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«NO TENEMOS
SUEÑOS BARATOS»
Una historia cultural de la crisis
«No tenemos sueños baratos» : Una historia cultural de la crisis / Martín Alonso.
— Barcelona : Anthropos Editorial, 2015
000 p. ; 21 cm. (Divulga ; 4)
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Para:
Mujeres de Negro, de Belgrado
Matchsomwatch, de Israel
La Plataforma ciudadana contra la exclusión sanitaria,
de Santander
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INTRODUCCIÓN: LA CRISIS DESDE
EL PENSAMIENTO SOCIAL
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Siento pena por ti que no sabes soñar a lo grande.
LANCE AMSTRONG a CHRISTOPHE BESSONS
[porque no quiso doparse],
Le Monde, 08-09/12/2013
***
Los manantiales de la mente son inescrutables. Sus escar-
ceos responden a motivos recónditos que trenzan sendas insos-
pechadas. Destellos de la retina de los clásicos sobre la cruda
realidad de nuestro presente inspiran el presente recorrido. El
crujido de la realidad encrudecida llega desde un organismo
público en forma de cuña publicitaria: «No tenemos sueños ba-
ratos»; la fórmula merece el rango de sigla: NTSB. La asociación
libre traduce el eslogan en las cifras del malestar que nos aflige:
el 99% padece el coste de los sueños del 1%. De manera que el
emparejamiento mental de ambas estampas da motivos para la
irritación: no hay sueños baratos y España bate records en des-
igualdad o en precariedad laboral, mientras sueños inmundos
siguen arrojando su cosecha de corrupción, soborno, fraudes e
impunidad.
Y estas impresiones alientan la pregunta sobre un enigma
que desafía al sentido común: ¿cómo es que minorías exiguas
consiguen imponer sus privanzas y hacer valer sus intereses frente
a las mayorías, sus caprichos elitistas sobre el bien común? Hay
dos vías para una explicación provisional: la coerción, cuyo em-
blema es el totalitarismo, y la seducción, para la que no tenemos
una etiqueta del mismo empaque. Aunque estas respuestas lo
son provisionalmente: hay que seguir preguntando por los me-
canismos en que descansan la una y la otra. En todo caso, como
a primera vista no se distingue en el paisaje la sombra del Gran
Hermano, habrá que mirar del lado de la seducción.
Acudamos a dos clásicos para demarcar el terreno. La Boé-
tie hizo del enigma leitmotiv para El discurso de la servidumbre
voluntaria, publicado en 1574. Allí leemos:
Pero, Dios mío, ¿qué puede ser esto?, ¿cómo llamarlo?, ¿cuál es
este mal?, ¿qué vicio o, más bien, qué aciago vicio? Ver a un
número infinito de personas no solo obedecer sino servir; no solo
ser gobernadas sino tiranizadas. [...]. ¿Llamaremos a esto cobar-
día? ¿Diremos que quienes se someten son cobardes o ingenuos?
[...] si cien, si mil soportan el yugo de uno solo ¿no se dirá que es
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que no quieren o que no se atreven a enfrentarse a él...? [...] Así
pues, ¿qué monstruo de vicio es este que no acaba de merecer el
nombre de cobardía, que no encuentra un nombre suficiente-
mente aborrecible, que la naturaleza se niega a admitir como
producto suyo y la lengua a nombrar?
¿Quién es el ser más extranjero para los que le rodean? ¿Un fran-
cés en Pekín o en Macao? ¿Un lapón en Senegal? ¿O no sería por
casualidad una persona de mérito sin oro ni títulos en medio de
quienes poseen uno de estos dos atributos o los dos juntos? ¿No
es un portento [une merveille] que la sociedad subsista con la
convención tácita de excluir del reparto de sus derechos a los
diecinueve veinteavos de ella?
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driñado. Pero en este punto y con el riesgo de error de las apre-
ciaciones apegadas al momento, me importa dejar constancia
de una grave preocupación por el sesgo que adquieren los acon-
tecimientos asociados con la cuestión catalana. No aprendemos
de los ejemplos. Para los protagonistas de la política europea en
el verano de 1914 el desastre inminente era impensable. Para los
yugoslavos de los juegos olímpicos de invierno de Sarajevo la
desaparición y destrucción de Yugoslavia era no solo impensa-
ble sino risible. Pero no habían pasado diez años y la risa se
transformó en mueca trágica. Es patética la irresponsabilidad
de quienes alientan el fuego e incomprensible la de quienes, pre-
sos del imaginario del oasis o de la confianza en el poder tauma-
túrgico de la ley, piensan que es cuestión de tiempo que escam-
pe. Tendríamos que tener bien presente la figura del aprendiz de
brujo y la constante histórica de las bolas de nieve que inflan
emociones poderosas. Desde que se declaró el «fin de la histo-
ria» han aparecido 18 naciones nuevas en Europa y no sabemos
qué saldrá de las brasas de Ucrania. Hay definiciones de la reali-
dad que funcionan como profecías autocumplidas, especialmente
cuando los profetas gobiernan desde el pescante, como se verá
en el capítulo 7. Más allá de lo que tiene de rito la redacción de
un escrito, desde la condición de la mera ciudadanía quiero ex-
presar mi profundo desasosiego ante los desenlaces que prome-
te la onda expansiva de la tensión emocional que conoce Catalu-
ña. Ojalá que estas aprehensiones acaben resultando inmotiva-
das.
Retomo el hilo. Tenemos las dos piezas extremas del rompe-
cabezas. En primer lugar, un dato que se desparrama por el vas-
to paisaje de la historia: los millones de personas empobrecidas.
En segundo lugar, el enigma que resulta de someter el dato a la
lógica intuitiva que querría que los más prevalecieran. Falta por
explorar el intervalo que separa ambos: los procesos sociales que
dan cuenta de esa anomalía y que presumo aplicables al contex-
to de la actual crisis.
Para abordar el asunto utilizaré una vía de aproximación
que se inspira en el estilo de lo que Ortega y Gasset denominaba
método de Jericó o del asedio: se trata de afrontar el tema desde
distintos ángulos. A la vez, esa marcha procederá, en ocasiones,
en zigzag para atender a los dos polos de observación condensa-
dos en los epónimos de Hayek y Herder, para expresar respecti-
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vamente la exclusión vertical (de clase) y horizontal (identitaria
o tribal, cargándole en ocasiones a Herder más de lo que en ri-
gor se merece, debo advertirlo como descargo) y los ramales que
los comunican.
Es preciso justificar qué pinta la vena identitaria en un terri-
torio de la jurisdicción de la economía. La respuesta inmediata
es que ambas lógicas, ambos repertorios discursivos, están co-
nectados entre sí de múltiples maneras. Si echamos un vistazo a
la historia reciente encontramos, por lo menos, tres interconexio-
nes significativas. El primer ataque serio al consenso posbélico
se produjo en los 70, cuando desde la Comisión Trilateral –CTL;
véase p. 23–, se declaró extinta la «feliz coincidencia» de los ‘trein-
ta gloriosos’ –años dorados desde el final de la IIGM hasta la
crisis del petróleo de 1973–; la razón invocada no era otra que la
sobrecarga de solicitaciones al Estado que se habían hecho pa-
tentes en las movilizaciones contra la guerra de Vietnam. Ahora
bien, esta guerra se inscribe en el patrón identitario herderiano
que subyace en la tensión de la ‘guerra fría’; los Nóbel que reco-
nocen ahora a los economistas de querencia austriaca y el adve-
nimiento de la revolución conservadora caminan juntos. Reagan
declara la vuelta de América, acuña el eslogan del ‘imperio del
mal’ y entroniza la economía de la oferta, la pieza maestra de la
escolástica neoliberal. Thatcher emprende su cruzada contra los
sindicatos con la bandera identitaria del ‘enemigo interior’, un
concepto importado de la doctrina de la seguridad nacional de
las dictaduras del Cono Sur –recordemos la amistad entre la dama
de hierro y Pinochet, y otras amistades que propiciaron su devo-
lución tras ser arrestado en Londres–, dictaduras que se implan-
tan con el apoyo más o menos visible de EE UU y muy explícito
de los Chicago boys, la rama militante de la escuela austriaca.
EE UU se cobra la derrota de Vietnam con la caída del Muro,
que pone fin a la guerra fría; pero a la vez promueve el Consenso
de Washington que señala la continuidad a escala global del es-
quema plutocrático que anunció la CTL en los setenta. Como
parte del empeño para derrotar al ‘imperio del mal’ («les dare-
mos su Vietnam»), EE UU había dado alas a los islamistas radi-
cales en Afganistán. Llegaron los ataques abominables del 11-S
y Bush declaró una ‘guerra global contra el terror’ encaminada a
estrangular al nuevo avatar: el ‘eje del mal’. El superávit hereda-
do de Clinton se convirtió en una sima por los gastos de las cam-
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pañas asiáticas; para sufragarlas (y favorecer los intereses de las
finanzas) Greenspan aplicó una política de créditos baratos que
estimuló el negocio de los productos basura; estos inflaron la
burbuja hasta que, tras estallar en 2008, extendió el mal por el
mundo con especial incidencia en las economías endeudadas.
Uno podría maliciarse que alguna rodaja de la prima de riesgo
española puede haber sido una devolución del favor, un castigo
giratorio de Wall Street, por la retirada de las tropas de Irak. A
estos enlaces Hayek-Herder, o H-H, por la cima, se suman otros
que la propia desigualdad propulsada por la crisis alienta por la
base: el relente identitario hace estragos en las clases populares
que señalan a los emigrantes como chivos expiatorios porque –
dicen– ‘nos’ roban el trabajo y abusan de ‘nuestros’ servicios so-
ciales. Para retomar el sintagma de La Boétie: las estrategias de
la cúpula tienen que ver con la servidumbre, las de la base con
una credulidad basada en la ignorancia y que prefiere ver un
enfrentamiento identitario (Madrid-Barça) en vez de otro pluto-
crático (Emirates-Qatar Airways). Hay un tercero y muy fértil
puente aéreo H-H: la justicia chilena averiguó que Pinochet acu-
muló una fortuna de origen incierto por un valor de 26 millones
de dólares, gracias, entre otros, a los buenos oficios para la eva-
sión del banco HSBC (http://news.bbc.co.uk, 27/10/2006). La
anécdota es generalizable: patriotas de los cinco continentes y
de comunidades autónomas que se indignan con el ‘Madrid nos
roba’ usan las mismas carteras de marca suiza o apátrida. Y pa-
rece que la música de las cajas b no son himnos nacionales. El
último argumento para el emparejamiento es de otro calado. Se
ha escrito mucho sobre los atropellos a la racionalidad del na-
cionalismo, su tendencia a crear una burbuja cognitiva que aísla
a los adeptos de la realidad; la asociación querría insinuar que la
retórica macroeconómica vigente, pese a la sofisticación del ins-
trumental, puede sufrir del mismo mal. De otro modo: pocos
años después de la Guerra de Irak, para la opinión pública ame-
ricana e internacional estaba clara la maniobra de mistificación
que la preparó; mutatis mutandis, podría trasladarse la plantilla
al escenario de nuestra historia de la crisis.
Volvamos al instrumental para el periplo. Si pasamos del
léxico militar del asedio al más amable de la cocina, lo que sigue
se asemejaría a un guiso en el que se combinan: miradas sobre el
pasado reciente (históricas) y sobre el presente (sociológicas),
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voces iluminadoras de los clásicos y flashes de hoy, datos fríos y
anécdotas saladas, contribuciones teóricas y materiales crudos,
doblemente crudos. El hilo narrativo se acompasa con la contri-
bución de voces autorizadas y la guarnición digestónica de las
anécdotas. El recurso a la anécdota no es accidental: desde Cha-
mfort a Gracián, pasando por Machado, Ortega y Gasset o Ra-
món y Cajal, se ha subrayado su alto valor didáctico.
Si el método es correcto y los pertrechos conformes, el pa-
seante se encontrará con que las ilusiones, los sueños-camelo, se
presentan esencialmente por dos vías, la del consumo de pose-
siones (tener más, superioridad estratificacional, competitividad
ostentatoria) y la del esencialismo identitario y narcisista de las
pertenencias (ser más, superioridad tribal, exhibir la lista más
larga de apellidos con pedigrí). Son, en consecuencia, los instru-
mentos preferidos para encandilar y encarrilar a las gentes por
las horcas caudinas de la servidumbre voluntaria. La primera
nos seduce con el brillo del último gadget de moda y la oferta de
crédito para financiarlo, la segunda con el lustre de los mitos.
¿Sabe cómo le llamaban a Alan Greenspan que enseguida nos
presentará Samuelson?: ‘maestro’ o ‘mago’. ¿Y a Milosevic y Fran-
co?: caudillos y salvadores de la patria. Embaucadores y dema-
gogos son los empresarios de la servidumbre voluntaria: una res-
puesta exprés.
He adjetivado este ensayo como historia cultural. Tal opción
se desprende de la convicción de que la crisis que padecemos no
es sólo, ni siquiera principalmente, una crisis económica; ello
quedará patente cuando los arúspices financieros muestren re-
cuperados los índices grasos macroeconómicos y veamos que
nada de lo importante es como antes. Se trata, predominante-
mente, de una crisis moral, social, política y mental.2 La pers-
pectiva cultural permite atender a tales dimensiones y, sobre todo,
dar cuenta de cómo ha logrado asentarse una definición parti-
cular –un relato– de la realidad que, como consecuencia de un
cúmulo de circunstancias propicias y –muy importante– de una
poderosísima liturgia legitimadora, ha elevado a hegemonía ideo-
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lógica la visión neoliberal del mundo; y una visión es una dimen-
sión total, no meramente económica.
El ser humano vive en una atmósfera de sentido, en un uni-
verso simbólico que no es un reflejo del mundo físico, sino una
construcción social; con un notable margen de arbitrariedad –
frente a los esencialistas y objetivistas– pero con no menor gra-
do de motivación, de dependencia respecto al contexto en que
se crean las deficiniciones de la realidad socialmente aceptadas
–frente a los postmodernos para quienes todo empieza y acaba
en el texto–. Una perspectiva cultural permite iluminar el desfa-
se entre sentido y referencia, por un lado, y establecer la diferen-
cia entre el contenido de verdad de las creencias dominantes y
su eficacia social, por otro. Si convenimos con el segundo Witt-
genstein en que “el significado es el uso”, tendremos que indagar
cómo se construyen los significados socialmente relevantes o,
en los téminos de H. Blumer (1971), cómo se conforman los
problemas sociales. La perspectiva cultural se postula como la
más apropiada para afrontar la dimensión fundante de la crisis
como captura mental, en cuanto desestabilización del relato
hegemónico que la legitima como tal en la agenda pública.
Conviene, para evitar malentendidos, dejar clara la diferen-
cia entre dos usos de lo cultural que a veces se han confundido,
especialmente por algunos críticos de las orientaciones postmo-
dernas. Una cosa es una aproximación cultural a los procesos
históricos y otra bien distinta una legitimación culturalista de
ciertos programas o prácticas. Entre los cometidos de una histo-
ria cultural se encuentra el de poner en evidencia las falacias de
los argumentos culturalistas. El interés de la mirada cultural se
cifra en que se ubica en ese istmo privilegiado que comunica,
para decirlo con los términos técnicos, la estructura con la agen-
cia, el sistema y el actor; porque la comunicación del actor con
el sistema pasa por el bagaje de percepciones y creencias, como
bien observó Ortega y Gasset. Pero no solo él; el principio de
Thomas –«lo que percibimos como real produce consecuencias
reales»– da cuenta del papel esencial de la mediación cognitiva.
Como afirma Thomas Szasz, las diferencias del vino kosher y del
agua bendita respecto al vino y el agua normales no dependen
de ninguna diferencia en las propiedades físicas entre ellos sino
de los supuestos y creencias de las gentes que los usan. Creo que
no andaríamos muy descaminados si aplicáramos el cuento a
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conceptos como el de deuda, disciplina fiscal, austeridad, refor-
mas estructurales o similares. Antes que Thomas y que Szasz, el
sociólogo Émile Durkheim había precocinado el argumento en
un molde que ni pintado para nuestro propósito:
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muy coyunturales del momento tiene un objetivo explícito: ofre-
cer una visión de la crisis distante de la inmediatez con miras a
conectarla con procesos sociales intemporales que invitan, por
así decirlo, a una lectura a cámara lenta. El concepto de lógica
situacional, del último capítulo, ilustra este punto. De otro modo:
una historia cultural tendría que servir para sospechar del argu-
mento de que esta vez es diferente; y de este modo temperar el
trastorno que denunciaba Cabanes.
La presente crisis es un objeto que se ofrece con docilidad al
bisturí de la historia cultural. Si la empresa tiene éxito, al final
tendríamos que estar en condiciones de reembolsarle a Hayek,
uno de los principales responsables intelectuales de nuestros
males, su propia receta:
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La Boétie y se sugiere una reinterpretación de la secuencia ca-
nónica del siglo XX a partir de la relectura de acontecimientos
asociados a fechas bisagra. El capítulo quinto es cocina de tem-
porada y nos acerca a la encrudecida realidad que conforma la
experiencia cotidiana del 99%. A continuación arranca, por así
decir, la fase crítica del asedio. El capítulo sexto mostrará el pro-
ceso de impugnación del consenso posbélico y de destrucción
del ‘modelo social europeo’, sus relatos legitimadores para justi-
ficar el Gran Cambiazo y, en paralelo, enterrar la lección de Aus-
chwitz y erradicar, como si se tratara de una anomalía, el Estado
de bienestar. De las comarcas hayekianas pasamos en el capítu-
lo séptimo al escenario de suelo y sangre de Herder; después de
ilustrar las dos dimensiones de la exclusión, se da cuenta del
poder destructivo del esencialismo identitario, se explora uno de
sus principales tropos –el del destino robado–, se entra en el te-
rreno oscuro de los sueños de las naciones y, tras subrayar como
se ha hecho más arriba los pasadizos entre los dos esquemas de
dominación –las clases privilegiadas en el orden vertical y las
etnias elegidas en el horizontal–, se cierra el capítulo con un
vistazo rápido a una dimensión que sufre la opresión de todas
las demás, la de género. El capítulo octavo pretende abrazar los
dos objetivos superpuestos –dar cuenta de la construcción sim-
bólica de la crisis a la vez que responder al interrogante de La
Boétie– combinando la mirada contemporánea con contribu-
ciones prominentes del pensamiento político. Después de un vis-
tazo sobre el atractivo de la superioridad (que denoto con el neo-
logismo ‘masismo’), se expone el mecanismo que da cuenta de la
desigual distribución de recursos –el efecto Mateo–, siendo dos
de sus expresiones más eficaces el poder organizacional y la fa-
bricación de un discurso de autojustificación –lo que denomino
la burbuja cognitiva–; la traducción en términos distributivos
nos aboca a un hábitat de vampiros dominado por una tenden-
cia de suma peligrosidad ya identificada por los griegos, la pleo-
nexía, un término culto sinónimo de ‘masismo’. Se cierra el en-
sayo con una dosis de sabiduría mediterránea contra las calami-
dades de los masismos, que es a la vez una propuesta ética de
austeridad genuina: una invitación a castigar a los corruptores y
amarrar(nos) a los corruptibles; justamente lo opuesto al señue-
lo de la cuña publicitaria, que, como los cantos de sirena, atrae
con el cebo de los sueños caros a los incautos para destruirlos.
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La presentación del menú no puede omitir una cláusula obli-
gada: el aviso sobre la propensión al sesgo; la redacción es vul-
nerable a los escollos del error y en particular a los que pueden
favorecer la línea argumentativa del autor. La cláusula se inscri-
be en un registro más general que entiende la tarea de la re-
flexión como una persecución del conocimiento considerando a
este como el estado provisional de la ignorancia.
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LOS CLÁSICOS HILVANAN LAS PREGUNTAS
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mos, ilustra este extremo que tuvo una de sus formulaciones
más acertadas en Rousseau. Leemos en El contrato social:
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ser rico? —Me sirve para comprar más estrellas si alguien las
descubre». El argumento lo había anticipado el presidente Wil-
son, tan poco afortunado en el herderiano derecho de autodeter-
minación, en vísperas de la Gran Guerra: «No tengo esperanzas
de que el monopolio se autocontenga. Si hay hombres en este
país lo suficientemente pudientes como para hacerse con el go-
bierno de EE UU, se harán con él».
Acerquemos el zoom. Paul Samuelson, un exponente lúcido
de la corporación ‘ecofin’ (economía + finanzas), señaló la res-
ponsabilidad de Greenspan, el mago de la Reserva Federal, des-
de el estallido de la crisis. Poco antes de morir dejó esta píldora
de penetrante sabiduría:
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fábula del cuervo y el queso: se encomia el plumaje para desplu-
mar al narciso. Y aquí, la lírica nacionalista no tiene parangón y
la ocasión del tricentenario de 1714 nos ofrece raciones cotidia-
nas de alto contenido caseínico. Por eso en la expedición de la
servidumbre voluntaria caminan acompasados Hayek y Herder;
aquel toca la partitura de las posesiones que resuena en la carte-
ra, éste la de las pertenencias que lo hace entre el corazón y el
ombligo. Para un apunte rápido sobre la vía herderiana, la iro-
nía de Lichtenberg sobre un tipo de gentes que «pronuncian la
palabra ‘alemán’ casi siempre con las ventanas de la nariz abier-
tas». (Aprovechemos la alusión para un cambio de banda: ¿no
observamos la misma expansividad nasal cuando el experto en
plaza entona la fórmula mágica ‘reformas estructurales’?). Pero
oigamos al propio Herder para aproximarnos a los instrumen-
tos de la seducción horizontal:
[...] de ahí que el estado más natural sea también un pueblo con
un carácter nacional. Este se conserva por miles de años. [...] Por
consiguiente, nada se opone tanto al fin de los gobiernos como
esa extensión antinatural de las naciones, la mezcla incontrolada
de estirpes y razas bajo un solo cetro. [...] y a los que viven dentro
de ellas, unidos a la fuerza, solo una maldición del destino podría
condenar a la inmortalización de su desgracia.
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cho de autodeterminación como derecho a decidir, con la meta-
morfosis léxica desde el pueblo como gente común al pueblo
como sujeto étnico, desde la sociología estratificacional a la on-
tología identitaria (inf. cap. 7).
Así pues, Hayek y Herder, la estratificación y la identidad,
los privilegiados de las clases opulentas y los privilegiados de los
pueblos elegidos, los tiburones traficantes de la especulación y
los demagogos traficantes de la ilusión, la atracción de la cartera
y la fascinación del ombligo. Con motivo del décimo aniversario
del 11-M hemos sabido que algunos de los que escaparon a la
barbarie herderiana del islamismo no han logrado sortear la ava-
ricia hayekiana de los banqueros de preferentes (El País, 11/03/
2014). (Y una vuelta más: no hubo rito de relevo tras el 11-M en
la Comisaría General de Información porque el saliente se había
marchado días antes a la empresa privada dejando a su sucesor
un papel manuscrito). Es verdad, ciertamente, que los ciudada-
nos de a pie tenemos algo que ver en ello en la medida en que
hemos elegido a imputados por corrupción y aceptado los espe-
jismos de la política de vanidad, y que al hacerlo hemos dado
muestras de cabal incompetencia ciudadana. Pero no lo es me-
nos que ha habido un condicionamiento programado desde las
alturas. Se verá en el capítulo sexto pero adelantemos, como
aperitivo, esta recomendación de los Friedman en la década de
los setenta que hubiera hecho salivar a La Boétie: «Deberíamos
adoptar leyes ‘autodenegantes’ que limitaran los objetivos que
intentamos conseguir a través de los canales políticos».
Nos encontramos aquí con una doble asimetría, en recursos
materiales y en recursos intelectuales. Para lo último, el mundo
de la economía y de las finanzas se caracteriza por una escasa
legibilidad, no sólo imputable a la especialización sino también
al trucaje deliberado de las cartas. Y no se trata de un efecto
colateral. Nuestro ministro de Hacienda pudo así presumir, en
un año de terribles recortes, de «los presupuestos más sociales
de la democracia» (El País, 24/10/2012). Menos mal que también
entre los clásicos germinan los desenmascaradores: «Bajaron las
persianas y nos dijeron que era de noche», sentencia con sorna
goyesca El Roto (El País, 06/11/2012). La noche de los sueños
rotos, podríamos llamar a la crisis desde la música de la cuña
publicitaria haciendo un juego de palabras en hojaldre de gre-
guería.
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3
ENSALADA DE ANÉCDOTAS
ANTIGUAS Y MODERNAS
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«Semejanza entre las bandas de ladrones y los reinos injustos»,
Agustín de Hipona retoma el motivo cinco siglos después:
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Campo de los Mirlos en 1389. El estudio sobre el culto político a
los muertos de Olaf Rader empieza en Alejandro Magno y termi-
na en Lenin; incorpora una lúcida referencia al nacionalismo
serbio pero su visor no ha podido alcanzar a la campaña de cele-
bración del tricentenario de la derrota de Barcelona en 1714, en
la que la nación pereció amb gloria. Constatamos que los servi-
cios públicos catalanes, en especial la sanidad en intenso proce-
so de privatización, no recibe la misma atención que las celebra-
ciones identitarias. Pero para atenernos al enunciado de este
apartado, limitémonos a la anécdota, salvando sin particulares
obstáculos conceptuales el Helesponto cronológico que separa
el 334 a. C. del 1714. Leamos la segunda mitad de la página 119
de las compactas 122 que tiene el Programa del tricentenario
cuyo logotipo superpone 2014 a 1714 (tricentenari-ca.pdf):
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ra del expresident de la Generalitat. La revista se llama VIA, por
valores, actitudes e ideas. Empecemos por los valores.
El café no es un refugio de divisas –como los toros que a
Gerión robó Hércules, el otro héroe de Alejandro Magno junto a
Aquiles, en aplicación de ese principio según el cual el ganador
se lo lleva todo o efecto Mateo (capítulo 8)–, pero ha dado lugar a
dos anécdotas contemporáneas que vienen a completar el reper-
torio de las clásicas. En un discurso en el Parlamento catalán en
noviembre de 1993, el entonces Presidente reclamó el fin de la
política del «café para todos». En un artículo reciente (22/07/
2011) en un medio de su fundación, el propio Pujol remacha que
la política autonómica del café para todos es incompatible con
la ontología del ‘fet diferencial’; en nuestro código, con el cate-
cismo de Herder. Ampliando el círculo, su esposa Marta Ferru-
sola acusó a los inmigrantes de querer «imponer su religión y
sus costumbres» (El Periódico, 21/02/2001) y la actriz Montserrat
Carulla declaró en un acto de la ANC (youtube.com, 23/05/2013)
que Franco «nos envió a mucha gente, cargó trenes con gente,
para ver si nos diluía».1 Esto por lo que toca a los valores de la
pertenencia. Y ahora los valores de la otra orilla. Recordemos la
vinculación de Pujol con la banca y de la saga familiar con los
negocios. Es sabido que la familia del expresidente se ha benefi-
ciado durante años de las influencias de su padre, tanto las em-
presas de su esposa como las de algunos de sus hijos, incluido el
delfín de Mas in pectore (El País, 20/01/2013). Los saldos de las
cuentas de las sociedades de Jordi Pujol Ferrusola crecieron desde
los 106.796 euros en 2008 a 12,21 millones en 2012, y entre 2004
y 2012 realizó movimientos bancarios por valor de 32,4 millones
a 13 países, varios de ellos paraísos fiscales.
Vayamos a la otra anécdota, doblemente cafetera, porque
tiene que ver con el café y porque su promotor es dueño de una
empresa de restauración. El protagonistas es ahora madrileño.
Se trata de Arturo Fernández, vicepresidente de la CEOE y pre-
sidente de la patronal madrileña CEIM, de querencia aguirrista
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y flamantemente reelegido para el cargo. En vísperas de las elec-
ciones que llevarían a Rajoy a La Moncloa consideraba impres-
cindibles los recortes sociales e invitaba a «pensar primero en
las obligaciones y luego en los derechos, ya que el café gratis
para todos y gratis total es complicado» (El Plural, 02/11/2011).
Dejando de lado la singular adjetivación, la Agencia Tributaria
ha informado que el Grupo Cantoblanco, de su propiedad, tiene
pendiente una deuda con Hacienda, es decir con todos, por tres
millones de euros, que ya dan para cafés. Fernández está inves-
tigado por fraude y contra el derecho de los trabajadores. Fer-
nández nombró como número dos a Lourdes Cavero, que tuvo
que dimitir cuando una jueza de Estepona le imputó por su pre-
sunta implicación en un caso de blanqueo de capitales y delito
fiscal por el lujoso ático que comparte con su marido Ignacio
González, amigo de Fernández y a la sazón sucesor de Esperan-
za Aguirre al frente de la Comunidad de Madrid, a la sazón au-
pada en volandas por el ‘tamayazo’. Fernández está asimismo
involucrado en el caso Bankia (El País Negocios, 02/03/2014).
Alfonso Tezanos, presidente de la Confederación de Comercian-
tes Minoristas, hombre fuerte de la CEIM y conseguidor de vo-
tos para Fernández se encuentra detenido por varios delitos re-
lacionados con el uso de dinero ajeno (El País, 16/03/2014). Lás-
tima que los clásicos no conocieran los placeres del café.
Limitaremos para no abrumar con anécdotas abrumadoras la
referencia a Gerardo Díaz Ferrán, de quien Fernández era nú-
mero dos en la CEOE, a su admonición: «hay que trabajar más y
ganar menos». Imagínense a Demetrio al quite.
El sufrido lector merece que se dé entrada ya al otro Alejan-
dro, el que cruzó el umbral de la historia en uno de los mayores
espectáculos que vieron los siglos (reservemos la salsa superlati-
va para el capítulo octavo). El 5 de septiembre de 2002, mes y
medio después de la reconquista de épica de Perejil,2 contraje-
ron matrimonio en la boda de las bodas, en El Escorial, acompa-
ñados de más de 1.000 invitados, la hija del presidente, Ana Az-
nar, y el hoy multimillonario, Alejandro Agag. Lucía Méndez se
2. Para constatar la naturaleza variable del dogma de la soberanía, enton-
ces hubo que reconquistar el islote para salvar la dignidad patria, ahora cuan-
do escribo, después de 15 insoportables inmigrantes muertos en Melilla, el
paso de agentes uniformados marroquíes para llevarse a inmigrantes es signo
de una «excelente colaboración»; los invasores son los inmigrantes.
31
refiere al evento como «La maldición de El Escorial» (El Mundo,
10/02/2013), habida cuenta de lo que les esperaba a varios de los
asistentes. Allí estaban los cerebros de la Gürtel así como Bárce-
nas, Camps o Rato. La ceremonia y el novio se han visto salpica-
dos por los desfalcos de la Gürtel, acaso el mayor espectáculo de
realismo pútrido «en la nación más antigua de Europa». Segura-
mente podría escribirse el grueso de los males patrios de la últi-
ma década tirando del hilo de aquel 5-S donde convergen las dos
ramas de nuestro relato: las estrategias de caja y las esencias de
frasco y urna. Allí estaba la élite económica, política y social del
momento. Porque a nadie se le oculta la imprimación identita-
ria de la elección de un escenario como el Escorial. Del lado de
las esencias concurrieron eximios valedores de la doctrina de la
«guerra global contra el terror»; desde el anfitrión de las Azores,
Durao Barroso, hoy donde sabemos y haciendo lo que sabemos,
y el amigo inglés, Tony Blair, patriarca del nuevo laborismo, el
de la Tercera Vía amiga del mercado y de los millonarios (como
Solchaga, Boyer, Schröder o Mandelson). Y allí estaba Berlusco-
ni. Y también estaba R. Murdoch, luego empleador del padre de
la novia, luego enredado con su ex-amigo Blair por presuntas
infidelidades y acusado de espionaje y de otras prácticas ilícitas.
Entre los títulos de Aznar para reivindicar su papel en la
troika de las Azores: la memoria nacionalcatólica de la pacien-
cia de los 800 años herderianos para vengarse de Guadalete con
la Reconquista, la prefiguración hispánica del choque de civili-
zaciones ante la que no pueden más que empalidecer esos agra-
vios catalanes de apenas 300 años. La confluencia astral de El
Escorial resulta emblemática por cuanto Aznar marida los dos
ramales de la superstición extremista, el fundamentalismo tri-
bal neocon y el fanatismo hayekiano neolib. La Fundación de
Análisis y Estudios Sociales (FAES), que él dirige, abraza ambos
extremos con la misma unción ultra y su mentor es invitado de
postín en lugares como la Heritage Foundation, el American
Enterprise Institute y otros santuarios en EE UU, Israel o Ameri-
ca Latina. Sabemos que Rajoy encargó a la FAES un informe
sobre el copago en sanidad y que Fernández Lasquetty, respon-
sable de la ola privatizadora, había sido secretario allí, para no
perder de vista los intercambiadores H-H. Algunos piensan que
ni el café ni la salud están hechos para todos. Sigamos con el
asedio cambiando de paño.
32
4
¿ORWELL O HUXLEY? EFEMÉRIDES
E IMPUGNACIONES
33
centenario de la anexión de Navarra para reivindicar el Estado
originario vasco por el abertzalismo, se inscribe en el mismo
patrón. El esquema vale para la efemérides del tricentenario del
catalanismo. El catalanismo adopta una posición culturalista que
utiliza un revés del pasado para reivindicar un derecho en el
presente; el enfoque cultural desvela, en cambio, los elementos
coyunturales (sin olvidar la megafonía, la socialización intensi-
va y la concentración de recursos organizacionales) en los que
ha fermentado esta particular regurgitación y no otros desas-
tres, como la pérdida del Rosellón, las derrotas ante Napoleón,
la Santa Alianza o la caída en la Guerra Civil hace 75 años re-
dondos.
34
treguerras conocen un incremento de la desigualdad que evocan
ahora economistas críticos. El historiador Guglielmo Ferrero –
que tendría que huir poco después de Italia ante las camisas ne-
gras de inspiración herderiana– lo recuerda con un título logra-
do, «La hidropesía del dinero»:
35
casa Oswald Spengler:
36
La combinación de materialismo obsceno e idealismo místi-
co es una fórmula que ha mostrado fehacientemente su poder
de destrucción en la historia; la mixtura de sueños y precios de
nuestro eslogan es de la familia. Sin embargo, la empresa de
Hitler ha sido lustrada de adherencias materialistas. Se ha des-
vanecido igualmente el recuerdo de que Alemania, la madrastra
rigorista de la austeridad de hoy, se benefició de uno de los más
espléndidos gestos de amnistía de deuda en 1948. (Y acaso tam-
bién se ha olvidado que los países más atacados por el rigorismo
presente padecieron un largo epílogo de fascismo).
En los años del apocalipsis nacionalsocialista vio la luz un
escrito convertido en fetiche, se titula Camino de servidumbre
(The road to serfdom) y se debe al economista pero también filó-
sofo austriaco Friedrich von Hayek. Se publicó en 1944, en ple-
na guerra. Pero el libro no se refiere ni a la voracidad capitalista
ni a las brutalidades del nazismo, sino a los males de la planifi-
cación central. El 80 aniversario –tal efemérides tiene también
responsabilidad en el arranque de esta tarea–, en pleno latroci-
nio oligárquico legitimado por las cenizas de Hayek, como seña-
laba Samuelson, obliga a un escrutinio cabal de su figura.
Las ideas de Hayek se hicieron camino en Estados Unidos,
donde sirvieron de levadura a la Escuela de Economía de Chica-
go, dirigida por George Stigler y Milton Friedman y receptora
del mayor número de galardones corporativos registrados. La
década de los setenta marca el cambio de tendencia que entroni-
zaría a esta rama estructuralista, también llamada monetarista,
partidaria de la economía de la oferta y núcleo teórico de lo que
denominamos neo o ultraliberalismo. El cambio del imperialis-
mo del destino manifiesto y la ciudad sobre la colina al de la
mano invisible del mercado señala bien la nueva dirección de la
ortodoxia hegemónica; el ‘nuevo orden mundial’ no es el de la
ONU –cuyo suelo pagó Rockefeller: ¿un símbolo?– ni siquiera el
de la Casa Blanca, es el de Wall Street que en esos años 70 había
puesto los ojos en los petrodólares. La remodelación del paisaje
político tiene tres exponentes principales. Uno es la creación de
la Comisión Trilateral (CTL), una especie de sanedrín mundial
de los negocios concebida por D. Rockefeller y apuntalada por
lumbreras como Z. Brzezinski y S. Huntington (el del hiperher-
deriano ‘choque de civilizaciones’). De ella se hablará más abajo,
porque allí está nítidamente señalado el trabajo para los bulldo-
37
zer. El segundo, es el primer episodio contemporáneo del 11-S:
el golpe de estado de Pinochet con participación de los dos sec-
tores, H-H, del establishment norteamericano, representados por
H. Kissinger, un halcón muy cercano a la CTL, de un lado, y los
Chicago boys, asesores de Pinochet, por otro. El tercero marca el
comienzo de la estrategia de abducción de la política con el ac-
ceso al poder de M. Thatcher y su tetragrama corporativo TINA
(«No hay alternativa», que ha inspirado la mía, NTSB) y su bom-
bón del capitalismo popular, y Reagan y su America is back, que
ha que inspirado el eslogan España está de vuelta a nuestro mi-
nistro de Economía. En ambos encontramos esta mezcla abra-
siva de fundamentalismo nacionalista conservador y materialis-
mo neoliberal descarnado. Recordemos que Thatcher aplicó a
los mineros la misma categoría que las Juntas del Cono Sur ha-
bían destinado a los destinados a desaparecer: enemigo interior.
Y recordemos también con Manuel Castells, porque sigue sien-
do el primum movens de nuestras pesadillas, que «el país privile-
giado por el Fondo Monetario Internacional en América Latina
durante décadas fue el Chile de Pinochet, modelo económico
ultraliberal». Las altas instancias financieras no se mostraron
en absoluto austeras con los estilistas de la picana y los nuevos
emprendedores de La noche y la niebla; al revés, nunca funcionó
más libre y espontáneamente la ‘mano invisible’ que con una
competencia manca o maniatada.1 El liberalismo neoliberal es,
entre otras cosas, un liberalismo fervientemente hemipléjico.
38
La figura del Gran Hermano ha servido como plantilla prototípi-
ca para el totalitarismo. En la dirección que he señalado antes
respecto a que las derivas del neoliberalismo obligan a reevaluar
nuestros juicios sobre Locke o Rousseau, lo propio ocurre con
las distopías respectivas de Huxley y Orwell. Señalemos de en-
trada algunas semejanzas entre 1984 y un Mundo feliz. En am-
bas unas élites autoritarias controlan el poder con el objetivo
prioritario de preservar sus privilegios; en ambas hay una ins-
trumentalización del imaginario a través del lenguaje y la rees-
critura o destrucción de la historia; en ambas hay una socializa-
ción planificada de la ignorancia para las clases bajas. Pero no
menos llamativas son las diferencias. El protagonista de 1984, el
Gran Hermano, está trazado sobre la plantilla de Stalin; el de Un
mundo feliz, es un Director de corte corporativo; el primero se
apoya en la fuerza bruta al estilo de los tribunales inquisitoria-
les; el segundo en la seducción de la tecnología y la industria,
con héroes como Henry Ford, como se sabe un ferviente antise-
mita. En definitiva y con los términos que ha acuñado Joseph
Nye, 1984 encarna el ‘poder duro’ mientras que el antiparaíso de
Huxley se sustenta en el ‘poder blando’. Huxley, que fue tutor de
Orwell, le dirigió una carta (21/10/1949) al recibir un ejemplar
de 1984:
39
pudiera gobernar a una población de esclavos sobre los cuales
no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían
su servidumbre. [...]. Los mayores triunfos de la propaganda se
han logrado, no haciendo algo, sino impidiendo hacer algo. Gran-
de es la verdad, pero más grande es todavía, desde un punto de
vista práctico, el silencio sobre la verdad.
40
vista las ballenas de la faja.
Si completamos a Burnhan con Ferdinand Lundberg, Joel
Bakan y S. Wolin, dispondremos de un instrumental afinado para
inspeccionar el armazón político de la peste ultraliberal. Reco-
nocemos aquí el aliento de La Boétie y de Huxley. También de
nombres que nos afectan más. La institución vertebral del capi-
talismo es el mercado y la titular del nuevo imperio germánico,
A. Merkel, ha hecho de la Marktkonforme Demokratie, una de-
mocracia acorde con el mercado, su marca ideológica. Mezclan-
do estas intuiciones podemos concluir en la existencia de un to-
talitarismo blando o invertido (Wolin), de un fascismo amable
(Gross), o de un terrorismo neoliberal (Giroux), al servicio de
una casta de superricos y sustentado en una infraestructura de
legitimación democrática. El término ‘plutoklatura’ condensa el
sentido a partir de dos piezas procedentes de regiones ideológi-
cas presuntamente opuestas.
La idea de que la forma de democracia vigente está en vías
de extinción aparece insistentemente en Burnham, pero el esca-
so eco de su libro no facilitó la atribución. Lo que sí ocurrió con
el manifiesto fundacional de la CTL, titulado La crisis de la de-
mocracia y elaborado por M. Crozier, S. P. Huntington y J. Watanu-
ki (1975). Allí leemos un aserto terminante: «la feliz coinciden-
cia de circunstancias favorables a la democracia [de los últimos
30 años] ha llegado a su fin». La crisis de la democracia no pro-
cede de amenazas externas, dicen, contra lo que sostenían los
cruzados de la guerra fría, sino «de la dinámica interna de la
democracia misma en una sociedad altamente formada, movili-
zada y participativa». Por ello se hace preciso impedir la «sobre-
carga ejercida por el gobierno y la expansión del papel del go-
bierno en la economía y en la sociedad». Eso significa que hay
que contener y contrarrestar a la vez las demandas procedentes
de la sociedad y el margen de maniobra del Estado. El credo
trilateralista definió la crisis como un exceso de democracia; la
terapia se desprende con rigor mortis del diagnóstico. La «higie-
ne democrática», regalo subliminal de Hayek a Pinochet, no de-
signa otra cosa. El argumento ha tenido éxito; la fracción acadé-
mica del gobierno se ha explayado al respecto en la desautoriza-
ción de las movilizaciones contra los recortes, el ministro Wert
descalificando la indignación y su segundo, el devoto de I. Berlin
José María Lasalle, estigmatizando las protestas como antipolí-
41
tica; el ‘cancerbero’ de González en la Comunidad de Madrid,
Salvador Vitoria, tildó una de esas manifestaciones como «ma-
rea antisistema y antidemocrática, un tsunami contra las liber-
tades» (El País, 23/02/2013). Luego matizó sus palabras pero ha
vuelto a prodigar su fina inspiración con motivo de las Marchas
por la dignidad (22/03/2014). No ha habido matizaciones en los
dos distinguidos defensores del liberalismo, responsables de una
medida bien acorde con el cambio de locus de poder que he apun-
tado: el destierro de Educación para la Ciudadanía del currículo
escolar a la vez que –Herder que te quiero Herder– se cuelan por
los respiraderos del nacionalismo banal los efluvios fósiles del
nacionalcatolicismo.
Cierro este ramal argumental sobre el cambio del locus de
poder que anticipó Huxley con dos injertos sólidos. El primero
es la declaración inequívoca de un exponente cualificado de la
nueva élite e inspirador de la CTL, David Rockefeller, apenas
diez años después de la caída del Muro (Newsweek, 01/02/1999):
Los últimos años han conocido en muchas partes del mundo una
tendencia hacia la democracia y las economías de mercado. Esto
ha reducido el papel del gobierno, que es algo que el mundo de
los negocios aplaude. Pero la otra cara de la moneda es que al-
guien tiene que ocupar el lugar del gobierno, y los negocios me
parecen ser una entidad lógica para hacerlo.
42
más y más bienes de consumo, viéndose luego obligada a hacer
más y más horas extraordinarias para poderlos pagar. Y él pensa-
ba que en definitiva a la gente se la manejaba mejor con el bom-
bón que con el látigo.
43
tad del mercado, según han mostrado las sucesivas manipula-
ciones de los más emblemáticos índices bancarios, sin que ello
haya preocupado a los doctrinarios del libre mercado. El tercer
apunte es casero: uno de los principales argumentos del neocon-
servadurismo mundial ha sido el combate contra el cadáver del
comunismo, como hemos visto en Berlusconi; los neocon hispá-
nicos han resucitado el cadáver de Stalin para derrotarlo con la
ritualidad cíclica del año litúrgico. Así, FAES conmemoró en 2004
el decimoquinto aniversario de la caída del Muro con un solem-
ne seminario recogido en un volumen de gran formato (2006),
que lleva por título La revolución de la libertad. Lo presentan José
María Aznar, Ana Palacio y José María Lasalle, e incluye contri-
buciones de figuras eminentes como H. Kohl, F. Fukuyama, Ri-
chard Perle, J. Huerta de Soto –el legatario de Hayek en el mun-
do hispanohablante– o Guy Sorman. A este último, que había
escrito «Precisamente porque tiende a eliminar la pobreza y su
única legitimidad es su éxito material, todo rastro de pobreza en
una sociedad capitalista es moralmente condenable» (El País,
19/01/1994), no le hemos escuchado ni enmienda ni condena. La
superstición metaboliza sus propias imposturas.
Hay un ramal extraño de la historia que no puede soslayar
una historia cultural. En la Praga de otra primavera menos ri-
sueña, la de 2007, se celebró la Conferencia Democracia y Segu-
ridad, organizada por FAES y el Shalem Center del exdisidente
Nathan Sharansky y Sheldon Adelson; fue inaugurada por el pre-
sidente Bush y apoyada por Vaclav Havel. Hay al menos dos
elementos deestacables. Uno tiene que ver con la variable de la
capacidad organizativa que explica mucho del enigma de La
Boétie; esta Conferencia significa la puesta de largo de FAES
ante los think tanks neocon-neolib de EE UU y la institucionali-
zación de sus relaciones con los halcones israelíes. El otro, la
recuperación publicitaria de los exdisidentes de la época soviéti-
ca; es una jugada maestra en este proceso de multiplicar el im-
pacto de la derrota de 1989 para añadir nuevos cargos a esa cuen-
ta. Sabemos que Sharansky es un ultra identitario y económico,
pero sorprende la participación de Havel en un acto que ha me-
recido con justicia el título de La internacional neocon. Y hay
aquí una pieza poco estimulante: figuras extremadamente lúci-
das en su denuncia de las dictaduras comunistas durante la gue-
rra fría se incorporaron con una insólita ingenuidad al furgón de
44
los nuevos impostores: Bronislaw Geremek, Gergy Konrad, Va-
clav Havel o Adam Michnik, los faros de la disidencia, se alinea-
ron sin matices con la ‘doctrina Bush’ y apoyaron la guerra de
Irak.
Retomo la hebra neoliberal. Huerta de Soto es el autor del
prólogo a La fatal arrogancia: los errores del socialismo, el último
libro de F. Hayek; en la contribución de FAES aludida hace una
propuesta de alto calado antropológico:
45
cargado en esa cuenta el programa completo de emancipación y
hecho desaparecer en consecuencia la memoria de las conquis-
tas de los trabajadores del espacio público (Traverso, 2010). El
postfordismo encontró aquí su remate y las medidas antisindi-
cales que conocemos acentúan esa revancha de clase que hace
tabla rasa del contrato social de la posguerra.
46
la guerra fría el segundo contuvo su insaciabilidad para seducir a
las masas con el bombón del bienestar material, la caída del
Muro levantó la veda y la globalización dejó el paisaje de los
derechos sociales y humanos hecho unos zorros. El asalto a la
justicia universal en España –pero no olvidemos que los ‘gran-
des’ no están en el Tribunal Penal Internacional– es el enésimo
episodio de la misma embestida. La Crisis Financiera Global
(CFG) ha sido el pretexto para un saqueo sin precedentes. La
primera consecuencia de esta extorsión cognitiva es que sigue al
volante de la legitimación doctrinal la corporación ‘ecofin’ cuan-
do ni le corresponde –por tratarse de una cuestión de poder, de-
bería serlo la de los científicos sociales (de la que ha desertado
mayoritariamente la ciencia económica)–, ni lo merece, por su
responsabilidad en el desastre. Fue el economista Jean Fouras-
tié el que acuñó la expresión «los treinta gloriosos» para cele-
brar en 1979 tres décadas de «revolución invisible» de la produc-
tividad. Si colocamos en el centro del campo visual variables
como la desigualdad o los derechos sociales, la foto cambia de
color. Por eso, con Pessis, Topçu y Bonneil, la revisión de la his-
toria debe empezar por un balance más riguroso de los años
dorados. Así descubriremos, por ejemplo, que ya en 1962, Ri-
chard M. Titmuss había encontrado datos suficientes que dela-
taban que «la desigualdad de renta ha ido creciendo desde 1949
mientras que la propiedad de la riqueza [...] ha devenido aún
más desigual en los años recientes».
Escribía Cabanes que no aprendemos nada de la historia, lo
que no significa que no debamos hacerlo. Hay dos lecciones a
extraer de ella; la primera la tomo de las páginas de Orwell sobre
el nacionalismo: todos los ídolos derribados pueden volver a le-
vantarse; la otra es su complementaria: todas las conquistas hu-
manas son reversibles, la regresión es también una opción. Una
apreciación que sirve de umbral para el capítulo siguiente.
Pero antes de cederle el paso conviene volver a la mejor lec-
ción del siglo XX, la que proporciona la mirada de los más finos
escrutadores del nazismo y que sirve de broche a la introduc-
ción de Traverso a L’Histoire comme champ de bataille. De la mano
de W. Benjamin se nos invita a invertir la perspectiva canónica y
reescribir la historia desde el punto de vista de los vencidos. Por-
que es en la «imagen de los antepasados sojuzgados» donde puede
arraigar la promesa de liberación, la promesa de redención pen-
47
diente. Reinhart Koselleck abunda en la misma idea: los histo-
riadores que se apuntan a la versión histórica de los vencedores
sucumben a una interpretación apologética y providencialista
del pasado, mientras que los que se sitúan en el punto de vista de
los vencidos escrutan el pasado con un ojo más afilado. Puede
que de forma inmediata «la historia sea hecha por los vencedo-
res, pero, a la larga, los logros históricos en el terreno del conoci-
miento provienen de la mirada de los vencidos».
48
5
LA REALIDAD ENCRUDECIDA
a. ¿Crisis o expolio?
49
de que el vencedor se lo lleva todo». Así que estamos ante un
expolio estructural, por incorporar un término fetiche de los ven-
cedores, si describimos la acción, o un Gran Expolio, si privile-
giamos la escala. Pero lo más valioso del saqueo no se encuentra
en el plano material sino en el de las herramientas conceptuales
con las que se elabora el relato y que son tan determinantes para
la acción colectiva, como ha señalado Jesús Casquete. Se han
apropiado del mapa, de la brújula y han globalizado las frecuen-
cias de los inhibidores de radar; por eso el diccionario –¿por qué
se confunde ‘economía’ con ‘negocios’?– y la gramática han sido
privatizados para legitimar el atropello y por eso siguen contro-
lando la megafonía los mismos que han perpetrado la exacción.
Aquí rige el adagio de que la historia la escriben los vencedores.
Retomemos la fina intuición de Durkheim –«Lo que se nece-
sita para que la gente esté conforme es que esté convencida de
que no tiene derecho a más»– y veremos que a producir conven-
cimiento se han dedicado con denuedo emprendedor la crema
de ‘ecofinistas’, los medios de comunicación colaboracionistas
que regurgitan la voz de los amos del mundo y políticos aficio-
nados a las puertas giratorias y consejos de administración her-
cúleamente remunerados. No todos de ninguna de las tres cate-
gorías, conviene dejar constancia de ello.
Un elemento crucial de este discurso agnotológico y persua-
sivo ha sido el de separar la desigualdad de la cuestión de clase,
siguiendo la tesis del padre de los neocon, Irving Kristol (véase
6b). De modo que sin mayor empacho bautizó el ministro Mon-
toro a los de 2012 «los presupuestos más sociales de la democra-
cia». El cinismo de ciertas declaraciones es congruente con otro
dato estructural: el umbral de la tolerancia institucional a la co-
rrupción dejó atrás las cúspides de tantas torres con que la ar-
quitectura-vanidad ha sembrado el universo. El pelotazo se ha
convertido hasta tal punto en regla que la rutina ha deslucido el
estigma: el término ha desaparecido del paisaje aunque el paisa-
je esté crucificado por los pelotazos. La tolerancia (ceguera) a la
inmundicia es un efecto colateral del expolio de la cartografía.
Si consideramos que el dopaje en el deporte es una metáfora
ajustada en cuanto subespecie de ese fenómeno más general que
el admirable Saviano denomina narcocapitalismo, la resolución
del Comité de Disciplina de la Federación Española de Atletis-
mo que absuelve a Marta Domínguez no desentona del apoyo de
50
clubes y directivos a la solicitud de indulto para el expresidente
José María del Nido, condenado a siete años por corrupción. La
burbuja financiera necesita la complicidad de una burbuja cog-
nitiva, de una antiepistemología I+D+i empeñada en promover
la obliteración del saber. Esa es la motivación para la pesada
retahíla de datos que abruma estas páginas.
De no ser por este secuestro del conocimiento, ¿cómo la se-
cuencia interminable de saqueos no se ha traducido en una res-
puesta ciudadana congruente, como presumía la observación
original de Montesquieu? Así, conocer que «Más de la mitad de
las horas extras trabajadas en España no se pagan» (El Correo,
14/04/2013), no provocó crujido alguno en las articulaciones del
edificio institucional del Estado de Derecho, tan ritualmente in-
vocado. No era la visión de un iluminado. Las horas extraordi-
narias no cobradas subieron un 28,5% en 2013 y el doble en los
contratos de tiempo parcial, hasta alcanzar los 3,382 millones
de horas de un total de 5,861; es decir el 57% de las horas ex-
traordinarias trabajadas no se pagan (El País, 09/02/2014); (para
su explicación: 6b). Tampoco crujen al saber que un tercio del
PIB mundial se refugia en paraísos fiscales, según Oxfam, o que,
siendo conservador, «uno de cada tres euros tiene un origen irre-
gular o criminal», según Roberto Velasco, autor de Las cloacas
de la economía (El Correo, 11/12/2012). Item más, el Banco de
España constata que la devaluación salarial encubierta crece más
de lo que reflejan las estadísticas (El País, 27/02/2014), la Funda-
ción Fedea revela una caída de hasta el 17% en los salarios más
bajos (El País, 18/12/2013), y mientras escribo suena para Espa-
ña un nuevo récord europeo en la modalidad de subempleo, un
9,2% o el doble de la zona euro.1 A la vez, sabemos que España,
con una presión fiscal ocho puntos por debajo de la media euro-
pea (32% frente al 40% sobre el PIB) es el país donde la patronal
pide una rebaja general de impuestos (El País, 13/02/2014), don-
de los altos ejecutivos de banca están mejor pagados tras UK (El
País, 16/07/2013) y donde bullen más billetes de 500 euros. Ma-
ravillas de la marca.
51
En una entrevista en TVE en septiembre de 2012, Mariano
Rajoy se refirió a «un reparto equitativo de los sacrificios» y pre-
cisó que «la reforma laboral va bien». Por esas fechas el 40% de
los asalariados pagaba ya más impuestos que sus jefes (El País,
17/09/2012). Cosas de los inhibidores de radar. Joaquín Estefa-
nía sitúa el monto de la deuda per cápita en 70.200 euros (El
País, 04/11/2013). Si se desagrega el dato de acuerdo con el es-
quema 1/99% se verá que sobran las razones para el rojo-túnica
toledano. Si añadimos la caída de los presupuestos de Sanidad a
niveles de 2007 y la pérdida en ella de 53.000 empleos en los dos
últimos años, no costará inferir que el expolio se traduce direc-
tamente en menoscabo de la calidad de vida. Desde otro ángulo
y recordando que la justificación de la reforma laboral era el
empleo, el estudio del BBVA, según el cual el empleo –de los
salarios no habla– no volverá al nivel precrisis hasta 2025 (El
País, 19/03/2014), no se compadece del todo con la iluminación
de los que dicen que estamos de vuelta a menos que se refieran a
ponernos de vuelta y media.
b. Austericidio y opulencia
52
pagado del IBEX, cobró 15 millones de euros en 2013; lo que
equivale a unas 2.000 veces el salario mínimo. Pero hasta las
cifras galácticas han dejado de asombrarnos. Dos personajes de
Forges en una farmacia: «—Buenas, déme un antiesto. —¿Has-
taelgórrico? —No, cataplineo. —Agotado. —No lo sabe usted
bien» (El País, 24/01/2014).
Le sobran razones al sabio forgiano. El último candidato
republicano Mitt Romney –¿recuerdan su alusión despectiva al
47%?– se hizo millonario comprando empresas en crisis que luego
adelgazaba mediante despidos masivos y revendía una vez rees-
tructuradas. Recordemos a Maddof, Enron y una larga lista de
desfalcos que no salieron gratis al contribuyente. Más cerca, cuan-
do todavía no sabíamos que estábamos tan mal, Novacaixagali-
cia destinó 23,6 millones a pagar la salida de tres ejecutivos (El
País, 04/10/2011). Narcis Serra, vicepresidente del gobierno con
Felipe González, cruzó la puerta giratoria hasta la presidencia
de Caixa Catalunya; su consejo de administración aprobó en 2010
unas retribuciones millonarias con subidas de hasta el 50% poco
antes de acudir al FROB para pedir un rescate de 1.250 millones
de euros: «Utilizaron los fondos de la entidad en beneficio pro-
pio», asegura la Fiscalía Anticorrupción (el diario.es, Cuadernos
c 4, invierno 2014). El consejo de administración de la CAM, una
entidad ilustre por el tamaño del saqueo, celebraba sus reunio-
nes de dos horas en lugares como la India, Rusia o Argentina.
Vinos de lujo, vehículos de supergama, hoteles de cinco estrellas
y trofeos de tamaño proboscidio sazonan un estilo de vida pro-
totípico, del Blesa madrileño al Roca marbellí. Las fiestas de
alto standing son un rito iniciático de la casta insaciable; como
afirmó Gross mucho antes de que llegara a las pantallas El lobo
de Wall Street, las élites necesitan encontrarse entre ellas, jugar y
divertirse juntas, mejor cuanto más caro. Así se forma el pensa-
miento grupal, el esprit de corps que asegura la lealtad corporati-
va y la uniformidad de las percepciones en que se sustenta el
poder organizacional (véase 8c).
Hablo de élites porque estos encuentros reúnen a los com-
ponentes de los dos lados de la puerta giratoria. No se tropiezan
únicamente en las fiestas. Sólo en los consejos de administra-
ción de las eléctricas hay 43 políticos de alta gama, de Ángel
Acebes a Luis Valero (El Mundo, Domingo, 23/02/2014). A la vez
sabemos que el Banco de España apagó las alarmas para el con-
53
trol de la banca –lo cuenta Íñigo Barrón–, que la fiscalía antico-
rrupción impide que se investiguen ciertos casos sensibles, que
los políticos imputados por corrupción son la categoría más
numerosa entre los indultados desde el 2000 (El País, 09/12/2012),
que el número de aforados no tiene parangón, que algunos de
los jueces que se han atrevido a husmear en los agujeros negros
han salido más chamuscados que los malhechores investigados
y que España está en la cola en recursos para perseguir el fraude
fiscal. Mientras, ascienden en el escalafón los que muestran un
talante deferencial en cualquiera de sus dos formas, la complici-
dad y la incompetencia. La segunda es pariente próxima de la
agnotología y ha merecido una formulación con nombre propio.
Paul Krugman denomina Principio de Pitt a la regla mediante la
cual «la incompetencia es precisamente lo que buscan aquellos
que los nombran».
54
do de la sofisticación econométrica. Entre carcajadas mezcla-
das con groserías, los directivos John Bowe y Peter Fitzgerald se
sienten seguros de haber engañado al Banco central para obte-
ner el dinero del rescate: «—Un préstamo temporal –dice Bowe–
, temporal hasta que podamos devolverlo, es decir nunca», pro-
sigue sin poder reprimir la risa. Estas conversaciones tuvieron
lugar el 18 de septiembre de 2008, tres días después de la banca-
rrota de Lehman Brothers. El cinismo alcanza límites insonda-
bles; cuando Fitzgerald pregunta a Bowe de donde ha sacado la
cifra solicitada de 7 billones de euros recibe esta respuesta, «—
Directamente de mi c.». Hace falta un aparato métrico innova-
dor para traducir a Ebitda los outputs coprológicos. Que los su-
sodichos retocen en el lujo de sus fortunas es una prueba de la
exitosa globalización de la agnotología.
Tan exitosa que ha resistido sin inmutarse las denuncias de
los antiguos adeptos y las confesiones tardías de las propias ins-
tancias financieras internacionales sobre la injusticia de las agre-
sivas medidas tomadas. Otra vez unos ejemplos. Charles Moore,
conservador británico y biógrafo de Margaret Thatcher, afirma
(The Telegraph, 22/07/2011):
55
Mateo da cuenta de ello; 8b). La contumacia en el daño fue anti-
cipada por el comentarista del Financial Times, Gerard Baker,
cuando recuperó el término sado-monetarismo, acuñado en los
albores del neoliberalismo, para designar la secuencia peniten-
cial de recortes interminables, austeridad bárbara y epidemia de
despidos. Pero no para todos: los elegidos son de otro mundo y
no entienden que se critiquen ni sus prácticas ni sus emolumen-
tos. Y son precisamente estos los que sirven de vehículo para la
gangrena general, como apuntó el exdirectivo británico Mike
Darrington (The Guardian, 23/02/2012), siguiendo los pasos de
Richard Lambert, director general de la Confederación de la In-
dustria Británica, que había declarado dos años antes que los
ejecutivos acabarían siendo vistos como habitantes de otra ga-
laxia a causa de la creciente brecha salarial. Ni que decir tiene
que sus palabras, como las de Darrington, perecieron en el su-
midero de la agnotología excavado por la casta depredadora. El
trampantojo está subtitulado: lo que nos pasa es el resultado de
leyes inexorables y la reivindicación ciudadana de derechos so-
ciales es un imposible metafísico –Rajoy dixit–. Es la cruda rea-
lidad, qué le vamos a hacer. Y hay otra cruda realidad detrás del
trampantojo agnotológico: derechos fundamentales amparados
por la Constitución como la educación (art. 27), el trabajo (35),
la negociación colectiva (37), la salud (43), la vivienda (47), las
pensiones (50), la justicia gratuita (119) o la prevalencia del inte-
rés general (128) han sido burdamente vaporizados, mientras
que otros proyectos de ley en marcha tienen en el punto de mira
las libertades fundamentales, con la sombra amenazadora del
miedo característica de las pesadillas orwellianas. El mapa no
censurado muestra entonces un paisaje desolado con signos evi-
dentes de involución civilizacional. Deben incorporarse al dos-
sier para la reescritura de la crónica del pasado inmediato.
Para elaborar esa crónica es preciso volver de nuevo la mira-
da atrás para rastrear los polvos de los que vienen estos lodos,
para bosquejar la trama narrativa del Gran Expolio identifican-
do los principales hitos que han conducido a la voladura del con-
senso posbélico, a la evisceración del Estado de bienestar. Un
proceso que sigue su curso por la vía huxleyana, la seducción
por los sueños. En una viñeta del fino dibujante francés Georges
Wolinski, recogida por Denis Blanchot, un ama de casa plancha
en ristre: «—Mamá, ¿por qué dices que los pobres tienen necesi-
56
dad de los ricos? —Para soñar». Sobre el cómo, encontramos
detalles en una novela autobiográfica de Frédéric Beigleder:
Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: eso es, con-
tamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace
soñar con esas cosas que nunca tendréis. [...] Hacer que se os
caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión nadie desea
mostrar felicidad, porque la gente feliz no consume.
57
6
1989 CONTRA 1789. LA VOLADURA
CONTROLADA DEL CONTRATO SOCIAL
59
(en realidad de los capitales), que es la confianza que cuenta. La
rebusca en los contenedores no afecta a los índices de solvencia.
Una anécdota de Chamfort. Se le criticó a Delon, un médico
mesmerista (cura mediante sugestión inspirada en el magnetis-
mo animal), que el Sr. de B... había muerto pese a que había
prometido curarle: «—Usted no lo vio de cerca para seguir el
progreso de la cura: ha muerto curado».
a. El Gran Cambiazo
60
correlación entre la posición de los hijos y la de los padres. La
regresión en términos de igualdad de oportunidades que refleja
esta curva es un buen indicador del sabotaje del marco institu-
cional del consenso posbélico. Que las prioridades sean hoy las
magnitudes macroeconómicas frente a problemas sociales como
el paro, el hambre o la precarización sanitaria da cuenta de la
magnitud del desastre. Estas apreciaciones abundan en los ar-
gumentos para la reescritura de la historia del siglo XX ya seña-
ladas en el capítulo 4. El catedrático emérito de la Universidad
de Georgetown, Norman Birnbaum, resume así un sentir funda-
mentado (El País, 22/12/2012):
61
En consecuencia, estos diversos comportamientos de las compa-
ñías anónimas, cuya propiedad pertenece en un 80% al 1,6% de
la población, pueden tomarse de dos maneras. Si los hombres de
las compañías y sus principales agentes están luchando por mi-
nar el sistema político de 1789, establecido por los Padres Fun-
dadores, para lograr un sistema nuevo que se aproxime más al
deseo de su corazón, pueden ser considerados como ingenieros
políticos y (al menos desde el punto de vista de los intereses de la
gran propiedad) como hombres admirables, tal como el profesor
Nevins considera que ha sido Rockefeller. Pero, por otra parte, si
el sistema de 1789 es el bueno y hay que defenderlo [...], entonces
los hombres de las compañías se encuentran ante la Historia como
delincuentes habituales convictos, verdaderamente subversivos
y enemigos de la sociedad establecida.
62
dad de Reagan y que la derrota de Rusia en Afganistán fue deter-
minante para la implosión de la URSS. Los atentados de 2001,
provocados por aquellos ‘combatientes por la libertad’ y contra
el comunismo, proporcinan una justificación para una revan-
cha doble o H-H; la primera sobre Vietnam: las agencias de inte-
ligencia –FBI, CIA y NSA– que habían visto muy restringidas sus
funciones reciben ahora carta blanca con el Terrorist Surveillan-
ce Program, un programa rigurosamente secreto elaborado por
la NSA y conocido en detalle por las revelaciones de E. Snowden;
el vicepresidente Cheney jugó un papel crucial, como refiere Mark
Danner (The New York Review of Books, 03/04/2014; NYR, en
adelante). La segunda sobre nuestro campo propio: la autoriza-
ción de recogida de metadatos a gran escala permitiría su uso
puramente comercial por las grandes empresas tecnológicas. Esta
maniobra de espionaje masivo (Orwell), encaminada a orientar
las preferencias colectivas (Huxley), es un flanco que no puede
desatender una historia cultural (más detalles en 7d).
Y lo que merece la pena subrayar es que esta crisis permitió
visualizar al trasluz de 1989 el verdadero blanco, que no era sino
1789. La revancha del ultraliberalismo es sobre todo una contra-
rrevolución nostálgica de la estructura fuertemente jerarquiza-
da del absolutismo. La figura del 1% lo expresa de forma con-
tundente. Pero vayamos a los absolutistas del XVIII para conocer
la visión de la minoría privilegiada de entonces. Escuchemos a
Joly de Fleury, el ministro de Finanzas de Luis XVI en vísperas
de la Revolución, dirigiéndose a un amigo menos absolutista:
«—Usted habla siempre de nación. No existe nación alguna. Hay
que decir pueblo; el pueblo que nuestros más antiguos publicis-
tas definen: pueblo siervo, sujeto a impuestos y cargas sin pie-
dad ni misericordia» (la fórmula intraducible, aunque la música
del «¡Que se jodan!» celebrando el recorte de la prestación por
desempleo suena próxima:3 «peuple serf, corvéable et taillable à
merci et miséricorde»). Chamfort apunta a esa forma especial
(sinecdoquial) de contar subyacente al sufragio censitario:
63
La sangre y los despojos: piezas de una ecología de vampi-
ros, como veremos (8d). La proporción de los incluidos, un 0,4%
según un cálculo rápido, avalada por ese repertorio corrompido
de instrumentos de legitimación, es el que reverdece ahora en el
1% con la consagración doctrinal de la escuela austriaca. El ca-
mino puede caracterizarse como una contrarrevolución ultrali-
beral. El término contrarrevolución se justifica por el intento de
revertir 1789 y recuperar la modalidad vertical de adscripción
de status. Y en este punto hay que volver sobre esa propuesta de
relectura de fascismo y nazismo desde la óptica de la clase. Para
Hitler, Mussolini o Primo de Rivera, 1789 simboliza el comienzo
del desastre. En un discurso el 5 de abril de 1926 Mussolini se
autodefine: «Representamos la antítesis de los principios inmor-
tales de 1789». Recién instalado el nazismo, Goebbels declaró
que el año 1789 había quedado desterrado de la historia. El 22
de julio de 1934, en un discurso en Callosa de Segura, el funda-
dor de la Falange atribuyó los males de España a «las doctrinas
rousseanianas y de la Revolución Francesa». Para terminar, cuan-
do el ejército francés ha sido derrotado y Francia ocupada, el
ideólogo nazi Alfred Rosenberg pronuncia estas palabras en la
Cámara de Diputados el 28 de noviembre de 1940: «La época de
1789 toca a su fin».
Los aspirantes a nuevos señores feudales y nuevos arios, la
plutoklatura de los pudientes, no necesitan resucitar la teología
que amparaba la desigualdad con esa versión avant la lettre de la
teoría neoplatónica del goteo (trickle down), que según los doc-
trinarios de la oferta iría orinando bienestar sobre los pies tundi-
dos de la pirámide social. La providencia aseguraba la entrega
del poder al rey y él hacía lo propio a los escalones inferiores en
el esquema feudal. La teología reinante es inmanente, tiene dio-
ses propios. Como quería Hayek, el Mercado presenta todos los
atributos superlativos de la Providencia. Dotado de cualidades
mágicas, el mecanismo tiene alcance teleológico y sobredeter-
mina la moral y las conductas de los agentes.4 El fetichismo del
mercado significa que se ha producido la inversión del patrón
kantiano pasando los seres humanos a convertirse en meros
medios, una nueva epifanía de la razón instrumental. La dama
de hierro proclamó la inexistencia de la sociedad. El discurso
monocorde de la austeridad, los sacrificios, los ajustes, la disci-
plina, las reformas –increíble la perversión semántica del térmi-
64
no que ilustra la radicalidad del robo del diccionario–, los equili-
brios, la estabilidad, la consolidación, la eficiencia, el empren-
dedurismo; la vulgata estructuralista, en suma, ilustra paradig-
máticamente este punto. Seguirán aumentando el paro y la pre-
cariedad, pero nada empañará el brillo inmarcesible de los
grandes números (beneficios). Si usted está en paro, no tiene ni
voz ni derechos –si los reclama se expone usted a ser tratado de
nazi o antisistema–, de manera que difícilmente podrá empañar
la purpurina fosforescente de las estadísticas. La globalización
realmente existente no es un hecho (un dato) sino un programa
(un plan de depredación a una escala que ni Alejandro Magno
pudo soñar, y mira que soñó caro). Lo distintivo de esta versión
de la servidumbre voluntaria es el medio para su inoculación: la
ideología del consumo y su denso cableado social.
El término ultraliberal se lo he copiado a Michel Barnier, el
Comisario europeo de Mercado Interior responsable de la regu-
lación del sector financiero, decidido al parecer a reparar los
daños causados por «la ola ultraliberal que, apoyada por dere-
cha e izquierda, se impuso en Europa a partir de los ochenta»
(El País, 01/03/2014). Aquí el argumento de autoridad lo es por
partida doble: uno se siente bien acompañado. ¿Cuáles son los
daños causados? Javier Marías lo resume en una frase: «La ba-
raja rota», que significa que este gobierno «en sólo dos años, ha
hecho trizas el contrato social». ¿Con qué consecuencias?: «Lle-
ga un momento en el que no queda razón alguna para que los
ciudadanos sigamos cumpliendo nuestra parte del pacto o con-
trato» (El País Semanal, 12/01/2014). Lo había formulado con
toda claridad E. Durkheim: para que la fuerza obligatoria del
contrato sea entera es preciso que este sea justo. Pero vemos que
el horizonte de la justicia se aleja inexorablemente. De acuerdo
con la inversión de fines y medios propia de la racionalidad ins-
trumental, se atribuyen derechos a los nuevos ídolos y se vacían
de contenido los derechos sociales que la Constitución ampara.
Pero ese ataque contra la ley, contra el Estado de Derecho, exi-
giendo continuos retrocesos de la esfera pública, tiene conse-
cuencias que habían sido perfectamente anticipadas por Henri
Lacordaire, un dominico francés elegido diputado de izquierdas
en la Asamblea Constituyente de 1848: «Entre el fuerte y el débil,
entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, la libertad es la
que oprime y la ley la que libera». Una apreciación recurrente-
65
mente ignorada por los partidarios del monocultivo de la liber-
tad negativa.
Pero hay más desperfectos, el principal el robo de la gramá-
tica de la ciudadanía y de las herramientas del funcionamiento
político. Y esto provoca nuevas oleadas de desperfectos en un
palíndromo vicioso: la limitación de las libertades, la criminali-
zación de la participación ciudadana pacífica, la transformación,
en suma, en un tema de orden público de la cuestión social; lo
cual se inscribe en una estrategia universal de las prácticas de
exclusión: culpabilizar a las víctimas. Y si estas exigencias se
antojan desaforadas basta recordar la promesa originaria en
palabras de Guy Sorman que ya he citado: «Precisamente por-
que tiende a eliminar la pobreza y su única legitimidad es su
éxito material, todo rastro de pobreza en una sociedad capitalis-
ta es moralmente condenable». Con tal estado de cosas, ¿cuál es
la respuesta razonable de una ciudadanía responsable?
Pero es que la impostura desborda el perímetro de la gangre-
na del mercado para inundar el espacio entero de la vida. No
buscaré para apoyarme la prótesis de ningún anarquista, primi-
tivista o, ni siquiera de un teórico del decrecimiento, sino la re-
flexión del catedrático de la London School of Economics, Luis
Garicano, respondiendo a las promesas primigenias: «No sólo
no trabajamos menos, sino que para muchos de nosotros, man-
tener el nivel de vida que deseamos supone estrés y angustia
diarios. El número de las tareas pendientes se acumulan» (El
País, 16/03/2014).
66
Debe quedar claro que la cuestión de la definición del trabajo en
el seno del régimen posfordista no tiene nada de académica, no
puede reducirse a una querelle entre sociólogos del trabajo. Se
trata, por el contrario, de una cuestión crucial que está en la base
de las estrategias políticas y de los conflictos internacionales de
los próximos años.
67
Órdoñez –el que apagó las alarmas sobre el desfalco de las Ca-
jas– a la dura reforma laboral del gobierno, porque «lamentable-
mente [en los años de expansión] no se avanzó en la eliminación
de las fricciones y las rigideces estructurales [del mercado labo-
ral]» (El País, 22/02/12). Se encuentra aquí una expresión elo-
cuente de la metafísica de la inocencia natural del mercado y del
corolario social del desastre productivo: menos mal que hay cri-
sis para devolver el orden al mundo; pues, efectivamente, el
mantra de la autorregulación tiene connotaciones de poder pro-
videncial: el mercado es el avatar divino que asegura la armonía
preestablecida. Vemos así emerger nuevas categorías de trabaja-
dores que ejemplifican el carácter servil de las relaciones labora-
les, como quería el absolutista Fleury: contratos en prácticas in-
terminables, minojobs alemanes a 400 euros, working poors,
añorados mileuristas españoles cuyo salarios se comprimen –
perdón, se ‘moderan’– en la misma proporción en que crece la
lista de requisitos en el perfil... El lector habrá escuchado bajo
estos compases la música de la reforma laboral, en cuyo detalle
no puedo entrar. Me limito a señalar dos aspectos. Primero, que
la ‘devaluación interna’ –necesitamos un batallón de comillas
para avisar de que navegamos en una gramática de colmillos
afilados– es apenas un eufemismo del dicho absolutista: explo-
table sin misericordia. Segundo, y a modo de síntesis en la plu-
ma de Félix Ovejero: «[la reforma laboral] modifica las relacio-
nes de fuerza entre los trabajadores y los empresarios [...]. Nos
jugamos más cosas que una hipotética recuperación a cualquier
precio» (El País, 07/03/12).
¿Qué queda por explicar de la ecuación social de la crisis
económica? La dimensión básica y sin embargo invisible, la del
poder, que funciona precisamente como programa implícito o
por defecto, tanto más cuanto más fuerte es la desregulación.
Nos enteramos cada día de que Inditex es el buque insignia de la
marca España, sabemos menos que el Alto comisionado para la
misma, Carlos Espinosa de los Monteros, es uno de sus conseje-
ros desde 1997, pero hay que buscar con lupa para atisbar las
diez líneas de una fina columna para saber que el Juzgado de lo
Social 2 de La Coruña declaró probado que vulneró derechos
fundamentales de los trabajadores que secundaron la huelga en
enero de 2011 (El País, 24/03/12). ¿Es una excepción? Con moti-
vo de una huelga motivada por la reforma laboral, la CEOE en-
68
vió circulares y cartas advirtiendo de que «la actitud de los em-
presarios no será de pasividad» (El País, 28/03/2012). Unas pala-
bras que merecen ser meditadas para no perder de vista el bos-
que, pues no se entiende bien qué significa pasividad ante un
derecho legalmente reconocido. La circular remite a un aspecto
esencial raramente tratado, lo cual es sumamente significativo y
añade poder taumatúrgico a la mano invisible: el contrato labo-
ral no es ajeno a las relaciones de poder. La asimetría descarna-
da a que abocan las medidas desreguladoras posfordistas es un
elemento central de la agenda política de la élite del poder. No es
extraño que la ciencia económica haya hecho abstracción de –
habla Marazzi– «ese aspecto cualitativo... ese extra tras el cual
se esconde la historia de la diferencia subjetiva entre quien tra-
baja y quien manda».
Y dándole vueltas a los eslóganes, desde luego la desigual-
dad es el que mejor se ajusta al look de la marca España. Los
informes son abrumadores en lo cuantitativo y en lo cualitativo,
como se ha señalado de paso. Retomo como resumen esta entra-
dilla de Ana Requena:
69
de lucro». Michael Walker, economista y presidente del Fraser
Instituto, socio del Cato, respondió con un entusiasta «¡definiti-
vamente, sí!» cuando se le preguntó si toda la superficie del pla-
neta debería estar en manos privadas. Ante una cámara oculta el
candidato a la Casa Blanca Mitt Romney habló de «un 47% de
personas que piensan que tienen derecho a la sanidad, los ali-
mentos, un techo, todo lo que se le ocurra» (Le Monde, 19/09/
2012); estaba en la onda, aunque se olvidó del café.
70
institucionalizada destructora del consenso posbélico presenta
dos características emparentadas: la insonorización de la cues-
tión social, por un lado, y el blindaje cognitivo frente a la lección
de Auschwitz, por otro. Veámoslas.
La ruptura del contrato no se reconoce obviamente como tal
y busca una justificación lateral mediante tres argumentos con-
tiguos: 1. La desigualdad es buena (funcional); 2. La desigual-
dad verdadera no existe; y 3. Si existe es inocua (gratis) porque
no conduce a conflictos de clase. A ver si puedo exponerlo con
brevedad. Para la apología de la desigualdad me limitaré a ex-
traer los argumentos de Finis Welch, profesor de Economía y
dueño de una consultoría, en «En defensa de la desigualdad»
(hay versiones más ásperas). En su literalidad tres tesis: 1. «La
desigualdad es un ‘bien’ económico que tiene mala prensa»; 2.
«Una dispersión creciente en los salarios [repárese en el eufe-
mismo, sabiamente no entrecomillado] puede ofrecer mayores
oportunidades para la especialización y para la armonización
de competencias y tareas»; y 3. «Las tres últimas décadas de au-
mento de la desigualdad salarial constituyen un rotundo éxito».
Los otros dos argumentos están en «Desigualdad de ingresos sin
conflicto de clase» de I. Kristol, el padre del neoconservaduris-
mo. La distribución de la renta en el hemisferio norte «carece de
importancia política», por lo cual no habrá conflicto de clases.
Da dos razones. La primera es que la gente corriente tiene un
«conocimiento intuitivo de las condiciones del crecimiento eco-
nómico, así como una disponibilidad para soportar las estreche-
ces asociadas a él». La segunda es que, a la larga, «una economía
capitalista produce una sociedad opulenta, [...] en la que la dife-
rencia de renta es neutralizada por una mayor igualdad social»,
que se manifiesta en que cualquiera puede comprarse un coche
caro y pagarlo a plazos [¿recordamos a nuestro Koplowitz y la
reprimenda por vivir por encima, etc.?]. (De paso: esta invita-
ción a la deuda entierra la ética protestante del ahorro, la marca
original del capitalismo. El neoconservadurismo violenta su pro-
pia matriz ideológica lo mismo que el neoliberalismo). Recor-
demos que las familias han tirado del crédito para mantener el
consumo con la caída de los salarios y que esa deuda privada ha
tenido en términos globales un peso mayor que la pública, como
ha observado Graeber.6 Un fenómeno complementario es el con-
sumo low cost. Y me atrevo a sugerir que la ubicuidad de tiendas
71
de ‘chinos’ en la geografía española ha contribuido a prolongar
la ilusión del ‘poder adquisitivo’ de los salarios menguantes. En
definitiva, recapitula Kristol: «el espectro de la guerra de clases,
que ha amenazado siempre a las democracias [¡], se ha desvane-
cido con el paso del tiempo».
Demos un paso más para entender el alcance de la insonori-
zación, de los inhibidores de radar para la verdad que, como en la
cita de Huxley recogida al principio, es un factor esencial para el
conformismo. La economista Shikha Dalmia, ya en plena crisis,
muestra su segura arrogancia con esta aseveración desafiante:
72
social, que consiste en el despotismo irrefrenable de la gran in-
dustria y de la gran finanza bajo apariencias de una libertad po-
lítica con la que, a veces, se transige como espejismo ilusionador
de multitudes por considerar completamente inofensivo el ro-
manticismo liberal cuyas expansiones puramente líricas no pue-
den amenguar en lo más mínimo la oculta influencia de la pluto-
cracia.
73
hay enmienda, el retorno a periodos más duros, en la línea que
anticipa la cita liminar de Gandhi.
Lo que tenemos, en vez de la asunción de la lección de Aus-
chwitz, es una acentuada asimetría en relación a la vertical de la
riqueza y, peor, la culpabilización de la víctima o el tildar de na-
zis a quienes levantan la voz para resistirse al expolio. Hay res-
cates para los bancos e impunidad para los corruptos, pero re-
cortes sociales para la mayoría y completa indefensión de las
víctimas, a las que no sólo no se reconoce como tales sino que se
les castiga con la restricción de sus derechos fundamentales. De
modo que mientras campan las prácticas criminales del capital
gracias a la desregulación, el gobierno se empeña en regular hasta
el extremo derechos como el de participación y manifestación.
Las medidas continuadas contra la progresividad fiscal desha-
cen el camino de lo andado desde 1789 y nos devuelven a un
paisaje de extrema desigualdad, una analogía que evoca en su
densa monografía Thomas Piketty.9
74
co. Nueve años después, en la cresta de la ola de la ‘doctrina
Bush’, su asesor Grover Norquist afirmaba (El Mundo, 12/09/
2004):
75
realidad a base de estrategias sofisticadas de desinformación (re-
cordemos los argumentos de los negacionistas del cambio cli-
mático); aquí se encuentra el leitmotiv para una historia cultu-
ral. La rehabilitación de la vida buena exige entonces proceder
al desmontaje de este denso entramado de mistificaciones. Es la
tarea de la impugnación de la crónica oficial de la historia re-
ciente a que me he referido. Esta impugnación puede hacerse en
dos tiempos. En primer lugar estableciendo fehacientemente un
plano de situación con la evidencia del ensanchamiento de la
brecha social; en segundo lugar, sometiendo a juicio a los res-
ponsables intelectuales de tan criminal impostura.
En su libro-testamento, Algo va mal, Tony Judt dedica un
epígrafe a «la revancha de los austriacos», presidido por esta
cita de Hayek: «Debemos asumir el hecho de que la preserva-
ción de la libertad individual es incompatible con el cumplimiento
de nuestra idea de justicia distributiva». Judt invita, por el con-
trario, a contrapesar los excesos de los partidarios de la libertad
negativa. Pero el capítulo de Judt tiene otro aliciente de más
calado ya anticipado: sostiene que las tesis de los austriacos son
el resultado de una lectura equivocada de la experiencia de en-
treguerras, en la que llegaron a pensar que el intervencionismo
estatal fue el responsable de la llegada del nazismo; extraña pa-
radoja que toda una compleja construcción teórica trufada de
tecnicismos economicistas y resultado de una convicción mal
fundamentada nos haya conducido a eso que pretendía evitar: la
emasculación de la democracia. Recordemos una vez más la cla-
rividencia de Samuelson para empezar a enderezar el juicio y el
rumbo. O la de Camus, en una frase que gustaba repetir Judt:
«Cada idea equivocada termina en un baño de sangre, pero siem-
pre es la sangre de otros». Por qué es la sangre de otros lo vere-
mos al final bajo el rubro del efecto Mateo. Pero recordamos la
intuición de Huxley al principio: el nuevo totalitarismo no tiene
por qué parecerse al viejo: los monstruos enterrados bajo los
escombros de la Bastilla pueden retoñar en los sótanos de Wall
Street. Rechacemos la sesgada lectura de Hayek y recuperemos
a los verdaderos pedagogos de Auschwitz: Primo Levi, David
Rousset, Albert Hirschman, Jorge Semprún, Henri Tajfel o al
propio Judt. Auschwitz es un buen trampolín para saltar de nue-
vo al carril de Herder.
76
1. Las pruebas de la americanización son numerosas, citaré una bien rela-
cionada con nuestro tema y a priori poco propicia a servir de ejemplo: la
imponente investigación de Picketty sobre el capitalismo en el siglo XXI, no
ha merecido un eco correlativo hasta su traducción por la editorial de la Uni-
versidad de Harvard. La red, igualmente escorada al respecto, multiplica el
efecto.
2. Un análisis detallado del contexto y las implicaciones en Dezalay y Gar-
th (1998).
3. Siguiendo la inspiración de Chamfort de destilar teoría de las anécdotas,
vale la pena detenerse en Andrea Fabra, castellonense hija de Carlos Fabra,
una poderosa dinastía de Castellón desde el siglo XIX. Miembro de Nuevas
Generaciones, es muy joven nombrada senadora por designación autonómi-
ca; en 2008 pasa del Senado al Congreso a propuesta de Francisco Camps.
Licenciada en Derecho, hasta su jaculatoria en el Congreso sus méritos eran
los dinásticos. Hija de Carlos Fabra, imputado judicialmente por un puñado
de causas, entre ellas por defraudar a Hacienda 1,2 millones, e impulsor del
aeropuerto fantasma donde se enterraron 150 millones y que alberga una
estatua de 25 metros de arrogancia y 300.000 euros de caja pública. Por la
rama familiar electiva, está casada con Juan José Guëmes, lobista y opusdeís-
ta, que fuera colaborador de Rodrigo Rato antes de pasar a Consejero de Sa-
nidad en el Gobierno de Esperanza Aguirre. Deja el cargo y dos años después
es fichado por empresas a las que benefició desde la Consejería (algo parecido
ocurrió con Lamela). En la actualidad Güemes se sienta en seis Consejos de
Administración (La Voz de Galicia, 13/07/2012; El País, 22/07/2012; El Plural,
23/06/2013). Pero hablamos de obscenidad, arrogancia y cambiazo. Andrea
Fabra no sólo no fue castigada: el alma caritativa de la «¡Que se jodan!», siete
meses después ha sido elegida para moderar un debate sobre la reforma labo-
ral (El Boletín, 30/01/2014). Y queda otra pata de su currículo: recibió un cré-
dito hipotecario de la Caixa por un valor de 541.000 euros y otro de Bancaja,
una de las más afectadas por el ladrillo y absorbida por Caja Madrid y luego
por la Bankia de Rato y Blesa, por 1.200.000 euros. Y una cuarta: reside en
una de las urbanizaciones más exclusivas de Madrid, llena de millonarios. Sus
sueños no son de los baratos. No se le negará enjundia a la anécdota de esta
externalizadora de sacrificios, penitencias y mortificaciones.
4. La obnubilación alcanza límites insospechados; el gobernador del Ban-
co de España nombrado por el PSOE y responsable incapaz de apagar las
alarmas en las Cajas que nos han costado el rescate, Miguel Ángel Fernández
Ordóñez, nos exhorta a no «reaccionar airadamente [ante los mercados] echán-
doles en cara la ignorancia. No sirve de nada. Hay que darles más informa-
ción y tratarles como a personas, que es lo que son al fin y al cambo» (El País,
14/12/2010). En parecidos términos, una eminencia gris del país vecino, Alain
Minc, predicaba: «El capitalismo es el estado natural de la sociedad. No puede
hundirse. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El mercado
sí». Camino de servidumbre, de Hayek, está lleno de jaculatorias similares.
5. Según el que fuera secretario de Derechos Humanos en Argentina, Eduar-
do Luis Duhalde, Alfredo Martínez de la Hoz, ministro de Economía entre
1976 y 1981 fue el verdadero jefe civil del golpe terrorista de la Junta. Fue el
autor del proyecto económico de la Dictadura: «la aplicación de la política
77
económica del ajuste, para lo cual se valía de la rebaja escandalosa del ingre-
so, el desmantelamiento del Estado, la concentración monopolística del capi-
tal financiero y el disciplinamiento de la sociedad mediante el terrorismo de
Estado, con su secuela de muertes y desapariciones (El País, 17/03/2013). Como
se ve, algunos rasgos del programa de respuesta a la crisis fueron experimen-
tados en los laboratorios del Cono Sur, como ha documentado con todo deta-
lle René Villarreal.
6. No me parece exagerado afirmar que el consumo ha sido el instrumento
principal para el disciplinamiento, para la servidumbre voluntaria, en las so-
ciedades contemporáneas, también la ventaja comparativa ideológica de Oc-
cidente durante la guerra fría. La propaganda del consumismo, que es la cau-
sa remota de la burbuja, ha producido un cambio cultural de calado que no es
debidamente atendido en los análisis coyunturales de la crisis. Uno de los
primeros en llamar la atención sobre este punto fue Daniel Bell en Las contra-
dicciones culturales del capitalismo. Vale la pena recordar sus palabras: «El
consumo masivo... fue posible por las revoluciones en la tecnología... y por
tres invenciones sociales: la producción masiva de una línea de montaje, que
hizo posible el automóvil barato; el desarrollo del marketing, que racionalizó
el arte de identificar diferentes tipos de grupos de compradores y estimular
los apetititos del consumidor; y la difusión de la compra a plazos, la cual, más
que cualquier otro mecanismo social, quebró el viejo temor protestante a la
deuda. [...] El automóvil, el cine y la radio eran creaciones tecnológicas, pero
la propaganda, la obsolescencia planificada y el crédito son todas innovacio-
nes sociológicas. [...] Una economía de consumo, podría decirse, halla su rea-
lidad en las apariencias. Lo que se exhibe, lo que se muestra, es un signo del
logro. [...] Nada de esto hubiera sido posible sin esa revolución en los hábitos
morales que fue la idea de la venta a crédito. [...] La artimaña de la venta a
plazos fue evitar la palabra ‘deuda’ y destacar la palabra ‘crédito’. [...] La se-
ducción del consumidor se hizo total. [...] Lo que este abandono del puritanis-
mo y el protestantismo consigue, desde luego, es dejar al capitalismo sin nin-
guna moral o ética trascendente».
7. La desigualdad no es el único mal reciclado en el mercado; Milton Fried-
man es un entusiasta defensor de la especulación: «¿Qué es lo que hace el
especulador? Trata de ver qué bienes son baratos en un lugar y caros en otros,
que suban los precios donde son baratos y bajen donde son caros. La gente
siempre culpa a los especuladores, pero en general cumplen una función so-
cial útil». Friedman escribía por encargo del Banco Hipotecario de Chile en
1975, dos años después del golpe de Pinochet.
8. Por eso cuando uno escucha ayer mismo al responsable del Eurogrupo,
Jeroen Dijsselbloem, afirmar que «lo que hizo la troika [con los países rescata-
dos] era inevitable» (El País, 10/03/2014), no ve ningún motivo para el opti-
mismo. La autojustificación es una pieza central de la prosa dogmática. Es lo
que aproxima el fanatismo neoliberal a la teología escolástica. Las escuelas de
negocios son las instituciones de socialización intensiva ecofin de los nuevos
novicios que llegan con el fervor del creyente a los puestos de mando desde
donde asesoran a los políticos según la posición de la puerta giratoria. Para el
teólogo medieval todo era un símbolo del más allá; para el fanático neoliberal
el mundo tiene la textura de un ingente centro comercial, el templo de la
78
postmodernidad: ningún espacio y ningún tiempo –horarios comerciales, días
festivos– deja de tributar veneración a la nueva deidad.
9. Ello nos obligará a reordenar la literatura relevante. Así descubriremos,
por ejemplo, que ya en 1962 Richard M. Titmuss había encontrado datos sufi-
cientes que apuntaban que «la desigualdad de renta ha ido creciendo desde
1949 mientras que la propiedad de la riqueza [...] ha devenido aún más des-
igual en los años recientes». En La société des égaux Pierre Rosenvallon sitúa
en los setenta el gran giro (retournement) que se manifiesta en el descenso de
la redistribución y el incremento de la desigualdad.
79
7
DE LA FIEBRE DEL ORO AL FERVOR
DE LA SANGRE
81
doble entrada. Pensemos en la institución de la esclavitud, uno
de los mecanismos más radicales de exclusión social. Lo prime-
ro que llama la atención es que no suscitó rechazo moral signifi-
cativo en una variedad de culturas, incluidas las clásicas y las
cristianas, a lo largo de milenios. Parte de la explicación reside
en el éxito de la operación de deshumanización, de reducir al
esclavo a pura cosa, indigno por tanto de consideración moral.
Por eso la esclavitud expresa de forma extrema la lógica de la
razón instrumental: el esclavo está por definición fuera del uni-
verso de cualquier obligación o sentimiento empático. Por eso,
también, como observó Karl J. Newman y viene bien recordar a
los ingenieros de las reformas laborales, «toda economía con
trabajo esclavo es sustancialmente totalitaria, porque la figura
del totalitarismo es compatible con formas externas de demo-
cracia, como en Atenas o los estados del Sur de Norteamérica».
Cuando el movimiento abolicionista de los siglos XVIII y XIX aca-
bó con la esclavitud apareció el racismo, que ajustaba el dentro-
fuera a la dicotomía blanco-negro, aplicando por cierto a los
negros algunos de los conceptos que los colonizadores habían
atribuido a los salvajes. El darwinismo social certificaba la infe-
rioridad natural de los colonizados y recién emancipados. La
historia presenta abundancia de ejemplos de procesos de estig-
matización con resultados criminales, citemos la caza de brujas
o la impregnación del estereotipo del judío, bien por convicción,
para buena parte de la derecha tradicional –como E. Burke cuan-
do descalifica la Revolución Francesa atribuyéndola a mercade-
res judíos–, bien por táctica, como Marx que en Sobre la cuestión
judía aprovecha el estereotipo como ariete contra el capitalis-
mo, previamente asociado con la imagen del judío usurero.
Puede condensarse este punto relativo a la construcción del
‘nosotros’ en el tropo de la sinécdoque, que opera con matices
diferentes en las dos dimensiones. Sabemos que no representan
igual la marca España Iberdrola, el Real Madrid o la PAH, y que
no están en la misma casilla el 1% y el 99%, los miles de manifes-
tantes de las marchas de la dignidad y el puñado de ejecutivos
del Ibex. He mencionado en el capítulo anterior la publicidad de
General Motors, sus sucesores de Silicon Valley no se apartan
del guión: «nuestros intereses más egoístas coinciden con los del
país», asegura Joe Green, amigo de M. Zuckerberg, dueño de
Facebook (Icon, 4, marzo 2014). La frase es reversible, bien en-
82
tendido. Y a uno le lleva a pensar que acaso no le falta razón a
David Riesman cuando asegura –en 1954, en plenos ‘treinta glo-
riosos’–, «que se antoja tan difícil encontrar una contraparte moral
para el capitalismo como William James descubrió que era en-
contrar una contraparte moral para la guerra». Tal apreciación
sobre el carácter del capitalismo no es excepcional. En su análi-
sis del nacionalismo americano declara A. Lieven:
83
ocho; y las fisuras del PSC tienen que ver con esa tensión de
lealtades entre la vertical de la estratificación –la cuestión de
clase– y la horizontal de la pertenencia –la cuestión identitaria–
. En términos de representación de la catalanidad no es lo mis-
mo Montilla que Maragall. Recordemos las acusaciones de im-
postura a Patxi López y al propio Montilla: no tenían el pedigrí
de un Lehendakari o un President. Y los marcadores de pertenen-
cia juegan un papel análogo a la talla de la renta de la otra esca-
la; esto es lo que ilustra el piropo del líder serbobosnio M. Krajis-
nic a sus conmilitones enfervorecidos en los años de la limpieza
étnica en los Balcanes: no sois sólo serbios, sois serbios y medio.
Jobbik, el movimiento neofascista húngaro, significa literalmen-
te «los mejores», y sobre el de los Finlandeses auténticos no hay
que dar explicaciones. El neoliberalismo establece jerarquías a
partir de desigualdades estructurales, el nacionalismo a partir
de diferencias ontológicas atribuidas; en el primero hay solidari-
dad corporativa (esprit de corps), en el segundo homogeneidad
étnica (Volkgeist). El primero amamanta a los tiburones adora-
dores de Mammon, el segundo a los halcones devotos de Sión.
En términos de conceptualización de las diferencias, las re-
presentaciones mentales prefieren la estructura geométrica ver-
tical. Lakoff y Johnson distinguen hasta diez ámbitos de la expe-
riencia marcados por el contraste orientacional arriba-abajo. Por
eso el esquema vertical se ha convertido en un modelo para ex-
presar la jerarquía en todas sus connotaciones. Orwell ofrece
una síntesis insuperable en 1984:
84
denominada reacción del ciclista, consistente en agachar la cabe-
za ante el de arriba y pisotear al de abajo; Wilkinson y Pickett
recuerdan esta pauta entre animales que viven en jerarquías so-
ciales estrictas.
El lenguaje no se prodiga de igual manera con la orientación
horizontal que establece el dentro-fuera; sin embargo, es esta la
relación que marca la diferencia principal entre un ‘nosotros’ y
un ‘ellos’. El sociólogo W. G. Sumner acuñó en Folkways (1906)
el término etnocentrismo para designar la «visión de la realidad
en la que el grupo propio ocupa el centro y los demás son evalua-
dos en referencia a él»; al hilo de ello distinguió entre el grupo
propio o endogrupo (we-group, in-group), vs. grupos ajenos o
exogrupos (others-group, out-groups); darwinista social conven-
cido, Sumner trasladó su radicalismo a la dimensión étnica con
invitaciones como esta: «lealtad al endogrupo, sacrificio por él,
odio y desprecio por los forasteros, fraternidad hacia dentro,
hostilidad hacia fuera».
Lo que hay de particular es que el proceso de categorización
e identificación es un universal del pensamiento humano, como
ha establecido H. Tajfel –un judío polaco que pudo escapar del
nazismo– y mantiene la Teoría de la Identidad Social.1 Las per-
sonas tendemos a establecer categorías y a incluirnos en ellas.
La mera inclusión en una categoría produce pautas de discrimi-
nación, con independencia de que se trate de una categoría rea-
lista o imaginaria: «Trazas una línea y se forma un muro» resu-
me, fino como de costumbre, El Roto (El País, 22/10/2007). Los
procesos de homogeneización intragrupal (desindividuación,
organicismo, pensamiento grupal) y distancia intergrupal (dis-
criminación) son procesos interconectados; si decimos España
contra Cataluña empaquetamos uniformizados a los abrazados
por esas garras categoriales y excluimos la posibilidad de plura-
lismo interno y de espacio de intersección entre ambas. Una ex-
presión antológica para el foso identitario es la del ‘imperio del
mal’ de Reagan, reciclada como ‘eje del mal’, por Bush, a la som-
bra del ‘choque de civilizaciones’ de Huntington. En su magnífi-
co trabajo sobre establecidos y extranjeros, constata N. Elias que
no hay diferencia alguna de clase, etnia, status, religión entre los
dos grupos, pero el tiempo de residencia y la superioridad de
poder sirve para establecer pautas discriminatorias que repar-
ten asimétricamente los recursos. Acaso aquí se encuentra la
85
ventaja comparativa de los programas de propaganda basados
en esquemas identitarios, como ocurre con la instrumentaliza-
ción de Marx del estereotipo judío. Mientras escribo, Sudán del
Sur se desangra en una guerra tribal entre dinkas y nuer, los
rusófilos velan armas contra los eurófilos en Ucrania y se cum-
plen 20 años del genocidio de los tutsis por los hutus.
86
Hay aquí varios asuntos que merecen ser señalados. El pri-
mero tiene que ver con lo tratado en el capítulo anterior: el in-
cremento desmedido de la desigualdad y el debilitamiento de las
clases medias aproxima la escala gradual vertical a la plantilla
dicotómica horizontal (1% vs. 99%); si a ello añadimos la ero-
sión de la movilidad ascendente, la reducción de los mecanis-
mos de participación efectiva, la desactivación de las instancias
de contrapeso, la injerencia ilícita de las corporaciones y la des-
legitimación de las instituciones democráticas, las vías de res-
puesta al Gran Expolio corren el riesgo de alcanzar la tempera-
tura de las explosiones identitarias. Los otros tienen que ver con
el enorme atractivo de la gramática identitaria. Tomemos dos
ejemplos cercanos, el primero de Sabino Arana: «un trapo de
colores y una línea imaginaria marca el comienzo del odio» (El
Correo Vasco, 15/07/1899). El trapo y la línea fueron el móvil para
los patriotas etarras, es sabido. El otro ejemplo se ha esbozado
antes a propósito de los socialistas catalanes. Centenares de jó-
venes llenaron la Plaza de Cataluña en 2011 y 2012 en la ola del
11-M. En Cataluña el impacto de la crisis no ha sido menor que
en el resto de España; las familias barcelonesas con rentas bajas
han aumentado un 81% en cinco años y el Síndic alerta sobre la
cronificación de las listas de espera del Institut Català de la Salut
(La Vanguardia, 28/01/2014 y 07/02/2014); sin embargo nada pa-
recido a la marea blanca madrileña, ni a las otras; allí desde la
Díada de 2012, el protagonismo y las energías han sido engluti-
dos por la marea báltica cocinada por una autodenominada (re-
cordemos el tropo de la sinécdoque) ANC, una organización re-
suelta a elevar la temperatura hasta el punto de fusión y fisión.
Bien lo captaron Sonia Licht y Mary Kaldor en el fragor de los
odios balcánicos: «la nacionalización de la sociedad civil es una
manera de suprimir la actividad cívica genuina». Y, como si hu-
biera intuido la objeción de la ANC, así concluye Hardin su mi-
rada sobre los conflictos étnicos: «Pero llegado el momento, la
movilización étnica exitosa traerá probablemente más daño que
bien, tanto para los que se movilizan como para aquellos contra
quienes se movilizan». Ya dejé constancia de mis temores sobre
este proceso al principio, escuchemos la reflexión antropológica
de Pedro Gómez:
87
mología esencialista [...]. La lente identitaria fija la foto, toma lo
inevitablemente provisional por definitivo, lo temporal por eter-
no, lo contingente por necesario. Interpreta un resultado en el
que interviene el azar como efecto de una ley determinista. No
capta ni de dónde viene ni adónde va eso que le parece ‘idéntico’
o identificador. Ignora que siempre procede de algo diferente y
se encamina a algo diferente, en intercambio incesante con otros.
[...]. La diversidad cultural es obvia. Pero etnificarla, o sea, des-
cribirla en términos de identidades étnicas, máxime en socieda-
des complejas y pluralistas, constituye una concesión a los pre-
juicios de la opinión vulgar. [...]. La dinámica del espíritu tribal o
‘étnico’, en la ciudad y en el Estado, no puede empujar más que a
la guerra incivil, porque su autoafirmación radical, sectorial/sec-
taria, obstruye la consolidación del nivel superior de integración
política de la pluralidad social.
88
el «enemigo de hoy es siempre eterno»; recordemos los 300 años
del pretendido ininterrumpido acoso a Cataluña. Podríamos
hacerlo acompañados con música del Padre Soler, catalán naci-
do en Olot, organista, maestro capilla de El Escorial y profesor
de uno de los hijos del muy borbónico Carlos III, unas décadas
después de la derrota de 1714. El esquema categorial dicotómi-
co es el dispositivo más barato del mercado político, al menos
desde los tiempos del herderiano avant la lettre Menexenus de
Platón: «pero nosotros somos helenos puros, sin contaminar por
ningún elemento externo, y por eso el odio al extranjero ha pasa-
do sin alterarse a la sangre nutricia de la ciudad». Esa simplici-
dad explica su ventaja comparativa; es la línea de menor resis-
tencia: «es la opción fácil, los verdaderos héroes son los que tie-
nen los arrestos y la visión de enfrentarse a los supuestos de su
tribu y su nación», concluirá un lúcido Fred Halliday. No conoz-
co mejor aplicación de este principio que el eslogan de Mujeres
de Negro de Belgrado: «No nos dejemos engañar, empezando
por los nuestros». ¡Los nuestros!, estos chicos de ETA, de Arza-
lluz. No son criminales sino patriotas, mártires en la lucha por la
liberación nacional, como definió el padre de la patria y acadé-
mico serbio D. Cosic al psiquiatra y genocida R. Karadzic. El
odio es la divisa de la identidad, lo que más divide, como el dine-
ro es la divisa de la codicia, lo que más distingue.
La relación coste/beneficio de la pertenencia explica su ven-
taja comparativa. El beneficio: la alta cotización de la autoesti-
ma por pertenecer a un grupo excepcional, a un pueblo elegido
(todos lo son para la gramática nacionalista). El precio: la sumi-
sión de la voluntad y la libertad personal a las normas grupales.
Las dos piezas están magistralmente combinadas en Rinoceron-
te de Ionesco, una parábola insuperable de la servidumbre vo-
luntaria vía fascinación identitaria. La voluntad de uniformidad
es inseparable de la profesión de fe tribal en la identidad colecti-
va. Recordemos el editorial conjunto «La dignidad de Catalun-
ya» en 12 diarios; para la propia La Vanguardia «una iniciativa
que puede calificarse de inédita en la historia de la prensa cata-
lana y española» (25/11/2009). El estado mental incorpora la
impermeabilidad ante los argumentos de los de fuera, desauto-
rizados a priori; las supersticiones rebotan las críticas. Recorde-
mos las primeras encuestas sobre la opinión americana en torno
a la intervención en Irak: respaldo masivo. El 84% de los israe-
89
líes apoyan la construcción del muro (NYR, 30/04/2009); la mis-
ma cifra de serbios mostraba su oposición a la mediación de la
ONU en el contencioso de Kosovo en 1999; solo el senador Rus-
sell Feingold vota en contra de la Patriot Act... En la España fran-
quista son los hispanistas foráneos los primeros que dan una
visión digna de la Guerra Civil, impedida por la burbuja cogniti-
va del nacionalcatolicismo. Este es el poder y el peligro de la
gramática identitaria por el lado de la forma.
90
nal del 9-11 de 2014. Puro Herder: «sepulcros, escudos, altares,
sagrarios y templos honraban la memoria de los antepasados».
La reiteración onomatopéyica de los 300 años acaba configu-
rando el paisaje mental (la burbuja cognitiva) y extramental (El
Born y el Tricentenari), espacio y tiempo.3 Es el lapso anómalo
que separa el futuro debido del pasado glorioso, según el mode-
lo triádico canónico que glosan Levinger y Lyttle.
La transformación de la muerte en título de derecho viene
de lejos y es sumamente dúctil. Uno de sus trueques más solici-
tados es la soberanía; el caso del Born es un ejemplo, también el
campo de los Mirlos. Pero no se limita a los países sureños. Sán-
chez Ferlosio recogía las palabras del general Jeremy Moore,
vencedor en las Malvinas: «—Ahora las Falkland son nuestras,
porque las hemos pagado con vidas de jóvenes británicos, y todo
intento de cuestionar este derecho es, sin más, una ofensa a los
muertos». Añade Ferlosio que «además, la sacralización de la
sangre, la convalidación del dolor como sacrificio y la transfigu-
ración de la muerte en martirio son formas de creación de rique-
za, operaciones de capitalización» (El País, 06/01/2006). La san-
gre es oro, compra el derecho que se reivindica. Otra vez el con-
nubio H-H. Y puesto que han aparecido las Falkland/Malvinas
no perdamos la oportunidad de evocar cómo este suelo fue her-
derianamente instrumentalizado por dos fundamentalismos
neoliberales gemelos: el de la Junta argentina y el de la dama de
hierro británica; la última supo capitalizar el prestigio bélico que
resucitaba la gloria imperial para neutralizar las protestas socia-
les a sus políticas monetaristas. En ambos casos la saturación de
la dimensión externa de la ciudadanía como patriotismo (fron-
teras, soberanía) sirvió para asfixiar la dimensión ética interna
(derechos sociales). El corredor militar es una de las rutas más
solicitadas para los encuentros entre halcones y tiburones. La
patria ensambla sangre y milicia. Los etarras se definen como
gudaris: la patria es su religión, argumenta Jesús Casquete. La
patria tiene un precio impagable y sólo los héroes y los mártires
están a la altura. Un nacionalista ucraniano escribió mientras
estaba confinado en una cárcel soviética: «Una nación sólo pue-
de existir, cuando hay gente dispuesta a morir por ella... Sólo
cuando sus hijos creen que su nación ha sido elegida por Dios y
tiene a su pueblo por la más alta creación. [...] sé que mi nación
es única» (recogido por W. Connor).
91
Merece un comentario más el asunto de la sangre, tan pro-
clive a mezclarse con el oro. Por eso el oro, el mercado, ha coop-
tado el discurso: el tropo de los sacrificios y la austeridad perte-
nece al mismo tronco semántico. Pero vamos con la sangre y la
repetición. Porque la repetición es, como la especulación finan-
ciera, lo que permite actualizar la eficacia de la sangre; y si a la
actualización del tiempo por la efeméride se une la movilización
del espacio/suelo, el impacto emocional es completo. El 28 de
junio de 1989, en la celebración del 600 aniversario de la batalla
de Kosovo, peroraba un enfático Milosevic –recordemos, ban-
quero antes que caudillo en un magnífico ejemplo del balancín
H-H– haciendo de avatar del mítico Milos, en el mismo lugar de
los hechos, en Gazi Mestan:
92
Su misión es proporcionar ilusión de profundidad a la instanta-
neidad del presente. Tenemos el modelo en la Eneida, que sirvió
de legitimación ideológica a Augusto, como es sabido. Antiquan
exquirite matrem (buscad a la madre antigua), le dice el oráculo
a Eneas (III, 95), allí dominarás sobre las costas y las generacio-
nes. La ventriloquia se disfraza de oráculo. El mito crea su pro-
pia realidad y la política imita al arte. La saturación imaginaria,
como el dinero especulativo, acaba capturando y constituyendo
la realidad, porque es lo que la gente cree lo que produce conse-
cuencias. (Las estafas piramidales no alcanzarían esas cotas sin
contar con la creencia mágica). Aunque Halliday nos recuerda
que «la antigüedad no confiere privilegio alguno ni soporte nor-
mativo», el «porque (como) fuimos tenemos que ser» tiene un
irresistible poder de tracción que cuaja en relatos autososteni-
dos, que se encadenan y sujetan entre sí. La parahistoriografía
borda estas piezas. Lo que podemos llamar paradoja de Ander-
son, la diferencia entre la calidad epistémica de los catecismos
nacionalistas y su poder político, es una pieza ineludible para
responder al enigma de La Boétie. Klemperer expresa el mismo
asombro ante el foso entre la ordinariez del discurso nazi y su
imponente poder destructivo. La estolidez de la memoria histó-
rica abertzale es una pieza fundamental en la explicación del
terrorismo, como aduce Fernando Molina.
La ventaja comparativa del tropo del destino robado descan-
sa en aquella observación certera de E. Renan: «el sufrimiento
en común une más que la alegría. En lo tocante a las memorias
nacionales, los duelos pesan más que los triunfos, porque impo-
nen deberes, exigen un esfuerzo común». Retengamos la idea
del poder cohesionador.
Pero ¿tiene esto algo que ver con los sueños caros? Respon-
de el estudioso de la historia de la civilización, Norbert Elias:
93
berlo, parecen permanecer en un estado de duelo por la grande-
za pasada. Es como si estuviesen diciendo: si no podemos estar a
la altura de la imagen del nosotros de nuestra época gloriosa,
entonces nada merece la pena.
94
los Montilla. Es la sinécdoque que ensangrentó Europa hace un
siglo y de la que escribió Paul Reboux en una novela desmitifica-
dora:
95
figuras del devocionario catalanista es Pierre Vilar. Es lástima
que la regurgitación del pasado no nos permita algún procedi-
miento para solicitar su criterio experto sobre la fiebre presente.
Relata una anécdota de la Italia que soportaba o gozaba los deli-
rios de grandeza de las ‘camisas negras’, el verano de 1937. Pero
lo que registra, con fino olfato, es
96
ambición de los ultrarricos, nada es bastante grande para los
ultrapatriotas. En ambos casos se trata de ambiciones de suma
cero o depredadoras. «Todas las grandes naciones de Europa
tienen sus víctimas en otras partes del mundo», observó con fi-
nura R. Tagore. La sangre de los colonizados es barata. La mis-
ma reflexión vale para la otra coordenada: «¡Ah señores minis-
tros! ¡Bien se conoce que la carne del pobre es barata y os impor-
ta poco que mueran esos soldados!», dijo Blasco Ibáñez en el
Congreso ante la llegada de la tropa famélica tras el desastre de
Cuba.
Detengámonos en el más grande de los sueños, el del Reich
milenario. Esta es la aproximación que hace Jünger, un observa-
dor bien empotrado, en los umbrales de la guerra destinada a
hacer realidad los sueños mediante un expolio descomunal:
«Como todos los fanáticos del poder y de la dominación, sus
desenfrenados ensueños se mantenían siempre en los reinos de
la utopía. [...] creía que desde los orígenes de la tierra existían en
el mundo dos razas: la de los señores y la de los esclavos». Pero
escuchemos al soñador mismo, a Hitler, en campaña electoral
en 1938 en Königsberg, la ciudad desde donde Kant nos regaló
La paz perpetua:
97
1989 es, según la frase feliz de M. Glenny, el año del renacimien-
to de la historia, con una proclividad, como veremos enseguida,
a escorarse hacia Herder. Ese verano cuajan las primeras protes-
tas masivas contra el régimen comunista. Los manifestantes
entonaban el eslogan «Nosotros somos el pueblo» (Wir sind der
Volk), una indirecta a los dirigentes que se declaraban represen-
tantes del pueblo. El 9 de noviembre se levantan las restriccio-
nes para viajar al Oeste y cae el Muro. Enseguida, H. Kohl inicia
su campaña por la reunificación con un cambio minúsculo en lo
literal pero enorme en la sustancia del eslogan: «Somos un pue-
blo, una nación» (Wir sind das Volk). Los manifestantes reclama-
ban la legitimidad del demos, Kohl se apuntó a la vena del eth-
nos y la Alianza por Alemania ganó las elecciones con el 46% de
los votos; de allí nació la Alemania grande de Wolfgang Schaü-
ble, que hoy controla desde su Buba (apelativo del Banco Cen-
tral de Alemania) las vidas de decenas de millones de europeos;
sin gritos ni eslóganes, sin esvásticas ni chimeneas, en una sucu-
lenta ilustración del tráfico de favores H-H. Perdió Kohl las elec-
ciones de 1998 frente a Schröder, que llevó a cabo los ajustes
estructurales que posibilitaron el Kurzarbeit, antes de, à la Blair,
pasarse a los negocios asesorando a los excomunistas rusos de-
venidos oligarcas gracias a la privatización. Kohl se vio obligado
a admitir que había aceptado sumas considerables de dinero de
donaciones al partido. La Tercera Vía indujo una confluencia
ideológica sobre la pista del mercado; el ordoliberalismo ale-
mán ha marcado a la derecha y a la socialdemocracia y ha deja-
do su impronta en las piezas básicas de la arquitectura de la UE,
en particular el ataque al Estado Social como recuerda Francis-
co Louça; son piezas que hay que incorporar para seguir la pista
de la historia cultural. En cuanto a la prestidigitación semántica
a propósito de ‘pueblo’: el proceso lo ha hecho aquí la denomina-
da izquierda nacionalista, en Euskadi y en Cataluña.
98
determinación relativamente excepcional de la dimensión étni-
ca sobre la de clase, por un lado, y las relaciones incestuosas
entre las dos –el caso más corriente–, por otro. El primero lo
tenemos cerca: la extorsión económica del empresariado y los
profesionales liberales a cargo de ETA en nombre de la nación
vasca y con la anuencia de las dos principales fuerzas sindicales,
LAB y ELA (valga el oxímoron de sindicatos étnicos, pero este
territorio conoce otras anomalías topográficas, como el ‘tercer
espacio’). Es verdad que este ataque se envolvía en el argumento
identitario, pero el asesinato de empresarios vascos desvanece
la impostura. Y es verdad, sobre todo, que finalmente se produjo
aquí la regresión a la línea de base donde cohabitan la sangre y
el oro: muchos militantes de ETA hicieron de la extorsión su
modo de vida y la vinculación con el narcotráfico denunciada
por Saviano y negada como la peste por la militancia de la san-
gre, ilustra el teorema de la convertibilidad entre recursos. Cuan-
do Ibarretxe le dice al hijo de J. R. Recalde, mientras su padre se
debate entre la vida y la muerte en un hospital, «aquí se vive muy
bien», exhibe esta ceguera radical a la opresión étnica. En el País
Vasco funcionan dos uniones sagradas que agrupan a colectivos
diferentes: la étnica del conflicto y la económica del concierto.
Pero vayamos a la parcela principal, la del incesto entre las
dos dimensiones. El gran sueño del siglo XXI, los dos mandatos
de George W. Bush, se resumen para T. G. Ash en el sueño de «la
mayor potencia que el mundo había visto nunca, Roma con es-
teroides. [...] [Se creían] amos del universo». Tan amos que, como
dijo el estratega retórico de Bush, K. Rove, a Ron Suskind: «So-
mos un imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia rea-
lidad». Cuando hay poder suficiente el sueño tiene la virtualidad
de cumplirse, como en Auschwitz. ¿Quiénes fueron estos soña-
dores? La respuesta más breve es: los neocon o, si se quiere afi-
nar, la camarilla de asesores de política exterior de Bush. Trace-
mos una genealogía rápida. El halcón revestido de científico so-
cial, Samuel P. Huntington, en un artículo de ese mismo invierno
crítico (1999-2000), titulado sin disimulo Robust Nationalism,
establece este podio para el neoconservadurismo: Milton Fried-
man, Irving Kristol y Ronald Reagan. Para asegurar la vena neo-
liberal austriaca cabe recordar que J. P. East sitúa a Ludwig von
Mises, el más influyente de los austriacos con Hayek, como uno
de los ideólogos del movimiento conservador norteamericano.4
99
No se puede entender la «guerra global contra el terroris-
mo» sin poner en la balanza los delirios de la política exterior
neocon y la instrumentalización del 11-S como un ‘desastre pro-
ductivo’ para hacer digerible el gran expolio de clase, en un re-
make de la instrumentalización por Reagan del sueño roto de la
derrota de Vietnam. Bush recibe de Clinton un presupuesto sa-
neado. Las pretendidas medidas de respuesta al 11-S son una
pieza fundamental para explicar la crisis (véase 6c). Y para vol-
ver al tema de la arrogancia y los delirios de grandeza no hay
más que recordar el ‘cojones meeting’ o la cumbre de las Azores,
episodios ambos de alta testosterona. En unas pocas líneas Lo-
retta Napoleoni da cuenta de estos conductos que conectan como
vasos comunicantes a neocon y neolib, halcones y tiburones:
100
vino el 11-S y la vendieron. [...] Es una guerra de una élite... po-
dría darle los nombres de 25 personas [...] que, si hubieran sido
deportados a una isla desierta hace año y medio, la guerra de
Irak no se habría producido.
101
la impostura, la magna empresa de engaño sobre las armas de
destrucción masiva, el encapsulamiento fanático del «el resto
del mundo miente», la neutralización de la lógica y la obtura-
ción de la legibilidad de la realidad, la observancia ciega de ese
principio orwelliano de que los hechos son falsificados o ignora-
dos para acomodarse a la geometría imperialista del sueño.5
Y la constante de Camus, que se repite en todos los relieves
desnivelados: las malas ideas producen malos resultados pero
los sufren otros; salen gratis a los que viven en el ático. Y en
áticos vivían los arquitectos de la sangría. Lo recordaba Fried-
man pero lo han dicho los protagonistas. Detengámonos en tres
nombres ilustres. Irving Kristol expresó en términos claros su
funcionalidad para los intereses de los negocios (tomo la cita de
S. Blumenthal): «Tuvimos que convencer al mundo de los nego-
cios de que nos necesitaban [a los intelectuales]. [...] [necesitan
que ellos] justifiquen los beneficios y expliquen a la gente por
qué las corporaciones ganan tanto dinero». Pero no hay formu-
lación más descarnada que la de otro padre fundador, la de Nor-
man Podhoretz en 1967: «El dinero, ahora lo veo..., era impor-
tante: era mejor ser rico que pobre. El poder, ahora lo veo..., era
apetecible: era mejor dar órdenes que recibirlas. La fama, ahora
lo veo..., era deliciosamente indescriptible: era mejor ser recono-
cido que anónimo». No cabe más afinada apología de la aniso-
nomía, del narcisismo y del materialismo más amoral. Debajo
de las grandes palabras empollan las más bajas ambiciones. Veá-
moslo con el ejemplo de nuestro tercer personaje, Paul Wolfowitz.
Unánimemente reconocido como el arquitecto de la ‘doctrina
Bush’ –que sea judío como los anteriores es irrelevante–, pasó de
la Casa Blanca a la dirección del Banco Mundial, de donde tuvo
que salir acusado de malas artes. Si, como quería Judt, la mejor
historia se aprende con ejemplos, aquí tenemos un filón. Y re-
cordemos que la camarilla de Bush son hombres de negocios,
habituales del American Enterprise Institute, la CTL y otras se-
des del Gotha financiero, capaces y decididos a apoderarse del
gobierno, retomando el texto de Wilson de hace un siglo. La obli-
teración de este flanco es parte de la empresa del gran engaño
que ha contado Krugman. Y aprovechando las alturas de las fi-
nanzas cabe recordar las trayectorias non sanctae de los Rato o
Lagarde, y suspirar por una agencia de calificación de la integri-
dad que indicara el potencial de riesgo de las biografías bulími-
102
cas. Pero la justicia penal, como los recortes, no trepa, gotea.
Vemos entonces que, como explicaba en pura prosa N. Pod-
horetz, hay un intenso tráfico en el túnel que comunica a Hayek
con Herder. El tránsito replica el zigzag de mi itinerario. Los
caudillos misioneros intercambian cromos con los prohombres
de Wall Street y a veces se intercambian los sillones. Comparten
una misma pasión por los paraísos fiscales y tienen a menudo
un rasero para la patria y otro para el patrimonio. El primero les
impulsa a repatriar inmigrantes –no sólo entre continentes, tam-
bién en la Unión Europea dirigida desde Francfort– el segundo a
expatriar capitales. Los sótanos de los bancos helvéticos acogen
en fraternal armonía los dineros de los Bárcenas y Puertas de las
esencias populares españolistas y los de los Osácar y Pujol Fe-
rrusola de sus homólogas rivales catalanistas. El tesorero del
partido de Merkel, que había sido ministro de Hacienda de Re-
nania, ocultó cientos de miles en paraísos fiscales. Según el
Süddeutsche Zeitung Panamá es el lugar de destino de los gran-
des propietarios alemanes, como los dueños de Porsche, BMW o
los banqueros Finck (El País, 07/02/2014). La convertibilidad
puede funcionar también en sentido inverso cuando las gentes
se dan cuenta del doble engaño. Así vemos –poco porque no con-
viene– que la frustración acumulada por el mangoneo identita-
rio y la corrupción económica (H-H) ha provocado una ola de
protestas interétnicas en Bosnia. Es un buen síntoma ese des-
quite balcánico contra los fantasmas balcánicos y alpinos (aus-
triacos, para precisar).
103
sagrada familia, Marx retoma estas palabras de Fourier:
104
que sacó de una inclusa para convertirla en una novia ideal a
base de una disciplina durísima y humillante. Cuenta Wendy
Moore, de quien tomo los datos, que nadie se interesó por la
suerte de la niña (un abuelo de Darwin, médico y poeta, era de
su círculo). Day utilizó el dinero y la posición para franquearse
todas las puertas y todas las conductas: nadie piensa mal de un
caballero elegante que subvenciona a las monjitas de una inclu-
sa.
Y abundando en la dirección de los cruces de marcadores,
Marcia Angell cuenta que la emancipación de las mujeres de las
clases altas en el mundo rico se hace en buena medida a costa
del trabajo de cuidadoras inmigrantes (NYR, 20/03/2014). Un paso
más hacia Hayek. Y vemos que las prostitutas van en el lote de
los tiburones, de José Luis Anieri, el emprendedor empresario
madrileño, al protagonista de El Lobo de Wall Street. También
formaban parte del menú de los cachorros de la Legión Cóndor
mientras hacían su noviciado en los cielos ibéricos. Y no hace
falta recordar las correrías depredadoras de Dominique Strauss-
Kahn desde el ático del FMI.
Ciertamente se trata de una «violencia estructural». Pero en
un ejemplo del manejo de los recursos retóricos, un Ministro de
Justicia ha invocado gallardamente a la vez «la violencia estruc-
tural» contra las mujeres para defender la limitación al aborto y
el argumento de una razón instrumental extrema al argüir que
la reforma de la ley del aborto será buena para la economía. De
modo que desde «la maté porque era mía» al bloqueo por la
derecha de una iniciativa del Parlamento Europeo sobre salud
sexual y reproductiva a finales de 2013, la pauta es clara. «Joder
y comprar esas son las dos únicas cosas que habría que permitir
que las chicas hicieran desmedidamente», leemos en Dinero de
Martin Amis.
La postergación de la mujer ha ocurrido en todas las esferas;
se ha hablado de la figura de la víctima asociada a la pedagogía
del Holocausto, pues bien, también aquí las voces son mayor-
mente masculinas. Y eso que, como destacó la superviviente de
Birkenau, Giuliana Tedeschi, la condición de mujer agravaba
los sufrimientos del campo. Por lo menos mientras se mantenía
un umbral de humanidad para sentir la desnudez como humi-
llación, como refiere la superviviente de Bergen-Belsen, Hanna
Lévy-Hass.
105
Utilizaré dos episodios puntuales, porque tienen el alcance
universal de la fábula o la anécdota, para ilustrar dos aspectos
para este epígrafe. El primero se compone de una pieza ficticia y
de otra real y remite a la hipersensibilidad del personaje de Dine-
ro. El título de la novela del colombiano Gustavo Bolívar es un
eslogan: Sin tetas no hay paraíso. Hay que colocarse de silicona
para seducir a los narcos y gozar del olimpo de los sueños: lujos
y excentricidades enalbardadas de oro. Catalina se prostituye
para conseguir los implantes-llave. Y así alcanza el paraíso con
el que tantas jovencitas sueñan. Y no sólo las jovencitas. Jean-
Claude Mas, un visitador médico fundador de la empresa Poly
Implant Prothèse, ha sido condenado por fraude por fabricar
implantes mamarios con un gel de silicona de uso industrial;
tenía querellas procedentes de 71 países. Según su abogado, Mas
«siempre quiso ser el primero», como Catalina; retengamos la
idea, sin descuidar el apellido, para el capítulo siguiente. Son
piezas para construir un centro de interpretación de este fabulo-
so circuito onírico, en el que no debería faltar la madrastra Tha-
tcher –también aquí se impone la lógica situacional–, adelanta-
da de los recortes retirando la leche de las escuelas para los ma-
yores de siete años; era un símbolo: acabar con la función nutricia
de la nación destetando al Estado.
La otra fábula es real y no menos polivalente. Cuenta Lévy-
Hass que en Bergen-Belsen los transportadores de bidones con
la comida se entregaban a «todo tipo de trapicheos y artimañas
gracias a su monopolio sobre los peroles, sin que los demás pu-
dieran controlarlos y saber qué se traían entre manos». Está a la
vista el alcance de la anécdota: el trapicheo que viene de la posi-
ción de monopolio y la convertibilidad de los recursos que dan
lugar a ello (salvadas las distancias con nuestros tiburones). Es
un magnífico ejemplo de la lógica de situación. La anécdota tie-
ne otra parte: las mujeres se rebelan, se niegan a entrar en el
juego de las corruptelas; a pesar de las presiones y amenazas de
los jefes, mostraron su resolución en la defensa de «lo que consi-
deraban ventajoso para la colectividad». Ante tal resistencia el
jefe tuvo que plegarse y la distribución de la comida se hizo des-
de entonces de un modo equitativo y sin sobornos a los transpor-
tadores. «Todo este episodio fue enormemente importante para
mí. [...] Aprendí muchos detalles necesarios para la lucha». Mo-
raleja para una historia cultural que busca patrones invariantes:
106
hasta en el Lager, una situación extrema, operan los mismos pro-
cesos que dan lugar a los mismos males y los mismos procesos
que sirven para aderezar los remedios.
Aterrizo en el hoy. Cuando mujeres cualificadas ofrecían su
colaboración a los revolucionarios del Euromaidán, en Ucrania,
se les replicaba que fueran su sitio, a las cocinas. No ha faltado
una iniciativa de mujeres de apoyar la causa ofreciéndose a los
héroes. Como era de esperar, muchas no aceptaron y organiza-
ron su propia centuria. En la recién autoproclamada República
Popular de Donesk una receta para organizar mítines exitosos
se sustancia en que deben ser protagonizados por «una chica o
una mujer de 25-30 años»; no se especifica fisonomía. ¿Paisajes
exóticos? «Morenas de más de 170 centímetros y con una talla
de pecho mínima de 95 centímetros», condición para trabajar
en el Salón del Comic de Barcelona (El País, 20/04/2014).
Mujeres de Negro de Belgrado lleva más de veinte años de
pedagogía militante de la igualdad contra la explotación esen-
cialista y clasista en las ruinas dobles –H-H– de la exYugoslavia.
A ellas remito; estos párrafos no hacen de ningún modo justicia
al rótulo del apartado. Amnistía Internacional denuncia en un
comunicado (28/03/2014) que el portavoz de la policía antiterro-
rista serbia hizo un llamamiento a la unidad de los hinchas para
darles un escarmiento.
107
1. Categorización y discriminación son interdependientes. La apreciación
antropológica de Nigel Barley se suma a las intuiciones de una larga lista
como Los viajes de Gulliver: «Cada tribu despreciaba a alguna otra. Para los
dowayos los koma eran quienes desempeñaban esa necesaria función. Eran
una tribu pagana que vivía a unos cincuenta kilómetros de distancia, al otro
lado del río. Los dowayos les atribuían una forma degradada de lenguaje, un
salvajismo y primitivismo terribles, y un increíble grado de suciedad. Su feal-
dad era un tópico en los chistes dowayos». El topos del primitivismo y la su-
ciedad es una constante; permítaseme una referencia geográficamente cerca-
na. Joan Cortada, enseguida se verá el grupo de adscripción, escribía hacia
1860: «El catalán viste bien [...], no guisa su comida en una sartén, ni duerme
sobre un montón de paja: come todos los días su puchero, más o menos sucu-
lento, pero cubre su mesa con blanquísima servilleta, cada persona come en
su plato, y con su cubierto, y toda la familia duerme en cama con su sábana,
y su frazada en el invierno. Si no nos hubiéramos propuesto evitar toda com-
paración, podríamos decir lindezas acerca de lo que hemos visto en nuestros
viajes». Apenas tres subrayados. El primero, freudiano: ¡menos mal que se ha
propuesto evitar toda comparación!. El segundo, desesperante: quien evoca
esto es un historiador caracterizado por una trayectoria académica impresio-
nante y unas credenciales de compromiso con la causa de los desfavorecidos,
y lo hace en la Conferencia inaugural del Simposio «España contra Catalu-
ña», Josep Fontana. El agudo develador de las imposturas del neoliberalismo
se torna ciego profundo ante la mistificación identitaria. El tercero, para la
universalidad de los repertorios: de los recién llegados al área metropolitana
de Leicester en UK, a los barakumin de Japón, en el recorrido de N. Elias, el
exogrupo es indefectiblemente sucio; la ‘mugre’ tiene ese componente polisé-
mico que trata M. Douglas en Pureza y peligro. La pureza, la limpieza; detrás
de la limpieza de sangre hay siempre una Inquisición.
2. Me he ocupado del asunto en Universales del odio. Creencias, emociones
y violencia, Bilbao, Bakeaz 2004; «Relatos exclusivos, políticas excluyentes. El
patrón de Oriente Próximo», Cuadernos Bakeaz, Bilbao, Bakeaz, 2007; «El
síndrome de Al-Andalus. Relatos de expoliación y violencia política», en J.
Casquete (ed.). Comunidades de muerte, Barcelona, Anthropos, 2009: 19-54;
«El nacionalismo en el cono de sombra», Crítica, 961, mayo-junio 2009: 20-
25; «El santuario invisible de ETA», Cuadernos de Alzate, 41, 2009: 201-219;
«Retórica de la violencia política», en A. Rivera y C. Carnicero (eds.), Violencia
política. Historia, memoria y víctimas, Madrid, Maia, 2010; y «Collective Iden-
tity as a Rhetorical Device», Synthesis Philosophica, 26, 2011: 1-24.
3. La parahistoriografía es la encargada de ensamblar estas piezas. Mucho
antes de que surgiera el término, precisamente para explicar el maltrato de la
Historia por los académicos serbios, ya había sido atisbado el atractivo de esta
teleología invertida. Cito tres formulaciones que ilustran las dos etapas de la
repetición; las dos primeras de la historia, la otra de la arqueología por ficción
interpuesta. Según André Chamson: «La variante más lograda de argumenta-
ción reaccionaria consiste en aislar un periodo histórico, proponerle como
ejemplo e intentar hacer el presente semejante a él, sujeto a su influencio o
tributario de las reglas que aquel habría establecido; es decir, que tiende a
crear una especie de duración arbitraria y facticia». Namier apunta al meca-
108
nismo mental implicado para operar la inversión: «Uno cree que la gente re-
cuerda el pasado e imagina el presente. Pero, en realidad, cuando debate o
habla sobre historia, la imaginan de acuerdo con su propia experiencia, y
cuando tratan de calibrar el futuro invocan ciertas analogías del pasado; has-
ta que por un doble proceso de repetición, acaban por imaginar el pasado y
recordar el futuro». De acuerdo con Ernst Jünger, la tarea de la arqueología
políticamente motivada –es el caso del nacionalsocialismo y del Born, soporte
de los actos del tricentenari, mutatis mutandis–, se resume así: «la azada exhu-
maba infaliblemente todo aquello que nuestro espíritu había encontrado con
anterioridad»; podría llevarse más lejos el argumento acudiendo al Nietzsche
de Verdad y mentira en sentido extramoral: se encontraba lo que se había es-
condido previamente. La susceptibilidad de la historia para amparar estos
trucos inspiró al rebufo de la guerra a Paul Valéry, a quien traigo a colación
para revalidar el título: «La historia es el producto más peligroso que haya
producido la química del intelecto [...]. Hace soñar, embriaga a los pueblos,
les engendra falsos recuerdos..., les conduce al delirio de grandeza o al de la
persecución y torna a las naciones resentidas, soberbias, insoportables y va-
nas».
4. No hay lugar para entrar en los pormenores de la Escuela de Chicago,
remito a la pormenorizada descripción del tratamiento del shock que ofreció
Orlando Letelier, ministro de Allende, un mes antes de ser asesinado por la
DINA (en bibliografía). Si acaso añadir que uno de sus más activos miembros,
Arnold Harberger, fue invitado especial en las jornadas que FAES organizó en
marzo de 2007 en memoria de Milton Friedman y que José María Aznar hizo
de él una encomiosa presentación. Hay que reconocerle a Harberger el favor
de un diagnóstico desgraciadamente ajustado: «el hecho de que partidos polí-
ticos de izquierda finalmente hayan abrazado las lecciones de la buena cien-
cia económica es una bendición para el mundo» (El País, 14/03/2007). Bendi-
tos estábamos y vino por la tarde Lehman Brothers, hijo predilecto de la bue-
na ciencia económica, a estropear el sacramento.
5. La frase de Orwell en su artículo sobre el nacionalismo, ilustra perfecta-
mente la burbuja cognitiva que va por defecto en el paquete doctrinal identi-
tario: «Si uno observa en alguna parte de su mente una lealtad o un odio
nacionalista, ciertos hechos, aunque de alguna manera se sepa que son cier-
tos resultan inadmisibles. [...] No hay ningún crimen, absolutamente ningu-
no, que no pueda ser condonado cuando es ‘nuestro’ lado el que lo comete».
El dato completa lo dicho arriba sobre el efecto de la categorización y la per-
tenencia; para completarlo, esta observación del sociólogo Robert Merton: «el
feo vallado que encierra al endogrupo excluye a los individuos que forman el
extragrupo de ser tratados con la decencia que suele concederse a los seres
humanos». Abu Grahib y Guantánamo, como botón. Y la sangre que sigue
siendo derramada diez años después.
109
8
TEORÍA Y PRÁCTICA DEL ‘MASISMO’:
GUIONES DE DESTRUCCIÓN
111
puede emparejarse con una top model; por ejemplo, si usted es
dueño de una tecnológica puede comprar acciones en FCC y
patrocinar una fundación; o comprar un continente para su hija
pequeña; por ejemplo, si usted es secretario general del Instituto
Cervantes puede felicitarse por la presencia de un presidente-
dictador aduciendo que «Es todo un acontecimiento que uno de
nuestros centros reciba a un Jefe de Estado» (El País, 02/04/2014).
112
Pero sus primeras medidas han sido de menos: congelar pensio-
nes y sueldos públicos y reducir prestaciones (El País, 17/04/2014);
canónica reacción del ciclista: patear a los gitanos y doblar la
cerviz ante Bruselas, meter en la cárcel a sindicalistas pero aca-
bar con la jurisdicción universal por las presiones de China. Flynn
no desvela el paisaje completo. El masismo es por naturaleza
depredador: su prevalencia comporta un menoscabo correlati-
vo, altura y bajura son simétricas, como Herrenrasse y Unter-
mensch, como los superricos y los desposeídos. Mucho y poco
son términos absolutos, más y menos lo son relativos, y la des-
igualdad se inscribe en este segundo registro. Encontramos aquí
la confluencia de dos querencias de enorme alcance, porque sur-
ten el caladero donde hacen su agosto los trileros de la servi-
dumbre voluntaria. De un lado, y en palabras de Nietzsche, «la
irreductible propensión de los humanos a dejarse engañar» por
los cuentos de celofán; de otro, la existencia en el ser humano,
según cuenta Durkheim en El suicidio, de una capacidad de sen-
tir que «es en sí misma un abismo insaciable y sin fondo», «una
sed inextinguible». La conjunción de un apetito insaciable —
que hace de cada aspirante un Tántalo— y de una propensión a
dejarse engañar, del lado de la demanda, y la habilidad con el
jabón, del lado de la oferta, explica un amplio repertorio de con-
ductas.
El asunto nos invita a volver a los clásicos. Rousseau enun-
cia una tesis que desarrollarían luego autores como Veblen (la
clase ociosa) o Bourdieu (la distinción):
113
sociales a «la necesidad inexorable de nutrir y exaltar nuestra
vida a expensas de otras». Cajal estaba definiendo el masismo o,
en su versión culta griega que luego retomaré, la pleonexía. El
esquema puede aplicarse tanto al plano individual como al co-
lectivo. Para el primero, la literatura ofrece ejemplos frecuentes
desde Ovidio («Resulta más atrayente el placer que se disfruta a
costa de la felicidad del otro») al conde de Rivarol («Persegui-
mos con igual empeño ser felices que impedir serlo a los de-
más»), de lo que podría llamarse patología del Schadenfreude
(alegrarse del mal ajeno). La receta del recorte del café de nues-
tra anécdota doble étnico-económica es del lote. Recordemos la
fábula rusa de Vladimir. Un día le dice Dios a Vladimir, un cam-
pesino pobre, «—Te concederé un deseo pero con una condi-
ción, lo que te conceda a ti se lo ofreceré también a tu vecino en
doble proporción». «—De acuerdo, hazme tuerto», respondió el
campesino. Los psicólogos sociales, en particular desde el para-
digma de la Teoría de la Identidad Social, como recuerdan J.
Sidanius y cols., encuentran que esta fábula dibuja la conducta
de las personas en los grupos de manera que de las estrategias
disponibles –máxima diferencia, máximo beneficio para el gru-
po propio o máximo beneficio conjunto–, la preferida suele ser
la primera aunque en términos absolutos sea menos beneficio-
sa.2 Supongamos, siguiendo al economista Robert Frank para
ilustrar su tesis sobre los ‘bienes posicionales’, que nos ofrecen
optar entre una casa de 400 metros cuando los demás la tienen
de 600 o una de 300 cuando los demás la tienen de 200; la mayo-
ría prefiere –preferimos– lo segundo.
Para M. Argyle la satisfacción depende de la comparación
con lo que otros tienen y lo que las personas desean realmente es
tener más que los demás. En Historia de un caballo, Tolstoi elige
la fábula para dar en el blanco: «La persona que tiene la posibi-
lidad de aplicar la palabra ‘mío’ a un gran número de objetos es
considerada por los otros como más dichosa». En cuanto miem-
bros de un grupo, la comparación sirve para demostrar la supe-
rioridad del endogrupo y aumentar así su autoestima. Y como
asegura Namier: la grandeza de una nación eleva el estatus de
sus miembros; este es el atractivo que todos los nacionalismos
ofrecen, el estado mental de que hablaba Orwell y la base de la
semejanza de los discursos nacionalistas de todas las latitudes.
Encontramos, pues, dos maneras de asegurar la máxima dife-
114
rencia para la comparación: mejorando la situación propia o
empeorando la ajena. A su vez, se puede perseguir este objetivo
por la vía de Hayek –ampliando cuanto sea posible el escarpe
social de las posesiones, tener más; elevar cada vez más los áti-
cos hasta que la calle se vea como un hormiguero– o por la vía de
Herder –ampliando el foso identitario, la estatura de la patria,
ser más–. La persecución de la diferencia es en ambos casos
excluyente: ni la propiedad ni la identidad son bienes comunes.
Por eso, correlativamente, la marcha de la civilización es
paralela a la de la construcción de instituciones, normas, con-
troles, contrapesos y amarras que contengan esa inclinación al
abuso; y por eso la superstición sobre una mano invisible –el
‘piloto automático’ en la versión aggiornata de Draghi– ajena a la
presión de esas propensiones bien establecidas choca frontal-
mente con las lecciones del aprendizaje civilizacional. Esto vale
para la historia cultural de esta crisis, como supuesto particular.
Camino de servidumbre no es solo un panfleto, es un ejemplo de
un análisis pobre de los procesos históricos, cegado por unos
rasgos mal diagnosticados del nazismo. El egoísmo sin freno
crea un microclima tan propicio para las patologías de la dema-
sía como el de la impunidad para los torturadores. La alusión a
la impunidad es deliberada: Hayek fue un defensor entusiasta
de Pinochet. En su visita a Chile adujo que los ‘costes sociales’
producidos por un gobierno decidido a empujar sin complejos
al país adelante eran un mal necesario y que serían pronto enju-
gados (El Mercurio, 8/11/1977). Gato, uno de los torturadores de
La Vida Doble, la documentada novela de Arturo Fontaine, sos-
tiene que su trabajo es el sustento de los propietarios de aviones,
barcos, bancos y minas de cobre. La protagonista, Lorena/Irene,
parece establecer un paralelo entre la desmesura del torturador
y la desmesura de las orgías, debidas ambas a que la supresión
de las amarras desata instintos insaciables.
La conciencia de superioridad puede tener o no fundamento
real; el hecho no tiene importancia práctica porque las conse-
cuencias igualan ambas situaciones en una cabal ejemplifica-
ción del principio de Thomas. En una revisión de la literatura
interdisciplinar pertinente, los psicólogos Baumeister, Smart y
Boden llegaron a la conclusión de que quienes se consideran
superiores «se atribuyen el derecho a apropiarse de los recursos
de otros, considerados inferiores, y que pueden llegar a agredir-
115
los, de la misma manera que la gente mata a los insectos». Aña-
den que la conducta violenta es más probable cuando la alta
autoestima se combina con una amenaza percibida; que es pre-
cisamente el cóctel del tropo del destino robado.
b. El efecto Mateo
116
pasa a su corazón. Y todos sabemos que Cemex, la tercera ce-
mentera del mundo, puede hacer que un gobierno destituya a
una inspectora de Hacienda que husmeaba sus cuentas. En Ma-
tar es fácil, Agatha Christie utiliza esta acreditada tendencia como
recurso para enredar la trama; cuando un hombre es rico y po-
deroso, es natural que nadie crea que es un asesino, explica un
personaje. Jim Sleeper traslada la observación al ámbito de las
relaciones de clase, invisibles forzosamente para el neoliberalis-
mo: «Los pobres y los sindicatos están más expuestos a la crítica
política porque los abusos de los ricos y de las corporaciones
quedan enmascarados en las relaciones de poder establecidas»;
de modo que una pedrada en una luna de un Banco tendrá más
impacto que la reata de ceros del fraude de un ejecutivo corpo-
rativo, de un conseguidor con corbata de marca o un practicante
de heliski. Los criterios dominantes son los de la clase dominan-
te, como escribieron Marx y Mill, y la ‘igualdad de oportunida-
des’ en una sociedad de clases es un oxímoron, como escribe T.
Bottomore. Si el efecto Mateo encuentra un paisaje social carac-
terizado por una extrema desigualdad podremos explicar, ade-
más, por qué ningún avance tecnológico bastará para mejorar la
posición relativa de la mayor parte de la humanidad: sus benefi-
cios serán insaciablemente acaparados por los Hércules de tur-
no.
Pero he insistido en que cualquier vector de la desigualdad
tiene esa facultad. Quien dispone de un plus de un recurso so-
cialmente considerado, como los peroles de Bergen-Belsen, está
en condiciones de moldear la realidad a su medida; es la masa
de un cuerpo lo determinante para la atracción gravitacional. Y
ya que estamos, la física de Newton apuntala las observaciones
del apartado anterior sobre la sinécdoque cuando establece que
la fuerza gravitacional actúa como si toda la masa de cada uno
de los cuerpos estuviese concentrada únicamente en su centro
(para facilitarnos los cálculos el BCE ha centralizado su masa
arquitectónica en Francfort). Un medio caracterizado por la des-
igualdad en una dimensión socialmente relevante (asimetría
axiológica) predetermina las pautas de respuesta de quienes lo
habitan: la reacción del ciclista es una de las formas de expresión
de esta lógica situacional.3 Pero la lógica situacional pauta igual-
mente la conducta del de arriba; a menos que uno sea una perso-
na íntegra tenderá a aprovechar las oportunidades diferenciales
117
que le ofrece su posición. Siglos antes de que el etólogo Bern-
hard Grzimek identificara la reacción del ciclista, La Boétie ha-
bía desvelado la almendra del efecto Mateo: «los tiranos cuanto
más saquean más exigen; cuanto más depredan y destruyen tan-
to más se les da, se les sirve; y tanto más se refuerzan y se vuel-
ven cada vez más poderosos y más en forma para aniquilar y
destruir todo». La lógica situacional tiene una enorme fuerza.
La protagonista de La doble vida lanza al rostro de su entrevista-
dor: «—¿Cree usted que habría vivido ‘eso’ mejor que yo?». Con
el horror que su figura produce, A. Eichmann busca una buena
excusa para su actuación en la jornada decisiva en Wansee: «—
¿Qué hubiera hecho usted de hallarse en mi lugar? ¿Se hubiera
puesto en pie para decir a los Obergruppenführer [adapto el resto
de la cita] que se oponía al acuerdo sobre la ‘solución final’?».
Como resumió impecablemente H. Arendt, «en las circunstan-
cias imperantes en el Tercer Reich, tan solo los seres ‘excepcio-
nales’ podían reaccionar ‘normalmente’». Una vez que se acepta
la tesis de que una mayoría aplastante de catalanes es favorable
a la consulta no hay manera de oponerse sin coste heroico: el
mecanismo multiplicador desempeña aquí un rol mayor.
La desigualdad deja sentir su efecto corrosivo en los poten-
tados. El diario Le Temps (04/04/2014) proporciona una anécdo-
ta para ilustrarlo; describe la metamorfosis que ha experimenta-
do Manuel Valls desde su llegada al ministerio del Interior: man-
díbulas amenazadoras, ceño fruncido, mirada agresiva, rostro
congestionado, ausencia de sonrisa. Y ahí están los rostros en
estado de energúmeno trance de los brokers. El mal de altura
corroe las dos patas de la humanidad: la solidaridad –es la ati-
mia, la falta de sentimientos hacia los desfavorecidos–, y la con-
ciencia –la burbuja mental que impide leer la realidad–. Es el
desahucio a la vez de la ética y de la racionalidad. En el Gorgias
afirma Platón que la mayor parte de los hombres se hacen malos
en el poder; podemos generalizar la atribución a cualquier posi-
ción de ventaja.
Para Adam Smith, «ninguna sociedad puede ser floreciente
y feliz si la mayor parte de sus miembros están en la pobreza y la
miseria». Pobreza y miseria son términos relativos, se acentúan
en la misma proporción que se multiplican las fortunas. Cubriré
el flanco de la racionalidad con dos anécdotas. Bernard Maddof,
hoy en la cárcel por una estafa piramidal, convenció al mismísi-
118
mo The Wall Street Journal, no a unos jubilados preferentistas,
de que había descubierto una fórmula mágica que le permitía
sacar rentabilidad al dinero aunque el mercado bajara; se trata-
ba de un algoritmo secreto que garantizaba la rentabilidad por
encima de cualquier contingencia (El País, 21/11/2010). La otra
tiene como protagonista al jefe de la sección financiera de Gold-
man Sachs. David Vimiar declaró un año antes del 15-S que su
equipo estaba detectando hechos que de acuerdo con su modelo
econométrico podían ocurrir sólo una vez en un lapso de 10140
(The Independent, 04/09/2009). No le sobra nada a la palabra su-
perstición para describir estos ejercicios ingeniería contable. Tie-
ne razón Orwell una vez más: «Ver lo que está delante de nues-
tras narices exige una lucha continua»; sobre todo si uno tiene
las narices en un ático, porque como bien intuyó Upton Sinclair,
«resulta sumamente difícil conseguir que una persona entienda
algo cuando su salario depende de que no lo entienda». Las víc-
timas han sido alojadas, de forma recurrente, en el trastero de la
invisibilidad: es una consecuencia que se desprende del efecto
Mateo.
119
de la conducta humana. Como todas las supersticiones, la del
mercado, el dinero y la deuda necesitan su legitimación por un
mito de origen; como los nacionalismos. Graeber lo desmonta
en su Historia alternativa de la economía. Es alternativa en varios
registros, uno de ellos por la propia condición de antropólogo
del autor, de una voz ajena a la ‘ecofinigonza’. Merece Graeber el
título de benefactor del género humano que propone Montes-
quieu a quien ayudara a las personas a librarse de la supersti-
ción mediante la cual ejerce su imperio un gobierno tiránico.
Cuando se ha perdido el respeto a la impostura se está en condi-
ciones de afrontar lo importante: «Durante mucho tiempo pare-
ció haber un consenso general acerca de que ya no podíamos
formularnos Grandes Cuestiones. Cada vez más, parece que no
tenemos otra opción», remacha Graeber.
Pero la trampa discursiva es parte del efecto Mateo. Reitere-
mos la observación de Montesquieu:
120
efecto Mateo –si hay hombres con capacidad de apoderarse del
gobierno, lo harán–; se trata de un ensayo de Nomi Prins sobre
las relaciones de los grandes bancos con la Casa Blanca, y lleva
por subtítulo, La alianza oculta que dirige el poder americano.
Tocamos aquí el nervio sensible del enigma de por qué los
pocos imponen sus intereses sobre los de los muchos en térmi-
nos generales y en particular en el proceso de la actual crisis: el
control del discurso está estrechamente relacionado con la ca-
pacidad organizativa.4 Denord da cumplida cuenta del papel que
la Société Mont Pélerin ha desempeñado en la promoción del
neoliberalismo. Elias constata que la diferencia que explica la
asimétrica distribución de recursos entre los grupos es la cohe-
sión grupal. A. Etzioni recoge una anécdota de USA Today en los
90 en la que se preguntaba si el multimillonario Donald Trump,
con negocios en Las Vegas, simbolizaba lo correcto o lo inco-
rrecto de EE UU; el 80% de las personas que llamaron dijeron
que era magnífico, el 72% de las llamadas habían llegado desde
dos números de teléfono. Pero tomaré en su literalidad las pala-
bras del sociólogo histórico Michael Mann porque responden
fielmente a la pregunta de partida de La Boétie: «Las masas obe-
decen porque carecen de organización colectiva para hacer lo
contrario... están rebasadas desde el punto de vista de la organi-
zación». Esta ventaja comparativa inmensa de los de arriba da
lugar a figuras diferentes de geometrías perversas: círculos vi-
ciosos, circuitos cerrados, espirales contra o antidistributivas.
(Piénsese en el circuito Matas-Alemany para un ejemplo cerca-
no sin necesidad de cruzar las puertas giratorias.)
Para mantener esa ventaja, tras la conversión de la socialde-
mocracia, el desmantelamiento de los sindicatos, la reducción
del margen de la negociación colectiva en la reforma laboral y
las reformas de las leyes sobre la participación ciudadana, las
iniciativas apuntan, como vimos en las reflexiones de Wert o
Lasalle, a encarecer la participación popular, o el coste de la voz
en la terminología de Hirschman. Se trata de instrumentos para
neutralizar la resistencia al aumento de la desigualdad. Parte de
la estrategia de invisibilización es constatable en el lenguaje: las
voces referidas a derechos humanos, solidaridad, bien común,
ayuda al desarrollo, compasión, dignidad, derechos sociales,
calidad de vida, responsabilidad colectiva, objetivos del milenio,
igualdad de oportunidades, Estado de bienestar, democracia so-
121
cial, educación para la ciudadanía, sociedad civil... son especies
desahuciadas (por no preguntarnos que se fizo de la retahíla de
‘post’ que bautizó la sociedad finisecular, pero la pregunta es
pertinente para la historia cultural). También lo son las referidas
a la violencia estructural, porque ni sus víctimas ni la tipifica-
ción de los crímenes económicos contra la humanidad están en
la agenda.
No pueden estar porque son incompatibles con el marco
desigualitario que camina en la dirección contraria, la de la ani-
sogenia y la anisonomía. Allí confluyen los cabezas de serie de
las tribus elegidas y de las castas privilegiadas. Es un mundo
inmundo de esteroides, de quién-la-tiene-más-larga, de codazos
en la lista Forbes, de ambición y de codicia, de autodestrucción
y dentelladas. Tratándose de un esquema de suma cero tiene que
haber perdedores materiales –como en el derrumbe de Bangla-
desh, en el que de los 29 millones de euros para los 3.600 damni-
ficados, a razón de 8.060 de media, las 13 firmas implicadas,
entre ellas El Corte Inglés, Primark, Mango o Inditex, han reuni-
do hasta la fecha 2,3 millones y piensan pagar un adelanto de
474 euros antes del primer aniversario–,5 e inmateriales –recor-
demos de nuevo el «¡Que se jodan!» o «¡Que vendan la sangre!»–
. Esto último nos devuelve a los malos viejos tiempos del caci-
quismo y la miseria moral, o sea, de la humillación. Pero la hu-
millación, como asegura Avishai Margalit es el rasgo que define
a una sociedad indecente, y «un alto grado de desigualdad [aho-
ra habla Etzioni] es incompatible con una buena sociedad».
La eliminación de los controles sobre estos impulsos des-
tructores va en la dirección contraria. «El malestar social es un
indicador de la mejoría financiera», alecciona El Roto (El País,
04/04/2014). No se puede explicar mejor el efecto polarizador: el
malestar es la contrapartida necesaria de los beneficios. La dis-
tancia contentará a los denostadores de la distribución del café.
Superioridad e inferioridad son complementarias; como los so-
bresueldos y los infrasueldos. No sé qué azar reunió las estam-
pas de los Caprichos 42 y 43 de Goya. El rótulo del 43 es uno de
los más conocidos: «El sueño de la razón produce monstruos».
Podría haber dicho también «El sueño de la razón produce deli-
rios». O, «El sueño de la nación produce monstruos», como he-
mos visto. El Capricho 42 se titula «Tú que no puedes», aunque
en la lámina de prueba aparecía «Cómo suben los borricos». El
122
comentario del manuscrito de la Biblioteca Nacional que acom-
paña la estampa reza: «Los pobres y clases útiles de la sociedad,
son los que llevan a cuestas a los burros, o cargan con todo el
peso de las contribuciones del Estado».
Se sube aplastando riñones. Pero el descansillo es posicional
y por eso la carrera se torna interminable. El depredador no co-
noce máximos para él ni mínimos para los demás. Necesita siem-
pre más, como asegura Hobbes, porque su percepción relativa
es invariablemente precaria. No se descansa hasta conquistar el
número 1 y no se duerme por miedo a perderlo. «Álçanse los
primeros con el mayorazgo de la fama, y quedan para los segun-
dos pleiteados alimentos», leemos a Gracián en Oráculo manual;
«no goza de lo que tiene por ansia de lo que espera», remacha
Machado. Una de las caracterizaciones más profundas del ethos
masista la tenemos en el padre de la revolución científica, Fran-
cis Bacon:
Los hombres que ocupan altos puestos son tres veces esclavos:
esclavos del soberano o de su estado, esclavos de la fama y escla-
vos de los negocios. De modo que no tienen libertad ni en sus
personas, ni en sus acciones, ni en su tiempo. Resulta extraño el
deseo de buscar el poder y perder la libertad; o buscar el poder
sobre los demás y perder el poder sobre uno mismo.
123
Un 2 algo ignorante se enteró un día de que era la mitad de 4 y le
pareció mal. No soportaba ser la mitad de nada.
—No pienses que eres la mitad de 4, sino que eres el doble de 1 –
le aconsejó su padre.
Como tenía un carácter pesimista, se fijaba más en lo malo que
en lo bueno, y se puso a luchar y a luchar por ser un 4.
Una vez que logró ser un 4 [...].
Una vez que logró ser un 8, alguien le dijo con mala intención
que el 8 era la mitad de 16, lo que le pareció fatal. No soportaba
ser la mitad de nada ni de nadie.
—Piensa que ahora eres el doble de 4 –le dijo su padre.
Esta historia comenzó hace mil años y aquel 2 ignorante todavía
sigue duplicándose porque siempre en la vida se es la mitad de algo.
Y el doble de otra cosa.
124
y atemperar su prestigio». Bromwich enlaza con la línea domi-
nante del pensamiento social, que arranca desde los griegos y
cruza la modernidad, en particular los relatos utópicos. Así lo
aborda Platón en Las leyes (744d):
125
alimentan del esfuerzo de los demás consumen demasiado» y
predice que «los acaparadores [...] están abocados a la extinción
si sus acciones son descubiertas». Albert Hirschman había argu-
mentado en la misma dirección señalando el impacto en la mo-
vilización del efecto túnel –tras un atasco, si un carril avanza rá-
pido, los que están en otro que no se mueve reaccionan–. De
todas maneras la figura del vampiro es valiosa por dos motivos
complementarios: en primer lugar expresa nítidamente el com-
ponente asimétrico, parasitario, de la desigualdad, de una ma-
nera análoga a la relación victimario-víctima; por otro, describe
fielmente un estado de cosas en que las variables principales de
la economía tienen que ver con las relaciones de intercambio en
vez de con la producción y las necesidades, como había antici-
pado G. Simmel en Filosofía del dinero. José (Zeca) Afonso, el
emblema de la Revolución de los claveles, había compuesto antes
una canción dedicada a los vampiros, de la que entresaco una
estrofa y el estribillo:
No chão do medo
Tomban os vencidos
Ouvem-se os gritos
Na noite abafada
Jazen nos fossos
Vítimas dum credo
E não se esgota
O sangue da manada.
Eles comen tudo
Eles comen tudo
Eles comen tudo
E não deixam nada7
126
encontrado, tras una revisión de la literatura, que esas reduccio-
nes fueron en realidad a costear bienes posicionales de los ricos
(áticos, yates, Jaguars) en vez de bienes no posicionales (la edu-
cación, la persecución del fraude, la investigación...); de otro
modo y con mis palabras, la reducción de impuestos a los más
ricos no ha servido para hacer más eficiente a la economía sino
más voraces a los vampiros. Este esquema permite, adicional-
mente, explicar la privatización como un cambio desde los bie-
nes no posicionales a los posicionales.
Masismo o pleonexía son antónimos de solidaridad. (Por eso
es obsceno que organismos públicos o entidades sociales utili-
cen ‘botes’ y ‘cuponazos’ para este juego de seducción de lo más,
en vez de adoptar una lógica más democrática, con más premios
de menor cuantía). Esta inversión en la escala de los valores ha
normalizado un patrón que los griegos consideraban como la
mayor injusticia social y el Tocqueville de Democracia en Améri-
ca un rasgo esencial del absolutismo.8 El neoliberalismo ha sido
el principal responsable. La concepción hayekiana de la solida-
ridad como «un rezago emocional de los sentimientos primiti-
vos del grupo pequeño de cazadores o recolectores, donde efec-
tivamente todos debían trabajar para satisfacer las necesidades
visibles de sus prójimos visibles», un valor propio de civilizacio-
nes primitivas y de grupos sociales reducidos, pero anacrónico y
extremadamente perjudicial si se aplica a la sociedad moderna
(en donde los lazos parecen ser únicamente instrumentales), es
suficientemente elocuente. Más si sabemos que esa apreciación
encaja en su receta para la «higiene de la democracia», enten-
diendo por tal que «la democracia necesita de una buena limpie-
za por un gobierno fuerte», porque, se confiesa, «prefiero un
dictador liberal a un gobierno democrático que carece de libera-
lismo». Esta visión, recogida en una entrevista en El Mercurio
(19/04/1981), impregna la reflexión de Hayek y denota una incli-
nación autoritaria que ha quedado a menudo difuminada en la
tramoya economicista pero que es crucial para la historia cultu-
ral. Mi idea de contemplar las vicisitudes de la supuesta crisis
con la lente política y de aproximar la lógica perversa de Wall
Street a la de Auschwitz tiene en este relente antidemocrático
uno de sus testigos de cargo. El otro descansa en un supuesto
sociológico: las constricciones que impone lo que he denomina-
do la lógica situacional. Vale la pena afinar en este concepto que
127
he mencionado en repetidas ocasiones. Lo que explica un mis-
mo patrón en las tres anécdotas de tráfico evocadas es el esque-
ma de la situación, la desigualdad estructural entre los actores
implicados y lo que supone de anomalía que el de abajo patee al
de arriba. La figura da cuenta igualmente de uno de los asertos
más repetidos: que la potencialidad destructora del poder es pro-
porcional a su cantidad, por lo que el poder absoluto corrompe
absolutamente. Esta ley de gravitación social prevé que, como
norma, el titular de una posición ventajosa, con independencia
del recurso que la sustenta y del carácter de la organización en
cuestión, adoptará prácticas ventajistas mientras no encuentre
frenos externos. La corrupción es una expresión de ello y no pre-
cisamente colateral. Seguramente el experimento más contun-
dente al efecto es el de la nomenklatura soviética, pero no hay
que olvidar los estragos que los yates han causado a la socialde-
mocracia. La expresión «abuso de posición dominante es una
tautología». Retomemos el hilo con una formulación de Cha-
mfort para la lógica situacional: «el éxito produce el éxito, como
el dinero produce el dinero».
El experimento programado por Philip Zimbardo, conocido
como Prisión de Stanford, ilustra el ascendiente de la lógica si-
tuacional. Se reclutaron voluntarios a los que se asignaron alea-
toriamente los roles de guardianes y presos en una prisión ficti-
cia. Las instrucciones suministradas a los guardias se resumían
en una frase: «En esta situación tendremos todo el poder y ellos
no tendrán ninguno». El experimento se fue de las manos por el
sadismo mostrado por los guardias y tuvo que ser interrumpido.
Ha habido algunas críticas al diseño; no obstante, hay evidencia
suficiente para afirmar que aunque no siempre el hábito hace al
monje si se está en un convento –la lógica situacional– hay po-
cas probabilidades de resistirse. En el film La ola (2008), de
Alexander Grasshoff, encontramos elementos en la misma di-
rección. Un ejemplo de manual lo es la Lorena/Irene de La doble
vida: pasa de víctima a victimaria, de torturada a torturadora, y
al cambiar de posición asume por completo la lógica del nuevo
rol.
La plantilla es aplicable al radicalismo de los superricos de-
rivado de su sentimiento de omnipotencia, en línea con lo ade-
lantado por Baumeister. La aguda desigualdad, lograda mania-
tando los mecanismos institucionales que limitan el poder de
128
los acaparadores, conduce en virtud de procesos humanos como
los que he señalado, no de ninguna mano invisible, a un estado
de cosas que predispone al abuso, a la justificación del abuso
(burbuja cognitiva) y a la perversión del marco social para do-
blegarlo hasta querer hacer parecer normal tal perversión (tota-
litarismo blando). Porque un escenario en el que los grandes no
pueden quebrar, los Algarrobicos ilegales se mantienen incólu-
mes, las agencias de calificación favorecen a los mejores clientes
(El País, 20/10/2012), un arzobispo se arroga la jurisdicción so-
bre la historia en un funeral de Estado, el Buba está por encima
de la legitimidad democrática, y 1.700 lobbistas acosan a los res-
ponsables de la dirección política de la UE, es un paisaje hostil
para una sociedad decente.
Pero acaso la aportación más destacada del concepto es que
descabalga las explicaciones esencialistas. No hay nada intrín-
seco en la figura del empresario ni en la de un rey ni en la de un
kapo de un campo ni en la de un exministro, lo que explica su
conducta es su ventaja relativa en relación a los que le circun-
dan; la asociación antisemita del judío con la usura no tiene más
fundamento. Y esa ventaja tiende a traducirse tanto en una apro-
piación desproporcionada de recursos como en la supresión de
los inhibidores de conductas inmorales internos (inmoralidad) y
externos (soborno, lobby). No es lo más frecuente la vía de Uli-
ses (a vuelta de epígrafe): asegurar la contención sobre la con-
ducta propia.
129
1. Un testimonio de primera mano en la pluma de Michael Lewis describien-
do el clima de Wall Street en los ochenta : «Aquel día, la pregunta en el piso
cuarenta y uno era: ¿cómo es que él gana mil millones de dólares y yo no?».
2. También aquí los clásicos se adelantan a científicos como los psicólo-
gos sociales. En el Coloquio de los perros, una de las Novelas ejemplares, reco-
ge Cervantes este refrán: «Que tal hay que se quiebra dos ojos porque el ene-
migo se quiebre uno».
3. Señalé al principio la conveniencia de recuperar ingredientes de la coci-
na de Rousseau para contrarrestar los derrapes del liberalismo, he aquí uno
que ilustra la susceptibilidad del ginebrino al efecto Mateo: «cuando el débil y
el fuerte se encuentran enfrentados en una disputa, lo cual no ocurre sino en
detrimento del primero, el sentimiento por ello mismo más probable es siem-
pre que es el más fuerte el que no lleva razón».
4. Tony Podesta, el rey de K Street, la cúpula de los lobbies estadouniden-
ses acostumbrado a las reuniones de palacio y de fortuna, es una fuente pri-
maria: «Es demasiado simplista pensar que siempre ganan los ricos, pero des-
de luego es mejor ser rico que pobre. Los ricos tienen más lobbies». Y, para
nuestro argumento central del oscurantismo y la tesis de Gracián: «la verdad
es a menudo la primera víctima de la política» (El País, 20/02/2014). La solu-
ción del enigma pasa pues por la sinécdoque, de la sociedad en su conjunto a
estos concentrados de influencia y de aquí a unos cuantos nombres propios;
este es el valor de las anécdotas: condensan en una figura la visión de un
grupo reducido que por su ascendiente tiene capacidad para determinar la
lectura de la realidad y la marcha de la sociedad.
5. Vale la pena concretar unos datos referidos a Primark, la primera firma
que ha pagado indemnizaciones tras el derrumbe de un 24 de abril que nunca
será un 24A. El 78% de sus empleados ganan entre 30 y 50 euros al mes; el
90% trabajan entre 10 y 13 horas al día y 6 días a la semana. El 40% vive en
unas chabolas al lado de la fábrica (12 m2), por cuyo alquiler pagan 24 euros
al mes (http://www.zdf.de/ZDFmediathek#/beitrag/video/2005816/ZDFzoom:-
Mode-zum-Wegwerfen; 16/10/2013). Son sin duda gente que vive por encima
de sus posibilidades. La contraparte Wegwerfen und Neukaufen, tirar y com-
prar, la ilusión del consumo surfeando el trabajo servil.
6. No dan tregua las anécdotas. Mi admirado Tony Blair, implicado múlti-
ple en las entretelas de los Murdoch, aconsejó a Rebekah cuando estalló el
asunto de las escuchas: «Toma pastillas para dormir... Ya pasará» (El País, 22/
02/2014). La segunda parte del tratamiento, bien se ve, deriva de la fe en el
efecto Mateo.
7. En el suelo del miedo/ Tumban a los vencidos/ Se oyen los gritos/ En la
noche angustiosa./ Yacen en las fosas/ Víctimas de un credo/ Y no se agota/ La
sangre de la manada./ Ellos se comen todo/ y no dejan nada.
8. En el cierre del ensayo deja una apreciación que es habitualmente sos-
layada por muchos de quienes le invocan como patrón del liberalismo: «Pare-
ce natural pensar que lo que más satisface las miradas de tal creador y conser-
vador de hombres, no es la prosperidad singular de unos cuantos, sino el
mayor bienestar de todos; [...]. Quizá la igualdad sea menos elevada; pero es
más justa y la justicia constituye su grandeza y su hermosura».
130
9
LA PROSCRITA SABIDURÍA MEDITERRÁNEA:
AMARRAS CONTRA LAZOS
131
Seguimos bajo la influencia del embrujo. Por eso no acerta-
mos a sacudirnos la superchería. Hay un refrán inglés que dice
que los ojos forasteros ven más lejos. He utilizado la retina de los
clásicos para entonar las preguntas y para hilvanar las respues-
tas. Desde las ciencias sociales, el historiador del mundo clásico
Moses Finley ha insistido en que los movimientos revoluciona-
rios de la Antigüedad convergían en dos reivindicaciones: can-
celar las deudas y redistribuir la tierra (en las Leyes Platón da
cumplida cuenta de ello). Pero no sólo en las ciencias sociales.
De la mitología – Erisictión (lean la oportuna fábula al final del
libro VIII de las Metamorfosis de Ovidio), Creso, Midas– a la épi-
ca pasando por el teatro, la pleonexía y la hybris (la arrogancia)
son objeto de continuas invectivas.
Pero mejor empezar por el principio. Por Homero, el padre
de esa Grecia hoy paria de los hombres de negro. El canto XII de
la Odisea narra la peripecia de las sirenas:
132
me ocurre mejor contraprogramación para la cuña publicitaria
ni más sucinta impugnación de la impostura neoliberal, del cul-
to a la pleonexía, de las añagazas a lo Amstromg, que esta anéc-
dota homérica.
133
nos han acompañado vivieron en las riberas del Mediterráneo.
Retomo dos piezas de esa dieta mediterránea para este compás
final. El masismo es un patrón de interacción que determina la
interdependencia de los actores; para el caso que nos ocupa po-
demos identificar los dos polos correlativos de corruptores y co-
rruptibles. Para los primeros la receta implícita en el diagnósti-
co intemporal de Ramón y Cajal, tan intemporal como la irresis-
tible seducción del efecto Mateo: «cualesquiera que sean las
culpas, fracasos e inmoralidades de los poderosos, jamás se les
inflige ninguna sanción». Del lado de los corruptibles, la receta
más segura y más deseable ha sido magistralmente formulada
por A. Camus, heredero de la tradición epicúrea: «Soy avaro de
esa libertad que desaparece desde que empieza el exceso de bie-
nes»; espléndida refutación de la dependencia invertida que on-
dean los traficantes de sueños: el exceso de bienes destruye el
bien más preciado, el que ninguna fortuna puede comprar. Es la
sobriedad —tan maltratado ha sido el uso de la austeridad— la
que nos hace libres.
La guerra que empezó hace 75 años nos dejó la lección de
Auschwitz y la figura de los crímenes políticos contra la huma-
nidad como emblema del «nunca más»; tras la secuela de despo-
sesión desde la catástrofe del 11-S tendríamos que extraer una
correlativa lección de Wall Strett e instituir paralelos crímenes
económicos contra la humanidad. Porque son parte del mismo
esquema de (in)justicia. Pero eso no será posible mientras no
aflojemos la venda de la servidumbre voluntaria, de la impostu-
ra neoliberal que se ha constituido en relato oficial y apologético
del expolio.
Los manantiales de la mente son inescrutables. Ojalá que la
odisea de esta historia cultural haya conseguido iluminar los es-
collos de las añagazas que han sembrado las sirenas vips. La res-
puesta a la estupefacción que asombraba a La Boétie está enton-
ces muy cerca en el diccionario: los estupefacientes mentales que
mellan la sensibilidad y nublan la visión con las promesas oníri-
cas de bienes artificiales preñados de males ciertos; he señalado
las dos cebos principales, el de las propiedades que juega en el
registro del consumo y el tener, el de las pertenencias que juega en
el registro de la identidad y el ser. Los dos aspiran a un más siem-
pre provisional, por insaciable. Los he encarnado en las figuras de
Hayek y Herder. Hablando de Herder, y para prevenir cualquier
134
sesgo identitario respecto a la interpretación de la dieta medite-
rránea, echo mano de unas píldoras de un lord nórdico, Bertrand
Russell. La primera apunta a la burbuja cognitiva y llama a des-
pertar de la narcolepsia: «y, aun peor que la subordinación al mal,
es ese engañarse a sí mismo que niega que el mal sea el mal». La
segunda muestra un ethos antipleonexíaco, al estilo de Camus,
pero en el flanco herderiano: le gustaba considerarse un Little
Englander, un antiimperialista inglés. La tercera nos invita a los
sueños de ley no de precio con este retrato de su abuelo, un influ-
yente político y ministro victoriano:
135
competencia entre los actores en liza por establecer una defini-
ción de la realidad. La burbuja cognitiva es el obstáculo princi-
pal del momento. No es posible atisbar una salida de la jaula
discursiva del sadomonetarismo si no partimos de la emancipa-
ción del pensamiento. Y nadie mejor que Tony Judt para con-
cluir, tan cerca de nuestros clásicos invitados y sobre la misma
clave del uso lúcido de la razón, una tentativa historia cultural:
136
REFERENCIAS*
137
BEIGLEDER, Frédéric. 2002. 11,99 •, Barcelona, Círculo de Lectores, p. 15.
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145
ÍNDICE ANALÍTICO
147
148
ÍNDICE GENERAL
149
8. Teoría y práctica del ‘masismo’: guiones de destrucción ........ 00
a. El impertinente embrujo de la superioridad ........................... 00
b. El efecto Mateo ......................................................................... 00
c. La burbuja cognitiva y el poder de la organización ................ 00
d. Pleonexía: una ecología de vampiros ...................................... 00
150