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No digas que es prieto, di que está mal envuelto.

Notas sobre el racismo mexicano

Tabús / DOSSIER / Junio de 2018


Fabrizio Mejía Madrid

El 16 de junio de 2017, el INEGI (Instituto Nacional de Estadística y Geografía)


presentó los resultados que miden la relación entre el color de la piel y el lugar que
uno ocupa en la sociedad mexicana. De inmediato, surgieron los que estaban en
contra de siquiera plantear la pregunta de si somos o no un país racista. A pesar
de que en el estudio en 30 mil casas se pidió que fueran los encuestados quienes
escogieran su propia pigmentación en una escala en la que “A” es color chocolate
y “K” es rosa, las voces que pidieron censurar los resultados lo hicieron sobre dos
argumentaciones por lo menos gelatinosas: “Si yo soy moreno y me va bien, no
existe el racismo” o “Todos somos racistas. A mí me dicen ‘güerito’ en el
mercado”. El estudio fue acallado porque, en el mito posrevolucionario, los
mexicanos somos una mezcla mestiza y sugerir que los pobres tienen un color
más oscuro que los ricos significa que no todo éxito social se debe al mérito
propio.
Hay algo de mágico en la prohibición de hablar de racismo en México, más allá
del obvio: las comunidades indígenas. No decirlo es no convocarlo, como decir
que uno no es “de izquierda” porque no quiere ser pobre o aceptar que se vive en
una sociedad tan desigual que hasta teme perder la indigencia. En la fantasía del
país mestizo, los indios están en geografías aisladas, sin agua potable, hablando,
entre humo de copal, otras lenguas. Si son “indígenas” están politizados y
reivindican sus costumbres como leyes aparte del resto. Si son “antepasados”
pueden pasar a mirar las joyas del esplendor azteca y maya. Los demás
mexicanos somos morenos en la medida en que el bigote o el rebozo nos ocultan
la cara. Pero el color de la piel se correlaciona con una estructura de
oportunidades o falta de ellas. El estudio del INEGI lo mide con precisión: el 88 por
ciento de los encuestados se autoclasificaron como morenos, entre la “G” y la “H”,
a la mitad de la tabla de pigmentación. Pero una tercera parte de los que se
clasificaron como más oscuros no terminó la primaria
mientras que el 28 por ciento de los reglamentos que combatir, tenemos
más blancos concluyó su educación que enfrentarnos cara a cara.
superior. Cuando se les pregunta por Los mexicanos morenos se
su lugar en el trabajo, los más apresuran a contarnos sobre su
oscuros se desempeñan en igual abuelo español y cómo se fue
proporción —una tercera parte— en oscureciendo su esplendoroso legado
trabajos manuales y de apoyo, pigmentario, pero, sin transición,
mientras que el 32 por ciento de los pueden pasar a defender el statu quo
más blancos son directivos. como vernáculo cuando llaman a los
La prohibición de hablarlo se opositores “gachupines” o
debe a que, a diferencia de Estados “extranjerizantes”. La mezcla se vive
Unidos, el menosprecio por el color como una angustia entre lo propio y
de la piel no es institucional sino lo aspiracional: si ser moreno implica
familiar. Los “gringos”, además de tener una educación deficiente y un
pragmáticos, utilitarios y solitarios, trabajo monótono, nadie quisiera
tienen instituciones que humillan a serlo. Si pudiéramos evitarlo, lo
una parte de su población. Los haríamos y, en vez de ser más
mexicanos no necesitamos de esas parecidos a la sirvienta, al sicario y al
instituciones, podemos solitos. El capataz de las telenovelas,
racismo en México es una relación de podríamos aspirar a ser la dueña, el
unos contra otros por el aspecto; no capo en control y el novio bueno.
hay leyes que nos separen por Esto tiene un contenido político: si las
colores —sería complicado dada tan decisiones deben estar en manos de
enorme diversidad de matices de café alguien con posdoctorado, muy
—, y la policía puede detenernos por probablemente será alguien casi
ser morenos o por vengarse de que transparente. La estructura de poder
no lo somos tanto. Por eso está se revela en dos términos: “prieto” y
prohibido plantearlo: no hay leyes ni “güerito”.

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El “güero” no es el rubio, sino el atribuyen los mismos rasgos que a
que tiene poder de compra, el que los campesinos franceses de
tiene el control sobre sus principios del siglo XX. Enumera el
necesidades más elementales. En los historiador Eugen Weber los insultos
infomerciales es la consumidora que le merecen sus trabajadores al
contenta con su nueva compra. El terrateniente Limousin en 1865:
“güero” es alguien confortable, seguro
de que no le van a rebotar la tarjeta Bestias de dos patas, apenas
de débito. Dada la estructura de se reconoce en ellos a un ser
tercios que revela el INEGI, es humano. Su ropa siempre
posible, aunque no indispensable, mugrosa y, cuando se
que sea de piel más blanca, menos desnudan, tienen una piel tan
moreno. El “prieto” es más complejo. oscura y gruesa que uno duda
El “prieto” es el mestizo a cuya si abajo fluye algún tipo de
pigmentación se le atribuyen, al sangre. Su mirada obtusa y
mismo tiempo, indolencias, salvaje no deja entrever ningún
ignorancias, rencores atávicos y rastro de pensamiento en este
sentimentalismos a flor de piel. Es la ser atrofiado física y
continuación por otras vías de una moralmente. No tienen ningún
guerra contra los pobres: el lépero de escrúpulo para la traición; son
la Colonia (no de su barrio, sino del ignorantes, apáticos, flojos,
periodo virreinal) da paso al “pelado” perezosos, de una naturaleza
de la República Independiente. hipócrita, avara, y taimada.
Ambos términos son políticos: la Hay que decir que existe una
“leperuza” es una chusma anónima y distancia enorme entre
el “peladaje” es la misma, pero nosotros, los que hablamos la
desprovista de ropa elegante. Ambas lengua francesa, y ellos que
acabaron por encarnar el lenguaje apenas la tartamudean con
soez: “peladeces” y “leperadas”. dificultad.
Además de la grosería verbal, a los
pobres de las ciudades se les

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endémicas y quemadores de
Este sojuzgar —“sentenciar hacia petróleo en construcciones de
abajo”, literalmente— a los pobres cartón o de adobe o de
asociando su aspecto a un juicio material de desecho con piso
moral sobre su sospechosa de tierra o de cemento. Su
humanidad, adquiere una vuelta con historia: el ir ascendiendo a
el término “naco”. Escribe, en duras penas o irse quedando
extenso, Carlos Monsiváis: entre la malicia de su espíritu
crédulo y su muy reciente
La naquiza tiene una historia: pasado agrario y su
el desprecio imperante ante el aprendizaje de la corrupción
perfil de un indio zapoteca que como defensa ante la
no puede decir apotegmas, el Corrupción. Su sociedad: la
desdén ante el brillo (no conversación como gracia de
verbal) de la vaselina y ante el la única pileta de agua, el
esplendor (no tradicional) de la tendajón como el ágora, la
chamarra amarillo congo y cerveza y la mezclilla como
ante la ilustración que a veces estructuras culturales, el
concede el certificado (no ámbito del vecindario y del
inafectable) de sexto de compadrazgo como la
primaria, que respalda y identidad gregaria que se
encomia la voraz lectura de exhibe en la vasta cadena de
cómics, fotonovelas y diarios bautismos, confirmaciones,
deportivos. Su historia: la primeras comuniones,
opresión y la desconfianza, el matrimonios, defunciones,
recelo ante cualquier forma de quince años, graduaciones de
autoridad, los asentamientos primaria o de academias
urbanos como hacinamientos comerciales, compadrazgos de
en un solo cuarto, el arribo a la escapularios, de coronación,
ciudad entre expropiaciones de del cuadro de la Virgen, de
cerros y enfermedades alumbraciones y

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consagraciones. Su sociedad: presidente José López Portillo y
el lenguaje extraído de Pacheco. Los dos fueron en la misma
comentaristas deportivos, de medida corruptos, pero no igualmente
cómicos de televisión, de ilegítimos por su color de piel,
películas, de radionovelas, ignorancia y truculencia.
telenovelas y fotonovelas, la El racismo no se trata de una
“grosería” permanente como discriminación personal por el color
único y último recurso ante un de piel mestiza o por andar mal
idioma que los rechaza vestido —“mal envuelto”— ni
condenatoriamente, la tampoco por los prejuicios basados
diversión como un en estereotipos, sino que constituye
desciframiento de las ofertas una estructura narrativa y de
contiguas del sexo y de la imágenes respaldada por los que
muerte. tienen el poder para diseminar ciertas
creencias sobre los más morenos,
Discriminación por el gusto, “hablar que evita que tengan acceso a los
mal”, y cierta astucia de la mismos recursos y a ciertos
servidumbre, que termina enclavada privilegios que deberían concederse
en el color de la piel. Y así llegamos, por méritos, como la educación o el
por fin, al “prieto” como nombre de la puesto de trabajo. Es decir, una cosa
sociedad de castas que ubica el es que alguien te discrimine por cómo
pronóstico de éxito en la te ve a través de sus prejuicios, y otra
pigmentación heredada y que, por lo muy distinta es que la forma en que
tanto, desconfía de quien, con esa está organizado el reparto del poder y
facha mestiza, ha podido tener casa los privilegios sea racista. Por eso no
propia: de ahí que, con todos los existe tal cosa como el “racismo al
millones de la corrupción, “El Negro” revés”. Decirle “güerita” a alguien no
Durazo no fuera solamente “Arturo” o es racismo, sino simple prejuicio.
el “jefe de la policía de la capital”, Cuando alguien no tiene poder
sino el amigo advenedizo del Señor institucional para decidir si te quita un
de Caparroso de Navarra, el espacio, una forma de autodefinirte o

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una oportunidad por tus rasgos autoridad. Y menos ha tenido que
fenotípicos, te puede discriminar, aceptar que sean los privilegiados de
sentirse superior a ti o tener un la casta superior los que definan su
prejuicio en tu contra. Pero el racismo identidad. Y es que, acaso, la
es otra cosa: es una estructura discusión que anuló la banalización
narrativa de verdad y de poder que, del término “racismo” al suponer que
por el origen étnico y los rasgos podía existir como una estructura de
aparentes, elimina a grupos enteros doble vía —“racismo de los indios a
de las posibilidades de la equidad, la los blancos”—, fue la de la
justicia y la libertad. Una cosa es que autodefinición. Fue el poder colonial
te discriminen o tengan prejuicios el que inventó una clasificación
porque hablas francés —lo que no “naturalista” de los de abajo: criollo,
pasa de una anécdota personal— y mestizo, castizo, español, zambo,
otra muy distinta es que, zambo prieto, mulato, morisco, albino,
estructuralmente, México es una saltapatrás, apiñonado, cholo, chino,
nación racista porque los privilegios y harnizo, harnizo prieto, chamizo,
el poder les están si no prohibidos sí cambujo, lobo, jíbaro, albarazado,
alejados a los “prietos”. Estas vías de zambaigo, campamulato y tente en el
ascenso cultural y social están más aire. Donde “español” no es lo que
empedradas para los más oscuros dice, sino “español con mestizo que
que para los menos morenos. se casa con español”, y donde
El otro tema que hace ridícula la “prieto” siempre es un escalón abajo
observación de que existe un de la pirámide de la fuerza
“racismo al revés” es la historia. Que institucional. En la cúspide, sólo los
yo sepa, ningún “no-prieto”, “menos “peninsulares” —los nacidos en
prieto”, “no tan naco” —en el país de España— eran el verdadero poder.
las 23 combinaciones de las castas Un poder transoceánico, tan lejano a
coloniales todo lleva comillas— tuvo los súbditos como ahora lo están los
que soportar la esclavitud, la diplomados en la Ivy League de los
encomienda o las limitaciones de ejidos. Hoy siguen siendo los
acceso a la educación o a cargos de poderosos los que definen a los otros

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como “prietos”, “nacos”, “lumpen”, refrán de los que creen que al
dentro de una estructura que les enunciarse como superiores lo son en
niega a éstos la igualdad y la libertad. la realidad, “lo bueno de la lucha de
Los demás son insultos, inaceptables clases es que la vamos ganando”. El
porque discriminan, pero no discurso por la igualdad es
insuperables como sí es nuestra amenazante para quien cree que la
democracia de las castas. vida lo recompensará algún día por
La construcción cultural del su obediencia al poder. Los
“prieto” —o del “moreno”— sigue desesperados son “los de abajo” que
siendo hoy la misma que durante la necesitan protestar o disentir. Son los
Nueva España. Nuestra invisibilidad “chairos”. El “chairo” es el prieto
nos hace parte de la “mayoría ideológico. Y éstos además son
silenciosa”, el lugar donde rebotan las “pandrosos” —no siguen la moda—,
encuestas, donde las estadísticas van “indígenas” —los rasgos que
mal, donde los discursos académicos demuestran la pobreza y el “mal
de la ciudadanía “verdadera” parece español”—. Últimamente los “chairos”
que no se entienden —siempre son la restauración ideológica del
estará el problema del idioma—, o se “naco”, ahora asimilada a quien
malinterpretan o se miran con protesta por las desigualdades y los
sospecha. Somos esos, los “prietos”, menosprecios.
de los que nunca se puede uno fiar, La enunciación del otro como
que están siempre al borde de inferior no admite utilizar “naco” o
acuchillarnos traidoramente o llorar “prieto” y se sustituye por “chairo”: si
por un bolero o que, sin asumir su yo sólo fuera pobre, protestaría, pero
compromiso con la productividad, se también soy obediente. En la medida
dejan caer al pie del nopal ya en que desprecio la realidad de mi
privatizado, con un sombrero chino propia pobreza, desdeño a los que
que nos tape del mediodía protestan contra ella. Protestar,
desgastado por el cambio climático. indignarse por la injusticia sería
El país tiene que seguir aceptar que la padezco. El chairo
diferenciado porque, como reza el siempre es el más moreno.

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La banalidad es una ocultar que tu apellido es
insustancialidad como vanidad “Hernández”, pero también no
prestigiosa: no informarse para evitar comprometerse, no ser “intenso”, no
preocuparse, despreciar las ser ideológico. Después de todo, el
búsquedas insaciables de saberes sentimentalismo y lo épico son de mal
como casi patológicas, sentirse gusto. Pero tampoco hay que decirlo,
orgulloso de la propia bobería, de no los demás podrían sentirse
tener que preocuparse por los demás menospreciados.
o el país, porque tengo que sostener
mi propia fantasía de que me va bien.
Lo remoto antiintelectual lleva a lo
insensible. Si nada es para tanto,
hasta una masacre es celebrable o, al
menos, eludible por la vía de “hay
tanto de eso, que prefiero ya no
verlo”. No es que los que justifican
con su banalidad el estado actual de
las cosas tengan una postura a favor
o en contra de las reformas
constitucionales o de cómo se han
manejado las oficinas de los
gobernantes y los empresarios —no
pueden porque eso sería faltar al
prestigio que les da la superficialidad
—, es que aguantarlas es demostrar
inclemencia, un valor de la cultura
neoliberal. You’re fired, decía Donald
Trump a los concursantes del show
televisivo que lo llevó a la
presidencia. Sentirse distinto a la
mayoría es ser menos moreno y

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