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Nicolás Ulloa
19 de agosto 2018
Reflexión
Este punto que señala Trouillot sobre los cuatro momentos en los que el poder produce el
silencio en la historia resulta, a mi juicio, de suma importancia, en la medida en que deja
entrever la compleja relación entre (1) hecho histórico, (2) interpretación del contexto y los
documentos y (3) poder. Al lugar de discusión que quiero dirigir al lector es a ese punto en
el que el hecho histórico mismo nos resulta inaccesible porque ha sido brutalmente borrado
de la historia por el poder. Para ilustrar a lo que hago referencia, presento dos ejemplos
concretos al lector.
Durante las primeras décadas del siglo XX hubo un fuerte auge del movimiento anarquista
a lo largo y ancho del globo. En el caso particular de Colombia no tuvo la misma fuerza
que tuvo en otros países de América Latina como en México, Brasil, Uruguay o Argentina.
No obstante, no se puede negar su existencia y presencia en tal territorio. Los epicentros
más fuertes del movimiento anarquista se concentraron en la costa atlántica y en la capital
del país. Para la década de los veinte, la Unión Sindical de Trabajadores del Magdalena,
que fue impulsado por anarquistas colombianos y catalanes, aglutinaba 64 sindicatos
(Gomez Muller, 2009). Este núcleo de sindicatos eran los más combativos y los que
impulsaron los paros y protestas que terminaron en la masacre de las bananeras. Hay
algunas evidencias, incluso, que indican que lo que hubo fue el aplastamiento de un
levantamiento insurreccional. Caso similar es el de la Comuna libertaria de Otanche que
tuvo lugar en el Magdalena Medio durante la Guerra de los Mil Días. De la mano de un
grupo de intelectuales anarquistas, una comunidad indígena se organizó de manera
autónoma y sacó de su territorio toda presencia estatal. La experiencia no duró más de unos
meses, hasta que las autoridades retomaron violentamente el control.
Ahora bien, detrás de ambos casos, reside el mismo problema: las pocas investigaciones
existentes sobre el tema no solo se deben a cómo y quién dictamina qué es digno o no de
ser estudiado por la historiografía, sino también por la falta de archivos existentes acerca
del tema. En otras palabras, hay una acción deliberada del poder que borra estos hechos de
la historia. En ese sentido, el silencio aparece en la misma interpretación de los hechos e
incluso antes. En el caso de la Masacre de las bananeras parece haber una lógica similar a la
planteada por Trouillot con relación a la Revolución haitiana: el marco de referencia en
aquella época no podía concebir una insurrección protagonizada por obreros, en su mayoría
negros y mestizos, cuyo fin consistía en destruir al Estado y construir mecanismos propios
de autogobierno. Esta visión política propia del anarquismo sobrepasa incluso la visión del
marxismo que resulta ser menos radical en su planteamiento: esto es, primero hay que ir por
la toma del poder y luego ir diluyéndolo de manera gradual. De ahí que la idea de una
insurrección con tales fines terminase en una no-existencia.
El segundo caso, a mi juicio, resulta aún más complejo, puesto que a diferencia del anterior,
supone casi que su desaparición de la historia. En el caso de la Masacre de las bananeras,
esta no pudo ser borrada de la historia, aunque su razón de ser haya sido olvidada y
distorsionada, su huella quedo grabada en la historia. Por el contrario, de la Comuna de
Otanche parecen quedar solo murmullos, débiles ecos que combaten por sobrevivir al
silencio avasallador del paso del tiempo. La experiencia de dicha comuna ni si quiera es
mencionada entre los historiadores dedicados a estudiar finales del siglo XIX y principios
del XX. Es un hecho que suele ser solamente traído a colación entre aquellos historiadores
que se han interesado por este cerrado y extraño campo de la historia política que se
pregunta por el papel del anarquismo en la historia de América Latina. En este sentido, la
Comuna de Otanche parece haber sufrido un silencio producido en un momento anterior a
los momentos identificados por Trouillot; esta parece ser borrada de la historia en el
exterminio mismo de la comuna, es decir, su no-existencia reside no en la interpretación de
los hechos, sino en el exterminio de los mismos: no hay interpretación de los hechos porque
no existe hecho a interpretar. En este caso, entonces: ¿Cómo puede el historiador acceder al
hecho histórico cuando las únicas fuentes a la mano son dos artículos de periódicos de la
época que mencionan dicho acontecimiento? Incluso, esto nos puede llevar a preguntarnos
qué tanto conocemos en realidad nuestra historia. ¿Cuántos hechos como estos no habrán
sido borrados por completo de la historia? Las respuestas que se puedan dar a dichas
preguntas siempre serán insuficientes y será la carga que siempre correrá con la producción
historiográfica. Sin embargo, este problema no debe tomarse a la ligera ni manifestarse bajo
un mero sentimiento de resignación. Todo lo contrario, es la pregunta que la historia y todo
investigador en historia deben hacerse antes y durante toda investigación.
Bibliografía