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AAVV. Conceptos Generales Básicos de Religión Griega" - Cuadernillo 1
AAVV. Conceptos Generales Básicos de Religión Griega" - Cuadernillo 1
Cuadernillo 1
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El grupo de investigación ha confeccionado este material de estudio basándose
en los especialistas de religión griega, cuyas obras figuran en la bibliografía.
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En esta perspectiva, un dios puede ser considerado como una red compleja de
poderes. Por un lado, cada dios es definido por sus propios poderes,
competencias, atributos, etc. – su propia red-; y por el otro, se caracteriza por
sus relaciones y asociaciones con otros dioses que pertenecen al mismo panteón
– un “sistema” cuyos componentes no pueden ser estudiados aisladamente –
por ejemplo, una ciudad, con varios santuarios y cultos, o en una obra literaria,
donde interactúan varios personajes divinos. La unidad y la pluralidad están
estrechamente relacionadas en cada nivel de análisis: cada dios es concebido
como muchos poderes en una red cuyo núcleo es el nombre del dios; muchos
dioses forman estructuras que podemos llamar panteones.
Hay que, además, tener en cuenta que las deidades griegas deben ser
consideradas en la práctica ritual y, por este motivo, concebidas en diferentes
niveles – nivel local, nivel de la polis, nivel panhelénico - en sus santuarios y en
las narraciones míticas. Es decir, bajo el mismo nombre, una deidad es una
persona cultual venerada en un lugar en particular y también es la figura que,
por ejemplo, es descrita en la Ilíada en un banquete en el Monte Olimpo y
puesta escena, por ejemplo, por Eurípides, en el teatro de Dioniso en Atenas.
Así, los dioses no pueden ser concebidos según términos estáticos, puesto que
los cultos y los mitos los re-configuran y los re-definen como personalidades y,
al mismo tiempo, como poderes inter-relacionados entre sí.
En un contexto religioso, evocar una “personalidad” es el modo de relacionarse
con los dioses; así los hombres elevan plegarias o realizan rituales para
honrarlos, esperando la manifestación del poder divino. En medio de esta
tensión, el nombre del dios es esencial, y proporciona una evocación del dios en
cuestión. Los nombres de los dioses son importantes, porque si los sacrificios,
las dedicatorias y las plegarias se realizan para obtener el favor divino, era
necesario reconocer al dios a quien se le dirigían las súplicas y se le hacían las
ofrendas. Pero los dioses griegos eran venerados bajo diversas formas: no solo
se añadían regularmente epítetos al nombre de un dios (Apolo Carneio, Apolo
Delios, Apolo Delfinio, Apolo Licio, Apolo Nomios, Apolo Esminteo, etc.), sino
que también los dioses pueden tener nombres alternativos, así Dioniso es Baco
y Yaco; Atenea es Palas. Puede verse así que los griegos consideraban que el
nombre era poderoso, y entonces, era necesario decir el nombre correcto del
dios al que se pedía ayuda. Sin embargo, el énfasis de las formulaciones griegas
no está en decir el nombre correcto, sino en llamar al dios por el nombre que
más le plazca – como señala explícitamente Platón en Crátilo (400 e). Por otra
parte, el nombre divino tiene un valor central porque el dios no es
completamente absorbido en y reducido a lo que es particular en su función o
en las narraciones míticas que circulaban sobre los diferentes dioses. Un dios es
mucho más que el heterogéneo mosaico que resulta de una arbitraria
combinación de epítetos, imágenes y narraciones. Podría decirse que un dios
puede ser conceptualizado como tal en una red dinámica, fluida y flexible:
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morada de Zeus. Y no faltó ninguno de los ríos, excepto Océano, y ninguna de las
ninfas, que moran las hermosas forestas, los manantiales de los ríos y los herbosos
prados [traducción Gredos].
Una vez que los dioses están reunidos, Zeus les ordena que escojan bandos
entre los guerreros troyanos o los aqueos y desciendan al campo de batalla
mientras él mismo observa la acción desde el Olimpo (22–25). El estruendo de la
batalla perturba incluso a Edoneo (61–65), el señor de los muertos debajo de la
tierra, quien teme que la violencia pueda exponer su reino. Los dioses
luchadores están dispuestos en cinco pares (20, 67-74):
Pues he aquí que al soberano Posidón le plantó cara Febo Apolo con las aladas saetas
en las manos, y a Enialio, Atenea, la ojizarca diosa; a Hera se opuso la ruidosa, la de
áureos venablos, la sagitaria Artemis, hermana del flechador; a Leto se enfrentó el
vigoroso Hermes benéfico, y a Hefesto el gran río de profundos torbellinos, que los
dioses llaman Janto y los hombres Escamandro.
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Es necesario aclarar que cuando hablamos de religión cívica usualmente trabajamos con
información proporcionada por la ciudad de Atenas, ya que se han conservado más
documentos escritos y epigráficos de ella.
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b). Lugares
b). 1. Ámbitos sagrados y profanos
Para los griegos, como para los primitivos así como para el hombre de todas las
sociedades pre-modernas, lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la
realidad por excelencia. Lo sagrado está saturado de ser. Potencia sagrada quiere
decir a la vez realidad, perennidad y eficacia. La oposición sacro-profano se
traduce a menudo como una oposición entre real e irreal o pseudo-real.
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b). 2. Santuarios
Los santuarios son el espacio de tierra “separado” dedicado al dios o a un
héroe. El término que se emplea para referirse a la parcela que pertenece al
santuario se denomina témenos.Los límites de los santuarios estaban claramente
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plegarias y realizar algunas acciones rituales (tal como ubicar la porción del
animal sacrificado al dios sobre el altar).
Existían otras actividades que eran parte del trabajo del hiereus. Encargarse del
mantenimiento físico y financiero del templo, asegurarse de que los rituales
tradicionales sean ejecutados en el tiempo correcto y de la manera correcta,
realizar los ritos de purificación (en caso de polución), apartar las maldiciones
(contra las autoridades cívicas), abrir el templo en las mañanas, y controlar las
acciones de las personas que entraban al santuario.
Si, como Isócrates afirma (Ad Nic. 6), cualquier ciudadano podía ser competente
para realizar las tareas y las obligaciones de un hiereus, no sucede lo mismo con
un mantis. Elmantis prestaba servicios que exigían un conocimiento técnico, y, lo
que no es poco, un carisma personal (la capacidad de generar confianza en sí
mismo, como alguien que posee especiales habilidades, conocimientos y
talentos). Unmantis era principalmente un experto en adivinación, su alcance en
experiencia ritual es más amplia. Así, en las Euménides de Esquilo (458 a. C), la
Pitia se refiere a Apolo (vv. 61-3) como “sanador-adivino (iatromantis),
intérprete de prodigios (teratoskopos), y purificador (kathartes)”, siendo reflejo de
las actividades que un mantis humano podía realizar.
El conocimiento del mantis era técnico y enseñable; pero, además, era
considerado un don innato y heredado. Las manteis mujeres son mejores
conocidas como las transmisoras de la comunicación divina en centros
oraculares fijos, tales como Delfos y Dodona. La Pitia en Delfos, que servía
como portavoz de Apolo, era llamada de varias maneras: mantis, prophetes,
promantis.
d).Relación hombre-dios
Reciprocidad en religión griega
En la relación hombres –dioses, cuando las acciones divinas son beneficiosas,
puede haber alabanza, dones de acción de gracias y solicitudes de bendiciones
adicionales. En respuesta a acciones perjudiciales, puede haber intentos de
apaciguar lo que se siente como la ira de la deidad. Cuando tales relaciones
continuas se perciben como mutuamente beneficiosas, pueden ser descritas
como recíprocas. La religión griega se basó en la inferencia intuitiva de que los
dioses eran capaces de mantener relaciones recíprocas análogas a las cultivadas
entre humanos. Durante el período micénico, por ejemplo, los gobernantes y los
aristócratas mantuvieron relaciones de reciprocidad entre sí intercambiando
preciosos regalos. En los santuarios de Olimpia, Delfos, Delos y Samos, los
aristócratas de la Edad de Hierro temprana extendieron la práctica de regalos
de lujo para incluir a los dioses.
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De este modo, entre los dioses y los hombres se establece una relación de charis
recíproca que muchos estudiosos han reconocido en la religión griega (Bremer,
1998). La noción de charis es difícil de traducir, porque tiene al menos dos
aspectos:
expresa el sentimiento de gratitud que sienten los humanos por los
dioses que les dan bienes;
significa la “gracia” o “recompensa” que los dioses dan a los hombres.
La palabra se relaciona con chairo, el concepto griego que expresa “sentimiento
de alegría o de felicidad”. En la veneración griega el objetivo era lograr una
atmósfera de charis recíproca; los hombres deben expresar su alegría por
venerar tan espléndidos dioses; éstos a su vez, deben estar contentos, y
agradecer esta charis con riquezas, bienes y poder.
Reciprocidad e intercambio de regalos
En el intercambio de regalos, que es una forma de reciprocidad, la presentación
de presentes o favores es esperada pero no es obligatoria. En los sistemas de
regalo, en el intercambio las personas intentan construir confianza reforzando
una relación recíproca durante un largo período.
Así, un componente común en la plegaria griega era el recordatorio a la deidad
de que él o ella había sido útil antes, o por el contrario, que el devoto tenía una
larga historia de presentar regalos. En el canto I de la Ilíada, el sacerdote Crises
reza a Apolo, pidiendo venganza contra los griegos. Crises recuerda al dios de
su servicio anterior en la construcción de un templo, expresión de la "gracia", la
charis (favor o gracia) de su relación recíproca.
¡Óyeme, oh tú, el de argénteo arco, que proteges Crisa y la muy divina Cila. Y sobre
Ténedos imperas con tu fuerza, oh Esminteo! Si alguna vez he techado tu amable
templo, o si alguna vez he quemado en tu honor pingües muslos de toros y de cabras,
cúmpleme ahora este deseo: que paguen los dánaos mis lágrimas con tus dardos.
(Ilíada 1. 37-42)
La plegaria de Crises a veces se describe como una afirmación clara de que
Apolo "debe" algo al hombre, pero esta es una caracterización errónea. Crises
no cree que cualquier regalo en particular le haya hecho acreedor de una
plegaria contestada, ni su mentalidad es la de un comprador que ahora espera
que la mercancía sea entregada. Es la historia de la reciprocidad entre él y
Apolo a la que apela, como si estuviera pidiendo un favor de un amigo. Desde
su perspectiva, no es Apolo quien tiene ahora una deuda sino los griegos, que
ahora deben hacer un "pago" por los errores que han realizado.
Los límites del modelo de intercambio de regalos
Aunque los sistemas de intercambio de regalos tienden a favorecer una cierta
desigualdad en cualquier intercambio dado, a menudo hay una expectativa de
que con el tiempo, los beneficios para las partes de una posición social similar
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colina. Los ritos, los fundaré yo misma, para que en lo sucesivo, celebrándolos
piadosamente, aplaquéis mi ánimo. (Hom. Himno Dem. 270–74)
Al igual que nos acercamos a personas poderosas con muestras de respeto, las
solicitudes de favores y gracias por los beneficios recibidos, los griegos
ofrecieron regalos a los dioses por timē (honor), charis (gratitud) y chreia
(necesidad).
d). 1Dioses
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‘celestes’, puros e inmortales; y por otro, ‘los que pertenecen a la tierra’, porque
los hombres son impuros y abocados a la muerte. Sin embargo, no sólo los
muertos pertenecen a la tierra sino que también hay dioses ctónicos; aunque se
suele hablar de ellos de mal grado y, únicamente, mediante alusiones.
Los dioses ctónicos más conocidos, gracias a la poesía homérica, son Hades y
Perséfone ‘los señores de los muertos’. Hades es un dios personal, hermano de
Zeus y Poseidón. Ellos son los tres hijos de Crono entre los cuales se llevó a
cabo la división del mundo, en la que se asignó a cada uno un dominio
específico y como propiedad común de los tres, la tierra y el Monte Olimpo. De
esta manera, a Zeus le correspondió el dominio del cielo, a Poseidón el de los
mares y a Hades, el del mundo subterráneo. Debido a ello, este último dios es
conocido incluso como el ‘otro Zeus’ o el ‘Zeus subterráneo’. Hades comparte el
trono con su esposa Perséfone, identificada como Core, la hija perdida de
Démeter. Ambos habitan un palacio cuyo principal rasgo distintivo es la gran
‘puerta de Hades’ que quien la atraviesa no regresa jamás al mundo de los
vivos.
Junto a los mencionados ‘señores subterráneos’, entre los ctónicos, se incluyen
además poderes que sólo deparan peligros y males, poderes que mejor no
nombrar y que deben ser alejados mediante los sacrificios adecuados. Ejemplos
de ellos son los Titanes y las Erinias. Los Titanes son los enemigos de los dioses,
que fueron arrojados al Tártaro, un terrible abismo tan lejano bajo tierra como
lejos está el cielo por encima de la tierra; donde todavía se encuentran y esperan
por más víctimas.
Por otro lado, las Erinias se consideran poderes invocados mediante juramento;
utilizados en las maldiciones y la magia dañina. En Homero, se asocian con la
venganza de los muertos y son percibidas como “una suerte de tormento, unas
demoníacas policías cuya única misión en el orden divino fuese castigar a
aquellos que traspasaron los límites de la conducta”. No obstante, la
personalidad de las Erinias es mucho más compleja y va más allá de cualquier
vínculo con su rol de vengadoras.
Las divinidades intervienen en los crímenes perpetrados entre parientes de
sangre. Actúan, por ejemplo, cuando un hijo mata al padre, dos hermanos
disputan o un hijo roba a la concubina del padre. En otras palabras, las Erinias
se alimentan de la lucha intrafamiliar; en particular, de los vínculos de sangre
familiares que se extienden diacrónicamente, de una generación a otra. Por
consecuente, el entorno frecuente en el que los mencionados crímenes suelen
ocurrir es la casa y sus inmediaciones.
Es usual que las divinidades griegas presenten tendencias tanto protectoras
como destructivas; por lo cual, no debe resultar extraña la doble unilateralidad
de la conducta de las Erinias, que a veces castigan y otras veces incitan los
crímenes entre familia. Aunque, en general, su conducta destructiva es
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El poema enfatiza que los muertos, como grupo, son impotentes y también
insinúa que no son completamente insensibles. Cuando llega a la tierra delos
muertos, Odiseo vierte libaciones de leche endulzada con miel, vino y agua, y
promete obsequios y ofrendas en caso de que regrese a su hogar. Descubre que
“las cabezas impotentes de los muertos” (Od. 10.536) se sienten atraídas por la
sangre del carnero y de la oveja se sacrifica. Los autorizados a beber la sangre
recuperan temporalmente la conciencia y la memoria. El episodio está
configurado para adaptarse a las necesidades de la narración, pero el ritual se
asemeja a los ritos históricos destinados a aplacar y honrar a los muertos. Estos
ritos se caracterizaban sobre todo por la libación el vertido de líquidos, de
acuerdo con la amplia creencia de que los muertos estaban "secos" o "sedientos".
Un componente intuitivo de esta creencia está ilustrado por la costumbre de
verter libaciones en el suelo, o incluso en tubos que se extienden hasta una
tumba, de modo que los líquidos calmantes puedan entrar en contacto con los
muertos. Incluso Homero otorga a la psyché (en el período estrictamente
limitado antes del entierro) conciencia de sí, si ha recibido ritos funerarios
adecuados; por lo que Patroclo llama Aquiles en busca de ayuda, y Elpénor a
Odiseo (Hom. Il. 23.69–92 Patroclo, Od. 11.71–8 Elpénor).
Los poemas homéricos sugieren que los griegos de la Edad Oscura tenían bajas
expectativas de la continuación de la conciencia después de la muerte, pero no
sabemos en qué grado la representación de Hades en la épica refleja las
creencias de la gente común.
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participante por turnos y se rocía el animal con agua, esto provoca que sacuda
la cabeza, lo que es interpretado como señal de asentimiento.
Cada uno de los participantes toma un puñado de granos de cebada de la cesta
sacrificial. El que celebra el sacrificio, con los brazos levantados hacia el cielo,
recita una oración, una invocación, un deseo y un voto, con palabras sonoras y
ceremoniosas. Entonces, como confirmación, todos echan sus granos de cebada
sobre el altar y el animal que va a ser sacrificado; en algunos ritos se tiran
piedras. El celebrante del sacrificio toma el cuchillo y, escondiendo el arma, se
acerca a la víctima: corta algunos pelos de su frente y los arroja al fuego.
Todavía no se ha derramado sangre, pero la víctima ya no está intacta.
En el momento del sacrificio propiamente dicho, a los animales más pequeños
se los levantan por encima del altar y se les cortan el cuello. Una vaca es abatida
con un golpe de hacha y entonces se le abre la arteria del cuello. La sangre se
recoge en un recipiente y se esparce sobre el altar y por los laterales: manchar el
altar con sangre es un deber piadoso. Cuando se asesta el golpe fatal, las
mujeres deben gritar en tonos agudos y estridentes.
El animal es despellejado y descuartizado; los órganos internos, especialmente
el corazón y el hígado (splánchna), se asan los primeros en el fuego del altar.
Ocasionalmente el corazón se arranca del cuerpo cuando todavía late. Las
vísceras son el privilegio y el deber del círculo más íntimo, más restringido de
participantes. Después se consagran los restos no comestibles: se disponen los
huesos en la pira preparada en el altar. También se queman ofrendas de
comida, tortas y gachas en pequeñas cantidades; sobre todo, el sacrificador
vierte vino sobre el fuego. Una vez que se han comido las splánchna y el fuego se
ha apagado, comienza la preparación del verdadero banquete de carne: el asado
y la cocción, que tiene generalmente un carácter profano; toda la carne debe ser
consumida dentro del santuario. La piel le corresponde al santuario o al
sacerdote.
Se sabe que el sacrificio crea una relación entre quien lo realiza y el dios; los
poetas narran cómo el dios recuerda el sacrificio con agrado o cómo se enfurece
peligrosamente si no se realiza. Pero lo que llega al cielo es sólo el vapor graso
que sube con el humo. Para los hombres el sacrificio significa comunidad
(koinonía). La pertenencia a la comunidad se marca con el «lavado de manos», el
situarse en círculo y el lanzamiento colectivo de cereales; una relación aún más
estrecha se forja a través de la degustación de los splánchna. El círculo de los
participantes se cierra para los de afuera; al hacerlo, los participantes asumen
papeles muy diferentes en la acción comunitaria.
Ritos cruentos
El sacrificio de animales consiste en el derramamiento de sangre y que los
altares se llenen de sangre (haimássesthai) es una característica del acto del
sacrificio en sí. (…) Significativamente, las víctimas que eran gratas a los dioses
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son animales de sangre caliente, sobre todo grandes mamíferos; los peces, a
pesar de ser mucho más importantes para el sustento diario, raramente son
sacrificados. Lo que cuenta es el fluir de la sangre caliente que despierta temor e
inquietud. Los sacrificios incruentos son descritos con un énfasis especial como
«puros» (hagnàthýmata). El sacrificador, sin embargo, en cierto sentido no es
«impuro», sino que goza de un estatus «sagrado» excepcional, conforme al
orden divino que legitima y exige el derramamiento de sangre en el lugar
sagrado. Por este motivo, no se puede herir n i matar a un hombre que se siente
sobre o junto a un altar; ello representaría una perversión de lo sagrado que
precipitaría a la ruina a la ciudad entera. El poder protector, de asilo, del altar
está en relación polar con el derramamiento de sangre; el derramamiento de
sangre humana constituye el extremo opuesto, aunque muy similar, del acto
piadoso.
En algunos cultos se derrama sangre humana; tal práctica tenía para los griegos
un origen «bárbaro».
Hay ritos sacrificiales en los que el derramamiento de sangre parece ser un fin
en sí mismo y no el preludio de un banquete; son «sacrificios de sangre» en
sentido estricto, sphágias. Tienen lugar sobre todo en dos situaciones extremas:
antes de la batalla y durante el enterramiento de los muertos; el otro contexto en
el que se producen es en las «purificaciones». Antes de la batalla, los espartanos
sacrifican una cabra en honor de Ártemis Agrotéra; sin embargo, habitualmente
los testimonios no mencionan a ningún dios, sino sólo el hecho de que en el
campo de batalla, al avistar al enemigo, el general o los adivinos que
acompañan al ejército cortan el cuello de animales, así que se llevan rebaños
completos para tal propósito. A partir de ciertas señales en las vísceras de las
víctimas, los adivinos determinan las posibilidades de éxito en la batalla. El
sacrificio del animal inocente y dócil es una anticipación premonitoria de la
batalla y sus imprevisibles peligros; es un «comienzo».
Tales sacrificios se repiten también varias veces en honor del difunto. En estas
ocasiones no se erige un altar, sino que; se excava una fosa en el terreno
(bóthros), en la que se vierte la sangre. La creencia que subyace es que la sangre
que fluye hacia abajo, llega a los muertos, que se alimentan de ella: es la
«saciedad de sangre», (haimakouría).
Ritos de fuego
La multiforme fascinación por el fuego está presente casi en cada uno de los
actos cultuales griegos. Los sacrificios sin fuego son excepciones raras e
intencionales y, a la inversa, raramente hay fuego sin sacrificio; el “hogar”,
Hestia, es también una diosa y una forma antigua de templo es la “casa con
hogar”. En algunos casos el altar se encuentra normalmente al aire libre, frente
a la entrada del templo; en virtud de su función, el altar es el preeminente lugar
del fuego, el “hogar de los dioses”.
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De la misma manera que en la casa el fuego del hogar no puede apagarse, así
también en muchos templos se mantiene encendido un fuego permanente: el
más notable es el del templo de Apolo en Delfos, pero también los hay en el
templo de A polo Lykios en Argos y en el de Apolo Kárneios en Cirene. Como
una forma de perfeccionamiento técnico, la lámpara permanentemente
encendida sustituye al fuego en el templo de Atenea Políada en Atenas, y
también en el de Hera en Argos y en el culto de Asclepio. Un fuego de este tipo
es la encarnación de la continuidad del santuario y de la comunidad. En los
altares que están al aire libre no se alberga un fuego perenne; se enciende en las
ocasiones requeridas.
Lo sagrado se experimenta también como una atmósfera de perfume divino, lo
que sin duda se tenía siempre en cuenta a la hora de la selección de las maderas
y las ramas para el fuego sagrado. La importación de sustancias especiales para
sahumar, sobre todo incienso y mirra, comenzó como muy tarde en torno a 700;
éstas llegaban a Grecia del sur de Arabia a través de intermediarios fenicios y
en griego conservan sus nombres semíticos. Con el comercio debe de haberse
difundido también la práctica del culto. Las ofrendas de incienso y los altares
están particularmente asociados al culto de Afrodita y Adonis. El uso de
incienso se vuelve posteriormente habitual en todas partes; esparcir un gránulo
de incienso en las llamas es el acto de ofrenda sacrificial más difundido y más
simple y también el más barato.
Entre los griegos, el holocausto –es decir, los sacrificios de fuego, en los que se
queman completamente animales o incluso hombres-pertenece principalmente
al culto de los muertos, como se describen en la Odisea; corresponden a la
cremación del cadáver y en ambos casos se habla de un «lugar del fuego (pyrá).
Por este motivo, la quema se considera característica de un tipo especial de
sacrificios «ctónicos», en contraste con la fiesta sacrificial hacia los Olímpicos.
Esta dicotomía, sin embargo, no siempre se mantiene, puesto que hay
banquetes sacrificiales en el culto de dioses que son explícitamente llamados
ctónicos y también en el culto de los muertos y especialmente en el de los
héroes; además, hay holocaustos también para Zeus.
Animales y dioses
El culto a los animales del tipo del culto egipcio de Apis es desconocido en
Grecia. El culto a las serpientes es un caso excepcional. El mito, por supuesto,
juega con las metamorfosis animales.
Dioniso es una excepción. En el canto cultual de Elide es invocado como un
«toro, furioso con taurino pie ». Con bastante frecuencia es retratado con
cuernos de toro y en Cízico, tiene una imagen cultual tauromórfica. Hay
también un mito que narra cómo fue sacrificado como un ternero y comido por
las impías criaturas primigenias, los Titanes. En época clásica, sin embargo, este
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La súplica es el clímax, el punto central del himno como un todo: los dos
elementos previos son medios para asegurarse la buena voluntad del dios y tener
una base de apoyo para el pedido final. Por esto se dice que cantar himnos es un
caso especial de “hacer cosas con palabras”.
Un aspecto de la súplica merece atención especial. En la sección final de muchos
himnos, aparecen expresiones imperativas tales como “ven”, “aparece”: este tipo
de himnos es denominados: cletikós. Servían evidentemente a la función de
convocar a la deidad para que viniese y apareciese en la celebración en su honor,
la presencia del dios es requerida para asegurarse en cierta medida su poder.
e). 4.Oráculos
El hombre siempre ha interrogado a los dioses acerca de las cosas escondidas e
inaccesibles a su intelecto finito. Todas estas formas de interrogación, en sentido
amplio, caen dentro de la categoría de adivinación (mantiké en griego y divinatio
en latín).
La finalidad de la adivinación no era simplemente ‘‘conocer el futuro’’. Casi
todas las respuestas oraculares se refieren al esclarecimiento de un punto
específico, presente, futuro o pasado (Il. 1.69–70:“lo que es, lo que iba a ser y lo
que había sido”), de interés para el consultante.
La noción de revelación era muy importante para la religión griega. Los
hombres que deseaban ajustarse a la voluntad de los dioses, por miedo a
provocar su ira, buscaban ayuda en las señales divinas. La proliferación de
adivinos y de colecciones de oráculos es una prueba tangible de esto en una
sociedad sin libros revelados como la Biblia.
La adivinación en Grecia no era una extensión poco razonable o irracional del
pensamiento ‘‘racional’’ griego: todos sus procedimientos estaban bien
integrados a los patrones griegos de pensamiento. Los dioses aceptaban
comunicar un poco de su conocimiento absoluto a los hombres a través de la
adivinación. Esto implicaba un modo analógico de pensamiento que
presuponía un cierto sentido de predestinación: en el mito, a pesar de que el
hombre intente evadir una predicción, esta siempre se cumple. Casi todos los
dioses y numerosos héroes tenían su propio oráculo, pero Apolo era sin lugar a
dudas el dios de la adivinación por excelencia.
Se distinguen habitualmente dos tipos principales de adivinación. La
adivinación inductiva, se basa en la interpretación de señales sembradas por los
dioses en el universo y tenía lugar cada vez que uno la necesitara, desde el
campo de batalla hasta la asamblea. La adivinación inspirada era pronunciada
por profetas y profetisas, cuyas mentes eran capturadas por los dioses y estaba
más ligada a un santuario. El contexto de cada revelación podía alterar la
significación de las señales. Un terremoto podía ser interpretado como un
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Para los griegos, el ‘‘entusiasmo’’ era un estado anormal del alma, que era
poseída por la voluntad divina e introducida por este ‘‘regalo divino’’ en la
verdad. Después de la revelación, el médium está en un estado psíquico muy
alterado, no consciente de sí mismo, como un epiléptico, estado que se
consideró durante mucho tiempo ‘‘sagrado’’.
La terminología era bastante imprecisa. El prophetes (femenino prophetis) podía
significar tanto el hombre que entraba en contacto con la deidad o el que,
después de escuchar las palabras pronunciadas por un médium (como la Pitia),
las anunciaba o les daba forma. En ambos sentidos, este ‘‘magistrado’’ le
prestaba servicios a una determinada deidad oracular, mientras que el mantis
era más general. Además, las doce sibilas, profetisas perdidas en las nieblas del
mito, eran la contraparte de los adivinos legendarios.
Los santuarios que inducían la inspiración incluían Delfos, Dodona, Claros,
Dídima y el de Trofonio, y en algunos casos se valían de complicados rituales
de consulta.
La oniromancia se ocupaba de la ambigüedad de los sueños, ya fueran
inesperados y recibidos por un soñador en su casa, o solicitados en los
santuarios. Los sueños que se dirigían directamente al soñador sin ningún
intermediario son mencionados en muchas inscripciones. Experimentaron un
éxito ininterrumpido aunque se necesitara a veces un intérprete.
La reputación de algunos santuarios oraculares duró mil años y demuestra que
los griegos creían en los oráculos. Muchas inscripciones registran actos
realizados ‘‘de acuerdo a la voluntad de un oráculo’’ y confirman la tradición
literaria. Los ejemplos de personas que desobedecían los oráculos son
excepcionales. Sin embargo, los griegos se enfrentaron a tres problemas
relacionados: la ambigüedad de los oráculos, el charlatanismo y la falsificación
de respuestas oraculares.
La ambigüedad de los oráculos derivaba del modo de revelación y de los
errores cometidos en el proceso de predicción. El grito de una lechuza, un
sueño o las palabras de la Pitia en Delfos siempre dejaban lugar a la duda y a la
interpretación (Heráclito fr. 93 D-K: “El Señor cuyo oráculo está en Delfos ni
dice ni oculta, sino indica”). El médium también era un instrumento
inadecuado para la revelación auténtica.
Pero como los griegos no podían considerar mentirosos a sus dioses, aceptaban
la posibilidad del error humano en la decodificación de los oráculos: las
respuestas de los dioses, dichas con veracidad, eran en consecuencia
consideradas ambiguas, ‘‘oblicuas’’. El Edipo de Sófocles no entiende los
oráculos y queda envuelto en la desgracia. El error humano era la única
explicación posible porque la creencia en la adivinación estaba establecida en
los patrones griegos del pensamiento y justificada por la tradición, de la que los
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Bibliografía
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