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2.

El derecho medieval
temprano. (Alto Medioevo)
La época del “derecho sin juristas” SS.
VII-XI.
El Derecho Romano fue básicamente un Derecho de
juristas: Un Derecho sin juristas -en palabras, de
GARRIGUES- sería una aberración tan grande
como una medicina sin médicos.
El fenómeno de vulgarización jurídica consistió
precisamente en la desaparición del escenario
social de la figura del jurista, cada vez más
burocratizado por el Derecho imperial.
Esto explica que desde los juristas del Corpus Iuris
(Triboniano*, Doroteo*, Teófilo*), del siglo VI, hasta
los padres del Derecho medieval –Irnerio* y
Graciano*-, ya a mediados del siglo XI, no se haya
recogido la semblanza de ningún jurista.
En este periodo destaca más bien la actividad
legislativa, dirigida a verter en lengua griega un
Derecho ya incomprensible para los operadores
jurídicos bizantinos en su original latino, con una
inevitable revisión y modernización de su contenido.
Compilación justinianea.

La obra jurídica que más ha influido en la


configuración de la cultura de Occidente es, sin
duda, el denominado, a partir del siglo XVI, Corpus
Iuris Civilis, es decir, la compilación de leges y ius
promulgada por el emperador Justiniano I* en torno
al 530.
Antecedentes, circunstancias,
conformación y proyección.
El 1 de agosto de 527, Flavio Justiniano* tomó las
riendas en solitario del Imperio romano de Oriente.
Fue deseo suyo recuperar la esplendorosa unidad
política, religiosa y jurídica del Imperium Romanum.
Para satisfacerlo, reconquistó parte del Imperio de
Occidente (el norte de África, Italia y una parte del
sur de España), construyó el templo mayor de la
cristiandad en Constantinopla, como expresión de
la unidad entre su Imperio y la Iglesia, y ordenó una
compilación del ius Romanorum.
Principales instrumentos
normativos de esta época.
La compilación está compuesta de tres partes: unas
“Instituciones”, en cuatro libros, inspiradas
principalmente en las de Gayo*; un “Digesto”, es
decir “ordenación sistemática” de jurisprudencia
clásica, también llamado, en griego, “Pandectas”, y
un Código de legislación imperial, en doce libros,
llamado Codex Iustinianus.
A estas tres partes se agregaron ciento sesenta y
ocho Novelas (nuevas leyes posteriores de
Justiniano*), redactadas casi todas ellas en griego,
confirmando así la antigua profecía, del siglo III o
IV, referida por el autor bizantino Juan Lido, De
magistratibus 2.12 (ed. E. Bekker, págs. 177 s.), de
que la ruina del Imperio romano vendría por el
desplazamiento del latín por el griego.
Este florecimiento jurídico clasicista de Oriente,
gracias a las escuelas de Berito y Constantinopla,
contrastaba con la trivialidad del Derecho vulgar de
Occidente, que sólo supo ofrecer, al tiempo de la
compilación justinianea, como monumento de lo
que había sido el Derecho romano, un tan magno
como pobre cuerpo legal conocido como la Lex
Romana Visigothorum o “Breviario de Alarico” (del
506 d.C.) (ed. G. Haenel, Leipzig 1849, reimpr.
Aalen 1962), del rey visigodo Alarico II. El breviario
alariciano, tan apreciado por los pueblos
germánicos, evidenciaba el anochecer cultural de
Occidente.
La recepción del derecho romano
de entonces: el derecho romano
vulgar.

Aunque a partir de Caracalla el derecho romano


rige oficialmente como único en todo el imperio, en
la práctica sufre modificaciones y adaptaciones en
cada región del mismo. Las circunstancias locales
eran muy diversas y resultó así difícil poder adaptar
a ellas un derecho foráneo.
En las ciudades, donde la cultura romana florecía
ampliamente, era posible aplicar este derecho; pero
no así en los campos, donde subsistían las
costumbres indígenas. Además, la realidad local
originaba problemas jurídicos que el derecho
romano no había previsto. El Derecho romano fue
provincial y se adaptó a las necesidades locales,
originando así un sistema nuevo que se ha
denominado "Derecho romano vulgar".
Max Kaser señala entre las notas distintivas del
Derecho romano vulgar la confusión entre la simple
apariencia jurídica y el derecho mismo, como
ocurre entre la posesión y el dominio; el predominio
en las soluciones jurídicas del elemento moral
sobre los principios lógicos del derecho; el triunfo
del pragmatismo sobre las normas elaboradas por
los juristas clásicos.
"El origen de estas categorías jurídicas a científicas
hay que ir a buscarlo, primeramente, en el vulgus,
esto es, en la masa del pueblo no formada en la
especialidad del Derecho", pero también en los
peritos del Derecho. "Esta relación del Derecho
vulgar específico con la práctica es, al mismo
tiempo, compatible con el hecho de que las fuentes
más importantes y típicas para el conocimiento del
Derecho romano vulgar puedan haber sido
redactadas, más que por asesores subalternos, por
profesores para principiantes en los estudios del
Derecho".
La costumbre
Entre las fuentes del derecho romano, la costumbre
fue adquiriendo cada vez más importancia. En el
Alto Imperio, bajo Adriano (117-138), el jurista
Salvio Juliano elaboró la teoría sobre la costumbre
y le concedió valor aún contra ley. El no uso por
tácito consentimiento podía derogar la ley. El
robustecimiento de la autoridad imperial, a partir de
Dioclesiano, con el que se inicia en 284 el Bajo
Imperio, trajo consigo una restricción en el valor de
la costumbre. Se reconoce valor sólo a la
costumbre conforme a la ley.
La configuración del derecho
canónico romano.
Desde sus primeros pasos, la Iglesia comienza a
darse, junto con su organización, un régimen
jurídico propio. Nace así el Derecho canónico,
cuyas raíces iniciales se encuentran en la Biblia y
en los principios del derecho romano. Su
concreción y desenvolvimiento se va operando
poco a poco a través de las epístolas de los
Pontífices romanos y Obispos y de las leyes o
cánones de los Concilios.
Desde luego, la noción misma del derecho sufre
una transformación honda. La doctrina clásica se
basa en la idea de que quien ejerce un derecho no
acarrea perjuicio a nadie. La legislación de
Justiniano, templada ya por el espíritu cristiano,
estableció que el derecho está permitido mientras
su titular saca provecho de él y se transforma en
algo ilícito desde el momento en que este último
busca sólo el perjuicio de los demás.
En cuanto al origen del poder y de la extensión de
la autoridad civil, ella se estima derivada de Dios, y,
como tal, sujeta a sus preceptos.
El derecho enmarcado en el trivium
y la reflexión teológico–moral.
En la edad media se había dividido la enseñanza
de las escuelas en dos grandes secciones: a la
primera de las cuales llamaron Trivium y a la
segunda Quadrivium. Estos nombres equivalían a
decir las tres y las cuatro vías o caminos por las
que podían adquirirse todos los conocimientos,
todas las materias que abrazaba la enseñanza que
se daba en las escuelas durante aquella edad.
El Trivio comprendía la gramática, la dialéctica y la
retórica; y el Cuadrivio, abrazaba la aritmética, la
geometría, la astronomía y la música.
Al Trivium y al Quadrivium añadían la teología, el
derecho canónico, el derecho civil y la medicina, con
las cuales creían quedaba completa la enseñanza.
la enseñanza del derecho no se circunscribió solo a
la que impartían las escuelas de artes liberales en el
trivium y el Quatrivium. Hubo fuera de ellas una
enseñanza específica, que, en muy diverso grado y
de distintas maneras, se desarrolló en escuelas
episcopales, monásticas, palatinas, judiciales,
forenses, notariales y particulares, además de los
estudios que se efectuaron en las bibliotecas
consultando libros de derecho, algunos alumbrados
en estos siglos.
Uno de los logros del Alta Edad Media, fue la
obtención del sentido de la «universalidad» en
aquella Europa desmenuzada. La Europa romano-
cristiana altomedieval constituye -explica Calasso-
<<una gran unidad espiritual, en la cual las
diferencias étnicas y políticas se disuelven: la
cultura latina que impera en todos los ángulos de
esta Europa, y la fe cristiana, que la transfigura, son
las grandes fuerzas animadoras, de las cuales es
vano analizar lo que es propiamente romano y lo
aportado por el cristianismo, porque la cultura latina
no es pensable sin la fe cristiana y viceversa»
Las Etimologías de San Isidoro de
Sevilla.
Las Etimologías o el Origen de las cosas es una
enciclopedia de todos los conocimientos divinos y
humanos del siglo VII, y, con el aspecto de un
diccionario etimológico, se encuentran
explicaciones circunstanciadas de todos los ramos
del saber, con abundante copia de ideas originales.
Las Etimologías de San Isidoro de Sevilla
constituyen, sin duda, la obra más conocida y
estudiada de todas las que escribió el gran
polígrafo hispalense.
Sus páginas son de las más representativas por su
rigor científico, su extraordinaria erudición y su
enorme dominio del saber antiguo.
Las Etimologías transmitieron a la Edad Media
europea gran parte del caudal enciclopédico de la
cultura clásica. El lector de nuestros días
encontrará en los veinte libros de las Etimologías
una muestra de la cultura antigua, tal como la
formulará el mayor de los enciclopedistas
medievales. La actualidad de esta amplísima y
siempre interesante enciclopedia medieval es
reconocida universalmente por los estudiosos de la
antigüedad clásica y la cultura medieval.
Significación de “Querella de las
Investiduras” y el “Dictatus Papae”
en la historia del Derecho.
La reforma de las costumbres y de la Iglesia
constituye uno de los hilos conductores de la
Historia de la Iglesia en el siglo XI; a menudo se
simplifica ese concepto resumiéndolo en sus
aspectos más visibles, es decir la lucha contra las
lacras morales, especialmente las que afectan al
clero
En lo referente a la relación entre el Pontificado y el
Imperio se resume como querella de las
investiduras.
La llamada “querella de las investiduras” comienza
durante el pontificado de Gregorio VII pasando por
los pontificados de Urbano II y Pascual II,
enfrentando al papado con los emperadores
alemanes, primero Enrique IV y luego su hijo
Enrique V. Para efectos de nuestro estudio nos
concentraremos en el origen mismo de la querella,
la cual toma su forma definitiva con el
enfrentamiento entre Gregorio VII y Enrique IV.
En la primera fase, los puntos esenciales de la
querella entre papa y emperador fueron la
pretensión del monarca de nombrar los obispos y
de exigir o, al menos, recibir a cambio cierta suma
de dinero (exigencia más tardía, que acompañó a
menudo a la primera sin ir necesariamente unida a
ella). Esta última práctica constituía la simonía. La
primera era simplemente la manifestación más
importante del control laico sobre la Iglesia, y en lo
referente al papado, había desaparecido
prácticamente desde el decreto de Nicolás II
instituyendo la elección (1059).
Por entonces, seguramente, se incluía en los
registros pontificios un documento de excepcional
importancia, quizá una especie de guion de una
alocución del Papa al concilio de 1075, el
denominado Dictatus papae.
En realidad, define con el lenguaje propio del
momento lo que conocemos como notas de la
Iglesia, es decir, la unidad, santidad, catolicidad y
apostolicidad.
La Iglesia ha sido fundada únicamente por el
Señor', de cuya unicidad se sigue la de la propia
Iglesia, por lo que sólo el pontífice romano puede
ser llamado universal a justo título', es decir
católico, situado al frente de una Iglesia que está en
posesión de la plenitud de la doctrina evangélica,
llamada a extenderse por todo el mundo y abierta a
todos los hombres.
La afirmación de que la iglesia romana no ha errado
nunca ni, como acredita la Escritura, errará jamás,
se basa en la apostolicidad.
Nada estrictamente nuevo hay, en mi opinión, en el
Dictatus Papae; sin embargo, nunca se había
hecho una tan contundente exposición de su
contenido, ni se habían extraído las conclusiones
últimas de lo que ya se había afirmado por
numerosos papas desde hacía tiempo y, más
recientemente, en el Adversus simoniacos: afectaba
de tal modo a las estructuras sociales del momento
que su aplicación había de provocar importantes
resistencias de los poderes temporales. La
generalización de las medidas reformadoras iba
extender la resistencia a amplios sectores del clero.

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