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@megustaleerarg

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Para Isabel y Carlos,
nuestros superabuelos.
Los amamos
eternamente.
Evelyn y Melina
El sol del mediodía hacía que el calor en
Tembleque fuera casi insoportable.
Algunos habitantes del pueblo se refugiaban en
sus casas mientras otros afortunados disfrutaban
de sus piscinas.
Cuando el reloj marcó la una ya todos los
comercios habían cerrado
por la hora del almuerzo y las calles estaban
prácticamente desiertas. Sin embargo, y a pesar
del aplastante calor, dos personas subían la colina
lentamente con su mascota, rumbo a la
Antigua Casona de la abuela Rita.
Uno de los dos era el panadero del
pueblo, un hombre mayor, de unos
setenta años. Era de esa clase de
personas que con solo mirar a alguien
lograba sacarle una sonrisa por
su amabilidad
y dulzura, pero tenía algo muy curioso: si
bien su negocio llevaba mas de cuatro
decadas en el pueblo y todos los habitants
lo conocian, nadie sabia su verdadero
nombre. Incluso du nieto Dani, que
caminaba a su lado parecia ignorarlo, ya
que solo le llamaba”abuelo”.
La abuela y el panadero habían sido
amigos durante años en su juventud, pero
luego sus caminos se habian separado
cuando rita empezo a comprar en la
panaderia rival. Sin embargo, todo habia
cambiado un mes atras, cuandi se
reencontraron en una clase de reggaeton.
Desde ese momento parecian
inseparables —¡Abuela, están
llegando!
—avisó Lyna, que estaba tan aburrida que
no había conseguido mejor
distracción que pasar el rato mirando a
través de la ventana.

—Ay, ¿llegás a ver si trajo


pan?
—preguntó la anciana, asomando su
cabeza desde el marco de la puerta
de laveces
—A cocina.
parece que solo te importa
por el pan —dijo Melina entre risas
mientras miraba fijamente el ventilador que
tenia justo frente de ella
—¡Eso es mentira! —respondió Rita muy
seria—. ¡También me gustan sus
pastelitos!
En ese momento las hermanas estallaron
en carcajadas. La abuela las miró sin
comprender,
pero comenzó a reír también, para que no notaran que no había entendido el

chiste.

La vieja reja del jardín delantero chirrió cuando el panadero la empujó.

Apenas Lyna abrió la puerta principal de la casona para recibirlos, el Señor

Pato se precipitó hacia la gran fuente de la entrada para darse un chapuzón.

Estaba tan entusiasmado que con su salto los salpicó a todos. El panadero

sonrió al ver al animalito feliz y graznando en el agua, pero el gato de Dani

no estaba tan feliz, porque odiaba el agua.

—¡Uy, tanto tiempo sin vernos!

—le dijo la mayor

de las niñas a Dani

en tono de burla.

La tarde
anterior, como casi todas, también habían recibido su

visita—. ¿Qué estuviste haciendo de interesante?

—No puedo decirte, es un asunto secreto —respondió Dani.

—Estuviste todo el día jugando con el gato, ¿no? —lo interrogó

Melina.

— Mmm… sí —admitió el chico, con vergüenza.

Melina se evaba bien con el nieto del panadero, pero su hermana y Dani se

habían convertido en mejores amigos en muy poco tiempo. A pesar de que él

era muy tímido y bastante ca ado, se sentía cómodo con Lyna, quien solía

hablar por los dos y sacaba temas


de conversación que a ambos les interesaban, porque tenían la misma edad y

gustos parecidos.

—¡M’ hijitos, a comer! — amó Rita y todos fueron al comedor.

Durante el almuerzo, disfrutaron la comida, conversaron y rieron hasta que

no quedó ni una miga sobre la mesa, y luego los niños ayudaron a sus abuelos

a lavar los platos.

—Bueno m’ hijitos, pueden ir al jardín a jugar si quieren —sugirió la abuela e

inmediatamente los niños salieron junto a sus mascotas para disfrutar el día.

—¿Y si jugamos a las escondidas? —propuso Melina, aburrida.

—No, ni hablar, a ver si pasa como la última vez que estuvimos dos horas

buscando a Daniel. Casi


amamos a la policía y resultó que se había ido a comprar un chocolate al

pueblo y nunca volvió

—recordó Lyna.

—Nadie había dicho que teníamos que escondernos dentro de la casa y tenía

ganas de algo rico —se defendió Dani encogiéndose de hombros.

—¿Y si jugamos con los abuelos? —preguntó la hermana mayor.

—El mío ya debe estar durmiendo la siesta, pero podemos intentarlo —

aclaró Dani.

Lyna sonrió, fue hasta la casa y se asomó por la puerta entreabierta. En ese

momento alcanzó a escuchar que Rita hablaba en voz baja con el panadero.

Tanto secreto despertó su curiosidad y decidió no interrumpir para escuchar

de qué
estaban hablando. Entonces, se acercó un poco más y aguzó el oído.

—¿Y cuándo les damos la noticia?

—Y… hoy, ya

no podemoS eSperar más


¿Tenían que darles una noticia? ¿Sería algo bueno o malo? Lyna ena
estaba

de preguntas. De pronto la abuela, que estaba sentada en el


ónside la sala de

estar, se puso de pie.

—Creo que se me va a quemar la tarta de manzanas, panadero —se lamentó

mientras caminaba hacia la cocina para revisar su postre.

Lyna dio media vuelta, y volvió con su hermana y Dani para que no la

descubran los abuelos.

—Chicos, algo está pasando —dijo confundida mientras se sentaba en el

borde de la fuente para acariciar la cabeza del Señor Pato, que seguía

chapoteando—, los abuelos tienen un secreto.

—¿Un secreto? —preguntó Melina en voz baja, como si temiera que los

ancianos la escucharan.
—Sí, los escuché hablar bajito de una noticia que

tenían que darnos y parece que se la guardan desde

hace tiempo —le respondió su hermana mayor.

—¿Será algo bueno o malo? —preguntó Dani.

—No sé, hablaron muy poquito, no pude saber nada más —dijo Lyna mientras

se encogía de hombros.

Desde ese momento los niños no pudieron quedarse tranquilos. Sus cabezas

iban a mil, empezaron a generar las más locas teorías sobre lo que podía estar

pasando e, incluso,egaron a

pensar que el secreto era que sus

abuelos se casarían.
—M’ hijitos, ya es hora de merendar —anunció la abuela desde la cocina al

cabo de un buen rato.

Los tres chicos entraron. Lynaevaba al Señor Pato envuelto en una toa a

porque no había salido ni un segundo de la gran fuente.

El gato de Dani seguía a su dueño

muy de cerca: era casi imposible

apartarlo de él.

—Tenemos algo que contarles

—dijo la abuela,nalmente, cuando

todos estuvieran sentados alrededor de la mesa de la cocina con su porción de

tarta de manzana en el plato.

Los nietos se miraron entre sí, abrumados.

¡Era momento de descubrir la verdad!


—¿Qué cosa? —preguntó Dani luego de unos tensos segundos.

—¡Nos vamos de vacaciones todos juntos!

—respondió la abuela Rita con una gran sonrisa en los labios.

—¿Cuándo? ¿A dónde? —preguntó Melina casi saltando de su asiento por la

emoción.

Hacía mucho no pasaban unas vacaciones en familia y como ahora eran más,

el viaje prometía ser muy divertido.

—Em… bueno… el vuelo sale esta noche, así que mejor nos apuramos —

respondió Rita, con toda naturalidad, como si hubiese dicho que faltaba un mes.

¡Pero solo tenían unas horas para preparar todo!

—¡¿QUÉ?! —gritaron los tres al unísono.


—Es que si les decíamos antes se iban a poner insoportables durante

semanas y yo ya estoy vieja para tener que escucharlos todo el día

preguntando cuánto falta para el viaje —se justi


có Rita—. Así que vamos,

apúrense, vayan a preparar las maletas que yo quiero mar, sol y paz; y si no

las hacen a tiempo me voy sola con el panadero.


Dani y el panadero se fueron a armar el equipaje y dos horas más tarde ya

estaban de vuelta en la casa de Rita, listos para partir. Lyna y Melina,

mientras tanto, ayudaban a la abuela a encontrar su traje de baño.

—Les juro que estaba en este cajón, m’ hijitas

—dijo Rita, irritada.

—Ya buscamos tres veces y no está, abuela

—respondió Lyna—. ¿No lo habrás dejado en otro lugar y no te acordás?

¿Cuándo fue la última vez que lo usaste?


Rita se tomó unos segundos para pensar la respuesta.

—Mmm… creo que como en los años sesenta o por ahí —respondió

nalmente—. Ah, ¡qué buenas épocas!

—Ya se debe haber desintegrado entonces —se burló Melina en voz baja.

Decidieron que comprarían uno nuevo cuando


egaran a destino y

terminaron de empacar sus


cosas. Poco tiempo después, dos taxis pasaron a recogerlos para acercarlos al

aeropuerto.

Al egar, las niñas estaban muy entusiasmadas: ¡era la primera vez que

tomarían un avión! Estaban nerviosas y ansiosas al mismo tiempo por la idea

de viajar tan lejos para unas vacaciones soñadas. Los que no parecían

demasiado contentos eran el Señor Pato y el gato de Dani, que viajaban en sus

cajas transportadoras.
Una vez en el avión, Lyna, Melina y Dani se sentaron juntos en
la yuna
los

abuelos se acomodaron en la de atrás. Las mascotas habían subido con e os y

viajaban cada uno en su jaulita, en el regazo de sus dueños.

—Bueno, m’ hijitos —dijo la abuela Rita cuando estaban a punto de despegar

—, nos vemos en unas horas, con el panadero nos vamos a echar una siestita.

Y la siesta duró cinco horas. Al despertar, el avión estaba a punto de

aterrizar. Mientras volaban, los chicos habían pasado el rato mirando películas

y conversando muy tranquilos, salvo por un pequeño incidente cuando

repartían refrescos:
Lyna, sin querer, volcó parte de su bebida en los pantalones de su hermana,

por el poco espacio que había entre los asientos.

—Ay, Melinita, podrías haber ido al baño si lo necesitabas —se burló la

anciana cuando, al bajar del avión, vio la marca que le había dejado Lyna en la

ropa.
Una camioneta que los estaba esperando a la salida del aeropuerto los

trasladó al hotel. A í habían reservado dos habitaciones: una para Rita con sus

nietas y otra para Dani y su abuelo.

Las niñas entraron a la habitación, se dejaron caer sobre las camas y

comenzaron a reír: ¡era un sueño hecho realidad! Melina pronto fue hacia la

ventana, abrió las cortinas y dejó al descubierto el hermoso paisaje.

—¡Tenemos vista al mar! —gritó de emoción.

Si bien Lyna y Melina querían aprovechar la primera mañana de vacaciones,

como no habían descansado durante el vuelo enseguida se quedaron dormidas.

El Señor Pato, que se había acurrucado con su dueña, la despertó un par de

horas después mediante graznidos y picotazos amistosos.


Lyna abrió los ojos lentamente y comenzó a mirar a su alrededor: Melina

estaba durmiendo en la cama de al lado. En el lugar de la abuela había un gran

desorden, su ropa estaba tirada por todos lados, pero e a no estaba ahí.

—Ay, ¡menos mal que te despertaste, Lynita, ya es mediodía! —dijo con

entusiasmo la abuela mientras su cabeza aparecía desde la puerta del baño—.

¿Podés creer que no encontraba mi traje de baño? Estuve buscándolo por

todos lados

—rezongó.

—No, abuela, es que no lo trajiste, ¿no te acordás? —le respondió Lyna, aún

con voz de dormida e intentando ponerse de pie luego de la siesta.

—¿Ah, no? —preguntó sorprendida—. Bueno, igual no pasa nada porque me

compré uno en la
tienda del hotel. Mirá, m’ hijita, estoy lista para la playa.

Rita salió del baño y dejó ver su nuevo atuendo:


amativo
un traje de baño

de una pieza color rojo. Caminó hasta su cama y se cambió los lentes por las

gafas de sol.

—Abuela, ¿estás segura de que es buena idea ir sin los anteojos de

aumento? —preguntó Melina, que acababa de despertarse por el ruido que su

hermana y su abuela estaban haciendo en la habitación.

—Lo tengo todo bajo control

—respondió Rita—. Ahora vamos,

pónganse sus trajes de baño que

quiero ir al mar.
Las niñas se prepararon al instante. Pusieron dentro de una mochila las

toa as, el protector solar y unos juguetes que la abuela les había comprado

cuando salió a buscar el traje de baño. Enseguida fueron


amar
a al panadero

y a Dani, que estaban en la habitación contigua, para ir todos juntos a la playa.


El Señor Pato enloqueció al ver tanta cantidad de agua junta.

Corrió hacia el mar, se sumergió y todo parecía estar bien

hasta que comenzó a hacer caras algo extrañas y volvió

corriendo a su dueña graznando enojado: al parecer,

el agua salada no era de su agrado.

El gato de Dani, en cambio,

procuró mantenerse lo

más alejado que pudo

del mar.
Rita y el panadero decidieron que se echarían a tomar sol un rato, así que

los niños les pidieron permiso para ir a explorar el lugar.

—Sí, m’ hijitos —les dijo la abuela— pueden ir, pero no muy lejos, eh —

agregó.

Así que Lyna, Melina y Dani, seguidos por el Señor Pato y Gatooo,

comenzaron a caminar por la playa sin saber realmente a dónde se dirigían.

La caminata fue muy divertida, porque no paraban de hablar y todo los

sorprendía.

—¿Cuánto caminamos? —preguntó Lyna deteniendo el paso.


Había pasado un buen rato desde que se despidieron de sus abuelos, pero el

tiempo se les había ido tan rápido que no lo habían notado. Miraron hacia todos

lados y comprobaron que ni Rita ni el panadero estaban al alcance de la vista.

De hecho, la playa estaba desierta a su alrededor.

—Creo que deberíamos volver —dijo Lyna un poco asustada.

¿Y si Rita se preocupaba por e os? ¿Si pensaba que algo les había pasado por

ausentarse tanto tiempo?

—Sí, volvamos —respondió Melina.


—Chicas, miren esto —gritó Dani.

Lyna y Melina voltearon para ver dónde estaba su amigo y corrieron hacia él.

—¿Qué es? —preguntó Melinaegar


al a su lado.

Era la entrada a una mina abandonada. Si bien parecía que nadie había

trabajado en e a por muchísimos años, aún se podían distinguir estructuras de

madera y antiguas vías que usaban para transportar lo que obtenían de a í

dentro. También había tablones de madera en la fachada. Estaban rotos y se

podía ver claramente que alguien los había dañado a propósito para acceder a

la mina; seguro eran señal de que la entrada solía estar tapiada para que nadie

pudiera ingresar.

—¿Y si entramos a ver? —sugirió Dani.


—¿Estás loco? —le respondió Lyna, impaciente—, los abuelos creen que

estamos cerca, tenemos que volver ya o nos van a matar.

—¿Y podemos venir después? —preguntó él decepcionado.

—Tengo una idea —intervino Melina—. ¿Y si les preguntamos a e os si

quieren explorarla con nosotros? Sería como una de nuestras aventuras, yo

creo que a la abuela le va a encantar

—concluyó.

—Bueno, si nos dejan venimos todos,

pero ahora vámonos porque

quiero mantener mi cabeza

en su lugar —dijo Lyna.


Al regresar con sus abuelos, los niños descubrieron que no habían notado su

ausencia en absoluto: ambos estaban acostados boca abajo sobre sus toa as de

playa, profundamente dormidos.

—Les dije que podíamos explorar y no pasaría nada —se quejó Dani mientras

abrazaba a su gato.

—Abuela, panadero —dijo Lyna en voz muy alta, ignorando a su amigo—,

¿están despiertos?

Era claro que no lo estaban, pero al escuchar los gritos de su nieta, Rita se

despertó sobresaltada.
—¿Qué? ¿Quién es? ¿Qué pasa? —preguntó mientras intentaba darse

vuelta.

—No te asustes, abuela —le dijo Melina muerta de risa al ver su reacción.

Pero enseguida se puso seria cuando Rita pegó un grito de dolor.

—¡Ahhh! —chi
ó mientras se movía sin parar hacia un lado y el otro—. ¡Me

quemé el trasero!

La anciana había olvidado ponerse protector solar y se había quedado

dormida bajo los


implacables rayos del sol por tanto tiempo que su espalda estaba roja como

un tomate.

Sus nietas la ayudaron a incorporarse y todos volvieron al hotel para tratar

las quemaduras de la piel de Rita. Cuando


egaron, la abuela se recostó con

mucho cuidado sobre la cama y comenzaron a ponerle paños húmedos.

Lyna y Melina pasaron el resto de la tarde consintiendo a Rita para que se

sintiese mejor y el panadero se fue a dormir la siesta. Dani, mientras tanto,

se divertía mirando cómo interactuaban el Señor Pato y su gato. A la mascota

de Lyna le encantaba picotear a Gatooo, pero a este no parecía hacerle mucha

gracia.

Al día siguiente, la abuela se encontraba de mejor ánimo y, aunque todavía

le costaba un
poco sentarse, ya podía hacer la mayoría de las actividades que se proponía.

Llegaron a la playa a media mañana. El panadero le compró un helado a cada

uno de los niños y Rita los obligó a todos a usar protector solar para que no

terminaran como e a.

—Abuela —le dijo Lyna mientras la anciana le pasaba la crema por la espalda

—, hay una mina abandonada no muy lejos de acá, ¿podemos ir a explorarla?

—¡Ni loca, m’ hijita! Si les pasa algo, sus padres me matan —respondió Rita.

—Pero... —insistió Lyna.

—A ver, Lynita, yo vine acá por sol, playa y arena. Las minas abandonadas no

están en mis planes.


Lyna, algo decepcionada, les lanzó una mirada a su hermana y a su amigo,

que estaban algo apartados a la espera de una respuesta. Dani, al entender la

señal, bajó la cabeza. Estaba muy entusiasmado por la exploración y toda su

alegría se había desvanecido en un instante.

Mientras Melina y Lyna jugaban con el Señor Pato, Dani se dedicó a

observarlas durante un rato, frustrado. Pero poco después una idea cruzó su

mente: si bien Rita no había permitido que sus nietas se alejaran, nunca lo

había mencionado a él. Y, además, si e as se quedaban cerca de la anciana

nadie notaría su ausencia si se alejaba solo por un rato. Miró al panadero y

con rmó que estaba profundamente dormido sobre su toa a.


Se colgó discretamente la mochila que había preparado para la aventura con

un par de bote as de agua, algo de comida y una linterna, y se dirigió a la

antigua mina seguido por su gato.

Dani se alejó muy tranquilo mientras comía su chocolate favorito. Cuando

egó a la entrada de la mina quiso guardar el envoltorio en su mochila, pero

le erró al bolsio y el papel quedó en la arena sin que él lo notara.

—Vamos, Gatooo

— amó muy

entusiasmado

a su mascota.
Dani comenzó a recorrer la mina guiado por la luz de la linterna. Lo hacía

con mucho cuidado, porque el suelo estaba cubiertos por rocas


enas de

verdín, que eran bastante resbaladizas y además estaban mojadas porque el

agua salada se ltraba al subir la marea.

Cuando logró traspasar las rocas encontró unas vías que seguían un

camino recto. Dani y Gatooo las recorrieron sin inconvenientes hasta que

egaron a una bifurcación.

—Mmm… ¿derecha o izquierda, Gatooo? —dudó frente a los dos caminos.

—Miau —mau ó su mascota concentrada en lamer una de las patas

delanteras.

—Sí, yo también iría por la derecha —concluyó el chico y retomó la

caminata.
Dani estaba maraviado por lo que veía, el lugar parecía sacado de una

película. El tiempo se había detenido dentro de esa mina. En un rincón oscuro

encontró un cofre y la curiosidad pudo con él. Se acercó y abrió la tapa. Había

varias herramientas en el fondo del baúl, entre e as, los picos que solían usar

los antiguos mineros para excavar las rocas. También había carbón y algo

dorado reluciente que podrían ser pepitas de oro. Sin embargo, Dani no

alcanzó a sacar nada, porque estaba todo repleto de telarañas. Cerró el cofre

y siguió de largo.
Mientras tanto, en la playa, los abuelos decidieron volver al hotel para el

almuerzo. El panadero fue el primero en


egar porque quería darse una ducha

refrescante. Rita se quedó atrás con sus nietas para ayudarlas a guardar los

juguetes.

—Meli, ¿dónde está Dani? —preguntó Lyna.

Melina se encogió de hombros. Hacía rato que no lo veía.

—Tal vez fue a buscar un baño —respondió


nalmente.

Meli miró a su hermana mayor y pudo notar el pánico en su mirada.

—¿Creés que fue a la mina? —preguntó Melina.

—¡Abuela! —exclamó Lyna—. ¡Perdimos a Dani!

—¿Cómo que lo perdimos? —respondió Rita


incrédula—. Si está ahí —agregó y apuntó con su dedo al lugar donde creía que

estaba el niño.

—Abuela, eso es un tacho de basura —le aclaró Melina.

Rita acomodó sus lentes y entrecerró los ojos para poder enfocar mejor.

Su vista, ya de te rio ra da, le había jugado una mala pasada una vez más.

—¿A quién se le ocurre pintar un tacho de color rojo y marrón? —se quejó.

Sus nietas le explicaron rápidamente dónde creían que podía estar. Rita, al

escuchar el relato de las niñas, decidió que lo mejor era avisar al panadero y

juntos ir a buscar a Dani. Pero alegar a la habitación del hotel, nadie

contestó a la puerta.
—Uy, este panadero debe estar durmiendo de nuevo —protestó la abuela.

Como no había tiempo que perder, Rita, Lyna, Melina y el Señor Pato

recogieron algunas cosas, las pusieron dentro de una mochila y se dirigieron a

la playa.

¡vamos A
buScarlo!
Dentro de la mina, Dani había caminado durante más de una hora. Si bien el

camino había sido largo, no tenía demasiados desvíos, por lo que consideraba que

volver sería tarea fácil.

De pronto, su linterna comenzó a parpadear: se estaba quedando sin baterías.

Miró hacia todos lados, desesperado, buscando una forma de i lu mi nar el

trayecto. Encontrar la salida en la oscuridad no iba a ser tan senci


o. Apuntó

con la luz in ter mi ten te hacia el piso húmedo, las paredes cu bier tas de moho y el

techo, y realmente se asustó.

—No puedo creerlo. Y ahora, ¿qué voy a hacer?

—dijo al mirar hacia arriba.

Dani notó que un cable recorría el techo en toda su longitud. Parecía una

antigua instalación eléctrica.


Justo sobre su cabeza había una lamparita con una cadenita. Si bien suponía

que no se usaba desde hacía mucho tiempo, tuvo la loca idea de que podría

encenderla de alguna manera.

Mientras su mascota olfateaba todo, Dani buscaba la manera de encender la

luz. El techo no estaba demasiado alto y había visto en una película de esas

que le gustaban a su abuelo que usaban esas cadenitas como interruptor.

Estaba seguro de que eso funcionaría.

Un poco más lejos encontró unos cajones de madera y los acomodo uno

encima del otro para poder acercarse al techo. Se trepó como pudo, y en

puntas de pies, logróegar al cordel que colgaba al lado de la luz. Cuando lo

alcanzó, comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas.


Pero el resultado no fue el esperado: en lugar de encender la lamparita, el

tirón provocó un desprendimiento en el techo. Pequeñas piedras comenzaron

a caer de golpe y Dani buscó desesperadamente la forma de bajar y escapar


del lugar, pero no logró hacerlo a tiempo: una roca golpeó su cabeza y se

desvaneció. Delante de él cayeron más piedras y se acumularon formando un

muro que lo separó de Gatooo. La mascota quería ayudarlo, pero solo podía

arañar las rocas y mau ar.


Lyna, Melina y Rita
egaron tan rápido como pudieron a la entrada de la

mina abandonada.
—De nitivamente está ahí adentro —con rmó Melina al encontrar el

envoltorio del chocolate favorito de Dani en la arena.

La abuela asomó su cabeza a través del gran agujero oscuro por el que se

ingresaba a la mina y gritó el nombre de Dani un par de veces, pero lo único

que tuvo como respuesta fue el eco de su propia voz.

—Vamos a tener que entrar,

m’ hijitas —dijo Rita.

¡DAnii iiiiiiiiiiii
A n ii i i iiiiiii iii
¡D
Meli repartió las linternas que había empacado para explorar la playa de

noche. Se adentraron en la mina cuidando mucho sus pasos, pero sin perder el

ritmo porque Dani podría estar en peligro. Aunque avanzaban gritando su

nombre, no había señales de él ni de su gato.

—¿Y ahora qué hacemos? —dudó Lyna


egarala la bifurcación.

—Puede haber ido por cualquier lado —se lamentó Meli mientras apuntaba

con su linterna en ambas direcciones.


—Vayamos por un camino y luego por el otro

—sugirió Lyna.

—M’ hijitas, ¿y si esto es un laberinto?

—preguntó Rita—. ¿Y si nos cruzamos con más divisiones? Podemos

perdernos acá adentro.

La abuela tenía razón: no conocían el lugar y podían acabar en un lío peor

del que ya estaban.

Lyna sacó su teléfono de la mochila que


evaba Rita.

—Bueno, ¿para dónde vamos? —preguntó—. Voy a anotar hacia dónde

giramos cada vez así no nos perdemos.

La idea pareció dejar tranquilas a su abuela y a su hermana. Decidieron que

comenzarían hacia la izquierda. Lyna escribió eso en las notas de su teléfono y

retomaron la marcha.
Las tres estaban muy preocupadas por Dani, pero también estaban muertas

de miedo porque el lugar era realmente tenebroso.

El suelo por el que transitaban se volvía peligroso: no solo resbalaba, sino

que también, de vez en cuando, se encontraban con agujeros naturales de la

cueva cubiertos solo por trozos de madera. Además, las vías estaban rotas en

muchos tramos. Si no iban con cuidado, podían tener un accidente.

Lyna caminaba adelante e iba marcando dónde debían pisar.

—Cuidado, Meli, ahí hay una piedra —advirtió a su hermana.

Pero mientras hablaba, Lyna pisó una tabla, que crujió, se quebró y la hizo

caer al vacío.
En la caída, perdió su linterna y de pronto se encontró rodeada por agua en

la oscuridad y eso la desorientó. El pozo se estaba


enando de agua muy

rápido. Intentaba nadar para salir a la super cie, pero se hundía cada vez

más.

—¡Lynita! — amó la abuela muy angustiada, pero solo podía ver agua cuando

se asomó.

Melina, conmocionada por lo que estaba viendo, se quedó paralizada.

El Señor Pato corrió y se lanzó al agua para rescatar a su dueña. Rita se

movía de un lado a otro tratando de iluminar el hueco para ver dónde estaba

su nieta.

—Voy a buscarla —dijo Meli


orando y se asomó al pozo.
—¡No, m’ hijita, no vas a poder salir! ¡Hay cada vez más agua! —gritó la

abuela angustiada.

Mientras su familia seguía sin saber cómo ayudarla, el agua había


enado el

pozo y Lyna se le agotaba el aire. Comenzó a perder fuerza y dejó de moverse.

Por n el Señor Pato la encontró debajo del agua. Tomó con su pico el bretel

del traje de baño de su dueña y comenzó a tirar de él para


evarla a la

super cie, pero la niña pesaba demasiado.

Entonces, al notar la presencia de su mascota, Lyna hizo un último esfuerzo

por salir con la poca fuerza que le quedaba. Lo sujetó por el lomo y comenzó a

nadar en la dirección que él le indicaba.


Pocos segundos después, Lyna se chocó con el brazo de su abuela, que

continuaba intentando encontrarla. Se aferró a e a y pudo salir del pozo.

Cayó al piso, tomó una gran bocanada de aire y comenzó a toser. El Señor

Pato, agotado pero feliz, se tumbó a su lado.

—Pensé que te perdía, Lynita —confesó Rita secándose las lágrimas.

—Todavía hay Lyna para rato —dijo e a recostada en el suelo—. Yerba mala

nunca muere —agregó con una pequeña sonrisa.

—Sí, por qué te pensás que sigo viva —bromeó la abuela.


Rita sacó una toa a de la mochila y se la alcanzó a su nieta. Lyna se secó un

poco y se tomó unos minutos para recomponerse mientras abrazaba al Señor

Pato. Apenas estuvo lista para caminar, sugirió que volvieran a ponerse en

marcha: Dani aún no aparecía.


Avanzaron un poco más sin dejar de
amar a Dani, pero tampoco

obtuvieron respuesta, aunque hacía rato que estaban buscando. De pronto,

Melina se detuvo frente a unas cajas de madera queamaron


le la atención

porque tenían impreso las letras TNT, seguramente traían


explosivos que usaban los mineros. Encima, ha ó un viejo cuaderno con las

hojas amarientas y arrugadas por la humedad. Estaba abierto en una página

en la que solo decía “muerte”. Sintió tanta curiosidad que lo cerró y se lo

evó.
Durante el trayecto, trataba de no distraerse para que no le ocurriera lo

mismo que a su hermana, pero la curiosidad pudo más. Por eso, se quedó un

poco rezagada y comenzó a hojearlo.

No tardó mucho en darse cuenta de que se trataba de un diario con las

anotaciones de un minero que había trabajado a í. Empezaba muy prolijo y con

buena caligrafía describiendo su tarea. Pero a medida que las hojas avanzaban,

todo se volvía irregular; algunas páginas estaban


enas de frases como

“maldición”, “muertos”, “no hay salida” y otras repletas de garabatos.

—Lyna, abuela — amó Meli frenándose— tienen que ver esto.


Rita se acercó rápidamente para ver qué quería mostrarle su nieta. Lyna

estaba molesta porque no quería interrumpir la búsqueda de Dani, pero ante

la insistencia de su hermana decidió que sería más senci


o prestarle atención

que contradecirla.

Melina comenzó a pasar rápidamente las páginas del diario hasta que

encontró lo que estaba buscando.


5 de agosto de 1929: algo esta mal
en esta mina. Ayer perd
´ imos a

otro companero y parece no haber


rastros de los cuatro desapareci dos.

Mis colegas dicen que algo aqui esta


˜ maldito. Yo no se si creerles, pero

esto me quita el sueno. Quiero renu


nciar y no tener que volver nunca

mas, sin embar


go, debo seguir trabajando para pode
r alimentar a mi

familia. ´Solo espe


´ ro que los mineros desacidos
pare esten a´ salvo.

´
—¿Y qué pasó después? —preguntó Lyna, curiosa.

—Según lo que dice acá —continuó Melina mientras pasaba página tras

página del antiguo cuaderno— en cuatro meses desaparecieron casi todos los

trabajadores. El dueño del diario cuenta que la mina no te deja salir, que te

atrapa y después no sé cómo sigue porque hasta ahí escribió.

—¿O sea que estamos en una mina maldita?

—preguntó Lyna incrédula.

Las tres se miraron jamente sin saber qué decir. Lo más razonable era

pensar que el minero estaba loco y escribía cosas sin sentido, pero después de

haber visto a Rita convertida en bebé hacía un tiempo atrás, todo era posible.
Retomaron el camino, esta vez con más miedo que antes. Si lo que habían

leído era cierto, tanto e as como Dani, Gatooo y el Señor Pato corrían un

gran peligro. Pronto frenaron de nuevo. En un rincón encontraron un

detonador. Miraron a su alrededor y notaron paquetes de dinamita apoyados

contra las paredes.

—Quizás estaban planeando tirar abajo todo

—comentó Melina.
—¿Creen que Dani vino por acá? —preguntó Lyna.

—No lo sé, Lynita, pero si no vamos con cuidado podemos explotar —observó

Rita.

Lyna alzó al Señor Pato y con mucha cautela evitaron el detonador y siguieron

caminando, pero lo que más les


amó la atención no fue el artefacto, sino que a í

terminaba la mina. Después de la dinamita, las vías desaparecían, aunque el lugar

seguía y se convertía en una cueva con extrañas inscripciones ta adas en los

muros.

—Hagamos una cosa, m’ hijitas —dijo Rita pre o cu pa da—, caminemos un poquito

más y si Dani no está vamos a buscar por el otro camino, ¿les parece?
En ese momento, Lyna recordó la bifurcación: ¡era cierto, podría haber ido

por el otro sendero, pero e as continuaban insistiendo en el que estaban!

Todas estuvieron de acuerdo. Caminaron despacio observando

detenidamente a su alrededor. Lyna iba iluminando con la linterna las

inscripciones.

—Son como jeroglí


cos —observó— pero muy raros, ¿qué signi
carán?
—Mirá, Lynita —dijo Rita, que se había quedado algo atrás en la marcha.

Lyna retrocedió para ver qué quería mostrarle su abuela. Melina, sin

embargo, se adentró un poco más en la oscuridad.

—¿Qué es eso? —preguntó Lyna al ver lo que parecía un gran botón de

piedra.

—No sé —respondió Rita encogiéndose de hombros.

—Por las dudas no toques na...


Pero antes de que Lyna terminara la frase, su abuela presionó el botón.

Las inscripciones en la pared comenzaron a resplandecer. La luz provenía

de los agujeros en la roca ta ada. Lyna y Rita se sobresaltaron, pero Melina ni

siquiera lo notó porque mientras caminaba entre las sombras había detectado

algo que la dejó completamente helada.

—Abuela, Lyna — amó casi con un susurro mientras daba lentos pasos hacia

atrás—, creo que veo gente muerta.


Había varios esqueletos esparcidos por los oscuros y desolados rincones del

camino. Tal vez eran los trabajadores extraviados, los otros mineros entre los

que podía estar el dueño del diario o visitantes que, al igual que e as, habían

quedado atrapados dentro de la cueva desde hacía mucho tiempo.

Cuando la última inscripción en la pared se iluminó, el suelo tembló por unos

segundos. Melina, que estaba intentando volver hacia


donde estaban su hermana y su abuela, dejó de retroceder por miedo a

tropezarse. Lyna, por su parte, sujetó a Rita para que no perdiera el equilibro.

—¡Vámonos! —chi
ó Melina desesperada.

Pero en el momento en el que se disponía a correr, algo extraño ocurrió.

Sintió que una mano la tomaba por el pie y tiraba fuerte. Presa del miedo,

Melina apuntó con la

luz de la linterna hacia su pierna:

uno de los esqueletos, que estaba

muy cerca de e a, ¡se movía y la

estaba agarrando!
No podían creer lo que veían. Poco a poco, todos los cuerpos del lugar

comenzaron a moverse.

—¡Corré, Meli! —gritó Lyna.

Melina sintió un nuevo tirón. Esta vez fue tan fuerte que perdió el equilibrio

y cayó. Lyna dejó el pato en manos de su abuela, le gritó que escapara y corrió

a socorrer a su hermana. La tomó por los hombros y tiró de e a. Melina usó la

pierna que tenía atrapada para pegarle una patada en el cráneo al esqueleto y

pudo librarse de él. Sin embargo, no tenían tiempo que perder: los demás

caminaban hacia e as.

Ambas corrieron sin mirar atrás. Si caían, probablemente


los esqueletos las alcanzarían y ya no habría escapatoria.

—¡Abuela! —gritó Lyna al ver a la anciana trotando tan rápido como podía

seguida por el Señor Pato.

Pocos segundos después, que parecieron eternos,


egaron nuevamente a

las vías.

—¡Nos van a alcanzar, no vamos a poder salir!

—chió Melina.

—¡No! —gritó la abuela—. Ningún muerto

se mete con Rita. M’ hijitas, apártense

—indicó y les hizo señas a sus nietas

para que retrocedieran.


Las niñas obedecieron, habían comprendido el plan de su abuela. Tan pronto

como la luz de la linterna iluminó a uno de los esqueletos, la anciana presionó el

viejo detonador y echó a correr.

Un gran temblor volvió a sacudir la mina y las tres cayeron al suelo. Miraron

hacia la cueva, pero solo pudieron ver un muro de

rocas: la explosión había salido,

increíblemente, como Rita lo

había imaginado.
El miedo que tenían era tanto que nadie había notado que el brazo aún

seguía tomando con fuerza la pierna de Melina. Mientras estaba en el piso,

Meli había sentido cómo se desprendía del resto del esqueleto. Intentó

quitárselo de encima, pero no pudo.

—¡Muere, muere! —exclamó Rita mientras tomaba el brazo y lo revoleaba

contra la pared.
Una vez que cayó al suelo, la abuela tomó el cucharón y comenzó a

golpearlo sin cesar.

—Esto es por meterte con Melinita —gritó.

—¡Abuela, dejalo, ya está muerto! —dijo Lyna, pero la anciana no se detuvo.

Las niñas alejaron a Rita del puñado de huesos que ya no se movía e

intentaron tranquilizarla.

—Mejor vayamos por el otro camino —sugirió la abuela.

Lyna tiró lo que quedaba del brazo esquelético en un pozo parecido al que

había caído e a y las tres se sentaron un momento. Luego de los golpes que

sufrieron por el colapso de la mina, merecían un descanso.


Lyna, Meli y la abuela estaban agotadas por tanto esfuerzo. Avanzaban

despacio, con los brazos y hombros caídos, hacia la bifurcación de la mina.

Todo lo que querían era salir de ese lugar con vida.

De repente notaron que se iba colando agua por las grietas. Sin que se

dieran cuenta, en poco tiempo ya les cubría los os.


tobi

—¿Qué tanto podría subir? —preguntó Melina algo preocupada.


—No mucho —la tranquilizó su hermana, pero la verdad es que e a también temía

que la mina quedara sumergida antes de que encontraran a Dani.

Llegaron a la bifurcación y tomaron el camino que habían descartado antes. Ese

sendero estaba bas tan te mejor conservado que el otro. Parecía que, de las dos

opciones, antes habían elegido la más problemática.

Mientras caminaban, Lyna escuchó un sonido y se detuvo rápidamente para prestar

atención.

—Shhh. Quédense quietas.

—¿Qué pasó, m’ hijita?—preguntó Rita.

—¿Lo escuchan? —quiso saber Lyna.

Miró a su hermana y esta asintió con la cabeza. Algo sonaba muy débilmente en la

distancia. La abuela metió un dedo en su oreja con la esperanza de que este gesto la

ayudaría a escuchar mejor e intentó volver a aguzar el oído.


—No, de nitivamente debés estar escuchando a tu estómago porque yo no

oigo nada, Lynita

—concluyó la anciana.

Su nieta sonrió: hasta en los peores momentos Rita se las arreglaba para

mejorarles el ánimo, incluso cuando no lo hacía a propósito.

—Vengan, vamos a ver qué es —dijo y retomaron la marcha.

A medida que se acercaban al sonido, se hizo cada vez más evidente de

dónde provenía.

MIA
Auuu
u
mi au
—¡Es Gatooo! —exclamó Melina y junto con su hermana comenzaron a

correr.

Rita, que ya estaba bastante cansada, decidió avanzar lentamente y el

Señor Pato se quedó con e a para hacerle compañía.

Pronto Lyna y Meliegaron al lugar donde el pequeño gato continuaba

rascando las piedras sin parar, con la esperanza de volver con su dueño.

—¡¡¡Gatooo!!! ¿Qué pasa? ¿Dónde está Dani?

—quiso saber Meli.

i a uuuuu
m
—¿Dani? ¿Estás ahí? —gritó Lyna.

—¿Chicas? —preguntó Dani desde el otro lado del muro.

Una gran mezcla de emociones se apoderó de Lyna: se sentía feliz por

saber que Dani estaba bien, pero a la vez preocupada por la marea creciente y

el muro de rocas que los separaba.

—Estoy atrapado —respondió él algo

asustado.

u
u

u
—¡Te estuvimos buscando por horas! —se quejó Melina.

—Creo que me desmayé —dijo Dani—. Me desperté hace un ratito por un

ruido muy fuerte.

Lyna comenzó a mirar hacia todos lados, necesitaba encontrar alguna

manera de sacar a su amigo de a í lo más rápido posible, porque el agua

seguía subiendo. Tomó una vieja viga que se había desprendido del techo y

comenzó a golpear

el muro, pero no logró que la pared

cediera.
—¿Y si empezamos a tirar las rocas desde arriba hacia abajo? —preguntó

Melina.

—Tardaríamos demasiado —respondió su hermana—, no tenemos tanto

tiempo.

El agua ya les cubría la mitad inferior de las piernas, lo que hacía incluso

más difícil moverse. Del lado de Dani,ltraba


se por las separaciones de las

rocas.
—¡Hay picos! —advirtió Dani.

—¿Cómo picos? —preguntó Melina confundida.

—En un cofre, no muy lejos de donde están ustedes —continuó—, los vi al

entrar.

Las niñas retrocedieron y pronto encontraron el cofre al que Dani se

refería.

—Yo ahí no meto la mano ni aunque me paguen —dijo Melina aterrada al ver

las telarañas.

Rita y el Señor Patonalmente las alcanzaron. Lyna acercó su mano al

viejo baúl, pero justo antes de meterla, la alejó de nuevo.

—A ver, ¿qué pasa acá? —preguntó Rita.

—Está eno de telarañas —se quejó Melina.


La anciana metió su mano en el cofre casi

sin mirar.

—¡Somos ricas! —exclamó mientras sacaba un puñado de pepitas de oro y

las guardaba rápidamente en la mochila.

—Abuela, ¿nos alcanzás un pico a cada una?

—preguntó Lyna haciendo que seguía preocupada por su amigo Dani.

Rita les entregó las herramientas y las tres juntas regresaron al muro que

las separaba de Dani y comenzaron a picar las piedras con todas sus fuerzas.
Todas golpeaban en puntos cercanos para hacer que una zona especí
ca

colapse y tirar la pared, pero no era tarea fácil. Picaron por alrededor de

media hora sin descanso, hasta que Melina logró que una piedra cayera.

—¡Miren! —gritó—. ¡Puedo ver hacia el otro lado!


—M’ hijito, alejate —indicó Rita—, esto se va a caer en cualquier momento.

Y tenía razón: en cuestión de minutos, la pared cedió y cayó. Varias piedras

los rozaron, pero eso no les importó, tenían problemas más serios. Para ese

entonces, el agua casi lesegaba a la cintura.


—Tenemos que nadar hacia la salida, el agua está demasiado alta para que

caminemos, vamos a tardar mucho más —observó Lyna.

—Ah no, m’ hijita, pre ero ir lento pero seguro

—dijo Rita.

—Si vamos lento, la marea nos va a tapar

—insistió Melina, pero la abuela negó con la cabeza.

—Hace muchos años que no nado, me da miedo

—confesó la anciana.

—Yo puedo cargarte —se ofreció Dani.


La abuela dudó por un momento, pero luego aceptó. Cruzó los brazos

alrededor del cue o del niño y dejó queevara


la a cuestas.

Meli lideraba el camino nadando con un solo brazo, el otro lo mantenía tan

alto como podía para impedir que la linterna se estropeara con el agua.

Detrás de e a, Dani evaba a Rita y Lyna nadaba a la par de su pato, con

Gatooo

aferrado a su cue o.
Llegaron a la bifurcación y comenzaron a sentir cómo las olas chocaban con

fuerza contra las paredes de la mina abandonada.

—¡Tengan cuidado! —gritó Lyna desde el fondo al sentir un empujón de una

ola que la arrastró varios metros hacia atrás.

—¡Tranquila, vamos bien! —le respondió Dani.

Pero pronto las olas crecieron más y más, y hacían muy difícil mantener el

ritmo. Avanzaban lento, porque el oleaje los hacía retroceder

constantemente.
—¡La mina no te deja salir! —chi
ó Melina mientras luchaba contra las olas.

Lyna recordó lo que su hermana había leído en el diario del minero. Quizás

era cierto que la mina estaba intentando evitar que salieran, pero daba igual

en ese momento. Habían


egado tan lejos que renunciar no era una opción.

—¡Vamos a lograrlo! —respondió Lyna con


cultad
di y tratando de no tragar

el agua salada mientras hablaba.


Sabía que eso no dejaría tranquila a su hermana, pero decirlo en voz alta le

daba fuerzas a su cuerpo cansado para seguir intentándolo.

De pronto un grito la sorprendió: era su abuela. Una ola los había embestido

tan fuerte que Rita no pudo mantenerse agarrada a Dani. Sus brazos se

soltaron y la marea la hundió.

Desesperada, Lyna comenzó a moverse en la oscuridad buscando a su

abuela. El lugar no era muy grande, así que debía estar cerca. Retrocedió un

poco y pudo rozar su mano bajo el agua.

Rita se aferró al brazo de su nieta, sacó la cabeza a la super cie y

desesperada tomó una bocanada de aire. Dani volvió a acomodarla en su

espalda y siguieron adelante.


Estaban tan agitados que ni siquiera pudieron pronunciar una palabra luego

de lo sucedido. Solo querían salir de ese lugar.

Siguiendo la linterna de Meli, se abrieron paso hacia la entrada de la mina.

—¡Ahí está! —gritó Lyna al ver la luz del atardecer.

Salieron, empujados por el agua, rodaron por la arena, se arrastraron por

la arena para alejarse del agua tanto como pudieron y se dejaron caer.

—Esta vez egué a ver la luz —dijo Rita casi en un susurro.


Se quedaron tumbados un buen rato mientras intentaban recuperar

fuerzas. Gatooo mau aba muy enojado por haberse mojado tanto. El único que

estaba feliz con el accidentado paseo era el Señor Pato que se había dado el

gusto de nadar bastante. Cuando decidieron volver al hotel, ya era de noche.


—¿No podemos quedarnos un ratito más?

—preguntó Melina, que apenas podía moverse por el dolor de los músculos.

—Ah, no, de eso nada m’ hijita, que a mí ya me está rugiendo la tripa —le respondió

Rita—, y todo lo que había en la mochila se estropeó con el agua.

—Además, el panadero debe estar preocupado

—reparó Lyna.

—¿El panadero? —preguntó la abuela—. ¿Qué panadero?

—¿Cómo qué panadero? —dijo Dani confundido.

Al escuchar la voz del chico, la anciana giró rápidamente y enfocó tanto como pudo

su vista en él.

—¡Ah, ese panadero! —respondió Rita y comenzó a reír.


Al egar al hotel, la abuela tocó la puerta de la habitación vecina.

—¿Tuvieron un lindo paseo? —preguntó contento el panadero al verlos a

todos. Al parecer, el hecho de que desaparecieran por tantas horas no lo había

alarmado en absoluto.

—Sí, muy lindo —respondió Rita con una sonrisa algo forzada en su rostro

—, pero a partir de ahora a tu nieto lo sacamos con correa —agregó.

Dani le agradeció a la anciana y a sus nietas, se despidió y entró al cuarto.

Le parecía increíble que hubieran arriesgado sus vidas para poder sacarlo de

esa cueva y sintió por primera vez que esa era realmente su familia. También

aprendió la lección: tenía que obedecer a sus abuelos.


Después de esta agitada aventura, las vacaciones fueron geniales hasta el

último día, pero Rita cumplió su promesa y no dejó que Dani se separara de

e a ni un segundo.
Vallejos, Evelyn
Una familia anormal: Y unas vacaciones muy extrañas / Evelyn Vallejos. - 1a ed . - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Altea, 2020.
Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-736-296-1

1. Literatura Infantil y Juvenil Argentina. I. Título.


CDD A863.9282

Personajes originales: Lyna Vallejos


Diseño grá co e ilustraciones: Candela Insua
Corrección de textos: Guadalupe Rodríguez

Edición en formato digital: febrero de 2020


© 2020, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.
Humberto I 555, Buenos Aires
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escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que
PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores.

ISBN: 978-987-736-296-1

Conversión a formato digital: Libresque


La familia anormal tiene nuevos integrantes y después de sus locas
aventuras decidieron tomarse unas tranquilas vacaciones para disfrutar el
tiempo juntos.
Pero por supuesto nada salió como esperaban y una vez más deberán
enfrentarse a situaciones increíbles, intensos desafíos y sus vidas
correrán peligro a cada instante.
¿Podrán salvarse esta vez? ¿Lograrán disfrutar porn de sus vacaciones?
¿Quiénes son los nuevos integrantes de la familia?
No pierdas más tiempo, descubrilo en esta nueva historia.
Evelyn Va ejos, mejor conocida como LYNA,
es una youtuber y gamer argentina con
varios miones de seguidores, y está ubicada
entre los 10 más populares de la Argentina.

@LYNAVALLEJOS
@LYVLOGS

LYNAYOUTUBE
LYNAVALLEJOS
SRTALYNA
Otros títulos de la autora en megustaleer.com.ar

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