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El cholo político, militar, diplomático, legislador, abogado o cura, jamás y en ningún momento turba
su conciencia preguntándose si un acto es o no moral, entendiendo por moral, "la armonía de
actividades en vista del bienestar general", porque únicamente piensa en sí y sólo para satisfacer sus,
anhelos de gloria, riqueza u honores a costa de cualesquiera principios, por sobre toda consideración,
ferozmente egoísta e incomprensivo.

Nadie como él tiene un concepto tan desolador de las relaciones humanas y el valor moral del hombre.
Para él el hombre es bajo, egoísta, falso, interesado y despreciable. Y es que juzga según los dones de su
criterio, sus propias observaciones, o experiencia, según las fuerzas vivas que siente bullir dentro de él. Y
obra por consiguiente como piensa, naturalmente, de una manera reflexiva o refleja, como cuando una
planta florece y germina si le son propicios los elementos que la rodean.

"Piensa mal y acertarás", he allí para el cholo el adagio que encierra la concepción exacta, mejor y más
cabal de la experiencia humana sobre las relaciones del hombre con sus semejantes. En esta frase
terrible y desolada cree hallar una defensa a su actitud, cuando en suma, al adoptarla como divisa, no va
haciendo sino mostrar su íntima estructura de su alma y su propia concepción de la vida. El cholo de las
clases inferiores o desclasificadas, es holgazán, perezoso y con inclinaciones al vicio de la bebida, hoy ya
menos acentuado merced a las condiciones duras en que se desenvuelve la vida, de todo el mundo y
particularmente en aquellos centros de mayor desarrollo industrial y económico. Su lugar favorito es la
chichería, tendezuela donde se vende un brebaje hecho de maíz, y el día de su predilección para
expandirse el primero dé la semana bautizado con el nombre apropiado de San Lunes, y al que se le
rinde culto tanto más piadoso cuanto más atrasada es una localidad o más pobres son sus medios de
subsistencia.

Cuando sus raros afanes de cultura lo llevan a enterarse del periódico, del libro barato, o del mitin
político, entonces indefectiblemente es arrastrado a la fácil concepción de un igualitarismo bárbaro
difundido por todos los demagogos verbosos y sin disciplina según la cual un albañil o carretonero
rústico valen y representan idéntica fuerza que un inventor, un sabio, o un estudioso. El rango por el
mérito es para él contrario a los principios de la democracia; más si surge, sube y se impone, es su
preocupación dominante atajar el paso a los otros y mantener sin menoscabo sus gajes negando a los
demás el derecho de seguirle y menos de imitarle. En el cholo leído y de sociedad estas predisposiciones
innatas se manifiestan por la inclinación a vivir de una ocupación rentada por el Estado y haciendo gala
de las cualidades, que se imagina poseer distinguiéndose sobre todo en su afán por alardear la cuna de
nacimiento, como bien lo notaban los hermanos Ulloa hacia fines del siglo XVIII, y distinguiéndose en
esto, como en muchas otras particularidades, los habitantes del interior del Continente de la sierra "por
tener menos ocasión de tratar con gentes forasteras".

La vanidad del rango, de la fortuna o de la función, los empuja a buscar el acrecentamiento de las
cualidades que más estiman; y en la tarea de conseguirlo ponen esa su invencible inclinación a la
duplicidad y a la mentira, a la astucia y a la intriga anotadas por quienes se han tomado la tarea de
desentrañar la psicología de los criollos en nuestros países del Continente y que muchos escritores se
placen reconocer particularmente en el cholo altoperuano, en el colla, a propósito del cual es costumbre
en América contar lo que refiere Agustín Álvarez: - "Alcance usted dos sillas para estos señores" -decía
un obispo de Bolivia cada vez que un individuo más o menos colla entraba en su despacho, y agregaba:
-"siéntense ustedes". -"Señor, decía el visitante, vengo yo solo, nadie me acompaña". -Ya lo sé; es
solamente una precaución que tomo para no olvidar que en ustedes hay siempre dos personas; la que se
ve y la que no se ve"...

Y otro escritor del mismo país, Sarmiento, debía recordando lo del obispo: "A los bolivianos es necesario
saludar en plural, para que no se resientan el diablo y la mentira que están detrás"...En cualquier género
de actividad que despliegue el cholo muestra siempre la innata tendencia a mentir y engañar porque se
le figura que estas condiciones indispensables para alcanzar el éxito en todo negocio. El cholo abogado
prefiere de las leyes aquellas que en su interpretación pueden torcer la justicia de una causa; el cholo
político es falso e inestable en sus principios doctrinarios, cuando los tiene; y el cholo legislador apenas
sabe copiar leyes y disposiciones exóticas suponiendo ser labor suponiendo ser labor fácil forzar el
espíritu de las gentes para obligarles a proceder adaptándose a reglas contrarias a la íntima modalidad
de su temperamento étnico. Pero suponer y asegurar, como generalmente lo hacen ciertos escritores de
ciertos países, que estas anormalidades psicológicas son exclusivas de los altoperuanos, es desconocer
con malicia la tendencia de la clase media de los demás países hispanoamericanos, donde, igualmente,
se presenta como una casta manifiestamente inferior desde el punto de vista moral con relación al tipo
medio de las razas europeas que las modernas disciplinas de enseñanza y educación van generalizando
en todos los pueblos cultos del mundo. El cholo de Bolivia y el Perú, el roto de Chile, el gaucho de la
Argentina, etc., etc., son una casta de gentes híbridas sometidas ya a un lento proceso de selección, pero
que todavía no han alcanzado a eliminar de sí las taras de su estirpe porque el problema de su
modificación aun permanece latente en muchos países siendo ese, por su magnitud, el primordial de sus
deberes. "Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por
todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción, en cien años no haréis de él un obrero
inglés que trabaja, consume, vive digna confortablemente" -decía con desolación Alberdi; y esto se
acentúa cuando se establece la necesaria comparación de cualquiera de estos tipos populares con el
señalado como superior y acabado de la civilización occidental, biensea el hidalgo español, el
gentilhonme francés y el gentlemen británico, sobre todo. La bravura, la lealtad, y particularmente, la
sinceridad, son los rasgos característicos y predominantes del gentlemen. Para él solo vale un hombre
cuando es animoso, honesto y verídico. El talento no le importa ni significa nada. Al contrario, siente
profundo menosprecio por el hombre inteligente pero falaz, vanidoso, intrigante y mentecato. Tampoco
significa nada para él la riqueza que bien puede ser, y es por lo común, sólo un accidente. Además, nunca
se nace gentlemen; se deviene. Cualquier ser de cualesquiera jerarquía sociales puede llegar a ser
gentleman por su proceder y conducta, porque este privilegio se adquiere exclusivamente por las
cualidades murales, más que por la cultura, la fortuna o el linaje. Un hombre que miente, intriga, engaña
y no es sincero ni animoso, puede acumular sobre sí los dones de la fortuna y del talento, poseer una
muy brillante cultura, nacer en cuna dorada, ser atrayente por sus prendas personales, pero nunca jamás
será un gentlemen, es decir, un ser de selección por sus cualidades morales, celoso de su honor y del
ajeno, dignoen su vida, gustos, acciones, palabras e ideas. Juzgado este tipo en relación al predominante
en los Estados de la América española, se ve que no hay un solo pueblo de estirpe ibera que pueda
presentar uno que acuse iguales y parecidas singularidades, lo que, sin mayores comentarios, el estado
de relativo retardo en que se hallan independientemente de su reciente formación y de la escasez de sus
recursos. Por eso es que predominando este elemento en la formación étnica de la nueva nacionalidad,
su historia política y social es la del criollo mezclado en todas las manifestaciones activas de, la Nación y
ofrece un aspecto de incoherencia y de barbarie que hemos de reproducir en cuadros que de pronto
parecen trazados por la imaginación desenfrenada de un novelista y son, no obstante, la reproducción
cabal de un estado social plasmado en moldes imperfectos y que por su flexibilidad promete reproducir
ese tipo ideal señalado aunque no con la genuina perfección de sus rasgos sobresalientes, que bien
pueden ser el resultado de la raza y del medio antes que de la mera educación. La historia de Bolivia es
pues, en síntesis, la del cholo en sus diferentes encarnaciones, bien sea como gobernante, legislador,
magistrado, industrial y hombre de empresa. Y el cholo, -repetimos,- si logra llenar sus aspiraciones y
consigue algún éxito, ofrece el espectáculo de un tipo dominador, generalmente arbitrario pero
esmeroso de que sus arbitrariedades no sean aparentes ni caigan dentro de la penalidad de los códigos.
Si está todavía cerrado en las estrecheces de su medio social, entonces presta oídos a los agitadores
demagogos que por conseguir un éxito electoral o hacerse populares, le hablan de sus derechos sin
recordarle nunca de sus deberes y es partidario de todas las nivelaciones radicales porque se imagina
que así puede borrar diferencias de cultura, moralidad, carácter y tenacidad"

FRAGMENTO DE HISTORIA DE BOLIVIA DE ALCIDES ARGUEDAS

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