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SEMINARIO CATEQUÍSTICO ARQUIDIOCESANO

“DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD”


PEDAGOGÍA DE LA FE III
AÑO 2013

LOS ADOLESCENTES, LOS JÓVENES Y LA CATEQUESIS

LA IGLESIA NOS DICE…

En la encíclica CATECHESI TRADENDAE

“Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta
esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior, el
momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así
como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de una
alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la
vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de
búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos
repliegues sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos y de las
primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos fácilmente cambiantes
de un período tan delicado de la vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir
al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore
sus grandes temas, —la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la
sexualidad—. La revelación de Jesucristo como amigo, como guía y como modelo,
admirable y sin embargo imitable; la revelación de su mensaje que da respuesta a las
cuestiones fundamentales; la revelación del Plan de amor de Cristo Salvador como
encarnación del único amor verdadero y de la única posibilidad de unir a los hombres,
todo eso podrá constituir la base de una auténtica educación en la fe. Y sobre todo los
misterios de la pasión y de la muerte de Jesús, a los que san Pablo atribuye el mérito de
su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la conciencia y al corazón del
adolescente y arrojar luz sobre sus primeros sufrimientos y los del mundo que va
descubriendo.” (CT 38)

Con la edad de la juventud llega la hora de las primeras decisiones. Ayudado tal vez por
los miembros de su familia y por los amigos, mas a pesar de todo solo consigo mismo y con
su conciencia moral, el joven, cada vez más a menudo y de modo más determinante,
deberá asumir su destino. Bien y mal, gracia y pecado, vida y muerte, se enfrentarán cada
vez más en su interior como categorías morales, pero también y sobre todo como
opciones fundamentales que habrá de efectuar o rehusar con lucidez y sentido de
responsabilidad. Es evidente que una catequesis que denuncie el egoísmo en nombre de la
generosidad, que exponga sin simplismos ni esquematismos ilusorios el sentido cristiano
del trabajo, del bien común, de la justicia y de la caridad, una catequesis sobre la paz
entre las naciones, sobre la promoción de la dignidad humana, del desarrollo, de la
liberación tal como las presentan documentos recientes de la Iglesia, completará
felizmente en los espíritus de los jóvenes una buena catequesis de las realidades
propiamente religiosas, que nunca ha de ser desatendida. La catequesis cobra entonces
una importancia considerable, porque es el momento en que el evangelio podrá ser
presentado, entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por
consiguiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables: renuncia,
desprendimiento, mansedumbre, justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo
Absoluto y de lo invisible, etc., rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus
compañeros a este joven como discípulo de Jesucristo.
La catequesis prepara así para los grandes compromisos cristianos de la vida adulta. En lo
que se refiere por ejemplo a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa
cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo
de la infancia y de la adolescencia.
Desde la infancia hasta el umbral de la madurez, la catequesis se convierte, pues, en una
escuela permanente de la fe y sigue de este modo las grandes etapas de la vida como
faro que ilumina la ruta del niño, del adolescente y del joven. (CT. 39)

Es consolador comprobar que, durante la IV Asamblea general del Sínodo y a lo largo de


estos años que lo han seguido, la Iglesia ha compartido ampliamente esta preocupación:
¿Cómo impartir la catequesis a los niños y a los jóvenes? ¡Quiera Dios que la atención así
despertada perdure mucho tiempo en la conciencia de la Iglesia! En ese sentido, el Sínodo
ha sido precioso para la Iglesia entera, al esforzarse por delinear con la mayor precisión
posible el rostro complejo de la juventud actual; al mostrar que esta juventud emplea un
lenguaje al que es preciso saber traducir, con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el
mensaje de Jesucristo; al demostrar que, a despecho de las apariencias, esta juventud
tiene, aunque sea confusamente, no sólo la disponibilidad y la apertura, sino también
verdadero deseo de conocer a «Jesús, llamado Cristo»; al revelar, finalmente, que la obra
de la catequesis, si se quiere llevar a cabo con rigor y seriedad, es hoy día más ardua y
fatigosa que nunca a causa de los obstáculos y dificultades de toda índole con que topa,
pero también es más reconfortante que nunca a causa de la hondura de las respuestas
que recibe por parte de los niños y de los jóvenes. Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia
puede y debe contar en los años venideros. (CT. 40)

Del DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS

Todo bautizado, por estar llamado por Dios a la madurez de la fe, tiene necesidad y, por
lo mismo, derecho a una catequesis adecuada. Por ello, la Iglesia tiene el deber primario
de darle respuesta de forma conveniente y satisfactoria. En este sentido hay que
recordar, ante todo, que el destinatario del Evangelio es « el hombre concreto, histórico
», enraizado en una situación dada e influido por unas determinadas condiciones
psicológicos, sociales, culturales y religiosos, sea consciente o no de ello.
En el proceso de la catequesis, el destinatario ha de tener la posibilidad de manifestarse
activa, consciente y corresponsablemente y no como simple receptor silencioso y
pasivo. (DGC 167)

“La « predicación acomodada de la Palabra revelada debe mantenerse como ley de toda
evangelización ». Esta norma tiene su intrínseca motivación teológica en el misterio de la
encarnación, corresponde a una exigencia pedagógica elemental de una sana comunicación
humana, y refleja la práctica de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Tal acomodación se entiende como acción exquisitamente maternal de la Iglesia, que ve a
las personas como « campo de Dios » ( 1 Co 3,9), no para condenarlas, sino para cultivarlas
en la esperanza. Va al encuentro de cada una de ellas, tiene en cuenta seriamente la
variedad de situaciones y culturas y mantiene la comunión de tantas personas en la única
Palabra que salva. De este modo el Evangelio se transmite de modo auténtico y
significativo, como alimento saludable y a la vez adecuado. Este criterio ha de inspirar
todas las iniciativas particulares, y a su servicio han de ponerse la creatividad y
originalidad del catequista.” (169)

“La adaptación se realiza de acuerdo con las diversas circunstancias en que se transmite
la Palabra de Dios. 558 Responde a « las exigencias que dimanan de las diferentes
culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquéllos
a quienes se dirige la catequesis ». (559) A ellas deberá prestarse una atenta
consideración.
Se ha de recordar también que, en la diversidad de situaciones, la adaptación ha de tener
siempre presente a la persona en su totalidad y en su unidad esencial, conforme a la
visión que de ella tiene la Iglesia. Por eso, la catequesis no se queda sólo en la
consideración de los elementos exteriores de una situación concreta, sino que tiene
presente también el mundo interior de las personas, la verdad sobre el ser humano, «
camino primero y fundamental de la Iglesia ». (560) Esto determina un proceso de
adaptación que será tanto más pertinente cuanto más se tengan en cuenta los
interrogantes, las aspiraciones y las necesidades de la persona en su mundo interior.”
(DGC 170)

En términos generales, se ha de observar que la crisis espiritual y cultural, que está


afectando al mundo, tiene en las generaciones jóvenes sus primeras víctimas. También es
verdad que el esfuerzo por construir una sociedad mejor encuentra en los jóvenes sus
mejores esperanzas. Esto debe estimular cada vez más a la Iglesia a realizar con decisión
y creatividad el anuncio del Evangelio al mundo juvenil.
A ese respecto, la experiencia muestra que es útil para la catequesis distinguir en esas
edades entre preadolescencia, adolescencia y juventud, sirviéndose oportunamente de los
resultados de la investigación científica y de las condiciones de vida en los distintos
países.
En las regiones, consideradas como desarrolladas, se plantea de modo especial el
problema de la preadolescencia: no se tienen en cuenta suficientemente las dificultades,
necesidades y capacidades humanas y espirituales de los preadolescentes, hasta el punto
de poder afirmar en relación a ella que es una etapa ignorada.
Actualmente, con frecuencia los catequizandos de esta edad, al recibir el sacramento de
la Confirmación, concluyen también el proceso de iniciación sacramental, pero a la vez
tiene lugar su alejamiento casi total de la práctica de la fe. Es necesario tomar en cuenta
con seriedad esta hecho y llevar a cabo una atención pastoral específica, utilizando los
medios formativos que proporciona el propio camino de iniciación cristiana.
Respecto a las otras dos categorías, es necesario distinguir la adolescencia de la
juventud, aun sabiendo la dificultad de definir de modo claro su significado. De modo
global, hablamos aquí de aquella etapa de la vida que precede a la asunción de las
responsabilidades propias del adulto.
También la catequesis de jóvenes ha de ser revisada y potenciada profundamente.
(DGC.181)

La Iglesia, que ve a los jóvenes como « la esperanza », los contempla hoy como « un gran
desafío para el futuro de la Iglesia ».
El rápido y tumultuoso cambio cultural y social, el crecimiento numérico de jóvenes, el
alargamiento de la etapa de la juventud antes de entrar a tomar parte en las
responsabilidades de los adultos, la falta de trabajo y en ciertos países las condiciones
permanentes de subdesarrollo, las presiones de la sociedad de consumo..., todo ayuda a
perfilar el mundo de los jóvenes como el tiempo de espera, a veces de desencanto y de
insatisfacción, incluso de angustia y de marginación. El alejamiento de la Iglesia, o al
menos la desconfianza hacia ella, está presente en muchos como actitud de fondo. A la
vez, en los jóvenes se refleja a menudo la falta de apoyo espiritual y moral de las familias
y la precariedad de la catequesis recibida.
Por otro lado, en numerosos jóvenes se descubre una fuerte e impetuosa tendencia a la
búsqueda de sentido de la vida, a la solidaridad, al compromiso social, e incluso a la misma
experiencia religiosa... (DGC 182)

De aquí se desprenden algunas consecuencias para la catequesis.


Ante todo, el servicio de la fe tiene que estar atento a las luces y las sombras de la
condición de la vida de los jóvenes, tal como se dan en las distintas regiones y ambientes.
La propuesta explícita de Cristo al joven del Evangelio es el corazón de la catequesis;
propuesta dirigida a todos los jóvenes y a su medida, en la comprensión atenta de sus
problemas. En el Evangelio, los jóvenes aparecen de hecho como interlocutores directos
de Jesucristo que les revela su « singular riqueza », y que a la vez les compromete en un
proyecto de crecimiento personal y comunitario de valor decisivo para la sociedad y la
Iglesia.
Por eso no debe verse a los jóvenes sólo como objeto de la catequesis, sino como «
sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social ».
(DGC 183)

Por la amplitud de la tarea, corresponde ciertamente a los Directorios catequéticos de


las Iglesias particulares y de las Conferencias Episcopales nacionales y regionales
especificar, teniendo en cuenta las circunstancias, lo que conviene en cada lugar.
Sin embargo, cabe indicar unas líneas generales comunes:
– Se ha de tener presente las diferentes situaciones religiosas: jóvenes no bautizados;
jóvenes bautizados que no han realizado el proceso catequético ni completado la
iniciación cristiana; jóvenes que atraviesan crisis de fe a veces graves; otros con
posibilidades de hacer una opción de fe o que la han hecho y esperan ser ayudados.
– No se puede olvidar que resulta provechosa aquella catequesis que se puede llevar a
cabo al interior de una pastoral más amplia de preadolescentes, adolescentes y jóvenes
orientada al conjunto de problemas que afectan a sus vidas. A este fin la catequesis debe
integrar aspectos tales como el análisis de la situación, la atención a las ciencias humanas
y de la educación y la colaboración de los laicos y de los mismos jóvenes.
– Y son mediaciones útiles para una catequesis eficaz: Una acción de grupo bien
orientada, una pertenencia a asociaciones juveniles de carácter educativo, y un
acompañamiento personal del joven, en el que destaca la dirección espiritual. (DGC 184)

Entre las diversas formas de catequesis de jóvenes, hay que prever, teniendo en cuenta
las situaciones, un catecumenado juvenil en edad escolar; una catequesis que complete y
culmine la iniciación cristiana; una catequesis sobre cuestiones específicas; así como
encuentros más o menos ocasionales e informales.
En general se ha de proponer a los jóvenes una catequesis con itinerarios nuevos,
abiertos a la sensibilidad y a los problemas de esta edad, que son de orden teológico,
ético, histórico, social... En particular, deben ocupar un puesto adecuado, la educación
para la verdad y la libertad según el Evangelio, la formación de la conciencia, la educación
para el amor, el planteamiento vocacional, el compromiso cristiano en la sociedad y la
responsabilidad misionera en el mundo. Con todo hay que poner de relieve, que la
evangelización contemporánea de los jóvenes debe adoptar con frecuencia un carácter
misionero más que el estrictamente catecumenal. En realidad, la situación exige a menudo
que la acción apostólica con los jóvenes sea de índole humanizadora y misionera, como
primer paso necesario para que maduren unas disposiciones más favorables a la acción
estrictamente catequética. Por tanto, muchas veces en la realidad, será oportuno
intensificar la acción precatecumenal al interior de procesos educativos globales.
Una de las dificultades mayores a las que hay que enfrentarte y dar respuesta se refiere
a la diferencia de lenguaje ( mentalidad, sensibilidad, gustos, estilo, vocabulario ...) entre
los jóvenes y la Iglesia ( catequesis y catequistas). Vale la pena por eso insistir en la
necesidad de una adaptación de la catequesis a los jóvenes, sabiendo traducir a su
lenguaje « con paciencia y buen sentido, sin traicionarlo, el mensaje de Jesucristo ».
(DGC 185)

Del DOCUMENTO DE APARECIDA

“Merece especial atención la etapa de la adolescencia. Los adolescentes no son niños ni


son jóvenes. Están en la edad de la búsqueda de su propia identidad, de independencia
frente a sus padres, de descubrimiento del grupo. En esta edad, fácilmente pueden ser
víctimas de falsos líderes constituyendo pandillas. Es necesario impulsar la pastoral de
los adolescentes, con sus propias características, que garantice su perseverancia y el
crecimiento en la fe. El adolescente busca una experiencia de amistad con Jesús.” (442)

“Los jóvenes y adolescentes constituyen la gran mayoría de la población de América


Latina y de El Caribe. Representan un enorme potencial para el presente y futuro de la
Iglesia y de nuestros pueblos, como discípulos y misioneros del Señor Jesús. Los jóvenes
son sensibles a descubrir su vocación a ser amigos y discípulos de Cristo. Están llamados
a ser “centinelas del mañana”, comprometiéndose en la renovación del mundo a la luz del
Plan de Dios. No temen el sacrificio ni la entrega de la propia vida, pero sí una vida sin
sentido. Por su generosidad, están llamados a servir a sus hermanos, especialmente a los
más necesitados con todo su tiempo y vida. Tienen capacidad para oponerse a las falsas
ilusiones de felicidad y a los paraísos engañosos de la droga, el placer, el alcohol y todas
las formas de violencia. En su búsqueda del sentido de la vida, son capaces y sensibles
para descubrir el llamado particular que el Señor Jesús les hace. Como discípulos
misioneros, las nuevas generaciones están llamadas a transmitir a sus hermanos jóvenes
sin distinción alguna, la corriente de vida que viene de Cristo, y a compartirla en
comunidad construyendo la Iglesia y la sociedad.” (443)

“ Por otro lado, constatamos con preocupación que innumerables jóvenes de nuestro
continente atraviesan por situaciones que les afectan significativamente: las secuelas de
la pobreza, que limitan el crecimiento armónico de sus vidas y generan exclusión; la
socialización, cuya transmisión de valores ya no se produce primariamente en las
instituciones tradicionales, sino en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de
alienación; su permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de
la globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social. Son presa fácil de las
nuevas propuestas religiosas y pseudo religiosas. La crisis, por la que atraviesa la familia
hoy en día, les produce profundas carencias afectivas y conflictos emocionales.” (444)

“Están muy afectados por una educación de baja calidad, que los deja por debajo de los
niveles necesarios de competitividad, sumado a los enfoques antropológicos
reduccionistas, que limitan sus horizontes de vida y dificultan la toma de decisiones
duraderas. Se ve ausencia de jóvenes en lo político debido a la desconfianza que generan
las situaciones de corrupción, el desprestigio de los políticos y la búsqueda de intereses
personales frente al bien común. Se constata con preocupación suicidios de jóvenes.
Otros no tienen posibilidades de estudiar o trabajar, y muchos dejan sus países por no
encontrar en ellos un futuro, dando así al fenómeno de la movilidad humana y la migración
un rostro juvenil. Preocupa también el uso indiscriminado y abusivo que muchos jóvenes
hacen de la comunicación virtual.” (445)

“Ante estos desafíos y retos sugerimos algunas líneas de acción:


a) Renovar, en estrecha unión con la familia, de manera eficaz y realista, la opción
preferencial por los jóvenes, en continuidad con las Conferencias Generales
anteriores, dando nuevo impulso a la Pastoral de Juventud en las comunidades
eclesiales (diócesis, parroquias, movimientos, etc.).
b) Alentar los Movimientos eclesiales, que tienen una pedagogía orientada a la
evangelización de los jóvenes, e invitarlos a poner más generosamente al servicio
de las Iglesias locales sus riquezas carismáticas, educativas y misioneras.
c) Proponer a los jóvenes el encuentro con Jesucristo vivo y su seguimiento en la
Iglesia, a la luz del Plan de Dios, que les garantiza la realización plena de su
dignidad de ser humano, les impulsa a formar su personalidad y les propone una
opción vocacional específica: el sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio.
Durante el proceso de acompañamiento vocacional se irá introduciendo
gradualmente a los jóvenes en la oración personal y la lectio divina, la frecuencia
de los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, la dirección espiritual y el
apostolado.
d) Privilegiar en la Pastoral de Juventud procesos de educación y maduración en la
fe, como respuesta de sentido y orientación de la vida, y garantía de compromiso
misionero. De manera especial, se buscará implementar una catequesis atractiva
para los jóvenes que los introduzca en el conocimiento del misterio de Cristo, y se
buscará mostrarles la belleza de la Eucaristía dominical, que los lleve a descubrir
en ella a Cristo vivo y el misterio fascinante de la Iglesia.
e) La Pastoral de Juventud ayudará a los jóvenes a formarse, de manera gradual,
para la acción social y política y el cambio de estructuras, conforme a la Doctrina
Social de la Iglesia, haciendo propia la opción preferencial y evangélica por los
pobres y necesitados.
f) Urgir la capacitación de los jóvenes para que tengan oportunidades en el mundo
del trabajo, y evitar que caigan en la droga y la violencia.
g) En las metodologías pastorales, procurar una mayor sintonía entre el mundo
adulto y el mundo juvenil.
h) Asegurar la participación de jóvenes en peregrinaciones, en las Jornadas
nacionales y mundiales de Juventud, con la debida preparación espiritual y
misionera, y con la compañía de sus pastores. (446)

De la exhortación EVANGELII GAUDIUM

La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a desarrollarla, ha sufrido


el embate de los cambios sociales. Los jóvenes, en las estructuras habituales, no
suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y
heridas. A los adultos nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus
inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos
comprenden. Por esa misma razón, las propuestas educativas no producen los
frutos esperados. La proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos
predominantemente juveniles pueden interpretarse como una acción del Espíritu
que abre caminos nuevos acordes a sus expectativas y búsquedas de espiritualidad
profunda y de un sentido de pertenencia más concreto. Se hace necesario, sin
embargo, ahondar en la participación de éstos en la pastoral de conjunto de la
Iglesia. (105)

Aunque no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se creció en dos aspectos: la


conciencia de que toda la comunidad los evangeliza y educa, y la urgencia de que
ellos tengan un protagonismo mayor. Cabe reconocer que, en el contexto actual de
crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se
solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de
militancia y voluntariado.
Algunos participan en la vida de la Iglesia, integran grupos de servicio y diversas
iniciativas misioneras en sus propias diócesis o en otros lugares. ¡Qué bueno es que
los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada
esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra! (106)

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