Comenzando el cuarto libro de Pentateuco llamado "Números" –que
refleja la dirección de Dios– prosigue el viaje del Sinaí a Cades Barnea. Moisés recibe la instrucción de censar al pueblo por sus tribus, por sus campamentos, unos 600.000 hombres. Yahweh envía codornices para el camino, pero María y Aarón murmuran contra Moisés. El pueblo es derrotado en Horma porque Israel peca contra Dios. Moisés vuelve a interceder ante la ira de Dios por el pecado del pueblo, pero esta generación morirá en el desierto por el que vagarán por 40 años por su rebelión. De nuevo llegan a Cades Barnea donde muere María, Nm 20:1. ¿Cuántas veces murmuran los creyentes contra sus pastores, aunque estén estos obedeciendo a Dios? ¿Cuántas veces se peca en la Iglesia contra hermanos y contra los pastores? Dios lo sabe todo.
El pueblo vuelve a quejarse de sed haciendo que Moisés peque contra
Dios al perder la paciencia y golpear dos veces la roca para sacar agua, atribuyéndose él el poder, en lugar de obedecer a Dios y hablarle a la roca. Muere Aarón quien participa en el pecado con su hermano, por lo que Aarón no entraría en la tierra prometida. Israel peca de nuevo y Dios envía serpientes ardientes que mataron a mucho pueblo, recibiendo orden de hacer una de bronce para que al mirarla fueran perdonados, Nm 21:9. Moisés recibe la instrucción para el repartimiento de la tierra prometida. La "Roca" es Cristo, no hace falta golpear a Cristo crucificado, lo cual hicieron los que Le maltrataron, Él se entregaba a la muerte para darnos vida, pues la Ley de Dios castiga al pecador, y Cristo se hizo pecado por nosotros, es por esto que Moisés –símbolo de la Ley– golpea la roca. Moisés no puede entrar en el estado de gracia de la Tierra Prometida en esta vida, como la Ley no es necesaria ya en el Reino de Dios, pues el amor que procede de Dios es superior a la Ley.
En este punto Moisés designa como su sucesor a Josué por mandato de
Yahweh, lo cual es anunciado al pueblo. Tristemente Moisés recibe la noticia de que no entrará en la tierra prometida, pero exhorta al pueblo a la obediencia y recapitula la promulgación de la Ley. El Gran Mandamiento de Deuteronomio 6 es la famosa oración “Shema” que todo judío aprende. Moisés puede contemplar la tierra prometida desde el monte Nebo, tras su cántico, dejando a Israel antes de cruzar el Jordán.
La Tierra Prometida es el anhelo de todo creyente, pero hay que
ser valiente para salir de la esclavitud y seguir a Dios por el desierto dejando atrás todo lo que conocemos, a lo que estamos acostumbrados, y tener la determinación para conquistarla que tuvo Josué, y que tuvo Abraham cuando Dios le dijo: "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las naciones de la tierra." Génesis 12:1-3.
Por su parte Moisés, el libertador de la esclavitud nos ha dejado
un legado que prevalece hasta hoy. El Pentateuco, los cinco libros de Moisés. No imaginaríamos la Biblia sin Génesis ni sin Éxodo, pero los cinco libros forman parte de las bases de la historia de la humanidad, de la creación, de la ley moral, y de la religión. Nos legó la Ley de Dios, la que comenzó con los 10 Mandamientos y que se completo hasta los 613 mandamientos y ordenanzas, la constitución de la nación de Israel, la guía de vida moral, la guía de festividades santas de Yahweh, y la institución de la religión para la expiación y el perdón de los pecados.
La Ley es un instrumento que sirve para que todo hombre, de toda
nación y lengua comprenda que ante la moral más alta de Dios, que la suya propia, queda condenado a muerte. Pero que Dios es bueno y misericordioso para perdonar, enviando a Su unigénito Hijo Jesucristo, quien cumpliría la Ley por nosotros, llevando en nuestro lugar nuestro pecado a la cruz. La resurrección es la prueba final de la obra del libertador que anunció Moisés, y es la entrada al Reino de Dios por la eternidad, con excepción de aquellos que estén vivos cuando Jesucristo vuelva y sean arrebatados al cielo mientras Él desciende, Apocalipsis 1:7 y 1Tesalonicenses 4:17.