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CURSO CIENCIAS SOCIALES I

Profesor Jorge RODRÍGUEZ

La nueva división internacional del trabajo


En la segunda mitad del siglo XIX, el proceso de unificación del mundo se aceleró rápidamente.
Los intercambios entre las distintas regiones del planeta se hicieron cada vez más fluidos, gracias a
los nuevos sistemas de transporte y de comunicaciones.
La integración de un sistema económico mundial provocó una nueva división internacional del
trabajo.
La economía mundial creció y se diversificó como consecuencia de la demanda de viejas y nuevas
materias primas por parte de los países industrializados. Además de insumos industriales, estos
últimos países demandaban metales preciosos y alimentos para una población que crecía y y que
disponía de ingresos en aumento. Estas condiciones estimularon la incorporación de nuevas
regiones productoras a la economía mundial.
Por otra parte en las regiones proveedoras de materias primas y alimentos, los capitalistas de los
países industrializados podían invertir su capital excedente, por ejemplo en el desarrollo de la
infraestructura y los transportes ligados al circuito de su comercio. A su vez, las sociedades
periféricas se transformaron en mercados consumidores de los productos industrializados de las
economías metropolitanas.
En el nuevo sistema económico mundial, rápidamente, se diferenciaron conjunto de países con
distintas funciones. Por un lado, un centro integrado por países industrializados se especializó y
concentró la producción de manufacturas, de bienes de capital y de tecnología. Por otro lado, el
resto de los países del planeta se especializaron en la producción primaria, de alimentos y materias
primas, para abastecer a los países centrales. Por esta razón, por que organizaron sus producciones
económicas “alrededor” de las demandas del centro, comenzaron a ser denominadas periferias
capitalistas.
En la nueva división internacional del trabajo, cada país se especializaba, según el principio de las
ventajas comparativas, en aquellas producciones para la cuales contaba con las condiciones más
ventajosas y, por lo tanto, podía ofrecer a mejor precio.

América latina y la Argentina en la nueva división internacional del trabajo


El desarrollo de la industrialización en Gran Bretaña y otros países europeos provocó la
integración de América latina a la economía capitalista mundial. De acuerdo con la división
internacional del trabajo, en los países latinoamericanos, los grupos de terratenientes más poderosos
reorientaron las economías locales para responder a las demandas de los países centrales. El
objetivo fue organizar la producción de materias primas y alimentos para exportarlos a los países
industrializados.
En la Argentina, la nueva vinculación con el mercado mundial, a través de la exportación de
carnes y cereales, produjo importantes cambios económicos, sociales y políticos. En esta etapa de
desarrollo agroexportador se produjo un importante crecimiento económico que benefició
principalmente a los grandes propietarios de tierras que, además, controlaron el poder político.
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El sistema capitalista de fines del siglo XIX y las interpretaciones económicas del
imperialismo
A fines del siglo XIX el mundo capitalista asistió a un notable crecimiento económico basado en
nuevas ramas de la industria como la eléctrica y la química. El aumento de la oferta, que abarcaba
una gran diversidad de bienes, tenía su correlato en la expansión del consumo y la posibilidad de
acceder a ellos por parte de importantes sectores de la población. Este auge tuvo su límite en la
llamada “gran depresión”. Ante la tendencia decreciente de los beneficios, los Estados europeos
presionados por los sectores económicamente dominantes recurrieron a la imposición de tarifas
aduaneras que aseguraran el mercado interno a los productores locales. Este proteccionismo fue
invocado como responsable del avance imperialista en otras regiones del mundo.
Los teóricos que buscaron explicar el proceso imperialista desde la óptica económica coinciden en
el papel jugado por la expansión económica decimonónica. Para Max Weber (1864-1920) hablaba
de la inevitable tendencia expansionista político-comercial de los pueblos civilizados burgueses. A
su vez, la teoría económica del imperialismo formulada en 1900 por J. Atkinson Hobson (1858-
1940) y que desarrollaron más tarde Rosa Luxemburgo (1870-1919), Rudolf Hilferding (1877-
1941) y Vladimir Ilich Lenín (1870-1924) se trasladó a la esfera de la argumentación capitalista-
financiera. Para Hobson, la estructura plutocrática de la sociedad capitalista conduce a una excesiva
masa de capitales disponibles que no se invierten porque encuentran una demanda inelástica
resultado de los bajos salarios de los trabajadores. Al tener beneficios decrecientes, los empresarios
se ven obligados a buscar inversiones más lucrativas en los territorios ultramarinos.
Para Joseph Schumpeter (1883-1950), el imperialismo, junto con el nacionalismo y el
autoritarismo, resultan una supervivencia de la etapa feudal, y considera que la política imperialista
es contraria a la democracia y al capitalismo mismo.
Para el marxismo, por su parte, insistía en señalar las contradicciones estructurales del
capitalismo. Básicamente, el imperialismo es para ellos un mecanismo de supervivencia que el
sistema encuentra para resolver el ciclo descendente de la economía. Entre las principales teorías
marxistas se destaca el pensamiento de Lenín, quién a partir de su obra El imperialismo, fase
superior del capitalismo (1916), enfatiza la baja tendencial de la tasa de ganancia. Para el autor,
quienes manejan las finanzas monopolistas se ven obligados a explotar el mercado mundial
entrando en conflicto con otros grupos financieros que persiguen el mismo objetivo. Así, al
disminuir los beneficios obtenidos en el mercado interno -y paralelamente con la existencia de los
monopolios- quienes detentan el poder económico buscan nuevos mercados a través del control del
Estado. Una vez que la división del mundo en áreas de influencia se completara, la tensión entre los
países dominadores iría en aumento y la guerra sería inevitable. Esta interpretación explica también
la guerra entre los países centrales como la guerra franco-prusiana o la misma Primera Guerra
mundial. Para Eric Hobsbawn, las visiones marxistas que entendían al imperialismo como una
nueva fase del capitalismo eran correctas ya que aquél resultaba del producto de una etapa de
competitividad entre economías capitalistas e industriales rivales.

La expansión colonial
La nueva expansión colonial tuvo causa económicas, demográficas, políticas y culturales. Los
países industrializados necesitaban ampliar los mercados donde colocar sus productos y obtener
materias primas y, también, nuevas oportunidades para realizar inversiones de capital rentable, Al
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mismo tiempo, como consecuencia del importante aumento de la población que se había registrado
en Europa durante el siglo XIX, muchos europeos encontraron en los territorios conquistados
lugares donde radicarse en busca de mejores oportunidades y abandonaron sus países de origen. La
expansión también estuvo relacionada con la pretensión de los europeos de extender su propia
cultura, a la que consideraban “superior”, y con la creciente difusión de ideas nacionalistas.
Desde comienzos del siglo XX, se utilizó el concepto de imperialismo para referirse a este
proceso de expansión que las potencias capitalistas habían comenzado a fines del siglo XIX. En
1877, la reina Victoria sumó a su título de “reina de Gran Bretaña” el de “emperatriz de la India”.
Para los gobiernos de las potencias industriales de Europa, la creación de extensos imperios
coloniales fue un objetivo fundamental y los propios contemporáneos llamaron a su época la “era
del imperialismo”.

La situación colonial
Es la dominación impuesta por una minoría extranjera racial y culturalmente diferente, que actúa
en nombre de una superioridad racial o étnica y cultural, afirmada dogmáticamente, Dicha minoría
se impone a una población autóctona que constituye una mayoría numérica, pero que es inferior al
grupo dominante desde un punto de vista material. Esta dominación vincula en alguna forma la
relación entre civilizaciones radicalmente diferentes: una sociedad industrializada, mecanizada, de
intenso desarrollo y de origen cristiano, se impone a una sociedad no industrializada, de economía
“atrasada” y simple y cuya tradición religiosa no es cristiana.
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La crisis del ´29 y el New Deal


Luego de un largo período de enorme esplendor, en octubre de 1929 se desmoronó la Bolsa de
Valore de Wall Street, en Estados Unidos. La caída del valor de las acciones llevó a la quiebra de
numerosas empresas. Los efectos de la crisis de 1929 se extendieron, además, por casi todos los
países del mundo, lo que fue acompañado por una brusca reducción de los intercambios
internacionales.
Este desplome surgió en un país que hasta ese momento, y especialmente a lo largo de la década
previa, se presentaba como el ejemplo inmejorable de las posibilidades que podía brindar el
capitalismo, en la primera sociedad de consumo de masas de bienes durables. Sus ciudadanos
consideraban que el sistema económico, libre de interferencias, recompensaba a los mejores y
confiaban en la competencia y virtudes de los hombres que manejaban los asuntos financieros e
industriales.

Visiones existentes sobre la crisis antes del crac de 1929


La perspectiva liberal
La postura liberal, visión preponderante en el siglo XIX, solía considerar que las discontinuidades
económicas producidas desde la RI se debían a hechos fortuitos, por lo que -en la medida en que los
mismos se corrigiera- la economía retomaría su marcha ascendente.
Otras explicaciones ponían el acento en que cada innovación tecnológica tenía un ciclo vital. La
tendencia al declive sería compensada por el desarrollo de nuevas industrias y por mejoras en la
productividad.
Como corolario de estas explicaciones, esbozadas bajo la aureola del positivismo y la visión
marginalista de la economía, centrada con exclusividad en el mercado y la asignación eficiente de
técnicas y recursos, se consideraba que desde el gobierno no debía tomarse ninguna medida
positiva, puesto que el crecimiento estaba asegurado.

La postura marxista
Desde una postura distinta, enfrentada con las que explicaban las crisis por causas externas al
funcionamiento propio del capitalismo, Karl Marx (1818-1883) y sus discípulos consideraron a los
ciclos como procesos intrínsecos a ese modo de producción.
Marx postuló que no existía una tendencia al equilibrio entre la oferta y la demanda. Por el
contrario, habría una contradicción innata en el capitalismo entre su extraordinaria capacidad para
aumentar la producción de bienes y la creciente dificultad de los consumidores (trabajadores
asalariados) de adquirirlos.
Marx sostuvo que si bien los capitalistas individuales eran racionales en su accionar, el sistema
capitalista en su conjunto era en sí mismo irracional. Como resultado, el capitalismo evoluciona
hacia una concentración de riquezas en manos de uno pocos agentes eficientes y genera un
empobrecimiento creciente de la mayoría.
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Inicio de la crisis
Pese a la fe en la constante expansión de la industria y en las posibilidades ilimitadas que brindaba
al sistema de libre empresa, la situación no estaba exenta de problemas y se verificaban dificultades.
Se podía observar una aguda crisis agraria, un aumento de la concentración de la propiedad de la
tierra, un crecimiento del proletariado industrial y del tamaño de las fábricas, la presencia de nuevos
sectores medios por la ampliación de los servicios y una notable concentración económica y
afianzamiento de los trusts.
El crecimiento económico se desaceleró a partir de 1925, en un proceso que acentuó en los años
siguientes y estalló en octubre de 1929 con la crisis de la Bolsa de Wall Street.
En 1928 ya se presentaban signos de la crisis. Las minas de carbón, la industria algodonera y la
agricultura estaban paradas. Sectores hasta poco tiempo antes dinámico, como la construcción de
viviendas particulares, atravesaban un descenso sostenido desde 1925, al tiempo que la industria
automotriz frenaba su crecimiento pues el mercado no se ampliaba, y las plantas y edificios
comerciales no aumentaban desde 1928. Paralelamente, la subida de los valores de los créditos
detuvo drásticamente las inversiones y estatales en infraestructura, especialmente en la construcción
de caminos. Mientras tanto, los capitales continuaban fluyendo hacia la Bolsa. Pero el 24 de octubre
de 1929 se derrumbó el valor de las acciones e inmediatamente se desató una terrible crisis de
confianza. Los inversores hicieron lo posible por deprenderse de sus acciones, las cotizaciones de
las empresa declinaron y, en un espiral descendente, cayó el nivel de inversión, de producción y de
empleo

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