Está en la página 1de 234

1

Eden Black camina entre humanos, protegiéndolos de los


malvados asesinos de otros-mundos que los secuestran y esclavizan.
Y a pesar de parecer una humana, Eden es una alienígena, una Raka,
que se distingue por su cabello y piel dorados, y dotada con la siniestra
capacidad de matar sin remordimientos –y con absoluta precisión. Al
menos es así, hasta la fatídica noche que tiene la oportunidad de
eliminar a su objetivo, un esclavista humano… y falla.
«Fracaso» no es una palabra en el vocabulario de Eden. Como
tampoco lo es «compañero», pero es lo que se le asigna a la fuerza
después de recuperarse de su desastrosa misión. Lucius Adaire, un
sexy y humano agente con nervios de acero que nada más disfruta que
desatando la furia –y despertando el deseo- de ardientes hembras
asesinas demasiado orgullosas para admitir la derrota.
Atrapados en una misión que no pueden permitirse perder,
Lucius y Eden se verán atrapados en palpitantes juegos de alto riesgo:
la sensual trama de matar o que te maten y la danza erótica de la
seducción.

2
CAPÍTULO 1

ME encontraba tumbada sobre las vigas de la Compañía Old West Cattle, rodeada de polvo,
sombras y el olor añejo del heno, con la anticipación corriendo por mis venas. Sostenía un pyre-
rifle A-7 en mis manos, el cañón apuntando en un ángulo inclinado. Debajo de mí, varias lámparas
colgaban estratégicamente del techo, dándome la visibilidad que necesitaba pero al mismo tiempo
ocultándome a la vista. Nadie quería mirar hacia arriba, hacia aquellas molestas luces.
Francamente, a mí tampoco me gustaba mirarlas.
El granero no disponía de ningún mueble donde mi objetivo pudiera esconderse. Sólo había
gente (humanos y extraterrestres), suelos sucios y armas. Ahora mismo, un grupo de otros-mundos
se reían y burlaban de dos mujeres desnudas que gimoteaban atadas a una pared. Los bastardos
que no participaban estaban mirando, esperando su turno. Los torturadores se lo estaban pasando
en grande, pero mi diversión llegaría cuando interrumpiera su fiesta con una mortífera ronda de
fuego.
Verás, el gobierno me paga para destruir a aquellos otros-mundos tan viles y asquerosos, con
los que no podían correr el riesgo de que un defensor de los derechos extraterrestres se involucrara
en el caso. No soy del A.I.R., Investigación y Exterminación Alienígena. Soy peor.
Sólo un poco más de tiempo, Eden. La información primero. El asesinato después. EenLi (mi
objetivo) y sus compinches, secuestraban humanos y los transportaban fuera del planeta para
venderlos como esclavos. Tenía que averiguar donde guardaban la «carga» humana antes de
deportarlos. Es más, tenía que averiguar cómo saltaban de un planeta a otro.
Oh, sabía que usaban portales interestelares… los mismos portales que ellos usaron para
invadir nuestro planeta. Simplemente no sabía dónde o cómo encontrarlos.
Aunque debería saber dónde se encontraban exactamente. Soy una extraterrestre. Un Raka.
Los Dorados, dicen algunas personas. Llamados así porque nuestro pelo, piel y ojos parecen oro
líquido.

3
Pero fui concebida aquí y criada por humanos. Los portales eran un misterio para mí como lo
eran para todos los humanos nacidos en la Tierra.
Una de las mujeres gritó, interrumpiendo mis pensamientos. Un hombre le pellizcaba y
doblaba los pezones, riéndose mientras lo hacía, riéndose mientras ella se retorcía y sollozaba de
dolor. Mi dedo se movió nerviosamente sobre el gatillo. Aguanta. Aguanta.
Esta noche demostraré que soy tan capaz como cualquier hombre… como cualquier humano.
Durante años he sido asignada a presas fáciles, aquellas que no requerían más habilidad que la de
un ciego en un juego virtual. Desde que mi padre era también mi jefe, esa era la razón de mi falta
de casos difíciles. Sé que él esperaba protegerme, pero hacía tiempo que ya no era necesario.
Mi éxito esta noche era fundamental. Cogí este caso en contra de sus deseos, y no fallaría.
Tenía mi objetivo a la vista: EenLi Kati, alias, John Wayne y Wayne Johnson. Era un Mec de
treinta y tantos años, más alto que la media, con inquietantes y pequeños ojos blancos. No
sabíamos mucho de los Mecs, sólo que tenían algún control sobre el tiempo y preferían climas
cálidos y secos.
Como todos los Mec, EenLi poseía una piel opalescente que brillaba de diferentes colores
según sus emociones. Era el líder de este evasivo grupo, y ahora mismo su piel brillaba de un rojo
intenso. El bastardo estaba cabreado.
Vestido como un forajido con sombrero, botas y espuelas, estaba parado en una oscura
esquina, discutiendo con ferocidad con otro Mec conocido como Mris-ste. Éste llevaba botas y
espuelas, pero había optado por no llevar sombrero. ¿Quién coño se pensaban que eran? ¿Vaqueros?
¡Por favor!
Hablaban en su entrecortada lengua natal, un gutural discurso de acortadas sílabas y agudos
timbres. Las lenguas eran una de mis especialidades, y la dominaba desde hacía años. Mientras
escuchaba, pude pillar las palabras cuerpos, beneficio y subterráneo.
Técnicamente mi trabajo era eliminar a EenLi, pero terminaría con Mris-ste gratis. Un plus, si
prefieres llamarlo así. Con ese pensamiento, mis labios se curvaron en una media sonrisa. Los dos
machos habían estado trabajando juntos durante más de un año. Nadie sabía cuántos hombres y
mujeres habían torturado. Nadie sabía a cuanta gente habían esclavizado.
Inspiré frugalmente y luego, despacio y con calma, liberé cada molécula de aire. Afiladas y
puntiagudas astillas de las viejas vigas de madera, traspasaron mi camisa y se clavaron en mi
vientre, pero eso no era lo peor de mi incomodidad. El aire era sofocante y caliente, y no ayudaba
el que llevara un uniforme militar y una máscara.
La oleada de calor en Nueva Dallas aún perduraba… probablemente debido a los Mecs. El
sudor se reunía entre mis omóplatos y bajaba por mi espalda.
Anhelé que mi espíritu pudiera salir en este momento, obligar a mi conciencia abandonar mi
cuerpo para poder dejarlo atrás y pasar inadvertida abajo, invisible. Como un fantasma. Un
espectro. Había matado a muchos de mis objetivos así, pero sólo lo hacía cuando mi cuerpo estaba

4
total y completamente protegido. De otra forma, sería físicamente vulnerable porque no podía
hacer mi trabajo y proteger mi cuerpo al mismo tiempo.
En ese mismo momento el móvil de EenLi estalló en una serie de pitidos, y él ladró un
irritado «¿Qué?» en el receptor. No podía oír la voz de quién estaba al final de la línea, pero
independientemente de lo que dijera, causó que el otro-mundo enderezara la espalda y sus dedos se
apretaran en puños.
Pasó un segundo. Dos.
Mientras el Mec seguía escuchando, se quitó el sombrero gris y lo rodó entre los dedos…
Dadle al hombre un poni y pedidle que grite «Yee haw.» Eso era lo único que le faltaba a la
escena. Cuando devolvió el sombrero a su brillante cabeza calva y su piel palpitó a un intenso tono
rojo, quise protegerme los ojos.
Finalmente, devolvió el móvil a su bolsillo trasero. Entonces, gruñendo por lo bajo, empujó a
Mris-ste, propulsándole hacia atrás. El largo y negro pelo del hombre, obviamente una peluca,
bailó alrededor de sus hombros.
—Dime que sacaste al ganado enfermo del Hoyo —gritó EenLi—. Dime que no lo jodiste de
nuevo.
El hoyo. El hoyo. Le di vueltas a la frase en mi cabeza. Rápidamente, una imagen me vino a la
mente y fruncí el ceño. El Hoyo era un bar, local conocido por sus clientes. Criminales, drogadictos
y putas que compraban su camino al olvido. ¿Podría ser ese el lugar de discusión?
—Bueno. Yo… ellos han sido trasladados —ofreció el otro hombre, justificándose—. No soy
tan estúpido como para encerrar los enfermos con los sanos.
Encerrar… había seguido a EenLi dentro del bar hacía sólo dos días, pero él jamás abandonó
la sala principal. Ni siquiera para ir al cuarto de baño. Y no había notado ninguna entrada que
condujera a otras habitaciones. Las celdas podrían estar escondidas. O bajo tierra. Muy, muy
interesante.
—¿Quieres saber quién me acaba de llamar, Mris-ste? Pablo. Encontró a dos de nuestro
ganado muertos en sus celdas. Obviamente, estaban enfermos, y tú los dejaste allí.
—Yo… yo… —la piel opalescente de Mris-ste comenzó a pulsar a un tono azulado. Incluso
sin el distintivo color, el extraterrestre apestaba a miedo.
—¿Cuántos murieron en el traslado? —Exigió EenLi.
—Tres —fue la vacilante respuesta.
EenLi se enfureció más. Su ceño se volvió oscuro.
—¡Debíamos entregar doce! ¡No siete! ¡Idiota!
—Lo siento.

5
—Tus disculpas no devolverán la vida a mi ganado. Si pierdes uno más, uno sólo, venderé tu
despreciable pellejo para corregir la diferencia.
Mris-ste se sacudió la amenaza con una sonrisa nerviosa
—No perderemos más. Te lo juro. Le entregaré los enfermos a Rose. Ella cuidará de ellos
hasta que estén bien.
Conocía a Rose. Sahara Rose. Humana. Pelo rubio. Ojos azules. La había rastreado los
últimos días después de tomar este caso. Era una conocida simpatizante alienígena y había pasado
muchas noches en la cama de EenLi. Sabía donde vivía, que tipo de coche conducía, y que marca
de lubricante vaginal usaba en secreto siempre que su amante la visitaba. Y, por supuesto, ahora
sabía que ocultaba algunos de los humanos desaparecidos.
—No hay tiempo para buscar más ganado —dijo EenLi—. El portal se abrirá dentro de un
día.
¿Los portales no estaban siempre abiertos? Toda la vida había asumido que los extraterrestres
viajaban a través de ellos siempre que querían. Dile dónde están… dile donde están.
No lo hizo.
EenLi cambió de tema enseguida y los dos hombres empezaron a hablar de cómo vestir a las
esclavas femeninas. Información que no necesitaba.
Llegó la hora.
Hubiera preferido disparar y matar a una distancia más corta. No hay nada de malo en
disfrutar de los frutos de mi trabajo de una forma cercana y personal. Sin embargo, pasearme en
medio de todos aquellos hombres, disminuía considerablemente mis probabilidades de éxito. Me
quedaría aquí.
Mi anticipación revivió mientras cerraba un ojo, y mi mascara facial encendía un mira
telescópica en mi campo visual. ¿El objetivo seguía en su lugar? Comprobado. ¿Silenciador
activado? Comprobado.
Sabía que sólo tenía una oportunidad de alcanzarlo. Sólo una. En el momento que disparara,
todos y cada uno de los de abajo saltarían a la acción, apuntando y disparando sus propias armas
directamente hacia mí.
EenLi comenzó a caminar delante de Mris-ste mientras exponía las ventajas de usar tacones
de aguja con kristales, unas piedras preciosas traídas de Mecca. Mantuve el cañón inmóvil. Mi
pyre-rifle producía balas de fuego sensibles al calor, y aquellas lo seguirían directamente al
infierno.
Uno. EenLi se alejó de Mris-ste.
Dos. Se dio la vuelta, afrontando a Mris-ste.
Tres. Dio un paso en mi línea de fuego, y apreté el gatillo.

6
Un zumbido. Un grito. El gran y malvado Mec cayó como un aerodeslizador a presión, su
sombrero saltando de su cabeza mientras rodaba. Sólo que era el Mec incorrecto. Éste tenía un
espeso pelo oscuro. Me quede congelada. No. ¡No! Mi bala se había estrellado contra Mris-ste. No
en EenLi.
¿Cuándo le había dado EenLi el sombrero? ¿Cuándo coño le había dado EenLi el sombrero?
Los había estado observando. Una vez que me había centrado en el objetivo, no lo había perdido
de vista.
El shock burbujeó en mi interior mientras los hombres debajo de mí maldecían y gritaban,
precipitándose hacia sus armas. Balas y fuego azul fue lanzado en mi dirección, lloviendo como un
saludo mortal. Abandonando mi quietud, me centré, dejé caer el rifle y agarré el grueso cable a mi
lado, ya anclado a una robusta viga. Entonces salté. Mantuve una mano envuelta en la manija
metálica que me permitía deslizarme hacía abajo, y usé la otra para sacar repentinamente mi pyre-
arma atada a la cintura, posicionada ya en el nivel para matar.
Comencé a disparar.
Mientras descendía, una bala impactó en mi antebrazo izquierdo. No me detuve, ni siquiera
reduje la velocidad. La determinación que se precipitaba a través de mis venas redujo la ardiente
sensación del disparo a una aguda picadura. Oh, aunque sabía que la sentiría complemente y con
fuerza más tarde.
Lamenté no tener tiempo para que me viera un doctor. Cuanto más tiempo permaneciera la
bala dentro de mi cuerpo, más daño me haría. Los metales de la Tierra actúan como un veneno
mortal para mí. Para todos los de mi especie. Pero la misión estaba primero.
Tenía que terminar con esto. Y rápido. Manteniéndome interiormente equilibrada, seguí
disparando, sin detenerme a apuntar, simplemente permitiendo que un continuo torrente de fuego
se descargara; los azules rayos que lanzaba mi arma como calor fundido iluminaron el granero a
modo de una guerra nuclear.
En el momento que mis pies tocaron el suelo, liberé el cable y alcancé a por mi otra arma.
Con ambas manos armadas, exploré de izquierda a derecha, recogiendo cada detalle.
EenLi se había ido. ¡Ido! Debía haberse escabullido por la puerta en el momento en que Mris-
ste cayó. Yo no podía salir a buscarlo. No inmovilizada por el fuego como estaba. Eso quería
decir…
Que había fallado.
Mi shock creció, casi congelándome en el sitio, pero seguí disparando. Manteniéndome en
movimiento. La bilis subiendo por mi garganta. Realmente había fallado. Había perdido mi
objetivo y le había permitido salir del edificio tan contento.
Has fallado repetía continuamente mi mente.

7
Sacudí la cabeza con incredulidad. Todo lo que podía hacer ahora, era conseguir sacar a las
dos mujeres de aquí con vida.
No, pensé al instante. Abatiría a cualquier hombre que había sido lo suficientemente
estúpido como para quedarse.
Mi mirada exploró el área otra vez. Cinco alienígenas permanecían dentro del granero, sus
balas y el rociar de fuego rodeándome. Calculando la distancia entre ellos y las mujeres
encadenadas, comencé a correr hacia adelante. Directamente hacia ellos. Me tambaleé cuando otra
bala me alcanzó. Veinte pasos. No mucho, pero lo suficientemente arriesgado para lo que estaba a
punto de hacer.
Dejé caer una de mis armas y busqué una mini granada en mi bolsillo. En un movimiento
fluido, tiré de la anilla con los dientes, la lancé y me zambullí al suelo.
¡Boom!
El impacto me lanzó hacia atrás, estampándome contra una pared. El aire salió de mis
pulmones. Cuando fui capaz de respirar, el polvo y la ceniza invadieron mi máscara y llenaron las
ventanas de mi nariz. Instintivamente, me cubrí la cara con las manos mientras ardientes astillas
de madera llovían sobre mí. Pasaron varios minutos en silencio. Ningún fuego en respuesta. Ni
gritos o gemidos.
Cuando alcé la vista, los cinco Mecs estaban esparcidos por el suelo, sin vida. Las mujeres
humanas estaban magulladas y sangraban, pero vivas. Estaban… no, comprendí entonces. Sólo
una de ellas estaba viva. La rubia. La otra, la que tenía el pelo rojo y rizado, había sido pillada en el
tiroteo cruzado y miraba fijamente el carbonizado granero a través de unos ojos sin vida.
Cerré los ojos con fuerza y me tapé la cara con las manos de nuevo. El aire estaba espeso,
caliente y cargado de humo. Necesitaba respirar profundamente, llenar mis pulmones de oxígeno,
pero no era capaz.
No había forma de evitarlo, ni tenía otra opción; tenía que llamar a mi padre. Con manos
temblorosas, saqué mi móvil y dije «Jefe», tranquilizándome ante el sonido de la marcación
automática.
Confiaba en este hombre con mi vida. Era el que me había encontrado de niña, sola y
perdida por las calles después de que mis padres murieran. No sé por qué me había acogido, y no
podía preguntárselo. Se ponía tenso siempre que mencionaba aquella terrible noche. Pero me había
criado, me había amado y me había entrenado para ser una asesina, igual que él.
Y yo acababa de defraudarlo.
Él contestó al segundo toque.
—¿Qué ocurrió? —fueron las primeras palabras que dijo, su áspera voz optimista.
Claramente, esperaba que le diera el informe habitual de «todo fue bien.» Una y otra vez me había
aconsejado que no cogiera este caso. Cuando comprendió que no podía disuadirme de ello, me
siguió hasta aquí, sólo por si le necesitaba.

8
La información más importante primero.
—El objetivo ha huido y tengo a una víctima humana y otra herida —dije, la repugnancia
hacia mí misma, alta y clara, en mi tono.
—¿Cómo diablos —dijo Michael, mi padre, titubeante— pasó?
—No lo sé. Lo tenía a tiro, disparé y la siguiente cosa que supe es que había cambiado de
sitio con su compañero.
—¿Cómo?
—No lo sé —repetí.
—Maldita sea, Eden F —sólo me llamaba así cuando estaba muy enfadado o seriamente
preocupado—. Te dije que no aceptaras este caso. Te dije que lo dejarás estar.
—Lo siento —respondí, inspirando con dificultad.
Y lo lamentaba. A causa de mi fracaso, un esclavista humano vagaba libre. Peor, ahora él
sabía que lo cazaban y sería más cuidadoso. Simplemente había jodido toda la operación.
—Creo que algunos esclavos están encerrados en El Hoyo, un bar situado en el lado este de
la ciudad —abrí la boca para contarle el resto, pero mi mente se quedó en blanco. Una espesa
niebla cubrió mis pensamientos. Parpadeé y sacudí la cabeza para aclararlos—. Otros están con
una humana, Sahara Rose.
—Pondré a un hombre en ello. Tú tráeme a la superviviente. ¡Maldita sea! —gruñó otra vez,
colgando.
El silencio me saludó. Y en el silencio, noté que la palpitación en mi brazo había aumentado
y miré hacia abajo. Aunque tenía la visión nublada, estudié la profunda y sangrante herida. La bala
había hecho más daño de lo que había pensado. Perdía sangre rápidamente. Demasiado
rápidamente.
Luchando contra el dolor y la debilidad, me levanté. Mis rodillas vacilaron y mis huesos se
licuaron, y ninguno mostró ningún signo de mejorar. Incluso mi estómago luchó contra un agudo
dolor. Tropezando, llegué hasta la mujer. Ella se estremeció mientras extendía la mano y cortaba
sus ligaduras y después se hundió sobre el astillado y afilado suelo y sollozó, su sucio pelo
cubriendo sus hombros desnudos. Intenté no pensar en la otra, en la que no se iría esta noche, ni
ninguna otra, a su casa.
De repente, la ballesta atada a mi espalda me pesó como un bloque de hormigón y el dolor
de estómago se intensificó. Cada vez se hacía más y más difícil respirar.
Una oleada de vértigo me asaltó, y de una forma pesada y extrañamente seductora… caí
aturdida al lado de la mujer. Cuando nuestros brazos se tocaron, ella pronunció un jadeo
aterrorizado y se escabulló a toda prisa. Sus movimientos fueron tan torpes, que arrojó suciedad
sobre mis piernas. Quise consolarla, pero mi boca se negó a formar las palabras correctas.

9
¿Qué iba mal con mi estómago? Despacio, muy lentamente, me levanté la camiseta. Allí,
justo debajo de mis costillas, había otra profunda herida sangrante. ¿Cuándo la había recibido? Ni
siquiera había sentido la bala entrar. Espera. Sí, lo había hecho. Cuando corrí con la mini-granada.
¡Maldición!
Dejé a un lado el móvil y metí la mano en el bolsillo, retirando un delgado Extractor
plateado. Fortaleciéndome a mí misma para lo que estaba a punto de hacer, me mordí el labio
inferior, centré todas mis fuerzas y pinché la maldita cosa en la herida de mi estómago. Al instante,
las sensibles muescas de metal se alargaron y sondearon en busca de la bala, y un grito rasgó mi
garganta.
Cuanto tiempo pasó antes de que la pequeña y redondeada punta fuera extraída, no lo sabía.
Sólo me daba cuenta de la desesperación, el dolor y el miedo. No estaba preparada para morir. No
aquí. Ni ahora. Me reí sin humor. No como una fracasada...
Concentración. Tenía que concentrarme. Aunque ansiara cerrar los ojos un momento, sólo un
momento, repetí todo el proceso, empujando ahora el sangriento dispositivo en mi antebrazo.
Cuando saqué la última bala, mis hombros se encorvaron de alivio. Distante, escuché los sollozos
de la mujer.
Antes de que me abandonara las energías, encontré la jeringuilla en mi bolsa y me inyecte en
el corazón una dosis pura de molibdeno para reducir la extensión de cobre o de lo que sea que
estuvieran hechas las balas. Un quemante dolor me recorrió. Grité de nuevo, alta y
prolongadamente, hasta que mis cuerdas vocales se resquebrajaron.
La jeringuilla, ahora vacía, cayó de mis repentinos dedos fláccidos. Me dolía por todas
partes, pero un consolador letargo ya se despertaba en mi interior. En un minuto, tal vez menos,
estaría fuera de combate.
Busqué a ciegas mi móvil y, de algún modo, mis dedos se cerraron en él.
—Jefe —dije.
La palabra surgió tan débil y quebrada que por un momento me sorprendí cuando el
teléfono comenzó la marcación automática.
Él contestó al quinto toque esta vez.
—¿Qué?
—Estoy herida.
—Esto mejora cada vez que me llamas —contestó él con pesado sarcasmo. Pese a todo, pillé
un atisbo de preocupación—. ¿Puedes llegar a casa a salvo?
—Yo... —una oscura telaraña se tejió a través de mi mente, oscureciendo mi vista y
paralizando mis músculos—. Lo intentaré.
El olvido me apresó en su exigente abrazo.

10
CAPÍTULO 2

ESTABA flotando.
No, flotando no, comprendí un segundo más tarde. Los fuertes brazos de un macho me
sostenían contra su pecho, bien sujeta. El olor a pino y hombre llenó mi nariz, y la fuerza
masculina que irradiaba me envolvió. Alguien me transportaba. ¿Quién? ¿Por qué? Una espesa y
oscura nube cubría mis dispersos pensamientos, manteniendo las respuestas más allá de mi
alcance.
—¿Aguantará? —Preguntó alguien. Reconocí la voz rota y preocupada. Michael, mi jefe. Mi
padre.
—No lo sé —dijo un segundo hombre.
No reconocí la voz en absoluto. El timbre era más profundo, más crudo que alguno que
jamás hubiera escuchado antes. Tan distante, tan indiferente.
—Ha perdido mucha sangre.
Ambas voces parecieron ir a la deriva en un surrealista y remoto sueño. ¿Qué hombre me
sostenía? ¿Mi padre? ¿El extraño? Quienquiera que fuera, emitía una especie de calor diferente a
los que conocía. Su calor se coló en mí, calmante y apacible, como un arrullo.
—Tenemos que despojarla de esta ropa —dijo el extraño—. Quitarle la máscara para que
pueda respirar.
—Espera hasta que lleguemos al coche —el tono de Michael se quebró más, y fue más
apremiante. Siempre se ponía nervioso cuando me herían. Incluso el más leve rasguño lo deshacía.
Los minutos pasaron. Tal vez horas. No lo sabía y no me importaba. El tiempo hacía mucho
que se había vuelto incalculable. Todo lo que sentía era el sólido abrazo de mi salvador, e incluso
eso pronto me fue negado cuando tendieron mi cuerpo en el frío suelo. Manos tiraron y rasgaron
mi ropa, causando que mis heridas palpitaran. Jadeé cuando el aire besó mi desnuda piel. Al
instante, la máscara fue retirada de mi cara.

11
Alguien jadeó, y no fui yo. Después… silencio.
—Mierda —exhaló el extraño, su tono teñido de… ¿asombro?
Unos dedos acariciaron con cuidado mi pómulo, luego mi pelo, consoladores y suaves.
Dormir… necesitaba dormir un poco más.

HABÍA perdido a EenLi. Había fallado.


Una y otra vez, aquellas palabras se repetían en mi mente. Había perdido a EenLi. Había
fallado.
Su presuntuosa cara fue a la deriva en mis pensamientos, centelleando justo más allá de mi
conciencia. Busqué mi pyre-arma pero en cambio sólo agarré frías sábanas. Los sucesos en el
granero destellaron, pasando las secuencias como en una película antigua. Los disparos. La sangre.
El atroz dolor. ¿Era por eso que me sentía tan vacía y hueca, como un fantasma nocturno
agitándose en desgracia?
La imagen de EenLi osciló y luego desapareció. Quise correr tras él, pero mis miembros
estaban paralizados y permanecí en el sitio. Él se rió. El sonido burlándose de mí.
Eres una decepción, Eden. Una decepción. Tenía un caso. Sólo uno. Y él se había escapado de mí
sin un solo rasguño.
Cuando los extraterrestres habían llegado hacía tantos años, los humanos habían intentado
destruirlos a todos. Sin embargo, casi terminaron arrasados ellos mismos, o eso me habían dicho.
Para sobrevivir, una especie de tregua fue alcanzada entre las diferentes especies con la condición
de que los agentes pudieran matar a los otros-mundos depredadores. Sin lugar a dudas, mi objetivo
había sido un depredador. Debería haberlo destruido, pero le había dejado escapar.
Fracaso. Fracaso. Fracaso. La palabra tronó en mi cabeza y me desperté sobresaltada. Mis
párpados se abrieron de golpe y un jadeo se alojó en mi garganta. Inspiré y exhalé profundamente.
Me quedé inmóvil durante varios segundos, intentando calmar el latido de mi corazón. Las
sombras me envolvían. No, espera. Pequeños rayos de luna bailaban a través de la ventana,
revelando un diáfano dosel que caía desde el techo. ¿Dónde me encontraba? Luché por girar la
cabeza, explorar el resto de mi entorno, pero mis músculos rechazaron obedecerme, manteniendo
mi barbilla en la misma posición. Usando toda mi energía, lo intenté de nuevo.
Nada.
¿Qué me pasaba? ¿Por qué no podía moverme? Volutas de pánico estallaron en mi interior
pero la confusión fue rápidamente extinguida. Oí el pitido de… algo. Olí el fuerte olor de los
antisépticos.

12
Con una oleada de alivio, encorvé los hombros contra la suavidad del colchón. Un hospital.
Debía estar en un hospital.
Relajada ahora, me lamí los labios, comprendiendo que tenía la boca seca. Estaba sedienta.
Tenía tanta sed. Mi lengua chasqueó fuera, humedeciendo mis resecos labios.
—Sed —grazné.
No había nadie. Nadie me escuchó.
—Sed —jadeé otra vez.
Quizás un segundo más tarde, un hombre apareció al lado de mi cama. No pude distinguir
sus rasgos, sólo que era alto y musculoso. Un adictivo calor irradiaba de él y se deslizó a lo largo
de mi cuerpo. Quise girarme hacia él, frotarme contra él. Introducirme en él. Me estremecí.
—¿Dónde está Michael? —Pregunté.
—Durmiendo. Por fin. Toma —me dijo, su profunda y cruda voz familiar. Me ayudó con una
taza y una pajita.
Bebí ansiosamente, el fresco y dulce líquido deslizándose por mi garganta. Jamás había
probado nada tan maravilloso.
—Es suficiente —dijo el hombre y arrancó la pajita de mi boca—. Duérmete ahora.
Una orden directa. En su tono no hubo espacio para la discusión. Por lo general no respondía
bien a ese tipo de órdenes de haz-lo-que-te-digo-o-sufre-las-consecuencias. Esta vez, sin embargo,
estaba demasiado cansada para discutir.
Cerré los ojos. Mañana instruiré a este hombre de cuál es la forma correcta de hablarme, fue el
último pensamiento que vagó por mi mente.

—DESPIERTA.

La fuerte y decidida voz me espoleaba despiadadamente.


—Despierta.
Una callosa mano me sacudió, trabajando en sincronización con la voz. Malvados. Ellos eran
tan malvados que merecían morir de una muerte horrenda.
—Despierta, cielo.
Intenté darme la vuelta y enterrar la cabeza en la almohada, pero mis doloridos y cansados
miembros se resistieron. Eso captó mi atención como nada más pudo hacerlo. Tiré de mi brazo.
Nada. Intenté mover la pierna. Nada. El pánico me invadió y luché por abrir los ojos.
—Esa es mi chica —dijo el hombre, su tono cargado de alivio.

13
Una fuerte luz blanca anegaba el cuarto y sus inoportunos rayos no dejaban nada intacto.
Demasiado brillante, pensé, bizqueando y todavía luchando. Pero lenta, muy lentamente, mis ojos
se adaptaron y centré la mirada en las encendidas ataduras que me sujetaban, en la simple
camiseta blanca que llevaba y en la blanca sábana de seda que cubría la mitad inferior de mi
cuerpo. Después estreché la mirada sobre mi indeseado invitado. Michael Black. Mi jefe. Mi padre
adoptivo.
El pánico se disolvió completamente, dejándome débil, y me recosté en el autoajustable
colchón, mi columna vertebral rígida por la cólera.
Cada línea de la curtida cara de Michael estaba grabada por la preocupación, desde los
penetrantes ojos color avellana hasta la amplia y adusta boca. El canoso pelo, por lo general
perfectamente peinado, caía en desorden alrededor de sus sienes, y su caro traje poseía más
arrugas que un Genesi.
—¿Por qué estoy atada? —Pregunté, mis cuerdas vocales roncas. Las bandas eran más
fuertes que cualquier esposa y no se podían quitar sin cortarse un apéndice. Ellas se vinculaban
con la piel alienígena, encerrando al preso en el lugar.
—Te sacudías de una forma tan incontrolable que se te abrían las heridas.
—Desátame. Ahora —ordené, asegurándome de que no hubiera ningún rastro de emoción
en mi tono.
No demostraría ninguna debilidad. No a este hombre que parecía no tener debilidades. Pero
Michael me conocía mejor que nadie, y sabía que no me gustaba sentirme impotente. Nunca lo
hice. Además, dudaba que pudiera moverme ni bajo amenaza de muerte, por lo que las ataduras
eran innecesarias.
Él hizo lo que pedí, presionando un botón de identificación personal y haciendo que los
láseres se desenrollaran de mi piel. Luego se recostó en la afelpada silla azul al lado de mi cama.
—¿Cómo te sientes?
—Bien —dije, sorprendida que fuera así. Excepto por la debilidad, el sentimiento de
fragilidad y el embotado dolor en mi costado, permanecía sobre todo indemne—. Aunque sedienta
¿Me conseguirías un poco de agua con azúcar?
Michael cogió una taza colocada en la mesita de noche y me la dio. Bebí el frío y dulce
contenido y cerré los ojos en rendición. El azúcar actuaba como un agente fortificante para mi
especie. Aunque no había muchos Rakas en la Tierra, estos probablemente eran responsables de
consumir tres cuartas partes de la cosecha anual de azúcar.
—Ese cobre realmente te dio una paliza —me dijo.
—Siempre lo hace —exploré el cuarto.

14
Una gruesa alfombra roja y azul marino adornaba el suelo y varias lámparas de pie doradas
subían hacía el arqueado techo. Había tres ventanas abiertas, las persianas echadas. Las paredes
lucían un estuco de bronce y estaban adornados con tallados espejos dorados.
Obviamente, no era un hospital. Incluso mi cobertor gritaba riqueza. Suaves y aterciopeladas
sábanas de seda color blanco y esmeralda, rodeaban mi piel en un delicioso capullo.
—¿Dónde estoy? —Pregunté.
—En mi casa.
Eso no me decía nada. El hombre poseía una en treces estados diferentes en todo el mundo.
—¿En cuál?
—Nuevo México. La más cercana a Nueva Dallas.
—La has redecorado desde la última vez que estuve aquí.
Él asintió con la cabeza.
Arqueé una ceja.
—¿Te importaría decirme por qué estoy aquí en vez de un hospital? —Había hospitales
exclusivos y diseñados expresamente para agentes como yo, asesinos a sueldo, así como
alienígenas. Yo había sido uno de sus pacientes en numerosas ocasiones.
—Primero, delirabas y no quise que nadie escuchara las cosas que decías. No parabas de
gemir y lloriquear sobre tu fracaso con EenLi. Quiero que todo el mundo crea que le dejaste
escapar a propósito. Segundo, no quería tu nombre registrado como alguien que ha recibido
heridas de bala. Y tercero, no quiero que nadie más lleve este caso.
Aunque eso me alegraba, suspiré profundamente. Me habría gustado que mi padre fuera
capaz de tumbarse de espaldas bajo el sol y simplemente esperar mi éxito, sin que fuera necesaria
su interferencia.
—¿Jugando a ser mi protector de nuevo, Michael?
Él se encogió de hombros, pero apartó la mirada.
—En realidad, mi jefe piensa que esta situación requiere del mejor. EenLi solía trabajar como
agente, y él…
—¿Qué? —Parpadeé. Seguramente había escuchado mal.
—EenLi solía trabajar como agente. Para mí, expresamente.
Intenté no mirarlo boquiabierta.
—¿Por qué me entero ahora?
Michael se encogió otra vez, la acción más rígida, más comedida.

15
—Eenli, se suponía, era un trabajo como otro cualquiera. Te cuento sólo lo que tienes que
saber y esto era algo que no necesitabas conocer.
—Que mi objetivo estuviera entrenado era algo que necesitaba saber. Probablemente sabía
que estaba siendo observado todo el tiempo.
—Lo dudo —dijo mi padre—. Era un agente aceptable. Bueno encontrando a personas, que
es por lo que le manteníamos, pero no mucho más. Era demasiado emocional, tenía demasiados
vicios. Supongo que por eso decidió hacer más dinero vendiendo esclavos. Fin de la historia.
Cerré los ojos por un segundo.
—¿Y por qué está tu jefe contento de que escapara?
—El gobierno ahora quiere saber donde están esos portales, y creen que EenLi nos conducirá
a ellos —Michael se echó hacia atrás en la silla, mirándome—. Han decidido que no le quieren
muerto hasta que no lo averigüen.
—Lo seguí durante semanas y jamás reveló la posición de un solo portal.
—Las órdenes son órdenes. Vivirá hasta que revele como viaja de planeta a planeta.
¿Y si EenLi nunca nos daba la información que querían? ¿Eso significaba que el criminal y
asesino conseguiría tener una vida larga y feliz? No expresé mis dudas en voz alta, aunque
Michael sabía cómo me sentía respecto a los que se saltaban la ley.
Mis ojos recorrieron la extensión de mi camiseta y la sábana que cubría mi cuerpo. Parecía
más delgada.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Trece días, seis horas y cuarenta y ocho minutos —dijo apoyando sus caros mocasines
italianos sobre la superficie de madera de la mesita de noche—. Tenía o traje todo lo que
necesitabas aquí.
—¿Incluso un doctor? —Eso habría terminado completamente con el propósito de cuidarme
en este lugar, fuera del vigilante ojo del gobierno.
—No —contestó vacilante.
Arqueé una ceja.
—¿Quién me cosió entonces?
—Lucius Adaire.
—No me dice nada. ¿Quién es?
—Un hombre. Un humano.
Mi curiosidad hacia este Lucius Adaire creció, y estudié a Michael. Solo la mención de este
misterioso hombre había causado que su relajada postura se esfumara y que un atisbo de
inquietud se reflejara en sus ojos.

16
Michael había visto lo peor que la vida tenía por ofrecer -incluso había causado un poco de
ello- por lo que raras veces se ponía tenso. ¿Por qué ahora?
—Háblame de él —incité.
—En un minuto —dijo. Se limpió unos invisibles hilos de los pantalones—. ¿Recuerdas algo
más de aquella noche en el granero?
El trabajo siempre era lo primero, así que no intenté seguir con la conversación sobre el
misterioso doctor. Me centré en mis pensamientos y repasé de nuevo mentalmente cada minuto
que había pasado en aquel granero. Entonces miré a Michael a los ojos.
—EenLi dijo que un portal se abriría al día siguiente. Ese día ya ha pasado, por supuesto,
pero eso significa que los portales no están siempre abiertos, que sólo puede enviar su ganado,
como él les llama, cada cierto tiempo.
—¿Qué los abre?
—No lo dijo.
Michael frunció el ceño.
—Maldita sea, no podemos tener tan mala suerte. Después de que te recogiera, envié un
grupo de hombres al Hoyo. Estaba vacío, tanto arriba como abajo. Había celdas debajo, pero no
había nadie en ellas.
Mi estómago se anudó, y me pasé la mano por la cara.
—¿Había señales de que las habían usado recientemente?
—Los improvisados retretes no habían sido vaciados. Esposas con sangre seca… que
analizamos y comprobamos con los grupos sanguíneos de las víctimas. Cada gota dio un resultado
exacto.
—¿Y en cuanto a Sahara Rose?
—Huida, su casa, abandonada. Era obvio que ella había hecho las maletas apresuradamente.
—Maravilloso —refunfuñé, casi con miedo de hacer mi siguiente pregunta. Pero tenía que
hacerla. Necesitaba saberlo todo—. ¿Y en cuanto a la mujer humana del granero? ¿La
superviviente?
Inclinándose hacia atrás, él descansó las manos tras la cabeza y observó fijamente el techo.
Apretó los labios fuertemente y un largo y prolongado silencio nos envolvió.
—No quieres saberlo —dijo suavemente.
Solté un suspiro y sacudí la cabeza en disgusto… disgusto hacía mí misma. Hacia EenLi.
—Está muerta, ¿verdad?
Michael asintió, su expresión de disculpa.

17
—Lo siento, cielo. Las heridas eran demasiado extensas. Murió antes de que llegáramos.
Me mordí el interior de la mejilla y luché contra una afilada cresta de pesar.
—¿Cómo se llamaba?
—No te tortures de esta forma. Hiciste lo que pudiste.
—¿Cómo se llamaba? —Insistí.
—Amy —soltó, con la renuencia tiñendo su tono—. Amy Evens.
Amy Evens. Ella había sido joven, probablemente no más de veinticinco años, con un bonito
pelo rubio y unos grandes ojos azules. Como todos los jóvenes, probablemente había soñado con el
amor y un feliz para siempre, pero ella había sido violada, torturada y había muerto sola.
Mi repugnancia y odio hacia EenLi creció en intensidad, pero sobre todo, creció el asco hacía
mí misma. Yo debía proteger al inocente, era parte de mi trabajo. Cerré los ojos, con la esperanza
de bloquear las imágenes que se cernían en el aire, imágenes de ambas mujeres vivas y
encadenadas a la pared, sin estar al tanto que la muerte había llamado a su puerta. Había fallado
de todos los modos posibles. Había fallado en matar a mi objetivo; ni siquiera había podido salvar
una vida humana.
Mis heridas… me merecía cada una de ellas y más todavía. Una resolución por hacerlo bien
se solidifico en mi interior.
—¿Qué hacemos ahora? —Pregunté, afrontando de nuevo a Michael.
—Supongo que EenLi sigue aún en Nueva Dallas, reuniendo otro equipo. Quiero que vayas
allí, lo encuentres, descubras esos malditos portales y termines el trabajo.
Pasó un momento antes de que sus palabras penetraran lo suficiente en mí y fuera capaz de
responder. Sorprendida, dije:
—¿Me dejarás cazarlo otra vez?
—Tú conoces su modus operandi mejor que nadie. Conoces sus hábitos, los has estudiado. Es
más, te conozco. Sé que quieres otra oportunidad para hacerlo bien, y te amo lo suficiente como
para dártelo.
—Yo… —presioné los labios juntos.
El hecho de que Michael confiara en mí lo suficiente como para corregir mis errores me llenó
de un sentimiento de orgullo y felicidad, y tuve problemas para encontrar las palabras que
expresaran mi gratitud. Supongo que asumí que sus instintos protectores emergerían y que me
ordenaría que me quedara atrás.
Realmente amaba a este hombre.
—¿Crees que alguno de tus agentes trabaja en secreto con EenLi? —Pregunté—. Eso
explicaría por qué sabía que tenía que intercambiar el sitio con Mris-ste.

18
—Ya tengo un hombre en ello, así que no te preocupes.
Asentí con la cabeza.
—Gracias por darme otra oportunidad —dije, permitiendo que todo mi aprecio rezumase a
través de mi voz—. Sé que no la merezco. No te defraudaré.
—No me lo agradezcas aún —dijo él irónicamente—. Trabajarás con un compañero.
¿Qué?
—Absolutamente no —el shock sustituyó rápidamente mi felicidad, y me enderecé de golpe,
temblando y fulminándolo con la mirada—. Trabajo sola. Siempre.
—Esta vez no —dijo Michael, resuelto. Terminante.
—Soy absolutamente capaz de encontrar los portales y matar a EenLi yo sola.
Necesitaba hacerlo yo misma. No podía permitir que nadie más arreglara lo que había
ocasionado.
Mi padre cruzó los brazos sobre el pecho y me miró fijamente.
—Entonces ¿por qué no está muerto?
Eso fue un golpe bajo… aún cuando tuviera razón.
—No trabajaré con uno de tus agentes.
—Sí —dijo con calma, sin dudar—, lo harás. ¡Lucius! —gritó sin apartar los ojos de mí—. Ven
y conoce a tu nueva compañera.
Como si el hombre hubiera estado parado detrás de la puerta, protegiéndola, los gruesos
portones metálicos se abrieron al instante y él entró furtivamente dentro, sin emitir ni un solo
ruido, ni el roce de la ropa al andar lentamente o el ritmo de su respiración. Era tan humano como
Michael, pero donde mi jefe era flaco, este hombre era músculo sólido. Donde Michael era de
estatura media, este hombre era alto. Donde Michael era mayor, este hombre era toda vitalidad.
Se paró a los pies de mi cama. El olor a jabón de pino y puro macho emanaba de él. No
estaba lo suficientemente cerca para tocarme, pero podía sentir el calor de su piel, llamándome,
calmándome. Ese calor, ese aroma… los reconocía. Pasó un segundo e inspiré profundamente.
Era quien me había transportado. Era quien me había dado agua anoche. Era quien me había
quitado la ropa. Mi estómago se anudó ante el pensamiento de sus manos sobre mí,
desnudándome, viendo mi piel expuesta. Un estremecimiento de conciencia encendida bajó por mi
columna.
Sus labios eran suaves y llenos, tan rosados como los pétalos de una flor. El resto de sus
rasgos, sin embargo, era puro granito, jactándose de deliciosos planos duros y fuertes ángulos.
Pómulos tallados en piedra. Una nariz esculpida en acero. Negras cejas se extendían sobre unos
ojos tan azules que sólo podían haber sido creados por cubitos de hielo y que miraban al mundo

19
con una mordacidad del tipo lo-he-visto-todo. Ahora mismo aquellos intensos ojos me miraban a
mí, dentro de mí.
Llevaba una apretada camiseta negra, el mismo color que su corto pelo y ajustados vaqueros.
Simplemente estando ahí de pie, exudaba una intensidad masculina que gritaba, te joderé o
mataré… tú eliges.
De pronto me sentí vulnerable. Expuesta. No importaba que estuviera cubierta por la ropa y
la sábana. Estaba en la cama, herida. Y él sabía cómo lucía desnuda. Más que eso, no estaba en mi
mejor momento y probablemente parecía un gatito atigrado enfermo, desaliñado y despeinado.
Forcé una fría fachada, esperando exudar una majestuosa calma. No conocía a este hombre, y
no quería que me viera como algo menos que controlada.
—¿Alguna vez has matado a alguien, Sparkie? —Pregunté, esperando ponerlo a la defensiva.
Si lo dejaba, él asumiría el mando.
Ni una tenue luz de emoción alumbró sus rasgos. Permaneció en su sitio, silencioso,
indiferente. Distante.
Con un esfuerzo consciente, arranqué mi fija mirada de él e intenté ignorar su misma
existencia.
—No necesito ni quiero un compañero —dije a Michael.
—Mala suerte —contestó con expresión severa.
—Trabajo sola —dije otra vez, mi tono más frío de lo que jamás había sido. Hasta me
sorprendía que mi aliento no formara volutas de hielo.
—Ya no —contestó otra vez.
—No voy a…
—Tus protestas no cambiarán nada, cielo. Quiero que trabajes con Lucius, así que lo harás.
Es una orden.
—Entorpecerá mi camino.
—Sabe lo que se hace.
—Lo dudo. Los hombres como él son todo fuerza física y nada de cerebro. ¿Cómo podré
hacer mi trabajo si tengo que vigilar su espalda también?
El hombre finalmente se dignó a hablar.
—Escucha, galletita —dijo, su voz áspera, baja, como si sus cuerdas vocales hubieran sido
dañadas—. El día que necesite que me salves el culo, será el día que me busque un nuevo trabajo.
Recolectando flores, tal vez. O quizás paseando perros robóticos. Lo decidiré cuando llegue el
momento. Hasta entonces, cuídate a ti misma y yo cuidaré de mí.
Con esto, salió del cuarto tan rápida y silenciosamente como había entrado.

20
En el momento en que la puerta se cerró, miré a Michael con una feroz mirada.
—¿Acaba de llamarme galletita?
Los labios de Michael se estiraron, la diversión volvió sus ojos color avellana a un brillante y
rico verde.
—Te lo mereciste después de esa «toda fuerza física y nada de cerebro.»
—¿Cómo puedes esperar que trabaje con ese hombre?
La media sonrisa se volvió una completa.
—Considéralo una penitencia por tus pecados.
No dejé que su diversión me ablandara, aunque realmente me gustaba verlo feliz.
—Te lo diré una vez más, Michael. No necesito un compañero —déjame hacer esto sola,
supliqué silenciosamente.
Algo profundo y oscuro destelló a través de sus rasgos.
—Trabajarás con él, o trabajarás para otra agencia. ¿Entendido?
Lo decía en serio. Michael jamás amenazaba. Sólo prometía. Y expuesto así, no podía
negarme.
Asentí rígidamente. Mis manos se cerraron en puños, pero la determinación lentamente se
abrió camino en mi interior.
—¿Puede hacer algo más que parecer guapo?
Y resistente.
—Supongo que tendrás que esperar y averiguarlo tú misma.
—Eso es consolador, Michael. Muy consolador.
Conocía a Michael, sabía cuando se volvía obstinado. Si quería saber algo sobre Lucius,
tendría que averiguarlo yo solita.
Mi padre suspiró.
—Si te mantienes apartada de él, tendrás menos posibilidades de cometer errores con él.
Que maravilloso de su parte repartir pequeñas gemas de sabiduría como ésta. Gracias. Por
nada.
—¿Algún otro pedazo de enrevesado ingenio que quieras compartir conmigo antes de que te
eche a patadas y consiga algo de descanso?
—Sí —se rió entre dientes. Siempre le gustaba cuando volvía a mis viejas formas de princesa-
consentida—. Quiero que estés en plena forma en tres días. De otro modo, le daré la misión solo a
Lucius.

21
Entonces me dejó. Con sus palabras de despedida, había sellado mi destino. Estaría en plena
forma en dos días, ni uno más. Si era orgullo femenino o simple arrogancia, no dejaría que Lucius
tuviera esta misión él solo.
Todavía tenía algo que demostrar. Ahora más que nunca.
No sería una fracasada. No de nuevo.
—«Galletita», y un cuerno —refunfuñé.

22
CAPÍTULO 3

TARDE en la noche me obligué a salir de la cama. Mis músculos gritaron en protesta, pero
logré quedarme derecha. La camiseta blanca que llevaba me llegaba a las rodillas, dejando el resto
de mis doradas piernas desnudas. Oscuridad y luz se mezclaban juntas, creando un nebuloso
ambiente. Sólo el silencio se palpaba en el aire. El resto de la casa dormía plácidamente.
Con movimientos lentos y vacilantes, bajé la escalera de caoba y llegué a la oficina de
Michael. Me gustaba este cuarto, con su escritorio intrincadamente tallado, la alta estantería llena
de auténticos libros, no esos hologramas que vendían en las tiendas, y el limpio olor a cuero.
Acaricié con la punta de los dedos el globo terráqueo, los mapas del universo que colgaban de las
paredes, el tablero de ajedrez. Michael y yo habíamos pasado muchas noches en esta habitación,
hablando y riendo. Planeando estrategias.
No es tiempo de recordar, chica. Vuelve al trabajo. Me senté en la silla tras el escritorio. Después
burlé su escáner de Identificación Personal y la activación por voz de su ordenador, justo como él
me había enseñado, y busqué el expediente de Lucius Adaire.
Toda la información estaba definitivamente borrada. No me sorprendió. Michael no quería
que supiera de Lucius, así que por supuesto había eliminado toda la información. Muy inteligente,
padre.
Frustrada y habiéndome exigido demasiado, regresé a mi habitación. Necesitaba dormir
unas horas antes de que la mañana llegara. Sin embargo, justo antes de que alcanzara la cama de
cuatro postes, me quedé inmóvil. No estaba sola. Sentí el calor, olí a pino.
Mis ojos se estrecharon sobre mi invitado no deseado. Pareciendo casual e indiferente,
Lucius holgazaneaba en la acolchada silla al lado de la cama. Le fruncí el ceño.
—¿Has encontrado algo? —Me preguntó con aire de suficiencia, como si supiera lo que había
estado haciendo.

23
No me molesté en contestarle. Subí a la cama, el colchón adaptándose a mi peso, y cerré los
ojos aunque permanecí despierta. Las sábanas estaban calientes y suaves, una calmante caricia
contra mi piel.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Me exigió.
—Dormir. Eres bienvenido a quedarte y mirar como el pervertido que estoy segura que eres.
—No pienso hacerlo. Levanta —inclinándose hacia mí, extendió la mano y sacudió mis
hombros de manera poco gentil—. Estamos vestidos. Nos entrenaremos.
Un hombre de pocas palabras. Que típico.
—Si quieres puedes pretender que eres mi fisioterapeuta y darme un masaje. Dejaré que me
toques los hombros. Para otra cosa que no sea esa, mantén las manos para ti mismo. ¿De acuerdo?
—¿No eres madrugadora?
—Te lo haré saber por la mañana. Por ahora, descansaré. Fuera.
—¿Eres siempre tan perezosa?
No me dio tiempo a buscar mi yo calmado. Simplemente me alcé con un balanceo, me puse
en posición y dejé volar mi puño. Lo incrusté en su mandíbula. Su barbilla ni siquiera giró de lado,
pero yo me estremecí por el impacto. Sus huesos eran más sólidos que el acero, y yo no había
recuperado toda mi fuerza.
¿Lucius había tenido suficiente tiempo para parar el golpe? Probablemente. ¿Había tenido
suficiente tiempo para apartarse? Definitivamente. Mis movimientos eran más lentos que de
costumbre y mis reflejos estaban embotados.
Un tenue brillo de humor encendió sus ojos, provocando que el azul pareciera casi púrpura.
—Saca tu culo de la cama. En la forma en que estás, los otros-mundos te eliminarán a ti, no al
revés. Te encontraré en el gimnasio del sótano en media hora.
—Sal de mi cuarto.
—Media hora —dijo él—. No llegues tarde.
Cuando escuché cerrarse las puertas, me obligué a salir de la cama. Me sentía más dolorida
ahora que hacía cinco minutos. Por supuesto, culpé de ello a Lucius. ¡Pero maldición, si no tenía
ganas de entrenarme con él! Me encantaba el desafío. En mi estado habitual, probablemente no
podría golpearlo. Aunque también podía hacerle mucho daño, pensé sonriendo ampliamente.
Saturé mis heridas con un adhesivo de cyanoacrylate, una cola para lesiones, y tomé una
larga ducha, disfrutando del húmedo líquido perfumado con olor a rosas. La mayoría de la gente
tenía que bañarse en seco con un rociado de enzimas y glicerina. Michael podía permitirse el agua,
gracias a Dios. Ducharse era casi una afición para mí.
Me habían dicho que Raka era un planeta con más agua que tierra. Quizás el baño era algo
que todos los Rakas disfrutaban. Si mis padres hubieran sobrevivido aquella aterradora noche,

24
podría habérselo preguntado. Podrían haber respondido a cualquier pregunta que les hiciera. Una
punzada de pesar me golpeó, igual que siempre hacía cuando pensaba en mis padres. Los echaba
terriblemente de menos.
Cuando salí de la tina, me sentía más flexible, menos torpe. Eché un vistazo al reloj de pared
y no pude menos que sonreír. Habían pasado treinta y tres minutos desde que Lucius me ordenara
presentarme en el gimnasio. Me lo imaginé paseándose, esperándome con impaciencia.
Alcé los brazos y experimenté sólo una leve punzada de dolor en el costado cuando me
recogí el largo y dorado pelo de mi cara y revolví a través de un aparador lleno de ropa. En todas
las casas, Michael reservaba un cuarto y un guardarropa sólo para mí. Escogí un sostén rojo
deportivo y unos pantalones cortos elásticos a juego.
Mi estómago gruñó. No había ingerido nada más sustancial que agua con azúcar en días.
Mientras entraba en la cocina, sentí el frío de las baldosas de mármol contra mis pies desnudos.
Auténtico café, y no la mezcla sintética, hervía a fuego lento en un cazo plateado que formaba
parte de la encimera de platino, saturando el aire con un denso aroma a café. Arrugué la nariz en
aversión. No entendía como alguien podía beberse esa mierda.
Presionando unos botones, un emparedado de pavo se deslizó de la escotilla opuesta. Lo
rocié con azúcar y soporté comerme la mitad antes de que mi estómago protestara.
Habían pasado cuarenta y nueve minutos.
Finalmente me dirigí al gimnasio del sótano, sonriendo ampliamente.
Lucius estaba allí, golpeando un saco de boxeo, luciendo tan sexy como el infierno. ¡Qué
fastidio! Con su irritante personalidad, debería ser feo. Horrible.
Su bronceada piel se estiraba sobre los músculos y tendones. Varias cicatrices cruzaban su
tórax y el sudor brillaba y goteaba por su desnuda espalda y pecho, reuniéndose en la cinturilla de
los cortos pantalones negros. Él no me echó ni un vistazo.
Pasé las dos horas siguientes estirándome en la estera y centrando mi energía en forzar a mi
cuerpo a superar las barreras que mis heridas me habían impuesto. De vez en cuando, me
encontraba débil e inestable. Aunque era una buena sensación ya que era del tipo que me avisaba
que estaba viva. Estoy segura de que Lucius hubiera preferido que usara las pesas y quizás la
anilla de boxeo virtual.
Por lo general, realmente me entrenaba con la anilla pero hoy no quería hacerlo. En cambio,
me ejercité en la estera y en la barra colocada en la pared más alejada. Estiré una pierna sobre ella,
mirando de reojo a Lucius. Casi jadeé cuando vi que me observaba con ojos ardientes e intensos.
Entrecerré los ojos y lo miré.
—¿Te diviertes?
—Vamos a practicar —ladró—. Si crees que puedes manejarme.
—He estado manejando a hombres como tú durante años, Sparkie.

25
Un músculo palpitó en sus sienes.
—Vamos a dejar algunas cosas claras, galletita. No te gusto y tú tampoco me gustas a mí. No
quieres un compañero y yo seguro como el infierno que no necesito uno… sobretodo una
arrogante hembra otro-mundo sin ningún talento a la vista.
—¿Entonces por qué estuviste de acuerdo en trabajar conmigo? —Gruñí.
—El dinero es el dinero, nena, y tu padre paga una pasta por tenerme aquí.
—Nos paga el gobierno, nene. Infórmate antes de hablar.
Lucius apretó los labios y silenció sus siguientes palabras.
—Al menos conseguiste al mejor en el trato —refunfuñé.
—¿Puedes repetir?—arqueó una ceja—. Fallaste en tu última misión, mientras que yo he
tenido éxito en cada una de ellas.
Apreté la mandíbula con irritación. Como si necesitara que me recordaran mi fracaso. Como
si eso no fuera el centro de mis pensamientos, incluso de mis sueños.
—En todos mis años como agente, éste ha sido mi único fracaso. Y planeo rectificarlo.
—Has tenido éxito en casos fáciles, dulce. Eso no es nada por lo que mostrarse orgullosa.
Bastardo.
—¿Has matado alguna vez a alguien?
—Si tienes que preguntarlo, es que no eres muy buena juzgando caracteres.
La muerte helada y cruda brillaba en sus ojos, hablando de sus innumerables asesinatos. Mis
manos se apretaron en puños.
—Yo también he matado. A muchos, de hecho.
—Siento curiosidad —dijo él—. ¿Cómo eliminaste a aquellos objetivos? ¿Irritándolos hasta la
muerte?
Fruncí el ceño y acorté la distancia entre nosotros hasta que estuvimos nariz contra nariz.
Nuestro aliento se mezcló y pude sentir las vibraciones de su fuerza. Parecía que no podía
mantener mi habitual fachada de frialdad con este hombre. Respondía a él tanto si quería como si
no.
—¿Por qué irritarlos cuando puedo utilizar mi cuchillo… cuando puedo coger a un humano
como tú, cortarlo y freírlo para desayunar?
Lucius me estudió durante un largo momento, silencioso, deslizando los ojos por mis curvas
con intenciones ardientes.
—Es un glorioso ego el que tienes.
—Lo he ganado. Tú, sin embargo, probablemente jamás…

26
—Es suficiente, niños —dijo Michael, llenando de pronto la entrada.
Nos dimos la vuelta y le afrontamos. Con una despreocupación fingida, se apoyaba en el
grueso marco de madera, sosteniendo una humeante taza de café en una mano y un cigarrillo sin
encender en la otra…
—Me marcho y os dejo a solas unas horas y os lanzáis el uno contra el otro. O trabajáis juntos
en esto u os buscáis un nuevo empleo.
Mi padre sacudió la cabeza y me dedicó toda su atención.
—Pensaba darte más tiempo, pero ha ocurrido algo —luego se dirigió a Lucius—. Termina
su entrenamiento, luego explícale a Eden lo que quiero que hagan hoy.
Con esto, nos dejó solos.
—Explícamelo ahora —dije, mirando airadamente a Lucius.
Habría perseguido a Michael, pero esto, estoy segura que divertiría a mi compañero.
—¿Alguien te dijo alguna vez que si te diriges con amabilidad a un hombre, es más probable
que sea amable contigo?
—Por favor explícame lo que Michael quiere que hagamos —dije, las palabras desgarrando
mi garganta.
—No antes de que nos entrenemos —replicó, disfrutando de cada sílaba. Miró mi costado
herido.
—Galletita, lo necesitas desesperadamente.
Tuve que tragarme una ristra de maldiciones. ¿Cuándo había conseguido Lucius el mando?
—Estoy lista cuando tú lo estés —dije a través de los dientes apretados.
Como un Raka, no tenía habilidades de lucha especiales e instintivas. Como un asesino
entrenado, sí las tenía. No sería la presa fácil que obviamente me consideraba. Herida o no.
Él reclamó su lugar sobre la gran estera azul en el centro del gimnasio.
Reuniendo mi energía, por fin centrada, me coloqué a sólo unos centímetros de él. Mi fuerza
no estaba al nivel que deseaba, pero por ahora eso tendría que bastar. Reflexioné sobre mi
estrategia en la lucha. Me centré, manteniendo mis pensamientos claros. Sin permitirme reacciones
emocionales.
—No seré delicado contigo —dijo Lucius—. No me importa que seas una mujer o que estés
herida.
Yo me había entrenado con hologramas más feroces y mortales que este hombre, así que su
advertencia no me asustaba en lo más mínimo.
—¿Planeas derribarme tú solito? —Me reí—. Buena suerte, Sparkie.

27
Pronunciando un gruñido bajo, saltó sobre mí.
En un movimiento fluido, me incliné a un lado, evitando con eficacia el impacto. Él pasó por
delante de mí, tropezando con sus propios pies.
—Tsk, tsk, tsk. Estás dejando que la cólera te domine.
Girando, él avanzó. Le di una patada en el estómago, pero eso no redujo su marcha. Me
alcanzó demasiado pronto y me agarró por los hombros. Esta vez no pude esquivarlo; se movió
demasiado rápido. Me abatió y golpeé la estera. Me estremecí ante el agudo dolor en mi costado,
pero salté rápidamente sobre mis pies. Al mismo tiempo, antes de que pudiera tomar aliento,
Lucius estuvo sobre mí de nuevo, empujándome hacia abajo, sus manos envolviendo mi garganta
para ahogarme.
—Eres demasiado lenta —dijo.
Lo sabía. Cuanto más despacio me movía, más tiempo tenía mi oponente de considerar mi
siguiente movimiento. Rompí el agarre de Lucius con un rápido empuje de mi codo. No lo
suficientemente fuerte como para partirle el brazo en dos, pero lo bastante como para doler. Luego
le di una patada en el pecho, enviándole tropezando hacia atrás. Cuando recuperó el equilibrio se
lanzó en mi dirección. Retorciéndome, salté y le esquivé. Di otro fluido giro. Patada. Contacto.
Mi pie golpeó el tórax de él, sacando el aire de sus pulmones. Mientras se doblaba, levanté el
codo con fuerza y con un corte descendiente, lo conecté en su pómulo.
El hombre bramó.
Sonreí abiertamente.
—¿Todavía demasiado lenta?
—No fue un mal movimiento —dijo, frotándose la mejilla. Después de un momento de
asombro, se alzó en toda su estatura—. Veamos lo que tienes para ofrecer —se agachó, girando
sobre sus talones, al mismo tiempo que realizaba un barrido con la bota. Esperando ese
movimiento, salté.
No lo bastante lejos, pese a todo.
El talón de su bota machacó mi pantorrilla. Mis rodillas chocaron, doblándose, y caí de cara.
La fría espuma encontró mi caliente piel y yo perdí mi arrogancia.
Él saltó sobre mí, su pecho fijando mi cara al suelo. Su cálido aliento abanicó mi oreja y
mejilla. Por todas parte su piel tocaba la mía, electrizándome como un cable vivo,
chamuscándome, provocándome incomodidad… pero no de dolor, sino de lujuria. Tenía
problemas para respirar, pero cuando lo hice, inhalé su salvaje olor. Su rudeza.
—¿Qué deberías hacer en esta posición? —dijo Lucius con calma.
Yo debería colocar una palma contra mi mejilla, extender mi otro brazo y darme la vuelta.
Pero los largos y gruesos dedos de él eran sorprendentemente apacibles mientras se deslizaban por

28
mis brazos, y permanecí en el sitio, sin hacer nada. Su toque no era como el de un enemigo, sino
como el de un amante.
Una indeseada oleada de necesidad y deseo creció en mi interior, volviéndose más y más
caliente. Y no ayudaba que él tuviera una erección. Gruesa. Dura. Ardiente.
Sabía que no me deseaba. No realmente. Los hombres simplemente se excitaban con el
contacto físico y, definitivamente, esto era físico.
El saber que habría deseado a cualquier mujer bajo él, falló en disminuir mi propia lujuria
como debería haberlo hecho. Fantasías oscuras y peligrosas saltaron a la vida. Cuerpos desnudos,
gemidos de entrega… mientras lo pensaba, arqueé mi trasero contra él, buscando más de su calor,
ansiando un contacto más profundo.
Y entonces fue cuando una fragante nube de canela y miel nos rodeó. En el momento que lo
olí, mis mejillas ardieron al rojo vivo y luché desesperadamente por liberarme. Si Lucius conocía
algo sobre los Rakas, sabría que sólo emitíamos ese olor cuando estábamos terriblemente
excitados.
—Suéltame —grité. No podría haber erigido una fachada calmada y de frialdad aunque mi
vida hubiera dependido de ello—. Déjame ir ahora mismo.
Extendí el brazo como debería haberlo hecho desde un principio e intenté darme la vuelta.
Lucius me presionó con más peso, manteniéndome inmóvil.
—¿Qué pasa contigo? —Ladró—. Estate quieta, mujer. ¿Y cuándo diablos te has puesto ese
perfume?
No lo sabía.
Inmediatamente me relajé. Una cosa era desearle, y otra completamente distinta era que él lo
supiera. Parecía el tipo de hombre que usaría eso contra mí, burlándose.
—Quítate de encima —dije con más calma.
—¿Qué harás si no lo hago? —preguntó él—. Te tengo inmovilizada, ¿y sabes qué? No hay
una maldita cosa que puedas hacer al respecto. Así que me parece que tienes un pequeño
problema.
—¿Tú crees? —Contesté, casi sin aliento.
Tenía que conseguir que se quitara de encima antes de que hiciera algo estúpido. Como
gimotear… o abrirse de piernas.
—Lo creo —dijo él con seguridad. Hizo una pausa y luego continuó—, ¿he sido demasiado
rudo? —Preguntó bruscamente.
Me obligué a no luchar.
—Sucede que me gusta rudo.

29
—Mentirosa —su voz ahora fue baja y ronca. Cargada de energía sexual—. Creo que te gusta
lento y tierno.
Dios mío, si seguía hablándome así iba a arrancarle los pantalones cortos y a exigirle que me
tomara justo aquí.
—Maldito. ¿No querías enseñarme una lección?
—Tal vez la próxima vez —hizo una pausa—. Cuando un hombre te tiene atrapada así, lo
mejor que puedes hacer es morderle el brazo y usar la distracción para girarte.
Antes de que pudiera seguir el consejo, él saltó sobre sus pies.
Sintiéndome, de forma extraña, privada, rodé sobre mi espalda y lancé una patada,
golpeando sus pies y haciéndole la zancadilla. Lucius cayó y me reí cuando golpeó el suelo.
—¿Y si hago algo así? —Le pregunté.
Su risa se mezcló con la mía, el sonido puro y auténtico. Lucius no se movió para levantarse,
sino que permaneció tumbado.
—Un buen movimiento.
—Gracias.
Cuando nuestro humor murió, ancló uno de sus brazos tras el cuello y frunció el ceño.
—Quiero a ese bastardo de EenLi muerto. No porque sea nuestra misión, sino porque merece
morir.
Eché un vistazo a su perfil; era tan hosco y salvaje como la vista frontal.
—Lo haces sonar como algo personal.
—Cada misión es personal, pero estoy seguro que Michael te contó que EenLi solía trabajar
para nosotros.
—Lo hizo.
—Cuando se marchó, mató a varios agentes. Agentes que eran mis amigos —Lucius dio
media vuelta para afrontarme, el destello en sus ojos salvaje, duro—. Si en algún momento creo
que me retrasas, juro por Dios que te mataré yo mismo.
Mis ojos se estrecharon.
—Sólo voy a decir esto una vez —sostuve un dedo, por si acaso necesitaba una demostración
visual—. Hablaré despacio para que me entiendas. Si tú me retrasas, te enviaré de regreso
llamando a tu mamá como una niña pequeña.
Otro destello de diversión jugó en las esquinas de sus labios.
—Buena con los cuchillos, ¿no?
—Mucho —dije con absoluta confianza.

30
—Está bien. Advertencia recibida.
Rápido como un rayo, rodó sobre mí y sujetó mis hombros a le estera con las rodillas.
Rápidamente levanté mis piernas tras él y envolví mis tobillos alrededor de su cuello. Mis
muslos dolieron cuando lo empujé hacia atrás. Mientras Lucius caía, yo subía. En el momento que
su espalda golpeó el suelo, usé el ímpetu para terminar de subir y le planté el codo en el estómago.
Su aliento salió de sus pulmones.
—Esta es la segunda vez que me das un codazo —jadeó él.
—¿Ha reaparecido EenLi una vez más? —Pregunté, levantándome rápidamente. Sólo por
diversión, me caí y le clavé el codo en los pulmones.
—¡Maldita sea! —Cuando recuperó el aliento, Lucius dijo—, algunas veces más en Nuevo
Dallas. Creemos que asesinó a una mujer humana.
—Este no es su modus operandi habitual. EenLi secuestra, viola, y tortura. Raras veces mata.
No hay ningún beneficio con un muerto.
—Lo sé. Creo que estaba desesperado y cometió un error.
Lucius dio un giro y repartió golpes a diestro y siniestro, golpeando mi antebrazo con su pie.
En mi herida.
Me estremecí, pero me mantuve en equilibrio. ¡Dios, que dolor! Él pretendía que gritara «eso
es trampa», pero no le di esa satisfacción. En cambio salté, dando una vuelta en el aire, con el puño
levantado y preparado. Impacto. Se lo clavé en la sien.
Su cabeza giró a un lado.
—Por lo general le lleva meses reunir a los adecuados candidatos a esclavos, ya que sólo
quiere a aquellos que reúnan las condiciones específicos de sus compradores —dije—. ¿Por qué
ahora tiene tanta prisa?
—Por lo que le contaste a Michael —dijo él, moviéndose a un lado cuando me acerqué de
nuevo, causando que perdiera una oportunidad—. Unos pocos de su último envío murieron de
algún tipo de enfermedad. A los compradores no les habrá gustado. Estoy seguro que pidieron un
cierto número, así que tiene que suministrárselos. Y no te olvides de que mataste al segundo al
mando, por lo que ahora tiene que hacer él mismo el trabajo sucio.
—Tiene sentido.
Ya que el movimiento me había funcionado antes, me agaché y lancé una patada. Mi pierna
conectó con sus tobillos. Cuando cayó, brinqué e hinqué mis rodillas sobre sus hombros, mi
entrepierna cerca de su cara.
Lucius encontró mis ojos y después, intencionadamente, deslizó su penetrante mirada hacia
abajo.
—Bonita vista.

31
Temblé y traté de detener el nuevo destello de excitación que chispeó en mi interior. Con los
cortos y negros mechones sobre la frente, tenía un aspecto de recién-salido-de-la-cama.
—Mira. No soy como las otras mujeres que conoces. Soy más resistente de lo que crees. He
estado en sitios y he hecho cosas que la mayoría de la gente teme.
—Todavía eres una mujer —dijo, como si eso explicara todos los secretos del universo—. Y
eres una Raka, la raza más pacífica que alguna vez caminó discretamente sobre este planeta.
¿Discretamente? Debería romperle la nariz por eso.
—Soy una mujer Rakan que tiene por profesión matar gente. No tengo miedo de ti, y no
tengo miedo de EenLi. Voy a matarlo.
Una emoción ilegible brilló tenuemente en sus ojos, y me pregunté lo que él sentía.
¿Admiración? Era lo que deseaba. ¿Duda? Lo más probable.
—¿Por qué decidiste matar a otros-mundos cuando eres una de ellos? ¿No es cómo matar a tus
propios hermanos?
—Mis motivos son míos y a ti no te incumben.
—He leído tu expediente —dijo él—. No se menciona ningún motivo.
Sorprendida, parpadeé. ¿Michael tenía la desfachatez de borrar el expediente de Lucius para
que yo no supiera nada de él, y sin embargo le daba mi expediente al hombre para que lo leyera
detenidamente en sus momentos libres? La furia me quemó, y chasqueé la lengua.
—Como mis motivos, mi expediente es asunto mío y solo mío.
Lucius permaneció impasible.
—Seré honesto. Eres una contradicción que aún no entiendo. Matando a otros-mundos
proteges a las personas —dijo—, pero esas personas cazan a tu gente por su piel dorada.
—Soy tan terrícola como tú. Nací y me crié aquí. El hecho de que sea Raka… —me encogí de
hombros—. Tú eres humano. ¿Matarías a un humano si tuvieras que hacerlo?
—Por supuesto —contestó Lucius. Sus cejas se arquearon—. ¿Y tú?
—Totalmente —contesté—. A ti, en particular. Algunas personas, no importa su raza o
género, son malas y deben ser destruidas. Ese es el único modo de alcanzar la paz.
Aquellos labios llenos se curvaron sensualmente, y yo tuve el repentino e inoportuno
impulso de inclinarme y mordisqueárselos.
—¿Quieres saber lo que Michael planea que hagamos hoy o qué? —preguntó Lucius.
Asentí con la cabeza y luché contra un sonrojo, porque había olvidado las órdenes de
Michael tan fácilmente.
Estúpida lujuria. No te gusta este hombre. ¿Recuerdas?

32
—Anoche uno de nuestros agentes atrapó a Sahara Rose y la retienen en Nueva Dallas —dijo
él, sin molestarse en intentar quitarme de encima—. Michael quiere que volemos hacía allí, la
interroguemos y le saquemos toda la información que podamos.
Casi brinqué sobre mis pies de entusiasmo y anticipación, pero logré permanecer donde
estaba.
—¿Cuándo nos marchamos?
—En dos horas —sujetó mis muslos con sus manos y apretó. No lo suficiente como para
doler, pero lo bastante para conseguir mi atención—. Quiero interrogarla yo solo, lo que significa
que tienes que quedarte aquí.
No pude evitar reírme.
—Estas de broma, ¿verdad?
—No hay forma de que consigas respuestas de ella. Tu aspecto da tanto miedo como un
caliente tazón de miel.
—La belleza no determina la capacidad —gruñí, perdiendo todo rastro de humor.
Había escuchado palabras similares toda mi vida. Cuando era una mimada y consentida
adolescente, me gustaban aquel tipo de declaraciones. De adulta, y en vista de mi fracaso reciente,
odiaba, ¡odiaba!, escuchar tal cosa.
—Y no hablemos de tu boca —siguió él.
—¿Qué le pasa a mi boca? —Pregunté lentamente.
—Esa es una boca de doscientos-dólares-la-hora, no una boca de cuéntame-todos-tus-
secretos-o-te-mataré.
—¿Sabes qué? —Dije. Oh, esto iba a ser divertido. Obviamente Lucius no tenía ni idea de
cómo debía actuar en un interrogatorio—. Estoy dispuesta a hacer una apuesta contigo. Te daré
diez minutos para que consigas una sola respuesta de Sahara Rose. Una sola.
Había seguido a la mujer durante días. La conocía. Lucius, con su gran constitución y su
exigente lado no-te-daré-una-mierda, la intimidaría hasta el absoluto silencio.
Una traviesa intención brilló en su expresión.
—¿Y cuándo consiga una respuesta de ella?—preguntó, con ambas cejas levantadas.
—Te dejaré tener mi boca gratis.
No vaciló.
—De acuerdo.
—¿No quieres saber lo que conseguiré si fallas?
—No planeo fallar.

33
—Todavía tienes que ofrecerme algo que quiero.
Ahora vaciló.
—¿Qué? —Preguntó con desconfianza.
—Cuando tus diez minutos terminen, quiero que te apartes y cierres el jodido pico. Yo
conseguiré la información que necesitamos. Después, te arrodillarás y elogiaras mi habilidad.
Sus labios se estiraron en una sonrisa llena de anticipación.
—Trato hecho. Pero prepárate, galletita —Lucius se levantó y se acercó tanto que sentí su
cálido aliento sobre mi cara—. Quiero tu boca por todo mi cuerpo.

34
CAPÍTULO 4

Quiero tu boca por todo mi cuerpo.

TRATÉ de no pensar en las palabras de despedida de Lucius mientras disfrutaba de la


suavidad y la decadencia del jet privado de Michael. Un ITS (Transporte de Sistema Iónico) que
funcionaba con vibraciones de sub-partículas, una energía mejor que la gasolina, completado con
cuatro cañones láser y alas retráctiles. Intenté no imaginarme mi boca devorando el duro y
musculoso cuerpo de Lucius, sus gemidos de placer sonando en mis oídos, sus manos agarrando
mi pelo, su sabor embromando mi lengua.
Lamentablemente, pensé en poco más y pasé casi todo el tiempo del vuelo hacia Nueva
Dallas perdida en una neblina sensual. El empalagoso olor a miel todavía me seguía… y no había
una maldita cosa que pudiera hacer al respecto. Al menos Lucius no había mencionado mi
«perfume» de nuevo. Podría morir de pura mortificación si lo hiciera… hasta podía imaginar el
titular de mi necrológica:

Asesina de Alienígenas Sobrevive a Disparos, Láseres, Heridas de Cuchillo, Veneno, y


Explosiones, Sólo para Sucumbir al estúpido Comentario de un Macho Humano.

Suspiré y me acomodé más profundamente en el mullido asiento de cuero. El privado y


lujoso ITS ofrecía, aparte de un suave viaje, un espléndido sofá azul y una mesa dorada. Si no fuera
por la vista panorámica de nubes blancas y cielo azul, podría haberme convencido que estaba en
casa, reflexionando sobre el éxito de mi última misión.
En cambio, aquí estaba. Con un fracaso. Con un compañero. Deseando a un humano.
Los Rakas eran sensuales por naturaleza. Criaturas de paz, placer, y decadencia… cualidades
contra las que había luchado durante años, y que pensaba que había vencido. O más bien matado,
como todas mis víctimas.

35
Suspiré. No había sido mi intención convertirme en una asesina. Pedí entrenarme con
Michael y sus agentes simplemente para pasar más tiempo con mi padre. Impresionarlo. Él
respetaba a sus hombres, y había querido ese mismo respeto para mí. Quería ser más que la
mimada, consentida y perezosa hija… algo que él había incitado.
A menudo me volvía fastidiosa y él jamás se quejó, en realidad había disfrutado
complaciéndome, pero había comenzado a notar la diferencia entre sus hombres y yo.
De mala gana, Michael estuvo de acuerdo en dejarme participar. Durante los
entrenamientos, fui tratada igual de duro que los hombres. Luché, cacé, aprendí las complejidades
de las armas. Después, observé a mis colegas masculinos marcharse y regresar de sus misiones
mientras yo permanecía atrás. Les escuche hablar de las atrocidades que cometieron los objetivos y
sentí su orgullo al proteger a aquellos que eran más débiles que ellos.
Llegar a ser un agente pronto se convirtió en mi auténtico objetivo. Mientras los días
pasaban, era menos por Michael y más por mí. Lo que yo podría hacer para ayudar.
Finalmente, Michael me concedió una oportunidad para demostrar de lo que era capaz...
aquella primera muerte fue más fácil de lo que esperaba. Más fácil de lo que todos esperaban. Yo
era una auténtica Raka, sensual, amante de la paz, pero había acabado con facilidad con una vida.
Entonces fue cuando comprendí que la destrucción del mal era un baile sensual y mi medio para
mantener la paz. Matar estaba en mi naturaleza.
Lucius estiró las largas y musculosas piernas, invadiendo mi espacio personal. Estaba
sentado frente a mí y ninguna parte de nuestros cuerpos se tocaba. De todos modos sentía su calor
y no me gustaba. No me gustaba él, y punto. Trastornaba mi equilibrio interior. Un equilibrio que
necesitaba desesperadamente. Después de todo, me ganaba la vida eliminando a alienígenas y
humanos, violentamente, sin pensarlo o lamentarlo. Una sola distracción podía acabar conmigo.
Sabía eso. De verdad. Pero aquí estaba, consumida por un hombre que me causaba dolor de
un modo que nada tenía que ver con las heridas físicas.
Le eché un rápido vistazo, mis ojos fijándose en sus labios. Aunque rosados y exuberantes de
algún modo, en este momento, parecían duros. Abrasivos. Igual que el resto de él. Pero no creía
que fueran duros besando a una mujer. No, serían tiernos y sedosos. Calientes. Perfectos.
Absolutamente perfectos.
Un hombre con su apariencia, compuesto por filos y garras, músculos y tendones, pertenecía
a la guerra. No sobre una mujer, dándole un placer indecible. Y aún así estaba dispuesta a apostar
que sobresalía en ambas cosas… no es que alguna vez fuera a averiguarlo de primera mano.
Cambiando de lado, me permití observarle. El cambio de su aspecto todavía me sorprendía.
El hombre, de algún modo, se había transformado antes de abandonar Nuevo México. Después de
nuestra inocente pelea en el gimnasio subterráneo de Michael, nos habíamos separado para
ducharnos y cambiarnos de ropa.

36
Lucius había salido con su negro pelo teñido de un rubio casi blanco, con la ceja izquierda
perforada, y la base de su cuello ostentaba el tatuaje de un cráneo. Lucía tan sexy como el infierno.
—¿Quieres decirme en qué piensas? —Me preguntó casualmente.
Mi corazón se aceleró ante el sonido de su voz. ¡Sí, claro. Como si fuera a contárselo!
No me había dicho ni una palabra sobre su cambio, y tampoco había preguntado. Podía
suponer por qué lo había hecho. Obviamente, Lucius había ido a Nueva Dallas antes… bajo una
identidad diferente. Esta identidad. Probablemente ya había trabajo con los hombres con los que
nos encontraríamos, y le conocían con esta apariencia.
Noté que Lucius continuaba mirándome, su azul mirada decidida. Al menos el color de sus
ojos era el mismo. Aquel atractivo y eléctrico azul que jamás debería ser escondido.
—Puedes decírmelo —dijo—. Te lo sacaré tarde o temprano, y te harías un favor a ti misma
si fuera temprano.
—Simplemente me imagino tu fracaso con Sahara Rose —mentí.
Su negra ceja perforada se arqueó, levantando el pendiente de plata.
—Si pensar en mi fracaso pone esa expresión de fóllame-ahora, continua pensando en ello.
Por favor. —La última palabra pareció extraña en su lengua, como si jamás la hubiera dicho antes.
Luché por mantener mi expresión neutra, impidiendo fruncir el ceño. Con sus palabras,
Lucius colocó la imagen de dame-placer justo en el fondo de mis fantasías.
—¿Tienes que ser tan grosero? —Gruñí.
—Matamos gente para vivir, galletita, ¿y a ti te molesta mi lenguaje?
Los dos podríamos ser asesinos, pero éramos diferentes en muchos otros niveles. Yo
trabajaba para la paz, para el bienestar de las personas. Él trabajaba por dinero. Mi lealtad jamás
flaqueó. La suya, probablemente, cambiaba con el viento.
—Oh, espera —añadió él—. Tú eres una princesa, una mimada niña rica. Y no trates de
negarlo. He oído historias de tus años adolescentes. Llorabas y ponías mala cara cuando no
conseguías lo que querías. «He pedido un vestido azul, papá, no verde» —imitó con un tono
agudo—. ¡Buaaaah! —Hizo rodar los ojos—. Por supuesto que te molesta mi lenguaje. Las chicas
como tú nunca están contentas, sin importar las circunstancias.
Mis ojos se estrecharon. Ya no era esa chica. No lo era desde hacía mucho, mucho tiempo.
Cuando empecé mi entrenamiento, incluso dejé de llamar «papá» a Michael. Lo llamaba como lo
hacían todos los demás agentes.
—Es una lástima que no haya una recompensa por tu cabeza —refunfuñé—. Serías un
objetivo que estaría encantada de eliminar.
—¿Quién dice que no hay precio por mi cabeza?
Mis cejas se arquearon.

37
—¿La hay?
Lucius se encogió de hombros.
—Tú eres la rastreadora experta. Dímelo tú.
Nuestras miradas chocaron y se sostuvieron. Alguna fuerza invisible se negó a liberarme de
su agarre mientras le estudiaba. Sus rasgos eran tan duros e ilegibles como siempre. Nada en la
expresión o en el lenguaje corporal traicionaba sus pensamientos.
—Bueno. Quizás haya más de uno —dije—. No eres la clase de hombre que sabe jugar
limpio. Lo más probable es que tengas enemigos en todas las ciudades, en todos los países y en
todos los horribles lugares en los que hayas entrado.
En el momento que dije la palabra «jugar», sus ojos cayeron sobre mis labios. La palabra
realmente quedó suspendida entre nosotros como si tuviera vida propia, como si respirara. ¿Se
imaginaba cuerpos desnudos, sudorosos? ¿Adictivos besos y placer?
Lo miré airadamente, ordenándole silenciosamente apartar la mirada. No lo hizo. De hecho,
su penetrante mirada se enfocó más atentamente en mi boca. Tal intenso escrutinio me acobardó,
pero estaba acostumbrada a controlar mis reacciones. Mi cuerpo obedecería la voluntad de mi
mente, no de mi lujuria. Quise retorcerme y darme la vuelta, pero me prohibí incluso moverme un
centímetro. Por mi trabajo, a menudo me sentaba en un lugar durante horas, observando a mi
presa, sin delatar mi posición ni por un solo aliento.
Decidí retarlo devolviéndole su propia pregunta contra él.
—¿En qué piensas tú?
Arqueó la ceja perforada otra vez.
—¿Quieres una respuesta honesta o la misma mierda que me diste cuándo pregunté?
No me dio tiempo para contestar, si no que continuó.
—Te contestaré honestamente —se inclinó hacia adelante, la boca curvándose hacia arriba,
los ojos oscureciéndosele—. Pienso en como de calientes, húmedos e impacientes serán tus labios
cuando gane nuestra apuesta.
—Ni siquiera te gusto.
—No me gustas pero te deseo.
Típico de los hombres. Gracias a Dios el equipo de aterrizaje gimió mientras se desplegaba,
salvándome de borrar esa sonrisa satisfecha de su cara con la cuchilla de tres filos que tenía atada
en mi tobillo. No importaba que él tampoco me gustara y yo misma le deseara.
El auto-dirigido ITS se deslizó suavemente en su programada posición, una privada pista de
aterrizaje en Nueva Dallas. Lucius y yo salimos fuera. Un paso detrás de él, me encontré
observando la forma en que su culo se movía. Precioso. ¡Condenación!

38
El sol brillaba justo en lo alto, causando que el calor del mediodía se abrigara a mi alrededor.
Mi dorada piel se quemaba fácilmente, más fácilmente que la de un humano. Cuando era posible,
llevaba camisetas de manga larga (con accesibles rajas para manejar mis armas) y ceñidos
pantalones negros (también con accesibles rajas). Deslicé mis oscuras gafas de sol en su lugar.
Como pertenecía a una raza cazada, también escondí mi dorado pelo bajo una gorra negra.
Se me formó un fino brillo de sudor y una brisa cargada de suciedad se levantó. Me apresuré
a entrar como una bala en el asiento trasero de un Hummer negro a prueba de láseres. Dos de los
empleados de Michael esperaban delante. Ambos eran humanos, de unos treinta y pico años y en
plena forma física. Los reconocí y los saludé con la cabeza. Ren, el musculoso bruto del asiento de
pasajeros, me había pedido salir en numerosas ocasiones. Siempre le rechacé y sus coqueteos me
irritaban.
—Gracias por el paseo —dije.
—No hay problema, nena —contestó Ren, dándome una sonrisa de bienvenida—. Por ti, lo
que sea.
Mientras hablaba me guiñó el ojo.
Él hasta recorrió mi cuerpo con la mirada, y no dudaba de que mentalmente forzara a
separarse a mis piernas.
Cualquier réplica de mi parte sólo le animaría. Lo sabía por experiencia, así que mantuve la
boca cerrada.
El relajado ambiente cambió cuando Lucius entró en el vehículo y dobló su gran complexión
a mi lado. Ren evitó mirarlo directamente, pero sus labios se fruncieron con desdén. El conductor,
Marko, giró y nos miró. Su olivácea tez y oscuros ojos estaban enrojecidos con… ¿furia?
—Supongo que vosotros ya os habéis encontrado antes —murmuré.
—Me rompió la jodida nariz —gruñó Marko.
Lucius permaneció impasible.
—Y te la romperé de nuevo si no giras tu culo y nos llevas a donde tengamos que ir.
Hubo una sofocante pausa, un segundo suspendido en que la tensión se intensificó y en la
que estuve cien por cien segura que los tres hombres iban a matarse el uno al otro. Espera. Déjame
decirlo de otra forma. Estaba al cien por cien segura que Lucius mataría a Ren y Marko. Dudaba
que alguien o algo pudiera hacer daño a Lucius Adaire.
¿Y no era esa una graciosa revelación? Cuando conocí por primera vez al hombre, le había
acusado de ser toda fuerza física sin nada de inteligencia, demasiado guapo para luchar realmente.
Me había demostrado ser muy capaz durante nuestra sesión de entrenamiento. Le concedería eso.
Ajusté las gafas de sol sobre mi nariz. Obviamente, Lucius había servido un tiempo en el
ejército. En las Fuerzas Especiales, quizás en operaciones encubiertas. Tal vez hasta había trabajado

39
para el A.I.R en cierta época. Se movía silenciosa y fluidamente, con la evidente calma de un
depredador. No retrocedía ante la idea de la violencia; la abrazaba.
Aún así, todavía no le quería como compañero. ¿Cómo podría probarme a mí misma?
¿Cómo podría demostrar mi valor y habilidad con este duro hombre a mi lado? A pesar de las
amenazas de matarme si me interponía en su camino, Lucius simplemente se pondría delante de
mí cuando los disparos estallaran. Los agentes eran protectores por naturaleza, y Lucius no sería
capaz de detenerse.
—No me pagan por horas, señoras, así que terminemos este trabajo —añadió Lucius.
Observé como el rubor de Marko se volvía escarlata y sus ojos se estrechaban en oscuras
rendijas. Lentamente se dio la vuelta. Su espalda y hombros estaban rígidos, y un aura de furia
irradiaba de él. Ren tardó más en darse la vuelta. Miraba de Lucius a mí y de mí a Lucius. Jamás
me había visto con otro agente antes e indudablemente se preguntaba que hacía con éste. No le
ofrecí ninguna explicación y giré mi atención hacia la ventana.
Los árboles estaban secos y amarillentos por la falta de agua. Plantas rodadoras se
desplegaban por el cercado recinto de la pista de aterrizaje y despegue y, varios hombres se
precipitaban a quitarlas. Segundos más tarde nuestras coordenadas fueron programadas en el
coche y nos precipitamos por un serpenteante sendero.
Nadie habló. En el silencio, mi conciencia por Lucius se volvió eléctrica, una chispa que
rogaba por irrumpir en llamas. La dura longitud de su muslo presionaba contra la firmeza del mío.
Donde nuestra ropa se encontraba, mis terminaciones nerviosas chisporroteaban. Olía tan bien.
Demasiado bien. A jabón y hombre con un toque a los aromáticos cigarrillos de Michael.
Para preservar mi salud mental, obligué a mi mente a apartarse de ese peligroso terreno y a
concentrarse en la inminente confrontación con Sahara Rose. Una apacible y frágil criatura, y esa
fragilidad la convertía en el eslabón débil en la cadena de EenLi. Siempre me pregunté por qué el
esclavista usaba a la chica. ¿Estupidez? ¿O deseo? Esto último era la respuesta más probable. El
deseo podía lograr que hasta la persona más sensata hiciera cosas estúpidas. ¿No era yo una
prueba?
Pronto el Hummer se paró frente a una vieja y dilapidada granja al borde del
derrumbamiento. Las apariencias a menudo engañaban, y sabía que esta era una de aquellas veces.
Dentro, aquellas astilladas paredes eran sólidas e impenetrables. Cables y minas de tierra llenaban
la propiedad circundante. Ordenadores y otros equipos protegían «la casa» de invasores… así
como vigilaban los prisioneros de dentro.
—Diez minutos —recordé a Lucius mientras saltaba fuera.
No quería que nadie me abriera la puerta y me tendiera la mano. Feminidad y delicadeza
eran dos cosas que no quería proyectar ahora mismo. Cerré la puerta con más fuerza de la
necesaria.
—Miraré el reloj.

40
El calor me golpeó al instante, envolviéndome de nuevo como una gruesa manta. Los
brillantes rayos de sol freían todo a su paso. La estéril tierra. Las ramas y las rocas. Lucius se puso
rápidamente a mi lado, las largas y musculosas piernas acortando pronto la distancia. Irradiaba un
calor propio, pero éste dejaba en mi interior un sentimiento diferente al del sol.
—No te sorprendas —dijo con brío—, cuando gane después de sólo cinco.
Sonreí en secreto. Tan arrogante y aún así tan condenado al fracaso. No me había divertido
tanto en años. O quizás nunca. Pero no mostré ninguna reacción externa a las palabras. En vez de
eso, giré y caminé hacia delante. Él se quedó a mi lado.
No había nadie esperándonos en la puerta. En cambio, los guardias y agentes abundaban
dentro, unos cuantos observando nuestros movimientos mientras pasábamos el aparentemente
raquítico umbral. Ya que jamás habríamos cruzado el pórtico sin autorización, no tuvimos que
soportar exploraciones de retina o identificaciones de huellas dactilares. Además, nos esperaban. Y
ya que Michael Black controlaba este pequeño edificio así como a todos y cada uno en el interior -y
él no estaba aquí- supongo que, por ahora, eso me convertía en el jefe.
Mis hombros se enderezaron ante el pensamiento.
La puerta principal se cerró automáticamente. Mis manos permanecieron cerca de los
cuchillos atados a mis muslos. Un hábito, en realidad. Inmediatamente examiné mi nuevo entorno.
Once hombres ocupaban el primer cuarto. Dos estaban sentados de espaldas en el terminal de
ordenadores; tres estaban colocados en el único sofá, limpiando y probando sus armas. El resto,
descansaba y se tomaba un café.
Un frío aire me dio la bienvenida con los brazos abiertos. Aliviada, tiré de mi gorra y mi pelo
cayó suelto bajo mi espalda. Odiaba llevar sombreros porque conservaban el calor, pero tampoco
me gustaba el pelo en la cara. Los dorados mechones restringían mi visión… y un buen asesino
tenía que verlo todo a su alrededor. Debería habérmelo cortado hacía mucho, pero me recordaba a
mi madre -el único recuerdo que tenía, en realidad- y jamás lo hice. Alcé los hombros y lo recogí en
una cola de caballo.
—Llevad a Lucius hasta la prisionera —dije a nadie en particular.
Un bajo y fornido humano dio inmediatamente un paso hacia mi compañero-gruñón.
—Por aquí —dijo, sin encontrar lo ojos de Lucius.
Lucius empezó a seguirlo, pero lo detuve con una mano sobre su antebrazo. Él hizo una
pausa, echándome un inexpresivo vistazo.
—Deja tus armas conmigo —dije calmadamente.
Él se rió. Realmente se rió, un retumbante sonido que llenó el cuarto. Pero cuando habló, su
voz fue tan calmada como lo había sido la mía.
—De ninguna manera.

41
—¿No oíste lo que le pasó al agente del A.I.R Dallas Gutiérrez cuando otro agente le quitó su
arma en un interrogatorio?
Su sonrisa permaneció, ablandando los ásperos planos de sus rasgos.
—Puedo apañármelas. Además, no te haré el favor de provocar mi muerte antes de que haya
reclamado mi premio.
Con esto, se liberó de mi agarre y se alejó a zancadas. Al menos no me había llamado
«galletita» delante de los hombres.
Giré hacia Ren, quien nos había seguido dentro.
—¿Dónde puedo observar?
Un músculo palpitó en su mandíbula, pero contestó amablemente.
—Te lo mostraré.
Me introdujo en un vestíbulo bien iluminado, estrecho y que se inclinaba hacia abajo, bajo
tierra.
A cada paso, la temperatura se volvía más húmeda y fría. Las paredes eran simples y un
poco sucias pero no había cámaras visibles o sensores. Pero ambos estaban ahí, lo sabía,
observando nuestros movimientos. Conocía como trabajaba Michael, y el hombre no dejaba nada
al azar. Incluso aunque las cámaras de seguridad fueran ilegales sin una apropiada licencia -que
Michael no tenía porque no quería que nadie conociera sus negocios- sabía que aquí había.
—¿Qué pasa entre tú y Adaire? —preguntó Ren, rompiendo el silencio.
No le eché ni un vistazo.
—¿Por qué lo preguntas?
—Lucius Adaire es un asesino.
Tuve que reírme ante eso.
—Y yo. Y tú también, en realidad.
—No. Quiero decir que es un asesino depravado. Mata lo que sea. Mujeres. Niños. Si fuera
tú, vigilaría mi espalda
No me permití reaccionar ante sus palabras.
—Bien, no eres yo —todavía llevaba las gafas de sol, así que las levanté y le miré con ojos
acerados —Además, siempre vigilo mi espalda, incluso mientras estoy contigo.
El vestíbulo terminó finalmente y nos quedamos de pie frente a lo que parecía una pared
normal. Ren puso la mano contra una sección de la esquina y dos paneles se abrieron. Una aguja,
manejada por un ordenador, pinchó su índice y tomó una pequeña muestra de sangre.

42
Cuando el ordenador reconoció su ADN, la pared (que consistía en dos placas plateadas) se
abrió por el medio, admitiéndonos. No sabía si Ren me había dicho la verdad respecto a Lucius.
Los dos hombres no eran muy amigos, por lo que había una gran posibilidad que Ren hubiera
adornado la historia. Sin embargo, no me gustaba pensar en Lucius como un asesino de
inocentes… inocentes que yo misma me esforzaba tanto en proteger.
—Venga vamos —se quejó Ren, descontento por la falta de reacción que tuvo de mí.
Me condujo a un pequeño cuarto donde una pared entera alardeaba de una pantalla
holográfica, que emitía lo que pasaba en el otro cuarto. Observé una pequeña, simple y azul
habitación con dos sillas de madera. Me senté sobre la única silla de la sala de observación, un
taburete acolchado, obligando a Ren a permanecer de pie a mi lado.
Miré como Lucius cruzaba los brazos sobre su pecho y fulminaba con la mirada a una pálida
y temblorosa Sahara Rose… quien no hablaba. Ella gimoteaba, pero eso no contaba. Sus ojos azules
estaban acuosos y agrandados y ella continuó tirándose de su claro pelo.
Sonriendo abiertamente, eché un vistazo al reloj.
Diez minutos, y luego entraba.

43
CAPÍTULO 5

CINCO minutos menos. Cinco minutos para entrar.


Casi lamentaba que los diez minutos terminara. Simplemente, Lucius era demasiado
entretenido. Cuando gritarle a Sahara Rose no dio resultado, intentó engatusarla. Cuando la
intimidación por medio del silencio falló, cambió al modo soy-un-hombre-amable-y-puedes-
contarme-cualquier-cosa. Siempre que se acercaba a ella, el temblor y los sollozos aumentaban,
pero no dijo ni una palabra.
Cuando finalmente comenzó a chillar histéricamente, Lucius le dio la espalda. Alzó una
mano como si quisiera rascarse la cabeza y me enseñó el dedo medio.
Me reí. La desesperación se adhería a él, la oscuridad aumentaba en sus rasgos y sus
hombros se volvían más rígidos. Lo mejor, tenía que admitir, era que sus payasadas mantenían
alejado de mi mente a EenLi y mi propio fracaso.
Pasaron otros tres minutos sin resultados.
Lucius trató de ocultarlo, pero le pillé echando varios vistazos nerviosos al reloj de pulsera.
Tuve que tragarme otra ronda de carcajadas. Jamás había disfrutado tanto con el malestar de otro.
Pero, ¡por favor! Observar a este tenso hombre sin saber en absoluto que más hacer o decir fue
como comerme un tazón entero de melocotones cubiertos de azúcar… mi debilidad más grande.
Eché una ojeada al reloj digital al lado de la pantalla. Sólo faltaba un minuto. Lucius
comenzó a pasearse desesperadamente, realmente rogándole a Sahara Rose que pronunciara una
sola palabra. El pendiente en la ceja destelló a la luz.
—Por favor —dijo, la palabra inflexible en sus labios—. Por favor, solo dime tu nombre.
¡Maldita sea! Cualquier cosa. Te pagaré. La cantidad que quieras.
Ella siguió temblando en su esquina con lágrimas en los ojos y los labios sellados. Al menos
había dejado de chillar…
—Te lo ruego. Dime tu nombre. Es todo lo que tienes que hacer. Luego me marcharé. Jamás
tendrás que verme de nuevo.

44
Cinco… cuatro… tres… dos…
Uno.
Resistí el impulso de levantarme de un salto y gritar. Lucius estalló en una sarta de oscuras y
sucias maldiciones y Sahara Rose casi fue presa del pánico. En verdad, se desmayó y su pelo voló
en abanico alrededor suyo.
—Va a matarla —jadeó Ren. De pronto sacó su unidad móvil y acercó la negra y pequeña
caja a los labios—. Necesitamos refuerzos…
Agarré la unidad y la tiré al suelo, el sonido del plástico al romperse llegando a mis oídos.
La boca de Ren se abrió y parpadeó hacia mí con sorpresa.
—¿Por qué hiciste eso? Tengo que proteger al sospechoso. Ella esta…
—Bien —dije con seguridad—. Está bien. Lucius no le hará daño.
—¡Y un cuerno que no se lo hará! —Ren caminó hacia delante y hacia atrás, su agitación
manifestándose de modo enérgico mientras se movía. Se pasó una mano por el pelo—. Está
rabioso. No será capaz de controlarse.
—Por Dios, cálmate, Ren. No entiendes nada. Su rabia va dirigida a mí. No hacia Sahara
Rose.
—¿Hacia ti? —Se detuvo por completo. Un destello de confusión brillaba en sus ojos, como si
yo hubiera hablado en una lengua extranjera, y tuviera que traducir las palabras—. No entiendo.
—Tampoco lo necesitas.
Entrecerrando los ojos, Ren intentó desenfundar el arma pero rápidamente le atrapé la
muñeca.
—Lucius tampoco me hará daño a mí —dije.
—¿Cómo diablos lo sabes?
Sonreí dulcemente.
—Intuición femenina.
Lucius despotricó en la celda de Sahara Rose mostrando una expresión de completa
violencia en el rostro. Los ojos brillaban con un fuego azul, las mejillas estaban al rojo vivo. Los
músculos tensos y preparados para saltar a la acción. Yo me reí. Ren palideció y me miró como si
estuviera loca. Y quizás lo estaba. ¿Quién más se reiría de la cara furiosa de un hombre como ese?
Aunque Lucius se lo merecía. Había estado tan confiado del éxito. Y había perdido. Tenía la
oportunidad de avergonzarle, de vencerle. Me reí otra vez. ¡Qué divertido iba a ser!
No estoy segura de cuantos segundos pasaron antes de que Lucius irrumpiera en el cuarto
de observación.

45
A mi lado, Ren se congeló en el lugar. Los ojos de Lucius se cerraron sobre los míos. Apartó
las piernas y apretó las manos en puños a sus costados.
Ni siquiera intenté ocultar mi diversión.
—Perdiste —dije.
Sus ojos se estrecharon.
—Eso no significa que tú ganes.
—Pero significa que tú perdiste.
Lucius apretó la mandíbula, pero no respondió.
—Voy a disfrutar de esto —dije—. Y mucho.
Desabotoné los tres primeros botones de mi camisa, causando que el material se abriera y
revelara el borde de mi sujetador de encaje. Ambos hombres me miraron, Ren con fascinación (no
tardó mucho en olvidar su miedo, ¿eh?) y Lucius con fuego. ¿Fuego bienintencionado, o fuego
oscuro, enfadado? me pregunté, mientras me quitaba la cola de caballo y me peinaba el pelo con
los dedos. Me lamí los labios.
—Volveré en cinco minutos —dije.
Los ojos de Lucius se entrecerraron más, hasta que meras rendijas ocultaron completamente
el color de su iris.
—¿Estás segura?
—Oh, sí. Si me perdonas Ren, Agente Luscious1 —dije, cabeceando hacia Lucius antes de
pasar frente a él y salir del cuarto.
Upsss. ¿Había olvidado mencionar que a Sahara Rose no le gustaban los hombres? Ella
podría ser la amante de EenLi, pero encontraba a los hombres sexualmente repulsivos. A la
pequeña señorita Sahara Rose le gustaban los falos de plástico y a pilas. Cuanto más delicada y
atractiva fuera una mujer, más susceptible se volvía.
¿Me sentía culpable o avergonzada, o incluso que era impropio de un agente el usar mi
feminidad como un arma? ¡Diablos, no!
Mira todo lo que Lucius había intentado. Cómo había fallado radicalmente. Un buen agente
usaba cualquier medio a su disposición para ganar. Podían mofarse de mis métodos si así lo
deseaban, pero, voy a ser honesta. Ellos harían lo mismo si pudieran. Los hombres jamás vacilaban
en usar la fuerza, por lo tanto ¿por qué no deberían hacerlo las mujeres?
Dos guardias armados vigilaban la puerta de Sahara Roses que colindaba con el cuarto en el
que había estado. Sus ojos parecieron devorarme. Sabía que no era por mi condición de mujer que

1
En español: Seductor o Delicioso (N.de T.)

46
ellos estaban tan encantados. Hacía mucho tiempo que había aprendido que la gente era muy
susceptible a todo lo dorado.
Arqueé una ceja insolentemente, y uno de los hombres rápidamente tecleó un código y abrió
la puerta. Entré dentro sin una palabra. Había dos sillas, sin ninguna cama o mesa. Una gran y
negra pantalla componía la pared más alejada; eso era todo. Este no era un cuarto pensado para la
comodidad, sino para la intimidación. Michael esperaba que cuanto más incómodo fuera el cuarto,
menos tiempo querría pasar el sospechoso dentro de él.
Me agaché al lado de la inconsciente Sahara Rose, creciendo mi enfado por Lucius. Él ni
siquiera había intentado cogerla. Suspiré. Su cuerpo estaba extendido en el suelo en la posición
exacta en la que se había desmayado. Había caído hacia atrás, pero al menos no se había abierto la
cabeza.
Era una chica joven con la piel pálida y un bonito pelo de color claro. Hermosa, sí, pero su
belleza ya se marchitaba y mostraba los signos de la edad. El estrés podía hacerles eso a las
personas antes de tiempo.
Acunando su cabeza en una mano, aparté con suavidad los mechones que caían sobre las
sienes.
—Sahara Rose —dije suavemente—. Despierta, querida.
Ella gimió y murmuró algo ininteligible.
—Venga vamos, amor. Despierta.
Sus párpados revolotearon hasta abrirse. Cuando recordó donde estaba, un pánico absoluto
inundó sus ojos azules. Luchó contra mi agarre, pero la sostuve con firmeza, sosteniéndola en el
lugar. Podía parecer frágil por mi color dorado y mis delicados huesos, pero mi intenso
entrenamiento me mantenía fuerte.
—No voy a hacerte daño —susurré contra el oído de ella, dejando que mi aliento acariciara
su mejilla.
En el momento que hablé, se quedó completamente quieta. Su desesperada mirada me
buscó, y sea lo que sea que vio en mi cara le hizo relajarse.
—Aquel hombre. Es… —tragó aire y tembló.
—Se ha ido —dije, acariciando su mandíbula—. Después de la forma en que te asustó, lo
envié a limpiar retretes. Es para lo que todos los hombres sirven, de todos modos.
—Gracias —dijo Sahara Rose, hundiéndose más profundamente en mi agarre, adhiriéndose
a mí porque yo era la única cuerda salvavidas que había encontrado.
—De nada, amor. ¿Puedes sentarte?
Se mordió el labio, asintió con la cabeza y se sentó lentamente. Llevaba una sencilla camiseta
blanca a juego con unos pantalones de cordón. Ambas, cortesía de Michael. Como los agentes eran

47
criaturas nocturnas que por lo general vestían de negro, siempre manteníamos a nuestros
prisioneros de blanco.
—Quiero irme a casa —dijo Sahara Rose con voz temblorosa.
—Pronto, amor —prometí, sabiendo que era mentira.
Esta mujer, no importaba sus motivos ni su dulzor, había ayudado a un extraterrestre
depredador y sería castigada de algún modo. Era la ley. Experimenté una punzada de culpa y
pesar, pero las dejé de lado.
—Primero tengo algunas preguntas que hacerte.
Me levanté y curvé mi brazo alrededor de su cintura, ayudándola a hacer lo mismo. Me
aseguré de que mis pechos tocaran su costado. Por si acaso eso no le hacía notarme como mujer,
dejé que mis dedos resbalaran bajo la camiseta y se pegaran al desnudo estómago de ella. Cuando
Sahara sintió el calor de mi palma, inspiró profundamente. Ya que mi deseo por Lucius aún tenía
que disiparse, le llegó mi olor a miel.
—A la silla —le dije.
Ella se dejó caer sobre mí más de lo necesario, y le ayudé con facilidad a llegar al asiento.
—¿Cómoda?
Mirándome fijamente a través de sus pestañas, ella asintió.
—Sí. Gracias.
Rocé su mejilla con mis nudillos y me arrodillé frente a ella, apartando gentilmente las
rodillas y metiendo mi cuerpo entre sus muslos. Sus ojos se agrandaron y se mojó los labios.
—Realmente necesito tu ayuda, amor —dije—. Tu vida depende de ello.
—No puedo contarte lo que quieres saber —me dijo, suplicándome con los ojos que lo
entendiera.
—Puedes —insistí. Mis dedos remontaron la cinturilla de sus pantalones, provocando que
apretara el estómago—. Tú quieres ayudarme, sabes que quieres.
—No, no puedo —dijo ella, pero podía ver la lucha rabiar en su cabeza.
Probablemente EenLi había amenazado su vida o la vida de su familia si alguna vez se
atrevía a contar sus actividades. Por eso no quería meterse en más problemas.
—Por favor —dije, todo anhelo femenino.
Sahara tragó aire.
—¿Qué quieres saber? —preguntó vacilantemente.
Compuse una expresión de renuencia en mi cara, como si no quisiera implicarla, pero no
tuviera más remedio.

48
—Tengo que saber de EenLi y su negocio de… ganado.
Sus labios se comprimieron de miedo y ella sacudió la cabeza.
—No puedo. No sé nada.
Extendí mis dedos sobre sus muslos y los dirigí hacia arriba hasta que le agarré de las
caderas. Su boca cayó abierta por la sorpresa, pero no se apartó. Mis parpados bajaron hasta media
asta, provocando sombras sobre mis pómulos. Sabía que ella vislumbraba mi sostén porque
cuando le eché un vistazo, apartó la mirada con aire de culpabilidad y sus mejillas ardieron con un
atractivo color rosado.
Bien. Tenía su atención y respondía a mi feminidad.
—Sahara Rose —dije, pronunciando su nombre como si fuera mi plato favorito.
Ella tragó aire de nuevo.
—¿Sí?
—Por favor, ayúdame —devolví mis manos a su cintura, jugueteando con los cordones de
sus pantalones—. A cambio, te ayudaré todo lo que pueda. Jamás tendrás que ver a EenLi otra vez
(y era cierto, ya que planeaba matar al bastardo). Vamos a empezar con algo pequeño. ¿Por qué no
me cuentas cómo empezaste a ayudar a EenLi en primer lugar? ¿Eso es bastante sencillo, verdad?
Ella se mordió el labio y asintió vacilante.
—Yo vivía en las calles. Él me encontró, me recogió y me hizo su amante. Me dio dinero,
comida y un lugar donde quedarme y me dijo que…
La mataría si lo traicionaba o lo abandonaba, terminé por ella.
—Confiaba en ti lo suficiente como para que le ayudaras con su ganado.
Aquella guerra en su interior continuó batallando varios minutos más. ¿Debía o no debía
hablar? ¿Debía arriesgarse a hacer enfadar a EenLi, o arriesgarse y creer en mi ayuda? Finalmente,
suspiró, y sus hombros se hundieron.
Supe entonces que la victoria era mía, y luché por contener una sonrisa.
—Si no le ayudaba, yo me habría convertido en ganado —las lágrimas inundaron los ojos de
Sahara y rebasaron sus párpados—. Me habría vendido, y habría sido llevada a otro planeta.
Ahora llegábamos a algún sitio.
—Háblame de quienes están sacándoles del planeta.
—La gente le hace pedidos —contestó, cogiendo mis manos y uniendo nuestros dedos.
Estaba temblando y buscaba consuelo—. Como un menú de restaurante. Pelo rojo, ojos negros,
etcétera.
—¿Quién compra a los esclavos?

49
—Humanos. Otro-mundos. Los orígenes no importan. Algunos compradores ni siquiera viven
en la Tierra.
—¿Entonces cómo le hacen los pedidos a EenLi?
Se encogió de hombros.
—Supongo que vienen a través de portales.
Los músculos de mi espalda se tensaron de anticipación ante sus siguientes palabras.
—¿Sabes donde están esos portales?
—No.
Una oleada de decepción me golpeó. Alcé la mano y le eché a un lado el pelo. Sus ojos se
cerraron y se inclino ante mi toque.
—Nunca me lo dijo —añadió—. Mi único trabajo era cuidar de los enfermos.
—Si un humano quisiera hacer un pedido, ¿cómo lo haría?
Ella presionó sus labios durante un momento.
—Hay un hombre, Jonathan Parker. Heredero de una vieja fortuna. En petróleo, creo.
Celebra fiestas en su casa y la gente le pide lo que quieren. Luego se lo cuenta a EenLi.
Sabía que en el momento que Sahara dijo el nombre, todos los agentes que escuchaban
empezaron a buscar en nuestra base de datos a Jonathan Parker. Tendríamos todo su historial en
unos minutos.
—¿Sabes qué tipo de personas busca ahora EenLi?
Sahara sacudió la cabeza.
—Nunca me da esos detalles.
—¿Y en cuanto a las fechas? ¿Cuándo está previsto un envío?
—No lo sé —se mordió el labio inferior y me cogió la mano—. ¿Puedo irme a casa ahora? —
Una nota de súplica tiñó su voz—. Nunca le hice daño a nadie, lo juro. Cuidaba de ellos.
—Sé que lo hiciste. Pero tienes que quedarte aquí un poco más, por si tenemos más
preguntas. Además, aquí estarás a salvo de EenLi —añadí, apretando su mano—, justo como
prometí.
Pero más que eso, si alguna vez decidíamos usarla como cebo, estaría fácilmente disponible.
Insensible, lo sé, pero la vida de los inocentes eran más importantes que la de ésta mujer. A
veces había que hacer cosas desagradables para conseguir la paz.
—Miraré que te den algo de comer y te trasladen a un cuarto más cómodo. ¿De acuerdo?
—Sí —dijo de mala gana—. Vale.

50
—Realmente hiciste lo correcto, Sahara. Estoy orgullosa de ti.
Ahuecando la mandíbula de ella, me alcé poco a poco y rocé sus labios con los míos. Ella
inmediatamente abrió la boca para profundizar el beso, pero lo mantuve dulce, apacible, aspirando
su olor y ella el mío. Sintiendo su suavidad y ella la mía. Era una chica triste, con una vida triste,
pero no era mala.
—Me dirás si recuerdas algo más, ¿verdad?
—Sí —susurró.
Me levanté y me alejé un paso, mis dedos deslizándose por su mandíbula mientras lo hacía.
Echándole una última y prolongada mirada, me dirigí a la puerta.
—Espera —me llamó, poniéndose de pie rápidamente, con lo que la silla patinó tras ella.
No me di la vuelta totalmente, le eché un vistazo sobre el hombro.
—¿Sí?
—¿Cómo te llamas? —Preguntó.
—Eden Black —hice una pausa—. Asesina de Extraterrestres. No te preocupes. Yo me
encargaré de EenLi.
Su «gracias» se repitió en mis oídos mientras las puerta se cerraba tras de mí.

51
CAPÍTULO 6

BORRANDO de mi expresión toda emoción, entré en el cuarto de observación. Lucius


estaba sentado, solo. Ren probablemente se había largado en el momento en que yo había
terminado el interrogatorio. Eso o Lucius le había echado a patadas, no queriendo tener audiencia
para lo que estaba a punto de pasar.
Permanecí en la entrada, absorbiendo la escena y permitiendo que mi anticipación se
desplegara. Lucius ocupaba la única silla, sus ojos fijos en los míos, las piernas extendidas frente a
él, los brazos cerrados tras la nuca. Nunca un hombre pareció más relajado y a gusto. Apretó un
botón del control remoto que sostenía, y la pantalla holográfica quedó en blanco, apagando la
imagen de Sahara.
—Cierra la puerta —dijo él con su ronca y dura voz. Pillé un atisbo de furia en su tono.
No tan relajado, después de todo.
Un estremecimiento recorrió mi columna vertebral cuando continué mirando fijamente al
hombre, a mi indeseado compañero.
Quería escucharle decir «Por favor.» Pero sabía que tenía más posibilidades de que la cabeza
de EenLi cayera del cielo como un maná, a que ocurriera eso.
Di un paso dentro, provocando que las dos puertas batientes se deslizaran y cerraran
automáticamente. Lucius lanzó el control remoto al suelo. A cada segundo que pasaba, algo…
asesino crecía en sus ojos, un destello que desdecía la postura ocasional pero que encajaba
perfectamente con su tono.
Fingiendo sentirme yo misma despreocupada, apoyé un hombro contra la pared.
—Ya estamos solos, Sparkie. ¿Quieres decime algo? ¿Alguna cosa que tengas que hacer?
Sus ojos se entrecerraron, bloqueando cualquier atisbo de color de aquellos láseres azules
claros. Permaneció muy quieto.
—Tsk, tsk. Sabes que esa no es la posición requerida —no mostré ninguna piedad.

52
De todos modos siguió sentado.
—Perdiste.
—Lo sé.
—De rodillas.
—¿Por qué no haces esto interesante —gruñó—, y sales de tus pantalones?
Sus palabras proyectaron una imagen de él arrodillándose entre mis piernas desnudas y
reprimí un estremecimiento antes de que empezara a formarse. Mis cejas se alzaron.
—¿Faltarás a tu palabra?
Muy despacio, Lucius se levantó, alzando poco a poco su cuerpo más y más alto. Dediqué
toda mi atención a mis uñas y escuché sus dientes rechinar, incluso creí escuchar la mandíbula
romperse. Le lance un despreocupado vistazo y me tapé la boca para sofocar un falso bostezo.
Aquel cruel destello se había retirado de sus ojos y ahora consumía toda su expresión.
Su negra ropa crujió mientras se ponía de rodillas.
Estudié mis uñas de nuevo, esperando, mi respiración suspendida, mi falsa postura
ocasional, la única cosa que impedía que mi boca se abriera con asombro.
—Hiciste… un buen trabajo —gruñó él.
Cuando la última palabra abandonó su boca, brincó sobre sus pies y limpió el polvo de sus
rodillas, manteniendo los ojos fijos en los míos.
No había creído que lo hiciera. Este hombre era todo un rompecabezas. Yo podría haber
asentido con la cabeza y no decir nada, salvando así al menos un poco de su obstinado orgullo.
Podría haberlo hecho… pero no lo hice.
—No vuelvas a subestimarme de nuevo. O siempre terminarás sobre tus rodillas.
Lucius se pasó la lengua por los dientes, pero no contestó.
—La próxima vez, investiga a tu sospechoso antes de interrogarlo. Ahí es donde te
equivocaste.
Su cara enrojeció de vergüenza y furia renovada. ¿Renovada? No dudaba que no la había
perdido la primera vez. No le gustaba perder, es más, no le gustaba perder contra mí. La princesa
mimada. Bueno, que se jodiera. Había sido mejor que yo desde el primer momento que nos
encontremos, así que tenía toda la intención de saborear esta victoria.
—Estabas condenado al fracaso antes siquiera de dar un paso en la sala de interrogatorios.
Intenté decírtelo, peo no escuchaste. Rechazaste considerar la posibilidad de que supiera algo que
tú desconocías. Bien, ¿sabes qué?, yo la había seguido durante días. La conocía, lo sabía todo sobre
ella. Tu tonto orgullo te costó esta guerra.

53
—¿Guerra? —Rió entre dientes, el sonido desprovisto de humor—. Esta ha sido sólo una
escaramuza menor, galletita.
Hice rodar los ojos.
—Grandes palabras para un perdedor.
Lucius dio un paso amenazador hacia mí.
—Lo hiciste bien, cierto. Ya está. Esta es la segunda vez que te lo digo. Lo pensaba antes y lo
pienso ahora. Pero algún día tendremos un recuento, tú y yo.
Me acerqué a él, cerrando aún más la distancia, la adrenalina corriendo por mis venas.
—Por supuesto que lo haremos… si no nos matamos el uno al otro primero.
—Voy a joderte, Eden —él dio un paso más cerca—. El asesinato es opcional. Después.
Las ventanas de mi nariz llamearon mientras cerraba la distancia restante. Estaba excitada, lo
admito. Nuestras narices se tocaban y mis endurecidos pezones empujaban contra su pecho. Su
aliento sopló sobre mis labios, rozando cada grieta. El olor a canela y miel nos envolvió al instante.
Nuestra acalorada confrontación hacía estragos en mis hormonas.
—Nunca me tendrás.
Lucius jamás apartó su atención de mí.
—¡Consigue un condenado perfume nuevo! —Gritó.
Parpadeé, sintiendo un tenue brillo de satisfacción.
—¿Por qué? ¿Te molesta éste?
Lucius se pasó la lengua por los dientes y se negó rotundamente a contestar.
—¿Es que te importa una mierda el caso? ¿Quieres saber lo que tenemos sobre Jonathan
Parker o no?
Me alejé de Lucius y me dirigí a la puerta, la abrí y llamé a Ren. Cuando apareció, le dije:
—Lleva a Sahara Rose a un lugar más cómodo. Y sé agradable con ella.
Ren le lanzó a Lucius un vistazo nervioso y luego se fue corriendo a hacer lo que le había
ordenado. No me giré, si no que seguí apoyada contra la puerta.
—¿Qué sabes de Parker? —Fingiendo despreocupación, me acomodé el pelo.
—Te lo contaré en el almuerzo —dijo él con tono satisfecho.
Le encantaba saber algo que yo no sabía. Le encantaba escoger cuando y donde me lo diría.
Ya que él se había arrodillado por mí, le concedí esa victoria. Apenas.
—Estaba a punto de sugerirte lo mismo —le dije con un falso y despreocupado encogimiento
de hombros.

54
Ante mi calmada complacencia, sus labios hicieron una mueca. Él había esperado una pelea,
lo sé.
—Salgamos de aquí. Hay demasiados oídos.
—Necesitamos las llaves del Hummer.
—Las metí en mi bolsillo —me replicó, colgando el juego de sus dedos.
Mis manos se apretaron en puños. No me gustó que hubiera pensado en ello y yo no. Salí a
zancadas del cuarto sin una palabra, sabiendo que me seguía justo detrás de mí.
Pese a todo, cuando abandonamos la granja, fui la última en reír. Varios hombres silbaron y
dijeron adiós con la mano al «Agente Luscious.»

LUCIUS compró en un autoservicio media docena de burritos y lanzó la bolsa a mi regazo.


Lo sostuve sin una queja mientras el condujo durante más de una hora. Finalmente, entró en un
frondoso camino que daba a una propiedad privada rodeada de agua. Cortó las cerraduras de la
puerta y entramos dentro.
Me di cuenta que ambos comprobábamos los espejos continuamente, asegurándonos que no
nos seguían. Cuantos menos supieran de nuestro asuntos, menos posibilidades de fugas habría.
Lucius dijo al coche «aparca», cogió la bolsa, e indicó:
—Primero comeremos y luego hablamos.
Cogí el burrito que me lanzó sin ningún cuidado y comí cuanto pude, ya que no tenía
apetito. Además, prefería los alimentos dulces, con mucha azúcar. Siempre lo hacía. A menudo me
preguntaba qué tipo de alimentos crecían en Raka, lo que comería si estuviera allí.
Era triste que no supiera mucho de mi propia gente o mi planeta natal. Pero, perseguidos
como éramos, no había muchos Rakan que vivieran aquí a los que preguntar. Una vez, Michael
contrató para mí a un tutor Rakan, pero éste duró menos de seis meses. El hombre se tomó un día
libre y jamás volvió.
Sabía que el planeta poseía dos pequeños soles, tres lunas grandes, y una gran cantidad de
agua. Sabía que jamás había guerras, que la tasa de criminalidad era baja, y la pena para cualquier
crimen era la muerte. Sabía que toda la población estaba gobernada con mano de hierro por un
dictador y que muchos Rakans se habían marchado simplemente para escapar de él.
¿Por eso mis padres habían huido? Me habría gustado preguntárselo. Conocerles. ¡Me los
habían arrebatado tan de repente! Estaban cantándome para que me durmiera, y al minuto
siguiente, ahogándose en su propia sangre.
Asesinados. Eliminados. Los echaba de menos más de lo que nunca podría admitir.

55
Recostándome en mi asiento, esperé pacientemente a que Lucius consumiera sus gordos y
grasientos rollitos. Masticaba despacio, sensualmente, como un hombre que saboreara cada
bocado. Observé la forma en que su boca y garganta se movían en armonía, y las repentinas
imágenes de él comiéndome a mí invadieron mi mente. Me obligué a mirar por la ventana.
Al parecer, no le gustó mi cambio de enfoque.
—Vamos a dar un paseo —dijo, lanzando el último envoltorio en el asiento de atrás, junto
con los demás.
Salimos por nuestros respectivos lados. Frondosos y verdes árboles llenaban toda el área,
proporcionando una ostentosa sombra. Me había dejado el sombrero y las gafas de sol en el coche,
por lo que la fría y vibrante brisa a nuestro alrededor fue muy bienvenida. Yo había viajado por el
mundo muchas veces, pero en raras ocasiones disfruté de una naturaleza como ésta…
La tranquilidad de la zona me sorprendió.
—Nueva Dallas ha estado bajo un hechizo seco desde que EenLi y sus hombres llegaron.
¿Cómo es posible esta cañada?
—Michael lo mantiene bien provisto de agua —contestó Lucius, poniéndose a mi lado.
Mis ojos se estrecharon, y experimenté una chispa de cólera porque Lucius sabía algo sobre
mi padre que yo no… Espera. Michael me había dicho que compró un pedazo de tierra en Nueva
Dallas. Lo había olvidado. Poseía bastantes terrenos. Ahora bien, ¡si sólo pudiera conseguir que me
hablara de Lucius!
—¿Cuál es tu verdadero nombre, oh hombre de muchas identidades? Dudo seriamente que
sea Lucius.
—Tengo muchos nombres —me replicó vagamente.
Caminé lentamente, el uno al lado del otro, zigzagueando a través de los gruesos árboles y
sus ramas. Pisando las hojas y las ramitas bajo nuestros pies.
—Entiendo —dije—. Pero quiero conocer tu nombre real.
Me echó un vistazo.
—Te doy tres intentos para que lo adivines.
—Estamos solos y no hay ninguna posibilidad de que alguien escuche nuestra conversación.
Puedes decírmelo.
—Tal vez sólo se lo digo a las mujeres que he visto desnudas.
—¿Tu nombre es Bastardo? —Pestañeé hacia él.
—Incorrecto —un atisbo de diversión tiñó su tono—. Te quedan dos oportunidades.
Frunciendo el ceño, me detuve y di un pisotón en el suelo. Cuando comprendí lo que había
hecho, mi ceño se intensificó. ¡Odiaba cuando volvía mi vieja actitud de princesa mimada!

56
—No era una auténtica suposición, así que no puedes contarlo.
—Qué lástima —dijo Lucius, sin ir más despacio—. Porque lo soy.
Mi ceño se volvió más oscuro y salté de nuevo en movimiento.
—Olvídalo. No me lo digas.
—No iba a hacerlo. Pero ahora que tengo tu permiso, me siento mucho mejor. —Me contestó,
el sarcasmo goteando de cada palabra.
—Eres un idiota.
Un brillo burlón iluminó sus ojos, ablandando toda su cara.
—Mi madre siempre me dijo que a las mujeres les gusta los hombres misteriosos. Si te lo
digo, perderé mi misterio.
—¿Tú tienes madre? —No había querido que la pregunta sonara tan impresionada, pero las
palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—Sí, tenía una madre. No pasé mucho tiempo con ella, pero era una de verdad. ¿Qué te
creías? ¿Qué había sido engendrado mágicamente por polvo de hadas?
—No. Creía que habías sido engendrado mágicamente por el diablo.
Lucius se rió, un sonido tan rico, ronco y tan intrínsecamente sensual que calentó mi sangre.
—Leíste mi expediente —dije—, viste que soy Eden F. Black. Dime tu verdadero nombre y te
diré lo que significa la F.
Fruncí el ceño de nuevo cuando comprendí que rozaba la necesidad de rogarle por la
información. ¿Por qué demonios me importaba su nombre siquiera? Me pregunté. La respuesta me
eludía, pero ese hecho no impidió que siguiera importándome. Tenía que saberlo.
—Ese sería un buen trato si estuviera, aunque fuera vagamente, interesado en saber tu
segundo nombre.
Mis manos se apretaron en puños mientras Lucius aceleraba el paso, sin lanzar ni un vistazo
tras sus hombros para ver si le seguía. Después de un momento, lo hice. Tenía demasiada
curiosidad para quedarme atrás y jugar a jueguecitos. Además, no quería que supiera lo mucho
que me molestaba su falta de interés.
Cuando llegué a su lado, me dijo
—¿Estás preparada para hablar de negocios?
—Siempre —gruñí.
—Jonathan Parker es heredero de una vieja fortuna, tal y como dijo Sahara Rose. Hice un
trabajo aquí en Nueva Dallas hace unos cuantos años. El hermano de Jonathan secuestraba niños
otros-mundos, así como niños humanos, y los obligaba a… estar juntos.

57
Nuestros ojos se encontraron en un tácito entendimiento. Pornografía infantil. Yo había visto
mucho mal, pero los crímenes cometidos contra niños siempre me repugnaron y me enfurecían
más.
—Terminaste el trabajo —ambos sabíamos que le preguntaba si había matado al hermano.
—Con gusto —dijo—. Lentamente y con mucho dolor.
—Bien.
Muy bien.
—La cuestión es, que pocas personas, muy pocas personas, más bien, entran en la vida de
Jonathan. Podemos capturarlo, pero no hablará ni bajo tortura. Su hermano no lo hizo. Eso
significa que tenemos que ganarnos su confianza, entrar en su círculo íntimo.
La vacilación en su tono me advirtió de una ira inminente por mi parte. Podría haberla
pasado por alto, pero estaba sumamente enfocada en todo lo que hacía este hombre.
—Por nosotros, quieres decir…
—Yo. Yo ya lo estoy.
Por supuesto. Cada músculo en mi cuerpo se tensó.
—Él me conoce como Hunter Leonn —dijo Lucius—, el hijo rico y mimado de un
contrabandista muerto de Onadyn.
—Hunter2—dije, jugando con el nombre en mi lengua—. Qué bonito. Menuda ironía.
También me gusta la parte de mimado. Así que haces de un pequeño príncipe encantado y
malcriado -me pasé la mano por mi cola de caballo-. Supongo que entonces quieres que me quede
sentada y observe como haces el trabajo.
—No —Lucius movió la cabeza de derecha a izquierda, provocando que los huesos del
cuello crujieran. Cuando habló de nuevo, me explicó la situación como si yo fuera un niño.
—Entro como un cazador. Tú entrarás después de mí como el cebo.
—Bien. ¿De… quién tengo que hacer?
—De ti misma. Eres una Raka, una rareza. Han cazado a tu gente por su piel y ahora están
casi extinguidos. No podemos cambiar tu identidad. Es más, Michael es muy conocido. Se hace
pasar por un rico distribuidor de armas, y demasiadas personas te conocen como su hija.
—Estoy contigo —últimamente, Michael cultivaba una imagen de distribuidor de armas.
Después de trabajar para el gobierno, había necesitado una buena tapadera, algo que le hiciera
popular entre los criminales y los alejara de su verdadera identidad.

2
En español Cazador. (N.de T.)

58
—Espera —dije después de pensar un momento—. EenLi solía trabajar para Michael. Si entro
como yo misma, sospechará que soy un agente. Sabrá que Michael me protege.
—Sin embargo, no sabrá nada de mí, y eso es lo más importante. De lo que he leído sobre él,
creo que encontrará divertido el secuestrar a un agente.
—De acuerdo. Estoy a bordo.
—Bien. Vamos a correr la voz de que Eden Black se traslada a Nueva Dallas. Te haces mayor,
al fin y al cabo, así que necesitas un lugar propio donde vivir.
Inspiré profundamente, el olor a sol, pino y fragantes flores burlándose de mí con su
vibrante frescura. Lo fulminé con la mirada. Una buena excusa, sí, pero no algo de lo que quisiera
enterarme.
—En realidad, diremos a la gente que te mudas para evitar a un cazador. ¿Satisface eso tu
vanidad?
Le di un puñetazo en el brazo.
—Has actuado como intérprete de otros-mundos para Michael en el pasado —me dijo,
frotándose el magullado músculo—. Averiguaremos qué humano con alto poder necesita un
intérprete otro-mundo. Como su empleada, tendrás que asistir a funciones y fiestas políticas, y eso
te pondrá en contacto con Parker. Y conmigo. Tu acosador... —me miró de arriba abajo,
deteniéndose en mis pechos—. ¿Crees que podrás manejarlo?
Una oleada de excitación luchó contra otra de irritación. Ignoré la estúpida pregunta,
haciendo ya una lista mental de las cosas que tenía por hacer. Alquilar un apartamento aquí.
Conseguir un nuevo vestuario. Acostumbrar a mis pies a llevar tacones altos.
—Me ocuparé de volver al círculo de Jonathan —continuó Lucius—, y mencionaré que te
conocí, que supe que te trasladabas aquí y que te seguí. Le dejaré saber que te deseo, te persigo,
pero que me rechazas.
—No será difícil, ya que es la verdad.
—Calla y escucha —me miró airadamente—. Comenzarás a asistir a todas las fiestas y yo
fingiré ser un idiota enfermo de amor.
Abrí mi boca para ofrecer otra pequeña gema. Era siempre mejor ceñirse a la verdad, así no
seríamos pillados en una mentira. Lucius me cortó.
—Seguirás rechazándome. Con fuerza. Y yo estaré más desesperado.
—Ya veo a donde lleva esto —dije—. Después de que te rechace, harás un pedido por mí.
—Así es. Otros hombres probablemente te querrán también, si no el mismo Jonathan. De una
forma u otra, habrá una petición por ti, y serás secuestrada. Todo lo que tienes que hacer es dejar
que ellos te cojan.
Asentí en aprobación.

59
—Me gusta. ¿Cómo procederemos después?
—Te compraré, sea cual sea el precio, luego compraré el billete a otro planeta, donde pueda
reclamarte y mantenerte sin preocuparme de las legalidades.
—Y una vez que conozcamos cómo saltan de un planeta a otro, atacamos.
—Exactamente. Vas a necesitar ropa nueva —me dijo, dándome otro intenso repaso.
Un repaso en el que me quitó la ropa y devoró mi cuerpo desnudo. Cuando sus ojos
alcanzaron mis pechos, mis pezones se endurecieron. Cuando alcanzaron mi estómago, mi vientre
tembló. Cuando alcanzaron la unión de mis muslos, una acalorada humedad se reunió allí.
—Ya había pensado en ello —dije, mi voz ronca y seca—. Todavía me conocen como la
mimada y recluida hija de Michael. Sé vestirme en consonancia.
—Bien. Porque un sofisticado intérprete no llevaría… —señaló mis pantalones de cuero y
mis botas de senderismo—, lo que sea que llevas puesto.
—Gracias por la lección de moda, Sparkie. Siempre quise que un chico de inflados músculos,
rubio de bote y lleno de tatuajes y piercings me dijera lo incompetente que era mi sentido de la
moda.
Sus labios se estiraron.
—Ve con Michael. Dile…
—Sé lo que hacer —arqueé una ceja—. ¿Puedes decir lo mismo?
—Sí. Listilla. Como dije, voy a renovar mi relación con Jonathan. Dame tres semanas antes de
aparecer. Pero no más tarde, ¿me oyes? Tres semanas.
Aleteé mis pestañas hacía él y le recorrí el pecho con los dedos.
—Por qué, Lucius Adaire, alias Hunter Leonn y Bastardo Excepcional. ¿Es que vas a echarme
de menos?
—No, muñeca, pero tú sí que vas a echarme de menos.
Sin más advertencia, me empujó contra la dureza de su cuerpo, sus labios al instante
inclinándose sobre los míos. Su lengua penetró en mi boca, en un profundo sondeo. Gemí de
placer, por el embriagador sabor, y me hundí más profundamente en los brazos de él. No protesté,
aunque sabía que debería hacerlo.
No. Enredé mi lengua con la suya. Mis dientes chocaron con los suyos. Agarré su cabeza y la
sostuve. Creo que había deseado esto desde la primera vez que lo vi.
Los brazos de Lucius parecían bandas de acero mientras me abrazaba, con las palmas
extendidas sobre mi espalda y bajando más… y más… hasta que ahuecó mi trasero y me apretó
contra su erección. Extendí las piernas para un mejor contacto e incluso a través de la ropa pude
sentir el largo y grueso pene.

60
Jamás había ansiado a un hombre tanto como lo ansiaba a él… No te gusta, ¿recuerdas?
Y qué, respondió mi cuerpo. Le tendría y le sacaría de mi sistema. De mi mente.
La fragancia a miel y flores rezumó de mí, rodeándonos tan seguramente como los árboles,
flotando dulcemente en el viento. Esta vez no entré en pánico ante la reveladora señal si no que le
di la bienvenida. El embriagador olor se mezcló con el olor a jabón y pino de Lucius, creando un
seductor afrodisíaco.
Con sus manos todavía agarrándome, me levantó y envolví mis piernas alrededor de la
cintura mientras él apoyaba mi espalda contra un grueso tronco. Trocitos de corteza traspasaron
mi camisa, pero no me importó.
—Me has estado volviendo loco, galletita —susurró con voz ronca a lo largo de la columna
de mi cuello, el apodo sonando como una caricia.
No dije nada. Era incapaz de hablar. Todo en lo que podía pensar era en estar
completamente desnuda y empalada sobre él. Cabalgarlo duro y rápido. Y a menudo.
—Es por esa boca tuya —siguió. Mordisqueó mi mandíbula y pasó los dientes a lo largo del
lóbulo de mi oreja—. No puedo dejar de pensar en ella. Y lo odio. Debería odiarlo.
Mientras jadeaba, me obligué a encontrar mi voz.
—¿Te gusta más mi boca cuando te dice que me beses otra vez? —Dije crudamente—.
¿Cuándo te dice que te quites la ropa porque quiero verte desnudo?
Lucius gimió.
Mis pezones se endurecieron y los froté contra su pecho, deseando que ya estuviéramos
desnudos, deseando que estuviera ya dentro de mí. No es que lo necesitara, me aseguré. Solo era
sexo. Simplemente sexo.
En vez de desnudarme, Lucius se alejó de mí y mis piernas cayeron al suelo.
—Joder —gruñó, enredando una mano en su pelo—. Este no es el momento ni el lugar.
Pasaron varios segundos antes de que lograra calmarme y cuando lo hice, su rechazo me
golpeó. Sin embargo, más que el rechazo, me molestaba su capacidad para detener lo que había
comenzado, cuando yo habría recorrido con impaciencia el resto del camino. Incluso aunque él
tuviera razón. Los dos teníamos trabajo que hacer y liarnos sexualmente ahora mismo era una
estupidez.
Mis ojos se entrecerraron mientras la furia corrió a través de mis venas, furia hacia mí misma
por permitirle distraerme.
—Tócame otra vez, y Michael tendrá un empleado menos. ¿Entendido?
Lucius permaneció callado durante mucho tiempo, mirándome, estudiando mi cara.
Obviamente, no le gustó mi amenaza. Deliberadamente, extendió la mano y tocó uno de mis
pechos, remontando con la yema del dedo el pezón.

61
No lo detuve, no me echaría hacia atrás o demostraría debilidad.
—¿Por qué? —Dijo, entrecerrando los ojos igual que los míos—. ¿Temes morir de placer?
—No. Tú morirás. Y no de placer. Verás, cogeré este cuchillo —acaricié la hoja atada cerca de
su orgullo y alegría—, y jugaré una pequeña partida al billar.
Lucius se retiró de mí completamente y frunció el ceño. Las líneas alrededor de su boca
estaban tensas, y un fuego brilló en los, por lo general, árticos ojos.
—Es la segunda vez que amenazas mis pelotas.
—¿Amenazar? —Me reí, el sonido sardónico—. Oh, no, Sparkie. Es una promesa. Y será un
placer.
—Si sólo juegas con ellas, supongo que no me importará que lo hagas. Pero tendrás que ser
paciente y esperar al final de la misión.
Mi mano se movió con el impulso de ponerle un ojo morado. Quizás romperle la nariz.
—Por lo general, no suelo tener mal carácter —dije—, pero tú me empujas al límite.
—Dos semanas —me dijo guturalmente, como si yo nunca hubiera hablado—. Te quiero de
regreso en dos semanas.
—Antes dijiste tres.
—Dos semanas —repitió—. O te perseguiré, y entonces terminaré esto.
¿Amenaza o promesa?
Que Dios me ayude, pero estúpidamente esperaba que fuera la última.

62
CAPÍTULO 7

UN angustioso dolor me consumió.


Mi cuerpo se tensó contra el asalto que aún duraba. Oh, Dios. Había sobrevivido a la
extracción de balas de cobre. Había sobrevivido a las ráfagas de las granadas y las explosiones de
C4. Pero esto…
El dolor era demasiado agudo, demasiado fuerte, extendiéndose de una sección de mi
cuerpo a la otra.
Con los puños apretados y los ojos fuertemente cerrados, grité, emitiendo un chillido más
animal que humano. Mi garganta ya había soportado varios gritos similares en la media hora
pasada y ahora se sentía en carne viva, dolorida.
¡Si sólo tuviera mis cuchillos cerca! Mis armas. ¡Cualquier cosa! Pero estaba desarmada,
tumbada sobre una blanca camilla, agarrándome de los bordes. Me sentía vulnerable, expuesta.
—Estoy lista para hacer la otra pierna —dijo la mujer responsable de mi tormento. El
perverso y maléfico diablo reencarnado, la esteticista.
—No —dije entre los dientes apretados—. Ni lo sueñes.
Hacía años, tenía que soportar esto cada mes. No llevaba más que ropa de diseño y siempre
lucía como alguien rica y sofisticada. Parecía que desde entonces había pasado toda una vida.
—Depilarme una pierna con cera fue suficientemente malo. No tocarás la otra.
—Niña grande —masculló la mujer, reuniendo las provisiones.
El largo pelo rubio le caía en cascada por los hombros, enmarcando una delicada y pequeña
cara. Era una mujer bajita, de sólo metro y medio, con huesos frágiles y delicados. La cara de ángel
ocultaba a la bestia en su interior.
Yo podría romperle el cuello como a una ramita… y reírme alegremente mientras lo hacía.
Durante años había matado a más personas de las que podía contar. ¿Niña grande? ¿Yo? No lo
creo.

63
—Mejor que tengas cuidado con lo que me dices, querida —advertí. Antes de que ella
pudiera responder, sin embargo, añadí sombríamente—, simplemente hazlo. Ya. Y de prisa.
La boca de pétalo de rosa de mi atormentadora se estiró. Si los tipos malos aprendieran a
depilar con cera, serían capaces de llevar la tortura a un nuevo y completo nivel.
—Esperaba más de ti —me dijo con una sonrisita, aplicando la caliente, pegajosa y
chorreante cera en mi pierna derecha.
Tras los tratamientos de láser y las cremas que quemaban los folículos, la cera se había
convertido hacía mucho en un método anticuado para los humanos. Lamentablemente, tales
tratamientos permanentes dañaban las células de la piel de los Rakas, obligándome a utilizar estas
arcaicas prácticas.
Mientras mi torturadora tiraba de una banda de cera, seguida rápidamente de otra y de otra,
yo golpeaba los puños contra la camilla. Me obligué a pensar en otra cosa. Michael ya había
comprado y amueblado un apartamento para mí en Nueva Dallas, aunque yo aún tenía que verlo.
Me había preguntado, más a menudo de lo que debería hacer… si Lucius se había colado dentro y
había descubierto los mejores caminos para la fuga o había hallado algún punto débil para entrar.
Era lo más probable.
Aquel hombre no dejaría nada al azar. Pero más que eso, dudaba que él confiara en mí para
ocuparme de ello. Lucius era igual a todos los agentes que conocía. Pensaban que las mujeres no
eran tan competentes como los hombres. Y yo estaba decidida a demostrar que se equivocaban.
Es más, tenía ganas de demostrarle a Lucius que se equivocaba.
Lucius… su imagen se formó en mi mente. Pómulos sobresalientes. Nariz aguileña.
Penetrantes ojos azul claro. Incluso en mi mente, me miraba con algo parecido a la superioridad.
¡Dios, lo despreciaba!
Lo deseaba. Lo odiaba. Lo ansiaba. Mis dientes mordieron mi labio inferior. No lo había visto
en siete días. Lo echaba de menos. Sí, y lo odiaba.
Con un beso, había consumido mi mente, mis buenas intenciones, mi sentido común. Me
había robado la cordura y había abrasado mi corazón, de alguna forma marcando su nombre en
cada una de mis células. La mayor parte del día, no podía pensar en nada más. Veía su cara
cuando me bañaba. Oía su voz cuando dormía. Sentía su calor cuando caminaba.
En toda mi vida, sólo había tenido dos amantes y ninguno me había afectado tanto. Tan
profundamente. Y Lucius lo hacía. Un hombre que me irritaba y que quería fuera de mi vida
cuanto antes. Y aún así quería verlo de nuevo. Estaba ansiosa por verlo. Y mi ansia no tenía nada
que ver con el caso.
¿Qué estaría haciendo ahora? ¿En qué pensaba? ¿Había pensado en mí aunque sólo fuera
una vez?

64
Para esto, Eden. Simplemente para... Lo que pensaba Lucius no importaba. Todo lo que
importaba era que él hubiera renovado su amistad con Jonathan Parker, y que nuestro plan
discurriera tranquilamente.
—Ya está —dijo la esteticista—. Por fin terminé con tus piernas. ¿No fue tan malo, verdad?
—Una cuchillada no habría sido tan malo —me quejé y me senté. Observé la longitud de mis
piernas, examinando la suave y dorada piel—. Ser encadenada a una pared y esperar la llegada de
mi enemigo no habría sido tan malo.
Ella soltó un divertido soplido.
—Te comportas igual que un hombre. No, en realidad, la mayor parte de los hombres al
menos fingen ser fuertes.
—Continúa. Ríete encima —sonreí misteriosamente, inclinándome más cerca—. Pero
asegúrate de dormir con un arma esta noche.
Impasible, ella me devolvió la sonrisa.
—Pero si ni siquiera hemos hecho la línea del bikini.
Fruncí el ceño.
Veinte minutos más tarde, ella se alejó sonriendo.
—Jamás había escuchado tanto grito.
Agarré mis pantalones y me los puse. Después (¡Dios!, ¿nunca se terminaría esta tortura?) me
calcé un par de zapatos de tacón alto. Mis pies se habían acostumbrado a las botas y salí
airosamente (bueno, con dificultad y tropezando) del cuarto. Terminada la dolorosa depilación,
pasé el resto del día en mi habitación, tomándome las medidas para un nuevo guardarropa. Los
pies me dolían constantemente. No me importaba llevar trajes de vestir o fluidos vestidos,
mientras éstos ocultaran mis armas, ya que no podía ir sin protección por ningún motivo. Jamás.
Los zapatos, sin embargo…
—No olvides —dije a la costurera—, hacer sitio para mis armas.
Ella hizo rodar los ojos y se arrodilló a mi lado, clavando alfileres en la tela azul clara.
—¿Quieres también añadir un protector genital?
Le lancé una irritada mirada.
—Sólo si puedes hacerlo extra grande —¡¿Es que nadie me encontraba amenazante?! Joder.
Mis manos estaban manchadas de sangre; me había pasado la vida matando gente.
—Que graciosa —dijo la mujer secamente—. He trabajado para Michael muchos años. Ya sé
lo que hay que hacer.
Por fin me encontré sola, pero eso no duró mucho. No tuve ni tiempo de cambiarme o
tumbarme en la cama cuando Michael llamó a la puerta.

65
—Adelante.
La puerta se deslizó abriéndose, y él entró con vacilación.
—No me hagas daño —dijo, yendo de puntillas hacía la ventana y sentándose en los
mullidos y dorados cojines.
Riendo, me quité los zapatos y los dejé caer al suelo con un golpe. ¡Qué alivio!
—No puedo creer que soliera hacer esto todo el tiempo. La ropa, la depilación. Los tacones
altos.
—Recuerdo aquellos días —él sonrió ampliamente con cariño y apoyó la cabeza contra el
borde del sillón—. ¿Y cómo te sientes?
Me senté en el blanco sillón frente a él. Mi vestido se ahuecó a mí alrededor. La costurera me
había ordenado que me lo quitara y lo colgara en el momento en que se fuera. Sentí un pequeño
placer al desobedecer.
—Parezco la princesa mimada que siempre me acusaban de ser.
Michael sacó un largo y grueso puro del bolsillo de la chaqueta y se lo colocó en la boca. No
lo encendió todavía, sino que lo saboreó mientras me estudiaba.
—Lo que quise decir es, ¿cómo están tus heridas? Estoy preocupado por ti, cielo.
—Cien por cien curada.
Sus cejas se juntaron y sus ojos mostraron duda.
—¿Ni siquiera una leve punzada de dolor o debilidad?
—No —dije, completamente inexpresiva. No me sentí culpable por mentirle a Michael sobre
mis heridas. Casi estaba al cien por cien curada. Pero no quería que se preocupara. O peor, que
dudara de mí…
Él hizo rodar el puro entre los dedos mientras me decía:
—¿Me lo dirías si los tuvieras?
—No.
Otra sonrisa iluminó su cara.
—Es lo que pensaba. Muchacha obstinada. Eso es lo que eres, y eso es lo que siempre serás
—su sonrisa se borró un poco—. ¿Sabes?, nunca quise que fueras un agente.
—Lo sé —contesté en un tono suave.
—Viniste y me pediste que te dejara entrenarte, y yo… —se encogió de hombros—. Sólo
quería que aprendieras a defenderte. Cazan a los de tu especie. Y los de mi clase, bueno, podrían
secuestrarte y usarte para llegar a mí. Te quería preparada. Pero te mostraste obstinada y no me
permitiste mantenerte apartada de las escenas.

66
Reí entre dientes.
—Recuerdo como me hacías jugar a los médicos con los agentes heridos para demostrarme la
clase de dolor a la que me exponía. «Mira la sangre», decías. «Mira el dolor en sus ojos porque esto
es lo que conseguirás si escoges este tipo de trabajo.»
—Pero tú nunca dudaste —hubo orgullo en su voz.
—No. Nunca dudé. Quería que me vieras como alguien fuerte y capaz. Como a tus hombres.
—Lo sé.
—Me encanta que confíes en mí ahora, que me hayas dado otra oportunidad. Jamás seré
capaz de expresar lo mucho que significa para mí.
Michael se levantó y se dirigió al mini-bar. Insistía que instalaran uno para mi uso personal
en cada una de sus casas. A veces, ese era el único modo en que podía relajarme.
—Eres mi hija —dijo él—. Sea cual sea la sangre que corre por tus venas, eres mi hija y te
quiero.
—Yo también te quiero.
Un silencio nos rodeó durante varios minutos antes de que Michael dijera riendo.
—¿Qué clase de asesinos somos, teniendo tal blandengue conversación? —Después de cortar
la punta del puro, cogió el mechero más cercano y lo encendió. El humo pronto ondeó alrededor.
Los puros y cigarros eran ilegales, ya que eran agentes contaminantes del aire. Pero Michael vivía
en un mundo donde no seguía ninguna regla, salvo las suyas propias.
Se sirvió un whisky escocés.
—¿Quieres uno? —preguntó.
—Sí. Gracias.
Me dio el vaso y mis dedos envolvieron el frío cristal mientras se servía otro. Bebiendo a
sorbos, me deleité en el modo en que el suave líquido me calentaba y borraba las punzadas de
dolor de mi brazo y costado.
—¿Alguna vez has tratado con Jonathan Parker? —Esta era la primera oportunidad que
teníamos de hablar del caso.
—A distancia.
—Me gustaría ver sus archivos.
—Por supuesto. Están en el estudio.
No me molesté en ponerme los zapatos, si no que me marché con los pies desnudos y
llevando mi bebida conmigo. Dios sabía que la necesitaba. Hoy me sentía más en el límite de cómo
me había sentido en mucho tiempo. Silenciosamente, bajamos la escalera, pasamos los jarrones
Orientales, las esculturas metálicas de dioses y diosas, y la fuente de piedra que Michael había

67
incorporado en una de las paredes. Cuando la sellada puerta del estudio sintió nuestra presencia,
se abrió automáticamente. El equipo de limpieza ya se había marchado, por lo que estábamos solos
y no teníamos que preocuparnos de ojos curiosos.
—Siéntate —me dijo, indicándome un sillón de cuero marrón oscuro con una inclinación de
su cabeza—. Ponte cómoda.
Obedecí sin vacilar, sentándome en el sillón al lado de su escritorio. Inspiré el familiar olor
de cuero.
Mi padre se sentó tras el escritorio, apoyó el puro en un cenicero, y cogió un control remoto.
Presionó una serie de botones y las luces se atenuaron y un holograma se materializó en la pared.
La imagen de un hombre destelló en el centro. Humano, de treinta y tantos, rubio y con una larga
nariz aristocrática. Labios delgados, pero un hermoso rostro sin embargo. Ojos negros y arrogantes
que miraban al mundo con un brillo de nada-puede-hacerme-daño.
Incluso con las advertencias sobre lo peligroso que eran los rayos solares, obviamente Jonny
Boy pasaba mucho tiempo fuera. Su piel estaba intensamente bronceada y más arrugada de lo que
debería estar. Un aura de presunción le envolvía.
Le cogí aversión inmediatamente.
—¿Le gustan las mujeres o los hombres? —Pregunté.
—Le gusta el poder.
—Típico.
—Ha estado casado tres veces. La primera esposa murió en un accidente de coche.
Michael presionó otro botón, y la imagen de una preciosa joven llenó la pantalla. Pelo negro,
ojos verdes. Piel impecable.
—Sus neumáticos nuevos reventaron.
—Que conveniente para él.
—La segunda esposa también murió en un accidente de coche.
Otra joven, ésta con un plateado pelo blanco y grandes ojos azules, inundó la pantalla.
—Déjeme adivinar. ¿Los nuevos neumáticos reventaron?
—No, sus sensores dejaron de funcionar.
—¿Qué accidente de tráfico aconteció a su tercera esposa? —Pregunté.
—Aunque parezca increíble, ella todavía está viva.
No por mucho tiempo, pensé. No si Jonathan Parker seguía en su línea. Observé atentamente
la imagen de la tercera esposa. Brillante pelo rojo, radiantes ojos negros. Una oleada de
sensualidad irradiaba de ella.

68
—Obviamente a Parker le gustan las mujeres jóvenes y bonitas. Desgraciadamente, no viven
mucho tiempo —tamborileé con los dedos mi rodilla, golpeando mi voluminoso vestido de
satén—. ¿No existirá la posibilidad de ir y darle una paliza, verdad?
Toda la cara de Michael se iluminó con diversión, desdibujando las arrugas de alrededor de
su boca.
—Por ahora, no. No podemos darle una paliza a Parker.
—Qué lástima —tomé otro sorbo de mi whisky escocés y saboreé el rico sabor en mi boca
durante un rato. Me pregunté qué tipo de personaje Lucius, alias Hunter, estaría usando para
meterse en el mundillo de Parker. No llevaría tatuajes, ni tampoco piercings y lo más probable es
que tuviera que llevar traje y corbata, quizás hasta un par de gafas. Solté un suspiro mientras
dejaba el vaso sobre la pequeña mesa a mi lado. Sea cual sea el personaje que interpretara, estaría
tan sexy como el infierno.
—Háblame del hombre para quien trabajaré de intérprete.
—Su nombre es Claudia Chow, y es un pez gordo en el movimiento pro derechos
extraterrestres. Su dedicación a la igualdad de los otros-mundos la ha convertido en la primera
embajadora humana de buena voluntad alienígena —sonrió ampliamente, una sonrisa que decía
adivina-lo-que-he-hecho-ahora—. Por supuesto, ella está en mi nómina.
—¿Embajadora de buena voluntad alienígena? —Resoplé—. ¿Qué le contaste sobre mí?
—Sólo que mi hija deseaba un cambio de aires y necesitaba un nuevo trabajo. Casi no pude
convencerla de que me ayudara. Sin embargo, en el momento que supo que su intérprete era una
Raka, se apaciguó. Creo que te ve como una nueva y querida mascota a la que pasear y lucir.
—Apenas puedo esperar —dije, con un fuerte sarcasmo.
Él me señaló con un dedo.
—No te atrevas a matarla.
Toda inocencia, aleteé mis pestañas.
—Concédeme algún crédito. Realmente puedo reprimirme cuando la situación lo requiere.
Una chispa de humor brilló en sus ojos.
—Eso pensaba también, hasta que te vi con Lucius. Eres… diferente con él. ¿Por qué será?
—Ese hombre… —apreté las manos en puños.
Michael tenía razón. Era diferente con Lucius. Más emocional. Lasciva. Inquieta. ¿Por qué?
No lo sabía y no podía contestar la pregunta de Michael.
—¿Confías totalmente en él?

69
—Desde luego —lentamente, frunció el ceño—. Jamás te habría emparejado con él de otra
forma —Michael levantó el puro, rodándolo entre los dedos y provocando que el humo ondulara
alrededor de su mano—. Es un buen plan el que habéis pensado juntos.
—Él. No yo —crucé los brazos—. Lamento no poder llevarme el crédito —En cuanto lo dije,
comprendí lo ciertas que eran esas palabras y como de grande era mi amargura. Podría desear a
Lucius, pero también estaba resentida con él.
Esta asignación debería haberme pertenecido a mí sola. No a Lucius. Pero hasta ahora, él
movía las piezas del juego todo solito.
¿Estaba mal de mi parte sentirme así? Sí. ¿Me importaba? No
Michael sacudió la cabeza.
—Cariño, has sido herida. No seas tan dura contigo misma. No es una competencia entre tú
y Lucius.
Sí, lo era. A veces parecía que estuviera en competición con todo el mundo. Quería ser la
mejor. Siempre. En todo.
—Ve a descansar, Eden. Seguiremos hablando por la mañana.
No había razón para discutir. Planeaba acostarme como él había sugerido, sólo que no
pensaba descansar. Primero había algo que tenía que hacer. Me levanté, cerré la distancia entre
nosotros y besé su mejilla sin afeitar.
—Buenas noches —le dije.
Me miró con desconfianza, ya que no era normal que yo obedeciera sus órdenes.
—Te quiero —le acaricié la mejilla que había besado y me dirigí a la santidad de mi cuarto.
Mis pies se hundieron en la alfombra mientras rodeaba una dorada lámpara y entraba en el
vestidor. Cambié el vestido por una camisa y pantalones negros y con las botas puestas, ya sin
tacones, avancé lentamente sobre la aterciopelada colcha verde.
La luz de la luna se derramaba a través de las cortinas, y los sonidos de la noche se filtraban
por los altavoces de la pared, ofreciendo una perezosa y casi sensual melodía. Los grillos
canturreaban, y los coches zumbaban. Cerré los ojos contra el programado ruido.
Estaba a punto de comenzar un camino espiritual.

70
CAPÍTULO 8

MIENTRAS mis ojos se cerraban, me enfoqué en la parte más profunda de mi interior,


reuniendo allí mi energía. El calor pronto se formó en mi estómago, dejando el resto de mi cuerpo
frío. Con determinación, comencé a empujar mentalmente aquella energía, separando la etérea
alma de la pesada carne.
Un quebrado sonido llenó mis oídos. Lentamente, muy lentamente, mi espíritu se elevó de
mi cuerpo. Aunque la hazaña se había vuelto más fácil con los años, tal desconexión, porque eso
era exactamente lo que era, requería mucha fuerza e intensa concentración.
Había querido visitar de esta forma a Lucius muchas veces durante la semana pasada, pero
me había resistido. Me había llamado cada noche para darme un informe sobre como marchaban
las cosas, y cada noche había esperado ansiosa aquella llamada. Demasiado ansiosa. Pero
resistiéndome a visitarlo, me había demostrado a mí misma que no necesitaba verlo. Él no era una
necesidad. Yo tenía el control y mis defensas contra él estaban bien fortificadas. Aunque hoy
hubiera pensado constantemente en él.
Sentía un placer inmenso por el hecho de que Lucius jamás sabría que lo había visitado.
Estábamos ubicados en diferentes estados, pero eso no importaba. Lo encontraría. Por lo
general, mi objetivo debía estar en el radio de casi dos kilómetros o así porque tenía que caminar la
distancia real para alcanzarlo. Nunca había sido ese caso con Michael, al que podía alcanzar en
todas partes y en cualquier momento. Después de mi beso con Lucius, sabía que con él tampoco
sería el caso.
Con mi espíritu liberado completamente, me quedé suspendida en un lugar entre la realidad
y la muerte, experimentando sólo una efímera ligereza. Estaba en el borde de la cama y deslicé la
mirada por mi cuerpo físico. Aunque había hecho esto incontables veces, siempre experimentaba
un shock cuando me veía a mis misma tendida en la cama… ahí, pero no realmente ahí.
La primera vez que mi espíritu salió del cuerpo fue un accidente. Yo era una niña de tan sólo
cuatro años y acababa de descubrir los cuerpos sin vida de mis padres tendidos sobre un charco de

71
sangre. En mi dormitorio. Había huido corriendo, gritando por ayuda. Michael me recogió y me
metió en el cuarto más cercano. El cuarto de mis padres. Me colocó sobre la cama y me dijo:
—Quédate aquí. No te muevas. Yo me encargaré de ellos.
Entonces se fue para hacer justo eso.
Mientras yo había estado allí, sollozando violentamente, había escuchado un quebrado
ruido, como si algo se rompiera.
En aquel entonces, pensé que era mi corazón. Pero la siguiente cosa que supe, fue que miré
hacia abajo y me vi. Apenas tuve tiempo para racionalizar lo que había pasado antes de flotar
hasta otro cuarto, con Michael.
Nunca supo que estuve allí, nunca supo que lo observé. Él había estado en mi dormitorio, los
cuerpos y la sangre habían desaparecido… como si nunca hubieran estado allí. Esa noche Michael
se emborrachó para olvidar, las manos temblando, como si hubiera visto demasiado para
soportarlo. Más tarde, me dijo que el asesino había sido un hombre que tenía intención de robar en
la casa. También me dijo que había matado al bastardo por mí.
Había caminado en espíritu muchas veces desde entonces, cada vez comenzando y
terminando por propia voluntad. Mi tutor Rakan mencionó vagamente que unos pocos de nuestra
especie tenían esa capacidad, pero que él no la tenía, por lo que no podía enseñarme. Durante
años, sin embargo, yo afiné mi habilidad y ahora controlaba todos los aspectos: el cuándo, el
donde, cuánto tiempo.
Jamás se lo dije a nadie. Ni siquiera a Michael, aunque lo amara más que a nadie en el
mundo. Supongo que quería que él me viera lo más humana posible, como una verdadera hija.
Casi se lo dije una vez, después de que me regalara el coche que le había rogado que me comprara.
Al final, no quise estropear el momento.
Los otros, bueno, si la gente descubría que abandonaba mi cuerpo sin protección, indefenso y
vulnerable al ataque, sería una fácil presa para mis enemigos. La cazadora sería la cazada.
Con un suspiro, volví a la tarea que tenía entre manos. Ahora mismo, mi cuerpo físico estaba
tumbado como el de La Bella Durmiente del bosque en el cuento de hadas. Completamente quieta,
el dorado pelo derramándose alrededor de mis hombros y brazos. Si no fuera por mi brillante piel
dorada, fácilmente podría haber pasado por una humana.
Cerré los ojos e imaginé a Lucius. Imaginé los duros y planos ángulos de su cara, la calidez
sedosa de sus labios. Su ancho y musculoso pecho. Pronto un viento fantasmal alborotó mi pelo.
Perdí el agarre bajo mis pies y mi espíritu comenzó a moverse, tirado por una cuerda invisible.
Más y más rápido, las luces pasaron zumbando, centelleantes y borrosas. Rápidamente, una
mezcla de voces -una ronca pero con un timbre culto, otra de una suave barítono- ganó volumen.
Me paré de pronto, con brusquedad, y jadeé.

72
Estaba de pie en un estudio muy parecido al de Michael. Sin embargo, sabía más allá de toda
duda, que no era el de mi padre. Los paneles de madera eran más claros, los muebles diferentes,
más modernos. Una púrpura y roja columna se alzaba sobre el escritorio. Estanterías de color
fucsia y amarillo adornaban una pared. Una plateada mesa y una otomana de falsa piel ocupaban
una esquina. Una ceremoniosa alfombra rojo sangre cubría el suelo de roble, y un gran retrato de
una desnuda pelirroja, claramente una pelirroja natural y la tercera esposa de Jonathan, colgaba
sobre la apagada chimenea.
Mi atención se desvió al centro del cuarto. Lucius holgazaneaba sobre un sillón verde, con un
brandy en una mano y un cigarro en la otra. Se había teñido el pelo de nuevo, esta vez de un rico
tono marrón, y la cicatriz de una cuchillada bajaba desde su sien derecha. Llevaba lentes de
contacto que oscurecían sus claros ojos azules al mismo color que su pelo. Como había predicho,
los piercings y los tatuajes habían desaparecido y encajaba su musculoso cuerpo en un caro traje de
seda.
Casi no lo reconocí, aunque sus labios lo traicionaron ya que él no podía cambiar lo
exuberantes, sexys y suaves que eran. Lamí mis propios labios cuando una imagen atravesó mi
mente, una imagen de él besándome, devorándome. Mi cuerpo estalló en llamas. ¿Estaba
destinada siempre a responder a este hombre?
Otro hombre se sentaba frente a él. Jonathan Parker. El desenfrenado y mata-esposas
playboy. Su retrato fallaba en revelar esa aureola de depravación que lo abarcaba, una depravación
que en persona no podía enmascarar. El humo de cigarrillo lo rodeaba mientras se reía
diabólicamente de algo que Lucius había dicho.
—Así que encontraste un otro-mundo que enciende tu sangre, ¿no? —dijo Jonathan. Bebía a
sorbos del líquido ámbar de su vaso, sus pies apoyados sobre la cara mesa de centro. Su sonrisa se
ensanchó, revelando unos dientes blancos y perfectos—. Y ella es una Raka, ¿cierto? —Suspiró
melancólicamente—. Seré honesto. Siempre quise joder con una Raka. Todo ese dorado…
—Ésta es mía —lo cortó Lucius bruscamente. Sus ojos se entrecerraron, sin ningún atisbo de
humo, sólo terrible amenaza—. Es la única razón por la que volví. La quiero. Es mía —repitió.
Echándose hacia atrás, Parker se estiró del lóbulo de la oreja con su mano libre.
—¿Es caliente, verdad?
—Es fuego y hielo. Lava un minuto, glacial al siguiente. Y no quiere tener nada que ver
conmigo —admitió, perdiendo su oscuridad y asumiendo una actitud vergonzosa.
—Oh, Hunter. Yo no dejaría que eso me preocupara. A las mujeres les gusta jugar a hacerse
la difícil. Quieren romanticismo. Están desesperadas por ello. ¿Cómo crees sino que me gané a
cada una de mis mujeres?
—También creía que eso era lo que querían las mujeres. Le envié trescientas orquídeas, y las
usó como fertilizante. Le compré un Corvette y lo usó para una demostración de choque. Le envié
un collar de diamantes, y me envió una orden de alejamiento.

73
Jonathan rió entre dientes.
—Si ella es tan difícil, ¿por qué no te buscas a otra?
—Quiero a ésta.
Di un paso hacia Lucius, pasando la punta de mis dedos sobre el desgastado y suave sillón
de cuero. A cada paso, me imaginé su olor, el perfume a jabón y pino que tanto admiraba. Hasta
me imaginé su calor. ¿Qué estás haciendo? ¡Para!
Los hombros de Lucius se tensaron ligeramente. Si no hubiera estada tan pendiente de él,
habría obviado la acción. Mi cabeza se inclinó a un lado mientras lo observaba lanzar una ojeada a
izquierda y derecha, como si buscara algo… ¿a alguien? Un frío temblor me recorrió, e hice una
pausa. No había forma que pudiera verme. ¿Verdad? ¿Alguna cosa no iba bien? Exploré el cuarto,
buscando algo que podría haberle puesto en guardia. No encontré nada fuera de lo normal.
—La conseguiré de una forma u otra —dijo Lucius, pero ahora hubo un filo en su voz que no
estaba antes.
—Espero que tengas razón. —Jonathan no parecía actuar diferente. Dejó caer la cabeza hacia
atrás para mirar el abovedado techo, una acción que causó que el líquido del vaso chapoteara. Le
dio una calada al cigarro—. Si la mujer está tan poco dispuesta como dices, podría no gustarle que
la siguieras hasta aquí. Bueno, que la acoses aquí, debería decir.
—Puedo asegurar que no le gustará. —La determinación brilló en sus ojos—. Pero la
persuadiré de que vea las cosas a mi manera, sin duda.
—Estás muy seguro. —Parker se enderezó y miró fijamente y de forma significativa a
Lucius—. Eso es lo que siempre me ha gustado de ti. Nada apaga tu determinación.
Lucius cabeceó en reconocimiento al elogio. Reasumí mi exploración de Lucius. No lo había
visto o tocado en una semana. Aunque parecían años. El impulso jamás me había abandonado, por
supuesto, pero ahora que de alguna forma estaba aquí… el ansía se intensificó.
Cuando lo alcancé, permití que mis dedos se enredaran en su pelo. No podía sentir las
hebras, pero imaginé su calidad sedosa y deseé poder solidificar de alguna manera mis dedos. Lo
mejor que podía hacer era reunir mi energía y empujarla a través de su pelo. Pero tal acción
requería más concentración de la que estaba dispuesta a dedicar en este momento. Además, Parker
y Lucius podrían extrañarse de la repentina brisa.
Suspirando, moví la caricia a su mandíbula. Él se puso rígido e incluso inspiró y emitió un
leve silbido. Mi mano se congeló en el lugar. ¿Qué ocurría? No debería sentirme. Ni siquiera un
poco. Nadie, ni Michael, había adivinado nunca mi secreto. Apresuradamente, retiré la mano.
—¿Hueles a canela? —preguntó Lucius.
Mis rodillas casi cedieron ante la sorpresa.
—No. —La frente de Parker se frunció. Contempló a Lucius silenciosamente durante un
momento, luego inclinó la cabeza y dijo—. ¿Estás bien?

74
—Sí, muy bien —dijo Lucius—. Sólo pensaba en Eden. Seguramente me escupirá a la cara
cuando sepa que estoy aquí.
—Incluso aunque ella te desprecie, eres un hombre afortunado. A mí nunca me ha
obsesionado tanto una mujer como ésta te obsesiona a ti.
—¿Ni siquiera tu esposa?
—¿Cuál de ellas?—Parker resopló—. Da igual. No importa cuál. Eran todas unas zorras.
Las cejas de Lucius descendieron sobre sus ojos.
—¿Eran? ¿Cybil no está todavía viva?
—Apenas. Si tengo suerte, pronto se matará de una sobredosis.
Mi atención se centro en Parker, ensombreciéndose. Si hubiera tenido un arma, podría
haberla usado. Tal indiferencia por su esposa merecía algún castigo.
—Estar obsesionado por una mujer no es una experiencia agradable —se quejó Lucius—.
Casi desearía no haberla conocido nunca.
Hubo un atisbo de verdad en su voz que me insultó. Girando para afrontarlo, entrecerré los
ojos, extendí la mano y le tiré del pelo. Infantil de mi parte, lo sé, un acto propio de una princesa
mimada. Igual que antes, él se tensó. Fruncí el ceño. ¿Por qué lo hacía? ¿Es que la conexión entre
nosotros le permitía sentirme?
Mi sangre se heló ante la idea. No quería estar unida a él de esa forma. Tragué y me alejé
hasta quedar parada en una esquina, fuera de su alcance. Fuera de la tentación.
—Hablando de Eden —dijo Lucius, reanudando la conversación como si nunca se hubiera
detenido—, necesito que celebres una fiesta por mí.
Parker sonrió astutamente.
—¿Una para darle a ella la bienvenida a la ciudad, quizás?
—No. —Lucius sacudió la cabeza—. No quiero que ella sepa que es la invitada de honor.
Celebrarás una fiesta política. Una fiesta a la que, por supuesto, asistiré.
—¿Y en cuanto a la orden de alejamiento?
—La ley puede besarme el culo. Ella es una alienígena, así que realmente no tiene derechos,
¿verdad?
La sonrisa de Parker se ensanchó, y bebió un sorbo de su brandy.
—¿Para quién trabaja tu Eden?
—La Embajadora Claudia Chow.
Una pesada pausa se deslizó en el cuarto mientras Parker meditaba sus siguientes palabras.

75
—No me gusta Claudia Chow —dijo—. Y seré honesto. En realidad no tengo tiempo para
celebrar una fiesta.
Eso era mentira. Lo sabía, y Lucius también. Parker simplemente buscaba algún tipo de
favor.
—Te deberé una —dijo Lucius.
Con la cabeza inclinada a un lado, Parker lo estudió.
—¿La mujer realmente significa tanto?
—Te lo dije. Estoy obsesionado con ella —suspiró.
—Sé que es una Raka, pero, ¡maldita sea!, sigue siendo un chochito y puedes conseguir otro
en cualquier parte. Dime de nuevo por qué éste es tan especial.
Un perverso destello iluminó los ojos de Lucius.
—Tiene una boca que podría sorber a un hombre hasta dejarlo seco.
Sí, un arma habría estado bien. Yo tallaría mi nombre en sus pelotas, luego le sacaría cada
gota de sangre, así no habría nada más que chupar.
—En ese caso, por supuesto —dijo Jonathan—, tomaré ese favor y felizmente prepararé una
fiesta donde puedas renovar tu amistad.
Los dos hombres siguieron charlando un ratito más antes de despedirse finalmente. Parker
acompañó a Lucius a la puerta y, con una palmada sobre el hombro, lo vio partir.
Tenía que admitir que Lucius hacía su trabajo bastante bien, y también tenía que admitir que
necesitaba conseguir algo de descanso si quería estar en mi mejor forma cuando me uniera a él.
Aunque quise seguirlo, cerré los ojos e imaginé mi dormitorio. Aquel viento fantasmal
pronto volvió y sentí un fuerte tirón. Sentí el cambio de lugar y vi centelleantes luces blancas.
Después de unos minutos, mi espíritu regresó a mi cuerpo y abrí los ojos.
La luz de la luna se filtraba a través de las familiares cortinas de mi dormitorio. Mi espalda
descansaba sobre el suave colchón de plumas a las que tanto estaba acostumbrada. Velas apagadas
con olor a vainillas perfumaban el aire, mezclándose con un rastro de olor del puro de Michael.
Rodé a un lado, obligándome a mí misma a sacar a Lucius de mi cabeza. De otro forma,
jamás conseguiría dormir. Extrañamente, pensé, me sentí más despojada y sola que nunca.
¡Maldito fuera aquel hombre!

76
CAPÍTULO 9

AL día siguiente, arrastré mi cuerpo recién depilado a través de un agotador entrenamiento


de tres horas, seguido de dos horas adicionales ensañando el asalto y la defensa personal
empleando una diversa gama de armas, ya que una chica jamás sabía cuando necesitaría usar sus
habilidades especiales. Los cuchillos, las armas de fuego, el combate cuerpo a cuerpo en la cámara
de realidad virtual, empezaron a pasarme factura, así que opté por dejar las pruebas del
guardarropa para el final. La costurera ya tenía mis medidas. ¿Qué más quería de mí?
Mi fracaso con EenLi se sentía como una pesada carga de culpabilidad sobre mis hombros.
Más que antes. Quizás fuera porque me había exigido mucho hoy. O quizás observar a Lucius
encajar tan fácilmente en la vida de Jonathan Parker me había puesto celosa. Él era mejor agente de
lo que había pensado en nuestro primer encuentro. Ahora le tenía que demostrar mi valía.
Sólo cuando estuve completamente agotada me retiré a mi cuarto, aunque no dormí la siesta.
Todavía tenía mucho por hacer. Me duché, me cambié de ropa y bajé corriendo para tomar una
comida rápida y recuperar energías. Me serví trufas de chocolate, fresas con nata y melocotones,
todo rociado con azúcar. Mis favoritos. Me lo comí rápidamente y cuando estaba bebiendo dos
vasos de agua con azúcar, escuché la voz de Michael por el sistema de altavoces.
—Eden, cariño. Tengo que verte en mi oficina.
Con curiosidad, dejé la cocina con sus deliciosos manjares y llegué de una zancada a su
oficina. Él lucía exactamente igual a como lo había dejado ayer, el mismo traje, el pelo ligeramente
alborotados y un puro a su lado. Estaba sentado tras el escritorio, me echó un vistazo sobre el
grueso montón de papeles y me sonrió ampliamente en bienvenida.
—Eres rápida. ¿Terminaste las pruebas ya?
—No, decidí no asistir. —Antes de que pudiera responder, me hundí en la silla frente a él y
dije—: ¿Para qué tenías que verme?
Él se echó hacia atrás en su asiento y me observó en silencio durante mucho tiempo.

77
—Sé que has estado inquieta. También se que, por ahora, no hay nada que hacer con el caso
EenLi.
—Sí —dije, confusa. ¿A dónde quería llegar?
Él dobló sus manos sobre el estómago.
—Tengo otro caso para ti.
El entusiasmo burbujeó en mi interior. ¡Dios, amaba a este hombre!
—Continúa.
—Hay un Morevv en Nueva Florida que viola a mujeres humanas. El A.I.R. Local ha sido
incapaz de actuar debido a gilipolleces políticas. El Morevv es el amante de la alcaldesa. La
alcaldesa Jeffries, para ser exactos, una mujer conocida por su puño de hierro en la política. La
muerte del hombre tiene que parecer un accidente.
—¿Tiene guardaespaldas?
Michael se encogió de hombros.
—Dos humanos corpulentos, pero siempre se van precipitadamente cuando la alcaldesa lo
visita.
Lo que significaba que tenía que cogerlo con los pantalones bajados. Literalmente.
—¿El A.I.R quiere interrogarlo primero?
—No. Sólo lo quiere muerto. Debe encontrarse con la alcaldesa mañana.
Podría entrar y salir en poco tiempo. Éste era justo el tipo de desafío que necesitaba para
combatir mi agitación. Michael me conocía muy bien.
—Lo haré —dije—. Gracias. —Quizás, con este éxito, podría empezar a borrar mi último
fracaso.
Michael soltó un suspiro.
—Por favor, por favor, por favor ten cuidado. Después de todos los esfuerzos que te has
tomado con EenLi, no quiero que pierdas la cabeza por una misión rutinaria.
—Siempre soy cuidadosa. —Le mandé un beso volando—. Saldré dentro de una hora y
espero estar de vuelta mañana por la noche. Si reorganizas mis pruebas, te estaré muy agradecida.
—Le guiñé un ojo, me levanté y salí corriendo de la oficina.

EL nombre de mi objetivo era Romeo Montaga.


Sí, así era como se llamaba el Morevv. Romeo.

78
Los Morevvs eran famosos por su belleza, así que supongo que el nombre le pegaba. Sobre
todo después de que la belleza de este extraterrestre sobrepasaba todo lo que jamás había visto.
Poseía un rubio pelo besado por el sol que le llegaba a los hombros y una cara divinamente
inocente que sólo los ángeles deberían tener. Sólo su bifurcada lengua delataba su condición de
alienígena. Enfundaba su alto y delgado cuerpo en unos pantalones negros de cuero y una camisa
blanca abierta. Creo que se pensaba que era un pirata Casanova.
Tenía una perra lobo en vez de un loro, pero la perra era tan amenazadora como el pájaro.
Estaba tumbada sobre un aterciopelado almohadón al lado de la cama y no había ni parpadeado
dos veces cuando entré. Con la cabeza descansando sobre sus patas, miraba a Romeo con un
completo desinterés, incluso con un poco de miedo.
Había pasado el día anterior aprendiendo sus patrones. Le gustaban las chicas jóvenes, le
gustaba mirarlas y frotarse sin ceremonias contra ellas mientras pasaba por su lado.
Él me asqueaba.
Y ahora mismo el repugnante bastardo tenía a la alcaldesa de Nueva Florida, de sesenta y
cuatro años, atada y desnuda en la cama. Sabía que tenía que pillarlo con los pantalones bajados,
pero había esperado llegar después de que el acto hubiera acabado. No antes.
Entre los gritos de estímulo de la mujer, él se desnudó rápidamente, arrancándose la ropa de
un solo y dramático estirón. Al ver su cuerpo desnudo, parpadeé y sacudí la cabeza. No lo podía
creer. Supongo que los Morevvs tenían más de una cualidad alienígena. Una lengua bifurcada y un
doble pene. Dos penes, de entre todas las cosas.
Mientras Romeo se quedaba desnudo en el borde de la cama, la alcaldesa gimió y se revolvió
como si hubiera entrado en los pasillos del paraíso. Noté que el Morevv permanecía flácido y que
tuvo que cerrar los ojos y frotarse a sí mismo para alcanzar una (doble) erección.
Estando dentro del armario como estaba, anhelé poder arrancarme los ojos y cortarme las
orejas. Los recuerdos iban a atormentarme continuamente. ¡Si sólo la puerta del armario no
estuviera hecha de rejillas!
—Móntame, mi semental —gritó la alcaldesa Jeffries—. Móntame con fuerza. Como ya sabes
que me gusta.
—No hables, mujer —gruñó él, azotándola suavemente en el culo con la mano—. Yo soy el
que manda aquí.
Ella gimió en éxtasis.
Él le pegó otra vez, más fuerte esta vez.
Aunque él jamás lo admitiría en voz alta, creo que estaba asqueado ante su placer. No me
extrañaría que así fuera como Romeo violaba a las demás. Encadenándolas a una cama y
dejándolas observar su equipo.

79
—Ahora eres mía. —Las palabras no sostuvieron ninguna indirecta de posesividad. No,
parecían ensayadas. Subió a la cama y se dejó caer de golpe sobre la alcaldesa. Eso trajo otra ronda
de gemidos por parte de ella. Gracias a Dios, pasaron sólo cinco minutos antes de que el semental
Morevv terminara su cabalgata. Bueno, antes de que su pareja terminara, en todo caso. Su cuerpo
entero convulsionó en un orgasmo. Con sus rasgos tensos, el extraterrestre se apartó de ella, aún
cuando era obvio que él no había culminado.
Desató a la saciada mujer y dijo:
—¿Disfrutaste, dulce?
—Sabes que sí. Quizás… quizás puedas hacerlo más duro la próxima vez —susurró ella, casi
como si se avergonzara de su deseo.
—¿Más duro?
—Sí. —La alcaldesa Jeffries salió pesadamente de la cama y recogió su traje verde menta del
suelo. Una vez que la arrugada tela estuvo asegurada sobre su igualmente arrugado cuerpo, retiró
un montón de billetes, los dejó sobre la mesa y miró fijamente a Romeo.
—Estarás libre mañana —dijo con voz tajante. Supongo que cuando ella se ponía la ropa,
también se ponía su sensación de poder.
Romeo le echó un vistazo y sonrió despacio.
—Por supuesto. Te montaré tan fuerte que tus gritos se escucharán por todo el mundo.
—Mañana, entonces. —Ella tembló antes de salir a zancadas del cuarto. La puerta se cerró
tras ella automáticamente, dejándola fuera.
Romeo perdió rápidamente su sonrisa.
—Zorra —murmuró.
Por si antes no lo hubiera comprendido, lo hice ahora. Ella no le gustaba. Nada. Era un
amante pagado y se hacía lo que ella quería. Dominación. Era irónico que una figura política
conocida por su puño de hierro en el ruedo político permitiera a un hombre, y un alienígena nada
menos, tener el control en privado.
Ya a solas, Romeo miró hacia abajo y le frunció el ceño a la perra.
—Deberías de haberle mordido el culo, tú pedazo de mierda sin valor.
La perra gimoteó ante su tono.
Fruncí el ceño.
Romeo cerró los ojos y comenzó a acariciar sus erecciones… para lo que necesitó las dos
manos. El término «doblar tu placer» tomaba un nuevo significado. Hice rodar lo ojos. Yo podría
atontarlo ahora y luego envenenarlo mientras no podía luchar. Estaría muerto antes de que llegara
la mañana y nadie sabría el porqué ni que yo había estado aquí.

80
Pero…
Hacía varias horas que había entrado por la fuerza, evitando a dos guardias y un sistema de
seguridad robótico de última vanguardia. Un sistema robótico que usaba la inteligencia artificial
para aprender sistemáticamente el modelo de comportamiento del propietario y ajustarse en
consecuencia sin necesidad de programarlo personalmente. El componente de Seguridad integraba
un sistema que se armaba y desarmaba automáticamente, de acuerdo con aquellos que se alojaban
en el lugar. Para entrar en la casa, había tenido que programarme a mí misma en el sistema. Algo
que me llevó mucho tiempo pero que mereció la pena.
Debería haber habido más guardias, pero supongo que la alcaldesa prefería mantener su
relación lo más privada posible. Probablemente porque no era nada más que la puta de un
Morevv. Yo tampoco querría que la gente lo supiera si lo fuera.
En cuanto entré por primera vez en este cuarto, me había tomado mi tiempo en echar un
vistazo alrededor. Había encontrado la agenda holográfica de Romeo. ¿Por qué usaba la gente esas
cosas? Dejaban un claro rastro que seguir. De todos modos, había encontrado una información
interesante.
Visitar casa, 9 p.m. Volver 11:30.
¿Qué quería decir con casa? ¿Tenía familia aquí? ¿O era alguna cosa más compleja?
¿Significaba que viajaba a través de un portal a su casa y volvía un ratito más tarde de su
planeta? Sospechaba que era esto último y eso picó mi curiosidad. En realidad, esperaba que lo
fuera. EenLi usaba aquellos malditos portales. Michael quería saber donde estaban. Lucius quería
saber donde estaban. Si yo pudiera suministrar esa información… la embriagadora idea me sedujo
con tanta seguridad como un apasionante amante.
Cuando Romeo (gracias a Dios) terminó su tarea, se puso de pie.
—¿Te gustó lo que viste, Asesina? —le preguntó al perro con un vil tono—. Puta —le dijo—.
Todas sois unas putas.
Le dio una patada a Asesina en el estómago, y ella gruñó. Trató de morderlo, pero él le dio
otra patada.
Con la cabeza agachada entre las patas ahora, ella retrocedió lentamente, lejos de él. Me
mordí el interior de mi mejilla. Si le da una patada de nuevo, pensé sombríamente, olvidaré los
portales y lo mataré ahora mismo.
Desnudo, buscó en el armario algo que ponerse. Con lo enorme y atestado de ropa que este
espacio estaba, no me preocupé de que me viera metida sobre el compartimiento superior.
¡Diablos!, no me sorprendería que una docena más de asesinos se ocultaran aquí, y simplemente
no los hubiera visto. Lo único que me molestaba de esta situación era lo estereotipado que era.
Quiero decir, ¿una sofisticada asesina obligada a esconderse en un armario? ¡Por favor! Pero ya
había estado metida en uno antes y lo más probable es que me metiera en otro de nuevo.

81
Romeo escogió rápidamente otro par de pantalones negros de cuero y optó por no llevar la
camisa pirata, seleccionando en cambio una ceñida camiseta con cuello de pico. Supongo que
podía ver por qué algunas mujeres se enamoraban de él… además del doble pene. Su belleza
externa bordeaba lo ilegal. Pese a todo, me dejaba fría. En parte porque sabía que poseía el corazón
de un monstruo debajo de toda esa belleza masculina, pero también porque carecía de la rica
vitalidad que Lucius poseía. Comparar a los dos hombres era como comparar el cuadro de una
naturaleza muerta y una escultura tallada. La escultura, al menos, alardeaba de ser en tres
dimensiones.
Terminando de vestirse, Romeo cerró el armario y yo bajé silenciosamente y, me coloqué
frente a la puerta de rejilla. Él estaba concentrado en admirarse a sí mismo en un espejo de cuerpo
entero. Eché un vistazo a su reloj digital. Tenía programado ir a «casa» en treinta minutos, pero el
paso del tiempo no le apresuró. Tarareando por lo bajo, caminó sin ninguna prisa hasta el
aparador y se puso un collar alrededor del cuello. Recordé ver el collar antes, cuando registré su
cuarto. Era pequeño y triangular, con una cadena de platino y una piedra irregular en el centro…
una piedra diferente a las que siempre había visto. Parecía cristal, pero brillante y liso como el
cobre.
Después de bañarse en colonia, Romeo por fin abandonó el dormitorio. La perra le gruñó en
la puerta. Desesperadamente, quise elevar mi espíritu y seguir todos sus pasos, pero no me atrevía
a dejar mi cuerpo sin protección en esta casa. En cambio, saqué mi bolsa del estante. La até a mi
espalda y salí furtivamente del armario.
Asesina dejó de gruñir y me miró con sus emotivos ojos. Sálvame, pareció decir. No me atacó
ni actuó como si quisiera hacerme daño de algún modo. Algo dentro de mí se conmovió. No tenía
tiempo para esto, pero me incliné, ahuequé su hocico entre mis manos y trabé mi mirada con sus
grandes y marrones ojos.
—No te preocupes —le susurré—. Esta es la última vez que tendrás que verlo. —Entonces
me marché de la misma forma que había entrado… por la salediza ventana. No creía que el portal
estuviera dentro de la casa. Lo que quería decir que él tenía que salir tarde o temprano.
Me quité la máscara. Mientras enganchaba en mi cinturón el fino cable que había dejado
colgando, un frío y húmedo viento penetró por las fibras de mi body negro. Llevaba guantes, por lo
que salté de la repisa de la ventana. Entre el susurrante sonido de las cercanas olas, me propulsé y
bajé las cinco plantas. La oscuridad de la noche me ofrecía alguna protección pero,
lamentablemente, la iluminación de la seguridad de la casa alejaba la mayor parte de las sombras.
Había escalado paredes más iluminadas y visibles que ésta sin problemas, y esta vez no fue
ninguna excepción. Llegué al suelo sin ser detectada. El sujeto estaría cerca de la esquina,
moviéndose rápida y silenciosamente, sin pausa.
Desenganché el cierre de la delgada soga metálica y, agachada, caminé hacia el frente de la
casa. El coche de Romeo todavía estaba aparcado en el camino de entrada. Solté un suspiro de
alivio mientras el Morevv salía por la puerta principal de la casa. Había supuesto correctamente.

82
Sin embargo, no fue hacia el aparcado y solitario Porsche. No, se dirigió a zancadas hacía la
zona boscosa de detrás de la casa. Confusa y en silencio lo seguí, preguntándome todo el tiempo si
no me había equivocado después de todo.

83
CAPÍTULO 10

ROMEO se detuvo en una pequeña, circular y despejada área en los límites de la propiedad,
lejos del océano y a plena vista. A lo largo de los años, otros objetivos habían ido a áreas tan
despejadas como ésta. Jamás supe ni me había importado el porqué. Siempre usaba el aislado
entorno a mi favor y atacaba. Quizás debería haber tenido más paciencia.
Durante mucho tiempo, Romeo estuvo de pie inmóvil, mirando silenciosamente el
oscurecido cielo. ¿Tenía que reunirse con alguien? ¿Sospechaba que lo seguía? ¿O… esperaba una
nave espacial? Quizás portal inter-estelar en realidad significaba «nave.»
Los minutos pasaron y desenvainé mi arma.
La frágil hierba me picaba. La sal en el aire me escocía. Me encontraba oculta entre las
sombras y los arbustos, agachada e inmóvil, esperando mientras el tiempo seguía pasando y no
ocurría nada. Nada en absoluto. Nadie venía. Sus mínimos movimientos no indicaban nada
sospechoso. Me levanté la manga de la camisa y miré el reloj de pulsera. Pasaban tres minutos de
las nueve. Fruncí el ceño. ¿A qué o quién esperaba? ¿Esperaba viajar entre los mundos quedándose
simplemente allí de pie?
Si Lucius estuviera aquí, agarraría a Romeo y lo golpearía hasta sacarle las respuestas. Yo
podría hacer lo mismo, supongo, pero eso no era siempre eficaz. Prefería observar el
comportamiento habitual de los otros-mundos.
Sólo rezaba para que mi paciencia fuera recompensada.
Un bajo silbido sonó varios metros tras de mí. ¿Una persona? ¿O simplemente el viento? Con
el corazón martilleando por la adrenalina, desvié mi atención, cambiando mi objetivo por la
búsqueda entre los árboles. Allí no había nadie que pudiera ver. La hojas crujieron, luego
pararon... crujieron… volvieron a parar… como el golpeteo de un tambor, siempre aumentando en
intensidad. No era el viento, ya que no notaba nada sobre el suelo. ¿Un animal?
Romeo no parecía notarlo o preocuparle.

84
El constante sonido creció a mil gritos en disonancia, como el chirrido de cuchillos arañando
el metal. El ruido hendió a través de mí, desgarrándome por dentro. Apreté los labios para cortar
mi propio grito, cerré los ojos con fuerza y dejé caer mi pyre-arma, cubriéndome las orejas con las
manos. Pero eso no me ayudó.
Cuando comprendí lo que ocurría, me encogí. Destellos solares. Ellos siempre me afectaban
de esta forma. Los humanos jamás parecían oírlos o sentir la quemazón del violento bombardeo de
las partículas cargadas. Pero parecía que a los otros-mundos siempre les afectaba. Para la mayoría,
la experiencia era un placer. Para mí, era una pesadilla. Los destellos eran más fuertes en el
exterior, ya que nada obstruía sus ondas destructivas.
Me obligué a abrir los ojos y a mirar a Romeo. Él se deleitaba con el sonido, extendiendo los
brazos ampliamente, dándole la bienvenida a la disonancia. ¿Había causado él esto? ¿Cómo? ¿Por
qué? No lo entendía.
El viento se alzaba, alborotándose y rasguñando como un amante desesperado. Los árboles
se doblaban y retumbaban siniestramente. Una brillante luz pulsaba en el cielo púrpura.
Demasiado brillante. Volviéndose cada vez más brillante. Acercándose más. ¿Qué estaba
sucediendo? Que…
Romeo desapareció.
Un segundo estaba allí, en el centro del círculo, y al siguiente se había ido. El griterío cesó. La
luz se apagó. Los árboles se quedaron quietos.
Estabilizándome, me levanté. Giré la cabeza a un lado y otro, buscando a mi objetivo. Busqué
pistas por todo el claro. No había nada en el círculo.
Mi confusión aumentó.
Repasé de nuevo la escena en mi mente. El grito, el viento, las luces, la forma en que Romeo
los abrazó. Mis ojos se ensancharon cuando la comprensión me golpeó. ¡Dios mío! De algún modo
había viajado de un mundo a otro a través de los destellos solares.
Sin embargo, saber lo que había hecho sólo aumentaba el número de preguntas que tenía.
¿Por qué no había viajado yo con él? No había estado a más de diez pasos de distancia. Debería
haber desaparecido también.
Él tenía programado volver en dos horas, así que lo interrogaría entonces. Rebosando de
anticipación, me acomodé en mi escondrijo y esperé su vuelta.

LAS once y media llegaron y pasaron.


Debería haber regresado ya con Michael, o al menos haberlo llamado, pero no me atrevía a
moverme de este punto. Me mantuve despierta toda la noche, sobrepasando ampliamente la hora

85
asignada para el planificado regreso de Romeo. Pero ningún destello solar estalló, por lo que
Romeo no regresó.
La mañana trajo a los intensos rayos de sol, causando que el calor cayera sobre mí. Causando
que la hierba se pusiera rígida. Quizás había calculado mal. Quizás él había querido decir las once
treinta de la mañana. Esperaría.
El sudor goteaba por mi cara y pecho y deseé haber traído una cantimplora de agua con
azúcar. Pero éste, se suponía, iba a ser un trabajo rápido. Entrar y salir. Así que no había traído
ninguna provisión salvo las propias para el asesinato. Una hora dio paso a otra, con el canto de los
insectos como mi única compañía. Sin duda Michael habría enviado ya una partida de búsqueda.
Al hombre, realmente, le encantaba preocuparse.
Dieron las once y media de la mañana sin ninguna señal de destello solar. Romeo, sin
embargo, regresó según lo programado. Mantuve la mirada fija en el círculo y, ante mis propios
ojos, simplemente apareció. Sin ninguna advertencia. Simplemente parpadeé y allí estaba él.
Un entusiasmo y una anticipación renovada me inundaron. Él sacudió la cabeza para
orientarse, y yo realicé mi movimiento. Me levanté de un salto y salí disparada hacia él, tomando
una contenida postura de no-te-atrevas-a-joderme directamente frente a él. Mi pyre-arma se apoyó
sobre su corazón y sus ojos se abrieron como platos cuando me vio. Cubierta de negro de los pies a
la cabeza como estaba, parecía tan amenazadora y mortal como en realidad era.
Sin una palabra de advertencia, lo golpeé en la nariz para conseguir su atención. Su cabeza
giró a un lado y la sangre se derramó por su boca y barbilla.
—¿Dónde fuiste? —exigí.
Su boca cayó abierta, y tropezó hacia atrás, alejándose de mí.
En vez de intentar dominarme, quería huir. No esperaba lo contrario. La mayoría de la gente,
incluso los que usaban la fuerza física cuando estaban enfadados, se echaba hacia atrás cuando se
usaba esa misma fuerza física contra ellos.
—Tienes tres segundos para contestar mi pregunta, o derretiré la carne de tus huesos. Uno.
Vi las ruedas girar en su cabeza antes de que él adoptara una postura seductora y me
ofreciera una sonrisa tipo vamos-a-acostarnos.
—No hay necesidad de esto. Podemos…
El asco me invadió.
—Dos.
—Sé como complacer a las mujeres —susurró sugestivamente.
—Tres…
—A casa —dijo con un grito ahogado, su cuerpo empezando a temblar como una niña
pequeña—. Fui a mi casa en Morevv.

86
—¿A través del destello solar?
—Sí, sí. —Él se lamió los labios, y sus ojos empezaron a mirar de un lado a otro—. Por favor
no me hagas daño.
—¿Cómo funciona el destello solar?
—N-no lo sé.
—¡Mientes! —Di un paso hacia él y lo golpeé de nuevo.
Las lágrimas inundaron sus ojos y se derramaron por sus mejillas. Él cayó de rodillas.
—Juro que no sé cómo funciona. Sólo sé que es el portal de tránsito. Por favor, no me hagas
daños. Por favor.
Lamentaba que él no pudiera ver mi expresión cuando le dije:
—¿Es así como las mujeres te pedían piedad? ¿Suplicando de rodillas? ¿Les mostraste tú
alguna?
Su bronceada piel palideció, dándole una lividez fantasmal.
—Nunca he violado a una mujer.
Error.
—¿Acaso mencioné yo la violación?
—¿Y qué? —dijo Romeo con un alarde repentino—. Al final les gustó lo que les di. Todas las
mujeres lo hacen.
—Ahora sé que mientes, carita de ángel, y no me gustan los mentirosos. —Apreté el gatillo.
Una luz azul salió, golpeándolo justo en el pecho.
Él se congeló, atrapado y sin poder moverse. Sus rasgos proyectaron sorpresa y miedo.
Retiré un pequeño frasco de mi bolsillo, cerré la distancia entre nosotros, y vertí el líquido en su
garganta.
—Onadyn —dije, sabiendo que escuchaba cada palabra—. Totalmente imperceptible. Una
droga desoxigenante que algunos otros-mundos utilizan para poder respirar el aire de la Tierra. Tú,
uno de los que necesita el oxígeno para vivir, te asfixiarás en minutos, cada respiración será inútil,
pareciendo que saliste a dar un paseo y moriste de un fallo orgánico. —Vi un músculo palpitar en
su mandíbula y un completo terror llenar sus ojos. Le acaricié la mejilla y le di mi sonrisa más
dulce—. No te preocupes. Cuidaré de tu perro.

ROMEO había llamado Asesina a la perra pero, ya que no lo era, su nuevo nombre sería
Agente Luc. En honor a Lucius. Esperaba que él se irritara muchísimo, especialmente cuando

87
descubriera que este peludo perro marrón de grandes y acuosos ojos negros era una hembra.
Sonreí. ¡Oh, la vida de repente era maravillosa!
El agente Luc y yo llegamos a un acuerdo en el vuelo hacia casa. Ella ansiaba afecto y yo se lo
daría. No había sido nada más que el saco de boxeo de Romeo y se merecía que la mimaran un
poco.
Cuando salimos del ITS, ella vio que Michael esperaba al fondo del pasillo de salida. Su
expresión era preocupada hasta que me vio y entonces una gran sonrisa de alivio iluminó su cara.
Inmediatamente, el Agente Luc comenzó a gimotear. Supongo que no le gustaban los machos, ni
siquiera los que sonreían.
Mujer sabia, pensé. Suavemente le acaricié el cuello y canturreé:
—No te hará daño. Sólo parece rudo pero no lo es. —Bizqueé ante la intensa luz del día y
escuché otro ITS pasar en lo alto con un apacible zumbido.
La confusa mirada de Michael pasó del perro a mí.
—Llegas tarde y no me llamaste —fueron las primeras palabras que salieron de su boca.
—Fui retrasada. Lo siento. —Levanté mi bolso más alto en mi hombro. Agarré la correa del
Agente Luc con la otra mano y crucé de un tranco la pista de aterrizaje privada hasta llegar al
sedán de Michael que nos esperaba. El Agente Luc se resistió al principio, mirándome con aquellos
tristes ojos negros—. Venga vamos, niña grande —dije—. Piensa en esto como una aventura. —
Ella, de mala gana, dio un paso a mi lado y saltó al asiento trasero, enroscándose en una protectora
pelota. Parecía fuera de lugar contra el fino cuero negro.
—¿Quién es tu amigo? —preguntó Michael, señalando el perro.
—Ella solía pertenecer al Morevv, pero ahora es tu agente más reciente.
Él hizo rodar los ojos.
—¿Tendré que pagarle?
—Por supuesto. —Me deslicé en el asiento enfrente de Luc y Michael se colocó detrás del
volante—. Misión cumplida —le dije.
Con movimientos rígidos, se giró para mirarme.
—¿Ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? Estaba muy preocupado por ti. Después de
tus últimas heridas…
—Lamento no haber llamado. —Me estiré y le apreté la mano—. Me pillaron por sorpresa.
De todos modos, debería haber buscado tiempo. Ha sido error mío. Lo admito. —Sabía que era
muy aprensivo y necesitaba cuidar mejor de él—. ¿Me perdonas?
—Como si pudiera seguir enfadado contigo —dijo sin fervor. Sólo afecto.
Sonreí abiertamente.

88
—¿Qué sabes de los destellos solares?
—Poco, y sólo porque te molestaban mucho de pequeña. ¿Por qué?
Esquivé la pregunta.
—Dime lo que sabes primero.
Él programó el vehículo para que nos llevara automáticamente a casa y luego se encogió de
hombros.
—Son repentinas erupciones de energía, luz y calor.
El coche se puso en movimiento, pero Michael no tuvo que apartar la atención de mí. El
coche condujo suavemente a lo largo del camino, entrometiéndose expertamente entre el tráfico.
Como era habitual en los hombres, a Michael siempre le habían gustado que sus juguetes fueran
caros, rápidos y de última generación.
—¿Qué más? —pregunté.
—Los humanos no pueden verlos, pero creemos que muchos otros-mundos si pueden.
Ocurren con más frecuencia cuando el sol se acerca a la cúspide máxima de su ciclo. Ahora,
cuéntamelo. ¿Qué tiene eso con ver con cualquier cosa?
—Experimenté uno.
—¿Y? —me incitó.
Inclinándome hacia atrás en el asiento, apoyé mis pies sobre el salpicadero.
—Y vi a un extraterrestre desaparecer en medio de uno.
—¿Desaparecer? —Michael frunció el ceño—. Hasta hace unas semanas, no sabía de nadie
que dominara la transferencia molecular.
—No creo que fuera eso lo que pasó.
—¿Por? —siguió él.
—Por lo que ocurría a su alrededor. Vientos violentos. Gritos agudos. No era sólo una
transferencia molecular. ¿Y si los destellos solares no son lo que pensábamos que eran? ¿Y si
ocurren cuando los extraterrestres abren los portales?
—Entonces ¿por qué nosotros no podemos abrir uno? ¿Por qué no puedes tú? —El ceño de
Michael se volvió más profundo—. Tal vez perdiste al tipo. Tal vez…
—No —lancé—. Lo busqué, busqué huellas. Él no corrió ni se ocultó, Michael. Desapareció.
—Así que crees… ¿qué?
—¿Recuerdas que EenLi dijo que los portales no estaban siempre abiertos?
—Sí, lo recuerdo.

89
—Eso quiere decir que se abren y cierran. Podrían abrirse y cerrarse a través de los destellos
solares. A causa de los destellos solares. Debido a los destellos solares. Por algo.
—Son posibilidades, sí, pero eso me hace preguntarme por que tú nunca has desaparecido
durante uno. A lo largo de los años, has estado en medio de varios. —Cierto. Mis manos se
apretaron en puños. Estaba así de cerca de la verdad. Lo sabía. Pero cerca no bastaba—. Tiene que
haber una razón, un catalizador que los absorbe a través de ellos. ¿Cuando llega el próximo
destello? ¿Lo sabes?
—Lo comprobaré.
Me froté la frente.
—Lamento que mis padres no estén vivos. Así podríamos preguntarles como vinimos a este
mundo.
Michael se puso rígido, igual que siempre hacía cada vez que mencionaba a mis padres
biológicos. Inmediatamente, lamenté mi añoranza. Sospechaba que cuando hablaba de ellos,
Michael sentía que estaba de algún modo insatisfecha con él. Y no lo estaba. Michael se había
esforzado mucho en criarme. Y muy duramente. No había contratado niñeras o me había mandado
con otros agentes. No, me había mantenido cerca de él, se había ocupado de todas mis necesidades
y me había dado todo lo que quería. Y lo amaba muchísimo más por ello.
Me apresuré a cambiar de tema.
—¿Podrían los otros-mundos usar algún tipo de dispositivo de búsqueda?
—Es nuevo, es una posibilidad —dijo—. Investigaré un poco los destellos solares y te
mantendré informada de lo que encuentre.
—Gracias.
Él acarició mi mano.
—Espero que asistas a tu prueba cuando lleguemos a casa —dijo—. Esa costurera… ¿Cómo
se llama? ¿Celeste?
Me encogí de hombros. Yo tampoco lo sabía.
—Casi me arrancó el corazón con su aguja e hilo cuando le dije que estarías fuera todo un
día.
Me reí.
—Dale un aumento. Me gusta su estilo.
Alcanzamos la casa unos minutos más tarde. Me moví para ordenarle al coche que abriera la
puerta, pero Michael me cogió la muñeca. Sus rasgos estaban tensos.
—Eden —comenzó—. ¿Sabes que te quiero, verdad?
Mi estómago se apretó al instante.

90
—¿Pasa algo malo? —pregunté, mi preocupación volviendo las palabra más agudas de lo
que había pretendido. Él me decía que me quería todo el tiempo, pero esta vez había algo en su
voz… algo profundo y lleno de dolor.
—Nada—dijo, apartándose y dándose la vuelta—. No pasa nada. Sólo quería recordarte lo
que siento por ti, eso es todo.
—Michael…
Él salió del coche sin otra palabra, dejándome desconcertada.

91
CAPÍTULO 11

TODAVÍA aturdida por las palabras de Michael, agarré mi bolsa y saqué al Agente Luc del
coche. Rápidamente entramos en la casa, dejando el calor de la tarde detrás de nosotros, al igual
que los árboles, los pájaros y las vistosas flores que bordeaban la casa. Tenía toda la intención de
perseguir a mi padre y exigirle una explicación. No me tragaba su simple sólo-quería-recordártelo.
Le encantaba recordármelo, sí, pero nunca con tal crudo dolor en sus ojos.
Sin embargo, antes de que pudiera encontrarlo, la costurera Celeste me encontró a mí.
El agente Luc se dejó caer a mis pies de manera protectora mientras Celeste bajaba corriendo
las escaleras, aguja e hilo en mano.
—¿Dónde has estado? —me regañó—. Tengo once vestidos y seis trajes pantalón para
terminar, y tú vas y me dejas en la fase más primordial de mi trabajo.
—No me necesitabas aquí para terminar. —Frunciendo el ceño, levanté mi pesada bolsa
sobre el hombro—. Ya tienes mis medidas.
La exasperación revoloteó sobre sus bonitos rasgos, y ella lanzó las manos al aire.
—Muy bien. Si quieres que la ropa resbale de tus hombros, que se rasgue cuando corras y
revele tus preciosas armas, por mí de acuerdo. Coseré el nombre de otra en la etiqueta y así nadie
sabrá que son míos.
—Gran idea —dije y giré hacia el estudio donde sabía que estaba Michael.
Las puertas estarían cerradas, probablemente con llave.
Celeste chilló, el agudo sonido resonando en las paredes.
—Sube a tu cuarto y pruébate esa ropa, Eden Black. ¡Ahora!
Me di la vuelta y la afronté. Abrí la boca para ofrecerle una picante réplica, pero noté cómo
su pecho subía y bajaba y cómo sus ojos brillaban. Era tan apasionada con su trabajo como yo lo
era con el mío. Y respetaba eso.

92
—¿Qué esperas? —pinchó ella—. ¿Una invitación impresa del rey Rakan? Ve.
—Éste no es un buen momento.
Soltó un suspiro entre sus apretados labios y sus hombros se hundieron ligeramente.
—Contigo nunca es un buen momento.
Eché un último vistazo a la puerta del estudio y de mala gana subí la escalera con el Agente
Luc pisándome los talones.
—La próxima vez que alguien me hable de esa forma, ataca. ¿Entendido?
Ella gimoteó.
Hice rodar los ojos. Canino inútil. Gracias a Dios, los pellizcos y los pinchazos de mi prueba
sólo habían durado una hora y Celeste, muy contenta, había seguido su camino.
Mientras Agente Luc dormía sobre la cama, me permití una larga y tardía ducha, dejando
que el vapor del agua quitara y lavara las pruebas de los últimos días. Después, me cepillé el pelo
y me puse unos pantalones y una camisa cómodos y me dirigí a la oficina de Michael. No estaba,
pero había dos mujeres limpiando y quitando el polvo. Luché contra una oleada de decepción.
—Vuelvan más tarde —les dije a las mujeres.
Asintieron y se apresuraron a marcharse. Realmente necesitaba mi propio espacio,
comprendí. Algún sitio privado que fuera todo mío. A diferencia de Michael, incluso haría la
maldita limpieza yo misma. No me gustaba la libertad que le permitía a su personal. Sí, había
adoptado medidas contra el robo y el espionaje, pero ¿alguna vez eran suficientes?
A solas, me registré en el ordenador diciendo:
—Eden F. Black.
Envié un correo electrónico a Colin Foley, un profesor de física cuántica con el que había
salido una vez, pidiéndole información sobre los destellos solares y sus potenciales propiedades de
transporte. Podría no saber nada, o podría saber algo. Habíamos terminado nuestra relación
cordialmente hacía dos años, así que no dudaba que me devolvería el mensaje. Acentué la
importancia de una rápida respuesta… que esperaba recibir antes de que me fuera a Nueva Dallas.
Mientras miraba fijamente la pantalla, esperando una respuesta ya, mis ojos empezaron a
escocer y a llorar. Bostecé. No había descansado nada en los dos días anteriores y necesitaba
dormir. Soltando un suspiro, cerré el ordenador y me marché de la familiar y consoladora oficina.
Subí fatigosamente las escaleras hasta llegar a mi cuarto y me arrojé en la cama, al lado de
Agente Luc. Con la esperanza de que una hora de descanso conseguiría centrar mi energía y me
daría cierta paz y serenidad, cerré los ojos y ordené a cada miembro, célula y órgano de mi cuerpo
que se relajara. Lentamente, despejé la mente, comenzando a descender gradualmente a la calma y
la tranquilidad. Poco a poco, mis caóticos pensamientos se fundieron y se concentraron en un todo.
El latido de mi corazón se armonizó con la corriente estable de mi mente.

93
Justo cuando me felicitaba por un trabajo bien hecho, una imagen de Lucius apareció,
trastornando mi equilibrio. Mi pulso se aceleró y latió con impaciencia; mi sangre se calentó.
Mordiéndome el labio inferior expulsé mentalmente su imagen de mi cabeza.
Ésta se deslizó de vuelta, burlándose de mí.
Mis párpados revolotearon y giré de lado. La perra abrió los ojos y comprobó su entorno.
Cuando comprendió que todo estaba bien, los cerró de nuevo y continuó durmiendo plácidamente
sobre la cama. ¡Si sólo yo pudiera encontrar tan fácilmente la paz! Lucius, decidí al próximo
instante, era una enfermedad. Una apestosa y purulenta enfermedad que envenenaba mi sentido
común y muy bien podría llevarme hasta la muerte. Necesitaba algún tipo de antídoto.
La batalla por expulsar la atormentadora imagen estaba en pleno apogeo cuando mi teléfono
estalló en una serie de pitidos.
Pronunciando un gruñido bajo, recogí la unidad de la mesita y me puse el aparato en la
oreja.
—Sí.
—¿Me echas de menos? —crepitó una ronca voz al final de la línea.
—Te echo tanto de menos como la bala de cobre que me tuve que sacar del estómago.
Lucius se rió, el áspero y rico sonido inundándome. Ninguno de los dos comentó el hecho de
que no tuvimos que decir nuestros nombres, que sólo nos conocíamos desde hacía poco tiempo,
pero que ya reconocíamos las voces de cada uno.
—Me encanta cuando te haces la dura. Dime cómo van las cosas —dijo, apenas tomando
aliento.
—Sobre lo programado.
—¿Qué es eso que me he enterado de los destellos solares?
Mis ojos se entrecerraron y miré airadamente la pared de enfrente.
—¿Cuándo has hablado con Michael?
—Contéstame primero.
Lo hice, y mi discurso fue seguido de un largo silencio.
—Tenemos que investigarlo —dijo finalmente—. Michael está haciendo algunas
investigaciones, pero creo que tenemos que hacer algunas propias. Cuantas más, mejor ¿no es
cierto? —Hizo una pausa—. Lo hiciste bien con esa mierda del destello. Buen trabajo.
Ser elogiada por alguien tan duro e inflexible como Lucius era embriagador.
—Gracias —dije, intentando ocultar la alegría en mi voz.
Debí fallar porque él dijo:

94
—¿Estás llorando de alegría?
Mis mejillas ardieron.
—Vete al diablo.
—No me arranques la cabeza. —Se rió.
—¿Cuál? —refunfuñé.
—Ninguna. —Otra pausa reinó antes de que soltara un suspiro—. ¿Sabes galletita? Cada vez
que hablo contigo, más me gustas.
Imité una perezosa voz del sur -y bastante bien- por cierto.
—¿Es por eso que me llamas, Agente Luscious? ¿Para qué así me gustes más?
—No me llames así —gruñó—. Tenía un minuto de descanso y pensé que podría ver cómo
estabas.
—¿No te dijo Michael lo que hacía?
—Quería oírlo de ti, ¿vale?
—Vale —dije, y lo dejé estar. No admitiría que me alegraba de que hubiera llamado, que
quería tener noticias suyas—. Terminemos nuestra conversación sobre los destellos solares.
Estabas diciéndome el buen trabajo que había hecho…
Resopló.
—Sólo estúdialos. Podemos comparar apuntes cuando llegues aquí.
Mis cejas se alzaron al máximo cuando una oleada de anticipación me golpeó.
—Apuesto que tendré más información que tú.
Él rió entre dientes con voz ronca.
—Dios mío —dijo.
—¿Qué?
—¿Te escuchas a ti misma? Tendré más información que tú —imitó—. Dudo que alguna vez
haya oído un desafío más obvio. Tienes que ser la mujer más competitiva del mundo.
—Esa no es una afirmación justa. No conoces a todas las mujeres del mundo.
—No importa. Acepto el desafío. Veremos quién tiene más información.
Sonreí ampliamente, revigorizada.
—Así que, ¿cómo van las cosas contigo?
—Parker se compadece de mi obsesión por ti y va a ayudarme a conquistarte. Celebrará una
fiesta y se asegurará que tu nueva jefa reciba una invitación.

95
Ya lo sabía, casi le dije, pero gracias a Dios me detuve. No tenía ni idea que había escuchado
y observado su interacción con Jonathan Parker, y tenía que mantenerlo así.
—¿Qué planeas hacer exactamente para conquistarme?
—Dejemos que sea una sorpresa y así tu reacción será autentica. No me preocuparía excepto
de que tu actuación sea buena.
Apreté el agarre sobre el receptor y perdí mi sonrisa.
—Sé actuar.
No contestó.
Solté un suspiro. Muy bien.
—¿Y cómo es mi apartamento? —gruñí.
No negó que se había colado dentro.
—Está bien. Espacioso. Bien protegido. Caro. No tendrás ningún problema en vivir en él. Y
en caso de que te lo preguntes, tu cama es lo suficientemente grande para dos personas.
—Está bien saberlo. Estoy segura de que el Agente Luc se alegrará de que quepamos los dos.
Silencio. Un silencio oscuro, pesado que crujió de tensión.
—¿Quién diablos —dijo con voz entrecortada— es el Agente Luc?
—Un amigo mío. —Acaricié la suave piel del perro, y ella resopló de felicidad en sueños—.
Luc me ayuda en el caso.
—No tenías mi permiso para incluir a ese hombre en nuestra misión.
No corregí su presunción de que Luc fuera un macho.
¿Cómo es mi actuación ahora?
—No necesito tu permiso para nada.
—Joder, Eden. ¿Lo sabe Michael?
—¿Qué? ¿Vas a ir corriendo a quejarte al jefe? —me burlé.
Oí un agudo rechinar de dientes e imaginé que era la mandíbula de Lucius. Sonreí, ya que
me había asegurado de que no le preguntaría a Michael sobre Luc por ninguna razón. ¡Oh, el
orgullo masculino! Tan predecible.
—Si éste hombre pone un maldito pie en el interior de tu apartamento, se lo meteré por el
culo hasta que lo saque por la boca. ¿Entendido?
Mi sonrisa se amplió. No podía evitarlo.
—Oh, lo entiendo muy bien.
Hizo una pausa.

96
—¿Qué se supone que significa eso?
No parecía más enfadado. Parecía inseguro.
—Que tus celos son lindos, eso es todo.
Click.
La abrupta desconexión y el repentino silencio provocaron que me pitaran los oídos. Mi
sonrisa se convirtió en una risita, rodé de espaldas y dejé la unidad a mi lado. Hasta besé a Luc
sobre su húmeda nariz.
Unos minutos más tarde, el teléfono sonó otra vez. Todavía sonriendo, contesté al cuarto
toque.
—Sí —dije.
—Nunca hago amenazas, Eden. Sólo promesas. No quería un compañero, pero me he
resignado a tenerte a ti. No toleraré a nadie más en éste caso.
Ni yo tampoco, pero no iba a dejar que ese hombre pensara que sus amenazas (upssss,
promesas) me intimidaran. No le dejaría pensar que él estaba al mando.
—El agente Luc y yo estaremos allí según lo previsto —dije.
Con eso, corté la conexión.
Sintiéndome mejor que si hubiera dormido diez horas, acaricié cariñosamente la peluda
cabeza marrón de Luc. Abrió los ojos y me miró con adoración.
—Mejor vigilas tus patas, chica. El Agente Luscious es un hombre celoso.
Me reí, feliz.

97
CAPÍTULO 12

POR fin llegó el día.


Fingiendo ser una empleada de Michael enviada a comprobar el alojamiento de su hija, volé
a Nueva Dallas. Después de una rápida parada en la granja de mi padre, visité mi apartamento.
Para el acontecimiento, utilicé una peluca de punta negra y un falso vientre de embarazada bajo el
vestido de algodón sintético. Mi piel estaba pesadamente apelmazada por el maquillaje. Era todo
un espectáculo, estaba segura, pero tenía que trazar un camino de fuga. Tenía que saber qué
esperar cuando yo, como la mimada Eden Black, llegara.
Dios, tenía calor. El sudor me empapaba mientras caminaba calle abajo.
Culpaba a EenLi por el extremo calor y no me sorprendería saber que fuera una de los Mecs
capaces de controlar el tiempo. Realmente a ellos les gustaba cálido y seco, pero las altas
temperaturas casi estaban acabando conmigo.
Situado en el corazón de la ajetreada Nueva Dallas, el edificio de apartamentos de ochenta y
siete plantas de alto, estaba construido con cromo y cristal a prueba de balas. Di un paso dentro.
Había escáneres de huellas dactilares y guías holográficas. Todo de alta tecnología, justo como
Lucius había dicho.
Agradecida por el aire acondicionado, maniobré entre la multitud que había en el bien
iluminado y automatizado vestíbulo y entré en el ascensor más apartado, de uso exclusivo para el
ático. Mis datos –los reales y los falsos- habían sido programados en el ordenador y los escáneres
me aceptaron como la que aseguraba ser sin problemas.
El paseo dentro de la lujosa cabina fue largo pero tranquilo. Un banco cubierto de satén
ocupaba la pared más alejada y había un refrigerador con un dispensador de vinos al lado.
Cuando llegué arriba, las puertas se deslizaron para abrirse y entré en un mundo de total
auto-complacencia. Observando fijamente mi alrededor, inhalé los aromas de las materias primas
del cuero y el algodón, muy caros en ese sintético mundo, donde la guerra entre humanos y

98
extraterrestres había destruido tantas cosas preciosas. Sillones afelpados, mullidos sofás, mesas de
cristal. Dos televisores holográficos y dos barras de bar totalmente abastecidas.
Todo protegido con escáneres de voz y huellas dactilares.
Hice un barrido rápido… para asegurarme que estaba sola. Lo estaba. Bien. Encontré las dos
entradas ocultas que Michael había instalado, asegurándome que abrían correctamente. La que
encontré en el suelo de la cocina chirriaba, así que la engrasé. No podía permitir que los tipos
malos conocieran mi posición. Esa conducía a un cuarto seguro. Otra puerta, que se abrió
suavemente, conducía a un tobogán que me llevaría directamente al sótano del edificio.
Mi cama, noté, estaba cubierta de seda azul y tenía un dosel que parecía de encaje. Sabía que
era de un material protector que se sellaría ante venenos y gases. Y sí, podrían caber fácilmente dos
personas ahí dentro.
Todo estaba en orden. Era todo lo que necesitaba saber.

TOMÉ un taxi durante varios kilómetros y luego anduve el resto del camino a la granja, todo
el tiempo asegurándome que no me seguían… Una chica jamás era demasiado cautelosa.
El agente Luc me esperaba. En el momento que entré por la puerta, saltó de su almohadón en
el suelo. Ren, el agente que había dejado a cargo de su cuidado, gruñó un cortante:
—Estate quieto, chucho.
—Vigila tu tono —dije con brusquedad. Me agaché y acaricié la suave y limpia piel de Luc.
Suspiró feliz—. ¿Me echaste de menos, eh?
Rápidamente me duché y me puse un lujoso traje. Después Marko nos llevó a mí y a Luc al
aeropuerto a esperar que me recogieran. Hasta ahora, había sido un día muy ocupado y sabía que
a partir de ahora iba a volverse más ajetreado.
Agradecida, mi chofer civil, o más bien el de Claudia Chow, llegó poco después, y pronto me
encontré sentada y mirando fijamente por la ventanilla de la limusina. Cambié de postura con
impaciencia en el suave asiento de cuero.
La misión, para mí, acababa de empezar oficialmente.
El agente Luc se sentaba a mi lado y descansaba el hocico sobre mi pierna. Distraídamente, le
acariciaba el pelaje dando golpecitos con mis tacones altos contra el entarimado. Esa parte de
Nueva Dallas ofrecía cuantiosos paisajes, la mayor parte de ellos eran tristes. Un momento, se veía
una serie de edificios altísimos y coches que se apresuran, y al siguiente veía espacios abiertos de
par en par, con plantas rodadoras y árboles esmirriados.

99
Siempre pensé en mí como una mujer paciente. Pero ahora mismo, todo dentro de mí gritaba
deprisa. No porque anhelara ver a Lucius, me aseguré, si no porque quería, por fin, comenzar a
ayudar en ese caso.
Pasó una hora. Mis labios hicieron una mueca y cambié de postura de nuevo. ¿Por qué no
podía la embajadora de buena voluntad alienígena vivir más cerca del aeropuerto?
Había leído el archivo de Claudia Chow. Había nacido en el seno de una familia privilegiada
y se había casado joven… con un hombre también procedente de una familia privilegiada. Jamás
había pasado dificultades en ningún momento de su vida. Cuando su marido vivía, los dos
disfrutaban cazando animales y viajando por el mundo.
Ahora pasaba su tiempo luchando por los derechos alienígenas. Eso no tenía sentido, no
parecía encajar con su educación. Y yo debía traducirle en las fiestas, reuniones y cualquier otro
acontecimiento al que decidiera asistir. Suspiré.
Ella poseía un rancho en las afueras de la ciudad… un rancho que se extendía por todo el
horizonte visible. ¡Gracias a Dios! Enderecé mi trasero y, de repente, sonreí ampliamente. Feliz.
—Ya casi estamos —le dije a Luc, el entusiasmo fluyendo de mi voz.
Ella parpadeó y me lamió la mano.
La acaricié entre las orejas.
—Ten cuidado con la embajadora. Solía cazar animales. Puede que aún lo haga.
Luc me lamió de nuevo. Confiaba en mí para mantenerla a salvo y eso me gustaba.
Devolví mi atención al rancho. Era rojo y blanco, amplio y extenso, con marcados postes de
madera que anclaban la primera planta con la segunda. Guardias armados vagaban por los límites
de la propiedad, así como alrededor de la misma casa. Y no eran humanos. Eran Ell-Rollis,
criaturas de una raza tan estúpida que sólo podían seguir las órdenes de su amo.
—Tienes que mostrar mucho valor mientras estás aquí, muchacha —le dije a Luc—. Si
alguien le sugiere a esos guardias que te hagan daño, lo harán sin pensárselo dos veces. Así que no
salgas fuera sin mí. —Me pasé una mano por el cabello trenzado y murmuré—. Tal vez debí
dejarte con Michael. —No quería que la hirieran.
No había tenido intención de traerla. Sin embargo, cuando cruzaba la puerta, Luc había
brincado tras de mí, gimoteando a cada paso. Recordé que siempre que Michael me dejaba durante
una misión, yo lloraba y quería que me cantara una nana para dormir. No había sido capaz de
hacerle lo mismo a Luc.
¿Quién habría dicho que me volvería una blandengue por un chucho?
Me lamió la pierna.
Con una compañera tan feroz, pensé sarcásticamente, no parecía necesitar el modificado
rifle, el silenciador y las balas de punta hueca que llevaba en el bolso. De todos modos, de nosotras

100
dos, yo era la que más peligro corría. Michael me había dicho que a la embajadora Claudia Chow
le gustaba reunirse con otros-mundos. De todas las razas.
—Apuesto a que me disecaría y me colgaría si fuera legal.
El agente Luc me dio otra lamida.
Francamente, despreciaba a la gente que usaba a los otros-mundos como trofeos.
—Oh, mira mi extraterrestre —imité con un azucarado dulzor. No me importaba que el
conductor me oyera. Era una princesa mimada. Una diva—. ¿No es precioso? —Apreté los labios.
Si Claudia me trataba de esa forma…
Uno de los guardias debió haber notificado a Claudia mi llegada porque en el momento que
la limusina entró en el tortuoso y largo camino de grava, ella dio un paso en el atabillado pórtico.
La estudié. Llevaba el negro pelo recogido en un severo moño, iba perfectamente maquillada y su
alto y elegante cuerpo estaba moldeado por un negro y conservador traje de seda. Habría supuesto
que rondaba los treinta pero sabía que acababa de cumplir los cuarenta y seis. Era una mujer muy
atractiva que obviamente conocía su poder y se deleitaba en él.
El coche se paró, y mi puerta se abrió al instante. Un Ell-Rollis dio un paso hacia mí y me
extendió la mano.
—Gracias —le dije impasible y armándome de valor.
El dulce aire acondicionado dio paso a uno caliente y lleno de los olores del verano y de los
caballos, y arrugué la nariz mientras daba un paso fuera.
El Ell-Rollis no habló, simplemente me sonrió, revelando sus amarillos y puntiagudos
dientes. La sonrisa parecía fuera de lugar sobre sus rasgos parecidos a los de un lagarto. Debían de
haberle ordenado que me saludara con una sonrisa de bienvenida.
Agente Luc saltó a mi lado y se sentó, mi siempre vigilante guardián. Al menos no se
durmió. Como si hubiera prestado atención a mi advertencia, miraba al Ell-Rollis con cautela.
Sin ninguna expresión en absoluto en su cara, Claudia cerró la distancia entre nosotras y me
envolvió entre sus brazos. ¿Para aparentar? Lo más probable. No le devolví el abrazo pero lo
toleré. Era unos centímetros más baja que yo, por lo que se vio obligada a estirarse de puntillas
para besarme ambas mejillas.
—Bienvenida —dijo, su voz cultivada, refinada.
Sus ojos eran marrones, y de cerca podía ver unas pecas dispersadas por su nariz.
—Gracias. —Sonreí dulcemente, sin ninguna atisbo de falsedad. O eso esperaba—. Estoy
muy contenta de estar aquí.
—Déjame mirarte —dijo, liberándome y alejándose un paso. Sus oscuros ojos me recorrieron,
tomándome lentamente las medidas a todo mi cuerpo—. Tanto oro. Es aturdidor, realmente.
¿Quieres comprobar mis dientes? ¿Tal vez una etiqueta en mi dedo del pie?

101
Amplié mi sonrisa.
—Gracias. Eres muy amable al decirlo.
—¿Manipuló alguien tu ADN? —Preguntó con inocencia—. ¿O son todos los Rakas tan
resplandecientes y dorados como tú?
—Somos todos así, o eso me han dicho.
—Estoy sencillamente muerta de celos. Debes de mirarte en el espejo mil veces al día.
—Sí. —La respuesta de una princesa.
—Nos aseguraremos que nadie intente ir tras tu piel. Tomaré medidas para protegerte. —
Acarició mi mejilla, igual que como yo hacía con mi perro—. Tú y yo vamos a llevarnos a las mil
maravillas, estoy segura. Giles —gritó sobre su hombro. Hasta dio unas palmadas—. Lleva las
maletas de la señorita Black a la habitación Amarilla. —A mí, añadió—. El amarillo armonizará
estupendamente con tu dorada piel.
—No necesito que lleven mis maletas a la habitación Amarilla. Tengo un apartamento en la
ciudad.
—Tonterías. Quiero que te quedes aquí. No hay razón para que viajes de aquí para allá.
Oh, no, no.
—Prefiero tener mi propio espacio. Es una de las razones por las que me alejé de mi padre.
Los marrones ojos de Claudia se endurecieron y se movió poco a poco a una sutil postura de
yo-mando-aquí.
—Prefiero tenerte aquí. Con tu perro, por supuesto. Es bienvenido a quedarse también, y
aquí tendrá más espacio para correr y jugar.
—Lo siento, pero debo insistir…
—Y yo debo insistir en que te quedes. —Sus ojos brillaron con determinación.
—No era parte de nuestro trato —dije, esforzándome por mantener la calma.
¿Debería lanzar una ofensiva?
—Ahora lo he convertido en parte del trato. Si es un problema…
Entonces encontraría a otro intérprete. Y yo perdería mi tapadera. ¿Por qué tal insistencia en
que me quedara? me pregunté apretando los puños. De todos modos, rechiné los dientes y no
ofrecí más excusas. Estudiar el apartamento, engrasar la puerta secreta, no había servido para
nada. Genial.
—La habitación Amarilla parece encantadora.
En el momento que hablé, su expresión se ablandó y sonrío feliz. Sus dientes eran blancos y
perfectamente alineados.

102
—Maravilloso. Sabía que nos pondríamos de acuerdo. Giles —llamó de nuevo.
Un Genesi vestido de smoking apareció detrás de ella. Su raza poseía una piel arrugada y
gris que se doblaba en capas. Había matado un Genesi una vez. Una hembra. Había emitido algún
tipo de murmuradora energía que tintineaba como campanas mientras luchaba conmigo. Aquellas
campanas crecieron en intensidad y casi habían reventado mis tímpanos antes de terminar con
ella.
Sin mirarme a los ojos, el Genesi caminó rígidamente por delante de mí y el coche, levantó
mis maletas en sus brazos y giró sobre sus talones. Lo permití sin protestar. La mayor parte de mis
armas estaban bien escondidas entre mis artículos de aseo diario. Incluso si rebuscaba entre mis
cosas durante horas, jamás descubría nada extraordinario.
—Ahora, háblame de tu amigo —dijo la embajadora, señalando al perro—. ¿Cómo se llama?
—Ella se llama Luc y recela de los hombres —añadí, acariciando su cabeza—, así que será
mejor que tus criados machos la dejen sola.
—Creo que es maravilloso que tengas una compañera nacida en la Tierra. —La cara de la
embajadora Chow se cubrió con un atisbo de tristeza—. Mi compañero murió. Un virus se lo llevó.
No mencioné que yo misma había nacido en la Tierra.
—Lamento tu pérdida.
Ella agitó la mano en el aire y forzó una sonrisa.
—Fue hace mucho. ¿Tienes sed, querida? Seguro que sí —contestó por mí—. Vamos al salón.
Tomaremos una limonada y nos conoceremos mejor la una a la otra.
Con Luc trotando a mi lado, seguí a la embajadora y entré con impaciencia dentro. Mi falda,
larga hasta las pantorrillas, se balanceó con cada movimiento. El frío aire me azotó, soplando a
través de mi ropa y mi caliente piel. Aquella breve estancia bajo el sol me había acalorado,
comprendí.
Parpadeé para alejar de mi visión las manchas rojas y doradas provocadas por el sol y
estudié mi nueva y temporal casa. Parecía cómoda, sí. Pero… mis manos se apretaron en puños de
nuevo. Quería mi apartamento. Mientras pasábamos por un largo vestíbulo, una de las primeras
cosas que noté fueron las cabezas de animales que decoraban algunas paredes. Ciervos, coyotes,
jabalíes, todos los cuales estaban en peligro de extinción y era ilegal poseer o matar.
Había esperado algo diferente de la elegante Claudia Chow. Sí, sabía que había cazado
animales, lo que ahora era ilegal sin una licencia del gobierno, pero pensaba… no sabía lo que
pensaba.
Ella me echó un vistazo sobre el hombro.
—¿Qué piensas de mi casa?
Decidí ser sincera. Era menos complicado así.

103
—Las cabezas de animales me resultan asquerosas.
—¿De verdad? —Frunció el ceño, una genuina sorpresa brillando en sus ojos—. La mayoría
de tu gente parece disfrutar de ellas.
¿Mi gente? ¿Quería decir Rakas o todos los otros-mundos? De una forma u otra, no parecía
algo que una embajadora de buena voluntad alienígena debiera decir.
Finalmente entramos en el salón, un cuarto lleno de cráneos de animales y plumas de pájaro.
Esparcido por todas partes, los cadáveres eran tapetes decorativos o floreros llenos de flores.
¡Dios mío! Eso tenía que ser el infierno.
Ocultando una mueca, esperé hasta que Claudia se sentara en un sillón floral antes de
reclamar el pequeño y rosa sofá situado frente a ella. Luc se sentó a mis pies, todavía pareciendo
cautelosa. Entre Claudia y yo había una pequeña mesa con ruedas donde se amontonaban las
galletas y la limonada.
Excepto por los animales muertos, la escena me recordaba a un cuadro de época. Quizás una
vieja película, con damas, caballeros y modales apropiados. Sospechaba que Claudia labraba esa
imagen para su beneficio. ¿Para relajar a sus invitados? ¿Desarmarlos?
Como una cortés anfitriona, me sirvió un vaso de fuerte limonada, y bebí un tentativo sorbo.
Odiaba las cosas agrias, y esa demostró estar completamente desprovista del dulzor que prefería.
—Marta —dijo ella—, por favor, traiga a Luc un tazón de agua. —Dadas las órdenes, Claudia
me ofreció una galleta.
Acepté rápidamente. Al menos, tenían algo de azúcar. Si pudiera escoger un solo alimento en
el mundo entero, sería ese. Puro azúcar granulado. Mordisqueé los bordes de la galleta y suspiré
con satisfacción.
—No estoy segura de lo que te han contado sobre tus obligaciones —dijo Claudia—, pero
todo lo que requeriré de ti es tu presencia en todas las funciones políticas y sociales a las que asista,
que me acompañes cuando otros-mundos me visiten para contarme sus problemas y
preocupaciones, y traducir cualquier llamada que reciba.
¿Eso era todo, eh?
—Mi último intérprete sólo hablaba seis lenguas, así que a menudo los extraterrestres se
quedaban frustrados por su incapacidad de comunicarse conmigo. Tu padre mencionó que hablas
veintisiete lenguas. —Hubo un toque de incredulidad en su tono.
—No exageró, te lo aseguro.
La sorpresa revoloteó sobre sus refinados rasgos, como si hubiera esperado que lo negara.
—¿Cómo lograste aprender tantos?
Un criado femenino llegó con el tazón de agua de Luc. La muchacha era alienígena, Brin Tio
Chi, una raza tan oscura como el moca y que se movía con fluida gracia, prácticamente flotando.

104
Colocó el tazón frente a Luc y se deslizó lejos, su blanco vestido ondeando en sus tobillos. El perro
bebió con gula.
—Un tutor de los míos me dijo una vez que los Rakas tienen afinidad para los idiomas. Toda
nuestra especie parece aprenderlos con tanta facilidad como los niños humanos aprenden el
alfabeto.
—Eso es maravilloso. —Sonriendo ampliamente, Claudia se agarró las manos—. Dan una
fiesta esta noche a la que asistiremos, y espero que acudan muchas especies diferentes. Algunas de
ellas no dominan el inglés, por lo que tendrás que traducir para mí.
La fiesta. No podía esperar.
—Será un placer.
Ella suspiró.
—Algo que tienes que saber sobre mí es que siempre mezclo los negocios con el placer.
Espero que muchos otros-mundos se me acerquen ésta noche con sus problemas. Saben que pueden
venir a mí en cualquier parte y en cualquier momento.
Incliné la cabeza a un lado.
—¿Qué tipo de problemas?
—Discriminación, sobre todo. Los humanos a menudo actúan con superioridad frente a sus
compatriotas alienígenas… y con celos cuando alguno de ellos siente que son indignos de tener
dinero y poder. Ahí es cuando intervengo. Me aseguro de que las necesidades alienígenas sean
representadas en el Senado.
Un bonito discurso. ¿Ensayado? ¿O verídico?
—Cuando Yson -mi marido- estaba vivo, viajamos por el mundo y fuimos testigos de
muchas atrocidades cometidas contra los extraterrestres. Juramos hacer lo que pudiéramos para
ayudar. —Su cara se tiño de tristeza—. Entonces los Zi-Karas vinieron y trajeron aquella plaga
horrible que mató a tantos humanos y animales. Yson fue uno de los primeros en morir,
dejándome sola para que los ayudara.
—Creía que eso le habría hecho odiar a todos los extraterrestres —dije las palabras como una
observación tardía.
Ocasional. Pero observé su expresión atentamente.
Las finas líneas alrededor de sus ojos parecieron volverse más profundas.
—Durante un tiempo, sí, los odié realmente. Pero Yson no habría querido que abrigara tal
odio. Habría querido que mantuviera mi voto. Y así lo hice. —Agitó una mano en el aire—. Ya
basta de penas, hablemos de cosas felices.

105
Qué rompecabezas, pero era uno que planeaba resolver. Que las piezas encajaran de forma
inocente o traicionera, no lo sabía. Sólo sabía que tendría que estar en guardia respecto a ella.
Michael parecía confiar -un poco- en ella, pero yo no podía. Aún no.
Charlamos durante unos minutos más sobre el tiempo, sobre mis comidas favoritas y mis
hábitos nocturnos.
—¿Por qué no vas arriba? —dijo—. Puedes deshacer las maletas o descansar. O lo que sea
que tengas que hacer antes de ir a la fiesta.
—¿Dónde se celebrará la fiesta? —pregunté, incapaz de ocultar la anticipación en mi tono.
Ya conocía la respuesta.
—En la finca de Jonathan Parker. Es rico y poderoso, y un buen hombre al que tener de tu
lado. —Hizo una pausa, sonriendo ampliamente—. Insistió, y muchísimo, para que acudiéramos.
Devolví su sonrisa con una propia.
—Tengo ganas de conocerlo. —Y las tenía.
¡Dios, cómo las tenía!

106
CAPÍTULO 13

PASÉ la siguiente hora buscando micrófonos y cámaras ocultas en mi dormitorio.


Había sólo una cabeza muerta de animal colgada de mis paredes amarillas-que–
armonizaban-tan-bien-con-mi-piel. Un ciervo. El resto de la decoración era de buen gusto, aunque
puramente tejana. Una lámpara de araña con cencerros, herraduras sobre las paredes. Unas
columnas de madera que se apoyaban en una cama con forma de carretilla. Cestas de piel de
serpiente sobre las mesitas de noche.
Encontré dos cámaras, pero ningún micrófono. La embajadora de buena voluntad alienígena
había sustituido los ojos del ciervo por redondas y negras lentes dirigidas hacia la cama. El que
Claudia Chow fuera simplemente una pervertida a la que le gustaba mirar, que tuviera motivos
perversos para querer tenerme bajo vigilancia, o que quisiera la cámara para ayudar a
«protegerme» de los amantes del oro, no me importaba. Reafirmé mi determinación de ser
cautelosa a su alrededor.
Ella desconocía mis verdaderos motivos para estar aquí, pero iba a conseguir colarme en la
fiesta de Jonathan. Por eso, aguantaría su adulador carácter.
No me preocupaba que ella supiera que había encontrado las cámaras. Simplemente las
quité, las abrí y las inutilicé. Grabar imágenes era común hacía años, pero el gobierno había
dictaminado que cámaras como éstas fueran ilegales sin un permiso. Dudaba mucho que ella lo
tuviera.
—El Señor no lo quiera —murmuré. Podía manejar el problema de las cámaras de dos formas.
Me presentaba cámara en mano ante la embajadora y le advertía que no las colocara en mi cuarto
de nuevo, o no las mencionaba en absoluto.
Después de pensarlo un momento, decidí no mencionarlas. Estaba dispuesta a apostar que
ella tenía conocimiento del momento exacto en que las encontré. Si me callaba, se preguntaría
sobre mi reacción, mis pensamientos y tal vez pisaría con más cuidado a mi alrededor.

107
Segura ahora de mi intimidad, comencé a memorizar la distribución de mi cuarto con la vista
y después con los ojos cerrados, comprobando el espacio entre los muebles y la longitud del suelo.
Luc me observó curiosa todo el tiempo. Hasta caminó a mi lado durante un rato antes de
encontrarlo aburrido y volver a la cama.
Algún día podría necesitar recorrer esta habitación en la oscuridad para sobrevivir. Debía
trazar la mejor ruta de escape, así como una segunda en caso de que la primera fallara.
Después, me permití una larga ducha. La limpieza en seco a base de un rociado de enzimas
no ofrecía la misma sensación de relajación como la vaporosa y caliente agua de Michael, pero
disfruté de sentir mi piel limpia.
Sobre todo ahora, sabiendo que pronto vería a Lucius. Sabiendo que pronto me encontraría
cara a cara con Jonathan Parker. Sabiendo que un «pedido de esclavo» pronto sería colocado sobre
mí, y sería secuestrada, quizás encerrada bajo tierra. Sucia y fría.
Pronto… sí, pronto.
Lucius asistiría a la fiesta de Jonathan Parker esta noche. Lo vería en persona. Hablaría con
él.
Y pensaría sólo en nuestro caso, me prometí a mí misma. ¿Había averiguado él algo nuevo
sobre los destellos solares? ¿Sobre EenLi? Según Michael, todavía no habían descubierto al
bastardo. Era como si hubiera desaparecido.
Tal vez lo había hecho.
Tal vez, como Romeo, había usado un destello solar para volver a casa.
Si era así, encontraría un modo de perseguirlo hasta Mecca.
El rocío comenzó a chisporrotear, así que cerré la unidad y di un paso fuera del blanco
recinto embaldosado.
El aire caliente salió por unas rendijas sobre, al lado y debajo de mí, manteniéndome caliente
hasta que me vistiera. Me até de nuevo mis armas al cuerpo: una pequeña pyre-arma en el interior
de mi muslo, un cuchillo, y un diminuto frasco de Onadyn. Nunca sabía lo que necesitaría, así que
me gustaba tener acceso a los tres.
Aunque decidí que necesitaba algo más esta vez. Algo más que mi arsenal habitual. Por si
acaso. Este era un nuevo entorno, con gente que no conocía y a la que no había seguido. Me
abroché una cadenita alrededor del tobillo… una cadenita que contaba con alucinógenos en forma
de diamantes.
Hecho esto, resbalé un ceñido vestido azul claro sobre mi cabeza. El fino material besó mis
pechos y caderas, pero ondeó libre alrededor de mis pantorrillas en pañuelos de diferentes
longitudes. Dejé la mayor parte de mi dorado cabello suelto, recogiendo sólo unos mechones hacia
atrás y dándole forma con unas peinetas salpicadas con zafiros… que también se convertían en
unos cuchillos retráctiles.

108
—No está mal —murmuré, estudiando mi reflejo en el espejo. Hielo dorado.
Había llegado a aborrecer mis altos tacones, pero supuse que podría tolerarlos por esta
noche. ¿Quién sabe? Si fuera necesario, podría usarlos como arma. Me até un par de zapatos de
tiras en los pies del mismo color exacto que mi vestido. Un poco de rímel y brillo en los labios. Ya
está. Hecho.
Luc ladró en aprobación.
Comprobé mi ordenador por si había un mensaje de Colin. Nada. Suspiré. El reloj marcó la
hora. Las cinco. Dos horas antes de que la embajadora y yo tuviéramos que marcharnos. Eso me
daba mucho tiempo para hacerle preguntas sobre Jonathan Parker.

CLAUDIA resultó ser una chismosa total y estuvo más que feliz de contarme todo lo que
sabía de cualquiera que había conocido alguna vez. Nuestra conversación duró dos horas
completas, antes de que ella se precipitara hasta arriba a cambiarse para la fiesta.
Durante nuestra charla, descubrí las siguientes perlas de información:
1. River Garwood prefería la cerveza casera al champán caro, aunque realmente tuviera una
bodega excelente.
2. El aumento de pecho de Norine Smith le había dejado con un pecho más grande que el
otro. La mujer ahora llevaba un sostén unilateral acolchado.
3. Jonathan Parker odiaba los guisantes con una pasión que no podía ser igualada. ¿Tal vez
podríamos usar este conocimiento si alguna vez decidíamos torturarlo?
4. Gladys MacGregor, que todos sabían que perdió todo su dinero en malas inversiones,
había pagado a su dentista sus fundas de porcelana con una operación oral propia… realizada
sobre sus rodillas.
Asimilé el hecho de que aquellas dos horas fueron una pérdida de tiempo y que no fue uno
de mis mejores planes.
Cuando Claudia volvió diez minutos más tarde, llevaba un vestido violeta con lentejuelas
que abrazaba su cuerpo y que destellaba como el rico aceite bajo la luz. Su pelo estaba recogido en
un turbante a juego.
Parecía elegante. Refinada.
—Claudia —dije mientras ella bajaba la escalera—. ¿Te importaría pedirle a una de tus
empleadas que saque a pasear a Luc más tarde?
—Por supuesto. —Ella miró a su criada y la ligeramente oscura y flotante Martha cabeceó.
—Martha lo hará. ¿Estás lista?

109
—Más de lo que puedo expresar.
Subimos a la limusina y nos pusimos en camino hacia la casa de Parker. Claudia reanudó
nuestra conversación como si nunca la hubiéramos dejado. ¿Quién diría que una acogedora
limusina, con su cuero negro y su mini-bar, podía ser usado como un instrumento de tortura?
Escuché a medias, esperando pillar alguna información que pudiera usar.
Por fin, ella mencionó el nombre de Hunter Leonn. Lucius. Me enderecé y adopté una
expresión de fingida angustia y consternación. Recuerda, él me acosó. Abusó de mí. Una intensa
ráfaga de impaciencia y entusiasmo me golpeó.
—¿Hunter Leonn, dijiste? —Pregunté bruscamente, saltando hacia delante en mi asiento.
—Sí —contestó ella, parpadeando con sorpresa. Sus rasgos se iluminaron de impaciencia y se
inclinó hacia mí—. ¿Por qué? ¿Lo conoces?
Le conté la misma historia que Lucius le contó a Jonathan.
—Me persiguió despiadadamente. ¡Sin piedad! Siempre que me daba la vuelta, se cernía a mi
lado. Traté de decirle que no me gustaba, que no lo quería en mi vida, pero él no me escuchaba. Se
negaba a dejarme sola.
—¡Oh, qué horrible!
—Sí, lo es. Hunter es la verdadera razón por la que me alejé de Michael. Quería
desesperadamente escapar de él. —Me agarré las rodillas en un falso acto de agitación—. ¿Y ahora
me dices que él está aquí?
—¿Te preocupa que te moleste de nuevo? Bueno, no lo hará. Mi casa está bien protegida,
Eden.
—No será capaz de alcanzarte.
—Eso pensé antes. Con Michael. Pero por mucho que le decía que no a Hunter, un día me
atrapó en la calle y me metió en su coche. Me llevó a su casa y me encerró dentro. Casi me violó, y
lo habría hecho si yo no me hubiera escapado. ¿Qué voy a hacer?
—¡Oh. Dios mío. Lo siento tanto! No comprendí la gravedad de la situación. —Con sus
rasgos tensos por la preocupación, ella me agarró de las manos—. Debiste estar tan asustada, y
ahora estás metida en el mismo apuro. Lamento que no pudiéramos detenerlo, pero… —Ella
suspiró con tristeza—. Los humanos simplemente no son castigados por hacerle daño a los
extraterrestres. Aún no, en todo caso.
—¿Y si intenta secuestrarme de nuevo? —Pregunté, mordiéndome el labio inferior. ¿Estaba
exagerando demasiado?—. Apuesto a que descubrió que iba a vivir aquí y decidió trasladarse
también. Es probable que esté allí ahora mismo, esperándome.
—Siento decirte que realmente estará en la fiesta, pero no creo que haga una escena. Habrá
demasiada gente. —Ella me apretó la mano—. Por favor, no te preocupes. No voy a dejar que

110
Hunter te haga daño de ningún modo. Te lo prometo. Hablaré con Jonathan y me aseguraré que
Hunter se mantenga alejado de ti. ¿De acuerdo?
Tal tenacidad por parte de ella me sorprendió. Su cara perfectamente maquillada mostraba
preocupación y afrenta, y la tensión era evidente en su cuerpo. ¿Auténtica inquietud? ¿Por mí, un
otro-mundo? Si esto fuera mínimamente verdad, tal interés por la seguridad alienígena era la razón
por la que esta vana, mimada y chismosa mujer fue escogida como embajadora de buena voluntad
alienígena.
No había esperado esto de ella. Raras veces alguien demostraba ser más de lo que había
previsto. Primero Lucius, ahora Claudia. ¿Había perdido mi toque?
—Gracias por tu preocupación —le dije, relajándome visiblemente.
—Sólo lamento no poder hacer más. Los extraterrestres tienen sentimientos, igual que los
humanos. ¿Por qué no puede ver más gente eso?
—¿Lo has visto? ¿A Hunter, quiero decir?
—Una vez. —Ella liberó mi mano. Su mirada se dirigió a la ventana, y observó fijamente el
paisaje iluminado por la luna. Pasamos la pequeña cañada lozana de Michael, un brillante y
húmedo refugio. Un contraste total con la restante tierra seca de alrededor—. Es un joven
intimidante, debo decir. Sus ojos son… hay algo en ellos. Son oscuros, fríos e insensibles.
—Sí —concordé, estremeciéndome—. Recuerdo eso de él. —Esto estaba funcionando mejor
de lo que había planeado—. Tú hablas muy bien de Jonathan Parker. ¿Cómo puede ser amigo de
un hombre como ese?
—Estoy segura que Hunter finge ser civilizado cuando está con otros hombres. Los hombres
como él siempre lo hacen. Pero te aseguro que le contaré a Jonathan todo y haremos algo.
Al decírselo, ella confirmaría completamente la historia que Lucius le había dado, por lo que,
¡gracias Embajadora Chow!
—Eso me tranquilizaría realmente. —Coloqué mis dedos sobre mi corazón en una
demostración de alivio—. Eres maravillosa, Embajadora Chow. De verdad.
—Por favor. Llámeme Claudia. Y haría lo mismo por cualquier alienígena. Opino que los
otros-mundos deberían tener los mismos derechos que los humanos.
—Claudia —dije—. ¡Si tan sólo todos los demás pensaran como tú lo haces!
La limusina fue más despacio y luego se detuvo completamente frente a una gran mansión
blanca de piedra, rodeada por un estrecho foso azul y una cerca eléctrica. Mi corazón comenzó a
latir más rápido en un errático baile. Habíamos llegado. Coches de todas las marcas y colores se
esparcían por el recinto y multitud de gente vestida formalmente serpenteaba hacía el arqueado
puente que conducía a la casa. La luz de la luna se extendía e iluminaba todo el lugar, tan dorada
como yo misma era.

111
Traté de no sonreír pero sentía, realmente sentía, el zumbido de la energía de Lucius. Él
estaba dentro, esperándome.
Nuestra misión estaba a punto de alcanzar el siguiente nivel.

112
CAPÍTULO 14

LA fiesta estaba abarrotada de humanos y otros-mundos, resplandeciendo con sus joyas y


ricas telas. Auténtica seda y algodón, auténtica, no la versión sintética que usaba la mayoría. El
limpio espacio bullía de actividad. Entre la espesa niebla del humo de los ilegales cigarrillos y el
caro perfume, las ruidosas y risueñas voces se mezclaban en el aire con la cadencia de las olas del
océano. Las velas brillaban en los candelabros de pared, reflejando una débil y antigua luz. El
alcohol fluía como un vertiginoso río.
Suelos de caoba, suaves alfombras. Cada pieza de arte que colgaba de las paredes
representaba a la mujer en diferentes etapas de desinhibición y seducción. Varias columnas de
alabastro, rodeadas de hiedra en toda su longitud, se alzaban hacia el abovedado techo. La
elegancia me sorprendió. Este vestíbulo y salón no se parecían a la moderna y vibrante oficina que
había visto en mi fantasmal forma.
Seguí a la Embajadora Chow mientras nos abríamos paso a través de la multitud de
invitados. Tanto los hombres como las mujeres, humanos y otros-mundos, constantemente me
miraban con especulación. La especulación de los humanos pronto se volvía apreciación ante el
dorado color de mi piel. Casi podía ver la dirección de sus pensamientos… mi piel y pelo
decorando sus paredes.
Escudriñé entre la gente en busca de Lucius, EenLi, o Jonathan, pero sólo vi extraños. Cada
pocos minutos, Claudia hacía una pausa para hablar con alguien. Forcé un casual esto-es-
exactamente-lo-que-quiero-ser en mi tono cada vez que traducía sus conversaciones con otros-
mundos.
La mayor parte de las quejas, como Claudia había predicho, eran sobre discriminación. Un
Mec se quejaba que los humanos habían destrozado su oficina. Un Arcadian (una raza conocida
por su pelo blanco, sus capacidades psíquicas y sus escarceos con el control mental) quería que las
leyes cambiaran para así poder casarse con su amante humana. Un felino Taren había sido
encarcelado por el A.I.R durante dos semanas, acusado de robar el vestido de un humano, y

113
cuando el vestido fue descubierto en el armario de dicho humano, el extraterrestre fue liberado
pero sin una sola disculpa.
Claudia les aseguraba fervientemente a todos ellos que lo discutiría en el Senado y que haría
todo lo posible para solucionar sus problemas. Esperaba que lo hiciera. Yo era un otro-mundo, pero
jamás conocí esos prejuicios, y me molestaba que otros lo hicieran. Michael siempre me protegió. Si
alguien me miraba de forma extraña, jamás se le permitía la entrada a la casa de nuevo. Si alguien
me decía una palabra despectiva, jamás tenía noticias de él otra vez.
—¿No te estarás aburriendo, verdad? —susurró Claudia cuando estuvimos un momento a
solas.
—Desde luego que no.
—No he visto a Hunter. —Su mirada se lanzó a izquierda y derecha mientras se aseguraba
que nadie nos escuchaba por casualidad—. Espero que me equivocara y no se atreva a mostrar su
cara por aquí.
En ese momento, un alto y hermoso hombre salió de entre la muchedumbre y se acercó a
nosotras. Jonathan Parker. Lo reconocí al instante. Rubio. Fuerte. Llevaba un traje de seda negro
que le quedaba perfectamente. De cerca, apestaba a dinero, auto indulgencia, y confianza.
—¡Hola! —me dijo, apenas echando a Claudia un vistazo. Su bajo y seductor timbre rasguñó
a través de mis terminaciones nerviosas.
—¡Hola! —contesté, usando mi tono más ronco. Incluso le brindé una suave y calurosa
sonrisa sin atragantarme mientras le ofrecía la mano.
—Soy Jonathan Parker. —Él envolvió mis dedos, se los llevó a la boca y colocó una línea de
besos en cada uno de mis nudillos—. Usted debe ser la nueva ayudante de la Embajadora Chow.
—Sí, lo soy. —¿Pensaba que estaría hechizada con tal demostración? Desde luego que lo
pensaba. Él se imaginaba a sí mismo como un embaucador de mujeres. Me deshice de mi repulsión
mientras las imágenes de sus esposas muertas aparecían en mi mente, y aleteé mis pestañas. Con
timidez, retiré mi mano—. Soy Eden Black.
—Un nombre encantador. —Su caliente mirada recorrió mi cuerpo, rezagándose en mi
escote.
—Eden… el paraíso de los hombres.
Solté una risita de manera seductora, como si jamás hubiera estado tan halagada. La acción
llevó mi actuación al límite de mi talento.
—Ciertamente, eso espero. —Bastardo. El hombre estaba casado y se suponía que ayudaba a
Lucius a conquistarme. Pero aquí estaba, intentado ligar conmigo como si yo fuera a saltar al
instante a su cama. Desnuda y preparada.

114
—Jonathan —dijo Claudia con un atisbo de severidad en su tono. En aquel momento, ella era
todo seriedad y lo detuvo con una mirada igualmente severa—. Me alegro que nos encontraras.
Tengo que hablar contigo de algo muy importante.
Aun así, los ojos de él no se apartaron de mí.
—Sabes que siempre estoy dispuesto a escuchar tus causas, Embajadora Chow. —Su voz
había perdido su borde sensual y ahora era seco y lleno de formalidad—. Pero primero dime
donde encontraste a esta visión tan hermosa.
—Ella me encontró a mí y estoy muy agradecida de que lo hiciera.
—Necesitaba un cambio de aires para escapar de una situación un poco… desagradable —
dije—, y Claudia necesitaba un traductor.
—¿Desagradable? —contestó Jonathan, con los ojos fijos en los míos—. Por favor, dígame
que no estaba sujeta al tipo de discriminación de los que la Embajadora Chow tanto se queja.
Miré –tímidamente- a lo lejos.
—Ojalá fuera tan simple.
Tal vez eliminaría a Parker después de EenLi. De propina, si prefieres llamarlo así. Todo en
él me irritaba. Cambiando de tema, dije:
—Claudia me ha hablado muy bien de usted, Señor Parker.
—Por favor, llámeme Jonathan.
—Jonathan —dije, fingiendo saborear el nombre. Definitivamente merecía un premio por mi
actuación. ¿Cómo podía Lucius decir que no era una buena actriz?
—Jonathan, tengo que hablar contigo. —Claudia se puso frente a mí, en una demanda
silenciosa para ser escuchada—. Tengo miedo de que Eden esté en peligro. La situación
desagradable que ella mencionó la ha seguido hasta aquí.
Me moví al lado de ella y observé a Jonathan arquear una ceja perfectamente esculpida.
—¿Peligro? —sonrió lentamente—. Qué siniestro suena eso. ¿Quién querría dañar a una
criatura tan deliciosa?
—Tú —dijo ella.
—¿Yo? —Su cara se oscureció y tensó ante la ofensa y pillé un atisbo del asesino que
intentaba ocultar—. Puedo asegurarte que jamás dañaría a una mujer, y seguramente no a ésta.
—No tú personalmente, sino a través de tu asociación con cierto individuo. —La voz de
Claudia se elevó, proyectándose a aquellos que se cernían a nuestro alrededor.
Él frunció el ceño, y miró detenidamente a aquella gente en una silenciosa orden de que se
ocuparan de sus cosas.
—Quizás deberíamos tener esta conversación en otra parte —sugirió él.

115
Claudia me lanzó una sonrisa triunfante.
—Sabía que él nos ayudaría. Sólo será un minuto, Eden. Jonathan, ¿puedes asegurarte de que
ella esté a salvo mientras estemos fuera?
Creo que él quiso preguntar que quién creía que me haría daño, pero se lo pensó mejor. De
todos modos, él ya sabía la respuesta.
—Por supuesto —dijo. Él me dio la vuelta—. Si alguien la aborda, allí en las esquinas de la
estancia hay apostados Ell-Rollis. Cada uno de ellos tiene una pyre-arma bajo su chaqueta y les he
ordenado que sometan a cualquier invitado rebelde.
Claudia también empleaba a Ell-Rollis para protegerse. ¿Se los había dado Jonathan? Ellos
podrían estar compinchados. Después de todo, había que preguntarse por qué ella quería hablar
con él sin mí.
—Ustedes dos continúen —dije—. Estaré bien. Voy a hacer una visita rápida al servicio de
señoras.
Los ojos de Jonathan se clavaron en mí durante mucho tiempo, la música clásica flotando a
nuestro alrededor como una apacible brisa, antes de que él se llevara a Claudia. Cuando
desaparecieron entre la muchedumbre, seguí el camino que habían tomado. Pasaron a dos medio
hombre-medio lagarto Ell-Rollis y luego Jonathan colocó sus dedos en un escáner de identificación
dactilar. Una brillante luz azul envolvió su mano y una puerta se deslizó abierta, pudiendo
vislumbrar la lustrosa madera, las columnas rojas y púrpuras, y aquellas estanterías fucsia y
amarillas de su despacho, antes de que la puerta se cerrara y quedaran fuera de mi vista.
Tenía que entrar en aquel cuarto. Pero ¿cómo? ¿Por una puerta secreta? Parpadeé. ¡Sí! Por
supuesto.
En todas las casas de Michael, había instalado una puerta secreta en cada una de las
habitaciones. Él quería ser capaz de entrar en cualquier momento y en cualquier lugar que fuera
necesario. Apuesto a que Jonathan era igual. Los hombres con algo que ocultar, así como los
hombres que buscaban algo, les gustaba tener un acceso ilimitado. Les gustaba mirar y escuchar
cuando los otros no sabían que eran observados y escuchados.
Michael podía ir a cualquier habitación de su casa a través de un pasillo oculto que
empezaba en su dormitorio. Jonathan también lo tendría. Lo sabía. Lo sentía. Podría encerrarse en
su dormitorio durante horas y hacer lo que quisiera sin que nadie más lo supiera.
No me quedaba mucho tiempo antes de que Jonathan y Claudia terminaran su charla, así
que tenía que actuar rápidamente.
Durante una de nuestras conversaciones telefónicas, Lucius me había dado la disposición de
esta casa, sólo por si acaso. Bueno, ese por si acaso había llegado. Sabía que el dormitorio de
Jonathan estaba arriba, la tercera puerta a la izquierda. Probablemente habría guardias arriba, así
que tendría que ser cuidadosa.

116
Necesitaba una distracción. Nada exagerado, sólo lo justo para llamar la atención fuera de la
escalera. Giré despacio alrededor, pensando, observando atentamente, estudiando. Una idea me
golpeó de pronto y sonreí ampliamente. Cuando el camarero pasó con una bandeja de vino tinto,
reclamé dos copas. Allí, bajo la escalinata, había una mujer vestida de blanco que hablaba con
varios hombres. Su pelo estaba teñido de rojo, su piel bronceada y su maquillaje perfectamente
aplicado. Obviamente había pasado horas preparándose para este acontecimiento.
Decidida, me dirigí a zancadas hacia ella. Las diferentes capas de pañuelos que llevaba
bailaban en mis tobillos. Otra mujer paso por el grupo justo frente a mí, y sosteniendo su propia
copa de vino. Cuando la alcancé, tropecé y (por casualidad) derramé mis dos copas de vino.
Ambas mujeres gritaron mientras el rojo líquido caía a torrentes por su pelo y ropa.
Todo el cuarto pareció volverse hacia ellas, con la intención de averiguar qué había pasado.
—Toallas —dije. Varios más comenzaron a murmurar sobre las toallas—. Les conseguiré
toallas. —Sin otra palabra, corrí escaleras arriba tan rápido como me fue posible.
Nadie trató de detenerme. Cuando alcancé la cima, me pegué a la pared y me adentré en una
oscura esquina. Justo más allá, podía escuchar pasos caminando hacia adelante y hacia atrás.
Uno… dos pares, comprendí.
No tenía tiempo de viajar en espíritu ni de aprender sus movimientos o escabullirme a su
alrededor, así que, decidida, alcé los brazos para quitarme las peinetas… pero me detuve y dejé
caer las manos a mis costados. Matarlos no era necesario y no quería manchar de sangre mi
vestido. Silenciosamente agarré la mini pyre-arma atada a mi muslo y la programé en el nivel
inmovilizar. La adrenalina bombeaba en mis venas y mis pies dolían. ¡Malditos tacones!
Decid ¡hola!, chicos, pensé, saltando a la acción, corriendo directamente hacia ellos, sin ni
siquiera fingir que estaba perdida. Mi pelo se balanceó hacia delante y hacia atrás tras de mí.
Inmediatamente vi que ambos Ell-Rollis empuñaban sus pyre-armas. Los dos se asustaron al
verme y levantaron sus armas dispuestos a disparar pero hicieron una pausa cuando
comprendieron que yo era una mujer, sus escamosas y amarillentas caras oscureciéndose por la
confusión. Aquella pausa les costó cara.
Despedí dos tiros en rápida sucesión. Un torrente de luz azul estalló y se clavó en uno. La
segunda golpeó al otro. Ambos se congelaron en el lugar, donde estarían encerrados e
inmovilizados durante horas, incapaces de moverse. Pero no podía permitir que más tarde le
contaran a Jonathan lo que habían visto así que les di los alucinógenos. Con ellos no sabrían
distinguir lo que era verdad de lo que no. Hasta podrían culparse de aturdirse el uno al otro. Los
rodeé y rápidamente me puse a trabajar en el escáner de identificación dactilar que cerraba la
puerta del dormitorio. Unos segundos y dos alambres cortados más tarde, estaba dentro del
cuarto, la puerta cerrándose tras de mí, y envainé mi arma.
Antes de que pudiera deleitarme con mi victoria, una mano me tapó la boca y me empujó
contra un cálido y duro cuerpo. Reconocí el decadente olor de Lucius. Reconocí los contornos de
su pecho.

117
Lo había sentido aquel día en el bosque, lo había visto en mis sueños. Aun así… ¿intentando
agarrarme, no? Entrecerré los ojos. Era hora de demostrarle a este hombre que no siempre tendría
la mano ganadora conmigo.
Lancé mi codo contra su estómago una vez, dos veces. Él expulsó el aliento, y su agarre se
aflojó. Girando alrededor, le di un rodillazo. Con fuerza. Sin contenerme. Él cayó sobre la mullida
alfombra blanca con un gemido afligido. Mientras estaba abajo, le propine un puñetazo en la sien y
su cabeza giró a un lado. No quería romperle la nariz o ennegrecerle un ojo. No porque él me
gustara, sino porque eso haría que la gente supiera que había estado en una pelea.
—Jamás vuelvas a agarrarme otra vez —le dije quedamente.
—Dios querido —dijo él. Había dolor en sus ojos, pero también respeto. Y admiración. —
Llevas un vestido muy ajustado y pareces una dama. No deberías de hacerle esto a un hombre.
—Haré lo que sea necesario. Siempre.
—Es bueno saberlo. —Él se alzó sobre sus pies y se masajeó las pelotas—. Jamás vuelvas a
hacerles daño a mis muchachos otra vez. Me vuelvo violento cuando ellos son amenazados.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué haces aquí?
—Lo mismo que tú, estoy seguro, y no podemos perder el tiempo. Por aquí. —Él me agarró
de la mano (no le ataqué esta vez) y me condujo frente a un mural de desnudas y retozonas
parejas. Extendió la mano y acarició con sus dedos entre las piernas extendidas de una pelirroja.
—Qué est…
El mural se separó, revelando una oscura entrada. Casi aplaudí de entusiasmo. ¡Había tenido
razón con lo del pasillo! Lucius me lanzó una sonrisa, todavía un poco afligida, sobre el hombro
antes de tirar de mí hacia dentro. La puerta se cerró, y una oscuridad total nos rodeó. Silencio total.
Lucius jamás desaceleró el paso mientras bajábamos por una escalera.
—Espero que sepas a dónde vas. —Mis palabras se repitieron a través del pequeño y
apretado espacio.
—He estado aquí miles de veces. Conozco el camino.
Una eternidad pasó, o quizás apenas unos minutos, cuando él se paró abruptamente y liberó
mi mano. Oí un rasguño, un clang, una sorda maldición de Lucius y luego otra puerta se deslizó
abierta. Los rayos de luz entraron en mi línea de visión.
—Aquí —dijo él.
—¿Podemos hablar? —susurré.
—Paredes insonorizadas.

118
Dimos un paso dentro de una simple habitación gris que disponía de una sola ventana y
nada más. Aquella ventana daba a la biblioteca, donde Jonathan holgazaneaba sobre un sofá verde
lima y Claudia se sentaba frente a él. Ambos sostenían un vaso de un oscuro y rico líquido.
Me paré y miré fijamente, pero Lucius caminó hasta la ventana y apretó una serie de botones.
Los altavoces se pusieron en marcha y, de repente, pudimos escuchar lo que estaban diciendo.
—…aquí no le hará daño, te lo prometo —decía Jonathan.
—Oh, ¿de verdad? Tu amigo vino a Nueva Dallas porque sabía que Eden estaría aquí. Es un
acosador, Jonathan. Un criminal peligroso que una vez la secuestró y la encerró. Ahora, ¿puedes tú
asegurarme al cien por cien que la dejará en paz?
Jonathan rió entre dientes.
—Eso suena como algo que Hunter haría. El hombre tiene las pelotas de acero. Pero no soy
su padre, y no puedo controlarlo.
La cólera brilló en los oscuros ojos de Claudia.
—¿Te ríes de todo esto?
—Claudia...
—No. Eden es una extraterrestre y mi empleada, y por lo tanto soy su protectora. Vas a
mantener a tu amigo controlado y alejado de ella o iré a los medios de comunicación. Ya sabes que
algunos de ellos son simpatizantes míos y te crucificarán.
Parpadeé de sorpresa. Ella me defendía, luchaba por mí. No se echaba para atrás. Estaba
determinada a ayudarme. En aquel momento, comprendí que no trabajaba con o para Jonathan.
Que realmente le importaba su trabajo, los extraterrestres.
Un músculo palpitó en la mandíbula de Jonathan.
—Muy bien —dijo—. Hablaré con él. —Dando por finalizada la conversación, se levantó—.
Vamos. Te escoltaré de vuelta a la fiesta.
Claudia, también se puso en pie. No esperó a Jonathan, si no que giró sobre sus talones y
salió de un tranco de la habitación. Antes de que él se marchara, lanzó el vaso contra la pared, y los
fragmentos llovieron sobre el suelo. Todo este lío por un pequeño atisbo de conversación.
Eché un vistazo a Lucius, que me observaba. Nuestras miradas se encontraron. Chocaron. La
intensidad en sus ojos era desconcertante. Confusa.
—Mejor regresamos, también —dije.
Él me agarró del brazo, deteniéndome.
—¿Puedes manejar esto? —preguntó, aproximándose—. Una vez que abandonemos este
cuarto, no habrá vuelta atrás. —¿Dudaba de mí otra vez?—. Puedo manejarlo, Hunter. No tienes
que preocuparte por mí.

119
—Estas son personas peligrosas. —Él se puso rígido, pero lenta, muy lentamente se relajó y
me sorprendió diciendo—: El otro día, te dije que yo tuve una madre. Ella me crió los diez
primeros años de mi vida. Era una drogadicta y una puta, pero me amó a su modo. Creo que se
alegró cuando los Servicios Sociales me llevaron.
No podría abrir la boca ni para salvar mi vida. Estaba fascinada con sus palabras. El por qué
me contaba esto ahora, no lo sabía.
—Me dieron a una familia agradable, conservadora, pero yo me había criado en las duras
calles y lo usaba para hacer lo que quería, de modo que no duré mucho tiempo.
Cuando él hizo una pausa, tragué y por fin encontré mi voz.
—¿Qué te pasó?
—Fui enviado a una sádica pareja que le gustaba vender a sus hijos adoptivos.
Un sudor frío rompió sobre mi piel ante la implicación de sus palabras. Debería dejar el
tema. Saber de él, de su pasado, no era necesario y en realidad podría dañar mi resolución de
resistirme a él. De tenerle aversión. Debería dejarlo, sí, pero no podía. Tenía que saberlo.
—¿Vender?
Sus hombros se alzaron en un rígido encogimiento.
—La primera vez que me dieron a un hombre, estaba asustado y avergonzado. ¿Alguna vez
has sido violada, Eden?
Mis ojos se agrandaron y sacudí la cabeza en negación.
—Es mil veces peor de lo que te han contado, y es lo que te va a pasar si algo va mal.
—Puedo protegerme —dije vacilantemente.
—Eso pensé yo también y la segunda vez que fui vendido traté de luchar. Yo era fuerte para
mi edad y había estado en muchas peleas. Él me tuvo sujeto en el suelo en minutos, como si mis
forcejeos no significaran nada. Jamás me había sentido tan desvalido en mi vida.
—Lo siento. —No sabía qué más decir. Yo había tenido una niñez privilegiada. Sí, presencié
el asesinato de mis padres, pero no me habían hecho nada físicamente. Yo sólo conocí el amor y la
seguridad—. Lo siento muchísimo.
—La tercera vez, entré en rabia. Antes de que pudiera ser sometido, apuñalé al jodido
pedófilo en el estómago. Él murió, y pasé los siguientes siete años encerrado.
—Pero eras un niño.
Él se encogió de hombros de nuevo.
—Debía pasar otros tres años más dentro, pero Michael tropezó con mi caso y me sacó. No te
lo dije para que me compadecieras, así que borra esa expresión de tu cara. Te lo dije porque quiero
que comprendas que ese es con el tipo de gente que tratamos aquí. A ellos no les importa nada

120
más que el dinero y el placer. Te violarán, te venderán sin ni siquiera parpadear y estamos a punto
de envolverte en papel de regalo y entregarte.
Enderecé los hombros y fortalecí mi determinación.
—Si yo no lo hago, nadie más lo hará. La gente seguirá siendo comprada y vendida, serán
esclavos de sus amos. Tengo que hacerlo. Yo, al menos, se lo que esperar. Sé defenderme. Ellos no.
Él no habló durante un momento. Solamente me miró, me estudió. No sabía lo que esperaba
de él, pero fue lo que hizo. Sin una advertencia, me empujó contra su pecho y sus labios cayeron
sobre los míos.
No pensé en resistirme. No podía. Él había sido herido hacía mucho tiempo y había una
profunda necesidad en mi interior de calmar aquel dolor. Hacer que se marchara, envolverlo en
una total seguridad. Su lengua empujó y luchó. La mía también empujó y luchó, cada uno de
nosotros ansiando algo del otro. Algo que no deberíamos ansiar.
Sus fuertes y poderosos brazos me rodearon y se deslizaron arriba y abajo por mi espalda
antes de ahuecar mi trasero y levantarme contra su erección.
—Me excitas —gruñó, y no pareció feliz con la idea.
—Sí, pues tú también me excitas. —Yo, definitivamente, no estaba feliz con la idea—. Y
también me enfureces.
Él lamió la comisura de mis labios.
—Hoy me pusiste de rodillas y eso es algo que nadie más ha hecho.
—Te lo merecías. —Mordisqueé su mandíbula.
—Sí, lo merecía. —Él hizo una pausa, separándose de mí—. Eres mejor agente de lo que
creía.
El inesperado halago me impresionó. Me emocionó. Me sacudió. Mi corazón, realmente, se
saltó un latido.
—Gra-gracias —tartamudeé.
Él soltó un profundo y estremecedor suspiro. Los rayos de luz le otorgaron a su cara un
amenazador aire casi angelical. Contradictorio, como el mismo hombre era.
—Bien, entonces. Ya que estás resuelta, vamos a comprar tu boleto al infierno.
Viajamos a través del túnel otra vez y regresamos al dormitorio de Jonathan. Necesité aquel
tiempo para recuperar el control. Para dejar de pensar en Lucius y su beso, Lucius y su elogio,
Lucius y su pasado, y concentrarme en la misión.
Él me condujo a través de un camino trasero y pronto entramos de nuevo en la fiesta sin ser
detectados, volviéndonos parte de la risueña muchedumbre. Como en un sueño, el humo nos
rodeó.

121
—Este baile es el mío —dijo él.
Sus fuertes y callosos dedos se abrigaron alrededor de mi muñeca mientras su áspera y ronca
voz tembló a lo largo de mi columna. Sin esperar respuesta, Lucius me arrastró a la pista de baile.
Regresando a mi personaje, eché una mirada desvalida sobre mi hombro, buscando a
Claudia o Jonathan. No vi a ninguno.
Suave y tranquila, la música salía de unos altavoces estratégicamente colocados y ocultos en
las paredes. Lucius enrolló sus fuertes brazos alrededor de mi cintura y luché contra el impulso de
hundirme completamente contra él y continuar con nuestro beso, retomándolo en el momento en
que lo dejamos.
Le brindé mi total atención, intentando parecer temerosa y furiosa. Mientras tanto, mi cuerpo
se estremecía con el placer de su calor y su olor a pino. ¡Si sólo él no hubiese elogiado mis
habilidades…!
A la luz, vi que su negro pelo enmarcaba su cincelada cara y sus simulados ojos marrones
brillaban con… ¿qué? No podía leer la emoción, sólo la extrema intensidad. Mis dedos picaron por
remontar la falsa cicatriz que bajaba por su sien. Mi boca se hinchó por saborearlo otra vez. Los
pequeños bocados que él me había dado no eran suficientes. Nunca serían suficientes.
La música comenzó a desvanecerse en mis oídos, y la gente a mi alrededor desapareció de mi
visión. El traje gris que Lucius llevaba le encajaba a la perfección, moldeando todos y cada uno de
su músculos. Aunque sus ojos eran ahora marrones, sus pestañas eran las mismas: largas, negras, y
puntiagudas.
—¡Maldita sea!, presenta algún tipo de lucha —gruñó él entre dientes—. Se supone que me
odias y me temes. No me folles con los ojos.
El sentido común me golpeó con fuerza. Apreté los dientes, entrecerré los ojos y lo abofeteé
tan fuerte que su cabeza giró a un lado. La gente a nuestro alrededor jadeó pero Lucius no apartó
sus brazos de mí, no, él apretó el agarre. Lentamente, giró y se enfrentó a mí otra vez.
—Mejor —dijo, sus ojos ahora brillando con humor.
Solo por diversión, lo abofeteé otra vez.
Él perdió su brillo divertido.
—Creo que la gente ha pillado el mensaje.
—¿Estás seguro? —Mi tono era oscuro, ahogado en animosidad… y deseo.
Un músculo palpitó en su mandíbula.
—Estoy seguro. —Él me empujó más profundamente en sus brazos—. ¿Me extrañaste? —
preguntó, su voz cayendo una octava.
Tal vez su beso había debilitado mi resolución de tenerle aversión, o quizás lo habían hecho
sus elogios, o la confesión sobre su niñez, porque de repente quise darle una respuesta honesta…

122
la única cosa que no le había dado en todas nuestras contiendas sexuales. Pero tenía que ser fiel al
personaje, y ambos lo sabíamos.
—Quítame las manos de encima —exigí e intente apartarme de él.
Su asimiento se apretó incluso más.
—Te gusta jugar a hacerte la difícil, Eden, pero ambos sabemos lo facilona que serás —dijo
él, y hubo un toque de verdad en su tono. No le hablaba a mi personaje, si no a mí—. Te gusta
estar donde estás.
—¡Aparta tus manos de mí, condenado!
—Primero, admite que te gusta que te abrace. Quiero oírtelo decir.
Apreté los labios. No admitiría nada, no a nuestra audiencia y seguramente no a él.
—Gritaré.
—Hazlo. Grita.
—Bastardo. ¿Eso te gustaría, verdad?
—No esperaré por siempre, los sabes. Te tendré... —Él se inclinó hacia mí, colocando sus
labios cerca de mi oreja, como si pensara besarme y susurrarme dulces palabras de amor.
Suavemente, muy suavemente, dijo—: Eres la cosa más erótica que jamás he visto. Tus pezones
están duros y tu escotado vestido no hace nada por ocultarlos. —Lo abofeteé otra vez, más fuerte
que antes. Era eso, o refregarme contra él. Lucius tropezó hacia atrás.
—Aléjate de mí —dije las palabras en voz alta, lo bastante alta como para la gente a nuestro
alrededor nos escuchara—. No te quiero. Nunca te quise.
Me di la vuelta y por fin encontré a Claudia. Sus ojos se ensancharon cuando me descubrió,
sus rasgos empalideciendo ante el shock y la preocupación. Los de Jonathan se ensombrecieron de
cólera. Claudia le dijo algo y él le hizo señas a un Ell-Rollis que inmediatamente corrió hacia él.
Los alcancé, y la atención de Jonathan giró hacia mí. Se olvidó del guardia mientras me cogía
la mano, la giraba y besaba mi muñeca.
—Lo siento si mi amigo la asustó.
De forma significativa me retiré de su asimiento y lo miré airadamente.
—Él me arrastró a la pista de baile y no me dejaba marchar. Podría haberme hecho daño. —
Di un fuerte pisotón con el pie, la imagen perfecta de una niña mimada.
—Yo no le habría dejado, se lo aseguro. —Sus marrones ojos ya eran tan oscuros que
parecían negros, pero se oscurecieron mucho más—. Claudia me explicó lo que pasó entre usted y
Hunter. Créame, no dejaré que nada como eso pase otra vez. Hablaré con él.
—Gracias. —Pero permanecí rígida.

123
Eso es, pensé con satisfacción. Había hecho mi trabajo. Eficazmente había establecido mi
aversión por «Hunter.» Había demostrado que no lo quería cerca, lo que avalaría su creciente
desesperación por mí. Giré mi atención a Claudia.
—Me siento mal. ¿Estás preparada para marcharte?
Ella asintió, su cara ruborizada por la cólera. Ella, realmente, estaba preocupada.
—Sí, desde luego —dijo—. Vamos a llevarte a casa. Estás temblando. —Como una mamá
gallina, envolvió mi cintura con su brazo y me condujo a través de la multitud hacia la puerta
principal.
—Vigila que llegan a su coche a salvo —ordenó Jonathan al Ell-Rollis.
Sentí sus ojos fijos en mi espalda… y culo. No pude detenerme. Eché un vistazo sobre mi
hombro, por delante del Ell-Rollis que ahora estaba pegado a nosotras, y observé como Lucius se
acercaba a Jonathan. Los dos hombres comenzaron a discutir. La gente, poco a poco, se alejó de
ellos, pero no lo suficiente para no poder escuchar. Lamentablemente, yo estaba demasiado lejos
para enterarme.
Jonathan lo empujó.
Lucius apretó la mano en un puño y pareció como si fuera a golpear al estúpido hombre
hasta dejarlo en un montón sangriento, sin vida. Pero entonces Jonathan señaló un dedo en su
cara, dijo unas palabras, y Lucius cabeceó rígidamente.
Ambos hombres me echaron un vistazo.
No pretendí no entender de lo que ellos habían estado hablando, y ellos no fingieron
entender que yo no había observado con interés. Lucius, bruscamente se giró y caminó hacia la
puerta de atrás, aumentando la distancia entre nosotros.
Todavía frunciendo el ceño por la cólera, Jonathan me miró fijamente, ordenándome
silenciosamente que apreciara sus esfuerzos en mi nombre. Simplemente le ofrecí media sonrisa y
me di la vuelta. Aunque quería desesperadamente seguir a Lucius y averiguar que le había dicho,
me obligué a seguir al lado de Claudia. ¿Qué poder utilizaba Lucius sobre mí que hacía que me
olvidara de mi trabajo, mi entorno, mi… todo? Si lo supiera, quizás entonces podría luchar contra
ello. Luchar contra él.
El camino de regreso a la residencia de la embajadora estuvo lleno de palabrería… toda por
parte de Claudia. Ella se lamentó de la plaga que eran los hombres, prometió hablar con Jonathan
de nuevo, y me preguntó más de mil veces si estaba bien.
—¿No ha sido un buen primer día de trabajo, verdad? —dijo ella.
—Estaré bien —le dije—. Manejé a Hunter una vez, y lo podré manejar de nuevo. —
Lamentablemente, mentía en ambas cosas.

124
CAPÍTULO 15

—¿POR QUÉ diablos no estás en tu apartamento? —gruñó una ronca y enfurecida voz.

Me desperté al instante. Estaba tendida en la cama… mi nueva cama con forma de carretilla
en la casa de Claudia. Llevaba un fino top y unos pantalones de dormir igualmente delgados, una
colcha amarilla cubría la parte inferior de mi cuerpo. El agente Luc dormía plácidamente en el
suelo al final de la cama.
Y Lucius estaba agachado a mis pies.
Cuando comprendió que estaba despierta, saltó encima de mí. Tenía mi cuchillo en su
garganta antes de que él pudiera tomar su próximo aliento. No se estremeció, ni pareció
preocuparle que sostuviera su vida en mis manos. Sinceramente, estaba asombrada. No sólo había
evitado la seguridad de la embajadora; había evitado la mía. Había amañado las cerraduras de las
ventanas y puerta antes de permitirme caer dormida.
El peso de Lucius me empujó profundamente en el colchón, haciéndome aún más consciente
del fresco material debajo de mí, y el puro calor masculino encima.
—¿Cómo entraste sin despertarme? —exigí quedamente, presionando más el cuchillo pero
no lo suficiente como para sacar sangre. Aún no.
—Muy fácilmente. Ahora contesta la maldita pregunta…
—Claudia insistió en que me quedara.
—¿Claudia, huh? ¿Vosotras dos usáis vuestro nombre de pila?
—Ella no es tan mala. Quiere protegerme de ti.
—Nena, nada puede protegerte de mí. —La oscuridad de su voz cortó a través de la
oscuridad del cuarto.
Traté de moverme bajo él, pero me tenía sujeta con fuerza. Más que eso, mi insignificante
meneo no lo había desplazado ni un milímetro. Sin embargo, eso provocó que mi deseo por él
alcanzara nuevas alturas, causando que mis senos se clavaran en su pecho. El olor a miel comenzó

125
a envolvernos en una fragante nube. Y quizás, sólo quizás, intencionadamente extendí mis piernas
para que su mitad inferior se hundiera en la mía.
Las ventanas de su nariz llamearon, y la tensión irradió de él en decadentes ondas.
—Tenemos que hacer algo con tu perfume.
—¿Por qué?
—Éste le da ideas a un hombre —se quejó él.
Tragué.
—¿Qué tipo de ideas?
—Del tipo desnudo. —Sus ojos se estrecharon—. ¿Trajiste a Luc? —La amenaza goteó de su
voz, desenfrenada y sin diluir.
Casi reí. Casi.
—El agente Luc está aquí, sí.
Incluso a la luz de la luna, los ojos de Lucius se oscurecieron visiblemente. Sus claros ojos
azules. Sin lentillas. Venía a mí como él mismo. Mi corazón latió a toda velocidad, resonando con
vehemencia en mi pecho.
—Te dije lo que pasaría si lo traías. ¿Dónde? ¿Diablos? ¿Está?
—En el suelo —dije, doblando ambas rodillas. Una inocente (lo juro) acción que lo acunó
íntimamente contra mí. Mantuve el cuchillo estable.
—La única cosa en el suelo es un jodido perro holgazán.
—Exactamente. —La palabra surgió con un aire satisfecho—. Y no es holgazana. Ella
finalmente tiene un poco de descanso después de una horrible vida al lado de un depredador.
En aquel momento, él entendió como se la había jugado. Como lo había puesto celoso a
propósito. Mirándome, apretó los músculos de su mandíbula.
—Vas a pagar por esto, galletita.
—Sí, y tú vas a pagar por deslizarte en mi cuarto. —Por fin presioné el cuchillo con la
suficiente fuerza para hacer mella en él y una diminuta gota de sangre goteó por su cuello—. La
llamé así por ti.
—Si no podías tenerme, tendrías la siguiente mejor cosa, ¿verdad?
—¿No puedes tomar un insulto como es debido? Ahora ¡sal de encima, diablos! —Si sólo
sonara convencida… Enfadada conmigo misma, presioné el cuchillo un poco más profundamente
en su cuello.

126
Él no contestó o comentó nada; estaba demasiado ocupado mirando fijamente mis labios.
Durante un momento, sin embargo, pareció que quiso decir algo, algo pedante y mordaz, pero
entonces cambió de idea, presionó contra la hoja, y cayó abruptamente.
Él besó el aliento directamente de mí.
Su lengua se sumergió dentro de mi boca, y yo la abrí con impaciencia, incapaz de hacer otra
cosa. Lucius sabía a hombre y calor, encendía mi sangre, encendía mis sentidos. Podría volverme
adicta a su sabor, pensé aturdida. Sus labios eran suaves, muy suaves, el perfecto contraste con la
encarnizada batalla por la supremacía que emprendían nuestras lenguas.
De repente, él se echó hacia atrás, su respiración desigual e inestable y me fulminó con la
mirada.
—Involucrarse sentimentalmente con un agente es estúpido.
Le fulminé con la mirada mientras tomaba mi propio aliento inestable. La hoja brilló entre
nosotros.
—Involucrarse sentimentalmente con tu compañero es más estúpido.
—¿Te preocupa? —dijo él, arqueando las cejas.
—No. —Debería hacerlo, pero no era sí. No aquí, y no ahora.
—A mí tampoco. Deja el cuchillo, Eden. Terminemos con esto.
—¿Nosotros? —reí despacio, de manera seductora, aunque como fui capaz de tal acción
cuando mi mente hacía mucho que había olvidado todo menos a Lucius, no lo sabía. Moví la hoja
sobre su cuello como una caricia—. Podría matarte, en cambio.
—Suéltalo.
—No. —Usé la hoja para cortar su camisa. Sus ojos se agrandaron; las ventanas de su nariz
llamearon. Aparté los jirones de su camisa.
Él agarró el cuchillo y cortó mi top y luego arrojó el cuchillo a un lado. Éste aterrizó en el
suelo con un golpe. Estábamos pecho contra pecho. Mis pezones lo rozaron, y él aspiró un aliento.
—Valió la pena esperar —dije.
Ninguno de los dos comentó el hecho de que realmente no nos conocíamos desde hacía
mucho tiempo. Simplemente parecía que habíamos esperado esto toda una eternidad.
Cuando él no se movió, lo incité—: ¿Necesitas una invitación grabada?
Él gimió, un sonido más animal que humano, y al instante sus labios se cerraron sobre los
míos. Gemí cuando una de sus calientes y callosas manos encontró mi pecho, lo exprimió, y luego
lo ahuecó. Mis pezones se endurecieron. Yo le había dicho en una ocasión que si alguna vez me
besaba de nuevo, lo mataría. Francamente, lo mataría sin pensarlo ni vacilar si él se atrevía a
detenerse. Habíamos estado construyendo este momento desde la primera vez que pusimos los

127
ojos el uno sobre el otro. ¿Por qué no hacerlo, de forma que así pudiéramos enfocarnos en nuestro
trabajo?
—Esto no es seguro aquí —dijo él, arrancando su boca.
—Entonces date prisa.
—Me lees la mente. —Él pronunció una sonrisita desigual—. Todo en ti me excita.
Él lamió mis labios con su lengua.
—La forma en que te mueves. La forma en que hablas.
Las armas estaban atadas por todo su cuerpo. Con manos inestables, tiré de las cuerdas que
retenían las de su pecho. Lucius me dejó hacer. Todo el tiempo, su boca se inclinaba sobre la mía,
su lengua saqueaba deliciosamente mi interior. Pronto, sus cuchillos y armas nos rodearon. Él tiró
de sus pantalones. Yo tiré de los míos. Empujé la colcha que separaba nuestra parte inferior hasta
que finalmente entramos en total contacto piel-con-piel. Inspiré profundamente ante el escarpado
calor, ante la total exactitud.
Luc gimoteó.
Lucius se apartó otra vez.
—Buena chica —dijo sobre su hombro. Sus ojos se encontraron con los míos, y su tono
cambió, volviéndose más profundo con sus siguientes palabras—. Muy buena, buena chica. —El
sudor goteaba de sus sienes y respiraba tan superficialmente como si hubiera corrido un maratón
cuesta arriba. Líneas de tensión rodeaban sus ojos—. Eres una chillona. Seguro. Sólo intenta no
hacer ruido.
—No soy una chillona —susurré bruscamente.
Una mirada de sublime placer consumió sus rasgos, suavizados sólo por el humor y la
satisfacción.
—Entonces prepárate, nena, porque esto está a punto de comenzar.
—Basta de hablar. —Empujé su cabeza hacia mí y reclamé sus labios en un beso que marcó
todos mis huesos. Mis manos estaban por todas partes. Por todo su cuerpo. Sus pezones arañaron
mis palmas, los músculos de su espalda saltaban ante mi asalto y su culo era apretado. Doblé las
rodillas… y sentí las armas atadas a sus muslos. Otra barrera. Maldije por lo bajo.
—Quítalas —susurré con ferocidad—. De prisa.
Jamás había visto un hombre saltar tan rápido y deshacerse de sus armas tan rápidamente en
mi vida. Él me observó mientras lo hacía, su mirada tan caliente que me chamuscó. Mi sangre fluía
a través de mis venas con una necesidad e impaciencia veloz mientras permitía a mis propios ojos
deslizarse por su cuerpo. La larga longitud de su pene era gruesa, muy gruesa, y dura. Me mordí
el labio inferior para impedirme jadear y agarré las sábanas para impedirme alcanzarle…

128
Dolía. Sentía la humedad reunirse entre mis piernas. Lo quería por todas partes, dentro de
mí, encima de mí, enterrándose profundamente.
Por fin, él estuvo completamente desnudo. Sin ninguna arma. La siguiente cosa que supe fue
que estaba sobre mí, entre mis muslos. Las armas y los cuchillos rebotaron a nuestro alrededor
ante la rapidez de sus movimientos. Sin una palabra, él empujó en mi interior.
Jadeé por el extremo placer, la embriagadora sensualidad. Él era largo y grueso y me estiraba
al punto del dolor, un dolor que pronto desapareció y se convirtió en placer. Había estado con
otros hombres, por supuesto. ¿O no lo había estado? De repente no podía recordar la cara de
ningún otro hombre. Sólo existía Lucius. Sólo sentía sus manos, su boca, su polla.
—Eden, Eden, Eden. —Él cantó mi nombre a cada centímetro que se hundía más
profundamente en mi interior. Por fin, llegó hasta la empuñadura. Pero no se movió. Permaneció
completamente inmóvil. Bajó la vista hacia mí, sus manos en mis sienes—. No usé ningún maldito
control de natalidad.
—Los humanos y los extraterrestres no pueden concebir. —Al menos, yo no conocía que
hubiera ocurrido antes. Aunque eso te hacía preguntarte por qué el gobierno había emitido una ley
contra ello si no era posible. Sin embargo, no lo dije en voz alta.
Pese a todo, él no se movió. No contestó.
La desesperación cobró vida en mi interior, reforzando todos mis deseos. Mi cuerpo gritó por
la culminación. Lo necesitaba, me desintegraría sin ello. Envolví mis piernas alrededor de su
cintura; lo agarré por el trasero e intenté forzarlo a moverse.
—¿Qué esperas? —gruñí bajito—. Acaba con esto.
Una de sus ásperas manos se deslizó por la sábana, luego cubrió mi rodilla y la acarició
suavemente hacia arriba. Fue el único movimiento que hizo.
—Eres impaciente, competitiva, consentida, y tan malditamente caliente que pienso en ti
todo el tiempo.
Si él no se movía, seguro como el infierno estallaría. Arqueé mi espalda e hice rodar mis
caderas. ¡Oh, ahí! ¡Sí, justo ahí! Lo hice otra vez. Mis ojos se cerraron por propio acuerdo, y recorrí
mis labios con la lengua.
Lo oí inspirar un torturado aliento. Me sujetó las caderas para mantenerme quieta.
—Siempre decidida a ir tú sola a por ello, por lo que veo.
—Jódeme, Lucius, o te joderé. De una u otra forma, ambos vamos a corrernos.
El fuego explotó en sus claros ojos azules.
—Uno de nosotros va a correrse más que el otro —murmuró misteriosamente, pero se retiró
lentamente y luego entró de golpe.
Jadeé.

129
—Apuesto a que gano.
—Yo también apuesto a que lo haces. Me gustó cuando hablaste sucio. Hazlo otra vez.
—¿Otra vez? —La palabra surgió como un gemido dichoso.
—Otra vez. —Una vez más, él se retiró.
—Jódeme.
Sus labios formaron una perversa sonrisa mientras él se deslizaba hacia delante.
—Será un placer. —Sujetó con los brazos ambas rodillas y las empujó aparte, más y más
amplias, enviándolo así tan profundamente que lo sentí en todas partes. Ni una pulgada de mí
estaba intacta por él.
Era todo lo que necesité para llegar al límite.
Me rompí completamente, y un grito de alivio estalló en mi garganta. Los espasmos
consumieron mi cuerpo, y lo exprimí fuertemente. Luc ladró.
—Shh, Chica —dije, todavía volando a través de las estrellas.
Lucius rió entre dientes, y el sonido surgido, forzado.
—Te lo dije —soltó. Él se quedó quieto de nuevo, murmurando una maldición—. Maldita
sea. ¿Crees que necesitaremos controlar los daños? —Él salió de mí e hizo rodar uno de mis
pezones entre sus dedos. Una gota de sudor goteó de sus sienes a mi mejilla.
Esperé escuchar el repiqueteo de pies durante varios minutos. Cuando no oí nada, dije:
—Creo que todo va bien. —Me tragué un dichoso gemido cuando Lucius substituyó sus
dedos por la boca, chupando con fuerza mi pezón—. La próxima vez seré más cuidadosa.
Él movió su atención hacia arriba y lamió mi clavícula. Cerré mis ojos durante un momento
mientras saboreaba la calidad sedosa de su lengua. Alzando el brazo, deslicé la mano sobre la
cuerda de músculos que comprendían su estómago. ¡Dios, él se sentía tan bien! Como terciopelo
sobre hierro.
Lucius mordió el lóbulo de mi oreja, y jadeé.
—¿Quieres más? —Él retumbó de manera amenazante—. Porque yo me muero por más.
—Más, más, más.
De nuevo, Lucius empujó en mi interior. Sí. ¡Sí! Mientras lo encontraba golpe a golpe,
arqueándome contra él, juraría en ese momento, bajo un juramento de sangre, que nunca había
sentido nada tan perfecto. El placer ya se construía a un ritmo constante de nuevo, preparándome
para otro descomunal orgasmo.
Seguro que había experimentado tal placer con alguien más. Seguramente Lucius no
significaba más para mí que cualquier otro hombre. Traté de cerrar los ojos, revivir una cara que
me hubiera dado un placer comparable.

130
—No te atrevas a apartar la jodida mirada —pronunció él guturalmente, comprendiendo mi
intención—. Mírame. Obsérvame. Siénteme a mí.
Casi experimenté mi segundo orgasmo justo entonces porque, mientras él hablaba, empujaba
dentro y fuera de mí con determinación, resbalando y deslizándose, nuestros cuerpos resbaladizos
por el sudor y el deseo.
El olor a canela y miel se intensificó. Mis rodillas estrujaron su cintura.
—¿Puedes manejar una cabalgada más dura? —demandó él.
—Más duro. Más rudo.
Fue todo el estímulo que él necesitó. Se meció contra mí profundamente, más hondo todavía,
más duro todavía. Más rudo todavía. Mientras lo hacía, se inclinó y mordió un sensible tendón en
mi cuello. Me corrí entonces. Mi cuerpo se estremeció con fuerza y reprimí otro grito que exigía
liberación.
Lucius pegó nuestros labios en un beso brutal de lenguas guerreantes. Siguió golpeando,
montando las olas de mi orgasmo. Entonces su cuerpo se puso rígido, se dobló, dio un espasmo, y
yo me tragué su rugido de satisfacción.
Un largo rato de respiraciones jadeantes pasó. Cuando el latido de nuestros corazones por fin
se calmó, Lucius se derrumbó sobre mí. No me importó su peso; le di la bienvenida. Nos
quedamos como estábamos, débiles en consecuencia, cada pulgada de nuestros cuerpos saciados,
miedosos de romper el letárgico hechizo.
—Te lo dije —respiró él contra mi oído.
—¿Qué? —Yo apenas tuve fuerzas para sacar aquella única palabra.
—Que tú te correrías más que yo.
Reí contra su pecho.
—Eso significa que gané.
—Competitiva —me regañó.
Nos quedemos en un cómodo silencio durante varios minutos.
—Hablando de competiciones —dije— ¿Qué has averiguado sobre los destellos solares?
—No mucho. ¿Y tú?
—Tampoco. —Colin no se había puesto en contacto conmigo, y yo no había tenido tiempo
para investigar como quería.
—Supongo que tendremos que esperar para coronar al ganador ¡hmmm! Aunque te venceré.
—Él hizo una pausa, soltando un suspiro—. No eres la princesa mimada que creí que eras —dijo
él—. Para nada.
Otra admisión de su parte. Dos en un día. Y esta me ablandó tanto como la otra.

131
—Lo fui hace tiempo —admití. Remonté mi dedo alrededor de su pezón—. Michael me
mimó terriblemente. Independientemente de lo que quería, él me lo compraba. Si no lo compraba
lo bastante rápido, pillaba una rabieta como nunca has visto.
Su aliento abanicó mi mejilla cuando él se rió entre dientes.
—¿Y en cuanto a tus padres? ¿Los recuerdas?
—No mucho. —Tal vez debería callar mi pasado, pero él había compartido el suyo conmigo.
Y por primera vez, alguien parecía querer hablar de mis padres, personas a las que había amado y
que todavía echaba de menos. No podía hacerlo con Michael—. Tengo una vaga imagen de la cara
de mi madre, bonita y dorada, pero eso es todo. A veces, en la tranquilidad de la noche, todavía
puedo oír su voz cantándome para dormir.
—Suena como una buena madre.
—Lo era. Lamento no tener ningún recuerdo de ella, algo, cualquier cosa, pero el día después
de que mis padres murieran, nuestra casa fue quemada hasta los cimientos, destruyéndolo todo.
Michael me había instalado en un hotel, por lo que al menos no sufrí ningún daño.
—¿Por qué dejaron Raka y vinieron aquí?
—Creo que buscaban algo mejor. Evitar al dictador que los gobernaba. Siempre quise poder
preguntárselo, pero…
Lucius besó la cima de mi cabeza. Comprendí, entonces, que esta clase de vinculación nos
propulsaba a otro reino de conciencia. Un reino peligroso. Ambos conocíamos las desventajas y
complicaciones de liarse sexualmente con un agente. Pero emocionalmente… ¿alguno de nosotros
tenía una pista de las ramificaciones?
Me obligué a regresar al trabajo. Mantenerlo sencillo, ocasional.
—Dime de qué discutiste con Parker en la fiesta, después de que me marchara.
Él rodó de encima de mí para después salir completamente de la cama. El frío aire me golpeó
inmediatamente. Un músculo palpitaba en su mandíbula mientras Lucius comenzó a atarse las
armas en su bronceado pecho y muslos.
—¿Lucius? —Mientras lo miraba, noté las señales de mordiscos y arañazos que yo había
dejado por todo su cuerpo. Me gustó eso. Me gustó ver mi marca sobre él.
—Jonathan quiere que te deje en paz un tiempo —dijo él, las palabras rudas y crudas—,
darte la oportunidad de que te instales antes de perseguirte.
¿Qué le ocurre?
—¿Por qué le preocupa? Dudo mucho que tenga miedo de la ira de Claudia.
Él se encogió de hombros, la acción tensa.

132
—¿Por qué más puede ser? Te dije que podría pasar. Te echó un buen vistazo y quiere
follarte él mismo. —Lucius se pasó la lengua por los dientes, sus ojos destellando como el acero
presurizado, pero no dijo nada más sobre el tema.
—¿Seguirá ayudándote? —Luc apareció al lado de la cama, silenciosamente pidiendo un
sitio seguro. Di unas palmaditas sobre la cama y ella saltó a mi lado, todo el tiempo mirando a
Lucius con cautela. Acaricié su piel, y pareció ser suficiente para ella porque se relajó.
—Creo que sí —contestó—. Incluso si es simplemente para ayudarse a sí mismo contigo. —
Lucius soltó un largo suspiro—. Sé que te lo dije antes, pero esto merece mencionarlo otra vez.
Hiciste un buen trabajo hoy.
—Lo sé. Rugiste de satisfacción.
—No me refería al sexo, listilla.
Resoplé y me levanté. Rígidamente me puse mi rasgado top y las bragas.
—Todo lo que hice fue rechazarte. No hice ni una maldita cosa que ayudara realmente en el
caso. —Intenté no traslucir amargura en mi voz—. No lo he hecho desde el día que empecé.
Él giró velozmente, estudiándome con una dura mirada. El feroz ceño que lucía tenía el
suficiente impulso para matar a cualquiera en su camino.
—¿Quién consiguió que Sahara Rose hablara? ¿Quién se acercó más a EenLi de lo que algún
otro agente alguna vez hizo? ¿Quién nos consiguió la información sobre los destellos solares?
¿Quién se coló en el dormitorio de Jonathan sin ser detectado y sabía que había que buscar una
puerta oculta? —Antes de que pudiera responder, él añadió—. Quieres probarte tanto a ti misma
que olvidas pararte y reconocer lo que ya has hecho.
Su intensa mirada me mantuvo inmóvil. Sólo Michael me había elogiado alguna vez así. Era
asombroso -y maravilloso- que Lucius lo siguiera haciendo.
Como si no acabara de mecer todo mi mundo, él giró y continuó preparándose
despreocupadamente.
—Puse a uno de mis hombres en la casa —dijo él—, me avisará de las fiestas a las que
asistirás, así podré asegurarme de estar allí.
Me obligué a pensar en sus últimas palabras.
—¿Quién es ese hombre?
—Es el nuevo chofer de Claudia. Pelo blanco, ojos violetas. Metro ochenta de altura. Un
humano fingiendo ser un Arcadian. Ve a él si necesitas ayuda inmediata. También dejé una unidad
móvil en tu bolso. Está programado para marcar mi número en el momento que lo abras.
Expulsando el aliento, me aparté el pelo de la cara.
—Podrías habérmelo dado antes de volar aquí. ¿Para qué viniste esta noche, Lucius?
Él se encogió de hombros y no se dio la vuelta.

133
—Te arriesgaste mucho —persistí.
—No me arriesgué nada.
—Podrías haber sido descubierto.
—No lo fui.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
Con movimientos acortados, él deslizó un cuchillo en la vaina sobre su muslo.
—Porque soy malditamente bueno en entrar y salir.
—Bien, yo soy buena consiguiendo respuestas, y tú no me has contestado. ¿Para qué viniste?
Dime la verdadera razón. —Quería oírselo decir.
—Tal vez quería decirte que te aseguraras que Claudia Chow te llevara a ver a Jonathan
mañana. Quiero que todos tengamos una íntima charla y así podrás rechazarme de nuevo.
—No viniste para decirme eso.
Él se inclinó y se puso las botas –no recordaba cuando se las había quitado- dándome un
vistazo de su culo enfundado en sus apretados pantalones de cuero. Él se enderezó e hizo una
pausa, los puños apretados.
—Quería verte. ¿Es esa una razón lo suficientemente buena para arriesgarlo todo? —Sin
esperar mi respuesta, caminó hasta la salediza ventana y desapareció en la noche.
Más que suficiente, suministró mi mente tontamente.
El pensamiento me hizo ponerme rígida y entré en pánico. Eso insinuaba sentimientos más
profundos, más… cariñosos. No. No, no y no. Dejé caer la cabeza entre mis manos y me obligué a
respirar. Él era un agente y mi compañero. Nosotros habíamos tenido sexo, pero no podía haber
más que eso. No permitiría que hubiera más que eso. Había demasiado en juego.
—Nada importa, salvo la misión —susurré y luego lo dije con más fuerza—. Nada importa,
salvo la misión.

134
CAPÍTULO 16

A la mañana siguiente mi cuerpo vibraba con los sensuales recuerdos, burlándose de mi


resolución. La luz del sol se filtraba a través de las tenues cortinas amarillas y blancas mientras yo
me quedaba tumbada en la cama. Durante mucho tiempo, absorbí el persistente olor de Lucius y
dejé que la suavidad de las sábanas me acariciara. Mi piel estaba hipersensible, mis músculos
magullados y todavía emitía la reveladora fragancia a miel.
—Eres una agente, Eden Black. No lo olvides de nuevo. La pasada noche no importa.
¿Recuerdas? —Me lo recordaría mil veces si fuera necesario.
Los agentes que se involucraban emocionalmente se distraían con facilidad, poniendo
constantemente sus misiones en peligro. Michael no tenía una regla contra ello porque sabía que el
prohibir algo a menudo se volvía una obsesión. De cualquier manera, todos sabíamos la verdad de
las relaciones entre agentes.
Me obligué a salir de la cama. Llevé a Luc a dar un paseo, le di de comer y luego tomé una
rápida ducha de enzimas secas. Me até mi arsenal y me vestí con unos delgados pantalones negros
y una camisa de seda blanca. Con pasos cortos, caminé hacia mi ordenador portátil, que estaba
colocado sobre un tocador de mármol en la sala de estar de mi dormitorio.
Mientras se encendía la azul y gelatinosa pantalla holográfica, Luc se me acercó
silenciosamente y le froté la cabeza. Un mensaje de Colin apareció al cabo de unos segundos, y casi
di saltos de alegría mientras las palabras se cristalizaban. ¡Por fin!

Lamento la tardanza. He estado fuera de la ciudad. Los pequeños destellos solares, por lo general, no
tienen ningún efecto y son básicamente imperceptibles —leí—. Los grandes destellos solares, sin embargo,
crean la aurora. En un ángulo recto, pueden alcanzarnos y crear una tormenta geomagnética que puede
deformar el campo magnético de la Tierra. Si eso pasa, radios, televisores, unidades celulares, comunicadores
de aeroplanos, cualquiera de estas cosas relacionadas con el magnetismo, pueden verse afectadas. Supongo,
que en teoría, un ser u objeto podría ser molecularmente transportado en el vientre de cualquier destello solar

135
si éste llevara algún tipo de dispositivo magnético. Que yo sepa, eso jamás ha ocurrido. ¿Te sirve de ayuda, o
necesitas más?
Colin
P.D. Vayamos a cenar pronto. Te echo de menos.

Un sentimiento de satisfacción bailó a través de mí. Yo tenía razón. Mis labios se curvaron en
una sonrisa. ¡Tenía razón! Sonriendo, contesté:

Esto me ayuda. Gracias. ¿Puedes darme un ejemplo de dispositivo magnético que funcionaría mejor?
Eden. P.D. Nada de cenas. Eres un amigo fantástico, pero un novio horrible.

Un puño tocó mi puerta.


Cerré rápidamente el ordenador y me dirigí alegremente hacia la gruesa puerta de madera.
¿Alegremente? Sí, tenía una alegría en mi paso que no podía ser negada. No podía esperar a
compartir la información con Lucius… y ganar nuestra apuesta sobre los destellos solares.
Después de desatornillar los cilindros suplementarios que había colocado en la cerradura,
abrí la puerta.
—¿Sí? —dije a la mujer frente a mí. O más bien a las puramente blancas y deliciosamente
fragantes orquídeas frente a mí. No, no de un blanco puro, comprendí poco después. Polvo de oro
había sido rociado sobre los pétalos.
—Esto llegó para usted —dijo una suave y lírica voz en un vacilante inglés.
Mientras contemplaba las orquídeas, una reacción muy femenina brotó en mi interior. Me
derretí. Mis huesos se licuaron literalmente y mis músculos se volvieron papilla. Antes de cógelas,
quité la tarjeta y la leí.
Gracias por la pasada noche.
Apreté los labios para impedir fruncir el ceño… o sonreír, no estaba segura. ¡Menuda forma
de mantener la misión, Lucius! Alguien que leyera la tarjeta pensaría «un admirador secreto», pero
yo sabía la verdad.
—Gracias —dije a la mujer y reclamé el pesado florero de cristal. Intenté cerrar la puerta con
el pie ya que había apagado el sensor automático.
—Espere —dijo ella. Era una Agamen. No eran atractivos según los estándares humanos,
debido a los pequeños cuernos que le sobresalían del cráneo que producían veneno cuando el
Agamen estaba asustado… aunque sus ojos eran como pura plata líquida y muy bonitos—. Hay
más.

136
Coloqué las flores sobre una mesa cercana y me volví. Sólo había luchado contra un Agamen
a lo largo de los años. Él me había corneado en el estómago y pasé seis semanas recuperándome
del líquido tóxico que invadió mi cuerpo.
Ella se inclinó y levantó otro florero, éste lleno de rosas rojas sangre.
—Estas también llegaron para usted.
De nuevo leí la tarjeta antes de coger las flores.
Lamento su disgusto de anoche. Esperó que me dé una oportunidad para resarcirla. Jonathan.
La única reacción que experimenté hacia éste regalo fue la satisfacción por un trabajo bien
hecho.
—Gracias —dije, tomando las rosas y poniéndolas detrás de las orquídeas.
—La embajadora desea hablar con usted en el comedor.
Me masajeé el cuello y sofoqué un suspiro. Había querido llamar a Lucius para contarle lo
que había averiguado. Ahora no tendría tiempo.
—Necesito un momento. —Sin molestarme en cerrar la puerta, revolví en mi maleta por un
par de zapatos. Unos negros de tacón y sin puntera. Mis pies inmediatamente gritaron en protesta,
pero de todos modos até las correas del instrumento de tortura. Al Agamen, le dije—: Por favor,
enséñeme el camino —hablando en su propia lengua.
Ella parpadeó con sorpresa, luego sonrió despacio, revelando unos puntiagudos dientes
grises.
—Por aquí.
Cuando pasamos el elegante pasillo y bajamos por la tortuosa escalera, el olor a café se hizo
más fuerte. Intenté no hacer una mueca; realmente odiaba aquel olor. No sabía cómo la gente
podía beberse eso. Era tan amargo. Si dependiera de mí, sólo tomaría comidas y bebidas de dulce
aroma.
Finalmente alcanzamos nuestro destino, un comedor con una antigua mesa de madera de
cerezo, bancos en vez de sillas y cuadros de girasoles sobre las paredes. Ninguna cabeza de animal.
La embajadora se sentaba a la mesa, que estaba repleta de comida. Su oscuro pelo estaba recogido
en otro severo moño, y llevaba un formal traje pantalón negro.
—Siéntate, siéntate —dijo cuando me descubrió, señalando con la mano la silla frente a ella.
Hice como pidió. Ella me examinó y frunció el ceño.
—Eden, querida, pareces cansada. ¿Todavía estás alterada por la fiesta?
—Un poco —mentí.
—Bueno, deja de estarlo ahora mismo. Te dije que hablé con Jonathan, y él me aseguró que
velará por tu seguridad, así como de Hunter.

137
—Gracias. Has sido maravillosa con todo esto.
—Hablando de maravillas —dijo ella, olisqueando el aire—. ¿Cuál es ese perfume divino que
usas?
Sentí dos rojos círculos calientes ardiendo en mis mejillas y cambié incómodamente en mi
asiento.
—Yo, uh, no uso perfume.
Su frente se arrugó con confusión.
—Tienes que hacerlo. Hueles. De un modo delicioso —me aseguró apresuradamente—.
Como a miel.
—No. No es perfume.
—Oh. Bien. Tal vez es la comida. —Ella abarcó con la mano todas las opciones del bufete—.
¿Tienes hambre?
—Un poco. —Llené mi plato con tostadas y huevos. Había un tazón de azúcar,
probablemente para el té, pero rocié varias cucharadas sobre mi comida. Todo sabía mejor con
azúcar.
Todo excepto estos huevos, comprendí después del primer mordisco. Ellos poseían tanta sal
como para llenar un océano, y ni siquiera el azúcar podía enmascararlo. Logré tragar un bocado
antes de apartar el plato.
Claudia mordisqueó un trozo de pan tostado.
—¿Te dieron las flores que Jonathan te envió? Creo que él envió las rosas y las orquídeas. Él
se siente terriblemente mal por lo que pasó.
Lucius había insistido en que me encontrara con él en la residencia de Jonathan hoy, así que
dije—, si es posible, me gustaría agradecérselo en persona.
Claudia se animó y dejó caer su tostada en el plato.
—Es una maravillosa idea. Podría llamarlo ahora mismo y ver si puede recibirnos. —Ella dio
unas palmadas y gritó—: Martha. Por favor tráeme el teléfono.
En unos segundos, Martha entró flotando en el cuarto sosteniendo una bandeja de plata, con
una negra unidad móvil descansando encima. Claudia ancló el auricular en su sitio y dijo—:
Jonathan Parker.
Pausa. Ella sonrió ampliamente.
—Jonathan. Soy Claudia Chow. A Eden Black y a mí nos gustaría encontrarnos contigo… —
Sus labios se apretaron e hizo otra pausa, ésta más larga—. No. Queremos encontrarnos contigo,
no contigo y con Hunter.
—Me encontraré con ambos —solté precipitadamente.

138
Ella parpadeó hacía mí con perplejidad.
—Pero… pero…
—Estoy deseando arreglar esto. —Tenía que ser cuidadosa con mi impaciencia.
—Jonathan —dijo Claudia al receptor—. He cambiado de idea. Nos encontraremos con
ambos. Contigo y con Hunter. —Pausa—. Sí. Gracias. Hasta entonces. —Arrojó la unidad de
regreso a la bandeja y Martha salió flotando del cuarto con tanta gracia como había entrado—. Nos
encontraremos con ellos esta tarde, después de hacer mis rondas matutinas.
—Excelente. Gracias.
Sus «rondas», como ella las llamaba, consistían en ir puerta por puerta a chismorrear a la
residencia de los otros-mundos. Pasé las siguientes cuatro horas traduciendo conversaciones sobre
los cuidados médicos, las necesidades dietéticas y el dinero en la Tierra mientras Claudia Chow
visitaba a sus integrantes. Admito que su preocupación por los extraterrestres de Nueva Dallas me
impresionó.
Por fin, nos metimos en la limusina y nos dirigimos a casa de Jonathan… el momento que
tanto había estado esperando. Disfruté del lozano paisaje verde, las colinas a un lado de la ventana
y los llanos prados al otro, que pasaban zumbando por delante de la ventanilla.
—Creo que no te he agradecido lo suficiente, Claudia, que defendieras mi causa. Realmente
luchas por los otros mundos y te admiró por ello.
Sus mejillas enrojecieron de placer.
—Hago lo que puedo.
—Seré honesta —dije, afrontándola—. No eres lo que esperaba.
Ella arrugó la frente.
—¿Y qué esperabas?
—A alguien que veía a los otros mundos como un premio, pero que en realidad no se
interesaba por ellos.
—Los extraterrestres también son personas.
—Sí. Lo somos. Pero no todos lo comprenden.
Ella se inclinó hacia adelante y susurró:
—Pienso citarme con un Taren, el que pasó unas pocas semanas en una prisión del A.I.R.
por, según dicen, robar un vestido. Él me ha pedido salir en varias ocasiones pero siempre le he
dicho que no. ¿Algún… —Ella tosió— …consejo para mí?
No me podía imaginar a Claudia con un felino, ya que eso es lo que eran los Tarens.
Andaban y hablaban como los humanos, pero su piel estaba recubierta de pelaje y sus lenguas eran

139
abrasivas. Algunos podían andar a través de las paredes. Había seguido a varios a lo largo de los
años y les había visto hacerlo.
—¿Consejo? —Yo no era la chica adecuada para dar consejos sentimentales—. ¡Um! Bueno.
Trátalo como a un humano, supongo. Y, a menudo, como a un animal doméstico. A los Tarens les
gusta eso.
Ella cabeceó, su expresión absorta, como si absorbiera cada una de mis palabras.
—Animal doméstico. Sí. Buena idea.
—No sé qué más decirte —admití—. Nunca he salido con un Taren. —Consejos para
matarlos, sin embargo, podría dárselos.
Gracias a Dios, nuestro coche cruzo las altas puertas de hierro de la finca de Jonathan,
finalizando eficazmente nuestra conversación. Vi la altísima mansión de ladrillo blanco y picos
dentados. El césped estaba perfectamente cuidado pero la hierba era escasa. Mi corazón latió
velozmente… no de miedo, sino de anticipación. Ahora mismo Lucius esperaba dentro, preparado
para empujar a nuestra presa más lejos.
Varios guardias vestidos de negro vigilaban las paredes externas, noté, con rifles de fuego
semiautomáticas atadas a sus costados. Interesante. Jonathan tenía guardias humanos hoy, antes
que alienígenas.
Cuando el coche aparcó frente a la entrada, salimos al calor de tarde, caminamos sobre el
puente y entramos al frescor de la casa. Las puertas ya estaban abiertas, como brazos que nos
llamaban dentro. Después de todo, nos esperaban.
Mi mirada chocó con uno de los guardias colocados a los lados de la puerta. Otro humano.
Sus ojos se ensancharon con… ¿qué? ¿Avaricia? Él dio un espontáneo paso hacia mí, hasta alzó la
mano para tocarme, pero un hombre más viejo, vestido con un traje negro nos condujo a Claudia y
a mí por delante de él. Su brazo cayó a un lado.
Fuimos llevadas directamente a la oficina de Jonathan, la misma que él y Claudia había
ocupado anoche. Lucius estaba allí, sentado sobre una silla roja como la sangre, sus pies
descansando sobre el otomano de falsa piel. Él me miró a través de los ojos entrecerrados, sus
labios firmes e inflexibles. Fingí ignorarle, aunque cada célula de mi cuerpo gritaba ante su
presencia.
—Gracias por las flores —le dije a Jonathan—. Y por aceptar encontrarse con nosotras.
Un músculo en la sien de Lucius palpitó.
—Ha sido un placer. —Jonathan, sentado detrás del escritorio, nos indicó a Claudia y a mí
que tomáramos asiento en el sofá verde al lado de Lucius. Noté que él tenía un corte en el
labio…—. Estoy tan contento de que pudiera venir —dijo Jonathan con su suave y cultivada voz
de barítono. Él me miró, pero no sentí su aburrida mirada como sentí la de Lucius, marcándome,
haciéndome doler.

140
—Esto es difícil para mí. —Le eché una oscura mirada a Lucius. Era la única forma en que
podía permitirme a mí misma estudiarlo. Las lentes de contacto que llevaba volvían sus ojos tan
oscuros como la medianoche, un cielo sin estrellas, pero había una chispa dentro de ellos que yo
jamás había visto antes. Tenía una contusión en la mejilla izquierda. ¿Habían luchado los dos
hombres?
—Estoy ansiosa por solucionar este problema.
—Como nosotros. —Jonathan cabeceó silenciosamente hacia Lucius—, puedes comenzar.
—Jamás te haría daño —me dijo Lucius, hablando por primera vez desde que yo había
entrado.
Su voz ronca se deslizó sobre mí en sensuales ondas.
—¿Es eso cierto? Me secuéstrate en la calle. Me encerraste en tu casa. Ayer me arrástrate a la
pista de baile y no me dejaste marchar.
—Lamento eso. —Él no pareció arrepentido. De hecho, me miró con lascivia—. Estaba…
ofuscado por verte de nuevo. Pero tienes que admitir que no te hice daño. —Presioné mis labios
juntos, sin admitir nada.
—Todos somos adultos civilizados —dijo Jonathan—. Y le aseguro que Hunter ha aprendido
la lección.
—Quiero creerle. —Forcé mis ojos a llenarse de lágrimas—. Realmente lo hago, ¿pero ve la
forma en que me mira? Él no lo siente. No realmente. —No podía aceptar la disculpa de Hunter o
las garantías de seguridad de Jonathan porque estaba en juego mi rapto. Tenía que parecer que
Hunter no podría ganar mis afectos a través de los medios convencionales. Más tarde, cuando me
marchara, él sería capaz de hablar con Jonathan sobre mi «compra». Entonces, Jonathan hablaría
con EenLi. Y luego EenLi vendría por mí. Una vez que descubriera el dispositivo magnético con el
que EenLi solía transportar su «ganado», tendría el placer de matarlos.
¡Oh, de repente la vida parecía tan buena!
—Creo… creo que necesito un momento a solas —dije. Coloqué una inestable mano sobre el
corazón. Estaba segura que Lucius ya había registrado la casa, pero quería realizar mi propia
búsqueda. Él podría haber omitido algo. Si había cualquier información sobre EenLi, los
secuestros, los portales o los destellos solares, quería saberlo—. ¿Me perdonan?
—Si quiere tomar aire fresco, hay una galería pasillo abajo. Justo a su derecha —dijo
Jonathan.
—No estaré fuera mucho tiempo. —Sabía que Lucius los distraería si no volvía en un tiempo
aceptable.
Esto iba a ser divertido.

141
CAPÍTULO 17

POR supuesto, no me dirigí a la galería.


Por privacidad, los guardias habían sido despedidos y estaban más lejos. Permaneciendo
alerta, caminé rápidamente hasta el primer cuarto por el que vine. Sorprendentemente, no estaba
cerrado. Di un paso dentro. El olor a limpio y limón impregnaba el pequeño y oscuro espacio. Un
armario de la limpieza, comprendí felizmente. A menudo, ellos eran pasados por alto como
insignificantes. Deslicé los dedos a través de varias botellas buscando un cubo de basura.
Allí, a la espalda. Sonriendo ampliamente, lo incliné y hojeé el contenido. Servilletas sucias,
un par de zapatos viejos. Suspiré. La gente utilizaba ordenadores y libretas digitales, el papel (raro
como ya era) apenas era usado. Aun así… una chica podía tener esperanzas.
Después, encontré un cuarto de baño que también estaba abierto. Suelo azul y blanco de
mármol, y una antigua tina de porcelana. Plantas falsas en cada esquina. Pero nada de
importancia.
Él único otro cuarto en este vestíbulo era una lavandería. Grande y amplia, el área estaba
abarrotado de ropa y criados, postes para los tejidos y las mangueras de rociado seco que
expulsaban las enzimas limpiadoras. Me quedé de pie en la entrada, observando el trabajo de las
mujeres durante un momento, esperando atisbar algo de Jonathan. Quizás, él se había olvidado
algo en un bolsillo.
De repente un grueso y velludo brazo me sujetó por detrás y me tapó la boca. Fui empujada
contra un duro cuerpo y no era el de Lucius. Su olor era diferente, no olía a limpio. Se sentía
diferente, no musculoso y caliente.
El hombre dio una patada a mis rodillas y me combé hacia el suelo. Hice una mueca de
dolor, pero no luché. Aún no. No antes de que supiera qué continuaba. ¿Ya se había puesto en
contacto Jonathan con EenLi? ¿Era este mi rapto?
—La tengo —susurró una profunda voz masculina.
—Apresúrate —dijo otro hombre, su voz frenética—. Antes de que alguien nos vea.

142
Ellos me arrastraron fuera, y eché un vistazo hacia arriba, bizqueando ante la intensa luz.
Mis raptores eran humanos y vestían completamente de negro, con armas atadas a sus costados.
Los guardias de Jonathan, comprendí. De hecho, el que me sostenía era el hombre que había visto
situado en la puerta principal cuando había llegado. El entusiasmo corrió por mis venas. ¡Tenía
que ser esto! No había esperado que actuaran tan rápido.
—Ten cuidado con ella. No dañes su piel. Ni tires de su pelo con demasiada fuerza.
—¿Te callarás? Hago todo lo que puedo. Tenemos que apresurarnos, o seremos vistos.
El hombre que me agarraba por el pelo me lanzó una perversa y avariciosa sonrisa.
—Vamos a vender tu pelo y piel por una fortuna, bonita. —Él se movió a sacudidas,
levantándome por la cintura para acarrearme lejos de la casa. Otro hombre nos seguía rápidamente
detrás de nosotros, echando nerviosos vistazos sobre su hombro.
Ellos no eran los que debían secuestrarme. ¡Iban tras mi piel!
Una fría y sorprendente furia substituyó mi entusiasmo. Los bastardos querían desollar mi
dorada piel directamente de mi cuerpo. Venderla. Herirme despiadadamente. Mi furia se
intensificó a cada paso que mi atormentador daba, pero no emití ni un sonido de protesta. La voz
alienígena era tan incriminatoria como el ADN humano o las huellas dactilares. Por eso el A.I.R
había colocado estratégicamente registradores de alta frecuencia y satélites a través de todo el
globo. Si alguna vez un extraterrestre se veía implicado en un crimen, su voz estaría registrada en
una base de datos, y luego usada para rastrear su paradero.
Dudaba que mi nombre estuviera localizado en alguna base (Michael se habría ocupado de
ello) pero no podía arriesgarme.
No quería estar vinculada a la matanza que estaba por ocurrir.
Mi captor me apretó aún más fuerte, casi cortándome la respiración. Una vez que alcancemos
una serie de espesos arbustos que nos ocultaban de la vista de la casa, enredé mis pies entre sus
piernas, haciéndole tropezar. Mientras caíamos, me retorcí hacia él y cerré de golpe mi palma
contra su nariz. El hombre golpeó el suelo, derrumbándose encima de mí y aullando de dolor.
Jadeando, salí de debajo de él y salté en una posición de ataque contra el segundo hombre.
Me agaché y con un barrido de pierna lo derribé al suelo. Él sacudió los brazos en el aire y después
cayó con un ruido tan fuerte que no me sorprendería que se hubiera partido el cráneo. Mientras se
quedaba allí gimiendo, salté sobre él, agarré el cuchillo de su cintura (el mismo cuchillo con el que
había planeado desollarme) y le corté la garganta.
Él gorjeó y se hizo el silencio.
Todo ocurrió tan rápidamente, que el primer hombre sólo ahora comprendió lo que había
pasado. La sangre se vertía de su nariz rota mientras él miraba fijamente, con los ojos muy
abiertos, a su amigo. Un rugido de rabia y horror salió de su boca y saltó hacia mí, las manos
extendidas con intención de estrangularme.

143
Sostuve el goteante cuchillo estable, aguardando, esperando hasta que él estuviera más cerca.
Sólo entonces bajé el cuchillo en picado y lo hundí en sus tripas, la plateada lámina hundiéndose
en la carne humana. Su propio ímpetu hincó el cuchillo profundamente.
Él jadeó cuando sus rodillas cedieron, y al próximo instante él estaba muerto, derribado a
mis pies. Inspiré con satisfacción. Simple. Fácil. Se merecieron lo que habían obtenido.
No sentí ni una pizca de remordimiento.
Sin embargo, no podía dejarlos como estaban ya que no quería que nadie comprendiera que
yo era la responsable de los asesinatos. Si lo supieran, podrían comenzar a preguntarse como una
delicada intérprete otro-mundo, una pacífica Raka, había acabado con dos corpulentos hombres
humanos.
Aunque yo no poseía ninguna huella dactilar, limpié el cuchillos con sus ropa, eliminé
cualquier prueba que pudiera haber dejado y coloqué la empuñadura en la mano de uno de los
hombres. El otro tipo también necesitaba un arma, así que realicé una cuidadosa búsqueda y la
encontré atada a su tobillo. Bañé la punta en la sangre del otro antes de envolver sus dedos
alrededor de ella. Ya estaba. Terminado. Parecía que ellos habían peleado el uno contra el otro y
ambos salieron perdiendo.
Satisfecha con mi trabajo, me limpié las manos en la hierba lo mejor que pude y regresé a la
casa, silbando a lo largo del camino.
—¿Dónde estabas? —me preguntó Claudia en el momento que me vio. Ella estaba de pie en
el pórtico, mirándome de arriba abajo con ansiedad.
—Dando un paseo —dije, toda inocencia.
—Pero… —Sus ojos se agrandaron con preocupación—. Hay sangre en tu camisa.
Eché un vistazo abajo y descubrí las manchas carmesíes. Jonathan y Lucius se le unieron en
la entrada, observando con avidez y escuchando nuestra conversación. Sentí la mirada
interrogativa de Lucius abriéndose camino hasta el tuétano de mis huesos.
—Jonathan —dije, forzando un temblor—, dos de tus hombres se han peleado con cuchillos
un poco más allá de la colina norte. Venía a decírtelo.
Los ojos de Lucius llamearon.
Jonathan frunció el ceño.
Claudia corrió a mi lado. Ella enrolló un brazo alrededor de mi cintura.
—¿Pelea de cuchillos? Querido Dios. Salgamos de aquí.
Tuve que contener una sonrisa mientras ella me introducía en la limusina.

144
ESA noche, esperé a que Lucius viniera a mí.
Me quedé agachada bajo la ventana, en las sombras, prácticamente pegada a la pared. No era
una postura cómoda, pero no me importaba el dolor. Cualquier cosa por ser mejor que Lucius.
Había reforzado la cerradura del balcón con sujeciones de acero, que lo obligarían a avanzar
lentamente hacia mi cuarto a través de la ventana más pequeña y más elevada por encima de mí.
Sonreí ampliamente porque sabía que él tendría que bajar por la azotea para caber por ella. ¿Haría
tal esfuerzo?
Oh, sí. Lo hizo.
Escuché el suave deslizamiento del cristal, lo que significaba que Lucius ya había inutilizado
la caja de seguridad. Un momento más tarde, vi sus botas atravesar la ventana. Silenciosamente,
salte hacía arriba, lo agarré por los tobillos y tiré de él hacia dentro. Sin esperar tal acción, Lucius
se propulsó al suelo, estrellándose con fuerza con un gruñido. El cable que había usado para
descolgarse de la azotea sostuvo sus pies en alto.
Al instante, estaba sobre él, mi cuchillo en su garganta.
Lucius vestía todo de negro, pero ninguna máscara ocultaba su cara de la vista. Una gota de
sudor bajó por su sien. Permaneció donde estaba, su silueta perfilada por las sombras y la luna,
mirándome.
—¿Crees que eres graciosa? —susurró entre dientes.
Como Lucius, vestía pantalones y camisa negros. Esperaba, llevando esta ropa, asegurarme
de que no nos desviáramos del tema.
—¿Y bien? —dijo él.
—Sí, lo creo. —Di un toque con la plateada lámina contra su mejilla—. Creo que soy
graciosa.
Entrecerró los ojos.
—¿Dónde está tu perro?
—En el cuarto de baño. —La había encerrado y le había dado una mullida plataforma donde
dormir. No quería que se preocupara si Lucius y yo nos peleábamos. Acercarse a hurtadillas una
vez, fue malo para mí. Acercarse a hurtadillas dos veces, lo es para ti. Corté el cable de sus pies.
Sus piernas cayeron al suelo con un golpe, y Lucius suspiró y se pasó una mano a través del
pelo.
—Estás resultando ser más de lo que esperaba. ¿Te lo he dicho alguna vez?
—Sí y aún me lo tomo como un halago. —Salí poco a poco de encima de él y me senté,
todavía agachada.
Él se sentó y encontró mi mirada.

145
—Es como pretendía decirlo. Ahora dime que pasó en casa de Jonathan. ¿Por qué había
sangre en tu camisa? ¿Por qué estaban aquellos dos guardias muertos?
—Exploré un poco y aquellos hombres me siguieron. Me arrastraron fuera, detrás de unos
arbustos, esperando robar mi piel y pelo.
Sus claros ojos azules se endurecieron, volviéndose acerados.
—¿Por el oro?
—Sí.
—¿Y? —incitó cuando no dije nada más.
—Y los maté.
—¿Te hicieron daño? —Otra vez sus músculos se tensaron mientras esperaba mi respuesta.
Alzó la mano y me agarró el brazo con fuerza.
—Ni siquiera me magullaron —le aseguré, dejando el cuchillo.
Él se relajó al instante. Le conté lo que había averiguado sobre los destellos solares y cabeceó.
—Esto es importante. Ahí hay más, lo sé. Sigue investigando.
—Comprendes que he ganado, ¿verdad? Realmente te he dado una patada en el culo.
Él sonrió ampliamente.
—Sí, comprendo que ganaste. ¿Quieres saber que pasó después de que te marcharas de casa
de Jonathan o no?
Intenté no mostrar mi impaciencia.
—Cuenta.
Primero, me sorprendió empujándome a su lado. No protesté, pero todo el tiempo me recité
a mí misma que no iba a tener sexo con él de nuevo. Ya habíamos estado allí, ya lo habíamos
hecho. No necesitábamos complicar las cosas. Otra vez. Una de sus manos acarició suavemente mi
espalda y la otra agarró mi mano.
—Los hombres fueron encontrados, pero Jonathan asumió que simplemente se habían
matado el uno al otro. Después de que limpiáramos el lío, Jonathan me llevó a su estudio donde
tuvimos una charla. No mencionó el nombre de EenLi, pero se ofreció a ponerme en contacto con
un hombre que podría ayudarme «ha obtenerte.»
La alegría me inundó. Había llegado el momento. Estábamos muy cerca. Sin quitar mi mano
de la suya, me eché hacia atrás y descansé mi peso sobre uno de mis codos. Mi pelo se extendió
sobre mis hombros y su estómago, oro contra nuestra negra ropa.
—Ya no falta mucho.
—No. No falta mucho.

146
Cabeceé mientras la satisfacción se mezclaba con mi entusiasmo.
—Me alegro. —EenLi pronto enviaría a alguien para secuestrarme. ¡Dios, no podía esperar!
Con su mano libre, Lucius enrolló las largas hebras de mi pelo alrededor de su mano y tiró
hasta que mi cara quedó cerca de la suya.
—Sé que estamos siguiendo el plan, pero espero que estés armada. A partir de ahora, lleva
tus armas las veinticuatro horas del día.
—Siempre lo hago.
—También te inyectarás el isótopo que traje. Se vinculará a tus células y nos ayudará a
rastrearte.
Fruncí el ceño.
—¿Por cuánto tiempo?
—Tres meses.
—¿Y si la misión es completada en dos días?
—No discutas. —Su expresión se volvió dura, inflexible—. Comprendes el porqué de ello.
—No me gusta el hecho de que alguien que sepa de isótopos y ordenadores tenga acceso a
mi posición.
—Te pondremos en manos de algún bastardo esclavista. Con suerte, yo mismo, pero quizás
no. ¿Quieres arriesgarte a ser capturada y que nadie sepa dónde encontrarte?
¡Maldita sea! Odiaba cuando alguien tenía un buen punto (un punto que aniquilaba el mío).
Él tenía razón. Había una posibilidad de que fuera tomada clandestinamente, escondida lejos por
un extraño.
—Tienes razón. —Suspiré—. Me lo inyectaré.
—Buena chica.
—Me lo inyectaré —añadí—, con una condición.
—¿Qué condición?
—Dime tu verdadero nombre.
Él sacudió la cabeza.
—Todavía tienes dos oportunidades, y no te diré ni una maldita cosa.
—Al menos dime con qué letra empieza tu nombre de pila.
—¿Por qué te importa? —preguntó, con un borde afilado en su voz, cubierto con una forzada
naturalidad.
—No me gusta llamarte con un nombre falso durante el sexo, ¿vale?

147
—¿Tendremos sexo de nuevo? —Sus labios se estiraron, y sentí mi corazón saltarse un latido.
¡Parecía tan relajado ahora mismo, tan sexy! Me gustaba cuando él perdía su aire reservado y
simplemente disfrutaba del momento. No creía que se lo permitiera hacer muy a menudo. Ni yo
tampoco.
—¿No? —dije, más una pregunta que una declaración. ¡Maldición!
—Mentirosa. Dime lo que significa la F de tu nombre.
Oh, oh, oh. ¿Qué era esto?
—Creí que no te importaba.
—Quizás, como tú, mentí.
—No te lo voy a decir —dije con retintín. Me gustaba, realmente me gustaba, que quisiera
saberlo.
Sus ojos bajaron a mi boca, y rastrilló su labio inferior entre sus dientes.
—Yo tampoco te lo diré, así que supongo que estamos en tablas.
—Eso parece. —Perdí la sonrisa. Él parecía puro deseo en este mismo momento. Placer total.
Tragué y me apresuré a cambiar de tema, a llevar nuestros pensamientos por buen camino—.
Cuando sea secuestrada quiero que te lleves a Luc de aquí y que cuides de ella hasta que vuelva.
—Considéralo hecho. —El brillo burlón se extinguió lentamente de sus ojos. Antes de que
pudiera protestar, Lucius se dio la vuelta y me sujetó en el suelo.
Contuve el aliento mientras él me recorría con la mirada. ¡Diablos, hasta el cuarto pareció
contener el aliento!
Un débil rayo de luna se filtró a través de las cortinas de la ventana e iluminó su bronceada
piel. Una suave brisa hizo que aquellas cortinas bailaran sobre nosotros, envolviéndonos en un
etéreo y privado refugio. Mi pulsó brincó.
Él se apoyó sobre sus manos, y su intensa mirada barrió sobre mi ropa. Sus labios se
estiraron.
—¿Realmente creíste que cerrar las puertas del balcón me detendría?
Permanece fuerte. No te dejes llevar.
—Mira, tenemos más cosas de las que hablar.
—Tienes razón. Tenemos más cosas de las que hablar. —Alcanzando detrás de él, se sacó la
camiseta por la cabeza.
Se me hizo la boca agua al ver sus pectorales… sus musculosos abdominales.
—Ponte de nuevo la camiseta. —No soné convincente, en absoluto.
Mientras me miraba intensamente a los ojos, chasqueó la lengua.

148
—Muchacha tonta. Vas a ser mi muerte, ¿lo sabes verdad? —Él se inclinó hacia abajo,
colocando su boca justo a un susurro de la mía.
Su cálido olor a jabón me envolvió.
—Hablar después. Joder ahora.
Entonces me besó y yo le devolví el beso. Olvidé lo que quería decirle, lo olvidé todo, menos
este hombre y su perversa boca. Sin reducir la marcha de nuestro beso, él se deshizo de mi ropa y
armas, como si no hubiera sido lo bastante estúpida para ponérmelas.
Arranqué sus pantalones, necesitando el contacto de piel contra piel. Su dureza contra mi
suavidad.
Nada más importaba. Podría odiarme por esto más tarde, pero no ahora. Sabía cómo se
sentía él enterrado profundamente en mi interior, y ansiaba tenerlo otra vez. Sabía cómo sonaba mi
nombre en sus labios mientras encontraba su placer.
Debía tenerlo de nuevo.
—No cortaste mi piel esta vez —susurró con voz ronca contra mis labios. Él se puso de pie,
llevándome en brazos y tirándome encima de la cama. El colchón se hundió bajo mi peso y él
estuvo a mi lado al instante—. Eso es un progreso.
—¿Por qué hablas? —Lo empujé hasta ponerlo encima de mí y me cubrió con su completo y
musculoso peso.
Acuné su larga y gruesa erección entre mis piernas, frotándome contra él. Ya estaba húmeda,
dispuesta. La fricción casi hizo que despegara como un cohete. Mi olor a miel se mezcló con su olor
a pino, perfumando el aire.
Él hizo una pausa mientras yo mordisqueaba su mandíbula y cuello, y parpadeó. Se retiró,
buscando mi mirada. Entonces, lentamente, sonrió ampliamente.
—Hueles a miel cuando estás excitada.
Me quedé quieta. Sin negarlo pero tampoco confesándolo.
Su risa se ensanchó.
—Puedo ser lento, pero finalmente lo entendí. Aquel día en el gimna…
—¿Y qué? —exclamé, mis mejillas ardiendo.
—Admítelo, nena. —Él se rió con genuina diversión—. Mecí tu mundo entonces, y meceré tu
mundo esta noche.
Su superioridad masculina me irritó. Mis ojos se estrecharon, y de manera seductora me lamí
los labios.
—Sólo por eso —le dije—, vas a ser castigado.
El calor llameó en sus ojos, derritiendo el hielo en un fuego azul.

149
—¿Cómo? ¿Me azotarás?
Él pareció tan impaciente, que casi me reí.
—Nada de azotes. —Aunque me gustaba la idea de infligirle un poco de dolor inocente y
después aliviarle la picadura.
—¿Segura? —Una gota de sudor rodó por su sien y pendió en su barbilla—. Probablemente
me merezca unos buenos y duros azotes.
—Tendrás que darme tres orgasmos.
—¿Tres? —Él sonrió con satisfacción.
—La vez pasada sólo pudiste darme dos. —Metí la mano entre nuestros cuerpos, dejando
que mis dedos rozaran su erección.
—Maldita sea, eres mala —dijo él, pero hubo un borde de anticipación y placer en su tono—.
Pero por suerte, estoy capacitado para realizar la tarea.
Él bajó en picado y me dio otro beso, empujando frenéticamente la lengua. Sus manos y
dedos recorrieron mi cuerpo, ahuecando mis pechos, pellizcando mis pezones, acariciando entre
mis piernas, antes de alejarse corriendo.
Al cabo de unos minutos, yo me retorcía y gemía su nombre. Él bajó lamiendo mi cuerpo y
mi estómago se estremeció. Sin una pausa para tomar aliento, Lucius condujo su lengua al centro
de mi cuerpo. Tuve que morderme la mano para cortar los gritos que no podía permitirme emitir,
provocando que surgieran unos sofocantes y hambrientos gemidos. Su lengua me atormentó, me
hizo doler y arañé sus hombros.
—Sabes igual que hueles —murmuró él contra mí—. A miel y canela.
En el momento que metió dos dedos en mi interior, estallé. Me arqueé y retorcí,
canturreando su nombre en mi cabeza. De todos modos, él no se detuvo. Trabajó con sus dedos,
frotándolos deliciosamente, sin llegar a entrar en mí, hasta que culminé dos veces más.
—Fueron tres orgasmos —jadeé cuando fui capaz.
—Voy a darte uno extra por tus traviesos pensamientos. A éste, te invito yo.
Me habría reído si hubiera tenido fuerzas.
—¿Estoy perdonado por burlarme de ti? —preguntó él, su barbilla descansando sobre mi
hueso púbico, su aliento soplando sobre mi estómago.
Dios, sí. Asentí con la cabeza.
Seguía estremeciéndome y palpitando por la fuerza de mi último orgasmo cuando él subió
por mi cuerpo y entró en mí. Con fuerza. Rápida y expertamente. Enrollé mi mano alrededor de su
cuello y tiré de su cabeza. Nuestros labios se encontraron, nuestras lenguas chocaron. Él sabía a
fuego, como yo, como él mismo. A pura pasión. Un sabor que ansiaba como una adicción.

150
Sus manos recorrieron mis caderas, las agarró y me impulsó más alto, haciendo que lo
tomara más profundamente. Sus dientes pellizcaron mis labios y yo lo pellizqué de vuelta. Éramos
feroces y gruñíamos con nuestra necesidad.
—No debería ser tan bueno —dijo él con voz ronca, oscuramente. Mientras hablaba, una de
sus manos se movió a mi pecho y apretó mi dorado pezón entre sus dedos. Sus caderas
comenzaron un baile rotativo en aumento.
Me corrí otra vez, aferrando su espalda, agarrándolo.
Su orgasmo rápidamente siguió al mío y mordió el tendón de mi cuello para contener su
rugido. Tan bueno, tan bueno, tan bueno, canturreó mi mente mientras flotaba hacia las estrellas.
Después nos quedamos tendidos juntos, en silencio. Él rodó a un lado, manteniéndome entre
la fuerza y el calor de sus brazos. Un sensual hechizo nos envolvió. Podría quedarme así para
siempre, pensé. Y eso me asustó.
El caso, recuerda. Me aparté el pelo de mi sudorosa cara y señalé.
—¿Dijo Jonathan algo más? —pregunté, regresando al trabajo.
Lucius no habló durante varios minutos, y el reloj de la pared marcó el paso del tiempo.
Finalmente, dijo—: Después de que hiciera la oferta de ayudarme, comenzó a actuar de una forma
extraña.
—De una forma extraña ¿cómo?
—No encontró mi mirada y me metió prisa por salir de su oficina. Trama algo, estoy seguro.
Algo más que conseguirte para mí.
—¿Alguna idea del qué?
Él soltó un frustrado suspiro.
—Creo que va tras alguna cosa. Que alguna otra chica va a ser secuestrada. Recibió una
llamada y, bueno, escuché por otro receptor. Comentó que necesitaba una chica para uno de sus
socios mientras ojeaba un archivo de fotografías. Traté de averiguar más, pero él jamás lo
mencionó de nuevo.
Eso era. Otra chica muy bien podría ser secuestrada y yo no podía dejar que pasara. No
cuando podía hacer algo al respecto.
—Puedo averiguar lo que planea —dije vacilantemente.
Los ojos de Lucius se clavaron en mí.
—¿Cómo?
Mis siguientes palabras se congelaron en mi garganta. Había mantenido en secreto esta parte
de mí durante mucho tiempo. Ni siquiera Michael lo sabía. Contárselo ahora a alguien era difícil.
Esto me exponía, me hacía vulnerable.

151
Lucius no me haría daño, lucharía para protegerme. Lo sabía profundamente en mi interior.
Jamás me habría acostado con él si fuera de otra manera. Pero…
—Puedo caminar en espíritu —dije, apartando la mirada.
Su cabeza se inclinó a un lado mientras estudiaba mis rasgos.
—No entiendo.
—Mi espíritu abandona mi cuerpo y vaga libre en otro plano o dimensión. Parecido a un
fantasma. Nadie puede verme, pero yo los veo. Nadie puede oírme, pero yo los oigo. Si voy a
Jonathan en espíritu, observándolo, escuchándolo, él jamás sabrá que lo hice.
Durante mucho tiempo, Lucius siguió estudiándome. Apartó la mirada, sus claros ojos
azules ilegibles. Entonces dijo—: Me lo has hecho a mí. —Su tono también estaba desprovisto de
emoción.
No traté de negarlo.
—Sí.
—Con Jonathan.
—Sí —dije otra vez—. ¿Cómo lo sabes? —Había sospechado entonces que me había sentido,
pero el pensamiento había sido ridículo. Antes. Ya no.
—Te olí. Nadie huele como tú, a rica y caliente… miel —Él hizo una pausa—. Y sexo.
Esperaba que estuviera enfadado por lo que había hecho, pero me sorprendió añadiendo—:
Un buen truco. ¿Puedes llevar tus armas?
—Llevo lo que está atado a mi cuerpo.
—¿Sabe Michael algo de esto?
Mirando lejos, sacudí la cabeza.
Su expresión se volvió pensativa.
—¿Por qué no? ¿Cuál es el inconveniente?
Odiaba admitir una debilidad de cualquier tipo, pero él tenía que saberlo.
—Si estoy fuera demasiado tiempo, mi cuerpo se debilita. Es más, mientras estoy fuera, mi
cuerpo es totalmente vulnerable a cualquier ataque. Cualquiera podría herirme, matarme, y no
habría nada que pudiera hacer al respecto. No podría luchar de ninguna manera.
Él hizo una pausa, tensándose mientras mis palabras penetraban en su mente.
—Así que si el cuarto donde está tu cuerpo físico estalla en llamas…
—Me quemo con él.
Pausa. Después—: ¿Está tu espíritu alguna vez en el peligro?

152
—Sólo si mi cuerpo es herido.
El silencio nos rodeó mientras él consideraba mis palabras. Finalmente, asintió.
—Entonces hazlo. Tenemos que saber que va a pasar.
—Si alguien se acerca a la puerta…
—Sé lo que hacer.
Sí, él sabía exactamente lo que hacer. Mataría si tenía que hacerlo. Crearía una distracción si
tenía que hacerlo. Nadie entraría en este cuarto sin su permiso.
—¿Dónde puedo encontrar a Jonathan?
Lucius mencionó varios sitios. Asentí con la cabeza, me apoyé contra él y coloqué un suave
beso en sus labios.
—No te preocupes. Yo también sé lo que hay que hacer.
—Tú sólo regresa aquí de una pieza. ¿Entendido?

153
CAPÍTULO 18

DESPUÉS de vestirme, me tumbé sobre las sábanas amarillas y cerré los ojos. Un
deliciosamente desnudo pero despierto Lucius descansaba a mi lado. Ni siquiera su sensual olor
pudo distraerme de mi inquietud. Estaba nerviosa por hacer esto delante de él y el hecho de sentir
sus intensos ojos azules fijos en mí no ayudaba. Simplemente hazlo.
Inspiré profundamente e inhalé más del olor de Lucius. Concéntrate. Tomé otra profunda
respiración y solté el aire poco a poco. Salvar a la chica. Eso era lo importante. Muy lentamente, mi
mente quedó en blanco y mi cuerpo se relajó en el colchón. Mi energía se centró en el interior de mi
estómago, arremolinándose e insistiendo por salir. Mi espíritu comenzó a elevarse más y más por
encima de mí, y en seguida me encontré de pie al lado de la cama, observándome. Y a Lucius.
Su piel desnuda brillaba a la luz de la luna. Mi pelo lo cubría como una manta, tapando parte
de sus pezones. El matiz dorado de mi piel completaba el tono color bronce de la suya. Cuando él
se puso de lado sobre mí, su grande y duro cuerpo podría haber devorado y eclipsado
completamente el mío, más pequeño y aparentemente delicado. Pero no lo hizo. Parecía
protegerlo. Casi… ¿amarlo?
Huí de aquel pensamiento, aunque el sentimiento de exactitud persistió.
Él acarició varios mechones de mi pelo entre sus dedos.
—Ten cuidado —susurró.
La ronquera de su voz envió un temblor a través de mí. No debería hacerlo, pero me
entusiasmaba su preocupación por mí. Instintivamente, extendí la mano hacia él, hacia su calor.
Permití que mis dedos acariciaran su pecho. A veces, si me concentraba mucho, podía atraer un
objeto a este enigmático reino conmigo. Ahora, sin embargo, mis dedos simplemente lo rozaron.
Él aspiró un aliento, y sus músculos se tensaron bajo mi toque.
Me obligué a alejarme, a abandonar la casa totalmente. Tenía un trabajo que hacer.
Como no estaba vinculada a Jonathan de ningún modo, tuve que encontrarlo yo sola, sin
ningún tirón invisible. Cuando vi un sedán al lado de un oscuro camino, resbalé dentro. El

154
conductor, un viejo humano, daba impacientes toquecitos con el pie contra la alfombrilla mientras
esperaba que el propio coche terminara de arreglar un pinchazo. Pronto volábamos carretera abajo,
escuchando canciones sobre cerveza, mujeres malintencionadas y furgonetas.
Cuando el hombre giró bruscamente en una salida diferente a la que necesitaba,
simplemente me propulsé fuera a través de la puerta del coche, como niebla que se desvanece a la
primera luz de la mañana. Floté al suelo y anduve más de tres kilómetros a través del bosque antes
de alcanzar finalmente mi destino. La mayor parte de las luces interiores estaban apagadas,
haciendo que la casa pareciera oscura y cubierta de sombras. Con anticipación, me deslicé por el
puente y atravesé la puerta principal. Aquella anticipación se ensombreció después de una
cuidadosa búsqueda por todas las habitaciones.
Jonathan no estaba en casa, ni había ningún criado alrededor, pero pude echarle un vistazo a
su esposa. Ella estaba tumbada en una cama de encaje, más idónea para una princesa de hadas, y
observé cómo la esquelética mujer aspiraba una mezcla alterada de Onadyn como si fuera su
caramelo favorito. Mientras la droga se abría camino por su cuerpo, su mente voló más y más alto,
como si ella se estuviera asfixiando. Un día de estos, acabaría muerta.
Sacudiendo la cabeza, me dirigí a otro de los sitios que Lucius había mencionado; un oscuro
y lleno de humo bar privado. La música resonaba de cada esquina. Había aproximadamente
treinta ocupantes, y una docena o más de hombres se entremezclaban con desnudas bailarinas.
Algunas mujeres eran otros-mundos. Una Mec, como EenLi, con una encendida piel verdosa que
proclamaba su excitación, se deslizaba provocativamente arriba y abajo de una barra. No tenía
senos, sólo un pecho plano que parecía más suave que la seda. De una forma bastante extraña, los
machos humanos no podían conseguir bastante de ella. Constantemente le acariciaban la piel como
si fueran adictos a su toque.
Pero yo por fin había encontrado a mi hombre.
Jonathan se sentaba solo, bebiendo el líquido dorado de un vaso de cristal. Observaba bailar
a las mujeres silenciosamente, su expresión pensativa y demacrada. Una mujer, una Delensean con
el pelo y la piel azul, y cuatro brazos se acercó a él, con un puchero seductor en sus labios azul
celeste. Él gruñó y la despidió con una rígida ondulación de la mano.
Reclamé el asiento frente a él y estudié a mi enemigo. Su ropa estaba arrugada y unas líneas
de tensión marcaban su boca. Aquí, no era el hombre calmado y elegante que había sido en la
fiesta.
Él permaneció en el lugar durante una hora. ¿Por qué estaba aquí? ¿A quién esperaba? Ni
una sola vez habló con alguien, sólo levantaba el índice de tanto en tanto para señalar que quería
otra bebida. Después de que terminara su cuarta copa, el reloj de la pared marco las 5 a.m. Una
mirada de determinación cruzó sus rasgos, con mucha calma se puso de pie y salió a zancadas del
edificio.
Parpadeé con sorpresa, pero lo seguí. Un coche y su chofer lo esperaban fuera, frente a la
salida.

155
—A casa —le dijo al conductor, su primera palabra de la noche.
Él se instaló en el lujoso asiento de atrás y yo me lancé a su lado mientras la puerta se cerraba
sobre la mitad inferior de mi forma fantasmal. Un leve zumbido me recorrió, la única reacción de
mi espíritu.
El coche se puso en movimiento y Jonathan miró fijamente por la ventana todo el camino.
Cuánto más se acercaba a su hacienda, más profundas las línea de ansiedad alrededor de su boca
se volvían. ¿Qué demonios le pasaba? ¡Joder, querría estar dentro de su cabeza!
Una vez que alcanzó su casa, lo seguí mientras él subía pisando fuerte las escalares y entraba
en su dormitorio. No el de su esposa, noté, sino uno propio, un cuarto decorado en masculinos
tonos verdes y azules. Yo no había tenido tiempo para estudiarlo la última vez que estuve aquí. La
gran cama de cuatro columnas tenía sábanas de seda rojas y había espejos en el techo. A la
derecha, colgaban unos arneses del rincón más alejado, y una clara alfombra de plástico cubría el
suelo debajo de ellos… para prevenir que cualquier fluido corporal manchara su prístino suelo.
Así que les gustaban los duros juegos sexuales. Que sorpresa.
Él no se cambió de ropa, si no que permaneció con sus pantalones a rayas, corbata y
chaqueta. Caminó directamente hacia el teléfono al lado de la cama, levantó el receptor, y dijo—:
Wayne.
Mi corazón galopó en mi pecho y corrí a su lado, «Wayne» era el nombre humano que EenLi
a menudo usaba.
No oí a la persona responder al final de la línea, pero al instante Jonathan dijo—: He
cambiado de idea. Olvida a la mujer de la que te hablé antes. Ella no funcionará.
Silencio. Maldije por lo bajo por no poder escuchar la otra voz.
—Sólo consigue a la Raka. —Una pausa. Entonces—: Hunter está dispuesto a pagar lo que
sea. Hazlo. Y pronto.
Me froté las manos y sonreí ampliamente. Él no quería a otra chica. Bien. Estaban
planificando mi rapto para Lucius. Incluso mejor. Todo iba según el plan.
EenLi dijo algo que hizo sonreír a Jonathan y que se relajaran sus hombros.
—No —dijo—. Asegúrate de que está ilesa. Por cada contusión que tus hombres le hagan,
por cada diminuto rasguño, el precio por ella disminuye.
No dudaba de que el «sin daños» venía directamente de Lucius.
Los hombres colgaron, pero esperé a que pasara algo más. Observé como Jonathan se
desnudaba completamente, tarareando felizmente por lo bajo. Él llevaba una sonrisita satisfecha
cuando se subió a la cama. Esperé a que el teléfono sonara, pero no lo hizo. Unos minutos más
tarde, Jonathan comenzó a roncar. Caminé al borde de la cama y lo miré fijamente. Sus rasgos
estaban totalmente relajados por el sueño, dándole un aspecto infantil, inocente.

156
Que engañoso.
Que fácil sería matarlo en este mismo momento.
Lamentablemente, todavía lo necesitábamos.
Caminé fuera. La luna ya había comenzado a descender, cediéndole paso al sol. Aceleré el
paso, enfocando mi mente en Lucius y mi propio cuerpo. Muy pronto, sentí mi espíritu siendo
absorbido de vuelta, más y más cerca. Perdí mi agarre y vi brillantes luces blancas.
Pronto pillé un rápido vislumbre de la casa de la embajadora, un vistazo aún más rápido de
mi dormitorio, a Lucius paseándose alrededor de la cama, y a Luc siguiéndolo a cada paso, antes
de que mi cuerpo y alma chocara. Click. Durante un momento, sólo vi oscuridad. Entonces mis
párpados se alzaron.
Lucius debió sentir mi presencia porque de repente estaba justo a mi lado, mirándome. Luc
saltó y se apoyó en los pies de la cama, observando nuestra interacción.
—¿Dónde? ¿Demonios? ¿Has estado? —gruñó Lucius suavemente, de manera amenazante—
. ¿Qué te llevó tanto tiempo, maldita sea?
—Él no estaba en casa. Tuve que buscarlo.
Sus ojos echaban fuego, furiosos, mientras bajaba la cabeza más cerca, hasta que nuestras
narices se tocaron.
—¿Tienes alguna idea, alguna jodida idea, de lo que he estado imaginándome?
Devolví su fulgor con uno propio.
—¿Que estaba haciendo el trabajo que te dije que haría?
—No exactamente —se quejó él.
—¿Que soy una mujer capaz?
—Joder, Eden. —Su cálido aliento azotó sobre mi cara—. Esto no va de tu tonta necesidad de
demostrar que eres tan fuerte y capaz como yo.
—¡Tonta! —fue todo lo que pude decir—. ¿Tonta?
—En caso de que no lo notaras, es el alba. Te esperaba hacía una hora. O más. Tú te habrías
preocupado si yo hubiera tardado tanto tiempo, y no intentes negarlo. —Cuando permanecí
tercamente callada, añadió—: ¿O no?
—Sí. ¿Contento ahora? —Lo empujé de encima de mí y me moví a trompicones—. Sí, me
habría preocupado igual que tú.
Satisfecho con eso, se tumbó a mi lado y tiró de mí hacia abajo.
—Cuéntame todo lo que ha pasado.

157
—Jonathan llamó a EenLi —dije, relajándome y curvándome contra su costado—. Ellos han
establecido mi rapto, y Jonathan canceló el pedido de la otra chica. No sé por qué. Simplemente
dijo que ella no funcionaría.
—¿Cuándo? —Su tono se endureció como el granito—. ¿Dónde?
—No entraron en detalles. Es evidente que ya había hablado sobre mí antes.
Lucius se frotó el cuello, su expresión oscureciéndose.
—No me gusta esto.
—¿Por qué? Es lo que hemos estado esperando.
—No me gusta el plan. Dejar que ellos te cojan.
—¿Por qué diablos no? Es un buen plan. Y ahora mismo es la única forma de salvar a los
otros esclavos que EenLi ha secuestrado. Es el único modo de averiguar de qué forma usa los
destellos solares como portales.
—Podrías ser herida.
Hice rodar los ojos.
—¿No eres tú el hombre que me dijo que me mataría si me interponía en tu camino? ¿No
eres el hombre que no se preocupa por nadie y por nada?
—Eso era antes —masculló él, apartando la mirada.
Conocía el sentimiento. No debí haber tenido sexo con él la primera vez y, definitivamente,
no debería haberlo tenido otra vez. Pero lo había hecho, y no había vuelta atrás. No podía
pretender que le tenía aversión por más tiempo. Me gustaba. Y demasiado.
—¡Maldición! —Él saltó sobre sus pies—. Jamás debimos liarlos, porque no puedo dejar de
preocuparme por ti. No volveré aquí —dijo—. Es demasiado peligroso. —Metió la mano en el
bolsillo de su pantalón y sacó una pequeña jeringuilla. Un brillante líquido rojo se arremolinaba
dentro y Lucius me lo dio—. No sabemos cuándo actuarán, y no puedo estar contigo cuando lo
hagan.
—¿Eso es el isótopo?
—Sí. Inyéctatelo en la pierna. Lo haría yo, pero…
No quería hacerme daño. Intenté no ablandarme con respecto a él todavía más. Envolví los
dedos alrededor del frasco, pinché la aguja en el interior de mi muslo, hice una mueca de dolor
ante la picadura… y empujé. Una quemazón se extendió por mi pierna, bifurcándose por el resto
de mi cuerpo. Fulminé con la mirada a Lucius mientras empujaba la vacía jeringuilla en su palma.
—Hecho.
—Gracias.
Dejé caer la cabeza entre mis manos.

158
—Todo ha pasado mucho más rápido de lo que imaginé —dije, y ambos sabíamos que me
refería a algo más que al caso. Ahora no sabía de qué forma tratar a Lucius. A nosotros.
—¿Demasiado rápido? —Él rió entre dientes, pero el sonido careció de humor—. Tal vez.
Pero por ahora pensemos en el caso. Nada más. Tu vida podría depender de ello.

159
CAPÍTULO 19

PASARON dos días sin ninguna tentativa de rapto. Dos días llenos de angustia.
Los pasé acompañando a la embajadora en sus rondas, traduciendo ociosas charlas y
conversaciones más profundas sobre la discriminación, proyectando una fachada de
despreocupación. Había visto a Lucius sólo una vez, en una fiesta ofrecida por uno de los amigos
de la embajadora para otro amigo. Él se había mantenido a una distancia segura de mí pero me
había estado observando toda la noche.
Su intensa mirada había sido una entidad viva, recordándome el modo en que me había
besado y acariciado, la forma en que me había hecho culminar tantas veces. Me obligué a mí
misma a ignorarlo, a pensar sólo en el caso.
Al día siguiente, recibí otro mensaje de Colin y usé la unidad celular que Lucius me había
dado para leérselo. La conversación fue breve y cordial.
—Tengo un amigo que trabaja en la investigación sobre destellos solares, y me ha dicho que
ha empezado a experimentar con objetos pequeños e inanimados para averiguar qué tipo de
dispositivos magnéticos serían los mejores conductores para una transferencia molecular dentro de
un destello solar. Hasta ahora, no ha tenido suerte.
Su frustración crujió sobre la línea.
—Esperaba más por ahora.
—Lo sé. Pero él mencionó que un imán pequeño, a base de moléculas funcionaría mejor. Esto
ofrecería una foto modulación magnética, podría almacenar datos, y proporcionaría un escudo
magnético e inducción. Y, a diferencia de los imanes a base de metal, puede ser depositado como
una película delgada y transparente o incluso insertado dentro de otro objeto.
—Sí, ¿pero puede algo tan pequeño generar bastante poder para transportar un cuerpo
astronómicamente?
—Se lo preguntaré.

160
—Avísame si averiguas algo más.
Y ese fue el final de nuestra conversación.
Desconecté y me metí en la cama, con la luz de la luna bañándome. Agente Luc estaba ya
dormida en el cuarto de baño. No quería arriesgarme a que fuera herida cuando me secuestraran.
¿Cuándo sería secuestrada? Odiaba esperar.
Un grillo canturreaba una perezosa melodía, y una fresca brisa, perfumada de rocío, entró a
través de las ventanas abiertas. Se lo ponía fácil a mis captores. También estaba preparada. Llevaba
pantalones de dormir y una ceñida camiseta, ambos plateados. Estos me permitían moverme
fácilmente pero eran difíciles de arrancar. Por supuesto, llevaba dos cuchillos pequeños atados en
la espalda y otro en el interior de mi muslo. Mis horquillas del pelo eran muy raras en mí para
dormir, al igual que los calcetines. Parte de mí esperaba que Lucius apareciera en cualquier
momento, pero él permaneció fiel a su palabra y no me visitó.
Fulminé con la mirada el abovedado techo. ¡Hombres! ¿Quién los entendía? Yo no, seguro.
Bueno, eso no era cierto. Una vez creí que los entendía. Ellos necesitaban sexo, comida y agua para
sobrevivir, y cada una de sus acciones dependían de lo que más necesitaran en ese momento.
Lucius era… diferente.
Él trabajaba duro, mantenía la mente en su objetivo. Hacía lo que fuera necesario para tener
éxito, a pesar de sus propias necesidades y de lo que quería. Respetaba eso. Lo respetaba a él. Era el
mejor agente con el que jamás me había encontrado. Un compañero que no había deseado, pero
que no podía negar que había sido lo mejor que me había pasado en este caso.
Si no hubiera estado tan perdida en mis pensamientos jamás habría sido pillada tan
desprevenida. Una mano salió de la oscuridad y se cerró sobre mi nariz. El pánico me invadió al
principio, e instintivamente agarré la mano para apartarla. Hasta abrí la boca para tomar aire. El
hombre, quienquiera que fuera, vertió un ácido líquido por mi garganta en el momento que separé
los labios. Intenté escupirlo, pero él oprimió tanto mi nariz como mi boca, obligándome a tragar.
—Eso es —dijo él, su voz baja y tranquilizadora. No la reconocí—. Duerme ahora —añadió
con suavidad—. No te haremos daño.
Por fin, los hombres de EenLi habían llegado.
Casi sonreí mientras mi pánico se desvanecía…
—¿Qué me diste? ¿Veneno? —pregunté a mi atacante, igual que haría una mujer sensata. Le
di patadas y, como una pequeña hembra asustada, me deslicé hacia la cabecera.
Una máscara negra ocultaba sus rasgos, pero él no podía ocultar la fuerza y el tamaño de su
figura. Sólo ligeramente más bajito que Lucius, llenaba su negro uniforme militar de manera
amenazante.
—Te di un opiáceo para ayudarte a dormir —dijo—. No queremos matarte, te lo prometo.

161
Eso demostraba exactamente lo que este hombre sabía de los Rakas. Ni una maldita cosa. Yo
era inmune a los opiáceos y la mayor parte de las drogas humanas. Él habría tenido mejor suerte
con un agradable y añejo whisky escocés o un rico brandy.
—Gritaré —dije, arrastrando mis palabras adrede.
Él rió entre dientes.
—No importa que grites, niña. También drogamos a todos los demás en el interior de la casa.
Dormirán toda la noche.
—Tú… bastardo. —Fingí relajarme, no obstante, y después de unos segundos, aparenté caer
inconsciente. Contrariamente a lo que Lucius decía, mi actuación no fue una mierda, muchas
gracias.
Los hombres de EenLi estuvieron de acuerdo conmigo.
—Ha sido fácil —dijo uno de ellos.
Sin embargo, si el hombre decidía violarme, me despertaría milagrosamente y les mostraría
lo dulce que podía llegar a ser. Había algunas cosas que nunca haría por mi trabajo.
Increíblemente, él me besó suavemente la frente, un apacible e inocente roce de sus labios
contra mi piel. Quizás no debí haber estado tan sorprendida. Después de todo, Jonathan había
dejado muy claro que no debían hacerme daño de ninguna forma.
EenLi probablemente había enviado a sus raptores más dulces.
Qué contradicción tan encantadora.
—Mira todo este oro —susurró él.
—Precioso —dijo otro hombre, maravillado. Tampoco reconocí su voz—. ¿Sabes cuánto
dinero podríamos sacar si vendiéramos su piel?
—No le harás daño. Debemos entregarla como la encontramos. Seremos cortados en
diminutos pedazos y vendidos si la herimos.
—Lo sé, lo sé. —Él suspiró—. Pero… quizás le podríamos cortar un poco de pelo. Tal vez
unos pocos mechones. — Él se lanzó—. Nada que sea notado.
—No.
—¿Por qué no? Nosotros…
—No. Ahora cierra el pico. Nos quedamos sin tiempo.
Fuertes brazos se deslizaron debajo de mí y me levantaron. Dejé mi cabeza colgar, pero no
antes de pillar un olorcillo a colonia cara, a almizcle. El olor no podía enmascarar la carne o la ropa
sucia. No, quienquiera que me llevara era limpio y curioso, obviamente bien pagado y no los
empleados baratos que por lo general EenLi usaba.
El buen olor continuó en su aliento.

162
—Salgamos de aquí.
Con cuidado fui llevada al balcón, el mismo balcón que Lucius usó la primera vez que entró
en mi cuarto. Por supuesto, yo había quitado los alambres extras cuando descubrí que mi rapto
estaba siendo planeado, facilitando la entrada a mi habitación.
Siendo un agente, había acechado y cazado a mis víctimas. Jamás había sido una yo misma.
Dejar que estos hombres me acarrearan lejos guerreaba contra todos los instintos que poseía. Mi
mente quería que luchara, que impidiera que esto pasara. Que matara. ¿Cómo podía permitir que
estos hombres me hicieran una esclava?
No había otro modo mejor de encontrar y destruir a EenLi y salvar a aquellos que había
esclavizado. Lo sabía, y me consolaba el hecho que estos hombres no me habían chequeado y no
sabían de mis cuchillos. Lo más probable es que ellos hubieran considerado que una intérprete
otro-mundo, y una pacífica Raka, además, no estaría armada.
Los dos hombres se turnaron en sostenerme mientras se enganchaban a un cable, después yo
también fui atada y reforzada contra uno de ellos. El frío aire de la noche se deslizó a mí alrededor
mientras era bajada al suelo.
—Con cuidado, con cuidado —dijo una ronca voz desde la ventana.
—Voy con cuidado —contestó el hombre que me sostenía.
—La dejas caer. Agárrala más fuerte.
El viento sopló con fuerza, y mi cuerpo osciló peligrosamente, y yo también casi grité la
orden de que me sujetara con más fuerza.
—Agárrala —dijo él, su voz dura por la rebelión—. Si la agarro un poco más fuerte, le cortaré
la respiración y morirá. —El bastardo apretujó mi pecho (con determinación) cuando reforzó su
agarre, tal y como predijo.
Fingiendo un espasmo muscular, cerré de golpe mi puño en sus pelotas (también con
determinación). Él aulló de dolor, un torturado chillido que resonó en mis oídos.
—Zorra —gruñó Pelotas Rotas cuando recuperó el aliento.
Creo que pensó en darme un revés, pero Colonia Cara lo detuvo con un amenazador—:
Hazle daño y te mataré yo mismo.
Mi captor maldijo por lo bajo. Pude escuchar las ruedas girando dentro de su cabeza
mientras él decidía si darme una bofetada valdría la pena su muerte.
—Me rompió las bolas.
—Está jodidamente dormida, tonto del culo. Vamos simplemente a sacarla de aquí antes de
que alertes a seguridad.
—Seguridad duerme la siesta.

163
—Con todos tus aullidos, no dormirán por mucho más tiempo. —Pausa—. Maldita sea,
ahora la estás agarrando demasiado fuerte. Se está poniendo azul.
—¿La oyes quejarse? —espetó Pelotas Rotas.
—Está dormida, gilipollas. —Otra ráfaga de viento nos rodeó—. No puede quejarse. Relaja
tu apretón de muerte.
—Deberías dejar de joder y bajarla tú mismo.
Cuando la tierra tocó mis pies, no sujeté mi peso sobre las piernas, en cambio las dejé
doblarse como si durmiera plácidamente. Mi captor tuvo que cargar con todo mi peso.
Él gruñó.
—Es más pesada de lo que parece.
—O tú eres más débil de lo que pareces.
—Baja aquí y sostenla tú. Y espero como el infierno que ella golpee tus bolas —añadió
suavemente.
Oí un chasquido de metal cuando Colonia Cara alcanzó el suelo. Me liberó y me alzó entre
sus brazos. Inmediatamente comenzó a correr, provocando que mi cuello, brazos y piernas
saltaran arriba y abajo. Les pagaban para mantenerme ilesa, pero a este ritmo iban a partirme por
la mitad. Finalmente, los tres alcanzamos el vehículo de huida. Al mismo tiempo, un grito sonó a
lo lejos y las luces se conectaron e iluminaron el área.
—¿Ves lo que hiciste? —gruñó Colonia.
—¡Infierno de mierda! —Bramó Pelotas Rotas—. Conduce, simplemente conduce.
Fui tirada sin miramientos en el asiento de atrás y abandonada en un montón mientras los
dos hombres se apretaban a mi lado. El sonido de chirriar de neumáticos estalló.
Casi suspiré. Mi rapto había sido un éxito. Para todos nosotros.

164
CAPÍTULO 20

EL paseo en coche demostró ser largo y aburrido. Los hombres, ahora tres en número debido
al conductor, hablaron y se rieron de mi destino.
—Él va a hacérselo duro —dijo uno de ellos.
Hablaban de Lucius, quien debía ser mi nuevo amo. ¿Mi reacción? Mentalmente puse los
ojos en blanco y sentí arcadas… El hecho de que Lucius ya me lo había «hecho» jodidamente duro
no había que tenerlo en cuenta.
—Hombre de suerte —refunfuñó el conductor.
Dedos ásperos y rasposos comenzaron a acariciar mi mandíbula y casi me aparté del
indeseado toque, pero me las apañé para refrenarme. Aquellos dedos cambiaron, tirando de mi
pelo. Varios hilos se liberaron, arrancados, y observé a través de mis ojos entrecerrados como el
hombre furtivamente se los metía dentro de su bolsillo. Sus movimientos trajeron una brisa de
olores dispares: entusiasmo, miedo, y… ¿rosas? Qué extraño. ¿Por qué olía él a rosas?
—Me gustaría tomarla para una cabalgata. —El conductor se rió groseramente—.
Yeeehaaaw, nena. Yeehaw.
—¿A quién le importa cabalgarla? Ella es puro oro. —La admiración goteaba de las palabras
de Pelotas—. Podríamos venderla nosotros y repartirnos el dinero. Seguro que sacamos mucho
más de lo que nos pagan.
—Sí, y también apareceríamos muertos al día siguiente —dijo Colonia—. Esos tipos no
repararían en gastos.
Conductor—: Exactamente. Así que ni bromees con venderla. Wayne nos mataría con su
vudú Mec.
Pelotas resopló—: No tengo miedo de ese bastardo otro-mundo. —El matiz de aprehensión en
su voz desdijo su valiente afirmación.

165
¡Honrado Dios, le haría un favor al universo si le cortaba a cada uno la garganta! Y podría
hacerlo una vez acabara con EenLi. ¿Cuánto tiempo esperaban que durmiera? ¿Cuánto tiempo
tendría que escuchar toda esta mierda sin reaccionar? Mantuve mis pestañas ligeramente abiertas,
intentando pillar un atisbo del paisaje de fuera. Al principio sólo vi el nocturno cielo, pero los
árboles pronto entraron a la vista. Sus ramas estaban desnudas.
Finalmente el coche se detuvo. Colonia me sacó con cuidado y transportó a un pequeño
edificio sombrío. ¿Una residencia? ¿Un negocio? No podía decirlo. No había ninguna casa
circundante, ni señales. Ningún sonido revelador. La luz de la luna bailaba sobre el tejado,
desbordándose y goteando sobre la frágil y seca hierba.
—Métela dentro y ponla con los demás —dijo el conductor.
—Sé que hacer.
¿Con los demás? Esto significaba que aún no habían sido vendidos. Que podían ser salvados.
El entusiasmo se desplegó en mi interior.
Mi captor empujó la puerta de la calle y la abrió de una patada, sin molestarse en utilizar un
escáner de identificación dactilar.
Qué gran seguridad. Dentro, oí el crujido de la vieja madera, después una verja de hierro
oxidada. Mis brazos y piernas se balancearon arriba y abajo mientras Colonia bajaba por una
escalera. El aire se volvió frío, húmedo y con olor a almizcle. En la distancia, oí el traqueteo de
cadenas y gemidos femeninos.
Mi entusiasmo se desinfló cuando comprendí que yo también sería encadenada. Que
también sería hecha una esclava. ¿Cómo podía, sin importar la razón, permitir de buen grado que
eso pasara? Me pregunté de nuevo. Si algo iba mal… Si Lucius…
No. ¡No! No entres en pánico. Este era el plan. Estuve encantada y completamente de
acuerdo con esto, sabiendo lo que ocurriría. Lucius no fallaría. Yo no fallaría. Tenía mis cuchillos, y
sabía defenderme. Iba a estar bien.
Esta era la única forma de encontrar a EenLi. Este era el único modo de encontrar el
dispositivo magnético que usaba en sus viajes interplanetarios. Esta era la única manera de salvar a
todos los demás que habían sido tomados como esclavos. Ahora no me echaría para atrás.
—¿Cuánto tiempo crees que ella estará aquí? —preguntó Pelotas a Colonia.
—No estoy seguro.
—¿Crees que podríamos…?
—No.
—Ni siquiera escuchaste lo que iba a…
—No.

166
Pelotas adelantó indignado a Colonia. Frunciendo el ceño, insertó una llave en una cerradura
y luego empujó para abrir las puertas metálicas. Los goznes chirriaron en protesta.
—Fuera de mi camino, zorra. —Pelotas pateó a una mujer acurrucada en el suelo.
Más cadenas agitadas. Pies revueltos; mujeres gimoteando. Mi determinación por ver se
intensificó. Había fallado en salvar a las dos humanas que EenLi y sus hombres habían torturado
en aquel depósito, pero podía salvar a estas mujeres.
—¿Por qué no puedes dejarlas tranquilas? —Gruñó Colonia—. Vas a lastimarlas.
—No debemos dañar a la Raka. Estas hembras no importan.
—Ellas también serán vendidas. Importan. Quizás tenga que hablarle a Wayne de tu actitud.
Pelotas se estremeció—: Hazlo y te mataré.
Fui puesta sobre un frío suelo. Mis muñecas fueron tomadas en un caliente y calloso agarre
antes de ser sujetadas por unos fríos grilletes. El pesado metal mordió mi piel. ¡Hasta aquí lo de
mantenerme ilesa! Dentro de una hora mis muñecas estarían en carne viva.
—Vámonos —dijo Colonia—. Tenemos que llamar a Wayne y avisarle de que ella está aquí.
Pelotas vaciló. Creo que él pensaba estrujar mis pechos o mi entrepierna, pero se lo pensó
mejor. Los dos hombres se marcharon, sus voces discutiendo y apagándose en la distancia. Pese a
todo, no revelé que estaba despierta. Permanecí exactamente donde estaba, tranquila y quieta,
escuchando, esperando. Sentí curiosas miradas observándome fijamente. ¿Cómo reaccionarían las
mujeres ante mí? ¿Qué dirían? Minutos más tarde, mi paciencia fue recompensada.
—Odio a ese hombre —escupió una mujer.
—Todas lo hacemos —intervino otra con desaliento.
Pasos gateando contra el macizo suelo; cadenas arrastrándose y repiqueteando. El olor a
rosas llegó a la deriva hasta las ventanas de mi nariz justo antes de que una caliente pierna se
apretara contra la mía, ofreciéndome el calor de su cuerpo. Rosas. Como Pelotas. Sabía lo que eso
significaba.
—Pobrecilla —dijo la mujer que con tanta razón odiaba a Pelotas Rotas.
—Todas nosotras lo somos —replicó otra y más amargada voz femenina.
—¿Alguna vez has visto tanto oro?
—Ellos se lo cortarán muy pronto —dijo Amargada—. Si no se la follan primero.
Ellas se compadecían de mí, ya me veían como una de ellas. Una esclava para ser violada y
vendida. Ya era suficiente. Gemí para avisarlas de que «me despertaba». Al instante la
conversación cesó, y un pesado silencio creció. Lentamente, entreabrí mis ojos y después me
deslicé a una posición sentada.

167
Las cadenas eran pesadas, sobrecargando mis muñecas y tobillos. La mujer a mi lado
observó todos mis movimientos, sus grandes ojos azules abiertos como platos. Ella era una cosita
bastante pequeña, de huesos delicados y, largo y reluciente pelo rubio.
—¡Hola! —dijo con cautela.
Eché una ojeada a través de la celda –y eso era exactamente lo que era, la celda diez por diez
de una prisión- catalogando y memorizando cada detalle. Había cinco mujeres y ningún hombre.
Ellas eran jóvenes, de aproximadamente dieciocho o veinte años, y humanas, vestidas con
atuendos que por lo general llevaban las de la Esquina de la Puta. Como yo, tenían las muñecas y
los tobillos encadenados. La longitud de nuestras ataduras permitía caminar alrededor de toda la
celda. No más allá.
Una mesa repleta con carnes, pan y jarras de agua se alzaba contra la pared. Al menos las
chicas no pasarían hambre. Había hasta un baño al final de la celda, pero no tenía puerta que lo
protegiera o lo aislara.
El único calor contra el húmedo frío era un montón de gruesas mantas… todas ellas ya
cogidas. No es que yo necesitara alguna. Había soportado cosas peores que el frío aire. Mi
escrutinio continuó y descubrí que la pared más alejada tenía grabadas una multitud de líneas. ¿El
número de días que llevaban aquí? Una oleada de cólera me recorrió por estas chicas tan jóvenes e
inocentes. Esperaba que el maldito isótopo que me había inyectado hiciera su trabajo, que ayudara
a Lucius a rastrearme hasta aquí.
¿Sabría él ya que había sido secuestrada?
Con suerte no tendría que esperar hasta mi «venta». Quería empezar la matanza cuanto
antes.
—No te asustes —dijo la rubia con tono apacible—. ¿Te dijo alguien por qué estás aquí?
—Vamos a ser vendidas a otros-mundos como esclavas —me informó Amargada, una chica
pelirroja.
—¿Otros-mundos? —Me obligué a soltar un jadeo… forzándome a mí misma a no saltar de
entusiasmo ante su respuesta—. ¿En otros planetas?
La tímida tragó aire y cabeceó.
Me agarré la garganta, como si tuviera miedo.
—¿Cómo?
—No es doloroso —se precipitó ella a asegurarme—. Atarán un collar alrededor de tu cuello
que de algún modo produce un viento. Un minuto estás en la Tierra, y al siguiente te has ido, pero
no hace daño. Te lo prometo.
¡Un collar…¡ !Dios un collar! El entusiasmo se precipitó a través de mí, más potente que
antes, y oh, tan excitante. Romeo se había puesto un collar antes de dirigirse al claro. Ahora todo
tenía sentido. Según Colin, para que fuera posible cualquier tipo de viaje interplanetario, una tira

168
magnética debía ser sostenida cerca del cuerpo. ¿Qué mejor modo de ocultar un imán cerca del
cuerpo que una joya?
—¿Todavía tienes el collar? —pregunté.
—No. —Ella sacudió la cabeza, balanceando los pálidos rizos alrededor de sus hombros—.
¿Por qué?
La puerta de metal se abrió y un hombre entró dentro de nuestra celda, salvándome de
responder. Las mujeres inmediatamente se encorvaron hacia la pared, agachándose. Incluso la
pelirroja, quien había mostrado algo de espíritu, se alejó con miedo. Yo no había visto a este
hombre antes. Tenía el pelo oscuro y una cara corriente. Era alto, muy musculoso e irradiaba un
aire amenazador. Arqueé una majestuosa ceja.
Él lanzó una manta hacía mí.
—No enfermes —ordenó—, o te haré lamentar el haber nacido.
—Créeme, el olor de tu aliento ya me hace lamentarlo.
Varios jadeos femeninos llenaron mis oídos.
Sus ojos verdes se estrecharon.
—Mejor vigila como te diriges a mí, mujer. Puedo hacer que tu permanencia aquí parezca un
viaje al infierno. —Él sonrió con aire de suficiencia—. Sólo pregunta a las demás.
—¿Ah sí? —No me gustó lo temerosas que las mujeres se mostraban frente a él. Eso me hacía
pensar que les había hecho cosas malas, cosas horribles. Y eso me hizo querer hacerle daño—.
Bueno, yo puedo cortarte las pelotas y dártelas para comer. ¿Qué piensas de eso?
Gruñendo bajo su garganta, se movió hacia mí. Apenas dio tres pasos, recordó las órdenes de
su jefe de no hacerme daño y se detuvo. Se quedó de pie en el sitio, apretando los puños, los
verdes ojos lanzando chispas con la necesidad de enseñarme una lección. Someterme y
dominarme. Finalmente salió de la celda, cerrando la puerta con un portazo tras él.
Las mujeres me miraron fijamente y en silencio durante mucho tiempo.
La rubia finalmente dijo entrecortadamente—: Podría haberte matado. Violado. Golpeado. A
él… le gusta eso —admitió ella con un borde vergonzoso en sus palabras. Un rubor apareció en sus
mejillas, tan vivo que pareció febril.
—Sí —dije con una cabezada—, podría haber hecho todas esas cosas, pero no habría salido
indemne. —¡Quería tanto ayudarlas y llevarme su dolor! Pero no podía. Aún no. Así que haría por
ellas lo que pudiera. Trataría de enseñarles lo que tenían que hacer si el bastardo se acercaba a ellas
de nuevo—. Nunca permitas que un hombre te vea agacharte. Si él sabe que es más fuerte que tú,
siempre te atacará. Esa es la naturaleza masculina. Atácalos. Con palabras, con tus puños. Golpea
con tu palma su nariz. Húndele los ojos. No tengas miedo de hacerle daño. Él no tendrá miedo de
hacértelo a ti.

169
—Pero… pero…
—Puedes perder —dije—, pero te juro que se lo pensará dos veces antes de volver por ti otra
vez.
—A no ser que te mate —añadió la pelirroja, sonando melancólica.
Independientemente de lo que fuera necesario, conseguiría sacar a estas mujeres de aquí.

170
CAPÍTULO 21

NO tuve que esperar mucho para mí entrega.


Después de una hora, dos hombres entraron en la celda para llevarme. Colonia Cara y
Pelotas Rotas. Que encantador. Una reunión.
—Hora de irse, cariño —dijo Colonia. Curiosamente impaciente, me desencadenó e intentó
ayudarme a levantar.
Le pegué con mis manos para alejar la suya y me puse de pie yo sola.
Él frunció el ceño cuando vio la hinchazón y la rojez de mis muñecas y tobillos.
—Debiste haberme dicho que tienes la piel tan delicada —me regañó.
—¿Cuándo debería habértelo dicho? ¿Antes de que me secuestraras? ¿Mientras dormía? —
Idiota.
—Va a haber problemas por esto —refunfuñó él.
—Qué pena para ti.
Frunciendo el ceño, él sacudió la cabeza.
—Me gustabas más cuando estabas dormida.
—Bien, tú nunca me gustaste a mí —podría ser el más amable de todos los guardias, pero eso
no lo volvía menos esclavista.
Suspiró y me hizo una seña con la mano.
—Vamos.
—¿Por qué? —Permanecí donde estaba—. ¿A dónde me llevas?
—¡Cierra la boca! —Espetó Pelotas Rotas—. Tú no haces las preguntas. Simplemente sigues
las órdenes.
De todos modos permanecí tercamente en el lugar.

171
—Tenemos que limpiarte —Colonia me hizo señas con los dedos otra vez—. Vamos.
—Te llevan al cuarto de baño para darte una ducha —susurró la rubia.
—Les gusta mirar —añadió la pelirroja desafiante, la voz alta y clara.
Pelotas dio un paso amenazador hacia ella, con la evidente intención de abofetearla con la
mano alzada. Entrecerrando los ojos, me puse frente a él. Su brazo se quedó quieto.
—Estoy lista —enderecé los hombros—. Enséñame el camino.
Él lanzó a la pelirroja una furiosa mirada de «me las pagarás más tarde» y giró sobre los
talones. Le seguí fuera de la celda y Colonia se colocó detrás. Estaban tan confiados en sus
capacidades y su fuerza que no me vendaron los ojos ni intentaron ocultar sus identidades. Idiotas,
pensé de nuevo.
Si bien permanecí alerta, eché un vistazo a mí alrededor. Sin duda, estábamos en una zona
subterránea. El agua goteaba del techo y la suciedad cubría el suelo. La única luz salía de delgadas
y débiles bombillas que colgaban de cables igualmente delgados.
Mi mente pugnaba con las estrategias. Planeaban espiarme durante la ducha y yo planeaba
frustrarles. ¿Pero cómo? Me superaban en fuerza numérica. Incluso podrían atontarme con una
pyre-arma y después limpiarme, toquetearme o violarme sin que yo fuera capaz de protestar. Eso
trajo la pregunta de por qué no lo habían hecho ya. ¿Por qué no me habían aturdido para traerme
hasta aquí?
El tiempo, comprendí al instante. El aturdimiento duraba veinticuatro horas. Ellos debían
necesitar mi cooperación para… ¿qué? Apreté las manos en puños, pero nunca reduje la marcha de
mi paso. Levanté la barbilla, todavía alerta mientras entrábamos en el vestíbulo de la casa. Pelotas
Rotas y Colonia Cara se pararon para charlar con tres hombres que limpiaban y pasaban la
aspiradora, preparando el cuarto para… ¿un visitante? ¿Para Lucius?
¿Llegaría pronto para comprarme? Mis rodillas casi cedieron de alivio ante esa posibilidad.
EenLi también estaría aquí. Habiéndolo observado durante semanas, sabía que supervisaba todas
las transacciones personalmente. Todo podría estar resuelto en cuestión de horas. La posibilidad
de que así fuera era tan maravillosa que parecía demasiado bueno para ser verdad. Surrealista,
incluso.
Mientras charlaban con los hombres sobre lo que las mujeres de la celda necesitaban, terminé
mi estudio del cuarto. Había una espaciosa sala de estar a un lado, completado por un sofá, una
gran pantalla holográfica y varias aterciopeladas sillas tapizadas. Vacías botellas de cerveza se
esparcían sobre una mesa de centro rectangular.
Aunque no había ventanas, unas cortinas cubrían una sección de la pared, creando la ilusión
del cristal.
Muy hogareño y acogedor.
Unas fuertes manos masculinas me empujaron con suavidad hacía delante.

172
—Camina —dijo Colonia, acabada su conversación con los demás.
Seguí a Pelotas pasillo abajo. Lisas y sucias paredes amarillas se alzaban a nuestro alrededor.
Estaban desprovistas de cualquier decoración, probablemente para que los esclavos no tuvieran
acceso a una improvisada arma. Había cuatro puertas al final del vestíbulo. Uno de ellas conducía
a un pequeño y comprimido cuarto de baño, que fue al que entramos. Tenía paredes de yeso
marrones y un suelo astillado. Una manguera de rocío de enzimas colgaba de la pared más alejada
y un inodoro descansaba al lado.
Delante de mí, Pelotas se detuvo, giró y dobló los brazos sobre el pecho. Era muy delgado y
su piel parecía seca y escamosa. Y se estaba quedando calvo. No era asombroso que tuviera esa
actitud tan problemática.
—Quítate la ropa —sonrió despacio, malvadamente—. Luego dúchate. Y asegúrate de
limpiarte bien, o tendré que lavarte yo mismo.
Oí el crujido de la camisa de Colonia cuando él también cruzó los brazos sobre el pecho. Esto
realmente me cabreó. De todos los hombres que había encontrado en esta casa, Colonia parecía el
más amable, el más preocupado por las mujeres. Si estaba dispuesto a humillarme así, también
podría estar dispuesto a echar un polvo.
Girando de lado, quedé de perfil frente a los dos hombres y me mostré indiferente.
—Me desnudaré cuando los dos se marchen.
Pelotas arqueó las cejas con engreída diversión. Quería que me resistiera. Quería asustarme.
—Desnúdate. Ahora. O lo haré yo por ti.
— Lárgate. Ahora —contesté—. O lo haré yo por ti.
Colonia suspiró y el sonido vagó a través del pequeño cuarto de baño.
—No vamos a hacerte daño. Sólo miraremos.
—Sólo violareis mi intimidad, querrás decir.
—Esta es tu última oportunidad. Desnúdate tu misma —dijo Pelotas—, o desnúdate con
nuestra ayuda.
Primero, no quería que ellos vieran mis armas. Y segundo, quedarme desnuda lo más
probable era invitarlos a la violación. No, gracias. Un sudor frío estalló sobre mi piel. Eso no era
bueno. A diferencia de los humanos, el sudor me volvía más atractiva. Las gotas de humedad
hacían que mi carne pareciera oro pulido y espolvoreado. Resplandecía. Como un hada. No quería
estar atractiva en estos momentos. Quería parecer fea y mezquina, capaz de realizar cualquier
maldad.
Saber que otras mujeres habían soportado esto, que no habían tenido ningún modo de
evitarlo, volvió mi miedo en protección.

173
—Si me ayudas a desnudarme —dije despacio, con cuidado—, habrá una lucha. Una lucha a
muerte. ¿Lo entiendes?
—Raka, tú eres una mujer —Colonia dio un paso hacia mí y con cansada expresión me pidió
que lo entendiera—. No puedes hacernos daño.
Pelotas también se movió hacia mí. Trataban de rodearme, amenazándome e intimidándome
con su fuerza.
—Pero seré herida y eso me convertirá en un bien dañado. Veréis, hablé con las chicas. Sé
por qué estamos aquí. Estamos siendo vendidas como esclavas. ¿Vuestro jefe quiere un precio
superior por mí, verdad?
El silencio reinó mientras ellos consideraban mis palabras. No sabía durante cuánto tiempo o
con qué frecuencia podría usar esa amenaza en particular, pero la usaría mientras pudiera.
Gracias a Dios, funcionó.
—Tú ganas —dijo Colonia con un resignado suspiro.
—¡Qué! —gritó Pelotas.
—Aquí no hay ventanas. La única salida es por la puerta. Nos quedaremos allí, esperando, y
si tratas de escapar te castigaremos. Tanto si eso disminuye tu valor como si no. ¿Lo has
entendido?
—¡Cobarde! —Pelotas cerró su puño contra la palma de su mano—. No nos iremos. Sostenla
y yo le arrancaré esa maldita ropa de su cuerpo.
Esperando un ataque de él, doblé mis rodillas ligeramente y centré mi energía. Pese a todo, él
jamás se movió hacia mí. Colonia le agarró del brazo y le arrojó fuera del cuarto de baño. El
hombre más pequeño chocó contra la pared y se deslizó en un montón sobre la podrida madera
del suelo.
—No siempre te saldrás con la tuya —me dijo—. Será mejor para ti que lo comprendas
pronto —entrecerrando los ojos, cruzó rápidamente el cuarto y cerró la puerta tras él. —Tienes
quince minutos. Lávate y ponte la ropa que descansa sobre la tapadera del inodoro.
Eché un vistazo al inodoro. Una transparente tela rosada cubría la tapa. Levanté el material
con dos dedos. Pantalones y un top que mostraba el abdomen. ¡Ellos me vestían como una puta de
harén.
¡Genial!
Frunciendo el ceño, conecté la ducha apretando los etiquetados botones. Un caliente rocío
empañó la bañera de porcelana. Sin embargo, no me metí dentro. Pasé la mayor parte de mis
quince minutos observando la puerta y buscando el modo de ocultar mis cuchillos bajo mi nuevo y
transparente atuendo.

174
Sólo una vez alguien hizo el intento de entrar. Cuando la perilla dio una vuelta, grite—:
Hacedlo y moriréis.
La puerta permaneció firmemente cerrada después de eso, sin abrirse hasta que yo dije—:
Terminado.
Al final, sólo logré ocultar un cuchillo. Me lo até alrededor de la tira del hombro del sostén
interno. El otro… pues tuve que tirarlo entre las losas de madera del suelo.
Me habría gustado observar mi reflejo en un espejo. Estoy segura que parecía delicada y
frágil, una esclava sexual desesperada por las atenciones de su amo. La baja cinturilla de mis
pantalones comenzaba en mis brillantes caderas, y mi camisa «si podía llamarse así» terminaba
justo debajo de mis pechos.
Mis dos guardias fruncían el ceño cuando abrieron la puerta, pero sus ojos se ensancharon y
sus bocas cayeron abiertas cuando me vieron. Pelotas hasta alzó la mano para remontar sus dedos
sobre mi clavícula, pero agarré un ofensivo apéndice y lo retorcí. Él aulló y uso su otra mano para
abofetearme.
Sentí una aguda picadura, y mi cabeza giró a un lado. Lentamente, le afronté con ojos
entrecerrados y me froté mi ahora palpitante labio. Una caliente humedad saludó mis dedos.
Un destello de horror brilló en sus negros ojos.
—Dile a alguien que yo te hice eso —dijo suavemente, de manera amenazante—, y te mataré.
¡Oh, como quise cortarle la garganta en este mismo momento!, pero no hice nada. Cabeceé
como si me asustara la advertencia. Él se echó hacia atrás, giró sobre sus talones, y se alejó de una
zancada.
—¿Estás bien? —preguntó Colonia, su preocupación indeseada e innecesaria.
—Estoy bien.
—Hora de irse, entonces.
Me dio un codazo en el hombro en una demanda para que me moviera. Mis ojos se fijaron en
la espalda de Pelotas mientras le seguía a la sala de estar que los guardias habían estado limpiando
antes. En el momento que di un paso dentro y vi quien me esperaba, me congelé. Mi abrupta
parada hizo que Colonia chocara contra mi espalda, empujándome hacia delante. Intentó
ayudarme a recuperar el equilibrio, pero alejé sus manos con un manotazo.
Cuando mis pies se estabilizaron, mi pulso saltó y mi sangre tanto se calentó como se enfrió.
Aquí estaba. Mi venta. El equipo de limpieza se había marchado y en su lugar estaban Jonathan
Parker, Lucius, y otro hombre, un otro-mundo que no reconocí.
Mi mirada se cerró sobre Lucius. ¡Estaba tan contenta de verlo! Me dio una casi
imperceptible cabezada antes de que sus ojos se estrecharan sobe la contusión de mi labio.

175
Luchando por no sonreír, me obligué a enfocar mi atención en otra parte. El otro-mundo
sentado junto a él era un Targon, la raza más temida de guerreros que jamás había llegado a la
Tierra. Nuestro gobierno haría cualquier cosa por tener a algunos de ellos luchando junto a
nosotros. Ellos eran una raza alta y corpulenta, sin duda alguna, pero ese no era su principal valor.
Sus habilidades telequinesias sobrepasaban hasta la de los Arcadians.
Éste era hermoso y más musculoso que cualquier hombre que jamás hubiera visto. Tenía el
pelo negro, misteriosos ojos color ámbar y una piel muy clara. Llevaba un collar de oro con una fea
piedra incrustada en el centro. Mis ojos se estrecharon en él. ¿Sería usado para los viajes inter-
planetarios?
¿Cuándo llegaría EenLi? Una oleada de impaciencia se estrelló contra mí, y no estuve segura
de cómo reaccionaría cuando viera al bastardo.
—Estoy tan contento de que todo el mundo haya venido —proclamó una voz gravemente
acentuada de repente.
EenLi.
El corazón empezó a latirme de forma irregular y rápidamente exploré el cuarto. ¿Dónde
estaba? No lo veía y... inspiré profundamente. Allí, sobre una gran pantalla holográfica sobre el
sofá, esta EenLi, con una sonrisa de suficiencia en su fea cara. Su tono era de un brillante rosado,
demostrando lo satisfecho que estaba consigo mismo.
La decepción casi me derrumba, casi me hizo caer de rodillas. Lo esperaba aquí, ocupándose
personalmente de los detalles de la venta. Maldita sea. ¡Maldita sea!
Su calva cabeza brillaba intensamente bajo la luz del fluorescente. Aquella misma luz le
volvía más grande, las pupilas de sus blancos ojos más pequeños y su piel rosada parecía
traslucida. Muy misterioso. Y completamente en desacuerdo con su camisa vaquera y el rojo
pañuelo atado alrededor del cuello.
Quería a ese bastardo muerto con desesperación. Era el mal encarnado y merecía morir.
Sentía como si hubiera estado esperando por siempre, y ahora parecía que tendría que seguir
esperando aún más tiempo. La tecnología había avanzado mucho, pero todavía no podíamos
asesinar a un hombre a través de la televisión. ¡Condenación por ello, y condenación por mí!
Lucius y yo ahora estábamos en mayor desventaja. Si alguno de nosotros no actuábamos
bien y no convencíamos a EenLi, desaparecerían nuestras tapaderas, y lo más probables es que nos
mataran en el consiguiente tiroteo. Y allí habría un tiroteo. Los guardias estaban colocados por
toda la casa y en el momento que oyeran los disparos y los gritos, se precipitarían dentro del
cuarto. Si nos mataban a Lucius y a mí, las mujeres de debajo estarían condenadas a una vida de
violación, humillación y servidumbre. No podía dejar que eso pasara.
Exhalé un aliento, luchando por superar mi decepción, sin saber que hacer a partir de ahora.
Eché una ojeada a los hombres que se sentaban en el sofá, notando pequeños detalles que
había omitido antes.

176
Cada hombre sostenía un cigarro y un vaso de whisky escocés. ¡Qué pintoresco! Un
verdadero momento de vinculación entre ellos.
—Tú —dije a Lucius, tratando de parecer impresionada y horrorizada, aún cuando verle me
daba el único sentimiento de paz.
Si EenLi sabía que yo era una agente, no quería que sospechara que en realidad trabajaba con
él. Dirigí una falsa mirada de suplica a Parker, e incluso intente correr hacía él antes de que Pelotas
me agarrara del brazo y me detuviera.
—Jonathan, tiene que ayudarme. He sido secuestrada, y…
—Lo sé, querida —él bebió un sorbo de whisky mientras el humo del cigarro ondulaba frente
a su cara—. No deberías de haber sido una chica tan traviesa.
Pronuncié un asustado jadeo mientras mentalmente imaginaba su fallecimiento. Púdrete en el
infierno, hijo de puta.
—Tocad a mi propiedad otra vez —gruñó Lucius, su oscura y entrecerrada mirada lanzando
chispazos de fuego a Colonia y Pelotas—, y os cortaré las manos.
Dejó de golpe su vaso y cigarro en la mesa, causando un fuerte boom.
Ambas guardias saltaron al instante lejos de mí. Realmente, realmente me gustaba cuando
Lucius tomaba el mando.
De la pantalla, EenLi se rió. El sonido de la voz se repitió por los cercanos altavoces.
—Paciencia, humano —dijo. Su piel se sonrojo aún más… —no es tuya aún.
Con una simple ondulación de los dedos, ordenó a sus guardias que volvieran.
—Sujetadla.
Vacilantes, los hombres agarraron mis antebrazos y me sostuvieron en el lugar. Mientras
estaba allí de pie, los hombres sentados en el sofá me inspeccionaron.
—Quiero saber quien la golpeó —exigió Lucius—. Debía ser traída aquí ilesa.
A mi lado, Pelotas tembló. Sólo hubo silencio.
—¿Quién la golpeó? —repitió Lucius, con un filo de peligro en su tono que yo jamás había
escuchado.
—Nosotros insistimos en que estuviera ilesa —reiteró Jonathan con un ceño.
—Exijo reparación —dijo Lucius.
EenLi perdió su sonrisa.
—Contesta, muchacha. ¿Quién te golpeó?
Señalé a Pelotas con una acusadora inclinación de barbilla.
—Él lo hizo.

177
—¡Zorra! —chilló Pelotas, casi arrancándome el brazo de un tirón. Él miró en tono de súplica
a EenLi.
—Miente. Juro que ella miente.
—Dijo la verdad —lanzó Colonia con firmeza.
—No, no, Yo no la toqué…
—Vi como lo hizo —soltó Colonia otra vez.
Con la comprensión de que no podía seguir refutando sus palabras, Pelotas cambió de
táctica.
—Lo siento, Wayne —me liberó y cayó de rodillas, con las lágrimas derramándose de sus
ojos—. No quería herirla, lo juro. Tropezó y entró en contacto con mi mano. Eso es todo lo que
pasó. Por favor, no me hagas daño. Dame otra oportunidad.
Indiferente, EenLi cabeceó hacia Colonia. Entre los gritos de Pelotas por piedad, mi guardia
retiró un electro-arma de la cinturilla trasera de los pantalones. La sorpresa estalló en mi interior
mientras comprendía lo que estaba observando y mi boca cayó abierta. El cuerpo del arma era
transparente, la creación de destellos de electricidad visible en el interior. Ese tipo de arma no
estaba aún en el mercado porque Michael, que era su creador, aún tenía que perfeccionarla.
Incluso yo todavía no había usado una.
¿Había un traidor entre nosotros? La idea convirtió mi sangre en hielo porque eso sacaba a
relucir otra pregunta más terrible. ¿EenLi sabía que Lucius era un agente? No, me aseguré.
Aunque tuviera el electro-arma, no creía que supiera quién era Lucius. Habría matado a mi
compañero inmediatamente.
Pelotas comenzó a sollozar. Con ojos llenos de resignación, Colonia colocó rápidamente el
cañón en la sien del otro hombre y apretó el gatillo. Para nosotros, pareció que no paso nada.
Ningún destello de luz. Ninguna emisión de sonido. El cuerpo de Pelotas tembló y se estremeció
mientras la electricidad se vertía a través de él. Las ventanas de su nariz pronto se bordearon de
negro, y el vapor se elevó de sus orejas. Entonces se derrumbó boca abajo sobre la alfombra.
Colonia enfundó el arma. EenLi y Jonathan cabecearon con satisfacción. La expresión de
Lucius estaba en blanco mientras cruzaba los brazos sobre el pecho, discretamente poniendo sus
dedos al alcance de sus armas.
¿En qué diablos nos habíamos metido?

178
CAPÍTULO 22

NADIE se molestó en mover el cuerpo.


El olor de carne humana carbonizada se mezcló con el olor del humo del cigarro y el caro
whisky escocés mientras la reunión continuaba. Colonia retornó a su posición detrás de mí y me
agarró de los hombros para, una vez más, mantenerme en el lugar. No protesté.
Estaba preparada para que esta «compra» acabara.
—Jonathan, Hunter, Devyn —dijo EenLi con otra maliciosa sonrisa—. Que empiece la puja.
Ante las palabras, no entré en pánico. ¿Así que iban a enfrentarse en una puja por mí? Lucius
y yo ya habíamos sospechado que podría pasar. Mis ojos viajaron hacia él. Si él, como se suponía,
me compraba, después compraría nuestro viaje a otro planeta por motivos «legales.» Una vez que
tuviéramos aquella información, podríamos matar a EenLi. Sin embargo, había una buena
posibilidad de que alguien más me adquiriera.
Lucius parecía relajado, completamente tranquilo, como si supiera exactamente qué hacer.
Bien. Sabía que haría todo lo que estuviera en su poder para conseguirme, y si no lo lograba, haría
lo que fuera necesario. Como yo. Confiaba en él. Total y completamente, comprendí. Y estaba
bastante segura de que él confiaba en mí.
—Gira —me ordenó EenLi en un tono imperioso.
Mis mejillas enrojecieron al ser tratada como si fuera una de su «ganado.» Cada hombre
presente me observaba, estudiándome, buscando defectos. El Targon frotó su mandíbula, la
expresión en blanco, mientras su fija mirada se deslizaba sobre mí.
El agarre de Colonia se intensificó.
—Hazlo.
Si no giraba para ellos, me obligarían. Y no habría más indultos para mí bajo la excusa de no
lastimarme. Lo vi en los ahora brillantes ojos rojos de EenLi. Quieres terminar con esta venta,
¿recuerdas?

179
Levanté la barbilla y di la vuelta. Lentamente. Dándoles a todos ellos la oportunidad de
observar como mis curvas llenaban mi rosa y diáfana vestimenta. Sentí el calor de sus miradas
tocarme por todas partes, desnudándome.
¿Cuántas veces habían soportado otras mujeres esto? ¿Cuántas veces habían sido forzadas a
mostrar sus cuerpos a hombres que despreciaban? Mis manos temblaron con la fuerza de mi
humillación. Y bajo todo ello, un nuevo sentimiento de respeto y admiración para las cinco
mujeres encerradas abajo creció en mi interior. Ellas eran unas supervivientes.
Sí, yo las salvaría; mi determinación aumentó aún más. Costara lo que costara.
Cuando afronté a los hombres de nuevo, EenLi sonreía feliz en la pantalla, la fea cara
estirada en una monstruosidad dentuda. El rojo descolorido a un rosado.
—Casi me tientan el mantener a la pequeña agente para mí —dijo—. Es poderosa bajo toda
esa delicadeza.
Ya estaba. Sabía que yo era un agente. Probablemente por eso estaba aquí en holograma y no
en persona. Sólo me sorprendía que no se regodeara de mi captura.
—Cualquiera que sea su precio —dijo Lucius, su áspera y grave voz reclamándome —,
pagaré.
—Y yo lo doblaré —dijo Jonathan.
Lucius silbó un aliento.
—¿Qué dijiste?
—Ya me oíste —Jonathan se puso a la defensiva—. También la quiero. No creerías que te
ayudaba por la bondad de mi corazón, ¿verdad? —Dejó caer la ceniza del cigarro sobre los caros
mocasines italianos de Lucius.
—Por favor, dime que no fuiste tan estúpido.
Mi compañero gruñó bajo su garganta «y no pensé eso fuera una mera farsa».
—No puedo creer que vayas en serio con esto. Es mía. Sabes que la quiero.
—Eso ya lo veremos, ¿no crees? —Jonathan arqueó sus cejas, su expresión arrogante.
Un terrible silencio llenó el cuarto, deslizándose sobre las paredes como una serpiente lista
para atacar. Vamos, chicos. Simplemente compradme ya.
Inclinándose hacia delante, Lucius dijo oscuramente.
—¿Estás seguro que quieres enfrentarte a mí?
Jonathan se rió nerviosamente y asumió una fingida postura ocasional, con las piernas
estiradas y las manos unidas sobre las solapas de la chaqueta azul oscura.
—Podrás tenerla cuando acabe con ella.

180
—Ninguno de ustedes la tendrá —el Targon había permanecido callado hasta aquel
momento y ahora su profundo timbre se repitió por las paredes. Mientras él me estudiaba,
acariciaba la dorada cinta que llevaba alrededor del cuello, sus dedos rodeando la fea piedra
marrón del medio.
—La tomaré —dijo, como si fuera el final de todo el asunto.
—Números, caballeros —EenLi se frotó las manos como un niño avaro—. Necesito cifras
reales.
—Un millón —dijo Jonathan.
—Dos. —soltó el Targon.
—Cinco —contraatacó Lucius.
Él se relajó en su asiento, sintiéndose más seguro de la victoria. Fuera cual fuera la cantidad
necesaria, él pagaría. O fingiría pagar, debería decir.
El Targon contestó.
—Cinco millones de dólares de la Tierra, más dos guerreros Targon.
—Hecho —sonriendo abiertamente, EenLi dio varias palmadas—. La mujer es tuya.
—No —en un movimiento oscuro, fluido, Lucius saltó sobres los pies.
Los ojos de EenLi se estrecharon en diminutas rajas.
—Te encontraré otra Raka, Hunter.
—Yo quiero ésta —dijo señalándome—. Es mía. Me la prometieron a mí. Encuéntrale otra a
él.
—En realidad, me la prometieron a mí —Jonathan agarró su cigarro tan fuerte que éste se
partió por la mitad.
—Por favor dime que no eres tan tonto para pensar que yo la reservaría para ti, Jonathan —
dijo EenLi, repitiendo las palabras que antes le dijo el hombre a Lucius—. Ya poseo tu alma. ¿Qué
necesidad tengo de mantenerte contento?
—Respeté a tu padre, y estaré feliz de trabajar contigo en un futuro para conseguirte otra
Raka. Pero para ésta, tengo una mejor oferta desde el principio —le dijo a Lucius.
—Ella es mía, maldito seas —gruñó Lucius—. Esto es malo para el negocio. ¿Qué dirán tus
otros clientes cuando comprendan que no eres un hombre de palabra?
Otro silencio estalló, éste más pesado que el anterior.
La piel de EenLi pulsó de un oscuro carmesí.
—No me conviertas en tu enemigo —sus labios se apretaron, las palabras saliendo sólo de
una diminuta raja.

181
Lucius acechó hacia la pantalla.
—Hablemos de esto.
—No.
Mientras escuchaba, comprendí que EenLi siempre había pensado en venderme al Targon.
¿Qué mejor modo de ganar una alianza con tales guerreros invencibles? Después de perder a Mris-
ste y descubrir que él mismo era objetivo del gobierno para ser eliminado, EenLi probablemente
veía esto como su oportunidad de adquirir un escudo impenetrable. O dos.
—Quiero hablar —insistió Lucius—. De hombre a hombre. Cara a cara.
—¡Ja! Estás lo bastante enfadado como para intentar matarme ahora mismo.
Sabía lo que él hacía, intentaba llegar a EenLi, y lo aprobaba. Sin embargo, no quería ser
sacada de este edificio hasta que las mujeres de abajo estuvieran a salvo. Tendría que presentar
algún tipo de lucha, quizás correr. Y luego… ¿qué? Supongo que lo averiguaríamos. Furtivamente,
moví poco a poco los dedos hacia la pequeña daga atada a mi espalda.
El Targon se puso de pie, sus ojos observando cada uno de mis movimientos. Jamás había
visto unos ojos como los suyos. Como llamas fundidas de oro, encendidos con vehemencia, casi
hipnóticos. Sus rasgos bien definidos brillaban con diversión.
—Ven a mí —me dijo, hasta la voz sostenía una calidad hipnótica.
De una forma extraña, me obligó a obedecer. Algo profundo en mi interior oyó y respondió a
su voz, queriendo hacer todo lo que estuviera en mi poder para complacerle. El resto del cuarto se
borró hasta que sólo vi al Targon. Mis pensamientos se dispersaron, perfilándose alrededor de su
hermosa imagen.
—Ven —dijo de nuevo.
Céntrate, Eden. Céntrate. No escuches su voz. Piensa sólo en lo que tienes que hacer.
Luchar. Sí, tenía que luchar, salvar a las mujeres. Con aquel pensamiento, rompí el hechizo.
¿Dónde sería el Targon vulnerable? ¿Su cuello? ¿Su pecho? Nunca había matado uno antes.
—Ven —dijo por tercera vez.
Me moví hacia él, deslizando mi daga de la correa, usando mi brazo y muñeca para
protegerlo de su vista.
Lucius se colocó frente a mí y afrontó al Targon.
—Ya que Wayne rechaza encontrarse conmigo, trataré con usted. Permítame comprársela. Le
pagaré lo que quiera.
—Ella ya no está en venta —dijo el otro-mundo con un atisbo de irritación.
—No se la llevará de este planeta.

182
Toqué con mis dedos la espalda de Lucius, avisándole silenciosamente que sabía lo que tenía
que hacer y que iba a hacerlo. Él no se apartó. Sabía que había sentido mi toque, sin embargo,
porque sus músculos se tensaron ante el primer contacto.
El Targon levantó las cejas.
—Si planea detenerme, humano, sugiero que ni siquiera lo intente. La gente tiende a hacerse
daño cuando ellos me molestan.
—Ahora que nuestros negocios han concluido —lanzó EenLi, cuando alguien se acercó a su
imagen desde atrás—, le dejo solo para que recoja su premio. Espero a esos guerreros Targon en el
umbral de mi puerta mañana por la mañana, Devyn.
La pantalla holográfica quedó en blanco.
Jonathan tocó a Lucius, pero Lucius le agarró el brazo y lo torció, rompiendo el hueso.
Jonathan aulló de dolor y cayó de rodillas. Después Lucius saltó hacia el Targon. Sin moverse ni
una pulgada, el otro-mundo tiró a Lucius al suelo, al lado de Jonathan.
Yo también salté hacia delante, mi cuchillo levantado y listo para atacar. Pero al instante, mis
pies se congelaron en el lugar y el cuchillo cayó de mi mano. No podía moverme. Apenas podía
respirar.
—No te asustes, pequeña Raka —el Targon me envió una sonrisa tranquilizadora—. Te
liberaré de la parálisis muy pronto.
El bastardo me controlaba con la mente. El pánico se desplegó en mi interior, pero luché
contra él, intentado erigir algún tipo de escudo. Su poder demostró ser demasiado fuerte, pese a
todo…
Todavía sonriendo ampliamente, arrojó una dorada banda hacia mí. Como una serpiente, la
cinta se enroscó por sí misma en la base de mi garganta, no lo suficientemente apretada como para
ahogarme, pero si lo bastante apretada para quedarse segura en el sitio.
Lancé una asustada mirada hacia abajo; una gema de color ámbar brillaba sobre ella. Quise
rasgar la cinta, pero no podía. Volví a mirar a Lucius, observándole impotentemente, así como
horrorizada.
Desde que golpeó la alfombra, él aún no se había movido.
—¿Qué le hiciste? —Exigí.
—Simplemente duerme —dijo el Targon.
Confirmando las palabras del otro-mundo, Lucius gimió. Sus ojos se abrieron y levantó
débilmente la cabeza. Cuando me vio, intentó avanzar lentamente para protegerme.
—Creo que debería dormir eternamente —dijo Jonathan, sacando de repente un arma
antigua. Realmente yo no pude hacer nada salvo gritar, clavada en el lugar como estaba, mientras

183
él disparaba. Una bala se alojó justo debajo del hombro izquierdo de Lucius, causando un espasmo
en todo su cuerpo. ¿En su corazón?
Una fría rabia cortó a través de mí. El Targon apartó su mirada de mí y frunció el ceño hacia
el ahora sangrante Lucius. Su desatención me liberó de la parálisis. Inmediatamente recogí mi
cuchillo y, sin pensármelo ni un segundo, lo lancé contra Jonathan. El afilado metal se clavó en la
garganta. Sus ojos se ensancharon, y él gorjeó mientras sus rodillas cedían y se hundía en el suelo.
Yo ya saltaba hacia adelante y justo alcanzaba el cuchillo cuando una nube oscura cubrió mi
mente.
Hundiéndome… hundiéndome. Luché contra ello, arañando con garras mentales.
De improviso, la niebla se disipó.
—¿Qué ha pasado? —Pregunté, aturdida.
El Targon parpadeó con sorpresa.
—Tienes escudos mentales, aunque no son muy fuertes.
Él suspiró, y me congelé en el lugar otra vez. Él retiró un pequeño frasco del bolsillo, apartó
el pelo de mi cara, y vertió el contenido bajo mi garganta. Yo lo expulsé de vuelta, pero debí
escupir muy tarde el amargo líquido. Supe en el momento que el sabor golpeó mi lengua, que no
era un opiáceo como el que Colonia me había dado.
Este hombre había hecho sus deberes sobre los Rakas. Sabía que el medicamento humano
llamado antihistamínico, mezclado con el alcohol, nos dejaba siempre aturdidos. Cuando el letargo
me golpeó, éste llego rápidamente y con fuerza. La última imagen que fue a la deriva a través de
mi mente, fue la de Lucius cubierto de su propia sangre.

184
CAPÍTULO 23

LA imagen del vibrante y fuerte cuerpo de Lucius, sangrando y sin vida, traspasó de golpe
la negra niebla y el letargo de mi mente.
—¡Lucius! —grité. El sonido de su nombre se repitió en todo mi alrededor.
—Bienvenida a Targon —susurraron en mi mente.
Targon. No. ¡No! Mis párpados se abrieron de golpe. Mi aliento entró en cortos y erráticos
jadeos, como si acabara de correr una maratón cuesta arriba. Busqué a otras personas, pero no vi a
nadie. ¿Y si había sido un sueño?... ¿una pesadilla, quizás? Me mordí el labio inferior,
provocándome un agudo escozor y una gota de sangre. A Lucius realmente le habían pegado un
tiro. Recordaba mi subasta y el estruendo del arma de Jonathan al ser disparada, recordaba el
metálico olor de la sangre humana.
Lucius, pensé, con una oleada de miedo alcanzándome. Tenía que llegar a él. Ahora mismo
estaba herido e indefenso en una casa llena de guardias de EenLi, y nadie sabía que estaba allí
excepto yo.
No me permití pensar que estuviera… No. No lo haría.
Las mujeres, también, se encontraban desvalidas. Tenía que salvarlas.
Me senté toda recta, llevándome conmigo el suave cobertor blanco que cubría mi cuerpo. Mis
ojos se dispararon en todas direcciones del cuarto. Desconocido. Amplio y abierto. El tul blanco
ondeaba de muchas ventanas y puertas. Estaba colocada sobre una blanca plataforma con cojines
parecidos al terciopelo. Y no había ningún guardia fijado que yo pudiera ver.
¿Dónde diablos estaba?
Targon…
No estaba segura si el isótopo que había ingerido me rastrearía hasta aquí, y no había tiempo
de descubrirlo. De todos modos, un rescate inter planetario parecía imposible, ya que no

185
conocíamos todos los detalles sobre los destellos solares. No, tendría que liberarme yo sola. Y
rápido.
¡Dios, tenía que llegar a casa!
Empujé para salir de las sábanas y me puse de pie. Mis piernas eran inestables,
preguntándome cuánto tiempo había pasado dormida. Al menos el Targon no me había
desnudado. Me había dejado el traje rosa de harén. Alcé la mano, pero el collar que me había
transportado no estaba. Lo necesitaba para pasar a través de un destello solar. ¿Dónde estaría?
Inhalando una profunda bocanada del dulce y florido aire, exploré la espaciosa habitación
otra vez. ¿Habría ocultado el collar en un frutero? No. Vacío. Un cajón… quizás lo había metido
dentro. Salté hacia delante, pero patiné al detenerme cuando lo escuche hablar.
—Estoy tan contento de que por fin estés despierta —me dijo su rica y sensual voz.
Me di la vuelta. El Targon se apoyaba contra una de las muchas entradas, el blanco encaje de
la ventana bailando sobre sus desnudas piernas. Sus ojos se arremolinaron con vida propia; el
negro pelo fluía alrededor de los hombros, a ambos lados enganchado detrás de las orejas. Pude
ver que éstas eran puntiagudas, como la de los mágicos Fae de los cuentos infantiles. Él llevaba
algún tipo de vestimenta escocesa, con un kilt negro y ninguna camisa.
—Dame el collar y llévame de vuelta —exigí.
Él chasqueó la lengua.
—No hemos sido presentados correctamente. Tú eres Eden Black, intérprete otro-mundo y
agente del gobierno. Yo soy Devyn Cambrii, rey de esta tierra.
Rey. El jodido rey. Sabía un poco de historia Targon. Un rey no era designado por
nacimiento, sino por su fuerza telequinésica. Mil nudos diminutos retorcieron mi estómago. Yo no
tenía armas y mi oponente tenía el poder de congelarme en el sitio. ¿Cómo diablos iba a
combatirlo?
—Por favor —dije, la palabra escapando de mis labios fruncidos—. Llévame de vuelta.
—A EenLi le ha llevado más de un año encontrarme una Raka —contestó él—. Lo lamento,
dulce ángel, pero al único lugar al que te llevaré es a mi cama.
Mis puños se apretaron a mis costados.
—¿Y si me niego?
Sus labios se estiraron, y la diversión brilló en sus también ojos ámbar.
—Tu rechazo no será un problema.
No, no lo sería, pensé sombríamente. Él ya había demostrado sus habilidades muy
amablemente. Si decidía congelarme y violarme, no habría nada que yo pudiera hacer para
detenerlo.

186
Pese a todo, rechacé mostrarle cualquier reacción externa ante aquel comentario. Si a él le
gustaba el miedo en una hembra, podría llegar a excitarse.
—¿Por qué una Raka? —Pregunté, manteniéndolo hablando y alzando la barbilla—. No hay
nada especial en mi raza.
—Oh, lamento no estar de acuerdo.
—¿A causa del oro?
Él soltó una deliciosa risita.
—No soy humano. El oro no me dice nada.
—¿Entonces por qué?
—Nunca he probado una Raka. Hay muy pocos de los tuyos en la Tierra debido a que esos
tontos humanos son unos codiciosos. Y no permiten extranjeros en el planeta Raka. Lo que es una
vergüenza, realmente. Podría haberme dado un banquete hacía meses si la entrada estuviera
permitida. —Su voz bajó una octava—. He querido probar una Raka durante mucho, mucho
tiempo.
Arqueé una ceja, fingiendo despreocupación.
—¿Probar de forma pasional? ¿O como cena?
Él se rió de nuevo, sus rasgos ablandándose. La mujer en mí apreció su varonil belleza, su
masculina sensualidad. Pero no era Lucius. Yo no tendría a ningún hombre, excepto Lucius. En
nuestro corto tiempo juntos, había aprendido a respetarlo y apreciarlo. Y lo había deseado
constantemente. Él significaba algo para mí. El qué, no lo sabía. Sólo sabía que así era.
—Pasional, por supuesto —dijo el Targon—. He probado a mujeres de todos los rincones de
la galaxia. Necesito algo diferente. Algo único. —Él se enderezó y se dirigió lentamente hacia mí.
—Detente —grité, doblando las rodillas y preparándome para la batalla.
Sorprendentemente, él lo hizo. Se quedó a una distancia segura mientras su mirada viajaba
por todo mi cuerpo.
—Sólo deseo saber si eres tan suave al toque como pareces. Seguramente, no me negarás un
simple toque.
—Te niego el derecho incluso de respirar en mi dirección.
—Tu resistencia es adorable, así que te concederé tu petición y no te tocaré. Por ahora.
—Gracias —dije con tono seco.
—De nada. —Él me sonrió abiertamente—. Me alegro haberte añadido a mi colección.
—¿Tu colección?

187
—Oh, sí. Veras, amo a las mujeres. Me gusta su suavidad, sus complejidades, sus olores. He
decidido probar a una mujer de cada color, raza y tamaño…
—¿Y no te importa que alguna de esas mujeres pueda no desearte?
—Pueden no desearme… al principio. —Su sonrisa se ensanchó—. Siempre les hago cambiar
de idea.
—No te quiero —gruñí—. Quiero a otro.
El Targon simplemente se encogió de hombros.
—Tú, también, cambiarás de idea. —¡Él sonó tan confiado, tan completamente seguro de mi
capitulación! Observándome a través de aquellos ojos ámbar llenos de diversión, él renovó su
camino hacia mí—. Podrías empezar a cambiar de idea ahora mismo —dijo, aunque viró su
dirección y se detuvo frente a una cómoda. Levantó el blanco frutero de piedra. Habiéndolo
inspeccionado antes, sabía que dentro sólo había unas pequeñas esfera azules.
No me moví cuando él cerró la distancia entre nosotros, aunque cada uno de mis instintos
exigía que lo atacara. Él simplemente me rozó al pasar junto a mí. Nuestros desnudos hombros se
encontraron, piel con piel, el suyo sorprendentemente frío, el mío caliente por mi desesperación
por marcharme. Él se sentó sobre un montón de almohadones. El olor de exóticas especias lo
siguió y se quedó en el aire. Se echó hacia atrás, asumiendo una perezosa y seductora postura, y
acarició el asiento junto a él.
—¿Es esta la parte en que cambio de idea?
—Qué suspicaz, pequeña Raka. —Él se metió una fruta en la boca y masticó—.
Lamentablemente no. Este no es el momento-de-llegar-a-conocerte. Si prefieres, podemos
saltárnoslo. No soy exigente. Ven a mí.
Pensé en rechazar su demanda. No quería llegar a conocerlo mejor; no quería sentarme a su
lado y jugar a su tonto juego de seducción. La necesidad de llegar a Lucius y las mujeres se
intensificaba a cada segundo que pasaba. ¡Maldita sea! Jamás me había sentido tan desvalida.
—Vamos —dijo Devyn, su tono más firme y duro que antes. El brillo divertido se borraba de
sus ojos, convirtiéndose en simple expectativa.
Me acerqué y me hundí en los almohadones junto a él.
—Eso está mejor —dijo él, metiendo la mano en el tazón y retirando una esfera. Sus blancos
dientes se hundieron en ella, consumiendo la mitad—. Come. —Cuando él intentó resbalar el resto
por delante de mis labios, lo arranqué de su mano y lo lancé a través del cuarto.
Agarré un trozo de fruta sin gérmenes Targon y me lo metí en la boca. El dulce y
acaramelado sabor hizo que cada una de mis papilas gustativas saltara a la vida y me encontré
extendiendo la mano por otra.
Él suspiró, los retazos de su diversión volviendo.

188
—Tendremos que trabajar en esa obstinación tuya. Es un honor comer con el rey, ¿sabes?
—Tengo que volver a la Tierra, Devyn.
—Esta es ahora tu casa.
Me incliné hacia delante, suplicando con mi voz y mis ojos.
—Por favor. Dame el collar y llévame de vuelta. Tengo un hombre, una misión, debo regresar.
Devyn extendió la mano y acarició mi pelo entre sus dedos. Los dorados hilos se veían
hermosos cubriendo su pálida piel.
—El hombre al que dispararon. Hunter, creo que se llama. ¿Él es tu hombre, verdad?
—Sí. —Apreté los almohadones, estrujando el material entre mis puños—. ¿Cómo lo supiste?
Sus enormes hombros se alzaron en un encogimiento.
—Por la forma en que lo mirabas; por la forma en que él te miraba. Aunque siento
curiosidad, si él es tu hombre, ¿por qué estaba allí para comprarte?
Ignoré la pregunta.
—Lo han herido. Viste a Jonathan dispararle. Tengo que ayudarle, buscarle asistencia
médica.
—Él no está herido, ángel. Está muerto.
Todo dentro de mí se heló. Frío y duro hielo. Mi fuerte y vital Lucius no estaba muerto. Lo
sabía, lo sentía. Estábamos conectados de una forma que no entendía pero que ahora aceptaba... y
por la que estaba agradecida. No podía aceptar que estuviera muerto. Él poseía demasiada vida,
demasiada fuerza. Era indestructible. Por favor deja que sea indestructible.
—¿Cómo lo sabes? —dije suavemente, mi mandíbula tan apretada que podría romperse en
cualquier momento.
—Vi la sangre, al igual que tú. Es humano, y los humanos no pueden perder tanta sangre.
—Los humanos pueden sobrevivir con transfusiones de sangre. Es por eso que tengo que
llegar a él.
—Si hubiera cualquier signo de vida dentro de él, EenLi lo curaría y lo vendería como
esclavo. Eso te lo prometo.
Sí, pensé, la esperanza derritiendo el hielo. Siempre un hombre de negocios, EenLi no dejaría
que un espécimen de primera como Lucius muriese cuando podría sacar algún beneficio.
—No puedo permitir que le haga un esclavo. Y tampoco puedo permitir que las otras
mujeres encarceladas en aquella casa sean hechas esclavas. Haré cualquier cosa que pidas si
simplemente me llevas de vuelta.
—¿Qué te da ese hombre tan especial, tan diferente de lo que yo pueda darte?

189
El tono de Devyn fue duro.
—Él es... mío. —Esa era la única respuesta que tenía en este momento.
Convirtiendo las manos en puños, él se levantó con ira y me fulminó con la mirada.
—No te enviaré de regreso porque no estoy dispuesto a dejarte. Ya he tenido suficiente
conversación sobre muertos y esclavización de mujeres.
Ya lo veríamos. Él podría usar la telequinesia, pero quizás si me movía lo suficientemente
rápido podría derrotarlo. Lancé mi pierna y la conecté con sus tobillos. Él cayó hacia atrás, el
frutero golpeando el suelo con un sonido metálico. Las esferas azules se dispersaron por el suelo
mientras saltaba sobre él y usaba mi peso para cortarle el aire con una rodilla en su tráquea.
—Te mataré si me quedo aquí —le prometí.
Lejos de estar intimidado, él sonrió ampliamente.
—Ya veo que tendré que volver a restituir mis guardias. Había esperado que apreciaras la
intimidad.
Luché contra una oleada de derrota.
—Ni siquiera estás jadeante, ¿verdad?
—No. —Un travieso destello revoloteó sobre su divertida expresión—. Puedo ponerte a
dormir con un sólo parpadeo y después hacer lo que quiera contigo.
Tiré hacía atrás mi codo, apretando mi mano en un puño en el proceso. Mientras mi mano
volaba más cerca de su cara, su sonrisa sólo se volvió más amplia... y los músculos de mi brazo se
pusieron completamente rígidos, sujetándolo en el lugar antes de que yo pudiera alcanzar su nariz.
—Me gusta tu espíritu —dijo, las palabras cargadas de entusiasmo—. Serás mi más bonita
posesión.
Rechiné los dientes con tanta fuerza, que podría haberlos convertido en polvo.
—Déjame decirte algo, Targon. Jamás me entregaré de buen grado, y si intentas forzarme,
voy a cortarte en pedacitos y alimentar a tu gente con ellos.
Sus labios hicieron un puchero.
—No sería a la fuerza. Tú eres mi esclava...
—Sería a la fuerza. Hunter es el único amante que deseo.
Aquella chispa enfadada se encendió una vez más en la leonada mirada de Devyn.
—Eres de mi propiedad, y no voy a permitir que pienses en otro hombre.
—Pensaré en él y lo desearé a él, ahora y por el resto de mi vida —dije, aguijoneando su
orgullo masculino—. Siempre que me toques, fingiré que es él. Que él es el que me da placer.

190
Gruñendo por lo bajo, Devyn me apartó de un empujón y brincó sobre sus pies. Me levanté
de un salto, sin problemas, los músculos de mi brazo liberados de su hechizo, y nos enfrentamos.
—Eres más de lo que aparentas, Raka —gruñó entre dientes—, y admito que empezaba a
gustarme así. Tienes el coraje de un guerrero, pero eres tan tonta como el resto de las mujeres, y eso
no me gusta. Soy el rey aquí, y aprenderás a no echar leña al fuego de mi cólera.
—Por favor —dije entonces, desesperada. ¿Cómo podría conseguir que hiciera lo que quería?
—¿Por favor qué? ¿Por favor tócame? ¿Por favor sé misericordioso?
—Por favor envíame a casa.
Una pesada pausa estalló, nuestra respiración el único sonido. Entonces él me agarró de la
mano y tiró de mí por un amplio y abierto vestíbulo, tan blanco, puro y burlón como las sábanas
de una virgen.
En el otro extremo había un dormitorio, tan abierto como el resto de la casa e igual de blanco.
Los cojines cubrían el suelo, y una piscina ocupaba el espacio más alejado.
Él me lanzó sobre los cojines. Cuando mi trasero golpeó el mullido suelo, el aire se escapó de
mis pulmones. Me puse de pie inmediatamente, jadeando en busca de aliento.
—Te dije que no me pidieras que te devolviera de nuevo. Por eso, tu entrenamiento
empezará ahora. —Él cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Entrenamiento para qué?
—Para mi placer, por supuesto.

191
CAPÍTULO 24

LOS ojos de Devyn permanecieron fijos en los míos mientras se quitaba su única prenda de
ropa, la negra falda parecida a un kilt escocés. Él posó ante mí sin nada más que una sonrisa
satisfecha.
Su piel era pálida. Su negro pelo colgaba en desorden alrededor de sus hombros. Su imagen
era asombrosa, hermosa y fuerte.
No quería ninguna parte de su cuerpo.
Lamentablemente, él estaba determinado a tener todas las partes del mío.
Mi sangre se calentó ante su arrogancia e intenciones, ante su arduo egoísmo, y me obligué a
mí misma a centrar mi energía. Tenía que atacarlo y la sorpresa sería la única ventaja contra este
Targon. Inspiré una profunda y tranquilizadora bocanada de aire.
Espera... Espera... Su atención se desvió de mí.
Estaba más o menos a punto de saltar sobre él, cuando noté la entrada de dos desnudas
mujeres alienígenas a través de una puerta lateral. Una tenía una gruesa y sedosa piel azul, la otra
tenía la piel blanca... y cinco brazos.
¿Qué ocurría?
Devyn les hizo señas.
—Acercaos, señoras.
La primera, una bonita rubia con la piel pálida y demasiados brazos, aplaudió y se rió
tontamente. La segunda, la exótica azul, se lamió los labios. Ambas poseían unos cuerpos delgados
con esculpidos músculos.
—Observa —me dijo Devyn—. Y aprende.
Casi abrí la boca por la sorpresa. ¿Él no pensaba violarme, y en cambio sólo quería que
mirara cómo las otras lo complacían? Sacudí la cabeza, insegura de haber escuchado bien.

192
—Tampoco pienses en marcharte mientras estoy distraído —dijo él, la reprimenda preparada
en su tono.
Al siguiente instante, mis rodillas cedieron de mutuo acuerdo y caí sobre los cojines. Mis
músculos se congelaron en el lugar. Traté de luchar contra la parálisis, pero fue en vano. ¡Maldito!
Las dos mujeres lo alcanzaron, arañando con impaciencia su cuerpo y provocando surcos
ámbar a su paso. La mujer cinco-brazos era capaz de cubrir mucho territorio. Sin ni siquiera
intentar ser suaves, ellas mordisquearon su pecho, sacando pequeñas gotas de sangre dorada.
Pellizcaron con fuerza sus pezones y exprimieron y bombearon su erección.
El Targon gimió en éxtasis y cerró los ojos.
Esta es, pensé. Mi única oportunidad. No podría mover mi cuerpo, pero todavía podía mover
mi espíritu. Me concentré en un punto más allá de su hombro, enfocando la energía hacia mi
interior. Tenía que arriesgarme a salir y dejar mi cuerpo vulnerable. Esta podría ser mi única
oportunidad de encontrar el collar que usó para enviarme aquí.
Pronto mi espíritu saltó del cuerpo, dejándolo frío, olvidado, y me observé a mí misma.
Tenía los ojos abiertos y parecía que miraba al escurridizo y enredado trío. Bien. La única cosa que
me delataría era mi inexpresiva e inmóvil expresión, pero dudaba que el Profesor del Sexo y sus
aprendices lo notaran.
No había muebles en el cuarto, nada donde buscar, así que lo abandoné. No sabía cuánto
tiempo duraría el sexo Targon, así que aceleré el paso. Por suerte, no había ninguna puerta
cerrada.
Devyn no había mentido cuando dijo que había despedido a su guardia. No había machos de
ninguna especie -que yo pudiera ver- dentro. Sólo había mujeres, un puñado de humanas que se
extendían en todos los tamaños y colores y, todas estaban desnudas.
Dentro de otro dormitorio, busqué un tocador. No encontré nada. Vi un cofre de madera y
busqué dentro pero sólo encontré juguetes sexuales. Busqué en cada mueble, en cada chisme con el
que tropezaba… y no encontré nada. Mi frustración crecía a cada segundo que pasaba.
Sin embargo, por fin, entré en un vestíbulo que parecía diferente al resto de la casa. Éste era
estrecho y cerrado. En cada sección de pared había un guardia armado. Aquí era. Lo sabía. Lo
sentía.
Los hombres fuertemente armados y también con faldas escocesas, estaban colocados como
centinelas, guardando una puerta más alejada.
En mi forma de espíritu, las puertas no suponían un obstáculo. Rocé al pasar a un hombre
escasamente vestido frente a la puerta que parecía de acero. Donde nuestros cuerpos se
entrelazaron, sentí un zumbido. Él debió sentirlo también, porque pegó un salto.
—¿Qué fue eso? —exigió, agarrando su larga y afilada espada. Sus entrecerrados ojos se
lanzaron a izquierda y derecha.

193
—¿Qué? —preguntó el hombre a su lado, tensándose.
Silencio, después—: Me he equivocado.
—Bracken3 —refunfuñó alguien.
Traspasé la puerta… y jadeé. El interior del nuevo cuarto era como estar directamente en la
entrada del cielo. Un aterciopelado cielo negro, con brillantes y afiladas estrellas. Éste se
arremolinaba. Haciendo señas. ¿Era algún tipo de entrada? ¿No tenía el Targon que esperar a los
destellos solares? Quería desesperadamente tocar el líquido, pero me resistí a la tentación. Por
ahora, al menos. No podía arriesgarme a un viaje inter-planetario sin mi cuerpo físico.
Además, si esta era una entrada, podría terminar en un planeta peor que Targon. ¡Necesitaba
el collar!
Miré el entorno. Columnas altísimas se alzaban hacia el abovedado techo, y la piedra blanca
refulgía en todo mi alrededor, precediendo a una alta, altísima escalera. En la cima, descansaban
doce pedestales. Curiosa y deseosa, pero sobre todo esperanzada, subí la escalera. Cuando vi lo
que había dentro de cada vitrina, me reí. ¡El collar estaba aquí! Lo había encontrado. En realidad,
también había encontrado otros once.
Cada collar lucía una piedra diferente, aunque todos eran aproximadamente del mismo
tamaño. ¿De qué material estarían hechas las piedras? Me pregunté. ¿Y si esas piedras sustentaban
la fuerza magnética? ¿Y si esa piedra decidía a qué planeta llevar a su portador?
¿Qué piedra me llevaría a la Tierra?
Las estudié todas. Azul, rojo, violeta, verde, ámbar. Hice una pausa, recordando algo. La
piedra ámbar era la que me había traído aquí, lo que significaba que ese color representaba
Targon. Cabeceé, siguiendo mi búsqueda. Marrón, gris… Mi atención volvió bruscamente al
marrón, bebiendo cada detalle. Era opaca, un poco dentada, simple en colores.
Devyn lo había llevado durante la subasta. Casi dando saltos de alegría, concentré una masa
de energía entre mis manos. El aire pronto se arremolinó y chisporroteó, volviéndose más pesado,
más denso. Mi espíritu, también, comenzó a quemarse. A arder, arder. Hice una mueca, pero no
me detuve. Cuando el aire sostuvo el peso suficiente, usé las moléculas concentradas para levantar
el collar de su soporte y lo dejé planear entre mis manos.
Al instante las alarmas estallaron.
Rápidamente dirigí la energía y el collar hacía arriba, y recé para que nadie alzara la vista. La
legión de guardias asaltó la cámara, con las lanzas y las espadas levantadas, y sus ojos buscando
por todo el cuarto. Por suerte, no podían verme.
Eché una nostálgica mirada al fondo moteado y salí corriendo por la puerta abierta, tomando
el camino por el que había venido. Todo el tiempo, el collar se cernía sobre mí. A lo largo del

3
Idiota. (N. de T.)

194
camino, debí dar un giro incorrecto, porque no entré en el cuarto que albergaba mi cuerpo.
¡Maldita sea! Corrí hacia delante, entrando precipitadamente en todas las habitaciones que
encontraba, pasando por delante de los guardias que se dirigían al cuarto de los collares.
Por fin, y gracias a Dios, encontré mi cuerpo. El rey y sus mujeres se habían marchado, pero
mi cuerpo estaba justo donde yo lo había dejado. Entré rápidamente y descubrí que mis músculos
todavía estaban congelados. El collar se cayó del aire y aterrizó sobre el cojín a mi lado. Si pudiera
moverme, podría escaparme entre la confusión. Podría ocultar el collar.
¡Simplemente tenía que moverme!
Luché y luché por lo que pareció una hora, todo el tiempo permaneciendo inmóvil. El rey al
fin recordó mi presencia y regresó, cruzando de un tranco la estancia. Sus ojos ámbar estaban
entrecerrados cuando se paró frente a mí.
—¿Cómo lo hiciste? —preguntó, las palabras forzadas, cortantes.
Incluso mis labios rechazaron moverse.
—Contéstame —gruñó él.
Le fulminé con la mirada y dirigí mis ojos hacia mi boca. Comprendiendo por fin que no
podía hablar, el Targon me liberó de la parálisis.
—¿Qué has dicho? —Me arrastré lejos de él y la acción envió un dolor agudo por todo mi
cuerpo.
—¿Cómo robaste el collar? Falta mi collar a la Tierra, mujer, y sólo tú tienes interés en él.
—He permanecido justo aquí. —Esperando parecer despreocupada, cubrí el collar con mi
culo—. Tú te encargaste de eso. ¿Cómo podría haber robado algo?
Él extendió la mano, con intención de registrarme. Le di una patada en el pecho y él tropezó
hacia atrás unos pocos pies. Segundos más tarde, encontré mis brazos y la parte inferior de mi
cuerpo congelados otra vez. Una furia oscura corrió por mis venas. Odiaba lo fácilmente que él me
sometía.
Sus manos vagaron por cada una de mis curvas y huecos, pero no encontró nada. Su ceño se
profundizó, y el buscó por encima, al lado y debajo de mí. Fue ahí cuando vio la cinta de oro.
Frunciendo el ceño, la levantó y la empujó frente mi cara.
—¿Cómo lo conseguiste? —Cuando permanecí callada, añadió—: esta vez no he
inmovilizado tu boca. Contéstame.
Una oleada de impotencia se unió a mi furia, arremolinándose juntas en una tempestad que
se intensificaba. ¿Cómo podía superar una telequinesia tan poderosa?
La respuesta me golpeó con la fuerza de una pyre-arma.
No podía combatirlo como estaba, pero podría pelear con él de otra forma. Y al diablo con la
vulnerabilidad. Mis labios se curvaron en una perversa sonrisa.

195
—¿Por qué no te lo muestro?
Me centré rápidamente, y mi espíritu saltó de mi cuerpo. En segundos estaba detrás de él.
Reuní la energía en mis manos y la empujé contra él, clavándola en la cabeza. Devyn cayó de lado,
pero saltó fluidamente sobre sus pies. Frunciendo el ceño, él giró de mi cuerpo a mi espíritu.
Cuando falló en ver qué lo había golpeado, sus ojos se ensancharon.
—¿Qué ha pasado?
Después lancé una explosión de energía a su entrepierna, golpeando su precioso pene con la
suficiente fuerza como para dejarlo caer de rodillas, gimiendo de dolor. Él miró de nuevo mi
cuerpo y luego se echó hacia atrás, buscando el centro del cuarto.
—¿Cómo lo has hecho? —exigió.
Ahora que mis emociones habían sido liberadas, no podía contenerme. Junté los racimos de
energía y continué sacudiéndole. Una y otra vez, con toda la furia, rabia e impotencia de mi
interior. Él cayó, y usé el aire solidificado para atrapar su cuchillo. La afilada lámina se cernió en el
aire. Mientras sus ojos se abrían como platos, lo moví poco a poco hasta su cuello.
Él se quedó quieto, sin atreverse a respirar.
—¿Cómo se siente estando desvalido ante los poderes de otro? —Me burlé. Las palabras eran
un susurro en el viento, pero él las entendió.
Él abrió la boca para gritar por ayuda.
—Llama a tus guardias —dije, presionando el cuchillo aún más—, y será el último sonido
que hagas.
Su voz gorjeó hasta silenciarse.
—Eso está mejor. —Estabilizando el cuchillo con una mano, usé la otra para reunir la
suficiente energía y tirar de la dorada cinta anclada en su cuello.
—En el momento que me liberes, seré capaz de matar tu cuerpo. Un espíritu no puede vivir
sin su anfitrión.
—Eso es cierto —admití.
—¿Cuánto tiempo crees que puedes someterme así?
—Mientras esto dure. ¿Eres un hombre honorable, Devyn?
Por el rabillo del ojo, lo vi alzar la mano con la intención de agarrar el cuchillo y lanzarlo
lejos.
—Uh, uh, uh —dije, y empujé más energía hacia el cuchillo, clavándole la punta un poco más
en el cuello. Una gota de sangre de color ámbar se formó en su piel.
Un gruñido de frustración salió de su boca, pero dejó sus manos quietas.

196
—¿Eres un hombre honorable? —pregunté otra vez.
—Sí, maldita seas.
—Entonces júrame aquí y ahora que me enviarás a casa en el siguiente destello solar y te
dejaré vivir.
—No.
—¿No? Puedo matarte ahora mismo, entrar de nuevo en mi cuerpo y huir de este lugar.
—Nunca pasarías por delante de mis guardias. Fueron escogidos por sus capacidades
telequinésicas, así como su naturaleza sádica. Cuando ellos te descubran, van a hacerte lamentar tu
decisión de abandonarme.
—Apuesto a que tampoco nunca creíste que sería capaz de sostener un cuchillo contra tu
garganta.
Silencio.
—No vas a matarme —dijo él finalmente, el sudor goteando de su frente—. Eres una mujer y
una Raka. Tu gente podrá ser rara, pero son pacíficos. Sensuales. La violencia sólo es usada por la
clase dirigente.
—Tal vez soy parte de esa clase dirigente porque, verás Devyn, soy más que una agente del
gobierno. Soy una asesina. He matado a incontables personas, y asesinarte a ti no supondría
ningún problema. ¿Por qué crees que dejé a EenLi capturarme? ¿Por qué crees que mi hombre
trataba de comprarme? Así podría matar a EenLi y destruir su red de esclavos.
El Targon se puso rígido.
—Sin embargo, estoy dispuesta a dejarte vivir. —En el momento que había conocido a
aquellas mujeres de la celda, mi objetivo había dejado de ser el demostrar mi valor o que era la
mejor. Mi meta se había convertido en salvar. A las mujeres, a Lucius. Y estaba dispuesta a hacer
un trato con el mismísimo diablo para conseguirlo—. ¿Qué dices, Targon? Tu vida por un billete a
casa.
—¿Te irás a la cama conmigo en recompensa a mis molestias?
—No. Aunque te dejaré besar mis pies.
Él resopló. Una de sus manos se enredó ferozmente en su pelo mientras consideraba mi
oferta.
Obviamente, nadie jamás había conseguido superarlo, y no sabía qué hacer conmigo…
considerarme una auténtica amenaza o un nuevo entretenimiento. Si hubiera estado aquí de
vacaciones, podría haber disfrutado de las payasadas del rey…
—¿Qué dices? —exigí—. Me vuelvo impaciente.
—Pagué un buen dinero por ti —lloriqueó él.

197
—Entonces te lo devolveré.
—No puedes devolverme los dos guerreros que dejé por ti.
—¿Y si prometo no cortarte el pene? ¿Ayudaría eso a aliviar tu sentido de pérdida?
Él tragó aire.
—Tenemos un trato, Raka.

198
CAPÍTULO 25

SIEMPRE permaneciendo alerta, liberé la energía que sujetaba el cuchillo y el collar, estos
cayeron al suelo. Entré rápidamente de nuevo en mi cuerpo y salté sobre mis pies… Devyn fue fiel
a su palabra y no llamó a sus hombres ni tampoco intentó matarme. Simplemente se levantó y
sacudió el polvo de su kilt (o cómo diablos se llamara esa cosa). Todo el tiempo, una oscura
expresión tensando sus hermosos rasgos.
Junté los artículos caídos y lo afronté directamente.
—¿Tienes algo que decir?
—Estoy muy enfadado con todo esto.
—Lo superarás. ¿Cuánto tiempo falta para el siguiente destello solar?
Al principio, él no contestó. Empujó una mano a través de su pelo y miró al techo, antes de
expulsar finalmente un largo suspiro.
—No es necesario el destello solar. Ven —dijo. Con la sola palabra saliendo con la rapidez y
fuerza de una bala, él giró sobre sus talones.
Seguí tras él, sin todavía dejar caer la guardia.
—¿Qué quieres decir con que no es necesario?
—Los destellos solares sólo son necesarios para viajar en la Tierra, no en Targon. Aquí
usamos el Skyway.
El fondo parecido a un gel, comprendí. Memoricé aquella información, sabiendo que tendría
que darle un informe completo a Michael.
Cuando Devyn y yo cruzamos a zancadas el estrecho vestíbulo que conducía a la habitación
de piedra blanca donde yo había encontrado los collares, los guardias fijados en las paredes nos
prestaron toda su atención. Yo me sentía inquieta, preparada para volver a casa, con mis miembros
temblando.

199
—Abrid —dijo Devyn.
Dos de los hombres obedecieron inmediatamente, separando las puertas. Devyn y yo
entramos dentro. Cuando las puertas se cerraron tras nosotros, Devyn dijo—: Ese humano tuyo. —
Su tono mostró una falta total de interés, pero yo lo conocía mejor. Él no se dio la vuelta para
mirarme—. ¿Qué lo hace tan especial? Y no me digas que es tuyo. Hay una razón, algo que lo
diferencia.
Subí las escaleras saltándolas de dos en dos, el rey justo detrás de mis talones. Ese hombre
me llevaba junto a Lucius y las mujeres esclavizadas, por lo que me sentía generosa con él.
—Él remueve algo en mi interior —contesté—. Enciende mi sangre de un modo que no
entiendo.
—Yo podría hacer lo mismo. Te lo prometo.
—Quizás sí. Quizás no.
Una pausa. Después—: ¿Y si te llevo de vuelta a la Tierra para simplemente matar a tu
humano y sacarlo de mi camino? Si no está muerto ya —añadió. Él alzó el collar que yo todavía
sujetaba alrededor de mi cuello.
—No lo está, y sabes que te mataré si le haces daño. —Había depositado mucha confianza en
este egocéntrico hombre, pero estaba dispuesta a matarlo en cualquier momento… si él no me
mataba primero. Aunque estaba dispuesta a darle una oportunidad.
—Te quiero para mí —dijo él—. No he intentado ocultar ese hecho.
—¿No tienes nada de orgullo, verdad?
—No realmente. —Un perverso destello brilló en sus ojos y él me agarró de la mano, tirando
para que me detuviera. La luz del Skyway acarició su cara, iluminando su pálida piel. Un mechón
de su negro pelo cayó sobre su frente—. ¿Por qué no cerramos otro trato, tú y yo, ¡hmmm!? Te daré
mi real juramento de que te ayudaré a salvar a tu hombre si tú me das una sola noche contigo.
Me eché el pelo sobre el hombro con un rápido movimiento de muñeca.
—Ya tenemos un trato. Yo no utilizo el cuchillo sobre ti, y tú me llevas ahora a casa.
—Oh, pero puedo hacer más que simplemente llevarte a casa. Puedo salvar a tu hombre… y
darte a EenLi.
Él estaba mortalmente serio, sin ningún atisbo de broma en su expresión. El travieso destello
se había ido. Me quedé de pie, mirándole, la indecisión inundándome. Confiar en él. No confiar.
Una cosa u otra, él me ofrecía algo que yo no podía rechazar, no importaba el precio.
—Trato hecho —dije, la palabra formando un nudo en mi garganta.
Él asintió con la cabeza.

200
—El trato debe ser sellado con sangre. —Se arrodilló, arrastrándome con él y desenvainó una
daga de su costado. Él se tensó, pero no se movió cuando hizo un corte con la punta en su desnudo
pecho. La sangre color ámbar goteó bajo sus ondulados músculos.
—Dame tu brazo.
Indecisa, estiré mi brazo hacia él. Devyn cogió mi muñeca y pasó la hoja por mi piel,
cortándome. No profundamente, sólo lo justo para sacar sangre. Levantó mi muñeca y la pegó
contra la herida de su pecho. Pude sentir el latido de su corazón, un rápido boom, boom.
—Tienes mi promesa de ayuda, Eden Black. Tu hombre y enemigo serán los míos para
dártelos. —Él me señaló con una inclinación de barbilla—. Ahora tú.
—Tienes mi promesa, Devyn —dije, estremeciéndome por dentro. Si hubiera alguna otra
forma, la haría. Pero sabía que no lo había—. Una noche conmigo.
Después de que las palabras fueron dichas, el aire a nuestro alrededor se espesó, se volvió
tan moteado como el Skyway. Una fuerza viva. Parpadeé y miré a mi alrededor con sorpresa. Hasta
extendí la mano, deslizando la yema de mis dedos por el gelatinoso aire. Era tan fresco y efímero
como un sueño.
—Si alguno de los dos rompe la promesa, significa su muerte —dijo él, poniéndose en pie y
tirando de mí para colocarme a su lado. Me miró durante mucho tiempo y luego cabeceó—. El
trato está hecho. Vamos.
Nosotros zigzagueamos por varios vestíbulos más y por fin lleguemos al final de la escalera.
Mi brazo ardía, pero no hice caso del pequeño dolor. Devyn agarró mi mano y me empujó hacia el
fondo.
—Necesito un collar, también —dije, arrastrando mis pies para reducir la marcha.
—Solo agárrate a mí y estarás bien. —Él me lanzó un vistazo ilegible—. Todavía estás a
tiempo de cambiar de idea.
—No.
—Muy bien —suspiró.
—Qué pasa si… —quería saber qué pasaría si nos separábamos, pero él me empujó dentro de
la seca y extraña jalea antes de que pudiera terminar la frase. Fui aspirada al vacío. Mis pies
perdieron su sólida ancla y el latido de mi corazón se aceleró, casi explotando dentro de mi pecho.
Los gritos erupcionaron, enrollándose a mí alrededor como las hojas de la hiedra alzándose hacia
el sol. Las brillantes estrellas también pasaron zumbando por mi cabeza.
Un viento terrible me golpeó, empujándome desde todos los ángulos. Tuve que luchar para
permanecer derecha y me agarré desesperadamente a la mano de Devyn. Una y otra vez
girábamos alrededor, las centellantes estrellas dirigiéndose hacia mí.
El viento se volvió más violento y el Targon fue arrancado de mi agarre.

201
—¡No! —grité—. ¡Devyn!
Él llevaba el collar. Lo necesitaba para alcanzar la Tierra. ¿No era así? Sin él… A ciegas
caminé tanteando el aire con ambas manos, buscándolo. Buscando cualquier tipo de ancla.
En vez de encontrarlo, sentí que todo se quedaba quieto. Los gritos cesaron bruscamente. Las
luces se decoloraron. Mis pies golpearon algo sólido y me desestabilicé. Mi pulso siguió
martillando, pero recuperé el equilibrio. Abrí los ojos y jadeé.
Estaba de pie en un bosque lleno de altos y verdes árboles. El frío aire me envolvía, no seco
sino húmedo. Los grillos entonaban una perezosa melodía y la luz de la luna derramaba sus
nebulosos rayos sobre la hierba. Inspiré profundamente, inhalando lo familiares olores a pino y
suciedad. De la Tierra.
Los dorados mechones de mi pelo estaban pegados a mis sienes y me los eché hacia atrás con
dedos trémulos. Lo había hecho. Realmente había vuelto. Exploré el área en busca del Targon.
No estaba aquí.
No podía preocuparme por él ahora mismo. Tenía que encontrar un teléfono. Tenía que
llamar a Michael. Serpenteé a través de los árboles, mi determinación dándome alas. Ramas
nudosas azotaron mi cara, piedras y raíces intentaron hacer tropezar mis pies. Corrí durante más
de una hora, hacia los edificios que veía alzarse sobe el horizonte. El aliento quemó en mi garganta
y pulmones, pero nunca fui más despacio.
Cuando alcancé el primer edificio, comprendí que eran casas. Sólo en una brillaba una luz
intensa. Corrí a la puerta principal y golpeé la gruesa madera de roble. Cuando nadie contestó,
golpeé más fuerte.
—Detén ese jaleo —gritó alguien desde arriba—. Intento dormir.
Mi mirada siguió el sonido, y me encontré observando a un hombre de pelo plateado, con
una arrugada e irritada cara.
—Tengo que usar su teléfono.
—Usted tiene que aprender a callarse. Estoy cansado.
Frunciendo el ceño, cogí una piedra del vistoso y florecido jardín y rompí la ventana.
No tenía tiempo de forzar la cerradura o trastear el escáner de identificación dactilar. Su
sistema de seguridad estalló en una serie de agudos pitidos. Metí la mano por el destrozado cristal,
encogiéndome cuando un afilado trozo cortó mi piel, añadiendo otra herida, y rompí el sistema de
cierre anclado en la pared de al lado. La puerta se abrió por sí sola.
Empujé y entré dentro.
El hombre de pelo plateado bajaba corriendo las escaleras, con una pyre-arma de uso civil en
las manos.
—Estoy armado —gritó—, y dispararé a matar.

202
Me moví rápidamente, encontrándolo en mitad de camino, y él tropezó en la escalera. El
hombre apretó el gatillo, pero la corriente de fuego pasó zumbando sobre mi hombro. Mientras él
caía, le quité el arma de la mano. Cuando llegó al suelo, ya tenía el cañón apuntando a su corazón.
—¿Dónde está su teléfono? —exigí, mi pulso estable y seguro.
—No me haga daño —lloriqueó él.
—Sólo dígame donde está el teléfono y estará bien.
Las lágrimas se derramaban por sus mejillas mientras me señalaba con un inestable dedo
una mesa cercana. Odiaba haber aterrorizado al humano, pero no tenía tiempo para entrar en
detalles.
—Si se mueve, muere. ¿Lo entiende?
Un sollozo lo atormentó, pero él cabeceó.
Manteniendo la pyre-arma apuntándole, caminé hacia la mesa marcha atrás. Con una mano
marqué el número de la unidad de Michael. El hombre de pelo plateado no movió ni un músculo.
—Black —contestó rápidamente mi jefe.
¡Qué maravilloso sentir su voz!
—Michael, a Lucius le han disparado.
—¿Eden? —Sorpresa, felicidad y alivio se mezclaron en su tono—. ¡Dios mío, Eden, dime
que eres tú! No hemos sabido de ti en tres días. Perdimos la señal y pensé…
—Estoy bien pero no tengo mucho tiempo. —Habían pasado tres días, pese a que en Targon
sólo había pasado uno—. ¿Has hablado con Lucius? ¿Has conectado con él?
—La última vez que conectó conmigo, me dijo que habías sido secuestrada como planearon y
que iba a comprarte. Después de eso, no tuvimos noticias suyas de nuevo. Hemos estado
buscándolo, pero no hemos logrado rastrearlo. Teníamos localizada su ubicación y lo buscamos
allí. Nada. ¿Qué pasó?
—Jonathan Parker le pegó un tiro.
—¿Está…?
—¡No! —grité. Todavía no estaba preparada para considerar esa posibilidad—. Creo que lo
tiene EenLi y quiere venderlo como esclavo. También tiene cinco mujeres, lo que significa que
estará preparando la venta. ¿Sabéis donde se encuentra EenLi?
—No, pero Jonathan Parker fue hallado muerto.
—Lo sé. Yo lo maté. Michael —dije, mi voz vacilante—. Te necesito.
—¿Dónde diablos estás, cariño? Estaré allí tan rápido como pueda.

203
—¿Dónde estoy? —pregunté al hombre al pie de la escalera. Mi urgencia me hizo parecer
feroz, mortal.
Su cara ya pálida se puso blanca ante mi renovada atención, y balbuceó unos cuantos
sonidos ininteligibles.
—Dime donde estoy —dije con gentileza—. Por favor. No voy a hacerte daño.
Mi suavidad lo sacó del shock inducido por el terror.
—Nueva Mon-montana —tartamudeó.
—Nueva Montana —le dije a Michael—. ¿Puedes localizar mi señal ahora?
—Voy a ver. —Pasó un momento, el eco de su respiración y las teclas del ordenador como
único sonido—. Te tengo ahora —dijo con satisfacción—. Te traeremos a casa, niña, vamos a
traerte a casa.
—No. Necesito que me lleves de vuelta a Nueva Dallas. De vuelta a la casa donde me
retuvieron. EenLi todavía está aquí, lo sé, y eso significa que Lucius también lo está. Ellos todavía
podrían estar dentro. Tenemos que salvarlo, Michael. Y a las demás, también.
—Lo haremos —dijo él, escuchando mi pánico—. Lo haremos. Te lo prometo.
El ruido de las sirenas de la policía llegó de fondo. Sus luces rojas y azules pronto lo
siguieron.
—Solo ven tan rápido como puedas —dije y abandoné la casa por el mismo camino por el
que había venido.

204
CAPÍTULO 26

—¿RECLUTASTE la ayuda de un Targon? —gruñó Michael.

La familiar voz salió por los auriculares que cubrían mis oídos y fue tan calmante como el
hechizo de un sacerdote vudú. Miré fijamente por la ventana del aerodeslizador experimental,
apreciando el oscuro y casi aterciopelado cielo, con sus estrellas que brillaban como diamantes. El
motor del vehículo era pequeño y tranquilo, emitiendo sólo un leve zumbido cuando la máquina
(de veintitrés millones de dólares) se elevó en el aire.
Ya le había explicado cómo funcionaban los destellos solares y le había comentado lo de los
collares. Le había hablado del hombre de EenLi que tenía un electro-arma y él lo escuchó en un
pétreo silencio. No estaba segura de cómo presentí que, a la primera cosa que él había reaccionado,
fue con mi participación con el Targon.
—¿Te das cuenta —siguió, hablando por la pequeña boquilla negra—, que ese rey Targon,
como coño se llame, ahora mismo podría estar advirtiéndole a EenLi sobre ti? Tu tapadera podría
ser descubierta por completo.
Mi tapadera había sido descubierta, pero no se lo indiqué.
—Salvar a Lucius es lo importante. Salvar a las mujeres es lo que importa. Nada más. —Y
después del juramento de Devyn, no creía que él me traicionaba. Aquel juramento había parecido
tan… oficial. Tan amenazadoramente mortal, justo como había asegurado—. Tal vez Devyn le
haya contado a EenLi que llegué aquí después de él, o tal vez no. De una u otra forma, lo
perseguiré.
Michael expulsó un frustrado suspiro a través de los dientes.
—Bien —dijo—. Te dejaré ir al edificio, pero llevarás a Ren y Marko contigo. Ellos irán a…
—No. Iré sola. —Estaba dispuesta a usar al Targon.
Tenía poderes que podían funcionar a mi favor. No llevaría a humanos, sobre todo no a los
agentes de Michael. Después de ver a EenLi con aquel electro-arma, sabía que había una muy

205
buena probabilidad de que Michel tuviera un espía. No podía arriesgarme a que EenLi se ocultara
en la clandestinidad de nuevo.
Se lo expliqué a Michael, pero él sacudió la cabeza.
—EenLi y yo trabajamos en aquella arma juntos. No hay un espía. Llevarás a mis hombres y
punto.
Tal vez no hubiera un espía pero aún así no estaba dispuesta a arriesgarme.
—Supongo que eso quiere decir que dimito. —Por fin me di la vuelta y lo afronté. Su
expresión era dura, resuelta. Creo que tenía más canas que la última vez que lo había visto—.
Ahora intenta darme órdenes.
Algo frío y duro centelló en sus ojos… algo que jamás había sido dirigido a mí antes.
—¿Estás dispuesta a dejar tu puesto en la agencia, dejar todo por lo que has trabajado, sólo
para salvar a Lucius tú sola?
—Así es —contesté sin vacilar—. Es más seguro así.
—Bueno, ¿sabes qué? Al hombre que tan desesperadamente quieres salvar no le pagó el
gobierno para que fuera tu compañero. Le pagué yo para que te mantuviera a salvo. Yo
personalmente. Y falló.
—¿Perdón?
—Tenía que mantenerte a salvo de EenLi y matarlo él mismo. Debía protegerte y traerte a
casa indemne. Y no hizo ninguna de las dos cosas. Falló.
Mi estómago se encogió mientras sus palabras calaban en mí y me traían un recuerdo a la
memoria. Una vez, cuando me encontré con Lucius por primera vez, me dijo algo sobre ser pagado
por Michael. En ese momento, no había pensado en ello, pero debió ser un desliz de su parte.
Una mezcla de sorpresa y enfado se vertió en mi interior.
Lucius debería habérmelo dicho. Había tenido muchas ocasiones mientras estábamos en la
cama juntos. No me gustaba que me hubiera mentido. De todos modos, eso no cambiaba cómo me
sentía con respecto a él. Lo castigaría por esa mentira, por supuesto, pero primero le salvaría la
vida.
—Quieres que esté cabreada con él, y lo estoy. Pero también estoy enfadada contigo. Le
pagaste, Michael. ¿En serio confías tan poco en mí? —Mi voz era calmada. Herida—. ¿Realmente
me ves como alguien tan incapaz?
Cuando comprendió que el calor más oscuro de mi cólera no iba dirigido a Lucius sino a él,
experimentó su propia oleada de sorpresa.
—Te quiero. Haré lo que tenga que hacer para mantenerte a salvo. Por favor. Lleva a algunos
de mis hombres contigo.
Y ya estaba. Era todo lo que tenía que decirme. La tristeza me golpeó.

206
—Sé que me quieres, Michael, pero ahora entiendo que jamás me verás de la forma que
quiero… y necesito. Como una mujer fuerte y valiente… una mujer que concluirá
satisfactoriamente cualquier tarea. Esa es la forma en que Lucius me ve —dije, y comprendí que
era cierto.
Él me había dicho que estaba orgulloso de mí, que había hecho un buen trabajo. Me había
soltado en la guarida del león, sin una palabra, y confió en mí para encontrar una salida.
—Mantengo mi dimisión —dije—. Voy sola.
Las ventanas de su nariz llamearon y sus mejillas enrojecieron, señal de que estaba enfadado
ante mi negativa a abandonar.
—Si ya no eres un agente, no tienes nada que ver con Lucius. Te llevaré a casa. De todos
modos, necesitas descansar.
—Llévame a Nueva Dallas —dije con brusquedad—, o juro por Dios que me uniré a EenLi y
me convertiré en su mano derecha. —Y lo haría.
Haría lo que fuera necesario por Lucius y las mujeres.
—Cuando era niña, solías decirme que contarías hasta tres si no te hacía caso. Y si llegabas
hasta tres y no obedecía, sería castigada. No es que alguna vez viera ese castigo, realmente.
—Esto no es lo mismo, Eden.
—Uno.
—Por favor. Déjalo estar.
—Dos.
—¿Por qué haces esto?
—Tre…
—De acuerdo. —Los labios de Michael eran una línea, pero asintió rígidamente con la
cabeza—. Te llevaré a New Dallas. Y te enviaré directamente al corazón del peligro, sola. —Sabía
que jamás hacía amenazas vacías—. Solamente no grites cuando envíe a mis chicos detrás de ti.
Estás advertida. —Con movimientos rígidos, tocó un botón al lado de sus auriculares, cambiando
el enlace de comunicación con la del piloto.
Cuando devolvió la conexión conmigo, dije:
—Dame el mapa de la casa donde estuve retenida.
Lo hizo y un ratito más tarde aterrizamos en Nueva Dallas. Apresuradamente, me cambié
con la vestimenta estándar de un agente que Michael me había traído (pantalones negros, camisa,
botas y armas, montones y montones de armas) y luego pillé del aerodeslizador una bolsa de lona
negra cargada de más armas y cosas necesarias.

207
Abandoné la pista de aterrizaje privada a pie, sin otra palabra para o de Michael. En el
momento que estuviera lo suficientemente lejos, sabía que ordenaría a dos de sus hombres que
siguieran mis pasos. Para protegerme, pensé frunciendo el ceño.
Cuando llegara a EenLi, harían más mal que bien. Alertándolo, quizás. Asustándolo y
enviándolo lejos.
Fingiendo despreocupación, hice entrar a los hombres en un callejón oscuro.
Lamentablemente, la pyre-arma de mi bolso sólo aturdía e inmovilizaba a otros-mundos. Por suerte,
el bolso también tenía un prototipo para los humanos. Había puesto en práctica el arma sólo una
vez antes, y ahora rezaba por no freír a los hombres de Michael como una barbacoa en el Cuatro de
Julio por equivocación.
Cuando entraron en el callejón, apunté y disparé. Un delgado rayo rojo estalló, congelando al
primer hombre en el lugar. El segundo sacó su arma, pero yo ya había cambiado de objetivo,
apretado el gatillo y otro delgado rojo salió disparado. Ese lo golpeó justo en el centro del pecho.
—Lo siento, chicos —dije, empujando sus cuerpos congelados a las sombras.
Conecté sus unidades móviles para que Michael pudiera rastrearlos cuando no informaran.
Sólo entonces, entré en una calle abarrotada de coches aparcados. Escogí el más caro y el más
protegido porque sabía cómo reprogramarlo. La suerte estuvo de mi lado. El lujoso sedan negro
estaba oculto en las sombras. Arrodillándome, abrí mi bolsa de lona, retiré los instrumentos
apropiados y usé un mini cúter para cambiar la almohadilla de identificación dactilar y luego
inserté un nuevo chip de control. Todo normal. La puerta lateral del conductor se abrió
automáticamente. Entonces programé de nuevo el control de mandos con mis datos personales, y
el coche rugió a la vida.
Rápido. Fácil.
Seguí el mapa que Michael me había dado y conduje hasta llegar a una milla de distancia de
la casa, no dispuesta a arriesgarme a que las cámara de seguridad ocultas me descubrieran por
pararme demasiado cerca. Aparqué el coche en unos matorrales y salí. No me molesté en coger la
bolsa de lona. Todo lo que necesitaba lo tenía atado a mi cuerpo.
Sobrecargada por el peso de las armas, tuve que moverme despacio a través del bosque, con
los rayos de la luna dirigiéndome. Para colmo, el aire era cálido y seco.
Por fin, la vieja casa entró a la vista. Su apariencia era la de una casa media, con paredes bien
mantenidas y de color gris piedra. No demasiado grande. Oleadas de emoción me alcanzaron:
furia, esperanza, temor. Durante un instante, recordé la primera misión que me había llevado a
EenLi. En aquel entonces también había entrado sola. Y también había fallado. Pero ahora no
fallaría. Había demasiado en juego.
Aunque las luces estaban apagadas, provocando que la aislada residencia pareciera vacía, no
relajé mi guardia. Mis ojos constantemente anotaban los detalles de mi entorno. No quería tropezar
con un cable o detector de movimiento que alertara a los habitantes de la casa de mi acercamiento.

208
Con la pyre-arma en una mano y un cuchillo en otra, entré en la casa. Ninguna alarma sonó.
Me moví en las sombras, buscando en cada cuarto, esquina e incluso mazmorra. Los guardias se
habían ido; las mujeres se habían ido.
Lucius se había ido.
—Joder —gruñí.
Me apoyé en la esquina de una pared de la sala donde mi subasta había tenido lugar…
observando fijamente la sangre seca sobre la alfombra. La sangre de Lucius. El gran charco se
mezclaba con la de Jonathan, otorgando al aire un fuerte olor metálico.
¿Dónde estaba Lucius? ¿Dónde habían llevado a las mujeres?
Piensa, Eden, piensa. ¿Dónde habría ido EenLi desde allí? Lo más probable que al mismo lugar
en el que se había estado ocultando durante todas esas semanas… el lugar que habíamos sido
incapaces de descubrir.
Una tabla crujió.
Mis manos se apretaron alrededor de mis armas. Instintivamente me hundí más
profundamente en las sombras, girando despacio para encontrar la fuente del ruido.
—Eden —dijo una familiar voz masculina—. Sé que estás ahí. Puedo oler tu esencia de
mujer.
Mi boca se estiró en una mueca y no relajé el agarre de mis armas.
—¿Como hiciste para llegar tan rápido? Yo tuve que coger un aerodeslizador.
—Sabía donde aterrizar. —Él entró en la sala de estar por completo. Los rayos de luna se
desbordaron a través de la lejana ventana y lo bañaron en su luz—. Aquí no encontrarás a nadie.
—Lo sé. —También abandoné las sombras mientras enfundaba mi pyre-arma—. ¿Sabes
dónde está EenLi?
Sonrió ampliamente, con su familiar expresión de satisfacción.
—Por supuesto que sé donde está. Soy su mejor cliente.
Di un paso hacia él.
—Juraste ayudarme, y te haré cumplir tu palabra. Llévame hasta él.
Su sonrisa se ensanchó, desplegándose por toda su cara. Tan hermoso. Tan necesitado de
una paliza.
—También me prometiste una noche. Aunque fallemos en concretar algunos detalles, como
quién conseguirá su recompensa primero.
Así que quería negociar de nuevo. Fingí ablandarme, hundirme en su cuerpo. Al instante,
sus brazos me envolvieron. Dejé que mi cuchillo se deslizara por mi muñeca hasta que mis dedos
rodearon la empuñadura, y luego moví poco a poco el afilado borde hasta su pene.

209
—Por supuesto. Renegociemos.
—Oh, Eden, eres tan predecible. Como notarás, llevo un escudo metálico esta vez.
Fruncí el ceño mientras envainaba el cuchillo. La intimidación no funcionaría con ese
hombre, ese demonio sexual.
—¿Me ayudarías por un beso?
—¿Sólo uno?
—Con lengua —gruñí.
—¿Ahora?
—Ahora. —Me puse de puntillas, para permitirle llegar hasta mí.
—Trato hecho. —Lenta, muy lentamente, bajó la cabeza.
Nuestros labios se encontraron, suave y apaciblemente. Devyn no me dio la lengua. No, hizo
que yo le diera la mía. Ahuequé sus mejillas, cambiando el ángulo de su cabeza, y después metí la
lengua en su boca.
Sus brazos se cerraron sobre mi cintura, manteniéndome cautiva en su abrazo. Sabía a calor y
virilidad. Era fuerte; todo un hombre. Pero no era Lucius, y no provocó que ardiera por más.
Se apartó de mí con pesar y arrastró la punta del dedo por la comisura de mis labios.
—Debo haber perdido mi toque.
—EenLi —incité.
—Está en su almacén, y si tu humano está vivo, también estará allí. Pronto será vendido
como esclavo.
Frunciendo el ceño, negué con la cabeza.
—No están en el almacén. Lo tenemos controlado.
—Sí, me enteré de eso. Qué pena que no advirtieras el otro.
El aire se quedó atascado en mis pulmones. Jamás había pensado, ni siquiera una vez, que
EenLi pudiera poseer otro almacén. Me sentí una estúpida y quería gritar. Bailar. Eso era; por fin
estaba en el camino correcto.
—¿Dónde está?— Mi voz sonó cruda, ronca por la emoción.
Devyn suspiró, y su cálido aliento sopló sobre mi mejilla.
—Pues, al lado del primero. ¿No es esa la mejor manera? ¿Esconderse bajo la nariz de tus
enemigos, y así ellos jamás te encontrarán? Hay una gran venta ésta noche, una venta a la que
desde el principio planeaba acudir.
Sí, eso era. Prácticamente tarareé con la fuerza de mi entusiasmo.

210
—Necesito que me lleves a esa venta.
—Y yo necesito que me prometas otro beso.
—Hecho. —No vacilé.
—Es un placer negociar contigo, dulce. —Se inclinó hasta que sus labios rozaron mi oreja—.
Pero, ¿sabes qué? Te habría llevado a la venta —dijo, arrastrando las palabras y proporcionándoles
un apropiado acento tejano—, gratis.

211
CAPÍTULO 27

DEVYN guardaba un coche en este mundo, así que abandoné el que había robado y subí a su
elegante Jaguar rojo aparcado detrás de la casa. Mientras conducíamos hasta el segundo almacén
de EenLi, mi estómago se encogió y mi sangre se calentó. Una apacible música clásica salía de los
altavoces, lo que me sorprendió. Había esperado que a Devyn le gustara el rock, rápido y duro, del
modo que a él le gustaba el sexo.
Los minutos pasaron mientras corríamos por la autopista.
Y otros más.
Incluso pasaron más sin decir ni una sola palabra.
—¿Qué pensaste de mi beso? —me preguntó.
Creo que solamente quería romper el silencio. Quizás aliviar mi tensión.
—Estuvo… bien.
—¿Bien? ¡Bien! —Sus ojos color ámbar brillaron por la afrenta—. Esperaba escuchar palabras
como magnífico. Maravilloso. Sin par. No bien.
—¿Le faltó algo, vale? No seas crío.
—No le faltaba nada.
Me pellizqué el puente de la nariz.
—¿Te importa si te doy un consejo, Devyn?
—Sí. —Todavía parecía ofendido—. Me importa.
—No fuerces las decisiones de una mujer. El beso habría sido mejor si hubiera querido
dártelo.
—No habría habido beso si no te hubiera empujado a ello. —Cambió en su asiento—. No
creas que faltará algo cuando tengamos nuestra noche juntos.

212
No di ninguna respuesta. En verdad, no sabía qué decir. Le daría su noche porque se lo había
prometido. Eso no quería decir que disfrutara con ello o que fuera una participante impaciente.
Por fin alcanzamos nuestro destino. Fuimos más despacio y después paramos por completo.
Había una larga hilera de coches delante de nosotros esperando al aparcacoches, supuse. Girando
hacia la ventana, observé atentamente el polvoriento y especioso almacén. Una muchedumbre,
tanto otros-mundos como humanos, entraban sin ninguna prisa, atiborrando el edificio.
—Tenemos el otro almacén bajo vigilancia. ¿Por qué no hay agentes por todo el lugar?
—Vuestras cámaras de vigilancia son fáciles de manipular. ¿No es esa la razón por la que
fueron prohibidas sin licencia?
Mis labios formaron una mueca y me pasé los dedos por pelo.
—Bien. Esto es lo que vamos a hacer —le dije a Devyn con un suspiro—. Cuando entremos,
quiero que finjas estar impaciente por participar en la subasta. También quiero que finjas que eres
mi amo.
—¿Fingir? —Acarició el escáner de programación con sus gruesos dedos y me sonrió
ampliamente.
—Sí, maldita sea. Fingir —dije, malinterpretando a propósito lo que quería decir—. ¿Puedes
actuar, no? —El coche avanzó un poco.
—Oh, sí que puedo. ¿Pero puedes tú? Tendrás que fingir que eres mi esclava.
Su diversión me irritó.
—Lo haré. —Odiaba tener que depender tanto de él, pero no tenía más remedio.
No podía hacer eso sin él, y ambos lo sabíamos. No con éxito, al menos. Primero Lucius,
ahora Devyn. Siempre había estado orgullosa de ser una mujer capaz de realizar un trabajo bien
hecho sola. Admitir que necesitaba ayuda me dejaba un sabor amargo en la boca. Pero ahora
mismo estaba tan preocupada en salvar al hombre que amaba, que eso me importaba una mierda.
¿Amaba?
Casi gemí. Lo hacía, comprendí. Lo amaba. De algún modo, durante esa misión, se convirtió
en todo para mí. Era inteligente, ingenioso. Intenso. Sarcástico. Era todo lo que necesitaba en mi
vida, pero que no sabía hasta ese momento.
El coche se movió otra pulgada.
—Una vez que Lucius y las demás estén a salvo, te necesitaré para acercarme a EenLi.
¿Estará aquí ésta noche, verdad?
—En el pasado ha asistido a todas las subastas, así que espero que esté en ésta. ¿Vas a
matarlo?
—Sí —contesté sin vacilar, el placer goteando en mi tono.

213
La cabeza de Devyn se inclinó a un lado mientras consideraba mis palabras.
—No creo que lo quiera muerto.
—¿Por qué demonios no? Es malo.
—Sí, pero me suministra a mis mujeres.
Hice rodar los ojos.
—¿Por qué esclavizas así a las mujeres? Eres un hombre guapo. Hembras de todas las razas
se irían contigo si sólo se lo pidieras.
Una de sus cejas se arqueó.
—Tú no lo has hecho.
Buen punto.
—Soy la excepción a la regla.
—No por mucho tiempo —dijo con chulería.
Mientras hablaba, alzó la mano y remontó un dedo por mi muslo. Su piel era rasposa y
sorprendentemente fría, un dulce contraste con el calor de fuera.
—Quita tu mano antes de que te quedes sin ella. Tu noche todavía no ha comenzado.
Su boca se estiró en una amplia sonrisa, pero hizo como pedí y apartó la mano.
—Que susceptible. Deberías estar contenta, pequeña Raka. Pronto, si no es esta misma noche,
estarás entre mis brazos. ¿Dónde está tu alegría? ¿Tus palabras de gratitud?
—Tus otras mujeres consiguieron arañarte y sacarte sangre. Ese es el único pensamiento
alegre que me provocas ahora mismo.
—Mujer tonta. —Su sonrisa se borró lentamente y su expresión se volvió mortalmente seria.
El hombre de humor fácil se había ido y en su lugar quedó el rey de Targon. Ignoraba qué
había provocado ese cambio, pero podía adivinarlo. Realmente empezaba a disfrutar de la intriga
y el peligro de esa misión, y estaba dispuesto a ganar.
—Cuando entremos —dijo, su tono tan frío como había sido su toque—, tienes que caminar
dos pasos detrás de mí y te sentarás a mis pies cuando tome asiento. —Le lanzó una mirada a mis
negros pantalones y camisa—. Necesitarás llevar algo más sexy. Jamás sacaría a mi esclava en
público así. ¿Qué la pasó a tu ropa rosa?
—La tiré. Y no tengo nada más que ponerme.
—Entonces quítatela —dijo, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Frunciendo el ceño, me arranqué la camisa y la lancé al asiento de atrás, quedándome en
sostén. Era negro y no particularmente atractivo, pero hacía resaltar mi dorada piel de un modo

214
agradable. Varias empuñaduras sobresalían de la cinturilla de mis pantalones. Sin la camisa, mis
armas también eran visibles. Tuve que quitarme la mayor parte de ellas.
—Sal de los pantalones —ordenó Devyn.
—Vete al diablo —dije, pero desenfundé un cuchillo y corté la pernera de los pantalones
hasta que me quedé con un diminuto trozo de tela que cubría la curva de mi trasero.
—Mucho mejor. Ahora libera tu pelo de su confinamiento.
Rasgué la cinta del pelo, y los sedosos mechones cayeron al instante sobre mis hombros y
espalda.
—No puedo esperar para tenerte —dijo con un deseoso jadeo.
Bueno, estaba a punto de tenerme.
Nuestro coche por fin se puso al principio de la hilera y paramos. Un humano vestido como
un vaquero me abrió la puerta y salí. El aire de la medianoche estaba impregnado con los olores
del heno y el humo de los coches. Los ojos del humano me recorrieron, su cara iluminándose por el
asombro. No creía siquiera que se diera cuenta que había alzado la mano hacia mí, con la intención
de acariciar mi desnudo estómago. Me aparté, sin querer que sus dedos tocaran ninguna parte de
mi cuerpo.
Devyn dio la vuelta al coche y se puso frene a mí, luciendo tan sexy como el infierno con kilt
verde musgo y su camisa blanca. Su brillante pelo castaño estaba recogido en una cola de caballo y
sus ojos color ámbar centellantes. Sin una palabra, comenzó a andar, esperando que lo siguiera. Lo
hice. La gente se separó automáticamente ante él cuando entramos en el edificio. Sentí que muchos
me miraron fijamente pero no reconocía a ninguno de ellos.
Mis botas golpearon el sucio suelo. Devyn se detuvo para hablar varias veces con algunos
conocidos, y usé ese tiempo para buscar a EenLi. Que yo pudiera ver, no estaba por ninguna parte,
lo que provocó que fragmentos de frustración laceraran a través de mí. ¿Y si no asistía?
Pronto fui conducida a un grupo de sillas plegables alineadas frente a un andamio y mi
corazón tronó en mi pecho. Encima del andamio estaban los esclavos. Sus manos estaban atadas
por encima de sus cabezas y sujetos a una viga de madera. Llevaban brumosos trajes blancos,
fácilmente separables y desprendibles para la inspección.
Vi a las cinco mujeres de la celda y mis rodillas casi cedieron de alivio. Sus caras estaban
pálidas por el miedo pero todavía estaban vivas. También había otras seis mujeres que no reconocí.
Tampoco reconocí a los fuertes y musculosos hombres atados al lado de ellas. Mis ojos se lanzaron
hacia los demás, los del fondo, pero no podía verlos a todos. Lucius, Lucius, canturreaba mi mente
mientras lo buscaba, rezando para que estuviera allí. Mis músculos se tensaron con fuerza sobre
mis huesos.
El rey Targon reclamó un asiento en la primera fila. Recordando sus palabras, me senté
rígidamente a sus pies. ¡Dios, no quería hacerlo! Quería estar de pie, gritar, actuar.

215
Paciencia, me recordé a mí misma. Paciencia.
Él me acarició la cabeza.
—Buena chica —dijo, obviamente disfrutando de eso.
Mi nueva posición no cambió mis acciones. Seguí examinando a los esclavos. Uno al final del
andamio estaba parcialmente oculto por las sombras y los dos hombres que lo inspeccionaban.
Las piernas del esclavo estaban extendidas, su traje separado, y pude ver su bronceada piel.
Durante un minuto, mis pulmones se negaron a tomara aliento.
Tragué, dispuesto a apartar a los hombres que entorpecían mi línea de visión. El sudor perló
mi frente y con manos temblorosas agarré un puñado de tierra.
Moveos, gritó mi mente. La paciencia se mostraba esquiva, así que dejé de intentar
encontrarla.
Por fin los hombres salieron sin prisas del andamio, dándome una vista clara del esclavo.
Mis pulmones saltaron a la acción, y por fin inspiré una bocanada de aire. Casi salté sobre
mis pies y subí corriendo los escalones de madera. Él estaba allí. Lucius estaba allí. Y estaba vivo.
El alivio y la alegría me golpearon tan potentemente, que podría haber llorado. Sus rasgos eran
inexpresivos y pálidos; su falsa cicatriz había desaparecido y estaba dispuesta a apostar que le
habían quitado las lentes de contacto. El traje le cubría los hombros y el pecho, por lo que no podía
ver su herida. Pero su ropa no estaba ensangrentada y eso quería decir que había sido vendada.
—Te dije que estaría —dijo Devyn.
Una mujer se acercó a Lucius, separó su traje, y miró fijamente su desnudez. Su gran silueta
bloqueó mi propia inspección. Lucius aceptó pasivamente su revisión, algo que no era propio en
él.
¿Qué le pasaba?
No quería, pero desvié la mirada hacia Devyn.
—¿Ves la mujer al final del andamio?
Sin bajar la vista hacia mí, asintió con la cabeza.
—Haz que se mueva. Por favor.
Al instante, la mujer gritó y cayó por el borde, como si hubiera sido propulsada por una gran
ráfaga de viento. Me levanté de un salto, esperando captar la atención de Lucius.
Sus ojos se movieron con apatía sobre la muchedumbre y entonces… nuestros ojos se
encontraron.
El alivio, la esperanza, la alegría, la furia, todo cruzó por su cara (todas las emociones que yo
misma sentía) y salió de su pasiva neblina. Tiró de los lazos de sus muñecas, sacudiendo el
andamio entero.

216
—Llévame a él —susurré, mirando a Devyn—. Por favor.
—Desde luego. Favor por favor —dijo. Se levantó con los ojos al frente—. Me seguirás sobre
tus rodillas, esclava.
Me incliné y avancé lentamente tras él. Arena y rocas se clavaron en mi piel. Hasta avancé
lentamente sobre los astillados escalones. Lo soporté sin comentarios, conociendo a dónde me
conducía eso.
Cuando alcanzamos a Lucius, Devyn se paró y le sonrió.
—Vamos a comprarte —dijo—. Nos pertenecerás.
Lucius sólo tenía ojos para mí.
—Ella está…
—Está bien.
Cabeceé para dejarle saber que era cierto.
—Ha negociado mucho para conseguir liberarte. Espero que sepas apreciarlo.
La frente de Lucius se arrugó con curiosidad, pero Devyn no explicó nada más. Se alejó, de
vuelta a su silla, y tuve que seguirlo. Quería regresar corriendo a Lucius, y de hecho casi lo hice,
pero Devyn lo sintió y me paralizó con su escudo mental. Mientras mi corazón palpitaba y mi
sangre se aceleraba, intenté decirle a Lucius con los ojos que todo iba a ir bien.
—Eden —dijo el Targon de pronto—, me duelen las pantorrillas de subir esa escalera.
Masajea los músculos por mí.
Lo afronté con un fulgor mortal en mi mirada. Dio una cabezada casi imperceptible hacia
Lucius y me liberó del confinamiento. Libre para moverme, comencé a amasar con mis dedos sus
pantorrillas, usando tanta fuerza que soltó un silbido de dolor que intentó cubrir tras una tos.
—Esto no es un juego —murmuré entre dientes.
Lucius miró de Devyn a mí, y una chispa de comprensión iluminó sus ojos. Furioso,
corcoveó contras sus cadenas, provocando que un chorrito de sangre bajara por sus brazos.
—Ponlo a dormir —supliqué, deteniendo el masaje y prestándole al Targon toda mi
atención—. Por favor, ponlo a dormir como hiciste antes. Los guardias lo someterán si sigue así.
Con otra rígida cabezada, miró a Lucius y al cabo de unos segundos los músculos de Lucius
se relajaron. Su cabeza cayó laxa hacia delante cuando se hundió en profundo sueño.
—Gracias —susurré—. Gracias.
—¿Lo ves? No soy un hombre tan malo, Eden.
—¿Te debo otro beso? —No pude mantener el agravio en mi voz.
Él frunció el ceño.

217
—Soy capaz de dar regalos gratis.
En ese mismo momento, los murmullos de la muchedumbre se calmaron. La gente comenzó
a separarse, y susurros de «EenLi» llenaron la estancia. Alcé la cabeza e inspeccioné el edificio,
estrechando los ojos mientras un profundo y arraigado odio me llenaba.
EenLi acababa de entrar en el almacén.

218
CAPÍTULO 28

TODOS se apresuraron a reclamar sus asientos mientras EenLi subía por las escaleras y
caminaba hasta el centro del escenario. Mientras andaba, saludaba y guiñaba el ojo a la gente,
como si fuera una superestrella y todos los demás fuéramos sus fieles admiradores. Un completo
atuendo de cowboy cubría su delgado cuerpo. Sombrero vaquero, chaleco, espuelas… parecía
ridículo. Sonriendo, él levantó las manos en un gesto para que todos guardáramos silencio.
Mi odio creció, rebosó y estalló. Podría lanzarle mi daga y clavarla en su garganta, pero no
quería matarlo a distancia. Quería hacerlo en persona, estar cerca, y así no habría ninguna duda de
su muerte, ningún error.
—¿Puedes ponerlos a todos a dormir? —pregunté a Devyn en un murmullo. Si la gente, los
guardias, y EenLi cayeran desmayados al frío suelo, caminaría alegremente por el escenario y
apuñalaría a EenLi en el corazón. No es que él tuviera uno.
Devyn pensó en ello durante un momento.
—Uno por uno, creo que sí, podría hacerlo.
—Hazlo —dije, la palabra saliendo fustigada de mi boca—. Ahora. Por favor.
—No.
—Por favor.
—¿Dónde estaría la diversión en eso? Recorrí todo este camino, perdí dinero y dos guerreros,
y espero un espectáculo que garantice mi entretenimiento.
Me mordí la lengua hasta que saboreé la sangre bajando por mi garganta.
—Os doy la bienvenida —dijo EenLi, acallando nuestra conversación—. Bienvenidos todos.
El A.I.R. pensó que podrían cerrarnos, pero aquí estamos.
Los aplausos estallaron.
Después de un rato, EenLi agitó de nuevo las manos en busca de silencio.

219
—Tengo el honor de tenerlos a todos aquí, a tan honrados invitados como son el rey de
Morevv y el rey de Targon. —Sus ojos se detuvieron en Devyn—. Veo que trajo a su esclava,
Devyn.
El Targon cabeceó regiamente, sus dedos acariciando mi pelo.
—Lo hice, pero uno nunca tiene suficientes criados.
—No esperaba que domesticara a ésta tan pronto.
—¿Quién dijo que ella está domesticada? —dijo Devyn, guiñando el ojo.
La gente se rió. Fulminé con la mirada a EenLi y ni siquiera intente disimular el repugnante
odio en mis ojos. Su piel se iluminó con un brillante tono azul y rosado… él disfrutaba con todo
esto.
—Damas y caballeros —dijo, devolviendo su atención a la muchedumbre—.Tienen una
amplia variedad para escoger hoy. ¿Están preparados para comenzar?
Otra ronda de aplausos.
—Entonces, empecemos. —EenLi dio un paso a un lado mientras uno de sus nuevos
guardias Targon traía a la primera víctima, una bonita y joven chica de no más de quince años. Su
cuerpo temblaba, provocando que los pelirrojos mechones de pelo se volcaran hacia delante. Las
lágrimas bajaban por sus mejillas y ella reprimió un sollozo cuando EenLi le separó el vestido,
revelando su desnudez aún por desarrollar a los espectadores. Ella no luchó. Dudaba que alguno
de ellos lo hiciera. Probablemente habían sido amenazados con inimaginables horrores si se
atrevían a pronunciar ni una sola protesta.
—Una virgen para tentar a cualquier hombre —alardeó EenLi.
Y entonces la puja comenzó.
Uno por uno, los hombres y mujeres fueron vendidos al mejor postor. Quise que Devyn los
comprara a todos, pero él sólo compró a la virgen, así como a las mujeres que habían estado en la
celda conmigo… quizás, porque yo le había exprimido el muslo hasta que hubo silbado entre
dientes un precio.
Entonces, por fin, le llegó el turno a Lucius. Él todavía dormía plácidamente.
—Mirad esta carne de primera —dijo EenLi—. Será bueno tanto para el trabajo pesado como
para el trabajo de cama.
—Cómpralo para mí —le susurré a Devyn.
—Creo que ya he hecho suficiente por ti —dijo él, poniéndose ahora quisquilloso.
—Te daré dos noches en vez de una, más los dos besos que te debo.
Los ojos del rey centellaron con viveza e inmediatamente colocó su primera oferta. Alguien
más, una hembra Arcadian de pelo blanco, contrarrestó. Sin cesar, ellos siguieron pujando. La
intensa mirada de EenLi se estrechó sobre Devyn, como si no pudiera entender qué pasaba.

220
Al final, Devyn ganó la batalla. Mandó a la Arcadian a dormir, acabando con eficacia la puja.
Y así, terminó la subasta.
—Gracias por venir —les dijo EenLi a todo el mundo—. Si no adquirieron o encontraron lo
que buscaban, por favor, pónganse en contacto conmigo. Normalmente mantengo subastas
privadas, pero debido a un problema reciente, ahora hacemos las cosas de una manera un poco
diferente.
La gente a nuestro alrededor se levantó.
—Si les pones a todos a dormir, te daré tres noches —dije, desesperada por impedir que
nadie se marchara. No quería que ni un solo «esclavo» pasara por esa puerta. Los pondría en
libertad… o moriría en el intento.
—Podría hartarme de ti después de dos noches. —pronunció Devyn, bostezando
sonoramente—. El calor que hace aquí es sofocante. Deberíamos recoger a tu humano y
marcharnos.
—Juraste llevarme ante mi enemigo.
—Y lo hice. ¿Lo viste, no?
—¿Qué quieres de mí? —pregunté, más desesperada ahora que antes.
—La misma devoción que le das a tu humano. Tu juramento de que me aceptarás con
impaciencia cuanto te tome.
—Hecho —dije, aunque ambos sabíamos que mentía.
Su mirada se lanzó hacia la única puerta del almacén.
—Nadie parece marchase aún. Se están entreteniendo.
—¿Y? Ponlos a dormir antes de que decidan parar de entretenerse.
—Primero quiero agradecerle a nuestro anfitrión esta maravillosa tarde.
Sí, pensé sombríamente. Vamos a agradecérselo correctamente. Debería haber protestado,
debería haberle insistido a Devyn que me hiciera caso, aunque luego pensé que, al fin y al cabo, un
encuentro cara-a-cara con EenLi era demasiado tentador.
Devyn se levantó. Cuando me pasó, lo seguí como una buena pequeña esclava, y subimos los
escalones, conmigo de rodillas y mis ojos puestos sobre la durmiente forma de Lucius hasta que
choqué con un gran trozo de madera astillada.
EenLi estaba hablando profusamente con otro Mec. Cuando notó a Devyn, le hizo señas al
Mec para que se alejara.
—Gané bastante dinero contigo esta tarde —dijo él con una sonrisa.
—Ya lo creo que lo hiciste —respondió Devyn.

221
Moví mi mano detrás de mi espalda para deslizar el cuchillo de la cinturilla de mis
pantalones… sólo para comprobar que había desaparecido. Mi sangre se congeló en la venas. No
sabía cuándo me lo había quitado Devyn, el muy bastardo. Él sabía que tenía planeado matar a
EenLi aquí y ahora. ¿Por qué me detenía? ¿Pensaba traicionarme? No, pensé. Devyn quería sus
noches conmigo; me quería dispuesta. Me había dado su palabra.
Así que esto significa… ¿qué?
—Eden, descansa tu cabeza en mi pierna como una niña buena.
Lo hice sin vacilar y él pasó los dedos por mi pelo.
—¿Cómo la entrenaste tan rápido? —Los blancos ojos de EenLi se deslizaron sobre mí,
demorándose en mis pechos y entre mis piernas—. ¿Es un pequeño bocado delicioso, verdad?
Quizás debería haberla mantenido para mí. Pero no esperaba que se volviera dócil tan pronto.
—Yo tengo las mejores… técnicas persuasivas de formación.
Los dos hombres compartieron una cómplice sonrisa.
—Gracias por los guerreros —dijo EenLi, todo un hombre de negocios ahora—. Ya están
demostrando serme muy útiles.
—Excelente. —Él hizo una pausa—. Hay algo que tengo que hablar contigo. En privado.
—Lo lamento, ahora no tengo tiempo.
—Haz tiempo. —El tono de Devyn prometía una dura venganza si su petición no era
atendida.
La piel de EenLi brilló con un rojo claro, lo que significaba que él sólo estaba ligeramente
perturbado. Sus blancos ojos se estrecharon.
—Muy bien. ¿Vamos a mi oficina?
—No será necesario. —Uno por uno, la gente dentro del almacén comenzó a caer al suelo y
los ronquidos pronto abundaron. Me levanté de un salto, incapaz de contenerme ni un segundo
más.
Esto terminaría ahora. Con o sin cuchillo.
—¿Qué pasa? —exigió EenLi, con una expresión confusa revoloteando sobre su cara. El rojo
de su piel se convirtió en un oscuro y deslucido amarillo.
—Creo que tienes asuntos pendientes con mi esclava —contestó el Targon, y dio un paso
atrás.
—No una esclava —dije, avanzando—. Una asesina. Verás, planeo hacerte lo mismo que le
hice a tu compañero, Mris-ste.
El color del Mec cambió de nuevo a un encendido y profundo rojo oscuro.

222
—Entonces fuiste tú. Sospechaba de Michael, no de su hija. —Él se alejó un paso de mí, una
de sus manos lentamente deslizándose en el interior de su bolsillo.
—Dame el cuchillo —le exigí a Devyn sin jamás desviar mi atención.
—No —fue su respuesta.
Di un fuerte pisotón con el pie.
—Te hago otro favor, Eden. Una vez tuve un enemigo que despreciaba del mismo modo e
intensidad con la que tú desprecias a EenLi. Sé que si lo matas rápidamente, siempre lo
lamentarás. Lucha. Golpea. Házselo pagar.
En ese instante, EenLi sacó un arma. Devyn chasqueo la lengua y mentalmente barrió el
arma a través del cuarto y ésta cayó al suelo con un golpe. EenLi jadeó, y yo lentamente aceché
hacia él. A cada paso intenté centrar mi energía, pero resultó ser imposible. Había demasiadas
emociones ardientes pidiendo ser liberadas…
—Targon —dijo EenLi, echando al rey un nervioso vistazo—. Ayúdame, y yo…
—Esto es entre tú y la Raka —dijo Devyn, sonriendo ampliamente—. Disfrutad. Yo seguro
que voy a hacerlo. ¿Hay palomitas por aquí? Adoro las palomitas de maíz de la Tierra. —Él siguió
murmurando sobre las palomitas mientras saltaba del escenario y se sentaba en una silla.
Yo salté y EenLi saltó a un lado, pero conseguí patearle en un hombro. Cuando él tropezó,
gruñó bajo su garganta. Nos rodeamos el uno al otro. Sus blancos ojos continuamente se lanzaban
hacia la puerta, y supe que tenía la intención de huir.
Comprendiendo que no podría ir a ninguna parte sin que yo lo siguiera, él intentó otra
táctica.
—¿Crees que no sé nada de ti, Eden? —Había maldad en su tono, tal oscuridad que hizo que
me estremeciera—. Sé más de lo que piensas.
No respondí. Simplemente me acerqué más.
—Sentí un gran placer al esclavizarte —se regodeó él—. A ti, una asesina entrenada. La
querida hija de Michael Black.
Más cerca. Más cerca. Como un tigre que se desliza para la caza, di vueltas sobre él.
—Esperaba que el Tagon pudiera controlarte —continuó—. Y me encantaba eso de que
Michael jamás te viera de nuevo, que siempre se preguntara que te pasó.
Me agaché y le di una patada a sus tobillos. Contacto. Él cayó con un zumbido, pero se
levantó rápidamente. Su color pulsó con un atisbo de azul.
—¿Por qué quieres matarme con tanta desesperación, ¡um!?
—Por el simple placer de ello.

223
—Deberías querer destruir al que mató a tus padres. ¿Por qué crees que Michael te recogió?
Él fue asignado para matar a tu padre. Pero tu madre se metió por medio, y entonces también la
mató.
La furia hirvió en mi interior, más y más caliente. Corrí hacia él y salté, girando en el aire,
machacando el talón de mi bota contra su nariz. Ésta se rompió y la negra sangre roció toda la
plataforma.
—Mentiroso —dije, repartiendo golpes a diestro y siniestro.
EenLi tropezó con sus pies, la sangre y la baba goteando por la cara, de sus labios. Él luchó
por respirar mientras su piel se volvía de una llamativa tonalidad púrpura.
—Solía trabajar para él. ¿Te contó eso?
Sabía lo que estaba haciendo. Me ofrecía una verdad para que su mentira pareciera más
creíble.
—No creo a la basura como tú, EenLi. Así que ahorrarte el aliento. —Dando saltitos con los
pies, me moví hacia él.
No más juegos.
Él corrió hacia uno de sus dormidos guardias y agarró su arma. Sus ojos brillaron victoriosos
cuando apuntó la pyre-arma, pero yo ya estaba sobre él. Le di una patada a la mano que sujetaba el
arma, y esta voló por los aires.
Lo pateé en el pecho y él se balanceó hacia mí mientras caía. Su puño conectó con mi
mandíbula y mi cabeza giró a un lado.
Él se levantó y se abalanzó sobre mí antes de que yo pudiera parpadear, empujándome hacia
abajo e intentando ahogarme. Me mecí hacía atrás y envolví mis piernas alrededor de su cuello.
Con un duro tirón, él se echó hacia atrás.
Usé el ímpetu para recuperar el equilibrio y colocarme en posición recta, arremetiendo
contra él cuando también se ponía en pie. Mi cabeza topó con su estómago, haciendo que se
doblara sobre sí mismo mientras su aliento se atascaba en la garganta.
Enderezándolo, golpeé con mis puños su cara como una máquina, una y otra vez, una y otra
vez. Él cayó al suelo de madera y caí con él, sin jamás hacer una pausa, la sangre volando a
izquierda y derecha con cada golpe.
Devyn me llamó desde abajo.
—¡Eh, aquí! —Sus palabras traspasaron mi neblina de destrucción—. Me estoy aburriendo.
Termínalo ya… —y me lanzó un cuchillo.
Lo cogí por la empuñadura en el aire. EenLi gorjeó algo, quizás un «no, por favor», e intentó
alejarse lentamente. Agarré su cabeza y coloqué el cuchillo. Entonces, le corté la garganta de la
manera que había querido hacerlo desde el principio.

224
Cuando sus ojos se quedaron con la mirada ausente, dejé caer su cabeza con un ruido sordo.
Devyn había tenido razón; no era suficiente. No era bastante. Quería que EenLi sufriera más.
Quería que sufriera por toda la eternidad.
—Muy bien hecho —dijo el Targon.
—Dame tu teléfono —ordené, limpiando la negra sangre del Mec en mis pantalones.
Él me lo dio sin otro comentario. Mientras me dirigía a zancadas a la colgada y durmiente
forma de Lucius, marqué el número de Michael. Cuando contestó, le dije dónde estaba.
—Sé dónde estás —ladró él—. Te rastreé con el isótopo. Notarás que confié en ti lo suficiente
para no enviar a mis hombres.
—Trae una furgoneta y medicamentos.
Una pausa. Un silbido entre dientes.
—¿Te han herido? ¿Qué es…?
—Estoy bien. Lucius no lo está. Deprisa —dije y le colgué. Jamás lo había hecho antes, pero
no sabía que más decirle ahora mismo.
Le lancé el teléfono de regreso a Devyn y me incliné sobre la única persona que alguna vez
me había hecho sentirme completa. Apoyé mis manos sobre el latido de su corazón. Mis hombros
cayeron con alivio cuando lo sentí fuerte y estable. Él viviría.
EenLi estaba muerto, los esclavos eran libres. Habíamos ganado.
Así que… ¿por qué me sentía tan perdida?
Una solitaria lágrima se deslizó por mi mejilla.

225
CAPÍTULO 29

NO le permití a Devyn despertar a Lucius.


Usé el sueño de mi amante en mi beneficio y le separé el traje, buscando en su cuerpo más
heridas. El hombro izquierdo estaba cubierto por una gruesa venda blanca, y un surtido de
contusiones le atravesaba el pecho. Aparte de eso, parecía estar bien.
Enrollando un brazo alrededor de su cintura, usé el otro para cortar las ligaduras de sus
muñecas. Su peso inmediatamente me doblegó y lo tendí en el suelo con tanto cuidado como pude.
¡Dios, cuánto lo había echado de menos! Remonté la punta del dedo por la mandíbula
cubierta con una barba de dos días. Este hombre había creído en mí cuando ni mi propio padre lo
había hecho. Podría haberme mentido sobre sus motivos para hacerse mi compañero, pero al final
había creído en mí lo suficiente para dejarme hacer el trabajo, sin intentar protegerme
manteniéndome a salvo en casa…
Sin ninguna indicación de mi parte, Devyn cortó las ataduras de los durmientes esclavos
restantes. Cuando alcanzó a una curvilínea rubia, me echó un vistazo.
—¿Compramos a ésta, verdad?
—No puedes quedártela —contesté con una estrangulada risa.
—Tú te quedas con ese —dijo él, señalando a Lucius con la barbilla.
—Sí, pero él está dispuesto a que me lo quede.
Él miró a la rubia y luego de nuevo a mí.
—Ésta también podría estar dispuesta. Sólo necesito cinco minutos a solas con ella.
Sacudiendo la cabeza, dije—: Puedes preguntarle si quiere pasar cinco minutos contigo, pero
no puedes forzarla.
Él puso mala cara.

226
Michael y otros diez agentes irrumpieron en el almacén momentos más tarde, con las pyre-
armas preparadas. Cuando se dieron cuenta que todos dormían, bajaron las armas pero
permanecieron alertas.
—Aquí —les llamé. Dos agentes me alcanzaron antes que Michael—. Llevad a este hombre a
un médico y luego a mi apartamento. —Les di la dirección, y ellos asintieron con la cabeza.
Juntos, levantaron a Lucius entre sus brazos. Él gimió de dolor.
—¡Cuidado! —les grité—. Está herido.
—Llevadlo a mi casa —lanzó Michael—. Haré que nuestros doctores lo curen allí.
—Llevadlo a un médico y luego a mi apartamento, u os clavaré a los dos mi cuchillo.
Ellos miraron con horror a Michael, porque sabían que lo haría, y él dio una cabezada
abrupta.
—Haced lo que ella dice.
Cuando los hombres se alejaron con Lucius, afronté a mi padre. Nuestros ojos se encontraron
y chocaron. Todavía teníamos asuntos que tratar.
—Todos los del andamio fueron secuestrados por EenLi para ser vendidos como esclavos.
También hay unos cuantos encerrados abajo.
—¿Y EenLi? —preguntó.
Me puse de pie y me encogí de hombros.
—Muerto. Por mi mano.
Sus hombros se relajaron, y él se pasó la mano por sus curtidos rasgos.
—Entonces ha terminado.
—Sí.
—Estoy orgulloso de ti, Eden. —Él extendió la mano y me apretó el hombro—. No te lo digo
lo suficiente.
—Sí, estás orgulloso pero, ¿por fin crees en mí?
—Siempre creí en ti.
Me aparté de su agarre.
—Contrataste a hombres para que me siguieran, Michael. Jamás confiaste en mí para hacerlo
yo sola.
—Tenía miedo por ti. Hay una diferencia. —Él se frotó la frente—. Voy a llevarte a casa.
Puedes entregar un informe completo mañana. Desayunaremos y luego podrás empezar el
siguiente trabajo. Ya he conseguido alinear...
—Te dije que ya no trabajaría más para ti.

227
—Ambos sabemos que no lo pensabas. —Cuando no dije nada, él dio pataditas en la arena
con la punta de su zapato—. De acuerdo, si no quieres trabajar para mí, no lo hagas. Claudia Chow
ha estado preocupada por ti y me ha estado llamando durante dos días. Siempre puedes volver y
seguir siendo su intérprete.
Tampoco iba a hacer eso. En realidad, no sabía lo que iba a hacer. Mordiéndome el labio,
aparté la vista de mis botas e intenté prepararme para la conversación que estaba a punto de
comenzar. Hacerlo era más difícil que matar a un objetivo, pero si no lo hacía ahora, no lo haría
nunca. Simplemente dilo.
—EenLi mencionó algo sobre mis padres. Tú y yo nunca hablamos de ellos, pero necesito
saber si alguna vez averiguaste quién los mató.
Él no dijo nada. Y mientras los segundos pasaban, la culpa se reflejó en sus todavía hermosos
rasgos.
Parpadeé hacia él—: ¿Michael?
—Eden —comenzó, antes de pararse de nuevo—. Lo siento. Lo siento tanto. He querido
pedirte perdón desde hace mucho tiempo, pero no podía contártelo. Simplemente no podía.
En aquel momento, comprendí la verdad. EenLi no había mentido. Profundamente en mi
interior, había esperado que Michael me dijera que EenLi lo había hecho. Pero no, Michael
realmente había dado el golpe mortal. Un agudo dolor laceró mi pecho y casi gemí. Jamás me lo
había dicho; él había mantenido el secreto todos estos años. No había confiado en mí para que lo
amara a pesar de todo. Perdonarlo.
Al comprenderlo, algo dentro de mí se rompió, se liberó. Cólera e impotencia por todos los
años que no había hablado de mis padres porque había asumido que Michael no quería recordar
que no era mi padre biológico.
Le di una bofetada y su cabeza giró a un lado. Lentamente, él me afrontó, frotándose su
ahora sangrante labio.
—Me lo merezco —dijo con calma.
Lo miré fijamente a la cara, la cara que había amado y adorado durante tanto tiempo.
—Dime por qué.
—Fue un trabajo, cariño. Sólo un trabajo. Ellos podían haberte amado, protegido y tratado
como un precioso tesoro, pero aun así vendían drogas. Drogas que mataba a los humanos. Hice lo
que tenía que hacer, lo que fui contratado para hacer. ¿A cuántos padres has matado tú? —
preguntó suave y oscuramente. De forma significativa.
Un golpe bajo. Muy bajo. Mis rodillas casi cedieron cuando sus palabras se cerraron de golpe
en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez. La verdad era que no sabía la respuesta a aquella
pregunta. Lo más probable es que fueran muchos. Muchos. No sabía a cuantos padres, hermanos,

228
hermanas, tías, y tíos había matado a lo largo de los años. Tal vez no me había permitido
considerar la posibilidad. Siempre me había aferrado a mi trabajo al igual que Michael lo hacía.
—Eden, yo… —Él buscó mi mano y yo le golpeé la muñeca.
—Ahórratelo. No puedo hablar contigo ahora mismo. Te perdonaré, sí, incluso te entiendo,
pero simplemente no puedo hablar contigo ahora.
Me alejé de él y ayudé a los otros agentes a separar los hombres de EenLi de los esclavos y
los subastadores. Los guardias serían mantenidos con vida durante un día o dos para ser
interrogados, por si acaso había otras personas escondidas en otro lugar. Después serían
ejecutados. No sabía lo que les pasaría a los participantes de la subasta. En este punto, ni siquiera
me importaba.
Michael trabajó junto a mí, silencioso y pensativo. Él me amaba. Sabía que lo hacía. Y eso
hacía que el tormento en mi interior fuera aún peor.
Devyn trabajó conmigo, también. Michael lo ignoró, probablemente aún trastornado de que
yo hubiera reclutado la ayuda del rey en vez de la suya. ¡Señor, me sentía en carne viva!
Necesitaba a Lucius. Su fuerza. Su consolador abrazo.
Cuando terminamos de limpiar el almacén, tiré de Devyn aparte.
—¿Me llevas a casa?
Su brazo se enrolló alrededor de mi cintura y me dio un apretón consolador, fraternal.
—Por supuesto.
Salí del edificio sin echar ni un vistazo hacia atrás y sentí la mirada fija de Michael
perforándome la espalda.
El alba llegaría pronto. Por fin, respiré un poco de aire fresco, pero éste olía a soledad y
desesperación. O quizás era yo. Me estaba derrumbando. Todo esto era demasiado. Mis piernas se
sentían pesadas, mis hombros demasiado cargados. Mi cuello protestó por el peso de mi cabeza.
Tuve que esforzarme en poner un pie detrás del otro hasta que alcanzamos el Jag de Devyn y me
dejé caer en el interior sin gracia mientras él se adaptaba al asiento del conductor.
—No te preocupes por las noches que me debes —dijo él—. Volveré cuando estés más
descansada.
Me eché hacia atrás y cerré los ojos.
—Te daré tus noches, Devyn. Te las has más que ganado. Pero, ¿sabes qué? No creo que las
reclames. Eres un hombre de honor y sabes que amo a otro hombre.
Silencio.
Un silencio que duró mucho, mucho tiempo.
—¡Condenación! —murmuró él finalmente.

229
Estaba a punto de quebrarme por completo y no quería estar aquí, con este hombre. Quería a
Lucius.
Devyn condujo hasta el edificio donde estaba mi apartamento. Por fin. En casa. Cuando él
aparcó, salí penosamente del coche y cerré la puerta con un chasquido. El aire era más fresco de lo
que había sido toda la semana, más fragante y menos seco.
La ventanilla bajó con un suave silbido y Devyn me llamó—: Eden.
No sabía lo que quería decirme, pero giré y entré de nuevo en su coche. Se lo debía todo a
Devyn, y él no había conseguido nada a cambio. Él realmente poseía demasiado honor para
aferrarse a mí. Sin una palabra, me incliné hacia él y rocé mis labios contra los suyos. Suavemente
al principio, después aumentando la presión. Cuando su boca se separó, barrí mi lengua en su
interior. De nuevo saboreé su calor, su masculinidad.
El beso no duró mucho tiempo, apenas unos segundos antes de que yo me apartara. Observé
a Devyn lamerse los labios, saborear mi sabor.
—Gracias por todo.
—Espero que nos encontremos otra vez —dijo él, sus ojos ámbar encendidos—. Y espero que
tu humano sea digno de ti.
—Lo es —dije. Lo sabía con total seguridad—. Lo es.

230
CAPÍTULO 30

YA curado y vendado, Lucius dormía profundamente en mi cama. Me duché, el seco rociado


ayudándome a lavar los horrores de la noche. Limpia por fin, me tendí en la cama a su lado y su
calor me traspasó. Una lágrima cayó rodando por mi mejilla, seguida rápidamente por otra. Abajo,
abajo, las doradas gotitas cayeron hasta que yo terminé sollozando, sacudiéndome y
convulsionándome. Sollocé hasta que mis ojos se hincharon, llorando por la familia que había
perdido, tanto mis padres como Michael, y por las cosas que yo había hecho.
Aunque probablemente había destruido familias, también había librado al mundo del mal.
La gente dormía plácidamente gracias a los asesinatos que yo había cometido. Tenía que sentirme
feliz por ello. Y sabía que Michael había hecho lo mismo.
Finalmente, fui a la deriva hasta dormirme.
Cuando desperté, el entorno me fue desconocido al principio. Parecía haber pasado una
eternidad desde que había observado este cuarto, y me llevó un minuto recordar que estaba dentro
de mi nuevo apartamento, con la cama con baldaquín y sus paredes color café. Lucius todavía
dormía y todavía estaba a mi lado.
Salí pesadamente del colchón y entré a trompicones en la cocina, donde me preparé un vaso
de agua con azúcar y me lo bebí con ansia. Estaba rellenando el vaso, con la intención de verter el
contenido en la cara de Lucius para despertarlo, cuando él entró corriendo en la cocina con un
brillo salvaje en sus claros ojos azules.
Él se detuvo cuando me vio.
—Ahora te poseo —fueron las primeras palabras que salieron de mi boca—. Estás comprado
y pagado.
—¡Dios mío, Eden! Casi me muero de la preocupación.
—Conozco el sentimiento.
Él caminó hacia mí, y su dura expresión fue la cosa más hermosa que jamás había visto.

231
Algo que no pude leer brilló en aquellos eléctricos ojos suyos y mi corazón golpeó en mi
pecho cuando él me empujó a sus brazos.
—Pensé que te había perdido —dijo él con bronquedad. Crudamente. Él me apartó a la
longitud de su brazo—. ¿Dónde diablos has estado? ¿Qué pasó?
—Yo…
Su mirada fue a mi boca.
—Explícamelo más tarde. Te he echado mucho de menos. —Entonces me besó.
No lo hicimos en la cama. Simplemente nos arrancamos la ropa el uno al otro y nos dejemos
caer en los auto-calentados azulejos de la cocina. No podía dejar de tocarlo. Mis manos estaban por
todo su cuerpo, y las suyas por todas partes del mío.
Nos retorcimos y movimos juntos, y cuando él entró en mí, grité por la fuerza de mi
orgasmo. El suyo, pronto siguió al mío. Y esta vez, dejamos que el sonido de nuestro placer
reverberara por las paredes.
Después, nos tumbamos juntos, jadeantes. Le conté lo que me había pasado tras la venta.
Hasta le conté que Michael había matado a mis padres.
Sus brazos se apretaron a mí alrededor.
—No lo sabía —dijo él—. Lo siento muchísimo, cariño.
—Es galletita para ti. —Dejé de lado el dolor de mi interior y le sonreí juguetonamente—. Y
voy a superarlo. Sólo necesito tiempo. Michael es un buen hombre y me ama.
—Él te ama un montón. Tal vez no tanto como yo, pero te ama en todo caso.
Me moví a sacudidas de encima de él y lo hice girar para afrontarlo. Lucius había dicho las
palabras tan casualmente, que tenía miedo de haber entendido mal.
—¿Qué has dicho?
Su mirada se clavó profundamente en la mía y él no pretendió fingir que no entendía a qué
me refería.
—Te amo. Desde hace tiempo.
Un peso se levantó de mis hombros, y de repente me sentí más ligera que el aire. Sentí mi
boca rizarse en una amplia sonrisa.
—Bueno, yo también te amo.
—Tal vez ahora puedas dejar de intentar superarte todo el tiempo. —Él ahuecó mi cara entre
sus manos—. Sé lo grande que eres. No hay nadie mejor.
Sus palabras me tocaron, me liberaron de algún modo. Tenía su amor. Había cerrado este caso
y había matado a mi objetivo. Me había probado a mí misma. Yo era todo un éxito.

232
—Eres asombroso, ¿lo sabías?
Con un suave empujón, me tiró encima de él.
—¿Qué quiso decir el Targon con que habías hecho un trato con él para liberarme?
—Lo besé —confesé—. Dos veces. Y no lo lamento. Le habría dado cualquier cosa para
salvarte.
—¡Diablos! Yo lo besaría también si eso significara que te salvaría la vida. Sólo asegúrate de
que no pase de nuevo. Tú eres mía…
Me gustaba escuchar esas palabras. Tú eres mía.
—Te creería —dije, mordiéndome el labio inferior y fingiendo una expresión de desolación—
. Pero...
—¿Qué? —Preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Pero qué?
—No sé tu verdadero nombre. —Acaricié su abdomen... y luego su erección—. Dímelo, y
haré que te corras. —Lo apreté. Con fuerza.
—Phineas Gaylord Hargrove —dijo él con un gemido—. Ahora ¿qué diablos significa la F de
tu nombre?
—Espera. —Mi agarre se aflojó—. ¿Dijiste Phineas? ¿Phineas Gaylord? ¿Estás de broma,
verdad? ¿Intentas engañarme para que diga mi secreto más profundo?
—Es la verdad —gruñó él—. Ese es mi nombre, así que pon tu mano donde estaba.
Me reí hasta que me dolió. Ahora sabía por qué había protegido su nombre con tanto
entusiasmo.
Él se sentó y tamborileó con los dedos el azulejo.
—Creo que tienes algo que decirme, y estoy harto de esperar.
—De acuerdo. Te lo diré. Fastidiaba a Michael tan despiadadamente, que él me añadió un
segundo nombre cuando me adoptó, convirtiéndolo en Eden Fucking Black.
Lucius soltó una ronca y áspera carcajada.
—Me estás tomando el pelo.
—Ojalá fuera así, Phineas.
Él trató de regañarme con fulgor, pero sus ojos brillaban demasiado y ambos irrumpimos en
otra ronda de carcajadas. Pero una vez que la diversión disminuyó, nos hundimos en un pesado
silencio.
Todavía había cosas que aclarar y discutir entre nosotros, pero me resistía a sacarlo a
colocación.

233
—¿Dónde está el Agente Luc? —pregunté finalmente, quedándome en territorio seguro y
evitando lo que realmente necesitábamos hablar.
—A salvo. Podemos ir a buscarla más tarde. Primero tengo una confesión que hacerte. —
Lucius hizo lo que yo había sido incapaz de hacer; hablar abiertamente de nuestros problemas—.
Michael me pagó para que te protegiera. Él…
—Lo sé —dije, aliviada de que él por fin me lo hubiera dicho.
—No te enfades —dijo él rápidamente—. Pronto comprendí que podías cuidar de ti misma.
—No estoy enfadada. —Entrelacé nuestros dedos y los apreté—. Estoy agradecida.
Él me miró fijamente durante mucho rato.
—Bueno. ¿Dónde está la Eden Black que conozco y amo? Había esperado otro cuchillo en mi
garganta.
Resoplé.
—Quizás yo debería de estar enfadado contigo. Quería un pedazo de EenLi yo mismo.
—Quizás te deje al siguiente. No, espera. —Recosté mi cabeza en el hueco de su cuello y mi
pelo se extendió sobre su pecho como una cortina de oro—. Abandoné la agencia. Desde ahora,
estoy en paro.
Sus dedos acariciaron mi espalda, haciéndome temblar.
—Tal vez deberíamos crear nuestra propia empresa.
—Tal vez.
—Definitivamente. Cuéntame otra vez lo del Targon. No me gustó la forma en que te miraba
en la subasta, y todavía me gusta menos que pusiera sus labios sobre ti. Estoy pensando que él
podría ser nuestro primer objetivo.
Me reí. Simplemente no pude evitarlo. Podría estar sin trabajo pero, ahora mismo, en los
brazos de Lucius, la vida nunca había parecido estar más llena de promesas.



234

También podría gustarte