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Eichmann alegó en su
defensa que todas sus
acciones respondían a
la obediencia debida a sus
superiores y que estos se
aprovecharon de esta
circunstancia. El jurado lo
declaró culpable
de genocidio.
La sentencia, dictada el 15 de
diciembre de 1961, lo condenó a morir
en la horca por crímenes contra la
Humanidad. Este juicio también está
considerado como la gran causa
judicial del Estado de Israel. La
sentencia se cumplió la madrugada
del 31 de mayo de 1962 en la prisión
de Ramla.
Sus últimas palabras fueron:
Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga
vida a Argentina. Estos son los países con los que
más me identifico y nunca los voy a olvidar. Tuve
que obedecer las reglas de la guerra y las de mi
bandera. Estoy listo.
Sus restos fueron incinerados y las cenizas
dispersadas en el mar Mediterráneo desde una nave
de la Fuerza Naval israelí en presencia de algunos
supervivientes del Holocausto, fuera de las aguas
jurisdiccionales de Israel. De este modo se pretendía
evitar que su tumba se convirtiera en lugar de
peregrinación.
En el juicio, Eichmann dejó algunos testimonios del
porqué de su participación en el Holocausto: