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Gaza y el destino de la humanidad

Juan Pablo Neri Pereyra

Este texto lo he postergado durante semanas. No porque lo considere innecesaria, sino por la
dificultad para escribirlo. ¿Cómo expresar la frustración y la rabia sin caer en algún tipo de
exceso que le reste fuerza a mi argumento? Estamos en puertas de una matanza sin
precedentes en nuestro siglo, en Rafah, lo que queda de la Franja de Gaza, en territorio
palestino ocupado. El Estado de Israel lleva más de 200 días cometiendo un infame genocidio,
con el apoyo total e incondicional de las potencias occidentales y ante la mirada absorta e
impotente del resto del mundo. Esto, sin contar los 75 años previos de violencia sostenida.

El genocidio que lleva a cabo Israel representa varias cosas. Por un lado, la fase tardía de la
decadencia moral y hegemónica de occidente. No importa lo que hagan, los gobiernos de las
potencias occidentales nunca más podrán recuperar su posición moral de defensores de las
libertades y los derechos universales. Ellos son los genocidas. Por el otro, representa una de las
mayores contradicciones históricas. El Estado de Israel justifica una masacre y una limpieza
étnica, a partir de apelar a la memoria del Holocausto. No puede haber nada más abyecto e
infame que esto. Se trata de una operación impulsada por una versión incomprensible, en
términos históricos, de nacional socialismo judío, denominada sionismo.

Finalmente, los sucesos de violencia en Gaza representan el destino de la humanidad. Un


destino que ha sido puesto en juego, una y otra vez, generalmente, por no decir siempre, por
las mismas potencias occidentales y, en particular, por Estados Unidos. Así es, el genocidio en
territorio palestino nos compete a todos, sin excepción. El destino del pueblo palestino es el
destino de la humanidad. Como lo fue, en su momento, el del pueblo judío en la Alemania
nazi. No porque fueran judíos, ni porque ahora sean palestinos. Ni la identidad religiosa, ni la
identidad nacional juegan un papel en esta ecuación. Sino por la Idea humanista, ilustrada y
universal de humanidad. Si el mundo permite que se efectúe el genocidio que impulsa Israel,
perderemos todos.

Me refiero a la Idea de humanidad que fue proclamada por los revolucionarios franceses; la
que fue materializada y puesta en práctica por los revolucionarios haitianos; la misma Idea que
fue defendida por los republicanos españoles en contra del fascismo franquista; la que fue
ungida por revolucionarios como Patrice Lumumba u Ho Chi Minh; la Idea que fue claramente
planteada por Fred Hampton y Huey Newton, frente al racismo y al clasismo
institucionalizados en Estados Unidos. Esa Idea que hoy está siendo defendida por los juristas
sudafricanos en la Haya y por los estudiantes universitarios de todo el mundo, a pesar de la
implacable y reaccionaria violencia de sus gobiernos e instituciones.

Las potencias occidentales, como Alemania, que en el presente intentan acallar, con toda su
furia, cualquier voz de apoyo al pueblo palestino, no hacen más que exhibir su cobardía. O, en
el caso de Estados Unidos, su desdén imperial por la vida del resto del mundo. Tal y como
expresaron con claridad pensadores revolucionarios, como Aimé Césaire y Frantz Fanon, el
trauma de occidente, en un sentido freudiano, sobre el holocausto judío, se debe a que
aplicaron en su continente “los mismos procedimientos coloniales que hasta entonces habían
estado reservados exclusivamente a los árabes de Argelia, a los culis de la India y a los negros
de África”. Ahora intentan lavar su imagen de genocidas como mejor saben, apoyando la
mayor violencia genocida sobre el pueblo palestino.
A esto me refiero cuando señalo que el genocidio en Gaza representa la decadencia de
occidente. Las potencias occidentales nunca estuvieron a la altura de poner en práctica los
principios universales ilustrados. Esa tarea fue realizada, siempre, desde abajo y más allá de
occidente. En sus excolonias, en las calles, en las universidades y en las revueltas. Por su parte,
las potencias occidentales nunca dejaron de ser absolutamente racistas, colonialistas y
violentas. Si las potencias occidentales representan el holocausto y la muerte, en el resto del
mundo se halla la esperanza del espíritu universal.

La Idea de humanidad que defiendo, en este caso, es universalista. El derecho de vivir en paz,
con dignidad, con igualdad y con libertad, para todos. Esa es la Idea que está en juego ahora.
Esa es la Idea que el proyecto nacional socialista de Israel pretende sacrificar. Es simplemente
lógico, en términos históricos, concluir que, para las potencias occidentales, encabezadas por
Estados Unidos, sea tan importante brindar su apoyo a Israel, su bastión en el medio oriente.
No solo por el trauma de genocidas explicado previamente. Sino porque todo imperio en
decadencia reafirma su orden desigual con mayor violencia en su etapa tardía. El imperio de
occidente se fundó históricamente en la negación de la humanidad del resto, los no-
occidentales.

Edward Said, uno de los intelectuales más humanos del siglo XX, dedicó su vida a desentrañar
la lógica cultural abyecta, detrás de la empresa imperialista de occidente. Es decir, la
construcción de una narrativa, tanto de exotización, como de negación de la humanidad, de
todas las poblaciones no-occidentales. A esta labor la denominó orientalismo. Una
representación fundamental errónea, generalizadora y envilecida del resto del mundo. Esta es
la narrativa que ha promovido Netanyahu, el actual primer ministro de Israel, durante las
últimas tres décadas, para justificar el genocidio que hoy lidera impunemente. Las potencias
occidentales siguen siendo, fundamentalmente, orientalistas. Ya sea que promuevan políticas
de “cooperación”, o masacres, su enfoque siempre ha estado fundamentalmente errado.

En lo que respecta a los objetivos concretos del Estado de Israel, es decir, la construcción
sionista de su espacio vital, a partir de la limpieza étnica del territorio, la realidad es aun más
abyecta. Esto es algo que ya fue notado, de manera muy clara, por Said -intelectual palestino-
y por Israel Shahak -intelectual judío israelita-, el proyecto del Estado de Israel siempre fue
esencialmente racista. La noción de construir un Estado cuyo territorio esté reservado
únicamente para judíos, sobre todo blancos, es una anomalía en la historia de los Estados
modernos. El único paralelo histórico a este proyecto, fue el “lebensraum” promovido por
Hitler.

La realización material de este objetivo supondrá la obliteración impune de la Idea de


humanidad universal a la que me refiero a lo largo de este texto. El sionismo debe ser frenado
y, en última instancia, derrotado. Y, con él, también la cobardía y la vileza de occidente.
Afortunadamente, existen pequeños destellos de esperanza, en las movilizaciones, las
protestas y las voces que se manifiestan en contra de este genocidio, a lo largo y ancho del
globo. Pero la esperanza siempre ha sido un poco tonta y demasiado triste.

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