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«Dios nos ha dado el sol, los astros, los cielos, los elementos, los ríos de los que
gozamos en común; nada de esto es propiedad particular […] Si Dios ha hecho
comunes estas cosas, ha sido ciertamente para enseñarnos a poseer en común
todo lo demás. Los conflictos y las guerras estallan porque algunos tratan de
apropiarse lo que pertenece a todos, como si se indignara la naturaleza de que el
hombre con tan frías palabras como «tuyo» y «mío» introduzca la división donde
Dios ha puesto unidad.»
San Crisóstomo
ANEXO A – LA PATRÍSTICA (2)
Doctrina de la propiedad
«La tierra fue creada en común y para todos, ricos y pobres; ¿por
qué, pues, ricos, os atribuís el monopolio de la propiedad? La
naturaleza no conoce ricos, solamente engendra pobres; no nacemos
con vestidos, ni somos engendrados con oro y plata […] No son tuyos
los bienes de que haces obsequio al pobre; es una pequeña porción
de lo suyo que le restituyes, pues se trata de un bien común, para uso
de todos y que tú solo usurpas. La tierra es de todos, no de los ricos
exclusivamente.
«Dios Nuestro Señor quiso que esta tierra fuera posesión común de
todos los hombres y que sus productos fueran para todos, pero la
avaricia ha repartido los títulos de propiedad.»
San Ambrosio
(Nota: las citas de los «padres de la Iglesia» han sido tomadas de Xavier Scheifler, Historia
del Pensamiento Económico, México: Trillas, 2006.)
Prof. Victor Abreu
ANEXO B – TOMÁS DE AQUINO
Doctrina de la propiedad
«Acerca de los bienes exteriores, dos cosas competen al hombre: primero, la potestad
de gestión y disposición (potestas procurandi et dispensandi) de los mismos, y en cuanto
a esto es lícito que el hombre posea cosas propias. Y es también necesario a la vida
humana por tres motivos: primero, porque cada uno es más solicito en la gestión de
aquello que con exclusividad le pertenece que en lo que es común a todos o a muchos,
pues cada cual, huyendo del trabajo, deja a otro el cuidado, deja a otro el cuidado de lo
que conviene al bien común, como sucede cuando hay muchedumbre de servidores;
segundo, porque se administran más ordenadamente las cosas humanas cuando a cada
uno incumbe el cuidado de sus propios intereses, mientras que reinará confusión si cada
cual se cuidara de todo indistintamente; tercero, porque el estado de paz entre los
hombres se conserva mejor si cada uno está contento con lo suyo, por lo cual vemos que
entre aquellos y pro indiviso poseen alguna cosa surgen más frecuentemente
contiendas.»
Suma Teológica, IIa, IIae, q. 66, a. 2
(Cit. por Xavier Scheifler, op. cit.)
El «justo precio»
«Utilizar el fraude para vender algo en más del precio justo es absolutamente un pecado,
por cuanto se engaña al prójimo en perjuicio suyo; de ahí que también Tulio [Cicerón], en
el libro De officiis diga que toda mentira debe excluirse de los contratos; no ha de poner el
vendedor un postor que eleve el precio, ni el comprador otra persona que puje en contra
de su oferta.
«Pero si se excluye el fraude, entonces podemos considerar la compraventa bajo un
doble concepto: primero, en sí misma; en este sentido, la compraventa parece haber sido
instituida en interés común de ambas partes, es decir, mientras que cada uno de los
contratantes tenga necesidad de la cosa del otro, como claramente expone el Filósofo
[Aristóteles] en I Política Mas lo que se ha establecido para utilidad común no debe
redundar más en perjuicio de uno que del otro otorgante, por lo cual debe constituirse
entre ellos un contrato basado en la igualdad de la cosa. Ahora bien: el valor de las cosas
que están destinadas al uso del hombre se mide por el precio a ellas asignado, para lo cual
se ha inventado la moneda, como se dice en V Ethica. Por consiguiente, si el precio excede
al valor de la cosa, o, por lo contrario, la cosa excede en valor al precio, desaparecerá la
igualdad de justicia. Por tanto, vender una cosa más cara o comprarla más barata de lo
que realmente vale es en sí injusto e ilícito.
ANEXO C – TOMÁS DE AQUINO