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“El nuevo fútbol”

Historia por Lyna Vallejos y Nike Argentina SRL

#HacéAlgoNuevo

Ilustración de los personajes y diseño: Lyna Vallejos


Corrección de texto: Rocío Kiryk

Una Familia Anormal


©2018, 2019, 2020, 2021, Penguin Random House Grupo Editorial S.A
Humberto 1555 Buenos Aires penguinlibros.com
En Tembleque los rumores viajan más rápido que el viento.
Por eso es que, cuando comenzó a correrse la voz de que el
torneo anual de fútbol cinco se acercaba, todo el pueblo
especuló quiénes podrían ser los ganadores de la competición.
Y, quienes aspiraban a levantar la copa, empezaron a
entrenarse de sol a sol.
Ver el torneo era una tradición que nadie quería perderse, y el
estadio del pueblo se llenaba cada vez que había un partido.
—¿Vas a anotarte este año, Augus? —preguntó Melina,
mientras se llevaba una empanada a la boca
Rita había preparado junto con el panadero un gran almuerzo
para sus nietas y los amigos de las niñas.
—No puedo —suspiró resignado—. Este año mi equipo no se
presenta, y tampoco voy a encontrar a nadie más para armar
uno nuevo.
—Es una lástima —comentó Lyna—. Podrías ver si hay
vacante en algún otro...
Pero la abuela, que había estado escuchando la conversación
atenta, bajó rápido su tenedor e interrumpió a su nieta.
—¿Y si nos presentamos todos juntos? —propuso la anciana,
con una gran sonrisa en los labios.
Un silencio implacable se apoderó de la habitación. Solo se oía
el piar de los pájaros en el jardín. Luego de unos segundos que
parecieron una eternidad, el panadero decidió hablar.
—Conmigo no cuenten, que con suerte puedo caminar, miren
si voy a correr atrás de una pelota —sentenció.
Ella se llevó la mano al mentón y pensó por unos instantes
mientras sus nietas y compañía la observaban, atónitos. Luego
levantó su dedo índice y comenzó a apuntar uno a uno a los
niños, contando en voz bajita.
—Perfecto Panadero, igual nos sobraba uno, al menos ahora
no hace falta echarte —rio.
—Pero abuela, nosotras nunca jugamos al fútbol —señaló
Melina—, y vos ya estás un poquito grande, ¿no te parece?
—A mí no me vengas con que estoy vieja, mocosa, que corro
más rápido que ustedes cuatro juntos —se quejó—. Además,
nunca es tarde para probar algo nuevo, ¿no? Podemos hacerlo
solo por diversión, para disfrutar de algo todos juntos... Bueno,
todos menos el panadero.
—A mí me gusta la idea —dijo Dani, sonriendo.
Poco a poco, los cinco se fueron entusiasmando con la idea de
competir juntos. Lyna y Dani se vieron en la tarea de buscar a
dos integrantes más porque necesitaban suplentes en el equipo,
y rápidamente sus amigos, Ela y Pedro, aceptaron la invitación.

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Así que, cuando la plantilla se conformó, empezaron a
prepararse con la ayuda de un entrenador del pueblo.
Las tres semanas siguientes se dedicaron a practicar sin
descanso. Como era verano, disponían de todo el tiempo del
mundo para entregarse a ese nuevo proyecto, ya que los niños
no tenían clases. Luego del desayuno, los siete hacían
estiramientos y prácticas físicas y, durante la tarde, se
enfocaban en la técnica con el balón.
Para sorpresa de todos, Rita parecía seguir bastante bien el
ritmo de los más jóvenes. A veces se quedaba sin aire al correr,
pero tenía buenos reflejos y podía frenar muchos de los tiros
con facilidad cuando estaba en el arco. Y las niñas aprendían
rápido, aunque Lyna tuvo que comenzar a usar lentes de
contacto porque, al heredar la mala visión de su abuela, a veces
no veía la pelota pasar a su lado.
Un día, mientras corrían por las calles de Tembleque como
precalentamiento, los seis niños y Rita se toparon con la abuela
de Augus, quien interrumpió su entrenamiento para preguntar
qué estaban haciendo. La Susi había sido la mejor amiga de
Rita, hasta que un concurso de cocina las enfrentó en su
juventud y rompió su relación. Desde ese momento, la rivalidad
entre ellas creció más y más. Cada vez que alguna se apuntara
a alguna nueva actividad, la otra la imitaría con el solo propósito
de demostrar que podía hacerlo mejor que su examiga.
—Augustito, querido —lo saludó la Susi dulcemente—¿Por
qué están correteando por la calle?
Su mirada curiosa no pudo evitar dirigirse directamente a Rita.
Quería saber qué tenía entre manos.
—Vamos a apuntarnos en el torneo del pueblo —respondió el
niño.

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—¿Rita en un torneo de fútbol? —dijo la anciana, sin siquiera
intentar disimular una carcajada.
—Obvio, Susi —confirmó Rita—. Al menos mi cuerpo aún
resiste los trotes. Me pregunto cuándo fue la última vez que
caminaste más de tres cuadras.
Susi le dirigió una mirada fulminante a Rita, pero no respondió.
Se limitó a girar la cabeza, saludar a los chicos con su dulce voz
y alejarse para seguir con sus compras. Ellos se miraron entre sí
y empezaron a decirse cosas al oído. Era evidente que eso no
quedaría así.
—¿Creen que se apunte al torneo ella también? —preguntó
intrigado Dani.
—Seguro —respondió Lyna sin dudarlo un segundo—. Siem-

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pre hacen lo mismo. El único problema que va a tener es en -
contrar un equipo y entrenar lo suficiente porque solamente
quedan dos semanas para las inscripciones.

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Cuando las inscripciones abrieron al público, la familia fue uno
de los primeros equipos en la fila para anotarse. Ya que los
cupos eran limitados, no querían quedarse afuera. Y,
obviamente, Susi también estaba ahí. Había conformado una
formación mixta entre ancianos y adultos que esperaban su
turno algunos grupos detrás.
Todos estaban contentos y entusiasmados. Al fin, luego de
trabajar durante tantas semanas, podrían poner a prueba lo que
habían aprendido enfrentándose a sus rivales.
—¿Nombre del equipo y los participantes? —preguntó el señor
del mostrador.
—¿Real Amistad está disponible? —respondió Pedro. Habían
elegido ese nombre, ya que la amistad era lo que los unía a
todos. Incluso a Rita con sus nietas.
—Sí, pueden usar ese —confirmó el hombre—¿Nombres?
—Augusto, Melina, Rita, Daniel, Ela, Ly... —enumeró la
anciana con una gran sonrisa, apuntando su dedo índice a cada
uno mientras los nombraba.
—Disculpe —interrumpió el señor—. No tenemos categorías
mixtas, ni femeninas. Y bueno, señora, usted por edad tampoco
podría participar, aunque las hubiera —dijo mirando de arriba a
abajo a la anciana.
—¿PERDÓN? —gritó Rita, enfurecida—¿Es decir que por ser
mujeres no nos va a dejar jugar?

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—No grite, por favor —intentó tranquilizarla el hombre.
—Poco estoy gritando, si tenemos en cuenta que además me
dijo vieja en la cara —vociferó la abuela.
—Son las reglas, señora. Si tienen quejas, ahí está el libro —
señaló impaciente.
—¡Quiero ver a su superior! —Exigió ella.

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La fila bien organizada de equipos detrás de ellos se disolvió.
Todos los presentes se acercaron tanto como pudieron para
enterarse del porqué de tanto griterío. Incluso, muchos
comenzaron a amontonarse unos sobre otros para poder
escuchar mejor.
—Señora, por favor, no haga un escándalo. Yo soy parte de la
comisión organizadora, pero las reglas han sido las mismas
desde el primer campeonato, y no van a cambiar por su
numerito.
—¡Deberían cambiarlas, no pueden dejarnos afuera porque sí!
—¡Mire a su alrededor! —gritó, desesperado—¡Todos los
demás equipos son niños y cumplen con la edad!
De pronto, su mirada se posó en el equipo de la Susi y no
pudo evitar revolear los ojos.
—¡Esto no se va a quedar así! —advirtió Rita, e hizo señas a
los chicos para que la siguieran fuera del gran polideportivo.
La alegría que había inundado sus rostros antes de intentar
inscribirse había desaparecido por completo. Los siete se
sentían decepcionados, tristes y enfurecidos. Caminaron hasta
la plaza que había justo al lado del recinto y se dejaron caer en
el pasto.
—¡Es muy injusto! —se quejó Lyna, al borde de las lágrimas—
TODOS DEBERÍAMOS TENER EL MISMO DERECHO A
JUGAR, NO POR SER MUJER O DIFERENTE PUEDEN
DEJARNOS AFUERA.
—Lo sé —dijo Melina, con voz entrecortada—, pero bueno, así
son las reglas, ¿no? —se resignó.
—De eso nada —protestó Ela—, si las reglas están mal, hay
que intentar cambiarlas.

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—Tienen razón —asintió Dani—, pero... ¿Cómo las
cambiamos?
Rita se mantuvo en silencio mientras los niños se quejaban y
discutían sobre qué hacer. Se limitaba a observarlos mientras
intentaba terminar de trazar su plan. Vio los ojos enrojecidos de
sus nietas y supo que eso no debía pasarse por alto. Debía
tomar esa oportunidad para que las cosas cambiasen por ella,
por sus nietas, y también por el resto de niñas y personas
mayores que pudieran querer participar y fueran rechazadas.
Pero unos gritos provenientes del lugar de inscripción la
sacaron de su ensimismamiento. Era Susi que, al parecer, había
armado tanto revuelo como Rita.
—Augustito, vámonos —ordenó de mal humor al acercarse al
grupo de niños.
—¡No se vayan! —pidió Pedro—¡No podemos quedarnos sin
hacer nada!
Susi miró a Rita y comprendió que, en ese momento, lo mejor
que podían hacer era dejar su rivalidad de lado por un momento.
Después de todo, si no hacían algo tampoco podrían
enfrentarse para ver quién era mejor en la cancha. Así que,
llamó a sus compañeros de equipo y se sumaron a sus
adversarios para intentar encontrar una solución.
—¿Y si creamos nuestro propio torneo? —sugirió Rita luego
de más de media hora de charla.
Se tomaron un segundo para pensar. Si bien la idea de la
abuela parecía disparatada, era la mejor opción. Si la anterior
competición no estaba dispuesta a adaptarse, ellos crearían una
versión mejorada donde todos pudieran participar.
Organizar un torneo no era tan fácil como todos lo habían
imaginado, pero aún así algo era seguro: lo iban a llevar a cabo.

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Como Rita y Susi pretendían enfrentarse en la cancha,
necesitaban que otras personas que no participasen formaran la
comisión organizadora, y tanto el panadero como otros tres
vecinos se ofrecieron para el puesto. Fueron ellos quienes se
presentaron en el polideportivo del pueblo pidiendo que les
cedieran las instalaciones. Pero la respuesta fue “no”, porque ya
tenían otra competencia y no estaban interesados en las
famosas categorías mixtas.
A modo de protesta, tanto contra la discriminación del torneo
como con la negativa del polideportivo, el grupo de Rita y los
niños, Susi y sus amigos, y los organizadores decidieron que la
competición comenzaría el mismo día que se disputase la final
de sus rivales. Y que tanto participar, como ver los encuentros
sería gratuito, para que todos pudieran formar parte.
—Esto es imposible —se lamentó el panadero en una reunión
de organizadores—. El día se acerca y no tenemos nada
armado ¿Alguien hizo hojas de inscripciones o algo?
Pero, de pronto, Lyna entró a la habitación corriendo, seguida
por Dani, Melina y Ela.
—¡Tenemos cancha! —gritó.
—¿Cómo? —preguntó uno de los vecinos, incrédulo.
—Venimos de las canchas que están acá a dos calles —
explicó la chica, casi sin aliento—. Susi, la abuela y los demás
están ahí. No será tan espectacular como el polideportivo, pero
la dueña está encantada y dijo que quiere ayudarnos con todo lo
que necesitemos.
La habitación se vio inundada por una ola de celebración.
Llevaban más de una semana buscando posibilidades y al fin
podrían seguir adelante. Y eso fue lo que hicieron. Contentos y
motivados empezaron a preparar las inscripciones que abrirían

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una semana más tarde. Lyna, Melina y sus amigos empapelaron
el pueblo con carteles que anunciaban la competición y
animaban a la gente a participar bajo el slogan “Nuevo Fútbol”.
Cada vez que se cruzaban con alguien en la calle, les hablaban
entusiasmados sobre la iniciativa, y la mayoría de los vecinos
parecía amar la idea. Al parecer, Tembleque estaba más que
listo para el cambio. También, por supuesto, cada día
entrenaban sin descanso, ya que el sueño de jugar cada vez se
acercaba más.
—Es oficial —anunció el Panadero en una reunión de familia y
amigos—. Como lo habíamos hablado, va a haber siete
categorías. Femenina y masculina para las infantiles, de adultos
y también otra de ancianos; y mixto, donde pueden participar
todos los géneros y edades.
—Me suena a demasiadas copas y mejor ni cuento cuántas
medallas —dijo Dani riendo.
—Rita tiene todo controlado, queridos —dijo la abuela,
orgullosa—. Gracias a mis contactos, alguien de la industria
metalera lo va a donar todo.
—¡¿En serio?! —gritaron los chicos, emocionados.
—Sí, está contento porque él y su esposa aman jugar, pero
nunca pudieron competir —sonrió la anciana.
—¿Te imaginás que ellos hacen la copa y después la ganan?
Sería genial —comentó Melina, sorprendida.
—Ahhhh no, eso no, que participan en la categoría mixta. Yo
esa copa la necesito en mi mesita de luz.
—Bueno, eso si le ganamos a mi abuela y sus amigos —dijo
Augus entre risas. Sabía que eso haría que Rita contestase.
—Obvio, Augustito. Con Susi estuvimos hablando y
coordinando cosas porque era lo que había que hacer. Pero a

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partir de que empiece el torneo todo va a volver a ser como
siempre. Y Rita va a ganarle, como en todo —sentenció.
Y no mentía. Tan pronto como empezaron a hacer fila para
inscribir a sus equipos, la anciana y su eterna rival ya
intercambiaban miradas desafiantes.
La convocatoria había sido un éxito. O, mejor dicho, una
locura. Las diferentes categorías reunían a un sinfín de
personas con algo en común: el amor por el deporte y la alegría
de poder disfrutar de él.
—Si así son las inscripciones, ¿qué nos esperará en los
encuentros? —preguntó Dani, asombrado, mientras recorría la
fila para ver su extensión.
—No creo que entre toda la gente —supuso Lyna— ¡Esto es
una locura!

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El tiempo pasó volando para todos y, cuando quisieron darse
cuenta, ya se encontraban en la mañana de la inauguración. La
competición iba a ser bastante dura para los organizadores,
pero era tal la motivación, que a nadie parecía importarle. Al
haber tantas categorías, habían dividido los partidos en varios
turnos. El panadero y otro compañero se encargarían de los
encuentros de las categorías infantiles durante la mañana y las
de ancianos hasta luego del mediodía. Y, más tarde, los otros
dos organizadores cubrirían la categoría mixta por la tarde y las
de adultos cuando la noche comenzara a caer.
—Parece que la final del otro torneo no va muy bien —
comentó Dani al equipo al llegar al vestuario—, hay muy poca
hinchada, solo un par de familiares.
—Qué lástima —ironizó Melina.
Todo el grupo estaba lleno de alegría, y cuando Rita repartió
los equipamientos, la emoción recorrió el vestuario. Después de
tanta lucha, podrían vestir las camisetas que la abuela había
encargado para todos.
—Me queda estupendo —señaló Rita al verse al espejo con su
nuevo traje de arquera.
—Sí, abuela —afirmó Lyna—, pero vení, vamos a ponernos los
lentes de contacto ahora que si no vamos a meter un gol en
contra.
Al salir a la cancha para su primer partido, los corazones de
todo el equipo latían descontrolados. Y, más aún, cuando
escucharon la ovación de la hinchada en el momento en que
ambos grupos pisaron el césped. Allí estaban sus vecinos,
felices de poder ver el encuentro, cantando a favor de cada
equipo. La cancha estaba llena, y les habían contado que
incluso había gente que se tuvo que quedar afuera.

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Ela y Pedro se sentaron en el banco junto al entrenador,
mientras los demás ocupaban sus posiciones. Rita se ajustó los
guantes al llegar al arco, mientras que, Melina y Augusto se
posicionaron como la defensa. Lyna sería mediocampista y
Dani debutaría como delantero.
Tras unos segundos que parecieron una eternidad, el silbato
sonó, dando inicio al encuentro. Todo sucedía demasiado
rápido. El otro equipo tenía la pelota, Melina se la sacó, se la
pasó a Lyna que la volvió a perder. El delantero contrario la
tenía, y corrió tan rápido como pudo para evitar a Augus que lo
presionaba del lado izquierdo. Pateó al arco y... ¡Rita atajó! La
hinchada enloqueció y empezó a alentar aún más de lo que ya
lo hacían.
Luego de cinco tensos minutos en los que la pelota no paró
de rodar de un lado al otro, Lyna le hizo un pase a Dani, que
corría a la derecha de la cancha y aprovechó el ángulo para
patear directo al arco. La pelota rozó las manos del arquero,
pero entró. Real Amistad festejó su primer gol. Pero no sería el
último. Al llegar el entretiempo, el equipo de Rita y los chicos
ganaba 3 a 1 a su rival. Y, cuando sonó el silbato final, el
resultado cerró 5 a 2 a su favor.

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Ganar su primer partido los llenó de orgullo y alegría. Habían
trabajado en equipo y estaban viendo los resultados de todo su
esfuerzo. Pero ese era solo el comienzo. Aún tenían muchos
encuentros que disputar y equipos que vencer. Sabían que, si
no lo conseguían, quedarían eliminados.
Así que los siguientes días dejaron todo en la cancha.
Ganaron los octavos de final y también los cuartos.
—¡No puedo creerlo! —se quejó Rita, enfurecida.
Estaba mirando desde la tribuna el partido de la Susi, que se
disputó justo después de que Real Amistad consiguiera su
nueva victoria. Y el equipo rival era muy superior a ellos, lo que
daba como resultado una goleada inapelable.
—Ya sé, ya van por el séptimo —señaló Lyna, preocupada.
—Sí, Lynita —dijo la anciana—. Pero el problema es que no
voy a poder jugar contra la Susi. Llevamos un montón de tiempo
diciendo que vamos a enfrentarnos en la cancha y al final, ni
siquiera nos vamos a cruzar.
Los chicos, que estaban escuchando la conversación, lanzaron
miradas y sonrisas incrédulas. Eso era todo lo que le
preocupaba a Rita, y parecía no enterarse que esos que
estaban aplastando al equipo de su examiga iban a ser sus
próximos rivales.
Llegó el gran día. El último del torneo donde se disputarían las
semifinales y, más tarde, las finales de cada categoría.
La calle donde se ubicaba la cancha había sido cerrada y los
vecinos la convirtieron en una fiesta. Algunos habían llevado
hasta el lugar sus parlantes y todos cantaban y bailaban al
compás de la música, a la espera de que se abrieran las puertas
para poder alentar en los encuentros.

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—¿Creen que podremos ganarles? —preguntó Ela,
preocupada.
De pronto, todo el vestuario enmudeció. Había hecho la
pregunta que todos tenían en la cabeza, pero que nadie se
animaba a decir en voz alta.
—Espero que sí —respondió Lyna—. Este va a ser nuestro
encuentro más difícil, pero vamos a dejarlo todo como venimos
haciéndolo hasta ahora, ¿no?
—Sí —intervino Dani—, yo estoy seguro de que podemos.
Los chicos y Rita terminaron de vestirse y salieron a la cancha.
Saludaron uno a uno al equipo rival con una gran sonrisa, a
pesar de que por dentro morían de nervios. Sus contrincantes
eran una familia de dos varones adolescentes y una chica, su
padre y su madre. A pesar del miedo hacia sus oponentes, Lyna
admiraba ver cómo familias completas podían participar y
pasarla bien en el torneo que, con tanto sacrificio, habían
armado.
El silbato dio inicio al partido y pronto el equipo Unión Familiar
tomó posesión de la pelota. Lyna intentó recuperarla, pero el
chico que corría con ella lo hacía demasiado rápido como para
seguirle el ritmo. Augus intentó frenarlo también, pero sin
resultado alguno. Solo quedaba Rita en el camino, y cuando
pateó la pelota entró en el arco. El primer gol del encuentro era
para sus rivales.
A pesar del golpe, Real Amistad no pensaba darse por
vencido. Meli le pasó la pelota a Augus, que vio que Dani se
movía por el lateral derecho y se la dio también. Él corrió hasta
el área y tiró, pero dio en el palo. Luego de que la arquera
sacara, Lyna logró robarle la pelota al padre del equipo contrario
y disparó con todas sus fuerzas, empatando 1 a 1.

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Pero, a partir de ese momento, todo cambió rápidamente. El
otro equipo, al ver que habían doblegado sus defensas,
retrocedió y armó una barrera defensiva que hacía que fuera
imposible para Real Amistad llegar al arco. Y solo era cuestión
de tiempo hasta que alguno del equipo de Lyna cometiera algún
error. Cuando esto pasó, el chico que corría rápido salió a
contraatacar y metió un gol. Al ver que la estrategia les
funcionaba, la repitieron varias veces, todas acabando con un
nuevo tanto en el marcador.
El partido terminó 5 a 1 a favor de sus rivales. El sueño de
levantar la copa se había escurrido entre sus dedos y el equipo
de Rita estaba desolado. Al llegar al banco, una lágrima rodó
por la mejilla de la anciana. Estaba tan triste como el resto del
plantel.
—¡No teníamos chance! —se quejó Augus, amargado.
—Sé que es horrible haber perdido —reflexionó Lyna—, pero
¿hubieran imaginado esto hace unos meses? La mayoría de
nosotros no sabía ni siquiera jugar a la pelota, y no solo
aprendimos, sino que llegamos a las semifinales de un torneo
amateur. A pesar de no haber ganado hoy, somos unos genios.
—Y llegamos más lejos que la Susi —agregó Rita con una
pequeña sonrisa triste en los labios.
El equipo se fundió en un enorme abrazo. Sabían que, cuando
la tristeza pasara, estarían orgullosos del camino recorrido.
—Bueno, yo me quiero ir a casa —dijo Meli cuando ya todos
se habían cambiado de ropa.
Pero el panadero, que acababa de entrar en el vestuario, tenía
otros planes para ellos.
—De eso nada —intervino—, que todavía tienen que ver la
final.

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—No estamos de muy buen humor, Panadero —le dijo Rita.
—Ya sé, pero lo que viene no se lo pueden perder —insistió.
Resignados salieron a la tribuna a ver el último partido. Al
llegar a las gradas, Susi estaba esperándolos.
—Lo hicieron muy bien —les reconoció.
Rita estaba sorprendida por haber recibido un cumplido de su
examiga. El equipo le agradeció y se sentó a su lado mientras
los demás volvían a salir a la cancha. Allí, Susi les contó que el
panadero también había insistido en que fuera a la final, a pesar
de haber perdido el día anterior, ya que tenía un anuncio
importante que hacer.
En el partido, como era de esperarse, Unión Familiar tuvo el
control casi total de la pelota y, como en todos los encuentros
anteriores, ganó por goleada. Tembleque tenía al fin un nuevo
campeón.
Al finalizar, el panadero y la comisión directiva se acercaron
con la copa de la categoría y comenzaron a repartir las
medallas una a una a los miembros del equipo. Mientras
tanto, la cancha explotaba, y la gente no paraba de festejar.
—Ahora quiero cederle el micrófono a nuestro nuevo equipo
campeón de la categoría mixta —anunció uno de los
organizadores.
La madre de la familia se acercó a él y comenzó a hablarle a
toda la cancha.
—Hoy nosotros ganamos —comenzó—. Pero esta victo-
ria no hubiera sido posible sin la ayuda de nuestros vecinos,
esos que organizaron el movimiento y nos dieron como regalo
este hermoso torneo.
La cancha de pronto enmudeció, y la emoción llenó los
corazones de todos los presentes.

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—Por eso es que estas medallas les pertenecen a ellos —
continuó—, por la lucha que transitaron para que podamos
terminar acá. Ahora, por favor, quiero que el equipo Real
Amistad y su colaboradora, mi amiga la Susi, vengan a la
cancha a recibir lo que se merecen.
El estadio estalló una vez más. Todos empezaron a cantar y
celebrar. El momento que estaban viviendo era único.
Con lágrimas en los ojos, el equipo de Lyna y la Susi se
acercaron a los campeones, que les colgaron uno a uno las
medallas en el cuello. Como no había suficientes medallas para
todos, Rita y Susi levantaron una las dos juntas.
—Y, por último —anunció el panadero una vez que la gente
comenzó a calmarse en la tribuna—, quería contarles que hoy
nos hablaron de la municipalidad de Tembleque. A partir del
próximo año, vamos a ser el torneo oficial del pueblo. Sí, gente
¡El polideportivo es nuestro!
Lyna y sus amigos saltaron de emoción. No podían creer

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lo que estaban escuchando. Rita y Susi se miraron, lloran -
do de emoción, y no pudieron evitar fundirse en un abrazo.
Ahí, rodeados por la comunidad que no paraban de festejar,
comprendieron el impacto que habían causado en el pueblo y
cómo, a partir de ese momento, todo sería diferente. El Nuevo
Fútbol sería para todos.

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