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Carretero_clase (1)
Carretero_clase (1)
Retomamos en esta clase, para iniciarla, el texto con el que habíamos comenzado el curso.
Aquel en el que recordamos el cuento de nuestra infancia: Blancanieves. En el relato, la
madrastra de Blancanieves se mira ante el espejo y preguntando de forma retórica e
innecesaria, "espejito, espejito, ¿hay en el reino alguna otra más bella que yo....?”, espera la
consabida respuesta afirmativa. En realidad, todos hemos pensado alguna vez que la
madrastra no espera respuesta alguna. Sólo pregunta para oír su propia voz, en pos de un
eco confirmatorio que aumente la veracidad de la respuesta.
En esta metáfora casi primigenia se asienta la tesis que subyace en esta clase: que la Historia
escolar de numerosos países latinoamericanos –así como de España y sus diferentes grupos
nacionales– utiliza mutatis mutandis los mismos fines y métodos de los que se servía la
madrastra de Blancanieves. Es decir, la escuela usa la historia para reproducir su propia
imagen en un sesgo confirmatorio y narcisista, donde la posible crítica nunca podrá
aparecer, y se sirve en buena medida de una trampa mortal, la trampa del nacionalismo,
encerrada en la enseñanza de Historia. Así, cada sociedad posee una cultura dominante –
hegemónica se decía en otros tiempos– que es a su vez compartida, sostenida e interiorizada
por la mayoría de sus miembros, y que se expresa a través de la Historia escolar, haciendo
preguntas que sólo pueden y esperan ser respondidas de una determinada manera.
Con esta tesis trataremos las tres partes de esta clase que a ustedes, como docentes de países
latinoamericanos, les resultará muy familiar y sobre las cuales seguramente tendrán una
doble experiencia: en tanto sujetos pedagógicos, en su infancia (seguramente no tan
lejana...), y en tanto pedagogos, en la actualidad. En el primer apartado expondremos la
cuestión de la enseñanza de las efemérides patrias escolares; en el segundo, el de la
enseñanza de la identidad nacional y en el tercero, el de la enseñanza de las narrativas
nacionales. Estas tres cuestiones dejan entrever su conflictividad, precisamente, porque
articulan diversas dimensiones: la de lo afectivo con la de lo cognitivo, la de la construcción
de la identidad individual con la construcción de lo social y la de la transmisión de la
memoria oficial con la de la formación de conocimientos históricos.
Los actos rituales de las efemérides patrias muy probablemente han dejado huellas en
nuestras vidas –con registro afectivo incluido en álbumes familiares, como hijos primero,
años más tarde como padres y en algunos casos como abuelos– y plantean en ustedes cada
año, en tanto educadores críticos, preguntas sobre su sentido y su vigencia (además de otras
ocupaciones, claro está, referidas a las cuestiones concretas de cómo organizar el acto y
cómo escribir el discurso cuando toca el turno y demás). Para darle “color y calor” a un
tema que despierta tantas opiniones y pasiones encontradas, nos parece que lo mejor será
citar las voces de docentes.
“La escuela secundaria arrastra un mayor sinsentido... Entonces todos lo hacemos (los
chicos y los grandes) como un rito... A veces hacemos un gran esfuerzo para encontrarle la
vuelta y a veces se la podemos encontrar, pero en general yo creo que cualquiera de
nosotros, si se animara a pensar con un poco de libertad, no pondría actos en las escuelas...
Creo que en eso estaríamos de acuerdo.” (Elsa, Profesora de Historia.)”
En cambio, en la escuela primaria las efemérides preservan aún el sentido pleno de una
práctica con gran cantidad de componentes lúdicos que conforman el escenario para la
transmisión ritual de una memoria transgeneracional:
“Creo que lo que tenemos que empezar a rescatar de verdad es la memoria y entregársela a
los pibes, pero creo que es un trabajo nuestro, de adultos, no es de los pibes (...) Pero si
nosotros no se lo entregamos y nos morimos con esa memoria...” (Mirta, maestra de
primaria.)
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Clase recuperada por la docente Andrea Canteros.
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Más allá de las diferencias, hemos encontrado que las efemérides tienen todavía, en ambos
niveles educativos, un rol crucial en la legitimación de la institución escolar, basada aún en
el viejo pacto entre el proyecto nacional y pedagógico, hoy en crisis frente a la dificultad
para responder a las nuevas demandas de nuestras sociedades.
“—A mí me parece que entonces se podría decir que la nacionalidad está asegurada en la
cancha de fútbol.
—Claro.
—No dentro de la escuela.” (Daniela y Héctor, profesores.)
Sin embargo, pese a todo, sería muy superficial inferir de estos diálogos que las efemérides
son para los docentes tan sólo un acto obligatorio; al profundizar, descubrimos que
constituyen una referencia temporal que traspasa el ciclo de la propia vida y que los
interpela emotivamente en tanto sujetos que han constituido una identidad nacional, lo que
“–Para mí las efemérides son como las reuniones de familia... ¿Viste el cumpleaños del
abuelo?...
–Todos sabemos más o menos lo que va a pasar... Y me daría lástima, te digo desde lo
afectivo, lástima decir no se canta más el himno para el 25 de mayo... Me daría como una
cosa...
–De pérdida...
–De pérdida, pero desde ese punto... No porque aporte nada desde el punto de vista del
conocimiento.” (Laura y Marcelo, profesores).
En este conflicto, las miradas tempranas juegan un rol central. Ahora que hemos prestado
oído a las voces que dan cuenta de esta tensión sin aparente resolución, y en las que muchos
de ustedes tal vez reconozcan sus ecos, hablemos de cómo surgieron las efemérides o de
cómo se diseñó, se implementó y se instituyó esta eficaz herramienta cultural que tan hondo
cala desde hace ya varias generaciones.
La celebración de las efemérides patrias en la escuela es una práctica que se originó hacia
finales del siglo XIX, en casi toda la entonces llamada “Iberoamérica”, en el marco de
políticas estatales en las que la escuela funcionó como un importante agente de cohesión
entre poblaciones étnica y culturalmente heterogéneas.
Lilia Ana Bertoni (2001) señala que las efemérides escolares surgieron en la Argentina en
1887 como “feliz inspiración” de un joven director de escuela, en ocasión de celebrarse un
aniversario de la Revolución de Mayo de 1810, hito que marca el comienzo del proceso de
la independencia nacional. Así narró el diario La Prensa en la época, la representación de
esa fecha patria realizada por Pablo Pizzurno:
“cumplió el día 24 con ese deber cívico de patriotismo. Reunió a los niños de la escuela y
les explicó el acontecimiento glorioso que la patria celebra (...). Enseguida los condujo al
patio, en donde había enarbolado una bandera nacional, ante la cual los niños declamaron
versos patrióticos (...) Luego todos cantaron el himno nacional (...). La fiesta fue
verdaderamente hermosa (...). El señor Pizzurno es digno de un elogio especial por la feliz
inspiración que tuvo.” (Diario La Prensa, 25 de mayo de 1887, en Bertoni, 2001.)
Hasta ese momento, las celebraciones patrias no eran una actividad regular del calendario
lectivo escolar; su inclusión expresó un desplazamiento general de los escenarios
tradicionalmente populares hacia los ámbitos oficiales, en el interior de un proyecto que
replicaba el modelo europeo y revelaba una clara intervención de lo estatal, también a través
de la escuela y la configuración de la infancia, en la invención de la “comunidad
hubo dos instituciones protagónicas: el ejército, primero, y la escuela, que se sumó dos
meses después de la iniciativa de Pizzurno, organizando a los alumnos en
La eficacia lograda por las efemérides puede explicarse por su adecuación a ciertos aspectos
de las capacidades cognitivas presentes en los niños, sobre todo en la etapa correspondiente
a la que Egan denominó “forma de comprensión romántica”, que suele coincidir con la
etapa de escolarización primaria. En este marco, las efemérides han contribuido y
contribuyen aún hoy, desde muy temprano, a la creación en los alumnos de lazos de
identificación y pertenencia a la nación, a través de procedimientos centrados en la
afectividad. En una primera instancia, las efemérides disponen un espacio de juego que
introduce a los niños, mucho antes de poder comprender la nación en “la Historia”. Para que
esa inclusión sea viable, la escuela les proporciona los elementos simbólicos necesarios para
sentirse “argentinos”: repertorios lingüísticos, emblemas, y modelos identificatorios, que se
entremezclan produciendo en el discurso de los más chicos un efecto disparatado.
Los alumnos son provistos de una mirada afectiva sobre el pasado común de la nación, a la
que sienten que pertenecen desde muy pequeños, mucho antes de poder representarse el
pasado cronológico y de establecer secuencias narrativas lógicas, como para hablar de
“historia”. En una primera etapa, se sienten parte de los relatos y establecen identificaciones
fuertes con sus personajes; además, reconocen los símbolos patrios como emblemas de
distinción entre “nosotros-argentinos” y “los otros-extranjeros”, aun cuando no pueden
representarse a la nación como unidad social compleja, sino como una suerte de equipo
deportivo del que forman parte.
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En una segunda etapa, los alumnos toman el concepto de “libertad” como leit motiv de
ambas efemérides: la Revolución de Mayo y la Declaración de la Independencia. Ésta se
percibe como producto de una voluntad común que se realiza a través del diálogo, siendo la
palabra la herramienta de acción más presente en las narraciones. En este sentido, la historia
no aparece como el resultado de conflictos entre grupos diferentes, sino como un proceso
progresivo y casi natural de acuerdo social. A simple vista, se trata de ponerse de acuerdo, y
esto se trasluce en el uso recurrente del término “reunión”.
“Juan Ignacio (10): —Entonces, estaban todos ahí y dijieron (sic) que empezaron a hablar
de cómo podían librarse y entonces salió uno por la ventana mucho más adelante y dijo que
eran libres.”
“Martín (12): — ...Bueno, entonces ese día hicieron una reunión en la Plaza de Mayo y
estuvieron hablando y el 9 de Julio de 1816 se firmó en Tucumán la independencia.”
“Agustín (12): —Fue lo mismo antes y después del 25 de mayo; siempre eran argentinos.”
Esto lleva a los niños a postular sujetos contrahistóricos, como los indígenas “verdaderos
argentinos”:
“Facundo (10):—Y, los europeos venían y exploraban territorios, ¿no? Y los fundaban. Y a
todos los indios argentinos, que eran los que vivían..., los verdaderos argentinos, los ponían
de esclavos o en minas o en campos. Entonces, ellos no podían ser libres. Y era su país, y no
era de los europeos. Entonces, todos se juntaban después, todos los vecinos que ya no eran
indios sabían todo eso, hicieron un Cabildo Abierto, ¿no? Entonces, hablaban todos qué
podían hacer para ser libres, ser un país libre.”
En la escuela media, los alumnos asocian los sucesos que la historia oficial argentina ha
declarado hitos sólo con los actos escolares en los que se los recordó y en los que
participaron activamente durante su educación primaria.
“E: —Contame acerca de lo que te acuerdes, de lo que viste en la primaria O... de eso, del
25 de Mayo.
Maximiliano (16): —Ni idea.
E: —De eso, de los paraguas.
M: —Si, de los paraguas, que parece que no existían los paraguas en esa época todavía, la
típica foto del Cabildo y todos con las galeras, así, revoleándolas.”
“Supongo que nuestra producción la manejaba España o lo que vendría a ser el Virreinato
del Río de la Plata, que estaba centrado en España. Supongo que toda la producción iría ahí,
no me acuerdo bien, pero supongo que sería así (...) Inglaterra también tenía fuerza... Tenía
poder digamos... España tuvo mucho poder y creo que después se fue debilitando, a medida
que se iban independizando los países que estaban bajo su régimen. Se fue debilitando
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España, e Inglaterra, bueno, era otra... No sé, supongo que harían competencia... (Creo que
tenían parte de África también, dominaba África, de eso estoy casi segura) y no sé, si no me
equivoco, también hubo las invasiones inglesas.” (Lucía, 14)
A pesar de que los alumnos están incorporando conceptos de una visión estructural de la
historia, persisten las explicaciones intencionales. Concretamente, si los entrevistados
pueden transponer al campo de la historia los conceptos de otras asignaturas de ciencias
sociales, es porque le restan importancia al uso de fuentes históricas –e incluso no puedan
designar diferentes fuentes y usen indistintamente la palabra foto para designar un facsímil o
escaneo de un dibujo o de una pintura históricos–, y privilegian en cambio la deducción
lógica de los hechos.
“Lucía (14): —Me acuerdo que estaba la gente rica digamos, que tenía obviamente otra...
Bueno, también estaban... no sé, no me puedo explicar... clases sociales que bueno,
estaban... Supongo que pobres siempre hubo…”
La mayor dificultad de los alumnos entrevistados para lograr un cambio conceptual que les
permita pasar de un tipo de pensamiento concreto al reflexivo y crítico tiene relación con la
formación nacionalista temprana e intensiva que efectúa el sistema educativo a través de las
efemérides. Estas son el principal dispositivo para la rectificación de categorías y conceptos
nodales (como “nación” e “independencia”), que se vuelven ontológicos y conforman una
visión esencialista de la historia, donde no hay agentes, sino individuos cuyo rol en la
historia está predeterminado. Los “hombres” que componen la nación deben cumplir con
esa su misión que “La Historia” (convertida en motor y no en resultado de las acciones
humanas) les ha encomendado, actuando “bien” en la medida en que contribuyen con el
“destino histórico” común.
Esta perspectiva es moral y obstaculiza el desarrollo del pensamiento político, ya que los
participantes actúan bien –son “buenos”– en la medida en que cumplen el rol preasignado
(por “la Historia”, para el bien de “la Nación”). Sin embargo, no se plantea que existan
luchas para determinar la definición y la apropiación de los roles, como si esa parte viniera
dada, al igual que el bien común.
La investigación nos permitió llegar a la conclusión según la cual, incluso cuando muchos
alumnos pueden, al final de la secundaria y con relativa facilidad, cuestionar los contenidos
recibidos en la escuela primaria, no llegan, sin embargo, a desarticular los conceptos
previos, medulares, conformados por una visión finalmente doctrinaria.
En España, desde hace unas cuantas décadas, los símbolos nacionales no cumplen ningún
papel en el escenario escolar: no se iza ninguna bandera ni se cantan himnos. En realidad,
este tipo de actividades suelen considerarse por los profesores, y la sociedad en general,
demasiado explícito en la consecución de sus intenciones. Todo lo contrario a lo que hemos
descripto en el apartado anterior.
¿Cómo es posible entonces que nos encontremos con prácticas escolares tan distintas en la
misma asignatura? Para responder a esta pregunta conviene recordar algunos puntos
cruciales sobre la Historia como disciplina escolar. En primer lugar, ésta aparece en la
escuela a finales del siglo XIX y comienzos del XX como un instrumento ideológico de
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carácter doctrinal para fortalecer los estados nacionales. Es decir, el objetivo fundamental de
la esta asignatura no era tanto la comprensión por parte de los alumnos de los problemas
historiográficos per se, sino más bien inculcarles, desde pequeños, “el amor a la patria” y el
“conocimiento de las glorias nacionales”. Por esta razón, la "Historia escolar" puede llegar a
discrepar de la historia académica mucho más de lo que ocurre en otras disciplinas. Esa
discrepancia era muy notoria hasta los años cincuenta, aproximadamente, que es cuando
empiezan a producirse la vinculación sistemática con las Ciencias Sociales, aunque dicho
momento de cambio varía mucho según los países (en España no llega hasta la LGE de
1970).
Ahora bien, existen también algunas diferencias notables entre Latinoamérica y otras
sociedades. Es importante observar que de hecho la enseñanza de la asignatura Historia es
una práctica que varía enormemente en distintos contextos. Por ejemplo, en algunos países
europeos la enseñanza de la Historia comienza en los primeros años de la primaria y ocupa
un lugar central en el currículuo. En otros países, por ejemplo en Estados Unidos, apenas
tiene presencia a lo largo de la escolaridad (comienza sobre los 12 años, aproximadamente,
cosa que también sucede en España) y los contenidos versan acerca de acontecimientos
modernos y contemporáneos de carácter local. Así, puede decirse que un joven
estadounidense, cuando termina la escolaridad, apenas ha visto con pertinencia los
contenidos habituales en los países de cultura latina, como pueden ser el Renacimiento, las
culturas griega y latina, el medioevo y cuestiones parecidas.
Tanto en las celebraciones escolares, como en los textos mismos, los héroes y los próceres
ocupan un papel central. De alguna manera, puede decirse que la enseñanza de los héroes en
la escuela es un torrente de lluvia cálida que cae directamente sobre los alumnos y los
empapa de emoción. Así, los alumnos la agradecen en medio de la sequedad de los
contenidos escolares y responden a su vez con la identificación. Por eso dicha enseñanza es
tan eficaz. Es muy probable que no conozcan bien la raíz cuadrada, la evolución de las
especies o simplemente las capitales de las provincias, pero todos ellos saben y sienten
quienes son San Martín, Bolívar u O´Higgins. Por el contrario, la enseñanza de la historia,
en el sentido académico del término, es una dósis calculada de raciocinio que pretende
cimentar los conceptos historiográficos y activar el sentido. Posee un densidad informativa
mucho mayor y eso la hace menos diáfana para la mente. Aunque los alumnos conozcan la
vida y los hechos básicos de los héroes y próceres, no suelen entender qué es el “antiguo
régimen” o la “revolución industrial”. Así, entre estos dos grandes escenarios didácticos,
entre las anécdotas patrioteras y la invitación rigurosa a la historiografía, entre el corazón y
la conciencia, se debate la enseñanza de la historia en Latinoamérica. Recuerdo el diálogo
con un niño de 7 años a quien le pregunté si San Martín es un héroe. Con la alegría sin
censuras de esa edad, pero con la firmeza del patriota convencido, el nene dijo: “obvio,
liberó a Argentina y a cuatro países; nos defendía para que fuéramos libres, o sea como
Batman y Superman”. Pretendí entonces poner a prueba su representación de héroe y le
comenté: “¡Pero Batman y Superman no existen!”. A lo cual el niño respondió con
incomparable coherencia lógica: “San Martín tampoco, se murió”.
Por su parte, otro niño que estaba con nosotros, 4 años mayor, dueño de la seriedad y
reflexión que suelen sobrevenir en la pubertad, afirmó: “¿pero cómo vamos a ser libres, con
la deuda externa que tenemos?” Una vez más, sin saberlo, la lucidez de los chicos me había
resuelto parte del problema, resumiendo en pocas pero certeras palabras el paso del mito al
logos. Sin duda, el problema educativo central no es el de la disyuntiva acerca de enseñar o
no los héroes en la escuela, sino del trabajo didáctico que llevamos a cabo para que la
mayoría de los alumnos (que el día de mañana serán ciudadanos) transite desde la emoción
mítica hasta la comprensión de los conceptos sociales e historiográficos, desde San Martín
(Superman) hasta la deuda externa (Superpoderes). Una cuestión diferente es qué héroes
vamos a incluir en la legión de honor de cada sociedad. Téngase en cuenta que las glorias de
un país a menudo son ignoradas por el país limítrofe, cuando no narradas en el sentido
inverso. San Martín es el libertador de cuatro países, pero en Chile apenas se le menciona.
La enseñanza de los héroes, incluso el concepto de héroe debe reflexionarse críticamente,
porque en el nuevo paisaje que se avecina las fronteras no van a tener mucho que separar.
Esto implica la necesidad de un cambio conceptual de alumnos y docentes donde la mirada
del otro nos haga comprender que los símbolos patrios son un medio y no un fin, lo cual
equivale a afirmar que no tienen por qué ser siempre los mismos. Eso al menos es lo que nos
enseña la historia.
El análisis del contenido de la Historia que se enseña en la escuela nos muestra una "versión
oficial" que intencionadamente busca determinar las representaciones de los sujetos del
pasado. Así, el pasado de la nación, el presente y el futuro se organizan en las versiones
oficiales de la llamada "Historia de la Nación" que se distribuyen por las escuelas. Estas
versiones oficiales llevan una continuidad argumental: se constituye un "nosotros
identitario" y la concepción típica del siglo XIX de la "nación" como comunidad de destino
(Smith, 1997) se transforma en nuevas comunidades imaginadas. Hobsbawm (1990) definió
esta narrativa como "la mitología de programación de la nación".
"Las historias nacionales" han nacido para ser enseñadas. Los estudiantes consumen y
utilizan las narrativas históricas nacionales que aprenden no sólo de los libros de Historia,
sino también de otro tipo de eventos, dentro y fuera de la escuela. Los contenidos histórico-
escolares son, probablemente, uno de los medios más importantes y eficaces para
determinar cómo la gente consume las narrativas producidas en sus respectivas sociedades.
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Las versiones de la escuela sobre lo histórico, por lo general heroico y festivo, se unen a
historias con diferentes grados de importancia en una larga cadena narrativa que los une en
virtud del papel que desempeñan en la construcción de lo que podríamos llamar "saga" de la
nación. La mayoría de estas sagas adoptan una forma teleológica, es decir su destino ya está
contenido en los orígenes, y no olvidemos que el conocimiento de las "raíces" de una nación
es indispensable para saber cómo actuar en el futuro. Mientras que las narrativas específicas
con frecuencia pueden cambiar estas sagas, las “narrativas maestras” subyacentes rara vez
cambian, y se manifiestan una y otra vez en las relecturas posteriores a lo largo del tiempo y
se constituyen como esquemas mentales de los estudiantes.
Barton y Levstik (2004) distinguen dos tipos de narrativas que sobresalen en la educación (y
en otras prácticas culturales): las narrativas individuales y las narrativas nacionales. Los
usos típicos de estos formatos narrativos tienen profundas implicaciones para la
construcción de los estudiantes de la comprensión histórica.
Las narrativas nacionales son otro tipo de narrativa que aparece con frecuencia en las
escuelas y en la vida cotidiana. En las escuelas de todo el mundo el estudio de la Historia se
centra a menudo en la historia del propio país. Así, las narrativas nacionales disminuyen la
importancia de "otras historias" y los estudiantes no tienen acceso a los aspectos más
controvertidos de la historia, lo que dificulta su comprensión de los conflictos, los dilemas
y, en definitiva, la realidad de las sociedades democráticas en las que viven. Por ejemplo, en
los libros de texto estadounidenses, la gran mayoría de las narrativas nacionales se
organizan en torno a los conceptos de progreso y libertad, y los estudiantes utilizan estos
motivos para explicar hechos del pasado (Barton & Levstik, 2004). Por lo tanto, la
resistencia de los nativos americanos, frente a la influencia de los colonos europeos, se ve
como un obstáculo para alcanzar el progreso, y la guerra de Vietnam, por su parte, se
justifica como el intento estadounidense de llevar la libertad a ese país. En relación con
otros países, se pueden encontrar contenidos similares tanto en los libros de texto (Carretero,
2007) como en las mentes de los alumnos (Carretero y Castorina, 2010).
Podemos distinguir seis características sobresalientes que nos ayudan a describir los
aspectos y el funcionamiento de las narraciones históricas y explican su presencia en la
producción de textos escolares de Historia. Así, las narrativas histórico-escolares se
caracterizan por establecer:
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Barton y Levstik (2004) y Penuel y Werstch (2004) estudiaron cómo los estudiantes tienden
a entender el proceso de independencia de sus propias naciones basándose en una “narrativa
maestra” en la que la búsqueda de la libertad es el tema central, y el punto de partida de la
nueva comunidad. Sus representaciones consisten en una red de conceptos más bien
concretos. La independencia como resultado de la mera intención y voluntad de un grupo de
personas que simplemente quieren quedar libres de todo tipo de dominación. En el caso de
muchos países americanos, africanos y asiáticos, los relatos de la independencia,
obviamente, se relacionan con el dominio de uno de los países europeos: España, Reino
Unido o Francia (Ferro,1984-2002). Es interesante observar cómo la multicausalidad, que se
expresa en las relaciones e intereses económicos, políticos, y los factores internacionales,
están prácticamente ausentes en estas narrativas, incluso en el caso de los adolescentes y de
los adultos (Carretero, López Manjón y Jacott, 1997).
Las dimensiones morales de los grandes relatos históricos es una cuestión bastante obvia,
aunque no ha sido estudiada en profundidad (Barton y Levstik, 2004). Curiosamente, en los
debates clásicos sobre la naturaleza del conocimiento histórico, es muy conocida la posición
de White (1987) acerca de la historiografía como una producción de narraciones que tienen
un fuerte y central componente moral. Esta idea, sin embargo, no ha recibido mucha
atención como una hipótesis para poner a prueba si las narraciones histórico-escolares están
produciendo interpretaciones morales en la mente de los estudiantes. Sin duda, estamos a
favor de esta hipótesis más que plausible. Por ejemplo, Carretero, Kriger y López (2010)
han encontrado que los adolescentes consideran que los cristianos tenían derecho a
"recuperar" el territorio, habitado por los árabes durante 800 años, porque se considera
"territorio español" (a pesar de que España no existió hasta 1500 aproximadamente). Por el
contrario, de acuerdo con los mismos estudiantes, los cristianos no tienen derecho a
conquistar los territorios americanos, ya que pertenecían a los indígenas.
Las narraciones, por otro lado, ofrecen ejemplos de virtud cívica, sobre todo de lealtad.
Como se puede deducir fácilmente, esta función es esencial en la construcción de la nación,
y también se pueden encontrar en muchos ámbitos culturales, donde se manifiesta la
simbología de la nación. Por ejemplo, en el caso del Campeonato Mundial de Fútbol sería
inconcebible que un ciudadano pueda apoyar a un equipo de una nación diferente a la suya,
a pesar de que dicho equipo pueda jugar mejor.
En su esfuerzo por simplificar el relato de los hechos, las narrativas nacionales también
reducen el sujeto de la historia con respecto a grupos particulares que participaron en los
hechos y alcanzaron los objetivos supuestamente predestinados a la nación. El sujeto de la
narrativa nacional bien puede ser un colectivo, pero sus características coinciden con las de
un grupo único y particular. Podemos anticipar que en los estudios antes mencionados, los
sujetos históricos de las narrativas de los estudiantes de la independencia son los criollos,
blancos o e influyentes. Ese sujeto histórico, aún cuando esté enunciado en plural, es el
único protagonista de la narración, ya que encarna la lucha por la libertad y el progreso.
Curiosamente, los estudiantes tienden a identificar ese sujeto histórico genérico e idealizado
con la población entera de la nación, que no tiene relación con lo que muestra la
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investigación histórica que indica cómo los grupos de indígenas o incluso grupos del pueblo
llano no participaron en absoluto en dichos eventos.
En consecuencia, así como para el alumno debe ser posible identificar los intereses de cada
sujeto o grupo o clase al interior del relato histórico, también debe ser posible para el
docente reconocer las diferencias teóricas según el tipo de interés que tengan los científicos
sociales: predecir y controlar, comprender y dar sentido o develar críticamente y transformar
los fenómenos humanos de la sociedad en que viven.
IV. Conclusiones
Los relatos que suele haber en las efemérides y fiestas patróticas configuran y vertebran las
identidades nacionales, haciendo que los alumnos desde los 6-8 años, como han mostrado
numerosas investigaciones, afirmen sin ningún género de dudas “soy brasileño” o
“argentino” o “español”. Y, al mismo tiempo, ese concepto tan instalado ya en sus mentes,
desde edades tempranas, implica sentirse heredero de esos héroes que forjaron con su
espada en tiempos pretéritos los entes políticos a los que estos alumnos afirman pertenecer.
Este hecho, observable por cualquier educador que tenga alguna relación con los alumnos,
se encuentra lleno de contradicciones, que el alumno no detecta y que probablemente la
educación debería ayudar a distinguir. La primera contradicción reside en atribuir
necesariamente un estatus esencialista a la nacionalidad. Es decir, los alumnos suelen pensar
que las naciones, y más particularmente la propia, ha existido desde siempre, como no
podría ser de otra forma (véase el trabajo de nuestro equipo en Carretero y Castorina, 2010).
Es decir, tienen claras dificultades para entender que las naciones, si bien son entidades
políticas bien definidas, son también el resultado de tensiones y estructuras sociales y
económicas que se han terminado de configurar de una determinada manera, pero que no es
ni hubiera sido la única posible.
Ejemplos claros de lo anterior son, como es sabido, cómo cambiaron las fronteras en
Europa, por ejemplo, después de cada una de las dos guerras mundiales. En la misma
Latinoamérica hubo cambios sustanciales en la mayoría de los territorios nacionales en gran
parte del siglo XIX y parte del XX. Es más, en el caso de todos los países latinoamericanos,
el territorio que se constituyó como nación es diferente del que existe en la actualidad.
Finalmente, es preciso indicar que también resultaría posible mirar los hechos empíricos
descritos hasta ahora de una forma diferente. Y sin duda resulta provechoso y necesario
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hacerlo.
Una de las posibles preguntas que se desprende de lo anterior es cómo sería posible enseñar
historia, así como educación ciudadana, basándonos en narrativas abiertas y plurales, donde
tenga cabida el discurso crítico y el debate reflexivo sobre el pasado, presente y futuro de las
naciones a las que pertenecemos. En síntesis, como sería posible, haciéndonos eco del título
de la obra de Nussbaum (1996), buscar en la enseñanza de las Ciencias Sociales y la
Historia, un equilibrio entre “amar mi país” y “conocer mi país”. Sin duda, conocer la
historia de la propia nación así como su funcionamiento social debería suponer también
poder criticarlo, justamente para que pueda funcionar mejor en el futuro, sobre todo de
forma igualitaria, democrática y libre para todos los ciudadanos.
Bibliografía
Barton, K. y Levstik, L. (2004): Teaching History for the Common Good, Nueva Jersey,
Lawrence Erlbaum.
Carr, E. H. (1984): Qué es Historia, Barcelona, Seix Barral. [Versión original: Waht ist
History, Nueva York, Random House, 1966.]
Carretero, M.; Castorina, J.A. (2010): La construcción del conocimiento histórico, Buenos
Aires, Paidós.
Carretero, M.; Kriger, M. y López, C. (2010): Historical representations and conflicts and
13
conflicts about first origins and national identities, International Society of Political
Psychology, 33rd Annual Scientific Meeting, San Francisco, CA.
Ferro, M. (1984): The use an abuse of history, or how the past is Taught, Boston, Routledge
and Kegan Paul.
White, H. (1987): The Content of Form: Narrative Discourse and Historical Representation,
Baltimore, The John Hopkins University Press.