge de modo más claro en Jenófanes, el poeta errante»14: el poeta
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 311

errante que ambiciona a su tardía edad fundar una escuela, un lugar de reunión en el que
confiar la tarea de perpetuar el milagro del conocimiento y la comunicación. Del
acuerdo colectivo emana una emoción, que supera las circunstancias en las que se
verifica. La representación escénica tiende a desvelar a los mortales la falacia de las
teogonías antropomórficas y de las instancias, impuestas por el Olimpo, en la vida de
los mortales. La verificación de las opiniones en orden a una regla salvífica, como es la
justicia, permite activar la ingravidez del concepto, entendido como la síntesis expresiva
de las experiencias reales y virtuales, cumplidas por los interlocutores, propensos a
delinear un mismo régimen cognoscitivo, aunque sea constantemente subrogado por
hipótesis y conjeturas distintas y, por ello, de naturaleza precaria y contradictoria.

La apariencia es el peristilo de la verdad. En su fugaz consistencia, su


inauténtico perfil constituye el reflejo condicionado de la intolerancia humana frente a
las inquietudes existenciales y a su epílogo. Su función consiste, en efecto, en que las
figuraciones de la mente se vuelvan ilusorias y en encontrar sus aspectos auténticos,
irremediablemente confiados a las postulaciones racionales y a la profilaxis
argumentativa. La poética ayuda a identificar en las imágenes de la mente aquellas que
son permanentes y que propician una valoración más atenta de sus implícitas
determinaciones. La epopeya homérica es la aportación más consistente de la
antigüedad al conocimiento en sentido racional. El viajero disoluto espera los desafíos
de la naturaleza con el propósito de revertirlos para alcanzar sus objetivos edificantes
socialmente. Las fuerzas desconocidas son evocadas y configuradas de modo que
vuelvan a los esquemas argumentativos, facilitados por la fabulación y la sintaxis
expresiva. El lenguaje constituye la vertebración de la palabra en la anatomía y en la
fisiología humana: reenvía a la temperie en la que los seres mortales conflagraron con la
muerte y lograron exorcizarla a través del uso, no solo de instrumentos rudimentarios,
sino también de objetos de culto estéticamente sofisticados, de modo que vuelvan
menos perentorio el veredicto de la pequeñez y la vanidad de la existencia.

La distinción entre la realidad y su representación solamente es válida para


conseguir los objetivos de la ingeniosidad y la perseverancia humana. De hecho, ambas
categorías son multiformes y difícilmente se pueden connotar con las coordenadas
espaciales y temporales, empleadas en los actos realizados en el tiempo por las
diferentes generaciones de las regiones del planeta. La racionalidad se perfila, por tanto,
como el instrumento de interpretación y mediación entre las expresiones cognoscitivas y
312 RICCARDO CAMPA

modalidades representativas concurrentes. La crítica es, así, connatural a la


racionalidad, porque incluye también la expectativa exegética y didascálica de las
argumentaciones, creídas como ineludibles y benéficas. Esta hace comprensivas las
fuerzas desconocidas que alargan y recortan la vida de los mortales. La razón se
corresponde con las enunciaciones de principio a las que se refieren los mitos y las
poéticas ancestrales, y refina sus recursos para propiciar su solvencia en el plano
gnoseológico y aplicativo.

La conjetura está en la base de la tradición crítica, del ejercicio de la mente,


vuelto para verificar la plausibilidad de sus proposiciones cognoscitivas. La razón, sin
embargo, tiene su propia ejecutoria que, hegelianamente hablando, refleja el «espíritu
del mundo»: es un tipo de ejecutoria testamentaria de la creación (tanto si cree en Dios,
como si lo hace en el azar). El relativismo crítico, del que hace parte, aunque sea
circunstancialmente, la sociología del conocimiento (Karl Marx, Max Scheler, Karl
Mannheim), concurre a problematizar las formas de asociación y estructuración
político-institucional. Popper sustenta, con convicción de causa, que el relativismo
cultural no pueda ser confundido con la falibilidad humana, que continúa a ser válida
también –y con mayor reserva mental– en las formas idolátricas de la afirmación
ideológica y normativa. La «relatividad ontológica» de W. V. O. Quine se identifica con
la intraducibilidad, con la inadecuación, que muestra el lenguaje para representar la
entidad de la comunicación. La búsqueda de la verdad es la falsificación de la
incertidumbre, implícita en cada acto, condicionado por el propósito de afirmar un
deseo o de constatar una expectativa, en apariencia colectiva. Su misma configuración
es la fuente del extravío gnoseológico de las generaciones, que se suceden desde
Hesíodo a la actualidad: del mito de los trabajos y los días al cómputo de la inmanencia
en sentido, a la vez, apodíctico y conmensurable. El léxico contribuye a refinar la
argumentación multimedia, que es el último grado de la traducibilidad de un texto,
pensado como con un preminente interés por la comunidad humana en su conjunto (es
decir, independientemente por los condicionamientos económicos y sociales a los que
se somete en el orden espacial y temporal). La didascalia es, eufemísticamente, la
explicación de las instancias clarificadoras de los fenómenos naturales de los aparatos
artificiales, inventados para salvaguardar sus aspectos positivos (prácticos, aplicados,
económicamente convenientes). La falta de conciliación entre la realidad y la
racionalidad, en el sentido hegeliano, no contradice la plausibilidad. El hecho de que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 313

una trabazón cognoscitiva, así orgánica, se perfile como positivista, no contamina su


función explicativa. La ratificación de la tarea hegeliana es fundamentalmente
metodológica, intencionalmente propedéutica a cualquier adquisición cognitiva que
pueda aglutinarse incluso en una referencia parcial y concreta. Sin la referencia a la
utilidad práctica, la dialéctica hegeliana sería completamente incomprensible. La
iconoclasia crítica de la filosofía hegeliana consiste en evidenciar la dificultad de
encontrar en la práctica contingente la eficacia de su cumplimiento. La característica
pública del conocimiento (humanístico y científico) comporta la identificación
promocional con las fases, en las que orientativamente se manifiesta el progreso (o,
cuanto menos, el proceso modificador e innovador de la condición humana).
Paradójicamente, la argumentación siempre es dialéctica, aunque no en sentido de
oposición y determinación, tal como se perfila desde Sócrates (definición de la
dialéctica binaria) hasta Hegel (exegeta de la dialéctica triádica).

El lenguaje oracular es una manifestación romántica ante litteram: encuentra las


perturbaciones sociales en las penumbras orgiásticas del pasado remoto. Su función
profética es frustrada por la fallida aceptación, por la insolvencia popular. Los
anacoretas privilegian el silencio porque creen que es propiciatorio para el
entendimiento humano, todavía celado por el velo divisorio de la experiencia. La
oscuridad es una categoría neurálgica en la conformación de la evidencia, en el sentido
que comporta la remisión de todos los recursos y las buenas intenciones de los
observatorios de la realidad, para que al menos se representen sus aspectos indiciarios,
sujetos a aplicación, revisión, o refutación. La convicción de que el sacrificio (incluso el
de la vida) sea la merced necesaria para mejorar el mundo es cáusticamente
contradictoria, por el simple hecho de que el resultado no puede justificar el empeño
inicial. La experiencia tiene los rasgos redentores del viaje, de la navegación, de la
búsqueda científica, entre las insidias de la naturaleza y sus inefables alicientes. La
ciencia restablece alusivamente la profecía mientras despliega sus efectos, en general
contingentados por las circunstancias políticas y económicas, de las que son su
expresión. Por esta razón, la ciencia está condicionada y condiciona, a su vez, las
314 RICCARDO CAMPA

circunstancias orteguianas ; y las hace solventes bajo el perfil social. La moral concurre

a delinear el milieu cultural, en el que las manifestaciones latentes del conocimiento


interaccionan con el bienestar (al menos en la forma más elemental y difusa posible).
«La moderna concepción de la ciencia –la concepción según la cual las teorías
científicas son esencialmente hipotéticas o conjeturales, y que por consiguiente sustenta
que nunca podemos excluir que la teoría mejor fundada no será rechazada y sustituida
por una aproximación más adecuada– es, creo, el resultado de la revolución
einsteniana»15. La aproximación es la categoría connotativa de las adquisiciones
cognoscitivas, que hacen entrever, más allá de un resultado práctico, una correlación
entre el patrimonio de la acción ya adquirido y sus ulteriores modificaciones. La
falibilidad de la ciencia, teorizada por Charles S. Peirce, es una notación anti-totalitaria
y providencial, sobre todo en lo que concierne a sus aplicaciones, que el 6 de agosto de
1945, en Hiroshima y en Nagasaki, ejerce toda su fuerza destructiva. En esta
destrucción, la ciencia puede tutelar la presencia de Thanatos en la historia, el castigo de
quienes auscultan las energías presentes en el universo. El antiautoritarismo es una
prerrogativa de la ciencia en su sentido más adherente a las instancias cognoscitivas del
género humano. Su función salvífica es impropia, aunque está consagrada
perjudicialmente a la filosofía de la desesperación. La previsión cualitativa y
cuantitativa pertenece a los fenómenos que la experiencia retiene en la observación y
que también puede garantizar «artificialmente» en la verificación. La ambición
prometeica del hombre consiste, en efecto, en creer que los propios recursos pueden
conseguir la «factibilidad» de los acontecimientos naturales, ocurridos o que podrán
ocurrir. La eventualidad es una hipoteca sobre el futuro, que salvaguarda las
expectativas salvíficas, celebradas por la humanidad desde mucho tiempo. El hecho de
que la ciencia dé a los mitos y a las creencias religiosas una cierta ventaja sobre la
communis opinio depende de la escrutabilidad de su recorrido ideal y aplicativo, válido,
en principio, para todo el género humano.

La «función de la hipótesis» confirma la actualización de la expectativa antes de


la prueba referencial en la observación. La experiencia es el resultado de la teoría, que


Expresión que hace referencia a la célebre conceptualización del filósofo y ensayista español José Ortega
y Gasset (1883-1955): «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo»
(Meditaciones del Quijote, 1914) (N.T.).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 315

es la «íntima» configuración de las dimensiones del mundo, antes de que sean


sometidas a la medición (según los criterios y métodos, considerados preventivamente
convincentes). Por su parte, la experiencia sin estos presupuestos, para constituirse en
conocimiento, debería elaborar contextualmente un código significativo y expresivo,
válido a los objetivos de la comunicación y la confutación de su contenido. La
generalización, por tanto, es una actitud asumida por el investigador para comprobar su
descubrimiento con la aceptación y la crítica de los eventuales usuarios. La
responsabilidad de la ejecución material de una proposición cognoscitiva pertenece a las
comunidades, para los que se realiza en razón privilegiada, respecto a las comunidades,
para los que se difunde flébilmente o imperiosamente. La espontaneidad es un privilegio
difícilmente asegurado a las teorías, que modifican el modo de entender (y de
comprender) la realidad en relación a las formas de fruición del saber consolidado. El
llamado estilo crítico, introducido en la ciencia, protege, sin quererlo, la convicción de
que en la lógica y en la dialéctica (entendidos como ejercicios mentales, válidos a los
fines del convencimiento) se refleja un imperceptible grado de inevitabilidad, que toma
el nombre, demasiado despistado, de positivismo. La afirmación de encontrar en la
crítica a cada proposición cognoscitiva el fundamento de la ciencia incumbe a la
propensión mediática de inventariar una cada vez más probable Weltanschauung, que
evite la inedia y la hipertensión de los seres vivientes. La dificultad schopenhauriana de
aceptar la existencia como un acontecimiento gratificante de la creación induce a
experimentar el recorrido más escabroso de la condición humana, continuamente
turbada por la incomprensión y la inquietud. El compromiso social acompaña al
providencialismo religioso: reconoce en el pecado de vivir –como diría E. M. Cioran–
su permiso de conveniencia y fiabilidad. La joie de vivre evita el fatalismo y el
determinismo: las sinuosidades del laberinto borgesiano, en el que, culpablemente, el
género humano es consciente de naufragar. La emancipación es una disciplina instintiva
y dinámica, sufragada por la razón en su estado de quietud laboriosa. El positivismo
moderno, reexaminado por las teorías sobre la constitución de la materia, comprende el
aspecto metafísico, que condena, justo en el hemisferio más concurrido de la
investigación: el sub-microcosmos de las energías elementales de la duración
infinitesimal y de la connotación alegórica.

La responsabilidad científica está condicionada por la naturaleza de los


descubrimientos. La representación de las energías latentes en la esfera sub-
316 RICCARDO CAMPA

microscópica (en el núcleo atómico, en la dinámica de las partículas elementales que lo


compendian) está, por así decir, exenta de ética, es decir de un fundamento aprensivo,
que haga de guía o salvaguardia a las convenciones poéticamente conjeturadas por el
perfil de la investigación científica y del conocimiento. «Hoy no sólo toda la ciencia
pura puede convertirse en ciencia aplicada, sino hasta todo el saber»16. El aprendizaje
cognoscitivo comporta la valoración de los riesgos, que la aplicación de algunas
doctrinas implica para la salud y la preservación del género humano. La peculiaridad de
las democracias consiste en su propensión a actualizar los funestos métodos
aseverativos de las dictaduras a través del pago interno de las molestias de la
convivencia colectiva. Las limitaciones y las prohibiciones de las democracias evocan,
sin evidenciarlos, los correctivos conductuales, expresados caricaturescamente por los
aparatos autoritarios. La flexibilidad moral de las democracias sobrentiende las
terapéuticas aflicciones de las dictaduras. La tiranía de las necesidades impone la
búsqueda de formas de asociación, que prescindan de las tradicionales formas de
gobierno, aunque quedan su fisonomía y sus efectos socráticamente edificantes. El
poder tiende a corromper; el poder absoluto –según Lord Acton– tiende a corromper
absolutamente. Sin embargo, la codificación del poder en el área vespertina de la
debilitación orgánica de la humanidad es la estrategia aflictiva de quienes ostentan
cierta arrogancia en la comprensión y división de los principios referenciales de la
dignidad personal. El tribunal de la historia es desatendido por las inéditas temperies
prometidas por la ciencia y aplicadas por las tecnologías. La memoria solidaria y plural
se esquematiza publicitariamente y se encomienda a la estructura mecánica. La historia
política es autorreferencial, en el sentido de que toma nota de los acontecimientos más
significativos según un presupuesto heurístico. La falsación de las sinapsis históricas se
debe a su carácter controvertible. La encomiástica sirve solamente para influir en la
aceptación, que se configura casi siempre en términos reactivos. La historia propone de
nuevo los acontecimientos, los fenómenos, las controversias ideológicas y
temperamentales de sus exegetas, de modo que sean aprovechables en estados
particulares de gracia y rebatidos en las condiciones socialmente encandecidas por las
turbas individuales o de masas. La historia declina y condena el conformismo y se
obstina en condicionar los momentos de las épocas a la receptividad sensible y racional
de las generaciones, que son capaces de actuar sobre ellas. El dibujo de la historia es la
constatación del cambio, de las modificaciones, realizadas en diferentes formas y
esferas de la vida asociada (en las diversas conformaciones institucionales). La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 317

previsibilidad de la historia es innata en la metodología con la que se afronta y presagia


la unidad del género humano. El registro de los acontecimientos se refleja en las
sucesiones temporales, que llaman a la mente como «sustanciales modificaciones» en el
modo de entender la naturaleza y la artificialidad.

El dominio de la inventiva en las dimensiones energéticas es una variable del


entendimiento humano en el necesitarismo natural (al menos tal como se realiza y en
todo caso se expresa en términos abreviados, en relación al reconocimiento, la
investigación efectuada en el tiempo en beneficio de la aceptación forzosa de la realidad
tal como aparece). La imaginación presagia un momento auroral de la confianza del
hombre en ella y con la naturaleza; y, sin embargo, se desespera por reunirse con aquel
estado de gracia, en el que la fortuna se obstina en considerarse un tipo de remisión de
los pecados, cometido quizás bajo trance, o en aquella atmósfera embarazosa, descrita
por Giuseppe Ungaretti como la alegría de los náufragos. El epicedio del mundo está en
su misma conformación: su dinámica se desarrolla en la inconmensurabilidad cósmica,
en los proscenios del firmamento, poéticamente representado como el epitelio de la
nada.

Las conocidas como expectativas innatas otorgan a la problemática cognoscitiva


el impulso necesario para que se determinen en la verificación (en la experiencia)
práctica. Las prerrogativas de la búsqueda conciernen, bien a la comprensión o la
confutación del saber adquirido, bien a la progresión (en sentido algebraico) de las
adquisiciones, dirigidas a contener la insatisfacción existencial. La explicación de las
adquisiciones cognoscitivas se une al sentido común, con la natural tendencia a creer un
bien en cuanto se explicita teóricamente desde el complemento de su elaboración
concreta. La funcionalidad es una categoría de mediación entre la astucia de la razón y
el lenguaje críptico de la naturaleza. Las leyes de la interacción «vivifican» –según la
terminología de Popper– su realización. La norma, expresión de un modelo mental,
corresponde con las prerrogativas de los acontecimientos naturales, tomadas a examen,
y, por tanto, activas hasta su inevitable confutación y sustitución. El carácter descriptivo
de los acontecimientos sigue la iniciación catártica de la expresión, que es la forma
(abigarrada) en la que es posible el acuerdo, virtualmente generalizado. La empiria
acude a convalidar la postulación inicial de la inventiva y de la investigación. La
experiencia se relaciona con el aspecto teórico o con el aspecto práctico, según el
atractivo que presenta el conocimiento. La adecuación a la norma –a la forma– es la
318 RICCARDO CAMPA

garantía de la legitimidad de la investigación. El proceso a Sócrates es, bajo este


aspecto, ejemplar y significativo. El cargo, que le dirige un jurado democrático, es el de
corromper a los jóvenes, de influir en sus mentes a través de un razonamiento inédito.
La condena a la cicuta es considerada injusta por Sócrates, sus amigos y parientes. Estos
últimos traman una sublevación, una transgresión; Sócrates no. El pensador acepta la
condena porque se expresa cumpliendo las formas en el modo debido, aunque crea que
es el efecto de una falsa interpretación de la justicia. El carácter incuestionable de la
forma es un apriorismo, que incide sobre la ejecución de la interpretación y la
aplicación de la ley, según un criterio discutible de la justicia, tal como está diseñada en
la República de Platón. Actuar de un modo apropiado es una advertencia que precede
cualquier valoración de los contenidos cognoscitivos de la investigación y su aplicación
práctica. La mentira es la autocondena, a través de la cual el aparato cognoscitivo se
preserva de las indebidas inferencias de quienes condicionarían su aplicación y eficacia.
El fanatismo radicaliza las convicciones, hasta connotarlas tautológicamente
incontrovertibles, y, por lo tanto, hacerlas irracionales.

Para reducir el impacto decisional en la vida cotidiana de los pueblos y las


naciones se predice la llegada de la democracia, que es el exorcismo contra la dictadura,
creída, con o sin razón, la tendencia natural de la organización social e institucional. De
hecho, siempre es una minoría la que condiciona las elecciones de la mayoría en razón a
unas instancias, que conectan el amor propio individual con el prestigio colectivo.
«Tenedlo en mente –escribe en el 1838 Heinrich Heine– vosotros orgullosos hombres
de acción. Vosotros no sois más que ejecutores inconscientes de los hombres de
pensamiento, que a menudo, en el silencio más humilde, han determinado con
antecedencia, hasta en los mínimos detalles, vuestro obrar. Maximilien Robespierre no
fue sino de la mano de Jean-Jacques Rousseau»17. La perspicacia del ingenio se ejerce
en la acción de quienes, también inconscientemente, la contrastan al retener un
expediente mediático condicionante o desviante. El pesimismo epistemológico alcanza
cuotas providenciales, porque el combatir el fundamentalismo da lugar a las más
inquietantes tribulaciones sobre el destino del género humano. El poder decisional, que
en las sociedades agrarias es representado por la personalidad asimilada a la soberanía,
en las sociedades industriales la expresa el producto, la equimosis del pensamiento
individual en el organismo de masa. El artificio se ejercita en la economía, que
estandariza los propósitos humanos y los corrobora de falsas profecías (de paz,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 319

felicidad, solidaridad, independencia individual). La libertad de expresión y la


distribución equitativa de la renta son las categorías connotadas por la época
tecnológica, por la era del ingenio mental eliminadas con el auxilio de las máquinas. El
conocimiento es el poder sobre la naturaleza con la pretensión de una inevitable
interconexión entre las expectativas del hombre con su habitat unido al milieu cultural,
imaginado en beneficio de sus convicciones, de sus ideas. La profecía de la sociedad
industrial está implícita en la búsqueda de los aspectos de la naturaleza, que se
conjugan, incluso aprensivamente, con los pensamientos del hombre.

La industrialización es el carácter distintivo de la civilización europea y


occidental. El amplio examen sobre qué es la justicia –desde Sócrates a John Rawls– y
la inquietante búsqueda de una explicación existencial se condensan en el intento de las
poblaciones del Mediterráneo por intervenir en las energías naturales. El propósito de
acción se interconecta con los diseños divinos o con las pulsiones del azar: ambas
propensiones humanas se connotan de la sugestión religiosa. El mismo razonamiento
sobre el destino de la humanidad, de quienes oscurecen los exorcismos demoníacos por
la lógica consecuencial, se deduce del remoto deseo de conocer la causa y el fin de la
vida terrena de la Gran Cadena del Ser. El deseo de dominar sería extraño a la inquietud
existencial si no apareciera como el cloroformo de todos los azares taumatúrgicos y las
urgencias teleológicas. La ciencia comparte con la pietas la expectativa salvífica de las
explicaciones, aunque sean aproximadas, de la constitución del universo y el papel que
el género humano se propone desarrollar sustrayéndose lo más posible a los vínculos de
las necesidades primarias, de la pretensión y el abuso. La tecnocracia es subsidiaria de
la religión: a las creencias fideístas de esta, aquella proporciona la congruencia y las
consecuencias de sus argumentaciones. La subsidiariedad, sin embargo, no consiste en
un contraste ideológico, que se manifiesta incluso en los niveles de una escabrosa
tendenciosidad demagógica, sino en una advertencia al auxilio, que invade, como un
viento primaveral, la vida de los mortales. La búsqueda organizada y cooperante se
perfila, así, a partir del Renacimiento y de las instancias (utópicamente) programáticas
de Francis Bacon, como una misión dentro de la naturaleza desde las estrategias propias
de la precariedad de la condición humana. El carácter definitorio de cada explicación es,
por su propia consistencia, retráctil: se frustra y varía a otra explicación debido a la
consistencia conceptual y al cambio en el consenso popular por otra más fuerte y
evidente. El ideal abstracto y el concepto concreto sugestionan la mente de los
320 RICCARDO CAMPA

modernos y los contemporáneos, de tal modo que los vuelve bastante refractarios al
nihilismo, que los influye, incluso, a veces. La utilidad y la ventaja se configuran como
las dos aposiciones más intrigantes de la fase mundana (laica) de la existencia. «La
actitud pragmático-tecnológica ha sido, por tanto, desde el principio acompañada por
los objetivos humanitarios: el aumento del bienestar general y la lucha contra la
necesidad y la pobreza... Fue la idea de un auto-liberación material por el
conocimiento»18. La búsqueda moderna es ajena al esoterismo, que desarrolla el papel
del sucedáneo de la satisfacción en la antigüedad tardía, aunque aparece disfrazada por
el determinismo de Joaquín de Fiore o la maravilla de la astrología y la alquimia. La
magia sigue sugestionando la literatura latinoamericana de principios del Siglo XX. El
realismo mágico refleja aquel complejo de culpa popular que se difunde en la angustia
teocrática. El dictador y el tirano se aparecen como missi dominici de una caprichosa
divinidad, a la que se debe sumisión rencorosa antes de acceder a su improbable
benevolencia. La enajenación política popular se administra desde la estrategia del
poder, por el numen tutelar de la comunidad, que ostenta el odio a la sabiduría y la
blancura leonina por la altivez y la persecución.

La profecía de Joaquín de Fiore aparece, en cierta forma, en los descubrimientos


científicos, en la aproximación sistemática del observador de la naturaleza a las
configuraciones (y las perturbaciones) de la realidad efectiva (en la que el pensamiento
y la acción se unen en el comportamiento y en la convicción). La autoliberación del
saber seculariza la idea de Dios. Las figuras y los números, con los que, según Galileo,
se escribe el universo, se convierten en los epifenómenos de la imaginación y la razón,
ambas propiciadoras de nuevos descubrimientos en los plexos del tiempo y en sus
conformaciones materiales (espaciales, energéticas). La evidencia se descubre como la
apariencia de la verdad: un instrumento conjetural útil, capaz de proteger el interés y la
curiosidad de las generaciones, que se suceden en el proscenio de la historia. El
sacerdocio de la verdad es abiertamente un itinerario obligado para quienes consideran
el saber como si fuera un atenuante de la aflicción. La superación de los prejuicios
constituye una meta objetiva, alcanzada por la inmensa mayoría de los individuos, que
interceden, a través de la acción combinado con la razón, para reconocer piezas de la
verdad y traducirlas a reglas de comportamiento. La democracia sería, por tanto, la
forma de gobierno más adecuada para hacer evidente la adquisición del saber en su fase
ejecutiva y providencial. La doctrina de la libertad de pensamiento y la verdad
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 321

manifiesta considera el género humano en su unidad, en su conducta como el postulado


ideal de su función identitaria. El sufragio universal es un tipo de revelación (de
explicación) socrática, con el que inducir a todos los seres vivos para que se consideren
parte integrante de una misma aventura (o de una misma conjetura), válida, sin
embargo, para esperar la salvación o la regeneración según los cánones alternativos de
la fe o su negación. El correctivo de este dramático dualismo es el aspecto coral de la
participación generacional en el destino o a las pérdidas de tono de la humanidad. El
demos es el aspecto más difícil, pero evidente, de la vida terrena y de las expectativas
celestes de los mortales. La participación colectiva generalizada en el destino de la
humanidad alienta, al menos prioritariamente, las elecciones que la razón y las
instituciones inducen a hacer para conseguir el progreso del conocimiento y el buen
resultado del mismo.

La democracia se presenta como la disciplina de la concordia popular y la


estabilidad política. Y, en cuanto ejercicio de expiación de los males connaturales en la
condición humana, solicita la atención sobre todos para la dignidad de todos,
independientemente de las formas de diversificación racial, étnica, religiosa, lingüística:
cultural. «La esfera política –escribe Charles Tilly– comprende las elecciones, el
registro de los electores, la actividad legislativa, la concesión de las patentes, la política
fiscal, llamar a filas, la contratación colectiva de las jubilaciones y muchas otras
transacciones en las que toman parte los Estados. Además incluye el conflicto público
bajo la forma de golpe de Estado, de revolución, de movimientos sociales y de guerras
civiles. No comprende, sin embargo, gran parte de las interacciones personales entre los
ciudadanos, entre los funcionarios de Estado y entre los ciudadanos y los
funcionarios»19. La red de relaciones interindividuales permea la solidaridad social, que
consiste en la conciliación de las diversas (si no opuestas) perspectivas respecto a las
razones evidentes de la existencia, sin citar las recónditas, propias de la intimidad de las
personas individuales en el concierto universal. La política de la consulta pública
consiste en conjugar y compendiar en un palimpsesto las visiones, las concepciones y
las expectativas de las comunidades estructuradas institucionalmente. La competición
electoral protege la diversidad de opinión para embarcarla en un ordenamiento que la
preserve modificándola, mediante una finalidad de actuación. La acción edificante de la
política democrata consiste en evidenciar las diversidades sin deteriorar el espíritu de
sumisión, pero apartándolas del encuentro y de la exteriorización radical. La democracia
322 RICCARDO CAMPA

reconoce el carácter identitario de las religiones, en el pluralismo lingüístico y cultural.


La geopolítica del planeta desdobla la uniformidad económica, administrada (a veces
impróvidamente) por los centros decisionales del mercado financiero. Las creencias
religiosas, de naturaleza transnacional, asumen, a veces con una defensa endémica, un
aspecto compulsivo del orden universal. Paradójicamente, las religiones, que defienden
las virtudes sapienciales de los pueblos y las naciones, están más expuestas al curso
uniforme del universo globalizado. «La argumentación... es que los procesos
fundamentales, que promueven la democratización en cada tiempo y en cada lugar,
consisten en un incremento de la integración de las redes fiduciarias en la esfera
política, en una mayor separación de este última, de las desigualdades categoriales y en
una menor autonomía respecto a los mayores centros de poder de la esfera política»20.
La democracia experimenta constantemente la confianza del ciudadano elector en las
instituciones, que contribuye indirectamente a vivificarlas. La ciudadanía, extendida a
todas las esferas, independientemente de sus condiciones de status económico y social,
universaliza el derecho a decidir genéticamente sobre la base de un criterio extendido a
todo el género humano. Sobre todo, la democracia encuentra su refrendo en la
Ilustración (a parte de las expresiones democráticas de la antigüedad) en cuánto
defensor de la razón, como un equipo biológico de las generaciones, que se aventuran
en la industrialización de la economía y que se propenden contextualmente por la
ratificación normativa de los derechos positivos. La política de la iniciación a la
modernidad se deduce de la constatación de que el género humano ha alcanzado
genéticamente el umbral de la racionalidad.

Las sociedades modernas se defienden con poco éxito de las «oligarquías


plebeyas», de las asociaciones de las masas, que influyen directamente en las elecciones
económicas y, contextualmente, en las determinaciones políticas (por su naturaleza,
débil e incontrolable, sino mediante continuos recursos populares al plebiscito
renaniano). La hipersensibilidad de las masas se aplaca, por así decir, con la sátira, el
escarnio, representados en espectáculos, como si fueran exorcismos colectivos capaces
de destronar la autoridad cognoscitiva o la moral común. La adquisición de los cargos
públicos se somete a las pulsiones individuales, que se desatan en la comprensión y en
el vilipendio. La competencia consiste, cada vez más, no tanto en la aportación
individual a la administración pública, como, sobre todo, en la evasión de cada forma de
control, de modo que sea compensatoria de la arbitrariedad. El frenesí del poder tiene
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 323

breve duración e intensidad modesta; y, sin embargo, logra encender el entusiasmo de


un tipo de personas que pretenden actuar arengando en la arena política huyendo del
empeño y el análisis de la sociedad civil. La política como profesión es la bisagra de la
inédita aptitud intelectual. El mordiente social se desarrolla difícilmente en la
seroterápica adquisición del sentido del poder como la vis costruens de los órdenes
ideales que se armonicen con los tradicionales, basados, sin embargo, en la conjunción
del interés individual y el bien común. La elegibilidad en detrimento de la selección
vuelve inmanentes las propensiones individuales de un modo tendencialmente despótico
en relación al convencional y homologado por la tradición. La elegibilidad, en la Atenas
del siglo V a. C., refleja la percepción real de la acción política de la comunidad; en la
época de la globalización, refleja las idiosincráticas (a menudo aflictivas) imposiciones
de la publicidad y la propaganda. El recurso maníaco a las encuestas de opiniones
consiste en creer que la tendencia consensual tiene un nivel mercurial, como si fuera la
ocasión para solicitar y conseguir, de modo más o menos descompuesto, respuestas
útiles que ayuden a los objetivos de obtener el consenso (sea en términos económicos,
vendiendo y adquiriendo productos, objetos del consumo; sea en términos políticos
animando la escena social, de modo que ocasionalmente se presente de forma
confortable, es decir, con las respuestas adecuadas). La imperiosidad de las preguntas
solicita la exacerbación de las respuestas. Los focos de revueltas son innumerables en
las diversas áreas del planeta. El pietismo sustituye en la democracia asociativa y activa
un tipo de reivindicación moral en perfecta (o casi perfecta) adherencia con el examen
ideológico.

La prevalencia de lo inédito de la creación sobre lo ya conocido legitima toda


forma de insubordinación social, que sea la causa de las iniquidades y los evidentes
sufrimientos en el escenario internacional. Las situaciones de emergencia son
gestionadas por guías autoritarias, elocuentemente sospechosas de subversión. La
soberanía popular, por tanto, se fragmenta en sus componentes ideológicos, lo que, no
obstante, se perdona por su importancia normativa. La representación sectorial y el
sector privado huyen de las ideologías por cuánto creen en el reduccionismo espacial y
la financiación de la protección (frente a los defectos) de las virtudes de las
comunidades operantes en un contexto institucional, del que no se reconocen los
beneficios (concretos) y la garantía (política). En el universo global, lo sectorial arrecia
garantizado por el ineludible cordón umbilical, representado por la producción
324 RICCARDO CAMPA

tecnológica y por la economía financiera, que envuelven el universo político en una


trama conductual. La reivindicación nacional tiene sentido si es el titular de las
aportaciones cognoscitivas y productivas de la que las lenguas y las economías
vehiculares se encargan. Y viceversa, es veleidoso y se emboza de un capricho
ecuménico. La implicación de los ciudadanos en las elecciones políticas, la invalida el
condicionamiento económico y social, realizado por los mismos actores de la costumbre
(diseñadores, gente del espectáculo, periodistas). La envoltura comunicativa es distónica
respecto a la sociedad abierta, de la que habla Popper, por el simple hecho de que utiliza
los mismos instrumentos formales, expresivos: lingüísticos, representativos, de la
política, de la economía y de sus subclases partidistas y de movimientos. En efecto, en
los países ricos en recursos mineros, los gobiernos (los Estados-empresa) se sienten
exonerados de contratar con el pueblo el consentimiento sobre el modo de administrar el
monopolio estatal, que se refleja, incluso de manera pecaminosa, en las rentas
colectivas. El recurso a las «reglas del juego», a los procedimientos electivos (con los
premios de la mayoría a las coaliciones partidistas de los vencedores), consiste en
reducir la vocación popular sobre las formas de gobernabilidad (y, por lo tanto, de
selectividad), que aseguren la congruencia de la cohesión social.

El sufragio popular –sobre todo, a partir de los años Cuarenta del siglo XX, con
la extensión del voto femenino– asume (a nivel nacional y regional, como en el caso de
la Unión Europea) un relieve metafísico. Cada ciudadano, independientemente de su
condición, es portador de un proyecto cohesivo que garantice la justicia, la libertad y la
dignidad, como categorías globales de las instancias institucionales en el escenario
mundial, vuelto en el tiempo. Las revoluciones culturales favorecen y promueven todas
las corrientes ideales, que descifran, en el conocimiento, el principio constitutivo de la
responsabilidad individual. Las redes clientelares surgen en todos los regímenes, con
predominio en aquellos en los que el control popular se obstaculiza o vuelve
impracticable. Sin embargo, también en las modernas democracias, el equilibrio
(montesquieuano) de los poderes disminuye por la hegemonía del poder legislativo o el
ejecutivo que, si están asechados por la corrupción, son ayudados por el poder judicial.
El perverso predominio ineluctable de un poder sobre los otros no parece reducirse en
los períodos, siempre evocados, de la transición hacia la improbable normalidad. Tal
anomalía es endémica, sobre todo, en los regímenes populistas, donde la consulta está
regida por la propaganda y la publicidad, cuando los medios de información se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 325

transforman en instrumentos de la comunicación-formación, involuntariamente


utilizados para inventariar perspectivas salvíficas, que los acontecimientos nacionales e
internacionales inducen a frustrar. Las iniciativas providencialistas interconectan las
promesas demagógicas con las expectativas populares. La influencia de los institutos de
estadística de los derechos políticos y las libertades civiles asume un particular relieve a
partir de los años Setenta del siglo XX, cuando se consolidan los movimientos
democráticos y los Estados respetuosos por la participación popular en las decisiones
públicas y vinculantes institucionalmente. La relación entre el poder central y la
voluntad popular concierne a las transformaciones de la vida civil. Naturalmente, las
elecciones están sometidas a manipulaciones y, consecuentemente, a los controles
internacionales. La democracia se perfila, cada vez más, como una estructura libre, en
contraste con la complejidad de los procedimientos llevada a la práctica para
controlarla. Las carreras electorales no pueden asumir conformaciones burlescas, sin
incidir, a nivel general, en su credibilidad. La participación política es el aspecto
evidente del milieu cultural de un país y una región del planeta. La democracia moderna
exorciza la dictadura, creída como la propensión natural de la gestión de la
artificialidad, como si fuera un requisito previo de la uniformidad de los pueblos y las
naciones, caracterizado por la tecnología (por el aprendizaje mecánico de las nuevas
generaciones, condicionadas por el mercado global).

Un aspecto significativo del funcionamiento democrático lo representan las


redes fiduciarias, las de la colaboración, que se instauran entre las personas, propensas a
considerar la legalidad como el principio inspirado de su éxito y la fuente de su
seguridad. La pertenencia a una corporación o a una asociación pietista no obstaculiza el
recorrido democrático si la acción propulsora de sus miembros se dirige a garantizar el
cumplimiento legítimo del interés colectivo. La condena de la contraposición entre lo
público y la vida privada es, en síntesis, el concordato explicativo del aparato
democrático. La renuncia a la contrapartida inmediata predice las relaciones
interpersonales en sintonía con la generalización de las normas en vigor. El
restablecimiento del comportamiento respetuoso de las leyes es el esfuerzo fundamental
que las democracias absuelven cuando se deducen de la pleonástica afirmación del
totalitarismo. Las goethianas afinidades electivas son los criterios inspiradores de la
armonía social. La empresa colectiva se configura como el fin al que tender a nivel
326 RICCARDO CAMPA

individual, en la convicción de que se persigue una ventaja legitimada por la aprobación


colectiva.

Desde Thomas Hobbes a John Rawls, la coerción se ha considerado una


prerrogativa del Estado. En cierta forma es la medida de los regímenes, dejando
pendiente la permanente indisponibilidad del individuo para actuar en las formas de
convivencia previstas y, a pesar de todo, compartidas, en principio, por los mismos
miembros del consorcio social. Sin embargo, la coerción tradicional se transforma, en
las democracias modernas, en la organización de las relaciones comerciales y las
solidaridades laborales o reivindicadoras. Paradójicamente, la inventiva contra el Estado
se configura como un ulterior y más profundo signo de sí mismo, en la dinámica
empresarial, clerical, salvífica. Las redes fiduciarias, que se establecen entre los
ciudadanos del Estado moderno, tienden a atenuar el rigor impositivo para traducirlo en
una función didascálica, conductual. Las reglas se prefiguran, cada vez más, como
siendo necesarias para contestar a las invocaciones de la justa distribución retributiva,
de la valorización del potencial inventivo de grupo, tal como es utilizado a nivel
ejecutivo y repetitivo (típico de las cadenas de montaje). La confianza entre los
ciudadanos facilita las decisiones y reduce el sentido de su imposición. El dilema
democrático, sin embargo, es menos sorprendente de lo que los teóricos de la
participación creen. Efectivamente, la participación democrática no está tan activada por
la razón, y sí está más motivada por la sensación de recibir o de conseguir un número de
reconocimientos, que se consideren pertinentes al status de individuos libres, modernos
y laicos. Estos factores, que valorizan el tenor democrático, de hecho son escudados por
la dialéctica –y, a veces, por la demagogia– de los conocidos como reformadores
sociales. Las desigualdades activan a menudo una estrategia de clientelismo que
privilegia las recompensas privadas frente a las justas expectativas. La contratación
perversamente responsable es el aspecto más angustioso de las democracias modernas,
continuamente puestas a prueba de las fibrilaciones del mercado y de la influencia
(condicionante) de la tecnología. La máquina de la participación se vale de la
movilización sindical, que constituye el fortín ideal de los trabajadores en la
contratación normativa y salarial frente a la compañía productiva. Las fuerzas ocultas,
que asechan la democracia, se ejercitan en la fraseología amiga de los poseedores del
poder económico, volcados en condicionar el sistema político, por su parte,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 327

progresivamente desvitalizado por el anatema dirigido a las masas vociferantes,


aprensivas del ludismo que se hace efectivo en las plazas y los estadios.

La democracia remueve los obstáculos sedimentados por la desigualdad en el


intento de promover la dinámica social. Al efectuar esta innovación de participación, la
democracia concilia implícitamente las diferentes instancias populares y elitistas. La
lucha contra las iniquidades consiste en hacer accesibles a todos (o a casi todos) los
ciudadanos las «ocasiones» para mejorar su esperanza de vida. Se discute si el
capitalismo es más propenso que el socialismo a la democracia, porque amplia el
espectro de las posibilidades ejecutoras a un número de personas mayor que los que se
organizan según unos esquemas de promoción social. La capacidad innovadora del
capitalismo no es siempre sintónica respecto a las reglas institucionales de la garantía
salvífica a nivel individual. La competición es la arenga proferida por los más fuertes,
que tienen, en contra, la envidia y la ambición de los más débiles, que ambicionan, por
su parte, superar el esfuerzo («el sudar la tinta china») con la ayuda de la fortuna
maquiavélica. El consumismo, en todo caso, desarrolla un papel nivelador porque
homogeneiza los comportamientos (las necesidades y las expectativas). Los sistemas
democráticos permiten una mayor protección frente a los más modestos resultados
empresariales y participativos. La conformidad del comportamiento estatal en relación a
los ciudadanos asegura acerca del nivel de permeabilidad de las normas creadas para
promover el desarrollo tecnológico, el pleno empleo y una más justa redistribución de la
renta nacional. La irreprochabilidad del poder tutelar garantiza la persecución de las
finalidades edificantes del sistema democrático. La capacidad estatal se configura, en
las sociedades modernas, como la garantía de la democratización, que admite la
confrontación-choque interior, temiendo el riesgo de la subversión, de la revolución. Se
revela así un sistema democrático, basado en principios directivos, que no encuentran
necesariamente cotejo en le clima de actuación.

Los conflictos, que tienen como origen los centros de los poderes autónomos,
denuncian la debilidad del Estado, que incapaz de transformar las redes fiduciarias
privadas en la participación pública. La negación de las desigualdades, aunque sea
incluso de forma virtual o por principio, se perfila como un irrenunciable instrumento
de elaboración del consentimiento popular. Los incentivos, propuestos por el Estado a
las clases menos acomodadas, son acogidos favorablemente por los grupos económicos
emergentes, preocupados por el poder adquisitivo de los consumidores o usuarios de los
328 RICCARDO CAMPA

servicios públicos y privados potenciales. El aspecto identitario y la autonomía


decisional son las efemérides democráticas, no siempre realizables en el concierto
económico y social del escenario internacional. La guerra civil, a menudo endémica, es
el resultado de conflagraciones ideológicas no resueltas, que reivindican la tradición y la
modernización como peticiones de la paz social, en términos de oposición. Los
movimientos anárquicos y libertarios, que se manifiestan en los regímenes
democráticos, son las plantillas solventes del utopismo orwelliano. Su desprecio por
cualquier condicionamiento les hace poéticamente evocadores de un improbable Edén
terreno, que por su naturaleza está latente en la periferia de la historia. El crecimiento
económico es una meta que se confía a la habilidad democrática y a la estrategia de sus
partidarios, que se identifican con los reformadores sociales de cada momento de la
condición humana. La consulta electoral sanciona la connotación de los partidos, que se
proponen a la acción parlamentaria y de gobierno. La alternancia de los partidos y las
coaliciones de los partidos vivifican el proceso democrático y lo sustrae a las eventuales
deformaciones oligárquicas y centralizadoras. La consulta mutualmente vinculante
exorciza la concreción del poder en las manos de los grupos hegemónicos (sea bajo el
perfil partidista, sea bajo el perfil económico). La autocracia petrolífera es una insidia
para los regímenes democráticos, que ambicionan sacar las mayores ventajas posibles
de los recursos mineros. El tesón nacionalista hace, a veces, menos eficaz la realización
democrática. La participación popular, política, se transforma en económica y social, en
el sentido que se accede a los beneficios salariales y a las providencias solidarias como
efecto del aumento del producto nacional bruto.

La erosión por parte de un poder del prestigio de los demás puede configurarse
como una medida transitoria, como una intervención de la subsidiariedad que no
deslegitima el equilibrio consolidado. Los procesos nacionales, propensos al cambio
democrático, pueden ser facilitados por el exterior, por los países que ambicionan
ampliar su mercado. Las ayudas económicas y los flujos comerciales sustentan
tendencialmente los acuerdos entre los sistemas y los aparatos políticos democráticos.
Las democracias contemporáneas constantemente tienen que exorcizar el latente
autoritarismo, que es una condición en apariencia necesaria para hacer eficaces las
excelencias políticas, sobre todo las ineludibles, impuestas por las cotizaciones de los
mercados (las bolsas) y por el curso (aunque cíclico) de los títulos financieros. La
urgencia de las circunstancias hace problemática la búsqueda del consentimiento
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 329

popular, llamado a otorgar legitimidad a la aproximación analítica de las problemáticas


inherentes a las decisiones más importantes en el plano interior y en el escenario
internacional. La democracia es débilmente previsible: relata el futuro alegórico o
utópico de las dimensiones del presente manifiesto. Las previsiones, sin embargo, son
eximidas por el radicalismo ideológico y el fundamentalismo religioso. La laicización
del Estado asegura las mismas dignidades a las creencias religiosas, sin en todo caso
prohibir su acción y sin conjeturar o prever por ello la influencia mediática de su
ejercicio en la vida social. El fanatismo (político y religioso) es refractario a cualquier
modalidad de participación, que asegure a los individuos singulares y a los grupos
incidir, aunque sea pasivamente, sobre el itinerario político e institucional de la
democracia. El recurso a la ingeniería constitucional puede sustentar el recorrido
democrático a condición de que no modifique su determinación explícita.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 331

11. LA ESPECULACIÓN

La constatación de que la decadencia de la especulación teorética coincide con


las grandes invenciones modernas induce a reconsiderar los principios y enunciados de
la organización científica. Esta aflicción conceptual se expresa con palabras. La sintaxis
que la justifica lógicamente no está sujeta a la prueba de los hechos, aunque hace que la
evidencia se vuelva inmanente. La falsa claridad reconoce validez a una mitología
sobreviviente. El desarrollo económico exorciza la conceptualización de la existencia.
El dominio del artificio sobre la naturaleza es el pretexto para enfatizar la acción
decisional de los conglomerados singulares, de los grupos asociados en la empresa
productiva. El aparato ejerce una función constrictiva en la confrontación de los
individuos que son satisfechos sumisamente a través de la producción en serie, que
afecta las diversidades raciales, étnicas, religiosas, culturales. La supremacía de la razón
sobre las falsas creencias se convierte en un criterio de conducta irreprensible en cada
tentativa de intervención, sea en la naturaleza, sea en la sociedad, creando
respectivamente evidentes ventajas y configuraciones conductuales incoherentes. La
técnica une los lujos del empresariado con las razones cada vez más latentes de la
congruencia conceptual. En síntesis, el bienestar económico debilita las connotaciones
del conocimiento racional, llevándolas al rango de impresiones, dudosas, demoledoras,
hipertróficas concepciones míticas, esotéricas, decorativas.

El conocimiento moderno, modelado por las revelaciones de Francis Bacon, niega el


misterio y refuta contextualmente el deseo de relevarlo. Su contracción conceptual
consiste en mantener, en el fondo del alma, una especie de aprensión escénica (idola
theatri) que, en el caso de Isaac Newton, produce efectos científicamente relevantes.
«Lo que no se doblega al criterio del cálculo y la utilidad –escriben Max Horkheimer y
Theodor W. Adorno– es sospechoso para la Ilustración»1. La fuerza constrictiva de la
razón, promovida por la Ilustración, induce la creencia en las expresiones
332 RICCARDO CAMPA

antropomorfas de la mitología a encauzar la decadencia hacia las formas de la


irresponsabilidad individual, sustentada, por otra parte, por la convicción de que sea un
acto debido a la supremacía de la naturaleza. La Ilustración modifica radicalmente la
concepción de la naturaleza y al mismo tiempo favorece el ecuménico egocentrismo de
las generaciones humanas, connotadas antropológicamente por un tipo de mutación
genética. El hombre de la Ilustración es el protagonista de las transformaciones sociales
y ambientales sobre la falsa regulación de la naturaleza como un laboratorio de ritmos
lentos y ondulatorios respecto a las consecuenciales y congruentes de la artificialidad.
El carácter fungible universal, de lo existente en la naturaleza, es característica distintiva
de la ciencia. «Como los mitos ponen ya por obra la Ilustración, así queda ésta atrapada
en cada uno de sus pasos más hondamente en la mitología»2. Este anuncio, que es
presentado en forma polémica, efectivamente es parte integrante del proceso
cognoscitivo: la razón se vale del mito de la verificabilidad conceptual de las aserciones
(de las intuiciones, de las aseveraciones), empleadas para dar un sentido acabado a la
argumentación. El hecho de que el resultado de la empresa cognoscitiva pueda ser
preconizado y previsto comporta la actualización, bajo una clave que podemos decir
laica, de la mitología. La homeóstasis del pensamiento arcaico se ejerce
epigramáticamente en la correlación conceptual. La repetición y la reiteración de los
hechos concurren a delinear las categorías representativas de la mitología. La apariencia
y la vanidad son los aspectos sacrificiales de las creencias arcaicas, influidas
etimológicamente por la sumisión potestativa. «La Ilustración es la angustia mítica
realizada»3. La inmanencia positivista es la solapa crítica de la transcendencia
dogmática. El lenguaje es un engranaje del que no puede prescindir la moderna
expresión conceptual, correlacionando, así, inevitablemente, las innovaciones creativas
con las arcaicas, consolidadas, creencias ancestrales.

Los bienes concretos de la técnica atenúan la angustia existencial y la hacen


adquirible a través de las expresiones artísticas, lúdicas, ceremoniales. En el dominio de
la razón se refleja la jerarquía de las funciones y la causación racional de los fenómenos,
que modifican la realidad virtual, que obra con los instrumentos de la división del
trabajo. La competencia es una categoría representativa de la división del trabajo, que
comporta la unidad y la uniformidad del género humano, según los indicadores de
frecuencia, emitidos por la determinación económica, financiera (objetual). La
estructuración orgánica de la sociedad tecnológica se basa en la naturaleza laica y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 333

concluyente de la dimensión comunitaria. El carácter irremediable de lo provisional es


la única religión pánica capaz de mantener unido el género humano, por una parte, falto
del mordiente ideal de la eternidad y, por otra parte, atraído por los fastigios artificiales
de la inmanencia, de la realización de quienes son predicados. «El conocimiento es la
denuncia de la ilusión»4. El universo imaginado se identifica con las ecuaciones
explicativas de las matemáticas. La certeza de su existencia consiste en que pueda
traducirse en las ecuaciones que computan sus dimensiones y su resolución. Por otra
parte, si no se recurre a la gratificación celeste como solución de las angustias terrenas,
el desconcierto existencial solo puede encontrar su razón de ser en la mitología, en la
morfogénesis del mismo pensamiento conceptual. «El animismo vivificó las cosas; el
industrialismo reifica las almas»5. Las mercancías influyen en el comportamiento del
empresario, que se aventura en el mercado después de haber examinado sus posibles
reacciones. La fiabilidad del instinto, que le permite al empresario afrontar la
competencia con conocimiento de causa, tiene un origen totémico, es decir prístino,
incluso con el auxilio de la razón, fuente de la manifestación del yo, preocupado de
sobrevivir y de permanecer en la realidad, considerada como el hemiciclo natural de las
iniciativas conexas con el autogratificación humana y su recóndita expectativa salvífica
(trascendental). «La exclusividad de las leyes lógicas deriva de esta univocidad de la
función, en última instancia del carácter coactivo de la autoconservación»6: del instinto,
mediante el cual, el apego a la tierra se ejercita en las múltiples configuraciones de lo
posible. Las variables del ser –correspondientes a las fases del progreso– se identifican
con los procesos cognoscitivos y de actuación, formulados bajo el peso de la necesidad
y con el soporte de la ilusión proyectiva (de tiempos y condiciones sublimados por
espera) religiosamente conjugada con la esperanza en un gratificante éxodo final:
«Medidas como las tomadas en la nave de Odiseo al pasar frente a las sirenas
constituyen la alegoría premonitoria de la dialéctica del Ilustración». La contaminación
emotiva del mito puede poner en tela de juicio la estrategia de quienes consideran que el
itinerario racional es el único posible al adjudicarse la capacidad redentora en las
generaciones que lo penetran con su irrevocable capacidad de decisión. La
contemplación se extingue por las sugestiones iconoclastas y demoníacas con el fin de
ascender al simple ejercicio de la observación y la transformación de lo existente en lo
que puede existir.
334 RICCARDO CAMPA

El proceso de actuación de la voluntad individual determina el desaliento


kantiano, el restablecimiento del extravío de los «orígenes», cuando tampoco el auxilio
de una creencia ferina llena el abismo que se abre entre la existencia y el temor pánico.
Odiseo es el personaje que interpreta el tránsito entre las aspilleras del mito y el
alambique de la razón, entre Escila y Caribdis, entre las lisonjas del canto y la fiabilidad
del arte de la legislación. «De este modo, el gozo artístico y el trabajo manual se separan
al despedirse la prehistoria... El patrimonio cultural se halla en exacta relación con el
trabajo forzado, y ambos tienen su fundamento en la inevitable coerción hacia el
dominio social sobre la naturaleza»7. La tentativa de desatender las llamadas ancestrales
de la naturaleza comporta la realización de las técnicas innovadoras de la relación
existente entre las condiciones ambientales y la reacción de los sujetos que se proponen
armonizarlas con el predicado nominal de sus intimaciones emotivas. La alegoría del
cambio coincide con las instancias de la Ilustración, preocupada en asegurar un trasvase
a las dimensiones de la razón al género humano. La función de este movimiento de
pensamiento tiene una característica de una época, que encuentra cotejo únicamente en
las fases más incandescentes de la socialización humana. La perspicuidad del aforismo
cognoscitivo no agota el compendio de las notaciones constructivas y demoledoras del
pensamiento, pero la salva y la exalta, presentándola como la más adecuada en asegurar
la autonomía decisional del género humano. El examen de su iniciación al conocimiento
no frustra ni limita su fecundidad expositiva. Si todos los hombres creen (aunque sea
como pretexto) razonar, las virtudes dianoéticas que los preservan tienen validez
predictiva y conmutativa.

Quienes creen confiar su identidad a la razón, pueden participar en una empresa


que les sobrepasa y les legitima en su capacidad de interactuar. La Ilustración no se
profesa como una misión y menos como un destino: sus finalidades coinciden con las
del ejercicio del aprendizaje humano, en una didáctica del cumplimiento del
conocimiento objetivo, práctico, dirigido a gratificar al empresariado y el estilo, con los
que los objetos de la comodidad contemperan las exigencias de la necesidad primaria.
La condena de la superstición se ejerce en el irrefrenable dominio cognoscitivo, en el
patrimonio adquirido por la experiencia y su verificación (con su falsación, entendida
popperianamente). El dominio de la naturaleza coincide, en la Ilustración, con la
superfetación del espíritu, del hombre, del mundo. «Reconocer hasta en el interior
mismo del pensamiento el dominio como naturaleza no reconciliada permitiría, sin
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 335

embargo, remover aquella necesidad a la que el propio socialismo concedió con


demasiada rapidez el carácter de eterna, como concesión al sentido común
reaccionario»8. La necesidad consiste en creer que la acción es una rémora de la razón
vital, por lo que es oportuno e irrenunciable el restablecimiento pleno de la actuación:
realizando así la fase siguiente y complementaria respecto a la de la contemplación y la
interpretación de la realidad natural. El marxismo, en efecto, cree que la transformación
de lo existente es un empeño improrrogable del proceso cognoscitivo y vital. La
libertad, traducida en términos cuantitativos en la sociedad opulenta, termina por
asignar a la naturaleza, receptáculo de las energías en estado puro, una connotación
totalitaria, de las que son expresión las masas vociferantes, que se agolpan sobre el
terraplén de la historia invocando beneficios de otro modo improrrogables. Si las masas
reivindican los derechos naturales hacen abstracción de las garantías de la transición y
la contratación, en las que se asientan la función del moderno estado-nación. De una
actitud de dominio sobre las cosas, la Ilustración se transforma en una actitud de la
persona, que se autoproclama parte integrante de un proceso in itinere, para traducir lo
ineluctable en condescendencia por parte de los poderes constituidos, destinados, a su
vez, a ser transformados en sus fundamentos. «Hoy, que la utopía de Bacon de “ser
amos de la naturaleza en la práctica” se ha cumplido a escala planetaria, se manifiesta la
esencia de la constricción que él atribuía a la naturaleza no dominada. Era el dominio
mismo. En su disolución puede ahora agotarse el saber, en el que según Bacon residía
sin duda “la superioridad del hombre”. Pero ante semejante posibilidad la Ilustración se
transforma, al servicio del presente, en el engaño total de las masas»9. La raíz neurálgica
del progreso, en efecto, consiste en el incentivo que reciben las masas, a actuar según
una perspectiva, que se presume que está favorecida por las mismas de forma intuitiva,
haciendo abstracción de la (particular) convicción subjetiva, que está incluso en el
origen de la Enciclopedia y el Siglo de las Luces. Las masas obnubilan el individuo en
la acción, que promueve el progreso colectivo, independientemente de la subjetividad,
perfilada como categoría de la persona, presente en la tradición cultural del Occidente
cristiano. La mundanización de la experiencia reduce los ámbitos existenciales de las
personas, que se transforman en sujetos jurídicos, que se manifiestan en los
instrumentos de la contratación colectiva. El atributo individual se revela como un
residuo burgués, contra el que hace justicia la fuerza de la naturaleza de las masas,
allanando el camino a las ulteriores mistificaciones de la realidad, como el del
capitalismo disoluto, carente de los frenos inhibitorios, presagiados por Adam Smith
336 RICCARDO CAMPA

con «la mano invisible», operante en el mercado bajo la tutela de los feroces testaferros
de la competencia y la confrontación.

La astucia, connotada por el individuo (por Ulises en la poesía homérica) es


extraña a las masas, que en la reivindicación tutelan su complementariedad, su
consistencia múltiple, ortogenética. Su dinámica potestativa está exenta de los rigores
de los dilemas de la persona, que es llamada a cuestionarse, antes de cada acto, por los
efectos evidentes y los efectos secundarios de la propia deliberación. La opinión
remplaza la convicción en la urdimbre computadorizada de los análisis estadísticos. El
incentivo a la satisfacción o a la confutación de las opiniones viene dado por las
condiciones objetivas, que evitan a la individuación por-sí-misma mientras se reflejan
en el comportamiento masivo. La autenticidad de los relieves es dogmáticamente
irrelevante y, a menudo, también deforma la efectiva consistencia de las potestades
decisionales en el campo. La irracionalidad, patente en los movimientos de opinión, se
transforma en adquisición de temáticas contractuales, mediante los cuales volver a
procesar las expectativas mediúmnicas en concesiones cuantitativamente valorables. La
impericia en las admisiones y en las aceptaciones es parte integrante de la dinámica de
las masas, hecha incandescente por el número de los adeptos más que por la profilaxis
reivindicadora. La liturgia de la reivindicación se certifica en un ritual, que prescinde
del choque con el poder tutelar, pero que propicia su restructuración o su caída. Las
masas son la unidad de vigilancia intensiva del poder, según los precarios pero
consolidados cánones de la legitimación. La mitología del número obscurece las mentes
y las devuelve retráctiles a cualquier forma de confabulación conceptual. La incidencia
de la cantidad en las decisiones es determinante en las sociedades tecnocráticas, en los
que el «valor absoluto» se expresa en el principio de adaptabilidad de la razón a la
conveniencia. El fato se libera en las nervaduras de las declaraciones sobre la confianza
y la desconfianza, emitidas con gran estruendo por las masas, que se aglomeran sobre
los contrafuertes emotivos del poder decisional. La irresponsabilidad individual es la
patente imposición del fato en el curso de los acontecimientos, que generan la angustia
existencial. La peregrinación –virtual o efectiva– es la razón de ser del homo
oeconomicus, del hombre que utiliza su discernimiento para tomar ventaja sobre sus
concurrentes-contendientes. Su capacitación social consiste en perseguir en la
convención la sublimación de la natural contraposición del beneficio de la comunidad
en su conjunto. El sentido de la lucha tiene una duración perenne, que justifica la propia
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 337

regeneración humana. La condena por la falta de ritualidad se realiza en la ilegalidad,


que se manifiesta en las formas y con las modalidades previstas por el ordenamiento,
vuelto necesario y consuetudinario por la necesidad. La astucia de los reformadores
sociales se conjuga con la elocuencia del pregonero, que asegura a su causa una
adhesión forzosa, útil, sin embargo, para inhibir el malestar y la rebelión colectiva. La
destreza vuelve a los especuladores del consentimiento político en logorreicos e
inadmisibles ante las problemáticas, que incluso delinean con propedéutica
plausibilidad. El elogio de la publicidad cadenciosa ostenta una sabiduría aparente, que
deforma los relieves de las cosas y las vuelve inoperantes, como deformadas por la
equimosis del deseo sobresaltado, alucinante. La apariencia permite a las multitudes
legislar de forma rapsódica y apasionada, desafiando el sentido común y el rigor
consecuencial. Los rostros, que resuenan en las concentraciones votivas, «no son más
que risas petrificadas»10. Las concentraciones oceánicas semejan evocar el pasado y
consumirse en la nostalgia. Pero contaminan el entorno circunstante de las contenidas,
disolutas ambiciones del poder. Su estruendo está falto de orientación, condensada
generalmente en la señal premonitoria imprimida en el vacío del demiurgo.

Las finalidades alcanzables por el intelecto y, por lo tanto, por la razón, son
interceptadas por el asamblearismo del tirano, doblegadas a la circunspección. La
revolución a menudo devora a sus artífices, porque están ocupados protervamente en
realizar las profecías de los que son sus ideólogos y partícipes. La razón desarrolla su
papel de forma contumaz o solapada, cuando las perspectivas de desarrollo no son
lineales y aseverativas, como en el caso de una preceptiva iniciática o un mandamiento
divino. «La sistematización del conocimiento es “su interconexión a partir de un solo
principio”. Pensar, en el sentido de la Ilustración, es producir un orden científico
unitario y deducir el conocimiento de los hechos de principios, entendidos ya sea como
axiomas determinados arbitrariamente, como ideas innatas o como abstracciones
supremas»11. Por otro lado, la libre configuración de las realidades se explica con el
auxilio de los axiomas y las hipótesis de la aritmética y la geometría. La arbitrariedad
está, por así decir, obligada a revelarse en las formas en los que puede ser anotada,
contenida y contestada. Todo lo que huye de la arbitrariedad regresa en la percepción y
en la delineación de lo computable, de lo mensurable. El mismo desorden –el caos–
tiene un sentido didascálico, regresa al ámbito de las adquisiciones que se practican
mediante el empleo de las estructuras matemáticas. El juicio es la convicción que se
338 RICCARDO CAMPA

deduce de la concordancia que se repone entre la hipótesis conjetural y su cotejo con los
efectos. El sistema no es otro que –hablando kantianamente– el aparato conceptual, a
través del que se examina y se valora la realidad. La valoración es tal si corresponde a
los «beneficios», que la experiencia certifica como evidentes. La asignación del
principio postulador a la evidencia provoca angustia, pero también satisfacción:
satisface las expectativas del género humano, ocupado en problematizar la existencia y
volverla equinoccial, es decir, sujeta a las variables intelectuales como si fueran el
legado de las naturales, en relación alternativa entre ambas. El presupuesto consiste en
creer que la naturaleza está en concordancia más o menos explícita con los principios
explicativos propuestos por su observador-perturbador. La apoteósica definición de la
razón ilustrada engendra aberrantes determinaciones procesales, porque al estar
invalidada por la afirmación connotativa, parece como si se tratara de una ganzúa con el
que desquiciar el aparato natural. Efectivamente, en la ciencia moderna –en la
cosmología relativista– el observador de la naturaleza no está capacitado para mostrar
los comportamientos objetivos del sistema energético en los que actúa, gravita en torno
a ellos y, por lo tanto, los perturba. La «relativización» de los relieves racionales se debe
a la imposibilidad (y no solo a la impericia) por quien tiene que detectar el ser objetivo,
«parte tercera», respecto a los fenómenos de la naturaleza. Gran parte del prejuicio
racionalista lo desactiva, por así decir, la relatividad, el orden mental con el que se
entienden las relaciones entre lo que se logra volver a proponer a la realidad mediante
los sistemas de análisis y lo que se pierde circunstancialmente: de aquí el papel que
juega el azar y la necesidad, según el eficaz dualismo de Jacques Monod. Se realiza,
bajo desnudas mentiras lo preconizado por Immanuel Kant: «El intelecto imprime a la
cosa, como a calidad objetiva suya, la inteligibilidad que el juicio subjetivo encuentra en
ella»12. El esquematismo, así configurado, otorga a la percepción una preventiva
connotación intelectiva, de modo que las variables de la experiencia se refieran al
ejemplar (al modelo iniciático).

La idea de que la Ilustración se propone someter la naturaleza es errática. La


Ilustración tiende a armonizar la razón con el potencial energético de la naturaleza: la
representatividad es la forma en la que ambos se «entienden», contactan e intercambian
las «informaciones» cognoscitivas, necesarias para conseguir las adaptaciones y
modificaciones recíprocas. La práctica consolida el «entendimiento» entre quienes
actúan en la naturaleza y la propia naturaleza, considerada el milieu cultural en el que se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 339

desarrollan los acontecimientos, que es posible notar y «utilizar» en el sentido previsto


por la teleología social. El usuario de este proceso cognoscitivo es el burgués, el sujeto
político influido laicamente por el resplandor de sus facultades mediúmnicas, contraídas
(artificialmente) en el comportamiento. El burgués, según la estentórea oleografía de
finales del siglo XIX y principios del XX, es un individuo que proclama visiblemente su
bienestar, señalando su apariencia antes que su intimidad. La fotografía remplaza a los
retratos, que es la más despiadada revelación de la conciencia individual, de la
perceptibilidad de lo que es difícil señalar con la simple observación. La fotografía y el
fotomontaje permiten retirar los aspectos de la realidad más conformes con el dibujo
mental de sus ejecutores. La satisfacción de los operadores consiste en mejorar o
empeorar la versión de un acontecimiento, representado en su intrínseca formulación-
composición. Paradójicamente, la fotografía, que es un atributo burgués, no desarrolla
un papel de routine, como se quería, sino que promueve efectos imprevistos, sobre todo
si se aplica a la publicidad y la propaganda. La pintura va quedando en un segundo
plano por este infausto determinismo reactivo, mientras que la fotografía puede
condicionar la receptividad sensible e intelectual. La pintura convence; la fotografía
induce a repensar como si fuera el umbral de un combinado no dispuesto de factores
conjugables entre sí y, sin embargo, operantes en el proceso verbal y significativo de la
comunicación con un objetivo consensual. La pintura elabora los estados de ánimo; la
fotografía se fija en ellos de modo que lo hace aparecer sedimentarios, en lugar de
dinámicos.

La conducta moral sustenta kantianamente hablando el andamiaje racional del


comportamiento respecto a las finalidades propias del respeto recíproco con vistas a la
cohesión social. «En la raíz del optimismo kantiano, según el cual la acción moral es
racional aún allí dónde la acción inmoral tiene buenas probabilidades de triunfo, está el
horror ante la recaída en la barbarie»13. Efectivamente, el restablecimiento de las
llamadas condiciones elementales, originarias, se identificarían con el primitivismo, que
es un período recorrido por el temor pánico y por la ausencia de condicionamientos de
naturaleza cognoscitiva (aunque despiadadamente vueltos a la adquisición de las señales
preconizadoras del conocimiento). «La razón es el órgano del cálculo, de la
planificación; neutral respecto a los fines, su elemento es la coordinación. La afinidad
de conocimiento y planificación (lo que Kant fundamentó transcendentalmente), que da
a la existencia burguesa, racionalizada hasta en sus pausas, en todos sus detalle un
340 RICCARDO CAMPA

carácter de ineluctable finalidad, ha sido llevado a cabo ya empíricamente por Sade un


siglo antes de la llegada del deporte»14. El cálculo mental se refleja en la habilidad
física, creando un sistema de interconexiones, en los que bajo pretexto sobrevive la
razón. Efectivamente, la correlación existente entre el intelecto agente y la armonía
corpórea está rodeada de falsos entusiasmos: muchas experiencias, distónicas respecto a
este criterio, concurren a conferir al conocimiento anotaciones relevantes (desde Charles
Darwin, afligido por un incurable dolor de cabeza, a Giacomo Leopardos, sujeto a crisis
viscerales, sin contar con la epilepsia de Fiódor Dostoievski y la locura de Dino
Campana). El egoísmo burgués aparece como el epifenómeno del conformismo de la
sociedad, que introyecta la conflictividad latente entre los sujetos de derecho, y los
dirime elevando las acciones compensatorias, competitivas (propias del liberalismo). El
dominio de sí, sobre el que se basa la moral kantiana, no resiste la prueba de los hechos,
catalogados con la aproximación de la ciencia en la secuela del ocasionalismo y (casi en
todo) de la irreversibilidad (según Ilija Prigogine). La irreversibilidad es una categoría
de particular relevancia en la gnoseología contemporánea, que confía a la
extemporaneidad el papel primordial reservado al consecuencialismo. Lo imprevisible
forma ya parte integrante de la coherencia y la congruidad cognoscitiva. Todo lo que se
repite con la frecuencia procesal en forma de previsión está fuera del cálculo alegórico
(como es la geometría riemaniana o fractal). La intemperancia conceptual encuentra
solución en el consentimiento objetivo, que se perfila como un compromiso necesario a
la hora de alcanzar los fines edificantes (en ciertos aspectos, salvíficos).

La empatía domina las pasiones, que asumen características heterodoxas (no


contrapuestas) respecto a las de la razón. La inversión de la tendencia frente al
rigorismo ilustrado deriva de las más pensantes intimaciones científicas
contemporáneas. El predicado nominal de la razón es su problematicidad y, por lo tanto,
la ambivalencia en relación al tradicional dualismo de la contraposición entre los
postulados conceptuales y las constataciones prácticas. Los que Friedrich Nietzsche
llamaba las represalias de la debilidad sobre la naturaleza, efectivamente, no son
evidentes en los seres, en los que la aparente debilidad no coincide con la fuerza
interior, esencial para innovar, modificar tendencialmente hacia el bien las llamadas
condiciones objetivas. La superioridad física no asegura la supervivencia ya que es el
cálculo mental lo que ha salvado, desde sus orígenes, al género humano de la
decadencia y de la fatalidad de la decadencia. Cada fase del incentivo social se actualiza
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 341

mediante la acción conjunta de las falsas-debilidades con las falsas-fortalezas, según la


etimología de la conjunta emancipación instintiva y racional. El naturalismo en estado
puro encuentra su contrafuerte emotivo en las grutas de Altamira, dónde la
corresponsabilidad de los refugiados se ejerce en las representaciones alegóricas de la
fuerza disoluta, falta de perspectivas, estática. El bisonte es la representación escénica
de un mundo destinado al olvido, de no ser por la intervención de la energía inventiva
de los primeros «refugiados de Altona», que confían en la empresa de la razón (más que
en sus fuerzas). La habilidad viril, la virtus romana y renacentista, revivida por Nicolás
Maquiavelo en El Príncipe y la eficiencia fordiana se contraponen obstinadamente a la
conmiseración cristiana. La pietas romana, como la equidad, concurren a delinear una
especie de puntuación entre la fuerza bruta y la igualdad, formalmente canonizada en
reglas evangélicas y postulados jurídicos. Efectivamente, la ciudadanía presenta un
sustrato universal, que es contrastado por la sociabilidad, propensa a la personalización
de los factores determinantes la cohesión social. La orgiástica representación del placer
denota la inconstancia de la razón y su ruinosa, pero necesaria, rigurosidad. Sin el
epitafio de la grandilocuencia, la razón ejerce su papel hasta el fin; y es por esta
concausa que interacciona constantemente con las sensaciones y con los sentimientos.
La fiesta es la ostentación del placer disoluto, contenido en las figuraciones
comprometedoras de la honorabilidad de los individuos y las comunidades en la que se
realiza.

La actitud lúdica amortigua los rigores de la existencia, que el cristianismo


sublima en función del premio celestial, premiando a los débiles y explotando a los más
robustos, promoviendo un tipo de igualdad sapiencial, en beneficio del conjunto del
género humano. La civilización se entiende como el antídoto a la naturaleza en su
manifestación originaria. El habitat del hombre consiste en la «recomposición», en la
«explotación», en la «transformación» de la naturaleza en un contexto energético más
adecuado a las expectativas y a las exigencias del género humano en su incontinente
determinación vital. La reacción de los débiles (de las mujeres, de los marginados, de
los judíos) consiste en confiar a la ciencia la tarea de uniformar las condiciones de todos
los grupos humanos en único clima social, que tenga como punto de mira la
salvaguardia de sus derechos. La lucha contra la esclavitud y la sumisión representa la
fase histórica de la emancipación objetiva, de la conciencia universal en los individuos
singulares, independientemente de su raza, de su religión, de sus costumbres. Las
342 RICCARDO CAMPA

desgracias se convierten, por lo tanto, en la exteriorización de la maldad subjetiva, como


una retribución de las disfunciones de la realidad. El placer de la crueldad serpea en las
conformaciones totalizadoras, en las expresiones más despreciables de la prestancia
física. La autonomía legislativa le confiere al hombre la voluntad redentora de la
sumisión divina. La autodeterminación frustra las relaciones de intermediación con Dios
y la confía a la razón la tarea de deliberar sobre el destino de la humanidad, valiéndose
de mitos, de creencias, del visionarismo y de las idiosincráticas aberraciones
individuales, para refutar toda doctrina salvífica.

La actitud burlona de Nietzsche es cuanto menos perspicaz a la hora de fustigar


las debilidades humanas, favorecidas por el cristianismo, para resolverlas en una
pérdida de consenso en la confrontación de la naturaleza con el estado originario y
permanente. Los vicios privados de la burguesía tienden a transformarse en las virtudes
de la Ilustración, de la época marcada por la radical racionalización del comportamiento
humano. Al individualismo socrático se confronta la sectorialización capitalista, con la
diferencia que por la subjetivación del aparato productivo se entienden los grupos de
trabajo, las instalaciones tecnológicas, las cadenas de montaje. El «ritmo de acero»
connota las diversidades como las pedagógicas configuraciones de la ilusión. En efecto,
la uniformidad es parte integrante del orden ilustrado, fundada en la predisposición de
los factores que concurren a delinear el sistema comunitario, propiciatorio del mercado
internacional. La producción en serie es contemporánea del arte informal, de la
representación geométrica de los efectos motrices de la energía. La peculiaridad de la
interpretación artística se acredita por la persona usuaria del «mensaje», que ella misma
delinea según un criterio propio de valoración. El estilo de la obra de arte permite
transcender la realidad en el sentido que diseña las variables en beneficio del usuario.
«La industria cultural, en suma, absolutiza la imitación»15. El arte informal refuta la
tiranía del signo, que prefiere la figura, la delimitación espacial y conceptual, como un
acto de homenaje a los personajes, destinado a dilucidarse en acontecimientos
memorables la participación mediática. El arte se limita a «sugerir» las modalidades con
las que cada usuario puede soslayar de las condiciones objetivas. Paradójicamente, la
extrema individualidad coincide con un tipo de improbable autoritarismo. «Por eso
siempre se habla de idea, innovación y sorpresa, de aquello que sea junto archiconocido
y a la vez no haya existido nunca»16. El gusto estético consiste, por tanto, en el
«desvelamiento» a nivel intimista de las formas impresas virtualmente en lo «informal».
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 343

Miguel Ángel ya había dicho que su obra se limitaba a extraer las formas que ya estaban
en el mármol. La diversión se transforma en tensión, que condiciona el ocio, la simple
contemplación, configurada promocionalmente a su vez como observación. La simple
presencia física en el cosmos es la efigie de una obra que la naturaleza contempera con
la de la íntima conciencia humana. El virtuosismo se camufla en las geometrías
neumáticas, oníricas, adivinatorias, catárticas.

La manipulación comercial es responsable del ocio, del tiempo libre, de la


diversión de las generaciones telemáticas. Su participación en la arqueología del saber
se despacha bajo la forma migratoria. El contrafuerte emotivo del viaje consiste en
recobrar ilusoriamente los ojos del tiempo con la acrobacia del turismo de masas. El
cómputo estadístico y el azar fortuito constelan, como líneas indiciarias, el recorrido de
las probabilidades: el azar aumenta la tendencia a la evasión, aunque sea en términos de
fortuna y alegóricos. Los hechos semejan enajenarse de la telaraña de la razón, si bien
se enredan en rebatirla. La exteriorización de las expectativas providenciales se presenta
como un opiáceo sentido de opresión: su liberación parece enajenarse por la necesidad.
La satisfacción suspendida gratifica la comercialización de los productos en serie, que
se hacen cada vez más apetecibles en el mercado y contaminables (por la competencia y
la imitación). «El progreso en la estupidez no puede quedar detrás del progreso de la
inteligencia»17. La ficción y la mentira tienen como objetivo comercial invertir
alegremente los usuarios-consumidores, que se consuelan pensando que son parte en
causa de un complejo sistema empresarial. La réclame (publicidad) se atiene a la misma
formulación del juicio de valor: domina las dudas y las aprensiones de los individuos,
que participan de manera más o menos consciente en la travesía de las iniciativas
productivas. Las centrales propagandísticas persiguen la ingenuidad de las masas, por lo
que, para persuadirlas, no se afirman de forma clara. La hipotenusa de un triángulo
rectángulo falsifica la suma de los dos lados porque representa su superación metafísica:
la imaginación se sirve de improbables geometrías discursivas para afirmar definiciones
sin construcción y, sin embargo, sugestivas, compromisorias. El asunto es una palabra
que circula en forma discrática en la temperie de la masa: imitada por la sociedad
burguesa, designa una comparación entre peticiones económicas opuestas y
competitivas. La apariencia se apodera de la vida comunitaria y se descubre bajo la
desnudez de un bien innecesario, pero computable bajo el perfil estético y monetario.
344 RICCARDO CAMPA

La sociedad de masas tergiversa desde la avidez y el temor: condena cada actitud


dirigida a acumular dinero y bienestar, aunque admira implícitamente su realización.
Por un lado, restablece el «valor» de la medida y, por otro lado, tiende a idealizar el
incentivo de la posesión a través de los impulsos satánicos, donde se asientan la
apropiación indebida, la estafa, la acumulación forzosa o subrepticia. La propiedad se
disocia del mando: se puede disfrutar del poder decisional sin necesariamente
condicionar la economía (nacional e internacional). Pero éste es un postulado que no
siempre encuentra parangón en las sociedades de masas. Los monopolistas, en efecto,
perseveran en su acción condicionando la libertad de expresión y de actuar sin confutar
el aparato burocrático, masivamente garantizado como pregnante y bajo algunos
aspectos catárticos. La idea de la felicidad privada de poder se ofrece a las masas bajo
una forma ilusoria: constituyen el cotejo, sea de la validez de la decisión política, sea de
la operatividad de la empresa económica. Las minorías asumen connotaciones
controvertibles en el orden masivo: pueden ser objeto de envidia social o persecución
racial con un objetivo amenazador o eliminatorio, como ocurre durante el totalitarismo
europeo de la primera mitad del siglo XX. «Los judíos fueron colonizadores del
progreso. Desde que ayudaron a difundir, como mercaderes, la civilización romana en la
Europa pagana, fueron siempre, en consonancia con su religión patriarcal, exponentes
de las relaciones ciudadanas, burgueses, y finalmente industriales»18. Los judíos
introducen el capitalismo en las sociedades en desarrollo tecnológicamente, y combaten
al viejo régimen con un poder decisional, nunca conseguido en el pasado, si bien
perseguido al nivel de la integración nacional y a metanacional. Contra los judíos se las
ven los campesinos y los artesanos de los países en los que el sistema de la acumulación
monetario dificulta la actualización para dar vida al capitalismo. El comercio se vuelve
así, para los judíos, en una profesión obligada antes que en un medio para afrontar los
desafíos de la modernidad. La indulgencia no arride a los judíos que actúan en los
países donde el desorden político y económico es incisivo; para recuperarse de la
abyección, las masas recurren, como sustenta Carl Schmitt, a la designación del
enemigo interior y exterior: al asedio ilusorio para potenciar la cohesión social y
amortiguar las mentes, que se aglomeran en las plazas en actitud religiosa. Su oferta
sacrílega contamina la razón de ser de la identidad individual en aras de la uniformidad
nacional, manifestándose en la movilización belicista.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 345

La sensación de incertidumbre, que provoca la paranoia, la «sombra del


conocimiento», es interceptado por el demiurgo, capaz de alentar las masas acerca del
recorrido que hay que realizar para reconquistar la superioridad natural perdida en las
sinuosidades de la querulomanía de tipo demócrata. El totalitarismo contrasta con el
parasitismo y la ataraxia elevándolos al vigor de los sentidos, en la hiperuránica
actividad aflictiva. El totalitarismo reniega la verdad porque se expresa
sofisticadamente. La paranoia es responsable del sistema alucinatorio, en el que los
sujetos de un orden institucional se sienten autorizados a actuar de modo irreflexivo en
detrimento de quienes se obstinan en enfrentarlos bajo el plano legal. «La media cultura
que, a diferencia de la simple incultura, hipostatiza como verdad el saber limitado, no
puede soportar la ruptura –llevada hasta lo intolerable– entre interior y exterior, destino
individual y ley social, fenómeno y esencia»19. La disminución de la sensatez facilita el
abuso, subyugado por un ínclito decrecimiento de la fuerza bruta, como una vertiginosa
expresión de la voluntad subjetiva, un reflejo funambulesco en la determinación
objetiva. La colectividad es el enfisema del sujeto penitente, que intenta rehabilitarse
desesperadamente en la acción irreflexiva según una ética primitiva, impuesta por el
sufrimiento y la indignación. El proselitismo es la obsesión de los aparatos totalitarios,
que se legitiman en el resultado de la implicación forzosa de masas de individuos sobre
el dobladillo de una crisis de nervios. El poder y la iniquidad del dominio tienen
funciones consolatorias si no hasta satisfactorias a partir de las masas incógnitas, que
persiguen su reconocimiento en la lucha a ultranza contra los enemigos imaginarios (y,
por lo tanto, irresolutos). La incapacidad de esperar es la causa de la paranoia y la
impetuosidad ferina. La apatía induce a las masas a cumplir los actos perjudicialmente
realizados contra el orden social consolidado, que impone el respeto de las normas
elaboradas con el concurso del sentido común y de la (difusa) sensatez. La impresión
(en relación a los ejércitos o las instalaciones productivas) es el síntoma de la adhesión
incontrolada de la conciencia subjetiva. La intimidación que los aparatos tecnológicos
producen en las masas genera adhesiones y consentimientos. La alabanza de la
ingenuidad consiste en creer que las estructuras mecánicas son la solapa rígida y no
contaminable de la naturaleza. La reificación asume un carácter sagrado cognitivo, que
el debate político y demócrata no será capaz de afrontar ni de dirimir. La dialéctica es
una actividad caduca, no conforme a las instancias hiperactivas de la conformación
mediática.
346 RICCARDO CAMPA

La infamia compendia las meditaciones de los dictadores. En ellos, el orgullo


vigila con desdeñosa arrogancia sobre los hechos, en los que el sentido común
encontraría buena acogida. La superfetación del Mal es el indicio de la perturbada
condescendencia respecto a quien predica la indiferencia por el bienestar, la acogida y la
tolerancia. «La idea del superhombre puede encontrar aplicación en el sentido de la
conversión de la cantidad en calidad»20. La epifánica concepción de la realidad, en
efecto, atañe la transformación de lo inorgánico en lo orgánico, la existencia silente en
existencia inquieta. La partenogénesis del mundo consiste en la tendencia a verter
hipótesis sobre lo permanente de la contingencia, la unidad de la diversidad. El trabajo –
desde el cristianismo hasta a las modernas doctrinas sociales– acude a alinear el hombre
con Dios en cuanto que conlleva la creatividad. La obra de modificación de lo real es
coherente –según Teilhard de Chardin– con la permanente atención divina sobre la
naturaleza en su constitución compuesta. El fetichismo tiene un tipo de autenticidad en
la iniciación a la acción forzosa. Los empresarios mimetizan a los reformadores
sociales, proyectando para su desdoro un aura de cínico interés. La expropiación de la
individualidad es recompensada con los objetos que le inhiben en la revuelta. La
antropología occidental es auto-celebrativa y cae en el pretexto: busca creerse a sí
misma a partir de la exaltación de lo «físico», de una categoría del ser que esencializa la
presencia antes que la esencia de su misma exteriorización. A la irracionalidad del
animal se contrapone la dignidad del hombre, que preconiza su domesticación y la
adicción según los cánones conductuales finalizados en la uniformidad y en la
exteriorización jerárquica y conformista. «El dominio no necesita más que imágenes
numinosas, puesto que las produce industrialmente y con ellas se adueña con mayor
facilidad de los hombres»21. La pietas cristiana hace de contrafuerte a la persecución. El
sufrimiento remplaza el dolor: la concepción teológica del dolor cede el sitio a la
estructuración sistemática del sufrimiento. El homo thecnologicus no argumenta sobre
las finalidades de la existencia, sino sobre las modalidades de su recorrido. El resultado
de la investigación es su misma satisfacción. El sentido del dominio se interconecta con
la fruición de los recursos de la tierra. El vuelo, la dimensión neumática, contrasta con
la congruidad espacial, al que se dirige el exorcismo contemporáneo, también con los
instrumentos más sofisticados de la falsificación. El cielo se transforma bajo el ímpetu
tecnológico en el lugar privilegiado para la observación y el condicionamiento de los
acontecimientos que se realizan sobre la superficie terrena y en los abismos marinos,
que la literatura asimila a las tempestades planetarias, a las insondables sinuosidades de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 347

la tierra. «La energía de la transcendencia –escribe Zygmunt Bauman– es lo que mueve


la formidable actividad llamada “orden social”, la hace necesaria y a la vez posible»22.
La sociabilidad comporta el ejercicio de la manipulación de las convicciones, que no
pueden evidenciarse como las argumentaciones articuladas en scrinio pectoris. La
exteriorización de las observaciones individuales se verifica en el debate colectivo, en la
ampliación conjetural de los sentidos de las palabras proporcionadas por los resultados
(concretos) que se han de conseguir. Las formas de lucha –entendidas, según Georg
Simmel, como las experiencias de socialización– se ejercitan con los instrumentos
preparados por la ciencia y por la técnica. El choque primigenio entre el hombre y la
naturaleza se transforma, sublimado, en la correlación de las inquietudes existenciales
del género humano y las potencialidades energéticas existentes en la naturaleza. El
proselitismo y la conversión son las fases culturales, en las que las comunidades se
atienen con más o menos convicción a las prerrogativas de la agitación cultural,
promovidas por algunos grupos o por individuos singulares, vinculados a las estructuras
operantes de algunos órdenes institucionales (económicamente equipados para presidir
la comparación).

La transformación de la economía agraria en una economía industrial se realza


en las «variables exponenciales» del cuerpo en el trabajo, en el sacrificio, en el ejercicio
y en el examen político y conceptual. La concepción marxiana del capitalismo se
conjuga con la literatura pietista inglesa, que hace referencia al sufrimiento corporal de
los mineros (adultos y niños) que no ven nunca el Sol y cuyo letargo se manifiesta en el
pub, en el lugar de la perdición normal de las vidas sacrificadas al provecho de unos
pocos, que la elegía extemporánea beatífica como reformadores sociales. «En la visión
preindustrial de la riqueza, una de estas “totalidades” fue la tierra, comprensiva de
quienes la cultivaron y recogieron sus frutos. El nuevo orden industrial y el retículo
conceptual que permitió proclamar la llegada de una sociedad nueva, la sociedad
industrial, nació en Gran Bretaña, país que se distinguió de sus vecinos europeos por
haber destruido la clase social campesina y con ello la unión “natural” entre la tierra, la
fatiga del hombre y la riqueza. Los campesinos tuvieron que ser reducidos a la
inactividad antes de poder ser considerados como poseedores de una “fuerza obrera”
preparada para su utilización, y antes de que aquella fuerza pudiera ser entendida como
una potencial “fuente de riqueza”»23. La inactividad de los trabajadores manuales
anuncia la llegada de los técnicos a la sociedad, de trabajadores que operan con el
348 RICCARDO CAMPA

auxilio de las máquinas (de los robots), sobre todo en las actividades repetitivas y
agotadoras. Los vínculos débiles caracterizan las empresas industriales, que implican la
mano de obra a bajo coste y utilizan los recursos naturales producidos
«rapsódicamente» en las diversas regiones del planeta. La extraterritorialidad del capital
condiciona los poderes locales, que ejercen su capacidad de refrenar según las
contingentes condiciones estructurales. La libre empresa prescinde casi completamente
de las políticas gubernamentales que no les sean ventajosas para su instauración y para
su consolidación. El mercado del trabajo flexible es la contraparte del capital
globalizador, facilitado hasta inconscientemente por la (soporífera) espectacularidad del
entretenimiento. El orden mundial es, por tanto, inestable, «líquido», en el sentido de
que se conforma a las instancias actuantes del capital. La oposición a los programas de
homologación del mundo es falaz por la simple razón que contrasta con intereses
difusos y, bajo ciertos aspectos, incontrolados. El orden planetario es la alegoría de los
procesos combinados que certifican la diversidad, en la perspectiva –quizás irredimible–
de la uniformidad. La transformación de la comunidad consolidada en una trama de
relaciones móviles es, por tanto, ineludible. El ardid, con el que se presta a actualizarla,
está implícito en el ciberespacio. El nomadismo remplaza el sendentatismo, sea a nivel
virtual, sea a nivel efectivo, debilitando los vínculos interpersonales e institucionales,
consolidados en el pasado bajo la coraza de la oportunidad y la conveniencia. El nuevo
orden mundial no tiene las mismas características del tradicional, en el sentido que se
identifica con la dinámica transformadora de las aparentes connotaciones desordenadas,
aprensivas y represivas, según las circunstancias actuantes, en las que está ocupado. La
inseguridad es intrínseca al proceso de transformación. Los focos de las revueltas y las
contestaciones son las fases de ajuste y adicción, difícilmente armonizables con las
tradiciones de las comunidades, a menudo obstaculizadas en la tensión modernizante de
la jerarquización patriarcal o patrimonial. El colectivismo viene a menos por la
irrupción en el escenario productivo de grupos de expertos de los diversos sectores del
aparato productivo. Las contradicciones sistémicas, a los que Urich Beck24, alude en sus
obras, consisten en las conductas propositivas y ejecutivas de las sociedades
multiétnicas y plurilingües de la realidad globalizante. La autoafirmación se perfila, por
tanto, como una noción algebraica, una señal psicológica, capaz de entrever las
oportunidades ofrecidas por el mercado o de inventariarlas en la dinámica colaboración
con los resultados computables monetariamente. La garantía de la inventiva privada
sólo es tal si se transforma en un «asunto» perceptible de forma concreta. «Como ha
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 349

observado Leo Strauss, el reverso de la libertad sin vínculos es la pérdida de sentido de


la elección, y las dos cosas se condicionan recíprocamente: ¿por qué tomarse la molestia
de prohibir lo que en todo caso tiene escasa relevancia? Un observador cínico diría que
la libertad llega cuando ya no tiene importancia»25. La participación social, garantía de
la libertad individual, contrasta con la indiferencia y preconiza una continua dialéctica
entre los grupos y las fuerzas intelectuales, expresadas al servicio de una mejor
consistencia de las «virtudes» civiles y la cohesión social. El «consorcio de los
egoísmos» no facilita el reconocimiento de los derechos subjetivos por parte de las
instituciones, que son legitimadas incluso por el consentimiento plural de los
ciudadanos. El poder económico fluye en las estructuras políticas locales: su defensa de
la tradición consiste en cuidar una propensión creativa amortiguada por el tiempo.

La sociedad moderna se caracteriza por instaurar los mecanismos normativos,


capaces de regular y controlar las pasiones y las tendencias idiosincráticas de los
individuos, que se sienten seguros por la actividad legislativa, aunque, justo por esta
razón, tratan de evadirla. La excesiva seguridad engendra las frustraciones de la
infidelidad a cada forma de legalidad imperativa. El erga omnes de la ley es un
concepto adquirido por la colectividad a la que se dirige, si bien cada ciudadano, seguro
de esta certeza, se vale del derecho para negar, dentro de un límite, su aplicación. «A
esta estrategia podemos hacer también remontar la escondida, y sin embargo notoria,
tendencia moderna al totalitarismo: en el marco de tal estrategia se pudo conseguir la
armonía entre las necesidades y las capacidades, quizás, sólo en presencia de una
concentración del poder legislativo, por las regulaciones normativas omnipresentes y
generalizadas y por una erosión progresiva (hasta la eliminación) de la legalidad y del
poder de todas las autoridades rivales (las colectivas o aquellas cuyas raíces se
hundieron en los abismos oscuros de la individualidad todavía no domestica)»26. La
ineficacia y la quiebra de tal estrategia residen en la excesiva rigidez del sistema de
participación, destinada a un tipo de ingeniería social, falta de toda incertidumbre
adaptativa. La pérdida de tono de la ambivalencia, infligida mecánicamente a la
sociedad movilizada por la consecución de objetivos políticos compartidos, provoca las
reservas mentales de los grupos disidentes, que pueden olvidar el objetivo, pero no el
éxito (por lo menos en el plano histórico, de los inicios y la visión general de los
acontecimientos, que obran a nivel planetario). La crisis del totalitarismo se debe a la
seducción que ejercen las necesidades, suscitadas por el frenesí productivo. El mismo
350 RICCARDO CAMPA

aparato bélico, ingenioso e intrigante, suscita la propensión a la producción civil, a la


satisfacción de las expectativas, que la movilización general relega al futuro
prominente, a la gloria que vendrá por el éxito bélico. La diferencia de los tiempos de la
espera y los tiempos de las circunstancias contingentes evidencia el presente que se
manifiesta, afligido por las proezas inhumanas y falsas. La conciencia del Mal aflora en
la superficie de las relaciones empáticas y, en fin, en las efectivas, cuando el resultado
de la dinámica colectiva está privada de significados relevantes. La deformación de la
acción bélica en una catástrofe empaña y luego oscurece el mensaje providencial del
demiurgo, obligado a afanarse en el acrobatismo de las intrigantes almas en pena,
peregrinas sobre la faz de la tierra. Paradójicamente, las legiones que se expanden, en
las primeras horas, por toda Europa en búsqueda del «espacio vital», al final de la
macabra aventura, son esmirriados pelotones de exorcizados por el Mal sin una morada
fija. Las lisonjas del mercado se manifiestan alegóricamente en los campos de batalla:
los vencedores y los vencidos se enfrentan entre sí, según el grado de privilegios
prácticos (concretos), a los que tienen acceso. El bienestar enlatado estadounidense
contraseña la victoria aliada sobre el agonizante sistema político europeo. La
competitividad y la flexibilidad del sistema productivo anuncian la crisis del sistema
totalitario y lo frenan hasta hacerlo desaparecer, al menos formalmente, del escenario de
la contemporaneidad. La incertidumbre y la inseguridad arrollan en la farragosa quiebra
de las firmes y proclamadas seguridades totalitarias. La condenada ingenuidad de los
belicistas se enfrenta con la problemática conciencia de los pacifistas, según la unidad
de medida de la ocupación civil. La destrucción del instrumental bélico coincide con la
programación del welfare state, con la activación de las energías creativas de la realidad
natural y el sistema artificial. La anomalía del pasado autoritario se pliega a la
normalidad cotidiana, en el sentido general del beneficiarse.

La valoración moral de una época se transforma, en la época de la


reconstrucción industrial de Europa, después del segundo conflicto mundial, en reglas
procedimentales. La auto-reglamentación de las diversas regiones del globo es una
ilusión piadosa. La constatación, en cambio, induce a especular en una época de
incertidumbre y precariedad con la gestión resolutiva debida a una agitación natural (a
una mutación genética, imprevista e imprevisible, que persigue la confianza en la
regularidad como a una forma salvadora de perpetuación de lo existente). El estilo
consumista oscurece un tipo de comunismo, como una etapa inmediatamente ligada al
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 351

capitalismo por su aspecto inquietantemente selectivo. La ponderación de la diferencia


entre ricos y pobres se detecta por el potencial expansivo del capitalismo y la debilidad
normativa de los países donde se establece. La incertidumbre es una característica post-
moderna: tiende a rebatir las convicciones dogmáticas y al mismo tiempo a eliminar las
relaciones permanentes entre los sujetos y los grupos empresariales. Las expectativas
del futuro se sobreponen al menos virtualmente a las situaciones pasadas, en las que se
puede localizar telemáticamente su configuración. En una época como la
contemporánea, de grandes migraciones (de verdadera Völkerwanderung), la identidad
individual se somete a todas las sugestiones de la propaganda y la publicidad, que
asume connotaciones bíblicas, características distintivas de la religión pánica.

La iniciativa se revela más eficaz en las zonas comprometidas de la miseria. La


irresponsabilidad y la infracción de las reglas minan la confianza de quienes se empeñan
en aprovecharse no necesariamente de la ventaja que le brindan los consumidores
potenciales. Los marginados de las metrópolis son inducidos por las circunstancias a
aterrorizar a los «extraños» como un signo de autodefensa de la posible expulsión. El
habitat es defendido a ultranza como el único reducto en el que es posible la
supervivencia, aunque sea exacerbada y desdeñosa, donde la extravagancia imita el
estado de necesidad. «El vacío dejado por el repliegue del estado-nación es llenado por
las sedicentes comunidades neotribales, reales o imaginadas, y si no es llenado por éste
queda un vacío político, densamente poblado por individuos desorientados por el
fracaso de los rumores contradictorios que da mucho margen a la violencia y poca o
ninguna oportunidad a la argumentación»27. La multiplicidad de las propensiones
engendra un desorden aflictivo, que el sistema productivo busca contener en los límites
de las sugestiones, que preceden las adquisiciones. La tendencia a uniformar las
diversidades en la uniformidad presenta connotaciones totalitarias aunque (al menos en
apariencia) no autoritarias. En las sociedades multiétnicas y plurilingües
contemporáneas la coexistencia y la recíproca legitimación de la unidad formal y la
diversidad sustancial son la garantía de la continuidad y al mismo tiempo el riesgo de
una continua disputa entre ellas: una disputa que la teología del sufrimiento impone
considerar providencialmente. «El defecto de la sociedad en que vivimos –según
Cornelius Castoriadis– es que ha dejado de ponerse ella misma en tela de juicio. Es un
tipo de sociedad que no concibe ninguna alternativa más a sí misma y por esto se siente
exenta del deber de examinar, argumentar, justificar, por no decir probar, la validez de
352 RICCARDO CAMPA

sus postulados, explícitos e implícitos»28. El ejercicio de la crítica es ineficaz porque no


está articulado con los principios ideales, a los que metodológicamente se pueda hacer
referencia. El peligro del dogmatismo es tan aseverativo que permite el pluralismo más
disoluto (el aristotélico monstruo de las mil cabezas), contra el que actúa el fetichismo
(el clorofórmico agente adquisitivo que calma el sufrimiento como si fueran
extravagancias, a los que conectar un juicio estético, no ético, de carácter ejemplar). La
crítica improductiva de efectos prácticos se deshace en una dialéctica «desdentada»,
falta de una conexión con la razón objetiva. «Durante muchos años la distopía de
Orwell, más o menos como el potencial siniestro de la Ilustración desvelado por Adorno
y Horkheimer, el Panopticón de Bentham y Foucault o las señales recurrentes de una
creciente marea de totalitarismo, llegó a identificarse con la idea misma de
modernidad»29. El temor de la supervivencia, difuso en muchas áreas del planeta por la
insostenibilidad del progreso tecnológico, se parece al totalitario, con la diferencia de
que la condición política contemporánea revela, no tanto una subliminar propensión a la
dirección externa, cuanto sobretodo a una patente incapacidad de supervisar, si bien
ideológicamente, las iniquidades que afligen vastas conformaciones humanas y sociales.
El camino de la perfección resulta impracticable. La pluralidad de los individuos, no
coherente con una síntesis propositiva, es un aspecto totalizador de la sociedad
moderna, al amparo de todas las sugestiones y hasta de las indulgencias en un orden
globalizante, que vinculan, más allá de la acción, también la convicción, de los
individuos como prueba de fuerza del pensamiento unívoco y compromisorio. La
condena del destino cínico y tramposo no satisface las mentes, edulcoradas, de la
(cautivadora) mundanización de las creencias religiosas. La crítica, obligada, a la
modernidad subyuga las mentes de cuántos sufren la sugestión, pero no comparten sus
ventajas, que llegan incluso, publicitariamente, a evidenciar.

La antinomia entre el individuo y el ciudadano –localizada en el siglo XVIII por


Alexis de Tocqueville– es la causa de las discrasias sociales contemporáneas: el
individuo se somete a todas las urgencias emotivas de la propaganda y la publicidad,
mientras que el ciudadano se defiende de los ataques proditorios de la política, que
ambiciona conseguir los sufragios necesarios para mostrarse en normas a menudo
contradictorias o perversamente persecutorias de los mismos adeptos que los proponen.
La idealidad resulta inadmisible porque son impracticables en la contingencia cotidiana,
confeccionada por aproximaciones y ajustes sobre el plan racional (y consecuencial). La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 353

flexibilidad del trabajo se refleja en la potencial interpretación de la empresa, que puede


afrontar el riesgo de la competencia haciendo abstracción del empeño (cada vez menos
oneroso) de la mano de obra. La adquisición de competencias especializadas va pareja
con el desempleo: la dinámica empresarial compite con la cognición asumida por las
diversas capas sociales en la esperanza de permanecer en el mercado y no verse
expulsadas en cuanto se concluya su ciclo energético productivo. Las democracias de
las prohibiciones son el terreno de cultivo de las investigaciones periodísticas, cerradas
al precepto antediluviano según el cual no es noticia que un perro muerda a un hombre,
sino que lo es que un hombre muerda un perro. La economía política de la
incertidumbre se sustenta sobre la base de la aprobación y la cesión de medidas
cautelares sobre sus actos, considerados injuriosos para el interés general. «Por cuánto
concierne la pasiva sumisión a las reglas del juego, o a un juego sin reglas, la
incertidumbre endémica, que invade de cabo a rabo la escala social, es un subrogado
pulido y económico, pero también extremadamente eficiente, de la reglamentación
normativa, de la censura y de la vigilancia»30. La desatención de las tradiciones
comporta, más allá de la pérdida de la memoria, la oclusión de las costumbres. El
mercado prodiga reglas de comportamiento válido en poco tiempo. La contribución que
se les solicita a los usuarios de bienes es sumatoria porque perpetúa su asunción incluso
no siendo necesaria. Las situaciones inconexas permiten privilegiar el individualismo en
el conformismo sin que tal connubio engendre el desaliento kantiano de la
irracionalidad y la inadecuación con la preeminente cohesión social.

La práctica de la cultura contemporánea refuta la disciplina: se realiza en la


contingencia, que es valorada antropológicamente bajo el grado de la entropía, con el
que se ejercitan, a nivel microcósmico, los elementos energéticos de la realidad
(efectivo). La autoridad del saber se liga a los resultados concretos que su aplicación
puede asegurar para el desarrollo económico y social de las áreas geopolíticas que están
determinadas y conformadas por el poder tutelar. Las jerarquías culturales son
sustituidas por la forma, por la reputación, que no promueven credenciales académicas
ni tienen visibilidad pública. «Es el valor mediático de las noticias en vez del clásico
criterio universitario de la relevancia cultural la que determina la jerarquía de la
autoridad, y es tan inestable y efímera como el “valor de noticia” de los mensajes»31. La
sectorialización de las competencias, deducidas por el conocimiento, refleja las
expectativas y las exigencias del mercado laboral. La profesionalidad parece alejarse de
354 RICCARDO CAMPA

la incertidumbre cognoscitiva, que desarrolla un papel autónomo (en las instituciones de


investigación y de reflexión) en las que se basan por sus oportunas actualizaciones
prácticas. La representación escénica domina el aprendizaje tradicional, que se resuelve
en las manifestaciones formales, dirigidas a dar crédito al mundo laboral lo que
consiguen siempre con mayor o menor convicción. El mercado codifica la notoriedad y
la hace perspicua al rendimiento económico, del que los usuarios constituyen sus
artífices y testaferros. La profesionalidad ya no es más el precipitado histórico de la
investigación universitaria, sino el resultado de la relación entre la oferta y la demanda
de las experiencias operantes en el mercado. El tiempo necesario para actualizar las
aportaciones al conocimiento del mundo universitario es mayor que el requerido por el
mercado, que, por eso se las apaña para crear autónomamente sus interlocutores. El
problema de la identidad es consecuencia de la preparación para afrontar los desafíos de
la modernidad. La imperfección alimenta la inadecuación y entre ambas presagian la
resolución aproximada de las aprensiones existenciales. La individuación de las
necesidades subroga el afán cognoscitivo y alimenta la perfectibilidad tecnológica. La
nostalgia de la tiranía anida en la búsqueda de formas que tecnológicamente satisfagan
la pretensión del orden de las generaciones modernas y posmodernas, según la
catalogación corriente en el curso del siglo breve y del siglo de las expectativas
inconclusas. «La nueva era de las realidades flexibles y de la libertad de elección estaría
preñada de dos gemelos improbables: los derechos humanos, ciertamente, pero también
lo que Hanna Arendt ha llamado la “tentación totalitaria”»32. La modernidad y la
postmodernidad consisten en un procedimiento de principios, dirigido a convertir en
adquisiciones de principios, iniciativas que, en el tiempo, conjugan el conocimiento con
la experiencia.

La organización social se desarrolla con la variación de las relaciones


interindividuales, debido al cambio de los sistemas de producción. «Mientras las clases
sociales fueron una cuestión de atribución, la pertenencia a la clase se debía en gran
parte al resultado; en las clases, a diferencia de las clases sociales, se “entraba” y la
pertenencia a ellas debía ser constantemente renovada, confirmada y documentada en la
conducta cotidiana»33. El proceso de autodeterminación (individual) se vincula a las
oportunidades de ser acogido por el aparato productivo (sea intelectual, sea práctico).
Con las artes y las profesiones cambian los lugares de las actividades relativos al
modelo de desarrollo, perseguidos a escala nacional e internacional. La selección de los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 355

medios más adecuados en la consecución de los objetivos a nivel colectivo es la tarea


que han de realizar las comunidades ocupadas en afrontar las raíces neurálgicas de la
mundialización de la existencia. La identidad moderna, dotada de los medios de
seducción, se propone afrontar el anonimato, como el receptáculo de las innovaciones
industriales, de las modificaciones estructurales a nivel de las comunicaciones y las
participaciones colectivas. El éxito individual coincide con la sumisión a la comunidad,
que establece su entidad, sus límites y su habituación. La identidad individual se deduce
de la diferencia atomizada por las organizaciones comunitarias, por los órdenes
institucionales: es la fuente de seguridad que cada sujeto trata de sentir en la compleja
configuración del patrimonio colectivo. La precariedad y la improvisación privan de
responsabilidad hasta verificarse por un nuevo incentivo, no eximido en todo caso de la
posible, repentina, extinción. Las efímeras gratificaciones remplazan las satisfacciones
permanentes de las personas, que se sacrifican con el fin de otorgar prestigio y
conveniencia económica al aparato institucional, del que forman parte. La pertenencia a
un sistema deliberativo o productivo, aunque sea de forma temporal, permite a los
individuos cultivar una mayor expectativa flébil en la fortuna del ordenamiento en el
que inspiran su conducta y su aprensión. «La fe puede ser un asunto espiritual, pero para
mantenerla firme hace falta un punto de anclaje mundano; necesita que se ate a la
experiencia de la vida cotidiana»34. La utilidad tiene un valor de uso, que no puede ser
sustituido por ninguna estrategia intelectual. El funcionalismo se vale de un creciente
consentimiento general, capaz de favorecer la absolutización de lo ocasional y la
eventualidad. Las generaciones contemporáneas son rehenes de la fatalidad, que es
previsible en cuanto que se mezcla con la precariedad.

Las leyes del comportamiento son aparentemente intuitivas: en realidad,


satisfacen las exigencias de la inmediatez escalonada en el tiempo. Su ambigüedad
consiste, de hecho, en la exigencia de adoptarlas rápidamente y de preservarlas debido a
la eventualidad verificada en la sucesión los acontecimientos que, por el origen de su
formulación, se consideran indispensables. Responden a los criterios tácticos en los que
se exorcizan los efectos negativos de los posibles contrastes entre los miembros de la
misma comunidad social. En cuanto itinerarios preconstituidos y recomendados, no son
jurídicamente vinculantes, pero sí son racionalmente oportunos porque dirimen, desde
su origen, indagaciones de particular relevancia para conseguir los objetivos que den un
buen resultado en el mantenimiento de la unión de la sociedad civil. En cuanto a la
356 RICCARDO CAMPA

pureza de los intentos declamatorios del bien común, es una cuestión que atañe a la
circunstancia y la retórica didascálica o consuetudinaria. La idea de que la moral evita
los conflictos y las incomprensiones entre los miembros de un mismo orden
institucional facilita la aplicación de sus normas, aunque pierden su vigor cuando no
favorecen sus propósitos iniciales. Se preferiría un código de honor surgido
espontáneamente a través de la paz social. La cohesión consuetudinaria se sustenta, en
efecto, en la praxis común, en la aplicación de normas escritas, que la opinión pública
considera necesarias y recurrentes. «“Razón” es el nombre que damos a la explicación
ex post facto de las acciones purificadas por las pasiones del pasado ingenuo. La razón
es aquello que esperamos nos dirá lo que hay que hacer en el momento en que las
pasiones hayan sido dominadas o suprimidas de modo que ya no nos motiven más»35. El
aferrarse a la razón permite considerar a la comunidad como el sujeto de todos los actos,
que caracterizan la conformación social en su unidad. Los individuos, que se atienen a
las reglas de la moral, activan el principio de la complementariedad y la subsidiariedad
de las acciones acabadas en el cumplimiento de los intereses recíprocos. El concepto de
prójimo es de naturaleza religiosa; y une el sentido del deber al más ingenioso de la
piedad. Efectivamente, la convicción de que en el prójimo se refleja el recorrido
existencial individual, con sus variables a menudo inicuas o poco edificantes, es el
mordiente conceptual, en el que el egoísmo subjetivo se transforma en participación
colectiva, en atenuación simbólica del rencor resumida en la acción, realizada para
sobrevivir y progresar. La justicia estatal amplifica el concepto de moral común y lo
racionaliza en la igualdad, en la forma de aplicación de las instituciones jurídicas
fundadas en los postulados interpretativos del comportamiento humano. «La defensa de
los derechos humanos es una llamada al “exceso de caridad”»36. Al malestar metafísico
preterintencional se coteja la dilemática asignación de la participación social en su
compleja y amanerada determinación. En el moderno estado-nación, la moral asume
connotaciones preceptivas, válidas a nivel territorial: delinean conceptualmente los
límites del área, donde dichas normas tienen validez y una evidente aplicación. Fuera de
determinados perímetros legales, la moral no desarrolla función explicativa alguna del
comportamiento codificado con finalidades que sean detectables prácticamente. La
incidencia de la economía financiera consiste en hacer de la moral interna de los
estados, una simple recomendación de sus principios de conducta. La ritualidad
perpetúa su consistencia formal sin asegurar necesariamente su aplicación eficaz. Esta,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 357

para ser efectiva, debería pugnar junto a los intereses económicos por una primacía que
difícilmente se puede concretar.

La democracia consiste en hacer pertinentes en el ámbito público las


expectativas privadas de los ciudadanos: en cierto sentido, es la conciliación
propiciadora de dos mundos, en apariencia diferentes entre sí, y, sin embargo,
efectivamente complementarias y subrogadas recíprocamente. La participación popular
proporciona el juicio de la pluralidad interpretativa, que la síntesis hace que sea
consecuencial y realizable. La precariedad de la democracia es inherente a su pérdida de
generalidad (universalidad), prestada, de forma provocadora y subrepticia, por las
religiones. Los conflictos de fe arrastran las multitudes en el ágora, ya inflamada por las
posiciones políticas, y vueltas aún más vehementes por las ideologías contestatarias e
iconoclastas. La profanación de la unidad mundana comporta la movilización fideísta,
que reduce todas las precauciones diplomáticas y didascálicas, válidas hasta la llegada
de la sociedad tecno-trónica. Y, al contrario, en las democracias, las acciones cometidas
para desacreditar su función, son el terrorismo, la acción irreflexiva realizada por
minorías adiestradas por grupos ideológicamente influyentes, capaces de sugestionar
incluso subliminalmente a los sujetos que realizan actos subversivos. El terror
contemporáneo se diferencia del terror del siglo XIX, porque su acción está penetrada
de una convicción propia de su época. El terrorismo contemporáneo busca ser
espectacular y catastrófico. La incidencia sobre las poblaciones inermes denuncia la
resistencia de los sospechosos de ser subversivos de alcanzar los objetivos sensibles,
que el impróvido adiestramiento inicial relega a espacios indeterminados, si bien estos
puedan ser populosos y en determinadas fases demostrativos.

El regicida del siglo XX cede el paso al subversivo del Tercer Milenio, todo ello
en la convicción de que el Mal suscita interés porque obscurece las mentes y las hace
reactivas frente a cualquier tentativa ecuménica de conciliación. Las delirantes
justificaciones de los terroristas no demuestran ninguna afinidad con las elucubraciones
problemáticas de los personajes dostoievskianos como Raskolnikov: al contrario, se
inhiben en sus seguridades absolutas, al punto de parafrasear especularmente las
interacciones problemáticas de las jerarquías decisionales que son objeto de su punto de
mira. Las causas de la luctuosa subversión responden actualmente al vano debate
político. La lucha violenta se ejerce bajo el monopolio de la coerción, asignada
connotativamente a los Estados soberanos. La empresa privada –también la luctuosa y
358 RICCARDO CAMPA

derrotista– encuentra un antídoto en el orden jurídico nacional. La contraofensiva


territorial a la violencia endémica consiste en disponer de aparatos de vigilancia, de
seguridad, de barrera y ocultación y de instrumentos de análisis. La marginalidad social
y la criminalidad son las patologías que afligen a las comunidades sociales sin derrocar
su consistencia y convertibilidad en las áreas favorecidas. Comparten con el terrorismo
los efectos emotivos sobre las poblaciones inermes, sobre quienes actúan en y por la paz
social. La enfermedad ideológica, en cambio, promueve la subversión y la incontinencia
potestativa en el ámbito de las actividades fraudulentas y pervertidoras del orden
constituido. Las guerras interétnicas proponen de nuevo en el escenario contemporáneo
las instancias ideológicas y sanguinarias de un improbable principio (incipit) de la
historia del género humano. El aspecto científicamente menos sostenible al estar
fundamentalmente errado, consiste en la radicalización de las fuerzas, que la opinión
común considera que se mantiene en un equilibrio planetario y no en continua
conflagración. Los atentados a las estructuras que sustentan las metrópolis
contemporáneas demuestran por parte de quién los practica la necesidad ancestral de
conformarse a la ritualidad tribal o, a lo sumo, a la peregrinación mental, a la sociedad
agraria y patriarcal. «El objetivo del nuevo tipo de “guerra global” no es tanto la
expansión territorial como la abertura de las puertas que aún permanecen cerradas al
libre movimiento del capital global»37. Para conseguir este resultado, los choques, las
escaramuzas y los combates cuerpo a cuerpo pueden tener la misma eficacia de los
bombardeos, suministrados por los misiles inteligentes auto-dirigidos. La perversión
ideológica induce a gestos iconoclastas, arrogantes en su excentricidad. El espectáculo
gratifica a quienes se inmolan bajo el amparo de los beneficios terrenales por un
imaginario hechizo trascendental.

La selección de los Kamikazes se explica sobre todo en lo físico, en las


potencialidades de resistencia y de obsolescencia del peligro. La percepción de llegar a
un grado indecible de satisfacción induce al sacrificio con el propósito de alcanzar un
estado de gracia, que la contingencia terrena no está en condición de satisfacer. La
magnificación de los placeres ultramundanos induce a la erosión de toda regla de la
convivencia civil e incita al sacrificio individual y colectivo. La neurosis psíquica
influye proditoriamente la acción iconoclasta. El sacrificado, necesario para sobrevivir,
valoriza la contingencia y la hace irreversible. La transitoriedad de la existencia
adquiere su antídoto en la permanencia según la cadencia de la eternidad. Lo «fugaz» es
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 359

obnubilado poéticamente por la nostalgia ya que persigue el sentido del olvido y la


memoria como si fueran señales distintivas de la precariedad terrenal. La incoherencia
es el aspecto más inquietante de los actos, que se han realizado de una manera, y que
habrían podido manifestarse en un modo diferente. La aprensión por la plenitud es la
causa de la inquietud existencial. La erosión del tiempo es la imagen refleja de la
eternidad. La improvisación es por lo tanto una esquirla del continuum, que se realiza
con y sin la presencia de los observadores-perturbadores de la realidad. «Llamamos
“cultura” al tipo de actividad humana que a fin de cuentas consiste en hacer sólido lo
que es volátil, en ligar lo finito a lo infinito, en construir en todo caso puentes que
conecten la vida mortal con los valores inmunes de la acción corrosiva del tiempo. Un
instante de reflexión será suficiente para comprender que los pilares de este puente están
construidos sobre las arenas movedizas de lo absurdo»38. Los restos arqueológicos son
la documentación silenciosa de esta propensión, dirigida a unir la experiencia terrena
con la transcendencia, con la intemporalidad de la eventualidad cósmica. El
pensamiento, en efecto, sobrepasa la pequeñez de los sujetos que lo expresan, para
hundirse en la eventualidad, en las posibles reexaminaciones de quienes son inducidos
por las circunstancias a tomar ventaja. La permanencia de los pensamientos oscurece el
alma del mundo, aquella tendencia a supervisar los momentos de los mortales, para
resistir la comparación con la jovialidad de la eternidad. La regeneración se asemeja a
una actitud natural, al concierto anímico de los factores que inebrian la razón y
condicionan su decadencia. El olvido hechiza la fantasía y le permite fabular sobre la
posibilidad de postergarla (como sucede en Dante y en Shakespeare) en las
elaboraciones mentales, en las composiciones poéticas y en las alegorías de las
fabulaciones populares. La notoriedad, que deriva de una empresa de relevancia
mundial, condiciona las afecciones terrenales a su transcendencia. La simple mejoría de
una condición conjunta no lleva a la estimación universal. Para cruzar la línea del
horizonte de la fama es necesario que la unitaria participación emotiva y racional del
género humano interceda en los cánones de la memoria. La vía Cassia en Roma es el
lugar en el que Cecilia Metella entretiene a los viandantes con sus percances terrenales,
que interaccionan, con los evocadores solventes y los nostálgicos, sobre los hechos que
se renuevan continuamente en el escenario mundano. La contenida, seráfica,
obsolescencia intercede en las almas purgantes, que pasean sobre el antiguo adoquinado
de la calle consular romana como si escrutaran los recónditos mensajes del reino de los
difuntos. Al privilegio de la duración (de los acontecimientos) hace cotejo la
360 RICCARDO CAMPA

precariedad. La instantaneidad es el correspondiente de las partículas elementales del


núcleo atómico: cada acto, que se manifiesta en la realidad, lleva conceptualmente a una
sucesión (como al encendido de una cadena a nivel nuclear), que prefigura o sombrea el
epifenómeno de la eternidad. La intangibilidad de la transcendencia se alterna con la
práctica de la contingencia, la sucesión de iniciativas, dirigidas a consolidar lo más
posible el lugar del hombre en la realidad según la cadencia propia a su incisividad y su
convertibilidad en otro-de-sí. Está en el regazo de Júpiter y no atrae ya más a los
navegadores del infinito. En las partes inconmensurables de la materia se obstina la
presencia de un aliento vital, que la hace, al mismo tiempo, contingente y
extemporánea.

Según Joseph Butler, a principios del siglo XVIII, la razón pudo desembocar en
el fanatismo, en la exasperación de las anotaciones lógicas y consecuenciales. La razón
encuentra un límite en su extrema exteriorización. Parece paradójico sustentar este
antídoto de fondo con el pretexto de la irritabilidad del estro explicativo de las causas
que regulan –al menos en apariencia o por experiencia– el curso de las cosas. La
autopreservación es el límite neurálgico de la razón, aplicada al resultado de las
circunstancias. El deísmo sustenta la eficacia de la teología natural, al amparo de la
revelación. La supremacía de la conciencia se delinea como la matriz de la reflexión y la
argumentación, que pueden expresarse sin el subsidio de la causación racional. La
conciencia tiene una función reguladora, que se explica razonablemente en la vida
social cotidiana. La conciencia, que predetermina y condiciona el ejercicio de la razón,
es una característica constitutiva y universal de la condición humana. La conciencia
permite expresar juicios ponderados, realizar relaciones interindividuales sobre la base
de una íntima determinación. El mundo exterior, que la razón trata de interpretar, según
Butler, es una evidencia, la manifestación de Dios. La indisponibilidad por parte de las
criaturas de observar la naturaleza y sus leyes para modificar, si no su curso, al menos
su aspecto, en beneficio de la contingencia terrena, reduce la labor de la razón al de la
contemplación y la reflexión. Se niega el principio de utilidad porque no se conforma
con el de benevolencia. La autoconciencia y el amor propio se compenetran con la vida
terrena de la humanidad, que no predice influir en los designios de Dios interfiriendo
racionalmente en sus diseños. La autoconciencia es la ley por sí misma: una condición
normativa intuitivamente concertada en la propia dimensión natural. Actuar contra la
conciencia es una forma de autocondena, cuya expiación comporta una particular
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 361

atención al prójimo. La íntima correspondencia entre los individuos hace pensar en un


único cuerpo, una entidad que se identifica con Jesús, con el Salvador del género
humano, dilacerado por el deseo de diferenciarse bajo el perfil de las actitudes naturales,
o bajo el perfil de las virtudes civiles. El ideal abstracto se conforma cada vez más con
las expectativas salvíficas, que se hacen por la intercesión de Jesús. El sentido de la
autocompasión se transforma en la atención al prójimo, que es parte integrante de la
existencia de cada persona dotada de sentido común.

La idea de sustentar el juego del mundo alegra a los hijos de Eva que,
desalentados, suplican la salvación en este valle de lágrimas. El temor inicial se
perpetúa en la necesidad que experimentan las creaturas de socorrerse, ocupadas en
afrontar los desafíos de la naturaleza y los rigores del pensamiento en el estado
generativo, propulsivo, computacional. La compasión y el resentimiento concurren a
determinar el criterio de la justicia con el que el cuerpo social se actualiza en la
contingencia terrena y trata de cumplir sus prestaciones según el principio de la
igualdad, que acerca el ser humano a su modelo ideal y salvador. La pasión es el ímpetu
interior, que empuja los seres mortales a condicionar su existencia según el grado de
perversidad que la conciencia religiosa hace perceptible y providencial. El resentimiento
es en todo caso extraño y opuesto a la venganza, que es un sentimiento revanchista,
capaz de enfatizar la dignidad individual, incluso en contra de un mesurado
egocentrismo. El perdón es el sentimiento que apaga el rencor y conecta con la
benevolencia del rito las reservas mentales y las idiosincrasias, que se manifiestan en la
concurrencia sentimental. «Las pasiones son, por así decir, un subsistema dentro de la
constitución moral de la naturaleza humana; tienen un papel esencial, según Butler, al
adaptar la constitución moral a la virtud, es decir a aquellas formas de pensamiento y de
conducta que nos hacen capaces de participar y contribuir en la vida social»39. Las
pasiones alternan con el sentido común y lo funden al mismo nivel del estado de gracia
tras la tempestad emotiva, que implica a todas las criaturas cuando se empeñan en
colaborar y en sacar ventajas de esta interacción individual. La operatividad diferencia
las funciones y las expectativas y crea una brecha en las relaciones de quienes concurren
al buen curso del orden institucional. La moral –según Butler– es la voz de Dios en cada
criatura, que tiene la facultad de escucharla y de desatenderla sin por ello perder la
esperanza en la redención. El desorden emotivo es la causa de descrédito en la
comunidad en la que se manifiesta. La corresponsabilidad es una actitud edificante
362 RICCARDO CAMPA

porque restablece el clima del entendimiento propio de la sociabilidad. La satisfacción


de las pasiones encuentra su cotejo en la mesurada gestión de las afecciones.

La compasión es la compenetración que cada individuo puede probar por la


suerte de su igual, asimilando su angustia, apatía y exasperación. El egoísmo sería el
antídoto frente al compromiso emotivo y la reducción de la experiencia colectiva a los
crueles diseños mentales de un individuo singular, atrevidamente inducido a eclipsarse
en su inmediatez. La soledad del egoísta lo exonera de participar en el banquete de la
naturaleza con la misma aprensión que sus semejantes y a camuflarse como un
navegador en un océano en tempestad con sus únicos recursos para reconocer y
regenerarse. Entre el bien privado y el bien público, la conciliación se cumple
promulgando un acto de comprensión objetivo, un tipo de aflicción elaborado desde las
debilidades y las pequeñeces de la condición humana. Para Butler, el amor propio
coincide con el placer de las experiencias comunes. La íntima satisfacción individual
refleja las perspectivas de la comunidad en las que se realiza. El escenario de la acción
favorece el entendimiento entre las personas, que ansían reconocerse en un contexto
normativo debido a los benéficos efectos que pueden conseguir. El placer en sí es la
satisfacción que se experimenta en el cumplimiento de las acciones u obras edificantes
desde el contexto social en el que se actualizan. La amistad reúne las experiencias
individuales y las vuelve coherentes con las finalidades propias del consenso humano en
su conjunto. El aspecto hedonista de la satisfacción por sí misma no compromete la
acción moral de redimirse bajo el perfil de la salvación sobrenatural. Quien comete una
imprudencia desde el punto de vista del egoísmo, entendido como supremo beneficio
del yo, en todo caso puede redimirse afrontando las razones del prójimo en un intento
de favorecer su epílogo. El compromiso con el Mal es lo más desconcertante que puede
ocurrir en el consenso social, que lo es porque sus miembros se consideran parte de un
todo, teleológicamente propenso a mejorarse en el sentido de la virtud y la
transcendencia religiosa. La mundanidad realiza concesiones al rigor moral tal como se
entiende en clave quiliástica. Sin embargo, se perfila como una prueba para quienes se
atienen al menos a los principios inspiradores del comportamiento privado y colectivo,
predeterminado como salvífico. La garantía de la solvencia de las intenciones de Butler
se explica en la fe en la providencia celeste, que salvaguarda la humanidad de todas las
aberraciones, que puedan minar su consistencia y eficacia.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 363

Dios, para Butler, no es un dispensador de premios y castigos, sino el garante de


la razón y la bondad humana. La conciencia de actuar conforme al sentido común es el
aspecto satisfactorio de la razón, tanto es así que nadie puede estar seguro de tener una
ventaja al resolverse en el vacío. La aventura intelectual humana puede satisfacer
temporalmente quien la promueve, sin implicarlo en una empresa trascendental. La
benevolencia es una actitud compartida por cuantos creen que el bien para el prójimo se
identifica con el bien para Dios. La participación humana en los diseños celestes exalta
la permanencia terrenal, no sólo como canon de la expiación de los pecados, sino como
un ejercicio de la voluntad, del deseo, de la constancia en la consecución de la fortaleza
ideal, donde se realiza el preludio de la eternidad. La generosidad es la
corresponsabilidad que los seres asumen con Quién los ha engendrado porque exaltaran
así su beatitud. La resignación a la voluntad divina es el síntoma de la piedad, la fuente
de la composición mental. El principio de la sumisión general por parte de la naturaleza
humana a las temperies de la existencia induce a reconocer en el sufrimiento el
predicado nominal de la glorificación.

La hora del juicio se retrasa. El Antiguo de los Días y los signos de los tiempos
inquietan a los creyentes y rinden menos dóciles a los agnósticos, a quienes encuentran
en la vida terrena de los mortales los estigmas de una condena o una herida a punto de
cerrarse. Los individuos persiguen el bien camuflándose de apóstoles de la verdad y de
la expectativa del Juicio. Efectivamente, la fe es el testimonio de la conmoción, donde
la creencia en la gloria celeste está presente como la escritura de una concesión
apocalíptica antes que como el reconocimiento de la turbación de una época. El carácter
irremediable del pecado es el indicio de la perdición de quienes, siendo defensores de la
razón, se preguntan por las razones recónditas de la existencia, por las pruebas, impresas
como espíritu de servicio o como pura y simple prueba de redención. La inmortalidad
aflige como un delirio en las mentes de los que impetran la benevolencia divina para
que su análoga actitud mantenga su vigor. La impaciencia de los fieles es tangencial a la
desesperación de los agnósticos y a la jactancia de los herejes. Georges Bernanos en el
Diario de un cura rural considera las circunstancias de un creyente, heredero de una
rocambolesca y congojosa situación familiar, como el calvario a medida del hombre
para que la fe asuma la consistencia de una convicción y hasta de un morboso apego a
sus desconcertantes decadencias. El protagonista de la novela acaba sus días en la cama
de una prostituta, que, sin embargo, tiene el aspecto redentor de una tarea que le
364 RICCARDO CAMPA

sobrepasa. El inmovilismo es el veredicto de la fe adversa a la creencia religiosa al


punto de inducir a los creyentes a revaluar las admisiones temporales que aparecen en la
Carta de Pedro. Los escépticos son inducidos a enfrentarse con las pruebas, que
testimonia los hallazgos perentorios realizados por la historia antigua. «Para
confutarlos, escribe Jean Flori, el autor de la carta evoca entonces un precedente que
todos conocen bien: el diluvio. En tiempos de Noé, a pesar de las advertencias divinas,
la gente no creía lo que realmente habría sucedido. Sin embargo, dice el autor, el mundo
desapareció, sumergido por las aguas. Del mismo modo desaparecerá este, destruido por
el fuego al final de los tiempos»40. La paciencia de Dios es una concesión a los
rezagados de la fe, que pueden consolarse con los testimonios de las multitudes orantes
en el tiempo y esperanzadas en el resignado reconocimiento divino. El arrepentimiento
es el ancla de salvación, si bien el sentido del pecado no sea patente para todos, porque
el linaje humano se ha manchado cuando impróvidamente en el Empíreo se registra un
acto de soberbia, la determinación de conocer «externamente» lo que está implícito en
la glorificación edénica. La felicidad humana es desatendida por la unión rencorosa de
la inteligencia con la experiencia, de la eventualidad con la probabilidad (que ya no se
basa en la fe, sino en la casualidad, protegida científicamente por los vestigios de la
incertidumbre y la conjetura). El tiempo bíblico es como una vigilia de la noche41. «Esta
metáfora poética, incluso sin tener una connotación ni cronológica ni profética, fue, sin
embargo, al origen de un extraño método de “cronología absoluta”»42. El sufrimiento
tiene una duración neoplásica, en el sentido que se introduce en la conciencia de los
creyentes como una deuda de honor, mediante la tribulación al fin de los tiempos, antes
que los mortales tengan la facultad de acceder responsablemente a la gratificación
celeste o a la perdición.

Las disidencias rigoristas se oponen al laxismo moral, que es permisivo con las
debilidades del género humano, orientadas a acceder a los beneficios divinos de forma
sumisa, a veces por mero cálculo y, a menudo, por inercia. El ascenso individual
sustituye las antiguas percepciones, que exaltan la inamovible tensión sacrificial. El
cristianismo de la modernidad es más complaciente y recalca sus coordenadas
espirituales en correspondencia y, a veces, en antagonismo con la realizada por el poder
temporal. La soledad, el desierto del alma, se contrasta con la existencia epitelial, de
encuentros, choques, propósitos de acción, de perturbables convicciones éticas y
morales, capaz de influir en la opinión común y volver proclive la tolerancia a las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 365

multitudes, todavía no completamente inspiradas en la redención. La contingencia es al


mismo tiempo el preludio de la felicidad y la llegada de un período de inquietudes, que
se ejercen en la aversión por todo cuanto aparece consolatorio. El ideal espiritual y el
temperamento orgiástico se enfrentan con la aspereza propia de un asunto no resuelto.
La escatología moderna se ejercita en la concepción de la inconmensurabilidad de la
creación. Las profecías son implícitas en las fases del conocimiento, que se contradice
en su escabrosa configuración progresiva. En la popperiana falsación de las teorías
cognoscitivas se refleja la esperanza de las criaturas de interceder cerca del Creador y la
desesperada jactancia de quienes no entrevén los signos, los vestigios, las huellas
sublimadoras de lo existente. La ineluctabilidad del sacrificio también comprende las
frustraciones causadas por la fallida comprensión de algunos aspectos de la naturaleza.
Sobre todo queda en el aire la irrefrenable transformación de lo inorgánico en lo
orgánico, de modo que sea evidente el sentido de la creación. La realidad contempera
los principios de la coherencia y los de la discrasia: el orden y el caos, considerado, este
último como el aspecto oculto de la creación. Ya el prodigio está en la sofisticación
tecnológica de los instrumentos de la comunicación, de los aparatos neumáticos (los
aeromóviles) de las representaciones alegóricas de acontecimientos nunca ocurridos o
redimidos por la memoria. La falta de contaminación de las necesidades primarias
presenta una perspectiva de desarrollo para millones de existencias, que se propalan por
la inclemencia ambiental a la servidumbre ancestral, al ímpetu liberador. La ausencia de
una dirección histórica obliga a la búsqueda científica a sacrificar cada tentación
quiliástica con tal de asegurar un engalanado descrédito a la evocación apocalíptica. El
exorcismo del fin de los tiempos se complementa con la indeterminación de los
fenómenos al estado germinal (propios del microcosmos). El martirologio moderno
consiste en afrontar las adversidades y las perversiones de lo existente pensando
sobrevivir. Las inquietudes cotidianas se perfilan como una insidia en la reflexión y en
la condición de la realidad manifiesta y la realidad velada o borrosa, que presagia influir
el compendio inquisitivo y disquisitivo de los observadores-perturbadores de la
realidad. Las profecías científicas de los tiempos modernos tratan del principio y del fin
del mundo, tal como se manifiesta en la tradición cristiana de los tiempos del rey
Nabucodonosor y el profeta Daniel, después. La herencia de la previsión es implícita en
las doctrinas salvadoras y en las teorías científicas, dirigidas a dar crédito, bajo el
sentido de la existencia, de su dimensión temporal. El valor cronológico de las
366 RICCARDO CAMPA

previsiones se interconecta con el sentido de las argumentaciones, que declinan la


realidad existente.

Las profecías modernas se identifican con las visiones científicas del mundo.
Las sugestiones y las premoniciones de las modernas cosmologías son los diseños
divinos escrutados por la inquietud humana. Las conjeturas, que la búsqueda y la
experiencia sugieren, son formas anquilosadas de fragmentos del futuro que no están
debidamente diseñados. La imaginación se sustenta cada vez en la experimentación: el
laboratorio la nueva catedral del espíritu creativo. La espera del fin del mundo no se
funda ya más, como en la Edad Media, en la Biblia y en el visionarismo de los
guardianes de las volutas del tiempo. «Se basa sobre todo en las predicciones
astronómicas, en las conjunciones de fechas y planetas, en las recientes visiones y
revelaciones orales, en los escritos antiguos falsificados y retocados, en numerosas
falsedades»43. La historia, en cuanto memoria de los hechos pasados, no persigue ya
analogías ni se arriesga en realizar elaboraciones exegéticas, dirigidas a «revaluar»
hechos, acontecimientos, prodigios, manifestados en el pasado. Al contrario, se subyuga
al tiempo futuro, como Jorge Luis Borges afirma, del tiempo que viene del futuro, como
una ráfaga de viento, que emana de una fuente todavía oculta en el cosmos. La teoría del
Big-Bang y la teoría de los agujeros negros son previsiones de hechos faltos de detalles.
La emancipación del temor ancestral es frustrada por la ansiedad existencial, que se
perpetúa en las volutas del universo. Los reformadores sociales aguardan: se dejan
arrastrar por la corriente (por el fisicalismo, por el fetichismo, como si fueran
aposiciones del capitalismo global), que parece cubrir de objetos biodegradables el
mundo y de transformarlo en un instrumento mecánico, como efecto de la sagacidad y
la impericia humana. Se refrendan en el aura magnética, como si el planeta fuera
reducido a su estado originario, para convertirse en su alternativa. La escatología
moderna se identifica en la inhibición a la hora de idear formas de intervención externa
al estro del homo thecnologicus, de este nuevo jinete del apocalipsis, que medita
entregarse a las ondas (cortas y largas) de las energías que actúan en el planeta, en
conexión con las inconmensurables que alternan los cuerpos celestes en la elegía de la
infinidad de los mundos.

La concepción mesiánica de la historia alimenta ideológicamente el totalitarismo


(tanto de izquierdas como de derechas) en las fases cautivadoras y detonantes, que
afligen el escenario mundial de buena parte del siglo XX, del siglo breve, en el que los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 367

acontecimientos se suceden con una tempestividad extremista y sumisa. El sentimiento


más difuso es el de una inmanencia, tecnológicamente administrada por los regidores
del orden mundial. La arrogancia totalitaria consiste en hacer irredimibles todas las
tentativas de aproximación, no a la verdad, sino a su apariencia. La función de las
categorías cognitivas disipan las expectativas salvíficas en favor de las impertinencias
cotidianas. El hemisferio de la precariedad se extiende profusamente y penetra las
conciencias como una nueva religión pánica. El nuevo credo social se identifica con las
pasiones populares, con las pulsiones colectivas, que amplifican el mal humor y
propenden las soluciones radicales, sea en el sector político, sea en el económico. La
economía de la vida espiritual es el veredicto temporal, emitido por el cardenal
Ildefonso Schuster, en los años del fascismo y de las perturbaciones morales,
dominantes en la Europa mediterránea y en la Europa central. El egocentrismo y el
maniqueísmo constituyen los antídotos naturales al conformismo dominante durante los
años (neuróticos) del totalitarismo. Los individuos, en su intimidad, se sienten
corresponsables del horror que cometen en la superficie, a la luz del Sol que parece
oscurecido por las tinieblas demoníacas. Se predica la confusión de las circunstancias
accesorias: sirve para orientar groseramente las mentes hacia un abyecto resultado (por
ejemplo, liberar presuntas comunidades de la sumisión involuntaria y de la pretensión
histórica). El mesianismo del régimen reprocha a la historia el hecho de convertirse en
un solvente genético del exorcismo vital.

El totalitarismo se distingue de otras formas de gobierno por la tentativa de


conjugar la teología con la antropología, por hacer consecuente, con la actitud física, la
convicción en la obra pionera de los nuevos reformadores sociales. La sublimación de la
acción es la superfetación de la actitud física, de una filosofía de la presencia natural
que se fija en el ejercicio físico como si fuera una mística resolutiva de la teleología
redentorista y regenerativa. El totalitarismo oscurece un proyecto prometeico, confiado
a los demiurgos por la problemática jactancia.

La apariencia tiene una fuerte carga aseverativa. Los encuentros oceánicos y las
congregaciones espectaculares son los ritos bárbaros, que a niveles alucinantes, atraen
los adeptos de unas religiones que se incrementa por las oscuras hendiduras del mito
hasta los miedos modernos de la destrucción. El totalitarismo anuncia Hiroshima y
Nagasaki: es un tipo de saga popular a la iniciación mesiánica, que tiene como puntos
de referencia la supervivencia, fortificada por la recepción de todos los atenuantes, las
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formas vitales imperfectas, que se desvían en el hechizo pietista y debilitante. La


envidia y la calumnia perjudican la convivencia civil, pero, a su vez, mitigan el
revanchismo ideal-patriótico. La desconfianza instintiva promueve el consentimiento
colectivo, la comunidad de intenciones y el conformismo. Este, en efecto, es la
superfetación de la incoherencia, de la diferenciación (de las opiniones, de las
actitudes). La delación es el síntoma de la uniformidad, de la forzosa correspondencia
de intenciones. En el totalitarismo se verifica lo preconizado por Montaigne acerca de la
malévola voluptuosidad del ver sufrir al prójimo. El maniqueísmo es una garantía que a
modo de fachada, sirve para proporcionar a las ideologías las efectivas exigencias de la
humanidad en su execranda actividad competitiva y compromisoria. La búsqueda del
bien sedentario moviliza las instancias innovadoras en la dinámica configuración de un
hecho social proyectado a la renovación y el desarrollo deseablemente sostenible.

La presencia de un orden oculto induce a los individuos a actuar de modo que la


justicia y la libertad sean prescriptibles. La convicción de que la condición humana
tenga que armonizarse con la dinámica natural permite establecer una ética del
comportamiento que se refleje en la moral común. La extrema comprensión de la
realidad se realiza en la conmoción, en la conciencia de la pequeñez de todos los
recursos humanos, dirigidas a afinar y ennoblecer la acción (decisional y actuante). La
compasión es una forma de participación en los males del mundo, comprometiéndose en
las circunstancias y las verificaciones objetivas. Nadie está exento de las debilidades
congénitas al género humano, incluso cuando se obstina en perseguir la justicia y las
formas grandilocuentes de la condición humana. La secularización del mundo necesita
una cura homeopática de pacíficos aditivos, de aptitudes compensatorias de las
discrasias existentes entre las diversas regiones del planeta (sobre el rompeolas político
y en las condiciones económicas y sociales). Las religiones seculares y las ideocracias
influyen en el comportamiento antes que la convicción, de modo que hacen posible la
aceptación –más o menos forzosa– de la uniformidad mundial (en el tiempo declinado
en la globalización).

La razón permite elaborar un diagnóstico de la situación, pero difícilmente sirve


para concretar una terapia. El universalismo racionalista contrasta con el individualismo
aprensivo y autorreferencial. El bien público difícilmente se casa con el interés
subjetivo. La dificultad consiste en devolver, desde la experiencia individual, el modelo
ideal de la colectividad (o al menos al criterio con el que se admite y reconoce
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 369

legalmente la diferenciación). La razón comporta la admisión de sus límites y la


transformación de los estilemas de vida en auténticos modelos de referencia o
interacción. La justicia se ejercita en la igualdad, que consiste la adecuación de los
principios heurísticos de la razón objetiva a las exigencias de la particularidad (en sus
modalidades de exteriorización). El comportamiento también resiste a las instancias de
la razón incluso cuando ayuda a la evidencia. El cambio en el modo de actuar se parece
a la fiabilidad de la comprensión. Y es en este hiato entre la teoría y la práctica aparecen
los seductores de las almas y los inspiradores de impróvidos propósitos. El fallido
acceso a la objetividad puede engendrar la indignación. A veces las aserciones
consolatorias sirven para localizar el perímetro de la verdad. La astucia de la razón
compite, entonces, con el pesimismo de la evidencia en un intento de terminar en una
atenta alabanza al equilibrio social y a la convivencia civil. Los reformadores sociales se
refieren a la igualdad, a la fraternidad y a la justicia, mortificando proditoriamente todas
las tentativas neurálgicas dirigidas a conseguir las dimensiones aproximadas y, por lo
tanto, contradictorias de la existencia. La retórica, en efecto, sirve para ilusionar al
auditorio, que es, en fin, llamado a expresar un parecer vinculante: la primacía de la
razón puede ser ostentada en los intersticios por las frases afectivas, en las
idiosincráticas declaraciones de principios que mimetizan el aspecto desacralizador de
la propensión subjetiva. El Mal se exalta exageradamente para dejar espacio al epítome
del Bien.

Por otro lado, el diálogo, entendido según Martin Heidegger y Martin Buber
como la condición propia del lenguaje, habilita al acuerdo, que es irrefrenable en la
comunidad humana, independientemente de las discrasias, que se manifiestan incluso
con persistente aflicción. La simulación del acuerdo fallido entre los individuos tiene
una naturaleza demoníaca. En efecto, se deduce de la angustia existencial, como le
ocurre al protagonista del Doctor Fausto de Thomas Mann, golpeado por la
irrevocabilidad del monólogo, que entreteje con el demonio de la historia para poner
música al Apocalipsis, la conclusión de la vida terrena del género humano. La novela,
en efecto, a diferencia de la poesía, se realiza en el diálogo, en la narración de
acontecimientos, expresados unánimemente. La pluralidad de las voces reitera el sentido
de la existencia, de la facultad de entendimiento entre los seres, que se obstinan en
querer anclar sus convicciones idiosincráticas. El diálogo es una navegación a mar
abierto, dónde cada uno se aventura en la esfera emotiva y racional de sus semejantes, a
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los que más o menos confía de forma consciente el propio entusiasmo y sus mismas
depresiones. «Mijaíl Bajtín considera que su concepción dialogal del ser humano tiene
su origen en la doctrina cristiana. En efecto, el pensamiento cristiano, mucho más que la
filosofía griega, es el que introduce en la tradición occidental la dimensión
intersubjetiva, con la necesaria asimetría entre yo y tu. El hombre individual no se
identifica con Cristo, pero lo necesita»44. La transcendencia, oscurecida en el diálogo,
consiste en la dinámica interacción de las voces, que concurren a delinear la
argumentación. La concepción dialógica se opone a la sumisión política y a cada forma
de dogmatismo, sin que necesariamente afirme el subjetivismo y el relativismo
instrumental. La intercambiabilidad de la posición de los interlocutores devuelve una
aptitud dialéctica, un ejercicio acabado con palabras, a la interlocución, en el intento de
conseguir un acuerdo, una visión combinada y complementaria de la realidad. La
radicalización de la expresión implica el entumecimiento de la acción, del gesto, del
acto, en las que se significan las intenciones, que son propulsoras de una suprema
voluntad, de una fuente demiúrgica, que no comunica, pero que incita, a veces, a la
satisfacción de los sentimientos menos edificantes de la condición humana.

La poesía moderna –bajo la forma de monólogo– hereda las características de la


profecía. El arte es el aspecto más inquietante de la poesía. La ciencia se connota como
la forma más explícita de la poesía, su quintaesencia reside en el «acontecimiento», en
la artificialidad de los resultados alcanzables con el auxilio de la tecnología y, por lo
tanto, de la praxis. Según Richard Wagner, el arte es la viva representación de la
realidad. La Gelstat ambiciona otorgar a la actitud humana la grandilocuencia del arte.
Los seres humanos tienden a representarse artísticamente: son los autores de sí mismos
en un orden que convalide su ambición. La innovación atrae más que la tradición
porque se reconoce en las elaboraciones artificiales, que promueve en el intento de
satisfacer las expectativas frustradas de la humanidad. La mecánica se convierte en una
categoría artística (Carlo Emilio Gadda la elabora literariamente). Se exalta todo lo que
reprime el acuerdo contra la improvisación contingentada por la razón positiva. La
innovación es la forma en la que la positividad del pensamiento y de la experiencia
asume connotaciones concretas. La acción es la experiencia en estado puro, que se
encomienda a la consecución de objetivos nobles para ser contada entre las categorías
preeminentes en el empeño de mejorar las condiciones objetivas y de configurar,
elevándola, la conflictividad en la competencia.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 371

La religión moderna dota al edificio las características correspondientes de la


catedral. La renovada fe en el progreso magnifica su templo en la construcción en
beneficio de las masas. El constructivismo es la corriente que evoca las innovaciones
consubstanciales a la antropología estética y potestativa. La geometría y la
funcionalidad equipan al ideal ambientalista. El correctivo de los ornamentos y los
delicados embellecimientos s introduce en la construcción un orden de factores
esenciales: al espacio y a la luz, fruibles como bienes de consumo. Lo correspondiente
al constructivismo arquitectónico es la abstracción en la pintura y en la ciencia. La
unión entre las humanidades y la ciencia se realiza en la abstracción, que asume las
connotaciones de la experiencia en el microcosmos. Lo concreto, en el universo de lo
impalpable, es una estela energética (luminosa) que priva de potencia lo concreto en su
sentido tradicional. El suprematismo de Kazimir Malévich (1916) se identifica con las
finalidades intrínsecas de la pintura. La sublimación de la objetividad le permite a
Vasilij Kandinskij hacer convivir la abstracción con un aspecto del orden cósmico
subyacente a la realidad práctica.

La idea de que el arte esté por encima de la vida es una despiadada confutación
de las intervenciones sumisas por las ideologías y por las religiones, dirigida a valorar
excesivamente la existencia (táctil, concreta, relacional). El arte moderno se propone
individuar los nexos figurativos existentes entre las convicciones y los objetos del
deseo. El apego a la evidencia parece debido a una irredimible propensión interior a
todos los entes y a todas las cosas, que constituyen el antecedente lógico de la
convicción y la acción. La costumbre es una tendencia ataráxica, que se abona con la
íntima determinación de los entes. Y es la intrínseca propensión de los seres que se
hacen inmanentes en los objetos, que hacen de escenario artificial a la sociabilidad y al
convencionalismo propedéutico del llamado bien común. La imagen, que en la
concepción platónica y romántica nos lleva a la visión celeste, sin embargo en la
concepción moderna del arte concierne a los antecedentes terapéuticos de los
acontecimientos, que reflejan los conflictos y las pacificaciones temporales de los
grupos, de las clases y de los pueblos. Las metáforas de los Estados modernos
conciernen las eventualidades, que las masas se ocupan de evidenciar y concretar,
aunque sea solo en las finalidades demostrativas de su urgencia identitaria. «Las
religiones políticas ocupan el lugar de las creencias tradicionales»45. El arte moderno
vuelve inmanente el carácter oculto del mundo. La licitud de cada postulación
372 RICCARDO CAMPA

conceptual es verdadera y controvertible. Por lo tanto, el itinerario orgiástico y


dionisíaco es interceptado constantemente por el espiritualismo más disoluto, en un
intento de vertebrar la realidad en una trama de convicciones abiertamente no plausibles
y, sin embargo, útiles para ostentar moderadamente la aceptación de las eventualidades
y su decadencia. La poesía desarrolla, sobre todo, un papel sacerdotal en los
reformadores sociales que, en los años Veinte y Treinta del siglo XX, se proponen como
si fueran los auténticos forjadores de los pueblos. El acero es la categoría expresiva, que
es apropiada por las masas (el seudónimo Stalin deriva de stal’, que significa acero).
«El hombre demiurgo iguala realmente a Dios, ya que crea un mundo a su
conveniencia»46. La inmediatez es una constante del arte moderno, que desalienta a
personalidades como Simone Weil, interesada en encontrar en el mensaje evangélico
una sugerencia, que no puede ser desatendida en lo confuso y en el estratégicamente
complejo sistema inventivo y actuante del siglo XX. La irrevocabilidad del Mal induce
a confortar la comprensión con la responsabilidad individual, con la actitud partícipe de
los jinetes del Apocalipsis. La época de la intimación forzosa del Bien comporta el
auxilio de la razón, que se inhibe de todos los atributos de la imaginación. La condición
humana contemporánea está como estupefacta ante la congruencia de la razón, de aquel
acuerdo, extraño a las prevenciones, que inquieta la historia con las diatribas de los
profetas desarmados. La elocuencia sombrea aquel estado en apariencia confuso, en el
que la actitud preponderante está representada por la distracción. La dislexia sumerge de
sonidos la soledad ancestral, donde naufraga la conciencia. La confusión de las
circunstancias tiene un atractivo prometeico, que la reacción instintiva devuelve
inadecuada. Y, sin embargo, cada ser participa en el banquete, en el que se identifica la
improbable salvación.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 373

12. LA COMPRENSIÓN

La apologética es una amplificación de la oratoria y la elocuencia. Como


disciplina de la amplificación propedéutica del conocimiento objetivo, la apologética
tiene en sí las características de la iniciación, de la propensión exegética con unas
expectativas consolatorias que van más allá de las expectativas cohesivas y solidarias.
En cierto sentido, señala una cruzada ideal, que se hace necesaria por el ímpetu
propagandístico, que se parece necesario establecer en un contexto social para alcanzar
los resultados que se pueden detectar en su contenido. En la jerarquía de las ciencias
ocupa un puesto subsidiario ya que preconiza el aprendizaje sin condicionarlo
necesariamente a los requisitos de hecho. En cierto sentido, se alinea con la opinión
común en otorgar a la sofística un pretexto que tenga en cuenta el rigor connotativo de
las frases que se realizan al efecto. En este clima de superfetación conceptual, la
apologética conserva un grado de discreción, que implica la aceptación colectiva, antes
de prodigar los recursos argumentativos, capaces de realizar las comprobaciones
exegéticas necesarias con las que habilitarla en la dialéctica del contenido y de la
generalización. En su más indiscreta manifestación explicativa, la apologética es al
mismo tiempo de signo religioso y laico: irrumpe en la intimidad de las creencias y en
la emancipación heresiarca. En el Renacimiento italiano se favorecen las disputas
doctrinarias, responsables de la nueva visión de la realidad y la renovada experiencia
mundana. La extensión de los horizontes físicos –conexa con la era de las navegaciones
y con la recuperación del Nuevo Mundo– comporta la creencia en nociones
cognoscitivas, sean religiosas o laicas, en contextos institucionales que se orientan de
forma divisa a las europeas. La apologética espiritual y la mundana se realizan con una
escabrosa acción armada y administrativamente atrevida, tanto en el perfil providencial,
como en el perfil convencional. La elegía del progreso se desarrolla en la canonización
de la fuerza de la convicción bajo la experiencia innovadora, que no puede correr el
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riesgo de atenuar sus efectos, concurriendo a coordinar y más que nunca armonizar las
múltiples variables cognoscitivas y conductuales, que el Nuevo Mundo evidencia con
una conciencia privada de ritos. «Como enseña el mito de Orfeo –escribe Marc
Fumaroli– la sociedad humana tuvo su origen por la elocuencia, gracias a ella, se ha
constituido después en un cuerpo político, en un lugar de intercambios económicos y
comerciales, en Iglesia»1. El empeño religioso y la vida mundana interaccionan a través
de la elocuencia, dirigida a configurar (como si fueran los principales y en ciertos
aspectos incontinentes) los factores connotativos, que hacen que las relaciones
existentes entre la convicción y las posibles interferencias de la experiencia en las
elaboraciones mentales y en la adecuación conductual sean comprensibles. Actuar y
concertar sobre sus posibles justificaciones es el resultado de una obra de desarrollo
ensayístico, compensada por la retórica y de forma más sofisticada por la elocuencia. La
resistencia de la elocuencia en cada abreviatura explicativa de los fenómenos sometidos
a revisión conceptual se justifica en la compostura racional, con la que el discurso se
vuelve inmanente. La apologética argumentativa es parte integrante de la elocuencia,
que se presenta como la carga de prueba de los resultados conseguidos en el ámbito del
consentimiento múltiple, colectivo.

La elocuencia, emanación moderna de las instituciones, exalta la perspicacia de


cuántos profesan la argumentación para interesarse por los acontecimientos, bien sean
de la práctica religiosa, bien sean de la sociedad civil. Ambas categorías representativas
de la convicción y la participación asumen connotaciones similares a las del
Renacimiento italiano, la época de los caudillos y de los marineros, que los mercantes
remplazan, más apegados a la narración, por la elegía del descubrimiento de los usos y
las costumbres que están en auge en algunos territorios y que son, a su vez,
desconocidos en otros. A la docilidad de los mercantes frente a las condiciones
objetivas y a su intento de conocerlas, se confronta la resolución expresiva de los
mercenarios y de los marineros, que inician empresas de una época, si bien impulsadas
por las expectativas económicas y sociales de los órdenes institucionales de las que
provienen. La elocuencia de los viajeros modernos se realiza en los cuentos y en los
testimonios, en las crónicas, a menudo redactadas con finalidades proféticas u objetivos
propagandísticos, algunas veces realizados con afán polémico. Sus reconocimientos son
hendientes polémicos contra el sentido común, contra el conocimiento consolidado, con
el objetivo de evidenciar el «descubrimiento», la innovación y el perfil exegético de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 375

toda expresión connotativa, utilizados para hacer pertinente el razonamiento con las
expectativas de los innovadores sedentarios, de quienes participan emotivamente en las
eventualidades sin modificar su posicionamiento inquisitivo y relacional. Las crónicas
del Nuevo Mundo son una unión de intimaciones emotivas y conductuales, con la ayuda
de nociones eficazmente aplazadas en la conceptualización corriente. Todo lo que se
aprende tiene un aspecto innovador, afecta a la antropología por así decir emprendedora,
o a la antropología sedimentaria: los conquistadores y los conquistados se examinan
recíprocamente según el registro de las remisiones de los pecados y sus absoluciones,
cometidos y conminados por la alegoría del nuevo curso de la historia y de la condición
humana. En las crónicas se preserva el recuerdo del modo de reaccionar frente a los
apremios emotivos y racionales, que constituye el cumplimiento histórico mal realizado
por los individuos, mantenidos juntos por la elocuencia, en el ámbito de la comunidad
(sea por los propagandistas de las innovaciones no son siempre edificantes, sea por los
sujetos pobres de la explotación y de la enajenación).

Las proclamas y las arengas, realizadas por los colonizadores del Nuevo Mundo,
son hechizos expresivos, que difícilmente se pueden connotar como ejemplos de una
fina elocuencia, aunque reflejen las conformaciones expresivas bajo un perfil formal, o
bajo un perfil sonoro. La alabanza y el demérito son objeto de una rarefacción oratoria,
que en algunas situaciones asume las características de la elocuencia omnicomprensiva
de los efectos sociales, con los que se obstina en mantenerse vinculada para difundirse
en el vacío absoluto. Los resultados son la aprensión por el mal y la expectativa del
bien: ambos realizados con sagacidad desde la argucia explicativa de los estudiosos de
una disciplina tan fuertemente anclada en el conocimiento, como es la elocuencia, un
fortín del efecto escénico basada en las reflexiones textuales. Expresar eficazmente las
consideraciones significa, en primer lugar, dominar la argumentación con las debidas
referencias documentales y exegéticas. El arte del decir, del dialogar, se aproxima a la
estrategia del legislar. La habilidad de convencer es un ejercicio de la mente, que se
encuadra en los propósitos explicativos de la realidad fenoménica y de las reglas que
hacen propedéutica la adquisición. La convicción, a la que aspira la elocuencia, es el
momento originario del conocimiento. Una vez conseguida la conciencia de la
veracidad o al menos de una proposición cognoscitiva, el elemento enfático y
declamatorio disminuye, se eclipsa, sin llegar a la irresolución conceptual. Todos los
instrumentos, útiles en la consecución de los objetivos del aprendizaje, son saludables y
376 RICCARDO CAMPA

benéficos, en el sentido en que contribuyen a una exigencia que sería difícil favorecer
con afirmativas declaraciones de principio. La elocuencia concurre a declinar la realidad
según las profundizaciones realizadas por las diversas disciplinas cognoscitivas. La suya
es una laboriosidad dedicada a la acogida de nociones que serían difíciles de adquirir de
otra forma y, por lo tanto, a un empleo ineficaz en la consecución de los objetivos de la
preceptiva convencional. La versión demostrativa (o epidíctica), permite que la
argumentación asuma un significado institucional, socialmente consolidado. La
conveniencia, a diferencia de la claridad y de la elegancia, es una característica
emprendedora, en el sentido que se reserva el valorar bajo el prejuicio de adoptar las
formas más adecuadas para enfrentar los desafíos de la convivencia y la sociabilidad. La
tendencia a la convicción es una operación de particular sentido institucional. Anima los
discursos, las oraciones y las invectivas, de modo que encuentra los resultados en la
acogida de sus efectos estratégicos y consecuenciales. Las elegancias latinas no se
utilizan para ponderar estratégicamente con el fin de conseguir los objetivos del
razonamiento sobre una realidad que está en un continuo dinamismo inquisitorial, más
que en una imprevisible extemporaneidad, que desalienta y desorienta a los argonautas
de la innovación modernizante. La mayéutica socrática no puede ejercitarse fuera o en
detrimento de las verdades.

El énfasis declamatorio se presenta, por tanto, como una exigencia creciente de


la ejemplificación discursiva. La retórica debería prescindir de competir con las
proposiciones cognitivas de la dialéctica discursiva para interaccionar con las temáticas
explicativas de las soluciones cognitivas presentes en algunas formulaciones de
principios, de someterse al juicio colectivo y a la experiencia comunitaria. En Las
Cartas a Lucilio de Séneca, la elocuencia asume características epigramáticas: la
interlocución tiene un único sentido, prescinde de algún modo de las reales, efectivas,
reacciones del interlocutor. Se evidencia la inestabilidad polémica del locutor, que se
vale del componente hierocrático de la sabiduría antigua para abandonarse en las
defaillances de la actualidad. Lucilio es la imagen del pensamiento salvífico de Séneca,
que reconoce en la intemperancia de su interlocutor la fibra de un debutante de la
sociabilidad, asechada por los defectos arcaicos y difícilmente extinguibles en la
convivencia. La ética de la representación contrasta con su ejecución testamentaria. La
persuasiva recomendación conductual de Séneca en Lucilio se encuentra permeada de
un desaliento, irritante debido a la tensión emotiva, expresada mediante alegorías y con
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 377

una fina elegancia. Invita a su joven interlocutor a desconfiar de la intolerancia, y


también del pietismo, algo que no conviene a quien ejerce una función pública. Y es
justo la referencia a la humanidad, a la que Lucilio está expuesto, donde el preceptor
induce a magnificar los destinos de las provincias, en los que la justicia se ejerce con
moderación y con una sagacidad ejemplar. Séneca se yergue como un reformador social
incluso habiendo incurrido en graves defectos pecuniarios y administrativos. La
solución salvífica se puede probar de forma retórica. Todo lo que puede ser ratificado
por la lógica menos persuasiva en relación al rigorismo ético es idóneo para potenciar el
discernimiento y suscitar la legitimación colectiva. El poder decisional debe ser
constantemente vivificado por el consentimiento, y también realizado, si es necesario,
utilizando los métodos que sean precisos aunque no siempre sean edificantes. La
participación emotiva debe estar condicionada por la razón efectiva, que mitiga las
incomprensiones y las aseveraciones propulsivas. La cima del sentido común aparece
como un todo sumado el único aspecto providencial del hecho comunitario, línea recta,
en línea de principio, de reglas válidas erga omnes. La retórica y la filosofía, el arte de
la convicción y la disciplina argumentativa se conjugan en las obras de Séneca,
conocido, para no confundirlo con el padre, como el retórico español, el filósofo de la
época vespasiana y neroniana. La conciliación de la flébil invectiva y las
recomendaciones genera una inspiración polémica retenida en las espirales del
humanismo, precursor de las inducciones conceptuales del Quattrocento italiano y
europeo. El anacronismo no contempera, cuando se manifiesta si bien ocasionalmente,
lo patético y lo pintoresco. El discurso –la recomendación– es lineal, sin intercesiones
mesiánicas, fruto, al menos en apariencia, de las meditaciones que siguen a la
experiencia.

En un universo tan desencantado, como en el que escribe Séneca en sus Cartas a


Lucilio, la metáfora y la alegoría no sirven para definir los estados de ánimo, en los que
se practica la escritura. Las sentencias senequistas están privadas de referencias: su
solícita perentoriedad se relega a la retaguardia de la advertencia, del consejo, en el que
no conviene desatender su carácter prescriptivo. Séneca es consciente de que no suscita
estupor en el interlocutor, que aparece a contraluz, casi como un personaje insensible a
la preceptiva. Su insolvencia se atenúa por la complejidad de las responsabilidades
administrativas, que también incumben con su escabrosa negligencia a las
personalidades más abiertas a los acuerdos, a las transacciones y a la tolerancia. «Las
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Cartas a Lucilio son una prueba del buen uso que una “alma grande” puede hacer de los
defectos de su tiempo»2. El convencionalismo del Mal influye y exacerba los recónditos
pensamientos de Séneca, que conoce las simulaciones de la existencia y los embelecos
con los que alienarse. La oportunidad de una revancha afecta como una onda de choque
incluso a las personas menos inclinadas a creer en las condiciones objetivas declinables
según sus relativos propósitos de acción. El moralista escribe páginas antológicas en
orden a la conducta que hay que seguir en la vida cotidiana. Conoce las insidias que
anidan en el ánimo humano y solo logra exorcizarlas con el deseo de los buenos
propósitos: los que le dice a Lucilio, a quien encomienda las profilácticas lecturas
edificantes, para fortificarlo desde el camino de los buenos propósitos. El pensamiento,
expresado en forma de elocuencia, atraviesa los siglos e interacciona con la renovada
propensión humana a disputar sobre el sentido y el potencial energético de la existencia
en la época renacentista, en la edad de las agitaciones interiores, credenciales, religiosas,
vocacionales. El comandante y el marinero afrontan las asperezas naturales para afirmar
la autodeterminación potestativa. La convicción anuncia la acción sin el soporte de los
menguados soporíferos o piadosos, que influyen en la hegemonía del misterio y de la
redención. La exasperada cognición de sí, anuncia una renovada, incestuosa, relación
con la naturaleza, capaz de cercenar una vez más los vínculos con el más allá. El
desaliento sobre el cielo estrellado engendra el vigor de la ciencia experimental, el
reconocimiento de aquellos conocimientos, que prorrumpen debido a la conciencia en la
capacidad individual de dimidiar los recursos de la razón y de sufragar la preocupación
emotiva, que en el pasado medieval connota las aptitudes penetrantes de las
generaciones subyugadas por el redentorismo religioso y por la regeneración en un
nuevo clima espiritual.

El redescubrimiento renacentista de Tácito y de Virgilio bajo el perfil expresivo


(hasta coloquial) se encuadra en la propensión a ennoblecer, como si fuera una forma de
esencialidad connotativa, la escritura escabrosa y mordaz del primero y la elegía
providencial y salvadora del segundo. Las dos escrituras se diferencian formalmente,
aunque ambas se refieren a epopeyas, destinadas a celebrar, respectivamente, la destreza
del conquistador y la pietas del fundador de epopeyas, como ineludibles
configuraciones de la historia. La exteriorización argumentativa está anagramada en la
fértil incisividad estética. La composición densa y conceptuosa se une al gusto sonoro y
visual. Las imágenes traducen la hermosura del lenguaje en la representación
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 379

escenográfica. Sea la Germania de Tácito, sea la Eneida de Virgilio, se identifican por


un clima existencial, destinado a convertirse en una sugestión intelectual y emotiva para
quienes reconocen en la elaboración gráfica la identificación en una región del gusto,
destinada a permanecer en el tiempo. La gravedad del pensamiento concuerda con la
elegancia expresiva. La elocuencia se define así, en la edad renacentista, como una
disciplina, que pueden garantizar la sobriedad argumentativa con un grado de finura
representativa. La estética se convierte en una parte integrante de la construcción
creativa. La inspiración poética influye en la elaboración oratoria, de modo que la
vuelva, no solo universalmente utilizable, sino que también puede memorizarse. La
presencia ecuménica de Pico della Mirandola concilia la vocación creativa con la
amabilidad expresiva, retenida en la memoria. La lectura de Nicolás Maquiavelo de las
Décadas de Tito Livio influye eficazmente en el empleo del discurso histórico,
corroborado por extractos documentales, metáforas y metonimias, presentes en el
Príncipe y hasta en las divagaciones literarias. El patrimonio conceptual se explica en
clave argumentativa en el uso de una lengua advenediza de referencias históricas y el
léxico de derivación clásica (latina). La percepción y el gozo estético vinculan la
elocuencia renacentista al magisterio de la solvencia conceptual. Es indispensable que la
hermosura de la expresión se una a su contenido: el conocimiento consiste en
proporcionar de una forma suave las nociones, por parte de quienes se encargan de su
divulgación.

La justa medida consiste en hacer agradable el conocimiento, en asegurar el uso


de las adquisiciones internas con la naturaleza de las cosas y su potencial energético,
con el consuelo de las instancias inventivas del observador-perturbador de la realidad.
El humanismo es un movimiento ideal, dirigido a adquirir en clave exegética el legado
cultural de la antigüedad: legado, que provoca una profunda renovación en el modo de
entender la realidad y en la costumbre del Renacimiento, como un momento angular del
magisterio civil y social de un círculo de intelectuales, ocupados en diseñar un nuevo
curso de la vida humana y del arte expresivo. Las referencias a san Agustín y, por otro
lado, a Tertuliano y a Lactancio, sirven para ratificar una forma léxica más correcta y
representativa de las visiones actualizadas y las exigencias existenciales. El latín
clásico, comparado con el latín de la decadencia, da carta de derecho a los nuevos
exegetas de la lengua de unir el pasado con el presente manifiesto, representado por las
lenguas romances, por las literaturas modernizantes, que cuyas uniones provenzales se
380 RICCARDO CAMPA

reflejan en las formas habladas italianas, ibéricas, bajo una escritura intimista y
confidencial. «Siendo ya la lengua sagrada bajo el auspicio de la Iglesia de Roma, el
latín reconducido a la pureza originaria de la filología humanística, se volvió la lengua
de la gloriosa inmortalidad»3. Las cartas pastorales y los sermones encomiásticos
despiertan el fervor oratorio y la práctica de la elocuencia. Pero el tejido conectivo de la
comunicación lingüística se atribuye un papel de particular significación en el clima de
transición entre la lengua latina, universal y ecuménica, y las lenguas neo-latinas,
fijadas a la intemperancia elegíaca de las comunidades europeas que estaban
caracterizadas por las tradiciones y por unas costumbres que mantenían una resonancia
interactiva.

Las nuevas comunidades lingüísticas se confrontan y se contaminan en el intento


de propiciar un modo de ver el mundo y proporcionar un ideal de paz. El cambio de las
mercancías y la solidez de los comercios inducen a elaborar un tipo de léxico
generalizado, de inspiración latina, pero con intrínsecas modulaciones regionalistas y
sectoriales. Las disciplinas de los cambios alimentan las disciplinas de los acuerdos
entre las poblaciones, con las que se asegura una nueva configuración de la Europa
moderna, propensa y predispuesta a las traducciones, antes de que Madame de Stäel las
promueva. La interpretación de los textos escritos en una lengua a partir de otra lengua
rsponde a la concepción de que la expresión, por su naturaleza, tiende a la divulgación.
La traducción es lógicamente coherente con el principio de la comprensión ya que, en
base a ello, se puede utilizar, por así decir, el mismo criterio originario de correlación a
nivel genético y, por lo tanto, universal. La humanidad ostenta diferencias expresivas
sobre la base de una idéntica connotación. El estilo es, por tanto, una forma decorativa
de una unión virtual entre diferentes hablas, a veces, con un origen en diversos linajes
que se caracterizan por tener un itinerario tan imponderable que se pierde en la noche de
los tiempos. Los acontecimientos de los pueblos y de las naciones inciden en la
conformación lingüística y se atienen por así decir a un criterio de necesidad, que se
realiza en la experiencia. A pesar de las barreras políticas y aduaneras, las poblaciones
del planeta se aúnan lingüísticamente siguiendo un trayecto ideal, silente, que
difícilmente convertible en anagrama del cumplimiento sintáctico-conceptual. La
retórica, respetuosa con los pre-requisitos expresivos, contrasta con la sofística en su
misma degeneración, en la multiplicidad de las postulaciones conceptuales, de modo
que según el criterio moderno del tenor de la incomunicabilidad no pueden traducirse
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 381

entre sí. Por otra parte, El elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, publicado en
1511, es la rehabilitación escénica del principio vital, de la vis construens, que es el
fundamento de la resignación humana. Y es justo esta actitud, en apariencia icástica, la
que domina la adicción y permite a los hombres tolerar los defectos y predicar su
adhesión a la vida, incluso cuando se hacen presentes los compromisos y las
idiosincrasias, que generalmente declinan en la cotidianidad. El estilo usado en la
escritura provoca en el lector la adhesión al contenido de la fabulación. De hecho, la
sugestión, que practica El elogio de la locura, sombrea las prácticas iniciáticas de la
Edad Media: las recepciones son instancias de la hipertrófica condición del yo (de la
personalidad, tan exasperadamente perseguida por los acontecimientos renacentistas,
cada vez más privados de las fascinaciones credenciales e ideológicas, que premien la
difusa perplejidad aseverativa).

La elegancia estilística –para Erasmo– es un elemento propedéutico de la


consistencia argumentativa. El silogismo y las otras figuras retóricas tienden a resaltar
la lógica intrínseca en el discurso y la inspiración expresiva. El recurso al gusto
expresivo y a la estética del razonamiento manifiestan un tipo de captatio
benevolentiae. «Las citas realizadas por los antiguos para ser engastadas en el discurso
se transforman, por tanto, en elementos constitutivos de un estilo filosófico típicamente
humanista, en la que la probatio coincide con el ornatus»4. La gracia, unida a lo
concreto, permite que el discurso se enriquezca con impulsos emotivos, legalmente
homologados por la razón: docere y delectare son las facultades didácticas que se
encargan de difundir el conocimiento salvaguardando su rigor y su íntima refutación.
«Los Evangelios, añade Erasmo, ricos como son de sententiae, de parábolas, alegorías y
apotegmas cargados de un sentido misterioso, son un claro ejemplo de este método»5.
La plasticidad literaria de la escritura de Erasmo tiende a condicionar la acogida de la
originalidad de las elaboraciones conceptuales bajo el prestigio de lo formal: la adhesión
del gusto al mensaje transforma la literatura en filosofía. La curiosidad se declina en la
conceptualización cognitiva. La «retórica de las citas» une el texto de Erasmo con los
clásicos de la antigüedad, con los que se comprueba un orden cognoscitivo, que se
presenta bajo el rasgo de la evidencia en el mundo renacentista. La sumisión del
mensaje arcaico o antiguo se debe a la obstinación del exegeta moderno, que es capaz
de predisponer su actualidad. La conversión del dictado de los clásicos a la escolástica
del momento es posible gracias a las aptitudes miméticas, que realizan los renacentistas.
382 RICCARDO CAMPA

La habilidad literaria de Erasmo contrasta con la elocuencia clásica que estaba


legitimada por el contexto institucional en el que se realizaba. La aridez erasmiana tiene
fines divulgativos, no contempera los ámbitos privilegiados por la retórica tradicional.
Su magisterio estilístico consiste en practicar la elegancia expresiva como si fuera un
método que sirve para divulgar conceptos de una particular relevancia, en un pasado
propuesto con la ayuda de un florilegio exuberante. El virtuosismo, aunque rechazado,
forma parte de la escritura erasmiana, con el único propósito de favorecer
sugestivamente la adhesión o la aprobación y, por consiguiente, la confutación y la
refutación de lo que se sostiene en el discurso, a menudo dotado de un tono conciliador
de las diferentes postulaciones oratorias contrapuestas, al estar inspiradas en Cicerón o
en sus detractores, según el principio de la eficacia comunicativa nacida del consenso.
La devoción, que engendra la elocuencia, halla en sí misma los términos con los que
argumentar de forma sistemática y eficaz. La finalidad expresiva se vale de cualquier
argucia formal que garantice su difusión y acredite contextualmente su aceptación. La
armonía del estilo, la musicalidad de las palabras no reducen –como reclaman los
impugnadores de la poética erasmiana– el alcance de su conceptualización intrínseca.
La áspera y consecuente prosa no asegura un resultado más eficaz, ni en su difusión, ni
en su comprensión; al contrario, la aridez de la expresión puede perjudicar la
congruencia cognoscitiva en el angustiante presupuesto de la esencialidad. El acuerdo
establecido por la medida no escarnece el agrado que provoca las formas expresivas,
que pretenden asegurar un consentimiento racional y difuso al discurso. El sentimiento
y la literatura –en Erasmo– pueden interconectarse en el intento de ampliar el sufragio
de los lectores y de los exegetas. La actitud frente al saber no diferencia las buenas
formas, en las que se presente confortante y exigible a gran escala.

Pietro Bembo intenta correlacionar la retórica ciceroniana con el italiano vulgar,


siendo su más fértil partidario, tanto en su forma argumentativa, como en su forma
léxica. Un tipo de iniciación a la nueva lengua neolatina se puede observar en la
communis opinio, que aparece como a un ancla de salvación en el concierto de los
dialectos, históricamente consolidados, como es el caso del toscano y del véneto. La
concepción bembiana constituye sin embargo una tutela laica del conocimiento, al
amparo de la preceptiva teológica. La elocuencia de inspiración latina es una garantía de
la nueva trabazón política, que se afirma en la Italia del Noreste y que aparece como un
apéndice del Renacimiento laico y autonomista de derivación toscana. Las lenguas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 383

vulgares son interclasistas: permiten que las diferentes clases sociales se entiendan y
opinen de modo que encuentren –aunque con dificultad– los términos de un acuerdo de
orden político, económico y social: un término que acoja las diversas posiciones sin
desembocar en el conflicto. La retórica, entendida como pedagogía de la sabiduría, se
sirve de las lenguas vulgares para redimir la innumerable participación colectiva del
analfabetismo conceptual y coloquial. La gracia divina se conjuga con la palabra
humana en el empeño, cumplido por las órdenes religiosas de evangelizar las
poblaciones todavía irredentas del pecado original. Las misiones religiosas en el Nuevo
Mundo utilizan las lenguas maternas de las poblaciones que han de cristianizar, en un
intento de hacerse partícipes de su inquietud existencial. La narrativa homilética es rica
en referencias léxicas a las lenguas maternas, aunque geopolíticamente designadas
como complementarias si no hasta como subalternas a ella misma o a las lenguas
oficiales. La impericia de la historia es remplazada por la costumbre, que permite desde
la Roma imperial y republicana hasta el mundo moderno, tener un papel persuasivo y
coherente en la estabilidad institucional. La eficacia de la Gracia consiste en creer que
se pueden modificar los usos y las costumbres consolidadas, gracias al empleo de las
lenguas difusas y estratégicamente vinculadas al orden comunitario antes de la llegada
de las misiones extranjeras a las regiones del Nuevo Mundo.

El estilo aparece como si fuera el espejo del carácter del escritor, que le ayuda
para hacer que sus argumentaciones aparezcan con más exigencia. La ayuda de las
formas, con las que sugestionar las conciencias activas, es un aspecto determinante de la
elocuencia. El privilegio de expresar el propio pensamiento en las formas debidas
adquiere un resultado relevante para la unión social, en la que se realiza. El comercio de
las ideas se hace más presente en la opinión pública cuanto más se atiene a las
convenciones, también de orden estético, a los que se somete la convicción. La cultura
monástica, aunque limitada y restringida al ámbito en la que se determina, reproduce el
mundo a escala exegética, con sus tensiones emotivas y sus resoluciones racionales.
Marsilio Ficino promete la inquietud existencial como una amalgama de las conciencias
inducida por las circunstancias y reflejadas en las vidas terrenas del género humano, en
su sentido y en su consistencia. La melancolía presagia el mismo desaliento de Albrecht
Dürer, que, en la época romántica, predice el desaliento del observador de la realidad
frente a su decadencia. La hora del juicio universal parece haberse anticipado,
difundiéndose sobre los pensamientos y sobre las visiones de quienes, en la intimidad
384 RICCARDO CAMPA

de sus peregrinaciones mentales, buscan una salida a la soledad ancestral y a la vanidad


como un calidoscópico efecto de la ficción escénica. Un tipo de heroísmo melancólico
es la fuente de inaccesibles constataciones sentimentales: los grandes testimonios
poéticos se pliegan a los momentos de la emoción solitaria, del vacío absoluto,
percibido como penetrante e ineluctable, casi como en el laberinto de Jorge Luis Borges
y su peligrosa resolución en lo deslumbrante del Aleph, en el punto de fuga de la luz y el
pensamiento consecuente. «En los Heroicos furores de Giordano Bruno, el heroísmo
melancólico se desvincula de toda cautela filosófica o médica para librarse a una
deslumbrante iluminación amorosa y fúnebre, entre la llamada de la belleza infinita y
los límites de la prisión mortal anhelante a su propia ruina»6. La exaltación de la
melancolía engendra, en el siglo XVI, un tipo de redentorismo práctico, una fuerza de
cohesión entre las individualidades preterintencionalmente inclinadas a afrontar las
eventualidades con la única ayuda de la conciencia (por otra parte contumaz). La
tensión emotiva enfrenta la racionalidad misma en el intento de redimirla del fragoroso
fracaso de la vaguedad y del olvido. La contemplación de los melancólicos compensa la
imaginación de los espíritus activos. La memoria se convierte así en el patrimonio de
quienes reivindican su actualidad. Los políticos, los reformadores sociales, recurren a la
memoria para encontrar su plausibilidad: el consenso, al que se exponen, en efecto, es
un sucedáneo del incipit sedimentario (en la documentación, aireada por el énfasis
oratorio).

La lucha frente a la preceptiva consolidada salvaguarda la autenticidad de la


expresión que, en el siglo XVII, se ejerce en la ciencia. El estudio de la naturaleza
comporta una actitud emotiva, mediada por la razón. La resolución sistémica de las
hipótesis cognoscitivas constituye una meta de la lógica consecuencial, que intercede
entre las peticiones y las conjeturas, en la perspectiva de una resolución, que supera el
cotejo con la experiencia y en la proposición artificial (del laboratorio). La época de la
ciencia se juzga a partir de la constatación y su cumplimiento. La elocuencia cristiana,
cuyo fin es convencer y evangelizar, se une a la elocuencia pagana en la eficacia, en el
cumplimiento sintáctico de lo que, en el pasado, se expresa de forma alusiva. La época
de la ciencia promueve, también en el ámbito espiritual, una valoración más atenta a la
construcción expositiva de los pensamientos y predispuesta a la consecución de unos
objetivos concretos (en otro sentido, censurables). La simplicitas cristiana se une a la
esencialidad científica. Una especie de seráfico compromiso con la verdad incide, en el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 385

estilo cristiano, sobre la preceptiva de la actuación, del comportamiento. La ausencia de


figuras retóricas en la locución induce al interlocutor a llevar a cabo una llamada a lo
concreto. La esencialidad contribuye a conferir una nota de confianza a la
evangelización, lo que presagia el carácter insondable de la salvación y la regeneración.
La concordancia entre Cicerón y san Agustín anuncia la estrategia inventiva de las
misiones en el Nuevo Mundo, donde las costumbres consolidadas se transforman no sin
dificultad en los ritos de la liturgia cristiana. La mitigación de la distancia entre las
creencias antiguas y las nuevas fulguraciones se realiza en un lenguaje esencializado,
esto es privado de los efectos sonoros, que encuentran su panteón de audiencia en el
foro jurisconsulto, en el certamen dialéctico e ideológico, que imprime la existencia del
nuevo Estado-nación. La hegemonía de las formas expresivas concurre a dar
consistencia conceptual a los nuevos órdenes institucionales, que se emancipan de la
fragmentación feudal, señorial, jerárquico-exponencial. Las obras, que determinan la
legitimación legal de los nuevos Estado-nación, se redactan bajo la forma de ensayo,
equipadas de anotaciones y citas clásicas, como puntos de referencia de las experiencias
pasadas, ya en parte concluidas y en parte propuestas para la reflexión. La propaganda
ideológica se pliega a las razones de la política, en el intento de convencer y de fijar las
reglas didácticas en la empresa colectiva. El orden institucional es, a menudo, el
resultado de una obra de convicción, realizado con la elocuencia (y con la retórica). La
inspiración se sintoniza con el rigor expresivo, intentando conseguir los efectos
didácticos de la fertilidad del ingenio creativo. La epistolografía y la homilética tienden
a alcanzar con el efecto escénico el máximo grado de versatilidad explicativa.

El laconismo de la expresión informa las elaboraciones doctrinales de los siglos


XVII y XVIII: son épocas, en los que la brevedad de los temas explicativos se
contempera con el reconocimiento normativo, con la reconstrucción de las frases y los
períodos, que interceden en favor de una complicidad que el lector va adquiriendo
paulatinamente. Los prejuicios en la comunicación se efectúan desde las frases
elaboradas a tal efecto, que, sin embargo, se atienen escrupulosamente a la síntesis
connotativa de la argumentación. La misma locuacidad de los personajes de la
dramaturgia de la época resume bajo una forma sintáctica las idiosincrasias y los
caprichos de la vida cotidiana, ambiental. Las cortes, las casas señoriales o las citas de
los biempensantes son los lugares en los que la ambientación escénica reemplaza, en
parte y fugazmente, la fenomenología expositiva. Las personalidades de los
386 RICCARDO CAMPA

protagonistas del teatro del siglo XVIII se convierten en estereotipos que atraen la
atención del público desde su agudeza exterior. La intimidad parece oculta al lector o al
espectador, que es inducido a preguntarse si antropológicamente advierte un tipo de
afinidad entre el interior y el exterior del escenario y si bajo el disfraz del protagonista
no se esconde una performance de carácter general, oculta de forma convencional a la
observación contingente e infra-individual. Las frases hechas y los adverbios modales
privan de fuerza a las formas afirmativas de los regidores de un orden mental, del que
forman parte la versión burlesca o charlatana. El éxodo de la narración cotidiana es
circular e inauténtico: por esta razón funciona como un antídoto y un presagio. Todo lo
que se desarrolla sobre la escena puede ocurrir en la platea, en la platea privada y
tentacular de las personas, que se esconden tras el biombo de la apariencia para evitar el
juicio sumario de la realidad (que es el conjunto de la comunidad sumado a los
epigramas de los modelos socialmente delineados como ineludibles). El sacrificio del
sentido común se configura como un sagrado ejercicio, que se frustra sobre el altar de la
lealtad. La ignominia serpea en las perversiones subjetivas, en las angustiosas
peregrinaciones de los que trepan en la sociedad, quienes ambicionan no confundirse
con las masas informes, todavía no movilizadas en la consecución de los beneficios,
perentoriamente adquiridos con la ayuda de los slogans y las expresiones sincopadas. La
claridad de la elocuencia hace justicia a la oscuridad de las cosas. Efectivamente, los
personajes de la dramaturgia dieciochesca se esconden tras la aridez de las expresiones
y el cumplimiento de las decisiones de sus actuaciones, vertidas o transformadas bajo la
forma del mal humor. En todo caso el incumplimiento no es sinónimo de
abstencionismo, en el sentido de que queda como una estela logorreica en búsqueda de
las causas y las aberraciones que implican el curso de los acontecimientos.
Paradójicamente, la dramaturgia del XVIII, si, por un lado, se libera en la
caracterización del personaje, por el otro, se disipa en la ambientación, de modo que el
habitat y el milieu cultural, en los que se manifiestan los acontecimientos, son lo más
explícitos que pueden ser y, en algunos aspectos, llegan a ser ejemplares o inquietantes.
La renovación se pliega a la inacción hasta convertirla en sublevación, en subversión al
menos en los términos de la proscripción: el léxico informa la lengua desde los
sumandos de la contaminación. La internacionalización de la expresión es el preámbulo
del exorcismo lingüístico, en el que participa cada vez más un mayor número de
personas, atraídas por el resultado imaginativo de su figuración. La internacionalización
de algunos términos designa una nueva comunidad de hablantes, que primero en la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 387

dramaturgia, y después en el melodrama, mide su comprensión, su participación,


entendida como un espejo imitativo, competitivo.

El arte del discurso es el monólogo y el diálogo: el Diálogo sobre los dos


máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano de Galileo Galilei, escritos en
lengua italiana (vulgar) para conseguir una innumerable participación de personas
interesadas en la cosmología y en la naturaleza de la condición humana, es el diálogo
por antonomasia. El dialogo dialéctico se propone –como en la tentativa socrática–
establecer la validez de una proposición frente a otra, que permanece operativa como
testigo de su perspicacia inquisitiva. El diálogo platónico tiene como objeto el
cumplimiento de las peticiones conceptuales subvertidas por la experiencia, pero hechas
plausibles por el consuelo de las aplicaciones prácticas. El conocimiento se configura
por tanto como el resultado de la especulación mental, confortada por la experiencia,
realizada mediante el auxilio de la instrumentación. La reminiscencia, que conjuga en sí
el recuerdo y el juicio, desarrolla un papel documental, sirve de punto de referencia para
los exámenes (y las disputas) teológicas y credenciales. La imperturbabilidad definitoria
es más aparente que efectiva: todo lo que se admite como plausible se somete a la
verificación y sustrae en su formulación la primacía de corte dogmático que condiciona
las manifestaciones del pensamiento antes de la renovación renacentista y científica. El
éxito de la oratoria asume connotaciones didácticas en cuanto que cumple el principio
de la dialéctica frontal entre proposiciones dotadas de un grado más o menos
conmensurable de legitimidad. La comparación, dependiente del resultado de la
experiencia, se ejercita en clave didascálica, con la pretensión de hacer partícipe al
lector o al espectador del proceso de validación de la legalidad, con el que es oportuno
adecuar la convicción y el comportamiento. Las asperezas y las disonancias vuelven a la
discusión sobre la legalidad o al menos sobre las definiciones. La aportación de los
contrastes de opinión consiste en radicalizar la comparación y sublimarla con la
ostentación de uno de los preceptos que está en discusión. El habla, falto de los usuales
virtuosismos, persevera en su exteriorización conceptual de modo que pueda convencer
y predisponer el curso pactado y armónico de pensamientos, vueltos sobre una
determinada circunstancia objetiva.

El carácter sentenciario es desatendido por quienes se proponen extraer el


conocimiento de los escenarios de la investigación científica, tecnológicamente
vinculada a la experiencia. «Uno de los mórbidos secretos del Barroco es
388 RICCARDO CAMPA

verdaderamente la exigencia de la aristocracia eclesiástica docta de compensar el


esoterismo de su lengua y su erudición con el alarde de un lenguaje plástico, capaz de
deleitar y conmover al pueblo»7. La participación popular en el conocimiento asiste a
legitimar el poder, evidenciándolo y haciéndolo influyente en la vida comunitaria e
internacional. La acrobacia retórica de Giambattista Marino vuelca el connubio que
existía entre la teología y la retórica, perjudicando la axiomática religiosa y orientándola
a la sofística más desordenada. El marinismo es una corriente de pensamiento que
tiende a disociar el carácter sagrado fideísta de la participación de la inteligencia de su
tiempo, caracterizado por la exigencia de la concreción sobre la advertida
condescendencia de la retórica. El marinismo es la comprobación de las alucinadas
figuraciones del habla en clave actitudinal, en abierta contradicción con la perspicua
experiencia relacional. El virtuosismo retórico es la comprobación de la disoluta
elaboración formal, sin referencias objetivas, que constituyen el aspecto más señalado
del clima que se respira en los siglos XVII y XVIII. Los panegíricos, reservados a los
reyes (de Francia) no invalidan la linealidad expresiva de la lengua, adoptada en
sintonía con los prejuicios de orden laico y experimental. Todo lo que se puede decir,
puede ser verificado y consolidado en el uso (en el empleo) corriente. Se aborrece la
sofística declamatoria y demostrativa en función de la explicación conceptual y de la
representación escénica que sea la más coherente posible con la efectividad. El
componente orgánico del discurso descansa en su explicitación, en los datos
conseguidos por el consenso comunitario, que es una forma dialogante de experiencia
connotativa de la realidad, tal como aparece y como puede ser modificada por el ingenio
humano. La competencia es un ejercicio mental, que se pliega a las reglas que operan en
el contexto institucional. La erudición reemplaza gradualmente, en el siglo XVII, a la
elocuencia, aunque la forma expresiva de la una no contraste con la de la otra.

El arte declamatorio de los siglos XVII y XVIII es epidítico, trata de armonizar


la pedantería con el entretenimiento. La erudición fina encuentra en sí misma una
atenuante en el apremio emotivo, puesta en práctica en la chapucera expresión curial o
vulgar, según las circunstancias. La ligereza y la versatilidad se correlacionan de modo
que el mensaje ético o moralizante se vuelva menos aseverativo. El interés, que genera
en el público, es obstinadamente inofensivo, como la relación de la indulgencia cristiana
con la precisión pagana. La sofística antigua y la del XVIII son formas de agregación
individualistas en un contexto social cada vez más vinculado al empresariado subjetivo.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 389

La declamación incluye alegóricamente la argumentación. La proeza oratoria reaviva


las conciencias y las vuelve retráctiles a cualquier forma de fantasmagoría cognoscitiva.
El aparato expresivo de los sofistas puede apartar la atención de las problemáticas
existenciales provocando un extravío emotivo, compensado por el sobresalto de la
razón. El epifenómeno de la vaguedad es el peristilo de la rigurosidad y la concisión. La
erosión del silencio es la actitud más egoísta y apodíctica de los sofistas, que se alarman
cuando no encuentran en los aplausos la interacción participativa del público.

La táctica de los jesuitas del siglo XVII se conjuga con el providencialismo


justicialista, sobre todo en Francia, dónde la retórica religiosa y la retórica judiciaria se
difunden a través de un tipo de renovación de la moral, de las costumbres y de las
formas de aprensión que traen las novedades de la ciencia y la técnica. A menudo la
evocación de los circuitos expresivos de las épocas pasadas sirve para oscurecer vagas
correlaciones entre las fases propedéuticas del cambio político, económico y social. La
flexibilidad ditirámbica permite a la previsión aparecer como aceptable. El progreso,
que es una variable de la modernización de la expresión, se perfila como una exigencia,
cuya liberación es impróvida. La retórica del siglo XVIII es escabrosa y cautivante en
cuanto que está invadida de un sentimiento innovador, que se cree ser inevitable y
providencial. El instinto y el artificio satisfacen las condiciones predictivas de la época
de la ciencia y de su capacidad de suscitar las aprensiones ante el nuevo mundo. El
universo social se une a las expectativas salvíficas de la búsqueda teorética y sus
versiones (aplicaciones) prácticas. Las enciclopedias retóricas son el relevo (y el
precursor) de las enciclopedias científicas, encomendadas en movilizar la opinión
pública y prepararla para una mayor angustia y para saludar el trastorno colectivo. A la
plegaria devota se confronta el texto científico, el organigrama de la empresa mental,
dirigido a encontrar las leyes en la naturaleza, unas leyes que pueden ser empleadas para
mejorar las condiciones objetivas del conjunto de la humanidad, aunque las premisas
cognoscitivas se realizan en una parte de la Europa continental y, en particular, en
Francia. La primacía de la espiritualidad convive con las expectativas de la razón, que
en la investigación modera las exigencias cognoscitivas con las propensiones de
actuación. «Los tratados de retórica en lengua latina, como los de Caussin, Cressolles,
Pelletier y Josset, tenían un género autónomo; y también fueron obras prestigiosas,
incómodas para el uso cotidiano. El Essay de merveilles de Binet se propuso, en
cambio, como un manual práctico, en lengua francesa y enseguida fue aprovechado en
390 RICCARDO CAMPA

los oratorios, en particular por los predicadores»8. La elocuencia sagrada de la época del
siglo XVII anuncia, en sus elaboraciones estilísticas, las modalidades explicativas del
retórico patriótico, responsable, a finales del siglo XVII, de las agitaciones políticas,
que desde Francia se extienden a toda Europa, para llegar tangencialmente a Rusia (y
provocar, con Lev Tolstoj, uno literatura romántica afligida, reformadora de las
costumbres y las fidelidades individuales e institucionales). La elocuencia gestáltica
(con la mirada, con el gesto) se previene de la retórica de la iniciación profética, de la
reconquista insurreccional. La revolución francesa es el fin de un ejercicio de
propulsión, efectuado, tanto con las palabras (con las frases realizadas a propósito, los
períodos rigurosamente propuestos para una percepción visual y auditiva), como con la
actitud escenográfica (con la frustración de las relaciones fijadas en el pasado y con el
borbolleo de un nuevo clima sensitivo y racional). El comportamiento refleja la retórica
de la retaguardia, que se eclipsa frente a la espontaneidad de la actuación. En efecto, el
trastorno institucional se realiza en la terminología, en el léxico, en el calendario, en
todas las exacerbadas concomitancias del ancien règime, que cierran el paso a la
libertad, a la igualdad y a la fraternidad. El monólogo y la denuncia presagian la
conclusión del diálogo (virtual) en el que se fortalece la convicción colectiva. La propia
polémica jansenista de la segunda mitad del siglo XVII pierde el mordiente dialéctico,
que la aviva, al confluir en el examen religioso de un más amplio (y áspero) régimen.

El examen religioso se intensifica en el período en el que la ciencia dimidia el


sentido de la existencia en la destreza de la inteligencia y por lo tanto en la racionalidad
que, por su naturaleza, no es confortable. La soledad humana templa la inquietud
interior de las generaciones, que se asoman sobre el escenario de la historia en un
intento de afrontar los dilemas del clima social con la actitud y el desaliento de los
viajeros y de los náufragos. El siglo XVII y sobretodo el siglo XVIII señalan las líneas
divisorias entre lo que es supuesto por la razón y verificado por la experiencia, y lo que
el sentimiento de comunidad de status sugiere al evidenciar la mitigación del peso de la
relatividad cognoscitiva. El escarnio del corazón completa una parte significativa de las
aflicciones conceptuales de una época, todo ello sumado de forma remisiva y orientado
hacia la autorreferencia y la autodeterminación. El siglo XVIII inaugura, bajo el perfil
lingüístico, el aspecto caricaturesco de la convicción, en un intento de sufragarlo con los
resultados (homeopáticos) de las antiguas afecciones religiosas y las consolidadas
prácticas edificantes. La renovación promueve la eliminación de los arcaísmos
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 391

cognoscitivos, de la gnosis, de las arraigadas propensiones al esoterismo, entendido


como el exorcismo de las actitudes satánicas. La última fase de la caza de brujas está
marcada por el desprecio de todo lo que no pueda evidenciarse con los datos resolutivos
de la experiencia. La opinión común está invitada, por los incentivos propuestos a la
búsqueda de las causas que inducen los seres mortales, a encontrar una revancha en
investigación científica, en el orden práctico. Incluso las estructuras sociales del antiguo
régimen se prestan a la crítica desacralizadora. La hegemonía de la decisión individual
en la empresa colectiva se hace posible en el nuevo orden, compuesto por un renovado
rito comunicativo, expositivo, representativo, promovido en la plaza, en el circuito
donde se encuentran las sugestiones colectivas (y luego masivas), que pueden
intensificar los momentos en los que se realiza el pensamiento práctico. La evidencia es
la premisa de un nuevo modo de entender la sociabilidad y su correlato dispuesto por las
normas que la distinguen en el plano connotativo, dispositivo y exegético. El convidado
de piedra es un tribunal de la historia más abierto: socorre a los decepcionados del
pasado y enciende a los adeptos del futuro. La revolución es una mujer que se ciñe el
cuerpo con una bandera, mientras excitada invita a las multitudes a avanzar hacia la
meta de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. El profesor cede el sitio al
reformador social. La sublevación de las conciencias es una obra de hermenéutica
política, de una íntima conexión entre la inquietud existencial y la excitación
propagandística, fundadas en los datos del destino, realizada sobre las demostraciones
propiciadoras del bienestar difundido por las ciencias de la naturaleza y por la
especulación inductiva (por la experiencia).

Las relaciones de confianza entre los individuos consiste en la identificación de


un renovado criterio interactivo, capaz de hacer que los recursos individuales
profundicen en la inventiva generalizada, debidamente ennoblecida y movilizada por la
propaganda (por una elocuencia favorecida desde un ancestral intersticio del lenguaje,
envuelto en la inhibición fenoménica, y el lenguaje liberado por los esquematismos
didácticos y homiléticos). Se condena la ampulosidad en nombre de la concreción, de la
verificación de las intimaciones conductuales. La ira, el alarde, se inhibe en el
sentimiento de la innovación, de la transformación de las estructuras, las de un antiguo
régimen que excluye de la convivencia social a innumerables presencias inquietantes
del concierto institucional. La revolución es un apéndice del entendimiento que se
evidencia en los rostros, en los gestos, en los símbolos de una humanidad que
392 RICCARDO CAMPA

ambiciona renovarse en el lenguaje, en la figuración, en la realización. El panteísmo y el


cristianismo se enfrentan a numerosas resoluciones anecdóticas y doctrinales. La
imaginación, entendida como acceso de conocimiento, es el hechizo de la modernidad,
marcada por los ritmos cadenciosos de la acción (de la empresa propositiva y de la
participación aplicativa). Los objetivos de la trasformación institucional, que aseguren
el prestigio legal a todos los miembros del consenso civil, revalorizan el hábito natural.
Es el resultado de la estrategia descrita en el Cantar de los cantares: Ego dormio et cor
vigilat. El sueño de la razón de Francisco de Goya y Lucientes refrenda el desaliento de
las generaciones anteriores, confluentes, como arroyos en la riada, en un sistema de
convenciones credenciales. La antropología se renueva en nombre de la reforma
colectiva, de un momento del género humano en su atormentada auto-gratificación. A la
filípica de la oratoria clásica, la revolución francesa reemplaza la elegía por un mundo a
contraluz, por un universo excesivo alimentado por el entusiasmo de los hombres y las
mujeres, que retienen, por así decir, la carga energética y salvífica. La pedagogía
oratoria, tanto escrita como oral, se propone poner al día a los revolucionarios en las
razones por las que militan en favor de la reforma institucional. La severidad expresiva
es una experiencia irrevocable de la compulsión revolucionaria. La elocuencia realizada
desde las tribunas, necesaria para implicar a las multitudes, no puede exceder
formalmente la mistificación, que sería el antídoto del impulso profiláctico a la
innovación. El asentamiento de un nuevo sistema político e institucional puede ser
promovido por una oratoria de circunstancia, pero no por la heterogenia de los
principios informadores del régimen para instaurar un beneficio de quienes propugnan
la eficacia.

La Ilustración sustituye el modelo fundado en los órdenes por un modelo


fundado en las clases. Los protagonistas de la nueva época son los aristócratas, los
burgueses, los laicos y los clérigos: su interacción tiende en todo caso a privilegiar a la
burguesía, una clase social distinta por sus orígenes y su composición programática, que
tiene como objetivo mejorar las condiciones objetivas. El compromiso moral forma
parte de la instrumentación necesaria para justificar un modelo de desarrollo social, que
conjuga las virtudes dianoéticas con los intereses sectoriales de la parte más tradicional
de la sociedad. El diálogo internacional es posible gracias a los instrumentos de
comunicación que utiliza la prensa. La república de las letras inaugura un criterio
expositivo y circunstancial, idóneo para permitir a la argumentación un nivel enfático
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 393

que será adoptado por la propaganda. El contenido declarativo cumple una exigencia de
discusión formalmente connotado erga omnes. El philosophe prevalece sobre el santo.
Y el discurso se dota de una metodología decorativa, que entorpece la búsqueda de la
verdad. La crisis de la conciencia europea se identifica con la ruptura con el clasicismo
y se realiza en la comparación con las culturas externas (precristianas, paganas,
islámicas). El viaje real o imaginario es responsable de la actitud cosmopolita, en el que
se resumen las potencialidades connotativas de una época de transición y renovación.
«El orden cósmico –escribe Willem Frijhoff– es por otra parte un universo pacífico. De
É. Crucé (1623) a Kant (Zum ewigen Frieden [La paz perpetua], 1795), pasando por el
abad de Saint-Pierre (1713) y Jeremy Bentham (1789), los proyectos de paz perpetua se
fundan sobre un cosmopolitismo neohumanista de tinte político»9. La confianza en el
género humano domina toda forma de relativismo cognoscitivo y de escepticismo
conductual. La emancipación del hombre coincide con la concepción del espacio sin
fronteras artificiales. La libertad de expresión se relaciona con la facultad de moverse
física y mentalmente en el universo, una vez que se han sacrificado en el altar de la
razón las prácticas aislacionistas y sectoriales. Las relaciones entre las naciones se
identifican con el compendio de las culturas, que permiten a las poblaciones,
caracterizadas como arcaicas y con sólidas tradiciones, entenderse bajo la perspectiva de
un nuevo curso de los acontecimientos mundanos. «Son filósofos o literatos cuyo poder
se basa ante todo en la estatura intelectual (Voltaire, Goethe), o más a menudo se trata
de hombres hábiles en el arte de comunicar y difundir las ideas, y que saben aprovechar
su posición de diplomáticos, militares o eclesiásticos o de negociadores en la
encrucijada de las naciones y las culturas para tejer una red de poder intelectual. Tales
son, por ejemplo, los casos del príncipe de Ligne (1735 1814), del abad Ferdinando
Galiani (1728-1787), secretario de la embajada de Nápoles en París, del barón Melchior
Grimm (1723-1809), amigo de Diderot, funcionario de las cortes alemanas en París y
editor de “Correspondance littéraire” y de Francesco Algarotti (1712-1764), quizás el
más prototípico de todos»10. La divulgación científica es una de las tareas que facilita
las relaciones internacionales. El cosmopolitismo promueve la fraternidad universal, el
entendimiento entre las comunidades hasta la Ilustración, divididas por los aparatos
políticos, por las lenguas y por las tradiciones culturales. La misma laicidad es
entendida como un factor cohesivo en cuanto que desiste de la tentación de crear
discriminaciones de orden religioso o de creencias.
394 RICCARDO CAMPA

Las buenas maneras de las cortes italianas y españolas, sancionadas en


Versailles y en París, proponen una nueva urbanidad de carácter supranacional. El salón
y el teatro permiten, respectivamente, la conversación y el diálogo polifónico. Pero es
justo en estos lugares donde se evoca un sentimiento patriótico e identitario, capaz de
conformarse a la creciente propensión internacional sin disminuir al mismo tiempo la
reivindicación nacionalista. El internacionalismo se manifiesta en el romanticismo
literario (Stendhal, Novalis, William Blake) «donde permaneció en el siglo XIX antes
de su renacimiento en las aspiraciones universalistas de los grandes movimientos
sociales»11. La moral común prescinde de los particularismos sectoriales, que son la
causa de las incomprensiones que surgen entre las comunidades, responsables de las
intemperancias connotativas y de las reivindicaciones conflictivas. La solidaridad
comunitaria se expresa reconociendo las aportaciones culturales de las traducciones,
vaticinadas por las Madame [Germaine] de Staël. La benevolencia, como una
espontánea simpatía, se vuelve inmanente en las obras de divulgación cognoscitiva. La
moral consiste en la autenticidad del juicio ajeno respecto a los fenómenos de la
convivencia y la perseverancia de forma connotativa y expresiva. La racionalización de
las relaciones interindividuales vivifica las relaciones internacionales con una
contribución de claro compromiso. El cálculo mental y la medida expresiva son los
requisitos previos de una adecuada presencia nacional a nivel internacional. La razón se
entiende como un orden universal, que puede relativizar las peticiones sectoriales y
compendiarlas en un sistema cognoscitivo, válido erga omnes, para un potencial o
virtual mundo poblado por los espíritus más fecundos de idealización y de los
propósitos de acción. El sadismo se entiende como la transgresión del orden conductual,
que restablece, bajo el perfil sexual, el conflicto endémico entre los sometidos que
gravitan en torno a una comunidad moralmente diferenciada. Esto incide en las
relaciones interindividuales cuando una de las partes en causa se vale de cierta
supremacía respecto de la otra, sobre la que descarga toda la acritud y, a veces, toda la
violencia que es capaz de afligir. En los campos de concentración, el sadismo es casi
inevitable porque las causas de la turbación psíquica, que conducen al enfrentamiento,
se evidencian de modo paradigmático: el vencedor no se contiene y expresa toda su
rabia y su rencor reprimidos en el período de la contraposición.

El arte de vengarse es uno de los más implacables y crueles hechos que


alimentan las confrontaciones y los encuentros entre los seres mortales. Una especie de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 395

vis destruens se une a la ferocidad, que alcanza a veces la aberración. El hendiente


polémico, con el que el sadismo entra en el ring de la acción, es una autoincitación al
mal, a la disfunción de todos los criterios de contención de la indignación. El
sedentarismo aumenta la infamia porque falsea la realidad sobre la imponderable
resistencia del vencido. La impertinencia del verdugo es la venganza, el farragoso
informe de un proceso verbal, que no se coagula en las palabras, registrado acorde a una
sucesión lógica y consecuencial. Una inverecunda satisfacción se esconde en las
palabras silbadas por el vencedor sobre los vencidos en las fases más intensas de la
confrontación. La apologética injerencia del mal hace de proscenio a la anquilosis
humanitaria: las horripilantes declaraciones de principio hienden en herida de la vida
ocasionada por el conflicto como un viento helado, que solo se reduce en la resolución
(en la caída) final. La calma, que se grava como una pesadilla entre las dos fases de la
recriminación, precede la tempestad, la agitación desconcertante y mistificadora. La
siniestra mezcla de la complacencia interior con el desprecio exterior confunde los
términos de la relación de la sujeción en los de la sumisión. La crueldad se presenta en
la liberación de los sentimientos humanitarios, que prohíben la exteriorización biliosa
de la actitud reivindicadora extremista y declamatoria. Los gritos aterradores se disputan
la furia perezosa de quien se las ingenia en el arte del Maligno, de una entidad abstracta
y semoviente, que irrumpe en la historia de los seres mortales para aportar el desorden
de las ideas y el más disoluto conformismo. «El dogma del pecado original –escribe
Philippe Roger– proporcionó, en efecto, una explicación que revelara la ausencia o la
extrema singularidad de la felicidad sobre la tierra. Renunciando a este precioso mito
originario, el pensamiento ilustrado se encuentra frente al problema de la infelicidad,
que confunde a menudo con el del Mal»12. El veredicto del vencedor se lleva a cabo en
el castigo contra el vencido, que no puede replicar si no es con los sollozos y las
invectivas propias de quienes se someten a una prueba desacralizada e infernal. La
tolerancia y la clemencia son indeclinables en la feroz liturgia de las retorsiones morales
aún antes que en las físicas. El fin del irenismo en la vida humana se caracteriza por su
radicalidad, con el que se protegen las posiciones conseguidas por la fuerza. El dominio
de la sagacidad cede su sitio al predominio de las pasiones individuales, corroboradas
en la incredulidad y en la inclemencia, como un precipitado de un orden restaurado bajo
el carácter irrevocable de la inmanencia. La reducción al cautiverio del vencido, sin
embargo, no le impide seguir poseyendo una íntima determinación, un tipo de libertad
al límite de la identificación en el desconcierto y en la descomposición física.
396 RICCARDO CAMPA

Paradójicamente, la extrema singularidad de las situaciones desborda en la


anarquía. Para que la observancia de las normas sea práctica, es necesario que sea
liberadora. Cualquier forma de aislamiento (por sumisión o por detención) influye
abiertamente en una vuelta a la intolerancia y un rechazo a las normas, que establece las
modalidades de interacción individual. Si se está en peligro, la supervivencia constituye
una condición eximida por los vínculos sociales, en los que se basa la convivencia
pacífica y civil. La pérdida del equilibrio psíquico se debe a una serie de factores, el más
insidioso consiste en la vulnerabilidad del orden físico y psíquico, tal como está pactado
en la normalidad más contingente. El retorno –necesario– al estado de naturaleza
delinea, aunque sea de forma virtual, una especie de equivalencia entre el vencido y el
vencedor, que el empleo de las armas (y, por lo tanto, de la civilización) tiende a
confrontar y a modificar en términos de oposición. La igualdad potencial del status
naturalis es asechado en todo caso por la prevaricación del más fuerte sobre el más
débil; en el status civilis la igualdad sustentada en las leyes (en el consenso y el
derecho) es una garantía que atañe a todos los miembros de la comunidad en los que se
valida la voluntad general del Contrato social rousseauniano. La igualdad de derecho
contrasta con las incongruencias de las relaciones entre los vencidos y los vencedores,
puesto que el conflicto restablece obstinadamente el status naturalis como una ventaja
de la parte preeminente de la comparación (física, mecánica) que se realiza a nivel
institucional. «En su aplicación a las actividades humanas –escribe Jean Starobinski– el
paradigma físico de la acción y reacción habría implicado un principio muy importante:
el del cálculo... De tal forma que, si prestamos atención, existe en el mundo moral una
fuerza que tiene el mismo carácter universal de la atracción: el interés»13. La esclavitud
y la sumisión contrastan con la igualdad y la libertad individual: desconciertan los
impulsos salvíficos de los órdenes institucionales modernos, inspirados en el
pensamiento de Jean-Jacques Rousseau. La transposición mecánica de las pasiones
engendra los desequilibrios sociales y suscita la desigualdad potencial entre los sujetos
que gravitan en un rígido sistema normativo. La potestad decisional, cuando se restringe
al arbitrio de un único reformador social, priva a los individuos de la posibilidad de
concurrir en la legitimidad política y el consentimiento institucional. El conflicto,
entendido como la matriz de la historia, no puede implicar los destinos de algunos
individuos sin que la moral común los enjuicie. Si la naturaleza prescribe las
realizaciones humanas bajo el necesitarismo contingente, su libertad se presenta como
nunca de forma ilusoria o funcional en la consecución de una mejoría de las condiciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 397

objetivas. El bienestar ejerce una indudable atracción entre los seres vivos que
perjudican su existencia subjetiva en un nivel de sublimación de la especie (y de su
perpetuación) creída como una fuerza implícita en la naturaleza. El finalismo
didascálico de la convivencia civil no se opone a la selección natural: ambas son fuerzas
propulsoras del equilibrio social que testimonian su propensión por la igualdad y por la
libertad en las formas distónicas (conflictivas) en los que se verifican, según las fases de
agitación ambiental y de sugestión emotiva que influyen en el hecho existencial de las
generaciones que, en el tiempo, se asoman al escenario de la historia y la vuelven
inmanente en la memoria colectiva. El fatalismo político y el quietismo providencialista
se conectan entre sí en el carácter ineluctable de la contingencia terrena. Queda
prohibida su superación por la ausencia de un sentimiento, si bien angustioso, del más
allá.

La llamada hecha por la Ilustración a la supremacía de la razón es salvífica, pero


no providencial. Exonera a los espíritus inquietos de tener que ampararse en las
acogedoras esferas experienciales: en las religiones y en las creencias, que conceden a
los mortales una revancha en otra condición vital. La supervivencia, sublimada en
términos temporales, es la meta que el género humano ambiciona desde siempre,
conjeturando para ello atajos y excepciones. La Enciclopedia y la revolución francesa
remueven conceptualmente los obstáculos mentales (los prejuicios) de una creencia en
la finitud existencial, tal como se descubre en el empeño y en la experiencia secular. El
hombre es o aparece envuelto en dudas: la más inquietante de todas es la relativa a su
prisión física, de la que ninguna fuerza metafísica consigue liberarlo. Y es justo esta
constricción mental (la laicidad) que hace embarazoso y liberador el tránsito de la fe a la
confianza, de la expectativa trascendental a la angustia existencial, atenuada por la
fraternidad del destino, de la libre y autónoma determinación igualitaria. A la
expectativa trascendental se confronta la nostalgia del pasado, el sufragio del tiempo
recóndito como una permanencia de la humanidad en el límite de la involuntaria
conciencia. La seguridad ilustrada no es el reflejo condicionado de la perspectiva futura,
sino de la prospección en los lugares apartados de la experiencia pasada. La añoranza es
fuente de la satisfacción amanerada, pero consciente y permanente. «Constant declara:
“Donde desborda la demostración, las pasiones no pueden arraigar”»14. Las pasiones se
racionalizan en cuanto que se incluyen en la experiencia del pasado: pueden examinarse
por los resultados conseguidos antes que por los que han de conseguirse, si fuesen
398 RICCARDO CAMPA

valoradas por las expectativas que se promueven en la contingencia cotidiana. La


obediencia a las leyes del Estado restablece un tipo de nueva religión pánica, cuyos
exegetas son los propios ciudadanos. Ellos detienen las levas del poder y las utilizan
para realizar (y representar) un modus vivendi alternativo al premio celestial o
caracterizado por la condena infernal. El sentido demoníaco de un aspecto de la historia
humana cede su sitio a la iniciativa comunitaria, de los ciudadanos, que se empeñan en
considerarse únicos artífices de sus destinos. La constitución de los poderes
intermedios, a los que se refiere Montesquieu, es el reflejo condicionado de la
atomización de la «verdad» bíblica en las realizaciones subjetivas de la experiencia.

La preceptiva dogmática se corroe en la práctica corriente. La subdivisión del


poder decisional laiciza la existencia individual y colectiva, proponiendo a los propios
ciudadanos la tarea de remediar las improbables mistificaciones y las más usuales
transgresiones. La relativización de la vida social otorga a la participación subjetiva un
quid de imperiosidad, que transciende al menos ilusoriamente su exigua consistencia
conceptual. Todo lo que se pide como norma de comportamiento no refleja exactamente
el sistema ideal, que se deduce de forma consensual. El dualismo entre el pensamiento y
sus hibridaciones prácticas es el aspecto más inquietante de las democracias
participativas y laicas. «Si la voluntad (Wille) individual –escribe José María Portillo
Valdés– y no un orden providencial externo al individuo determinaba las categorías
morales, este esquema también se pudo trasladar a la política afirmando la idoneidad de
la voluntad individual en la determinación del orden»15. El pleno cumplimiento de las
normas consuetudinarias es una fuente del derecho, del que el sujeto individual se cree
competente y responsable. El bien común se constituye con la garantía de la sensatez y
de las decisiones individuales. La religión civil –diseñada por Rousseau– constituye una
garantía de la libre manifestación de los ciudadanos singulares (sujetos al derecho). La
moral kantiana, en efecto, se identifica, con la ayuda de la sugestión rousseauniana, en
el propósito racional de los individuos. La voluntad subjetiva, y no una influencia
providencial, determinan el orden público (erga omnes). Los vínculos políticos no
eliminan ni condicionan la libre determinación. El restablecimiento, en una escala de
premios, del sentido común de Thomas Paine (autor entre otros del tratado Rights of
Man de 1791-1792) ayuda a realizar la aportación decisional del ciudadano en la
creación de la moral común y, contextualmente, del derecho en el que interceden las
relaciones colectivas en el ámbito del Estado constitucional.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 399

A finales del siglo XVII y a principios del siglo XVIII inglés y francés, la sátira
alimenta la utopía, las formas de prohibición del pensamiento concreto para rectificar
las formas explícitas libres del intelecto. La imaginación no revoca la realidad
experimental, sino que la afina, tomándola de las virtudes dianoéticas, que difícilmente
son convertibles en la explicitación concreta. La utopía es un género literario que
fomenta el arcaísmo, por la constante referencia al pasado, y al futurismo, por el
renovado acercamiento a la eventualidad y a lo imprevisible. Las circunstancias
políticas hacen referencia a la constitución monárquica, a los límites de los poderes
adivinatorios del Estado y de la Iglesia y a cualquier forma que no esté alineada con las
previsiones y las condiciones de una exteriorización concreta. Las posiciones
reformistas e igualitarias se comparan en un sistema que tenía la aplicabilidad solamente
en categorías de referencia en un plano ético, conductual. «La utopía individualista –
escribe Juan Francisco Fuentes– contra las uniones opresivas de la vida social alcanza
su máxima expresión en el Robinson Crusoe de Daniel Defoe (1719) y se convertirá en
desde entonces en uno de los temas recurrentes de este tipo de literatura en el transcurso
del siglo»16. La utopía se convierte así en un género de laboratorio, en el que se ejerce el
debate sobre las virtudes y sobre las corrupciones latentes o explícitas en las sociedades
que preconizan el orden industrial. La condena del juego y la disipación se justifica con
la llegada de la sociedad empresarial, tecnológicamente fundada sobre la acumulación
de la riqueza y sobre su inversión en las estructuras impulsadoras e innovadoras del
mercado. La denuncia de la esclavitud, la tolerancia religiosa y la defensa de las mujeres
son las temáticas preeminentes en la elaboración utópica. La evasión del presente en el
futuro está envuelta de inspiraciones bíblicas, de exaltaciones poéticas, de simples
expectativas por parte de una humanidad, probada por los rigores de la contingencia y
de la kárstica determinación de los procesos políticos en la fase de transformación de la
economía agraria en economía industrial.

La utopía, entendida como categoría de los modelos alternativos a los existentes,


beneficia a un crédito prejudicial en relación a uno consecuencial, debido a su estructura
narrativa, a su sugestión epigramática. Cada cambio social profundo que se da se
caracteriza por las normas constitutivas y por aquellas que podemos denominar
vulnerables e incumplidas al ser perceptiblemente inadmisibles en el plano de lo
concreto y funcional. También el libertarismo forma parte de la tradición utópica en el
período de la revolución francesa liberadora y utilitarista. Los viajes de los
400 RICCARDO CAMPA

descubrimientos geográficos del siglo XVIII (Canadá, área del Pacífico, Asia central,
Siberia, China, India, Persia, área del Islam) delinean mundos espaciales y temporales
llamados a ser historiados, insertados en las categorías cognoscitivas de Occidente.
Científicos, geógrafos, cartógrafos, misioneros, junto a mercantes, aventureros y
soldados, se encomiendan al coraje y a la intemperancia emotiva para conocer las
nuevas, inéditas, dimensiones del mundo. La historiografía oficial se une a los
testimonios, a veces tendenciosos, de marineros en busca de éxito, tanto en el plano
práctico, como en el plano publicitario. El antitradicionalismo es una experiencia in
itinere, generalmente realizado a un nivel formal, es decir con nuevas claves de lectura,
con un léxico renovado y con la agudeza de quien sobrentiende íntegramente una
verdad todavía no declarada. La vasta constatación toma su crédito en un lenguaje
invadido por arcaísmos e innovaciones, como si contendiera un juicio implícito en la
propia narración. La autoconsciencia se permite un largo recorrido cognoscitivo, de
modo que representa la ilustración como el estadio formativo de un proceso
antropológico y conceptualmente in progress. La querelle des anciens et des modernes
se inclina en favor de los modernos, que se creen los protagonistas de una nueva época
del género humano, y que encuentran en la institución del Estado moderno su
laboratorio de desarrollo y de cohesión. El conocimiento crítico y la experimentación
favorecen una predisposición hacia la colaboración colectiva y la empresa individual,
dirigida a exaltar las características distintivas de la renovada conformación legal e
institucional. La tradición, en su aspecto sagrado, o en su aspecto profano, es revisitada
intelectualmente al punto de conceder a la experiencia moderna un grado de legitimidad
histórica y trascendental. La superación de los paradigmas interpretativos de la
antigüedad comporta un tipo de visionarismo progresivo, fundado en la razón y en su
potencial inquisitivo, declarativo y expresivo. La historia griega, helenística, la de la
Roma republicana e imperial, los testimonios medievales y humanísticos, contribuye a
conferir crédito a un sentimiento de correspondencia con la actualidad renovada en sus
principios inspiradores y en sus metodologías representativas. Se condena el gusto por
lo prodigioso, por lo fabuloso y milagroso: la razón lleva en sí la imposibilidad de
reducir la ficción a la evidencia. A la insatisfacción de todas las elaboraciones
historiográficas eruditas se enfrenta a la pretensión, lógicamente consecuencial, de
encontrar en la problemática de los fenómenos las artimañas necesarias para argumentar
con conocimiento de causa. La superstición se condena como una categoría que desvía
el proceso cognoscitivo. Su función de aplicación priva al género humano del quid
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 401

ilusorio que aparece como un imperativo moral en el empeño de progresar siguiendo


una dimensión edificante y naturalmente redentora. La civilización se identifica, en
efecto, con el afinamiento de los usos y de las costumbres, de las interacciones
individuales en un contexto que salvaguarda la dignidad, la honestidad y la
perseverancia. La civilización es la elegía del progreso, que se configura como la
temperie tecnológica en acto (con sus connotaciones evidentes en la industria, en el
comercio, en la prensa, en las comunicaciones).

La Encyclopédie es el primer compendio de conocimientos (1751-1772,


veintiocho volúmenes, ciento sesenta colaboradores, setenta y dos mil voces, cerca de
dos mil quinientas tablas), útil para la consecución de los objetivos de difundir el saber
en las capas acomodadas y amaneradas de la sociedad francesa y de la del resto de
países donde se practica comúnmente la lengua francesa. La obra de Denis Diderot y
Jean Le Rond d’Alembert constituye un programa de actualización cultural para las
clases económica y socialmente emergentes, que pretenden poseer la convicción y la
iniciativa histórica del aprendizaje. Con este intento providencial, los dos editores de la
obra se proponen conseguir una especie de movilización ideal, válida para los fines de
un orden institucional más orgánico. La Encyclopédie es la superación de las anteriores
obras de consulta técnica y científica. El aparato de notas y comentarios es un válido
auxilio para actualizar, tanto las opiniones corrientes sobre los fenómenos físicos,
químicos, biológicos, como también las opiniones comunes sobre las creencias
religiosas y a las tradiciones consolidadas. El aspecto, manifiestamente laical, de las
reflexiones, éticas y morales, ayuda a perfilar la carga innovadora de quienes
contribuyen a otorgar a la disertación conceptual un carácter menos conformista que las
precedentes iniciativas editoriales análogas. Las descripciones de las artes y las ciencias
son esmeradas y realizadas de la forma más completa posible, obligadas ante la
dificultad de realizar con sagacidad las referencias cruzadas sobre las personas y los
acontecimientos más relevantes. La iniciativa de Diderot y de d’Alembert se cotejan en
la sensibilidad de los italianos Ottaviano Diodati di Lucca (que edita una edición
francesa de la obra, equipada con notas y correcciones) y Giuseppe Aubert di Livorno
(que se vale de la financiación del Gran Duque de Toscana Pietro Leopoldo para
publicar la troisième edition de 1769). «Aubert, como Diodati, aumentaron los
argumentos de la cultura italiana y eliminaron la irreverencia religiosa de la edición
parisiense original. La Encyclopédie livornese fue una obra maestra de la producción
402 RICCARDO CAMPA

libresca de finales del siglo XVIII. Aparecieron ochocientas copias, la mitad vendida en
Italia, la restante un poco por todas partes de Europa, excepto en Francia»17. A los dos
editores italianos se asocian otros exegetas de la monumental obra en francés, que se
somete a las aportaciones más dispares en los años que siguen a su primera difusión,
sobre todo, en lo que se refiere a la geografía, la astronomía, la medicina y la
mineralogía. Las obras de pura consulta, redactadas a partir del modelo de la
Encyclopédie, por otra parte continuamente reimpresa, están eximidas del radicalismo
laicista, responsable, al mismo tiempo, de las reservas mentales de los jesuitas y los
católicos practicantes, así como de las sistemáticas aprobaciones de los reformistas y los
agnósticos, ambos, fervientes promotores de la renovación de la sociedad y de las
instituciones. Se descubre el anacronismo de las viejas colactáneas de carácter
divulgativo, tanto por su perfil biográfico, como por el perfil de su contenido, cuando se
compara con las diversas ediciones enciclopédicas, que invaden Francia y Europa a
partir de la segunda mitad del siglo XVIII, como si fuera un proemio de la inminente
revolución moderna (del 1789). La enciclopedia, entendida como un repertorio
actualizado del conocimiento humano, tiene un inaudito peso sobre la conciencia de las
generaciones encargadas en asegurar un orden institucional más conforme a las
instancias modernas, diseñadas por la ciencia y por la tecnología en Francia y en
Europa. Las enciclopedias continúan desarrollando una tarea testimonial, capaz de
sugestionar a las conciencias actuantes de las generaciones ocupadas en confrontar, con
el prejuicio, el correspondiente precepto dogmático establecido en cualquier
entendimiento fecundado desde lo alto como un espejismo o una providencial donación
del bienestar intelectual y material. El enciclopedismo se configura en el tiempo como
itinerario del género humano al amparo de molestos agravios de orden trascendental. La
lucha contra el obscurantismo es el síntoma de la nueva vitalidad, que recorre la Europa
de la segunda mitad del siglo XVIII para codificarse de forma problemática en el
Romanticismo alemán. La superación de las pesadillas medievales reduce la
prospección pietista y aumenta la solidaridad. La humanidad se identifica cada vez más
con sus instancias vitales, con sus perentorias necesidades y sus rocambolescas
ambiciones. La supervivencia al mundo terrenal es menos influyente en los
pensamientos de quienes se sienten comprometidos con las innovaciones prácticas,
concretas e inmanentes. La experiencia une las distancias y las idiosincrasias del pasado
en un cumplimiento racional de consistencia inconmensurable. Ernst Cassirer define
este clima cultural como « la emancipación de la sensibilidad».
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 403

El deseo de intimidad constituye uno de los aspectos más inquietantes y


contradictorios de la temperie comunitaria, que anuncia la moderna y contemporánea de
las masas. El individuo, que encuentra en la colectividad su disciplina de adhesión y
creación, ambiciona cultivar un «espacio» en el que se impida penetrar la presencia
ajena. La ecúmene de la vida privada se evidencia en la intolerancia casi paradigmática
de los personajes de la dramaturgia de la época, todos ellos ocupados en considerar sus
propensiones interiores como si fueran equivalentes al derecho a la libertad. Los
movimientos comunitarios reivindican la autodeterminación: la correlación entre estas
dos tendencias conductuales es difícil de realizar, pero se persiguen perseverantemente
en el mundo moderno y contemporáneo. En Francia y en Inglaterra prevalece el «teatro
de la sensibilidad». Las tragedias de Voltaire contrastan la intolerancia, el despotismo
político, el fanatismo religioso y las desigualdades sociales. La tragedia italiana asume
características moralizantes; en España patrióticas. La corriente clásica de Molière
representa un modelo para toda Europa, ocupada en reexaminar la tradición para
celebrar las virtudes civiles de la contemporaneidad, conjugando la tensión edificante
con el aspecto burlón y burlesco de los textos representados. En la música, se realiza la
superación del estilo polifónico (presente en la música sacra en la época de Pier Luigi
da Palestrina) en el anticlericalismo ilustrado. La «devoción arreglada» de Ludovico
Antonio Muratori influye en la práctica musical, representada por la música de
Giovanni Baptista Pergolesi, que condena las influencias escolásticas y supersticiosas.
La percepción redimensiona la función de la vista que aventaja al oído: el componente
sonoro de la ilustración se corresponde con la temperie movilizadora, promovida para
las nuevas formas institucionales en Francia y en todos los países europeos. La
escritura, sin embargo, compite con lo sonoro por la hegemonía, sobre todo en lo que
atañe a la explicación de las resoluciones potestativas y aplicativas. «Todos los
philosophes –sostiene William Weber– consideran, no obstante, la música como la
forma más intensa de comparación directa con la vida de su tiempo, como “l’expérience
du temps vêcu”»18. La sistemática cartesiana y la observación empírica inciden en la
práctica musical de modo que aparece reforzada como el aspecto cultural más evidente
y popularmente más seguido por las nuevas instancias sociales. La danza refuerza la
relación entre la cultura ilustrada y el examen político e institucional, que se considera
como un incentivo de la acción rítmica, gestáltica, que sintetiza en el movimiento la
dinámica del pensamiento circunstancial y renovador. La danza adelanta
rapsódicamente la «crisis de la conciencia europea»: los teatros se pueblan de
404 RICCARDO CAMPA

potenciales reformadores sociales, que consolidan sus convicciones en la iniciación al


movimiento ritmado, a la acción escénica, al sentido abreviado de los gestos. La danza
aparece como una obra de desvelamiento de los dogmas: una advertencia omitida sobre
la irreductibilidad del movimiento en la contemplación. Este, en efecto, desde el siglo
XVIII, es una actitud móvil, aunque sea ennoblecida por la aprensión y por la
virtualidad de la representación. La danza reedita los acontecimientos de modo
sintónico con las argucias genéticas, que inducen a la distracción, al olvido. La danza,
en fin, es la religión de la evidencia, que vuelve perceptibles las pasiones y las ideas
silentes, las que difícilmente aparecen en el diccionario y se hacen monosilábicas.

Tanto la religión, como la experiencia mundana, se encomiendan a la disciplina


para realizar obras piadosas o prácticas, que puedan contender por aproximación a lo
concreto, y por el que poder establecer una relación entre las diversas actitudes
disquisitivas y coyunturales. La preeminencia del método experimental sobre las
deducciones dogmáticas premedita una disciplina de pensamiento más coherente con los
acontecimientos, naturales y artificiales, de la realidad. La práctica aplicativa otorga al
conocimiento teórico un régimen explicativo tendencialmente popular. El magisterio
civil de la época ilustrada tiende a reducir la diferencia existente entre las áreas rurales y
las áreas urbanas, inventariando un sistema cognoscitivo uniforme y con una
perspectiva cohesiva. La conexión entre la oralidad y la escritura se entiende como una
exigencia de capital importancia ya que nota la incidencia de la homologación
cognoscitiva en las relaciones individuales y grupales, sobre todo en los sectores
empresariales y los contractualistas. La socialización del saber se realiza en las
academias, en los círculos recreativos, en los salones literarios y en los cafés. La idea de
que el conocimiento es contaminante anima los salones de los aristócratas y las
reuniones populares. Por todas partes serpea al menos la idea de que la mejoría de las
condiciones objetivas depende del clima interactivo existente entre las clases sociales,
los grupos, los individuos singulares, subyugados por el vínculo de la elevación moral.
La revaluación de las costumbres especulativas, disquisitivas, permite oscurecer una
atmósfera dinámica, que hace presagiar la renovación. La reputación se declina en la
participación y en la ganancia de los concursos públicos, tanto de naturaleza
institucional, como de naturaleza privada. En la cultura las asociaciones privadas
compiten con las instituciones públicas. Las academias, presentes en casi todos los
países europeos, incluida la de San Petersburgo, se proponen desarrollar un papel
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 405

subsidiario al universitario desde la interdisciplinariedad. En el Renacimiento, la


academia, constituida libremente por los intelectuales, sin el apoyo de la estructura
institucional, se propone la tarea de profundizar algunas temáticas que se convierten
rápidamente en las consiguientes actitudes y comportamientos sociales, en beneficio de
una visión del mundo más conforme al espíritu innovador y experimental. La estructura
interna a partir de clases en las academias hace más congruente y correlacionada la
profundización de las diversas disciplinas, creídas de interés general. La especialización
cognoscitiva se propone hacerse exigible fuera de los contextos institucionales con la
pretensión de convertir el mayor número posible de usuarios de nociones en auténticos
testigos del saber. La Ilustración persigue, mediante sociedades más o menos secretas,
construir la opinión pública, un modo común de sentir y de afrontar los problemas
políticos y sociales. La propensión de una parte relevante de la población comunitaria
por la resolución de algunas cuestiones especialmente relevantes se entiende como el
proemio de la sublevación colectiva y generalizada. La renovación institucional se
conecta con la consideración de la conveniencia, que la opinión pública tiende a creer.

La opinión pública sirve de filtro al egoísmo y la exaltación individual. Reduce


el nivel de afirmación de una noción con la pretensión de hacerla interferente con todas
aquellas que pudieran obstaculizar su exteriorización. Según los fisiócratas, la opinión
pública representa la correlación entre la racionalidad y la adhesión general. La
convergencia de estas dos categorías explicativas de la realidad participa del proceso de
innovación institucional, construida sobre el consentimiento individual y sobre la
legitimación colectiva. La opinión pública incide en las decisiones políticas y
gubernativas (la libertad de los comercios, la ampliación de los mercados) para que las
orienten de modo que sean coherentes y eficaces frente a las expectativas comunitarias.
En la sociedad ilustrada, la opinión pública suple (y condiciona) la unanimidad. Para los
reformadores sociales de tendencia revolucionaria, la mayoría es un indicio de
congruidad respecto a los resultados políticos, perseguidos para salvaguardar los
principios ideales que los inspiran. La opinión pública presupone un debate, que
representa un tipo de magisterio civil, desarrollado con los instrumentos de la
convicción y el cumplimiento forzoso. Para Cayetano Filangieri, el autor de Scienza
della legislazione, la opinión pública es el tribunal de los pueblos, que juzga de forma
despreocupada e inmediata las controversias y las pruebas de la vida política e
institucional: las elecciones radicales (de la república o la monarquía) están siempre
406 RICCARDO CAMPA

precedidas por debates difusos e informales, que alcanzan un grado de consistencia en


las resoluciones potestativas. La opinión pública resta aún más incidental con la ayuda
de la prensa, de la difusión de las ideas y las metodologías adecuadas para hacerlas
exigibles y refutables. La problematicidad denotativa alimenta la «época de la crítica»
kantiana. La lectura incide profundamente en el restablecimiento de entendimientos
objetivos coyunturales. Lo que alivia la dificultad interpretativa y connota los
acontecimientos con las indicaciones propias de la observación objetiva, válida para
conseguir los objetivos tras un reconocimiento general de las causas que determinan los
fenómenos. La prensa fomenta las decisiones, aunque no siempre garantiza su
sagacidad. Los hechos son dilucidados para que sean configurados convencionalmente
bajo el perfil de la causalidad y la aplicabilidad. La comprensión de estos dos elementos
en la escritura constituye el destino de la novela en la ilustración, dominada por el inicio
en la narración de un viaje al mismo tiempo posible e imaginario, como en el caso del
Robinson Crusoe de Daniel Defoe, y de las Lettres persanes de Montesquieu, el
promotor de la evocación imaginaria y figurativa.

La descripción del entorno, de la atmósfera, de la costumbre, prescribe una


identificación, que la escritura logra determinar sobre el principio de la universalidad de
la razón, y por lo tanto de la expresión que la sobreentiende y la evidencia. La
verosimilitud es la garantía de la universalidad del entendimiento humano. La aventura
es un pretexto para tomar notar y describir tan solo las peculiaridades territoriales y los
ambientes presentes en la fantasía imitativa de sus contemporáneos. La Ilustración
busca confirmaciones ideales y prácticas en los más remotos o recónditos rincones de la
tierra. Su versión literaria es un rostro emotivo y cognitivo abierto al reconocimiento, la
homologación y la crítica. La literatura de los viajes es una aprensión geográfica, un
modo rapsódico de sondear el planeta en su configuración organizativa y social. La
descripción se identifica con la aclaración, con la explicación de las características
distintivas de la comunidad o de la subjetividad, emblemáticamente consideradas
«distantes» y, por lo tanto, complementarias de los modelos que están en vigor en el
área ilustrada por antonomasia. La ironía, que invade la literatura epistolar, es una forma
de explicitación convencional de la duda para que la descripción sea fiel a la realidad.
Mediante esta estrategia formal, el lector logra concertar sobre la utilidad de la
convención como un elemento de correlación entre las diferentes experiencias bajo la
misma motivación inicial. El Don Quijote de Miguel de Cervantes es un modelo de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 407

referencia con el que argumentar críticamente los prejuicios y las idiosincrasias de la


humanidad. La ironía filosófica es una disciplina de la argumentación que se ayuda de
la evidencia, de lo concreto y de la experiencia. La novela se coteja con la prensa, con
las rúbricas de la crítica literaria y la simple información editorial. La literatura ilustrada
se mantiene fiel en su acción contra la intolerancia religiosa, la inviolabilidad de la
persona y la esclavitud. La abolición del vicio, de la sumisión y de la superstición, es
para Diderot una buena tentativa de oscurecer el sentimiento de felicidad entre los
hombres. La antropología ilustrada tiene una matriz secular y se diferencia de la
caridad, que tiene unas características religiosas. Los clérigos, en efecto, censuran el De
los delitos y las penas (1764) de Cesare Beccaria. «Beccaria, escribe Lynn Hunt, al
contestar el carácter sagrado del derecho penal y rehusar la tortura y la pena de muerte
como inútiles e inhumanas, reivindicó la atención que se debía prestar a los orígenes
sociales del crimen y al papel de la justicia como un factor de rehabilitación, reparación
y beneficio para la comunidad»19. La concepción de Beccaria asume connotaciones
universales y se toma en consideración, en el 1767, hasta por Caterina de Rusia. La
recuperación del sujeto sancionado se considera como una tarea de importancia capital
en los Estados modernos, que consideran la transgresión un acto individual, y como tal
conminado, por las implicaciones causales que tienen una relevancia social.

La difusión del conocimiento científico se conjuga con la economía política, con


la disciplina que hace referencia a la ingeniosidad y a la empresa humana en el ámbito
de los recursos naturales y a la artificialidad condicionada tecnológicamente. El
bienestar económico es un criterio para el análisis de la influencia del saber que se
relaciona metodológicamente con la experiencia. El comercio y los intercambios de
mercancías aumentan el poder de decisión de los agentes que difunden el mercado,
actualizando sus virtudes creativas, proporcionadas por la entidad institucional a la que
pertenecen.

En el siglo XVIII, la expansión comercial es un signo del aumento de la


producción de todos los países europeos, empeñados en modernizarse, tanto estructural,
como moralmente. El optimismo ilustrado se refleja en la ideología del laissez-faire de
los fisiócratas, al regular las pasiones y activar el rigor empresarial y la disciplina de la
elaboración. El egoísmo social promueve el acuerdo comunitario y sanciona el
desarrollo colectivo como una inderogable exigencia del nuevo orden mundial. El
progreso se perfila como un movimiento telúrico, en el que contribuir y en el que
408 RICCARDO CAMPA

condicionarse, en relación a las iniciativas científicamente configurables como


necesarias. Pietro Verri en el Discorso sulla felicità se aventura a realizar un cálculo
económico de los placeres y de los dolores. El dinero, con un poder demoníaco, se
identifica con la fruición económica. El principio de la perfectibilidad preside sobre
todas las instancias, dirigidas a mejorar y a consolidar las condiciones objetivas. El
dinero constituye un lugar de paso al interior y al exterior de los Estados y facilita el
viaje de los descubrimientos, de las curiosidades y de los acuerdos. Se intensifican las
relaciones personales y se localizan ocasionalmente las inclinaciones evidentes y menos
celebradas de los pueblos y de las naciones. El descubrimiento de las antiguas
civilizaciones y las regiones más cercanas permite inspeccionar el tiempo remoto y la
actualidad según de los indicadores de frecuencia, que sirven para objetivar las
impresiones, las sugestiones socialmente relevantes. El patriotismo se convierte así en
un sentimiento de revancha, que cohesiona la comunidad que lo expresa.

La ciudad se convierte en el laboratorio de la memoria y de la funcionalidad, un


organismo en el que el clima social asume una consistencia genética, que se ejercita en
los resultados consiguientes y, en algunas circunstancias, en prácticas fluctuantes. La
amalgama de las aportaciones individuales se evidencia en el circuito de las
comunicaciones, de las relaciones y de las interferencias. La convivencia de las
opiniones, de las protestas y de los convenios, se realiza en los recintos consagrados
institucionalmente para el debate, la comparación y el arrepentimiento de los
ciudadanos singulares y de los grupos organizados. La ciudad, que es un centro de
clasificación de los órdenes y las comisiones, se identifica cada vez más como el centro
del asentamiento urbano, modificando estructuralmente el modelo económico del
mundo rural y patriarcal. Como lugar de observación de los fenómenos que suceden en
las diversas regiones europeas, también se presenta como el lugar en el que aparecen
testimonios imaginarios de localidades ajenas a la órbita consuetudinaria. Los usos y las
costumbres de las poblaciones lejanas de la consolidada elaboración doctrinaria se
convierten en objeto de reflexión, necesaria para establecer la afinidad y las
diferenciaciones. El examen de las mentalidades tiene el aspecto de una exégesis crítica
de los principios fundados (de los valores) por la Ilustración. Georges Benrekassa
escribe: «Sin embargo, el culto del francés era un signo distintivo, más allá del
imperialismo iluminado: estuvo en relación con algo específico en la formación
intelectual, con lo que se expresa como refinación del pensamiento y del sentimiento
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 409

que va más allá de la lengua materna, como en Gibbon o Beckford cuando escriben
directamente en francés, o como la vocación literaria de Federico II: se da, por un breve
momento, una patria ideal, no completamente mítica, del bien decir y del bien
pensar»20. La Ilustración idealiza las instituciones existentes en el planeta en cuanto que
sirven a la consolidación de la ratio cohesiva y a promover el desarrollo económico y
social. El fervor creativo de los Estados es un inicio de su mutuo interés y de su
determinación unívoca. La difusión del pensamiento en las redes internacionales
asegura el posible acuerdo entre las diferentes realidades institucionales. En la Crisi
della concienza europea de Paul Hazard se refleja el proceso de transformación de la
sociedad europea ocurrida entre el periodo del ancien règime y la llegada de la
modernidad. La socialización del pensamiento y de los intercambios comerciales
determina un tipo de atmósfera común, que aletea por Europa (y más allá) de modo que
presagia un entendimiento general (universal). La epopeya de la razón es el conducto
indiciario en el que las diversidades de género, de creencias y de lengua se convierten
en una uniformidad conceptual, una propedéutica de la convención de una época. El
cosmopolitismo se deduce de la impostación ideológica ilustrada como la doctrina
predominante a lo largo de los siglos, que señalan el paso de la liturgia del «mundo de
ayer» a la reivindicación del «mundo de mañana». La hermenéutica del futuro se
subraya en las aprensiones del progreso, en el conjunto de factores que modifican, con
la producción, los ritmos comprensivos y significativos de la existencia. La
modificación de los usos y el consumo incide en las relaciones individuales y entre este
y las autoridades constituidas, a las que se le pide que sean lo más concesivas posible.
La etimología del universo artificial es un producto en serie, que se reproduce con la
intensidad necesaria a saturar el mercado.

La Ilustración inaugura el cosmopolitismo léxico, practicando la difusión


internacional de la lengua francesa. Esta categoría comunicativa es necesaria para hacer
posible, mediante los diversos modos de decir, la intercesión de la racionalidad, capaz
de institucionalizar el aparato connotativo de la identidad de las diversas poblaciones
abierta a los desafíos de la modernidad. Al rigor expresivo se contrapone la tolerancia
conceptual: el léxico y la sintaxis concurren a diseñar las esferas de la comprensión y la
concesión como acontecimientos innovadores del Weltanschauung ilustrado. El
internacionalismo lingüístico es un eficaz antídoto contra los prejuicios. La lucha contra
el fanatismo y a la superstición aparece en la lógica persuasiva de la ciencia. La libertad
410 RICCARDO CAMPA

de prensa y de expresión se justifica cuando se intenta exigir los resultados realizados


por la investigación científica. El conocimiento promueve su configuración aprensiva en
las instancias, que se manifiestan en los debates, en los encuentros, entre las personas
que ostentan un interés providencial por los resultados concretos de las innovaciones
tecnológicas y estructurales. La «tranquilidad» de los pueblos es el tiempo histórico de
las aportaciones cognoscitivas. El proceso de secularización afecta a todo Occidente,
otorgando a los resultados de la ciencia la tarea de ser testigos de la eficacia de la libre
iniciativa individual. La mundialización compendia el propósito de los sujetos políticos
individuales para contribuir a la resolución de las dificultades existenciales desde la
autonomía del juicio y de la empresa. La validación de los objetivos del plano
económico y social pertenece a la lógica consecuencial e inventiva. La Ilustración
europea es, así, el resultado de la Reforma luterana, refrendada por la revolución
industrial (y, por lo tanto, por la llegada de la tecnología). También la reforma de la
Iglesia ortodoxa (en la Rusia de Pedro I y de Caterina II) consiste en la supremacía del
Estado y las fuentes conceptuales, en virtud de la cual se cree que la plenitud de los
tiempos se da en las clases sociales emergentes económicamente. La ciencia ya no es la
causa (y la fuente) de la herejía: los tiempos luminosos del saber sobrepasan los tiempos
oscuros, dominados por el dogmatismo absoluto y afirmativo. El hedonismo es el
contrafuerte emotivo de la secularización, que encuentra su lugar ideal en los regímenes
políticos, donde las asperezas dogmáticas dejan su sitio a las normas morales (más que
jurídicas) vinculantes. El respeto de las normas y la realización del equilibrio de los
poderes –según el magisterio ideológico de Montesquieu– permiten exorcizar el
despotismo, aunque sea ilustrado, es decir envuelto en la radical renovación de las
costumbres y las manifestaciones del pensamiento y las organizaciones de participación
en la realización de las empresas públicas y privadas, según una adecuada
interdependencia y complementariedad entre sí. La sátira, fustigadora de las malas
costumbres, perpetua, aun en forma idiosincrática, el sentido crítico, en el que consiste
la actualización de la modernidad. De la pugna de la publicidad satírica no se escapa ni
siquiera el mundo ibérico, en el que se reponen de forma anacrónica el fanatismo
religioso y la arrogancia de las castas. Aunque el erasmismo influía en el pensamiento
ibérico (el libro Erasmo y España de Marcel Bataillon es paradigmático acerca de este
tema), la presencia de las actitudes ilustradas se realiza en una atmósfera en la que
todavía está presente la inquisición religiosa y una penetrante devoción popular.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 411

El anacronismo es el rasgo conjetural, con el que algunos países se vuelven


sospechosos, como España y Portugal, en los siglos XV y XVI frente a la vanguardia
del escenario internacional, que en la época ilustrada está marcada –en parte
impróvidamente– por la arrogancia, el fanatismo religioso, la insensibilidad por los
procesos innovadores, que prenden en toda Europa continental y en la América
anglosajona. La América latina, como expresión de una infausta colonización ibérica,
también queda excluida de la categoría de las naciones, contaminadas por el progreso e
interesadas en propugnarlo con el fin de mejorar de forma inmediata el bienestar
colectivo. La ausencia de la audacia intelectual, responsable en Francia y en Inglaterra
de las profundas transformaciones sociales e institucionales, no sanciona
completamente la lejanía del mundo ibérico de los tumultos culturales de la época
ilustrada. El benedictino padre Feijoo se distingue, en la mitad del siglo XVIII, por la
afirmación de la esfera científica separada de la teológica, fundada en la experiencia y
en el ejercicio crítico de la razón. Queda, sin embargo, en parte ajena, la especulación
teórica de la ciencia y la valoración de las aplicaciones prácticas de la tecnología. El
eclecticismo epistemológico constituye, por tanto, una especie de proemio conjetural
para las consiguientes elaboraciones doctrinarias, susceptible de adulterar, no tanto las
finalidades de la ciencia, cuanto, sobre todo, su influencia sobre los modos de pensar, de
actuar y de ajustarse a los acontecimientos, que involucran la participación generalizada
de los pueblos y las naciones. El internacionalismo, aunque algo difuso en la opinión
pública ibérica, sirve de antídoto al anacronismo autorreferencial. La literatura popular
incentiva el conocimiento científico, aunque se reduzca a los estilemas propiciatorios de
faustas y milagrosas estructuras propulsivas de realizaciones benéficas. Las
navegaciones y las expediciones científicas encuentran su espacio en los periódicos y en
las revistas, que influyen en la fantasía popular y la inducen a perpetuar sus efectos
providenciales en los ámbitos decisionales. El hiperactivismo extranjero contagia los
espíritus ibéricos, abiertos a las innovaciones, de tal modo que la innovadora
experiencia emprendedora de algunos defensores de la tecnología práctica y de sus
aspectos seriados y aplicativos aparece como propedéutica de la activación práctica. La
filantropía, promovida por las Academias, ayuda a que la cultura ibérica no sea tan
provinciana y a hacerla, al menos en parte, interactiva con las vanguardias europeas. La
invasión francesa de España divide el universo ibérico (español) en afrancesados y
tradicionalistas: un dualismo, que ciertamente no contribuye al desarrollo de la ciencia y
la tecnología dominante en las zonas más desarrolladas de la Europa continental
412 RICCARDO CAMPA

(Francia) e insular (Inglaterra). «Este cambio de clima –escribe Javier Fernández


Sebastián– encuentra en la obra de Goya un testimonio lúcido y angustiado. Sin
abandonar el campo ilustrado, el mundo de las imágenes tenebrosas y grotescas del
último período del pintor aragonés no es más el de la confianza en el progreso:
transmite en cambio una visión áspera y desencantada de la realidad»21. Los efectos
funestos de la invasión napoleónica atenúan, si no frustran, la concomitancia terapéutica
de la influencia ilustrada en la península ibérica. Las artes mecánicas se descubren en su
escabrosa y rudimentaria resolución: sirven para propalar el temor, el angustioso
sufrimiento de los más fuertes respecto a los más débiles e indefensos.

La experiencia napoleónica induce a los intelectuales italianos y europeos a


condenar y reprimir el absolutismo como una forma de gobierno que obstaculiza la libre
manifestación del pensamiento y la acción, en relación a los cánones fundadores de la
ciencia experimental que están en auge en ese momento. Las instancias reformadoras,
admitidas en el debate cultural italiano, están exentas de cualquier atisbo autoritario, que
pueda convertirlas en auténticas programaciones estatalistas. La Historia civile del
regno di Napoli (1723) de Pietro Giannone, traducida al francés, inglés y alemán, se
considera una obra aperturista en lo tocante a las innovaciones metodológicas,
apreciadas por Montesquieu y por Voltaire. La posición política del pensador
napolitano, de origen pullés, contrasta prejuiciosamente con la intromisión del
sacerdocio, con la mundanización de la Iglesia romana, de la que denuncia el «nuevo
reino terrenal». La modernización del orden jurídico y moral (antidespótica) es realizada
por Gianvincenzo Gravina, Celestino Galiani, Ludovico Antonio Muratori (este último
interesado, sin embargo, en las misiones jesuitas en Paraguay) y Cesare Beccaria, el
autor Dei delitti e delle pene. La hegemonía cultural francesa es aceptada por la
intelectualidad italiana de la época como fuente y estímulo para despertar una noble e
inteligente competitividad. El internacionalismo de Pietro Verri se garantiza sobre la
congruidad de la especulación intelectual italiana, que se resiente también de las
consideraciones desarrolladas por Simón Nicolás Henri Linguet en la Histoire des deux
Indes: de los testimonios de los viajeros y los colonizadores de los dos hemisferios del
Nuevo Mundo. Las redes transnacionales absuelven en América un tipo de noviciado en
orden a las relaciones comunitarias, confederadas y federales, según una sucesión
histórica tendente a la cohesión institucional y la salvaguardia identitaria. El
pensamiento de Samuel Pufendorf, profesor de derecho en Heidelberg, del derecho
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 413

natural y contractual, influye en el debate político y social de la Ilustración europea y,


en parte, también de la americana. La perfectibilidad personal y la felicidad
(contempladas, por otra parte, por la constitución estadounidense), son actitudes
subjetivas, garantizadas por el orden público. La inviolabilidad de la esfera íntima (de la
fe y de la conciencia) es el aspecto concomitante fenomenológicamente con una nueva
definición de la tolerancia, de la actitud sumisa, si bien es responsable de la colectividad
respecto a su mismo cumplimiento. El proceso de codificación se expande de Prusia y
de Baviera a todas las áreas del planeta, ocupadas en otorgar las características de la
eficiencia y la continuidad a los órdenes normativos. El principio de la igualdad frente a
la ley informa todo el orden jurídico, proclamado por las ideas ilustradas es propiciador
de la llegada de la modernidad (en las relaciones interpersonales y en las relaciones
entre los grupos y las instituciones).

El pietismo, aunque contrastado al atenuar las disputas dogmáticas y


nominalistas, y aumentar la tendencia a la autonomía intimista, promueve una mayor
atención hacia los pobres y los necesitados, vinculándola a una instrucción profesional
general. La disciplina de la pedagogía, envuelta en recobrar los recursos intelectuales
difusos en las clases sociales populares, asume valencias providenciales y salvíficas.
Las teorías sobre la valoración artística de la antigüedad griega y sobre el cambio
estético hacen referencia a Johann Joachim Winckelmann, cuya permanencia en Roma
coincide con el relieve asumido por la historia del arte. En el mismo período, Gotthold
Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn contribuyen a delinear las categorías de la
crítica literaria. El espíritu de las naciones se suma a las costumbres colectivas y a las
costumbres populares. El pensamiento y las doctrinas filosóficas y científicas, que se
difunden en la Europa ilustrada y en América (en particular las de Gottfried Herder) se
basan en el principio de la causalidad y en la recíproca correlación entre la causa y el
efecto de los fenómenos (abstractos o concretos) presentes en la dialéctica conceptual.
La filantropía se practica en las asociaciones humanitarias y educativas (estas últimas
vueltas predominantemente a las personas deseosas de conocer aunque carezcan de
posibilidades económicas para frecuentar regularmente las escuelas públicas y
privadas). La ampliación del número de las asociaciones culturales y de las Academias
es el síntoma de una difusa propensión por el saber, como resultado de la investigación,
de las pesquisas que actúan científicamente en los diferentes segmentos del
conocimiento. La arqueología y la preferencia por las épocas pasadas aumentan la
414 RICCARDO CAMPA

curiosidad del gran público, que se apega a los acontecimientos hasta ahora evocados en
clave poética o anecdótica.

La discusión pública y el debate académico se condensan. El latín es


reemplazado progresivamente por las lenguas nacionales, que se empeñan en una
meritoria obra de traducción de las obras de mayor inferencia en el pensamiento
europeo y americano. La lectura personal de la Biblia y el debate sobre la interpretación
de las Escrituras son los aspectos más inquietantes del contexto cultural de la Europa
continental (y, en particular, de los Países Bajos). En el mundo anglosajón, en efecto, el
debate ilustrado provoca el conflicto religioso: en la versión anglicana, calvinista y
luterana. La visión mesiánica de un nuevo orden legal se relaciona con la concepción
utópica de los peregrinos de América que, con la carreta y la rapsodia expresiva,
intentan dar continuación a la inquietud social de la que se sienten, al mismo tiempo,
depositarios y destinatarios. La práctica y el carácter concreto superan las abstracciones
dogmáticas y milenaristas de la Edad Media. Las propias estigmatizaciones
prejudiciales se atienen al régimen de la evidencia y la realización práctica. La actitud
caritativa cede su sitio a la reivindicación legal, a un tipo de iusnaturalismo
condicionado por la urgencia de la satisfacción de las necesidades primarias. La actitud
predominante se centra en la realidad fenoménica y en los medios, mecánicos, con los
que hacerle frente. El empirismo ilustrado de John Locke constituye el término ad
quiem se dirige la dinámica explicativa de la supremacía operativa respecto a
contemplación de molde platónico. El providencialismo de la historia es innato a la
condición humana, al empeño prodigado por los mortales en hacer incandescente la
soporífera atmósfera de quienes renuncian, de los anacoretas del cálculo infinitesimal,
objetivamente intangibles en términos promocionales. Los límites del intelecto a la hora
de reconocer la íntima esencia de las cosas inducen a actuar en la previsión, más allá del
beneficio, y también en encontrar un nuevo y más comprensible semblante del mundo.
La cortesía y las buenas maneras atenúan la rijosidad religiosa y política y ofrecen el
derecho a los más informados a conseguir el reconocimiento de sus postulados
conceptuales como propedéuticos a su operatividad. Las frases de circunstancia
permiten confiar en un flébil consentimiento social, mediante el que actuar sin lesionar
los derechos ajenos y las expectativas comunes.

Las buenas maneras tienen también el mérito de frustrar las supersticiones y


atenuar el entusiasmo por las pruebas de resistencia hechas a medida, por las cuotas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 415

atrevidas de la sensatez. El humorismo, más que la sátira, concurre a desmitificar la


manifestación de los radicalismos y las vanidades mentales. El arte de la progresión
conceptual expone en forma didascálica el solvente racional de las fases evolutivas del
género humano del estadio de la esclavitud al de la liberación: de la ganadería a la
agricultura, al comercio, a la industria y a los servicios. Edward Gibbon narra la
decadencia del imperio romano y la llegada del cristianismo: un tipo de interconexión
de dos milenarismos, destinado a permanecer imperiosamente en el patrimonio
cognoscitivo de la humanidad. La controversia de las relaciones entre el Estado y la
Iglesia tiende a solucionarse desde la complementariedad antes que desde la resistencia
de las formas de entender tradicionales. El radicalismo se considera más una desviación
que algo nocivo respecto a las ineludibles convenciones sustitutivas de los conflictos y
las intemperancias del pasado remoto y el presente que se manifiesta. La aspereza de las
disputas teológicas no corresponde a las instancias justificativas del consentimiento
propulsivo de la Ilustración. La búsqueda intelectual de Dios, promovida por Edmund
Burke en el 1775, incide en el aspecto compositivo de la esfera espiritual y la esfera
temporal, entendidas ambas como la sede de la libre determinación individual. Esta
tendencia tiene el valor de vencer desde su nacimiento las sectas religiosas, basadas en
el fanatismo de algunos visionarios. La religión racional se identifica con el unitarismo
institucional, como si fuera el correspondiente de un idealismo transcendente, que
encuentra su lugar de uso en la cohesión comunitaria y, más en general, en todos los
órdenes normativos, delegados a desarrollar un papel significativo en el concierto
internacional. La influencia de la Ilustración francesa en el Nuevo Mundo no exonera a
sus exegetas de evocar los estilemas con los que los philosophes se fijan en los
aborígenes americanos, todavía envueltos de un aura de un primitivismo completamente
inventado. La revolución americana, en cambio, empieza con una modernidad de
intenciones, que desafía las instancias ilustradas en los relieves de los derechos
individuales, las funciones parlamentarias y el gobierno representativo. La metáfora del
primitivismo es explícitamente una iniciativa provocadora, dirigida a crear un malestar
intelectual y una admiración en las relaciones entre los Estados Unidos y la Francia del
siglo XVIII. La universalización de la razón y de la confianza en el progreso son parte
integrante de la cultura independentista americana, al punto de presagiar en algunos
intelectuales del Nuevo Mundo un tipo de iniciación preventiva respecto a la francesa, a
los providenciales resultados de la razón en su concreta exteriorización.
416 RICCARDO CAMPA

La religiosidad y la modernidad se compendian en América: la experiencia


común y el sentimiento trascendental concurren a delinear y a delimitar los hemisferios
de la acción, concedidos al género humano por las condiciones (históricamente)
objetivas. El aspecto más evidente, y que sin embargo todavía no está plenamente
actualizado de este recorrido intelectual americano, es el abolicionismo esclavista. El
reconocimiento de la dignidad humana (independientemente del género y de la raza) es
el principio tutelar de la revolución racional e ilustrada americana. La nueva concepción
social instaura un ordenamiento jurídico, en el que se piensa que el individualismo
(materialista y egoísta) es inevitable, y sin embargo refrenable, como fundamento de la
realidad social de inspiración republicana. La democracia participativa no desatiende las
prerrogativas individuales aunque las entiende interactuando en el concierto
comunitario. La emancipación de la persona humana determina el nuevo aspecto del
protagonismo político y los recursos de la incidencia colectiva en la elaboración de las
leyes del comportamiento general. La organicidad de las instancias cognoscitivas
influye en la convergencia de los propósitos de la decisión: las expectativas de los
individuos, aunque distintas, ambicionan legalizarse en el acuerdo y en el
consentimiento comunitario. Hippolyte Taine, en los seis volúmenes de los Origines de
la France contemporaine (1875-93), presenta el dualismo que caracteriza, por un lado,
la capacidad de abstracción de los pueblos latinos y, por otro lado, la profundidad
romántica de los pueblos germánicos. La Ilustración se conjuga con el Romanticismo
mediante la intercesión, por una parte, de la obra de las Señoras de Staël y, por otra
parte, de la obra de Immanuel Kant. La guerra franco-prusiana del 1870-71 determina la
supremacía de la Kultur germánica (de la época bismarckiana) sobre la Civilisation
francesa, diseñando así los presagios de la hegemonía europea hasta la llegada de la
primera guerra mundial. Johan Herder, en 1773, estigmatiza el carácter artificial de la
ideología de las Luces en comparación con la cultura romántica, abierta a las remotas
sensaciones, a la fantasía, a lo maravilloso y a la dinámica de los sentimientos. Las
caracterizaciones nacionales resumen la evidencia, que el positivismo busca de
uniformar en un modelo conductual de instancia racional. El espíritu del mundo (Geist),
pensado por Georg Wilhelm Friedrich Hegel, renueva dialécticamente el criterio
interpretativo de la realidad realizable, en abierto examen con el atractivo formalista de
los philosophes del siglo XVIII revolucionario y universalizante. Les illusions du
progrès (1908) de Georges Sorel constituye la crítica más áspera al reformismo
ilustrado y a la acción emancipadora de la burguesía mientras presagia la llegada de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 417

revoluciones proletarias, resueltas en clave marxista. Friedrich Nietzsche contribuye con


Humano demasiado humano. Un libro para espíritus libres (1878) a otorgar a la
Ilustración las características de un «movimiento de civilización». La filantropía se casa
con el socialismo y la democracia, con la participación paritaria en el orden
institucional. El nexo Ilustración-modernidad también encuentra cada vez más consenso
en la atmósfera romántica, donde las inquietantes representaciones del pasado remoto
asumen connotaciones de particular relieve en la inmanente concepción de la realidad.

La opinión pública se instala en el debate institucional con una función


conclusiva. La Ilustración acepta la inocencia ferina del hombre como un desafío que
tiene que afrontar con las armas de la razón. Las reservas mentales, expresadas durante
el Romanticismo, se refieren a la pretensión de renovar en la Tierra el paraíso perdido,
la entusiástica experiencia de la redención. La razón se connota como una gracia
natural, que actúa en la evolución de la especie con el rigor rebelde de una «señal» que
proviene «de lo alto» o de «otro lugar». El sentido religioso y totalizador de la razón se
encuentra en el carácter constrictivo de su enunciado, en la indiferencia por los
atenuantes genéricos inducidos por los sentidos y por las fluidas manifestaciones
sentimentales. Los mismos afectos decaen así del rango de lo patronímico para conciliar
los distintos aspectos de las relaciones interindividuales. El carácter ocasional no
modifica la uniformidad de los resultados, en los que se delega categorialmente la
realización de la razón. La reducción subjetiva del espacio privado provoca, según
algunos exegetas del racionalismo, la caída en el totalitarismo, en la portentosa
uniformidad de la idealidad y su compromiso factual. Para Reinhart Kosellek22, la
Ilustración consiste en la reducción del espacio privado al ámbito público. El límite
concedido o adeudado en la Ilustración se representa en la autosuficiencia del mundo.
Esta interpretación deísta reenvía la hipótesis de una íntima determinación de la
naturaleza, a la que se conforma el ingenio inventivo y el dispositivo del observador-
perturbador. La diatriba sobre el aislamiento del individuo se soluciona en la
comunicación, en el cambio de las noticias, procedentes de diversas matrices
lingüísticas que, sin embargo, se unen entre sí gracias a una estrategia táctica,
racionalista. El viaje se percibe como una finalidad cognoscitiva que preconiza un
elegíaco entendimiento entre los seres desplazados en las improbables dimensiones del
planeta. La narrativa (la novela) revela los aspectos privados de la condición humana,
propensa, según las circunstancias, a manifestarlos abiertamente o a olvidarlos. La
418 RICCARDO CAMPA

práctica de la representación consiste en revelar actitudes y convicciones aún no, o no


completamente, homologadas ocasionalmente en la experiencia colectiva. La
interdependencia de los fenómenos políticos, económicos y sociales establece
enunciados del saber, que se vuelven parte integrante de la identidad individual y
colectiva. Las crónicas permiten unir las congeries de acontecimientos, que se verifican
en las diversas áreas del mundo. El poder de la sugestión se somete a la presencia de la
razón, que posibilita que puedan traducirse las representaciones existenciales de los
órdenes institucionales del planeta. La geografía se interrelaciona con la antropología, la
religión, la filosofía y la ciencia. La integración de los pueblos y las naciones es un
fenómeno que se propicia al ser oportuno para garantizar, aunque sea de forma relativa,
la paz en su sentido kantiano. La inteligencia crítica contrasta con cualquier tipo de
fundamentalismo credencial o nihilista.

Los enciclopedistas alemanes se abren a los diferentes aspectos de la realidad.


Como sustenta Georges Gusdorf: «El cambio romántico impondrá una humanización
del conocimiento en el sentido de la interioridad, un paso de la erudición cuantitativa a
un saber cualitativo en busca de las dimensiones humanas de la realidad humana»23. La
condición humana se realiza en las ramificaciones de la filología, de la filosofía y de la
ciencia aplicada. El fervor cognitivo de los románticos consiste en la unión –casi
apologética– del pasado remoto con el presente mediático. El hecho lingüístico, de su
exteriorización en la fabulación, connota una época caracterizada por el testimonio
explícito, en abierta concatenación con la fase afónica y, sin embargo, presente en las
manifestaciones vitales de la existencia. El romanticismo recobra las épocas en las que
el gesto se impone a la articulación hablada. «Las conclusiones epistemológicas bien
delimitadas y celosamente cerradas en sí mismas, son sustituidas por un campo unitario
del saber, en cuyo seno no se excluirán recíprocamente las específicas competencias,
sino que se incluirán la una en la otra»24. La erudición contiende al conocimiento del
atractivo de la promoción de las innovaciones y las certezas, tasada sobre el plano de la
convención que reexamina las sagas, los rituales, las fábulas del pasado, en un intento
de localizar sus razones, los hechos en los que se ejercen con el vigor de las instancias
inmanentes. El asociacionismo cultural tiene una función didascálica que sirve para
mantener en pie un tipo de tendencia subyacente al acuerdo popular. La predicación
democrática y anticlerical encuentra cotejo en las doctas búsquedas académicas, que
animan, más bien reaniman, las virtudes teologales de la lealtad ideal y la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 419

responsabilidad colectiva. La versatilidad escatológica de las instituciones culturales se


refleja en la renovada concepción nacionalista, que se realiza en el continente europeo y
americano durante el Romanticismo. Las exigencias del espíritu se conjugan con el
poder mundano, que tiene la tarea de hacerlas evidentes y determinantes en el circuito
identitario y conductual. La enseñanza realizada más allá del Rin es preeminente sobre
la pedagogía francesa de las primeras décadas del siglo XIX: la enseñanza de los
clásicos griegos y latinos tiende a envolver los mordientes de las épocas desenterradas
del pasado en un ámbito conceptual para inventariarlos en el presente según una
progresión orgánica, propia del universo mental alemán. «La refinación del saber
romántico pone en evidencia la necesidad de una metodología primaria a la que tienen
que adecuarse los singulares recorridos particulares. Esta meta-epistemología es la más
grande adquisición del Romanticismo. Las ciencias de la conciencia, ciencias del
espíritu, ciencias que implican el exterior y el interior, la exterioridad y la interioridad,
aplican una inteligibilidad específica»25. La interioridad preconiza la experiencia de
modo que consigan sus efectos evidentes y tecnológicamente detectables. «Esta
subordinación de los hechos a los valores ya se manifiesta en las ciencias de la
naturaleza, sometidas a las normas del gran dibujo de la creación»26. El espacio vital y
el espacio mental se relacionan en la instancia de la realización. La odisea del saber,
entendida como manifestación de la conciencia, implica una empresa ejecutiva, que se
manifiesta en las declaraciones cognoscitivas. La imaginación sorprende el intelecto
agente en la tarea de memorizar y actualizar la historia, entendida como el testimonio de
los acontecimientos, que el género humano delinea como si fueran ineludibles en el
curso del tiempo, connotados ideológica y socialmente. La meta-humanidad se
identifica con la metafísica y reedita la tradición bajo la forma de la premonición. El
hecho humano es sufragado por los signos, que la caracterizan en las fases causticas de
la memoria. La metáfora se perfila como un instrumento interpretativo de la
hermenéutica romántica. La axiomática, como categoría dispositiva de verdades
verificables, se ejerce en las elaboraciones conceptuales, cuyo fundamento son los
enunciados matemáticos (y misteriosos). «La oscuridad se acentúa en proporción al
deseo de verdad realizado por el lector del documento escrito»27. La exégesis bíblica y
el anacronismo explicativo concurren a otorgar un grado de autenticidad a la conjetura,
que rebosa de la experiencia para identificarse en las causas que la determinan. La
epopeya de la reconstrucción de los acontecimientos, envueltos en el hollín de la
incomprensión, se conjura en la representación genética del pensamiento. La palabra,
420 RICCARDO CAMPA

absorta en la señal, se frustra en el gesto, como si fuera un ectoplasma de un deseo o de


una recóndita pulsión.

Historiar la espiritualidad supone la revaluación de las «volutas» del mito, las


rememoraciones populares y las externalizaciones escatológicas. El monólogo y el
vaniloquio contemperan la exasperación y la angustia de los seres mortales, inclinados a
reconvertir el escarnio por las intemperancias terrenales en el éxtasis celestial. La
inmediatez de la relación entre el observador-perturbador de la realidad y los
acontecimientos circunstantes rehabilitan la destreza interpretativa de los mortales, que
ambicionan reconocer en el intersticio de las cosas la línea dirimente de la eternidad o
de la extenuante dimensión del tiempo, donde la imaginación humana se dilapida en la
incomprensión. Las contriciones y las evocaciones de las épocas son las fuentes de la
clarividencia romántica, tanto en el arte, como en la ciencia, que se resuelve para los no
iniciados en el esoterismo. La elegíaca hermenéutica romántica es condicionada por la
palingenesia de los sentidos de las construcciones votivas, de los testimonios materiales,
señalados por números o por figuras, que posponen mentalmente a las sugestiones de
observatorios lejanos, que miran presumiblemente de soslayo a los venideros y a sus
exegetas. El intento de hacer revivir las épocas pasadas constituye para el
Romanticismo la prueba de la elasticidad del tiempo, en la que se encuentra el preludio
de una obligada tendencia emotiva, útil a los objetivos de la generalización de la
experiencia y su frustración. En el encuentro con el pasado se vislumbra la señal de la
presencia del ímpetu vital, en el que parece que la regeneración está implícita.

El fundamento analógico del pensamiento romántico se identifica con la


dialéctica del espíritu, con la universalización de la conciencia existencial y
cognoscitiva. Friedrich Nietzsche se refiere a la permeabilidad de los significados
latentes de los acontecimientos cuando sostiene, contradiciéndose, que no existen los
hechos sino sus interpretaciones. Si el clima romántico fuera tan absoluto, debería
privilegiar las sugestiones, las turbulencias, las inquietudes, sobre las agujas de la
catedral de Estrasburgo o los restos arqueológicos de los mayas y los hititas. En
realidad, el acontecimiento es tal porque sugestiona la imaginación e induce el intelecto
agente a colocarlo en un circuito provisional y homologable en los plexos del
patrimonio cognoscitivo (en la tradición, dilucidada con las parábolas y las metáforas
que le son propias). «Cada mirada –afirma J. Wolfgang Goethe– se prolonga en una
observación, cada observación en dar un significado, y cada significado entra en
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 421

relación con otros. Se puede, por lo tanto, afirmar que toda mirada atenta sobre el
mundo impone una teoría»28. La discusión de las cogniciones históricamente adquiridas
es parte integrante de su propedéutica. La representación científica es el diagrama del
comportamiento de los acontecimientos sometidos a examen según unos criterios, que
se someten por su propia constitución íntima y sus cambios problemáticos. El silogismo
y el neologismo muestran las nuevas adquisiciones connotativas de la experiencia
apoyadas en una evidencia persistente, presente en la operatividad cognoscitiva: la
variable determinativa de lo existente. Friedrich Schlegel sustenta que el historiador es
el profeta del pasado. El Romanticismo priva de potencia a lo absoluto relativizando el
significado de los acontecimientos y las cosas, conjugándolas con las palabras mediante
las que certificar su contingencia cotidiana y su irrefrenable extemporaneidad. La
propensión por la transcendencia está en la enucleación de los períodos, en la
imperfección de la frase y toda obra del pensamiento y de la acción, que haga referencia
al tiempo litúrgico y a su afirmación escatológica. La comprensión romántica se
identifica con el significado que se da a los acontecimientos, considerados por la
investigación conceptual y potestativa como irredimibles en su esencia. La abstracción
comporta el itinerario experimental sintetizado en las fórmulas de la memoria. El
recuerdo es la epopeya nostálgica del Romanticismo, en el que la elegía del pasado se
introduce en la práctica cotidiana y la condiciona en los límites de su intrínseca
vulnerabilidad. Según el Maestro Eckhart, los pueblos son pensamientos de Dios. Su
perturbabilidad es el indicio de su autonomía, en el que se empeñan a individuar los
nexos lógicos y antropológicos, que se ligan al «modelo inicial». El hecho de que Dios
esté escondido, no exime al hombre de perseguir sus huellas en la creación. Y es por
esta razón que el Romanticismo convalida todas las estrategias iniciáticas, con los que la
aflicción terrena intenta superar el nivel de la incomprensión para llegar a los límites de
la plausibilidad.

La técnica de la expresión tiene en cuenta las alucinadas interpretaciones de los


hechos remotos, durante los que la perturbabilidad humana se refleja en la música, en el
folklore, en las formas de la aprensión emotiva, que influyen en la dicción, el diálogo y
la escritura. La retórica se inerva en las afinidades electivas, en las atracciones
recíprocas y en los condicionamientos subjetivos. La tergiversación y el disimulo
constituyen los aspectos de la práctica operativa en el concierto comunitario, que tiene
como objetivo el sentido de las cosas en su inmanente carácter controvertible. «La
422 RICCARDO CAMPA

lingüística general va al paso de la gramática general, según un mismo esquema de una


conversión geométrica de la inteligibilidad»29. La dimensión escatológica del dictado
cognoscitivo se hace densa en un tipo de nostalgia irrefrenable. Los hechos presentes
vuelven a llamar a los futuros como un efecto de la agitación conceptual de los pasados.
«El Romanticismo ha repuesto el prestigio a la categoría de lo maravilloso, de lo
milagroso; bajo las apariencias de la escrupulosa erudición, el historiador hace revivir la
letra muerta de los documentos y restituye la presencia de los individuos y las
épocas»30. Las divagaciones de la imaginación se insertan en el flujo incesante de la
razón, que reedita las experiencias del pasado bajo la forma de inéditas aposiciones de
la vida humana en su escabrosa continuidad. La comprensión de las cosas siempre está
en relación con el observador, que elabora formas de configuración y de
conceptualización útiles para la consecución de los objetivos, tanto de la memoria,
como de la confutación. El hecho de que la impresión pueda traducirse en la expresión
ratifica que la identificación experiencial sea controvertible. El término de
conmensurabilidad de una categoría morfológica en otra se explica en la postulación
conceptual, en el propósito de conocer lo que se puede connotar desde el «exterior» del
cumplimiento del fenómeno. El Romanticismo exalta especialmente las terapias
proféticas y centrífugas del intelecto humano sobre todo cuando se manifiesta con el
propósito de conseguir un resultado transcendente en los confines de la sensatez, en el
sentido dimidiado del Siglo de las Luces y de las revanchas interpretativas de la
Ilustración en sus fases incandescentes del objetivismo positivista. La fidelidad
evocadora de los acontecimientos pasados es, por así decir, preterintencional; de hecho,
es una actitud consoladora y a veces desmañadamente propiciadora de sentidos dignos
de mejor causa. La imposibilidad de alcanzar el sentido profundo de los
acontecimientos multiplica su sentido aumentativo y cuestionador, que influye sobre los
propios ejecutores materiales de una necesidad imperativa, innata en la causa que la
determina y en la finalidad que la obscurece.

La evidencia para los románticos es congénere de la acción del visionario. La


historiografía de Edward Gibbon y Theodor Mommsen es el fresco de una epopeya
resuelta con las leyes del declive (del fin y del epílogo de un régimen de ideas, de
normas y de circunstancias). La intuición se confirma, en la época romántica como la
destreza del intelecto agente cuando supera los límites del patrimonio cognoscitivo. La
adquisición del saber constituye una contribución innovadora en búsqueda de nuevas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 423

características de la realidad (presente, pasada y futura). Los totalitarismos modernos


hacen referencia a un momento indiciario de la condición humana, como un artefacto
lógico de un proceso expansivo y uniforme en el variado sistema del orden normativo
internacional. La revisión del pasado telúrico y nebuloso es como el escenario de la
propulsión moderna de una horda sublimada al rango de acontecimiento propio de una
época. La arqueología del saber sufraga la jactancia de los visionarios, disfrazados de
reformadores sociales, llevados por la necesidad natural a sobrentender el destino de
innumerables poblaciones, a veces extrañas entre sí, otras veces unidas bajo un
trasfondo institucional por la lengua y por las costumbres. La decodificación de la
realidad equivale a la codificación del conocimiento. La pertenencia del observador-
perturbador de la realidad al sistema, en el que indaga, le lleva a considerarse un
elemento orgánico capaz de reaccionar frente a los impulsos emotivos y el rigor racional
a los que está expuesto. La investigación cognoscitiva siempre es una metodología de
mediación entre lo que se verifica y por lo tanto se homologa y lo que se diseña como
una innovación (perturbación, sugestión, revolución). En las regiones del inconsciente
se hallan las matrices neurálgicas de la razón. El paisaje humano se caracteriza por las
convulsiones emotivas y por las estrategias racionalistas, que regulan las relaciones
interindividuales para conseguir determinados objetivos, controlados, siguiendo a
Jacques Monod, por el azar y la necesidad. La empatía (la simpatía, la antipatía)
desconcierta a la imparcialidad, que el positivismo localiza como un criterio que dirime
las intemperancias emotivas del género humano. La conveniencia y la respetabilidad del
investigador comprometen su intimidad, acuerdo como el receptáculo (perfectamente
legítimo) de las predilecciones, de los deseos y de las expectativas. La prospección de la
inteligibilidad humana en el universo es el proemio del conocimiento, como si fuera un
intersticio de los significados asumidos por lo actos en los que se compendia.

La intencionalidad del observador de la realidad es implícitamente la variable


del orden expresivo. La constante subrogación de las fases del saber con nuevas
adquisiciones cognoscitivas oscurece el «progreso», entendido como una categoría del
beneficio del observador en relación al mundo observado. La incertidumbre exegética se
vincula a la perturbabilidad del aparato cognoscitivo, que la conciencia del observador
de la realidad vuelve explícita y verificable. La experiencia se practica por tanto como
un ejercicio adicional y recapitulativo de las aportaciones innovadoras, promovidas por
el intelecto agente, con la ayuda de las impresiones, de las sugestiones, provocadas por
424 RICCARDO CAMPA

la realidad. La perturbación de lo real está condicionada por el lenguaje, que practica la


pasión inductiva sobre la base de las sensaciones emotivas, de los que el observador se
cree el depositario. Los refranes, las sentencias, las alocuciones populares contribuyen a
delinear el perímetro deliberativo del universo natural, en sus precoces manifestaciones
orientativas. La llamada sabiduría popular es la alegoría del conocimiento instintivo,
que encuentra cotejo en la sublimación de la lógica conceptual. La comunidad
lingüística de un interlocutor se supone que tiene alguna afinidad con el resto de las
comunidades lingüísticas, en los que se realizan las experiencias memorísticas de las
notaciones del pasado y las connotaciones del futuro. El recorrido temporal engendra
íntimas interferencias y acodos argumentativos entre las diversas áreas lingüísticas y
culturales del planeta. El fisicalismo romántico declina en clave decorativa en el
intelectualismo racionalista: de la primitiva barbarie a las sofisticadas formas
asociativas modernas, el proceso adquisitivo magnífica un trend exponencial, que la
praxis corriente convalida en términos demandados y complementarios. Si bien el curso
de los acontecimientos no es rectilíneo, la apropiación indebida de sus sentidos
alegóricos y consecuenciales es facilitada por la aprensión por lo nuevo y por todo lo
que induzca a argumentar con resignada organicidad conceptual. Lo arcaico y lo
moderno se relacionan, en la cultura romántica, en el intento de delinear una temperie
emotiva y racional conforme a la vitalidad del género humano. Las dos esferas de
conformación cultural solamente delimitan las actitudes predictivas y connotativas de la
realidad, tal como se representa en la clarividencia literaria y en la especulación
científica. La irracionalidad es el germen de la comprensión sistemática, algebraica. La
diacronía romántica consiste en la simultánea manifestación de las formas, con las que
la realidad se representa. La biografía es el instrumento a través del que la identidad
romántica la vuelve inmanente. La reanimación de la memoria colectiva tiene una
connotación palingenésica como una configuración de las empresas humanas sustraída
al olvido. La odisea de la especie se identifica con el recorrido histórico de la conciencia
universal. Los hechos humanos, literariamente paradigmáticos, transforman la
cronología en ontología: regulan el flujo de los acontecimientos en compañía de los
caracteres y las idiosincrasias de los personajes, inducidos por las circunstancias a
otorgar relieve a las sugestiones de los contemporáneos.

La historiografía subjetiva sobrentiende a la objetividad en la medida que


compendia sus recursos y sus propensiones representativas. La introspección desarrolla
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 425

un papel ecuménico al poner en relación actitudes y sentimientos que difícilmente se


pueden homologar de forma individual. Paradójicamente, la subjetividad no
corresponde a la individualidad, de la que memoriza los efectos estratégicos, las
alegóricas configuraciones puestas en el escenario universal. El mundo de la intimidad
conecta las conciencias inquietas de la época imaginativa con las de la época operativa.
La dinámica de la actualidad es el aspecto evidente de un sedimento profundo común a
todos los seres vivos, independientemente de sus connotaciones convencionales. La
lingüística organicista del Romanticismo contempera la aspiración estética con la
creación artística. La intencionalidad conecta la inquietud existencial con las pulsiones
oníricas. El inconsciente asume notaciones que cada vez más condicionan la toma de
decisiones y el comportamiento. La enajenación mental se enfrenta a la racionalización
del aparato cognoscitivo y expresivo, en un intento de otorgarle una validez que supere
la contingencia experimental. La confianza en la naturaleza sanciona su universalidad
en relación con las intermediaciones racionalistas previstas y prefiguradas por
Descartes. El oscurecido universo romántico es lo que corresponde a la confusión
genética, en el que se elabora un aspecto del orden, fácilmente enunciable y detectable
por la destreza ferina y por la lógica declamatoria del observador. Para el
Romanticismo, la inmanencia se suma al determinismo, confiando el preludio de la
especulación conceptual a la aprensión emotiva. La razón universal prefiere el orden
cósmico como un compendio de las diversidades sectoriales, bien sea en el perfil
antropológico, bien en lo que atañe a las propensiones tradicionales. La correlación
entre el microcosmos y el macrocosmos permite prever la estación del ser ampliada en
el tiempo. La llamada del pasado se conjuga con la melancolía por el futuro. La
inconmensurabilidad de las relaciones existentes entre las dos dimensiones del ser se
pliega en la nostalgia, en la imagen del brezo amarillo que se extiende por los
intersticios de las paredes de la ciudad, extendiéndose, hacia «otro lugar».
426 RICCARDO CAMPA

13. LA INSTANCIA

El entendimiento entre quienes componen la vida humana se realiza en un


ejercicio dialéctico, en una contienda intelectual, en el que al final se establece una
especie de tregua propedéutica para llegar a un acuerdo. Sócrates denomina concepto a
este límite de demarcación mental. Es una respuesta a la estrategia de un momento
telúrico de la condición comunitaria, en la que (IV siglo a. C.) la perspectiva ideal del
género humano se refleja en los incentivos de la palabra (del Verbo). La palabra
escande los impulsos inventivos y dirime contextualmente los conflictos, que se
determinan «naturalmente» entre los miembros del consorcio institucional, en
apariencia consolidada. Pero la condición indispensable, para que se asegure el orden
normativo, es que se admita la eventualidad de un «momento angular» de la existencia y
de la persistencia de la humanidad en términos distintos a los de otros seres del
metabolismo natural. La permanencia se identifica con la llegada de los Argonautas del
pensamiento al estadio caracterizado por la convicción, lógicamente condicionado por
el estado de necesidad. Sócrates interrumpe la temida, permanente, conflictividad, para
programar un estado de gracia, que garantice la promoción antropológica y su
afirmación con la ayuda de las técnicas combinatorias del intelecto agente. Tomando
como pretexto el principio ecuménico de la justicia, Sócrates quiere conseguir
resultados concretos a través de la reviviscencia de la constatación. Sostiene que la
supervivencia del género humano se asegura en la operación mental, en tanto que las
experiencias individuales se configuran como tales y asumen una característica común,
la «abstracción», que la preserva de la decadencia y la habilita para su realización, para
la conformación concreta de los actos y los propósitos de la acción. Si Sócrates ha visto
un perro negro y Trasímaco ha visto un perro blanco, ambos han visto un perro (amigo
del hombre). La palabra abstracta (perro) revive y se conforma en un único sistema
perceptivo y racional: las experiencias de ambos. El concepto (perro) permite a Sócrates
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 427

y a Trasímaco conformar su actitud de modo que las experiencias sean comunes y que
la división virtual y efectiva de la experiencia permita a ambos entenderse y pensar de
forma consensuada. La uniformidad de la expresión admite las diversidades
interpretativas de los acontecimientos, que determinan la vida de los seres mortales en
un sentido uniformemente anagramado en la contingencia terrenal y en la
transcendencia celeste. «La progresiva condensación de los trazos coincidentes –escribe
Ernst Cassirer– su fundarse en un inseparable todo unitario representa la esencia
psicológica del concepto, que de tal modo por su origen y por su función no es otra cosa
que un complejo de residuos mnemónicos depositados por las percepciones de las cosas
y por los hechos reales. La realidad de estos restos se demuestra en el hecho de que
ejercen un influjo especial e independiente sobre el acto mismo de la percepción; ya que
cada contenido nuevo comparado es tomado e interpretado conforme a ellos»1. Las
nociones abstractas, objetivas y verbales, se deducen del razonamiento y de su
contenido apodíctico, que induce a los interlocutores a convenir sobre las coordenadas
mentales que lo determinan. La experiencia es un ejercicio afín al pensamiento en su
fase explicativa, emotiva y racionalmente relevante. El principio fundante del concepto
es la revelación que los interlocutores de un diálogo asumen como precepto distintivo
de su razonamiento. La interioridad de la expresión (de la palabra) otorga un grado de
autenticidad y legitimación a la convención utilizada para entenderse (recíprocamente) y
para disentir unilateralmente sin disminuir por ello la preceptiva determinativa (del
concepto). La geometría es la disciplina más explícita de la abstracción, que se inerva en
la realidad mediante la representación y concurre eficazmente a posibilitar las
realizaciones concretas del género humano en el arco voltaico de su existencia,
consciente y documentada verbalmente o por escrito, según los cánones de la memoria
colectiva. La abstracción y la experiencia se compendian. Solamente por razones
pedagógicas y a veces bajo pretextos polémicos, una categoría se opone
connotativamente a otra. Efectivamente, ninguna experiencia sería detectable si un
modelo ideal (mental) no ofreciera una norma correcta para su representación. Por
razones de orden metodológico se usa la abreviatura en los términos, cuya congruencia
es de orden complementario.

La connotación mnemónica de los entes es, por así decir, una asignación de la
mente en su estado de movimiento de onda, cuando percibe las agitaciones externas en
sordina, en apnea. La sensibilización de los acontecimientos fijados en la memoria
428 RICCARDO CAMPA

siempre es «externa» a las elaboraciones intestinas del aparato conceptual. La lógica


alimenta la conexión entre las palabras y la síntesis entre las nociones, que expresan en
conformidad con las sintaxis preventivamente aprobadas para hacerlas comprensibles y
problemáticas. La problematicidad de las expresiones cognitivas se debe a la
preterintencionalidad del efecto interpretativo de los datos de la experiencia. La
perfectibilidad de un objeto (de una figura, de una construcción verbal o espacial) es tal
porque hace referencia a un modelo ideal, en el que se perpetúa la relación con las
variables de la experiencia. «La “abstracción”, tal y como ha sido entendida hasta ahora,
realmente no modifica lo que se encuentra en la conciencia y en la realidad objetiva,
sino que solamente señala determinadas líneas de separación y subdivisión; sin añadir
ningún dato nuevo»2. Las relaciones entre los modelos ideales de las cosas reales y las
cosas reales mismas se efectúan en la similitud (en la geometría) y en la aproximación
(en la sociología). La relación, que se instaura entre las formas de la abstracción y la
morfología de lo concreto, posee el mismo régimen mental que el concepto: comparte el
interés entre el fenómeno de la previsión y la constatación de la experiencia. La
semejanza pugna con la diversidad sobre el grado de legalidad, detectable social e
institucionalmente. Es la categoría inherente a la constitución del concepto. Su
configuración evidencia una íntima conformación, que la dialéctica, la oratoria, la
simple convicción legitiman en el itinerario de la realización y en su modificación. El
hechizo de la comunidad cognitiva de la realidad es el precipitado histórico de las
actitudes interpretativas de la naturaleza por parte de los pensadores de la Atenas del
siglo V a. C., de aquel momento angular de la cultura de Occidente, que reinterpreta
frustrando los apremios emotivos de las generaciones de Oriente, empeñadas en
evidenciar la fase explicativa de las expectativas salvíficas del género humano. El
necesitarismo naturalista y la veleidad comunitaria interaccionan de modo que delinean
el predicado nominal de todas las iniciativas (las acciones) cometidas por los mortales
para intentar objetivar su supervivencia. La labor de la corrosiva conformación
comunitaria (y social) consiste en predisponer las condiciones indispensables para
asegurar, con la continuidad de la especie, la razón de ser de tal expectativa y la
resolución, en clave remisiva, de todas las imperfecciones o defectos, que el género
humano reconoce tener en la tentativa de moverse en aras a un virtual, imaginario, reino
de la concordia y de la glorificación. La universalidad abstracta y la universalidad
concreta son la misma cosa: su distinción es un pretexto, en contraste con el principio
genético del concepto, que elabora la universalidad apoyada por las opiniones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 429

controvertidas, expresadas sin el auxilio de una disciplina cognitiva, que considera las
aperturas como hendientes polémicos de la realidad natural en orden a la pequeñez de la
existencia individual y a la hipotética persistencia cósmica. La conexión entre estos dos
factores concurre a delimitar el área del conocimiento de los acontecimientos más o
menos influyentes sobre el curso (representable) de las cosas. Los mitos, las religiones,
las creencias laicas (limítrofes), son los correlatos dispuestos por la razón, prestas a
verificar los lugares en los que le es posible argumentar y por lo tanto legislar en el
sentido más armónico del término. Los expedientes indiciarios de la razón tienden a
presentar una relación orgánica entre los observadores-usuarios de la naturaleza y la
naturaleza misma. La identificación de los sujetos sensibles con el habitat natural está
mediada por las elaboraciones mentales, en los que los seres humanos se interrogan
sobre su papel y sobre su destino. La idea de un viaje imaginario dentro de los trayectos
energéticos del cosmos ilusiona la acción y los frena según la confrontación que el
intelecto agente realiza en su acción. El resultado de las interacciones entre los seres
mortales y la permanencia, más o menos imaginaria, de la naturaleza está destinado a
ser sacrificado al desengaño. La falsación de las teorías científicas, descrita por Karl. R.
Popper, se justifica con la idea de que el progreso, en su sentido de intersticio ilustrado
entre las postulaciones ideales y los análisis concretos, son siempre in fieri y por lo
tanto no satisfacen los objetivos de investigación planteados por las generaciones que le
otorgan su crédito.

La cuantificación de la experiencia se configura mediante el número. Sin este


instrumento mnemónico, que se evidencia en el razonamiento, la obra humana no
tendría relieve y no podría medirse con las premisas iniciales de la búsqueda y el
empleo de los resultados de la experiencia. La funcionalidad es una categoría inventiva,
que se convierte en una petición conceptual a través del número (la cuantificación
numérica). «En relación a esto se desarrolla por primera vez la conciencia del valor y
del sentido de la formación de los conceptos en general»3. En el número se revelan los
pensamientos, que “se objetivan”, que se vuelven evidentes e interactivos entre sí y en
conexión con el milieu cultural, en el que se manifiestan. El número individua una
cantidad de proposiciones, que encuentran cotejo en una explícita manifestación
cognitiva (que puede ser ilusoria, imaginaria, concreta). La correlación entre el número
y la acción (virtual, efectiva) es determinante para conseguir los objetivos de su
valoración conceptual. Las elaboraciones aritméticas (algebraicas, sistémicas) reflejan
430 RICCARDO CAMPA

las variables imaginaciones del potencial expresivo. La generalidad y la universalidad


de la numeración permiten encontrar una asociación conceptual a la inventiva, que
recobra así su valor determinativo (laudatorio, aflictivo y edificante). Las clases
numéricas son las coordenadas de los pensamientos y los objetos, que encuentran ahí su
significado. Si la aritmética no contribuyera a la inventiva humana, no tendría sentido y
también perdería su nexo en apariencia efectiva con la numeración objetiva, con las
cosas, cuya función vuelve inmanente.

La ciencia de los números, tal como es definida por J. W. R. Dedekind, no puede


dirigirse solamente a dimensiones mensurables de forma efectiva, sino también a
dimensiones virtuales, notadas por los efectos producidos en los campos energéticos de
partículas que son de difícil cuantificación. En el microcosmos, en efecto, las
dimensiones energéticas son detectables únicamente por sus trayectorias, que se
manifiestan gracias a la utilización de sofisticados instrumentos de elaboración. Las
cantidades de materia física, utilizadas por los aceleradores atómicos para conseguir
determinados efectos energéticos, son solamente cuantificables de forma evocadora. La
transformación de la materia en energía y viceversa se realiza bajo la égida de la
configuración numérica, si bien solamente de forma permeable (para dejar prever
cuántos relieves prácticos pueden tener las actividades del laboratorio). Las cantidades
energéticas desarrollan una serie de fenómenos (antropológicos, ambientales)
cuantitativamente inconmensurables y sin embargo numéricamente mensurables con las
expectativas de quienes propician sus reconocimientos prácticos. La progresión
numérica compendia el espacio y el tiempo, en los que se realiza. Cada notación
conceptual, certificada la pertinencia, se atiene a la evidencia, a las configuraciones
propias de la experiencia. «Este paso del puro número ordinal al número cardinal se
realiza de forma que concuerda con las diversas teorías ordinales de la aritmética, como
las desarrolladas por Dedekind y particularmente por Helmholtz y Kronecker»4. La
coordinación de los datos sensibles, expresada por la experiencia, es un proceso que se
somete a las elaboraciones aritméticas y tiende a avalar la hipótesis que tenga las
prerrogativas de la experiencia que solo se hacen evidentes con las correlaciones
numéricas. Pitagóricamente hablando, en el número se halla un aspecto oculto o silente
del mundo. La numeración es el aspecto evidente de la percepción en su estado de
quietud y movimiento. Se hace experiencia pensando, conjeturando, lanzando hipótesis
sobre un flujo de acontecimientos, que se evidencien desde el silencio, desde las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 431

improbables instancias de la naturaleza. Los números son conceptos a contraluz, en fase


de aparente y real configuración en la vida terrena de los seres humanos, que desean
alcanzar la transcendencia celestial y la identificación cósmica. La igualdad es la
categoría numérica por excelencia: todas las operaciones matemáticas se asientan en
este principio, que las vuelven activas a las posibles identificaciones de carácter práctico
(operativo). La igualdad también comprende la similitud, en tanto que notación
distintiva de los fenómenos conexos y deducidos por el establecimiento de hipótesis o la
formulación de enunciados mentales. El número atribuye propiedades significativas a
cada proposición indiciaria de los fenómenos de la realidad. La progresión numérica se
ejercita como una síntesis de las elaboraciones mentales. El compendio de los
pensamientos y los propósitos de la acción encuentra en la sucesión numérica su
evidencia correspondiente, que puede influir, a su vez, en la conceptualización. La
revisión crítica de un enunciado se basa en la configuración numérica de los efectos
prácticos que se propone conseguir (o evitar, admitida la presencia del azar, del cambio,
de los fenómenos imprevistos e imprevisibles, que modifican el escenario de la
observación y la investigación).

El dualismo entre las ciencias exactas y las ciencias empíricas alimenta la


jerarquía de los saberes, que permite impróvidamente conseguir efectos concretos bajo
el perfil operativo y en una continua problematicidad prepositiva en el ámbito de la
inventiva y la innovación. El examen sobre el antiguo y sobre el nuevo humanismo es
una consecuencia de la discrasia existente entre la proposición cognitiva y su realización
práctica: una diferenciación que es solamente de grado y no de género, y que sin
embargo, tanto para el empirismo como para el pragmatismo, es fuente de osadas
postulaciones ontológicas y gnoseológicas. El concepto de número queda vinculado a la
cantidad objetiva, preservado como indicador, pero también mantiene su forma
conceptual como simple expresión del pensamiento, de la meditación respecto al orden,
que asumen las cosas en la urdimbre del mundo. El número es una manifestación
fisiológica de la energía vital, que se interroga e interacciona con la naturaleza, con la
vertebración de lo existente y de lo que puede existir, según los cálculos previsionales
de la inteligencia humana. Esto tiene una connotación religiosa, más allá de las
instancias mistagógicas de los pitagóricos, porque convierte lo inconmensurable en una
urdimbre temporal, caracterizada por los escaneos cognoscitivos de los mortales. La
aposición alquímica, que lo preserva de la usura, consiste en hacerlo redimible en cada
432 RICCARDO CAMPA

aparente o real compromiso emotivo y racional. El número se configura como una


certeza absoluta, que se relativiza en el cálculo decimal de la inmanencia y de la
contingencia, de la aproximación. La ampliación de los significados del número (tal
como aparece en la oposición que se establece entre números positivos y negativos,
racionales e irracionales) es el artificio mediante el cual la lógica asume su consistencia
y se hace perspicua al razonamiento, a la argumentación y a la convicción. El número
imaginario, que multiplicado por sí mismo es igual al número real (una entusiástica
representación literaria aparece en El hombre sin atributos de Robert Musil) se
manifiesta en la fantasía, que el proceso de adaptación a la realidad la vuelve
hiperactiva. La imaginación, que se exalta como potencia de sí misma, se identifica con
y en el carácter efectivo. El necesitarismo naturalista conquista la imaginación y la
actualiza en la organicidad de la experiencia. Carl F. Gauss sostiene la «metafísica de lo
imaginario»: la transcendencia numérica en el infinito. El número compendia las
relaciones existentes entre los pensamientos, los propósitos, los entes, los seres, los
objetos y los fenómenos. En su patrimonio genético aparece escrito la consecución, la
oposición y la interferencia. El número irracional connota unas dimensiones inexistentes
del espacio a las que se refiere. El cálculo mental puede referirse a las dimensiones de lo
irracional sin huir de la serie y de la contraposición de las clases numéricas, a los que
prescribe su configuración y su curso. La continuidad y la discontinuidad del espacio es
–según Richard Dedekind– un axioma, una postulación conceptual que no se somete ni
a la verificación ni a la contradicción. El dualismo ideal-real no precisa de una
confrontación con lo efectivo: puede ser un ejercicio conceptual, válido para alcanzar
los objetivos de la medición entre los actos y los fenómenos, que implican la voluntad.
La esencia y la existencia interaccionan y se conjugan con la convicción, que obra en la
realidad para perpetuar así su caracterización. La variable, evocada e incumplida
continuamente, consiste en creer que la eventualidad es una ocasión diferida, por la que
se deduce una fase innovadora de la tradición, creída como el patrimonio adquisitivo de
la humanidad, desde su estadio primigenio hasta el más concorde con la modernidad. La
epopeya del descubrimiento es el reconstituyente energético, que la conciencia
individual sustenta como si fuera una enzima de la cohesión social y de la validez
institucional.

Los conjuntos infinitos, predichos por los números, animan la continuidad del
cálculo y por lo tanto de la virtual expansión del lenguaje en la indeterminación del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 433

cosmos. El infinito es por tanto una postulación numérica de la evidencia de una


sucesión espacio-temporal, hasta ahora representada por la descripción, por la evocación
y por la resistencia. «Los juicios, en los que interviene el transfinito, se revelan
enunciados complejos que a través del análisis son reconducidos a determinaciones de
relaciones entre conjuntos infinitos de números “naturales”. En este sentido, hay pues
entre uno y otro campo una perfecta continuidad conceptual»5. La forma serial obedece
a las conexiones relativas al cálculo. Los conceptos numerales, que hacen referencia a la
espacialidad, denotan la geometría, el vínculo de la extensión en la esencialidad
connotativa. La figura es la representación escénica de lo visionario: un aparato de
puntos y líneas, que delimitan un sistema espacio-temporal del infinito. El predicado
nominal de la figura es su solvencia expresiva, su modificación en los otros, que lo
compenetren o complementen. La irreductibilidad del espacio delineado en otro espacio
todavía no delineado es un proceso inductivo, que se mide con las características
distintivas de todas las figuras posibles con el cálculo. La figura y el número se
interconectan porque ambos llevan a una condición del ser que piensa la realidad donde
gravita de manera sintónica y distónica, según el nivel del dinamismo llevado al ser de
la imaginación y de la razón práctica. El cotejo entre la fantasía imitativa y la
programación concreta del ser es esencial para alcanzar los objetivos del juego de las
certezas y de las incertidumbres, que anima la reflexión y la acción humana. La
geometría solamente permite la superación del silogismo aristotélico por las posibles
identificaciones de la figura con el número: si las construcciones figurativas son
infinitas como los números reales, las limitaciones conceptuales del período (del menor
en el mayor) pueden ser superadas (no homologadas) en la recopilación conceptual
(temporalmente) en vigor. El movimiento es el correspondiente geométrico de la
sucesión numérica: ambos son conceptos seriales, describen una sucesión de
acontecimientos que encuentran cotejo al menos en la contingencia experimental. A la
totalidad de las figuras espaciales corresponde –en principio– la serie numérica. En la
geometría, la uniformidad del movimiento y el análisis infinitesimal son virtuales y sin
embargo permiten al pensamiento proponer realizaciones prácticas. La teoría de las
funciones satisface las exigencias concretas de la elaboración figurativa y numérica. La
intuición y la elaboración del cálculo se compenetran, aunque los enunciados
constitutivos de ambas categorías cognoscitivas hacen referencia a un diverso estatuto
explicativo de la función cognoscitiva. La forma es un concepto promocional de la
geometría, en contraste con los métodos analíticos, ya señalados por G. W. Leibniz. La
434 RICCARDO CAMPA

posición de una figura determina la evolución de sus combinaciones en otras figuras,


catalogables como expresiones recónditas o explícitas del espacio, alcanzables con los
instrumentos de la computación. La geometría connota el aspecto aún no sensible de la
experiencia. Constituye un ejercicio propedéutico de la adquisición de los
conocimientos silentes de la realidad. En este sentido, mantiene una actitud socrática,
mayéutica, en las diferentes fases de su cumplimiento histórico. La geometría historía la
experiencia y la hace explícita en las representaciones concretas. Las dimensiones
físicas, a los que la geometría hace referencia, satisfacen las exigencias prácticas del
consenso humano en las diversas disposiciones normativas, realizadas en el escenario
mundial a lo largo del tiempo. La geometría, en efecto, une las experiencias de las
diversas comunidades, documentadas en los registros que suponen las manifestaciones
artísticas y emprendedoras. El nexo entre las figuras constituye el precipitado histórico
del conocimiento espacio-temporal del planeta y de la fenomenología en la que la
imaginación se conjuga con la razón para realizar un razonamiento consecuente.

La geometría proyectiva aparece en los espacios evocados por la imaginación,


hechos evidentes por el intelecto agente y la razón perceptiva. Ella preserva la
invariancia, respecto a la topografía, de modo que permite, a través de las elaboraciones
mentales, las transformaciones de sus figuras en sus amplificaciones, en sus
combinaciones. El espacio por tanto debe ser considerado como el orden de lo
coexistente: según Leibniz, las cosas relativas tienen la misma dimensión de las cosas
absolutas, afirmando así que su teoría no está en contraste con la concepción de Isaac
Newton. La intuición originaria del punto, de la línea recta y del plano permite deducir
conceptualmente las composiciones figurativas, delegadas a la medición y a la
elaboración (ficticia y efectiva) de la realidad. La forma prevalece sobre la extensión y
la calidad sobre la cantidad. El arte combinatoria es la representación universal de las
posibles conexiones espaciales y temporales. La variabilidad de las impresiones
sensibles, en las que se basa el axioma, se desenvuelve en las variables permanentes
(durante un cierto período) en los que reside el carácter distintivo del orden mental, del
aparato cognoscitivo y disquisitivo, que aparentan la intuición y la deducción según un
proceso adquisitivo, propio del patrimonio genético del observador-perturbador de la
naturaleza, parte integrante de la teoría de la extensión de Hermann Grassmann. La
ciencia espacial es por tanto una combinación de actos mentales que pueden transcender
el pensamiento en su dimensión no conclusiva. La composición en diversas partes evoca
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 435

la resolución en conceptos, con la garantía de la comprensión de las problemáticas


latentes en la experiencia connotativa y deductiva de la realidad. Mediante la geometría,
la postulación subjetiva afirma su objetividad en la mecánica racional. La geometría
puede admitir la existencia del espacio fuera del pensamiento, pero contextualmente
creer que también ellos forman parte de la construcción conceptual, con la que se
designan los acontecimientos, la presencia, naturalmente relevante. Los hechos de puros
acontecimientos naturales se perfilan como notaciones lógicas, sometidas a la
elaboración conceptual. «Las diferencias entre el espacio euclidiano y el espacio como
se presenta en la hipótesis de Lobačevskij o de Riemann aparecen solo cuando
confrontamos ambas partes de este espacio, que superan una determinada extensión. Si
nos limitamos en cambio al elemento generador de todos estos espacios, desaparece la
diferencia»6. La variable de la magnitud condiciona la estructura mental (de las
superficies pseudo-esféricas) y elípticas garantizando la validez geométrica. Las reglas
abstractas son una premonición, en su función explicativa, de los predicados de las
deducciones conceptuales.

La brevedad del pensamiento no se identifica tout court con el concepto, que, sin
embargo, constituye el resultado de una «convención» entre al menos dos modos de
entender y de experimentar la realidad. La matemática es una disciplina compulsiva de
la síntesis, de la realización de la complementariedad de los factores, que interaccionan
en una descripción (en una ecuación) propositiva. La analogía en la descripción de los
fenómenos concierne a su configuración conceptual. Cuánto mayor es el relieve de las
características distintivas de los fenómenos, más evidente es el significado de los
conceptos que los caracterizan. La continuidad y la homogeneidad no constituyen
necesariamente las coordenadas expresivas del concepto: su contenido epitelial hace
complementarias las diversas conjeturas (sobre el conocimiento) de la realidad. En fin,
el concepto delimita por así decir la identidad múltiple: la singularidad de las instancias
cognoscitivas y la univocidad de las definiciones (de los enunciados) por sí mismas. El
movimiento es el concepto que concierne la posición física de los pensamientos y de los
objetos. También las postulaciones mentales tienen vigor en un espacio, que permite la
fruición virtual. La insolubilidad de las antinomias encuentra una fórmula
compensatoria en el concepto, que al menos sintoniza entre sí –por conveniencia– los
factores de la complementariedad. El «mosaico de lo perceptible», al que alude Paul du
Bois-Reymond, se identifica con el pluralismo de las opiniones y, por fin, con la síntesis
436 RICCARDO CAMPA

conceptual. Si esta equivalencia fuera confutada, el conocimiento de la realidad sería


desatendido y en todo caso no estaría favorecido por un grado objetivo de legitimidad:
sería, como afirma Cassirer, un verdadero caos. La exactitud es una medida ideal, a la
que la experiencia hace referencia para adecuarse a las exigencias de la corporeidad, de
su carácter práctico y de la eficiencia. Los procesos mentales no susceptibles de
confirmación empírica no son falsos: están faltos de la versatilidad explicativa, que la
conceptualización puede determinar. La experiencia es la prueba en la que la
abstracción se vuelve inmanente para radicarse en la práctica convencional y perceptiva.
El curso ordenado de los fenómenos es el presupuesto de la concepción empírica,
utilizado en el sentido del necesitarismo naturalista y de la oportunidad convencional.
La elegía de la naturaleza se refleja en la objetualidad, creada por la mano y por el
artificio del hombre, con el que se perfila el aspecto más espectacular y homologador de
la convención comunitaria e institucional. El finalismo naturalista es, en fin, la
conceptualización de la existencia tal como se presenta en sus etapas potestativas y en la
indócil versatilidad. Los arquetipos del universo son interceptados por la
conceptualización, desde donde se realiza la empiría, en la práctica aplicativa. Cuanto
más pequeños e indiciarios son los arquetipos, se demuestran más comprensivos en su
aplicación concreta. La jerarquía de los conceptos y los géneros es el aspecto práctico
de la conceptualización de los datos de la experiencia. La misma interpretación
mecánica del universo es una afirmación de principio, que concierne el modo de
afrontar la conceptualización de los actos, delegada a producir efectos evidentes (y
positivos). El concepto es una fuerza, que actúa en el discurso para que se desarrolle en
la argumentación, rindiendo evidentes las «afinidades electivas» y convival el sentido
de pertenencia a una misma condición objetiva.

La imagen física de un acontecimiento hace pensar en la imagen hipotética,


elaborada por el intelecto agente en su dinámica testamentaria (declarativa). La
inteligibilidad de los fenómenos es la codificación del proceso de adhesión de la
hipótesis a su medición efectiva. La experimentación controlada de los fenómenos con
la ayuda de la tecnología «traduce» la sensación en relación, según las categorías
numéricas y las sucesiones geométricas, empleadas universalmente para generalizar
(universalizar) el conocimiento. La constitución física y la teorización de los fenómenos
se conectan entre sí, construyendo una argumentación declarativa, aceptable y refutable
siguiendo las estrategias teóricas llevadas a cabo mediante el sufragio de la afirmación
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 437

científica y la convicción explícita y apodíctica. La deformación racial de tal


presupuesto exonera la ciencia de sus prerrogativas y la hace impróvidamente
ideológica.

El tema del pensamiento cognoscitivo es problemático por su extendida


conformación. El resultado de las experiencias científicas consiste en su superación. La
dirección puede ser la del «progreso» ondulante antes que la del «progreso » rectilíneo,
al que generalmente hacen referencia las doctrinas políticas y las expectativas
mesiánicas. Los hechos aislados son declaraciones de principio (de inspiración
baconiana) faltos de validez cognoscitiva. Por lo demás, si fuera posible lanzar hipótesis
sobre la existencia de fenómenos ajenos a la percepción y a la configuración científica,
la práctica cognoscitiva debería proponerse como una simple manifestación del
pensamiento conceptual: sería una especie de inquietud existencial, exhibida en
términos consecuenciales. La arbitrariedad se identificaría con la vaguedad, con la
fantasía compulsiva de los que se constituyen a activistas de la utopía, de la poética
evocadora, de la sugestión pastoral. La búsqueda del Edén terrenal sigue arreciando en
la literatura: desde la descripción de la Atlántida de Platón hasta la búsqueda de Esperidi
de los visionarios del Nuevo Mundo de José Saramago, la idea de que lo existente sea el
depositario de los destinos del género humano permanece como una hendidura en la
ditirámbica aventura de la ciencia. La figuración de los seres fuera de lo común se
sintoniza con la concepción de Friedrich Nietzsche, en la que si el cristianismo no
hubiera exaltado impróvidamente la precariedad, la pequeñez de la creación, entonces la
terminal orgiástica del género humano lo habría redimido de la peligrosa exigencia de
investigar las condiciones óptimas de su permanencia en el vagido de la naturaleza y en
las órbitas energéticas del universo. El concepto de sustancia señala la línea divisoria
entre las concepciones mítico-poéticas y la investigación científica. A la determinación
de las magnitudes (las Erinias) imaginarias se confrontan las magnitudes atómicas,
constitutivas del universo energético y tentacular. La variabilidad de la agregación
atómica permite lanzar hipótesis sobre la multiplicidad de los mundos posibles, de los
que subordinados a la experiencia sensible y a la conceptualización racional constituyen
la superfetación artificial. La composición atómica de la realidad representa
hieráticamente la función del concepto, entendido como la formulación (abstracta) de
las variables de la realidad nouménica y fenomenológica. El ser y el devenir del
universo son sinónimos de la inmediatez y de la eventualidad: de las dos categorías en
438 RICCARDO CAMPA

las que se extingue, por así decir, el concepto de movimiento. La dinámica existencial
es parte integrante de la variabilidad atómica, del antagonismo y del clinamen
(lucreciano) por los que los elementos alegóricos singulares de la materia y la energía
molecular dan origen a los cuerpos en su esencia y en las figuraciones, al tiempo que
promueven su decadencia. La analogía induce a pensar en la constitución de los
cuerpos bajo el perfil de la homogeneidad y la diversificación: según dos categorías
expresivas, que se refieren a la misma fenomenología cognitiva. La ley de la
conservación de la energía induce a creer que las variables representativas de las formas
son las características distintivas de los átomos. Son estas entidades energéticas,
postreras de la imaginación (desde Demócrito y Leucipo hasta Albert Einstein) las que
configuran la realidad y la hacen modificable a partir del diseño y del ingenio humano.
Los átomos se asignan la tarea de interaccionar en las reacciones dinámicas y de influir
en la existencia de los seres y de las cosas según los recónditos designios del Creador o
del Azar, siguiendo las interpretaciones doctrinarias de los observadores-perturbadores
de la realidad. El sistema representacional consiste en hacer evidente el convencimiento
que las constituye un patrimonio connotativo de la experiencia (si no del conocimiento
general).

El movimiento en el vacío es posible a pesar de la opinión contraria de los


Eleatas. La constitución compacta de la realidad atómica sería insolvente bajo el perfil
conceptual. Por esta razón, la física moderna cree en la hipótesis de la antimateria y de
que cada partícula elemental tiene su alternativa energética. La alternancia implica una
intermediación energética, donde se identifica la antigua categoría del vacío. La «nada
sensible», representada por el vacío, es sobre todo un «todavía no sensible» con las
estratagemas (mentales y factuales) realizadas por la ciencia (en sus connotaciones
teoréticas y experimentales). «La física de la edad moderna ha mantenido inalterados
estos pensamientos fundamentales; Galilei, en efecto, si bien se refiere directamente a
Arquímedes como el experimentador, en su concepción filosófica total se remonta a
Demócrito. Define e integra el concepto de naturaleza a través del concepto de
necesidad: en el ámbito del estudio científico de la naturaleza regresan solamente “las
cosas verdaderas y necesarias que no pueden ser de otro modo”»7. La realidad se
configura, por tanto, como el aspecto endémico de la verdad, que puede ser también
objeto de fe. La creencia, en un recorrido ideal de la existencia de los seres y de las
cosas, no influye aparentemente en los resultados de las conjeturas científicas, aunque
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 439

las condiciona, bien sea para convalidarla, bien sea para confutarla (o incluso para
reprobarla como un verdadero y propio impedimento cognoscitivo). El principio de
inercia es así un dato alegórico de la dinámica, una característica intelectual del
movimiento. En efecto, es detectable como un aspecto de la función de los cuerpos en el
movimiento. Su connotación ideológica lo relaciona con un tipo de contemplación
estática de los seres. La inmovilidad es una categoría religiosa (pietista): se deduce de la
expectativa de una fulguración divina, capaz de modificar sus condiciones y de
elevarlas a las alturas celestes, en las que el desaliento y la compenetración emotiva
enaltecen la insatisfacción y la agitación sensible (y espacial). En los conceptos de la
mecánica clásica, presentes en los Principia de Newton, de espacio y de tiempo, de
masa y de fuerza, presentados en los Principios de mecánica de Heinrich Rudolf Hertz,
se presupone el concepto de energía. La admiración del cielo de las estrellas fijas
representa la fenomenología de la inercia, de un tipo de pausa del movimiento en el
incestuoso apego de los seres su (incontaminada) perpetuación. La medición de la
realidad con la ayuda de las abstracciones mentales satisface las exigencias y los
principios de la dinámica. La absolutización del espacio y del tiempo es una exigencia
inventiva, que favorece con conocimiento de causa la experiencia.

Las nociones de tiempo y de espacio –a diferencia de la energía, que es


detectable– son los coeficientes mentales, con los que se dibujan –como sobre dos
coordenadas cartesianas– los acontecimientos que pueden influir en el curso del
conocimiento y su historia. Hacen parte de la artificiosidad, en el que se deliberan los
factores de la conveniencia, de la oportunidad, del progreso. Como expresión de la
razón, su interacción responde a las exigencias de carácter ontológico y gnoseológico.
La evidencia se perfila, por tanto, como la prerrogativa de la práctica (de la
experiencia). La indestructibilidad del tiempo y del espacio es pre-lógica, no responde a
las instancias cognoscitivas de carácter experimental. San Agustín afirma, en efecto,
saber lo que es el tiempo, pero no saber definirlo. La sucesión de los acontecimientos
tienen un origen, que sin embargo se confunde con el mito (con el wagneriano anillo de
los nibelungos), y con un probable epílogo en la convulsión cósmica o (representado
por Miguel Ángel) en el Juicio Universal. El concepto de energía se conjuga mejor con
el concepto de materia, con las prerrogativas del tiempo y del espacio, tal como se
configuran en la historia de la cultura occidental. La energética, respecto a la mecánica,
fluye sin intermediaciones doctrinarias en el cauce de los componentes cósmicos. El
440 RICCARDO CAMPA

universo es el conjunto de los factores, que encuentran en la energía un denominador


común, sin reducir a calidad absoluta lo que se encuentra en la búsqueda de los
constituyentes de la naturaleza. La energía es la apódosis de la identidad constitutiva de
los entes y de los seres, que gravitan en el escenario de la percepción y de la
representación. En efecto, esta no se identifica con el movimiento, con el magnetismo,
con la electricidad. Su configuración de aposición del pensamiento le permite ser todo
cuanto la física diferencia didácticamente sin frustrar sus aportaciones cognoscitivas y
aplicadas. Su connotación descriptiva define también el potencial inventivo, presente en
las sociedades de masa, multiétnicas y plurilingües, donde las diferencias connotativas
pueden proditoriamente desembocar en la discriminación y en la persecución. La
energía permite regular los flujos demográficos conforme a las exigencias de la política,
de la economía y de la institucionalidad. La energía es la constitución orgánica de la
naturaleza, cuya capacidad consiste en producir los cambios, que pueden ser observados
empíricamente con el auxilio de la tecnología. La adecuación del sistema de análisis
refleja las diversificaciones que padece la energía cuando se representa en los objetos y
en las estructuras, conformes a las expectativas sociales. Las propiedades objetivas de la
energía se diversifican en la producción de los bienes y de los servicios, que el género
humano puede realizar en las diversas fases de su hecho existencial. La metodología de
la ciencia experimental (en física y en química) revela los límites bajo el perfil
conceptual del conocimiento empírico, que, sin embargo, satisface a las exigencias de
mejoría objetiva por parte de un número creciente de individuos. La perfecta estructura
matemática del universo de Kepler cede su sitio a la aproximación de la concepción
estructural moderna, con el añadido de la aplicación de estas fórmulas intermedias para
realizar estructuras y aparatos productivos de especial relieve. La salvaguardia de la
existencia se asegura, por así decir, más por la aproximación cognoscitiva que por la
aseveración. La gnoseología moderna es el resultado de un proceso de actuación
confortado por el éxito práctico y por una excitante justificación teórica. La abstracción
se convierte en norma utilizando su defaillance en objetivos por así decir benéficos
(prácticos). El átomo, entendido kantianamente como noúmeno, permite afirmar la
unidad energética (que de hecho se realiza en las partículas elementales dentro del
núcleo atómico) necesaria para otorgar validez predictiva a la cuantificación, a la
progresión de la energía. El átomo desarrolla el papel de una unidad de medida
infinitesimal, que afianza sobre el principio constitutivo de la realidad, que la
antigüedad griega transmite a la época moderna con las mismas exigencias connotativas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 441

de la realidad, en un intento de contestar las instancias cognoscitivas y de mejorar las


generaciones que se suceden en el escenario planetario.

La teoría de la aproximación atañe las leyes experimentales, que la aplicación de


las metodologías cognoscitivas aplica para conseguir resultados, no solamente
satisfactorios, sino también incontrovertibles en un cierto período de tiempo. A esta
teoría se confronta el concepto de sustitución, formulado por Jean Baptiste Dumas y
refutado por Jöns Jacob Berzelius, en orden a las combinaciones químicas. «Sin
embargo, cuánto más se abre paso la teoría de la sustitución, más gana terreno la
concepción según la cual también los cuerpos completamente disímiles pueden
sustituirse recíprocamente en ciertas combinaciones sin que se altere la naturaleza de la
combinación»8. La concepción alquímica medieval queda remplazada por la acción
energética, actuada con potentes aceleradores, que permiten la modificación de los
elementos químicos, a partir de su estructura originaria. La conversión de un elemento
químico en otro es posible modificando su composición, recurriendo a sus íntimas
combinaciones estructurales. La antigua práctica medieval parece concretarse en la
química moderna, que interviene, con un notable empleo de energía, para compatibilizar
los elementos naturales con su intrínseca conformación. La unidad energética hace
posible este fenómeno de modificación sin hacer abstracción de las peculiaridades
individuales. Las analogías y las diferencias son evidentes en el ámbito de las
determinaciones químicas esenciales. La homogeneidad y la heterogeneidad son
categorías representativas de la combinación atómica de los elementos, que pueden ser
notadas como determinantes para los objetivos de la medición numérica. La posición,
que los átomos asumen en la composición de los elementos (un átomo de oxígeno que
se combina con dos átomos de hidrógeno H2 O) vuelve a recordarnos el clinamen de
Lucrecio Caro, el autor del De rerum natura en la época romana. En la química
orgánica los radicales compuestos, estudiados por Justus von Liebig, representan la
parte invariable de una serie de combinaciones de elementos. No está claro si los
elementos persisten en las combinaciones, que son detectables y computables en las
aplicaciones prácticas. El sistema periódico de los elementos (de Lothar Meyer) sirve
para promover tales combinaciones. Su peso atómico permite su variabilidad. La
«esencia» de los elementos, su «irreductibilidad», no es determinable empíricamente.
Pertenecen a las proposiciones cognoscitivas de inspiración aristotélica y kantiana.
Todo lo que no puede ser representado no forma parte de lo oculto, sino de lo que no se
442 RICCARDO CAMPA

puede decir, de lo no definible en los términos convencionales del lenguaje. La


aprensión por la íntima conexión de los cocientes energéticos de los elementos es una
práctica emotiva, que influye (quizás) en la razón, para que se encargue y solucione sus
instancias con las metodologías propias de la generalización. La postulación metafísica
ayuda a la confidencial relación entre lo aprendido por la evidencia y lo vislumbrado
por la intuición o por la sensación, propias de los estados de ánimo de los individuos
singulares en las condiciones objetivas particulares. El milieu cultural, en el que se
evidencian las prerrogativas de la dialéctica cognoscitiva, engendra de nuevo y
constantemente los apremios emotivos en los que se clarifica la coherencia racional. «El
átomo químico, resolviéndose en un sistema de electrones, pierde la absoluta
permanencia y estabilidad, que le habían atribuido en primer lugar, y aparece como un
punto de quietud sencillamente relativa, como un cesura que el pensamiento pone en el
continuo flujo del futuro»9. Los valores numéricos hacen referencia a las diversidades
individuales de los elementos con el fin de establecer una categorización bajo la forma
de una computación estructural. Las combinaciones de los elementos mantienen en su
conformación compuesta las características de los factores individuales, de los que son,
por así decir, su síntesis orgánica. Un conjunto de factores individuales se conserva en
un complejo de factores universales, sin que tal proceso comporte una sustancial
modificación de la entidad energética, válida para conseguir los objetivos de su uso
práctico. El principio de necesidad se deduce de la realización empírica, de la
connotación concreta que asumen los resultados de la combinación energética de los
elementos que asisten a determinarla.

La energía es, por tanto, un principio de cohesión y como tal puede ser
representado de forma convencional. Concilia la relación entre lo particular y lo
universal, dispensándolo de la intransigencia metafísica. El principio ideal y su
realización se ubican en la esfera de la percepción y la racionalidad, conciliados por el
necesitarismo naturalista y por la peripecia conceptual. La permanencia y el cambio se
aseguran en la interacción con la que se manifiestan (se concretan en hechos y objetos y
económica y socialmente aprovechables). El consumo de energía (bajo la forma de
servicios y de artefactos) es el elemento indiciario de la eficacia de la correlación
existente entre los modelos ideales y los modelos reales, entre los estilemas mentales y
las prerrogativas programáticas. La metafísica de lo particular (del objeto) consiste en
hacerse exigible con los recursos del aparato tecnológico. El juicio sobre el disfrute del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 443

aparato productivo concierne a la validez de la empresa cognoscitiva y de actuación de


los programas tecnológicamente vinculados a la conveniencia económica. El dato
sensorial se convierte en el juicio científico gracias a la evidencia de los presupuestos
inventivos de los resultados concretos conseguidos. La distención kantiana de los
juicios de la percepción y los juicios de la experiencia solamente asume –según
Cassirer– un valor pedagógico. En la estructura tecnológica, en efecto, la perceptibilidad
del objeto de la producción también atañe la admisibilidad del proceso conceptual, con
el que se realiza. La inducción y la deducción, en la sociedad tecnológica, se
interconectan mediante una serie de sugestiones, que van de la curiosidad a la
interpretación. El ideal igualitario, que determina el bienestar difuso, comporta una
actitud uniforme frente a los instrumentos de la producción y el aparato distributivo
(que implica un principio de justicia teoréticamente deductivo). La producción en serie
confirma el principio de la coherencia entre las causas y los efectos de un proceso de
actuación. La representación de la realidad se deduce de los postulados intelectuales,
que hacen referencia a la correspondiente fase cognoscitiva. Los acontecimientos
naturales contestan a una lógica, interpretada por la artificialidad, que configura su
incidencia y su función. La búsqueda de la «unidad» o de la «invariancia» en las
múltiples manifestaciones de la naturaleza constituye una garantía para la razón. La
indagación cognoscitiva presupone un tipo de prudencia genética, que auxilia a las
generaciones, inducida por la curiosidad y por la necesidad, a actuar conforme las
propensiones intelectuales y de actuación. Las constantes y las variables, encontradas en
los fenómenos, son astucias mediáticas, con los que el pensamiento investigador se
sincroniza con la realidad indagada. El empleo de formas de intuición en las
metodologías de investigación es una actitud de particular incidencia en el resultado
cognoscitivo. Los resultados de la investigación natural tienden a convertir lo ocasional
en las circunstancias accesorias dentro del proceso investigador y a considerarlo parte
integrante del movimiento ondulante del universo. La remisión de la búsqueda de las
certezas implícitas en el conocimiento relativiza la complexión de la actuación con el
fin de obtener de modo generalizado un beneficio, válido, esto es erga omnes (fuera de
las peculiaridades raciales, credenciales y conductuales).

Las limitaciones de la experiencia descansan en sus propios aspectos alegóricos,


ilusorios. Su configuración es parte integrante del conocimiento. Presenta de forma
positiva lo que aparece como pedagógico o como un pretexto. El bastón que se parte
444 RICCARDO CAMPA

(rompiéndose) en el agua representa contextualmente la imagen emoliente y su


pertinente referencia científica: dos figuras, de la que la alusiva es la científicamente
determinada. La alucinación y la fantasía onírica hacen referencia a los correspondientes
pliegues de la realidad, que reflejan sus aspectos menos frecuentes y consolidados. La
extemporaneidad de algunos acontecimientos, como es el fenómeno del Hada Morgana,
une las representaciones poéticas y el cálculo diferencial. La física permite que el gozo
estético tenga un encuadramiento creativo «evidente». La interconexión de la
conciencia con las inquietudes mentales aún a nivel onírico consiste en hacer que estos
dos ámbitos participen de la misma existencia. Dino Campana en los Canti orfici y los
poetas malditos contribuyen evidenciar los resultados del inconsciente forzosamente
prácticos. Los paraísos artificiales a veces son enlutados por la insolvencia práctica de
quienes acceden a ellos de modo incauto o de forma consciente, con el ánimo firme ante
cualquier aspecto polémico o mistificador. Para los exegetas del sueño, el viaje entre las
sinuosidades de la realidad constituye una experiencia que sufraga contextualmente su
necesidad y alevosía. La conexión de las conformaciones energéticas (el campo
electromagnético, la densidad atómica) asume características físico-matemáticas. El
conocimiento de los objetos preconiza la eficacia de las sensaciones, en la que se
densifica por así decir el aparato introspectivo e hiperactivo. La introspección onírica
hace perceptible un espacio ilusivo, que mantiene con el espacio real una relación de
difícil configuración, tanto más insólita cuanto más representada con el lenguaje de la
invariancia argumentativa. El «realismo trascendental» liga las experiencias
individuales a un modelo que las sintetiza en la problemática objetiva. La dependencia
del objeto del pensamiento es una postulación ideal, que, sin embargo, concierne la
relación entre lo que se presagia realizar formalmente y lo que se destaca de la
actuación efectiva.

El conocimiento transciende la evidencia: algo que tautológicamente condiciona


el pensamiento. La raíz neurálgica de la convicción son los hallazgos que la
investigación científica delinea desde las notaciones, que se correlacionan al menos con
los que ya están presentes en el patrimonio de los conocimientos objetivos. En la
medida que el contenido de la percepción se relaciona con el objeto que lo promueve, el
razonamiento lo representa más en términos alegóricos y recordatorios. El
decrecimiento de los conocimientos en el lenguaje de la especulación y la reflexión
permite a la adquisición experimental trasladarse al plano de la dialéctica interpretativa.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 445

La aceptación al menos de los conocimientos científicos la legítima y la postula como


idónea para su aplicación práctica. La dependencia de los actos psíquicos concretos
(según el idealismo) rubrica la adquisición de la ciencia bajo las apariencias de los actos
cognoscitivos, que no se conectarían con los procesos energéticos del organismo en su
unidad. Efectivamente, los actos psíquicos concurren con los ensayos de los
investigadores para otorgar plausibilidad a los resultados cognoscitivos de la ciencia. La
correlación de los fenómenos, en efecto, demuestra que la razón investigadora se
compenetra en su representación emotiva con el objetivo de hacerla comprensible
incluso antes que someterla, eventualmente, a la refutación. El sistema de identidad se
transforma en una relación de representación de los datos de la experiencia, que induce
a creer como adquirido la complementariedad de los datos cognoscitivos y las formas de
su interiorización. El objeto puede «comprender» una multiplicidad de sensaciones
cuando consiste en una estructura, que trae a la mente la función tecnológica, la estética
formal y la congruencia ejecutora. La autenticidad de la acción que socorre estas
sensaciones se refleja en la realización del artefacto, en el producto de la acción que
reivindica la divulgación de la idea (de la forma inspiradora). La actuación sobre el
objeto como modelo es el momento indiciario de la satisfacción estética de sus usuarios.
Las hipotéticas condiciones del razonamiento expresan el factor exponencial de la
confrontación con la evidencia. Las «verdades en sí» pueden presentar hipótesis
únicamente como el epifenómeno de la realidad práctica. En caso de que se quisiera
conferirle una presencia inquietante pero no expresada y, por lo tanto incognoscible, se
daría vida a una tautología de impróvida factura e implícita inconsistencia. Todo sobre
lo que se puede lanzar hipótesis (imaginables, fantasiosas) forma parte integrante de la
experiencia, incluso sea en sus aspectos silentes, sombreados, no expresados. Los
aspectos antropomórficos del conocimiento no exoneran a la ciencia (desde Newton en
adelante) de tener que emanciparse del mito o de las creencias, operantes
endémicamente en las comunidades étnicas, lingüísticas, que gravitan en algunas áreas
del planeta. La identificación de la «verdad» y de la «utilidad» asume connotaciones
retóricas y a veces justificaciones didácticas. El cambio es el orden constituido por la
naturaleza, según el entendimiento humano, que se han diversificado en el tiempo para
conformarse a las imágenes del universo, consideradas científicamente
incontrovertibles. La validez de tales conjeturas se constituye en la adhesión intelectual
y material de las generaciones, que las contemperan en su aplicación y en su fruición. El
resultado de tal relación consiste en hacer pertinente la relación entre el «sujeto» y el
446 RICCARDO CAMPA

«objeto», involuntariamente definidos como diferentes e interferentes, en un intento de


presentar el movimiento de forma comprensible y representable: la dinámica y la
dialéctica (sacerdotal y exponencial) que ambiciona, a su vez, producir nuevas
postulaciones conceptuales que someten a su verificación. El concepto de inmutabilidad
(de algo que permanece y que está en el «origen» o el «fundamento» de las relaciones
cognoscitivas) ya está comprometido metafísicamente por la física de las partículas
elementales, por los «ladrillos» inestables del universo, en los que el cambio es tan
incesante que se comportan como una señal de continuidad y permanencia. La
cronología es un elemento esencial de las conformaciones conceptuales. Albrecht Dürer
la une a la melancolía, con el sentido apenas perceptible de la precariedad de los entes
frente al tiempo recóndito que invierte, como una sugestión, los ritmos apocalípticos y
consuetudinarios de la existencia. El tiempo se configura por tanto como un absoluto,
que se relativiza en la experiencia individual, que se refleja en el espacio, en la práctica
corriente. La percepción y el juicio son por tanto correlatos.

El orden espacial refleja las coordenadas del tiempo en sus manifestaciones


combinadas por fases imperceptibles y fases percibidas y anagramadas en los anales de
la vida comunitaria. El espacio propone de nuevo de forma contingente el tiempo
neurálgico (según Platón) como una imagen vehemente de la eternidad. Las leyes del
movimiento permiten hacer especular las estaciones del ser en el espacio con las del
tiempo, adoptando ambas un criterio unidireccional, como el del universal, newtoniano,
y multidireccional, como es el (relativista) einsteniano. «Los conceptos newtonianos de
espacio absoluto y tiempo absoluto todavía contaban con algunos defensores entre los
“filósofos”, pero parecen ya definitivamente abandonados por la fundación metódica y
empírica de la física. En tal desarrollo la teoría de la relatividad general parece tan sólo
la última conclusión coherente de un movimiento de pensamiento que llevó sus
impulsos decisivos de consideraciones tanto gnoseológicas como de orden físico»10. La
cosmología moderna se basa en las geometrías no euclidianas y en la función del tiempo
y el espacio en relación al movimiento implícito en los cuerpos que lo determinan. La
perturbación, realizada por el observador sobre la medición del movimiento de los entes
naturales, relativiza sus notaciones, que no debilita la comprensión y las actividades
humanas en sus explícitas deliberaciones. La incidencia de la visión de la realidad sobre
el modo de pensar y de argumentar es ineludible: de Galileo a Newton, a Hermann von
Helmholtz, a Heinrich Hertz, la cognición cognoscitiva hace referencia a los resultados
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 447

de la búsqueda científica, en el que se relevan, tanto las instancias pragmáticas e


investigadoras, como las evocaciones metafísicas, trascendentales. La gnoseología, en
su expresión moderna, se apoya en las matemáticas y en la física (la química, la
biología): en la ciencia, en su impulsora problematicidad. La relatividad no convalida la
objetividad del espacio y del tiempo, empleando la correspondiente función en la
urdimbre energética, que configura el universo en su variabilidad y permanencia
(hablando de modo darwinista, en su evolución). La medición asume connotaciones
inéditas porque relativiza las interferencias que se realizan entre los entes bajo el efecto
de la quietud y del movimiento, como partes constituyentes de su identidad.
Paradójicamente, la concepción mecánica de René Descartes se contradice con la ayuda
de una afinada instrumentación tecnológica. La imponderabilidad, del ente abstracto y
metafísico, se perfila como una categoría representativa de la realidad en las fases que
no son inmediatamente cuantificables con las metodologías de anotación en vigor. La
inercia, en cuanto actitud de los cuerpos, sigue configurando las condiciones de los
entes en su estado de movimiento: el estado de quietud es una connotación latente a
cada campo energético, que disciplina en un sentido de oposición la entidad y la
eficacia. La quietud es una categoría laudatoria, de práctica religiosa, que contrasta
todas las eventualidades y las anotaciones, efectuadas en la naturaleza. En la cosmología
relativista, los confines de lo ideal y lo real son interactivos, en el sentido que se
posponen contextualmente a la condición objetiva de la naturaleza y a la condición
subjetiva del observador-perturbador de la misma. El éxtasis emotivo se confronta con
la dinámica conceptual, actualizando la hermenéutica y la mayéutica socrática11. La
persistencia de un cuerpo en un lugar contempera el movimiento del campo energético
en el que gravita. En la teoría de la relatividad la experiencia es al mismo tiempo un
testimonio y una exégesis crítica de los datos adquiridos sobre la realidad práctica, sobre
la realidad en la que se realiza la acción de reconocer. La velocidad de la luz (en el
espacio y en el vacío), en su constancia, se perfila como la unidad de medida de la
cosmología einsteniana, que delinea una interconexión entre el pensamiento y el objeto
del pensamiento, en presencia de un criterio direccional legado de la experiencia
concreta.

La relatividad considera que el intervalo espacial y temporal entre dos


acontecimientos no es constante en los diversos sistemas energéticos. La simultaneidad
entre dos eventos es diferente según el sistema de referencia, en el que se cumple la
448 RICCARDO CAMPA

medición. Estos sistemas de medición de las fuerzas interactivas no pone en discusión la


unidad de la naturaleza. El postulado de la invariancia de la velocidad de la luz consiste
en la adopción de una medida para las mediciones espacio-temporales (junto a la
entropía, la carga eléctrica y al equivalente mecánico por el calor de un cuerpo), sin
embargo, en la relatividad general, la velocidad de propagación de la luz depende del
potencial de gravitación y del lugar en que se manifiesta. La constancia de la
gravitación se une con la constancia de la difusión de la luz. Esta notación einsteniana
equivale a la de la electrodinámica de James Clerk Maxwell, como parte integrante de la
electrostática. La objetividad no reside en la determinación empírica, sino en su misma
función. La función es un orden conceptual, formulado para hacer menos dificultosa la
relación entre la postulación ideal y el cotejo de la misma en la realidad práctica. Los
sistemas de inercia en la quietud y en los cuerpos rígidos e indeformables no
constituyen ya, desde la relatividad general, los puntos de referencia, puesto que la
diferente descripción de la causación física los contradice. La concepción einsteniana de
la realidad rebate el tradicional dualismo de la existencia de cuerpos sometidos a las
leyes naturales y otros cuerpos no sujetos a las leyes naturales perfiladas por el
observador-exegeta del universo. La relatividad general considera que leyes universales
de la naturaleza son leyes que no cambian cuando las variables espacio-temporales se
transforman arbitrariamente. La invariancia y la univocidad de determinados valores se
armonizan con el principio de la conservación de la energía. La relatividad general
frustra el concepto del mundo hecho de cosas. La naturaleza se identifica con los
anagramas, que asume la energía en sus múltiples figuraciones.

Según Cassirer, el principio general de la relatividad encuentra su primera


formulación sistemática en el escepticismo antiguo: en una corriente de pensamiento
que predice el límite intrínseco de cada formulación cognoscitiva. En apariencia, es una
doctrina negativa, de los resultados hipotéticos que no poseen sentidos explícitos. Pero
es justo la idea que cada teoría cognoscitiva contempera un conocimiento alusivo, que
induce el pensamiento a perseguir sus efectos prácticos. La «quiebra» cognoscitiva, en
el sentido de la absolutidad de sus argumentaciones, se vuelve evidente en los objetos
en serie que se producen en la relativización de la aplicación, que en la sociedad
contemporánea se realiza de forma predominante en los aparatos tecnológicos que están
en continua remodelación. El ente (y el ser) en sí, siendo incognoscible, exonera el
aparato conjetural de tener que hacerse verificable en toda su postulación. La reducción
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 449

(o la complementariedad) cognoscitiva permite efectuar continuas pruebas y


contrapruebas, al punto de inducir a uno de los escritores más partícipes de esta
secuencia cognitivo-aplicativa, como Robert Musil, a afirmar que la existencia de los
seres es un «experimento». La relativización del conocimiento, unida a la pequeñez de
la condición humana, promueve la insatisfacción emotiva que está en el origen de la
forzosa racionalización de todos los sistemas emprendedores de la edad tecnotrónica. La
fragmentación del conocimiento «se objetualiza» y se presenta en su precaria
configuración económica y tecnológica. En efecto, cada segmento del aparato
tecnológico influye notablemente en el modo de pensar y de actuar de un número cada
vez más creciente de individuos, que se satisfacen de forma quialística de aquello que
logran manipular. El automóvil y el avión son los símbolos de la eficacia terapéutica del
escepticismo contemporáneo: magnetiza los entusiasmos y narcotiza las depresiones. El
recurso a la droga constituye la enfiteusis de la inconmensurabilidad no cognoscitiva.
La ausencia de los valores permanentes estigmatiza cada ejercicio laudatorio, edificante
de la existencia. La conexión causal de la antigüedad se coteja con la relación casual de
la época contemporánea. La engorrosa exigencia de salvaguardar las sensaciones
(incluso las deprimentes e irracionales) es objeto de la obstinación de las generaciones
de la edad tecnológica que la reclaman como una fuente ineludible de frustración de
todo el aparato cognitivo, conmutativo, de la convivencia civil (e institucional). La
relativización de las normas (del pacto, contractual) consiste en pensar que son un
esfuerzo formal, un regurgito de la época burguesa, sensible a cada norma
consuetudinaria que presagie la llegada de una «verdad» lógica global. Honoré de
Balzac, en la Comedie humaine, se podría decir que resume los compromisos burgueses
ambicionados en el peristilo de las incertidumbres dominantes. El mundo francés de la
época de las transiciones se perfila en su superfetación conductual: cada actitud, en
cuanto irrisoria, tiene una apariencia dogmática, que el curso de los acontecimientos
tiende a frustrar. La precariedad de las convicciones engendra obtusos propósitos en la
acción. La burguesía, que ambiciona el poder, se disgrega –como en los Buddenbrook
de Thomas Mann– por la incontinencia sensual (sentimental, emotiva) de algunos
miembros del linaje de Lubecca, que alcanza los más altos cargos del estado social. La
débacle psicológica se convierte en el declive económico y político y los destinos de la
familia se encomiendan de forma sobresaltada a algunos miembros, que dejarían
entrever, antes que el restablecimiento de los antiguos propósitos de acción, la adhesión
pasiva (reiterativa) al curso de los tiempos. La euritmia empresarial cede su sitio a la
450 RICCARDO CAMPA

eugenesia de la individualidad difundida de ideas, de convicciones y de estrategias


tácticas. La renuncia a un grado de decisión es el efecto material de un escenario, en el
que la imperturbabilidad, la recusación encuentran las condiciones para actualizarse. La
pasión ideal es un engaño: en realidad, se persigue un bienestar pasajero, en el que
ahogar todas las antiguas, perturbables, ambiciones.

En los Principios de mecánica de Heinrich Hertz (que influyen en la búsqueda


de Guglielmo Marconi de principios del siglo XX) la unidad de medida ya no es el
concepto de fuerza, sino el concepto de masa, que se relaciona con el concepto de
espacio-tiempo. La idea de masa concierne, no solamente a los aspectos evidentes de los
cuerpos, sino también a sus íntimas composiciones (y configuraciones): «Una partícula
material –sustenta Hertz– es un connotado con el que hacemos corresponder
unívocamente un determinado punto del espacio en un tiempo determinado, a un
determinado punto del espacio en cualquier otro tiempo»12. El principio de la
conservación de la energía también concierne a la masa. La masa y la energía
interaccionan según la célebre fórmula einsteniana E = m c2. Así, la morfología de la
masa es aparente en cuanto que está formada constitucionalmente de energía. La masa
de un electrón, en efecto, según el experimento realizado en el 1901 por Walter
Kaufmann, crece continuamente hasta que la velocidad del propio electrón no se acerca
a la velocidad de la luz. La inercia de la materia se sustituye por la inercia de la energía.
Los fenómenos inerciales y los fenómenos gravitatorios son equivalentes. El empirismo,
(estricto, puro) se identifica con la especulación conceptual, que se descubre como la
dinámica sobresaltada del movimiento undoso del universo. El trayecto ideal del
pensamiento se manifiesta en la constatación de los eventos que promanan en su
evidencia y en su congruidad. La relatividad general soluciona el problema del espacio
vacío, como si fuera un intersticio necesario del movimiento, permitiendo la masa se
transforme en energía y viceversa según los procesos interactivos evidentes. El
observador de la realidad la perturba porque es parte integrante de ella y por lo tanto
está imposibilitado en revelar su alcance absoluto. Por tanto, el reconocimiento de los
acontecimientos naturales es posible por medio de un sistema de relaciones que postula
su plausibilidad. La alternativa trascendental y metafísica no responde a las inquietudes
cognoscitivas del observador de la realidad contemporánea, en las que el efecto
detonante de la técnica consiste en entrever los modelos de la eficacia experimental
gratos al menos en su sentido estético, que Arthur Schopenhauer piensa que es el arca
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 451

de salvación de la humanidad, empeñada en salvaguardar todos los ídolos de la mente,


con los que dar un sentido, no solamente a la misma inquietud, sino también a la propia
identidad.

La subsistencia de las «constantes universales» en la concepción física del


mundo aplaude una suerte de ingenuidad del género humano, que se enfrenta con armas
impares a las potencias ilusorias y reales de la naturaleza. La univocidad de los
fenómenos que caracterizan sus funciones aumenta la confianza en los recursos de la
razón. El temperamento del investigador influye en el itinerario de la investigación
hasta considerarla la explicación lógica de los acontecimientos naturales y de su
(restauración en la) artificialidad. La construcción mental de los campos energéticos y
semánticos de la relatividad consiste en volver pertinentes, pero no resolutivas, las
mediciones relativas a la fuerza, a la masa, al movimiento y a la aceleración de los
cuerpos en la circulación del universo. La correlación de los campos gravitatorios con
los fenómenos electromagnéticos muestra la concepción unitaria de la naturaleza,
lógicamente inconmensurable. La «armonía preestablecida entre las matemáticas y la
física», diseñadas por Hermann Minkowski, celebra la consustancialidad de lo ideal y
de lo empírico. La sincronía, la contemporaneidad, la simultaneidad, son categorías
«asignadas» a los acontecimientos, que se consideren ligados entre sí por nexos espacio-
temporales. El «tiempo local» y el «espacio delimitado» asisten a perfilar la «unidad»
de la naturaleza según los cálculos alusivos (lógico-conceptuales) no necesariamente
convalidados por la experiencia. Según Minkowski, el espacio por sí mismo y el tiempo
por sí mismo, deben disminuir hasta convertirse en meras sombras, permitiendo un tipo
de unión. La relatividad no refleja la «rapsodia» de las percepciones, en la que el
sensismo quería compendiar el conocimiento. El espacio no-euclidiano con cuatro
dimensiones permite la unión de los fenómenos naturales de modo que la imagen de la
realidad pueda tener una connotación polivalente. La moderna gnoseología se ajusta a
los resultados de la experiencia, que siempre tiende a confundirse cada vez más con un
aspecto de la evidencia y de la ilusión. La geometría euclidiana y las geometrías
riemannianas describen la realidad, pero no se sobreponen, en el sentido que conciernen
a las figuras imaginarias de la mente, dando crédito a las experiencias de la contingencia
real. La geometría (de Euclides, de Lobacĕvski, de Riemann) es la formulación
conceptual con la que se diseñan los fenómenos de la naturaleza y su interdependencia
legal. La normatividad de las relaciones entre los entes de la realidad es el subsidio de la
452 RICCARDO CAMPA

razón respecto del intelecto agente (según Henri Poincaré condicionado por la hipótesis,
por la intuición sobre el objeto de la experiencia). La «separación» entre la idealidad y
la concreción es el reino de la imaginación de las fulguraciones ideales, que los
diferentes «lugares» de los mundos posibles construyen en el ejercicio de una aventura
mental. Se persigue el frenesí de los viajes por el universo en un sentido opuesto al
redescubrimiento de la Atlántida que, en la concepción platónica, aflora en el
pensamiento de los supervivientes que sollozan por el más allá. La descripción platónica
incide en el recorrido lógico de la imaginación: el no-lugar es el habitat de la memoria o
de la ilusión. La vida parece estar suspendida en el improbable éter cósmico. El
conocimiento adquirido y utilizado para conseguir el bienestar objetivo parece liberarse
de producir efectos persuasivos en la mayoría de los sujetos, que se identifican con un
tipo de demonio de la acción, de demiurgo de lo primigenio, que propicia unas
condiciones de funcionalidad que se pueden convertir en opiáceas sedimentaciones
volitivas. Una sensación melancólica y disoluta de esto puede verse en lo expresado por
Eugenio Montale13 en los años Setenta del siglo XX. La potencialidad del pensamiento
se deduce de la intolerancia de las generaciones contemporáneas a la hora de establecer
comparaciones, no solamente de las cogniciones adquiridas, sino también de las
convenciones, con los que se pretende enturbiar los aspectos inéditos de la realidad. Lo
múltiple (y lo indiferenciado) de la realidad empírica es el carácter distintivo del
imaginario colectivo.

También para Wolfgang Goethe, la filosofía sobre la naturaleza es un puro


antropomorfismo, que refleja el antiguo adagio del hombre como medida de todas las
cosas. La inmediatez es –usando una expresión platónica– la imagen móvil de la
eternidad. Pero es en la inmediatez prolongada donde se ejercita la experiencia
moderna, en busca de las justificaciones, libres, dentro de lo posible, de las
gratificaciones celestes. La misma concepción demográfica consiste en el
reconocimiento de que el género humano se dirige a sí mismo como un correctivo de las
deformaciones mentales que hacen inevitables el estado de necesidad. Los mitos, las
creencias, las premoniciones son los estadios, por así decir, intermedios existentes entre
el temor pánico y la contemplación (del universo, tal como se representa en la visión, en
la imaginación y en la racionalización de sus exegetas). El hecho terreno de la
humanidad está constelado de innumerables tentativas de insubordinación frente a las
impresiones y a las sumisiones anímicas primigenias: el sentido de la libertad reside, en
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 453

efecto, en la confutación de la sumisión a un circuito energético preestablecido por el


azar y por la necesidad, sin que sea previsible una alternativa, experiencial y reflexiva
de las generaciones humanas, que se suceden sobre la faz de la tierra, con las
simulaciones de los desterrados, de los peregrinos y de los que protestan. La razón
permite dibujar un papel a la empresa humana, que sea armonizable con las corrientes
energéticas del universo, sin prescribir su ulterior curso y sin connotar por ello el pasado
remoto, por temor a afanarse al pensamiento en el tradicional dualismo entre las
religiones pánicas y la angustia existencial. La destreza es el fundamento de la ética. En
última instancia, todo lo que se considera necesario y adecuado al desarrollo de la
condición humana es al mismo tiempo oportuno y gratificante. La acción, mediante la
que se consiguen resultados objetivamente confortadores, se denomina ética, es decir
una acción conforme a las finalidades predeterminadas y consideradas, más allá de las
edificantes, ineludibles. El hecho terreno del género humano se justifica con la admisión
de una teleología, salvaguardada por la identidad. El juicio relativo a la determinación
individual se distingue solamente del juicio de valor por el hecho de que uno incumbe a
las exigencias subjetivas, no perjudiciales para el prójimo, y de que otro concierne a los
aspectos más significativos –y controlables– de la cohesión social. La distinción entre lo
subjetivo y lo colectivo puede concernir la convicción y el comportamiento de los que
promueven la misma condición formal e institucional, que gravitan en un sistema de
normas, de los que se consideran sus elaboradores y sus ejecutores testamentarios.
Ludwig Wittgenstein mantiene: «Lo que ahora deseo sostener es que, a pesar de que
pueda mostrar que todos los juicios de valor relativos son meros enunciados de hechos,
ningun enunciado de hecho puede nunca ser ni implicar un juicio de valor absoluto»14.
El bien común no equivale a la suma de los bienes individuales. Este principio es la
invención estratégica de Jean-Jacques Rousseau, que no cree que la voluntad general
sea la suma de las voluntades particulares: un principio que se deduce de la concepción
numérica (todos los números reales son infinitos, como infinitos son los números entre
dos de ellos). La prerrogativa de la «mayoría» es un «valor», que se manifiesta de forma
abstracta en un contexto operativo (concreto) que consiste en un aspecto de la realidad.
El presagio, intacto, es el componente orgánico de la experiencia. La analogía tiene un
significado oculto y otro evidente: que es el utilizado para comparar dos
acontecimientos, dos fenómenos, dos actitudes y hasta dos expresiones (dos modos de
decir, dos connotaciones retóricas, interpuestas en un discurso de diferenciaciones). La
etimología es la disciplina de la analogía en cuanto que esquiva las eventualidades, que
454 RICCARDO CAMPA

determinan los sentidos y por lo tanto las implicaciones conceptuales entre dos
enunciados (que sintetizan dos argumentaciones). La alegoría es el ejercicio estilístico
que proporciona el sentido de los términos del discurso, que se aleja de la estructura
consecuente para aproximarse a la évenementielle (como el prescrito por la doctrina
histórica de Fernand Braudel). La similitud, en fin, relaciona las figuras, como sucede
en la geometría euclidiana con los triángulos, las ideas e incluso hasta con las
expresiones. La impresión, que estas categorías expositivas y descriptivas engendra en
los hablantes, es que la observación, aunque tenga un sentido y exprese un significado,
tiene que acoger una serie de comparaciones, de verificaciones (de orden formal o
simbólico), actos que sirven para convencer y para predisponer una reacción legal (es
decir prevista y permitida por el orden institucional, en el que se determina). «Mi
tendencia y, yo creo, la tendencia de todos los que nunca han buscado escribir o hablar
de ética o de religión, ha sido la de arrojarse contra los límites del lenguaje… La ética,
en cuanto que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, el bien
absoluto, el absoluto valor, no puede ser una ciencia»15. La propia metodología del
conocimiento prohíbe la facultad de pensar en los márgenes de la ciencia. Se puede
argüir sobre cualquier cosa, pero la realización práctica no puede prescindir de la
convención, que es el fundamento del consenso humano y al mismo tiempo su
legitimación (es decir, la tentativa, siempre en acto, de elevar la inevitabilidad, la
necesidad y la incongruencia del hecho humano en su vulnerabilidad memorativa). La
historicidad de la existencia presupone una sintaxis expresiva, que permita entenderla
(bien para aceptarla, o bien para confutarla, según las circunstancias de la formulación
de Ortega). La aventura del hombre contra el lenguaje es un eufemismo: concierne a las
actitudes de la identificación de los fenómenos, que se ejercitan sin que necesariamente
tengan que objetivarse en su determinación natural. La estrategia humana consiste en
hacerlos reconocibles a través de las palabras, con los que se identifica.

La ética es la interpretación (y por lo tanto el diseño) del bien, entendido como


la temperie sumisa de las debilidades del género humano y la sublimación de sus
recursos (intelectuales, imaginaciones, conductuales). La despreocupación expresiva
absolutiza sus contenidos y por lo tanto los sustrae de la valoración objetiva, que
consiste en hacerlos prácticos y por lo tanto comprobables. La realización práctica de un
juicio perjudica su valor absoluto en la misma definición de la experiencia y de sus
aportaciones cognoscitivas y connotativas (de los individuos y de las comunidades). La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 455

aproximación es el método adoptado por la ciencia contemporánea, con la pretensión de


sacar las mayores ventajas prácticas de su aplicación. En cuanto categoría explicativa de
los fenómenos (naturales y artificiales) la aproximación consiste en la utilización de las
anotaciones exegéticas y de los recursos energéticos de dos clases de factores
interactivos y consecuentes. Su exteriorización no encuentra una explicación unitaria y
absoluta para que las correspondientes implicaciones prácticas puedan engendrar un
grado de entropía, de desorden, que no perjudiquen necesariamente las conjeturas
epistemológicas (sobre las formas y sobre los modos de organización estructural de los
fenómenos naturales y las organizaciones artificiales que les hacen frente). La
simulación es la estratagema adoptada por la ciencia experimental contemporánea para
localizar lo que se conoce como fenómenos tendenciales, con los que se supone se
pueden entender las características distintivas de las generaciones multiétnicas y
plurilingües. Además, la simulación preconstituye los escenarios futuribles con la ayuda
de las reiteradas configuraciones de los fenómenos artificiales y las propensiones
humanas. La previsión es una proposición mental falta de sentido y sin embargo
perseguida con una determinación insólita. La gnoseología contemporánea está privada
de fundamentos, pero en cambio está dotada de referencias alegóricas, circunstanciales,
que relativizan las convicciones y las autonomizan de modo que las hace productivas,
incluso en períodos breves y bajo el aspecto de una precariedad útil. El beneficio, en su
sentido alusivo y en su congruencia económica, se deduce de la precariedad de los
factores que concurren a delinear un fenómeno y a suscitar el consentimiento por parte
de los que lo socorren.

Las reglas expresan el juicio (ético, estético y político). Pero la conformación de


las reglas es el resultado, incluso siendo caótico o aproximado, de experiencias
partidarias bajo la égida, desnuda y cruda, de la simple necesidad. La categoría
explicativa de lo que se da al orden comunitario y social es el equivalente del
conocimiento, entendido como patrimonio activo, para el bienestar, entendido en su
sentido último y elemental. Por tanto, las reglas son el testimonio futuro de actos que se
piensan que son indispensables para la consecución de objetivos primarios (la
salvaguardia del género humano y su progresiva adaptación al milieu cultural, realizado
pragmáticamente, a costa de conflictos, contraposiciones, reivindicaciones,
históricamente homologadas como acontecimientos perturbadores del equilibrio ética y
estéticamente considerado como salvífico). La armonía, la idoneidad, la medida, la
456 RICCARDO CAMPA

circunspección, la moderación, el decoro, son las formas con las que el orden
comunitario persigue su proceso constitutivo, con la garantía de la estabilidad y la
propulsión cognoscitiva de las comunidades humanas que actúan en un área del planeta
en relación con las otras y que en general alientan la libre colaboración. El malestar es
una actitud que ayuda a modificar las relaciones que se establecen entre las personas y
entre las personas y las instituciones, y que reflejan en todo caso la teleología
comunitaria. El malestar y la discrasia se manifiestan en la inquietud y en la falta de
acuerdo entre tendencias que se creen incontrovertibles y providenciales. Estas
intemperancias temperamentales se reflejan en la interpretación de la realidad y en la
identificación de las idiosincrasias de las convicciones que la contemperan. Tanto por
unas, como por otras, el lenguaje se mantiene anclado en una línea de intermediación e
interdicción de los significados de las palabras utilizada para disminuir la distancia del
discurso y volver la argumentación menos problemática. La licitud de los enunciados se
basa en la complementariedad de los significados de las palabras usadas para que su
aportación cognitiva y deliberativa sea consecuente con los objetivos de las
convenciones legales. El empleo del lenguaje a nivel comunitario asegura la íntima
contrición de sus significados, que son problemáticos y permanecen abiertos a la
disquisición.

El juicio desarrolla una función legal, es decir realizada por convención a partir
de una estadística de hechos, acontecimientos, circunstancias, pensadas como
recurrentes e inevitables. Efectivamente, la legalidad sanciona un principio de orden,
seguridad, ajeno a connotaciones personales: así que es posible que un jurado esté
dispuesto a perdonar un sujeto iniciado en el crimen, de forma que está obligado a
condenarlo al aplicar directamente la norma. Su cumplimiento por tanto consiste en
sustraer el juicio subjetivo a la perentoriedad de las decisiones colectivas, abstractas, y
armonizadas con la teleología del orden institucional, donde se realizan. La rigurosidad
es la puesta en obra de la afirmación de cualquier institución jurídica, sobre la que se
funda la convivencia civil, pacífica. La prohibición de los despachos públicos, en efecto,
es la condena conminada por el orden jurídico contra sus transgresiones, gravadas, por
otra parte, por el empeño de una comunidad institucional particularmente relevante. El
lenguaje, que manifiesta este grado de eficacia legislativa, está condicionado por una
actitud difícilmente convertible en un fraseado aproximado. La redención es así un
término ad quem, de una abstracta consistencia cognitiva, y de una amplia
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 457

exteriorización ilusoria. Las vías de la providencia son infinitas, pero todo es redimible
con el mismo aparato léxico. La gravedad y la levedad son apropiaciones indebidas de
los hablantes, que se amparan en el gesto o en la interlocución para devolverlas
reveladas y pensantes. La concomitancia es una disciplina deductiva, que practica la
fantasía y rinde cuentas del itinerario, a veces forzoso, de las ideas y de las palabras
empleadas para expresarla. La representación escénica de las ideas es una forma de
énfasis del discurso, que asume así un recorrido didáctico y hasta aflictivo, con la
intención de alcanzar cuotas de conciencia actitudinal de difícil solución práctica. El
drama shakesperiano propone tensiones emotivas sin tener que caer necesariamente en
la negación del significado. La desesperación perentoria salva el conducto explicativo
de las frases a efecto, que acaban con el ser citado en beneficio de la memoria colectiva,
de la concitación social. El tiempo de la revancha moral prescribe siempre: todo lo que
las palabras pueden indicar es el perímetro racional, en el que se puede conseguir el
efecto benéfico de la purificación mental. El movimiento del espíritu de la definición
freudiana pertenece al género de la expresión que prevé una representación reiterada, al
punto de hacerse lacónica y profética. La raíz semántica de las palabras puede influir en
su sentido (actual) en términos contradictorios: tal como ocurre en las ciencias prácticas.
«El paradigma de las ciencias es la mecánica. Cuando la gente imagina una psicología,
su idea es una mecánica del alma. Si consideramos lo que realmente corresponde a esto,
encontramos que hay experimentos físicos y experimentos psicológicos. Hay leyes de la
física y hay leyes –si se quiere ser cortés– de la psicología. Pero si en la física hay casi
demasiadas leyes; en psicología no hay casi ninguna. De modo que hablar de una
mecánica del alma resulta bastante ridículo»16. Del mismo tenor debería ser La
economica della vita spirituale del cardenal Ildefonso Schuster, ocupado, en el período
del totalitarismo europeo, en condicionar los actos de la contingencia cotidiana a la
transcendencia credencial, figurativa. El lenguaje que utiliza las imágenes exorciza las
dificultades (las diferencias) lingüísticas y hace comprensible la argumentación en
cualquier forma que se exprese. La imitación suscita sensaciones cenestésicas, en el
sentido que el objeto imitado satisface una exigencia estética más o menos explícita. La
individualidad no es por tanto la radicalización de un modelo, sino, al contrario, la
«intriga» de algunas variables de un modelo, considerado sin embargo perifrástico o
insondable en su íntima configuración (en el noúmeno kantiano). La alucinación
exaspera las volutas mentales de la representación de los fenómenos, eximidos por las
leyes de la reiteración. En efecto, los fenómenos que no se pueden reproducir –según
458 RICCARDO CAMPA

Iliya Prigogine– representan el aspecto de la ciencia que se confía al subjetivismo


interpretativo. En un sentido muy aproximado o muy amplio, lo que no se puede
reproducir (artificialmente) forma parte de las alucinaciones, tal como ocurre con el
fenómeno del Hada Morgana, que intercepta en el desierto las figuras energéticas
comprometidas en el tiempo y en el espacio según las leyes físicas y químicas
verificables que son adquiridas de una forma común.

El lenguaje también permite interpretar las experiencias oníricas. La


interpretación de los sueños, en efecto, se realiza con los mismos recursos expresivos
con los que se diseña la meridiana realidad. Esta condición induce a creer que los
sueños son escrituras crípticas, que deben ser interpretadas para que tengan significado
en la contingencia cotidiana. «Parece haber algo en las imágenes oníricas que tiene
cierta semejanza con los signos de un lenguaje. Como podría tenerla una serie de rasgos
sobre el papel o sobre la arena. Podría no haber ningún trazo que reconociéramos como
convencional en un cualquier alfabeto conocido, y a pesar de ello podríamos tener un
fuerte sentimiento de que debe tratarse de un lenguaje de un algún tipo: de que los
trazos signifiquen»17. Efectivamente, el lenguaje que interpreta los sueños es el mismo
que usa la dramaturgia griega, cuyas señales son los complejos (de culpa, de
superioridad, de inadecuación). La terapia de la conversación en el diván entre el
psicoanalista y el paciente consiste en revivir sucesos remotos o próximos,
caracterizados por el drama de la especie, que deben ser removidos con la ayuda del
lenguaje. En los inicios de la especie, los conflictos de Edipo se configuran en la
ausencia del factor problemático presente en la conciencia y la responsabilidad
individual. El complejo, en efecto, es un delito cometido, no tanto a escondidas del
acusado, como del sujeto silente, afónico, es decir incapaz de argumentar con los
sonidos estructurados en las palabras, relacionadas entre ellas con el nexo de la
congruencia y la consecuencia. El enigma es un acontecimiento en el que no se registran
las coordenadas expositivas, conceptuales. La satisfacción del deseo está en función de
la aceptación que la determina en el milieu cultural, donde se manifiesta. La expectativa
es el corolario de la aprensión, la espera de algo que se presagia como virtual.

La representación de la realidad a través de las imágenes comprende también las


visiones, las alucinaciones y las interacciones entre las ideas que asisten a trazar un
acontecimiento, un fenómeno, un pensamiento. La figuración de los sistemas físicos
concuerda con la figuración de los procesos mentales. En las obras de Miguel Ángel se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 459

entrevén la divinidad y su potencia creadora. En el acelerador atómico se entrevé la


estela energética, que deja la materia en el proceso de su transformación en energía. La
fenomenología religiosa y la científica se valen de la figuración para convencer, tanto a
los creyentes como a los agnósticos, acerca de las modalidades más apropiadas e
inquietantes con el fin de dirimir la duda demoledora y de activar la confianza en la
imaginación, como si fuera el fortín ideal donde sustituir y fortificar la razón.

La sombra, las tinieblas, son atmósferas que permanecen ocultas a la evidencia.


Concurren a delinear un mundo apartado de la experiencia, en el que presumiblemente
persisten –de forma contumaz– los mismos criterios generativos y señalados de la
realidad que aparecen bajo una luz meridiana, en la experiencia común y difusa. La
heterogeneidad de los objetivos no frustra la unidad de las causas: la mitad opaca y la
mitad luminosa de la realidad se compenetran en las afecciones y se conjugan en los
análisis que lógicamente mantienen una proporción con las intenciones humanas. La
validez de la expresión está en su sentido, pero el sentido es una tautología, que se
soluciona en un acuerdo intuitivo entre quienes interaccionan en la argumentación. El
fundamento de un enunciado descansa en su recepción por parte de los usuarios. Si no
fuera así, debería admitir la influencia o la intercesión de una entidad superior (divina).
Efectivamente, la evidencia es una apreciación apositiva de la convicción por quienes
están interesados en otorgarle una validez conceptual y sintáctica relevante. La escritura
ideográfica une el sujeto y el predicado de forma imaginaria, de modo que contienda la
diversidad como un sustituto de las adjetivaciones, que pueda «relativizar» más allá de
la convicción. Las figuras, que sintetizan las opiniones y representan las ideas, solo
admiten su contrario como parte integrante del mensaje que transmiten. El lenguaje
articulado, en cambio, no prescribe afirmativamente las connotaciones de los entes y sus
manifestaciones conceptuales, confiando estas últimas a una acepción alternativa, a una
problemática conformación del sentido, útil sin embargo para su realización práctica. El
carácter concreto del lenguaje articulado es un aspecto de la lógica combinatoria, con el
que se describe la proposición cognoscitiva, y con el que se admite implícitamente su
confutación. Las proposiciones son así válidas como imágenes de la realidad. «Pero –se
pregunta Wittgenstein– ¿cómo puede una palabra ser verdadera o falsa? En cualquier
caso, no puede expresar el pensamiento que coincide o no coincide con la realidad. ¡Que
debe estar articulado!»18. Una palabra no puede ser verdadera o falsa y por lo tanto
coincidir o no coincidir con la realidad: para que tenga sentido, es necesario que se una
460 RICCARDO CAMPA

a otras palabras, con los que establecer una relación de interferencia o interacción, que
permita suscitar un sentido y por lo tanto una notación sobre lo que se quiere decir de la
experiencia de y en la realidad. «El hecho trivial de que una proposición completamente
analizada contenga tantos nombres como su referencia, este hecho es un ejemplo de la
omniabarcante representación del mundo por el lenguaje»19. La naturaleza de los
números cardinales y los números imaginarios modera la naturaleza de los números
irracionales: cada clase numérica designa un aspecto del cómputo mental, de la ficción
con la que se perfilan los aspectos sedimentarios y dinámicos de la realidad. Por lo
demás, el binomio verdadero/falso no puede sino expresar una tautología, válida para la
consecución de los objetivos de su propia controversia, en el sentido de que su negación
es un dato concreto que sirve para diseñar o formular una proposición. El argumento,
con el que el conocimiento se configura en el patrimonio colectivo de las actitudes y las
pretensiones, consiste en la actitud reivindicadora, en cuanto que es provisional y creen
utilizar los sueños y las palabras para aproximarse al sentido de las cosas, que
establecen una relación confiada y conflictiva con el aparato evocador e inquisitivo,
producida por los observatorio-perturbadores de la realidad. Las proposiciones
generales, que hablan del mundo, son el precipitado histórico que las palabras asumen
en el contexto operativo en el que se pronuncian.

La presunción de creer que la lógica del mundo precede a la adquisición por


parte de los observatorios de la verdad o falsedad de la realidad es tautológica: no se
deduce de experiencia concreta alguna que no sea lingüística (y, por lo tanto,
autorreferencial del sujeto que lo propone). La matemática se identificaría con una
tautología, que sin embargo permite, en la realización práctica, absolver tareas
preeminentes en la dinámica de la experiencia cotidiana. «La generalidad de la
proposición completamente general es la casual. Trata de todas las cosas que existen
casualmente. Y precisamente por eso es una proposición material»20. El dualismo
positivo/negativo se comprende por medio de un ente que separa (el número cero) las
dos clases contiguas de números que lo caracterizan. Su composición es inicial, en el
sentido que satisface la exigencia de volver práctica la aplicación de la actuación. La
concepción platónica está en pleno vigor en la lógica del conocimiento, en la
argumentación que se utiliza para que los fenómenos cognoscitivos de la realidad se
comprendan con las instrumentaciones lingüísticas y representativas, existentes en el
tiempo pasado (cuando el signo implicaba la cohesión social) y en la inmediatez
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 461

(cuando la palabra designa con la aproximación esotérica de los acontecimientos). La


proposición que designa algo es verdadera, según el orden mental que establece la
perfectibilidad del indicador con respecto de la presunta perfección de la entidad
indicada (realzada). Si acaso, la ambigüedad está implícita en algo (en una entidad
ambivalente) que concierne la lógica exponencial, utilizada por la investigación
introspectiva e interrogativa, en orden a los eventos que se refieren «lógicamente» a las
dimensiones del mundo. La forma lógica de las proposiciones científicas induce a creer
en el lenguaje, con el que se explica, el instrumento predeterminado para hacer concreta
la abstracción. Ello compendia las actitudes mentales y las funciones físicas
(anatómicas) mediante los que la participación emotiva y la reflexión racional se
compendian. «Toda proposición es esencialmente verdadera-falsa. Así, pues, una
proposición tiene dos polos (que corresponden al caso de su verdad y al caso de su
falsedad. Llamamos esto el senso de una proposición. El sentido de una proposición es
el hecho que actualmente le corresponde»21. La proposición, que designa una cosa, no
es una cosa: es la alegoría de la mente, por la que el intelecto interacciona en la realidad
para representarla según los cálculos mentales que determinan los beneficios. El hecho
no puede ser ni auténtico ni falso: es su conformación lógica que induce a adjetivarlo y
a representarlo en forma dialéctica. La incertidumbre es parte integrante de la dialéctica,
que es un ejercicio del intelecto agente en su interferencia con la realidad. La naturaleza
de la experiencia es el aspecto evidente de la lógica inicial y experimental. La lógica
concierne a las conexiones existentes entre los enunciados de principio, válidas para
alcanzar los objetivos del comportamiento y la facultad identitaria y de participación en
el orden institucional (legal). Para que los principios determinantes de la lógica se unan
a los verdaderos, es necesario que se refieran a un mecanismo instintivo, a una especie
de estructura anatómica, a una necesidad fisiológica, que concierne la función del
organismo en su propulsión vital. «Es probable, a priori, que la introducción de
proposiciones atómicas sea fundamental para la comprensión de todo género de
proposiciones. De hecho, la comprensión de las proposiciones generales depende,
obviamente, de la comprensión de las proposiciones atómicas»22. Por proposiciones
atómicas se entienden las que se asumen intuitivamente y se consideran inderogables (el
punto, la línea recta y el plano no tienen dimensiones. Su aplicación se deduce por los
teoremas de la similitud de los triángulos). Parece plausible la idea (de origen platónico)
de que un proceso mental preceda a la realización de un sistema formal, útil a los
objetivos de la notación y de la elaboración de las constituyentes orgánicos de la
462 RICCARDO CAMPA

realidad. Esto lo prueba el hecho de que se aplica constantemente en la argumentación y


en la notación de la experiencia. Si el intelecto no fuera persuadido para que elaborara
de forma abstracta las posibles interacciones con la realidad natural, la convicción sería
asechada por la propia duda, descrita poéticamente por Jorge Luis Borges: ¿es el
hombre quien sueña o es el sueño quien comprende al hombre?

Por tanto, el hecho es una expresión que evoca un proceso mental, que lo
presenta para que sea notado con las modalidades que prevé el lenguaje y cualquier otra
combinación estructural de signos. En las matemáticas, el constructo formal también
comprende su correspondiente concreción. La raíz cuadrada de un número puede ser
usada en el cálculo de un proceso formal que se confronta de forma práctica y evidente.
En las construcciones se aplican las ecuaciones de segundo grado y el segundo principio
de la termodinámica ejerce su influencia en la correlación práctica de circunstancias
relativas a la conciencia individual. La lógica del lenguaje es una pre-condición de la
argumentación y, por lo tanto, del conocimiento, cuyos elementos constitutivos pueden
ser confutados, modificados y falsificados. La raíz semántica del léxico empleado en las
definiciones se impone a priori, no es conmensurable con la relatividad de los
contenidos cognitivos. El instrumento de la investigación también continúa
manifestando su validez cuando su resultado resulta errado o sencillamente discutible.
«Toda proposición real muestra, junto con lo que dice, algo sobre el universo: puesto
que, si no tiene sentido, no puede ser usada, y si lo tiene, refleja, entonces, alguna
propiedad lógica del universo»23. La veracidad al menos que una proposición se deduce
por tanto de la confrontación con su realización práctica. Cuando una idea genera un
hecho, su consistencia genética (potestativa) es fiable. Si se descubre que cada
proposición lógica es tautológica no se sacrifica su empleo práctico. El conocimiento no
consiste en un sistema ordenado de factores coherentes entre sí. Y, por otra parte, el
descubrimiento científico es en algunos aspectos sorprendentemente fortuito u
ocasional. La eventualidad es una categoría cognitiva, que desarrolla un papel
importante porque –como en las mutaciones– lleva a que las causas lógicas tengan una
relevancia que difícilmente se puede alcanzar de otro modo. Las variaciones,
provocadas en una sucesión lógica de transformaciones, permiten fortificar el proceso
en el que se manifiestan y al que concurren, en conformidad con las premoniciones
delineadas artísticamente.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 463

El hecho, en la concepción wittgensteiniana, es el acontecimiento que configura


el mundo en su multiplicidad. «Los hechos en el espacio lógico son el mundo»24. El
acontecimiento es la ocasión que tiene la lógica de justificarse, de actualizarse en la
sintaxis expresiva. El contexto es, por tanto, la amplificación, la levitación del hecho.
«Cualquier afirmación sobre complejos puede descomponerse en una afirmación sobre
sus partes constitutivas y en las proposiciones que describen completamente el
complejo»25. El enunciado, que compendia otros enunciados, se vuelve inmanente en la
experiencia. Si esta circunstancia (esta característica) no fuese patente, la definición no
sería arbitraria. La imaginación y la realidad tienen una relación en la forma, que es un
enunciado solvente en la representación y en la eventualidad. La configuración es una
variable de los objetos, que de otro modo no sería posible identificar como tales. Los
objetos, entendidos como la malla de una cadena, hacen pensar en la gran Cadena del
Ser de Arthur O. Lovejoy. Su interacción genera un conjunto de factores cohesivos, en
los que reside la característica distintiva de la especie. Su peculiaridad consiste, de
hecho, en hablar y en sonreír. La sustancia es aquello que permanece (o al menos lo que
parece que permanece) en las diversas configuraciones asumidas de los seres y de los
entes en el tiempo y en el espacio. «La totalidad de los estados de los asuntos existentes
es el mundo»26. La existencia de los seres y los entes también sintetiza la inexistencia de
los mismos, considerada como la partenogénesis de la nada. En efecto, la inexistencia
significa el momento auroral de los seres y los entes, destinada a manifestarse en la
realidad como un «experimento» de la naturaleza, en conformidad con la lapidaria
definición de Robert Musil. Según la lógica consecuencial, subsistir al menos en un
estado de cosas responde a la dinámica creadora de la naturaleza, que se manifiesta en
las formas controvertidas de la continuidad y la discontinuidad de los fenómenos, que la
destreza humana logra identificar como tales y emplearlas en la precariedad
cognoscitiva. La representación de la realidad se manifiesta en imágenes, que
constituyen la elaboración preventiva, «ideal», de lo que se piensa que se puede
examinar en la experiencia. «Las figuras lógicas pueden refigurar el mundo»27. Las
figuras de los bisontes de las grutas de Altamira hacen pensar en el movimiento, a la
angustiosa tentativa en los inicios de invadir el espacio y de adecuarlo a las iniciativas
del actor, del productor y del usuario de los objetos del deseo. El movimiento es la
primera manifestación orgánica de la especie en los orígenes, cuando el temor pánico y
las insidias de la cotidianidad inhibían el intelecto agente y lo preservaban de los
siguientes resultados conceptuales, organizadas con la lógica y armonizadas con las
464 RICCARDO CAMPA

imágenes, con las figuraciones del mundo, así como idealizado por sus primeros
exegetas. «Una figura lógica de los hechos es un pensamiento»28. La conexión de las
señales con las palabras, que las representan, evidencia la proposición cognoscitiva. El
hemisferio mudo y conceptual de las señales se refleja en el hemisferio sonoro en el
intento de vivificar el pensamiento, de hacerlo evidente y palpitante. «Puesto que en una
proposición impresa, por ejemplo, el signo de la proposición no aparece como
esencialmente diferente de la palabra »29. Al signo compuesto de Frege se confronta,
como en la temperie de los orígenes, el objeto concreto, útil a los objetivos de una
incidencia más eficaz de la voluntad identitaria del hombre en la naturaleza.

La distinción entre lo que aparece y lo que es tiene una especificidad conceptual,


es casi una conjetura sin fundamento. Por otra parte, todo eso de lo que se habla es el
resultado de la observación, efectiva o virtual. La imaginación y la experimentación son
los aspectos de un mismo proceso cognitivo, refrendado por la lógica explicativa y por
el diagnóstico representativo. Al crepúsculo corresponde el estado de ánimo del alegre
sufrimiento del ser en su tránsito en un embaucador o indistinto futuro. La terminal de
la luz es una sensación de abandono, que facilita la cruel disolvencia en el silencioso
vórtice de las energías del cosmos. El monopolio de la luz del verano le otorga una
advertencia de salvación, que se apaga progresivamente cada tarde hasta la catequesis
otoñal. El imperio de la luz y del calor corrobora las expectativas y declina los
entusiasmos del éxodo de los antiguos profetas, vaticinadores del apocalipsis y la
regeneración. El ocaso, como el crepúsculo antelucano, ilusiona las aptitudes
nostálgicas, adivinatorias de las generaciones, que se inmolan a la disolución previsible
de lo que existe en forma aparente. El regusto de la existencia está en su decadencia. La
nenia de las cigarras deja entrever el tránsito a lo absoluto desde el predictivo recorrido,
configurado en la autogratificación. El recuerdo se pliega en la memoria custodiándose
en la evocación, en la nostalgia. Los exegetas de la vaguedad describen las herejías de
los mortales como los escabros recorridos hacia lo indescifrable y lo indefinido.
Efectivamente, la cantinela recalca la espacialidad mediante la reiteración de un verso
(de un sonido). El aparente inmovilismo (objeto, hasta la antigüedad, de desaprobación
por los reformadores sociales, inspirados por el empeño, por la dinámica, por la
solidaridad) es fuente de resignación: señala el límite entre el movimiento del universo
y las interacciones pensantes de los seres, que se rebelan virtualmente contra un tipo de
apariencia irreformable. La constante ribellística es una cantata sin fin, que va del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 465

principio de los acodos de la primavera al calor del verano, para declinar


inexorablemente con sus sombreadas melancolías otoñales.

El nombre designa una connotación, una función y, realizando anagramas en los


sentidos, también una virtud. El pensamiento, en efecto, es un nombre que encierra el
ímpetu de la palabra y la unión comatosa en el silencio abismal. El nombre designa el
objeto y su sentido. El sujeto que contrae una determinación es un nombre que ya tiene
como referente el objeto de su función. Sócrates es un nombre de persona, que cumple
su tarea en la historia, tiene una actitud próxima a la emulación, a la codificación de los
sentidos de las palabras, utiliza el diálogo, con el que ambiciona realizar convenios
interindividuales, para obtener una comprensión objetiva. «El significado de los signos
primitivos puede explicarse por ilustraciones. Ilustraciones son las proposiciones que
contienen los signos primitivos. Estas sólo pueden, pues, ser comprendidas si los
significados de estos signos son ya conocidos»30. Las ilustraciones pertenecen a las
palabras móviles, las que no han alcanzado todavía aquella estabilidad que alimentaba
la curiosidad arqueológica. Las pirámides, por ejemplo, nos llevan a un tipo de edificio,
encerrado en el tiempo: todas las pirámides modernas «aparecen» y por lo tanto «son»
copias de las originales. La ineluctabilidad del significado de la señal reside en la
perdurabilidad de su presencia en el imaginario colectivo, en el patrimonio cognoscitivo
exudado de la reacción, de la contestación, del rechazo. El término que connota una
figura estándar está ya invadido por la metamorfosis del tiempo recóndito: ya es
arqueología, mostración de un segmento de la eternidad. «La expresión caracteriza a
una forma y a un contenido»31. En la proposición se ejercitan los sentidos de las
palabras que la componen de modo que sean correlacionados y alternativos a los
sentidos que las mismas palabras pueden asumir en otro contexto configurado
gramaticalmente. Las variables proporcionales son los adendas del discurso, que es
parte integrante de la argumentación, de la disquisición, del vaniloquio. «En lenguaje
coloquial ocurre muy a menudo, que la misma palabra designe de modo y manera
diferentes –por tanto pertenece a diferentes símbolos– o que dos palabras que designan
de modo y manera diferentes son utilizadas aparentemente del mismo modo en la
proposición»32. La intencionalidad influye de modo considerable en la estructuración
sígnica, que, a su vez, determina la comparación en la dinámica adquisitiva,
cognoscitiva. La intuición o la arbitrariedad connotativa de la frase refleja las
potencialidades expresivas de las palabras empleadas para que tengan sentido. La
466 RICCARDO CAMPA

sintaxis lógica es el medio adecuado para evitar que los símbolos y los signos respondan
a las exigencias de la correlación, de la congruencia y de la verificación. «La
proposición posee aspectos esenciales y accidentales. Accidentales son aquellos
aspectos que se deben al particular modo de producir el signo proposicional. Esenciales
son aquellos que solo permiten a la proposición expresar su sentido»33. La peculiaridad
de la expresión dotada de sentido es su similitud (su equivalencia) con otras expresiones
que tienen (como característica) el mismo sentido. La misma finalidad sígnica puede
interaccionar en las variables de las expresiones, que responden a las exigencias
expresivas condicionadas por la vocación determinística, postuladora, de quienes
encuentran en la comunicación, el instrumento más idóneo para actuar en conformidad
con un dibujo ideal. El acontecimiento es el referente de toda proposición que tenga
relevancia sígnica y explicativa.

La asignación del espacio lógico se identifica con la proposición provista de


sentido. La res extensa de Descartes está por así decir interceptada por la función
escénica de la proposición. Todo lo que puede ser dicho y representado forma parte del
espacio lógico, es decir del espacio que regresa al examen cognoscitivo. El resto es el
espacio desconocido o, para ser precisos, tan sólo lo desconocido. «El lugar geométrico
y el lógico concuerdan en que ambos son la posibilidad de una existencia»34. La
representación comprende, tanto la señal que evoca el pensamiento como los
componentes del lenguaje con las que se explica. «El pensamiento es la proposición con
significado»35. El lenguaje es el auxilio práctico, conectivo, del significado. Sin este
aparato fónico y semántico el pensamiento tiene dificultad para expresarse. Si lo hace
contumazmente, como es en los «principios», su prerrogativa está privada de los
soportes lógicos. Los complejos, de los que se hace cargo la dramaturgia griega, son los
pensamientos faltos de rigor lógico, compendiados si acaso en las idiosincrasias y en las
contradicciones individuales, que crean molestia y angustia en la colectividad
cohesionada institucionalmente. Los tabús, suministrados por la elegía comunitaria, son
las señales distintivas del malestar, delegados a influir en las normas asociativas más
pensadas. La realidad asume consistencia operativa en la proposición, que es el
escenario en el que las perspectivas y las decisiones individuales y colectivas se
conjugan y se compendian. La complementariedad de las expresiones contesta a la
concordancia de las convicciones, que se manifiestan en las normas erga omnes,
deliberadas en clave afirmativa. Las circunstancias, en las que se debate sobre el mejor
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 467

modo de administrar la cosa pública, son los pensamientos comunes, que se manifiestan
para que sean al mismo tiempo, indiciarios, complementarios, alternativos, ultimados e
irrefutables. La escritura jeroglífica «representa los hechos que describe»36: utiliza el
rasgo como complemento del sonido, la imagen como efecto escénico de la petición
inventiva. Las culturas precolombinas favorecen la esencialidad declarativa (el quipu)
en el nudo de la cuerda, que compendia una serie de proposiciones comunicativas,
conexas con el necesitarismo natural y la organización social. El artificio se reduce a lo
máximo para permitir a la ciudadanía que pueda magnificar con la imagen su potencial
evocador. «Lo mismo que la descripción de un objeto lo describe según sus propiedades
externas, así la proposición describe la realidad según sus internas propiedades»37. El
dualismo interno/externo es pura fantasía: efectivamente, la realidad se identifica con el
sentido atribuido a las proposiciones que la perfilan. La traducción, propuesta
vehementemente en época romántica de la Madame de Staël, tiende a hacer esencial la
constitución orgánica, de sentido, de las proposiciones de una lengua en las
proposiciones de otra lengua, que se supone está interesada en la configuración verbal
de un patrimonio cognoscitivo, que sería de otro modo negligente. La curiosidad ya está
influida por el conocimiento, por lo menos en los aspectos más significativos,
inquietantes, que se consideran partes integrantes de aquel estado de urgencia que se
objetiva en el estado de gracia de algunas épocas de la condición humana.

La lengua es un eco de la naturaleza universal del hombre. La subjetividad –


según William von Humboldt– se transforma en objetividad a través del lenguaje, que
designa intrínsecamente una cosmovisión. El intersticio entre las proposiciones
expresadas con palabras y el pensamiento latente se da por la señal, por el gesto
delegado a permanecer durante más tiempo que el que se agota en el impacto efectivo.
La señal perdura en el tiempo más que el utilizado en el acto en el que se realiza.
Paradójicamente, el signo (que sombrea la arqueología del saber) vivifica el gesto que lo
hace existir por una finalidad que le es propia, distinta en todo caso a la precariedad
común. La expresión que designa la concepción del mundo es «lo bastante amplía y
vaga –sustenta Robert Redfield – como para evocar también el tono emocional de un
pueblo, su disposición a la actividad, a la contemplación o a la resignación, a sentirse
distinto de lo que está allí fuera, o a identificarse estrechamente con el resto del
cosmos»38. La lengua es una construcción de la experiencia bajo una perspectiva
trascendental. El lenguaje tiene una energía simbólica, inherente a las mismas palabras
468 RICCARDO CAMPA

de las que se compone para dar relevancia al pensamiento y a sus realizaciones (teóricas
y prácticas). El lenguaje, en efecto, considera unívocamente la practicidad y la elegía
del mundo: el hechizo de la comprensión significa la aceptación condicionada de las
expresiones que otorgan un sentido (aunque sea aproximado y, para usar una expresión
de Karl R. Popper, falsable). «A juicio de Chomsky, la noción de forma interna del
lenguaje, como principio generativo, fijo e inmutable, que determina la amplitud y que
proporciona los medios para el conjunto ilimitado de actos individuales creadores que
constituyen el uso normal del lenguaje, es una contribución original y significativa que
Humboldt hace a la teoría lingüística»39. La expresión tiene que poder designar un
aspecto de la realidad, sujeto a confutación, pero justo por esto es efectivo. «El objeto
de la filosofía es la aclaración lógica del pensamiento»40: la argumentación que puede
rubricar los desvaríos imaginativos que ordenen un sistema de relaciones conceptuales,
que tengan como característica la potencialidad indicativa de los acontecimientos. La
filosofía, entendida como disciplina explicativa de las estrategias realizadas por la
resignación existencial, intenta explicar la acción (la experiencia), como un pasaje de la
valoración, que compendia la comprensión, la responsabilidad y la cohesión
(comunitaria y social).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 469

14. LO INCOMPLETO

El sistema de comunicaciones moderno delimita los espacios en los que se


ejercita. En efecto, son los simulacros de la realidad que se ofrecen a la mirada del
investigador, aunque en esta circunspecta potencialidad se refleja la determinación
individual y se manifiesta la dinámica colectiva. El perímetro de la acción se configura
en la libertad, entendida como la categoría de la interacción entre sujetos empeñados en
evidenciar las reglas conductuales, que contribuyen a que sean pensadas como
necesarias e ineludibles (para evitar, obviamente, las intimaciones administrativas y
cláusulas penales, conminadas a los transgresores). La vigilancia es el síndrome de la
precariedad. La impaciencia puede justificar respectivamente el recurso al abuso o a la
sumisión, por los tutores del orden y por quienes están sujetos a las reglas de la
convivencia civil. El espacio se vincula a la disciplina y permite inventariar el Estado en
los diversos ordenamientos que lo evocan constantemente como en un escenario, en el
que gravita una población y en el que se siguen las reglas del comportamiento general e
identitario. El espacio y la norma asisten a diseñar la morfología y la fisiología del
sistema normativo y empresarial. La puesta en escena social es una ficción que tiene un
objetivo económico: sirve para convencer a la población de que la observación del
poder constituido es constante, aunque sea inevitable que existan intersticios de
inoperatividad. El Estado simula –como un espantapájaros en el campo– una protección
y una presencia inquietante en el tiempo, en el que se presume que se comprueba el
ejercicio de la responsabilidad que tienen los sujetos. La estadística pone de relieve que
el comportamiento social es un instrumento que puede traducir de modo conveniente los
esfuerzos que institucionalmente piden las autoridades constituidas. Estas observan el
clima en la que son instruidas y autorizadas para intervenir cada vez que se presente la
ocasión. La prerrogativa del orden político e institucional consiste en hacer ineficaz
cualquier tipo de transgresión, por irrelevante que sea bajo el aspecto indiciario y bajo el
470 RICCARDO CAMPA

perfil inquisitorial. La participación visual de los órganos del Estado en la vida de los
sujetos se admite ampliamente de forma virtual y siendo a veces irrelevante. La
constancia de la razón impondría la necesidad de admitir una continuidad, que la
experiencia considera bastante pretenciosa e ilusoria. La vista, más que otros órganos,
transmite una sensación de violencia en una contingencia histórica, arrollada por
cuestiones económicas, ideológicas y doctrinarias. La responsabilidad es una categoría
operativa evidente y no deja la menor duda sobre su arrepentimiento, entendido en
sentido legal y moral. Solamente admitiendo que es responsable, el individuo constata
la misma interacción con el ordenamiento legal, del que cree en todo caso que debe
proteger sus derechos fundamentales. La delación es una visión de una persona
interpuesta, dispuesta a agravar una situación, que no se ha podido significar con los
instrumentos normales de la representación. La ilusión óptica puede tener dos caras: la
del Hada Morgana, en virtud de la cual se puede observar en el desierto el recorrido del
Oriente Express en una fecha tecnológicamente detectable; y la de la identificación
colectiva, sin que sea necesariamente posible documentarla.

La irreversibilidad del recuerdo induce a pensar en una cámara de cine que grava
un hecho y lo presenta de nuevo en una sucesión cronológica, para ayudar a mantener la
memoria de los supervivientes. La atónita irreprochabilidad de cuantos miran la nueva
proposición fílmica de un acontecimiento denota la versatilidad de la vista, en el sentido
que puede aliarse con la imaginación y subvenir la confrontación con la experiencia. La
inocencia ferina aparece en el mundo tecnológico e ilusorio. Todo lo que es detectable
no ocurre realmente, sino presuntamente. Y es por esta improbable constatación que se
pierde el sentido de culpa. La ignominia del pasado aflora a la superficie para indiciar
aquellos crímenes que son responsables de escenas horripilantes. La constatación del
Mal a través de la cámara reduce su efecto inquietante. La cámara cinematográfica hace
de filtro, de ente de transición entre el aspecto primitivo de la violencia y su
representación escenográfica. La indiferencia casi se identifica con el índice de
satisfacción de los acontecimientos horripilantes, al límite de la perversidad, de una
enfermedad social. La paradoja consiste en el hecho de que los crímenes realizados
tecnológicamente se unen a la latente perversidad colectiva, de la que reciben una
clamorosa condena y una apocalíptica aprobación. El tiempo recóndito, el de las
emboscadas salvajes, aquél que describe Tótem y tabú de Sigmund Freud, hace de
contrafuerte emotivo a las inconscientes actitudes contemporáneas. La condescendencia
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 471

y la conmiseración se hacen equivalentes en el juicio, que invade la escena del crimen


en los órdenes institucionales gobernados por las normas que lo persiguen y, con
diferentes títulos, lo condenan. El espacio público, el escenográfico, el amatorio, induce
a la confesión y a la acusación con o sin la apariencia de la contradicción, que si acaso
es silencioso o bien no tiene la posibilidad de hacerse notar. El sistema plebiscitario,
que Ernst Renan cree reservado a la arena política, es de hecho el foro en el que las
idiosincrasias y las transgresiones individuales asumen la dignidad de las connotaciones
registrales, profesionales y sociales. En la simulación del ágora televisivo pueden
contarse los delitos más inconfesables sin que se altere la llamada sensibilidad colectiva.
A diferencia de lo que le ocurre a Raskolnikov en Crimen y castigo de Fiódor
Dostoievski, el transgresor moderno elige como ámbito de recriminación y
arrepentimiento el espacio televisivo que, por razones de una cómplice respetabilidad,
casi siempre es absolutorio o compromisorio hasta el punto de declararse incompetente.

Paradójicamente, el ojo indiscreto del observador no se constituye en parte civil


en cuanto es él mismo quien paga el canon y quien autoriza, en sentido concursal, la
intervención acerca de los acontecimientos (o de las personas-agentes), para que sean
juzgados en sus causas y en sus efectos. El usuario de la visión es siempre contumaz a
partir de la continua extemporaneidad del juicio respecto a la exposición. La
responsabilidad del sistema de representación de los hechos es prima facie de los
instrumentos que los retratan. Solamente, en segunda instancia, puede abrirse paso un
responsable, que sin embargo tiene el ánimo de aparecer como un fustigador de las
costumbres. Los caballeros del Apocalipsis miserable hacen de escudo contra el espíritu
recatado de quienes guardan una cierta desconfianza de las tomas de posición, no
solamente presurosas, sino también extremistas. La polémica, que repentinamente se
sigue de la representación de un evento, demuestra que las modalidades de la
presentación no convencen completamente porque no contestan a una toma de posición
preconstituida, que daría la ocasión para decretarlas y hacerlas de forma pacífica,
aceptables indivisibles, y sin censuras. Lo que está registrado pasivamente –como
sostiene Elías Canetti en Masa y poder1– casi siempre es ilícito o ilegal. Y es justo esta
actitud la que da la medida de las normas que rigen en la legitimidad y de las normas
que la violan. La remisión de los pecados es inesperada; la aceptación y la valoración de
las obras edificantes es más complicada y condicionada. El peligro de caer en una
trampa induce a tener mayor desconfianza en las propuestas consolatorias y solidarias.
472 RICCARDO CAMPA

El pleito jurídico y la proposición científica implican la realización de un exasperado


sentido crítico, que puede hacer que aparezcan siempre como precarias (o, como Karl R.
Popper afirma, falsables). La inducción al éxito es más escabrosa que la deducción de la
perdición. El pecado, así configurado, es más perceptible que las acciones nobles, que
por otra parte están sometidas continuamente a revisiones críticas.

La imponderabilidad del Mal subyuga el Bien, incluso cuando éste se descubre


con una claridad inesperada e incontrovertible. La aprensión por los engaños de Satanás
llena los espacios de la literatura desde el Decamerón de Giovanni Boccaccio hasta el
Doktor Faustus de Thomas Mann. En el estado de necesidad, la autonomía individual se
reduce a las modalidades, para pedir la ayuda necesaria. En este sentido, la obra de arte
y de la ciencia (de la escritura, de las artes gráficas, de la música y de la matemática) no
es otra que un proceso de sugestiones con las que poder afrontar las insidias de la
condición humana. El variegado debate de los estetas induce con frecuencia a hallar en
la obra de arte un tipo de inutilidad, del que proclaman su importancia. La comprensión
de lo que aparece evidente en las condiciones de la precariedad y el temor ancestral se
debe a la sumisión, con la que los seres que están en peligro se encomiendan a las
imágenes más inclementes y a las más confortables del perímetro indiciario de la
experiencia terrena. La impunidad sigue siendo perseguida en todas las fases de la
creatividad sosteniendo el principio evangélico de la «caída» y la posibilidad de
redención de la condición humana en las formas más controvertidas y más rectilíneas
del pensamiento y la conceptualización comunitaria e institucional. El imperativo
categórico preserva la imputación de las causas de la «caída» y las razones de la
rehabilitación. El rasgo permanente de la intimación vital se identifica con el espacio, en
el que la interacción y el entretenimiento se ejercen a nivel multi-individual. La
búsqueda de la intimidad no encuentra un límite en la corporeidad, en la que se
manifiesta. La fantasía onírica se desarrolla en ámbitos de la contingencia difícilmente
resarcibles. La experiencia imaginativa por así decir sale fuera de los confines paritarios
del diseño corpóreo para permanecer de forma inherente en las atmósferas y en los
circuitos mediáticos dotados de una originalidad circunspecta (ya que se refieren a la
normalidad según los cánones regenerativos, relativos a las traducciones,
interpretativos). Las tinieblas son así el antecedente de la luminosidad. En sus tramas se
esconden los impíos, que se disuelven en las ansiosas luces del alba. La noche es el
aspecto invertido del día, ya que el día comprende la luz y la oscuridad. Las dos caras
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 473

de la cotidianidad implican instancias interpretativas, en apariencia contradictorias, pero


sustancialmente complementarias. El rostro y la solapa de los seres y los entes es el
aspecto mimético de la realidad.

En los ámbitos de la contención la mirada es menos interactiva que


interrogativa: se pregunta si la constancia de la razón se conjuga con los resultados de la
investigación visual. En las celdas de los ascetas y en las anfractuosidades de los
mártires, el espacio pierde sus connotaciones geométricas para asumir significados
alusivos. El visionario y el anacoreta no calculan el habitat en la que observan la
realidad externa con el fin de establecer una relación, que las circunstancias cercenan de
la infidelidad ideal, de la incongruencia del razonamiento y del arbitrio de la conjetura.
La fantasía se evade del ámbito del que toma los movimientos para dibujar mentalmente
el peristilo del Juicio Universal o el sempiterno Valle de Lágrimas. La impericia del
ilusionista no se aleja de la destreza del tránsfuga, que condena la experiencia, en la que
es iniciado mediante la superchería y la extravagancia, para exorcizar el Mal, lo
cumplido por el poder constituido, decidido a frustrar cualquier tentativa de alternancia
o de modificación precipua. El político réprobo es un admirador de los espacios
estrechos, de la angustia existencial, de la revuelta a lo Albert Camus. El preso es un
geómetra inactivo del universo, capaz de elaborar las figuraciones impresas en las
sinuosidades, en los intersticios de su lugar de contrición. Él es el precursor de los
cálculos riemannianos, de las órbitas y de las volutas de los objetos-fenómenos como
los declives y las nubes. La inocencia ferina se opone con desordenada determinación a
cualquier forma de buen sentido, de sentido común, de aquiescencia pietista y
vernácula. El lenguaje del anacoreta se asocia piadosamente a los sollozos, a los
artificios metereopáticos del silencio. Las aflicciones corporales, infringidas para
redimir los pecados, no reconocen ninguna función salvífica en el metabolismo natural.
Para el anacoreta, el sufrimiento es una forma de remisión de la potencia creativa, que
estaría empeñada en una empresa persecutoria antes que salvífica. Por esta razón, el
desterrado sedentario, que investiga los estigmas de la creatividad originaria en las
paredes de la celda, se impone una rigurosa disciplina del gesto y la palabra, que
parafrasea los sentidos de los gestos y las palabras difundidos en el campo político,
económico y social. La religiosidad del anacoreta rechaza las aportaciones de la
civilización para investigar sobre los que no son utilizados por la naturaleza
providencial. La curiosidad es inmanente y puede ser inherente a la génesis de la
474 RICCARDO CAMPA

creación. El anacoreta habla con el silencio de las épocas lejanas, con los
acontecimientos que habría podido conocer si se hubiera presentado la ocasión, que
piensa entrever en sus pródigas meditaciones. La mística de las visiones divinas y
nocturnas consiste en escuchar virtualmente la voz sin sonido, imagen, del Geómetra del
universo.

La obediencia, a la que el místico se somete voluntariamente, es un orden


indiciario del inmenso espacio (ilimitado en el infinito cósmico). La representación
mental del universo aún permite entrever un circuito mediático en sus áreas interactivas,
promovido por su propio Hacedor: cada uno exalta la gloria e increpa la separación, al
menos aparente, y el olvido. El Creador parece ser seguido en la cueva, en la gruta, en la
sinuosidad de lo místico, que ambiciona disociarse de quienes se obstinan en creer a
ciegas en el indulto divino para propiciar efectivamente su llegada (incluso ilusoria,
ficticia). El carácter sagrado de las instancias cognoscitivas, que promueve el anacoreta,
se opone y se recompone a la divina, que esconde el sentido de la existencia a sus
propios admiradores. La perpetuación del sufrimiento está en contradicción manifiesta
con la aceptación de la precariedad de la existencia. Por esta razón, a pesar de la opinión
alejada de aquella general y difusa de Martin Heidegger, la propensión tecnológica trata
de transformar el dolor existencial en sufrimiento psíquico y físico, contra la que actuar
para contener sus efectos desoladores. La mejora de las condiciones de vida es una
ilusión en la finalidad, pero es concreta en sus pretensiones. La normalidad se
transfigura por tanto en ejemplaridad y calma la angustia y el sufrimiento de quienes se
encaraman involuntariamente sobre las explanadas de la perdición. Lo hipotético en otro
lugar es el correspondiente de la metáfora de la vida, de un principio inconsciente y de
un fin irreflexivo, en la inmensidad del firmamento. El cielo estrellado es como un
memento, que anima los espacios aparentemente vacíos, faltos de sentido.

El anacoreta no pone límites a la capacidad de aguante (del dolor) y no accede a


la abundancia de la alegría. La separación que establece entre las sugestiones y la
sensatez se inspira en el código interpretativo de los sentidos que la creación no siempre
expresa. La resistencia al sufrimiento y al recrudecimiento de las tautologías cotidianas
constituye una advertencia interior, a la que es necesario adecuar el comportamiento por
temor a que deflagre en el compromiso y en la conflictividad. La inocencia es la ceguera
frente al Mal, que serpea en la realidad con la figuración de lo Maléfico, que se inflama
delante de las perplejidades más inquietantes de la animación humana. Todo lo que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 475

parece improbable para los mortales es el campo de acción del Maligno, que insidia, no
tanto las voluntades, como sobre todo las decisiones (especialmente las que se elaboran
al amparo de la mirada del otro). La revuelta es el aspecto externo de la inocencia. En
cada contestación de lo existente está presente el indicio de un propulsor ideal,
deflagrado por la incapacidad del compromiso cotidiano. La existencia neutral, es decir
privada de una justificación superior, puede ser casi siempre aceptada con el empleo
contextual de los barbitúricos. La opinión común concierne la existencia del estado
salvaje, confortado por algunas reglas de comportamiento, que se deducen de la
costumbre, de modo que se comporta frente a la existencia sin los complejos de culpa ni
las reivindicaciones metafísicas, trascendentales. La relación directa del anacoreta con
Dios es fulmínea, se condensa en la pregunta sobre las causas del horror en el mundo y
acerca de las modalidades para exorcizar sus efectos. El principio, en virtud del cual
quién interroga no tiene claras todavía las referencias conceptuales a través de los que
entrever las respuestas de Dios, está en la base del prejuicio existencial, que anima a los
solitarios exegetas de la realidad. El estado de ánimo del visionario es la equimosis de la
naturaleza. Los miembros orgiásticos del interlocutor del Geómetra del universo son de
nivel inquisitorial, apaciguados por una actitud sumisa y socorredora. La ascesis es una
prueba de fuerza hecha al metabolismo natural, con la expectativa de la supervivencia y
con la exigencia del intelecto agente, que se interroga sobre las finalidades, usuales o
insólitas, de la existencia.

Es espeluznante la familiaridad con la que se asume el horror y las múltiples


desaprobaciones formales y sustanciales, expresadas por los individuos, por las
asociaciones, por las autoridades institucionales. Esta externalización tiene una carga
herética porque conduce la condición humana a la tarea de combatir y reprimir como un
requisito el conflictivo despliegue de la existencia individual y de la participación
colectiva con el fin de salvaguardar la autonomía cultural. Las instituciones, que
persiguen la identidad de las poblaciones que actúan en el escenario internacional, se
empeñan en tomar todas las medidas preventivas contra la disolución comunitaria y en
animar todas las tentativas posibles para consolidar la cohesión social. La indiferencia
es prejudicial de la injusticia, que se perpetra contra quienes se consideran inocentes de
las acusaciones que les son dirigidas en orden a las ineficiencias administrativas, a los
déficits contables, a la participación en actividades evertidas del curso legal. La
inversión de tendencia de la normalidad es un acto revolucionario, que puede ser
476 RICCARDO CAMPA

justificado solamente en razón de una perspectiva social más ecuánime y noble de quien
se condena como inadecuado. Por otra parte, la revolución es un movimiento
ondulatorio, provocado por unos pocos, y que tiene su reflejo en muchos, que, de forma
diversa, dan su adhesión o se entumecen en una obstinada resistencia. La revolución
concierne, tanto al modo de ver el mundo, como al modo de modificarlo, fijando las
adquisiciones realizadas en el tiempo. La deflagración de algunas estructuras aparecen
como inevitables, cuando se quieren aportar cambios en el orden institucional, a pesar
de la general, soporífera participación. La convicción es una prerrogativa de unos pocos
reformadores sociales que, en relación a las exigencias que todavía no se solicitan
abiertamente, deciden interpretar y magnificar el desconcierto y el malestar, difundidos
y sufridos con resignación canónica. La revolución no se vale de la hostilidad declarada
por el régimen dominante, que se realiza en la resistencia y en la aversión, sino por la
indecisión de un número considerable de personas persuadidas de la inadecuación de la
llamada condición objetiva. La indecisión de muchos salvaguarda el empeño de unos
pocos, que se sirven de todas las formas de expresión y divulgación para devolver al
menos de forma perceptible el proceso de cambio. La revolución es una convicción
exaltada por la consistencia imaginativa de los resultados finales. La teleología, que la
configura, siempre tiene configuraciones ecuménicas y salvíficas. La restauración, que
es generalmente su asignación final, hace justicia de los exaltados, de los facinerosos,
de quienes consideran la sublevación social como una connotación elefantiásica de la
condición humana. El peligro, que corre la restauración, consiste en hacerse
perspicuamente antitético a las instancias revolucionarias, que tienen el objetivo de
inflamar los ánimos y de insertar en el proceso innovador los elementos que socorren
generalmente la colectividad en su mayor parte. La exigencia de una verificación de los
resultados conseguidos por la revolución respecto a las condiciones quo antes es
inevitable, como es indispensable que se manifieste ciertamente un movimiento
explicativo de los riesgos que comporta una movilización prolongada y la persecución
del pueblo de forma extralimitada, por otra parte impuesto por la estabilidad del sistema
productivo, participativo y compensatorio de las pruebas de esfuerzo, registradas como
ineludibles.

Los acontecimientos, por el simple hecho de que son percibidos, responsabilizan


a todos los que se interesan en valorarlos. El pecado original extiende sus implicaciones
hasta los precordios del moderno orden social y normativo. La disculpa ocurre por lo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 477

tanto en la revisión legislativa, en la imputación objetiva, que otorga una carga de


dignidad a la formulación jurídica del ordenamiento, en el que se averiguan
acontecimientos distónicos de los que son edificantes, previstos por los institutos
normativos singulares. El malestar moral, que tales hechos provocan en la comunidad,
se relaciona con la iconoclasia religiosa, dirigida a subvertir las difundidas creencias en
la misericordia celeste y en la justicia divina. La conciencia y la razón soslayan, en tales
circunstancias, al menos las imputaciones sobre la deuda personal. La función
liberadora del juicio, expresada públicamente, prevé el empleo de técnicas expresivas,
de cubiertas retóricas, que privan a la argumentación de la necesaria relación
consecuencial. La confianza en la eventualidad –en el azar– redime a los individuos,
pero frustra los órdenes constitutivos de los diferentes consensos institucionales. La
desaprobación de los hechos siempre está condicionada por la inevitabilidad o por el
necesitarismo naturalista, que proyecta hacia atrás o hacia adelante el sentido de la
responsabilidad. El respeto al perdón, proclamado por todas las religiones, dirime el
pecado y reinserta el pecador en la asignación y versatilidad civil. La repulsa a la
indiferencia y al silencio no exculpa a quienes asisten impunemente a la verificación de
los acontecimientos delictivos, que inciden sobre la conducta común, sobre el estilo de
vida, pensada como civil. La cruel inspección de las responsabilidades y los
arrepentimientos es a menudo silente, casi como si engendrara el ulterior descrédito
entre los miembros del concierto social. La tragedia moderna empieza, en efecto, por el
epílogo. Por esta razón la búsqueda de la verdad casi siempre es contumaz. La
irresponsabilidad, aunque distónica con los efectos desoladores de los hechos, participa
más o menos conscientemente de la insipiencia colectiva: una insipiencia emancipada y
por lo tanto racionalmente convertible en un escrito de acusación, que la communis
opinio en principio aprueba, pero que se esfuerza en considerar en sus resultados
prácticos.

La intolerable secuencia de los acontecimientos –según la expresión de Hannah


Arendt2– influye en el juicio humano, ocupado a contener, en los parámetros del
conocimiento objetivo, las divagaciones de los elementos naturales y las rarezas de la
eventualidad. El espacio pluridimensional se asocia así con la impenetrabilidad de lo
creado. El conocimiento finito, limitado, que es posible realizar, se refleja en la práctica
común, en las satisfacciones del momento, que sin embargo circundan el sentido común
y lo proponen como criterio de vida. La postulación evangélica de la inadecuación y de
478 RICCARDO CAMPA

la insignificancia de las criaturas individuales hace pensar en un espacio-tiempo,


condicionado por el efecto mediático, que las diversas generaciones del planeta
determinan con unas finalidades profilácticas, pietistas. El discernimiento entre lo que
es posible explicar y lo que es necesario adquirir es la línea de demarcación de las
creencias, que hacen de palanca sobre las expectativas salvíficas del género humano. El
continuum de la existencia individual, en efecto, tiene un curso biográfico, señala las
diferentes fases de la existencia frente a una mirada una sumatoria que se concluye
impróvidamente con la extinción del sujeto agente y pensante. La indiferencia frente al
Mal es al origen de los regímenes totalitarios, que ostentan un tipo de protección sobre
la naturaleza genética (participada con las manifestaciones racistas), que salvaguardan
tanto los instintos primordiales como los beneficios inducidos por la técnica. Las masas
de los regímenes totalitarios son multitudes circundadas por el aparato propagandístico,
que las hace uniformes, como en una parada militar, al rencor frente a las deformaciones
del mundo. Sobre la base de una perversa ejemplificación de las formas de
supervivencia, la movilización de las masas no puede sino dirigirse hacia aquel espacio
vital, que valora polémicamente el perímetro del enemigo (según la terminología de
Carl Schmitt3). La anomia permite vehicular la violencia colectiva y la ferocidad
individual como manifestaciones de la intolerancia y la inestabilidad emotiva, que
encuentra en el conflicto, en la prueba de fuerza, su entusiasmo espectacular. La llegada
es la ciudad que ha de ser depuesta, donde el miedo y el delirio de la potencia se funden
y se confunden como el preestreno de un espectáculo infernal. El trágico
arrepentimiento de los revisionistas tiene un fundamento en la realidad. Si la masa se
expande y vence todos los obstáculos (las normas, los órdenes geo-políticos, las
creencias, las tradiciones, las lenguas) se identifica con una fuerza y con una voluntad
que la transcienden. Contra este mar en riada para nada o para poco valen las
resistencias, hasta extremistas, de los pocos o de los muchos bien intencionados, que no
declinan inútilmente su identidad. La homogeneización cultural, a la que propenden las
masas, quedan exoneradas al creer que los recuerdos totémicos y las variables
conceptuales de las diversas comunidades existentes en el planeta son oportunas. La
decadencia de las certezas burguesas se realiza con la mistificación de las connotaciones
de la persona física, del actor-emprendedor social, que prefiere someterse a las reglas
que contribuye a determinar, antes que evadirlas y frustrarlas. La revuelta, que se
manifiesta incluso de forma más o explícita en las divagaciones de las masas, se apela
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 479

como si fuera algo duradero –según la expresión de Albert Camus– herencia de la


filosofía griega, presente en el circuito mediático de Occidente.

La puesta en escena de la transcendencia masiva se confía a los semovientes


impulsos de unos pocos estrategas de lo sonoro y de lo visual. El escenario, en el que las
masas dispuestas en orden de guerra se gratifican, tiene características psicodélicas,
delimita y amplifica los espacios, dentro de los que la asténica inmovilidad de los
presentes se sintoniza con las brumas nocturnas, con los silencios estelares, con los
remolinos del vacío absoluto. La impiedad se convierte así en una medida natural, el
aspecto esotérico de la realidad, en el que la facundia del tribuno teje las alabanzas de su
insolvencia sin la injuria orgiástica de las masas, de las multitudes, que se expanden
contra otras agregaciones humanas. La congregación social disminuye por la
impetuosidad ferina de las procelosas invasiones bárbaras, que de hecho revelan más un
aspecto primitivo, mezclado con las más sofisticadas armas de exterminio. El espacio,
que se descubre en la luminiscencia de las concentraciones oceánicas, es el del primer
día de la creación, carente de todos los consuelos endémicos, de los que se obstinan en
connotarse las uniones comunitarias. La ausencia de la empatía, sin embargo es
congénere a todas las concentraciones humanas, es el resultado de la enajenación
colectiva, suscitada por las atmósferas apartadas, realizadas por la propaganda y las
rendiciones que se hacen patentes en la voz mítica del colérico tutor del nuevo orden. La
pietas de sagrada memoria cede su sitio a los fastigios de la gloria militar, de la insidia
realizada para que los más inflexibles saquen ventaja en relación a la pequeñez humana.
La pasión, en cambio, se comprime en las capacidades miméticas, en las pruebas de
asalto, en los rastrillados, que se realizan para uniformar el aspecto evidente de las
poblaciones, de las ciudades, de las áreas durante un tiempo confortadas por la tradición
de la no-beligerancia. La inmediatez es la extensión de la escenografía mística del
absoluto potestativo. La falta de flexibilidad hace de semoviente correspondiente de la
coherencia, que asume cotizaciones biliares y filiformes. La opacidad que existe en el
acuerdo entre el tribuno y las formaciones militares denota la amplitud de la acción, que
se realizará contra los amigos ocasionales antes que contra los enemigos
convencionales. La prudencia del tribuno es irrefrenable: recalca con las palabras el
sonido de los pasos clavados, el enredo alucinatorio de las voces sin sentido.

El desencanto de una época a menudo desemboca en la conmiseración. Muchos


actos, que se registran al final de la ignominia, hacen de hendientes del arrepentimiento
480 RICCARDO CAMPA

individual y colectivo. La expiación envuelve el ámbito inquisitorial, del que deberían


venir tachados los artífices de las tragedias, provocadas para favorecer una tendencia
natural a la opresión, al abuso, entendidas como las formas de la supervivencia y las
manifestaciones de dominio que la razón no controla. El tumulto de los espíritus se
escabulle en las diferencias de los beligerantes. La guerra se perfila como un apunte
galante. El interior del área en el conflicto a menudo queda aturdido, contrariado,
incapaz de denegar la tendencia aparentemente general y difusa. Al culto de las
imágenes hace cotejo el énfasis por las insignias, por los ojos, por las cruces gamadas:
una tendencia contraria frente a la inaugurada en la edad post-justiniana, que promueve
la creencia en los poderes milagrosos de las figuras antropológicamente determinadas.
«Se tiende cada vez más a concebir y a tratar la imagen sagrada –escribe Ernst
Kitzinger–como si fuera el personaje sagrado que representó. Tenemos conocimiento de
prácticas rituales que van desde los simples ruegos, encender velas, ornar con tendones,
quemar incienso, realizar genuflexiones y besos, hasta realizar prácticas claramente
mágicas, que implican no sólo el empleo cada vez más frecuente de las imágenes para la
protección de una casa o un viandante, de una ciudad entera o de un ejército, sino
también el uso de toda una serie de operaciones bastante primitivas y directas destinadas
a procurar algunos beneficios específicos»4. Los fenómenos relativos a las
implicaciones de las imágenes en la vida social del cristianismo se relacionan a la
temporalidad eclesial. La conformación antropológica de las creencias determina un
empleo atrevido de las imágenes, que en efecto serán denegadas por la Reforma
luterana. Se perpetúa el sentimiento cristiano de la cruz, que es la señal más elocuente
del hecho humano, y que encamina a la disciplina de las voluntades hacia el epílogo
terrenal. La revivificación del empleo de las señales como instrumento de comunicación
movilizadora, propia de los totalitarismos, restablece el silencio teutónico, reprimido.

La fallida accesibilidad a las representaciones sagradas se colma, en los


totalitarismos, con las insignias de las religiones pánicas. Los duendes del Valhalla y las
insidias de las extendidas nebulosas se unen en la hipertensión de los rituales
orgiásticos. Los ríos y las alegorías, que alimentan su alcance imaginativo, son el
trasfondo de la forma visionaria de los perversos geómetras del universo. La
incapacidad de sustraerse a la llamada alquímica, a las difusas influencias del Maligno,
hace comprensible –aunque sea en el estado embrionario– el alboroto de la ordalía, de la
violencia de grupo. La cultura, es decir los condicionamientos y las sublimaciones de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 481

los instintos predatorios, ceden su sitio al desconcierto de la hibridación, de la repentina


exaltación neurálgica de las potencialidades físicas, neuronales, prohibidas por la ética
convencional. La ferocidad se perfila como una medida del juego ferino, de la lucha a
cuerpo a cuerpo, aunque se efectúe con las tecnologías más avanzadas. La sofisticación
y la elegancia son reclutadas como los instrumentos de verificación de la inutilidad de
las buenas maneras. El besamanos a las señoras y el golpe mortal en la nuca son a
menudo manifestaciones que se presentan conjuntamente para descrédito de la
civilización. Se hacen evidentes, en esta fase de bestialismo, las estratificaciones
jungianas de la conciencia. Los mitos adquieren así los significados recónditos, que
alimentan el entusiasmo felino, la liberación tentacular de las inhibiciones de la
civilización. Los símbolos permiten poner al día las creencias arcaicas y las imágenes
del crepúsculo de los dioses. La iniciación a la lucha restablece por así decir las
distónicas afectividades de los «inicios», cuando la empatía y la antipatía hacen de
matrices semánticas del asalto o de la indiferencia. Las cosmogonías de los
totalitarismos pueden asimilarse a las pesadillas nocturnas de los soñadores sedentarios,
que se ilusionan con prevaricar en el mundo existente para reeditar un mundo más
escabroso, más incoherente. La neurosis colectiva es el epitelio del nuevo cosmos
filmado por los aparatos propagandísticos del régimen. La redención de los más
exaltados está contra la aquiescencia de los menos inquietos, de quienes titubean frente
a la conflagración de las fuerzas irreflexivas, capaces de saltarse las normas, los
concordatos, los pactos, las disposiciones jurídicas y las normas morales.

La concepción incestuosa de la naturaleza teme a los espíritus agnósticos y


determina una tendencia racista, capaz de sacrificar las vidas humanas a un improbable
modelo iniciático de la uniformidad de la existencia. El totalitarismo también es la
apertura a la creencia del inconsciente. Su vertiginosa propensión absolutista es el
síndrome de la aventura ciega, sin frenos inhibitorios, que tan solo utiliza las
aportaciones de las culturas científicamente alfabetizadas como objetivo predatorio y
beligerante. «Ya que, como Plotino enseña, –escribe James Hillman – no existe, “como
centro de nuestro mundo y nuestras actividades, ningún fulcro fijo de autoconciencia”,
justamente nos volvemos la actividad en que nos actualizamos, el recuerdo que
recordamos; el hombre es muchas cosas, un Proteo, que fluye en cualquier sitio como el
alma universal, siendo en potencia todas las cosas. Reforzar nuestro “yo” al nivel de la
physis, el nivel de la capacidad de adaptación a la “realidad” factual, lleva la conciencia
482 RICCARDO CAMPA

a una esfera dónde por definición no puede ser consciente»5. La imaginación influye en
la conciencia con los símbolos de una herencia metafísica, unida a las impetuosas
capacidades adquisitivas de los testadores de un arraigado orden tribal. El totalitarismo
es la visión del mundo recogido en una tribu, autorreferencial y capaz de subvertir todas
las tentativas discráticas, eventualmente existentes en grupos, células, que deforman el
único orden genético e institucional, válido a los objetivos de la perpetuación de la
especie humana. Paradójicamente, la imaginación totalitaria no admite su conexión con
los modelos organicistas. Por esta razón, es posible que se crea en la asociación de la
física arriana, en contraste con la física hebrea o en todo caso con la física de los
cuántos, sobre la falsedad del agnosticismo dominante, que rehúye una actitud política
en orden a la búsqueda científica. El desempeño ideológico facilita el desarrollo de la
búsqueda científica, pero condiciona su aplicación, con fines pacíficos o bélicos. El
compromiso científico en términos ideológicos responsabiliza a sus partidarios de los
desastres de la razón. Los monstruos de Goya son las setas atómicas, que decretan
dolorosamente el fin de la segunda guerra mundial.

Las fantasías primordiales, proyectadas por los totalitarismos, son los arquetipos
de las actitudes modernas. Para Plotino y para Jung, la naturaleza no es consciente en sí
misma y por tanto, para los totalitarismos, la libre iniciativa de la horda constituye el
primer, fundamental, indicio de la conciencia: un principio, que encuentra el escenario
de su representación en el espacio abierto de la naturaleza. La disposición combinada de
pensamiento, misterio, magia, religión y absurdez, propia del neoplatonismo, alegra las
mentes de quienes se someten a las sugestiones escenográficas de los totalitarismos. Las
masas oceánicas, los silencios de la catacumba y las abismales disparidades étnicas y
raciales, que vuelven inmanentes los estigmas del Mal necesario, hacen la función de
imágenes que aluden al momento auroral, que la violencia, reflejada en la historia, las
hacen perceptibles. La percepción, en efecto, introduce al vacío absoluto, como en un
continente despoblado, donde todo lo que se logra realizar es un aliciente para un orden
que es retrógrado y, sin embargo, sempiterno. Las imágenes, funestadas por las
calaveras, son el testimonio de un desfalleciente estado de ansiedad de un universo en
disolución. El conocimiento del alma de los pueblos, propuesto por los totalitarismos, se
limita al sufragio de todas las deformaciones asumidas por la única, centelleante,
conformación orgánica del género humano: una conformación, no solamente evidente,
sino también silente y escondida. La obra de Richard Wagner compensa las indebidas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 483

injerencias en la patología psicológica de los totalitarismos, por su naturaleza intolerante


frente a cualquier tipo de diversidad y de diferenciación, que perjudiquen la unidad, la
uniformidad. La gratificación de las tentaciones diabólicas y por lo tanto de las
religiones pánicas se explica con la fraudulenta indización de la acción, insurrecta frente
a la consecución de objetivos «vitales», en contraposición con aquellos salvíficos y
auxiliadores de las religiones del Libro.

La acción, en los totalitarismos, tiene una hegemonía incontrastable, porque se


venga de las condiciones originarias de la existencia, persuadida en afrontar los
obstáculos de la naturaleza antes que en propiciar sus efectos terapéuticos, salvadores.
La interdicción fideísta se deduce por la cáustica determinación aflictiva respecto a
todos los adversarios, que se agigantan en la frenética concupiscencia de la realidad.
Los totalitarismos contradicen la relación que existe entre la imagen arquetípica y el
instinto. «Las imágenes fantásticas son el instrumento que el alma tiene para
sobrescribir el destino sobre la naturaleza: sin la fantasía, no tenemos ningún sentido del
destino y somos solamente seres naturales. Por la fantasía, en cambio, el alma es capaz
de poner el cuerpo, el instinto y la naturaleza al servicio de un destino individual.
Nuestro destino se desvela en la fantasía, o bien, como diría Jung: encontramos nuestro
mito en las imágenes de nuestra psique»6. Los universales mentales, a los que
Giambattista Vico hace referencia en la Ciencia Nueva7, se identifican con las
expresiones corrientes, con los refranes y con el sentido común, como testimonios del
ardid, desde el que los pueblos delinean el milieu cultural, para fortificar, con la
imaginación, la interacción concreta con la naturaleza. Su proclamado antipositivismo,
de hecho, no va más allá del aprendizaje de las formas, con el que el género humano se
libera, en el tiempo, para comprender su itinerario físico e intelectual. La sabiduría
popular es, para el pensador partenopeo, una contribución a la cognición y a la
conciencia de las generaciones más ingeniosas, que sin embargo confían de manera
excesiva en la instrumentación, con la que se dotan para contestar a los desafíos de la
realidad con más eficacia. La «lengua mental común a todas las naciones»8 permite
uniformar la diversidad del género humano, que busca sonsacar los secretos de la
naturaleza y transmitirlos a la gran Cadena del Ser a través de la genética propensión
comunicativa en las diversas áreas de asentamiento, definida por Noam Chomsky en la
gramática generativa. El léxico refleja por lo tanto los estadios de la conciencia, que se
ejercen en la argumentación, creída como una actitud natural, válida por todos los
484 RICCARDO CAMPA

asentamientos humanos, independientemente de los condicionamientos ambientales y


climáticos, que Montesquieu piensa que influyen en la elaboración de las leyes
instituyentes de los modelos de comportamiento y socialización.

El pensamiento metafórico de Vico compendia las fases cognoscitivas de la


humanidad en las diversas regiones del mundo y en las diferentes fases culturales. La
aprensión por lo «nuevo», que el pensador partenopeo revela en las idiosincrasias de lo
primigenio y que se desarrolla en términos coyunturales en lo racional, constituye el
perímetro emotivo, del que se deducen las sugestiones, los estados de ánimo, los
pensamientos, los actos que connotan las estaciones del género humano. El tránsito del
silencio a la fabulación representa el momento auroral del acuerdo y del desacuerdo
entre los miembros del consorcio humano en términos alusivos, evocadores y
conjeturales. El paso de la afonía a la voz se representa en la mimesis, en el poema épico
de la palabra, que se connota de sentidos. El nomos, en efecto, induce a considerar la
expresión verbal como un elemento intimidatorio, a veces perentorio, que contesta a los
ojos mentales y a los tumultos emotivos de la conciencia. Es un viaje hacia la reacción y
una aventura espectacular, del que la dramaturgia es su natural amplificación. El teatro,
en efecto, es la exégesis crítica de la expresión, que implica a los interlocutores de modo
que los vuelve recíprocamente responsables. La capacidad teofánica caracteriza el
pathos de la tragedia y otorga un cumplimiento didáctico a la comedia. El epíteto y lo
vernáculo aclimatan la interlocución en el milieu cultural, en el que la acción se
manifiesta oportunamente. El personalismo y el delirio de poder, combinado con las
fáciles efusividades religiosas, degradan la espontaneidad de la expresión y la
neutralidad del pensamiento, que se afana en contener sus perversiones bajo la órbita de
las debilidades del entendimiento común. La era de las tiranías, a las que hace referencia
una obra colectánea, dedicada a Élie Halévy9, se caracteriza por una constante: por las
palabras de orden, por los anhelos de una fe sacrílega, por la persecución y por el odio
desconsiderado respecto a los mismos interlocutores de la contingencia histórica. La
intemperancia engendra las tergiversaciones y las amenazas: descompone la
periodicidad en el énfasis proditorio, que adeuda la refutabilidad de los absolutos a las
víctimas adversarias. La perentoriedad de la fabulación denota la estrechez procesal del
pensamiento. El pensamiento de las imágenes se deforma en el pensamiento de las
figuraciones oscuras y tentaculares. La meditación y la proyección disminuyen por la
irrupción de la conveniencia en el plano de la actuación. La perturbación emotiva,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 485

provocada por la apropiación indebida, otorga un gravamen adicional al poder tutelar,


que carga sobre la destreza comunitaria. El lenguaje de lo maravilloso es el del
consuelo, que une a los seres humanos en una perspectiva idéntica, dimidiada por el
carácter insondable del cosmos. El universo lingüístico es la iniciación al conocimiento
de la realidad tal como aparece y tal como se puede representar con el auxilio del
pensamiento y la imaginación. «Todo lo que se ilumina de repente, atrae nuestra alegría,
se enciende de belleza, cada zarzal es un Dios que arde: éste es el azufre alquímico, la
cara inflamable del mundo, su flogisto, su aureola de deseo, enthymesis por todas partes.
La suculencia hacia la que tendemos como consumidores es la imagen activa que está
en cada cosa, la imaginación activa del alma mundi, que inflama el corazón y lo
provoca para salir»10. El deseo y el objeto del deseo se unen en la determinación
creativa.

El corazón, el insondable abismo, según san Agustín, es la sede de la


imaginación, entendida, no tanto como la representación gráfica de la realidad, cuanto
como la intercesión emotiva entre el vacío absoluto, la Nada y la relativa participación
de la evidencia. El misterio de la intimidad, de hecho, es el receptáculo del mecanismo
inventivo, en el que la palabra y la acción se juntan por aproximación a un modelo
mental, ideado en el pasado recóndito de la especie, cuando el silencio sideral turbó el
equilibrio psíquico y actuó sobre la configuración de los signos para que pudiera dar
luego su testimonio. La catarsis alimenta la amistad y la frecuentación consuetudinaria
de las figuraciones arquetípicas de la existencia. El olimpo homérico se difunde en las
notaciones cotidianas del rito y de la costumbre. Los dioses se convierten en las
máscaras de la graciosa manifestación de los males del mundo. La plegaria es la versión
terapéutica de la confesión. La divinidad, reflejada en la belleza, se convierte en fuente
de imaginación, inducida constantemente a enfrentar los impulsos demoníacos, que
ambicionan asegurar la inmediata realización de un mundo privado de peligros, abierto
a las más sorprendentes maravillas. Lo demoníaco de la historia se descubre como el
correspondiente a lo celestial, confiado a la inmediatez, al ejercicio confidencial de la
satisfacción subjetiva y el bienestar individual. La exhibición de la intimidad es la
piedra de toque con la que la fantasía afronta los rigores de la realidad. El arte de la
inutilidad tiene el contenido afectivo de la eventualidad. El tono propiciatorio de los
hechos, favorecido por el arte, persigue el objetivo de contener sus efectos desoladores.
En ellos, en todo caso, se agitan los núcleos de la regeneración. La energía, necesaria
486 RICCARDO CAMPA

para subvenir a las exigencias de la comparación con la naturaleza, se ejerce, no solo


con la instrumentación, sino también con la liturgia, la inmediación del gesto humano
en el verbo divino. Originariamente «Sophia, en efecto, indica la pericia del artesano,
del carpintero (Ilíada, XV, 412), del navegante (Hesíodo, Los trabajos y los días,651),
del escultor (Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI, 7, 1141a). Nace en la manualidad
estética (y a ella envía) de Dédalo y de Efesto que, como es conocido, fue novio de
Afrodita, y por tanto es inherente a su naturaleza»11. La fisiognomía de Aristóteles es la
manifestación visual de la conciencia interior: un tipo de fotografía al cuidado de los
observadores de la realidad y de los partidarios de la experiencia conectiva. La
percepción estética se pliega a las coreografías de la imaginación: a las formas, con las
que se coagulan y se difunden los indicios (los epigramas) de la belleza. El estupor
intelectual se alía por así decir con el tumulto de los sentidos para pergeñar las
figuraciones ideales, capaces de hacer familiares y comprensibles los componentes
orgánicos e inorgánicos de la naturaleza. El conocimiento es por tanto la navegación del
intelecto por las connotaciones estéticas. La deformación intelectiva puede ocurrir por el
reflejo condicionado de la función maniaca del sistema totalitario. Paradójicamente, el
formalismo, la burocracia, la mística de la representación escénica se corresponden con
la banalidad del mal, descrita por Hannah Arendt, en relación a los desastres del
hitlerismo. El anonimato y las siglas hacen de orilla estética a la luctuosa resultante del
aparato dogmático y persecutorio. La uniformidad es una manifestación del deterioro
estético, que se puede apoderar de las personas, afligidas por el síndrome de la vagancia
y de la inutilidad.

Según Platón, «lo bello genera el bien»12, en el sentido de que el aspecto estético
de los entes contribuye a la expectativa concreta de quienes propician su fruición. Lo
bello anticipa la asunción del bien, confiándole las categorías de la solvencia en
términos de conocimiento y de pura y simple satisfacción. La pasión sulfúrea del
aprovechado, del embustero, del transgresor, se amortigua en la simple consistencia del
objeto del deseo. La belleza, en otras palabras, atenúa el impulso de la posesión y
suscita aprensión por su perpetuidad. Las pirámides egipcias y las pirámides mayas
sacrifican el egoísmo de los afiliados a las religiones sociales, en los que practican
sentimientos de adversidad, de competencia y de perdición, a la grandiosidad de su
estructura. La intimidad subjetiva se identifica con la confesión, con el deseo de
comunicar al universo mundo o a su Creador las turbaciones del alma, las anomalías
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 487

conductuales, localizadas en la urgencia de la acción. El desierto del alma se identifica


con la aflicción de quien no entrevé un referente lingüístico, al que confiar una duda,
una perplejidad, un rencor, en su universo afectivo. La subjetividad de la confesión
presupone la presencia de un interlocutor, que sepa comprender las preocupaciones de
la existencia y sepa indemnizar de algún modo la resignada conmiseración. La futilidad,
que ejerce incluso un atractivo en la sociedad de consumo, permite valorar, más bien
sobrestimar, acaso negando su realización, las categorías del rigor y de la plenitud,
sobre los que, al menos formalmente, se basan los órdenes institucionales. La neurosis
individual y la neurosis colectiva son equivalentes por el principio de la contaminación
y la transmisibilidad. El focus de tal proceso es in primis el lingüístico: la aproximación
comunicativa se ejercita en perjuicio de la profundización cognoscitiva. Las patologías
sociales son revaluadas progresivamente en el ámbito de la fisiología: el mal endémico
es parte integrante del bien generalizado. El cupio disolvi de las conformaciones
sociales contemporáneas esconde el veredicto de una entidad falta de escrúpulos, que
invierte la red de las comunicaciones, de las informaciones y de los compromisos. Para
adherir la general dislalia es necesario que nadie afronte las cotizaciones conceptuales
de las palabras individuales. El génesis del mundo se deduce de la combinación
inarticulada de sonidos, imágenes y ficciones. El arte no figurativo, dodecafónico y la
geometría no-euclidiana testimonian una agitación interior, en las raíces de la condición
humana, tal como se perfila desde la Grecia del V siglo hasta la postmodernidad
globalizada: el siglo de Kurt Gödel13. El axioma, que en la matemática tradicional es
una verdad evidente recabada de la realidad familiar, es ahora ya un sistema indefinible
en un conjunto. La facultad de describir espacios indefinidos en tiempos apocalípticos
es asegurada por el lenguaje en sí mismo, que se rige por la gramática originaria,
elemental, de las formulaciones neurálgicas de los «orígenes». La semántica y la
deducción se disputan la explicación sintáctica de los enunciados lógicos y por lo tanto
de la interpretación de la realidad. El primer teorema de la incompletitud, elaborado por
Gödel en el 1930, establece que, si la aritmética no es contradictoria, al enunciado
indemostrable que la connota se conjuga también el enunciado del indemostrabilidad de
su negación. El segundo teorema de la incompletitud afirma la indemostrabilidad de la
no contradicción. La incompletitud de la argumentación conceptual lima la confianza en
la razón humana, que permanece incluso como criterio de verificación de todos los
principios constitutivos de la convicción.
488 RICCARDO CAMPA

La época de las paradojas se identifica con la de la incompletitud, que asecha la


validez de las intuiciones dogmáticas y su carácter de definición. Mientras el cálculo
sigue gozando de la aplicabilidad en la vida común, la lógica, que lo justifica y lo
condiciona, se somete a una inaccesible trabazón de demostraciones, no siempre
conformes al principio de no-contradicción. La matemática computacional encuentra
cotejo en las proyecciones de los cálculos de Alan Turing y un alumno de David
Hilbert, John von Neumann. La matemática de lo abstracto, por otro lado, persigue la
elaboración de los modelos cosmológicos, en favor, por así decir, de la carrera espacial
de las generaciones del siglo XX. La teoría matemática de Gödel admite la existencia de
acontecimientos objetivos independientes de las decisiones mentales de los individuos.
El platonismo de lo lógico alemán es una forma de «realismo» de los objetos
matemáticos. La existencia de un mecanismo mental que no pueda ser completamente
disciplinado por la lógica matemática induce a pensar en un modelo ideal, al que la
razón humana sólo puede acceder por tentativas y por aproximación. Gödel, sin
embargo, rechaza la idea, formulada por Hilbert, de que existan problemas insolubles,
porque admitir tal cosa significaría a su vez admitir la existencia de una mente irracional
o de las formulaciones irracionales de la mente racional. La referencia de Gödel a un
espíritu inmaterial es contraria al «espíritu del tiempo», anclada en el realismo
conceptual. El viaje en el tiempo comporta la pérdida del centro, del punto focal, donde
proyectar la acción en el sentido horario inverso. El Aleph de Jorge Luis Borges, que
Gödel lee, es el perímetro ilusorio, en el que el trayecto temporal se vuelve inmanente
en sentido figurado, sea hacia atrás, sea en perspectiva. Para Borges, el tiempo puede
venir al encuentro de los seres pensantes del futuro, de los inconmensurables espacios
siderales, en los que se extinguen las diversidades y se reponen las diferencias,
perceptibles en la condición presente de los mortales. En el espacio-tiempo curvo de la
relatividad, el futuro se cita con el pasado en una sucesión difícilmente convertible en la
medición estática. El observador de la realidad relativista es su perturbador, y es
condicionado por tanto por el volumen y por la intensidad de sus movimientos en la
individuación problemática de la dinámica universal. La antinomia, evidenciada por la
reflexión de Gödel, consiste en la innumerabilidad de los números reales definibles. La
epistemología encuentra un límite en la demostración de la imposibilidad del decir. La
meta-matemática de Gödel es ciertamente una contribución al conocimiento de los
razonamientos matemáticos (como deja entender Bourbaki). La metafísica ontológica de
Gödel se sintoniza con la objetivamente existente, con la cotización detectable de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 489

realidad por quienes se empeñan en utilizar los recursos de la razón (de la lógica) según
el cálculo de las sucesiones y las eventualidades. La abstracción de Gödel –por su
misma admisión– parece formar el segundo plano de la realidad. El potencial de la
mente humana no puede ser reducido a lo adquirido por el cerebro, los principios
matemáticos tienen una existencia autónoma, independiente de las determinaciones y de
las decisiones individuales. En consonancia con la fenomenología de Edmund Husserl,
Gödel sustenta que los conceptos abstractos son los antecedentes lógicos de los sistemas
mecánicos. La confutación de la inteligencia artificial se deduce de la relación existente
entre la incertidumbre que está en continuo cambio por los axiomas de los principios
cognoscitivos y la improbable afirmación del aprendizaje. La modificación de las
conexiones neurales comporta la continua revisión de las elaboraciones del intelecto,
que en todo caso tiende a interceptar, con la ayuda de la axiomática, las variables de la
realidad para incluirla según el diseño (ideal) de la razón. La insolubilidad de algunos
problemas oscurece la posible evolución de las energías latentes en la morfología de la
mente y el intelecto humano, tales como para construir los nuevos referentes orgánicos
por la inventiva y la reflexión.

El segundo teorema de la incompletitud genera las reservas mentales de cuantos


se preguntan si de los axiomas mentales, como matrices de la inventiva humana, no
tienen que derivarse la validez de los teoremas y de las demostraciones. La inserción de
una «entidad» desviante hace pensar en una hipótesis parapsicológica o misteriosófica:
pero es solamente una ilación, que devuelve aún más perspicuo el propósito de hallar en
la razón las respuestas no contestadas por sus propias proposiciones cognoscitivas. Cada
nuevo teorema –sustenta Gödel– restringe el ámbito de la creación. La «realidad» de los
números se identifica con la necesidad misma que se manifiesta en la percepción de los
cuerpos físicos. «La verdad es, creo, que estos conceptos forman en su complejidad una
realidad objetiva que nosotros no podemos crear o modificar sino sólo percibir y
describir»14. El conocimiento de los conceptos abstractos ayudado por la fenomenología
husserliana consiste en la aclaración de sus sentidos. Gödel confiesa que no puede
admitir un fuerte interés por la existencia de parte de los mortales si no es propiciando
de forma más o menos explícita un terminal alternativo (celeste). El hecho mismo de
que las generaciones se impongan el encontrar un sentido a su vida, que la salvaguarde,
demuestra su confianza en la temperie trascendental. El aprendizaje es el signo de la
insatisfacción del género humano por la vida terrena, cuyo cumplimiento se realizará en
490 RICCARDO CAMPA

una dimensión existencial diferente de la existencia terrena que es contingente y sin


embargo solamente propiciador. Las memorias latentes serán el prólogo de un nuevo
hecho, poéticamente evocado en la contemplación del Edén terrenal. «Esta idea de la
existencia del tiempo necesario porque se manifiesta un estado complejo –escriben
Douglas R. Hofstadter y Daniel C. Dennett– ha sido estudiado desde la matemática por
Charles Bennett y Gregory Chaitin. Según su fascinante teoría, quizás es posible
demostrar, con argumentos parecidos a los presentes en el fundamento del Teorema de
la Incompletitud de Gödel, que no existen atajos en el desarrollo de las inteligencias
cada vez más elevadas (o, si se prefiere, de estados cada vez más “iluminados”); en
resumen, que se debe pagar al “Diablo” su tributo»15. El diálogo de Raymond Smullyan
hace referencia a la tentativa de conciliar el determinismo natural con la causalidad
argumentativa: en la práctica, cuál es el régimen de la libertad de iniciativa del
observador de la realidad y cuál es la dimensión de la realidad en el proceso cognitivo
del perturbador de la misma. «La reconciliación entre estas concepciones opuestas que
Smullyan realiza elegantemente se basa en nuestra aceptación de cambiar el punto de
vista, de dejar de pensar de modo “dualista” (es decir de subdividir el mundo en partes
como «yo» y «no yo») y de ver el universo como una totalidad falto de confines, en el
que las cosas fluyen la una en la otra y se agregan, sin márgenes o categorías claramente
definidas»16. La incoherencia conceptual, en efecto, es la estrategia con la que la mente
obra con destreza en el caos del universo.

El razonamiento está siempre condicionado por el milieu cultural, en el que se


realiza. «En resumen –sintetiza Douglas R. Hofstadter– Gödel puso en evidencia que la
demostración es una noción más débil que la verdad, independientemente del sistema
axiomático considerado»17. La complejidad de los números enteros absolutiza todas las
reflexiones sobre los fundamentos de las matemáticas. La relatividad y la mecánica
cuántica inducen a aceptar «resultados limitativos» en el proceso cognoscitivo, también
porque los efectos prácticos de tal condición sorprenden a las expectativas más
exigentes de la humanidad. El razonamiento encuentra una contraindicación a su
sostenibilidad objetiva en el lenguaje natural, con el que es formulado. El empleo de la
simbología en las matemáticas (y por lo tanto en las diversas ramas de la ciencia
experimental) reducen, sin eliminarla, la referencia del signo a la palabra que lo
caracteriza: referencia que cambia de significado de un hemisferio lingüístico a otro. El
lenguaje natural, en efecto, se resiente de las experiencias empíricas, realizadas en el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 491

tiempo y codificadas de modo que se pueden traducir, pero no uniformar. Si las


aportaciones de los lenguajes naturales fueran homologables, la creatividad no sería
variada y los órdenes comunitarios se volverían ipso facto fómites del conocimiento
objetivo. El lenguaje natural es evocador y, como tal, refleja las sensaciones, las
sugestiones, que el tiempo ha suscitado en el ámbito de las diversas comunidades de
hablantes. La argumentación comporta la generalización de la evocación recurriendo a
todos los recursos de la inteligencia y la fantasía imitativa para hacerla plausible.

La psicología de la profundidad subviene a las instancias armonizadoras del


pensamiento individual, expresado con el lenguaje natural, y en la argumentación,
traducible en el código general, válido para la consecución de los objetivos de la
aceptación y la confutación por parte de la comunidad de los pensantes. La
intersubjetividad es actualmente la matriz del aprendizaje, que elabora las aportaciones
cognoscitivas, realizadas en las diversas áreas culturales. Según Freud la neurosis
colectiva es el elemento que, en la sociedad contemporánea, determina un tipo de
uniformidad, del modo de pensar y del modo de actuar asintóticamente fácilmente
descifrable. «Todas las cosas muestran un rostro, el mundo siendo no solo un conjunto
de signos en un código en el que descifrar su significado, sino una fisonomía para mirar
a la cara. En cuantas formas expresivas, las cosas hablan; muestran en la forma el estado
en el que están»18. En el meta-matemática a menudo se corre el riesgo de creer en los
estilemas de la realidad práctica, no perceptibles y por lo tanto continuamente
convalidados por axiomas, por intuiciones al menos pertinentes, según la tensión
emotiva, con el que la evidencia y la conjetura se perfilan en la cotidianeidad. La
presencia de las cosas es el aspecto evidente de la realidad, del que se presagian
aspectos aún no detectables, que es la atracción de quienes forman parte de la búsqueda,
de la reflexión. La interacción entre la evidencia y la imaginación genera curiosidad,
entusiasmo y despreocupación, que roza a veces los muros de contención de la
resignación. La insolvencia cognoscitiva es preterintencional y sin embargo se condena
como una afrenta vuelta a la inteligencia del género humano. El auto-testimonio no es
por tanto una actitud arrancada del contexto social. En cuanto que las razones del yo son
preeminentes respecto a los órdenes comunitarios, no se puede prescindir de sus
valoraciones, so pena de caer en la arbitrariedad y el desconcierto. Para que cada
individuo pueda soportar la comparación con el conjunto, en el que actúa, es necesario
que se tenga en cuenta la referencia a las circunstancias –como diría Ortega y Gasset–
492 RICCARDO CAMPA

en el que se desenvuelve para autodeterminarse. El testimonio colectivo es el


precipitado histórico de los actos cometidos por los individuos bajo el anonimato (que
se identifica con el nivel de cohesión y desarrollo institucional). La ostentación del sí es
la forma más espectacular del anonimato: esconde la auténtica cognición de lo que un
individuo puede influir efectivamente en el curso de los acontecimientos. La
idiosincrasia es el enamoramiento rubricado por el individuo en el concierto
comunitario: exalta y degrada el potencial inventivo de los individuos singulares en un
contexto, por otros aspectos detectables en una memoria futura. Las manifestaciones
maniacas casi siempre compendian condiciones de estrés, de la intolerancia hacia
formas de expresión o costumbres no conformes a las aptitudes éticas, estéticas,
conductuales, consolidadas, sino comprometidas por la crítica corrosiva de la
actualidad.

El alma mundi es por tanto una percepción-adquisición estética. Delibera sobre


la conveniencia humana de identificar el vagido de la especie con las convulsiones de la
naturaleza: la intimidad de la una es especular en relación a la perturbación de la otra.
La interpretación cognitiva se identifica al menos de forma emblemática con la
sensibilidad estética. La preceptiva de Arthur Schopenhauer acerca de la oportunidad de
aceptar las travesías de la existencia a través del consuelo estético encuentra su cotejo
en la sociedad tecnológica, en el que un mínimo detalle puede facilitar e incrementar la
aceptación de los objetos. El aplazamiento de la «mercancía» es el efecto negativo de su
proposición indiferenciada. Las variables, también infinitesimales, de un objeto (de un
producto) lo hacen solvente en el mercado global. La metáfora es el aspecto que asume
la poiesis en la condición de las necesidades difusas (de la asignación y de
despreocupada exhibición del si mismo). El gobierno del mundo sensible está bajo el
dominio de Afrodita, en cuyo templo cada cosa sonríe, suscita aisthesis, atractiva. Y es
justo esta última alegoría del agrado que devuelve cuánto menos admisible la
interacción de la intimidad de los seres mortales con el alma del mundo, con la
respiración cósmica. La visión poética del universo se realiza con el entusiasmo y con el
desaliento, que suscita el cielo estrellado. La psicoterapia tiende a sustraer de la
intimidad la reactividad condicionada por los objetos de consumo. Solamente su
sugestión puede franquear el corazón de los sufrimientos procurados por las vías
circulatorias, responsables de la transmisión de las percepciones, a su vez indiciarias del
conocimiento. La obsolescencia une el recorrido de las cosas con la existencia humana y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 493

las hace inaccesibles hasta el final. La transformación de la materia privada de las


formas las devuelve contextualmente inmarcesibles. Las figuraciones de los
acontecimientos se perciben en la totalidad o en los detalles, que los constituyen, y de
los que se presagia cuantitativamente la inferencia sobre su «conjunto». El bienestar
estético tiende a explicitar el juicio sobre los fenómenos de la realidad. La conciencia de
las cosas libera de las constricciones del subjetivismo. Los epítetos adverbiales y
adjetivales ennoblecen la comunicación que los individuos singulares se proponen
realizar destrozando la trama de la publicidad y la propaganda: un propósito, sin
embargo, difícil de realizar por la simple razón de que el tejido conectivo de la sociedad
está pre-confeccionado con las frases hechas, los eslóganes, las perturbaciones de la
subasta, los edictos y las homilías. Las declaraciones de principio cercan un número
cada vez más contenido de adeptos, víctimas de los mismos encantamientos de los
dogmas que quieren confutar in scrinio pectoris. La inmovilidad de los códigos de
comunicación toma de prestado el atractivo lúdico, infantil, irresponsable,
proyectándolo, con injerencia mediática, en los diversos niveles de perturbación
emotiva y racional. La homogeneización demográfica no hace distinción de edad, si no
es para parafrasear las parábolas del Evangelio o el piadoso exorcismo de los profetas
de la desdicha. La iconoclasia moderna debería aterirse al contacto de los adverbios y de
los adjetivos y asomarse completamente al abrazo de los sustantivos y los verbos,
expoliados bajo pretexto, estos últimos, por el atractivo estético, que persiguen incluso
en el arco voltaico de la confesión. La «naturaleza viva» de Alfred North Whitehead
invade los objetos seriados, producidos por los aparatos tecnológicos, y que hacen
accesibles a la conciencia individual por las sugestiones de bienestar que suscitan,
incluso en el breve rayo de su propia modificación.

Las fantasías catastróficas se deducen del temor ante la degradación del mundo.
La actividad productora y trasformadora del planeta parece incidir en su alma y reavivar
un tipo de examen conjetural entre las generaciones interesadas en utilizar la energía
natural a lo sumo para realizar un uso artificial en el hábitat que favorezca a un
creciente número de individuos. Las primeras escaramuzas de un peligro inminente
sobre las economías industriales se hacen presentes en las actitudes de las clases
propulsoras centroeuropeas, luteranas y calvinistas, actualizadoras de un melancólico
joie de vivre, que se manifiesta sobre todo en las citas públicas, en los ambientes
agonizantes de la Belle Époque. El café vienés y el famoso Círculo epistemológico son
494 RICCARDO CAMPA

los ambientes en los que, a inicios del siglo XX, se desenvuelve la trama del
conocimiento en términos de conflictos de interés, de intolerancia racial, de mitografía
centrífuga y eurocéntrica. «En este sentido, las fantasías catastróficas reflejan también el
proceso iconoclasta que se efectúa en la psique, que querría infringir aquel ídolo
mecánico y sin alma en el que se ha convertido el mundo, ante el que nos postramos
cuando Cristo dijo que su Reino no es de este mundo, entregándoselo así a las legiones
del César, de forma que la animación estética, imaginativa y politeísta del mundo
material ha sido condenada al demonismo y a la herejía, mientras la psicología
reconoció solamente la psique como el Yo auto-reflexivo de la confesión,
inflacionándolo hasta convertirlo en una monstruosidad titánica»19. Por otra parte, la
ciencia (física, biológica, médica) tiende a animar la aparente falta de animación para
hacer creíble en el mundo (las cosas del mundo) una característica distintiva análoga a
la que connota los seres mortales. La vida terrena de los entes se hermana cada vez más
en la conciencia de los individuos y de las masas (que tienden a uniformar su
aprendizaje según un criterio distintivo que preserva los individuos de los «conjuntos»,
en los que gravitan y en los que ambicionan obrar).

Las alucinadas visiones de quienes se reúnen en los cafés, en los teatros, en las
iglesias de la Viena de inicios del siglo XX reflejan el temor ancestral, recorren las fases
incestuosas del ludibrio natural. La guerra es el fantasma, que aletea en los salones
insonorizados por los frescos, por el mobiliario, por los espejos, por los candelabros,
que exaltan las virtudes terapéuticas de la convivencia y de la conversación. El café es
el interior de un itinerario orgiástico, que se consume en el Nuevo Mundo en las
acciones de los conquistadores y que se difunde, como la equimosis en un rostro
afinado en las curas homeopáticas, en las generaciones de la decadencia, de aquellas
que, en la mente de Karl Kraus se enamoran de sus propias aberraciones. La turba
hereditaria de los antiguos profanadores de las eras desenterradas del olvido se hace
espectáculo, entretenimiento, como una cura seroterápica del alma.

El dolor uniformado es la representación escénica del extravío general que


desalienta la Europa de los primeros años del siglo XX, el continente mental descrito
por Karl Kraus en Los últimos días de la humanidad, un tipo de breviario ético,
condenado al olvido por la inquisición dominante. La moral común, después del
atentado al archiduque austríaco, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, se manifiesta bajo
dosis alquímicas, para acallar las conciencias inquietas: una especie de Mínima moralia
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 495

de Theodor Adorno en la confusa temperie emotiva de los años que preceden la guerra y
en la inminencia de su estallido. La locura, que parece contaminar la burguesía vienesa
de la época, consiste en creer en la máquina que produce de las más repugnantes
infamias: la máquina, creación y expresión de la modernidad. «Por tanto, –dice
Criticón, un personaje de la obra de Kraus– si se tuviera fantasía, se sabría que es un
delito exponer la vida al azar, que es pecado menospreciar la muerte al nivel de la
casualidad, que es una locura fabricar acorazados cuando se construyen torpedos para
hundirlos, construir morteros cuando para defenderse se cavan trincheras dónde
solamente está perdido el primero que saca la cabeza, y cazar en ratoneras a hombres
huyendo de las propias armas, y luego dejarlos en paz bajo tierra. Si en lugar de los
periódicos se utilizara la fantasía, la técnica no sería un medio para complicarnos la vida
y la ciencia no aspiraría a destruirla. ¡Ay de mí, la muerte heroica aletea en una nube de
gas, y nuestra vida se presenta en el boletín!»20. La muerte asume un tono, no un
aspecto, didascálico. Es el vaticinio de la fuerza primigenia: penetrada por el espasmo
reticular por las extensiones calcáreas, donde solamente la lechuza se atreve a aletear
con una ronca alusión burlona. La guerra es la edición extraordinaria de un periódico,
que proclama la equipolencia del hierro al oro. El formato del mundo asume
dimensiones homeopáticas. A falta de pantallas televisivas, los hechos son contados con
una disolvencia inimaginable, para hacerlos emotivamente comprensibles y
participativos. El ideal orgiástico se abona en la piadosa constatación de la
subsidiariedad de la razón frente al inesperado conflicto cumplido. El acento de las
narraciones es en todo caso siniestro, pero realizado de tal forma que no atemorice hasta
el punto que las masas orantes y sometidas de los primeros bombardeos aéreos se
puedan desviar miméticamente de la hazaña. Se condena el catastrofismo como una
señal de debilidad, mientras que se anima hipócritamente el rigor predatorio, en la
convicción de que la espacialidad –la adquisición de aquel ámbito vital, celebrado por la
propaganda nacionalista y reivindicadora– calma las conciencias y las puede hacer
retráctiles frente al mal. ¡La oreja de la humanidad está condenada a ser afligida por el
grito del «extra, extra» editorial!, del mensajero de los acontecimientos memorables,
que conflagran en el olvido general. La oficialidad del impulso demoníaco es, al mismo
tiempo, justificadora y miserable. La culpabilidad colectiva parece que no gratifica la
lucha con el apoteósico encargo de la épica histórica. La humanidad está obligada por
las circunstancias a perpetrar y a justificar públicamente sus errores, con el temor de que
puedan memorizarse. La palabra tiene la función epitelial del recuerdo de los
496 RICCARDO CAMPA

acontecimientos, en los que los actores pierden, bajo el mando, el sentido de la medida,
del sentido común y hasta de su cáustica dignidad.

  El filisteísmo de los partidarios de la guerra apela a la honorabilidad, que se une


al patriotismo y a todas las otras formulaciones edificantes de los órdenes
institucionales. El sentido difuso de la impotencia, a su vez, evoca la nostalgia del
tirano: pone en evidencia la desilusión por las instancias democráticas, coincidentes con
la crisis de la República de Weimar y la natural tendencia hacia soluciones rígidas,
radicales, inspiradas por el pensamiento único, por la uniformidad de las expectativas y
de los comportamientos. La ebriedad del peligro y el delirio de un infausto poder
declinan la verborrea de los tutores del orden, sustentado por el rígido consentimiento
unilateral. Los enfermos de los nervios llenan las retaguardias de la historia moderna:
demuestran sobre su equilibrio psíquico la intolerancia por las imperiosas decisiones,
que ciegan las debilidades de espíritu. En las rarezas de los cantores de Austria felix se
introducen los tiempos mejores, perseguidos como un juego de premios. La tragedia,
que Europa favorece como si fuese un ritual fúnebre, denota el vanidoso sentido del fin
deshonroso. El destino de Austria se hace presente en todos los que tienen gravado en
su corazón la antigua grandeza como una adquisición indeleble, a pesar de la
transfiguración impuesta por la guerra. Los bien pensantes se encomiendan a los
monólogos interiores, casi como si fuera la ejecución testamentaria de la alegoría del
Innominado manzoniano frente a la quiebra de su extravío sentimental e intelectual. Él,
en efecto, con una oratoria excesiva, se dirige al más agudo de los psicoanalistas, a
Dios. La música despide a los vagones precintados hacia la sublime mentira, que el
revisionismo histórico se encarga de reorganizar. La opereta custodiará el recuerdo de
una época, sarcásticamente contaminada por el culto de la venustez.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 497

15. LA INESTABILIDAD

La incapacidad de describir cumplidamente la existencia se explica en la


turbación y en el consuelo de la razón. La antropología se encarga de notificar las
costumbres y los modos de pensar de las comunidades subyugadas todavía al mito o a
un fetichismo contingente y exasperado. Las convicciones, que dominan en las diversas
zonas del planeta, no son atribuibles de modo inmediato al razonamiento racional, tal
como se entiende en la tradición euro-occidental. Pero la razón no execra ni discrimina
las conductas contrarias o extrañas a los principios tutelares del orden confiados a
explicar o a justificar la evolución de los mortales en el milieu cultural, en el que
gravitan y actúan en el curso del tiempo. El presupuesto, que René Descartes y el
racionalismo como corriente cognoscitiva comportan, consiste en creer en un nivel de
desarrollo cognitivo en el ámbito de la evolución genética del género humano. La
conciencia de poder utilizar los órganos del pensamiento, de la reflexión y de la
expresión, se considera una condición y una característica propia de una época. El
orden, que hace referencia a las sinapsis mentales, puede ser continuamente «visitado» y
confutado con el fin de mejorar las aportaciones cognitivas y prácticas. El ejemplo y la
costumbre –es decir la práctica– no son pruebas indiscutibles. El carácter refutable de
las convicciones es posible mediante el empleo de otras convicciones, que se someten al
cumplimiento sobre la base de los principios tutelares, de las aseveraciones creídas
necesarias más que evidentes. La axiomática racionalista es análoga a la que está
vigente en la aritmética y en la geometría. En el cálculo de las oportunidades y de las
finalidades, que el intelecto humano puede entrever como posible en el arco voltaico de
la experiencia de las épocas. La intemperancia de la razón encuentra crédito en la
contingencia cotidiana cuando produce efectos evidentes y detectables con los criterios
de la utilidad práctica. El error, sin embargo, se detecta, solo de modo intrínseco al
razonamiento racional. Esta premisa hace conveniente la argumentación, que ambiciona
498 RICCARDO CAMPA

explicar los fenómenos naturales y artificiales (sociales), en el intento de conseguir


niveles de eficiencia conectados con los de congruencia y de generalidad. El hecho de
que un teorema matemático se acoja universalmente como un instrumento útil de la
argumentación y de la medición asegura la eventualidad del cambio como condición de
la previsión. El racionalismo y el individualismo se conectan entre sí. El error, imputado
a la tradición y a la cultura, es por lo tanto un pretexto, tiene la tarea de catalogar con
una medida universal los arquetipos mentales contraseñados por la razón. La
transformación de los mitos en los postulados y en los teoremas matemáticos permite
ennoblecer las creencias que propician los acontecimientos. La efectividad permite a la
razón de apoderarse de un grado de legitimación diversa y quizás superior a las de las
expectativas providenciales, catárticas y salvíficas. La razón admite como fuente del
propio régimen expresivo la incubación genética y la articulación práctica de los
recursos anatómicos y fisiológicos del género humano.

La inocencia es el pensamiento de la regeneración, que solamente encuentra


cotejo en la angustiosa temperie de la sublimación de los actos efectuada por los
mortales con el fin de perpetuarse. «Ser el producto de un crecimiento lento no
consciente –escribe Ernest Gellner– quiere decir ser impuros. Descartes está
absolutamente alejado del sentimiento romántico que ve una profunda sabiduría en el
crecimiento lento e inconsciente, y una inmensa belleza en los frutos no planificados de
la adaptación gradual. No sólo está lejano, sino que lo refuta totalmente. La historia es
una contaminación»1. La razón se configura así bíblicamente como la causa de la
«caída» y la fortaleza ideal para la «subida». Para reforzar esta concepción se reponen
todas las tentativas, cometidas por el hombre, de levantarse de la gravitación terrena
para retomar el itinerario celeste, en el que se presagia la superación de las aflicciones y
las idiosincrasias de la contingencia mortal. Desde Platón hasta Werner Heisenberg, el
itinerario humano es resaltado por las etapas neumáticas, que facilitan la admisión en el
concierto cósmico. La apoteósica concepción regenerativa de parte de la humanidad
encuentra en el cielo estrellado kantiano su gravitación ideal. La razón otorga al
movimiento osmótico de la existencia el sentido de una prueba de fuerza o, como afirma
Robert Musil, de un experimento. Paradójicamente, el aspecto burgués del pensamiento
cartesiano contrasta con la catártica concepción de la razón. La purificación del
lenguaje, la afirmación postulada, la economía de la vida espiritual (usando una
expresión del cardenal Ildefonso Schuster) son auténticas agitaciones ideales, dirigidas a
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 499

sustraer la humanidad del peso de la propia pereza. Las luchas fratricidas por la
posesión de los bienes de subsistencia contingentada y el valor añadido, conseguido por
la intemperancia, son ineludibles en el habitat planetario. La ampliación del escenario
espacial encuentra la redención de las poblaciones, que agolpan el escenario terrenal
con las aflicciones y las intemperancias del deseo y del poder, en el universo energético.
La autosuficiencia individual se proyecta hacia el cielo, aunque reivindica sobre la tierra
los principios del derecho de gentes, de la dignidad y de la voluntad deliberativa y
opcional. La estrategia empresarial, descrita por Max Weber en el capitalismo
éticamente reformado, no se armoniza con el itinerario de la cultura oriental y
occidental. El ideal orgiástico de la conformación social medieval y pre-moderna se
eleva debido a la imperiosidad individualista de la Reforma luterana, pero no constituye
un antídoto a la insatisfacción individual y al egoísmo social. Weber y la época
burguesa disciplinan la mentalidad moderna porque encuentran una justificación a los
estímulos emotivos, sensoriales, que ponen constantemente en riesgo el equilibrio
social. El humanitarismo y la solidaridad son las manifestaciones del complejo de culpa,
que Weber halla en la incipiente sociedad burguesa, contraseñada por los vicios
privados y por las virtudes públicas. La desesperación weberiana consiste en la
teleología de la contingencia terrena, que intenta beneficiarse del sortilegio de las reglas
autoimpuestas por los actores de la nueva estación empresarial (y predatoria). La
demoníaca tentación de certificarse sobre el territorio (como en la etología de Konrad
Lorenz) por parte de las poblaciones, prendidas de la máquina y ocupadas en la
revolución industrial, sustenta implícitamente una férrea doctrina temporal. La
contingencia terrena permite mejorar, a través del maquinismo industrial, las
condiciones objetivas, pero no consigue atenuar los conflictos industriales. El
nacimiento de los partidos políticos de izquierda y los movimientos sindicales son la
demostración de una laicización de la condición humana, a la que se confrontan las
religiones del Libro, que fortifican su inferencia en la costumbre y en las elecciones
normativas de los órdenes institucionales. La damnación, prevista por la doctrina
weberiana como una prueba del temperamento humano, se convierte en un motivo de
confutación de las creencias consolidadas, que sin embargo admiten la salvación celeste
como el premio de la noble militancia terrenal. El compromiso y la intemperancia
conflictiva, que el darwinismo social considera ineludible y persistente, encuentran una
atenuación en la competencia, en la coparticipación de los bienes terrenales. El
liberalismo y el comunismo son las respuestas antitéticas al desafío temporal de la
500 RICCARDO CAMPA

humanidad considerada como irredimible bajo el perfil espiritual. Y, sin embargo, la


cultura sigue su curso, inspeccionando las características invisibles e imponderables de
la conformación energética de la naturaleza, en el propósito de evidenciar las posibles
alternativas a la economía planetaria. El itinerario cósmico es el punto de fuga del
malestar de la existencia terrena según las prerrogativas seroterápicas y catárticas de la
razón. La crueldad que supone cometer errores en la Tierra solamente se redime si los
viajes hacia el Empíreo se retoman con la ayuda de la techné, cuyo aparato nostálgico
de escandidos prometeicos sobreviven en las sagas y en las fabulaciones populares.

La mundialización de la existencia se identifica con las filosofías de la


modernidad, que se significan en fragmentarias teleologías y en riesgos artificiales
sobre el futuro remoto de los mortales. La ingenuidad es el mordiente polémico del
modernismo, convenido en el empeño económico, en la empresa lucrativa, en el
provecho e, inversamente, en el desprecio de todo individualismo, en favor de la
regeneración humana. La aprensión por el futuro se contrae en la apreciación del
presente, al que se le solicita también santificar las aberraciones subjetivas y las
idiosincrasias colectivas. La irrupción individual en el escenario político internacional
está casi siempre equipada por una prerrogativa étnica, credencial y lingüística. El
cuidado de los impulsos interiores regula de algún modo las relaciones interindividuales
que, conforme a las leyes vigentes, obedecen a las reglas del máximo beneficio con el
mínimo gasto de energía. El liberalismo y el comunismo contrastan involuntariamente
la entropía social, en el que se halla el fulcro regenerador de los recursos y las
estrategias, necesarias para asegurar en el género humano más adhesiones al banquete
de la naturaleza (según la expresión de Karl Marx). La meta-historicidad de la razón, sin
embargo, es un modo de decir, ya que es difícil establecer cuándo la evolución
antropológica se manifiesta sistemáticamente. La debilidad de los criterios de relieve no
permite formular una doctrina del afinamiento de la inteligencia a nivel generacional y
epocal. La única connotación orgánica posible es la autoafirmación personal: la
admisión por parte de los miembros de una generación consciente de los compromisos,
a los que está sometido. El recurso al método de la argumentación es un tipo de estatuto
antropológico, al que hacer referencia en la identidad de los pueblos y las naciones que,
en efecto, se levantan, emancipándose de la sumisión y de la explotación, en nombre de
la libertad, de la hermandad y de la igualdad2. El empleo apropiado de la razón es el
motivo de la salvación –según Descartes– del pecado y del error. La aventura intelectual
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 501

se perfila no siempre de forma sintónica con la dirección moral. El examen modernista


entre la ética religiosa y el finalismo didascálico de la ciencia se explica en la
conciencia del derecho-deber de decidir y de actuar a nivel individual y colectivo. La
ética social es sintónica con la teleología empresarial. La actividad humana, confortada
por la experiencia, realizada racionalmente, se emancipa de la sumisión dogmática de la
mano de los efectos concretos y exigibles universalmente. La costumbre es interceptada
por el cartesianismo, que la configura como un orden mental que todavía no está
legitimado por la razón. El transcendentalismo de la revelación reemplaza, en la
concepción cartesiana, el providencialismo empírico, teorizado por David Hume y
relativamente también admitido por Immanuel Kant, que considera el yo como el
unificador de las percepciones, en los que se compendia la experiencia. La
transcendencia de las leyes de la razón permite –según Descartes– la unificación del
planeta según una ética conductual, que se hace costumbre, fundamento de la
liberalización de las relaciones entre los pueblos y las naciones en un orden legislativo
tendencialmente unitario. La accidentalidad se delinea por tanto como un continente
todavía no descubierto y no homologado con los códigos interpretativos de la realidad.

En efecto, las diversas formas de la racionalidad son las manifestaciones de un


único fenómeno, de una misma tendencia de la psique y del intelecto humano dirigida a
salvaguardar la configuración de la naturaleza y de los métodos para interpretarla (y
utilizarla buscando las finalidades prácticas de las diversas generaciones que gravitan y
operan en las diversas regiones del planeta). La mente permanece, también para Émile
Durkheim, el autor de Las formas elementales de la vida religiosa, como el receptáculo
de las sensaciones y las elaboraciones conceptuales de las formas con las que
interaccionar en la naturaleza para conseguir las sugestiones, traducibles en sistemas
operativos. Según Durkheim, la importancia de los cánones cognoscitivos de las
diversas poblaciones del planeta consiste en evidenciar un mínimo común múltiplo, que
regrese el patrimonio general en el número de los componentes. La empatía y la
homeopatía concurren a manifestar las propensiones cognoscitivas de las comunidades
singulares que gravitan en el planeta. Las diversas reacciones, que se establecen entre
ellas, incide en las condiciones objetivas, en el sentido que algunas comunidades
mejoran su nivel de vida y que otras comunidades quedan como deslumbradas por un
ritual extático. La importancia de este largo estadio de reflexión –estudiado por Claude
Levy-Strauss, el autor de Tristes trópicos– se justifica en relación con la fase del
502 RICCARDO CAMPA

desarrollo tecnológico que, a niveles de incompatibilidad ambiental, se configura como


algo negativo. La complementariedad, que se establece entre los elevados modelos de
desarrollo y las inadecuadas formas de transformación de las realidades, es
particularmente relevante en la época contemporánea, preocupada en agitar el
metabolismo cósmico con un exceso de producción y consumo energético. La
artificialidad compensa las frustraciones y las expectativas de las poblaciones menos
socorridas por el progreso, pero asecha la estabilidad emotiva y las creencias míticas,
religiosas, paradójicamente influidas por la objetualidad (del fetichismo) en su
primigenia e inalterada configuración. La «mente primitiva» se compara análogamente
con los estados de excitación, alucinación, patológica, del hecho «normal» de la
existencia. El compromiso con la realidad es necesario para entretener relaciones de
cohesión y de gestión comunitaria. La disciplina mental permite inventariar los
fenómenos observados en la naturaleza y prometidos en laboratorios de forma
consecuente. Las goethianas afinidades electivas y las asociaciones de ideas no
contestan a una geometría limitativa del espacio y del tiempo: al revés, reducen y
prolongan las distancias entre los fenómenos naturales y los acontecimientos sociales
según una lógica trascendental, una teleología virtual, preventiva de cada previsión
razonable. La estrategia de la mente es responsable, tanto de la magia, como de la
ciencia: de los dos órdenes, a través de los cuales la humanidad se proporciona una
razón de los acontecimientos, aunque no aprecie sus efectos, que se consideran
distónicos de las perspectivas de supervivencia que se propone perpetuar.

La problemática del asociacionismo y el ritualismo como instrumentos de la


coherencia humana no constituye un elemento resolutivo del dualismo entre el
apriorismo platónico y el empirismo humiano. Tanto una manifestación, como la otra,
contribuyen a que el resultado del conocimiento sea comprensible y aceptable. Si fuera
posible establecer una línea divisoria entre lo que sucede preventivamente a la acción en
la mente y lo que se homologa de la experiencia, sería inevitable el condicionamiento
necesitarista de la existencia humana. Los dos hemisferios cognoscitivos, que se
refieren respectivamente a los paradigmas mentales de inspiración platónica y a la
naturaleza tal como se ejercita en sus fases modificadoras probablemente son los
aspectos de una misma figuración. La labilidad de sus manifestaciones permite a la
inteligencia y a la aptitud humana realizar un régimen de relaciones adecuadas con la
mejoría objetiva, que es el aspecto dirimente de la imaginación, a su vez portadora de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 503

los desiderata que se desean actualizar. Las apariencias, las máscaras, las figuraciones,
de la espectacularidad introspectiva propenden por la confutación a ejecutora. «La
humanidad vive y piensa mediante conceptos. Los conceptos son obligaciones interiores
compartidas de un modo común. Se unen a contraseñas externas y a condiciones
externas de manifestación. La humanidad es la especie que no está pre-programada
genéticamente en su comportamiento. Su potencial intolerablemente volátil, dentro de
cualquier comunidad, tiene que ser limitado, si queremos que de algún modo sea posible
la cohesión, la cooperación y la comunicación»3. La ritualidad inculca las obligaciones
compartidas, en las que se refleja la visión colectiva. Entre la «mente primitiva» y la
«selección natural» de las generaciones progresivas se establece una relación de interés
común y de complementariedad, que contrasta con el colonialismo y las ayudas a la
cooperación, porque estas últimas proposiciones presuponen, con la ayuda de la
evidencia, la unidireccionalidad al menos de las aplicaciones del progreso. El riesgo –
quizás aparente– es que esto cesa cuando se establece un tipo de uniformidad, que
sobrepasa el sinergismo vigente hasta el momento. La lucha cartesiana al prejuicio
social se presenta necesaria para fundamentar el orden estatutario, que asegura el
asociacionismo humanitario y la movilización para la consecución de objetivos, creídos
como benéficos para el género humano en su totalidad. El ritualismo –según Durkheim–
es la actitud refleja en el comportamiento, que ambiciona ser un sistema de
pensamiento. Su cumplimiento puede ser definido como una experiencia objetivada por
el ritmo apremiante de la costumbre: sería una pregunta reiterada, en la que se presagia
la presencia de una respuesta concreta. El dualismo entre Descartes y Durkheim es
como a menudo ocurre un contraste entre escuelas: de hecho, ambos reconocen en sus
concepciones cognoscitivas, tanto la razón decisional, como el ritual potestativo. Las
interferencias entre la razón y el rito tienden a diferenciar las posiciones de salida del
razonamiento, que se inspira prioritariamente a una de las dos.

El racionalismo presupone que la racionalidad se difunda de modo «ecuánime»


como un estadio de la evolución genética, y que por lo tanto la distribución cognoscitiva
no satisface de modo parcial a los connotados de la irreversibilidad y la universalidad.
Las diferentes manifestaciones de la razón –perspicaces como los sustentados por el
ritual– son formas explicativas de la misma sustancia. Efectivamente, también el
irracionalismo es deducido por el racionalismo, en cuánto que el primero es el factor
confutado por el segundo. La confutación no es una moratoria de la racionalidad sino la
504 RICCARDO CAMPA

exteriorización consuetudinaria y a veces fraudulenta de la norma, que hace racional la


identificación del sujeto pensante y el relativo patrimonio cognoscitivo. El ritual se
convierte a veces en ortodoxia (y, a la inversa, en herejía), que somete las obras y las
sustrae a la exégesis crítica, donde reside el «progreso». En la concepción de Weber, el
rigorismo religioso promueve la economía. Pero el rigorismo de Weber es una
convicción, que encuentra cotejo en la ética protestante, en un compendio productivo,
que de algún modo está exento de las inquietantes valoraciones morales.
Paradójicamente, la promoción social de la sociedad weberiana tiene como fundamento
la ética conductual, que se somete al cambio por la intercesión de los beneficios
conseguidos en la empresa, en la economía, en la costumbre. La salvación espiritual de
los puritanos se deduce del bienestar profuso en la comunidad, que se supone no se
armoniza totalmente con los parámetros mentales de los promotores económicos y
sociales. Y, por lo demás, el puritanismo es tal porque se opone a la corrupción (o al
menos a la corruptibilidad) del género humano, aunque la corrupción se adquiere por los
bienes prodigados en el desarrollo industrial. La antinomia entre la ética reformista y la
corruptibilidad social permanece incluso cuando la primera se presenta como un
paradigma salvífico y providencial para el género humano en su totalidad. Adam
Schmit, el fundador del liberalismo, confía en el mercado porque presagia la presencia
de la «mano invisible». La sobriedad y la honestidad son los endientes polémicos contra
las tendencias desordenadas, orgiásticas, de las colectividades. El lujo, prerrogativa de
las clases acomodadas, suple a la cohesión social y sirve de correctivo moral para las
clases acomodadas, inducidas a empeñarse en un eterno conflicto elevado (según la
expresión freudiana), que obscurece las mentes, anima las reivindicaciones, las
sublevaciones y las revoluciones. Si la sociedad se sostuviera sobre reglas simétricas,
las controversias disminuirían, pero también lo haría la competencia, el empresariado
(ligado al poder económico y político, hasta influir en el orden institucional). «La razón
es purificación, mientras que la cultura es corrupción sobre la tierra. La racionalidad
como tal no puede fracasar: si fracasa, es porque han quedado algunas impurezas»4. La
incongruencia, antes que la irracionalidad, es el aspecto más inquietante del
pensamiento, que se vale de equivalencias, de parecidos y de similitudes mentales, para
«medir» las diferencias existentes entre los propósitos cognoscitivos y los resultados
alcanzados por la razón, con la ayuda de los instrumentos construidos para subrogar el
intelecto en la encuesta y en el cálculo previsional.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 505

La razón se disputa la verdad y el error, según un orden mental arbitrariamente


utilizado para incidir precariamente (dudosamente) en la naturaleza, con el objetivo de
conocer sus leyes y de transformar en parte la morfología en una conformación
artificial. Esta propensión cognoscitiva encuentra cotejo en la concepción del pacto de
Thomas Hobbes, el autor del Leviatán, en la que la humanidad habría suscrito
virtualmente, en una fase indiciaria de su evolución genética, un contrato consigo
mismo, para garantizar, frente a la enajenación de una parte de la libertad natural,
aquella parte de la libertad política, que se asegura en el orden estatal. Blaise Pascal
ironiza sobre la coherencia del fundador del racionalismo: «No puedo perdonar a
Descartes. Bien habría querido, en toda su filosofía, poder prescindir de Dios; pero no
pudo evitar el hacerle dar una palmadita para poner el mundo en movimiento: después
de esto, no le queda sino hacer de Él mismo»5. En realidad, Descartes no se olvida de
Dios, cuyas leyes de reconocimiento de la verdad son innatas en la búsqueda científica y
en las aplicaciones tecnológicas, es decir en la artificialidad como posible alternativa de
las energías latentes en la naturaleza. «Una costumbre diferente nos daría otros
principios naturales, esto nos lo enseña la experiencia; y los hay imborrables, el hábito,
también existen hábitos contrarios a la naturaleza que ni la naturaleza ni un segundo
hábito pueden borrar. Depende de la disposición»6. El hábito es una segunda naturaleza
que borra la primera –según Pascal– pero deja en discusión la definición de naturaleza,
que Descartes encuentra en la espacialidad, en lo concreto, en la corporeidad, de la
experiencia. «Vuelto a si, el hombre considere lo que es en comparación a lo que existe.
Considérese como apartado en este remoto rincón de la naturaleza; y en esta estrecha
prisión donde se encuentra, me refiero al universo, aprenda a estimar la tierra, los
reinos, las ciudades y sí mismo en su justo precio…»7. Según Pascal, las maravillas del
universo descompensan el conocimiento sistemático de Descartes, que inaugura el
nuevo curso del aprendizaje en clave anti-consuetudinaria y anti-contemplativa. El
pensador francés considera la verdad revelada por Pascal como el conocimiento, que se
realiza con la razón, inspiradora y reguladora de la experiencia. El fundamentalismo y el
exotismo tienden a convenir sobre las dudas de la razón para dominarlas con las dogmas
de la fe o a veces con el improvisado testimonio de voces procedentes del éxtasis8, de la
endemoniada atmósfera que envuelve intencionalmente el globo. La autoridad de los
«iniciados» es una blanda aprensión por los secretos del cosmos y por su fatídica
circunvolución.
506 RICCARDO CAMPA

El restablecimiento de la emoción en el reconocimiento de la realidad de los


románticos no contradice la hegemonía cognoscitiva de la razón; más bien amplifica su
circuito expresivo hasta poner en evidencia el tiempo remoto, en el que la intuición, la
sensibilidad y la prudencia constituyen los instrumentos con los que afrontar los
desafíos de la naturaleza. El psicoanálisis, en efecto, otorga a la locución articulada (a la
memorización) aquel continente desaparecido en la simbología primigenia, falto de
articulación y de fabulación: en síntesis, de palabra. El romanticismo, en efecto, exalta
la palabra, aunque todavía en conexión con el sonido, con el aspecto rociado de
eventualidad. La frialdad racional y la agitada emoción, son indiferentemente, aspectos
de la actividad cognitiva y relacional. Las facultades mentales y las pasiones oscuras no
se contradicen, sino que se complementan, según un código conductual, que las
comunidades se dan en razón de un cálculo, para su conveniencia o por simple
oportunismo: por las razones, consideradas plausibles u oportunas para la mejoría de las
llamadas condiciones objetivas. Baruch Spinoza sustenta que el sabio se identifica con
la razón.

La disputa entre el racionalismo y el empirismo la resuelve el romanticismo y,


en particular, las doctrinas de la intimidad, vinculadas con los instrumentos de la
percepción de la realidad tanto en el hemisferio caracterizado por la ausencia de la
palabra como en el hemisferio caracterizado por la presencia cautivante e interactiva de
la palabra. La hipótesis de Hume en la que la observación prevalece sobre la
deliberación de las propensiones humanas también es superada, en este caso, por la
acreditada recuperación cognoscitiva de los espacios dominados por la sonoridad que no
han sido todavía alfabetizados. Todo lo que puede ser dicho, tiene que poder convenir
con las categorías expresivas, predispuestas kantianamente por la razón, aunque
fisiológicamente solicitadas por la experiencia directa con la naturaleza, en sus fases de
modificación, compartiendo el interés con las necesidades vitales de las comunidades
singulares. «Una “confederación de costumbres” no constituye una patria, ni un haz de
percepciones un yo. Kant ha sido ciertamente un cartesiano, y compartió el rechazo de
conceder autoridad a la costumbre y al ejemplo: nuestra alma no podía residir en lo
accidental y en lo contingente. Nuestra alma reside fuera de la historia, somos
visitadores más que miembros de la naturaleza»9. La moral por tanto no puede deducirse
de los sentimientos, sino de un «pacto» solidario, estipulado por la comunidad humana
en un estado de gracia, que señala el fin de la condición auroral e inaugura el exordio de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 507

la razón; y con la racionalización de la experiencia, la morfología de la naturaleza, hasta


connotarla como el resultado del azar y la necesidad, como hace eficazmente Jacques
Monod. La racionalidad cartesiana y kantiana permite conseguir resultados
cognoscitivos, extensibles a escala planetaria. La razón, entendida durkheimianamente
como fuente de información, se identifica con las características de la identidad de las
poblaciones, que la devuelven exigible en el plano normativo y aplicativo.

La razón, empeñada en solucionar las problemáticas nacidas de la condición


humana, no contrasta con su «orilla salvaje» y con su manifestación individualista o
gregaria. La concepción hegeliana de la historia refleja la estrategia de la razón, que
otorga el fundamento de una evidencia, difícilmente cancelable o sencillamente
impugnable, a su dialéctica interpretación de la realidad. La racionalidad con el tiempo
es tranquilizadora, pero también es escalofriante, porque prevé la concepción
metempsicótica de Nietzsche, del eterno retorno y de la reclusión del ser en el vértigo de
la historia. La teodicea hegeliana no tiene un carácter salvífico: se identifica con el
progreso, ilimitado y por lo tanto reversible. Las antinomias de la historia son las
efemérides de un mundo, que puede ser imaginado sin ceder a la ilusión. La razón
hegeliana es el demiurgo de la historia. Y contextualmente, admite que los beneficios,
sacados individualmente en su cumplimiento, tengan un tenor y una finalidad universal.
Gracias a la «astucia de la razón», los fines privados se generalizan y absuelven en las
tareas de la cohesión y del concierto humanitario. El «espíritu del tiempo» se refleja en
los acontecimientos realizados por los hombres, ocupados en otorgar un sentido
recóndito a sus urgencias cotidianas. La contingencia, en virtud de la razón, se
transforma en una cruzada mística, en la búsqueda del Aleph de la creación. El
materialismo y el idealismo se disputan las dos características distintivas de la razón: la
adaptabilidad equitativa del hombre sobre la tierra; la individualidad potestativa del
cuidado del bien, de lo bello, de la útil, como recompensa de la insatisfacción
existencial. El materialismo acepta la condena divina y la retuerce contra la
individualidad del egoísmo subjetivo; el idealismo confía en el comportamiento
hierático y compromisorio para evitar el originario complejo de culpa, que implica las
discrasias de la modernidad.

La razón se propone conocer la naturaleza con las categorías interpretativas de


los fenómenos, que pueden ser replicados para conseguir los fines de la utilidad
práctica. La simetría entre el orden mental y el orden natural es una cuestión de
508 RICCARDO CAMPA

principio: de hecho, las ambigüedades, las contradicciones de la razón son estrategias


cognoscitivas, que no necesariamente se adecuan a la receptividad efectiva. La
fenomenología hegeliana restablece por así decir una concepción ecuménica, realizada
por la razón, que se identifica con la realidad (que, para Kant, es íntimamente
incognoscible) y la transciende en el «espíritu del mundo». El dualismo entre el sistema
cognoscitivo y la manifestación caótica de la naturaleza se conjuga, en la doctrina
hegeliana, con el progreso, con la dinámica del conocimiento y con las variables de su
realización. La contemplación schopenhaueriana de la naturaleza es un tipo de
conmiseración por la inanidad de la razón y por lo tanto de todas las elaboraciones
conceptuales de dar un sentido y un comportamiento social responsable a las tentativas
de diagnosticar la naturaleza que no tengan de forma exclusiva una finalidad práctica.
La contemplación es un ejercicio estético, que no permite a la acción humana modificar
el aspecto y el alcance energético del universo. La esterilización de la curiosidad y el
deseo reduce el progreso mecánico a una distracción sin descanso.

La polémica en torno a la secularización cuánto menos distrae. Los usuarios de


la tecnología se proyectan contra sus principios inspiradores, y los entienden como si
fueran una desviación del ingenio humano. La suya es una constatación instrumental e
improvisada porque reconoce al intelecto humano todo cuanto se afana en confutar. La
sociedad opulenta se permite también el privilegio de auto-fustigarse, por un complejo
de culpa de extracción religiosa, de una religión pánica, que considera los objetos como
miembros inorgánicos del fetichismo, un recorrido mental con el que sacrificar las
capacidades individuales a la estentórea admiración de algunos arabescos sedimentarios
o profilácticos de la naturaleza. La idea de que la humanidad pueda inducir a error a la
propia orientación consiste en la sobrestimación del pecado del conocimiento. En
efecto, los exegetas del conservadurismo, esquivo de los adentellados apocalípticos del
progresismo, son idólatras fervientes. Su militancia religiosa o credencial está obstruida
objetivamente por los artefactos de su desmitificación. Para ellos el bienestar es un
atentado, provocado por el diablo en contra de los que creen en un Gestor del mundo,
que persevera en su intento mediante la llamada al temor pánico ancestral, a la angustia
que provoca las tinieblas y la muerte. La partogénesis de su filosofía es falsa porque
está carente de la dinámica necesaria para redimir el mundo del pecado. El ideal
orgiástico se acaba convirtiendo en una contraluz frente a la alternativa de la fe en la
providencial influencia celeste. En perspectiva, el gozo terrenal oscurece el malestar
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 509

futuro. La renuncia a los beneficios cotidianos sería aconsejable según el código


monástico y espiritual, pero no es practicable si no es en un sentido figurado, extraído
magnéticamente a las metáforas comunes, de difícil entendimiento y por lo tanto
seguidas y actuadas de forma despreocupada. El demiurgo de la razón se retuerce contra
el espectro de la inocencia ferina, aparentemente contraria a cualquier tentativa de
interaccionar con y en la naturaleza. «Cuando la voluntad se revuelve contra si y se
contrasta, y el individuo en cuestión se orienta hacia la pasividad y la contemplación,
Schopenhauer lo aprueba; Nietzsche, en cambio, ve sencillamente esta moralidad
ascética como la búsqueda indirecta y extraviada de la satisfacción de la ciega
sensualidad con otros medios, y la rechaza, prefiriendo la manifestación más cándida y
abierta de la Voluntad»10. La Voluntad no se configura –biológicamente hablando–
como una fuerza primaria, que se sustrae a toda la inteligencia funcional de la razón. Es
si acaso la energía latente y propulsora la que hace posible las realizaciones prácticas de
la razón. El ascetismo está imbuido de preterintencionalidad, en el sentido que prevé la
radiación de la razón como algo concomitante a las energías existentes en el universo.
La razón supera el instinto en cuanto que prefiere indagar los diseños de Dios o las
rarezas del caos en la depreciación del cosmos. Las fuerzas oscuras y ciegas del
psicoanálisis se configuran como tales a través de las categorías de la razón, que actúa
de tal modo que condiciona o reduce los efectos propiciatorios del desorden mental y
por lo tanto del universo circunstante. El ego se ocupa en dirimir el compromiso entre el
deseo y la realidad. Parafraseando el psicoanálisis, la razón tiene una función catártica,
sirve para convertir la identidad individual en la propensión de la historia, que
indemniza la irresponsabilidad con el olvido. La fe en la racionalidad de la historia
comprende los beneficios prácticos que el yo cree extraer de la experiencia y que no se
propone rechazar en nombre de una improbable unión con lo divino, con lo inauténtico,
con lo improvisado. El tiempo de las sucesiones y las eventualidades convalida la
evidencia, que exalta y mortifica contextualmente la iniciativa y el escepticismo
humano.

La biología (sobre todo desde Darwin) confirma que la existencia es connatural


al conflicto, a la proposición de las instancias laudatorias y aflictivas de la condición
humana. La tentativa, bajo pretexto o con ingenuidad, de sustraer la humanidad a la
suprema ley indiciaria de la naturaleza es impróvida más que falsa. El conflicto no
engendra solamente duelos, sino también mortificantes actitudes consolatorias. El epos,
510 RICCARDO CAMPA

en efecto, constituye la categoría originaria del arte, de la poesía, del énfasis


declamatorio de las virtudes potestativas y explicativas del género humano. Al poema
épico le acompañan el eros y el ethos, confortados por el nomos, las normas
consideradas salvíficas aunque puedan modificarse en el tiempo. La liturgia es parte
integrante de la poética de la subversión y la consolidación del milieu cultural, en el que
las generaciones ejercitan su energía vital. La contaminación de las lenguas es un
conflicto de perspectivas solapado, dirigidas a fortalecer la acción cognitiva del género
humano. La razón es por tanto el instrumento para ordenar el conflicto pues con ella se
descubre las condiciones adecuadas para hacerle frente. La connotación intra-mundana,
que sustenta la razón, encuentra un antídoto (bajo forma de un pretexto polémico) en el
irracionalismo, que se desenvuelve del carácter inalcanzable del núcleo (biológicamente
definido) del sentido común, de las acepciones cognoscitivas, utilizadas para intervenir
con la naturaleza y sacar ventajas prácticas. Lo concreto es el resultado del
conocimiento desde el punto de vista de la evidencia. El lado oscuro de la realidad, que
es tal porque no es completamente solvente en los mecanismos de la investigación y la
explicación de los mortales, siempre queda inaccesible. La convicción, múltiple e
inadmisible es el resultado de un proceso biológico, realizado apriorísticamente por el
intelecto agente y por el pragmatismo organizado según el cálculo consecuencial.

Los teóricos de la armonía preestablecida y los teorizantes del caos cósmico son
intérpretes refutables de un contencioso falto de sentido. Tanto la hipótesis apriorística,
como la hipótesis constructivista, son manifestaciones de la intolerancia de la razón, que
comprende a ambas en su status normal, complementándose. Efectivamente, ni la una ni
la otra son hipótesis conceptualmente sostenibles, si no es argumentando desde la
preocupación. El resultado de la recíproca interacción conforta las expectativas
redentoras de la humanidad: expectativas contingentes y contradictorias pero
conjeturalmente sostenibles como providenciales. La unión entre el suicidio y la
impotencia de la razón, sombreadas por la actitud de Anneo Séneca, refleja la
insolvencia en el plano práctico de la estrategia adoptada para afirmar la identidad
individual, intermediaria entre los deseados condicionantes de las atmósferas mentales
del habitat (natural, social) en el que se desarrolla el curso de los acontecimientos,
refrendados por la historia de los pueblos y de las naciones. La impotencia de la razón
registra según Séneca la insolvencia del sentido común a nivel comunitario e
institucional. Contra la difusión del irracionalismo la argumentación articulada
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 511

sintácticamente no puede hacer nada, sobre todo cuando la hipertrófica concepción de la


realidad impide inventariar sus alternativas. El irracionalismo senequiano es el estadio
inaccesible de la razón por la inferencia de sus propias normas explicativas. Cuando la
estrategia mental se ve condenada al fracaso, es la propia razón la que invoca su
mortificación. El luto viene a Electra para reducir el motivo que lo engendra. La
falsación científica de Karl R. Popper es como la comprobación de la racionalidad
entendida como la revisión crítica de cada teoría cognoscitiva. La invención léxica de
Popper es a la vez fraudulenta y espectacular: útil para fomentar el desaliento de las
generaciones probada por los «desastres de la guerra» atómica, nuclear, estelar,
programada con un fin no especialmente redentor para los dos frentes ideológicos, el
capitalismo y el socialismo, que se disputan, terminada la segunda guerra mundial, el
dominio del planeta. El irracionalismo –definido por Gellner como una actitud
petulante– de I. Lakatos y de P. Feyerabend se justifica –si acaso puede justificarse–
como un anatema frente a los sorprendentes éxitos conseguidos en términos conflictivos
también por la ciencia. La aprensión por las fuerzas primigenias de la naturaleza,
responsables del drama del totalitarismo del siglo XX, no permite hallar los
fundamentos del pensamiento científico en el irracionalismo, que pospondría
lingüísticamente al tótem de un numen imaginario, tenutario de la Caja de Pandora de la
razón. La insolvencia humanitaria de las aplicaciones tecnológicas de la ciencia, lejos de
llenar de infamia la razón, acredita la función edificante, al reflejar la indómita
tendencia de posesión y aflicción de los pueblos y las naciones a conjeturar y a utilizar
la aplicación práctica, a veces irreversible éticamente. «Si es así, la representación
popperiana deliciosa e inspiradora de la eliminación de las grandes teorías por parte de
un hecho singular desafiante no es otra que un mito»11. La mitología popperiana
encuentra cotejo en el paradigma de Thomas Kuhn, el pensador preocupado en pensar
en los impulsos o en las sugestiones colectivas, que inauguran un curso innovador del
conocimiento científico. El paradigma soberano sería el «orden», que se identifica con
la metodología investigadora de la ciencia y con la noción interpretativa de la realidad
en el lenguaje corriente. En fin, el paradigma es el ideal de la renovación (de la
agitación) cognoscitiva.

Si se admite la inferencia de una idea predominante sobre las conjeturas


cognoscitivas que operan en un determinado período histórico, se puede concordar
sobre su autoridad, que, siendo funcional para conseguir los conocimientos y las
512 RICCARDO CAMPA

realizaciones de utilidad práctica, puede ser confutada por su alternativa. El lenguaje


garantiza los vínculos lógicos del pensamiento que, según Ludwig Wittgenstein12,
concurren formalmente a delimitar el conocimiento. El lenguaje es un instrumento de
hechos, a través del que ineluctablemente se comparan las diversas comunidades
culturales. La invariancia de la lógica formal con respecto de las culturas de referencia,
sustentadas por Bertrand Russell y Alfred North Whitehead, otorga solidez a la
instalación conjetural, útil para la consecución de los objetivos de la progresiva revisión
del saber. El conocimiento se configura como la asimilación y la superación de las
idiosincrasias, que localizan y propician su expiación sintáctica. En cuanto que es un
patrimonio cognoscitivo, el lenguaje depura conceptualmente lo que recibe de la
idiosincrática costumbre colectiva. La verdad y la falsedad, implícitas en el lenguaje,
inducen a la disertación a responsabilizarse de un criterio discrecional, que permita
acoger y rechazar aquello que se manifiesta en el tránsito de la inmediatez experimental
a la glorificación interpretativa de la misma. Las actitudes verbales reflejan los
pensamientos, con los que se configuran las convicciones. La realidad –para
Wittgenstein– es su descripción. La reducción del campo semántico también concierne
la doctrina de Noam Chomsky, quien no está dispuesto en otorgar a la experiencia el
fundamento heurístico del potencial creativo. La uniformidad, presunta al menos, de la
constitución de los distintos lenguajes explica, si no justifica, su traducibilidad y su
comprensión general. La ritualidad del lenguaje permite deducir de su dictado una serie
de aserciones de otro modo ininteligibles. El orden expresivo se configura por tanto
como una garantía de la libertad conceptual e inventiva. La disciplina sintáctica
contribuye a aclarar el sentido de la argumentación. Las reglas sintácticas de la
estructura profunda de Chomsky consisten en armonizar el lenguaje común con la
teleología presunta o efectiva del género humano (hablante y pensante). La lengua
predetermina la metafísica, la comprensión de un proceso natural, que supera a los
individuos singulares y a las diversas generaciones. Las variables explicativas del
lenguaje, ordenadas sintácticamente, no conflagran ante el presupuesto bastante remoto
de una síntesis química y conceptual, fundamento del pensamiento articulado y la
representación escénica. El teatro de la acción es la terminal de un proceso que
difícilmente se puede razonar, pero que sin embargo tiende a sugerir un orden
explicativo. Según esta impostación doctrinaria, el localismo y los condicionamientos
comunitarios no siempre comprometen la universalidad de las argumentaciones, a veces
favorecen conceptualmente sus definiciones generalizadoras. El sectorialismo es una
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 513

deformación de la comprensión válida erga omnes, que está viciado de un


entendimiento separatista, discriminatorio. Una toma de posición del género denota un
complejo de inferioridad o inestabilidad emotiva, que compromete las relaciones
interindividuales y la aceptación de las reglas comunitarias. Además, la presencia del
indicio de arbitrariedad frustra cada tentativa de suscitar el consenso o al menos la
aprobación social.

La tiranía está más allá de la defensa de cualquier crítica y perpetra en el juicio


el dibujo uninominal de dominar la escena política. La simplificación de las instancias
civiles perpetúa un estado de emergencia, artificialmente asechado por la hostilidad
interior o exterior. La inhibición predomina sobre el juicio, hábilmente promulgado
como unívoco e irrefutable. La tiranía pretende dominar el desorden, mental y práctico,
transformándose en un tribunal de la inquisición para todas las actitudes, que puedan
hacer sombra al disenso o sencillamente aborrecerlo sin reacción alguna. El
conformismo se tolera como un mal necesario. La tiranía establece un régimen sumiso
con la mezquindad mental y con el descaro. El recurso a la desconfianza y a la
persecución consiste en asediar la condición indiciaria de cada actitud libre, se utiliza
para evitar la subversión del status quo, del orden existente e intolerante de cualquier
acto aunque sea una modificación irrelevante. Arturo Uslar Pietri, Miguel Ángel
Asturias y Ausgusto Roa-Bastos consideran al tirano una especie de insolente
Cincinato, que no se persuade frente a la intolerancia de los sujetos por la rigidez de la
disciplina programada como una culpa que tiene expiar con un sacrificio extremo. Su
función redentora comporta una actitud sacramental, un tipo de iniciación a una religión
pánica, que apela a las raíces neurálgicas de la existencia. La nobleza, promovida por el
tirano, se identifica con la capacidad que se tenga de soportar cualquier veredicto, por
injusto que sea, que tenga como fin la capacidad de acoger la transcendencia como si
fuera el epicedio terrenal. El tiempo del tirano se detiene para anquilosar sus
pensamientos, ya refractarios a cualquier apremio emotivo de tipo humanitario. El
influjo malvado de la razón transforma el monólogo en un vaniloquio, rico en
referencias bíblicas. El tirano ambiciona urdir el orden futuro a través de la nostalgia,
que colma de desaliento a los sobrevivientes de su gestación social. La incolumidad de
los virtuosos es asechada en todo caso por lo sospechoso, que encuentra cotejo en la
aberración de las leyes, de la costumbre y de la expresión: por una serie de edictos,
promulgados más allá de las dimensiones del tiempo litúrgico y el ritual orgiástico de
514 RICCARDO CAMPA

las paradas militares, de las concentraciones, fagocitadas por el circuito mediático de la


contemporaneidad. La crueldad concierne a todos los aspectos de la vida asociada. El
organismo social metaboliza la aspereza del orden bajo las formas de la ataraxia y la
sumisión. El trabajo y el alma se consideran mercancías, que la personalidad de los
individuos deciden no legitimar con su imperturbabilidad sensitiva e intelectual.

La tiranía se basa en el principio que la racionalidad sanciona, no en la paridad,


sino en la desigualdad. El género humano, en su evolución, alcanza un nivel de
conciencia, en virtud de la cual ambiciona la competición y la discriminación sobre
bases formalmente paritarias. El liberalismo sanciona este principio mediante la
empatía, la amistad y la ejemplaridad. La condena natural se sublima en el empeño
individual a modificar para mejor las condiciones objetivas. A diferencia del
liberalismo, el socialismo cree que la consecución de la responsabilidad individual
conduce al alineamiento de los tesones y de las relativas contribuciones (en términos no
necesariamente monetarios) bajo la forma de «ocasiones» liberadoras de todas las
posibles dependencias. Mientras, para el liberalismo, el privilegio señala el valor
añadido del individualismo, para el socialismo, es un golpe desmitificador de la
igualdad y la solidaridad humana. La vulnerabilidad y la sumisión económica asechan la
libre determinación individual, que puede ser en todo caso garantizada en el Estado de
derecho, preocupado por el destino de todos los ciudadanos, independientemente de su
militancia política, de su sexo, de su religión y de sus capacidades expresivas. La
igualdad como un derecho natural (y por lo tanto situada frente a la ley) se considera
una adquisición antropológica, una característica del género humano en su totalidad y
en sus variables étnicas, lingüísticas, culturales. La sobriedad y el empeño social son las
categorías más significativas del perfil consuetudinario. A través de su ejercicio, el
bienestar se perfila de forma general aunque diferenciado y por lo tanto, discrático,
injusto y socialmente remunerable. La política se perfila como la forma de gobierno
más idónea (desde Aristóteles) para contestar a las instancias, que se manifiestan en un
contexto institucional, salvaguardado por las normas, inspiradas en los principios de la
justicia social, de la dignidad humana y de la libertad de expresión. Los derechos
positivos son permanentes y transitorios, en el sentido que denotan prerrogativas
inalienables de la condición humana, a su vez modificable sin que se alteren las
conceptualizaciones ideales, paradigmáticas. El franqueamiento de la necesidad se
convierte en un código de comportamiento a nivel de masas, cuando el sistema
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 515

productivo implica inversiones financieras de notable entidad y el sistema de la


distribución comporta la adhesión de un número creciente de consumidores. La
sociedad industrial presenta nuevas desigualdades en el ámbito del sistema organizativo
y consecuentemente en el retributivo: ambos hechos posibles de la entidad de los
recursos monetarios y de la fuerza obrera apuesta por estar en el mercado global. La
costumbre es condicionada continuamente por la necesidad (real o virtual). El privilegio
y el monopolio del conocimiento y la producción son perseguidos y condenados. La
sociedad tecnológica encuentra indispensables las leyes que regulan la interacción
individual y tolera su transgresión. Paradójicamente, la sociedad industrial está tan
preocupada por la transgresión que considera que las leyes que la contrastan son leyes
retributivas de errores, injustamente infligidos al prójimo, según la urdimbre de la
necesidad conceptualmente diseñada. Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski adelanta
el drama de la sociedad, que se emancipa de la necesidad, infringiendo las normas,
diseñadas formalmente como su fundamento. La usura es necesaria en cuanto que existe
una ley, que la condena. Por esta razón, la adquisición de la responsabilidad subjetiva se
convierte en el epílogo del itinerario de la conciencia colectiva. El castigo sombrea el
juicio divino y preconiza el drama de la Cruz como hecho providencial para el tiempo
futuro.

La arbitrariedad oscurece la característica salvífica de los individuos singulares


que, emancipados de las necesidades primarias in toto o en parte, se proponen afrontar
las incógnitas de la vida humana como la extrema ratio de su libertad. La metafísica
restablece una aproximación ideal para quienes creen y una violación de la frontera
espacial para quienes no creen en la metempsicosis, en la regeneración. El curso cársico
de la sociedad industrial sugiere a los sujetos más o menos integrados que confíen en la
inmanencia las prerrogativas de la transcendencia, al menos en lo que concierne a la
extensión y mejoría de la vida. La aproximación se perfila como la cura homeopática
para aceptar las ventajas y las desventajas de la época tecnológica. «También la
irregularidad de ciertos verbos puede desempeñar su papel en la extensión social del
lenguaje y en el mantenimiento del orden social»13. La expresión refleja la falta de
ritualidad y la transgresión, que se manifiestan en el circuito impositivo de las normas
legales. La lengua latina ejemplifica este proceso, insertando las «excepciones» en un
aparato explicativo y cognitivo al servicio o en beneficio de la «normalidad». El
irracionalismo, todo sumado, recurre a la incertidumbre de la razón, considerando
516 RICCARDO CAMPA

erróneamente que está empeñada en una confrontación dual con su contrario.


Efectivamente, la razón es un cálculo combinatorio, que cree que es preeminente en su
afirmación la comparación de las posiciones aunque estén determinadas arbitrariamente.
Por su parte, la matemática razona con los números imaginarios y con los números
irracionales, en un intento de legitimarse en las dimensiones aplicativas, en los
resultados prácticos. La coerción, que es directa en las sociedades agrarias, es indirecta
en las sociedades industriales: se realiza a través de la renta, del consumo y de las
formas más significativas de la participación colectiva de la vida en sociedad.

Los conflictos interindividuales de la sociedad arcaica se transforman en la lucha


de clases y, en los regímenes autoritarios, en la competición corporativa. La
industrialización del trabajo hace patente el riesgo que nace de la reactividad del
mercado. La dialéctica ideológica es casi siempre la propedéutica de la reivindicación
social. La reflexión de cada sector productivo en el orden social en su complejidad es
atendible porque permite el control preventivo del gobierno y de las fuerzas laborales de
los mecanismos doctrinarios o técnicos con el que se produce o resucita el
consentimiento. La llamada lealtad asimétrica no contradice la racionalidad del sistema,
sino que la hace plausible respecto a las alternativas del mismo régimen conceptual. La
razón, en efecto, preside por así decir el cálculo mental y la elaboración de las
elecciones más idóneas con las que satisfacer las instancias humanas, según las
prioridades que ella misma contribuye a deliberar con la ayuda de la reflexión
(intuición) y de la experiencia. La autonomía individual, en el sentido liberal del
término, es por tanto ilusoria: la utilizan proféticamente los partidos políticos y los
movimientos sindicales. De hecho, el reformismo y la reivindicación social señalan los
criterios y los límites de la dependencia (política, económica y social) que no solamente
se consideran tolerables, sino justos, o incluso providenciales. La autonomía de juicio se
restringe por tanto a la adhesión a un movimiento político o sindical, tanto más cuando
estas asociaciones huyen de la tipología del siglo XIX, en el sentido que responden de
forma menos rígida a la implantación ideológica de las correspondientes filosofías. La
socialización de las ideas implica su aproximada o variable aplicación. El Estado-nación
se conforma cada vez más a la integración regional y por lo tanto al multiculturalismo y
el plurilingüismo con las inevitables acciones de signo contrario. El fundamentalismo y
la conflictividad son en efecto correlatos y complementarios. «“La mentalidad del
asedio” y no “la armonía preestablecida”, es el espíritu correcto de la filosofía de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 517

razón»14. El asedio es la necesidad, la implacable propensión al cambio y a la mejoría


según los dictámenes del exilio, del desconcierto de los náufragos, inducidos por las
circunstancias a prolongar lo más posible aquella estación de la espera del fin,
precursora del consuelo cósmico y del desesperado rechazo de Dios. La incoherencia
asume así una connotación teológica, algo que huye de la comprensión humana y que
puede ser aceptada con un acto de fe. Los testimonios de la irracionalidad son tan
difusos que se constituyen en un retículo protector de la razón. La ritualidad tiende a
potenciar la convicción con las pruebas virtuales, con los que se extienden el circuito
cognitivo y se anuncia a un universo sufragado por el consentimiento. La legitimación
de las ideas no depende exclusivamente de su carácter explicativo, sino de la eficacia
que el engaño y la publicidad tiende a hacer evidente. En la sociedad tecnológica, la
ilusión es una mercancía, que se muestra en la dramaturgia, en la musicalidad, en la
oratoria espectacular, en la homilía pseudo-religiosa.

El antagonismo (conceptual, participativo) del universo tecnológico es de hecho


complementario de los términos en comparación o en oposición. La afirmación de
molde dogmático, heurísticamente no es solo incongruente, sino también ineficaz. La
flébil convicción permite una abertura conceptual difícilmente conciliable con las
asperezas de los adversativos. El universo multicultural y plurilingüe comporta la
remisión de todas las reglas absolutas y la aceptación de un revisionismo postulador y
empresarial. La explotación (ideal, práctica) se condena con las mismas consideraciones
refutables con las que se admite. Su difusión engendra la conveniencia que, exudadas de
cada aposición moral, persigue el bienestar de quienes la practican con la ayuda de un
consentimiento no expresado, subliminal. La atomización de la experiencia es un
ejercicio que se conecta con la actualización de un régimen totalizador. La apariencia
fragmentaria, atómica, de la realidad ilusiona sobre su incongruencia: de hecho, la
realidad condiciona fuertemente todas las elecciones de fondo, tendencialmente
unívocas y totalizadores. El ascetismo moderno, descrito por Weber, induce a los
individuos a debatirse continuamente por las luctuosas injerencias de la vis destruens,
depósito del horror vacui, contra los que se desata el intelecto agente y se descubre la
defensa instintiva de la supervivencia germinal. La furia destructiva preconiza los
diversivos aspectos del nuevo orden de las cosas. Las mediciones tecnológicas
interceptan los acontecimientos naturales para que sus destinatarios no se encuentren
desprevenidos frente a las catástrofes, que devastan sistemáticamente el tejido conectivo
518 RICCARDO CAMPA

de las regiones del planeta. El utilitarismo casi siempre es desastroso; y sin embargo
atrae el interés de los individuos y los grupos, decididos a disfrutar de algunas ventajas
frente a otros, menos obsesionados por el propósito de emerger, de alcanzar una cuota
de poder, que les lleve a someter a los competidores en la empresa de vivir en la
repartición de los sobresaltos del azar y de las vejaciones cotidianas. El rencor oprimido
administra a veces una epopeya: los partidarios del reformismo institucional acogen
favorablemente las revueltas sociales contra la injusticia. Las profundas convulsiones
son obradas por la tecnología, que impone la inmediata adhesión de las masas de
usuarios a las cadenas de distribución. La entidad del beneficio se compensa con la
entidad del daño moral, que determina cada cambio de conducta. La moral trata de
contener los efectos desoladores de las mutaciones en el ámbito de las previsiones,
expresadas como si fueran los anticuerpos creados para salvaguardar el equilibrio
natural y artificial de los órdenes institucionales. Crecimiento económico y racionalidad
se interconectan. En el mundo contemporáneo es difícil establecer prioridades porque
las convicciones se relacionan con las previsiones, sufragadas al menos por las
proyecciones experimentales. Muchos productos no son introducidos en el mercado
porque, en el período intercurrente entre su planeamiento y su difusión, el clima del
mercado cambia y no ofrece las garantías, que había previsto la publicidad.

La economía global no es garantista. Sus dimensiones planetarias la exponen a


las contracciones sectoriales con una continuidad, no deseada. La falta de respeto a las
reglas, empleadas para garantizar las relaciones interindividuales, forma parte integrante
del modus vivendi, inaugurado por el decadentismo del siglo XX. El autoritarismo
ideológico y el liberalismo conceptual se unen extrínsecamente al modelo de la eficacia
institucional. El carácter mundano corresponde a la dimensión de la naturaleza
destructurada por la vocación a las modificaciones artificiales de las generaciones de la
opulencia y la desesperación. La implacabilidad del juicio ético permite la continua
comparación entre los pocos que se benefician de los recursos del planeta y los muchos
que inmanentizan su escasez. La falta de garantías ideológicas y de referencias objetivas
enriquece el mercado dotado de un potencial inexplorado con los instrumentos de la
racionalización. El azar desarrolla una función catártica: alivia el desaliento del
descontento de quienes –como diría Nietzsche– piensan en la existencia como el
resultado de un juego de azar. La falta de confianza en las tradiciones se debe a la
imposibilidad de actualizarlas sintetizando los paradigmas de los cambios.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 519

La creencia más difundida es que el progreso es ineludible y que sus efectos


pueden incidir negativamente en el proceso del cambio social. En otras palabras, la
evolución del conocimiento y sus aplicaciones no solucionan las diferencias y las
discriminaciones sociales. La razón de tal discrasia nace de la misma condición humana,
sometida a las implosiones afectivas y a convulsiones difícilmente refrenables. La
igualdad es un mandamiento evangélico que se ha secularizado. La retórica, de ser un
arma para convencer, se ha transformado en un instrumento de contención: sirve para
uncir las conciencias en un circuito ideológico definido por una precaria jactancia. El
rechazo del sentido común y la «medida» no se ajusta con las expectativas de lo
«nuevo», pero, sin embargo, prevé su contaminación y eficacia protectora. El
escepticismo posee una breve duración: logra a duras penas influir en los espíritus
rebeldes, que se agitan junto a los marginados y los iconoclastas. La quiebra de la razón
y por lo tanto del conocimiento satisface a los incapaces, a las masas de los
profanadores de cualquier límite, como fuente de la racionalidad y del buen gusto. La
aceptación de las reglas del juego dirime el empeño prodigado por los iniciados al saber.
El proceso, en el que cada ciudadano confronta sus ideas con los modelos que sostiene
la publicidad, constituye el epigrama de una realidad, que se modifica sin renovarse o
que se renueva sin confiar excesivamente en el debate, entre iguales, entre quienes están
convencidos que su participación es necesaria para alcanzar el consensus popular.
Paradójicamente, el polo direccional trata de conseguir el consentimiento a posteriori
en relación a las resoluciones propuestas y actuadas por un ciudadano o por un grupo,
con la intención de construir la felicidad general y al bienestar colectivo. El paradigma
de la acción contesta a los impulsos interiores de los individuos particulares y
contextualmente a las urgencias del universo artificial, realizadas predominantemente en
los siglos XIX y XX, en tiempos de la revolución industrial con la aplicación de las
estructuras tecnológicas. El estupor kantiano frente al cielo estrellado se confronta a la
aprensión que engendra la compleja estructura de un sistema atómico, nuclear. El
aprendiz de brujo se convierte en el hombre de la calle, continuamente subyugado por
los saltos cuánticos realizados por la ciencia. «No es pues posible –escribe Raymond
Boudon– mantener en toda su rigidez la distinción de Popper entre las predicciones
condicionales científicas y leyes naturales de sucesión: a menudo, en efecto, las
segundas se fundan en las primeras»15. El condicionamiento normativo es un sucedáneo
del efectivo: el pensamiento es el reflejo condicionado de la actitud explicativa de la
realidad. El conocimiento es el resultado de la prueba global, realizada por los centros
520 RICCARDO CAMPA

económicos en los diversos lugares del planeta. El pensamiento individual está obligado
a expresarse a favor o contra del orden de las cosas: y esta alternativa se refleja en el
potencial inventivo y ejecutor del anonimato contemporáneo. Las consecuencias
epistemológicas de semejante criterio de conducta son tendencialmente objetivas, sobre
todo si son coherentes con el respeto a los derechos positivos, que abstraen las variables
antropológicas que actúan en las diferentes regiones del planeta.

La radicalidad y la indulgencia se disputan el conocimiento contemporáneo, que


se caracteriza por la aproximación gnoseológica y por el clima desolador de las
realizaciones concretas. La prolongación de la existencia se abona con la progresiva
falta de sentido, incluso en el orden trascendental. El extremismo demuestra
históricamente que encuentra en el tradicionalismo su correlación más sintomática. La
vida humana de la época moderna está atravesada por una furia incandescente de
innovaciones científicas y tecnológicas, y también de desastres. La época del
revisionismo inventivo y conceptual no esconde su atractivo por las ruinas, por la
arqueología, que es la disciplina delegada a proporcionar la potencia agitadora de una
cultura en su grado de sedimentación polvorienta. La incertidumbre es una dramática
guía en lo fantástico y en lo ilusorio: investiga en el pasado mítico, fraudulento,
incestuoso, en busca de una justificación, que potencie su sentido y amplifique sus
expectativas. La problemática incertidumbre desconcierta el pensamiento consecuencial
y deja vía libre al azar y a la casualidad. La resolución heideggeriana es un antídoto a la
decadencia del sistema de pensamiento en la que se configuran la modernidad y la post-
modernidad: dos frondosas categorías intermedias de un proceso cognoscitivo en acto,
preparado propedéuticamente por la física, por la química, por la biología y por las artes
figurativas, por aquellos grumos del sentimiento que se puede observar en la
fulguración material (Picasso, Braque, Fontana).

La narración del mundo implica la escritura sintomatológica de dos universos


que se reflejan en las alucinaciones de la mente humana. El cortocircuito temporal de
las visiones de la realidad es propuesto por la dialéctica entre modernidad
(descubrimiento del Nuevo Mundo) y posmodernidad (descubrimiento de la catástrofe
del universo; existencia y búsqueda de la conquista de espacios alternativos en la Luna,
Marte, Júpiter). El enigma, propiedad del pasado, se desvela en el presente como la
inquietud del género humano, ocupado en destruir ingeniosamente la cárcel, a la que el
primer principio de la termodinámica, el de la indestructibilidad de la energía, parece
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 521

destinarlo. «En efecto, observa Max Scheler, es difícil separar con claridad, por
ejemplo, la física de la química (sobretodo desde que existe una química física), o decir
qué es la psicología. Pero en estos casos por lo menos es objetivamente posible y es
necesario recurrir –ante cualquier duda– a los conceptos básicos, aclarados
filosóficamente, como materia, cuerpo, energía o, respectivamente, “conciencia”,
“vida”, “alma”, es decir, a conceptos cuyo último contenido es indudable que la
filosofía aún tiene la tarea de aclarar»16. La presunción de entender el mundo cede su
sitio al propósito de describirlo, sobre entendiendo el valor recóndito que comporta una
disposición del género. La anatomía de la naturaleza es la práctica doctrinaria, necesaria
para competir humanamente con los diseños de la creación. « De “libre servidora” de la
fe, se hizo durante largas etapas usurpadora de la fe, aunque, simultáneamente, ancilla
scientiarum, esto último en diferentes sentidos: o asignándole la tarea de “reunir” los
resultados de las ciencias particulares en una llamada cosmovisión libre de
contradicciones (positivismo), fijar –como una especie de policía de las ciencias– sus
supuestos y métodos con más precisión que la que lo hacen ellas mismas (filosofía
llamada “científica” o crítica)»17. La subversión del orden de los valores, realizada en el
Renacimiento, permite confiar a la habilidad investigadora de los individuales
particulares la vía en la que reducir la angustia y la intolerancia por la aflicción del
tiempo en el espacio vital. El aspecto terminológico para designar las actitudes del
hombre moderno oscurece el franqueamiento de la pesadilla colectiva del laberinto
(descrito por Jorge Luis Borges), y del naufragio. La aprensión por el Aleph y por la
nada concurre a delimitar ilusoriamente el campo semántico de la desesperación. La
idea del progreso indefinido es consecuencia de la convicción del universo abierto,
inconmensurable en su potencial energético. El umbral del conocimiento moderno
corresponde a la morfología de los fenómenos, que sin embargo están continuamente
turbados por la intolerancia instintiva.

El posmodernismo es la epopeya de las confrontaciones y las evocaciones. La


personalidad individual sobresale metafóricamente en las imágenes iconoclastas de la
acción, de la competición, tal como ocurre en la Atenas del siglo V a. C. Frantz Funck-
Brentano escribe: «A la aristocracia de la raza, que llamaremos aristocracia patronal, le
sucede una especie de aristocracia financiera. Ella da lugar a una aristocracia puramente
financiera»18. El comercio de los bienes también comporta la aceptación de su
producción en un orden económico y social que no está conforme a las convicciones
522 RICCARDO CAMPA

políticas. La Atenas de Sócrates, Platón y Aristóteles, presenta notables afinidades con


la sociedad posmoderna, orientada a la adquisición de un bienestar inmanente,
ideológicamente descalificado. La lucha contra la pobreza es el síntoma de la nueva
nobleza, admitiendo que se configura con los atestados de la épica, de la moral, de la
transcendencia. El trabajo (introducido por san Pablo como una categoría que identifica
al ciudadano) es la parte móvil de la empresa, que hace sombra a la celeste. La
inexplicabilidad teorética de los resultados conseguidos en el plano práctico desalienta
la ambición humana y la hace ataráxica y también de forma opuesta hiperactiva. El
cristianismo combate la riqueza; el socialismo la redistribuye según el principio de la
igual dignidad humana en sus variables étnicas, raciales, lingüísticas, culturales, que se
ejercen cársicamente en el mundo. «Todas las clases dirigentes caen al separarse de las
cosas que producen y trabajan: acerquémonos pues al pueblo que nos hace subsistir»19.
La socialización del universo productivo –por otra parte fundado en la acumulación del
capital financiero, necesario sobretodo para realizar las inversiones estructurales–
constituye paradójicamente el correspondiente orgánico del capitalismo. El
derrumbamiento del muro de Berlín y del aparato socialista encuentra su inmediato
cotejo en la privatización de la economía y en la creencia en la dinámica financiera (que
no siempre es edificante). El nuevo orden hegemónico prevé la liberalización de la
iniciativa privada, la debilidad legislativa y la solidaridad voluntarista según los
dictámenes de una religión pánica, que considera la muerte como la última, insuperable
insolvencia de la ambición humana. El capitalismo liberal, pronosticado y temido por
Francis Fukuyama, representa la confiada creencia en el presente manifestado por el
pasado, afligido por las ideologías. «La globalización –escribe Jan Clark– ha sido
plasmada y promovida por los estados más potentes para conseguir sus objetivos. Se
trata pues de una expresión tangible de las desigualdades del sistema internacional»20.
La competencia económica y financiera a nivel mundial moviliza tecnológicamente
todos los Estados, tanto los desarrollados, como los que están en vías de desarrollo,
según los escáneres temporales establecidos por las multinacionales, que asumen cada
vez más anónimamente decisiones globales. La intensidad de los programas, dirigidos a
subvertir los destinos del planeta utilizando sus recursos energéticos, encuentra sus
límites en el habitat natural y en el milieu cultural, provocado por el consumo de los
bienes y de los objetos, capaces de enfatizar la hipertrofia individual como si estuviera
dotada de una imperturbable sabiduría.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 523

La técnica es la manifestación acabada de la metafísica. La representación del


sentido de las palabras se ampara, no tanto en su etimología, como sobre todo en la
fórmula sinóptica, con la que transita en el circuito convencional. La contaminación
lingüística, debida al estado de necesidad del planeta, que es subyugado por un
necesitado e incluso voluntario nomadismo, permite la internacionalización. Las
palabras y las siglas se imponen a las fórmulas, con las que la adquisición cognoscitiva
se convierte en el patrimonio genético de la humanidad. Lo enunciado asume así una
asonancia profética, que se extingue en la incitada experiencia cotidiana. La destrucción
de lo sagrado, de lo mágico, de lo teológico, se manifiesta en la escenografía, en la
asignación generalizadora. La convicción heideggeriana de que en la lengua alemana
habita la esencia del «lenguaje» lo acerca a una declaración de intenciones funesta para
la Europa hitleriana. La homogeneización de la modernidad ensombrece la época de los
orígenes y la perdida sapiencial, con el que la oscuridad del ser se profesa en la
intensidad de su acción. La íntima consistencia del ser es prerrogativa del acelerador
atómico o de la mística tibetana: de los dos universos mentales actualizados
complementariamente por el totalitarismo del siglo XX europeo y asiático. La
desmitificación del secreto sumarial, llevado a cabo por el humanismo occidental en sus
varios decrecimientos, está representada literariamente en la obra maestra de Gabriel
García Márquez, Cien años de soledad. Las compañías de teatro europeas de la época
moderna en los barrios de Colombia sirven de imán para atraer la sumisa conciencia de
las comunidades todavía subyugadas por el mito de la grandeza y el poder. El coronel
Buendía se encierra en su «laboratorio» y descubre que la ciencia, patrocinada por sus
mismos subversores, es liberadora de los estilemas mentales heredados por el pasado. El
desvelamiento del atractivo del imán convierte el mito de la fuerza neurálgica en el
contexto del sistema energético, que anima y condiciona el universo. La defensa del
catastrofismo se considera una propedéutica a una ulterior creencia del pensamiento,
ocupado en la investigación de los componentes orgánicos de la naturaleza. René Girard
afirma, en efecto, que la sociedad, que produce textos persecutorios, está en vía de
desacralización. Lo indecible recogido por Martin Buber en las Confesiones extáticas se
alinea con el aspecto escondido, secreto del mundo. La tendencia mística y la
problematicidad conceptual tienen el mismo origen: se deducen de la impotencia
humana frente al hechizo del cosmos. La experiencia del éxtasis se concluye –según
Buber– en la palabra, el instrumento que es al mismo tiempo secreto y sonoro, y con el
que la ambición humana jadea alrededor de los cánones explicativos del universo. La
524 RICCARDO CAMPA

palabra, en síntesis, es un medio para encauzar el extravío, el desaliento frente al cielo


estrellado. El acontecimiento por lo tanto no representa el inicio o el fin de una
investigación científica: es si acaso la metáfora del deseo humano de comprender su
íntima determinación. La representación elemental de la naturaleza se identifica de
forma ficticia con Dios. La intimidad de los seres, de los entes, de las cosas, presenta
una afinidad con la palabra, que anuncia al conocimiento de la naturaleza y
contextualmente de su creador y de su testaferro.

La facticidad, enunciada como por Karl Löwith a mediados del siglo XX critica
el heideggerianismo, de hecho refleja la actividad humana, ocupada en descubrir el
potencial energético existente en los fundamentos –en los ladrillos– de la naturaleza. El
totalitarismo superficial representa la reacción de la conciencia que todavía está latente
en las afirmaciones consolatorias del pensamiento del siglo XIX. La física del siglo XX
y las determinaciones congojosas, dramáticas del universo político, se sintonizan en la
dinámica inquisitiva de las causas profundas de la existencia individual (el
psicoanálisis) y la organización colectiva (la sociología). La impresión de que todo sea
sometido a revisión es coherente con la movilización general, determinada por el
arrepentimiento salvífico, democrático.

Lo primigenio y lo originario se identifican con la impetuosidad ferina del azar,


embridado por las proyecciones estadísticas de los aceleradores atómicos. La
ambivalencia de la materia y la energía está en el origen de la turbación mental de
Leucipo y Demócrito en la Atenas del siglo VI a. C. y de la de Albert Einstein y Robert
Oppenheimer en el Occidente del siglo XX. La aprensión de los intelectuales por las
formas autoritarias del poder, que resulta ser, para los observadores superficiales,
improvisada, de hecho es la representación escénica del desaliento, difundida por el
sentido común, por todas las pruebas de fuerza cometidas por el hombre en la
naturaleza. La adhesión más o menos voluntaria a la tenebrosidad del imperio de la
fuerza es en fin un acto de respeto, falto de crítica, a cuánto acaece en el universo. La
fallida conversión –como le ocurre a Martin Heidegger– a la democracia es
incongruente con el compromiso de la época, del que el filósofo alemán teme ser
responsable si no ajeno en sus resultados prácticos, concretos. La paranoia y el delirio
de grandeza son el precio que tienen que pagar los filósofos de la época atómica a las
fuentes clásicas del pensamiento consecuencial y consolatorio. El examen entre
modernistas y postmodernistas es deprimente porque piensa la técnica como si fuera un
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 525

sistema de actitudes, por otra parte condenados heideggerianamente, que frustran el


recorrido tradicional del pensamiento positivo o negativo, según el estado de ánimo (y
las condiciones físicas) de los exegetas de la existencia y del mundo. La técnica,
efectivamente, no solo es heideggerianamente la transcendencia acabada, sino también
la inmanencia hallada en los imperiosos desafíos que la naturaleza presenta al hombre,
armado, de hendientes polémicos, y también de consensuales sumisiones. El proyecto
del hombre moderno es adornar, si es posible, el mundo para hacerlo todavía más
provechoso, mediante el conflicto sublimado, de aquello que la simple argucia y la
simple retórica logran patrocinar. Es falsa la proposición, según la cual no existe
ninguna correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos. La proposición
contraria, por razones de correspondencia, puede ser formulada sin los correctivos de la
aproximación, de la adecuación, de la correlación, por el simple hecho de que el
macrocosmos tiene un ritmo de formación mucho mayor que el de la conformación del
microcosmos. La técnica no se propone el dominio sobre la naturaleza sino la
conformación con la naturaleza, que no responde, como los partidarios de lo
posmoderno quisieran, a reglas iniciáticas y a uniones causales previsibles y
dominables. Una modesta incursión en las matemáticas, en la física y en la química
modernas habría hecho desistir a cualquier fabulador de introducir en la programación
cognoscitiva la categoría de la causalidad en el lugar de la categoría de la casualidad, la
categoría de la precisión en el de la categoría de la aproximación. El método estadístico,
adoptado, tanto en el microcosmos, como en el macrocosmos, demuestra la relativa
consistencia cognitiva de los resultados de la técnica, que son penetrantes en el plano
práctico y universal.

La infidelidad intelectual de los contrarios al posmodernismo se evidencia en


volver a proponer las opiniones de Denis Diderot y Giambattista Vico, a propósito de la
conceptualización de las matemáticas. En realidad, la Ilustración sustenta que intuitiva y
pragmáticamente el género humano ha realizado inmediatamente una mutación
antropológica, considerada progresiva y redentora, en virtud de la cual se cree en
posición de verificar la autenticidad y la aplicabilidad de la hermandad, de la igualdad y
de la libertad. La posición de los enciclopedistas y los ilustrados consiste en patrocinar
una nueva etapa de la condición humana, que encuentra su conformación en la
revolución y en la reformulación de los sistemas políticos de participación
parlamentaria. La burguesía es también –marxianamente hablando– el estadio más
526 RICCARDO CAMPA

confortable frente al feudal, en el que el género humano se prepara para desarrollar un


nuevo trayecto inventivo e investigador en la naturaleza, con el intento de encontrar los
recursos que actualicen sus principios inspiradores. La eventualidad es un cálculo
diferencial, confiado a la reactividad (a veces cáustica) de la razón. Las calculadoras
electrónicas, definidas como prótesis de la mente, desarrollan un papel complementario
a la intuición, en cuánto que reseñan enormes cantidades de datos y las coleccionan
según modelos que se imprimen en una memoria. Efectivamente, esta forma de
patrimonio cognoscitivo, utilizable por las generaciones presentes y futuras, demuestra
la autenticidad de los principios inspiradores de la Ilustración, dirigidos a presentar al
género humano en su conjunto la conexión existente entre los derechos de la
responsabilidad individual y la legitimación colectiva. El debate sobre la cosmología
moderna es ajeno al infinito de Giordano Bruno, sin que por ello se exonere la búsqueda
de los sectores que son perjudicialmente inconmensurables. La realidad de la ciencia no
coincide con el realismo artístico. El análisis estratégico de la intolerancia humana
frente a los malestares de la existencia coincide con la militancia política. Los dos
frentes ideológicos contrapuestos –el liberalismo y el socialismo– serían
complementarios y no alternativos si su transformación en aparatos productivos y en
sistemas distributivos según los principios de igualdad no impusieran una insidiosa y
perspicaz competencia.

El hedonismo, sin embargo, es la representación alterada de la liberación del


hombre del trabajo (del sufrimiento) y de la necesidad. La historia del género humano
celebra el sacrificio (incluso bajo el perfil cristiano) como la ética del comportamiento,
dirigida a asegurar la satisfacción de las empresas realizadas durante la vida terrena de
los mortales. El juego, la actitud lúdica de los seres humanos, no contrasta con el
empeño, necesario para conseguir determinados objetivos prácticos. El juego es
semejante al trabajo, a la capacidad de traducir en obras más o menos permanentes las
imágenes redentoras, que la tradición evangélica y la talmúdica encuentran en los
primeros vagidos de la creación, en aquella fase iniciática de la humanidad, que Leo
Spitzer caracteriza como la armonía del mundo21. Las doctrinas de la liberación del
hombre de la necesidad comparten con las religiones del Libro el concepto de la
condena y el principio de la regeneración. En otras palabras, las teorías sociales, que
evidencian la intolerancia de los seres mortales ante los malestares mundanos, no son si
no las nostalgias del cielo. El vuelo es por tanto la manifestación concreta de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 527

arraigada tendencia neumática de la humanidad. El paisaje –para Amiel– es un estado


de ánimo.

La armonía del universo corresponde a una arraigada estación del alma, que
desde Aristóteles22 lleva al ingenio humano a las finalidades de la creación. «Se dice
que fue el culto de Apolo, el dios que tiene como atributo la lira, el que inspiró la
similitud musical de Pitágoras, y que los “auténticos pitagóricos” probablemente eran
una secta órfica»23. El antagonismo desde Heráclito hasta Hegel es el aspecto evidente
de un compendio de sonidos y significados que conflagran en la armonía. Por otra parte,
si la palabra antagonismo fuera intraducible bajo el significado de complementariedad
de los términos, que le da un sentido, designaría la destrucción, la muerte. La concordia
discors de la literatura latina es la síntesis de los factores que concurren para crear la
armonía. La amistad representa la armonía social, el clima apaciguado entre individuos
que están cada vez más atraídos por la alegoría cósmica. La música armoniza las
pérdidas de tonalidad de los cuerpos con el hechizo celeste. «La percepción sinestética
siempre revela la idea de la armonía universal... todos los sentidos convergen hacia una
sensación armoniosa»24. Ambrosio sorprende a Agustín en un encuentro en Milán, que
se caracteriza por la lectura silenciosa que realiza el arzobispo del Breviario. Lo sonoro
se contiene como en la misma dimensión armónica de las esferas celestes. El silencio
del firmamento es la alegoría de la puesta en escena de los cuerpos, que se difunden en
el espacio y en el tiempo recóndito. La meditación interior de Joseph-Ernst Renan es la
partitura del concierto divino. La danza evoca la armonía innata en el universo, que la
destreza de los cuerpos logra a reeditar bajo el movimiento emotivo y sacramental. La
mundanización de la música y la danza –según algunos pensadores– concurre a delinear
un campo de variabilidad cognoscitiva, que se conecta con la palabra y con los números
de forma transmisible, difusiva y concomitante. El pensamiento sería como una pausa
del concierto universal. Las comparaciones, que desde el Medievo hasta el fin de la
edad moderna, se hacen entre los acordes musicales y las visiones místicas y
temporales, son propias de una época de inquietud espiritual. El alma humana se debate
entre las espirales del infierno y las beatitudes celestes, recurriendo a la música, como si
fuera una alegoría cósmica, a la danza, como una figuración del movimiento undoso del
universo. El organum es un complejo de normas y un instrumento polifónico: una
categoría de la mente, que maquina cada estado de ánimo favorable a la armonización
de la condición humana con la armonía del universo. La idea, que domina la aprensión
528 RICCARDO CAMPA

de los mortales, consiste en considerar la concordancia con las temperies temporales


como si fuera un medio para restablecer el acuerdo con dios y de encontrar en la tierra
las señales del Edén. La propiciada armonía frustra, aún de forma hipócrita, la tradición
cognoscitiva, la tentativa racional de hallar en la naturaleza las leyes que puedan ser
utilizadas para el mayor provecho del hombre.

Las figuras alegóricas tienden a demostrar la existencia de una relación entre las
actitudes humanas y las animales. De la Edad Media al Renacimiento esta problemática
se afronta con la ayuda del paralelismo existente entre la música como disciplina de los
sonidos y el canto de los pájaros. La sabiduría de los animales se refleja en la actitud
asumida por los hombres al investigar sus comportamientos. «La “gran alegría” del
trovador es la revelación musical de la gracia (presencia) divina en la primavera, la
naturaleza y el amor; la revelación, además, del ordo amoris (“Delectatio ordinat
animam, delectatio quasi est pondus animae" [Agustín])»25. Para Petrarca, los ojos son
la sede del amor. Introduce en la poesía trovadoresca un nuevo instrumento de
armonización natural: la vista. El Renacimiento transforma intensamente el nexo entre
la acción humana y la naturaleza remplazando el sonido por la representación visual. La
diferencia sustancial de las fuentes inspiradoras de la contemplación consiste en
manifestar y evidenciar los estadios de la reflexión humana en la dinámica natural.
Solamente la vista puede interaccionar en un sistema cósmico, que se modifica según
las fases, sucesiones, calculables al menos, mediante los instrumentos inventados y
utilizados para reducir las distancias entre el punto de la observación y el objeto
observado. Las palabras carácter, temperamento y templanza tienen una matriz
conceptual común, como una conexión entre los elementos conductuales y el milieu
cultural en los que se manifiestan y en el que se justifican dentro de un límite. La
unicidad del mundo de la Edad Media se vuelve en el Renacimiento la imagen
perseguida con el fin de encontrar una confrontación en la experiencia práctica. Las
alegorías medievales dejan su sitio a las exploraciones conceptuales. La duda
propedéutica de cada comprensión operativa incide en los resultados prácticos mucho
más que las afirmaciones teológicas y que las convicciones populares. La dinámica
cognoscitiva renacentista se inspira en el presupuesto de la falta de armonía de la
vocación humana con respecto de las salvadoras propensiones naturales.

La época moderna hereda del Medievo el concepto de orden en conexión con el


de medida. Hasta el misticismo de Jacopone de Todi se explica en la constancia de un
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 529

equilibrio natural, que lo avala. La ilimitada nostalgia de Dios se reajusta en la temperie


cósmica, regulada por barridos, no importa si regulares o irregulares, ya que en su
momento la especulación humana es capaz de valorar o arriesgar su intensidad. La
medida preside la pasión, que presagia la terminal de sus figuraciones en lo invisible, en
lo imponderable: en las dimensiones de lo imaginario, subordinado, modernamente
hablando, al cálculo, a la estrategia humana, empleada para conseguir resultados de
utilidad práctica. Tentación, durante mucho tiempo realizada por los observadores del
cielo estrellado, de revelar la armonía de las esferas o la condena del conflicto como una
aberración natural o la admisión del mismo como potencia persuasiva, movilización de
las fuerzas que anhelan al gozo divino. En este último caso el conflicto ocultaría un tipo
de selección natural de los afortunados por la felicidad celeste, y relegaría a otros a un
ejercicio in itinere por la naturaleza, depositaria de la impenetrabilidad divina. La
gongoriana música del cielo nocturno también comprende el dolor de la aparente
iniquidad, que influye sobre los mortales, desalentados frente a las extraordinarias
manifestaciones del universo. La glorificación de la inexplicabilidad de lo existente
caracteriza la llegada de la época moderna, cuyo perfil problemático y didascálico se
refleja en la edad contemporánea. La sencillez y la belleza ostentan –desde el
Renacimiento– un tipo de interacción, de enlace antropomórfico, del que el Barroco se
ha hecho figurativamente su intérprete. La sintonía y la distonía, en cambio, están
continuamente sometidas a verificación, cada vez que la comprensión de un
acontecimiento natural encuentra cotejo en la reproposición artificial (del laboratorio).
La música sigue siendo el conducto más acreditado de interacción entre el hombre y las
esferas celestes, pero el Renacimiento considera que esta convicción es una actitud
consolatoria, que no siempre influirá positivamente sobre las expectativas salvíficas del
género humano, bíblicamente condenado a trabajar con el sudor de su frente y a
soportar un parto doloroso. La concepción teológica moderna tiene en cuenta la
sensación de malestar que experimentan los mortales en su vida y la obligatoriedad
instintiva y racional de poner remedio, mejorando las (llamadas) condiciones mundanas.
La «magnífica vicisitud» de Giordano Bruno se identifica con la providencia cristiana,
que se manifiesta en la metamorfosis. El Harmonices mundi de Kepler declina la
armonía de los planetas, cuyas consonancias reflejan la moderna psicología sensorial.
Las consonancias corresponden a las figuras geométricas, que, si bien no hacen
referencia a los números pitagóricos, reflejan la visión espacial, el conjunto de las
sugestiones, pensadas cuantitativamente e imaginadas inconmensurablemente. La
530 RICCARDO CAMPA

sublimación de la fe cede su sitio, en el siglo XVIII, a la presentación en atormentada


clave mística de la armonía universal. A la alegre elegía de la naturaleza de Francisco de
Asís, que inaugura la peregrinación individual hasta el sacrificio de la Cruz, hace cotejo
un perspicaz pensamiento revanchista de vehemente morfogénesis laica.

La problemática existencial se establece por así decir sobre dos frentes: el liberal
y el socialista. El siglo XX está influido –y afligido– por una comparación entre ambas
corrientes de pensamiento y acción. El liberalismo, decididamente laico, considera la
naturaleza como un terreno reservado a que los individuos se encuentren entre sí,
inducidos a medirse con los mismos recursos, para conseguir beneficios personales y
paradigmáticamente ventajas para todos. La lucha es la razón de ser de los individuos,
que se seleccionan, legitimándose, en el plano político, económico y social. El
socialismo, proditoriamente laico, de hecho cree en la naturaleza como la facultad de
facilitar la cohesión humana a través de la argucia más significativa del carácter
inextinguible de los individuos particulares del concierto social, independientemente del
nivel económico y cultural conseguido en el tiempo y en todo caso convertible en un
modelo ideal, igualitario, solidario y humanitario. El socialismo contiene de forma
ostentosa la selección natural en los ámbitos considerados patológicos. La reedición del
Edén terrenal también frustraría el pecado original. El dominio del instinto por medio de
la razón coincide con el nuevo curso de la imaginación, propensa a inspeccionar los
espacios vacíos, las atmósferas celestes, en la búsqueda de un asidero, que convalide
físicamente una nueva estación de la condición humana. La fenomenología engloba la
llamada realidad profunda, que no se reflejaría en la razón y tendería a restablecer un
estadio magmático, en el que paradójicamente una «nueva razón» supervisaría su
conformación cognoscitiva. Para evitar, en efecto, la exaltación del objeto –el
fetichismo de lo fáctico– el socialismo reniega de la propiedad privada en su sentido
arcaico de adquisición subjetiva de una parte del espacio vital, que tiene que traducirse
siempre en un bien colectivo, aunque sea utilizado por sus gestores temporales. La
esclavitud consumista es lo contrario de lo que el socialismo libertario confía realizar
confiando en el proletariado, en las clases obreras que apoyan el «objeto». Esta
distracción de los principios está en el origen de la quiebra organizativa del socialismo.
El «objeto» es contaminante: es una nueva encarnación de la propiedad. Por naturaleza,
la posesión artificial presenta formas de contracción, tanto en su perfil emotivo, como
en su perfil racional, que hacen pensar en un recrudecimiento de la propiedad
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 531

tradicional, afinada y presentada de forma sutil por la economía financiera. Entre «el
centinela de la nada» y «el sacerdote de la nivelación» se establece una disputa de
grandes proporciones retóricas, faltas de referencias mitopoéticas y teologales. La
añoranza por el naufragio, el odio por la contemplación, el reconocimiento sin ninguna
convicción de un recorrido alternativo al racional, confuta el progreso con los
instrumentos realizados por él. Una panorámica conservadora de una improbable
realidad.

El sacrificio satánico de la espiritualidad es una caduca expresión literaria,


realizada en favor de los ataráxicos y los incapaces. La infidelidad a la razón es un
malestar constitutivo, se desahoga en el rencor contra algo al que no se puede sino
beneficiar. Las corrientes de pensamiento que fagocitan, o escarnecen, al nihilismo son
derribadas por una alternativa espiritual, que es tanto más clara cuanto más profundo y
universalizador es el tecnicismo. Paradójicamente, el fetichismo, el fisicalismo y el
conservadurismo contemporáneos no prometen restaurar el mundo tradicional, sino
contravenir el actual. La mística de su desengaño no encuentra consuelo alguno en la
posible reconfiguración del mundo. La idiotez cansada frente a la dinámica
conservadora y modificadora de lo existente es todo sumado a la sumatoria de los
espíritus desencantados, que no toman parte, por su desinterés, en la marcha forzada
hacia objetivos de efectiva (y concreta) concordia humana. Partidarios de las orgiásticas
mitologías del pasado, estos pensadores del ser y de la nada amplifican el tejido
conectivo de la resignación palingenésica de la gran parte del planeta, ocupado en
encontrar en los nuevos recursos del ingenio humano una atenuación, no tanto del dolor,
que es una categoría religiosa, como sobretodo del sufrimiento en su cotidiana, prosaica
exteriorización. La expresión «los productos de la enajenación metafísica» cobra
sentido si se considera a contraluz la afirmación química, según la cual nada se
destruye, sino que todo se transforma. La prisión del ser es «la enajenación metafísica»,
contra la que la techné se propone una realización menos pensante. La «falsación» de la
realidad en la artificialidad es una torpe tentativa de la ciencia de ilusionar a los
mortales en su poder inventivo y decisional, pero es la única panacea que existe para
afrontar la unidad del ser, que desde Parménides hasta Heidegger contamina el egoísmo
de cuántos se ilusionan con cumplir una obra que se presente como salvaguardia moral,
acusando a todos los que se empeñan en mejorar las condiciones objetivas.
532 RICCARDO CAMPA

En resumen, las doctrinas restauradoras, conservadoras, adversarias de la


modernidad, más allá de la satisfacción imaginativa y verbalista, no puede renunciar a
los giros determinados por la técnica en la economía mundial si no quieren quedarse sin
ningún asidero polémico. La filosofía rencorosa y oracular, que invade de manera
vertical el pensamiento de Occidente, a lo sumo puede considerarse como un fastidiado
ejercicio académico o, peor aún, un exitoso mal, elaborado de modo ficticio y literario.
El esoterismo evoca con toda la sugestión de la que es capaz, sobre todo en una época
en el que la llegada de las masas, reacias a cada conformación personalista, restablece el
anonimato y lo hace propedéutico a un ulterior avance del proceso productivo. Las
ventajas determinadas por el tecnologismo tienden efectivamente a exonerar los
individuos de la legitimación de sus efectos, que se expresan a las masas consumidoras
mediante la publicidad y la propaganda. El spengleriana muerte con honor en un
combate sin sentido obscurece las mentes de los iniciados en el curso fraudulento de la
historia, propuesto por las doctrinas de la decadencia de Occidente y del naufragio del
exegeta de la tradición y la infausta continuidad. La condena del bienestar es cuánto
menos surrealista. Si la humanidad lo ha propiciado y perseguido desde tiempos
inmemoriales, es irreverente al nivel del sentido común prometer la inocencia ferina
como la única garantía de la perversa resignación. Los partidarios como Pierpaolo
Pasolini, de la elegía de la civilización primigenia como si fuera la única eximida del
pecado del conocimiento y la codicia, pueden proponer solamente divagaciones
literarias y fílmicas como propuestas de liberación psicológica y embeleco social.
También el biologismo, improvisado, de la actualidad esconde el interés concreto de la
perpetuación de la supervivencia del género humano al ineluctable amor por la
naturaleza. La defensa del entorno como categoría espiritual es falsa y permite a sus
partidarios de llamar la atención de las muchedumbres proponiéndose como los
extensores de un narcisismo autogratificante.

La defensa del «ordine armonioso» de la naturaleza, violentada por la


preocupación prometeica del homo tecnologicus, no tiene en cuenta que los cataclismos
naturales se han verificado desde siempre, desde la separación de los planetas a los
divertículos dentro de los mismos. Pompeya es el testimonio de una epopeya natural,
que tiene una fuerza que llega a arrollar el valioso equilibrio de una comunidad humana,
dedicada a las artes, a la artesanía y a la sabiduría. Si el conocimiento se identifica con
la intemperancia investigadora en la naturaleza, la corriente de pensamiento que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 533

sustenta la corrupción y por lo tanto el pecado original considera que estos están
implícitos en la idea del progreso. Una urdimbre trascendental de este nivel se deslía en
un régimen de constante compromiso: aborrecer el progreso y ser partícipes. La
denuncia de la subcultura y la evocación de la incorruptibilidad humana son
manifestaciones que distraen y distorsionan. Ellas serían superadas por el empeño,
siempre proclamado y siempre sólo realizado en parte, de la aculturación de las masas
vociferantes, que la política intenta desesperadamente apartar de las problemáticas
vitales para entretenerlas con complacientes cuentos rocambolescos, sustentados por la
extenuante fisicalidad.

La desordenada interpretación del modernismo que realiza la crítica, enemiga


del sentido común, consiste en la evocación bucólica y en la condena del maquinismo
industrial. Los hijos del sol y los Inti Illimani son los pretextos polémicos de quienes,

desde nociones históricas, geopolíticas, se inventan para acallar la conciencia un


patriarcado agrario lleno de ternura y abundancia. La inventiva contra la explotación
industrial no se verificaría –según los pensadores-socorristas– del alivio episcopal,
ecuménico, según su rayo de incidencia si se hubiera dado vida a la añoranza de los
conservadores como Edmund Burke, Charles Maurras, Alexandr Solgenitsin, y de los
conspiradores de la decadencia de Occidente como Osvald Spengler y George Orwel.
La literatura del ocaso, que invade el Occidente del siglo XX, hace de contralto a la
literatura de la acción, de la conmoción y de la movilización, en defensa de los
privilegios, que las edades que anteceden a la moderna han evocado, sin conseguir
nunca sus efectos. El antiprogresismo es la respuesta de quienes benefician al progreso,
que rechazan sus condicionamientos porque son ajenos a su evolución mental. Los
sobrevivientes de las convulsiones estudiantiles y juveniles del 68 y los años setenta del
siglo XX se empeñan siempre en realizar pruebas de autor, destinadas a retumbar en los
oídos de quién, superando las categorías de derechas e izquierdas, trata de recuperar el
trabajo en equipo y el consumo de masas. La remisión terminológica, debida a los
profesionales del verso, comprende a Carl Schmitt, Ernst Jünger, Ezra Pound, más allá
de, naturalmente, los saturnales de la izquierda boulevardienne. La progresión y la


Nombre compuesto del término quechua inti, «Sol», y la palabra aimara Illimani, que significa «águila
dorada», que es el nombre de la montaña ubicada en la ciudad de La Paz, Bolivia. El nombre designa a un
conjunto musical chileno formado en 1967 que pertenecía al movimiento musical llamado Nueva Canción
Chilena (N.T.).
534 RICCARDO CAMPA

recesión adquieren así exclusivamente connotaciones de carácter económico, en las que


se dejan ver tomas de posiciones contrastadas, y perceptiblemente votadas para la
aceptación antes que para la confutación del tenor social y el sistema político que están
en vigor.

El debate filosófico europeo (y específicamente el italiano, francés y alemán) se


configura –inconscientemente por parte de sus partidarios– en un tipo de fetichismo
lingüístico. Heidegger inaugura esta técnica de la incomunicabilidad, adeudándola a la
frustración de los usuarios ajenos a su raíz lingüística. La pretensión soberbia del
filósofo alemán es crear –en parte, con éxito– un orden de iniciados, que se asoman a la
salvación de la humanidad tomando en cuenta la «esencia» del ser. La dogmática
pretensión de parte de los pensadores del siglo XX (y parte del siglo XXI) de
permanecer en lo auténtico, se traduce en la acusación hecha al Occidente europeo, y
por extensión al americano, de haber desatendido el impulso sapiencial parmenidiano,
que habría censurado las guerras y garantizado la paz perpetua en una absorta o babélica
comunidad planetaria. Afrontar a cara descubierta el recorrido de la cultura occidental,
más que ánimo, necesita de una anacrónica visión de la realidad, que se alega a la
esquizofrénica cognición de si mismo de los aedos del campo. El burgo salvaje puede
ser un buen auspicio, como puede ser un mal auspicio el aislamiento en la Selva Negra.
La pretendida incompatibilidad entre el pensamiento y la acción es sinónimo de
irresponsabilidad; y por lo tanto, no sería conceptualmente plausible un pensamiento
que fuera eximido de la interacción con la acción (o en todo caso con el cotejo en la
efectividad, aunque solamente afectara las intenciones, las previsiones y las
premoniciones del conjunto de la humanidad). La pretensión de Hannah Arendt de
disociar el pensamiento de la acción es cuánto menos desconcertante por el simple
hecho de que el pensamiento sería condenado hipertróficamente a la ineficacia, a la falta
de censura: a un simple ejercicio retórico. Aunque el pensamiento asumiera
connotaciones adivinatorias y estuviera en condiciones de ejercerse de forma
dogmática, su fiabilidad sería verificable en el comportamiento, en el actuar cotidiano (y
consecuencial). La inutilidad del arte es un oxímoron: sirve para evitar interpretaciones
tendenciales respecto de una argucia divina o satánica, que el artista empuja a
confabular con el prójimo (presente o pasado). Le hubiera bastado a la intelligentia del
período de entre guerras el haber considerado la afinidad representativa de los eslóganes
publicitarios y del léxico metafísico, empleado por algunos filósofos-númenes de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 535

sabiduría críptica y disoluta. La metafísica heideggeriana se contiene en su totalidad en


la apodicticidad de las palabras, usadas para no ser ni plenamente comprendidas, ni
traducidas de forma adecuada.

La decadencia de la previsión antigua y la llegada de la razón moderna no son


alternativas ni contradictorias, como se esfuerza en demostrar la cultura de los iniciados,
de los mistagogos, de los chamanes, de los personajes que se ilusionan en encontrar la
esencia del ser en el misterio, que puede ser evocado solamente utilizando una jerga,
que solamente la entienden los iniciados. Favorecer esta propensión explicativa de la
irrealidad y condenar el tecnicismo significa confutar sus aportaciones al menos
consolatorias. Sustentar que la agricultura tecnológica produce efectos desoladores en el
género humano, comparables a los realizados en las cámaras de gas o en los trabajos
forzados del Este de Europa, no convence a las masas hambrientas de los continentes
desarrollados tecnológicamente, y quebrantados frente a su potencial humano,
inutilizable sin la ayuda y el concurso de la maquinaria industrial. La elegía de la fábrica
–ya presente en el despreocupado ribellismo futurista de Filippo Tommaso Marinetti,
difundido en el manifiesto del «Le Figaro» del 1909– no encuentra la creencia
significativa, perspicua de la elegía agraria. La dificultad de sintonizar la aprensión
humana con los fastigios de la técnica se debe a que el ritmo introspectivo es más lento
que el de la producción en serie. El hermetismo señala una línea de transición entre el
carácter inexplicable del pensamiento y la adquisición conductual, temperamental, de
las reglas ecuménicas, que se presumen en las disciplinas proféticas de los filósofos del
siglo XX. El pecado original de la edad moderna no consiste en la presunción del
conocimiento, sino en la desesperación de no haberlo obtenido en los precordios. El
atomismo desde Leucipo y Demócrito hasta Einstein constituye la fase incandescente
del demonismo, vuelto a contrario de la afirmación de la existencia de un Legislador
del universo, encarnado en la arraigada preocupación del hombre.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 537

16. EL ARTIFICIO

La representación de la realidad contemporánea resiente la influencia, que


ejercen los objetos, como arquetipos de la inventiva humana. El primitivismo es una
actitud que se conecta con el artificio, por el que el intelecto construye los objetos del
deseo, que considera que están implícitos en la profilaxis cognoscitiva de la naturaleza.
«La creencia sobre la que se basa el pensamiento primitivo –si este término todavía es
aceptable– escribe Serge Moscovici, es creer en el “poder ilimitado de la mente” para
dar forma a la realidad, penetrarla y activarla, para determinar el desarrollo de los
acontecimientos. La creencia en la que se basa el pensamiento científico moderno es
exactamente la opuesta, o sea, creer en el “poder ilimitado de los objetos” para dar
forma al pensamiento, para determinar completamente su evolución, para ser
interiorizados en la mente y por la mente»1. El objeto se descubre como el fin de la
acción, que favorece el pensamiento, conceptualmente orientado a hallar en la
naturaleza los signos de su salvación. Su itinerario se desarrolla en las obras, que realiza
según una práctica expiativa, providencial. El temor pánico se deduce de la impotencia
o de la inadecuación a la hora de enfrentar los desafíos de la realidad, que el
pensamiento mítico encomienda a la fe humana, y que el pensamiento científico predice
como un orden natural que puede modificar con la destreza o con la astucia de la razón.
La indiferencia del milieu natural, en el que el pensamiento se realiza, cae en el pretexto
por la intolerancia que lo determina. Efectivamente, la física moderna (desde la
relatividad a la mecánica cuántica) sostiene que todo campo energético es perturbado
por el observador al punto de por no poder valorar su alcance si no es por los efectos
evidentes, que tal perturbación delinea en términos conjeturales y estadísticos. Y a pesar
de eso, el análisis fenomenológico permite evidenciar a la aplicación práctica los
objetos del deseo, las figuraciones artificiales de los cálculos mentales, de las fantasías
imitativas de las vicisitudes oníricas, subliminares. El imperio de lo concreto legitima
538 RICCARDO CAMPA

las tentativas, aunque sean aproximadas, del conocimiento, de la elaboración de algunos


aspectos de la naturaleza en los espejismos de la realidad práctica.

La apariencia es el peristilo de la representación. Su ectoplasma contiene in nuce


las connotaciones de los entes naturales y artificiales, que el intelecto puede perfilar,
delinear y hasta afligir para transformar. La creatividad humana subroga la naturaleza,
en el sentido que adelanta anfictiónicamente las formas, las fuerzas, las correlaciones
entre las propias energías miméticas, que se asoman en el universo: por ejemplo, el
fenómeno del Hada Morgana, la visión de objetos en movimiento en un contexto
espacial y temporal, reservado a un «insólito» tipo de experiencia. La convención
solicita la inventiva a racionalizar la pleonástica adquisición de las energías latentes en
la realidad. La obligatoriedad de la inmanencia es la fianza, que cada observador de la
naturaleza suscribe con el habitat en el que actúa, en el que su obra asume cotizaciones
económicamente computables. La frontera de las convenciones es el estilema, con el
que se perpetúan impróvidamente. La comprensión se perfila por tanto como la acción
favorecida por la íntima participación. En este sentido, también en las relaciones
interpersonales, se verifica lo que sucede a nivel subatómico, donde las partículas se
influyen recíprocamente sin connotarse en términos dimensionales. La interacción
individual no es computable si no es a través del análisis de los comportamientos que se
reflejan en las acciones, dirigidas a realizar un acontecimiento, un fenómeno, un hecho.
La virtualidad del entendimiento entre los interlocutores presupone la consistencia de
los efectos, que pueden ser anotados objetivamente. La conocida como filosofía social
sería por lo tanto el enunciado de su correspondiente conducta. Las masas, que la
doctrina empírica tradicional excluye del consenso conjetural, en la sociedad moderna y
contemporánea, asumen anotaciones autónomas, formas de identificación que no se
sobreponen a la suma de las formas individuales. Se observa aquí la intuición
rousseauniana, según la cual la voluntad general no es la suma de las voluntades
particulares: principio del fundamento del parlamentarismo, donde el representante del
electorado, aunque sea elegido por una parte, representa la mayoría. Este principio se
deduce de la concepción matemática, en la que el infinito de los números reales es
idéntico al infinito entre dos de ellos. Las abreviaturas tienden a remplazar las palabras
–la disquisición– en el intento de introducir el mayor número posible de procesos
cognitivos. El ordenador tiene esta finalidad: une los sentidos de las palabras con los
símbolos, con los que sintetiza las variables y las constantes de la conjetura mental. «Si
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 539

hoy somos muchos los interesados en los fenómenos lingüísticos, eso depende, en parte,
del hecho de que el lenguaje está en decadencia, del mismo modo que nos preocupamos
de las plantas, de la naturaleza y de los animales porque están amenazados de extinción.
El lenguaje, excluido por la esfera de la realidad material, emerge en la de la realidad
histórica y convencional; y, aunque haya perdido su relación con la teoría, mantiene su
relación con la representación, que es después de todo lo que el lenguaje ha dejado»2.
La arqueología del saber de Michel Foucault no sería otra cosa que el recuerdo de los
sentidos del lenguaje en su estación catártica (para renovarse) antes de entrar en su fase
de decadencia (y, peor aún, de extinción). La filantropía desarrolla todavía un papel
edificante, en cuánto que concierne a las finalidades que la génesis de las palabras se
presume puede aún configurar en una sociedad obnubilada por los signos publicitarios
de la acción fulgurados por el pensamiento. Las ideas se convierten en fuerzas
materiales (según Karl Marx) al mercantilizarse, se pliegan a la acción manipuladora,
creativa. El arte de la conversación casi nunca se practica en el universo de las
solicitaciones emotivas, debido a la propaganda y a la publicidad, que se sirven de
frases hechas, afirmaciones que son realizadas con los alicientes de ser una fachada
(propias del infantilismo difundido). La redundancia y la confutación son las
prerrogativas de la locución moderna, que confían en la sugestión antes que en la
comprensión de la argumentación, integrada hieráticamente en un perímetro de
asertividad, comprobada por la adhesión, a menudo liberadora, de las masas (oprimidas,
móviles, significativas).

El dualismo entre la representación y el análisis de la realidad, aunque Gaston


Bachelard crea que es un factor de disociación, sin embargo consolida la progresiva
intervención del observador de la naturaleza en sus recónditas configuraciones. El
concurso de las circunstancias adversas en la experiencia social es el aliciente de la
inventiva y las intervenciones cohesivas, colaborativas, sistémicas, por parte de los
grupos y de las comunidades que están organizadas normativamente. En el universo
tecnológico, el conocimiento y el sentido común tienden a identificarse (al menos en lo
que se refiere a los efectos espectaculares, la cara mas justificada de la aplicación de los
descubrimientos científicos). Y es justo en esta cima compuesta de acabadas
experiencias e ilusorias aventuras en la que se establece el régimen del apremio emotivo
y sus turbaciones, provocado por la publicidad y por la propaganda, compromisos
exegéticos del modo de decir, de las frases hechas, de los refranes y de las figuraciones
540 RICCARDO CAMPA

verbales. La lengua es atropellada por los propósitos adivinatorios de los taumaturgos


del mercado. Paradójicamente, la evocación memorial se utiliza para propiciar el
cumplimiento de las elecciones, que naturalmente no sucederían desde el ímpetu de las
necesidades contingentes. Lo tangible es el objetivo clarificador de los esfuerzos
realizados para conseguir un beneficio (considerado tal por la fuerza de choque que
ejerce la moda, las convenciones, los rituales). La inhibición se perfila por tanto como
una afrenta al sujeto-usuario de los bienes por parte de la oferta. La fallida posibilidad
adquisitiva de los objetos del deseo se refleja en la inquietud social, en las categorías de
los empleados en aquel tipo de producción que, por diversos motivos, tienen dificultad
de fortalecerse en un trabajo alternativo. La fragilidad de las competencias por así decir
se exorciza mediante la estructura mecánica y tecnológica, que están respectivamente
connotadas por la repetitividad alienante y por la elevada especialización. El sentido
común, invocado para uniformar el mundo, se utiliza a la vez para desconcertarlo frente
a las inicuas o egoístas condiciones objetivas. Si todo es posible para todos, es difícil
establecer hipótesis sobre el cambio cualitativo de la realidad planetaria, atenta, todavía
a los desniveles económicos y sociales, contra los que el mercado actuaría para sanar,
aunque a veces sea responsable de las insidias que los más listos presentan a los menos
listos para ilusionarse e ilusionar de modo que crean que, actuando con desprecio hacia
los vínculos (éticos, morales), pueden realizar su destino, equiparándose a los fastigios
de la improvisación. Las variables de un prototipo son las formas más consistentes de la
agregación social. Las idiosincrasias y las extravagancias colectivas pierden su
gravedad moral si se refieren a un modelo que está en auge, que invade el inconsciente
colectivo. La perceptibilidad de lo ilusorio es el sentimiento que se difunde en un
particular período histórico, contraseñado por unas figuras de relevancia emotiva,
pasional. La parte lúdica de la intemperancia colectiva está tan carente de cualquier
sanción posible, que no podría ser aplicada generalmente al constituir una afrenta
institucional. El prejuicio tiene un curso imprudente en la sociedad tecnológica, donde
la fantasía imitativa se confronta a las fuentes productivas, en las domesticadas centrales
del esoterismo cotidiano.

La costumbre es una práctica continuamente en extinción y en fase regenerativa.


Esta intemperancia social se debe al tipo de asociacionismo, que determinan las
conveniencias (de trabajo, de estudio, de militancia religiosa o política) con la fulmínea
modificación de las actitudes mediáticas. La rehabilitación idolátrica, sin embargo, tiene
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 541

una duración breve, ya que los paradigmas mentales, que la caracteriza, se renuevan con
una facilidad excepcional (si bien ordinaria en la percepción multitudinaria). La
metamorfosis de las palabras en objetos constituye la escenográfica representación de la
sociabilidad. En el universo tecnológico, la miniatura y la ampliación fotográfica se
unen para validar la realidad práctica en la virtual, que no se identifica, si no es
apodícticamente, con la ilusoria. La inmediata decodificación de los signos, impuesta
por la convención social, casi siempre está subrogada por un complejo (de culpa, de
superioridad, de inferioridad) o por un sentido de la inadecuación, que puede ser
superado a través de la adquisición de «objetos» (medicinales, lúdicos, consolatorios).
La ritualidad es el principio de identificación del anonimato: si todos (o la mayor parte
de las personas) hacen las mismas cosas, estas pierden su atractivo, que puede ser
removido inventariando, a nivel personal o grupal, modelos distintivos (también, en
todo caso, de corta duración). La anormalidad, la desviación estimulan la curiosidad,
que se neutraliza en el convencionalismo y en el empleo indiferenciado de los objetos,
suministrados como un salvavidas a los consumidores-náufragos en un mar de deseos.
La representación escénica simula acontecimientos que, en la práctica cotidiana, pueden
sucederle a cualquiera o representar su epifenómeno. La condición del status es
inescrutable objetivamente porque se somete a una serie de prerrogativas, diversificadas
por áreas sedentarias, por agrupaciones colectivas, por sistemas y organismos
institucionales. Las barreras entre la esfera pública y la esfera privada aparecen
indistintamente, aunque la profiláctica determinación capitalista se dirige a la
hipertrófica condescendencia del yo, de la intimidad subjetiva, catafática en los
meandros de un inescrutable proceso cognoscitivo, efectuado a ciegas en el túnel de la
especie.

El cambio repentino de las relaciones interindividuales, que se verifica en el


universo social moderno y contemporáneo, hace referencia a un improbable sentido
común, que no tiene la posibilidad de consolidarse de hecho en la concepción corriente
de la vida individual y colectiva. La referencia a la categoría expresiva tiene una
función vocativa, sirve para oscurecer el restablecimiento de una conjunción de
intereses, que se declaran consolidados de forma diversa. La debilidad de las relaciones
interindividuales es el resultado de la uniformidad conductual de las innovaciones del
mercado: innovaciones que no siempre resultan edificantes, pero que casi siempre se
anuncian como salvadoras. La incongruencia entre los costes (los sacrificios) y los
542 RICCARDO CAMPA

beneficios (las ventajas) que los individuos particulares y los grupos organizados
pueden obtener es evidente: la ecuación no se cree de forma resolutiva, pero sin
embargo no se rechaza si no es en presencia de una alternativa con idéntica
configuración. Las panaceas de algunos hechizos humanitarios son influenciadas
tendencialmente por una concepción excesiva de la empatía, creída erróneamente como
un correctivo de la implícita conflictividad existente en todas las cosas. La empatía se
describe como la íntima resolución de los sujetos en una convención social, que
rehuirían del conflicto porque desentonaría con los principios de su participación activa
en el mundo. De hecho, la observación incondicional de la realidad natural da como
resultado inmediato la sensación de que el sistema energético, con el que se configura el
universo, es inclusivo, en el sentido que las variaciones predominantes son el resultado
de un contraste, providencialmente regenerativo.

Si el metabolismo cósmico no admite alternativas a sus intrínsecas


constituciones orgánicas, la idea (también cristiana) de contrastar la naturaleza con una
ley de tenor por así decir lastimosa, humanitaria, no puede sino ser consolatoria. Las
reflexiones más acreditadas sobre el argumento (de Nietzsche a Freud) hacen propender
la ética humana como propiciadora de la (maquiavélica) simulación del bien:
simulación que, de hecho, no sería sino la sublimación de los actos consiguientes a los
principios conflictivos (predatorios, afligidos, iconoclastas). En síntesis, la ética social
no puede hacer otra cosa (y esto notable) que unir los individuos en orden a los
principios de la inevitabilidad de su decadencia y su fin por la inexorable ley de la
transformación (y, quizás, de la regeneración) para que los conflictos sean cada vez más
sofisticados de modo que pierdan como en un exorcismo su mordiente deliberativa. La
habilidad del pensamiento humano consiste en creer que la naturaleza es el receptáculo
de la ambición y de las facultades inventivas de los individuos y de las colectividades,
decididas a compartir con destreza sintomática la ungaretiana alegría de los náufragos.
La paz perpetua kantiana solamente sería posible en una condición de radical
antagonismo respecto a las leyes de la naturaleza (al menos tal como aparecen en la
elaboración cultural). La historia de las gentes acaecida en el escenario planetario
delinea las fases de la emersión de la ciudadanía a la incertidumbre social, cargada de
significados, para que puedan creer en las perturbaciones existenciales de la
introspección intelectual y de la exteriorización práctica, experimental. Las reacciones
emotivas no son solamente la respuesta a un estímulo externo, sino también la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 543

participación en la imagen, en la que las palabras asumen sentidos predictivos. La


imaginación tiene una función emoliente y profética, porque revela la figuración que los
pensamientos y los entes asumen en el pensamiento. La racionalización de las
peticiones cognoscitivas dirime todos los riesgos, que la fantasía imitativa encuentra,
cuando designa los posibles aspectos de las cosas. El reconocimiento onírico, cumplido
en el psicoanálisis, afligido por sus corrientes explicativas, comprende las tomas de
posición del género humano ante las condiciones del sufrimiento, de la precariedad, de
una época localizada retóricamente en el estadio primigenio, cuando la ausencia del
lenguaje no facilitaba la relación interindividual si no a posteriori, con respecto de la
acción, a menudo fraudulenta, de quienes ambicionan sobrevivir, independientemente
de las causas que comportan la argumentación.

El certamen competitivo se manifiesta en los precordios de la humanidad y se


realiza en las formas más refinadas de la modernidad. La invariancia
predominantemente se debe a las formas representativas, a las modalidades de
exteriorización de las necesidades y de las intolerancias, que se establecen a nivel
planetario. La reivindicación de corte humanitario denota la urgencia del bien teórico
frente a su congruencia práctica, teniendo en cuenta el hecho de que la línea de
demarcación de la «civilización» o del «progreso» es la designada por las comunidades
más afortunadas, cuyo suceso está condicionado (y evaluado) por el subdesarrollo de los
órdenes institucionales afines. El sentido común tiene una función tranquilizadora, que
no concuerda con las incongruencias de la vida asociada y de las reglas que la
fundamentan, aunque sea incluso contrastando los movimientos osmóticos, provocados
por los propios partidarios de la armonía social. En este ámbito conceptual, el instinto
preconiza la razón, que establece así el nivel de interacción en las relaciones
comunitarias y en las realizaciones normativas. La ley, en efecto, establece un particular
análisis ya que atañe a la hegemonía de los instintos: hegemonía en todo caso reservada
al actuar humano de la razón, que no disciplina completamente la actuación, aunque
exorciza los resultados desoladores para mantener la vida consuetudinaria. La impericia
del instinto frente a la razón es denotada por la propia razón, por las cotizaciones
racionales, en los que se establecen las cuotas de vulnerabilidad de lo irracional en el
itinerario histórico de las poblaciones y de las culturas presentes y operantes en el
planeta. La razón disciplina la coherencia existente entre la convicción y las acciones
realizadas en aras a consolidar sus resultados o a confutarlos respeto a una concepción
544 RICCARDO CAMPA

que se cree protestativa e irreversible. Las representaciones simbólicas por excelencia


son las matemáticas, que reflejan los cánones interpretativos de la realidad según
criterios de interlocución e interconexión dotadas de una intuitiva economicidad (que es,
a su vez, la simbología universal, dirigida a codificar todas las actividades humanas
tanto las intelectuales, como las prácticas). La propensión por la síntesis es casi una
práctica religiosa, un modo de reducir las distancias entre el observador de la realidad y
la ley que la persevera en el tiempo y en el espacio, donde se identifica con sus
constantes y sus variables (proporcionadas, a su vez, por los recursos inventivos e
interpretativos de la condición humana). El universo consensual es entendido como una
hipótesis desde el punto de vista introspectivo por parte de quienes se interrogan sobre
su hecho y sobre la suerte de las temperies ideales y concretas, que los circunda (y los
obscurece, cuando afortunadamente no los exalta). La elegía del orden admite el
desorden bajo pretexto, que oscurece el banco de prueba del intelecto agente, de la
acción efectiva.

La inconciliabilidad semántica del orden con el desorden hace pensar en un


dualismo con las relativas peticiones conceptuales, entre ellas distónicas, al punto de
dejar prever un mundo y un no-mundo (como ocurre con la materia y la antimateria)
poseedores de un proyecto natural incognoscible en su penetrante ambigüedad. «Es
también inaceptable el principio –escribe Raymond Boudon– según el cual los
diferentes componentes de la evolución deberían marchar al mismo paso: la cultura
técnica, en efecto, puede desarrollarse sin que la cultura científica progrese del mismo
modo; y la industrialización no implica necesariamente el desarrollo de una
organización democrática del poder político. Por todas estas razones, una concepción
lineal de la evolución (concepción prácticamente análoga a la que, sobre un registro
intelectual y más popular, fue llamado en el siglo XIX Progreso), es, según Sahlins y
Service, insostenible»3. La noción de evolución multilinear consiste en hacer
pertinentes, aunque sea alusivamente, las coordenadas de la ciencia y los criterios
aplicados de la tecnología. La evolución social que no se historía se contradice a sí
misma y se esfuerza en hacerse comprensible también en el plano de la aproximación
explicativa. La connotación epitelial de una definición del género no encuentra ni
consensos ni disensos, ya que concilia los diferentes sentidos distónicos. La
contraposición del significado de la teoría y de la práctica es educativa: sirve para
orientar las mentes más que para incentivar su acción inventiva y realizadora. El
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 545

realismo social consiste en hacer evidentes las premisas conceptuales que determinan la
acción. El cambio social es un atributo de la historia, un componente endémico del
proceso económico, cultural, institucional, que se regenera en la geopolítica de una
determinada estación planetaria. Las teorías del cambio social son criterios de
indagación; no comportan ningún elemento cognitivo de las instancias innovadoras o
retrógradas, que se pueden averiguar en el curso de la vida de los pueblos y de las
naciones. La epistemología conlleva una constante de todas las doctrinas interpretativas
de los acontecimientos institucionalmente convertibles en normas de connotación
aplicada (termidoriana).

La impersonalidad de las inhibiciones sociales las hace laudables: sobre su plano


actúan las terapias del fortalecimiento individualista y el encargo solidario de las masas.
La tendencia (de la economía, de las finanzas) sustituye las rígidas leyes de la historia,
que se perpetúa en todo caso en el lenguaje consuetudinario, en favor de las
perspectivas de la mejoría generalizada, tanto en términos objetivos, como en términos
temporales. La permanencia en el estado de interregno, entre la necesidad terrenal y las
expectativas celestes, asume una connotación satisfactoria con respecto de la
problematicidad, a falta de indicios, de la salvación. En las sociedades post-industriales,
al conflicto de clase se enfrenta la competitividad financiera, que «regula» el desarrollo
alquímico de las diversas regiones del planeta, seleccionadas según sus
correspondientes recursos energéticos (para explotarlos) y sus correspondientes
potencialidades humanas (para utilizarlas según la preceptiva económica del mayor
provecho de las cuotas de inversión del capital). Según la concepción liberal de Alexis
de Tocqueville, el descontento y la oposición desarrollan un papel de particular
relevancia en las sociedades in progress. El estancamiento y la recesión política, que a
veces patentiza el disenso, constituyen las causas de una desilusión generalizada, que el
orden político tiende a neutralizar. La industrialización, introducida en los países
subdesarrollados de los grupos económicamente hegemónicos a nivel mundial, no
engendra reacciones secularizadoras. Al contrario, aparece como si fuera o un beneficio
o una condena, según el nivel del conocimiento dominante. La adquisición de los
condicionamientos tecnológicos es asechada a veces por la reivindicación nacionalista,
que se vale de tradiciones consolidadas para invocar el (religioso) respeto al valor
identitario. La incoherencia entre las postulaciones culturales y las transacciones
económicas y financieras no promueve solamente la indignación, sino que también
546 RICCARDO CAMPA

favorece el conformismo. Los enunciados de la innovación social se refieren, tanto a las


condiciones económicas, como a las interacciones individuales, a las que les
corresponde la tarea de valorar las implicaciones de carácter cognoscitivo y
providencial. «Una variante de la actitud escéptica consiste en conformarse con afirmar
que las falencias del conocimiento, en el campo del cambio social como en otros
campos, se deben a la complejidad del mundo»4. En todo caso, la complejidad tiene un
carácter más indicativo que predictivo sobre las adquisiciones, que la observación y la
reflexión son capaces de proponer a la experiencia. La incertidumbre de las
adquisiciones cognoscitivas las hace plausibles y propedéuticas a las ulteriores
elaboraciones conceptuales (sea en un sentido de actuación, sea en un sentido de
confutación). La acción individual se hace evidente en la aportación colectiva, en el
sentido que preconiza y realiza el cambio. Los paradigmas de la acción se vuelven
hipótesis en el metabolismo mental, que elabora en clave mimética los resultados de su
exteriorización, de su representación. La relación entre la subjetividad de los actores y
la objetividad de los comportamientos sociales es compleja y difícilmente expresable en
una ecuación simple. Epistemológicamente hablando, se puede afirmar que la cohesión
social implica la armonización de aquellas propensiones individuales que se constituyen
por mor del orden institucional (estatal). Solamente en un ámbito legalmente delineado
es posible, en efecto, argumentar en términos de objetividad (comunidad, sociabilidad,
solidaridad). La argumentación (política, económica, ideológica) permite analizar los
cambios macroscópicos con la ayuda de las metodologías de reflexión individualizada.
La introspección individual atañe el aspecto evidente del comportamiento colectivo: las
variables subjetivas son tales respecto a una constante objetiva, que es presupuesta o
notada por el trayecto del orden institucional (normativo, legal). La objetividad, en
cuanto que es imprecisa e imponderable, constituye un paradigma, al que referirse para
comprender, incluso en términos problemáticos, las instancias que son
fenomenológicamente relevantes. La correlación entre las variables subjetivas
representa la parte más cautivante de la problemática cognoscitiva. La complejidad de
las motivaciones se somete a las encuestas conductuales de modo que se constituyen en
una categoría interpretativa (dialógica, dialéctica, configuradora).

La racionalidad (o la lógica) de la acción puede conseguir resultados que no


cumplen las expectativas, pero que no por ello son irracionales. El empleo a veces
desordenado de este binomio, reduce la reflexión sobre la fenomenología de la acción a
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 547

una prueba de los instintos en contraste con la razón, como si en la individualidad de


cada ser viviente se escondiera un doble itinerario existencial. La admisión de Dios y
del diablo es pedagógica: sirve para reforzar la fe en Dios o el compromiso con el
diablo, según la preceptiva utilitarista y finalista de la vida humana. El hechizo del fin
se configura como un premio o un castigo, según la habilidad estratégica de cada ser
mortal de cerciorarse una finalidad o el cumplimiento de un itinerario predeterminado
por la homeóstasis natural. La intrínseca insatisfacción inherente al hecho existencial
coincide con la dialéctica sobre la validez exclusiva o al menos de la razón, de la
conciencia innata en cada proposición cognoscitiva, que da el significado y lo evidencia
en una memoria futura. La psicología de la muchedumbre supera las actitudes
individuales, perjudicialmente cerradas a la notación por su número, por la
multiplicidad de las condiciones emotivas y determinativas, que se disputan el perfil de
la legitimidad. La muchedumbre es una metáfora de la multitud, que representa la
radicalización de las instancias. Sobre la pertinencia de las invectivas, prodigada por la
muchedumbre en el vórtice de sus exteriorizaciones, con respecto de los resultados
concretos que se han de conseguir, se suele desconocer prudentemente sus efectos
evidentes, dejando para una esmerada investigación retrospectiva el señalar sus aspectos
positivos. La validez local de los análisis económicos, sociales, no es extraña a la
objetividad, propia de las leyes físicas. Las peculiaridades sociales son los afluentes de
un curso de agua, bastante accidentada, en el que se refleja –desde los pensadores
griegos del siglo V a los físicos modernos– la conciencia del observador-perturbador de
la naturaleza, propenso a identificarse con el poseedor de los derechos inalienables de la
persona.

El estancamiento económico, después de un período de euforia productiva,


provoca frecuentemente revoluciones, las respuestas colectivas contra los poseedores
(reales o ilusorios) de los recursos mal ensamblados y peor distribuidos. La desilusión
frente a una expectativa razonable es la causa preeminente de la intolerancia social. Las
causas de las revoluciones a menudo se inician por la eventualidad aunque sus efectos a
niveles macroscópicos sean ponderables en el ordenamiento comunitario e institucional.
El descontento no es necesariamente causa de protesta, aunque se sobrentiende. La falta
de adhesión (de conformidad) entre las expectativas colectivas y la desilusión individual
no exorciza la manifestación subversiva. Las llamadas leyes condicionales permiten una
nueva proposición de los fenómenos sociales en las fases alternativas respecto a las
548 RICCARDO CAMPA

realizadas: son en fin ejercicios estadísticos, que influyen sobre el juicio moral. Su
legalidad es inadmisible porque no está favorecida por ningún fundamento conceptual:
la fallida correlación entre la causa y el efecto es lo que la hace inadmisible. Su
influencia se realiza en todo caso en la predicción privada de afirmación.

La partenogénesis de las propensiones individuales a menudo encuentra su razón


de ser en el sentimiento difundido en la colectividad, en una especie de improbable
atmósfera comunitaria, que se presume ejercer en un solapado condicionamiento entre
sus miembros, configurados (etimológicamente como acólitos de un difuso culto
esotérico). Sin embargo, la espontaneidad está lejos del ser invocada como una medida
natural del cambio, que se afirma siempre como una característica del conjunto de la
comunidad, subyugada por las normas institucionales. La legalidad se perfila como un
sistema, del que se puede modificar solamente algunos alegatos. El conjunto de los
enunciados cohesivos (el pacto o el contrato social) son siempre individuados como una
constante. La permanencia de un principio constitutivo del ordenamiento social
garantiza la eventualidad (y hasta la oportunidad) de la revisión y del cambio de los
factores explicativos de su perversidad y perseverancia. El resentimiento social –según
Eugène Hagen– promueve el desarrollo tecnológico, aunque en ausencia del proceso
primario –la acumulación voluntaria o forzada– que está en la base del capitalismo.
Aunque esta teoría contraste con otras más acreditadas, como la tradición liberal, o la
tradición materialista, su verificabilidad en el Japón y en la Colombia del siglo XX
parece significar un portentoso inicio a la modernidad. El inconsciente colectivo
sustituiría la acumulación monetaria, actualizando la realización de los instrumentos de
producción a través de un tipo de mística de la empresa con una rigurosa implicación
individual. El empresariado sería la manifestación de un indómito sentimiento de
revancha. Pero, en el plano económico, la premisa del desarrollo consiste en la
disposición de un recurso monetario, que puede ser utilizado en un sector próvido de
beneficios (de provechos y plusvalías). El accionariado (predominantemente a nivel
familiar) reemplaza la acumulación, en el sentido que considera el trabajo y el ahorro en
la actividad productiva como el carácter distintivo de este tipo de empresa de carácter
infraestructural antes de proponerse a escala interregional e internacional. La apariencia
promueve la esencia de las transacciones comerciales, que influyen sobre el sistema
económico del orden institucional. Cuando la división del trabajo asume formas
complejas, el sistema económico se transforma en una estructura, en un aparato sujeto
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 549

por las reglas conductuales, que pueden contrastar con las leyes que están en vigor. La
complejidad de las situaciones laborales comporta la identificación de un modus
vivendi, que no incide intensamente sobre el sacrificio o sobre una renuncia de orden
subjetivo, aunque que se atenga a un modelo, que generalmente se cree que es el más
adecuado para propiciar buenas comparaciones con los destinos y las fortunas
colectivas.

Las expectativas reformistas pueden ser expresadas de forma conjunta por los
movimientos políticos y por las asociaciones sindicales. El trabajo se preconstituye, no
tanto como un aparato corporativo que solicita un gobierno, cuanto como un principio
rector del ordenamiento jurídico. La institucionalización de las relaciones individuales,
dirigida a realizar el cambio, comporta la adhesión (por así decir preventiva) de todas
las instancias igualitarias y solidarias que de costumbre confortan los grupos ocupados
en preservar el welfar, conseguido por medio de las discusiones y de las luchas entre los
diversos actores del aparato social. Los protagonistas del debate normativo afirman
implícitamente que han participado en un mismo criterio de dirección y en un mismo
modelo de desarrollo. Los contrastes sociales son tales si no se promueve la radical
disolución de lo existente. La estructura se modifica en las instituciones por la
interacción de los acontecimientos coyunturales: el curso histórico dirime las falsas
perspectivas y diseña, con rigor declarativo, las fases de la experiencia, que gratifican o
afligen la dignidad humana y su pretensión de sustentar las expectativas de los
innumerables individuos, que son todavía víctimas del abuso ambiental y de la
enajenación política. La ostentación de la riqueza, exudada de las falsas o irreverentes
implicaciones de la gestión, aumenta el carácter apodíctico del empeño y el azar
individual. La fortuna se convierte así en la subversión de las situaciones existentes,
heredadas ataráxicamente por la familia, por la clase social de pertenencia o por la
definición antropológica, considerada de forma extrema como un criterio de elección o
hasta como el síntoma ineludible de la discriminación social. Las relaciones de
producción (de instancia marxista) encuentran cotejo en las organizaciones culturales
(en los modelos de desarrollo, a los que las colectividades se encomiendan para mejorar
sus condiciones objetivas). La estructura estatal no puede ejercer la hegemonía sobre el
conjunto de los recursos económicos según la dimensión de lo público o viceversa de lo
privado sin acoger preventivamente los apremios que se manifiestan a nivel de grupo,
de estamento o de clase social. La sintonía de algunos aparatos estatales permite
550 RICCARDO CAMPA

radicalizarse dialécticamente hasta engendrar profundas perturbaciones sociales. La


cooperación reduce la conflictividad de la empresa y «sacraliza» el trabajo, entendido
como garantía de la igualdad y la subsidiariedad de los actores, ocupados en asegurar un
beneficio al conjunto estructural, que sea al mismo tiempo una gratificación de los
individuos particulares y una disciplina propiciadora de una estabilidad para todos los
sectores productivos y administrativos del orden institucional. El aspecto formal del
pleno empleo se identifica con la paz social.

La confrontación ideal exorciza o engendra los conflictos. Su representación


escénica tiende a conferir a la argumentación la función iniciática de las creencias
esotéricas. La disciplina expresiva se subordina a la amplificación demoníaca, a la que
cada enunciado cognoscitivo hace referencia. Las causas de la perturbación social
derivan por lo tanto del fundamentalismo ideológico. La disfunción problemática de sus
adeptos niega la versatilidad de la argumentación en favor de las sinapsis determinativas
del pensamiento operante (militante). El antagonismo, en efecto, es el ennoblecimiento
semántico del conflicto: anticipa la emancipación del sector átono (oscuro) de la
sociedad. La división del trabajo, para aumentar la productividad, es también
responsable de los antagonismos de clase en las sociedades liberales, donde el mercado
conflagra constantemente los intereses existentes en las empresas, que están en continua
remodelación tecnológica. Mientras en la sociedad burguesa es el obrero quien influye
en la economía política, en la sociedad mediática es el opinante quien genera los deseos
y las «ocasiones» para hacerles frente. Los medios de comunicación amplifican la
visibilidad del conflicto aunque sin ser capaces de reducir sus efectos. «Los conflictos
son crónicos y endémicos, como señaló la tradición maquiavélica (Pareto, Mosca, etc.)
tan sólo en el subsistema político. Pero los conflictos políticos no son sólo expresión de
conflictos de clase ni tampoco de conflictos sociales; también pueden, por ejemplo,
expresar sencillamente la rivalidad entre diversas fracciones concurrentes de las élites.
Solamente la lógica de los sentimientos puede sustentar el principio según el cual los
conflictos sociales serían el motor esencial del cambio social»5. Los sentimientos
asumen así un papel determinante en la sociedad programada tecnológicamente en
cuanto que generalizan (universalizan) la razón efectual. El simbolismo modernista está
exento de las declaraciones de principio, a los que hacen referencia los postulados del
prestigio y del status jurídico. El funcionalismo es un movimiento que relativiza
cualquier tipo de actividad social, que se proponga mejorar las condiciones objetivas,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 551

independientemente (pero no en contraste) de las pretensiones subjetivas. La innovación


en el sistema empresarial es una cruzada que continuamente pretende la consecución de
un doble objetivo: enriquecer al inversionista y beneficiar al comprador, en la práctica,
remodelar el mercado según su originaria conformación salvífica.

El determinismo social se somete contextualmente a la aprensión


fenomenológica y a la confutación ontológica. La dinámica consuetudinaria deja
entrever un complejo de circunstancias, que condicionan independientemente la acción
individual de la determinación preliminar, y contextualmente la íntima convicción
(imitada por las religiones del Libro), según la cual la voluntad subjetiva se manifiesta
en formas epigramáticas y patentes en el concierto social, del que recibe, expresada en
su debida forma, la legitimidad. El libre albedrío designa la capacidad para conseguir
ventajas (espirituales, mundanas) a partir de lo realizado de forma individual que no han
sido contempladas por los aparatos colectivos, aunque han sido erigidas para garantizar
la libre expresión del pensamiento y de sus representaciones. La productividad
(moralmente calificada o económicamente cuantificada) es el índice de demarcación de
aquello que es oportuno hacer en el ámbito de las garantías previsto por el orden
jurídico. La innovación es la característica que más se adecua a la participación
colectiva, a la operatividad de los mecanismos incentivos e incentivadores. La
generalización es una categoría relativa a los efectos prácticos, conseguida por las
innovaciones tecnológicas, como si fueran los aspectos de la aplicación con un objetivo
económico de los conocimientos científicos. La «consecuencia» de la generalización es
el hecho, un factor inconciliable con la previsión, que compendia las expectativas
«obradas» temporalmente por el ingenio humano. Los enunciados deliberados
conceptualmente tienden a eliminar una parte de la incertidumbre existencial, que aflige
el género humano desde las lejanas estaciones de la conciencia inmediata y
consecuente. La observación científica se transforma en constatación social,
contribuyendo así a «objetivar» con inmediatez los procesos mentales, vueltos a la
adquisición del conocimiento. El control de las convicciones avala los enunciados que
las fundamentan. Los indicios sobre la validez de la instalación aplicativa siguen
teniendo efecto hasta su ulterior fase explicativa. «Como ha indicado Popper, que aquí
retoma a Kant, el interrogante, según la forma que asuma, puede recibir una respuesta,
cuya validez sea controlable, o bien una respuesta incierta, pero en todo caso útil y
plausible, o también encontrar respuestas inconciliables entre ellas»6. La conjetura se
552 RICCARDO CAMPA

transforma en demostración a causa de la verificabilidad de la implantación


cognoscitiva (de la experiencia). La factibilidad del aparato científico en la empresa
convalida su fruición, en la práctica su inserción en el patrimonio cognoscitivo, sobre el
que ejercer la acción exegética y crítica. La experiencia se entiende como la visión de la
realidad que es ayudada por sus implícitas tendencias expresivas. El reconocimiento
humano de las variables naturales consiste en la elaboración de las metodologías más
idóneas para efectuar los cotejos en la práctica de la actuación. La experiencia se
configura de forma impropia como una práctica adquisitiva de las ineludibles
características naturales. La comprensión de la realidad condiciona su experiencia a los
cánones interpretativos, elaborados por el intelecto agente, correlato a su vez de la
simbología con la que la razón se propone identificar las causas evidentes, y repetibles,
de los fenómenos. La constatación de los acontecimientos es una categoría explicativa,
en el sentido que promueve, con particular actitud, un tipo de lógica didascálica.

La adopción de leyes condicionales en la dinámica social se justifica por su


refutabilidad, por su valoración crítica, como si fuese un presupuesto de su
transformación. También las leyes de la naturaleza se someten a la acción abrasiva del
pensamiento teórico y su fase experimental. El cambio social no encuentra un aparato
normativo, útil a los objetivos del diagnóstico de la vida (el desarrollo y la decadencia)
humana. Ello se resiente de las selectas políticas y de las oportunidades económicas y
sociales, que los diversos órdenes normativos son capaces de realizar. Bajo el perfil
epistemológico, el comportamiento constituye el precipitado histórico del aprendizaje
generalizado. Las consecuencias de la uniformidad tienen naturaleza tautológica, ya
que, preñadas de conformismo, las diferenciaciones individuales propenden a la
inconstancia y a la permanencia. La arbitrariedad representa el móvil de la
modificación, tanto en sentido represivo, como en sentido sumiso e innovador. La
ingravidez de los relieves energéticos, sombreada por la ciencia experimental, los
sustrae a cada definición, que postula su afirmación.

La pluralidad de las opiniones comunes en las sociedades laicas se identifica con


un tipo de mundanismo lúdico, individualista, resuelto puramente en una simbología de
naturaleza física y contextualmente conductual. La etimología de la participación social
es sinónimo de la etología humana, de la pretensión, siempre frustrada, por parte de los
individuos, que forman parte de la masa, de escarnecer al conformismo de hecho con el
conformismo de modo. Como en las cárceles se utiliza un lenguaje codificado de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 553

esencialidad y de la reiteración, así en la vida cotidiana la simbología parece tender de


una parte del cuerpo individual a la identificación del grupo. La diversificación
simbólica favorece a los incapaces de aceptar los desafíos de la globalización,
insertándolos para conseguir ventajas personales o de grupos de presión. El portentoso
universo de los símbolos corporales (los tatuajes, los piercings) se declina en la aparente
improvisación y en la inmediatez del reconocimiento: la aventura consiste en aceptar la
enajenación como fuente de renovación intimista y virtualmente contractual. La religión
pánica, dirigida a conciliar las discrasias y las diversidades, amortigua el malestar de
vivir en la inquietud, que sus acólitos pretenden engendrar en la comunidad de los
integrados (de los resignados a la uniformidad y por tanto a la propia indiferencia). El
subsidio y el auxilio, que los símbolos ejercen sobre los adeptos de estas difusas
creencias, consisten en la satisfacción del yo extraño, distónico del aparato en vigor. Por
otra parte, también en el pasado, el cuidado del aspecto exterior (los favoritos, los
quevedos, etcétera) era la práctica común de las personas atestadas en la espera de algo
que no se realiza o no se manifiesta. Los porteros de hotel y los reyes del siglo XIX
semejan disputarse, con claridad de intenciones, el proscenio, confiando su
exteriorización individualista al corte de pelo, al honor del mentón, a las uñas de las
manos, a la modorra de la mirada atónita frente al epigrama de la Nada. El desconcierto,
en la que la simbología corporal tramita, emigra de una posición a otra, inventariando
un tipo de compartición virtual de útiles, en el que es imperceptible la influencia sobre
la temperie colectiva. La anulación del sí se deduce de la fallida atención del yo a nivel
generalizado. Cuando la anomia refulge económicamente, el fuego místico se
encomienda a la simbología para hacer posibles gestos de particular relevancia, casi
siempre destinados a influir negativamente en los tumultuosos hechos comunitarios. El
luto, que no se conviene a Electra, subyuga las mentes de quienes se obstinan en
perpetuar el malestar existencial como el peristilo de la (ilusoria) beatificación celeste.
Las confesiones religiosas son a veces los conductos mentales en los que se perpetra el
mal colectivo. Un tipo de purificación delegado favorece a los artífices de gestos
irreflexivos, vehementes simbólicamente contra los inermes. Su disuasión colectiva es
declinante: no alcanza casi nunca el objetivo porque se vale de una perentoriedad
fundamentalista, que contrasta con las expectativas mundanas, vigentes en el universo
social moderno y contemporáneo. La artificialidad de la estructura institucional no
acoge estos atentados a su estabilidad de manera fraudulenta, sino de forma inicua,
porque aguzan la atención colectiva sobre los fenómenos, generalmente objeto de las
554 RICCARDO CAMPA

negociaciones y en todo caso de la perseverancia de los sistemas sociales consolidados


o en vía de una ulterior consolidación teórica y práctica. Paradójicamente, los atentados
a la seguridad de los organismos políticos reducen la entidad de la astenia de
participación a niveles discrecionales, pero ineficaces. La opinión pública en su
complejidad cree que toda reivindicación violenta sustrae recursos a la convivencia
pacífica, aunque esté cargada del compromiso moral y de la insolvencia mesiánica
(transcendental).

La contestación al pragmatismo corriente en los órdenes institucionales,


caracterizados por la uniformidad, se realiza de forma opuesta a la aceptación forzosa de
todas las estrategias tácticas, obradas por la economía, para pagar los recrudecimientos
emotivos. La economía tiene una función seroterápica en las conformaciones sociales,
donde la inventiva individual se muestra como la representación escénica del imaginario
colectivo, que no halla en la cotidianidad ningún resquicio de evidencia. «El punto de
partida para la teoría de la interacción simbólica –escribe Irwin Deutscher– es la imagen
del si reflexivo: es fundamental la habilidad de ver el propio si como un objeto,
concepto que Mead ha expresado en su distinción entre el Yo y el Mí»7. Los valores
sociales y las actitudes tienden a equivocarse para reactivarse, en sede separada, bajo la
forma de una proclama o protesta, no siempre con la finalidad de recibir adhesiones, a
veces también para evaluar el carácter inextricable del malestar existencial, aún en la
presencia de perspectivas concretamente lisonjeras y ventajosas. La durkheimiana
representación colectiva proporciona una renta a todos los grupos organizados, a las
asociaciones de clases o ideológicamente movilizadas, que propenden a la
sostenibilidad del entendimiento social. La psicología colectiva se perfila como la
filosofía de la historia contemporánea: como el epifenómeno de las conjeturas dirigido a
acallar los fundamentales interrogantes de la condición humana. La existencia está tan
congestionada por las exigencias primarias y secundarias que no resiste la confrontación
con el examen elemental. El comportamiento asume actitudes declarativas, sin que
necesariamente se sufrague por alguna notación cognitiva. El gesto o sencillamente el
silencio concurren a delinear situaciones, comprometidas por el disenso declarado.
Aunque la manifestación colectiva (popular) enarbola siempre un pretexto para llamar
la atención general, la responsabilidad de su desbordamiento ideológico se niega de
forma preventiva.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 555

Paradójicamente, los movimientos de protesta simbólica reivindican una


extraterritorialidad, que contrasta con los componentes institucionales. La
reivindicación legal se aglomera en los intersticios de la reivindicación extremista, que
sin embargo se satisface de las sugestiones emotivas, ejercidas en el imaginario
colectivo. El éxito, al que se encomiendan los movimientos ideológicos, es subliminar:
deja entrever una corriente de fondo, que puede subvertir las condiciones existentes. Su
actividad es de algún modo precavida. De hecho, los condicionamientos económicos
continúan contextualmente a objetivar el atractivo y el disenso, el interés y su
confutación. Aunque las representaciones individuales no se concilien con las
colectivas, su recíproca interacción parece plausible por el hecho de que estas últimas
modifican el escenario social, de modo que lo hacen más adecuado a las instancias
subjetivas (aunque la subjetividad, a la que se hace referencia, es difícilmente
configurable como la característica distintiva de un número de personas aparentemente
idénticas en su actitud social). La corporeidad se convierte en el lugar de los conflictos
sociales. «El cuerpo –escribe Denise Jodelet– ha aparecido muchas veces como un
sistema de oposiciones. La existente entre el cuerpo masculino y el cuerpo femenino
desaparece. La oposición entre el cuerpo social y el cuerpo privado se reduce. En todos
los lugares, el cuerpo-objeto ha caído en descrédito: lo que invoca la llegada del cuerpo-
sujeto»8. La importancia social del cuerpo lo exonera, al menos en parte, de la vicisitud
del intelecto agente, en su férvida injerencia en las prerrogativas más dramáticas de la
existencia. La fenomenología del cuerpo facilita la interacción del grupo, editando por
así decir una forma de sofisticado primitivismo, contraseñada por la inmediatez
compulsiva y por la delegación de las complejidades argumentativas al aparato
mecánico (a la tecnología). La insidia, que practica el nuevo primitivismo, es debido
predominantemente a la inconmensurabilidad de los daños cognitivos, reflejados en la
problematicidad y en el carácter conjetural tradicional. La dislexia aumenta la tasa de
inferencia de la obviedad en las argumentaciones, libres casi siempre de la constatación
directa. La influencia de la nemotecnia (no del memorioso de Jorge Luis Borges)
consiste en la reiteración de los códigos pactados, de acuerdo con la apologética
publicitaria, aseverativa. La implícita injerencia de los acontecimientos en el diálogo
fonológico de las generaciones físicamente hiperactivas es el indicio de la denegación
dilemática. La lógica dual alinea los fenómenos de la realidad en una doble serie de
sentidos, que llevados a las extremas consecuencias sintácticas, frustran su aprensión
escénica para adherir a un coro, expresado con timbres de percusión, uniformes.
556 RICCARDO CAMPA

El asociacionismo moderno y contemporáneo se manifiesta –como predijo Juan


Bodino en 1576, en Los Seis libros de la República– a través del modelo del linaje (de
naturaleza profesional, generacional, credencial). Los vínculos de fidelidad se conjugan
con los intereses evidentes y las escondidas megalomanías. Lo imprevisto es un ayuda
para todos los que ambicionan afirmarse en la sociedad confiando, más que en la
valentía, en la astucia ferina. El anacronismo de algunas afirmaciones de principio (el
amor a la patria, el apego a la familia, la obligatoriedad del auxilio recíproco) se
manifiesta en las iniciativas de algunos sujetos, que alejan o vivifican modelos de
comportamiento históricamente estigmatizados. De los beneficios, asegurados por las
circunstancias orteguianas, disfrutan todos los que creen que la labilidad normativa es
una ejemplificación de la inventiva. La disfunción del «pacto social» sacraliza la
enfermedad mental, la obesidad, el consumo de drogas, es decir el uso de todos aquellos
expedientes psicológicos que sustraen la acción individual a los condicionamientos
preventivos del código conductual, como un perfil de la ética institucional. La
decadencia del autoritarismo tradicional (paternal, particular, gubernativo, fideísta)
sanciona el empleo impropio del libertinaje más emancipado, que sacrifica en el
escenario social, no solamente los ideales solidarios, sino también las propias
generaciones humanas. El antiautoritarismo contemporáneo, lejos de perseverar en la
contención del poder impropiamente utilizado para decidir el destino del prójimo, se
ejercita en el absolutismo del yo, en la percepción de las señales propulsoras de los
conjuntos humanitarios. Se verifica –aunque el aspecto desolador se adeuda a la
inequidad económica, por otra parte evidente– lo que Aristóteles opina en la Política y
en la Ética a Nicómaco; la democracia degenerada es un monstruo de mil cabezas. La
tentación de valerse del principio, que disciplina la libertad de expresión para afirmar
obligatoriamente las propensiones o hasta las decisiones individuales, se identifican con
el mandato demoníaco en el orden político y civil. «El asunto del pecado solitario –
escribe José Andrés-Gallego– ayuda a penetrar algo más en la entraña individual de
todas esas actitudes y maneras de ser; por lo pronto, no pocas de ellas apuntan hacia la
existencia, al menos en el siglo XVIII, de una mentalidad más individualista, sobre
cuyas raíces no cabe seriamente sino guardar silencio. El individualismo no había dado
lugar, así, a un modo de comportamiento racional tanto como sentimental, afectivo; se
trataría de un retorno de cada hombre y de cada mujer sobre sí»9. El solipsismo mina,
desde el principio de la época industrial, el comunitarismo, los múltiples cumplimientos
del temor ancestral, de la vocación al bienestar, al conocimiento generalizado y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 557

relativamente edificante. La personalidad y el optimismo son un binomio publicitario,


que sin embargo es subalterno a la calidad de la ilusión colectiva. La ruptura de la
unidad entre el capital y el trabajo característica de la economía doméstica invalida las
relaciones, entre los sexos, interpersonales. La autonomía feminista se perfila en la
primera fase avanzada de la industrialización, cuando la fábrica reemplaza el domicilio
patricio o el convento.

La literatura sobre la familia del siglo XVIII (el libro Pensamientos sobre la
educación de John Locke, de 1693, tiene una notable difusión) atañe la revisión de los
roles (masculino y femenino) en el ámbito del «nuevo» aparato productivo. La
autoridad patriarcal cede el sitio a la potestad sumarial del patrón de la fábrica. El
laboratorio es un consorcio de energías, de tenor distinto, para que puedan
complementarse en la calidad de producción más allá de la cantidad. El virtual o
potencial igualitarismo se deduce de la conexión de los factores, que interaccionan,
tanto en la gestión, como en la propulsión, de la estructura mecanizada. El coste de la
manufactura compensa, tanto la habilidad operativa, cuanto la aportación estética. El
objeto tiene que suscitar aprensión, sugestión, motivo de satisfacción en quienes lo
utilizan cotidianamente. El desarrollo tecnológico y el proceso independentista de parte
de los países subyugados por el colonialismo de los centros del poder económico e
industrial contribuyen a la liberación de la mujer y a la llegada de la modernidad. Los
baluartes de este cambio histórico son los incentivos profesionales conexos con las fases
de la propulsión industrial. El sistema jerárquico (civil y religioso) son inducidos a
modificarse, aunque sea en los atolladeros impuestos por la tradición consolidada,
destinada sin embargo a ser subvertida por la mundanización, por la religión pánica del
trabajo, por la corresponsabilidad de la ayuda mutua, por la solidaridad (general y
difundida) en todas las zonas del planeta, donde la gestión de la época comporta la
condena de todas las radicalizaciones –religiosas y laicas– que rompen el clima de
reconocimiento universal de los derechos y los deberes del hombre y del ciudadano. La
producción tecnológica reduce los espacios (prácticos) del planeta, que se dota siempre
con mayor prudencia de los instrumentos de comunicación. La prensa, la calle, el cielo
son los trayectos ideales y prácticos, en los que los pueblos se conocen y se
condicionan, en un intento de sacar ventaja recíprocamente de la contaminación
lingüística y cognoscitiva.
558 RICCARDO CAMPA

La industrialización inaugura un milenarismo contingentado por la producción y


por el empleo de los objetos. Las nuevas creencias religiosas hacen referencia a la
ascesis, que se relaciona con el sacrificio corporal, con la infravaloración de los
prejuicios populares (Jesús Cristo es condenado por el plebiscito, que las autoridades
políticas delegan a los verdugos). Para las religiones del Libro, la liberación de la
sumisión, de las necesidades primarias y de las sugestiones iconoclastas, es un síntoma
de su historicidad. La división del poder religioso por el laico, y del espiritual por el
hombre de mundo, promueve la aceptación o el rechazo de la fe sin que una actitud del
género influya completamente en las relaciones interindividuales y entre las distintas
autoridades. A la libertad religiosa hace cotejo la autonomía política y social, aunque
sea en ámbitos conceptuales y de actuación difícilmente descomponibles en sus órdenes
constitutivos. La convicción de la inmortalidad del alma conflagra, cuando se ejercita de
forma problemática, con la didascálica performance de la ética mundana, ocupada en
proponer las leyes del Estado como si fueran providenciales. La jornada laboral se topa
con el aparato recreativo. El nomadismo moderno perpetúa una tendencia propia de los
orígenes, cuando la naturaleza desorienta la observación. La fiesta sigue siendo el
ejercicio de la contestación, de la disolución temporal de los vínculos y las obligaciones,
que compendian en una trama simbólica lo que se empeñan en un trabajo a ultranza para
sobrevivir a la contingencia. El trabajo en equipo reemplaza, incluso progresivamente,
el nivel patriarcal (en los países latinoamericanos, al comienzo de la independencia, que
comporta la restructuración del área en la primera mitad del siglo XIX, el capataz es el
subsidiario del padre-dueño y el jefe militar: un personaje de temple emocional, electo
por temor y por la incapacidad decisional). El aprendiz de brujo es el alter ego del
técnico, del técnico que en los altos hornos y en las centrales nucleares, se vale del
poder de evocar las potencias demoníacas de las entrañas de la tierra y de las partículas
elementales de materia, identificables como las energías en el estado predictivo,
equinoccial. El hechizo de la época moderna es el lujo, del que se puede prescindir. Los
espacios públicos celebran el éxito de algunos y la condena a la indigencia de muchos
otros. El edificio, la plaza hacen de fondo a las subrepticias injerencias de la superficie:
en los bajos fondos, adornados como los de los metros, transita todo tipo de vida
humana, la que prevalece, sin embargo deja la huella de aquella menos protegida y más
expuesta a los rigores de la insensibilidad y el olvido (público y privado).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 559

El grito de Edvard Munch sintetiza el desaliento de la travesía existencial en un


lugar, como es precisamente el metro, en el que las almas de los transeúntes semejan
amontonarse en las salidas para abandonarla. La imaginación del vendedor atenta a la
aprensión del comprador: desde un elemento natural, la industria magnífica, desde el
siglo XVIII, la termodinámica del gusto. «No es inverosímil que el mimo con que los
gobernantes celaban por todo lo que pudiera concernir a los sectores textiles principales,
lana y seda, creara cierto clima de libertad para que en otros ámbitos pudiesen
introducirse novedades realmente revolucionarias. Novedades que muchas veces hemos
visto expuestas como punto de partida y explicación de la revolución industrial»10. A las
minas de hierro, de acero y de carbón se confrontan, en la época moderna, las reservas
de gas, gasolina, material fisible. La energía asume un papel hegemónico en el
desarrollo económico y social de las áreas del planeta, que localizan un régimen unitario
de desarrollo (la globalización), dispuesto a corroborar, en distonía con los asuntos
humanitarios, las exigencias nacionales, sectoriales, regionales, difícilmente
armonizables entre sí, por las diferentes y a veces distónicas condiciones iniciales. Al
aprendizaje obrero del siglo XIX corresponde el aprendizaje del técnico de las cadenas
de montaje, de los mecanismos interactivos, en los que el almacenaje del producto es un
impedimento para la programación rentable económicamente. La venta y el beneficio se
conectan siguiendo un orden temporal, contingentado por el mercado y por las bolsas de
valores.

La realidad simultánea consiste en la propiedad de los medios de producción. La


historiografía no niega que, «en los orígenes», la propiedad fuera colectiva. La
especialización de las competencias, la sectorialización del trabajo dan a la producción
un valor diferente según los criterios y las metodologías adoptadas para reducir su
precio y mejorar su contenido. El régimen de la propiedad tradicional cede su sitio a la
posesión de los bienes, que pueden premiar la creatividad individual y al mismo tiempo
condicionar la libertad ajena. El dominio de tipo medieval es evidente: el territorio y los
bienes que gravitan en torno a él determinan la importancia y la injerencia del poseedor
sobre quienes están excluidos temporalmente de la posesión. En la sociedad moderna, la
economía monetaria permite ejercer la influencia decisional y potestativa a quienes
detentan las cuotas mediante interpuestas personas e instituciones. La hacienda moderna
tiende a hacer anónimo el dominio y a legitimar la posesión, de modo que la
competencia y el éxito sean pedagógicamente evidentes. El capitalismo, como
560 RICCARDO CAMPA

fenómeno correlativo de la acumulación, tiende a otorgar a la destreza (a la habilidad)


individual la tarea de encauzar las injusticias, solicitando la participación competitiva de
todos los miembros de la sociedad. La concepción igualitaria se deduce de la
constatación de que la competencia entre desiguales agudiza el carácter emprendedor,
pero contextualmente engendra bolsas de marginados. La capacidad de actuar se
justifica con una especie de darwinismo social, que contempera las fortunas de la
especie con el sacrificio de algunos de sus miembros (de los que no son idóneos para
afrontar los desafíos de la competición y la competencia). La difusión de la literatura de
denuncia y de entretenimiento contribuye a generar aquellas corrientes de ideas
igualitarias, destinadas a influir en la estructura geopolítica del planeta hasta más allá
del derrumbamiento del muro de Berlín (1989), aunque sea condicionando la condena
de la desigualdad social por la realización de medidas que no están en contraste con las
características del mercado (global). La función del intelectual reside en la
coparticipación con la fuerza-trabajo, empleada, a veces con una movilización forzosa
(como ocurre en el ámbito de los totalitarismos de inspiración modernista) para
conseguir resultados tecnológicamente ventajosos, predominantemente en la dinámica
parcelaria y expansionista. «En general, toda la Edad moderna parece presenciar algo
semejante al empeño de los intelectuales – palabra absurda nacida en el entorno de 1900
– por crearse lo más parecido a un status administrativo que asegure su subsistencia y su
rango, a veces su mera existencia como hombres que desempeñan una función
específica»11. La tarea del intelectual se soluciona prácticamente en la denuncia de las
deformaciones humanitarias que asumen los Estados, ocupados en enfatizar sus
recursos, bien como poseedores de energías naturales, bien como estructuras portadoras
del desarrollo económico y social. Sea lo uno o lo otro, son inducidos a enfrentarse con
la sostenibilidad de las transformaciones ambientales y el milieu cultural, en el que
obran sobre todo las metrópolis democráticamente vultuosas. La intolerancia se debe al
descrédito de las fórmulas connotativas del trabajo y a las modalidades de acceso al
mismo, sobre todo cuando la sustitución de los robots en las cadenas de montaje induce
a los brazos a configurarse como arcaicas representaciones de la damnación del hombre
sobre la tierra. La revuelta de Albert Camus se declina en la reducción de las cuotas de
humanidad, admitidas –para usar una expresión de Marx– al banquete de la naturaleza.

La influencia de las sociedades secretas –inauguradas en Inglaterra a inicios del


siglo XVIII– asume contornos inquietantes en la época contemporánea porque no logra
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 561

condicionar las políticas selectas si no es subvirtiendo el tenor. Para modificar el orden


existente las sociedades secretas no tienen la fuerza suficiente, que es subterránea por su
naturaleza. La sociedad moderna de los contrastes y de los efectos especiales que
visiblemente la determinan al menos hacen extemporáneos algunos brincos de
asociaciones subversivas, a veces capitaneadas por falsos gurús o hasta por psicópatas,
por las personalidades extraviadas, a las que Michel Foucault dedica una particular
atención y que se deben a la responsabilidad y a la gestión colectiva. Para
caracterizarlas queda un léxico de la despiadada insolvencia comunicativa. Su solapa
epitelial es demasiada recóndita como para tener un curso forzoso en la sociedad de
masas, continuamente subyugada por fórmulas a la vez sugestivas y soporíferas. El
deísmo representa con cierta aproximación el espíritu de la época moderna, ocupada a
considerar la providencia como la alegoría del empeño individual y colectivo, para la
consolidación y la perpetuación (contingente) del género humano. La revelación se
configura como un incentivo a la racionalización de la existencia. El obscurantismo es
condenado como algo inferior por los recursos de las comunidades ocupadas en
intervenir con la naturaleza, sin necesariamente contrastar los diseños divinos (si son
conjeturados como posibles). La redención humana se identifica con la fatiga de
Prometeo, inducido por las eventualidades a adelantar los Heroicos furores de Giordano
Bruno. «Racionalismo, naturalismo, igualitarismo eran las primeras consecuencias
capitales, germen y justificación de irrefrenable optimismo que acabaría por expresar
Condorcet en el Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain (1793),
escrito al filo del Terror, para mayor paradoja: justo en los días en que Hegel pretendía
conjugar el racionalismo con el sentido prerromántico de la historia, que había
subsistido entre los filósofos alemanes»12. El optimismo de la imaginación es
refrendado por el pesimismo de la razón, que se perfila como una inteligente condición
del ser frente a las problemáticas existenciales, en el intento de localizar sus raíces (si no
sus causas). La heterodoxia reemplaza sobre todo la ortodoxia en los aspectos
exteriores, en las manifestaciones espectaculares, durante los que la exasperación del
Yo se hipertrofia como una oposición al modelo predominante y constantemente
comisionado por la llamada mayoría silenciosa.

La autoridad pierde valor si se condicionara por el interés de parte. El héroe, el


poeta pobre, el investigador desinteresado, el apóstol social, el vate, el predicador, son
figuras vinculadas con una concepción del mundo, en virtud de la cual el premio es una
562 RICCARDO CAMPA

atestación metafísica, trascendental. La ética colectiva tiene un premio en el


cumplimiento celeste. La laicización de la experiencia desacraliza el consuelo mundano:
todo lo que ocurre en la cotidianidad tiene un valor que se agota en su sexo. La
caducidad del empeño moral se sustenta sin embargo por la convicción de que sea el
mal menor para regular la existencia terrena según los cánones del asociacionismo y la
corresponsabilidad individual. El agente moderador de los fenómenos colectivos se
identifica con el reformador social, con quien se cree que está investido por las
instancias sociales en delinear un tipo de curso forzado de la comunidad, con la que se
identifica, y que quiere redimir de la disfunción y del desorden. La Ciudad, entendida
como una unidad administrativa, se convierte en el fortín de las empresas, tendentes a
ennoblecer las expectativas colectivas según un orden de grandeza, proporcionado con
el modelo, no necesariamente actuado, del escenario mundial. La Ciudad asume el perfil
redentor de los males del planeta, que son también tales para fortalecer el bien, tal como
se configura en la contingencia terrenal. La sujeción tradicional está relegada a la
arqueología del saber, mientras se manifiesta un difuso sentido de culpa, debido a la
inadecuación a enfrentar los desafíos de la modernidad. La impetuosidad de las masas
en el escenario de la historia, antes que determinar las urgencias económicas de la época
tecnológica, impone la realización de una unión virtual, que consiste en la redención de
la sumisión de los propios y de los ajenos condicionamientos idiosincráticos, tendentes
a identificarse con las creencias y las tradiciones. El asamblearismo se perfila como un
foro invadido por los humores contaminantes de los individuos y de los grupos, que lo
animan, según las ocasiones y las necesidades. Las formas de gobierno y la
administración de la justicia reflejan los nuevos requisitos de identidad y de dignidades
sociales.

Las funciones esenciales de la sociedad tradicional (la función sacerdotal, la


función militar, la función administrativa, la función gubernativa) no se perpetúa con la
misma congruidad en la sociedad moderna y contemporánea, caracterizada por la
justicia concreta antes que por la justicia formal. Pero también esta connotación es
bastante impropia y defectuosa. Efectivamente, la sociedad moderna y contemporánea
permite a sus miembros utilizar todos sus recursos, también aquellos éticamente poco
edificantes, para conseguir una «relativa plenitud existencial», que los satisfaga y los
decepcione al mismo tiempo. La simultaneidad no es otra que la certeza reducida a
sensación, en continuo proceso de ajuste psicológico y sentimental. La convicción que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 563

se pueda corresponder terapéuticamente a las urgencias del planeta y a las resoluciones


del mundo permite creer, en el tiempo litúrgico, las costumbres; las convenciones, en el
tiempo existencial. El tiempo como imagen móvil de la eternidad –según la poética
expresión de Platón– se convierte, en el conocimiento de la incertidumbre de las
circunstancias, en la efeméride de la inmediatez y la falta de actualidad. Escribe José
Luis Pinillos: «Es natural, pues, que hablar de los mitos de nuestro siglo provoque tal
vez una cierta reacción de extrañeza. Y, sin embargo, tiene sentido el asunto. A la gente
le resultan raras, o aburridas, las historias de los viejos dioses, pero, en cambio, se
apasiona por las suyas y las diviniza sin recato»13. Las divinidades del Olimpo
descansan en la memoria de los modernos, que remplazan sus ruinas con las artimañas
típicas de la anticipación del futuro, de las perspectivas que están por llegar, sea en
orden al conocimiento de la naturaleza, sea en orden a la organización humana. La
reacción a los descubrimientos científicos y a las aplicaciones tecnológicas está
condicionada antropológicamente por la aceptación y por la respuesta según órdenes de
inmediata conveniencia, difícilmente armonizables con el recuerdo comunitario y
menos que nunca con la memorización histórica. En efecto, la mitología no es
contemporánea a los hechos a los que se refiere, aunque da crédito a la conciencia de
sus exegetas.

Los mitos por lo tanto no han desaparecido con la llegada de la civilización (de
la racionalidad sobrepuesta al conocimiento). «De alguna manera, continúan
funcionando, en parte como reliquias o atavismos de un pasado definitivamente
superado, y asimismo como formas elementales de acceder a las cuestiones capitales de
la vida. En otras palabras, responden a una permanente exigencia humana de
totalización emocional, que el progreso científico non consigue satisfacer, y el mito lo
hace de un modo rudimentario y peligroso, especialmente cuando funciona en un clima
de potencia tecnológica y penuria espiritual. A mi entender, el mito contemporáneo es
una forma de pensamiento desiderativo, crédulo y simplista, dispuesto a aceptar sin
pestañear las maravillas o las mistificaciones más extraordinarias, con tal de que
tranquilicen su inquietud»14. En la realidad contemporánea, el mito se convierte en las
remotas estructuras de la materia y en las elípticas configuraciones de la luz. Esto sigue
sugestionando la razón recurriendo a la fantasía imitativa, a la poética configuración de
la realidad. En la terminología moderna, el mito es la representación escénica de una
instancia cognoscitiva, que tiene muchas probabilidades de realizarse. Obviamente, el
564 RICCARDO CAMPA

aparato sintáctico de la imaginación es la ciencia, la aventura mental de las


generaciones, que se debaten entre la fustigación terrenal y la gratificación celeste. La
ciencia moderna prefiere las dimensiones neumáticas del ser, que tiene grandes
probabilidades de sintonizarse con las energías cósmicas. Las dimensiones aéreas
interconectan la razón con los modelos platónicos ideales, que sobrentienden los
destinos del planeta y por lo tanto los destinos de los mortales. El sistema de las
comunicaciones legitima la aprensión por las inteligencias extra-terrestres, por el
anclaje del planeta tierra en los gloriosos sistemas del cosmos. El universo supervisa el
curso de los acontecimientos, que la ciencia busca interceptar de modo que se descubran
con el compromiso (con la aproximación) propia de la validación universal. La
idealización de la empresa humana permite realizar las procelosas fantasías, que la
experiencia onírica a veces es capaz de inspirar.

El lenguaje contemporáneo refleja la ambigüedad de la situación, en el que


actúan las generaciones contemporáneas, por una parte, ancladas en tierra con sus
conflictos y sus sujeciones y, por otro lado, tendidas hacia la línea del horizonte,
tangencial al cielo. «A mi entender, la conciencia mítica del hombre actual se movería
principalmente en el marco de las dos últimas acepciones, pero reteniendo de la primera
de ellas la propensión idolátrica a divinizar o sacralizar ciertas realidades humanas
significativas – líderes, razas, clases sociales, partidos políticos, ideas, instituciones, etc.
– de las que se esperan ayudas milagrosas y a las que eventualmente pudiera ser
asimismo necesario sacrificarlo todo, como a un dios. Realmente, la expresión “Estado
providencia” refleja bien a las claras esta actitud un poco infantil y casi mágica, entre
sumisa y narcisista, que es propia del hombre contemporáneo ante su entorno»15. La
reaparición de los ídolos magnifica el deseo ancestral de la humanidad, que predice
desde siempre el Edén como el terraplén ideal, en el que escudriñar el perfil del tiempo
y la frustración de las figuraciones. Los semidioses de la contemporaneidad son los
desmitificadores de lo existente, los apologetas del cálculo infinitesimal. Sus centelleos
amplifican la trama del cielo y la hacen sugestivo e insondable. La mitología
contemporánea, en su causticidad, se simplifica en la acepción masiva. Los poderes
sobrenaturales de los heresiarcas contemporáneos constelan la realidad de lutos,
exacerban el espectro televisivo de la perversión cotidiana. Su itinerario orgiástico y
centrifugado se ejercita en las crónicas judiciales, en las simulaciones de los
trasmigrados de las locuras colectivas, en los secuestradores, en los paladines de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 565

ventadas apocalípticas. La intransigencia se alía folklóricamente con la demencia


(juvenil y senil). La credulidad es un aspecto relevante de la conciencia mítica
contemporánea, que se entrena en las reuniones oceánicas, bajo la mirada atenta y
aparentemente desinteresada de los gurús (religiosos, desviacionistas, iconoclastas). El
mito, entendido como la subsidiariedad de los enigmas de la existencia, continúa
teniendo aquel curso forzoso de la vida humana contemporánea, que deprecia su sentido
racional y su delegación al rango de un acontecimiento querido por la rareza de los
dioses (del azar). La ciencia-ficción corresponde a la caballería de Miguel de Cervantes
y Saavedra: como un reflejo de la omnipotencia divina, es un hecho obligado no creer
en ella. Desde los conflictos generacionales el psicoanálisis llama a contestar
impunemente el Ello antes que el Yo; y el inconsciente colectivo promete el concurso
mítico y memorial, en el que cada individuo es inducido a circunscribir la misma
conciencia herida.

La diversidad biológica y la diversidad biográfica contrastan con el mito de la


igualdad jurídica, que los movimientos solidarios, desde la Ilustración hasta la segunda
mitad del siglo XIX, sustentan con la tensión propia de una visión ecuménica, que
abraza, en una fase alucinatoria, una parte considerable de la población del planeta. El
antimito del superhombre se afirma sobre todo en las regiones del mundo donde el
anonimato se une con las fuerzas regeneradoras de la revolución industrial y determina
por ello las potencialidades geopolíticas. El igualitarismo moderno condena el
colonialismo, el racismo y todo tipo de diferenciación credencial y conductual. Esto
ejerce una función emoliente en el sentido que promueve, con el artificio, el sentido de
la precariedad de la resignación. La falta de los fundamentos metafísicos, profesada por
la ciencia contemporánea –según Martin Heidegger16– concurre a ideologizar la
igualdad del género humano en las diversas condiciones ambientales y existenciales. El
conocimiento científico es relativo y provisional: da crédito a algunas formulaciones
heurísticas en espera de su confutación experiencial. La prueba de una doctrina consiste
en su resistencia al cálculo combinatorio de las correlaciones o las interferencias con las
llamadas condiciones objetivas, que son por su naturaleza imponderables. Según Albert
Einstein, el rechazo de la metafísica es una enfermedad de la moderna filosofía
empírica. «El hecho de que algunas ideas metafísicas – escribe José Antonio Merino–
hayan supuesto un impedimento para el avance científico no quiere decir que todas las
ideas metafísicas sean un obstáculo para este fin»17. La presencia de la metafísica en la
566 RICCARDO CAMPA

laboriosidad de la ciencia no constituye un obstáculo a su eficacia; al revés, la potencia


con la imaginación, que se transforma en intuición y sucesivamente en hipótesis. La
correlación entre el humanismo y la ciencia está presente en todas las concepciones de
la naturaleza y en las organizaciones políticas y sociales.

El antiguo adagio de la ciencia como negación de la metafísica es desastroso


porque la estrategia –también categorial– de la razón se vale poéticamente de todas las
sugestiones (míticamente) suministradas por los sentidos, que revelan las figuraciones
de la naturaleza antes de escudriñar por así decir la estructura. Ocurre en la ciencia lo
mismo que sucede con el fenómeno del Hada Morgana: los sentidos acogen un apremio
emotivo, del que la ciencia conjetura, con conocimiento de causa, su solvencia racional.
La poesía adelanta, en el tiempo, los conocimientos científicos que, a su vez, superan la
imaginación. Las denominaciones teoréticas (la teoría mecánica de la naturaleza según
la metafísica cartesiana) son tentativas pedagógicas para afirmar un ejercicio heurístico,
destinado, justo por esta razón, según Karl R. Popper, a ser falsado. La innecesaria
manifestación de un criterio interpretativo de la naturaleza en una doctrina es la causa
de la elucubración conceptual, fuertemente anclada en la exégesis opositiva.

La acción cognoscitiva (los paradigmas de Kuhn) se ejerce como un derecho a la


crítica, como disciplina del inconsciente escepticismo disquisitivo. Las pruebas y los
razonamientos al absurdo, se dirigen a justificar las teorías cognoscitivas, denotan la
presencia de la duda demoledora, que deja presagiar ulteriores reflexiones y
elaboraciones conceptuales para favorecer o superar el patrimonio cognoscitivo
consolidado. «Cuando la armonía de una sociedad –escribe Werner Heisenberg–
descansa en la interpretación general común del uno, de ese principio unitario que se
esconde tras los fenómenos, el lenguaje de la poesía resulta necesariamente muy
superior al lenguaje de la ciencia»18. Para la ciencia moderna, las partículas elementales
de la materia no son reales, sino simbólicas, representan (en la traza energética, que
dejan en los aceleradores atómicos) aspectos, perfiles exegéticos, de las energías, de las
que son un medio. El principio de complementariedad de Niels Bohr integra en un
sistema físico invisible el objeto observado y el sujeto observador, que se sirve de un
aparato de observación, que no constituye solamente la prolongación del cuerpo sino la
proyección de sus facultades psíquicas. Según Louis De Broglie, el microcosmos no es
una realidad objetiva, ya que cada conocimiento objetivo está influido por la
subjetividad. Einstein, en una correspondencia epistolar con Xavier Zubiri, mantiene
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 567

que la ciencia está sustentada por cierta religiosidad. El entusiasmo religioso es el


fundamento de la empresa cognoscitiva. Ello también atañe los errores ocultos, que la
crítica de la razón pura de Immanuel Kant localiza fuera de los circuitos de la
experiencia. La bifurcación kantiana de la razón en el escepticismo y en el dogmatismo
también comprende el criticismo, permitiendo así a la inteligencia humana realizar una
finalidad, que sea adecuada a la inquietud existencial de la contingencia terrenal. La
crítica kantiana concierne la religión y la moral, subordinadas respectivamente a la
santidad y a la majestad: dos improbables categorías interpretativas de la trabazón
natural y artificial moderna. «De todos modos, –escribe Richard Wisser– habrá que
subrayar que, sin restar nada a ese “momento de la crítica” que hace época, se trata de
una estructura antropológica, que no sólo por épocas, sino siempre, se ve agravada por
la tendencia humana a establecer y ahondar posiciones o negaciones»19. El trabajo
permite a la comunidad humana realizar las relaciones sociales y notarlas en sus
connotaciones culturales. La responsabilidad social se deduce de la acción combinada,
que los individuos particulares entretejen en el contexto normativo, en el que prevén
realizar sus expectativas. «No es sorprendente –sostiene J. J. M. Van der Ven– que los
fenómenos y los problemas, que se presentan en conexión con el trabajo humano,
llamen la atención del mundo internacional, ya desde el punto de vista jurídico y
político, ya desde la óptica moral y religiosa»20. El trabajo, en efecto, ha perjudicado, en
el pasado, la adquisición de la dignidad universal por parte de todos los seres vivos. Eso
ha sido y continua siendo un instrumento de discriminación y de conflictos (raciales,
religiosos, políticos, sociales). La esclavitud, la inseguridad y la miseria son las causas
de la inestabilidad planetaria. El metabolismo geopolítico está regulado por el empeño
operativo por la inmensa masa de los individuos, que se asoman al escenario de la
historia. La pluralidad de quienes se oponen al conocimiento y a la mejoría de las
condiciones objetivas es salvaguardada por la doctrina de la Iglesia católica y de todos
los Organismos internacionales. El trabajo es el único conducto hacia la paz, refrendada
por el derecho internacional, que ambiciona modificar las relaciones interindividuales,
sacrificando los impulsos aflictivos, que caracterizan las empresas predatorias del
pasado y el presente.

El trabajo es el testimonio más auténtico de la presencia de la humanidad sobre


la tierra. Su sentido alegórico permite interpretar los aspectos significativos de manera
complementaria y teleológica: como una contribución al magisterio divino; como una
568 RICCARDO CAMPA

desgraciada tentativa de evasión ilusoria del necesitarismo naturalista. La validación de


la empresa celeste contrasta con el desaliento humano de actuar en el orden mental y en
el caos cósmico. La contradicción concierne las finalidades que los pomposos órdenes
particulares persiguen o encierran por razones naturales o artificiales, según las
convicciones prodigadas por la crítica de la razón. En auxilio de los esfuerzos realizados
por la humanidad, dirigidos a asegurar un sentido a la misma existencia, que sea
racionalmente comprensible y vulnerable, se ejerce en la elaboración de creencias,
complementarias o subsidiarias de los descubrimientos naturales y de las consiguientes
innovaciones mundanas (civiles, sociales). La reflexión se configura como el correlativo
orgánico de la contemplación. Y la secularización del pensamiento se identifica con su
desideologización. Las clases dominantes se legitiman a través del subsidio ideológico,
un tipo de vulgarización de la preceptiva doctrinal. La denuncia de lo concreto
contenido arteramente en la abstracción es el aspecto más inquietante de la geopolítica
moderna y contemporánea. Lo circunstancial y lo contingente forman parte integrante
de las síntesis restrictivas del proceso cognitivo y organizativo de las comunidades de
los siglos XX y XXI. La estratificación histórica tiende a persistir, pero demuestra con
clara evidencia las equimosis de su plausibilidad. El pluralismo cultural concurre a
hacer menos aseverativa cualquier resolución de orden político y social. La incesante
transformación, a la que se somete el universo social moderno y contemporáneo,
excluye cualquiera teleología que condicione teoréticamente su cumplimiento. Y, por
otro lado, este modo de entender y de aceptar el universo tecnológico moderno, no se
refleja en el pragmatismo clásico, que se constituye conceptualmente precisamente
sobre el principio de que la realidad (natural y artificial) sea un hemisferio energético, al
que, desde el exterior, el observador extraiga las pruebas de su convicción. En la
cosmología moderna, el observador-perturbador de los campos energéticos es parte
integrante de la medición de la dinámica planetaria y prospectivamente cósmica. El
proselitismo moderno tiene cánones de afección antes que de simpatía para las personas
o las convenciones, existentes en los aparatos que promueven y registran las opiniones.
La afección, sin embargo, no es un sentimiento que ennoblece, sino propiciatorio de
afinidades conductuales, que aseguren beneficios (a veces irreverentes si no hasta
ilegales). La convicción relativa a la vulnerabilidad de cada doctrina potencia, por
reacción, la resistencia a las críticas y la declina en una versión cada vez menos sumisa
y cada vez más intransigente. La contaminación entre la convicción ideológica y el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 569

reconocimiento científico se debe al fundamento continuamente rectificable de esta


última.

La explicación de los fenómenos se compendia en la comprensión de los mismos


por el uso que se puede hacer de ellos. El empleo de las ideas y de los objetos los une de
modo orgánico, es decir de modo correlativo, según la interacción de la síntesis a priori
y la análisis a posteriori. El contenido de la convicción es por tanto el resultado de las
intuiciones (de las imaginaciones) que encuentran en la práctica experimental el plano
inclinado por su parcial o total representación. Las ciencias –afirma E. Nagel–
responden a exigencias prácticas, que reflejan las preocupaciones existenciales de la
humanidad. Por esta razón, el conocimiento no puede ser discrático respecto al sentido
común. La crisis de las ciencias consiste por tanto en asegurar el género humano
mediante las nociones prácticas del consuelo y contextualmente en entregarlo a las
dudas demoledoras, sin que ningún sustento conceptual consiga la convicción. La
predicción científica es adversa por su propia naturaleza e intrínseca determinación. Su
independencia del prejuicio consiste en hacerse en parte inadecuada para enfrentar las
instancias teologales. Por otra parte, si se adeudara a la ciencia, en sus diferentes
articulaciones, la pérdida de su fundamento esencial, como hace Heidegger, no quedaría
otra alternativa que solicitar un universo auroral, confiado totalmente al tenor de las
estaciones. El tiempo remoto y el futuro coincidirían contra la especulación mental,
existente en la humanidad por el centellear de la razón en su quintaesencial
contradicción. En los actuales niveles de la ciencia, la especulación metafísica aparece
como una vana condescendencia, un ejercicio falto de conexión con la temperie mental,
en el que están empeñadas la vida moderna y contemporánea (por la cual está
condicionada). La ciencia no refuta la inferencia trascendental en el conocimiento de la
naturaleza, pero no magnifica por ello su cumplimiento en las metodologías empleadas
para realizar las profundas transformaciones ambientales, donde residen las
innovaciones conductuales y conceptuales. La actualización de una idea comporta la
modificación del comportamiento, tanto en sentido positivo (adquisitivo), como en
sentido negativo (confutador). La previsión es una actitud cognoscitiva que se apoya en
los presagios, de los que la humanidad se ha servido para presupuestar su acción
investigadora en la naturaleza. La ciencia y la metafísica se distinguen y se
complementan en el trayecto ideal, que las generaciones se empeñan en realizar, en
beneficio de sus urgencias concretas y sus expectativas providenciales. La convicción
570 RICCARDO CAMPA

agustiniana del concurso histórico-salvífico de Dios en la vida humana invade gran


parte de la cultura científico occidental, que conjetura sobre sus recursos cognoscitivos
como una expiación del pecado original, dirigida a reactivar la contingencia terrena en
el sentido de sumisión en relación a la gratificación celeste. El don divino –el
superadditum de la revelación– está implícito en las leyes, que la ciencia encuentra en la
naturaleza, que son continuamente modificables. El espíritu de los tiempos de
configuración hegeliana recuerda la operatividad in itinere del hombre en dirección a
Dios. Para la ciencia, el itinerario cognoscitivo supera la finalidad metafísica; y lo
sobrenatural se identifica con la búsqueda in progress, en el que el pensamiento se
identifica con conocimiento de causa.

En la naturalidad la transcendencia se identifica con las finalidades


cognoscitivas, que se convalidan en el uso. El perfil concreto de las adquisiciones
científicas consiste en hacerlas operantes, de modo que encuentren en la conveniencia
objetiva su adecuado nivel de legitimación. La inmanencia histórica integra el cielo y la
tierra, la contingencia terrenal y la propensión salvífica. El aspecto redentor del
conocimiento conforta la esperanza en la meta ultramundana. El orden sobrenatural se
perfila por tanto como el aspecto visionario, imponderable, del recorrido cumplido por
la humanidad en la conciencia de redimirse de la angustia existencial interaccionando
con y en la naturaleza, magnificando sus reacciones concretas. La práctica cotidiana
certifica la eficacia de la concitada actitud humana en el palimpsesto natural. En todo
caso, la ciencia también condena la opresión de las finalidades trascendentales. La
inspiración, que la sustenta, concierta el trabajo con el bienestar. Su promoción social se
identifica con la lucha contra el abuso y el sufrimiento. La secularización de la
existencia no desdeña las (incluso siendo anacrónicas) certificaciones religiosas. Al
contrario, las integra en el conducto expresivo y significativo de sus soluciones
objetivamente aprovechables. La escatología contemporánea se identifica con la
solidaridad universal, la historía en los órdenes institucionales de los pueblos y las
naciones. La salvación y la liberación se compendian en la vida terrena de la humanidad
y, para quienes creen en la resurrección, en la profecía del alma (inmortal). La liturgia
religiosa y la praxis social tienden a complementarse en la solidaridad. La pietas influye
en las modalidades de comprensión y resolución de los derechos individuales
independientemente de su origen étnico, de sus creencias, de sus tendencias sexuales.
La libertad de expresión se entiende ya de forma laxa, es decir tiende a incluir en sus
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 571

exteriorizaciones todas las urgencias morales y conductuales que, en la sociedad


tradicional, están sometidas a un orden que se cree que es preeminente por respeto a la
mentalidad corriente. La liberación de la necesidad y de la sumisión reúne en un único
intento a la comunidad y a los individuos de diversas orientaciones políticas y
religiosas. La «nueva alianza» del hombre con Dios también implica a los agnósticos y
los no creyentes, ya que ambos confían en una expectativa salvífica, promovida por el
Tutor del universo o del azar. La humanización de la esperanza consiste en hacer
accesible a toda la humanidad una fase más ecuánime y más respetuosa de la dignidad
personal del orden planetario. La evangelización de las pasiones consiste en mostrar
como coherentes las normativas existentes en el contexto institucional, en el que se
manifiestan. La historia se convierte así en el escenario de la salvación. El Calvario y la
Cruz son los símbolos de un itinerario existencial, que atrae a un idéntico propósito,
tanto a los creyentes, como a los no-creyentes, ambos movilizados por las inicuas
condiciones objetivas, que determinan aquella angustiosa bipartición del planeta en
Norte y Sur, según una línea divisoria, que devuelve a la mente el dualismo celestial y
demoníaco, en el que se debate la humanidad, todavía gravada por los residuos del
colonialismo y de las perturbaciones financieras multinacionales.

La «vida anónima» de José Ortega y Gasset comprende la individualidad en la


colectividad según un criterio de interacción, que se explicita en el proceso tecnológico.
La productividad, eximida por la íntima contradicción, según la concepción marxiana,
comporta la superación de las peticiones opuestas, sustancialmente ineficaces y
amenazadoras. La liberación de la necesidad se identifica con la superación de las líneas
definitorias de la moral, que ocupan los trayectos políticos del siglo XIX. El siglo XX,
con el futurismo, remueve por así decir los obstáculos de la tradición consolidada, para
hacer sitio a la irrisible fruición de las nuevas convicciones, derivada del irracionalismo
implícito en las metodologías interpretativas de la realidad, que queda huérfana de Dios.
La «muerte de Dios» induce a considerar el artificio, el hendiente mediante el cual la
humanidad se valora como pretexto frente a la naturaleza como si fuera el solvente
ontológico de los eventos que pueden «incitar» (como son las dos guerras mundiales).
La rebelión de las masas, descrita por Ortega, consiste en la aceptación de las normas
evasivas o efímeras, por las que se prevé pueda proponerse la realización irracional,
pero consciente, del «progreso». La vulgaridad y el refinamiento se conjugan en el
modelo hiperactivo, que la sociedad industrial utiliza para afirmarse. En la era
572 RICCARDO CAMPA

mediática, el descubrimiento –el desvelamiento– de la actualidad se perfila como un


hallazgo arqueológico, que constituye, en la edad moderna, la frontera del silencio.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 573

17. EL ENGAÑO

La doctrina gnóstica (del siglo II), que considera el mundo como una prisión, si
no es aceptada aseverativamente, induce a su confutación. Entre estos dos enunciados se
debate el conocimiento científico, que deja presagiar una continua equidistancia entre
sus correspondientes elaboraciones. La conjetura predispone el pensamiento inquisitivo
y explicativo, como un resultado de la experiencia. El ejercicio de la memoria permite
interconectar los resultados de la observación con las propensiones emotivas, con las
afecciones. La contemplación de la naturaleza se identifica con las evocaciones.
Maravillosas las de Francesco de Asís, que asiste a su destrucción física con la ayuda de
la obsolescencia de la congruidad. El expediente neumático –el consuelo del Sol y la
Luna– propone al observador de la naturaleza la geometría del cosmos, en las
dimensiones solamente imaginarias del infinito. La memoria establece, aunque
epigramáticamente, el retículo de los hechos que han de recordarse. La enfiteusis de la
duda predispone a las proezas inconclusas de los protagonistas del pasado, que la
caritas se presta a representar. El aspecto catártico de la memoria casi siempre depende
de la emergencia política. La historia, que busca y encuentra las causas de una crisis
institucional, renueva la polémica sobre las soluciones providenciales o sobre las
censuras, en línea con las terapias de choque, impuestas por las circunstancias (políticas,
económicas, sociales). La resolución religiosa de la inquietud terrena se vale del
desaliento que, kantianamente hablando, subyuga al observador del cielo estrellado. La
infidelidad a la tradición es ilusoriamente el incentivo de la innovación. De hecho, la
inventiva humana es el reflejo condicionado de la creación divina. Miguel Ángel afirma
que se limita a desvelar las imágenes, que ya están en el mármol. El recuerdo y el olvido
ocultan la angustia vital y la expectativa salvífica, según la amplificación trascendental
en la vivisección de la inmanencia. Vivir una vida más larga, gracias a los benéficos
efectos del diagnóstico médico, significa convenir con la inmediatez metafísica, incluso
574 RICCARDO CAMPA

siendo ilusoria y circunspecta. La versatilidad de la existencia reduce así la


imperfección. La tragedia del vivir humano es, en la concepción de Miguel de
Unamuno, la constatación de la de la vida exigua de los individuos y de las especies
frente al «insulto» del tiempo. La memoria compartida constituye el orden cultural,
mediante el que se establecen las relaciones infra-individuales e interestatales. La
polémica, a veces utilizada para confrontar una declaración, recurre a la memoria para
evidenciar algunos aspectos, creídos coherentes al menos con un cierto tipo de actitud.
La memoria otorga un tipo de legitimidad a la exteriorización del presente, sobre todo
cuando el incentivo a la innovación es preferentemente de comodidad o sectorial. El
recurso al pasado subviene –tal como afirma Sigmund Freud– a la inestabilidad del
presente, en el intento de fortificar su acción y de perpetuar su carga energética e
creativa.

La Ilustración considera la razón como el estadio del desarrollo antropológico


más general y difundido. El homo erectus ha alcanzado su conciencia, tanto intelectual,
como práctica. Por esta razón, proclama los derechos y los deberes del ciudadano. Es la
visión que cada individuo tiene del universo artificial –y normativo– en el que gravita y
en el que está implicado. La fricción y la inercia encuentran su correspondiente en la
competición y por lo tanto en la envidia, por una parte, y en la hipocresía atraída del
engaño y de la delación, por otra. Estas formas conductuales enumeradas
exegéticamente por los sociólogos se realizan como expresiones idiosincráticas de una
actitud considerada «bajo la forma del modelo» correcta y sobre todo adecuada a las
exigencias de la vida asociada. El sedentarismo y la movilización se convierten en las
dos fuentes estratégicas del conocimiento, que concierne la verificación de la validez
definitoria de los acontecimientos observados y la congruencia de las modalidades de
interacción en la naturaleza, para observar las cotizaciones energéticas y las respuestas
modificadoras (propiciadoras de artificios, de la mano del actor social). La inadecuación
del empeño humano a la hora de mantener el equilibrio inestable del hemisferio social
es causa de los roces y las incomprensiones individuales y colectivas. La llamada
gradación de los vicios –según la expresión de Judith N. Shklar– es consecuencia de la
incertidumbre y la aproximación, con las que el microcosmos individual se enfrenta al
universo colectivo. En cierto sentido, este examen refleja lo que sucede de forma
evidente en los intersticios del cosmos, en las remotas y fulmíneas contraposiciones de
las partículas elementales de materia. El epicedio de los precordios del cosmos se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 575

identifica ilusoriamente con las perturbaciones emotivas y conductuales de los sujetos


singulares de los asentamientos normativos y comunitarios. La socialización de los
mismos y –freudianamente hablando– la sublimación de las pulsiones instintivas, que
permanecen en el patrimonio genético de la humanidad como una prerrogativa
energética del antiguo régimen, no puede ser frustrada razonablemente. El
irracionalismo, en efecto, perjudica las instancias conceptuales, pero no puede
olvidarlas: su razón de ser, en efecto, está constituida por el connubio entre la reflexión
y la resolución de los datos aproximados y a veces contrastantes de la experiencia. El
siglo XX parece conferir a la crueldad un pathos extraño a las épocas precedentes,
porque parece innecesaria e ineludible desde el punto de vista de quien padece las
aprensiones de la modernidad y la llegada de la técnica. La crueldad es más evidente en
las fases incandescentes de la revolución industrial, cuando la facultad de modificar la
naturaleza está condicionada por la recuperación de los recursos energéticos en sus
meandros, necesarios para activar las máquinas, para estructurar las fábricas, para
accionar con fervor el poder de Efesto. «La crueldad nos deja perplejos porque no
podemos vivir, ni con ella, ni sin ella. La crueldad, además, nos pone de frente más que
a cualquier otra cosa a nuestra irracionalidad»1. La irresolución frente a los fastigios del
fuego, en todas sus variables y amplificaciones, engendra la crueldad. La esfera
doméstica se vuelve por así decir exclusiva y tiránica porque los componentes
innovadores de la técnica dimidian la sumisión (no la extinción): una sumisión
económicamente voluptuosa y embarazosa. El prestigio de la industria se vale del
milagro burgués y de las expectativas mesiánicas de cuantos perjudican su suerte y
condenan por ello su destino. «Desde el siglo dieciocho, los críticos clericales y
militares del liberalismo lo han representado como una doctrina que persigue sus bienes
públicos, la paz, la prosperidad y la seguridad, animando los vicios privados. Ellos
sustentan que el egoísmo en todas sus posibles formas es su esencia, objetivo y
resultado. Ahora como antes, estos críticos dicen que esto es inevitable, una vez que se
renuncia a la virtud marcial y a la disciplina impuesta por Dios»2. Ahora bien este
análisis viene rechazado porque en contraste moralmente con el compendio de las
tradiciones, tiene un fundamento de realización en la propulsión y en el propalación de
la misma energía vital. La consolidación de los instintos vitales, a través de los recursos
tecnológicos, no puede sino contrastar los antiguos mamparos ideológicos, credenciales,
dirigidos a subrogar el mal hereditario con las buenas intenciones y el premio celeste.
576 RICCARDO CAMPA

La preceptiva pública del liberalismo deriva de las connotaciones del mercado,


que es el foro de las contrataciones, de las pretensiones y de las expectativas de un
número cada vez más amplio de seres que exigen por su egoísmo la implícita
justificación y la legitimación colectiva. El ethos del mercado se manifiesta en el drama
proporcionado a la reactividad emotiva y moral de los competidores. La expectativa se
compendia en la satisfacción de la victoria económica y en el temor de la derrota.
Aletea, en todo caso, incluso con la complicidad invisible de Adam Smith, el carácter
irremediable de la riqueza y de la pobreza injustamente repartida «por el azar y la
necesidad » (según el eficaz aforismo de Jacques Monod).

La modernidad se opone al sufrimiento con las herencias idiosincrásicas de los


individuos particulares, que encuentran la matriz de sus prerrogativas sociales en el
numinoso o tumultuoso pasado. El arte de la memoria y el de la práctica psicoanalítica
del recuerdo concurren a delimitar los objetivos edificantes de la socialización, la
temperatura emoliente del primitivismo iconoclasta del género humano. La
responsabilidad antropológica no puede reflejarse sin alguna mediación moral en el
escenario social, realizada con la ayuda de la técnica. La artificialidad –falsable
popperianamente– reduce el alcance desacralizador del mal (hasta el punto de
considerarlo banal, según la fisioterápica determinación de Hannah Arendt). La victoria
sobre el mal arcaico se identifica con el exordio de un nuevo mal, sugestionable y
objetual. La incertidumbre es la fuente argumentativa sobre las finalidades del género
humano. El abuso –que desde los principios medievales se ramifica en los mercantes
renacentistas y en los conquistadores del Nuevo Mundo– privilegia la arrogancia de
quien ostenta propiamente la momentánea superioridad sobre los desprevenidos, sobre
los simples, sobre los inermes. La manifestación energética tiene configuraciones
épicas, arcaicas y modernas a la vez, utilizadas para ratificar la continuidad emotiva
entre la economía de cambio, la economía agraria y la economía industrial. La
prerrogativa del condotiero renacentista es el gozo estético de un proceso de
mistificación del dolor, del trabajo y de la renuncia a las satisfacciones y a los bienes
terrenales. El autoengaño se considera el solvente problemático del drama, que implica
el hemiciclo social, sin adeudar las causas a una obtusa capacidad mimética o a la
intolerancia por todos las pleonásticas manifestaciones de buenismo, de humanitarismo
y de solidaridad. El arbitrio de las pasiones aparece como tal en un cronograma de
acciones, dirigido a modificar el habitat natural en el milieu cultural y social, en el que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 577

se manifiesta la modernidad, entendida como superación de las mezquindades de la


existencia terrena. La tiranía arrida las virtudes cívicas de la colectividad como el
regente renacentista ostenta su satánica sabiduría, útil en la inaccesible travesía
normativa, institucional. La prescripción de la norma es tal cuando se refiere a un grado
de conveniencia pública y privada. En la virtus maquiavélica, el valor se identifica a
veces con la hipertrofia del yo y con la autogratificación. El heroísmo se convierte en la
convención con la que se ejerce una profunda agitación social, a veces tensa para
humillar las debilidades del espíritu y de los recursos físicos. La eugenesia moderna no
se anuncia para evitar la intolerancia y la rebelión de las poblaciones del planeta, se
anclan en sus costumbres tribales, en sus creencias ancestrales, en sus estructuras
operantes en el sector de las relaciones interindividuales y en el sector del empeño civil.

T. S. Eliot afirma que abril es el mes más cruel: la época del año en la que las
víctimas se multiplican por la agitación energética, que se verifica en la atmósfera. La
muerte parece perseguir la vida, compensar las almas en pena y devolver su sitio debido
a quienes, en potencia, ambicionan en asomar la cabeza dentro del certamen existencial.
El carácter irremediable del fenómeno es una característica de la creación. La muerte –
canta Giuseppe Ungaretti– se abona viviendo. Esta es una extrema vibración de la
existencia, según las irrefutables pruebas de la autoafirmación y la autoreproducción. La
realidad se hace de referencias, de elegías, de pruebas juiciosas y de demoníacos
fracasos. Todo el aparato religioso, filosófico, poético, científico, construido por el
hombre para posponer su fin, declina en la inaccesibilidad o en la vaguedad. Pero el
viento de la primavera es precursor de recursos, de nuevas formas de vida, que alean en
el aire como los duendes del Valhalla o como las polinizaciones (anemófilas, zoófitas,
hidrófilas) que subyugan y sugestionan el pensamiento.

La muerte ejerce en los animales y en los seres humanos un tipo de atracción


homicida, que oscurece la iniciación creadora. Cada muerte presenta su perímetro de
acción a los sobrevenidos, e irredentos del cálculo infinitesimal sobre la base de la
supervivencia y de la regeneración. La compasión hace que los hombres participen de la
suerte común, también cuando las condiciones iniciales de la existencia aparecen
diversificadas y hasta conflictivas. La lucha de clases debería frustrar la pietas, si la
preceptiva que la penetra se inspira en el racismo antes que en la economía y por lo
tanto en la distribución ecuánime de los recursos de la comunidad socialmente sujetada
por normas, por leyes retenciones necesarias y legitimadas por el consentimiento
578 RICCARDO CAMPA

(aunque logrado hipócritamente). La muerte libera los cuerpos y los dispone al recuerdo
de los supervivientes, algunos de los cuales son conscientes del juicio que les llegará.
La postulación metafísica no exonera los seres vivos del cuidado de los sufrimientos
terrenos, en los que también hallar el viático por la sublevación celeste. La
discriminación entre quien inflige y quién padece el sufrimiento se da en la inocencia,
presupuesta metafísicamente por el género humano en su íntima configuración. La
llamada cadena de los seres hace pensar en el destino como en el componente endémico
de los seres vivos en el metabolismo orgánico de la naturaleza. La crueldad no se mitiga
en la resignación de quienes la padecen ya que se manifiesta, en su vulnerabilidad, con
el ímpetu del primitivismo, presente gradualmente en el patrimonio genético individual.

La avidez reduce la crueldad porque atenúa su fuerza repulsiva. A las bestias en


cautividad, un azucarillo les produce un bienestar pasajero, atenuando así su
impetuosidad ferina. El gozo temporal sustrae los animales y los hombres del estado
angustioso del conflicto por la supervivencia a través del exorcismo del mal sedentario.
La demoníaca presencia del desorden en la naturaleza trastorna continuamente la
promoción fideísta o credencial para quienes (Thomas Hobbes, John Locke, Jean-
Jacques Rousseau) creen oportuno estipular un pacto de salvación entre los individuos o
una nueva alianza entre los hombres y Dios (Ilya Prigogine). La frugalidad, por tanto,
además de contraseñar la costumbre del asentamiento comunitario, confía una función
sustitutiva de las aspiraciones equitativas, que emotivamente connotan todos los
componentes vitales de la naturaleza, a los objetos producidos por la técnica. Una
concepción, esta, que encuentra solamente cotejo en el milieu cultural, y por lo tanto
artificial, en el que las estructuras comunitarias se connotan de una finalidad
temporalmente compartida por la mayoría de sus miembros. La teleología del conjunto
social no puede que ser sustancialmente igualitaria, aunque sea distinta pro tempore. El
liberalismo, que considera la diversidad como un componente activo de la competición
y, por lo tanto, de la mejoría, al menos potencial, de los individuos particulares, en su
teleología se propone como una doctrina igualitaria, en el sentido que no discrimina
entre quien puede tener éxito en un tiempo y quién puede aspirar a tenerlo en tiempo
sucesivo. El exhibicionismo es, bajo algunos aspectos, un mal necesario, en el sentido
que engendra también la aprensión por el bienestar por parte de los agnósticos. La
exasperación es execrable, pero es menos perjudicial bajo el perfil competitivo, en el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 579

que reside el sentido apartado del conflicto político, económico y social (en práctica,
por el mercado).

El «espíritu de las leyes», teorizado por Michel de Montaigne, consiste en que la


afirmación y la constricción en los términos con que se compone sean recibidos por la
comunidad, cerca de la que se ejercita. La fuerza de la ley es un seguro para la bondad y
la maldad de los hombres, ocupados en satisfacer sus instintos y su razón, según el
principio del menor derroche de energías y del máximo provecho. La pietas es el
correspondiente del mal, reconocido como urgente en la realidad y capaz de altercar y
de interaccionar con el bien, en su diferenciada y a veces ilusoria manifestación. La
hipocresía se considera por tanto una impróvida actitud contra los desafíos de la
realidad, en su multiforme exteriorización. El egocentrismo se perfila como una
excesiva medida defensiva de la intimidad individual, pero termina siendo y
manifestándose como un rudo desinterés de lo que le rodea. La creencia en la virtud de
las víctimas se identifica con el difuso sentido de culpa de los provocadores. Y es justo
esta metafísica que pretende contender a Dios el poder de infligir el mal lo que los hace
despiadados y arrepentidos junto a los verdugos. La exigencia de liberar los instintos en
ámbitos culturalmente (y normativamente) controlados induce a los exegetas sociales a
configurar el escenario colectivo en términos complacientes. El extremo liberalismo
sombrea potencialmente el conflicto endémico, que se sublima en las formas más
explícitas y cautivantes, previstas por el ordenamiento jurídico. La filantropía costea el
agnosticismo, al menos para quienes conciernen las perversas tendencias individuales
en el orden institucional: cada forma de exaltación de las virtudes humanitarias se
destina a encontrar cotejo en su contrario, caracterizándose como una infausta, pero
ineludible connotación de la condición humana. La hipocresía es la crueldad mental,
con la que los individuos confían el mal cotidiano al bienestar ilusorio. Las asperezas de
la existencia vienen improvisadamente adeudadas al defecto de manutención de las
colectividades normativamente organizadas. La cohesión social es el síntoma del temor
ancestral y la ambientación consuetudinaria. La supervivencia prevarica la precariedad,
aunque sea en términos propedéuticos al empeño concreto de mantener la solidaridad y
la teleología comunitaria. La debilidad moral encuentra un antídoto –en verdad poco
eficaz– en la megalomanía, en la actitud parenética de quien ostenta, de un modo más
bien llamativo por la indiferencia ajena, el propio ego, la propia hipertrófica concepción
de la existencia. La manifestación del yo privado de frenos y de prejuicios es
580 RICCARDO CAMPA

ilustradamente pretenciosa y románticamente cautivante. Efectivamente, la sensatez


induce a aceptar los desafíos de la naturaleza con los atenuantes genéricos, profusos en
la sociedad por los reformadores y por los humoristas: de quienes se reconocen
depositarios del buen sentido y del sentido común.

La hipocresía se aleja de la simulación, que tiene una función menos delictiva


porque no se configura en la realidad contemporánea. Nicolás Maquiavelo introduce a
nivel institucional esta categoría interpretativa de las actitudes humanas, vueltas a la
consecución de objetivos que aún no están cargados de connotaciones místicas o
religiosas. La simulación permite creer que las relaciones interpersonales están
ancoradas en un criterio de objetividad, prescrito por la normativa en vigor, de modo
que pueda asegurar el curso normal de los acontecimientos. La categoría
omnicomprensiva de las actitudes humanas, se perfila en toda su eficacia en el débil
entendimiento de las causas, que dominan la inteligencia y el uso, con más o menos
criterio de los instrumentos de persuasión. El respeto a la convención puede transformar
las razones, que le dan su existencia, en conformismo. La uniformidad de las
expectativas no preserva las instancias individuales, que para actualizarse deben –
simulando acciones benéficas– convulsionar y modificar su status quo, hasta conferirle
el crisma de la necesidad antes que el de la oportunidad. La complacencia, en todo caso,
desatiende el fomento de los desórdenes (al menos mentales). Las «buenas intenciones»
son el síntoma de la moral defendida, profesada alegóricamente como la panacea de
todos los recursos que edifican la comunidad humana, ocupada en dar consistencia
concreta a la colaboración, la complementariedad y a la solidaridad, empeñadas en
magnificar los resultados conseguidos a nivel moral, social, político y económico. El
compromiso consiste, en efecto, en hacer que parezca aceptable cualquier forma
estatutaria de la convivencia civil, que execre el conflicto y exalte una vida tranquila. En
cierto sentido, tanto la simulación, como el compromiso, se perfilan como las formas no
rituales y atrevidas de la supervivencia: una cotización de la vida humana por la
sublimación del ser, aunque sea moralmente indisponible a la hora de modificar las
reglas que compaginan la vida comunitaria, y que se creen que son funcionales para
alcanzar su cohesión y su desarrollo económico, político y social. La práctica
consuetudinaria se desdobla, en efecto, a creer que cada manifestación de malestar
individual es un mecanismo fisiológico y resoluble en el metabolismo artificial de los
sistemas y de los aparatos normativos. El arte de lo posible puede ser tramposo y por lo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 581

tanto no siempre, oportunamente, refutable. A veces la hipocresía viene a dar


consistencia, aunque en términos de oposición, a la legitimidad y a la coherencia.

La relevancia, que asumen estas categorías en el ordenamiento constitucional, no


minan su eficacia, pero condicionan su funcionamiento. «La democracia representativa
americana no ha corrido mejor suerte que el liberalismo inglés. La democracia no solo
se encarnó en un sistema político, sino que fue acuñada por la mistificación. En efecto,
inmediatamente resultó evidente que ella también fue gobernada por personas alejadas
de la perfección y que sus leyes estuvieron lejos del producir una justicia completa»3.
La categoría de la perfección (y la de la felicidad), evocada por las cartas
constitucionales de las grandes tradiciones democráticas, no constituyen metas, sino los
modelos ideales e ideológicos, a los que relacionar lo más posible, también
forzosamente, la actitud pública y el sentido de responsabilidad colectivo. «Sin nada
más donde apoyarse que el culto a los antepasados o la divina providencia, la
democracia liberal moderna, además de sus promesas morales, poco más tiene que la
sustente. Por este motivo, engendra el rigor moral y, al mismo tiempo, el juego
recíproco de la hipocresía y de la anti-hipocresía verbales»4. La dialéctica entre
hipocresía y anti-hipocresía se refleja en la operatividad social, que es el fundamento de
las democracias liberales, sustraídas –¡ay de nosotros!– a la smithiana «mano invisible»
del mercado, que es justo el foro, en el que maquiavélicamente la habilidad retórica y
problemática asume valores equinocciales. La atmósfera sobrecalentada y opalescente
del mercado oscurece la imaginaria, en la que el cambio de la oferta y la demanda se
realiza con una insólita ferocidad, elevada por las buenas maneras y por las
convicciones, debidamente expresadas según las premeditadas jurisdicciones formales.
La ritualidad de las relaciones no excluye las reservas mentales, aquellas cargas
energéticas que nietzscheanamente predisponen a la comparación y al choque (este
último coincidente con el fracaso, con la rendición condicionada de una de las partes en
contienda). La vulgarización del empeño compulsivo en el mercado radicaliza la
democracia participativa, que encuentra en el consenso –el más amplia e inestable
posible– su legitimación. La inmunidad del pecado y de la tentación de cometer actos
impropios con respecto de los permitidos por la ética comunitaria y social no se permite
oficialmente, aunque se admite hipócritamente como probable. La insatisfacción es
parte del carácter individual, que se muestra en las manifestaciones edificantes que
582 RICCARDO CAMPA

terminan con una lucha intestina, identificada magistralmente como una tentación
demoníaca por Thomas Mann en el Doctor Fausto.

La lucha por la mistificación de algunos enunciados morales es a veces un


pretexto, ya que los convalida en su ineficacia y en su persistente turbulencia en la
intimidad de las conciencias y en las actitudes, en los que trascienden bajo el mentís
libres de un error súbito o de una venganza evitada in limine, antes de la implosión en
un sistema de relaciones, dirigidas a estabilizar y promover el conjunto social, en el que
se verifican. El conflicto entre la autenticidad intimista y la simulación colectiva es
comprimario de la ilusión democrática. Sin esta discrasia intelectual, el sentido
universal de la concordia y de la justicia disminuiría. Del encuentro de las matrices del
conocimiento se deduce la adecuada reglamentación de la conducta colectiva. La
dificultad de encontrar a nivel institucional una amplia convergencia de ideales y
perspectivas hace indispensable la adopción de fórmulas de embeleco por parte de los
reformadores sociales, que sombrean un grado más o menos elevado de hipocresía,
según el relieve que asumen en las elecciones políticas de relieve particular. El arca de
salvación, que se configura como posible en las democracias en favor de los individuos
singulares, es constituido por la tolerancia de las inhibiciones, íntimamente contenido
por una irrefrenable propensión social. La sociedad, apaciguada por las leyes y por su
aplicación, permite contextualmente, a nivel individual, desahogos de naturaleza
intimista, intraducible e incontenible en los consolidados esquemas expresivos y en el
léxico comunitario.

El autoengaño es una disciplina pretenciosa porque induce a pensar en algo, del


que se reconoce su falta de fundamento, con el objetivo de conseguir resultados
prácticos, aunque sean efímeros e inconsistentes. El esnobismo ofende la desigualdad,
que las doctrinas equitativas tienden a atenuar, en nombre de un dictado celeste, que
invade también laicalmente a los partidarios del sistema jurídico-formal. El
ordenamiento legal disciplina la desigualdad sin afligir su origen y su desarrollo. La
justicia es un principio igualitario, que no puede encontrar aplicación en un sistema
retenido culturalmente como irredimible con respecto de un modelo unitario. La
artificialidad del presupuesto igualitario consiste en pensar la transformación
tecnológica de la naturaleza como la precondición necesaria para que las leyes de la
tradición y la innovación encuentren su realización práctica. La mezquindad, conjugada
con la hipertrófica concepción del yo, vulgariza la existencia mientras exalta el estándar
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 583

de la finura y la exclusividad, reservado a unos pocos estudiosos. El privilegio se


entiende como un premio libado a algunos en compensación por los sacrificios sufridos
por muchos. El esnobismo mitiga la injusticia con la mistificación del insólito y a veces
caricaturesco obrero. El ritual con el que se exhibe la riqueza es infausto en las
sociedades democráticas, en los que la convicción más difusa consiste en creer en el
éxito de algunos el concurso de todos. La justicia distributiva, invocada por los órdenes
democráticos, se justifica con la idea de que las conveniencias concedidas por el
conjunto social a unos pocos son el resultado de la renuncia de muchos: renuncia
implícita en su comportamiento inadecuado a la comparación, pasiva, ataráxica,
contraria a cada sofisticada forma de manifestación de carácter ecuménico. El prestigio
individual es el resultado de una convención, tácitamente estipulada entre el exaltador
social, el narcisista de los modos y el profanador del compromiso colectivo, para influir
en las conciencias y hacerlas refractarias a cada apremio racional, responsable de la
intolerancia colectiva y de la reivindicación conceptual y práctica. La revuelta cáustica e
irreprensible –como la delineada en clave ribellística por Albert Camus– no cede a las
lisonjas de la representación escénica, que, sobre todo con los actuales instrumentos de
difusión, tienden a sonsacar cierta subliminal complicidad del público, por su naturaleza
fideísta e irreflexiva.

El público, en la sociedad tecnológica, es una ficción, una colectividad


adulterada por los preliminares escénicos, utilizados para creer en las confesiones y en
las denuncias, que ni las estructuras fideístas ni las instituciones laicas respectivamente
piensan que puedan recibirlas. El gossip es el esnobismo público, innecesariamente
propenso a homologar en la tolerancia todas las declaraciones que discrepan de la moral
corriente. El esnobismo y el gossip apelan, en efecto, a una moral inmarcesible, que los
instintos abusivos devuelven al menos inalcanzables. Su plausibilidad, sin embargo,
queda vultuosa en una serie de suposiciones, contrarias a los conocimientos en la
experiencia, civilmente insurrecta para salvaguardar la dignidad del hombre y el
ciudadano, entendido ilustradamente como una fase providencial y salvífica de la
evolución del género humano. La representación escénica (la televisión) sanciona las
uniformidades y las diferencias sociales según un criterio equitativo virtual, expresado
por la sentencia potencial de los usuarios-clientes. Paradójicamente, la televisión amplía
e inmoviliza la confesión, la condena y la absolución, según el orden de los hechos
confiado hipócritamente a las sugestiones improvisadas, ocasionadas por los
584 RICCARDO CAMPA

acontecimientos naturales y por los artificiales, a menudo dotados de una dramática


intensidad. La fallida división entre las creencias y los valores, en auge en un particular
período histórico, constituye la causa de la indiferencia de los grupos sociales más
aventajados por la fortuna en lo que respecta a las clases sociales menos acomodadas y
más deseosas de ayuda y sostén en su imprevisible empresa social. La condición
moderna, a diferencia de cuanto es sancionado por el tenor económico y social de la
Edad Media, permite modificar el status individual y percibir como posible los
beneficios de la revolución industrial y la consiguiente división competencial del
trabajo. El ridículo, que emana a veces de las «sagradas representaciones» televisivas,
restablece desacostumbradamente la «medida», el criterio más adecuado para afrontar la
realidad, a veces estropeada por la impericia o por el egoísmo de las clases sociales
empresariales y los grupos tutelares. Las democracias ostentan la práctica de la
autoafirmación como un curso natural y libre de las simulaciones terapéuticas de las
sociedades elitistas. Aunque esta connotación sea evidente, sin embargo no queda
eximida de las deformaciones, provocadas por la excesiva afectación igualitaria.

La división del trabajo en la estructura democrática se caracteriza por tener


muchos niveles de competencia y responsabilidad, a los que se les hacen corresponder
muchas prebendas, que se piensan compensan los sacrificios o los riesgos,
institucionalmente considerados excepcionales. La corrupción se configura por tanto
como una burla más que como la desatención de las reglas del orden social en vigor. La
tiranía centrífuga se oculta en el examen normativo, representado y configurado en las
explanadas de la virtual representación escénica. En todo caso el ritual es aquel del
«pueblo llano», que bromea sobre la estilización aristocrática, asimilando así sus
connotaciones bajo el aspecto de la broma, de la ironía, de la contaminación. Las
diferencias sociales –los ricos y los pobres– se someten a las encuestas estadísticas,
diferentes en las áreas del planeta, que confieren, incluso polémicamente, legitimidad a
aquellos que poseen un nivel económico más elevado. La crítica social confía en las
«extravagancias ambientales» para promover la reivindicación. Esta actitud, sin
embargo, no es peligrosa, porque se apoya en un proceso inquisitivo del pasado, cuya
evocación, según John O’Sullivan, no se puede practicar democráticamente. O’Sullivan
sustenta, no sólo la oportunidad de no utilizar la lengua inglesa en la América
democrática, demasiado atada a la experiencia europea, sino también la dificultad de
memorizar el pasado, que se desarrolla en un contexto histórico, en el que es posible
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 585

penetrar únicamente con la ayuda de la lengua de la dominación y de la discriminación,


propia del colonialismo inglés. Una constatación, la de O’Sullivan, que hace las veces
de previsión: en la época contemporánea, en efecto, la presencia de las lenguas y las
culturas latinas, asiáticas, africanas, contienden a la hegemonía inglesa la primacía de la
comunicación y sobre todo la exclusividad de la reflexión. La democracia americana
induce sobre todo a los funcionarios públicos a asumir actitudes modestas, extrañas a la
arrogancia de los burócratas imperiales ingleses, habituados a imponer en las
costumbres la relación de dependencia entre la metrópoli y la periferia, incluso cuando
la periferia es el recurso económico de la centralidad decisional y operativa. El sistema
de las comunicaciones moderno elimina la distancia entre la ciudad y el campo y otorga
un grado de sintonía a las dos culturas que, según Marshall McLuhan, el autor de la
«aldea global», es sinónimo de simultaneidad: de una visión de conjunto de todos los
acontecimientos del planeta, independientemente de su constitución y de su
peligrosidad. Pero es justo este estándar representativo el que los priva de las diferentes
causalidades, a las que se ha de hacer frente con las diversas aportaciones culturales y
con las correspondientes lenguas tradicionales. El mínimo común múltiplo de las
diferentes culturas del planeta se identifica siempre con una mayor aproximación al
estándar tecnológico, en vigor en los centros decisionales y operativos (en los países
económicamente hegemónicos por cuanto son los poseedores o revisores del sistema
financiero y del aparato productivo). La camarilla se transforma en sociedad anónima,
con competencias nacionales y supranacionales, condicionando los ordenamientos
tradicionales a los fines políticos (electorales).

La economía responde al principio soberano de la supervivencia del género


humano y a las modalidades de actuarla en los términos y en los modos más
ampliamente compartidos. La meta del consenso se alcanza, normalmente, a través de la
retórica de la convicción, el compromiso ideológico, la publicidad, la propaganda. La
acción subliminal, desarrollada por las multinacionales, se considera que es necesaria y
propedéutica al nivel del desarrollo programado. La fidelidad iconoclasta no asegura la
vida tranquila, ya que los impulsos nacionalistas, de autodeterminación, se hacen sentir
continuamente en el interior de las asociaciones institucionales, sintonizadas con el
«mercado global». El exhibicionismo (del status symbol) contribuye al desarrollo de la
economía y a otorgar a la extravagancia un deseo (de aparecer) que se ve acompañado
de objetos. También las apariciones religiosas y los sobresaltos místicos, para hacerse
586 RICCARDO CAMPA

creíbles, tienen que conformarse a las modalidades de la representación, que se ejercen


usando la tecnología en vigor. El exhibicionismo contrasta con el misticismo oscurecido
y tentacular. Su exteriorización de la intimidad profunda se disuelve en la incontinencia.
El exhibicionismo moderno refleja las características de la cadena de montaje y la
producción en serie: todo lo que reluce, lo que llama la atención y satisface las
expectativas, es transitorio, no satisface completamente las perspectivas de adaptación a
un hábitat en continua revisión. El exhibicionismo condena la ilusión a la intolerancia, a
la desesperación. La falta de ritualidad y la emancipación, con los que el exhibicionismo
se expresa, se definen por su brevedad e instantaneidad y no dilaceran el tejido social,
en el que se manifiestan. El prestigio social se consigue realizando obras benéficas,
apreciadas por el orden consuetudinario. Se revalúa a menudo el sacrificio, cumplido
por algunos, para que se reconozcan las finalidades terapéuticas implícitas por el
conjunto social. El examen sobre la incidencia del trabajo individual en la vida de la
humanidad siempre es controvertido, porque depende del acuerdo, que se establece
entre quienes proponen su actualización y quienes asumen el gravamen económico. La
socialización de las relaciones personales consiste en hacerlas compatibles con el gasto,
necesario para hacerlas coherentes con las metas ya sombreadas por el conjunto de la
comunidad. Si cada propuesta innovadora no encontrara el consentimiento del milieu
cultural, en la que se realiza, estaría destinada al olvido.

Algunas corrientes de pensamiento (científico), por ejemplo, el atomismo,


atraviesan los milenios, actuando en apnea, hasta la verificación de los eventos
propiciatorios de su eficacia correctiva, frente a las imprevistas desviaciones
institucionales (la guerra). La complacencia de algunas clases sociales con respecto a
otras, en orden a ciertas elecciones económicas o a directivas políticas, refleja el curso
orgásmico de un contexto comunitario, delegado a contender la ayuda de todo el orden
social. La materialización de cada empresa intelectual la condena a la explotación y a la
confutación. El proceso tecnológico, en efecto, radicaliza el progreso científico, en el
sentido que lo asimila a la realización en serie de sus productos. Al proceso tecnológico
le son extrañas las simulaciones del pensamiento y la destreza de la imaginación. Las
jerarquías morales vigilan un mundo, en el que la humildad no es una actitud
democrática. La ciencia, además, no puede ingeniarse en el crisol de las prohibiciones
cruzadas, que tradicionalmente contienden al exclusivismo o a la parcialidad en las
diferentes zonas del planeta. Cuando la ciencia está encapsulada en una órbita política
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 587

(como sucede en el proyecto Manhattan, en la segunda posguerra) son inevitables su


rebelión y su traición política. La característica de la ciencia consiste en la salvaguardia
de los valores de la universalidad, que no pueden ser desatendidos, aunque no sean
completamente compartidos, por quienes se afanan, en los laboratorios, a conferirles un
significado concreto. La responsabilidad individual del científico es tal si sintoniza con
las finalidades de la investigación y del descubrimiento, al servicio del género humano,
en su conjunto, y por lo tanto independientemente de las condiciones y de las
convicciones que pueden fragmentarlo. El autoengaño exonera el científico de la
acusación de traición, pero no lo absuelve de la incompetencia y de la irresponsabilidad.
La ciencia mitiga la frenética concupiscencia de los mortales, porque magnifica su
inconsistencia en plano elegíaco y actualizador. El ideal científico, de presentar de
forma coherente las ventajas prácticas, que se deducen, al interés cognoscitivo, permite
propiciar un tipo de koiné universal. La competitividad desarticula los vínculos de la
lealtad y la pertenencia para permitir a los contendientes presentar los beneficios, que
faciliten su promoción social. La precariedad de las condiciones queda excluida del
concurso de los factores contemperantes a las expectativas individuales y al bienestar
colectivo. También esta categoría social contesta históricamente a los diversos niveles
de desarrollo del conocimiento y sus aplicaciones prácticas. El engaño, que invade la
estrategia de la investigación y el conocimiento, consiste en pensar que se es celoso de
las leyes de la naturaleza y permitir por ello la evidencia mediante el hechizo epifánico
(la intuición). El arte sugiere a la ciencia las alegorías, las figuraciones, en las que se
evidencia un área neurálgica del interés y el deseo de la condición humana.

La mística renacentista italiana es solar, a diferencia de las místicas umbrías de


las regiones ibéricas y de la Europa continental. La inaugura Francisco de Asís, que
evoca el hermano Sol y la hermana Luna como los dos cuerpos celestes, que más
sugestionan la fantasía. Este visón es el resultado de una peripecia mental, sobrevolada
por la imaginación del desierto, por la extensión de arena, que reclama a la mente las
épocas de las aguas, los espejos del cielo. En la arena se imprime la imagen del Cielo.
El anteojo es la elaboración de la arena, que se desarrolla en vidrio y este, ulteriormente
estructurados en el anteojo, permite la visión del firmamento. Los cuerpos celestes, cuya
imagen se refleja en la arena, rompen a la vista del observador del cosmos con las
connotaciones que el año-luz modifica sin que se dispersen los trazos salientes. El arte
de la conjetura y el florilegio de las impresiones se traducen en el instrumento, mediante
588 RICCARDO CAMPA

el cual la aventura humana se transforma en reflexión, visión, meditación. El carácter


sagrado de lo existente queda incognoscible, aunque la destreza del observador-
investigador lo rodea y lo denota con las categorías propias de la disquisición. La
palabra intercepta las imágenes y las sonoriza, las hace representables con la ayuda de
las reglas mnemotécnicas, que concurren a evidenciar las normas de la correlación. La
gramática es el arte de identificar las secuencias lógicas en la descripción, en la petición
de los sentidos de las cosas. La sintaxis permite el cumplimiento de los principios, bajo
el fundamento de las convicciones, para encontrar en la asertividad su motivo
conductor.

La sintaxis conceptual y expresiva induce a establecer inevitablemente una tabla


de valores, a partir de la autoestima, de la afinidad electiva, hasta la idealización de la
fidelidad comunitaria, familiar, de grupo. Esta escala de factores, sin embargo, reduce el
individuo a ser un amanuense de la naturaleza y de la historia, al exonerarlo de
contribuir directamente en la solución de las problemáticas inherentes a la vida del
género humano. Por otro lado, la anarquía, si fuera efectivamente realizable, no
confiaría en las competencias individuales, sino en la ausencia de los vínculos
colectivos. Si la sintaxis conceptual induce a configurar una jerarquía de situaciones,
entre las que la inteligencia individual deliberante encuentra su justificación, es el
conjunto de las relaciones, que se establecen entre los seres hablantes y los seres silentes
de la realidad, la que redacta los criterios, en los que es permitido deliberar sobre el bien
y sobre el mal, según las prerrogativas innatas en los mitos, en las religiones, en las
ideologías, que atraviesan los siglos e invaden las convicciones y las actitudes de los
mortales. La condena de la hipocresía consiste predominantemente en la denuncia de la
ineficacia de la estrategia adoptada para conseguir un resultado. La evocación de la
astucia y de la fortuna, que en El Príncipe de Nicolás Maquiavelo tienen un papel
menos ocasional de lo que muchos piensan, persigue únicamente el objetivo de recordar
a los partidarios del orden político y social que el «trasfondo» de la condición humana
es conflictivo y aflictivo y que en todo caso está en conformidad a las leyes de la
naturaleza. La respetabilidad, la solidaridad y la pietas son invenciones mediáticas,
utilizadas para reducir los contrastes y los conflictos, que invaden varios niveles –
comprendidos los freudianamente sublimados– de la vida humana en su atrevida
perspectiva de la supervivencia. Los recursos de los mortales, dirigidos a otorgar al
ethos un sentido cada vez menos alegórico de la bondad, gravitan ineludiblemente en la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 589

economía de los recursos naturales. Karl Marx afirma, con conocimiento de causa, que
no todos los seres vivos están invitados al banquete de la naturaleza. Es una tarea del
arte y de la ciencia (de la cultura) ilusionar –también esto, con conocimiento de causa–
sobre el hecho de que exista en las elecciones de los pensantes la posibilidad de
amortiguar el choque entre las expectativas humanas y las posibilidades concretas de
realizarlas. El engaño –tanto en la naturaleza como en la vida social– es la prueba de
fuerza de la lealtad. A la hora de redactar los protocolos del consentimiento parecen
intervenir, tanto en los probos como en los réprobos, las fuerzas interactivas en un
sistema configurado normativamente como inevitable. El equilibrio del orden
institucional es por su misma naturaleza inestable, como el resultado de las fuerzas en
contraste, según las estrategias del cálculo mimético y las intimaciones programadas. La
perfidia desconcierta el conjunto institucional porque introduce en las relaciones
individuales una reserva mental exagerada acerca de su leal cumplimiento. La
desconfianza salvaguarda la legitimidad del desarrollo interindividual sin perjudicar por
ello la instalación consensual. La condena general de la guerra civil, por parte de los
historiadores, demuestra la inestabilidad emotiva que regula por así decir el
metabolismo político en los sistemas institucionales, dominada por el principio de
validez de valor universal.

El modelo, capaz de contener y elevar los conflictos, que animan incluso la vida
política y social, es el del equilibrio inestable, contenido en sus efectos desoladores por
la habilidad de un hombre ilustre, de una minoría hegemónica, de un grupo de presión.
La insidia de la proscripción, de la traición y de la insubordinación permanece en cada
sistema político que se basa en la participación democrática. Esta impróvida
manifestación política es parte integrante de la fisonomía representativa de las
formaciones políticas, legitimada por el consenso (no aberrante, como es lo que se
manifiesta en las plazas, calentadas por la escenografía de los dictadores y de los
tiranos). La traición científica invalida la credibilidad de los miembros de las sociedades
actuantes en el sector de la investigación y del conocimiento y provoca profundas
perturbaciones sociales por el hecho de que la ciencia se vale de algunas certezas
(aunque sean temporales), que no pueden decepcionar sin provocar inquietantes
interrogantes epistemológicas: sobre los fundamentos y sobre los enunciados,
empleados para afrontar la búsqueda y conseguir resultados cognoscitivos. La traición
de los clérigos, aunque realizadas en la búsqueda de fines nobles sobre la universalidad
590 RICCARDO CAMPA

del conocimiento, no se sustrae a la condena política de aquella parte del planeta, que ha
permitido notables inversiones en la investigación científica y en las aplicaciones
tecnológicas. El dilema cognoscitivo de la época contemporánea contempla, por un
lado, la autonomía y la independencia del observador y perturbador de la naturaleza y,
por otro lado, el respeto del pacto de actualización, que atañe el sistema político y el
aparato científico. La lealtad política supera la honestidad intelectual por el simple
hecho de que el sistema que la reivindica se mueve con la intención de asegurar los
ingentes recursos económicos, necesarios para realizar los programas cognoscitivos y
modificadores de la realidad desde la utilización de recursos energéticos con fines
pacíficos y militares (normalmente, son estos últimos los que se aparecen en primer
lugar). Sin embargo, la comunidad científica muestra que no considera en primer lugar
y de forma imperativa la lealtad política frente a la coherencia intelectual, por su
naturaleza, extraña a cualquier condicionamiento diferente de los propios de la
argumentación.

La idea que los entes y las instituciones, promotores de la actividad científica,


sean los únicos beneficiarios de sus recursos y sus aplicaciones prácticas contrasta con
la «universalidad» de la investigación, en el sentido que se extiende al patrimonio
energético del planeta, aunque sea desde una base prospectiva y gráfica, como es un
laboratorio. La representatividad cultural, incluso actualizando en un país o en una
región plurinacional, no se vincula, si no es de forma evocadora, a la estructura
normativa e institucional. La ciencia invoca constantemente un tipo de
extraterritorialidad, aunque no es infrecuente su adecuación a las convenciones y a los
condicionamientos sectoriales. La habilidad de los científicos consiste en hacer
perceptible, a nivel mediático, su competición como un trabajo de équipe internacional.
La ambición de superar el nivel individual permite ocultar un ejercicio de estilo a nivel
mundial. Aunque es legítimo todo tipo de desconfianza por esta puesta en escena, la
convicción general y difusa considera objetivamente que las aportaciones científicas son
benéficas. La ciencia y la tecnología contribuyen a uniformar el mundo y
contextualmente a hacerlo más conflictivo en las mismas áreas, en los que el progreso
cognoscitivo se ejerce de manera más incisiva con respecto del resto del planeta. La
actitud de los científicos no es tranquilizadora para el orden político en el que se opera.
La validez y la comprobación de los resultados cognoscitivos están sometidos a la
aprobación de la totalidad de la comunidad científica, irradiada por todas las áreas del
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 591

planeta: desde las más avanzadas hasta las menos avanzadas, implicadas en la
resolución de problemas matemáticos y postulados de la física, de la química, de la
biología y de todos los demás ámbitos aplicativos. La honradez cultural sigue teniendo
vigencia en la comunidad científica, aunque el empleo de las actuaciones tecnológicas
deja entrever cierto laxismo ético, debido casi enteramente a los modelos económicos,
interactivos del mercado global.

El carácter apodíctico de las conveniencias encuentra cotejo en la relatividad de


los convenios económicos y financieros, que se valen del clima al mismo tiempo
esperanzado y compromisorio de las generaciones contemporáneas, perdidas y
deslumbradas ante la apariencia y la espectacularidad. Lo primero se refleja en el culto
de la mirada física, de una condición corpórea visiblemente predispuesta a afrontar los
improbables desafíos de la modernidad. Mientras la estructura tecnológica tiende a
garantizar la humanidad frente a los riesgos de la fatiga y la degradación física, las
generaciones contemporáneas se entregan a un tipo de inconsciente selección natural,
quizás para contestar a los cambios climáticos y a las modificaciones del metabolismo
cósmico. La tolerancia, invocada por todos los regímenes, es de hecho un grito de dolor
por las ventadas de la intolerancia física (étnica, racial, religiosa), que se levanta en las
regiones del mundo más expuesto a la multiculturalidad y al plurilingüismo. El
desprecio por lo «diferente», efectivamente, no es otro que el reconocimiento de la
incapacidad de actuar en presencia de «otros» estilos de vida, que son menos
armonizables con los que se creen ineludibles y consolidados. La unilateralidad del
juicio satisface la vanagloria, pero no compensa el deseo de encontrar el consentimiento
al menos en el círculo familiar y en los propios amigos. La indisolubilidad de las
convenciones es una falsa prerrogativa social: sirve para reforzar las relaciones
existentes y la insolvencia del cambio y del progreso. La defensa instintiva de cada
forma de engaño, que de cualquier manera se revela necesaria para tutelar la
sociabilidad, induce a ampararse en la retórica o en la estentórea programación de un
ideal que, aunque no sea practicable, sirve de incentivo a la fantasía creativa, a la
ilusión. La pasión privada busca un asidero formal para connotarse como garante de la
participación legal colectiva. «La difundida desconfianza en la humanidad se convirtió
en la base del gobierno constitucional, sobre todo en América»5. La ley, entendida como
correctivo de los «vicios» naturales, comporta una especie de atestado colectivo del
complejo de culpa. Por esta razón, las cartas constitucionales se inspiraran en un
592 RICCARDO CAMPA

sentimiento laico, en la autónoma determinación de los individuos para afrontar las


pulsiones surgidas, elementales, en el intento de contener sus efectos desoladores
(sublimándolas, según la terminología freudiana) en el interceder por el «retorno» –
rousseaunianamente hablando– al Edén (aunque sea al Edén aproximado y simbólico, al
que pueda hacer referencia la inteligencia humana).

La lucha por la crueldad también comprende la negación de la injusticia, de las


medidas irreflexivas, con las que se establece impróvidamente el dominio de unos sobre
otros, sin que tal actitud se crea como inconveniente para las relaciones humanas
realizadas a merced de las fuerzas primarias, creídas inconscientemente regeneradoras.
La ley introduce la previsión de las empresas permitidas en un sistema en el que la
división del trabajo y las competencias (por rotación y no por distinción) introduce el
procedimiento comunitario, impersonal, en contraposición con la individualidad
renacentista. El orden normativo disciplina la libertad de acción, dejando a los
individuos particulares la tarea de activarla sin lesionarse recíprocamente (o en todo
caso, lesionándose, pero aceptando la retribución punitiva, el castigo). La introducción
de la retribución de la pena, del castigo, en los ordenamientos constitucionales
modernos, deroga en el fondo el principio de la laicidad ya que reconoce a la mala vida
una prerrogativa que excede la resignación humana. El mal, en efecto, de Giovanni
Boccacio a Thomas Mann, concilia la existencia con la vocación trascendental, aunque
sea de naturaleza demoníaca y por lo tanto alternativa a la celeste. Esto oscurece la
posibilidad de «otro mundo» de la mano de un Heresiarca, que dispone de un poder
perverso y cautivante.

La simulación –una categoría conductual introducida en las relaciones de la vida


por Nicolás Maquiavelo– tiene el objetivo de apartar la mirada del prójimo de la
perfidia, que a veces deja su impronta en la cotidianidad (los actos cumplidos por los
individuos para sobrevivir huyendo de las insidias y de los odios temperamentales). La
sospecha es un tipo de honestidad disgustada: el solvente higiénico contra la crueldad
ferina, que queda, descalcificada, en los individuos, en los grupos, en la colectividad. La
confrontación de estas propensiones, formalmente disolutas, alimenta el desconcierto
del hombre frente los enigmas de la existencia. La aberración es por lo tanto una
manifestación curial, la catalogación del desdén frente a la incomprensión del tránsito
existencial. La alegoría de la misantropía y el escepticismo se configura como una
actuación por parte de algunos sobre otros según los principios del orden cognoscitivo,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 593

político, moral. El entusiasmo, que generosamente los contrarios del orden constituido
vierten sobre los resignados, a menudo es preterintencional y en todo caso subversor del
equilibrio inestable, en el que el género humano se dispone a aceptar su status y a
mejorarlo según las terapias de choque, sugeridas por los reformadores sociales. La
hipocresía sigue siendo aborrecida en un sistema normativo, en el que la consecución de
un objetivo es como un premio con connotaciones metahistóricas. La tentación de
parecer lo que no se es forma parte de la docilidad humana respecto al buen obrar, de la
mitigada determinación de no actuar en propiedad, sino es compartiendo con los
similares, y en todo caso al amparo de la unión normativa, construida para alcanzar los
beneficios comunes inmediatos, relativos y contingentes. La ambición es una actitud
personal, convalidada por una objetiva escalera de valores. Si no fuera posible hacer
florecer la envidia social, el empresariado privado vendría a menos, tanto bajo el perfil
formal, como bajo el perfil material. La exhibición aparece como un anticipo de la
fama, una pretensión que es la contrapartida de la beatitud celeste. La extemporaneidad
de la puesta en escena por parte de los juglares y de los irregulares de las maneras es la
reivindicación de un tiempo recóndito, del que no todos pueden gratificarse.

La incertidumbre y la incoherencia son las expresiones indiciarias de un método


de entretenimiento argumentativo, que tiene un sistema de enunciados, al que hace
referencia. La mentira, ocupada en finalidades nobles, no se rige por la comparación con
las diversas actitudes funcionales de la condición humana. La irreverencia por lo que
respecta a cualquier asidero introspectivo y conceptual, les prohíbe formar parte del
aparato argumentativo. Su prerrogativa consiste en hacer referencia temporalmente a un
contexto conceptual opuesto al llevado a examen o a juicio. La oposición no atañe las
medidas de lo posible y por lo tanto de una aportación, controvertida, a la resolución de
un examen disquisitivo. La habilidad del hombre político consiste en inventariar un
sistema normativo que consienta e ilusione en hacer posible –al amparo de la libertad
individual– un tenue pero apasionado despotismo. La corrupción generalizada latente
justifica los regímenes liberales frente a la opinión pública moderna y contemporánea
que, a grandes rasgos, los exorciza aclamando los sistemas tetrágonos en cada concesión
individual y operante en términos comunitarios, asociativos, absolutos. La clemencia,
aunque oculte en cierta forma una actitud de abandono frente a la instalación
institucional, de hecho constituye la premisa de una nueva visión del mundo, que sin
embargo está lejos del formalizarse y menos aún de constituirse. El orgullo, la jactancia,
594 RICCARDO CAMPA

la vileza pueden atribuirse al temor ancestral, a la dificultad de parte del género humano
de armonizar los impulsos primitivos, elementales, con el razonamiento, hecho aún más
eficaz por la estimulación tecnológica, por el aparato artificial, en el que la acción
individual puede subyugarse y ampliarse, según las exigencias del orden subjetivo o
institucional. Los condicionamientos del pasado eximen la moral común por el hecho de
que la mentalidad, que les da su existencia, es corresponsable con los mecanismos a
través de los que pueden ser contrastados o contradichos. Si se puede conseguir la
mejoría de las condiciones objetivas recurriendo a la transgresión (moral, jurídica,
social) el resultado reduce el crimen a la falta de ritual y ennoblece la instancias
realizadoras.

El enfoque de todas las características, que forman aristotélicamente parte de la


fisionomía, consiste en contar como prejuicios lo que aflora en la época ilustrada y en la
época romántica como una convergencia de factores naturales (temperamentales) y
artificiales (tecnológicamente elaborados y contingentados por la dinámica económica y
financiera a nivel planetario). El volumen de las transacciones financieras y comerciales
influye en el conjunto del planeta, aunque un examen entre las regiones más ricas y las
regiones más pobres hace patente la contradicción existente. «El volumen de las
transacciones financieras mundiales –escribe Anthony Giddens–comúnmente se indica
en dólares. Para la mayor parte de la gente, un millón de dólares ya es una cantidad
enorme de dinero: un paquete de billetes de cien mide más de veinte centímetros. Mil
millones de dólares mediría más que la cúpula de San Pedro, mientras que un billón de
dólares equivaldría a veinte veces el monte Everest»6. A la fisionomía aristotélica hace
cotejo la morfología del Estado-nación, modificada en su constitución y su finalidad. El
aspecto territorial y las tradiciones culturales (religiosas, lingüísticas, étnicas y raciales)
del Estado-nación ya no corresponden a los esquemas ideales del pasado, ya que
interactúan con todas estas categorías y condicionantes de la especificidad regional.
Casi todos los Estados-nación de la época contemporánea se definen en orden a los
sistemas de defensa e impulso económico, que garanticen la estabilidad y la ausencia de
hostilidades abiertas. La diversificación ideológica del planeta cede su sitio a la
subdivisión en áreas de influencia, según los modelos constitucionales
predominantemente democráticos. La comunicación electrónica facilita los contratos
financieros y comerciales transnacionales. El sistema de comunicaciones telemáticas
también permite el renacimiento de adormecidas identidades culturales en las diversas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 595

áreas del planeta, sobre todo en aquellas regiones del mundo, en las que las naciones
que impulsan el desarrollo (colonizadoras) llevan beneficios económicos, que
difícilmente pueden realizar en su territorio (al ser más elevado el precio de la fuerza del
trabajo y de las cargas tributarias, por no hablar de la explotación de las materias
primeras en régimen de alquiler). «Se afirma cada vez más lo que se podría llamar
“colonialismo a la inversa”, o sea la influencia de los países no occidentales sobre el
desarrollo de Occidente: los ejemplos abundan, como la hispanización de Los Ángeles,
la emergencia en la India de un sector hi-tech con un mercado global, la venta de
programas televisivos brasileños en Portugal»7. La idea de que la nueva dimensión
económica del mundo concilia el bien común con las estrategias sectoriales prevalece a
nivel publicitario. La sensación transmitida, sin embargo, no se consolida en el
consenso, sobre todo porque los focos de violencia se desarrollan en conflictos abiertos
que arruinan los mismos «valores», que se pretenden convalidar. La artificialidad de la
existencia reduce la incidencia de los riesgos calculables y preconiza otros, que intentan
tenazmente exorcizar. En tal empresa, la cultura contemporánea concilia la sensatez de
la tarea humana con las mutaciones naturales. El riesgo se configura por tanto como el
incentivo que se cuantifica en la inmediatez del futuro, de los acontecimientos de un
tenor más o menos diverso, en términos energéticos, de aquellos históricamente
homologados. El cálculo de la actuación correlaciona todas las iniciativas públicas y
privadas, que ambicionen influir en el metabolismo social. La prohibición de actuar
atrevidamente se considera impracticable, porque es contraria a la aspereza de la
existencia y a las normales mutaciones naturales.

El respeto de las tradiciones ahora está en función de la consecución de un


objetivo práctico: convencer al prójimo de que tiene que ser el heredero de un
patrimonio cultural que garantice la identidad del consenso moderno. La Unesco, en
efecto, al proclamar el 2008 como el año de las lenguas maternas, se propone el
reconocimiento del derecho a perfeccionar su competencia comunicativa a cada
comunidad cultural, con la intención de facilitar su contaminación con las lenguas (y las
culturas) hegemónicas, y así rescatarlas de la comparación general (global). La
manifestación más libre del pensamiento hace menos estentórea su relación con los
apremios intelectuales, que se ejercen en las regiones del planeta más favorecidas por el
destino. La costumbre asume así un relieve económico, en el sentido que ofrece el
596 RICCARDO CAMPA

derecho a la industria de adaptar (relativa y únicamente de modo formal) los productos a


las exigencias y a los gustos (en apariencia) consolidados.

La categoría social, que contrasta con la renovación terapéutica del planeta, es la


licitud. La justicia en el sentido de la norma jurídica es inducida a no contravenir si no
despreocupadamente las agitaciones endémicas de la sociedad contemporánea. La
misma perversión (intelectual, sexual) entra en un ámbito argumentativo de amplio
interés y participación más eficaz. La liberación de los sentimientos y de los afectos
transige sobre la ritualidad que se proclama indispensable para aclarar la permanente
intencionalidad comunitaria. Efectivamente, la uniformidad social permite las
diferencias individuales en los reductos emotivos, relacionales. Las modalidades
asociativas de finalidades afectivas son cada vez menos vinculantes ya que el hemiciclo
de la experiencia vital se garantiza en las idénticas formas de trabajo, de retribución, de
participación económica, política y social. La exclusividad biográfica (de individuos o
de parejas) es el refugio en el que se aglomeran los sentimientos, las sensaciones, las
afinidades y las diferencias, según los periodos recalcados por las profundas agitaciones
políticas y sociales, que se manifiestan a nivel nacional y a nivel internacional. La
democracia de las emociones consiste en devolverlas fuertemente vinculadas a la
conciencia individual, independientemente de su duración. La atenuación conceptual de
este atributo encuentra cotejo en un sentido más fuerte de la responsabilidad por parte
de quien persevera en sus elecciones sentimentales, salvaguardando su permanencia en
las condiciones objetivas. La decadencia de la ritualidad tradicional en la
condescendencia sentimental se debe a la contemporánea institución de un sistema de
relaciones económicas y sociales de importancia capital para los destinos de las
sociedades privadas y públicas. La desilusión de la democracia acompaña
paradójicamente su difusión. Ella consiste, en la época tecnotrónica, en un benéfico
complejo de culpa respecto a la naturaleza, de acuerdo con el escenario de las
transformaciones, tendencialmente benéficas para un creciente número de individuos,
que gravitan alrededor de las áreas más predilectas y en las áreas menos predilectas del
planeta. La vulnerabilidad de sus propensiones permite a la democracia de estar al paso
de los tiempos. Aunque la banalización del diálogo influye negativamente en la
información televisiva, el proceso de participación popular es evidente, si bien siempre
está subordinado a la estrategia de las encuestas y los sondeos.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 597

La opinión pública, en las democracias, es anacreóntica y frágil como un vaso de


cristal, que un simple golpe de viento puede arrojar al suelo y reducirlo a fragmentos
minúsculos. La legitimación y el consentimiento político se someten a los estados de
ánimo de los actores sociales, a su vez subyugados por las variables del mercado. La
organización social se vale de todas las adaptaciones doctrinarias, sugeridas por la
práctica común. En este sentido, se priva espontáneamente de cualquier referencia
conceptual, que encuentra su razón de ser en la tradición. La generalización del saber se
practica en la fruición de los bienes y de los servicios, que, por otra parte, están
contingentados debido a las diversas administraciones institucionales. «La pérdida de la
fe en el “progreso” es obviamente uno de los factores subtendidos en la desaparición de
las “narraciones” de la historia»8. La causa de este «aislamiento» de la humanidad en el
curso de la existencia se debe a su misma precariedad. La historia, entendida como
testimonio, aparece como una notación en suma confortable respecto al dramatismo de
la condición humana. La conciencia de deber y poder subvenir solamente a la inquietud
existencial con los recursos contingentes, definidos ilusoria y proditoriamente como
progreso, propende a encontrar en la reflexión y en la experiencia las satisfacciones, que
ayuden a las prometidas por las creencias, por las religiones y por las ideologías. El «fin
de la historia» consiste, en efecto, en la falibilidad de todas las doctrinas propedéuticas
de la transcendencia. Quienes todavía persisten en la perspectiva trascendental acaban
ganándose las conciencias inquietas, preparadas para sacrificarse por un falso ideal. El
fundamentalismo ideológico es la patología del razonamiento, configurado por la
aproximación y por la duda. La transitoriedad de las situaciones (los ciclos económicos,
las crisis sociales) contradicen con claridad y evidencia cualquier providencialismo
(extraterrestre). La limitación –aunque se prolongue en el tiempo– de la existencia
aniquila las expectativas salvíficas y anima la lucha por la supervivencia mediante todos
los consuelos posibles e imaginables. El superhombre nietzscheano se problematiza, se
democratiza: así, también el autor del Así habló Zaratustra prevé la llegada del
socialismo como un movimiento capaz de (falsamente) entusiasmar las multitudes. El
bienestar, que se extiende a todo, se reivindica con la llamada de la selva, atenuada y
traducida en las frases burguesas, que las declinan en las proletarias. El eterno retorno es
un tipo de religión pánica, en el que los vencidos y los vencedores son «ficciones» de
las máscaras y de los iconos, inventados por las generaciones formando el bagaje de la
historia, como una epopeya de doble cara, en el que están presentes las pasiones, los
598 RICCARDO CAMPA

rencores, los desafíos de los hombres y las mujeres que eran «conflictivos» en el
pasado.

La fantasmagoría de la empresa moderna prescinde de sus connotaciones


providenciales. Si acaso señala la escasez del interés mutuo y de la satisfacción de los
grupos sociales, que la hacen posible. Su misma configuración prescinde de la memoria
y por lo tanto de la historia. La sugestión, que procura, aparece de forma breve y con
una imperiosa intensidad, al punto de señalar el beneficio como un tipo de abstracción,
de meta-abstracción, sin prerrogativa alguna que pueda asignarse sobre la evocación y
la redición. La falibilidad del entusiasmo está presa de la sensación demoníaca, que se
deduce de la interacción de las fuerzas incontrolables, tendentes a un orden diferente del
normal, que podría actualizarse en coincidencia a la propensión del género humano a
convertirse en una alternativa energética con respecto a la que aparece como
permanente. La disgregación (temporal y espacial) de los esfuerzos humanos permite
sombrear el universo abierto e inmemorial, en el que la autoridad decisional se convierte
inmediatamente en objetos en serie y por lo tanto olvidables. Efectivamente, cada
decisión humana es diferida en un tiempo tan mínimo que hace pensar en la lesión
histórica y en el preludio de una temperie, anagramada en flujos de eventos,
paradójicamente, inconmensurables y utilizables en la resignación cotidiana. El hiato
que transcurre entre uno y el otro acontecimiento se configura como el fertilizante de la
nueva (renovada) estación de la vida asociada, de una navegación terrenal que mimetiza
aquella neumática, afinada por las adecuadas prestancias físicas. El viaje espacial atrae
todo el interés intelectual alrededor de la pérdida de la gravedad, de las sensaciones que
se conectan a ella. La percepción de la evasión del mundo, sin embargo, no es tan
penetrante como se imagina: los movimientos en el vacío representan los sueños de los
mortales, condenados, a pesar de ellos, al suelo terrestre, al polvo, al polvo atmosférico,
a la falta de esencialidad, entendida como la pérdida del peso específico y la fausta o
infausta temporalidad.

El fundamentalismo filosófico restablece la aprensión emotiva del


Romanticismo bajo la forma racionalista. La condena de la precariedad y la
aproximación epistemológica, promovida por el fundamentalismo, es desviante, ya que
induce a pensar que son válidos algunos enunciados, recabados con el pretexto de la
insolvencia del presente manifiesto y de su probable, progresiva modificación (en el
mejor y más satisfactorio sentido). El pensamiento, que caracteriza la imagen de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 599

modernidad, se dirige del pasado desterrado del entusiasmo al improbable futuro.


Aparece como una fase de transición y duración. La emancipación de la tradición
dogmática no tiene el rigor de la Ilustración ni la difusión del Romanticismo: es si acaso
una empresa falta de fundamentos ideales, pero rica en prospectivas prácticas, que
engendran nuevamente una insólita forma de providencialismo naturalista, cósmico. El
aparente empirismo deja su sitio a la abstracción, que encuentra cotejo inmediato en su
expresión tecnológica, dirigida por las leyes matemáticas y por las estrategias que se
conectan a ella mediante la instalación y la activación de los sistemas productivos y los
circuitos de distribución de los productos (que generalizan de forma tendencial). La
afirmación del pensamiento condicional coincide con la llegada de la sociedad
tecnotrónica, con la sociedad que controla automáticamente las energías productivas y
mide el tiempo de la acción humana según los barridos del tiempo cósmico.

La industrialización tiende a transformar las formas inanimadas de la producción


en subsidiarias de las propensiones creativas del género humano. El shopenhaueriano
auxilio estético permite subvenir a la insatisfacción racional con el gozo sensible, con
las atracciones provocadas por los sonidos, por los colores, por los gestos, por los
movimientos, que se piensan responsables de un improbable o inesperado estado de
gracia de la humanidad. La empresa industrial presupone la exención del hombre de los
«humores» de la naturaleza (de los ciclos estacionales, de las catástrofes, de las
inundaciones, de las pandemias). La industria se manifiesta en la fábrica, en el complejo
estructurado, capaz de transformarse en polo de desarrollo de los recursos, creídos
indispensables para salvaguardar la dignidad de los trabajadores que respetan la
subdivisión del trabajo y la especialización de las competencias. Norbert Elías escribe:
«Éste es, si queréis, el secreto de la ciencia: renunciar a ver el mundo a través de las
gafas de los deseos y de las fantasías consoladoras, o bien a través de la lente de los
miedos y de las angustias, de modo que el conocimiento del mundo se acerque lo más
posible al mundo real»9. La identificación del homo technologicus con la naturaleza
consiste en acelerar los procesos de transformación, que permiten poner en evidencia la
creatividad humana y la inercia innata en las cosas. La energía se presenta en estado
latente y en estado propulsor, según los esquemas de interacción, propuestos por el
observador-modificador de la realidad: según la convicción de que sea la techné la que
modifique la geopolítica en orden a las variables de la renovación tecnológica y la
eficacia ejemplar de los procesos productivos y de los aparatos distributivos. La
600 RICCARDO CAMPA

constante transformación de los recursos naturales en objetos se somete al curso cíclico


de la economía y por lo tanto del Estado-nación, en los que se manifiesta. La interacción
social en el Estado-nación moderno se practica en el anonimato, que es la forma, en la
que se superan las idiosincrasias localistas y tradicionalistas. El actor político se
identifica económicamente como aquel capaz de introducirse en el sistema productivo o
de asediarlo desde el exterior esperando que le sea conveniente y le abra el crédito, para
poder financiar las operaciones urbanistas en el medio metropolitano. La indiferencia y
la desatención civil constituyen los circuitos liberatorios del nivel individual: cada
persona se atiene a las reglas de la convivencia en el intento de cerciorarse un ámbito,
reducido, en el que connotar las inquietudes y las expectativas existenciales. La
convergencia de las diversas finalidades individuales se constituye en la tipología del
empeño productivo: del trabajo pensado como si fuera una condena bíblica hasta Marx,
del trabajo considerado la fuente de la dignidad y la prestancia intelectual de las
generaciones, que utilizan la tecnología para concertar programas de utilidad nacional e
internacional.

En la sociedad tecnológica, la esfera privada asume relevancia cuando


interacciona con (o incide en la) vida colectiva. Si se respetan las reglas de la
convivencia civil, la intimidad de los sujetos queda confiada a su libre configuración.
Esta convicción se deduce sobre todo por la constatación de que la uniformidad del
sistema productivo no da paso a las preferencias individuales, que puedan de algún
modo filtrar las instancias interiores, los pensamientos recónditos y las determinaciones
íntimas. La prudencia, con la que la intimidad individual se camufla en la abstracción y
en la uniformidad colectiva, es el perímetro de la libertad, configurado en la
autodeterminación y en el auto-condicionamiento. Este último factor refleja la
conciencia, que cada individuo emplea en el conjunto de las relaciones personales, que
se deducen del modelo de desarrollo político, económico y social. La libertad moderna
se identifica con la elección de los vínculos, que se consideren útiles, funcionales para la
consecución de determinados objetivos prácticos, a los que les corresponden categorías
abstractas, perseguibles con cualquier medio, aunque sea solapado, con tal que parezca
legítimo y providencial. La habilidad de encontrar en los intersticios las llamadas
condiciones objetivas, los espacios sacrificiales de la libertad individual, pertenece al
ethos, reflejado en la cotidianidad convencional. La competencia es como un
aglutinante en la configuración de un mundo, tecnológicamente marcado por la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 601

desigualdad atenuada por la solidaridad: la naturaleza y la artificialidad se conjugan en


la teleología de la acción, también mimética, para no empañar el pensamiento en los
exámenes dramáticos del pasado de la condición humana en el universo. La dinámica
productiva se alega a la existencial según una imperiosa sucesión de eventos, que
prohíbe, al menos en parte, la reflexión. Las filosofías de la crisis como el cinismo, el
epicureísmo y el estoicismo, no han calado, si no alusivamente, sobre las generaciones
modernas, prendadas de las locuciones abreviadas y de la aproximación. El
pensamiento10 se realiza bajo las formas verbales de la actualidad, en el intento de
exorcizar sus aspectos fetichistas, conexos con las cosas y su transformación.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 603

18. LA SOCIABILIDAD

La democracia moderna es la manifestación de la licitud del bien común y la


práctica de las modalidades para evidenciarlo. La contingencia es prescriptible si se
considera la transcendencia un itinerario orgiástico, mistificador, y, sin embargo, capaz
de ocultar el recorrido auténtico de la liberación individual y la cohesión colectiva.

El origen de la democracia descansa en las doctrinas políticas que avalan la


Ilustración como una gnoseología redentora de la Revolución francesa. Efectivamente,
el presupuesto de la Ilustración y por lo tanto de la democracia consiste en creer que la
evolución genética de la humanidad está confortada por la razón, por un recurso físico,
que puede valorar reactivamente los desafíos de la naturaleza. El fundamento del
hombre racional constituye el epifenómeno de la igualdad, de la hermandad y como
expresión catártica de la libertad, del prejuicio, del temor pánico, del egoísmo individual
y de la insolvencia colectiva. El sistema plebiscitario está implícito en la naturaleza de
la democracia de inspiración ilustrada, racionalista, formalmente congénita con los
órganos de la discusión directa o indirecta (parlamentarismo) en la lógica consecuente.
La postulación de los principios inspiradores del mejor modo de administrar el Estado
consiste en convertir en legisladores a los miembros de la comunidad política,
entendiéndolos como reformadores sociales. Se considera que la práctica normativa se
sigue de los postulados que la legitiman racionalmente.

El parlamentarismo, aunque su origen se remonte a los tiempos de la Inglaterra


de Cromwell, se atiene en su conformación moderna a los postulados conceptuales de la
Ilustración: del cogito ergo sum de Descartes. Su relación consiste en presentar de
forma principal y eximida de los condicionamientos, vínculos, pretextos ideológicos y
conjeturales, cualquier expresión individual, que se desvíe al bien común. Como en la
ciencia moderna, que establece que la clase de los números reales infinitos tal como
604 RICCARDO CAMPA

infinitos es el sintagma, el espacio, entre dos de ellos, también en la dinámica social, la


exposición orgánica de los principios rectores del bien común puede ser objeto de uno
de los miembros del parlamento en beneficio de todos los demás, o al menos de la
mayoría. El vínculo fallido entre la libertad de expresión individual y la parte alícuota
de electores interesados al hecho de un representante sustenta el andamio conceptual del
parlamentarismo.

La idea de que la libertad es un atributo de la ciudadanía del hombre es un


pretexto. En la condición natural prevalece, en realidad, el estado de necesidad. Es la
condición cultural la que hace que la libertad sea precipua: ella, en efecto, es una
conquista realizada en las fases de emancipación de las necesidades primarias. La
igualdad, por tanto, no es una categoría natural, ya que por naturaleza los hombres son
competitivos al ser desiguales, es, por lo tanto, una categoría cultural, con la ayuda de
infaustas conflagraciones determinadas para asegurar al género humano la
supervivencia y el predominio sobre otros géneros y sobre otras especies del mundo
orgánico, según un equilibrio siempre modificable del mundo inorgánico. La libertad,
entendida como ausencia de cualquier dominio, como una realidad auroral, es una
imagen poética, que encuentra solamente su correspondiente jurídico en las elípticas
conformaciones utópicas, que sirven de medida cautelar respecto a todas las
realizaciones sociales completamente subyugadas por el autoritarismo, por la tiranía,
por la autocracia, por la dictadura. «De la libertad de la anarquía, –sustenta Hans
Kelsen– se forma la libertad de la democracia»1. Para que el individuo quede libre
obedeciéndose solamente a sí mismo, según Jean-Jacques Rousseau, es necesario que el
individuo ilustradamente se convenza de que puede ser el formulador de la voluntad
general, capaz de satisfacer las expectativas legales de todos, si se considera libre de
todo vínculo (mandato) tal como sería si siguiera actuando en el estado natural. La
rescisión de los vínculos del mandato parlamentario se justifica con la liberación de
cualquier condicionamiento, que se evidencia de forma dramática en la condición de
naturaleza, en el que el riesgo de poder hacer cualquier cosa supera la oportunidad de
efectuar elecciones (de imponerse límites) que sean ventajosas para la consecución de
los objetivos primarios (la supervivencia de la especie) y de los objetores secundarios
(la mejora de las llamadas condiciones objetivas). La voluntad general implica el
principio de la unanimidad, aunque tal unanimidad se ejercita en la síntesis entre
mayoría y oposición. La unanimidad no significa la totalidad, que, según Rousseau, no
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 605

es el equivalente de la mayoría (de la voluntad general). La unanimidad contrasta con la


democracia, que se supone que es el compendio de las opiniones metodológicamente
orientadas a una síntesis. Las diversidades no se identifican con las aperturas, las
contraposiciones, los contrastes insanos: al contrario, concurren a delinear el aspecto
compuesto de un modelo organizativo, legal, que permita la paz social y el libre
desarrollo de las iniciativas individuales. El contexto normativo, en el que se practica la
democracia, salvaguarda las instancias colectivas mediante la legitimación de las
propensiones individuales.

La democracia por tanto no contempla el principio del sometimiento o el


principio de la sumisión, ya que todos los ciudadanos concurren a su realización. El
pueblo es la categoría jurídica a través de la que la democracia realiza su tarea. La
convertibilidad de las instancias, (y de los intereses) que dentro del pueblo se puede y se
tiene que manifestar está perfectamente en línea con los principios inspiradores, que
contemperan las exigencias de la mayoría y la minoría sin que este dualismo se
solucione en oposición. El interés de la minoría se garantiza mediante las reglas de la
participación política, que le permiten transformarse en mayoría, utilizando los mismos
instrumentos de la contratación dialéctica, del contrato social. «A la colectividad social,
en efecto, el individuo no pertenece como a un todo, es decir con todas sus funciones y
con todas las diferentes tendencias de su vida psíquica y física. Tampoco pertenece a la
colectividad que practica sobre él una presión más fuerte, es decir al Estado; ni menos
aún, a un Estado en el que la libertad determina la forma de organización»2.

La preocupación de Kelsen de asegurar formalmente al individuo una libertad


incondicional (incluso de los organismos que concurre a determinarlo como es el
Estado) es al menos inoportuna. La libertad fuera del Estado, como es la libertad
religiosa, o de cualquier convicción, está reconocida perfectamente por el Estado
moderno, justo porque el Estado moderno tiene como finalidad la organización política
y administrativa de los sujetos, ocupados en perseguir su bien personal, que, por las
premisas fundadoras del Estado, no puede chocar con las colectivas porque, si chocaran,
transformarían el Estado social en el Estado de naturaleza: es decir, se volvería al origen
del pensamiento recapitulativo de las oportunidades frustradas por las condiciones de
necesidad. El Estado es por tanto el orden en el que los individuos particulares pactan
actuar con la máxima libertad posible sobre las normas constitutivas del aparato
normativo, al que asisten desde una posición neutral para que se aseguren las garantías
606 RICCARDO CAMPA

de la libre determinación que están imaginadas y previstas preventivamente por el


debate, por la creencia de las razones colectivas, aunque el consentimiento mayoritario
y del disenso minoritario las contradigan sistemáticamente. La democracia reconoce a
todos los ciudadanos sus derechos civiles, que algunas constituciones extienden también
a los extranjeros, que insisten sobre el territorio nacional por comprobados motivos
laborales. Los partidos políticos delegan del ejercicio de la voluntad individual y de la
formación de la voluntad común. La práctica de los asuntos públicos es tarea de todos
los ciudadanos que reivindican la aplicación y el respeto de los derechos positivos,
diseñados en la fase preliminar a la creación del Estado y el ordenamiento jurídico que
lo legitima. El hecho de que las democracias se inspiren en las mismas leyes que
contribuyen a formular demuestra la importancia que tienen los individuos movilizados
por los partidos políticos (partido es el equivalente léxico del pars pro toto). «La
democracia por lo tanto puede existir solo si los individuos se agrupan según sus
afinidades políticas, con el objetivo de dirigir la voluntad general hacia sus fines
políticos, así que, entre el individuo y el Estado, se introducen las formaciones
colectivas, que, como los partidos políticos, reasumen las idénticas voluntades de los
individuos particulares... Sólo la ilusión o la hipocresía pueden hacer creer que la
democracia es posible sin partidos políticos»3. La unión de las convicciones está en la
base de la retribución estatal de los intereses. La teoría de Heinrich Triepel, según la
cual los partidos políticos son la expresión del egoísmo grupal, es insostenible porque
cada forma de mediación conceptual tiene en cuenta las expectativas de las partes en
causa. La contienda sobre los principios, inspiradores del contrato social y por lo tanto
de la voluntad general y del Estado, es providencial: traslada lo que en el plano
dialéctico y argumentativo sería objeto de conflicto. La finalidad del Estado es
precisamente la sublimación de los apetitos y los intereses.

En principio, la democracia no circunscribe a la mayoría a ser la entidad que


gobierna y a la minoría a ser la entidad gobernada, sino que delibera sobre su
complementariedad y subsidiariedad, según los resultados electorales. Las minorías
asisten al gobierno del Estado salvaguardando los derechos sancionados en la Carta
constitucional, que es «previamente» el viático en que la democracia se ejercita y se
fortalece en el desempeño de los asuntos generales. La democracia se manifiesta en el
parlamentarismo, en la didascálica conformación del consentimiento respecto a las
medidas que se tienen que adoptar para permitir regular el desarrollo de las actividades
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 607

estatales. «El parlamentarismo, forma política de los siglos XIX y XX, pudo reclamar
indudablemente a sus activos resultados realmente importantes, como la emancipación
completa de la clase burguesa a través de la supresión de los privilegios; seguidamente,
el reconocimiento de la igualdad de los derechos políticos del proletariado y, desde ahí,
el principio de la emancipación moral y económica de esta clase frente a la clase
capitalista»4. El corporativismo y la dictadura son sus antídotos y previenen las mentes
abiertas e iluminadas de ser argumentativas, problemáticas. El autoritarismo combate
cualquier forma de aproximación al conocimiento y cualquier expresión que se
concierte con la relatividad de las formas empleada para hacerla eficaz y pertinente en
relación a la contingencia histórica. La democracia indirecta solo puede realizarse a
través del parlamentarismo, que refleja las notaciones solicitadas por la instancia
rousseauniana en la que se compendia la voluntad general.

El parlamentarismo, garantizado por el referéndum, tiende a armonizar la


democracia indirecta con la democracia directa, a dar eficacia decisional a las masas
populares que, en cuanto que son elegidos, disciplinan el desarrollo de la función
representativa con la acción de participación y de relación. El parlamentarismo,
sustentado por la realización plebiscitaria, permite al gobierno del Estado cumplir actos
apriorísticamente garantizados por la tensión democrática. «Si el parlamentarismo, en el
curso de su larga existencia, no solo no ha conseguido las simpatías de las masas, sino
tampoco las de las personas cultas, eso se lo debe en gran parte a los abusos derivados
del privilegio inoportuno de la inmunidad»5. La inmunidad se considera un hechizo de
la representatividad desvinculado de cualquier función directiva. Sin embargo, establece
el principio de la diversidad en el ámbito de las democracias, sustentadas por el
principio fundamental de la igualdad frente a la ley. El principio de la irresponsabilidad
política por parte de los diputados ayuda, en cambio, a conferir al mandato
representativo una libertad de expresión que concurra a la deliberación de la voluntad
general y por lo tanto al bien común. Un corriente antiparlamentaria –vigente en una
forma menos insistente de lo que no aparece en el siglo XX y en el siglo XXI– consiste
en creer que es más propio al curso de los tiempos que los partidos políticos individúen,
en su momento, los expertos adecuados para ser mandados al parlamento, cuando este
está empeñado en la formulación de las leyes, que tienen –obviamente– muchas líneas
temáticas que afrontar y deliberar. En las democracias modernas, la competencia por
sectores de interés está tan imbuido de conocimiento que impone al parlamento una
608 RICCARDO CAMPA

serie infinita de consultas, audiencias, investigaciones, en los diversos sectores del


actuar deliberativo y decisional. El conocimiento técnico ser solicita para que los
parlamentos puedan legislar con conocimiento de causa. Las comisiones especiales
parlamentarias no contestan a menudo a las instancias deliberativas, que la dinámica
demócrata determina como ineludibles para el desarrollo económico y social de las
comunidades, a las que se dirigen. En todo caso el parlamentarismo no puede ser
remplazado por el corporativismo sin perder la vista a la voluntad general, que no es la
suma de la voluntad de todos. El corporativismo enfatiza las aportaciones de las
competencias sectoriales, que el sentido del Estado (ético) debería llevar a un tipo de
unidad, generalizada por la norma erga omnes. El rigorismo legislativo debería hacer
corresponder al sectorialismo la generalización decisional, compensatoria de las
discrasias, que se determinan en el ámbito de la economía capitalista entre los diferentes
sectores de producción y servicios. Solamente en el cuadro del dirigismo económico, la
aportación corporativa tiene la fungibilidad del concurso colectivo a la propulsión
institucional (estatal). Además el corporativismo amenaza con propalar la tendencia al
asociacionismo profesional en forma y en número ilimitado, haciendo perder a su
representatividad la concepción del bien común, de los intereses comunes, que exceden,
como las relaciones éticas, estéticas y religiosas, de la simple comparación
procedimental. «Éste es, en último análisis, el motivo por el que una organización
profesional no podrá nunca remplazar completamente el parlamento democrático,
aunque que podrá existir junto a él –o con un monarca– como órgano puramente
consultivo, no deliberativo6». La atribución a un órgano profesional de la tarea de
informar al legislador no comporta por parte de este último su aceptación pasiva, ya que
prevalece constantemente el principio del interés general y por lo tanto del bien común.

El procedimiento parlamentario para presentar las leyes constitucionales y el


procedimiento para sancionar las leyes ordinarias son diferentes, porque se atienen a los
principios, de la perspectiva ideal y de la práctica realización, respectivamente. Las
leyes constitucionales canonizan las intenciones; las leyes ordinarias establecen las
oportunidades. El derecho a la mayoría puede estar condicionado por la obstrucción de
la minoría, que impida el normal desarrollo de la dialéctica parlamentaria. Esta
actividad se practica, en líneas generales, cuando la ratificación de una ley es contraria a
la voluntad general, cuando la mayoría cree que tiene que proceder en la misma
programación sin conceder nada a las la minoría que, a su vez, no reconoce a la misma
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 609

mayoría el derecho-deber de realizar iniciativas que cualifiquen los objetivos de su


acción de gobierno. Como esta anomalía no se verifica, la doctrina está de acuerdo en
pensar que es posible realizar una recíproca comprensión entre la mayoría y la
oposición en un clima de homogeneidad cultural y de comunidad lingüística. Estas
categorías de participación permiten contener la exacerbación conceptual dentro de los
límites que son fácilmente comprensibles por ambas las partes. Se puede confiar en el
examen político si las formaciones opuestas son titulares de las mismas instancias
conceptuales y léxicas. La lengua y la cultura hacen convertibles, traducibles y
trasfigurables los objetivos ideológicos, que las diferentes bancadas políticas se
proponen realizar. La ejecución de las normas asume connotaciones rígidas, que no
pueden ser puestas en tela de juicio cuando se realiza la aplicación. Este factor de
rigidez hace pensar en un poder ejecutivo exento por los principios democráticos, que se
solucionarían solamente en la formulación y en la ratificación de las leyes. La
democracia, en efecto, es el compendio de las modalidades con los que gestionar la
acción, que de por si se diversifica únicamente por las finalidades que se pretenden
conseguir y no por las formas implícitas de exteriorización. La técnica se correlaciona
rigurosamente con las normas (las modalidades de manifestación) que las hacen existir.
Los postulados matemáticos no se someten a valoraciones ideológicas: sus aplicaciones
pueden conseguir objetivos subordinados a la preventiva aprobación política e
institucional. Los órganos administrativos, elegidos por el parlamento, son garantes de
la fidelidad de los principios heurísticos en los que se inspiran, exentos de sugestiones
políticas e ideológicas de diversa orientación. Las funciones ejecutivas del Estado están
en relación con la aportación burocrático-administrativa.

La burocracia contribuye a la consolidación de la democracia. Cuando esta


organización societaria es eficaz, asegura el desarrollo regular de las funciones del
Estado, facilitando al ciudadano el uso de los servicios públicos, independientemente de
la orientación política e ideológica de sus correspondientes responsables. El normal
ejercicio de la administración pública responde a los entendimientos operativos
autónomos, teniendo en cuanta que el hecho de que el parlamento pueda intervenir para
orientar su eficacia y fungibilidad. La doctrina del equilibrio de los poderes –formulada
por Montesquieu– no incide en el tenor de la democracia, que puede encontrar cotejo en
los tres órdenes (legislativo, ejecutivo y judicial) reservándose la tarea preeminente de
actuar en el ámbito de la exteriorización legislativa. En la democracia, el debate político
610 RICCARDO CAMPA

se basa en las temáticas relativas al comportamiento cívico de los individuos. La


conocida como preeminencia del sistema legislativo, en realidad, es solamente una
previsión de orden dispositivo: sirve para otorgar al conjunto institucional una norma
ideal, que los órganos administrativos y los órganos judiciales se encargan de hacer
efectiva. La confrontación de la voluntad general en su aplicación real es una ulterior
prueba de la perfectibilidad de la democracia. La autocracia designa el mejor, el jefe, a
quien confiar el mando, con la convicción que no hay contraindicaciones en ello. La
democracia, en cambio, asigna provisionalmente el leadership a una persona, designada
electivamente por los miembros de los partidos que concurren a determinar sus efectos,
por un mandato determinado, que se agota con el cumplimiento de un programa
preventivamente aprobado por los electores, que forman parte de los grupos en
contienda. En la democracia, el leadership se asigna tanto a la mayoría como a la
minoría, que se actualizan constantemente sobre las problemáticas que es necesario
afrontar. La habilidad y la idoneidad de los demócratas se someten a la aprobación
preventiva de sus miembros. El cambio de la cúspide del poder político en las
democracias denota la constante propensión de las bases, de localizar a las personas más
idóneas para desarrollar los programas, que el debate político considera necesarios. El
carácter ineludible del juicio colectivo se justifica con la responsabilidad colectiva, que
se deduce del éxito o del fracaso de la actividad ejecutiva. Mientras en la autocracia, la
responsabilidad es exclusivamente de quien ejecuta las iniciativas políticas, en la
democracia la responsabilidad es predominantemente colectiva, aunque se localice
personalmente en quien ejecuta los programas de intervención preventivamente
debatidos y diseñados.

La libertad de expresión y de participación no puede prescindir de las


condiciones objetivas, en los que es inducido a obrar cada ciudadano individual. Por
esta razón, el marxismo antepone al concepto de libertad el principio de la igualdad
formal frente a la ley, que es la condición en la que se realiza la participación
(incondicional) en los destinos del Estado. Si el proletariado no constituye la mayoría
del electorado, la democracia socialista es el resultado de una movilización minoritaria
que, según Antonio Gramsci, concierne, en primera instancia, a los organismos
intelectuales y a las vanguardias ocupadas en la instauración de un orden social más
ecuánime. «Este es el principal motivo por el que una fracción del partido socialista ha
modificado los principios del propio método político y este es incluso el motivo por el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 611

que a la democracia, que Marx y Engels consideraban todavía conciliable con la


dictadura del proletariado, es más, como la forma de esta dictadura, le ha sustituido una
dictadura que se presenta como el absolutismo de un dogma político y una dictadura de
partido que encarna tal dogma»7. La extrema izquierda socialista cree que no puede
realizar democráticamente el nuevo orden social y la derecha burguesa la combate como
su radical confutación. El dualismo socialismo-capitalismo empapa la vida política de
los siglos XIX y XX del planeta, de modo particular el destino de Europa, de Asia y de
algunas regiones de África y América latina. El binomio democracia-autocracia invierte
la escena política mundial en el período de particular relevancia por el devenir del
planeta, ya ocupado, de varias formas, a transformar la economía agraria en economía
industrial, a superar la hegemonía tribal y patriarcal en la interacción de las relaciones
individuales, orientadas por la nueva forma del trabajo y el auxilio de la tecnología. La
fábrica y el laboratorio se configuran como los dos foros predominantes del desarrollo
cultural y económico de las sociedades, que amplían el mercado hasta hacerlo global,
según los procesos de interacción financiera, que superan las barreras aduaneras y
favorecen la llegada de nuevos aparatos productivos en las zonas más favorables del
planeta, independientemente de las tradiciones y de las costumbres consolidadas. La
experiencia impone un conocimiento tecnológicamente asociado de modo que pueda ser
realizado en el escenario internacional. La hegemonía del sistema lingüístico une
formalmente las regiones del planeta y provoca que puedan virtualmente interferir entre
si en relación a un modelo de desarrollo unitario.

La democracia se vale del presupuesto de que el pueblo se detiene en realizar un


discernimiento sobre el bien y el mal y lo plasme en la elección de sus representantes en
el parlamento. Esta admisión implica la existencia de una concepción religioso-
metafísica, que habilita el cuerpo electoral a expresar con conocimiento la mejor prueba
de la paz social. Ibsen afirma, al contrario, que la mayoría no es el receptáculo del bien
y de la verdad. Efectivamente, el pueblo no retiene verdades absolutas y no otorga
poderes absolutos: se encarga de buscar las formas más adecuadas que permitan a todos
los miembros de la comunidad social expresar su parecer sobre el modo más eficaz de
actuar en vistas a la mejoría por vías pacíficas de las condiciones objetivas. La actitud
providencial del pueblo es un atributo del carácter consecuente de las iniciativas
aprobadas para conseguir resultados que objetivamente conforten a todos los miembros
de la comunidad, en todo caso a los socios y militantes de los grupos y formaciones
612 RICCARDO CAMPA

políticas e ideológicas. La asignación y la prohibición de este potencial decisional tiene


el mismo valor para el pueblo, aunque sea funcionalmente preeminente el positivo,
puesto que el segundo, el negativo, no podría manifestarse si no se contrastara con el
primero. La negación –como la Nada–es parte integrante de la afirmación-admisión, que
lógicamente se formula siempre en primera instancia.

La división del trabajo y por lo tanto de las competencias se considera como una
amalgama de las diferentes, intrínsecas, manifestaciones de la voluntad popular.
Efectivamente, la realización de las instancias individuales en el crisol de los fundidos
generales no favorece, si no forzosamente, a un único criterio de determinación ideal.
La conceptualización de la diversidad presagia la frustración de los contrastes y de la
perpetuación de un equilibrio inestable, en el que se reflejan el relativismo cognoscitivo
y el rigorismo aplicativo (tecnológicamente codificado). La tentativa de algunos grupos,
cualificados económica y tecnológicamente, de prevalecer sobre los demás está abonada
y contenida en los términos de la intimación colectiva de la participación democrática.
La libertad política moderna es por tanto la relación existente entre la mayoría y la
minoría, entre la determinación y la oposición, según los criterios de aproximación, que
admitan la «posible» o «exigible» verdad. La apertura de la libertad entre la mayoría y
la minoría es falaz: en realidad, ambas categorías disfrutan del mismo beneficio en
tiempos alternos, según las estrategias y los acontecimientos, que se realizan en la
contingencia social. El gobierno del pueblo es el precipitado histórico del mercado
global. El pueblo no es solamente el ejecutor preceptivo de una voluntad de carácter
ecuménico, sino también el usuario de los productos del sistema productivo de amplio
régimen. El sistema de participación de carácter democrático incluye la libertad de
expresión, de prensa, de asociación, de autodeterminación (a nivel íntimo). El orden
democrático garantiza el carácter insondable del alma humana, al reconocer a las
relaciones explícitas el condicionamiento debido a las metodologías expresivas y a las
coordenadas de actuación, predispuesto por el debate (por el pacto, aunque sea de
compromiso) político. «Cómo método o procedimiento, la democracia es una “forma”
de gobierno. En efecto el procedimiento por el que se crea y se realiza en la práctica un
orden social es considerado formal para distinguirla del contenido del orden, que es un
elemento material o sustancial»8. El dualismo forma-contenido es una garantía de
permeabilidad de la democracia, en cuanto forma de gobierno sensible a los cambios
estructurales, que se verifican en su mismo ámbito por la incidencia de las innovaciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 613

científicas, tecnológicas y conductuales, que se puedan comprobar en las diversas fases


de su exteriorización. La mayor flexibilidad normativa de la democracia con respecto de
la autocracia consiste en hacer que se vuelva permanente la influencia del tren de vida
de los sujetos de derecho frente a los institutos normativos. La legislatura está indicada
epidemiológicamente por todas las variaciones de estilo que se verifican en la dinámica
consuetudinaria. La autocracia, en cambio, permea de su aparato normativo la existencia
de todos los individuos, que se configuran como adeptos de una religión pánica,
ancorados en cánones conductuales invariables y aseverativos. El interés de la mayoría,
delegada a la administración del grupo dirigente de la autocracia, se deduce de la
doctrina que le da existencia y queda en la conciencia operante de los adeptos y los
exegetas de un dogmático sistema de normas, que se sondean en la inmediatez y en la
trascendencia.

El socialismo «corrige» las deformaciones de la democracia burguesa, que


constituye la hegemonía de los más hábiles (bajo el perfil intelectual y material) con
respecto de los menos indiciados por la suerte, cuyo potencial creativo sería sacrificado
por las sumisas condiciones de partida, por las desiguales oportunidades de actuar en el
certamen social. El socialismo se inspira en la concepción cristiana del rechazo por la
gula del más aventajado de la naturaleza y de las ocasiones que ofrece la vida cotidiana.
El caso burgués enfrenta la fortuna pánica (maquiavélica). La suerte es una acepción
laica, asegurada por el malestar existencial: es indiciaria de las energías silentes, que
pueden ser reverdecidas con el concurso de la inspiración general. El movimiento
socialista se ennoblece en el humanismo trascendental, con una dirección
interindividual y de clase. El capitalismo es considerado el epifenómeno de la estrategia
necesaria para inventariar la naturaleza según la conveniencia individual. La democracia
proletaria en una sociedad clasista –según cree Lenin– representa los intereses de la
mayoría, de la parte más conspicua de la realidad, probada por la perspicacia inventiva y
operativa de la minoría, que piensa adquirir así los inalienables derechos de la condición
humana. Por esta razón, el socialismo cree que el Estado es una superestructura creada
en auxilio de la junta de negocios de la clase económica y socialmente hegemónica. A la
igualdad formal de la democracia burguesa el socialismo opone la igualdad real de la
democracia proletaria, según la regla: a cada uno según su capacidad, a cada uno según
sus necesidades. El gobierno para el pueblo es una fórmula controvertida, que es
utilizada también por los gobiernos autocráticos, que perpetúan una función catártica en
614 RICCARDO CAMPA

ayuda de algunas clases y en contra de otras, por no hablar de los grupos étnica o
racialmente sospechosos del crimen de infligir a la historia su presencia, a menudo hasta
culturalmente significativa. «Es sumamente significativo el hecho que, hasta cuando los
ideólogos del partido nacional-socialista no osaron declararse abiertamente contra la
democracia, ellos usaron exactamente el mismo método que los ideólogos del partido
comunista»9. La «democracia totalitaria» de J. L. Talmon es el epifenómeno de la
doctrina mayoritaria en un contexto de clase distinto10. En el fundamento de la
democracia totalitaria descansa el entusiasmo popular, el consentimiento
plebiscitariamente expresado por las clases que se libran del yugo económico y de la
sumisión social de las camarillas burguesas, que detentan el poder decisional y lo
ejercen de modo aflictivo. La arbitrariedad es el principio, por el que la democracia real
se opone a la democracia formal, que es causa de las iniquidades y las discriminaciones
sociales. El punctum dolens de este examen es la representatividad, que la literatura
política incluye, bien a la democracia liberal, bien a la autocracia. El sistema, que hace
posible la participación colectiva a través del mandato puede exonerar los individuos del
aplazamiento activo a la vida del Estado. Su consentimiento puede ser simbólico o
condensado en pocos actos decisionales y deliberativos. «Hay varios modos de
determinar el órgano. Si el órgano tiene que ser una asamblea de individuos sujetos al
orden, o bien tiene que tratarse de individuos elegidos por este, se establece una
democracia o, lo que es igual, un tipo democrático de representación. Pero la
comunidad, especialmente el Estado, no es representada solamente si está organizada
democráticamente. También un estado autocrático está representado por órganos,
aunque estos no estén determinados de forma democrática»11. La representación en
sentido constitucional justifica las modalidades de su cumplimiento, bien sea según el
número, bien sea según las finalidades que se pretenden conseguir a nivel formal (y por
lo tanto jurídico). El principio de la representación se desdobla según los electores estén
libres de cualquier vínculo de partido o estén condicionados por ello. La característica
distintiva de la participación popular, para permitir al estado de hacer referencia a su
legitimación, consiste en hacerse preventivamente proporcionada con el significado
simbólico y concreto que garantice el orden jurídico, válido para los fines identitarios.
El partido único es una función jurídica que valida la legitimidad operativa al estado
comunista y al estado nacional-socialista. La democracia no puede caracterizar un
estado en el que se consienta el partido único. El hecho que el estado representa la
sociedad y no el pueblo es instrumental con respecto de la necesidad de regular las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 615

relaciones internacionales según los consolidados cánones fisonómicos. La


representación democrática, se basa, más que en la eficiencia, en el libre y universal
derecho al voto de los ciudadanos, que concurren a dibujar la fisonomía y la
congruencia del estado. La injerencia de criterios orientativos en la participación
electoral no satisface a los principios de la democracia representativa, que prescinde de
las determinaciones concretas potestativas, como partes integrantes del gobierno y de
las instituciones inspiradas en el principio de pesos y contrapesos, es decir de controles
recíprocos. La democracia es, en fin, un sistema de participación popular, que exime a
cada organización de injerir en el cumplimiento, en la libre expresión de los miembros
individuales de la comunidad. El inventario de las tareas que hay que realizar no
configura su fisionomía, porque también la autocracia se propone realizar programas: la
modalidad de expresión de la opinión pública concierne a las modalidades con las que el
poder de decisión se ejercita al amparo de dogmáticas circunvoluciones conceptuales.
La programación de la democracia puede tener puntos de contacto con la autocracia, en
cuanto que cada forma de estado se postula al servicio y por el bien de la colectividad a
la que representa y, en algunos casos, ennoblece los destinos.

La conformación por parte de la minoría a la voluntad expresada por la mayoría


no comporta la sumisión de la voluntad de una a la voluntad de otra por el hecho de que
el contrato atañe a las dos condiciones, que son sin embargo modificables, para la
consecución del bien común. Es por tanto el bien común el que alienta la legitimidad y
la libertad (la una expresa, la otra implícita) del ordenamiento estatal. La aprobación de
la ley, si no se llega a la unanimidad, puede vincular igualmente las partes contrayentes
a la ratificación y a la aplicación de la misma. «Votando a favor o en contra de la
adopción de una ley, [según Rousseau] el ciudadano no expresa la misma voluntad sino
la misma opinión acerca de la voluntad general»12. Rousseau es más explícito y más
conforme al principio que expresa la voluntad general. « El Ciudadano accede a todas
las leyes aun a las que se entablan a pesar suyo, y a las que les castigan cuando osan
violarlas. La voluntad constante de todos los miembros del Estado es la voluntad
general»13. La minoría por tanto piensa que esta errada respecto a la voluntad general
por no haber concurrido en sintonía con la mayoría. El aspecto formal de esta
convicción es del mismo tenor que el postulado relativo a la infinidad de los números
reales. El hecho de que la mayoría pueda cambiar beneficiándose de la minoría
demuestra que la voluntad general las comprende a ambas en su exteriorización. En
616 RICCARDO CAMPA

otras palabras, la mayoría y la minoría concurren a dar vigor a la voluntad general según
dos tipos de medida, que parecen dos recorridos convergentes según dos diversas
velocidades. La voluntad general también es la disciplina del dominio, que no es
abonable a nadie, en particular, y a todos, en general. La libertad es por lo tanto el
dominio en forma hipertrófica, pero para no beneficiar a nadie: la comparación entre
estas dos categorías es la inventiva más eficaz, que caracteriza la llegada del Siglo de las
Luces y el peristilo de la modernidad. La libre manifestación del pensamiento individual
se evidencia en el ágora, en el foro colectivo de la dialéctica polivalente. En este ámbito
se perfilan los diversas posiciones cognitivas y se enfrentan hasta la deliberación de la
voluntad general, que no compendia las distintas postulaciones trascendentales y las
íntimas ansiedades emotivas. La religión natural vive una existencia autónoma, que
contamina la expresión pública por aquellas temáticas tangenciales a la convicción y a
su exteriorización. El ímpetu propositivo encuentra un equilibrio en la participación
democrática, que deja indemne de cada explícita interferencia el foro interno, la
intimidad de los individuos particulares. La comprensión de la realidad permite que
democráticamente se acojan los resultados de la ciencia y sus aplicaciones prácticas
como los componentes orgánicos del desarrollo civil y pacífico del Estado. El
conocimiento objetivo concurre de modo determinante a la formación de la voluntad
general, porque la connota de elementos que han alcanzado el grado de la plausibilidad
o la exactitud relativa. El postulado de la indeterminación, formulado en los años
Treinta por Werner Heisenberg, ratifica de modo inequívoco el principio de la
autenticidad de los datos de la ciencia, aunque subordinados a la ratificación de la
continua aplicación y –popperianamente hablando– a su falsación. La ciencia convalida
algunas categorías como la competencia y la legitimidad, que forman parte integrante de
la legislación. Si es atendible la formulación autocrática de la República de Platón, el
aspecto más evidente concierne a la conciencia (del bien) de los regentes (los sabios).
La racionalización del proceso cognoscitivo se identifica con la personalización de su
interpretación. La razón crítica contrasta la concepción metafísica de la existencia e
impone un riguroso aspecto iconoclasta a la laicidad del estado.

La representatividad política es llevada, en la autocracia, a los umbrales del


inconsciente colectivo de forma permanente, mientras que en la democracia se practica
en los estilemas de la racionalidad y la competencia limitada en el tiempo. La aprensión
por lo nuevo, que es rechazada por la autocracia, lo apropia la democracia, que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 617

considera el cambio (la innovación) como un logro de la participación colectiva. La


autocracia es por su naturaleza expansionista, mientras que la democracia tiende a
guardar las dimensiones en las que la pacificación social es más consensuada. Las
democracias belicistas mimetizan las autocracias protestando –schmittianamente– sobre
el peligro externo y confiando sus destinos a personalidades dotadas de carisma, que es
un atributo concedido plebiscitariamente por las masas. La soberanía absoluta se
contrasta con el orden internacional, por su naturaleza dinámica y en tiempo
determinado. La inconsciencia jurídica del cambio del escenario mundial se refleja en la
gestión de las relaciones interestatales y, por extensión, en las relaciones
interindividuales en los sectores culturales, por los cambios económicos y por las
iniciativas empresariales y financieras. La competencia, en las democracias, limita las
pretensiones individuales y las articula en un conjunto de expectativas, que se vuelven
parte integrante de las empresas individuales y colectivas. El trabajo calma el egoísmo
social y lo transforma en un aspecto positivo del equilibrio comunitario y estatal. En la
sociedad tecnológica, el empresario es el mentor de la condición objetiva, quien regula
los apetitos individuales según las verdaderas y reales ventadas de falso entusiasmo por
los objetos de la artificialidad. Es sabio por tanto quien logra hacer comprar los objetos
de la cadena de montaje, de la red de la distribución, abierta a las comunidades
opulentas y, por contaminación, también a las comunidades en desarrollo. La libertad de
palabra y de pensamiento en la democracia induce a confrontar las actitudes
individuales con un modelo general, que representa por así decir su síntesis. La
desatención por cada inspiración metafísica comporta un ahondamiento colectivo de las
conjeturas individuales para que se deduzca de ellas un criterio interpretativo de la
realidad, que salvaguarda la templanza, concilia las diversidades y en cierto sentido
santifica la tolerancia. El ideal demócrata y el empirismo metódico se unen en la gestión
del estado, que tiene como objetivo la convivencia civil y las libertades individuales. En
la democracia, los condicionamientos individuales se aceptan como inevitables y por lo
tanto naturalmente liberadores. En este sentido, la metafísica religiosa es parte
integrante del relativismo racionalista.

El pensamiento humano se reverbera en el concepto de justicia, que es la


argumentación sobre la naturaleza de la existencia, propensa a conseguir resultados que
satisfagan las ambiciones, el amor propio y el sentido común. La idea de justicia es
connaturalizada con la exigencia de la protección y la comunión de los beneficios que la
618 RICCARDO CAMPA

vida humana puede hacer efectiva. La concepción de la justicia transciende las


condiciones objetivas en las que se manifiesta y se identifica con el orden estatal en las
instituciones autocráticas y totalizadoras. El positivismo relativista no renuncia a la
configuración originaria de la justicia trascendental si la encuentra, relativizada, en los
órdenes institucionales modernos y demócratas. Según Emil Brunner, «el estado
totalitario es el resultado inevitable de la lenta desintegración de la idea de justicia en el
mundo occidental»14. La negación de la metafísica, y por lo tanto de la religión, priva a
la justicia de una entidad de referencia, al que comparar, aunque sea relativamente, las
normas de la convivencia civil. La idea de justicia, en efecto, vincula los seres humanos
y los estados, de los que forman parte, entre sí de modo que evidencia tanto las
aportaciones propedéuticas al bien común, como los actos que alteran su función y
sentido. La justicia es un valor absoluto puesto por Dios o imaginado por los hombres
para salvaguardar su actividad, de modo que no lesione recíprocamente a los propios
formuladores y exegetas. La justicia absoluta y la justicia distributiva tienen la misma
matriz conceptual en un «primer principio» de orden metafísico, que se refleja en las
contingencias terrenas mediante la perspicacia de su aplicación. Las finalidades, propias
del ordenamiento jurídico, consisten en satisfacer las expectativas que «genéticamente»
convergen en la idea originaria de justicia, que no puede dejar de identificarse con el
respeto a la persona y a sus voliciones. La justicia es la superación del hechizo, de la
ambición humana de sobrevolar las fases de la experiencia cotidiana (las pirámides
egipcias y mayas son el testimonio del propósito autorreferencial de los próceres
destinados como todos los mortales, al olvido, del que rehúyen perpetuando
simbólicamente en la memoria de las generaciones futuras). El derecho natural, que
refleja el orden de la creación, no contrasta con el derecho positivo cuando las dos
instancias jurídicas se basan en el respeto de la persona y su potencial creativo. El
derecho a la vida, a la propiedad, al progreso, es la manifestación terapéutica de un
proceso, para consolidar la vida terrena del género humano, según los índices del
consuelo emotivo y racional válido para la consecución de los objetivos de su
perpetuación pacífica. Si Dios es el legislador del mundo, el hombre, con sus
limitaciones, es su ejecutor. La aplicación de las leyes existentes en la naturaleza a los
objetivos modernos es la forma más evidente de la filiación del hombre con su creador.
La igualdad y la libertad frente a la ley válida erga omnes son categorías interpretativas
de la contingencia terrena, del modus operandi de los individuos dispuestos a aplazar
sus peculiares inclinaciones y sus idiosincrasias en las relaciones que tienen con sus
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 619

propios símiles. El prójimo es el factor pensante de la enseñanza cristiana: en él se


compendian las goethianas afinidades electivas y las impostergables diversidades; y sin
embargo de él promana el principio salvífico de la conducta humana, que busca
vertebrarse en la exteriorización de las virtudes dianoéticas, en las tendencias benéficas
y en el espíritu de solidaridad.

El olvido y la extinción aúnan, en última instancia, las comunidades y los


individuos, en cualquier región del planeta donde hayan alcanzado un grado
significativo de cohesión social. La libertad religiosa consiste en dar gracias a Dios por
concedérsela; la libertad laica se identifica con el rigor existencial, al que corresponden
las normas de la vida civil, por el desarrollo regular del potencial creativo de los
individuos particulares en correlación entre si. La justicia premia las vicisitudes de las
comunidades humanas, las inducidas por las circunstancias a «volver a ver» las
instituciones que la conforman a la dinámica social. La garantía de la justicia no es
propia ni de la democracia ni de la autocracia: ambas formas de gobierno pueden
sancionar leyes justas y leyes injustas. El caso paradigmático de una sentencia injusta
pero legítimamente promulgada por un jurado democrático es el de Sócrates, quien en
efecto, aunque no comparte el veredicto, como ha sido emitido de forma debida, lo cree
vinculante y le da continuación. La justicia, justo porque está paradigmáticamente
vinculada a un concepto absoluto, que relativiza racionalmente, puede no responder a
los cánones de la experiencia, garantizados por el orden en vigor, y sin embargo quedar
en el patrimonio cultural de las comunidades que la diseñan. El secularismo lleva a la
contingencia terrena las categorías de la transcendencia religiosa en el intento de
prohibir, desde el nacimiento, las expresiones individualistas de fuertes tintes
anarquizantes. La prohibición del desorden social es solamente posible con la inflexible
aplicación de la ley, válida e igual para todos, sin ninguna excepción. El carácter
irreprensible de este criterio de la igualdad tiene un testimonio religioso en la
comunidad ecuménica que lo vincula a la existencia de los mortales. «La democracia
moderna requiere una base religiosa»15: de una religión pánica, que no pretenda
desarrollar tareas salvíficas. La gloria de los creyentes en las religiones sociales se
concilia con la paz, con el respeto recíproco de los ciudadanos, que reconocen en su
intimidad una comunión de intenciones, que se agotan irrevocablemente en el recuerdo
confiado a los sobrevivientes. Los principios religiosos, a los que hace referencia
Reinhold Niebuhr, son el fundamento del derecho positivo y su sistema de coacción.
620 RICCARDO CAMPA

«Eso significa que Niebuhr cree en la existencia de una ley natural como criterio de
justicia para el derecho positivo y que esta ley natural tiene su fuente en la religión»16."
Para Niebuhr, el derecho positivo se identifica con el derecho natural, que se define por
su carácter absoluto, contrario –obviamente– a toda forma de relativización aplicativa o
funcional. La cooperación tolerante entre los individuos, a los que se refiere, presupone
el relativismo, más aún si la democracia tiene que afrontar los desafíos del mundo
externo. La paz es la superación de cualquier relativismo, que se transfiguraría en una
advertencia imperecedera si se inspirara en la creencia religiosa. La contradicción entre
la fe absoluta en Dios y el relativismo de la participación en su gloria terrenal no
constituye un motivo de desaliento para el pensador estadounidense, que inserta
involuntariamente en su doctrina un perfil pragmático, operativo, propio de la filosofía
social del área anglosajona. La admisión de muchas fes religiosas en el orden
institucional concurre a determinar la pacificación de los ánimos y a incrementar su
interacción creativa.

El relativismo religioso tiene implicaciones demoníacas, sobre todo en la Europa


de los años veinte y treinta del siglo XX, cuando la religión pánica del totalitarismo
reedita los mitos y los rituales del pasado arcaico, al que conectar, con vehemente
extemporaneidad, el recorrido de la historia contemporánea. El laicismo político es la
fuente de las perturbaciones sociales, que han influido más sobre el equilibrio
psicológico de las generaciones, ocupadas en falsificar la trama ideal de las sociedades
consolidadas en el ordenamiento jurídico demócrata. La sumisión de las actitudes
colaboradoras y complementarias de las clases sociales, a causa de las penalidades
padecidas por la derrota bélica, se entumece en el fogonazo reivindicacionista, que se
inspira en las filosofías irracionalistas. El fisicalismo se degrada en el tiempo litúrgico,
cuando la fisonomía de los grupos comunitarios ostenta una configuración reactiva en la
temperie natural. La reaparición de las deidades nibelungas, los escaramánticas
expresiones simbólicas, concurren a determinar una atmósfera angustiosa, capaz de
turbar las conciencias y movilizarlas en la dirección de la intromisión y la conflictividad
permanente como un legendario exorcismo de la supervivencia. La indiferencia ante los
sistemas políticos por parte del cristianismo –según Jacques Maritain– indemniza la
participación social con el sufragio de las buenas intenciones, del pietismo y con la
solidaridad. La posibilidad de cumplir una nueva fase del humanismo cristiano denota la
esperanza del pensador francés en el entendimiento humano de salvaguardar la misma
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 621

razón de estar en el más allá. La reconciliación entre la democracia y el cristianismo es


el auspicio de Maritain tras los desastres de la segunda guerra mundial, cuando la
tensión demoníaca que invade el mundo civil disminuye y se restauran las relaciones de
colaboración y subsidiaridad entre los individuos y los estados en el escenario
internacional. La conciliación entre la regla evangélica y la justicia social es
impracticable a causa de sus diferentes perspectivas: una invita a perdonar y a querer al
enemigo, la otra considera oportuno sancionarlo. La coercitividad del Estado no puede
frustrase por el perdón espiritual porque está íntimamente unida a su ordenamiento
jurídico. La legalidad del estado comporta el predominio de la ley que le da existencia y
lo preserva de los ataques amenazadores y subversivo de los saboteadores y los
adversarios del orden constituido. La sumisión al poder constituido es un acto debido –
según Maritain– y conforme al dictado evangélico. A la mansedumbre cristiana se
confronta la reivindicación laica, que defiende los derechos y la dignidad del hombre y
la mujer en el nuevo clima democrático.

El entusiasmo político de las masas se revela cuando las necesidades económicas


son satisfechas en función de la dignidad identitaria o cuando las necesidades primarias
no son satisfechas y se vislumbran las ocasiones y las modalidades para realizarlas. Las
opiniones políticas y las condiciones económicas de las masas, aunque no estén
contrapuestas, no se puede decir que están correlacionadas. La democracia formal, en
efecto, «impide al poder económico controlar completamente los movimientos
políticos»17. La democracia formal a diferencia de la autocracia, permite la renovación
del sistema político, independientemente de sus propensiones económicas. La
democracia permite en principio la instauración de la autocracia, pero no viceversa. La
instauración en todo caso de los dos regímenes puede ocurrir por una sublevación
pacífica o con el empleo de la fuerza. También los movimientos independentistas, que
actúan en África y en Asia, después de la segunda guerra mundial, se manifiestan
violentamente frente al imperialismo, que somete regiones enteras del planeta al poder
político y social de los países avanzados de la Europa continental desde finales del siglo
XIX y, en parte, también desde la Europa mediterránea. El poder económico sin
embargo tiene que contar, en ambos sistemas políticos, con los derechos positivos
asegurados a todos los individuos que les gravitan en el ordenamiento jurídico moderno
y democrático. El antagonismo entre el bienestar económico y la reorganización de los
derechos conseguidos por los trabajadores en los siglos XIX y XX representa la raíz
622 RICCARDO CAMPA

neurálgica del examen moderno y contemporáneo. «Cuanto más técnica es una


administración, es decir más determinados por la experiencia científica están los medios
para actuar sus objetivos, es menos política, es menor su sumisión al procedimiento
democrático que es esencial para el carácter democrático del entero cuerpo político»18.
Por esta razón, la estructura burocrática de los modernos órdenes institucionales no son
un inconveniente para la democracia. El hecho que el ejercicio de las funciones
organizativas y administrativas esté conforme a las modalidades previstas de la
eficiencia y de la imparcialidad contribuye a la vida democrática de modo conveniente a
los destinos de la comunidad que les da existencia independientemente de su
improbable configuración doctrinaria e ideológica.

La economía planificada tiene un alto grado de tecnicidad porque no articula las


experiencias individuales con las necesidades colectivas, al contrario de lo que sucede
en la economía capitalista, en la que la competencia específica de los diversos sectores
de intervención es implícita a la iniciativa económica que realizan. La programación y
la libre iniciativa se interconectan entre sí por el nivel tecnológico que emplean en la
realización de los programas económicos. En general, la colectivización económica es
compatible con la libertad intelectual (de expresión de pensamiento, de asociación y de
participación en las tomas de decisiones). El colectivismo no es una característica
peculiar de ninguna organización política, si bien el totalitarismo traspasa su sentido
organizativo en el orden aseverativo e incontrovertible. La selectividad y la
competitividad son las categorías explicativas, del socialismo y del capitalismo
respectivamente. La representatividad es proporcional al nivel mínimo presupuesto y
convalidado por el sistema electoral. En la democracia directa, el número de los
electores es idéntico al de los elegidos: el cuerpo representativo coincide por tanto con
quienes detentan el derecho al voto. La amistad y el pacto interindividual contribuyen a
hacer de la participación política una práctica cohesiva del orden institucional. En tanto
que expresiones naturales, los sentimientos de solidaridad tienden a restablecer en cada
circunstancia el socialismo incluso en las formas ortodoxas y más contingentes.
Mientras el liberalismo satisface una exigencia interior, que encuentra cotejo en la
competitividad, el socialismo se presenta como el movimiento de las selecciones
pacíficas e igualitarias, en los que es reprimido como el egoísmo individual y exaltado
el bien común. La dificultad de conciliar la libertad con la propiedad es la causa de las
perturbaciones ideológicas y sociales, sobre todo por el hecho de que la libertad de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 623

enriquecerse por parte de algunos se ejerce contra otros, al no ser que intervenga un
elemento impositivo, que invoque la aplicación de la pietas, de la conmiseración, del
sentido de la precariedad de la existencia, de la solidaridad. En la concepción de Georg
Wilhelm Friedrich Hegel, la personificación de la libertad consiste en el imperio (en la
propiedad) de los objetos, de las cosas. «Para afirmar que existe un nexo esencial entre
libertad y propiedad, el que constituye la intención de Hegel, la afirmación metafórica
que la propiedad es la personificación de la libertad tiene que ser tomada a la carta19».
La adquisición de una cosa implica el trabajo necesario para personalizarla. Para Hegel,
la cosa está sometida al deseo del hombre, mientras mantenga su circuito energético,
que no puede ser completamente subordinado por el deseo o por el propósito humano.
Creer que la cosa es un objeto pasivo, existente para satisfacer los instintos del hombre,
es desistir al estadio del primitivismo inercial. Efectivamente, la propiedad de la cosa es
la influencia energética cumplida por el hombre sobre ella: lo adulterado es algo más
conforme a la idea de propiedad jurídicamente caracterizada como tal. El justo factor de
la posesión consiste en la cantidad de energía empleada para traducir la metáfora de la
propiedad en un objeto particular, que detenta un valor (monetario) válido erga omnes.
Si no fuera así, la propiedad no tendría sentido y la posesión no sería un acto, aprobado
o denegado por todos los que son excluidos por la propia posesión. La propiedad iguala
en el derecho, no en la cantidad o calidad de la posesión. Los hombres son libres de
poseer, pero contextualmente se empeñan en ratificar las modalidades con las que
configurar jurídicamente la propiedad. La teología moderna cree que la disponibilidad
del propio cuerpo induce los seres humanos a activar sus energías, vivificando las que
en apariencia son silentes. En este sentido, concurren a evidenciar la creación y,
científicamente hablando, a trasformar lo inorgánico en orgánico, la estática en la
dinámica, en conformidad con la regla evangélica del crecer y multiplicaros. La
propiedad colectiva persigue el mismo objetivo, aunque en el individuo singular se
reduce la sensación de poder disponer de la misma voluntad con el imperio de la
autodeterminación. La existencia de las otras voluntades condiciona el cumplimiento
del yo al pacto colectivo. La subsidiariedad de las funciones asegura un patrimonio
menos aflictivo y menos sedicioso. La propiedad privada o colectiva de los medios de
producción constituye el motivo de comparación y diferenciación entre el capitalismo y
el socialismo, los modernos análisis de la sociabilidad moderna y contemporánea.
624 RICCARDO CAMPA

La democracia moderna es el resultado de un proceso, iniciado con la Reforma


religiosa, perpetuado con la reivindicación de los derechos positivos para los hombres y
las mujeres y con el sufragio universal. «Expresado a grandes trazos, –sintetiza John
Rawls– el contenido de una concepción política liberal de la justicia incluye tres
elementos principales: una lista de derechos iguales para todos y todas y de libertades
básicas, el reconocimiento de la prioridad de estas libertades, y la garantía de que todos
los miembros de la sociedad dispongan de los medios versátiles adecuados para hacer
uso de esos derechos y libertades. Nótese que las libertades vienen expresadas en forma
de lista20. El profundo cambio social, acaecido del siglo XVI al siglo XXI, se caracteriza
por un debate filosófico, político y por una serie de intervenciones de carácter
institucional, que dejan su huella en los aparatos legislativos mediante el sufragio del
pensamiento democrático. El derecho a decidir se ejercita en el concurso dialéctico,
retórico, declamatorio, para representar las razones de los cambios institucionales según
el principio de la legitimación normativa y el consenso popular.

El consenso consiste en la admisión por parte de los ciudadanos de la


oportunidad de enajenar una parte de la libertad natural para asegurar una libertad
política, que garantice, mediante la convivencia civil, las ocasiones de revancha y la
mejoría general. La objetividad de este principio se deduce racionalmente, mediante la
cual se piensa que se aseguran las relaciones interindividuales y se consolidan los
diferentes puntos de vista e intereses comunes en las llamadas condiciones objetivas.
Cuando esta concepción edificante (y pacífica) disminuye, el sistema es deteriorado por
fuerzas subversivas, que restablecen traumáticamente las atmósferas primitivas
(naturales). El contrato social originario, según Immanuel Kant, no es histórico, en
cuánto que es impensable que en él concurran todos los sujetos que están de algún modo
interesados en la iniciativa. En efecto, el contrato social es metahistórico, en cuánto que,
además de no tener una fundación determinada, ni siquiera tiene los instrumentos de
ratificación de quienes lo realizan. Esto es –de forma absoluta– una hipótesis
testamentaria, que sirve para justificar un itinerario mental y normativo, que, de hecho,
constituye un modo de ser y de pensar de las generaciones que, después de la Reforma
luterana, se aventuran en el desempeño de los asuntos comunes bajo el signo de la
modernidad. Que el contrato sea estipulado entre los ciudadanos y el soberano es
cuestión de una constatación histórica: la crónica consiste en evidenciar las ocasiones,
las aproximaciones y las sofisticaciones, a través de los que uno de estos dos tipos de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 625

contrato toma forma y consistencia. La axiomática moral deriva de la racionalidad


inquisitiva y determinativa.

La representación, la descripción y la interpretación de esta actitud conformista


y sedimentaria de la humanidad son, todo sumado, edificantes delante de una ulcerosa
concepción contundente, que lleva incluso a la supervivencia del género humano. El
egoísmo individual, una vez despojado del social, establece un abierto examen con todo
lo que siempre concurre a determinar. Y es esta fractura entre lo que es conveniente
para el individuo, y no necesariamente el colectivo, lo que vuelve inmanente la paz
social y la seguridad política, lo que devuelve comprensible el Leviatán, la terrorífica
reconstrucción orgánica de la humanidad frente al pensamiento de su menos escabrosa y
más auténtica secularización de la experiencia. La falta de relevancia de los supuestos
teológicos en Thomas Hobbes se debe a un tipo de panteísmo, en el que se inspira su
argumentación política. Si los dictámenes de la naturaleza son escrutables, la única
plausible interpretación de los mismos es aquella relativa a la elaboración científica, y
por lo tanto aplicativa. «Esto significa que el contenido de las leyes de naturaleza, que la
recta razón nos insta a seguir, y el contenido de las virtudes morales, como son las de la
justicia, el honor, y otras por el estilo, pueden explicarse sin necesidad de recurrir a
supuestos teológicos y pueden entendidos dentro del propio sistema secular»21. El hecho
de que las leyes de la naturaleza reflejen la voluntad divina no disminuye su
mundanidad. Ellas son válidas porque son interceptadas y utilizadas por la razón. Si la
salvación del género humano es inmanente a las leyes de la naturaleza, su expresión y
su participación mundana serán auténticas y estarán privadas del atributo teológico. El
carácter irremediable de la preceptiva religiosa no contrasta con la objetividad de la
ciencia si no con el fanatismo de sus correspondientes valedores. La lucha frente la
superstición atañe la abjuración de toda tentativa preceptiva que intente sustituir la
argumentación racional. Como para los pensadores griegos, también para Hobbes la
condición natural es un estado de guerra: de una beligerancia comprometida al ser
tendencialmente selectiva, dirigida a ratificar el género humano. En la concepción
hobbesiana de la naturaleza se descubre un tipo de dramaturgia permanente, que casi
configura la iniciación cristiana al sacrificio y a la salvación en las actitudes en
apariencia poco edificantes de la humanidad faltas de las inhibiciones políticamente
determinadas. La razón suficiente del contrato social es en efecto la autodeterminación
mediante el auxilio de la razón y todas aquellas artimañas que también la irracionalidad
626 RICCARDO CAMPA

puede configurar como si fueran auténticas manifestaciones del instinto de


conservación. La paz y la concordia social son las finalidades que se persiguen en un
universo continuamente sacudido por los conflictos civiles. Las guerras de los pueblos y
los contrastes interindividuales son enfermedades permanentes, pero creídas endémicas
al mismo desarrollo de las sociedades en las que se realizan. El mal es parte integrante
de la vitalidad. La contracción del mismo es el resultado de una reflexión quizás
inconsciente acerca de los benéficos efectos de la tregua legalizada. La norma se perfila
por tanto como un acto sancionatorio para quienes se entregan al bradisismo natural.

El orgullo y la vanagloria no son controlados por el contrato social, que presagia


una obra de autoconvencimiento en la medida, en la cautela, en la mediación: en las
categorías, con las que se puede interaccionar a nivel individual sin superar
necesariamente la línea de demarcación del sentido común. En las obras anteriores al
Leviatán como el De cive, Hobbes hace referencias implícitas a la oportunidad de
abstenerse de exagerar, sea las ideas personales, sea los propósitos individuales de la
acción. La contención de las pasiones es determinante en la consecución de un concierto
civil que sea ordenado. En el Leviatán se evidencia la normalización de la existencia
como el resultado de la sensatez humana. El hecho de que se definan como funestas las
actitudes sensoriales en el estado neurálgico no implica la problemática teológica
relativa a la intervención de Dios en los hechos mundanos. Si Dios hubiera
predeterminado el desarrollo mental del género humano de modo sistemático (es decir
libre del libre albedrío) la autodeterminación política no tendría autonomía cognitiva
alguna. Sería en cambio una invención de la humanidad con la que ilusionarse con
poderse gobernar con reglas traídas de la experiencia y tratadas universalmente de
forma indivisible por la razón. Por otra parte, la admisión de la religión como
instrumento de paz, tanto en la antigüedad clásica, como en la actualidad, es una prueba
de la versatilidad laica y mundana. Admitir que en las fases de la existencia, enlazadas
por las leyes, aparece implícita la buena voluntad divina señala aún más una aptitud
instrumental. San Pablo –en verdad– pide a los cristianos observar las leyes del Estado y
considerar la sumisión como una prueba de fidelidad a la voluntad divina, si bien admite
contextualmente la licitud de las instituciones políticas, con el fin de invocar la
pacificación social. El bienestar reside cristianamente hablando en el equilibrio de los
poderes: del espiritual y del temporal, perseguido y testimoniado formalmente por la
Iglesia docente.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 627

En efecto, el Leviatán es un compendio de reflexiones y recomendaciones, por


las que las modificaciones de la naturaleza en la civilización puedan ser interpretadas
como actitudes humanas y potencialidades reales. La civilización –según Hobbes– es,
en última instancia, la naturaleza «manipulada» por el hombre. En este sentido, se habla
de metatemporalidad del contrato social y la rentabilidad de las iniciativas dirigidas a
contener las intemperancias sensibles y a magnificar la injerencia y la capacidad de la
razón. La competitividad también podría pensarse que es un instrumento de
identificación por parte de los hombres de los diseños de Dios. Si la concurrencia en la
resolución de un problema, de una cuestión, se considera providencial, es porque en ella
se determina el veredicto divino de la inmediatez y la extemporaneidad, evidenciada
respectivamente por la fe y por el agnosticismo, por las dos formas de espiritualidad y
mundanización de la vida terrena terrenal del género humano. Por otro lado, la
moderación, si se generalizara, demostraría, al contrario, el estado de guerra
permanente, contra el que es necesario la intervención tutelar del soberano. La
indefectibilidad del poder tutelar se debe al carácter irrefrenable de las fuerzas naturales,
dominada con dificultad por la razón y por la convención pacífica. La guerra está en las
cosas: la habilidad humana consiste en exorcizar sus efectos desoladores, sublimando
sus aspectos más inquietantes en los de la convivencia y los de la solidaridad. La
cooperación consiste en la convicción de que se puede extraer una ventaja, válida para
un número considerable de personas, cerrando la posibilidad para los excluidos del
beneficio de facilitar una estrategia que los supera. La dependencia de los principios del
comportamiento se configura como la representación de la racionalidad: «... un
principio racional podría ser que tenemos que adoptar los medios más eficaces para
alcanzar nuestros objetivos. El deseo de deliberar y de actuar de acuerdo es este
principio sería un deseo racional»22. El deseo es una actitud con el que se contemperan
las necesidades del presente con las, sublimadas, del futuro. El deseo desenfrenado de
poder obscurece las mentes, pero también las hace perspicaces a la interpretación
racional, entendido como el exorcismo de cada forma declamatoria y difamatoria del
equilibro de las fuerzas sociales.

El deseo choca con cualquier forma de mediación, que racionaliza las instancias
individuales y posibilita que puedan perseguirse en el plan normativo, preventivamente
codificado por la "«voluntad general». En cuanto estado de ánimo, la actitud lúdica o
pretenciosa no encuentra cotejo en las formulaciones de principio, que hacen referencia
628 RICCARDO CAMPA

a las necesidades objetivas. Son tales condiciones generales las que permiten a la
sociedad tener un régimen explicativo, en el que los particularismos son inescrutables al
ser intimistas, faltos, al menos evidentemente, de las connotaciones expresivas y
competitivas. También el liberalismo, que hace incluso referencia a la determinación
individual, prescinde de los individualismos, socialmente insostenibles y
normativamente injustificables. Los deseos relativos a los principios difieren de los
deseos relativos a los objetos por la entidad de la pretensión, por la posibilidad o no de
satisfacerlos según las reglas en vigor o no. Si los deseos nos llevan a un milieu cultural
para realizarse, el factor propedéutico de su realización es de orden político
(programático, institucional). El deseo presupone una relativa satisfacción y por lo tanto
una relativa insatisfacción, que se identifica en la dinámica social. La extemporaneidad
de la inhibición es causa de la racionalidad de la ejecución de una actitud voluntarista,
formalmente respetuoso de las reglas consuetudinarias. La consolidación de la eficacia
inhibitoria refuerza la racionalidad de las convenciones constituidas ritualmente. La
concordia social consiste en la realización racional de las expectativas, que contribuyen
a determinar la pacificación interindividual y la mejoría de las condiciones objetivas.
Para Hobbes, la racionalidad es una ley de naturaleza que coordina y disciplina las
sensaciones, los deseos, los estados de ánimo, las afecciones y, a la inversa, las
antipatías y las idiosincrasias, que participan incluso de la temperie humana y social. La
artificialidad de los principios es una garantía para la realización civil de las
circunstancias y las iniciativas humanas conectadas a ellas o atestadas por ellas.

La honestidad de los pactos es conveniente: alienta sobre el resultado de las


circunstancias, a los que cada iniciativa individual hace referencia en la identificación
testamentaria. De otro lado, la lealtad es la garantía de la autoconservación. La
convicción individual tiene que encontrar cotejo en la convicción colectiva porque –
como afirma Hobbes– lo primero no se convierte en presa de lo segundo. Las
goethianas afinidades electivas son la sublimación del cálculo razonablemente
interactivo de las sociedades reguladas por las convenciones abiertamente vinculantes.
El estado social, mutuamente ventajoso, asienta su garantía en su solvencia objetiva. La
presencia del Leviatán (es decir de una autoridad super partes) asegura que el pacto se
aplique y se respete. «Así, las leyes de naturaleza proporcionarían los preceptos de
fondo, y después intervendría el soberano con los poderes efectivos y necesarios, y de
inmediato, naturalmente, al final de todo este proceso se realizarían las promulgaciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 629

específicas del soberano, es decir, la ley civil»23. El estado dotado de una ventaja mutua
se perfila en la afluencia de los factores exponenciales de los bienes y de las ventajas
individuales, que la sociedad civil cree posible. La llegada de la tecnología deja pensar
en los beneficios colectivos sobre la base de la concordia social, al amparo es decir de
las tensiones del estado de naturaleza en su convulsión energética originaria (elemental).
La superación de la inestabilidad emotiva garantiza el equilibrio social, que alienta a los
individuos acerca de las posibilidades de emprendimiento y de acción, de los que
resultan, por así decir, íntimamente disciplinados. El estado legitimado por la
participación de los ciudadanos queda autorizado a emanar las leyes, que regulen las
relaciones interindividuales y aseguren el libre ejercicio de las iniciativas individuales
en el ámbito del interés general. La activación de la «voluntad general» permite la
honradez de los pactos intersubjetivos, que garantizan globalmente la creencia nacional
e internacional de la sociedad civil. La organización social permite a los sujetos que la
viven adherirse, dentro de los límites fijados por las leyes, a las instancias naturales. La
sociabilidad no ahoga las tendencias originarias, pero las ennoblece en un sentido
comunitario e institucional. La ley refleja, tanto las inhibiciones, como las concesiones,
que son necesarias para llevar a cabo la solidaridad. «Así, repetimos una vez más, la
acción del soberano no consiste en reformar los seres humanos, o modificar su carácter,
sino en cambiar las condiciones de base sobre las que razonan»24. El beneficio común
legitima la acción de la autoridad constituida por el buen funcionamiento del aparato
estatal y por el ejercicio ecuánime de sus prerrogativas. La implicación colectiva
garantiza la utilidad de la estructura burocrática y el justo resarcimiento de las
anomalías contributivas. La equidad es la fuente de la legitimación y su aplicación
engendra el consentimiento, sobre el que se asienta el orden público de forma
congruente. La representación participativa y decisoria evidencia la fértil actividad de la
ficción. El artificio verbal contribuye a dar consistencia genética a los actos y a las
deliberaciones de las autoridades constituidas, sea a nivel monárquico, sea a nivel
republicano; sea en lo que conciernen las instituciones aristocráticas y elitistas, sea en lo
que conciernen las instituciones democráticas y populares. Las leyes son formulaciones
de principio con el carácter de la perentoriedad. Su desatención es lesiva para la
comunidad, que les ha dado la existencia con el fin de obtener beneficio.

El contenido del contrato entre los individuos es objeto de su estipulación con el


soberano (con la autoridad constituida) que representa las instancias jurídicas. La
630 RICCARDO CAMPA

motivación de tal concesión se identifica con la conveniencia que los sujetos singulares
encuentran en la representatividad común de sus intereses. El ejercicio de tal
representación por parte del soberano (de la autoridad constituida) debe conformarse a
las expectativas de los sujetos, que se constituyen (a diferencia de lo que sustenta
Hobbes en el De cive) titulares de la concesión y por lo tanto de los derechos que
conlleva tal concesión. La renuncia a la sensatez individual frente a las decisiones del
soberano (de la autoridad constituida) es inquietante: admite consecuentemente que el
autoritarismo conlleva legitimación y que no es posible implementar ningún
instrumento para exorcizar sus efectos contrarios al orden contractual. A la
formalización de la sensatez individual respecto a las leyes emanadas por el soberano
(por la autoridad constituida), se contrapone, en la concepción hobbesiana, la anarquía.
El mal necesario puede ser exorcizado por el malestar voluntario: el desorden político y
social es una perturbación de tales proporciones que no permite la resolución cognitiva
y de actuación de los individuos singulares. El derecho inalienable, válido en todo caso
en el orden absolutista, consiste en la autoconservación. El carácter sagrado del poder
permite a la causticidad del contrato racionalizar las actitudes naturales de los
individuos al punto de refutar cualquier actitud crítica, que perjudique su
funcionamiento al amparo de las perturbaciones que provoca el desorden. La naturaleza
hobbesiana está dotada de los recursos de la razón, que obran de forma que contienen
los efectos disolutos y modificadores de la disipación, que constituye la energía
necesaria para asegurar la permanencia de los seres, de los entes y de las cosas. En la
filosofía hobbesiana se refleja la dramática concepción de la sociedad moderna: por un
lado, la entropía cósmica asegura la energía, necesaria para garantizar la supervivencia
de lo existente; y, por otro lado, la perpetuidad humana se identifica con el freno y la
resistencia que se oponen al desorden. La disciplina de los impulsos emotivos y la
tendencia a la seguridad son el intersticio de la visión de la naturaleza, en algunos
aspectos, irracionales y, en otros aspectos, rigurosamente (absolutamente)
racionalizadores, al punto de ser responsables –por usar la exposición de Horkheimer y
Adorno– del absolutismo, del totalitarismo, moderno.

La ley de naturaleza es congénita a los seres que la creen predominante sobre los
actos, dirigidos a condicionar sus efectos. La problemática, relativa a la facultad de
evidenciarla en el ámbito de las iniciativas formalmente atribuibles al poder decisorio,
constituye la parte esencial de la doctrina política de John Locke. La ley de naturaleza,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 631

creída «la declaración de la voluntad de Dios», se identifica –al menos en parte y en


forma probatoria o probable– con las leyes que inspiran la actividad humana de forma
íntima. Ella es, por tanto, la recta norma de la razón. «Para Locke, pues, las ideas de
razón y ley, de libertad y de bien general, están estrechamente conectadas. La ley de
naturaleza fundamental es conocida por la razón; prescribe sólo nuestro bien; contempla
a difundir y a preservar nuestra libertad, es decir nuestra seguridad, de las constricciones
y de la violencia ajena»25. La ley de la razón, dictada por la naturaleza, persevera en el
conocimiento de lo existente y en la preservación de lo existente como expresión del
tiempo futuro. La libertad y la igualdad del estado natural no están garantizadas. Para
protegerlas se antepone el orden legal, que los individuos asisten a determinar a través
de la estipulación de un contrato entre si y entre ellos y el soberano (la autoridad
tutelar). El derecho a la supervivencia individual se conecta con el derecho a la
propiedad privada, as la radicalización espacial del deseo de activar las fuerzas
propulsoras del bienestar (personal y colectivo). La propiedad privada, y por lo tanto la
estructura censitaria del Estado, refleja las facultades creativas e igualitarias de los
sujetos que, a través del contrato, reivindican así el reconocimiento legal. La llamada a
la ausencia de Dios en el orden social hace pensar en una concepción trascendental de
tipo medieval. La sociedad moderna, ocupada científicamente en comprender las reglas
de la naturaleza y sus modificaciones, no cree necesario apelar a Dios como una
autoridad tutelar, capaz de intervenir en los mortales. La ciencia moderna cree en un
Dios Geómetra del universo e inventor en la vibrante esencialidad del cosmos. Para
Locke, la fe en Dios es la garantía de la lealtad y la perseverancia.

El pacto fiduciario del pueblo con el poder induce al poder a observar las
prerrogativas que lo determinan, evitando excesos o deformaciones en las
interpretaciones y en las decisiones. Los poderes coordinados son los que se instauran
entre el parlamento y la corona (la autoridad constituida por la gracia de Dios, por la
voluntad del pueblo, por la tradición). Las costumbres influyen eficazmente en la
correlación entre las dos instituciones, a las que se les confía la potestad legislativa. El
derecho a la resistencia del pueblo se ejerce cuando se ponen en evidencia los conflictos
de competencia entre los órganos coordinados por el Estado, tanto en lo concerniente a
la actividad legislativa, cuanto a lo que atañe a la actividad legislativa, o en lo tocante al
ejercicio administrativo, que implica el orden judicial en los contenciosos que pueden
aparecer entre los participantes del contrato social. La legislación legalmente constituida
632 RICCARDO CAMPA

se basa en el consentimiento popular, que es la adhesión de la mayoría que detenta el


derecho al voto y que lo ejercen en el interés de toda la colectividad. La lealtad es una
categoría explicativa del consentimiento: en el clima social cada individuo, que haya
prestado su apoyo a la autoridad constituida, es invitado a perpetuar su actitud para
garantizar los sistemas administrativos y judiciales. La propiedad precede el gobierno,
que se instituye para garantizar su fruición. La posesión es al origen de la propiedad,
que de ser una actitud de apropiación se transforma en el ejercicio de un derecho,
dominado por la legitimación. La obligatoriedad del derecho garantiza el potencial
equitativo de su omnipresencia. La injusticia es la causa de las rebeliones y de las
revoluciones. El gobierno no puede utilizar la lealtad con un fin partidista ni puede
denegarse por razones de estrategia internacional. Su duración garantiza la acción del
gobierno y la solvencia de los actos realizados para el bien común. «Nada estimula a los
soberanos tanto como la errónea creencia de que sus súbditos les deban obediencia en
cualquier condición»26 El derecho a resistir frente a un régimen ilegítimo se admite
objetivamente como inderogable. Su validez conforta la convicción de que solamente la
legalidad vincula la observancia de las leyes a través de los procedimientos que se
estiman convincentes y eficaces. Los mecanismos de los procedimientos otorgan
validez constituyente a la voluntad popular, que se ejerce mediante la función
representativa o delegada. El derecho a la propiedad, fundado en el trabajo, contribuye a
determinar las decisiones y la acción potestativa del pueblo, que se identifica por la
gestión erga omnes del poder legislativo.

El aspecto censitario de la participación política podría constituir un motivo de


inclusión y, al contrario, de exclusión del contrato. Si Locke piensa que la propiedad es
el presupuesto natural de la racionalidad, los pobres no participan de lo estipulado en el
contrato social en la medida que no se encuentra habilitado racionalmente a cumplir
actos que atan la libre determinación. La necesidad o en todo caso la falta de la posesión
es un elemento restrictivo de las potencialidades decisorias y argumentativas de las
comunidades. Queda dañada la diferencia existente entre las dos clases sociales, que en
todo caso forman parte del mismo orden institucional, que debería desarrollar una
función de garantía para ambos (para uno, activa; para el otro, pasiva). La adquisición
es una prerrogativa exhortatoria en el universo anglosajón de la sociedad proto-
industrial, en el que el trabajo constituye la fuente de la propiedad o en todo caso de los
intereses dirigidos a determinarla (o a condicionarla). Desde Locke la propiedad
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 633

representa la influencia ejercida por el hombre sobre el territorio en el intento de


encontrar ventajas, que exceden, al menos virtualmente, el estrecho círculo de los
intereses subjetivos. La elaboración del territorio implica la activación de los recursos
intelectuales al nivel de la competitividad y de la competencia, que de esta forma
justifica un tipo de igualdad propositiva, a la que recurrir para hacer posible el contrato
social entre los individuos en condiciones iniciales distintas, pero mudables, y en
perspectiva recíprocamente satisfactoria. La sumisión del pobre al rico es una parte
integrante del consenso, en el que se estipula el contrato social, válido para todos. La
propiedad reglada es compatible con el Estado democrático, donde las condiciones del
status son mudables. La democracia implica la incertidumbre de las situaciones y la
ocasión de las intervenciones, que contribuyen racionalmente a diseñar la conformación
del orden constitucional. El pacto social por lo tanto es la condición preliminar del
contrato, que se estipula entre los miembros de un consorcio social, en el intento de
proporcionar beneficios privados y colectivos. La seguridad y el respeto de las reglas
garantizan la fruición de las ventajas, que los favorecidos por la suerte tienen de forma
evidente, y que los desheredados de la suerte ven bajo la perspectiva de la revancha. El
pacto constituye la superación de la fase magmática en la que los dilemas sociales se
realizan en toda su escabrosa resolución, para convertirse en las cláusulas del contrato
social, en defensa de los derechos adquiridos, bien bajo el perfil realista, bien bajo el
perfil probabilístico o propiciatorio. El contrato social sanciona los riesgos del
anticonformismo y prefiere esperar confiadamente en la habilidad del hombre y en su
suerte. La consecución del bienestar social se conecta el siglo XVIII con el utilitarismo
político y económico (Frances Hutcheson, David Hume, Adam Smith, Jeremy Bentham,
James Mill, John Stuart Mill). El egoísmo social sirve de estímulo para mejorar el
estadio de desarrollo de la entidad institucional en el que se manifiesta. Las finalidades,
en las que se inspira el utilitarismo siempre son edificantes, en el sentido que avala el
ennoblecimiento del instinto de apropiación y superfetación. El egoísmo social se
conjuga –en la concepción de Hume– con la simpatía, con la actitud en la que los
individuos forman un consorcio humano, una asociación vuelta a hacer menos
infrecuentes y más provechosos los cambios de favor, los regalos y la ayuda en las
circunstancias más insidiosas para la dignidad de los sujetos singulares. La dimensión
moral de la empatía –sublimada por Wolfgang Goethe en las afinidades electivas–
consiste en creer que el egoísmo y la egolatría son los antecedentes emotivos de la razón
equinoccial, salvífica.
634 RICCARDO CAMPA

Para Hume la desigualdad es el precipitado histórico de la cultura y la


educación. En los «orígenes», la igualdad se asegura por la necesidad, por el estado
ferino y por la necesidad, en el que todos los individuos gravitan, instintivamente
responsables de la misma incolumidad y de la supervivencia común. Hume evita el
carácter distintivo del contrato social, que es un orden mental, que se muestra con
evidencia en la práctica consuetudinaria: es un reconocimiento posterior de los actos
inconscientemente realizados para atenuar los contrastes y hacer posible la creatividad
de los individuos y los grupos, exonerado por la pesadilla del conflicto permanente. El
contrato social es una estrategia adivinatoria, que influye en el curso de las cosas y
habilita la vida humana para aventurarse más allá de la línea del horizonte. Para Hume,
siendo el contrato un hecho (un acontecimiento) remoto, no puede ser vinculante en su
época. Esta consideración se explica con el hecho de que Hume historía el contrato
social en una fase del hecho humano, connotado por el temor pánico y por la duda
demoledora. Mientras, en la concepción, tanto de Hobbes, como de Locke, más allá de
las diversidades explicativas del «fenómeno», el consenso contractual es una
fulguración cultural, un acto acabado a pesar de la ferina traición. Si –según Hume– el
principio de utilidad está en el fundamento del contrato social y por lo tanto del
consenso, su identificación en la temperie humana sería admitida y restaría operante. La
idea de que la extemporaneidad de la formulación y la realización del juicio de valor no
le son pertinentes, no compromete su eficacia y su plausibilidad. «Desde el punto de
vista de la justificación filosófica no se gana nada con fundar el deber de lealtad sobre el
deber de fidelidad»27. El «contrato de adhesión» se conjuga, en la concepción
contractual de Hobbes y de Locke, con el «contrato originario», que Hume se obstina en
invalidar porque es difícilmente historiable. El hecho de que las generaciones, que lo
habían aprobado, no pudieran vincular las sucesivas, es un pretexto: la concepción
contractual es permanente, interesa a todos los individuos responsables, dotados de
razón y preocupados por crear un clima políticamente alentador, que les permita actuar
con cierta libertad para conseguir los objetivos que se creen son vitales y edificantes.
Los intereses generales de la sociedad según Hume no contrastan con los empeños
asumidos idealmente por los individuos, que estipulan un contrato entre sí con el fin de
conseguir el bien común.

Hume «quiere ser el “Newton de las pasiones”»28. La moral, en cuanto


fenómeno natural, favorece la comprensión recíproca y la solidaridad social. El
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 635

«principio de humanidad» consiste en la identificación de las personas con sus


semejantes, con el prójimo, cuando son librados del complejo del caciquismo y la
prevaricación. «El punto de vista del observador juicioso es un punto de vista que
asumimos frente a la calidad del carácter de los otros, o de las reglas de las
instituciones; ello nos ayuda a valorarlos sencillamente teniendo en cuenta el influjo que
tienden a tener sobre los intereses generales o sobre la felicidad general de la
sociedad»29. El observador juicioso nota y asegura el sentir común. El principio de
humanidad es un momento neurálgico para los mortales, que se las ingenian para tener
fe en los deseos con los que se identifican con la temperie general. La humanidad es una
categoría latente bajo todos los puntos de vista: hipotéticamente prefiere la
supervivencia alegre, poco conmemorativa a las escabrosas comparaciones intersticiales
de los seres competitivos. La ausencia de una concepción metafísica en la filosofía de
Hume lo priva de cualquier referencia que no esté dirigida concretamente al bien
inmediato. La filosofía de la constatación no remueve los obstáculos filantrópicos que
se interconectan en la vida cotidiana de los seres humanos, inducidos por las
circunstancias a no ofenderse recíprocamente según un signo distinguible de su
vulnerable identidad.

La inspiración, que Jean-Jacques Rousseau tuvo paseando por una calle de


Vincennes, en el 1749, es la misma de un matemático, que considera la intuición como
la forma contraída de un aspecto de la evidencia. La voluntad general del filósofo
ginebrino, en efecto, se ejercita en la evidencia del postulado matemático, según el cual
el infinito de los números reales es el mismo del que transcurre entre dos de ellos. La
intuición es una forma de la «verdad», que convence por la aprensión de la evidencia
más que por el subsidio silogístico, conjetural y consecuente. La perfectibilidad humana
está implícita en la potencialidad de alcanzar intuitivamente la evidencia, auxiliada
sucesivamente por la lógica, por el razonamiento, por la argumentación. La
perfectibilidad del género humano es su historicidad. La facultad de rememorar explica
la evocación y el reconocimiento de los hechos, de los acontecimientos, de los eventos,
de los cuales prima facie no se ha tenido una profunda percepción. Marcel Proust en la
Búsqueda del tiempo perdido representa una epopeya, intuitivamente entrevista, antes
de ser elaborada y representada literariamente.

La pasión, la compasión, el amour de soi y el amour-propre, son las actitudes


mediante las que conscientemente e inconscientemente los individuos «deliberan» sobre
636 RICCARDO CAMPA

el mejor modo de afrontar las sugestiones de la naturaleza (en su originaria y continua,


propedéutica modificación frente a la ingeniosa artificialidad) para conseguir beneficios
en la esfera de la conducta, comunitaria, social. El carácter reflexivo del sujeto pensante
tiene como finalidad unir el improbable Edén de los primordios con las angustiosas
tribulaciones de la modernidad. Para que el mismo sujeto evocador del pasado crea que
es un actor pensante en el presente manifiesto, es necesario que salvaguarde el «salto
cuántico» de la intuición para que la meta no sea otra que la naturalidad en el estado
originario, regenerativo y racionalmente consecuente (como se hace evidente en obras
por así decir terapéuticas o didascálicas como el Emilio y el La nueva Eloísa). La
sociedad se consolida cuando la consideración pública tiene un valor, que es
considerado universalmente como vinculante. El estadio patriarcal – «a distancia igual
de la estupidez de los brutos y de los conocimientos funestos del hombre civilizado»30–
inaugura la fase consensual y responsable entre los miembros del pacto social. El
estadio de la metalurgia y la agricultura potencia la colaboración intersubjetiva, pero
también alimenta la envidia, los celos, el deseo de distinguirse y de prevalecer sobre los
otros. La desigualdad es por tanto un fenómeno social, al que la misma sociedad
demuestra estar decidida a poner remedio. La división del trabajo causa la competición
y la competencia, teniendo como meta el bienestar subjetivo diferente o diferenciado en
lugar del objetivo, comunitario. La propiedad privada de los instrumentos de la
producción sanciona la diversidad social y la induce a modificarse a través de terapias
de choque (las revoluciones) que obedecen a exigencias temporales, conexas sin
embargo con la diversidad y la complejidad del aparato productivo y el sistema
contributivo y distributivo. En el primer libro de El Contrato Social, el pensador
ginebrino se esfuerza por combinar lo que el derecho permite con lo que el interés
prescribe: entre el autoconocimiento individual y la conciencia colectiva. El intento de
protegerse consiste en conciliar la justicia y la utilidad. La «convención» y el acuerdo –
el pacto– a través del que los individuos en un determinado período histórico –la
modernidad– realizan sus expectativas y las condicionan a la aplicación de los derechos.
La conjunción de estos dos factores es configurada racionalmente como la sumatoria de
los vicios y las virtudes del género humano en su recorrido histórico. La sociedad, en
cuanto cuerpo social, compendia todas las propensiones individuales, que se ennoblecen
en el intento de ser complementarias y subsidiarias según el principio solidario,
humanitario. La pertenencia a la comunidad libera a los individuos de la sumisión
subjetiva y los redime de las primitivas, angustiosas idiosincrasias. La satisfacción de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 637

los intereses individuales es posible, a mediante el contrato, en la unión comunitaria, en


el ágora virtual y permanente, en el que los sujetos de derecho se autogestionan en
conformidad con las leyes preventivamente deliberadas, que delinean a su vez la moral
común, el conjunto de las normas de conducta que permiten el cumplimiento de la
creatividad personal. «En su papel activo (por ejemplo, el de promulgar una ley
fundamental), el cuerpo político es llamado soberano; en su papel pasivo, estado;
cuando habla en relación a otros cuerpos similares, se le denomina potencia; como
cuando decimos «las grandes potencias europeas», para indicar los estados europeos
más importantes»31. Las personas, que se asocian en el contrato social, son
individualmente ciudadanos y colectivamente el pueblo. La sujeción a las leyes del
Estado se considera la libre disposición individual a interaccionar civilmente con el
prójimo.

El bien común anima a las personas que se incorporan en un contexto solidario.


Pero la razón que determina la «voluntad general» excede el cómputo de las
condiciones en la que cada sujeto de derecho se reconoce titular de un acto decisorio,
benéfico virtualmente para la comunidad de la que forma parte. La «voluntad general»
es por tanto una intuición, que satisface las expectativas de todo lo que compone un
consorcio social, independientemente de quién lo expresa de forma efectiva. La
propuesta puede ser individual, la aceptación sin embargo debe ser colectiva. La
definición de Rawls es inadecuada y en todo caso no es coherente con una lógica
consecuente: «En otras palabras, la voluntad general es una forma de razón deliberativa
que cada ciudadano comparte con los otros ciudadanos en virtud del hecho de que cada
uno comparte una concepción del bien común»32. Si así fuera, la voluntad general sería
la voluntad de todos: pero Rousseau ha negado explícitamente esta equivalencia, por
otra parte difícilmente demostrable en el contexto comunitario. La individuación del
bien común exime la misma superación de los intereses y las afecciones individuales: es
un ejercicio de la mente, tal como ocurre en las matemáticas, sin necesariamente
individuar los términos concretos de los valores que se quieren perseguir. Así, se
superan los intereses constituidos, que sería difícil desatender o negar, sin disminuir a
un grado deseable de lealtad conceptual y determinativa. «Rousseau" –escribe Mariano
Fazio– comparte con Vitoria su fe en la democracia. En efecto, la soberanía popular, a
través de la voluntad general, tiende siempre hacia el bien común, que consiste en
garantizar los derechos a los ciudadanos: la libertad y la igualdad»33." Los intereses
638 RICCARDO CAMPA

reales son una superestructura respecto a las propensiones naturales –a las actitudes del
momento auroral de la especie humana– que están como adormecidos, omitidos, y que
se evidencian subliminalmente. La intuición es una estrategia explícita de una actitud
subliminal, presente en todos los individuos, pensados como absortos
«momentáneamente» en su originaria contemplación de la naturaleza. La hipótesis
rousseauniana consiste en confiar, conceptualmente hablando, en los sentimientos que
sintetizan al hombre descendido del Edén terrenal, que mira la realidad con los ojos,
turbados por el desaliento que supone el tener que enfrentar una serie de urgencias de
común, orgánica, naturaleza. La idea de que este estado de ánimo permanezca e invada
la conciencia de los seres para la muerte es la fuente inspiradora de la «voluntad
general», de este ímpetu natural, en el que se individua un único régimen final para los
seres mortales (que en la temperie vital, parecen distinguirse estallando
irremisiblemente entre sí). La igualdad, a la que Rousseau se refiere en El Contrato
social, es aquella primigenia, todavía no diferenciada (corrupta) de los intereses
individuales diferentes de los colectivos. La teleología de tal institución es preeminente
de la contingencia terrenal, que es incluso su causa y, con toda probabilidad, también su
fundamento. «Si bien el debate sobre la justicia constituye un locus communis de la
primera reflexión filosófica cristiana, el término exacto de volonté générale se encuentra
por vez primera en el Première Antologie pour M. Jansenius de Antoine Arnauld
(1664), obra concebida para confutar una serie de sermones antijansenistas
pronunciados por el teólogo Isaac Habert en la catedral de Notre Dame de París»34.
También Blaise Pascal y Montesquieu utilizan los términos généralité y particularité
sin relacionarlos con las finalidades filantrópicas de Rousseau, quien los regenera en el
sentido alegórico y global que tienen en el orden lingüístico racional. La fidelidad a la
coherencia conceptual permite prohibir lógicamente todos los apremios capciosos e
improvisados para dotar el sentido de la voluntad general en su terapéutica
configuración de una toma de posición elemental.

La propensión a la regulación participativa es general: hace abstracción, en las


multitudes, de las características particulares de los miembros individuales. Su sabiduría
consiste en reconocer en una proposición individual las evocaciones generales de la
justicia, de la administración ecuánime. Las multitudes sin esta íntima inspiración
alimentarían el desorden, las peleas, las conflagraciones intestinas y las persecuciones,
exactamente como ocurre en los regímenes tiránicos y dictatoriales, dónde el legislador
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 639

no expresa la expectativa popular sino su temor pánico. El legislador de Rousseau es


precisamente un personaje de fantasía porque fantasioso es el anhelo popular por la
justicia. Si el legislador no encuentra parangón en el bradisismo emotivo y racional de
las masas, a las que se dirige y lo legitiman, su papel se reduciría al de una anomalía
institucional, exorcizada por las profundas perturbaciones sociales (las revueltas, las
insurrecciones, las revoluciones). La fuente inspiradora de los legisladores puede ser
Dios o el sentimiento de la humanidad, su congénita propensión a la supervivencia a
través de una «regla»" que discipline su curso. Paradójicamente, las masas vociferantes
y discráticas son propietarias de las afinidades instintivas, que se ejercitan en la razón,
ocupada a ratificar un orden, en el que se refleja el ego de cada uno de los miembros
como un hechizo, donde todos se unen de forma libre para decir y actuar según las
normas de principio, preconstituidas intuitivamente (mediante la voluntad general). El
momento para tal conformación es permanente: concierne a todas las generaciones
humanas de todos los tiempos, salvaguardando las modalidades de cumplimiento,
conformes sin embargo a las condiciones objetivas (a las prácticas consuetudinarias: de
la edad de la piedra, del período agrícola, de la edad medieval, de la estructura
tecnológica moderna y contemporánea). En lo que respecta a la obligatoriedad a ser
libres35, es una fórmula retórica para decir que la determinación individual se realiza en
un contexto, habilitado por la «voluntad general» para formular reglas de una amplia
representatividad. La facultad de decidir es para todos, también para quienes, por
ataraxia, no se consideran partícipes activamente de las leyes válidas erga omnes: este
anagrama evoca la mayoría (la totalidad, según los detractores del pensamiento
rousseauniano).

La idealización del «buen salvaje» es coherente con la concepción del


«momento auroral», que es la imaginación, capaz de crear un pacto entre los individuos
deseosos de evocar y parafrasear en el lenguaje jurídico-formal las ideas del mundo
paradisíaco. Las mismas obras pedagógicas de Rousseau, en forma de cuentos, tienden a
pensar en una concepción de la naturaleza en su estado originario, donde convergen
todas las instancias, intestinas de la humanidad. El Contrato social, los Discursos sobre
la desigualdad, la Nueva Eloísa y Emilio tienen una misma línea explicativa, que se
compendia en la idea originaria de la naturaleza, pacífica, feliz, salvífica. Así como el
«buen salvaje» es el testigo de un pasado remoto, que sobrevive en las impresiones
poéticas de los modernos, el hombre del Contrato restablece aquella atmósfera
640 RICCARDO CAMPA

contemplativa, en el que el exorcismo del mal sedentario es un ejercicio político, un


clima mental, en el que la evocación y el deseo se conjugan con la dolorida amabilidad
de la fabulación.

La virtud, para Rousseau, es el recurso mediante el cual, en los «orígenes» de la


existencia colectiva, el extravío se transforma en comunidad de intenciones. En esta
koiné vislumbra el sentido y el significado de la naturaleza, que está ya en los
precordios propensos a transformarse en sociedad, en sociedad civil, sin perder las
notaciones de fondo, en las que sacar constantemente el consuelo de la adhesión, de la
empatía y de la solidaridad. La locuacidad y por lo tanto la narración novelesca
alcanzan cotizaciones vocativas difícilmente alcanzables con la elaboración académica,
(a menudo engalanada y de difícil comprensión). Conceptualmente la prosa de
Rousseau domina la periodicidad histórica y la hace perceptible sólo como un zumbido
de fondo, que tiende gradualmente a reducirse. La perfectibilidad humana es una nueva
propuesta del estado originario, primigenio, con el concurso de las convenciones, de las
que las ciencias y las artes se sirven para aumentar y profundizar el conocimiento de la
naturaleza. La «máquina humana», solicitada por el pensador ginebrino, persigue las
finalidades «perdidas» por las primeras fulguraciones cognoscitivas, dominadas por el
extravío emotivo. La angustia de comprender las evoluciones del clima social se
frustrará en el momento en el que el hombre se apropie de las inspiraciones naturales, de
las que conserva la memoria y la sugestión.

La libertad designa la desigualdad virtual o potencial de los individuos, que


buscan racionalmente atenuar o justificar (como en el liberalismo) sus efectos. Si los
hombres continuaran identificándose «globalmente» con la realidad natural,
difícilmente lograrían encontrar ámbitos para su decisión personal. La igualdad es un
atributo o una aposición de la libre disposición de los individuos a actuar para conseguir
objetivos que tengan al mismo tiempo un beneficio público y privado. La empresa
social consiste justo en armonizar (en un equilibrio inestable) lo público y lo privado sin
comprometer las llamadas condiciones objetivas (la cohesión social y el ideal de la
complementariedad y el subsidiariedad de los recursos intelectuales y materiales
existentes y operantes en los órdenes institucionales). Las convenciones potestativas
hacen de barrera coralífera del ruido interior de los asociaciones humanas, inspiradas en
la libre determinación y en el bien común. La donación de los principios inspiradores de
la unión entre los diferentes se permite de hecho por la necesidad y por la oportunidad.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 641

La conveniencia preside por así decir la suerte y el destino de la libertad. La conciencia


moral –para Rousseau– presupone la racionalidad. No se puede ser conscientes y
consecuentes sin valerse del hilo a conductor de la lógica, que el pensamiento occidental
pone en su fundamento, como una coraza contra el levantamiento de la materia,
extravagante, tendencialmente desacralizado e irracional. La posesión, la propiedad,
considerada como res extensa tiene un objetivo protector, por otra parte, es aflictiva
frente a los excluidos de sus beneficios. El bienestar privado no puede agravar las
condiciones de los otros sin contradecirse, según la lógica consecuente, que cada
usuario social puede elaborar a partir de su misma condición de status (sea simbólico o
efectivo). La inocencia ferina cede su sitio al consorcio social, epigramáticamente
representado por el consenso, por el acuerdo, pero también por el egoísmo, por la
envidia y por la deslealtad. El estadio social es comprometido por la estupidez de los
brutos y ennoblecido por la luz de la razón. La «verdadera juventud del mundo»36,es en
efecto la de los salvajes contemporáneos de Rousseau, prologuistas más o menos
conscientes del nuevo clima comunitario de escala universal. La piedad y el amor a sí
del estado de naturaleza se transforman en la vanidad y en el orgullo en la sociedad
civil. El orden moderno concibe las disparidades sociales como un objetivo conseguido
por algunos con una destreza apenas permitida por las leyes existentes, que en todo caso
tienden inexorablemente a redistribuir igualmente la riqueza partiendo del presupuesto
de que la riqueza de los más dichosos es válida para que subsistan los menos redimibles
por el destino. La moderna concepción del mundo está privada de lo absoluto: la
relatividad de las condiciones responsabiliza a todos, ricos y pobres. «La ley obra una
verdadera “re-naturalización” del hombre»37. La libertad, entendida como
autolegislación, atañe el orden normativo, como una garantía del carácter gozoso de los
derechos considerados inalienables para el normal cumplimiento de la identidad
comunitaria (y social): derechos contemplados por la voluntad general. La utilidad
pública prevalece sobre los intereses individuales en cuanto que se compenetran. Todo
lo que es posible hacer, es permitido por las normas con validez general, efectivos para
satisfacer los principios inspiradores de la cohesión y de la función social. La
convención, mediante la cual que la soberanía del pueblo se refleja en la voluntad
general, es un auto-adquisición: es una volición cognitiva semejante a los postulados
matemáticos, que encuentran su cumplimiento en la aplicación, en la conversión de los
enunciados que existen en los teoremas (argumentaciones) conceptualmente sostenibles.
La comprensión nace de carácter definitorio de las reglas connotativas de la convicción
642 RICCARDO CAMPA

y el comportamiento, conectadas entre si por un grado inescrutable e incontrovertible de


necesidad. La falta de un límite a la soberanía y a la voluntad general es la conditio sine
que non se revela la universalidad de la cuestión comprensiva y de actuación de los
consorcios sociales.

La religión –para el pensador ginebrino– tiene una potestad dogmática, que se


relaciona con la connotación axiomática de la matemáticas, de la ciencia del
pensamiento, que argumenta y diserta, con los números y las figuras, sobre los
significados algebraicos de la realidad. La alternativa política refleja las coordenadas
mentales de un observador desencantado por la naturaleza, présago del absorto
exornado que lo anima: «... entre mis antiguas ideas, el gran problema de la política, que
comparo al de la cuadratura del círculo en geometría, y al de las longitudes en
astronomía: Encontrar una forma de gobierno que ponga la Ley sobre el hombre... Si
desgraciadamente esta forma no se puede encontrar... pienso que se tiene que pasar al
otro extremo y poner encima al hombre de la Ley, cuando sea posible. Me gustaría que
Dios fuera el déspota»38. Para la organización humana el déspota contumaz es la regla
constitutiva del orden constitucional (parlamentario): la voluntad general. La única,
grande, intuición rousseauniana consiste en presentar este principio directivo del
razonamiento político irrefutable bajo el perfil conceptual. Por lo demás, la obediencia
del ciudadano a las leyes, que él mismo se da, es una tautología: si fuera verdadero un
proceso de este género no sería ni siquiera posible notarlo. Efectivamente, la idea de la
libre determinación es el resultado de una tentativa formal (imaginativa) en la que todo
lo que es útil a un individuo singular puede o tiene que ser útil para todos los otros
según el principio de la transitividad, que es justo el de las condiciones objetivas (dicho
con otros términos: del estado de primaria, originaria, necesidad). La conveniencia de
actuar de los individuos, según las normas dadas por ellos mismos, se realiza en la
moral, en la práctica de las relaciones, que se establecen en los ámbitos sociales,
favorecidos por una teleología, prominente en la radicalización de los aparatos
deliberativos y de actuación.

La idea de que el Estado supera a los individuos es puramente ocasional, en el


sentido de que es necesario justificar un orden que pueda propiciar una continua
afiliación de adeptos, capaces de recuperar el «lugar» de su libertad. La insondable
adhesión a la naturaleza sin la pantalla de la organización social es insostenible e
históricamente denigradora del itinerario civil y solidario que el género humano, aunque
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 643

sea de modo rapsódico, realiza. La fuerza incisiva de una terminología privada de


contrasentidos, como la libertad, no pueden significar la absoluta ausencia de límites,
penaliza la inconmensurabilidad de los asuntos pensados en orden a un tratado, que se
identifica con el proceso identitario de la humanidad. La subjetividad se consagra a la
universalidad, es decir a las formas más altas de asociacionismo que tienen una función
teleológica, finalista, en aras a conseguir la perfección. La minoría desarrolla un papel
determinante en la adquisición de las instancias, que implican la totalidad. La mayoría
es numéricamente la suma de las partes predominantes sobre la unidad. La totalidad es
por tanto la unidad sublimada. De este modo se supera y se frustra el concepto de
subordinación de la minoría respecto a la mayoría. La voluntad general redime del
conflicto también terminológico las entidades que estratégica y encomiásticamente
caracterizan la dinámica decisoria. El sentido político consiste en privar de potencia las
dos configuraciones sociales (mayoría y minoría) en una prueba alegórica de fiabilidad
incondicional a individuos singulares y por lo tanto a los grupos minoritarios que
influyen «genéticamente» sobre la colectividad, la comunidad, en su cumplimiento
racional. La utopía socialista y el marxismo reconocen –hegelianamente– a la voluntad
general un tipo de presencia antropológica, consecuencia de la dialéctica terminológica.
Según Célestin Bouglé, la sociedad está en las manos del reformista social como la creta
en las manos del alfarero. En la concepción de Pierre Burgelin, la filosofía
rousseauniana compendia el aspecto cosmológico y antropológico de la condición
humana. El filósofo ginebrino, en efecto, armoniza el instinto con la razón, el deseo
permanente de la humanidad con la conciencia del deber asegurada por la lógica
consecuente. El instinto es sinónimo de instantaneidad, de aquel estado de gracia en el
que el género humano hace cálculos a la hora de contemplar el mundo y utilizarlo con el
fin de conseguir los objetivos que compensen el sacrificio de comprenderlo y poblarlo.
La voluntad general es la síntesis memorial de un momento neurálgico en la vida de la
especie viviente, que se debate alrededor de las problemáticas inherentes a la justicia y
la lealtad en una atmósfera constantemente asechada por la muerte y el olvido. La
voluntad general es un tipo de irredentismo congénito a las generaciones, que se
alternan sobre el terreno de la historia y el testimonio de futura memoria.

La libertad natural es peligrosa; la libertad política es garantizada. Entre las dos


libertades se establece una relación, que la vida humana tiende a sintonizar, de modo
que garantice, sea en la convicción ancestral, sea en la convención social, un tipo de
644 RICCARDO CAMPA

plausibilidad, que se evidencia en los reflejos condicionados ejercidos por los


acontecimientos y por los resultados artificiales. La libertad es por tanto la línea de
separación entre el azar y la necesidad, por usar la terminología de Jacques Monod.
Rousseau anticipa, de forma alegórica, también la cosmología moderna, la visión de la
realidad, connotada por la necesidad y renovada por la habilidad fáctica del observador-
perturbador de la naturaleza. Sus intuiciones científicas denotan la estrategia, en la que
también la conformación social asume un comportamiento y una coherencia. Las
elaboraciones doctrinarias, dirigidas a definir la consistencia lógica de la voluntad
general, sin el recurso a las intuiciones mentales, están faltas de fundamento y son
conceptualmente rebuscadas, al punto de sugerir de forma opuesta– la construcción de
una sociedad democrática y la aberración por una sociedad totalitaria. El sentiment
intérieur es la intuición: la inmediata conciencia de la sintonización de los seres
mortales frente a los desafíos de la naturaleza. La hipótesis de la a-sociabilidad del
hombre en el estado de naturaleza se demuestra que es infundada con el «salto
cuántico», promovido por la convención de tipo colaborativo, social. El hombre social
se emancipa de la ciudadanía por un decidido propósito de realización. Nada más
antiguo que esta fase decisional sea el desarrollo de la íntima conformación del hombre
de la empresa estimativa y salvífica en la naturaleza. Por otra parte, Aristóteles opina
que el Estado es la condición social con un carácter y un tono diverso al de las
anteriores estructuras asociativas (la horda, la tribu, la familia). La peculiaridad del
Estado deja entrever un nexo entre las diferentes formas de asociaciones sin que tal
nexo sea explícito. La intuición presagia un efecto cuya causa, siendo dada como
incluso lógicamente agente, no es penetrante (ni conocida). El estado de naturaleza –de
necesidad– es una condición esclavista, que compendia en si la afirmación de la
existencia. La sociabilidad universaliza esta tendencia, confiándole a cada individuo
singular la ocasión para valorizarla satisfaciéndola en la libertad.

A la teleología rousseauniana se confronta –a principios del siglo XIX– el


utilitarismo inglés: una filosofía orientada a la definición de las fortunas económicas de
quienes se presentan como paladines de la sociabilidad. Actuar para conseguir
beneficios es una actitud salvífica para la comunidad, que los muestra a la consideración
general (y al aprecio convencional). La búsqueda del equilibrio social rousseauniano no
contrasta con el anhelo de felicidad, por un tipo de estado de gracia, del que la
constitución americana es garante. El idealidad normativa hunde sus raíces en la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 645

concepción natural, según la cual, los «orígenes» de la humanidad no se identifican con


el estado de guerra permanente, del bellum omnium contra omnes, sino con la alquímica
visión edénica. También para los utilitaristas, la vida humana promana del jardín del
Edén y en la misma sensación ecuménica quieren promover la acción humana, también
en presencia de contrastes, de incomprensiones y de abusos. El periplo accidentado de
la existencia social tiene como terminal la satisfacción inicial, aquella sensación de
bienestar, que habría invadido las criaturas antes de la prueba social, del incandescente
ejercicio iniciático de la congruencia y la conflictividad. El hedonismo, con menor
presencia en la filosofía rousseauniana, se vuelve más penetrante en la concepción
utilitarista. Ello se expresa en la realización de situaciones que no mortifiquen la
imaginación y que aumenten, también bajo el perfil estético, el gozo. La diferencia entre
el placer homogéneo y el dolor heterogéneo confuta la versatilidad de la condición
humana, que sacrifica a menudo el bienestar por una «prueba más alta» (por expresarlo
con una frase de Alessandro Manzoni).

La felicidad humana es una forma de maximización de la existencia. En cuanto


ejercicio de la voluntad, la felicidad es la satisfacción que favorece a quienes agotan en
la arena política y social sus recursos inventivos, colaborativos, experimentales. La
satisfacción de conseguir resultados positivos no se identifica con la felicidad, pero es
parte integrante de ella, en cuanto que considera la contención de los empeños profusos
para la obtención de un resultado correlativo (satisfactorio). La importancia de una
postulación de este género consiste en la identificación subjetiva de los límites
consecuentes a todas las iniciativas emprendidas por el género humano con el fin de
hacer más atractiva la vida terrena. La igualdad consiste, por tanto, en volver apropiados
los esfuerzos profusos en la acción de la estrategia necesaria para no alterar el equilibrio
social (la relación pactada, que establece el prójimo consigo mismo, se entiende
psicológicamente como el reconocimiento de otro-de-si). La conveniencia individual se
mide oportunamente con la justicia objetiva a través de la observancia de las normas
deliberadas según los principios democráticos, de la participación colectiva subdividida,
por el ejercicio de sus funciones, en mayoría y en minoría. Lo útil es la forma de la
inversión subjetiva en las prerrogativas objetivas del conjunto comunitario, admitida
dentro de los límites de la convencional tolerancia y la fórmula apodíctica. Las normas,
en efecto, permiten un amplio margen a la acción subjetiva y contextualmente la
delimitan en algunos aspectos de peculiar interés colectivo. La invariabilidad de los
646 RICCARDO CAMPA

límites se conjuga con la inconmensurabilidad de algunos de ellos (por ejemplo, el


empresariado puede permitir la acumulación de riquezas sin incidir negativamente en el
ejercicio colectivo de las instancias comparativas y competitivas). La admisión de
recurrir a las sanciones por comportamientos incorrectos restablece la validez de la
norma según los principios de la ética conductual, que hacen abstracción del utilitarismo
tout court. El régimen de la regulación protectora de la dignidad individual, por un lado,
exalta el patrimonio conseguido con la habilidad y la acción, y, por otro lado, la
condiciona al clima de la convivencia y el interés general a la «medida». Los derechos
de justicia se justifican con el principio de la utilidad general. En todo caso la conducta
individual puede ser regulada por ley. La educación y el sentido de responsabilidad
habilitan a la acción social sin que necesariamente incurran en el rigor de las normas,
que la delimitan de modo que no interfieran en la íntima determinación subjetiva. La
sociabilidad es una condición objetiva, que no se atiene a las normas sancionatorias
excepto en los casos limites, que se creen son irrelevantes en el transcurso de la
sociabilidad. El principio de utilidad puede ser proporcionado a la prudencia con la cual
algunos disfrutan abundantemente con respecto a otros. Sin embargo, la coparticipación
a este tipo de experiencia exonera a los que no se benefician por ser refractarios de la
admisión de principio de un entendimiento, que ennoblece la iniciativa individual y la
hace relevante económicamente.

Según Mill, las opiniones predominantes en un período histórico de una


sociedad son el reflejo condicionado de las simpatías y las aversiones que se viven entre
sus miembros. Este aspecto «líquido» e imponderable del clima social justifica la
iniciativa individual, que puede transformarse en una vejación aunque sea disfrazada.
La proverbial identificación competitiva no siempre favorece a los ineptos o a los
incapaces, que incluso forman parte de la opinión (predominante o minoritaria) que
hace posible la convivencia pacífica. La razón pública se asegura mediante el ejercicio
colectivo de la libertad. Los límites, que se pueden imponer a la acción individual, se
justifican solamente si garantizan la utilidad colectiva. «Las características especiales de
su visión derivan de su interpretación de la utilidad en términos de intereses
permanentes del hombre como ser que progresa»39. Los derechos sociales son los únicos
que admiten la utilidad colectiva, mientras los conocidos como derechos naturales son,
según Jeremy Bentham, «necedades al cuadrado». El derecho abstracto no constituye el
vínculo mediante el cual los sujetos individuales obran en un orden institucional. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 647

concreción de las potencialidades creativas vuelve hegemónicos el interés y la


observancia por las leyes de garantía social. El despotismo familiar, en efecto, reduce el
potencial creativo de las mujeres y hace irracional el papel masculino, en una sociedad
que vislumbra en la modificación de las costumbres el instrumento más eficaz para
modernizarse. El bien natural y el bien por así decir adulterado son equivalentes: la
utilidad las hace complementarias y recíprocamente penetrantes.

La individuación de una esfera individual que no interfiere con la de los demás


es el problema de todas las doctrinas liberales y, por otro lado, de las socialistas. Si se
permite a nivel individual desarrollar cualquier actividad que no impida la autonomía
ajena, es bastante difícil actuarla sin incurrir en la compleja interacción social. La
acción subjetiva puede ser tal bajo la forma teórica y propositiva, pero no bajo la forma
de la actuación: en este caso, comporta la relación con las otras acciones, que aspiran
incluso a reconocerse en un cuadro de legitimidad objetiva. La armonización de los
deseos y los impulsos individuales se confía a la práctica común, a la adaptación que
asume las iniciativas interindividuales para que se realicen y satisfagan el principio
ecuménico de la libertad. El reformista social es un educador público, un actor de la
conciencia colectiva, que ambiciona proponerse cómo «reguladora», válida a los
objetivos de la convivencia civil.

La llegada de la tecnología libera los trabajadores de los vínculos esclavistas,


pero no del uso propietario de los instrumentos de producción. El proletariado es una
clase con una fisonomía hegemónica en el renovado proceso productivo, en el que el
capitalismo puede disponer del aparato industrial, de las materias primeras (que se
asegura con el imperialismo), pero no de la fuerza-trabajo, que refleja su fuerza
contractual y de reivindicación en el socialismo. El capitalismo y el socialismo se
disputan –desde el inicio de la era industrial consolidada, es decir desde el fin del siglo
XVIII– la gestión del universo productivo y progresivo. El proletariado es una categoría
innovadora, que se introduce por la fuerza en el proscenio de la historia, modificando
las relaciones existentes entre el capital y el trabajo. El socialismo promueve la
adquisición de los instrumentos de producción por parte de los trabajadores. La
reorganización del beneficio de los propietarios de los medios de producción presupone
la revisión de los poderes decisorios y normativos, que no pueden ser ejercidos por el
Estado, entendido como un comité de las clases económicamente hegemónicas. Su
característica superestructural lo destina a la extinción y a la programación de un nuevo
648 RICCARDO CAMPA

orden institucional, realizadas por la dictadura del proletariado a causa de un proceso


revolucionario, de dimensiones internacionales y nacionales, según el clima político, al
que la agitación se afana en las diversas áreas del planeta. La fábrica se constituye en un
laboratorio social (el «Ordine Nuevo» de Antonio Gramsci es el manifiesto) e impone
una concepción redentora de la existencia, sobre todo por aquellas clases que el sistema
económico tradicional hace ineficaces para la consecución de los objetivos de las
instancias palingenésicas de la modernidad. El proletariado se configura así como el
portador de una categoría histórica, llamado a influir en el curso de los acontecimientos
y a inventariar un inédito criterio de justicia distributiva. Su atractivo es tan fuerte que
perjudica la consistencia efectiva, al punto que se determina en Alemania, la patria de
Karl Marx, el Lumpenproletariat, un subcategoría operativa, que vislumbra en la
movilización fabril el recorrido de la liberación de la necesidad y de las frustraciones
contingentes, que el capitalismo determina inexorablemente con su sistema selectivo y
tendencialmente conducido a reducir la problemática de la mano de obra aumentando el
volumen inflacionario de la tecnología, hasta la llegada de la robótica. «Para Marx la
característica relevante del capitalismo es que, a pesar de que se trata de un sistema
social caracterizado por la independencia personal y el mercado libre y competitivo ante
una libertad contractual, es todavía un sistema en el que existe plustrabajo o trabajo no
pagado (o plusvalía, es decir el valor de lo que producido por el plustrabajo»40. Los
órdenes institucionales –según Marx– no permiten establecer la entidad de la
explotación. Mientras en el medioevo y en las sociedades esclavistas el trabajador
conocía el número de horas que trabajaba diariamente, que tenía que dedicar al
propietario de la tierra o al dueño y el número de horas de los que podía disponer para
su desarrollo individual y familiar, en la sociedad industrial, el proceso de explotación
del obrero es más solapado y comprometido. «Por tanto, uno de los objetivos de la
teoría del valor-trabajo de Marx consiste en tratar de explicar cómo puede existir el
plustrabajo en un sistema de independencia personal, y como este plustrabajo y su tasa
quedan ocultos a la vista»41. El plustrabajo se convierte en parte integrante del beneficio
del capitalista, que invierte – en virtud de la acumulación económica– sus rentas para
adquirir las maquinarias y las materias primas y es capaz de adelantar los pagos iniciales
de los trabajadores, realizando una inversión, que pueda estar asegurada por las
sociedades financieras, y por los bancos. El trabajo para el consumo se realiza en el
sueldo, concedido a los sujetos ocupados en sustentar con su fuerza-trabajo el sistema
productivo y en adquirir los bienes necesarios para su sustento.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 649

La acumulación del capital debido al ahorro social permite a su vez incrementar


la producción a través de la innovación y el perfeccionamiento de la tecnología
actuante. El motivo por el que el capitalismo se pliega al ahorro se debe a la fuerza de
prueba a la que es inducido por la competencia, que se realiza en el mercado. Según
Adam Smith, la «mano invisible» debería permitir la remisión de los golpes de extrema
gravedad, que la competencia puede inferir sobre algunos contendientes, expuestos
hasta el sacrificio de sus recursos y por lo tanto condenados a la extinción. El
antagonismo de las dos clases sociales (los capitalistas y los trabajadores) es cada vez
más orgánico respecto al incentivo, promovido por la fábrica para realizar los beneficios
que puedan competir a nivel nacional y a nivel internacional.

El valor de uso, que se realiza en el consumo, constituye el contenido material


de la riqueza. El valor de cambio es lo que se indemniza en el mercado, también en
presencia de reglas adecuadas para evitar el monopolio y el oligopolio, es decir las
deformaciones de uno de los componentes orgánicos de la relación entre la oferta y la
oferta de los bienes, que se piensan necesarios para el desarrollo de la sociedad en su
conjunto y como un contrafuerte del proceso de aculturación generalizada. En tal
circunstancia, la misma conformación normativa de la sociedad sería superada. Si el
socialismo se realiza como fundamento de una sociedad, libre de cualquier
superestructura (como la moral y la justicia), el sistema normativo está implícito en la
propia organización del trabajo colectivo y del tiempo libre individual. El criterio de
distribución: «a cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades»
queda exento por las constantes, por la justicia distributiva y por las variables de la
justicia conmutativa. La explotación es una categoría de la injusticia, que puede ser, más
que condenada, también evitada, si la ecuación de los componentes productivos no pone
el beneficio como conditio sine qua non para la realización de la comercialización.

El socialismo utópico propone un nuevo orden social más ecuánime y más


conforme a la renovada concepción humanitaria, favorecido por los propios
empresarios. El reformismo utópico es de algún modo espontáneo y pietista, en el
sentido que confía a la sensibilidad del empresario el orden de actuación más adecuado
a la dignidad del trabajador. El reformismo utópico es auto-determinativo, mientras el
socialismo científico es el resultado de un proceso histórico, que tiene en si una fuerte
carga de determinación. La emancipación del asalariado es autoreferencial, en el sentido
que promueve la obtención de mejoras económicas en abierto examen con el
650 RICCARDO CAMPA

empresariado inversionista de los capitales monetarios. La reivindicación obrera pugna


con el capital por el derecho de obtener parte de los beneficios de la empresa, que no
puede continuar a administrarse con el uso de la plusvalía y la salvaguardia de los
precios competitivos en el mercado. El contencioso se realiza en el ámbito de la crisis
de la economía en la política clásica, que admite la acumulación económica y por lo
tanto la propiedad de los medios de producción. A sustentar esta concepción se levanta
el principio de la libre iniciativa y la relación entre la oferta y la oferta como garantía
del equilibrio del mercado, que denuncia de modo definitivo e incontrovertible el
camino realizado por el empresariado. La concepción marxiana presupone la conversión
de estas actividades privadas en públicas bajo el régimen de la plena autonomía
individual y la emancipación del proletariado frente al nivel de sujeción que se efectúa
en la época burguesa y paleoindustrial. A la persuasión moral de los utopistas se
confronta la dialéctica de la historia: lo inevitable hace justicia de las tentativas, aun
siendo edificantes, de quienes recurren a la clemencia antes que a la justicia en el curso
de la historia. Mientras los socialistas utópicos preconizan la atenuación del conflicto de
clase, los marxistas predicen la abolición de las clases y por lo tanto de las anomalías
sociales que estas determinan en el proceso de adecuación de la necesidad colectiva a
las respuestas elaboradas sectorialmente para confutar su aspecto revolucionario. El
humanitarismo de los utopistas deja su sitio a la renovación revolucionaria de los
partidarios de las leyes de la historia, de la inclemencia de la reivindicación formulado
en los términos de la dialéctica reconstrucción de las revueltas sociales, que se basan en
las relaciones de producción. «Toda ciencia sería superflua –afirma Marx– si la forma
de manifestación y la esencia de las cosas coincidiesen directamente»42. Los
procedimientos democráticos permiten a los productores libremente asociados hacer
coincidir en política y en economía la apariencia y la esencia de las cosas. En una
sociedad de productores libres asociados, las necesidades de las personas pueden
satisfacerse sin implorar el auxilio de lo alto. La religión se realiza como un antídoto a
las angustias presentes y como el responsable moral de la benevolencia celeste. La
precariedad de la inmanencia contingente encuentra un premio en la beatitud
ultramundana. Si las necesidades cotidianas son satisfechas y la inmanencia terrenal es
menos incómoda, la transcendencia pierde su atractivo y se convierte en el presencia
psicológico de los iniciados a los misterios de la existencia y a las vicisitudes del
cosmos. La enajenación y la explotación son las expresiones degradadas de la religión
pánica, que inflige a los mortales un largo ejercicio expiatorio a cambio de una eventual
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 651

gratificación celeste. Las clases subyugadas por el veredicto religioso se debaten en


busca de una causa, que determine su ineficacia y se parezca lo más posible al curso de
los acontecimientos.

La superación de la desigualdad y la división del trabajo permite a la sociedad


socialista, ocupada en superar la explotación y la desigualdad de los bienes de consumo,
la realización del comunismo, que se configura como el universo social en el que cada
uno puede hacer lo que tiene intención de hacer. La acomodación de la teoría y la
práctica hace imperceptible el sentido de la justicia, tradicionalmente conexa con la
obligación de cumplir las leyes y, en el caso de desatenderse, la tarea de expiar las penas
exigidas por el órgano tutelar. La conciencia de si hace anticuada la justicia conmutativa
y la justicia distributiva porque asegura a los sujetos individuales la tarea de actuar
conforme a sus inclinaciones, que no excluyen, por el horizonte perceptivo, las mismas
identificaciones ajenas. El libre cumplimiento del ser se lanza como hipótesis al amparo
de los conflictos surgidos por la competencia y en el flébil cumplimiento de la
extemporaneidad.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 653

19. LA REVUELTA

En el intento de reducir los efectos negativos de la concepción liberal del Estado,


basados en la «neutralidad» del mercado, al final de los años setenta del siglo XX, se
delinea la necesidad de otorgar al propio Estado una función sustitutiva y en cierto
sentido equitativa de la simple interacción entre el capital y el trabajo. El Estado es
investido de tareas administrativas e inducido a convertirse en un actor económico con
el fin de asegurar los servicios y las necesidades básicas, que compensen los resultados
negativos del empresariado. Las masas obreras y las clases sociales de los empleados se
desesperan por intentar insertarse de pleno derecho en el mercado sustrayéndose al
compromiso de los grupos hegemónicos, que condicionan, en cuantos grupos de
presión, las elecciones políticas. La integración del Estado en la economía y en la
administración de los servicios constituye el reconocimiento de los derechos civiles y
del poder de participación que sobre todo las jóvenes generaciones del sesenta y ocho
promueven en un debate ideológico que invierte, no solamente los fundamentos, sino
también las dimensiones de la cultura occidental.

La movilización de las energías hasta ahora silentes políticamente constituye el


síntoma de un cambio de significados proporcionados a las nuevas instancias sociales,
que se materializan en el derecho a la educación, a la salud, más allá d el
reconocimiento efectivo de la igualdad de sexos, de razas y de convicciones religiosas.
Este sistema de garantías, proditoriamente traducido con el término de Estado del
bienestar o Estado asistencial, está en el origen de un difuso humanitarismo, que somete
a juicio, a menudo despiadado, los paradigmas o los códigos eurocéntricos del proceso
cognoscitivo en sus diversificaciones y en su virtual complementariedad. El impulso
utópico se sustenta en el consentimiento potencial de las masas que,
independientemente de los condicionamientos nacionales y hasta de clase, buscan una
razón ideal para identificarse culturalmente y para modificar las estrategias de la
654 RICCARDO CAMPA

interdependencia y la interferencia realizadas por los bloques ideológicos y políticos. La


elección de un Estado intervencionista, contrapuesto al Estado neutral y liberal, es una
especie de advertencia de las conciencias, que reniegan la explotación, las
discriminaciones y, como resultado inevitable de ello, los conflictos. La guerra de Corea
y sobre todo la de Vietnam constituyen el testimonio tangible de un sistema de
injerencias, la dramática representación de la razón de Estado, que no tolera la opinión
pública de las mismas grandes potencias que compiten en ella. Las generaciones de la
revuelta estudiantil coinciden con las del malestar, obligadas a perpetuar un principio de
lealtad frente a los tutores de un orden mundial intensamente comprometido, más allá
del intercambio (oficial y no) de informaciones, de una difusa inquietud por todo lo que
aparece inexplicable e insostenible para el sentido común. El cine y la literatura se
encargan –a menudo involuntariamente– de hacer reconocibles los arquetipos mentales,
los prejuicios, sobre los que se basa la lealtad de una de las partes en contienda y la
transgresión por otra de las partes según un principio de interacción, presumiblemente
dotado de una finalidad proselitista.

El proselitismo, promovido por las generaciones de la protesta, es


paradójicamente des-ideologizante: está invadido por un difuso sentimiento hedonístico,
que se manifiesta en los nuevos cánones estéticos de la falsa precariedad y la auténtica
vocación por lo primigenio. La conjugación de un indisimulado humanitarismo y un
sentimiento de reivindicación auxiliado por un exasperado examen sobre la
responsabilidad colectiva hacen comprensibles los testimonios y las obras de
entretenimiento sobre los acontecimientos que la razón de Estado considera razonables.
La denuncia de las aberraciones políticas, la condena de las filosofías del régimen
encuentran su correlato en todos los entornos sociales, en los que el bienestar no
constituye todavía un derecho. La difusa propensión del bienestar, sobre todo en el
Occidente, gracias a la actividad censoria de las generaciones de la protesta, siempre se
configura o casi siempre como una pretensión para justificarse como lícita.

El bienestar como legitimación de un empeño apreciado socialmente ocupa a


gran parte de la historia de Occidente (europeo y americano) de los últimos lustros. La
satisfacción de las necesidades primarias tiende a transformar la política, entendida
como la regla de conducta y de expresión de los principios que tutelan el orden
comunitario, en una actitud lúdica, que su correspondiente práctico encuentra en la
administración de los recursos colectivos con el fin de reducir los conflictos. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 655

ampliación del área participativa y decisoria de los grupos sociales excluidos o privados
por las urgentes necesidades económicas reduce el ámbito de la selección para a su vez
ampliar el de la elección, minando en sus fundamentos los criterios constitutivos del
aparato político tradicional. El aspecto coral, espectacular y conmemorativo, toma
ventaja sobre el subjetivo, especulativo y oracular. La naturaleza es exaltada como una
implosión colectiva, un encargo vital que celebra la existencia y la participa en un
número siempre mayor de hombres y mujeres.

El nuevo ludismo –qué es el resultado del humanismo post-romántico, con una


vena de restauración a lo Jacques Maritain y con un anhelo futurístico a lo Teilhard de
Chardin– asume connotaciones diabólicas: su «totalidad» arrolla todas las rémoras,
desatiende todas las normas, que constituyen, en la historia de Occidente, las barreras
protectoras de un recurrente reflujo de la humanidad hacia la degradación. La recesión
contemporánea, sin embargo, se vale de instrumentos y de conjeturas, que no violan
abiertamente la tradición, pero sin embargo la someten a una exégesis crítica, tendente a
la incongruencia. El rechazo del libro (del documento) no se debe solamente a la
influencia de la imagen, predominantemente fílmica y televisiva, casi siempre didáctica,
sino a la preventiva neutralización de los frenos de control, responsables, desde la
llegada de la burguesía y el nuevo curso del colonialismo, de la explotación del planeta
y del totalitarismo.

La crisis de la razón (Theodor W. Adorno, Max Horkheimer) y la improbable


propensión planetaria por una lógica del entretenimiento y por la llegada
(marxianamente hablando) del «hombre genérico», falto de pasiones absolutas y de
intereses sectoriales, inducen a sacrificar cualquier tipo de correctivo institucional, que
asegure el buen funcionamiento de los órganos puestos para proteger los derechos
positivos de los individuos. Esta ola de entusiasmo, por otra parte fortalecida por una
coyuntura económica favorable en Occidente, que se prepara a introducir un consumo
generalizado de la energía nuclear, se concilia con la tentativa de modificar las
relaciones existentes entre los grupos y las instituciones. Los excesos lúdicos son en si
mismos burlones y por lo tanto incapaces de convertirse, como sucede en el Edad
Media, en autoinculpaciones, confesiones y aflicciones. El resultado políticamente
relevante de tal emancipación está representado por la irrefrenable propensión por la
legitimación electiva contra la profesionalidad y la competencia. De una parte, la
solicitud de evasión, secundada por los mass media y por las oficinas de turismo; de
656 RICCARDO CAMPA

otra, la tentativa de presentar como salvífica esta fuga de una realidad que contribuye a
considerar cada vez más la trama de los condicionamientos tecnológicos, realizados por
una mentalidad anónima y fatalmente irresponsable. A la incidencia sobre el plano
práctico de una sociabilidad tan falsificable hace cotejo una homologación, tangencial
de la anomia, del que se perfila solamente la eficacia hacia lo negativo, es decir al
estadio del metabolismo social. El proceso político es un a posteriori, que encuentra sus
motivaciones objetivas en el ámbito de los principios terapéuticos, es decir invocados
por las diversas partes en causa para justificar o condenar sus actitudes. El conocimiento
decae a niveles de absoluta certeza o de flébil conjetura, alimentando así el sentido de la
precariedad y de la resolución que reside en el fondo de la toma de posición masiva. Las
comunidades sociales se orientan políticamente de manera contradictoria porque están
satisfechas por la idea de poder ser menos coherentes y consecuentes respecto al pasado.
La infidelidad a las convicciones oscurece un mérito difícilmente comprensible con las
consolidadas concepciones interpretativas de los factores, que modifican las formas
cognoscitivas y expresivas de determinados períodos históricos.

A veces el poder administrativo ahoga a nivel individual el potencial inventivo,


comprometiendo así la necesaria renovación de los actores sociales. La concepción
schmittiana, sin embargo, no tiene en cuenta la tendencia contrapuesta, la de la
transgresión, que es propia a cualquier actitud lúdica en sus expresiones más
paroxísticas. Al estado protector se opone, freudianamente hablando, la protesta
individual, de tipo vagamente anarquista y libertario. Se delinea, sin embargo, cada vez
más claramente la causa de tal desconcierto, que está por investigarse desde una
filosofía de la vaguedad, que postula un consentimiento menos dramático del que se
conseguiría en una sociedad de individuos bien informada de las adversidades del
mundo y de los responsables de sus decisiones: de individuos capaces de aplacar sus
expectativas con los recursos del Estado, sin alterar los términos de la relación
producción-consumo de un modo perjudicial por los recursos de la colectividad en su
conjunto y, en particular, por los que se interrogan sobre la capacidad de resistencia del
entorno y del milieu cultural en el que actúan.

En este ámbito de conducta se descubre de forma cada vez más evidente la


tendencia a legalizar medidas que no siempre se inspiran en el principio de igualdad
frente a la ley. El derecho, en su sentido de instrumento de socialización civil entre los
desiguales, disminuye para que aumentar en una red de referencias ideológicas que, de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 657

una parte, reflejan la realidad práctica en sus anomias y contradicciones y, de otra,


frustran progresivamente la reductio ad unum de todos los postulados con los que se
activa el debate político en su sentido conceptual. La dificultad de conciliar la
producción colectiva y el consumo individual empuja, tanto a los regímenes socialistas,
como a los regímenes capitalistas, a hallar en métodos capciosos su fuente de
legitimación. El fenómeno de la modernización, que se manifiesta a partir del sesenta y
ocho, invierte inevitablemente los mecanismos productivos y distributivos de la
sociedad civil y le otorga una función de intervención inmediata en el área institucional,
destinada a condicionar todas las formas constitucionales de participación indirecta o
delegada del poder decisorio. Las instancias populares y asamblearias, que desembocan
en el ejercicio de la acción del referéndum, reducen, no sólo la función del Parlamento,
dominada por la elefantiasis partidista, sino también por la administración. Y
comparecen cada vez con mayor evidencia los poderes supletorios o sustitutorios de
quienes mitigan tradicionalmente el equilibrio social. El poder judicial influye también
notablemente en la actividad del resto de los poderes al empeñarse en mostrar
consiguientemente las exigencias del empresariado frente a los órdenes legislativos
vigentes. Se oscurece, en las sociedades occidentales, el peligro de una transgresión
difusa y se considera cada vez más necesario el recurso a una revisión, diferente al
«pacto social», también con criterios de participación política, que haga más
«transparente» la relación entre los poderes públicos y los ciudadanos individuales.

Además de una difusa tendencia palingenésica y regeneradora de las clases


medias, que ambicionan al crecimiento económico y la incidencia decisoria, se hace
evidente la necesidad de encontrar nuevos instrumentos de comunicación y de unión
interpersonal, con los que poder suscitar el consenso. El sistema de legitimación política
basado en los partidos se deteriora a causa de su insolvencia institucional abriéndose
paso un tipo de reivindicación exacerbada destinada a reducir el debate ideológico a una
comparación de intereses, a su vez conflagrantes en el ámbito del reparto y faltos de
mordiente propulsiva. El asociacionismo, en efecto, reduce la legalidad de la acción
productiva en términos sectoriales, garantizando a los que se benefician ventajas que se
difunden objetivamente, de forma indirecta, a toda la sociedad civil, aunque
perjudicando el completo uso del potencial inventivo y equitativo. La economía
modifica distónicamente las costumbres, dirigidas a formas consumistas, no solamente
de objetos y de gadgets propios del status symbol, sino también de ideas y de
658 RICCARDO CAMPA

contenidos conceptuales. La liviandad asecha la honestidad y corrompe la ya precaria


estructura ética del Estado. La espontaneidad y la precariedad asumen un sentido
inquietante justo en el momento en el que el orden social está por así decir afligido por
las indebidas injerencias del capital productivo sobre las políticas selectivas. Por un
lado, se manifiestan las peticiones de las clases sociales emergentes, a menudo
solidarias con las clases obreras y, por otro lado, se ejerce la rabiosa intromisión en los
centros del poder decisorio de los sectores del empresariado más cercanos a las
instancias modernas de la sociedad en su conjunto.

El descrédito, que golpea el sistema electivo, nace de la falta de prevención de


los que son llamados, en el recorrido de una participación plebiscitaria, a desarrollar
actividades institucionales y a asegurar los servicios del bienestar público. En otras
palabras, se manifiesta la relación inconciliable entre el hedonismo universal,
promovido por los «Hijos del Sol» y las asociaciones afines y la profesionalidad, por su
naturaleza selectiva. El período, que va de la segunda mitad de los años sesenta al final
de los años setenta, está marcado por el rechazo o el repudio de la selección,
considerada una categoría interpretativa de la historia, inadecuada para contestar a las
nuevas instancias sociales. La selección evoca un tipo de exterminio generalizado de los
débiles y de los marginados, que las corrientes políticas de izquierda consideran el
efecto de una injusta distribución de los recursos naturales. Tales corrientes de
pensamiento creen que la selección social es el resultado de «una acción innatural»,
realizada por los grupos de presión, de los «comités de asuntos» constituidos por las
clases burguesas, interesadas en conseguir un consenso que no excluya un tipo de
destino, de tendencia natural, de indefectible ley de la historia. La selección vuelve por
tanto a llamar a la mente a una indeterminada sensación de intolerancia por quienes
tienen éxito frente a los que fracasan en la empresa de enfrentarse con sus semejantes en
el plano económico y social. En cuanto forma de restauración de los cánones
propositivos y de consolidación del status symbol alcanzado por los grupos que detentan
los hilos del poder político o lo controlan, la selección asume las configuraciones de una
doctrina política asimilable a los que inducen al totalitarismo a sugestionar las
conciencias y a perseguir a los «diferentes».

La elección, en cambio, concilia las diferencias según un orden de factores que


compensan los acuerdos fallidos (al menos en el plano histórico) entre grupos y pueblos
que se diferencian por el nivel de vida, por el grado de integración cultural o solamente
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 659

por el tipo de tradición consolidada en el tiempo. La elección por así decir ampliada al
ejercicio de muchas funciones o cargos públicos comporta un clima de «afinidad» entre
los sujetos que la practican que es difícil perseguir, pero fácil evocar. De por si expresa
una paradoja: en primer lugar, porque presupone un «sentimiento común» en los
hombres, que no es fácilmente conciliable con los conflictos, las guerras y las
aberraciones, que siguen manifestándose en diversas regiones del planeta, en segundo
lugar, porque lanza la hipótesis de un tipo de hermandad universal, que históricamente
nunca se realizó, que induce a considerar la simple presencia física en el universo como
si fuera un testimonio del «espíritu divino» o de la «fuerza» de la naturaleza. La
elección no exonera virtualmente a nadie de la participación de la koiné universal: se
deduce del presupuesto de que los organismos sociales poseen fuerzas compensatorias
identificables con la de los auténticos recursos providenciales. Y, naturalmente, en este
contexto conceptual, el número tiene una función determinante. Mientras la selección
parecería fundarse en la cantidad en términos de presencias físicas en el mundo, la
elección las enfatiza, hasta conferirles su igual dignidad, tanto en el plano potencial,
como en el plano de la realización. La selección, en efecto, no atiende solamente a las
que son eliminadas por la competencia social, sino también a las que, a causa de tal
proceso, influyen en una parte de la especie prohibiendo que se manifiesten: la miseria,
las enfermedades y el sufrimiento prolongado provocan una baja general de tono sobre
los organismos vitales de tal forma que condicionan su descendencia. La elección, por
lo tanto, se justifica como el estadio, en el que los sujetos son depositarios de un
potencial cognoscitivo, que se realiza en las distintas formas de la participación política.
El ideal abstracto del principio electivo supera el ideal concreto del principio selectivo
según un orden conceptual que prevé un tipo de cambio antropológico capaz de reforzar
la solidaridad humana y, con ella, la íntima convicción de que las descompensaciones
de la naturaleza económica y social, registradas hasta ahora por la historia universal,
pueden considerarse aberraciones, causadas por la ausencia o por la deficiencia de una
atmósfera unitaria, a la que hacen referencia la tecnología y la representación escénica
contemporáneas.

Al final de los años Setenta, la crisis energética (el aumento del precio del
petróleo en conjunción con ciertos conflictos regionales) con el consiguiente fenómeno
de inflación, que revuelve intensamente la economía mundial interviene en el
debilitamiento de esta «ideal contraposición» de factores exegéticos del
660 RICCARDO CAMPA

comportamiento de la sociedad occidental. Desde una perspectiva general, la actitud


reivindicadora de izquierda acusa un golpe mortal, que difícilmente contienen las
perspectivas de desarrollo en los términos y en los límites de un proceso ordenado de
modernización. Las corrientes políticas de izquierda no pueden renunciar a su
credibilidad infligiéndoles a sus partidarios el clima de austeridad necesario para
alcanzar una redistribución de los recursos más ecuánime capaz de garantizar la
recuperación económica. La osmosis entre las zonas retrasadas y las zonas más
industrializadas de los países europeos lleva a una radicalización de la fuerza-trabajo,
que en la emigración y en asentamiento operativo no encuentran las formas de
solidaridad y las garantías jurídicas que cierta publicidad de trasfondo salvífico sigue
presentando como irrenunciables. La escisión entre sociedad virtual y sociedad real se
manifiesta en formas cada vez más inquietantes y en todo caso tales que perjudican la
consistencia genética de las doctrinas opuestas, aquellas que se basan en el mercado y
aquellas que se inspiran en la afirmación de un Estado protector y tendencialmente
igualitario. La progresiva modificación de la costumbre y la mentalidad obrera, más
propensa a la contratación sectorial (segmentaria) antes que a la consolidación del
conjunto de las estructuras estatales, hace perder al proletariado el significado de «clase
general», de categoría interpretativa de los procesos culturales que caracterizan la época
moderna. El obrero cede progresivamente su puesto de guía de la sociedad productiva a
los empleados del tercer sector, que en su acción se constituyen en una nueva expresión
de la clase social media, de una burguesía inédita y dotada de una actitud lúdica y
desencantada de la realidad.

La sectorialización de los intereses prácticos del mundo del trabajo precede la


decadencia de los partidos políticos tradicionales al ser incapaces de elaborar estrategias
unitarias que puedan proponerse a la valoración de los electores. Tal sectorialización
también está al origen de la «regionalización» de los intereses sociales, que anuncia el
debate sobre el centralismo y sobre el federalismo (este último primero en clave
económico-fiscal y sucesivamente en clave político-institucional). La despolitización
del proceso social encuentra su razón de ser en el progresivo desinterés de los nuevos
grupos emergentes por las «normas» (prácticas, políticas, económicas y hasta
religiosas). El llamado reflujo en lo privado se manifiesta en simbiosis con un tipo de
«pensamiento débil», que invade todos los ámbitos operativos, lejano como es de la
compleja elaboración teórica en el despacho y en los límites de la región. El ludismo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 661

inicial de los años sesenta se convierte en «desengaño» al final de los años setenta, para
terminar desembocando en una abierta disidencia con todo lo que toma el perfil de un
aparato de partido y, consecuentemente, de un sistema de normas, para modificar los
que se supone ya un empeño y una cohesión operativa, no sólo no espera en el plano
práctico, sino alejado de la mentalidad de las generaciones que, a principios de los años
ochenta, se aproximan al proscenio del mundo productivo.

La pérdida de atractivo y sugestión de los partidos frente a la opinión pública


tiene efectos significativos desestabilizadores en el orden estatal. La relación, en efecto,
entre el partido (en su sentido tradicional de visión parcial del todo, pro toto) y el
Estado se reduce al disminuir el sentido de pertenencia, de lealtad de los ciudadanos a
los organismos que paradójicamente se consideran propedéuticos uno del otro. Y, en el
respeto de las normas que regulan el consentimiento, es fácil localizar una fractura
conceptual de naturaleza cognoscitiva. El Estado asistencial, por sus formalismos
propositivos, no aguanta la comparación con las organizaciones más ágiles y en
continua metamorfosis, ni logra contemperar el respeto por la tradición con el empeño
de ponerla al día sin sacrificar su ratio inspiradora. Para el terrorismo lingüístico y
factual la contemplación de un sistema de normas, en efecto, se contrapone a la que de
forma ostentosa y no siempre premeditadamente se denuncia como el «dibujo
estratégico» del capitalismo mundial. La fragmentación de la vida colectiva en vidas
individuales constituye el capítulo preliminar de una concepción del mundo
informatizado, es decir elaborado con el subsidio de las técnicas de la homologación, en
virtud de las cuales se piensa que cada innovación se inhibe del patrimonio cultural
consolidado y por tanto necesitado de proponerse a la fruición y al consumo con una
técnica adictiva, que contrasta con la de la disuasión: ambas son igualmente necesarias a
la hora de exacerbar las sensaciones sumisas de los actores sociales, que ya están
predispuestos definitivamente a aceptar cualquiera aberración individual o colectiva
como si fuera un preludio de una escenográfica manifestación catártica. La
confrontación generacional se transforma en contraposición sexual y hasta racial en
virtud de remotas mitologías, que la fantasía imitativa prefiere configurar como
futuribles. Se rehabilitan los sentimientos en función de un areópago emotivo capaz de
implicar un número cada vez mayor de adeptos, que renuncian a salvar su inteligencia a
cambio de un espectacular, prolongada, exhibición de su vanidad.
662 RICCARDO CAMPA

La vanidad se configura, en efecto, como la desordenada defensa de la


individualidad, inhibida por el proteiforme escenario de la exhibición. El desenfrenado
apego al ego es el resultado si no el efecto de un dolor considerado confrontado con el
Moloch de la espectacularidad.

Del ejercicio de la exteriorización se espera el restablecimiento de las


correlaciones lógicas entre los gestos aparentemente irreflexivos y las perspectivas
concretas de la acción. La espectacularidad huye de la palestra y de la reacción erosiva
ya que absorbe y frustra los impulsos comunitarios libres del exacerbamiento en la
ineficacia y en la inanidad.

El tiempo mediático de los encuentros de música rock o de los partidos de fútbol


descompone y recompone el escenario fatídico de la inacción. Este representa, en
efecto, la imperiosidad delegada, el torbellino primordial, la tempestad magnética, la
inefable mistificación de la inocencia. El escenario y el campo deportivo son los
hemiciclos de las andanzas mentales, realizadas ilusoriamente por los espectadores
gracias al ímpetu contaminador de los actores y de los jugadores, que son cada vez más
intérpretes de los humores colectivos que ejecutores de las normas consolidadas de la
dramaturgia y del deporte. El resultado de las representaciones ya no es la conjetura,
que suscita pensamientos edificantes y sensaciones catárticas sino realizar el
irrefrenable deseo de imitación y por lo tanto el vivificar el complejo de inferioridad o
de inadecuación.

La representación escénica se perfila cada vez más como el desafío sacrificial,


que las multitudes se dan a sí mismas mediante la interpretación alegórica realizada por
los adeptos o por los iniciados. El divismo, antiguo fenómeno de identificación
paradigmática, se convierte progresivamente en el precipitado emotivo del descontento
y la pretensión, expresamente ruidosa de quienes no renuncian a confiar a la vis
polémica un papel dirimente en la obstrucción de los pensamientos y de los
sentimientos de la sociedad contemporánea. La progresiva erosión de los fundamentos
cognoscitivos y de las creencias se proyecta en el escenario colectivo e impone a los
protagonistas el auxilio de la historia y hasta de la religión. La impalpable sensación
religiosa que aletea sobre los encuentros pletóricos es cuánto queda en el mundo
contemporáneo de la tradición y del pasado en una amalgama de pensamientos y
sensaciones.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 663

La traducción de la filosofía social en la técnica de la individuación de las


necesidades se realiza intentando justificar las elecciones ya hechas, obrar una
compatibilidad entre lo que «sucede» sobre el escenario social y la racionalización del
comportamiento en acto. La reconciliación del individuo con sus íntimas
determinaciones, que el marxismo encuentra en la recuperación de los instrumentos de
producción, sucede en la urdimbre de la representación escénica, donde el trabajo y las
intemperancias de la economía de mercado asumen configuraciones paradigmáticas,
capaces de subvertir ilusoriamente y en fases consiguientes las contradicciones de la
historia. Tal subversión no constituye la resolución de los conflictos sociales, sino al
contrario su enfatización y por lo tanto su irrefrenable homologación en el patrimonio
cognoscitivo y expresivo de la condición humana. Tanto es así que el deseo de placer
supera cualquier prejuicio de orden antropológico y económico sino lo exaspera para
hacerlo irresoluble. El conflicto generacional se desplaza progresivamente del campo
ideológico al temperamental; y este se practica en la multiplicidad de las actitudes
acabadas en sí mismas y por añadidura efímeras. La implicación general de capas cada
vez más amplias de población en el nuevo modo de vida permite la interferencia entre la
conciencia y la inconsciencia según una progresión que comporta la realización de una
regla basada en la «continua» precariedad.

Los rasgos residuales de la vida colectiva asumen notaciones inminentes en el


imaginario colectivo: a las realidades marginales visibles (como las poblaciones de las
regiones en vías de desarrollo) corresponden una condición virtual del individuo, que
imagina que se une enfitéuticamente al resto del mundo. En este estado de cosas
aparentemente alegre se perfila el propósito de hallar un acuerdo con la congerie de los
vivientes. A la ilimitada representación de la geografía humana del pasado se
contrapone, en efecto, una visión más estrecha del planeta, gracias también a la red de
comunicaciones, que establece un tipo de simultaneidad privada de efectos explosivos,
y que más bien son a menudo y paradójicamente soporíferos y hasta consolatorios. El
mal, que crece dejando víctimas en el mundo, queda exonerado ante quienes lo
entienden como una anomalía de la historia, de modo que no aparece con el rostro
cáustico y perverso de la tradición religiosa, sino con el didáctico de ser una guía en las
reflexiones y los nuevos pensamientos colectivos.

La llamada crisis de lo sagrado es por tanto la anomalía de un modo de entender


la religión pánica en el mundo contemporáneo: hace abstracción de los testimonios y de
664 RICCARDO CAMPA

las reflexiones históricas para confirmarse sobre la contemporaneidad, sobre el


desmesurado desarrollo de las circunstancias, que determinan en la experiencia actual
una trama entre las necesidades primitivas y las exigencias superfluas. La imposibilidad
de distinguir entre estos dos factores de la dinámica social, localizados por la economía
clásica como los referentes de un dualismo interpretativo de los fenómenos planetarios,
hace plausible la aceptación de una agitación espiritual, que se realiza en el inconsciente
antes que en la conciencia de sus adeptos. Las fantasmas de lo transcendente se
introducen en la práctica cotidiana para autorizar comportamientos antes que para avalar
ideales selectos. El sentimiento religioso, aunque sea bajo las formas concitadas de la
espectacularidad o la interpretación del meta-realidad, asume formas supletorias de
exigencias diferentes de las tradicionales porque están llamadas a colmar aproximada y
enfáticamente las discrasias de la cotidianidad. La escatología deja su sitio a un
fideísmo de tipo arcaico, que se acerca, en el imaginario colectivo, a la política. La
predicción asume connotaciones más cautivantes que las de la profecía: las masas
ambicionan a adelantar los tiempos para disfrutar de la posibilidad de aburrirse. La
mistificación del tiempo litúrgico es, en efecto, una respuesta al aburrimiento, que
invade las conciencias y las hace retráctiles a toda expresión cognoscitiva
comprometida con la incertidumbre y la problematicidad. La duda es desterrada por la
escena cognitiva ya que todo cuanto lo representa es estentóreo en su duración y hasta
en su consistencia. El revival sirve para confortar la memoria, perdida ante los múltiples
cambios de la realidad y que por esta razón aparece inmutable. La representación
humana de Cristo, predominante sobre la divina, ralentiza definitivamente los vínculos
de sujeción con todos los poderes evidentes y paradójicamente alimenta –o en todo caso
propone– los que son invisibles pero operantes en la dinámica económica y política de
la sociedad contemporánea. Esta aceptación de la representatividad de la época de Jesús,
(condensada en el ágape), constituye en las expresiones más alienadas el rechazo de
hacer exigible la religiosidad en el ámbito político. El progresivo rechazo de la política
tradicional comporta la revisión de la convicción religiosa, que se purifica de cualquier
mezcla temporal. La representatividad colma el deseo religioso de las simples
adaptaciones escénicas, hasta de puestas al día musicales, en un intento de hacer
evidentes las inquietudes individuales que serpean en el tejido conectivo de las
comunidades contemporáneas.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 665

El rechazo de las masas en el fortín de la tradición, hecha de ceremonias y de


cultos propiciatorios, constituye la comprobación de la fallida cohesión entre la realidad
arcaica y la realidad tecnológicamente modernizante (representada por las clases
sociales política y sindicalmente movilizadas e integradas en los aparatos productivos).
En las áreas industriales, la religiosidad es relegada a la experiencia privada, que se
transforma en manifestación pública con modalidades diferentes de las de la época rural
y pastoril. El empleo en las prácticas del culto de la lengua vernácula contribuye a
depurar la liturgia de aquel anacronismo expresivo en la que existían la incomprensión y
el misterio. El ritual religioso, celebrado en latín, sanciona una permeabilidad con lo
divino, que las lenguas vulgares tienden a atenuar y a hacer comprensible hasta la
banalidad. La liturgia pública contemporánea padece, en efecto, de un excesivo
realismo, que reduce la eficacia palingenésica de toda función propiciadora: el aspecto
mundano de las creencias religiosas se alinea cada vez más con la función legal de las
normas comunitarias. Entre la religión y las leyes sociales no queda casi diversidad
alguna y, más bien, otras se legitiman recíprocamente in itinere, en el momento de la
aplicación.

La simplificación de la religión social, en los límites de las artimañas necesarias


para hacer soportable la existencia, hace que los ámbitos de la religiosidad en el sentido
tradicional sean demasiado exiguos, hasta llegar a la herejía de unos pocos pedantes
exegetas de las «virtudes prístinas», del sacrificio de los primeros cristianos. La
apropiación en clave de pasión individual de la religiosidad a menudo desemboca en un
tipo de integrismo, que o rechaza cualquier tipo de acuerdo con el «pueblo del
automatismo», impenetrable y esquemático en sus elucubraciones, o supera el «reino
del hombre» por un «reino de Dios» evocado escatológicamente en el ámbito de la
experiencia terrena. La concentración urbana de las metrópolis nos trae a la mente la
experiencia de las catacumbas de los primeros cristianos, que hacían de su fe el modelo
de la vida comunitaria. Las grandes periferias de las ciudades industriales evocan las
necrópolis etruscas. A los objetos de lujo de los etruscos se confrontan las antenas que
se elevan como brazos que invocan una correlación entre los seres que pueblan el
mundo.

La religiosidad mundanizada acaba reflejando las desviaciones sociales, a las


que los individuos son inducidos por las condiciones ambientales, propias de las
periferias de las grandes ciudades. La desviación y el sentido de culpa se convierten en
666 RICCARDO CAMPA

partes integrantes de la religiosidad de los marginados al ser expresiones de un orden


que no consiguen que sea igualmente retributivo (sea bajo la forma de providencia, sea
bajo el perfil del simple reconocimiento de status). El paso de la fase de frustración a la
de la integración sobreviene o bajo la seña de un libertarismo disoluto o bajo la seña de
una respetabilidad tardo burguesa, en el que se hacen patentes el cálculo y la estrategia
económica. En todo caso el sentido de culpa aparece como un espejo de la inquietud,
del malestar de vivir, que se diluye en la intemperancia y en la anomia de las periferias
de las ciudades industriales. El fenómeno de los satélites urbanísticos ayudan a hacer
menos engorroso la persistencia de las condiciones de paro, a los que parecen destinadas
las generaciones de inmigrantes de las ciudades venidos del mundo rural. La morfología
de la desviación se transforma progresivamente en la fisiología de la integración, según
un control censorio del grupo, que se establece más allá de las normas legales existentes
con el propósito de asegurar una ética conductual, si bien menos rígida que la burguesa,
ciertamente capaz de asegurar una cohesión comunitaria difícilmente alcanzable en el
estado del bellum omnium contra omnes. La relación, que se establece entre los
partidarios de esta nueva moral y los depositarios de la tradicional, irrumpe en el debate
político como una meta de la que alejarse o a la que acercarse con un reforzado
sentimiento religioso. La religión pánica del mundo contemporáneo se revela como tal
por su carácter discrático con respecto de las normativas vigentes en el ordenamiento
social. Paradójicamente, las «virtudes dianoéticas» de los marginados del hemiciclo
dispositivo no se adaptan a la elaboración jurídica. La ratio que implica la defensa de la
persona, asechada socialmente, no corresponde con la que prefiere la coherencia y
corresponsabilidad de aquellos a las que se dirige. Los marginados se sienten ajenos a
cualquier proyecto de organización social, que no los homologue como tales, como
simples presencias inquietantes en una urdimbre de factores e intereses que conciernen
la paz y en todo caso el equilibrio comunitario. Los alborotadores se imaginan que ya
están frente al Verdugo y que no pueden proferir ni una palabra si no es para confesar
sus turbaciones y sus expectativas: y la confesión ya es, aunque sea en parte, una
contribución innovadora o incentivadora del léxico. La jerga transgresiva tiene una
fuerza de mucho mayor que la institucional, en primer lugar, porque la transgresión
anima la historia y también ilusiona las almas infecundas, en según lugar, porque se
ejerce sobre normas que se piensan que son inviolables. La expresión de los réprobos
influye más influyente que la de los honrados, que es más persistente: constituye el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 667

correspondiente formal de las mutaciones genéticas, que inducen el metabolismo celular


a modificar excepcionalmente su orden para luego consolidar su curso y sus efectos.

La búsqueda de una radicalización conceptual se difunde en los conatos


lingüísticos, en la desarticulación de la estructura del discurso. Las orgiásticas
reiteraciones, ritmadas por el «es decir», inducen a sospechar que el recurso a la religión
(a actitudes religiosas) se debe también a la aridez farragosa del lenguaje empleado para
expresar pensamientos elementales, sensaciones simples y comunes. La inadecuación
expresiva del tumulto de las ideas empobrece el aparato semántico y reproduce un
léxico paranoico, elaborado a partir de frases hechas, de palabras insistidas, que casi
podrían auxiliar al locutor.

La protesta político-religiosa logra calmar al público y la vida privada segundo


una unidad lingüística. La recuperación de una frágil individualidad se hace posible
gracias al empleo de un léxico reducido a lo esencial, pero utilizado con particulares
inflexiones de voces. La instrumentación realizada por los mass-media con frases de
reclamo acuñadas por los movimientos transgresivos dotados de un ímpetu tardo-
revolucionario los frustra y los mercantiliza. Una especie, por lo demás, de tocata
también en las vanguardias pacifistas, que se expanden en Europa a partir de los años
setenta del siglo XX de Estados Unidos de América, y que gradualmente se introducen
en el «sistema», se convierten así en parte integrante del humorismo y el
entretenimiento colectivos.

La despiadada espontaneidad de los movimientos de protesta cede


progresivamente frente a la apatía de cuantos no comparten las exuberancias juveniles
con sus enseres de drogas y de confusión mental. Las multitudes silenciosas semejan
meditar una revancha, destinada a concretarse, al final de los años ochenta y a inicios de
los años noventa, no sólo en la exaltación de lo «privado» contra lo «público», sino
también en asociaciones políticas inéditas, en oposición a los partidos consolidados y
hasta contra los órdenes institucionales. El presidencialismo, el federalismo, el sistema
mayoritario toman el sitio del parlamentarismo, del unitarismo, del sistema
proporcional. El egoísmo local representa la desafición por lo «público», que se
presenta ideológica y culturalmente insostenible. La solemnidad pone en circulación la
retórica, que no sirve para convencer, sino para desincentivar todas las energías que se
consideran necesarias para hacer progresar el mundo. La retórica de los años noventa
668 RICCARDO CAMPA

exalta la inacción, el desencanto y las «fugas organizadas» a los continentes de la


ilusión, a los que se llega en autocares o en vuelos chárteres. La vida privada atañe a
una categoría interpretativa de los fenómenos planetarios y teme al mismo tiempo la
influencia de los hechos de las regiones singulares del mundo en el escenario
internacional. En cuanta actitud defensiva, la vida privada se configura como la
protección de un orden orgánico, que actúa mediante el pluralismo de las ideas, el
plurietnismo y la tolerancia en materia de fe religiosa y militancia política. En realidad,
lo privado instruye también un modo de reaccionar respecto al «mundo externo», que se
configura a menudo como una fuerza como disgregadora de la organización
comunitaria.

El nacionalismo contemporáneo tiene la necesidad de salvaguardar las


peculiaridades regionales como patrimonios de la unidad étnica, lingüística, religiosa. El
micro-nacionalismo desarrolla una función restrictiva y cohesiva de perfil bajo
intentando fortificar la resistencia contra la homologación de los núcleos consolidados
en el tiempo. La defensa de las lenguas y hasta de los dialectos nacionales de la
hegemonía de las más acreditadas lenguas vehiculares tiene el objetivo de proteger las
enzimas innovadoras de la argumentación universal, en las que confía el género humano
en su potencial o virtual unidad. Tal actitud regional y hasta localista se justifica con el
propósito de asegurar el mayor número posible de fuentes de reflexión y análisis al
patrimonio cognoscitivo de la humanidad, de modo que configure al menos un
escenario mundial en equilibrio, si bien inestable, pero que pueda garantizar la presencia
de factores complementarios de la visión unitaria de la realidad. El micro-nacionalismo
y la concepción de Marshall McLuhan de la aldea global, hecha posible por la
telemática, son compatibles y pueden propiciar efectos benéficos.

El deseo somete la revuelta estudiantil que, desde finales de los años sesenta
hasta el final de los años setenta, se propaga de los Estados Unidos a todas las otras
regiones del mundo. El movimiento, que le caracteriza, se inspira predominantemente
en El hombre unidimensional y Eros y civilización, de Herbert Marcuse, un pensador de
la Escuela sociológica de Frankfurt, que llega a las instancias de la Izquierda desde un
examen libertario con acodos inconformistas sobre la costumbre dominante, anclado en
las concepciones desacralizadoras del orden jurídico tradicional. La denuncia de las
guerras nucleares, como causas de la discrasia mundial de las formas de satisfacer las
expectativas humanas, desbordan con un vigor difícilmente compatible con un orden
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 669

normativo, inspirado en el contractualismo institucional. El naturalismo se configura


como el movimiento capaz de satisfacer la exigencia de una igualdad universal, no sólo
de las personas independientemente de las connotaciones raciales, religiosas,
lingüísticas, sino también respecto a las necesidades estándares: una igualdad, dirigida a
proteger los derechos fundamentales y los propósitos solidarios de las comunidades
modernas. La igualdad, propiciada por la producción en serie, se perfila en su
conformación artificial. El acceso a los beneficios materiales tiende a exorcizar los
conflictos, entendidos como prejudiciales de la diferencia entre los poseedores de los
recursos energéticos naturales y quienes realizan los aparatos de la transformación
energética (con el carbón, el petróleo, el material fósil) latente en ámbitos de uso
general, tanto para fines pacíficos, como para fines bélicos. El vitalismo se relaciona
con el socialismo, con el romanticismo: la justicia social y la imaginación al poder se
realizan oracularmente, espectacularmente. El objetivo, que los movimientos
estudiantiles creen perseguir, consiste en hacer irredimible la burguesía, como
poseedora de la mayor parte de los recursos vitales de la humanidad, y en
interconectarla con los grupos emergentes, heterogéneos y salvíficos. Al obrero se
confronta el técnico; mientras la fábrica se transforma en laboratorio. El ritualismo
callequero, ensordecedor y mistificador, anuncia un orden fluido del planeta, en el que
se pretende dar vida a una continua regeneración (moral, material, cognoscitiva,
pedagógica e interactiva). Los movimientos estudiantiles de los años sesenta y setenta
anuncian las migraciones bíblicas de los años siguientes, durante los que inmensas
cuotas de humanidad se desplazan de las regiones periféricas del planeta, probadas por
la miseria y por la satrapía intestina, hacia las regiones económicamente más avanzadas.
El colonialismo-lunar condena el colonialismo convencional de los siglos XVIII y XIX,
por la incapacidad de enfrentar los desafíos de la modernidad. El escándalo intolerable
es la ataraxia, el conformismo, en el que las masas gravitan sin pasión.

El aspecto lúdico de la revuelta juvenil simboliza el drama de la Cruz: Jesucristo


superstar es una obra que desacraliza la llamada trascendental en aras a una más
desesperada configuración de la existencia terrena. Las teorías del juego del clima
político contemporáneo desmitifican las doctrinas, según las cuales la colectividad
asume funciones legales. Se piensa que la mercantilización de la experiencia es la
ofensa más aberrante que el sistema económico liberal puede dirigir a la dignidad de la
persona, en su evolución comunitaria, solidaria.
670 RICCARDO CAMPA

De hecho, el liberalismo sublima el juego y lo finaliza con el gozo de un éxito,


que se legitima en el compromiso colectivo. El juego se basa en las reglas que otorgan
el prestigio, según las realizaciones que se necesitan para asegurar la convivencia civil.
Y, sin embargo, constituye una insidia para una relación interindividual regular, porque
deja presagiar una transgresión, no homologada como tal en la temperie en vigor. El
juego es un atenuante del epos, es el recurso al aspecto demoníaco del azar,
ejemplificado en términos de beneficios o maleficios, indispensables para que dé un
normal incentivo de las ambiciones y las expectativas de las comunidades irredentas por
la necesidad. En cuanto ejercicio de la inventiva y la destreza, el juego hace aceptable y
hasta comprensible las pérdidas de tonalidad y los destinos individuales. En el juego se
manifiestan las idiosincrasias colectivas. En el fútbol la referencia a la tensión emotiva
es explícita. Las manifestaciones andrógenas, que se pueden ver en los estadios cuando
se marca un gol, evocan los impulsos oníricos. La violación de la red insinúa el ritual de
la sugestión sexual. La reactividad psicológica de los deportistas a menudo efusiva
acompañada de un espasmódico frenesí recuerda la conducta sexual oprimida y
mitificada a los espectadores que, como amantes a la fuga, siguen a los equipos y
propician su éxito. La liberación de la energía biopsíquica, en oposición a los
condicionamientos sociales, es la premisa de un estado de gracia virtual. Según
Marcuse, el «nuevo orden libidinoso» conjuga los impulsos vitales y la razón, la libertad
y la moral civil. La superación de la neurosis es el síntoma de la armonización del
proceso productivo y la creatividad individual. La sexualidad para Michel Foucault se
identifica con el poder de incentivar la imaginación que, en la esfera intimista, se
transfigura en sociabilidad. El vitalismo es sustentado por un auto-teleología, de la
implícita finalidad de disciplinar la sexualidad de modo se puedan alcanzar progresivas
satisfacciones. El dominio de las pasiones según las filosofías helenísticas se identifica
con la consecución de satisfacciones emotivas, capaces de atenuar y de elevar los
conflictos, que incluso forman parte de la dinámica existencial.

La forma prefiere las finalidades implícitas en la acción. La apariencia consiste


en hacer plausibles actitudes que, en la actualidad práctica, no despiertan preocupación
alguna. La convicción difusa es que la actitud individual, liberada por los vínculos de la
uniformidad, sólo distancia en términos iconoclastas. La extravagancia se perfila como
una pedantería, que se soporta como una extemporánea exteriorización del yo. La
hipertrófica concepción del si se identifica con la espectacularidad, con las formas más
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 671

agotadas de la magnificencia inventiva. Efectivamente, la extemporaneidad y la


extravagancia confluyen irremediablemente en la cadena de montaje de los productos
que las materializan y las contabilizan monetariamente. Ellas, no sólo producen
involuntariamente los cánones de la moda, sino que crean, también involuntariamente,
las cotizaciones económicas y financieras sobre la base de la realización de la fantasía
imitativa del público. En todo caso la extravagancia no compendia siempre lo insólito y
por lo tanto es extraña a cualquier notación aflictiva, que influya sobre la aceptación
sectorial o coral de los usuarios ocasionales e involuntarios. Si la extravagancia cruza
con lo pintoresco, la divulgación tiende a frustrarlo. Todo lo que se representa como
perecedero ya es condenado a la intemperancia de los usuarios. Los exegetas de lo
agradable rechazan, generalmente, las arbitrariedades que no posean efectos emotivos,
que impliquen, también en mínima parte, la imaginación. El énfasis minimiza toda
tentación estrambótica del universo conductual, que no siempre se entiende como un
recipiente de propósitos plausibles.

Lo informal en el arte moderno refleja la tendencia a la uniformidad en la


diferenciación. La extravagancia metropolitana es patética; y se convalida a menudo con
la desviación, con la transgresión, con la incomunicabilidad. La extravagancia
generalmente se encomienda a la empatía de los desamparados, de los marginados del
juego del mundo. Entre estos tipos de personas se cuentan, sin mucha convicción,
también gente adinerada, que se aburre en las espirales de las agitadas exaltaciones de la
intolerancia. El preludio de la quiebra social es la perversión en el aburrimiento, en el
ataraxia, en el numinoso acceso a la indiferencia. La disolución es la fase emancipada
de la insipiencia, que es el rechazo a conferir un mínimo sentido al curso de los
acontecimientos y a la consistencia de las cosas. La iconografía beatifica, el breve
tiempo necesario antes de transformarse en fetichismo, cada actitud que sombrea la
meta-realidad, evocada por el furor existencial de las masas. La escenografía tiene una
función profética porque prefigura un escenario artificial, al que es difícil llegar sin
perjudicarlo. El caos asume así conformaciones orgánicas, recordando las formas
inorgánicas, que representan el recorrido del tiempo y su perturbable persistencia. La
fantasmagoría implica la presencia de la diversidad de las formas, con las que se
manifiestan el gusto artístico y la propensión por el gozo estético.

La tendencia iconoclasta de las empresas humanas permite, en la sociedad


moderna y contemporánea, creer en los gestos y hasta en los tic de las personalidades,
672 RICCARDO CAMPA

que se piensan que son publicitariamente representativas del epos y del ethos popular,
un comportamiento, normalmente reservado a los observatorios de la realidad. La
decadencia de la contemplación impone reflejar en la regla común los rasgos
sobresalientes (y efímeros) de la temperie cotidiana. La ejecución de los actos en su
debida forma constituye una garantía para el destino de la sociedad. Ejemplar es la
actitud de Sócrates, que se muestra contrario a la interpretación de la justicia del
tribunal que lo condena a beber cicuta y respetuoso con las formas con las que se ha
desarrollado el debate jurídico y se ha conminado la pena. La sociedad se basa en el
respeto a las reglas y a los procedimientos: el finalismo, implícito en las mismas, puede
ser objeto de reflexión y de contestación. La reforma del orden jurídico puede
actualizarse si le son implícitas modalidades de reforma. Esta característica lo hace
permanente. Su garantía consiste en el hecho de que la mayoría de una comunidad
social está autorizada a revisar las normas en vigor con las modalidades previstas por la
constitución. El contenido cognitivo de las nociones, religiosas, jurídicas, está sometido
a la tipología de las ejecuciones para poderse convalidar. La originalidad se realiza
mediante las formas de expresión. Si se desatendieran los vínculos formales, la
originalidad no se manifestaría, al menos con las modalidades preceptivas,
predispuestas por el orden social. El prestigio se identifica con la lógica virtual, con la
formalización de los propósitos que no están expresados en los órdenes institucionales,
ocupados a ratificar su identidad al interior y al exterior del escenario nacional. El rango
social es el reflejo condicionado de la influencia ejercitada a nivel subjetivo en la
dinámica colectiva. La convención comporta la moderación de los factores, que
concurren a consolidar la cohesión legal.

La trama de mensajes, que se mueven entre los miembros de la comunidad para


que se realicen las reglas que se han dado, también interesa a las formas con las que son
construidos (realizados) sus relativos modelos tecnológicos. La instrumentación no
queda exenta de los criterios de comunicación, adoptados para revelar los
condicionamientos, a través de los que se delinean los ámbitos de la libertad, que tienen
las características de la «voluntad general» de Jean-Jacques Rousseau. Según el
pensador francés, la creatividad consiste en interpretar las inquietudes y las expectativas
del género humano. En efecto, ennoblece el sentido de la mayoría conectándolo
intuitivamente al concepto de infinito tal como es expresado en la matemáticas (todos
los números reales son infinitos, como infinitos son los números entre dos de ellos)
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 673

La libertad se identifica por lo tanto con el potencial expresivo, del que disponen
las generaciones en orden a los recursos efectivamente existentes en el ámbito
institucional. La libertad de actuar carece de perspectivas y por lo tanto del instrumental
dialéctico y adquisitivo para hacerse operante. La expresión está condicionada por el
ambiente, en el que pueda encontrarse una realización práctica. A este simple propósito,
la libertad se vertebra en el tejido conectivo de los órdenes institucionales, de los que
recibe la garantía de realizar, no solamente los aspectos conceptuales con los que se
realiza, sino también los perímetros referenciales del orden político, económico y social,
en el que se propone actuar. Paradójicamente, la libertad es el viático de la resignación
donde cumplir los actos tolerables del «conjunto» institucional. La reivindicación
moderna, en efecto, hace referencia a la gestión política y administrativa del sistema
normativo, en el que gravita y del que quiere promover la reactividad. Esto exonera al
nihilismo de constituirse en la alternativa de la acción y solicitarse como una
enfermedad social, contra el que la tolerancia de tipo burgués es prejudicial si no
mistificadora. La libertad se ramifica en la dinámica comunitaria, para legitimar el
status quo, que se propone modificar (radicalmente). La capacidad de juicio
reivindicacionista se somete al régimen de la aceptación y la movilización popular.

Las ciencias de la naturaleza inducen la filosofía a una investigación cognitiva,


que no excluya la ficción representativa (de estados de ánimo y de convicciones). El
examen contemporáneo concierne la legitimidad al menos de los amarres ontológicos o
estéticos, en los que las referencias a la inventiva literaria, figurativa y musical,
adquieren un nivel de evidencia (en cuanto impugnables o, popperianamente hablando,
falsables). El conocimiento contemporáneo se verifica en las referencias concretas a los
objetos, que la ciencia y la técnica aseguran a la responsabilidad más que a la fruición
individual y colectiva. El conocido como abandono a la exterioridad del pensamiento
representa una garantía, una valencia adquisitiva en la inmediatez y en la actualidad.
Según Ernst Cassirer, en efecto, el valor teorético del arte y el valor cognoscitivo de la
ciencia no se contradicen. Su complementariedad refuerza el sentido de los estadios del
conocimiento y los premedita en orden a ulteriores análisis, también en clave crítica. La
condena de la espontaneidad y el vitalismo incide en la metodología adoptada por las
disciplinas humanísticas y por las científicas para afrontar las problemáticas que
conciernen la existencia y la supervivencia de un número creciente de individuos, que
ansían influir en el curso de la historia. Las sociedades de masas hallan en las
674 RICCARDO CAMPA

transformaciones sociales la revolución del anonimato. El prejuicio individualista se


desarrolla en la estrategia táctica de los grupos, de los movimientos, de las
organizaciones voluntaristas o institucionales. La forma simbólica reconduce el arte, la
ciencia, el mito, la religión a una noción común. La psicología analítica de Carl Gustav
Jung consiste en pensar que el conocimiento es el resultado de la búsqueda científica y
la confrontación filosófica un método divulgador, en el que sin embargo se reflejan la
participación emotiva y la responsabilidad racional de los individuos y los conjuntos
comunitarios. El descifre de las adquisiciones científicas se realiza mediante los
arquetipos, sobrepuestos también para notar la «inconsciencia colectiva» de la
humanidad. La fantasía creadora se realiza con los mitos de la antigüedad para
impugnar su actualización. Su goce es si acaso alusivo, virtual. La simbología protege el
visionarismo, que desemboca en la realidad (natural y artificial, según el impróvido
dualismo del pasado). El rechazo de las metáforas animistas se correlaciona con el
interés por las manifestaciones de la naturaleza, que sean comprensibles para la
inteligencia humana. La actitud científica consiste en pensar que la conceptualización de
la experiencia es útil para la consecución de los objetivos de la relación entre el hombre
y el habitat, en el que gravita y del que propone variables propiciadoras de un artificial
estado de gracia.

La reorganización de las ambiciones de la razón, cometida por Theodor W.


Adorno, en un tipo de escepticismo, exento del relativismo partidario, interfiere en los
orígenes y en las causas del totalitarismo (Hannah Arendt) y de su dramático epílogo en
la segunda guerra mundial. La relación existente entre racionalidad y pensamiento único
es consecuente a la llegada de las masas en el proceso de transformación de la economía
agraria en la economía industrial. El gramsciano Orden Nuevo consiste en el localizar
en la hegemonía proletaria el impulso asistémico de la dinámica social. A la
organización jerárquica y elitista se compara el aparato productivo latitudinal, capaz de
implicar y movilizar los grupos empresariales en la empresa productiva, destinada a
desestabilizar el antiguo régimen en un intento de configurar uno que responda mejor a
la realización de los derechos positivos erga omnes y a la práctica de la igualdad social.
La praxis tiende a oscurecer la conceptualización, al menos en las fases programáticas
de la revolución política. El obrerismo se identifica con el estatuto de la sociedad in
fieri. La emancipación cultural se realiza en la operatividad, en el metabolismo social,
en el empeño cumplido por las vanguardias culturales, responsables de localizar las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 675

modalidades de aculturación de las masas (sobre todo las masas campesinas, atadas a las
tradiciones locales y a la concepción providencial de la existencia). La unión a nivel
internacional de los movimientos obreros y de las organizaciones sindicales lleva a la
desideologización, sobre todo después de la posición asumida por los dos bloques,
USSR y EE.UU., durante la guerra fría y antes de la caída del muro de Berlín en 1989.
Eugenio Montale en Nel nostro tempo considera el trastorno antropológico de las
últimas décadas del siglo XX, el resultado de las aportaciones artísticas propiciatorias
de una más incisiva concepción existencial de los esquemas dogmáticos y salvíficos del
pasado. La religión pánica, que Montale percibe en el arte informal, en la música
dodecafónica y en el fallido protagonismo literario, refuerza las defensas protectoras del
fisicalismo, del tenor espectacular de cada mínimo gesto de la condición humana. Las
aventuras del pensamiento científico y el sistema mediático ayudan a amplificar el
presente manifiesto, preservando el pasado y validando el futuro remoto. El naufragio
del hombre contemporáneo es estigmatizado en la literatura del área eslava, que
Montale anota en la obra de Italo Svevo, socio en Trieste de James Joyce. Las
incertidumbres burguesas, para Robert Musil, invaden los espacios abiertos,
aparentemente inmunes del compromiso existencial, en la Argentina de inicios del siglo
XX.

La espacialidad en sentido horizontal constituye la categoría de la reconversión


de la modernidad en la tradición. El refugio del Nuevo Mundo representa la respuesta
indebida a la idea del progreso, que convierte la responsabilidad inventiva en la
conmemoración del pecado original. Las tiranías del capataz latinoamericano es la
equimosis de la historia y como tal amortigua las heridas del clima tecnológico, tanto a
nivel civil, como a nivel militar. La vuelta al pasado es la última resistencia que los
conservadores oponen a la innovación, al ser traumática. La ineluctabilidad del progreso
en sentido eurocéntrico, a intervalos de tiempo, vituperado, también acaba atrapando, al
final del siglo XX, las áreas (latinoamericanas, orientales, africanas) consideradas de
riesgo por las instancias innovadoras. La llegada, en efecto, de las democracias a
muchas áreas del planeta a finales del siglo XX, coincide con el orden económico
orientado hacia y por la industrialización. El incremento demográfico y las peticiones de
bienes accesorios demuestran la invasión del aparato productivo desde las bases
multinacionales. La estrategia financiera permite localizar las regiones del planeta más
interesantes para la conveniencia económica, al punto de activar procedimientos de
676 RICCARDO CAMPA

encuesta y contención de las diversidades existentes entre el Norte y el Sur del planeta.
La globalización, en efecto, ratifica este dualismo, mientras que preconiza su fin.
Paradójicamente, la fragmentación nacionalista contribuye a reforzar la uniformidad
conductual del mundo porque se basa en la reivindicación de los derechos y los
beneficios asegurados por la industrialización generalizada. La lucha frente a la pobreza
y la desigualdad es configurada teleológicamente por todos los países, que en el plano
étnico, religioso y económico, que combaten ásperamente entre si por la conquista de un
lugar en el mercado, que asume la configuración de un orden global, depositario de
leyes perentorias y equitativas.

El momento de cambio del nacionalismo al internacionalismo se refiere a la


adquisición de los mismos elementos que son objeto del contencioso internacional. Las
expresiones artísticas, culturales, se difunden en ámbitos cada vez más circunspectos,
traducibles entre si tan sólo en clave declamatoria y espectacular. El elemento
unificador del universo contemporáneo es la techné, aquel desesperado salto del ser –
según Martin Heidegger– que hace referencia a Grecia, a la primera reflexión orgánica
sobre los destinos de los mortales. La actitud crítica respecto al saber científico de
Edmund Husserl y de Maurice Merleau-Ponty no tiene en cuenta el principio de
indeterminación de Werner Heisenberg, que resume la incertidumbre con la que el
conocimiento consigue resultados de particular relevancia en el proceso de análisis de
las características del microcosmos, de los miembros infinitesimales de la materia y de
la energía. En este ámbito, tan difícilmente perceptible sin el instrumental de la
aceleración, el «ente» (el electrón, el protón) no se puede individuar. La sensación por
tanto es solamente una actitud posible a través de la mediación tecnológica. En las
recónditas atmósferas de la energía y la materia, la «verdad» y el gozo estético son
equivalentes. La emoción y la razón se conjugan entre si en la verificación de la
ambigüedad constitutiva del conocimiento, al menos como se obstina el género humano
en anagramarla en el circuito memorial de la historia.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 677

20. LA INADECUACIÓN

La expectativa salvífica se practica –desde el Renacimiento en adelante– en la


elaboración de la espacialidad, del intersticio existente conceptualmente entre la
experiencia temporal y el escenario natural, considerado preexistente. La esencia ideal
del concepto se asimila –eficazmente trazado por Aristóteles– a la materia de los
cuerpos celestes. Su distancia de la Tierra los hace únicamente accesibles a través del
pneuma, la energía latente en el universo. La «novela del alma» se escribe con las
señales del cielo. Lo etéreo es la sustancia cósmica, que se manifiesta en las formas, con
las que se puede observar. La observación se desconcierta con las longitudes de onda,
con las que se muestra a la consideración (a la experiencia). La realización imaginativa
se concilia con el éxtasis, con la propensión de la vista a invadir las rescisiones de lo
aparente, sin inventariar mentalmente sus características en una futura memoria. El
éxtasis, en efecto, se manifiesta en un tipo de extemporaneidad, difícilmente refrenable
en el recuerdo, en la empatía, en la afección. Es una turbación de la intimidad, que no
consigue ningún efecto explicativo de lo existente: la inmediatez de la visión implica la
vulnerabilidad del cálculo imitativo, decorativo, refutable de la evidencia. El lenguaje
figurado de la poesía permite advertir en la escritura las sugestiones de la experiencia
congestionada por la realidad práctica. La poesía asegura al lenguaje un contenido
esotérico, que permite superar la comunicación, en la que es iniciado como complicidad
cognitiva. La transitividad de los sentidos de las palabras se elabora en los cenáculos de
los iniciados o en las celdas de los anacoretas, dónde las tramas de la interlocución son
necesariamente aéreas. De una a otra gruta de las mesetas de la Europa Central y de una
granja a otra de los espacios mediterráneos, la palabra desarrolla un papel distónico
aunque comprensivo. La palabra se modifica, en su ideada construcción, por la
inferencia del entorno, pero mantiene de la forma mejor posible su significado, que la
traducibilidad redime de la frustración. La transmisión de dos esquemas lingüísticos
678 RICCARDO CAMPA

interacciona con la etimología de ambos en el intento –silente, paradójico– de conciliar


en el tiempo la univocidad de la expresión humana, la capacidad de decir las
sugestiones que se interconectan en el clima existencial. La contemplación –según
Alfredo de Sareshel– se reconforta con el suspiro, por una actitud neumática, que
sombrea una fulmínea compenetración celeste. La mirada capta la luminosidad del
universo y la refleja en la visión. La contingencia terrena es –poéticamente hablando– la
fase incandescente de la alegría. La cortesía del dolce stil novo , el amor cortés connota

el estado de ánimo con el que el poeta se entrega a las sugestiones y a las inquietudes de
la existencia. La caballería es la experiencia de las almas indómitas, que delimitan las
apariencias de las constataciones, que consideran la aventura como la toponimia de la
transcendencia. También su decadencia implica afecciones miméticas en el universo
social. Don Quijote de Miguel Cervantes y Saavedra es la epopeya de un
enamoramiento literario, que encuentra refrendos alegóricos en la realidad. Su nobleza
consiste en hacerse impracticable y sin embargo exornativa de gestos edificantes. La
decadencia de la caballería coincide con la constatación de que la ilusión suscita
generosos propósitos de acción e induce a fijarse en el cielo como en el repertorio de las
volutas mentales, que inducen a los hombres a favorecer virtualmente su curso. La
identidad del amor cortés con la nobleza de ánimo lleva a un cierto fatalismo, que
condiciona la intemperie humana y su conformidad a las cláusulas conductuales,
elaboradas para asegurar en el futuro la satisfacción del bienestar difuso y
providencialmente salvífico. La amabilidad es una categoría hiperactiva, que permite
superar las empalizadas sociales y las convenciones consuetudinarias del orden
comunitario. El fatalismo y el determinismo no contemperan la amabilidad del ánimo,
que es la omitida vocación a la libertad de expresión, de fascinación, de entendimiento.

La imaginación se define –desde Aristóteles hasta el Renacimiento– como la


facultad cognoscitiva que opera entre la sensibilidad y el intelecto. Tiene por tanto una
función intermediaria del conocimiento, salvando –obviamente– las referencias
objetivas reales. La imaginación elabora virtualmente figuras, que encuentran su
ejemplificación en la realidad práctica. Por tanto estaría más próxima a las ideas de


Expresión toscana que se podría traducir por «dulce estilo nuevo» y que proviene la obra de Dante: la
Divina comedia (Purgatorio, XIV, v. 57). Esta expresión acuñada por Francesco de Sanctis (s. XIX),
aúna a un grupo de poetas italianos de la segunda mitad del siglo XIII (Guido Guinizzelli, Guido
Cavalcanti, Dante Alighieri, Lapo Gianni, Cino da Pistoia, Guianni Alfani y Dino Frescobaldi) (N.T.).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 679

Platón, a los modelos ultramundanos, que a los pensamientos recónditos, elaborados por
la razón. Los semblantes son los aspectos de los estilemas mentales, inmanentes en la
condición humana: una interferencia emotiva entre el objeto del conocimiento y el
concepto, que la describe evocándola. «Pero es al mismo tiempo, –escribe Robert
Klein– especialmente en los autores platonizantes, en mayor o menor grado, una réplica
de la razón, y sería por tanto un fin, más que una estación de tránsito. La diferencia
entre las dos concepciones responde, como queda de manifiesto, a la alternativa sobre el
valor, autónomo o no de la intuición»1. La imaginación tiene un papel subsidiario frente
a la conceptualización en cuánto que desarrolla, sin las concreciones de la experiencia,
las variables de la realidad. Fijado en la representatividad de lo concreto, hace posible
un itinerario virtual de la mente en las partes evidentes de la realidad, en un intento de
configurar sus aspectos ectoplasmáticos antes de convertirlos, con la aproximación de la
experiencia, en el compendio cognoscitivo. La profunda identidad del ser se reduce a
hipótesis en la constitución del existente: las sugestiones que concita la experiencia
encuentran una conmemoración sistemática en el orden de la razón. En la figuración de
Giordano Bruno (y de Hugo de Saint-Víctor), la imaginación es la sombra de la luz de
la razón. Para Jorge Luis Borges, la sombra es el peristilo de la luz y por lo tanto de la
razón, que redime la morfología de lo desconocido en el símbolo, en la palabra. La
revelación divina se manifiesta en la imaginación e induce la sensación a espiritualizar
la corporeidad. El connubio emoción-razón se declina en el sentido de la circularidad.
La phantasia es la inventiva que circunscribe el sentido común. Es un ejercicio
divulgador de la imaginación: sostiene las inquietudes y las apostasías populares. Para
cada actividad se hace necesaria la fantasía, el phantasmata, que induce a pensar de
modo cohesivo y común. La imperiosidad de la fantasía se justifica con el
consentimiento, que acoge el acuerdo colectivo. Las iniciativas concretas confían en la
fantasía para ser después legitimadas por la experiencia. La fantasía refleja las
figuraciones de la imaginación en las cosas, en los objetos, en los gestos, en los actos.
La esencia pulviscular de los entes se relaciona con la efectividad de la acción.

La imaginación y la fantasía sirven para evidenciar la razón, que reduce los


perímetros sugestivos y connotativos de los acontecimientos, de los que muestra sus
características y su entidad. La fenomenología reduce la representación de los hechos a
los circuitos expositivos, que se subdividen, a su vez, en hipotéticos y en explicativos.
La fantasía es una concesión a las doctrinas ascéticas, que interceptan la divinidad en
680 RICCARDO CAMPA

los impulsos del pensamiento que se refleja en la cotidianidad. Para Plotino el alma
tiene la extensión del recuerdo. La conmemoración consiste en la evocación de un
«lugar», en el que el ímpetu emotivo se sedimenta en la razón. La señal de la luz regula
las actitudes del alma, que influye en las decisiones del cuerpo en correspondencia con
las convicciones tomadas de la imaginación y de la fantasía imitativa. La ineluctabilidad
de las decisiones operativas es el final de la empresa realizada por la sugestión y por la
empatía. La aplicación de lo universal en lo particular es lo esperado (y la pretensión) de
la especulación conceptual, por el que los apremios del pensamiento en el peristilo de
las decisiones operativas se confían a la aprensión cognoscitiva. La imagen refleja el
pensamiento que, en su mínima enucleación, es una señal dotada de las características
de la figuración. Según Miguel Ángel Buonarroti –qué se limita a desvelar las figuras
que ya están en el mármol– el detalle es la transformación corporal de lo universal. La
alegoría es la señal de la figuración en su fase (convencional) constitutiva. La visión
beatífica se identifica con el estado de gracia de cuántos consideran la contemplación
como el proemio de la acción, la intolerancia como el antecedente lógico de la
realización. Según Hermes Trismegisto, la intemperancia corrompe la razón y es
incapaz de purificarse ni de regenerarse. Esta damnación orgánica es preliminar al
veredicto divino, que impone premios y castigos, según la nobleza o la degeneración de
las tentativas creativas, de actuación, decisionales. Para Marsilio Ficino, si la
imaginación es falaz, las penas son forzosamente imaginarias. Solamente los actos
acabados según las convicciones se someten a las revisiones históricas, que contemplan,
para las más edificantes, la conmemoración y, para las que menos se pueden aprobar, el
olvido. La melancolía es la condición en la que el sentido de la existencia apenas es
perceptible o se perfila como una flébil evanescencia del pensamiento rector. El
magisterio cristiano induce a la preparación (estote parati), concordando así con la
petición de los antiguos metafísicos. El pecado y el castigo –presentes en Orígenes– se
transforman en la inadecuación y en la insolvencia de las filosofías renacentistas y
modernas. Aunque las pérdidas de tono no sean completamente imputables a las
criaturas –todas reproducen la imagen de Dios– la disciplina y el entendimiento
subjetivo las induce a someterse a un juicio bastante arbitrario en el perfil trascendental,
pero bastante adecuado para otorgar una teleología a los órdenes institucionales,
ocupados en perseguir, con la perfección antropológica, de modo proporcionado, el
bienestar general.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 681

La expiación, en efecto, es una condición terrenal, una aflicción impuesta por la


realidad para que sean reafirmados los principios inspiradores de la comunidad humana.
El hecho que la religión y la poética (Dante Alighieri) la haya proyectado también al
más allá no significa que tenga perdido su imprinting inicial. El pecado y la expiación
son dos expresiones connotativas de la organización social, que no puede tolerar, más
allá de cierta medida, subrogable con la justicia distributiva, la derogación de sus
principios constitutivos. La evidencia señala que tanto el pecado, como la expiación,
son temporales y accidentales. Si fueran innatos de forma definitiva en las personas, las
rectificaciones sociales y trascendentales serían inadmisibles, en cuánto inútiles. Juan
Duns Escoto afirma que la pena más intensa es la de la autocompasión. La
responsabilidad está implícita en la condición humana, ocupada en adivinar las
tendencias celestes para correlacionarlas con las propensiones humanas. «El problema
se plantea en términos ligeramente diferentes para los árabes, que tenían que contar con
una tradición en la que, no solamente las penas, sino también las recompensas futuras,
eran de orden físico. Las especulaciones sobre el más allá no tenían por tanto como
primera meta la conciliación de los datos del Corán con la exigencia de una justicia
inmanente, sino la invención de un comentario que permite espiritualizar a la vez al
Cielo y al Infierno»2. Avicena presenta, corrigiendo parcialmente la posición árabe
clásica (en la Metafísica y en el Compendium de anima, cuya traducción no se conoce
hasta el siglo XVI) una configuración (platónica, espiritualista) del más allá,
inaugurando un tipo de heterodoxia, que relaciona el Corán a las grandes
interpretaciones del «destino» del alma. Según Avicena3 el infierno es la escatología del
conocimiento. La contemplación es la felicidad del alma; su desgracia, la ignorancia. La
regeneración del alma se liga a su afección por el Cielo; en el caso contrario, es
permanentemente dependiente de la materia. La costumbre y la conducta terrena pueden
ambicionar el premio celeste o sufrir las penas de la disfunción de la materia
(correspondiente al infierno). Leonardo de Vinci opina que el alma se priva del cuerpo
involuntariamente y que por tanto la atención vuelta al fisicalismo de los seres está
permeada por una tensión trascendental. El elogio de la vista –dirigida a informar toda
la cultura renacentista, que se redime, por así decir, de la hegemonía del oído– también
atañe la transfiguración, que es la forma de la inmanencia de Dios, y de la eternidad.

El cinismo y el escepticismo son las climatéricas disposiciones del alma a las


intemperies de la existencia. El agnosticismo combate la intromisión aseverativa de las
682 RICCARDO CAMPA

certezas (místicas, teleológicas, sociales). El ecumenismo es el modo más anacoluto de


la igualdad. Supera las diversidades desarticulándolas en falsos entendimientos, en
tramposas propensiones antagónicas, que se frustran en la inaccesibilidad de las razones
alejadas de la condición humana. La perseverancia, en cambio, contempera las
expectativas con las vaguedades, las absolutizaciones del ser con la abstención de las
deducciones argumentativas y los postulados conceptuales. La verificación de la
admisibilidad lógica de las proposiciones mentales es el viático de la razón cuando se
propone ahondar en los conos de sombras de las demostraciones. El razonamiento al
absurdo es el testimonio de la relativa consistencia lógica de las prácticas cognoscitivas.
La regla propiciadoras de los sentidos evidentes de las elaboraciones mentales en sí
lleva implícito el atractivo de la fe, de la ilimitada pasión por lo improbable, que se
manifiesta ocasionalmente –como en los descubrimientos científicos– en la escabrosa
concretización de la experiencia. El esoterismo anuncia el ejercicio (aunque sea
controvertido) de la razón, aunque acalle el entendimiento del patrimonio adquirido.
Queda un tipo de «esencia común» entre lo fantaseado y lo evidenciado, proporcionado
por la expectativa, propia de la actitud cognoscitiva, con la satisfacción de un propósito,
llevado a cabo. Orígenes y Marsilio Ficino coinciden en conectar una parte de las
religiones primitivas con las premisas de la religión racional. La problemática moderna
se realiza en la controvertida relación existente entre el carácter inmanente de la justicia
divina y la justicia distributiva humana. La insatisfacción es admitida por el lado
humano como una consecuencia inadecuada de las resoluciones contingentes respecto a
las determinaciones permanentes, eternas. El castigo por tanto es la aflicción, que
impone la inadecuación humana frente a las investigaciones (que se consideran
partícipes) de la naturaleza. En Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski, el protagonista
Raskólnikov, determina en clave jurídica el maleficio satánico por el que ha cometido el
delito. Aunque contingentemente las causas, que lo empujan al homicidio de la vieja
usurera, son compatibles con la justicia retributiva, el pensarlas subjetivamente como
benéficas desfigura sus características providenciales. La actitud salvífica descansa en la
expiación de un mal cometido en el estado de necesidad –difícilmente controlable de
forma humana– qué prescinde de las ocasiones en las que se insidia como desafiando
los recursos inmunes de la razón humana. El castigo, en efecto, es el «privilegio», que
arride a las personas responsables, que conocen, para contemperarlo, el vagido del
mundo. La venganza es contraria a la contrición, a la tensión interior, que alimenta la
esperanza del consuelo divino con la desesperación.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 683

El Doctor Faustus de Thomas Mann es la narración, a través de los


acontecimientos, de una práctica esotérica, que justificaría una ambición peregrina. Para
musicalizar el Apocalipsis se indica el compromiso demoníaco como la fuerza capaz de
contrastar la deliberación divina. El resultado no es el compromiso satánico con las
fuerzas del Maligno, sino la dêbacle de una vida, que no logra a acceder ni al odio ni a
la traición; y es inducida por tanto por la evidencia, antes que por las circunstancias, a
perpetuarse en la aproximación. La incertidumbre es la apoteósica pretensión del
pensamiento, que investiga la trama energética de la naturaleza, en el intento de
inventariar algunos de los aspectos que, bajo la forma de fenómenos, se configuran
como la terminal de la inquietud existencial. La reparación es la prueba de la
irrevocabilidad de los actos realizados para conseguir un objetivo noble, edificante o
deletéreo. La inconstancia de la acción humana es el maleficio, que semeja abatirse
sobre la tierra por intercesión del Maligno, que está incesante, perversamente, ocupado
a enfrentar el curso «normal» (salvífico) de las cosas. «Si sólo la intención es culpable,
sólo el arrepentimiento, al ser lo contrario de la mala intención, absuelve»4. La
conciencia de realizar un gesto o un acto malvado ya es en sí un castigo. La actitud
comunitaria, dirigida a salvaguardar el buen nombre del orden institucional, concierne a
la prueba nacida del sufrimiento impuesto por el orden que lo contempla. En la
concepción testamentaria, el arrepentimiento atañe la resignación a regresar en el álveo
de la corriente, a la que concurren los honestos y los deshonestos, conscientes de estar
reunidos por las mismas condiciones naturales. La disciplina humana se significa por las
sugestiones, que genera el mismo cielo a los ortodoxos y a los apóstatas. Las variables
dependientes de la estructura normativa, a la que se dispone a obedecer la comunidad
humana, satisfacen el sentido de culpa, que deriva de la irresolución y de la
inadecuación a la hora de afrontar los desafíos de la naturaleza y la razón. La confesión
es el ejercicio mental, en la que las orteguianas circunstancias asumen un particular
relieve de significado respecto al acontecimiento, a la inquisición. La Búsqueda del
tiempo perdido de Marcel Proust es una «milagrosa» confesión, sutilmente subtendida a
una irreflexiva acusación de predominio de quien tiene el carácter adecuado para
contener los efectos positivos de la experiencia o para afligir su representación (por
parte de los coetáneos del escritor, del evocador). Los acontecimientos son por lo tanto
las «empresas» inconclusas, que los protagonistas de la obra proustiana confían
literariamente a la memoria para preservarlas, en parte, del olvido. Los enigmas se
derriten así en los olvidos, que se regeneran, a su vez, en los apotegmas, en los refranes,
684 RICCARDO CAMPA

en las sentencias, expresadas en las frases ocasionales, en las citas y en los


recibimientos, en los que la no se justifica la prohibición de mentir.

Las figuraciones ayudan a «ensamblar» sentidos que son difícilmente


«refrenables» en otras formas de la representación. Estas comprenden gestos, gritos,
sonidos, señales. La escritura, en efecto, simboliza y evoca las figuras a través de las
sugestiones visuales. En las palabras articuladas del discurso se realiza la
argumentación, que afecta la experiencia sensorial y el intelecto. La interdependencia de
las palabras y las figuras permite la imitación y la memorización de las señales que
contienen, bien de forma virtual, bien en la efectividad expositiva. La palabra-símbolo
(la cábala), la figura-símbolo (el jeroglífico) dibujan el clima conceptual, en el que se
ejercita la argumentación. La metáfora es la categoría literaria, en la que la expresión se
adjudica un componente expresivo e imitativo del mismo régimen connotativo. El
recurso a una imagen, que «reclama» otra, determina la «construcción» de una tercera,
que se comprende de forma más fácil y comprensible (y aprovechable). La elipse y la
hipérbole son dos figuras geométricas, que nos envían mentalmente a un constructo
mental no homologable con los otros signos (las otras palabras) empleados para
individualizar los acontecimientos o los actos, como siendo partes integrantes de la
observación y del discurso. La estrategia, realizada para corroborar la figura de
elementos expresivos, influye en la declinación de la escritura. La función de la
hipótesis matemática se refleja en las figuras que no tienen ninguna referencia objetiva,
pero que, sin embargo, sugestionan la imaginación y el intelecto para que reaccionen en
términos de una (concreta) elaboración cognoscitiva. La idea (platónica) y la imagen (la
figura mental que se aproxima a la representación) tienden a la universalidad, al hechizo
de la comunicación libre de cualquier condicionamiento étnico, credencial, lingüístico.
La concepción epistemológica de Giordano Bruno consiste, en efecto, en la
transformación de las imágenes recibidas por los sentidos en nociones declinables del
intelecto. Lo visible y lo inteligible se unen en la experiencia. Roger Bacon, en una frase
asertiva, admite que toda acción de Dios es un florilegio de imágenes (una revelación).
La ciencia localiza las formas de esta exteriorización (divina) en el intento de capacitar
los recursos con el fin de alcanzar los objetivos de la temperie humana. Así, desde la
Edad Media la representación es la connotación intrínseca de la idea. El intelecto es la
sede de las imágenes, que están, cada vez, vehiculadas con la ayuda de su carga sígnica,
explicativa. La sombra –según Jorge Luis Borges– es el laboratorio mental de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 685

figuras, que se acompañan, en clave ditirámbica, de las palabras. Su fruición es uno de


sus componentes exotéricos, en beneficio de la (temporal) satisfacción cognoscitiva.
Giambattista Vico, en la Ciencia Nueva, recurre a las imágenes para convertir las
impresiones en constataciones arquetípicas. La evolución de la especie se refleja en las
imágenes-conjeturas, en las que se manifiesta la reflexión cognitiva y su carácter
histórico. La invención humana presumiblemente refleja el acto fundador, obrado en la
naturaleza por Dios o por el azar.

La generalización del pensamiento (el concepto) se identifica con el propósito de


expresarse, que se parece ser una propensión humana, explicita de otra forma en
términos conmensurables. Las señales y las imágenes huyen de la elaboración
estructural de las singulares conformaciones comunitarias (y culturales). Las
matemáticas, la música, la pintura desarrollan una función cohesiva independientemente
del «objeto» que transmigra en sus formas expresivas. La convención simbólica se
puede considerar como una actitud natural del género humano en la contemplación y en
la pregunta por la creación. La alegoría es la forma en anagrama de la simbología
matemática (y por lo tanto escenográficamente musical y pictórica). El simulacro, a su
vez, recuerda la matriz (neurálgica) de las imágenes, compartiendo afinidades, que
asumen el relieve en las elaboraciones simbólicas, contraídas sólidamente en el
discurso, en la argumentación. El cotejo emotivo del simulacro reside en el efecto
espectacular, al que está destinado casi siempre, para subyugar la mente de lo que lo
obstruye en su interacción con el sentido común. La similitud facilita el acercamiento de
las ideas a las imágenes de modo que se superen las fronteras lingüísticas y los
condicionamientos idiosincráticos, propios del milieu cultural, en el que se realizan, y se
pueda pensar respecto al «concepto puro», a la sustancia de la expresión-invención. Las
semejanzas y las conformidades, que se ven en la argumentación, están de hecho
presentes en las imágenes y en las ideas, que los signos (las alocuciones esencializadas
de los significados de las elaboraciones mentales) regulan de forma universal. La téchne
es el precinto de las señales empleado para «crear» la artificialidad, entendida como un
aspecto (inédito), no una variable, de la naturaleza en su estado originario, primigenio,
elemental. El artificio sería el reflejo condicionado de la contemplación: un itinerario
conceptual presente en un discurso de Cristoforo Giarda del 1626, «revisado», en la
segunda mitad del siglo XX, por Ernst Gombrich, que revela la primogenitura de la
relación imagen-idea en la fulguración mental de los primeros observadores de la
686 RICCARDO CAMPA

naturaleza. El aprendizaje comporta la revisión crítica de las formas (de los signos), con
las cuales el arte de la fabulación se conjuga con la técnica de la representación
(geométrica, pictórica, musical). «Si el núcleo conceptual es todo, la pintura puede ser
solamente un discurso pictográfico; y la arquitectura, un esquema visual que traduce de
cualquier manera relaciones aritméticas privilegiadas»5. Mientras el signo connota el
género humano en su empresa cognoscitiva, independientemente de las variables
políticas, económicas y sociales, la simpatía, la solidaridad, la melancolía, el solipsismo
y el nihilismo son estados de ánimo coherentes con las condiciones del status, por otra
parte diversos, de las diferentes comunidades humanas.

La lógica consecuencial haría suponer que la generalidad y la singularidad son


dos formas expresivas, dirigidas a convenir en un modo de entender la naturaleza y a
conformar las acciones individuales y colectivas a la realidad artificial, según las
peculiaridades de los órdenes institucionales, pensados como garantes de la
preservación de ambas categorías, connotadoras de la inquietud existencial. Las
consonancias: aritmética, música, artes visuales, permiten a la reflexión delinear un
concurso de factores naturales (cerebrales) bajo el perfil de los componentes orgánicos
transformados en el artificio. La racionalidad del mundo es una hipótesis providencial,
que se deduce de la creencia evidente y practicable de sus resultados. Lo concreto hace
las veces de un término de inducción de lo que se piensa que puede actuar, procediendo
con el consuelo del pensamiento especular (de las energías latentes en el universo) y de
lo que efectivamente se puede cuantificar. La verificación del potencial inventivo en la
acción concreta sustenta el esfuerzo de correlacionar las ideas con los fines, según
valoraciones objetivamente aprovechables. La racionalidad se ejerce desde la
sensibilidad, tal como el pensamiento se refleja en las palabras. La unión de estas dos
funciones no significa una posición estética inconciliable, ni en el plano de los
principios, ni en el plano de las interpretaciones refutables. «Así, Dios, la Naturaleza y
el hombre concurren para fundar in re la exigencia de la proporción y la experiencia de
la armonía...»6. La proporción refleja el sentido del equilibrio y la medida, con los que
el arte y la ciencia se aventuran en el reino de la naturaleza, con la intención de revelar
las características más conformes con el ejercicio cognoscitivo y la práctica explicativa
de la condición humana. «El alquimista –decía Jean de Meung en un poema en el que
(hecho significativo) los manejos descritos tienen un doble sentido obsceno– actúa
como por “natural artificio”, es decir, limitándose a poner la naturaleza en la vida»7. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 687

magia sombrea el aspecto esotérico de la ciencia. En la novela Cien años de soledad de


Gabriel García Márquez, el engaño de quienes exhiben el imán, en los remotos barrios
de Colombia, se exhibe como un contrafuerte emotivo en lugar de un descubrimiento
científico. El coronel Buendía se encierra en una habitación y argumenta, después de
haber meditado, sobre la fuerza de atracción, que ejerce la ciencia cuando le confieren
poderes sobrenaturales o, en todo caso, incontenibles en la práctica cotidiana de los
honestos mortales. La magia, sin embargo, no es una violencia contra la naturaleza sino
la representación imaginativa de sus fuerzas internas, apenas perceptibles a la destreza
de sus observadores-perturbadores. La magia es un artificio-natural, una contradicción
en los términos, que puede solo sustentarse por un linaje de iniciados a la insolvencia
práctica y a la extemporaneidad.

La mímesis aristotélica permite a la imaginación medirse con la realidad


mediante formas funcionalmente innecesarias, pero con un incontenible atractivo
sensible. El artificio salvaguarda las connotaciones de la ciencia. La téchne tiene una
propensión mayéutica: es ars ministra naturae. La actividad humana declina el
potencial creativo, en competencia o en subrogación del divino, para ejercer la
transformación práctica de las energías latentes en energías esencializadas. La belleza
renacentista, entendida como regla y gracia, consiste en la disposición racional de las
partes constitutivas o en el encanto del aspecto sensible, en la Gestalt. El Renacimiento
propicia una correlación entre estos dos aspectos de la creatividad estética, entre las
exigencias del equilibrio racional y la sugestión emotiva. E influye en la reflexión sobre
la ciencia y sobre la técnica de forma que se armoniza con el arte en sus diferentes
exteriorizaciones. La gracia ensombrece la apariencia del bienestar emotivo, todavía no
contingentado en valores físicos, químicos, biológicos. El movimiento, la dinámica,
parece encerrar en sí los «secretos» de la naturaleza, ya que cada ente se deduce por un
proceso (físico, químico, biológico) que lo hace «disponible» mediante la
transformación. Las leyes de la gravitación universal, las leyes del electromagnetismo y
las leyes nucleares sustentan la hipótesis de que el movimiento en su componente
algebraica (de propulsión positiva y negativa), supone la estrategia cósmica, el sentido
recóndito del tiempo que hace visible el kantiano cielo estrellado, en sintonía emotiva
con la íntima contrición individual (socialmente unida con la moral). Las reflexiones
renacentistas sobre el arte de la creación y la transformación permanecen de forma
paradigmática hasta las elaboraciones modernas, que no las contradicen
688 RICCARDO CAMPA

conceptualmente, sino que las modifican en términos didascálicos, operativos. «Del


saturniano melancólico nace la idea del genio; la manía del poeta se hace furia, la
espontaneidad o frescura que el siglo XVII estimaba tanto en los dibujos»8. El
movimiento es por lo tanto la pasión, que del alma mundi se manifiesta en la intimidad
de los individuos, como seres pensantes en un universo en perpetua transformación. La
apariencia asume cada vez más las connotaciones del ser en su enucleación ideal y
factual. El velado, que domina los seres como el polvo atmosférico domina las cosas,
permite inventariar características comunes, con la intención de dar crédito a un tipo de
itinerario natural, en el que se pueda aventurar, si no los objetivos, sí las causas
intrínsecas a su manifestación. La superficie tiende a relacionar en sí misma las señales
de la profundidad. El trayecto final de esta tendencia es la representación digital del
mundo. La Edad Media se caracteriza por los amanuenses, por quienes, en la clausura
de los conventos, se inclinan sobre el pergamino o sobre la hoja de papel para redactar
el pensamiento que peregrina por el brazo del intelecto y se aviva en la mano, que
blande el estilete, la pluma. En la era digital la «horizontalidad» asiste a la circularidad
y la hace menos dilemática y más perentoria. Mientras la curvatura hace sensual la
representación, la horizontalidad le priva de sensualidad y la obliga a una continua
superposición (excitación) de los contornos de las figuras para darles un atractivo
sensual, psíquico, fenomenológico. Las actitudes humanas regresan al metabolismo
cósmico según unas reglas (leyes) que no están bien localizadas y que se encuentran en
continua revisión. El «descubrimiento» de la relación existente entre los intelectos
humanos y la reactividad natural es al mismo tiempo causa de la resignación y de la
reacción, en la que el perfil del universo se delinea en la presencia de los observadores-
perturbadores, que en la época moderna ayudan a los contempladores (los primeros
exégetas del cosmos). La fisiognomía pierde su significado en la época de la técnica y la
uniformidad. La subjetividad es introspectiva (ADN) y perceptiva (funcional) en el
asociacionismo multiétnico y plurilingüe. Permanecen, como en una representación
escénica, el ruido de fondo, las vertiginosas y a veces apocalípticas reacciones
religiosas, generalmente conexas con la contención del status symbol, con los recursos
económicos. El régimen identitario difícilmente se diagnostica con los valores
tradicionales (étnicos, religiosos, lingüísticos) en la koiné indiferenciada, que se agolpa
sobre el escenario de la historia para ser sacrificada al necesitarismo naturalista,
transfigurado por el mecanicismo industrial.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 689

Según Jacob Burckhardt9 el Renacimiento italiano es «la infancia del hombre


moderno»: un esbozo, que hace justicia a las estentóreas amplificaciones de género de
las instancias (silentes), de los siglos pasados. Una «vuelta» de una época, una mutación
genética, que concierne la antropología, la anatomía, la fisiología, la morfología, en sus
determinaciones postuladoras, de ideas, identitarias. La empresa es el precipitado
histórico de estas prerrogativas, que asumen una incidencia providencial en el proceso
operativo del género humano. La inestabilidad política y la anarquía convienen en
potenciar el individualismo decisional, una clase de vademécum subjetivo, que atrae a
las generaciones, que se emancipan de la sumisión dogmática del pasado anacreóntico y
tentacular. Los artesanos de la política sustituyen a los designados por Dios a la
intemperancia de los pueblos y las naciones. La revolución estética demuestra que la
racionalidad se deduce de las aportaciones sensibles, que no pueden sobrevivir
ulteriormente al desorden del que emanan. El orden y el desorden del universo parecen
ratificados por el comportamiento humano, que es tanto más incisivo cuanto más se
conforma a los aspectos más inquietantes de la realidad. La supervivencia de las ruinas
del mundo clásico es un patrimonio en cierto modo perdido. En todas las estaciones de
la renovación o la transformación, la recuperación de las aportaciones cognoscitivas del
pasado asegura una continuidad a la Gran Cadena de los Seres, que confía en las fuerzas
endémicas de las generaciones, tendido al abrigo del tiempo. El mercantilismo es el
proscenio del emprendedor renacentista y moderno. Y el preludio capitalista de la
evolución social. La estética renacentista es liberadora: amplía los espacios y los
anagramas de tal modo que frustra la sensación aflictiva (y punitiva) del Medioevo. Las
potencialidades humanas desafían las insidias de la naturaleza (las carestías, las
pestilencias, las aberraciones, las brujerías) para disputarse un lugar, redimible de la
razón y de la inventiva. La anarquía renacentista se perfila como una selección natural,
que realiza nuevas formas de supervivencia (institucionalmente individualizadas como
valores). La descripción se relaciona con la realización; y por esta razón asume una
característica divulgadora, que siempre garantiza una mayor comprensión y
participación popular. La conducta conforme a las exigencias impersonales (del género
humano, hijo de Dios), propia de la Edad Media, se emancipa de la sumisión celeste,
para emprender peligrosos y excitantes recorridos individuales. La subjetividad
sustituye el ecumenismo religioso como la categoría universal de la interacción con la
naturaleza y sus leyes. El viaje, que se inaugura en el Renacimiento (y que se convierte
en el Gran Tour en el siglo XVIII), se aproxima al redescubrimiento de la realidad con
690 RICCARDO CAMPA

los instrumentos descubiertos en las diversas áreas del planeta y que no han sido usados
de forma sinérgica. El sextante, la brújula, los portulanos ya son conocidos en Oriente y
en Occidente, pero se convierten en medios de interacción con la naturaleza cuando se
emplean en las travesías oceánicas. La anatomía aparece como la disciplina que
inaugura el nuevo curso de las otras, tal como, en el Romanticismo, será la filología,
que puede definirse como la fisiología de las palabras. El maquinismo industrial es la
forma estereotipada de la aventura del hombre en la naturaleza con la ayuda de los
instrumentos, en su momento dispuestos por una necesidad difícilmente evidente de
forma directa. La ocasión –la fortuna– sustenta la mirada del observador-perturbador de
la naturaleza, que recorre los itinerarios de la mente en acción. La perspectiva, en
efecto, evidencia la permeabilidad del pensamiento en la experiencia. Las valoraciones
de la autenticidad de la observación se conmensuran con el patrimonio cognoscitivo. La
vista modifica la representación tradicional de la realidad en cuanto facultad interactiva.
La vista se convierte en parte integrante de la observación «alterando», por así decir, su
presunto, estado originario. La patética «vuelta a las fuentes» se desatiende en cuanto
criterio interpretativo de la consistencia genética del efectualidad. La escritura
anticipando (con Lutero) el Romanticismo, es el lugar de una nueva interpretación
conjetural, que permite elidir las apariencias y las mediaciones en la «comunión» del
hombre con Dios. El orfismo y el zoroastrismo semejan ensombrecer la equimosis de la
sagacidad investigadora de la modernidad.

El homo artifex se las arregla en el universo con la habilidad de un rastreador,


que interpreta las propias pistas los estigmas del pasado. El tiempo remoto es simulado
por los yacimientos energéticos, que desafían la habilidad ondulatoria y compositiva de
quienes sobrevuelan las eras, acreditado por su misma fantasía evocadora a regenerarse
en la actualidad fenoménica. El esoterismo, la magia sugieren aquella temperie humana,
en la que se presagia la llegada de un recurso (la razón) más intransigente en la
metodología y en las formas de la reflexión. La creencia, en efecto, es una forma
exacerbada y prácticamente ineficaz de la meditación y de la conceptualización. La
evasión mental se conforma, en el racionalismo, a los criterios interpretativos de la
realidad, que implican la experiencia y por lo tanto la progresiva modificación de la
costumbre y las relaciones interpersonales. El conocimiento, en efecto, también es el
descubrimiento de la necesidad, observadas por las condiciones objetivas que,
removidas, denotan las instancias con las que la comunidad es inducida a medirse. En
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 691

esta óptica determinista se introducen las observaciones de Burckhardt, refrendadas por


Eugenio Garin, relativas a las intemperancias cognoscitivas del hombre renacentista,
preparadas por los Padres de la Iglesia. La correlación forzosa de las diversas fases de la
experiencia tiene una función a la vez consolatoria y epigramática. Aunque estas
prejudiciales no puedan ser sufragadas por el consentimiento general ni confutadas por
la indómita incertidumbre de los sectores más crueles del aparato cognoscitivo, su
admisión y su recusación son irrelevantes en la adquisición, que penetra una estación de
la humanidad «volumétrica» y estratégicamente inconmensurable. La concepción
(vagamente) panteísta del cosmos no permite –desde el Renacimiento hasta la época
contemporánea– «revelar» los aspectos de la naturaleza como si fueran permanentes –y
argumentando religiosamente– como catárticos y didascálicos. La representación
prometeica del homo faber es una «divagación» de origen religioso: una especie de
apologética divina al servicio de la expiación inmanente del hombre. El Renacimiento
pictórico y escultórico representa un movimiento de profunda intensidad emotiva con el
fin de que la escritura y por lo tanto la simbología sean vistas como los referentes
conceptuales de la observación y la experiencia. Un movimiento tendente a doblarse en
las arcadas de la contemporaneidad, atravesado, por autodeterminación, por las
corrientes de la incertidumbre conservadora en balance por la duda demoledora.

La época moderna parece atravesada por las corrientes saturninas de la acción y


su depresión. La melancolía de Albrecht Dürer resume la transición de la oscuridad a la
opalescencia. La irisación pospone mentalmente las atmósferas crepusculares, de los
que se deriva la luz. El estado de ánimo declina la visión y las penetra en las cosas, que
temen, con la misma aprensión, el fin y la eternidad. Cronos y Saturno se conectan entre
sí y se transforman para los mortales en influencias astrales. La melancolía se convierte
en una sugestión mental, en hechizo. La melancolía es el aspecto poético de la inquietud
existencial. Es la geometría reflejada en la figuración: la dimensión del espacio
subyugada por la evidencia, sin perspectivas salvíficas. La incomprensión del mundo
está velada por la tristeza. Toda figura se dispone a desviar la apariencia en lo
incognoscible. La profecía sustenta la expectativa de la regeneración, entendida como la
fase más atrevida de la exégesis del universo. La melancolía es, en definitiva, la
meditación sobre la muerte: la elegía del tiempo remoto, en el que se compendian las
afinidades y las diversidades de la experiencia terrena. La equidistancia de la locura y
de la expiación salvífica permite experimentar una difusa supervivencia, de la que se
692 RICCARDO CAMPA

preservan solamente el estilema mental y la consistencia equinoccial fisionómica,


frustrándose parcialmente la relación entre la requies aeterna y la lux perpetua. La
düreriana ensombrece la moderna temperie existencialista. La perspectiva es por lo
tanto la solvencia meridiana de la melancolía. «Existía en Padua toda una tradición
favorable a las discusiones sobre la perspectiva. En la época en la que Michele
Savonarola [tío del predicador Girolamo] enseñaba medicina, aún se recordaba al
célebre Biagio Pelacani (Biagio da Parma) que había impartido algunas clases de
ciencias entre 1377 y 1411 y cuyas Quaestiones perspectivae, escritas en 1390, eran
entonces una autoridad»10. Paolo Toscanelli posee una copia de esta obra cuando, en el
1424, vuelve de Padua a Florencia, en el que se preparan los programas de navegación
del Nuevo Mundo. La óptica monopoliza la aptitud redentora de los artistas y los
científicos, ocupados en exorcizar las tinieblas de la magia y el dogma de las pruebas
con la realidad. La «vulgarización» de la perspectiva consiste en evidenciar
pedagógicamente las obras de pintura y escultura. La óptica se convierte así en un
ejercicio popular, capaz de significar la experiencia de la influencia perturbadora del
observador: una «verosimilitud» que apasiona. Da la sensación de que es el observador
de la realidad quien significa de señales indicadoras a los nuevos ámbitos espaciales.

La perspectiva real es la consecuencia de la perspectiva literaria. Ludovico


Ariosto y Miguel de Cervantes y Saavedra anticipan poéticamente la idea del vuelo.
Tanto en el Orlando Furioso, como en el Don Quijote, se describen las escenas del salto
neumático, de la conquista (liberadora) del Cielo. Piero de la Francesca no representa el
«espacio escénico», sino la voluta mental, que conjuga la vista con la manifestación de
la realidad. La perspectiva es por tanto la actitud de la observación, que se propone
adecuar el espacio a la intencionalidad connotativa. En fin, la perspectiva es la
anotación (exponencial) de la artificialidad, con la que el observador desarrolla la
experiencia en las finalidades prácticas: «a vuelo de pájaro» se perciben las
características del espacio que difícilmente se reconocen desde una perspectiva a «ras de
suelo u horizontalmente». La línea de horizonte no divide, pero permea, la amplitud del
escenario visual. El punto de fuga de la perspectiva amplía la acción indagadora en lo
incognoscible, que es la versión alegórica de lo aun-no-conocido. «Es indiscutiblemente
Paolo Uccello quien se encargó de extender el sistema bifocal a la representación del
espacio unificado. En su fresco de la Natividad de San Martino alla Scala, sitúa los dos
puntos de distancia sobre los bordes, como lo reveló la reciente fotografía de la sinopia,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 693

pero contrariamente a lo que se hizo en Jesús entre los doctores en Asís, por ejemplo,
traza el horizonte al nivel del punto de fuga central que resulta del esquema perspectivo,
y – aunque esto no sea visible en la sinopia – trata las partes que están por encima del
horizonte, así como el techo del establo, exactamente como trata los objetos del
suelo»11. La técnica de Uccello permite la superposición de las imágenes sin perjudicar
el efecto escénico de cada una de ellas. La confluencia al punto de fuga las reúne por la
eventualidad que el espacio malogra y las hace indiferenciadas. Las temáticas religiosas
(la Navidad, Jesús entre los doctores, la Sagrada Familia) proyectan las figuras
representadas más allá de la línea del horizonte temporal, armonizándose con la
reconstrucción de los acontecimientos, para una memoria futura. La perspectiva
descodifica anticipadamente el eco de las sensaciones, que engendran los recuerdos, los
inclementes trayectos del pensamiento, inversamente al plano horizontal del
cumplimiento de los acontecimientos. La perspectiva permite al pensamiento
inspeccionar los pasos apologéticos e inusuales de la representación figurativa (y
simbólica) de los hechos, en los que se implican las conveniencias, las convicciones y
las afecciones de las partes más inquietas y las partes más moderadas de la humanidad.
Erwin Panofsky afronta el problema de la «perspectiva curva», según la cual las partes
de la imagen que están más alejadas del ojo sufren una deformación, que puede ser
registrada con la geometría de Bernhard Riemann. La ambigüedad correlaciona la
ficción y la participación de modo que hace interactivos la imaginación y el intelecto
agente. La distancia (representada en la anamorfosis de Leonardo de Vinci, consistente
en la proyección sobre el plano perpendicular de la imagen procedente del plano
oblicuo) asume así un poder casi mágico. Las dos concepciones de la perspectiva
tienden a condensar en términos representativos las diversas tendencias del naturalismo
renacentista y post-renacentista. «Esta disciplina inofensiva tiene el don de estimular las
imaginaciones y apasionar periódicamente los ánimos. Pero la disputa enfrenta hoy a los
historiadores y no ya a los inventores»12. El sistema bifocal del siglo XV (desconocido
por León Baptista Alberti y quizás conocido por Filippo Brunelleschi) se convierte, en
el siglo XVI, en el método del punto de distancia. La perspectiva vuelve a llamar a la
mente, inversamente a la arqueología, la planimetría testamentaria del pasado, cuyo
descubrimiento satisface el interés y la comprensión de los modernos ejecutores de las
voluntades testamentarias, incrustadas en el terreno o confiadas a las temperies
atmosféricas, como incesantes cañerías de interacción con lo existente y con lo que
puede existir, según las sucesiones temporales históricamente detectables. El escenario,
694 RICCARDO CAMPA

que la arqueología actualiza, es un convite de piedra y viento, de reminiscencia de las


técnicas (de las modalidades de construcción) y de las interpretaciones de la conducta.
El lenguaje de la arqueología es multiforme, uniformado a la sumisión del silencio. El
arte escenográfico ayuda eficazmente a avivar las atmósferas ocultas (del pasado),
halladas arqueológicamente. Marcel Proust propone, en el recuerdo angustioso de las
noches y los despertares, el sentido del hecho existencial: una fantasmagoría de tintes,
de colores, de gestos, se adecúa a la intolerancia del pensamiento, que medita sobre las
acciones aplazadas. El famoso verso del recuerdo reedita emotivamente las frases, las
perturbaciones mentales, con los que se asecha la experiencia y se hace refutable.

La perspectiva hace pensar en la carrera del espacio en un sentido futurista; y


«asegura» la «procedencia», lo representable que se perpetúa. Como categoría de la
experiencia, imita la fugacidad de la observación y su vertebración en el cambio. La
decodificación de lo existente en lo que puede existir es el aspecto –tal vez angustioso–
de la perspectiva, que teme la Nada, no lo desconocido. La escenografía tiene el perfil
didáctico de la perspectiva: su razón de ser consiste en hacer partícipe de la inclemencia
de la naturaleza a su observador-perturbador. Battista de Sangallo se remite Vitruvio, el
primer teórico de la escenografía trágica, cómica, satírica. El teatro del siglo XVII
favorece esta tendencia, confiando al siglo que sigue a Molière la tarea de requerir la
perspectiva. El personalismo idiosincrático tiene una dimensión perspectivista cuando
extrema y enfatiza las prerrogativas zigzagueantes de los personajes, afligidos por una
visión ilimitada de su pericia iconoclasta y antiremisiva. La plaza se convierte en el
convidado de piedra: la participación social en el decoro del entorno y en la belleza de
los edificios, que lo componen, es un tipo de movilización popular a nivel de
experiencia estética. Benvenuto Cellini, en efecto, improvisa en la plaza la fusión de la
Saliera di Francesco I, para que la contemporaneidad ostente el grado de intolerancia y
satisfacción, que le caracteriza a nivel creativo, propositivo, experiencial. La
espectacularidad se vuelve por tanto una categoría expositiva, un instrumento de
aprensión y conocimiento según las señales que deflagran de la temperatura corporal, de
la tensión emotiva, de la desilusionante argumentación sobre la naturaleza y sobre las
perspectivas de supervivencia del mundo. El teatro es representado como un universo
que no está regido por el sentido común, que dirime las contradicciones de lo existente.
Fuera del espacio circunspecto del teatro se extiende en forma infinitesimal la brevedad
del tiempo litúrgico en su inconmensurabilidad. En la perspectiva se revela (y se refleja)
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 695

la ilusión, la fulguración de la mente que se compendia en la virtualidad de la inventiva.


La perspectiva es por tanto la prueba de autor, a través de la cual el ingenio humano
realiza, fragmentariamente, la composición (ilusoria, virtual) de un aspecto (humano,
demasiado humano, según Nietzsche) del mundo.

La relación entre el urbanismo y la utopía adquiere un significado político,


especialmente durante el Renacimiento, cuando los Estados tienen una dimensión
proporcional a la afectividad, también sacrílega, de sus habitantes. Tal relación persiste
–sublimada– en el aldea global de Marshall McLuhan, en la realidad contemporánea,
dominada por la uniformidad (de las modalidades conductuales y expresivas) en el
envelope de la (escabrosa) globalización. Por lo demás, los primeros pensadores griegos
(los presocráticos) profesan el urbanismo como un componente orgánico de la
asociación política y social. «Desde los mándalas que un discípulo de Jung no dejaría
de citar aquí, hasta los extraños paisajes urbanos de Klee, las variaciones sobre las
formas elementales con las que se hacen los planos de las ciudades ideales sirven
también de soporte a la transfiguración del dibujante en mago»13. Desde el
Cristianópolis de Johann Valentin Andreae a La ciudad del Sol de Tommaso
Campanella, a la Comarca de Nicolò degli Agostini y a la Foresteria de Ludovico
Zuccolo, la vista –y por lo tanto la perspectiva– tiene un predominio sobre el resto de
los sentidos. La representación escénica (en el caso de los paneles explicativos de la
creación de La ciudad del Sol) tiene pretensiones didácticas: la vista comprende más
informaciones de la realidad de lo que pueda conseguir el oído o el resto de los sentidos.
El aislamiento es la característica distintiva de las utopías, de los lugares imaginarios, en
los que la razón se arraiga como un hendiente en la maraña de los sentimientos, de los
intereses y de las idiosincrasias de sus habitantes, intentando verificar la autenticidad (la
plausibilidad) de un sintónico modo de ser del individuo y de la comunidad. La
estrategia filantrópica cede su lugar a una variante antropológica, que alivia las
deformidad, hasta interconectarla en una inédita condición humana. La función de
laboratorio e la utopía se consolida en el intento de propiciar beneficios premeditados,
de asegurar la existencia. El aspecto grandilocuente es el extrañamiento de los
habitantes de la Utopía respecto a las anacreónticas inhibiciones de la historia, tal como
parece verse en los testimonios y en los recuerdos colectivos. La lejanía es la dimensión
utópica que cohesiona sus habitantes. El arquitecto se transforma en legislador. La
normativa, que hace funcional el sistema asociativo o gregario, es parte integrante de la
696 RICCARDO CAMPA

ciencia de la construcción. La Utopía es además un fortín revelador del potencial


energético de las comunidades, que promueven un criterio de identidad sobre la base de
la experiencia en acto (permanente). El hábitat natural se transforma en el milieu
cultural, en una estación meteorológica capaz de registrar los humores de las personas,
que se proponen dirigir sus efectos según los esquemas o los estilemas predeterminados
por la ambición pretenciosa y creativa, expresada en la regla, en la medida, en la
operatividad consuetudinaria. La idealidad es desviante: de hecho, la Utopía es una
constante del pensamiento, de la propensión lastimosa e inventiva, en la que las
comunidades ostentan el propósito de organizarse en forma alusiva frente a las que
están en vigor, al menos para que estas se rediman de las ínclitas degeneraciones
(consuetudinarias y ocasionales). La teocracia y la autocracia se realizan
deliberadamente para que las prácticas sociales efectivas las condenen.

La Utopía no presupone necesariamente su «conformidad» con la naturaleza.


Ella constituye el preludio de la artificialidad de la existencia, del dominio exclusivo del
hombre sobre su recorrido existencial. La «insularidad» o en todo caso la
«singularidad» de la Utopía consiste en el «reducción» de la experiencia vital a las
reglas determinadas por los propios inventores y poseedores de las mismas. La
influencia de la filosofía griega (de los presocráticos) en el Renacimiento converge con
los nuevos recursos tecnológicos, homologados generación tras generación, que
afrontan los desafíos de la naturaleza con una actitud salvífica, aunque no providencial.
La «bondad innata» del género humano se somete a revisión crítica: la solidaridad se
muestra como una variable de la conveniencia, que las doctrinas del «pacto social» y
luego las del «contrato social» expresan en el plano conceptual y argumentativo. La
virtud se presenta a la conciencia individual como un factor determinante de la
«felicidad» humana, que, persiguiendo en armonía con los resultados de la investigación
las potencialidades de la ciencia, consigue un grado de satisfacción reservado –por
naturaleza– a los mortales. Las revoluciones modernas, en efecto, hacen referencia
explícita a este objetivo. La constitución de los Estados Unidos de América
institucionaliza la «felicidad» como una satisfacción espiritual frente a los sacrificios
sufridos para alcanzar un nivel de bienestar colectivo, unido a la paz social. La
enajenación de una parte de la libertad natural asechada por el conflicto permanente –en
la consecución de la libertad política, garantizada por las normas– permite según
Thomas Hobbes sublimar –tal como sustenta Sigmund Freud,– el conflicto entre los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 697

seres, exorcizándolo en sentido propedéutico a la satisfacción de imaginar, crear,


purificar correlativamente el hábitat natural a los modelos elaborados con un fin
creyente, didáctico, compensatorio de las renuncias que traumáticamente ha afrontado el
hombre en la experiencia pasada, una experiencia que precede la llegada del
conocimiento instrumental y sus aplicaciones prácticas. La Utopía es por tanto la
versión problemática de la sociedad tecnológica, en el que el aparato organizativo se
configura, desde el principio, dominado por un necesitarismo artificial, aún más radical
que el natural, al estar determinado por la propensión y por la voluntad humana.

El pesimismo de la Contrarreforma invade todo el recorrido cognoscitivo


moderno, prohibido constantemente por las pulsiones emotivas del irracionalismo y por
el nihilismo, deducidos ostentosamente por la problemática de las creencias difusas,
sostenidas en la época moderna y en la época contemporánea. El cientificismo
reemplaza el principio de autoridad, de origen humano pero de reflexión divina, que
contamina irreparablemente cualquier decisión, prolongada a entrever acciones
conformes a sus expectativas. El diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo,
además de constituir un testimonio de la legitimidad expresiva de la lengua en vulgar (la
lengua italiana) declina las conjeturas antiguas y modernas según los órdenes de
tamaño, típicamente moderno, deducidos por la observación, y no solo por la
contemplación, y por la experiencia. Los síntomas exteriores de la constitución
totalitaria (uniformidad conductual, regulación de los matrimonios y de los nacimientos
según una finalidad [religión] política) refleja las tentativas consolidadas de hacer
creíble la psicología subjetiva en ayuda de la colectividad. El vínculo tradicional entre el
miles y el sacerdos se transforma en el dualismo del viator y el technicus. El exorcismo
del fracaso se cumple en el viaje, en la tendencia a considerar la permanencia como una
prueba contraria a la ineluctabilidad. La dinámica frustra las convicciones nobles: todo
lo que se transforma (el panquimismo de Freud) tiende a dibujar el modelo objetual de
la Utopía y por lo tanto de la realidad efectiva, en el que se realizan la observación y
consecuentemente la insatisfacción. El principio de indeterminación de Werner
Heisenberg y el principio de complementariedad de Niels Bohr recapitulan en clave
declarativa las prospecciones cognoscitivas de la época contemporánea, cuyas
referencias lógicas son el universo finito e ilimitado y sus inquietantes manifestaciones.
Las dimensiones reductivas (en forma de anillo, como la Mesa redonda del rey Arturo,
como un taller mecánico) de la Utopía señalan la consistencia originaria (genética) de la
698 RICCARDO CAMPA

insatisfacción, extendida hacia la creatividad. Es en parte un obstáculo mental, al que se


accede con el rigor y el júbilo de sus exégetas, que mimetizan la «alegría de los
náufragos» de Giuseppe Ungaretti. El urbanismo, en efecto, es la llegada, emotiva,
sensible, solidaria, de la sociedad tecnológica. Este se configura como la alternativa a la
fortificación de las ciudades medievales. El cinturón industrial y el centro de los
despachos de la ciudad metropolitana contemporánea ensombrecen la superfetación de
los asentamientos fortificados del pasado. La autarquía o en todo caso el
autosostenimiento de los asentamientos urbanos contemporáneos se revelan como un
cinturón protector de orden económico y financiero. Los cambios son directamente
proporcionales a la producción sectorial, que constituye la parte móvil (fluida) de la
ciudad-metrópoli contemporánea, en competición abierta con los órdenes políticos
presentes en el escenario internacional (y globalizado). La estilización de la ciudad
metropolitana consiste en la inclusión de alambiques, que la convierten históricamente
en un testimonio, presagiando su amorfa virtualidad arqueológica, correlativa solo a sus
inconmensurables y sin embargo posibles representaciones futuras.

La fallida interconexión entre el humanismo y la ciencia, expresada por


Leonardo con la expresión omo sanza lettere, constituye el prejuicio sobre la
insolvencia espiritual (intimista) de la ciudad metropolitana contemporánea, en la que
las manifestaciones religiosas, creyentes, tienen una función exponencial (a veces de los
efectos escenográficos, espectaculares) que permite un consenso aplazado y de práctica
amistosa. Multitud de creyentes se atrincheran en los espacios convencionales de las
ciudades metropolitanas y se aprovechan de las celebraciones, conmemoraciones, para
abandonarse a la exultación del cielo estrellado o a la recurrente sugestión del alba, del
crepúsculo antelucano. El sentimiento oracular de duración breve subyuga las mentes de
los argonautas de la era tecnológica, en la que la aprensión por lo «novedoso» reedita el
atractivo por el artefacto, por lo adulterado, entendido como una ingeniería milimetrada,
en detrimento de las imponentes construcciones votivas del pasado. Las ciencias
humanas y las ciencias de la naturaleza son complementarias y contestan ficticiamente
al dualismo, presente en la Ética a Nicómaco aristotélica, de la sophia y de la episteme.
La aparente contraposición entre estas dos categorías cognoscitivas se debe a las
metodologías empleadas para hacerlas evidentes y utilizables en el normal comercio de
las ideas o en el cambio de los correspondientes beneficios concretos y cuantificables.
La correlación entre el humanismo y la ciencia está representada en el «artesano
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 699

superior», en el observador-perturbador de la realidad, bien con la pluma, el pincel, la


tecla, bien con los impulsos magnéticos, las huellas de las partículas elementales de
materia, los mapas (siempre aproximados y modificables) del cosmos. El universo de la
intimidad se expresa en las ideas, en las metáforas, en las ecuaciones, todo en continua
disolvencia y reconversión según un impulso material, que permite la experiencia.
Crimen y castigo de Fiódor Dostoievski es un tratado de estrategia mental, que deriva
en la confesión. El intento humanista de «vulgarizar» el conocimiento es una
propedéutica de la experiencia tecnológica, como una espera experimental de la ciencia.
El conocimiento moderno tiene un significado de concreción, capaz de influir, tanto en
el intelecto agente, como en los sentidos. «Los estudios sobre el movimiento
uniformemente acelerado pudieron llevarse a cabo durante dos siglos paralelamente a
experiencias (mentales) sobre la caída libre, antes que a Domingo de Soto se le
ocurriera, en 1572, relacionarlos»14. La técnica es un modelo de la ciencia, su fase
ejecutiva con respecto de la propositiva y experimental. La fenomenología es la
temperie cognoscitiva, en la que la habilidad humana se ejerce con toda su fuerza, al
amparo –al menos potencialmente– de las insidias alienantes y separadas. El pietismo y
el formalismo religioso ensombrecen las crisis del fracaso cognoscitivo o aplicativo. El
«castigo de Dios» queda como una amenaza frente al moderno Prometeo, decidido a
hacerse cargo de la Tierra y a calcular el volumen del Cielo, con las geometrías
riemannianas, como constelaciones de los impulsos exornados del universo estelar.

La representación de una idea no se conecta necesariamente, en el plano formal,


con su «esencia». La alusión, la metáfora, la metonimia, son figuras de transición. La
disciplina, que relaciona mediante sentidos alegóricos la figura con su función
explicativa y cognoscitiva, es la matemática. Los símbolos, que la caracterizan, la hacen
universal. La escultura es la imagen de la matemática personificada. Los rasgos de un
rostro, el apéndice de un gesto, el llenado del viento, la fuga del desastre, las
asociaciones de ideas en las solapas de las capas, en las alas de los sombreros, en la
mirada fija en el vacío, componen la filogénesis del rasgo somático de las personas y de
las cosas en la corriente equinoccial de los propósitos de acción y de reflexión. Una
mirada puede significar un escrito de acusación contra alguien que difícilmente puede
individualizarse del observador, a su vez subyugado por la tentación de transformarse
momentáneamente en el icono de sí mismo, persiguiendo una forma ancestral de
eternidad. La interpretación es una actitud hermenéutica, que consiste en relacionar las
700 RICCARDO CAMPA

impresiones subjetivas con un significado que las compendie. La interpretación es el


eufemismo exegético de la metempsicosis. La escabrosa conformación del juicio
contrasta con la revelación. El juicio se deduce de la reflexión; la revelación de la
meditación, de las opalescentes atmósferas de la soledad existencial, de la articulación,
ficticia y preceptiva, con la naturaleza. La «manufactura» responde principalmente a la
sensibilidad humana de lo que no es la naturaleza en su receptividad originaria. El arte
acude a hacer que la naturaleza sea «gozosa», incluso cuando le confía aparentemente la
tarea de imitar la inventiva humana. La reacción contra la naturaleza está afectada,
gravada por los efectos emolientes, que no concilian la sumisión de lo existente (si es de
este mundo) con la inquietud individual. El arte ambiciona condicionar la experiencia al
diseño mental, que favorece su representación. La intuición y el determinismo parece
que se condicionan de forma recíproca. La apariencia es una forma controvertible de la
realidad. La sombra –según Jorge Luis Borges– es la etimología del mundo. El
conocimiento se difunde en las vibraciones (energéticas) de las tinieblas, que no son
completamente inaccesibles, pero que son franqueables con los pasos angelicales en la
bruma. La paradoja y la parodia son las categorías de la escritura como las de la
apariencia en las obras pictóricas y escultóricas. La ingenuidad es un modo de entender
el pecado, el descaro, con el que el artista se propone representar un aspecto de la
realidad, huidizo hasta la observación cotidiana. Y, paradójicamente, en la época
contemporánea, la obra de arte es un opus conclusum, que se niega a sí mismo. La torre
llena de dinamita, que el escultor hace saltar el día de la inauguración, promete por así
decir su apariencia. El recuerdo de la explosión simboliza el cumplimiento de una
creatividad recesiva, que se anula artificialmente. La negación que parte del arte
contemporáneo hace de sí mismo convalida la fulmínea ejecución de una idea, que se
convierte fisionómicamente en el fantasma del demonio creador. La intencionalidad
asume connotaciones artísticas, independientes de la figura y de la materia que se
representan. El arte y la técnica también se unen entre sí cuando una reniega de forma
ostentosa de la segunda. La universalización de la técnica favorece el arte en sus
expresiones por así decirlo sectoriales, fragmentarias, incidentales, de la existencia. La
inmediatez y la simultaneidad se perfilan en las imágenes alusivas del arte
contemporáneo, que no reconoce las connotaciones gnoseológicas de la mimesis
aristotélica, propias de la techné. La representación, entendida como reconstrucción,
alinea el arte con la ciencia (en particular con la medicina). La técnica de la expresión
comprende la forma verbal, la forma plástica y la forma mímica. El castillo de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 701

publicidad amplía de modo derogable todas estas formas, para sugestionar estéticamente
(y racionalmente) al usuario (involuntario).

La similitud es la categoría identitaria de la realidad según los criterios


interpretativos del siglo de las luces. La alegoría permite inventariar en un único sujeto
visible las diferentes combinaciones orgánicas e inorgánicas, que implican la creación:
Pablo Picasso pinta una cabeza de toro con la estructura metálica de una bicicleta. El
experimentalismo científico y artístico tiene un fundamento liminar y último: trata de
individualizar –en formas cada vez más aproximativas– el punto de interacción de lo
inorgánico con lo orgánico, en la secular propensión propiciadora de la creatividad
humana (artificial). La percepción estética se flexiona con el postulado matemático en la
configuración de un estado de gracia, en el que el observador-perturbador de la realidad
se identifica con las propulsiones íntimas de la naturaleza. El modelo concreto de la
naturaleza aparece de forma huidiza en cuanto unido, por vínculos todavía
indescifrables, con el pensamiento, con las recónditas, extenuantes, atmósferas de la
reflexión. Al arte, como a la ciencia, se le impide la visión. En el microcosmos, las
partículas elementales de la materia también son invisibles e imperceptibles en el fortín
intuitivo y operativo de los aceleradores atómicos. Son detectables las estelas
energéticas, luminosas, que los procesos nucleares determinan con una velocidad igual a
la de la luz (que, permítase el inciso, todavía es, desde Einstein, el límite intransitable de
la transformación de los corpúsculos en ondas y viceversa). La inexorabilidad, aunque
esté presente perentoriamente en las pruebas de autor (científicas, artísticas, literarias),
no se realiza con toda su fuerza, de modo que puede interceptarse como un aspecto del
necesitarismo natural. La «sacralidad» declina en la expectativa de las inéditas
connotaciones de la naturaleza, modulada en el movimiento, en las variables de las
mutaciones, que ni siquiera la expectativa de las innovaciones consigue ensombrecer.
Hasta las reproducciones, las simulaciones y las verificaciones se manifiestan según un
grado de aprensión, que mimetiza la esperanza del descubrimiento. El azar de la
investigación (científica, artística, literaria) es el desafío que presumiblemente impone
la naturaleza a la inteligencia humana. El patrimonio cognoscitivo del género humano
se caracteriza por una casualidad (accidentalidad), que las religiones tradicionales
connotan como fulguraciones místicas, manifestaciones milagrosas, insólitas
proyecciones del Ser tutor del cosmos que ayuda a los mortales. El arte abstracto es la
versión de la sociedad tecnológica de lo no expresado, aunque meditado con la pasión
702 RICCARDO CAMPA

del iconoclasta irredimible. Las imágenes artísticas –como sostiene Ernst H. Gombrich–
pueden ser convincentes sin ser objetivamente realistas15. Las imágenes del acelerador
atómico son convincentes, aunque si no caracterizan la morfología de los entes (las
partículas elementales de la materia) no son específicas.

La perfección humana es –para Matthew Arnold– la realización (y por lo tanto la


finalidad) de la cultura, entendida como el ejercicio del conocimiento y la disciplina de
la aplicación práctica del mismo. «Ahora la cultura admite la necesidad de moverse
hacia la prosperidad desde un industrialismo colosal, y está preparada a admitir que el
futuro pueda ser beneficioso; pero subraya al mismo tiempo como para ello se sacrifican
las actuales generaciones de empresarios, que forman, en su mayor parte, el macizo
cuerpo central del Filisteísmo»16. La fisonomía de tenor conformista tiende a hacer
anónimas a las masas. Y, a su vez, a promover un tipo de individualismo exasperado,
hipertrófico, que busca la legitimación en la representación escénica. A veces, el
homicida prefiere confesar su crimen a la televisión antes que a las autoridades, en el
intento de recibir una divagante justificación, que le asegure notoriedad. La efímera
permanencia sobre la escena del proditor, del kamikaze, del secuestrador, se identifica
fisionómicamente con un modelo, que en las culturas campesinas lo representa el
bandolero, el subversivo, o el traidor. En las sociedades monoculturales y masivas, el
esquema indiciario de referencia solo puede ser interrumpido por la transgresión frontal
de los cómplices de la disolución, entendida como un vértigo de la uniformidad
(masiva). El secularismo moderno es la imagen que se refleja en la visión (observación)
colectiva. La aprensión por la uniformidad es la pantalla tras la que se esconde el
individualismo, que contrasta con la estructura milimetrada del jacobinismo
racionalista. La cultura es la pasión por la luz, que se perfila como la atmósfera, el
estado de gracia, en los que el individuo se exhibe magnificando sus recursos
cognitivos, representativos, gestálticos. «Ésta es la idea social: y los hombres de la
cultura son los verdaderos apóstoles de la igualdad»17. La hegemonía de la acción tiene
como fin la sublimación del pensamiento. El aspecto físico de los entes esconde en los
remotos campos energéticos la sede del pensamiento. El helenismo y el judaísmo
acuden a hacer partícipe a la condición humana de la naturaleza divina. El aspecto, por
tanto, es el medio en el que la idea se transfigura en estilema, como síntesis de las
variables imaginativas del ser (del existente). La sociedad mecánica (tecnológica) se
propone empujar, como la marea, las poblaciones a confabular entre sí según los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 703

esquemas de comportamiento unitario, que derivan de la homogeneización de los usos y


de las costumbres, para conseguir la perfección, una categoría misteriosófica, que
prefiere la ilusión a la aspereza de lo concreto, que paradójicamente lo condiciona. La
dificultad de liberarse en la naturaleza, en el intento de conocer los signos del
ennoblecimiento humano, es el pecado, la inadecuación física y moral, contra la que, del
misticismo al taylorismo, el desaliento humano mide su propia propensión a la
adquisición de elementos, que puedan convenir estratégicamente a la redención
individual y colectiva, en vista de la gracia santificante, la pacificación de la conciencia
y la adhesión a la tensión cósmica. El sacrificio físico, presente en todas las obras
pictóricas, escultóricas, inspirado por el cristianismo, tiende a proyectar la íntima
individualidad de los mortales en la inmortalidad del alma, por un vigor natural,
invisible y real (sin embargo pensado como persistente). «Así seguramente se caerá en
la cuenta de que la idea de la inmortalidad, tal como se presenta en su indeterminación
al espíritu humano, es algo más sublime, verdadero y convincente de lo que se presenta
en las formas particulares que S. Pablo, en el famoso capítulo decimoquinto de la Carta
a los Corintios, y Platón, en el Fedón, estudian para desarrollarla y determinarla»18. La
inmortalidad, como resulta de la investigación de los componentes de los entes, es un
flujo de energía, que se supone constituye la trama del universo según las dimensiones
temporales, que el intelecto agente es capaz de oscurecer en beneficio de la
imaginación.

El artefacto sintetiza la incidencia del pensamiento humano en la dinámica


natural. El deseo influye en la rentabilidad (práctica) de la acción. Cada objeto, creado
de forma concreta, se destina, por la acción soporífera del tiempo, a transformarse en
reliquia y asumir así un atractivo salvífico, capaz de cruzar enfitéuticamente los tiempos
de la reflexión y de la experiencia. «Aunque nuestras pruebas más tangibles de que el
antiguo pasado humano realmente existió siguen siendo las cosas inanimadas –escribe
George Kubler– las metáforas convencionales que se usan para describir este pasado
visible son principalmente prestadas de la biología. Hablamos sin vacilación de
“nacimiento de un arte”, de “vida de un estilo”, de “muerte de una escuela”, como de
“florecimiento”, de “madurez” y “decadencia” cuando descubrimos los poderes de un
artista»19. La morfología de las iniciativas humanas llama a la mente, bajo el perfil
lingüístico e iconográfico, a la temperie natural (biológica) en su representación
sistemática. El biografismo es una corriente de pensamiento, que se propone hacer
704 RICCARDO CAMPA

evidente la personalidad, las connotaciones (genéticas) de la creación (artística,


científica, literaria). El tiempo histórico se configura como la interacción conceptual con
el tiempo biológico, para la perpetuación (con modificaciones, definidas científicamente
como mutaciones) de lo existente. «El tiempo, como la mente, no es cognoscible como
tal. Solamente conocemos el tiempo indirectamente por lo que sucede en él, por la
observación del cambio y lo que permanece, por el señalamiento de la sucesión de
acontecimientos entre marcos estables y indicando el contraste de los diversos ritmos
del cambio»20. La duración es una categoría sistemática del conocimiento y de la
conmemoración litúrgica. La obra de arte y el objeto de uso asumen connotaciones
estéticas y funcionales idénticas y ambas delimitan los tiempos de su realización. La
historicidad de la acción inventiva y actuadora convergen en la experiencia (en el gozo)
común (general). La actualización de la obra de arte suple el despliegue de un clima
ilusorio, transfigurado en cadena de montaje, en central nuclear, en estructura robótica,
en homínido sensorial (ideada para sustituir el trabajo y la fatiga humana y sustraerlo así
de la condena bíblica). Las manifestaciones naturales (el colapso estelar, la selección de
las especies) alcanzan la conciencia humana cuando magnificándose la ausencia se
realiza un acta aparente, acreditado por el pensamiento y por la fantasía de los
observatorio-perturbadores de la naturaleza para la memoria futura, y para el consuelo
de quienes anuncian el futuro apoyándose en las conjeturas experimentales del presente.
Las interferencias en el arte como en la lengua implican distancias por las que la
sonoridad se transforma en signo, al que confiar un grado de perpetuidad que
difícilmente se puede alcanzar de otra forma. «Gracias a su posición intermedia entre la
historia general y la lingüística, la historia del arte podrá revelar algún día inesperadas
posibilidades como ciencia del futuro: ciertamente menos productiva que la lingüística,
pero mucho más de lo que pueda ser la historia general»21. El peso atómico y las
partículas nucleares confortan el cambio, que incluye también la réplica y el descarte.
Algunas combinaciones químicas y biológicas son el resultado de la interacción de sus
posibles elementos, que acuden a la realización de un proceso, destinado a producir
efectos evidentes y cuantificables.

La imagen constituye una especie de relato expresivo de la elaboración


conceptual de argumentos y situaciones potencial o virtualmente presentes en la
contingencia cotidiana. La semejanza y la perturbabilidad expresan la interferencia que
se determina entre las personas y las cosas en su (correlativa) representación. A cada
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 705

figura le corresponde un objeto, que la concreta asignándole una funcionalidad (y por lo


tanto impidiendo que caiga en la serialidad y en el rechazo). La construcción de objetos
es prueba con la que la creatividad humana intensifica su propia resolución fabuladora
con las partes, científicamente, reactivas de la naturaleza. Algunos fenómenos naturales,
en efecto, son reversibles y otros no; algunos pueden ser repetidos y otros no. La
dinámica existencial es, por tanto, en parte interceptable y modificable
tecnológicamente y, en parte, no. El parecido en el retrato –afirma Gombrich– disimula
el filisteísmo (un tipo de afección extrema, rayando la ritualidad y el fetichismo). La
apariencia obstaculiza voluntariamente la autenticidad, pensada sin embargo como un
pretexto improbable. Lo accidental pospone lo esencial según una línea de interferencia,
elaborada por un conjunto de reflexiones y confutaciones, que se denomina patrimonio
cultural. La transitoriedad regula por así decir la constitución de un fenómeno, que no se
concluye o que la percepción humana no es capaz de recibir en su perfección y en su
valoración experimental.

La empatía facilita la verificación de ciertas actitudes, pensadas objetivamente


con la capacidad de unirse a las categorías argumentativas. El semblante, perseguido
con el escrúpulo de un exégeta bíblico por Rembrandt (Harmenszoon van Rijn)
significa la perceptibilidad de las mutaciones fisionómicamente detectables por una
serie de causas, proporcionadas brevemente en el tiempo. El aspecto, que a menudo se
prefiere por señalar una propensión sentimental o una deliberación conceptual, se
connota de forma problemática con la máscara, con el modelo en el que es más fácil la
prospección de las variables de la realidad práctica. La sistematicidad interpretativa de
los fenómenos hace las veces de dotación expositiva de las tentativas, realizadas por el
observador-perturbador de la naturaleza, con el fin de proporcionar «prácticamente» el
peso o el grado de la propia inventiva y destreza actuadora. La correspondencia entre el
observador-perturbador de la naturaleza y la naturaleza misma significa el
«entendimiento», que las religiones pánicas y la ciencia experimental delimitan en su
potencial cognitivo y expresivo. La ambigüedad ejerce un gran atractivo en la
eventualidad y en la causalidad (que es el modo cognitivo de la ciencia y el
conocimiento moderno). El accidente y la complementariedad se unen entre sí cuando
intentan explicitar y detectar el fenómeno, en el que se perfilan y se configuran las
características (permanentes según el modelo ideal y variable). El lenguaje pictórico (el
arte abstracto) confía en la explicitación del título, que lo cataloga para el goce
706 RICCARDO CAMPA

convencional. La antítesis entre lo visible y lo descriptible perpetra un estado de hecho,


que debe ser recompensado sentimentalmente mediante la insatisfacción de quienes lo
valoran y representan intelectualmente. El arte abstracto, en efecto, reniega de la
satisfacción para convocar a la realización del observador desde declinables
manifestaciones de lo que físicamente se oculta en la delgada sumisión del signo y del
color. La alusión concierne a las variables de la expresión en la combinación de los
elementos conocidos y desconocidos, según un orden de sucesión desordenado e
inconcluso. En este clima artístico se establece por así decir la idea de progreso, de un
conocimiento coherente de la realidad, que se descubre en la sistematicidad de la ciencia
y la realización general. «Es una concepción –opina John Bury– neutral, científica,
compatible tanto con el optimismo como con el pesimismo. Dependiendo de las
valoraciones, pueden parecer una cruel sentencia o una garantía de perfeccionamiento.
Y en efecto ha sido interpretada de ambos modos»22. La complejidad natural se
considera vulnerable por las diferentes interpretaciones, ideadas por el observador-
perturbador de los sistemas (de los campos) energéticos, en los que se percibe la
estrategia humana. La perfectibilidad de la investigación de la naturaleza tiene una
función consoladora para quienes se disponen a actuar con toda la buena intención, pero
no cuando se sujetan al amparo de las simulaciones de sus conjeturas. El carácter
definitivo no implica a la ciencia en su realización compleja y consecuentemente la falta
de plausibilidad del Juicio Universal concierne a la convicción más argumentada y
controvertida de la época moderna.

La dialéctica entre lo particular y lo general (entre el individuo singular y la


comunidad en la cual gravita) se ejerce en la dinámica de la acción y del conocimiento.
No se lamenta una tipología de relaciones, que justifica la eventualidad de las
circunstancias naturales y el necesitarismo reactivo. La existencia es un connubio no
muy bien articulado entre la libre determinación y la inderogabilidad de las
postulaciones conceptuales. La comunidad humana utiliza el reduccionismo expresivo
para mantener despierta una clase de optimismo propulsivo, que hace consecuente y
consoladora la Gran Cadena del Ser de Arthur O. Lovejoy. La relación entre la
racionalidad y la irracionalidad tiene un sentido didáctico: sirve para contender con el
pensamiento pietista la creencia en el consuelo, siendo incluso contrastado, por la
explicación racional. La tradición y la innovación se disputan virtualmente el grado de
legitimidad en el que reside la convicción. La operatividad es una iniciación que se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 707

renueva constantemente en el combate propositivo y de contenido. Los resultados de la


contienda, en continua realización, entre los conservadores temerosos y los innovadores
atrevidos son los componentes del patrimonio cognoscitivo, que denota, a niveles
exponenciales, las señales identitarias de las diversas comunidades humanas y del
conjunto de la especie en general. La explicación (de las actitudes humanas, de los
fenómenos naturales) guarda en sí un legado de carácter sagrado, de creer en la
reflexión, en la experimentación, en la constatación y en el análisis. Los estadios
intermedios, como la contemplación y la observación, son remplazados por las causas
incidentes, por las proposiciones poéticas, que fabrican el recuerdo y cuidan la
imaginación. La fantasía sumisa frente a las pruebas experimentales es un inolvidable
instrumento de propulsión, que permite a los náufragos –a los Judíos errantes– seguir
afrontando las olas de la evidencia y la de refutación, para dispensar la tarea
(inderogable) de comprender y de manifestar la inquietud exegética de lo imprevisible y
lo improbable. El conocimiento no prescinde, en efecto, de la problematicidad de las
instancias explicativas de lo que se adivina va a ocurrir con el concurso o el auxilio de
la razón humana. La reducción de la ciencia a las necesidades de la acción –según la
plausibilidad explicativa de Auguste Comte– es una fórmula parenética del
compromiso, que el género humano establece más o menos de manera consciente
(mediante el pacto o el contrato social) con la naturaleza, con el conjunto de las energías
que actúan en el universo, de forma sucesiva y coherente, que el intelecto humano
piensa que son perturbables y, a su vez, necesarias para cuantificar los beneficios, que la
intervención explicativa del pensamiento puede obtener por una especie de
autosatisfacción. El bienestar, en efecto, se identifica con la gratificación a que los
usuarios están llamados a homologar como respuesta a las preguntas (angustiantes,
míticas, religiosas) en el tiempo remoto y en la actualidad efectiva, a la naturaleza en su
reconsiderada polémica conceptual (desde las sinuosidades de Altamira hasta las celdas
de los anacoretas, las mansiones góticas, o los laboratorios nucleares). El reduccionismo
energético se identifica con la economía de la expresión. Las categorías de la
contemplación y la reflexión contienden a la exuberancia (al menos aparente) de la
naturaleza las energías necesarias para delimitar los resultados detectables con una
connotación algebraica respecto a los procesos vitales, tal como se presentan a la
experiencia. La naturaleza elabora, en el plano inclinado de la selección, las fuerzas
endémicas de la existencia (en su múltiple exteriorización). El estudio de tales
fenómenos se explica metafísicamente, incluyendo en la argumentación lógico-
708 RICCARDO CAMPA

expositiva un significado de valoración religiosa, esotérica. Las estructuras cognitivas


universales, a las que Noam Chomsky otorga una función alegórica, constituyen el
aspecto más detectable y convincente de la actitud cognoscitiva.

El razonamiento se vale de las reglas explicativas de la observación, que asumen


la denominación y la connotación de la lógica, como ciencia formal, que correlaciona
las formas del pensamiento en los sistemas homologables y memorizables
racionalmente. Las formas del razonamiento son las creaciones del intelecto humano
frente a los interrogantes que la observación de la naturaleza suscita de manera
fraudulenta e inderogable. La lógica a través de la correlación proporciona la causa y el
aspecto en el que se desenvuelve la existencia, y se impone en el razonamiento, en el
modo de entender las sugestiones, que el intelecto recibe del hecho de la existencia.
Escribe Jean Ladrière: «Los métodos de la lógica –axiomatización, construcción de
modelos, métodos combinatorios, algebraicos, topologías, etc.– tienen por objeto
explorar las propiedades de los sistemas formales»23. La antítesis del cumplimiento
lógico es la paradoja, la forma exagerada y deflagrante de informar un acontecimiento
en una expresión, que sea capaz de configurarlo y de hacerlo inteligible. La conclusión
es el referente de cada proposición lógica. La demostración tiene una función
pedagógica, que se confronta a la acepción práctica, utilitaria, de los contenidos de la
argumentación controlada lógicamente. «Parece así que los sistemas de deducción
natural son sistemas lógicos que pertenecen a un nivel de lenguaje superior al que
pertenecen las preposiciones que juegan un papel de hipótesis o de conclusiones y las
operaciones que podemos aplicar sobre esas proposiciones»24. La deducción en el
razonamiento permite asignarle un sentido, que se somete al aprendizaje y por lo tanto
al comportamiento detectable objetivamente. El predicado nominal, implícito a cada
proposición expositiva, se deduce por la cercanía de la palabra con el milieu cultural, en
el que aparece de forma pertinente. La adecuación de la lengua a la actividad del
conocimiento es tal en cuanto que está determinada por la explicación lógica, por las
formas con las que el pensamiento delibera sobre los actos realizados para comprender
las variables y las constantes de la experiencia. La deducción es una forma del lenguaje
diferente de la hipótesis o de la conclusión del discurso. «El estatuto de estos sistemas a
sido puesto en evidencia de forma admirable por Haskell B. Curry, quien ha mostrado
como el recurso a los métodos de deducción natural permiten, en realidad, dar un
sentido a las operaciones lógicas elementales a partir de la idea general de deducción»25.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 709

Los enunciados complejos, que sean el compendio de enunciados simples, son el


resultado de un proceso lógico, de una elaboración intelectual, en la que se supone que
los interlocutores se ponen de acuerdo. La lógica permite que se convenga sobre los
sistemas de elaboración conceptual sin compartir la proposición inicial de un discurso
(el objeto de la argumentación). Esta discrasia (la fallida sintonización entre la forma de
la expresión en su concatenación lógica y la aceptación de la proposición inicial y de la
proposición conclusiva del discurso) permite promover el pensamiento en su recorrido
innovador. La conjetura, como expresión articulada de la hipótesis, puede modificar el
cuadro de referencia de las adquisiciones cognoscitivas. La sintaxis acude a inventariar
para la memoria futura las innovaciones argumentativas, elaboradas mediante el
descarte lógico entre dos proposiciones, entre la aclaración y la aseveración (entre lo
que se conoce in itinere y lo conocido). El predicado de un sustantivo, que se introduce
de forma predictiva en el período, modifica el recorrido del discurso y permite adquirir
connotaciones de la argumentación que todavía no han sido homologadas en el
patrimonio deliberativo de la fruición consuetudinaria. La derivación de una frase por
un contexto contiende el criterio de la agregación, con el que las partes interaccionan
para conformarse a un principio directivo.

El discurso presenta sus leyes, con las que se tiene que sintonizar la formulación
del pensamiento si quiere perseguir los efectos explicativos, adecuados a la aceptación y
al aprendizaje. En La República de Platón, el diálogo entre Sócrates y Trasímaco sobre
la justicia, aunque se realiza desde elaboraciones conceptuales de alto contenido
sintáctico, se realiza utilizando el mismo lenguaje, la misma forma expresiva, que se
niega en las premisas y en las conclusiones, de donde toman los movimientos y a los
que quieren llegar los dos interlocutores. Lo absurdo y la impugnación interaccionan en
el discurso sin alejarse de las reglas de la lógica, presentes en cada argumentación, que
tenga como objetivo la evidencia, la conveniencia, la efectividad. La inaceptabilidad de
un enunciado se determina por su refutación según un proceso lógico, que no esté
invalidado por reservas mentales inconscientes. Cuando la demostración es simétrica a
la refutación, el discurso se realiza bajo una forma de comprensión, donde está presente
el acuerdo (independientemente de las proposiciones individuales frente al resultado
conseguido en la aplicación, normativa, decisional). La explicación comprende por
tanto (dialécticamente) los componentes discráticos de las diversas postulaciones (de los
diferentes enunciados) conceptuales. La lógica permite admitir que, si se corrigen las
710 RICCARDO CAMPA

premisas del discurso, generalmente la conclusión se tiene convencionalmente por


válida. Y, al revés, si una de las premisas es falsa, la conclusión del discurso tiene que
ser falsa. La lógica por lo tanto tiene una característica funcional, que la exime de
constituirse en una postulación trascendental. Las variables de la lógica satisfacen las
exigencias empíricas y por lo tanto no constituyen un a priori del pensamiento. «Las
condiciones que hacen posible el pensamiento como tal son dadas de una vez por todas
con la posibilidad misma del pensamiento y no pueden prestarse a las generalizaciones
y a esas variaciones axiomáticas aparentemente sin límites que parecen abrirse paso
cada día más en el campo de la lógica»26. La libre determinación intelectual se vale de
las reglas de la lógica como los caminos más adecuados para la realización del discurso
y la configuración de un resultado, que liga los interlocutores a un modus operandi, en
el que descansan la legitimidad y la validez de las instituciones. Las formas lógicas son
independientes de las estructuras subyacentes al lenguaje y dotadas de una generalidad
reconocida de forma intuitiva. Antes que a una teoría del a priori, la lógica se inspira en
la abstracción, por el componente orgánico del razonamiento en su siempre persistente
interacción con el conocimiento de nuevos atributos de la realidad natural y de la
condición humana. La lógica evidencia el dualismo, expresado por Ludwig
Wittgenstein, entre el decir y el mostrar, y contribuye a conectarlos de modo
significativo, tanto de forma gnoseológica, como pedagógica. La lógica permite diseñar
el perímetro de la inteligibilidad, en el intento de insertarla en las categorías cognitivas,
aunque esté equipada por la incertidumbre propia de las nociones que todavía no han
sido sometidas a la verificación y a la contestación. Su razón de ser descansa en mostrar
la evidencia, cuando se presenta la ocasión, el carácter enigmático de algunas
convicciones, que no encuentran cotejo, ni en el carácter consecuente, ni en la
coherencia de los factores, que componen lingüísticamente la conceptualización del
discurso, el cumplimiento de un proceso mental falto de una finalidad detectable, formal
o conjeturalmente.

El dilema, que influye sobre la función explicativa de la lógica en el ámbito del


discurso, reconoce la incertidumbre del sustantivo (de la palabra) frente a los objetos de
la realidad o a la convención autónomamente pensada por el observador-perturbador de
la naturaleza. Las regularidades y las anomalías forman parte de un mismo recorrido
expresivo, en el que descansan, no solamente las convenciones acertadas y actuantes,
sino también las problemáticas postulaciones connotativas de variables alternativas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 711

respecto a los vigentes. «Saussurre –escribe Hermine Sinclair de Zwaart– sintió esta
necesidad y afirmó que un ejemplo de “palabra” no es la descripción de una serie de
articulaciones particulares, sino que surge de un estudio psicofísico sobre las
instrucciones que el sistema nervioso envía al aparato buco-fonador»27. Los
fonologismos modernos se identifican con los doctrinarismos de la escuela generativa y
transformacionista. El constructivismo lingüístico tiende a la explicación histórica.
Émile Benveniste sustenta que la tercera persona singular es el paradigma de todas las
posibles expresiones. Es como el número cero, el ente de separación entre dos clases de
nombres, que acuden a la elaboración argumentativa. Expresa la «predicación pura», al
amparo de las implicaciones subjetivas de la primera y de la segunda persona. «En
segundo lugar, esta tendencia de derivar las otras personas de esta forma fundamental
no se realiza solo en un cierto periodo de la historia de las lenguas, sino que se
manifiesta en diferentes lugares y momentos y constituye así una especie de tendencia
dinámica constante»28. La oposición temporal en el sistema lingüístico indoeuropeo
permite ver la dinámica en las sucesiones de los acontecimientos y en su cómputo
espectroscópico. En efecto, los hologramas son las formas de expresión posibles. Los
cambios fonéticos –según Paul Martin Postal– constituyen una aportación a las reglas
gramaticales. La lengua como instrumento de participación asociativa permite
preliminarmente la comprensión (el aprendizaje) de las formas de interacción, que son,
por un lado, la elaboración intimista de cualquier individuo frente a la realidad y, por
otro lado, la convención (intuitiva y consolidada) de los medios expresivos, realizados
para acreditar objetivamente la comunidad que los protege. La explicación de un evento,
de un fenómeno, de una actitud, requiere una elaboración compulsiva de los factores
que permiten el entendimiento (sea por adhesión, sea por impugnación). El lenguaje
asume significados oraculares cada vez que se presagia la recuperación de un nexo entre
lo enunciado y su realización práctica. La abstracción se introduce en las ditirámbicas
combinaciones de la experiencia, según los cánones cognitivos, concertada en ayuda de
la comprensión.

La explicación es el aspecto itinerante de la predicción. La invocación de


Homero a las Musas se transforma en el profetismo religioso, en la predicación
sapiencial, en el anatema y en la recusación de los absolutos, hasta constituirse en la
incertidumbre conjetural de la época de la ciencia y la tecnología. Lo axiomático tiene
un significado de predicción, que condiciona la experiencia funcionalmente. La
712 RICCARDO CAMPA

espacialidad y la temporalidad son las categorías en las que se realiza la observación. La


entropía (tal como la formula Sadi Carnot y Rudolf Clausius) es la condición en la que
se mide los sistemas (los campos) energéticos, propedéuticos para (su) disfrute. «Solo
un realismo furiosamente intemperante – afirma Gilles Gaston Granger– podría exigir
que a estos conceptos sintácticos les correspondiesen también aspectos de los
fenómenos, o más aún, momentos absolutos de la realidad»29. La entidad
cuantitativamente detectable de un sistema (de un campo) energético está en relación a
la perturbación, provocada por el observador. La ciencia por tanto requiere un sistema
de análisis estadístico que pueda dar respuesta a las peticiones predictivas, sugeridas por
un criterio de conveniencia (y es por esta razón que se debe a la ciencia un predicado
ideológico, tan contestable como inoportuno en el plano de los principios y en el plano
de su operatividad explicativa). Las relaciones entre los modelos son comunes a todas
las ciencias. Las valoraciones estadísticas confortan las expectativas de la experiencia
mediante las previsiones o las prospecciones (a menudo de orden económico, al punto
de inducir el mercado a promover utilizando la estrategia publicitaria antes el deseo de
los objetos que el propósito de disfrutarlos). La interpretación de la realidad permite
actuar conforme a los modelos ideales (de naturaleza platónica) que la mente elabora
desde su estadio más elemental a las formas más sofisticadas de la época moderna y
contemporánea. La dialéctica antagonista –según la expresión de Herbert Marcuse–
afronta con causticidad conceptual las formas del conocimiento social para malograrla
en la tradición, aunque se desatienda en un contexto natural más amplio.

La visión del mundo se atiene a criterios exornados de la experiencia antes que a


normas propedéuticas asertivas. La ciencia de la aproximación toca concitadas
modalidades de interpretación y consecuentemente de intervención práctica. Jean-Paul
Sartre afirma no inclinarse, ni por la dialéctica en la naturaleza inanimada, ni por su
negación. La contradicción, inherente a las fuerzas de la naturaleza, es el aspecto más
inquietante de la dialéctica social, admitiendo que hay un nexo entre las dos categorías
cognitivas de la realidad. «El papel del principio de contradicción –escribe Rolando
García– depende exclusivamente del sistema lógico adoptado a la hora de formular la
estructura de la teoría»30. Las formas de contradicción son diferentes entre sí: su
deducibilidad no afecta a los sistemas de la lógica trivalente (Jan Lukasiewicz). Y,
consecuentemente, la lógica polivalente queda eximida por las proposiciones
polivalentes, mientras que es más apropiada para describir o explicar los fenómenos
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 713

físicos, químicos, biológicos. La acción y la reacción, en física, no son una


contradicción ya que se complementan, de forma contingentada y con fines prácticos.
Las diferencias de opinión en la condición social no responden necesariamente a la
contraposición dialéctica de dos postulados que en apariencia son inconciliables entre sí.
Las contradicciones objetivas se manifiestan conceptualmente en el debate, que tiene
como finalidad o el acuerdo o el desacuerdo (la lucha). Simulan el desarrollo del
pensamiento humano. Las leyes del pensamiento tienden a anotar las constantes y las
variables de los fenómenos en la naturaleza, plausible por la observación. La
contradicción que es más relevante epistemológicamente es la de presentar de forma
coherente la evolución de la naturaleza con las formas de contradicción, que incluso se
revelan en la practicidad física, química, biológica. La dialéctica de la naturaleza es la
trasposición de la dialéctica social, donde la síntesis es determinada en clave
experimental. La superación de las diferencias determina por lo tanto la formación de
una actitud mental, que sintoniza con la verificación práctica. La contradicción –
marxistamente hablando– es ínsita al mundo objetivo (de los objetos, de los artefactos
con los sistemas que se piensan que son los más idóneos para regular el resultado de la
acción con la satisfacción de las expectativas). La exigencia somete la estructura de la
argumentación. La praxis supone la aceptación y el acuerdo entre los miembros del
tejido social en la conformación de su actividad.

La explicación de los fenómenos naturales y de los sistemas de conocimiento


artificiales suele coincidir, según el principio (negociable) de la permeabilidad
recíproca. Las estructuras operativas y las estructuras objetivas (matemáticas, formales)
tienden a la ejemplificación de las nociones cognoscitivas, que procuran la difusión y la
(problemática) comprensión y adquisición. La inteligibilidad de las argumentaciones
consiste en la individuación de nuevos criterios cognitivos (de la realidad en su
configuración dinámica). «El hecho es –escribe G. V. Henriques– que en todos los
estadios de desarrollo de la operación formal (por no hablar de estos) se asimilan
estructuras de niveles sucesivos»31. El mecanismo de su realización encuentra en el
pensamiento lógico-matemático su grado de autenticidad y objetivación. La
representación «global» del universo es un aspecto de la tensión especulativa, el
equivalente de la tendencia unificada del pensamiento lógico-matemático. En la
dialéctica expresiva se da por hecho la presencia del determinismo conceptual, para
modificar, aunque sea de forma rapsódica, la representación de la realidad fenoménica,
714 RICCARDO CAMPA

para que se alinee de la manera más eficaz posible con los sistemas de interacción
conceptual y con las modalidades de evidencias.

La mecánica cuántica ratifica la problematicidad de los principios cognoscitivos


del universo microscópico. El análisis cuantitativo cede su sitio al análisis geométrico,
cualitativo. El análisis de local y el análisis global se interconectan de un modo
recíprocamente satisfactorio. El pensamiento global tiende a constituirse en
pensamiento unitario. La descripción por tanto se relaciona con la explicación. El
positivismo prescribe la reducción de la explicación en la descripción, negando la
valencia de las variables expresivas, empleadas para definir las dos categorías
connotativas de la argumentación. Efectivamente, la descripción se explica en la
narración de los fenómenos, que asisten a determinar el acontecimiento en su relevancia
física, mientras que la explicación atañe a los componentes orgánicos de la actuación
cognitiva. La constatación une los dos aspectos de la configuración de la realidad. La
descripción se certifica en la inmediatez de la encuesta, mientras que la explicación
comporta la evocación de la génesis en su esencia y contextualmente la utilización de
sus factores expresivos para convencer y proponer su aceptación, aunque esté
simplificada por la hegemonía de la economía de los términos y de la comprensión. La
explicación es una transformación (parcial) del patrimonio cognoscitivo, que se
relativiza para ser impulsada en la versión omnicomprensiva (objetiva, universal,
trascendental, metafísica). «Cualquier definición de la explicación –sostiene Leo
Apostel– está unida a una definición del conocimiento»32. La coherencia –incluso por
intercesión de las paradojas de Bertrand Russell– es un atributo del discurso, la línea de
apertura entre los factores que interaccionan al menos según un criterio lógico (una
conexión lógica). En efecto, se confronta a la refutación, con la prueba en contrario de
lo que se afirma en una sucesión argumentativa. El significado (el sentido) de un
enunciado consiste en la interacción de la descripción con la interpretación según los
preceptos (los principios) del lógico consecuencial. La dialéctica combinatoria de
Francis Halbwachs concilia la explicación homogénea con la explicación heterogénea.
El estructuralismo no solo atribuye, sino que aplica, a la realidad los atributos de los que
se sirve la descripción para argumentar. «Por lo que –escribe Jean Piaget– si en la
escuela saussureana las estructuras son esencialmente concretas, Harris y después
Chomsky, han recurrido a modelos abstractos, y H. Sinclair sigue la misma tendencia en
la lingüística diacrónica con Portal. En segundo lugar, y en parte por eso mismo, este
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 715

nuevo estructuralismo se vuelve constructivista, el constructivismo sale del campo


diacrónico, pero siendo susceptible de un sentido más general y nuevo con las
gramáticas transformacionales»33. En tercer lugar, la relación entre lo diacrónico y lo
sincrónico (de Saussurre) se explica en la urdimbre del texto, según las determinaciones
arbitrarias del signo. El estructuralismo evolutivo se diferencia por tanto –según Ignacy
Sachs– tanto de la concepción atomística y racionalista como de la concepción
organicista de la totalidad. La analogía entre la realidad y la biología es solamente de
naturaleza expositiva: las leyes de la expresión denotan las leyes de la comprensión
siguiendo los criterios de la valoración concreta. El diseño social contribuye a creer en
el carácter creativo del género humano, tendente a elevar la intolerancia y el
aburrimiento existencial en la empresa de la actuación. Las tendencias y las
posibilidades (las ocasiones) intervienen de forma considerable en la percepción de los
fenómenos, inherentes al conocimiento. La lógica discursiva trata sobre los aspectos
más llamativos de la naturaleza, transformándose lingüísticamente en la fenomenología
experiencial.

La cartografía del presente irrumpe de un estado de emergencia, en el que el


macrosistema está comprometido, no tan solamente por las insidias de las
transformaciones físico-químicas, sino también por las elaboraciones conceptuales
erráticas realizadas mediante fraseologías simples, vejatorias del conducto explicativo
regular, consolidado en la tradición expresiva y representativa del universo social. A la
problematicidad formal se confronta la precariedad existencial en sus componentes
cognitivos, deliberativos, actuadores. El funambulismo, una vez asignado por el
ejercicio circense, se extiende a la práctica común, dominada por el fetichismo, por el
fisicalismo y por la apologética: por el hechizo de la eternidad improbable. El prejuicio
asecha la validez de la ley y el orden, en el que se encuentra su propulsiva realización.
La resistencia subjetiva a las restricciones de la actuación individual denota una
tendencia generalmente difusa en las sociedades determinadas tecnológicamente. La
llamada «biografía reflexiva» consiste en valorar las prospecciones del ser en el ámbito
de un necesitarismo no tradicional y en continua modificación. El dualismo libertad
individual / desarrollo colectivo se identifica con el perímetro, en el que se ejerce el
derecho a actuar y a manifestar la forma de vivificar los recursos objetivos. La
revolución acrobática de la vida moderna y contemporánea depende de las propensiones
individuales, tanto de modo directo, como de forma representativa. Los estadios son la
716 RICCARDO CAMPA

actualización del foro romano: el lugar, en el que se celebran, sublimados, los bajos
instintos y las tensiones aflictivas como un tributo de la condición humana. La
conciencia de deber afrontar una desgracia lleva a recurrir subjetivamente a los recursos
naturales, que no se creen que estén extinguidos, sino silentes y sintonizados con el
régimen de las necesidades (renovadas). «La vida –afirma Ulrich Beck– pierde su
propia obviedad natural: hasta la “representación social” del instinto, que la sustenta y la
guía, acaba en los engranajes y en las inquietudes de lo que tiene que ser ponderado,
establecido»34. La «tiranía de las posibilidades» –según Hannah Arendt– provoca que
los individuos se activen con un grado de egoísmo que se desarrolla en un cinismo
camuflado por el empresariado, competencia leal, práctica del virtuosismo y la
meritocracia. La metafísica del éxito se alía con la benevolencia divina y con la
anticipación de la improbable gratificación celeste. Pero es precisamente esta angustiosa
referencia al necesitarismo natural la que inflama los ánimos de los que pretenden el
bienestar terreno. La inmanencia se configura como la pieza de la transcendencia dotada
de una inmediata y contingente satisfacción. El tiempo cósmico se delinea como un
laboratorio de inconmensurables modificaciones (como los senderos que se bifurcan de
Jorge Luis Borges). El individualismo (institucionalizado, según Talcott Parsons) se
presenta como un factor determinante para la aprobación o a la desaprobación general
(popular, demócrata, masiva). Como categoría de participación de los sujetos de una
comunidad o una corporación social, conduce a la identificación objetiva de un sistema
que lo contempla y lo penetra. Efectivamente, en el universo tecnocrático, el
subjetivismo reemplaza emblemáticamente el individualismo, que confluye,
estadísticamente, en la encuesta de una tendencia ideológica, de una propensión estética,
de una reivindicación colectiva, generalizada por la violencia y por el empeño
propagandístico. La reivindicación y la expectativa catártica se frustran recíprocamente.

La desviación concierne al funcionamiento de los sistemas (socialmente


complejos), que se proponen conseguir fines no necesariamente consecuentes con el
ordenamiento que constituyen. El éxito y el fracaso de un aparato burocrático-operativo
se hacen evidentes en su realización, en la experimentación psicológica, emotiva. La
consecuencia de los factores, que determinan un acontecimiento, socialmente
detectable, puede ser interceptada y desviada por la propaganda de un aparato
propositivo opuesto al que lo pone en acción. La «inflación de las reivindicaciones»
deslegitima el sistema, en el que se realizan, sin que se vislumbre ningún tipo de ventaja
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 717

(formal o material). Y, naturalmente, el ordenamiento, en el que esta protesta ultra-


subjetiva se manifiesta, tiene una habilidad a pruebas de eutanasia democrática, que no
se convierte en actitudes autoritarias. El enmascaramiento escénico negocia los
beneficios de los grupos organizados, sin interferir si no por inducción en las reacciones
de los individuos singulares, obligados en todo caso a actuar según los adictivos
criterios de las asociaciones, de las concentraciones temporales, de las evasivas
fulguraciones de las clases sociales emergentes, que invaden el proscenio de la historia
institucional. El proceso de integración (étnica, racial, religiosa), se soluciona en clave
económica (como la búsqueda y realización de un bienestar difuso y en continua
revisión en sentido propulsivo). La movilización racial, étnica, contrasta con la
integración nacional y anuncia paradójicamente agregaciones amplificadas como los
mercados comunes, las estructuras regionales. Esta tendencia toma el nombre –según
Beck– de integración proyectiva y –según René König– integración del pensamiento (de
los presupuestos existenciales de la civilización industrial). «Robert Musil, en su novela
El hombre sin atributos, distingue entre sentido de la realidad y sentido de la
posibilidad. Este último lo define como “la capacidad de pensar todo lo que podría
igualmente ser, y de no dar más importancia a lo que es, que a lo que no es”»35. La
posibilidad es el fuego divino del ejercicio de actuar. El egoísmo denuncia la falta de
energía creativa y la retorsión sobre sí mismo del margen de energía inventiva, que
persiste incluso en las formas más usuales y desprevenidas de la inhibición de la acción.
Los recursos morales no renovables confortan la solidaridad, que se establece, en
comunidad, en períodos en los que influyen debido al decaimiento de los valores
tradicionales (por las creencias consolidadas y por las estrategias pensadas para cumplir
con las exigencias comunitarias como si fuera una fortaleza identitaria de la condición
humana). La democracia interiorizada prescinde por así decir de las manifestaciones
potestativas de los órdenes, que recurren a los poderes económicos para contrarrestar la
diversidad y la divergencia, que serpean en instituciones. La pluralidad de las instancias
deslegitima implícitamente el orden, en el que se manifiestan, aunque estén destinadas a
la despreocupación o al olvido. En este ámbito intersticial, que se interconecta entre la
evidencia y su fracaso, es el tiempo de la prerrogativa (o atributo) de la poética (como
en Borges) que se vuelve, en la sociedad tecnológica, una forma algebraica de lo
improbable y lo inmemorial. Cuando los factores consecuenciales no se conjugan en
forma exponencial, el sentido de los enunciados disminuye. La socialización forzosa de
las organizaciones complejas engendra el desaliento de las jóvenes generaciones, sin
718 RICCARDO CAMPA

que estén influidas por las razones etimológicas de El hombre rebelde de Albert Camus.
El trabajo a favor de los otros y la autorealización tienden a identificarse moralmente.

La seguridad es el presupuesto de la libertad que, en el mundo contemporáneo,


se establece como un laberinto, del que se intenta salir obstinadamente. La misma
dimensión cósmica tiene el extravío mental (el desaliento kantiano) en el que es
imprescindible el deseo de la libertad. Por otra parte, nunca se sabe en qué consiste la
libertad. Para los liberales se identifica con el laissez-faire, con la privación de los
vínculos, que antiguamente eran las formas que imprimían seguridad, individual y
colectivamente. La razón de ser de un propósito, que exonera al prójimo de la
responsabilidad de proporcionar ayuda y consuelo, se convierte en la aceptación de un
grado de necesidad natural, que posee las prerrogativas de la vitalidad, de la elegía de la
existencia (parinianamente hablando, del vigor del día; de la luz montalianamente

evocando los girasoles, el enamoramiento de los colores en la fisonomía de los seres y


de las cosas). La autonomía de las elecciones existenciales es una expresión poética, a la
que se tienen en las diferentes épocas del mundo para otorgar un bienestar, espiritual y
material. «La fórmula “individualismo programado” puede resultar más comprensible si
se piensa con las concepciones del mundo de Kafka y Sartre: la época de la propia vida
se produce por un denso tinglado de instituciones –derecho, cultura, mercado del
trabajo, etcétera– que “condena” a cada uno a la libertad (Sartre), predisponiendo como
una pena desventajas precisas (económicas) para quien se sustrae a esta condena»36. El
peligro es un antídoto contra la disfunción social, contra la que se interconectan la
abnegación, el sacrificio y la solidaridad. El bienestar, económicamente detectable,
sobrentiende inopinadamente lo interior, bajo una cantidad imponderable. La protesta
corresponde a esta fase, socialmente todavía no consolidada, que anuncia la inquietud
nacional y la incertidumbre planetaria. «Cuando, en los países desarrollados, el
capitalismo global disuelve el núcleo de la sociedad basada en el trabajo, se rompe una
alianza histórica entre capitalismo, estado social y democracia»37. La sociedad, basada
en el trabajo, se manifiesta en el sistema productivo, competitivo y retributivo, según
niveles (cánones) de equidad pensados como adecuados de forma preventiva.
«Necesitaría que estos neoliberales, faltos de cualquiera experiencia histórica, se


En referencia al poeta italiano Giuseppe Parini (Bosisio, Lecco, 23 de mayo de 1729 – Milán, 15 de
agosto de 1799) (N.T.).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 719

metieran bien en la cabeza que el fundamentalismo del mercado, al que hacen


homenaje, es una forma de analfabetismo democrático. El mercado en sí no se justifica
para nada. Este tipo de economía puede sobrevivir solamente en continua relación con
la seguridad material, con los derechos sociales y con la democracia»38. El mercado es
la jungla sublimada, sigue en apariencia las reglas que los competidores admiten que
deben aceptar. Efectivamente, quién pierde, puede rehacerse, solamente si está
convencido que puede recurrir a los (y aventajarse de los) mismos instrumentos que
utilizó el vencedor en primera instancia (criterios, modelos productivos y estilemas
propagandísticos diferentes según las circunstancias y las condiciones objetivas).
Además, la comparación, en las dimensiones dinámicas de las sociedades
contemporáneas, implica la victoria de unos pocos sobre muchos, el gotha de los mega
ricos y las masas vociferantes, sobre los que recae la deuda de la solvencia global, en el
sentido que, con el recurso al sufrimiento impuesto y a la revuelta, legitiman la
iniquidad, si no sucede –y es difícil que se manifieste– una profunda agitación
revolucionaria, que contraste deliberadamente todas las formas de reunión basadas en el
consenso nacido de la extorsión y sobre la validación de las diferencias naturales
(étnicas, raciales), que antepongan la diversidad cultural (y complementaria). Las
contraindicaciones (el comunitarismo, el proteccionismo) frente al liberalismo, en sus
formas endémicas de valor de absoluto, no satisfacen la exigencia de conjugar la
seguridad y la libertad en un universo (todavía) caracterizado por inconciliables
modelos de desarrollo existencial y sin embargo simbolizados por el aliciente de la
uniformidad (de la globalización). «El sociólogo francés Pierre Bourdieu afirma que
quien se profesa neoliberal debería subir a un helicóptero y sobrevolar los guetos de los
excluidos del Norte y de Sudamérica: como mucho después de una semana –siempre
que lograra sobrevivir– se convertiría al estado social»39. La reacción frente al
neoliberalismo aparece en el comunitarismo, un sistema asociacionista, refrendado por
las reglas de intervención, solidario y omnicomprensivo. El egoísmo social, principio
fundador del liberalismo mercantilista, se revela perjudicial en el contexto comunitario,
que mira al género humano como una forma preeminente en la creación respecto a otros
géneros, significados aflictivamente por la selección (que, por su naturaleza, está exenta
de significación ética alguna y por lo tanto de una justificación teleológica). El
comunitarismo afronta con dificultad el modernismo reflexivo. El proteccionismo es
una doctrina edulcorada por el proteccionismo, el providencialismo y el
existencialismo: es una forma de salvaguardia del poder tutelar del Estado en un
720 RICCARDO CAMPA

proceso –económicamente convulso– en el que la pérdida de prestigio de instituciones


tradicionales se conecta con la manifestación del poder regional, entendido como una
agregación internacional, capaz de afrontar comunitariamente los desafíos del mercado
global y la tecnología uniforme. La democracia parlamentaria –definida como despótica
por Immanuel Kant–consiste en evidenciar la incompatibilidad entre la representación
colectiva y la autodeterminación individual. La democracia nacional y el
cosmopolitismo republicano se unen tendencialmente en la configuración prometeica
del poder (virtualmente) planetario. El restablecimiento de la autonomía municipal (de
gran importancia, tradicionalmente, en Italia) permite activar (más que actualizar) la
«aldea global» de Marshall MacLuhan, según una escala de objetivos que asegura una
correlación entre las micro-entidades y las amplias configuraciones (las organizaciones
regionales y universales).

La morada (la permanencia natural) en el lenguaje, desvinculado de los


estilemas especializados, es la única forma de libertad expresiva y decisional, que se
refrenda como un instrumento de entendimiento (emotivo, racional) entre los diferentes
órdenes sociales, que actúan en el planeta. De la exigencia de expresarse
independientemente de las facilidades convencionales (como es la actual lengua
vehicular por excelencia, el inglés) se desarrolla la perspectiva de un itinerario
interactivo, en el que es presumible que se encuentre un nuevo eón existencial para el
género humano y para su habitat. La fiabilidad de una empresa interiorizada, como es el
lenguaje natural sostenido por la creatividad, se vuelve inmanente en los resultados
obtenidos por las lenguas vehiculares preeminentes en un futuro inmediato. El
metabolismo lingüístico es tal, si la diversidad alimenta la uniformidad según los
criterios de la traducibilidad, que la invención humana trata de ratificar. La
reivindicación de los derechos, reconocidos universalmente como legítimos, exonera a
los Estados-nación de reconocerse como las fortalezas del cambio de las costumbres y
de las innatas necesidades individuales y colectivas. La libertad de expresión encuentra
su razón de ser en la íntima convicción, que no se somete –en principio– a las benévolas
concesiones de los rectores del orden político (personalidades religiosas, imperiales,
republicanas). La impracticabilidad de un ejercicio forzoso de la determinación
individual se convalida en el plano de la historia (y de la experiencia). La libertad
interior –según Hannah Arendt– se realiza violentando los condicionamientos políticos:
en la práctica, es anti-política, como hace evidente san Agustín, que ambiciona alcanzar
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 721

la conciencia trascendental al amparo de la (o huyendo de la) mediación terrena. El


diálogo kierkegaardiano del yo con el yo mismo no admite ningún tipo de intercesiones,
por miedo a que puedan ser invalidadas las «razones profundas» de la actitud
trascendental de los individuos en continua tensión con la atracción celeste. La
conciencia individual (la interiorización de las convicciones) se resuelve en la acción,
en la actitud asumida frente a las instancias de relevancia objetiva. El «crecimiento de la
densidad emocional», delineado por el teórico del funcionalismo Talcott Parsons,
facilita la relación entre la subjetiva visión social y la práctica (la conducta) comunitaria
(social). La distinción entre lo privado y lo público no satisface las exigencias
explicativas de la condición humana contemporánea en cuánto que ambos se disputan
entendimientos adquisitivos y actuados comunes, que pueden legitimar o invalidar
contextualmente las propensiones inmanentes y las expectativas trascendentales. El
«lugar» del ejercicio de la democracia se identifica con la convicción subjetiva, con el
foro interior de cada individuo, que quiera afrontar los desafíos de la existencia
registrando sus aspectos más significativos, según su punto de vista, creído convalidado
a nivel general bajo pretexto. El dualismo bourgeois y citoyen es anticuado: si acaso
indica una línea fronteriza entre el cambio de clases y la propulsión dionisíaca por el
comportamiento. La legislación en favor de los menores tiende a restar fuerza a la patria
potestad de los padres en función de un garantismo público (un tipo de reviviscencia de
algunos puntos de la República de Platón) que persigue hasta en el individualismo
independentista una ciudadanía ideal e inviolable de los instintos maternos, paternales,
familiares. El derecho al menor a la independencia también se realiza contra el parecer
de los padres. La extrema subjetividad de la comprensión frustra la ética cognitiva,
haciendo innecesarias las estrategias tácticas (incluidas, obviamente, la terminológicas),
con las que mediar las relaciones interindividuales. La autoridad moral se confronta con
su mismo formulador. El destinatario queda liberado de implicarse en la conversión de
las palabras (de las intimaciones) en hechos. El universo de los resultados propositivos
delineados es una constelación de propensiones, difícilmente convertibles en una
norma, que la salve de la dispersión. La impertinencia puede convertirse
impróvidamente en un enunciado, al que hace referencia el relativismo cognoscitivo
más disoluto.

El desarrollo gradual de la igualdad –según la previsión providencial de Alexis


de Tocqueville, de 1848, con ocasión de la duodécima edición de su libro La
722 RICCARDO CAMPA

democracia en América– favorece el desarrollo y atenúa los conflictos, que permanecen


en las formas sublimadas de la competencia civil (económica, institucional,
propiciadora de zonas de bienestar cada vez más amplias). El avance del «progreso» se
configura como una fuerza de la humanidad endémica, contra la que se obstinan las
fuerzas destinadas a extinguirse estrepitosa y dramáticamente en el curso de los
acontecimientos, eufemísticamente individualizado en los factores de la modernidad. La
resistencia contra un irresistible elemento perturbador de los equilibrios adquiridos es
un pretexto y es ajena a la dinámica antropológica y a la geopolítica del mundo. Es por
tanto una anomalía para la concepción cristiana (que piensa que cada momento de la
realidad es un momento del diseño divino), y para la religión judía, que medita sobre las
formas del «espera» y vuelve a simbolizar el sentido de la regeneración. El despotismo
se esconde tras las formas irrevocables del cambio, cuando ello se justifica en pruebas
auténticas de conveniencia y pacificación. Pero es justamente la ataraxia mental,
provocada por la ausencia de contrastes (aunque sea para encontrar el bien, es decir “el
progreso”), que degenera en el despotismo, en la desenfrenada aquiescencia del dominio
por parte del regente del orden social, autoinvestido de la tarea de propiciar una
existencia colectiva sobre el perfil (sobre el modelo) de la propia, desenfrenada e
irredimible voluntad de poder. «Siempre he creído que esta especie de servidumbre bien
ordenada, fácil y tranquila… podría combinarse más de lo que no se imagina con alguna
forma exterior de libertad, y que no le sería imposible establecerse a la sombra misma
de la soberanía popular»40..El presagio de la democracia se conecta con la agitación
planetaria, a la que la economía tecnológica otorga un impulso dionisíaco, que es difícil
descifrar ontológicamente, si bien se cree confortable de forma estética o lúdica. El
proceso de identificación recíproco, que presupone la democracia, frustra las diferencias
(económicas) y connota las diferencias (raciales, étnicas, religiosas) como los aspectos
de el regolfo de una ola, como un flujo incesante de energías congruentes con una
finalidad que es difícil imaginar.

La exasperada evocación del futuro de las jóvenes generaciones refleja la falta


de sabiduría, que provoca que en el interior de las relaciones sociales se viertan
acusaciones mutuas de irresponsabilidad. En efecto, existe ya una igualdad potencial,
que encuentra resistencias muy arraigadas para que pueda realizarse. Las tradiciones
vienen impróvidamente al auxilio de los fundamentalismos (conservadores) pues
implican el ritual de la secular supervivencia, entendida erróneamente al amparo de los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 723

movimientos interiores y exteriores de la vida humana. La democracia se confronta a las


instancias de las religiones: a la metafísica de la antigua Grecia, al Antiguo y al Nuevo
Testamento, como fuentes del judaísmo y del cristianismo. «En la reivindicación de la
igualdad se expresa y se compendia la herencia religiosa, filosófica, metafísica,
humanista, romántica y racionalista de la cultura europea»41. El movimiento herético
refuerza –en abierta discusión con la Iglesia católica institucional– el principio de la
igualdad, entendiéndola como un aspecto del pensamiento de Dios. El paso de la
concepción sagrada a la interpretación secular de la condición humana se debe
predominantemente al desaliento, que experimentan las generaciones afligidas del
llamado mal del sedentarismo, de las inhibiciones higiénicas, de las fraudulentas
instrumentaciones hiperactivas, en el intento de seleccionar la melior pars del género
humano, no en el sentido de Marsilio de Padua, sino en el sentido más genético del
término. La selección natural no se armoniza con la moral, que las religiones y la
especulación intelectual refuerzan para hacerla cada vez más practicable. La línea
divisoria entre el «pasado» y el «presente» la constituye la actualidad de las
generaciones, que encuentran en la ciencia y en la técnica las únicas fuentes de
sustentación de la ética igualitaria. Los resultados de la razón, orientados a la movilidad
de los recursos intelectuales y prácticos, satisfacen el sentimiento de resignación
rebelde, en el que se compendia la inquietud existencial de la humanidad. La
supervivencia del género humano se deduce siempre con mayor inexorabilidad que su
creatividad. La idea de que el resultado de la experiencia cognoscitiva otorga
legitimidad al comportamiento descansa en el origen de la democracia, definida
enfáticamente como el conjunto de los actores políticos, que son capaces de actuar
según su capacidad de decisión. Esta proposición es ilusoria y falta de comprobación
práctica. En la sociedad tecnológica, masiva, la identificación de las masas se engendra
en los componentes esotéricos del consumo o de la falta de consumo de los bienes
artificiales, según las disponibilidades habilitantes y rehabilitadoras de los grupos que
componen el entramado social, caracterizado por la publicidad, por la propaganda, y por
lo tanto por los sondeos estadísticos. La presunción humana prevarica en la fe divina.

La igualdad en la sociedad tecnológica es imprevisible. Las terapias de la


inocencia ferina son un proemio al puro empeño de los choques frontales. La analogía
de las carestías medievales con los tornados modernos restablece un tipo de religión
pánica en la solvencia de los procedimientos, usados para frenar los daños ocasionados
724 RICCARDO CAMPA

a las personas, a las cosas, al entorno. La empatía y la distonía se unen para dar
relevancia al igualitarismo, entendido como un modo de ser de las comunidades
humanas al amparo de la intemperancia celeste y terrestre y de cualquier adquisición de
garantías cognitivas, que inducen a actuar, en abierta y noble competencia, para
conseguir resultados, en el plano dialéctico y probatorio, de relevancia objetiva
(universal). La democracia es pacifista en los resultados, pero demoníaca en la
individuación de las formas y de los instrumentos, con los que mejorar las condiciones
objetivas. Por lo tanto, los derechos humanos son inherentes a las formas de asociación,
en las que actúan los individuos. La reivindicación humanitaria y sentimental no se
diferencia –según Hannah Arendt– de las motivaciones que difunden profusamente las
organizaciones protectoras animales. Los derechos humanos, en efecto, se elaboraron en
la Edad Media, y se pusieron en práctica en la época de las navegaciones y los
descubrimientos de lo «diferente». El debate, mantenido en Valladolid, de 1550 a 1552,
entre Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda, demuestra la causticidad de la
relación existente entre los portadores de la civilización, nombrados por las autoridades
civiles y religiosas de la época y los sujetos del expolio económico, poseedores de
culturas de declinable extemporaneidad. Ambos interlocutores niegan y afirman el
reconocimiento de la potestad de decisión y de actuación desde una lectura que es
antropológicamente discriminadora e inclusiva. Para Sepúlveda, los indios del Nuevo
Mundo no han alcanzado el nivel de la evolución antropológica y jurídica de las
poblaciones europeas y por lo tanto no son sujetos autónomos de determinación. Según
Las Casas, que se ha redimido del esclavismo, los indios tienen el aspecto y la dignidad
del resto de los seres humanos, con los que entran en contacto por las razones históricas.
Para Sepúlveda, no habiendo alcanzado el grado de conciencia, propia de los creyentes
en la salvación cristiana, es bueno que los indios emprendan una disciplina de sumisión
y aprendizaje, antes de interconectarse con el resto de los habitantes del planeta. Para
Las Casas, están preparados para acoger el mensaje evangélico, para aborrecer sus
infaustas creencias religiosas y para introducirse en el concierto de los exégetas de la
renovada condición existencial.

La conciliación de estas dos afirmaciones (La libertad une, la felicidad divide) es


solamente practicable en un orden «protegido» por la misericordia celeste. Aunque el
conflicto sea una prerrogativa del progreso (o en todo caso de las transformaciones,
tanto antropológicas, como sociales) la teleología tiende a desatenderlo en un tipo de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 725

concertación laica de intenciones, que ahogan las propensiones demoníacas y


tentaculares. El «individualismo solidario» es un oxímoron, al que hace referencia toda
doctrina política, que ambicione éticamente vigilar las expectativas genéticas
(comunitarias). La búsqueda de la felicidad en la libertad supone el ejercicio inventivo y
decisional libre de los vínculos y de los condicionamientos económicos, conductuales,
que el asociacionismo social piensa como ineludible para la consecución de los
objetivos de interés y validez colectivos. Lo que corresponde en sentido contrario a la
posición kantiana es la «discordia perpetua» de inspiración nietzscheana. El
escepticismo no impide la ilusión, sino más bien la evidencia en las interjecciones
conceptuales, en las que se manifiesta problematicidad de las pruebas convergentes o
divergentes al significado (de los gestos, de las palabras) que las premoniciones señalan
como providenciales. La razón creativa certifica argumentativamente el axioma de
Nietzsche: «Quien no sabe mentir, no sabe qué es la verdad». El error es la categoría de
la introspección en lo existente. La abstracción, en efecto, es una práctica circunspecta.
El mercado es la jungla sublimada, el mercado de ganado transformado en ring, en un
teatro de la acción en sus más vehementes y prudenciales determinaciones. El egoísmo
transforma la acción en la conmoción colectiva, que llena el espacio circunstante del
desaliento, en el que se valora la visión de la realidad. La crítica adquiere su legitimidad
si contextualmente es capaz de proponer una alternativa al orden vigente. La moral, en
efecto, es un correctivo de la naturaleza al estado salvaje (cruel y necesitado). En la
sociedad tecnológica, las reglas de la estadística suponen la adecuación generalizada a
un modelo conductual que se piensa que es el adecuado para frenar las eliminaciones y
las aptitudes psicológica y jurídicamente transgresivas. El comercio ideal tiene una
finalidad filantrópica más que afinidades emotivas reales. La condena de la idolatría
comporta una asunción de determinación potestativa, que roza la asertividad y la
contradicción íntima. El poder de la mediocridad es una maldición, religiosamente
circunspecta, que se confronta a la resignación atenuada. «La voluntad de poder es
sustancialmente una voluntad de poder del lenguaje… Plasmar el lenguaje significa
plasmar el mundo»42. La facultad de redactar el registro del universo está incluida en la
disposición conceptual de la argumentación, en su versión procesalmente creativa. La
construcción de la frase –según Gottfried Benn– es su catecismo: la concisión ideal la
hace parenética a la convicción. El aparato lingüístico concentra su fuerza abrasiva en
las energías latentes en el universo con el fin de hacerlas ficticiamente desconcertantes
para el cálculo mental, con el que se pide un «principio» y se predice un «fin». El
726 RICCARDO CAMPA

sentido de la ubicuidad mental del observador-perturbador de la naturaleza en la


temperie existencial se basa en la simple constatación que las religiones declinan en la
visión, en la inspiración y en la adoración, mientras que las doctrinas mundanas se
declinan en las emociones pasajeras, pero llenas de sugestiones, sea de un legado
violado, sea de unas recónditas expectativas en la abrasión circunstancial del cosmos.
La moratoria contra la pena de muerte y en general el debilitamiento de las penas
contraídas por la transgresión del orden constituido se justifican al disminuir las
responsabilidades individuales en el universo, sustentado por las normas de garantía
mitopoéticas, que se deducen de la representación generalizada de la existencia,
tendencialmente uniforme. La subrepticia irresponsabilidad colectiva exonera la tensión
individual del hacerse responsable de los acontecimientos, de las perturbaciones
naturales (las crisis económicas), que en ciclos recurrentes y de forma improvisada
implican al planeta en su clima organizativo, propositivo, estructural. La búsqueda de
las causas, que provocan los desórdenes institucionales, ensombrece el recuerdo de los
impulsos artificiales, frente a las manifestaciones defensivas naturales. La equimosis de
la razón discursiva se abona con el recurso a la violencia feroz, al abuso.

En el universo moderno, la práctica legislativa –que Nietzsche halla en forma


crítica en Immanuel Kant– se realiza de modo solapado y tentacular. La convicción se
identifica en la actuación de una forma espectacular o anquilosada del comportamiento.
En síntesis, la publicidad suaviza las leyes del juego e induce subliminalmente a acoger
o a rechazar los resultados del análisis cognoscitivo. La aplicación de un código de
adiestramiento transgrede la adquisición individual de nociones, que puedan modificar
las llamadas condiciones objetivas. La nietzscheana «voluntad de poder» se ejerce en la
estructura (burocrática, económica, administrativa), donde se perpetúan, con estrategias
lúdicas, las iniquidades y las intolerancias, propias de las tradiciones sociales. El
imperativo se transforma de gestual en objetual, en cuanto proceso cognoscitivo, ya
resuelto de modo experimental y productivo. La esfera de lo hipotético ya tiene la forma
de lo concreto, a la que se accede con las frustraciones y con el estado de ánimo de un
ejército de incontinentes. La síntesis entre el escepticismo y la verificabilidad de las
instancias cognoscitivas e innovadoras se conforma con la creatividad constructivista:
con una ficción mitopoética artificial y por lo tanto preterintencional y precaria en su
proyección y en su duración. La transformación de lo existente no se configura ya más
como una invención, sino que se perfila como una aparición. Cada acontecimiento se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 727

acompaña de una banda sonora, de una argucia taumatúrgica, capaz de hacer retroceder
el Mal a los niveles de un estado emocional, difícilmente refrenable en los esquemas
pre-constituidos de la conciencia consecuencial e interrogativa. El olimpo parece
supervisar la falacia humana con el atrevimiento y el compromiso de los propios
mortales, que ambicionan abandonarse a las tempestades magnéticas del cosmos en la
esperanza, no de una resurrección, sino de una reedición bajo la mentís desnuda del
recuerdo. Como en el cuento de Borges, la apnea onírica (imaginativa) puede hacer
pensar en su permeabilidad en los infinitos modos del ser en su perturbabilidad
inconstante. La presencia del peligro (natural) activa las respuestas inmunitarias de los
predadores del tiempo litúrgico, que se delinea como la prueba palingenésica de la
contemporaneidad. Así la indiferencia asume el perfil de la resaca, del amparo de la
intemperancia de la naturaleza. A veces la perturbación fallida asume las connotaciones
de la catástrofe (al menos bajo el aspecto económico y social). El fatalismo productivo
puede convertirse en una nueva fuente de trabajo. En cuánto sinónimo de la estrategia
inventiva, su influencia acelera las prestaciones concretas de la ingente fuerza-trabajo,
pecaminosamente extrañas a las connotaciones identitarias. La palabra (que, para
Gottfried Benn, es el encuentro de la creación consigo misma) constituye, con la ayuda
de la ambición de participación, la nueva imagen del mundo. La argumentación se
asimila a las reglas redentoras del Medioevo, cuando los dogmas costeaban la perdición
con el sufrimiento. La videncia y la clarividencia se extinguen en el análisis seroterápico
del comportamiento objetivo (de las innumerables formas de existencias en los
callejones sin salida o en la cima de la historia, entendida como una vida documentada,
memorizada, a veces con un objetivo pedagógico declamatorio). El asociacionismo es
por tanto el precipitado histórico de la palabra, que se materializa en la argumentación.

La actitud y la producción artificial se inspiran en las artes y en las


representaciones lingüísticas. Para la tradición clásica, la actitud comunitaria y la actitud
emprendedora social constituyen las comprobaciones prácticas del arte de la oratoria. La
polis es el escenario de la palabra, dirigida a identificarse con los pensamientos
recónditos, con los recuerdos genéticos y con las propensiones innovadoras de la
comunidad que la anima. La expresión se sintoniza con los acontecimientos naturales
según las experiencias (retráctiles, propulsoras) que permiten reeditar acontecimientos,
que aparecen inmersos bajo el manto del tiempo. Los descubrimientos son tales gracias
al ingenio humano. Para la naturaleza, son partes constitutivas de la unidad, que aparece
728 RICCARDO CAMPA

indiferenciada, aunque osmótica, es decir subyugada por un sedimentario proceso de


transformación. El fatalismo, entendido como enfermedad del lenguaje, provoca el
fundamentalismo, el arraigamiento inconsciente en los prejuicios orgiásticos de la
especie. La exigencia se presenta como el génesis de la palabra, que se asoma en el
tiempo con la intención de argumentar, con pruebas descriptivas y deliberativas, sobre
las formas más apropiadas con las que sintonizar la existencia con la naturaleza, con sus
abrasiones (históricas) en la realidad efectiva. La repetitividad de las expresiones se
desgasta la palabra y la hace cada vez menos dúctil a la permeabilidad emotiva de la
existencia. El eslogan es la anquilosis de la palabra y señala su decadencia con una
agitación intestina, que aparece a la superficie en sus fases más incongruentes. La
obviedad modifica la finalidad (más allá del significado) de las palabras. Y prohíbe la
integración (o al menos la contaminación) de las experiencias, realizadas en las
diferentes áreas del planeta. La permeabilidad de los resultados, conseguidos por la
investigación cognoscitiva, es el instrumento con el que se resguarda la paz o al menos
el equilibrio (aunque sea inestable) de gran parte del universo social. La compasión
desarrolla un papel rudimentario en la sociedad capitalista, en el que la voluntad
subjetiva se confronta, en sentido opuesto, a la ataraxia comunitaria. La integración
étnica, religiosa, conductual, se configura como la forma más prominente de bienestar
existencial, que se regula según una confianza (una fe laica) en los recursos humanos,
así como se descubren en las diversas latitudes de los hemisferios conocidos. El temor
ancestral y la crueldad no constituyen más las fuentes tradicionales de la cohesión
social, en cuánto que se modifican en la homeóstasis generalizada lúdicamente. La
eternidad queda restringida a los perímetros de la adicción (al nivel de la perturbabilidad
post-moderna). La uniformidad (el estatismo del fascismo, del comunismo: del
totalitarismo) concierne todas las pruebas, realizadas en el siglo XX, para introducir y
hacer posible a niveles amenazadores la revolución industrial. Sin embargo, esta
prerrogativa invalida las expectativas del uso masivo y de la satisfacción de las
necesidades primarias y secundarias a niveles planetarios. El aumento de la producción,
facilitado por la tecnología, reduce la mano de obra y aumenta el malestar generacional,
que pone a riesgo la edad y el tiempo de jubilación reduciéndose a las cuotas señaladas
por el empresariado bajo las prerrogativas de la globalización. La puesta en escena (de
doctrinas políticas, credos religiosos, misteriosóficos y trascendentales) representa la
práctica didáctica de las sociedades de masa, marcadas teleológicamente a la
aproximación como fuente de libertad. El cumplimiento del deber social está
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 729

condicionado por el estado de ánimo del contribuyente, que se siente siempre animado
por las decisiones institucionales.

La contradicción, que enfrentan las jóvenes generaciones, consiste en admitir en


el plano objetivo que está justificada la reivindicación económica frente a la incapacidad
(por parte del mercado) de sustentar la demanda de bienes (cada vez mayor y más
extensa). El nivel –también estéticamente relevante– de la riqueza (independientemente
de los criterios adoptados para alcanzarla) se confronta con el deterioro de vastas áreas
de la población del planeta. El dualismo bienestar cada vez más obsceno y malestar
cada vez más ingrato parece constituir, más allá de que un paralelismo, un intrínseco,
demoníaco, acuerdo. La aristocratización de la riqueza es como un espejo frente a la
democratización de la pobreza, quedando como un tipo de modelo (ideal o indiciario) al
que hacen referencia la ética y la estética dominante. Por esta razón, las garantías de la
seguridad social se deducen, antes que de un difuso sentido pietista, de un artificioso
principio de solidaridad, que exorciza, al menos en su génesis, las agitaciones sociales,
que rapsódicamente aparecen, correspondientemente, en las áreas más ricas y más
pobres del planeta.

La distinción entre la individualización y la atomización tiene un contenido


heurístico, pero finalidades predominantemente parenéticas. De hecho, el individuo,
inmerso en la sociedad de masas, no logra definir los límites de la propia deliberación
excepto en los ámbitos objetivamente predominantes. La preocupación por huir de la
atomización es de naturaleza sacramental. Efectivamente, la inviolabilidad constitutiva
del átomo (la intimidad kantiana) es el perímetro ideal del individuo en el mundo
multiétnico, pluricultural del universo post-moderno (usando una nomenclatura privada
de referencias objetivas, que no sean las escalonadas en el tiempo, en las sucesiones y
en las congestiones de los fenómenos de la experiencia). Las libertades son ya de orden
general, en el sentido que conciernen a grupos, clases de individuos, ocupados en
sectores particulares que actúan en las diversas regiones del planeta: sintonizados en la
irradiación de la dinámica tecnológica. Para ambas categorías (la individualización y la
atomización) son válidas la búsqueda o la reivindicación de un grado de seguridad, que
proteja los niveles de producción y consumo, en los que confían todas las clases
sociales, indiferenciadamente, tanto a nivel económico, como a nivel ampliamente
cultural. El riesgo que se confunda la libertad política con el bienestar y la seguridad
social es permanente. Naturalmente, la reivindicación social cree en el estado de
730 RICCARDO CAMPA

derecho. El neoliberalismo, junto con el mercado, engendra la atomización, que es una


forma «distraída» de conformismo. Las terapias de choque, adoptadas por los liberales,
tienen una función terapéutica y educativa: arrastran de un modo más o menos forzoso a
diversas formas de austeridad, que salvaguarden la convivencia civil. La extorsión de la
voluntariedad, realizada por los reformadores sociales, no se considera un atentado a la
determinación individual, ya que se da por supuesto que un modelo de comportamiento,
creído objetivamente útil, debe perseguirse más que adoptarse. La práctica implica un
tipo de convicción in itinere, que se justifica en el momento mismo, en el que se realiza,
en el régimen de las convenciones que se piensan que son indispensables.

La «globalización» consiste –según Anthony Giddens–en la «posibilidad de


realizar acciones a distancia». En efecto, se identifica con un papel geopolítico, que no
delimita los confines y las prerrogativas conectadas a la transformación del habitat en el
milieu cultural, considerado universalmente como tal. Las redes informáticas planetarias
permiten «objetivar» el mundo, en el que actúan, incluso de forma distónica, con
innumerables estructuras institucionales. Las identidades étnicas locales asumen, a la
inversa, connotaciones hipertróficas, en todo caso sin desquiciar el sistema de las
relaciones de carácter universales. Los disturbios de la sociedad industrial, de matriz
nacional, forman parte integrante del universo tecnológicamente integrado (en vías de la
integración). Esta tendencia, de la «modernización reflexiva», permite ajardinar
antiguas y consolidadas tradiciones o hasta inventariar nuevas, más conformes a las
actitudes sintónicas o distónicas del aparato global, caracterizados por la transformación
y por lo tanto por la precariedad (emotiva, dispositiva, actuativa). La movilidad no es
solamente una prerrogativa del trabajo, sino también de los asentamientos sociales,
puestos en duda por la contingencia y por la extranjería. El exilio se convierte así en el
estado de gracia de las generaciones, que se sienten conectadas por un aparato a las
intemperies y a las perturbaciones del mundo, en su aspecto natural y en sus
propulsiones artificiales. El egocentrismo ensombrece la implicación escenográfica del
proceso de adaptación a las inhibiciones colectivas, que garanticen el añadido de una
vida serena y la mitigación de los conflictos antropológicos, raciales. La verificación, en
la que se inspiran por así decir las subversiones y las revoluciones modernas, consiste
en el no perjudicar –al menos en la contingencia moderna– la relación interactiva de la
sociedad civil y el Estado. Las revoluciones modernas, en abierta disidencia con el
orden institucional constituido, se confían a la dinámica consuetudinaria para inducir el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 731

poder político de amalgamarse con las necesidades cada vez más sentidas por las clases
sociales emergentes. La meta de tales agitaciones populares siempre es el Estado, que
por su compromiso ético deriva hacia el totalitarismo. La inversión de la tendencia, del
Estado a la sociedad civil, es perseguida por la «aldea global» de Marshall McLuhan,
con problemáticos resultados en continua revisión y adaptación a los escenarios, que
progresivamente demuestran ser reactivos a las implicaciones tecnológicas. La
evidencia, como suero vital de la actualidad, se somete a las manipulaciones de los
manipuladores de almas (de los publicistas, de los propagandistas) que «presencian» los
eventos, y proporcionándoles los eones de la vida humana. Los estereotipos se
convierten en modelos operativos, capaces de asegurar, aunque sea irregularmente, un
tipo de cohesión cultural, que se ofrece a la repulsa y a la refutación de quienes están
obstinados en encontrar, en la vida de los pueblos y de las naciones, la teleología de los
asentamientos institucionales más evidentes e irrefutables registrados por la historia. La
reivindicación extensiva está (implícitamente) invadida por la inviabilidad.

La anti-política y la autogestión facilitan el consenso desarticulado, libre de una


perspectiva de acción concreta, preservada de los desastres, que se quieren denunciar.
En efecto, el voluntariado –según Robert Wuthnow– exorciza el colapso de las
sociedades emprendedoras, en las que permanece un garantismo burocrático de antigua
descendencia dogmática. El voluntariado contrasta con la kantiana «democracia
parlamentaria despótica», en el intento de facilitar la función propulsiva a favor de las
clases sociales depositarias de una ética potestativa e innovadora. La democracia –según
Walt Whitman, defensor de Abraham Lincoln– se identifica con las ideas y las
convicciones de los hombres y de las mujeres que promueven la mejora de la vida
pública y privada (extensible al ámbito militar). El significado de la modernidad y la
post-modernidad consiste por lo tanto en la universalización del recuerdo, en la
redimensión del olvido en sentido alegórico. La equimosis de las diversidades (que
concentran las tradiciones) se dibuja en la homogeneización. «Se trata, en todo caso –
sostiene Marshall Berman– de una unidad paradójica, de una unidad de la separación,
que nos catapulta a un vórtice de disgregación y de renovación perpetua, de conflicto y
de contradicción, de angustia y de ambigüedad. Ser moderno quiere decir ser parte de
un universo en que, como Marx ha afirmado, “todo lo sólido se desvanece en el aire”»43.
La amenaza de un viento, que disocia los vínculos del pasado y establece algunos
menos fuertes y más estentóreos, provoca el extravío de las generaciones que tienen
732 RICCARDO CAMPA

dificultad en introducirse en la sociedad «tecnotrónica», en la que el simbolismo se


transforma en signo, dotado de estrategias tan incisivas que pueden condicionar las
opciones políticas y conductuales.

La «religiosidad cósmica» es una especie de encantamiento, que sorprende al


observador de la metrópolis moderna, dónde ni siquiera el grito de Edvard Munch
puede reducir la aprensión por el vacío. El endemoniado vaivén humano transforma
epigramáticamente las grandes avenidas en el abrazo del cielo estrellado sobre las
catedrales de cemento, engastadas en la atmósfera opalescente de las figuraciones
improvisadas. La inconmensurabilidad de las defensas naturales se conjuga con las
eventualidades. En la partitura racionalizada a lo sumo revolotea, como un gavilán, el
azar. El frenesí espectacular embota las mentes y las vuelve retráctiles a cualquier
discernimiento, que disciplina, con el espacio, el tiempo de la memoria. Los
acontecimientos se disuelven antes de ser convertidos en ideas, en propósitos de acción.
La reactividad tiene por tanto un único sentido, indisciplinado y rapsódico. La
inconstancia de las actividades sonoras provoca el ruido, que ensordece la atmósfera y
la enfatiza como una bacanal. La sorpresa es la regeneración, la edición mitopoética de
la cotidianidad y la inhibición conceptual respecto a lo caduco, a lo silente, a lo omitido.
La inventiva es cadenciosa, somnolienta como el blues, la anamorfosis de un juego de
equipo entre demonios. Las recónditas armonías de la metrópoli se confunden con las
brumas de las periferias, con las lunas suburbanas de las canciones nostálgicas. El
carácter irreparable del malestar se yergue como un arrecife sobre las defensas
neurálgicas de los seres, que se afanan en el proscenio de la inmediatez, mientras que se
precipitan en la insolvencia. Las religiones del pánico son las autopistas de la soledad
del turista, que se aventura en los barrios conflictivos en busca de ruinas. El incendio,
que censura las palabras y corroe las frases sin sentido, aparece como el preludio de la
hegemonía multicolor del Evento tentacular, que anida como una amenaza en las
previsiones meteorológicas, mostradas con reserva por una voz casi afónica de la tarde.
La elegía crepuscular se oculta del entusiasmo apagado de la inedia o de la indigencia,
que marca el grado de la vaguedad existencial de innumerables vástagos humanos,
llegados de la calle, del callejón, del pasaje reservado al incinerador de los desechos. El
saneamiento aparece como la revisión médica, un imperativo afligido sin consecuencia
a un ejército de trastornados. La experiencia parece una visión del ejército de los
marginados, que se dejan prodigar por la indiferencia ajena a un ámbito de libertad que,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 733

ante los llamados bien pensantes, es el pronóstico de la sublevación, la contraparte de la


revolución, tal como se dilucida en el régimen toponímicamente delineado por las
banlieues de los países con responsabilidad limitada. Son los excluidos de la dinámica
de la acción los que tienen el privilegio de favorecer, con su mirada, la disolución del
universo tradicional en el biodegradable, en el que se siguen cumpliendo los crímenes
consolidados en tiempos pasadas. El anacronismo consiste en reconocer estos turbios
testimonios como un veredicto que disuelve de lo existente sacrificándolo a la inacción.
La calma, contextualmente soporífera y ondulatoria, es como el éxtasis de un pueblo
peregrino, que se ambienta con dificultad en la Tierra, todavía invadida por los
demonios disolutos de los períodos medievales, renacentistas, ilustrados, románticos,
consolatorios de la modernidad y de la post-modernidad, entendidos como los
disolventes higiénicos de un modo de pensar, que se asombra frente a un todavía no
alcanzado estado de gracia.

La intransitividad de la experiencia se propaga como un tornado, que no provoca


daños, pero reengendra temores ancestrales. El post-modernismo se representa con un
ejército de desiguales, que se reparten simbólicamente el mundo: unos en servicio
permanente activo siguiendo el movimiento como una perturbación beneficiosa; otros
parapetados en la escucha de las esferas concéntricas del universo inventivo
argumentando en forma de plegaria sobre la vanidad de las cosas y sobre su atractivo
mortal. Las crisis demográficas sacrifican las perturbaciones ancestrales a la
incertidumbre, intermediaria del futuro y olvidadiza del pasado y de lo incondicionado.
La dicotomía entre lo existente y lo que puede existir se configura en las dinámicas
potestativas de los hemisferios económicamente hegemónicos frente a los que no tienen
recursos: este dualismo existencial, que por la facultad interpretativa geopolítica se hace
inmanente en los países tecnológicamente avanzados y en las áreas bajo este perfil
deprimido, es de hecho penetrante, es decir está presente en todas las realidades. El
Bronx, por el que empieza en términos seroterápicos Borman, es un lugar, tiránicamente
depresivo, frente de la exultación equinoccial de Manhattan o el Village de Nueva York.
La voz arquetípica de la modernidad es la de Jean-Jacques Rousseau, peregrinando por
la condición humana y por sus posibles consistencias genéticas respecto a un criterio
deliberativo, que permita argumentar sobre las mejores formas para proteger el
comportamiento. La objetividad –y por lo tanto el acuerdo entre desiguales– es el
resultado de una actitud mental, que se ejerce conociendo la naturaleza con los
734 RICCARDO CAMPA

instrumentos de la inteligencia (del álgebra, de la trigonometría) y de sus (benéficas)


determinaciones. El anacronismo representa el recrudecimiento de lo original de la
creación. Los artefactos industriales parecen destinados a los seres humanos que no
están todavía asentados de forma consistente en el planeta Tierra, antes de dirigirse
aprensivamente a las sugestiones del vuelo y del cielo. La selva con la intriga de las
ramas de Jackson Pollock antes que con las avenidas, que se reflejan en un tipo de
alucinación en Jorge Luis Borges, ensombrece la escenografía del universo
incandescente que se despliega como una pan ante la mirada estupefacta de los usuarios
de las imágenes, aplastados ante la pantalla de la televisión. Las «mareas multicolores y
polifónicas de las revoluciones» en los futuristas han perdido el entusiasmo convulso
por la época tecnológica, debido a que han tenido que reconsiderar las circunstancias del
potencial salvífico frente a la deforestación, el agujero de ozono, la influencia del
viento, del agua, del aire en ebullición. La máquina, amiga del hombre, parece que se
armoniza de forma perentoria con la altanería de la naturaleza en estado puro
(admitiendo que se pueda preconizar una fase de la naturaleza en su condición
germinal). La mano muerta del futuro prescinde de las ocasiones que lo acreditan en la
intemperancia del presente. La extravagancia asecha el progreso. Las expresiones
subrepticias del entendimiento humano tienden a configurar un orden de la inminencia
de forma propulsiva, que modifica el mundo, revaluando sus energías ocultas. La
estética de la máquina queda menospreciada por la afección adquisitiva. El disfrute de
los artefactos supone la adhesión incondicional al hechizo de las innovaciones, a la
superfetación de los modelos objetuales, que llevan a actuar sin convicción en incluso
sin necesidad.

La «actitud pentecostal» de Marshall McLuhan (1964) se identifica con la comprensión


general de los acontecimientos, que se verifican en el planeta: el batir de las alas de una
mariposa en el ecuador provocaría una tempestad en los trópicos. El emoliente
generalizador de la paradoja permite evidenciar las «condiciones», en las que la
presencia de un individuo singular permite determinar una variación de significados.
Aunque si un enunciado genérico no se puede verificar, la propensión a creerlo
plausible permite argumentar con conocimiento de causa. La modernización, en último
caso, delinea la importancia –al menos teóricamente– de las aspiraciones y de las
actitudes humanas. Y es esta categoría propulsiva, dirigida a redimir a todas las
reivindicaciones sociales de la ineficacia, la que el siglo XX, con la ayuda de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 735

revoluciones ideológicas del siglo anterior, lleva a nivel planetario. Sin esta
inconfesable pretensión de «gestionar el mundo», no serían consecuentes las instancias
promovidas por las clases sociales emergentes y, en primer lugar, por la clase obrera,
más ocupada en pensar sobre el desarrollo industrial (y tecnológico). Falta, en esta
perspectiva, la preocupación por que sea propiamente la tecnología la que prometa un
nuevo tipo de selección social, que provoca el paro y el malestar existencial. La
sustitución del obrero por la máquina es progresiva a través de la robotización, que
asegura una continuidad no problemática y menos conflictiva que nunca en la cadena de
montaje. La «jaula de hierro», a la que hace referencia Max Weber, en La ética
protestante y el espíritu del capitalismo (1904), es un conjunto de normas, con poder
coercitivo. En realidad, las normas tienen la función de liberar el hombre del libre
albedrío, que aparece como una amenaza a su creatividad y solidaridad. También
Charlie Chaplin alude a los engranajes de la vida moderna, pero sin olvidar mostrar el
hombrecito destinado al perpetuum mobile de algún modo alentado por el resultado
feliz de su necesitada evolución gimnástica. La aparente alegría sin conciencia,
fustigada por la inexorabilidad estructural, se adecua a la reacción fallida de las
generaciones vanguardistas, destinadas a ser reemplazadas por aquellas que sean
capaces de elaborar y actuar con los antídotos identitarios con alcance e intensidad para
una época. La tecnología oscurece los límites de la decisión humana en su
exteriorización pánica y contingente. La concepción moderna de la realidad induce a un
pesimismo existencial, contra el que no existe únicamente el recurso estético de Arthur
Schopenhauer, sino también la actitud lúdica e incontinente, entendida como el único
destino azaroso posible del género humano en la trama indiciaria de las energías, que
compendian el universo, por su inconmensurabilidad infinita y por eso mismo
intrínsecamente impenetrable. La vida de los mortales está condicionada por el clima
natural, por las perturbaciones cósmicas, donde la imaginación humana sólo puede
elaborar criterios, principios de interpretación, que permiten tener alguna ventaja de
carácter práctico más que de carácter espiritual. El impulso del Dios de hierro satisface
las expectativas de sus exégetas. La capacidad de utilizar los recursos naturales para
fines determinados, los del género humano, satisface las peticiones cognoscitivas, que
promueven contextualmente el modo más conforme para que sean aceptables y –
deseablemente– ampliamente confortables.
736 RICCARDO CAMPA

El escepticismo de José Ortega y Gasset, Oswald Spengler, Charles Maurras,


Thomas Stearns Eliot y Allen Chachas, que culmina en El hombre unidimensional de
Herbert Mancuse, no incumbe a la masificación institucional, privada de alma y tendida
al atractivo objetual, como se quería hacer creer. De hecho, reduce la creatividad
humana, aunque en forma masiva, al «objetivismo», a la producción de los bienes, que
han de disfrutarse (digerir) para que el metabolismo social se perfile como apto y
actuado por el género humano en su «laica» manifestación frente a la naturaleza. La
industria constituye la comprobación de la invención del observador-perturbador del
universo, en su intento de favorecer y confortar la presencia ampliada de los mortales,
sustentado por la controvertida fe en su instinto investigador y tentacular. La
mercantilización de la existencia, estigmatizada revolucionariamente en los años
Sesenta y Setenta del siglo XX, representa el sacrificio de un ideal orgiástico, que se
ennoblece en su extensión multicultural y multiétnica. Las mercancías que pueden
adquirirse universalmente beatifican el residuo del Edén terrenal, auspiciado como el
lugar salvífico, iniciado por las religiones del Libro como el lugar de la perdición
originaria. La producción industrial, propedéutica al goce generalizado, atenúa la
intolerancia por las espirituales terapias de choque, que sacrifican la contingencia
terrena en aras a la perspectiva celeste. Sistemáticamente los programas industriales
favorecen la intolerancia de los usuarios de los bienes producidos, que permiten al
mercado configurarse como una escena abierta a la comunión de las almas en pena. La
materialización de la existencia no puede concretarse completamente, frustrando una
tradición milenaria, que celebra, a grandes rasgos, con insistencia, el deseo de los
mortales de entregarse a la providencia, con la esperanza de encontrar un trato justo
diferente a los elaborados por el hombre, superando numerosos prejuicios, en el curso
de la vida histórica de la humanidad. El aspecto escenográfico del modernismo influye
en la literatura y el arte del siglo XX (Charles Baudelaire, James Joyce, Vladimir
Vladimirovi Majakoskij), precursoras de las disonancias de las plazas, de las
convivencias más o menos encendidas de las generaciones, llamadas a afrontar la
máquina en su orquestación vital.

El modernismo por lo tanto tiene un aspecto sacrificial como todas las religiones
pánicas, que reivindican para sus afiliados un grado de escepticismo (tangencial al
cinismo) que los salve de la perdición mental. El pop-art señala la indignación, que
aflige interiormente a los propios ejecutores de los objetos, de las mercancías a prueba
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 737

de inutilidades sedimentarias. Cada objeto, en efecto, una vez gastado, vuelve al status
quo ante, en el que el magma material lo absorbe, desestructurándolo progresivamente.
La sensación de impotencia, descrita por Michel Foucault en lo que Erving Goffman
denomina «instituciones globales», es pleonástica respecto al desengaño, que las
jóvenes generaciones del siglo XXI experimentan en una sociedad tecnológica en pleno
rendimiento productivo, frente al cual, debido a la exudación de los puestos de trabajo
de perfil genérico frente a la especialización, el paro aparece como inevitable y, desde el
punto de vista económico, necesario. La indisponibilidad de las jóvenes generaciones a
sacrificarse para diseñar una nueva forma de actuación se justifica por la irracionalidad
de la vuelta al pasado en una loca exaltación del pasado. La espera, por tanto, es el
único ancla de seguridad, aunque estigmatizado al considerarse vagamente
irresponsable. Y aunque la destreza moderna consistiera en ocultar las condiciones de
precariedad y hasta de opresión, que influyen en el terreno social de la llamada post-
modernidad, la elección aparece, no solamente inderogable, sino oportuna y
consecuente. Octavio Paz influido –probablemente por su estancia en la India como
diplomático– afirma que la modernidad «está completamente arrancada del pasado y
corre hacia adelante a una velocidad tan vertiginosa que no puede echar raíces, logrando
a duras penas sobrevivir de un día para otro, incapaz de volver a sus propios orígenes y
por tanto de reapropiarse de sus capacidades de renovación»44. La búsqueda de las
raíces consiste en cambio en volver a pensar el pasado, la labor de los cenáculos
medievales lleva a la conciencia moderna, oportunamente inspirada en las propias
instancias innovadoras del patrimonio cognoscitivo de la antigüedad clásica, que confía
a la reflexión secular las primeras nociones científicas del conocimiento (urbanísticos y
atomísticos). De Leucipo y Demócrito a Lucrecio, a Einstein, los componentes
liminares de la naturaleza son objeto de la reflexión científica.

La configuración del universo es –elaborada humanísticamente– el resultado de


una anotación orgánica sobre los «ladrillos» que lo componen, según la peregrinación
sistémica de la mente humana. El control de las energías mentales es por tanto
indispensable para prever, con el sismógrafo de las perturbaciones sociales, los estadios
de equilibrio, a los que puede llegar el mundo conocido. El anticonformismo es un
medio para ilusionar hipertróficamente el presente en la perspectiva de un cambio, si
acaso multidireccional. La marginalidad social aparece por tanto como una presión
antropológica sobre las determinaciones, que se presagia pueda asumir el poder
738 RICCARDO CAMPA

decisorio, condicionado por el humanismo tradicional, en contraste con la afirmación


(realizada en tono declamatorio y conflictivo) de Marx, de que no todos los seres
humanos parecen haber sido invitados al banquete de la naturaleza. Los tumultos a nivel
mundiales son formas de ajuste, que siguen a la llegada de la tecnología, de una inédita
unidad de medida del tiempo y del espacio vital. La suerte asume las asonancias de la
fortuna de Maquiavelo, que confía a la perspicacia de la subjetividad el empeño de
satisfacer las necesidades primarias de una parte notable de los seres vivos y de
contemperar las necesidades secundarias en favor de los grupos ascendentes, que
realizan el metabolismo planetario, uniendo la permanencia de los mortales en el
hemisferio a veces sobrecalentado del planeta Tierra con el hechizo cósmico. La
concepción faustiana, congénita en la literatura de la experiencia (desde Johann Spiess a
Christopher Marlowe, a Wolfgang Goethe), representa, en clave ditirámbica, las
aspiraciones y los destinos finales del hombre en su afligida vicisitud inmemorial. La
tradición radical-conservadora cree que la epopeya industrial es un período de carencia
emotiva, que se refleja en la solidaridad interindividual del pietismo, como un
correctivo de la tendencia natural al egoísmo y a la idolatría. La industrialización es un
movimiento colectivo, que prescinde de las habilidades míticas y tentaculares del
arcaísmo. La exposición del homo faber a los desafíos de la naturaleza está
intrínsecamente dotada de la pietas, donde se piensa la inadecuación, la pequeñez, la
aproximación, como categorías configurativas del esfuerzo, en la búsqueda del mejor
resultado para la condición humana. El vigor inventivo se une a la aprensión cognitiva,
que asume las apariencias de la gracia santificante, del premio de la naturaleza a la
inventiva y la perspicacia de los nuevos Prometeos encadenados a las barreras
coralíferas de la libre determinación circunstancial (por expresarlo de modo fabulado
con Ortega y Gasset). La intencionalidad, que Edmund Husserl da por descontada a
nivel individual, de hecho es el precipitado emotivo racionalmente configurado, que se
emancipa del secreto y de la improbabilidad por las innumerables enlaces con la
realidad, que pueden determinarla ocasional o necesariamente.

La ausencia de percepciones delimita la nada, tal como la literatura lo delinea en


la larga elaboración conceptual de las diversas áreas lingüísticas. El engaño es un
connubio de metáforas, que sirven para otorgar pertinencia alusiva a las conjeturas de la
razón. La práctica de la permanencia incumbe al género humano con la levedad y la
ponderación de un fin preliminar a cada consideración ulterior, que justifique la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 739

valencia en términos problemáticos o aseverativos. Las creencias religiosas y los


cáusticos agnosticismos debaten el dilema de la existencia y su decadencia según los
significados ocultos, que el sentido común trata de ver en la communis opinio, en el
orden mental de las generaciones, que jadean en el mundo de la practicidad y la
eventualidad. La inadecuación es el desafío, al cual la Cadena del Ser es llamada con el
fin de aportar su contribución a la concreción, que la gestación de la existencia sugiere
inventariar como plausible.

La tecnología desarrolla (redescubriendo sentimientos infantiles) notables


energías creativas, que subestiman el aspecto conflictivo, en el que se refleja un tipo de
primitivismo rancio, que sin embargo induce a imaginar el pasado remoto como el foco
de las corrientes iniciáticas de la medida y del juicio, útiles para alcanzar los objetivos
de la conversión social. La muchedumbre fortalece la animación de la temperie creativa.
La mentira, la paradoja y la ironía subvienen, de forma más o menos larvada, a la
explicitación racional. La cáustica fustigación de la costumbre constituye el contrafuerte
emotivo de la permisividad (desesperada, desincentivadora). La acción creativa se
deduce de un continuo grupo dotado de potencias destructoras, presentes
necesariamente en la naturaleza, que aumentan el fervor actuante, al que Borges hace
referencia cuando evoca los años de la empresa casi felina de los inmigrantes europeos
en Argentina (en Buenos Aires). Las malas intenciones anuncian la marcha solidaria y
el orden comunitario. Las víctimas de la creación son santificadas por el recuerdo de los
sobrevivientes que, en las diferentes estaciones existenciales, se ejercitan en la práctica
de la violencia y de la vida pausada. El sentido de culpa es parte integrante de la (libre)
condición humana. Sin el pecado sería difícil ver relucir la virtud. El dinero es una
hipoteca sobre la aportación de los otros a la satisfacción individual: es la estrategia, a
través de la cual el parasitismo humano asume un grado de plausibilidad, destinado a
enfrentar continuamente las supercherías y los favoritismos, que se unen entre sí en
ayuda de la acción objetiva, solicitada como legítima. El heroísmo es un modo
peregrino que sirve para erosionar la incontaminable eternidad. La especulación sobre la
«permanencia» del género humano es una prerrogativa genética, siempre expresada con
las habilidades literarias, que la hacen sugestiva y propiciadora de las explicaciones
(reveladoras). La autodestrucción (el suicidio senequista) anticipa los plazos naturales
según los principios exegéticos del mundo, que no pueden ser rebatidos si no es por la
falta de pietas, de un conformismo humoral, de empatía. Y, al contrario, la propia
740 RICCARDO CAMPA

expiación prescribe a la coherencia cognoscitiva a incluir connotaciones patológicas


sobre la coherencia, la conformación de los ideales inéditos de la existencia. El sentido
común lleva en sí de forma perentoria simplismo y hasta incongruencia e
irresponsabilidad. El redentorismo, por el que se realiza el sentido común, compete a los
cumplimientos cometidos en sintonía con las expectativas secularizadas por la
convicción difusa y dominante. Esto refleja el grado del conocimiento, que las
condiciones objetivas se presentan como si fueran irrenunciables para la consolidación
de la unión institucional. El activismo concilia la esfera privada y la esfera pública en
aras de la satisfacción de las necesidades primarias y de los objetivos secundarios
(sublimados proditoriamente). La hipótesis más consistente tiene que ver, en el
ordenamiento moderno, con la sustitución de la revolución política por el proceso
productivo. Esta perspectiva malograría la tendencia, perseguida por el hombre, de
conseguir una mejoría objetiva a través de las reivindicaciones políticas. El trabajo
forzado y el empresariado intrépido reducen el afán humano a la esclavitud, a la
sumisión a un sistema operativo que no permite otras alternativas. La tregua es
condenada ideológicamente como intermediaria de los desórdenes y de la intolerancia
por aquellos que creen que no es necesariamente indispensable. El desarrollo económico
y social puede armonizarse con la satisfacción de quienes lo realizan velando por las
garantías éticas, propias de la valorización de la contribución individual al bienestar
colectivo.

La emigración moderna se identifica con el supermercado turístico de la soledad.


Masas de refugiados se asoman a las orillas de las pateras de la esperanza. La llegada a
tierra extranjera golpea la fantasía y humilla la expectativa de próvidas interacciones
domésticas. La ajenidad es un conducto perspicaz, que atenaza la fantasía en la protesta
contra lo existente, tal como se presenta al conocimiento de los náufragos en potencia y
de los seres errantes por una condena casi natural. La artificialidad los atrae, pero no los
satisface. La experiencia se perfila en la sumisión, al menos psicológica, terapéutica,
quintaesencial. El tiempo parece declinar en lo inmemorable. La enajenación de sí
mismos se convierte en un escrito de acusación del circuito del universo de la
producción y el consumo. Los náufragos y los vagabundos parece que tienen una única
situación y que estén destinados por una suerte injusta. La resignación hace las veces de
un profiláctico para la improbable regeneración. Se diría que el príncipe de las tinieblas
–la demoníaca tensión vital– supervisa las contiendas ideales, que se manifiestan
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 741

epigramáticamente en la intimidad de cada miembro del linaje de las personas, que


Marx piensa que no han sido invitadas al banquete de la naturaleza. El fantasma del
poder tutelar fascina las mentes desoladas de la amnistía social. Todo lo que es erogado
buscando finalidades solidarias corre el riesgo de aparecer de forma exorbitante en los
que no interceden en la concesión. La pretensión del trabajo exculpa las impertinencias
de los supervivientes de los desembarques clandestinos y de los lugares de acogida, que
angustian a veces a las propias autoridades. La aborrecida edad mercantilista parece que
realiza un salto extemporáneo. La explotación de la fuerza-trabajo por parte del
empresariado se realiza en una atmósfera ilegal y sin embargo no siempre está
condenada de la forma prevista por el razonamiento jurídico dominante. Las
superestructuras gubernativas no se configuran como baluartes del equilibrio– incluso
precario– entre el poder público y las instancias privadas. El capitalismo –fantasioso y
elástico de David Lilienthal, Robert Moses, Robert McNamara, Jean Mannet– no
asegura el cumplimiento de las normas de la civilización, que los conflictos ideológicos
del siglo XX (siglo invadido por la llegada propulsiva del socialismo) han llevado a la
significación programática del Estado-nación moderno. La crueldad, confinada por la
publicidad institucional, serpea en las filas de los sujetos empresariales, en los que,
necesitando trabajar, soportan los abusos (deontológicos, fisiológicos, climatéricos) a
los que están sometidos por el necesitarismo (en todo caso diseñado, en clave
consuetudinaria y bajo las piel de una incontinencia embellecida y mejoradora de las
condiciones objetivas). El ejército de náufragos y errantes contempla un período de
estasis general, en el que encontrar un lugar de asentamiento, donde gozar de la
indolencia y alegrar parenéticamente la existencia. Pero la saturación y el saqueo del
planeta no parece que se reduzcan por la actuación salvífica del género humano. Al
contrario, cuanto mayor es la intervención que modifica el metabolismo global, más se
pone en evidencia la posibilidad de supervivencia de un creciente número de individuos
en diversas áreas del planeta. La actuación que propiciaba el bienestar en los años
Sesenta y la inquietud apocalíptica de los años Setenta del siglo XX participan en el
diseño de la discrasia existencial, que permea como un antecedente lógico las
resoluciones al nivel institucional. El debate sobre el desarrollo sostenible debilita el
carácter decisorio del Estado-nación, propenso a delegar a la comunidad internacional,
estructurada en mercados comunes y en uniones políticas, la responsabilidad de las
actividades que promocionan los beneficios del género humano en su conjunto. «El
concepto implícito es que el impulso faustiano al desarrollo ha llegado a animar a todos
742 RICCARDO CAMPA

los hombres y las mujeres modernas»45. La coherencia resume los esfuerzos, realizados
durante generaciones, para actualizar los programas de cohesión social, que permitan –
al menos de forma alegórica– el progreso.

La proyección (financiera, económica, social) refleja la sistemática


consuetudinaria, en la que también las conjeturas más extravagantes se desarrollen en
una convivencia lógica. La acumulación monetaria, la obtención de beneficios y la
plusvalía constituyen formalmente, los medios con los que la burguesía (la clase que por
primera vez se empeña en utilizar la tecnología para finalidades industriales y
comerciales) modifica con su status el objetivo, en el que gravita. El paradigma burgués
(adecuar el comportamiento a los resultados concretos alcanzados en la operatividad) es
la línea divisoria que divide el pasado diseñado jerárquicamente y el presente modulado
a partir de las características más reflexivas del progreso y de la mejora de las llamadas
condiciones objetivas. La convivencia pacífica y el conflicto (en la adquisición de
mercados, ya sea en términos de materias primeras, ya sea en términos de fuerza-
trabajo) se conjugan en la dinámica adquisitiva y transitoria de la época de la
transformación de la economía agraria en economía industrial, de inorgánico a orgánico,
en las formas artificiales del uso actual. El objeto, la mercancía, es el resultado de la
creatividad del nuevo eón del mundo. Las reivindicaciones, que se manifiestan en el
escenario social, no le son adeudadas al Geómetra del universo, pero sí a sus tutores
terrestres. El reloj regula el clima mundano como un enclave en el apogeo cósmico. El
beneficio es por tanto la cualificación en la que orbita el progreso, actuado por el trabajo
(intelectual, físico). Y es justamente el cambio que determina la hegemonía de la acción,
la que puede ser, a su vez, determinada por el obrero, por el técnico: por el proletario,
entendido como agente de la dinámica modificadora del aparato productivo y por lo
tanto por el sistema normativo, con el que es administrado por la colectividad,
entendido como un dique para el usuario, para quienes esperan el consensus y la
legitimación. La renovación se manifiesta en clave escatológica y catártica: de la
quiebra de una iniciativa se deduce al menos ideológicamente el potencial propiciador
de otra iniciativa, que configura, así, la superación.

Toda actitud, entendida a superar la decadencia, contesta a las instancias


naturales, sobre las que se ejercen los criterios interpretativos del mundo. La estabilidad
del pasado es una categoría anticuada en la realización trasformativa de la modernidad.
El mercado exorciza la ataraxia y hace conveniente la competencia, la comparación y el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 743

compromiso ético y de los principios. La dialéctica del empresariado hace frente a las
condiciones reales, que se desarrollan, también para evitar que la vida estática permita,
como el ocio, afrontar drásticamente las problemáticas existenciales que,
tradicionalmente, recaen en el álveo de lo indeterminable, de lo indefinible y de lo
inconmensurable. El deseo –representado fenomenológicamente por Luis Buñuel–
corroe la tortuga del agnosticismo y solicita la ingeniosidad a reorganizar y a potenciar
terapéuticamente el teatro de la acción realizada para combatir la indiferencia. «Así el
capitalismo será disuelto por el calor producido por sus incandescentes energías»46. La
distribución de la riqueza según los principios equitativos y la iniciativa individual
frenan la lucha de clases y aseguran la convivencia pacífica. La división colectiva de los
incentivos prodigada por el trabajo permite disfrutar del tiempo libre. La modificación
pacífica del milieu cultural permite valorar las circunstancias naturales como el efecto
condicionante de las expectativas elaboradas artificialmente. El individuo, libre del
conflicto (de inspiración hobbesiana) cree en la creatividad colectiva, la que encuentra
las raíces neurálgicas de su inquietud existencial. La actitud a favor del equilibrio del
metabolismo natural (que queda contraseñada por los desequilibrios emotivos y
racionales) constituyen, en la sociedad tecnológica, las características providenciales del
trabajo y de la pasión: en síntesis, de la contingencia terrena, que queda despojada en su
inaccesibilidad cognitiva. La empresa humana subroga las matrices genéticas del ser en
su multiforme determinación y cumplimiento de la experiencia. La atracción religiosa
(mítica, sacra) asume connotaciones cada vez más estáticas (arcaicas) que no inciden, si
no es falsamente, sobre el curso de los acontecimientos, previstos e examinados por el
observador-perturbador de la naturaleza. La superación de la mercantilización de la
existencia es la meta en la que se desdobla el conjunto de la humanidad, en las
diferentes instituciones, configuradas ideológicamente de forma asertiva y dominante.

La ausencia de un punto de referencia en el significado dogmático del pasado


genera la aprensión por lo «nuevo», que se diversifica constantemente, en el intento casi
alevoso de atraer la atención al punto de justificar el impacto emotivo y racional. El
nomadismo moderno es predominantemente virtual: los medios de comunicación
permiten, en efecto, estar en cualquier lugar sin preferir uno, que esté más
estrechamente atado a las raíces familiares, comunitarias, memoriales. El desorden
(burgués) sería inadmisible en una sociedad de iguales, si lograra apaciguar sus conatos
aprensivos, y por lo tanto disminuyera el sufrimiento por el bienestar perdido. El
744 RICCARDO CAMPA

sacrificio resolutivo de la expectativa salvífica de las religiones del Libro sería


compensado (o sustituido) por el vértigo de las innovaciones, de las modificaciones, en
ayuda de la insatisfacción (latente de forma perpetua) en la intimidad de cada ser que
piensa en la profecía terrena. La finalidad del desarrollo infinito, de la perpetuidad
creativa, ensombrece el nihilismo, el desconcierto frente a las innovaciones, entendidas
como las pruebas de fuerza del empeño dirigido a dirimir las antinomias existenciales
mediante los objetos del deseo. A la alegría más exasperada se opone la desesperación.
Reequilibrar estas categorías aprensivas significa pensar las formas que son más
convenientes a la hora de reducir el desconcierto frente al carácter insondable de la
existencia mediante la creencia en la cohesión sentimental, racional, que haga de
contrafuerte al aniquilamiento emotivo, al epígrafe de la Nada. El apocalipsis es la
razón histórica de la intolerancia natural, que se agita en la intimidad de las personas
cuando se sienten depositarias de secretos demoníacos o alteraciones celestes. Las crisis
económicas (los ciclos recurrentes del bienestar y del malestar), como los terremotos,
son estadísticamente (a posteriori) detectables y están sometidas al clima emotivo o al
estado de gracia de los legisladores, incitados a afrontarlas y sacrificarlas en el altar del
sentido común y la fiabilidad de las circunstancias, donde se legitiman como plausibles.
El apogeo de la modernidad se identifica con la urgencia, realizada por los propios
componentes sociales: un tipo de autocompasión, velada de entusiasmo, elevaría los
regolfos potestativos y aprensivos del homo faber en la fábrica, en el laboratorio
científico, en la mediana de la autopista. La explotación humana no se disfraza ya más,
en cuanto que está condenada y contenida en sus pretensiones más inicuas y
despreciables. El comunismo constituye el amparo, no la solución, a estas tendencias
naturales, que animan y deprimen, en términos éticos, las actitudes individuales y de
grupo (de clase). La manifestación de un movimiento de fidelidad autoprotectora
permite aceptar las limitaciones propositivas y empresariales individuales como un
seguro de su permanencia y fiabilidad.

El comunismo confía la manifestación de las propensiones creativas a la


aceptación alegórica de la colectividad, generalmente identificada como salvífica. El
exponente providencial está en el ágora, en la convivencia predispuesta para proteger
las infaustas desviaciones conductuales de los individuos contra sus semejantes. La
simbología social se las ingenia entre la representación del mundo real y el mundo
ilusorio, que acalla las pretensiones y diseña un recorrido operativo, que no permite
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 745

separarse del humor y del carácter (aprensivo, potestativo, deliberativo). La


conformidad al orden dialéctico prefiere el espacio intermedio, que transcurre entre los
intereses (a veces inconfesables) de los individuos singulares y las expectativas de las
comunidades, de las que forman parte los propios individuos y en los que actúan
ayudados de las normas erga omnes, objetivamente válidas. El antiguo modo de pensar
parece falsificado por el léxico moderno, que no modera mediante la lealtad, la
coherencia y la justicia las propias conformaciones conceptuales del pasado (no
solamente remoto, sino también reciente e influyente en la convulsa y borrosa temperie
contemporánea o post-moderna). Las alianzas, que frenan las tensiones emotivas y
racionales de los individuos, hacen las veces de estratagemas inventivas para ayudar a la
naturaleza a la solidaridad. Las buenas maneras son reemplazadas por la coherencia de
la conducta; y a la filistea lealtad se coteja la comprensión, la actitud de compartir las
nociones explicativas de las necesidades naturales y las providencias artificiales, como
si fueran contribuciones a la consolidación del género humano en su elegíaca evolución.
La falta de la propiedad subjetiva es la condición indiciaria de la libre determinación.
Permite actuar con empeño en el orden comunitario para poder conseguir, sin embargo,
un auténtico, aunque relativo, grado de cumplimiento existencial. Si el individuo
aborrece la posesión en detrimento de otros, su trabazón explicativa de la realidad se
potencia por las ideas y las sugestiones no condicionadas por compromisos solapados
que explican el egoísmo intestino. La esencialidad y la accidentalidad se unen
heurísticamente, en el sentido en que se complementan recíprocamente de forma
aparentemente frontal, pero de hecho contextual.

La libertad (de comercio) falta de escrúpulos, redime las arraigadas actitudes de


poseer, como únicos asideros congruentes de la precariedad de la existencia. El mercado
se descubre como la entrada, garantizada por la tolerancia y por la estrategia individual,
por la que se puede ejercer el impulso vital individual. Por mercado se entiende aquel
proceso actitudinal, a través del cual el sujeto de la acción ambiciona conseguir, más
allá de la recompensa por su empeño, también el reconocimiento por su habilidad
inventiva, seductora y promotora de bienestar (potencialmente, a nivel imitativo, del
tenor general). La acción humana es provechosa si busca encontrar ventajas universales:
es decir válidas para todos los miembros de la comunidad humana, independientemente
de sus condiciones económicas (y culturales), de salida y de entrada, respecto a un
modelo, que es creído objetivamente válido para alcanzar los fines (edificantes) de la
746 RICCARDO CAMPA

condición humana. El nihilismo burgués –vaticinado por una parte de la literatura del
siglo XX– supone la adhesión a un tipo de anti-cruzada religiosa, que reengendra el
espíritu del cuerpo (el corporativismo) y exalta el significado oculto de la pequeñez de
la existencia en el torbellino energético del cosmos. La mercantilización de la existencia
esconde la íntima satisfacción de los heresiarcas de las doctrinas consolidadas. Da
crédito al savoir-faire de los mortales en la dilación que quieren negociar con la muerte.
La religión pánica, que los angustia, no satisface su amor propio, pero lo vincula a la
cantidad de productos (de objetos) que con destreza logra introducir en el mercado,
considerado psicoanalíticamente como la fuente productora de los elementos
inanimados, que ilusoriamente en el tiempo –según Friedrich Engels– podrán
conformarse en entes (seres) animados. Lo inorgánico, intensamente visitado (y
elaborado en sus componentes) por la fantasía creativa, se supone que puede demostrar
el genus de lo que nace, crece y muere en la realidad efectiva. «Empujada por sus
impulsos –prevé Marx– y pos sus energías nihilistas, la burguesía abrirá las mamparas
de la política y de la cultura por dejar pasar las aguas de su némesis revolucionaria»47.
Los conflictos –las revoluciones– suceden en el mercado global, debido a la falta de
sintonía o a la inadecuada integración de los mercados sectoriales, regionales,
multinacionales. La experiencia asume así una valoración sagrada: permite reengendrar
la materia aparentemente inerte, que en realidad es depositaria de las energías latentes,
esperando ser manipuladas humanamente.

Lo sagrado y lo profano se unen en el universo de la probabilidad y de la


eventualidad. La violación de los elementos naturales –promovida por la fantasía y
realizada por la investigación científica– consiste en reducir los rigores constitutivos (y
cognitivos) del universo a dimensiones comprensibles racionalmente. La inversión en
términos individuales de las capacidades inventivas y agentes (del trabajo) se conecta
con las expectativas de la comunidad, a las que se dirigen. La acogida al menos de ellas
mismas depende de la estructura ideológica, en la que se manifiestan. Si la sociedad se
conforma con las reglas de la libre determinación individual sobre la base del uso de los
instrumentos comunes de producción, el egoísmo existencial puede ser elevado al
panteísmo dinámico y laicalmente sacramental. La transcendencia se perfila por tanto
como la meta –cada vez más móvil y conceptualmente congruente– de la experiencia.
La dilación de las expectativas concretas y la configuración del progreso se
complementan con el objetivo de la unificación (y, en perspectiva, de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 747

uniformización), del mundo. El condicionamiento de la volición individual de las


instancias colectivas, no sólo es inevitable, sino que es el presupuesto lógico de la
modernidad. La irresponsabilidad, que Daniel Bell observa en el mundo
contemporáneo, es desviante. De hecho, no son los individuos los que huyen del rigor y
de la responsabilidad, sino las metodologías nacidas de la experiencia, tecnológicamente
condicionada por los cánones explicativos, predeterminados (programados) por el
aparato investigador en las dimensiones liminares de la naturaleza. La inderogabilidad
de la indeterminación es un oxímoron de la sugestión sapiencial: satisface
elegiacamente la aprensión por lo invisible para desconcierto de lo evidente. La
programación económica, social, institucional casi siempre es falaz, en cuánto que
engendra las discrasias entre lo «posible» y lo «necesario», entre las categorías del
dualismo, en las que se refleja, de modo sistemático, el pensamiento occidental.

La insatisfacción es el aspecto trascendental de la modernidad. «Mediante la


maquinaria, los procesos químicos y otros procedimientos, ella [la industria moderna] –
escribe Marx– revoluciona constantemente, con el fundamento técnico de la producción,
las funciones de los obreros y las combinaciones sociales del proceso laboral. Con ellas,
revoluciona constantemente, asimismo, la división del trabajo»48. El cambio, como una
fenomenología de la indiferencia moral, magnifica el concretismo más anticuado. La
abstracción, que se muestra, desde siempre, como el trabajo mental libre (al menos en
apariencia) de los condicionamientos externos (sociales) no encuentra cotejo en los
circuitos explicativos de la realidad. El arte abstracto priva de potencialidad la figura
para que el usuario de las sensaciones neurálgicas centre su atención en las
congruencias materiales (en los glomérulos de los signos, del color, del significado). La
tecnología genéticamente es indiferente a la reflexión y más que nunca a la
contemplación. Por esta razón, su estilema protector es el cambio en las formas y en las
estructuras, con las que favorece el proceso productivo. Cuando la producción en serie
de los objetos no satisface las (artificiales) exigencias del público, la propaganda logra
ratificar y representar la desesperación general y difusa como una mercancía que ha de
ser eliminada con los instrumentos de la invectiva en detrimento de cualquier tentativa
consoladora de los demonios sociales. La desesperación es un buen motivo para activar
la movilidad y el movimiento en las direcciones ascéticas o profanadoras del orden
existente. Las actitudes proféticas de los reformadores sociales se declinan en la
indiferencia difusa, cáusticamente elevada al rango de pedagogía crítica participativa.
748 RICCARDO CAMPA

La sugestión de la permanencia se revela en la imperfección, en el fuga de los


acontecimientos, que ayudan a exponer lo concreto.

La sedimentación se denigra al aparecer de forma retráctil frente al nomadismo


virtual o real, que promueve la estratosfera terrenal hasta el habitat ilusorio, extra-
metropolitano. La visión pastoril de la realidad aparece como un recrudecimiento del
pasado, contraria a la prometeica propensión de la modernidad. El gusto perverso de la
ironía se empaña en la retrospectiva de las innovaciones, que se profetizan como si
fueran inevitables y providenciales. La comparación entre progreso espiritual y progreso
material carece de sentido. Las conquistas de la inteligencia humana son parte
integrante (y conspicua) de la vocación cognoscitiva. En cada esfera de la actividad
humana se halla la tentativa de proporcionar un significado (aunque sea algebraico,
problemático) a la existencia de los seres en los eones del tiempo. También el noúmeno
y el fenómeno kantiano tienen una connotación funcional y didáctica, en el sentido que
inducen a hacer hipotéticas las esferas cognoscitivas como si fueran esferas
complementarias con respecto de un unicum, difícilmente configurable y alcanzable. La
sensibilidad mercurial del previsor se declina como un veredicto de la realidad efectiva,
sensible más a unas interferencias que a otras por parte del exegeta-perturbador. En la
sociedad moderna, la miseria lucha por asumir las sugestiones de la belleza y más que
nunca las revelaciones de orden trascendental. La carencia de los bienes de necesidad
languidece en la identificación (fallida) de los recursos concretos, existentes a nivel
general. La satisfacción consuma el deseo, que se empeña en enumerar los objetos que
lo satisfagan en la perspectiva de la contingencia terrena. La arrogancia de las
propuestas sedativas del entusiasmo se conforma a la resignación, que degrada todo el
género humano al rango de tutor de los límites inescrutables o al rango de insolvente
con potencialidades silentes, capaz de hacerse efectivas en la necesidad, cuando las
condiciones objetivas lo permiten, o lo hacen irredimibles. La normalidad asume
cotizaciones vagamente heroicas: inmolaciones a un demonio incognoscible, que parece
vagar como una sombra en las calles o en los callejones de la ciudad, en el intento de
levantar los bajos instintos a rebelarse sin la menor esperanza de éxito en corroborar el
ejército de los iguales.

La muchedumbre –definida por Charles Baudelaire como un inmenso tanque de


electricidad– se configura, en la contemporaneidad como el sustituto de la masificación
de los objetivos, perseguidos por el conjunto de las personas que la componen. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 749

muchedumbre es informe; la masa presenta una homogeneización cuando persigue


objetivos socialmente consolidados o en vía de extinción (según el modelo heterónomo
burgués). La «vida universal», representada discráticamente por la muchedumbre, se
resuelve, en la embolia masiva, en la «objetividad conjetural». El epicentro del disenso
de las masas es la plaza, el banquete de piedra, que se transforma en el foro, en el
parlamento sin reglas y sin inhibiciones. La regla se identifica con la ostentación de uno
o más de sus miembros, que reciben la aprobación empática por parte del resto. El
prójimo está tan cercano en los encuentros masivos que está privado de la evocación. La
inmediatez y la simultaneidad se dilatan en el tiempo litúrgico de los slogans, de las
frases hechas, de las hipérboles interactivas, que son capaces de condensar en pocas
frases el sentido del proceso mental silente. El slogan mimetiza el pensamiento en su
fase expresiva, explicativa y representativa. Las iniquidades del presente se reflejan en
los anacolutos mentales de los manifestantes, que disienten con una convicción
aproximada o sobrevalorada. La contenida agresividad de la masa indica la
espectacularidad del irredentismo social. La comunidad se concentra en las
especulaciones mentales, innegables para el sentido común y la oportunidad, mientras la
masa exterioriza el disenso, sin desacreditar los fundamentos del orden, en el que
gravita. Paradójicamente, el espacio público se convierte, durante las concentraciones
masivas, en un rincón privado, tanto es así que se desvía la circulación de los trasportes
públicos y de las personas. La utilización de los lugares públicos con fines
demostrativos los convierte en temporales residencias colectivas, en laboratorios
esperanzados de invectivas contra una potestad adversativa de la ola de choque no bien
individualizada, provocada por el disenso y por la protesta. La propensión a estigmatizar
una parte de lo que existe enriquece por consiguiente la otra parte, el hemisferio de las
propuestas programáticas, elegiacamente proporcionadas con las expectativas de un
(multiforme) conjunto de sujetos, otorgados de la cáustica inventiva de los
normalizadores sociales.

La construcción de una dignidad potencialmente grandilocuente lleva al poder


tutelar a realizar la tarea de corresponder metamórficamente, sacrificando
temporalmente el modo, con el que el orden normativo se identifica con el institucional.
El lenguaje de la modernización es esencialmente un léxico inarticulado en las
funciones de actuación (parking, shopping, weekend, drugstore). Su decrecimiento
contempera el movimiento y también implica la movilización de las energías silentes,
750 RICCARDO CAMPA

todavía no iniciadas a la creencia dodecafónica, histriónica y protestativa. Las fechas


termidorianas se envuelven de una sabiduría demente, ya que las masas se prohíben
recíprocamente en la pretensión de afinar de forma que les sacie el poder tutelar. El
inconsciente colectivo serpea en la fila de los convencidos del asamblearismo. La
fidelidad ideal se impulsa en la oportunidad de contenido: en una señal distintiva de la
adquisición de los bienes reclamados como inalienables por los componentes orgánicos
de la multitud que se revela. El aprendizaje apocalíptico del vacío absoluto se identifica
con la atonía de las instituciones, obligadas a reformular su grado de legitimidad bajo la
concomitante urgencia aplicativa de las solicitudes procedentes de las masas
vociferantes. La plaza reemplaza la calle como refugio temporal de una comunidad de
personas, decididas a promover una subversión virtual de las estructuras institucionales
existentes. En 1929, Le Corbusier declara que «hay que matar la calle», pensada como
un conducto interactivo entre la manifestación de los transeúntes, de los motorizados, de
los cortejos, proyectados a la manifestación espectacular de una idea, de un veredicto,
de un simple apologeta relajante o tentacular. La congestión (vial) espacial moderna
tiene un signo sacrificial: el clima de la espera y de la obstinación se manifiesta en un
tipo de prisión a cielo abierto, y a la vez densa de los miasmas de las escapadas
automovilísticas. El instinto hacia lo negativo alimenta la amanerada intemperancia de
quienes, en enervantes filas introductorias al movimiento, se inmolan a la diosa
resignación o al túmulo del progreso. Las formas caóticas del cambio (económico,
social) asumen un significado hasta bello en la contestación de lo existente y en el
reflejo de una existencia improbable, pero que compendia la experiencia de muchos
individuos, vencidos por la desilusión. La ironía arride soberana sobre los contrastes y
las incomprensiones, que se evidencian incluso en las concentraciones globales, dónde
la palabra del orden engendra desbarajuste y tensión. La elusión y la paradoja influyen
en la opinión común, por incoherentes, según un trayecto conceptual: unen en un
unicum las múltiples fulguraciones dionisíacas de las masas.

El retraso económico y el subdesarrollo social se configuran como condiciones


de estancamiento, debidas a la avaricia de las potencias industriales que, con la doctrina
del colonialismo, exportan modelos conductuales capaces de subyugar las mentes de
aquellos que son engatusados con la trama de las necesidades primarias, elementales,
propias de la simple supervivencia. El conflicto, que se establece entre las potencias
hegemónicas y las que están sometidas a su control, es de orden cultural: el modelo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 751

configurado por el progreso está sometido a la elaboración, a la producción de las


mercancías, que constituyen, no solamente el aspecto exterior, sino también la
estructura endémica (que se distingue de la tecnológica por la inadecuación de las
aportaciones cognoscitivas). La desigualdad tiene connotaciones raciales, propedéuticas
a las luchas religiosas, que las justifican, sea por la explotación, sea por su confutación
y revuelta. La decadencia del humanismo occidental se debe al racionalismo, a la
actitud de investigar en la naturaleza para conseguir las energías necesarias que puedan
activar la máquina (el Moloch) del nuevo eón de la historia. La «irrealidad» es el
precipitado histórico del dualismo entre los núcleos industriales y comprensivamente
desestructurados y las periferias inconexas y todavía rurales y patriarcales. El
Lumpenproletariat es el síntoma de una cohesión no resuelta entre las clases, que
promueven el progreso: unas como exaltadas protagonistas; otras como amargadas
espectadoras. La falta de conciliación entre estos dos factores de la modernización es al
origen de la crisis de la burguesía, de la llegada del capitalismo, de la reivindicación
socialista, de la salvaguardia sindical.

El examen ideológico, que permea como el mistral el siglo XX europeo y extra-


europeo (y en parte oriental) se focaliza sobre el irremediable egoísmo individual e
institucional, como una cáustica interpretación del desarrollo, que se realiza a nivel
planetario mediante las distintas aportaciones sectoriales (regionales, nacionales). El
ardor reformista (reflejado en Guerra y paz de León Tolstoi) intenta atenuar la discrasia
existente entre los dos aspectos contrapuestos del «progreso». Las doctrinas
conciliadoras del dualismo económico y social, que provoca el disenso en las áreas más
avanzadas y, a la inversa, en las áreas más retrasadas, encuentran partidarios y
adversarios en la literatura de investigación, erróneamente catalogada como realista, ya
que las creencias religiosas, las mitologías, las costumbres atávicas no están
infravaloradas. Al contrario, las tradiciones constituyen una garantía para los
reformadores sociales, que son inducidos a considerar las resoluciones innovadoras
como los predicados verbales de una tensión emotiva y racional corriente o silente en el
tiempo. Se acusa al europeísmo de ser el responsable, no tanto de las invenciones
tecnológicas, como de las modalidades, con las que se propone exportarlas,
adeudándolas a la inadecuación de las áreas del planeta, indiciadas por los recursos
energéticos culpablemente inutilizados. El modernismo desconcierta las mentes que
todavía no están libres del pasado recóndito, de la epopeya de la memoria, a veces
752 RICCARDO CAMPA

entusiástica, más a menudo sacramental. La supervivencia de la antigüedad tiene un


fundamento providencial, se confronta con la de la ciencia experimental de la
contemporaneidad. Está por contestar el patetismo de la comparación, que incluso tiene
un relieve conceptual más que peregrino. A la cólera del diablo le corresponde la
sonrisa de Dios. El presentimiento reemplaza el presagio y el azar intelectual conforta la
reflexión. Cada tentativa por creer una hipótesis innovadora se estrella con la resistencia
de los llamados conservadores, que ostentan sus certezas creídas como inmarcesibles y
confutadas, superadas y homologadas en las didácticas conjeturas cognoscitivas.

La represión moderna raramente la efectúa el aparato institucional, de forma más


general la economía (la producción-distribución) y las finanzas (las inversiones y las
potencialidades adquisitivas de los diversos componentes geopolíticos). La antigua
trama de las delaciones y las acusaciones de delito o ilegalidad se reemplaza por los
conductos de interacción de los intereses concretos y virtuales, que se explicitan en la
red de comunicaciones. Al arquetipo del Estado policial se confronta el estilema de los
compromisos sectoriales entre lo privado y lo institucional, al amparo de la normativa
nacional e internacional. Mientras en el mundo tradicional las características distintivas
de los pueblos y las naciones se conjugan con las leyes con las que se introducen en el
escenario mundial, en el mundo contemporáneo las actitudes de los órdenes
institucionales singulares se confirman en el mercado global desde sus aportaciones
universalizantes. La «desnaturalización» de las funciones propulsivas de las diversas
comunidades humanas a la aceptación o al rechazo de la colectividad comporta la
automatización de las propuestas innovadoras, con las que a nivel planetario se
homologan por su fruición en una especie de catálogo o muestrario. La clandestinidad
(de los inversores y de las operaciones mercantiles) está privada de una posición
comprometida en un comportamiento prejudicial o en todo caso perspicaz frente a las
finalidades (consideradas positivas) pretendidas. El impulso de la clase media se
considera que es una meta ineludible, capaz de satisfacer las expectativas de las
sociedades (impíamente connotada como) opulentas. Se comprueba que el llamado
modernismo del subdesarrollo existe en las áreas depredadas por los países
tecnológicamente avanzados, ocupados utilizando todos los medios a su alcance en
encontrar, más que una fuerza-trabajo barata, materias primas competitivas frente a las
que actúan en el mercado global. Las exposiciones de fotografías y litografías otorgan,
en las metrópolis contemporáneas, el atractivo de la evocación de lo remoto y el pasado
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 753

reciente. El área urbana tiende a configurarse como una zona franca, donde las
propensiones psíquicas y de actuación se manifiestan con el entusiasmo oculto de una
conquista (realizada con actitudes arcaicas). Los festivales de cine tienden a mistificar el
presente repitiendo el pasado de forma edulcorada, como un cautivante preludio de la
modernidad. La mitología popular se hace evidente en el cartel publicitario, donde
acampa, indiferentemente, tanto un desconocido como un personaje de la jet-set. La
vida humana parece discurrir, en los fotogramas, como un exuberante río cerca de la
desembocadura del mar.

El cartel (publicitario) tiene una función embaucadora, antes de revelarse como


una excitante declaración erga omnes, en un universo comunitario en continua,
aparente, modificación. La calle se identifica con la aventura, a la que parece que se
inician sus viandantes. Su morfología es una declaración de intenciones, lo que no
significa que se puedan realizar. Por esta razón, también es una exhortación a la
inacción: el concurso de factores complementarios y contrastantes entre sí. El
mantenimiento de su flujo sanguíneo refleja la ambición de cuantos la visitan con la
pasión retráctil de la indulgencia ferina y solidaria. Los desconocidos perseveran
inútilmente en la búsqueda de una identidad momentánea, que les alivia de la
preocupación de encontrarse acomodados mórbidamente en un ring, que puede
posponer o actuar un encuentro múltiple, esclerotizante. Los edificios, que franquean la
calle, parecen depositarios de un veredicto solidario, que persevera, a pesar de las
inconstantes propensiones actuantes de los viandantes. El cálculo mental de quienes
participan en el movimiento undoso de la calle converge su estimación estética y
funcional en la plaza. La concitación hace pensar en las tensiones de un Moloch, que
reduce la tarea apocalíptica de los mortales en las versiones iconoclastas de la vanidad
(y de la Nada como medida de lo Absoluto). Las huellas, dejadas en la calle por los
viandantes, son invisibles. Sin embargo, su presencia la recoge enfáticamente la
imaginación, que le asigna el ritmo y la configuración. Hacen pensar en una
sociabilidad que no está expresada completamente, en un tipo de primitivismo a la vez
rencoroso y esperanzado. La calle es el universo de las mónadas, que se tocan, pero no
se destruyen entre sí. Una protección metafísica se hace densa sobre el adoquinado que
parece liberarse en el andar apresurado o soñoliento de los incitados a recorrer un
fragmento de la experiencia colectiva. En principio, la vida comunitaria es una
procesión acelerada en ambos sentidos de la marcha. La conversión de las dos
754 RICCARDO CAMPA

perspectivas en la inacción es el aspecto ferroso de la contradicción. Para el movimiento


colectivo, las dos direcciones (de derecha a izquierda y de izquierda a derecha) denotan
la virtualidad del movimiento. De hecho, en el propio hacer de los peatones, quedan
vinculados al azar y a la necesidad, a las dos formas sincopadas de la existencia. La
tristeza de las intenciones se aviva frente a la eventualidad, sin que en todo caso se
frustre la parte psicológica y física de la existencia (terrena y por lo tanto mortal). Las
luces psicodélicas traen rapsódicamente a la plaza los vértigos humanos de la
alucinación. La libertad, que sobrevuela la calle y la plaza, parece la equimosis del
espejismo. Efectivamente, la inconmensurabilidad de sus dimensiones se confunde en la
perspectiva, con la que la vista se identifica con un nuevo aspecto de la realidad,
diferente del contingentado por la medición ordinaria (cuantitativa). La perspectiva
confiere a la calidad una connotación inédita. Su realización consiste en el
descubrimiento de nuevos mundos (aparte del Nuevo Mundo de efusión colombina).
Paradójicamente, todo lo que ocurre en la calle y en la plaza asume formas surreales, en
las que sea posible delinear más o menos un criterio de identificación. Todo eso, que
evita los valores interpretativos de la realidad, se sustrae a la medición ordinaria, como
parte integrante de otro tipo de examen, que solamente la imaginación logra ratificar. La
existencia, que se desarrolla en los circuitos hiperactivos de la ciudad, es anormal y
engañosa en cuanto que es un miserable compendio de los resultados positivos
sobrepasado por las quiebras. La calle, en efecto, es el lugar del viático y de la perdición
(Federico Fellini la representa como una iniciación al infantilismo discursivo y
terrorífico).

La calle mimetiza la muchedumbre en las acrobacias del movimiento. En su


incesante perturbación conductual, los individuos se identifican por la norma, que vale
en la destreza de la acción. También en la calle, el predominio del más endemoniado se
evidencia en su sórdida adicción. Las frivolidades y las indecisiones se confunden en la
mística de la dinámica combinatoria de los diversos ritmos propulsivos. Los peatones se
equiparan, en la espectroscopia de la acción relajada, a los electrodos enloquecidos por
la aceleración energética. Su combinación sensitiva es ajena al análisis de los individuos
y de los grupos, decididos a disfrutar de la solidez del sistema comunicativo sin
comprometerse emotivamente. Si fuera posible distinguir en un digesto expresivo las
ideas, que rondan por las cabezas de los viandantes, sería inevitable revelar sus
propósitos. Queda, en cambio, una inaccesible combinación de convicciones,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 755

regimentadas en los perímetros pisoteados y olvidados del terreno, sobre el que los
peatones se mueven. El contacto físico entre los caminantes es virtual ya que es difícil
que, en lo cotidiano, se manifiesta como consuetudinario o hasta como inevitable. A la
ostentación de las facultades predictivas individuales se opone el victimismo de otras,
que en la calle trasladan mentalmente su Gólgota y su ansiedad de resurrección. En la
calle las insolvencias existenciales y los éxitos sociales se confunden, sobre todo se ven
de lejos o de lo alto. La superfluidad y el frenesí se sintetizan: la dinámica de la
figuración (de la exteriorización) se corresponde con el modelo indiciario, acordado por
las innumerables pruebas indoloras, encomendadas por la costumbre y por la atonía
sentimental. El Mal, que serpea en las calles, resuena con los buenos propósitos de
quienes aceptan, resignados, la decadencia de la existencia. La inutilidad parece
garantizar la parsimonia de la gente común. El aburrimiento y el desaliento se esconden
en los pliegues del alma de los viandantes, de los animadores de la calle y de la plaza,
de los convites temporales y sin ningún efecto aparente sobre los recuerdos individuales
y colectivos. La calle, en efecto, es una lápida en perspicaz, continua elaboración, sobre
los riesgos de la constancia intuitiva y cognoscitiva. Todo lo que fluye, como en el río
de Heráclito, sustenta la esperanza. Cada peatón interioriza la autoridad de la calle o la
plaza, cuando se encomienda, en forma anónima, a la reactividad del prójimo.

En el viaje, aunque momentáneo, la vulgaridad semeja retraerse en el vagido de


la buena educación y las ventajas sociales. La decencia supervisa a las actitudes
extrañas de los transeúntes, que ambicionen sustentarse entre sí realizando una flébil
asignación sobre el amor propio. La fantasmagórica proyección de la casualidad habilita
a los individuos, que se cruzan en la calle o en la plaza, a confiarse subliminalmente al
prójimo, según un orden de factores inmunizantes del prejuicio y del exorcismo
conflictivo. El soñador confía en el arrogante para confabular con su íntima resignación.
La humildad se ejerce en la tolerancia, que se identifica con la indiferencia de las
variables antropológicas, que hacen pensar en la problematicidad de la moral común. En
la convicción general y difusa, cada individuo es una frontera para el otro, que no se
propone superar o confutar, esperando en la reciprocidad. La aparente exuberancia vital
de la calle y de la plaza hace perceptible la reacción individual, que se convierte en una
proposición cognitiva sobre el movimiento undoso de la existencia. La soledad es
anquilosante para quienes se aventuran en un viaje de reconocimiento, aunque sea de
forma acelerada y paradójica, de las prerrogativas humanas en el contexto de un
756 RICCARDO CAMPA

propósito, realizado colectivamente (la necesidad de caminar presumiblemente por un


lugar mental, útil a los objetivos de la capacidad selectiva de los antecedentes lógicos).
El movimiento, en cuanto que es consuetudinario, siempre es frustrante, ya que impone
relacionarse con «los otros». La indiferencia es un opiáceo, que emplea todo peatón con
el objetivo de liberarse (pero que es sustancialmente ineficaz). La difusa igualdad de las
situaciones no frustra las intrínsecas diversidades de quienes intentan, en la calle o en la
plaza, intervenir de modo simbólico y silencioso para afirmar sus irreducibles
diferencias de rango (económico, social, cultural). La tentación de proclamar la
individualidad como un signo distintivo del éxito o del fracaso social se actualiza
flébilmente en la actitud, en el vestuario, en el comportamiento. La irresolución se
esconde en los rostros de los rebeldes, de los que siguen sin éxito el momento de la
rebelión y la condena del orden constitucional en vigor. La abstracción y la
premeditación se compendian en la atmósfera sobrecalentada de la calle y de la plaza.
La conciliación de las aparentes y reales diversidades se ejerce velozmente, bajo un
ritmo apremiante, donde se manifiesta la experiencia de la cotidianidad, que asume
valencias políticas. En la calle y en la plaza los individuos se configuran como el
precipitado histórico de un proceso vital, que tiene que afrontarse en todo caso. Pueden
distinguirse las formas de gestión de la inmanencia, pero el resultado es necesariamente
unívoco (no unitario). Las diferencias se disputan la primacía de la solidaridad
comunitaria, social.

El contacto físico entre las personas asume la significación de un acontecimiento


político. La dificultad de localizar los mordientes polémicos, que acechan el acuerdo
comunitario, se soluciona, por aproximación, con la ayuda de la estadística, de un tipo
de mediación cuantitativa, que elimina las diferencias y nivela proditoriamente las
diferencias. La eutanasia de la subjetividad es un ejercicio necesario para que se pueda
delinear un criterio, aunque sea precario, de identificación colectiva. La pluralidad de
las clases sociales, que se encuentran en la dialéctica cotidiana, ennoblece, virtualmente,
el entendimiento (la pacificación) que permite, más allá de la realización de las prácticas
comunes, la subjetivación de las reivindicaciones sociales (institucionales). La
comunidad, que se une a las organizaciones vinculadas normativamente a los principios
inspiradores de los diversos órdenes institucionales, propicia un incremento de las
aportaciones normativas en favor de una amplia determinación propositiva. La
vulnerabilidad de las multitudes, que se aventuran en la calle y en la plaza, consiste en
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 757

la falta de una meta común que alcanzar con la ayuda de una carga ideológica que pueda
expresarse de forma didáctica. Las normas conductuales no exceden las toponimias y
las buenas maneras (admitiendo que este últimas sean practicadas como patrimonio
común de un número considerable –si no hasta relevante– de individuos). Durante el
momentáneo vagabundeo en la calle y en la plaza, las multitudes están sometidas a la
publicidad, que ostenta su anquilosis procedimental con amplias e improbables
promesas de bienestar. La garantía del maleficio, que puede atacar intelectualmente a
las personas que animan la escena, consiste en la influencia salvífica del necesitarismo
de las costumbres. Las personas atienden los mensajes, que se agolpan en los espacios
que recorren, con la desconfianza suscitada por la excesiva ingenuidad, con la que se
formulan. El descrédito estadístico es inherente a la versatilidad que a toda costa el
veredicto algebraico de las encuestas piensa como positivo: incluso cuando los
resultados no son prometedores, los hacen aparecer con una la sugestión in itinere de un
polinizador de variaciones positivas. La estadística no es solamente una metodología
que recapitula los acontecimientos, sino también una teleología anagramada, que
permite que las personas infravaloren sus convicciones, alcanzadas con la práctica
activa y consecuencial.

El paisaje, que se perfila en la palingenesia cotidiana, es al mismo tiempo


soporífero e inquietante. El curso interactivo parece como si no se pudiera modificar,
mientras que en su interior se bifurcan las dinámicas sociales, que desembocan
inevitablemente en los conflictos (sublimados por la competencia, por la
complementariedad y por el entusiasmo). Lo fantástico, lo numinoso y la sordidez se
funden en un variopinto proceso indiciario de profundos, futuros, trastornados,
polinizadores de la calle y la plaza. La naturaleza parece distraerse frente a la pretensión
humana de homogeneizar el espacio vital. Los árboles seculares se convierten en
paradigmas de un lujurioso panorama arcaico. Las siluetas espectrales de los semáforos
se yerguen casi con fatiga por las ensenadas del terreno, temiendo la ferocidad del aire.
Las potencialidades de la época industrial se deducen de la eficiencia fantasmagórica.
La providencialidad tiene la eficiencia ondulatoria de la urgencias, de la intervención
preventiva frente a las trampas del tráfico. La permanencia de las estructuras técnicas
anuncia en todo caso su cancelación al llegar nuevos módulos funcionales, de urgente
conversión como signo de los tiempos. La previsión de nuevas soluciones tecnológicas
distrae la mirada de la actualidad. Las sugestiones se posponen en el ciclo de la
758 RICCARDO CAMPA

producción en serie, cada vez más comprometida por el estilema de la diversificación.


La arquitectura neumática (aérea) de la calle y de la plaza no permite a ningún objeto
mecánico supervisar la dinámica inventiva e investigadora, algo que los viandantes
practican con indisimulada superficialidad. La ingeniería, que contribuye a decorar de
edificios y estelas conmemorativas las calles y las plazas, es parte integrante de la
creatividad de la vivienda, del milieu cultural, en el que se acondicionan el sentido
estético y el las ilusiones de los viandantes. Estos deducen artísticamente del conjunto
estructural el derecho a residir precariamente y de forma nómada en un sistema,
tecnológicamente adecuado a sus exigencias de mutua correspondencia y tácita
información. El constructivismo, movimiento cultural de la primera postguerra, siempre
es actual ya que sugestiona las conciencias inquietas que, en el clima social, pretende
encontrar los signos de sus propósitos de acción. La calle y la plaza son dos
contenedores en plain aire, que explotan la perturbación cultural de los paseantes en el
contexto artificial, en el que se miden con la naturaleza, con el estado de gracia perdido
y al que tienden a conferir una ilusión, una contrafigura cautivadora, que lo emule y lo
haga epigramático según los diseños mentales, evocados de forma onírica. La calle y la
plaza son pues antitéticas al dualismo tradicional campo-ciudad ya que perseveran en un
tipo de sinergia, que les lleva a la identificación en ambos contextos sin que domine
ninguno. La artificialidad no es la antítesis de la naturaleza sino su perfil tecnológico.
La apariencia se perfila así con un grado de ambigüedad, que sustenta la cultura
contemporánea en su parte doctrinalmente convencional.

La armonía de la modernidad consiste, en efecto, en un compendio de


relaciones, realizado en una trama de hilos y aparatos mecánicos, que potencian su
duración y ámbito de difusión. Las primeras conformaciones urbanísticas son la
comprobación práctica de la influencia del capital. Su degeneración en ciudades se
adecúa a la incidencia de la industrialización sobre el desarrollo económico y social de
quienes los animan. La lógica del beneficio se manifiesta en las viviendas urbanas, en
correspondencia con el reparto tecnológico, literariamente execrado al ser afligido por la
alienación social de los trabajadores (del proletariado). La necesidad de dotar a la
ciudad de lugares urbanos públicos abiertos con presencia de espacios verdes nace de la
necesidad de reducir el malestar a los grupos emergentes, implicados en el nuevo
proceso productivo y distributivo. La naturaleza se reintroduce en las estructuras
urbanas, bajo la forma de un crédito vital, de oxígeno, que es necesario para asegurar las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 759

prestaciones laborales más seguras y eliminar en lo posible las enfermedades


secundarias y crónicas. El acero hegemoniza la aprensión vital con la inclusión de
plantas, flores y prados artificiales. La ficción escénica satisface al menos en la
pretensión conceptual de los urbanistas modernos– la exigencia de espacios verdes, que
predice simbólicamente el Edén terrenal, la selva tropical, el manto rocío de los campos
de otoño, el fúlgido resplandor de las costas veraniegas. El paisaje artificial es por lo
tanto una trampa frente a los modelos considerados y a las categorías interactivas,
predominantes en el Siglo Veinte. El esquematismo representativo parece dispersar las
sombras de las antiguas viviendas. La calle y la plaza no forman, respectivamente, la
calle de las callejuelas de Wiliam Shakespeare ni la plaza de Benvenuto Cellini, cuando
se afana en hacer la fusión del Salero de Francisco I. Las venganzas homicidas revelan
sus tensiones mortales en la calle y en la plaza, dejando inopinadamente que la primacía
de las muertes sean los accidentes mecánicos (automóviles, tractores, escaleras
amenazadoras, etcétera). El azar es más cruel que la ferocidad humana, si bien la
preocupación social la llevan a cabo los desastrosos ejecutores de la vida humana bajo
formas cada vez más sutiles. Las alucinaciones denigran el paisaje real, en el que se
desarrollan los acontecimientos que perturban el orden constituido. La entropía social
tiene un aspecto catártico en quienes creen en el empeño creativo, operativo, decisional,
fecundo, de las íntimas valoraciones, tanto para los que lo realizan, como para los que lo
idealizan en una finalidad institucionalmente edificante. La fragmentación popular en el
dinamismo de la calle y la plaza permite al modernismo o al post-modernismo
homologar las figuras, los estilemas, las actitudes, recuperadas de forma desorganizada
por la tradición. La aceptación incondicional de las experiencias cumplidas por la
humanidad en el pasado implica la potencial revocabilidad del presente. El orden (en el
desorden), que atenaza la muchedumbre, no la redime de su ineluctabilidad. La
electrónica ennoblece el caos, atrincherándolo en una serie de esquemas, de cifras, de
programas, de los que se deducen las informaciones, pensadas como las linfas vitales de
la «aldea global» de Marshall McLuhan. Las fuentes subterráneas de la empatía, que
arride antropológicamente instigada por las concentraciones, huyen de la temperie
histórica. De hecho, es la naturaleza de la condición humana la que se manifiesta con
una cierta perspicacia simbólica, en el intento de convalidar como una prueba lo que es
genéticamente implícito en cada individuo, que actúa en la vida humana y cosmopolita.
760 RICCARDO CAMPA

La neurosis y la actitud visionaria se disputan el favor popular, sobre todo en la


organización urbanística del territorio. El medio ambiente asume las características de
un lugar consagrados al hechizo momentáneo de los transeúntes, que se sienten cada vez
más expropiados, en las metrópolis modernas, de las defensas inmunitarias, e integrados
en la vorágine de la competición colectiva, garantizada por la red de protección de los
derechos civiles y del erario público. El gigantismo representa la sintaxis generativa de
la hipertrofia creativa, de la tendencia a determinar, en clave propedéutica la maravilla,
las construcciones funcionales para la realización de los esfuerzos dinámicos,
desarrollados por las posiciones sedentarias. El rascacielos ilusiona en su salto por
encima de los individuos, que lo miran desde abajo, desde la pista de lanzamiento de sus
pretensiones inventivas. La homeóstasis de la proyección sinérgica atrae la fantasía y la
hace paradójicamente redimible de la estasis (de la parada). El rascacielos mimetiza el
cohete del pensamiento, que hiende las cortinas humeantes de la compresión y la
subdivisión territorial. Su forma, altísima en el cielo inaccesible de la metrópoli, señala
el nivel alcanzado por la imaginación (cuando supera las inclemencias de los circuitos
interindividuales, presentes en la ciudad utópica de Sancho en el Don Quijote de Miguel
Cervantes y Saavedra). El biomorfismo de las nuevas construcciones permite la

donación, en el espectro democrático, del viento y de la luz. El espacio público se


vuelve –en la planificación metropolitana– fragmento del plenilunio sobre el tapis-
roulant de las avenidas sin final. La congestión terrena se vaporiza como en los pisos
altos de los edificios, que miran en la dirección más próxima a la liberación mental.

Los artefactos parecen las herramientas del bricolaje de un artista herido en el


amor propio (como el poeta de la Puerta de Lilas de René Clair). El paisajismo señala la
indiferencia celestial, con la que la naturaleza aflora en arcaicas contracciones
simbólicas. La evocación se perfila como una práctica introspectiva, destinada a indiciar
criminalmente la nostalgia. El panorama, creado por Robert Moses en el fondo de los
edificios de las autopistas con un lento movimiento, hace pensar en la pastoral moderna,
en la ansiosa inmanencia de una pieza del Edén terrestre. El mundo idílico de la
periferia de la metrópoli se convierte en una tentación para las clases acomodadas,
amantes de la naturaleza y de los efluvios liberadores. Los barrios altos de la ciudad


Término acuñado por vez primera por Alfred Barr (1936) para designar el movimiento artístico que
comenzó en el siglo XX y que se define por fijar su atención en el poder de la vida natural (N.T.).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 761

restablecen, en clave hermenéutica, las clases sociales, según la visión, que se haga de la
circunspecta preeminencia de los espacios deprimidos. La arquitectura moderna intenta
sustraer la política moderna a la fatalidad, recreada por Fiódor Dostoievski: en la
combinación del odio hacia las personas y del amor a la humanidad. El ambiente
condiciona el modo de pensar y de actuar de las generaciones de la segunda postguerra,
influidas por la seta atómica de Hiroshima y de Nagasaki y del conflicto ideológico
caracterizado por el dualismo irreverente del Muro de Berlín. El recurso al pasado tiene
un fundamento catártico y terapéutico: el Invisible Man (1952) de Ralph Ellison y El
tambor de hojalata (1959) de Günter Grass representan, respectivamente, el Harlem y
Gdańsk de los años Treinta, del período en el que el demonio de la historia serpea como
un ardor volcánico sobre la faz de la tierra. Los fuegos del incendio están presentes en
Europa continental, en Europa mediterránea y en el Lejano Oriente (Japón y China). La
apoteósica exigencia de una ampliación de la uniformidad del mundo, a la medida de
una única etnia celebrada culturalmente, también señala la decadencia de una conducta
moral del género humano en su problemática eficacia. «La separación entre el espíritu
moderno y el entorno modernizado ha sido una de las principales fuentes de angustia y
de reflexión al final de la década de los Cincuenta. Mientras la década transcurrió
lentamente, las personas más fantasiosas fueron cada vez más decididas, no sólo a darse
cuenta de la existencia de este enorme abismo, sino también a llenarlo, mediante el arte,
el pensamiento y la acción. Éste fue el deseo que inspiró libros muy diferentes entre sí
como The Human Condition de Hnnah Arendt, Advertisements for Myself de Norman
Mailer, Life against Death de Norman O. Brown y Groving Up Absurd de Paul
Goodman»49. La confesión y la alocución coinciden en confirmar, para superar la crisis
espiritual que causa la agitación intestina de los años Treinta, el renovado interés
ambiental.

La destrucción del paisaje legendario de la memoria y la funcionalidad de la


estructura industrial lleva a los artistas y a los pensadores de la segunda postguerra a
confiar en una sólida convicción. El existencialismo (Jean-Paul Sartre, Martin
Heidegger) y el humanismo integral (Jacques Maritain, Gabriel Marcel) reedita en clave
epistemológica los axiomas de las filosofías clásicas, válidas para reconocer los factores
determinantes de la vida humana frente a sus mismas inconmensurables potestades
desestabilizadoras y destructoras de la geopolítica planetaria. La épica modernista es
epigramática: oscila entre las legendarias aventuras de las literaturas en desuso como la
762 RICCARDO CAMPA

gaélica, evocada por Jorge Luis Borges, y la acrobática figuración del bufón. El
debilitamiento de la grandeza trágica se degrada en la comedia de los alcahuetes. La
despreocupación tiene una conformación hierática, que influye indolentemente en los
eones de un tiempo que aún no se ha manifestado. El arte de Claes Oldenburg «que
ayuda a las señoras a cruzar la calle» aflige una apoteósica insolvencia como las
generaciones, que se preparan a doblar la esquina del siglo XX y de forma proditoria a
fingirse disponibles para cualquier empresa, que huya de la hinchazón endémica de la
humanidad: el conflicto, la prepotencia, la desvergüenza, la afirmación.

La coreografía circense, las figuraciones escayoladas e inmóviles, la danza


reaniman la vida de la calle y de la plaza, cada vez más invadidas por protestas
(políticas, sociales). Los pintores ambulantes y los saltimbanquis describen en el aire las
señales irrefrenables de la vitalidad colectiva. Su exhibición parece que calmar al
público involuntario, que trocea, a grandes golpes, los espacios reservados a la
recreación del edicto. La transgresión la encubren las voces persuasivas, que invitan a
convalidar la limosna. El égloga de la inedia y la melancolía sustenta furtivamente las
fugas occitanas de quienes se dirigen a la perdición con el paso aparentemente suave de
los funámbulos. Las formas semovientes de las galerías imitan la condena de los ineptos
y de los desheredados. Cada transeúnte entrecorta el aire como un rastreador el terreno,
sobre el que apoya, con afectación, su utensilio metálico y su habilidad adivinadora. Los
happenings parecen la reedición de las Almas muertas de Gogol en una época destinada
a construirlas como verdaderos escritos de acusación no se sabe bien contra quién, ya
que la solapa orgánica de las mistificaciones aparece con el aspecto alucinado de las
generaciones congeladas por la insolvencia. Claes Oldenburg afirma que el entorno de
la ciudad, constelado de furtivas compañías artísticas, es «malditamente divertida».
Aunque no aparece un complementario grupo del infierno dantesco, su inconstancia e
incomodidad hace pensar en una contenida perdición, del que se prefiere el efecto
escénico antes que el recuerdo. El arte de Oldenburg, que se mezcla con la vida
cotidiana, desesperadamente condicionado en el simbolismo museístico, es condenado
por la coherencia del efluvio incandescente del metro. Un arte seroterápico es
tradicionalmente una innovación del convencional, donde se preservan las emolientes
sugestiones estéticas, que evidencian la identificación existencial. Los testimonios de la
calle son fugaces tentativas de ideación permanente con un objetivo febrilmente
popular. Los grafiti son escrituras algebraicas, que reorganizan ocasionalmente los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 763

cánones artísticos, con los que el público hace fluir las alegorías de la mente, como si
fueran miradas retráctiles de la fibrilación eficaz. Las diferencias, reflejadas en el
microcosmos de las compañías de mercenarios (artísticos), designan casi
involuntariamente la nueva, y arcaica, conformación del mundo. Falta, en su hechizo, el
refugio en su sentido tradicional. Este se ha convertido si acaso en el viento, en la
prometeica vocación a la permanencia en la ficción del cambio, que parece exorcizar el
crimen, el descrédito de la cohesión humana. Queda, como interlocutor del silencio
bíblico de los saltimbanquis, el vocabulario: la destreza expresiva del gesto, la palabra.
La alusión compendia la interconexión entre la acción y su estilema mental, entre lo que
se puede engendrar en el aire y lo que se dispersa por la imperiosa profilaxis
regenerativa. El funámbulo preconiza el acto, que no se cumple si no en la improbable,
vehemente ejecución. El funámbulo es el epigrama del deslizamiento veloz, que
obscurece las mentes evidentes según las adicciones misterosóficas.

La distancia entre las personas, los lugares y los objetos se reduce en la sociedad
moderna, caracterizada por una libertad acompañada de prohibiciones. El laberinto,
descrito por Borges, se propone en clave iconográfica, en su sofisticada enucleación de
la Nada compendiada en una entidad aparentemente concreta e ineludiblemente
frustrante. El recorrido ideal de los seres es afectivo, sublimado –del Orlando furioso de
Ludovico Ariosto al Hombre sin atributos de Robert Musil– por la evasión aérea. Paul
De Man considera que la modernidad coincide con el punto cero de la experiencia
renovada (olvidando de las referencias del pasado). El fin de la historia se realiza
magnificando el presente, por su naturaleza críptica e insolvente, al menos en lo que
concierne a las visiones de las generaciones computarizadas. Pero el pasado, aunque sea
como una apódosis del recuerdo, no desaparece de la perspectiva humana, que lo
reaviva refutándolo. Lo «privado» está destinado a custodiar el pasado, los
acontecimientos y los hechos entregados a la valoración global, como un salvoconducto
para la eternidad (polvorienta, llena de pretensiones extinguidas en la inutilidad). La
disolución, sin embargo, es una categoría que sustituye la transformación para hacer
menos perentorio el descuido y más aquiescente el olvido. La intimidad se perfila como
un espacio inconmensurable, en el que se pronostica la inexistencia de leyes, que
diriman así la imperfección. El infinito nominal se encuentra por tanto dentro de cada
individuo, obligado, superficialmente, a rendir cuentas con la contingencia terrena y con
los conflictos de competencia con sus semejantes. La obsesión de los fantasmas de
764 RICCARDO CAMPA

ultratumba es una región silente, abierta a al mejora de la auscultación. Se promete así


el universo sonoro, preconizado por Ezra Pound en el período que precede a la Segunda
Guerra Mundial: un radical revirement, que oculta a la vista la hegemonía cognitiva,
inaugurada en el Renacimiento, cuando la mutación genética de la observación humana,
hasta a entonces dominada por lo sonoro y por lo tanto por la literatura homérica, se
desarrolla hacia la nueva dimensión física (espacial) del Viejo y del Nuevo Mundo. El
abismo contrasta el cielo estrellado en la imaginación de las comunidades
tecnológicamente condicionadas por el relativismo multimedia. La mística del
posmodernismo es un recuerdo fantasioso del pasado, que se anuncia que ha de
olvidado. En la perspectiva presente se introduce la vaguedad como correctivo de la
irresolución (de las problemáticas inherentes al encargo vital del registro demográfico
del planeta).

La versatilidad del presente permite conjugar el determinismo natural con las


variables artificiales, cometidas por la imaginación humana en sus fases de inquieta
acreditación existencial. La previsión y la libertad se interrelacionan en la elegía de la
eventualidad. La inexorabilidad compendia las innumerables incursiones en el sueño sin
encontrar el vagido de la esperanza. El psicoanálisis permite subvertir el recorrido
futurístico en el pasado remoto de la especie, cuando el lenguaje hablado es inexistente.
Solamente al constituirse aparato fónico, el hombre es capaz de describir su temperie
cognitiva. Pero las formas de adquisición del saber también están presentes en el
abreviatura de los gestos y de las actitudes, fundamento de los mitos, de las creencias,
de las empresas (heroicas, amenazadoras, opresivas, xenófobas). El diván del
psicoanalista recobra, en los complejos (presentes ya en los exordios de la cultura
occidental, en la Grecia del los siglos VI y V), la experiencia átona, en el que la
estrategia del intelecto no se sustrae a los desafíos de la naturaleza. El psicoanálisis es el
cuento de lo que queda del eón sin testimonio oral (pero genéticamente vinculado) que
la humanidad vive en el recuerdo incestuoso con la naturaleza y rapsódicamente con los
instrumentos de la fabulación y de la conexión con los condicionamientos de la
modernidad. El orden preestablecido se disuelve en la problematicidad existencial, que
recluta apoyos antropológicos e invectivas sagradas con las que sostener la esperanza
(en el más allá de la inmediatez y de la extemporaneidad). La bruma de la
incertidumbre, de la indiferencia y del aburrimiento preside a la inutilidad de los
esfuerzos realizados para subvenir al escarnio de la permisividad. La charada de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 765

palabras sobreentiende la argumentación trascendental: la ilusión del futuro y la


pretensión del azar se disputan el favor de quienes observan las condiciones, en las que
están obligados a actuar con innegable fidelidad. El justicialismo frustra cualquier
enunciado teleológico: el límite de la provocación cognoscitiva (etiológica) es
inalcanzable con los modernos medios de comunicación. La trama de las
interconexiones individuales presupone paradójicamente una improbable central
operativa, en la que se agrupa el saber, que se diluye en la locuacidad y la dislexia
contemporáneas. La doctrina de la restauración y la conservación aparecen como
correctivo intersticial de la innovadora y revolucionaria.

La liberación del juego de las dictaduras (políticas) del siglo XX se refleja en


cada acto de sumisión, que comporta el predominio de un factor (económico) sobre los
otros en la experiencia de la convivencia civil y pacífica modernas. La libertad de
movimiento se inicia en el sectorialismo burgués. Las generaciones del beat generation
redescubren el nomadismo, la forma primigenia de la libertad instintiva. El mismo
aparato laboral y productivo es tendencialmente sedentario y tiene por lo tanto
necesidad de contar con las autopistas, los circuitos de la movilidad más confortables y
seguros posibles. La «sociedad abierta y sus enemigos» de Karl R. Popper y el
«pensamiento abierto» a las críticas de cualquier tendencia totalitaria encuentran en la
espacialidad en sentido metafórico la idea del libre cumplimiento de la condición
humana. «Ciertamente –firma Karl Dietrich Bracher– la validez de las argumentaciones
de Popper en sus detalles filosóficos y científicos es controvertida, como lo son por lo
demás los bosquejos de una filosofía de la libertad lograda con insistencia por varias
partes: por Karl Jaspers e Isaiah Berlin»50. Las sucesivas experiencias sociales
demuestran que la defensa del totalitarismo sigue siendo ideológica, conjugada con la
acusación de rebelión a los países tecnológicamente hegemónicos capaces de subyugar
económicamente las zonas en vías de industrialización (y de modernización). El
escepticismo contra las infatuaciones doctrinarias del Estado ético se dirige contra las
sugestiones del Estado opulento. El radicalismo político se desarrolla en sentido anti-
uniformista, anti-capitalista y anti-dirigista. La democracia evita la tarea de exorcizar
los envites autoritarios en función de la participación masiva en las determinaciones
normativas, en conexión con la elección de políticas económicas. Los límites de la
potencia de los Estados nacionales se deben contextualmente a la libertad de
movimiento (de las personas y de las mercancías) en las regiones, culturalmente
766 RICCARDO CAMPA

exorcizadas por la guerra con un fin predatorio, y con las formas adecuadas para
establecer un equilibrio económico y estructural entre los países interesados en la
integración e interacción con los sectores más fructíferos para el desarrollo general. El
progreso se somete por tanto a una compleja valoración exegética, realizado bajo las
perspectivas institucionalmente más conformes a los derechos positivos, a la igualdad
de sexo, de raza, de opinión, en la confrontación competitiva del mercado.

La crisis del comunismo, de la planificación económica y del dirigismo


institucional también tiene la característica de la limitación espacial (debido a la
reglamentación de los desplazamientos internos de la población, que sin embargo posee
pasaportes domésticos). La defensa de la exteriorización ideológica, en los primeros
años de la década de los Cincuenta del siglo XX, es un instrumento que adviene con la
llegada del proceso de invertebración económico de Europa en el contexto mundial. El
capitalismo sustenta el progreso y tiende a uniformar, progresivamente, el consumo y
las conductas consiguientes, en las diversas áreas del planeta. «Todo eso estuvo no sólo
en contraste estridente con las experiencias de la crisis socio-económica de los años
Veinte y Treinta, que contribuyeron mucho al desorden de la democracia, sino también
con la patente incapacidad de los sistemas comunistas de realizar el progreso económico
y social que prometieron. Nunca en la historia emergieron de manera tan impresionante
las relaciones recíprocas entre pensamiento económico-social y pensamiento político»51.
El Occidente europeo y el Occidente americano (sin prejuicio de las tensiones con la
Unión Soviética y China) intentan una interacción a nivel militar para luego encaminar
y consolidar la relación económica y política, como antecedente lógico de una empresa
de época. El vulgar despotismo de los regímenes no liberales se transforma mansamente
en el angustiado cálculo del beneficio de los países propensos a medirse con el mercado
(global). El concepto de la coexistencia pacífica esconde su neutralidad en el natural
antagonismo de la existencia, exorcizado por el clima nuclear, en el que gravitan las dos
grandes potencias tecnológicas y militares de la segunda mitad del siglo XX, separadas
entre ellas, respectivamente, por el liberalismo estadounidense y por el centralismo
soviético. El anacronismo de las batallas ideológicas del siglo XIX es superado por el
empirismo de los países políticamente hegemónicos en el escenario mundial. La
socialdemocracia centroeuropea (Programa de Godesberg) reniega de la tendencia atea
y el laborismo inglés rebate el estatalismo. El Estado asistencial, cuidadoso en los años
Sesenta del bienestar difuso, está en el origen de la economía liberal y de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 767

competitividad como instrumento para potenciar los recursos individuales en el


mercado, creído como el instrumento adecuado para la providencial distribución de la
riqueza. Las filosofías, que defienden la persona del exorcismo de los aparatos
colectivos, son bastante ineficaces frente la intromisión del aparato productivo, que
practica notables condicionamientos al sistema institucional, en el que gravita.

La reedición, en el plano conductual, del individualismo tiene una función


parenética antes que predictiva. Es un tipo de salvaguardia frente a los peligros del
conformismo masivo, que influye sobre los órdenes políticos y los regímenes
económicos en su desarrollo estatal e internacional. Esta actitud –presente en términos
liberadores en los años Setenta y Ochenta del siglo XX en todos los países en vías de
consolidación industrial– invade también las áreas que durante un tiempo
comprometidas por el imperialismo europeo, renacido según comprometidos sistemas
autónomos no suficientemente demócratas. La revolución independentista la describe
paradigmáticamente Albert Camus, uno de los intelectuales más empeñados en la
defensa de la identidad de los órdenes institucionales culturalmente redimidos por la
sumisión externa. La política de las alianzas y la guerra fría, difundida a partir de los
años Cincuenta del siglo XX, establece relaciones económicas, financieras, como
superestructuras de las políticas y militares de los dos hemisferios ideológicos, en los
que –simplificando– se divide el sistema planetario. El «americanismo» se perfila como
una línea de conducta, que presenta una visión regeneradora del mundo. Las
superpotencias poseen los recursos necesarios para dirigir, a derecha e izquierda, las
evoluciones palingenésicas de las diferentes áreas del universo político. La comparación
entre el Este y el Oeste se destina a perpetuarse bajo otras formas, no necesariamente
inclementes y destructivas. «Una oleada de autocrítica recorre Occidente bajo la estela
de la guerra de Vietnam y los rápidos cambios sociales provocados por el progreso
material y por el incremento de las comunicaciones internacionales debido a los nuevos
mass media, especialmente la televisión, cuyos efectos son más sobrecogedores en la
mitad de los años Sesenta y que luego no serán nunca lo suficientemente valorados»52.
En realidad, Popper se encarga de afrontar los efectos de la televisión en la información
y en la formación de sus usuarios por las centrales de transmisión, no siempre
garantizadas ni protegidas en una búsqueda del interés general que esté por encima del
cálculo subjetivo. En todo caso, la televisión introduce en las categorías perceptivas de
la opinión publica una idea del espacio móvil, de la necesidad interceptada en beneficio
768 RICCARDO CAMPA

de la comunicación. Las partes de la realidad registradas por la cámara de cine – más


allá del hecho que delinea la presencia de lo existente por la escucha y por la visión a
favor de sus usuarios– redactan un concepto del tiempo conforme a la inmediatez, y
hasta la instantaneidad, de los acontecimientos encomendados a la observación. La
contextualización de los hechos con respecto de los sitios de observación relativiza sin
medida las variantes explicativas de las causas que los determinan.

La participación en los acontecimientos, apuntada televisivamente, es general y


se hace «en tiempo real». Los lugares más recónditos y concentrados del mundo se
vuelven de actualidad según los criterios de valoración de los centros del poder de
información y de decisión. La «aldea global» es tal para los medios de comunicación,
empleados en actualizarlos, también en sus formas más inicuas y degradantes, que lo
ocasional hace evidente. La dilatación de las expectativas de orden representativo y
testimonial manifiesta con conocimiento de causa los desniveles existentes entre el
Norte y el Sur del planeta y contextualmente promueve el debate político (e ideológico)
más idóneo para reducir sus efectos (desconcertantes para la ética moderada,
desoladores para la ético intransigente). La filosofía de la crisis y la teología de la
liberación se unen para denunciar a nivel regional e internacional las consecuencias que
la economía del desarrollo tiene en el patrimonio humano y ambiental según un proceso
revolucionario, dirigido a refutar las doctrinas reformistas, difundidas en el Occidente
europeo y extra-europeo (con una versatilidad –contaminante– en algunos países
orientales como el Japón de los años Ochenta y Noventa del siglo XX). Esta «sacudida
sísmica» tiende a reducir las diferencias entre la democracia y la dictadura, al menos en
lo que atañe al mercado global, liberado de todo vínculo y de cualquier regla de
conducta, que discipline su realización. Esta categoría correctiva reemplaza laicalmente
la schmittiana «mano invisible». La irreductibilidad de la compra-venta en un régimen
éticamente controlable queda eximida de la consideración de la peculiaridad de la
condición humana (de la «madera torcida» de kantiana memoria). La condena de la
«restauración capitalista» es el slogan, con el que los movimientos juveniles,
estudiantiles, defienden su entrada en el mundo del trabajo, cada vez más precario y
distinto a la división de las competencias operativas del pasado.

Según James Billington, teórico de la concepción radical de la historia, el


pensamiento revolucionario occidental no se fundamenta solo en motivaciones políticas,
sino también psicológicas. Las jóvenes generaciones miran aprensivamente lo que se les
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 769

incita a hacer (resumido en la palabra excesivamente utilizada y desviante de futuro)


para garantizar la supervivencia en la época de las fuerzas impulsoras de la artificialidad
y la participación del hombre en los procesos creativos y productivos, estos últimos en
continua expansión, condicionados por la demografía. En esta fase compulsiva de las
nuevas generaciones disminuye progresivamente la actitud lúdica, mientras permanece,
agravándose, la actitud plebiscitaria y espectacular. La modificación de las costumbres
está fuertemente influida por la «revolución sexual» y el feminismo (que se desarrolla
innovadoramente frente a la emancipación femenina de las décadas que preceden a la
década de los Sesenta del siglo XX). «Se teorizaron y practicaron nuevas formas de vida
colectiva de corte utópico-comunista, bajo la perspectiva de una revolución social que
superara la familia y el Estado y bajo perspectiva de una sociedad “no autoritaria”»53.
Las doctrinas que condenan la «violencia estructural» (institucional) tienen un
componente algebraico: por un lado, mantienen el principio de la inviolabilidad de la
persona bajo cualquiera forma en la que se manifieste; por otro lado, su exteriorización
objetiva prevé una comparación cerrada con las fuerzas del orden constituido. La
«resistencia legítima» supone la eliminación de cualquier limitación conductual,
impuesta por el orden político, en todo caso identificado ideológicamente. A las
intemperancias reivindicadoras se confronta el difuso pacifismo de clara tendencia a
propiciar un renovado humanismo redentor. Y, contextualmente, cotejándolo con el
Occidental, el vigésimo congreso del partido comunista de 1956 condena el «culto» a la
personalidad, entendido como una forma hipertrófica de la concepción del yo, en
contraste con el aspecto democrático (y por lo tanto igualitario) presente en los países
del Occidente humanista y racional. El titoísmo, el maoísmo y el castrismo se inmolan
en el altar de la igualdad, sustentados por una concepción catártica de las historias y
vidas nacionales. El anacronismo dogmático, sin embargo, sigue invadiendo las
elaboraciones doctrinarias de estas formas de gobierno, encargado a enfrentarse con el
humanismo occidental en sus fendientes polémicos contra la injusticia, la precaria
seguridad individual y colectiva y la ingenua no-injerencia en las creencias (y en las
credulidades) de la fe. La encíclica de Juan XXIII Pacem in terris (1963) presenta una
dialéctica comprensiva de la Iglesia de Roma con el universo comunista y virtualmente
con todos los órdenes institucionales carentes de inspiración religiosa.

El monolitismo político cede su sitio al pluralismo de las culturas alternativas y a


las contraculturas, que se manifiestan bajo formas de concentraciones colectivas (de
770 RICCARDO CAMPA

grupo: de los antiglobalización; de los verdes; de los hijos del Sol, etcétera). Estas
constituyen las compensaciones espirituales de las uniformidades, impuestas por el
necesitarismo económico y por el compromiso del comportamiento (ética). La
racionalidad sustancial y la racionalidad funcional –según la terminología propuesta por
Max Weber– refleja la distinción entre los valores y los medios empleados para
perseguirlos. La comunidad humana se siente invadida por las corrientes ideales de
diverso signo que, aunque no encuentren una inmediata aplicación, influyen de modo
más o menos intencional sobre el proceso cognoscitivo y de actuación en vigor. El
neoconservadurismo incluye en su preceptiva política el reconocimiento de algunas
variables éticas, propuestas por los movimientos que persiguen la innovación
institucional. La recurrente crisis petrolífera consolida las tradiciones nacionales y
vincula las preocupaciones a la sobriedad y al rigor. El progreso, aunque no sea
rebatido, ni por la derecha ni por la izquierda, se redimensiona en sus efectos benéficos
con la presencia de los condicionamientos conductuales, que determina a nivel mundial.
El nacionalismo autoritario es una actitud sumisa al cambio planetario, impuesto por el
proceso tecnológico. La literatura de la decadencia de la civilización occidental retoma
un flébil vigor y alimenta el nihilismo, que anima sobre todo las corrientes xenófobas,
decididas interponer una barrera en la relación razas y etnias, debido a la migración
bíblica, que se realiza, a finales del siglo XX, desde las áreas política y económicamente
deprimidas a las regiones donde se garantizan los derechos civiles y de la dignidad del
hombre, independientemente de sus connotaciones culturales. La solicitud de
emancipación en parte se satisface y en parte se deniega (con una limitación
cuantitativa) en los países que pueden contestar a las premuras éticas, que sitúa a nivel
planetario el fenómeno de la migración. La aristotélica falta de autenticidad del
humanismo político anima la discusión política contemporánea. Los países de América
Latina, tras un largo periodo de corrientes políticas autoritarias, adoptan la democracia,
entendida como el instrumento de participación colectiva, que puede garantizar, con un
grado de negociada igualdad social, de forma más convincente, el acceso a la
participación colectiva, tanto a nivel institucional, como a nivel conductual. La ética de
la confrontación alimenta un nuevo modo de entender la presencia individual en el
universo político, caracterizado por las garantías jurídicas que son contrarias al abuso, al
vilipendio y la indebida interferencia en la intimidad de los sujetos individuales, libres
de practicar sus creencias en la contingencia terrena y en la plusvalía celeste. Las
democracias combaten la conspiración del silencio: revelan las decisiones colectivas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 771

como la conducta normalizada de la convivencia civil. La intencionalidad –según


Edmund Husserl– domina la condición social, estructurada democráticamente. No
existe noesis, acto de conocimiento, sin noema, objeto de conocimiento. Es por tanto el
fulcro emotivo de la responsabilidad, regulable por la legislación en sus
exteriorizaciones históricas y ratificadas legalmente.

Contrastar la decisión (individual y grupal) es ineludible en un proceso natural,


que no encuentra comparación, como la muerte, en el sistema periódico de los
elementos, sistematizados por el observador-perturbador de la realidad. La cultura es en
fin la tentativa de parafrasear –con metáforas, metonimias, ceremonias, rituales– la
decadencia de la existencia, que así garantiza, en términos objetivos y alegóricos, la
perpetuación. El anonimato denigra la responsabilidad, incluso en sus formas liminares
y ultimas. La amplitud de las fronteras inmanentes a itinerarios transcendentes es tarea
de la cultura. La memoria es el testimonio de lo que la humanidad percibe como lo que
más perdura en su insolvencia antropológica. El pensamiento (de los anacoretas, de los
microfísicos, de los visionarios) amplía el tejido conectivo de la experiencia en ámbitos
donde la común investigación de reconocimiento es impracticable. La intencionalidad
es la maldición de la condición humana en cuanto induce a pensar un tiempo ilusorio,
que se sabe que no se puede vivir con los recursos de los que se dispone. La
inmortalidad es el signo de la caducidad de la condición humana: su sentido consiste en
la predestinación, a la que se adecuan los seres pensantes. Su conciencia venga su
pequeñez, frente a la alevosa acción del tiempo. La traumática conciencia del vacío, de
la Nada, compromete la levedad de los propósitos explicativos de los seres mortales. La
conciencia de pensar es adecuada para proporcionar otras certezas, relativamente
condensadas en la trama de la convicción después del ejercicio de reconocimiento de la
práctica experiencial. La metáfora ayuda al pensamiento a poder formular como
hipótesis los aspectos (todavía) invisibles de la realidad tal como se manifiestan en la
evidencia cotidiana. La verdad de la decadencia se ejercita en la absurdez, en las
proposiciones carentes de nexo conceptual. Los códigos interpretativos de la
incongruencia humana son atentados manifiestos a la realidad natural, tal como
(siempre) se manifiesta a la razón. «En las palabras de Charles W. Wahl, –escribe
Zygmunt Bauman– la muerte “no sucumbe a la ciencia y a la racionalidad” y por lo
tanto estamos necesariamente obligados a emplear la artillería pesada defensiva, es decir
recurrir a la magia y a lo irracional»54. Inconscientemente, se persigue la inmortalidad
772 RICCARDO CAMPA

como la fuente inagotable del pensamiento, que medita sobre los fastigios y sobre los
desastres del universo, en su versatilidad eternamente infantil y en su inexorable
decadencia. La Nada disfraza las intenciones de frustrar las realizaciones, realizadas por
el intelecto agente en sintonía, dentro de lo posible, con las instancias (geofísicas) del
cosmos. La incredulidad es desviante: tiende a desplazar a «otro» hemisferio conceptual
lo que aparece insolvente en el que se practica. El retorno al estado inorgánico de los
individuos asegura la permanencia de la especie. El paradójico tesón de la naturaleza
con los cuerpos vitales singulares tiene como finalidad el restablecimiento de la
presencia del género humano en el metabolismo cósmico. La contradicción de la
existencia es su fuente vital. En lo interno de esta constatación se ejercita la actitud
cognoscitiva, homologadora, de los fenómenos naturales, en el intento de demonizarlos
y de contrastarlos con los recursos de la artificialidad, de la prueba creadora del homo
faber. La anomalía natural se identifica con la razón humana, con el bagaje de nociones
adquiridas con la lógica y con la correlación de los factores análogos y diferentes, según
modelos ideales, elaborados como unidad de medida, generalmente indiferenciada (a
nivel experimental y a nivel artificial). La cultura juzga la naturaleza con fines
supersticiosos, casi como para asechar su curso y conocer sus reglas (si se pueden como
tales lanzar como hipótesis).

El totalitarismo sostiene la funesta comparación entre el sacrificio de la vida


individual y la gloria colectiva. La perpetuación del valor subjetivo concierne el tipo de
organización social, sobre todo cuando esta confía en la transcendencia étnica, racial y
hasta de orden estructural. La entidad de la promesa ultraterrena es de naturaleza
pagana, pertenece a las creencias primitivas, dotadas de gratificaciones que frustran la
permanencia terrena sin sobresaltos heroicos. La «inmortalidad colectiva» está
promovida por un régimen propulsivo, ocupado en la exaltación y en la negación del
cuerpo, del aspecto físico, tendente a sublimarse en el bronce, en el hierro, en el mármol
de las plazas y en los cruces de las comunidades que se elevan al nivel (emblemático) de
la extemporaneidad. La salvaguardia de la especie, en lucha con sus propias
modificaciones, parece certificarse como una propensión genética de los regímenes,
dominada por la fuerza primaria, de la valentía y de la temeridad. La preservación del
individuo es relativa al «valor» de la colectividad. «Privado de Dios y de Sus émulos
seculares, el individuo moderno “necesita de alguien, de alguna ‘ideología individual
justificadora’, que reemplace las decadentes ideologías colectivas”»55. La «inversión
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 773

espiritual» en las relaciones sexuales disminuye frente a la exigencia de asegurar la


perpetuación de la especie, a la que parece que se conecta la transcendencia de lo
terrestre. El abuso interindividual no mortifica la pérdida de tono de la comunidad en la
que se realiza, sino que la fortifica, según el cálculo dionisíaco de la energía latente, que
se transforma, a través de la prestación humana, en energía eficaz. El desafío es un
ejercicio que vuelve perentorio la insatisfacción (de existir sin preconizar por ello su
cumplimiento en forma alternativa, salvífica o providencial). Irrecuperabilidad y
casualidad se unen, en el intento de celebrar su influencia en los cálculos mentales de
los mortales. La precariedad de la existencia es el indicio de la incertidumbre, allí surge
la decepción por los buenos propósitos, las prácticas de culto, que recortan la distancia
entre la expectativa de bienestar y la perdición. El deseo de Edipo es inmanente a la
empresa identitaria, en la que se empeña cada individuo con la constancia de la razón
(más que con la sugestión emotiva) según un proceso de emancipación, que execra
cualquier tipo de dependencia (afectiva, compulsiva, idolátrica, igualitaria).

La supervivencia, como sentimiento de satisfacción individual, no puede


prescindir de la presencia ajena, con la que se establece una relación empática, que se
caracteriza por tener una concepción edificante de la solidaridad y la
complementariedad. Los demás son la experiencia que se hace evidente en la relación
de entendimiento (o de falta de entendimiento) que se establece en razón de un proyecto
común, para valorar, también de forma competitiva, los recursos inventivos de cada
miembro de la comunidad, socialmente constituida. A la despótica afirmación de la
especie se contrapone la atomización de los intereses particulares, asociativos,
vinculados a los códigos conductuales, que se creen que son adecuados para su
cumplimiento. «En palabras de Reinhold Niebuhr, el patriotismo tribal “transforma el
altruismo personal en egoísmo nacional”»56. La competición (física, económica,
elegíaca) tiende a visualizar la predicación verbal de la supervivencia a través de la
aceptación del veredicto demoníaco, innato en la teleología vital. La ambivalencia de
los seres humanos consiste en el hecho que ellos se consideren, al mismo tiempo,
exclusivos y cohesivos, que se crean fortalecidos por la comunión de los recursos
(energéticos, culturales) y por la propensión predadora, sediciosa. La implacabilidad del
Mal parece confrontarse a la resolución del Bien. La relación interesada entre los
individuos la hace responsable de los gestos necesitados, que interesan a su naturaleza.
La realización de los gestos irreflexivos forma parte del magma de la especie, que se
774 RICCARDO CAMPA

cree depositaria de los mecanismos neurálgicos de la supervivencia de los tiempos


remotos y bastante inaccesibles a la razón. La conexión permite a los seres relacionarse
según la temperie natural y el orden artificial, que se dan para contener los efectos
(devastadores) de la tensión instintiva. El metabolismo cósmico parece extraño
(aparentemente al menos) a las reglas de la convivencia civil, tenidas como necesarias
por el buen rumbo de la especie en su fase de creatividad y asentamiento en el milieu
cultural que ella misma realiza. La artificialidad, entendida como el aspecto inédito de
la naturaleza, inaugura la toma de conciencia por parte de la humanidad de su
gravitación cósmica. La conciencia del ser es la soledad del anacoreta, que descifra los
signos del universo como una comprensión de la intransitividad de la existencia en su
múltiple e inconmensurable determinación. La relación de los seres con la realidad es
pre-ontológica, pre-intelectual; y sin embargo concierne la correspondencia entre los
sentidos que existen entre la evidencia y la improbabilidad. El individuo sirve de ente de
separación entre quienes se realizan en la experiencia y quienes –silentes– intentan
condicionarla. El impulso ético –según Emmanuel Lévinas57– precede
fenomenológicamente a la conciencia del ser en la realidad. Se diría que se realiza una
dotación genética, que piensa de forma que las acciones de los seres sean coherentes
con su fin (la correlación y la complicidad en términos de actuación y potestativos del
conjunto de la comunidad).

El entendimiento, siendo prejudicial en sus «inicios», concierne la validez de las


acciones conjuntas y coordenadas en beneficio de la especie. Su salvaguardia es de
hecho un epónimo del consenso, que se establece –con una serie de desconfianzas y
dificultades coyunturales– entre iguales, quienes sitúan (erróneamente) en la región
precordial del tiempo a los seres para la supervivencia (para la muerte). El primitivismo
se identifica con el estado de gracia, en el que el género humano presagia actuar para
tomar cautelar de las intemperies naturales, abandonándose a su propia carta de
navegación. La realidad se refleja en la apariencia, que es el lugar mental, en el que la
pericia discursiva e inquisitiva de los seres se manifiesta con optimismo y nihilismo de
forma alterna alternancias, cuya interacción permite la participación en lo existente (y
por lo existente). Según Lévinas –desde el «origen» de la especie– el hombre no es un
lobo para el hombre (según la hipótesis didáctica y promocional de Thomas Hobbes)
sino que es solidario (aunque en términos discráticos, competitivos y demoníacos). La
peculiaridad de la existencia humana consiste en participar de todas las formas de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 775

existencia en el mundo y hacerlo, sin embargo, de forma autónoma (aunque vulnerable).


La vacuidad se convierte en la categoría interpretativa de la consistencia de la acción
realizada para transformar lo existente en lo que puede existir, según las coordenadas
estéticas (y éticas) de quienes lo idearon. El universo pulsional de los «orígenes» se
desenvuelve en las angustiosas fases prometeicas de la experiencia empírica en
beneficio de quienes la realizan de forma material (práctica). El progreso se perfila por
lo tanto en la esfera emancipadora de los actores comunitarios (sociales). Las
intimaciones tribales del pacto, que se hacen en las religiones arcaicas, se fortalecen,
modificándose, en el contrato, que consiste en la competencia de las voluntades en vista
a realizar metas compartidas. La civilización –afirma Elías Canetti– es «un peligroso
filtro de amor que distrae de la muerte»58. La vida camina hacia la muerte cuando
disminuye su plenitud. La muerte de muchos para la supervivencia de un individuo se
identifica con la aberración del poder. La artificialidad de armas contundentes, la
uniformidad de los contendientes hacen mortal el conflicto. En el estado natural, la
muerte aparece como un resultado que se deduce de la existencia, incluso cuando su
inmanencia tiene una conformación dramática, espectacular. La ritualidad
conmemorativa no persigue el objetivo de remover el temor del fin, sino sobre todo
asimilar los actos realizados por la añoranza de los muertos en las expectativas, aunque
enajenadas, de los supervivientes. La transcendencia del presente se refleja en la
duración (aunque sea involuntaria) del pasado.

La condición humana se resuelve entre la transitoriedad de los individuos


singulares y la perdurabilidad (en cuanto perceptible) de la especie. Lo «existente» es la
metáfora de la pertenencia del ser a sus (orteguianas) circunstancias. La «esencia», la
«interioridad» son las metáforas con las que la conciencia de los mortales intercede
sobre la «eventualidad» con un anhelo de esperanza y un impulso de resignación. La
percepción sensorial, que la filosofía escocesa piensa que es principal frente a la
formulación de las ideas, es en efecto una idea en sí misma, como categoría
interpretativa de los acontecimientos en su comprobación dinámica. La autenticidad (de
lo permanente, de lo precario, de lo ocasional) es siempre problemática, pues está
condicionada a la convicción con la que se declina al contrastar la realidad. Por otra
parte, la inmortalidad es una proposición indiciaria de una actitud clandestina de los
seres errantes, significados por su exigüidad (temporal). La delimitación de la vitalidad
de los seres mortales frente a la sucesión de eras y de epopeyas, inconmensurables e
776 RICCARDO CAMPA

imaginables según la estructura mental pereciente y consecuencial, tiene una


connotación extravagante, al límite de la autenticidad. Sostienen los mitos, las creencias
religiosas, las elaboraciones artísticas en la incongruencia conceptual, que ambiciona
tener su función exornativa y confortadora. La esperanza de la inmortalidad es
coherente con las condiciones de bienestar (mental y material) con las que los seres
humanos se conectan con la «eventualidad» más escondida y cautivante (posible). La
refutación de la transitoriedad, que se realiza en la transcendencia, no satisface las
expectativas de los agnósticos, en cuanto que aparece autolesiva, destructiva. Por tanto,
la mundanidad se perfila como la remisión de los pecados de la soberbia, movidos por
la infausta pretensión de conmemorar insistentemente los actos acabados bajo la
apariencia de la precariedad. El nirvana de la post-modernidad representa la superación
de las inhibiciones relacionadas con las pérdidas de tono de las épocas, ocupadas a
salvaguardar científicamente lo que aparece en las problemáticas de las anotaciones
existenciales. La profecía se significa como el ímpetu de lo irrealizable. La literatura se
venga del incesante cambio de la realidad con los epitafios de la inutilidad. El periódico,
el mensajero de las noticias, se presenta como el fustigador de las costumbres, donde se
quebrantan las principales categorías de la lealtad, de la legitimidad, de la coherencia.
La intemperancia conductual niega el juicio a un ejercicio lleno de pretextos y falto de
sentido.

La especificidad –y por lo tanto la competencia sectorial– persiguen el


cumplimiento de las funciones, que se creen útiles al orden social y económico, en el
que se presentan como necesarias. El finalismo concreto y consecuencial reduce por así
decir el conocimiento a una meta cognitiva no indispensable para satisfacer las
necesidades primarias y secundarias, como expresiones de la intolerancia existencial. La
moral, de hecho, se perfila como el instrumento, mediante el cual la comunidad afronta
las discrasias de la convivencia, pensadas prejudiciales al beneficio individual y al
bienestar colectivo. La sectorialización de las competencias se configura por tanto como
la estrategia laica, dirigida a conformar el comportamiento humano con las
inconscientes premoniciones adquisitivas de los resultados realizados por los seres. Ella
sombrea por tanto la renuncia a otorgar a la existencia humana un «sentido global», tal
como lo prevén los mitos, las religiones, las elucubraciones fantasiosas y asertivas. El
simplismo –el semianalfabetismo, al que alude George Steiner– satisface el aparato
dispositivo y productivo de la época moderna. Propone, como en un guión, la arrogante
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 777

concepción estética de Arthur Schopenhauer. El objeto biodegradable no contesta a las


explícitas exigencias funcionales o a la estética, sino a las necesidades miméticas,
terapéuticas, conformistas. En la uniformidad se reduce el malestar, que engendra la
previsión, dejando un amplio espacio a la predestinación clandestina, es decir la que no
se ha plegado al cumplimiento consecuencial y a la fenomenología. «La notoriedad ha
reemplazado la inmortalidad, como la visión ha reemplazado la lectura y las pantallas a
los libros»59. La obsolescencia es la categoría cognitiva hecha de referencias. La
transcendencia de la sociedad de los objetos (de las mercancías) es la extensión
trasformativa de los mismos. La mediocracia acepta la sujeción cognitiva, procedente
de la extinción de la cadena productiva. La Nada alfabética es interactiva en la
conmutabilidad, a la que se someten los objetos, que se posponen mentalmente
(platónicamente) a los modelos ideales, pensados como alcanzables recurriendo a la
producción en serie. La espectacularidad transforma los objetos en acontecimientos; y
esta en imágenes desacralizadas por la perpetuidad. Los reflejos (mentales) actúan en
concomitancia con la curva del consumo, que neutraliza la reflexión (la constancia de la
estrategia, con la que se examinan las expectativas que se traducen en aflicciones, a su
vez propulsivas de la organización mediática y compulsiva de los objetos).

La «intervención» de los intelectuales reemplaza las ideas. La fama se


transforma en notoriedad. Esta última prodiga aprensiones secundarias y no duraderas,
pero concretas, faltas de cualquier tipo de «rimas» a las intervenciones divinas o
demoníacas. El concepto premiado es favorecido por la inmediatez del consumo de los
bienes, creídos ilusoriamente indispensables para satisfacer el instinto de supervivencia
en los acontecimientos concomitantes a la aprensión y la espera. La celebridad se perfila
como la actitud alcanzada en la escala comercial de lo que se transforma en objetos de
consumo. El intelectual contemporáneo, en efecto, se transforma en cantautor, en
predicador, en juglar, que se mueve en un eterno encuentro con la gloria (definida
impróvidamente siempre como una viuda). El marketing administra la gloria sedentaria
y el fulmíneo abrazo con la eternidad. Theodor W. Adorno60 afirma que es infausto el
sacrificio del pensamiento autónomo en el contexto de la acción colectiva. La
autonomía del pensamiento se identifica con la soledad del ser, que se abandona a la
contemplación o que se encomienda a la reflexión sobre los acontecimientos, en los que
se consume su condición vital. La sublimación de lo transitorio frustra lo duradero. El
sentido de la existencia solo puede elucubrarse, ya que a primera vista es difícil permitir
778 RICCARDO CAMPA

una explicación edificante. El hecho mismo de que las raíces neurálgicas de la


expectativa salvífica sean inconmensurables demuestra lo entusiasta y triste del empeño,
con el que la humanidad cree en una temperie que la transciende. La desesperación es el
trato con el que la existencia se determina y contra la que actúa con la razón y con la
imaginación. La «felicidad» –presente en la constitución estadounidense– se considera
la meta, que cada individuo puede alcanzar, en la comunidad en la que actúa, si es
convencionalmente cuidadosa de las conjeturas con las que cree en la constitución y en
la conversión. Lo absurdo encuentra su antídoto en la conciencia, que se extiende como
el reflejo del Sol sobre un banco de niebla.

La problemática existencial se identifica con la insuficiencia (tanto en el sentido


de la duración, que se empeña en prolongar, mejorándola, como en el teleológico y
trascendental). Las seguridades religiosas no se armonizan con el clima existencial de la
modernidad: con los descubrimientos tecnológicos y las expectativas de la inmediatez y
la eficacia. La esperanza en el reino de los fines se disfruta rapsódicamente en la
realidad cotidiana. La contingencia terrena asume los significados recónditos cuando la
acción que retrasa la decadencia y el olvido comprende todas las tentativas, realizadas
más o menos torpemente, para sumergir los recuerdos individuales en la memoria
colectiva. La fama es precisamente la tentativa de algunos individuos singulares de
encomendarse al panteón comunitario y sobrevivir en el reflejo hasta el
desvanecimiento y el hallazgo de sus huellas por la pericia arqueológica. La eternidad
está presente en forma alegórica en los restos, que representan y perpetúan los
semblantes. Las medidas, con las que las personas se inmolan a las virtudes sociales,
tienen en cuenta los resultados de la memoria. La causa final aristotélica es huidiza,
sirve para identificarse en el presente con una satisfacción cautivante y sofisticada (ya
tecnológicamente). El poder de la razón transciende la transitoriedad como patrimonio
genético de la humanidad. El resentimiento por la decadencia de las cosas (tal como
aparecen) lo atenúa el deseo de llevar a cabo la transformación (la metamorfosis) de lo
existente teniendo a la vista (en perspectiva) una nueva fase de la existencia cada vez
menos condicionada, o perjudicada, por el sentimiento del fin.

El empeño de las religiones y las ciencias, dirigido a atenuar el horror de la


muerte, consiste en contener dentro de criterios de consistencia objetiva la frustración
de lo que la imaginación humana tiende a arraigar en la tierra, a sustraer al deterioro y a
la ruina. El culto a las ruinas es la añoranza de la humanidad por cuanto se disuelve en
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 779

el viento y en el polvo. La vanidad es un término fraudulento, en el sentido que llama la


atención sobre algo que se muestra tercamente contrario a la inhibición conceptual
(argumentativa). Aunque la vanidad sea una actitud poco edificante socialmente,
desarrolla psicológicamente un papel muy diferente a lo aproximado o transitorio. Ella
interactúa con la ilusión, con el propósito de hacer posible un aspecto inédito de la
realidad, de hacerse explícito en determinadas condiciones objetivas, fuertemente
pensadas «todavía» como imposibles. La resignación es un dolor difícilmente atenuable,
aunque se prodiga en anquilosis meditabundas. La crueldad del «destino» tiene duración
didáctica: sirve para mitigar dentro de lo posible las ambiciones sediciosas. Su
intensidad se relaciona con los instrumentos (psicológicos, mediáticos, concretos) con
los que se ejerce: la agenda de las buenas intenciones le es extraña y sobre todo
descaradamente ineficaz. El amanuense es el tejedor más deshonroso de la historia antes
de ceder el privilegio de constreñir las experiencias humanas cognoscitivas a la
máquina, a la robótica que repite las pruebas del autor (del inventor, del técnico
innovador). Esta fase parece que supera un sistema aflictivo, que no anuncia su
superación. La desesperación, melancólica, se transforma en actitudinal, vuelve a
«reiterar» la eventualidad (negativa).

Las pasiones se asimilan a las supersticiones y a las idiosincrasias con el fin de


hacerlas secundarias frente a la razón, a la práctica del uso convencional de las
realizaciones cognoscitivas, de las relaciones entre el observador-perturbador de la
realidad y la realidad misma en su (en apariencia multiforme) determinación. La
animalidad siempre asume mayor relieve en la variegada realización del compromiso
moral e institucional. Su influencia en el dictado constitucional de los órdenes
normativos modernos no se castiga sin piedad, sino aclimatada alusivamente en una
época que todavía no ha resuelto sus modificaciones modernas. La distinción no está –
como querría Theodor W. Adorno– entre quién se identifica con el espíritu organizador
del mundo y quién no lo hace. La igualdad, promovida por la Ilustración, es de carácter
genético, no económico y social: y es tanto más válida y aplicativa, cuanto más se ejerce
en la confrontación (en la competencia) entre los potenciales exégetas del mismo
régimen cognitivo y de actuación. Tener acceso a la razón no significa tener de ello una
cantidad programada, sino un nivel genéticamente apreciable que permita la
legitimación conmutativa. Los individuos, dotados de razón, pueden argumentar y
decidir sobre los componentes orgánicos de la libertad, de la igualdad y de la
780 RICCARDO CAMPA

fraternidad: en la práctica, sobre las diferencias y semejanzas, que suponen el pertenecer


al género humano en su fase genéticamente configurada como la edad de la razón
(racionalidad). La expropiación masiva de la inmortalidad significa la incondicional
adhesión a la naturaleza, que «promueve», automáticamente, a los seres y a los entes
que la configuran, en los estadios de mayor y más evidente correlación (e interacción),
al punto de eximirlos progresivamente de individualizar el deus absconditus en sus más
íntimas tribulaciones.

El privilegio, por tanto, se perfila cada vez más como un fenómeno artificial, que
puede redimensionarse por la «igualdad ecuménica», garantizada por la razón. La
especie, en efecto, prevalece a nivel natural y normativo. El fundamento de la
institución se halla en las formulaciones de principio, en la agregación, en la asociación,
en el contrato (el matrimonio, la unión civil, la ayuda mutua). El proselitismo, en sus
expresiones más edificantes, es una invitación a la igualdad (y, en sentido deformado, a
la uniformidad). El determinismo invalidante se combate con la convicción que las fases
de desarrollo del género humano han de ser determinadas por la conciencia operante de
sus propios miembros. El azar y la necesidad son las categorías –pedagógicamente
presentadas por Jacques Monod– con las que los individuos se identifican en el proceso
natural, no tanto como habitantes, cuanto sobretodo, al menos ilusoriamente, como sus
conscientes inventores. La conciencia humana es a posteriori: se ejerce con la ayuda de
las experiencias realizadas por necesidad, pero bajo el perfil de la infausta
determinación. La pertenencia es el tejido conectivo de las culturas, incluso antes que
las agregaciones, por motivos de inmediatez y utilidad. La cultura discurre por tanto
entre lo que está condicionado por el pasado y lo que se piensa que va a ocurrir en el
presente adelantando el futuro. La experiencia es una categoría de particular relevancia
exegética en cuanto que da forma morfológica a las actividades, realizadas en el ámbito
o en las tensiones de la comunidad, en la que aparece como oportuna, si no hasta como
inevitable. La emancipación todavía in itinere constituye el antecedente lógico de
cualquier resolución cognitiva, en beneficio de los individuos que actúan en un
consorcio normativo, dotado de los criterios de reconocimiento y (por lo tanto) de
modificación.

La diversidad consiste por lo tanto en la multiplicidad de los modos, con los que
se afronta la experiencia (en sus formas naturales, originarias, y en sus formas
artificiales, sofisticadas). La correlación, si no hasta la armonización, de la multitud de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 781

la experiencias individuales se realiza en la comunidad, que es la titular de un sistema


de pertenencia que conquista su sentido último (trascendental). La comunidad, en
efecto, plantea la hipótesis de un tiempo futuro, donde se consolidan los vínculos de la
pertenencia mediante la memoria. La universalidad es la meta que cada comunidad se
propone perseguir con todos los medios, incluidos lo más crueles, con los que sin
embargo se acredita el nivel de la legitimación, homologada como inolvidable y
funcional. La distinción, para tener validez, tiene que solicitar la universalidad, con el
que declinarse en las fases de la sedimentación concreta. La experiencia prohíbe, tanto
la particularidad, como la universalidad (bajo la disolvencia de la pequeñez, de la
práctica del instante y del ímpetu subjetivo). La instrucción se transforma en educación
patriótica, en defensa del territorio, de la consanguinidad y de los restos arqueológicos,
que enorgullecen con referencias nostálgicas el presente inmediato, empeñado en
afrontar los desafíos de la supervivencia interna y de la competencia mundial. La
perdurabilidad de la nación, entendida como el crisol de las propensiones naturales en la
artificialidad de los conductos expresivos y de participación, se identifica con la
consistencia genética de las culturas, de lo que se entrevé, a veces de forma impróvida:
la decadencia. La doctrina de la supervivencia de las especies más aptas a los cambios
naturales (Thomas Robert Malthus y Charles Robert Darwin), si bien prevarica sobre la
artificialidad de la nacionalidad, se interconecta con todas las formas de organización
social, ocupadas en reforzar su persistencia. La transitoriedad se admite en su
exteriorización experiencial. Cada adquisición cognoscitiva, en efecto, se somete a la
revisión crítica y a su superación (a su falsación, en términos de Karl R. Popper). La
perfección es un cálculo dionisíaco, difícilmente alcanzable, dados los recurrentes
propósitos investigadores, que implícitamente determina toda argumentación. La
teleología de la historia no se identifica necesariamente y en todo y por todo con la
omnipresencia de la naturaleza. Las dos esferas cognoscitivas (la naturaleza y la
artificialidad) participan en hacer que cualquier enunciado cognoscitivo sea
circunstancial. Las condenadas incongruencias del nacionalismo moderno ocultan el
propósito de universalizar lo particular, dotado enfáticamente de los recursos
energéticos, con los que asegurar (aunque sea de forma estentórea) la permanencia.

La peculiaridad estratégica del nacionalismo se contamina con la xenofobia, que


es el estado de ánimo, en el que las masas informes tratan de encontrar un pobre
consuelo y una excitante resignación. Defienden involuntariamente su subordinación a
782 RICCARDO CAMPA

los élites progresistas y ocupadas democráticamente en presentarse como la vanguardia


de la renovada contienda moderna. El egoísmo de las masas tiene connotaciones
fraudulentas: se imagina que está exenta de los condicionamientos normativos, que
existen para asegurar la convivencia civil. El totalitarismo se sirve de las masas para
afligir la realidad de la convención, sin perjudicar su amor propio. Como categoría que
afirma la fuerza (primaria), el totalitarismo atrae a las multitudes quiescentes, sin un
propósito vital, potenciando las reivindicaciones en perspectiva. «Como ha sugerido
Paul Tillich, en nuestra época la preocupación por la vacuidad y la falta de sentido de la
vida ha reemplazado las preocupaciones más antiguas relativas al hado, a la culpa y a la
condena. Mi idea es que este cambio se ha unido íntimamente a la expropiación de la
sociabilidad por los grupos resueltos a adquirir la auto-preservación»61. El nacionalismo
–según Régis Debray– puede relacionarse con el mesianismo de modo que, con el fin de
redimirse del primitivismo instintivo, se proponga como aceptable civilmente. El
sacrificio, que conlleva entre las actitudes más significativas de la militancia social,
esconde la impotencia de los seres mortales de hacer frente a las pruebas supremas de la
existencia. La eficacia de la acción puede incurrir en su fraudulenta irreductibilidad
asociativa. La leyenda reemplaza la fama en el mundo imaginario de los que,
aborreciendo las condiciones presentes por no conformarse a sus expectativas, la elevan
con las proezas heroicas. La comicidad siempre acecha y la escenografía tiende a
envolverla del poder obsesivo, que exalta las conciencias que están falsamente
inquietas. El heroísmo nacionalista tiene algo de religioso y hasta de sagrado, al menos
en la sumisión con la que se perpetúa el sacrificio (que es una especie de selección
artificial de la especie). El sacrificio nacionalista no se identifica con la emancipación
de la necesidad, sino con su realización, su coacción en nombre de los principios
vueltos perennes de la contingencia terrena.

Lo imprevisible parece cancelado por el sacrificio, que ambiciona colocarse de


forma hipócrita en los presupuestos de la razón instrumental. El secreto se reduce a un
grado de la culpabilidad, que la sugestión programada, ratificada, edulcorada por el
régimen, hace pertinente y socorrida. El sacrificio, impuesto por el totalitarismo, es
peligroso, en cuanto que reniega del martirio religioso, pero, sin embargo, exalta la
actitud ferina (guerrera). El regolfo de las emociones se rige en el proscenio de la
movilización colectiva. El dardo, faustianamente extraviado hacia los inermes, da la
sensación de poseer (o de ser poseído por) una fuerza cruel, que no se somete a las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 783

pruebas salvíficas de las religiones tradicionales. La fabulación se redime en la


mitología, que permite la rebelión ancestral, la crueldad, el dominio momentáneo de las
energías primarias, elementales, sin salvación. La inevitabilidad del sacrificio se deduce
de la preparación ecuménica, realizada por la propaganda de régimen, propensa a
trastornar las dimensiones personales de la existencia para asegurar la salvaguardia de
un bien colectivo, propuesto a la memoria de los redivivos y de los supervivientes de la
prueba del fuego, sancionada por la imperiosidad de la potestad totémica (y tutelar).
«Así la causa de la racionalidad instrumental celebra siempre nuevas batallas triunfales
–y con el ruido de los festejos se aleja del oído la noticia de la guerra perdida–»62. La
razón contempera, en sus proposiciones cognitivas, las afirmaciones carentes de
contenido lógico. El irracionalismo es, en efecto, una corriente de pensamiento
secundario. La positividad de la razón lo penetra, en el sentido de que la Nada no puede
solicitarse al amparo del ser. La tragedia humana (El sentimiento trágico de la vida de
Miguel de Unamuno) consiste en creer como necesario y paroxístico la realidad efectiva
como el continuo restablecimiento de un vínculo de oportunidad entre el observador de
la naturaleza y su compendio exponencial según las mismas estratagemas empleadas
por su perturbador. La razón evidencia la problematicidad de la existencia, que la
observación promete en términos de vínculos entre sí subsidiarios de la permanencia, de
la supervivencia, en la anhelada omnipresencia.

La sombra es un pensamiento melancólico: permite maginar la decadencia de las


cosas, pero también su (más o menos larga) agonía. En aquella región plomiza, donde
los entes quedan a la espera de su disolución, se entrevé la respiración afanosa de la
vida, que ambicionara posarse, como un convólvulo, sobre «otra» figuración del ser y
su esencia. La permeabilidad de los entes se infringe contra la exégesis de la Nada,
como mistificación del ser, que se interroga y se impone al final de cada trayecto ideal,
cognitivo y responsable. La existencia no es una noción de orden, como piensa Epicuro,
que encomienda la indiferencia frente a la muerte, pensada como un acontecimiento del
que los vivos no son conscientes. La idea del fin se une racionalmente a la idea del
principio (en efecto, en las religiones, el primer día de la creación es el sedimento
profundo de la constatación, que admite circunstancialmente (como diría José Ortega y
Gasset) la contemplación, la reflexión, la actitud de la experiencia. La imitación, la
contaminación (lingüística, escenográfica), la representación son formas de la
organicidad emparentada con la encuesta sensitiva y (por lo tanto procesualmente)
784 RICCARDO CAMPA

racional. La escatología se desvanece en la tecnología, como instrumento adecuado para


hacer evidente la artificialidad (la combinación de la materia inerte y de las formas que
habrían podido o que pudieran asumir, gracias al «hálito» creativo de la razón). La
artificialidad es la forma semoviente de la existencia: la «región intermedia», que se
establece (según la observación humana) entre lo reproducido (lo orgánico) y lo inédito
(lo inorgánico) por la creación. Su relación ferina se transforma –bajo el ímpetu de la
imaginación– en la (freudiana) sublimación de la impotencia del poder ondulatorio de la
condición humana. La sospecha de estar enjaulado (los jardines que se bifurcan en Jorge
Luis Borges; el laberinto) fagocita el extravío del hombre moderno. La comprobación
del desaliento, que lo derriba cuando se mide proporcionalmente con los eones
(presuntos o efectivos) del cosmos, renueva el sentido de la soledad ancestral. La
experiencia se perfila como la tentativa de unir entre sí a los seres terrenales con los
fantasmas del Cielo, con la esperanza de que de su entendimiento se derive la
satisfacción del dolor. La histeria, la hipertensión, son las formas (desordenadas) que
aparecen ante la desilusión de la imposibilidad de comprender el sentido ultimo de la
existencia. Las metáforas del primitivo y el salvaje son aprensiones de la comodidad,
sirven como terapias de choque, usadas por la humanidad en el trascurso del tiempo,
para intentar alienarse, obnubilarse e ilusionarse, según una estrategia de los hendientes
polémicos para combatir la absurdez (de Samuel Beckett). La concepción hipertrófica
del yo (la reflexión en el espejo de Orfeo) exime al «otro» de la familiaridad teleológica,
existencial. El conocimiento de un propósito de tipo aislacionista supone, más allá del
racismo, la absoluta conciencia de ser seres privilegiados en el «cálculo» deontológico y
en la «valoración» axiológica de la naturaleza. La ofensa al otro-de-sí esconde la
permeabilidad del indulto demoledor respecto a la incomprensión de lo que sucede y
condiciona la realidad efectiva. La superfetación del yo no se ejercita en la espacialidad,
sino en la fase recesiva de la dialéctica histórico-cultural. La galvanización de los
instintos tribales es un ingrediente de la sociedad de consumo, en el que la satisfacción
de los sentidos entumece la especulación de la razón. Las instituciones (jurídicas) en
efecto, tienden a la elasticidad, a plantear dilemas, entendidos como factores orgánicos
de un sistema que se cree que es impróvido, en cuanto rígido, afirmativo.

La orgía de la llamada liberación de todo vínculo de carácter terapéutico y


consensual –según Jean Baudrillard– es el aspecto esotérico de la modernidad. En
efecto, la modernidad eleva los instintos de constricción mediante los objetos seriados,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 785

que compensan el deseo de la fuga –siempre improvisada– al Empíreo. La modernidad


es el compendio de las constricciones voluntarias y artificiales, que pueden removerse,
modificarse con otras, creídas temporalmente dolorosas en el malestar de la vida. La
desenfrenada carrera del espacio, cada vez más comprimida por la demografía y por la
destreza hiperactiva de algunos iniciados, no concede tregua a la inquietud, que parece,
también empáticamente, a la presión psicológica, con la que la perfección de los
perímetros vitales se estrella con la ingravidez cósmica. La medida de la tradición
clásica inaugurada por Leucipo y Demócrito es sustituida por la constitución moderna,
entendida como una categoría sumisa del espacio vital. La intimidad es el hemisferio,
que le aparece a Sigmund Freud en el Félix Austria a inicios del «siglo breve» como el
único reducto de libre infatuación del homo thecnologicus. Sólo en los eones apartados
de la especie se puede encontrar una demoníaca jactancia de libertad, que sin embargo
está interiorizada para no asegurarla a la memoria de la especie.

Con una «puesta al día toponímica», Marcel Proust (en la Búsqueda del tiempo
perdido), Robert Musil (en el Hombre sin atributos), Michael Bulgakov (en El Maestro
y Margarita), José Saramago (en El Evangelio según Jesucristo) se ejercen
lingüísticamente a configurar como todavía alcanzable una época remota, pero que
todavía no náufraga en el olvido. El reconocimiento de las experiencias cumplidas por
la especie humana en la noche de los tiempos amplía el volumen de la decadencia y
reengendra la idea del fin (al menos aplazando la definición de una fecha concreta y en
todo caso, en apariencia, inimaginable). La modernidad hace aparecer la presencia del
observador-perturbador de la naturaleza como un personaje que agrede el tiempo que
trascurre (como un viajero flemático que se arroja contra la puerta del último vagón de
un tren en movimiento hacia un anotado o desconocido [durante el totalitarismo]
destino). El mito de los orígenes no es otro que un espacio mental, sujeto a la
especulación conceptual, en el intento de asegurar a la precariedad una consolidación,
aunque sea imaginaria (virtual, como ocurre en el hiperuranio mediático). La
modernidad frustra el nomadismo. El llamado supermercado turístico de la soledad
consiste en permear el deseo de estar en otro lugar con la conciencia de participar con la
sensibilidad, ayudada de la visión, del carácter textual de la visión y de la circunstancia
real. La contemporaneidad de los acontecimientos y su participación a nivel planetario
hace prescriptible la curiosidad de identificarlos y de describirlos con los usuales
instrumentos de la interpretación y de la fiabilidad. La subsidiariedad de los
786 RICCARDO CAMPA

instrumentos, que retiran la realidad y también la hacen evidente a quienes


negligentemente participan, es el aspecto del mundo in fieri, en las fases opalescentes de
la representación y la variabilidad. La biografía del mundo siempre es revisable, como
un guión, que se acostumbra precipuamente a las exigencias de la vista, del oído, de lo
imaginado y del imprevisto. El olvido es imprescriptible: el aparato tecnológico une los
acontecimientos según un código evocador e interpretativo, en el que la memoria
interacciona, como una noción sempiterna.

El mundo (budista) de la presencia total se define como la anquilosis (temporal)


de lo existente. La perpetuidad es por lo tanto la inmediatez, aquella circunstancia
imaginable, pero eximida de cualquier configuración volumétrica. El ser tiene una
constancia fulmínea, insatisfecha de las mismas proposiciones con las que se expone a
la aprensión colectiva. La simultaneidad interrumpe el proceso histórico y frustra
cualquier justificación. Lo concreto se disuelve en la aproximación. La
imperturbabilidad del observador-perturbador de lo existente es la condición socrática
del conocimiento: la postulación de la experiencia se realiza en la convicción, que
facilita su eventualidad, la efectividad. La mundanización de la existencia se identifica
con el vórtice de las nociones inventivas, que gratifican la atención y la participación
colectivas. El concurso de las circunstancias no se cree que sea un acontecimiento
natural: su significación se deduce de la investigación introspectiva, del inconsciente
colectivo, de un número creciente de individuos, registrados sociológicamente como
masa. «Con la inmortalidad reducida a la fama y la virtud que merece la mención que se
equipara a la cantidad de atención pública conquistada, Madison Avenue ha tomado el
lugar del solio pontificio»63. La intermediación se perfila como un orden capaz de
objetivar – aunque sea por breves períodos de tiempo– los conocimientos creídos como
plausibles. El conocimiento moderno, en efecto, no es objetivo: depende del grado de
aceptación o refutación que recibe (con el permiso de Karl R. Popper, inventor de la
falsación) de la práctica activa. La posibilidad del error es por tanto inconcluyente, en
cuanto exigencia (propuesta) como un sumando integrante del carácter definitorio. La
misma capacidad de réplica de la obra de arte o los objetos de uso común demuestra la
vaguedad de un prototipo, de un modelo ideal, del que se solicita la existencia para
realizar finalidades consoladoras. La reversión de los acontecimientos magnifica la
inmortalidad. Todo lo que no puede volver a ocurrir forma parte de un clima falto de
límites. La irreductibilidad del presente en un otro-de-sí, aunque se consume en el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 787

nietzscheano «eterno retorno», desalienta la expectativa en la sucesión y en la


congruencia de lo que ocurre y de lo que está eclipsado por la previsión.

La apariencia subroga la eficacia. El engaño es la mención de honor de una


investigación circunspecta: todo lo que aparece lleva mentalmente a una causa, que
puede ser ayudada al menos por la hipótesis conceptual, por la duda demoledora, de la
actitud crítica. La imperiosa necesidad de la movilidad y el cambio asecha, sin
frustrarlo, el propósito de la permanencia, que vive, como si estuviera inoculado, en lo
más íntimo de los seres y de las cosas. La afectividad siempre evoca sensaciones
pasadas, que no se recobran si no es con su improvisada reedición alegórica, ilusoria. El
carácter insustituible se puede comprobar. La añoranza persiste durante un tiempo cada
vez más amplio que el de los acontecimientos verificados efectivamente. La
transitoriedad certifica la existencia (infinitesimal) de la Nada. La aparición (en las
pantallas, en los carteles publicitarios) tiene como algo congénito la vanidad. Cuanto
mayor (obsesiva) es la presencia de una efigie en el imaginario colectivo, tanto más
usual es su olvido (y hasta el malestar de hacerla ver sobre las mismas balaustradas del
mercado de las ilusiones). La portentosa necesidad de manifestarnos contiene en sí el
escarnio, el estilema tumbal. La arqueología del saber se traduce, en la sociedad post-
moderna, en el (molesto) recuerdo del desconcierto de la vida. La impresión domina la
convicción y este la manía de la apropiación (también indebida) entendida como la
prolongación del espacio vital individual. Un tipo de hechizo se apropia de la etología,
de la tendencia a exorcizar el Mal de los perímetros, en los que cada mortal trata de
perpetuarse. La manipulación de las opiniones se significa en un veredicto positivo, en
el sentido que consigue un objetivo, aunque éticamente no recomendable. La
instrumentalización de las iniciativas, hechas para practicar una función deliberativa,
tienen una carga emoliente, sirven para hacer aceptar de forma positiva las soluciones
que son edificantes.

La ética de las oportunidades supera la ética de las deliberaciones. La garantía es


ineficaz y tiende a eclipsarse en el compromiso, de fácil aceptación y de irrelevante
concupiscencia. Las modas se unen a las conspiraciones para conseguir una atención
mediática, que no lograrían conseguir de otra forma. El tribalismo post-moderno de los
festivales rock, de los campeonatos de fútbol, de las reuniones espirituales, asume
expresiones de incomunicabilidad escalofriantes, exhibidas como ejercicios alquímicos
de una frustración colectiva, huérfana de la regeneración (decaída enfáticamente como
788 RICCARDO CAMPA

inmortalidad). La sectorialización de los espacios vitales (el domicilio familiar, el lugar


de trabajo, los centros comerciales, las áreas de ocio y tiempo libre), diseñados
enfitéuticamente por el capitalismo, retoma las fracturas, los accesos, los intersticios,
existentes entre ellos, por las tierras desiertas, donde el pensamiento, viciado de los
mortales, propende a su aniquilamiento. El reciclaje recoge la idea de que es
inadmisible la perturbación de lo existente, obligada como está a presentarse, a
perpetuarse, según una sucesión, que parece (como el infinito) obligada por un límite
(por su convención, inconmensurable). Según Walter Benjamín, el mensaje de los
medios de comunicación puede ser acogido solamente cuando se desatiende. En la
condición general (feroz) del olvido, la repetición (de lo que ya existe, del pasado)
aparece como una innovación. La paradoja consiste en creer que es discutible lo que
parece inútil. Y, sin embargo, la humanidad se obstina en interferir en la naturaleza, en
un intento de descubrir connotaciones de sí mismo, que la contemplación y la
arrogancia no logran significar. La soledad del ser se redime en el sacrificio (religioso,
político, estético, mistificador). La culpa induce a la iniciación en la comunidad (a la
sociabilidad, a la interferencia recíproca de los miembros en una unión natural,
artificial, normativa, jurídica).

La imperfección de las informaciones es innata en su «flujo». La incertidumbre


se vuelve por tanto la guía (didáctica) de la evidencia cognoscitiva. La previsión implica
el cálculo de las probabilidades. «Según este cómputo, todas las ciencias no serían sino
aplicaciones inconscientes del cálculo de probabilidades; condenar este cálculo,
supondría condenar a toda la ciencia»64. El subjetivismo y el relativismo absoluto, sin
embargo, no permiten el «progreso» de la ciencia ni contextualmente el «desarrollo» del
conocimiento en el orden social (consuetudinario, institucional). El «instinto oscuro» de
la probabilidad no actúa en la práctica de la actuación como si fuera un elemento
escalofriante y un obstáculo gnoseológico a la adquisición de las nociones de la
realidad, útiles para la consecución de los fines al menos de las conocidas como
condiciones objetivas del género humano en su diferenciada homogeneidad. La
previsión y la probabilidad se despliegan en la investigación cognoscitiva, en el
ejercicio de la inducción, que se somete a las alternativas o a las variables, traídas por la
experiencia a la reflexión y a la argumentación. La habilidad adquisitiva consiste en la
reacción del observador entre las dos dimensiones de la actitud mental, entre la intuición
y la deducción, fortalecidas por la lógica previsiva y por la didáctica conservadora. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 789

postulación de un enunciado refleja el proceso cognoscitivo que se deduce de la


experiencia, no verificada en sumo grado por la afirmación. Cada convicción está
sometida a revisión según el principio de explicabilidad.

El «instinto oscuro» de Henri Poincaré se conjuga con dificultad con la


objetivación de lo que se conviene que está verificado y por lo tanto es plausible. En la
investigación científica, el subjetivismo y el objetivismo no se despliegan de forma
opuesta, sino complementaria, aunque se desenvuelvan por los ámbitos propios del
dualismo dialéctico, con una vocación predominantemente didáctica. El concepto de
probabilidad no puede tener un «valor objetivo», ni tampoco el principio de afirmación
subjetiva puede contar con una efectiva aceptación acrítica. Si esta última condición
tuviera una lectura cognitiva, establecería el absolutismo individual y penetrante. La
constatación, que es un elemento de prueba en el empirismo y por lo tanto irrefutable,
de hecho, en la ciencia moderna (en el microcosmos: a nivel de las partículas
elementales de materia) constituye de por sí un factor indiciario, que reingresa dentro
del ámbito de la aproximación estadística a la predicción probabilística. La probabilidad
significa un grado de la conciencia, todavía sin la ayuda de la verificación de la
experiencia. La incógnita siempre es correlativa con la realización ya consolidada, que
participa del juicio de valor, emitido en la formulación de los principios de gerencia, de
actitud, de conformidad. La paradoja es una manifestación de lo improbable, que
desarrolla una función persuasiva a pesar de la evidencia. La frecuencia de las pruebas
de un determinado fenómeno (o hecho) aumentan el sentido de la efectividad, que queda
en todo caso vinculada a un grado de refutación aún no exigible, pero no excluible del
número de las probabilidades. La confirmación de lo previsto por el cálculo
probabilístico no constituye su legitimación, ya que también la verificación fallida
regresa al campo de las elaboraciones conceptuales. La llamada inmovilidad de algunas
categorías cognoscitivas: lealtad, justicia, perseverancia, no se contradice
conceptualmente. El convencionalismo es la razón de ser de la convicción, que
encuentra su cotejo (aunque rebatible) en la experiencia. La prevención es el ejercicio
mental, mediante el cual la acción se arraiga en la conveniencia (y por lo tanto en la
verificación). La experiencia no puede confirmar ni desmentir el cálculo de las
probabilidades y sin embargo puede pensarlo como ejercicio exegético en orden a los
factores, que la razón y el estado de ánimo hacen inquisitivos, hipotéticos, potestativos.
«Eso podrá parecer paradójico: –escribe Bruno de Finetti– parecería paradójico porque
790 RICCARDO CAMPA

se puede creer, quizás, a primera vista, que entonces ya no sea tampoco lícito valorar
probabilidades dejándose guiar por la experiencia, experiencia que generalmente, como
es conocido, consiste en la observación de las frecuencias. En la estadística, por
ejemplo, solo se procede así, y no se está seguro que se pueda renunciar a tal
convicción, a tal procedimiento»65. La autenticidad de la hipótesis se realiza en la
plausibilidad del enunciado, que se deduce de la experiencia (entendida como un
proceso de investigación vinculado científicamente).

El aparente determinismo (la teoría copernicana, la relatividad) está dotada de un


espíritu reformista, que se identifica con el relativismo, una prerrogativa del
pensamiento que es, al mismo tiempo, problemático y aseverativo. La «verdad» es
incomprensible en un sistema de argumentaciones, dirigido a validarse y a refutarse
recíprocamente, según un sistema de referencias, que encuentran en la evidencia el
grado de su propia (virtual) flagelación. El estado de ánimo, al que el probabilismo hace
referencia, consiste en la atmósfera (natural, artificial) en el que se perfilan las
convicciones y se realizan los comportamientos relativos. Quizás es un
deslumbramiento mental a mitigar las diferencias existentes entre las estaciones de la
existencia de las generaciones, empeñadas en actuar de los diversos milieux culturales,
según las fases asumidas, en clave de exigencia, de la virtualidad, de la sugestión
onírica, el condicionamiento tecnológico. Estos factores, difícilmente homologables en
una misma nomenclatura, parece que intervengan, de forma imponderable, en la
elaboración de los criterios interpretativos de la realidad. La comparación probabilística
(es decir entre enunciados diferentes, pero del mismo signo) tiene finalidades
didascálicas, quizás terapéuticas, pero no tienen un carácter conjetural, sutil a los
objetivos de la adquisición de principios, traducibles más o menos artificialmente en la
predicción y en la asertividad. «Desde el punto de vista lógico, la teoría de la
probabilidad sería solo una lógica polivalente con una escala continua de modalidad
sobrepuesta a una lógica bivalente. Esto significa esencialmente que por cada
acontecimiento únicamente se admiten dos resultados posibles (salvo para los
acontecimientos subordinados ya que se admiten en cambio tres resultados posibles,
pero con un sentido completamente formal). La infinidad de modalidades intermedias
no emana de una insuficiencia de la lógica bivalente… solo sirve para medir nuestra
duda cuando no sabemos cuál entre los dos valores objetivos ( verdadero falso) es el
justo»66. El cálculo tiene una función exegética y catártica: sirve para diseñar el ámbito
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 791

de reflexión y librarlo de un atributo edificado o al menos consolatorio, de los esfuerzos


realizados para alcanzar un grado aceptable y refutable de legitimidad. La previsión,
desmentida por la experiencia, sigue manteniendo una carga de objetividad, que el curso
de la reflexión podrá revaluar o negar definitivamente su falta de explicación.

La incertidumbre es la matriz de las probabilidades. La primera concierne a un


enunciado que no tenga soluciones de coherencia y continuidad; la segunda evoca una
justificación, completamente problemática, pero con un relieve determinado. La
probabilidad conjuga el conocimiento con la ignorancia. La presencia en la
argumentación de una partitura problemática del discurso no le priva de ningún grado
de eficacia expresiva y por lo tanto de sugestión cognoscitiva (aunque sea proyectada en
el tiempo de la verificación y del encuentro con las categorías y los protocolos
interpretativos, convenidos por el uso). La referencia al «evento» es la prueba que inicia
un proceso cognoscitivo in fieri. El «evento», en efecto, es la aprensión de lo existente
frente al observador-perturbador de sus componentes energéticas y morfológicas. El
resumen de las nociones, inherentes a las tasaciones computacionales de los
acontecimientos de un sentido particular, hace menos genérica la probabilidad y
delimita su perímetro efectivo (epifánico). Los acontecimientos, entendidos como los
aspectos evidentes de un mismo fenómeno, según el estilema literario utilizado para
entender la metamorfosis del universo, se proponen a la atención del observador-
perturbador de la realidad siguiendo el régimen del registro consuetudinario. Si los
acontecimientos no pudieran contabilizarse en las instancias naturales, universalmente
aceptadas como tales, no podrían pertenecer a los ámbitos cognoscitivos de los
observadores-perturbadores de la realidad. Para dirimir la imperfección de las
informaciones, necesarias para preconizar los acontecimientos, acuden el aparato
investigador de la ciencia y el sistema interpretativo del conocimiento.

La disputa sobre el determinismo y sobre el indeterminismo pertenece a una


actitud fideísta, un talante restrictivo y en todo caso expuesto a la «eventualidad»,
entendida como categoría finalizada de la vaguedad, incapaz de transformarse en
acontecimientos, valorables, computables y olvidables. La expectativa individual frente
a un determinado acontecimiento es el resultado de las observaciones, de las
postulaciones y de las previsiones, que sean posibles de realizar «lógicamente» con la
ayuda del sentido común. «Necesita pues anclarse explícitamente, en la definición de la
probabilidad, en el sentido usual de la palabra, y al que finalmente tienen que recurrir
792 RICCARDO CAMPA

ilegítimamente los que querían exiliarlo creyendo que eran más científicas incluso otras
definiciones por el único motivo de ser vacías»67. La tergiversación en la valoración de
las pruebas, realizada para simular un acontecimiento, consiste en mantener la
frecuencia-límite prácticamente igual a la frecuencia-observada. La contraposición entre
la eventualidad y la evidencia es un pretexto: la evidencia se hereda de la aleatoriedad.
«Uno de los puntos sobre los que insiste John Maynard Keynes es el hecho de que la
probabilidad de un acontecimiento no tiene sentido si no es relativamente a un cierto
estado de conocimiento, que el siempre usa y por lo tanto lo indica explícitamente.
Concuerda con ello Harold Jeffreys; y también Hans Reichenbach. Para insistir mejor
sobre este punto Keynes prefiere hablar no tanto de la probabilidad de un
acontecimiento como de la afirmación que se tiene que verificar (supuesta una
determinada afirmación) y da por cierta la idea de que la probabilidad no existe en el
mundo de los hechos concretos, sino en el reino de la abstracción del pensamiento
humano»68. La dicotomía abstracción-concreto se somete a una prejudicial declaración
de intenciones, que no se confirma en el acto del pensar. La abstracción, en efecto, no es
el a priori del conocimiento, sino la elaboración sistémica de los datos espontáneos de
la experiencia, que el consenso expositivo y argumentativo convierte en afirmaciones de
principio, a los que hacen referencia la inventiva y la acción. La verdad y la falsedad
interfieren entre sí y están en equilibrio. La habilidad cognoscitiva consiste en
interceptar el punto de interacción de ambas y aprovecharse en el plano didáctico y
conductual. Se consigue que la disputa relativa a la subjetividad y a la objetividad de la
probabilidad sea un ejercicio dialéctico a fondo perdido. La problematicidad, que la
informa, es parte integrante de la subjetividad y la objetividad, entendidas como
categorías interpretativas de la realidad, coordinadas entre sí para conseguir el mismo
objetivo. Aunque la aproximación a la identificación de un acontecimiento, a través del
empleo de la probabilidad, es o parece estrechamente personal, el resultado de la
habilidad epistemológica es de naturaleza objetiva. La subjetividad, para asumir una
validez de conocimiento, es invitada a utilizar categorías objetivas (que se pueden
compartir de forma general y omnicomprensiva). El subjetivo protagonismo
interpretativo del acontecimiento, deducido por la incertidumbre, no explota al intentar
objetivar su sentido. La relatividad del juicio no contrasta, ni con la subjetividad de la
formulación, ni con la objetividad del cumplimiento de la finalidad aplicativa, práctica.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 793

La inducción es la categoría comprensiva de la experiencia y la premonición. La


probabilidad, por tanto, es un ejercicio cognitivo con la ayuda de los acontecimientos
verificados y relevados según la metodología explicativa, realizados para que sean una
adquisición común. El patrimonio de los conocimientos se piensa –desde la Ilustración
hasta la época contemporánea– que es una prerrogativa de la razón, entendido como el
rasgo propositivo del desarrollo antropológico, genético, somático. La experiencia
concurre a determinar la opinión, que puede innovar la construcción investigadora del
intelecto agente en una particular condición subjetiva, tendida hacia la generalización de
los resultados conceptuales. La teoría de las frecuencias tiene finalidades contradictorias
y consolatorias, según la competencia del azar en la individuación y en el decrecimiento
de los acontecimientos, que la homologación hace que los adquiera el patrimonio
común. La inducción por lo tanto precede a la descripción de los acontecimientos, de los
que se percibe y se representa el recorrido. El carácter subjetivo de la probabilidad
exculpa el error de afligir abiertamente al conocimiento general. El margen de
plausibilidad se da por la «distancia» de la exactitud: un «lugar» conocido pero
improcedente para otorgar una cuota de irrefutabilidad, de afirmación. «De Aristóteles a
Spinoza, de Herodoto a Bentham, existe todo un panorama insospechado de puntos de
referencia que se repone en el campo de las concepciones sobre la probabilidad»69. La
subjetividad en la valoración de las frecuencias de un acontecimiento satisface la
exigencia de unir lo que perjudicialmente aparece como plausible y lo que es
racionalmente representable. La problematicidad de las proposiciones inventivas e
hipotéticas representa la versatilidad del conocimiento, antes de objetivarse y
consolidarse en la experiencia. Las probabilidades objetivas, previstas por Èmile
Borel70, son las elaboraciones argumentativas de las postulaciones subjetivas, creídas
como la quintaesencia de la programación de la verificación, y por lo tanto de la
realización práctica.

La función de la denominación permite conseguir un objetivo, que la simple


subjetividad, por su intrínseca vocación, pondría en duda. La probabilité réelle es una
acepción léxica, de difícil explicación en términos comprensibles para la comunidad de
los hablantes, a la que se dirige. La inexorabilidad de los acontecimientos (o de las
circunstancias) es independiente a la relación entre la probabilidad y la frecuencia (de la
representación del acontecimiento a examen). La idea de que un acontecimiento se
manifiesta según las sucesiones de las fases de su representación se deduce de la
794 RICCARDO CAMPA

convicción acerca de la permanencia de lo existente, según un principio determinativo


que lo supera. La premonición es el aspecto dogmático de la creatividad, de la vida in
fieri, experimentada en su modulación temporal. Las llamadas circunstancias
diferenciadas proponen solo virtualmente los fenómenos, que se someten a la lógica
experimental. La peculiaridad de las manifestaciones de los acontecimientos los connota
de modo uniforme o disconforme con un objetivo protocolar. La estadística es el
aspecto más evidente de las diferenciaciones, que se someten a la homologación de las
finalidades explicativas. El razonamiento de la vida práctica se vale de tales resúmenes
estadísticos para diseñar un aspecto de la realidad, donde actuar para conseguir
determinados resultados. La artificialidad de los resultados cognoscitivos permite la
realización de los factores compensatorios de la fina (y íntimamente incognoscible)
realidad natural. La interacción de la posibilidad (teórica) con la probabilidad (práctica)
desconcierta el pensamiento, que trae la ventaja de argumentar con renovadas
proposiciones indiciarias de la conveniencia sobre el plano lógico-conceptual. Se
establece un doble recorrido cognitivo, delegado a equipar la argumentación de los
factores adecuados y competitivos, sobre los que se basa la convicción. La
aproximación es el algoritmo de la especulación cognitiva: el criterio, con el que el
criterio hipotético de los enunciados encuentra confrontación en la realización práctica.
La aproximación es una noción fronteriza con la conveniencia antes que con la
exactitud, convencionalmente difícil de identificar. Si, en efecto, fuera posible
localizarla, el conocimiento se establecería en pocas definiciones dogmáticas, como si
fueran epigramas del desaliento y el malestar de vivir. La fragmentación es una
categoría expositiva de una doctrina que no se considera coherente con la intuición
inicial, por su naturaleza complementaria de una visión global de la realidad. La lógica
de lo probable es tangencial a la lógica formal, del que perpetúa la instalación
exornativa y efectual, hasta configurarse como plausible.

La verosimilitud de algunas proposiciones encuentra cotejo en el silogismo


heurístico. La relación de una pregunta cognoscitiva con el aparato sintáctico-
explicativo constituye un agregado lógico del conocimiento, que no puede solucionarse
necesariamente en la experiencia (en un clima factual). La plausibilidad prescinde de la
exacta valoración numérica (cuantitativa) de las probabilidades (que un acontecimiento
se manifiesta y pueda ser percibido en las formas protocolarias previstas por el orden
cognoscitivo). La estadística matemática –según la elaboración de Abraham Wald–
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 795

tiende a contener en los esquemas conceptuales convencionales las contradicciones de


la investigación explicativa de las frecuencias de los acontecimientos, puestos a
examen. La experimentación consiste en la verificación de los postulados, con los que
se intensifica la investigación cognoscitiva, en el intento de definirla positivamente
(prácticamente relevante). La estadística matemática permite delimitar los errores, que
se deducen de la elaboración doctrinal cuando se somete a la sistemática (práctica)
aplicación. El a priori y el a posteriori tienden a integrarse en el sentido, propedéutico a
la actualización. La física del microcosmos es un hemisferio configurado por el sondeo
estadístico, que permite utilizar los resultados aplicados en instalaciones energéticas de
relevancia universal.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 797

21. LA PRECARIEDAD

El desarrollo tecnológico constituye, si no el dogma, sí ciertamente la convicción


más difusa de la época moderna y contemporánea. La debilidad de las creencias
religiosas, hasta el punto de complementarse (si no incluso conflagrase) con las
postulaciones políticas y sociales, confiere a la inmanencia un resultado descontado y
tentacular. Es como alcanzar, para confutarlo, el peristilo de la condena, según el
sentido tradicional del rechazo de la actitud pietista, en virtud de la cual se descubre
como si fuera ineludible la expectativa salvífica, celestial. La inmutabilidad del orden
natural implica la desesperada alegría de los náufragos, siempre empeñados en perderse
bajo los rigores del orden necesario artificial, como si fuera la salvaguardia de la
temperie compulsiva, donde se agota el compromiso cognoscitivo. La inmediatez se
desarrolla en la cotidianidad, que amplía su escenario introspectivo en la representación
escénica, en la publicidad, en la propaganda, en los hendientes polémicos de la
intimación de la protesta. Las convulsiones sociales y las revueltas populares tienen una
cierta nobleza ideológica, que se atenúa cuando se adquieren los bienes materiales, de
los apremios adquisitivos en términos propedéuticos a la satisfacción de los sentidos y
los pensamientos recónditos e inquisitivos. El desarrollo tecnológico representa una
flébil línea divisoria entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo que
realizan la transición de la economía agraria a la economía industrial. Fuera de esta
tipología identitaria quedan, bajo una apariencia inalterada, si bien ineficaz, las antiguas
creencias, las arraigadas costumbres y hasta los idiomas (destinados por la insolvencia
creativa y explicativa a eclipsarse en la arqueología del saber). La antigua sabiduría es
el baluarte de las nociones pasadas, que no tienen ninguna perspectiva, más allá del
recuerdo improvisado. La peculiaridad de la inmediatez es la identificación conceptual
con lo que sucede de forma ocasional y rapsódica en la realidad cotidiana. La tensión
emotiva, con la que se representa la extemporaneidad, concilia el carácter providente de
798 RICCARDO CAMPA

la existencia con su frustración. El inmovilismo económico es condenado


universalmente como eversivo, como una rendición sin condiciones a los apremios de la
naturaleza, entendida como un laboratorio abierto a las intemperancias de sus
observadores-perturbadores de la modernidad. El movimiento y su aceleración
preconstituyen los antecedentes lógicos del principio de indeterminación y el principio
de complementariedad: dos categorías protectoras del pensamiento alegórico,
aproximado por exceso o por defecto, según un criterio de decisión que difícilmente se
convierte en aprensión. La expansión es la forma con la que el observador-perturbador
de la naturaleza se identifica con la teleología del universo. Si la producción de bienes
se identifica con el progreso (de los pueblos y de las naciones), la línea de demarcación
de lo lícito y de lo ilícito, según la sostenibilidad del metabolismo social, es
inescrutable. La cresta de la creatividad se recorta contra la terminal de los recursos
energéticos, necesarios para alimentar el Moloch del mundo. La estrategia innovadora
tiende a unirse con el caos. El orden, en el que se manifiesta, se convierte en las
variables independientes de la eventualidad (del azar, del riesgo no calculado). Pero la
concepción prometeica del mundo decae y se eclipsa en la propensión por la
transformación de lo existente en un milieu cultural menos lamentable y aflictivo que el
descrito en las profecías, en las narraciones y en los memoriales pietistas. La tentación
es la de proponer, en términos equinocciales, definitivos, un nuevo génesis apenas lo
perciben las masas vociferantes, que piensan que están presentes en el escenario de la
historia con insólita destreza y perspicacia, al punto de prefigurar un nuevo eón, que
gratifique la uniformidad y las incertidumbres algebraicas, difusas como si fueran
nuevas pruebas dogmáticas en el universo endémico de los hechizos efímeros. Las
innovaciones tecnológicas seriadas confunden cada vez menos la imaginación y hacen
pensar en un demonio desconocido, que empieza en la realidad efectiva.

La precariedad ejerce una influencia sensible sobre las masas, cuyo carácter
emotivo depende de la escenografía, de la parenética representación del polimorfismo
de los entes y de las cosas. La inestabilidad de las contracciones nucleares es como el
genus de la propedéutica compulsiva de las generaciones contemporáneas. La
experiencia desarrolla un papel fundamental en la equimosis de la conformación
emotiva. La reacción sensible sintetiza la convicción o la vuelve escrutable más allá del
límite del convencionalismo. La eficacia experimental se debilita en la abstracción, que
es difícilmente perceptible en la uniformidad propositiva y de acción del universo social
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 799

contemporáneo. «La ciencia –escribe Bernard Charbonneau– es conciencia de la


necesidad, si es la de las necesidades de la ciencia, es así un acto de libertad: su
fecundidad material es la de la potencia creadora por excelencia. Pero estos bienes
demasiado visibles no deben hacernos olvidar que los frutos de la libertad son siempre
dados por demás. Si la ciencia pensara sus resultados materiales como un fin en sí,
estaría condenada a ser estéril»1. La ineficacia exponencial de la búsqueda científica se
identifica con la falta de correspondencia, en el plano de la transformación energética,
con el ecosistema, donde la propia investigación actúa y por la que está condicionada.
La actuación científica encuentra un límite en el potencial trasformador de la naturaleza,
según las estrategias realizadas por los observadores-perturbadores, que insisten
tercamente en posiciones que lindan con la insolvencia. El conocimiento (la conciencia)
se reafirma en los límites de la investigación científica, en los resultados concretos
conseguidos por las estructuras aplicadas (productivas, de transmisión). El bienestar de
la humanidad comprende la ética y la categoría de los valores, en los que el orden social
e institucional marcan su fiabilidad. La corresponsabilidad –virtual– del científico y de
quien disfruta de los beneficios concretos inaugura una nueva estación de la práctica, al
amparo de los rigores dogmáticos y de los prejuicios. La religión de la verdad se
conforma a la explicitación de la realidad. La legitimidad de las innovaciones científicas
se refleja en la normativa social, donde todos los miembros de las instituciones son
llamados a darle vigor –aunque sea en el aspecto registrable o asimilativo– en relación a
los asuntos conceptuales.

Como en las filosofías helenísticas (el epicureísmo, el cinismo, el estoicismo),


en la época contemporánea, la religión del futuro cósmico alcanza la pequeñez de la
vida terrena y la penetra de modo que la redime de la angustia existencial. En este
sentido, la ciencia se propone como una experiencia liberadora de las dudas ancestrales
y de las controvertidas postulaciones modernas. La ausencia de un finalismo explicativo
de la contingencia terrena agita las conciencias, pero las tranquiliza con la distribución
de los objetos, que delimitan las facultades propositivas de los operadores y las
respuestas de la naturaleza. La ciencia, como un antídoto frente al extravío intelectual,
promueve un tipo de cruzada sumisa a los impulsos emotivos por la adquisición de
objetos que se rebelan a la persistencia si no en términos homeopáticos en serie. La
profanación de las connotaciones neurálgicas de la naturaleza se entiende como una
prueba, solicitada por el investigador-perturbador de las conocidas como condiciones
800 RICCARDO CAMPA

objetivas. La sustitución de los fines por las causas inmuniza a la investigación de las
complicaciones fideístas, y al menos en principio (aunque no completamente), de los
condicionamientos ideológicos. «La libertad humana de la ciencia no es neutra, es
ambigua, compuesta a la vez de bien y de mal»2. En la medida en que la complejidad de
la materia, objeto de la investigación científica, se presente de forma ineludible, la
metodología, con la que se representa, aparece de forma artificial. La especialización de
la investigación ayuda a diseñar el conocimiento sectorial, que se aleja del finalismo
tradicional tendiendo a aumentar las unidades explicativas como si fueran un concierto
de enigmas, que se desarrollan en hipótesis, conjeturas, simples fricciones de
(imperturbables) obviedades. La maniaca conformación de las nociones en un puzzle
hace más extrovertido el efecto de las convenciones y las legalizaciones cognoscitivas.
El espíritu de sistema autoriza fenomenológicamente la especialización.
La estimulación del conocimiento se realiza en un régimen de sucesiones y
congruencias. La categoría, que la hace explícita y competitiva frente a la
contemplación (pasiva) es el tiempo, la cuantificación de los fenómenos destacados con
la existencia de una instrumentación que los actualiza con el sentido de una expectativa
salvífica y providencial. Pero el tiempo –como afirma san Agustín en las Confesiones–
difícilmente se configura en un proceso que sea indiferente a las mociones de confianza
o desconfianza de los mortales respecto al menos a su transcendencia. «Dificultad
suplementaria: los términos que buscan atrapar el tiempo, definirlo, incluso medirlo, se
explican en un lenguaje espacial»3. La alteración de la memoria –la confusión mental–
puede conciliar el tiempo y el espacio entre sí en el sentido de hacerlos de forma
recíproca complementarios y explicativos de las instancias existenciales, promovidas
por el género humano en sus diferentes fases de intermediación entre el si intimista y su
múltiple exteriorización.
En el microcosmos, el espacio-tiempo de Minkovski-Einstein, adquiere
connotaciones cognoscitivas en su «relativa» congruencia. El tiempo es relativamente
hablando la cuarta dimensión del espacio. La permanencia y la anulación de los
acontecimientos se manifiestan según análisis emotivos, registrados por el intelecto. La
razón es por tanto la que regula los efectos emotivos, provocados por las circunstancias,
donde se manifiestan los acontecimientos (reales e imaginarios), que contribuyen a
configurar la realidad, tal como se representa sintónica o distónicamente en la
experiencia. El mecanismo de la memoria se identifica con la estructuración (o la
desestructuración) de los fenómenos, que la fantasía imitativa y la sistemática
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 801

racionalización consideran necesarios. La intuición promueve la reflexión de modo que


consiente su interacción. El comportamiento humano se puede «sintetizar»
cibernéticamente, con los instrumentos que pueden reproducir y acelerar las funciones
energéticas, necesarias para actualizar los acontecimientos. Las calculadoras
electrónicas ayudan a «desarrollar» el pensamiento y el lenguaje humano. Las palabras
sombrean por tanto las experiencias pasadas, cuyo testimonio sustenta la aventura de la
investigación en sus inmanentes exteriorizaciones. Es imposible por tanto que la
observación de la realidad sea imparcial y que se consigan en las encuestas resultados
«efectivamente» objetivos. El cómputo de los fenómenos está condicionado por la
perturbación realizada por el observador, en cuanto parte interesada del proceso
cognitivo, realizada con la instrumentación «temporalmente» adecuada. Los resultados
de las investigaciones explicativas de la fenomenología natural son, en definitiva,
«relativamente objetivos».
La Ilustración condena tenazmente los prejuicios, que la ciencia moderna
considera, si no necesarios, al menos dignos de atención, aunque sea para confutarlos.
La duración de los fenómenos constituye la unión que existe entre el entendimiento
humano y su representación (orgánica, sígnica, virtual, memorativa). El cambio de las
situaciones detectables físicamente permite elaborar leyes, que determinan sus causas, y
que recelan de su validación. La variación de la materia en energía y viceversa supone
la correspondencia de los fenómenos ondulatorios frente a los corpusculares, que obran
en todas las manifestaciones de la «efectividad» (de la realidad experimental). «¿No
será acaso por esta simple razón que las ciencias naturales en general, y la física en
particular, no describen la naturaleza en sí, sino las relaciones entre el hombre y la
naturaleza? El mundo de los átomos tiene sus leyes, diferentes de las nuestras, aunque
estemos constituidos de átomos»4. Este dualismo, aunque se acepte funcionalmente para
conseguir los objetivos de la realización práctica de los resultados cognoscitivos,
efectivamente engendra profundas perplejidades, no solamente de orden constitutivo o
consecuencial. El tiempo absoluto de Isaac Newton declina en el tiempo relativo de
Albert Einstein, Louis de Broglie, Max Bohr, Max Planck, Henri Bergson, Werner
Heisenberg. La invariancia es una categoría evocadora de hechos probablemente nunca
acaecidos. El movimiento desde Demócrito hasta Jacques Monod implica las
elucubraciones del intelecto humano sobre la base de la observación, tal como se hace
en la experiencia cotidiana (santificada por la costumbre y por la adquisición de un tipo
802 RICCARDO CAMPA

de familiaridad con lo que ocurre –usando una expresión de José Ortega y Gasset– en
las circunstancias inmediatas).
La radiactividad permite datar los objetos y los acontecimientos según una
escala de concausas y procesos. El tiempo de la creación es –según Henri Bergson– la
epopeya de la eventualidad y la comprobación. Las causas de los fenómenos se
desenvuelven a veces en los procesos sin en todo caso identificarse. «Además, Einstein
incluye de forma matemática el tiempo variable en la intimidad misma del fenómeno
observado: este tiempo que era cantidad, lo transforma en esencia específica, es decir,
en cualidad»5. El «tiempo local» de Hermann Minkowski se perfila como la medida de
los fenómenos delimitada por las instancias reguladoras de sus encuestas y sus
verificaciones. La transformación de la materia en energía y viceversa connota las fases
discrecionales de la investigación, pero atenaza la expectativa salvífica del género
humano en las evoluciones del cosmos y en sus consiguientes exigencias energéticas.
Las barreras temporales, que se deducen de la representación relativista del universo, no
acceden al carácter visionario, al profetismo imaginativo de la literatura pietista y
providencial. La sucesión de los fenómenos, en efecto, es irreversible, al contrario de lo
que se practica en el pensamiento, que es esencialmente reversible. También la
experiencia religiosa, metafísica, se somete a las variables explicativas de la realidad
efectiva. «Los místicos –escribe Jean Wahl– empleaban la palabra experiencia; para
ellos hay experiencias de lo divino, es pues el sentido tradicional de experiencia el que
William James utiliza. La expresión: “la diversidad de la experiencia religiosa” nos
parece de gran importancia, pues nos sentimos confrontados al siguiente problema:
¿existe una experiencia metafísica o existen experiencias metafísicas? Y vemos que
James sugiere que existe diversidad en la experiencia religiosa, y sin duda podemos
decir que hay experiencias religiosas diversas»6. El cambio y la diversidad (Heráclito)
contrasta aparentemente (según Martin Heidegger) con la estabilidad y la continuidad
(Parménides). La ciencia moderna cree en la complementariedad (bajo forma de unidad
representativa). «en el fondo, nos dice Heidegger, todos los grandes filósofos han estado
en presencia de una sola y única verdad que simplemente han explicado de diferente
forma»7. Las diferencias de expresión esconden las divergencias de visión. Las palabras
inducen a la unidad y hasta a la uniformidad, aunque sobreentienden todas las reservas
mentales, que una actitud de este tipo comporta. La condena de cualquier tipo de
ambigüedad (también la lingüística) no teme la actitud metafísica en cuánto que se
identifica con el curso forzoso (de la investigación) de las causas de los fenómenos. El
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 803

materialismo dialéctico representa las contradicciones cognoscitivas como el aspecto


determinante de la metafísica. La lógica hegeliana requiere la contradicción, entendida
como una confluencia de factores, para configurar el aspecto que representa la realidad
en cada momento. La metafísica como el dominio de lo vago contribuye a confrontar la
experiencia. Lo concreto es la ambición del non-sense, del desarrollo de sensaciones,
que no alcanzan el margen de la contextualización. La imperfección atañe la
autenticidad de la convicción en las formas con las que se hace inmanente en el curso de
los acontecimientos. El conflicto –según Heráclito– es el padre de todas las cosas: la
competencia de los factores que determinan la realidad interaccionan entre sí antes de
conformarse a la unidad, sometida, a su vez, a una ulterior contradicción.
La paradoja vivifica el razonamiento y lo induce a objetivarse mediante los
artificios dialécticos con los que violenta la comprensión (de la forma más general
posible). La armonización del descanso y la movilidad es la empresa, en la que el
género humano se empeña en continuar, con la ayuda de las nociones adquiridas de la
naturaleza de las cosas. La epopeya homérica es paradigmática en este aspecto. En la
Ilíada la venganza es la lucha sin cuartel en la que se elimina cualquier tipo de
estrategia, que no registre en la inminencia una satisfacción más o menos digna de
gloria. Las pulsiones ferinas juegan sobre las instancias piadosas y humanitarias. La
irreversibilidad de la actitud bélica no admite ningún atenuante de orden moral. El
honor de la comunidad se condensa como si fueran proezas, destinadas a confortar la
identidad institucional. El prestigio del Estado se confía a las armas de los caudillos. En
la Odisea, en cambio, es la astucia luciferina la que se une a la razón y se siente capaz
de renovar las arraigadas convicciones y reforzar la sensatez de las actitudes
individuales para el bien comunitario. El prestigio de Ulises es el precipitado
metahistórico del peregrinaje en los hendientes polémicos de la sociabilidad arcaica.
La indeterminación descansa en el trasfondo de las cosas. Su representación
consiste en la destreza del actor-protagonista (el inventor) que utiliza el cálculo mental
(la hipótesis conjetural) como término comparativo de todas las variables objetuales
(concretas), que pueden satisfacer temporalmente el deseo de la mayor parte de los
llamados a desarrollar predominantemente el papel de los beneficiarios de los bienes y
servicios a cambio de una cuota de pasividad. La inventiva humana se vale de la actitud
de los que admiten haber sido llamados por el mercado como testaferros de las
especulaciones (mentales y concretas), de las perturbaciones, provocadas por los más
audaces y por los menos sensibles a la pequeñez de la condición humana. La
804 RICCARDO CAMPA

indeterminación también concierne los aspectos evidentes de la realidad. Toca la


metodología empleada por la ciencia para mantener en secreto los procesos físicos con
los que se acuerda, a nivel decisional, legalizar la convicción. En este sistema de
pensamiento es inevitable que se huya de una teleología, que tenía como causa primera
y causa final a Dios y al azar, entendido como un orden que huye de las categorías
interpretativas de la naturaleza, diseñadas por la ciencia y ejecutadas por el
conocimiento en su realización más significativa. La sumisión de la convicción es
debida, en efecto, a la incertidumbre de las decisiones, que conciernen la constitución de
la realidad, bajo el perfil originario y bajo el aspecto modificado por la acción humana.
El demiurgo del Timeo de Platón es el investigador moderno, ocupado en el laboratorio
(mental o físico) a confabular con el aspecto móvil de la eternidad. El pensamiento por
tanto desarrolla una función sumisa a todas las vanidades, las dudas demoledoras del
pasado. La constatación de la realidad es la carga que funda sus revelaciones, que
forman parte del recorrido histórico del conocimiento. La naturaleza es un artefacto de
Dios, que se confiere a las conjeturas humanas bajo la forma de prestaciones
energéticas, a su vez modificables en objetos. La sustancia y su extensión se identifican,
contrariamente a lo que sustenta Descartes, que afirma el conocimiento como la
identificación del sujeto pensante con el objeto pensado. La supresión del dualismo
kantiano, noúmeno-fenómeno forma parte del pensamiento moderno, libre por la misma
razón de ser de las simulaciones de un tipo de fácil teologismo, que difícilmente se
extingue en la formulación conceptual. La problematicidad de la convicción moderna es
una consecuencia de la incertidumbre interpretativa y modifica algunos aspectos de la
realidad. El artificio es exonerado de revelar su íntima esencia y su procedencia. La
facultad de utilizarlo prevalece sobre cualquier otra consideración de orden
gnoseológico. El conocimiento como terapia del ser es la variante algebraica de la
existencia moderna, progresivamente separada de los vínculos metafísicos, dogmáticos
y trascendentales del pasado. El presente es igualmente evidente, aunque se verifica en
sus conformaciones tutoriales del placer, del bienestar y de la aprensión cognitiva, de
hacerse casi evanescente ante la presencia de las instancias teleológicas formuladas por
la tradición.

Lo indefinido asume las características de un itinerario representativo, aunque no


explicativo, de lo que se piensa que va a ocurrir en la realidad. La conformación de sus
aspectos evidentes y la presunción de sus aspectos ocultos contribuyen a promover el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 805

conocimiento mediante las postulaciones conceptuales (las hipótesis) de la acción


investigadora. La filósofa de la identidad de Johann Gottlieb Fichte presenta la
superfetación del sujeto y el objeto: en la práctica, una síntesis explicativa del proceso
mental, con el que se cuestiona a la naturaleza y se localizan contextualmente las formas
más adecuadas para memorizar y comprobar sus representaciones. El estadio
determinante del convencimiento lo representa en la filosofía la revelación de Friedrich
Wilhelm Joseph Schelling. La contemplación moderna la realiza la instrumentación
tecnológica, que se efectúa, no ya en un estado de gracia como en los místicos y en los
videntes, sino en una pura y simple curiosidad. En Georg Wilhelm Friedrich Hegel el
conocimiento es el resultado de la mediación entre las asonancias míticas del lenguaje y
el finalismo implícito en cada acto cognoscitivo, aunque sea connotado por la dialéctica
triádica, que aparece en la fenomenología del espíritu. Según Sören Kierkegaard, la
inmediatez permite intuir lo absoluto sin la intermediación de los mitos, de las creencias
fluctuantes en el tiempo como los patrimonios del alma. El sistema de pensamiento
hegeliano es por así decir omnicomprensivo (lo real es racional y viceversa), no admite
alguna novedad que no sea la implícita en la elaboración de la síntesis como resultado
de la relación entre la tesis y la antítesis de todas las posibles hipótesis teleológicas
formuladas por el observador-perturbador de la realidad. La oposición de Kierkegaard,
Bergson y William James al espíritu absoluto de Hegel es un ejercicio polémico,
destinado a complicar la argumentación sobre las modalidades interpretativas de los
acontecimientos, sean naturales o artificiales. El espíritu absoluto es una categoría
cognitiva –una especie de postulado matemático– por el que es posible conjeturar la
adecuación al pensamiento causal. Todo lo que puede ser planteado tiene que contestar
a los criterios de la consecuencialidad y de la contradicción: exactamente como sucede,
exegéticamente, a nivel experimental. «Retomando nuestra historia de la filosofía a
partir de Kant, veremos que existe otra serie de problemas que se desarrollan desde el
kantismo, y de forma particular, desde las antinomias de la razón pura; se trata de la
cuestión del finito y del infinito»8. Charles Renouvier, teórico del neocriticismo, en
contra de Léon Brunschvicg, afirma que la antítesis niega la personalidad confundiendo
el carácter indeclinable de la persona con la modificación existencial, a la que se ve
llevada de forma inevitable por las circunstancias. La antítesis no es el doble de la tesis
sino su complemento. Así el Bien es tal en cuanto admite el Mal; la eficacia del uno
consiste, en efecto, en la carencia y la atenuación del otro. La libertad no tendría sentido
si no se considerara asechada por su contrario. Cada categoría, interpretativa de la
806 RICCARDO CAMPA

realidad, comporta o evoca la interacción de otra de signo contrario. El conocimiento es


la relación existente entre lo que se hace o se considera explícito y lo que se cree que
está (todavía) oscuro. La experiencia no puede comprender la totalidad del
conocimiento, que queda ligada a las premisas (a las sugestiones) iniciales y a las
modalidades de exteriorización adoptadas según las circunstancias. El principio de
necesidad natural se conjuga con el voluntarismo individual, que valora el grado de libre
determinación con el que se realiza.

El escepticismo de Francis Herbert Bradley no consigue presentar el método más


eficaz para actuar en la experiencia, pero favorece un espíritu crítico, con el que se
evitan impróvidas enfatizaciones. El realismo no constituye una corriente de
pensamiento, sino un criterio interpretativo de los hechos, que suceden o que se
cumplen en la realidad. Como método de evidencia, el realismo tiende a otorgar
identidad morfológica a cualquier logro cognoscitivo. La traducción de las imágenes en
conceptos pertenece a la actitud realista y memorativa. Todo lo que puede ser
documentado está destinado a alimentar el recuerdo. La indulgencia es la corrección que
se deduce del olvido. La radicalización de la experiencia (Herbert Spencer) no conduce
a la negación de la intuición, que representa la condición inicial de la actitud explicativa
de la realidad. El positivismo es la ideología del experimentalismo, en el sentido que
considera que la realidad es la depositaria de todas las actitudes humanas, dirigidas a
adaptarse según las estrategias que sirven para disfrutarla y utilizarla. André Breton, en
efecto, considera los opuestos (lo real y lo imaginario; el pasado y el futuro; la
comunicación y la incomunicabilidad) como partes integrantes del ser, señaladas en su
contradicción (que es la denominación con la que concuerdan de forma discrática las
proposiciones de signo diferente). El surrealismo de Ferdinand Alquié es la doctrina de
la conciliación de los factores expresivos, que apuntan a una misma dimensión del ser
(de los hechos, de las encuestas, de las convicciones).
Si se pudiera alcanzar (y conocer) lo absoluto, la experiencia no tendría ningún
sentido. Solamente si se creyera en lo absoluto como un correlato con las formas en la
que la relatividad del conocimiento se aproxima a la satisfacción conceptual, la
propedéutica de tal ejemplificación podría cumplir con el curso neurálgico de la
postulación argumentativa y explicativa de la realidad. Lo absoluto, entendido como
omnicomprensivo, rechazaría las aproximaciones, que en cambio son los resultados de
la investigación y los aspectos más inquietantes de la condición existencial. Los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 807

términos y las relaciones (también las interindividuales) se valen de las certezas


aparentes o de las aceptaciones realizadas, que se hacen evidentes en las relaciones entre
las ideas (los modelos platónicos) y su comprobación efectiva. La ineluctabilidad del
movimiento y de la transformación (de los estados de ánimo y de las cosas) puede
constituir la aposición de lo absoluto, ya que una admisión de este tipo no implica una
resolución mental, sino que solamente hace referencia a una cuestión de principio. La
inmediatez, en la que puede esconderse lo absoluto, efectivamente nunca es tal: se
realiza siempre en circunstancias accesorias, en las que se identifica concretamente.
Rudolf Carnap sostiene que la eliminación de la metafísica (que expresa pseudo-
proposiciones) acaece por el análisis lógico del lenguaje. La refutación, que la filosofía
metafísica hace a la drástica posición de Carnap, es la relativa a la permeabilidad del
lenguaje en lo referente al tenor de su forma predicativa. La admisión –como sostiene
Carnap– de que lo que está fuera de la experiencia ni se puede decir, ni imaginar, ni
problematizar, no impugna paradójicamente la permanencia en la experiencia efectiva
de lo absoluto. Su postulación se identifica con lo negativo, con las condiciones de la
experiencia que se supone que no pueden averiguarse. La prohibición del conocimiento
de lo absoluto es una contradicción (aunque sea lingüística). La posibilidad de realizar
conjeturas de las variables de la experiencia (posible, virtual, irreal) se puede considerar
como el aspecto endémico de lo absoluto. Los prejuicios negativos no convalidan por
ello su inexistencia. Aunque el Bien y el Mal son difícilmente definibles –en primer
lugar en la República de Platón– sus denotaciones conceptuales pueden cotejarse en las
múltiples solicitaciones de la experiencia. El léxico de la vida de las costumbres refleja
las categorías connotativas de las referencias orgánicas, de las manifestaciones
concretas, aprovechables en la controvertible inmanencia.

En el caso, en el que la lógica se reduzca al silencio, la metafísica se frustrará en


la inconsistencia nominal. La actividad y la pasividad influyen el pensamiento en
formas, respectivamente, implosivas y recesivas, evidenciando ambas lo concreto,
entendida como un reducto de la experiencia y de la argumentación. La falta de
previsión consiste en el examen patente sobre la prohibición voluntaria o impuesta de
fuera, inherente al actuar humano. El azar es el casualidad del pensamiento conceptual,
que se piensa con una sumisión carente de justificación de actuación, y al contrario, sin
ninguna propensión al impedimento. La alternativa entre la cólera del diablo y la sonrisa
de Dios compromete la linealidad y la coherencia de la argumentación; y, sin embargo,
808 RICCARDO CAMPA

el sistema conceptual continua a valerse de esta dicotomía con el objeto de hacerla, al


mismo tiempo, apreciable y fútil. La corriente intelectual, que serpea entre el diablo y
Dios, interfiere en los discursos de los seres vivos, que se sirven de ellos para convenir
improvisadamente sobre uno o otro ideal, como patrimonio de la razón en su estado de
gracia. La adversidad es indiciaria en el razonamiento de las causas que lo hacen
rebatible. El más allá del Bien y del Mal, formulado por Friedrich Nietzsche, representa
el «lugar» de la interacción de las dos fuerzas disolutas, que ostentan recíprocamente un
conocimiento autoritario, difícilmente admitido por los resultados, delimitados en la
aproximación cognoscitiva. La relación entre estos dos atributos de la realidad
contamina la especulación conceptual, en el sentido en que siempre la llevan al nivel de
la aseveración (a la verdad testamentaria).

La persistencia de los contrarios en el razonamiento lo dispensa de la negación.


La intensidad del pensamiento –pronunciado por Vincent Van Gogh– significa su
confianza en las satisfacciones –perennes más que permanentes– de la condición
humana. La precariedad es lo contrario de la eternidad, aunque en compañía pretende
facilitar su curso (forzoso). La melancolía desafía la tristeza, que es un arte del alma a la
hora de alcanzar la meta de la existencia. La soledad es el consuelo que la vida
individual puede inventariar entre sus manifestaciones de protesta tácita de lo que
inopinadamente ocurre en el mundo (en el universo). La apariencia auxilia a la
creatividad en las formas con las que se ejerce en la experiencia y en su exasperante
vacuidad. La representación de lo inexistente obscurece las facultades de médium del
arte, de la elaboración de los contornos de las figuras, de las cosas y hasta de las
sensaciones y de los estados de ánimo según una frecuencia intuitiva, que se piensa que
está en el mismo nivel de intuición de la ciencia. Los colores amplifican y vivifican la
escenografía de los entes, de las cosas, que configuran la realidad eficaz. La intensidad
de los colores refleja en temáticamente la tensión emotiva de sus autores y de sus
usuarios. El arte adelanta según una sucesión que no es cronológica las atmósferas
mentales, responsables de los monólogos, de los soliloquios, de los diálogos y de los
vaniloquios. El consuelo emotivo, que se deduce del arte plástico, pertenece a los
afectos (escondidos, silentes, flébiles, intensos) entre las personas y sus sombras, sus
alteridades. La figura se declina según la temperie política y social, en el que se
manifiesta en su cruda o difusa consistencia. En el arte no figurativo la estructura
material señala las posibles formas del cumplimiento de su experiencia. En el grumo de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 809

los colores se hace esencia la maraña de las energías que dan vida y oportunidad a las
figuras y a sus dimensiones connotativas. La fidelidad a la naturaleza es cada vez menos
determinante para los objetivos de la realización artística. El objeto es escrutado en su
consistencia como las figuras en su determinación genética, quintasencial. La
abstracción es la forma consecuente de las conformaciones energéticas: satisface una
exigencia primaria, originaria, que no puede ser desatendida sin desviar su carga
expresiva. La práctica de la «revelación» comprende el arte abstracto, la primordial
magnificencia de la luz, que influye en la percepción de los entes, que se consolidan
prometeicamente en la realidad efectiva. En este orden de ideas, el arte abstracto y la
física del microcosmos se parecen en la intensidad medida de la actitud creadora en su
versión humana y divina (casual). La esencialidad es huidiza o está continuamente
pospuesta, según las actitudes conceptuales, con los que el artista y el científico afrontan
la urdimbre de sus premoniciones, de sus previsiones y de sus argumentaciones lógicas.
La aprensión cosmológica influye en todas las iniciativas, dirigidas a encontrar en la
naturaleza los fundamentos de sus potencialidades energéticas y contextualmente
expresivas. «El mismo Van Gogh dice que los pintores modernos son pintores
pensadores, pero sobre los más antiguos, podríamos decir cosas análogas, con esta única
diferencia, que su pensamiento no se realiza al mismo nivel de contrastes personales;
viven del pensamiento de la época»9. El contraste como sucede en la filosofía antigua
griega regula el organigrama de sus creaciones.

Novalis (Friedrich Leopold von Hardenberg) afirma: «Hay una virtud en el


laisser faire»: la pasividad, como estrategia aprensiva, en todo caso es una manera de
proporcionar las energías que interaccionan en el universo con la presencia atenuada y
aparentemente silente del observador-perturbador. Lo absoluto no reside en la nada,
sino en la incesante participación de los seres y de los entes en los sinos de la
eventualidad. La catástrofe es considerada como la artificiosa alternativa a la
armonización de las funciones vitales, que vibran en el universo, bajo el hauberk de una
teleología de difícil valoración. La asertividad, en efecto, es patrimonio de la duda
propedéutica de la ataraxia. La antinomia en las argumentaciones cognitivas refleja una
vitalidad que de otra manera sería indeclinable y hasta indecible. La descripción de un
acontecimiento supone la refutación de las causas que lo habrían malogrado. La
simultaneidad, en efecto, inmuniza su anulación. La contracción de los tiempos de la
percepción y los de la fruición es un azar mental para comprender la fenomenología de
810 RICCARDO CAMPA

la realidad en su (aparente) exteriorización. Y contextualmente es el instrumento con el


que contener la casualidad en los perímetros conjeturales del observador-perturbador de
la realidad. Las pruebas de fuerza del creador de las imágenes o acontecimientos
contienden un grado de eficiencia (artificial), en la (natural) tendencia a la inercia. El
presente es –según Sören Kierkegaard– la intercesión del tiempo y de la eternidad: la
apologética concepción platónica, que anhela correlacionar la vida terrena con la
temperie cósmica, según la correlación de las formas con las que los pensamientos se
revelan en la realidad. El «élan vital» de Bergson y la «force créatrice» de Paul Claudel
se disputan la configuración de la naturaleza en sus impulsos geriátricos, captados por la
experiencia. El arte y la ciencia producen formas, donde se connota el conocimiento. La
información, en efecto, consiste en la complicidad del receptor de la comunicación con
el partidario-proponente del conocimiento, que es la constatación de la relación
existente entre los entes y las cosas. La pasión de la subjetividad atañe, a la inversa, la
tendencia con la que se solicita la convivencia colectiva, como raíz neurálgica de la
inquietud humana. La solvencia de la experiencia individual se confronta en la
inspiración colectiva, que detiene las razones recónditas de la creatividad.
El hechizo de la palabra permite catalogar la vida humana en una serie de
eventos evocadores, que permiten realizar una revisión crítica al centrarse en sus causas
determinantes. La memoria se perfila por tanto como una actitud exegética, como una
práctica testamentaria, que amplifica las dimensiones del tiempo y ennoblece en cierta
medida la aprensión por su irrevocabilidad. Todo lo que queda escrito está destinado a
afligir la memoria, que niega al olvido el derecho a la prioridad relativa en contraste con
la afirmación perfectible. El secreto está implícito en las manifestaciones más disolutas
de la naturaleza, que de repente se rebela frente a los cálculos de los seres mortales. El
desorden es la aflicción impuesta por la naturaleza al género humano, que se consuela
anagramando un tipo de acuerdo entre sus propósitos de acción y la eventualidad,
entendida como un régimen de prohibición a todo lo que es demoniacamente
irreprimible. La aflicción se identifica con un régimen redentor, que recuerda la sujeción
del género humano a las potestades (las potencias energéticas) que lo superan. La
antinomia entre las convicciones y las encuestas representa la verificación existente
entre las propensiones intimistas y las realizaciones exteriores. Entre estas dos
categorías cognitivas se interrelaciona un tipo de zona de sombra, un túnel de la
indeterminación, en el que es presumible que se agiten, como si fueran unos dados de
datos, las posibles variantes de la realidad. La doctrina de la continuidad de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 811

naturaleza encuentra una contrapropuesta en la teoría de Cuantos. La interacción de


estas dos posiciones conceptuales, evidenciada por la experiencia, valora el pensamiento
en su evolución (no rectilínea y uniforme, sino ondulatorio y rapsódico). La teoría
ondulatoria y molecular de la luz conjuga la continuidad y la discontinuidad de la
naturaleza según una limitación de la velocidad (300 mil kilómetros por segundo) que
se piensa, por la relatividad einsteniana, que es insuperable. La música dodecafónica de
Arnold Schönberg y Anton Webern, la representación escénica del absurdo, lo informal
en las artes plásticas, la pérdida del centro y el eclipse del personaje en la literatura son
los aspectos más llamativos de la cosmología moderna. La imperturbabilidad facilita la
aprensión por las innovaciones, que se consideran en la práctica consuetudinaria del
universo telemático. La identidad del sujeto agente parece simulada por los efectos que
se pueden registrar en el pentagrama de las acciones colectivas. La hegemonía de las
masas refleja la presencia de las innumerables individualidades, que se agolpan en el
escenario de la existencia con la imperiosidad de la mutualidad colectiva. La unidad y la
pluralidad se rompen frente a la uniformidad, asumida por las sociedades de masas, que
no oscurecen la creación, sino que la hacen flébilmente anónima y paradójicamente
individual, hasta el punto de eclipsar las formas con las que el proceso cognoscitivo se
evidencia y se extingue por fases (históricamente conmensurables). La síntesis
cognoscitiva y operativa se configura, en las sociedades de masas, en los objetos, en los
artefactos, que constituyen el «mobiliario» de las individualidades. La posesión de los
bienes condiciona sobre todo la personalidad en presencia de modelos generalizantes,
que atañen a un tipo de universalización breve tiempo y de precaria solvencia.
La filosofía fundada en la metafísica exalta el proceso, actualizando la
concepción de Aristóteles, que opone la potencia al acto. La idea de la energía es la
actualización léxica de la postulación clásica. El discernimiento está implícito en la
dinámica cognoscitiva y explicativa de la realidad. La razón teórica y la razón práctica,
claramente uniformes en sus áreas de exteriorización, se conectan en las sociedades de
masas y se revelan como la única fuente de iniciativas, propedéuticas en la valoración
trascendental. La pasividad es por lo tanto una actitud deslegitimadora del progreso y de
la evolución (o la recesión) antropológica del género humano. El sensacionalismo
contemporáneo se interconecta con la razón instrumental, que representa en el plano
práctico (objetual) el aspecto evidente de la inmanencia. El pensamiento creador está
implícito en la casualidad, en la que se realizan la reflexión y (muy) superficialmente la
contemplación. El misticismo teatral se efectúa en las formas insólitas de las reuniones
812 RICCARDO CAMPA

plenarias, en las que se espera una señal de la divinidad que sustenta la creación. El
éxtasis de las multitudes, acampada en los márgenes de las metrópolis, coincide
discráticamente, casi siempre, con el enriquecimiento de algunos gurús, de los santones
del aspecto emancipado e inquietante. Cuando el aprendizaje de los incrédulos se
consolida en el proceso, los encuentros se disuelven como la niebla ante el sol. Y se
aproximan otras resoluciones cognitivas del misticismo de barricada. El ímpetu
religioso siempre se reconoce en la afligida intervención de las fuerzas del orden.
Paradójicamente, los hechos boulevardiers del misticismo contemporáneo parecen
presagiar el ímpetu de los poderes constituidos y quererlos exorcizar con los cantos y
puestas en escena descaradamente irrefrenables. El dios de los nuevos sacerdotes del sol
parecen disociarse temperamentalmente de sus propios partidarios. La pasividad se
configura por tanto como una provocación respecto al sistema productivo, distributivo,
retributivo. La fenomenología del indulto se manifiesta en las cotizaciones bursátiles de
los títulos de las sociedades económicas que sacan provecho de cualquier manifestación
de masas. La representación del disenso se presta a la ratificación de los bienes de
consumo, eximida por el gasto de la publicidad preventiva, necesaria para ensayar las
atenciones, más o menos explícitas, si no hasta insólitas y silentes, del público. Gabriel
Marcel sustenta que la posesión de las cosas es superficial y que por lo tanto no
menoscaba la convicción, a su vez, consentida o controvertida.
La «movilidad universal» absuelve cualquier forma de ataraxia (consuetudinaria
o excepcional). La reflexión sobre las características del movimiento genera el
desaliento de quienes se proponen extrañarse en el intento de tener un contacto ideal con
Dios. Heidegger sustenta que el ser en el mundo no permite pensarlo y por lo tanto
mirarlo desde fuera de la participación individual intuitiva. A la interiorización de los
propósitos de actuación a nivel individual corresponden por lo tanto las emolientes
propulsiones determinativas del mundo. La instantaneidad, ya presente en el
Parménides de Platón, se conjuga con el absurdo. La transformación de un estadio del
ser en otro se realiza en un «momento» no homologable en el conocimiento efectivo.
Las categorías de la causalidad y de la casualidad son indicativas, no explicativas, de lo
que se modifica en la realidad, más allá de la voluntad humana, pero con su presencia
perturbadora en los sistemas energéticos, sobre los que gravita. El conocimiento es por
lo tanto el resultado de la valoración conductual de la modificación de los campos
energéticos, en los que el obrar humano encuentra las pruebas de su propio tesón. Los
resultados prácticos (concretos) de las iniciativas humanas se resuelven en los entes (en
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 813

los objetos) en los que no se permiten los secretos del cosmos (que, naturalmente,
quedan como el hemisferio de las siguientes, posibles revelaciones). Los
descubrimientos científicos del cosmos, que se piensa que es inconmensurable, revelan
su campo de atracción en el laboratorio. La autenticidad de las afirmaciones depende de
la conveniencia de los instrumentos (ideales y artificiales) inventados para verificar la
valencia cognitiva de las intuiciones, de las argumentaciones y de las
experimentaciones. El mundo como idea –según Immanuel Kant– significa su íntima
inaccesibilidad a la investigación cognoscitiva y modificadora de parte de los
observadores-detectores de los campos energéticos sometidos a examen. La experiencia
metafísica por lo tanto concierne el aspecto evidente de la realidad, que queda
connotada kantianamente con las categorías cognoscitivas que se practican en la lógica
consecuencial. La mediación realizada por las imágenes permite sancionar la
terminología con la que se asumen, en el ámbito explicativo, las aportaciones de lo
continuo y lo discontinuo de la investigación experimental.
La dicotomía concepto-imagen tiene un sentido pedagógico. De hecho, el uno es
la anticipación de la otra; y ambos giran hacia las frecuencias moduladas de la realidad.
Jaspers los considera cifras de la transcendencia. El significado del ser no puede
reducirse al predicado, que no contiene eficazmente las dos categorías descriptivas y
representativas del ser. La «zona sombreada» entre la palabra y su representación es, en
efecto, la atmósfera de la regeneración. La inteligibilidad del ser –según Blaise Pascal y
san Agustín– es el secreto de Dios. La búsqueda del hombre tiene su inicio en el abismo
de la creatividad donde encontrar las huellas de la potestad divina. Las religiones
utilizan el recurso a las creencias genéticamente consolidadas, reelaboran los dichos, las
fabulaciones y la memoria en expresiones sistemáticas. La actitud visionaria, el
profetismo y la evangelización son las fases de la creencia popular de sugestiones
permanentes en el tiempo, que reflejan la intemperancia de la inquietud existencial. La
percepción del infinito es el motivo que denota la transcendencia, que se atiene a la
problemática permeabilidad de la experiencia. Pascal afirma, en efecto, que «le silence
de ces espaces infinis m’effraie». El principio de indeterminación de Werner
Heisenberg y el principio de complementariedad de Niels Bohr satisfacen la exigencia
del pensamiento contemporáneo, que tiende a significar la experiencia mediante una
creencia fenomenológica antes que con un sentido teológico y espiritual. La
contradicción de las posiciones cognoscitivas ayuda a perfilar con mayor aproximación
la teleología del universo en expansión y en continuo cambio. Estas posiciones
814 RICCARDO CAMPA

conceptuales permiten poner en relación el conocimiento de la realidad con la


experiencia de la realidad en su difícil exteriorización. Las relaciones de incertidumbre
permiten utilizar la experiencia con finalidades prácticas. Lo concreto es, en efecto, el
aspecto más elocuente de la aproximación cognoscitiva. La ambigüedad –sostiene Niels
Bohr– sirve para delinear la parte auténtica de la experiencia, que se muestra como
conocimiento. Heisenberg afirma que las partículas elementales de la materia no son
reales como lo son los hechos ordinarios. En el microcosmos la materia y la energía se
interconectan con una tal intensidad que le permiten al observador tematizar las fases si
no es por los resultados cuantitativamente detectables.

Lo macroscópico se regula –al menos en el nivel interpretativo y representativo–


con leyes, que no son válidas para anular la materia y la energía en la concatenación
uniforme de sus efectos apreciables en la percepción cognoscitiva. El nivel inteligible y
el nivel sensible, ya coherentes en el Parménides de Platón, se unen e interfieren entre sí
en la filosofía de la ciencia contemporánea. La inmovilidad (el motor inmóvil de
Aristóteles) y el movimiento continuo concuerdan en la lógica consecuencial. Según
Alfred North Whitehead, en efecto, el mundo es un inmenso acontecimiento. La
correlación entre dos términos está implícita en su misma enunciación: no se puede
afirmar el movimiento sin admitir su contrario. La facultad de expresar una de las dos
categorías implica la presencia equitativa de la otra. Es el lenguaje el que impone una
correlación similar, independientemente de la explícita, convencida admisión. La
dialéctica trascendental kantiana articula estas notaciones connotativas de la realidad sin
contrastarlas en el orden práctico. La analogía y la antítesis satisfacen el principio de la
transcendencia, en el que se perfila la argumentación conjetural. Bohr afirma que la luz
es la vida: en perfecta asonancia con lo que afirma Albert Einstein. La física moderna y
contemporánea, la pintura de Cézanne y Van Gogh y la poesía de Paul Valéry, Charles
Baudelaire, Eugenio Montale están invadidas de la idea y de la imagen de la luz, que
tiene también el sentido simbólico de la lucha contra las tinieblas y de adquisición de las
coordenadas mentales capaces de interceptar los objetos que, como figuras, se recortan
en la realidad. «Cualquier momento de nuestra vida ofrece dos aspectos: actual y
virtual, al menos en su origen, y sin embargo, como dice Janet: “La construcción del
presente impide una determinación precisa de su duración”»10. El sincronismo de la
percepción de la realidad y su recuerdo connotan la experiencia, en su análisis objetivo,
de actos concluidos y de proezas pospuestas. El recuerdo es un improvisado
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 815

reconocimiento de acontecimientos, que continúan paradójicamente a influir la


reactividad del presente. La reflexión onírica es el cuento suspendido de una sugestión,
que difícilmente se conecta en términos de sucesión temporal y causal con la
experiencia.

La relación entre la actualidad y la memoria consiste –según Whitehead– más en


la temporalización del espacio que en la especialización del tiempo. «Desde este punto
de vista, no hay límite objetivo material entre lo ya realizado y lo que se va a realizar»11.
En el universo material, la actualidad consiste en la presencia del espacio en el tiempo:
la cuarta dimensión del espacio hace evidente los aspectos de la realidad que
difícilmente se convalidan de otra forma en el patrimonio cognoscitivo general. El
segundo principio de la termodinámica (Carnot, Kelvin, Clausius) implica la
inexorabilidad de la evolución del mundo por el aumento de la entropía. La
inestabilidad energética es por lo tanto responsable de la continuidad de la existencia.
Erwin Schrödinger mantiene «que la materia inerte sería inestable si no existiera la
discontinuidad cuántica para mantener la estabilidad de las estructuras moleculares y
atómicas, y de esta forma la estabilidad de la misma materia inorgánica. Luego la
estabilidad orgánica de las células biológicas en el individuo, y sobre todo en el espacio
gracias a la reproducción, mantuvieron también su existencia, a lo largo de los siglos,
únicamente gracias a una paradójica inestabilidad, ligada a discontinuidades
cuánticas»12. Las discontinuidades cuánticas contrastan con la progresiva
desintegración, según la cita bíblica: «Eres polvo y en el polvo te convertirás». «Estas
discontinuidades bruscas son las mutaciones, y De Vries insistió mucho sobre su
carácter revolucionario y repentino, en lugar de una evolución progresiva y continua»13.
Las mutaciones exorcizan la desintegración cambiando en sentido imprevisto el proceso
de la evolución, para reinsertarla sucesivamente en su recorrido efectivo. En esta
intemperancia energética reside el sentido de la selección natural. La vida se realiza
intentando reducir lo máximo posible los fenómenos irreversibles. La prueba de fuerza
de la inexorabilidad es la tarea a la que suspiran los seres vivos en su variada
manifestación. Los fenómenos irreversibles son más frecuentes en los estados
patológicos: la enfermedad, aunque superada, no permite la vuelta al estado inicial,
anterior al tratamiento médico. En la biología, como en la termodinámica, la causalidad
es reemplazada por la probabilidad condicionada. La sobreexcitación cerebral provoca
el delirio de la memoria: expone las desconexiones existentes entre los entes,
816 RICCARDO CAMPA

reexaminados, como en La búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust, ayudados


del sismógrafo. El dolor dilata la impresión subjetiva del tiempo que, en conexión con
la energía, en algunos casos (Ludwig Eduard Boltzmann, Hans Reichenbach), es
reversible. La probabilidad estadística dirime por así decir los procesos elementales, los
recursos originarios de la materia y de la energía. Y, consecuentemente, el principio de
la causalidad, válido en el universo macroscópico de la naturaleza, se confronta con el
principio de la casualidad, válido en el universo microscópico de la naturaleza. En el
microcosmos se pueden anotar (fotografiar) las estelas energéticas que las partículas
elementales realizan en su inexorable colisión. La visión convierte los acontecimientos
físicos del universo externo en acontecimientos psicológicos del mundo orgánico. La
visión, como mecanismo electromagnético, transmite las impresiones presentes en la
realidad al cerebro, donde reside la fuente de la imaginación y por lo tanto de la
memoria, que se evidencia en la descripción, en la narración, en la representación. El
ritual de la imagen, que realiza la memoria, sirve para perfilar el razonamiento, para
confirmar el predicado nominal de cada pensamiento, unido directamente a la
figuración. La vista, el oído y la voz se conectan según un orden de grandeza
determinado por la palabra (oral o escrita). La visión y la audición moderan el afecto
escénico, diseñado por la argumentación.

La complementariedad de los fenómenos eléctricos, químicos y mecánicos lleva


a la inteligencia a contestar adecuadamente a los estímulos de la realidad. El intelecto
sustituye a la calculadora analógica y permite personalizar las relaciones con el milieu
cultural, en el que se establecen según las categorías del necesitarismo natural y el
voluntarismo subjetivo. Las «circunstancias» sintetizan, en términos abreviados, los
procesos mediante los que el aprendizaje se actualiza en el ámbito de las experiencias
cognitivas. «Para los seguidores de la psicología de la Gestalt como para nosotros, no se
puede distinguir verdaderamente lo que se describe normalmente bajo el nombre de
percepción, memoria, pensamiento, juicio: estos términos diversos lo que hacen es
disociar de forma artificial las modalidades de un mismo proceso psicológico
electroquímico, proceso de información y de comunicación nerviosa esencialmente
neuronal y sobretodo cerebral»14. Tales fenómenos electro-biológicos se vuelven a
proponer en la creación artística y en la búsqueda científica, respectivamente, con un
grado de fascinación sensorial y aseveración intelectiva. La relación entre la función y
el órgano que lo actúa es abiertamente didáctica. Efectivamente, también las reacciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 817

biológicas son realizaciones de un proceso cerebral, que el funcionamiento decisional


rinde necesaria. La representatividad de las decisiones no prescinde de la compleja
elaboración químico-física de las estructuras orgánicas. El psiquismo y el panquimismo
concurren a delinear y a configurar la memoria, como orden explicativo de las razones
vitales. La recreación mental de los acontecimientos registra a cámara lenta los
complejos mecanismos, que presiden la percepción y la realización de los actos
detectables de forma concreta. La imagen de la percepción y la memoria es el lenguaje,
mediante el cual se muestran de forma evidente las formas del razonamiento. Las
características simbólicas del lenguaje facilitan la comunicación explicativa de la
argumentación. El convencionalismo de los símbolos permite su traducibilidad en un
amplio espectro y bajo diferentes configuraciones híbridas. La universalidad del
símbolo reside en el rasgo que lo representa, en la esencialidad de las líneas maestras
como si fueran las columnas de los capiteles corintios, capaces de sustentar las arcadas
de los templos griegos y romanos. El simbolismo universal, que hace referencia a las
energías elementales de la naturaleza (el sol, el fuego, el agua, la tierra, las montañas,
los valles, el mar) transmite el placer y la angustia de vivir. Asume diferentes
connotaciones, según los mundos culturales en los que se utiliza. El sol, en los países
norteños, es el viático de la redención existencial; en los trópicos es un castigo divino.
La intemperancia, hacia lo negativo, o hacia lo positivo, no reduce el efecto explicativo
y representativo de la simbología, que es similar al cero, un elemento de separación de
dos clases numéricas. La palabra, que conserva la información y la sensación, se
identifica con la evocación, con el que se recorre rápidamente la experiencia pasada y se
afinan los sismógrafos para anotar las temperies futuras. La homeóstasis de las palabras
es el clima existencial del género humano en la salvaguardia de sus rémoras instintivas
y sus propulsiones expresivas.
Nietzsche afirma que el pensamiento es la interacción de los instintos: un tipo de
deflagración energética controlada, vuelta a configurar los aspectos más congruentes de
la facultad cognitiva y explicativa del intelecto agente. La característica emotiva de la
evocación tiene una función epigramática respecto a la memoria, que registra
exegéticamente los acontecimientos que corroboran su significación. La amnesia, en
efecto, interrumpe el circuito expositivo de las nociones, que también se aprenden en
todo caso en el estado equinoccial de la inercia psíquica. La objetividad sigue
desarrollando una función separadora de la evidencia. La efectividad practica no
interrumpe el reconocimiento psicológico de las sensaciones y de las percepciones, que
818 RICCARDO CAMPA

explican la turbación interior. La conexión entre la intimidad y la exterioridad tiene


diferentes grados de manifestación: desde los más normales a los patológicos, sin
renunciar a la consistencia objetiva del metabolismo natural. La calculadora electrónica
evidencia circunstancialmente los procesos cognitivos en su explicitación biológica y
conceptual.
La actividad sensorial y la selección intelectual repercuten en las formas
connotativas de la experiencia individual y colectiva. Estas afectan las instancias
propedéuticas de cualquier iniciativa innovadora de las condiciones existentes. El vigor
regenerativo se conecta virtualmente a las generaciones que condicionan la Gran
Cadena del Ser de Arthur O. Lovejoy. El conocimiento humano contrasta con la
necesidad de la naturaleza según las elaboraciones simbólicas y conceptuales realizadas
en el curso del tiempo, sociológicamente significadas como ilustradas, positivistas,
románticas, liberales, materialistas, fideístas, nihilistas, extemporáneas. Desde un punto
de vista epistemológico, el rigor expresivo recapitula todos estos factores explicativos
del quehacer humano en su coyuntura existencial. «Si el mundo exterior aparece como
“relativamente” inmóvil, y el tiempo objetivo de Minkowski-Einstein tan extendido
como el espacio, la variación relativa nace de la intuición del yo que, sintiendo el
cambio del devenir, aplica al tiempo psicológico su flecha direccional interna y provoca,
así, la sensación del antes y del después»15. La sensación de estar proyectados hacia el
futuro lleva a reconsiderar el pasado, entendido como una experiencia todavía no
consumida completamente por el presente. La sensación de la inmutabilidad del mundo
externo es falaz: la intuición de su fruición lo contextúa en la atracción intelectual. La
afirmación práctica –pragmática– es el testimonio de la relación existente entre la
propensión interior y la afirmación exterior. La correlación entre los fenómenos
psicológicos y los fenómenos físicos constituye el factor determinante del
conocimiento. «Como señala Arthur Eddington, la noción de entropía constituye
probablemente la mayor contribución de la física del siglo XIX en el desarrollo del
pensamiento científico. Gracias a ella, por vez primera, la física se aleja de la tendencia
casi anatómica de buscar, mediante divisiones y disecciones microscópicas o ultra-
microscópicas cada vez más finas, aislar los entes, para de forma contraria atarse, casi
fisiológicamente, a las cualidades evolutivas de un sistema considerado funcional y
evolutivo en su conjunto, como se hace frente a un organismo vivo, más allá de los
detalles de la estructura»16. La constatación de la entropía permite la pretensión
organizadora de adoptar los criterios operativos, que «vuelven artificiales» en términos
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 819

aseverativos los veredictos tecnológicamente legalizados. La creatividad humana se


convierte así en una forma del conocimiento independiente de toda relación, que no sea
recuperada en la propensión imaginativa-perturbadora de la actitud experimental. El
desorden, entendido como la ausencia o la inadecuación de la información, se configura
como un campo abierto a las intemperies energéticas, que pueden ser interceptadas –al
menos en parte– en su aparentemente perversa interacción.
La cibernética se enfrenta al «demonio» de Clerck Maxwell y lo hace adecuado
a la medición del caos y la inducción fenomenológica del orden. La organización
artificial de la realidad se refleja en los informes de las calculadoras electrónicas,
programadas para codificar el volumen de las intuiciones, de las proyecciones y de las
prospecciones temporales. La percepción y la acción se sintetizan siguiendo las
unidades de medida preventivamente hechas hipótesis de forma adecuada. Minkowski y
Einstein consideran que el universo es un conjunto de relaciones entre las entidades
energéticas que lo sustentan. El determinismo, la causalidad y la casualidad se perfilan
por tanto como pruebas que no alcanzan completamente el éxito. La debilidad de los
presupuestos, sin embargo, no exime la tarea de encontrar en su recorrido cognoscitivo
el resumen de las anotaciones, aunque sean transitivas o precarias, válidas para alcanzar
los objetivos de un itinerario explicativo de la realidad, que puedan utilizarse bajo el
perfil práctico.
La intemperancia de la naturaleza otorga el derecho a la reflexión humana para
diseñar sus rasgos cuantificables y prácticamente (concretamente) utilizables. La
estadística en un universo, representada por las ondas y por corpúsculos, permite
elaborar aproximaciones sistemáticas, que eclipsan el aspecto de la realidad en el que se
descubre como beneficioso el espectro energético (el teatro) operativo. El desorden
(poéticamente, el caos) se corresponde a la aprensión humana en cuanto que supone una
falta de apreciación del clima existencial. El cielo estrellado de Immanuel Kant
(correlato del imperativo moral) es la dimensión entrópica del desaliento. La intuición
es un acto de la mente, que se identifica simultáneamente con una eventual
manifestación de la realidad. La temporalidad asume configuraciones retrospectivas:
todo lo que ocurre ya es parte de su recuerdo. La inversión de la flecha del tiempo en
sentido recesivo permite hallar aspectos de la experiencia, que todavía no se han
homologados en el patrimonio cognoscitivo. La conversión radiactiva evidencia la
gravedad (la duración) del tiempo. La representación escénica del pasado remoto
satisface las exigencias imaginativas de la inmediatez expresiva. La desintegración
820 RICCARDO CAMPA

atómica, la decadencia de las sustancias radiactivas y sus isótopos son los índices de la
continua metamorfosis de la realidad. El láser contribuye a aumentar la información
sobre el espacio y sobre el tiempo, constituyendo un eficaz apoyo de la cibernética (y
por lo tanto a las calculadoras electrónicas). La predicción estadístico-funcional
responde a la intemperancia microscópica de la naturaleza, que concierne a los aspectos
más inquietantes del cálculo existencial: de la valoración de las cotizaciones de
frecuencia de la dinámica de la quintaesencia (de las partículas subatómicas) de la
naturaleza depende –en su conjetura conceptual– la permanencia de lo existente (del
universo tal como se presenta a la observación contemporánea). La interioridad es la
conciencia del tiempo: la mitología, la religión contribuyen a demostrar en forma
alegórica «los inicios», el alfa y posiblemente la omega de lo que las generaciones
anhelan anagramar en términos predictivos. La acción se compagina con el tiempo y lo
redime del olvido y de la perdición. El esoterismo, en efecto, se pliega a una enervante
extemporaneidad, que lo hace inaccesible al sentido común. «El crecimiento técnico y
económico indefinido –escribe Bernard Charbonneau– es a la vez el hecho y el dogma
fundamental de nuestro tiempo, como la inmutabilidad de un orden a la vez natural y
divino lo fue del pasado»17. La creencia en su significado tradicional se eclipsa en la
incertidumbre cotidiana. Ella sigue teniendo una fuerte influencia sobre las
comunidades apartadas por el impulso telemático. La idealidad es económicamente un
atributo de los órdenes consolidados institucional y jurídicamente. La agitación social
da un salto telúrico, que la humanidad imagina que tendrá que afrontar.
La autoridad científica y el poder tecnológico parecen supervisar la vida de la
humanidad. Efectivamente, los aspectos de esta nueva fase de la vida comunitaria son el
resultado de un coherente proceso cognitivo y explicativo, que se inaugura en el
Renacimiento y con la llegada al Nuevo Mundo, con una nueva dimensión del espacio
cósmico, entendido como el escenario de la imaginación y de la acción del género
humano. El espacio magnifica el recuerdo, la nostalgia y prefigura ámbitos inéditos de
la creatividad intersubjetiva. «El espacio social, primero biomórfico y antropológico –
afirma Henri Lefebvre– tiende a desbordar esta inmediatez. De modo que nada me
desaparece completamente; lo que subsiste no se sabrá definir solo por la traza o el
recuerdo o la supervivencia que deje. Lo anterior, en el espacio, es el soporte de los que
sigue… El espacio, así concebido, podría llamarse “inorgánico”. En la inmediatez de la
relación entre los grupos, entre los miembros de cada grupo, de la “sociedad” con la
naturaleza, el espacio ocupado muestra sobre el terreno la organización de las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 821

sociedades, sus relaciones constitutivas. Estas relaciones dan poco lugar a la


abstracción. Quedan al nivel del sexo, de la edad, de la sangre y mentalmente de la
“imagen” sin concepto: de la palabra»18. El espacio social transforma la solidaridad
humana en un sistema de relaciones, de los que los más racionales son representados
por las leyes: leyes de las matemáticas y físicas en lo que concierne a las estructuras
evidentes (los edificios religiosos y civiles) y, en lo que concierne a las interacciones
individuales y colectivas, a los institutos jurídicos y políticos. La revolución
antropológica, promovida por la perspectiva (Piero della Francesca, Paolo Uccello)
amplifica la dimensión de los objetos. Parafraseando a Platón, que designa el tiempo
como la imagen móvil de la eternidad, se puede decir que el espacio es la representación
ficticia de las perspectivas cósmicas. «La antropología ha mostrado como el espacio
ocupado por tal o por cual grupo de “primitivos” corresponde a la clasificación
jerarquizada de los miembros de una sociedad: la hacen perpetuamente actual y
presente»19. La presencia de factores concretos (los edificios) y de factores abstractos
(los números imaginarios) son el lugar de la arqueología cultural, dónde es lícito
argumentar la vida de los sumerios y la vigencia de los números árabes a través de la
palabra. El espacio imaginario y el espacio concreto se sintetizan. Los argonautas, los
viajeros de la Ilíada, el Judís errante, los navegadores renacentistas, los mercenarios, los
ejércitos regulares e irregulares, todos están interesados en dar al espacio un sentido
estratégico. «Nuestro espacio queda así calificado (calificador) bajo los sedimentos
posteriores de la historia, de la acumulación, de la cuantificación»20. El espacio épico se
transforma –desde Homero hasta los poetas del Romancero, de la Table Ronde– en
escenografía: Ítaca, los castillos del Loira, las catedrales góticas reflejan la ingeniosidad
humana y su poder adivinatorio. «Se impone una doble lectura: el absoluto (aparente) en
lo relativo (real)»21. El mundo moderno se extiende en el y se retrae del mercado, que se
presenta prudencialmente en la arqueología para permitir a la curiosidad (al turismo)
vivificar el tiempo libre.

El maquinismo industrial transforma simultáneamente las variables tradicionales


en la fantasmal aldea global de Marshall McLuhan. La uniformidad imaginativa se
conecta con el capitalismo, que promete un espacio diferencial, con respecto del
aflictivo, salvífico. «La mímesis con sus componentes y variantes permite establecer la
“espacialidad” abstracta como cohesión medio-ficticia, medio-real»22. En la estructura
apartada de la materia y de la energía, los espacios ocupados por las partículas son
822 RICCARDO CAMPA

fotografiables bajo la forma de las estelas luminosas, de los fragmentos de la ilusión,


que golpean la vista, pero no persuaden a la razón. Esta dimensión ilusoria del espacio
suscita sugestiones y conjeturas, que gravitan en el área del caos y de la
indeterminación. La ilusión sirve de contraofensiva a la frustración de lo real: el espacio
se reduce así a un orden genético, del que no se puede prescindir sin desatender o
perder, completamente, la razón.

El arte de la persuasión –inaugurado por Sócrates– consiste en hacer


comprensible el falso vínculo de dos convicciones. Y, contextualmente, el proceso,
antropológicamente relevante, en el que la experiencia individual tiende al concierto
colectivo. En los diálogos de Platón, la idea de fondo, que modifica la filosofía política
de Occidente respecto a la influencia de la forma de pensar oriental, se realiza en la
búsqueda en la superficie, es decir en la comunidad de los seres vivos, de una
propensión genética a convertir la individualidad en una especie de propulsor de la
unidad. Y con este ejercicio mental, Platón señala en el comportamiento humano los
paradigmas de la creación. Todos los diálogos políticos platónicos están invadidos de
una pietas, y no pueden permitir ninguna alternativa si no se quiere admitir la
«arbitrariedad» de lo existente. La «religiosidad» de Platón reside en el carácter sagrado
de la palabra, en la urdimbre de la expresión, que aspira a legalizarse en la ética
conductual. Las críticas de Popper y todos los exegetas de los «espacios abiertos» no
tienen en cuenta la insondable incertidumbre de la palabra, en cuyos confines se
constituye la condición humana.
La conciencia es la síntesis de las propensiones y de las necesidades. Su
consistencia conceptual verifica el ámbito de la libre determinación. La ciencia realiza a
través de la técnica los aspectos concretos de la evidencia, que se relacionan con las
expectativas concretas de amplias esferas del género humano. La incertidumbre,
utilizada por la ciencia para interaccionar con las propensiones humanas, insidia la fe en
sus manifestaciones externas, en su ritualidad. Ella es ajena a cualquier tipo de
afectividad fanática y emoliente. Su característica principal consiste en perfilarse in
progress y en formas que se pueden atender problemáticamente. La objetividad, a la
que se refiere la ciencia, supone la adhesión y el acuerdo de quienes se proponen hacer
suyas las instancias predominantemente prácticas (concretas). La teleología, que
persigue la ciencia, no es interesada y presagia un tipo de pacificación ecuménica.
Efectivamente, sus resultados son causa de tensiones telúricas, que desembocan, a veces
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 823

dramáticamente, en adquisiciones cognoscitivas de utilidad práctica. La determinación


científica habilita la libertad en los ámbitos premeditados por la naturaleza. La ciencia a
diferencia de las religiones, cree encontrar la libertad de pensar, de decidir y de actuar,
en los perímetros donde se asoma con conocimiento de causa. Las interacciones
científicas en la naturaleza no plantean un reino de fines, sino el lugar de las causas. «La
ciencia es conciencia. A la intuición fragmentaria y fugitiva del instinto, ella sustituye
un plan metódico y exhaustivo»23. La espontaneidad se ampara en la hipótesis, que se
enfrenta con la experiencia, antes que asumir las connotaciones de la propedéutica del
conocimiento. Las modalidades de aprendizaje son las aplicaciones argumentativas de
la palabra, que se pliega a la contingencia en su cumplimiento coherente. El demonio
del descubrimiento se identifica de la tensión introspectiva, que desea recoger de la
realidad lo cotejado por la intuición creativa. El lenguaje y el pensamiento traducen la
encuesta sectorial en generalización explicativa. La subdivisión del saber incide en su
consistencia, pero no sobre su empleo concreto. Paradójicamente, cuanto más precaria
es la certeza, su aplicación es más válida para la consecución de los objetivos prácticos.
La experimentación se identifica con el descubrimiento, con una forma problemática de
revelación, que se aproxima a la constatación de Miguel Ángel, para quien la creación
es la actitud más inquietante de revelación de las formas que ya están en el mármol.

La objetividad eclipsa por lo tanto el pretexto exegético, en virtud del cual la


proposición cognoscitiva asume una connotación existencial. El trabajo en équipe
amenaza con condicionar la curiosidad subjetiva, que a veces es el peristilo de un
descubrimiento de particular relevancia objetiva. La especialización científica se parece
a una soberanía decisional, que compensa todas las instancias frustradas en el curso del
tiempo (de la espera de las innovaciones que son ventajosas para el género humano en
su conjunto). La satisfacción de las necesidades tiende a identificarse con la libertad (o
al menos con los mordientes explicativos de las expectativas propuestas por la
imaginación, vulnerada por la publicidad). La ciencia exalta y compromete la
democracia ya que ejerce un poder adquisitivo incluso antes de debatir la conveniencia
(o la oportunidad, en lo que atañe a los mecanismos bélicos). La vulgarización de las
adquisiciones cognoscitivas se compendia casi siempre en los objetos, en las cosas, con
las que se pueden satisfacer las (rebatibles) exigencias generales. El conocimiento
divulgado se configura como un patrimonio natural, distribuido mediante la intercesión
de los grupos científica y económicamente hegemónicos. El sentido común popular
824 RICCARDO CAMPA

continuamente se subyuga desde el bienestar difuso. La autoridad cognoscitiva se


transforma en potencia exornativa de las expectativas más o menos explícitas de las
masas. La cáustica interferencia de la justificación racional está condicionada por el
espectáculo. Todo lo que puede interferir en la existencia cotidiana es propenso a
proponerse de forma preventiva en una representación. Lo inteligible es utilizable. La
organización de la búsqueda se identifica solamente con un complejo tecnológico
difícilmente exigible desde las buenas intenciones. El beneficio acecha todas las
iniciativas tecnológicas, ennobleciéndose cuando su éxito se manifiesta en la habilidad
con la que se conforma el curso mercurial del mercado. La inventiva serpentea como un
anfibio en las estructuras de investigación más complejas. La barrera de los dogmas y
las normas consolidadas se violan continuamente para permitir la capacidad de intentar
realizarse. La ciencia contemporánea es discrática de toda expresión ideológica. La
fabricación de la Bomba H, en China, no conoce ningún condicionamiento político,
aunque es, por así decir, de ejecución testamentaria. «Los regímenes capitalistas son
socialistas en la medida en que el progreso técnico les impone una organización, y los
regímenes socialistas capitalistas allí donde el rendimiento les obliga a suavizar sus
principios»24. La eficacia práctica de la tecnología no incumbe al juicio de la ética y, en
algunos aspectos, tampoco a la inferencia de la moral. La paradoja, a la que se refiere la
uniformidad del compromiso y la fruición económica, concierne la irreprochabilidad de
los datos, llevados por la técnica. Su empleo y su utilización a nivel planetario
comportan la reducción de las variaciones de frecuencia de la costumbre tradicional a
un estilema tendencialmente uniforme.
La racionalización de los aparatos productivos se identifica con los beneficios
económicos que se pueden obtener. La característica humanitaria tiende a relacionarse
con los intereses explícitamente delineados en los planes de intervención y en los
paradigmas de acción. La organización tecnológica se ejerce en la correlación de los
factores que lo actualizan recurriendo a las innovaciones sectoriales acreditadas en la
práctica común. El demiurgo mecánico es un sistema de contribuciones unidas entre sí
por el vínculo de la eficacia. La funcionalidad eclipsa una categoría indiscutible de
forma práctica y consecuente. El orden social resiente la influencia de la técnica a través
de las variaciones que sufre por la costumbre. La burocracia está constantemente
sometida a juicio al pensarse que es un obstáculo de la libre competencia, si bien, su
incidencia en la constitución de las empresas productivas tiene una función aseguradora,
legal, y liberadora. Como producto de la razón, la burocracia hace de pantalla protectora
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 825

del crédito económico y social de las empresas operativas. La burocracia es esencial


para la planificación, tanto de las actividades civiles, como de las iniciativas militares.
La seguridad formal permite a las estructuras tecnológicas intensificar y modificar su
ritmo productivo al amparo de las tensiones políticas y sociales, que se manifiestan
incluso con diferente intensidad de intemperancia en las diversas regiones del planeta.
La insistencia de la burocracia se refleja negativamente en la economía nacional e
internacional, que prefiere el gobierno legalmente consolidado. La estructura, estando
probada, permite el desarrollo de la actividad operativa de forma adecuada a la ideación
y al planeamiento de los grupos dirigentes. La era de los directores –proclamada por
Burnham– favorece la teleología de la empresa, establecida estratégicamente como
anónima, pero efectivamente respondiendo a los intereses y al prestigio de las
personalidades que invaden el escenario público a nivel internacional. El neoliberalismo
les libera de cualquier significación ideológica. Los asuntos tienen un espacio
explicativo supranacional. El espíritu de la iniciativa y el egoísmo social se unen entre sí
en nombre del progreso y del bienestar generalizado y difundido de modo ecuánime. En
este orden de ideas, la economía se las ingenia para estar entre el cálculo y el deseo,
para alcanzar el nivel de una teleología dotada de un consentimiento pre-constituido
respecto a los resultados concretos alcanzables para configurar una empresa. El título de
la posesión prevalece sobre el de propiedad, entendido tradicionalmente como la
adquisición de un bien permanente, que pueda hacer frente a las asperezas de la
existencia. La iniquidad pierde evidencia y significado como categoría sumisa al orden
social, subyugado por la presencia o por la ausencia de las ideologías. El espíritu de Fort
Knox significa la inmaterialidad (de signos) del capital. El beneficio lo vuelve evidente
en los rasgos más expuestos a la curiosidad social. El privilegio de una clase se
transforma en el status symbol de una casta. La satisfacción futura de las necesidades
superfluas justifica la desatención presente de las necesidades primarias. Las modernas
divinidades son por tanto las fuentes de energía, que permiten que la economía sea
determinante a la hora de alcanzar los objetivos de la valoración de las formas más
beneficiosas para la existencia. La producción económica –sustituye aproximadamente–
la providencia divina.
El progreso permite sustraerse al terror de la naturaleza. Su íntima determinación
consiste en hacerse responsable de las transformaciones del hábitat natural en el milieu
cultural, en el que se aplican las normas de comportamiento que son útiles para alcanzar
los objetivos de llegar a una convivencia pacífica. La urbanización es la forma más
826 RICCARDO CAMPA

evidente de la racionalización de la sociabilidad, vinculada a los órdenes institucionales.


La información, en cuanto razón de ser de la democracia, tiene la tarea de
responsabilizar a todos los miembros de los diversos aspectos institucionales. La
objetividad es la meta cohesiva en la que se desdobla toda realización conceptual. La
superficialidad, sin embargo, dificulta la tarea de alcanzar los conocimientos, pensados
necesarios para conseguir una participación social consciente. El sensacionalismo
invalida el alcance significativo de la información, que se transforma en una advertencia
predictiva de las prerrogativas excitantes o catastróficas. La falta de grupos intermedios
entre el individuo y la sociedad global reduce el potencial crítico y aumenta el potencial
potestativo, sumiso, inercial y, a la inversa, eversivo. La cooperación se presenta como
el ancla de salvación en la coyuntura económica que, bajo el pretexto de asegurar la
difusión de los beneficios, camina por las discrasias y por las diferenciaciones bajo el
perfil cultural (entendido en los términos algebraicos y alusivos a las etnias, a las
religiones, a las formas de agregación y sintonización con la totalidad del mundo). El
trabajo manual se identifica progresivamente con el trabajo intelectual. La superación de
esta dicotomía en los países tecnológicamente avanzados permite a los grupos de
inmigrados realizar los trabajos manuales residuales, que constituyen incluso una
contribución relevante para la economía agrícola y específicamente industrial. La
tensión entre lo ideal y lo real se refleja en la acogida intercomunitaria, que contribuye a
franquear las nuevas estructuras sociales de las impróvidas discriminaciones étnicas,
religiosas, lingüísticas: culturales.
La sociedad jerarquizada está en función de la productividad y por lo tanto de la
igualdad antes que de la libertad (entendida en el sentido moderno del término: de
exonerar de los vínculos del Estado social). La identificación individual con las
perspectivas comunitarias lleva a la población de un orden institucional a actuar
conforme a lo determinado democráticamente. El comunismo, como agente del
progreso, rechaza y condena la tensión que existe de forma inevitable entre lo ideal y lo
real. La bondad de la empresa colectiva se mide por la satisfacción que proporciona a
los usuarios de sus productos. El productor de bienes se identifica con el realizador
testamentario de la creación. La centralización de las decisiones combate (aunque, de
hecho, sustituye) la monopolización de la empresa activa. El mercado se sacrifica al
imperativo de la expansión (económica, política, normativa). La alienación aparece
como el mordiente ideológico del capitalismo. El trabajo forzado se considera una
terapia social, necesaria para contener los efectos negativos de la ataraxia o de la crítica
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 827

radical al sistema político global (de todas las actitudes mentales y prácticas de los
individuos, de los sujetos de derechos individuales). El dinero (la propiedad) es
imputado por la exegética subjetivista (y por lo tanto eversiva). El pensamiento
individual es inducido a conformarse a los preceptos institucionales. La revuelta se
considera una enfermedad o un acto de acusación inmotivado y falto de significación
conceptual. El fin de la lucha de clase en las sociedades ideológicamente integradas y la
supresión del sindicalismo acuden a delimitar y a ahogar el disenso. Se solapa la
opresión y no se presta a la espectacularidad, excepto en los casos extremos, en los que
la reacción mundial se encarga de exorcizar el mal sedentario mediante las llamadas y
las manifestaciones en las diversas áreas creídas liberales. «También, esperando la
parusía, cada uno a su trabajo. La sociedad más justa es la que hace mejor la
Revolución, es decir, la Producción»25. La planificación del trabajo y de la producción
santifica las expectativas institucionales, que hacen abstracción de la insignificancia de
la condición humana y la influencia del clima y de las estaciones. El privilegio, aunque
se haga evidente, no hace parte del léxico ideológico y del examen político. La
ideología demuestra ser el coeficiente más eficaz de la técnica. El culto de la
personalidad se justifica con el éxito en las decisiones de particular gravedad y de
injerencia en la acción popular. Las masas, atrincheradas en los perímetros espectrales
de las plazas, participan mediante personas interpuestas en las acrobacias del poder. El
éxito militar es el testigo de la constancia de la revolución. El orden social se basa en la
ciencia, en la técnica, en la economía. Las fuerzas armadas presiden su razón de ser. Las
sociedades de plástico (socialista y capitalista) se disputan con dos métodos opuestos de
prohibición la uniformidad del género humano. La herejía es expulsada. Los alambiques
de la vida, las costumbres representan visualmente las creencias, que en realidad
uniformizan los principios redentores de la soberanía del Estado nacional. La
internacional socialista, en efecto, se encarga de la gestión de los movimientos que
actúan en Europa y en algunas áreas orientales (predominantemente en China) según
prospecciones rituales de las ideologías, a veces compromisorias. El resultado positivo
en este dualismo consiste en la adquisición de los derechos de los trabajadores y las
prerrogativas dialécticas entre el trabajo y el capital en las regiones, donde la
producción contribuye a mejorar las llamadas condiciones objetivas. «¿Tendría razón el
padre Teilhard, el Plástico será el Espíritu Santo?»26. La precariedad condena las
ideologías a la decadencia si no a la extinción, en el intento de promover el bienestar sin
828 RICCARDO CAMPA

distinción de lugares ni de habitantes, bajo el hechizo de una improbable alborada del


mundo.

El progreso condiciona la evolución en el sentido que constituye previamente el


hábitat, en el que son posibles las mutaciones de la condición humana. El pensamiento
individual no puede presagiar el futuro. Su consistencia genética se refleja, como
consecuencia, en los resultados de la dinámica trasformadora de la tecnología
dominante. La pedagogía de las innovaciones industriales se manifiesta en el
comportamiento de sus realizadores. La manipulación de la materia y su transformación
en energía permiten aventurar el presente en un tiempo indeterminado. La liberación de
la energía se relaciona, en la imaginación colectiva, con el ímpeto originario de la
creación. La potencia en acto –desde Aristóteles hasta Bergson– presenta el recorrido
emotivo y cognitivo de la humanidad. El uso pacífico de la energía nuclear constituye el
imperativo moral de todas las potencias, que obran para aumentar el bienestar y
contextualmente el equilibrio social. El peligro nuclear, sin embargo, permanece en
razón de su propia estructura tecnológica y por las inadecuadas medidas tomadas para
eliminar los residuos, nocivos en un amplio radio y para las generaciones más o menos
cercanas o lejanas de los lugares de los incidentes del emplazamiento. La energía
nuclear induce la humanidad a pre-constituir su «conjunto», su milieu cultural,
independientemente de las condiciones económicas, sociales, de los diversos órdenes
políticos e institucionales. La lucha contra el prejuicio del empleo y del control de la
energía nuclear es realizada sobre todo por los Estados que legitiman la estructura
tecnológica.

Si la participación política se reduce a un elección condicionada, la papeleta de


voto se transforma en un formulario. En la sociedad de masa la admisión y el rechazo se
expresan bajo la forma de un oráculo. La estadística trata de las más evidentes
propensiones y las más aglutinadas contingencias respectivamente con el propósito de la
expiación y el deseo de la satisfacción. La elección individual se refleja en la encuesta
objetiva. En síntesis, cuánto es ajena al trend colectivo no encuentra ni respuesta ni
consuelo en la reflexión y en el conocimiento comunitario y social. La tendencia del
plebiscito prevalece sobre la libre elección. «Las elecciones –escribe Ernst Jünger– se
transforman en realidad en una de las formas del plebiscito»27. En el torbellino de las
adhesiones es ineficaz cualquiera forma que desentone con la convención cognoscitiva.
Un reducido porcentaje del disenso facilita la afirmación de la mayoría. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 829

confirmación de una doctrina o de una forma de gobierno se realiza en la revaluación en


sentido contrario del disenso llevado bajo control y bajo condiciones de respetabilidad,
de modo que pueda justificar el libre debate ideológico y el pluralismo cultural. En las
dictaduras, la persecución se legitima con el disenso, aunque sea modesto, con el fin de
evitar el terror. Los partidarios de las elecciones, si se contradicen en los resultados,
pueden promover tensiones sociales o simples disputas políticas. Generalmente, los
valedores de la dictadura se hacen sentir bajo los despojos de los justicieros, de quienes
legitiman la legalidad en su aspecto aseverativo y persecutorio. Los articulistas del
régimen magnifican las elecciones condicionadas por la propaganda partidista,
reclamando una adhesión más diligente a las elecciones, definidas por los detractores
como extraídas al sentido común y a la vida tranquila. En las dictaduras, la máquina del
consenso es a posteriori del veredicto de las urnas. Las convicciones colectivas se
expresan en los eslóganes, las frases hechas, la premura de las afirmaciones.
La rebelión (diferente a la revuelta de Albert Camus) es la forma más eficaz de
permitir a quién la práctica de apartarse de la estadística. Una actitud de este género no
influye en el gobierno existente, sino en su determinación, dirigida a considerar la
opinión individual como una garantía para la libre circulación de las ideas. La
alienación (el atrincheramiento en el monte Aventino o la fuga en el bosque) del
concierto social, dominado por las rígidas normas dictatoriales, no se agota en la
autogratificación ideal, pero convalida aquella enzima de disidencia que se supone
permanece en las organizaciones políticas más asfixiantes. «Las dictaduras no son sólo
peligrosas, sino que ellas mismas están siempre en peligro ya que el empleo brutal de la
fuerza en todos lugares suscita hostilidad. Así las cosas, la presencia de pequeñas
minorías listas a todo constituye una amenaza, en particular cuando se ponen a punto
tácticamente»28. La amenaza del desorden engendra la opresión de las dictaduras,
decididas a descubrir a los adversarios, disidentes, de caiga de donde. La peligrosidad
del enemigo invisible es lo más dañino para los regímenes dictatoriales. La
desconfianza regula la persecución de modo que aumentan las tensiones de las
estructuras administrativas del régimen autoritario. Cada individuo es un imputado y un
acusador en potencia. La imposibilidad de mantener cohesionada la manada induce a las
dictaduras a reprimir cualquier mínima tentativa de apertura dialéctica, hasta el grado de
objetivar positivamente el régimen. «El aspecto más irritante de este espectáculo es la
unión de estatura tan modesta y un poder funcional tan enorme»29. El «espíritu del
tiempo» es el responsable de tales condicionamientos antropológicos y decisionales. La
830 RICCARDO CAMPA

pérdida del sentido común no es ocasional: nace de la obstinación, con la que algunos
déspotas se presentan disfrazados de reformadores sociales. La escenografía hechiza los
albaceas al punto de reducirlos a la sumisión. Las figuras del trabajador, del empresario,
sobresalen en el imaginario colectivo en beneficio de los entusiastas flébiles, que
acomodan al poder como el receptáculo de una antigua fascinación, de una inverecunda
magia.

El héroe de Plutarco se transforma en el émulo de Arquímedes, cuyo antagonista


siempre es el tirano, el Moloch que versifica la historia universal. La science-fiction
glorifica el presentimiento del apocalipsis. Y, contextualmente, eclipsa un poder que lo
determina a nivel planetario. El temor ancestral, marcado por un falso entusiasmo,
preside la tiranía, que se introduce como una amenaza en la vida de los mortales. La
democracia, también totalitaria (teorizada por Jacob L. Talmon), es el antídoto dispuesto
por las comunidades, que no quieren arriesgar su existencia bajo la sumisión incestuosa
a la naturaleza en el estado salvaje (aunque equipado tecnológicamente). El edificio,
construido por la voluntad de poder de la especie, puede derrumbarse bajo el mismo
ímpetu emancipador de algunos argonautas, ocupados en sustentar el destino de la
realidad con su actitud cognoscitiva. Según el presentimiento de Joseph-Ernest Renan,
la ciencia tendrá que crear a Dios. La segunda revolución industrial (la nuclear) se
propone la liberación de la energía del universo para reutilizarla según las angustiadas
finalidades prometeicas, persistentes aún en el hombre. Se perfila una nueva
comparación con los dioses de un improbable Olimpo, que se interponen a los hechos
cotidianos. La ostentación de la tensión creativa por los individuos, atrincherados en las
instituciones, es prueba de fuerza con la que el género humano enfrenta la arbitrariedad
y la necesidad, como categorías propositivas de la frustración de lo existente frente a lo
que puede existir. El atractivo ejercido por algunas terapias sociales (la psicología, la
sociología) consiste en contrastar la objetividad penetrante en favor de la subjetividad
creativa. La función didascálica de los estilemas conductuales tiene una tendencia
multiplicadora.
La uniformidad de los hemisferios sociales (Oriente y Occidente) parecen
conformarse a un modelo escleróticamente simbólico y cautivante. La inmediatez
cercena desde su origen cualquier forma de resistencia crítica, aunque se diseñe para
consolar a los conservadores y tradicionalistas. Esta condición objetiva redime a los
culpables de transgredir a las víctimas. El progreso comporta una movilización general,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 831

que no permite frenos individuales. La normalidad es la ausencia de especificidad. El


sujeto agente, si tiene la capacidad de introducir un nuevo recorrido que evoque y obra
en la colectividad, puede asumir connotaciones epigramáticas. Si disminuye esta
tentativa, se pierde (valientemente) en el anonimato. «Condicionar las actitudes o las
acciones de un hombre a una filosofía o a una política para hacerle olvidar los datos
nacionales sociales y económicos de su condición supone esclavizarlo y no liberarlo»30.
El condicionamiento de la ciencia y de la técnica se confronta con la aceptación de sus
resultados en las comunidades en las que se determinan. La propaganda y la publicidad
bajan el nivel de la especulación científica a la enfiteusis del conocimiento popular,
prevista como inadecuada para afrontar, sin la ayuda de la intermediación, las
problemáticas conexiones con la estructura de la naturaleza y con las conformaciones
protésicas de la realidad social. La jerarquía de los conocimientos institucionaliza los
empleados para su actualización, substituyendo a veces su llegada con procesos
subsidiarios, aproximados, que cauterizan las heridas conceptuales antes de que se
manifiesten. Las terapias de choque son crueles contra las distorsionadas recusaciones
populares de los tutores del orden. Los débitos, de los que estos son tenidos como
responsables, efectivamente, se deben a la inadecuación o a la ineficiencia técnica (los
desastres de las centrales nucleares son el resultado de una manía impulsiva al ahorro y
por lo tanto a la falta de manutención o a la sustitución de estructuras anticuadas). La
indiferencia generalizada, después de una reiterada intervención concusionaria sobre la
opinión pública, hace posible la reiteración de los acontecimientos negativos con la
misma consideración del pasado. La agobiante reiteración de un acontecimiento, que
realiza la televisión y otros mass-media, exorciza el daño mediante el olvido. El olvido
tiene proporcionalmente la misma intensidad que la reiteración (insistida,
ensordecedora, seroterápica).

La armonía preestablecida cede su lugar a la sintonía social que quiere ser


restablecida. El computer asegura una red de relaciones, en la que circulan (navegan) las
informaciones. La pretensión de sustraerse a esta oceánica estructura es temeraria e
infructuosa. La ciudad mundial, regulada por la condición irremisible de los ojos
tecnológicos, puede ser sujetada por la injusticia primitiva sin que sus miembros se
enteren o al menos se sientan responsables de ello. Norbert Wiener, el fundador de la
cibernética, opina que ya es demasiado tarde para elegir entre el bien y el mal. La
cibernética se configura como la garantía, en defensa de la impróvida extinción de la
832 RICCARDO CAMPA

condición humana. La eficacia y la ineficacia son las categorías que administra el gran
Autómata. La climatización del habitat comunitario sintetiza las formas dirigidas
artificialmente a uniformar el milieu cultural, donde se desarrolla la vida cotidiana. La
vulgarización de los descubrimientos científicos y tecnológicos satisface la exigencia
primaria de la participación colectiva. La ecología consiste en admitir y rechazar los
aspectos más inquietantes (para la salud pública) de la producción industrial como si
fueran combustibles nocivos. La consolidada relación entre el hombre y el universo se
transforma en la tensión entre la libertad y la organización. El perfeccionamiento
técnico se vuelve automáticamente moral. La ciencia no tiene una connotación ética
preliminar: si lo tuviera, no sería objetiva. El progreso contradice la tradición y la
necesidad tecnológica no la toma en consideración. El radicalismo necesitarista vivifica
el «espíritu de sistema». La organización asecha la democracia que, para ser eficaz,
tiene que confiar en un quantum de conocimientos objetivo. Las modificaciones, que
padecen el sentido común y el comportamiento, imponen una adhesión acrítica, que
sugestiona las mentes de forma arcaica, propensas a la adaptación antes que a la
sublevación. Paradójicamente, el progreso tecnológico es conservador, en el sentido que
considera la adquisición de los bienes de consumo como el rostro de la nueva parusía.
Lo impersonal parece invadir la realidad y permanecer en ella. La inquisición moderna
concierne a las aptitudes discráticas frente al curso de las cosas. La antítesis de la
propensión crítica es la afirmación consuetudinaria (la aceptación gestual y catártica de
lo que sucede, con el compromiso individual, en el escenario del mundo, como diría
Pedro Calderón de la Barca). La representación de la naturaleza es refrendada por la
entropía, por la perturbación energética, característica del recorrido de la realidad, en el
que gravitan y actúan sintónicamente las generaciones. El estado de hecho es transitorio
y perecedero; y por lo tanto no permite una profunda revisión de los principios que lo
hacen exigible. La neutralidad carece de sentido, sobre todo cuando implica un grado,
más o menos elevado, de irresponsabilidad. Tanto la ciencia como la técnica, se realizan
en la evocación y en la pasión de quienes la practican. La relación entre el progreso
técnico y la actitud espiritual se elabora continuamente con la ayuda de la propensión
salvífica de la humanidad. El equilibrio social tiende a armonizarse con el metabolismo
cósmico (los movimientos ambientalistas reivindican una atención generalizada
coherente con los riesgos, que con la intensificación tecnológica se corren en el
planeta). El desarrollo exponencial, en efecto, no se cree que sea infinito. Lo único
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 833

perenne que, en la época contemporánea, aparece conceptualmente razonable es la


transitoriedad sin límites de tiempo.
La relación entre la equidad y la eficiencia es el principio inspirador de la
economía moderna: un principio, que implica nociones éticas y morales, pensadas como
necesarias para alcanzar los objetivos de un desarrollo social ordenado y pacífico. La
estadística económica más significativa consiste en establecer los términos de la
reducción de la eficiencia para permitir un razonable nivel de igualdad. La reducción de
la desigualdad evoca una regla ecuménica, en cuyo fundamento aparece el aspecto
edificante de la condición humana. Alexis de Tocqueville afirma en De la democracia
en América que la igualdad es una meta para el mundo moderno, en el que el
conformismo de masa y la tiranía de la mayoría amenazan la consistencia genética de la
libertad. El poder tutelar mermaría cualquier reconocimiento individual fuera del ámbito
de la familia y de los amigos. La igualdad formal de los derechos no coincidiría con la
igualdad real. Las aspiraciones individuales seguirían invadiendo, incluso
tangencialmente, el privilegio. La propiedad, considerado un derecho natural
imprescriptible, se perfila como una petición de principio, capaz de alimentar los
debates y los conflictos políticos. John Rawls sustenta que la libertad y la igualdad
pueden ser ordenados «en el plano léxico»: la integración de los principios liberales y
socialistas, sin embargo, son difícilmente aplicables pues reflejan dos modos de
entender la realidad natural y el estado social, operantes, respectivamente, bajo el signo
de la individualidad y de la colectividad, como aspectos regeneradores de la temperie
universal. Según Brian Barry, las preferencias colectivas, en sentido estricto, no existen
y por lo tanto su utilización es un pretexto para confundirlas con la dirección
orientadora de los principios de las doctrinas sociales y solidarias.

La ética moderna se configura como el perímetro en el que el individuo puede


actuar sin perjudicar al prójimo, teniendo en cuenta que todos los sujetos se someten a
las oscilaciones del mercado, que refleja los beneficios empresariales y las demandas de
la ocupación. La defensa de los derechos adquiridos en el plano normativo es tarea del
sindicato, que se propone tutelar bajo la forma de generalizaciones funcionales los
sujetos individuales, titulares de los contratos de trabajo (públicos y privados). La
autonomía individual es un aspecto potestativo de la reivindicación colectiva. El aspecto
intimista no atañe, ni la actitud ética ni el comportamiento moral. El subjetivismo
racionalista es parte integrante del colectivismo trascendental. Las crisis de las certezas
834 RICCARDO CAMPA

(filosóficas, científicas) también conciernen el modo de entender y de actuar en el


universo tecnológico contemporáneo. La uniformidad económica y el diferencial
financiero se disputan la hegemonía del mundo, en un crescendo de condicionamientos,
que ponen en riesgo el precario equilibrio colectivo. El anonimato se constituye en el
mundo de las expectativas preconizadas, con satánica condescendencia, de la
publicidad. El individualismo contemporáneo, si se manifiesta, prefiere los aspectos
mediáticos, espectaculares, que se proponen, en clave exhibicionista, en la moda de la
breve y flébil temperie universal. El individuo, que en el anonimato consigue modificar
con una invención, aunque tecnológicamente parcial, el comportamiento, cree en la
categoría de los estilemas (que corresponde a las personalidades ilustres). El éxito
neurálgico de un personaje en cualquiera de las esferas representativas de la realidad se
realiza de forma uniforme en casi la totalidad de los grupos, de las clases sociales, de las
clases en continua transformación y en muchos de los niveles de las diferentes áreas del
planeta. El individualismo no pretende, si no plebiscitariamente, liberarse del poder en
vigor, ya que contribuye a debilitarlo para conseguir mayores espacios de inferencia en
la vida colectica. «El individualismo contemporáneo –escribe Jacqueline Russ– sobre
todo el descrito por Gilles Lipovetsky en L’ère du vide, no representa un triunfo de la
individualidad sobre las reglas restrictivas, sino la realización de los individuos ajenos a
las disciplinas, a las reglas, a las múltiples restricciones, a las reglamentaciones. ¿Qué
encontramos en el individualismo contemporáneo? Las delicias del narcisismo, más que
la posesión de una autonomía, la explosión hedonista, más que la conquista de la
libertad»31. El narcisismo esconde la auténtica vocación del sujeto en el representación
escenográfica de las instancias de perfil vagamente universal. La hipertrofia del yo
fortalece la pertenencia de los individuos a un derelicto del mundo, tal como las
ideologías lo trazan a causa de los conflictos globales, aún existentes a nivel económico
e institucional. El hedonismo es el instrumento por el que la subjetividad se perpetúa en
la vaguedad, consintiendo a los poderes económicos, financieros, someter los recursos
inventivos de los sujetos individuales. El recurso a la fe constituye ahora pretexto, en el
sentido que reivindica una mayor atención por los bienes terrenales antes que por la
recompensa celestial. En la ética contemporánea se refleja la «visión del mundo»,
contratada en las doctrinas de la aproximación, de la complementariedad y de la
inadecuación. La época de la incertidumbre está falta de presagios. El género humano se
obstina en investigar en la artificialidad la risa sarcástica del diablo y la sonrisa de Dios.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 835

El imperativo categórico kantiano tiene más validez objetiva que una


configuración trascendental. La acción se identifica con el hechizo de la realidad que es
la prerrogativa (inestable y sintomática) de un modo de entender, congruentemente, lo
suprasensible. La física del microcosmos, en efecto, es la esfera de lo suprasensible: la
línea equinoccial de la transformación de la materia en energía. El lenguaje, como
cualquiera otra manifestación del pensamiento, perturba la realidad y la hace detectable
de forma cuantitativa, estadística, consecuente e irrepetible. Las filosofías de la
«desaparición» del sujeto (Michel Foucault) no tiene en cuenta la operatividad que está
asociada al anonimato por la estructura, que se construye alrededor, en el intento de ser
utilizada como un instrumento (muy complejo, pero constituido para intervenir en el
habitat en el que gravita). La ética del universo global está implícita en la necesidad
concreta, en la eficiencia sistemática y tentacular. La dicotomía entre el bien y el mal se
frustra en la problemática concepción de la fortuna del ser y la suerte del cosmos: en la
negación de cada propensión hacia la autosatisfacción. El sufrimiento y el espejismo de
un aterrizaje satisfactorio se agotan en sí mismos por el inquietante clima de la
eventualidad. La responsabilidad individual es un asunto, que poco a poco se vuelve
cada vez más un pretexto, tanto es así que el rigor represivo, previsto en el pasado por la
transgresión, es actualmente menos aflictivo. La existencia está gobernada por
exigencias que difícilmente se traducen en leyes, que no sean inmediatamente
exorcizadas por la experiencia, tales que temen la confrontación con modelos rígidos e
irreformables. La dinámica productiva, distributiva y deseable exonera a las
generaciones contemporáneas de la elaboración y de la aplicación de los criterios
conductuales preventivamente elaborados con la ayuda de las creencias, de la fe o hasta
de prácticas consolidadas.
La libertad contemporánea (de opinión, de expresión, de actuar, de poseer) es
irremediablemente distónica frente a la libertad tradicional, que confía en el
conocimiento de un tiempo y un espacio adecuado para la predicción, dispositiva y
actuante de los individuales singulares. La relación entre el ambiente y la población del
planeta no justifica esta consideración, sostenida sin embargo por un elegíaco
optimismo. El dualismo liberalismo-socialismo es impracticable desde el punto de vista
de la complementariedad y la síntesis porque uno confía en las diferencias
antropológicas para justificar el éxito económico y social quienes se seleccionan
competitivamente (y por lo tanto en el mercado) y el otro sobre la artificialidad de las
relaciones existenciales fundada sobre la igualdad y la solidaridad. La ética y la estética
836 RICCARDO CAMPA

se fortalecen como un diafragma entre el frenesí instintivo y la disciplina conductual. La


belleza y la bondad, si se unen en la vida cotidiana, se embellecen de significaciones
sugestivas aunque perecederas. La sabiduría por tanto se identifica con la satisfacción
de los sentidos y con la desgraciada coherencia de la razón. Óscar Wilde, en el siglo
XIX y Michel Foucault, en la época contemporánea, renuevan la relación entre estas dos
categorías, creídas sin embargo propiciadoras del equilibrio planetario. La importancia
del factor estético y el retroceso de la fe religiosa se deben a la influencia cada vez más
penetrante de la contingencia terrena, ajena a la ayuda celestial. La autodeterminación
subjetiva se sustenta sobre la constatación de la difusión del bienestar, aunque mal
distribuido, conjugado con la intemperancia de la bioética. La existencia se compenetra
en los diseños de los observadores-perturbadores de la naturaleza, que anhelan competir
con los análisis biológicos en favor de la artificialidad. La comunicación, según Jürgen
Habermas, concierne a los factores exponenciales de las relaciones, que se establecen
entre los miembros de la comunidad planetaria, refractarios de las diversidades,
condensadas en las tradiciones, útiles para los regímenes cerrados, por los hemisferios
compensatorios de las renuncias y de los sufrimientos, pensados como ineludibles y
edificantes. «La ciencia de los juicios morales reniega de cualquier apelación a las
diferentes transcendencias (Dios, etc.), resiste a las sirenas de lo sagrado, para volverse
hacia el deseo, la felicidad, la alegría, la realidad, etc., donde se arraigan nuestros
valores y nuestras normas axiológicas»32. La sabiduría se identifica con el éxito
empresarial, dirigido a mejorar las condiciones objetivas. Lo concreto es el beneficio
que se descubre en la acción empleada en la consecución de un resultado, que pueda
satisfacer la ambición personal, fingiendo no tocar el curso necesario de los
«acontecimientos globales». La superación de la imperfección estigmatiza la fuente del
pietismo y el ataraxia. La tecnología suple la precariedad con la satisfacción. La
evidencia tiene una fuerte atracción sobre quienes se abandonan en manos de los
acontecimientos, de los que no son capaces de entender las causas, si no es bajo la
forma sincopada de la aproximación y la complementariedad.

La hegemonía del deseo sobre los fantasmas de la mente se concilia con la


dinámica económica, con la producción en serie, válida a los fines de los objetivos de
una manifestada sistemática global. La glorificación de la angustia existencial, que cree
en el objeto como si fuera un antídoto consuetudinario y por lo tanto practicable, se
confronta al descrédito del sufrimiento. La razón satisface el imaginario colectivo,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 837

cuando para instaurarse tiende, con el aparato tecnológico, cada vez más sofisticado, a
una mística trascendental, que lo favorece, en perspectiva, según las fases
antropológicas de la transformación ambiental. La extrema laicidad de la existencia, sin
embargo, no obstaculiza la evocación de carácter sagrado de las intenciones, a través de
las que se creen en las instancias más radicales e intransigentes del pensamiento
instrumental. La aceptación de las reglas del comportamiento, creídas necesarias para el
buen funcionamiento de las instituciones, rechaza el hechizo de la autoimposición
privilegiando las elecciones obligadas, propias de la época tecnológica. La superación
del egoísmo facilita el entendimiento intersubjetivo y moviliza los recursos energéticos
en dirección a la creatividad, del emprendimiento y de la previsión. El cientificismo y su
reflejo en el positivismo excluyen la reflexión y, por tanto, la contemplación,
considerada la apódosis abreviada de la conceptualización y la argumentación. La razón
práctica desatiende las postulaciones metafísicas para investigar en la experiencia
concreta los estigmas de una finalidad conexa con sus propias configuraciones. La
fantasía imitativa de los mundos posibles disciplina la intuición de las formas del
descubrimiento concreto. Los signos lingüísticos parecen por tanto los conductos más
expuestos a la evidencia y de esta forma a la percepción de la investigación y de los
resultados conseguidos en su fase de aplicación. La ética se encuentra por tanto en las
metodologías empleadas para rendir aprovechable a nivel planetario la instalación
lingüística de la argumentación.
La comprensión tiene finalidades normativas: sirve para establecer (emotiva y
racionalmente) los artificios de la comunicación, supuestos como el instrumento de la
generalización (de la universalización). El principio de realidad lo salvaguarda la ética
de la lealtad, que incita a la acción. El clima vital es inquietante y por lo tanto no
resolutivo en las finalidades, propiciadas como salvadoras o dimidiadas como
perecederas. La responsabilidad presente de forma anónima preserva la validez del
futuro, proporcionado con los recursos naturales utilizados para realizar la artificialidad.
La coherencia del pensamiento pensante consiste en mostrarse adecuado para
restablecer constantemente un clima de confianza y cohesión social, que contraste con
la alienación y el desengaño generalizado. La reconciliación de la historia consigo
misma promete el equilibrio social como resultado de la intervención cognitiva del
observador-perturbador de la naturaleza. El arte de vivir se emancipa progresivamente
del sentimiento de culpa, propio de la cultura grecorromana, por otro lado pensada
como la fuente de orientación por la contemporaneidad (entendida en su omnipresencia
838 RICCARDO CAMPA

metatemporal). El utilitarismo refleja las expectativas de un creciente número de


individuos, que desconfían de las crisis apocalípticas y de las penas exigidas por un juez
eversor. La conciliación de los propósitos de la acción concierne a las ambiciones
individuales, expresadas categóricamente por la resignación. Lo que podrá suceder no
incumbe las ocasiones del presente, sino las defensas orgánicas, favorecidas por las
cuestiones de principio. La paz social se asegura mediante un tipo de justicia artificial –
según John Rawls– quien piensa que las desigualdades económicas son el aliciente de la
mejoría general. El sistema de la cooperación interclasista garantiza un precario
equilibrio entre quienes constituyen las instituciones, que se valen de sus circunstancias
in fieri para tutelar las ventajas ya alcanzadas en un régimen de mayor o menor
competencia despiadada e inquietud conductual.
La ética contemporánea prescinde de los principios rectores del orden social para
confiar en el consentimiento, en la aceptación generalizada de los modelos
conductuales, promovidos por las centrales productoras del bienestar (al menos tal
como se presenta a nivel de la propaganda sensacionalista). La inmediatez de los
propósitos se refleja en la falta de consistencia de la reflexión, que estipula un tipo de
cuerpo a cuerpo con la (emoliente) efeméride de la precariedad y la insignificancia. La
ficticia prevaricación de los acontecimientos prohíbe la desesperada resolución de la
razón objetiva. La búsqueda de una sabiduría instintiva se enfrenta a la incesante
resolución de la dinámica social. El tiempo de la indulgencia se extiende de un modo
exorbitante hasta comprender cualquier forma tradicional de transgresión. La pequeñez
de la pena es parte integrante de la ética contemporánea, que no exorciza el mal
asentado, sino que lo ignora como una inútil ganzúa contra la introspección y la
coherencia conductual. El conflicto político se aleja rapsódica y progresivamente de la
tautología ética, para entumecerse en una moral cómoda, casi sin refrendo con los
principios rectores de la tradición. Al fundamentalismo religioso se coteja la debilidad
política, inducida por las circunstancias a favorecer la economía. La pérdida de prestigio
de la dialéctica institucional también pone en tela de juicio el funcionamiento de las
instituciones participativas. La plaza es el lugar privilegiado del disenso (y menos aún
del consenso) frente al parlamento, dedicado de modo confuso al contraste partidista, un
torpe simulacro de la dialéctica de las opiniones y de las resoluciones de actuación. La
plaza tiene el privilegio de la cohesión, aunque sea improvisada. Su significado
salvífico se reduce a la prueba de la sociabilidad. El radicalismo político se extingue en
las manifestaciones plebiscitarias del disenso. La inutilidad de las mediaciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 839

ideológicas se debe, más que al derrumbamiento del muro de Berlín, a la impugnación


de las resoluciones sociales, que no puedan garantizarse económicamente. «La llegada
de la incertidumbre “producida” –escribe Anthony Giddens– es el resultado de la larga
maduración de las instituciones modernas; pero se ha intensificado también a causa de
una serie de acontecimientos que, en el curso de las últimas cuatro o cinco décadas, han
transformado intensamente la sociedad y (la naturaleza)»33. El aparato de las
comunicaciones a nivel planetario uniforma virtualmente o en potencia las diferentes
áreas del planeta. La globalización, entendida predominantemente en sentido
económico, es el equivalente al ecosistema mundial, que se articula en un circuito de
conocimientos, en principio, uniforme. Los antídotos sociales a este proceso son
recuperados en los reflujos nacionalistas, que propenden a menudo de amortiguadas o
silentes conformaciones arcaicas. La transposición fundamentalista de la tradición roza
a veces los niveles de la intolerancia y engendra conflictos interraciales, interétnicos,
religiosos. La ideología asume connotaciones tangenciales al irredentismo emancipado
de las resoluciones geopolíticas. Las instancias ideales son expuestas con la altanería de
quienes realizan declaraciones de principios, que no admiten cláusulas de revisión
crítica.
El aparato político y administrativo no controla directamente los medios de
producción, que se someten a los desafíos de la economía financiera, liberados gracias a
los vínculos nacionales o ideológicos. La programación económica, por así decir
improvisada, refleja las ventajas conseguidas por los grupos de presión en el ámbito de
los deseados, previamente llamados a la producción por la publicidad. Al
individualismo neoliberal, llamado a la maximización del beneficio, hace cotejo, en
principio, el colectivismo socialista, que no está consolidado en ningún país del mundo
contemporáneo. El haciendalismo contrasta con el estatismo, en el intento de mejorar
los servicios a más bajo coste. Esta prerrogativa del haciendalismo, sin embargo, se
refleja en las formas deontológicas de la actividad privada, que se puede desdoblar en el
monopolio y en el oligopolio, causando graves inconvenientes en el mercado. La lucha
contra la pobreza y contra la redistribución equitativa de la renta constituye las
categorías de la confianza política y la solidaridad social. La asistencia es un fenómeno
real, no una invención neoliberal, para contener, actuando mediante programas de
estímulo profesional. Las estrategias sociales cosmopolitas no se desvían de la
generalización ideal, aunque caigan en la impotencia o en la corrupción. «Tales valores
son solicitados ante todo, quizás, por lo que Hans Jonas llama “heurística del miedo” –
840 RICCARDO CAMPA

los descubrimos bajo un signo negativo, bajo las amenazas de la colectividad que la
humanidad misma se ha creado»34. El riesgo y las garantías constituyen,
respectivamente, las figuras circunstanciales de la liberalización del mercado y los
antídotos para contener sus efectos desoladores (presagiados por Adam Smith, que
contempla los efectos de «la mano invisible»). Los instrumentos de la conservación y
los instrumentos del cambio son interactivos entre sí. La destreza de la innovación y la
gracia de la tradición se conjugan en las temperies propositivas más sugestivas del
universo contemporáneo. La sociedad, en cuanto comunidad orgánica (Edmund Burke,
Louis-Gabriel-Ambroise Bonald y Joseph de Maistre) contrasta con la dinámica
democrática, que administra el cambio con las crismas de la legalidad. La «prueba del
tiempo», válida para el organicismo, no se ajusta a la relatividad de las conformaciones
energéticas, que aseguran la supervivencia del planeta, sino que lo colocan ficticiamente
en la peligrosa misión cósmica. El tradicionalismo contemporáneo no afecta a la
glorificación del pasado sino a las constantes ecuménicas, que invitan a la experiencia a
recordarlas para llegar a ser más eficaces. El reconocimiento y el pacto, a los que hace
referencia Michael Oakeshott, se oponen a la afirmación y a la negación, a los que se
unen hegelianamente en las síntesis argumentativas. «El capitalismo depende de un
“puritanismo secular” en la esfera de la producción, pero se ha rendido a los imperativos
del placer y del juego en la del consumo»35. La inexorabilidad de las leyes del mercado
se abstrae de las peculiaridades (de la piel, de las lenguas, de las creencias) individuales.
El egoísmo social debería tener la suficiente fuerza moral para mejorar el orden
institucional, en el que es lícito que se manifieste. La protección social se conjuga, en
las modernas democracias, con la iniciativa individual, que se opone a la intervención y
sobre todo a la injerencia de la burocracia y el establishment.

El capitalismo transnacional se propone eliminar la guerra, como estrategia de


aflicción y de prevaricación intersubjetiva e interestatal. La elegía de la difusión del
bienestar sería el resultado de la liberación de los hombres del rigor de las leyes, de las
mismas deliberaciones en los períodos de relativa falta de recursos, necesarios para
satisfacer las exigencias primarias para la supervivencia. El conservadurismo, sin
embargo, contrasta con la permisividad conductual, idealizada por los movimientos
progresistas. Los cambios estructurales, prometidos por el conservadurismo, contrastan
con los procesos de participación de cada vez más amplias dimensiones, en abierta
oposición a cualquier tentativa de discriminación formal y sustancial, tanto en el
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 841

procedimiento, como en el consenso. La mezcla de liberalismo y autoritarismo (en el


mundo chino) sintetiza dos filones de pensamiento tradicionalmente antagónicos. La
revocabilidad de las instancias ideales encuentra explícito cumplimiento en la
conveniencia (a nivel individual y a nivel colectivo). Los mecanismos de la confianza,
en los que descansa el mercado, no siempre aseguran su funcionamiento de forma
regulada. En la realidad actual, el cambio no se identifica con el progreso, con el cambio
de las normas y de las metodologías, empeñadas en asegurar a un número cada vez más
amplio de personas la satisfacción de sus expectativas. El liberalismo, con la ayuda de la
concepción de Thomas Hobbes, considera el éxito individual y grupal como un atestado
de la armonización con la naturaleza, contrastando así el concepto de ética y moral. Por
un lado, el liberalismo piensa que es conveniente que exista la competencia como
antídoto a los conflictos de intereses y, por otro lado, considera que es oportuno la
existencia de reglas de comportamiento rígidas que sancionen la confianza depositada
en ellas y que las hagan relevantes moralmente. La contradicción se introduce en el
prejuicio conceptual: si favorecer la naturaleza significa salvaguardar la «esencia» de la
humanidad, el rigor moral patrocina su aspecto socialmente relevante. Este aporía es el
momento clave del socialismo, de una corriente de pensamiento basada
predominantemente en los componentes endémicos de la comunidad humana, en su
apasionada adhesión a las reglas elaboradas por la razón para reconfortar sus
premoniciones y determinaciones. La artificialidad refleja las expectativas salvíficas del
género humano, ocupado laicamente a confiar en sus recursos, cumpliendo una escritura
a propósito de la naturaleza, que se configura como un universo energético en sintonía
(y en combate) con los diseños de los mortales. La historia (la res gestarum) resume las
instancias y las disputas entre el género humano y la naturaleza. La contracción del
egoísmo individual y la confutación de la riqueza como un factor de nobleza ayudan a
ver en el socialismo una corriente de pensamiento completamente reconducida en el
ámbito de la potestad y de la conmiseración humana. La igualdad se perfila como un
requisito natural para solucionar los problemas sociales, conteniendo así las
propensiones regenerativas que, con rapsódicos conatos forzosos, se asoman en el
recorrido existencial de la condición humana. El ascetismo es la componente religiosa
del socialismo (heredero del comunismo, según Émile Durkheim), cuya fuente de
inspiración es la igualdad comunitaria de los «orígenes», de la época arcaica conjugada
con la modernidad.
842 RICCARDO CAMPA

La condena de la explotación, unida al beneficio, asume características


redentoras en muchas fases y elaboraciones del socialismo. El pluralismo político tiende
rousseaunianamente a convertirse en la «voluntad general» si se propone administrar el
gobierno y con el gobierno asegurar la paz social. Si la sociedad civil disminuye el
Estado, se perjudica la protección de los derechos democráticos. La racionalización de
la actividad económica es uno de los aspectos más significativos del socialismo,
interesado en sintonizar las rentas de la empresa y el trabajo según el principio del
igualitarismo. La revolución pero no el reformismo asume un aspecto catártico, que le
imprime un finalismo propedéutico a la aceptación de las pretensiones proletarias y a la
modificación de los alambiques de vida del orden social en su complejidad. «Las
formas del socialismo revolucionario menos fanáticas, incluida la propuesta por Marx,
explica de modo claro y en términos teóricos la importancia de la revolución»36. La
participación activa en las profundas agitaciones de las instituciones comporta la
sensación de una liberación interior, en la divisa de la Ilustración, en sus fases más
histéricas de promoción cultural. La revuelta de parte de algunos países (China, Cuba)
contra la subordinación capitalista no convence completamente ni a sus mismos
partidarios, que reconocen que se han contagiado del capitalismo dominante por los
instrumentos del comunicación, por la uniformidad de los gustos y de las costumbres.
En la economía expansiva, el centralismo programático y el keynesianismo no
responden adecuadamente a los desafíos de la tecnología homogeneizadora (la
producción, la distribución, la transformación estructural). La evocación por parte del
Estado (Venezuela) de la realización de las iniciativas, que se debían en el pasado al
capital privado, lleva a asumir el control de los recursos naturales (energéticos) cuyas
rentas pueden ser distribuidas, aunque en parte, a las clases más débiles. El pleno
empleo es el objetivo común del liberalismo y del socialismo, aunque las modalidades
de realización sean diferentes y no necesariamente contrastantes. Pero es el paro el mal
oscuro que se recorre todas las sociedades, preocupadas en atenuar sus efectos
desestabilizadores con intervenciones (sumisas) mediante ayudas rapsódicas o
improvisadas. La seguridad constituye la mayor preocupación de los ciudadanos que se
presenta a los públicos poderes, ocupados en enfrentar las desestabilizaciones sociales
con los medios tecnológicamente más sofisticados, que engendran grados de
incertidumbre a nivel planetario. La adquisición de las competencias es un práctica
extendida en las sociedades económicamente consolidadas para afrontar los desafíos del
mercado global. La «periferia» se define siempre más en términos tecnológicos y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 843

económicos: representa la parte no expresada del potencial humano, llevado a vivir de


forma silente en los márgenes de los centros de decisión y de actuación. Los
irrefrenables procesos de la empresa capitalista escanean, en forma idiosincrática, las
áreas que son más sensibles y las menos sensibles del planeta a las oscilaciones del
mercado, que configura el papel geopolítico del mundo en una medida sintónica o
distónica frente al modelo uniforme del desarrollo.

El carácter poliédrico del trabajo lo libera de ser entendido como una condena
bíblica y lo refuerza en dignidad. La persona humana se descubre, en su impulso
inventivo y cohesivo, en el empeño realizado en la capacidad y en la eficiencia
operativa. El paro, al contrario, se configura como una forma innecesaria y degradante
de la ataraxia. La excesiva sectorialización de las competencias se declina en una forma
inédita de autoritarismo (de absolutismo cognoscitivo), realizado por los centros de
decisión y de actuación. El capital financiero constituye el epifenómeno del
intervencionismo contemporáneo, liberado de los vínculos y de las normas que están en
vigor en los diversos países, donde ejerce su influencia (y su poder conciliador y
disuasorio). La política tradicional transforma (debería transformar) la competencia en
oportunidad. La autoridad de los expertos es provisional, al estar condicionada por la
rapidez conmutativa de los conocimientos. La política también debería tener la tarea de
reorganizar el escepticismo científico, en la fase propedéutica de la adquisición
cognoscitiva, para pronosticar soluciones edificantes de sus aportaciones aplicadas
(cuya gestión asume una relevancia vital). «El catálogo de los peligros es bien conocido.
El probable calentamiento progresivo de la tierra, en consecuencia de la producción de
los gases responsables del “efecto invernadero”; la disminución de la capa de ozono; la
devastación de las selvas tropicales; la desertificación; y la contaminación de las aguas,
una contaminación que probablemente terminará siendo asumida por los procesos de
regeneración que ellas permiten»37. La incidencia del desarrollo tecnológico en los
estilos de vida de las poblaciones económicamente privilegiadas constituye, a la inversa,
el factor de un ulterior deterioro, tanto desde el punto de vista económico, como en el
higiénico-sanitario, para las poblaciones marginadas de la inclemencia o de la acción
alevosa de las sociedades supranacionales (es decir libres del consenso popular en su
imperioso encargo exploratorio y explotador del suelo o del ambiente marino). El favor
conseguido por la democracia, en las últimas décadas del siglo XX, en los países de las
diversas áreas geográficas, sobreentiende el irrevocable proceso productivo y difusivo
844 RICCARDO CAMPA

de la tecnología. «Desde América latina a Europa Oriental, de la Unión Soviética al


Oriente Medio y a Asia, –escribe Francis Fukuyama– en las últimas tres décadas no se
han sostenido los regímenes autoritarios. Y aunque no en todos los casos han cedido a
una democracia liberal estable, esta queda como la sola aspiración política coherente en
las diferentes regiones y culturas de todo el planeta»38. La legitimidad democrática
satisface a las exigencias identitarias de las naciones que se han dado la fisonomía
estatal, a causa de la deflagración de la Segunda Guerra Mundial, de la crisis de la
federación yugoslava, de la confederación soviética y de otros órdenes institucionales
que gravitan en los diferentes hemisferios mundiales. El aspecto procedimental en la
democracia es determinante. La condena de Sócrates es temida por injusta y
persecutoria, aunque esté expresada y formulada legalmente. Sócrates acepta la cicuta
porque el proceso de la condena se ha desarrollado de forma debida. La democracia
asegura el respeto de las reglas que, paradójicamente, también pueden permitir una
injusticia. El hedonismo sufre la atracción que ejerce el simbolismo publicitario,
condicionado solamente por la densidad demográfica y por su poder adquisitivo.
La democracia deliberativa se realiza en la resolución de las disputas que se
manifiestan en su propio interior. Al acuerdo del pacto (hobbesiano) y del contrato,
rousseauniano, se confronta el concordato, un tipo de reflexión conceptual, a través del
cual no se perturban las convicciones, pero se facilitan sumisamente las propensiones.
La separación que hace la sociedad civil del Estado, promovido por el liberalismo, en la
época de la uniformidad (de la globalización) ya no tiene razón de ser. Efectivamente, el
Estado-nación contemporáneo es una entidad, que hace referencia a la dimensión
espacio-temporal, conjeturando un volumen virtual de expansión, en conformidad con
lo que sucede en sus (orteguianas) circunstancias (que no son necesariamente
tangenciales). Las relaciones demográficas, comerciales, culturales, que transcurren en
el Estado-nación prescinden de las categorías determinativas (espacio-tiempo, creencias,
lenguas) del pasado para activar la dinámica discrecional, válida para alcanzar los
objetivos de una interacción planetaria más provechosa. La comunidad es reemplazada
por la asociación, por uniones impersonales, estructuradas por la división económica del
trabajo. Émile Durkheim sostiene que el trabajo es una eficaz herramienta de cohesión
social; en la sociedad contemporánea el trabajo se desdobla en la mecanización y en la
robotización. El trabajo por lo tanto revela su tendencia a la sectorialización,
tecnológicamente gobernada. La convivencia civil confía en el sentimiento de
generosidad, que supera los egoísmos individuales. La eficiencia se ejerce en los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 845

ámbitos sociales que tienen garantizados sus empeños subjetivos y los servicios
públicos. La democratización de las relaciones y de los comportamientos transforma el
poder tutor en negociaciones interpersonales. El Estado-nación es la matriz del estado
social, de un orden que se propone contener las inquietudes de las masas trabajadoras al
menos del sistema empresarial. La pobreza se configura por tanto, no ya como un
acontecimiento natural (como lo era en el pasado, hasta la llegada de la modernidad),
sino como una anomalía institucional, que ha de ser remediada con intervenciones
concretas. La espectacularidad de lo negativo se transforma en una prerrogativa de la
protección humanitaria. La pobreza encuentra cotejo en la seguridad protectora del
Estado social. En las sociedades tecnológicas es una ilusión llegar al pleno empleo. La
progresiva sustitución de los brazos humanos por los dispositivos mecánicos determina
la cuota del personal sobrante, tanto en el sector de los empleados, como en el sector
obrero. La ética de la laboriosidad sintoniza con la ética de la productividad. En las
sociedades (complejas) contemporáneas, la exclusión del aparato productivo induce al
derrotismo y a la inquietud, perseguida civil y penalmente. La incertidumbre
(producida) es el riesgo calculado del orden del Estado-nación moderno. Las
inesperadas modificaciones del sistema del trabajo y del aparato productivo, por la
fibrilación de las centrales distributivas de la energía en todas sus variables, provocan
más o menos profundas agitaciones sociales, que pueden alcanzar también los niveles
de los desequilibrios temporales (de las épocas). La autosuficiencia estatal es
inadmisible en el mercado global: el desarrollo tecnológico se manifiesta en planos
diferentes y en ámbitos institucionales capaces de asegurar el beneficio empresarial. La
ventaja es una categoría explicativa de la economía financiera en relación (y a veces en
lucha) con las disponibilidades estatales, regionales.

La protección social encuentra un antídoto en la burocracia, en la estructura


levantada por la administración estatal para establecer quienes tienen derecho a la
intervención pública. Charles Murray considera la autorrealización como la finalidad de
perseguir sin necesariamente alegarlo el bienestar económico y más que la riqueza. La
pretensión de encontrar en la pobreza aquella alegría que arride a la existencia suena
como una actitud evangélica, renovada poéticamente en la temperie industrial. La
felicidad, presente en la constitución de los Estados Unidos de América, probablemente
constituye una evocación existencial más que una reivindicación justificada
antropológicamente por el empeño independentista. La alternativa al desarrollo es la
846 RICCARDO CAMPA

desacralización. Y contextualmente el empeño de los países privilegiados por la suerte a


facilitar la economía de los países que todavía no actúan plenamente en el escenario
internacional. El productivismo (la ideología de la productividad) equitativo constituye
el terminal orgánico de las tentativas formales diseñadas convencionalmente. La
respetabilidad del trabajo ennoblece la empresa económica, que piensa en, según Max
Weber, el vínculo de las tradiciones y su carácter compulsivo. La igualdad, propuesta
por el Estado social, se inspira en el orden global, que asegura el bienestar con su
configuración ideal y, con el bienestar, la paz. La autorrealización, sin embargo,
mantiene una perspectiva privilegiada frente a la subsidiariedad estatal (pública). El
agotamiento de los recursos no renovables y la amenaza a la biosfera constituyen las
temáticas propulsoras del desarrollo industrial de nuevas y vastas áreas del planeta
(China, Japón, India, Indochina, Brasil). La preservación de los ecosistemas se convierte
así en una preocupación generalizada, que se une a la programación industrial. La
excesiva explotación de los suelos y la desertificación podrían constituir un
inconveniente para las instancias libertadoras de las necesidades primarias de los países
interesados a interaccionar con los modelos que se cuentan en la modernidad. El
fundamentalismo restablece un grado de carácter sagrado a la normal convivencia
cuando está condicionada por el tecnicismo industrial o se caracteriza por el relativismo
conceptual, pensado como el responsable de la libre determinación.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 847

22. LA EXPECTATIVA

La búsqueda y la definición del bien común están sometidas a las diferencias


objetivas y a las articulaciones subjetivas. Aunque ambas categorías connotativas del
«progreso» se sometan a las diversificaciones de las diferentes esferas de lo existente,
las dos se preocupan de las expectativas del mundo en su conjunto. La homogeneidad
de los procesos sociales contemporáneos prescinde de las antiguas certezas y establece
un reconocimiento dialéctico con la tradición (creída) consolidada. La noción de
bienestar llama de nuevo a las categorías de la utilidad y contextualmente a las de la
solidaridad, de la libertad, de la equidad y de la igualdad. La consecución de la máxima
satisfacción individual ya no la protege la lógica del compromiso y de la competencia,
como factores comprometidos por las circunstancias (estructurales, ambientales,
ocasionales). Las variables, innatas en cada una de las categorías explicativas de la
conducta social antedichas, son numerosas y se transforman en vínculos de los
procedimientos, que a veces resultan engañosos respecto al resultado a alcanzar, tanto
privada, como públicamente. La redistribución (de la renta, de los salarios, de los
servicios) comporta un concurso de adhesiones, legitimado por los procedimientos
previstos por el consentimiento (político, social). La libertad, desproporcionada frente a
la igualdad, engendra contrastes y provoca conflictos (al menos normativos o
ideológicos). La relación entre la ética y la economía resume numerosas solicitudes de
participación del universo social. Las nociones de la predicción, de la prescripción y de
la medida se conectan en el orden político e institucional contemporáneo. El deterioro
ambiental, la miseria de amplias cuotas de población humana, el mercado del trabajo
imponen una revisión de la terminología empleada para restablecer un tipo de justicia
conmutativa, consecuencia de las continuas intervenciones reformistas, sobre todo
frente a los flujos migratorios presentes. Las revoluciones se realizan dentro de un orden
que se piensa átono respecto a los mecanismos de modernización que actúan en algunos
848 RICCARDO CAMPA

sectores del escenario internacional, dónde sin embargo intervienen como procesos de
transformación y adecuación de las innovaciones tecnológicas en las propensiones
interactivas. Paradójicamente, las revoluciones sociales modernas, realizadas a nivel
tecnológico, son reformistas. Se trata de transformar la economía agraria en la economía
industrial, recurriendo a la fuerza-trabajo preparada preventivamente. Como ha ocurrido
durante el período de la NEP en la unión Soviética, en la década de los Veinte del siglo
XX, y como ocurre en Bolivia en la primera década del año dos mil, la fuerza-trabajo
debe, primero calificarse, y luego trabajar dentro de las estructuras tecnológicamente
adecuadas a la economía de la extracción y el desarrollo industrial. La eficiencia
contrasta con la contratación de las relaciones sociales, que deben incluso
salvaguardarse para que la acción individual pueda alcanzar el nivel de gratificación
económica e institucional pronosticado. La quiebra de la economía de mercado se
evidencia en el índice de paro de las masas y encuentra un antídoto en los políticos
igualitaristas, que se consideran válidos para alcanzar los objetivos de la mejora de la
eficiencia. La cooperación entre las clases sociales y los distintos grupos constituye un
principio de cautela respecto al liberalismo, que se confía únicamente a la «mano
invisible» de Adam Smith. La mediación entre los intereses en conflicto determina los
objetivos de la renovación reformista. La democracia concurre eficazmente a reducir la
concentración del poder de decisión y de la riqueza, la influencia de la burocracia como
epifenómeno de la partidocracia y el clientelismo.

La igualdad está relacionada directamente con la eficiencia. La desigualdad


supone poner el énfasis en la peculiaridad de la iniciativa individual, al punto de creerla
paradigmática de la recaída del bienestar colectivo, dato deducido si bien no registrado
con los instrumentos de la percepción y de la estadística, utilizados normalmente para
connotar las situaciones de bloqueo de los diversos órdenes institucionales. La
economía del bienestar y la economía del malestar se distinguen por la diversidad de
juicios de valor que establecen sobre la igualdad y la eficiencia. La indiferencia social
ante la igualdad no es la causa del fracaso sino su efecto: si no se dibuja la perspectiva
de una mejora de las condiciones individuales en la economía política, promovida por el
orden político, es inevitable que los grupos de la población menos favorecidos por la
suerte caigan en la ataraxia. El aumento de la igualdad en la sociedad moderna –previsto
por Alexis de Tocqueville en La democracia en América– es el resultado del proceso
tecnológico, de la producción en serie, de la tendencial uniformidad de los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 849

comportamientos, en forma sintónica y diatónica respecto a las diferencias culturales,


religiosas, lingüísticas. El conformismo de masa, sin embargo, puede dar lugar a un tipo
de despotismo (de la mayoría) entendido como un factor protector de la legalidad de
participación en un sentido uniforme y progresivo. La masificación del trabajo puede
provocar la diversificación de las experiencias individuales, que se asimilan a los
microuniversos cerrados en sí mismos y ajenos a propedéuticas, propiciadas,
innovaciones. El poder tutelar sobrentiende el destino de los individuos y de los grupos
sin que arraigue en sus conciencias, de modo que incluso aparece como principal en la
conciencia conductual. Según Robert Nozick, la intervención de la justicia distributiva
es diatónica frente a las tendencias «naturales» de las colectividades. El orden jurídico,
incluso siendo expresión de la voluntad popular, es al mismo tiempo una cáustica
limitación de las tendencias naturales, presentes en cada uno de los órdenes
comunitarios. El comunismo, en efecto, desde La República de Platón hasta los sistemas
políticos modernos, disciplina la voluntad y el deseo individual, y los sintoniza con la
«aspiración» colectiva, creída predominante bajo la perspectiva de la igualdad y la
equidad. La connotación de estas categorías, en la concepción comunista, presagia un
resultado evolutivo para el género humano de nivel exponencial respecto al nivel
evolutivo propuesto y promovido por los individuos singulares. La búsqueda (y el
descubrimiento) del grupo es el aspecto compulsivo (y evidente) de esta instancia
cognitiva. Por su parte, en la concepción liberal de Friedrich Hayek, la libertad
individual y la justicia social son inconciliables. La interconexión de las ideas de
verdad, libertad y justicia es un patrimonio genético de la humanidad, que se manifiesta,
según Jürgen Habermas, en la comunicación. La conjugación de la igualdad y de la
libertad es una empresa conceptual falta de mordiente racional. Para que el binomio
pueda tener una solución es necesario insertar en la argumentación el aspecto
providencial del hecho humano. Es posible ser libre si el egoísmo individual disminuye
frente a la efímera condición de la existencia de los seres, exegetas de las cosas, que
permanecen por un lapso de tiempo con capacidad de superarlo.

El individualismo liberal encuentra un límite en su propia perspicacia, dirigida a


dominar las condiciones objetivas comunes, por su naturaleza redentora. Las
posibilidades de elección y la acción voluntaria son interdependientes: por tanto, la
aptitud prevaricadora de una persona se refleja sobre el quietismo de otras personas. La
imperante defensa de las facultades subjetivas tiene sentido si se proporciona con la
850 RICCARDO CAMPA

abulia ajena. De otra manera, no se podría justificar en el plano de la lógica del contrato
social: debería encontrar crédito en el conflicto de las energías creativas y actuantes,
propio de una época configurada lexicalmente como primigenia, elemental. «Eso lleva –
escribe Steven Lukes– a la segunda y más seria objeción: libertad e igualdad no son
valores que se distinguen y se caracterizan independientemente. Reconociendo que uno
es un atributo de la condición de individuo o grupo, mientras el otro caracteriza la
relación entre sus condiciones, tenemos que señalar que, en ambos casos, el problema
atañe a los mismos aspectos de su condición»1. En todo caso, la condición social
implica limitaciones en favor de la protección y de la seguridad. La concepción de
Thomas Hobbes –relativa a la alienación de una parte de la libertad natural con el fin de
realizar la libertad política– es válida y es indeclinable bajo las formas dubitativas de la
relación existente entre las razones individuales y las razones objetivas. El «pretexto»
natural se coteja con la seguridad protectora del contexto social. La inmunización de los
impulsos instintivos es un proceso artificial, cuya connotación endémica refluye en las
valoraciones objetivas. «En los conflictos políticos, las teorías en contraste casi siempre
comprenden estos objetivos y su contraste nace de las diversas concepciones acerca del
modo en que ambas se satisfacen»2. Las teorías políticas intentan dar una justificación
ideológicamente comprometida de la valoración de una de las categorías en perjuicio de
la otra. El consenso político transforma esta instancia ideal en una norma jurídicamente
vinculante. La paradoja consiste en la correlación entre los dos factores,
independientemente de las postulaciones conceptuales, dirigida a presentar como
preeminente a uno de los dos. En todo caso la igualdad condena cualquier tipo de
discriminación, también aquella, completamente teórica e inocente, relativa al perfil
anfictiónico, desarrollado por quienes se identifican con las reglas de la competitividad
y el mercado y se auto-condenan al fracaso. La reivindicación, que ejercen por
principio, esbozan, en efecto, un tipo de discriminación (frente a los vencedores en
primera instancia) que es un impulso psicológico necesario para afrontar la nueva
prueba de la competencia y la lógica del ring-mercado. En los sistemas de un elevado
desarrollo económico y tecnológico, donde el proceso de la configuración potencial de
los dos factores aparece de forma armonizada, la independencia de los sujetos activos en
el aparato productivo queda amortiguada por la posibilidad de utilizar los artefactos
disponibles para un público cada vez más amplio e indiferenciado. La red de seguridad,
asegurada por el welfare state, disminuye a causa de la exigencia egoísta de connotarlo
desde perspectivas sectoriales, capaz de aventajar a los sectores sociales (industria
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 851

constructora, farmacéutica, militar) que, periódicamente, se constituyen como factores


que sustentan las instituciones. La intervención del Estado ayuda a las actitudes
individuales, creídas inadecuadas para satisfacer las necesidades fundamentales en las
condiciones críticas, en las que están llamadas a obrar. El castigo subjetivo es un
monopolio liberal, que compromete a los individuos a la entera responsabilidad de la
respuesta social.

El irregular desarrollo económico de las diversas regiones del planeta comporta


una movilización de recursos humanos de magnitud bíblica. E induce, tanto a las
corrientes políticas de derecha como a las corrientes políticas de izquierda, a reaccionar
con la ayuda de las razones humanitarias, propias de cada postulación existencial.
«Muchos empresarios de derechas como algunos partidos y sindicados de izquierdas –
sostiene Stany Grudzielsky– han encontrado justificaciones excelentes: para los
primeros, el hombre está definido por el factor trabajo, cuyo desplazamiento de las
zonas de superávit a las zonas de carencia de fuerza del trabajo debería ser favorecida
en todas sus formas, con el objetivo de maximizar el beneficio y de reequilibrar el
mercado liberal; para los otros, el hombre es una parte de la clase obrera, su implicación
en un movimiento de masas, es una condición para su liberación. Para ambos, en
cambio, el hombre es un átomo de humanidad. La autonomía de la persona es una
ilusión –propiamente hablando, una peligrosa ilusión–»3. El emigrante es un refugiado
potencial, que necesita el reconocimiento jurídico de las instituciones, donde actúa. La
pobreza y la miseria transforman los refugiados potencialmente políticos en refugiados
económicos, que ambicionan tener un trabajo, con el cual que conseguir sucesivamente
los derechos de ciudadanía. La nacionalidad de procedencia tiende a sintonizarse con el
status jurídico del destino. El emigrado no puede compartir el alma nacional, cantada
por Johann Gottfried Herder, a finales del siglo XVIII. En algunos países, la
inmigración aparece como una amenaza a la identidad nacional. Esta, sin embargo, es
una contribución al conocimiento de una época caracterizada, también en el plano
económico y cultural, por una notable tasa de uniformidad (intelectual y conductual). El
etnocentrismo justifica el colonialismo, tanto a nivel conceptual, como a nivel
procedimental. La adaptación de algunos flujos inmigrados a culturas de hospitalidad
supone un ejercicio intelectual y una práctica consuetudinaria de particular relieve,
además del tiempo necesario para amortizar las diferencias y para sondear las
afinidades. La liberación del despotismo (disoluto, endémico, contagioso) es la
852 RICCARDO CAMPA

condición previa del entendimiento y de la colaboración intercultural. «La fase final del
capitalismo será la completa desaparición de cualquier particularismo, su disolución en
un mercado mundial, que constituye el corazón mismo del internacionalismo
proletario…»4. La nacionalidad del trabajador es para Karl Marx el trabajo: la fabrica5.
La alteridad es el aspecto más inquietante y en algunos aspectos ayuda al universo
social contemporáneo. La integración, que es diferente de la asimilación, es por tanto un
proceso reduccionista, que sin embargo se ejercita en el sentido del humanitarismo
renovado por la solidaridad. El universalismo ayuda a diseñar las políticas de
integración sobre la base de preventivas investigaciones connotativas para el derecho.
Estos criterios utilizados en la acogida tienen en cuenta las aportaciones económicas y
sociales, que se pueden conseguir en el ámbito de los mecanismos productivos presentes
en las diversas áreas del planeta. Lo ajeno se convierte así en una circunstancia, a la que
atiende la intervención institucional, capaz de garantizar la pertenencia jurídica y social.
El mercado del trabajo es preeminente frente al resto de los factores, que interceden en
la aceptación y en la reglamentación de los flujos migratorios. La política social de los
Estados económicamente avanzados tiene que responder a la pobreza existente en las
áreas menos favorecidas por el destino. El bienestar es el contingente cohesivo (y, al
contrario, disyuntivo) de toda organización social, ya sea a nivel nacional, como a nivel
internacional (o supranacional, que es como se configuran los órdenes financieros).

La pobreza asume connotaciones inéditas en los hemisferios industrializados.


Mientras en el pasado, el sufrimiento se consideraba un medio de liberación espiritual y
de inmediata consideración de la misericordia divina, en la época moderna y
contemporánea se entiende como una quiebra de la organización social. La
reivindicación de las masas aparece, en efecto, como un aguijón aplicado a los centros
del poder decisional para que se afanen en conseguir mejores y más ecuánimes niveles
de vida. Las iniciativas, emprendidas en el pasado, a nivel gubernativo, ya no satisfacen
las exigencias de las clases sociales menos favorecidas por el destino y por consiguiente
también revelan una angustiosa turbación en el seno de los grupos que de algún modo
están integrados en el sistema productivo. «Si hoy se habla de “nuevo reformismo” –
escribe Meghnad Desai– es porque el “antiguo” (o sea, el histórico compromiso al que
casi toda democracia occidental había llegado con la misma clase obrera; New Deal,
Keynes/Beveridge, Butskellism o como se quiera llamar) se ha derrumbado en la década
siguiente a la crisis del petróleo. Los reveses padecidos por la democracia social en los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 853

años Ochenta, es decir después de la segunda crisis del petróleo, imponen redefinir una
nueva economía política»6. Las intervenciones sociales (sobre la renta, la Seguridad
Social, el paro, la salud, la construcción, la educación) se convierten en intocables, tanto
para la izquierda, como para la derecha; y los mecanismos de igualdad social no se
distinguen mucho entre ellos, por cuánto atañen al concepto de pobreza, que ambas
partes diagnostican, no tanto como el fracaso de algunos miembros sociales en la
empresa existencial, ni, como diría Marx, por el hecho de que parte de la humanidad no
ha sido invitada al banquete de la naturaleza, sino como el efecto del desarrollo
tecnológico, que alivia irreductiblemente a gran parte de la población de los países ricos
y sobre todo de los países menos desarrollados al trabajo productivo, pero no al
consumo. La limosna y la caridad son las formas tradicionales, con las que la pietas
asume significados redentoristas. La «línea de la pobreza» se configura, en la sociedad
contemporánea, como la debilitación orgánica de los objetivos de la adquisición de
bienes de consumo y de artefactos: en resumen, como la involuntaria enajenación del
mercado. La exclusión del mercado comporta la incapacidad de tomar decisiones en el
ámbito social. La ataraxia forzosa se convierte así en un peligro para la colectividad,
que padece o tolera la iniquidad y por lo tanto la discriminación respecto a un
componente de su prestación productiva y asimiladora. En los países ricos, la pobreza
afecta una minoría, que se puede remediar acrecentando su renta, sin por ello
comprometer la tangencialidad respecto a las consolidadas líneas de desarrollo.

El cálculo de la pobreza incluye un actitud paternalista, que inválida el pleno


cumplimiento de los derechos políticos. En las modernas democracias, la participación
política prescinde de satisfacer los prerrequisitos sociales (como la propiedad, el nivel
de educación, la inserción en el tejido operativo). La ciudadanía, y por lo tanto el
derecho al voto, no se corresponde con los principios, que regulan el mercado. El
trabajo voluntario (la asistencia doméstica) es independiente del sistema contractual
vigente en el proceso caracterizado por el «dividendo social». La reducción de los
especialistas en el sector productivo supone la ampliación de trabajadores generalistas,
menos satisfechos que los primeros y más dispuestos, por el tiempo libre, del que
disponen, a interaccionar con el aparato burocrático y político del Estado. El privilegio
económico de la minoría contrasta con el privilegio político de la mayoría, que no puede
desatender el empeño de asegurar, lo más posible, la paz social. La política
contemporánea se ejerce con las categorías del trabajo útil y el trabajo recompensado.
854 RICCARDO CAMPA

«La tiranía ejercida por las categorías del valor sobre la economía marxiana ha
transformado en un fetiche las relaciones de cambio valor/bienes y eso ha impedido a
los movimientos socialistas moverse al exterior de la esfera de las relaciones de cambio.
La categoría del trabajo útil es más amplía que la del trabajo productivo de valor: ella
incluye, tanto la dimensión del género, como la de la edad»7. La ciudadanía puede
volverse para muchos un categoría exclusiva, en vez de inclusiva. El atractivo del
trabajo a bajo coste es cuánto menos dilatorio del ejercicio de los derechos políticos y
contribuye a enriquecer las clases sociales productivas, entretenidas sacar el máximo
provecho de su participación en el mercado. La desigualdad constituye el postulado
compromisorio de la equidad conexa con la solidaridad, salvando el prestigio
individual, que se une a menudo con la dignidad, como una actitud garantizada por el
síndrome de la cultura universal. Paradójicamente, las democracias modernas también
son la causa de las disparidades, que se verifican en el modelo capitalista, generalmente
adoptado para contestar de forma más ventajosa las peticiones populares. «Lo que las
paradojas destacan –sustenta Robert Dahl– es la existencia de profundas tensiones y
conflictos entre la idea y la práctica de la democracia y las estructuras y las prácticas del
orden económico en los países democráticos»8. El dirigismo económico a nivel estatal
demuestra históricamente su ineficacia; del mismo modo que el capitalismo
desenfrenado engendra distorsiones económicas, que provocan, consecuentemente,
conflictos interclasistas. La regulación del mercado es deseable, pero no es plausible. Su
seña originaria le impide comportarse según normas que son extrañas a su misma razón
de ser. La «mano invisible» de Adam Smith es el aspecto emoliente de un proceso, por
su naturaleza, competitivo y selectivo. El cooperativismo, realizado de forma
predominante en el siglo XIX, no es atractivo en la sociedad tecnológica, gobernada, no
solo por una capacidad organizativa de especial relevancia, sino también por inversiones
financieras conspicuas y fluctuantes en el circuito económico internacional. La ausencia
de infraestructuras denota el nivel de gestión, de empresariado, y por lo tanto de
inversión de las diversas áreas del planeta. La lucha por el clientelismo concierne a
todos los sistemas democráticos más allá de, obviamente, aquellos que son despóticos y
dictatoriales. La formación de las decisiones comporta, en las estructuras democráticas,
la implicación de muchas personas, ideal e ideológicamente orientadas de modo
diferenciado y hasta contrastado. El sistema político democrático, aunque mal
integrado, funciona a pesar de su grado más o menos sensible a la anarquía. El valor de
las leyes impersonales constituye el aspecto más incisivo de las democracias modernas,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 855

dominadas tal vez en razón del repudio de un individualismo trascendental e


(históricamente) embarazoso. El hecho de los hombres ilustres de emersoniana memoria
no concuerda con la aportación múltiple y hasta masiva de la época tecnotrónica, en el
que los resultados de su acción necesariamente importan la implicación, si no la
participación, de un número siempre cada vez mayor de sujetos, que se emancipan de
sus condiciones iniciales, participando en las ocasiones de la movilización de la época.

La democracia de los siglos XIX y XX concilia, de forma aproximada, el


liberalismo y el socialismo, las dos formas de participación política en vigor, también
bajo el aspecto ideológicamente controvertible. La democracia según Hans Kelsen
satisface dos instintos primordiales del ser social: la reacción contra cada constricción
interior al orden social y contra la heteronomía. «Es la propia naturaleza la que, bajo la
exigencia de libertad, se rebela frente a la sociedad»9. La democracia tiene raíces
antiheroicas y de igualdad, inspiradas en la Ilustración, que es el movimiento cultural
más profundo de Occidente, con la ayuda, no solamente de los resultados conseguidos
por la ciencia y por la técnica (homologados por los fines didácticos y difusivos de la
enciclopedia de Diderot y d’Alembert) sino sobre todo sobre la base de una convicción
de la época: la de que el género humano ha alcanzado un tal estadio de la evolución
(anatómica, fisiológica) que puede asegurarse un puesto permanente en el uso y en el
empleo de la razón. La biología es al origen y al fundamento de la democracia,
entendida como forma de participación (igualitaria, libre y fraterna), en el destino de la
vida colectiva del género humano. La dificultad de conjugar la libertad con la igualdad
es la empresa de los órdenes constitucionales modernos. La sintonización de la libertad
natural con la libertad política lleva a Thomas Hobbes a formular la doctrina del pacto
social y a Jean-Jacques Rousseau a elaborar la teoría del contrato social, sustentada por
la voluntad general, entendida como distinta a la suma de las voluntades particulares. La
autocracia, en efecto, no reconoce los mismos niveles de valoración conceptual a los
individuos, diferenciados económicamente y socialmente. La prerrogativa de los seres
racionales, reconocida y proclamada por la Ilustración, ofrece el derecho a las doctrinas
democráticas, liberales y sociales. La voluntad individual, para que pueda tener validez
objetiva, tiene que encontrar cotejo en el patrimonio genético universal. El dualismo
mayoría-minoría (poder y oposición) queda legitimado por la convicción penetrante de
que en ambas formaciones se dibuja de forma ineludible el principio de la autonomía de
las decisiones (nunca más subyugada por las características distintivas entre el más y el
856 RICCARDO CAMPA

menos dotado de las prerrogativas de la decisión en virtud de poseer al menos funciones


metabólicas –étnicamente– distintas). El orden que posee un valor objetivo es
potencialmente aquel, genéticamente, condivisible por todos los que se proponen,
aunque sea incluso desde circuitos conceptuales distintos, hacerlo operante. La
mecánica política se legitima desde la convicción permanente nacida del ámbito
biológico. El comportamiento práctico diferenciado, en efecto, es tal porque presupone
(platónicamente) un modelo, en cuanto que es perfectamente inalcanzable, al que hacer
referencia intuitiva y dialécticamente. La misma conformación del Estado es creída por
Aristóteles como una mutación genética de las otras formas (la horda, la tribu) de
organización comunitaria y social. «Se nace, comúnmente, en un orden estatal
preexistente, en cuya creación no se ha contribuido y que debe, después, aparecer como
una voluntad externa. El problema que se presenta es únicamente el del
perfeccionamiento de este orden, de las modificaciones a aportar. Y bajo este punto de
vista, el principio de la mayoría absoluta (y no el de la mayoría cualificada) representa
la aproximación relativamente mejor a la idea de libertad»10. La igualdad como
principio directivo permite considerar, desde las simples estrategias operativas, la
apertura consensual de la mayoría y de la minoría. El hecho de que la mayoría decida
emplear la fuerza no exonera a la minoría de considerar tal prerrogativa como un
dispositivo objetivamente válido para alcanzar los principales intereses de la
colectividad, institucionalmente configurados por la disciplina y en el respeto de la
legalidad, tal como se determina en las diversas fases de la vida social. El recurso al
imperium anónimo, impersonal, es errático. De hecho, tanto la mayoría, como la
minoría, están empañadas en desarrollar la misma misión emancipadora del Estado,
disfrutando de los instrumentos consolidados, que pueden ser sometidos a revisión
incluso radical. Su propia negación, como ocurre en las teocracias, en las dictaduras y
en las tiranías, constituye el pretexto polémico para legalizar (en sentido negativo) su
eficacia social. La discrepancia en el empleo de la fuerza (de la persuasión) de una y de
otra composición en la decisión no frustra la fuerza, que permanece como una constante
en el examen democrático. La libertad no es la antítesis de las cadenas, sino el antídoto
natural, al que el Estado es llevado referirse si consiente en que los sujetos de derecho
actúen según su íntima convicción y su incontrovertible determinación.

El antagonismo ideología-libertad es un pretexto ya que se piensa que la


ideología es la responsable del significado didáctico de toda forma de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 857

autodeterminación. La gobernabilidad es un categoría controvertible desde el plano


disquisitivo: menos desde el plan operativo cuando contempera las condiciones
esenciales para que cada individuo persiga su libre actuación. La libertad individual es
tal en cuanto que está asegurada por el sistema político-jurídico que la hace efectiva. La
pluralidad de los individuos, que la postulan como practicable, se denomina pueblo, en
nombre del cual el sistema jurídico formal se ejercita en la realidad. El pueblo sintetiza
las tentativas individuales desde la unidad, dejando en todo caso imprescriptibles las
íntimas convicciones y las inquietudes existenciales. En resumen, el pueblo es la trama
de las relaciones interindividuales, sufragada por las normas, que los sujetos
individuales realizan mediante las formas de mediación, pensadas como las adecuadas a
sus condiciones (históricamente) objetivas. La convicción relativa a la participación
popular en la formulación de las leyes, que determinan su implicación, es objetivamente
virtual. Tanto es así que las propias disposiciones normativas, en relación al tenor
propositivo del pueblo, prevén las sanciones para las previstas y posibles transgresiones,
en todo caso pensadas como minoritarias, aunque no secundarias, respecto a las
manifestaciones del consenso, como ideal connotado de la legitimación. La exclusión de
algunos miembros del pueblo de la facultad de deliberar (los esclavos, las mujeres hasta
a hace algunas décadas) no limita la función de la democracia, que reconoce, en
principio, los derechos políticos también a quienes no se benefician temporal o
permanentemente de la ciudadanía. La participación política es asegurada por los
partidos políticos, por las libres asociaciones individuales, que persiguen desde lo
«particular» (partido, en efecto, significa pro toto) lo «general». La racionalización del
poder se identifica con la democratización del Estado moderno. La crítica a los partidos
(como asociaciones egoístas temporales, modificables y de parte) no les priva de su rol,
que desarrollan en la dialéctica política para conseguir la voluntad general. La acción de
los partidos consiste en averiguar la factibilidad del interés de los ciudadanos desde sus
perspectivas. La estructura orgánica, que los partidos se proponen perseguir, es el
Estado, que se configura como el orden capaz de garantizar el pleno respeto de los
derechos individuales y asegurar la paz social. El compromiso constituye el instrumento
por el que las voluntades sectoriales se sintonizan entre sí para conseguir un objetivo
común, aunque esté dibujado en su fase de actuación en formas distintas. El carácter
apodíctico del compromiso representa el principio constitucional del orden jurídico,
caracterizado por la mayoría (erga omnes). La diferencia entre los partidos políticos y
los órganos de representación profesional no consiste en la comunidad de intereses (los
858 RICCARDO CAMPA

gobiernos totalitarios, en efecto, privilegian las categorías operativas), sino en las


finalidades que persiguen en orden a conseguir el bien común. Mientras las asociaciones
profesionales actúan en favor de su papel en el orden político, que reconocen como la
suma de los intereses sectoriales, los partidos políticos localizan, en su acción, la
voluntad general, el acuerdo, también desmedido, entre los miembros del sistema
jurídico-institucional. La concepción orgánica es contraria a la concepción democrática
del Estado. Tal concepción sólo evita el peligro del predominio de un grupo de intereses
sobre los otros, aunque sea mayoritario temporalmente. La democracia, en efecto,
asegura a la minoría un ejercicio determinante para la consecución de los objetivos de la
legitimidad política. Si el concurso al diseño de las leyes es por así decir diferenciado, el
contenido de la mismas valida la objetividad, que se quiere perseguir, ya que también
las indicaciones de signo contrario al que está en vigor asegura su validez bajo el perfil
teleológico y conceptual.

La agrupación en partidos políticos prohíbe la falta de organicidad de las


actitudes decisionales. La autocracia se deduce, en efecto, del hipótesis de que el estado
de desorden es epitelialmente permanente y de que el aparato necesario para hacerle
frente es el poder absoluto, resumen de todas las posibles alternativas al estado salvaje.
La lucha contra la autocracia, que se realiza entre el periodo que va del fin del siglo
XVIII a inicios del siglo XIX, introduce y consolida el parlamentarismo, el foro, en el
que el debate constituye el factor propulsivo de la voluntad general. El parlamentarismo
concierne la democracia indirecta, la participación de los ciudadanos por el mandato,
que corresponde a los intereses de la nación y no a los del sector que lo han pensado. El
parlamentarismo concilia el anamorfismo de la voluntad general con las peticiones a las
que quiere responder, el precipitado histórico de un proceso mental de carácter
supraindividual. La transición del pensamiento subjetivo al objetivo sucede en la
identificación de la contingencia temporal con la transcendencia. La llamada de
Giambattista Vico a la Scienza Nuova es ineludible: la superación de la pequeñez
individual exonera a lo particular de hacer irredimible el destino del género humano de
las expectativas futuras. La independencia del parlamento de la representatividad, que lo
caracteriza, otorga al debate deliberativo las características de los intereses
predominantes en el conjunto de la comunidad institucional. El parlamento oculta el
areópago ateniense, en el que prevalece la estrategia decisional en función del bien
común. La ciudad-estado es un ente que difícilmente puede asegurar a sus miembros
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 859

una dignidad que pueda darse en otros contextos asociativos. La norma, deducida por el
concepto socrático, permite interlineal las experiencias y la argumentación, a través de
los que se representa en el conocimiento, pensado “ilustradamente” presente y operante
para cualquier colectivo, que tenga como objetivo la misma supervivencia pacífica y
progresiva. La pluralidad de las aportaciones postuladas y las de las propuestas
deliberadas es resultante de la subdivisión del trabajo. La superación de la democracia
directa en Grecia se debe al hecho de que en el Estado moderno la producción es parte
integrante de la toma de decisiones, más allá de la factibilidad (en la antigüedad
reservada a los esclavos) de los obreros y de los campesinos, de todos los sectores
antepuestos al bienestar del sistema político-institucional. La decisión concreta es una
prerrogativa del parlamentarismo moderno, donde la conformación partidista da
respuesta a las demandas de la diversas áreas regionales de cada país titular de la
jurisdicción política y social. El recurso al referéndum tiene el objetivo de legitimar la
democracia directa, como la auténtica depositaria de la voluntad popular. Y, sin
embargo, su aspecto más controvertido consiste en la aprensión con la que el pueblo es
llamado a intervenir en orden a problemáticas al menos afrontadas, y en todo caso no
solucionadas, del parlamentarismo, entendido como el mecanismo más adecuado para
elaborar el ideal comprometido, que hace justicia a la objetividad (erga omnes) de las
leyes destinadas a ser realizadas. El recurso del referéndum se configura por tanto como
la matriz neurálgica de la decisión colectiva (popular y democrática). La expresión
plebiscitaria tiene un significado magmático, que se consolida en las decisiones que
tienen su vigor en las leyes (es decir en las normas emitidas en debida forma por el
parlamento). La noción de la debida forma está presente en la vida social de Sócrates,
que niega la justicia de su condena, pero que la acepta como expresión de una asamblea
democrática, constitucionalmente electa. El recurso por parte de los partidos a los
técnicos de su área política se considera oportuna en las condiciones particulares,
cuando el país es llamado a afrontar una crisis de particular relieve, nacional o
internacional. En el sistema político moderno, se piensa que la competencia técnica es
cada vez más necesaria en el universo de la uniformidad conductual y de la
globalización económica.

Las comisiones parlamentarias satisfacen las exigencias cognoscitivas, que la


legislación moderna rinde caducas. El carácter derogador de este principio implica la
inversión de tendencia respecto al prevalente hacia la tecnologización de la experiencia
860 RICCARDO CAMPA

universal. La asamblea plenaria está llamada a sancionar formalmente las decisiones


tomadas en las comisiones sectoriales. El dilema corporativista acecha el
funcionamiento parlamentario tradicional, si bien no se constituye en la única
alternativa. La sectorialización de las competencias determina la intermediación de los
conocimientos, que constituye el nivel de agregación propulsiva de todas las energías
(creativas, que actúan en el planeta). La operatividad sectorial se vale de la mayoría de
las aportaciones cognoscitivas si propende hacia la resolución de las expectativas de la
humanidad. Si el interés objetivo también prevalece en la práctica sectorial, el
parlamentarismo contesta tradicionalmente al espíritu remunerativo y realizador,
predominante en el escenario planetario en las diversas etapas temporales. La
conciliación del principio de la mayoría con el principio de la minoría evita las
equimosis sociales que produciría el corporativismo, aunque está presente en las formas
parlamentarias y demócratas en su fase germinal. Los procedimientos, adoptados por los
ordenamientos singulares en materia legislativa (constitucional, ordinaria), conciernen a
los acuerdos entre la mayoría y la oposición y las modalidades de interacción de ambas
en el ejercicio parlamentario. «La fuerza numérica de estos dos grupos puede ser más o
menos diferente, pero no es nunca demasiado diversa su importancia política y social.
Es esta fuerza de integración social la que caracteriza, en primer lugar, el principio de la
mayoría»11. La voluntad general es la síntesis del carácter propositivo de la mayoría y
de la minoría, teniendo en cuenta la connatural exigencia de ambas para actuar en
función del bien común. El entendimiento, que transcurre entre las dos formaciones, se
garantiza desde la solvencia de sus deliberaciones a nivel general. El antagonismo
político se transforma en dialéctica aclaradora de las expectativas quialísticas y de las
escabrosas contingencias.

La contingencia parlamentaria se identifica corroborando lo que une y separa, lo


que divide los componentes partidistas, de los que incluso se sustancia la democracia
participativa. La democracia directa, efectivamente, contradice el principio de la
participación, que de por sí constituye el precipitado histórico de la correlación entre los
diferentes miembros de la legitimidad decisional. El concepto socrático es fundamental
para trasladar el principio de la participación colectiva, en cuanto que se presenta como
un elemento interactivo entre las experiencias realizadas y las experiencias virtuales,
entre las individuales y las interindividuales, entre la unidad y la generalidad. El recurso
al referéndum y el proceso plebiscitario, para ser algo diferente al monstruo de las mil
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 861

cabezas aristotélico, tienen que encontrar una frontera conceptual que, al menos en
principio, salvaguarde su legitimidad, entendida como la sublimación del conflicto de
las convicciones y de los intereses. La democracia directa, entendida enfáticamente
como una democracia radical, presupone las infinitas variables expresivas, que exoneran
el discurso de la comprensión objetiva. La representatividad es por tanto una garantía
legitimadora, en el sentido que presupone el concurso de las ideas con la ayuda del
patrimonio expresivo común. El acuerdo en las finalidades de la actuación no puede ser
unitario respecto a los actores sociales; varían (ideológicamente) las modalidades con
las que se pretende conseguir la justicia, la igualdad y la libre determinación. El
parlamentarismo es el sistema de la revancha de los ideales colectivos, propuesto según
las variaciones de frecuencia de la actuación, que encuentran su fuente de inspiración en
las doctrinas políticas, en las filosofías y en las reglas de algunas creencias de orden
trascendental. El sistema mayoritario y el sistema proporcional se disputan el privilegio
de poseer la legitimidad que sea más coherente con las expectativas ideales, que en todo
caso inspiran a ambos. Si un sistema prevalece sobre el otro para asegurar la
gobernabilidad, su aplicación se resiente en la eventualidad del otro; y viceversa. El
carácter apodíctico de ambos excluye su plausibilidad que, siendo relativa, comporta la
hegeliana gestión de la problematicidad, del carácter dilemático y del carácter
consecuencial. La superación de las formulaciones elípticas es necesaria para permitir
que la convicción (individual y colectiva) pueda encargarse de la actitud operativa: en la
práctica, de la experiencia. El compromiso ideal y procedimental implica la presencia
(virtual) de los grupos que, por su insignificancia numérica, no alcanzan la
representatividad parlamentaria. Su ausencia de la asamblea parlamentaria no los
elimina del concierto ideal.
La rousseauniana «voluntad general», con todas las prerrogativas que ella
comporta respecto al mandato, implica la formulación de un principio, que la
contempera, capaz de comprender todas las modalidades culturalmente operantes en un
período configurado históricamente. La aceptación de este principio absuelve la
congestión o la conocida como discriminación ideológica a nivel parlamentario. La
representatividad partidista dentro del Parlamento no agota la potencialidad en la toma
de decisiones, pero la evoca en sus diversidades, en el intento de hacerla operante en las
leyes, elaboradas desde la mayoría. El significado y la teleología de la acción
parlamentaria, si bien son la unión propositiva de los partidos, tienen que proponer la
mayoría de las normas que han de insertarse en el patrimonio potestativo institucional.
862 RICCARDO CAMPA

El hecho que la experiencia no satisfaga este principio no lo frustra. Hasta las más
torpes tiranías y las más ditirámbicas dictaduras ambicionan mantener en vigor durante
la máximo tiempo posible el espectroscopio del parlamentarismo, como requisito,
aparentemente innecesario, de su solvencia. El peligro del dominio de la mayoría sobre
la minoría –que se verifica cáusticamente– es incluso perjudicial para el resultado del
parlamentarismo. Tanto es así que, en los países en los que la ficción escénica desarrolla
un papel importante en la dialéctica política, la minoría es objeto de respeto, tanto en un
papel orientativo, como decisional.
Las tretas tácticas de la ingeniería electoral esconden la tentación totalitaria, que
cada grupo partidista teme de los otros y alimenta hipócritamente en su electorado. La
idea que pueda realizar sus propósitos de acción en la contingencia de la actuación está
presente demoniacamente en todos los consensos partidistas, aunque sean
numéricamente exiguos o inconsistentes. Se presupone el electorado como un Moloch,
sobre el que ejercer todas las posibles sugestiones, con tal de recibir el consenso. La
publicidad y la propaganda modernas, quizás más de lo que no haya sido posible
conseguir en el pasado, también influyen subliminalmente en el electorado que, por otro
lado, es llevado a creer que es libre de expresar sus preferencias en las propuestas
normativas debatidas en la arena política. La obstrucción parlamentaria (técnicamente
configurada) es la forma que esclerotiza el disenso, realizado mediante los mecanismos
decisionales, predispuestos a nivel asambleario (en la Cámara de los diputados o en el
Senado del Reino o de la República). El principio de la mayoría puede encontrar su
aplicación en una realidad política, caracterizada por la comunión de los intereses de
parte de sus miembros. El principio proporcional se justifica con la unión plural de las
diferentes posiciones decisionales. Uno y otro no pueden disminuir, a nivel ideal y
deliberativo, con el fin de salvaguardar los intereses generales. La ejecución de las
normas implica la adhesión (más o menos convencida) de la comunidad social, que las
estudia orgánicamente y aplicándolas. La realización de las leyes es el aspecto,
profiláctico, de la comunión de los intereses, que serpean, más o menos insistentemente,
en la vida comunitaria. Aunque los intereses individuales aparecen de forma
contrastada, efectivamente se correlacionan entre sí, no solamente en la ejecución
testamentaria de sus efectos. Las ventajas y las desventajas se unen (para equivalerse)
en la comunidad social. La riqueza y la pobreza se entienden entre sí según los diversos
órdenes cuantitativos, que las teorías equitativas (y humanitarias) admiten como
penetrantes y al mismo tiempo controvertibles. La ejecución de las normas (deliberadas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 863

erga omnes) prescinde de su composición doctrinal, del consenso partidista y del debate
parlamentario, que las realiza. El poder administrativo es un orden que se justifica con
la función y la eficiencia. Él es el encargado de aplicar las leyes y de ejecutarlas. El
índice de satisfacción es especular con respecto al de su exteriorización: el signo
positivo y el signo negativo tienen en cuenta, en efecto, la inexorabilidad de la
aplicación de las normas pensadas en su debida forma. La referencia a Sócrates es
incesante: niega el principio de justicia, que lo condena a la cicuta, pero acepta su
veredicto porque ha seguido el razonamiento de las normas preestablecidas. La facultad
de disertar sobre la ratio de las leyes no contrasta con la obligación de actuar. La misma
propensión a la crítica facilita el consenso de las decisiones en las instancias (los
comicios electorales) predispuestas en los términos constitucionales.
La «voluntad general» es la determinación íntima de una comunidad humana,
que se cree providencialmente dotada de las energías necesarias para afrontar los
desafíos de la existencia. La identificación de la «voluntad general» con el impulso
genético de un sujeto es falaz. La pluralidad de las aportaciones cognoscitivas y
actuadas justifica la estrategia colectiva, por la cual se propicia un mejor perfil de la
convivencia individual y colectiva. El equilibrio de los poderes no incide en la
estructura democrática del Estado, ya que la elaboración de las leyes, su ejecución y
eventualmente su transgresión reflejan la «voluntad general» en las propensiones ideales
de la comunidad culturalmente (lingüística, credencialmente) cohesionada. La
«voluntad general», en efecto, es el compendio de las mociones expresadas o veladas,
que un sistema político se propone poner en evidencia, con el propósito de mejorar
«objetivamente» el tenor de la existencia y sus paradigmas teleológicos. La
personalidad encargada de tomar decisiones puede tener recursos inventivos que no son
explícitamente comunes a las de la comunidad en la que gravita; y sin embargo tomar
de ella su legitimación, no solo política, sino también cultural. La creación humanista y
científica se resiente del milieu en el que se manifiesta. La lengua constituye el factor
congruente de las variables connotativas de la argumentación cognoscitiva. No es el
destino quien designa quien ha de mandar, sino que el mandato expresa al mejor para el
servicio de sus semejantes. La respetabilidad (civil, política, social) es la categoría a
través de la cual se mide el prestigio de los individuos que persiguen, en el bienestar
general, su satisfacción. En fin, la democracia es una práctica deontológica, que
prefigura una antropología in fieri. No sería conveniente para la democracia sostener
una rigidez (genética) de la condición humana. La eliminación de la esfera de las
864 RICCARDO CAMPA

decisiones, de aquellas que proporcionan una mala imagen de sus prestaciones


estatutarias, garantiza a la democracia el hecho de supervisar con perspicacia y con
inmediatez los destinos de la comunidad. La corrupción (moral, ideológica) es la forma
más decisiva de deformación del aparato decisional, dejando paso a la inspiración
catártica o al derrotismo iconoclasta tiránico-dictatorial. La disciplina (la educación, el
conocimiento) es de por si misma una función deliberante: asegura sobre las posibles
reacciones frente a los acontecimientos, que la contingencia se hace historia en la fase
cognitiva y explicativa.
El dualismo entre la democracia formal (basada en la libertad de actuar
independientemente de las condiciones económicas) y la democracia social al menos
aparece como una forma desviante o como un pretexto. Sin un digno conocimiento de
sí, en el concierto social, es perjudicial pensar en la libertad como un estadio del
bienestar fuera de los esquemas con los que se representa en la vida comunitaria. Si la
libertad no se configura como la superación de algunos vínculos (incluidos los
económicos) es inadmisible definirla como una conquista espiritual, incapaz de asegurar
una participación activa en la dinámica propositiva, productiva y adquisitiva, aunque
esté en continua, propedéutica, transición. La libertad no se identifica con la igualdad,
sino con su problemática consistencia conceptual. La participación general en la
existencia del Estado comporta de forma implícita la garantía de que el resultado
normativo no discrimina a ninguno de sus miembros, cultural y económicamente
distintos. En principio, la posibilidad de mejorar las propias condiciones está abierta a
todos, siempre que se secularizan los principios dogmáticos del sufrimiento y la
felicidad. La convicción de que todos tienen el derecho a acceder a los rangos más
significativos de la sociedad no puede disociarse del propósito de ayudar a los últimos a
mejorar sus condiciones, considerándolas compatibles con el equilibrio social. Si el
orden institucional no facilitara el proceso (y por lo tanto el cambio) social, la libertad
sería el reverbero de un veredicto improvisado, de difícil conformación en una
experiencia concreta o al menos plausible. La democracia disminuye el poder a los
absolutos (la libertad, la igualdad, la justicia) en anotaciones más idóneas para otorgar
certezas endémicas a quienes actúan con el fin de modificar y consolidar su status. La
soberanía popular es una categoría apologética, útil para la consecución de los objetivos
de la justificación metafísica del aparato normativo, que regula las relaciones
individuales y las de los Estados en el concierto internacional. El parlamentarismo
permite poner en evidencia las fases de la gobernabilidad y de la conciliación, a nivel
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 865

interior y a nivel exterior. El carácter perdurable del debate institucional es


contemporáneo a la aspereza de las demandas, promovida por las partes en disputa, y,
sin embargo, ocupadas en realizar un servicio a la comunidad, de la que forman parte.
El parlamentarismo concurre a la formación de la voluntad normativa del Estado,
porque su funcionamiento se conforma de la mejor manera posible a las expectativas
(ideales, ideológicas) de los sujetos, que preservan su valor y su función (a nivel
cognitivo y expresivo).

La autodeterminación se realiza en un sistema democrático, en un sistema, en el


que la voluntad individual prescinde de cualquier condicionamiento (incluso de
naturaleza estructural: contradiciéndose). La emanación indirecta de la voluntad
parlamentaria justifica la correlación de las peticiones individuales, evidenciadas y
evidenciables, respectivamente en los comités de los comicios y en las comisiones
institucionales. La exigencia de poder confiar en la corresponsabilidad es el fundamento
de la constitución del Estado. La democracia directa es así la prueba, mediante la cual se
disciplina la asociación entre la expresión individual y la participación colectiva. La
consistencia genética del parlamentarismo se deduce del entendimiento entre quien
puede ejercer su derecho al voto y quienes pueden ser elegidos como legisladores. No es
la división del trabajo –como quería Kelsen– la que subyace en la actividad
parlamentaria sino la conciencia de solucionar en su debida forma las problemáticas del
interés común y de relevancia objetiva y social. La cultura unifica –incluso antes que las
leyes– la comunidad de quienes participan en las normas que regulan el orden
institucional. Y es en la cultura –y por lo tanto en el trabajo– donde se manifiesta la
necesidad de realizar las oportunas subdivisiones de la competencia, para que sea menos
incómodo y más noble el empeño comunitario de mejorar erga omnes las llamadas
condiciones objetivas. Tanto la votación, como el proceso constitutivo de las leyes, son
las manifestaciones y las fases evolutivas del trabajo (de la comunidad, socialmente
organizada según las finalidades implícitas en la dinámica del conocimiento). La
teleología social prevé y comporta diferentes manifestaciones de los propósitos
efectuados. El conjunto de los actos realizados por la comunidad es tal en cuanto
correlato del principio de la necesidad y del criterio de la oportunidad entre si. La
elección y la formulación de las leyes son los aspectos de un único proceso, al que las
mismas personas asisten, con la tarea de establecer una íntima, incesante, correlación
entre la voluntad de expresar las exigencias sociales y la voluntad de manifestarlas bajo
866 RICCARDO CAMPA

la forma de normas de actuación. La independencia del sistema parlamentario de las


instancias de los comicios se evidencia por el hecho de que el uno es el intérprete
ejecutivo del otro. La impericia de unas encuentra su cotejo en la insignificancia de las
otras. Cuanto mayor es el entendimiento cultural (calificado políticamente) entre los
votantes y los votados mucho menor es el desnivel de sus libres funciones. En todas las
constituciones, en efecto, se prescribe que el electo no tiene que asumir ningún mandato
imperativo por parte del elector. La independencia jurídica de parte del parlamento del
pueblo se justifica con el intento común de conjugar las expectativas individuales (o
sectoriales) con las prerrogativas propias institucionales. La diferencia entre los
modernos parlamentos y las asambleas estatales del pasado se debe al nivel cultural (de
alfabetización) existente en las clases sociales populares y en los grupos que poseen un
conspicuo patrimonio de nociones cognoscitivas, que les permiten llevar a cabo las
tareas relativas a la programación económica y a la instauración de los mecanismos
burocráticos correlativos a los aparatos productivos. La discrasia entre la elegibilidad y
la elección se debe a un acuerdo latente y no realizado. La protesta plebiscitaria abole,
sentencia, pero no produce efectos normativos, se considera en todo caso la obra de un
paciente trabajo introspectivo y declarativo de las diferentes peticiones, que se
manifiestan en la vida comunitaria. La rebelión, la revuelta, la recusación y la
transgresión son efectos de la intemperancia social, que debe confrontarse en la
mediación parlamentaria y en los diferentes órganos del Estado, para que de la
manifestación se pase a la representación de la solvencia institucional. La ingeniería
política, dirigida principalmente a interactividad entre elector y elegido, no satisface el
principio del conocimiento. Para que tal unión sea eficaz y propulsiva, es necesaria que
la preparación cultural, y por lo tanto el debate político, se intensifiquen previamente a
la elaboración de los programas de gobierno, y hacerlos así exigibles de forma
parlamentaria y por lo tanto democrática. La inmunidad parlamentaria es, por tanto, en
los parlamentos modernos, un instituto al menos improvisado por no decir injustificado
por el hecho de que el Estado de derecho es una expresión de la voluntad popular,
reflejado en el sistema legislativo y ejecutivo.
La sectorialización de las competencias –que se ejerce en las asambleas
parlamentarias– concierne tanto a los elegidos, como a los electores, convocados en
audiencia, con la intención de facilitar conceptualmente el recorrido legislativo. «En
estos últimos tiempos se tiende a realizar de modo particular la idea de un parlamento
económico; pero, de momento, junto al parlamento general como un cuerpo pericial,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 867

consultivo y eventualmente dotado del veto de suspensión, en cuya composición


deberían encontrar una mutua compensación los múltiples intereses antagónicos en el
campo de la producción, p. ej., entre la agricultura y la industria, las fábricas y el
comercio, y también antagónico entre los productores y los consumidores, y entre los
empresarios y los trabajadores»12. La división de las competencias legislativas en dos
Cámaras (nacida una de principios democráticos y la otra de principios corporativistas)
es inadmisible, ya que en la sociedad tecnotrónica el nivel de decisión se correlaciona
con la disponibilidad económica, necesaria para llevarlo a cabo. La uniformidad –
aunque sea tendencialmente– de los procesos productivos deja entrever, en el tránsito a
la economía global, la aldea mundial, esbozada por Marshall McLuhan, al final del
«siglo breve». El corporativismo, en una economía sobresaltada, es de hecho
inadmisible. La movilidad laboral deja presagiar en todo caso leyes generales, que
garanticen los derechos positivos, la dignidad del trabajo y la inviolabilidad
introspectiva. El hemisferio que es necesario defender es el de la intimidad, en el que
sea legítimo opinar sobre las alternativas de las vidas humanas y de los mundos
posibles, sin turbar, si no virtualmente o en potencia, el equilibrio social, donde se
pueda gravitar y obrar. No es tan difícil hacer convenir a las demandas de los diversos
grupos de las eventuales asambleas corporativistas, como sobre todo localizar formas
rígidas empresariales y laborales en la acelerada tendencia al cambio que sucede en
cualquier sector de la producción y del consumo (con la consiguiente influencia en el
comportamiento subjetivo y en las costumbres colectivas). El binomio mayoría y
minoría se apaga en el debate cultural contemporáneo, en el ámbito en el que coinciden
las pretensiones garantistas (la seguridad, el trabajo, la libre determinación), propias del
Estado moderno y democrático. Las contraposiciones, que permanecen, son pruebas de
la aflicción conceptual, superadas por la evidencia. Paradójicamente, la
representatividad se conforma a los principios antes que a las formas de participación.
La operatividad moderna es de tal forma omnicomprensiva sobre todas las
potencialidades cognoscitivas, que se constituyen al mismo tiempo de modo uniforme y
proteiforme respecto al modelo ideológicamente determinado en el siglo XIX, en el que
las clases (la burguesía, el proletariado) desarrollaban diferentes roles, una en el
empresariado paleoindustrial, otra en las empresas con una tecnología tendencialmente
sofisticada (hasta el punto de reemplazar con la robotización el trabajo manual). La
comparación entre la mayoría y la minoría se ejerce antes del debate parlamentario. La
teleología moderna globaliza todas las eventualidades sociales, a los que se puede
868 RICCARDO CAMPA

contestar subrepticiamente de diferentes modos, de hecho las respuestas son necesarias


e ineludibles. La supervivencia de un número excepcional de individuos (con los
relativos flujos migratorios), la división del planeta entre Norte y Sur, la extrema,
exacerbada inmanencia existencial, al menos hacen indescifrable el dualismo entre los
miembros endémicos del hemisferio problemático (algo que se ve en cualquier parte).
Los llamados intereses opuestos, de hecho, son las estrategias para mantener privilegios
arcaicos que se contraponen a la innovación, no solamente estructural, sino también
procedimental, concordataria. El aspecto mesiánico del corporativismo invade el
autoritarismo y las consiguientes formas persecutorias del disenso.

La democracia entendida como gobierno del pueblo es una postulación ilustrada


y, en sus expresiones literarias (Thomas Mann, Marcel Proust, Italo Svevo), una patente
constatación de la inferencia de la naciente tecnología, que puede modificar los
fundamentos de la economía agraria y del sistema elitista (Wilfredo Pareto), que la
sustenta. La Ilustración parte del presupuesto de que el género humano ha alcanzado un
nivel de sensatez, debido a un proceso de evolución genética, que determina
antropológicamente sus connotaciones y solicitudes. La igualdad, la fraternidad y la
libertad son las categorías que determinan lo nuevo, el irrefutable estadio de la
humanidad en el ejercicio de su pretensión existencial y adquisitiva del conocimiento.
El progreso se convierte así en una categoría que recapitula las propensiones genéticas
de la humanidad. Las doctrinas, relativas a la transgresión y a la deformación, que tanto
desaliento suscitan en la época contemporánea (Michel Foucault), se deducen de la
constatación del tratamiento, de tenor diferente al pietismo, reservado a las formas de
vida que no sintonizan con los estándares de la modernización. La democracia por lo
tanto se entiende como la realización razonada y corresponsable de la actuación de la
naturaleza en el patrimonio genético del género humano. El gobierno del pueblo puede
realizarse bajo las formas de la participación de los electores o en forma delegada de un
grupo de delegados o de una personalidad de relieve, que puede configurarse también
como un dictador. La sumisión del pueblo es indiciaria de todas las mistificaciones que,
en su nombre, pueden ser toleradas. Estas deformaciones, sin embargo, se someten a
una convicción, aunque retorcida, publicitariamente difusa y congruente de los
resultados equinocciales, que se pretenden alcanzar proditoriamente. La propaganda
desarrolla un papel a veces execrable en el proceso de adoctrinamiento de las masas
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 869

vociferantes que, en asambleas oceánicas, conceden un consentimiento impróvido y


equívoco a la autoridad que las convoca en comandita.
En la concepción comunista y en los movimientos de independencia de las
diversas regiones del mundo, las revoluciones sociales modernas, como formas de
vanguardia de los oprimidos y por lo tanto de las «inmensas mayorías», son los aspectos
más significativos de las democracias. La expansión de las masas populares connota la
inmensa mayoría del planeta. Las clases trabajadoras asumen un papel determinante en
el desarrollo económico y en la realización del «progreso», entendido como el nivel más
decoroso de la condición humana. El formalismo institucional se declina en los intereses
superiores de las masas, que ambicionan conseguir la igualdad real. El aspecto menos
congruente de esta postulación conceptual para alcanzar los objetivos de la democracia
es que solo una clase actúa en sentido político y tomando decisiones, de modo que
aparece de forma preponderante a otras, que aparecen como existentes al ser
perseguidos. La intolerancia clasista es un tipo de discriminación potestativa, que no
guarda relación con el derecho subjetivo o de expresar la misma determinación en el
orden democrático. El prejuicio leninista se deduce de la valoración concursal de las
masas, movilizado de las originarias conformaciones ataráxicas (el isba) manifestadas
literariamente en la narrativa rusa del siglo XIX. La dimensión sacrificial de las
poblaciones rusas antes de la revolución soviética es estática y por lo tanto resignada. El
movimiento revolucionario modifica «intensamente» el hemisferio interactivo de las
multitudes de Tolstoi y de los rebeldes de Dostoievski, que unen al trastorno del
resurgimiento europeo con las armas del agnosticismo y de la denegación de las tácitas
tradiciones milenarias. La concepción mesiánica de la historia, asignada bajo pretexto a
la «democracia totalitaria» –según la eficaz definición de Jacob L. Talmon– de hecho
tiene solamente un sentido didáctico, más que un nexo estimativo. Lo que sucede en la
contradicción del orden constituido es resultado de las fuerzas propulsoras de la
regeneración. Ellas son el correlato social de las mutaciones genéticas, que persiguen,
después de una agitación temporal, el curso preponderante de la continuidad frente al
proceloso de la discontinuidad. El hecho de que la revolución socialista, de democrática,
se transforme en totalitarista, demuestra que el cambio –también de notables
proporciones– en el ámbito económico y social solo puede llegar en el ámbito de las
trayectorias consolidadas (del zar al padre de los pueblos) en la vida plurisecular del
continente euroasiático (comprendida la China). El milenarismo ilustrado, penetrado por
la influencia de la ciencia y de la técnica en la vida de los pueblos y de las naciones,
870 RICCARDO CAMPA

relaciona la espera en un mundo mejor con la raíz neurálgica de la agitación intestina de


los individuos, de los grupos, de las clases, de las comunidades, de los Estados, de las
regiones y de las áreas más inquietantes del planeta. La técnica modifica el modo del
pensar como efecto del modo de actuar que, por su naturaleza, es penetrante, instintiva y
universalizadora. La copiosa y en muchos aspectos impróvida literatura política de los
últimos dos siglos es desalentadora acerca de la recuperación –aunque en términos
problemáticos– de las profundas causas de las revoluciones sociales, siempre iniciadas y
casi nunca concluidas con el progreso herético, agitador de continuos entusiasmos
apaciguados contra la sugestión trascendental. Qué la técnica ponga en tela de juicio las
creencias pietistas y declamatorias de los beneficios, llevados al gozo celeste, es
evidente. La carrera de su confutación es el embeleco emotivo, con el que lo transitorio
se presenta desesperadamente a la glorificación eterna. La técnica se propone, en efecto,
popularizar los objetos del deseo en el microcosmos del hombre, su minúsculo Edén
terrenal. La inventiva moderna no es una procelosa disfunción de las creencias
religiosas sino su recuperación en los términos de la inmediatez y de la remisión de los
pecados de la presunción. La insolvencia es la culpa más feroz de la época tecnológica,
durante el que toda la humanidad se las ingenia para sintonizar con las necesidades, que
durante un tiempo aparecen como suministrados milagrosamente por las visiones, por
las premoniciones de algunas personas, invadidas inconscientemente por el desaliento
divino. El profetismo laico se identifica con la damnación de la técnica.
La redención mundana se ejerce bajo las mismas formas dramáticas (dolorosas)
de la redención religiosa. El sufrimiento y el sacrificio (como aspectos revolucionarios)
implican las fases coyunturales de la historia. La normalidad (la paz) es el veredicto
humano, que contrasta con la subversión (la guerra) del estado natural (fuente elemental
y necesaria). El totalitarismo político es el aspecto más disoluto del plano humano y el
más coherente del carácter de la conducta humana en el despiadado equilibrio de lo
existente. Las características salvíficas del totalitarismo atemperan el desenfreno
vocálico de un heresiarca con la angustia de las multitudes, regidas por los aparatos de
guerra contra las divinidades mistificadoras del albedrío, de la tiranía, de la
imperturbabilidad emotiva y conductual. La conjetura demoníaca no permite esperanzas
sino ilaciones. En el Doctor Fausto de Thomas Mann, el teólogo de las asonancias
celestes se pone de acuerdo impróvidamente con el Adversario de las armonías
celestiales. El alboroto creativo se alía con el Subversor del cosmos para que las
disonancias (Schönberg) asuman por fin una dimensión expositiva, que puedan interesar
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 871

y quizás conmover a sus (providenciales) exegetas. La tentación de superar la distancia


crítica entre la transcendencia y la inmanencia imprime la recidiva de la experiencia y la
realización autoritaria. Según Talmon, en el siglo dieciocho (el siglo científico y
tecnológico), junto a la democracia liberal, se consolida la democracia totalitaria. El
denso ensayo de Talmon se dedica a estudiar los efectos evidentes de las dos instancias
participativas, sin por ello aludir a la conjetura de que ambas las formas de gobierno
están condicionadas por los mismos instrumentos de la connotación determinativa y
representativa. La democracia liberal y la democracia empírica persiguen idénticas
finalidades, ya que ambas hacen referencia: una por la acción decisiva de la burguesía
acumuladora y empresarial, la otra por la contribución de la acción del proletariado a los
recursos naturales y a las aportaciones artificiales de la empresa (del laboratorio, de la
fábrica). La concepción catártica del liberalismo y la visión mesiánica del totalitarismo
se disputan los dos frentes ideológicos, involuntariamente contrapuestos, resultados
resolutivos del restablecimiento y de la afirmación de la dignidad humana en el
concierto de las iniciativas, aprobadas a nivel nacional e internacional, dirigidas a
sufragar la insatisfacción humana. «Ambas orientaciones afirman el sumo valor de la
libertad, pero mientras una localiza la esencia de tal libertad en la espontaneidad y en la
ausencia de coerción, la otra la sustenta en el hecho de que solo se puede realizar
mediante la búsqueda y la consecución de un objetivo absoluto y colectivo»13. El
consenso, que garantiza el resultado normativo de ambas, puede ser explícito o
solicitado. Los instrumentos más idóneos para hacerlo evidente se reflejan en la
convicción, en la formación en el que pueden influir el adoctrinamiento, la propaganda,
la publicidad. Se cree que la convivencia pacífica es objetivamente la condición ideal,
en el que la inventiva humana y el interés colectivo se unen y se armonizan. Talmon
define este proceso parenético de pretensiones, aparentemente divergentes, como la
paradoja de la libertad. No es por la naturaleza que se individualizan las
discriminaciones bajo el sometimiento de la necesidad metabólica del universo, sino
que es la artificialidad la que está ideada para contrastar las recriminaciones, las
desigualdades y las disparidades, según un proceso de identificación que, en el siglo
XX, asume las características de la uniformidad y sucesivamente de la globalización.

Las iniciativas humanas contestan bajo el perfil ideológico y didáctico al


determinismo social, en el sentido que localizan los medios para favorecer la temperie
histórica, donde actúan las clases sociales y las clases de la regeneración. La tecnología
872 RICCARDO CAMPA

y la artificialidad permiten al individuo sobrentender hasta en un mínimo perímetro de


competencias sin disminuir su empeño propositivo y de actuación al interior y en
beneficio de la colectividad, que obra en el Estado-nación, según los cánones
preceptivos, considerados y sancionados como necesarios e ineludibles. La ética y la
moral común se despliegan en la convicción y en la acción. La «voluntad general» de
Rousseau no es un «concepto ambiguo» –según la infeliz expresión de Talmon– sino la
conversión en términos explicativos (y adquisitivos) del plano operativo de las
coetáneas elaboraciones matemáticas, que forman parte integrante del patrimonio
cognoscitivo y aplicativo de la época de las Luces, del universo moderno y redentor.

El racionalismo, al que hace referencia la «voluntad general», se identifica con


las nociones que aprende conjeturalmente el intelecto en la experiencia, que se vuelve,
por esta razón, reguladora, en términos edificantes, del actuar humano. La estrategia de
conocimiento, confiada al individuo, es pleonásticamente objetiva. La Ilustración, en
efecto, considera que el género humano es una unidad de ensayos, desde el momento
que se constata una fase genéticamente evolutiva. La Gran Cadena del Ser de Arthur O.
Lovejoy se desarrolla como la metáfora de la evolución de las especies, que de esta
forma interiorizan el patrimonio cognoscitivo, para hacerlo políticamente explícito en
las decisiones (institucional y representativamente) evidentes. El totalitarismo, de
derecha y de izquierda, no se deduce del proceso de actuación de la convicción racional.
Es por tanto arbitrario y desviante creer que el individualismo llevado a la exasperación
degenera en el totalitarismo, según las formas hipocondríacas de la razón o de la raza.
El totalitarismo si acaso es una precaria actitud aislacionista, tanto de los individuos
singulares, como de los grupos, en un universo dominado por los demonios de la
incomprensión (del irracionalismo) y de la sospecha de que las causas endémicas del
desarrollo humano pueden volver a venir (y pueden ser exorcizadas) de forma totémica
en su clima original, elemental, turbadas por las fuerzas primarias, intrínsecamente
determinantes de la selección racial. El conformismo totalizador es de naturaleza
primordial, conformado por las leyes de la naturaleza en su estado equinoccial. Este
estado se considera salvífico (y por lo tanto absoluto) porque no está programado ni
actuado por la razón. Los totalitarismos modernos y contemporáneos se caracterizan, en
efecto, por su vocación totémica, que encuentra cotejo en los aspectos aplicados
(procedimentales) de la época tecnológica. El primitivo al ser tecnologizado teme la
problemática explicativa de lo real y recobra, como opción, el genotipo de los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 873

«principios». El curso soñoliento y pretencioso del homo digitalis tiene el aspecto


(fraudulento) de quien se arriesga a realizar una serie de relaciones (traumáticas) con el
fin de esbozar un universo fantasioso (virtual) en el que celebrar, como en los
precordios del tiempo, las remotas, escarpadas, relaciones grupales y descubrir los
aspectos inéditos de la naturaleza, antes de adherirse al «nuevo» mundo. El
empresariado se resiente de este adagio: trata de hegemonizar la fase compensatoria de
los sacrificios cometidos, también en los términos de fuerza-trabajo (y por lo tanto de
ocupación) para sacar provecho. Los objetos del provecho deberían sugestionar a los
usuarios como las bolitas, ofrecidas por los españoles a los indios, a cambio de los
collares de plata y oro. El diverso tenor explicativo del totalitarismo de derechas y de
izquierdas concierne en todo caso a la degeneración, en términos conductuales, de sus
correspondientes exegetas. Ambos tipos de totalitarismo hacen referencia a la
autodestrucción de la naturaleza humana. Resulta un pretexto, desde los principios,
sustentar que la derecha defiende la debilidad y la corrupción del hombre, y que la
izquierda exalta su bondad y perfectibilidad. La indulgencia, otorgada por la izquierda,
es prospectiva de la practicada por la derecha. Tanto es así que el propio Talmon admite
que «ambas orientaciones pueden sustentar la necesidad de la fuerza coercitiva»14. La
diversidad no puede encontrarse en la fuerza ni en el uso de la fuerza. Si el hombre de
derechas es prefigurado como inmoderado en el plano de la acción, el hombre de
izquierdas lo sería en el plano de la inhibición de los impulsos primarios, para favorecer
los secundarios o sublimados. El hombre de derechas se agota en el ring; el hombre de
izquierda se moviliza en el laboratorio. Desde la porra a la fusión nuclear siempre es un
hombre de izquierdas, quien contiende las energías naturales en un tipo de dominio,
aunque sea temporal y en continua revisión. El empleo de la fuerza por parte de la
izquierda sería totalitariamente democrática, mientras que el cuerpo-a-cuerpo de la
derecha sería «irrevocablemente» totalitario. Estas generalizaciones son fácilmente
acogidas como acusatorias antes que como explicativas de los fenómenos que agitan
desde siempre el orden mundial, pero con el vigor de la representatividad y de la
evidencia en la época moderna y contemporánea. De Nicolás Maquiavelo a Francis
Fukuyama, la respuesta del intelecto humano ante los actos cumplidos por las
colectividades para gobernar los acontecimientos (naturales y artificiales) es
ideológicamente improcedente e incumplida, al ser ocasionado por la «desviación», que
padecería la percepción humana en vista de los profundos trastornos existenciales y
estructurales.
874 RICCARDO CAMPA

Ambos mesianismos políticos comprenden estos decrecimientos del


totalitarismo. La tecnocracia moderna y contemporánea es por así decir su
manifestación orgánica. La condición entrópica de la naturaleza, a través de la acción
del hombre, se transforma en los aditivos artificiales de la existencia, que se extiende en
el tiempo y se introduce en el espacio, en el intento de exorcizar la disgregación, el
deliquio, el juicio final. La transcendencia de los profetas se alía con la inmanencia de
los heresiarcas, para instrumentalizar la efusión dogmática (de los partidarios de la
derecha) y para exacerbar las reluctancias conjeturales (de los partidarios de la
izquierda). El alargamiento de la vida humana induce a posponer mentalmente el tiempo
celeste. El sistema compensatorio, eficazmente elaborado por los místicos y por los
monjes medievales, disminuye debido al aplazamiento (artificial) de la vida terrena, con
los beneficios, asimismo feroces, empleados tanto en el pasado, como en la época
moderna. «El punto de referencia del mesianismo moderno… es la razón y la voluntad
del hombre, y su aspiración a alcanzar la felicidad sobre la tierra desde una
transformación social. El punto de referencia es temporal, pero las aspiraciones son
absolutas»15. El restablecimiento de parte del mesianismo secular por la fuerza, que el
fideísmo tradicional hace descender directamente de Dios, responsabiliza las
conciencias y las hace reactivas a cada conato de crisis racional, de corte mítico,
dogmático, exorcizador. El fisicalismo es responsable de las actitudes edificantes de la
condición humana. El universo moderno y contemporáneo está invadido de fantasías
introspectivas, que reeditan las pesadillas del pasado remoto, de la situación
(orteguianamente hablando) invertebrada del género humano en su escabrosa solvencia
con las coyunturas del presente. La tecnología tiende a conectar los tiempos de la
experiencia humana en un tipo de incontinente contemporaneidad. Y es esta condición
de efectiva precariedad que induce a pensar en términos reductivos (la indulgencia
totalitaria) o en términos propositivos (la experiencia democrática). La participación en
ambos casos está adulterada: mediante el recurso a la mitología (Wagner) o mediante la
aceptación de la capacidad comunitaria, tanto en los principios, como en su
identificación fenomenológica. La correlación entre los principios inspiradores del
comportamiento humano y el desafío, extendido por la naturaleza, comporta un tipo de
iniciación, en el pasado, al sufrimiento, en la época moderna, a la felicidad (proclamada
como una realidad esperada por la constitución de Estados Unidos de América). La
intolerancia a la diversidad –causa degenerativa del totalitarismo– expresa la debilidad
de la aprensión cognoscitiva y actuante de la contingencia. Paradójicamente, las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 875

innovaciones sociales engendran, con el mismo factor propedéutico, un tipo de


expectativa salvífica y el peligro inminente de una condena (de lo Alto, de la naturaleza
en sus domésticas exteriorizaciones exponenciales).
El determinismo (religioso y laico) es la causa de las deformaciones del
conocimiento y de la actuación, propias del totalitarismo (de derechas y de izquierdas).
A exorcizar este peligro conceptual, contribuyen el principio de indeterminación de
Werner Heisenberg y el principio de complementariedad de Max Plank. El dualismo
que entiende la política como arte y la investigación como ciencia es engañoso desde el
punto de vista didáctico. El arte y la ciencia son los dos aspectos del conocimiento. Los
movimientos estéticos anuncian o contemplan las «mutaciones» genéticas, científicas y
políticamente delineadas. Cada organismo institucional se basa en algunos principios
rectores, constitucionales, que tienen implícitamente en cuenta el nivel del conocimiento
operante. Benjamín Franklin descubre el pararrayos, como una herramienta hiperactiva
de la iniciación gubernativa; Harry S. Truman es guiado por las circunstancias a ponerse
al día sobre los resultados conseguidos (también bajo el perfil bélico) por la
investigación y la aplicación de la energía nuclear. El proyecto Manhattan, dirigido por
Robert Oppenheimer, en el que contribuye notable Enrico Fermi, es responsable de un
gran acontecimiento cognoscitivo y del dramático estallido de la seta atómica de
Hiroshima y Nagasaki. Las diferencias estructurales del mundo desdoblan
prodigiosamente hacia la uniformidad, promovida por la ciencia, que se interconecta
con las fuerzas demoníacas de la naturaleza para apuntar sus resultados a los fines
pacíficos y benéficos para el género humano. Las jeremiadas, expresadas sucesivamente
en el fatal agosto de 1945, no permiten recriminar como inadecuados los recursos
inventivos de la humanidad cuando se intenta –tal y como está en la naturaleza de las
cosas– confrontar con sus intrínsecas e ineludibles necesidades. El utilitarismo
materialista es el resultado de la conflagración del imaginario colectivo y la estrategia
determinada por el laboratorio. El igualitarismo revolucionario parte de la premisa de
que ya no se puede justificar, desde los principios, pero también en vista de una
supervivencia más eficaz, cualquier garantismo de orden dogmático y trascendental.
El innatismo no concuerda con la opresión, aunque las condiciones primarias se
ejercen de forma competitiva. «El venerado legislador de Rousseau no es otro que el
gran educador»16. El egoísmo es el antídoto de la disfunción, en sentido individual y
también colectivo. Predispone a la cohesión social que, a través de la seguridad, hace
posible la iniciativa de los individuos de la comunidad, institucionalmente
876 RICCARDO CAMPA

proporcionada por las normas, creídas como el precipitado histórico del potencial de
actuación del género humano en sus (temporal y espacialmente) diferenciadas
exteriorizaciones. La influencia del clima y de la geografía sobre el pensamiento y sobre
la actividad aplicativa no constituye un obstáculo a la comprensión (universal). La
capacidad introspectiva y el empeño de colaboración se correlacionan con la práctica
experimental. El arte de la adicción se identifica con la instrucción, que contrasta la
preceptiva aseverativa, para olvidar el dogmatismo de la tradición en función del
problematicismo crítico de la contemporaneidad. Este criterio ayuda a un número
creciente de individuos, que ambiciona satisfacer la propensión por el poder desde las
modalidades representativas de la democracia. El «despotismo de la evidencia» de
Mercier de la Rivière se transforma, en la democracia, en la «participación total» de los
actores naturales, artífices de los testimonios arqueológicos o artificiales, como partes
integrantes del patrimonio cognoscitivo general. El aparato normativo incluye un
sistema impositivo y, al contrario, transgresivo, cuya reductio ad unum está constituida
por la efectividad. La naturaleza no se declara en su expresión compuesta si no a través
de las mediaciones experimentales, que incluyen también las formas discráticas de la
observación y de la argumentación. La unión de los instintos y de la socialización es el
banco de prueba de la inteligencia humana, que trata así de prevenir las prerrogativas
naturales en su fase experimental. Cada acontecimiento natural, en efecto, está en
continuo cambio, aunque las fases de la modificación se manifiestan al observador-
turbador humano según unas sucesiones, que difícilmente pueden homologarse en el
sistema combinatorio y previsional. La disciplina –para Rousseau y para los pensadores
ilustrados y sucesivamente románticos– es la metáfora de la autodeterminación. La
libertad se manifiesta en el universo de los signos y de las circunstancias, objetivamente
insertas por el intelecto en un cuadro de referencia teleológica (finalista). Las
contradicciones, ínsitas en un comportamiento de este tipo, consisten en la inadecuada
dosificación de los instintos y de la razón, para la consecución de los objetivos
preventivamente pensados como benéficos por las generaciones, históricamente
ocupadas en considerar salvíficos los resultados conseguidos por la observación de la
naturaleza. El conocimiento es el aspecto evidente, aunque siempre provisional, del
orden cósmico. La tensión igualitaria de los ideólogos revolucionarios se justifica con la
preocupación mesiánica de reservar a la humanidad una única alternativa de salvación
en el vórtice energético del universo. La cumbre totalitaria de una comunidad de
prosélitos y de los perseguidos por ser opositores representaría la forma más dramática
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 877

y dolorosa del restablecimiento de la igualdad del estado primigenio, configurado como


una traumática tutela, glorificada por el sacrificio y propiciada por la redención (de la
necesidad, de la pesadilla del fin, de la inadecuación sobre frente a las asperezas
contingentes y cotidianas). La autocompasión es la prueba que el tirano imprime a su
acción con la intención de prevenir y exorcizar las críticas y las tentativas liberatorias de
parte de los disidentes. La dictadura, cuando es auténtica, es un ejercicio de la voluntad
en el sentido denigratorio de las tendencias ególatras y condescendientes. La idoneidad
para procurar el Mal es un tipo de prerrogativa divino a contrario: sirve para tutelar la
creación hacia el derrotismo, innato en las propias categorías cognitivas y propulsivas
del Bien. En cuanto magisterio de la disolución suspendida, el totalitarismo cicatriza las
heridas de la dignidad humana, enfatizando la cohesión social, la defensa del enemigo
interior y exterior (Carl Schmitt). La disciplina, en efecto, es un ejercicio trascendental,
que persigue un concepto ideal abstracto, fuertemente enraizado en la verificación del
existente por una improbable existencia. «La voluntad personal del individuo siempre es
sospechosa»17. Ella inaugura, cada etapa de la vida social, un principio interactivo, que
solicita y justifica el egoísmo, la fortaleza energética de toda iniciativa que sea ventajosa
para la comunidad en la que se hace presente.
La democracia totalitaria, entendida como la religión laica de la
autodeterminación individual, que se ejerce en la comunidad, y que obra según la
«voluntad general», es una definición paradójica, dirigida a santificar la emancipación
de cualquier actitud subjetiva, por persuasiva o inverecunda que sea. La libertad,
depositaria de una visión o una concepción indeclinable con sus alternativas, es
inadmisible y en todo caso socialmente innecesaria y conflictiva. Tal como está
formulada, no se conjuga siquiera con las declinaciones anárquicas, que tienen como
objeto el Estado y por lo tanto la organización burocrático-administrativa existente y
que se juzga como desastrosa para las prospectivas creadoras de los individuos en
beneficio de la «comunidad» de iguales. La latencia de la voluntad general en la
voluntad popular es una formulación poética, que no satisface las exigencias de la
previsión y de la organización normativa. La «voluntad general» es un axioma
matemático (presente, sin embargo, en la teoría de los números: todos los números
reales son como infinitos como son infinitos los números entre dos de ellos) que permite
conectar (empáticamente) la reflexión humanista con la elaboración científica, según los
diseños de la voluntad subjetiva, que se disciplina mentalmente para «regular» sus
prospecciones en la dirección de las menos presentes y más consolidadas de la voluntad
878 RICCARDO CAMPA

general. El pueblo, en la concepción rousseauniana, es el absoluto de los fisiócratas y la


infinitud de los matemáticos. Esta prerrogativa daría lugar –según Talmon– a la
dictadura, configurada como una constante (insistida) capacidad de decisión del pueblo
en su entera e improbable uniformidad propositiva. Una conjetura de este tipo está
exenta de la consideración de que, por pueblo, se entiende una categoría móvil,
constantemente in fieri y que, justo por esto, es capaz de reconocerse en las
declaraciones de principio que, recurrentemente, emite en las elecciones y «deposita» en
los elegidos. La democracia indirecta vuelve histórica por tanto la «voluntad general»,
que por su naturaleza puede modificarse, en búsqueda del bien común. El pueblo, en
efecto, sufre muchas definiciones, según si las inspira las ideologías de izquierdas o las
de derechas; y en todo caso responde a la sectorialización (la burguesía, el proletariado)
que determina su función (decisional, imperativa). El pueblo, en la concepción
rousseauniana y por lo tanto moderna, es el testador contemporáneo de la «voluntad
general», que lo transciende. Las vanguardias garantizan de forma anticipada la
realización de la «voluntad general» en las profundas transformaciones sociales. Su
contribución a la hora de actuar señala una confrontación epocal con las agitaciones, de
las que son portadoras. El aspecto formal de las elaboraciones conceptuales del filósofo
ginebrino es determinante. La noción de la legitimidad es tan significativa en el orden
social que puede llevarle a ser demócrata o totalitario. Mantener la debida forma, ya
expresada por Sócrates en el debate sobre su condena, hace que la incidencia del orden
público sea percibida en la vida personal, subjetiva. La legitimidad verifica al absurdo –
como en matemáticas– la coherencia de las decisiones con los propósitos, los principios
con sus resultados prácticos. La conveniencia de una relación de este tipo se identifica
con el aparato del Estado o con su anulación: una categoría abstracta, que encuentra
cotejo en la ficción estratégica de la efectividad.

El despotismo asume características uniformes respecto a las aproximaciones


problemáticas de la democracia. En primer lugar, admite y tutela la propiedad privada,
por cuanto restablece, también a nivel subliminal, los conflictos endémicos, que
desgarran desde siempre (desde que un hombre cercó su campo con un seto y excluyó a
otro) la humanidad. La propiedad privada contrasta –de forma concreta– con la
«voluntad general». Actualiza y convalida la sectorialización del interés subjetivo. La
tiranía frena las disparidades o puede permitirlas pero en un número reducido, aunque
consistente, y de modo que estallen solamente entre sí, sin el concurso de las multitudes
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 879

(eufemísticamente sustitutivas del pueblo). La explotación humana y la miseria


generalizada convierten las dictaduras en las fuentes de su institucionalización, para
remover a los que se espantan de la previsión y la magnanimidad de un jefe y de una
fuerza benéfica, de naturaleza trascendental. La religión de los excluidos del bienestar
terreno los recompensa, en efecto, con la felicidad celeste. El lujo excesivo que, según
Helvétius, acompaña el despotismo, tiene connotaciones míticas y religiosas. El lujo es
un atributo de los dioses, una orgiástica propagación del Olimpo, dirigida a sugestionar
impositivamente los sujetos, que realizan en la tierra el sacrificio requerido para obtener
la gloria de los altares. Que la codicia es un mal y que la posesión de los bienes no
ayuda a levantar la humanidad de la angustia existencial lo prueban el arte y la ciencia.
Los testimonios artísticos y los descubrimientos científicos no ayudan a menudo
directamente a sus autores. La humanidad se vale, en última instancia, del patrimonio
cognoscitivo y de actuación que producen los hombres y las mujeres, no necesariamente
orientados sacar beneficios personales. La disciplina de las pasiones concierne el
rechazo de la propiedad privada y establece una interacción entre los seres y los entes,
que acuden a esbozar la comunidad como un organismo capaz de hacer coherentes y
conjugables los componentes energéticos subjetivos de los que se compone con sus
finalidades. Paradójicamente, la civilización industrial bosqueja la decadencia de la
propiedad privada, como la fuente del egoísmo subjetivo y detectable socialmente. La
industria, en efecto, encuentra su presupuesto en la acumulación monetaria, que es una
condición, forzosa, con la que la empresa puede garantizarse tecnológicamente las
condiciones indispensables para interferir en el mercado, introduciéndose en la
competencia. Incluso la tendencia al monopolio y al oligopolio es un aspecto blasfemo e
inquietante de la propiedad individual. La avidez, como un aspecto de los cambios
comerciales, es ajena al expansionismo industrial, que se asoma en los meandros de la
psique humana a través de la publicidad, con el objetivo de conseguir el adhesión en las
ventas y por lo tanto la difusión de los objetos del deseo, que subjetiva (atomiza) la
propiedad, frustrándola en la valoración subjetiva y autorizándola a nivel colectivo (de
grupo de presión). La espontaneidad individual se concreta en la aceptación del otro. El
pensamiento abstracto y la práctica política concuerdan en las perspectivas iniciáticas de
la difusión del progreso, de la superación de la sumisión a la necesidad y de la sujeción
a los rectores de la producción y el consumo de los bienes de primeras necesidades y de
las manufacturas. La intemperancia degrada en la violencia, con la que se supone se han
de conseguir los resultados que respondan a las expectativas individuales y a las
880 RICCARDO CAMPA

estrategias colectivas. Las democracias distónicas frente a la «medida» –que es en el


terreno práctico el autocontrol y en el terreno moral la apoteósica presencia del género
humano en su unidad– están destinadas a la extinción por el desgaste, al que se someten
todas las empresas, vueltas a subjetivar subliminalmente las ventajas y la supremacía
sobre los competidores virtuales o efectivos. La celeridad (subjetiva y colectiva) es una
actitud propia del automatismo decisional, propedéutico a las formas más inquietantes
de autoritarismo. La soberanía popular, por tanto, consiste en la valoración general
positiva de los actos cometidos por los individuos para fortalecer la validez de las
normas que actúan en el orden institucional. La superación de los intereses parciales –
las corporaciones– reconoce a la interacción individual la prerrogativa democrática, con
la que la prohibición de las actitudes del superhombre es de una clara evidencia y de una
determinada necesidad.

La igualdad, como postulado de la razón y de la justicia, reengendra el étimo de


la existencia humana en su forma originaria. Le otorga un grado de conciencia, dirigida
a preservarla de los peligros de la exacerbación de los recursos inventivos en el cálculo
de las conveniencias individuales. La democracia concierne a la selección natural en su
coherencia comunitaria. La heterogeneidad de las presencias activas y preponderantes y
las pasividades ataráxicas constituyen «el ingrediente natural» de la tolerancia y por lo
tanto del progreso zigzagueante, contendido por la minoría con los hendientes
polémicos y aceptado por la mayoría con flébil sumisión. El derecho natural (y por lo
tanto la propiedad) es un connotado inherente de forma objetiva a la existencia
individual. Justo por esta razón, cuando la propiedad de uno exonera, por su extensión y
por su congruencia, el derecho a los otros a poseerla, la justicia, en su sentido verbal,
queda lesionada y provoca desequilibrios entre los miembros orgánicos de la
comunidad. Las doctrinas políticas, que temen la desigualdad en la propiedad,
desatienden su principio justificativo. El problema, de difícil solución, consiste, en todo
caso, en hacer que sean armonizables el derecho natural con las potencialidades de
actuación a nivel individual. El ordenamiento institucional debería por tanto permitir, o
la propiedad pública (colectiva) como en el comunismo, o la propiedad individual en los
límites de la responsabilidad social. La propiedad individual, aflictiva de la condición
objetiva, contrasta con el principio del derecho natural, que la legítima, en cuanto que es
una característica existencial erga omnes. La tiranía es la elipsis de la posesión
individual, que hace precaria cualquier forma de conciliación social entre a quienes le
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 881

sonríe la fortuna y quienes le es adversa. El comunismo mantiene con una expresión


aparentemente seroterápica, efectivamente dramáticamente didascálica, que no todos los
hombres han sido invitados al banquete de la naturaleza. Para contrastar los efectos
fraudulentos de semejante veredicto natural, tan injusto como injustificado, el
comunismo, que piensa que el Estado burgués es un comité de asuntos de un sector de
la comunidad, ocupado en sacar el máximo beneficio en contra de los trabajadores
subordinados, abole la propiedad privada y reivindica la propiedad colectiva de los
instrumentos de la producción. El comunismo salva la propiedad como elemento
natural, pero la contempera con las exigencias de la humanidad en su fase de extensión
posesiva. Ella puede tener acceso a los productos artificiales, seriados, que la revolución
industrial, realizada por las vanguardias proletarias, puede asegurar a gran escala (al
amparo de las discriminaciones antropológicas, raciales, credenciales, culturales). La
autoexaltación y la autocompasión, en el comunismo, se unen como un disolvente
higiénico en la más desenfrenada concupiscencia. El carácter irreductible del egoísmo
social con las dimensiones del bienestar colectivo induce de forma traumática a las
minorías revolucionarias y progresistas a actuar subrepticiamente, trastornando los
órdenes sociales constituidos. La agitación revolucionaria asume las características de
las mutaciones genéticas, que se creen que están determinadas naturalmente según un
orden de factores, que la acción política puede (o debe) adelantar, actuar y consolidar,
de modo que no se verifiquen resistencias, y cuando se verifiquen, como sucede en
Rusia con los mencheviques, rechazarla, y frustrar los impulsos progresistas de una
parte consistente (y por extensión, la mayoría) de la condición humana. El clima
revolucionario tiende a establecer un nuevo orden, que satisfaga los principios
inspiradores de la regeneración social (y humanitaria). Las finalidades, que superan los
difíciles problemas cotidianos, se justifican con la lucha frente al dolor del «mundo». La
contraposición de las fuerzas que permanecen en equilibrio dinámico (la revolución y la
contrarrevolución) tienden a la instauración (contrapuesta a la restauración) de las
nuevas reglas institucionales, que sancionen el comportamiento inadecuado y celebren
el hiperactivo (catártico). La soberanía popular garantiza el ordenado curso de la
democracia, que se propone regular las iniciativas colectivas siguiendo los
procedimientos que garanticen la participación y el interés de los sujetos normativos
individuales. La armonización de la voluntad popular con la rousseauniana voluntad
general es formalmente posible. Por otra parte, la democracia es un orden basado en el
presupuesto ecuménico de que todos los actores sociales son los depositarios de la
882 RICCARDO CAMPA

conciencia del derecho y de la irrevocabilidad de las determinaciones subjetivas. El


carácter decisorio total es el precipitado histórico de la voluntad general, anagramada en
las formas consuetudinarias de la experiencia. La comunidad de intereses, en efecto, es
la metáfora religiosa de la autenticidad sagrada de la vida humana en su exteriorización
temporal. El sufragio universal tiene un componente religioso: no es el arca de la
salvación sino el bote salvavidas del contagio, de la iniciación a la resignación y al
consuelo colectivos. Efectivamente no existen los salvaguardas contra el «despotismo
representativo», evocado por Robespierre. La representatividad, por definición, no es
uniforme. Su componente energético es diferenciado, tendido hegelianamente hacia la
síntesis, temporalmente eficiente y precaria. La conducta de los representantes los lleva
a sintonizarse con el sentido común, con la moral consolidada, contradiciendo así el
«espíritu propulsivo», implícito en la «voluntad general», refrendado por un
componente instigador propio del orden constituido, del que o aprovecha la ocasión o,
al contrario, recibe el derecho por las determinaciones imprevisibles e inconformistas.
La opinión popular es el resultado del empeño didáctico y el debate en la sociedad civil,
realizados por las vanguardias políticas y culturales.
La insurrección popular puede desembocar en la dictadura si no le es
conveniente la necesidad de amplificar el escenario disquisitivo y de actuación de las
realizaciones normativas e institucionales. Si el pueblo participa en la teleología
revolucionaria con sentido crítico y también cohesivo, el resultado de la acción
colectiva ha de reflejarse en la conciliación entre los propósitos y los intereses, sustraída
a la canonización de las investiduras (divinas u ocasionales) del pasado, que preceden a
la revolución francesa. La alegoría de la presencia sonora de Dios en las
determinaciones –a menudo ruidosas– del pueblo es la fuente de la legitimación
democrática. Por mucho que la laicidad intenta afirmar las posiciones objetivas como
auto-determinantes, la fuerza que la propulsa es de naturaleza religiosa o en todo caso
introspectiva. El laicismo revolucionario es el perihelio de la intimidación divina. Todo
lo que sucede en la vida social de la mano de la propia comunidad se resiente del
pecado original, de la hiperbólica determinación humana de experimentar un recorrido
de conocimiento sin la ayuda (evidente) de la smithiana «mano invisible», del auxilio
divino. Paradójicamente, en el imaginario colectivo y en el diagnóstico político, el
pueblo siempre refleja, de forma ficticia, la imagen (y la voz) de Dios. La ignorancia del
pueblo lo confirma próximo al creador, que la tradición bíblica presenta como contraria
a la propensión cognitiva de los seres humanos. La perdición del hombre se identifica
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 883

con su ambición cognoscitiva. La revolución francesa, por un lado, considera que la


soberanía popular es un aspecto de Dios y, por otro lado, cree que el pueblo no se
encuentra aún en condiciones para hacer suyos los conocimientos, que una minoría de
individuos preserva, por así decir, del olvido y que contingenta en la realización y en el
interés general: causa, a su vez, de la iniquidad y de la diversidad económica y social de
las generaciones, etnias, comunidades, federaciones de Estados, áreas del planeta. Y,
contextualmente, causa de conflictos y continuas intemperancias sociales, para
atenuarlas, las formas de gobierno constituyen el epigrama de la coexistencia
diferenciada, la distinta unidad, el proemio de un equilibrio que, por inestable,
tranquiliza, al menos formalmente, los objetivos del destino de la humanidad. Las
vanguardias iluminadas se proponen la tarea de unir la participación popular y su
inserción en el proceso de conocimiento. La voluntad general, expresión de la teleología
nacional, exonera a sus miembros de conformarse a las exigencias de las partes que no
sean compatibles con las perspectivas unitarias y generales. El atributo de la unidad es
una característica de los Estados nacionales, que contemperan, desde Nicolás
Maquiavelo en adelante, los diversos sectores, que permanecen luego bajo el consuelo
de la circunstancial vitalidad del conjunto etnológico, fisiológico, social, sobre el que
actúa la norma jurídica, es decir el orden con el que cada entidad institucional se hace
presente en el escenario internacional. Si la nación es según Ernest Renan «el plebiscito
de todos los días», su composición etnográfica, credencial y hasta lingüística encuentra
en el sustrato normativo el solvente interactivo, capaz de promoverla en su tendencia
cognoscitiva, aplicativa, del universo tecnológicamente dinámico de la modernidad. A
los confines espaciales de los Estados del pasado hacen cotejo los confines temporales
del Estado-nación de la época renacentista e ilustrada. El proselitismo moderno es por lo
tanto de carácter cultural, en el sentido de que la ciudadanía presagia una adhesión de
principio, que se armoniza con el curso de los acontecimientos y su influencia a nivel
planetario. La libertad de expresión es tal cuando no está condicionada por la
constricción externa. En el universo moderno y en el de la producción en serie para el
consumo de masas las constituciones son simuladas (y subliminares) por la publicidad,
que amplifica las dimensiones del deseo en contra de la medida y de la íntima
satisfacción. La libertad de la necesidad se une a la libertad por la necesidad, que rinde
fenomenológicamente inalcanzable todas los dispositivos morales, sobre los que se
perfilan la lealtad nacional, el amor a la patria y el sentido de pertenencia a una
884 RICCARDO CAMPA

comunidad, del que se celebran cada vez más folklóricamente las virtudes ancestrales o
las consolidadas memorias colectivas.
El nexo entre explotadores y explotados en las democracias industriales es por
así decir funcional. La rebelión de los segundos se introduce en el cálculo del beneficio
de los primeros. Sin los explotadores los explotados no tendrían ningún apremio
intelectual y emotivo con los que reclamar una mayor justicia social. La igualdad, por
tanto, es una categoría dependiente de la explotación; es, psicológicamente hablando, la
sublimación de la explotación. Puesta la premisa de que la explotación es la fuerza
emoliente del enriquecimiento de una clase social o una clase, que tiene como objetivo
la satisfacción, aunque contingentada, de los deseos de las multitudes explotadas, la
revolución, basada en la nacionalización de los instrumentos de la producción, frustraría
la explotación, pero también el deseo. La crisis y el derrumbamiento de las economías
de regímenes sobrentienden la quiebra de una operación política, que ambicione realizar
una modificación antropológica, que bajo el perfil artístico (literario) no encuentra la
salvación en las usuales determinaciones no aflictivas de los órdenes sociales, tal como
se determinan en el tiempo y, a partir del Renacimiento, en todas las áreas culturalmente
más favorecidas del planeta. La lucha contra el egoísmo no garantiza la igualdad. Y es
esta contradicción la que también impone al legislador democrático el tener en cuenta la
efectiva consistencia solidaria y unitaria de los miembros de las instituciones, votados
por el progreso y por la interdependencia liberadora de la sumisión intelectual y
emotiva, que caracteriza las sociedades clásicamente distintas de la época capitalista, de
sus exordios a la hegemonía financiera de la totalidad. En síntesis, el egoísmo social se
revela como un mecanismo propulsivo de la inventiva y de la sociabilidad
indispensable, entendida este última como la garantía normativa para realizar las
estrategias deliberativas y de actuación que cumplan con la satisfacción individual. La
conciliación entre el bien público y el interés subjetivo se dirige al punto crucial de la
elaboración institucional en el proceso avanzado de la economía financiera y la
producción tecnológicamente sofisticada y, en algunos aspectos, futurista. La
concepción individual de la libertad puede provocar la sumisión de un número creciente
de individuos, a los que se les ha acostumbrado a esperar las intervenciones correctoras
del Estado social. El anacronismo virtual es representado por el partidocracia (pro toto,
por el todo) que ambiciona contribuir utilizando el convencimiento a prodigar fórmulas
compensatorias de la virtud en su formulación absoluta. En las sociedades clasistas, la
partidocracia es coherente con las proposiciones de principio, en virtud de las cuales se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 885

dirime la forma más adecuada para satisfacer las expectativas históricamente más
ineludibles. Pero en las sociedades globalizadas (económicamente descompensada
respecto a una auspiciada uniformidad política y normativa) es inadmisible la ayuda de
diferentes o contrastantes soluciones societarias, culturalmente aceptables y
homologables en el lógica termidoriana de la simultaneidad transformadora. El aparato
productivo y el sistema compensatorio de la fuerza-trabajo se relacionan desde una
lógica caduca que, por un lado, tiene como fin el beneficio del capital y, por otro lado,
persevera ostentosamente en inventariar las diversas áreas del planeta en aras de una
gratificación mercantil, en la satisfacción de las necesidades primarias y
contextualmente en adquisiciones superfluas, de modo que ambos fines se consideran
como dos filones conflictivos y conflagrantes del «progreso» tecnológicamente
ennoblecido por la laicidad del Estado-nación, cada vez más orientado a notificar a la
nación las funciones propias del Estado. La ciudadanía, el respeto de los derechos
civiles, la libertad de expresión, de asociación y de representación son características de
las naciones que, gracias a la economía financiera, no reconocen a los límites físicos
ninguna forma de atracción emotiva y menos aún de anotación memorativa.

La supervivencia de la humanidad en su expansión demográfica constituye la


problemática (esencial) de la época contemporánea. Cada referencia al pasado encuentra
difícil comprensión en las generaciones tecnológicamente equipadas y condicionadas
por el propósito de justificar su total aprensión por las innovaciones a cambio de los
condicionamientos, también útiles culturalmente, con los que se habrían encomendado
al examen ideológico. La ausencia de una dialéctica reflexiva –la caída del muro de
Berlín y la conocida como caída de las ideologías– que justifican las diferentes
elecciones políticas alternativas se debe a la necesidad natural, en el que la actualidad
está empeñada. El fin de la ortodoxia ideológica es el síntoma de la contemporaneidad,
derribada por las fuerzas contrapuestas del bienestar colectivo y la perversidad
individual. Ambas fuerzas se presentan como caducas e ineludibles. Su conspiración es
el alma de la movilización general, que no es tal porque de hecho admite, como
salvífica, un tipo de ataraxia fortalecida civilmente por el desempleo y el desengaño
social. Las múltiples cofradías rehabilitan el pietismo medieval, que se establece en la
dinámica consuetudinaria garantizando un intimismo sin conocimiento de causa en la
fraudulenta osmosis conductual. El yugo de las tiranías dinásticas es frustrado por el
anonimato financiero, que esconde los costes (humanos) y los beneficios (económicos)
886 RICCARDO CAMPA

siguiendo criterios de selección y realización que solamente tienen en cuenta la


realización del provecho. El mesianismo contemporáneo se introduce en las conciencias
operantes como un mal necesario, para afrontar como si fuera un sortilegio, que se
configura de forma concreta (y racional) para mejorar las condiciones objetivas a nivel
planetario. La ampliación del sistema democrático alienta el circuito virtuoso de la
economía global. La inercia social es, en algunos casos, ventajosa económicamente y
por lo tanto moralmente no condenable. La pasividad, el paro y el agnosticismo son los
nuevos componentes orgánicos de la «aldea global» de Marshall McLuhan. La coerción
en el estado contemporáneo es implícita a la programación económica, a los modelos de
desarrollo y a la rapsódica uniformidad de las conductas. Los alambiques de la vida se
convalidan en la elección de los productos del aparato tecnológico. La improvisación es
una variable difusiva de los instrumentos que generan el consenso y que propulsan la
legitimación de las empresas intelectuales y estructurales que se realizan siguiendo el
criterio de la conveniencia. La consecución del equilibrio geopolítico no constituye una
meta rígida e inmediata, sino flexible e indeterminada temporalmente según las reglas
de la sucesión y la coherencia. El dolor teológico deja su lugar al sufrimiento físico, que
puede ser al menos controlado y reducido en su desoladora persuasión subjetiva. La
intolerancia se declina en la exasperación, que impide a la sensatez de acostumbrarse a
la congerie de las reivindicaciones no realizadas por los grupos subalternos,
inopinadamente intransigentes. «En las revoluciones modernas siempre ha ocurrido que,
mientras que el dinamismo intrínseco del esquema de la revolución ha producido
doctrinas cada vez más extremistas, las masas inarticuladas han sido cada vez más
indiferentes y hostiles a la mentalidad revolucionaria»18. En las sociedades democráticas
la sabiduría prevalece sobre la fuerza, donde la conciencia cognoscitiva se vale de una
energía que compensa todas las insolvencias concretas y a veces idiosincráticas. La
naturaleza humana se somete a la disciplina y considera que el orden es el atributo
fundamental de la convivencia pacífica y civil. La virtud afecta al restablecimiento
social de la armonía natural, dada por descontada, a pesar de las falsificaciones
conceptuales, que serpean en el conocimiento. Su objetivación relaciona los principios
inspiradores y los criterios interpretativos de la realidad que contrastan, se alternan y
complementan entre sí. El moralismo, sin embargo, puede ser dañoso para la libre
determinación individual y para el ejercicio de la participación colectiva en la toma de
decisiones. La espontaneidad corrige la arbitrariedad y la hace refractaria a cualquier
ingenioso entreacto consensual.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 887

Las revoluciones democráticas, al fijar su atención en conseguir el consenso (el


más amplio consenso) popular, se libran de tener que ennoblecer a una personalidad
paradigmática, para que pueda contar con el más amplio aprecio. El principio de la
legitimación queda liberado por así decir del anonimato. Como si de una acción penal se
tratara, el sujeto es considerado responsable con los atenuantes y los agravantes, propios
de las circunstancias individuales (de los orteguianas circunstancias), así en la vida
identitaria de un pueblo se hace referencia a una figura de relieve, al que se le asignan
atributos de prosperidad, que sirven para facilitar su ímpetu cohesivo y determinativo en
el recorrido histórico de la vida comunitaria (social). La virtud se cercena como una
perspectiva inmunitaria de los inevitables hundimientos de la condición humana. La
«dictadura» de la libertad, que Saint-Just encuentra en Robespierre, es el epítome de la
imaginación consuetudinaria, el paraíso de la contingencia terrena. El léxico viene en
auxilio de toda manifestación institucional, que tenga la pretensión o la fuerza de
conquistar la inquietud existencial en un orden normativo, que teme el caos, el bellum
omnium contra omnes, el taedium vitae, la diferencia y la indiferencia interindividual.
La participación política siempre se presenta como una ocupación anómala con respecto
de las aparentemente naturales. Consiste en una especie de empatía involuntaria, con la
intención de ejercer, contando con el favor del prójimo, los intereses subjetivos y de
convencerse de que las formas de gobierno (individuadas por Aristóteles en tres
positivas y en tres degeneradas, superadas por el gobierno mixto) adoptadas
circunstancialmente, satisfacen las prospectivas ideales y convenientes. El gobierno es
la pretensión de los individuos de reconocerse múltiples y subsidiarios, según las
perspectivas económicas, atribuibles a la inventiva, al necesitarismo biológico, a la
voluntad de afirmarse en el universo neumático de la fantasía imitativa y de la
contemplación. Las camarillas y los complots materializan las adversidades que se dan
en la comunidad y las hacen insostenibles sin la ayuda de una ceremonia catártica, que
restablezca el Bien en su sentido ecuménico y que reduzca el egoísmo subjetivo a las
pretensiones templadas del éxito personal (admitido este como un hecho providencial de
las normas en vigor). La preceptiva encomiástica de cualquier régimen político
(democrático o totalitario) se identifica siempre con el reconocimiento de un absoluto
(Dios, el pueblo; la materia-energía; la contingencia terrena, el premio celeste; el
monopolio del ser, la inmortalidad de lo existente). La piedad cívica se confronta al
orgullo nacional. La virtud es la categoría interpretativa de la dinámica social: cuanto
más intensa es la experiencia colectiva, aparece de forma más consistente el aparato
888 RICCARDO CAMPA

propositivo y consecuente del Estado. El perfil exponencial del orden público es aquel
en el que las pasiones individuales se ajustan (aunque artificialmente) con la razón
objetiva. La práctica prefiere la iconoclastia a la metafísica, entendida como la
explicación y la superación de los anacronismos y las contradicciones existenciales. La
recompensa (terrena, celeste) influye en todas las resoluciones del étimo conductual. La
codicia, considerada como la causa del desorden social, para ser dominada, debe
encontrar respuesta en una categoría (como es la donación de los beneficios espirituales)
que la supere. La pobreza –protervamente exaltada por el misticismo y el monaquismo
medieval– entra en conflicto con el lujo y el derroche de los recursos, que los grupos
acomodados desean tener como reflejo condicionado de su éxito, tanto de forma
inventiva y realizara, como bajo la forma de justicia distributiva. Quien más posee, más
se impone en el ring de la existencia, asegurando así un tipo de selección cultural de la
especie, que sin embargo tiende a perpetuarse lo justo como para permitir los desniveles
existenciales, en los que, según Ilija Prigogine, consistiría la condición humana. Se
piensa que el vicio es una perturbación social, que sin embargo resalta la inacción o la
actividad bajo el disfraz de la solidaridad. Mediante la práctica degenerativa de los
esfuerzos sociales se realiza un régimen de referéndum de la sostenibilidad del Mal,
como antídoto del Bien, en la inevitable habilidad existencial de cada ser, que aspira a
configurarse como al protagonista más o menos consciente de la teleología natural.

El mundo en que todos seamos ricos es inadmisible, mientras que sí es posible


un mundo en el que todos seamos pobres. El nivel de la pobreza, se identifica con el
estado natural, con la condición germinal, originaria, del género humano, antes de la
invención de los instrumentos y de la identificación en el trabajo (en la división del
trabajo). Pero es esta aparente, originaria, igualdad la que genera los conflictos y la
competencia. El instinto de supervivencia se refleja en los individuos de modo irregular,
se huye de la moral, que se asigna incautamente, para evitar las formas radicales e
irrevocables del desequilibrio antropológico y ambiental. Las doctrinas prácticas y
contractuales son la superfetación (o la sublimación) de las estrategias, por las que la
desigualdad absoluta se conforma al régimen de la igualdad relativa. En todos los
órdenes, en los que se proclaman la libertad y la igualdad, estas categorías se entienden
como términos relativos y aproximados. El completo régimen de una y de otra categoría
consistiría en la frustración de cualquier tentativa de modificación, en la que confía la
dinámica social e, icásticamente hablando, el progreso. Por esta razón, los teóricos de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 889

revolución francesa sustentan que la propiedad privada no es un derecho natural sino


una convención social, una facultad, a través de la cual cada individuo circunscribe su
ámbito promocional y propositivo. La igualdad natural es una metáfora de la creación.
Efectivamente, la peculiaridad identitaria, que en la época contemporánea se detecta
biológicamente, no se puede trasmitir (como la experiencia) si no es mediante
estrategias, similitudes, analogías, formas penetrantes de actitudes consideradas cultural
y moralmente ennoblecedoras. La garantía de la posesión vuelve a ser una de las tareas
del Estado, que puede restablecer, donde se comprueba que es necesario, el equilibrio
económico y social en sus ámbitos imperativos. Y, a la inversa, haciendo referencia
propiamente al derecho y a la libertad natural (y virtual) no prescribe la armonía social,
la igualdad de oportunidades y las circunstancias como presupuesto de las realizaciones
globales. El metabolismo social se libera en un plano energético diferenciado, de
quienes llevan «ventaja» en la perpetuación. A la igualdad (potencial) de los derechos
no le corresponde la igualdad de los recursos, necesarios para dar consistencia y
prestigio a la iniciativa individual. Mientras que la naturaleza no manifiesta reacción
alguna frente al inicuo reparto de las riquezas, en el plano social, el morigerado criterio
de su admisión salva el desnivel natural (pensado como inevitable) y rehabilita el moral,
reforzado por la pietas, por la solidaridad y por el sentimiento común de la pequeñez de
la existencia y de la arbitrariedad (sacrificial) del fin. El trabajo atenúa el vicio y
amplifica las dimensiones de la virtud. El sacrificio –que tiene un étimo religioso– se
considera una prueba, impuesta por las condiciones objetivas, tanto en un sentido físico,
como metafísico: para defender la patria o para exaltar una convicción, un principio. La
inactividad y el ataraxia son incumplimientos permitidos por el metabolismo natural,
pero condenados por el orden social, dinámicamente operante, en sintonía con los
cuerpos celestes y los microorganismos, que vivifican y mortifican los contextos vitales
en los que actúan. El trabajo, por lo tanto, prioriza el respeto recíproco, la división del
bienestar (y del malestar) que produce (y provoca) en los sistemas de creencias y de
agregación, donde se manifiesta de forma necesaria.

La pobreza es una condición natural; la indigencia es un signo social. La primera


existe en las diferentes conjeturas e inquietudes de la condición humana; la segunda se
realiza en la economía de un orden institucional, ayudada por filosofías, ideologías y
conjeturas de la experiencia. El aspecto geométrico de la moral se realiza en su
implícito finalismo: cumpliendo algunas reglas de comportamiento se consiguen
890 RICCARDO CAMPA

objetivos generalmente admitidos como adecuados para la consecución de una pacífica


coexistencia social. Las diferencias climáticas –según el estudio etológico de Konrad
Lorenz– inciden en el carácter humano sin asechar su interacción con la diversidad. La
uniformidad es una abstracción conmutativa de la igualdad, basada en los aspectos
evidentes, estadísticamente detectables en las comunidades. La normativa institucional
puede tener en cuenta las diferencias propedéuticas de la morfología social unitaria,
pero se propone como fin la objetividad. La pertenencia al planeta Tierra implica tener
en cuenta al menos sus diferentes temperaturas. La opinión registra las diversidades,
pero sobreentiende su traducción en una ecuación que las comprenda en aquella unidad
de campo, de la que Albert Einstein no renuncia a investigar su configuración
(energética). En la dinámica social se evidencian las mismas discrasias del microcosmos
y, contextualmente, se propicia la equivalencia, según un canon interpretativo, que las
comprenda y, dialécticamente, las supere.

La dificultad de conciliar los derechos humanos con los derechos positivos


incumbe a todos los órdenes institucionales, a los que de hecho se les impone la
inspiración en el liberalismo o en el socialismo, en el intento de satisfacer las exigencias
que electoralmente son señaladas por los sondeos realizados temporalmente. El
dualismo doctrinario, que concierne la existencia de los gobiernos contemporáneos, es
el resultado de aquella profunda agitación doctrinaria, política y social, promovida por
la Ilustración y por la Revolución francesa, y basada en el concepto de propiedad
privada o propiedad pública, quedando en suspenso el principio de que la una pospone a
la otra y viceversa, sin que la eliminación de la una o la otra constituya la resolución de
las problemáticas existenciales de los pueblos y de las naciones (modernas y
contemporáneas). La propiedad, en efecto, aparece como el espacio vital, por el cual se
manifiestan las energías creativas, que poseen a las comunidades y, al contrario, como
el escenario en el que se les concede a los individuos singulares la posibilidad de aportar
su propia contribución al bienestar colectivo. La disciplina del derecho natural y del
derecho positivo atañen a los sistemas realizados por la condición humana, inducida a
justificarlos, invocando la «mano invisible» (como aparece en el liberalismo de Smith)
o desacreditando (como sucede en el comunismo) no solo la presencia, sino hasta su
existencia. La búsqueda de una solución política, que salvaguarde, alternativamente, la
moral religiosa o la moral seglar, comprende el arco de la experiencia colectiva,
confortada o sufragada por las normas, que permiten reducir los conflictos al mínimo y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 891

confieren un carácter propedéutico al esfuerzo por la satisfacción (creativa, solidaria).


El mesianismo, implícito en toda doctrina política, se asegura sobre el pretexto
sistemático de las expectativas salvadoras del género humano en su escabrosa y exaltada
vida social. El redentorismo político choca con el providencialismo natural. En el
entreacto, se establecen las creencias míticas, religiosas (la más angustiada y difundida
es la de la «caída», el abandono forzoso del Edén para seguir la razón que regula el
curso de los acontecimientos y su perdición). La «religión civil» de Filippo Buonarroti
compensa la concepción trascendental de la nomenclatura cristiana, que el impulso
revolucionario condena, pero no rechaza, pues piensa que es parte integrante del tejido
conectivo de la humanidad. A la violencia social de Buonarroti se opone la concordia
mazziniana. La historia, vista por desde la perspectiva de las mutaciones genéticas,
encuentra cotejo en la contingencia reformista, en los ajustes neurálgicos
presupuestados por los revolucionarios-reformadores sociales. La revuelta –tal como la
describe Albert Camus en el siglo XX– es distónica de los órdenes consolidados,
aunque presagia su reconstitución al amparo de las idiosincráticas incrustaciones
consuetudinarias.

La unidad de las personas es el paradigma de la igualdad. Las realidades


históricas amplifican esta relación al punto de hacerla aparecer como anticuada. De
hecho, solo el carácter irrepetible de la condición humana «administra»
confidencialmente las afinidades y las divergencias como si fueran simples
manifestaciones vitales de una especie, interesada, como las otras, en garantizar su
permanencia. La contención de las ambiciones no reduce el tenor de la creatividad, que
solo en las estructuras igualitarias se manifiesta con cierta jactancia, percibida por los
«iguales» como fuente manantial de compasión por los menos capaces (los
minusválidos y los menos dotados intelectual y físicamente). En las sociedades
igualitarias, la creatividad individual se descubre como una «confrontación» natural y
por lo tanto justificada teleológicamente por las circunstancias históricas y ambientales.
Y la envidia biológica no desemboca en el contraste social. La «mano invisible» de
Smith también está presente en las comunidades, dónde las pretensiones subjetivas
pueden desahogarse solo virtualmente (ilusoriamente, según contractaciones
preventivamente beneficiadas por la fallida donación de bienes, sublimadas por un
implícito intento solidario). En las comunidades socialmente determinadas, las
desigualdades naturales se unen a las peticiones colectivas, frustrando las pruebas,
892 RICCARDO CAMPA

realizadas cuando las diferencias existentes en el potencial inventivo disputan algo


concreto. En las sociedades complejas, donde las estructuras tecnológicas permiten a los
individuos y a los grupos aportar innovaciones benéficas a amplia escala, la masa de los
usuarios se identifica con la masa de los contribuyentes. También en la economía
financiera, que está más influida por el azar y tienen menos seguridad jurídica, las
resoluciones potestativas conciernen un arco más amplio que el burgués, los
«acumuladores» de capital que utilizan para invertir en las empresas. En las sociedades
contemporáneas, democráticas y financieras, el consumidor se compromete, de forma
más o menos consciente, en las empresas que condicionan, con el ahorro, el trabajo
(individual y colectivo). La pobreza es, para los liberales, una handicap del que se es
responsable, y para los comunistas, un crédito, del que se tiene una conciencia
tumultuosa. La «honesta mediocridad», decretada en su estilo ditirámbico por François
Noël Babeuf, es un artificio retórico, con el que se define, por aproximación, la
«sociedad de los iguales». Efectivamente, para que se realice un régimen social de este
tipo, se necesita una modificación antropológica, que comporta una «visión de la
realidad» diferente de la experimentada en el tiempo con la ayuda de la razón, que no
contrasta con las sensaciones y la empatía, vigentes en la dimensión de la experiencia.
La mediocridad, significada por la honestidad, incide aproximadamente la compleja
vida humana. Si fuera posible reducir la existencia a un tipo de equilibrio exponencial,
su razón de ser disminuiría. La condición humana es –como el resto de los sistemas
vitales– el resultado de un concurso energético, que parece tener un ritmo alternado. El
contraste –al menos bajo el perfil energético– es, no solamente ineludible, sino
necesario para asegurar la supervivencia de lo existente. El problema del comunismo
consiste en creer que la satisfacción de las necesidades es una tarea del Estado, y al
mismo tiempo pensar que la igualdad de los recursos individuales es el presupuesto de
las propensiones intimistas. El dualismo entre el consumo y la producción en el orden
liberal es correlacionado por el empresariado individual; en el comunismo la relación
entre la creatividad individual es por así decir sacrificada a la gratificación colectiva por
razones humanitarias, de perseverancia solidaria, por la pacificación social. En el
liberalismo, la acción comporta la asunción del bienestar, que exige la ambición
subjetiva; en el comunismo, la acción individual es proporcionada al rendimiento
colectivo, en términos de adquisiciones cognoscitivas y de realizaciones prácticas. La
inevitabilidad de una o de otra solución confiere a sus correspondientes partidarios un
gravamen, que solamente el sentido común puede descifrar. La ortodoxia ideológica,
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 893

depositaria de una intrínseca propensión movilizadora, afronta el descrédito en términos


de oposición y de establecimiento de una problemática, que provoca que descanse en los
exegetas la responsabilidad de sus resultados concretos, conseguidos en el terreno
electivo, normativo y aplicativo.

El ejercicio de la soberanía encuentra un correctivo en la valoración que puede


desarrollarse públicamente, de modo que se hace evidente y permanente la relación
entre el elector y el electo, entre quien designa y el designado. La publicación de los
actos asegura su legitimidad. La transformación de la democracia plebiscitaria en una
democracia representativa supone su identificación en las instancias preventivamente
aprobadas y debatidas en primera instancia bajo la forma de opiniones, de elaboraciones
conceptuales y doctrinarias. La llamada pluralidad de opinión tiene que encontrar un
concierto, en las democracias de participación, en el debate cultural, que desemboca en
la convicción colectiva (por su naturaleza, diferenciada y en oposición, según una
unidad de medida que traduce las postulaciones de un signo en las conjeturas o en las
argumentaciones de otro signo). Las «mayorías insignificantes» son las que se fundan
en las sugestiones y en los estados de ánimo, incapaces de convertirse en propósitos
deliberativos. La persuasión es el propósito de la actividad didáctica, confiada a las
vanguardias intelectuales, no tanto dominadas por el frenesí de la innovación, como
ocupadas sobre todo en la salvaguardia de la justicia que, desde la República de Platón,
fundamentan los principios del ennoblecimiento de los recursos intelectuales y prácticas
del género humano en el patrimonio del conocimiento de las comunidades. El espíritu
de sacrificio está más presente en los individuos (aunque estén dominados por las
pasiones o por el egoísmo) que en las masas, entendidas como una agregación de
personas, para conseguir efectos relevantes «globalmente». La hiperactividad de las
masas frena los estímulos, que tienen particular relevancia, a los que se conforman
atrevida, general o hasta hipertróficamente algunas máscaras sacerdotales: algunos
individuos, que sugestionan las conciencias e imprimen a las masas el ímpetu de la
reconquista de no se sabe bien que abuso y por la que rehabilitan las virtudes
ancestrales, de los mitos de un tiempo recóndito. La actualización de las propensiones
masivas se realiza, generalmente, en la reivindicación de un bien poseído y luego
perdido por un compleja pérdida del destino. La hiperactividad, eximida de la
elaboración conceptual, por su naturaleza gradual y morigerada, se asoma hacia las
894 RICCARDO CAMPA

aventuras desordenadas, que esconden el atractivo de la fuerza primaria, germinal, de


los seres frente a los desafíos de la naturaleza.

Las vanguardias revolucionarias se justifican con el principio de la «voluntad


general», que no es la suma de las voluntades particulares. Este postulado conceptual,
que se confronta con la elaboración matemática y por lo tanto con la sistemática
cognoscitiva, es una adquisición por así decir genética. En la teoría de los números,
sustenta la argumentación coherente y consecuente. En la fisonomía social desarrolla el
papel compensatorio de las potencialidades silentes, que ciegan la conciencia operante
hasta cuando una «turbación» energética (una mutación genética) no actualiza su
acción. La sagacidad es un atributo calificativo de un estrecho círculo de individuos,
que se imponen actuar en favor de una causa de interés general. El pensamiento tiene
una función catártica y adquisitiva, según un nuevo orden de actitudes comunitarias y
relaciones sociales. El esoterismo, empleado para influir en las masas,
proporcionándoles la sensación de actuar en un universo transparente, lo favorecen la
propaganda y la publicidad, el mecanismo con el que propone resoluciones a nivel
visual y auditivo (votos, adquisiciones, rechazos, promociones) aparentemente lineales.
El empleo del léxico conjetural o interrogativo, unido a las capciosas composiciones de
las imágenes, permite realizar mensajes teosóficamente sofisticados. La propaganda
intensiva constituye, desde los tiempos de la revolución francesa, el instrumento con el
que un grupo de indiciados por el destino, culturalmente listos y fuertemente
comprendidos por las ineludibles llamadas de la historia, se hace cargo, incluso por un
período de tiempo necesario para asegurar la estabilidad institucional, de la realización
de un sistema normativo, habilitado para compararse en el escenario internacional. La
relación entre la legalidad y la revolución es comprometida temporalmente en la
primera fase de la sublevación popular, cuando la propaganda desarrolla un papel en la
toma de las decisiones antes que en la explicación de las causas, que determinan el
traumático cambio del curso de los acontecimientos. Los rebeldes son reformadores,
vileza de la «mayoría silenciosa», compuesta de silencio y conformismo. La revolución
tiene que subvertir las propensiones ataráxicas en sugestiones promocionales. La
impertinencia de los parias encuentra a menudo en la sublevación popular su momento
angular, en el sentido que descarga el resentimiento y la aversión por el ritual
consolidado «en otro lugar», que prefiere la afligida división de la inmediatez de las
decisiones. La revuelta coincide con la autoabsolución de las multitudes, animadas por
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 895

el estruendo de las expectativas mesiánicas. La exaltación es el elixir de las


revoluciones: cada hecho pasado se inmiscuye en los imaginarios hechos futuros. Ella
esconde la inadecuación de los órganos directivos, que se encomiendan a la
exasperación de los (primeros) conjurados, aspirantes a la gloria y a los beneficios
prometidos y anagramados en las prácticas preparatorias de la insurrección.
La constitución de un orden jurídico, que salvaguardan los distintos intereses (al
menos a nivel profesional), comporta la asunción de una cifra global de factores, que
pueden resumir (o mediar), los aspectos distónicos, que la experiencia comunitaria y
social evidencia en las diversas fases históricas de la condición humana. El pueblo es
una categoría global de intereses y competencias, que asisten a delinear el fortín
normativo del orden institucional. La unanimidad, entendida como el aspecto
persuasivo de la democracia, es el resultado de un consenso, templado por la empatía y
por la alternancia de los beneficios de los grupos sociales. La correspondencia entre lo
que se puede realizar y el consentimiento popular es el resultado de un acuerdo, que se
realiza con la convicción, en aquel estado de gracia dionisíaca, donde la argumentación
platónica constituye la validación de la conveniencia objetiva. La nación se configura
como una empresa, moralmente gratificada del trabajo y de la medida, con el que el
pueblo la disciplina, según las rentas que pueden obtenerse para beneficiar a todos los
miembros de la comunidad consolidada socialmente. El trabajo, entendido como factor
identitario, representa la resolución comunitaria más significativa que, por su
tramitación, influye sobre el mercado internacional y sobre las decisiones del concierto
mundial. Las asperezas del trabajo –incluida obviamente su pequeñez– forman parte
integrante y preponderante de las prerrogativas y de las alquimias gubernativas. A la
autosuficiencia económica se le une el equilibrio de la balanza de pagos, la relación
positiva entre las importaciones y las exportaciones. La lucha por el privilegio no
coincide necesariamente con la igualdad. Los cánones de la diferencia también pueden
existir en las democracias, sustentadas por el principio de subsidiaridad y de
complementariedad. La vanidad es la insidia de las democracias, que confían en la auto-
valoración crítica de cada ciudadano, que reconoce en el semejante a un indispensable
compañero de la vida existencial. La difusión del conocimiento representa un
contrafuerte emotivo en relación a la superficialidad. El desafío más inquietante es la
relación entre la igualdad política (y social) y la promoción de las artes,
dilemáticamente ambientada en una atmósfera sobrecalentada e irregular.
896 RICCARDO CAMPA

El progreso comprende las modalidades innovadoras de una minoría, que se


hace cargo de las condiciones objetivas, en el sentido mejor e ineludible, con la ayuda
de la razón. La convicción de que la soledad del hombre puede estar condicionada por
su vocación creativa descansa en el fundamento de la religión laica. La legitimidad de
las vanguardias científicas es de naturaleza genética, por lo tanto evolutiva. En su
intrínseca determinación, el género humano es llevado a utilizar la razón para hacer
patente su apego a la existencia. La teleología contingente reivindica el encargo
cósmico absoluto de los seres mortales, que se proponen connotar los mismos
pensamientos y los mismos actos con las convicciones que pueden realizar y de las que
son responsables en la experiencia terrena. La democracia totalitaria por tanto es el
propósito de acción que se practica en providencialmente, vueltos al género humano en
su totalidad y en su diferente configuración. Ella adelanta el cumplimiento de la fase
evolutiva del género humano, destinado a considerar la razón como la única forma de
redención. El bienestar, como conocimiento de la supervivencia, es el circuito natural,
en el que se reverberan los recursos inventivos de los individuos en el universo, por su
esencia, proditoriamente global. «La idea del orden natural (o de la voluntad general)
del siglo dieciocho como fin alcanzable, más bien inevitable y resolutivo, engendró una
actitud mental desconocida hasta entonces en la esfera política, o lo que es lo mismo
engendró el sentimiento de un progreso continuo hacia una solución del drama
histórico, acompañado por una profunda conciencia de una crisis estructural e incurable
de la sociedad existente. Esta actitud mental encontró su expresión en la tradición
democrática totalitaria»19. La razón tiene en si la señal de la virtud, que puede hacer real
el aspecto ilusorio del mesianismo político. La percepción de un universo purificado por
la razón permite prever órdenes normativos conformes, tanto a las propensiones
naturales, como a las elaboraciones mentales. La sublimación de las pasiones es la
forma homeopática de la racionalidad, de la tensión creativa, que tiene como objetivo
los resultados, que son al mismo tiempo evidentes y recónditos. Y es esta anotación
supletoria de la empatía creativa la que hace pensar en el progreso como el destino más
adecuado a la condición humana. La superfetación de las actitudes individuales supone
un tipo de exteriorización forzosa, de energía impositiva, que desaliente el nacer de las
patentes reluctancias innovadoras. La destrucción –aunque sea rapsódica– de los
órdenes intermedios entre el hombre y la naturaleza (la familia, la propiedad, el Estado)
disminuye al hacerse un acuerdo de íntima determinación entre el pensamiento y su
resultado concreto. La unión entre lo que el hombre considera que es necesario para
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 897

mejorar objetivamente y lo que se interpone a esta perspectiva se piensa que tiene un


origen natural. El hecho de que el curso de la humanidad se haya significado de
sugestiones emotivas, al amparo del temor ancestral y del complejo de intermediación
entre la pequeñez de la existencia humana y la magnificencia natural, no contrasta con
la sobrestimación de la razón en una fase de la convivencia civil, en la que los conflictos
ponen constantemente en tela de juicio la potencialidad salvífica del género humano en
su osmótica fabulación terrena.
La democracia plebiscitaria se desarrolla en las dimensiones ecuménicas, donde
la razón se consuela con las emociones, flébil o intensamente dirigidas hacia un sentido
simbólico, que las exorciza de la conflagración. La coerción democrática no es otra cosa
que la reductio ad unum de las múltiples manifestaciones emotivas, que se manifiestan
libremente en el ágora virtual del debate y de la creencia conceptual. La dificultad de
conciliar el propósito de la mejora objetiva, salvífica, con la libertad individual está en
el origen de la determinación totalitaria. «Ésta es la maldición de las creencias
mesiánicas: nacer de los impulsos más nobles del hombre y degenerar en los
instrumentos de la tiranía»20. La causa de tal fenómeno se debe a la convicción de que la
razón es una característica natural del género humano en su evolución fisiológica y que
su razón de ser descansa en realizarse en formas más evidentes y circunstanciales que
las que se hicieron en el pasado (más o menos remoto) de la condición humana. El
hecho de que la razón sea problemática e inquisitiva no denota su incontrolable papel
decisional ayudado de un ímpetu providencial y salvífico. Son sus resultados concretos
los que hacen incontrovertibles sus aportaciones conceptuales. La libertad de estar a
favor o en contra de la razón es abiertamente un contrasentido desde el momento en que
esta alternativa es intrínseca a la razón misma. La ortodoxia racional es un atributo de
tenor religioso, que no le pertenece. Como todas las resoluciones fisiológicas, su
perseverancia se une a la problematicidad, según los sondeos temporales y
temperamentales propios de la naturaleza humana. El mesianismo político es el esfuerzo
de la resolución crítica de los propósitos de los individuos y de los grupos en el clima
existencial. La libertad, racionalmente determinada, es, por su esencia, controvertible
con las mismas categorías mentales que la caracterizan. La convicción absoluta no es
optativa, aunque la incertidumbre racional la contempla como una efeméride de la
legitimación. La convicción racional no es absoluta. El empleo extremo de la razón con
fines potestativos, como ocurre en las revoluciones modernas en Occidente (en Francia)
y en Oriente (en Rusia y en China), responde a la concepción consolidada de la razón de
898 RICCARDO CAMPA

Estado. En el contexto científico perseveran la incertidumbre aproximada y la criticidad


decisional. Por otro lado, el irracionalismo tiene una función derivada: critica el
racionalismo como doctrina resolutiva de los fenómenos naturales y de las
convenciones sociales. Las doctrinas políticas del siglo XIX y, de forma residual, en el
siglo XX, unen la libertad y la economía en un silogismo natural, que encuentra cotejo
en las profundas agitaciones políticas e institucionales, que interesan a una notable
región del planeta. La mejoría económica a nivel planetario tiene una caracterización
mesiánica, aunque para conseguirla se realicen formas inconmensurables de libertad
individual. El mercado, en efecto, desde su origen, que es propedéutico a la mejoría
colectiva, se resguarda, en su función distributiva de beneficios socialmente valorables,
de la smithiana «mano invisible», sin la cual la libertad empresarial, de nivel subjetivo,
puede deformarse en el absolutismo despótico y opresivo.

La creación y la constitución de los conocidos como poderes intermedios son


esencialmente quienes legitiman las democracias liberales, que se desarrollan en las
democracias económicas, a través de un demoníaco factor totalizador: el dinero y el
mercado terminan por sacrificar a la divinidad occitánica del deseo de todas las
categorías gentilicias, con las que se prescribe un orden normativo de carácter
democrático y de participación. El poder del Estado y el centralismo igualitario
implican una afirmación determinante, de connotaciones implícitamente totalitarias. La
dependencia (del Estado, de la economía, de la ideología, de la creencia religiosa, de la
mística de la acción) está inevitable asociada a la condición humana, combinada de
modo que la conducta individual y la conducta colectiva sean previsibles. La libertad,
por tanto, consiste en creer que la asociación es el hemiciclo de la actividad (facultativa,
promocional, compromisoria) permitida y garantizada según un modelo ideal,
preventivamente como pensado como capaz de mejorar las condiciones objetivas. La
pantomima de la opresión del individuo en el engranaje del Estado –del átomo
extraviado en el firmamento de las ficciones jurídicas– es un apéndice de la concepción
liberal. La dimensión de la acción social virtualmente planetaria, independiente de la
realidad geopolítica donde se determina, hace justicia, en los modernos sistemas de
comunicación e interacción, a las estentóreas diferencias que componen las instituciones
tradicionales. La posibilidad de innovar y subvertir lo existente consiste en practicar, en
las estructuras activas, los impulsos que soliciten su potencialidad productiva. El alma
de las cosas está en el mecanismo que las produce. Y la libertad en el sentido tradicional
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 899

se identifica con la cuantificación del bienestar que un aparato productivo logra


asegurar a un número potencialmente irracional de seres humanos. La organización
política subyace siempre a una preventiva determinación ideal (ideológica) que rasguña
las consolidadas certezas para insertar otras en el circuito cognitivo de las comunidades,
donde se presagia la llegada de una nueva época. La dependencia de una entidad
abstracta, como es el Estado, es hiperactiva e idiosincrática frente a la sumisión
interindividual. Más que para otorgar autoridad funcional al Estado, son los propios
individuos, los que desean diferenciarse –dentro de un límite– entre sí, en el intento de
dibujar, cada uno según sus propósitos, el «perímetro» de la libertad. El hecho de poder
pensar y de actuar libremente se deduce, en efecto, de una armonía (un sistema) de
limitaciones, que fortifican a contrario las variables que actúan en los individuos
singulares. La unanimidad de las decisiones atenúa la libertad individual, que se ejerce
en la diferencia del potencial disquisitivo y de actuación que obra en cada institución.
Las leyes, en efecto, para configurarse como tales tienen que prever y prevenir en la
colectividad, que las cumple, la prevista, minoritaria transgresión. El Estado y la
soberanía popular no son antitéticas, sino interactivas. Sin el Estado, la voluntad popular
no tendría efectos prácticos. La consecuencia de una decisión consiste en su facticidad
concreta. La sublevación popular se realiza en la denuncia de su fallido o inadecuado
funcionamiento.

En la concepción marxiana, el Estado, como conjunto de los intereses burgueses,


desarrolla formalmente una función que altera la originaria. La degeneración del Estado
se debe a la sectorialización de los intereses protegidos y a la negligencia del cuidado
colectivo, sobre todo cuando las clases económicamente hegemónicas se alternan
política, económica, institucionalmente. Definir como «monumento de superstición
gótica» a la Cámara de los Lords es un ejercicio literario que tiene un atractivo
lingüístico. En todo caso es la primera expresión anti-aislacionista de la comunidad
políticamente impelida a decidir sobre el destino. La práctica parlamentaria es un
itinerario procesal, a través del cual los miembros de un orden político se proponen
facilitar su experiencia existencial. «Lo que hace que el Estado adquiera la plenitud de
su noción –escribe Marchel Gauchet– es lo que la hace simultáneamente impensable
para su efectividad. La revolución en el nombre del derecho se transforma en una
prueba de los límites del pensamiento político según el derecho»21. El terrorismo es el
aspecto convulso del reformismo totalizador. Para conseguir los resultados
900 RICCARDO CAMPA

ideológicamente debatidos como necesarios de forma inmediata es inevitable el recurso


a la violencia, que se conmuta, en la fase subversora del régimen en vigor, en un tipo de
exorcismo fideísta, cercano al mesianismo salvador del reformismo social. «El
descubrimiento de la historicidad propiamente dicha, tal como aparece en su más
potente expresión en la Fenomenología del espíritu de 1807, procede de una doble
radicalización de la perspectiva del progreso»22. La movilización general es promovida
por el visionarismo de unos pocos, ocupados en otorgar racionalidad a la imaginación,
para asegurar el bienestar colectivo, y para que sea percibido como tal por la multitud de
los usuarios. El carácter sagrado de los gestos (demagógicos, populistas, amenazadores)
pierde vigor en la sociedad moderna, en la que la operatividad (el empresariado) supone
la síntesis de las diversas iniciativas que impulsan resultados concretos y
controvertibles. El sujeto colectivo se armoniza con la universalidad. La representación
escénica de la universalidad es la red de las comunicaciones, que obran a favor de la
difusión del conocimiento, pero predominantemente respetando el necesitarismo
naturalista (que concierne el deseo del uso de los objetos). Y es en esta síntesis de
necesidad y satisfacción de la misma donde se exterioriza compulsivamente la
subjetividad dentro de la autonomía. «Forjándose en el tiempo, la humanidad aprende a
conocerse, a comprenderse, a saber por que ella es como es, esclareciendo de dónde
viene y discerniendo a dónde va –en una palabra– reflexiona»23. La perspectiva del
progreso incluye la revisión del pasado a tenor de los criterios innovadores, que se
utilizan para preconizar el futuro. Pero la impracticabilidad de una metodología
consecuencial induce, en la época moderna, a confiar en la inconstancia de los
fenómenos naturales y a pensar en la posibilidad de registrarlos estadísticamente. La
cuantificación de las calidades conceptuales sucede a las manifestaciones de la
naturaleza (sea humana, sea en el más amplio espectro fenomenológico) tal como se
configura en el imaginario colectivo, que es la ficción escénica de la elaboración
racional. El reconocimiento de la totalidad es una aproximación estadística: una
resolución selectiva sobre la base de anotaciones paradigmáticas y representativas. La
libertad individual se refleja en las fases del conocimiento de las encuestas estadísticas,
efectuadas, tanto para interceptar los humores de la colectividad, como para prevenir las
reacciones (positivas de aceptación o negativas de rechazo) que siguen a la aplicación
de una medida o a la puesta en obra de un mecanismo que actualiza una tendencia, que
se considera ineludible (y por eso mismo inolvidable).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 901

Los automatismos de la economía de mercado simulan las instancias cognitivas


de los individuos, ocupados en las organizaciones institucionales y en los aparatos
productivos a dar relevancia al gusto y a la satisfacción estética, comúnmente
reconocida como cautivante y poéticamente perturbadora. A principios del siglo XIX, la
sociedad reivindica una autonomía predictiva y decisional, gracias al desarrollo de la
industria y de la hegemonía, que asume la tecnología, y por lo tanto la artificialidad. La
historia se presenta como el recorrido de la memoria, donde preconizar la llegada de una
dinámica previsiva, difícilmente refrenable en los cánones explicativos de la tradición.
La extemporaneidad resume las tensiones políticas y sociales del siglo de la ciencia y de
la emancipación de los pueblos y de las naciones. Los nuevos órdenes institucionales se
consolidan sobre la base de sus prerrogativas históricas, sin negarse a la tarea de
desatenderla para innovarse, o en todo caso modificarse en una teleología social más
compleja. «Se descubre así un nuevo continente de pensamiento y de acción que se
amplía en la medida que se explora. Ofrece un campo insospechado para las empresas
individuales y colectivas»24. El escenario histórico se extiende horizontalmente,
anagramando las diferencias verticales de modo que puedan traducirse desde los
esquemas conceptuales en vigor. La ciencia moderna, en efecto, puede dar al pasado
sentidos hasta ahora eludidos o incomprendidos. La arqueología del saber permite
«visitar» el pasado con instrumentos de investigación tecnológicamente sofisticados,
con los que poder tomar registros que sean comprensibles en el presente. Se realiza, sin
que sea pensado en estos términos, lo adelantado por Benedetto Croce sobre la
concepción del pasado como un aspecto emoliente de la reflexión del presente. Los
totalitarismos y las democracias liberales del siglo XX se resienten de una profunda
revisión histórica, formulada en términos propagandísticos. Las vanguardias políticas,
artísticas, científicas y literarias se valen de un sistema de aproximación, que pueden
llegar a interesar y a convertir a un público culturalmente heterogéneo y étnicamente
numeroso. Los fantasmas revolucionarios (tanto los de matriz materialista, como los de
las vocaciones liberales) eclipsan las aportaciones de la ciencia. Mientras en el
Ilustración es el conocimiento el que promueve la igualdad, la humanidad, la
fraternidad, en el siglo que precede y determina el Romanticismo, es la especulación
cognitiva en acto la que pretende implicar físicamente más que intelectualmente un
mayor número posible de personas. Cuanto más precario es el equilibrio político e
institucional, más profundo y contaminante a nivel interregional e intercontinental es el
síntoma del trastorno.
902 RICCARDO CAMPA

La conciencia histórica coincide con la frustración de los atributos y las


aposiciones, que la crónica y el cuento tradicional incluyen en su construcción expresiva
para llamar la atención, para suscitar el interés, de quienes se aventuran en los
hemisferios de lo recóndito, del pasado reciente, de la inmediatez. La contingencia
experimental reduce a una simple sugestión las tramas exegéticas de la reconstrucción
arqueológica y documental de los acontecimientos, que se creen, al menos
consecuencialmente, conexos con la experiencia fáctica, dotada sin embargo del crisma
de la decisión. Las formas de gobierno, que se prefiguran como adecuadas en el siglo
XX, recuerdan los paradigmas doctrinarios, consolidados por el examen argumental y
por el tenor institucional. Pero su aplicación resiente un grado de deformidad, debido a
la mutación genética, que actúa en el interior de los diferentes órdenes normativos,
invadidos por el conocimiento innovador e intensamente distinto de las formas
consecuentes y coherentes del pasado. La perspectiva del progreso contamina las
mentes de cualquier tipo de sugestión y compromiso, para conseguir su consentimiento
(su adhesión). La implicación emotiva es el aliciente del beneficio de quien utiliza la
ambientación ideal del bienestar general para regir los diseños (los intereses) subjetivos,
proporcionados, con o sin moderación, con los del prójimo (entendido en su sagrada
concepción de la presencia del ser en el mundo, en total proporción con los diseños
celestes). Los reformadores sociales se transforman en misioneros, permitiendo que la
propaganda proyecte al visionarismo colectivo los resultados de la inventiva individual,
organizado, por su naturaleza estructural, en el aparato productivo. El siglo XX
comprende en sus formas modificadoras de la condición social los destinos del género
humano en su totalidad y en complejidad. La universalización del derecho otorga a la
actividad empresarial una garantía de particular relevancia contra las infracciones, que
el egoísmo puede engendrar, también perjudicando a los actores determinados
legalmente. Los vínculos de las normas permiten que la operatividad se manifieste sin
intercesiones (más o menos interesadas en desbordar los límites de la regularidad). La
historia registra la heteronomía en los términos de la autonomía, en el sentido de que
entrega a la reflexión crítica los estilemas exegéticos con los que se han perfilado las
analogías y las diversidades en el proceso de aculturación del género humano. La
Restauración –que sucede a la revolución francesa– es un convenio institucional (el
parlamentarismo y la hegemonía burguesa), que facilita la llegada de los grupos
emergentes según un modelo interactivo basado en el empresariado.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 903

Pero la unión conceptual entre la Ilustración y la Modernidad está determinada


por el Romanticismo, que se propone dibujar una epopeya mental de la humanidad
mucho más remota que aquella, aunque de particular relevancia, de la hegemonía de la
razón. El sentimiento, considerado el antídoto de la razón, restablece su papel
quiliástico en el clima aún influido por la mitología, por las nenias y por las
fabulaciones del pasado pretérito, circunstanciado en las sagas, en las creencias y en las
lenguas de la torre de Babel. La problematicidad del sentimiento se conecta con la
sistematicidad de la razón para permitir al patrimonio cognoscitivo recapitular los
acontecimientos, que en apariencia parecen distónicos, pero que son complementarios
sustancialmente. El espíritu absoluto es la formulación generosamente amplificada del
conocimiento establecido metodológicamente por la emoción y por la razón, según una
actitud globalizante, que invita a la mente a un conocimiento general y difundido de las
realizaciones efectuadas en las diversas instituciones de los compromisos
intergeneracionales. «La noción consensuada para designar este proceso de totalización
del trabajo de la humanidad sobre sí mismo será la de civilización»25. La relación entre
singularidad y universalidad es propia de la empresa civilizadora, practicada por un
universo tecnológico, tendencialmente uniforme. La subjetividad se vuelve autónoma en
los paradigmas de la iniciativa y del empresariado, en los parámetros del beneficio
colectivo, pensado faustianamente como salvífico. El conocimiento según los criterios
de participación de Hegel tiene una configuración totalizadora, que no admite sin
embargo ninguna alternativa, si no es la misteriosófica, capaz de anagramar las
expectativas humanas en efemérides cósmicas. La conciencia retrospectiva se confunde
así con la evanescencia futurística. El equivalente del nirvana es la aprensión por lo
desconocido de la creación. La concepción providencial de la historia se hace exotérica
en la apatía y en la confusión semántica de los términos que la connotan. La
comercialización de las ideas, que es obra de los mercaderes en el Edad Media y que en
el Renacimiento es un postulado en la creación de las realizaciones políticas,
garantizado por el ahorro colectivo y por los bancos, en la época moderna consiste en
hacer discutibles las propuestas subjetivas, que se vuelven efectivas cuando reciben el
crisma de la legalidad institucional en las que gravitan, presumiblemente por su
pertenencia. La ampliación del perímetro operativo hace indiciaria la observación
pública de la utilidad al menos de las iniciativas individuales o colectivas, orientadas a
la consecución del bien común.
904 RICCARDO CAMPA

El progreso implica la admisión de un recorrido de los acontecimientos –de


perfil antropológico– necesario y por lo tanto ineludible. Por un lado, la Ilustración
proclama la hegemonía de la razón y, por otro lado, admite una tendencia natural, por su
íntima significación, selectiva. La contemplación medieval se define por tanto como la
espera del género humano de aquella mutación genética que, aunque imprevisible, se
prevé como la tensión energética, necesaria, para que las características ambientales –y
por lo tanto psicológicas– cambien en función de una condición objetiva más adecuada.
La revisión histórica asume connotaciones estadísticas: la enseñanza que nos puede
traer tiene que ver con las sucesiones, los saltos cuánticos, las conjeturas, las
verificaciones y las transgresiones de los diversos órdenes en vigor. Por lo demás, ya
Aristóteles, con la circularidad de las formas de gobierno y con la convención del
gobierno mixto, postula un tipo de mutación organizativa, debida a la diferencia
sensitiva que se establece en la actividad racional. La actualización de las fuerzas de la
convicción y de la acción implica la innovación, la revuelta, la revolución y, al
contrario, la restauración de las condiciones detectables históricamente mediante
algunas categorías temporales y causales o casuales, que el intelecto agente introduce en
la argumentación. La coordinación orgánica de los factores, que intervienen en las
mutaciones genéticas y en los cambios de las épocas, aparece en la naturaleza, en el
escenario energético, en el que los seres y los entes se identifican, modificándola. El
apriorismo y el pragmatismo aparecen de forma dialéctica para confortar el pensamiento
de un conjunto de intereses en apariencia disociable. En realidad, tanto el apriorismo,
como el pragmatismo, tienden a presentarse como una interpretación unívoca de la
existencia, que no se realiza con sucesiones lógicas o con deducciones continuativas y
en todo caso en conformidad con los presupuestos (las preguntas) de sus propios
exegetas. El diálogo socrático implica la alternativa de dos postulaciones conceptuales,
cuya unidad equivale al azar (razonado) con el que se interpreta, se describe y se
modifica el aspecto de la naturaleza, que la introspección y la explicación hacen
inderogables.

La reflexión histórica consiste en hacer comprensibles los acontecimientos o los


fenómenos, que las estaciones transitadas de forma más o menos consciente de la
humanidad permiten asegurar con la lógica exponencial, conjetural, consecuencial. La
retrospectiva se asemeja a la identificación y por lo tanto asume las anotaciones de los
testimonios de la memoria futura. La estructura monárquica, hierocrática, imaginativa
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 905

es una elaboración de la mente, por la que la indulgencia social se une con la prueba de
la lealtad de un principio, de una convicción o de una simple suposición. La jerarquía,
en efecto, es el antídoto de la aseveración, de la convicción absoluta. Paradójicamente,
laiciza el poder metafísico, transformando la transcendencia en una concesión –según
las circunstancias– del poder espiritual o del poder temporal. La concepción piramidal
de la autoridad es una flexión de la razón igualitaria. El liberalismo se configura por
tanto como el orden social menos distónico frente a las mutaciones de la naturaleza. En
cambio el socialismo las preconiza como salvadoras y se afana para que sean
pertinentes a la movilización de las masas, mediante las interacciones forzosas
realizadas por las vanguardias y después por las clases en conflicto entre sí por
conseguir el pérfil preeminente por el progreso (en sentido general). «De la fe onírica en
las soluciones radicales de la edad totalitaria, hemos pasado a la amable inconsciencia
de la democracia de mercado, que confía invulnerablemente en sus automatismos y en
sus recursos de equilibrio»26. La perspectiva del orden (natural, artificial) es de
naturaleza ornamental. Sirve para exorcizar el Mal (el desorden) y para interpretar los
acontecimientos como partes integrantes de una teleología, en la que la habilidad y la
destreza humanas pueden configurar el alcance y la articulación temporal. La
característica colectiva de cualquier cambio de época implica complejidad y resolución,
según un diseño implícito en los acontecimientos previsibles e imprevisibles (como son
los sismos, las deflagraciones, las impetuosidades del viento, del agua, del fuego). El
hecho de que se presuponga un «elemento generador» de los fenómenos no comporta la
adhesión a una creencia religiosa: la misma eventualidad aparece con un
estremecimiento ineludible por la permanencia de los seres, de los entes y de las cosas
en la realidad.

La interacción entre la sociedad civil y el Estado se debe por tanto a la


conveniencia de delinear una «cabina de dirección» de las actividades humanas,
dirigidas a mejorar las condiciones objetivas (tanto a nivel cognoscitivo, como a nivel
dispositivo). El Estado entendido como un organismo (cuerpo) político tiene una
función persuasiva: induce a extraer beneficios de las normas que han sido para reducir
los conflictos y para asegurar de forma propositiva la paz social. Si, en cambio, el
Estado descuida estas finalidades, agota su papel y puede ser puesto en tela de juicio (tal
como prevé el comunismo) junto a las dos instituciones que representan sus
coordenadas determinativas: la familia y la propiedad. Si las relaciones sentimentales y
906 RICCARDO CAMPA

afectivas quedan vinculadas a sus ámbitos intimistas, la institucionalización de las


relaciones interindividuales (homosexuales y heterosexuales) no tiene razón de ser, al
confiarse a la autodeterminación individual. Si las propensiones subjetivas se
demostraran sintonizables entre sí, como afirma Rousseau en sus obras pedagógicas, la
presencia operante del Estado perjudicaría sus naturales, providenciales inclinaciones.
El conocimiento de la naturaleza se realizaría con intervenciones más inmediatas, tanto
del intelecto, como de la imaginación. El desarrollo de las circunstancias no constituiría
un atajo para el conocimiento y para la experiencia. El patrimonio cognoscitivo, que el
género humano realiza en la historia, representa un aspecto de la sabiduría de Dios (del
Deus sive natura, según Bernardino Telesio y Giordano Bruno). La representación de la
realidad es la imagen de la sonrisa de Dios, del Señor del cosmos, que confía a los
mortales parte (quizás inconexas) de sus diseños. Esta suposición (o esta sugestión)
deberían relativizar el orden político según los trayectos ideales que le otorgan
autonomía e identidad. Pero, en cambio, es la estrategia con la que la increencia (la
laicidad) suspira para otorgar poder de decisión a la inquietud existencial. Si durante
milenios las creencias religiosas influían en las decisiones y las políticas, eso se debía a
la pequeñez explicativa de la condición humana. En la medida, en efecto, que la media
vital se eleva, la transcendencia cede a las formas de la inmanencia en su cáustica
fertilidad. Las doctrinas políticas, que se disputan la justificación de la dinámica terrena
y celeste de los seres mortales, están condicionadas, a pesar de su resistencia y en contra
de su arrepentimiento, por las aportaciones del conocimiento, que se reduce a la
vulgarización polémica de la ciencia (física, química, biológica) experimental. La
socialización, en efecto, es ajena a las estrategias tácticas de la política, que se revela
como un mecanismo conceptual (un artificio) que une temporalmente las propensiones
y los intereses de los miembros de una comunidad, que se identifica con las goethianas
afinidades electivas, donde se establecen las características étnicas, las convicciones
religiosas, las tradiciones de las creencias, las costumbres, las lenguas. Los contrastes,
que se averiguan incluso dentro de los mismos órdenes sociales, concurren a delinear
sus finalidades, por su esencia modificables o adaptables a las ocasiones y a las
circunstancias, que se pueden registrar. La naturaleza se refleja rapsódicamente en los
esquemas interpretados por los observadores, dejando de percibir la multiplicidad
representativa, que el ingenio puede poner en evidencia mediante las finalidades
prácticas (beneficiosas).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 907

La titularidad de la soberanía al inicio de la época moderna es la del Estado-


nación, cuando los ideales de las comunidades no coinciden con las fronteras del
Estado. Las traducciones de Madame de Staël constituyen el instrumento más eficaz
para hacer «transitorio» y adquirible en el plano lingüístico las diferentes realizaciones
cognoscitivas de uno de ellos. Este fenómeno se acentúa después del Congreso de Viena
de 1815, cuando los poderes constituidos admiten como válida la doctrina de la
compatibilidad de la rentabilidad económica de un sistema político con su extensión
demográfica. La emigración bíblica de Europa y de África hacia los espacios vacíos de
América refleja la flexibilidad que este asunto supone en las condiciones planetarias.
Las revoluciones modernas (americana y francesa) sustentadas por las aportaciones de
la revolución científica e industrial tienen como objeto el mercado y como lugar de su
acción penetrante y expansiva la nación, el conjunto de factores consuetudinarios y
expresivos, que hace que los confines y los trayectos connotativos tradicionales sean
menores, como se pone en evidencia en el alcance de su actuación y en su realización
facultativa. Las dramáticas conformaciones totalitarias (el eje Berlín – Roma – Tokio)
anuncian, por contraposición, que las organizaciones comunitarias de relevancia
regional pueden vigorizar los sujetos políticos supranacionales implicando, una relativa
reducción del peso específico de los Estados.

La Unión estadounidense y las deliberaciones europeas hacen referencia,


conceptualmente, a la interacción nacional antes que a la interacción estatal, que por lo
demás no sería realizable por su misma conformación estatutaria. La nación política
confía, en efecto, su razón de ser en la transcendencia temporal y su configuración
propositiva en el distinto y contradictorio escenario mundial. El protagonismo de las
masas, que es el efecto propulsor de la revolución industrial y el proceso declarativo a
nivel tecnológico, se ejercita con el consuelo y con la resistencia de las naciones, que
defienden con especial tesón su identidad, que significa el salvoconducto social para su
supervivencia cultural e institucional. Louis Dumont afirma que, para la moderna
ideología económica, la primacía de las relaciones entre las cosas reemplaza la primacía
de las relaciones entre los seres humanos27. Las cosas desarrollan una función
sedimentaria en el atormentado universo moderno, donde la economía financiera y la
industria se disputan las áreas de intervención (política, económica, social) que no se las
pueden negar el poder político debido a la intervención ondulatoria, protestativa, de las
sociedades (de masas). La relación del hombre con las cosas (los objetos) satisface
908 RICCARDO CAMPA

exigencias nobles. El esoterismo cede el sitio al funcionalismo y a la adquisición de las


manufacturas y los productos tecnológicos aparecen como un logro exitoso, más allá de
la postulación de conocimientos, de la habilidad social. La valoración subjetiva
responde a las experiencias calificadas tecnológicamente. La prestación de los
mecanismos ya constituye de por si un avance social. El parasitismo tradicional se
transforma en una herramienta de la competencia, propedéutica para la eficacia del
mercado y por lo tanto para la simulación, oblativa, de los vencidos, de quienes
perdonan la confrontación económica y acceden al auxilio social. La impersonalidad se
convierte en el anonimato, que huye de la exposición mediática y de todas las
valoraciones de carácter estadístico. La indulgencia, que aflige las encuestas
estadísticas, es parte integrante de su perspicuidad propositiva. Los acontecimientos son
previstos y no preconizados. La habilidad de la previsión, de orden estadístico, hace
convenir las expectativas con el disenso, según un orden de factores soportables por la
aceptación general. «El mercado es el ejemplo más avanzado de lo que el Estado
moderno, en lo que tiene de más específico, es capaz. Emerge en la medida que crece la
moneda y del territorio, mediante la captación del instrumento monetario por el poder
soberano y de la constitución de un espacio social homogeneizado por su accesibilidad
interna y su garantía externa»28. La realización de infraestructuras conecta los sistemas
operativos con localidades donde ponerlos en marcha según unos criterios aproximados
y las investigaciones de mercado, que sugieren una línea tendencial para obtener el éxito
empresarial y por lo tanto la obtención de beneficios. La expansión de la riqueza
interesa a sectores de la economía nacional, que no tienen porque coincidir con las
necesidades estatales. Se establecen por lo tanto relaciones sociales, que no tienen
siempre la completa adhesión de las instituciones, donde se realizan. La interactividad
social se distingue –en la sociedad moderna– por la correspondencia entre los intereses
estatales.

La primera mitad del siglo XIX está representada, de forma dialéctica y


tentacular, por el liberalismo y por el socialismo, por la conservación y por la
innovación, por las fuerzas que se aprovechan del orden constitucional tras la
revolución francesa y por las fuerzas que defienden los derechos evocados y adquiridos
durante las convulsiones institucionales, sobre todo la burguesía empresarial, para
persuadirse del universo de la productividad, entra en relación directa con el mundo
laboral. El empresario y el proletario se confirman como los actores (dionisíacos) de la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 909

transformación de la economía agraria en la economía industrial. El liberalismo,


confiando en la habilidad y la inviolabilidad de la persona, sólo es aparentemente
distónico de la tradición trascendental, también ella subjetivamente marcada por el mito
del éxito (celeste). La moderación y la austeridad empresarial burguesa –la de los
Buddenbrook de la Lubecca de Thomas Mann– se confronta a la reivindicación obrera,
que arroga al menos el derecho a adquirir los objetos que produce. Los gobiernos
nacionales y representativos son asechados por la propulsión contestataria de los grupos
emergentes, que encuentran su unión ideológica en la fábrica. La profanación del poder
constituido, reforzado por un ritual de tipo medieval, está hecha de objetos, de
instrumentos útiles capaces de subvenir las necesidades cotidianas. Aunque el trabajo de
las minas y los altos hornos sea resultado de la usura –y Las estrellas miran hacia
debajo de Joseph Cronin y Los misterios de París de Eugène Sue son testimonios
literarios del sufrimiento de hombres, mujeres y niños obligados a sacrificar las horas de
luz en las tinieblas de las galerías y en las penumbras de callejones sin salida– la
determinación general consiste en hacer la existencia menos angustiosa. La
transformación del dolor metafísico en el sufrimiento cotidiano lleva a configurar el
trabajo, no como un castigo divino, sino como un medio, que puede ser sustituido con
los instrumentos tecnológicos, capaces de crear satisfacción y bienestar a un número
creciente de individuos, que se proponen revisar los fundamentos de las reglas y de las
normas comunitarias que consolidan las afecciones solidarias entre actores movilizados
por la nueva parusía, por la nueva teleología artificial.

El ancien régime, más que superado, es evitado con la pretensión, cada vez más
incesante, de constatar un nuevo modo de ser del género humano en la realidad efectiva.
La técnica inaugura, no tanto un nuevo estilo de vida, como un nuevo modo de acceder
a las leyes, que regulan los acontecimientos y sus perturbaciones. La eventualidad, que
en el pasado tiene connotaciones de izquierdas si no hasta demoníacas, en la sociedad
tecnológica es el elemento controvertido de la problematicidad del conocimiento. El
universalismo y la igualdad aparecen como tales por la relación indiferenciada que se
establece entre el género humano (más allá de las características raciales, religiosas,
económicas, sociales, institucionales) y naturaleza. Se perfila una fase constituyente, en
la que el primitivismo natural se declina con la tecnología cada vez más sofisticada e
invasiva, al punto de anunciar la administración robótica del mundo.
910 RICCARDO CAMPA

La resolución totalitaria, que invierte gran parte del planeta en sus versiones
pleonásticamente definidas de izquierda o de derecha, demuestra la revocabilidad de la
civilización en el sentido tradicional y la llegada de una cultura experimental que le
supera. Las consideraciones de un apolítico de Thomas Mann son paradigmáticas del
aspecto de la perturbación global ante la llegada del totalitarismo europeo (con sus
brotes orientales y latinoamericanos). La sugestión de un regente, de un padre-tirano, es
propia de los «inicios», del período de iniciación a la vida asociada, al sedentarismo
ejemplificado por el nomadismo carente de atracción y curiosidad. El Estado-
laboratorio se dirige al conflicto, a la acción alevosa contra «las diferencias», las
distonías frente la uniformidad inquisitorial de la pretensión global. La afirmación de la
actuación es espacial (el campo de acción), expansiva, apropiadora, implacable como la
supervivencia contra las formas físicamente más débiles y alternativas. El absolutismo,
cognitivo, deliberativo, se relaciona con la actuación (gentiliana), con la acción dotada
emotivamente de la razón de ser, que difícilmente se puede racionalizar. La inmediatez,
que se vuelve después simultaneidad, libera al pensamiento de la incertidumbre, del
mismo modo que las propias adquisiciones de la ciencia (el principio de
indeterminación y el principio de complementariedad) perjudican la certeza en favor de
la aproximación (estadística) que permite producir objetos del deseo de forma concreta.
La necesidad y la estética se combinan tecnológicamente bajo la mirada atónita o
estupefacta de los consumidores, que recomponen, con pocos incentivos exegéticos, la
miríada de universos simbólicos, donde se refugian con la imaginación como si fueran
Edenes domésticos. La noción, que se representa en los nuevos contextos sociales, es la
del venerable pueblo. «En el contexto es una encrucijada. Los datos inéditos de la
situación convergen en él. Agrupa en un vocablo único el conjunto de causas que están
al orden del día, el gobierno representativo, la dignidad de los individuos, la integración
social de los trabajadores y los humildes, las esperanzas y necesidades de la historia, la
libertad de las naciones»29. La palabra pueblo relaciona el universo anacreóntico con el
religioso, siguiendo las categorías globales de la identificación y la participación en los
destinos colectivos (de la nación, del Estado, de la federación, de las comunidades
internacionales). El pueblo y la universalidad se despliegan en una ficción simbólica,
que invade los tiempos históricos, independientemente de las creencias y de las
ideologías que las caracterizan. En el pueblo se concilian –según Walt Whitman, el
autor de Hojas de hierba y cantor de la democracia americana– la subjetividad y la
colectividad masiva, según una prospectiva democrática e innovadora. Es la dinámica
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 911

de los tiempos modernos la que influye activamente para que el individuo singular se
introduzca en los engranajes del aparato productivo.

A la categoría del pueblo corresponde la visión unitaria de la naturaleza, aunque


por visión unitaria se entienda que los resultados del conocimiento son por su esencia el
patrimonio de la humanidad. La larga marcha de la humanidad hacia el conocimiento –
según la expresión de Émile Zola30– indica la tentativa de la misma a sustraerse a la
providencial expectativa religiosa, que llena los siglos de sacrificios, de dedicación y de
esperanza. El orden artificial puede realizar la igualdad y la fraternidad. En el interior de
estas dos categorías conductuales es posible realizar la libertad, que es una categoría
deliberativa, dispositiva. Por libertad se entiende, en efecto, la posibilidad de expresar
las valoraciones subjetivas respecto a todos los aspectos de la existencia. Este titubeo
acerca de la libertad de decidir y de actuar en un sistema regulado por la igualdad y por
la fraternidad se hace evidente por la misma razón de ser del disenso, de la fallida
versatilidad compositiva de las divergencias, presumibles o hasta probables en cada
comunidad e institución. Y, sin embargo, la persistencia de la libertad en cada orden,
que se proponga el bienestar colectivo (refrendado por la voluntad general), no
perjudica el buen curso de la comunidad y de la paz social.

La emancipación se identifica con la autosuficiencia, realizada históricamente y


en forma alternativa y en parte complementaria por el liberalismo y por el socialismo.
Ambas doctrinas propician el progreso, la aventura de la humanidad en la acción,
dirigido a modificar el hábitat en dirección a las nuevas exigencias de la convivencia
civil. El liberalismo y el socialismo se disputan la interlocución (y el dominio de las
masas). José Ortega y Gasset, a principios del siglo XX, diagnostica su rebelión, en el
sentido de que acumulan el poder de intervención en la dialéctica política y en la
dinámica económica con el fin de obtener una (perspicua) dinámica potestativa. El
anonimato vivifica el mercado financiero y determina las estrategias de la economía de
mercado en la individuación de las áreas más adecuadas para la obtención del beneficio.
Las masas y el mercado se justifican en las recíprocas dimensiones interactivas. Tanto el
liberalismo, como el socialismo, confían en los resultados de la investigación científica
más que en la revelación, administrada por las autoridades exegéticas, que no toleran
interpretaciones individuales. La soledad del ser se conforma con las leyes que logra
delinear en la vida natural. La razón tiene una función rabdomántica (mediante la
hipótesis) frente a las certezas dogmáticas, que contienen en su aseveración el síntoma
912 RICCARDO CAMPA

de la herejía y de la transgresión. Ellas no permiten la adaptación a los cánones de la


naturaleza, considerados de forma involuntaria providenciales. El liberalismo se
enfrenta a la tradición; el socialismo la supera después de haber valorado su relación
confidencial con el progreso, con la innovación. La convicción prevalece sobre la
imposición. Las limitaciones propias de la adhesión a un principio o a una circunstancia
son las garantías que el liberalismo asegura a todo actor social. El pago de la convicción
a un programa, que modifica el pacto entre los seres y el mundo, es la característica
teleológica del socialismo. Las masas, entendidas como la nueva morfología del mundo,
gobierna por impulsos y convulsiones la vida institucional, de la que garantizan su
solvencia o denuncian su inadecuación.

El sistema de legitimación es cada vez menos el parlamentario y cada vez más el


plebiscitario, aunque su cumplimiento se perfila como subrogado o complementario de
un modelo que es difícil conceptualizar. La congruencia de la protesta dispensa a los
consolidados mecanismos expresivos de ser inadecuados y menos que nunca
satisfactorios. La euritmia de las innovaciones expresivas convierte la protesta en simple
sublevación, entendido como un inédito apremio a actuar colectivamente de modo que
implique a las instituciones. Se determina así el preludio de un nuevo sistema normativo
en el interregno de la actuación privada de ritualidad. La génesis de la intolerancia se
identifica con el resultado de la manifestación, que se presenta de forma espectacular.
También las revoluciones modernas (la revolución francesa, la revolución rusa y la
revolución china) se proponen a la sugestión colectiva mediante la utilización de
slogans, que hacen referencia a la mentalidad pretérita y que presentan como moderna.
La decadencia del liberalismo y de la crisis del socialismo son definiciones apodícticas,
que satisfacen la pretensión interna de los exacerbados revolucionarios del presente.
Ambas categorías cognitivas del siglo XX siguen produciendo acciones y reacciones
que contrastan entre sí y que ayudan a perpetuar confidencialmente su fin. La época de
la ciencia, de la técnica y por lo tanto de la modernidad es el resultado de este contraste,
más aparente que real, destinado a prolongar sus efectos en las sociedades de masas,
dónde el liberalismo y el socialismo no se enfrentan como en el pasado, sino que se
aclimatan a una zona de sombra, donde los exorcismos de la realidad satisfacen las
expectativas (de una mejoría concreta) de un número creciente de individuos en todas
las áreas del planeta. El desconcierto ideológico se deduce de la correlación entre el
liberalismo y el socialismo, que infaustamente viene a menudo propuesta en una
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 913

categoría que la penetra, como una equimosis ideológica sostenida por una condición de
hecho, por su connotación sin más alternativas que las prejudiciales contraposiciones de
principio. La democracia asimila ambas doctrinas a la intransigencia compensatoria de
la aproximación aplicativa, factual.

La crisis de la ciencia es el enunciado de quienes no conocen su entidad y no


reconocen su función. Por lo demás, el hecho de que la época cavernícola no se evoque
como ineluctable y agradable demuestra la poca consideración que se tiene de los
beneficios producidos por la inteligencia y la acción humana. La edad de las cavernas,
elevada por la actualidad tecnológica, sugestiona las conciencias religiosas, convencidas
de que la naturaleza es el reino de la providencia divina, aunque el ciclo de la vida es –
al menos en apariencia– cruel e incesante como la expiación de un pecado de resplandor
bíblico. El pesimismo shopenhaueriano y el nihilismo nietzscheano son expresiones
poéticas, entretenimientos culturales, con los que la mente simpatiza en un clima de
abandono incensurable en el plano moral. Aunque la existencia humana no tenga una
justificación, su identidad se identifica con la constante fenoménica, artificialmente
dotada por la naturaleza de la habilidad del intelecto agente, favorecido por una
despiadada exigencia por parte del observador-perturbador de la naturaleza de
esconderse o de aniquilarse en las versiones energéticas del cosmos. El arte –de la
escritura, de la representación iconográfica y visual– sirve para introducir la
imaginación en el universo del cálculo y de la reflexión: esta finalidad se define como
sugestión, emotividad, relación neurótica con lo real. La narrativa sin protagonista, la
pintura informal, la música dodecafónica son el correlato de las geometrías no
euclidianas, que tienen del espacio una impresión exegética, capaz de identificar la
largura, la altura y la profundidad (como las cimas de las montañas o los movimientos
de las nubes). El prejuicio, según el cual el progreso de la ciencia determina la
decadencia de la religión, carece de validez objetiva. La ciencia exalta el diseño divino
en la obra adivinatoria y actualizadora del observador-perturbador de la naturaleza. Que
el mundo sea un caos y que el hombre no ocupa ningún lugar privilegiado es una
aserción que tiene sentido si se presagia el desorden como la contraparte del orden, que
es el aspecto positivo de la contemplación y de la reflexión. La argumentación no puede
sustraerse a estas premisas conceptuales sin incurrir en el vaniloquio, en la dislexia, en
la sucesión de sonidos o señales de la inquietud existencial.
914 RICCARDO CAMPA

La crisis de las pasiones engendra el astenia ideológica y la impracticabilidad de


las doctrinas políticas de carácter metafísico o trascendental. La causa de esta crisis,
fugitiva en la incertidumbre científica, es engañosa. Desde siempre el género humano ha
buscado afanosamente un sentido a su propia existencia, en conexión con la necesidad
de superarla mediante las satisfacciones (multiplicadas al infinito) inmediatas. El
mecanicismo y el arte abstracto proclaman la falta de sabiduría, tratando de confortar el
error de quienes se conforman, al contrario, al curso de los acontecimientos (sean
naturales o artificiales). El naturalismo y el reduccionismo se disputan,
alternativamente, la justificación del mundo. La reivindicación moderna asume tonos de
autocompasión. En otras palabras, vivifica una religión pánica, que hace inmanentes
todos los actos, dirigidos a validarse en los objetos concretos. La visión prevalece sobre
todas las otras formas sensoriales: la representación escénica prefiere la catarsis,
entendida como la protesta generalizada desde la noche de los tiempos, creída la
depositaria del temor pánico y de la duda demoledora (de los entusiasmos, de las
pasiones recónditas, de las ínclitas elucubraciones). La Évolution créatrice (1907) de
Henri Bergson localiza en la dinámica del conocimiento la transcendencia de la
condición humana. Cuanto más se conoce realidad, más se compenetra con el futuro. El
imperialismo moderno, el aspecto inauténtico del colonialismo, requiere el curso
forzoso del tecnicismo monetario. La interdependencia de los factores económicos y
sociales dibuja una conformación del planeta distinta al tradicional, impresa por las
armas. La modernidad se caracteriza por las revueltas populares mas que por las
cruzadas, dirigidas a recobrar en la inmanencia terrena de las garantías (morales,
antropológicas, soteriológicas) que aseguran las religiones. La inmanencia se despliega
en la concepción potestativa de los individuos, también en su condición de indigencia o
subordinación. La tasa marginal de utilidad (de bienes, servicios, seguridad) es el
correlato de las diversas condiciones objetivas que, en la época moderna, gritan
venganza y no soportan la soporífera aquiescencia de los poderes (sistemas) tutelares. El
desvanecimiento de la autoridad se confronta a la justicia, un ordenamiento por el cual
el género humano se consolida en su integridad, contra cualquier forma de separación o
sectorialización (étnico, racial, religiosa, cultural). Hasta la lengua tiende a difundirse en
la costumbre, en el modo de entender y de querer de la humanidad, dispuesta a afrontar
los desafíos de la época moderna. La facultad de actuar tiende estabilizarse en la
costumbre, que asume un refuerzo en las fuentes del derecho. La cooperación colectiva
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 915

implica la solidaridad en las formas con las que el orden constituido se propone afrontar
la administración normal y las emergencias.

El binomio liberalismo-socialismo sigue prevaleciendo en las disertaciones


ideológicas y consuetudinarias, en el intento de revisar sus resultados en el plano
histórico, en los ámbitos geopolíticos, donde se ha actualizado en sus exteriorizaciones.
«El activismo socialista toma el relevo de la quietud liberal»31. La urbanización facilita
la verificación y la inaplicabilidad de ambas doctrinas según la intimación que
determina el proceso productivo, que se instala donde las condiciones objetivas
(recuperación de las materias primeras, mano de obra a bajo coste) se identifica con la
latencia o la debilidad de las garantías institucionales erga omnes. Paradójicamente, el
sistema productivo no hace descuentos a las diversas clases sociales y, sin embargo,
para realizarse utiliza formas menos nobles de conveniencia y compromiso partidista y
sectorial. La mundialización de los mercados nacionales a través de la industrialización
frustra –en principio– las diferencias entre el centro y la periferia en el contexto
propedéuticamente uniforme del planeta. La emigración adelanta y propicia la
unificación del mundo según líneas de interferencia nacionales predominantemente
evocadoras (o folclóricas). El paso de un orden social a un orden organizativo es
predominantemente un escamotage lingüístico para significar la coherencia existente en
todos los aparatos propulsados y actuados de algún modo ajeno a las rígidas reglas del
capitalismo sistemático. La falta de ritualidad por no decir la ilegalidad se considera una
fuente menos aflictiva que la reglamentación normativa. La justificación a posteriori
del comportamiento indiciario de las empresas productivas evoca de manera peligrosa el
clima liberal y liberalista, descrito capciosamente como el universo semoviente de la
habilidad humana. El desconcierto de los vínculos y de las leyes, emanados por el
Estado, demuestra la tendencia seroterápica del liberalismo sistémico hacia la anarquía,
el lugar de la ficción autorreguladora, anagramada en el signo de la corrección moral
presente en el rigor interno de los miembros singulares de la «inmaculada» comunidad
humana. La diversidad individual se eclipsa en la homogeneidad colectiva creando la
discrasia conceptual que es el aliciente de las rebeliones sociales.

El dualismo sociedad civil-aparato político es un aspecto de la laicidad del


Estado que, aunque no desarrolle únicamente las funciones de un consejo de asuntos
propios de la burguesía (al decir de Karl Marx) no se prefigura como una institución de
garantía universal. Una vez perdido el carisma sagrado, el Estado se reduce a organizar
916 RICCARDO CAMPA

y mantener bien común, que recibe las mismas connotaciones de la sociedad civil,
perturbada en su interior por el conflicto de opiniones e intereses. La sociedad civil se
realiza en la interacción individual, de la que se deducen las disputas ideológicas y las
propensiones consuetudinarias y comunitarias en las diversas fases de su implicación
institucional. La sociedad civil es tal si se complementa con las instituciones, que
configuran el Estado. El dualismo sociedad civil-Estado justifica, en los años Setenta
del siglo XIX, el nacimiento de los Trade-unions ingleses (coronado luego por la
creación del Labour Party), y por lo tanto de los sindicados en los diversos países que
tienen un desarrollo industrial. El sindicalismo se une originariamente con el obrerismo,
con las clases que sustentan el desarrollo tecnológico y contextualmente su incidencia
en la normativa en lo relativo a las garantías de los trabajadores y a los derechos
positivos, adquiridos tras un largo período de manifestaciones. La huelga es el arma con
la que el trabajo se enfrenta a los humores de la sociedad civil y a las resoluciones
institucionales (estatales). La división del trabajo es el aspecto más relevante de la
sociedad civil, que se propone así conseguir resultados concretos en beneficio de
quienes la realizan y de quienes se proponen adquirirlos. La especialización y la
sectorialización de las competencias operativas no implican la atomización del saber. El
asociacionismo es una consecuencia de la sectorialización de las competencias, que se
revelan como una contrapartida corporativista, subyugada por las innovaciones que,
reflejadas en el ámbito productivo, conquistan el mercado. La separación de la Iglesia y
el Estado es el aspecto más significativo y evidente de la inmanencia existencial de la
época moderna y contemporánea. El recurso a la solución concordataria de las dos
esferas de influencia social desacraliza la Iglesia y connota definitivamente el Estado
con la más inclemente conformación laica.

La iniciativa privada es la fuente de legitimación de la sociedad civil, mientras


que la planificación es la forma con la que el Estado se perfila con un grado de
autoridad tan resolutivo que resulta próximo al totalitarismo. Cada una de las
realizaciones se propone asegurar la justicia, la seguridad y la libre determinación
individual y colectiva. La estratificación social esconde de manera hipócrita las reservas
mentales de naturaleza étnica, religiosa y hasta lingüística, que sus miembros
manifiestan abiertamente. La subdivisión de las ocupaciones laborales las hace
teóricamente útiles para la necesitada igualdad, mientras los condiciona a la necesidad y
a la eficacia que se puede detectar estadísticamente. A la reivindicación obrera se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 917

confronta la intransigente especulación de la empresa, orientada al beneficio (y


potencialmente al monopolio o al oligopolio). El beneficio es la demostración de la
validez de las elecciones operativas. El producto, que se afirma en el mercado, favorece
la credibilidad interactiva entre empresarios y usuarios de los bienes producidos cada
vez a un mayor ritmo y en series cada vez menos duraderas y por tanto continuamente
renovables. El secesionismo de izquierda es el aspecto más estentóreo del personalismo
de corte liberal. La descomposición del movimiento obrero en sus componentes
endémicos denota la persistencia del factor persuasivo a nivel de individuos y grupos,
que defienden su autonomía a través de la pretensión mesiánica relacionada a las
condiciones precarias existentes. El ancien régime parece disfrutar de un período de
vigencia suplementario y comprometido en el período tumultuoso de la instauración
industrial y bajo la tentativa, siempre en continua revisión, de realizar una sociedad
artificial, que pueda asegurar erga omnes, con los derechos positivos, nuevas cuotas de
bienestar. La artificialidad puede ser igualitaria, puesto que la naturaleza, en su estado
primigenio, registra situaciones humanas muy distintas entre sí (tanto a nivel
antropológico, como a nivel económico y cultural). Werner Sombart se pregunta, en
efecto, en el 1906, por qué el socialismo no existe en Estados Unidos de América,
dónde el legado burgués no influye, si no es por antonomasia, sobre el proceso del
capitalismo industrial. «Construyendo su unidad, y proporcionándose los medios para la
conquista del poder político, la clase obrera sufre una metamorfosis, de la clase objetiva
que era, a clase subjetiva»32. La espectacularidad del proletariado consiste en poner en
evidencia el papel hegemónico económicamente de la industria frente al sistema agrario,
que sigue siendo jerárquico y patriarcal. La conciencia de clase se identifica con el
proceso agitador, revolucionario, que las vanguardias establecen en los países donde la
fábrica y el laboratorio constituyen los contrafuertes energéticos del nuevo eón de la
época.

Las coyunturas económicas se perfeccionan con la ayuda de la ciencia y de la


tecnología. Los países que actúan con conocimiento de causa en el escenario
internacional son los que intenta solucionar el problema de la adquisición de los
suministros de las materias primeras, de la acumulación de los capitales, necesarios para
invertir en la industria y regular la fuerza del trabajo de modo que el resultado asegure
el beneficio y la amplia difusión de los productos empresariales. La estrategia
empresarial se incardina sobre todo en la contratación de la fuerza-trabajo. El
918 RICCARDO CAMPA

colonialismo –incluso aquel realizado bajo una mentira, que urde una asonancia
humanitaria en las tierras de conquista, representado literariamente por Karen Blixen en
Mi África– se introduce en este cálculo demoníaco, del que se hacen eco artístico las
obras de Thomas Mann y Malcom X. El itinerario, aparentemente orgiástico de la
burguesía, descrita en La Condición Humana de Honoré de Balzac, se conjuga con el
escatológico de la Lubecca de Mann. La representación artística de la burguesía es
distónica con respecto de la proletaria de los muralistas mejicanos (Orozco, Rivera,
Siqueiros). La ostentación física, muscular, se quebranta frente a la reflexión intelectual,
que amenaza con hacer estallar las instancias metafísicas de los rectores de un
vanaglorioso orden planetario. La connivencia, aunque sea en el estado hipócritamente
inicial, del totalitarismo con el liberalismo, es la comprobación de la condición
incestuosa, ya apuntada por Sócrates, que se establece entre la libertad entendida como
ámbito de la creatividad condicionada y la libertad absoluta que invade el libre albedrío.
La extrema fragilidad del dispositivo expresivo convalida –paradójicamente– la trampa
totalizadora. El pesimismo político es el resumen por así decir de la falta de resolución
partidista. La atonía en la participación que se manifiesta sobre todo durante períodos
recurrentes en las sociedades industriales, donde las crisis de crecimiento económico
engendran el desaliento y el desánimo en las jóvenes generaciones que están esperando
irrumpir en el mercado de trabajo apuntan a la incongruencia y a la ineficacia de las
fórmulas políticas, concierne los nuevos órdenes institucionales, fundados en la
tecnología más avanzada y en la sostenibilidad medioambiental, intentando conseguir
un ritmo decreciente en la explotación de los recursos naturales y una presentación
propedéutica más igualitaria. La problemática moderna se basa en la relación, todavía,
existente entre la pobreza y el progreso. La inicua distribución de la riqueza amenaza la
civilización moderna, por otra parte basada dramáticamente en las garantías adquiridas
en el curso de las peticiones formuladas por las clases populares, movilizadas por la
tecnocracia dominante en todos los sectores de la condición humana. La disociación
existente entre el tiempo psicológico y el tiempo histórico es la causa de la
intemperancia política y, al contrario, de la disociación masiva.

La tradición no reconoce ninguna autoridad al pasado, que no sea conocible y


aprovechable para el presente. El reconocimiento de los acontecimientos del pasado,
expresada en La nueva ciencia de Giambattista Vico y en la obra histórica de Edmund
Burke, no invierte la corresponsabilidad de sus intérpretes ni los recompensa con
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 919

informaciones útiles para entender los acontecimientos futuros. La tradición, entendida


en el universo tecnológico como la nostalgia de los hechos pasados, se traduce en una
memoria que toma el carácter de una crónica, que sirve para entretener y sugestionar a
quienes se preparan para refutar los presagios del pasado y para navegar por el futuro.
La Odisea del Dos mil es una epopeya in itinere, falta de aproximación y realizada al
amparo de los riesgos más imprevistos, convertida en imprevisible. La incertidumbre es
la hoja de ruta de toda iniciativa, que comporta la solvencia de la inmediatez, que se
manifiesta alusivamente en el futuro remoto (e irredimible).

La crisis del progreso (iniciada a finales del siglo XIX) se debe a su


socialización, a la idea, bastante peregrina y prometida continuamente como si fuera un
descubrimiento, de que los gobiernos son los responsables de la perversa distribución de
la riqueza y por lo tanto del potencial creativo de la comunidad. La ecuación, en virtud
de la cual a una organización de tipo liberal y democrático le corresponde una tasa
elevada de creatividad, es un silogismo de los países avanzados, que se preocupan,
como hacen algunos estudiosos americanos, en exasperar la comparación establecida
entre ricos y pobres, echando la culpa a este últimos. En realidad, en los países
totalitarios se manifiestan «cambios radicales» cognoscitivos que son la envidia de los
países liberal-demócratas. Esta constatación no comporta necesariamente la exaltación
del autoritarismo con sus rituales analógicos y desacralizados. Impone, en cambio, la
reflexión sobre otros cánones cognitivos, que permiten relativizar el conocimiento de las
formas de agregación y de colaboración social. El sentimiento, que agita la conciencia
operante, es el resultado, a menudo inconsciente, de una experiencia existencial, que
provoca, a veces, reacciones conformistas y, a veces, inquietudes explicativas de la
fenomenología y de la teleología de la condición humana. Durante el último
totalitarismo europeo, la ciencia, el arte, la cultura en su múltiple exteriorización,
contribuye a transformar los fundamentos de la estructura geopolítica del mundo,
modificando algunas áreas del planeta (los Países árabes) de pobres a ricos y viceversa
(la Argentina de las dos guerras mundiales). Y, al contrario, las crisis financieras y
económicas, que comportan efectos desoladores a nivel planetario, se manifiestan en los
países ricos a causa de la contienda hegemónica, que se enciende, en correlación con las
innovaciones tecnológicas, entre sí. Los regímenes políticos no son la causa, sino la
consecuencia de los cambios culturales, que se suceden en las diversas áreas del planeta.
En la época industrial es por lo tanto más probable que el progreso se manifieste en las
920 RICCARDO CAMPA

áreas, donde la estructura tecnológica está presente y operante. El progreso tecnológico


es un aspecto del adelanto cultural.

El conocimiento –desde la Atenas del V siglo hasta Immanuel Kant– prescinde


de las condiciones objetivas, aunque las intenta modificar. La Alemania de los tiempos
de Kant no está más avanzada económicamente que el resto de los países europeos. Los
estudios de lingüística y después los de las disciplinas humanistas y científicas
modifican radicalmente el status jurídico y económico de Alemania, que se propone, en
períodos recurrentes, como el centro neurálgico de la dinámica del conocimiento y del
impulso en Europa. Y, al contrario, las condiciones económicas privilegiadas de
España, al inicio de la conquista del Nuevo Mundo, no le permiten interceptar los
profundos trastornos culturales, que desde Europa continental se difunden en el
Occidente americano. La innovación es una categoría cognitiva, que actúa en los
individuos y en las comunidades según el régimen económico en el que gravitan. En las
sociedades llamadas tradicionales (no asimiladas a los sistemas tecnológicos
consolidados) la emergencia existencial se realiza en el folclore, en la danza y en la
figuración de hombres y mujeres responsables de los testimonios y de las contestaciones
frente al orden del que aparentemente son sus cantores. El carnaval de Rio de Janeiro,
en su origen, simula el choque de los grupos indígenas, que se disputan el dominio del
territorio. En la época moderna la concitación popular se ejerce en una práctica
dionisíaca en el improbable Edén terrenal (tal como lo describe la literatura europea del
siglo XVI ayudada de las impresiones antes que de los informes de los viajeros y los
aventureros). Cuando el conservadurismo se radicaliza, vence en el folclore, en la
puesta en escena de un pasado sin historia, delegada a los efectos especiales de la
filmografía, que se encarga de elaborar los estilemas de la representación escenográfica
que se transforman en los aspectos de la identidad nacional. Una vez superados estos
condicionamientos, el país se encamina a una amplia reestructuración económica para
convertirse en una de las potencias más significativas del escenario mundial. Y el
folclore se diluye en el inconsciente colectivo. La decadencia de las virtudes ancestrales
se conjuga con la alegría, que estentóreamente implica también a quienes no podrían
hacerlo, para estar ajenos a la tradición. El arcaísmo, transfigurado en las máscaras
occitanas, satisface la imaginación de los figurantes de la actualidad, agigantada y
ennoblecida por el deseo de expiación y de conformidad. La ilusión del progreso genera
adeptos, que no se contentan con negar el bienestar, sino que muestran una indescifrable
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 921

indiferencia por todo cuanto atañe al aspecto beneficioso de la existencia. El atractivo


lúdico concilia la indigencia con la presunción. La xenofilia es solamente un motivo
consolador para quienes se sienten atraídos por la artificialidad. La violencia, evocada
como fuerza reformadora por Georges Sorel, practica un atractivo primordial, que la
convención rechaza como infausta y perversa. El carnaval brasileño canta la decadencia
de la idea del paraíso terrenal, el peristilo del pecado que tiene que ser exorcizado.
Algunos escritores de la crisis de Occidente se refugian en Brasil, en el que ven tan solo
el lugar de la perdición.

La actualidad es el peristilo de la insolvencia presente. Es una categoría


connotativa de lo imprevisto, que se considera que actúa en la experiencia, fuente de la
resignación. Las perturbaciones de la realidad son imprevistas pero se pueden prever,
según la disposición ordenada de la imperfección y de la eventualidad. Todo lo que
puede ser anotado, puede ser utilizado con finos prácticos, que satisfacen las
expectativas de las generaciones conscientes de que no pueden contar con alternativas a
la existencia tal como queda patente en la contingencia histórica. La cotidianidad tiene
una función didascálica y en algunos aspectos salvíficos. La apoteósica conformación
normativa del presente refleja la iniciación a la eventualidad, al incesante flujo de los
acontecimientos, de los que se dejan ver el tenor, la temperie, la propiciada
providencialidad. La expectativa salvífica se revela estadísticamente como el chaparrón,
la epidemia, las catástrofes naturales de todo género. La imperfección y el alcance de
cada acontecimiento (natural o artificial) permite prever una inconfesa satisfacción
endémica, carente de soporte racional. La convicción moderna es ajena al racionalismo
positivista, por pura posición defensiva, no por tener una acreditada exigencia
explicativa. El racionalismo sigue teniendo vigor bajo la mentís desnuda del
extremismo impugnativo, de la espera providencial, del cientificismo propedéutico al
bienestar generalizado. La intensificación del presente demuestra la irrefutabilidad de la
razón, que ambiciona frustrar todos los esoterismos empáticos del deseo desalentados
por el carácter epitelial de la satisfacción objetual. La mundialización de la información
permite que la curiosidad se transfigure en conjetura y así confortar el razonamiento. La
argumentación prescinde de la objetividad del contenido apoyando la impresión (la
imaginación) que provoca la sumisión improvisada, extendida a las diversas áreas del
planeta. La ubicuidad espacial y la instantaneidad temporal constituyen las coordenadas
explicativas de la actualidad. La información y la opinión se cruzan para presentarse y
922 RICCARDO CAMPA

llamar la atención general subrayando la uniformidad de los puntos de vista y de las


diferencias de pensamiento, que explican los acontecimientos. La redacción escrita y
oral de los acontecimientos tiende a provocar que el público se inicie en un único
modelo de la representación, que uniforma su adquisición emotiva, expresiva,
connotativa. La industrialización y la urbanización otorgan unidad metodológica a la
información. Los cánones expresivos y las formulaciones alquímicas se confrontan a
una simbología de amplio espectro, que permite la percepción de los acontecimientos a
través de la traducción plurilingüe de la argumentación que manifiestan. La dinámica en
la comunicación traduce la diacronía en sincronía y reduce el potencial expresivo a la
representación escenográfica. La espectacularidad propicia el decrecimiento
multifacético de los acontecimientos y actualiza, aunque sea brevemente, la eficacia
solidaria, pietista, consensual.

La globalización de la información y de la representación de los


acontecimientos, que ocurren en las diversas áreas del planeta, los privan gradualmente
de las especificidades propias de las connotaciones identitarias. «La des-teologización
de la historia va a la par de la falta de una explicación cósmica. La potencia de la
inmanencia introduce con ella la perspectiva de una historicidad que se produce dentro
de ella misma, según un proceso intrínseco, y que representa un medio específico. La
historia se distancia de la naturaleza; se aparta del devenir universal; se separa de la
evolución del ser vivo. Se juega entre los hombres»33. Las diversas tradiciones
representativas de la realidad (las llamadas ciencias humanas) serían reemplazadas por
la uniformidad científica si la ciencia sacrificara todas las incidencias temperamentales
de los sectores que intervienen en el conocimiento. De hecho, las diferencias se
identifican como tales, gracias al poder de la uniformidad asegurado por la ciencia (con
su orden abstracto, generalizado y simbólico). La era de la organización disminuye la
fuerza de las tradiciones, de consuetudinarias y memorativas, a representaciones
folclóricas, que despiertan más la curiosidad que la enseñanza del comportamiento de
las generaciones pasadas, ocupadas en afrontar los desafíos de la naturaleza con
«instrumentos», mentales y factuales, diferentes de los que se utilizan en la época
telemática. La persuasión reemplaza progresivamente a la convicción en las
externalizaciones propiciadoras del consenso. La legitimación es propedéutica a la
realización de los programas elaborados para satisfacer las exigencias «potencial» o
«virtualmente» objetivas, que de hecho son predominantemente sectoriales. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 923

parcialización de los beneficios –que influyen en el mercado a nivel de clases sociales–


se justifica por su interconexión con las perspectivas globales. En síntesis, la diferencia
clasista se pone de acuerdo con las perspectivas del desarrollo generalizado, hecho
posible, en las diferentes regiones del planeta, de las llamadas condiciones objetivas (de
la distribución ecuánime de los recursos desde la base de una conciencia generalizada
como resultado de la educación y del empeño en hacer las cosas). La defaillance del
Estado tradicional frente a los inesperados cambios de la costumbre, debidos a su vez al
concurso de la economía de expiación (de los males sedentarios y de la inacción), está
ya presente en las meditaciones jurídicas, a inicios del siglo XX de Santi Romano34. El
gobierno normativo del pasado, del que se deduce la certeza del derecho, se somete a la
intemperancia del presente, que la estrategia empresarial y la dinámica ejecutora
vuelven al menos problemático y tentacular. La inducción del conocimiento está por
tanto sometida, no solo a los cambios de perspectiva, sino también a los movimientos
metodológicos, sugeridos por los imprevistos y por las ineludibles necesidades
operativas. La adecuación del medio al fin está siempre condicionada por los resultados
conseguidos al ejecutar los programas que se piensan que, en principio, son de utilidad.

La representación proporcional es el que mejor se corresponde a la participación


popular. El electorado, que se ajusta a las reglas democráticas, asiste según sus recursos
ideales al buen curso de la vida colectiva. Sin embargo, el condicionamiento ideológico,
propuesto por la propaganda interesada como salvífico, hace difícil la gobernabilidad de
las instituciones. El premio de mayoría es la cuota más noble de la fallida interacción
conceptual entre los grupos, que concurren a la administración del bien común. Si la
razón desarrollara una función realmente cohesiva, el desacuerdo entre los grupos se
reduciría a la diferente y contrapuesta teleología normativa. Pero, en el caso de la
contraposición, la metodología ejecutiva no podría dejar de comprender la alternancia y
por lo tanto la complementariedad de las formas de gobierno. La representatividad se
conjuga con las formas de la convicción, que están presentes en la tradición y,
traducidas, en la actualidad. El límite entre uno y otro está determinado por el interés
que los grupos hegemónicos hacen patente y configuran de forma legítima siguiendo los
presupuestos del orden formal. Y es por esta razón que el marxismo rehúsa el aspecto
formal del sistema político, en cuánto que refleja la iniciativa de algunos sectores de la
empresa productiva y deliberativa de la sociedad y no el interés general (personificado,
en la revolución industrial, por el proletariado). Los sectores propulsivos y propositivos
924 RICCARDO CAMPA

de las sociedades desconfían de la ecuánime valoración de las expectativas


interclasistas. La elusión de las solicitudes, promovidas por los nuevos grupos
productivos (obreros y técnicos), agrava la situación de la relación entre los grupos
progresistas en ascensión y los grupos que se aferran a los privilegios consolidados. La
intemperancia de los sujetos explotados no se justifica, no solamente por el perfil
equitativo, sino también por el aspecto de participación en la gestión de la cosa pública
y de la solidaridad interclasista.

El antiparlamentarismo es una «distracción» del sistema participativo. La


correspondencia entre representante y representados es precaria y en todo caso
imprevisible, tanto por los cambios de temperamento del público, como por la
conflagración de las postulaciones deliberativas en la sede decisional (legislativa). Las
combinaciones postelectorales sirven –si sirven– para asegurar y activar la
gobernabilidad. La interpretación (la valoración) de las necesidades objetivas se somete
a los acuerdos entre los partidos y las corrientes interpartidistas, consideradas más o
menos artificialmente conformes a las cambiantes condiciones sectoriales del sistema
comunitario. A parte las operaciones financieras ocultas, todos los programas
decorativos del bienestar colectivo y de la justicia social permanecen en la
incertidumbre. La ingobernabilidad es una prerrogativa de los Estados emolientes, de
aquellas realidades institucionales comprometidas con las innovaciones. El régimen
tutelar de la modernidad consiste en las modificaciones, que se realizan en el contexto
ficticio de las liberalizaciones, en beneficio de todos los componentes orgánicos del
aparato operativo del relativo sistema institucional. El poder político justifica como
poder administrativo, a menudo en forma distónica con el poder judicial que, en la
tentativa de interpretar y adoptar la norma jurídica como la más conforme a las
cambiantes condiciones objetivas, se confiere funciones que suplen las decisiones
(parlamentarias) falseando las prerrogativas gubernamentales. El parlamentarismo
presupone el acuerdo entre los partidos que lo sustentan sin perjudicar su inspiración
ideal. Estas características identitarias no pueden salvaguardarse sin incidir en el debate
decisional y por lo tanto reivindicar una petición que prescinda del acuerdo, que es
incluso imprescindible. La habilidad estratégica de los partidos políticos en la era
tecnotrónica reside en encontrar consuelo en los modernos instrumentos de
comunicación y afiliación. El movimentismo es el descubrimiento endémico de un
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 925

proceso exponencial, que se emancipa de la agregación tradicional, para inaugurar un


nuevo modo de sintonización multicultural y plurilingüe.

La nueva proposición en términos decisionales y operativos de la nación permite


legislar con un grado de autenticidad que roza la relativización de la normativa
tradicional. El palimpsesto jurídico se propone anotar las modificaciones de la
costumbre como premisas de las reglamentaciones racionalmente significativas. La
nación se manifiesta con una fuerza originaria, capaz de poner en tela de juicio el
Estado en cuanto artífice del orden normativo definido jurídicamente. La nación, en
efecto, es el precipitado histórico de algunas actitudes humanas en el periplo de la
discusión existencial. Su conformación cultural prescinde de los estados históricos y
favorece los recursos consuetudinarios (fabuladores, religiosos, expresivos). La
irreductibilidad de la moral, que la consolida, sucede a la creencia histórica de la vida
comunitaria. El ideal orgiástico se convierte en la partenogénesis asociativa, en
agregaciones ideales o en goethianas afinidades electivas, que subyugan el intelecto con
las postulaciones conceptuales radicales sobre la transcendencia y sobre las
epigramáticas figuraciones de la extemporaneidad. El patriotismo tiene una connotación
simbólica, que se consolida en el radicalismo extremista de naturaleza sagrada. Su
imperiosidad regula la irradiación demográfica planetaria según direcciones emotivas,
destinadas, primero a confrontarse con el milieu cultural con las que tienen que
interaccionar y, sucesivamente, consolidarse. El patriotismo moderno, aunque se
manifiesta de forma acrobática, rehúye de la acción militar, a no ser que se vea obligado
por los condicionamientos económicos internacionales. La deformación del sentimiento
patrio es más evidente en las áreas, donde los intereses económicos (estratificados) del
mercado mundial desatienden las costumbres y las tradiciones locales. El presagio del
bienestar generalizado reaviva el ostracismo de quienes ostentan el privilegio de la
libertad del pasado, de la digna pobreza de los órdenes prudencialmente consagrados
por la mística patriarcal y por los refrendos a menudo dramáticos de la pertenencia
tribal.

Desde el congreso de Manchester del 1842 se piensa que la libertad comercial es


la condición necesaria para asegurar la paz universal. El comercio en el léxico moderno
comprende una serie de interacciones, que apuntan a la satisfacción de las expectativas
planetarias. Esta previsión, proclamada por Norman Angel, en 1910, con la obra de
notable resonancia internacional titulada La gran ilusión, no encuentra cotejo en el
926 RICCARDO CAMPA

clima político y social del siglo XX, el conocido como «el siglo breve»: señal de que el
mercantilismo y el colonialismo todavía actúan como antídotos al progreso en su
configuración general. El darwinismo social es la fuente inspiradora de la historia
natural de la humanidad. La pacífica interdependencia cede su sitio a la competencia
beligerante. El progreso se identifica con la supremacía de las estructuras tecnológicas
más adecuadas a la productividad. El comercio, por tanto, pasa de ser un intercambio de
productos, a una difusión de los artefactos, para así satisfacer las expectativas estéticas y
liberadoras de la fatiga bíblica y sacrificial. «Savorgnan de Brazza funda el Congo
francés en 1877, el protectorado de Túnez se establece en 1881, el protectorado de
Annan en 1883. Es lo que exige la economía, o en todo caso es lo que estos actores
creen»35. La política colonial, entendida como el efecto de la política empresarial,
estratifica los resultados del sistema productivo de modo que restablece, bajo formas
aparentemente nobles, el sistema de dependencia de algunos países (poseedores de los
recursos energéticos naturales y de mano de obra barata) de los países tecnológicamente
hegemónicos. La irreductibilidad de estos dos factores a una ecuación resolutiva de los
conflictos aparece ineludible hasta al final de la segunda guerra mundial, cuando el
sistema tecnológico se difunde contextualmente al disgregarse el colonialismo en sus
exteriorizaciones lingüísticas y territoriales. La fiabilidad de la autonomía decisional
concierne los intereses de los grupos económicos y los lleva a difundir los útiles
productivos a los vastos territorios del planeta siguiendo los sistemas de interconexión
financiera, que ocultan los monopolios y los oligopolios, condenados por el liberalismo
de dañar la libre empresa. El imperialismo, como si fuera una enfermedad infantil de la
mundialización, reabre la fase de los conflictos económicos bajo la coraza del
proteccionismo institucional (y militar). Para contrastar la aprensión por la supremacía
económica y financiera a nivel mundial se diseña el Estado social, hereditaria de los
movimientos de emancipación protestativa, desarrollado por los partidos socialistas y
por los movimientos humanitarios. La tutela de los trabajadores induce a los
empresarios a reorganizar sus pretensiones (los beneficios) para facilitar su impulso
institucional. A la reorganización de los benéficos directos se confronta la influencia
política, al punto de condicionar la fenomenología normativa según los criterios de la
conveniencia sectorial.

El proteccionismo, el neo-mercantilismo y el imperialismo son los efectos


económicos de la revolución industrial que, por un lado, promueve la ética identitaria y
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 927

solidaria y, por otro lado, contribuye a deslegitimar el igualitarismo en los estilemas del
pietismo pseudo-burgués. La revolución industrial reedita el inconsciente colectivo
como una fuerza motriz del desarrollo económico exacerbado por una ferviente
propensión hedonista, lúdica, idólatra, contemplativa. La protección individualista,
aunque se extienda al anonimato masivo, reivindica una tutela social, que habilita a las
instituciones a valorar y adquirir los nuevos descubrimientos tecnológicos, que emplea
con ayuda o en sustitución de los componentes orgánicos (para evitar los aspectos
lesivos a nivel físico y psicológico de los operadores económicos: asalariados,
empleados, técnicos). La reducción del perímetro estatal, propuesta por el liberalismo,
no excluye el ejercicio exornativo en sentido moral de parte de los aparatos de utilidad
pública. El Estado se hace cargo de las nuevas atribuciones, previstas por la dinámica
inventiva y ejecutora de la época moderna. Las libres iniciativas individuales encuentran
consuelo en el beneficio y por lo tanto en el bienestar que se difunde por medio de los
aparatos de participación en el mercado mundial. La burocratización del Estado –según
Max Weber– asegura la racionalización de sus recursos de modo sistemático y erga
omnes. La competencia técnica reemplaza gradualmente la responsabilidad política,
entendida como conocimiento de las perspectivas ideales y concretas de las
comunidades legalmente organizadas. El ejercicio del poder estatal se ejerce en la
promoción de las demandas sociales, que incluyen, como propulsor cohesivo, la moral,
la convención, con la que se ratifica cotidianamente el pacto o el contrato social. La
moral se perfila como un correctivo de los instintos primordiales (predatorios) que,
sublimados, contribuyen a equipar la razón de las fuerzas propulsivas, necesarias para
argumentar con conocimiento de causa con la naturaleza, delineada como una zona
energética, sujeta a la manipulación humana. El panquimismo, al que hace referencia el
psicoanálisis de Sigmund Freud, representa la categoría explicativa y compositiva de la
realidad natural. El despotismo militar no podría manifestarse si no fuera en las formas
esclerotizadas del racismo, por su esencia persecutoria y controvertible. La política que
invierte en las infraestructuras ayuda al empresariado y contribuye a modificar el
hábitat urbano y, en parte, también el agrícola. La metamorfosis social, debido a la
tecnología, consiste en la intensificación de la presencia nacional en el extranjero en
concomitancia con el desvanecimiento del ímpetu interior. La llamada neutralización de
los conflictos nacionales consiste en la proyección en el escenario internacional de las
reivindicaciones sectoriales, comunitarias. La trama de las relaciones públicas e
individuales garantiza la cohesión social y el pacto por cada iniciativa, que tenga como
928 RICCARDO CAMPA

objetivo la mejora de las condiciones objetivas. La estabilidad social une, en principio,


las diferentes prerrogativas del orden institucional en un sentido interactivo y
promocional.

La propaganda insiste sobre la funcionalidad de los descubrimientos sociales, de


las normas, mientras persigue la abstracción, que es la categoría de la interacción y la
interconexión conceptual. La abstracción es la forma con la que la comunidad se confía
al proceso de conocimiento y persigue en la tradición cultural. La nación asume por
tanto la configuración orgánica de la abstracción, que tiene una fuerte capacidad
cohesiva y determinante en el escenario mundial. La nación suma las experiencias
cumplidas por las comunidades, en el tiempo remoto, en las conformaciones tribuales,
patriarcales y, en el tiempo reciente, en los grupos sedentarios, en los órdenes
demográficos y territoriales más adecuados a su desarrollo. La pertenencia política se
hace presente en las formas aristotélicas de la gobernabilidad. La nación añade en si las
mutaciones genéticas, que sus miembros afrontan con auténtica pasión civil. Las
infraestructuras, aseguradas por la nación, permiten que las generaciones se reconozcan
en la borrascosa temperie de su vida existencial. El entorno exterior (el paisaje, la
arquitectura, las volutas votivas) permiten hallar, en el tono rapsódico de la experiencia,
un hilo conductor, que se descubre legendariamente como la teleología testamentaria, de
la memoria futura. La «organización externa de la humanidad» –según la expresión de
Wilhelm Dilthey– de su naturaleza encuentra cotejo en los cánones representativos del
escenario político. La reflexión (sistemática) de la convicción individual en la
organización colectiva es el aspecto más consistente de la vocación social de los
individuos y de los grupos según los procedimientos de la asociación y la recíproca
responsabilidad, elaboradas en el respeto de las propensiones naturales y las
aportaciones artificiales, encargadas por todos los miembros, ocupados en esbozar el
tiempo providencial y salvífico de la especie. La división del trabajo comporta una
solidez institucional, que asegura a los resultados concretos de los sectores productivos
individuales una inmediata correspondencia con las exigencias generales. La
homologación de las necesidades y el potencial inventivo puede solucionarse en clave
privada o plural. La nación se garantiza sobre la fiabilidad del empeño individual en la
unión colectiva. El Estado, entendido como el órgano de la realización de las formas
socializadoras, es inducido a sintonizarse con las prerrogativas de la nación, que son
más coherentes que las propaladas como una fianza actuada. La abstracción cultural de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 929

la nación garantiza la influencia mediática y tentacular del Estado, que propende para
garantizar el equilibrio de los poderes y, según las circunstancias históricas, para
transformarse en un Moloch de las sentencias deliberativas. La imposición se justifica
por el peligro interior y exterior –según el esquema de Carl Schmitt– en el convulso
proceso de rigidez institucional. La flexibilidad de la naturaleza se opone al radicalismo
estatal, que tiende a frustrar cualquier tipo de diversidad en las diferencias, creídas
perjudiciales por que transcurra adecuadamente el bien común.

La era de la mundialización implica la revisión crítica de las formas de gobierno


tradicional, ocupadas en dirimir los potenciales conflictos de competencia entre el
Estado y la nación. La exteriorización de tales conflictos aflige las crónicas y las
historias de Occidente, condenadas por las circunstancias a redimirse continuamente de
las aflicciones institucionales, a las que incurre con justificada pretensión de
incapacidad. La constante interacción al menos virtual entre la democracia y el
despotismo lleva a la cultura occidental a introducir y a impugnar, de forma recurrente,
la influencia demoníaca de la naturaleza y de la providencial capacidad del género
humano. Las clásicas rivalidades de la gestión sedimentan paradójicamente la íntima
conexión entre el Estado y la nación, con la intención de perpetuar la permanencia y la
movilidad de los principios constitutivos del orden comunitario e institucional. El
binomio tradición-modernidad complementa el dualismo Estado-nación frente a las
masas, entendidas como el sujeto que más interactúa con el poder constituido, y eso
mismo como el poder dirimente de los exorcismos económicos y sociales de la época
pre-industrial. La anomalía terminológica es puramente circunstancial: tanto la nación
como el Estado, forman parte integrante de la condición política y social del género
humano en su pretensión de vencer la carrera del tiempo, desafiando la naturaleza y sus
múltiples configuraciones. La actividad profética, ligada a la decadencia de la cultura de
Occidente, se propone evitar la catástrofe, que se avecina, como la tormenta veraniega,
sobre las efemérides del mundo. La intemperie social, que promueve las sacudidas
telúricas de la revolución reivindicacionista, apela a las reglas de la convivencia civil,
destrozadas perjudicialmente por los grupos económicamente hegemónicos, que no
admiten que tengan que justificar su comportamiento más allá de la mejora empresarial,
a la que exigen confiar sus recursos inventivos y calculadores. El liberalismo y el
conservadurismo perseveran en el aguijonear, en clave dialéctica, la problemática
concerniente al visionarismo revolucionario y al inmovilismo ataráxico.
930 RICCARDO CAMPA

La posición dominante de la economía de mercado frente a las esporádicas


tentativas de la autarquía hace inevitablemente más angustiosas las estipulaciones
contractuales dentro y fuera de los Estados, ya que se someten a los cambios
conductuales de las diversas regiones del planeta. La actitud preventiva (el pronóstico)
sigue a la negociación desarrollada a nivel infra y supraestatal de los diversos actores
económicos. El empresariado no puede prescindir de la coexistencia humana, de las
fuerzas que regulan la vida de las comunidades, sumadas por las expectativas del
progreso y contextualmente por la garantía de los derechos de participación,
deliberación, agregación y expresión. La geopolítica sobrentiende las vicisitudes
nacionales. La historia planetaria se inaugura con la tecnología, que obra un constante
enlace entre todas las áreas socialmente constituidas, según los esquemas
convencionales, objeto de las conexiones determinadas de forma voluntaria. La «aldea
global» de Marshall McLuhan es la metáfora del escenario, donde se enfrentan y se
pactan los esfuerzos realizados para crear nuevos ideales y prácticas para todo el género
humano.

La interdependencia inaugura la época de la uniformidad: es el proemio de la


globalización, resaltándose (como en la Edad Media, entre pueblos civilizados y
pueblos bárbaros) las diferencias estructurales, y económicas, que persisten y atenúan, si
no se configuran de forma desproporcionada, las tendencias que equilibran los recursos
(energéticos y humanos) del planeta. La relativización de los componentes de la
mundialización permite un período ulterior de interferencia recíproca, dirigida a la
pluralidad, en la perspectiva de un prometeica unificación sea irrevocable. La
conformación de una Unidad global desde abajo en lugar de desde arriba se basa en el
principio de la movilización planetaria, dotada (o dominada) de una cultura hegemónica
y salvífica. La religión pánica de la era tecnológica tiende a subyugar las conciencias
con la promesa de una recompensa terrena, que sustituya las expectativas celestiales.
Para atenuar (o para contrastar) esta perspectiva, las religiones del Libro se disputan una
ulterior fase laudatoria de la transcendencia, y de la inmaterialidad. El nacionalismo
moderno, que posee una vocación universalista, se propone concertar sus modalidades
de modo sincrónico frente a las distonías del estatismo tradicional. El hecho de que la
nación no se identifique con el sistema territorial estatal, sino que lo supere, constituye
la lógica precondición dela mundialización moderna. La cristiandad se configura como
el proemio de una entidad ecuménica, dirigida a catalogar agustinianamente el tiempo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 931

como la categoría de la esperanza y de la resignación. La mundialización moderna


confía en el anonimato tecnológico del mismo modo que la Iglesia cristiana confía en el
pasado, como un instrumento de la justicia divina, sobre las entidades temporales, entre
ellas rivales y moralmente incontenibles. El derecho moderno se basa por tanto en las
expectativas, en las pretensiones, que pueden satisfacerse de forma terapéutica. El
universalismo nacionalista, aunque se delinee como un oxímoron, se perfila como el
hendiente dialéctico que argumenta sobre las características y sobre las finalidades del
mundo futuro. «El orden humano ha sustituido al orden cristiano, pero la forma de
concebir la realización es análoga, en su diversidad de crisoles y en su unidad de
lenguaje. Por otra parte es esto lo que alimenta el espíritu de los partidarios de las
nacionalidades en el futuro polifónico de los pueblos libres y pacíficos»36. La formación
de las áreas regionales (el mercado común andino), la Unión Europea, etc., tiende a la
uniformidad, aunque se valga de las diferencias para hacer brotar las normas que sean
compatibles con los diversos regímenes constitutivos y con las perspectivas
(económicas, sociales) unificadoras. Tal proceso aparece formalmente preponderante y
prácticamente difícil de conseguir por la persistencia de fuerzas reaccionarias,
empeñadas en sacar ventajas del temor pánico que las novedades tecnológicas difunden,
no solamente con sus alicientes objetuales, sino también por sus ineludibles pugnas
generacionales, debido a la precariedad del trabajo y la enajenación de los bienes que en
la mentalidad tranquilizadora de la costumbre tradicional se tenían como permanentes.
Las políticas expansionistas, formuladas cautelosamente en defensa de la civilización
occidental (como la justificación que hace Theodore Roosevelt de la guerra del 1898 de
Estados Unidos de América contra España) no ayudan a reforzar el mundialismo
pacifista, considerado como un hecho inevitable por quienes formulan las doctrinas
universalistas de la época tecnotrónica. Ni el delirio de tamaño se puede confundir con
una aportación a la heterogeneidad de los fines. Este se conforma al desprestigiado
principio de la dictadura soporífera y consolatoria de los estados de ánimo y de las
realizaciones concretas contra las entidades consideradas aflictivas, que se refrendan
incluso en los márgenes del escenario mundial. Joseph-Ludwig Reimer sustenta la
superioridad cultural de Alemania y por lo tanto la hegemonía cultural alemana en el
concierto de los pueblos occidentales. El dominio del universo, entendido como una
instancia medieval, cede el sitio a su población, a su administración en continua
revisión, para que satisfaga de forma más idónea las propensiones, que se revelen
providenciales.
932 RICCARDO CAMPA

La influencia intelectual y moral es una categoría reguladora de la flexibilidad


de la actuación y al mismo tiempo ejemplifica el proceso de conocimiento, por su
naturaleza complejo y a veces contradictorio en sus postulaciones y en sus
convicciones. El imperialismo colonial y el imperialismo continental –según la
distinción propuesta por Hannah Arendt37– son responsables del desequilibrio europeo
de inicios del siglo XX y de la llegada del totalitarismo. El nacionalismo, que sobrevive
a la catástrofe de la segunda guerra mundial, consiste por tanto en la función mediadora
entre la autarquía y la mundialización. La pertenencia de las partes sectoriales a la
unidad global dibuja un nuevo sistema mundial, regulado por la economía, que consiste
en una serie de factores, entre ellos heterogéneos y sin embargo correlacionados con la
necesidad y el ludismo universal. El nacionalismo moderno garantiza la presencia de las
variables propositivas a escala planetaria. La defensa del individuo y de la garantía de
sus derechos están a cargo de la nación, que persevera en pedir la solidaridad con el
ánimo de las instituciones estatales. El nacionalismo moderno –en contraste con lo
preconizado en 1860 por John Stuart Mill– se propone asegurar al individualismo un
papel problemático (y tentacular) en la temperie (de la organización) masiva. La
autosuficiencia individual o es una tautología o una enfatización publicitaria. En efecto,
el individuo puede promover todas las modificaciones que la sociedad pueda homologar
contando con el consenso –a veces extorsionado– de las componentes orgánicas de las
singulares estructuras operativas. En fin, una variante en el sistema productivo,
propuesto por un sujeto individual, concreta el aspecto individual de la participación
social. A la sociedad de masas se confrontan la investigación y el análisis de grupo,
como ficciones de la empresa democrática. De hecho, la innovación siempre es creída
por los individuos, que se valen de la colaboración de muchos actores anónimos
(masivos). El descubrimiento es un acontecimiento individual, que invade los
laboratorios de los ejércitos de los investigadores, sostenidos por el encargo compulsivo
de un animador. La soberanía de la empresa del conocimiento y de la actuación siempre
es tendencialmente múltiple (y por lo tanto anónima, dado el número de sujetos
implicados en las fases de los proyectos individuales). El sufragio universal es la
sublimación del individualismo, que influye en las selectas políticas, económicas y
sociales de las instituciones, donde se realizan. El derecho natural se ejerce en la
intrínseca vía prejudicial de la participación: cada individuo puede expresar las mismas
preferencias políticas y administrativas al amparo de los condicionamientos
propagandísticos. La sugestión ideológica, sin embargo, es tan penetrante que aparece
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 933

de forma irredimible bajo el perfil consecuencial. La democracia tiene en cuenta a los


individuos singulares y su condición asociacionista como participantes en las decisiones
políticas, a las que imprimen con el voto una connotación teleológicamente determinada
(o en todo caso distinguible entre los debatidos como posibles). El éxito, conseguido a
nivel individual, asume las características del privilegio, que el derecho positivo regula
siguiendo criterios equitativamente inderogables.

La irrupción del individuo en la escena social moderna se realiza en la unión de


las masas: en la medida en que reclama los derechos positivos, entonces se reflejan
sobre la colectividad, que los legitima. El individuo abstracto y el individuo concreto
interaccionan en el concierto social de modo que aseguren que el status jurídico del uno
garantiza los del otro. Se necesita y es legal, por tanto, el radicalismo moderno: permite
a los individuos exorcizar la apatía colectiva y establecer una relación dialéctica, aunque
sea exasperada, con las instituciones, que aviva sus finalidades y su cumplimiento. El
liberalismo moderno, por tanto, no se percibe con una fuerte propensión anti-estatal,
puesto que la economía (entendida en sentido lato) somete la dinámica internacional. El
dilema si acaso (al menos en lo que concierne a la Unión Europea) viene dado por la
salvaguardia de los poderes constitutivos del Estado en el orden comunitario, que por su
naturaleza ambiciona disminuir, sea bajo la forma de poderes delegados, sea bajo la
forma de poderes trasferidos por competencias. La psicología de las masas de Gustave
Le Bon, de 1895, denota un dinamismo incontrolado, que perjudica el equilibrio social.
Esta concepción se relaciona con la de José Ortega y Gasset de principios del siglo XX,
expresada en La rebelión de las masas, como exordio de un modo insólito de participar
cordialmente en la llegada de la era telemática. De hecho, las masas no constituyen una
fase magmática de la condición humana sino una experiencia particularmente
condicionada de las convenciones y las prohibiciones de parte de los individuos,
movilizados por los movimientos políticos, por las asociaciones sindicales y –en
atenuada continuidad con el pasado– por la ritualidad religiosa y por el ludismo
folclórico. La anomia de Émile Durkheim es una categoría literaria, que corresponde al
aspecto incentivador que propulsa las decisiones de las masas. En realidad, aunque bajo
la égida propedéutica de algunos mensajes ideológicos y propagandísticos, las masas
manifiestan sus aprensiones y sus malestares de forma delegada, y por lo tanto
personalizando su actitud crítica y actuadora. La delegación contrasta (y concurre) con
el plebiscito cotidiano, según Ernst Renan. El integrismo nacionalista, el estatismo
934 RICCARDO CAMPA

exasperado y el individualismo radical provocan los conflictos modernos que, para sean
reconocidos como tales por la sociedad internacional, tienen que proponerse a nivel de
reivindicación (bajo la forma religiosa, política o explícitamente económica).

Los conflictos tradicionales se perfilan como cataclismos, sobre los que casi se
refleja la atención en el escenario internacional. Las conflagraciones políticas y las
defaillances climáticas, ambientales, parecen dibujar afinidades, que caracterizan –al
menos de forma improvisada– la época de la precariedad y del artificio. «Nunca –
escribe en 1939 Johan Huizinga– el hombre ha tenido conciencia hasta este punto de la
necesidad imperiosa de colaborar en la conservación y el perfeccionamiento de la
civilización terrestre. Nunca en el pasado, el trabajo fue tan honrado como en nuestros
días. Nunca el hombre estuvo tan dispuesto a sufrir, a correr riesgos, a consagrar en
cualquier momento su valor y su personalidad al bien general. Tampoco había perdido
toda esperanza»38. El estudioso de la Universidad de Leiden cree que la corrupción del
modo de pensar y de actuar haya vuelto precaria la sociedad humana, tal como se ha
formado en el curso de los siglos con la aportación de los descubrimientos, que
constituyen aún un precioso consuelo para la vida humana. Por corrupción, entiende la
deformación de las relaciones interpersonales y por lo tanto la falta de garantía de la
subsistencia del género humano en una realidad, comprometida por la desenfrenada
jactancia protagonista de la agregación de los individuos singulares, interceptados en su
recorrido existencial por la traición de los clérigos, de los intelectuales, que se han
vuelto vulnerables por el mito demoníaco de la máquina y del poder cohesivo y
disoluto. Se piensa que los intelectuales son los responsables de la incoherencia entre
las previsiones y las realizaciones perpetradas contra la mayoría del género humano,
subyugada por el exorcismo del ditirámbico poder del maquinismo industrial. El
intelectual, tradicionalmente condicionado por la potestad tutelar, practica una acción
que convierte las prácticas liberadoras en prácticas cohesivas y a veces persecutorias. El
totalitarismo es el fondo más dramático del absorto propositivo de las vanguardias de la
modernización.

El marasmo económico, precursor de los profundos cambios políticos e


institucionales, implica una difusa incertidumbre sobre la naturaleza y por lo tanto sobre
las adquisiciones cognoscitivas del género humano. El socialismo relaciona la
insatisfacción política con la inquietud existencial. La falaz convicción de que la raza
blanca puede asegurar la paz y la libertad de la humanidad se refleja en un benéfico
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 935

internacionalismo que se caracteriza por condenar los conflictos y por buscar la


solidaridad. La industria y el comercio impugnan el pesimismo, que persiste en el siglo
XX. La decadencia del occidente, descrita por Oswald Spengler, parece inevitable en el
proceso de mundialización que las sofisticadas estructuras productivas y de difusión
ponen en marcha. «Tan solo podemos ir hacia delante, aunque los abismos y la
lontananza desconocida nos den vértigo y una bruma opaca planee sobre el precipicio
abierto del futuro próximo»39. El necesitarismo evolucionista, acelerado por las
revoluciones, se manifiesta en toda su capacidad adecuando los recursos naturales y
artificiales a las expectativas de las generaciones que se unen en la Gran Cadena del Ser
de Arthur O. Lovejoy. La fiabilidad de los pronósticos se pone continuamente en tela de
juicio y sin embargo permanece de forma omnipresente. La metafísica subyuga la
contingencia ocasional e ilusiona acerca de las terminales de la experiencia.

La vida humana se configura como una manifestación de la naturaleza cuyas


finalidades no pueden preverse mediante la investigación científica y el conocimiento
tradicional. La carrera a la barbarie (que san Agustín ennoblece al compararla con la
crisis del imperio romano) es reemplazada, en la sociedad tecnológica, por una versión
que retoma el estilo del primitivismo. Las sugestiones cabalísticas, tribales,
carnavalescas ceden su sitio a la aprensión por el instrumento técnico, que permite
«navegar» por los recorridos identitarios y expresivos de un número inconmensurable
de individuos. El aparato técnico puesto en las manos de los modernos es el correlato
sublimado de los aljófares en las manos de los indios en tiempos del descubrimiento del
Nuevo Mundo por Cristóbal Colón y por todos los expertos navegantes del
Renacimiento. La autoridad proviene del orden constituido que, en el caso del Nuevo
Mundo, es involuntariamente el español y el portugués (el ibérico). La cultura
occidental se perfila así como el instrumento, jurídicamente en parte in fieri y en parte
perfeccionado, puesto en acto para dominar (o transformar) la naturaleza. «La cultura
comienza desde que el hombre ha experimentado cómo la mano, armada de un sílex
rudimentario, es capaz de producir cosas que sin ese instrumento no sería capaz de
hacer. Sometió una parcela de la naturaleza»40. El instrumento mecánico se revela como
un medio útil para interferir en la naturaleza y registrar las potencialidades que se
pueden utilizar comprensivamente. El étimo de la fuerza permanece en la totalidad de la
vida humana como una ineludible iniciación a la supervivencia según los cánones de la
necesidad y de la libertad, expresados para consolar a los actores sociales de las
936 RICCARDO CAMPA

minorías, de vez en cuando, profesadas como conservadoras e innovadoras


(revolucionarias). El homo faber desarrolla la historia del mundo siguiendo las
efemérides congruentes del bienestar y desarrolla las consecuencias, siguiendo la
fiabilidad adivinatoria y propiciadora de sus actos y sus gestos, vueltos al cumplimiento
de los programas vitales, elaborados con la mente y con los brazos ayudándose e
interactuando de forma recíproca.

La relación mecánica con la naturaleza es el correlato de la burocratización de


las actitudes comunitarias y de los resultados conjeturales de las sociedades
normativizadas. «Los términos que unen todas las tendencias culturales de hoy son del
mismo orden: bienestar, poder, seguridad (comprendidos la paz y el orden), dicho de
otro modo un conjunto de ideales aptos para dividir más que para unir, todos derivados
del instinto natural, pero no ennoblecidos por el espíritu. Los trogloditas conocían ya el
mismo ideal»41. La cultura, orientada a la seguridad y al bienestar, es el aspecto
edificante de la condición humana. Las metáforas afinan la realidad según una
seroterápica fluidificación de las interpretaciones. Sobre la base de estos resultados
prácticos, se inaugura el cursus honorum del género humano y se homologa su
patrimonio cognoscitivo. Paradójicamente, el progreso es la sublimación de las crisis
recurrentes a nivel participativo, argumentativo y expresivo. La observación y la
expresión coinciden en intentar redimir –aunque sea en parte– la humanidad de la duda
demoledora. El nihilismo relativiza las nociones adecuadas para perpetuar el bienestar
consuetudinario y, a nivel objetivo, la paz social. La perturbación institucional se
resiente de la problematicidad metafísica, que se manifiesta en la convicción y en el
comportamiento de quienes afrontan las fases experimentales de las innovaciones. A la
progresiva aproximación cognoscitiva de la ciencia, que no se declina en un afligido
sistema planetario, hace cotejo, en sentido antinómico, la tendencia a armonizar, dentro
de lo posible, los aspectos de su conformación con la representación social del mundo.
La nostalgia por la simplicidad del pasado frente al presente deja ver una incauta y
circunspecta ataraxia, que no conforta la esperanza en un orden mental y físico más
conforme a las expectativas providenciales y redentoras, consideradas como un atributo
(permanente) del finalismo existencial. La operatividad mecánica se parece, a nivel
intersticial, a la creación divina. El cosmos es el escenario ilimitado de la imaginación
humana y la inventiva celeste. Todo lo que se presagia ya ha ocurrido y se convierte en
improvisados análisis y sondeos de los observadores-perturbadores de la realidad.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 937

La pasividad es la característica preponderante del mecanicismo social. La


observación se refleja en la aceptación generalizada de las sugestiones, que suscita a
nivel exploratorio y de reconocimiento. La espectacularidad delegada (al teatro, al
estadio), impide realizar al espíritu crítico una continua revisión de las formas, que la
delimitan. La progresión del conocimiento se presenta como tal a la realización social, y
es disputada por el orden normativo, que la realiza. No hay que dar por hecho que el
caso está constituido por las leyes con las que la ciencia cree representarlo. El recurso a
la razón y a sus límites se justifica con la problematicidad con la que se extenúa la
investigación científica. La autenticidad es por tanto una categoría explicativa de las
nociones adquiridas con la investigación científica en el universo natural. La visión y la
introspección ayudan a diseñar las dos esferas del mundo: la exterior (cuantificable) y la
interior (impalpable). La técnica también provee instrumentos de destrucción a las
sociedades que mantienen conflictos debido a causas ideológicas, económicas y
estructurales. La ciencia por tanto no está exenta de aquellos atributos demoníacos, que
en el pasado se encontraban en las hechiceras y en las brujas. La diversidad consiste en
el rechazo del gusto «gótico», que hade de la excepción el neurálgico afluente de un
gozo interior, difícilmente justificable desde el sentido común.

La ciencia discrimina las angustiosas fabulaciones de un Horace Walpole, el


autor dieciochesco de El castillo de Otranto42. Aunque la ciencia se proponga de
representar los fenómenos que se verifican según las constantes y las variables
naturales, la reserva mental de que en ellas se esconda el demonio de la destrucción se
hace notar en circunstancias particulares. La última, en el orden temporal, es la relativa
a la deflagración de las primeras bombas atómicas en Hiroshima y en Nagasaki el mes
de agosto de 1945, año de la dramática conclusión de la segunda guerra mundial. Los
científicos, responsables del abastecer de herramientas bélicas, declaran ser víctimas de
un exorcismo demoníaco y de estar afligidos por el efecto destructivo de su aportación.
Los mecanismos, de los que se resulta la muerte para innumerables personas, solo
pueden ser hechizados por la locura disoluta que, bajo la desnuda mentís en períodos
recurrentes, agita la naturaleza humana. «La técnica provee también a la sociedad de
medios de destrucción. Quien dice medios de exterminación no dice forzosamente
guerra o crimen… El mantenimiento del orden y la justicia autorizan igualmente al
empleo de la violencia hasta la destrucción de la vida humana»43. Y, sin embargo, la
llamada crisis de la cultura no constituye un inconveniente insuperable para la
938 RICCARDO CAMPA

consecución de otros resultados de conocimiento y ulteriores elaboraciones


tecnológicas. El pacifismo no se confronta con la búsqueda científica, sino con la
desconsiderada aplicación de sus recursos cognoscitivos para finalidades que no están
conformes a los dictados constitucionales, en vigor en las democracias participativas. La
salvaguarda del orden legal es el principio rector de las instituciones modernas. Esta, sin
embargo, excluye, en principio, el recurso a la fuerza y aún más a la violencia en
defensa del bien común. La predilección por el acuerdo (por el diálogo) significa que el
recurso a la persuasión, a las algebraicas facultades del discernimiento y la
argumentación es imprescindible. Las determinaciones y las finalidades conectadas a las
acciones humanas son partes constituyentes del conocimiento popular y objetivo. La
ciencia es por tanto el aspecto más conspicuo de los intereses más o menos explícitos de
las comunidades organizadas según los principios democráticos. Permanece como una
cuestión abierta a las profundidades temporales la relación entre el pensamiento y la
existencia, entre la convicción y las aproximaciones con las que se realiza. La
democracia es la superfetación de esta relación: entre la conciencia y el
condicionamiento se extiende por así decir una zona de sombra, donde se ejercen las
contingentes tareas de la supervivencia. El empresariado racionaliza mediante objetivos
concretos las intemperancias del asociacionismo que perturba orden establecido. La
acción concierne en su exteriorización a la razón (última) de la existencia. La poesía
supera la coherencia y la sucesión lógica y declama la atmósfera de un aspecto inédito
del mundo. Los proverbios, las fábulas, concurren a habilitar la imaginación en el
circuito explicativo de la existencia. Lo ilícito se despliega como la forma explicativa
del Mal. La norma se habilita en el finalismo institucional, que promueve el
conocimiento y la armonización de los sectores inventivos y operativos. El heroísmo se
une a la pasión civil, que impone sacrificios y dedicación a quienes le otorgan un papel
y un valor cohesivo.

La perturbación política e institucional aparece, con finalidades pedagógicas, en


Carl Schmitt, en la antítesis amigo-enemigo: de hecho, en las pulsiones profanadoras,
que transcurren, dentro de un orden comunitario, social, entre quienes están dispuestos a
subyugar a los otros no siempre para obtener objetivos edificantes, ni menos aún
sancionables, aunque apuntan a una conveniencia generalizada y a veces propios de una
época. La amistad y la enemistad son dos categorías descriptivas de las afinidades
electivas, de las trabazones consuetudinarias, que se manifiestan en el clima social.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 939

Estas posponen la primitiva condición aflictiva, donde la existencia siempre es la de los


sobrevivientes de los conflictos naturales. El equilibrio biológico se configura como el
estado de pacificación social. La guerra, considerada la condición primitiva (originaria)
de la humanidad, asume conformaciones cada vez más sofisticadas, no solo
militarmente, sino también en su forma religiosa, política, económica: cultural. El Mal y
el Bien se complementan en la incertidumbre. La noción con un significado más
consistente, útil para alcanzar los objetivos de la supervivencia humana, es la relativa a
las realizaciones aprendidas desde el rigor y el carácter consecuencial racional. La
moral común tiene en cuenta, en efecto, las comparaciones temporales, que la
estadística confía a la interpretación objetiva. La valoración del comportamiento
humano desde los grandes números propicia un bienestar in itinere y en parte adquirido.
Aunque la nostalgia se decline en la añoranza, la constatación moderna y
contemporánea de las condiciones objetivas del género humano es bastante
consolatoria. La estadística santifica didácticamente la anomia. La mayor parte y la
menor parte de los factores, que interaccionan en un fenómeno, evocan bajo la forma
numérica el dualismo tradicional (blancos y negros, mitos del corazón y los perversos
afirmadores de artificiosas falibilidades). Su consistencia numérica los hace
particularmente influyentes en el juicio. La moda apunta a una estadística virtual,
probable e ilusoria. El curso de los acontecimientos es comprendido en las
premoniciones, en las previsiones y en las proyecciones digitales, que el ordenador
permite elaborar con la fidelidad inquisitorial de las premisas, reflexionadas por el
observador-perturbador de la realidad en su estado de gracia.

La obligatoriedad de la preceptiva moral se deduce de la convicción objetiva


(real o presunta) que la determina. El relativismo moral es un contrasentido. La
aceptación al menos que un criterio de comportamiento no constituye ni una obligación
ni una transgresión. Forma parte del sentido común, que desarrolla una flébil función
catártica en todos las recapitulaciones humanas, también en las que proditoriamente se
declaran indiferentes a las reglas elaboradas por la vida tranquila, por la pacificación
social. La influencia de las condiciones objetivas sobre la conducta individual es
ineludible. El aspecto económico de un orden institucional promueve la aprensión por la
igualdad o por la disparidad de las actitudes conductuales. La religión, la convicción
laica, son las formas en las que se habilitan las categorías de la conducta individual y
colectiva. El contraste existente entre las proposiciones morales supone la salvaguardia
940 RICCARDO CAMPA

de las diversas teleologías, entre las visiones de la realidad en su escabrosa


exteriorización. «Un principio moral tal como lo entiende un cristiano, un musulmán, un
platónico, un budista, un espinosista, un kantiano, aquí fracasa. También vale decir que
una doctrina parecida no actúa eficazmente en las masas sino es bajo una forma grosera
y poco comprendida»44. Las comunidades se conforman a la moral, que contribuyen a
diseñar, con finalidades terapéuticas: cada individuo recibe del conjunto de la sociedad
la seguridad en un tipo de comportamiento, respecto al cual los demás son condenados.
Por tanto es un esquema profiláctico, que induce a pensar y a actuar con la libertad que
se deduce de las circunstancias. La determinación subjetiva está condicionada por las
normas en vigor, pero deja imprescriptibles los ámbitos del pensamiento y de la acción
que no se han contrastado y por lo tanto compatibles con los modelos homologados.
Paradójicamente, la moral desarrolla la inventiva como una tentativa, destinada a
legitimarse, para producir nuevas relaciones empáticas y de interés entre los miembros
de la comunidad institucional.

Esta concepción de la moral lleva a pensar que las condiciones sociales son (en
parte) responsables de los vicios y de los crímenes, que son perpetrados en la sociedad.
Las anomalías antropológicas son partes integrantes del tejido conectivo de la especie,
en consonancia con lo que el arte representa tanto en términos edificantes como de una
forma más innoble y compromisoria como es la actitud de las figuras –de presencias
inquietantes en el tiempo neurálgico y protésico de la condición humana–. La
«amoralidad» del arte y de la literatura consiste en la representación de los estados de
ánimo del observador-perturbador de la naturaleza que difícilmente se podrían percibir
de otro modo. La forma, en efecto, prefiere las expresiones convencionales e inéditas
para aumentar el volumen de las características, que configuran el gesto (de entusiasmo
y de resignación) que aletea como una condena sobre toda actitud comprensivamente
relevante. La tolerancia, por tanto, no es una actitud benevolente frente a los potenciales
transgresores de la moral sino un hecho circunstancial ante los posibles cambios de las
expectativas, que el escenario económico y social hace menos perentorios que los que el
convencionalismo sanciona como necesarios. La indignación es una actitud burguesa,
que condena el mal ton, la extravagancia sin éxito, la teatral exteriorización de los tics,
por la caída de la tonalidad, de las generaciones, individualizadas en la temperie de la
condición humana.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 941

La independencia del Estado frente a la moral, en sus formas extremas da vida a


la razón de Estado. Aunque se pueda percibir un Estado ético, no se puede declinar la
relación entre la moral común presente en la llamada sociedad civil y el Estado en sus
determinaciones intrínsecas. Más allá de la apologética configuración maquiavélica –
que se justifica frenando la anarquía y las pretensiones individuales del ejercicio del
poder– el Estado es un orden jurídico con convicciones, aunque sean sectoriales o
coordinadas, por los ciudadanos, que aspiran a ampliar las fronteras de su libertad de
pensamiento, de representación y de actuación. Y es por lo tanto completamente
hipotética y funcional, si no es un pretexto, la neutralidad del Estado frente a la moral o
en todo caso al sentido común. Si el Estado fuera completamente libre de las
propensiones morales de sus miembros, se transformaría en una máquina que solo
garantizaría los intereses contingentes. Esta vía prejudicial no puede contener el
dualismo amigo-enemigo, ya que presuntamente se constituye con el propósito de
favorecer a los amigos, que pueden ser llamados a retirada (en un sobresalto cohesivo)
en caso de peligro. En la geopolítica moderna el dualismo amigo-enemigo queda
reducido a una forma endémica ya que paradójicamente la economía se dirige hacia la
uniformidad (la globalización). Mientras en la concepción schmittiana, el Estado
nacional queda garantizado frente a los ataques externos recurriendo al espíritu del
cuerpo (o identitario), en la concepción moderna del Estado, su prerrogativa consiste en
la búsqueda de los partners, que son un híbrido entre los amigos y los enemigos (de los
que sin embargo se pierden las coordenadas de individuación en el sentido tradicional).
Por lo demás, las grandes agrupaciones políticas mundiales descansan, no tanto
fugazmente, en las creencias religiosas profesadas por los sujetos de los derechos
políticos en el escenario internacional. De las reglas monásticas a las normas de la
caballería, pasando por las idiosincrasias burguesas, el Estado transita de un orden a
otro, manteniendo las señas de identidad de su funcionamiento. Y es justo esta
prerrogativa la que la época tecnotrónica se pone en tela de juicio, no tanto para
malograrla, cuanto para contenerla de forma relativa y en todo caso subyacente a los
impulsos demográficos, destacados estadísticamente en todas las áreas del planeta. El
derecho natural supervisa el derecho positivo en todas sus fases de profunda
transformación (conductual) de la condición humana. La llamada a la Tierra y el
connubio de la Tierra con el Cielo inspira a los pensadores, que se proponen explicar en
términos problemáticos las angustiosas propensiones de las generaciones, que se
asoman a la presencia de la historia (entendida como el testimonio de la memoria
942 RICCARDO CAMPA

futura). La democracia se ocupa de la moral política común, entendida como actitud


cultural, como criterio de adecuación a la actuación general. Las formas de expresión,
de manifestación y de crítica, son partes actuantes de una convicción, que no encuentra
otra justificación que la de su propia licitación conjetural. El inmoralismo político, del
que habla Karl Mannheim, hace referencia a un momento inicial e iniciático de la
condición humana, basado en la fuerza bruta, sobre los incontrolados impulsos
instintivos, en los que el primer arrepentimiento racional encuentra su fundamento en
las pretensiones naturales y luego en el derecho, que las disciplina. El heroísmo
ennoblece la pretensión de vivir en contra de alguien o de algo.

El Estado impone sacrificios a quienes salvaguardan su identidad y su función.


El sacrificio es una regla moral anclada en primer lugar que una probada lealtad
institucional. La guerra comporta sacrificios, que se subliman en la memoria de los
supervivientes, en quienes obtienen beneficios por el simple hecho de no haber tenido
que sucumbir. La disciplina, la obediencia y la fidelidad condicionan teleológicamente
las decisiones y las actitudes de quienes forman parte, de diferentes formas, de las
instituciones, reconocidas como tales por la comunidad internacional. El heroísmo es
una actitud exclusiva, que exalta una improbable decisión, a menudo objeto de un
condicionamiento repulsivo. El totalitarismo propala el heroísmo como el curso forzoso
de las monedas contaminado por la inflación. El recurso a la imprecisión está afectado
por las expresiones seroterápicas de las emolientes dedicaciones a un ideal. La sugestión
y el delirio de poder se suman para desautorizar cualquier tentativa mental que acoja los
desafíos de la existencia normal como las únicas pruebas infligidas por la naturaleza a la
inexorabilidad de la supervivencia humana. Para los creyentes al heroísmo laico le
corresponde la santidad. De Emerson a Carlyle, a Bayron, el heroísmo es una
connotación aflictiva de quienes se asoman en el escenario de la acción. La hipertrófica
concepción de la prestación personal no satisface la necesidad, pero favorece lo
superfluo, incluso cuando está justificado por la aprensión y la espera indiscriminada. El
Renacimiento, en efecto, no le confía al heroísmo las metas del conocimiento y el
descubrimiento, mientras que el Romanticismo, heredera de la Ilustración, confía
agnósticamente en el componente energético, primordial, en la recuperación y en la
exaltación de los significados (de los «valores») de la supervivencia del género humano
en la tensión cósmica. El heroísmo práctico se ejerce en la cotidianidad, en el ejercicio
(común) con el que se enfrentan las dificultades de la existencia sin la exasperación de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 943

los marginados y de los incapaces. El sufrimiento es el banco de prueba para quienes se


presentan como candidatos a la simple supervivencia, al que pueden sumar al menos un
significado (religioso, moral), que la supere. El despotismo popular puede pretender un
heroísmo extravagante, teatral. Las representaciones escenográficas del heroísmo con
finalidades lúdicas ni convence ni perjudica la conversión en la indiferencia. La
profusión del entusiasmo colectivo es un tipo de heroísmo anómalo, acéfalo, falto de
mordiente y hasta aflictivo. El heroísmo es ineficaz como remedio para afrontar las
crisis sociales porque perjudica el sentido de la responsabilidad individual y colectiva y
promueve las pretensiones de superioridad frente a un improbable modelo
pleonásticamente ideado por la propaganda del régimen. La metáfora del heroísmo
como propedéutica del éxito es falaz. A veces es si acaso el complejo de inferioridad, el
que puede llevar a los pueblos a identificarse con un proceso de adicción y de hastío
frente a la sumisión a las necesidades primarias y a su irrefrenable conflagración. El
slogan reafirma el heroísmo moderno en los frentes de guerra y en los frentes de la
depredación económica. «No podemos sino remontar del pensamiento hablado al que se
habla, esforzarse por discernir el pensamiento futuro según el lenguaje en el que se
encarna»45. Lo que está mal pensado no puede expresarse claramente. El heroísmo
como movimiento disoluto del alma no encuentra otra formulación que no sea
lingüísticamente, estéticamente, un pretexto.

La anomia social, a la que se opone la condición masiva de la realidad, permite,


el cumplimiento no tanto de la superficialidad como factor cohesivo, cuanto de una
forma de puerilismo, que se distingue del infantilismo, término adoptado por el
psicoanálisis. «Llamo puerilismo a la actitud de una sociedad cuya conducta no se
corresponde al grado de discernimiento y de madurez al que tenía que haber llegado,
una sociedad que, en lugar de preparar la adolescencia para pasar a la edad viril, adapta
su propia conducta a la de la infancia»46. La excesiva atención por la infancia esconde
una actitud culturalmente recesiva, que se materializa en el fisicalismo, en la filosofía de
los huesos, de los músculos y de la piel, en su estadio por decirlo así originario. La
universalización del football radicaliza las prestaciones sincopadas de la habilidad
mecánica. La unión de las fuerzas que compiten simulan la violencia primigenia,
reforzada por las circunstancias ambientales como si fueran sentencias genéticas. La
infravaloración de los órganos blandos –como el cerebro– a nivel mediático,
espectacular, permite sugerir un universo musculoso, que se agita en las sinuosidades de
944 RICCARDO CAMPA

los instintos primigenios, en el intento de sublimarlos ficticiamente. El aspecto más


inquietante de esta actitud se refleja en el autoengaño, en la exteriorización de los
sentimientos. El recurso a la exhibición de los pensamientos recónditos se realiza,
generalmente, frente al espejo, que en el mundo moderno es la televisión. La mirada
refleja en el vacío permite que se expliciten las confesiones más cruentas y difamatorias,
sin que nadie las condene de manera inmediata. En la confesión televisiva está implícito
un tipo de absolución precaria. En las sociedades de masas la inocencia ferina adquiere
un privilegiado conducto explicativo, donde el factor exponencial es el consentimiento
estadístico, la adecuación o la refutación cuantitativamente detectable. La seriedad y la
excesiva importancia, que se concede a algunas tomas de posición, denotan la pérdida
del sentido común y de la capacidad de argumentación. Las frases hechas y los tics
expresivos son el bagaje de una generación, que se dilata en el tiempo con el temor de
un camino que irreparablemente se dirige hacia la Nada. Los pasatiempos, en efecto,
escudriñan la suerte, las abrasiones sentimentales de los que se proponen afrontar
secretamente el caso o el caos, según el estado de ánimo y las circunstancias.

La emulación es una forma de educación social, que reconoce a la versatilidad


de los contendientes una legitimación generalmente compartida con las que puedan
encontrar el límite a su emancipación en la compostura de un actor ideal, que
salvaguarda su dignidad. La democracia que agoniza es perspicaz ante las leyes, que
sobrentienden la habilidad y la estrategia individual, en cuanto que se actualizan en los
circuitos masivos. La habilidad deportiva imita de forma delegada la gimnasia de los
espectadores, de seguidores de los estadios, del areópago de las virtudes teologales de la
fuerza magnética y de la exultación. Mientras el arte circense representa el más elevado
grado de las formas gimnásticas, a nivel individual el deporte se propone implicar a
todos los que lo frecuentan en la prueba (en el partido) que se realiza bajo el ímpetu de
la hinchada. Los espectadores ven el partido con el interés de los que lo evocan cada vez
que son llamados a identificarse fisionómicamente con el orgiástico centellear de la
existencia. El deporte esconde las antipatías individuales, grupales, nacionales, en la
arbitrariedad del veredicto, en la circunstancialidad de los efectos especiales,
prometidos por la televisión para la memoria futura. La espiritualidad es como un
emoliente, sucedáneo, que aflora a la conciencia cuando las fuerzas de los individuos no
se refleja en el campo. El primitivismo, en efecto, es un juego, en el que el azar y la
necesidad (usando la expresión de Jacques Monod) se alternan con el descuido y la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 945

omnipresencia. El carácter sagrado del juego consiste en carácter irremediable, puesto


que se transforma en culto o en ritual. Las leyes del deporte nos llevan a una disciplina
interior, que perjudica el juego, entendido como un pasatiempo, como un pleonasmo del
tiempo perdido y solo recobrado de forma imaginaria. El slogan, metáfora del juego y
de la publicidad, reúne entre sí las sugestiones carentes de referencias, orgánicas, con la
realidad. Y esboza un acuerdo subterráneo entre quienes se aprovechan de él. El
futurismo hace referencia a la juventud como al fascismo, pero en su sentido órgano-
genético: disolviendo el arcaísmo, lo museístico, el claro de luna y según las palabras en
libertad en el progreso de la velocidad. La bicicleta más bonita de la Victoria de
Samotracia: es una alucinada fulguración teológica, que condena el pasado para abrir
las puertas a lo «nuevo».

La guerra perpetúa en sus efectos disolventes la superstición, que esconde una


trágica verdad. El arte de la guerra presenta la selección natural, actuada
perjudicialmente en cada causa, que la determina como ineluctable. Las controversias
(políticas, económicas, sociales) son incontrovertibles en el plano anacreóntico de la
coherencia y de la responsabilidad y sin embargo generan la sospecha de que se pueden
evitar, adoptando medidas más racionales para solucionar las diferencias en el interior y
el exterior de las instituciones. Los soldados profesionales son como los heraldos de una
energía latente en todos los individuos y en todos los grupos humanos. La guerra
debilita las relaciones entre los pueblos, que se arriesgan en los conflictos internos a una
expiación bíblica bajo la égida de una delirante toma de posición ideológica. El terror,
que puede engendrar el fallido pacto entre dos frentes ideológicos, prepara el
desconcierto provocado –de forma degradante con cada probabilidad– por una
glaciación. El arte militar como todos los artes –según Aristóteles– imita la naturaleza.
La actitud compromisoria, asumida a veces por las comunidades frente a la realidad
natural, induce a falsificarla –incluso adornándola– en la artificial, donde las leyes que
gobiernan las energías cósmicas se sustraen a su inclinación por una alternativa,
humanamente considerada menos cruel. La artificialidad podría dibujar la paz si las
corrientes de pensamiento (el futurismo), de la modernidad (tecnológica) no la
impugnaran. La época tecnológica bosqueja la guerra total y por lo tanto un precario
equilibrio entre las potencias en litigio, que declinan sus propensiones antitéticas en la
carrera económica, en el bienestar generalizado, en la fabulación conformista y
espectacular. La sumisión a la razón absoluta (una forma degenerada de aseveración
946 RICCARDO CAMPA

cognitiva) genera violentos conatos de intolerancia y ostracismo, que se confunden con


las tensiones irracionales. Estas no están cargadas de intolerancia, sino de rencor por
una fuerza cohesiva, que teme el subjetivismo extremista y psicológicamente
anquilosante. El arte de lo incognoscible perjudica el curso normal de los
acontecimientos y deja presagiar una profunda agitación ideal y física, donde hallar un
tipo de mutación genética del hábitat natural y por lo tanto del milieu artificial47. El arte
como la ciencia se rebelan frente a cada imperativo que limite su tenor propositivo y
expresivo. El arte representa la vida sin la intermediación del conocimiento sistemático
ya que la engloba en su catarsis interpretativa. El arte privilegia la apariencia como una
conducta de interacción con la interioridad. La inmediatez subyuga los barridos
temporales, que son anotados sociológicamente en las actitudes dibujadas en la
costumbre. El arte retrae algo inaccesible al pensamiento y lo hace emotivamente
aprovechable. La práctica del arte y de la costumbre estética inspiran la reflexión e
interceden por un encuentro más orgánico con la realidad efectiva.

La metafísica de los propósitos del conocimiento se ejerce en las notaciones


sígnicas, sonoras, fónicas. El arte une la religión con las matemáticas: el mito de la
eternidad con la cáustica figuración del olvido. El arte está más expuesta a la
mecanización y a la moda que la ciencia. Los epítetos distintivos (los –ismos) del arte
desvían plano aprensivo y promocional en términos propagandísticos. El uso
generalizado de las premuras estéticas engendra un clima de aprensión, que aparece
exento en las solicitudes conceptuales de tendencia cohesiva y congruente. El
panindividualismo fluye en el conformismo masivo e incluso teme una más flébil
inducción conceptual. La pérdida de un estilo particular y por lo tanto identitario por
parte de muchas instituciones lleva a las artes plásticas y musicales a transformar la
originalidad en la búsqueda de lo exótico, de lo antiguo, de lo indefinido como partes
evidentes del proceso de disfunción realizado en el ámbito de la cultura. A la pérdida de
la unicidad se confronta la vertebración de la universalidad. La concepción unitaria del
mundo (evidente a nivel económico en la globalización) es el reflejo condicionado de lo
que, de forma aproximada, se disputa en la llamada post-modernidad, que no es otra
cosa si no el reconocimiento y la simple representación (privada de valoración) de las
formas expresivas del pasado recóndito y reciente, activo o silente en las diversas áreas
del planeta. La misma uniformidad lingüística (el inglés) perpetra en contra de las otras
lenguas (vehiculares y culturales, ya que todas tienen ambas prerrogativas) un tipo de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 947

condicionamiento sumiso respecto a la difusión e incidencia de la comunicación (y de la


argumentación).

La cultura contemporánea suscribe, para conseguir los fines de su uso, un grado


elevado de competencia cognitiva y un igualmente elevado grado de insolvencia (y de
decadencia). Queda a contraluz el misterio de la existencia, que el arte clásico
proporciona con las conjeturas religiosas, laicas, en vigor en los momentos del tiempo,
de los que se mantiene la influencia más o menos explícita o sencillamente el recuerdo.
El humanismo universal refleja la constatación de la permanencia –más o menos
incesante– de las concepciones opuestas acerca de la salvación o de la perdición del
género humano. El culto de la vida, que en la communis opinio se connota del fragor
irracional, en efecto es parte integrante del empeño y del papel de la razón, ocupada en
justificar, expresándolas de forma concreta, las propias instancias naturales. El bienestar
(que corresponde a la fruición de los bienes materiales) pone precio al nivel de
conveniencia de las empresas cumplidas por el hombre para satisfacer su propio
egoísmo y contextualmente condonar el deber bíblico de permanecer, multiplicar y
satisfacer las criaturas en la tierra. El colectivismo contempera el egoísmo según
perspectivas de adecuación a un tipo de modelo unitario, que se quiebra continuamente
en sus decrecimientos (o alternativas). La moda es el aspecto más invasivo del modelo
preeminente en un cierto período de tiempo, durante el cual la facultad de imitación
subyace a las propensiones individualistamente extravagantes, excepcionales,
paroxísticas. La moda se conecta emotivamente con la (caduca) concepción metafísica,
que atrae y condiciona las mentes de los usuarios del significado estético de un
«momento» indiciario de la condición humana.

El verbalismo, propagado en las fórmulas publicitarias, es el vehemente interés


de la indiferencia por las problemáticas inherentes a la búsqueda o a la fallida búsqueda
de la verdad. La conquista directa de la naturaleza por la ciencia es ilusoria pero
propiciadora de acuerdos inesperados y en todo caso capaces de contestar a la inquietud
cognoscitiva de los diversos períodos de la vida terrena del género humano en su
(unitaria) diversificación. El mythos presupone el logos: la imagen tiende a traducirse en
la palabra para perseguir un encargo vital en la evidencia, en la digresión, en la
extemporaneidad (a menudo identificada con la decadencia de una fase de la Kultur o de
la Civilization, según la difidencia con la que aceptar o soportar la técnica en su
inextricable necesitarismo instrumental). La tecnología permite posponer el fin del
948 RICCARDO CAMPA

mundo ad calendas graecas, a fechas no definidas, según las sugestiones, que la ciencia
puede determinar. El patrimonio de los conocimientos es una herencia que se proyecta
en el futuro, casi para reservar el tiempo remoto de los espacios insondables del cosmos.
La emulación contempera la osadía y el azar según los criterios de la comprensibilidad.
Esta ambiciona realizar, al menos de forma aproximada, pero operativa, la mitología
antigua. El cielo es el fondo, en el que se fija la mirada del investigador de la realidad.
Los espacios celestes –desde Ludovico Ariosto a Miguel de Cervantes, a George
Orwell, a Aldous Huxley– son la terminal de un trayecto, que la humanidad considera
necesaria y redentora. El cielo estrellado de Immanuel Kant es el epifenómeno de la
creación (y del consiguiente comportamiento), que la humanidad cree tener. La
amenaza de la guerra planetaria es paradójicamente el presupuesto del «vuelo» hacia lo
alto, de la «divinización» de las generaciones del fin (nada glorioso) del mundo. La
katharsis según Huizinga es el silencio sideral, que invade como un apoteósico
testimonio celeste el ánimo de los supervivientes, los superhombres de nietzscheana
memoria o sencillamente una nueva Cadena del Ser, que inauguras un nuevo Eón, del
que sería hasta demoníaco preconizar su curso y su decadencia. La piedad desconcierta
la espera del fin e impulsa un nuevo principio. El Hybris da la paz, asegura que la
«mano invisible» de Adam Smith vigile efectivamente los destinos del universo. Se
establece una nueva relación entre el pensamiento y la acción. Tanto Platón como
Goethe, encuentran en el acto el primer instrumento de interacción del hombre con la
realidad. Esto también comprende la simbología esencial de modo que sea codificada e
interpretada en la memoria futura.

En su organogénesis, el acto se conforma a un grado de necesidad, que se


transforma, bajo el ímpetu ejemplar del conocimiento, con ocasión de la solidaridad, de
la afectividad y de la colaboración. «Es la actitud de un Platón o de un Malebranche, –
escribe Henri Wallon– para quienes las ideas puras o la inteligibilidad responden a la
esencia misma de las cosas… Por otra parte, con Descartes o Spinoza, suponen una
especie de paralelismo o de identidad sustancial entre lo inteligible y la realidad esencial
a los sentidos, llamada realidad material…»48. La dicotomía idea-acción se declina en
las elaboraciones doctrinarias de la filosofía occidental, que las contempla con un grado
de antinomia y conflictividad, necesario para hacerlas plausibles. La verdad es el
compendio de nuances, según Ernst Renan, que confía en la inteligencia humana, capaz
de unirla y evidenciarla concretamente (en los objetos, las cargas energéticas, necesarias
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 949

para activar los aparatos productivos, las fábricas, los talleres, los laboratorios). La
comparación y la discriminación son las categorías, mediante las cuales el conocimiento
se presenta en el plano experimental. La inteligencia consiste en la adaptación del
observador-perturbador de la naturaleza a la realidad tal como se representa en su
exteriorización artificial. La actitud crítica del intelecto está garantizada sobre la
incertidumbre del acto cognoscitivo y su configuración práctica.

La adaptación al ambiente (artificial) impone una relación racional, y


contingente, con la naturaleza. La realidad es la síntesis de estos dos factores, a los que
vuelve a llamar la destreza humana en su ilimitada ambición de delinear un recorrido
existencial, que conteste a las expectativas de proporciones bíblicas sobre las
realizaciones concretas. La práctica se vuelve por tanto una categoría gnoseológica en
cuanto expiación del intelecto agente. La dicotomía a priori y a posteriori, en el
universo tecnológico y en la condición tecnocrática de los seres vivientes, está superada
por su intrínseca sumisión. La inducción y la deducción interaccionan en el sondeo
estadístico (y en la evidencia, que es una condición de ser de la verificación y que se
confía a la representación). La ambivalencia, propia de las dimensiones infinitesimales
del ser, conquista la experiencia. Las relaciones de causalidad, basadas en la relación
espacio-tiempo, ceden su sitio a las condiciones de simultaneidad, en los que la
aprensión del observador turba los componentes espacio-temporales hasta hacerlos
presentes en la práctica. Las circunstancias, que en la historiografía concurren a diseñar
las causas de los fenómenos, en la crónica contemporánea las individúan como
indiciarias de los procesos de conocimiento. La eventualidad, aunque esté circunscrita
constantemente por los sondeos estadísticos, sigue desarrollando un papel de
compromiso con la convicción. Nicolás Maquiavelo las cataloga en la fortuna, en la
realización de las leyes de la necesidad, no tanto como rígidas determinaciones de la
naturaleza, como variables (elásticos) de la inevitabilidad. Si las leyes de la necesidad
fueran rígidas, sería inadmisible cualquiera conjetura sobre la condición humana. Su
elasticidad (que Maquiavelo identifica con la fortuna) permite al observador
considerarse capaz de reflejar y de utilizar un criterio de valoración de los fenómenos
naturales y artificiales según una actitud individual (que Maquiavelo designa con el
término virtus, valor). El individuo puede condicionar el propio comportamiento en el
juicio sobre la realidad, al creerse dotado de un instrumento operativo, el intelecto
950 RICCARDO CAMPA

agente, que propicia siempre nuevos descubrimientos y siempre nuevas realizaciones


privadas y colectivas.

La superación de los procesos naturales se efectúa a través de los mecanismos


artificiales, que se presuponen que son la representación escénica de los primeros. La
realidad objetiva no es por tanto independiente de la experiencia subjetiva que, en la
sociedad tecnológica, es masiva, es parte quintaesencial de un proceso in fieri, de una
dinámica, que puede conseguir resultados sistemáticamente detectables en el orden en el
que se determinan. La cuantificación es intrínsecamente cualitativa. Por este motivo, la
unidad de acción, de estrategia técnica y de satisfacción estética (y por lo tanto emotiva)
está implícita en el macrosistema, en el que cada sujeto gravita, actúa y quizás se
debata, turbando el conjunto tan detectable que los instrumentos confirman la opinión
común. Los reflejos condicionados conectan las actitudes subjetivas de un modelo
parenéticamente solvente en la (precaria) persistencia de las cosas. La emoción refleja
simultáneamente los procesos de conocimiento, que las condiciones objetivas hacen
convenientes e hiperactivos. La impenetrabilidad de la conexión entre estos dos factores
es parte integrante del conocimiento, que parece que se puede interceptar en las
dimensiones imponderables del ser en el principio de indeterminación y en el principio
de complementariedad, donde se sentarían las valoraciones afectivas del observador-
perturbador de la naturaleza y de la realidad en su (problemática) configuración. Las
potencias invisibles de los primitivos se reflejan en las aproximaciones científicas, en
las elaboraciones conceptuales, invadidas por un simplismo inexplicable, que delimita
la certeza y hace de proemio a lo inconmensurable.

La categoría de lo oculto se transforma en el pleonasmo de la ingravidez de lo


conocible en el proceso constantemente in fieri, donde se empeñan los argonautas de la
física, de la química, de la biología y de la lingüística. «Esta ausencia de fronteras
precisas que delimitan el terreno del uso común –sostiene Étienne Gilson– tiene como
consecuencia que la cuestión, frecuentemente colocada, sobre el número de palabras
que compone una lengua, no puede recibir ninguna respuesta precisa no incluso
razonablemente aproximada»49. La introducción de un sustantivo (de un nombre) en el
lenguaje común y en la nomenclatura científica comporta la agitación –aunque
imperceptible– del orden conceptual vigente. El empleo de la lengua común les es
confiado a los escritores (de arte, historia, literatura, ciencia), que se propongan
evidenciar el sistema de participación de los hablantes en las innovaciones que se
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 951

concretan en los diferentes sectores del saber (del conocimiento). El «inter-mundo» es


el lugar de la reflexión y la computación. «En el interior, –escribe Robert Klein– o
mejor dicho, detrás de cada uno de los actos de nuestra mente, hay, como la mancha
negra de la retina, la inmediatez de la vivencia indiferenciada: realidad que hay que
tratar de conseguir, aunque se sepa que es inalcanzable, puesto que al objetivarla por
medio del concepto o por la percepción misma, se la desnaturalizaría»50. Lo informal,
en el arte, es el correlato de lo impreciso (de lo probable) en la ciencia. Su cáustica
indeterminación comprende las actitudes declarativas de un testigo de la memoria
futura, que se aventura en los recuerdos (como en la Búsqueda proustiana) para
prepararse, aproximativamente, a las potencias rectoras de la inmediatez del presente.
La imitación permite representar la realidad como un fortín ideal, del que distanciarse
para dibujar «otro mundo», que no discrepe con el modelo del que difiere por instinto
identitario. La representación a diferencia de la imitación, integra la experiencia, que
promueve una diferencia respecto al modelo natural pensado como posible. La
imitación, en efecto, presupone que la copia nunca será la fiel reproducción de la
realidad. La ambivalencia de las dos esferas de la percepción comporta el uso de las
medidas prudenciales (la indeterminación, la complementariedad) con las que se
presagia un estadio compensatorio de lo ilusorio.

La atracción, suscitada por la naturaleza en el observador, encuentra cotejo en la


fidelidad, con la que este se aventura en la contingencia. La experiencia es la categoría
interpretativa de los actos cometidos para conectar las sugestiones ocasionales, caducas,
con el recuerdo, cual reconocimiento de las relaciones en apariencia improbables entre
lo que sucede y lo que es registrado. La moral común, influida por las religiones, por las
convenciones, por las cogniciones, desiste por el ocasionalismo de las emociones para
subvenir a las exigencias de la correlación y la consecuencia, propias de la razón. La
observación de la realidad en el estado salvaje (kantianamente hablando, al estado puro)
no es nada confortable. Magnifica la lucha por la existencia de los seres, que lo
popularizan, según las cadencias y las determinaciones, que la moral (la observación
templada de la pietas y de la empatía humana) despliega en términos circunstanciales,
casi opositores. La moral es un ejercicio mental, que sirve para mejorar la convivencia
humana según las reglas de sumisión, conveniencia y conformidad. La habilidad y la
destreza humana consisten en aceptar lo inevitable (los ciclos vitales, su decadencia y su
muerte) como un desafío antes que como una aserción. El género humano –dotado de
952 RICCARDO CAMPA

razón, que por lo tanto piensa, habla y sonríe– intenta sustraerse a la prisión del ser
inquiriendo la naturaleza, representándose algunas de sus íntimas conexiones. El
género humano no interrumpe la Gran Cadena del Ser, el metabolismo cósmico, sino
que trata de utilizar algunos aspectos para mejorar, según su entendimiento, el curso de
la propia existencia. El descubrimiento científico, que el conocimiento califica en
sentido explicativo y de aplicación, es el recorrido privilegiado, que el género humano
se propone confirmar en la dinámica del universo. El conocimiento no contradice –
obviamente– la naturaleza, aunque se las ingenia para apuntar artísticamente
configuraciones alternativas respecto a las evidentes. El diálogo humano es la
representación escénica de la falibilidad de la empresa, dirigida a contener las
prejudiciales disfunciones de la conducta individual y colectiva. La tragedia griega y las
fisonomías paradigmáticas del comportamiento de Molière representan, en términos
didácticos, las frecuencias moduladas, con las que la ingeniosidad humana intenta
sustraerse a las leyes de la gravitación natural, falsificando temporalmente su curso y su
validez. De las pruebas artísticas y literarias resulta evidente la incapacidad del hombre
distanciarse de las leyes de la naturaleza al punto de extraviarse ilusoriamente. El sopor
existencial de Albrecht Durero es la meta emotiva, a la que el observador de la realidad
llega deletreando el tiempo de la sugestión frente a la equimosis de la Nada,
complaciéndose y llorando melancólicamente.

La versión totémica del mundo contrasta con la eventualidad: es la primera


tentativa para contener las formas de la naturaleza en una unidad interpretativa de las
mismas. La simbología matemática es la versión actual de aquellas «intuiciones
globales», donde se piensa que se condensarán los efectos escenográficos de la
naturaleza, sobre los que fijar la mirada y dirimir las incongruencias de inmediato
reconocimiento. La simulación es un orden de la representación, que tiene como punto
de mira la sugestión escenográfica como forma de aprensión y de aprendizaje. El
lenguaje ayuda de forma eficaz a resaltar la representación para que afine su mirada y
pueda perfilar un itinerario cognitivo y memorativo. Mientras la naturaleza parece
poseer una memoria irrefutable en su carácter procesual, la humanidad se encomienda a
la técnica del recuerdo de modo que connota los acontecimientos según el cálculo
predictivo y explicativo, propio del intelecto agente. El arte es el preludio del
descubrimiento, que es, a su vez, la afección del investigador frente al acontecimiento
hallado. La naturaleza se delinea cada vez más como un registro de los sentidos, que
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 953

encuentran en la experiencia humana su representación. La ciencia permite al


investigador que actualice los procesos cósmicos del tiempo remoto o predisponer las
condiciones para que se determinen lo inédito en misma intimidad de la creación. La
imagen de los hechos, que la experiencia puede realizar, anticipa la correlación entre los
que captan los sentidos y los que determinan el juicio, que se ejerce en la
argumentación. La subordinación de los signos a la función simbólica se hace en
conformidad con el intento de modificar (alterar) el metabolismo natural existente en su
variable, creída al menos propiciadora del bienestar. El pensamiento pre-lógico de los
«primitivos» –según Lucien Lévy-Bruhl– se concilia con el pensamiento conceptual de
los «modernos», según un sincretismo representativo, que los penetra. La tecnología
tiene una connotación sincrética: correlaciona, en forma sintónica, las señales con los
sentidos, según una amplia sucesión temporal, es decir superando las fases
históricamente conmensurables de lo que se piensa en el patrimonio cognoscitivo del
género humano. El realismo visual o sensorial se concilia con el realismo intelectual de
modo que –en términos progresivos y virtuales– lo individual se compenetra en lo
general y lo redime de la asertividad.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 955

23. LA CONTEMPLACIÓN

La contemplación es la alegoría de la existencia: de lo que el observador


considera el escenario de la propia realización cognitiva, efectiva y representativa. Ella
denota por parte de quien la percibe un tipo de atracción, de propensión al
reconocimiento de la fantasmagoría celeste. La fortuna se perfila por tanto como el
estado de gracia en el que el observador de la naturaleza compagina sus recursos
inventivos. La eventualidad es el agente oculto, que obra dentro de la trama ideal de la
existencia de los seres y de los entes de la naturaleza en su armónica y distónica
compenetración. La dramaturgia tiene una función didascálica y embellecedora: anima a
conjeturar sobre las facultades connotativas de la experiencia, en su relación con la
dinámica energética, que invade –al menos en la conciencia intemperante– el universo
en su conjunto. La influencia del azar en las vidas humanas se descubre en el placer y en
el dolor de las criaturas, que desean encontrar en su vida existencial un sentido, que las
salvaguarde de la vanidad y de la indiferencia de los incontrovertibles signos
premonitorios de los abismos del tiempo. La piedad y el temor ancestral concurren a
delinear el estado de ánimo de las generaciones que se asoman en el planeta y lo
confortan con sus intimaciones emotivas y de actuación. El relieve de las emociones
condiciona de forma empática el pensamiento, que se asoma sintácticamente a la
búsqueda de una sistemática (sin embargo precaria) que explique los fenómenos
naturales con el criterio de las instrumentaciones inventadas para anotarlos y
convalidarlos en un código interpretativo, que se pueda interconectar a nivel general
(universal). La creencia (o la confianza) en la teleología social (en un ámbito
providencial) no es pertinente en el sistema cognitivo, que induce a actuar según las
conveniencias que en su momento se prefiguran de forma accesible. La perfección
humana refleja virtualmente la magnificencia divina. Si el creador es indiciado de ser el
Geómetra del universo, permanece incesante la preocupación humana de hacer
956 RICCARDO CAMPA

corresponder la sobresaliente habilidad divina con las geometrías explicativas y con las
modificaciones de algunos equilibrios naturales. La amistad permite afrontar las
asperezas del clima (natural y artificial), en el que la destreza humana impone actuar
con el fin de mejorar las condiciones objetivas. La relación entre las emociones y la
razón positiva compensa la relación existencial entre las opiniones y las convicciones:
tema del permanente debate dialéctico desde Sócrates hasta Heidegger. La incesante
transformación de los sentidos simbólicos de las argumentaciones predictivas respecto a
las reflexiones experimentales atañe al ritmo del conocimiento y su aplicación temporal.
Las emociones se configuran como determinaciones virtuosas en el certamen lingüístico
y explicativo de los acontecimientos, tal como se manifiestan en la cotidianidad. La
estructura motivacional del actor de la realidad padece de las primitivas impresiones y
de las dos modificaciones (aunque difícilmente atribuibles a un cambio radical de
interacciones entre la sensibilidad instintiva y su explicación en el curso de la vida
existencial). La elusión por parte del eros de los códigos éticos es ilusoria: sirve para
dar la sensación del descubrimiento, aunque momentáneo, del primitivo impulso vital,
en el que se refleja en términos reducidos el aparato visual y experimental puesto a
disposición de los propagadores más o menos involuntarios de las épocas.
El peligro inminente consiste en creer que el abrazo erótico es el sostén
incontaminado de la vida natural de la realidad, tal como aparece y se potencia en la
expectativa humana. La vulnerabilidad de los seres humanos es la fuente de su
perdurabilidad operativa. La práctica común se justifica paradójicamente con la
insatisfacción, con el propósito de innovación y de modificación de las condiciones
indispensables para consolidar las estructuras sociales e institucionales. La mundanidad
constituye un género organizativo de la experiencia comunitaria con el objetivo de
esperar siempre más de los recursos humanos antes que de la generosidad divina a la
hora de reconocer los factores que aumentan mejorando (aunque sea algebraicamente)
las llamadas condiciones objetivas. La pertenencia al reino de la naturaleza elimina, en
los fundamentos, las diferencias y las diversidades, que la superestructuran en la vida
social. Los incentivos, rubricados por una ecuánime distribución y redistribución de los
recursos naturales (vitales), conciernen las artimañas (ideales, ideológicas), con las que
los órdenes políticos e institucionales afrontan el problema de la paz social. La
insurrección, la subversión y la revolución son las formas –por otra parte
controvertibles– de reorganización del orden normativo, que opera dentro de un sistema
jurisdiccional1. La relación entre la necesidad y la dignidad es el atributo de los
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 957

ordenamientos en los que el criterio de diferenciación social consiste en el reflejo


condicionado de las potencialidades operativas. Según el tipo de exigencia colectiva, el
grupo de presión temporalmente ocupado en la valoración de los recursos y los
beneficios colectivos intercede en la hegemonía decisional (el obrero reemplaza al
campesino en el protagonismo para incentivar la mejoría económica en las sociedades
con un régimen antiguo e industrialmente avanzadas). La preocupación por los bienes
terrenales no contradice la previsión de los objetivos en los fines últimos. Los
razonamientos cotidianos forman parte –al menos por la inmediatez con la que se
manifiestan– de la eternidad, de aquel incesante proceso de harmonía con el universo,
que magnífica también los sacrificios ideales y las renuncias subjetivas. Las goethianas
afinidades electivas tienden a prescribir una especie de unidad de tentativas, que hacen
de antídoto a las pretensiones individuales, a la arrogancia del status y al
preterintencional recurso a los exclusivismos en la participación y en la actuación.

El significado recóndito de la tragedia griega frente al destino y a su influencia


sobre los mortales se identifica con la incidencia del azar en la vida de la humanidad. La
tensión moral, que inspira la dramaturgia griega, consiste en reconocer al destino –a la
eventualidad– una injerencia en el hecho existencial de los seres que, aunque previsible,
siempre es azaroso. La previsibilidad, sin embargo, se connota de los aspectos más
dilacerantes de la razón, que no logra contener en los términos de la previsión lo que se
realiza de forma efectiva. El motivo de rencor, que se refleja en toda la literatura sobre
el argumento, se dirige aparentemente a la impróvida injerencia de los dioses, pero
sustancialmente a la incapacidad humana de afrontar con el gesto y determinación las
eventualidades, que perturban a veces las condiciones comunes y siempre las
finalidades existenciales. El problemático ejercicio inquisitorial sobre la realidad –desde
Sófocles hasta Shakespeare– conforta los espíritus inquietos y convalida su propensión
cognitiva. La deuda al azar (y más tenazmente al caos) de la vida cotidiana de los seres
no convence a los propios exorcistas, los dramaturgos empeñados en evidenciar el
desconcierto, que anima el difuso y a menudo fatal convencimiento. El azar y la
necesidad –según Jacques Monod– influye, desde siempre, en las coyunturas humanas,
sin desanimar sus potencialidades providenciales. La percepción de que la humanidad
sigue dirigiendo en los acontecimientos, que promueven la afiliación y la consolidación
del orden cognitivo e institucional, concierne la impenetrabilidad de las causas y las
finalidades implícitas en las estrategias, con las que instintiva y razonablemente se
958 RICCARDO CAMPA

perfilan las reacciones. Paradójicamente, el conocimiento de los fenómenos naturales


está condicionado por la misma presencia operante de sus observatorios. La dificultad
de localizar y precisar la teleología de la existencia humana reside en el hecho de que es
la misma presencia humana la que convalida, con la perturbabilidad, su fenomenología
problemática y tentacular. El destino y la eventualidad se identifican en la
representación escénica, pero llevan a diversas postulaciones conceptuales y
cognoscitivas: el destino es un factor exponencial de la realidad efectiva; la
eventualidad es un sumando de la virtualidad. Todo lo que ocurre en el escenario del
análisis se puede trasladar al escenario de la representación, con el fin de devolverlo al
menos consecuente a las instancias promovidas por la razón instrumental. La
indignación humana respecto a los dioses es al origen de la validez de la razón.
La Ilustración ya está presente en la fulguración magnética de los profetas, de
los precursores de las épocas, que se agolpan en el proscenio de la historia con
intenciones salvíficas. La importancia, que asume la razón en la implicación de la
humanidad en la naturaleza, concierne a los instrumentos mentales y luego materiales
(técnicos) mediante los cuales puede interaccionar con los fenómenos, que se supone
puede determinar. Si la humanidad estuviera convencida de trazar los trayectos
necesarios para conseguir los fines que le son propios, se rendiría a la problemática o a
la evocación sistemática: ni las llamadas hacia lo alto, ni la atracción ctónica, satisfacen
el principio de plausibilidad y de congruencia. Queda pendiente un área intermedia, en
la que los cuentos, las fantasías de Giambattista Vico permanecen en su sugestión, sin
contraponerse, más bien vaticinando, propiciando, la llegada de un criterio (racional)
resolutivo de la duda ancestral: de un acontecimiento catártico, según las religiones, que
salve el género humano de la desesperación y del deliquio; y de una agitación genética,
que concilie el hombre con sus límites y los reintroduzca en el metabolismo cósmico.
La línea del horizonte introduce ilusoriamente en la indeterminación, en la que es
posible que se presente una nueva oportunidad (estación) vital para el género humano
en su renovada conformación emotiva y racional. La restauración de los seres y de los
entes en el universo es una categoría consolidada y didascálica: sirve para disciplinar las
expectativas según los modelos de conducta que se consideran más adecuados para la
consecución de la renovación. La inestabilidad existencial puede ser propedéutica al
«experimento» –según Robert Musil– o modeladora de nuevas configuraciones
mentales y físicas. Las fases de la evolución están contenidas en las formas como se
adecúan los seres al hábitat en el que gravitan y contextualmente en las modificaciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 959

imprevistas (en las mutaciones) que se deben al cambio de las condiciones objetivas.
Las eras geológicas se caracterizan, en efecto, por la presencia de escenarios biológicos
diversos a los de la unidad de medida, válida en la investigación efectuada actualmente.

El antropomorfismo es la tentativa humana de interconectarse con las potencias


celestes, con la intención de establecer un entendimiento por más que esté condicionada
por la sospecha y por la sujeción. La idea de identificar lo desconocido con las figuras
simbólicas, alegóricas, preterintencionales, permite uniformar, dentro de un límite, el
hemisferio de la experiencia humana y el universo en su inconmensurabilidad. La
contestación moral de las acciones realizada por los mortales concierne las referencias
objetivas: la importancia de la acción decisional de lo alto y la desconsiderada sumisión
de lo bajo. La tentativa de conectar las infaustas injerencias del azar a la extravagancia
de los dioses es la prueba de la correlación hecha evidente entre el descrédito por la
eventualidad y el crédito por la consecuencia y la congruencia. El llanto de los hombres
–para Sófocles– suena como la deshonra (y la insensibilidad) de los dioses. La
arbitrariedad, contracta en la causación de los acontecimientos, es la vengadora de la
acción de los dioses, de aquellas potencias subrepticiamente regidoras de un orden, que
aparece cada vez más falto de una ratio capaz de justificarla en la aprensión y en el
aprendizaje de los mortales. La resignación humana no constituye un antídoto a la
arbitrariedad celeste sino a una pausa de reflexión, capaz de emanar renovadas energías
inquisitivas e interpretativas de la realidad.

La cultura occidental se inaugura con la contestación de que lo que sucede puede


no suceder, aplicando los propios recursos de la inteligencia humana, conforme a los
desafíos de la naturaleza con una resolución de orden antropológico, político, social. La
legislación se perfila así como el intersticio entre la falacia del desorden y la
computarización de los actos cumplidos para contener sus efectos desoladores. El
sufrimiento, entendido como una necesidad remota, puede redimirse por la autonomía
de la toma de decisiones y por los gestos realizados por la humanidad. Las
manifestaciones de injusticia más implacables son aquellas irredimibles en los albores
del hecho existencial, cuando el dolor acompaña las acciones individuales en vista de un
improbable beneficio (premio) futuro. El carácter trágico de la situación queda como
una advertencia penal por cuantos se entregan a la benevolencia del tutor o de los
tutores del orden cósmico. La existencia de los mortales es trágica: ella se connota y se
desconcierta en la acción incestuosa que, en los animales sin palabra, aparece con
960 RICCARDO CAMPA

mayor evidencia: la correlación existente entre los cuerpos es tal que no pueden entrever
la interrupción de sus relaciones sin admitir contextualmente el fin de la vida sobre la
tierra (y quizás también en el cielo que le supera). La vulnerabilidad de las
adquisiciones cognoscitivas consiste en su contraposición según un nexo de necesidad y
congruencia. La exaltación de Píndaro de la habilidad humana consiste en reivindicar en
el ejercicio de las facultades perceptivas y cognitivas de las personas la responsabilidad
de corresponder a las eventualidades mediante la participación y la cohesión social. La
diversificación entre la culpabilidad, la maldad y la honestidad, la sobriedad constituye
la fuente poética de una tentativa que transciende los límites de la contingencia y exalta
los valores permanentes, a los que adecuar los sentimientos y los comportamientos del
género humano en su unidad. La valencia moral de las actitudes humanas encuentra
cotejo en las condiciones objetivas, que cada individuo singular, preocupado por
expresar su propensión comunitaria, intenta realizar, con la convicción de que son
determinantes para la consecución de los fines que llevan a la consolidación del orden
constituido. La correlación existencial entre la convicción interior y la operatividad se
manifiesta en el milieu cultural, que se ha provisto actualizar con fortuna. La necesidad
del habitat adecuado conforme a las creencias de las convicciones es una evidencia, de
la que no se puede prescindir sin poner en tela de juicio el conjunto del proceso
cognoscitivo e inventivo, en el que consiste el bien común. Las prácticas ordinarias
hacen las veces de los perceptores de lo común, que permiten modular las
modificaciones conceptuales con una destreza y una prudencia insólita.
La dicotomía intimidad-naturaleza se realiza con fines pedagógicos y
propositivos desde la Grecia del siglo V hasta la época contemporánea: la disposición
preceptiva de los individuos a menudo no concuerda con la reacción de la naturaleza (y
por lo tanto con la búsqueda científica que la penetra). Las diversas definiciones de
eudaimonia coinciden en creer que la prosperidad humana es la apódosis de la felicidad.
Ella, por lo tanto, se connota de un atributo deliberativo, que se identifica con la
dinámica operativa, realizada por los individuos para asegurar su bienestar. La ética por
tanto se vale de todas las sugestiones estéticas para corroborar la razón respecto al orden
público más conforme a las expectativas colectivas. El bien común consiste en
considerar la vida asociada al amparo, aunque sea dentro de un límite, de las tensiones
instintivas, emotivas, prejudiciales, que incumben a los individuos, ocupados en una
obra de pacificación realizada de forma colaborativa. La experiencia y la sabiduría
práctica compendian las instancias que mejoran la comunidad humana en sus diferentes
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 961

órdenes geopolíticos. La perplejidad hace de tabla de salvación de todas las tentativas de


seguridad en las empresas cognoscitivas, que no logren correlacionar eficazmente las
hipótesis intuitivas y las resoluciones propositivas. La retórica y el aspecto decorativo
de las descripciones tienen la tarea de transformarlas gradualmente en prescripciones.
La convicción es el psicodrama colectivo, al que se conforman las comunidades
institucionalmente vinculadas a la redacción y la aplicación de las normas creídas
necesarias para llevar una vida tranquila. La suerte y la autosuficiencia racional ayudan
a poner en evidencia los actos que asumen las conformaciones del sistema operativo. La
reflexión, aunque no encuentre necesariamente un punto de acuerdo en todos los actores
sociales, constituye un ejercicio mental, que une y consolida los órdenes normativos e
institucionales. La práctica de la virtud se considera la estructura preliminar de las
decisiones conductuales. Si no fuera declinable y, en algunos aspectos, escrutable el
bien en su sentido recóndito de potenciar el género humano, la facultad que dispone el
conjunto asambleario de las configuraciones multitudinarias sería, no sólo falaz, sino
también inadmisible. La sociabilidad constituye, no tanto el antídoto, como sobretodo el
solvente histórico de la inseguridad, del fracaso, como partes integrantes de la vida
humana. La aprensión por el peligro inminente es el aspecto decorativo de la «tragedia
de la vida humana», según la ecuménica expresión de Miguel de Unamuno. La
catástrofe es el síntoma del fracaso que aflige a los mortales, cuando se organizan para
contestar con los recursos de la razón el desafío de los acontecimientos. Las
motivaciones prácticas se enfrentan, desde la antigüedad griega, a la contemplación, con
la actitud mediante la cual los individuos disertan espontánea y autónomamente sobre
su «esencia» y sobre su destino. El carácter traicionero del azar ejerce una presión sobre
los recursos necesarios a la hora de enfrentarlo, pero no en su íntima consistencia de
responsable del inestable equilibrio del sistema planetario. Lo concreto se realiza en la
versatilidad, en las formas con las que se solicitan los hechos, según las previsiones
racionalmente diseñadas. La autosuficiencia individual contrasta con la eventualidad del
azar y de la fortuna, aunque no puede desatender su presencia en un contexto emotivo
que le supera. La regla tiene una función didáctica y consoladora. Las intuiciones
prácticas, sin embargo, tienen una profundidad, que de algún modo concuerda con la
meditación, con la actitud dirigida a proporcionar un sentido precario, más perentorio y
permanente, de las propensiones humanas por el conocimiento y por un cada vez más
adecuado sentido de la solidaridad. La persona humana reconoce en sus límites la
presencia de los otros que, en el lenguaje cristiano, son el prójimo, las presencias
962 RICCARDO CAMPA

inquietantes de los seres unidos por el propio hecho existencial. La individualidad es


por tanto una noción controvertida, que se vuelve cada vez más evidente en las formas
por así decir extremas: en la culpabilidad y en la redención (espiritual, social). Tanto la
ética religiosa, como la ética seglar, concurren a delimitar las esferas de realización
(virtual y práctica) de cada individuo, que mitiga su visión de las cosas con el interés
general y la teleología colectiva. La objetividad es por tanto la metáfora de la libre
determinación subjetiva en el ámbito del orden general, que asiste a determinar la
salvaguardia de sus intereses y de la convivencia civil. El sentido común es la práctica
cotidiana de la libertad individual, que no choca, sino al contrario, se ajusta a todas las
libertades subjetivas, ocupadas en proporcionar relevancia propositiva y operativa al
orden normativo e institucional. La contienda y la necesidad heracliteana significa la
unión de las concepciones colectivas, según un criterio (o un principio) inspirador que
las penetra. La descripción y la consideración –según Ludwig Wittgenstein– coinciden o
se complementan.

Las circunstancias, sin embargo, desarrollan un papel de particular relieve en las


intenciones y en las acciones de los seres humanos, destrozados por la idea de deber
enfrentar los desafíos de la naturaleza, que quisieran que fuera benigna. La concordia
política tiene la tarea de atenuar los efectos desoladores de la eventualidad o de la
oportunidad. Aunque se le reconozcan a estas categorías una función «globalmente»
salvífica, en cuanto que aseguran la permanencia energética del hemisferio vital, la
convicción común consiste en hacer que interfieran menos en los diseños providenciales
de un Dios tutor del universo o de la contraofensiva (científica, tecnológica) realizada
por los seres mortales con el fin de satisfacer su (propia) exigencia de supervivencia. La
constricción natural se rechaza en todo caso porque es conceptualmente intolerable. La
contradicción, en efecto, está socráticamente condenada por la razón, que ambiciona
encontrar, en cada proposición cognitiva, un factor inequívoco de (objetiva)
plausibilidad. La razón se opone al desorden mental fomentado por los dioses. Su
efectividad consiste en hacer aceptable y practicable un común denominador a todas las
formulaciones y argumentaciones conceptuales, aventajadas por la reflexión y por la
experiencia. La necesidad es parte integrante de la existencia y no puede renunciar a
influir en la toma de decisiones (individuales y, concertadamente, colectivas). La
alternativa entre las dos formulaciones conceptuales no las justifica a ambas, pero las
condiciona para llegar a una solución que las contempere. El conocimiento es la síntesis
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 963

de las nociones que se adquieren alrededor de los hechos de la experiencia. El análisis


es la comprobación de su validez con la ayuda de ulteriores profundizaciones de las
instancias sometidas a examen y a resolución. La obviedad es un paréntesis propositivo,
que no influye sobre el rendimiento explicativo de las proposiciones conceptualmente
elaboradas para que tengan un sentido y sean aplicadas en la práctica común. La
interacción del deseo con la actitud moral supone la correlación del primero con la
preeminencia del segundo. Los llamados conflictos morales son la exhibición de los
deseos y de las expectativas inconciliables entre sí según los principios, que regulan la
participación pacífica y creativa de la colectividad en su conjunto. La idea de que la
armonía social coincida con la honradez de todas las demandas es falsa. Las
proposiciones, conformes al bien común, se ejercen sintácticamente en las elaboraciones
racionales, con el único sentido de hacerlas exigibles y factibles. La práctica propulsiva
deriva de un único fundamento heurístico, que puede ser sucesivamente modificado por
otro fundamento dotado de peculiaridad y significación. La unanimidad es una medida
mitopoética, que se traslada al plano operativo con todas las limitaciones implícitas en
las definiciones, sustentadas por la plausibilidad y sometidas a revisiones permanentes.
La obligatoriedad de una proposición es tal si se concuerda con la moral que la hace
perseguible. La coherencia es la regla que convalida las sucesiones argumentativas en
vista de un resultado práctico objetivamente detectable.
La impiedad tiene un fundamento de necesidad: se deduce del propósito de
satisfacer una exigencia predispuesta al poder superior de la resignación humana. El
victimismo condescendiente replica la sujeción a una condición objetiva, considerada
humanamente incontrolable. La destreza de los individuos singulares siempre premia la
urgencia de las circunstancias. A veces, el heroísmo consiste en rendir evidente la
nobleza de los propósitos de la acción y la inadecuación de este a la hora de hacerlos
operantes. El conflicto (de opiniones, de convicciones) atrae las mentes perdidas detrás
de una afirmación de tipo religioso, trascendental. No se puede cometer el Mal
necesario por el Bien voluntario sin cumplir la prohibición de la lógica consecuencial.
El autoengaño facilita la persistencia del conflicto entre iguales sin que una justificación
tema caer en la ilegalidad. La explicación, que se da a los conflictos (a las guerras), se
reduce al carácter inexorable del juicio que concierne a las causas del contraste entre los
partidarios, a menudo, de un mismo orden existencial. La diversidad consiste en el
hendiente polémico, con el que cada una de las partes contendientes reclama la
legitimidad. La inadecuación de las resoluciones dialécticas, en la ética moderna, no
964 RICCARDO CAMPA

justifica los conflictos, que se pueden sin embargo escudar en la actitud predominante
de las prerrogativas de las estructuras propulsivas y productivas a nivel supranacional.
El carácter irreparable del daño no comporta consecuentemente un castigo extremo. La
exacerbación de un asunto no encuentra comparación en su homologación, castiga la
reiteración. Paradójicamente, la absolutización de un proceso (natural o artificial)
concilia solamente con su relativización. El principio de justicia consiste, en efecto, en
frustrar su repetición. El remordimiento es un ejercicio espiritual: incumbe a la esfera
intimista, difícilmente salvable con los criterios de la cotidianidad. Crimen y castigo de
Fiódor Dostoievski es la obra de la redención de un homicida, que comete el delito con
la conciencia de cumplir una acción que redime a las generaciones que se sienten
insatisfechas ante la solidaridad dominante. La mano homicida propondría efectos
edificantes si no tropezara con las reglas de la convivencia civil y no fuera contradicha
por sus íntimas convicciones. La pietas se extiende sobre todo el arco voltaico de la
sociabilidad, en la que encuentra su hemiciclo de cumplimiento legítimo. «Estas
intervenciones divinas –escribe Martha C. Nussbaum refiriéndose a la tragedia Los siete
contra Tebas de Esquilo– no son arbitrarias o caprichosas en la vida humana;
representan una respuesta ética profunda, que sería también comprensible en ausencia
de la divinidad»2. La concepción de la justicia se opone a la arbitrariedad divina y
demoníaca. Su consustacialidad con la vida social la vuelve conceptual y éticamente
redimible. El debate, que inaugura La República de Platón, en efecto, trata de la justicia,
que es una categoría que declara las intenciones individuales en el consuetudinario
hemiciclo de la sociedad humana. Como expresión exegética de lo que se cree
imprescindible en las relaciones interindividuales, se connota continuamente de forma
propedéutica a ulteriores acuerdos propositivos entre las generaciones, que se aventuren
responsablemente en el escenario de la historia. Los atenuantes, invocados durante el
juicio por quienes declaran bajo el poder de las furias homicidas, constituyen los
antecedentes lógicos (míticos) que aletean todavía en los asentamientos humanos. La
admisión de los gestos resolutivos de los mortales es excluida de forma definitiva por la
institución civil de las poblaciones que, desde la Grecia del V siglo en adelante,
promueven y consolidan los principios fundadores de la cultura occidental. El temor
ancestral se rompe con la prudencia, congénita en las generaciones que otorgan un papel
salvífico a la razón.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 965

La problematicidad sustituye al carácter dilemático en la intención de revocar las


pruebas de sumisión a las fuerzas de la naturaleza, adeudándolas a la protección de los
dioses y de las diosas de un Olimpo en perpetua agitación. La tensión telúrica se afianza
en el propósito de compartir sus causas y de acreditar positivamente a los efectos en el
proceso sedimentario de la condición humana. La vida social asume connotaciones
cohesivas y de actuación que garantice a los miembros individuales de participar en un
diseño autónomamente providencial. Las referencias a la protección divina se
correlacionan cada vez más –si no hasta se armonizan– con la ambición contingente de
perpetuarlos dentro de lo posible con el fin de beneficiar las generaciones que actúan en
el planeta. La antropología se conjuga con la teleología para enriquecer las
responsabilidades cognitivas de la vida terrena de la humanidad. El furor catártico cede
su sitio progresivamente al sentido común y a la inventiva, entendido como una tabla de
salvación a nivel individual y, bajo entendimiento colectivo, a nivel general.

La facultad de pensar y de actuar se libera del dominio divino por la intercesión


de la razón, que se sirve, inopinadamente, hasta la Ilustración, de las adivinaciones y de
las profecías, transmitidas en las generaciones, para cimentar su responsabilidad. El
teatro de la acción lleva a la tierra y, para los visionarios, al cielo, al imponderable
perímetro cósmico. La geometría y la aritmética auxilian propedéuticamente a la
experiencia cognoscitiva. El atractivo demoníaco interfiere en el diseño celeste sin
desviar su curso: la fe en un Geómetra del universo puede tener contestatarios, pero
permanece como punto de referencia incluso para quienes lo desconocen. La elegía de
la creación del mundo interacciona con todas las tentativas de la razón de conocer su
consistencia y el potencial modificativo de la realidad, al punto de inspirar, en la
segunda mitad del siglo XX, la concepción de Pierre Teilhard de Chardin. La
implicación emotiva de la humanidad se une a la sensatez, a las modalidades con las que
se puede convenir objetivamente sobre su carácter irrefrenable y sobre su expresión
contenida. Las pasiones se mantienen bajo control, a la debida distancia de la fuente de
su irrupción en la escena social. Esta función es propia de la norma que regula la
voluntad colectiva (y el interés colectivo, evidenciado anagramáticamente en la doctrina
del pacto de Thomas Hobbes y en la doctrina contractual de Jean-Jacques Rousseau).
«Sólo un prejuicio relativo a la naturaleza voluntaria de las pasiones, un prejuicio
intensamente arraigado después de Kant y sustentado fuertemente por Platón, pero
desconocido en Esquilo o criticado por Aristóteles, ha impedido tomar seriamente en
966 RICCARDO CAMPA

consideración una interpretación que recoge en esta observación un correcto resumen de


la narración anterior, cuando el coro expone los acontecimientos del Áulide»3. La
espontánea reactividad a las eventualidades (naturales y artificiales) no puede ser
sacrificada sic et simpliciter en el plano de la eventualidad; debe ser corroborado por la
justificación a posteriori de la colectividad en la que se haya manifestado. Esta
admisión asegura la libre disposición de manifestarse en las formas convenidas por la
admisión y por la homologación conjetural. La simulación y la transgresión se prevén
reticentes al respeto literal de la norma. El «temor del mundo» pasa de los dioses del
Olimpo al perceptor de las imágenes y de los significados de la tierra. La Odisea exalta
la epopeya del hombre del multiforme ingenio, que se las arregla ante los desafíos de la
naturaleza, a nivel emotivo, sensitivo e intelectual, en el intento de conseguir aquel
estado de gracia en el que se supone que comparte los intereses del orden del universo:
tal como se prevé que se establece en la fantasía y en la reflexión de los observadores-
perturbadores de la naturaleza.
La incoherencia lógica del conflicto se explicita en la condena, que es el modo
en que la colectividad se responsabiliza de los defectos que le son señalados y a los que
tiene que hacer frente. La racionalidad del conflicto contingente no encuentra cotejo en
ninguna admisión de principio, que no sean las turbas individuales y las manipulaciones
colectivas. Cada acto irreflexivo es tal por una causa, que la razón entiende, pero no
justifica. La condena la exime del hallar en su misma connotación la contradicción, de
la que se disculpa en las garantías institucionales. «Si nada choca con la voluntad, los
accidentes de la “madrina naturaleza” non tienen porque molestar la deliberación del
agente racional. La armonía interior y el auto-respeto de la persona moralmente buena,
que se da a sí mismo la ley de forma autónoma, no pueden estar condicionados por los
meros acontecimientos del mundo»4. La violación de las normas puede ser atenuada por
el estado de necesidad, pero no puede ser autorizada por ninguna condición ordinaria,
aunque sea anotada objetivamente. El dramatismo de la condición humana –según
Miguel de Unamuno– consiste justamente en la contradicción en la que cada sujeto se
encuentra cuando le es pedido sacrificar un derecho subjetivo por el bien de la
colectividad, que lo garantiza y lo devuelve por tanto precario y controvertible. «La
política griega, sorprendentemente, articula mejor determinados elementos de la
moralidad kantiana de lo que podría hacerlo un credo monoteísta: es decir, afirma la
autoridad suprema y vinculante, por así decir lo divino, de cada obligación ética en
cualquier circunstancia, incluso cuando los mismos dioses contrastan entre si»5. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 967

naturaleza de la culpa, en la realidad moderna, es definitivamente colectiva, aunque su


expiación se presenta de forma subjetiva a quien la cumple. La resolución de las
relaciones colectivas supone la asunción de las responsabilidades colectivas aunque su
exteriorización se realiza en el problemático límite entre quien comete la culpa y quién
la condena y la expía. La memoria individual (el remordimiento) y colectiva
(declamatoria) consiste en reconsiderar los acontecimientos que engendran la
descompensación entre lo que se considera justo y lo que se hace para evitar su
aplicación. La impiedad es la forma atenuada con la que la acción justa se preserva de la
atracción demoníaca, que sustenta implacablemente el pensamiento desacralizador y sus
acodos inventivos. El protagonista del Doctor Faustus de Thomas Mann es en este
aspecto paradigmático: un afirmador frenético de la mística divina, se transforma en un
evocador de las fuerzas demoníacas en el intento de musicalizar el Apocalipsis. El
dramatismo del tema consiste en redactar un tipo de contaminación conceptual entre el
día del juicio y la perentoria presencia de un contestatario. El Apocalipsis se configura
así con el acto conclusivo de una sumisión ideal, que el Ángel del mal persigue y
deniega carente de ritualidad en la infinidad del tiempo. La versatilidad de la razón
práctica consiste en armonizar las exigencias de una recta aplicación de la moral común
con las eventualidades que puedan –en parte– turbarla.

La sabiduría conecta las variables y las constantes de la experiencia de forma


que aseguren el desarrollo más confortable de la experiencia existencial. La potencia del
hado –sostiene Sófocles– es el deinon, el miedo, la aprensión, por lo que pueda
sucederle a los mortales en su vida. El hado sofocleo encuentra su correlato moderno en
el azar (y en la necesidad, según Jacques Monod). La correlación entre estos dos
factores comporta la admisión de un continente mental inexplorado y por lo tanto
desconocido, que puede manifestarse, según el estadio de desarrollo de la razón, en
términos excepcionales, y por lo tanto imprevisibles, o en términos que se pueden
preconizar con los instrumentos existentes en la reflexión y en la experiencia
cognoscitiva. «El ser humano, emocionante y maravilloso, puede también llegar a ser
monstruoso en su ambición de simplificar y controlar el mundo. La contingencia, objeto
de terror y repugnancia, puede ser al mismo tiempo maravillosa y entrar a formar parte
de aquello que hace que la vida humana sea bonita o emocionante»6. La licitud de la
experiencia se ejerce en la palabra, que responsabiliza, racionalizándola, la
argumentación. La dicotomía amigo-enemigo, defensor-traidor, regresa en la dialéctica
968 RICCARDO CAMPA

política, pero no impugna, desde Sófocles en adelante, la institución. El drama de la


sepultura de un enemigo de la patria es en sí un problema normativo, pero también el
correlato de la pietas social. La muerte, desde las tragedias sofocleas, relaciona los seres
y los exonera de hacerse recíprocamente controvertibles. Los justos y los malos se
dividen en la vida, para unirse ficticiamente en la muerte. La devoción a la ciudad hace
de sus restos –aunque en la diversificación conceptual– merecedores de la misma
piadosa atención. La búsqueda de finalidades honorables es valorada temporalmente por
el orden en vigor, mientras que la muerte persigue terminales difícilmente distinguibles
con los cánones interpretativos de los seres vivos. El epílogo de la existencia es un
conocimiento universal: justifica la resistencia a todos los absolutismos y los
radicalismos conceptuales, para privilegiar un sentido de pérdida frente a los resultados
visibles, tangibles, de la existencia corporal. Algunos, in primis, Aristóteles con el De
anima, sostienen la permanencia del ser en el tiempo; otros creen en su variabilidad y en
su regeneración. Los gnósticos afirman la inconmensurabilidad de los resultados de los
seres vivos sobre su consistencia cognitiva y material. El ser es una entidad
problemática, que actúa como un hechizo ante las conjeturas dialécticamente
configuradas para su primer cumplimiento, desde la antigüedad clásica hasta la
actualidad. La reflexión sobre los destinos de los seres se interconecta con todas las
elaboraciones mentales, realizadas en el pasado, consoladas por la perplejidad de las
configuraciones futuras del cosmos. El impulso de anticipar las formas de la naturaleza
en su evolución se justifica con la angustia de perder de vista una meta, aunque sea
dramática, a la que orientar los pensamientos y las expectativas. La impresión del futuro
condiciona irremediablemente el presente. La etimología del mundo –según Jorge Luis
Borges– comprende las proyecciones mentales, que se realizan con los instrumentos de
la investigación científica y de la interpretación representativa. La excelencia en la
deliberación se ratifica en las formas expresivas, que se connotan en la actualidad
práctica. La armonización de la amistad con la justicia es una empresa de difícil
realización por el hecho de que las afecciones detentan un tipo de ley aplicativa, que no
se conforma necesariamente con las leyes institucionales. El conflicto concierne la
antropología y la moral de los seres mortales, que se arrepienten en el entendimiento
emotivo como consuelo para afrontar la muerte, y que encuentran en las leyes del
Estado la ayuda necesaria para subvenir los desafíos de la vida. La aprensión para hacer
que estas dos fuerzas ideales sean competitivas y complementarias pide una reflexión de
un particular tenor exornativo, que penetra la convicción teleológica y religiosa.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 969

El dualismo tradicional, empleado para explicar el mundo –con las sensaciones y


la razón– se difícilmente concadena en un monismo por así decir liberal. Al contrario, el
monismo es aseverativo y a menudo radical. La hegemonía de una de las fuentes del
conocimiento sobre lo otra influye en la argumentación social y en la teleología
existencial, recurriendo a la imposición y a la persecución. Los exponentes o los
exegetas de una de las dos categorías cognitivas de la realidad no son capaces –al menos
en el recorrido de la cultura occidental– de acceder a las instancias de los
correspondientes partidarios de otra categoría cognoscitiva sin renegarse. El
fundamentalismo incide constitucionalmente en la falta de perspectivas del
entendimiento entre las contrapuestas configuraciones de actuación. La capacidad
mimética de las minorías no se tiene en cuenta, porque es íntimamente contradictoria e
incongruente. La pacificación solamente aparece posible por intercesión de un freno
inhibidor, generalmente unido al conflicto. Las guerras, en efecto, paralizan el contraste
entre las emociones y la razón y provoca que ambos aparezcan temporalmente
interconectados e imperceptibles. La guerra obstaculiza la sabiduría. Los propios
beligerantes, paradójicamente, vaticinan que esta es una solución edificante para el
género humano. Y, sin embargo, la persiguen con el fin de salvaguardar un modelo
conductual que impide el otro. La guerra evidencia la complementariedad de los dos
factores al mismo tiempo que la recusa en la acción, en una advertencia perversa, que
diezma las vidas humanas y frustra su recuerdo en el anonimato. La extemporaneidad de
la guerra consiste en el hecho de que los elementos explicativos de su alcance, además
de reivindicar derechos y privilegios, se constituyen en la visión relativista (menos
extremista) de la vida humana. Los individuos en armas y los individuos inermes se
confunden en el disolvente gentío de los aparatos construidos para realizar diversas
finalidades prácticas en las áreas en conflicto. La sabiduría práctica y la deliberación
subjetiva se combinan entre sí en la extemporaneidad de las expectativas inmediatas o a
largo plazo. El sentido común aletea como un duende del Valhalla sobre las cabezas de
los vencidos y los vencedores. Ambos semejan doblegarse al veredicto de la naturaleza
en su pretensión de conciliar las rivalidades en un único conocimiento de principio.

La amistad permanece como un bien que hay que conseguir y reforzar cuando se
acaba el conflicto. En efecto, los tratados de amistad entre los Estados se establecen o
para prevenir un conflicto o después de él. La acrobacia diplomática huye de las leyes
de la lógica para alcanzar situaciones pacíficas contingentes. La crónica política está
970 RICCARDO CAMPA

repleta de inobservancias o de revocaciones de los acuerdos establecidos sobre la


oportunidad. La Ciudad sobrepasa a los individuos que la defienden y sin embargo no
garantiza su autorreferencia. Paradójicamente se sostiene que el bien común es la suma
de los bienes individuales. En realidad, la dualidad individuo-colectividad no es
fácilmente homologable en las anotaciones cognoscitivas. Entre ambas categorías
sociales se instaura un apartado de separación y de conjunción, que se manifiesta en el
acuerdo y en el disenso. La concepción schmittiana del enemigo interior y el enemigo
exterior, que tiene como objetivo la cohesión de la sociabilidad, replica la dramatis
persona de Sófocles, cuando induce a Creonte hacerse cargo de la contraposición entre
la piedad familiar y la potestad institucional. La suspensión del juicio moral durante los
conflictos denota la incontinencia de los factores que los provocan. El aspecto
económico siempre es sustentado por la práctica de los derechos, por el orden normativo
y conductual. Los vínculos individuales se armonizan con dificultad y de forma
aproximada con las instancias colectivas. La corrupción y la transgresión concurren a
diseñar los componentes orgánicos del disenso que, si se mantuviera dentro de los
límites de la dialéctica ideológica, no provocaría desórdenes institucionales. Viceversa,
si el disenso ostenta proposiciones modificadoras del orden vigente, se configura como
un ataque de tipo reformador o revolucionario. Honrar la piedad –según la Antígona de
Sófocles– es una tarea que atañe a la íntima determinación individual. Es deseable y
conveniente que también la Ciudad sea consecuente en este aspecto, de modo que evite
que los sentimientos subjetivos no sean desatendidos por los principios institucionales
impuestos. La Ciudad, que responde in toto a las exigencias de sus miembros, tiene las
características del Edén terrenal. La obligatoriedad de las leyes escritas sanciona la
omnipresencia de la ética social. La respuesta emocional a las leyes de la Ciudad debe
ser tal que le pueda otorgar un relieve didáctico y teleológico. La imperiosidad de las
disposiciones conductuales se deduce de la convicción, que se piensa que es el
precipitado histórico del orden consuetudinario. La supremacía de la Ciudad es por
tanto un noble desafío a los criterios operativos pragmáticamente consolidados en la
actuación cotidiana.

La confianza en el progreso difícilmente se relaciona con la tradición, que es


pensada inopinadamente como un complejo de normas de relevancia práctica. La
complementariedad de estos dos factores concierne en cambio a la providencial
instancia de la razón, que no se ejerce, en el absolutismo decisional, sino en la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 971

valoración de las actuaciones. La unión funcional entre lo que es querido y lo que es


oportuno constituye la preeminente tarea de la Ciudad. Su orden padece de la
propensión emotiva y de la reflexión racional. La deliberación institucional es la
conjunción de la visón general del mundo con las múltiples formas individuales de
adhesión y de participación. La sensibilidad ante las urgencias de la naturaleza se
convierte en su disposición funcional. La eventualidad prescinde de la previsión de los
criterios deductivos, subordinados a una continua revisión. La pasión por el carácter
inexplicable del mundo provoca imperceptiblemente el empeño de anotarlo y de
representarlo al menos en los aspectos propuestos con los recursos de la inventiva
humana. La fascinación del artificio se identifica con la fiabilidad de la fantasía
imitativa en la realización práctica. Las convenciones comunitarias y sociales revelan
las expectativas, a veces frustradas, de las generaciones, que las ponen en evidencia, en
previsión de la revisión y de la modificación de las mismas por la razón experimental.
La valoración y la deliberación forman parte integrante de la decisión. Todo lo que
puede ser propuesto a la atención general debe tener en cuenta las postulaciones
conceptuales con las cuales se interpone a la realización práctica. La razón consiste en
la actitud sumisa con la que el género humano se concede el salvoconducto para
interferir en la naturaleza intentando satisfacer los principios edificantes, tanto a nivel
abstracto, como a nivel práctico. La heterogeneidad de los objetivos se convierte,
mediante el razonamiento, en la unicidad de las visiones. La techne, que es una
convención innovadora, en el sentido que hace referencia al empleo práctico de los
instrumentos, asegura la superación de las convenciones tradicionales. «El pensamiento
ético de Platón está en relación de continuidad con las reflexiones sobre la tyche
presente en la tragedia; viene en auxilio de las mismas urgencias y da forma a las
mismas ambiciones humanas. Es más audaz y más determinado a la hora de perseguir el
progreso, pero no ignora de los costes que provoca»7. Los resultados de las
investigaciones científicas se resumen en el empleo de los recursos energéticos
integrados en un aparato tecnológicamente eficaz para los fines prácticos. La
correspondencia entre los aparatos de la ciencia y su aplicación se manifiesta en el
diálogo, en la explicación, mediante el cual el pensamiento se legitima en la acción. El
razonamiento práctico tiene en cuenta la conformación del sistema cognitivo en su
conversión práctica. La aplicación de la técnica concierne principalmente la
conveniencia con la que es representada. Ella solicita la expectativa más o menos
consciente de quienes son llamados a utilizarla. Las tretas tácticas forman parte en la
972 RICCARDO CAMPA

habilidad dialéctica de los sucesores, de quienes se postulan para garantizar el bien


común.

La eventualidad –la fortuna– contribuye a gratificar a los individuos,


independientemente de sus cualidades. La intervención de las potencias celestes evita la
iniquidad, afirmándose como una señal de la voluntad y del poder, que supera la razón
humana. Esta admisión de principio solo encuentra una justificación admitiendo que
existen otras formas de vitalidad, aseguradas por el diseño divino o por la permeabilidad
del azar. La hegemonía de la fortuna desborda las causas que determinan –según la
razón eficiente– los acontecimientos, tal como los proporciona la experiencia terrena.
En la concepción platónica y en la maquiavélica, la fortuna es una entidad heterodoxa
frente a las soluciones cognoscitivas y aplicativas, realizadas por la observación y por la
reflexión de la naturaleza. La asimilación de la fortuna a la práctica cotidiana permite
apresurar y patrocinar sus instancias, sin en todo caso caer en la teleología. Es como si
un continente mental desconocido se manifestara rapsódicamente en la vida de los
mortales para dominar sus pretensiones cognitivas de actuación. La conclusión de este
largo y apasionante examen –desde la Atenas del siglo V al Renacimiento italiano, a la
edad moderna– consiste en la eliminación (lo más posible) de la dinámica social de la
ingobernabilidad. La medida es el criterio con el que la ciencia trata de reducir a las
consecuencias los factores que determinan los acontecimientos. La adivinación, antes, y
la previsión, después, concurren a dibujar los escenarios naturales, en los que la empresa
humana ayudada, en el tiempo, por la tecnología se presente de forma providencial. El
auxilio de la techne es, desde siempre, un elemento indispensable para la
(re)conciliación quialística entre el género humano y la naturaleza. La afonía primitiva
deja su lugar a la palabra, con la intención de confiar a la capacidad investigadora la
injerencia de un freno inhibidor, como es la fortuna, en las vidas de las generaciones
que depositan en el lenguaje la reflexión normativa y reflexiva. La existencia oscura de
los «inicios» desea consolarse con la luz de la razón. Y se inaugura el accidentado
recorrido de la ciencia, al que se le solicita el antídoto de la perdición. La intervención
de Prometeo es fundamental –en la construcción mítica de las primitivas eras de la
humanidad– para alcanzar los objetivos de la supervivencia de la especie. La predicción
asume –desde el Protágoras platónico en adelante– significaciones previsoras, es decir
sirven para prevenir la influencia de la naturaleza en estado puro o de la naturaleza en
sus alteraciones tecnológicamente programadas por la acción colectiva. La tyche es
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 973

progresivamente reemplazada por la techne, lo que puede explicarse por la acción


social. La actividad práctica prevalece sobre la autenticidad fenoménica, sobre lo que
puede ocurrir independientemente de la actitud comunitaria. La techne reduce la
confusión y la indeterminación mediante la formulación de una significación de la
disparidad fenoménica. La indeterminación se vuelve después, en la segunda mitad del
siglo XX, con la obra de Werner Heisenberg, en una categoría interpretativa de la
naturaleza, capaz de asegurar funciones de solvencia cognoscitiva y de actuación.
Paradójicamente, el factor hegemónico de la indeterminación es la ayuda práctica al
conocimiento del microcosmos natural, dotado de múltiples interacciones energéticas,
útiles para la consecución de los objetivos de una utilización más eficaz de las mismas
para beneficiar a la humanidad en su conjunto. La indeterminación no coincide con la
incoherencia, aunque disciplina sus connotaciones arcaicas y tentaculares. La
improbable causalidad no rehúsa la casualidad, siendo esta última una alternativa tirada
de la primera.

La moderación es un recurso interpretativo de los fenómenos de la realidad que


puede provocar que se eviten errores epistemológicos de una gravedad evidente. El
desorden de las pasiones, tal como se representa, se confronta con el carácter
indescifrable de las perturbaciones energéticas, que proceden de la íntima consistencia
de la naturaleza, pero que asegura a los impulsos vitales una consistencia y una
permanencia, detectable con la instrumentación programada en sistemas perfectibles y
renovables según las exigencias, pensadas como controvertibles. La reluctancia a
conciliar la falta de capacidad de conocimiento con la evidencia la supera el aparato
tecnológico. La descripción de la naturaleza sobreentiende estas limitaciones, que
consisten en que los componentes sectoriales influyan en los fines sociales. La
representación de la realidad se somete a las limitaciones implícitas en las metodologías
empleadas para observarla. Las relaciones individuales y grupales influyen en las
elecciones reflexivas y pedagógicas, que son un modo para aprender las características
de la naturaleza en su conformación artificial. Las convicciones obran en la práctica
común, que actualiza por decir así el carácter prescriptivo de la descripción. La
actualización de un precepto cognitivo debilita el impulso enunciativo, pero legaliza la
consecuencia de sus efectos. El resultado es la eventualidad controlada, homologada en
el circuito compensatorio de las aproximaciones y la posibilidad de previsión. El
conservadurismo es por tanto la forma con la cual las innovaciones, pretéritas, se
974 RICCARDO CAMPA

vuelven impracticables. Este es el peristilo de la innovación, de los cambios comunes


del presente en vista a modificarse. El anacronismo es el sinónimo de la insatisfacción,
que se realiza en las iniciativas, realizadas para salvaguardar las prerrogativas más
insistentes y peculiares de la condición humana: su permanencia en contextos naturales
y artificiales renovados. Las revueltas sociales se identifican con las estratagemas
dialécticas y operativas, empleadas para hacerlas eficaces y penetrantes. El disenso, sin
embargo, tiene que provocar el menor número de irritaciones y enemistades: tiene que
poder convencer a la minoría en expansión de que puede promover una renovación del
orden constituido.

El conocimiento y la capacidad de contar tiene orígenes remotos. Ya en el


poema homérico las cantidades dispensan de la tarea de dirigir la acción según las
perspectivas deseadas. La contingencia se resume en las elaboraciones aritméticas y
geométricas, en la fabulación, con la que se explican en la experiencia. El número y la
figura permiten medir los aspectos evidentes de la realidad. «El Prometeo encadenado,
del siglo quinto, se refiere al número como “el jefe de todas las estratagemas”,
expresando una concepción popular, según el que cual número es de algún modo el
principal elemento de la techne, o la techne par excellence»8. La cuantificación es por
tanto la frontera de lo que se puede conocer, representar y modificar, en una progresión
sistemática que eclipsa el recorrido bastante escabroso de la vida humana en su
complejidad. «La historia según la cual Hipaso de Metaponto fue castigado por los
dioses por haber revelado los secretos de la inconmensurabilidad matemática es el
testimonio del miedo con el que las personas de la cultura se enfrentaron a la aparente
ausencia de un arithmos definido en el corazón de su más límpida ciencia. (Nuestros
términos matemáticos “racionales” e “irracionales” son traducciones que ofrecen un
testimonio ulterior de estos argumentos)»9. La cantidad se perfila por lo tanto como la
apódosis de la técnica discursiva y la pericia compensatoria de la duda propedéutica de
cada proposición conceptual. La persuasión es una categoría que expone los hechos y
los acontecimientos que evoca la contingencia. La propia cotidianidad es un elemento
de la medición en el sentido vital y operativo de la especie humana, en su dinámica
conmiseración terrena. La expectativa celeste, al contrario, no se puede medir desde su
configuración mítica y tentacular. La satisfacción de pensar que los acontecimientos son
una adquisición del conocimiento engendra el hedonismo socrático, que consiste en
satisfacer el deseo de conocimiento y contextualmente en patrocinar el bien común. La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 975

numeración confiere carácter objetivo al entendimiento y al consenso. El sentido común


es el resultado desde el punto de vista epistémico, pleonástico de aquello que conviene
al género humano ya que refuerza su defensa contra la adversidad, que se piensa que es
incluso necesaria para la consecución del equilibrio (el metabolismo) natural.

La cantidad, sin embargo, no parece que incida en la valoración de la bondad, de


la justicia, de la igualdad y de la solidaridad. Pero es el objeto, que las antedichas
categorías evocan, que puede ser medido como apoyo y como consuelo de los
eventuales análisis, que se pueden fragmentar en diferentes interpretaciones e intereses
contrastados. También las categorías relativas a las actitudes, aparentemente
imponderables, se prestan a orientar la dialéctica reflexiva de modo que se pueda
alcanzar un acuerdo, aunque sea precario y atractivo. Además el placer se somete a la
computación. Las sensaciones, las sugestiones, las emociones y las vocaciones traen a la
mente aquellos estados de ánimo en los que se difunden, según una sucesión que, al
menos temporalmente, puede ser medida por la capacidad de sufrimiento. La virtud
asumiría en si el placer y lo exteriorizaría en las formas de la sociabilidad, sujetada por
normas en abierta y continua revisión. El principio de Protágoras, según el cual “el ser
humano es la medida de todas las cosas”, determina el pacto entre los miembros de la
comunidad social, que se proponga reforzar la cohesión y la creación colectiva. En El
Banquete Platón sostiene que el placer puede mudar si se cambias las convicciones.
Efectivamente, el placer es una convicción codificada por la actitud que aparece en las
solicitaciones emotivas, sensuales, iconoclastas. La pedantería ridiculiza el placer para
corroborarlo en su exteriorización. La poesía no se excede en la ética, pero evoca las
imperceptibles expresiones del alma, que la lectura y la representación escénica logran,
a veces eficazmente, evidenciar. La argumentación conjuga las temáticas más adecuadas
para la condición humana de modo que las hace partícipes a un mayor número posible
de sujetos, responsables y conscientes de su acción (humanitariamente) relevante. La
sabiduría ética es una adquisición total por parte de la comunidad social, que reconoce
en las normas del comportamiento el sostén de las propias convicciones. El diálogo
articula las diversas posiciones intelectuales entre si, para llegar a una síntesis que las
penetre. Las variables de la interlocución se complementan para justificar la aprobación
general de los productos culturales y las críticas, enredosamente expresadas en beneficio
de una progresiva ostentación de un fortín o de un simulacro de la razón. La
transparencia es el antídoto del engaño (verbal o escrito), según las temáticas afrontadas
976 RICCARDO CAMPA

en la disquisición. La competencia de las opiniones en orden a una temática de


relevancia objetiva fortifica las aportaciones determinativas. La síntesis representa la
prueba evidente de la intrínseca propensión colectiva a la resolución de las modalidades
del procedimiento. La contemplación platónica de la verdad consiste en aprender cuáles
son las metodologías adecuadas para proporcionar a la vida humana la paz del alma. La
inquietud existencial encuentra consuelo en la armonía de los desafíos, en la dinámica
cósmica, que se hace cada vez más incisiva en su irradiación terrenal. El bien común no
es solamente el fin de la acción colectiva, sino que es el coeficiente heurístico, en virtud
del cual la insatisfacción individual se relaciona con la conveniencia de la totalidad. La
contención de las necesidades en el ámbito de la necesidad objetiva concierne al
ejercicio de la razón, que desarrolla una tarea reguladora, pensada como válida en el
plano comunitario. La socialización de las necesidades por tanto se pauta en las normas
que las predicen como inevitables.

El pensamiento tiene una validez de perspectiva: en su función de


reconocimiento da curso con particular relieve exegético a los acontecimientos que lo
llevan del pasado recóndito al presente actual; en su propulsión predictiva dibuja los
fenómenos que el tiempo futuro sanciona como efectivos. La virtualidad de la acción
reflexiva es tal porque recapitula los trayectos del pasado y los del futuro sin que la
línea fronteriza entre las dos dimensiones temporales se determine como un ente de
separación. «La convicción de que hay una verdad que conocer en la naturaleza, estable
e independiente de las circunstancias mudables de la vida humana, da fuerza a la teoría
platónica del valor de la actividad. La fe en los objetos paradigmáticos, eternos y no
dependientes del contexto tiende a reforzar la convicción platónica de que la actividad
contemplativa es la más estable, invariable e independiente que la del contexto»10. Las
actitudes consuetudinarias alivian al actor social de todas las iniciativas que no
encuentran cotejo en la gama de los valores, pensados como válida a la consecución de
los objetivos para mejorar la vida social. La contemplación, la meditación y la reflexión
son los ejercicios que han de realizarse para intentar individualizar, primero,
sensiblemente y, luego, racionalmente, los impulsos intelectuales más adecuados con
los que facilitar y mejorar la experiencia terrena. Los apetitos corporales –sostiene
Platón en el Fedón (81 b)– «hechizan el alma», que es inducida a sustraerse a la
contemplación, pensada como una disciplina, dirigida a conocer las tendencias presentes
en la realidad para beneficiar a quienes no se distraen (como los filósofos) a la hora de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 977

perseguir los estigmas, si no los trayectos, en su circunstancial versatilidad. La


«separación» de las necesidades consuetudinarias no emana de convulsiones
mistagógicas, sino que supone la «especulación» (el conocimiento) del bien, entendido
como una constante adivinatoria en la naturaleza. La realidad es un «dato de hecho», del
que no se puede prescindir. En sus fases evolutivas se introduce la existencia de los
géneros y las especies mortales. La contemplación individualiza en las eras geológicas,
que confrontan lo existente, un tipo de «espíritu vital» con particulares, intrínsecos,
instancias mitopoéticas, fabuladoras, experienciales. El ascetismo del filósofo platónico
y el del místico medieval se disputan la facultad de percibir y de favorecer la larga onda
de la existencia de los seres y de los entes en su múltiple y escabrosa configuración. La
insaciabilidad corroe los cuerpos que contienden la realización. La influencia de los
apetitos en la vida humana condiciona su curso y frustra sus perspectivas cognoscitivas
acerca de los resultados trascendentales (religiosos o laicos, naturales). El ascetismo es
una disciplina del alma, que valora el límite en el que es irrevocable la propensión
corporal.

La práctica común debería por tanto tener en cuenta la experiencia ascética a la


hora de individualizar las necesidades de la supervivencia física, ampliando lo más
posible el mundo de la invención y de la conjetura, para que sugestione «al anacoreta
mundano», frente a las formas más edificantes de la existencia individual y colectiva.
La comprensión como medida de todas las cosas, de instancia platónica, reemplaza
(complementa) la didáctica formulación de Protágoras, según la cual el hombre es la
medida de todas las cosas. La visión platónica se adelanta la «visión» renacentista, la
epopeya de la perspectiva y la ampliación del espacio en dimensiones hasta entonces
desconocidas para el Nuevo Mundo. En la concepción platónica el presagio tiene la
misma consistencia genética de la hipótesis matemática, de la premonición artística, de
las manifestaciones del intelecto agente en su afligida búsqueda cognoscitiva de la
realidad sobre la que gravita y actúa. El sufrimiento se manifiesta en la predicción de su
superación o en todo caso de su justificación, según un orden de factores que van de las
más bajas y ultrajosas necesidades elementales a las más altas y sofisticadas ambiciones
de la razón. La sublimación de la temperie primaria, originaria, en la contemplación
permite evidenciar el poder de la razón y su afirmación, tanto a nivel individual, como a
nivel colectivo. El razonamiento, en efecto, es considerado un medio con el cual atenuar
el dolor –pensado como intrínseco desde Platón a Carlo Emilio Gadda– de la condición
978 RICCARDO CAMPA

humana. La insatisfacción es por tanto un espía de la sensatez, de la facultad que


alcanza el género humano cuando reconoce la oportunidad que tiene de atenerse a las
reglas de la reflexión y de la acción si se asoma a la mejoría de las llamadas condiciones
objetivas (al menos tal como aparecen en el curso de la experiencia del género humano,
asombro de los espacios interestelares que lo ven presente y activo).

La disipación de los recursos intelectuales y físicos oculta la acción morbosa de


un demonio infeliz. El ecosistema semeja enajenarse a los convulsos movimientos
energéticos de quienes se angustian en la prueba del fuego de la propia gratificación. La
hipertrofia del yo señala la intromisión de un viento disoluto, que todo lo arrolla y todo
lo frustra con la inmediatez de un tornado. La quiebra de la razón consuela a los
marginados y a los desposeídos. Quienes disienten del orden establecido presentan a la
imaginación de los supervivientes un reino del caos, donde perderse inexorablemente.
También la ofensa traída a los símbolos y a las estatuas demuestra el extremismo
negacionista. La imagen, delegada al recuerdo, disminuye si el vacío se encarga de
elaborar las estrategias, creadas por los mortales, con el fin de testimoniar su presencia
en el mundo. Los actos realizados a tal efecto provocan la curiosidad y el desengaño. La
versatilidad de los disolutos es la anquilosis de la perdición. Es una ocasión
supersticiosa de presentar polémicas emotivas, que induzcan al prójimo a asombrarse
negativamente. El prejuicio provoca la adicción y acosa a los reacios, que ambicionan
sacrificar las frases comunes en una argumentación consecuente. Los simulacros y las
armas representan en forma epigramática los hechos más significativos, realizados por
las poblaciones bajo la égida de las personalidades socialmente hegemónicas e
históricamente determinadas.

Las goethianas afinidades electivas y las intimidades redimen la angustiosa


soledad individual de la desesperación y del olvido. El sentido común sintetiza en si el
anonimato de una época, caracterizada por la preponderancia de los acontecimientos
descritos para que permanezcan en la memoria futura. El estupor de rememorar en los
desconocidos un recuerdo de las propensiones subjetivas aumenta los pactos y sustenta
las empresas comunitarias. La amistad ennoblece el acuerdo entre los individuos, que se
conforman a las eventualidades. La contingencia refuerza los vínculos de la simpatía y
la solidaridad, que reconocen implícitamente a la aventura humana una cadencia con
una sucesión, con el fin de renovar las estrategias de la complementariedad. El artefacto
ensombrece la coherencia de las prestaciones subjetivas en un empeño comunitario
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 979

(socialmente relevante). La autosuficiencia, en efecto, es la metáfora de la inacción. La


ingenuidad protege la inadecuación y legitima las acrobacias de la mente en términos de
innovaciones, divisiones, cancelaciones. La costumbre es la fuente de la inocencia
ferina, de la irreductibilidad del mal en el otro-de-sí. Las relaciones intelectuales se
conectan íntimamente con las motivaciones relativas a las necesidades íntimas. La
literatura se reserva la tarea de ejercitar disertando las reacciones emocionales, que
transcurren entre las personas dotadas del sentimiento del fin. Es el fin de la existencia
la que atenúa los contrastes y da valor a las adicciones. «Muy pocos filósofos morales,
sobre todo en la tradición anglo-americana, han recogido historias, detalles e imágenes
en sus obras sobre el valor. Muchos han considerado con sospecha estos elementos del
discurso. Por consiguiente gran parte de la filosofía moderna traza la oposición entre la
mezcla y lo puro, entre el cuento y la argumentación, entre lo literario y lo filosófico
con la misma decisión de El Banquete»11. La extravagancia del pensamiento moderno
consiste en hacer permeables y contaminables formal y adecuadamente el pensamiento
y la narración. La escritura sintetiza el pensamiento y lo confía a la fabulación (que se
ejerce en el entretenimiento y en la publicidad: en las formas pleonásticas del
conocimiento). La sugestión deja en suspensión el sentido de las palabras, que estallan
en un universo «líquido», según la expresión capciosa de cuantos se obstinan en
desvincularse del peso de la reflexión. Se descuida la aspiración a la sabiduría, al
pensarse que el fardo de las nociones que actúan para ayudar a la ambición humana es
inconmensurable.

La tecnología permite no congestionar el intelecto agente bajo el mundo de las


causas, que determinan los fenómenos. El resultado de la eficacia de la aplicación es la
comprobación de las normas, de las leyes, empleadas por el anonimato persuasivo y
perspicaz. El anonimato se identifica con el potentado económico y financiero, que
preserva los riesgos de la inutilidad de la inadecuación penetrante. Todo lo que puede
ser manejado tiene una función catártica y aflictiva. El uso de los objetos empapa la
costumbre y lo actualiza con una angulosidad determinativa, contraria a cualquier
tentativa de reconocimiento histórico, memorial. Cada día es el primer día de la
creación. La permanencia de los seres y de las cosas se refleja en la imperfección del
deseo y en la perennidad de la evidencia. La locuacidad quita la potencia a la asertividad
y la hace perceptible en sentido iconoclasta. El virtuosismo expresivo es una especie de
impostura artificial de un sentido irrevocablemente vulnerado por la práctica cotidiana.
980 RICCARDO CAMPA

La falta de autenticidad es el fetiche de la comprensión. Los hechos, que encierran el


período en la dinámica de la autocelebración, son construcciones mentales, castillos de
arena, hechos en la alocución escenográfica, en la disminuida compenetración cognitiva
de los exegetas de la realidad y su mistificación. La reputación es el aspecto dionisíaco
del desengaño, del intangibilidad de lo absoluto. La percepción de la relatividad permite
a los mortales ser reticentes a cualquier atracción trascendental. La manifestación es la
tentativa de perpetuar el rechazo individual a cada sugestión metafísica. La
autosuficiencia tiene un adentellado erótico, que exculpa un delito como el fetichismo
osmótico. La autocrítica tiene un fundamento elegíaco, adivinatorio: sirve para prevenir
el descrédito objetivo, latente en el curso de las cosas. El ímpetu de las pasiones se
somete al alboroto de la razón, que ambiciona preservar el tiempo para convertir los
recuerdos en las anécdotas de la cotidianidad. La razón se certifica como el fin de la
experiencia, aunque sea en sus siguientes fases explicativas del hecho existencial. Su
configuración siempre es una alternativa al desorden cósmico, a las múltiples formas de
realización del bien común. En su escabrosa epopeya cognitiva fluyen como aristas en
un riachuelo los acontecimientos, que se adaptan con las actitudes explicativas de los
mortales. El imperio de la razón es silente, en cuanto que se percibe en la superficie de
las cosas, que desean encontrar sus raíces en las recónditas exteriorizaciones de la
realidad. Su facultad cognitiva se identifica con la propensión a los balances, a las
notaciones, en términos cualitativos y cuantitativos, que caracterizan los trabajos y los
días de Hesíodo. La regla, con el que la razón establece su garantía con la experiencia,
incide en la convicción de modo orgánico y providencial. La revocación o la
transgresión de dicha regla por la intervención de un exceso de la sensibilidad modifica,
no siempre satisfactoriamente, el equilibrio social, provocando reacciones emotivas de
tal intensidad que se constituyen en auténticas degeneraciones de la relación
interindividual y comunitaria. La pérdida de la estabilidad emotiva del agrupación civil
condiciona el desarrollo económico y social y la mejoría de las condiciones objetivas.
Se determinan las diferencia y las anomalías sociales, que perjudican la paz social. Los
conflictos endémicos se hacen evidentes y se agravan las incomprensiones entre los
grupos, las clases sociales. La manía puede ser nefasta a la hora de desempeñar los
temas comunes, pero puede suscitar el desdén de quienes la perpetúan sin ningún fin
más que el de cumplir una estentórea e inconfesable satisfacción interior. Un tipo de
demonio parece encarnizarse contra la problematicidad, la incertidumbre y la
formalización del entendimiento. El dominio de sí (la platónica sophrosyne) supone la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 981

aceptación y la elaboración de confrontamientos, no siempre propositivos, de la realidad


efectiva. El riesgo artificioso es parte integrante de la previsión, con la que se eliminan
temporalmente los contrastes, que descansan en los cambios desiguales, presentes en la
vida comunitaria y social. La tendencia al exceso perjudica la sosegada operatividad de
los miembros de la comunidad civil. El apetito de los placeres, el desenfreno (la hybris)
corrompe el tejido conectivo del orden institucional y frustra la influencia disciplinante
de la ley.

El autocontrol es por tanto el factor determinante de la convivencia pacífica y


equitativa. La convicción es como un tratamiento seroterápico, aplicado a los miembros
singulares del orden social. La normativa en vigor en las instituciones es el resultado de
una dinámica conceptual, para conseguir la consolidación (o al restablecimiento) del
bien común. La indulgencia permite comprobar las opiniones comunes, aunque
discordes, en el intento de encontrar un mínimo común denominador, que las
transforme en viático de la sensatez y la honestidad intelectual. La sencillez de la
expresión queda anulada por las exageraciones de las tribunas y por las metáforas
excitantes o sorprendentes. La monotonía no conforta el entusiasmo, pero favorece la
reflexión. La sociedad es inducida a condicionar el deseo a la razón. En la sociedad
contemporánea la sensatez es el pronóstico del deseo, que se vuelve una constante
imaginativa en la estrategia de la producción y del consumo, hasta convertirse él mismo,
el deseo, objeto del aparato empresarial. El sistema económico contemporáneo
promueve el deseo para que sea satisfecho mediante el empleo de objetos en serie, que
se renuevan según las fases sublimadoras de la tecnología. La existencia, presa de los
conflictos, encuentra un alivio en el uso y en el empleo de las manufacturas, en los que
se refleja, con la inventiva, la impenetrabilidad de la condición humana. El objeto en
serie hace pensar aunque sea ilusoriamente en la abundancia, pero con una condición
«constitucionalmente» limitada. La inutilidad supera las necesidades primarias,
estableciendo así un tipo de prerrogativa ocasionalmente hegemónica del sentimiento
(de la sensualidad) frente a la razón. La posesión es la pasión erótica de la época
tecnológica. Todo lo que se puede utilizar para beneficiar los sentidos amortigua el rigor
cognoscitivo hasta inventariar, en el tejido conectivo de la sociedad contemporánea
como si fuera una parodia, el pensamiento débil (que no repara en el cumplimiento de la
concepción científica basada en la aproximación, en la indeterminación y en el
complementariedad).
982 RICCARDO CAMPA

Las categorías generales, mediante las cuales las apariencias de las cosas
posponen mentalmente a sus estilemas, esbozan el resultado de las circunstancias. Esta
elaboración conceptual se perfila como el recurso exegético de las matemáticas. La
facultad de describir procesos mentales, que pueden al menos encontrar cotejo en la
realidad efectiva, es parte integrante de la condición humana. Es posible que exista un
universo de símbolos, que pueda sugestionar el intelecto agente, aunque no se tiene una
prueba tangible de su influencia sobre la vida de los mortales. El hecho, sin embargo, de
que las matemáticas designen mundos cognoscitivos todavía no realizados o auxiliados
por la experiencia, no revela incoherencia alguna y no perjudica ninguna convicción,
útil a la consecución de los objetivos de una serie de «conversiones» prácticas. La
autenticidad de los enunciados matemáticos reside en su carácter definitorio, que se
expresa en los circuitos exponenciales de los períodos, de las frases que poseen al
menos filológicamente un sentido. Los paradigmas platónicos contribuyen a otorgar a
las expresiones verbales un sentido que sobrepasen su explicación consuetudinaria. Las
apariencias, en tanto que insuficientes testimonios de la realidad, posponen a los
modelos, de los que se deducen todas las variables, contenidas en la eventualidad, en la
posibilidad, en lo concreto. La naturaleza que «quiere esconderse», según Heráclito12, se
refleja en las imágenes captadas rapsódicamente por las matemáticas (por la geometría y
por la aritmética). El descubrimiento (científico, imaginativo) responde a la exigencia
innata en el género humano de delinear el perímetro espacio-temporal en el que se
presenta como ente cognoscitivo, creativo, ejecutor testamentario de una entidad que lo
supera. La indolencia y la inercia son respectivamente los aspectos de la condición
humana y de los entes en el aparente estado de quietud. La identificación de los seres
vivos con los entes inanimados permite ocultar una concepción unitaria del mundo. El
metabolismo natural, en efecto, se presenta de forma hipotética como el conjunto de los
factores, aparentemente contrapuestos, que diseñan un conjunto dinámico y penetrante.
El antropocentrismo de Protágoras es por tanto un método responsable, aunque
inadecuado, para interconectar la observación de la realidad con su íntima consistencia.
La lengua registra las tentativas, cometidas por el observador múltiple de la naturaleza,
de memorizar las estrategias realizadas efectivamente en el actuar y en el pactar sobre
las modalidades para prohibir el mal y reconocer el bien. Las acciones, realizadas por
las generaciones humanas con el propósito de retener una parte, aunque sea
controvertible, de la razón de ser de las cosas, se homologan en el conjunto de los
conocimientos, que constituyen los resultados de las empresas realizadas para
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 983

salvaguardar y perpetuar la existencia, tal como se configura en la tradición. La ciencia


se propone conciliar lo máximo posible los datos registrados por la observación de la
naturaleza con las convicciones comunes, que se deducen de la experiencia, efectuada
con el simple compromiso existencial. La coherencia y las no contradicciones designan
–desde Aristóteles– el régimen conceptual, en el que se determina el acuerdo (entre las
comunidades, en cuanto que son económica y socialmente distintas).

La demostración sistemática confiere a la aprensión cognoscitiva un grado de


fiabilidad, mediante el cual la reglamentación operativa asume connotaciones de
eficiencia y solvencia. La acción es tal si el conjunto de las energías, que la componen,
se ejercita en la dirección eclipsada por la previsión. La teoría explicativa de los
fenómenos naturales es el resultado de su observación con la ayuda de los criterios
postuladores y de principios explicativos, que convalidan las impresiones, las hipótesis
y las conjeturas, formuladas sobre la base de la propensión cognoscitiva y de actuación.
A diferencia de lo sostenido en los Segundos Analíticos de Aristóteles, la verdad se
identifica con la demostración. La refutación es la prueba con la cual –como la
contradicción en matemáticas– se otorga un grado de plausibilidad a un principio
heurístico, a una ley interpretativa de algunos fenómenos de la realidad. Las ideas están
inconexas, pero las propiedades cognoscitivas, que ellas expresan, se realizan en
contextos relacionales. La apariencia, en cuanto aspecto inédito de la realidad, toma
precaución sobre las condiciones con las que obtener la conciencia y por tanto el
conocimiento en su intrínseca vulnerabilidad. Aristóteles afirma, en la Metafisica13, que
la maravilla es el antecedente lógico de la reflexión y de la especulación. Immanuel
Kant sustenta que el desaliento frente al cielo estrellado se refleja en la moral común. La
visión y la representación si se unen entre sí bajo la perspectiva del aprendizaje de las
causas, que determinan los fenómenos, de los cuales se señalan emotiva y racionalmente
los efectos evidentes y si ocultan las configuraciones. La búsqueda de las causas que
determinan las acciones humanas en relación a los fenómenos de la realidad se somete a
la conjetura sobre los resultados de la libre determinación individual o, viceversa, al
condicionamiento del metabolismo cósmico. La prerrogativa de la inquietud humana
reside en la fallida comprobación entre las hipótesis interpretativas de los fenómenos
naturales y la teleología comunitaria. El empeño, prodigado por la especie para delinear
un tipo de couche vital conforme a los pensamientos y a las sugestiones, que invaden la
existencia, se justifica con la convicción más o menos difusa de un desafío permanente
984 RICCARDO CAMPA

entre el mundo orgánico y el mundo inorgánico, que hace de silente testigo de las
perturbaciones energéticas que padece el planeta y, por extensión, todos los cuerpos
celestes, de los que se intuye la capacidad cohesiva y disfunsiva frente a un unicum,
hecho hipótesis desde Aristóteles como un modelo influyente en el trascurso del tiempo.
La correlación existente entre el universo intimista y el universo fenomenológico de la
condición humana es respectivamente el objeto de la religión y de la ciencia y de su
controvertida exteriorización. El paradigma explicativo de la acción consiste en
presagiar y en presuponer se conecte con una finalidad que le supere. La acción, en
efecto, es un vocablo denso de sentidos, que no se explica con su misma realización. El
reino de las fuerzas es sujetado por las leyes que individualizan sus efectos detectables
de forma evidente y cuantitativa. La «razón final» de cada fenómeno, sin embargo, no
está implícita en su exteriorización. Esta, si acaso, la custodia la dinámica del universo,
según los diseños de Dios o de un demiurgo laico, el azar. La explicación psicológica y
la explicación fisiológica son complementarias respecto a la evidencia, difícilmente
hipotética, que les da la existencia.

La intencionalidad es un aspecto relevante de la condición humana. Ella priva de


potencia –en principio– al necesitarismo mecánico sin por ello afirmar la fuente de su
autonomía deliberadora. El estímulo externo propone, por así decir en clave
homeopática, el motor inmóvil, la causa que regula el movimiento cósmico y sus
repercusiones en las órbitas de los planetas y en la «imagen móvil de la eternidad», en el
tiempo, según la poética definición platónica de lo que se piensa que sucede en el
recorrido intelectual de la contemplación, de la premonición y de la observación. Las
estaciones de los seres y los entes se adaptan a las etimologías nominales, con las cuales
se designan para que permanezcan en la memoria futura de quienes se interrogan sobre
la teleología de los mundos. La relación entre la decisión individual y la necesidad
natural se ejerce –racionalmente– en el deseo, en la voluntad de hallar en los circuitos
potestativos de las causas que promueven los fenómenos el perímetro decisional,
descrito por las religiones del Libro como libre albedrío. La declaración de una actitud
semejante encuentra cotejo en el comportamiento objetivo, que es particularmente
reflexivo en los niveles institucionales. A diferencia de otros animales, en el género
humano la necesidad no corresponde necesariamente a algo ya existente, sino que puede
existir mediante una aplicación imaginativa y racional. La autodeteminación contrasta
las fuerzas externas que condicionan su exteriorización. Pero es la relación entre estos
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 985

dos factores la que regula la vida cognitiva y de actuación de los seres vivos (y,
prejudicialmente, también la de los fósiles, teniendo en cuenta el «resultado final» de la
vitalidad de los entes presentes y operantes en las diversas eras, anotadas por el empeño
que tienen los mortales de explicar las cosas). La sensatez invade las tensiones
apetitivas y disciplina su aplicación. Las pretensiones del intelecto son reorganizadas
por las sensaciones, que se manifiestan en términos propositivos gracias a la correlación
desarrollada por las mismas con la razón que propicia efectos edificantes. La sabiduría,
aunque aristotélicamente no se identifica con la ciencia, constituye su
complementariedad, junto al sentido común o con el sentido común. El hedonismo se
enfrenta con el arte de la remuneración cognitiva. Su tono elegíaco contrasta con la
cuantificación de los beneficios, que el actuar moral asegura al orden social y a sus
miembros individuales.
El hedonismo excluye cualquier criterio de valoración cuantitativa que satisfaga
la propensión al deseo, a la satisfacción, entendidos como un bien preliminar frente a
los consecuenciales, perseguidos con la razón. La conmensurabilidad no se aplica en los
estados de ánimo, que temen cualquier tipo esquematización, en la cual deflagrarían
como propensiones ególatras, hasta asumir manifestaciones idiosincráticas o
patológicas. La deliberación de los medios que conducen a los objetivos exime
condicionar la acción a una causa, difícilmente hipotética o problemáticamente
plausible. La eudaimonia, la tendencia a una vida mejor, es inherente a todos los actos
realizados para alcanzar los objetivos particulares, pero supuestamente es parte
integrante de un proceso colectivo, comunitario, social. La vulnerabilidad del destino se
sustenta por las expectativas salvíficas de las instancias trascendentales o de la
desesperación cósmica. La particularidad, en cuanto invocada por la indeterminación,
forma sin embargo parte integrante de la mayoría, que compendia las constantes y las
variables de un sistema cognoscitivo en su característica epistémica. La flexibilidad y la
perspicacia contribuyen a convalidar los principios éticos, acreditados por la
experiencia. La contingencia conforta a la mayoría en su grado de realización. Lo
particular y lo universal interaccionan recíprocamente para intentar hacer comprensible
la íntima determinación de los individuos y su afligida deliberación para mantenerse
fieles a los criterios inspiradores de la vida asociada. La irrefutabilidad de las categorías
universales se debe al empeño cognitivo que se convalida subjetivamente en el múltiple
orden institucionalizado. El control de las pasiones se justifica con la asertividad de la
razón, que responsabiliza, a nivel colectivo, las acciones y las actitudes individuales. La
986 RICCARDO CAMPA

subjetividad de la culpa se deduce del fallido dominio de las pasiones, que son
inherentes de forma desordenada a la temperie existencial de los miembros del
consorcio social. La colectividad trata de encauzar las emociones en el mundo de la
representación escénica para hacerlas cada vez menos influyentes en el concierto
consuetudinario. El control de la emotividad es el ejercicio del pensamiento responsable
de los efectos secundarios e inmanentes del circuito deliberativo y potestativo.
La moderación es una categoría «voluntariamente» depresiva. En cuanto que se
presenta como salvaguardia de la «medida», del «justo medio», permite manifestarse
armónicamente a la experiencia colectiva (al amparo de los extremismos y de los
compromisos, que invalidan el curso normal de los acontecimientos). Los conflictos y
las contradicciones se deducen de la ingravidez del deseo respecto a la coherencia de la
acción correctiva. El empresariado se manifiesta en las dimensiones del res nullius,
entendido como el área todavía no invadida por los intereses subjetivos, legalmente
constituidos. El temor, que ofusca la razón, constituye un obstáculo al libre ejercicio de
la acción. La realización de un proyecto socialmente sostenible atañe la habilidad
empresarial de los individuos y de los grupos. Por experiencia y por convención se
delinea la adversidad, frente a la cual los sujetos individuales pueden oponer, no
solamente sus recursos, sino también los de la colectividad para que sean exorcizadas
con todo el fervor de un bien asechado por la irresoluta eventualidad. La sabiduría
consiste, en efecto, en preservar la cohesión social a pesar de las aflicciones inferidas de
la naturaleza en su incontenible exteriorización. Esta mide la distancia que existe entre
la temperie humana y los fastigios de la divinidad arcaica. Las religiones del Libro, al
contrario, admiten la presencia constante de Dios en el cumplimiento de la pensada
cotidianidad, sustentada por inescrutables diseños celestes. La transcendencia eleva el
sufrimiento terreno e induce a que el dolor se represente en las formas edificantes de la
regeneración. El lamento colma de nostalgia las ocasiones fallidas, aquellas dispersas en
el tiempo por la desafición o por la impertinencia. A veces la vanidad sustenta un hilo
conductor como los acontecimientos, en los que los individuos parecen implicados por
un demonio escondido en su propio entendimiento. La pietas favorece la desesperación
de cuantos perciben –quizás erróneamente– el desinterés y la insensibilidad ajena. La
moral común disciplina los entusiasmos y las depresiones en favor de un modus vivendi,
que vuelva virtualmente indivisible el bien y el mal, que se adensan, en rasgos, como en
nubes oscuras, sobre las cabezas de los mortales. Por otra parte, el destino (la
maquiavélica fortuna) es individualizada por la razón como en una atmósfera
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 987

semoviente, ajena, al menos en algunos aspectos, a las elaboraciones de la razón. La


fallida injerencia de la facultad cognitiva en las zonas de la eventualidad no supone una
desventaja de la empresa empresarial; al revés, define proditoriamente sus límites. El
perímetro de la externalización de los sentidos de la experiencia es tangencial a aquel
impreciso de la eventualidad y de la intemperancia (energética, espectacular). El
conocimiento no admite una influencia absoluta de la fortuna en el curso (gratificante)
de la existencia humana. Si lo incognoscible se identifica con lo imprevisible, la fortuna
es la conmixtión de estos dos factores, que asisten distónicamente a trazar el recorrido
terrenal de los mortales. La fortuna, reducida a un estímulo para prevenir y exorcizar el
mal, se presenta como la ponderada destreza del observador de la realidad, dirigida a
conjeturar y sucesivamente a deliberar sobre los aspectos y los límites (temporales y
espaciales) de la eventualidad. El estado virtuoso por lo tanto se considera la condición
óptima de los individuos, inducidos a afrontar las asperezas de la existencia. La claridad
del bien se deduce de la oscuridad del mal según un proceso de elaboración conceptual
y de análisis práctico. El reverso de la fortuna no impide la actitud virtuosa, que se
configura como el peristilo de la venganza y del éxito. La acción es necesaria para que
la fortuna tenga un grado de sensatez, necesario para vincular a los seres mortales entre
sí y a la contingencia terrena. La vulnerabilidad del acción humana no le exime de
conseguir resultados concretos permanentes (al menos frente a un criterio interpretativo
de los mismos). Los cambios radicales se deben a la «distracción» de los individuos
ocupados en imponerse constantemente una moral, que persevere en la costumbre,
generalmente admitida como salvífica. El reproche ante los comportamientos
incorrectos constituye, en efecto, la reacción de la comunidad que se mantiene fiel a los
principios constitutivos de su misma razón de ser. La vulnerabilidad de la buena
existencia, por inferencia de la adversidad (de la desdicha), no permite justificar los
desmoronamientos morales, que se consideran incluso que influyen en el resultado de
las acciones concretas. La naturaleza humana se significa en fuerzas de diverso signo y
hasta puede superar la lucha interna en favor de la convivencia civil y pacífica. La
virtud consiste por tanto en la superación de la dicotomía bien-dolor y en el descrédito
de los vicios, que se consideran como un signo de la pérdida de tono de la condición
humana. La moderación es la prerrogativa de los actos que confortan el entendimiento
entre los sujetos de un mismo orden institucional. La constricción puede inducir a
cumplir acciones vergonzosas o infamantes, hasta frustrar la propensión natural a la
justicia y la honestidad. La infamia es así la actitud inconveniente cometida por un
988 RICCARDO CAMPA

sujeto bajo las condiciones de extrema necesidad. La ausencia de voluntariedad en la


comisión de actos irreflexivos o alevosos los redime en parte de la condena y de la
conmiseración de la comunidad. El antiheroísmo consiste en admitir la debilidad
humana frente a la inexorabilidad de los desafíos demoníacos.

La inexperiencia, causa de la desconfianza, puede inducir a la intemperancia,


que el ejercicio de la «medida» tiende a atenuar para que se salvaguarde la unión entre
los individuos mediante las prerrogativas de la cohesión y de la solidaridad social. La
mezquindad provoca que el interés subjetivo y el bienestar general sean inconciliables.
La comprensión del mal puede ser efecto de la debilidad o de la filantropía, según la
forma con la que se emitan los juicios que validan las instituciones. La conciencia
mutua es el fundamento de las relaciones y de las afecciones humanas. La amistad
refuerza los vínculos de pertenencia en el concierto social, en el que se piensan que son
fundamentales las propensiones teleológicas. La autosuficiencia no es solitaria, sino
social. El rechazo de las fuentes o las causas de la turbación interior y de la revuelta
civil no se armoniza con el empeño de afrontar los rigores de la realidad, tal como se
configura en la experiencia. La vida asociada garantiza las finalidades edificantes de la
existencia en cuanto que en sí misma registra el acuerdo y la participación operativa de
sus miembros. El ocio y la contemplación son las categorías, a las que se pliegan todas
las doctrinas sociales (desde Aristóteles hasta Karl Marx), que reconocen que la libertad
individual es el «lugar» en el que es posible imaginar o diagnosticar el sentido de la
contingencia y la realización terrenal. La presencia social implica la participación
subjetiva como criterio de perfeccionamiento moral. También las apariencias forman
parte del mundo social, en el que es posible que cada individuo se manifieste desde el
«carácter relacional», desde la relación que empáticamente se establece entre los
semejantes. El prójimo es una categoría ecuménica, que se declina laicamente en las
personalidades individuales. La autosuficiencia, por tanto, se identifica con «la visión
del conjunto», que una comunidad debe pensar buscando el interés (y la perpetuidad) de
sus miembros. La diversidad (de opiniones), aunque alimente los conflictos, está
dirigida propedéuticamente a fomentar la competencia para alcanzar niveles de
existencia en principio mejores. La philia es la tendencia subjetiva del acuerdo
colectivo, que asegura la estabilidad y la transformación sin tener que promover las
profundas agitaciones intestinas, en las que se identifican (virtual y concretamente) las
revoluciones (civiles, sociales, institucionales) propias de una época. Las revoluciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 989

son el correlato de las mutaciones genéticas, de las transformaciones temporales del


tono vital, dirigidas a reafirmar con mayor eficacia el curso normal de los impulsos y las
intemperancias en el ámbito de la unión social e institucional. La sublimación de la
rivalidad en la competencia reduce la vulnerabilidad de los acuerdos interpersonales y el
empeño en mejorar las condiciones objetivas. La añoranza de los buenos propósitos
(que no se han realizado) es un motivo que une a las generaciones, atareadas en
entender los desafíos de la contemporaneidad. En la sociedad tecnológica, el
entendimiento y el trato individual son más intensos de lo que no haya sido posible en el
pasado; y sin embargo asumen cada vez más formas virtuales (no vertebradas) en el
tejido conectivo de los órdenes normativos, que son «revisados» constantemente, bajo el
impulso de las innovaciones económicas y de la costumbre. El consejo y la correlación
son válidos a nivel funcional: su fracaso provoca frágiles distonías masivas, y por lo
tanto de débil efecto moral. La atenuación de la ética contemporánea se debe, en efecto,
a la flébil incidencia del comportamiento sobre la convicción, entendido en su sentido
de conocimiento operante. La emulación y la imitación contribuyen a consolidar el
orden normativo, en el que se determina la ambición social. La identidad subjetiva
persevera en el autorrepresentación, concerniente a la relación múltiple, que se establece
en cada orden institucional, propenso a garantizar la convivencia pacífica.

La aprensión por la precariedad y la discontinuidad genera el acuerdo entre las


personalidades, que comparten la misma teleología. La infravaloración de las
convenciones y de los prejuicios invalida el juicio de cuantos se atienen
escrupulosamente a un modelo ideal que tienen que perseguir. Esta actitud, sin
embargo, compromete el resultado de la acción correctiva, entendida como condena
simple y radical. La conmiseración por las expresiones faltas de referencias racionales
se permite si responden contextualmente a las metodologías explicativas de las
enunciaciones de los principios fundamentales de la promulgación y de la realización
social.
El empleo de las emociones con finalidades pedagógicas se puede ver en la
dramaturgia, en la representación escénica de los conflictos, de las idiosincrasias y de
las inconfesables propensiones del género humano. La tragedia, en efecto, es una
disquisición pública de las inquietudes que serpean en el ánimo de los individuos, en su
configuración de los emolientes partos de la realidad efectiva. La raíz recóndita de las
emociones es el equivalente al hechizo de la vida: al contraste, que ocultan frente a la
990 RICCARDO CAMPA

razón, y que señalan el momento neurálgico, en el que la presencia de los mortales


interacciona más o menos conscientemente con los desafíos de la naturaleza. La
tragedia es la superfetación de la acción: en ella los pensamientos, las reflexiones se
confían al gesto, a la palabra, al sonido, para que los espectadores se sugestionen.
También el silencio encuentra su lugar nostálgico en la representación escénica, que
induce a la catarsis, al autoanálisis, a la simple identificación con los paradigmas, que se
mueven físicamente sobre el escenario. Si la poética no es una fuente directa del
conocimiento práctico, su vertebración en la experiencia constituye el punto de
interacción entre la inconsciencia ferina y la coherencia conceptual. Las tramas trágicas
reflejan la ingravidez de la adaptación humana a los movimientos sociales. La
constancia de un modo de ser no correlacionado con los precedentes, como es el Estado,
engendra descompensaciones emotivas, debido al recuerdo incestuoso de los
«principios», de los «orígenes». Aristóteles opina, en efecto, que no existe ninguna
relación orgánica entre las arcaicas asociaciones humanas (la horda, la tribu) y los
estados, regulados por normas que disciplinan el trabajo y toda actividad que opte por
las relaciones interindividuales. La pericia del tiempo remoto aparece extraña a la
destreza de la contemporaneidad, de la época, en la que la empresa humana no puede
afligirse por la exacerbación física, propulsiva. La conducta de los individuos en un
contexto normativo tiene en cuenta, aunque dentro de un límite, las disparidades
sensibles y las diversidades instintivas, en el proceso de adecuación a la ineluctabilidad
natural y a la aprensión artificial (producidas por las mismas tensiones emotivas,
transformadas climatéricamente en conformaciones normativas, racionales). El temor
ancestral se conjuga con la piedad, con el sentimiento de comunidad, que se establece
entre quienes no logran justificar su presencia operante (y orante) en el mundo. La
convicción se redime de la emoción según la efusión sentimental. La conmiseración
refleja la percepción de la vulnerabilidad individual. La comprensión es la actitud
mediante la cual la emoción consternada se transforma en conocimiento. El arte subroga
el paso de la esfera sensible a la explicativa, capaz de hacer eficaces las acrobacias de la
mente en el hemisferio del cumplimiento (aunque sea de forma controvertida o
aproximada). La explicación es el orden léxico, a través del cual la elegía del convenio
entre las generaciones se transforma en memoria colectiva. La confianza permite
entretejer las relaciones conclusivas de la desconfianza amplia y sin escrúpulos, que
obscurece las mentes de las generaciones arcaicas, contractas en el deseo de sobrevivir
al insulto del tiempo. Las apariencias por tanto desarrollan un papel relevante en las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 991

relaciones interindividuales y en los estilemas convencionales, que actúan en las


comunidades sociales. La «virtud» es el perfil de la participación individual en el
bienestar colectivo. Ella no puede prescindir por lo tanto de la educación, de la práctica
del conocimiento y de la solidaridad. La corresponsabilidad de lo que sucede en el
orden institucional privilegia el ejercicio de la permeabilidad de la convicción para la
consecución de fines éticamente edificantes. El nomos entiende las actividades humanas
como signo de la perseverancia en sintonía o en distonía con las actitudes de los
miembros individuales de una asociación normativa y su consiguiente orden
institucional. La confianza incide en las actividades dirigidas a favorecer la buena
conducta colectiva. La tiranía de las palabras vulgariza los sentidos, que relativizan sus
acciones. La persuasión apacigua las mentes y las lleva a actuar en sintonía, en
correlación, entre sí. El entusiasmo ahoga las reservas mentales, las idiosincrasias y las
inhibiciones parenéticas. La sospecha priva el acuerdo de los seres humanos del
potencial del ejercicio de la disquisición, en el que se identifican la convicción y el
comportamiento. La justicia se configura como el antídoto de los privilegios, a los que
incluso son sensibles los miembros de un sistema fundado sobre las leyes, que elaboran
y hacen efectivas.

Queda abierto el dilema de si la evolución de la naturaleza se concilia con la


presencia del mal en el filogénesis humana y en el orden social. Si la moralidad
constituye una categoría cósmica, entonces la aflicción de los mortales es inevitable y
está justificada «naturalmente». El sufrimiento se perfila por tanto como una noción de
la existencia en su vertebración temporal. La astucia, la fuerza y la perentoriedad
originaria se transforman, en la organización civil, en las pérdidas de tonalidad (en los
defectos) y los defectos en pecados del estilema programado para afinar las mentes y
proyectarlas hacia el «progreso», la mejora de las condiciones objetivas. La resignación
frente a la falta de conciliación entre la indiferencia ética del cosmos y la espasmódica
exigencia moral de las sociedades es una condición religiosa, flébilmente sacrificial. La
evolución natural y la evolución ética son distónicas entre sí, en el sentido que se
identifican con exigencias contradictorias y sin embargo se correlacionan en una
finalidad que las supera. Tanto la una como la otra, forman parte del patrimonio
cognoscitivo del género humano en su exposición a la realidad (en su versión originaria
y en su representación artificial). La concepción «gladiatoria» de la existencia se
desenvuelve por así decir en la moral, entendida como el reclamo religioso a una
992 RICCARDO CAMPA

teleología, que difícilmente se encuentra en la experiencia mundana. Para los


darwinistas, las facultades morales de los seres humanos se sintonizan con las
modificaciones de los diversos organismos. Los instintos sociales de los animales se
desarrollan según las leyes naturales. El habitat natural y el milieu cultural (lo originario
y lo artificial) son la misma «materia», tienen una única «matriz». El carácter
metafórico de la lucha por la existencia relaciona ambos aspectos de la realidad, en el
que se realiza la vida humana. La imitación y la simpatía, entendidas como
«necesidades orgánicas», no responden –en el plano de la evidencia– a los criterios de la
selección natural, que prefiere los más aptos para afrontar los desafíos del entorno,
donde los sujetos individuales son inducidos a actuar para salvaguardar, con su
permanencia, la de la especie. La forma de la simpatía organizada Thomas Henry
Huxley la denomina «conciencia»14. La lucha contra la naturaleza queda como un
eufemismo, impropiamente adoptado para significar el esfuerzo del género humano en
mejorar sus condiciones.
Efectivamente, la ciencia y la tecnología interrogan y utilizan la naturaleza para
elaborar el «artificio», las formas con las que el género humano se identifica con los
cánones expresivos de lo existente en los términos potenciales de la energía. La
solidaridad humana es el componente orgánico que privilegia la relación entre la ética
conductual y la respuesta emblemática de lo existente. Galileo Galilei afirma que la
naturaleza se ejerce en la fenomenología de las formas (de los números y de las figuras).
La desigualdad natural (pensada hipotéticamente como tal) encuentra su antídoto en la
igualdad artificial (pensada hipotéticamente como posible): el proceso de modificación,
evidenciado por las doctrinas compensatorias (socialistas) refleja la relación, en
apariencia antagónicas, entre la naturaleza y la sociabilidad, entre el primitivismo y el
culturalismo, en continua elaboración temporal. La desigualdad natural se confronta a
las teorías que atañen la superación o la atenuación de la desigualdad política. Y
contextualmente promueve el dualismo capital-trabajo según una sucesión, que
evidencia su eficacia aplicativa. El capital (el capitalista absoluto es el único) consiste
en la energía existente en el universo, mientras el trabajo representa la forma con la que
la se utiliza según la prescripción social, que configura la iniciación como una imagen
prometeica del sufrimiento, de la identidad y de la creatividad humana. La
supervivencia se presenta por tanto como la sanción infligida a la naturaleza por la
moral común: una sanción ilusoria porque está ideada para realizar finalidades
funcionales a la cohesión social. El altruismo y la filantropía interfieren en la selección
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 993

natural según las reglas elaboradas por el género humano para enfrentar la patente
adversidad entre los criterios de la empatía generalizada. La salvación incluso de los
menos aptos a los rigores del habitat natural se justifica con el sentido de la creatividad,
que Robert Musil define como «un experimento». La naturaleza privilegia el bien
común a los intereses egoístas, aunque, en la competencia, los individuos dotados de un
mayor patrimonio genético que los semejantes contribuyen de manera evidente a la
evolución de la especie en su complejidad. El egoísmo genético es considerado el
protagonista del «progreso», entendido como el precipitado histórico del «altruismo
recíproco». Edward O. Wilson lanza una hipótesis sobre una nueva armonización entre
la biología y la cultura, en contra de las creencias fideístas consolidadas y
aparentemente irredimibles del pasado arcaico. La transitoriedad de las formas
representa la combinación de los sistemas vivos y los arqueológicamente confiados a la
cura del tiempo. Los vestigios orgánicos señalan las fases de la presencia activa de los
animales y de las plantas, que presentan una era geológicamente incisiva y memorable
para la historia de la humanidad. La transformación de un proceso de relativa
uniformidad en un sistema de relativa complejidad denota la metamorfosis de la
realidad, tal como se representa en los estilemas de la configuración objetiva, que prevé
también lo contrario.

La usura, que constituye una insidia a la creatividad humana en la lógica


consuetudinaria (por la artificialidad) en su esencia es parte integrante de la dinámica
cósmica, es decir contribuye a la propia performance, de la cual asume impróvidamente
un aspecto negativo (y hasta funesto). La lucha por la existencia se camufla en el
progreso, en el orden delineado y continuamente revisado por el hombre, que ambiciona
proponerse como un interlocutor privilegiado ante la naturaleza, sustentado, en esta
empresa, por la convicción (de origen teológico) de tener una tarea particular (si no
hasta preeminente) en la efectividad de los roles reservados por la naturaleza a los otros
seres y a los otros entes presentes en la realidad. La finalidad que caracteriza y unifica el
mundo natural y el mundo artificial es la duración (que comprende la reproducción). La
tensión vital se configura como la resistencia a la acción modificadora del tiempo. San
Agustín afirma que sabe reconocerlo, pero no sabe definirlo. El tiempo, en efecto, es el
número cero de las progresiones numéricas y el ente de separación de dos clases
numéricas: esto condiciona el carácter procesual cognoscitivo (y explicativo) sin en
todo caso caer en su perversa autenticidad. La diferencia entre la sociedad humana y las
994 RICCARDO CAMPA

distintas organizaciones comunitarias, que existen y actúan en naturaleza (la colmena y


el hormiguero) consiste en permitir a sus miembros individuales conjeturar y realizar
formas de subsistencia dotadas de inventiva. La creatividad, entendida, desde la antigua
Grecia, como el reflejo condicionado de la subjetividad imperativa, satisface las
exigencias de la diversidad de la conformación de lo existente en la morfología de lo
que puede existir. La especulación mental es, para el género humano, la superfetación
de la experiencia: el punto neurálgico de la incertidumbre y la conjetura. Para los seres
humanos la predestinación no constituye un dato claro de insólita determinación. El
mismo instinto es un sinónimo del patrimonio genético, entendido como la
superestructura de los procesos conscientes e inconscientes, avalados por la conjugación
temporal. «Este es el legado (la realidad en la que se basa la doctrina del pecado
original) transmitido por una amplia serie de antepasados, humanos y semihumanos y
salvajes, a los que la fuerza del impulso innato a la autoafirmación aseguró la victoria de
la lucha por la existencia»15. El sistema de los afectos influye sobre la libertad natural y
sobre las modalidades con los que se dibuja la autoafirmación. La imitación, que se
manifiesta en la creatividad, es la fase fundamental de la interacción social. Las
goethianas afinidades electivas promueven la solidaridad y el acuerdo entre los
individuos, distintos en sus propensiones, actitudes y capacidades de actuación. Los
sentimientos generan la «unidad» del género humano en su estado potencial, dejando a
la elaboración racional la plenitud y la remisión de las constantes y las variables
detectables socialmente. La relación, que se establece entre los sentimientos y la razón,
oculta la relación existente, a nivel macroscópico, entre la naturaleza en el estado
salvaje y la artificialidad en su multiforme exteriorización.

El aforismo se emplea a veces para describir las contradicciones de la existencia


real, que se presenta en contradicción más o menos marcada respecto al modelo ideal,
en todo caso presente en el examen consuetudinario. La adaptación al entorno,
entendida como la forma más explícita de sincronismo realista, es tal en cuanto que los
seres humanos a diferencia de los otros entes de la realidad, actúan para configurar el
milieu cultural más propenso posible que favorezca su capacidad de supervivencia. La
mejora de las condiciones objetivas representa, en clave milenarista, el umbral más
adecuado para enfrentar las eventualidades (que, en el mundo contemporáneo, se
identifican con los desafíos de la modernidad). Los sentimientos se confrontan al estado
ferino y después indiferenciado, correspondiente, en las comunidades cohesionadas, a la
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 995

anarquía, a la facultad individual de acceder al agrado sin la intercesión de las


mediaciones normativas, de las que en todo caso son limitadas. La sociabilidad se
identifica, en efecto, con la coherencia, hecha consciente, en las actitudes individuales y
en la trabazón colectiva. La ética primitiva está exenta de la condena de la transgresión.
Solamente en las asociaciones sociales, confortadas por la normativa, deliberadas según
los criterios de la participación popular, la ética asume connotaciones opuestas a los
posibles regolfos del originario estado ferino. La culpabilidad es una intimación social,
adecuada para proteger la costumbre a partir de las modalidades que se piensan más
adecuadas al equilibrio, a la sobriedad y al crédito funcional. La operatividad es tal si
está sustentada por las normas, que legitiman su coherencia social. La realidad se perfila
como una sucesión de fenómenos, a los que se supone previamente se constituye un tipo
de «sustancia incorpórea», una especie de «espíritu del mundo», con el que justificar las
variedades interferentes en el teatro de la existencia. La correlación entre el bien y el
mal es por lo tanto el resultado de la experiencia, del esfuerzo realizado por los mortales
para hacer menos desagradable su presencia en el universo de las energías, de las
fuerzas, que se desarrollan según las sucesiones y las desviaciones evidenciadas con
dificultad por el ingenio de los observadores-perturbadores de la naturaleza. El dolor y
el sufrimiento son la traducción orgánica de las asperezas del conocimiento. Cuando el
perfil de un acontecimiento se encomienda a la reformulación artificial, la satisfacción
compensa la inquietud de la postulación. Los resultados del conocimiento son como la
tierra firma para los náufragos. El pesimismo ejerce la crítica en el plano emotivo,
dejando pendiente el propósito y el deseo de adquirir anotaciones no contradictorias de
la realidad efectiva. Ello promueve la conjetura y la especulación, con la intención de
volverlas consecuentes y congruentes. El conocimiento trata de anotar los aspectos del
universo frustrando sus connotaciones en la binaria terminología del bien y del mal. El
asesino y el filántropo forman parte, con la misma razón, de la naturaleza, para
distinguirse drásticamente en el mundo social, dónde el comportamiento individual
encuentra cotejo en la estima o en la condena colectiva. La actitud estética diagrama los
perímetros conceptuales de ambos.
La adaptabilidad al entorno no conlleva un juicio y menos todavía un aprecio
moral. El dualismo entre el bien y el mal refleja el desconcierto de los primordios y el
gradual consenso de los estados socialmente avanzados. El empeño de la sociedad es
por tanto el de facilitar en la lucha por la existencia el mayor número posible de
individuos, contraviniendo las «reglas» vigentes en la naturaleza, que apuesta por los
996 RICCARDO CAMPA

más aptos, entendiendo que estas prerrogativas son las facultades físicas de primera
instancia, es decir las que excluyen por así decir la acción problemática, pensante. «Al
ser frágil como una caña, el hombre –dice Pascal– es una caña pensante: en él se
encuentra un fondo de energía que obra con inteligencia y es afín a aquello que empapa
el universo para saber influir y modificar el proceso cósmico»16. La reacción de la
naturaleza a las realizaciones intelectuales y prácticas del hombre le confiere una
especie de hegemonía frente a los otros entes de la realidad, aunque esté obligado a
señalar la compatibilidad de su acción cognoscitiva y de actuación en el contexto del
metabolismo global. Los recursos, que utiliza el género humano para huir del dolor y
seguir el placer, otorgan a la inteligencia cognoscitiva un papel, a su vez, providencial.
Sin embargo, los atrevidos y los desdichados se conjugan con los viles y los crueles,
siguiendo un plan de trabajo difícilmente convertible en un asunto moral.
La amoralidad semeja invadir el universo físico, delegado a defender la misma
permanencia en el tiempo según el nietzscheano «eterno retorno»: una noción sintónica
con el primer principio de la termodinámica (el de la no dispersión de la energía) y en
contradicción con el segundo principio de la termodinámica (el de la entropía, del caos
energético y por lo tanto de la no previsibilidad de los resultados formales). El principio
de indeterminación de Werner Heisenberg y el principio de complementariedad de Niels
Bohr contrastan cualquier tipo de previsión, que no sea detectable estadísticamente y
que pueda ser propuesto a la realización práctica. «Desde el plano teológico se dice que
se trata de una condición propia de un estado de prueba y que las aparentes
inmoralidades e injusticias de la naturaleza se compensan sucesivamente. Pero, en el
caso de la mayoría de los seres sensibles, aún queda por aclarar cómo se realiza dicha
compensación»17. Por lo tanto la perfección es una categoría explicativa del
entendimiento humano, que no se puede necesariamente comparar con el proceso
evolutivo determinado durante milenios. La espectacularidad no oculta las caídas de
tonalidad, que el universo presenta a los observadores, ocupados en dar validez objetiva
a sus previsiones. «Si las afirmaciones de los físicos especulativos, es decir que el globo
terrestre por un estado de fusión, como el sol, va gradualmente refrigerándose, son
verdaderas, entonces llegará un momento en que la evolución significará la adaptación a
un invierno universal y que todas las formas de vida se extinguirán, excepto los
organismos inferiores y los simples como la diatomea de los hielos árticos y antárticos y
el protococcus de la nieve rosa»18. La modificación energética influye al menos en
beneficio de algunas especies y en desventaja para otras, según una teleología
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 997

difícilmente valorable, al menos hasta ahora, con la instrumentación tecnológica


(refinada y sensible) en vigor. La «agradable extravagancia» de tales afirmaciones
consiste en considerarlas pertinentes e inevitables, aunque no contrasten la
preocupación con la que el género humano sigue afrontando y favoreciendo el trascurrir
de las cosas. El optimismo y el pesimismo concurren a despertar el interés por las
eventualidades, que se supone pueden suceder de forma incondicional en las
premoniciones, en las perspectivas, en las previsiones y en las esperas. El
acontecimiento sigue favoreciendo la curiosidad del observador y su actitud inquisitiva,
problemática, exornativa. Carestías, epidemias y guerras modifican continuamente el
escenario, sobre el que se celebra el apego a la vida, con su peligrosidad y su
imperfección, tanto en el plano ideal, como en el plano práctico. Aunque la relativa
convivencia pacífica hace menos arduo el tránsito mundano. La pobreza y la damnación
se unen en el universo social, en el que la económica de la vida espiritual (según la
definición de Ildefonso Schuster) semeja ceder sus prerrogativas a las formas más
sedimentarias y peregrinas de satisfacción.
La previsión de los reformadores sociales asegura a los órdenes normativos un
grado de cohesión, difícilmente alcanzable con las argucias temporales y contingentes.
La filantropía es al origen del desarrollo industrial: la obras literarias como las de
Eugène Sue y las de Joseph Cronin tratan sobre el malestar de las clases sociales más
débiles y difícilmente convertibles en masa obrera. Sin embargo, la época industrial se
realiza como una resolución de la época de las problemáticas inherentes para que un
número creciente de individuos, confiados actualizadores de la regla evangélica «creced
y multiplicaos», vivan con dignidad. Solamente cuando la platea de los trabajadores se
transforma en la platea de los productores y de los consumidores, el mercado, en la
moderna acepción de laboratorio del empresariado, desarrolla su papel a pleno ritmo y
con las garantías de legalidad, que legitiman las instancias propulsivas y las
reivindicadoras en la rapsódica configuración del éxito individual y la participación
colectiva. La esfera de la libertad individual se identifica con la del prójimo. La
delimitación de ambas es virtual. De hecho, la libertad individual es la admitida por la
colectividad, que legisla, en el intento de objetivarla, compatibilizándola con la
legitimación del sistema político y social, en el que es posible observarla. La
sofisticación tecnológica es un aspecto de la selección artificial: el más apto construye
aparatos cada vez más interactivos con el aparato productivo. La conveniencia es la
invectiva mediante la cual el individualismo condiciona la libertad y la hace
998 RICCARDO CAMPA

indescifrable para que sea aceptada y utilizada sin exclusión de golpes para quien se
obstine en redefinirla en términos potenciales, económicamente solventes a nivel
jurídico y humanitario. La subjetividad del derecho y la facultad de ejercerlo se
identifican. Las leyes naturales huyen de las sanciones previstas por las leyes morales,
que se configuran como los instrumentos más idóneos para asegurar la convivencia
pacífica y laboriosa de aquellos a los que van dirigidas y que preventivamente han
ratificado. La enunciación normativa concierne a todos aquellos que se empeñan en
realizarla como un beneficio. La aspereza de las prohibiciones es consecuente a la
importancia de las finalidades, que se persiguen. El pecado se transforma –en virtud de
la legislación en vigor– en crimen, frente al que la expiación se convierte en retribución
(según la terminología deducida en el De los delitos y las penas de Cesare Beccaria). El
egoísmo avieso y totalizador contrasta tercamente con la creencia comunitaria y con la
competencia social. «La fatiga del trabajo durante la producción es el único título de
posesión exclusiva. Ningún regalo gratuito de la naturaleza puede ser objeto de tal
propiedad privada. Pues, un hombre no puede tener una posesión exclusiva de sí mismo,
si no es en la medida en que él es el producto de las fatigas que conlleva el propio
trabajo y no un regalo gratuito de la naturaleza»19. A parte de las nociones heredadas, la
personalidad política y moral de cada individuo es el resultado del profuso esfuerzo para
conseguir los beneficios, socialmente admitidos como legítimos y normativamente
protegidos.
El trabajo humano tiene una significación trascendental: hace pensar en el
esfuerzo terrenal que está en competencia con la afirmación celeste. La inminencia se
perfila a veces según performances orgiásticas, fetichistas, subliminares. El trabajo
produce objetos, que pueden superar al hombre, en sus fases experimentales y
funcionales frente a la inmediatez de la necesidad. La arqueología se destina a
completar su inferencia en el territorio, con el objetivo de efectuar un reconocimiento
objetual, como recuerdo de la falsificación de la originalidad de las materias primeras
empleadas para gratificar la sugestión del artificio. El milenarismo moderno se difunde
en la recuperación de las experiencias que se utilizan para sacar provecho. Una especie
de investigación proustiana del tiempo perdido resume el presente, que se debilita en las
dilaceraciones de las argumentaciones incompletas. La aproximación, en efecto, es la
categoría de participación con un vigor universal, conexa con un tipo de individualismo,
formulado por Charles Dunoyer20 en la segunda mitad del siglo XIX, y destinado a
perpetuarse en las formas más exasperadas y en los anacolutos de la sociedad
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 999

tecnológica. La obediencia a las fuerzas naturales, promovidas por el personalismo de


Max Stirner y del anarquismo de Mijáil Bakunin, carecen ya de sentido en la morfología
del universo artificial. La anarquía puede desembocar en la masificación de las
expectativas que invaden el universo político contemporáneo en su tendenciosa
diferenciación y propedéutica uniformidad.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1001

NOTAS

1. Prefacio
1
«Sorgerà un tipo di umanità» si domanda in una impareggiabile sinossi filosofica Karl Jaspers «nel
quale non potremmo in nessun modo più riconoscerci? Le creazioni spirituali dell’Occidente, della Cina e
dell’India non saranno più comprese? L’autoestinzione con la bomba atomica sarà la fine di tutto?». Karl
Jaspers, Piccola scuola del pensiero filosofico, Milano, SE, 1998, p. 33. Kleine Schule des
Philosophischen Denkens, Piper & Co., 1965. (Iniciación al método filosófico, trad. M. L. Pérez Torres,
Madrid, Espasa-Calpe, 1977).
2
«“L’atome unira-t-il le monde?” todavía está lejos de cotejarse en los sectores propulsivos del
hemisferio occidental y de manera más pronunciada en la oriental. El proceso de la producción y el
consumo, por una parte, favorece la propensión uniformadora del género humano y, por otra, alimenta los
contrastes, los desequilibrios, las reivindicaciones y las agitaciones políticas y sociales a escala planetaria.
La precariedad es la categoría que caracteriza este largo período de transición, del que no se ve el final.
La fidelidad a un ideal, a una convicción, a una forma de convivencia, disminuye en la disminución de la
uniformidad. Sus múltiples manifestaciones consisten en bienes seriados, en un tipo de egoísmo
ecuménico, en el que tienen razón de ser los especuladores, quienes se la ingenian en las expectativas del
prójimo. El deseo prevalece sobre todas las propensiones humanas. La producción se sirve de la
publicidad para activar el deseo y ahogarlo con una serie de descubrimientos artificiales de aparente
consistencia y efectiva friabilidad. El mundo se configura ilusoriamente como "un triste teatro del
placer”». Ibidem, p. 35
3
«Chiamiamo la vita Esserci. All’esistenza vivente diamo il nome di comprensività; questa, scissa nelle
dimensioni del mondo interiore e del mondo circostante, le tiene entrambe reciprocamente relate».
Ibidem, p. 43.
4
«Il naufragio stesso della libertà non può confutarla, così come lo splendore della terra, anche se questa
dovesse un giorno tornare a dissolversi nell’oceano cosmico quasi non fosse mai esistita, non sarebbe
infirmato dal suo tramonto». Ibidem, p. 83.
5
«Ma la comprensione del senso è inseparabilmente congiunta al giudicare». Ibidem, p. 89.
6
«La fuga nell’apoliticità ci rende dunque complici». Ibidem, p. 109.
7
«L’uomo, diversamente dall’animale, conosce la vergogna. Nasconde la “naturalità irriflessa”». Ibidem,
p. 133.
8
«I cieli non proclamano più la gloria di Dio; ma il materiale fornito dalla natura è pronto per essere
usato dall’uomo». Hans Jonas, Frontiere della vita, frontiere della tecnica, Bologna, Il Mulino, 2011, p.
109.
9
«Pertanto, il trionfo dell’homo faber sul suo oggetto esterno significa anche il trionfo della struttura
interna dell’homo sapiens, di cui egli era solo una parte sussidiaria». Ibidem, p. 136.
10
«Il progetto di costruire una techne della scelta pratica includeva tra le sue aspirazioni centrali
l’eliminazione – o almeno la riduzione – della forza delle passioni». Martha C. Nussbaum, La fragilità del
bene, Bologna, Il Mulino, 2011, p. 563. (La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la
filosofía griega, trad. A. Ballesteros, Madrid, Visor 1995).
11
«Anche la contemplazione intellettuale richiede la presenza di oggetti adatti al pensiero». Ibidem, p.
623.
12
«Più che in ogni altra epoca del passato, tutti noi dipendiamo da persone che non abbiamo mai visto, le
quali a loro volta dipendono da noi». Martha C. Nussbaum, Non per profitto. Perché le democrazie hanno
bisogno della cultura umanistica, Bologna, Il Mulino, 2011, p. 95. (Martha C. Nussbaum, Sin fines de
lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Traducción de María Victoria Rodil. Katz
Editores, Madrid-Buenos Aires, 2010).
13
«Il problema che si pone» afferma Anthony Giddens «è un problema di prudenza politica nel senso di
John Locke». Anthony Giddens, Oltre la destra e la sinistra, Bologna, Il Mulino, 2011, p. 101. (Más allá
de la Izquierda y la derecha, Madrid, Cátedra, 1996).
14
«Così, lo sviluppo industriale dell’Oriente ha legami diretti con la deindustrializzazione dei più vecchi
settori di attività nel cuore dei paesi centrali dell’ordine globale. È possibile che due aree confinanti o due
gruppi legati da una stretta prossimità vengano catturati in sistemi di globalizzazione profondamente
diversi, un fatto che produce bizzarre giustapposizioni fisiche. Il lavoratore sfruttato può essere separato
da un ricco centro finanziario solo da una strada». Ibidem, p. 102.
1002 RICCARDO CAMPA

15
«Non è chiaro» sostiene Jeremy Black «se la credenza in un’arte occidentale della guerra possa esistere
separatamente da un atteggiamento mentale intriso di cultura occidentale, ma la libertà di espressione che
esiste nelle nostre società e lo spessore culturale delle discussioni scientifiche (dentro e fuori l’accademia)
autorizzano a pensare che sia possibile». Jeremy Black, Breve storia della guerra, Bologna, Il Mulino,
2011, p. 184.

2. El milenarismo
1
Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana/1. Génesis, estructura y consecuencias del
nacionalsocialismo, Madrid, Alianza Editorial, 1995, I., p. 20.
2
Ibidem, p. 35.
3
Ibidem, p. 69.
4
Friedrich Meinecke, Die deutsche Katastrophe, Wiesbaden, 1946, p. 28.
5
Curzio Malaparte, Der Staatsstreich, Leipzig, 1931, pp. 219 e ss.
6
Karl Dietrich Bracher, op. cit., p. 303.
7
George Mosse, The Crisis of German Ideology, New York, 1964, p. 13.
8
Karl Dietrich Bracher, op. cit., p. 357.
9
Karl Dietrich Bracher, La dictadura alemana/2. Génesis, estructura y consecuencias del
nacionalsocialismo, Madrid, Alianza Editorial, 1995, II., p. 269.
10
«Ogni scienza resta vincolata all’inizio della filosofia. Da esso la scienza trae la forza della propria
essenza, posto che di tale inizio sia all’altezza». Martin Heidegger, L’autoaffermazione dell’università
tedesca. Il rettorato 1933/34, Genova, Il melangolo, 2001, p. 37 (La autoafirmación de la universidad
alemana : el Rectorado, 1933-1934. Entrevista del Spiegel, trad. R. Rodríguez García, Tecnos, Madrid,
2009).
11
«E il mondo spirituale di un popolo non è la sovrastruttura di una cultura, tantomeno l’arsenale in cui
vengono di volta in volta conservati conoscenze e valori, che vi entrano e escono continuamente, ma è la
potenza che scaturisce dalla più profonda conservazione delle sue forze fatte di terra e di sangue, potenza
che provoca la più intima commozione e il più ampio sommovimento del suo esserci. Solo un mondo
spirituale è per un popolo garanzia di grandezza». Ibidem, p. 40.
12
«Ma comprenderemo interamente la nobiltà e la grandezza di questa riscossa allorché e solo allorché
avremo iscritto nei nostri cuori quella profonda e ampia riflessione da cui l’antica saggezza greca trasse la
sentenza: “Tutto ciò che è grande ... è nella tempesta” (Platone, Politeia, 497 d. 9)». Ibidem, p. 45.
13
«A causa di questo dissimilarsi del pericolo attraverso la disponibilità dell’imposizione, la tecnica
sembra ancor sempre un mezzo in mano all’uomo. Ma in realtà l’essenza dell’uomo oggi è disposta a
passare la mano all’essenza della tecnica». Martin Heidegger, La svolta, Genova, Il melangolo, 1995, p.
9.
14
«Solo pensando impariamo ad abitare nell’ambito in cui avviene l’affrancamento del destino
dell’essere, l’affrancamento dall’imposizione». Ibidem, p. 17.
15
«Ogni tentativo di censire morfologicamente o psicologicamente il reale esistente in termini di
decadenza e perdita, di fatalità, catastrofe o declino – non è che un gesto tecnico». Ibidem, p. 29.
16
«A noi compete la costellazione dell’essere». Ibidem, p. 31.
17
«L’assenza di pensiero, che sempre più sta prendendo piede nel nostro tempo, si fonda su un evento che
distrugge l’uomo nell’intimo: l’uomo del nostro tempo è in fuga davanti al pensiero...». Martin
Heidegger, L’abbandono, Genova, Il melangolo, 1998, p. 29.
18
«Ora il mondo appare come un oggetto, un oggetto a cui il pensiero calcolante sferra i suoi assalti, ai
quali, si ritiene, nulla è più in grado di opporsi». Ibidem, p. 34.
19
«In ogni ambito della propria esistenza (Dasein) l’uomo è sempre più strettamente assediato dal potere
delle apparecchiature tecniche e delle macchine automatiche». Ibidem, p. 35.
20
Maestro Eckhart, Trattati e prediche, Milano, Rusconi, 1982 (Tratados y sermones, trad. Ilse M. de
Brugger, Barcelona, Edhasa, 1983).

3. El sortilegio
1
«In un tipo di ricerca che viene condotta alla presenza del proprio oggetto, può far colpo affermare che
possiamo conoscere con la percezione più di quanto si possa adeguatamente esprimere con il linguaggio.
Ma la ricerca storica tratta di oggetti del tutto trascorsi. Ciò che è presente ai sensi dello storico è soltanto
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1003

la testimonianza di essi». William H. Dray, Philosophy of History, Englewood Cliffs, New Jersey,
Prentice-Hall Inc., 1964, trad.. it. Bologna, Il Mulino, 1969, pp. 22-23 (Filosofía de la historia, trad.
Molly K. Brown, revisión de la trad. R. Cordero Amador, México, Uteha, 1965).
2
«Per la scienza il fatto è scoperto dalla percezione che ne abbiamo, e l’ulteriore ricerca della sua causa
viene condotta assegnandolo alla sua classe e determinando poi la relazione esistente tra quella classe e le
altre. Per la storia, l’oggetto da ricercarsi non è tanto il puro fatto quanto il pensiero espresso in esso.
Scoprire quel pensiero significa già comprenderlo». R. G. Gollingwood, The Idea of History, New York,
Oxford University Press, 1956, p. 214.
3
«Collingwood, insistendo che lo storico deve ripensare i pensieri dell’agente, afferma che lo “scopo”
dell’azione non può essere compreso senza l’adozione da parte dello storico di ragionamenti pratici aventi
una funzione vicaria». William H. Dray, op. cit., p. 26.
4
Ilja Prigogine, Il futuro è già determinato?, Roma, Di Renzo, 2003.
5
«In Historical Inevitability, Isaiah Berlin espone il primo argomento nei seguenti termini. Lo storico,
ammette, dovrebbe certamente evitare l’atteggiamento “ipercritico”... In favore di questa rivendicazione
relativistica, Berlin fa rilevare che la storia non è una disciplina formalizzata con un vocabolario tecnico
appositamente inventato. È un tentativo di capire il passato negli stessi termini con cui l’uomo comune
cerca di capire il presente nel quale deve vivere». William H. Dray, op. cit., p. 43.
6
«Ad ogni modo, escludere espliciti giudizi di valore dal linguaggio dello storico non varrebbe ad
escluderli dalla sua ricerca». Ibidem, p. 50.
7
Charles A. Beard y Mary R. Beard, The Rise of American Civilization, New York, The MacMillan
Company, 1927, II, pp. 10, 54 (Historia de la civilización de los Estados Unidos de Norte América: desde
sus orígenes hasta el presente, Volumen 2, Buenos Aires, Kraft, 1946).
8
«Contestando le obiezioni al suo cosiddetto “metodo a priori”, Hegel giunge a paragonare il suo
procedimento con quello di uno scienziato naturale, che debba anche “introdurre delle idee nei dati
empirici”». William H. Dray, op. cit., pp. 121-122.
9
«In tutto, egli scoprì ventuno civiltà completamente sviluppate (talvolta estese a ventitre) divisibili in tre
“generazioni”, in un periodo di circa seimila anni da quando fu rotto per la prima volta il “blocco di
consuetudini” dell’uomo primitivo e apparve sulla scena l’uomo civilizzato». Ibidem, p. 131.
10
«La teoria economica classica si limitava all’analisi del comportamento umano in condizioni di
certezza, in condizioni in cui il decisore può prevedere in modo univoco l’esito di ciascuna delle linee
d’azione che egli può intraprendere (o in cui si può assumere questo almeno in prima approssimazione). È
toccato alla moderna teoria della decisione estendere questa analisi alle condizioni di rischio e di
incertezza». John C. Harsanyi, L’utilitarismo, Milano, Il Saggiatore, 1988. pp. 8-9.
11
«Agiamo in condizioni di certezza quando siamo in grado di predire il risultato di tutte le singole azioni
che possiamo compiere. In condizioni di rischio quando conosciamo almeno le probabilità oggettive
associate ai vari risultati possibili. In condizione di incertezza quando alcune o tutte queste probabilità ci
sono sconosciute (o sono addirittura indefinite)». Ibidem, p. 31.
12
John von Neumann y O. Morgenstern, Theory of Games and Economic Behavior, Princeton N. J.,
Princeton University Press, 1944. «La resistencia moral contra los juegos de azar influye en la difusión y
en la aceptación de esta teoría conceptual. Sin embargo, el sentido del juego (como el de la fortuna
maquiavélica y del acaso de la física moderna) se relaciona íntimamente con la eventualidad, una
categoría análoga a la de la incertidumbre, pero con prerrogativas debidas al metabolismo natural
preferiblemente a las idiosincráticas propensiones individuales y colectivas. La incertidumbre es un grado
del desarrollo del conocimiento científico, que encuentra su referencia en la desordenada y, a veces,
desesperada actitud de los miembros individuales, las unidades orgánicas de los órdenes institucionales».
13
«I grandi utilitaristi del XIX secolo erano edonisti. Essi assumevano che tutto il comportamento è
completamente determinato dalla ricerca del piacere e dal tentativo di evitare il dolore. Essi definivano
perciò i livelli di utilità individuale sulla base dei piaceri e dei dolori, pesando entrambi in termini della
loro intensità, durata e altri criteri simili. Questo approccio va però soggetto a serie obiezioni; in primo
luogo quella secondo cui è basato su una psicologia sbagliata e oggi del tutto superata: è semplicemente
falso che il piacere e il dolore siano i due soli moventi del comportamento umano». John C. Harsanyi, op.
cit., pp. 56-57.
14
«Una grande fedeltà ai propri valori morali richiede una forte disponibilità a sopportare sacrifici anche
gravi. Sfortunatamente, l’esperienza mostra che la gente di questa tempra è spesso ugualmente disposta a
sacrificare gli altri in loro nome: la devozione a ideali politici e morali molto alti si sposa spesso con un
fanatismo morale e politico dalle conseguenze socialmente disastrose. Robespierre era senza dubbio un
uomo di altissimi princìpi morali». Ibidem, p. 103.
1004 RICCARDO CAMPA

15
«Nella teoria di Rawls, questa posizione originaria puramente ipotetica – definita in modo abbastanza
astratto – rimpiazza il “contratto sociale” di carattere storico o quasi-storico dei precedenti filosofi
contrattualisti. Rawls tratta come giuste le istituzioni di una data società se esse sono strutturate in
accordo con i princìpi che presumibilmente sarebbero concordati da individui razionali nella posizione
originaria». Ibidem, p. 110.
16
«Inoltre dobbiamo capire che, con qualche riserva, ma non troppe, i principali utilitaristi mirarono a
produrre, in reazione a Hobbes, una teoria morale accettabile per una società secolare con le
caratteristiche del mondo moderno. La loro reazione a Hobbes (in antitesi alla risposta cristiana ortodossa,
per esempio Cudworth) mette in evidenza questo aspetto della loro opera: essi rappresentano la prima
teoria morale politica moderna». John Rawls, Lezioni di storia della filosofia politica, Milano, Feltrinelli,
2009, pp. 437-438 (Lecciones sobre la Historia de la Filosofia Politica, Barcelona, Editorial Paidós,
2009).
17
Johann Gustav Droysen, Historik-Vorlesunger über Enzyklopädie und Methodologie der Geschichte,
Munich/Viena, R. Oldenbourg Verlag, 1977, trad. sp. Barcelona, Editorial Alfa, 1983, pp. 26-27.
18
Ibidem, p. 63.
19
Ibidem, pp. 79-80.
20
Ibidem, pp. 142-143.
21
Lyle N. McAlister, Dalla scoperta alla conquista. Spagna e Portogallo nel Nuovo Mondo 1492/1700,
Bologna, Il Mulino, 1986, p. 607, escribe: «J. B. Masefield nos da un juicio bastante incisivo sobre la
importancia de las migraciones de la flora y la fauna, iniciadas con la llegada del Nuevo Mundo: “Fue el
imprevisto descubrimiento de América el que cambió el mapa agrícola del mundo... de un solo golpe se
duplicaron los potenciales recursos vegetales del mundo conocido. La difusión de cosechas y animales de
cría, que siguió, fue la más importante jamás acaecida en la historia del hombre y, quizás, de entre todos
los efectos del descubrimiento, este fue justo el más duradero”». El perfil dietético y conductual del Viejo
Mundo padece, por tanto, un cambio, tal que encauzar y amplificar contextualmente las dos orillas del
Atlántico.
22
Johann Gustav Droysen, op. cit., p. 165.
23
Ibidem, p. 187.
24
Ibidem, p. 208.
25
Ibidem, p. 217.
26
Ibidem, p. 243.
27
Ibidem, p.264.
28
El significado mesiánico de la historia es un indicio de la presencia divina en la vida terrena de la
humanidad, que se debate entre el Bien y el Mal, en la esperanza de llegar a un significado que la
compenetre.
29
El progreso es la etimología de la acción confrontada a la perspicacia de la razón. Todo lo que puede
ser modificado puede ser bonificado en el hemisferio nostálgico y contencioso de la acción práctica.
«Daniel Dennett, filósofo de la Universidad de Tufts –escribe Gilberto Dupas en Economía global y
exclusión social (Madrid, Fundación Histórica Tavera, 2001, p. 84)– da casi por seguro que no seamos la
especie del planeta con mayores posibilidades de sobrevivir. Estamos en desventaja con las cucarachas y
los seres vivos más simples».
30
Para Jacques Monod el azar y la necesidad son metáforas de la realidad. El fin de la existencia, en
cuanto es temida y execrada, engendra la confianza en la igualdad y en la resignación. «Hay, en otras
palabras… –escribe José Andrés Gallego, Historia general de la gente poco importante (Madrid, Gredos,
1991, p. 347)– un curso perfectivo y acumulativo del tiempo: secularizado, inmanente, prácticamente
ilimitado».

4. La maravilla
1
Françoise Gadet y Michel Pêcheux, La lengua de nunca acabar, México, F.C.E., 1984, p. 19.
2
Erwin Rohde, Psique. La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, México, F.C.E., 1983, p. 23.
3
Ibidem, pp. 30-31.
4
Ibidem, p. 64.
5
Ibidem, pp. 79-80.
6
Ibidem, p. 103.
7
Ibidem, p. 147.
8
Ibidem, p. 150.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1005

9
Ibidem, p. 158. Leonard Bloomfield, Language, New York, Holt, 1933, p. 3 (Lenguaje, Lima,
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 1964), afirma que los griegos antiguos tenían el don de
maravillarse por las cosas que los otros pueblos aceptaban sin hacerse problemas.
10
Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra antropológica XII. Lenguas Vernáculas, México, F.C.E., 1993, p. 220.
11
Ibidem, p. 221.
12
Erwin Rohde, op. cit., p. 195.
13
Ibidem, pp. 199-200.
14
«Salido de Oriente –escribe Charles Seife, Zero. La storia di un’idea pericolosa, Torino, Bollati
Boringhieri, 2002, p. 11 (Cero. La biografía de una idea peligrosa, Pontevedra, Ellago Ediciones, 2006)–
en la llamada Medialuna Fértil, algunos siglos antes de Cristo, el concepto de cero no solo evocaba la idea
de la nada primordial, sino que se asociaba, incluso, a la peligrosa propiedad matemática. En el cero
residían fuerzas capaces de revolver los fundamentos de la lógica».
15
Ibidem, p. 25.
16
Ibidem, p. 30.
17
Ibidem, p. 50.
18
Ibidem, pp. 54-55.
19
Ibidem, p. 68.
20
Ibidem, p. 199.
21
Ibidem, p. 261.
22
Françoise Gadet y Michel Pêcheux, op. cit., p. 235.
23
George Peter Murdock, Nuestros contemporáneos primitivos, México, F.C.E., 1981, p. 10.
24
Ibidem, p. 11.
25
Cfr. William Monter, Riti, mitologia e magia in Europa all’inizio dell’età moderna, Bologna, Il
Mulino, 2003. La concepción de la razón como categoría absoluta del orden es perentoria o está llena de
pretextos. Si no se concertase a la razón, el campo de la variabilidad de los sentidos y, por lo tanto, de la
contradicción, con el que interacciona en las dinámicas del mundo, definiría su curso como el antecedente
de la superafectación (y de la discriminación) del género humano. El desorden es el tenor en el que se
obscurece el rigor científico, una infausta unión del pensamiento investigador, propenso al cumplimiento
de la realidad o, al menos, a su refrendo por una perceptible cognición de sentido. La crítica al orden
racional se ejercitaría en la intolerancia mediática, a causa de la cual las ventajas de los seres mortales
serían los originarios, hipnotizados como salvadores (y credenciales) de Friedrich Nietzsche. El abandono
en los brazos (y en las gracias) de la naturaleza es una instancia continuamente desatendida por el género
humano. Hasta las religiones, adversas a la hegemonía natural, admiten la exigencia de una coherencia
explicativa de la realidad. El Sermón de la Montaña es una seráfica e incandescente aclaración de la
ineptitud del hombre al amparo de la razón práctica: qué mérito, en efecto, tienen los amigos si se ayudan
entre ellos, si también los enemigos lo hacen igualmente. El ideal sería el contrario, clausurando las
diversas propensiones vitales de los unos y de los otros. La entropía es ya parte integrante del
conocimiento y no discrimina entre el hemisferio cognoscitivo de la razón y el hemisferio, todavía
extraviado en la temperie del mito, de las visiones y de las percepciones, considerados el peristilo de una
nueva connotación de lo existente. La adaptabilidad de Burrhus F. Skinner se identifica con la aplicación
funcional de la razón a los desafíos de la naturaleza. El discurso del método cartesiano es la justificación
de la obligatoriedad de la aptitud investigadora se basada en los propios recursos. La demonización
metafísica no frustra la imperiosidad descriptiva de la realidad por parte de los sentidos, pero ennoblece
su sentido. La teleología de la acción especulativa se ejercita en la consagración de las ventajas (y los
sufragios prácticos), que la razón permite actuar, averiguar y confutar.
Si, como sostiene Zygmunt Bauman, la ambivalencia salva el mundo, la reductio ad unum promovida por
la ciencia sería desviante, en el plano cognoscitivo y deletéreo, en el plano de la acción. La práctica,
basada en el conocimiento (que es catalogador, sistémico, por razones temperamentales obvias), aunque
se perfile como una superafectación de la razón, no por esto pierde en validez. A parte del hecho de que el
artificio es un aspecto inédito de la naturaleza, el arte sistémico no aparece arbitrariamente: las leyes de la
gravitación general, el segundo principio de la termodinámica, la relatividad general, el principio de
indeterminación y el principio de complementariedad no son ajenos a los fenómenos naturales, aunque no
los agotan teleológicamente. La idea de que el artificio es antinatural es desastrosa. Todo lo que la
humanidad logra modificar de las energías latentes en el universo es un potencial de las mismas, que
puede renovarse y modificarse en sintonía o no con la percepción y la racionalidad del observador-
perturbador de la realidad en las que gravita y obra. Que cada prejudicial cognoscitiva no constituya un
aspecto permanente del universo, que pueda ser hipotizada, no contrasta con el propósito de interaccionar
1006 RICCARDO CAMPA

con las competencias temporalmente confirmadas al patrimonio cognoscitivo general. La densa


sociabilidad –según Ferdinand Tönnies– permite legalizar las aportaciones cognoscitivas cumplidas por
un orden comunitario, regulado por las leyes de representación y la refrendación individual y colectiva. El
naturalismo no condiciona el conocimiento, pero lo promueve en la prospectiva universal. Lo que lo
relaciona con el laboratorio renacentista es el lugar en el que la observación es facilitada por las llamadas
condiciones objetivas. La «sagrada unión» de los nacionalismos, de hecho, se delinea como un límite
inaccesible a la «enajenación», si no es seguido de intensivos trastornos. La uniformidad social contrasta
la transformación y la actualización del conocimiento en orden a los factores connotativos y compulsivos
de la realidad.
La capacidad trasformadora de la cultura no actúa, si no es poéticamente, sobre el presunto estado
virginal de la naturaleza. Ella si acaso es parte (históricamente) integrante de la realidad, tal como se
configura en las performances esbozadas por la observación (sufragada por la mecánica, por la
tecnología). La nominada falsación de las teorías cognoscitivas consiste en hacerlas históricas y, por lo
tanto, limitadamente, operantes, si bien sean confirmadas en el proceso interactivo con la naturaleza,
emprendido por el género humano desde siempre, en sus diferentes órdenes geopolíticos y normativos. El
milieu cultural contribuye solo a dar indicación de la procedencia (espacial y temporal) de las instancias
renovadoras del modo de entender y de configurar la realidad. Para los fines del conocimiento, el
territorio y la contingencia organizativa constituyen los aspectos sedimentarios (y, por lo tanto,
ocasionales) del innovador solvente. La ambivalencia consiste, así, en otorgar, a las dimensiones
institucionales, el procedimiento adoptado por el empeño connotativo de la realidad, un resultado
traducible en las lenguas y en los códigos convencionales de la división (y la difusión). La incertidumbre
es el dispositivo más inquietante de la razón instrumental: consiste en problematizar las adquisiciones
aseverativas, que la invención a veces presenta como ineludibles (y compasivas). La flexibilidad
explicativa de la experiencia es auxiliar, fabuladora y compensadora de los postulados absolutos. La
incomprensión, en efecto, encuentra su inspiración salvífica en el radicalismo (y, a veces, en el
fundamentalismo) credencial. El conocimiento, sin embargo, se perfila como el epítome de la extra-
territorialidad. Aunque ello se ejercite en el ámbito de un sistema normativo, sus aportaciones modifican
sus instancias y dimensiones hasta confluir más o menos irregularmente en el «gran mar del mundo». El
conocimiento privado de raíces encuentra su contraste en las diversas conformaciones institucionales del
planeta. «Ha sido –escribe Zygmunt Bauman, Modernità e ambivalenza, Torino, Bollati Boringhieri,
2010, p. 102 (Modernidad y ambivalencia, Barcelona, Anthropos Editorial, 2005)– el hebraismo
atormentado y sufrido de Franz Kafka la que ha permitido a Albert Camus y a Jean-Paul Sartre recoger en
su obra una parábola de la condición universal del hombre moderno. Ha proporcionado a Camus leer la
obra de Kafka como una mirada penetrante en lo absurdo de la vida moderna, en la “extrañación de una
vida humana”; le ha permitido a Sartre de encontrar en Kafka la definición del Extranjero: "El extranjero
es el hombre frente al mundo... El extranjero también es el hombre entre los hombres... Y, por fin, soy yo
en relación a mí mismo». La enajenación otorga al conocimiento el grado de universalidad que le permite
reaccionar ante la trama de la cohesión humana. La pérdida del patronímico en la periodicidad
cognoscitiva asegura –al menos bajo el perfil adquisitivo, egoísta– la superación de las diversidades
(étnicas, raciales, religiosas, culturales) en la consecución de un tipo de entendimiento, capaz de reducir
las inquietudes y las disparidades de la existencia a las instancias existenciales. La destreza de la extra-
territorialidad se identifica con la incongruencia de todas las tentativas (con frecuencia mal realizadas) de
dividir, seccionar, discriminar el género humano en sus asentamientos y operativas en sus miembros. La
suspensión del juicio es el perfil conjetural de las adquisiciones innovadoras en la instalación de la
disquisición y en el ámbito de la actuación. La existencia vicaría, propulsora del disimulo, ayuda a
argumentar las nociones adquiridas en un ámbito geopolítico de modo que puedan ser tratadas y
actualizadas en otros contextos culturales. El compromiso entre el pensamiento crítico y la acción práctica
es una disciplina del consenso, de la aprobación y del disenso desarrollado es su amplia escala. La
posmodernidad frustra la enajenación. Pero la abolición de los sectoralismos, en los que se manifiesta la
investigación científica, es alusiva, consiste en una inaplicable declaración de principio. «Por la misma
razón, postmodernidad significa una resuelta emancipación de la urgencia, característica de la
modernidad, de derrotar la ambivalencia y promover la claridad monosémica de la identidad» (Ibidem,
pp. 115-116). La postmodernidad se perfila como la línea del horizonte, como el terminal de un proceso
adquisitivo de nociones difícilmente configurables en un compendio. Las revoluciones modernas, en
efecto, se inspiran en el principio de uniformidad, aunque los conflictos económicos no asuman el aspecto
reivindicacionista, sino el compromisorio y competitivo. «La postmodernidad es la modernidad
reconciliada con la misma imposibilidad, y determinada, en el bien y en el mal, a convivir. La práctica
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1007

moderna continúa, pero ya está privada del objetivo que un tiempo la alimentó» (Ibidem, p. 116). La
imperiosidad del impacto normativo sobrentiende el necesitarismo naturalista, que aflora exacerbado en
los cánones previsivos de la sociedad del bienestar. El impulso discursivo de los órdenes institucionales,
beneficiados por la fortuna y la tecnología, engendra el debate político a nivel planetario. Pero las
resoluciones, que lo determinan, celebran el valor nominal de los principios universales y solidarios, sin
perjudicar los intereses sectoriales (de parte). La coexistencia subroga la universalización, actuando los
perfiles de complementariedad o subsidiariedad económica y social, flébilmente operantes en las áreas
más controvertidas del planeta. La posmodernidad se perfila como un reconocimiento proustiano de la
experiencia acabada en el tiempo sin la necesaria sugestión evocadora, que el presente devuelve
inequívocamente cautivante. La imperiosidad del pasado se declina en la tristeza de la contrariedad y en
la incongruencia de lo que, en cambio, se cree fundamental para sustentar las defensas instintivas del
género humano, frente a las profundas transformaciones políticas, económicas y sociales de la
modernidad. La gestión de los procesos comunitarios se inspira en los cánones predictivos de la equidad y
la dignidad humana. Las diversidades étnicas, raciales, credenciales, no constituirían un obstáculo a la
creación de un universo invadido por el sentido de la justicia y la armonía universal. Pero desde
Immanuel Kant en adelante, el concepto de paz (perpetua) implica la superación de las barreras
normativas, mediante las que las diversas conformaciones institucionales se proponen competir sin
oponerse. La sublimación del conflicto es una prerrogativa quizás ilusoria de la postmodernidad. La
tolerancia propende por asimilación en una única formación institucional de componentes económicos y
sociales diferentes, también bajo el perfil étnico, credencial, ideológico. La nueva conformación social es
virtualmente propedéutica de un aparato compositivo, de género, o de especie, del orden comunitario
(nacional e internacional). La condena de todo tipo de discriminación salvaguarda el derecho individual y
colectivo a concurrir en la elaboración y la aplicación de las normas de la convivencia civil.
La uniformidad de las costumbres influye en las formas del pensamiento y de la acción de modo que
rubrican las controversias en la opinión sobre la eliminación del humor en los sectores conformistas del
orden social. La unidad de medida confrontable en el plan doctrinario es el privilegio, que priva de
homogeneidad las áreas geográficas influídas de forma disforme por el progreso científico y tecnológico.
La antropología no justifica las discriminaciones económicas, que se deducen de las prevaricaciones
coloniales. La búsqueda de las materias primeras y su empleo en los aparatos tecnológicos de
transformación modifican las tradiciones, uniformándolas. La contingencia operativa de los modelos
modernizantes sacrifica la costumbre adquirida para un tipo de comportamiento reivindicacionista. La
despiadada concepción de un universo dividido entre dos esferas de agitados encargos modernizantes se
pliega al necesitarismo artificial. La inocencia de los Estados es virtual, subyugada por el demonio del
bienestar. La corrupción a niveles predominantemente altos resta potencia a la nobleza de los principios y
los absortos inspiradores de la economía programada y la política decisional. La enajenación es la actitud
de disociación de los que no se identifican con la política profesada por la institución de pertenencia. El
provincialismo nacionalista encuentra su contraste en el universalismo solidario. La razón instrumental
asume connotaciones ecuménicas. El imperativo moral se conjuga con el necesitarismo racional. La
homogeneidad contrasta con el pluralismo, que es entendido como el aspecto providencial del orden
jurídico moderno. La emancipación social es el sortilegio de las doctrinas progresistas, de las que se
distancian proditoriamente las corrientes de pensamiento que evocan y preconizan el autoritarismo en las
manifestaciones más escabrosas y necias del totalitarismo. La interiorización de la ambivalencia es una de
las metas de las sociedades opulentas, cuyo nivel de conciencia comunitaria supera el conformismo y la
hipocresía difusa. La ambigüedad es el disolvente endémico de la legalidad, que subroga con la
preceptividad.
El destierro es una forma de revelación –afirma María Zambrano, Los bienaventurados, Madrid, Siruela,
2004– que permite a los favorecidos no tener fuertes apegos a la tierra. La empatía por la realidad permite
despegar, evocándola, a la futura memoria. Esta actitud reduciría la asertividad credencial y exorcizar los
conflictos. El destierro es un lugar en el que los pensamientos se ejercitan contumazmente. La sensación
de abandono suscita falsos entusiasmos, pero alivia el sufrimiento por algo improbable. La historia parece
fluir en los pasajes de la conciencia, que se realiza en las revisitaciones de los hechos que le prometen a la
atención general. El tiempo –afirma María Zambrano– es un dios sin máscara. En su configuración se
descubre la parte desconocida y vulnerable de la condición humana. El desierto es la imagen que apasiona
los errantes de cada rincón de la tierra. Es como si en el desterrado refluyeran las energías latentes en el
desierto; y la patria pasara de los abismos de la luz al más allá del horizonte.

5. La apariencia
1008 RICCARDO CAMPA

1
John D. Barrow y Frank J. Tipler, Il principio antropico, Milano, Adelphi, 2002, p. 42.
2
Ibidem, p. 54.
3
Ibidem, p. 57.
4
«Nel pensiero di questi primi atomisti, quale risulta dai frammenti, si potrebbe ravvisare un’analogia con
i concetti della biologia dell’evoluzione e con l’interpretazione a “molti mondi” della teoria quantistica».
Ibidem, p. 59.
5
«La codificazione delle leggi attiche sulla cittadinanza» scrive Peter Funke «andò di pari passo con una
più rigida definizione dei diritti e dei doveri dei cittadini stranieri. Nell’ordinamento ateniese per gli
stranieri (xénoi) che si trattenevano ad Atene solo temporaneamente valevano le consuete regole del
diritto internazionale, che si era formato in tutto il mondo greco sul modello del diritto di ospitalità».
Peter Funke, Atene nell’epoca classica, Bologna, Il Mulino, 2001, p. 63 (Atenas clásica, trad. J. Larriba,
Boadilla del Monte, Madrid, Acento Editorial, 2001).
6
«Nella sua orazione funebre per i caduti della prima guerra del Peloponneso, Pericle definì l’Atene del
suo tempo la scuola dell’Ellade (tes Helládos paídeusis). Gli ateniesi – diceva Pericle – erano per gli altri
greci un esempio degno di essere imitato non solo per la loro potenza e per la costituzione democratica,
ma anche in tutti i campi dell’arte e della letteratura, della filosofia e della scienza». Ibidem, pp. 69-70.
7
«I tragici, riprendendo in varianti sempre nuove dei miti tradizionali gli intrecci di libertà e necessità, di
vendetta, hýbris, colpa ed espiazione, creavano la distanza dal contingente, necessaria per far emergere in
modo più penetrante il valore universale del loro messaggio». Ibidem, p. 75.
8
«Verso la metà del XIII secolo, gli studiosi domenicani Alberto Magno (1206-1280) e Tommaso
d’Aquino (1225-1274) avevano terminato la conversione di Aristotele alla dottrina cristiana... Il pensiero
scolastico riteneva possibile accedere alle verità ultime con la pura ragione, senza l’ausilio della
rivelazione». John D. Barrow y Frank J. Tipler, op.cit., p. 69.
9
«La visione newtoniana del mondo, argomentata in modo tanto preciso e suggestivo nei Principia,
doveva dar luogo a un flusso inarrestabile di argomenti finalistici basati su fenomeni ottici e
gravitazionali». Ibidem, p.82.
10
Rudolf Hermann Lotze representa una de las personalidades más significativas de la cultura occidental
de finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Se propone, desde la prestigiosa cátedra de la
universidad de Gotinga, afrontar la problemática relativa a la relación entre el mecanicismo y la
teleología. Sostiene la continuidad entre el hemisferio inorgánico y el hemisferio orgánico según las leyes
universales. El estatuto del hemisferio orgánico no detenta el privilegio de poseer una «fuerza vital», pero
sí la interacción con las energías latentes en el universo según la multiplicidad de las causas y la noción
de «objetivo». Su interés por la conciliación de la poesía y la ciencia consiste en la integración de la
metafísica en las disciplinas naturales y experimentales. El magisterio cultural de Lotze coincide con el
panteísmo de Karl Christian Krause, que influirá en el pensamiento español, subyugado entonces aún por
el dogmatismo religioso y el aristotelismo medieval. La tradición científica de la universidad de Gotinga
se extenderá hasta Hermann Weyl, teórico de la relatividad, autor de Symétrie et mathématique moderne,
(Paris, Flammarion,1964). El finalismo del sistema mecánico-organicista, delineado por Lotze, se
propone hacer menos perentorio el presupuesto de un ordenamiento mental que se proponga garantizar las
expectativas mesiánicas de la tradición. La filosofía de Lotze se explica en la búsqueda de una íntima,
connatural, determinación, que justifique el movimiento de las fuerzas que conforman los
acontecimientos. «Il problema –sostiene Lotze en Logica (prefacio de S. Poggi, ed. de F. De Vincenzis,
Milano, Bompiani, p. 621) tale ovviamente per il ricercatore – non ammette una regola logica attraverso
la quale può essere sempre trovata una soluzione senza fare i conti con la libera cooperazione e la sagacia
individuale dell’indagante». Si la realidad es más rica que el pensamiento, su diseño es un aspecto de la
argumentación humana. La relación entre la morada del ser y los acontecimientos constituye la temática
fundamental del pensador-científico alemán. El ser se conforma en el actuar, en el intento de ser percibido
como un Bien, como un testador de la teleología natural. La relación entre el valor y el placer constituye
el aspecto evidente del Bien. La finalidad gnoseológica se identifica con la connotación axiológica, para
hacer comprensible la realización, la laboriosidad, el empeño del género humano en creer congruentes y
consiguientes la convicción y la acción. La representación de los entes tiene validez temporal, mientras
que su íntima estructura (su «contenido») está exento de ello. El valor normativo se distingue del valor
temporal: los entes se individúan mediante la prospección cognoscitiva; pero no son extinguibles en su
esencia, que trasciende el tiempo. El pensamiento, que representa las cosas, tiene validez trans-objetiva,
como un efecto de la relación trans-subjetiva. El dualismo positivo-negativo en la manifestación del juicio
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1009

confiere un pretexto: salvaguarda la convención expresiva y la confuta contextualmente como inadecuada


para representar el sentido intrínseco a la contraposición (de los dos términos). La criticidad conceptual
consiste en el hecho de que lo positivo de una expresión lleva a una configuración de las categorías
espacio-temporales, mediante los que, kantianamente, se interpreta la realidad; mientras que lo negativo
no encuentra en sus propias categorías su justificación. La argumentación negativa es, por tanto, la vuelta
de cualquier proposición expresada según los cánones preterintencionales de la comunicación.
El término lotzeano de «validez» asume –según Martin Heidegger– las características de un «ídolo
verbal». Las formas de validez expresadas por Heidegger, se materializan en la validez permanente de la
conciencia. Lo connotado por la lógica formal, en relación con la experiencia empírica, fortalece el juicio,
como instrumento de valoración de los fenómenos de la realidad con el auxilio de las capacidades
individuales intuitivas y explicativas. La lógica formal no permite delinear una concepción del mundo a la
que corresponda una teoría del conocimiento, como una configuración científica de la realidad en su
diseño y en su valoración objetiva. La «gramática interior» del pensamiento se refleja en el lenguaje, que
perpetúa su problematicidad conceptual en la explicación. El pensamiento se refleja en el discurso, que se
somete a las normas expresivas para ser entendido y confutado, para promover, en sentido dialéctico y
complementario, el conocimiento.
El lenguaje no corresponde a las exigencias lógicas del pensamiento, sin por ello inducir al pesimismo
cognitivo, que consiste en la ausencia de análisis cognitivos plausibles. El pragmatismo, en efecto, es la
corriente de pensamiento que no hace referencia a un compendio de presupuestos. El lenguaje evidencia
el pensamiento abreviado; y contribuye a traducir las impresiones en representaciones, correlacionándolas
conceptualmente con los procesos naturales o artificiales, sobre los que se establece el juicio. La
aprensión por el contenido del pensamiento está preñada de sentido, incluso en su fase silente, cuando los
órganos fónicos no están todavía completamente desarrollados, en la fase en la que la presunción de
congruencia gestual oscurece el fundamento de la lógica. El lenguaje de los sonidos es una de las
facultades expresivas que la evolución del género humano vuelve inmanente en el hecho comunitario.
Para hablar, como para actuar, se necesita la presencia colectiva. El individualismo es una superfetación
de la edad evolutiva.
El ordenamiento de lo múltiple en lo uniforme y en lo diferenciado contribuye a determinar la
consistencia conceptual de la lógica, entendida como una categoría representativa de cuanto se verifica en
la realidad y que influye, bien en los órganos sensoriales, bien en la razón, de los ejecutores
testamentarios de la acción vital. Los individuos se apasionan de la contienda de los agentes (de las
energías) naturales en el intento de conjeturar su sentido. Los conceptos universales (la humanidad, el
polígono, la combinación vencedora) no localiza objetos, sino figuras, conceptualmente declinables en
sus variables. «Con que, en acuerdo con la ordinaria sensibilidad lingüística y, en segundo lugar, con la
antigua terminología de Aristóteles, llamaría “especie” a aquel universal que todavía admite una imagen,
pero “género” al primero de los universales que pueden ser sólo expresados mediante una fórmula, puesto
que la elección de sus dos expresiones, eidos y genos ha estado, sin duda, determinada por sus sentidos
originarios» (Ibidem, p 197). El eidos es el elemento común de la apariencia; genos es el aspecto
diferencial de la forma. Lotze se apunta a la opinión corriente de las ideas platónicas, que se
compendiarían en el universo hiperuránico, sin evidenciar su mezcla con el mundo real (entendido como
el mundo de la experiencia). Efectivamente, el mundo de las ideas platónicas se identifica con la intuición
común a todos los mortales, tanto es así que, desde la noche de los tiempos, se comunican entre sí, como
lo hacen actualmente los monjes del Tibet. El mundo de las ideas es la fase originaria de la evolución de
la especie: el momento iniciático de la comunicación y, por lo tanto, de la representación de la realidad a
través de la evidencia, la transparencia, la inventiva. El mundo de las ideas se identifica con el universo
de los axiomas matemáticos, de las matrices neurálgicas del conocimiento. La permanencia de los
enigmas es la demostración del continuum ínsito en la investigación de los datos de la reflexión y la
experiencia. La metáfora y el simbolismo asisten a la expresión y el juicio, sobre todo cuando ambos
hacen referencia a la irrealidad (o a la imposibilidad). La conjugación lógica de los conceptos, que se
refieren a notaciones conjeturales, comporta la aceptación de criterios explicativos de la actividad del
intelecto independientemente de las (aparentes, explícitas) aportaciones de los sentidos. La creatividad
intelectual parece a veces estar exenta de los condicionamientos de la experiencia concreta. La
compatibilidad de los predicados contradictorios en el mismo enunciado crea dificultades interpretativas
en quien se obstina en pensar que la expresión tiene que tener un sentido acabado, aunque sea
contradictorio o incongruente. Los kantianos juicios sintéticos a priori y los juicios sintéticos a posteriori
llevan, respectivamente, a la conexión efectiva entre dos juicios independientes de la experiencia y la
correlación entre dos juicios notados por la experiencia. Los juicios analíticos se llevan a la misma
1010 RICCARDO CAMPA

reflexión, en el sentido que las prerrogativas del predicado del sujeto se declinan como categorías
universales (la blancura, la solidez, la perseverancia). En el laboratorio mental se componen y
descomponen los juicios, que influyen «solamente» al metabolismo, al equilibrio energético, individual.
La subjetividad de las sugestiones denota una imponderable influencia sobre la consistencia de los
pensamientos, que se traducen en actos, y se compendian en la compilación memorial, en el patrimonio
cognoscitivo de la comunidad, donde se manifiestan. El principio de razón suficiente consiste en hacer
comprensible la relación existente entre el enunciado conceptual y su consecuencia. La definición de la
universalidad (todos los hombres son mortales) y de la generalidad (el hombre es mortal), se explica,
respectivamente, en el juicio asertorio y en el juicio apodíctico. Los protagonistas de las definiciones son
el hombre y el individuo. El régimen absolutorio de las diversas identidades se configura como una
aproximación conceptual, formalmente condicionada por una ambigüedad ancestral. El silogismo es, de
hecho, la conexión de dos juicios, que no es la suma de ambos. La condición que le convierte en
interactivos consiste en mostrarlos depositarios de un medius terminus. La premisa mayor contiene la
premisa menor según un nexo conclusivo. La vida sin racionalidad es posible, pero no la racionalidad sin
la vida. La subordinación de lo particular a lo universal se justifica con la elaboración de la relación de
quintaesencialidad existente entre la premisa mayor y la premisa menor de toda proposición comparativa
(silogística). Naturalmente, los enunciados, que se enfrentan según los principios hipotéticos o
disyuntivos, son manifestaciones de la evidencia y la perentoriedad. Huyen de la contingencia
interpretativa y los dilemas decisionales, en cuanto que la validez del fundamento se deduce de la validez
de la premisa.
11
«Nello schema di Feynman – Wheeler il campo elettromagnetico non è un’entità fisica reale ma un
semplice artificio contabile introdotto per non dover parlare delle particelle in termini teleologici». John
D. Barrow y Frank J. Tipler, op. cit. pp. 158-159.
12
C. B. Collins y Stephen William Hawking, «Astrophys. Journal», 180, 1973, p. 317 e ss.
13
«Tutto ciò può produrre addirittura una sorta di assurdità, come mostrano i nuovi conformismi, che
emergono tra persone che lottano per essere se stesse e, più ancora, le nuove forme di dipendenza che si
sviluppano quando individui malcerti della loro identità si rivolgono a sedicenti esperti e guide di ogni
specie, ammantati dal prestigio della scienza o di qualche esotica spiritualità». Charles Taylor, Il disagio
della modernità, Roma-Bari, Laterza, 1994, p. 19. Cfr. Serge Moscovici, Essai sur l’histoire humaine de
la nature, Paris, Flammarion, 1968; Henri Wallon, De l’acte à la pensée, Paris, Flammarion, 1970.
14
Karl Marx, Il capitale, Libro III: Il processo complessivo della produzione capitalistica, Roma,
Edizioni Rinascita, 1956, vol. III, p. 232. Cfr. Pierre Dockēs, L’espace dans la pansée économique du
XVIe au XVIIIe siècle, Paris, Flammarion, 1969.
15
Alexis de Tocqueville, Scritti politici, a cura di Nicola Matteucci, Torino, Utet, vol. II, 1968 (Discursos
y escritos políticos, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2005).

6. La premonición
1
«Il risultato complessivo» sostiene Michael Dummett «è che se tentassimo di spiegare il concetto di
verità prima di spiegare cos’è il significato, oppure di spiegare il significato prima di spiegare che cosa
significa dire di qualcosa che esso è vero, ci ritroveremmo inevitabilmente a dare una spiegazione del
significato senza fare ricorso alla nozione di verità». Michael Dummett, Pensiero e realtà, Bologna, il
Mulino, 2008, p. 49.
2
«Il senso di un’espressione è un modo particolare di determinare il suo valore semantico». Ibidem, p. 62.
3
«È importante notare che in base a queste interpretazioni la “pressione selettiva” e l’“indice di
mutazione” dipendono da noi: dipendono da quali teorie vengono inventate, quanti esperimenti vengono
eseguiti, e così via. Comunque, in questo modello non c’è niente che possa condurre alla conclusione
normativa di Popper secondo la quale noi dovremmo mantenere la pressione selettiva e l’indice di
mutazione». Bernard Williams, Comprendere l’umanità, Bologna, il Mulino, 2006, p. 39.
4
«Attraverso argomentazioni di questo genere alcune argomentazioni di natura biologica o di tipo simile
potrebbero coerentemente generare vincoli sui fini sociali, gli ideali personali, le istituzioni fattibili, e così
via». Ibidem, p. 51.
5
«Secondo questa teoria, comprendere i concetti di qualcuno, essenzialmente, significa mettersi in grado
di usarli. Ma se riusciamo a fare questo, ad esempio con i concetti etici, allora tali concetti in qualche
senso devono rispondere a qualcosa che già ci appartiene». Ibidem, p. 111.
6
«Nella nostra epoca» scrive Avishai Margalit «la metafora dominante non è la caverna di Platone, ma la
prigione di Freud. Secondo la visione freudiana c’è una prigione a guardia dell’inconscio, dove un
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1011

secondino-censore tiene sottochiave i ricordi molesti. Tali ricordi vengono rimossi dalla coscienza, ma
non vengono distrutti; la metafora di Freud è la prigione della repressione, non la ghigliottina dell’oblio».
Avishai Margalit, L’etica della memoria, Bologna, il Mulino, 2006, p. 12 (Ética del recuerdo, Barcelona,
Herder, 2002).
7
«Un’etica della memoria è un’etica dell’oblio tanto quanto un’etica del ricordo. La questione cruciale,
ossia se ci siano cose che dovremmo ricordare, ne ha una parallela, ossia che ci siano cose che dovremmo
dimenticare». Ibidem, p. 22.
8
«L’idealismo disinteressato è talvolta responsabile di crudeltà inenarrabili nei confronti degli estranei».
Ibidem, p. 35.
9
Eclesiastés, 1.11.
10
«Rivivere emozioni simili alle emozioni naturali del sentirsi a casa nella natura è una forma sofisticata
di sentire, “modificata e guidata dai nostri pensieri”». Avishai Margalit, op.cit., p. 103.
11
«Occorre distinguere tra due sensi in cui si presume che la morale si fondi sulla religione: il senso
genetico (storico) e il senso giustificativo». Ibidem, p. 127.
12
«Il paradosso è che da una parte la divisione del lavoro e il grado di specializzazione di cui è fatta la
scienza moderna sono di proporzioni mai conosciute in passato, e dall’altra parte, tuttavia, si sostiene che
la scienza è accessibile a tutti». Ibidem, p. 145.
13
«che abbiamo sostantivizzato il passato, in particolare trattandolo come un luogo in cui si
depositerebbero le esperienze vissute dopo che sono passate; l’immagine stessa del passato come transito,
quale si trova in sant’Agostino, induce questa deriva lessicale. Peggio ancora, la persistenza e forse il
carattere d’inespugnabilità di certe metafore spaziali, con cui non cessiamo di confrontarci, incoraggiano
il sopravvento del sostantivo: soprattutto la metafora dell’impronta di un sigillo sulla cera rafforza l’idea
di una localizzazione del ricordo, come se venisse raccolto e immagazzinato da qualche parte, in un luogo
in cui venga conservato e da dove lo si potrà estrarre per evocarlo, richiamarlo alla memoria». Paul
Ricoeur, Ricordare, dimenticare, perdonare. L’enigma del passato, Bologna, il Mulino, 2008, p. 5 (La
memoria, la historia, el olvido, trad. A. Neira, Madrid, Ed. Trotta, 2003).
14
«Essere consapevoli che gli uomini del passato hanno formulato aspettative, previsioni, desideri, paure
e progetti, significa spezzare il determinismo storico, reintroducendo retrospettivamente un elemento di
contingenza nella storia». Ibidem, p. 42.
15
«Si possono dire tre cose sulla crisi di identità: anzitutto essa attiene alla relazione con il tempo, e più
precisamente al mantenimento di sé attraverso il tempo. Una seconda fonte di abuso attiene alla
competizione con gli altri, alle minacce reali o immaginarie per l’identità, a partire dal momento in cui
essa si confronta con l’alterità, con la differenza. A queste ferite ampiamente simboliche si aggiunge una
terza fonte di vulnerabilità, e cioè il ruolo della violenza nella fondazione delle identità, principalmente
collettive». Ibidem, pp. 71-72.
16
«Allo stesso modo non esiste alcuna comunità storica che non sia nata da un rapporto assimilabile
senza esitazione alla guerra: noi celebriamo con il titolo di eventi fondatori sostanzialmente atti violenti,
legittimati a posteriori da uno Stato di diritto precario. Ciò che per gli uni fu gloria, fu umiliazione per gli
altri, e alla celebrazione di una parte corrisponde l’esecrazione dell’altra: in questo modo negli archivi
della memoria collettiva sono immagazzinate ferite non tutte simboliche». Ibidem, p. 72.
17
Eviatar Zerubavel, Mappe del tempo. Memoria collettiva e costruzione sociale del passato, Bologna, il
Mulino, 2005, p. 17.
18
«Questa eterogeneità qualitativa fra intervalli temporali matematicamente identici sottolinea un
approccio decisamente non metrico alla cronologia, cioè un approccio che opera gonfiando certi periodi
storici e comprimendone altri» Ibidem, p. 49.
19
«Come le feste e gli altri anniversari, le analogie storiche evidenziano il fatto che i nostri “vincoli” con
il passato non sono sempre fisici o iconici, ma ben spesso puramente simbolici». Ibidem, p. 87.
20
«L’assunto generale di questo immaginario genealogico è che quanto più di recente le lingue si sono
differenziate dal loro comune antenato tanto più sono “vicine” l’una all’altra». Ibidem, pp. 111-112.

7. La memoria
1
«Una delle più importanti caratteristiche della mente umana» scrive Eviatar Zerubavel «è la sua capacità
di trasformare stringhe di eventi fondamentalmente non strutturate in narrazioni storiche coerenti».
Eviatar Zerubavel, Mappe del tempo. Memoria collettiva e costruzione sociale del passato, Bologna, il
Mulino, 2005, p. 29.
1012 RICCARDO CAMPA

2
«Probabilmente, fu l’ingegnoso impiego fatto da August Schleicher di cladogrammi (diagrammi
ramificati) negli anni Cinquanta del secolo XIX per rappresentare le complesse relazioni genealogiche fra
differenti lingue a ispirare a Charles Darwin la raffigurazione della storia multilineare dell’evoluzione
della vita sotto forma di albero, con la biforcazione delle specie in corrispondenza delle biforcazioni dei
rami (speciazione) come momento critico del processo». Ibidem, p. 41.
3
«Come un “filo sacro che lega passato e presente”, la genealogia serve dunque comunemente a
organizzare la legittimazione». Ibidem, p. 108.
4
«“Periodizzare” il passato significa in pratica la trasformazione mnemonica della continuità storica
effettiva in blocchi mentali tipicamente discreti come “il Rinascimento” o “l’Illuminismo”». Ibidem, p.
154.
5
«Qualsiasi sistema di periodizzazione è dunque inevitabilmente sociale, e la nostra capacità di
immaginare gli spartiacque storici che distinguono un “periodo” convenzionale dell’altro è in fondo il
prodotto dell’essere stati introdotti nella società all’interno di specifiche tradizioni, ciascuna delle quali
“ritaglia” il passato a modo suo». Ibidem, p. 166.
6
«Per noi, in principio,» scrive Lev Trotsky «c’era l’azione. La parola l’ha seguita, sua ombra sonora».
Lev Trotsky, Letteratura e rivoluzione (1933), Torino, Einaudi, 1973, p. 159. (Literatura y revolución,
trad. M. Fernández, Akal, Madrid, 1979).
7
«Nel primo terzo del XX secolo,» scrive Carl Schmitt «Sigmund Freud, il padre della scuola
psicanalitica, ha avanzato la tesi che ogni nevrotico sia o Edipo o Amleto, a seconda che le sue nevrosi
siano da ricollegare al padre o alla madre». Carl Schmitt, Amleto o Ecuba, Bologna, il Mulino, 1996, p.
41.
8
«Ne deriva, alla tragedia [shakespeariana], un’impronta tutta particolare, e l’azione di vendetta, che
costituisce il contenuto oggettivo dell’opera, perde quella sicura e lineare semplicità che invece
presentava sia nella tragedia greca sia nella saga nordica». Ibidem, p. 53.
9
«Nel suo celebre saggio su Amleto, T. S. Eliot sostiene che questo dramma è pieno di una materia che
l’autore non ha potuto portare alla luce del giorno, né fissare con chiarezza, né rendere artisticamente
senza residui». Ibidem, p. 58.
10
William Shakespeare, Hamlet, V, 2.
11
Francisco González Crussí, Una historia del cuerpo humano, «Letras libres», IV, 49, enero 2003, p. 14.
12
Ibidem, pp. 15-16.
13
Naief Yehya, Apuntes para una historia de la posthumanidad, «Letras libres», IV, 49, enero 2003, p.
22.
14
Thomas Fechner-Smarsly, Diálogo entre mundos del arte, «Humboldt», 42, 129, p. 52.
15
Ibidem, pp. 52-53.
16
Ibidem, p. 53.
17
Dieter E. Zimmer, La mortandad de los datos, «Humboldt», 42, 129, p. 60.
18
Ibidem, p. 61.
19
Ibidem, p. 62.
20
Cf. José Antonio Marina, El intelectual y el poder, «Letra internacional», 77, Invierno 2002, pp. 14-20.

8. El diálogo
1
Françoise Gadet y Michel Pêcheux, La lengua de nunca acabar, México, Fondo de cultura económica,
1984, p. 94.
2
Ibidem, pp. 11-112.
3
Ibidem, p. 116.
4
Ibidem, p. 180.
5
Las sociedades (secretas) de los matemáticos y de los físicos alimentan la fantasía literaria e inquisitiva
de quienes siguen teniendo una relación alusiva con la ciencia. Los libros, que en los últimos años avivan,
en el imaginario colectivo, el mito de la ciencia, son, entre los otros: Carl Djerassi, El gambito de
Bourbaki, México, F.C.E., 1996; Andrew Crumey, L’amore perduto e la teoria dei quanti, Milano, Ponte
alle Grazie, 2005.
6
Françoise Gadet y Michel Pêcheux, op. cit., pp. 220-221.
7
Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas, México, Fondo de cultura económica, 1993, p. 43.
8
«Nello scegliere i gruppi di controllo e quelli da trattare si deve seguire innanzitutto la logica e il senso
comune». W. I. B. Beveridge, L’arte della ricerca scientifica, Roma, Armando Armando, 1981, p. 32 (El
arte de la investigación científica, 4ª ed., Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1996).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1013

9
«L’immaginazione ci rende soltanto capaci di camminare nell’oscurità dell’ignoto dove, alla luce incerta
delle conoscenze, delle quali disponiamo, si può vedere qualche cosa che sembra interessante». Ibidem, p.
70.
10
Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas, cit., p. 13.
11
Ibidem, p. 43.
12
Ibidem, p. 79.
13
Ibidem, p. 80.
14
Ibidem, p. 98.
15
«Il linguaggio deborda ampiamente nelle cose della vita, e viceversa … Due elementi [il linguaggio e le
cose della vita] rappresentano il fine che ci si pone per la propria esistenza mondana, e la felicità che si
trae da essa». Vercors, Le parole, Genova, Il melangolo, 1995, p. 15.
16
«È una curiosa forma di arroganza culturale quella che presume l’identificazione dell’intelligenza
umana con l’alfabetizzazione». Eric A. Havelock, Dalla A alla Zeta. Le origini della civiltà della
scrittura in Occidente, Genova, Il melangolo, 1993, p. 13.
17
«In altri termini, la simbolizzazione visiva delle quantità avvenne in origine più facilmente della
trasposizione segnica del discorso». Ibidem, p. 14.
18
«Sicuramente le cosiddette cifre arabe, che in realtà erano probabilmente di origine indiana, non
apparvero sulla scena europea per gettare le basi del calcolo moderno fino al 1100 d.C. circa, molto
tempo dopo, quindi, che l’alfabetizzazione si affermasse in Grecia. Senza questo sviluppo successivo
l’era industriale e scientifica in cui viviamo non sarebbe stata possibile». Ibidem, p. 15.
19
«Ci sarà sempre una certa distanza fra quanto le parole “dicono”, quando sono espresse verbalmente e
quanto invece “significano”, quando sono scritte: una diversità di livelli, che dipende dal tipo di scrittura
impiegato». Ibidem, p. 18.
20
Roman Jakobson, Hölderlin. L'arte della parola, Genova, Il melangolo, 1988. Il 2 aprile 1936, Martin
Heidegger tenne un discorso, a Roma, sul tema: Hölderlin und das Wesen der Dichtung.
21
Francis Haskell, Le metamorfosi del gusto. Studi su arte e pubblico nel XVIII e XIX secolo, Torino,
Bollati Boringhieri, 1989, p. 153.
22
Ibidem, pp. 154-155.
23
«Non crediamo più che la popolarità sia un’indicazione infallibile di assenza di valore: in verità, in
molti campi (penso al cinema e all’architettura) si sta di nuovo diffondendo l’idea che l’assenso popolare
sia davvero segno di merito e di virtù». Ibidem, p. 315.
24
«Gli scrittori del secolo XIX (e altri dopo di loro) naturalmente erano sconcertati e preoccupati per
questo cambiamento radicale dell’atteggiamento verso il nuovo e il moderno; e la spiegazione più
comune è stata solitamente che un gruppo ristretto e selezionato di amatori aristocratici, in seguito alle
rivoluzioni industriali e politiche, era stato soppiantato in Inghilterra e in Francia da un vasto pubblico
incapace di distinguere, al quale interessavano soltanto i quadri piccoli o di genere, o che mostravano una
storia commovente e, soprattutto, perfettamente “rifiniti”». Ibidem, pp. 316-317.
25
«Kandinskij affermava che il merito della grande arte era sempre consistito nel suo essere fuori della
portata di una comprensione immediata. Un gruppo di artisti italiani si chiamarono futuristi». Ibidem, p.
339. El arte de la ficción –bajo la hegemonía durante la segunda mitad del siglo XX de Jorge Luis
Borges– se vale de un desarreglo estilístico: la revitalización de las literaturas desusadas (la gaélica), la
amplificación forzosa del léxico conjetural. Esta dimensión insólita de la fantasía inventiva recobra –
como Marcel Proust lo hace de las atmósferas apartadas de una época de profundas turbaciones sociales–
los aspectos evidentes del clima existencial de la humanidad absorto en el pasado, porque aparentemente
lo prohíbe la técnica en el presente. La emancipación discursiva, reflejada en los símbolos del arcaísmo
testimonial, se compendia en los deliquios de los patrocinadores de las sendas experienciales que se
bifurcan. El laberinto y la enajenación son como los hendientes polémicos de la narrativa fantástica en un
universo regulado y prohibido por la trama mediática. El recurso al secreto y a la extemporaneidad se
identifica con la propensión científica por la inconmensurabilidad y la transcendencia energética. El
protagonista de la literatura fantástica es un nombre o una cruel etimología, confiadas casi
inevitablemente, a la sospecha o a la indiferencia del lector, ocupado en perseguir un itinerario
literariamente orgiástico y soporífero, a la vez. Y es justo en esta solución lingüística donde se encuentra
la terapia de choque contra la participación aprensiva y liberadora de los sujetos integrados en el barranco
escarpado de la investigación (a veces inútil o desincentivadora de la curiosidad). El resultado
desilusionante de la narración sorprende por la carga de eficacia semántica que retiene y que se ejercita
implacablemente en un tipo de epigramática aventura iniciática. En la época de la computarización, la
irreverencia se connota de una función salvadora y providencial. La inmensa mayoría de los afiliados a
1014 RICCARDO CAMPA

esta misión disoluta confía en la lectura de otros y se complace de forma fetichista en los resultados
físicos, gestálticos. «En efecto, –escribe Beatriz Colombi (Jorge Luis Borges y el arte narrativo,
«Cuadernos Americanos», XXIII, 3, 129, México D.F., julio-septiembre 2009, p. 148)– estos relatos
generalmente versan sobre libros, manuscritos, autores ficticios y búsquedas obsesivas y eruditas, a lo
Henry James, y le permiten confrontar no sólo el mundo literario y sus valores sino también los principios
mismos de la narración». La característica más eficaz (y desconcertante) de la literatura fantástica,
preconizada por Borges, consiste en representar el resumen de un libro que se da por descontado (aunque,
de hecho, todavía está por escribirse o no, solo en las dimensiones desbordantes del detalle y la
grandilocuencia). Borges no comparte la concepción de Edgar Allan Poe, según la cual la poesía es un
acto mental/intelectual. El fundamento heurístico de la poética homérica («Cantadme o diosa… hombre
de multiforme ingenio cuéntame») es superado por la autonomía creativa del observador-perturbador de
la realidad, subyugado por los desafíos de la naturaleza y ocupado a enfrentarse con ella, en el intento de
encontrar en la acción humana una improbable justificación de la inquietud existencial. El arte poético
propicia los sentidos simbólicos, que permiten a los mortales afrontar la experiencia terrenal con el
agradable entreacto de la desolación. La literatura policíaca encuentra en la iniquidad humana un tipo de
impróvida y exegética iniciativa. Y consuela a los lectores, pasmados en su pequeñez en los compromisos
cotidianos. La alegoría de la prohibición provoca una sugestión subliminar en el limoso clima del
conformismo. En cuanto género literario, el policíaco se identifica con la ampliación fotográfica de la
normalidad, que es vigente con la ayuda de las leyes, estimadas como el fortín ideal por la inmensa
mayoría de la población que actúa en un contexto institucional.

9. La argumentación
1
«Penso inoltre che nelle società prive di scrittura e di archivi la mitologia abbia lo scopo di garantire che
il futuro rimarrà fedele al presente e al passato – pur essendo ovviamente impossibile una completa
identità. Per noi invece il futuro dovrebbe essere diverso, sempre più diverso dal presente, poiché le
differenze dipendono in parte, com’è ovvio, dalle nostre preferenze politiche». Claude Lévi-Strauss, Mito
e significato. L’antropologia in cinque lezioni, Milano, Nuove edizioni tascabili, 2002, p. 55 (Mito y
significado, trad. H. Arruabarrena, Madrid, Alianza Editorial, 2002).
2
«Se vogliamo comprendere il rapporto fra linguaggio, mito e musica, possiamo farlo solo prendendo
come punto di partenza il linguaggio. In seguito è possibile mostrare come la musica e il mito nascano
entrambi dal linguaggio, ma si sviluppino separatamente in direzioni diverse, come la musica metta in
rilievo l’aspetto sonoro già presente nel linguaggio, mentre il mito sottolinea l’aspetto del senso, del
significato, anch’esso contenuto nel linguaggio. Ferdinand de Saussure ci ha mostrato che il linguaggio è
formato da elementi inscindibili, il suono e il significato»..Ibidem, p. 65.
3
«Il comune denominatore di ogni pratica e credenza che attribuisca proprietà magiche a un’immagine è
dato dal fatto che la distinzione fra l’immagine e la persona rappresentata risulta fino a un certo grado
eliminata, almeno provvisoriamente». Ernst Kitzinger, Il culto delle immagini. L’arte bizantina dal
cristianesimo alle origini dell’Iconoclastia, Scandicci, Firenze, La Nuova Italia, 1992, pp. 26-27.
4
«Le immagini acheiropoietai possono essere di due tipi: immagini ritenute opera di una mano diversa da
quella dei comuni mortali oppure ritenute impronte meccaniche, ancorché miracolose, dell’originale».
Ibidem, p. 44.
5
«Tale interpretazione dell’Iconoclastia bizantina esercitò probabilmente una particolare attrattiva sugli
studiosi che vivevano e lavoravano sotto l’influenza delle vicende europee negli antecedenti alla seconda
guerra mondiale, così come precedenti spiegazioni di questo movimento straordinariamente complesso e
assai sfaccettato furono influenzate da eventi contemporanei». Ibidem, p. 68.
6
«Man mano che la scienza rivela i dettagli della biologia molecolare e dipana il codice genetico,» scrive
Walter Burkert «i processi che si svolgono negli organismi viventi diventano accessibili alla conoscenza e
alla manipolazione ben al di là di quella delicata armonia stabilita nell’evoluzione della vita cui filosofi e
poeti avevano dato, pieni di ammirazione, il nome di Natura. Oggi non resta Natura alcuna dalla quale
sperare parametri di stabilità, di ordine e di morale; la Natura è stata vanificata come concetto, e va
scomparendo fisicamente sotto il cumulo delle costruzioni e dei rifiuti prodotti dall’uomo». Walter
Burkert, La creazione del sacro, Milano, Adelphi, 2003, p. 11.
7
«La religione può essere mortalmente seria nel modo più diretto, sanzionando la violenza in una gamma
terrificante che va dal sacrificio umano a guerre micidiali, dai roghi delle streghe alla fatwa di un
ayatollah; con atti di autosacrificio non meno conturbanti, fino al sacrificio di massa». Ibidem, p. 25.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1015

8
«Il “gene egoista” è diventato un termine corrente del nuovo indirizzo. Resta vero, nondimeno, che certe
strategie di comportamento all’interno di un gruppo si dimostreranno più vincenti di altre e influiranno
così anche sulla selezione genetica». Ibidem, p. 28.
9
«Il processo della semeiosis, l’uso di segni e simboli, opera in tutta la sfera degli organismi viventi e fu
certamente ideato molto prima della comparsa dell’uomo». Ibidem, p. 41.
10
«Culto significa esaltare i superiori, a cui ci inchiniamo in atto di venerazione; e più essi sono innalzati,
meno noi siamo costretti a curvarci». Ibidem, p. 123.
11
«La nozione di “mistero” è, come Niebuhr dice explicitamente, essenziale per un’interpretazione
adeguata della storia». William H. Dray, Filosofia e conoscenza storica, Bologna, il Mulino, 1969, p. 171
(Filosofía de la historia, trad. Molly K. Brown – R. Cordero, México F.C.E., 1965).
12
«Il gruppo delle simmetrie dello spazio-tempo costituisce, com’è ovvio, il paradigma per tutte le altre
simmetrie di natura. Esso è formato dalle simmetrie che ci garantiscono che le leggi naturali sono
indipendenti dall’orientazione del nostro laboratorio, dalla sua posizione nello spazio, dalla sua velocità o
dal modo in cui abbiamo regolato i nostri orologi». Steven Weinberg, Alla ricerca delle leggi ultime della
fisica, Genova, Il melangolo, 1993, p. 22. (El sueño de la teoría final: la búsqueda de las leyes
fundamentales de la naturaleza, Crítica, Barcelona, 2003).
13
«Nella prospettiva moderna l’aspetto economico è diventato preponderante, mentre lo scambio di doni
è stato relegato alla base di economie arcaiche e primitive». Walter Burkert, op. cit., p. 166.
14
«Più precisamente basandomi su un esempio tratto da [Albert O.] Hirschman, vorrei sottolineare che,
quando si considerano decisioni complesse, specie se si tratta di decisioni collettive, esse possono
fondarsi su sistemi di credenze più o meno coerenti che, se vogliamo, possiamo chiamare paradigmi,
poiché sono vicini per funzione e natura ai paradigmi nel senso di Kuhn». Raymond Boudon, Il posto del
disordine, Bologna, il Mulino, 2009, p. 175.
15
«In generale, i cittadini interessati partecipano in maniera più attiva alle elezioni, ai referendum, alle
lobby, ai gruppi di interesse, alla mobilitazione dei movimenti sociali e alla consultazione, ovvero il
contatto diretto con i politici. Al contrario, i segmenti della popolazione che per una qualsiasi ragione
ritirano dalla sfera politica le proprie reti fiduciarie vedono affievolire il proprio interesse nella
performance del governo, e quindi il proprio impegno nella partecipazione alla politica democratica».
Charles Tilly, La democrazia, Bologna, il Mulino, 2009, pp. 136-137 (Democracia, trad. R. Viejo, Akal,
Madrid, 2010). Cf., Robert M. Farr e Serge Moscovici (a cura di), Rappresentazioni sociali, Bologna, il
Mulino, 2003.

10. La conjetura
1
Evaghelos Moutsopoulos, Ignorancia y prejuicios, en José Antonio Merino (ed.), Cultura y existencia
humana, Madrid, Reus, 1985, p. 251.
2
Platón, Apología, 38 a.
3
Alfonso Ortega, El Mal y el Hado en la tragedia griega, in José Antonio Merino (ed.), op. cit., p. 265.
4
Ibidem, p. 270.
5
Ibidem, p. 274.
6
Ángel Sánchez de la Torre, La intención política de Esquilo: La racionalización de la justicia en la
ciudad: Desde los dioses a la democracia, in José Antonio Merino (ed.), op. cit., p. 305.
7
Stéphane Lupasco, L’univers psichique, Paris, Ed. Denoel Gonthier, 1979, p. 7.
8
J. J. M. van der Ven, La persona humana y su trabajo, in José Antonio Merino (ed.), op. cit., p. 354.
9
«In tutti e tre i livelli considerati, il livello genetico, comportamentale e della scienza, operiamo
attraverso strutture ereditate, trasmesse dall’istruzione per mezzo del codice genetico o della tradizione. In
tutti e tre i livelli, sorgono nuove strutture e nuove istruzioni attraverso cambiamenti provvisori, che
hanno luogo all’interno della struttura: tentativi provvisori, che sono soggetti alla selezione naturale o
eliminazione dell’errore». Karl R. Popper, Il mito della cornice. Difesa della razionalità e della scienza,
Bologna, Il Mulino, 2004, p. 21. (El mito del marco común: en defensa de la ciencia y la racionalidad,
Paidós Ibérica, Barcelona, 1997).
10
«Il comportamento, cioè la reazione di sistemi viventi a fattori ambientali, è l’unico terreno d’indagine
che si possa battere in una psicologia scientifica; e il comportamento non implica in nessun modo
l’esperienza diretta». Wolfgang Köbler, La psicologia della Gestalt, Milano, Feltrinelli, 1984, p. 21.
11
«Esteso a tutti i casi di esperienza di un ordinamento spaziale, il principio si può formulare così:
l’ordine di cui si ha esperienza nello spazio è sempre strutturalmente identico a un ordine funzionale
della distribuzione dei processi cerebrali sottostanti». Ibidem, p. 49.
1016 RICCARDO CAMPA

12
«William James ha descritto bene come l’improvviso interesse per certi fenomeni “fuori della regola”
contrassegna spesso l’inizio di un’epoca nuova nella storia della scienza. In tali occasioni, il lavoro
scientifico spesso si concreta proprio su ciò che fin qui era l’eccezione». Ibidem, p. 52. La Gestalt afronta
la observación de los campos sensoriales, que se diversifican de las sensaciones tradicionales. «Fue
Christian von Ehrenfels, precedido por una observación de Ernst Mach, quien reclamó la atención de los
psicólogos sobre el hecho de que en el análisis habitual los datos cualitativos más importantes de los
campos sensoriales quedaron completamente descuidados» (Ibidem, p. 117). Por campos sensoriales se
entienden aquellas actitudes, que concurren a diseñar la interacción de los sentidos en el proceso
cognitivo, que se manifiesta en los actos, en quienes promueven el consentimiento y el disenso respecto a
las cogniciones (creídas) objetivas (y hasta grandilocuentes). El aspecto dinámico (la acción) relaciona los
subyacentes procesos químicos, que se dan por deducidos, aunque se evoquen sus funciones. «En la
definición funcional más general del término [Gestalt] es lícito incluir los procesos del aprendizaje, del
recuerdo, del esfuerzo de voluntad, de la actitud emotiva, del pensar, del actuar, etcétera» (Ibidem, pp.
120-121). La simple denominación de forma no contesta a la intencionalidad semántica de los teóricos de
esta categoría estética y cognoscitiva. Su ambigua composición estructural se sobrentiende en la
linealidad de la palabra. El lenguaje desde Sócrates hasta Heidegger concierne a la amalgama de las
experiencias según un potencial inventivo, que las salvaguarda. La conformación geométrica de los
objetos reduce el proceso interior a su formación. La sintaxis expresiva, en efecto, atañe el empleo de las
palabras para significar actos, acontecimientos, objetos, silencios y circunstancias indeclinables mediante
los instrumentos naturales y artificiales de la observación. La gramática generativa de Noam Chomsky se
identifica metafóricamente con un proceso químico-biológico, del que no quedan clarificadas las
coordenadas o, al menos, no se pueden descifrar, todavía, los elementos que participan en los fenómenos
perceptivos de la condición humana. «En sus tentativas de clasificar las experiencias humanas, en general
la psicología ha resaltado las diferencias donde un examen más profundizado revela semajanzas
sorprendentes» (Ibidem, p. 148). El predominio de un sentido sobre los demás determina un modo de ver
las cosas y compendia su uso y sentido. La epopeya homérica es sonora y condiciona la literatura hasta el
Renacimiento, que es visual. Aquiles y Ulises representan las tensiones del sentido auditivo en
correspondencia con los acontecimientos, a los que ambos dan vida. El Renacimiento «reexamina» la
anatomía (Leonardo de Vinci) y sucesivamente elabora la fisiología, de modo que la aportación visual
amplía las dimensiones del planeta y multiplica en extensión las relaciones interindividuales. La época de
los caudillos y los navegadores se caracteriza por la presencia de personalidades capaces de «entrever» en
los acontecimientos una teleología, una finalidad, que atenúa la inquietud existencial y compensa la
insatisfacción con la efeméride. La emoción se sintoniza con la razón, de modo que pueda complementar
su aportación para dejar ver, en los entusiasmos individuales, las depresiones (subversiones, revoluciones)
colectivas. La discordia es el parámetro de la irreprochabilidad de las posiciones adversas, destinadas a
paladear y a sufragar el acuerdo. La conversión de las convicciones se ejerce en los propósitos de la
acción, que ratifican el entendimiento común de comprenderse más allá de los límites del lenguaje y la
expresión lógico-conceptual. «En un modo para nada general, tanto los procesos emotivos como los
intelectivos tienen características que también nos son conocidas por la música, es decir por la
experiencia auditiva. Son ejemplos de esto el crescendo y el diminuendo, accelerando y el ritardando.
Pero estos términos no se refieren solamente a hechos auditivos, sino también a desarrollos percibidos en
la visión» (Ibidem, p. 152). La intimidad se manifiesta en las actitudes, que pueden interferir en la esfera
auditiva y en la visual. La percepción global, por así decir, es la visual, que se compenetra alegóricamente
con la auditiva. En las obras pictóricas de Francisco de Goya, el aspecto visual se sincroniza con el
auditivo, sobre todo en las figuraciones en las que el desaliento de la mirada se exalta en el fulgor de los
disparos. La indignación se refleja en el milieu cultural, en el que el acontecimiento luctuoso está a punto
de cumplirse con la complicidad de los que asisten impávidos en tanto que espectadores (los usuarios). La
hegemonía de la figura sobre el sonido consiste prácticamente en la sublimación del oído en las formas
exponenciales de lo visual, que se identifica, por aproximación, con la experiencia (o con lo ya
experimentado). De otro lado, el comportamiento reduce a práctica paradigmática el proyecto de las
actitudes humanas frente (o en mutuo interés) a los acontecimientos en los que se encuentran
conceptualmente las causas o las circunstancias. La Gestalt exonera la observación conclusiva en la
sumisión de la experiencia. Si acaso, investiga en la audición y en la visión las agitaciones intestinas de
los autores correspondientes, en presencia de quienes son inducidos emotiva y racionalmente a percibirlos
y, por lo tanto, a compartirlos. La fisiología comprende la memoria, la costumbre, el dolor y la nostalgia.
El reflejo condicionado es el equivalente de un caso de asociación, de fenómenos conexos
energéticamente entre ellos. «En la psicología de la Gestalt las diferentes actitudes intencionales del yo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1017

no se interpretan como “instintos” que residan per se en el yo. Se conciben más bien como vectores
dependientes tanto del yo cuánto de los objetos dados, o con mayor precisión dependientes de la relación
vigente en el momento entre las características del primero y las de los segundos» (Ibidem, p. 193). Las
condiciones fisiológicas del organismo influyen en los diversos estadios del Yo: la relación existente
entre el metabolismo y la representación escénica es intuitiva y quizás esencial. La experiencia toma nota
del recuerdo de los actos incompletos (interrumpidos) sobre el recuerdo de los actos acabados. La
dramatis persona es el agente consolador del fracaso padecido por los individuos en sus realizaciones
(intelectuales y prácticas). «La relevancia de las ideas desarrolladas por Thomas y Znaniecki –escriben
Jos Jaspars y Colin Fraser, Atteggiamenti e rappresentazioni sociali, in Robert M. Farr e Serge
Moscovici, Rappresentazioni sociali, Il Mulino, Bologna, 2003, p. 145– para el estudio de las actitudes y
las representaciones colectivas es que muestran cómo los dos conceptos fueron originariamente
similares». Las representaciones cognitivas tienen un origen social común y, por lo tanto, con capaces de
implicar la comunidad que las consolida bajo el perfil normativo y procedimental. La división conductual
de parte de los miembros de la comunidad social constituye el itinerario expresivo e identitario de los
órdenes institucionales, delegados a otorgar al género humano en su diferente configuración un tipo de
viático, que les asegure la memoria generacional.
13
«Per quanto riguarda la relatività generale, un’idea che sembra aver avuto una considerevole influenza
ideologica è quella dello spazio curvo a quattro dimensioni. Tale idea ha certamente avuto un ruolo, sia
nella rivoluzione scientifica, sia in quella ideologica, ma ciò rende la distinzione tra queste due
rivoluzioni ancora più importante». Karl R. Popper, op. cit., p. 43.
14
«Soffermiamoci un momento sull’origine della filosofia e della scienza greche. Tutto cominciò nelle
colonie: in Asia Minore, nell’Italia meridionale e in Sicilia. Sono i luoghi in cui i coloni greci si
confrontarono e scontrarono con le altre grandi civiltà, con i popoli orientali, i siculi, i cartaginesi e gli
italici, gli etruschi. L’influenza dello scontro tra culture sulla filosofia greca risulta chiara già a partire
dalle primissime informazioni a proposito di Talete, il suo fondatore. È innegabile in Eraclito, che a
quanto pare subì l’influenza di Zoroastro. Ma come il confronto tra culture possa portare gli uomini a
pensare criticamente emerge nel modo più chiaro in Senofane, il poeta errante». Ibidem, p. 63.
15
«La moderna concezione della scienza – la concezione secondo cui le teorie scientifiche sono
essenzialmente ipotetiche o congetturali, e che di conseguenza sostiene che mai possiamo escludere che la
teoria meglio fondata non sarà rovesciata e sostituita da un’approssimazione più adeguata – è, credo, il
risultato della rivoluzione einsteiniana». Ibidem, p. 125.
16
«Oggi non solo l’intera scienza pura può diventare scienza applicata, ma persino tutto il sapere».
Ibidem, p. 165.
17
«Tenetelo a mente voi orgogliosi uomini d’azione. Voi non siete altro che esecutori incoscienti degli
uomini di pensiero, che spesso, nel silenzio più umile, hanno determinato in precedenza, fin nei minimi
particolari, il vostro operato. Massimiliano Robespierre non fu che la mano di Jean-Jacques Rousseau».
Heinrich Heine, Per la storia della religione e della filosofia in Germania, Bari, Laterza, 1972, p. 266
(Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, trad. M. Sacristán, Alianza Editorial, Madrid,
2008).
18
«L’atteggiamento pragmatico-tecnologico è stato, perciò, fin dall’inizio accompagnato da scopi
umanitari: l’aumento del benessere generale e la lotta contro il bisogno e la povertà... Era l’idea di
un’autoliberazione materiale attraverso la conoscenza». Karl R. Popper, op. cit., p. 263.
19
«La sfera politica comprende le elezioni, la registrazione degli elettori, l’attività legislativa, la
concessione dei brevetti, la politica fiscale, la leva militare, la contrattazione collettiva per le pensioni, e
molte altre transazioni a cui gli Stati prendono parte. Include inoltre il conflitto pubblico nella forma del
colpo di Stato, della rivoluzione, dei movimenti sociali e delle guerre civili. Non comprende tuttavia gran
parte delle interazioni personali fra cittadini, fra funzionari di Stato e fra cittadini e funzionari». Charles
Tilly, La democrazia, Bologna, Il Mulino, 2009, p. 32 (Democracia, trad. R. Viejo, Akal, Madrid, 2010).
20
«L’argomentazione... è che i processi fondamentali, che promuovono la democratizzazione in ogni
tempo e in ogni luogo, consistono in un incremento dell’integrazione delle reti fiduciarie nella sfera
politica, in un maggiore distacco di quest’ultima dalle disuguaglianze di categoria e in una minore
autonomia dei maggiori centri di potere dalla sfera politica». Ibidem, p. 45. La tecnología permite
inventariar aptitudes y convenciones como experiencias pre-modernas, dotadas de la aspereza de la
precariedad. «La colectividad premoderna, como la de los mares orientales, –escribe Wolfgang Reinhard,
Storia dello Stato moderno, Bologna, Il Mulino, 2010, p. 26– fueron meros “Estados-teatro” en el que la
legitimación del poder solicitó solamente que ofreciera al pueblo el espectáculo con un lujo imponente, y
proporcionara una demostración simbólica de la misma atención al bien común con decisiones de gran
1018 RICCARDO CAMPA

efecto, en los que no se piensa que tuvieran que seguir otros actos». La espectacularidad también atañe a
la autoreferencialidad de los centros de poder moderno y contemporáneo. Las fiestas siguen desarrollando
un papel de legitimación del poder constituido. La actitud lúdica de las masas atenúa el rigor normativo y
concurre a dibujar el consentimiento que, en principio, tiene connotaciones ideológicas o ideales. El cobro
de tributos fiscales tiende a frustrar las medidas coercitivas, previstas por los ordenamientos, que reflejan
las exigencias virtuales (teóricas) de los órdenes institucionales, predominantemente urbanos y
metropolitanos. La ritualidad otorga un valor simbólico a la soberanía popular, que se ejerce en la
elección, cada vez más decisiva respecto a la selección, en el ordenamiento jurídico contemporáneo. La
apariencia desarrolla una función didascálica en la congerie de normas votadas, más para satisfacer las
inmediatas exigencias de prestigio, que los irrevocables criterios de realización. La dimensión simbólica
de la política está en contraste con su representación racional: desde la Ilustración está delegada a
subvertir todas las instancias irracionales. La inmanencia se convierte en el banco de prueba de los
órdenes sociales, ocupados a mejorar, con la ayuda tecnológica, sus condiciones objetivas. El derecho
tutelar romano sigue encontrando cotejo en los Estados contemporáneos, que se proponen como los
receptáculos de las reivindicaciones identitarias (y, por lo tanto, de las tradiciones y de las creencias, a
menudo exteriorizadas bajo formas plebiscitarias). El status jurídico de los ciudadanos constituye la
superación de las relaciones personales. El Estado moderno sanciona, por lo tanto, la línea de
demarcación entre lo «público» y la «vida privada». La emancipación social se realiza en la liberalización
de los vínculos de sujeción del pasado, como si fuera un preludio del régimen de participación
democrática. El concepto de representación anima el parlamentarismo y lo configura como el lugar del
debate de las ideas y los compromisos legales. El dualismo espiritual-temporal, incluso actualizado desde
la Reforma luterana hasta la contemporaneidad, concurre a redefinir las áreas de competencia de ambas
categorías, que en la Edad Media compendian la gestión del universo natural y político en una misma
persona (Bonifacio VIII), y que en la época contemporánea provoca, a veces, no pocos conflictos. La
neutralidad, en el plano confesional, está laicalmente determinada por los ordenamientos jurídicos
modernos, aunque la interferencia de la jerarquía espiritual en la vida cotidiana de las masas no pueda
considerarse evasiva o irrelevante. En la dimensión económica de la vida espiritual –según la expresión
del cardenal Alfredo Ildefonso Schuster– se refleja el laicismo contemporáneo, que reivindica, en nombre
de la razón de Estado, plena libertad de decisión por parte de los individuos y de los grupos, ocupados en
defender la autonomía decisional del Estado. La soberanía moderna se conecta con la situación financiera,
regulada por el curso de los mercados nacionales. Los conflictos son el precipitado histórico de la
insolvencia financiera en la economía internacional. El recurso a la devaluación de la moneda nacional se
utiliza, generalmente, para hacer frente a los gravámenes de la movilización y la estructuración militar.
Los conflictos interiores al Estado (para realizar el ajuste institucional) se inspiran en un ordenamiento
superordenado, que encuentra cotejo en el escenario mundial.
Las costumbres y los acuerdos entre los Estados permiten perfilar el derecho internacional, como un
efecto del recto carácter, sobre la base de las relaciones operantes entre los miembros de los diversos
órdenes institucionales. La actualización de las consolidadas fabulaciones populares, la búsqueda de los
antepasados, vivifica la nacionalidad, que concurre con el Estado a hacer menos perentorias las
delimitaciones territoriales respecto a las estaciones en las que se verifican. La religión, la lengua,
oscurecen una historia, que hace de fondo cultural a la estructura normativa. La existencia de la nación –
según Ernest Renan– es un plebiscito cotidiano. «El nacionalismo es, por lo tanto, un sistema simbólico
que devuelve un grupo de hombres conscientes de la misma afinidad, le atribuye un particular valor y une
sus miembros delimitándolos con respecto del contexto en que se encuentran» (Ibidem, p. 87). La
ortodoxia religiosa es, a veces, el solvente higiénico de las ideologías nacionalistas y las reivindicaciones
(territoriales) de la masa. En el escenario internacional contemporáneo, el predominio de los Estados
multinacionales (y plurilingüísticos) no incide, a veces, en las brutales reunificaciones demográficas y
territoriales de las entidades presentes en la configuración geopolítica antes de la segunda guerra mundial.
El siglo XX señala la llegada en muchas regiones del planeta de la democracia parlamentaria, basada en
la soberanía popular. El referendo popular persiste como la quintaesencia de la democracia directa (a
partir de la revolución francesa). La emotividad contiende, por lo tanto, a la racionalidad las prerrogativas
más inquietantes de la relación directa entre el pueblo y las instituciones representativas. El impuesto
progresivo sobre la renta, como obligación contributiva de los ciudadanos, se considera el impuesto
democrático por excelencia. «Si en general el Estado moderno se basa en ficciones y mitos como los de la
soberanía popular y la nación, no sorprende que sus variantes totalitarias se hayan basado en mitos
históricos seudocientíficos, instalados por la educación, pero, en realidad, irracionales, sobre la raza o
sobre el jefe carismático, o sobre la clase y sobre la infalibilidad del partido» (Ibidem, p. 102). La
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1019

mitología concurre a determinar la identidad política de las naciones que la vertebran (usando una
expresión de José Ortega y Gasset) en los Estados. A la autonomía del Estado se confronta, a partir del
1793, el anarquismo moderno. La autoreferencia del Estado determina su decadencia en el sentido
asumido por él mismo, en su conformación renacentista e ilustrada. El anti-imperialismo domina el
examen político del siglo XX y adelanta las conflagraciones ideológicas del siglo XXI, en el que las
guerras de religión prometen la iniquidad del bienestar tecnológicamente realizado con los recursos
naturales de las áreas periféricas de los centros del poder. El dualismo Norte y Sur del planeta es la
metáfora del desarrollo artificial y la indemnización natural según las estrategias que no son siempre
edificantes ni económica ni éticamente. El terrorismo es la exacerbación de la reivindicación nacionalista
e independentista. La «revolución fundamentalista» se contrapone al liberalismo económico en sus
resultados concretos, que derivan de la filosofía del provecho y del prestigio empresarial. La
deconstrucción particular invalida la unidad estatal, que tiende a converger en una conformación política
regional, capaz de afrontar los desafíos de la modernidad. La organización regional (como la Unión
Europea) hacen abstracción de los vínculos históricos que determinan las afinidades y las diferencias,
para compendiar otras de naturaleza operativa, como es el caso de los vínculos económicos, financieros,
sociales. La soberanía popular se reorganiza a nivel nacional y a nivel internacional buscando eludir o
reducir el legado discrático, existente entre estos dos ámbitos de la participación política. Los grupos
europeos contestan históricamente a las categorías ideológicas y numéricamente consolidadas, abrogando
implícitamente todas las variantes nacionales. La democracia de las prohibiciones se sintoniza con la
democracia de los intereses, que sombrean hemisferios de inferencia diferentes a los tradicionales. Las
relaciones económicas y sociales entre las áreas de los países se sustraen a los condicionamientos
estatales, en el intento de prefigurar un aumento del bienestar generalizado. La tendencia a la
masificación de los réditos implica la deslocalización de las empresas de los países con más elevado coste
del trabajo y gravámenes sociales, hacia países de más bajo coste laboral y gravámenes sociales. Los
fondos de pensiones y la compresión de los salarios son los aspectos con los que se ejercita el capitalismo
social-darwinista. La llamada economía sumergida subviene a la inadecuación del sistema salarial con los
precios competitivos de los productos a nivel internacional.

11. La especulación
1
«Ciò che non si piega al criterio del calcolo e dell’utilità, è, –scrivono Max Horkheimer e Theodor W.
Adorno– agli occhi dell’illuminismo, sospetto». Max Horkheimer – Theodor W. Adorno, Dialettica
dell’Illuminismo, Torino, Einaudi, 1967, p. 14 (Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos,
Introducción y traducción de Juan José Sánchez, 3ª ed., Madrid, Trotta, 1998).
2
«Come i miti fanno già opera illuministica, così l’Illuminismo, a ogni passo, si impiglia più
profondamente nella mitologia». Ibidem, p. 20.
3
«L’Illuminismo è l’angoscia mitica realizzata». Ibidem, p. 24.
4
«La conoscenza è la denuncia dell’illusione». Ibidem, p. 32.
5
«L’animismo aveva vivificato le cose; l’industrialismo reifica le anime». Ibidem, pp. 36-37.
6
«L’esclusività delle leggi logiche deriva da questa univocità della funzione, in ultima istanza dal
carattere coattivo dell’autoconservazione». Ibidem, p. 39.
7
«Così il godimento artistico e il lavoro manuale si separano all’uscita dalla preistoria... Il patrimonio
culturale sta in esatto rapporto col lavoro comandato, e l’uno e l’altro hanno il loro fondamento
nell’obbligo ineluttabile del dominio sociale sulla natura». Ibidem, p. 43.
8
«Ma riconoscere il dominio, fin addentro al pensiero, come natura inconciliata, potrebbe smuovere
quella necessità, di cui lo stesso socialismo ha ammesso troppo presto l’eternità in omaggio al common
sense reazionario». Ibidem, p. 49.
9
«Oggi che l’utopia di Bacone – “comandare alla natura nella prassi” – si è realizzata su scala tellurica,
diventa palese l’essenza della costrizione che egli imputava alla natura non dominata. Era il dominio
stesso. Nella cui dissoluzione può quindi trapassare il sapere, in cui indubbiamente consisteva, secondo
Bacone, la “superiorità dell’uomo”. Ma di fronte a questa possibilità l’Illuminismo al servizio del
presente si trasforma nell’inganno totale delle masse». Ibidem, p. 51.
10
«Non sono che risate impietrite». Ibidem, p. 87.
11
«L’elemento “sistematico” della conoscenza è ”la connessione di essa secondo un principio”. Pensare,
nel senso dell’Illuminismo, significa produrre un ordine scientifico unitario e dedurre la conoscenza dei
fatti da princìpi, che questi vengono intesi come assiomi posti arbitrariamente, come idee innate o come
astrazioni supreme». Ibidem, p. 90.
1020 RICCARDO CAMPA

12
«L’intelletto imprime alla cosa, come qualità oggettiva, prima ancora che essa entri nell’Io,
quell’intellegibilità che il giudizio soggettivo riscontrerà in essa». Ibidem, p. 91.
13
«Alla base dell’ottimismo kantiano per cui l’agire morale sarebbe razionale anche là dove quello
immorale ha buone probabilità di successo, è l’orrore di fronte al pericolo di una ricaduta nella barbarie».
Ibidem, p. 95.
14
«La ragione è l’organo del calcolo, della pianificazione; neutrale verso i fini, il suo elemento è la
coordinazione. L’affinità di conoscenza e piano (fondata trascendentalmente da Kant), che dà
all’esistenza borghese, razionalizzata fin nelle sue pause, un carattere, in tutti i particolari, di finalità
ineluttabile, è stata esposta empiricamente da Sade un secolo prima dell’avvento dello sport». Ibidem, p.
97.
15
«L’industria culturale, infine, assolutizza l’imitazione». Ibidem, p. 141.
16
«Proprio per ciò si parla sempre di idea, novelty e surprise, di qualcosa che sia insieme arcinoto e mai
esistito». Ibidem, p. 145.
17
«L’istupidimento progressivo deve tenere il passo col progresso dell’intelligenza». Ibidem, p. 156.
18
«Gli ebrei furono coloni del progresso. Da quando contribuirono a diffondere, come mercanti, la civiltà
romana nell’Europa pagana, furono sempre, in armonia con la loro religione patriarcale, gli esponenti dei
rapporti cittadini, borghesi, e finalmente industriali». Ibidem, p. 187.
19
«La mezza cultura che, a differenza della semplice incoltura, ipostatizza a verità il sapere limitato, non
può sopportare la frattura – spinta fino all’intollerabile – di interno ed esterno, destino individuale e legge
sociale, fenomeno ed essenza». Ibidem, p. 209.
20
«L’idea del superuomo può trovare applicazione solo nel senso della conversione della quantità in
qualità». Ibidem.
21
«Il dominio non ha più bisogno di immagini numinose, dal momento che le produce industrialmente e
penetra con esse tanto più facilmente negli uomini». Ibidem, 268.
22
«L’energia della trascendenza» scrive Zygmunt Bauman «è ciò che tiene in moto la formidabile attività
chiamata “ordine sociale”, la rende necessaria e nel contempo possibile». Zygmunt Bauman, La società
individualizzata. Come cambia la nostra esperienza, Bologna, il Mulino, 2010, p. 11 (La sociedad
individualizada, trad. María Cóndor, Madrid, Cátedra, 2001).
23
«Nella visione preindustriale della ricchezza una di queste “totalità” era la terra, comprensiva di coloro
che la coltivavano e ne raccoglievano i frutti. Il nuovo ordine industriale e il reticolo concettuale, che
permisero di proclamare l’avvento di una società nuova, la società industriale, nacquero in Gran Bretagna,
paese che si distingueva dai suoi vicini europei per aver distrutto il proprio ceto contadino e con esso il
legame “naturale” tra terra, fatica dell’uomo e ricchezza. I coltivatori dovevano essere ridotti all’inattività
prima di poter essere considerati contenitori di una “forza lavoro” pronta all’uso, e prima che quella forza
potesse essere ritenuta di per sé una potenziale “fonte di ricchezza”». Ibidem, p. 29.
24
Cfr. Ulrich Beck, La società del rischio. Verso una seconda modernità, Roma, Carocci, 2000 (La
sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Jorge Navarro Pérez, Barcelona, Paidós Ibérica,
2006).
25
«Come ha osservato Leo Strauss, il rovescio della libertà senza vincoli è la perdita di significato della
scelta, e le due cose si condizionano reciprocamente: perché prendersi il disturbo di vietare quello che in
ogni caso ha scarsa rilevanza? Un osservatore cinico direbbe che la libertà arriva quando non ha più
importanza». Zygmunt Bauman, op. cit., pp. 64-65.
26
«A questa strategia possiamo far risalire anche la nascosta, e tuttavia notoria, tendenza moderna al
totalitarismo: nella cornice di tale strategia l’armonia tra bisogni e capacità poteva essere veramente
conseguita, forse, solo in presenza di una concentrazione del potere legislativo, di regolazioni normative
onnipresenti e generalizzate e di un’erosione progressiva (fino all’eliminazione) della legalità e del potere
di tutte le autorità rivali (sia quelle collettive sia quelle le cui radici affondavano negli abissi oscuri
dell’individualità non ancora addomesticata)». Ibidem, p. 88.
27
«Il vuoto lasciato dal ripiegamento dello stato-nazione viene colmato dalle sedicenti comunità
neotribali, postulate o immaginate: e se non è riempito da queste rimane un vuoto politico, fittamente
popolato da individui disorientati dal fracasso di rumori contraddittori che danno tanto margine alla
violenza e poche o nessuna opportunità all’argomentazione». Ibidem, p. 123.
28
«Il difetto della società in cui viviamo, ha detto Cornelius Castoriadis, è che ha cessato di mettersi in
discussione. È un genere di società che non concepisce più alcuna alternativa a se sstessa e che per questo
si sente esentata dal dovere di esaminare, argomentare, giustificare (per non dire provare) la validità dei
suoi postulati, espliciti e impliciti». Ibidem, p. 129.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1021

29
«Per molti anni la distopia di Orwell, più o meno come il sinistro potenziale dell’Illuminismo disvelato
da Adorno e Horkheimer, il Panopticon di Bentham e Foucault o i segnali ricorrenti di una marea
montante di totalitarismo, era giunta a identificarsi con l’idea stessa di modernità». Ibidem, p. 133.
30
«Per quanto riguarda la passiva sottomissione alle regole del gioco, o a un gioco senza regole,
l’incertezza endemica, che pervade la scala sociale da cima a fondo, è un surrogato pulito ed economico,
ma anche estremamente efficiente, della regolamentazione normativa, della censura e della sorveglianza».
Ibidem, pp. 153-154.
31
«È il valore mediatico delle notizie anziché il classico criterio universitario della rilevanza culturale a
determinare la gerarchia dell’autorevolezza, e questa è instabile ed effimera quanto il ”valore di notizia”
dei messaggi». Ibidem, p. 165.
32
«La nuova era delle realtà flessibili e della libertà di scelta sarebbe stata gravida di due gemelli
improbabili: i diritti umani, certo, ma anche quella che Hanna Arendt ha chiamato “tentazione
totalitaria”». Ibidem, p. 181.
33
«Mentre i ceti erano una questione di attribuzione, l’appartenenza alla classe era in gran parte legata al
risultato; nelle classi, a differenza dei ceti, si “entrava” e l’appartenenza a esse doveva essere
costantemente rinnovata, riconfermata e documentata nella condotta quotidiana». Ibidem, p. 183.
34
«La fede può essere una faccenda spirituale, ma per mantenerla salda occorre un punto di ancoraggio
mondano; bisogna che sia legata all’esperienza della vita quotidiana». Ibidem, p. 201.
35
«“Ragione” è il nome che diamo alla spiegazione ex post facto di azioni prosciugate dalle passioni del
passato ingenuo. La ragione è ciò che speriamo ci dirà cosa fare nel momento in cui le passioni saranno
state addomesticate o estinte e non ci motiveranno più». Ibidem, p. 225.
36
«La difesa dei diritti umani è un appello al “sovrappiù di carità”». Ibidem, p. 228. La indeterminación
es la alegoría de la incertidumbre, que postula los significados, dirigidos a argumentar los resultados de la
investigación. «El status hipotético de una teoría –escribe Peter Kosso en Leggere il libro della natura.
Introduzione alla filosofia della scienza, Bologna, Il Mulino, 2003, pp. 26-27– cambia y eso indica que
tal status no es una característica intrínseca que describa aquello de que trata la teoría o lo que ella dice o
la forma en que lo dice: el ser hipotético es un reflejo de la relación histórica que la teoría tiene con la
actividad (o inactividad) de la comunidad científica» («Lo status di ipoteticità di una teoria cambia e ciò
indica che tale status non è una caratteristica intrinseca che descriva ciò di cui la teoria tratta o ciò che
essa dice o la forma in cui lo dice: l’essere ipotetico è un riflesso della relazione storica che la teoria ha
con le attività (o inattività) della comunità scientifica»). El carácter hipotético es una constatación
conceptual, llamada a hallar en la experiencia los signos de la plausibilidad. Las apariencias siempre
maquinan soluciones alternativas a las elaboradas sobre la base de la efectualidad. La actualización de las
ideas comporta la externalización de los propósitos de la acción. «No sólo es que una teoría lineal es más
probable que sea verdadera, sino que también es más fácil trabajar con ella y más conveniente desde el
punto de vista de la elegancia de la presentación» («Non solo una teoria lineare è più probabile che sia
vera, ma è anche più facile lavorarci e più conveniente dal punto di vista dell’eleganza di presentazione».
Ibidem, p. 49). La explicación de los fenómenos comporta el empleo del léxico utilizado para formalizar
los principios inspiradores de la experiencia. La comprensión del mundo representa la síntesis postuladora
de las expresiones que mimetizan la acción y su constatación en su concreta exteriorización. El
cumplimiento es el factor determinante del aprendizaje. Sin la ayuda de las frases adecuadas es más difícil
aprender las innovaciones conjeturales. El concepto de control se refiere, antes que a los acontecimientos
pasados, ya comprobados como tales, a los hechos futuros, ya que sus predicciones tienen un resultado
desconocido. La explicación de los fenómenos se contrasta con todas las argumentaciones probatorias que
cada acontecimiento hace posible. La definición está siempre sujeta a revisión, pero no es necesario que
se confíe a la lógica dilatoria de los observatorios, a tal punto de magnificar las razones contrarias a su
comprensión. La retórica de los charlatanes y los críticos es devastadora tanto para la ciencia como para
las humanidades. «Los datos accesibles se encuentran en los aspectos de los fenómenos observables, que
son causados por los objetos no observables de la teoría» («I dati accessibili si ritrovano negli aspetti dei
fenomeni osservabili, che sono causati dagli oggetti non osservabili della teoria». Ibidem, p. 137)). En el
microcosmos, las huellas de los entes se identifican con los entes mismos. La causación de las partículas
atómicas en un acelerador hace imaginar su conformación. La justificación (de los fenómenos) es «el
síntoma» de la verdad.
37
«L’obiettivo del nuovo tipo di “guerra globale” non è l’espansione territoriale, ma l’apertura delle porte
ancora chiuse al libero movimento del capitale globale». Ibidem, p. 273.
38
«Chiamiamo “cultura” il tipo di attività umana che in fin dei conti consiste nel rendere solido quello
che è volatile, nel legare il finito all’infinito, nel costruire comunque dei ponti che colleghino la vita
1022 RICCARDO CAMPA

mortale ai valori immuni dall’azione corrosiva del tempo. Un attimo di riflessione sarà sufficiente per
capire che i piloni di questo ponte affondano nelle sabbie mobili dell’assurdità». Ibidem, p. 298.
39
«Le passioni sono, per così dire, un sottosistema all’interno della costituzione morale della natura
umana; esse hanno un ruolo essenziale, secondo Butler, nell’adattare la costituzione morale alla virtù,
cioè a quelle forme di pensiero e condotta che ci rendono capaci di partecipare e contribuire alla vita
sociale». John Rawls, Lezioni di storia della filosofia politica, Milano, Feltrinelli, 2009, p. 463 (Lecciones
sobre la historia de la filosofía política, Barcelona, Editorial Paidós, 2009).
40
«Per confutarli l’autore della lettera evoca allora un precedente ben noto a tutti: il diluvio. Ai tempi di
Noè, nonostante gli avvertimenti divini, la gente non credeva che sarebbe accaduto realmente. Tuttavia,
dice l’autore, il mondo di allora scomparve, sommerso dalle acque. Allo steso modo scomparirà questo,
distrutto dal fuoco alla Fine dei tempi». Jean Flori, La fine del mondo nel Medioevo, Bologna, Il Mulino,
2010, p. 25.
41
Sal. 90 2-4.
42
«Questa metafora poetica, pur non avendo alcuna connotazione né cronologica né profetica, fu tuttavia
all’origine di uno strano metodo di “cronologia assoluta”». Jean Flori, op. cit., p. 26.
43
«Essa si basa soprattutto sulle predizioni astronomiche, su congiunzioni di date e di pianeti, su recenti
visioni e rivelazioni orali, su scritti antichi falsificati e ritoccati, su numerosissimi falsi». Ibidem, p. 133.
La relación entre la ciencia y la democracia (con el bagaje de los derechos civiles) se evidencia
paradigmáticamente en el siglo XX. Aunque sea el siglo de los grandes conflictos mundiales, su
interacción sobre la trabazón social es relevante y no encuentra analogía alguna en el pasado, en lo
referente a las innovaciones científicas y las aplicaciones tecnológicas. La constante entre el progreso
civil y el desarrollo del conocimiento asume connotaciones inéditas en el conocido como siglo breve, en
el que las perturbaciones epocales difícilmente otorgan al orden planetario un potencial modificador de la
realidad que pueda encontrarse en la memoria histórica. El pasado se configura con sus fases de
propulsión innovadora y conservadora, según los cánones interpretativos de la actualidad en los que se
realizan. El siglo breve pretende no tener afinidad con el pasado, aunque no desatiende por ello las
aprensiones y las expectativas. Por lo demás, considera en el pasado las inmediatas vecindades
temporales del presente. Se evoca la arqueología del saber como el escenario de la imaginación, que se
permite vivificarla tecnológicamente y hacerla exigible en la contingencia convencional. La dinámica de
las informaciones se interconecta con la carrera del tiempo y hace lamentablemente interactivas las
conjeturas mentales y las realizaciones prácticas.
La relatividad de Albert Einstein, los cuanto de energía de Niels Bohr, la estructura genética de James
Watson y Francis Crick, el genoma de Fred Sanger son las aportaciones regenerativas del conocimiento
científico del siglo XX, que se reflejan en el siglo XXI con amplios márgenes de verificaciones y
revisiones. El aspecto inequívoco del siglo breve se representa en la relación entre la ciencia y la
tecnología, entre la búsqueda de base y las metodologías aplicativas en la práctica. La indulgencia,
expresada por los investigadores, se ejercita en la tecno-ciencia, en la categoría unitaria del pensamiento
argumentativo y la acción mimética. Aunque la máquina de vapor anticipa la termodinámica de Sadi
Carnot (1824), su perfeccionamiento aplicativo tiene en cuenta las elaboraciones teóricas de los técnicos y
los inventores. La experiencia sufraga la ciencia y la hace indispensable por las profundas innovaciones
tecnológicas y conceptuales. «Otro ejemplo –escribe José Manuel Sánchez Ron (El siglo de la ciencia,
Madrid, Taurus, 2000, pp. 23-24)– que nos muestra la diversidad de relaciones existentes entre ciencia y
tecnología aparece en el caso del electromagnetismo y las comunicaciones. Es, en efecto, importante
comprender que las aplicaciones del electromagnetismo ya se abrían camino, con fuerza creciente, en la
década de 1840 cuando James Clerk Maxwell, quien lograría completar el edificio teórico de la ciencia de
la electricidad y el magnetismo, ni siquiera se había graduado (lo hizo en 1854, en Cambridge)». También
Charles Darwin, el teórico del origen de las especies, de la selección natural, se declara deudor de los
estudios prácticos realizados por los geólogos, los paleontólogos, los botánicos y los zoólogos. La
aplicación de las microondas es el fundamento del láser, que ejerce su influencia en la radioastronomia, la
medicina y los transportes. El auxilio formal, asegurado en la relatividad de Einstein por parte de la
geometría no euclidiana, comprende las aportaciones de Nicolai Lobachevski, Jénos Bolyai y, sobre todo,
de Bernhard Riemann. «Afortunadamente para la cosmología relativista, existen soluciones de sus
ecuaciones (que non necesitan de la constante cosmológica), estudiadas por diversos científicos (como
Georges Lemaître, Alexander Friedmann, Howard Robertson o Arthur Walker) que conducen a modelos
de universo en expansión» (Ibidem, p. 49). La dimensión cósmica de la realidad efectúal influye en las
condiciones emotivas de sus observadores-perturbadores, que tienen en el punto de mira, si no la
transcendencia, al menos, el horror de la monotonía. El ideal einsteniano consiste en encomendarse al
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1023

progreso de la imaginación, que se sirve de la razón para acallar las dudas y las incomprensiones que
afloran en todo significado recóndito de la condición humana.
La cosmología moderna contempla la expansión del universo, el Big Bang diseñado por el astrofísico
británico Fred Hoyle, autor también del estado estable (coincidiendo con Hermann Bondi y Thomas
Gold), contradicho, a su vez, por los experimentos sobre las microondas de Arnold Penzias y Robert
Wilson. «Surgió de esta manera una imagen cósmica radicalmente nueva, en la que algunas regiones del
Universo están virtualmente desprovistas de galaxias, mientras que otras miles de millones de galaxias
forman inmensos supercúmulos galácticos que ejercen una enorme influencia gravitacional sobre otras
galaxias, distantes de cientos de millones de años luz. El Universo no es, en definitiva, tan uniforme como
se creía; existen grandes estructuras en él» (Ibidem, p. 81). Los telescopios espaciales permiten
figuraciones inéditas del universo, cuya característica y duración no siempre se someten a las hipótesis
coherentes y sintónicas. La destreza, con la que la ciencia trata de conocer el origen y la composición de
la Vía Láctea, se interconecta con la aspereza y la extensión del escenario cognoscitivo. La búsqueda de
un criterio explicativo de la realidad es a cuanto aspiran determinar los físicos y los químicos del siglo
XXI: una época de profunda agitación, sea por la ampliación demográfica, sea por el empleo de los
recursos naturales según el principio del desarrollo sostenible. La relatividad y la mecánica cuántica
constituyen las trayectorias conceptuales, a través de los cuales se elaboran no solo las estructuras de la
naturaleza, sino también los criterios interpretativos de las inquietudes humanas, inducidas a enfrentar,
con conocimiento de causa, las hipótesis fundamentales de la misma razón de ser de los entes y de las
cosas. «La física cuántica cuenta en su haber con aportaciones, entre muchas otras, como la mecánica
matricial y ondulatoria, el principio de incertidumbre, la electrodinámica cuántica, la teoría electrodébil o
la cromodinámica cuántica, que nos permiten entender la estructura de los átomos, el origen y naturaleza
de las radiaciones que éstos emiten, la interacción entre materia y radiaciones, la formación y orden de los
elementos químicos, o de qué constituyentes (también llamados “partículas elementales”) están formados
esos elementos» (Ibidem, p. 87). La física cuántica permite notables aplicaciones prácticas en el sector
electrónico (el transistor) y en el circuito de la información.
A principios del siglo XX, el modelo atómico de Ernest Rutherford contribuye a delinear la estructura de
la materia: contribución perfeccionada sucesivamente por Niels Bohr. Planck se propone formular una
teoría que armonice la termondinámica y el electromagnetismo. «El hecho, en cualquier caso, es que
combinando su ley de radiación con los procedimientos estadísticos de Ludwig Boltzmann, Planck se vio
conducido a que los osciladores cargados que suponía formaban al cavidad que contenía la radiación de
cuerpo negro, intercambiaban energía con la radiación de manera discontinua, a saltos» (Ibidem, p. 106).
En la concepción de Einstein, por lo tanto, la luz está formada de cuanto de energía. La mecánica cuántica
ondulatoria de Erwin Schrödinger constituye una vuelta a la física del campo, fundada en la causalidad de
la relación espacio-tiempo. «Esto fue confirmado por el descubrimiento, debido al propio Schrödinger, de
la “identidad matemática, formal” de la mecánica ondulatoria (que resaltaba lo continuo) y la mecánica
matricial (que destacaba lo discontinuo)» (Ibidem, p. 116). Heisenberg cree que, por ser problemático, el
universo estadístico de la cuántica presupone la existencia de la causalidad. En cada modo, la naturaleza
se abre a sus estructuras perdiendo aquella unidad, con la que interviene en el curso de los siglos, desde
los tiempos de Leucipo y Demócrito a los de Paul Dirac y Louis de Broglie. En fin, la física moderna
considera al observador de la naturaleza su perturbador y, por lo tanto, comprometido en la misma
medición de las variables conceptuales y consecuenciales respecto al espacio y al tiempo en el que se
verifican. Los aceleradores atómicos, introducidos en la tecnología de los años Treinta del s. XX por
Ernst Lawrence, inauguran la física de las altas energías (de las partículas elementales). Desde el
descubrimiento en el 1896 por parte de Henri Becquerel de la radiactividad, a las bombas de uranio
(Hiroshima) y de plutonio (Nagasaki) de la segunda guerra mundial (1945), la transmutabilidad de los
elementos, la antigua alquimia, es el fundamento de todas las elaboraciones energéticas, que influyen de
manera determinante en los siglos XX y XXI. Un papel relevante en este tema lo cumplen Enrico Fermi y
su escuela de via Panisperna en Roma en la década que precede la segunda guerra mundial. «Uno de los
objetivos del grupo de Fermi en Roma era producir, al lanzar neutrones lentos (neutrones que habían
atravesado una capa de parafina) sobre elementos pesados, elementos transuránicos, es decir, situados
más allá del uranio en la tabla periódica» (Ibidem, p. 146). El proyecto Manhattan, dirigido por Robert
Oppenheimer, además de inaugurar la época atómica y nuclear, asegura a la humanidad que también se
puede hacer un uso pacífico de una nueva fuente de energía, capaz de satisfacer las crecientes exigencias
de desarrollo de los países, que se emancipan de la dependencia y de la explotación del colonialismo, una
de las corrientes políticas más controvertidas de Europa desde el fin del siglo XVIII hasta el siglo XX. El
fin de este proceso de influencia de los países tecnológicamente emergentes europeos sobre las áreas
1024 RICCARDO CAMPA

desarrolladas de África y Asia lo constituyen tecnológicamente los aparatos productivos, necesitados de


materias primas y, por lo tanto, de fuentes energéticas. La reacción termonuclear, aunque conlleve un
potencial instrumento de destrucción, mimetiza la fuente energética del Sol y de las otras estrellas, en
beneficio de la vida sobre la Tierra. La convicción más intrigante es que se haya alcanzado un poder
creativo y disolutorio de proporciones inéditas en el hecho de la humanidad: una actitud que se libera de
la red de la moral consolidada y de la angustia existencial. El control de los armamentos nucleares y el
empleo pacífico de la industria nuclear son objeto de examen geopolítico en el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial. La conferencia de Ginebra de 1955, presidida por Angelos Angelopoulos, que
llevaba por título L’atome unira-t-il le monde ?, propone a la opinión pública una tarea de reflexión sobre
las estrategias adoptadas o a adoptar por los Estados, que se emancipan de la dependencia económica y
social y se proponen establecer relaciones edificantes con el resto del planeta. La energía nuclear sirve de
correctivo a los diseños prepotentes y, al mismo tiempo, contribuye a otorgar prestigio y credibilidad en
el plano de la autosuficiencia energética para fines industriales. El progreso tecnológicamente
configurado da confianza en la obtención de mayores recursos energéticos. La destrucción de los restos
radiactivos preocupa a todos los Estados dotados de estructuras atómicas. Los peligros de la difusión
incontrolada y la contaminación, que se verifican aunque sea de forma extraordinaria, constituyen la
materia a tener en cuenta en los países que se preparan a establecer instalaciones de producción atómica
que garanticen un significativo grado de autonomía energética.
La guerra fría se caracteriza por la tensión nuclear. Estados Unidos de América y la Unión Soviética
ostentan una comparación potencial, que puede infligir daños desoladores a todo o a buena parte del
planeta. Sea de una parte, sea de la otra, la guerra fría es una cruzada ideológica, sustentada por el
instrumental nuclear. Del «imperio del Mal» soviético al deshielo, las perturbaciones geopolíticas se
realizan mediante las guerras tradicionales (Indochina, Corea, Vietnam). La crisis de Suez y el hecho
argelino hacen más evidente el dualismo geopolítico defensivo (la OTAN y el Pacto de Varsovia) entre el
Occidente bajo el leadership estadounidense y el Este bajo el leadership soviético-chino (y los satélites).
Las dos superpotencias controlan de algún modo la dinámica política planetaria según sus
correspondientes áreas de influencia. La sociedad industrial se ejercita, en un sector y en otro, en la fase
tecnotrónica, que exalta los sistemas de la información y la economía de servicios. El intervencionismo
estadounidense y la promoción soviética concurren a delinear un aspecto del planeta cada vez más
articulado, respectivamente, según el capitalismo y el socialismo. El poder político debilita en los dos
ámbitos planetarios el sistema económico, que rediseña nuevas desigualdades e insostenibles pobrezas. El
privatismo y el estatalismo se enfrentan elípticamente, causando daños relevantes en sus correspondientes
regiones de injerencia. El mercado y la programación se disputan los éxitos de la empresa y el trabajo
segundo ritmos y modalidades éticamente distintas. Las periferias de los universos globales están
asechados por un lado, por el terrorismo y la criminalidad y, por otro lado, por la persecución más allá de
los límites de la legalidad. Se inaugura así el debate sobre el respeto de los derechos positivos, sobre la
autodeterminación y sobre las características distintivas del asociacionismo no ideológico. La libertad
religiosa relativiza ulteriormente las creencias y habilita la reivindicación individual y de masas. La
protesta se convierte en una característica de los regímenes, tanto capitalistas, como socialistas. En estos
últimos, asumen las connotaciones de la disidencia. El fin de la guerra fría coincide con la consolidación
de Europa y la conformación de las entidades sociales, especialmente en Asia central y meridional. Países
como China, Japón y la India se preparan para asumir un rol relevante en el escenario internacional. La
guerra del Golfo (1990-1991) tiende a contener el expansionismo iraquí, tal como es inevitable que ocurra
en otras microáreas políticas de África, de Asia y de América latina. La crisis de Oriente Medio (Israel-
Palestina) se manifiesta en el plano ideológico, aunque esté atada a la espacialidad. Los contrastes
económicos, evidentes en los Emiratos Árabes, se evidencian en la capacidad de extracción del oro negro,
que incide mercurialmente en las bolsas del mundo. La empresa petrolífera es competitiva frente a las
energéticas tradicionales y la energía nuclear, que se mejora y se establece en todas las partes del planeta,
donde el desarrollo tecnológico es incipiente o incesante.
El fin de la guerra fría es representado, hacia la mitad de los años Ochenta del siglo XX, por la
restauración de las relaciones entre el Este y el Oeste, promovida por Ronald Reagan y Michail
Gorbaciov. En una serie de reuniones conjuntas se decide el desarme entre las dos potencias mundiales.
Rusia, después del derrumbamiento de la Unión Soviética, en el 1989, no consigue el rango de
superpotencia, aunque desarrolla un papel de particular relieve en el escenario internacional. La nueva era
política mundial se inaugura bajo la insignia del desarrollo acelerado de la tecnología. Sus aplicaciones
prácticas sombrean un tipo de hechizo universal, en el que consiste económicamente la globalización
contemporánea. La modificación del ecosistema del planeta influye sobre el mediano entorno y sobre las
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1025

condiciones de desarrollo de algunas especies de animales y plantas en perjuicio de otras. El proceso de


transformación del milieu cultural del globo se debe a la artificialidad dominante en todos los sectores de
la realización práctica. El cambio climático del planeta se debe a las radiaciones cósmicas y a las
emisiones de gases contaminantes. La conferencia de Río de Janeiro del 1992 y la conferencia de Kioto
de 1997 son llamadas a afrontar tendencialmente el problema del desarrollo tecnológicamente sostenible
en presencia de países de alto potencial demográfico como China, Japón, la India y Brasil, que se
introducen a título de pleno derecho en el número de las potencias económicas e industriales.
44
Tzvetan Todorov, La experiencia totalitaria, Barcelona, Galaxia Gutengerg, 2010, p. 131.
45
Ibidem, p. 229.
46
Ibidem, p. 242.

12. La comprensión
1
«Come insegna il mito di Orfeo,» scrive Marc Fumaroli «è dall’Eloquenza che ha avuto origine la
società umana, la quale, grazie ad essa, si è poi costituita in corpo politico, in sede di scambi economici e
commerciali, in Chiesa». Marc Fumaroli, L’età dell’eloquenza, Milano, Adelphi, 2002, p.16.
2
«Le Letttere a Lucilio sono una prova del buon uso che una “grande anima” può fare dei difetti del suo
tempo». Ibidem, p. 43.
3
«Già lingua sacra per volere della Chiesa di Roma, il latino ricondotto alla purezza originaria della
filologia umanistica diveniva la lingua della gloriosa immortalità». Ibidem, p. 71.
4
«Le citazioni tratte dagli antichi per essere incastonate nel discorso diventano pertanto gli elementi
costitutivi di uno stile filosofico tipicamente umanista, in cui la probatio coincide con l’ornatus». Ibidem,
p. 91.
5
«I Vangeli, aggiunge Erasmo, ricchi come sono di sententiae, di parabole, allegorie e apoftegmi carichi
di significato misterioso, sono un chiaro esempio di questo metodo». Ibidem. Cf. Eugenio Garin (a cura
di), L’uomo del Rinascimento, Roma-Bari, Laterza, 1988 (El hombre del renacimiento, Madrid, Alianza,
1999).
6
«Negli Eroici furori di Giordano Bruno, l’eroismo malinconico si svincola da ogni cautela filosofica o
medica per librarsi in un’abbagliante illuminazione amorosa e funebre, fra il richiamo della bellezza
infinita e i limiti della prigione mortale anelanti alla loro stessa rovina». Marc Fumaroli, op. cit., p. 132.
7
«Una delle molle segrete del Barocco è proprio l’esigenza da parte dell’aristocrazia ecclesiastica dotta di
compensare l’esoterismo della sua lingua e della sua erudizione con lo sfoggio di un linguaggio plastico,
in grado di dilettare e commuovere il popolo». Ibidem, p. 225.
8
«I trattati di retorica in lingua latina, come quelli di Caussin, Cressolles, Pelletier e Josset, erano un
genere autonomo; ed erano anche opere prestigiose, scomode da adoperare nell’uso quotidiano. L’Essay
de merveilles di Binet si proponeva invece come manuale pratico, in lingua francese e immediatamente
sfruttabile dagli oratori, in particolare dai predicatori». Ibidem, p. 409.
9
«L’ordine cosmico è d’altronde un universo pacifico. Da É. Crucé (1623) a Kant (Zum ewigen Frieden
[Per la pace perpetua], 1795), passando per l’abate di Saint-Pierre (1713) e Jeremy Bentham (1789), i
progetti di pace perpetua si fondano su un cosmopolitismo neoumanista a forti tinte politiche». Willem
Frijhoff, Cosmopolitismo, in Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), L’Illuminismo. Dizionario
storico, Roma-Bari, Laterza, 1998, p. 22. (Diccionario histórico de la Ilustración, trad. José Luis Gil
Aristu, Madrid, Alianza, 1998).
10
«Sono filosofi o letterati il cui potere si basa anzitutto sulla statura intellettuale (Voltaire, Goethe), o più
spesso uomini abili nel comunicare e diffondere idee e che sanno approfittare della loro posizione di
diplomatici, militari o ecclesiastici o di negoziatori al crocevia delle nazioni e delle culture per tessere una
rete di potere intellettuale. Tali sono ad esempio il principe di Ligne (1735-1814), l’abate Ferdinando
Galiani (1728-87), segretario dell’ambasciata di Napoli a Parigi, il barone Melchior Grimm (1723-1809),
amico di Diderot, funzionario delle corti tedesche a Parigi e curatore della “Correspondance littéraire”, e
Francesco Algarotti (1712-64), forse il più tipico di tutti». Ibidem, p. 23.
11
«…dove continuò a rimanere nel secolo XIX prima della sua rinascita nelle aspirazioni universalistiche
dei grandi movimenti sociali». Ibidem, p. 30.
12
«Il dogma del peccato originale forniva infatti una spiegazione all’assenza o all’estrema rarità della
felicità sulla terra. Rinunciando a questo prezioso mito originario, il pensiero dell’Illuminismo si trova di
fronte al problema dell’infelicità, che spesso confonde con quello del Male». Philippe Roger, Felicità, in
Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), cit., p. 44.
1026 RICCARDO CAMPA

13
«Nella sua applicazione alle attività umane, il paradigma fisico dell’azione e reazione avrebbe
coinvolto un principio molto importante: quello della calcolabilità... Tanto più che, se vi prestiamo
attenzione, esiste nel mondo morale una forza che ha lo stesso carattere universale dell’attrazione:
l’interesse». Jean Starobinski, Azione e reazione, in Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), cit., p.
108.
14
«Constant dichiara: “Ovunque prorompa la dimostrazione, le passioni non possono attecchire”».
Ibidem, p. 117.
15
«Se la volontà (Wille) individuale e non un ordine provvidenziale esterno all’individuo determinava le
categorie morali, questo schema si poteva trasferire anche alla politica affermando l’idoneità della volontà
individuale a determinare l’ordinamento». José María Portillo Valdés, Politica, in Vincenzo Ferrone e
Daniel Roche (a cura di), cit., p. 131.
16
«L’utopia individualista contro i legami oppressivi della vita sociale raggiunge la sua massima
espressione nel Robinson Crusoe di Daniel Defoe (1719) e diventerà da allora uno dei temi ricorrenti di
questo tipo di letteratura nel corso del secolo». Juan Francisco Fuentes, Utopia, in Vincenzo Ferrone e
Daniel Roche (a cura di), cit., p. 148.
17
«Aubert, come Diodati, accrebbe gli argomenti di cultura italiana e sfumò l’irriverenza religiosa
dell’edizione parigina originale. L’Encyclopédie livornese fu un capolavoro della produzione libraria
tardo-settecentesca. Ne apparvero ottocento copie, una metà venduta in Italia, la restante un po’
dappertutto in Europa, eccetto in Francia». Raymond Birn, Enciclopedismo, in Vincenzo Ferrone e Daniel
Roche (a cura di), cit., p. 183.
18
«Tutti i philosophes, comunque, considerano la musica come la forma più intensa di diretto confronto
con la vita che esistesse al loro tempo, come “l’expérience du temps vêcu”». William Weber, Musica, in
Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), cit., p. 225.
19
«Beccaria contestando la sacralità del diritto penale e ricusando la tortura e la pena di morte in quanto
inutili e inumane, rivendicava l’attenzione che si doveva prestare alle origini sociali del crimine e il ruolo
della giustizia quale fattore di riabilitazione, riparazione e beneficio per la comunità». Lynn Hunt,
Filantropia, in Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), cit., p. 330.
20
«Eppure il culto del francese era un segno distintivo, al di là di quell’imperialismo illuminato: esso
stava in relazione a qualcosa di specifico nella formazione intellettuale, a quel che si esprime come
raffinamento del pensiero e del sentimento che va oltre la lingua materna, come in Gibbon o Beckford
quando scrivono direttamente in francese, o come vocazione letteraria in Federico II: si dà, per un breve
momento, una patria ideale, non del tutto mitica, del buon dire e del buon pensare». Georges Benrekassa,
Francia, in Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), cit., p. 385.
21
«Questo cambiamento di clima» scrive Javier Fernández Sebastián «trova nell’opera di Goya una
testimonianza lucida e angosciata. Senza abbandonare il campo illuminista, il mondo di immagini
tenebrose e grottesche dell’ultimo periodo del pittore aragonese non è più quello della fiducia nel
progresso: esso trasmette invece una visione aspra e disincantata della realtà». Javier Fernández
Sebastián, Penisola Iberica, in Vincenzo Ferrone e Daniel Roche (a cura di), cit., p. 430.
22
Reinhart Kosellek, Critica illuministica e crisi della società borghese, Bologna, Il Mulino, 1972
(Critica y crisis del mundo burgués, Rialp, Madrid, 1965).
23
«Il cambiamento romantico imporrà un’umanizzazione della conoscenza nel senso dell’interiorità, un
passaggio dall’erudizione quantitativa ad un sapere qualitativo alla ricerca di dimensioni umane della
realtà umana». Georges Gusdorf, Storia dell’ermeneutica, Roma-Bari, Laterza, 1989, p. 186.
24
«Ai campi epistemologici ben delimitati e gelosamente chiusi in se stessi, si sostituisce un campo
unitario del sapere, in seno al quale le specifiche competenze non si escluderebbero a vicenda, ma si
includerebbero l’un l’altra». Ibidem.
25
«L’affinarsi del sapere romantico mette in evidenza la necessità di una metodologia primaria alla quale
devono rimandare i singoli percorsi particolari. Questa meta-epistemologia è la più grande acquisizione
del Romanticismo. Le scienze della coscienza, scienze dello spirito, scienze che coinvolgono l’esterno e
l’interno, l’esteriorità e l’interiorità, applicano una specifica intelligibilità». Ibidem, p. 201.
26
«Questa subordinazione dei fatti ai valori si manifesta già nelle scienze della natura, sottoposte alle
norme del grande disegno della creazione». Ibidem, pp. 201-202.
27
«L’oscurità si accentua in proporzione al desidero di verità messo in opera dal lettore del documento
scritturale». Ibidem, p. 215.
28
«Ogni sguardo si prolunga in un’osservazione, ogni osservazione nel dare un significato, e ogni
significato entra in rapporto con altri. Si può dunque affermare che già ogni sguardo attento sul mondo gli
impone una teoria». J. Wolfgang Goethe, Die Schriften zur Naturwissenschaft, zur Farbenienhre, Halle
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1027

1955, Erste Abteilung, vol. IV (1955), Vorwort, p. 5. Cf. Jacques Le Goff, La civiltà dell’Occidente
medievale, Torino, Einaudi, 1981.
29
«La linguistica generale va di pari passo con la grammatica generale, secondo il medesimo schema di
una geometrizzazione dell’intelligibilità». Georges Gusdorf, op. cit., p. 256.
30
«Il Romanticismo ha ridato prestigio alla categoria del meraviglioso, del miracolistico; sotto le
apparenze della scrupolosa erudizione, lo storico fa rivivere la lettera morta dei documenti e restituisce la
presenza degli individui e delle epoche». Ibidem, p. 257.

13. La instancia
1
«La progressiva condensazione di questi tratti coincidenti il loro fondersi in un inseparabile tutto
unitario rappresenta l’essenza psicologica del concetto, il quale in tal modo per la sua origine e per la sua
funzione non è nient’altro che un complesso di residui mnemonici lasciatici dalle percezioni di cose e di
fatti reali. La realtà di questi residui si dimostra nel fatto che essi esercitano sull’atto stesso della
percezione un influsso speciale e indipendente; giacché ogni contenuto nuovo che compare viene colto e
interpretato conformemente ad essi». Ernst Cassirer, Sostanza e funzione. Sulla teoria della relatività di
Einstein, Firenze, La Nuova Italia, 1973, pp. 19-20. La ley de la gravitación universal de Isaac Newton
establece que entre dos cuerpos existe una fuerza proporcional a sus masas y contrariamente proporcional
al cuadrado de su distancia. Según James Clerk Maxwell, los elementos físicos interactúan entre sí a
través de las fuerzas eléctrica y magnética, pero tal teoría no se piensa que sea «universalmente válida».
La dinámica se representa, en la teoría de la relatividad einsteniana como el conjunto de los fenómenos
que se manifiestan, en el pasado, en el presente y en el futuro, en un único espacio-tiempo inmóvil. «Si
nuestro universo –escribe Robert Geroch, La relatividad general (de la A a la B), Madrid, Alianza
Editorial, 1985, p. 34–. constara únicamente de partículas individuales, nuestra descripción de los objetos
de ese mismo universo estaría ya concluida. Pero, afortunadamente, existen muchos tipos distintos de
objetos en el universo». Los acontecimientos son por así decir predispuestos por la naturaleza, pero se
revelan al observador a través del empleo de los instrumentos capaces de aparentar el espacio-tiempo, en
el que se determinan como entidades energéticas aprovechables por la humanidad en la gestación de su
condición existencial. La realidad se configura como la colisión de partículas, cuya morfología no permite
establecer las características si no es en términos energéticos, aplicativos. La categoría con la que se
valoran los acontecimientos naturales es la velocidad de la luz, a su vez diseñada como un conjunto de
corpúsculos o de ondas en el espacio-tiempo (curvo). «La ecuación de Einstein requiere que la curvatura
del espacio-tiempo sea igual a la constante G multiplicada por la densidad másica de la materia del
espacio-tiempo» (Ibidem, p. 163). La comprensión de la naturaleza subyace a las premoniciones propias
de la relatividad, que sustenta el conocimiento a través de las estrategias confortadas racionalmente por la
aproximación.
2
«L’“astrazione”, come finora è stata intesa, non modifica realmente ciò che si trova nella coscienza e
nella realtà oggettiva, ma traccia soltanto in esso determinate linee di separazione e suddivisione; ma non
aggiunge ad esso alcun dato nuovo». Ibidem, p. 23.
3
«In relazione ad esso si sviluppa per la prima volta la coscienza del valore e del significato della
formazione di concetti in generale». Ibidem, p. 41.
4
«Questo passaggio dal puro numero ordinale al numero cardinale viene compiuto in modo concorde
dalle diverse teorie ordinali dell’aritmetica, quali sono state sviluppate in Dedekind e particolarmente in
Helmholtz e in Kronecker». Ibidem, p. 59.
5
«I giudizi, nei quali interviene il transfinito, si rivelano enunciati complessi che mediante l’analisi
vengono ricondotti a determinazioni di rapporti fra insiemi infiniti di numeri “naturali”. In questo senso,
vi è dunque fra l’uno e l’altro campo una perfetta continuità concettuale». Ibidem, p. 92.
6
«Le differenze fra lo spazio euclideo e lo spazio quale si presenta nell’ipotesi di Lobačevskij o di
Riemann appaiono solo quando confrontiamo fra loro parti di questo spazio, le quali superino una
determinata grandezza. Se ci limitiamo invece all’elemento generatore di tutti questi spazi, la differenza è
tolta». Ibidem, p. 149.
7
«La fisica dell’età moderna ha mantenuto invariati questi pensieri fondamentali; Galilei, infatti, se come
sperimentatore si ricollega direttamente ad Archimede, nella sua concezione filosofica complessiva risale
a Democrito. Egli definisce e integra il concetto di natura mediante il concetto di necessità: nell’ambito
dello studio scientifico della natura rientrano soltanto “le cose vere e necessarie che non possono essere
altrimenti”». Ibidem, pp. 226-227.
1028 RICCARDO CAMPA

8
«Tuttavia, quanto più la teoria della sostituzione si fa strada, tanto più guadagna terreno la concezione
secondo cui anche corpi del tutto dissimili possono sostituirsi reciprocamente in certe combinazioni senza
che ne venga alterata la natura della combinazione». Ibidem, p. 285.
9
«L’atomo chimico, risolvendosi in un sistema di elettroni, perde l’assoluta permanenza e stabilità, che
prima gli avevano attribuite, e appare come un punto di quiete semplicemente relativo, come una cesura
che il pensiero pone nel continuo flusso del divenire». Ibidem, p. 294.
10
«I concetti newtoniani di spazio assoluto e di tempo assoluto conteranno ancora qualche sostenitore tra
i “filosofi”, ma sembrano definitivamente espunti dalla fondazione metodica ed empirica della fisica. In
tale sviluppo la teoria della relatività generale sembra solo l’ultima conclusione coerente di un movimento
di pensiero che trasse i suoi impulsi decisivi da considerazioni sia gnoseologiche sia d’ordine fisico».
Ibidem, p. 465.
11
Omnis locatio mentis est opus, afirma J. Kepler, Opera Omnia, ed. Frisch, Frankfurt y Erlangen, 1958,
II, p. 55.
12
«Una particella materiale è un connotato con cui facciamo corrispondere univocamente un determinato
punto dello spazio in un tempo determinato a un determinato punto dello spazio in ogni altro tempo».
Heinrich Hertz, Die Prinzipien der Mechanik, trad, it. en Ernst Cassirer, Sostanza e funzione. Sulla teoria
della relatività, cit., p. 531.
13
Eugenio Montale, Nel nostro tempo, a cura di Riccardo Campa, Milano, Rizzoli, 1972.
14
«Ora, io voglio affermare che, mentre si può mostrare come tutti i giudizi di valore relativo siano pure
asserzioni di fatti, nessuna asserzione di fatti può mai essere, o implicare, un giudizio di valore assoluto».
Ludwig Wittgenstein, Lezioni e conversazioni sull’etica, l’estetica, la psicologia e la credenza religiosa,
Milano, Adelphi, 1985, p. 9 (Lecciones y conversaciones sobre estetica, psicologia y creencia religiosa,
trad. Isidoro Reguera, Barcelona, Editorial Paidós, 1992).
15
«La mia tendenza e, io ritengo, la tendenza di tutti coloro che hanno mai cercato di scrivere o di parlare
di etica o di religione, è stata di avventarsi contro i limiti del linguaggio… L’etica, in quanto sorga dal
desiderio di dire qualcosa sul significato ultimo della vita, il bene assoluto, l’assoluto valore, non può
essere una scienza». Ibidem, p. 18.
16
«Paradigma delle scienze è la meccanica. Se la gente immagina una psicologia, loro ideale è una
meccanica dell’anima. Se si guarda a ciò che realmente vi corrisponde, troviamo che vi sono esperimenti
fisici ed esperimenti psicologici. Vi sono leggi della fisica e vi sono leggi – se si vuol essere gentili –
della psicologia. Ma in fisica ci sono quasi troppe leggi; in psicologia non ce n’è quasi nessuna. Così,
parlare di una meccanica dell’anima è abbastanza buffo». Ibidem, p. 95.
17
«Sembra esserci qualcosa nelle immagini oniriche che presenta una certa somiglianza con i segni di un
linguaggio, quale potrebbe avere una serie di tratti sulla carta o sulla sabbia. Potrebbe non esserci un solo
tratto riconosciuto come un segno convenzionale in un qualsiasi alfabeto a noi noto, e tuttavia potremmo
avere la forte sensazione che essi debbono essere un linguaggio di un qualche tipo: che essi significano
qualcosa». Ibidem, pp. 127-128.
18
«Ma come può» si domanda Wittgenstein «una parola singola essere vera o falsa? Ad ogni modo essa
non può esprimere il pensiero che concorda o discorda con la realtà. Questo non può non essere
articolato!». Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus e Quaderni 1914-1916, Torino,
Einaudi, 1968, (5.10.14), p. 94. (Tractatus logico-philosophicus, Madrid, Tecnos, 2007. Diario filosófico
(1914-1916), Barcelona, Ariel, 1982).
19
«Il fatto banale, che una proposizione perfettamente analizzata contiene tanti nomi quante cose contiene
il suo significato, questo fatto è un esempio dell’onnicomprensiva rappresentazione del mondo da parte
del linguaggio». Ibidem, (12.10.14), p. 96.
20
«La generalità della proposizione affatto generale è la generalità accidentale. Quella proposizione tratta
di tutte le cose che vi sono accidentalmente. E perciò è una proposizione materiale». Ibidem (22.10.14), p.
104.
21
«Ogni proposizione è essenzialmente vera-falsa. Pertanto una proposizione ha due poli (corrispondenti
al caso della sua verità e al caso della sua falsità). Chiamiamo questo il senso d’una proposizione. Il
significato d’una proposizione è il fatto che attualmente le corrisponde». Ibidem [Note sulla logica], p.
202 (Apéndice I. Notas sobre la lógica).
22
«È a priori probabile che l’introduzione delle proposizioni atomiche sia fondamentale per la
comprensione di tutti gli altri generi di proposizioni. Infatti, la comprensione delle proposizioni generali
dipende ovviamente da quella delle proposizioni atomiche». Ibidem, p. 210.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1029

23
«Ogni proposizione reale mostra qualcosa, oltre ciò che dice, sopra l’Universo: infatti, se non ha un
senso, non può essere usata; e, se ha un senso, rispecchia qualche proprietà logica dell’Universo». Ibidem,
[Note dettate a G. E. Moore], p. 224 (Apéndice II. Notas dictadas a G. E: Moore en Noruega).
24
«I fatti nello spazio logico sono il mondo». Ibidem (Tractatus), 1.13.
25
«Ogni enunciato sopra complessi può scomporsi in un enunciato sopra le loro parti costitutive e nelle
proposizioni che descrivono completamente i complessi». Ibidem, 2.0201
26
«La totalità degli stadi di cose sussistenti è il mondo». Ibidem, 2.04.
27
«L’immagine logica può raffigurare il mondo». Ibidem, 2.19.
28
«L’immagine logica dei fatti è il pensiero». Ibidem, 3.
29
«Infatti, nella proposizione stampata, ad esempio, il segno proposizionale non pare essenzialmente
diverso dalla parola». Ibidem, 3.143.
30
«I significati di segni primitivi possono essere spiegati mediante illustrazioni...Esse dunque possono
esser comprese solo se sono già noti i significati di questi segni». Ibidem, 3.263.
31
«L’espressione contrassegna una forma e un contenuto». Ibidem, 3.31.
32
«Nel linguaggio comune avviene molto di frequente che la stessa parola designi in modo diverso –
dunque appartenga a simboli diversi – o che due parole, che designano in modo diverso, esteriormente
siano applicate nella proposizione allo stesso modo». Ibidem, 3.323.
33
«La proposizione possiede tratti essenziali e accidentali. Accidentali sono i tratti che procedono dalla
particolare maniera di produrre il segno proposizionale. Essenziali, quelli che soli consentono alla
proposizione d’esprimere il suo senso». Ibidem, 3.34.
34
«Luogo geometrico e luogo logico concordano nell’essere ambedue la possibilità di un’esistenza».
Ibidem, 3.411.
35
«Il pensiero è la proposizione munita di senso». Ibidem, 4.
36
«Raffigura i fatti che descrive». Ibidem, 4.016.
37
Ibidem, 4. 023.
38
Robert Redfield, El mundo primitivo y sus transformaciones, México D.F., Fondo de cultura
económica, 1966, p. 110.
39
Gonzalo Aguirre Beltrán, Lenguas vernáculas. Su uso y desuso en la enseñanza: la experiencia de
México, México D.F., Fondo de cultura económica, 1993, pp. 276-277.
40
«Scopo della filosofia è la chiarificazione logica dei pensieri». Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-
philosophicus, cit., 4.112.

14. Lo incompleto
1
Elias Canetti, Massa e potere, Milano, Adelphi, 1981, pp. 245 ss (Masa y poder, Madrid, Ed. Alianza,
Muchnik, 1997).
2
Hannah Arendt, Sulla rivoluzione, Milano, Edizioni di Comunità, 1983, p. 253 (Sobre la revolución,
trad. Pedro Bravo, Madrid, Revista de Occidente, 1967. Reeditado por Madrid, Alianza Editorial, 1998,
2004).
3
Carl Schmitt, L’era della politica integrale, in L’unità del mondo e altri saggi, Roma, Pellicani, 2003, p.
87 (La Era de la Política Integral, en Escritos de política mundial, trad. Horacio Cagni, Buenos Aires,
Ed. Heracles, 1995, 59 ss.)
4
Ernst Kitzinger, Il culto delle immagini. L’arte bizantina dal cristianesimo delle origini all’Iconoclastia,
Scandicci (Firenze), La Nuova Italia, 1992, p. 186.
5
James Hillman, L’anima del mondo e il pensiero del cuore, Milano, Adelphi, 2002, p. 22.
6
«Le immagini fantastiche sono dunque lo strumento che l’anima ha per sovrascrivere il destino sulla
natura: senza fantasia, non abbiamo alcun senso del destino e siamo soltanto naturali. Attraverso la
fantasia, invece, l’anima è in grado di condurre corpo, istinto e natura al servizio di un destino
individuale. Il nostro destino si disvela nella fantasia, ovvero, come direbbe Jung: nelle immagini della
nostra psiche troviamo il nostro mito». Ibidem, p. 33.
7
Giambattista Vico, Scienza Nuova, I, 11, 13 (Ciencia Nueva, introd., trad. y notas de Rocío de la Villa,
Tecnos [Colecc. Metrópolis], Madrid, 1995.).
8
«Lingua mentale comune a tutte le nazioni». Ibidem, I, 11, 22.
9
AA.VV., Élie Halévy e l’era delle tirannie, Soveria Mannelli, Rubbettino, 2001.
10
«Tutto ciò che d’improvviso si illumina, attira la nostra gioia, si accende di bellezza, ciascun roveto un
Dio che arde: questo è lo zolfo alchemico, la faccia infiammabile del mondo, il suo flogisto, la sua
1030 RICCARDO CAMPA

aureola di desiderio, enthymesis dappertutto. Quella succulenza verso cui tendiamo come consumatori è
l’immagine attiva che è in ogni cosa, l’immaginazione attiva dell’anima mundi, che infiamma il cuore e
lo provoca a uscire». James Hillman, op. cit., p. 53.
11
«Sophia, infatti, originariamente indica la perizia dell’artigiano, del carpentiere (Iliade, XV, 412), del
navigante (Esiodo, Le opere e i giorni, 651), dello scultore (Aristotele, Etica Nicomachea, VI, 7, 1141a).
Nasce nella manualità estetica (e ad essa rimanda) di Dedalo e di Efesto che, come è noto, era sposo di
Afrodite, e perciò è inerente alla sua natura». Ibidem, p. 85.
12
Platón, Hipias Mayor, 297b.
13
Gödel contribuye, con sus fundamentales aportaciones a la teoría matemática del cálculo, a la
elaboración de las primeras calculadoras. Aunque los matemáticos y los filósofos de su tiempo no estén
del todo de acuerdo con su visión del mundo, su influencia en el siglo XX es determinante. Aunque no
sea un adepto del Círculo de Viena, su amistad con los lógicos, los físicos (de la filosofía analítica, de la
filosofía del lenguaje) de la época contribuye a delinear el aspecto menos evidente y más angustioso de
uno de los movimientos del pensamiento crítico del período interregno entre las dos guerras mundiales.
14
«La verità è, io credo, che questi concetti formano nel loro complesso una realtà oggettiva che noi non
possiamo creare o modificare ma solo percepire e descrivere». Kurt Gödel, Opere, Torino, Bollati
Boringhieri, 2002, II, p. 133.
15
«Questa idea del tempo necessario perché si manifesti uno stato complesso è stata studiata sotto il
profilo matematico da Charles Bennett e Gregory Chaitin. Secondo la loro affascinante teoria, è forse
possibile dimostrare, con argomenti simili a quelli che stanno a fondamento del Teorema di
Incompletezza di Gödel, che non esistono scorciatoie nello sviluppo di intelligenze sempre più elevate (o,
se si preferisce, di stati sempre più “illuminati”); in breve, che si deve pagare al “Diavolo” il suo tributo».
Douglas R. Hofstadter e Daniel C. Dennett, The Mind’s I, New York, Basic Books, Inc. 1981, trad. it.
L’io della mente, Milano, Adelphi, 1985, pp. 331-332.
16
«La riconciliazione che Smullyan opera elegantemente tra queste opposte concezioni si basa sulla
nostra accettazione di cambiare punto di vista, di smettere di pensare in modo “dualistico” (cioè di
suddividere il mondo in parti come “me” e “non me”) e di vedere l’universo come una totalità priva di
confini, in cui le cose fluiscono l’una nell’altra e si sovrappongono, senza margini o categorie
chiaramente definiti». Ibidem, p. 332.
17
«In breve, Gödel metteva in evidenza che la dimostrabilità è una nozione più debole della verità,
indipendentemente dal sistema assiomatico considerato». Douglas R. Hofstadter, Gödel, Escher, Bach:
An Eternal Golden Braid, New York, Basic Books, Inc. 1979, trad. it. Milano, Adelphi, 1984, p. 19.
18
«Tutte le cose mostrano un volto, il mondo essendo non solo un insieme di segni in codice di cui
decifrare il significato, ma una fisionomia da guardare in faccia. In quanto forme espressive, le cose
parlano; mostrano nella forma lo stato in cui sono». James Hillman, op. cit., p. 130. Las deformaciones
como las mistificaciones asechan el recorrido natural de la existencia. «La muerte está al acecho en las
cosas: en el amianto y en los aditivos comestibles, en la lluvia ácida y en los absorbentes internos, en los
insecticidas y en los fármacos, en los gases de los tubos de escape y en los dulcificantes, en las pantallas
de televisión y en los iones. Ni en el tiempo de la peste la materia ha sido tan demonizada como hoy »
(Ibidem, p. 140).
19
«In tal senso, le fantasie catastrofiche riflettono anche il processo iconoclastico in corso nella psiche,
che vorrebbe infrangere quell’idolo meccanico e senz’anima che è diventato il mondo, davanti al quale ci
prostriamo da quando Cristo disse che il suo Regno non è di questo mondo, abbandonandolo così alle
legioni di Cesare, sicché l’animazione estetica, immaginativa e politeistica del mondo materiale è stata
dannata al demonismo e all’eresia, mentre la psicologia riconosceva psiche soltanto all’Io autoriflessivo
della confessione, inflazionandolo fino a una mostruosità titanica». Ibidem, pp. 154-155.
20
«Perciò, se si avesse fantasia, si saprebbe che è un delitto esporre la vita al caso, che è peccato svilire la
morte al livello della casualità, che è follia fabbricar corazzate quando si costruiscono torpediniere per
affondarle, costruire mortai quando per difendersi si scavano trincee dove è perduto soltanto chi mette
fuori la testa per primo, e cacciare in topaie uomini in fuga davanti alle proprie armi, e poi lasciarli in
pace soltanto sottoterra. Se al posto dei giornali si avesse la fantasia, la tecnica non sarebbe un mezzo per
complicare la vita e la scienza non mirerebbe a distruggerla. Ahimè, la morte eroica aleggia in una nuvola
di gas, e la nostra vita viene messa agli atti nel bollettino!». Karl Kraus, Die letzten Tage der Menschheit,
München, Kösel Verlag, 1957, trad. it. Milano, Adelphi, 1980, I., p. 193 (Los últimos días de la
humanidad, trad. Adan Kovacsis, Barcelona, Tusquets, 1991). El cine contribuye a evidenciar y a frustrar,
con artimañas técnicas, el horror de la guerra y sus aberraciones. «Un espía que es conducido al cadalso –
dice Criticón– tiene que hacer un largo recorrido para que la gente en los cines pueda distraerse, y tiene
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1031

que mirar una vez más la cámara para que se vea su expresión. No me haga continuar este hilo de
pensamientos hasta el cadalso de la humanidad ¡sin embargo debo hacerlo, porque yo soy su espía a
punto de morir y el sentimiento que me aprieta el corazón es el horror de aquellos vacuum que esta
inaudita plenitud de acontecimientos encuentra en los espíritus, en las máquinas!» (Ibidem p. 194). La
guerra moderna ahoga la fantasía, que hace posible que, en época de paz, se construyan armas para los
conflictos. El si vis pacem, para bellum, de la época romana, encuentra cotejo en la sociedad moderna,
aunque la construcción de las armas de exterminio está hipostasiada y se persigue como un deterrent
como un medio para exorcizar el conflicto entre las poblaciones, entre los diversos modos de entender la
condición vital. La energía mecánica deshumaniza la guerra y por lo tanto hace más peregrino el
remordimiento. La conciencia de los beligerantes está influida por la eficiencia tecnológica: la victoria y
la derrota son el resultado de una comparación cuantitativa y cualitativa, pasado con respecto al efectual,
en el sentido en que las coordenadas tecnológicas, a las que las colectividades políticamente ocupadas dan
su más o menos convencida contribución, satisfacen las expectativas fantásticas, de prestigio y de
predominio a nivel internacional. Criticón prefiere por lo tanto el caos al orden a costa de la humanidad.
Las razones de la industria pesada influyen en la «salud» de la humanidad. El furor podría ser «una media
justificación del homicidio» si el asesinato ordenado es, no solamente tolerado, sino hasta reglamentado.
El peligro supera la responsabilidad y relatividad moral corriente. «La guerra –afirma von Dreckwitz– es
la ocupación natural del hombre» (Ibidem, p. 243): una ocupación, sin embargo, delegada a las máquinas,
de modo que los conflictos modernos son estructuras tecnológicas, que afrontan el rodaje. El valor
personal es el sufragio que el hombre devuelve a la máquina para evidenciar al mismo tiempo todo su
potencial creativo y destructivo. La matanza es el resultado más ruinoso e incandescente de la función del
aparato bélico. «Al amparo de la técnica, –afirma el Criticón– la histeria supera la naturaleza, el papel
ordena el arma» (Karl Kraus, op. cit., II., p. 613). La supremacía de la acción mueve la rueda del
progreso. La prensa es la precursora del Apocalipsis.

15. La inestabilidad
1
Ernest Gellner, Ragione e cultura, Bologna, Il Mulino, 1994, p. 11 (Razón y cultura, trad. Carmen Ors
Marquès, Madrid, Sintesis, 2005).
2
Cfr. John Rawls, Lezioni di storia della filosofia politica, Milano, Feltrinelli, 2009 (Lecciones sobre la
historia de la filosofía política, trad. Albino Santos Mosquera, Barcelona, Paidos, 2009).
3
«L’umanità vive e pensa attraverso concetti. I concetti sono obbligazioni interne condivise in modo
comune. Sono collegati a contrassegni esterni e a condizioni esterne di manifestazione. L’umanità è
quella specie che non è geneticamente pre-programmata nel comportamento. Il suo potenziale
intollerabilmente volatile, all’interno di qualsiasi comunità, deve essere limitato, se la coesione, la
cooperazione e la comunicazione devono essere in qualche misura possibili». Ernest Gellner, op. cit., p.
49.
4
«La ragione è purificazione, mentre la cultura è corruzione sulla terra. La razionalità come tale non può
fallire: se fallisce, è perché sono rimaste alcune impurità». Ibidem, p. 71.
5
«Non posso perdonare a Descartes. Avrebbe pur voluto, in tutta la sua filosofia, poter fare a meno di
Dio; ma non ha potuto esimersi dal fargli dare un colpetto per mettere in movimento il mondo: dopo di
che, non sa che farsi di lui». Blaise Pascal, Solitudine e storia, (Pe, 51), Firenze, La Nuova Italia, 1977, p.
55.
6
«Una differente consuetudine ci darà altri princìpi naturali, come l’esperienza insegna; e se ce ne sono
che non possono essere cancellati dall’abitudine, ci sono anche princìpi abituali contrari alla natura che né
la natura né una seconda consuetudine riescono a cancellare. Dipende dalla disposizione». Ibidem (Pe,
244), p. 81.
7
«L’uomo, ritornato a sé, consideri quel che è in confronto a quel che esiste. Si veda come sperduto in
questo remoto angolo della natura; e da questa angusta prigione dove si trova, intendo dire l’universo,
impari a stimare al giusto valore la terra, i reami, le città e se stesso...». Ibidem (Pe, 223), pp. 83-84.
8
Ernest Gellner, op. cit., p. 86.
9
«Una “confederazione di abitudini” non è una patria, e un fascio di percezioni non costituisce un io.
Kant è stato certamente un cartesiano, e condivideva il rifiuto di concedere autorità all’abitudine e
all’esempio: la nostra anima non poteva risiedere nell’accidentale e nel contingente. La nostra anima
risiede fuori della storia, siamo visitatori più che membri della natura». Cfr. Martin Buber, Confessioni
estatiche, Milano, Adelphi, 1987.
1032 RICCARDO CAMPA

10
«Quando la volontà si rivolta contro di sé e si contrasta, e l’individuo in questione si orienta verso la
passività e la contemplazione, Schopenhauer lo approva; Nietzsche, invece, vede questa moralità ascetica
semplicemente come il perseguimento indiretto e deviato della soddisfazione della cieca sensualità con
altri mezzi, e la rifiutava, preferendo la manifestazione più candida e aperta della Volontà». Ibidem, p.
107.
11
«Se è così, la rappresentazione popperiana deliziosa e ispiratrice dell’eliminazione delle grandi teorie
da parte di un singolo valoroso fatto di sfida non è altro che un mito». Ibidem, pp. 134-135.
12
Cfr. Ludwig Wittgenstein, Lezioni e conversazioni sull’etica, l’estetica, la psicologia e la credenza
religiosa, Milano, Adelphi, 1985 (Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia
religiosa, trad. Isidoro Reguera, Barcelona, Paidós Ibérica, 1992).
13
«Anche l’irregolarità di certi verbi può giocare il suo ruolo nel dispiegarsi sociale del linguaggio e nel
mantenimento dell’ordine sociale». Ernest Gellner, op. cit., p. 180.
14
«“La mentalità dell’assedio” non “l’armonia prestabilita”, è lo spirito corretto della filosofia della
ragione». Ibidem, p. 192.
15
«Non è possibile dunque mantenere in tutta la sua rigidità la distinzione di Popper tra leggi condizionali
e leggi di successione: spesso, infatti, le seconde si fondono sulle prime». Raymond Boudon, Il posto del
disordine. Critica delle teorie del mutamento sociale, Bologna, Il Mulino, 2009, p. 84.
16
«Infatti, per quanto voglia essere difficile separare nettamente, per esempio, la fisica dalla chimica
(specialmente da quando esiste una chimica fisica), o dire che cosa sia la psicologia, di certo in questo
caso è per lo meno oggettivamente possibile e necessario ricorrere – per qualsiasi dubbio – a concetti
fondamentali filosoficamente chiariti, a concetti come materia, corpo, energia, “coscienza”, “vita”,
“anima”, ossia a concetti il cui ultimo contenuto costitutivo è indubbiamente ancora compito della
filosofia chiarire». Max Scheler, L’essenza della filosofia, Soveria Mannelli, Rubbettino, 2001, p. 15 (La
esencia de la filosofía y la condición moral del conocer filosófico, trad. Elsa Tabernig, 4ª ed., Buenos
Aires, Ed. Nova, 1980).
17
«Da “libera ancella” della fede essa divenne, e per molto tempo, usurpatrice della fede, ma
contemporaneamente ancilla scientiarum, e ciò in diversi sensi: o assegnandole il compito di “riunire” i
risultati delle singole scienze in una cosiddetta concezione del mondo priva di contraddizioni
(positivismo), oppure di fissare – come una specie di polizia delle scienze – i presupposti e i metodi di
quest’ultime in modo più esatto di quanto non lo facciano esse stesse (filosofia cosiddetta “scientifica” o
critica)». Ibidem, p. 23.
18
Frantz Funck-Brentano, Grandeur et décadence des aristocraties, Paris, Librairie Bloud, 1907, p.
11.«A l’aristocratie de race, que nous appellerons aristocratie patronale, succéda de la sorte une
aristocratie financière. Celle-ci fit elle-même place à une aristocratie purement financière»
19
«Toutes les classes dirigeantes sont tombées pour s’être séparées de classes qui produissent et
travaillent: rapprochons-nous donc du peuple qui nous fait subsister». Ibidem, p. 58.
20
«La globalizzazione è stata plasmata e promossa dagli stati più potenti per conseguire i loro fini. Si
tratta dunque di un’espressione tangibile delle diseguaglianze del sistema internazionale». Ian Clark,
Globalizzazione e frammentazione. Le relazioni internazionali nel XX secolo, Bologna, Il Mulino, 2001,
p. 340.
21
Leo Spitzer, L’armonia del mondo, Bologna, Il Mulino, 2009, p. 9 (Ideas clásica y cristiana de la
armonía del mundo : prolegómenos a una interpretación de la palabra “stimmung”, trad. Alfredo
Brotons Muñoz, ed. lit. Anna Granuilles Hatcher, Madrid, Abada Editores, 2008).
22
Aristote, De l’Ame, ed. E. Barbotin, Paris, Les Belles Lettres, 198 a.
23
«È stato detto che fu il culto di Apollo, il dio che ha per attributo la lira, a ispirare la similitudine
musicale di Pitagora, e che i “veri pitagorici” erano probabilmente una setta orfica». Leo Spitzer, op. cit,
p. 10.
24
«L’appercezione sinestetica rivela sempre l’idea dell’armonia universale... tutti i sensi convergono
verso una sensazione armoniosa». Ibidem, p. 26.
25
Ibidem, p. 67.

16. El artificio
1
Serge Moscovici, “Il fenomeno delle rappresentazioni sociali”, in Robert M. Farr e Serge Moscovici (a
cura di), Rappresentazioni sociali, Bologna, Il Mulino, 2003, p. 23.
2
«Se oggi siamo tanto interessati ai fenomeni linguistici, ciò dipende, in parte, dal fatto che il linguaggio
è in declino, allo stesso modo in cui ci preoccupiamo delle piante, della natura e degli animali perché
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1033

sono minacciati di estinzione. Il linguaggio, escluso dalla sfera della realtà materiale, riemerge in quella
della realtà storica e convenzionale; e, sebbene abbia perduto la sua relazione con la teoria, esso mantiene
la sua relazione con la rappresentazione, che è poi tutto ciò che il linguaggio ha lasciato». Ibidem, p. 39.
3
«Inaccettabile anche il principio secondo il quale le differenti componenti dell’evoluzione dovrebbero
marciare allo stesso passo: la cultura tecnica, infatti, può svilupparsi senza che la cultura scientifica
progredisca allo stesso modo; e l’industrializzazione non implica necessariamente lo sviluppo di
un’organizzazione democratica del potere politico. Per tutte queste ragioni, una concezione lineare
dell’evoluzione (concezione praticamente analoga a quello che, su un registro meno intellettuale e più
popolare, fu chiamato nel XIX secolo Progresso), è, secondo Sahlins e Service, insostenibile». Raymond
Boudon, Il posto del disordine. Critica delle teorie del mutamento sociale, Bologna, Il Mulino, 2009, p.
15.
4
«Una variante dell’atteggiamento scettico consiste nell’accontentarsi di affermare che i fallimenti della
conoscenza, nel campo del mutamento sociale come altrove, sono dovuti alla complessità del mondo».
Ibidem, p. 38.
5
«I conflitti sono cronici ed endemici, come aveva notato la tradizione machiavellica (Pareto, Mosca,
ecc.) solo nel sotto-sistema politico. Ma i conflitti politici non sono espressione solo di conflitti di classe e
neppure di conflitti sociali; possono anche, ad esempio, esprimere semplicemente la rivalità fra frazioni
concorrenti delle élites. Soltanto la logica dei sentimenti può sostenere il principio secondo cui i conflitti
sociali sarebbero il motore essenziale del mutamento sociale». Ibidem, p. 169.
6
«Come ha indicato Popper, che qui riprende Kant, l’interrogativo, a seconda della forma che assume,
può ricevere una risposta, la cui validità sia controllabile, oppure una risposta incerta, ma comunque utile
e plausibile, o anche incontrare risposte fra loro inconciliabili». Ibidem, p. 238.
7
«Il punto di partenza per la teoria dell’interazionismo simbolico è l’immagine del sé riflessivo: è
fondamentale l’abilità di vedere il proprio sé come un oggetto, concetto che Mead ha espresso nella sua
distinzione tra l’Io e il Me». Irwin Deutscher, La scelta degli antenati: alcune conseguenze nella scelta
delle tradizioni intellettuali, in Robert M. Farr e Serge Moscovici (a cura di), cit., pp. 114-115.
8
«Il corpo è apparso a più riprese come un sistema di opposizioni. Quella tra corpo maschile e corpo
femminile scompare. Quella tra corpo sociale e corpo privato si attenua. Il corpo-oggetto è ovunque
caduto in discredito: esso invoca l’avvento del corpo-soggetto». Denise Jodelet, La rappresentazione del
corpo e le sue trasformazioni, in Robert M. Farr e Serge Moscovici, Rappresentazioni sociali, cit., p. 270.
9
José Andrés-Gallego, Historia general de la gente poco importante (America y Europa hacia 1789),
Madrid, Gredos, 1991, p. 33.
10
Ibidem, p. 102.
11
Ibidem, p. 165.
12
Ibidem, p. 207.
13
José Luis Pinillos, Los mitos del siglo XX, in José Antonio Merino (ed.), Cultura y existencia humana
(Homenaje al profesor Jorge Uscatescu), Madrid, Reus, 1985, p. 281.
14
Ibidem, p. 283.
15
Ibidem, p. 285.
16
Martin Heidegger, ¿Qué es la metafísica?, Santiago de Chile, Cruz del Sur, 1963, p. 16.
17
José Antonio Merino, ¿Es la metafísica nociva, sospechosa o necesaria para la ciencia? In José
Antonio Merino (ed.), Cultura y existencia humana, cit., p. 220.
18
Werner Heisenberg, Más allá de la física, Madrid, B.A.C., 1974, p. 187.
19
Richard Wisser, Antropología: ¿Disciplina filosófica o criterio de filosofía? In José Antonio Merino
(ed.), op. cit., p. 375.
20
J. J. M. Van der Ven, La persona humana y su trabajo, in José Antonio Merino (ed.), op. cit., p. 346.
La impaciencia simula el malestar social. El sufrimiento cotidiano representa el descrédito de los métodos
correctivos de las iniquidades, que caen a veces en la discriminación. Como Karl Marx afirma, Miseria de
la filosofía, Roma, Editorial asociados, 1950, pp. 115-116, el vagabundeo precede a la disciplina de la
fábrica. El orden atrae más que el sueldo a las masas, que se aglomeran en el escenario de la historia. Al
antagonismo de clase de instancia marxiana, según la teoría del valor y la explotación, hace cotejo la
contraposición. Para Raymond Boudon, El sitio del desorden, Bolonia, Il Mulino, 2009, p. 167, la teoría
del valor y la explotación aparece menos conforme a la complejidad de la moderna división del trabajo.
«Una vez más, para que tal asunto pueda ser fundado, es indispensable una teoría que implique la
existencia de un antagonismo de principio, como por ejemplo la teoría del valor» (Ibidem, p. 169). Un
tipo de determinismo social permite a las innovaciones científicas y tecnológicas de hallar su utilidad en
los órdenes comunitarios. En el universo tecnológico, el fervor apocalíptico es común a todas las clases
1034 RICCARDO CAMPA

sociales y es por tanto flébilmente eficaz. El determinismo es el correspondiente emocional del mal
humor: hace pensar en un inconveniente difícilmente superable con los recursos de la resignación. El
carácter humano consiste en darse cuenta de las dificultades objetivas y la pretensión de afrontarlas con
una indisimulada soltura. El error de predicción condena las masas a la endógena impaciencia (frente al
sistema normativo en vigor, las autoridades constituidas, la visión del mundo). «Lo mismo vale para las
leyes de Tocqueville y Durkheim, para quienes el debilitamiento de los vínculos sociales puede ser causa
de “anomia” o “rebelión”» (Ibidem, p. 239). Estos enunciados de posibilidad no tienen estructura legal. El
principio de indeterminación de Heisenberg se confronta con la regla, en el intento por parte de las masas
de llevar el consuelo de remisión de sus acciones superficiales con respecto de las profundas
transformaciones planetarias, de las que padecen al menos los efectos evidentes. La llamada sociedad de
masas se asombra frente a los acontecimientos que la superan. Las contradicciones marxianas consisten
en revelar los trastornos planetarios como no siendo los adecuados para satisfacer las exigencias de las
colectividades aunque sean (necesariamente) inducidas a determinarlas. La anomia tecnológica no acoge
la concepción de Max Weber, según la cual el comportamiento está atado a la creencia. La multietnicidad
y el plurilingüismo concurren a dirimir las incomprensiones funcionales para radicalizar las de los
principios, que desembocan a veces en el conflicto. «El análisis del cambio social no es por lo tanto en
ningún modo una ciencia necesariamente inexacta, destinada por la naturaleza misma de su objeto a
entregarse a los procedimientos incomunicables de la interpretación» (Ibidem, p. 245). Las teorías,
delegadas a la demarcación empírica, encuentran un grado objetivo de solvencia, en el sentido que son
aceptadas y difundidas en cada área geográfica, independientemente de las correspondientes
peculiaridades naturales y estructurales. La coherencia y la contradicción siguen beneficiándose del curso
forzoso de la conceptualización en las sociedades abiertas al desafío del mercado.

17. El engaño
1
«La crudeltà ci lascia perplessi perché non possiamo vivere né con essa, né senza di essa. La crudeltà,
inoltre, ci mette di fronte più di ogni altra cosa alla nostra irrazionalità». Judith N. Shklar, Vizi comuni,
Bologna, Il Mulino, 2007, p. 7. La civilización caballeresca y la tradición eremítica cristiana encuentran
un afligido exegeta en Francisco de Asís. El juglar de Dios canta la naturaleza, alaba la pobreza,
interviene con los cuerpos celestes, se identifica con los rigores y con los conflictos terrenos, en el intento
de regenerarse juntamente a todos los que, virtualmente, aprueban la constancia y la expectativa salvífica.
La condición mercantil se configura en todo caso como la superación de las fronteras y de las
diversidades étnicas, religiosas, lingüísticas. Francisco transforma la iniciativa comercial en la destreza
espiritual. Y delinea una cosmología inconmensurable con los recursos humanos. El Cántico de las
criaturas es la más inquietante elegía del universo, descrita en clave exornada, casi como un desafío al
Rector celeste. El ascetismo franciscano pone a prueba, tanto al hombre con sus recursos energéticos
como a Dios, en su facultad providencial. La razón por la que la Iglesia de Roma se fija con aprensión en
el hecho franciscano se debe al sentimiento de adhesión que profesa a la espiritualidad cristiana. Si el
hombre es inducido a comprometerse, disminuyendo en sus ideales religiosos, que al menos sea propenso
a actuar sobre las estrategias normativas de las instituciones políticas y sociales. La monarquía
fridericiana regresa en este cuadro cognoscitivo, que el juglar de Dios divulga por las fértiles colinas de
Umbría y en las escabrosas regiones del Medio Oriente, dónde el sepulcro de Cristo es objeto de
controversias, contrastes, conflictos, de difícil composición estratégica y legal. El simulacro de la
redención constituye, en efecto, la vexata questio de las autoridades cristianas y de las homólogas
corporaciones musulmanas. El precio de una guerra religiosa de régimen salvífico se abona en el orden
jurídico europeo, probado por así decir en la lucha por las investiduras. La práctica de la Regla
franciscana consiste en creer que la naturaleza es la depositaria de la providencia divina, que puede ser
merecida si el hombre no preconiza alternativas concretas, laicales,
En la Regla, aprobada por el papa en el 1223, se explicita la prohibición a los hermanos de
recibir dinero. Francesco insiste en la necesidad de encomendarse a la conmiseración humana para
afrontar los rigores de la supervivencia, sin acceder, también en los casos desesperados, a los beneficios
pecuniarios. El dinero es, en el imaginario franciscano, un mecanismo demoníaco, mediante el cual se
hacen ineludibles las necesidades y a menudo también lo superfluo. El condicionamiento emotivo,
asegurado por el potencial económico, disciplina hipócritamente las actitudes de los individuos, ocupados
en influir en las comunidades, en los que gravitan. Por otra parte, la ciencia occidental se inspira en el
principio que, en la naturaleza, se pueden hallar los recursos energéticos necesarios para asegurar la
mejoría de las llamadas condiciones objetivas y para promover todo lo que la Ilustración homologa como
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1035

progreso en el patrimonio cognoscitivo. Las discordias familiares, por motivos de interés, se justifican en
el orden regulado por la competitividad, por la competencia de carácter tendencialmente monopolístico.
La economía monetaria determina forzosamente las relaciones entre los individuos y los grupos según
unos urgentes criterios de valoración cuantitativa. La condena de la usura y la herejía comporta el rechazo
de cualquier degeneración, que tenga la fuerza de promover y afiliar adeptos en una empresa de signo
contrario al de la sobriedad y de la honestidad. La implicación política de tal propensión, aunque no es
deseada, es inevitable. La orden franciscana –con la ayuda del modelo de Bernardo de Claraval– se
somete al juicio de las autoridades tutelares del abrupto universo político de la época. La posesión de los
bienes es pecaminosa, pero no su uso. En la lógica binaria del carácter franciscano, en el uso de los bienes
ajenos está implícita una actitud que no cae en el fetichismo y que resulta bastante destacada con respecto
de quienes lo realizan para obtener un beneficio de un número de personas en abierto examen frente a la
moral corriente. Los principios de Francisco contrastan con el sentido común, también en el intento de
hacerlo menos perentorio y perspicuo en la resolución de las urgencias existenciales. La involuntaria,
solapada, actitud herética de la Regla franciscana reside en la confianza en el Dios del universo, creído,
por necesidad, ocupado en asegurar a los mortales –como a los otros seres animales y vegetales– la
supervivencia, según un orden creciente de factores conexos con el bienestar y las satisfacciones dela vida
cotidiana. Paradójicamente, la Regla franciscana no contempla la perfección, sino la adecuación de las
necesidades materiales de los seres mortales a las instancias ideales que tienen una consistencia y
problematicidad transcendente. Ella consiste en el desafío a la providencia divina, entendida como una
“taxación” del indisimulado egoísmo terrenal. El espacio aéreo y la potencialidad neumática de las
aspiraciones humanas dejan entrever la meta ideal, que transciende las estrecheces y los malestares
cotidianos. La vida humana es, para Francisco, una disciplina, marcada por la exaltación, por la
exasperación y por la tergiversación. Ella se configura –dirá en la primera mitad del siglo XX Robert
Musil– como un experimento, en el que el intelecto agente se sintoniza con la creación. La necesidad,
categoría imprescindible, se transforma en la elipse de la esperanza. La expectativa franciscana se perfila
como una prueba de la existencia de Dios, que no puede faltar a la llamada de las criaturas desnudas de
cada reivindicación, émulas de la armonía preestablecida. Lo superfluo se define como si fuera una
perturbación, cometida por los mortales, en los dibujos celestes. El dinero no representa el valor de las
riquezas naturales, en primer lugar, porque no las prevé y, en según lugar, porque las presagia con la
intervención del trabajo de algún modo forzoso. El dinero, por tanto, implica la movilización de la fuerza-
trabajo, que no se activa siempre para la consecución de objetivos de satisfacción general. El
franciscanismo condena la explotación del trabajo humano por los poseedores de la naciente economía
financiera, pues se mantiene fiel a aquel principio áulico de la libertad natural, fuente de la
autogratificación y de las alabanzas a Dios creador. El dinero reemplaza por tanto el cambio de los
favores recíprocos y establece un clima de enajenación de las personas, que hace que la explotación y el
dolor aparezcan de forma bastante implacable al reducirse la responsabilidad existencial, preludio de la
hermandad evangélica. El rigorismo de la pobreza es el aforismo de la providencia, que está llamada a
influir en la exteriorización natural de la empresa humana.
La práctica mercantil, a finales del siglo XIII, influido por el examen franciscano, se basa en la
viabilidad del dinero, sobre el rechazo de su posesión, en razón del estancamiento en términos parasitarios
de las propensiones por el cambio y la mejoría. La asignación del valor a un objeto, fruto del trabajo,
tiene en cuenta la estrategia con la que se exalta la función cognitiva y no la connotación adquisitiva de
los actos acabados para alimentar el mercado. La diferencia entre lo necesario y lo superfluo se deduce
del empleo de objetos cada vez de forma más sintonizada con el modelo ideal elaborado por la razón. La
enfiteusis del mal es la cuota de irracionalidad, que influye en y sobre el mercado, haciéndolo capaz de
legalizar las disparidades y las contradicciones, propias de la estimulación presente en cada sistema
social, abierto a las sugestiones del escenario internacional. El valor del trabajo influye en el precio de las
mercancías, sobre el que incide especialmente la práctica comercial, desarrollada por personalidades
dotadas de la habilidad dialéctica y del conocimiento de las lenguas, necesarias para cautivar a los
compradores de las diversas mercancías. La ascesis económica franciscana facilita las comunidades,
sobre las que recae la oferta de los mercantes, que sombrea un comportamiento administrativo, necesario
para promover el nivel de vida de las diferentes capas sociales. La abolición del lujo como medida del
éxito permite ampliar la oferta mercantil a un número siempre mayor de beneficiarios. La economía
mercantil es regulada por el derecho de propiedad y por la limitación de la riqueza: dos institutos
jurídicos, elaborados en la universidad de París en la década de los setenta del siglo XIII, para permitir
una dinámica creadora de bienestar, capaz de contener las degeneraciones propias del egoísmo individual
y la ostentación grupal. La jurisprudencia pontificia de Inocencio IV disciplina la materia relativa a las
1036 RICCARDO CAMPA

rentas conseguidas por los legados y por las ventas de las mismas, en un intento de evitar que tales
negociaciones oscurezcan las contrataciones dominadas por la usura. La legalización del comercio de las
rentas eclesiásticas asecha conceptualmente la Regla franciscana, que se propone favorecer el diseño
divino en su proclamada providencialidad. El empeño por parte de Pedro de Juan Olivi de justificar
conceptualmente el mercado, haciendo referencia a la teoría franciscana, constituye una de las
aportaciones normativas más significativas de la época a caballo entre el siglo XIII y el siglo XIV, en un
período caracterizado por las profundas transformaciones económicas y sociales, destinadas a modificar
la estructura empresarial de la Italia centro-septentrional en relación con el nuevo orden geopolítico
europeo. El ascetismo existencial del mercator connota la época de las invenciones, de las navegaciones,
de los descubrimientos y de las producciones cada vez más sofisticadas, hasta reflejarse en las obras de la
literatura del siglo XX como I Bundenbrook de Thomas Mann y La conciencia de Zeno de Italo Svevo. El
comerciante asume la tarea de determinar y evidenciar lo útil como el recorrido ideal para alcanzar el
relieve de la satisfacción aproximada. El cambio fiduciario deja su sitio a la estipulación del contrato, a la
reglamentación en clave jurídica de la empresa comercial.
El debate, que se establece en Oxford por iniciativa de Juan Duns Escoto y que encuentra cotejo
en los análogos exámenes conceptuales de Guiral Ot en Tolosa y de Alejandro Lombardo en Génova,
concierne la relación entre la intransigencia franciscana respecto a la pobreza y la función prometeica (y
didascálica) del empresariado mercantil. El reconocimiento civil de la mejoría económica, entendido
como un estadio salvífico de la dignidad humana, permite a la acción concreta legitimarse en una
atmósfera no armonizable con la espera providencial. El laicismo progresista y el pauperismo radical
concurren a delinear un sistema de factores, que puedan asegurar el funcionamiento ordenado del
metabolismo social. En la década de los setenta del siglo XIV, el matemático Nicolás Oresme, amigo de
Carlos V de Francia, opina que el dinero, como representación metálica de los valores, devuelve a la
mente el aspecto imaginario de cada iniciativa, que se proponga facilitar, con las condiciones objetivas, la
reflexión sobre las características y sobre las finalidades de la condición humana. Fidenzio de Padua, en
el 1290, especula en un tipo de embargo como el hendiente polémico que se ha de utilizar para la
«recuperación de la Tierra Santa» en lugar de la guerra, del sacrificio de vidas humanas, muy
oportunamente ocupadas en las estructuras productoras, como realizaciones de las empresas comerciales.
La condena de la usura se debe a la convicción de que puede ser indiferente a los equilibrios económicos
públicos, es decir puede ser que no concurra al restablecimiento de actividades productivas y edificantes
socialmente. La forma más sincopada de falta de redención social de la usura la describe Fiodor
Dostoievski en Crimen y castigo. La intolerancia respecto al abuso sufrido por Raskolnikov por medio de
una vieja usurera lo induce a cumplir un gesto en apariencia irreflexivo, sustancialmente racional y
refrendado por una vehemente convicción religiosa, que encuentra su regeneración en el castigo. La
conversión del dinero privado en la hacienda pública constituye –franciscanamente hablando– el modo
más eficaz de salvaguardar lo expuesto en la Regla. La venta de las rentas eclesiásticas contribuye a
aumentar la deuda pública, que evita a la unión individual. La fluidez de la circulación monetaria vuelve
precaria la propiedad de los títulos, permitiendo al empresariado reflejarse en los objetos de la producción
y en sus sistemas de la distribución, confiando en la reactividad del mercado. El franciscanismo se
salvaría de la intemperancia monetaria si se transformara continuamente en las empresas, en las obras del
hombre, dirigidas a mejorar las condiciones objetivas. La actividad económica y financiera, fundada
sobre bases fiduciarias, fortifica, con la solidaridad, la solvencia social de las iniciativas, aprobadas con el
capital privado y con las suscripciones públicas. El mercado atañe el potencial adquisitivo y transaccional
de las ciudades, donde las cotizaciones monetarias e industriales se vuelven congruentes con el volumen
de las transacciones internacionales.
El préstamo en el pensamiento hebreo es contrario a la franciscana economía solidaria, que se
propone en un contexto institucional de ámbitos territoriales no afligidos y abiertos a las innovaciones y a
los cambios, entendidos como instrumentos de conocimiento y recíproca interacción. Por esta razón, en el
1383, Francesco Eiximenis afirma, en el Regiment de la cosa pública, escrito en catalán, que los
mercantes confiables son la columna del Estado y «la vida de los lugares en los que se encuentran». Su
correspondiente italiano es Bernardino de Siena que, en las homilías realizadas al pueblo empresarial, les
induce constantemente a no ceder a la tentación de aspirar a la riqueza por orgullo, empobreciendo al
prójimo. La causa del malestar social, diagnosticada por Bernardino, se puede ver en la corrupción de las
costumbres, en considerar el éxito como un arma presta a ser utilizada con los similares. La virtud, al que
el fraile sienés hace referencia, es la del esfuerzo –también económico– para enfrentar la indigencia de
quienes no aguantan los desafíos de la modernidad. La especulación –para Bernardino– es una aberración
del alma, una actitud moralmente condenable porque es fraudulenta, está realizada en un contexto de
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1037

normas, existente para unas finalidades edificantes. El trabajo se configura como el único medio –
aprobado evangélicamente– como útil para la consecución de los objetivos del bienestar individual y la
responsabilidad colectiva. El pauperismo franciscano se convierte en el rigorismo operativo, como una
unidad de medida de la solidaridad comunitaria. Se diseña así un tipo de pacto social, que adelanta
conceptualmente mejor aquel elaborado en el Leviatán de Thomas Hobbes. La estipulación de un pacto
entre los operadores económicos y las autoridades institucionales constituye una ulterior condena de la
usura, tanto si se realiza de la mano de los hebreos, como si se realiza de la mano de los gentiles. La
economía monetaria se perfila, ya en los primeros años del siglo XV como una categoría, que puede
producir beneficios en favor de las personas particulares, de los grupos, de la sociedad, constituidos
anónimamente, para que no sea tan enojoso, a los ojos de los pobres, el nivel de vida de los ricos y los
potentados. Paradójicamente, la pobreza franciscana representa la universalidad, en la que se activan la
empresa económica y por lo tanto el mercado. El universo poético de Francisco puede transformarse en el
universo del bienestar general y difuso como el resultado de la actividad del hombre. La economía se
configura por tanto como un criterio de hermanamiento. El conocimiento de este potencial humano al
servicio de la dignidad de las personas singulares es el contenido de las prédicas de Bernardino de Siena
que, nacido en la importante familia sienesa de los Albizzeschi, conoce las debilidades de quienes se
empeñan en potenciar su status con el dinero, con el aprovechamiento sacado por sus actividades
empresariales. La enseñanza franciscana se sintetiza en la constatación de que el beneficio es una
sustracción, aunque sea legítima, del bienestar ajeno. La conciencia religiosa no puede negar a la lógica
de la empresa económica su orden antropológico. La conmiseración cristiana cruza los límites de la
resignación cotidiana para interceder en el juicio divino sobre la salvación de todo el género humano. La
ética económica sombrea la profanación del mal, innato en los actos cometidos por los mortales para
sacar ventaja en la tierra y, deseablemente, en el cielo. El fraude es un pecado mortal, porque el
malhechor no está capacitado para indemnizar una inicua contratación, cuando se haya realizado, por el
contrayente que había actuado de buena fe. La caridad no se configura –franciscanamente hablando– en
un gesto de ayuda al prójimo, sino en un íntimo criterio de comportamiento, en la disciplina de la
conciencia inquieta, que cree que puede cotejar lo que logra conseguir de su actividad en la íntima,
inconsciente, renuncia de parte de las llamadas capas perdedoras del consorcio social. La ética privada y
la moral pública tienden a sintonizarse, en el intento de devolver, por una parte, al menos de forma
inclemente el fracaso de algunos y, por otra parte, al menos prevaricando el éxito de otros. La elegía del
bienestar es recalcada como por un acuerdo de principios entre todos los actores sociales, cultural e
ideológicamente distintos, pero ocupados en redimirse de las pérdidas de estilo y tono en sus
providenciales o impróvidas determinaciones operativas. El homo oeconomicus es cada vez más
consciente que tiene que actuar en el perímetro minado por el crédito y por el descrédito de las
expectativas de los individuos y el interés común.
Las corporaciones y las cofradías representan aquellas «sociedades intermedias» qué, según las
doctrinas liberales, prohibirían a la empresa económica de transformarse en monopolio o en oligopolio,
contradiciendo así el espíritu competitivo, en el que se inspira. La colaboración civil sobre la base de un
mismo entendimiento religioso se propone reducir los daños, que la anomia del mercado podría provocar.
El asociacionismo –incluso el corporativo– tiene la tarea de ser por así decir especular, de contingentar
los beneficios de las diversas actividades laborales, sin que necesariamente se recurra al sistema
sancionatorio, donde se aprueba y actúa. El empresariado, por su naturaleza, no constituye una cruzada
colectiva sino una empresa individual, tendente sin embargo a evidenciar la inventiva y la concreción de
los resultados. La «economía orgánica» de la ciudad de la época moderna es el contrafuerte emotivo de
una militancia a veces sectorial y carente de ritos. El éxito legaliza la acción que procura las ventajas
individuales y el bienestar colectivo. El franciscanismo considera la circulación y la distribución de la
riqueza como un grado elevado de la pobreza evangélica, igualmente sustentada por la providencia
divina. La voluntaria pobreza y la divulgada riqueza –franciscanamente hablando– se equivalen o al
menos se complementan.
El proveedor de riquezas se vuelve así en un promotor financiero de la ciudad, en quien actúa
con el propósito de mostrarse digno de las «virtudes» naturales y de la confianza del prójimo. El empleo
de algunas materias primas en algunos productos preciosos asegura a la artesanía local los recursos
necesarios para sobrevivir y gratificarse, contribuyendo a la consolidación del buen gusto y el sentido
común. El capital espiritual de los franciscanos se derrama por así decir en las obras públicas, para que se
beneficien de ello todos los miembros de las diversas capas sociales. La idea de que la ciudad (el Estado)
pueda delinear un proyecto operativo, al que, de diversas formas, todos pueden concurrir, permite negar la
especulación como un atractivo más allá que como un prejuicio de carácter religioso y de orden moral.
1038 RICCARDO CAMPA

La profesión, el arte, la competencia asumen connotaciones calificativas inderogables para


acceder a la actividad empresarial y productiva. El comportamiento se refleja en la fiabilidad, con el que
se realizan las transacciones económicas y se extienden las dimensiones de los productos y los niveles de
su calidad. Siempre el lujo es una meta que ha de evitarse, pues se entiende como la autocomplacencia de
quien se obstina en creerse un privilegiado del destino y por lo tanto alguien indemne a los defectos
terrenales. La riqueza expuesta al público se somete a los condicionamientos de la moral común. El lujo
excesivo compromete la cohesión social, sobre todo si la mayor parte de sus miembros tiene que enfrentar
con aspereza las exigencias de la vida cotidiana. La culpabilidad no concierne solamente la adquisición
impropia de las riquezas, sino también a su ostentación. La donación del crédito a través de la
intermediación de los Montes de Piedad permite a las pequeñas y medianas empresas económicas
sobrevivir a las intemperies del mercado y renovar las líneas del gusto estético, responsable de una
sugestiva visión del mundo. La ampliación del volumen de los asuntos testimonia la eficacia del Monte de
Piedad, institución creada y promovida por los franciscanos para contrastar la especulación monetaria
hebrea y el préstamo usurero. La reputación se convierte en la prerrogativa de la sociedad burguesa,
caracterizada, al menos literariamente, por los vicios privados y por las virtudes públicas: por formas
esencializantes y por lo tanto no completamente atendibles por una ética à double faz, necesaria, siempre
según el aparato históricamente consolidado, por la ampliación del mercado y por el urbanismo
cosmopolita. La fama connota las proezas de los marineros y los caudillos modernos, ocupados en hacer
patente su derecho, su impávida habilidad, en los descubrimientos geográficos, científicos y en las
aplicaciones tecnológicas. La tierra se reconcilia con el mar y se intensifican las tentativas para
balancearse en el cielo. La opinión condiciona el juicio y se convierte estratégicamente en fuente del
derecho. La constancia de las normas y su desatención contestan a las variables conductuales, a su vez
condicionada por los resultados comerciales, económicos y financieros. El conocimiento de las técnicas
aritméticas del ábaco está en el fundamento de la economía de empresa, destinada cada vez más a
sofisticadas operaciones contables. La capacidad de gestión revela la entidad y la capacidad del proceso
productivo y el aparato distributivo, necesarios para elevar el grado de implicación comunitaria e
internacional. El manual del técnico contable y de las matemáticas financieras, publicado por el
franciscano Luca Pacioli en el 1494, asegura un ajuar de nociones especializadas a la divulgación
doctrinal, dirigidas a conferir a la actividad económica al menos una reglamentación que prevea sus
posibles deformaciones y las exorcice para la gloria de la prosperidad general. La doctrina franciscana,
entendida como la consecución del beneficio celeste, activa, de hecho, los recursos de la inteligencia y la
ambición humana para sustraer lo más posible a la humanidad del baricentro terrenal. La concepción
aérea, neumática, de la modernidad conduce a la economía monetaria a planear iniciativas que levanten la
humanidad del dolor y del sacrificio, para beneficiarse de un mínimo de levedad emotiva, en el que
consiste la complacencia por la prolongada vida terrena.
2
«Fin dal diciottesimo secolo, i critici clericali e militari del liberalismo l’hanno raffigurato come una
dottrina che persegue i suoi beni pubblici, la pace, la prosperità e la sicurezza, incoraggiando i vizi privati.
Essi sostengono che l’egoismo in tutte le sue possibili forme ne sia l’essenza, lo scopo e il risultato. Ora
come allora, questi critici dicono che ciò è inevitabile, una volta che si rinunci alla virtù marziale e alla
disciplina imposta da Dio». Ibidem, pp. 8-9.
3
«La democrazia rappresentativa americana non ha avuto un destino migliore del liberalismo inglese.
Non appena la democrazia s’incarnò in un sistema politico, fu bollata di mistificazione. Ben presto,
infatti, risultò evidente che anch’essa era governata da persone lontanissime dalla perfezione e che le sue
leggi erano lontane dal produrre una giustizia completa». Ibidem, p. 82.
4
«Senza più il culto degli antenati o la divina provvidenza su cui poggiarsi, la democrazia liberale
moderna, oltre alle sue promesse morali, ha poco altro che la sorregga. Per questo motivo, essa genera il
rigore morale e, al tempo stesso, il reciproco gioco dell’ipocrisia e dell’anti-ipocrisia verbali». Ibidem, p.
84.
5
«La diffusa sfiducia nell’umanità divenne la base del governo costituzionale, soprattutto in America».
Ibidem, p. 232.
6
«Il volume delle transazioni finanziarie mondiali è comunemente indicato in dollari. Per la maggior
parte della gente, un milione di dollari è già una quantità enorme di soldi: misurato in una pila di
banconote da cento è alto più di venti centimetri. Un miliardo di dollari sarebbe più alto della cupola di
San Pietro, mentre mille miliardi sarebbero venti volte il monte Everest». Anthony Giddens, Il mondo che
cambia. Come la globalizzazione ridisegna la nostra vita, Bologna, Il Mulino, 2000, p. 22 (Un mundo
desbocado, cómo está modificando la globalización nuestras vidas, trad. Pedro Cifuentes, Madrid, Taurus
Ediciones, 2002).
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1039

7
«Si sta sempre più affermando ciò che si potrebbe chiamare “colonialismo alla rovescia”, ossia
l’influenza dei paesi non occidentali sullo sviluppo dell’Occidente: gli esempi abbondano, come la
ispanizzazione di Los Angeles, l’emergere in India di un settore hi-tech con un mercato globale, la
vendita di programmi televisivi brasiliani al Portogallo». Ibidem, pp. 28-29.
8
«La caduta della fede nel “progresso” è ovviamente uno dei fattori sottesi alla scomparsa delle
“narrazioni” della storia». Anthony Giddens, Le conseguenze della modernità, Bologna, Il Mulino, 2007,
p. 22 (Consecuencias de la modernidad, trad. Ana Lizón Ramón, 3ª ed., Madrid, Alianza Editoria, 1997).
9
«Questo è, se volete, il segreto della scienza: rinunciare a vedere il mondo attraverso gli occhiali dei
desideri e delle fantasie consolatrici, oppure attraverso la lente delle paure e delle angosce, in modo che la
conoscenza del mondo si avvicini il più possibile al mondo reale». Norbert Elias, Humana conditio,
Bologna, Il Mulino, 1987, p. 17 (Humana conditio: consideraciones a la evolución de la humanidad,
Barcelona, trad. Pilar Giralt Gorina, Barcelona, Península, 2002).
10
Jacques Ellul, The Technological Society, London, Cape, 1965; Martin Large, Social Ecology:
Exploring Post-Industrial Society, Gloucester, Hawkins, 1981.

18. La sociabilidad
1
«Dalla libertà dell’anarchia, si forma la libertà della democrazia». Hans Kelsen, La democrazia,
Bologna, Il Mulino, 2010, p. 47 (De la esencia y valor de la democracia, trad. Juan Luis Requejo,
Oviedo, Krk Ediciones, 2006).
2
«Alla collettività sociale, infatti, l’individuo non appartiene come un tutto, vale a dire con tutte le sue
funzioni e con tutte le tendenze diverse della sua vita psichica e fisica. Esso non appartiene nemmeno a
quella collettività che esercita su di lui la presa più forte, cioè lo Stato; tanto meno, poi, ad uno Stato di
cui la libertà determini la forma di organizzazione». Ibidem, p. 59.
3
«La democrazia può quindi esistere soltanto se gli individui si raggruppano secondo le loro affinità
politiche, allo scopo di indirizzare la volontà generale verso i loro fini politici, cosicché, fra l’individuo e
lo Stato, si inseriscono quelle formazioni collettive, che, come partiti politici, riassumono le uguali
volontà dei singoli individui... Solo l’illusione o l’ipocrisia può credere che la democrazia sia possibile
senza partiti politici». Ibidem, pp. 63-64.
4
«Il parlamentarismo, forma politica dei secoli XIX e XX, poteva indubbiamente reclamare al suo attivo
risultati realmente importanti, quale l’emancipazione completa della classe borghese mediante la
soppressione dei privilegi; in seguito, il riconoscimento dell’uguaglianza dei diritti politici del proletariato
e, con ciò, l’inizio dell’emancipazione morale ed economica di questa classe di fronte alla classe
capitalista». Ibidem, p. 73.
5
«Se il parlamentarismo, nel corso della sua lunga esistenza, non si è acquistato non soltanto le simpatie
delle masse, ma nemmeno quelle delle persone colte, ciò lo si deve in gran parte agli abusi derivati dal
privilegio inopportuno dell’immunità». Ibidem, p. 91.
6
«Questo è, in ultima analisi, il motivo per cui un’organizzazione professionale non sarà mai in grado di
sostituire completamente il parlamento democratico, ma potrà soltanto esistere accanto ad esso – o a un
monarca – come organo puramente consultivo, non deliberativo». Ibidem, pp. 98-99.
7
«È questo il principale motivo per cui una frazione del partito socialista ha modificato i princìpi del
proprio metodo politico e questo è pure il motivo per cui alla democrazia, che Marx ed Engels
consideravano ancora come conciliabile con la dittatura del proletariato, anzi, come la forma di questa
dittatura, si è sostituita una dittatura che si presenta come l’assolutismo di un dogma politico e di una
dittatura di partito che incarna tale dogma». Ibidem, p. 144.
8
«Come metodo o procedura, la democrazia è una ”forma” di governo. Infatti la procedura attraverso la
quale si crea e si attua in pratica un ordinamento sociale è considerata formale per distinguerla dal
contenuto dell’ordinamento, che è un elemento materiale o sostanziale». Ibidem, p. 198.
9
«È altamente significativo il fatto che, fino a quando gli ideologi del partito nazional-socialista non
osarono dichiararsi apertamente contro la democrazia, essi usarono esattamente lo stesso metodo degli
ideologi del partito comunista». Ibidem, pp. 202-203.
10
J. L. Talmon, The Rise of Totalitarian Democracy, Boston, Beacon Press, 1952, trad, it. Le origini della
democrazia totalitaria, Bologna, Il Mulino, 2000 (Los orígenes de la democracia totalitaria, trad. Manuel
Cardenal Iracheta, Madrid, Aguilar, 1956).
11
«Vi sono vari modi di determinare l’organo. Se l’organo deve essere un’assemblea di individui soggetti
all’ordinamento, oppure deve trattarsi di individui eletti da questi, si stabilisce una democrazia o, ciò che
è uguale, un tipo democratico di rappresentanza. Ma la comunità, specialmente lo Stato, non è
1040 RICCARDO CAMPA

rappresentata soltanto se è organizzata democraticamente. Anche uno stato autocratico è rappresentato da


organi, sebbene questi non siano determinati in modo democratico». Hans Kelsen, op. cit., p. 205.
12
«Votando a favore o contro l’adozione di una legge, [secondo Rousseau] il cittadino non esprime la
propria volontà, bensì la propria opinione riguardo alla volontà generale». Ibidem, p. 237.
13
«Il cittadino dà il suo consenso a tutte le leggi, ivi incluse quelle che sono approvate nonostante la sua
opposizione e perfino quelle che lo puniscono se egli osa trasgredirne qualcuna. La volontà cosciente di
tutti i membri dello stato è la volontà generale». Jean-Jacques Rousseau, Du contrat social, I. IV, cap. II.
14
«Lo stato totalitario è il risultato inevitabile della lenta disintegrazione dell’idea di giustizia nel mondo
occidentale». Emil Brunner, Gerechtigkeit: Eine Lehre von der Grundgesetzen der Gesellschaftsordung,
Zürich, Zwingli Verlag, 1943, pp. 15ss. (La justicia. Doctrina de las leyes fundamentales del orden
social, trad. Luis Recasens Siches, México, Centro de Estudios Filosóficos, UNAM, 1961).
15
«La democrazia moderna richiede una base religiosa». Hans Kelsen, op. cit., p. 307.
16
«Ciò significa che Niebuhr crede nell’esistenza di una legge naturale come criterio di giustizia per il
diritto positivo e che questa legge naturale ha la sua fonte nella religione». Ibidem, p. 312.
17
«Impedisce al potere economico di controllare completamente i movimenti politici». Ibidem, p. 341.
18
«Più una amministrazione è tecnica, e cioè più i mezzi per attuare i suoi fini sono determinati
dall’esperienza scientifica, meno essa è politica, meno la sua sottomissione al procedimento democratico
è essenziale per il carattere democratico dell’intero corpo politico». Ibidem, p. 353.
19
«Per affermare che esiste un nesso essenziale tra libertà e proprietà, il che costituisce l’intenzione di
Hegel, l’affermazione metaforica che la proprietà è la personificazione della libertà deve essere presa alla
lettera». Ibidem, p. 383.
20
«Detto in termini generali, il contenuto di una concezione politica liberale della giustizia è costituito da
tre elementi principali: una lista di diritti e libertà fondamentali eguali, la priorità di queste libertà, e
l’assicurazione che tutti i membri della società abbiano i mezzi onnivalenti adeguati per fare uso di questi
diritti e di queste libertà. Si noti che le libertà in questione sono date da una lista». John Rawls, Lezioni di
storia della filosofia politica, Milano, Feltrinelli, 2009, p. 15 (Lecciones sobre la historia de la filosofía
política, trad. Albino Santos Mosquera, Barcelona, Paidós, 2009).
21
«Ciò significa che il contenuto delle leggi di natura, che la retta ragione ci invita a seguire, e anche il
contenuto delle virtù morali, come le virtù della giustizia, dell’onore, e simili, possono essere tutti spiegati
senza fare ricorso ad assunti teologici e possono tutti essere compresi all’interno del sistema secolare».
Ibidem, p. 31.
22
«... Un principio razionale potrebbe essere che dobbiamo adottare i mezzi più efficaci per raggiungere i
nostri fini. Il desiderio di deliberare e di agire in accordo con tale principio sarebbe un desiderio
razionale». Ibidem, p. 65.
23
«Così, le leggi di natura fornirebbero i precetti di fondo, e poi interverrebbe il sovrano con tali poteri
effettivi e necessari, e in seguito, naturalmente, alla fine di tutto questo ci sarebbero le promulgazioni
specifiche del sovrano, ossia la legge civile». Ibidem, p. 85.
24
«Così, per ripetere ancora una volta, ciò che il sovrano fa non consiste nel riformare gli esseri umani, o
modificare il loro carattere, ma nel cambiare le condizioni sullo sfondo delle quali essi ragionano».
Ibidem.
25
«Per Locke, dunque, le idee di ragione e di legge, di libertà e di bene generale, sono strettamente
connesse. La legge di natura fondamentale è conosciuta per mezzo della ragione; essa prescrive solo il
nostro bene; mira a espandere e a preservare la nostra libertà, cioè la nostra incolumità dalle costrizioni e
dalla violenza altrui». Ibidem, p. 123.
26
«Niente scatena i sovrani così tanto come l’erronea credenza che i loro sudditi debbano loro obbedienza
a qualsiasi condizione». Ibidem, p. 144.
27
Dal punto di vista della giustificazione filosofica non si guadagna nulla a fondare il dovere di lealtà sul
dovere di fedeltà». Ibidem, p. 182.
28
«Vuole essere il “Newton delle passioni”». Ibidem, p. 197.
29
«Il punto di vista dell’osservatore giudizioso è un punto di vista che assumiamo nei confronti delle
qualità di carattere degli altri, o nei confronti delle regole delle istituzioni; esso ci mette in grado di
valutarle semplicemente in base all’influsso che tendono ad avere sugli interessi generali o sulla felicità
generale della società». Ibidem, p. 198.
30
«Ad eguale distanza fra la stupidità dei bruti e i lumi funesti dell’uomo civile». Jean-Jacques Rousseau,
Secondo discorso (Discorso sull’origine e i fondamenti della diseguaglianza), 139.
31
«Nel suo ruolo attivo (ad esempio, quello di promulgare una legge fondamentale), il corpo politico è
chiamato sovrano; nel suo ruolo passivo, stato; quando se ne parla in relazione ad altri corpi simili, è
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1041

detto potenza; come quando diciamo “le grandi potenze europee”, per indicare gli stati europei più
importanti». John Rawls, op. cit., p. 236.
32
«In altre parole, la volontà generale è una forma di ragione deliberativa che ciascun cittadino condivide
con gli altri cittadini in virtù del fatto che ciascuno condivide una concezione del bene comune». Ibidem,
p. 238.
33
«Rousseau condivide con Vitoria la sua fede democratica. Infatti, la sovranità popolare, attraverso la
volontà generale, tende sempre verso il bene comune, che consiste nella salvaguardia dei diritti dei
cittadini: la libertà e l’eguaglianza». Mariano Fazio, Due rivoluzionari: Francisco de Vitoria e Jean-
Jacques Rousseau, Roma, Armando, 1998, p. 12.
34
«Anche se il dibattito sulla giustizia costituisce un locus communis della prima riflessione filosofica
cristiana, il termine esatto volonté générale si trova per la prima volta nella Première Antologie pour M.
Jansenius di Antoine Arnauld (1664), opera nata per confutare una serie di sermoni antigiansenistici
pronunciati dal teologo Isaac Habert nella cattedrale di Notre Dame di Parigi». Ibidem, pp. 165-166.
35
Jean-Jacques Rousseau, Il contratto sociale, 1, 7.8.
36
Jean-Jacques Rousseau, Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes,
Paris, Librarie Garnier Frères, 1950, p. 179.
37
«La legge opera una vera “ ri-naturalizzazione “ dell’uomo». Mariano Fazio, op. cit., p. 174.
38
«... Fra le mie vecchie idee, il grande problema della politica, che paragono a quelli della quadratura del
cerchio in geometria, e delle longitudini in astronomia: Trovare una forma di governo che metta la Legge
sopra l’uomo... Se disgraziatamente questa forma non si può trovare... il mio parere è che si deve passare
all’altro estremo e mettere d’un tratto l’uomo al disopra della Legge, quando è possibile. Io vorrei che il
despota potesse essere Dio». “Jean-Jacques Rousseau al Marchese di Mirabeau, 26 VII. 1767”, in C.E.
Vaughan, The Political Writings of Jean-Jacques Rousseau, Cambridge, Cambridge Univesity Press,
1915, pp. 160-161.
39
«Le caratteristiche speciali della sua visione derivano dalla sua interpretazione dell’utilità nei termini
degli interessi permanenti dell’uomo come essere progressivo». John Rawls, op.cit., p. 313.
40
«Per Marx la caratteristica di rilievo del capitalismo è che, a dispetto del fatto che si tratta di un sistema
sociale caratterizzato da indipendenza personale e mercati liberi e competitivi in presenza di libertà
contrattuale, è ancora un sistema nel quale esiste pluslavoro o lavoro non retribuito (o plusvalore, cioè il
valore di quanto prodotto dal pluslavoro)». Ibidem, p. 348.
41
«Quindi, uno degli obiettivi della teoria del valore-lavoro di Marx consiste nel cercare di spiegare come
possa esistere il pluslavoro in un sistema di indipendenza personale, e come questo pluslavoro e il suo
tasso restino nascosti alla vista». Ibidem, p. 349.
42
«Se l’essenza delle cose e la loro forma fenomenica direttamente coincidessero». Karl Marx, Capitale,
Roma, Editori Riuniti, 1989, III, p. 930.

20. La inadecuación
1
Robert Klein, La forma y lo inteligible, Madrid, Taurus, 1982, p. 61.
2
Ibidem, p. 92.
3
Avicenna, Corpus hermeticum, X. 8.
4
Robert Klein, op. cit., p. 107.
5
Ibidem, p. 139.
6
Ibidem, pp. 144-145.
7
Ibidem, p. 147.
8
Ibidem, p. 154.
9
Jacob Burckhardt, La civiltà del Rinascimento in Italia, Firenze, Sansoni, 1955 (última ed. en español:
La cultura del Renacimiento en Italia, trad. Fernando Jesús Bouza Álvarez, Juan Madrid Barja de
Quiroga Losada, Teresa Blanco, Madrid, Akal, 2012).
10
Robert Klein, op. cit., p. 218.
11
Ibidem, pp. 241-242.
12
Ibidem, p. 255.
13
Ibidem, p. 284.
14
Ibidem, pp. 303-304.
15
Ernst H. Gombrich, La maschera e la faccia: la percezione della fisionomía nella vita e nell’arte, in
Ernst H. Gombrich – Julian Hochberg – Max Black, Arte percezione e realtà, Torino, Einaudi, 1978, p. 5
(Arte, percepción y realidad, trad. Rafael Grasa Hernández, Barcelona, Paidos, 2007).
1042 RICCARDO CAMPA

16
«Ora la cultura ammette la necessità del movimento verso la prosperità e un industrialismo colossale,
ed è pronta a concedere che l’avvenire possa avvantaggiarsene; ma sottolinea nello stesso tempo come ad
esso restino sacrificate le presenti generazioni di industriali, formanti, per la massima parte, il massiccio
corpo centrale del Filisteismo». Matthew Arnold, Cultura e anarchia, Torino, Einaudi, 1975, p. 59.
(Cultura y anarquía, ed. y trad. Javier Alcoriza – Antonio Lastra, Madrid, Cátedra, 2010).
17
«Questa è l’idea sociale: e gli uomini di cultura sono i veri apostoli della uguaglianza». Ibidem, p. 70.
18
«Ci si renderà sicuramente conto che l’idea dell’immortalità, così come essa si presenta nella sua
indeterminatezza allo spirito umano, è qualcosa di più sublime, di più vero e di più convincente di quanto
non sia nelle forme particolari mediante cui S. Paolo, nel famoso capitolo decimoquinto dell’Epistola ai
Corinzi, e Platone, nel Fedone, si studiano di svolgerla e determinarla». Ibidem, p. 143.
19
«Benché le cose inanimate restino per noi la prova più tangibile che il passato umano è realmente
esistito, le metafore convenzionali che adoperiamo per descrivere queste vestigia visibili sono ancora per
lo più prese in prestito dalla biologia. Parliamo così senza esitazione della “nascita di un’arte”, della “vita
di uno stile” e della “morte di una scuola”, come del “fiorire”, della “maturità” e dello “sfiorire” delle
capacità di un artista». George Kubler, La forma del tempo. Considerazioni sulla storia delle cose,
Torino, Einaudi, 1976, p. 11 (La configuración del tiempo, trad. Jorge Luján Muñoz, San Sebastián,
Nerea, 1998).
20
Ibidem, p. 21.
21
«Grazie alla sua posizione intermedia tra la storia generale e la linguistica, la storia dell’arte potrà forse
rivelare un giorno inattese possibilità come scienza del futuro: meno produttiva, certo, della linguistica,
ma assai più di quanto non possa esserlo la storia generale». Ibidem, p. 76.
22
«È una concezione» sostiene John Bury «neutrale, scientifica, compatibile sia con l’ottimismo che con
il pessimismo. Secondo le diverse valutazioni, può sembrare una crudele sentenza come pure una
garanzia di continuo perfezionamento. E infatti fu interpretata in tutti e due i modi». John Bury, Storia
dell’idea di progresso, Milano, Feltrinelli, 19792, p. 232 (La idea del progreso, trad. Elías Díaz García –
Julio Rodríguez Aramberri, Madrid, Alianza Editorial, 2008).
23
«Les méthodes de la logique – axiomatisation, construcción de modèles, méthodes combinatoires,
algébriques, topologiques, etc. – ont toutes pour objet d’explorer les propriétès de systèmes formels».
Jean Ladrière, L’explication en logique, in L. Apostel, G. Cellérier, J. T. Desanti, R. García, G. G.
Granger, F. Halbwachs, G. V. Henriques, J. Ladrière, J. Piaget, I. Sachs, H. Sinclair de Zwaart,
L’explication dans les sciences, Paris, Flammarion, 1973, p. 21 (La explicación en las ciencias, trad. José
Dalmau, Madrid, Ediciones Martínez Roca, 1977).
24
«Il apparaît ainsi que les systèmes de déduction naturelle sont des systèmes logiques qui appartiennent
à un niveau du langage supérieur à celui auquel appartiennent les propositions qui jouent le rôle
d’hypothèses ou de conclusions et les opérations que l’on peut pratiquer sur ces propositions». Ibidem, p.
24.
25
«Le statut de ces systèmes a été admirablement mis en lumière par Haskell B. Curry. Il a montré
comment le recours aux méthodes de déduction naturelle permet, en réalité, de donner un sens aux
opérations logiques élémentaires à partir de l’idée générale de déduction». Loc. Cit.
26
Les conditions qui rendent possible la pensée comme telle sont données une fois pour toutes avec la
possibilité même de la pensée et ne peuvent se prêter à ces généralizations et à ces variations
axiomatiques apparemment sans limites qui font s’ouvrir chaque jour davantage le champ de la logique».
La lógica es el aspecto connotativo de la argumentación. La forma abstracta de la expresión se vale de
metáforas, metonimias y similitudes, en su intento de ordenar los componentes de la reflexión en el
discurso, según sucesiones espaciales y temporales coordinadas y homologadas por las causas eficientes,
intuitivamente compendiadas en la realización de los actos y de los acontecimientos. Lo insólito y lo
pariente se unen en el cumplimiento lógico de los acontecimientos, tal como son cogidos en su (en
apariencia) libre realización. La imitación es el aspecto representativo de la abstracción. Lleva
mentalmente un objeto o una circunstancia, sin necesariamente interceptarlos en la realización efectiva.
La precisión (ideal e inaccesible) y la vaguedad (probable e hipotética), son las categorías conmutativas
del significado (de la convicción y de la experiencia). En todo caso la ambigüedad es el instrumento de la
identificación en el objeto de la reflexión. Su incertidumbre se manifiesta en un contexto, en el que se
evidencian las relaciones intersubjetivas. El saber y el conocimiento se interconectan entre si en el ámbito
de la realización (de eventos y ocasiones naturalmente y artificialmente determinados). El compromiso
entre conocer y saber se debe al objeto de la investigación: respectivamente a las personas y a las cosas.
«La expresión verbal de una proposición –escribe L. Susan Stebbing, Introducción moderna a la lógica,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1965, p. 53– es una oración». Las proposiciones
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1043

relacionales están compuestas por un cierto número de términos. «Las operaciones del pensamiento –
escribe A. N. Whitehead, Introduction to mathematics, 1912, p. 61– son como las cargas de caballería en
un batalla: son estrictamente limitadas en número, exigen caballos descansados y deben efectuarse sólo en
momentos decisivos». El simbolismo (descriptivo y demostrativo) permite expresar afirmaciones
innecesariamente complicadas. La forma, que sustenta la lógica, es también esa parte de la estructura del
pensamiento y sus funciones expresivas. «El desarrollo histórico de un ciencia refleja el desarrollo mental
del hombre» (L. S. Stebbing, op. cit., p. 195). El aspecto más evidente de esta relación consiste en el
orden social, institucional, que se asume en el recorrido histórico, en las fases de su creencia en el
conocimiento universal. El éxito conseguido en un sector del conocimiento por parte de un sistema
comunitario se extiende a todos los otros a nivel planetario por contaminación, conflagración, imitación.
La demostración de un proceso cognoscitivo verifica la autenticidad de la deducción. La demostración,
sin embargo, es independiente de la validez del axioma. El cálculo es el instrumento con el que se
desarrolla el razonamiento: la «económica de la vida espiritual» –según la expresión del cardenal
Ildefonso Schuster– es el corolario del pensamiento edificante.
27
«Saussurre a bien senti cette nécessité et a affirmé qu’un exemple de “parole” n’est pas la description
d’une serie d’articulations particulières, mais relève d’une étude psychophysique sur les instructions
qu’envoie le système nerveux central à l’appareil bucco-phonatoire». Hermine Sinclair de Zwaart,
L’explication en linguistique, in AA. VV., L’explication dans les sciences, cit., p. 138.
28
«En deuxième lieu, cette tendance de dériver les autres personnes de cette forme fondamentale ne joue
pas uniquement dans une certaine période de l’histoire des langues, mais elle se manifeste à des endroits
et à des moments différents et elle constitue donc une sorte de tendance dynamique constante». Ibidem, p.
139. Cfr.: Leonard Linsky (a cura di), Semantica e filosofia del linguaggio, Milano, Il Saggiatore, 1969;
Marshall McLuhan, Gli strumenti del comunicare, Milano, Il Saggiatore, 1967; Maurice Merleau-Ponty,
Segni, Milano, Il Saggiatore, 1967; G. E. Hughes – M. J. Cresswell, Introduzione alla logica modale,
Milano, Il Saggiatore, 1973.
29
«Seul un réalisme furieusement intempérant pourrait exiger qu’à ces concepts syntaxiques
correspondissent aussi des aspects du phénomène, ou, plus encore, des moments obsolus de la réalité».
Gilles Gaston Granger, L’explication dans les sciences sociales, in AA. VV., L’esplication dans les
sciences, cit., p. 159.
30
«Le rôle du principe de contradiction à l’intérieur du modèle dépend exclusivement du système logique
adopté en vue de formuler la structure de la théorie». Rolando García, A propos de la contradiction dans
la dialectique de la nature, in AA. VV., L’esplication dans les sciences, cit., p. 181.
31
«Le fait est qu’en tous les stades du développement opératoire formel (pour ne parler de ceux-ci) on
assimile les structures des niveaux antérieurs aux objets correspondants dans la constitution des structures
de niveaux suivants». G. V. Henriques, Explication et assimilation réciproque, in AA. VV., L’explication
dans les sciences, cit., p. 193.
32
«Toute définition de l’explication est liée à une definition de la connaissance». Leo Apostel,
Remarques sur la notion d’explication, in AA. VV., L’explication dans les sciences, cit., p. 213.
33
«Or, si dans l’école saussurrienne les structures demeuraient essentiellement concrètes, Harris puis
Chomsky, ont recouru à des modèles abstraits, et H. Sinclair note la même tendance jusqu’en linguistique
diachronique avec Portal. En second lieu, et en partie par cela même, ce nouveau structuralisme devient
constructiviste, le constructivisme allant de soi sur le terrain diachronique, mais susceptible d’une portée
plus générale et nouvelle avec les grammaires transformationnelles». Jean Piaget, Remarques finales, in
AA. VV., L’explication dans les sciences, cit., pp. 221-222.
34
«La vita perde la propria naturale ovvietà: perfino il “surrogato sociale” dell’istinto, che la sostiene e la
guida, finisce negli ingranaggi e negli affanni di ciò che deve essere ponderato, stabilito». Ulrich Beck, I
rischi della libertà, Bologna, Il Mulino, 2012, p. 13.
35
«Robert Musil, nel suo romanzo L’uomo senza qualità, distingue tra senso della realtà e senso della
possibilità. Quest’ultimo viene definito come “la capacità di pensare tutto quello che potrebbe egualmente
essere, e di non dare maggiore importanza a quello che è, che a quello che non è”». Ibidem, p. 34.
36
«La formula “individualismo programmato” può risultare più comprensibile se si pensano insieme le
concezioni del mondo di Kafka e di Sartre: l’epoca della propria vita è prodotta da un denso intreccio di
istituzioni – diritto, cultura, mercato del lavoro, ecc. – che “condanna” ciascuno alla libertà (Sartre),
predisponendo come pena per chi si sottrae a questa condanna precisi svantaggi (economici)». Ibidem, p.
52.
37
«Allorché, nei paesi sviluppati, il capitalismo globale dissolve il nucleo della società basata sul lavoro,
si spezza un’alleanza storica tra capitalismo, stato sociale e democrazia». Ibidem, p. 53.
1044 RICCARDO CAMPA

38
«Bisognerebbe che questi neoliberali, privi di qualsiasi esperienza storica, si ficcassero bene in testa
che il fondamentalismo del mercato, cui essi rendono omaggio, è una forma di analfabetismo
democratico. Il mercato non si giustifica affatto da sé. Questo tipo di economia può sopravvivere soltanto
in un rapporto continuo con la sicurezza materiale, i diritti sociali e la democrazia». Ibidem, p.54.
39
«Il sociologo francese Pierre Bourdieu afferma che chi si professa neoliberale meriterebbe di essere
depositato con un elicottero nei ghetti degli esclusi del Nord e del Sudamerica: dopo una settimana al
massimo – sempre che riesca a sopravvivere – costui si convertirebbe allo stato sociale». Ibidem, p.56.
40
«Ho sempre creduto che questa specie di servitù ben ordinata, facile e tranquilla… potrebbe combinarsi
più di quanto non si immagini con qualche forma esteriore di libertà, e che non le sarebbe impossibile
stabilirsi all’ombra stessa della sovranità popolare…». Alexis de Tocqueville, La democrazia in America,
in Scritti politici, Torino, Utet, 1968, vol. II, p. 812 (La democracia en América, trad. Dolores Sánchez de
Aleu, 2 vols, Madrid, Alianza Editoria, 2002-2005).
41
«Nella rivendicazione dell’uguaglianza si esprime e si compendia l’eredità religiosa, filosofica,
metafisica, umanistica, romantica e razionalistica della cultura europea». Ulrich Beck, op. cit., pp. 96-97.
42
«La volontà di potenza è in buona sostanza una volontà della potenza del linguaggio… Plasmare il
linguaggio significa plasmare il mondo». Ibidem, p. 125.
43
«Si tratta, comunque,» sostiene Marshall Berman «di un’unità paradossale, di un’unità della
separatezza, che ci catapulta in un vortice di disgregazione e rinnovamento perpetui, di conflitto e di
contraddizione, d’angoscia e d’ambiguità. Essere moderni vuol dire essere parte di un universo in cui,
come ha affermato Marx, “tutto ciò che è solido si dissolve nell’aria”». Marshall Berman, Tutto ciò che è
solido svanisce nell’aria, Bologna, Il Mulino, 2012, p. 25. (Todo lo sólido se desvanece en el aire, Siglo
XXI editores, México, 1988).
44
«È completamente avulsa dal passato e corre in avanti ad una velocità così vertiginosa che non può
mettere radici, riuscendo a fatica a sopravvivere da un giorno all’altro, incapace di ritornare alle proprie
origini e perciò di riappropiarsi delle sue capacità di rinnovamento». Octavio Paz, Alternating Current,
New York, Viking, 1973, pp. 161-162 (Corriente alterna, Madrid, Siglo XXI, 2009).
45
«Il concetto sottinteso è che l’impulso faustiano allo sviluppo è giunto ad animare tutti gli uomini e le
donne moderni». Marshall Berman, op. cit., p. 111.
46
«Così il capitalismo verrà dissolto dal calore prodotto dalle sue incandescenti energie». Ibidem, p. 129.
47
«Spinta dai suoi impulsi» prevede Marx «e dalle sue energie nichilistiche, la borghesia aprirà le paratie
della politica e della cultura per lasciar fluire le acque della sua nemesi rivoluzionaria». Ibidem, p. 145.
48
«Con le macchine, con i processi chimici e con gli altri metodi, essa [l’industria moderna] sovverte
costantemente, assieme alla base tecnica della produzione, le funzioni degli operai, e le funzioni sociali
del processo lavorativo. Così essa rivoluziona con altrettanta costanza la divisione del lavoro». Karl
Marx, Il Capitale, in Opere, Roma, Editori Riuniti, 1972, p. 533 (El capital, trad. Juan Manuel Figueroa
et al., Barcelona, Ed. Folio, 1997. 3 vols.).
49
«La separazione tra lo spirito moderno e l’ambiente modernizzato è stata una delle principali fonti di
angoscia e di riflessione sul finire degli anni Cinquanta. Mentre il decennio scorreva lentamente, le
persone più ricche di fantasia erano sempre più decise, non solo a rendersi conto dell’esistenza di questo
enorme abisso, ma anche a colmarlo, per mezzo dell’arte, del pensiero e dell’azione. Questo fu il
desiderio che ispirò libri tanto diversi tra loro come The Human Condition di Hannah Arendt,
Advertisements for Myself di Norman Mailer, Life against Death di Norman O. Brown e Groving Up
Absurd di Paul Goodman». Marshall Berman, op. cit., p. 381.
50
«Certamente la validità delle argomentazioni di Popper nei suoi dettagli filosofici e scientifici è
controversa, come lo sono del resto gli abbozzi di una filosofia della libertà sorti poi con insistenza da
varie parti: da quello di Karl Jaspers a quello di Isaiah Berlin». Karl Dietrich Bracher, Il Novecento secolo
delle ideologie, Roma-Bari, Laterza, 1985, p. 265 (La era de las ideologías, Buenos Aires, Editorial de
Belgrano, 1989.
51
«Tutto ciò era in contrasto stridente non solo con le esperienze della crisi socio-economica degli anni
Venti e Trenta, che avevano tanto contribuito al dissesto della democrazia, ma anche con la palese
incapacità dei sistemi comunisti a realizzare il progresso economico e sociale che promettevano. Mai
nella storia erano emersi in maniera così impressionante i rapporti reciproci tra pensiero economico-
sociale e pensiero politico». Ibidem, p. 269.
52
«Un’ondata di autocritica investi l’Occidente sulla scia della guerra del Vietnam e dei rapidi mutamenti
sociali provocati dal progresso materiale e dall’incremento della comunicazione internazionale attraverso
i nuovi mass media, specialmente la televisione, i cui effetti sempre più sconvolgenti dalla metà degli
anni Sessanta in poi non saranno mai abbastanza valutati». Ibidem, pp. 283-284.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1045

53
«Furono teorizzate e praticate nuove forme di vita collettiva di tipo utopistico-comunistico, nella
prospettiva di una rivoluzione sociale che oltrepassasse i confini della famiglia e dello Stato, nella
prospettiva di una società “non autoritaria”». Ibidem, p. 291.
54
«Nelle parole di Charles W. Wahl, la morte “non soccombe alla scienza e alla razionalità” e quindi
“siamo costretti necessariamente a impiegare l’artiglieria pesante della difesa, vale a dire a ricorrere alla
magia e all’irrazionale”». Zygmunt Bauman, Mortalità, immortalità e altre strategie di vita, Bologna, Il
Mulino, 2012, p. 27.
55
«Privato di Dio e dei Suoi emuli secolari, l’individuo moderno “ha bisogno di qualcuno, di una qualche
‘ideologia individuale giustificatrice’, che rimpiazzi le ideologie collettive in declino”». Ibidem, p. 39.
56
«Nelle parole di Reinhold Niebuhr, il patriottismo tribale “trasforma l’altruismo personale in egoismo
nazionale”». Ibidem, p. 52.
57
Emmanuel Lévinas, Altrimenti che essere o al di là dell’essenza, Milano, Jaca Book, 1983, pp. 14-5, 18
(De otro modo que ser o más allá de la esencia, trad. Antonio Pintor-Ramos, Salamanca, Sígueme, 1995).
58
«Un pericoloso filtro d’amore che distrae dalla morte». Elias Canetti, La provincia dell’uomo.
Quaderni di appunti 1942-1972, Milano, Adelphi, 1978, p. 41.
59
«La notorietà ha rimpiazzato l’immortalità, come la visione ha rimpiazzato la lettura e gli schermi i
libri». Zygmunt Bauman, op. cit., p. 107.
60
Cfr. Max Horkheimer e Theodor W. Adorno, Dialettica dell’Illuminismo, Torino, Einaudi, 1966, pp.
228-231 (Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, trad. Joaquín Chamorro Mielke, Madrid,
Akal, 2007).
61
«Come ha suggerito Paul Tillich, nella nostra epoca la preoccupazione per la vacuità e la mancanza di
significato della vita ha soppiantato le più antiche preoccupazioni relative al fato, alla colpa e alla
condanna. La mia idea è che questo mutamento è stato intimamente collegato all’espropriazione della
socievolezza da parte dei gruppi risoluti a conquistarsi l’autoconservazione». Zygmunt Bauman, op. cit.,
pp. 166-167.
62
«Così la causa della razionalità strumentale celebra sempre nuove battaglie trionfali – e nel fracasso dei
festeggiamenti sfugge all’udito la notizia della guerra perduta». Ibidem, p. 183.
63
«Con l’immortalità ridotta alla fama e la virtù che merita l’immortalità equiparata alla quantità di
attenzione pubblica conquistata, Madison Avenue ha preso il posto del soglio pontificio». Ibidem, pp.
227-228.
64
«À ce compte, toutes les sciences ne seraient que des applications inconscientes du calcul des
probabilités; condamner ce calcul, ce serait condamner la science toute entière». Henri Poincaré, La
Science et l’Hipothèse, Paris, Flammarion, 1902, pp. 214 (La ciencia y la hipótesis, trad. Alfredo B. Besio
y José Banfi, Madrid, Espasa Libros, 2002).
65
«Ciò potrà sembrare paradossale.» scrive Bruno de Finetti «Sembrerà paradossale perché si può
ritenere, forse, a prima vista, che allora non sia più lecito nemmeno valutare delle probabilità lasciandosi
guidare dall’esperienza, esperienza che di solito, com’è noto, consiste nell’osservazione di frequenze.
Nella statistica, a esempio, non si procede se non così, e non è certo a tale convinzione, a tale
procedimento, che si possa rinunciare». Bruno de Finetti, La logica dell’incerto, Milano, Il Saggiatore,
1989, p. 42.
66
«Dal punto di vista logico, la teoria delle probabilità sarebbe solo una logica polivalente con una scala
continua di modalità sovrapposta a una logica a due valori. Questo significa essenzialmente che per ogni
evento si ammettono solo due risultati possibili (salvo per gli eventi subordinati per cui sono invece
ammessi tre risultati possibili, ma con un significato del tutto formale). L’infinità di modalità intermedie
non scaturisce da una insufficienza della logica a due valori… serve solo a misurare il nostro dubbio
quando non sappiamo quale dei due valori oggettivi (il vero e il falso) è quello giusto». Ibidem, p. 139.
67
«Bisogna dunque ancorarsi esplicitamente, nella definizione della probabilità, a quello che è il senso
usuale della parola, e al quale finiscono per dover ricorrere illegittimamente coloro che vorrebbero
bandirlo ritenendo più scientifiche e pure altre definizioni per il solo motivo che sono vuote». Ibidem, p.
195.
68
«Uno dei punti su cui John Maynard Keynes insiste è il fatto che la probabilità di un evento non ha
senso se non relativamente a un certo stato di conoscenze, che egli usa perciò sempre indicare
esplicitamente. In ciò è d’accordo Harold Jeffreys, ed anche Hans Reichenbach. Per meglio insistere su
tale punto Keynes preferisce addirittura parlare non della probabilità di un evento ma dell’affermazione
che esso abbia a verificarsi (supposta nota una data affermazione), e certo l’idea che la probabilità non
esiste nel mondo dei fatti concreti, ma nel regno dell’astratto pensiero umano…». Ibidem, p. 207.
1046 RICCARDO CAMPA

69
«Da Aristotele a Spinoza, da Erodoto a Bentham, è tutto un panorama insospettato di punti di
riferimento che si rileva nel campo delle concezioni sulla probabilità». Ibidem, pp. 221-222.
70
Èmile Borel, Traité du Calcul des Probabilités et de ses Applications, in Supplemento statistico ai
nuovi problemi di politica, storia e economia, 5. 1939, pp. 61-71.

21. La precariedad
1
«La science est conscience de la nécessité, si elle est celle des nécessités de la science, elle est donc un
acte de liberté: sa fécondité matérielle est celle de la puissance créatrice par excellence. Mais ces biens
trop visibles ne doivent pas faire oublier que les fruits de la liberté sont toujours donnés par sourcroît. Si
la science envisageait ses résultats matériels comme un fin, elle se condamnerait à devenir un jour
stérile». Bernard Charbonneau, Le système et le chaos. Critique du développement exponential, Paris,
Éditions Anthropos, 1973, p. 25.
2
«L’humaine liberté de la science n’est pas neutre, elle est ambiguë, lourde à la fois du bien et du mal».
Ibidem, p. 34.
3
«Difficulté supplémentaire: les termes qui cherchent à saisir le temps, à le définir, à le mesurer même,
s’expriment en langage d’espace». Robert Wallis, Le temps, quatrième dimension de l’esprit, Paris,
Flammarion, 1966, p. 13 (El tiempo, cuarta dimensión de la mente. Estudio de la función temporal del
hombre desde el punto de vista físico, biológico y metafísico, Buenos Aires El Ateneo, 1976).
4
«Ne serait-ce que pour cette raison simple que le sciences naturelles en géneral, et la physique en
particulier, ne décrivent pas la nature en soi, mais bien les relations entre l’homme et la nature. Le
monde des atomes a ses lois, différentes des nôtres, même si nous sommes constitués d’atomes». Ibidem,
p. 28.
5
«Qui plus est, Einstein mathématiquement inclut le temps variable dans l’intimité même du phénomène
observé; ce temps qui était quantité, il le transforme en essence spécifique, c’est-à-dire en qualité».
Ibidem, p. 31.
6
«Les mystiques employaient ce mot expérience; il y a pour eaux des expériences du divin; c’est donc un
sens traditionnel du mot expérience que William James remet ainsi en usage. L’expression: “les variétés
de l’expérience religieuse” nous paraîtra très importante, car nous allons être confrontés par ce problème:
y a-t-il une expérience métaphysique ou y a-t-il des expériences métaphysiques? Et nous voyons que
James suggère qu’il y a des variétés de l’expérience religieuse, et sans doute peut-on dire qu’il y a des
expériences religieuses diverses». Jean Wahl, L’expérience métaphysique, Paris, Flammarion, 1965, p. 7
(La experiencia metafísica, trad. José Zahonero Vivó, Marfil, Alcoy, 1966).
7
«C’est qu’au fond, nous dit Heidegger, tous les grands philosophes ont été en présence d’une seule et
même vérité qu’ils ont simplement exprimée de façons différentes». Ibidem, pp. 7-8.
8
«En reprenant notre histoire de la philosophie à partir de Kant, nous verrons qu’il a une autre série de
problèmes qui viennent de développer à partir du kantisme, et particulièrement à partir des antinomies de
la raison pure; il s’agit de la question du fini et de l’indéfini». Ibidem, p. 42.
9
«Van Gogh lui-même dit que les peintres modernes sont des peintres penseurs, mais à propos des
peintres plus anciens, nous pourrions faire des remarques analogues, avec cette seule différence que leur
pensée n’est pas au même degré faite de contrastes qui leur soient personnels; elle vit de la pensée de
l’époque». Ibidem, p. 117.
10
«Tout moment de notre vie offre donc deux aspects: actuel et virtuel, perception d’un côté et souvenir
de l’autre. Mais ces deux aspects sont contemporains, au moins dans leur origine, et cependant, comme le
dit Janet: “La construction du présent empêche une détermination précise de sa durée”». Robert Wallis,
Le temps, quatrième dimension de l’esprit, cit., p. 53.
11
«De ce point de vue, il n’y a pas de limite objective matérielle entre le déjà accompli et ce qui va
s’accomplir». Ibidem, p. 71.
12
«Que la matière inerte serrait instable s’il n’y avait pas de discontinuité quantique pour maintenir la
stabilité des structures moléculaires et atomiques, et ainsi la stabilité de cette matière inorganique même.
Or la stabilité organique des cellules biologiques à travers l’individu, et surtout à travers l’espèce grâce à
la reproduction, ne se maintient elle aussi en existence, à travers les siècles, que grâce à une instabilité
paradoxale, liée à des discontinuités quantiques». Ibidem, pp. 72-73.
13
«Ces discontinuités brusques sont les mutations, et De Vries a bien insisté sur leur caractère
révolutionnaire et soudain, en regard d’une évolution progressive et continue». Ibidem, p. 73.
14
«Pour les partisans de la Gestalt psychologie comme pour nous-même, il n’y a pas lieu de distinguer
véritablement ce qui est habituellement décrit sous le nom de perception, mémoire, pensée, jugement: ces
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1047

appellations diverses ne font que dissocier artificiellement les modalités d’un même processus
psychologique électrochimique, processus d’information et de communication nerveuses essentiellement
neuronique et surtout cérébral». Ibidem, p. 108.
15
«Si le monde extérieur apparaît comme “relativement” immobile, et le temps objectif de Monkowski-
Einstein aussi déployé que l’espace, la variation relative vient de l’intuition du moi qui, sentant le
changement du devenir, applique au temps psychologique sa flèche directionnelle interne et provoque
ainsi la sensation de l’avant e de l’après». Ibidem, p. 187.
16
«Comme le fait remarquer Arthur Eddington, la notion d’entropie constitue probablement la plus
grande contribution de la physique du XIXe siècle au développement de la pensée scientifique. Grâce à
elle, pour la première fois la physique s’éloigne de la tendance quasi anatomique à rechercher, par de
divisions et des dissections microscopiques ou ultra-microscopiques de plus en plus fines, à isoler des
entités, pour au contraire s’attacher, quasi physiologiquement, aux qualités évolutives d’un système
considéré dans son ensemble fonctionnel et évolutif, comme on le fait vis-à-vis d’une organisme vivant,
par delà les détails de la structure». Ibidem, p. 188.
17
«La croissance technique et économique indéfinie est à la fois le fait et le dogme fondamental de notre
temps, comme l’immutabilité d’un ordre à la fois naturel et divin fut celui du passé». Bernard
Charbonneau, Le système et le chaos, critique du développement exponentiel, Paris, Éditions Anthropos,
1973, p. 10.
18
«L’espace social, d’abord biomorphique et anthropologique,» afferma Henri Lefebvre «tend à déborder
cette immédiateté. Toutefois, rien ne me disparaît complètement; ce qui subsiste ne saurait se définir
seulement par la trace ou le souvenir ou la survivance. L’antérieur, dans l’espace, reste le support de ce
qui suit… L’espace ainsi conçu pourrait se dire “organique”. Dans l’immédiateté de la relation entre les
groupes, entre les membres de chaque groupe, de la “société” avec la nature, l’espace occupé déclare sur
le terrain l’organisation de las société, les rapports constitutifs. Ces rapports ne donnent que peu de place
à l’abstraction. Ils restent au niveau du sexe, de l’âge, du sang et mentalement de “l’image” sans concept:
de la parole». Henri Lefebvre, La production de l’espace, Paris, Éditions Anthropos, 1974, pp. 265-266.
19
«L’anthropologie a montré comment l’espace occupé par tel ou tel group de “primitifs” correspond au
classement hiérarchisé des membres de la société: le rend perpétuellement actuel et présent». Ibidem, p.
266.
20
«Notre espace reste ainsi qualifié (qualifiant) sous les sédiments postérieurs de l’histoire, de
l’accumulation, de la quantification». Ibidem, p. 267.
21
«Une double lecture s’impose: l’absolu (apparent) dans le relatif (réel)». Ibidem, p. 268.
22
«La mimèsis avec ses composantes et variantes permet s’établir la “spatialité” abstraite comme
cohésion mi-fictive mi-réelle». Ibidem, p. 433-434.
23
«La science est conscience. A l’intuition fragmentaire et fugitive de l’instinct, elle substitue un plan
méthodique et exhaustif». Bernard Charbonneau, op. cit., p. 33.
24
«Les régimes capitalistes sont socialistes dans la mesure où le progrès technique leur impose une
organisation, et les régimes socialistes capitalistes là où le rendement les oblige à relâcher leurs
principes». Ibidem, p. 53.
25
«Aussi, en attendant la parousie, à chacun selon son travail. La société la plus juste est celle qui fait le
mieux la Révolution, c’est-à-dire la Production». Ibidem, p. 247.
26
«Le père Teilhard aurait-il raison, le Plastique serait-il le Saint-Esprit?». Ibidem, p. 252.
27
«Le elezioni si trasformano in realtà in una delle forme del plebiscito». Ernst Jünger, Trattato del
ribelle, Milano, Adelphi, 2009, p. 12.
28
«Le dittature non sono soltanto pericolose, sono esse stesse sempre in pericolo poiché l’uso brutale
della forza suscita ovunque ostilità. Stando così le cose, la presenza di esigue minoranze pronte a tutto
costituisce una minaccia, in particolare quando esse abbiano messo a punto una loro tattica». Ibidem, pp.
31-32.
29
«L’aspetto irritante di questo spettacolo è il legame tra una statura così modesta e un potere funzionale
così enorme». Ibidem, p. 34.
30
«Conditionner les attitudes ou les actions d’un homme à une philosophie ou à une politique pour lui
faire oublier les données nationales sociales ou économiques de sa condition c’est l’asservir et non le
libérer». Bernard Charbonneau, op. cit., p. 313. Cfr. Atkinson Barry, Borchorst Dahl Desai, Grudzielsky
Kolberg, Lukes Roth, Dilemmi della democrazia e strategie del riformismo, Roma, Editori Riuniti, 1991.
31
«L’individualismo contemporaneo, soprattutto quello descritto da Gilles Lipovetsky in L’ère du vide,
non rappresenta più un trionfo dell’individualità sulle regole costrittive, ma la realizzazione di individui
estranei alle discipline, alle regole, alle diverse costrizioni, alle irreggimentazioni. Che cosa troviamo
1048 RICCARDO CAMPA

nell’individualismo contemporaneo? Le delizie del narcisismo, ben più che il possesso di un’autonomia,
l’esplosione edonista, ben più che la conquista della libertà». Jacqueline Russ, La pensée éthique
contemporaine, Paris, Presses Universitaires de France, 1994, trad. it. Bologna, Il Mulino, 1997, p. 13.
32
«La scienza dei giudizi morali ripudia ogni appello alle diverse trascendenze (Dio, ecc.), resiste alle
sirene del sacro, per volgersi verso il desiderio, la felicità, la gioia, la realtà, ecc., in cui si radicano i nostri
valori e le nostre norme assiologiche». Ibidem, p. 39.
33
«Il pervadere dell’incertezza prodotta» scrive Anthony Giddens «è il risultato della lunga maturazione
delle istituzioni moderne; ma si è intensificato anche per effetto di una serie di eventi che, nel corso degli
ultimi quattro o cinque decenni, hanno profondamente trasformato la società (e la natura)». Anthony
Giddens, Beyond Left and Right. The future of Radical Politics, Cambridge, Polity Press, 1994, trad. it.
Oltre la destra e la sinistra, Bologna, Il Mulino, 2011, p. 10 (Más allá de la izquierda y de la derecha. El
futuro de las políticas radicales, trad. María Luisa Rodríguez Tapia, Madrid, Ediciones Cátedra, 1996).
34
«Tali valori sono sollecitati innanzitutto, forse, da ciò che Hans Jonas chiama “euristica della paura” –
li scopriamo sotto un segno negativo, sotto le minacce alla collettività che l’umanità stessa si è creata».
Ibidem, p. 30.
35
«Il capitalismo dipende da un “puritanesimo secolare” nella sfera della produzione, ma si è arreso agli
imperativi del piacere e del gioco in quella del consumo». Ibidem, p. 45.
36
«Le forme di socialismo rivoluzionario meno fanatiche, compresa quella proposta da Marx, spiegano in
modo chiaro e in termini teorici l’importanza della rivoluzione». Ibidem, p. 81.
37
«L’elenco dei pericoli è ben noto. Il probabile progressivo riscaldamento della terra, in conseguenza
della produzione dei gas responsabili dell’ ”effetto serra”; l’assottigliarsi dello strato di ozono; la
devastazione delle foreste tropicali; la desertificazione; e l’inquinamento delle acque, un inquinamento
che probabilmente finirà con l’inibire i processi di rigenerazione che esse consentono». Ibidem, p. 122.
38
«Dall’America Latina all’Europa Orientale, dall’Unione Sovietica al Medio Oriente e all’Asia,» scrive
Francis Fukuyama «negli ultimi tre decenni i regimi autoritari non hanno più retto. Ed anche se non
hanno in tutti i casi ceduto il passo ad una stabile democrazia liberale, quest’ultima rimane la sola
aspirazione politica coerente per regioni e culture diverse dell’intero pianeta». Francis Fukuyama, The
End of the History and the Last Man, London, Hamilton, 1992, trad. it. Milano, Rizzoli, 1992, p. 11 (El
fin de la historia y el último hombre, trad. P. Elías, Barcelona, Ed. Planeta, 1992).

22. La expectativa
1
«Ciò porta alla seconda e più seria obiezione: libertà ed eguaglianza non sono valori distinti e
indipendentemente caratterizzabili. Riconosciuto che l’una è un attributo della condizione di individui o
gruppi mentre l’altra caratterizza il rapporto tra le loro condizioni, dobbiamo rilevare che, in entrambi i
casi, il problema attiene gli stessi aspetti della loro condizione». Steven Lukes, Eguaglianza e libertà: è
un conflitto inevitabile?, in Atkinson Barry, Borchorst Dahl Desai, Grudzielsky Kolberg, Lukes Roth,
Dilemmi della democrazia e strategie del riformismo, a cura di Sergio Lugaresi e Laura Pennacchi,
Roma, Editori Riuniti, 1991, p. 31.
2
«Nei conflitti politici, le teorie in contrasto comprendono quasi sempre entrambi questi obiettivi e il loro
contrasto nasce da diverse concezioni circa il modo di soddisfarle entrambe». Ibidem, p. 34.
3
«Tanto gli imprenditori di destra quanto certi partiti e sindacati di sinistra» sostiene Stany Grudzielsky
«hanno trovato in questo giustificazioni eccellenti: per i primi, l’uomo è un fattore lavoro, il cui
spostamento dalle zone di surplus alle zone di mancanza di forza lavoro dovrebbe essere favorita in tutti i
modi, allo scopo di massimizzare il profitto e riequilibrare il mercato liberista; per gli altri, l’uomo è una
parte della classe operaia, il suo coinvolgimento in un movimento di massa è condizione per la sua
liberazione. Per entrambi, però, l’uomo è un atomo di umanità. L’autonomia della persona è un’illusione
– una pericolosa illusione, propriamente parlando». Stany Grudzielsky, Immigrazione e politiche sociali,
in AA.VV., Dilemmi della democrazia e strategie del riformismo, cit., p. 90.
4
«La fase finale del capitalismo sarà la completa scomparsa di ogni particolarismo, la sua dissoluzione in
un mercato mondiale, che costituisce il cuore stesso dell’internazionalismo proletario…». Ibidem, p. 96.
5
Karl Marx, A proposito del sistema nazionale di economia politica di Friedrich List, in Il capitale, a
cura di Delio Cantimori, introduzione di Maurice Dobb, Roma,Editori Riuniti, 19748 (Crítica de «El
sistema nacional de economía política» de Friedrich List).
6
«Se oggi si parla di “nuovo riformismo” è perché quello “vecchio” (ossia, lo storico compromesso a cui
quasi ogni democrazia occidentale è pervenuta con la propria classe operaia; New Deal,
Keynes/Beveridge, Butskellism o comunque lo si voglia chiamare) è crollato nel decennio seguente alla
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1049

crisi petrolifera. I rovesci subiti dalla democrazia sociale negli anni Ottanta, vale a dire dopo la seconda
crisi petrolifera, impongono di ridefinire una nuova economia politica». Meghnad Desai, Vecchie e nuove
povertà e le politiche sociali, in AA.VV., Dilemmi della democrazia e strategie del riformismo, cit., p.
138.
7
«La tirannia esercitata dalle categorie del valore sull’economia marxiana ha trasformato in feticcio le
relazioni di scambio valore/merce e ciò ha impedito ai movimenti socialisti di mobilitarsi all’esterno della
sfera delle relazioni di scambio. La categoria del lavoro utile è più ampia di quella del lavoro produttivo
di valore: essa include, sia la dimensione del genere, sia quella dell’età». Ibidem, p. 144.
8
«Ciò che i paradossi mettono in luce è l’esistenza di profonde tensioni e conflitti tra l’idea e la pratica
della democrazia e le strutture e le pratiche dell’ordine economico nei paesi democratici». Robert Dahl,
Democrazia politica e democrazia economica in AA.VV., Dilemmi della democrazia e strategie del
riformismo, cit., p. 151.
9
«È la natura stessa che, nell’esigenza di libertà, si ribella alla società». Hans Kelsen, La democrazia,
Bologna, Il Mulino, 2010, p. 45.
10
«Si nasce, per lo più, in un ordine statale preesistente, alla cui creazione non si ha contribuito e che
deve, in seguito, apparire come una volontà esterna. Il problema che si presenta è soltanto quello del
perfezionamento di quest’ordine, delle modifiche da apportare ad esso. E sotto questo punto di vista, il
principio della maggioranza assoluta (e non della maggioranza qualificata) rappresenta l’approssimazione
relativamente maggiore dell’idea di libertà». Ibidem, p. 51.
11
«La forza numerica di questi due gruppi può essere più o meno diversa, ma non è mai troppo diversa la
loro importanza politica e sociale. È questa forza di integrazione sociale che, in primo luogo, caratterizza
il principio di maggioranza». Ibidem, p. 104.
12
«È in particolar modo l’idea di un parlamento economico che in questi ultimi tempi tende ad attuarsi;
ma, per intanto, ancora a fianco del parlamento generale, come corpo peritale, consultivo ed
eventualmente dotato di veto sospensivo, nella cui composizione dovrebbero trovare una mutua
compensazione i molteplici interessi antagonistici nel campo della produzione, p. es., fra agricoltura e
industria, fabbriche e commercio, ma anche l’antagonismo fra produttori e consumatori, e fra datori di
lavoro e lavoratori». Ibidem, p. 168.
13
«Entrambi gli orientamenti affermano il sommo valore della libertà, ma mentre l’uno individua
l’essenza di tale libertà nella spontaneità e nell’assenza di coercizione, l’altro sostiene che essa si può
realizzare solo attraverso la ricerca e il conseguimento di un fine assoluto e collettivo». Jacob L. Talmon,
Le origini della democrazia totalitaria, Bologna, Il Mulino, 2000, p. 8 (Los orígenes de la democracia
totalitaria, trad. Manuel Cardenal Iracheta, Madrid, Aguilar, 1952).
14
«Entrambi gli orientamenti possono sostenere la necessità della coercizione». Ibidem, p. 15.
15
«Il punto di riferimento del messianismo moderno… è la ragione e la volontà dell’uomo, e la sua
aspirazione a raggiungere la felicità sulla terra attraverso una trasformazione sociale. Il punto di
riferimento è temporale, ma le aspirazioni sono assolute». Ibidem, p. 19.
16
«Il venerato legislatore di Rousseau non è altro che il grande educatore». Ibidem, p. 47.
17
«La volontà personale dell’individuo è sempre sospetta». Ibidem, p. 61.
18
«È sempre accaduto nelle rivoluzioni moderne che, mentre il dinamismo intrinseco dello schema della
rivoluzione continuava a produrre dottrinari sempre più estremisti, le masse inarticolate diventavano
sempre più indifferenti e ostili alla mentalità rivoluzionaria». Ibidem, pp. 189-190.
19
«Fu l’idea dell’ordine naturale (o della volontà generale) del diciottesimo secolo come fine
raggiungibile, anzi inevitabile e onirisolutivo, a generare un atteggiamento mentale sconosciuto fino ad
allora nella sfera della politica, vale a dire il sentimento di un progresso continuo verso una soluzione del
dramma storico, accompagnato da una profonda consapevolezza di una crisi strutturale e incurabile della
società esistente. Questo atteggiamento mentale trovò la sua espressione nella tradizione democratica
totalitaria». Ibidem, p. 341.
20
«Questa è la maledizione delle fedi messianiche: nascere dagli impulsi più nobili dell’uomo e
degenerare in strumenti di tirannide». Ibidem, p. 347.
21
«Ce qui fait advenir l’État dans la plénitude de sa notion» scrive Marchel Gauchet «le rend
simultanément impensable dans son effectivité. La révolution au nom du droit se transforme en épreuve
des limites de la pensée du politique selon le droit». Marcel Gauchet, L’avènement de la démocratie. La
révolution moderne, Paris, Éditions Gallimard, 2007, p. 116.
22
«La découverte de l’historicité proprement dite, telle qu’on en a le plus puissant témoignage avec la
Phénoménologie de l’esprit de 1807, procède d’une double adicalisation de la perspective du progrès».
Ibidem, p. 132.
1050 RICCARDO CAMPA

23
«En se forgeant dans la durée, l’humanité apprend à se connaître, à se comprendre, à se savoir pour ce
qu’elle est, en éclaircissant d’où elle vient et en discernant où elle va – en un mot, elle se réfléchit».
Ibidem, p. 143.
24
«Il se découvre ainsi un continent neuf de pensée et d’action qui s’élargit à mesure qu’on l’explore. Il
offre un champ que l’on n’avait pas soupçonné aux entreprises tant individuelles que collectives».
Ibidem, p. 128.
25
«La notion qui fera consensus pour désigner cette totalisation en marche du travail de l’humanité sur
elle-même sera celle de civilisation». Ibidem, p. 143.
26
«De la foi onirique dans les solutions radicales de l’âge totalitaire, nous voici passé dans l’aimable
inconscience de la démocratie de marché, invulnérablement confiante dans ses automatismes et ses
ressources d’équilibre». Ibidem, p. 154. Los fundamentos filosóficos del neoliberalismo regresan en la
doctrina de Friedrich Hayek e Milton Friedman, que piensan que el progreso de la ciencia y de la
tecnología son el efecto del desarrollo de la competitividad individual en el mercado, y que la
intervención del Estado mediante la planificación centralizada y el keynesianismo económico lo
deprimen.
27
Cfr. Louis Dumont, Homo aequalis. Genèse et épanouissement de l’idéologie économique, Paris,
Éditions Gallimard, 1977.
28
Marcel Gauchet, op.cit., p. 183.
29
«Il est un carrefour dans le contexte. Les données inédites de la situation convergent en lui. Il fédère en
un vocable unique l’ensemble des causes à l’ordre du jour, le gouvernement représentatif, la dignité des
individus, l’intégration sociale des laborieux et des humbles, les espérances et les nécessités de l’histoire,
la liberté des nations». Ibidem, p. 195.
30
Émile Zola, Paris, Éditions Gallimard, «Folio Classique», 2002, pp. 625-626.
31
«L’activisme socialiste va prendre la relève de la quiétude libérale». Marcel Gauchet, op.cit., II. p. 65.
32
«En construisant son unité, en se donnant les moyens de la conquête du pouvoir politique, la classe
ouvrière se métamorphose, de classe objective qu’elle était, en classe subjective». Ibidem, p. 98.
33
«La déthéologisation de l’histoire va de pair avec sa décosmicisation. La poussée de l’immanence
introduit avec elle la perspective d’une historicité qui se produit du dedans d’elle-même, selon un
processus intrinsèque, et qui représente un milieu spécifique. L’histoire se dissocie de la nature ; elle se
détache du devenir universel ; elle se sépare de l’évolution du vivant. Elle se joue toute entre les
hommes». Ibidem, p. 137.
34
Santi Romano, Lo Stato moderno e la sua crisi. Saggi di diritto costituzionale, Milano, Giuffré, 1969,
p. 9 e ss.
35
«Savorgnan de Brazza fonde le Congo français en 1877, le protectorat sur la Tunisie est établi en 1881,
sur l’Annam en 1833. C’est que l’économie l’exige, en tout cas les acteurs en son persuadés». Marcel
Gauchet, op. cit., p. 174.
36
«L’ordre humain s’est substitué à l’ordre chrétien, mais la façon d’en concevoir la réalisation reste
analogue, dans sa diversité de creusets et son unité de langage. C’est d’ailleurs ce qui nourrit l’espoir des
partisans des nationalités dans la future polyphonie des peuples libres et pacifiques». Ibidem, p. 236.
37
Hannah Arendt, Le origini del totalitarismo, Milano, Edizioni di Comunità, 1996 (Los orígenes del
totalitarismo, trad. Guillermo Solana, Madrid, Alianza Editorial, 2006).
38
«Jamais l’homme n’eut à ce point conscience de la necessité impérieuse de collaborer à la conservation
et au perfectionnement de la civilisation terrestre. Jamais dans le passé, le travail ne fu autant en honneur
que de nos jours. Jamais l’homme ne fu aussi disposé à peiner, à courir des risques, à consacrer à tout
moment son courage et sa personnalité au bien général. Aussi n’a-t-il pas perdu tout espoir». Johan
Huizinga, Incertitudes. Essai de diagnostique du mal dont souffre notre temps, Paris, Librairie de
Médicis, 1939, p. 16.
39
«Il ne nous reste qu’à marcher en avant, bien que les abîmes et les lointains inconnus nous donnent le
vertige et qu’une brume opaque plane sur le gouffre béant du proche avenir». Ibidem, p. 27.
40
«La culture commence dès que l’homme a expérimenté comment la main, armé d’un silex grossier, est
capable de produire des choses que sans cet instrument il ne saurait faire. Il s’est asservi une parcelle de la
nature». Ibidem, pp. 45-46.
41
«Les termes qui unissent toutes les tendances culturelles d’aujourd’hui sont du même ordre : ben-être,
puissance, sécurité (y compris aussi la paix et l’ordre), autrement dit un ensemble d’idéals aptes à diviser
plutôt qu’à unir, découlant tous de l’instinct naturel, mais non ennoblis par l’esprit. Les troglodytes
connaissaient déjà ce même idéal». Ibidem, p. 51.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1051

42
Horace Walpole, Il castello d’Otranto, Introduzione di Mario Praz; traduzione di Oreste del Buono,
Milano, BUR Rizzoli, 2010 (El castillo de Otranto, trad. María Engracia Pujals Gesalí, Madrid, Alianza
Editorial, 2008).
43
«La technique fournit aussi à la société des moyens de destruction. Qui dit moyens d’extermination ne
dit pas forcément guerre ou crime... Le maintien de l’ordre et la justice autorisent également l’emploi de
la violence allant jusqu’à la destruction de la vie humaine». Johan Huizinga, op. cit., p. 100.
44
«Un principe moral tel que le comprendrait un chrétien, un musulman, un platonicien, un bouddhiste,
un spinosiste, un kantien, fait ici totalement défaut. Aussi va-t-il sans dire que pareille doctrine n’agit en
efficacité sur les masses que sous une forme grossière et à peine comprise». Ibidem, p. 138.
45
«On ne peut donc que remonter de la pensée parlée à celle qui se parle, s’efforcer de discerner la future
pensée de l’après langage dans celle qui est en train de s’incarner». Étienne Gilson, Linguistique et
Philosophie, Paris, Librairie philosophique J. Vrin, 1969, p. 127.
46
«J’appelle puérilisme l’attitude d’une société dont la conduite ne correspond pas au degré de
discernement et de maturité auquel elle est censée être parvenue, une société qui, au lieu de préparer
l’adolescent à passer à l’âge viril, adapte sa propre conduite à celle de l’enfance». Johan Huizinga, op.
cit., p. 175.
47
Cfr. Serge Moscovici, Essai sur l’histoire humaine de la nature, Paris, Flammarion, 1968; Emmanuel
Le Roy Ladurie, Histoire du climat depuis l’an mil, Paris,Flammarion, 1967.
48
«C’est l’attitude d’un Platon ou d’un Malebranche,» scrive Henri Wallon «pour qui les idées pures ou
l’intelligible répondent à l’essence même des choses...D’autres, avec Descartes ou Spinoza, supposent
une sorte de parallélisme ou d’identité substantielle entre l’intelligible et la réalité accessible aux sens,
dite réalité matérielle...». Henri Wallon, De l’acte à la pensée, Paris, Flammarion, 1970, p. 7.
49
«Cette absence de frontières précises délimitant le domaine de l’usage commun a pour conséquence
que la question, souvent posée, du nombre des mots dont une langue se compose, ne peut recevoir aucune
réponse précise ni même raisonnablement approchées». Étienne Gilson, op.cit., p. 289.
50
Robert Klein, La forma y lo inteligible, Madrid, Taurus, 1982, p. 381.

23. La contemplación
1
A la emancipación de la humanidad de la dependencia de los «falsos mentirosos del Olimpo» contrasta
el intento de perfilar un «reino terreno», capaz de emanar normas de conducta ética y jurídicamente
edificantes. Pero el cristianismo piensa en dos fuentes de obligación: en los Hechos de los Apóstoles (5,
29) se escribe: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres»; y en los Evangelios de Mateo
(22, 21), Marco (12, 17) y Lucas (20, 25) donde se dice: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que
es de Dios». La «doble ciudadanía» es, por un lado, providencial y, por otro lado, la causa de las
turbaciones existenciales de las generaciones ocupadas mundanamente en mejorar las condiciones
objetivas. La contingencia asume connotaciones heurísticas en cuanto que satisface las expectativas del
género humano. La laicidad conforta las fases de actuación de los órdenes institucionales, connotados por
la llegada de la ciencia y de la tecnología. Las inferencias perturbadoras del observador de la naturaleza
restablecen la unidad cósmica de la cultura grecorromana. La relación entre la autoridad secular y Dios es
una característica optativa de los Estados, que consideran la tolerancia religiosa como un factor
determinante para la convivencia civil y pacífica. La prudencia es la categoría de la acción coordinada de
modo que pueda conseguir resultados detectables práctica y éticamente. La obediencia es una actitud que
restablece la virtud, continuamente comprometida a las actitudes mundanas. Su función salvífica es
efímera, aunque alargada por la lisonja de conseguir ventajas a veces imprevistas o insólitas. La
salvaguardia del poder (político, económico, social) permite reforzar el acuerdo conjetural y los vínculos
reales entre los miembros de un orden institucional. La autonomía decisional prescinde de las
revelaciones proféticas y confía, solamente en el sentido alegórico, en la voluntad divina. La conciencia
infeliz se deduce de la relativización de la convicción, de la inmanencia, con la que el género humano se
cuestiona sobre los resultados de la vida terrena. Queda pendiente el «valor» del mandato, que puede
provenir de una autoridad celeste o terrena: una urdimbre mental, capaz de hacer cohesiva la preceptiva
social. La problemática, conectada con la iniciación a la observancia de las normas que rigen la
comunidad humana, es el predicado nominal del aparato capaz de legitimar la acción aflictiva por parte de
las instituciones, encargadas de reprimir la transgresión. El orden artificial refleja el orden natural. La
coparticipación activa y pasiva del uno y del otro frente a la práctica humana se realiza en la costumbre,
en la capacidad colectiva de organizar la temperie existencial de un modo conforme a las exigencias de la
«Gran Cadena del Ser», según la expresión de Arthur O. Lovejoy.
1052 RICCARDO CAMPA

La perturbación, provocada por la desobediencia, se distingue de la sedición, cuando se propone la


consolidación de los vínculos que los individuos establecen legítimamente en el orden constituido, que no
puede identificarse con la tiranía ni con ninguna forma de gobierno totalitario. El autoritarismo, en cuanto
factor determinante de los sistemas políticos que se basan en la fuerza de la razón o del dogma, no asume
funestas connotaciones propositivas en el examen político, realizado históricamente mediante la
comparación, a su vez áspera e irreflexiva, entre las modalidades con las que se entiende y actúa el bien
común. La rebelión se confronta a la insatisfacción de quienes presagian una distribución más ecuánime
de los recursos comunitarios. La colectividad es preeminente frente a los individuos en la perspectiva
existencial del género humano. La jerarquía es una postulación conceptual en virtud de la cual la
experiencia individual se justifica en el acuerdo, en la armonía, con las instancias superiores de la
colectividad. Según Bartolo de Sassoferrato, es inevitable resistirse a la tiranía; según Giovanni de
Salisbury, el tiranicidio es «lícito y glorioso» cuando el interés público se manifiesta en abierta oposición
a quien persigue un objetivo subjetivo y de forma amenazante. La justicia es la prerrogativa que posee
cualquier institución que se salvaguarda en el concierto de los pueblos y de las naciones. La «libertad
natural» de Guillermo de Ockham se ejerce en el derecho a deponer al tutor del orden constituido, cuando
se pone en evidencia la degeneración que acarrea las actitudes protectoras. El temor de Dios se resuelve
en el respeto por el princeps, por quien se encarga de los destinos de las comunidades, que supervisa, por
la voluntad de los sujetos.
Étienne de La Boétie piensa que la libertad natural es el atributo de los seres mortales, válido para realizar
los objetivos de la valoración de las fuerzas operantes en el universo, en el intento de exorcizar su
decadencia. La formulación de la característica distintiva del género humano se realiza en la convicción,
válida subjetivamente, de que la experiencia terrena recibe la ayuda de la providencia y por lo tanto de su
intrínseca regeneración (moral, espiritual). La voluntad de dominio de los poderosos se somete, en el
mundo moderno, al consentimiento popular, como una manifestación de la responsabilidad institucional.
El libre albedrío del humanismo renacentista permite a los individuos formular sus propias reglas
cognoscitivas según las instancias mundanas o trascendentales. La libertad natural se diseña como el
correctivo de la tendencia a la sumisión –históricamente plausible– a través de la cual la hegemonía
protectora se transforma en el orden legal, válido para conseguir los objetivos de la identidad
institucional. La libertad de la intimidad individual de los compromisos instintivos y ocasionales es el
carácter indiciario de la modernidad. La mala gestión del poder –el extravío, según Juan Calvino– no
autoriza su condena, sino el empeño a enmendar sus resultados negativos o no conformes a las
expectativas de los sujetos. La fallida aplicación de una norma creída injusta no implica necesariamente la
confutación de la autoridad que la pone en vigor. La lealtad, categoría en vigor en la época medieval,
asume una valencia cognitiva en la Edad Moderna, donde la propensión a adherirse a un ideal empapa la
razón de ser de las repúblicas. El Estado-nación, en efecto, armoniza la configuración espacial con la
tensión neumática de los exegetas del Nuevo Mundo. Se evidencian las intemperancias de los nuevos
asertores del poder constituyente y de las reacciones de las poblaciones, sobre los que pende la obligación
de conformarse a los modelos empresariales, impuesta por la naciente economía industrial. Las prácticas
conflictivas (la huelga, la protesta, la contestación sindical) refuerza las características sociales de los
órdenes institucionales modernos. La armonización de las leyes humanas con las leyes divinas se
transforma, en la época moderna, en la identificación de las leyes humanas con las leyes naturales. El
Deus sive natura de Bernardino Telesio, Giordano Bruno y Tommaso Campanella consiste en creer que
el universo es el baricentro de la observación y de la actividad de los mortales. La ayuda de las leyes de la
naturaleza a la comprensión de las finalidades terrenales del género humano refuerza la tensión hacia los
espacios abiertos, hacia las inconmensurables perturbaciones cósmicas. La necesidad de garantizar un
margen cada vez más amplio de creatividad a la contemplación y a la reflexión es al origen del pacto
social de Thomas Hobbes, de una hipótesis testamentaria, formulada por los individuos en un «momento
auroral», para permitir que la libre determinación se desarrolle en un ámbito garantizado por la ausencia
de conflicto. El liberalismo de John Locke puede configurarse por tanto como el ejercicio de la acción
individual, que no supone daño alguno a la competencia y al pensamiento colectivo. La excepcionalidad
de la resistencia se explica con la universal adhesión al pacto, que sanciona el modo de entender y de
actuar conforme a las prerrogativas de la condición humana. El derecho a la recuperación de la libertad
originaria tiene una connotación virtual. De hecho, el pacto social consiste en una nueva proposición de la
libertad individual en los ámbitos naturales y artificiales, en los que es plausible que se determine.
El examen moderno consiste en considerar el empleo de la fuerza, en el intento de promover el consenso,
como un empeño que pueda asegurar la interacción natural entre los seres, que se disputan las mejores
condiciones de su destino. La fortuna es la ocasión en la que los individuos se sustraen al necesitarismo
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1053

natural para confluir en la eventualidad. El premio constituye el signo de la autocompasión por la


humanidad afligida por el carácter imprevisible y por la intolerancia por todo lo que no se aclara en el
conocimiento y en la práctica de la actuación. El respeto por la autoridad exorciza la indignación por la
dependencia por parte de los seres que invalidan su propio status social. La obediencia, motivada por el
temor ancestral, cede el sitio a la convicción, a la búsqueda de las causas, que determinan los
acontecimientos, y de los antídotos, experimentados para enfrentarlos. La resistencia, que se manifiesta en
los órdenes políticos modernos, es de naturaleza ideológica, que se difunde en las listas completadas por
el poder constituido, contra el que es difícil que se lance con conocimiento de causa. Se da por
descontado el predominio de las fuerzas institucionales, con la garantía de quienes se asoman en forma
mimética a los grupos intermedios, que asumen, desde Karl Marx, el nombre de burguesía.
Paradójicamente, la desobediencia es la forma con la cual la primigenia existencia vital se revela en su
imponderable causticidad. El solipsismo, en efecto, es la actitud asumida por las poblaciones de los
«orígenes» para intensificar su resistencia respecto a la naturaleza. Los desafíos de la cotidianidad revelan
la intolerancia de las generaciones humanas en los respetos de cada tipo de organización que no sea el
asociacionismo temporal y temperamental. La lucha contra la usurpación comporta la movilización
general en cuanto que cada individuo singular está sometido a la aprensión ajena. La defensa de la
identidad subjetiva prescinde de la inmediatez de los propios intereses para interconectarlos con los de los
otros. El prójimo es la categoría empresarial, que les asegura a los actores, que contienden su fortuna, un
ámbito existencial garantizado (y es decir eximido por los conflictos). La sumisión al poder tutelar, si
bien libremente determinado, se cree libre de los posibles abusos o usurpaciones. La llamada al sentido
común –según Thomas Paine–es el refrain de los movimientos innovadores y revolucionarios. La cadena
de las afecciones vivifica las relaciones interindividuales según los principios de la subsidiariedad y de la
legalidad. El ejercicio de los derechos se une a la práctica de la libertad en las dimensiones previstas por
el mismo ordenamiento, que la sanciona como operante en todo el área institucional. El derecho de
resistencia a la opresión vincula sus exegetas al reconocimiento preventivo de los órdenes
constitucionales, de los que se creen parte activa.
La disidencia, en cuanto revocación de la legitimidad cuya soberanía pertenece al pueblo, no constituye
un vulnus para la unidad estatal y por su fundamento jurídico. Su función consiste en problematizar, por
finalidades revisionistas, partes del ordenamiento vigente. La presunción de la no-sumisión al poder
dominante libera la disidencia de los agravios morales y jurídicos, en los que se encontraría si ostentara
una radical confutación del sistema normativo, en su complejidad.
Como el cuerpo soberano no puede quebrantar las leyes que concurre a deliberar, así es inadmisible
desobedecer a la voluntad general y al mismo tiempo disentir. La participación al hecho social comporta
la adhesión a las leyes que aseguran su pacífica y providencial forma. La sanción del despotismo implica
el recurso a cualquier forma de insubordinación, que garantice al menos la suspensión de los efectos
desoladores de la legislación operante. El descaro es la actitud asumida por un grupo étnico que se
confronta a los grupos hegemónicos, de los que es evidente la propensión a la arrogancia y a la
explotación. En el 1787, Thomas Jefferson pensaba que era preferible los tumultos de la libertad antes
que la quietud de la servidumbre. El derecho al voto permite la participación a la acción del gobierno
condenando prioritariamente las interferencias externas individuales. El consenso individual ayuda a
determinar la responsabilidad colectiva, a través de la cual se establecen las relaciones a nivel
internacional. La moral suasion obra en favor de las justas resoluciones, al amparo de rígidas tomas de
posición (políticas, económicas, sociales). La equiparación de los sexos, de las razas, de las etnias, se
conjuga con la tolerancia religiosa, con el multiculturalismo y el plurilingüismo de las sociedades en
abierto proceso modernizante. En la Disobbedenza civile (1849), Henry David Thoreau afirma que la
humanidad de los sujetos políticos precede a la ciudadanía y por lo tanto a la ciega obligación a las
deliberaciones del Estado. «Cuando una sexta parte de la población de una nación, –escribe Henry David
Thoreau, Disobbedenza civile, Milán, SI, 1992, pp. 12-17– que se ha empeñado en ser el refugio de la
libertad, está formada por esclavos, y un país entero es invadido justamente y sometido por un ejército
extranjero, que impone la ley marcial, creo que no es nunca demasiado pronto para que los hombres
honestos se revelen y hagan la revolución». Para el escritor estadounidense, señalado como anarquista, el
gobierno es el lugar en el que los individuos se disputan la convivencia pacífica. Afirma la inexorabilidad
de la resistencia y el derecho a la revolución en los casos en los que la autoridad constituida no es capaz
de reconocer las razones eximidas por los sujetos. La lucha contra el esclavismo y contra la «retirada del
consenso» se interconecta en la fase incandescente de la consolidación de la democracia americana. Entre
las contestaciones al gobierno, Thoreau señala la desobediencia fiscal, la secesión, la no-cooperación y la
deserción. La dimensión ética de la doctrina de Thoreau concierne a la conciencia individual, que se
1054 RICCARDO CAMPA

presenta de forma prioritaria en la dinámica constitutiva del Estado-nación, ocupada en emanciparse de la


sumisión colonial, haciendo referencia a las mismas teorías innovadoras, profesadas por las metrópolis y
difundidas por ellas como un complemento de la cultura occidental.
En La democrazia in America (1835-1840), Milán, Rizzoli, 1999, pp. 257-258, Alexis de Tocqueville
teme la «omnipotencia» de la mayoría en el gobierno, contra la que se ejerce, en la perentoriedad de la
contestación, el derecho natural. «Existe una ley general que ha sido hecha, o por lo menos adoptada, no
solo por la mayoría de este o aquel pueblo, sino por la mayoría de todos los hombres. Esta ley es la
justicia. La justicia es el límite del derecho de cada pueblo… Por lo tanto, cuando me niego a obedecer
una ley injusta, no niego para nada el derecho a mandar a la mayoría: solamente que ya no apelo más a la
soberanía del pueblo, a la del género humano». La aprensión del historiador francés nace, tanto de los
modelos metafísicos medievales del hecho existencial de la humanidad, como de las modernas
insatisfacciones populares, inspiradas en la cáustica fe en la contingencia. La prevaricación de la mayoría,
estigmatizada por Tocqueville, contrasta con las organizaciones intermedias, que ejercen un papel
benéfico en la sociedad democrática, en cuanto que transforman el conflicto en competitividad,
beneficiando a todos los contrayentes del rousseauniano contrato social. El asociacionismo y la
descentralización intensifican la responsabilidad administrativa y la participación política. Las minorías
encuentran cotejo en los principios constitucionales, que salvan, a niveles competitivos, los dos frentes
ideológicos, en los que se compendian los humores y las propensiones de la opinión pública. El desafío
abierto, la «acción directa», se practica en las condiciones extremas, en el «estado de necesidad», cuando
la práctica del sufrimiento contrasta con los supremos principios del derecho natural. El socialismo de los
exordios cree que la rebelión es un proceso ideológico de los reformadores sociales. El partido político,
como un nuevo príncipe, tiene la tarea de retribuir, aunque sea por la parte que le corresponde, a sus
afiliados a través de la actividad institucional. La huelga prevarica el sabotaje en la contestación
ideológica y en la reivindicación económica y normativa. La no-violencia de Mohandas K. Gandhi es el
antídoto a la opresión política, a veces solucionada mediante un retículo de aparatos administrativos y
organizativos, que hagan pensar en una «visión del mundo» que está en continuo cambio y en incesante
movilización. El pacifismo cristiano de León Tolstoi prohíbe matar y no concede a la conflictividad si no
el sufragio de su misma sublimación. El trabajo asume una dignidad didascálica: sirve para disciplinar,
con la acción, el carácter de los empleados en los diversos sectores del aparato productivo y en la venta de
las manufacturas, tecnológicamente homologadas en el patrimonio de la participación y de la conducta.
La integración racial se refleja en la desobediencia civil, que es el objetivo en el que se desdoblan los
movimientos no-violentos, inspirados en la doctrina de Martin Luther King Jr. Si la desobediencia evita el
peligro del desorden y la anarquía, puede constituirse en un instrumento de estabilización de las
democracias constitucionales. La desobediencia civil es, en fin, una práctica revolucionaria, realizada con
métodos no violentos y en todo caso según esquemas inéditos en la tradición internacional.
En el Estado-nación moderno la obediencia está condicionada por la validez de las reglas en vigor. La
prerrogativa individual de la vigilancia sobre la legalidad de los actos potestativos es consiguiente al
principio de la participación individual (mediante las elecciones) en las opciones políticas y en las
decisiones normativas. La obediencia moderna, por tanto, es válida si se constituye la prerrogativa del
consentimiento. Su autenticidad depende de la conciencia con la que se realiza la adecuación del
comportamiento con la convicción, en la plenitud de las facultades decisionales, admitidas por el orden en
el ejercicio de sus funciones. La conciencia influye en la comprensión de las leyes como expresiones de la
voluntad general rousseauniana. La desobediencia se transforma en una abierta aversión contra cualquier
tentativa de insolvencia de la dignidad humana. Las «fuentes de la mortalidad» se confrontan en un recto
comportamiento subjetivo y colectivo, en el ámbito de un sistema de normas de referencia, que pueden
ser revisadas y acreditadas en la observancia objetiva después de haber sido enmendadas por los aspectos
que no se armonizan con la equidad y el bien común. El antagonismo político no puede utilizar formas
violentas para imponer las razones que movilizan el consenso, que actúa pacíficamente. La reivindicación
asume connotaciones sindicales, dirigidas a interaccionar con la dinámica salarial y normativa. El trabajo
se configura como el status jurídico en el que se sintetizan las expectativas salvíficas de la condición
humana. En las sociedades capitalistas, las tentativas de insurrección pueden ser solamente amenazas, ya
que los procesos productivos son dominados por la incesante modificación de las necesidades inducidas
por la publicidad y por las modalidades para satisfacerlas a nivel (virtualmente) planetario. La
desobediencia civil conlleva un menor grado de revolución aunque propone el cambio de los sistemas
políticos. La diferencia es por tanto relativa a la reactividad del aparato político. Cuánto mayor es su
arraigamiento en la sociedad, mucho mayor es su interactividad a nivel individual y a nivel colectivo. La
precariedad del sistema político se resuelve en una postulación más articulada de principios y de acción.
LA ERA DE LOS PRESAGIOS 1055

Si la desobediencia asume connotaciones autoritario-masoquistas, las transformaciones sociales


profundas son irrealizables. Las agitaciones espontáneas, aunque irreverentes frente al régimen
constituido, casi nunca consiguen los efectos deseados en cuanto que actúan fuera (y no solamente contra)
de los esquemas normativos, que condicionan el poder tutelar. La subversión –no la conspiración– regresa
a los cánones deliberativos de la renovación, que sus partidarios quieren imponer al sistema político y
social, en el que gravitan. Esta se ejerce como la denuncia de la abrogación por parte del grupo dirigente
del «contrato social». El hackerismo consiste en la creación de «zonas temporalmente autónomas» dentro
del Estado, como protesta contra la globalización neoliberal.
2
«Questi interventi divini nella vita umana non sono arbitrari o capricciosi; rappresentano una risposta
etica profonda, che sarebbe comprensibile anche in assenza della divinità». Martha C. Nussbaum, La
fragilità del bene, Bologna, Il Mulino, 2011, p. 107 (La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia
y la filosofía griega, trad. Antonio Ballesteros González, Machado Grupo de Distribución, Madrid).
3
«Solo un pregiudizio riguardante la natura volontaria delle passioni, un pregiudizio profondamente
radicato dopo Kant e fortemente sostenuto da Platone, ma sconosciuto a Eschilo o criticato da Aristotele,
ha impedito di prendere seriamente in considerazione un’interpretazione che coglie in questa
osservazione un corretto riassunto della precedente narrazione, quando il coro espone gli avvenimenti
dell’Aulide». Ibidem, p. 111. El arte de la persuasión –inaugurado por Sócrates–consiste en hacer
comprensible el falso connubio de dos convicciones. Y, contextualmente, el proceso, antropológicamente
relevante, a través del cual la experiencia individual se desdobla en el concierto colectivo.
En los diálogos de Platón, la idea de fondo, que modifica la filosofía política de Occidente frente a la
influencia de los conocimientos orientales, se realiza en la búsqueda en la superficie, es decir en la
comunidad de los seres vivos, de una genética propensión a convertir la individualidad en un tipo de
propulsión unitaria. Es en este ejercicio de la mente, donde Platón anota los paradigmas de la creatividad
humana.
Todos los diálogos políticos de Platón son invadidos por un tipo de pietas laico, que no permite ninguna
alternativa si no se quiere admitir la «arbitrariedad» de lo existente. La «religiosidad» de Platón reside en
la función propiciadora de la palabra, en la urdimbre de la expresión, que aspira a legalizarse en la ética
de la conducta.
La insondable incertidumbre de la palabra compendia la inquietud y el malestar de la condición humana
cuando aspira a legitimarse como una fuerza cohesiva y a dar vida a las estructuras políticas y a los
sistemas institucionales.
4
«Se nulla collide nella volontà, gli accidenti della “natura matrigna” non devono disturbare la
deliberazione dell’agente razionale. L’armonia interna e l’autorispetto della persona moralmente buona,
che dà autonomamente la legge a se stessa, non possono essere condizionati dai meri eventi del mondo».
Ibidem, p. 118.
5
«Il politicismo greco, sorprendentemente, articola determinati elementi della moralità kantiana meglio di
quanto potrebbe fare un credo monoteistico: vale a dire, esso afferma l’autorità suprema e vincolante, per
così dire il divino, di ciascuna obbligazione etica in qualsiasi circostanza, anche quando gli stessi dei
sono tra loro in contrasto». Ibidem, p. 119.
6
«L’essere umano, emozionante e meraviglioso, può riuscire anche mostruoso nella sua ambizione di
semplificare e controllare il mondo. La contingenza, oggetto di terrore e di ripugnanza, allo stesso tempo
può diventare meravigliosa ed entrare a far parte di ciò che rende la vita umana bella o emozionante».
Ibidem, p. 136.
7
«Il pensiero etico di Platone sta in rapporto di continuità con le riflessioni sulla tyche incontrate nella
tragedia; viene in soccorso alle stesse urgenze e dà forma alle stesse ambizioni umane. È più audace e più
determinato nel perseguire il progresso, ma non è ignaro dei costi provocati». Ibidem, p. 193.
8
«Il Prometeo incatenato, del quinto secolo, chiama il numerale “il capo di tutti gli stratagemmi”,
esprimendo una concezione popolare, secondo la quale il numero è in qualche modo il principale
elemento della techne, ovvero la techne par excellence». Ibidem, p. 223.
9
«Il racconto secondo cui Ippaso di Metaponto fu punito dagli dei per aver rivelato i segreti
dell’incommensurabilità matematica testimonia la paura con la quale le persone di cultura guardavano
all’apparente assenza di un arithmos definito nel cuore della loro più limpida scienza. (I nostri termini
matematici “razionale” e “irrazionale” sono traduzioni che offrono un’ulteriore testimonianza di questi
argomenti)». Ibidem, p. 223-224.
10
«La convinzione che nella natura ci sia una verità da conoscere, stabile e indipendente dalle mutevoli
circostanze della vita umana, dà forza alla teoria platonica del valore dell’attività. La fede in oggetti
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paradigmatici, eterni e non dipendenti dal contesto tende a rafforzare la convinzione platonica che
l’attività contemplativa sia la più stabile, invariabile e indipendente dal contesto». Ibidem, p. 300.
11
«Pochissimi filosofi morali, soprattutto nella tradizione anglo-americana, hanno accolto storie,
particolari ed immagini nelle loro opere sul valore. Molti hanno considerato con sospetto questi elementi
del discorso. Di conseguenza molta filosofia moderna traccia l’opposizione fra il misto e il puro, tra il
racconto e l’argomentazione, tra il letterario e il filosofico con la stessa decisione del Simposio». Ibidem,
p. 362.
12
Heráclito, D.K. 22 B 123.
13
Aristóteles, Metaphisica, 982 b 12-19. Cfr. Jacques Brunschwig-Geoffrey Lloyd, Le savoir grec,
Dictionnaire critique, preface de Michel Serres, Paris, Flammarion, 1996.
14
Thomas Henry Huxley, Evolution and Ethics. Prolegomena (1894), en Collected Essays, London,
Macmillan, 1893-94, vol. 9, p. 30.
15
«È questo il retaggio (la realtà in cui si fonda la dottrina del peccato originale) trasmesso dalla lunga
serie di progenitori, umani e semiumani e bruti, ai quali la forza della spinta innata all’autoaffermazione
assicurava la vittoria della lotta per l’esistenza». Thomas Henry Huxley, Evolution and Ethics, cit.,
traduz. it., p. 18.
16
«Per quanto fragile come una canna, l’uomo – dice Pascal – è una canna pensante: in lui si trova un
fondo di energia che opera con intelligenza ed è tanto affine a quello di cui è permeato l’universo da saper
influenzare e modificare il processo cosmico». Ibidem, p. 53.
17
«Dal versante teologico ci viene detto che si tratta di una condizione propria di uno stato di prova e che
le apparenti immoralità e ingiustizie della natura vengono successivamente compensate. Ma, nel caso
della grande maggioranza degli esseri senzienti, in quale modo tale compensazione debba attuarsi resta
ancora da chiarire». Ibidem, pp. 57-58.
18
«Se le affermazioni dei fisici speculativi, cioè che il globo terrestre da uno stato di fusione, al pari del
sole, va gradualmente raffreddandosi, sono vere, allora arriverà un tempo in cui l’evoluzione significherà
adattamento a un inverno universale e tutte le forme di vita si estingueranno, tranne gli organismi inferiori
e semplici quali la diatomea dei ghiacci artici e antartici e il protococco della neve rossa». Ibidem, p. 58.
19
«La fatica del lavoro nella produzione è l’unico titolo al possesso esclusivo. Nessun dono gratuito da
parte della natura può essere oggetto di tale proprietà privato. Dunque, un uomo non può avere un
possesso esclusivo di se stesso, se non nella misura in cui egli è il prodotto delle fatiche legate al proprio
lavoro e non un dono gratuito della natura». Ibidem, p. 99.
20
Charles Dunoyer, De la liberté du travail, ou Simple exposé des conditions dans lesquelles les forces
humaines s’exercent avec le plus de puissance, Guillaumin, Paris, 1845. Cfr. Jacqueline Russ, La pensée
éthique contemporaine, Paris, Presses Universitaires de France, 1994.

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