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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Personajes
1. ¡Qué sorpresa tan fría!
2. Un tren de cuento de hadas
3. ¿Quién había dicho eso?
4. Nevadito
5. El Pueblo de la Nieve
6. ¿Y ahora qué?
7. ¡Supertrineo!
8. La leyenda del ejército helado
9. ¡Está saliendo lava!
10. Una aventura genial
Créditos
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SINOPSIS

¿Sabías que a las Ratitas les encanta jugar con la nieve? Por eso
sus padres han decidido aprovechar las vacaciones de invierno para
llevarlas a un lugar superespecial: el Pueblo de la Nieve. Está en
una montaña nevada y es famoso por sus esculturas de hielo y su
concurso de muñecos de nieve. Allí, Claudia y Gisele vivirán una
aventura llena de acción y de magia. ¿Quieres saber lo que les
ocurre a las Ratitas en la montaña nevada? ¡Pues ponte a leer
ahora mismo!
—¡Por fiiiiiin! —gritó Gisele tirando su mochila al suelo.

Acabábamos de llegar del cole y habíamos subido a toda prisa a


nuestro cuarto.

Las dos nos miramos, sonreímos y chillamos:

—¡vacaciones!

Nos abrazamos y saltamos por la habitación. De la emoción nos


caímos al suelo y empezamos a reír. ¡Suerte que había una
alfombra peludita y suave!
Cuando terminamos de reírnos, nos pusimos de pie y nos
acercamos a la ventana.

—Jo, no hay manera —se lamentó Gisele—. Con las ganas que
teníamos…

Es que nos encantaba la nieve. Aunque se te congelaban las


manos, jugar con ella era genial. Pero nada, no nevaba.

—Bueno, puede que nieve mañana —comentó mi hermana.

Es lo que repetíamos cada día, pero no funcionaba.


—Chicas, ¿podéis venir, por favor? —nos llamó mamá.

Gisele y yo bajamos corriendo a ver qué quería.

— ¿Qué pasa, mami? —le dije, sentándome a su lado en el


sofá.

—¿Necesitas ayuda para preparar la cena? —preguntó Gisele.

—Muchas gracias, pero no es eso —respondió—. Es otra cosa…

—Tenemos una sorpresa para vosotras —nos explicó papá.


— ¡Qué guay! —gritó Gisele.
—¡Sí, nos gustan las sorpresas! —exclamé, levantándome de un

salto.

Papá y mamá se miraron y sonrieron, mientras Gisele y yo nos


preguntábamos qué sería. Al cabo de un minuto no pude más:

—¿No nos vais a decir qué es? —pregunté inquieta.


—No —respondió papá—. Tendréis que buscarla…

—… en el congelador —terminó mamá con voz misteriosa.

—¿En el congelador? —repitió Gisele con cara de no entender


nada.
—¿Qué pasa, es que os asusta el frío? —quiso saber papá.

—¡Claro que no! —respondimos las dos a la vez y corrimos a


la cocina.

Abrimos el congelador y, entre las bolsas de guisantes, los tarros


de helado y las barritas de pescado, vimos una carta.

—¡Cógela, Gisele! —le pedí a mi hermana, porque yo no llegaba.

— ¡Voy! —respondió, poniéndose de puntillas y estirando el


brazo.
Cuando cogió la carta, nos juntamos mucho para abrirla las dos a
la vez.

Dentro del sobre había una tarjeta preciosa y brillante donde


ponía:
—¿Vamos al Pueblo de la Nieve? —pregunté, superemocionada.

—¡Sí! —contestó papá.

—Y salimos mañana —añadió mamá un segundo después.

¡Qué ilusión! Gisele y yo teníamos muchas ganas de verlo y de


participar en el concurso, ¡nos encantan los muñecos de nieve!
Al llegar a la estación, dejamos las maletas en el andén y miramos
a lo lejos, impacientes por ver llegar nuestro tren.

Pero aún no se veía nada…

¡CHU, CHU!, oímos al cabo de un rato.

— ¡Allí! —exclamó mamá.


A lo lejos se veía un puntito acercándose por las vías, tan
pequeño como una mosca.

—¡Ya viene! —grité.


¡CHU, CHU!, oímos otra vez, un poco más fuerte.

Cuando el tren se paró, Gisele y yo nos quedamos con la boca


abierta de lo bonito que era.

— ¿Os gusta? —preguntó papá.


Estaba tan emocionada que me dolían los ojos de tanto abrirlos:
no quería perderme ni un detalle porque era el tren más bonito
que había visto en mi vida.
—Creo que no les gusta, Lluís —dijo mamá—. Se han quedado
calladas…

—Es verdad —añadió papá—, normalmente nuestras Ratitas no


paran de hablar, sobre todo cuando algo les gusta, y no he oído ni
un «wala» de los suyos…

—¡Wala! ¡Wala, wala, wala! —grité entonces.


— ¡Superwala! —gritó Gisele.
—¡Este tren es una pasada! —dije—. Claro que nos gusta, ¡es el
mejor tren del mundo!

—Sí —añadió Gisele, asintiendo con la cabeza sin parar—, es un


tren de cuento de hadas, ¿verdad, Claudia?

—¡Exacto! ¡Un tren de cuento de hadas!


Era muy grande, negro y dorado. Parecía antiguo, aunque
también nuevo, ¡porque brillaba mucho! Las puertas eran rojas y,
cuando se abrieron, dejaron ver el interior, con detalles dorados.

—¿Quién sube primero? —preguntó mamá.

—¡Las dos! —respondí.

—Venga, Claudia —dijo mi hermana agarrándome de la mano.


Subimos juntas las escaleras y entramos en ese tren que parecía
de película.

Salimos de la estación en dirección a la montaña y, para pasar el


rato, jugamos a las cartas con nuestros padres y picamos frutos
secos y queso.

De repente papá gritó:


—¡Nieve!

¡Estábamos tan distraídas jugando que no nos dimos cuenta de


que habíamos llegado a la montaña! Por las ventanas se veía todo
blanco, era chulísimo…
Pero, mientras contemplábamos el paisaje nevado, el tren dio una
sacudida y se paró.

—¿Hemos llegado? —pregunté.

—AÚN NO —dijo papá mirando su reloj—. En teoría falta una


hora…

Los demás pasajeros se miraban entre ellos, preguntándose unos


a otros qué pasaba.

Al cabo de poco se abrió la puerta de nuestro vagón y entró una


mujer con una gorra roja.

—Hola —dijo la señora—, soy Berta, la maquinista. Una


pequeña avería ha parado el tren, pero no es grave. En una hora o
dos estará solucionado.
—¿Podemos bajar a ver la nieve? —le pregunté.

—Claro que sí —me respondió—. Os avisaré cuando esté


arreglado, ¡no se me ocurriría poner el tren en marcha sin todos mis
pasajeros!

—¡Gracias! —contesté.

—¿Podemos bajar, papis? —pidió Gisele.


—De acuerdo —dijo mamá—, os acompañamos. Me apetece
muchísimo tocar esa nieve tan blanquita… ¿y a ti, Lluís?

—A mí también me apetece mucho —respondió papá.

Así que los cuatro nos pusimos los anoraks, nos acercamos a la
puerta y apretamos un botón dorado para que se abriera.

¡zas! De un salto estábamos en medio de una nieve tan suave y


tan limpia que parecía algodón. ¡Aunque bastante más fría!
—¡Qué gustito! —grité dando brincos sobre la nieve—. Alma, ven,
¡no pasa nada! —añadí al darme cuenta de que Alma no se decidía
a seguirnos.

—Es superesponjosa —aseguró Gisele, metiendo las manos en


la nieve—. ¿Echamos una carrera, Claudia? Así seguro que Alma
se apunta.

—¡Vale! —respondí, y eché a correr superanimada.

Al girarme, comprobé que había funcionado: ¡Alma nos seguía!


Pero la carrera duró poco, porque nuestros pies (y las patas de
Alma) se hundían demasiado.
—¡Es muy difícil! —dije.

—Pues sí, y además correr sobre la nieve puede ser peligroso


—nos advirtió mamá.

— ¿Por qué? —preguntó Gisele.


—Porque no sabes lo que hay debajo —respondió mamá.

—Exacto —corroboró papá—. Imaginaos que pasáis por encima


de la madriguera de un conejo… ¡y os caéis dentro! Menudo susto
se llevaría la familia conejo…

—¡Pobrecillos! —exclamó mamá riendo—. Vaya despertar…


—Les diríamos: «Hola, somos Las Ratitas, no os haremos
daño» —respondí convencida.
—Y los arroparíamos con una mantita —añadió Gisele.

—Y les contaríamos una de nuestras aventuras —afirmé yo.

—Tenéis respuestas para todo, ¿eh? —dijo papá—. Ahora veréis.

Y agarró un puñado de nieve, formó dos bolas, nos lanzó una a

cada una, ¡y nos dio en la cara!

Mientras me reía, aparté la nieve que me tapaba los ojos, miré a


Gisele, que tenía la frente llena de nieve, y pensé: ¡guerra de nieve!
—¡a por él! —gritó Gisele.

Las dos hicimos bolas de nieve tan rápido como pudimos y se las
lanzamos a papá. Mamá se puso delante de él y también le dimos a
ella.

¡Era superdivertido!

— ¡Me rindo! —dijo papá al cabo de un rato.


Uf, me alegré, porque la guerra de nieve cansaba bastante…

—Podemos aprovechar para practicar nuestro muñeco de nieve,


¿no? —propuso Gisele.

—¡Buena idea! —respondí.

—Nosotros iremos hasta esas rocas —nos contó mamá—, quiero


buscar una flor que nace en la nieve. No os mováis de aquí.
—¡Vale! —exclamamos.

Gisele y yo empezamos a dar forma al muñeco, tan concentradas


que ni hablábamos. Le clavamos unas ramas para que hicieran de
brazos, le pusimos dos piedrecitas por ojos y un lápiz que llevaba en

el abrigo para que hiciera de nariz.

Encontré una ramita pequeña con forma de «u» y se la puse


debajo del lápiz. ¡Ya tenía hasta una boca sonriente! También
le pusimos un gorrito y una bufanda que llevábamos por si teníamos
frío.

—Ha quedado bien, ¿no? —preguntó Gisele.


—Sí —respondí—, pero no estoy segura de los ojos… ¿Crees
que quedarían mejor con botones?

—El caso es que no tenemos botones —observó Gisele.

—En realidad, sí tenemos —le respondí—, porque en el interior


de nuestros anoraks hay algunos.

—No creo que a vuestros padres les entusiasme la idea —dijo


una voz.
¿Quién había dicho eso? Solo estábamos nosotras dos y
Alma…

—Estos ojos son perfectos, siempre me han gustado los ojos de


color gris —confesó la voz.

De repente, nuestro muñeco de nieve se nos puso delante y


sonrió con su boca de ramita. Enseguida Alma se le acercó
meneando el rabo.

¿Qué estaba pasando?


—¿En serio se ha movido? —le pregunté a Gisele en un susurro sin
despegar los ojos del muñeco, que seguía sonriéndonos.

—Eh... No solo se ha movido. También ha hablado… —respondió


mi hermana.

El muñeco de nieve movió los brazos como si nos saludara y dijo


entusiasmado:

—¡Hola! Sí, he sido yo. Me muevo, hablo, pienso… ¡y también


bailo! —añadió, y dio un giro completo moviendo su cuerpo
redondito; y resultó tan gracioso que no pudimos evitar reír. A Alma
también le gustó y, divertida, dio vueltas a su alrededor.
Cuando el muñeco paró de bailar nos dijo:

—He oído que os llamáis Claudia y Gisele, ¿verdad?

—Sí —le respondí como si fuera lo más normal—. Yo soy Claudia.

—Y yo Gisele —se presentó mi hermana—. Y esta es Alma. ¿Tú


cómo te llamas?

—¡Buena pregunta! —dijo él—. No tengo ni idea.

—Si quieres, podemos llamarte nevadito —propuse.

—Hum... Me gusta, gracias —respondió con una sonrisa.


Lo miramos sin decir nada, porque aún no terminábamos de
creernos lo que estaba pasando.

—¿Siempre sois tan calladas? —preguntó Nevadito.

—Es que nos sorprende que hables y te muevas —dijo Gisele.

—En realidad, no es tan extraño —respondió Nevadito—. Según


las leyendas de mi pueblo, los muñecos de nieve pueden cobrar
vida cuando va a ocurrir algo en la montaña… Algo importante que
un muñeco de nieve tendrá que solucionar.

—¿Y qué va a ocurrir? —le pregunté, porque soy muy


curiosa.

—No lo sé —respondió Nevadito—. Tendré que averiguarlo.


De pronto, se quedó quieto y susurró despacio:

— Shhh, alguien se acerca.


No vi a nadie, pero, a lo lejos, aparecieron mamá y papá.

—¡GISELE, CLAUDIA! —gritaron.

—¿Cómo sabías que venían si estaban aún lejos? —preguntó


Gisele a Nevadito.
—Los muñecos de nieve tenemos un oído finísimo —respondió el
muñeco.

—¡Pero si no te hemos puesto orejas! —dije yo


sorprendida.

—Que no se vean no significa que no existan —replicó él—. El


viento no puede verse, ¿verdad? —declaró, sin mover apenas su
boca de ramita.

—Tienes razón... —admití—. Oye, ¿y por qué estás tan quieto?

—No es práctico que los adultos sepan que hay muñecos de


nieve que cobran vida —respondió—. Solo complicaría las cosas.
Id con ellos, venga —añadió cuando oímos a nuestros padres
llamarnos otra vez.
—Vale, ha sido maravilloso conocerte, Nevadito —le aseguré,
abrazándolo.

—Lo mismo digo —añadió Gisele, y le dio un beso.


—Si necesitas nuestra ayuda cuando descubras lo que va a pasar
en la montaña, avísanos, ¿de acuerdo? —le dije.

—De acuerdo —susurró él.

—Chicas, hay que volver al tren —nos llamó mamá.

—¡ya vamos!

Echamos una última mirada a Nevadito y nos subimos al tren,


sacudiéndonos la nieve de los anoraks.
—¿Listas para seguir el viaje? —preguntó mamá.

—¡Claro! —respondimos.

—¡Pues rumbo al Pueblo de la Nieve! —exclamó papá.

Cuando llegamos a la estación era casi de noche. Era un pueblo


precioso, iluminado con farolillos de colores. Los tejados estaban
cubiertos de nieve y en las calles había esculturas de hielo.

—¿Vamos a dormir en un hotel? —preguntó Gisele


bostezando.
—No, dormiremos en una cabaña de madera rodeada de nieve.

Cuando llegamos, Gisele y yo no podíamos creer lo bonita que


era. ¡Nos sentimos las niñas más felices del universo!
Al día siguiente me despertó un olor riquísimo…

—¡Chocolate caliente! —grité.

Gisele se levantó a mi lado.

—¿Dónde? —preguntó todavía con los ojos cerrados.

—Buenos días, Ratitas —dijo mamá desde abajo.

La cabaña no era demasiado grande: en la planta baja estaba la


cocina, el salón y un sofá cama donde habían dormido papá y
mamá. Una escalerita de madera llevaba hasta el altillo, donde
había un colchón muy cómodo y unas mantas de colores.

Desde allí, Gisele y yo veíamos a mamá, que estaba sentada a la


mesa con una taza de chocolate caliente.

—¡Yo quiero! —dije de pronto.

—Pues bajad, con cuidado.

Después de desayunar, nos vestimos y salimos a hacernos fotos.


Luego fuimos a la plaza del pueblo, donde se celebraba el concurso.
Estaba repleto de niñas y niños poniéndose en los puestos de los
concursantes. ¡Había mucho ambiente!
Gisele, Alma y yo nos colocamos en nuestro número: el 23.

—Nos vemos luego —nos dijo papá—. ¡Suerte!

—Os saldrá genial , chicas —nos animó mamá antes de


alejarse.

Y nos pusimos a trabajar. Fuimos apilando nieve para formar el


cuerpo, muy concentradas, cuando de pronto oímos:

—¡chist!
Pareció venir de detrás de un árbol que teníamos al lado, pero no
había nadie.

—¿Has oído? —pregunté a mi hermana algo extrañada.


—Por favor, no te despistes, Claudia —me respondió Gisele.
—Eh, Ratitas —oímos poco después.

—Jo, así no hay manera de concentrarse… —me quejé.


—Esa voz me suena de algo… —añadió Gisele.

Detrás del tronco apareció una cara blanca. ¡Era Nevadito!

—Ya he descubierto lo que va a pasar en la montaña —nos dijo.

—Vale, pues luego nos cuentas —respondí—. ¡Acabamos de


comenzar nuestro muñeco para el concurso!

—Nevadito, cuando acabemos nos lo explicas todo, ¿de

acuerdo? —añadió Gisele.

Nevadito negó con su cabeza de nieve, escondido detrás del


árbol.
—¡Es muy urgente! —insistió—. De verdad, necesito ayuda… ¡Va a
ocurrir algo muy malo!

La voz de Nevadito parecía tan angustiada que dejé de


amontonar nieve y me acerqué a él.

—¿De verdad es algo tan malo? —le pregunté.

Él asintió y con su boca de ramita nos explicó:


—Cuando os marchásteis, me tumbé un rato a descansar, y la

nieve me lo contó: en la montaña hay un antiguo volcán, y lleva


cientos de años dormido…, pero ahora está a punto de entrar en
erupción. ¡Si lo hace, la lava lo destruirá todo!

Gisele y yo miramos en dirección a la cima de la montaña, que


estaba muy cerca del pueblo. Parecía tranquila, pero algo en mi
interior me decía que Nevadito no se equivocaba.
Y, mientras pensaba esto, vi que algunos de los abetos que
estaban más cerca de la montaña se movían, como si un gigante los
estuviera agitando. Pero no había ningún gigante, tampoco
soplaba viento… ¡Tenía que ser el volcán!

—Claudia, ¿piensas lo mismo que yo? —preguntó Gisele.


Asentí con la cabeza, sin decir nada. Entre hermanas, muchas
veces no hacen falta demasiadas palabras para entenderse.
¡Había llegado el momento de usar nuestros superpoderes y
evitar que el volcán entrara en erupción!
En la plaza, todos hacían sus muñecos. ¡Qué suerte que nos

hubieran dado el número 23!

Gisele, Alma y yo estábamos alejadas del centro de la plaza, y a


nuestro alrededor había árboles: ¡era un lugar muy discreto!

—Tenemos que buscar un sitio más solitario —observó


Gisele.

—Sí, no quiero que me vean moverme —afirmó Nevadito.

—No es solo por eso —le dije—, nosotras también necesitamos


un poco de intimidad.
—¿Ah, sí?—preguntó él.
—Sí, ahora lo verás —le respondió Gisele—. Es que con toda
esta gente no podemos enseñártelo…

Tras comprobar que nadie se fijaba en nosotros, Nevadito se


dirigió a una calle estrechita y muy tranquila. Gisele, Alma y yo le
seguimos.

—Al final de esta calle está el bosque —nos explicó Nevadito.


—Será perfecto para la transformación —contemplé.

—No iréis a convertiros en estatuas de hielo hielo, ¿verdad?


—preguntó preocupado mientras nos alejábamos del pueblo.

—Tranquilo, no es eso —respondió mi hermana.

—Es que conozco muchas leyendas —continuó él— y, cuando


veo las esculturas de hielo, pienso si esos niños o esos animales tan
perfectos estuvieron vivos alguna vez…

—Seguro que no —le dije para calmarle—. Esta mañana hemos


visto a una escultora trabajando en un bloque de hielo. Estaba
dando forma a una niña sobre una bici, ¡y no era de verdad!

Cuando llegamos al bosque, Gisele y yo pronunciamos nuestra


palabra mágica. El corazón luminoso apareció ante nosotras y su luz
rosa se reflejó en la nieve.
Como siempre, nos convertimos en las Súper Ratitas y en Súper
Alma, con nuestros preciosos y resplandecientes trajes. ¡Qué
bien nos quedaban!
Nevadito se quedó tan sorprendido que su boca de ramita se
convirtió en una «o» muy pequeña.

—¿Qué ha pasado? ¿De dónde ha salido ese corazón? ¿Cómo os


habéis cambiado de ropa? —preguntó nervioso.
—Son nuestros superpoderes —le contó Gisele—, pero
solamente los usamos cuando hay una emergencia.

—¿Los superpoderes pararán al volcán? —preguntó


Nevadito.

—No es tan fácil —aseguré—. Primero hay que pensar un

plan.

—Nuestros superpoderes nos ayudarán a hacerlo —dijo Gisele.

—¡Pues todos a pensar! —exclamó el muñeco de nieve.


—Lo primero es subir a la montaña para ver si ha empezado a

expulsar lava —dije—. Pero está lejos y, aunque corriéramos,


tardaríamos en llegar…

—Con un trineo subiríamos rápido, pero necesitaríamos perros


que tiraran de él… —dijo Nevadito pensativo.
—¡guau! —ladró Alma.

—¡Claro, la superfuerza de Alma! —exclamé entusiasmada.


—Sin trineo… —dudó Nevadito.

—Tendremos que construirlo —afirmó Gisele.


Nos pusimos todos a trabajar: nosotras dos, Nevadito y Alma.
¡Estábamos muy ilusionadas, porque era el primer trineo que
hacíamos!

Primero recogimos troncos gruesos y luego otros más planos para


la base.

Cuando tuvimos las piezas necesarias las montamos para


comprobar que los troncos encajaban. ¡Y así era! Solo faltaba atar
las piezas…

—¿Tenéis clavos y martillo? —preguntó Nevadito.

—No… —respondí.
—También podríamos usar una cuerda —sugirió Gisele.

—¿Tenéis una cuerda? —preguntó el muñeco de nieve.

—No… —volví a responder.


Entonces todos notamos un ligero temblor, y de las copas de los
árboles cayó nieve. ¡Aquello debió de ser cosa del volcán!

—¡guau! —ladró Alma con fuerza, y desapareció corriendo.

— ¿Adónde ha ido? ¿Creéis que se ha asustado por el


temblor? —preguntó Nevadito, preocupado.

—¡Qué va! —contesté—. Alma no se asusta fácilmente.

—Y nunca nos dejaría solas —añadió Gisele muy segura.

—¡Ahí viene! —grité entusiasmada al verla regresar—. ¡Y ha


conseguido una cuerda!

Así fue, nuestra mascota apareció con un rollo de cuerda en la


boca. No supe de dónde la había sacado, pero nos vino muy bien:
era una cuerda gruesa y resistente.
—¡Bien por Alma! ¡Manos a la obra! —dijo el muñeco de nieve.

Y nos pusimos a atar las distintas piezas del trineo.


Al cabo de un rato, gracias a nuestra supervelocidad, lo hubimos
terminado.

—¡Buen trabajo! —exclamó Gisele con una sonrisa enorme.

Atamos un extremo de la cuerda al collar de Alma, que se puso


delante del trineo, y Nevadito, Gisele y yo nos montamos.

—tres, dos, uno… ¡ya! —gritamos con emoción.

¡Y empezó la excursión! Con la supervelocidad y la


superfuerza de Alma, el trineo arrancó a toda potencia.
Subimos entre los árboles hacia la cima de la montaña.

—¡qué chulo! —gritamos Gisele y yo entusiasmadas.

¡Íbamos muy deprisa! ¡Era como estar en un parque de


atracciones!

Alma esquivaba árboles y en los giros teníamos que agarrarnos

muy fuerte, pero nos lo pasamos superbién. Al principio, Nevadito


parecía asustado, sobre todo en los momentos en que el trineo se
ponía casi de lado, pero enseguida se acostumbró y no paró de
sonreír.

¡Aquella excursión estaba siendo genial!

A medida que nos acercábamos a la cima, Nevadito le decía a


Alma por dónde debía subir, hasta que llegamos al cráter del volcán.
¡Por suerte aún no había empezado a salir la lava!
—Ya estamos —anunció Nevadito, y Alma dejó de correr.

— ¡Lo hemos conseguido! —dijo Gisele bajando del trineo.


—Gracias, Alma —le dije bajando yo también y acercándome a
ella para acariciarla.

Cogí un puñado de nieve y la calenté entre las manos para


que se fundiera y Alma pudiera beber. ¡Se había portado como una
campeona!

—Eres la mejor mascota del mundo —le aseguré.

—Querrás decir la mejor supermascota del mundo —me


corrigió Gisele sonriendo.

—¡Eso! —gritó Nevadito, emocionado por la aventura—.


¡Cómo molan los superpoderes!
—Pues sí —afirmé—. De momento hemos conseguido llegar
hasta aquí y la lava no ha empezado a salir aún…

—Nos falta lo más difícil —dijo Gisele—: ¡frenar la erupción!

Entonces el suelo se movió, el temblor fue tan fuerte que los


cuatro nos abrazamos. ¡Teníamos que hacer algo!
—Tal vez el ejército helado podría ayudarnos —murmuró
Nevadito cuando pasó el temblor—. Pero no creo que exista…

— ¿Qué es el ejército helado? —le pregunté con


curiosidad.

Nevadito suspiró y respondió:

—Es solo una leyenda…

—Cuéntanosla —le pidió Gisele.

—Sí, tenemos tiempo para escuchar una leyenda, Nevadito —le


animé—. Tal vez nos dé una idea, quién sabe…
El muñeco de nieve asintió y empezó a hablar:
—En el mundo de donde vengo se cuentan muchas historias,
cuentos y leyendas. Los copos de nieve, que, como sabréis, a
simple vista parecen iguales, pero son todos diferentes si se miran
muy de cerca, contienen partes de esas historias. Según como se

junten, los copos explican una historia u otra. Así, los muñecos de

nieve, o los blancos mantos que protegen los tejados tras una
nevada, pueden escuchar una historia para entretenerse mientras
esperan a fundirse y convertirse en agua.

—En el colegio nos han contado que con las leyendas se


aprenden muchas cosas —le interrumpí, y Gisele asintió.

— ¡Es verdad! —dijo—. Sigue, Nevadito, por favor.


Y Nevadito continuó su historia:

—Una vez oí la leyenda del ejército helado. Cuenta que, en el


mundo de la nieve, vivía un mago conocido por su mal carácter. Un
día, estaba terminando una poción en la que llevaba mucho tiempo
trabajando cuando le cayó un copo de nieve en la punta de la nariz.
Eso le hizo estornudar y la cuchara que sostenía volcó demasiado
polvo de estrellas en su brebaje, estropeándolo. Furioso, lanzó
una maldición: que la montaña nevada se convirtiera en un volcán
terrible. Quería que la lava fundiera la nieve, como castigo al copo
que había malogrado su hechizo.

—¡Qué injusto! —exclamé.

Nevadito siguió contando:

—Sí. La montaña empezó a escupir lava y la nieve desapareció


rápidamente. La diosa de las nieves, desesperada, usó su magia
para que los copos se unieran formando muñecos de nieve.
Hizo una breve pausa y después continuó:

—Los muñecos de nieve cobraron vida y crearon el ejército


helado. Cientos de muñecos de nieve avanzaron sin miedo en

dirección a la lava, formando una especie de muralla helada


que la enfrió. Gracias a su valentía y a su trabajo en equipo
consiguieron que el volcán dejara de escupir lava y la montaña dejó
de ser un peligro.
—¡Qué buena idea tuvo la diosa de las nieves! —exclamé.

—Bueno, es solo una leyenda… —respondió Nevadito.

—Pero gracias a ella ya tenemos un plan —dijo entonces


Gisele, y en ese mismo instante supe en lo que estaba pensando.

—¡Fabricaremos muchísimos muñecos de nieve! —propuse.


—Exacto —respondió mi hermana—, ¡haremos nuestro propio
ejército helado!
Sabíamos lo que había que hacer, así que no podíamos perder ni
un segundo. ¡El Pueblo de la Nieve estaba en peligro! De
pronto, la montaña volvió a temblar bajo nuestros pies. ¡La sacudida
fue tan fuerte que por poco me tira!

Me agarré al cuerpo rechoncho y frío de Nevadito; el pobre estaba


muy preocupado. Me senté en el suelo y comencé a amontonar
nieve para no perder tiempo.

— ¡Rápido, Gisele! —apremié a mi hermana con voz


enérgica.

— ¡Rápido, Claudia! —replicó ella, guiñándome un ojo y


sentándose enfrente.
— ¡Rápido, Alma! —dijimos las dos a la vez.
—¡guau, guau! —ladró ella, formando una bola de nieve con sus
patitas.
— Haremos muñecos bajitos, ¿vale? —propuso Gisele—.
Así iremos más deprisa.

—Vale —le dije—, lo importante es que sean muchos.

—exacto —aseguró Nevadito sin dejar de trabajar.

¡Y gracias a nuestros superpoderes íbamos tan rápido que


nuestros brazos parecían las aspas de un ventilador! Además, no
notábamos el frío en las manos, ¡y eso era una suerte!
Lo que sí sentimos los cuatro fueron los TEMBLORES del
volcán. En la montaña nevada comenzó a hacer tanto calor como en
la playa en pleno verano.

—¡Ya ha empezado! —gritó Gisele mirando hacia arriba.


Nos levantamos y vimos que la cima de la montaña se abría y

soltaba un humo oscuro.

Miré a nuestro alrededor y vi a todos los muñecos de nieve que


habíamos hecho, quietos como estatuas. ¿A qué esperaban?

— ¡Está saliendo lava! —le dije a Nevadito cuando vi


cómo las primeras gotas resbalaban por el agujero del volcán; rojas,
negras y muy grandes.

Rápidamente, Nevadito se subió a una roca y gritó:


—¡Todos a trabajar!

¡Entonces nuestro ejército helado cobró vida!

Los muñecos de nieve avanzaron hacia el cráter, sin miedo,


colocándose alrededor de la lava.

Al chocar contra los muñecos, la masa negra se volvió menos


roja. Eso era buena señal.

—¡La están enfriando! —exclamé, dando un salto de alegría tan


alto que mi cabeza chocó con la rama de un abeto y me caí al suelo.

—¡Sí! —chilló Gisele, ofreciéndome la mano para ayudarme a


levantar—. ¡Lo vamos a conseguir!

Nos abrazamos, y Alma se unió a nosotras, moviendo el rabo de


lo feliz que estaba. Pero Nevadito siguió dando instrucciones a los
demás muñecos desde lo alto de la roca, diciéndoles por dónde

debían ir para enfriar la lava que seguía saliendo.

—¡A la derecha! —gritó—. ¡Vosotros a la izquierda! ¡Quietos!

Observamos cómo trabajaba, incansable, y movía sus brazos con


decisión de un lado a otro.

—Parece un director de orquesta, ¿verdad, Claudia?


—comentó Gisele con admiración.

—Sí —respondí. Estaba preocupada por si el plan no funcionaba,


pero cada vez había menos lava…

—Y hace rato que no hemos notado ningún temblor —dijo Gisele.

Nevadito no bajó de la roca hasta que la erupción se detuvo.


—Ya no saldrá más lava —afirmó él bajando de un salto.

—¡Felicidades, Nevadito! —le dije.

—Sí —añadió Gisele—, lo has hecho muy bien.


—Ha sido un trabajo en equipo —explicó Nevadito
mientras los muñecos de nieve se fundían y, a continuación, se
dirigió a ellos—: Adiós, amigos. Lo habéis hecho genial.

—Gracias —añadimos mi hermana y yo—, ¡habéis salvado el


Pueblo de la Nieve! ¡No os olvidaremos!
—Ahora tenemos que volver, Claudia —dijo Gisele—. Si papá y
mamá se acercan a ver cómo va nuestro muñeco, van a
preocuparse muchísimo como no nos encuentren.

—Y, si llegamos antes que ellos, van a preocuparse por lo poco


que habremos avanzado… —le repliqué, riendo.

—Bueno, en cuanto lleguemos construimos uno —dijo mi


hermana—. ¡Tenemos mucha práctica!

—Es verdad, pero ya no tendremos superpoderes… —recordé.


—Claudia y Gisele, ¿vais a subir o pensáis seguir charlando?
—nos preguntó Nevadito.

¡Ya estaba encima del trineo! Y le había atado a Alma la cuerda


en su collar. ¡Qué listo era ese muñeco de nieve!

—¡Allá vamos!—chillé cuando estábamos listos para bajar.

—¡walaaa! —gritamos Gisele y yo a la vez.


¡El trineo iba mucho más rápido que antes! Nuestras capas
volaban detrás de nosotras, y la velocidad era tan grande que tuve
que cerrar los ojos para que no me lloraran. ¡Era muy
divertido!

Al cabo de un rato llegamos al claro del bosque, donde antes


nos habíamos convertido en Súper Ratitas. Y, en ese momento,
íbamos a hacer lo contrario…

Tener superpoderes es una pasada, pero sabemos que cuando


hemos cumplido nuestra misión es el momento de dejarlos.
Así que en cuestión de segundos Gisele, Alma y yo volvimos a ser
las de siempre, ante la atenta mirada de nuestro amigo.

—Daos prisa —nos avisó Nevadito—, creo que vuestros padres


están yendo a la plaza para ver qué tal lo lleváis.

— ¡Gracias! —le dijimos, y salimos corriendo hacia nuestro


puesto.

Al llegar, encontramos un cuerpo de muñeco a medio hacer


frente al cartel con nuestros nombres.

—Uf, nos falta muchísimo para terminar —se quejó Gisele.

—Y por ahí vienen los jueces…


Los miembros del jurado caminaban entre los concursantes

examinando los muñecos de nieve. Algunos eran muy chulos.

—No te preocupes, Gisele —le dije a mi hermana—. No hemos


podido hacer nuestro muñeco; sin embargo hemos salvado el
Pueblo de la Nieve.

—Ya —respondió ella abrazándome—, y eso es lo realmente


importante.
Cuando nos separamos, vimos que, en nuestro puesto, en vez de
la masa sin forma había un precioso muñeco que me resultó
conocido…

¡Era Nevadito! Nuestro amigo nos guiñó uno de sus ojos grises
y su boca de ramita sonrió un instante para, enseguida, recuperar su
posición normal.

—Hola, chicas —saludó papá—. ¡Vaya, este muñeco os ha

quedado muy bien!

—Sí, se parece bastante al que hicisteis ayer al bajar del tren…


—mencionó mamá—. ¡Se nota que habéis practicado!

Gisele y yo sonreímos. Nevadito era el mejor: había colocado con

disimulo el cartel «CLAUDIA y GiSELE» a sus pies. ¡No nos


habíamos dado cuenta!

—Muy buen trabajo —nos felicitaron los jueces al acercarse a


nuestro puesto.
—Sí —dijo un señor con un bigote enorme—, es un muñeco de
nieve con mucha personalidad. Casi parece que esté vivo...

Los jueces se miraron entre ellos y el señor del bigote murmuró a


sus compañeros:

—Creo que ya tenemos ganador.


Y los demás asintieron.

Después de todo, ¡resultó que Gisele y yo ganamos el concurso!

Aunque en realidad lo más justo habría sido decir que Nevadito


había ganado el concurso, ¿verdad?

Nosotras no pudimos sentirnos más orgullosas de él. Y a Alma le

pasó lo mismo, claro… ¡Estuvo ladrando de alegría y moviendo la


cola sin parar! Normal… ¡porque aquella fue una aventura genial!
Las Ratitas 6. El poder de los muñecos de nieve
Las Ratitas

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Destino Infantil & Juvenil


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Editado por Editorial Planeta, S. A.

© del texto, Itarte, 2021


© de las ilustraciones, Isabel Lozano, 2021
© Editorial Planeta, S. A, 2021
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona

Primera edición en libro electrónico (epub): noviembre de 2021

ISBN: 978-84-08-25028-9 (epub)

Conversión a libro electrónico: Pablo Barrio


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