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TEXTOS DE DESCARTES

2ºBTO
SEGUNDA PARTE

(Texto 1) Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de
avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy
poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por
completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en
mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el
tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin
de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la II parte del “Discurso del Método” donde Descartes nos expone todo lo
referente a su objetivo de reformar todas sus opiniones y el método que pretende seguir, además de
dónde buscarlo y cómo y dónde utilizarlo. (Un desarrollo más detallado del método lo hace Descartes
anteriormente en su libro “Reglas para la dirección del espíritu”.)

En concreto, en este texto presenciamos cómo Descartes se propondrá la tarea de encontrar el método
que responda a la dinámica interna de la razón. Y puesto que es única, interesa conocer su estructura
y funcionamiento para poder aplicarla correctamente y, de este modo, alcanzar conocimientos
verdaderos y provechosos. Por tanto, no será un método particular para una ciencia concreta, sino un
método universal aplicable al conocimiento general.

Para este método basado exclusivamente en la razón, entiende Descartes que es necesario que hasta
que la razón no muestre qué conocimiento, qué verdades pueden aceptarse como verdaderas por ser
evidentes, no puede prescindirse totalmente de las opiniones y creencias que anteriormente había
compartido. Por tanto el objetivo de Descartes es reconstruir el sistema entero del conocimiento
desde sus cimientos, es decir, reformar el saber humano.

Según Descartes, la sabiduría es única porque la razón es única, la razón que distingue lo verdadero de
lo falso, lo conveniente de lo inconveniente. Y puesto que es única, interesa conocer su estructura y
funcionamiento a fin de aplicarla correctamente y alcanzar conocimientos verdaderos. Dos son los
modos de conocimiento de la razón:

a) intuición: captación inmediata y simple de una idea o concepto emanado de la mente misma
sin que quede posibilidad de error o duda.

b) deducción: conexión que la mente descubre entre una intuición y otra

Descartes también afirma que el método adecuado es el utilizado por la matemática porque respeta
el método natural de la razón (intuición-deducción). Descartes señala que la escasez de conocimientos
logrados por la humanidad no se debía a un defecto de la razón, sino a su aplicación incorrecta, a la
falta de un método seguro. Sólo la matemática ha utilizado el método válido.

De este modo Descartes define el método como un conjunto de reglas ciertas y fáciles mediante las
cuales el que las observe exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero.

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Las reglas del método propuesto por Descartes son cuatro:

1º) La evidencia (intelectual, no sensible) es el criterio de verdad. Una idea es verdadera si es evidente.
La evidencia se define por dos notas esenciales, la claridad y la distinción.

2ª) Análisis: división de las dificultades hasta llegar a lo simple, a los primeros principios del
pensamiento (ideas simples que se capten por intuición)

3ª) Deducción: ir de lo simple a lo complejo, es decir, inferir unas ideas de otras, encadenar ideas.

4ª) Enumeración y revisión del proceso. Esta forma de proceder metódica no es arbitraria: es el único
método que responde a la dinámica interna de una razón única (intuición y deducción).

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(Texto 2) El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido
evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención,
admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi
espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda. El segundo exigía que dividiese cada
una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas
más fácilmente. El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos
más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, 25 gradualmente, hasta el
conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden
naturalmente los unos a los otros. Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan
completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la II parte del “Discurso del Método” donde Descartes nos expone todo lo
referente a su objetivo de reformar todas sus opiniones y el método que pretende seguir, además de
dónde buscarlo y cómo y dónde utilizarlo. (Un desarrollo más detallado del método lo hace Descartes
anteriormente en su libro “Reglas para la dirección del espíritu”.)

Concretamente, en este texto, Descartes nos expone las cuatro reglas del método:

En primer lugar presenta la regla de la evidencia. Nos dice Descartes que una idea verdadera es
evidente y que una idea para ser evidente tiene que ser clara y distinta, que no sea dudable. Nos
aconseja también evitar la precipitación y la prevención. Esta regla establece la evidencia como criterio
de verdad. Sólo se ha de aceptar como verdadero aquello que aparece con absoluta evidencia. Esta
evidencia no es una evidencia sensible, como lo es para el empirismo, sino una evidencia intelectual.
Sus características son la claridad y la distinción. Descartes llama “claro” a aquello que se manifiesta
plenamente a un espíritu atento, a aquello cuya verdad es inmediatamente reconocible. Y llama
“distinto” a aquello que es tan preciso y diferente a todo lo demás que no puede ser confundido con
nada.

El acto del entendimiento por el cual se alcanza la evidencia es la intuición, el primer modo de
conocimiento. Es un tipo de conocimiento por el que la mente pura (sin participación de los sentidos
ni de la imaginación) capta de modo inmediato y transparente una idea sin que quepa duda o error.
La intuición es más simple y más cierta que la deducción; nos da certeza absoluta.

En segundo lugar presenta la regla del análisis, que se centra en la división de las dificultades hasta
llegar a lo simple, a los primeros principios del pensamiento (ideas simples que se capten por intuición).

En tercer lugar presenta la regla de deducción, que consiste en ir de lo simple a lo complejo, es decir,
inferir unas ideas de otras, encadenar ideas (las matemáticas siguen un procedimiento ordenado:
primero vienen las verdades evidentes – axiomas- y a partir de ellas se llega por medio del
razonamiento deductivo a las demás verdades -teoremas-).

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Por último, se encuentra la enumeración y revisión del proceso. Esta forma de proceder metódica no
es arbitraria: es el único método que responde a la dinámica interna de una razón única (intuición y
deducción). Tal es la forma en que la razón ha sido utilizada en el ámbito de las matemáticas (método
geométrico), única de las ciencias que logra alcanzar demostraciones ciertas y evidentes. Descartes
propone su extensión a todos los ámbitos del saber.

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(Texto 3) Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los
geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión
de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se
entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y
guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan
alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no
podamos llegar a descubrir

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la II parte del “Discurso del Método” donde Descartes nos expone todo lo
referente a su objetivo de reformar todas sus opiniones y el método que pretende seguir, además de
dónde buscarlo y cómo y dónde utilizarlo. (Un desarrollo más detallado del método lo hace Descartes
anteriormente en su libro “Reglas para la dirección del espíritu”.)

En este fragmento, Descartes especifica que el modelo de su método es la geometría, verdades


evidentes, y que considera que dicho método (partir de lo simple y proceder deductivamente hasta lo
complejo: símil de la cadena) puede ser empleado para "todas las cosas que pueden ser objeto de
conocimiento”. De este modo se puede llegar a conocer todo (método universal).

Asimismo, afirma que los únicos que han hecho verdaderas demostraciones han sido los matemáticos,
lo cual implica que las supuestas demostraciones silogísticas en realidad no lo son, ya que como dijo
en un texto anterior, solo sirven para explicar y exponer, pero no para descubrir nuevas verdades.

Por tanto para Descartes el método adecuado es el utilizado por la matemática porque respeta el
método natural de la razón (intuición-deducción). Descartes señala que la escasez de conocimientos
logrados por la humanidad no se debía a un defecto de la razón, sino a su aplicación incorrecta, a la
falta de un método seguro. Sólo la matemática ha utilizado el método válido. De este modo Descartes
define el método como un conjunto de reglas ciertas y fáciles mediante las cuales el que las observe
exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero.

Las reglas del método propuesto por Descartes son cuatro:

1º) La evidencia (intelectual, no sensible) es el criterio de verdad. Una idea es verdadera si es evidente.
La evidencia se define por dos notas esenciales, la claridad y la distinción.

2ª) Análisis: división de las dificultades hasta llegar a lo simple, a los primeros principios del
pensamiento (ideas simples que se capten por intuición)

3ª) Deducción: ir de lo simple a lo complejo, es decir, inferir unas ideas de otras, encadenar ideas.

4ª) Enumeración y revisión del proceso. Esta forma de proceder metódica no es arbitraria: es el único
método que responde a la dinámica interna de una razón única (intuición y deducción).

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(Texto 4). Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro
de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma
que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba
progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo
había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades
propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del Álgebra

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la II parte del “Discurso del Método” donde Descartes nos expone todo lo
referente a su objetivo de reformar todas sus opiniones y el método que pretende seguir, además de
dónde buscarlo y cómo y dónde utilizarlo. (Un desarrollo más detallado del método lo hace Descartes
anteriormente en su libro “Reglas para la dirección del espíritu”.)

Concretamente en este texto, Descartes nos dice que utilizar el método es utilizar la razón pues es un
método racional y/o extraído del proceder racional: intuición (captación inmediata y simple de una
idea o concepto emanado de la mente misma sin que quede posibilidad de error o duda) y deducción
(conexión que la mente descubre entre una intuición y otra). Descartes señala que la escasez de
conocimientos logrados por la humanidad no se debía a un defecto de la razón, sino a su aplicación
incorrecta, a la falta de un método seguro. Sólo la matemática ha utilizado el método válido. De este
modo Descartes define el método como un conjunto de reglas ciertas y fáciles mediante las cuales el
que las observe exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero.

Las reglas del método propuesto por Descartes son cuatro:

1º) La evidencia (intelectual, no sensible) es el criterio de verdad. Una idea es verdadera si es evidente.
La evidencia se define por dos notas esenciales, la claridad y la distinción.

2ª) Análisis: división de las dificultades hasta llegar a lo simple, a los primeros principios del
pensamiento (ideas simples que se capten por intuición)

3ª) Deducción: ir de lo simple a lo complejo, es decir, inferir unas ideas de otras, encadenar ideas.

4ª) Enumeración y revisión del proceso. Esta forma de proceder metódica no es arbitraria: es el único
método que responde a la dinámica interna de una razón única (intuición y deducción).

Tras ello, la aplicación del método a las matemáticas permitió a Descartes perfeccionar su manejo y
habituarse a utilizar la razón rigurosamente, lo cual resulta fundamental ya que la razón es la única
que puede proporcionar un conocimiento evidente, verdadero (queda aquí patente el principio
racionalista de la autosuficiencia de la razón: la razón es la única fuente válida del conocimiento).
Además, la práctica del método ha habituado a su mente a captar las cosas con claridad y distinción.
A partir de aquí se promete aplicarlo no solo a las matemáticas sino a todas las demás ciencias y así
fundamentar la unidad del saber. Y puesto que los principios de todas ellas, sus fundamentos, están
en la filosofía, más propiamente en la metafísica (parte de la filosofía que se ocupa de los primeros
principios), debía empezar por ella, donde justamente no encontraba ni un principio cierto y seguro.

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CUARTA PARTE

(Texto 5). Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que
era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en
lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no
quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros
sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que
fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en
cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en
paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas
todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente,
considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos
cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las
cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de
mis sueños.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Concretamente, en este texto, Descartes nos está exponiendo la duda metódica, los tres motivo de
duda. Descartes como buen racionalista va a empezar a dudar de la información dada por los sentidos.
Puesto que los sentidos me han engañado alguna vez, va a suponer que las cosas no son como las
percibimos por los sentidos (“como nos las hacen imaginar”). No duda todavía de las cosas y del mundo
sino de la forma en que los sentidos nos la muestran.

En segundo lugar la duda se dirige al conocimiento intelectual concretado en el razonamiento


matemático. Si hay alguien que se equivoca en sencillas demostraciones matemáticas, también puedo
yo equivocarme aunque no me de cuenta. Por tanto va a suponer que los razonamientos matemáticos
también son erróneos. En las Meditaciones Metafísicas introduce aquí la hipótesis del genio maligno
para hacer aún más radical este motivo de duda. Esta hipótesis del “genio maligno” equivale a suponer
que tal vez el entendimiento humano está hecho de manera deforme de tal manera que se equivoca
siempre incluso cuando piensa captar la verdad. Esta hipótesis nos permite dudar de todos nuestros
conocimientos, incluidos los matemáticos.

Y por último, Descartes dirige la duda al mundo, a la realidad misma que le rodea, argumentando a
partir del tema literario de moda – la vida es sueño-. De hecho, dice, no tenemos ninguna razón
definitiva para saber si soñamos o no. Mientras soñamos, las cosas en que soñamos nos parecen que
tienen existencia real, y solo al despertar descubrimos que ese mundo no existía en realidad. Por eso
va a fingir que el mundo, las cosas no existen en la realidad. Al utilizar la palabra “fingir” Descartes
confirma el carácter artificioso de la duda.
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Para llegar a la verdad, Descartes escoge el camino de la duda: dudar de todo aquello de lo que sea
posible dudar para ver si queda algo que resista a toda duda. Eso que resista la duda será lo evidente.

Descartes utiliza la duda “tan solo para buscar la verdad”. Dudar es sólo un procedimiento
metodológico para encontrar una verdad indubitable. Por eso su duda es metódica y no una duda
escéptica. Descartes no es un escéptico en ningún momento. La duda no es para él una postura mental
definitiva; ni siquiera la postura inicial pues él parte de la confianza en la posibilidad de alcanzar la
verdad, él es un matemático que confía plenamente en la verdad. Es además una duda hiperbólica ya
que alcanza a cosas de las que no es natural dudar

El criterio de la duda se aplica entonces a todas las creencias, especialmente a las que en principio
pueden parecer más sólidas y evidentes. Si es posible dudar de ellas, si no están dotadas de una
absoluta certeza, deben, al menos provisionalmente, considerarse falsas y dejarse de lado pues no
pueden valer como fundamento de la metafísica.

El resultado de la duda parece llevarnos al escepticismo más radical. Parece imposible que lleguemos
a una verdad definitiva. Esto pensó Descartes durante algún tiempo hasta que, por fin, encontró una
verdad absoluta, la primera, inmune a toda duda: mi existencia como sujeto que piensa y duda (cogito
ergo, sum).

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(Texto 6) Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que
todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome
cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes
suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin
escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Concretamente, en este texto, Descartes nos muestra como en su de la verdad, quiere un principio que
no quepa duda, que sea claro y distinto. Pero en las costumbres Descartes ve necesario seguir
opiniones inciertas como indudables porque no se puede suspender el obrar y hay que actuar según
con lo que sepas en ese momento. Por tanto para buscar la verdad rechaza cualquier cosa que se
pueda dudar. Así es como empieza la duda metódica, una duda dispuesta a encontrar la verdad.

Empieza razonando sobre los sentidos pero estos nos engañan, siguió razonando con la razón pero hay
hombres que yerran al razonar, incluso podría haber un genio maligno y además espeta que un sueño
es muy real mientras sueñas.

En conclusión, duda de todo lo que había entrado en su espíritu y mientras estaba dudando de esto se
da cuenta de este hecho evidente, estaba dudando y sin duda existe, esto se le presento de una forma
clara y distinta por lo que lo toma como el principio de su filosofía, nadie podría dudar de él, ni el más
escéptico.

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(Texto 7).Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que
carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que,
por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar
acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que,
con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido
verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo
ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia,
para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que
este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo,
más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Concretamente, en este texto, el tema que se expone es la afirmación cartesiana del carácter
sustancial del alma, la cual es independiente del cuerpo y más fácilmente cognoscible que éste. Esta
sustancia aparece caracterizada con el atributo del pensamiento y es radicalmente distinta del cuerpo
donde “parece” hallarse.

Este fragmento aparece justo después del hallazgo por parte de Descartes del cogito, es decir, después
del establecimiento de la conexión entre pensamiento y existencia, que ha sido constatada por medio
de la intuición intelectual tras la aplicación rigurosa del primer precepto del método cartesiano: la
evidencia. En relación con esta primera exigencia metódica, Descartes había aplicado un proceso de
duda sobre todos aquellos fundamentos de la verdad admitidos hasta ese momento de un modo
acrítico y el resultado había consistido precisamente en el hallazgo de esa primera verdad evidente: el
cogito, cuya existencia se establece con total certeza.

Entre estas afirmaciones cartesianas, este fragmento supone el tránsito de la afirmación indudable de
la existencia del cogito a un análisis de su naturaleza o esencia, es decir, una vez establecida la
existencia de un sujeto pensante, es necesario establecer, a su vez, en qué consiste esa actividad
pensante. Por ello, podemos analizar este fragmento de acuerdo con la siguiente secuencia
argumentativa:

1) es verosímil “fingir” la no existencia de ningún elemento material: ni cuerpo, ni mundo o lugar


alguno.

2) no se puede dudar o fingir que el yo no sea algo o no exista, pues, precisamente, la duda acerca de
la verdad de las cosas materiales refuerza aún más la evidencia de la existencia de un yo no material.

3) si se deja de pensar, no se puede certificar la existencia del yo.

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4) el yo existe como una sustancia cuya esencia radica en el pensamiento y es independiente de
cualquier elemento material.

5) el alma, como sustancia pensante o yo, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer
que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.

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(Texto 8) Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para
afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que
cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y
habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no
ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir como
regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no
obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que
concebimos distintamente.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Concretamente, en este texto, vemos como la duda metódica de Descartes le lleva a la primera verdad:
la existencia del propio sujeto que piensa y duda, cogito ergo sum, pienso luego existo.

El problema consiste, para Descartes, en este momento de reflexión en que hemos dudado de toda la
realidad y sólo estamos seguros de la existencia del propio sujeto que piensa y duda; por lo tanto;
Descartes no tiene más remedio que analizar las propias ideas o pensamientos del sujeto para salir de
la soledad de la conciencia y demostrar la existencia de la realidad extramental.

Se puede dudar de todo excepto de que pienso, porque si dudo de que pienso ya estoy pensando
(dudar es pensar). Al haber encontrado esta certeza, el autor analiza qué tiene ese conocimiento para
que la razón lo conciba como cierto. Lo que Descartes describe ahora es el momento del encuentro de
este criterio, que es la primera regla del método.

Como ya comentamos al hablar de las reglas del método, el criterio de verdad es la evidencia, que yo
intuya de forma clara y distinta, sin ningún género de duda, que una proposición es verdadera. En el
descubrimiento de la primera verdad incontrovertible tiene su origen en dicho criterio. Puesto que del
análisis del “yo pienso, luego existo”, no sólo se sigue la sustancialidad del alma, sino que admite como
criterio de verdad la forma con que ha logrado el conocimiento del “yo pienso”, es decir, la forma en
que ha obtenido la evidencia del “yo pienso” se ha convertido en el modelo de toda verdad y de toda
certeza. De esta forma, los conocimientos sólo serán verdaderos cuando se conciban de una forma
clara y distinta, es decir, cuando sean evidentes por sí mismos y la mente pueda alcanzar de ellos una
certeza absoluta.

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(Texto 9). A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era
omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar,
comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo
era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más
perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mi, tales como
el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde
provenían pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a
mi, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee
alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había
defecto en mi. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío,
pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una
repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos
perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de
mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por
una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí
todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una
palabra que fuese Dios

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Hasta ahora, Descartes solo ha demostrado la existencia del sujeto pensante, pero no de los cuerpos,
ni tampoco de Dios. Esto es lo que va a hacer en este texto. Cierto de su existencia, Descartes va a
demostrar la verdad del segundo fundamento, Dios, mediante tres argumentos: dos causales y el
tercero ontológico.

A) Argumento ontológico (la demostración de la existencia de Dios por su esencia o naturaleza


de San Anselmo): Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Si este ser no existiera en la
realidad, no sería sumamente perfecto, pues le faltaría una perfección: la existencia. Por lo
tanto, la existencia es inseparable de le esencia o naturaleza de Dios.

B) Argumento basado en la causalidad aplicada a la idea de Dios (demostración de la


existencia de Dios por sus efectos): Tengo la idea de un ser perfecto. Tal idea no puede deberse
a mí o a las cosas exteriores, pues lo imperfecto no puede ser causa de lo perfecto. Por lo tanto,
tiene que haber sido puesta en mí por un ser perfecto, esto es , por Dios (la idea de Dios en la
mente es como la firma que deja el arquitecto en su obra)

C) Argumento de Dios como causa de mi ser: Yo , imperfecto, no puedo ser causa de mi ser;
de serlo, me habría dado todas las perfecciones de las que tengo ideas y me habría hecho
eterno, sabio, todopoderoso, etc. Si no soy autor de mi propio ser, mi existencia depende de

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otro ser superior a mi que posea todas las perfecciones de las que yo carezco. Este ser es Dios,
fundamento de mi existencia.

Concretamente en este texto Descartes nos expone el argumento basado en la causalidad aplicada a
la idea de Dios. De este modo, si yo, puesto que dudo (no conozco), soy imperfecto, y en mí tengo la
idea de perfección, ésta no puede venir de mí, pues lo perfecto no puede provenir de lo imperfecto,
sino de un ser perfecto, que está fuera de mí, que no soy yo. Este ser perfecto que implanta en mí la
idea de perfección es Dios, pues las ideas que tengo de los demás seres exteriores a mí (el cielo, la luz,
etc., que de momento solo son pensamientos, pues aún no se ha demostrado su existencia; el propio
Descartes dice que puede que no sean verdaderos, sino resultado de un defecto mío) no son más
perfectas que yo, luego ellas provienen de mí.

La demostración de la existencia de Dios emprendida por Descartes depende del hecho de que todos
tenemos en nuestra mente la idea de un ser infinito y de ahí se ha de concluir que esta idea no puede
venir de nosotros, porque lo más perfecto no puede venir de lo menos perfecto, pero tampoco puede
venir de la nada, porque esto repugna a la mente. La idea de un ser infinito y perfecto sólo puede
proceder de un ser que contenga todas las perfecciones que existen en su propia causa. Es más, la idea
de lo infinito ha tenido que ser anterior y más clara que la de lo finito. Y así, sólo a partir de la idea de
Dios se pueden conocer la finitud y las limitaciones que nos afectan a los humanos.

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(Texto 10). A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no
era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era
necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese
adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de
suerte que hubiese tenido por mí mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese
podido, por la misma razón, tener por mí mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser
infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que
podía comprender que se daban en Dios.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Hasta ahora, Descartes solo ha demostrado la existencia del sujeto pensante, pero no de los cuerpos,
ni tampoco de Dios. Esto es lo que va a hacer en este texto. Cierto de su existencia, Descartes va a
demostrar la verdad del segundo fundamento, Dios, mediante tres argumentos: dos causales y el
tercero ontológico.

A) Argumento ontológico (la demostración de la existencia de Dios por su esencia o naturaleza


de San Anselmo): Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Si este ser no existiera en la
realidad, no sería sumamente perfecto, pues le faltaría una perfección: la existencia. Por lo
tanto, la existencia es inseparable de le esencia o naturaleza de Dios.

B) Argumento basado en la causalidad aplicada a la idea de Dios (demostración de la


existencia de Dios por sus efectos): Tengo la idea de un ser perfecto. Tal idea no puede deberse
a mí o a las cosas exteriores, pues lo imperfecto no puede ser causa de lo perfecto. Por lo tanto,
tiene que haber sido puesta en mí por un ser perfecto, esto es, por Dios (la idea de Dios en la
mente es como la firma que deja el arquitecto en su obra)

C) Argumento de Dios como causa de mi ser: Yo, imperfecto, no puedo ser causa de mi ser;
de serlo, me habría dado todas las perfecciones de las que tengo ideas y me habría hecho
eterno, sabio, todopoderoso, etc. Si no soy autor de mi propio ser, mi existencia depende de
otro ser superior a mí que posea todas las perfecciones de las que yo carezco. Este ser es Dios,
fundamento de mi existencia.

Concretamente, en este texto, Descartes expone uno de los dos argumentos causales: Argumento de
Dios como causa de mí ser. Descartes expone: Si yo hubiera existido solo y con independencia de
cualquier otro ser superior a mí, tendría que tener todas las perfecciones que se le atribuyen a Dios y,
por consiguiente, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente y todopoderoso. Como no lo soy, el ser
que me ha creado y del que dependo es Dios. Descartes atribuye a la naturaleza de Dios, en la medida

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en que nuestra razón puede conocerla, todas las perfecciones y le niega las imperfecciones. Dios no
puede ser de naturaleza corporal, pues ésta no constituye ninguna perfección, sino más bien al
contrario, la dualidad de naturaleza pensante y corporal es un defecto. Análogamente a la sustancia
pensante, la sustancia corporal también depende Dios.

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(Texto 11). Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso
que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que
existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de
un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que
en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de
una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en
consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser
cualquier demostración de la geometría.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Hasta ahora, Descartes solo ha demostrado la existencia del sujeto pensante, pero no de los cuerpos,
ni tampoco de Dios. Esto es lo que va a hacer en este texto. Cierto de su existencia, Descartes va a
demostrar la verdad del segundo fundamento, Dios, mediante tres argumentos: dos causales y el
tercero ontológico.

A) Argumento ontológico (la demostración de la existencia de Dios por su esencia o naturaleza


de San Anselmo): Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Si este ser no existiera en la
realidad, no sería sumamente perfecto, pues le faltaría una perfección: la existencia. Por lo
tanto, la existencia es inseparable de le esencia o naturaleza de Dios.

B) Argumento basado en la causalidad aplicada a la idea de Dios (demostración de la


existencia de Dios por sus efectos): Tengo la idea de un ser perfecto. Tal idea no puede deberse
a mí o a las cosas exteriores, pues lo imperfecto no puede ser causa de lo perfecto. Por lo tanto,
tiene que haber sido puesta en mí por un ser perfecto, esto es, por Dios (la idea de Dios en la
mente es como la firma que deja el arquitecto en su obra)

C) Argumento de Dios como causa de mi ser: Yo, imperfecto, no puedo ser causa de mi ser;
de serlo, me habría dado todas las perfecciones de las que tengo ideas y me habría hecho
eterno, sabio, todopoderoso, etc. Si no soy autor de mi propio ser, mi existencia depende de
otro ser superior a mí que posea todas las perfecciones de las que yo carezco. Este ser es Dios,
fundamento de mi existencia.

Concretamente, en este texto trata sobre la demostración de la existencia de Dios y, más


concretamente, del argumento ontológico. Descartes en el texto dice que la existencia de Dios es más
evidente que la existencia del triángulo y eso es porque la evidencia con que se nos presentan a la
mente las ideas matemáticas procede de la razón y es la existencia de Dios la que garantiza el criterio
de evidencia y la causa no puede ser inferior al efecto. De este modo Descartes dice que, cuando pienso
en un triángulo, pienso en una figura que tiene tres ángulos, pero en esta figura no está implícita su
existencia. En cambio, cuando pienso en Dios pienso en los más perfecto. Lo perfecto ha de tener todas
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las cualidades, incluida la existencia. Por tanto, Dios tiene que existir, porque si no, no cabría pensar
en algo igual de perfecto que Dios y que además exista. Por ello, la falta de evidencia de la idea de Dios
solo se debe a una imperfección de la naturaleza humana.

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(Texto 12). En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de
Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras
cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de
una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la
existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar
de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza
metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber
constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo,
que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Concretamente, en este texto, Descartes afirma que si hay gente que no está convencida por sus
argumentos de la existencia del yo (alma) y de Dios, pues, que la existencia del mundo o realidad
exterior es menos segura, pues de ella hay seguridad moral (solo probabilidad, pues es posible dudar
de su existencia) pero no certeza metafísica (evidencia de la razón). En cambio la existencia del alma y
Dios son absolutamente seguras, son evidencias de la razón (certezas metafísicas).

Descartes no afirma que los cuerpos no existan, lo que sería una extravagancia, como señala él mismo,
de ello tenemos una “seguridad moral”. Lo que él sostiene es que no tenemos una “certeza metafísica”,
es decir, que desde el punto de vista racional no es evidente su existencia, pues, podría ser que todos
esos cuerpos no fueran más que pensamientos nuestros, sin realidad independiente. El hombre nunca
tendrá mayor certeza del conocimiento de los objetos materiales que la que ha conseguido con
respecto a Dios, porque siempre existe la posibilidad de que aquello que creemos conocer con certeza
sea la ilusión de un sueño. De esta forma, en realidad no podríamos estar seguros de ningún
conocimiento acerca del mundo porque cualquier idea de la realidad, por segura que pareciera, podría
ser falsa, en la medida en que podríamos equivocarnos y haberla soñado. Sin embargo, Dios es la
garantía de nuestros conocimientos. Es Dios quien asegura que las cosas del mundo existen.

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(Texto 13). Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que
los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más
capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente
para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que
anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es
verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros
procede de él

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Descartes no afirmaba en textos anteriores que los cuerpos no existan, lo que sería una extravagancia,
como señala él mismo, de ello tenemos una “seguridad moral”. Lo que él sostiene es que no tenemos
una “certeza metafísica”, es decir, que desde el punto de vista racional no es evidente su existencia,
pues, podría ser que todos esos cuerpos no fueran más que pensamientos nuestros, sin realidad
independiente. El hombre nunca tendrá mayor certeza del conocimiento de los objetos materiales que
la que ha conseguido con respecto a Dios, porque siempre existe la posibilidad de que aquello que
creemos conocer con certeza sea la ilusión de un sueño. De esta forma, en realidad no podríamos estar
seguros de ningún conocimiento acerca del mundo porque cualquier idea de la realidad, por segura
que pareciera, podría ser falsa, en la medida en que podríamos equivocarnos y haberla soñado.

Sin embargo, Dios es la garantía de nuestros conocimientos. Es Dios quien asegura que las cosas, el
mundo existen. Reconocida la existencia de Dios, el criterio de evidencia encuentra su última garantía:
Dios, por su perfección no puede engañarme. La facultad de juzgar que he recibido de Él no me puede
inducir a error si la empleo rectamente. Esta consideración evita toda posibilidad de duda sobre los
conocimientos evidentes. Dios es aquí la fuente de veracidad, principio y garantía de toda verdad. El
error proviene de nuestra imperfección.

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(Texto 14). De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de
Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que,
si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de
aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se
dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una
repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de
Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos
que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por
claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que
tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Concretamente, en este texto, a quienes todavía no están convencidos de la existencia de Dios o del
alma después de las razones que ha dado, Descartes les dice que aquellas cosas de las que ellos están
tan seguros, como que tenemos un cuerpo, o que las cosas fuera de mí existen (el mundo sensible),
son mucho menos ciertas. De la existencia de tales cosas tenemos una “seguridad moral”, es decir,
una certeza suficiente para desenvolvernos en la vida práctica. Todos nos acostamos con la “seguridad
moral” de que amanecerá, de que tenemos cuerpo y de que hay pajarillos y árboles en el campo. Negar
esto, reconoce, sería una extravagancia. Pero estas seguridades son “morales” (probables), no
seguridades “metafísicas” (absolutas). “Certeza metafísica”, es la evidencia de la razón, aquella, según
se deduce del texto, cuya negación nos hace caer en contradicción (seguridad que sí tenemos de la
existencia del alma y de Dios). Descartes no ha encontrado ninguna razón que haga indudable la
existencia del mundo, incluido su cuerpo, pues, como nos vuelve a recordar, podría ser que todos esos
cuerpos no fueran más que pensamientos o sueños míos. La imposibilidad de distinguir la vigilia del
sueño, y la posibilidad de que exista un genio maligno siguen siendo motivos de duda.

Así, dice Descartes, la única forma de tener certeza metafísica de que el mundo existe es
presuponiendo la existencia de Dios. La existencia de Dios sí me garantiza, puesto que es
absolutamente perfecto y veraz, que no me engaño cuando pienso que el mundo existe, porque eso
sería contradictorio con la perfección de su misma naturaleza. Por lo tanto, el mundo existe.

Descartes dice, sorprendentemente, que incluso, el criterio de verdad que antes ha deducido del
cogito y, que ha considerado como regla general: todo lo que concibo clara y distintamente es
verdadero, solo es seguro “si Dios existe”. Dios es la garantía de que el criterio de verdad es válido, de
que mis ideas claras y distintas son verdaderas. En este punto se le ha hecho a Descartes la objeción
de que cae en un círculo vicioso cuando demuestra (o pretende demostrar) la existencia de Dios, que
es quien garantiza la verdad de nuestras ideas claras y distintas, mediante las propias ideas claras y

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distintas. Dicho de otra manera, apoyándose en el criterio de verdad ha demostrado la existencia de
Dios y ahora afirma que ese criterio sólo es seguro si Dios existe.

Esto no significa que el hombre no se equivoque. Dios me garantiza que si utilizo mi razón de forma
adecuada, es decir, si solo me atengo a ideas claras y distintas, no me equivocaré. Pero como no somos
perfectos, a veces atendemos a ideas confusas y oscuras, nos precipitamos y nos equivocamos. El error
proviene de nuestra imperfección, no de Dios.

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(Texto 15)Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos
persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra
razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente
no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos
imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso 30
concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o
imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o
nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es
sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo.

El presente texto pertenece al “Discurso del Método”, obra fundamental de Descartes que podría
simbolizar sin duda el inicio de la filosofía moderna. Presenta dos novedades importantes: está escrito
en francés (no en latín, lengua culta, como era habitual porque Descartes se dirige a la gente sin
prejuicios y no especializado, no a los antiguos) y en forma autobiográfica (Descartes es cauteloso ante
el rechazo de la Iglesia por eso insiste en que presenta su trayectoria personal y no quiere hacer
seguidores). Estos dos rasgos muestran que Descartes era consciente de que su filosofía constituía un
rechazo y ruptura con toda la filosofía anterior.

Este texto está extraído de la IV parte del “Discurso del Método” donde Descartes aplica su método a
la metafísica. El contenido de esta cuarta parte está tratado de forma mucho más extensa en su obra
posterior Meditaciones Metafísicas. La sencillez de elaboración aquí es pretendida, pues se dirigía a un
público no especializado.

Una vez que queda demostrada la existencia de Dios y, por tanto, que el criterio de verdad es seguro,
la hipótesis del sueño (y la del genio maligno) queda eliminada. Ya no tenemos que preocuparnos por
la verdad de nuestros pensamientos, pues tanto si estamos durmiendo como si estamos despiertos,
todo lo que yo conciba como claro y distinto mediante la razón, será verdadero. Si sueño con una
demostración geométrica evidente, ésta será verdadera.

De la misma manera, tanto en sueños como despiertos, lo que yo conciba a través de los sentidos o de
la imaginación, por muy claro que parezca, será dudoso. Dice Descartes: “sólo debemos dejarnos
persuadir por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar que yo afirmo, de nuestra razón y no
de nuestra imaginación o de nuestros sentidos”. Con independencia de lo que nos muestren los
sentidos (el tamaño del sol) o la imaginación (“una cabeza de león unida a un cuerpo de cabra”), quien
decide sobre la verdad de las ideas que provienen de los sentidos o la imaginación es la razón. Si la
razón juzga que algo sentido tiene la suficiente claridad y distinción, entonces será verdadero. El error
surge de dejarnos guiar por los sentidos sin permitir que la razón juzgue. Como siempre, queda
evidenciado su racionalismo.

Y “la razón nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad”,
es decir, les corresponde una realidad exterior a mi mente, pues no es posible que si Dios es bueno y
veraz, nos deje que nos engañemos pensando que tales cosas existen si no es así. Por tanto, el mundo
existe. De esta manera Descartes consigue evitar el solipsismo (lo único real es nuestra mente), el
aislamiento del sujeto con la apertura de la conciencia a la realidad corpórea. De esta manera cierra el
proceso abierto por la duda metódica llegando a una fundamentación nueva y segura del
conocimiento.

Concretamente, en este texto, Descartes vuelve a la contraposición entre vigilia y sueño. Dice que
nuestros razonamientos son más claros y distintos durante la vigilia que durante el sueño porque son
más completos, aunque las imágenes soñadas pueden ser a veces vivaces y claras. Por ello concluye

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que la razón nos dice que los pensamientos que serán verdaderos serán más bien los que tenemos
despiertos que los que tenemos soñando (dado que no pueden ser todos verdaderos porque no somos
omniperfectos).

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