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Contenido
• SINOPSIS _______________ PAG 4 • 20. RAE _______________ PAG 172
• DEDICATORIA ___________ PAG 5 • 21. RAE _______________ PAG 176
• PRÓLOGO _______________ PAG 6 • 22. DAVIS _______________ PAG 181
• 1. RAE _______________ PAG 12 • 23. RAE _______________ PAG 192
• 2. RAE _______________ PAG 18 • 24. RAE _______________ PAG 204
• 3. DAVIS _______________ PAG 28 • 25. RAE _______________ PAG 212
• 4. RAE _______________ PAG 35 • 26. DAVIS _______________ PAG 216
• 5. RAE _______________ PAG 42 • 27. RAE _______________ PAG 224
• 6. RAE _______________ PAG 54 • 28. DAVIS _______________ PAG 233
• 7. DAVIS _______________ PAG 57 • 29. DAVIS _______________ PAG 239
• 8. RAE _______________ PAG 62 • 30. RAE _______________ PAG 247
• 9. RAE _______________ PAG 68 • 31. DAVIS _______________ PAG 257
• 10. DAVIS _______________ PAG 74 • 32. RAE _______________ PAG 269
• 11. RAE _______________ PAG 87 • 33. RAE _______________ PAG 279
• 12. RAE _______________ PAG 93 • 34. RAE _______________ PAG 286
• 13. DAVIS _______________ PAG 103 • 35. DAVIS _______________ PAG 291
• 14. RAE _______________ PAG 105 • 36. DAVIS _______________ PAG 297
• 15. DAVIS _______________ PAG 117 • 37. RAE _______________ PAG 304
• 16. RAE _______________ PAG 123 • 38. RAE _______________ PAG 310
• 17. DAVIS _______________ PAG 128 • 39. DAVIS _______________ PAG 317
• 18. RAE _______________ PAG 133 • 40. RAE _______________ PAG 325
• 19. RAE _______________ PAG 150 • EPÍLOGO _______________ PAG 331
Sinopsis
Acechar al recluso del pueblo no era precisamente prudente .
Davis era cinco años mayor que yo... antisocial y temperamental. Y estaba el
pequeño hecho de que él no sabía que yo existía.
Aún así, le di mi corazón, y él lo aplastó.
Así que recogí los pedazos y huí a Nueva York. Tenía un plan que mantendría mi
corazón intacto durante años.
Pero una llamada telefónica lo cambió todo.
Volver a casa significaba enfrentarme al pasado... y al hombre que me arruinó.
Tenía la esperanza de que la montaña se lo hubiera tragado entero.
Pero, cuando me dispongo a ayudar a mis padres, descubro que no sólo está vivo
y sano, sino que, al parecer, aman a ese imbécil.
Él no tiene ni idea de que tenemos un pasado, lo que es a la vez un alivio y sal en
la herida.
Me prometo a mí misma que ignoraré cómo sus ojos se clavan en mí, o cómo su
tacto se siente como un cable en tensión, y recordaré que una vez me rompió, y
por eso, me niego a enamorarme de él de nuevo.
Pero no puedo controlar que esta vez parezca estar enamorándose de mí.
Dedicatoria
A mi yo más joven,

Todavía hay historias nunca contadas


Todavía hay pedazos de nuestro corazón roto que nunca hemos examinado.
Aún queda el eco vacío de aquel momento en que nuestro primer amor decidió
no correspondernos.
Y aprendimos por primera vez que el amor no correspondido tiene garras,
dientes,
y sobre todo... apetito de esperanza.
Prólogo

Raelyn

18 años

El día había sido devorado por las interminables tareas ceremoniales de la


graduación, dejándome con migajas de crepúsculo y poco tiempo para
prepararme para lo que en realidad podría ser el momento más crucial de mi
vida.
¿De verdad había que practicar cómo cruzar un escenario y dónde sentarse?
Seguía siendo por orden alfabético, como siempre, y eran las mismas personas
con las que había estado desde la escuela primaria. Pero todas las reuniones, los
ensayos, los picnics y los desayunos de graduados habían merecido la pena,
porque todo me había llevado a este momento.
Me di los últimos retoques en las pestañas y metí la máscara en mi pequeño
neceser de maquillaje.
–¡Nora!
Mi mejor amiga asomó la cabeza por mi puerta, con rizos encrespados
enmarcando su cara en forma de corazón.
–¿Me hablaste?
–Necesito que me evalúes.
Arrugando las cejas oscuras, se irguió, llenando mi puerta.
–Tu maquillaje es perfecto. El cabello... –Levantó los pulgares–. Me encanta
que te lo hayas alisado.
Fruncí el ceño y deslicé las manos por mis trenzas color chocolate.
–¿Suele quedar mal cuando está rizado?
–No, claro que no –dijo ella con facilidad, mientras sus ojos seguían
recorriendo mi blusa color mostaza escotada y mis leggings oscuros–. Creo que
estás lista…
Me sentía preparada. En el fondo de mis huesos, sabía que lo estaba.
Nora se agolpó en mi cama cuando me senté para ponerme las sandalias.
–Veamos la carta otra vez.
La emoción me recorrió de pies a cabeza cuando abrí el cajón de la mesilla
de noche y le entregué el trozo de papel blanco cuidadosamente doblado.

Rae, reúnete conmigo en la biblioteca el viernes a las nueve de la noche.


Tengo algo que decirte. Davis.

Oír a Nora leerlo en voz alta me hizo rememorar el momento en que, dos
días atrás, Carl, el mejor amigo de mi padre, me lo entregó en mi fiesta de
graduación. Fue mejor que cualquier regalo que hubiera podido recibir. –Todavía
no puedo creer que sepa quién eres, después de todos estos años en los que te
has enamorado de él y secretamente...
Levanté la mano para detenerla.
–No hace falta que hablemos de todo lo que hice; creo que ambos estamos
en la cuerda floja por lo que se hizo en nombre de llamar su atención.
Sus ojos brillaron mientras agarraba la carta.
–¡Sí, pero funcionó de verdad! El amor de tu vida sabe que existes y ahora
quiere conocerte.
Chillamos a la vez y mi corazón se aceleró.
–Simplemente sabía que era el hecho de que yo estuviera en el instituto lo
que le había retenido todos estos años. Lo sabía. –Suspiré, sacudiendo la cabeza
mientras miraba la pequeña mancha en mi alfombra de un rotulador permanente
que se filtró a través de una cartulina. Estaba bastante segura de que era de
aquella vez que intenté reservarle a Davis una plaza de aparcamiento delante de
la cafetería. Ese incidente en particular no había caído bien.
—Bien, ya casi es la hora... ¿Vas a conducir hasta allí? —Nora ajustó las
piernas hasta quedar frente a mí.
Imité su postura, asintiendo.
—No estoy segura de qué esperar, pero estoy preparada.
Mi mejor amiga me sonrió, agarrándome la mano.
—Sé que lo estás, llevas mucho tiempo esperándolo. Estoy muy emocionada
por ti.
Nos abrazamos y luego me ayudó a terminar de arreglarme. Me peiné, me
perfumé y me puse y quité collares hasta que encontré el adecuado. Entonces
llegó el momento.
Era noche de inventario, así que mis padres estaban en la cafetería
trabajando, al igual que Carl, que era su jefe de turno. Supuse que había leído la
nota, ya que era del enamoramiento que me dijo que no debía tener. Así que
probablemente sabía adónde me dirigía esta noche, pero al igual que todas las
demás conversaciones relacionadas con Davis que había tenido conmigo en los
últimos tres años, sabía que lo mantendría en secreto.
—Llámame en cuanto estés de camino a casa. —Nora me acompañó hasta el
auto.
—Lo haré —prometí, abriendo la puerta.
—Si va demasiado rápido, recuerda el movimiento que te enseñé. —
Extendió la muñeca, indicando lo que habíamos practicado.
Le aseguré que lo haría, me abroché el cinturón de seguridad y me puse en
marcha hacia la biblioteca, esperando que el corazón se me relajara antes de que
estallara en mi tenso pecho.
No sabría decir exactamente cuándo empecé a amar a Davis Brenton. En mi
cabeza, todos los momentos estaban hechos de pequeños fragmentos de tiempo,
sonrisas y risas. Cosas que no le habrían importado a una persona normal. Para
mí, lo eran todo.
Él lo era todo.
El pueblo pensaba que era un recluso gruñón, un don nadie que vivía en lo
alto del monte Macon y sólo bajaba un par de veces al mes para recoger
provisiones o echar gasolina, pero a mis ojos era un rey olvidado, escondido en su
fortaleza. En el fondo, había una armadura oxidada que sólo necesitaba que
alguien le ayudara a desenterrar, para poder volver a ser valiente. Reconocí la
tristeza, la pesadez que arrastraba y que él suponía que nadie veía.
Pero yo sí.
Oí sus palabras silenciosas, y eran lo bastante fuertes como para ahogar
todo lo demás.
A lo largo de los años, lo observaba y yo caía un poco más. Un poco más
fuerte.
Siempre había esperado que me viera y cayera también, y aunque había
hecho varios intentos, empezaba a perder la esperanza. Y entonces Carl me
entregó aquella carta.
El trayecto hasta la biblioteca se me pasó volando y, antes de darme cuenta,
estaba entrando en el aparcamiento vacío.
No había ninguna luz encendida, pero Davis había planeado que nos
encontráramos aquí, así que supuse que la puerta principal estaría abierta.
Tragándome el espeso nudo de pánico y expectación que me subía por la
garganta, salí del auto y caminé hacia la entrada.
Mis manos sudaban cuando tiré de la manilla de latón, pero se abrió con
bisagras silenciosas, como siempre, lo que demostraba que la nota era real. Davis
me había pedido que nos viéramos aquí esta noche. Una nueva oleada de
excitación me golpeó en el pecho, haciendo que la respiración se entrecortara en
mis pulmones.
No podía ver mucho, dado que la mayoría de las luces estaban apagadas,
pero al acercarme al centro del edificio, pude ver hacia atrás por las mesas de
estudio iluminadas.
El silencio en el espacio era casi abrumador, pero aumentaba la gravedad
del momento. Subí la pequeña rampa que conducía a la sección de jóvenes
adultos y pasé por alto las tumbonas y los ordenadores. Aceleré el paso y el
corazón me latía a cada paso.
Había intentado interactuar con Davis varias veces a lo largo de los años,
pero nunca me había mirado. Miraba a través de mí, por encima de mí o más allá
de mí, pero nunca directamente. Ni una sola vez dijo mi nombre y, sinceramente,
ni siquiera creía que supiera quién era hasta que apareció aquella carta, así que
aquella nota me sentí como si me hubiera tocado la lotería.
¿Tomaría mi mano? ¿Tocaría mi cabello? ¿Quizá me besaría esta noche?
Sonreí, observando la alfombra familiar y desgastada a mis pies.
Fue entonces cuando lo oí.
La risita.
Me detuve, congelada durante un segundo, porque la risa sonaba
femenina... pero no podía ser.
Seguí adelante, con cautela.
Miré a través de las pilas, tratando de ver a Davis, me puse de puntillas
alrededor de un cubículo de estudio, y la risita estalló de nuevo.
Contuve la respiración mientras doblaba la última fila de libros y me
acercaba a la zona de estudio abierta, manteniéndome en la sombra todo lo
posible. Allí, al fondo, estaba Davis, pendiente de una mujer acostada de espaldas
sobre una de las maltrechas mesas de estudio de madera, con el cabello
alborotado hacia atrás.
No podía procesar lo que estaba viendo, mi cerebro giraba a toda velocidad
para darle sentido a todo.
Eso fue hasta que sus labios se posaron en los suyos de una forma
hambrienta, una forma con la que yo había soñado miles de veces. Sus ojos azul
marino estaban cerrados mientras devoraba su boca, emitiendo un gemido en lo
más profundo de su pecho que casi me hizo caer de rodillas.
Tapé la boca con mi mano para contener un sollozo mientras le subía la
camisa y le quitaba el sujetador. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando le
chupó el pecho y bajó lentamente por su cuerpo hasta dejarla desnuda debajo de
él.
Me ardían las mejillas, pero tenía las manos frías como el hielo, incrédula de
que me dijera que me reuniera con él aquí, sabiendo que estaría con otra
persona. Seguía negando firmemente que aquello fuera real hasta que sus manos
se dirigieron a sus propios pantalones, bajándoselos lo suficiente para mostrar un
destello de piel, y entonces la mujer de la mesa gritó mientras él se lanzaba hacia
delante.
Yo aún era virgen, pero mi cerebro estaba encajando las piezas, y todo se
unió cuando Davis y la mujer empezaron a moverse al unísono, la cabeza de él se
hundía contra la de ella mientras las caderas de ella se balanceaban hacia
delante, sus gritos sensuales me golpeaban en el pecho como un mazo.
Se la estaba follando delante de mí.
Me había pedido que estuviera aquí, que presenciara aquello, que lo viera
darle a otra mujer lo único que yo había deseado tan desesperadamente.
Algo se movía dentro de mí, rompiéndose y arrugándose lentamente.
Conmoción.
Dolor.
Lo había amado durante tanto tiempo, y había creído en él... su existencia
hacía que la mía tuviera sentido.
No fue hasta que Davis levantó la vista y me miró a los ojos que mis instintos
se pusieron en marcha. Era luchar o huir.
Oí una maldición en voz baja y a la mujer preguntar algo, como confundida.
No tengo ni idea de lo que hizo después. Porque huí de la hoguera de mis
sueños y esperanzas como un conejo ahuyentado por un depredador.
Una vez a salvo dentro de mi auto, salí del aparcamiento a una velocidad
temeraria, doblando la esquina y dirigiéndome a las afueras de la ciudad. Tenía
que salir, tenía que escapar.
Había estado enamorada de Davis desde que tenía memoria, y el hecho de
que me hubiera invitado allí sólo para destruirme... Me dejó destrozada sin
remedio.
Por primera vez en mi vida, no tenía ni idea de lo que me deparaba el futuro,
pero sabía con escalofriante certeza que Davis Brenton nunca formaría parte de
él.
1

Rae
Cuatro años después

Me ardían las pantorrillas mientras subía las escaleras hasta el quinto piso,
mis pulmones me gritaban que me mudara de este estúpido edificio, pero no
podía permitirme otro lugar. Demonios, ni siquiera podía permitirme este lugar.
La humedad del sofocante hueco de la escalera era un muro invisible de
resistencia, que se abalanzaba sobre mí a cada paso que daba, hasta que
finalmente superé el último y llegué al rellano cercano a la puerta de mi
apartamento.
—¡Lo he conseguido! —resoplé victoriosa, secándome el sudor de la sien.
Mi vecino Darrow salió de su puerta y me miró con una ceja fruncida.
—Dices eso cada vez que llegas arriba.
Todavía recuperando el aliento, le hice un gesto con la mano y me dirigí
hacia la puerta.
—Tienes que vivir por las pequeñas cosas, D.
Resopló, reflejando su opinión sobre mi vida totalmente patética. Darrow era
genial; tenía muchos más amigos que yo y salía con un millón de chicas diferentes
-y con algunos chicos-, y mentiría si dijera que no me había sentido atraída por él
la primera vez que nos vimos, pero era imposible no sentirse atraída. Era alto,
pasaba del metro ochenta, tenía una mandíbula tan afilada que podía cortar el
cristal y unos ojos tan azules como el océano.
No es que hubiera pasado mucho tiempo catalogando su aspecto o algo así.
Ese era mi vieja yo; a la nueva yo no le importaba una mierda. Darrow estaba
objetivamente bueno.
—¿Estás por aquí esta noche? —preguntó, tres escalones más abajo.
Hice una pausa, con la cabeza vuelta hacia él, exultante de que por fin me
invitara a algo.
—Porque, voy a salir, y me preguntaba si podrías alimentar a Dunk.
Falsa alarma. Yo no había entrado en el círculo de amigos. Sólo era la vecina
a la que le pedía que cuidara a su gato de vez en cuando. Sintiendo que se me
calentaba la cara, asentí.
—Claro, no hay problema.
Me sonrió.
—¿De verdad? Gracias... aquí está la llave, mañana la recojo. —Sus largas
piernas lo llevaron hacia mí mientras sacaba la llave plateada de su pequeño
lugar en el anillo de su mano y la dejaba caer en mi palma abierta.
—Diviértete.
Sonrió con satisfacción—: Sí... tú también.
Luego se dio la vuelta y bajó las escaleras, probablemente riéndose de la
torpe chica de al lado que acababa de admitir que no tenía planes un viernes por
la noche y ahora estaba dando de comer a su gato. Definitivamente me comería
ese queso Gouda de lujo que sabía que atesoraba. Esto exigía un castigo.
Empujando la llave de mi casa en el cerrojo e ignorando la madera astillada
cerca de mi cara, empujé mi hombro y empujé. ¿Lo bueno de mi apartamento?
Sabría en un instante si alguien estaba forzando la entrada, porque entre las
bisagras oxidadas y un marco hundido, mi puerta principal era como una roca
que mover.
La caja a la que llamaba casa estaba exactamente como la dejé esa misma
mañana: Dos montones de ropa me esperaban en mi cama. Una pequeña ventana
de cristal fino que estaba sobre mi pequeño tocador dejaba entrar un poco de luz
y, por supuesto, mi cocina, donde podía girar en un solo círculo y alcanzar
cualquier cosa que necesitara.
Un sentimiento familiar y desalentador burbujeaba en mi interior mientras
miraba a mi alrededor. No había aire acondicionado y la humedad de la quinta
planta alcanzaba niveles de selva tropical. Mi congelador se había roto hacía dos
días, así que ni siquiera había hielo que pudiera poner delante de un ventilador
para hacer una nevera portátil improvisada.
Eran momentos como estos los que me hacían pensar en casa. Cómo agosto
sería cálido, pero completamente soportable a gran altitud, y cómo las tiendas de
la ciudad bullían de gente. Cómo las cestas de flores estallaban de color,
colgadas de oscuros postes de luz antiguos, bordeando las aceras blancas e
inmaculadas.
Una pesadez se apoderó de mi corazón y me obligó a sacar el móvil y llamar
a mi madre. La había estado llamando cada vez con más frecuencia durante los
últimos meses. Por fin me había graduado en la universidad y luchaba contra una
persistente oleada de nostalgia. Me decía a mí misma que me sentía sola. Aun así,
puse el teléfono en altavoz y esperé a que se conectara.
—Rae, cariño, ¡qué bien que hayas llamado! Tu padre y yo estábamos
hablando de que íbamos a llamarte esta noche porque tenemos algo que discutir
—dijo mi madre contenta.
Me acerqué a mi antiguo y ruidoso frigorífico y tiré de él para abrirlo.
—¿En serio, qué?
No tenía nada en la nevera, salvo ketchup y unas zanahorias dudosas, y no lo
tendría hasta que llegara mi próxima paga, para la que faltaba una semana. Por
suerte, tenía pan, mantequilla de cacahuete y miel.
—Bueno… —Mamá vaciló, y eso me hizo detenerme con la mano sobre el
asa de mi despensa de dos estantes.
—¿Va todo bien?
—Es que… —comenzó de nuevo, aún un poco indecisa—, bueno, sabemos
que no te va muy bien en Nueva York....
Solté un suspiro.
—Mamá, estoy bien, lo prometo.
Pero no lo estaba, en realidad. No había estado bien ni una sola vez desde
que me mudé aquí, pero siempre me había guardado esa verdad.
—Nora nos llamó. —Hizo una pausa, y mis ojos se entrecerraron ante el
teléfono.
Mi mejor amiga sabía lo grave que era mi situación, pero tenía órdenes
estrictas de no decírselo nunca a mis padres, así que sólo tenía una opción.
—Es una mentirosa, mamá. Sea lo que sea lo que te dijo, está mintiendo.
Ahora se droga. Es muy triste.
Mi madre resopló.
—Tonterías. Se mudó aquí hace unas dos semanas y nos ha gustado
ponernos al día con ella, pero no queríamos hablar de eso.
No sabía que Nora había vuelto, pero tenía sentido que no me lo hubiera
dicho. Macon era un tema tabú para nosotros.
—La razón por la que queríamos llamarte es porque vamos a empezar un
servicio de reparto para la cafetería.
Saqué el tarro de mantequilla de cacahuete genérica y alcancé la miel, pero
justo cuando lo hice, algo se deslizó por el suelo de la cocina con el rabillo del
ojo.
—Mierda —siseé, saltando sobre la encimera, mientras mi madre seguía
hablando.
—Pensamos que sería una buena idea hacer un poco de negocio extra...
¿estás bien, cariño?
—Sí, sólo que… —me asomé por encima del mostrador, con las rodillas
pegadas al pecho— me he dado un golpe en el dedo del pie. —Si mi madre
supiera que en este edificio hay ratas y cucarachas, mandaría a la Guardia
Nacional.
—Bueno, en fin... Nos está costando poner en marcha el servicio.
Concentrada en el suelo, sin dejar de sentir cierta curiosidad, pregunté—:
¿Por qué necesitan conseguir más negocios? Creía que les iba muy bien.
Pasó un segundo y mis ojos volvieron a centrarse en la pantalla mientras la
preocupación se deslizaba por mí. Acuné el teléfono y lo descolgué del altavoz.
—¿Mamá?
—Las cosas están… —Hubo otra pausa y mi corazón latió con más fuerza
mientras mis cejas se hundían.
—¿Las cosas están qué, mamá?
Dejó escapar un suspiro, uno que parecía pesado, y si yo estuviera allí, me
imaginaba su pecho expandiéndose y hundiéndose con la levedad del mismo.
—Bueno, para ser franca, no son tan buenos. La ciudad está pasando apuros,
cariño, y Nora mencionó que tú también estabas pasando apuros allí en Nueva
York, y bueno... me preguntaba si considerarías volver para ayudarnos, eso es
todo.
Ya estaba negando con la cabeza, porque a pesar de lo mucho que apestaba
mi vida y lo mucho que odiaba Nueva York, volver no era una opción. A menos
que se hubiera mudado.
—Mamá, yo...
—Sólo piénsalo, cariño, por favor. Sin presiones, ¿de acuerdo?
Hice una pausa, mordiéndome el labio porque el dolor que desprendía su
voz era demasiado.
—No quiero ser una carga para ustedes. No podría tener mi propia casa
durante un tiempo.
O nunca, si el mercado de la vivienda era tan horrible en casa como aquí,
aunque nada era tan malo como el centro de Nueva York. Macon era
probablemente muy razonable; tal vez Nora quisiera que consiguiéramos una
casa juntas. Las ideas empezaron a volar en mi cabeza mientras me imaginaba
tomando un vuelo de vuelta a casa.
Fue entonces cuando se me apretó el corazón. No tenía dinero ni para la
compra, y mucho menos para un billete de avión a Oregón.
—Cariño, tu habitación sigue exactamente como la dejaste. Hay mucho
espacio aquí, lo sabes.
Yo no sacaría el tema del billete de avión, sobre todo si ella ya ha admitido
que las cosas son difíciles.
—Bueno, ¿qué pasa con Nora, le preguntaste si podía ayudar con las
entregas?
Otro suspiro pesado salió de los pulmones de mi madre, como si esta fuera
una conversación agotadora para ella, lo que me hizo sentir como una mierda.
—Nora interviene para ayudar a sus padres, mientras intenta poner en
marcha su negocio de decoración de interiores.
Mi mejor amiga era una diseñadora genial, así que me sentía orgullosa y
feliz de que persiguiera sus sueños. Mientras tanto, yo estaría aquí, esquivando
ratas e ignorando cucarachas porque reconocerlas me sumiría en una espiral de
paranoia y nunca volvería a dormir.
Un pequeño zarcillo de curiosidad se abrió camino por mi mente,
envolviéndome el corazón. Una imagen de trabajar con mi portátil desde el
porche trasero de casa de mis padres, contemplando la silueta del monte Macon
mientras las hojas de arce caían sobre el verde césped. Si las pequeñas empresas
de la ciudad estaban sufriendo lo que mencionaba mi madre, ésta podría ser una
oportunidad increíble para poner a prueba mi título de marketing y ayudar a los
propietarios a renovar sus negocios.
—Bueno, de todos modos, piénsalo, cariño. Tenemos millas de avión para
traerte aquí, y nos encantaría verte. Pero también apoyamos que te quedes allí, lo
que sea mejor para ti.
—Te quiero, mamá —dije, incapaz de quitarme de la cabeza aquella imagen
mía en el porche trasero. Cuando colgamos, abandoné lentamente mi posición
sobre la encimera y revisé el suelo. Normalmente, cuando las luces estaban
encendidas, estaba bien, razón por la cual dejaba varias lámparas encendidas
por la noche, pero de vez en cuando uno de los imbéciles corría por el suelo.
Podía soportar las cucarachas -eran bastante pequeñas-, pero las ratas o
ratones, ¿lo que carajo fueran? Sí, no podía con ellas.
Mirando la pared que separaba mi apartamento del de Darrow, de repente
tuve la mejor idea del mundo.
2

Rae
Un golpe en la puerta de casa me hace levantar la cabeza del portátil. Había
estado buscando billetes de avión, vuelos de conexión y si cierta persona de
Mount Macon estaba o no en las redes sociales.
Me despegué de la pantalla y salí del nido de mantas, me acerqué y abrí la
puerta de un tirón.
Darrow estaba allí, todo músculos y una mandíbula ardiente y perfecta.
—Hola.
Agaché la cabeza.
—Hola.
—Así que... ¿cómo te fue anoche?
Fue fantástico. Traje al gato y lo dejé cazar durante tres horas mientras yo
veía Vampire Diaries.
—Muy bien. Le di de comer, le limpié la caja de arena y le eché un vistazo
esta mañana.
Darrow se metió las manos en los bolsillos:
—Genial, gracias.
Claro, tal vez me pagues esta vez.
—No hay problema.
—Entonces...
¿Finalmente iba a invitarme a salir o a tener sexo con el vecino de al lado?
Porque lo rechazaría. Definitivamente.
Probablemente.
—¿Puedo recuperar mi llave?
Me había pedido un total de quince veces que cuidara a su gato en los
últimos dos meses. Uno pensaría que a este paso simplemente me daría una llave.
En lugar de eso, le di la espalda y rebusqué en el cajón donde guardaba mis
trastos.
—Aquí tienes. —Se la di y se quedó ahí, mirando.
Desde que me mudé había pensado un millón de veces que me pediría una
cita al azar, pero nunca lo había hecho. Ni una sola vez.
Pero ahora, me estaba mirando de una manera que me hizo pensar que
finalmente podría suceder, y él...
—Me voy de viaje el mes que viene y estaré fuera una semana. ¿Crees que
puedes alimentarlo por mí?
Bueno, eso fue en una dirección completamente diferente. No sabía por qué
me importaba. Quiero decir, de alguna extraña manera, pensaba que Darrow y yo
éramos amigos. Había construido tanto esa imagen en mi cabeza que había
creído que no estaba solo en la ciudad, pero él no era mi amigo.
No era mi nada. Bueno, era mi vecino, pero no era como si le pidiera que
matara cucarachas o me prestara su gato para matar las ratas de este maldito
lugar.
De repente, con una claridad abrumadora, me di cuenta de que ya no quería
estar aquí.
Me había graduado hacía tres meses, y desde entonces había trabajado
como mensajero en bicicleta, en la sala de correo de un bufete de abogados y
como friegaplatos. No podía amortizar prácticamente nada de mis préstamos
estudiantiles, y no tenía amigos. Ninguno.
Todos se habían ido de la ciudad en cuanto nos graduamos. Ahora yo estaba
aquí, y no tenía ni idea de por qué.
—En realidad, me voy —dije entumecida mientras mi determinación se
afianzaba.
Darrow levantó la cabeza, sorprendido, y arqueó las cejas.
—¿Ah, sí? ¿Adónde vas?
Nunca iba a ninguna parte, a menos que fuera por trabajo, así que su
sorpresa estaba justificada.
Le di la espalda, pensando que podría echar de menos a su gato.
—A casa, en realidad. —Me dirigí a la cama y tomé la maleta que había
debajo.
—¿Ahora mismo? —Sonaba como si estuviera viendo a alguien deshacerse,
tanto la lástima y la cautela mezcladas en su tono.
—Sí... Bueno, no. —Ahora no; tenía que ponerme en contacto con el casero y
dejar el trabajo—. En los próximos días.
—Ah. —Siguió mirándome fijamente—. Bueno, vale entonces. Supongo que
nos veremos.
Puse los ojos en blanco. No me vería por ahí si me movía, pero daba igual.
Se marchó sin despedirse. Me acerqué a mi puerta, que él había dejado
abierta, la cerré de golpe y seguí empaquetando.

***

Dos semanas después

Una franja lavanda iluminó el cielo, librando al mundo de la oscuridad y, lo


que es más importante, del sigilo necesario para entrar en Macon sin ser
detectada. Apresurándome por la calle, tiré de mi maleta, deseando que rodara
más rápido.
—Vamos, pedazo de basura de rebajas —refunfuñé mientras rayas de color
naranja empezaban a rellenar las manchas grises sobre mi cabeza. Pronto, todos
los entusiastas de la ciudad habrían salido a comprar el periódico y a empezar a
caminar.
Macon era una de esas pequeñas ciudades de montaña, llenas de encanto y
susurros silenciosos. Todo el mundo metía las narices en los asuntos de los demás
porque aquí no teníamos una red Wi-Fi eficaz ni torres de telefonía móvil, así que
dependíamos del periódico para que nos diera las noticias cada mañana y, por
supuesto, una parte de las noticias era siempre una buena dosis de cotilleos
locales.
Por eso me apresuré a llegar a la puerta de casa de mis padres.
Al final de la calle se oyó un fuerte portazo que indicaba que alguien había
salido de casa, pero me negué a mirar. Ya casi había llegado a mi casa y la calle
estaba casi despejada.
—¿Rae? —Oí que me llamaban desde una manzana más abajo, pero no me
giré.
—Ya casi —murmuré para mis adentros en tono alentador.
—¡Rae!
No, no. No me rendiría.
—¡Raeelyn Vernon Jackson!
Oh, mierda. Me detuve a medio paso, giré sobre mis talones y casi fui
arrollada por dos largos brazos que me rodearon con fuerza.
—¿Por qué me ignorabas? —preguntó Nora, apartándose e
inspeccionándome. Llevaba una toalla blanca mullida en la cabeza y un pijama de
forro polar con nubecitas estampadas.
—No sabía que eras tú —me reí, mientras unas lágrimas se esforzaban por
liberarse.
Hacía más de dos años que no veía a mi mejor amiga. Todavía venía a casa
de visita cuando podía permitírmelo, pero no había podido hacerlo en los últimos
dos años, y ella no siempre estaba aquí cuando yo estaba.
—¿Estás en casa? —pregunté, aunque ya lo sabía porque me lo había dicho
mi madre.
Nora puso los ojos en blanco.
—Mis padres me hicieron sentir culpable, pero la pregunta mejor y más
curiosa es... ¿por qué estás en casa?
El pánico se agolpó dentro de mi pecho, junto con el alivio de que mi madre
no se lo hubiera dicho todavía.
—Toma, vamos dentro. —Me apresuré hacia la puerta principal.
Nora miró a su alrededor y pareció darse cuenta de su error, sobre todo
porque unos cuantos paseantes matutinos habían empezado a bajar por la calle.
Una vez dentro de la seguridad de mi hogar, solté el equipaje, que se volcó
por el peso de las tres bolsas que llevaba colgadas del asa.
—Pones demasiada tensión en esa pobre maleta —observó Nora, caminando
junto a mí hacia la cocina.
Haciendo caso omiso de mis maletas, la seguí, arrastrándome por el suelo
del salón.
—Debe de ser muy raro estar de vuelta... Quiero decir, saber que estás aquí
para quedarte.
Era raro y embarazoso, aunque no sabía exactamente por qué.
Ya era mayor. Me había graduado en la universidad. Había dejado atrás las
lamentables indiscreciones de mi juventud... y, sin embargo, seguía sintiendo un
extraño escozor en el pecho cuando consideraba la posibilidad de estar de vuelta
permanentemente.
—Es... —Me quedé a medias, incapaz de comentar todo lo que sentía.
Al echar un vistazo a la casa, me di cuenta de que mis padres la habían
mantenido prácticamente igual, salvo por algunos electrodomésticos nuevos y
fotos actualizadas en la nevera. La mayoría eran mías, pero había algunas de la
familia de mi padre y una del monte Macon en invierno. Era serena y hermosa.
Alguien en la foto estaba de espaldas a la cámara, subiendo una empinada
cuesta.
—Entonces, ¿te convenció? —Nora se hundió en una de las sillas que
rodeaban la pequeña mesa de mis padres.
Me encogí de hombros, como si eso lo explicara.
Mi mejor amiga se inclinó hacia mí.
—Me alegro de que lo hiciera.
Entorné los ojos hacia ella.
—¿Por eso me has contado lo de mi vida?
Riendo, colocó el salero y el pimentero delante de ella.
—Al menos no dije nada de las cucarachas.
—Gracias. —Me desplomé en la silla frente a ella—. ¿Y ahora qué?
Jugueteando con el borde del mantel individual, seguí haciendo inventario
de la casa. Por lo que parecía, mamá había ampliado su colección de plantas de
interior. Había varias colgadas al lado del fregadero. Nora probablemente se
acercaría en cualquier momento y empezaría a inspeccionarlas. Le encantaban
las plantas de interior.
Nora chasqueó la lengua y me tomo de la mano.
—Ahora nos convertimos en adultos, supongo.
Quise comentar que yo había sido un adulto, con tres trabajos sólo para
pagar el alquiler, pero no quería hacerla sentir mal. Mis pensamientos se
desviaron hacia lo que me había alejado, haciendo que se me revolviera el
estómago.
—Pero ¿y si...?
Sacudió la cabeza, cortándome.
—Él no importa. Odio que te hayas ido por su culpa.
—Me fui a la universidad. —Mi voz se apagó, traicionando la mentira.
La burla de Nora me dijo que se había dado cuenta.
—No tenías planes de ir a la universidad, Rae. Antes de esa noche, cuando
encontraste a ese imbécil de Davis, no habías solicitado plaza en ningún sitio, y
los dos agotadores años en ese colegio comunitario de Nueva York lo
demuestran.
Oírla decir su nombre fue como una bofetada rápida de realidad. El dolor, la
humillación, toda la razón por la que me había mudado tan lejos. El hecho de que
lo que él hizo todavía pesaba más que todas las cosas que había superado estos
últimos cuatro años. Vivir en una pequeña caja mientras tenía tres trabajos, asistir
a la universidad comunitaria, romperme el cuello para cruzar el campus porque
decidí no añadir la vivienda en el campus a mi creciente deuda. Los
interminables turnos de noche, las clases de madrugada, el olor de vivir en Nueva
York sin dinero. No era glamuroso. Era una mierda.
Pura mierda.
Sin embargo, esta herida abierta de Davis aparentemente todavía sangraba,
mientras que todas las demás cicatrices de batalla estaban suturadas.
No respondí al comentario de mi amiga, porque tenía razón. No había
planeado ir a ninguna parte en aquel entonces, porque no podía soportar la idea
de dejar a Davis. Sinceramente, había pensado que se enamoraría de mí después
de graduarme en el la escuela secundaria.
Qué patético.
—¿Crees que sigue ahí arriba?
—Rae, ¿me estás oyendo? —Nora dejó de inspeccionarse las uñas y se
inclinó más cerca—. No importa. Él no importa. Tú importas, y este pueblo
importa, y lo creas o no, Macon te necesita de verdad.
Su tono y la seriedad de sus ojos me hicieron reflexionar. Tenía razón, pero
mis pensamientos seguían agitándose como mantequilla grumosa.
—Además —dijo de repente—. Si aún viviera por aquí, ¿te reconocería? —
Nora me miró mientras hurgaba en la cesta de fruta que mi madre tenía sobre la
mesa. Peló un plátano e ignoró mi expresión de confusión.
—Claro que sí. —Me reí de mi amiga, porque el objeto de mi obsesión y el
hombre que me rompió el corazón me reconocería en un santiamén. Me había
quedado a escasos centímetros -bueno, pies- de su cara. En realidad no me miró,
pero me vio. Estaba justo ahí. Por supuesto que me reconocería. No había
cambiado tanto.
Levantó una ceja oscura—. Tenías el cabello corto y rizado con mechas
gruesas, aparato, el pecho plano y acné en una cara mucho más redonda.
Le di una palmada en el brazo.
Se echó hacia atrás y levantó las manos.
—Sólo digo, Rae... que entonces tenías un aspecto totalmente distinto, y
desde luego ahora no tienes el pecho plano.
Puse los ojos en blanco.
—Es el sujetador.
—Bien, pero ¿y tu cabello largo, con todas esas capas y reflejos
favorecedores, y tu piel? Zorra, estás buenísima. —De repente, Nora se inclinó
para darme una bofetada en el brazo, pero tenía medio plátano en la boca y se le
cayó la otra mitad.
—¡Nora, eww! Mantén el plátano en la boca. —Le devolví la bofetada.
Se estaba riendo tanto que tuvo que escupir lo que le quedaba en la boca.
Con la respiración entrecortada, resolló:
—¡Eso es lo que ha dicho!
Puse los ojos en blanco.
—No voy a limpiar eso, y te das cuenta de que no tiene sentido, ¿verdad?
Frotó con una servilleta el desastre que había hecho, riendo para sí misma.
—Sólo estoy celosa porque los dos estamos solteros y vamos a tener que
tirar de la piscina de citas muy poco profunda de Mount Macon.
Gimiendo, apoyé la cabeza en la mesa.
—No me lo recuerdes.
Tal vez ella tenía un punto acerca de no ser reconocido, y no era como si
alguna vez realmente me vio de todos modos. Con todas mis payasadas, nunca
me reconocía.
Nora jugueteó con el mantel y me dijo suavemente:
—Si quieres, puedo preguntar a mis padres si sigue por aquí, para
asegurarme.
Le hice un gesto con la mano.
—No, está bien... prefiero no saberlo.
—Genial, entonces no le demos más vueltas, y aunque siga viviendo aquí, no
es como si tuvieras que verlo.
—Sí, tienes razón. —Ambas nos pusimos de pie.
—Te vas a estropear los rizos si no vas a casa y te quitas eso. –Señalé la toalla
que envolvía su cabeza.
—Dios mío, me olvidé por completo de ponerme producto. —Pasó corriendo
a mi lado y me reí cuando salió volando por la puerta, cerrándola de un portazo.
Me acerqué y la abrí, llamándola.
—Te he extrañado de menos, Nora-Bora.
Sujetándose la toalla, se dio media vuelta y gritó:
—¡Yo también te he extrañado, Rae Bae!
Aseguré el cerrojo y me dejé caer contra el marco, permitiendo que mi
frente besara la madera. Habían cambiado tantas cosas en las dos últimas
semanas. Después de dar el preaviso en mi trabajo, avisé al casero y empaqueté
todas mis cosas. No necesitaba ninguno de los muebles que había rebuscado, así
que le pregunté a Darrow si los quería. Resulta que tenía una hermana que sí los
quería, así que había sacado todas las cosas grandes. Metí mis pertenencias en la
maleta, tomé un vuelo y salí de Nueva York.
Avancé lentamente por el pasillo, abracé el silencio de la casa y dejé que
acunara mi tierno corazón. Este lugar guardaba tantos recuerdos. Todo parecía
igual, pero diferente. El salón tenía una alfombra nueva y los electrodomésticos
de la cocina se habían renovado, pero todo lo demás era igual. Revisé cada marco
de fotos y me aseguré de que mis padres no hubieran colado ninguna foto de mi
adolescencia. Seguían siendo completamente ajenos al hecho de que yo había
hecho todas esas fotos antes de marcharme y las había escondido. Sonreí
satisfecho mientras daba los dos pasos hacia la estrecha escalera que conducía al
piso superior, donde estaban el dormitorio de mis padres y el baño principal. El
estrecho pasillo que tenía delante conducía a un baño de invitados, al despacho
de mi madre y a la última puerta de la izquierda, mi antiguo dormitorio.
Al abrir la puerta, aspiré un ligero olor a polvo y una ráfaga de algo floral. Al
mirar mi pequeño escritorio, vi un pequeño ambientador apoyado, lo que
explicaba el fresco aroma. Entré, la alfombra seguía siendo suave bajo mis pies,
las paredes seguían llenas de pósters, premios, dibujos y fotos de diferentes
personas y periodos de mi vida. Mi cama de matrimonio estaba hecha con mantas
recién lavadas y una pequeña almohada en el centro que decía —Bienvenida a
casa—. De repente, las lágrimas se atascaron en la garganta cuando la pesada
carga de vivir sola empezó a escapárseme.
Sabía por qué me había ido, pero mis padres no. Ni una sola vez había
pronunciado una palabra sobre aquella noche, ni sobre los años que la habían
precedido. Tenía la sensación de que a Carl tampoco se le había escapado, de lo
contrario mi madre me habría llamado, o al menos habría tomado un vuelo y
exigido que volviera a casa. En retrospectiva, irme fue una decisión precipitada.
Una que había sufrido durante los últimos cuatro años de mi vida.
Apartando las lágrimas, eché la cabeza hacia atrás y me dejé caer en la
cama.
La paz era como el hormigón, que rellenaba todas las fisuras y grietas que
ahora dibujaban mi vida. Me invadió la calma al reconocer que había hecho lo
correcto al volver, aunque la humillación me quemara el pecho como un soldador.
3

Davis
Pesadas nubes, bordeadas de azul marino y gris, se cernían sobre mi taller,
haciéndome mirar las pocas obras que tenía fuera secándose. Las previsiones
meteorológicas no eran muy precisas para los montañeses: podía hacer sol todo
el día, pero en un abrir y cerrar de ojos volvía a nevar. Resultaba difícil planificar
con eficacia.
Suspirando, empecé a arrastrar las piezas que acababa de terminar, odiando
que mi espacio fuera tan reducido. La mitad de mi almacén estaba lleno de obras
vendidas que aún no había entregado.
Mis clientes no se enteraban de nada, sobre todo porque añadía dos
semanas más a las ofertas para tener tiempo de cumplir lo prometido. Nunca lo
necesité, pero siempre tenía el temor de decepcionar a alguien.
Ya había hecho suficiente para toda una puta vida, así que si podía evitarlo
en mi trabajo, lo haría.
Me quedé mirando el trabajo de hierro terminado y sentí un pellizco en el
pecho. Vender significaba socializar, y si contrataba a alguien para que lo hiciera
por mí, perdería el atractivo de mi modelo de pequeño negocio que tanta gente
quería. Querían apoyar lo local; querían una experiencia personalizada y estaban
dispuestos a pagar más por la ventaja de decir que tenían un ‘chico’ para las
reformas de su nueva vivienda o la remodelación de su hotel.
Funcionaba a mi favor y, sin embargo, también funcionaba activamente en mi
contra. No es que no supiera socializar. Simplemente no era precisamente
encantador, como diría la gente de Macon. La delicadeza no estaba entre mis
habilidades, ni siquiera cuando intentaba ganar dinero.
Al escuchar el crujido de la grava en la entrada de mi casa, giré la cabeza
para ver un gran Dodge negro que subía por la colina.
Gavin.
Era mi mejor amigo y mi mayor tocapelotas. Me mantenía a raya y, aunque se
lo agradecía, estaba de muy mal humor. Ni siquiera sabía por qué, no podía
precisarlo exactamente... De vez en cuando, sentía como si una sombra se
cerniera sobre mí. Y si bien podía investigar por qué existía esa sombra, había
estado negando la existencia de esa mierda durante años y no veía ningún
sentido en cambiar mi forma de ser ahora.
Estacionó su camioneta, mi amigo salió de ella y se acercó a mí, pasándose
las manos por el cabello pajizo. Conociéndolo, llevaba sombrero todo el día.
—¿Qué carajo es esto? —Señaló hacia las obras de arte que estaba a punto
de llevar dentro.
Me reuní con él cerca de la pieza atípica y giré la cabeza hacia la puerta de
la bahía.
—Ayúdame a moverlo.
No dudó en agarrar el borde de la pieza de hierro más grande.
—En serio, ¿desde cuándo haces mierdas como esta?
Acomodamos suavemente la enorme estructura de globos en el espacio
abierto del almacén. Se refería al hecho de que, por lo general, yo tenía contratos
para luminarias, la mayoría vendidas a grandes cadenas hoteleras o complejos
turísticos. Pero estas piezas eran enormes.
—¿Es arte de jardín? —Gavin levantó la ceja mirándome.
Me reí de él, agarrando el extremo de otra sección.
—Vete a la mierda.
—No estoy juzgando —dijo con una sonrisa de satisfacción mientras
caminaba hacia atrás a través de la abertura.
—Algunos de estos locales quieren que se monte una mierda para sus zonas
de hogueras al aire libre. También preguntan por la creación de un bar húmedo a
juego.
—¿De hierro? —Gavin acomodó el casco inferior a la esfera suavemente.
—Sí, quieren la estética rústica en todo su hotel, o en este caso, su resort.
Deslizó la palma de la mano por la superficie lisa del hierro soldado.
—¿A cuál va esto?
—Bravada. —Era un complejo de cinco estrellas que presumía de sus caras
habitaciones y de sus extensas vistas a la montaña.
—Joder, qué elegante.
Me reí, cerré las puertas y saqué a mi amigo del taller. Gavin venía de vez en
cuando, pero vivía en la ciudad, así que normalmente subía los fines de semana.
—¿Qué te trae a la montaña? —pregunté, empujando a través de mi puerta
principal. Mis dos huskies se sobresaltaron, pero enseguida apoyaron las
mandíbulas en las patas cuando se dieron cuenta de que era Gavin.
Mi mejor amigo se acercó a mi nevera y la abrió de un tirón, tomando una
cerveza.
—¿No puedo ir a visitar a mi amigo?
Volvió a meter la mano y me dio una, luego le quitó la tapa a la suya y bebió
un largo trago.
—Es miércoles —repliqué yo, dando un sorbo a la mía.
Odiaba cuando se ponía reservado. Normalmente significaba que estaba
metiendo las narices en algo que no le incumbía.
—¿Qué dirías si te pidiera que tuvieras una cita doble conmigo? —Contuvo
su cerveza pero se acomodó contra la pared, observándome con expresión
curiosa.
Negué con la cabeza, conteniendo la ira que quería lanzar. En lugar de eso,
intenté parecer indiferente, como si no me molestara, pero, joder, él ya lo sabía.
—Yo diría que no. —Simple y llanamente.
Me volví hacia la puerta trasera y empujé a través de la mosquitera,
escuchándolo gemir detrás de mí.
—No has sido divertido desde… como nunca, hombre. No consigo
entenderte. ¿Qué carajo te ha pasado?
Nos acomodamos en lados opuestos de las tumbonas del patio. El cielo se
había vuelto de un color cobalto furioso y se levantaba un viento desagradable.
—Sabes que odio la ciudad; nunca voy.
Sacudió la cabeza.
—Sí que lo haces. Vas por comida, gasolina, libros... Sólo que te gusta
convencerte a ti mismo para que no te quedes y te sientes en la cafetería por una
vez o vayas a una de las cafeterías a por tu café en vez de tomártelo aquí.
—No le veo sentido. —De lo cual era muy consciente. ¿Por qué estábamos
hablando de esto?
Estudió la mesa que teníamos delante y levantó la vista con renovada
energía.
—De acuerdo, pero hace unos años tenías citas. Saliste conmigo, o al menos
aceptaste quedar si lo manteníamos en privado.
Sacudí la cabeza y me llevé el borde de la botella a la boca. Gavin
entrecerró los ojos mientras me estudiaba.
—Puedo localizarlo.
—¿Qué? —Me burlé, pero sentía curiosidad por saber adónde se dirigía
todo esto.
Señalándome con el dedo, se me quedó mirando, incrédulo.
—Recuerdo... que fue justo en la época en que tuviste una acosadora, y esa
chica...
—Para —espeté.
No quería recordar aquella noche. Sólo de pensarlo se me cortaba la
respiración. Sus ojos se entrecerraron.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
Nunca se lo había contado. Nunca se lo había contado a nadie, y durante
años la culpa de aquella noche me había carcomido la cordura.
—Esa chica... era joven. —Me tragué el nudo que tenía en la garganta.
Gavin debió confundir mi vacilación con otra cosa, porque la superó.
—No me digas, eso es lo que lo hizo tan divertido. —Se rió, pero no lo seguí,
así que se puso serio, esperando a que terminara.
—Sabía que le gustaba, y sabía que estaba al borde de seguirme... pero una
noche realmente me siguió hasta la biblioteca.
Gavin frunció el ceño.
—¿Y?
Me froté la cara.
—Estaba con Lydia...
La comprensión floreció en el rostro de mi amigo, sus cejas se arqueaban y
su boca se aflojaba.
—Ella te vio.
Asentí, aunque la vergüenza amenazaba con sepultarme.
—No tengo ni idea de cómo lo supo. Quiero decir, fue raro porque me di
cuenta de que el hecho de que me siguiera era bastante serio, pero la expresión
de su cara cuando me vio con Lydia… —Sacudiendo la cabeza, intenté sacarme el
recuerdo de la cabeza. Pero no cedía; estaba marcado en mi conciencia—. Ella
quedó destruida, y después de eso, nunca la volví a ver. Creo que...
Esta era la parte que nunca podría decir en voz alta, uno de mis miedos más
profundos.
—¿Qué crees? —preguntó Gavin.
Suspirando, di otro sorbo a mi cerveza antes de explicarme.
—Es que... a veces me pregunto si se hizo daño por mi culpa. Quiero decir,
simplemente desapareció. Incluso empecé a dar vueltas por el pueblo más a
menudo, sólo para ver si la veía, pero nunca la he visto. No podría vivir conmigo
mismo si lo hubiera hecho, ¿me entiendes?
La cara de Gavin se contrajo y agachó la cabeza. Sabía de qué estaba
hablando. Sabía por qué mis miedos me controlaban.
Lo entendía, porque no era la primera vez que alguien salía herido por mis
acciones.
—Davis, hombre... No puedes vivir tu vida así. Necesitas un cierre.
Sabía que sí. Lo había considerado, pero no tenía ni idea de cómo se llamaba
ni de dónde vivía.
Sabía que había trabajado en la cafetería de alguna manera, pero siempre
tenían niños que entraban y salían de allí durante las diferentes temporadas, y no
fue el tiempo suficiente para comprender realmente lo que había hecho allí. Por
lo demás, no había nada. No tenía ni idea de quién era.
—Es raro que ella supiera que estarías allí. Quiero decir, incluso si ella te
hubiera seguido, ¿no habías estado en la biblioteca por un tiempo ese día?
—Sí, lo había hecho. Lydia se reunió conmigo después de haber instalado
algunos artefactos de iluminación. Llevaba allí desde el cierre. Llegó sobre las
ocho y media, cenamos, luego la chica apareció en algún lugar después de que
Lydia y yo empezáramos… —Volví a dudar, incapaz de formar las palabras.
—¿A follar?
Asentí.
Mi mejor amigo sacudió la cabeza y se bebió el resto de la cerveza.
—Qué raro.
—Sí… —Pero mi mente seguía pensando en esa noche. Cómo me seguía
costando intimar con mujeres todos estos años después, porque era su cara la que
veía. Grandes ojos azules, cabello corto y negro, granos rojos en la cara y metal
que se extendía por sus dientes. Era la primera vez que la miraba de verdad, y
esa imagen se me quedó grabada para siempre.
Penitencia.
—¿Y si preguntas en la cafetería? Seguro que hay alguien que lo sepa.
Levanté la vista ante la sugerencia de mi amigo, y había un estruendo en el
cielo sobre nosotros. La verdad es que no se me había ocurrido hacerlo porque
requería socializar, pero dado que ahora conocía a los dueños, no estaría tan mal.
—No es mala idea. No sé por qué no lo había considerado antes —murmuré,
aunque lo sabía. El enamoramiento de esa chica era algo vergonzoso en mi
cabeza. Sentía que había hecho algo malo, aunque nunca la había animado. No
tenía ganas de contárselo nunca a nadie.
Pero...
Acabaría con esa sensación persistente en el fondo de mi mente de que
había arruinado la vida de otra persona.
—Ya que estás preguntando, ¿podrías acompañarnos a Tiffany y a mí a una
cita? —preguntó esperanzado.
Me reí y negué con la cabeza.
—Ya veremos. No puedo prometer nada, pero si no es en un sitio concurrido,
quizá pueda hacerlo.
—¡Siiiiii! —Echó el codo hacia atrás en un gesto de excitación—. Sabía que
podría convencerte.
—Ajá —dije. Mi amigo era un idiota, pero me estaba ayudando, y después de
los últimos cuatro años, estaba dispuesto a dejar atrás esta carga de una vez por
todas.
4

Rae
Frotó con una servilleta el desastre que había hecho, riendo para sí misma.
—Sólo estoy celosa porque los dos estamos solteros y vamos a tener que
tirar de la piscina de citas muy poco profunda de Mount Macon.
Gimiendo, apoyé la cabeza en la mesa.
—No me lo recuerdes.
Tal vez ella tenía un punto acerca de no ser reconocida, y no era como si
alguna vez realmente me vio de todos modos. Con todas mis payasadas, nunca
me reconocía.
Nora jugueteó con el mantel y me dijo suavemente:
—Si quieres, puedo preguntar a mis padres si sigue por aquí, para
asegurarme.
Le hice un gesto con la mano.
—No, está bien... prefiero no saberlo.
—Genial, entonces no le demos más vueltas, y aunque siga viviendo aquí, no
es como si tuvieras que verlo.
—Sí, tienes razón. —Ambas nos pusimos de pie.
—Te vas a estropear los rizos si no vas a casa y te quitas eso. —Señalé la
toalla que envolvía su cabeza.
—Dios mío, me olvidé por completo de ponerme el producto. —Pasó
corriendo a mi lado y me reí cuando salió volando por la puerta, cerrándola de un
portazo.
Me acerqué y la abrí, llamándola.
—Te he echado de menos, Nora-Bora.
Sujetándose la toalla, se dio media vuelta y gritó:
—¡Yo también te he echado de menos, Rae Bae!
Aseguré el cerrojo y me dejé caer contra el marco, permitiendo que mi
frente besara la madera. Habían cambiado tantas cosas en las dos últimas
semanas. Después de dar el preaviso en mi trabajo, avisé al casero y empaqueté
todas mis cosas. No necesitaba ninguno de los muebles que había rebuscado, así
que le pregunté a Darrow si los quería. Resulta que tenía una hermana que sí los
quería, así que había sacado todas las cosas grandes. Metí mis pertenencias en la
maleta, tomé un vuelo y salí de Nueva York.
Avancé lentamente por el pasillo, abracé el silencio de la casa y dejé que
acunara mi tierno corazón. Este lugar guardaba tantos recuerdos. Todo parecía
igual, pero diferente. El salón tenía una alfombra nueva y los electrodomésticos
de la cocina se habían renovado, pero todo lo demás era igual. Revisé cada marco
de fotos y me aseguré de que mis padres no hubieran colado ninguna foto de mi
adolescencia. Seguían siendo completamente ajenos al hecho de que yo había
hecho todas esas fotos antes de marcharme y las había escondido. Sonreí
satisfecho mientras daba los dos pasos hacia la estrecha escalera que conducía al
piso superior, donde estaban el dormitorio de mis padres y el baño principal. El
estrecho pasillo que tenía delante conducía a un baño de invitados, al despacho
de mi madre y a la última puerta de la izquierda, mi antiguo dormitorio.
Al abrir la puerta, aspiré un ligero olor a polvo y una ráfaga de algo floral. Al
mirar mi pequeño escritorio, vi un pequeño ambientador apoyado, lo que
explicaba el fresco aroma. Entré, la alfombra seguía siendo suave bajo mis pies,
las paredes seguían llenas de pósters, premios, dibujos y fotos de diferentes
personas y periodos de mi vida. Mi cama de matrimonio estaba hecha con mantas
recién lavadas y una pequeña almohada en el centro que decía “Bienvenida a
casa.” De repente, las lágrimas se me atascaron en la garganta cuando la pesada
carga de vivir sola empezó a pesarme.
Sabía por qué me había ido, pero mis padres no. Ni una sola vez había
pronunciado una palabra sobre aquella noche, ni sobre los años que la habían
precedido. Tenía la sensación de que a Carl tampoco se le había escapado, de lo
contrario mi madre me habría llamado, o al menos habría tomado un vuelo y
exigido que volviera a casa. En retrospectiva, irme fue una decisión precipitada.
Una que había sufrido durante los últimos cuatro años de mi vida.
Apartando las lágrimas, eché la cabeza hacia atrás y me dejé caer en la
cama.
La paz era como el hormigón, que rellenaba todas las fisuras y grietas que
ahora dibujaban mi vida. Me invadió la calma al reconocer que había hecho lo
correcto al volver, aunque la humillación me quemara el pecho como un soldador.
—Pudieron dejarlo por fin. —Me estrujó un poco el corazón que nunca lo
hubiera mencionado en ninguna de nuestras muchas conversaciones telefónicas,
pero así era mi madre... nunca pensaba hablar de los pequeños cambios en su
vida, sólo de las cosas importantes.
Mamá sonrió, arrugando la nariz.
—Me llevó un tiempo, pero ahora no soporto su sabor.
—Bueno, si te parece bien, voy a ponerme al día con Nora y a echar un
vistazo por el pueblo. —Cerré la nevera y abandoné la idea del café.
—Por supuesto, cariño. Si te entra hambre, ven a vernos a la cafetería, —Mi
madre se acercó, me besó la mejilla y se dirigió hacia la puerta.
—Guarda algo de tiempo en tu agenda de mañana para que pueda
comprobar el aceite de ese auto que aún está al lado del garaje —dijo mi padre,
siguiendo a mamá.
—¿Guardaron mi auto? —pregunté, esperanzada.
Los dos me miraron como si me hubiera vuelto loca.
—Por supuesto que sí.
Porque me querían. Debería haber vuelto hace meses.
Iba a hacer que esto funcionara.

***
Edificios de ladrillo rojo se alineaban en la calle mientras caminábamos por
la avenida principal de Macon. Las cestas de flores colgantes, que deberían estar
repletas de color, seguían llenas de la vegetación muerta del año anterior. La
calle seguía siendo atractiva, con la enorme montaña como telón de fondo de la
pequeña ciudad, pero no solían escatimarse gastos en mantener la belleza de
Macon, especialmente durante la temporada turística.
—Es tan raro estar de vuelta —le dije a mi mejor amiga mientras
caminábamos hombro con hombro.
Nora soltó un suspiro, dando un largo sorbo a su café helado.
—Pero me siento bien, como si una pieza de mi rompecabezas encajara en
su sitio.
La miré y sonreí.
—¿Tu rompecabezas?
—Sí... como el rompecabezas de mi vida. Ya sabes —movió la mano libre en
el aire—, la vida es como un puzzle.
Sorbiendo de mi propio café, añadí:
—Sí, uno sin la caja, así que no tienes ninguna indicación de cómo se supone
que debe ser la imagen. —Miré hacia delante, reconociendo algunas caras aquí y
allá, pero me sentí aliviada cuando no parecieron darse cuenta ni reconocerme.
—¿Y si mi rompecabezas no tiene una pieza angular, y toda la integridad de
mi vida está jodida?
Me reí, casi escupiendo mi café.
—No creo que funcione así.
—Con mi suerte, así es exactamente como funciona todo esto.
Nos aventuramos más cerca del borde de Main Street, pasando por alto la
librería y la peluquería. Algunas tiendas tenían carteles de —se vende— en sus
escaparates, y otras simplemente tenían un montón de finas tablas cubriendo el
escaparate. Se me encogió el corazón, porque hace cuatro años estos negocios
prosperaron.
—¿Quizá las piezas que necesitamos pertenecen a la gente con la que vamos
a acabar?
Finalmente, nos detuvimos frente al escaparate de una tienda que presumía
de todo lo relacionado con Mount Macon, incluida mermelada casera y miel de
origen local.
—¿Tus padres siguen diciendo que la mermelada de bayas se hace aquí? —
bromeé, sorbiendo mi café hasta que sonó con un molesto sonido de vacío.
Nora soltó un fuerte suspiro y se giró conmigo para mirar hacia el
escaparate. —En primer lugar, creo que puedes estar en lo cierto sobre nuestros
guardianes de piezas de rompecabezas.
—¿Así es como los llamamos? —Giré la cabeza y enarqué una ceja.
Nora seguía mirando hacia delante, hacia la tienda.
—Sí. Además, si le dices a alguien que la mermelada es del valle y no de esa
montaña —señaló hacia el pico nevado con el dedo—, mi madre acabará contigo.
—¡He guardado el secreto todo este tiempo! —protesté, nos reímos y
seguimos caminando.
Al cruzar la calle, nos paramos frente a la cafetería de mis padres. Al igual
que todas las tiendas, era todo ventanas de cristal con letreros en cursiva, dando
la bienvenida a los clientes a —Millie & Mac's Restaurant— La mayoría de la gente
de por aquí sabía que la parte del nombre que correspondía a Mac era sólo por
aparentar -simplemente sonaba decente junto al nombre de mi madre-, pero a mi
padre le gustaban los cotilleos que suscitaba de vez en cuando cuando llegaban
los recién llegados a la ciudad. Mirando por los amplios cristales, se podían
distinguir las cabinas de cuero azul desteñido y el largo mostrador que se
extendía a lo largo de la pared del fondo. Dos puertas batientes a la derecha
daban a la cocina, donde estaban mis padres. Mientras miraba a la gente tomar
café y comer tarta, exhalé el mismo suspiro que Nora había soltado antes.
—Este fin de semana empiezo con el reparto.
—¡Cállate! —Nora se rió, empujándome el hombro.
—¡Hablo en serio!
—No pensé que lo harías de verdad. —Se rió contra su mano, agarrándose el
estómago.
Le di un golpe en la cadera.
—Es culpa tuya...
Jadeó, enderezándose.
—De nada. No habrías durado mucho más en ese apartamento tan pequeño.
Necesitabas una razón para venir.
No se equivocaba, pero yo seguía nerviosa por la entrega en la montaña; no
es que él estuviera allí arriba... ni es probable que utilizara algo como un servicio
de entrega, pero aun así. Mis nervios se crispaban como los extremos de una
cuerda.
Nos quedamos en silencio, observando el bullicio de la gente en el interior
del restaurante.
—Tal vez debería empezar a conducir Uber hasta que mi negocio de diseño
repunte —zumbó Nora, claramente reflexionando sobre su futuro.
Le di un codazo.
—No tendrás tiempo para vender esa infame “mermelada local”.
Me dio un codazo mucho más fuerte que yo a ella.
—¡Ay!
—Bueno, tú lo hiciste primero.
Nos miramos durante un segundo antes de que las puertas de la cafetería se
abrieran, dejando salir un glorioso aroma.
—¿Cuándo vuelve a empezar el servicio de reparto? —preguntó Nora,
levantando la nariz como un cachorro que huele un filete.
—Este fin de semana, pero creo que debería hacer una prueba, como ahora
mismo.
Nora seguía mirando la fachada de la tienda, así que volví a darle un codazo.
—¡Oye!
—Haz un pedido y te lo entregaré, y podremos comernos nuestro peso en
tarta de arándanos.
Se frotó la llaga del brazo.
—¿No puedes conseguirlo gratis?
—¿Puedes conseguirme mermelada local gratis?
Ella se desinfló, tirando de su móvil libre.
—Touché.
Se llevó el teléfono a la oreja y esperó a que se conectara para volver a
mirarme.
—Me alegro de que hayamos vuelto. Esto de vivir en la misma ciudad va a
ser increíble.
Sorbí el agua derretida del café en mi taza y le sonreí, pero entonces el
sonido de una motocicleta resonó en algún lugar unas calles más allá, y fue como
si una oscura nube de truenos se cerniera sobre mí.
Me recorrieron escalofríos por los brazos cuando el sonido reverberó por el
pasillo, y me quedé allí, mirando por encima del hombro, aterrorizada de que la
única razón por la que me mantenía alejada de esta ciudad estuviera a punto de
pasar a toda velocidad junto a mí.
En cuestión de segundos, y en un destello de cromo, me di cuenta de que no
importaba que no fuera él. Su recuerdo seguiría persiguiéndome mientras viviera
en esta ciudad, lo que significaba que no podía quedarme aquí.
Esto tenía que ser temporal.
5

Rae
Había un zumbido bajo que salía del pequeño altavoz de la esquina de la
cocina. Cuando era pequeña, solía ser un enorme radiocasete al que mi padre le
ponía un millón de pilas para poder llevárselo a la calle. Ponía la emisora de rock
clásico, y siempre se escuchaba un zumbido bajo en nuestra casa, sofocando
cualquier silencio que se atreviera a colarse en nuestro tranquilo hogar. Ahora
tenía los altavoces por todas partes, y era raro acostumbrarse.
—Cariño, ¿has horneado el ruibarbo con cerezas? —Mi madre arqueó el
cuello, dirigiendo su pregunta a mi padre.
Papá era el panadero de la familia. Mi madre era una cocinera decente, una
anfitriona estupenda y una excelente gestora de negocios, pero la repostería era
cosa de mi padre.
Se aclaró la garganta y asintió.
—Sí, está listo para la entrega.
Limpiándome las migas de las manos, me aclaré la garganta y pregunté—:
¿Un pedido a domicilio?
Era jueves por la noche y, aunque había planeado ayudar para el fin de
semana, pensé que no estaría de más empezar antes, sobre todo teniendo en
cuenta que no tenía literalmente nada que hacer. Había completado un puzzle con
mi madre y estaba sentada en el garaje, escuchando a mi padre hablar del barco
que seguía restaurando. Llevaba años trabajando en él, pero estaba segura de
que éste sería el año en que lo terminaría. Intenté sentarme en el porche trasero
con mi portátil para cumplir la fantasía que había tenido en Nueva York, pero me
quedé allí sentada mirando la pantalla. Tenía que salir a la comunidad y hablar
con las empresas en dificultades. Tenía que averiguar quién necesitaba ayuda en
marketing y dónde estaban los mayores puntos débiles.
—Sí, éste forma parte de los pocos pedidos que había programados para
este fin de semana, pero en realidad estaba pensando en que recogieran éste... —
Los ojos de mi madre se entrecerraron en el pollo que tenía delante.
Mi padre frunció las cejas como si estuviera considerando algún tipo de
problema.
—Eh —les hice un gesto con las manos—, estoy aquí, no hace falta que lo
recojan. ¿Recuerdas que esta fue la razón por la que vine a casa?
—Oh cariño, no pasa nada, este pedido en concreto es delicado, y puede
que sea mejor que lo recoja él en la cafetería.
¿Delicado? ¿Qué diablos significaba eso?
—¿Para quién es? —Me levanté, me moví por la cocina y abrí de un tirón la
nevera.
Nadie contestó.
Abandonando mi búsqueda de comida, me di la vuelta. Mis padres se
comunicaban entre sí en silencio, usando los ojos.
—En serio, ¿qué está pasando?
—Nada, cariño. Thomas es precavido sobre quién sabe de él, e intentamos
ser respetuosos con sus deseos.
Me sobresalté al escuchar el nombre.
—¿Thomas, el tipo del que siempre hablas?
Me imaginé al viejo y extraño recluso al que debían de referirse, recordando
todas las historias que mis padres habían compartido sobre este hombre que se
había hecho cercano a ellos en los últimos años.
—Puedo conocerlo; quiero decir, no me importa ni nada.
De repente, las cejas de mi padre chocan con su nacimiento del cabello.
—La verdad es que es una idea estupenda. —Mi madre lo miró largamente
antes de volver la vista al pollo que tenía delante.
—Vendrá... sé que vendrá. —Mi padre suavizó el tono y recuperó su asiento.
Mi madre negó con la cabeza, manteniéndose reservada.
Me sentí incómoda, como si estuviera entrometiéndome en un momento
privado, y luego se me estremecieron las tripas ante la idea de que tal vez no se
sintieran cómodos conmigo aquí.
—Mamá, si no estás segura de que me conozca, entonces no tengo que...
—No, cariño —interrumpió ella, sacudiendo la cabeza—, no eres tú. Creo
que sería maravilloso para ti conocerlo por fin. Sé que nos has escuchado hablar
de él bastante a lo largo de los años.
—¿Si estás segura? —Tomé una lata de Sprite antes de escabullirme en una
silla.
—Claro que lo estoy. Lo invitaremos a cenar mañana por la noche.
—Es poco tiempo, ¿no? —pregunté, calibrando las reacciones de mis padres.
La mayoría de la gente no sería capaz de dejarlo todo y asistir a una cena
improvisada.
Mi madre sólo me hizo un gesto.
—Oh, no, no suele estar ocupado.
Lo dejé pasar, todavía un poco extrañada por lo reservados que estaban mis
padres con respecto a su amigo.
A lo largo de los años, había habido un sinfín de referencias casuales a aquel
hombre, pero yo seguía sin tener ni idea de cómo era, de si era mayor que mis
padres o de cuál era su historia. Pero si era tan importante para mi familia, sería
buena idea conocerlo.
Decidí dejarlo y marcharme a la cama. Mañana al menos estaría un día más
cerca de ser útil con las entregas: empecé el sábado por la mañana y tenía ocho
clientes, lo que significaba que estaría ocupada todo el día.
Sonriendo, avancé por el pasillo y pensé en la última vez que me había
sentido tan feliz. Había pasado demasiado tiempo para recordarlo.
***
—¿Crees que a tus padres les importará si me cuelo en la cena? Tu madre
hace la mejor carne asada. —Nora caminaba a mi lado mientras comprábamos
perezosamente la cena de mi madre.
Thomas había dicho que no, al parecer, pero entonces mi padre lo llamó y
mantuvieron una conversación privada en el garaje, tras la cual, el recluso había
accedido a presentarse a las siete. La verdad es que el hombre parecía un poco
gruñón, y yo tenía miedo de conocerlo.
—Lamentablemente no, porque este tal Thomas es tan esquivo cuando se
trata de gente que apenas aceptó venir, pero te guardaré algo.
Mi mejor amiga dejó escapar un suspiro.
—Mejor que nada, pero asegúrate de que tu madre no abra las ventanas. Te
juro que si huelo ese asado, me muero.
Dejando escapar una pequeña carcajada, seguí caminando por el pasillo. Mi
madre me había dado una lista, la mayor parte de la cual ya había conseguido,
salvo algunas cosas.
—¿Quieres venir conmigo a repartir pedidos mañana? —pregunté,
agarrando una lata de judías verdes.
—Sabes que tu madre quiere judías verdes frescas, no de lata —me advirtió
Nora, señalándome con el dedo mientras me agachaba para buscar la lata.
—Pshh, esto es para mí.
—Dios mío, no sigues comiendo judías verdes con queso fundido,
directamente de la sartén, ¿verdad?
Ligeramente sonrojada, la ignoré acertadamente.
—Ewwww, eres un bicho raro.
—No lo soy —me defendí con seriedad—. Pero cuando tienes que vivir de la
comida, aprendes a bajar el listón. No me dejes acercarme al pasillo del ramen.
Soltó una risita y un suspiro mientras seguíamos avanzando.
—No puedo ir contigo mañana. Tengo que ayudar a mis padres, pero
quedemos mañana por la noche. Quiero conocer la vida nocturna de este lugar.
Ambas esperamos un momento antes de estallar en carcajadas, porque esto
era Macon; no había vida nocturna, y menos ahora que habían cerrado un montón
de negocios.
—He escuchado que hubo una especie de hoguera y que hubo alcohol de
por medio —dijo Nora, seria.
—Oooh, pervertido. —Moví las cejas y tomé una botella de Coca-Cola light.
Nora también tomó una.
—Mejor que nada.
Por desgracia, mi mejor amiga no se equivocaba.
***
La casa olía divinamente, y abrí la ventana más cercana a la calle sólo para
cabrear a Nora, sabiendo que estaría fuera en algún momento. Me pegaría por
ello más tarde, pero valdría la pena.
—Rae, cariño, ¿está la mesa lista? —preguntó mi madre, limpiándose las
manos en el delantal.
Asentí con la cabeza y tomé una zanahoria que aún no estaba cocida.
—Bien, debería estar aquí pronto. Escucha... deberías saber que Thomas es
diferente. No es muy sociable y puede parecer grosero, pero en realidad, sólo
está nervioso.
Le di unas palmaditas en la mano a mi madre y sonreí.
—Sí, más o menos lo entendí cuando casi les da un aneurisma con la mera
idea de invitarlo a cenar.
Mi madre se sonrojó y agachó la cabeza.
—Bueno, no te desanimes por él. En realidad hemos querido que ustedes
dos se conozcan desde hace un tiempo.
Eso me desconcertó. Por su reacción, no parecía que quisiera que lo
conociera. ¿Y por qué iban a querer que lo hiciera? A menos que fuera de mi
edad... y no un viejo… El pánico se apoderó de mi pecho y me sentí un poco
débil.
—Mamá... él no es...
—Oh, está aquí. —Mi madre pasó a mi lado, mirando hacia fuera. Había una
camioneta plateada parado contra el bordillo. Parecía alta, probablemente
demasiado alta para que lo condujera un señor mayor. No intentaría emparejarme
con alguien, ¿verdad?
De repente, odié no haber presionado para que invitaran a Nora.
Respirando un poco más fuerte de lo necesario, miré lo que llevaba puesto.
Una camiseta de Star Wars con manchas de lejía y unos leggings con chocolate
derretido de cuando me quedé dormida en el patio. No lo haría... no sin decirme
que me limpiara, ¿verdad?
Oí voces, y todo se unió.
El que debería haber sido viejo sonaba joven y grave.
Mi madre estaba totalmente tratando de arreglarme una cita con Thomas, y
yo estaba totalmente dándole mierda por esto más tarde. Porque al menos
advertir a una chica. No tenía maquillaje. Al menos tenía el cabello liso y bien
recogido en una coleta, pero el resto...
¡El resto!
—Pasa, la mesa está puesta —animó mi madre.
Me agarré al mostrador e intenté esperar a que se produjera el inminente
choque de trenes. Mi padre entró primero, seguido de mi madre, y luego asomó
una cabeza mucho más alta que la de ellos, llena de cabello oscuro. Y entonces
levantó la vista, un familiar par de ojos azul marino se posaron en mí, haciéndome
retroceder cuatro años a una noche que había cambiado mi vida. Esperé a que su
expresión se quebrara, mostrando reconocimiento, pero sus ojos se desviaron
rápidamente.
Este no era Thomas. A menos que... ¿había alucinado? Mi padre dijo algo,
pero no pude procesarlo. Me di cuenta demasiado tarde de que no había estado
respirando.
Mi madre me tocó el codo, pero lo único que pude ver fueron aquellos ojos
azul marino.
No quiero estar aquí.
Todo en mí gritaba que huyera. El corazón me latía tan fuerte en el pecho
que creí que iba a vomitar.
—¿Rae? —preguntó mi padre.
De repente sus palabras me golpearon, y respiré hondo.
—Lo siento, es que hace calor aquí.
—Dios mío, déjame abrir una ventana —se quejó mamá, dirigiéndose a la
ventana mientras mi padre permanecía cerca del hombre al que esperaba evitar
el resto de mi vida.
Esperando a que mi madre volviera a mirarme, susurré—: Lo siento, quizá
debería irme...
Mi madre me acercó a la mesa.
—Oh, estás bien, sólo necesitas un poco de comida.
Después de que me obligaran físicamente a sentarme, de repente me
encontré cara a cara con Davis, que parecía tan incómodo como yo.
—Ahora, a comer. —Mi madre se sentó con un fuerte suspiro, y mi padre la
siguió, después de tomar la jarra de zumo que yo había preparado.
—Lo siento, con el caos nos hemos saltado las presentaciones —dijo mi
madre sonriendo, obligando a que la conversación volviera a girar en torno a los
dos veinteañeros de la mesa.
—Thomas, ¿verdad? —pregunté con un poco de mordiente, porque por lo
que yo sabía había engañado a mis padres para que lo amaran.
Era un mentiroso.
Sus cejas oscuras se fruncieron mientras una llamarada de rojo asomaba a
sus orejas.
—Eh... no, eso está reservado para Millie y Roger. Es Davis para todos los
demás.
Joder.
Simplemente lo dijo, lanzó su nombre como si nada. ¿Se acordaba de mí? ¿Se
daba cuenta de quién estaba sentada frente a él? Me quedé callada, me costaba
asimilar la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
Durante años había deseado desesperadamente que Davis estuviera aquí,
en mi casa, conociendo a mis padres. Pero ahora, sólo lo quería fuera de mi vista.
No quería estar en el mismo hemisferio que él, y mucho menos en la misma
habitación.
—Cariño… —Mi madre se aclaró la garganta, haciendo que mi mirada se
encontrara con la suya—. ¿No vas a presentarte?
¿Qué teníamos, cinco años?
—Raelyn. La gente me llama Rae.
Fue grosero, lo sabía. Ellos lo sabían. Davis probablemente lo sabía. Mi tono
explicaba exactamente lo que sentía al presentarme ante él.
El silencio se expandió en la sala, cerniéndose sobre nosotros como una
nube húmeda, así que decidí hacer la única pregunta que me venía a la cabeza.
—¿Por qué te llaman Thomas si ese no es tu nombre?
Davis no dijo nada, y el momento se alargó torpemente hasta que finalmente
dejó el tenedor y se aclaró la garganta.
—Es mi nombre legal. Tus padres se enteraron de… —Dudó, mirando su
plato durante un segundo demasiado largo para que fuera casual—. Eh... mi
educación, y bueno, es una larga historia, pero decidieron llamarme así en lugar
de como me llamaba todo el mundo. Saben que me llamo Davis, pero para ellos
es especial llamarme por el nombre que me dieron, así que me llaman Thomas.
Sintiendo cómo se me calentaba la cara por su atención directa, dejé caer la
barbilla sobre el pecho.
¿Por qué parecía que le dolía cada palabra cuando hablaba de su nombre y
de sus padres?
¿Por qué me importa?
—Thomas, terminé ese libro. —Mi madre retomó la conversación,
alegremente.
La risita baja que oí al otro lado de la mesa hizo que mi reticente mirada se
desplazara hacia arriba. El sonido era profundo y gutural, como la luz del sol que
se encuentra entre un trozo de roca, en algún lugar de la caverna más oscura.
Pero su risa no era nada comparada con la sonrisa que se extendía a lo largo
de su rostro y el hoyuelo que asomaba en un lado de su mejilla. Me dio un vuelco
el estómago, seguido inmediatamente de un miedo atroz.
Durante todos los años que pasé siguiéndole la pista, tan a menudo como
pude, nunca había sonreído. Siempre había fruncido el ceño a lo largo de la
devastadora línea de su mandíbula, una nube oscura que se cernía sobre su
cabeza. La felicidad no era una emoción con la que pareciera estar familiarizado,
y sin embargo, verla en él… Podría arruinarme.
Otra vez.
—Estás mintiendo. —Le espetó Davis a mi madre de buen humor, aún con
aquella sonrisa intacta. Las carcajadas de mis padres resonaron cuando todos se
unieron en una broma interna.
—La incité a terminarlo —añadió mi padre alrededor de un bocado de
comida—. Cada noche que trabajaba en un rompecabezas en vez de leer, le decía
algo.
Los tres se reían y yo me sentí como una extraña.
Manteniendo los ojos en mi plato, sentí que el murmullo de la conversación
cambiaba y, de repente, Davis se aclaraba la garganta.
—Así que, Rae, ¿acabas de volver de Nueva York?
Levanté la cabeza mientras mis pensamientos estrangulaban cualquier
respuesta que pudiera dar. En lugar de eso, me quedé mirando.
Su rostro se sonrojó lo más mínimo, su boca trabajó -seguramente para
terminar el bocado de comida- y luego se aclaró la garganta.
—Creciste por aquí, ¿verdad? —sus ojos de mar imploraban una respuesta
de mi parte, pero permanecí congelada, insegura de qué decir y poco dispuesta
a participar en el juego que fuera. Tenía que acordarse de mí, ¿cómo no iba a
hacerlo?
—Lo hizo —respondió mi padre en mi nombre, llenando el silencio.
La mirada de Davis pasó de mí a mi padre, y fue entonces cuando me di
cuenta de que estaba avergonzando a mis padres. La vergüenza revoloteó junto a
mi pulso mientras intentaba recuperarme.
—Sí, lo siento. Lo siento.
Allí. Corto, honesta y al grano.
Volvió a mirarme mientras comía su puré de patatas.
—Bueno, sólo tenía curiosidad... porque había un...
Mi rodilla saltó bajo la mesa. Fue completamente inconsciente, pero la mesa
se sacudió y mamá se levantó de un salto.
—Rae —gimoteó acusadora mientras se limpiaba el jugo rojo de la camisa.
—Mamá, mierda, lo siento mucho. —Me volví hacia ella, saltando para
ayudarla, y mi precipitado movimiento volcó también mi vaso.
Davis se lanzó hacia delante para atraparlo, mientras yo me giraba e
intentaba hacer lo mismo. Nuestras cabezas chasquearon y, de repente, me
entraron ganas de llorar, y no por el dolor que me irradiaba por la sien. Prefería
las cucarachas a este cráter en el pecho que se expandía cada vez que hacía algo
que avergonzaba a mi familia.
—¡Ay! —Me froté la frente con un trapo para limpiar el exceso de líquido.
—Mierda, lo siento —gruñó Davis, frotándose la frente.
Mi yo normal le habría asegurado que no era culpa suya, que todo era culpa
mía, porque lo era, pero mi yo dolido y enfadado se limitó a darle la espalda y
dejarlo allí sentado, sufriendo.
—Toma, mamá... buscaré unas toallas. —Corrí hacia el fregadero, tomé unas
cuantas del cajón y volví a la mesa, limpiando mientras mi padre decía algo que
hizo reír a Davis. No me extrañó que Davis siguiera dirigiendo una mirada en mi
dirección cada pocos segundos.
Acunando el mantel y las toallas mojadas, me levanté y me dirigí a la mesa.
—Voy a echarlas a lavar.
Corrí hacia el salón, atajé por el pasillo y prácticamente me lancé a la
lavandería. Tiré la ropa empapada que llevaba en los brazos encima de la
secadora y me apoyé en la repisa de la lavadora.
Si hubiera hecho partícipes a mis padres de lo que había ocurrido hacía
tantos años, nunca habrían aceptado hacerse amigos de aquel hombre. Ahora era
demasiado tarde, y lo querían más que a mí.
—Qué estupidez —murmuré en voz alta, empujando para abrir la tapa de la
máquina y deslizando mi carga en el interior.
—¿Qué ha sido eso?
Davis había caminado detrás de mí, sosteniendo el centro de su camisa
empapada lejos de su pecho. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había
manchado de jugo.
—Nada, lo siento… —Bajé la mirada a mis pies, odiando esta sensación que
me punzaba en las entrañas. Era una hinchazón de mi orgullo, un encogimiento de
mí misma y un montón de dolor que no había sido tratado. Hacía tres años que
había recurrido a los orientadores del colegio para tratar de superar esos
sentimientos, y ahora me daba cuenta de lo tonta que había sido al suponer que
ya estaba curada.
Davis me rodeó, sacando mis pensamientos del pasado, y fue entonces
cuando me di cuenta de que me había perdido una novedad bastante importante.
Su camisa había desaparecido. Inspiré en silencio y rápidamente aparté la
mirada. Nunca lo había visto sin camiseta; incluso aquella noche que estuvo con
aquella mujer en la biblioteca, había estado completamente vestido. Me permití
una mirada, desviando los ojos a un lado, para que no se diera cuenta de que lo
estaba espiando. Pero, ¡mierda! Estaba cortado como la piedra y moldeado en
una obra maestra digna de una revista.
—¿Tu padre dijo que podía tomar prestada una de sus camisas blancas, dijo
que estaban dobladas en el mostrador de aquí?
Tratando de no tragar saliva torpemente, o temblar-señalé hacia la pila que
había terminado más temprano ese día.
—Justo ahí.
Mis ojos volvieron a mis pies, que necesitaban empezar a salir de la
habitación y alejarse de él.
—No te caigo muy bien —dijo, con naturalidad.
Encogiéndome de hombros, me di la vuelta y tomé el jabón, llené la
lavadora y la puse en marcha sin ofrecerme a añadir su camisa mancillada.
—No tengo ninguna razón para que no me gustes. —La primera mentira de
la noche—. Simplemente no estaba preparada para conocerte. Mis padres han
hablado bastante de ti a lo largo de los años, y no tenía ni idea de que tuvieras ni
remotamente mi edad. —O te llamaras Davis Brenton.
Negó con la cabeza, sonriendo antes de darse la vuelta y ponerse una
camisa. El hecho de que esta noche pensara en él sin camiseta en mi casa me
hacía odiarlo un poco más, si es que eso era posible.
—Así que el hecho de que me acercara a tu edad te puso nerviosa, ¿es lo
que estás diciendo?
Podía decir sin siquiera mirarle a la cara que tendría una ceja oscura
levantada en un intento de ser gracioso, o coqueto... cualquiera de las dos cosas
era inaceptable.
—Estoy diciendo… —Inspiré profundamente y levanté la vista—. Que acabo
de mudarme y estoy cansada... y lo último que quería era conocer a un recluso
que parece que sólo puede hacer amistad con gente lo bastante mayor como para
ser sus padres. Es obvio que no tienes mucha vida, pero ahora que estoy en casa,
ya no la tendrás toda para ti. Lo siento, pero se acabó el ticket de comida.
Se me aceleró el corazón al pronunciar cada palabra venenosa, odiando ver
cómo su expresión juguetona se volvía dura y resentida.
Me tranquilicé y me dispuse a salir cuando sentí un tirón en el codo y, de
repente, la palma de su mano estaba contra la puerta, encerrándonos con la
espalda apoyada en la superficie.
—Vamos a cortar la mierda. Fui amable por el bien de tus padres, pero
obviamente fue un desperdicio. No sé cuál es tu problema, pero no me conoces —
me espetó, con una palma de la mano por encima de mi cabeza y la cara cerca de
la mía.
Pero lo conocía, sólo que tenía una memoria de mierda, lo cual no era culpa
mía.
Sonriendo, levanté la barbilla, desafiándolo a acercarse.
—No necesito conocerte para saber que eres una sanguijuela. Estás
chupando la vida de mis padres, y ahora que he vuelto, voy a ponerle fin.
Había una tormenta en esos ojos que una vez adoré, una tempestad violenta
y turbulenta.
—Volviste de estar fuera más de cuatro años, con qué... ¿un puñado de
visitas en todo el tiempo que estuviste fuera? —Sacudiendo la cabeza, espetó—:
Di lo que mierda quieras, pero tus padres se merecen algo mejor que tener a su
mocosa mimada agraciándoles con su presencia y empezando inmediatamente a
hacer de las suyas.
La culpa me tiraba con fuerza del pecho, una cadena oxidada alrededor del
corazón, dolorida por todas las palabras que aún debía a mis padres sobre por
qué me había mantenido alejada. No tenía ni idea de por qué quería burlarme de
él convirtiéndome en esta cosa vil delante de mí, pero sus palabras golpearon
más fuerte que un bloque de cemento en la cara. Estaba demasiado aturdida para
responder, así que continuó.
—¿Crees que sabes algo de mí? No sabes nada. Yo, por otro lado, lo sé todo
sobre ti, Rae, y sé que ellos se llevaron la peor parte cuando te tuvieron a ti. He
sido bueno con ellos y seguiré siéndolo porque ambos sabemos que tu presencia
aquí es temporal. Eres una persona demasiado egoísta para quedarte.
Tiró del pomo de la puerta y me obligó a avanzar. Se movió para que no nos
tocáramos y salió al pasillo, llevándose consigo la última palabra.
6

Rae
Seis años antes

El timbre sonó, resonando por todo el restaurante, haciendo que se me


cayera la bola de masa y, por lo que tuvo que ser la millonésima vez aquel día,
corrí a la entrada para ver si había entrado.
—¡Raelyn Vernon Jackson, si se te cae esa masa una vez más! —me regañó
mi madre desde el fondo de la cocina mientras yo me movía hacia el frente,
buscando a los recién llegados y a otros clientes sentados alrededor de las
mesas, pero el mostrador, donde él solía sentarse, estaba vacío. Los sitios se
llenaban rápido.
—Disculpe. —Moví un cartel que había impreso y plastificado y lo pegué
delante del sitio donde a él le gustaba sentarse—. Este sitio está reservado.
—¿Reservado? —gimoteó Jonas Stellate, sorbiendo su café—. ¿Para quién?
Me puse más erguida.
—PARA UN VIP.
Sacudió la cabeza, murmuró algunas cosas en voz baja y se movió unos
cuantos espacios. Saqué de mi delantal el nombre que también había impreso y
plastificado y lo puse encima de la etiqueta.
Davis Brenton.
El primer borrador que había hecho tenía corazoncitos rodeando su nombre,
pero Nora me convenció de que no los mantuviera.
—Rae, trae tu trasero aquí ahora mismo —gritó mi madre desde la cocina.
Eché un último vistazo a la habitación, volví corriendo y esperé no perderlo
esta vez. Nora me dijo que había venido el viernes pasado, mientras yo estaba en
el colegio. Sólo lo sabía porque había estado enferma de estreptococos y la
tienda de su madre estaba enfrente de la cafetería de mis padres.
Trabajé la masa sin pensar, sin sentir. Sólo pensaba en sus ojos y en si
sonreiría o no al ver el cartel.
Treinta minutos más tarde, volví a salir en mi descanso, sin oír el timbre ni
alboroto alguno, y allí estaba él, hablando severamente con Carl, el jefe de turno.
Sus ojos azul marino eran asesinos mientras señalaba con un dedo el mostrador
donde yo había puesto el cartel con su nombre. Arrugué las cejas. Le había
reservado un sitio; ¿por qué no iba a alegrarse?
No pude oír lo que decían, pero al final Davis recogió el cartel que yo había
hecho y lo tiró a la basura al salir.
Sentí como si hubiera tirado mi corazón con él.
Más tarde, Carl me cogió suavemente del brazo y me acompañó a la parte
de atrás, sentado en una caja de leche.
—Ya no puedes hacer esos carteles, chiquilla.
Mi cara se sonrojó.
—Davis es un bicho raro, y no le gusta llamar la atención. Así que cosas así,
le incomodan.
Asintiendo, mantuve la mirada baja, todavía demasiado avergonzada para
mirar al amigo de mi padre a los ojos.
Le pregunté:
—¿Puede quedar esto entre nosotros?
Se levantó, dejó escapar un suspiro y me puso la mano en el hombro.
—Cariño, es cinco años mayor que tú... un flechazo es inofensivo, pero
necesito saber que entiendes que es demasiado mayor para ti. Pero sí, que quede
entre nosotros.
Sonreí, mi cara adquirió un horrible tono rosado. Me iba a morir de
vergüenza.
—Sé que...
—Eso significa que tiene veintiún años, Rae. Puede beber, y tú aún no sabes
conducir, pequeña. Deja ir el enamoramiento.
Acababa de cumplir dieciséis años... aún no tenía el carné, pero no era
demasiado descabellado imaginarme con Davis. Carl actuaba como si yo
estuviera en la escuela media o algo así.
Aplacando al hombre, al que conocía más como tío que como jefe, le hice un
gesto firme con la cabeza y me quedé fuera un rato más después de que volviera
a entrar.
Comprendía la diferencia de edad. Pero también sabía que a las almas
gemelas no les importaba una cosa como la edad. Davis era mi alma gemela. No
había nadie en este planeta que pudiera decirme lo contrario, y esperaría todo lo
que hiciera falta para que él se diera cuenta.
7

Davis
La presión bajo mi hacha se sentía bien mientras partía otro enorme tronco.
El crujido en el aire era mi única banda sonora mientras descargaba mi
agresividad por la cena de la noche anterior. Estaba enfadado, pero sobre todo
conmigo mismo, porque en los últimos años, cuando Roger y Millie me habían
hablado de su hija, había estado deseando conocerla. No lo llamaría
enamoramiento, por así decirlo, pero quería conocer a la hija de mis dos personas
favoritas.
Mierda, tal vez fue un flechazo.
En cualquier caso, la idea de querer conocerla era estúpida.
Ya entonces sabía que aquella mujer increíble, que vivía en Nueva York,
siguiendo sus pasiones y sueños, probablemente nunca volvería a establecerse
en Macon, y si lo hacía, nunca estaría interesada en conocer a alguien como yo.
No un recluso roto y antisocial que preferiría estar solo y desdichado que
rodeado de gente.
La humillación me espoleó, alineando tronco tras tronco. Cada golpe caía
más y más fuerte hasta empaparme el cabello y la camisa. Pensé en las palabras
que le había dicho a Rae y en cómo había imaginado nuestro primer encuentro
tantas veces que resultaba patético.
La primera vez que los Jackson me pidieron que fuera a cenar, estaba tan
nervioso que había rechazado a Roger. No estaba preparado para conocer a Rae,
no después de haberme imaginado cómo sería tantas malditas veces.
Pero entonces mencionó que le estaba costando adaptarse, que su estancia
en Nueva York no había sido fácil para ella. No se había explayado demasiado,
pero por su tono supe que estaba preocupado por su hija. También sabía que era
sólo cuestión de tiempo que nuestros mundos se conectaran debido a lo cerca
que me había hecho de sus padres. Así que acepté.
Incluso había comprado flores, pero las dejé en mi camioneta en el último
segundo porque no quería parecer un completa idiota. Gracias a Dios por eso.
Aun así, no estaba preparado para su ira hacia mí. Ella me detestaba, ¿y no
era eso aleccionador como el infierno?
La chica que me gustaba desde hacía años me odiaba y quería que sus
padres no tuvieran nada que ver conmigo. No sólo eso, sino que también pensaba
que yo era patético.
Me giré para recoger otro tronco y me di un golpe en la frente cuando mis
perros empezaron a ladrar. Al girarme, vi cómo Roger Jackson se dirigía hacia mí
en su camioneta, deteniéndose justo al lado de la pila de leña.
Tirando el hacha y calmando a Duke y Dove, esperé a que saliera del auto.
Roger Jackson era como un pilar humano: fuerte, estoico y siempre meditaba
a fondo sus preguntas antes de formularlas. Llevaba pantalones plisados,
mocasines y chalecos de jersey, pero no tenía un hueso crítico en su cuerpo. Daba
más de lo que tenía de su tiempo, dinero y recursos a todos los que conocía.
Siempre me sentía honrado de que condujera hasta aquí para verme, de que se
riera de mis chistes y se interesara por mi vida.
Lo mejor de todo es que mi pasado no le asustaba.
Así que la Pequeña Miss Sunshine tendría otra cosa si pensaba que podía
asustarme.
—Roger. —Le tendí la mano para que la estrechara.
—Thomas, ¿cómo estamos hoy? —Me agarró la mano y luego fue a acariciar
a mis perros—. Hola a los dos, ¿lo tienen controlado?
Me acerqué a la pila de leña y empecé a apilar los trozos frescos que había
cortado.
—Entonces… —Roger empezó, y por eso le apreciaba tanto. No perdía el
tiempo con tonterías; no eludía el tema durante media hora para llegar a
contarme algo; siempre lo decía sin rodeos. Yo sabía por qué había surgido, así
que estaba bien que pudiéramos ir al grano. Cortar el rollo y, con suerte, seguir
adelante.
—Quería ver cómo estabas después de lo de ayer... te fuiste bastante
bruscamente. —Hizo una pausa, mirando hacia la copa de los árboles que nos
rodeaban—. Y llevando mi camiseta...
—Tenía que volver.
Chasqueó la lengua, lo que hizo que mis perros levantaran la cabeza.
—No nos mentimos. Siempre has sido libre de hablar, por contundente que
sea. No empieces a ocultarme cosas ahora.
Joder. ¿Cómo hablaba de Rae con él?
Dejando escapar un suspiro, señalé hacia la casa.
—¿Quieres café?
—Siempre. —Roger me siguió, hasta que subimos los escalones del porche y
atravesamos la puerta mosquitera.
Roger conocía el camino a las tazas de café y empezó a llenar la suya. Tomé
asiento en la mesa, necesitaba descansar después de cortar casi una cuerda
entera de leña.
Una vez terminado su café, se unió a mí y esperó.
Jugueteé con el borde de una servilleta extraviada, dejando que el silencio
se prolongara, hasta que hubo pasado demasiado tiempo y se había vaciado la
mitad de la taza de Roger.
Con un gesto de fastidio, finalmente concedí.
—Ella me odia. No me lo esperaba.
Roger dio un sorbo a su café, paciente como siempre.
—Rae siempre ha tenido problemas para expresar sus sentimientos.
Me burlé, negando con la cabeza.
—Los expresó perfectamente bien.
Inclinándose hacia delante, Roger dejó su taza a un lado.
—Sus verdaderos sentimientos. Lo que te dijo anoche no era más que miedo,
quizá un poco de inseguridad. pero no te rindas con ella. Tú mejor que nadie
sabes que no debes rendirte tan fácilmente.
Por mi hermano.
Joder, el recordatorio seguía retorciéndose dentro de mi pecho como una
navaja.
No quería renunciar a Rae, pero Roger podría tener una opinión diferente si
supiera lo enamorado que estaba de su hija. Por otra parte, tal vez esos
sentimientos fueran sólo superficiales después de fantasear con esta idea durante
tanto tiempo. Quizá si llegara a conocerla, perdería el interés, y entonces su
enfado hacia mí no importaría.
—Entonces, está decidido. Harás otro pedido. y haré que Rae lo entregue.
—¿Aquí? —Mi voz era demasiado aguda, pero en mi defensa, yo no tenía
gente en mi espacio, nunca.
Roger se rió—: Sí, aquí. Tienes que volver a intentarlo, y ella se siente útil
ayudando con las entregas. Deja que recoja tu pedido que olvidaste buscar y te lo
traiga.
Sacudiendo la cabeza, miré al patio y a los corrales de los animales que
necesitaban reparaciones. Sólo algunos retoques aquí y allá, tensar las
alambradas y limpiar la paja y el estiércol.
—No querrá traerlo que va a ser para mí —murmuré más bien
patéticamente, mirando al suelo.
Me pregunté si la verdadera razón por la que Roger estaba aquí
empujándonos a los dos juntos era porque intuía que yo había albergado en
secreto un endeble flechazo. A cualquier otro le diría que no se metiera en mis
asuntos, pero Roger se había ganado el derecho a curiosear, incluso a hacer de
casamentero si quería. Confiaba implícitamente en él y en Millie, y si les seguía la
corriente, no podrían culparme cuando, inevitablemente, todo se viniera abajo.
La sonrisa de mi amigo era amplia mientras se inclinaba hacia mí.
—Entonces no se lo decimos. Dejemos que ocurra de forma natural. Sé que
siente algo por ti, porque no se habría sentido tan incómoda anoche ni habría
sido tan sarcástica. Probablemente se siente amenazada por tu conexión con
nosotros, pero creo que puede haber algo más que eso.
Se removió en su asiento mientras una pequeña mueca descomponía sus
facciones como uno de los rompecabezas de Millie. Tenía mil historias en aquella
expresión triste, mil verdades no dichas y tal vez un número decente de
arrepentimientos.
—A decir verdad, aunque está en casa, no siento que la tenga de vuelta. Algo
en ella está roto y no sé cómo arreglarlo. No se abre a nosotros. Ella siempre ha
sido independiente, pero después de escuchar cómo vivía en Nueva York,
realmente golpeó duro que no la conocemos en absoluto. Pero, típico de Rae...
ella es nuestra pequeña ráfaga de luz solar, nunca opaca el momento de nadie
con sus propios problemas o asuntos. No queremos presionar demasiado, pero
queremos estar ahí para ella mientras se esfuerza por estar de nuevo en casa.
Hizo una pausa, girando lentamente la taza de café hacia él y luego hacia
atrás, mientras su mirada lúgubre se fijaba en el movimiento. Había cosas que no
decía, y eso me atraía de una manera que quería arreglar. Quería traer
físicamente a Rae aquí y hacer que mirara a su padre a la cara y acabara con
todos sus miedos.
—No quiero que vuelva a marcharse —susurró Roger, levantando la mirada
para encontrarse con la mía.
Apreté el puño bajo la mesa, donde él no pudiera verme, y asentí con la
cabeza.
Si pudiera elegir, me lavaría las manos con su hija, porque en el fondo sabía
que no sería yo quien luchara por alguien que no me quería. Alguien que
pensaba tan poco de mí. Preferiría vivir aquí y olvidarme de ella... ¿pero por
Roger?
Haría ese pedido, e intentaría que su hija al menos me viera como un amigo,
para que tal vez se quedara en Macon.
Tal vez ella encontraría un propósito aquí de nuevo, y tal vez mi lista de
amigos crecería en uno.
8

Rae
A mi madre no le gustó nada la actitud que había adoptado de la noche a la
mañana, concretamente minutos después de que Davis se marchara. Lavó los
platos de la cena con agresividad e ignoró mi ofrecimiento de ayuda, mientras
murmuraba sobre modales y sobre cómo Nueva York me había arruinado.
Al final me marché, salí a la calle y me dirigí a la puerta de Nora.
Mi mejor amiga había cogido una caja de vino y se había sentado en el
porche conmigo, mientras yo le contaba la historia de Davis viniendo a cenar.
Se había quedado mirando al frente, sin pestañear, mientras sorbía. Las dos
lo habíamos hecho, el tiempo suficiente para que la luz disminuyera y las farolas
se encendieran. No había mucho que decir. El más extraño y raro giro del destino
había aterrizado justo en el centro de mi espalda con una metafórica cuchilla.
Ahora era sábado, y mi distracción había llegado en forma de reparto de
comida y víveres a la montaña.
Leí detenidamente la lista que tenía en la mano, siguiendo los artículos de la
estantería como si pudieran alinearse.
—Enjuague bucal, gomina, desodorante... —Coloqué cada marca
especificada en el carrito y me dirigí hacia la sección de alimentación, pero en el
último pasillo, mi teléfono empezó a vibrar y me detuve para liberar el móvil.
Nora: Tengo un reto para ti.
Sonriendo a la pantalla, me paré en medio del pasillo y contesté.
Yo: ¿Qué tenías pensado?
Nora: Poner algo al azar en uno de los pedidos, algo que haga reír a quien lo
reciba.
Eché un vistazo a los artículos de la estantería y se me calentó la cara.
Yo: Estoy mirando una estantería de condones.
Nora: ¡Perfecto!
Yo: Eres idiota.
Me aparté del lugar y continué por la calle, cuando mi teléfono volvió a
zumbar.
Nora: ¡Piensa en la patada que le van a dar! Obviamente págalo tú, pero
esto debería ser lo tuyo... añade un artículo sorpresa a cada pedido.
Mordiéndome el labio, lo pensé y consideré que tal vez tenía razón. Tal vez,
mientras estuviera en casa, podría labrarme una pequeña existencia divertida.
Quizá algún día también empezaría a robar limones y a coleccionar figuritas de
ositos de peluche. Di la vuelta al carrito y me desvié hacia los preservativos,
sonriendo al ver la brillante caja mientras la echaba al carrito.
***
Me paré en el restaurante antes de introducir las direcciones en mi teléfono.
Justo cuando estaba a punto de abrir de un tirón la puerta trasera, inhalé un fuerte
suspiro. Hacía años que no cruzaba esta puerta. Cuando lo había visitado en las
últimas vacaciones, ni una sola vez había venido al restaurante, ni siquiera cuando
había alguna posibilidad de que Davis lo visitara.
Atravesé la gran cocina bulliciosa de gente, nerviosa de que nadie me
reconociera aquí. La gente del pueblo parecía no hacerlo, y no estaba segura de
que ocurriera lo mismo con la mayoría de las personas con las que me había
relacionado desde que era pequeña. Aparecieron algunas caras conocidas,
algunas sonrisas corteses y saludos, hasta que fueron seguidos por jadeos.
—¡Dios mío! —Oí murmurar a alguien, y un sonido metálico que indicaría
que se había caído un plato.
—¡Esa no puede ser la niña de Millie y Roger!
—¡Cielos, ya ha crecido! —Sonreí mientras las sonrisas corteses se
convertían en ojos llorosos y labios temblorosos. Se me calentó el pecho de
familiaridad y consuelo. Era paz en medio del caos que habían sido los últimos
cuatro años de mi vida.
—¡Rae, Dios mío, mi niña! —Claudia, una mujer mayor a la que conocía
desde que tenía diez años, me abrazó con fuerza. Le di unas palmaditas en la
espalda, abrazándola con una sonrisa. Su saludo hizo que unos cuantos más
corearan por la cocina, hasta que mis ojos se encontraron con un par de cálidos
ojos grises, y mi corazón vaciló. Carl estaba allí de pie, como un roble, dispuesto
a protegerme del mundo. Pensé en lo feliz que se había alegrado por mí cuando
me mudé a Nueva York; habíamos hablado de lo bueno que sería para mí
extender mis alas. Incluso había venido a visitarme una o dos veces a lo largo de
los años y, por supuesto, siempre estaba presente cuando yo estaba en casa de
visita, pero la última vez que vine ya no estaba.
Una vez que Claudia me soltó, di pasos cuidadosos hacia el hombre al que
conocía como un segundo padre, sintiendo que se me saltaban las lágrimas, y de
repente sus brazos me rodearon.
—String bean.
—Hey Car-Car. —Era un apodo que había usado desde que era pequeña.
Sintiendo un ardor detrás de mis ojos, me di cuenta de que iba a llorar si no me
apartaba pronto.
—No puedo creer que hayas vuelto. —Me soltó y me miró fijamente.
Dándole un ligero puñetazo en el brazo, le acusé:
—¡No me puedo creer que ya estuvieras cazando cuando llegué a casa! Papá
dijo que no volverías hasta mañana.
Sacudiendo la cabeza, soltó una pequeña carcajada y luego me revolvió el
cabello frotándome el cuero cabelludo, como si volviera a tener siete años.
—Lo siento, chiquilla. Mal momento. Déjame compensarte: tu padre acaba de
hornear este delicioso pastel. Has venido a comer, ¿verdad?
Me fijé en el cabello canoso que rellenaba todo el castaño oscuro que solía
tener. No le había consumido por completo, pero empezaba a hacerlo.
Sacudiendo la cabeza, miré por encima del hombro.
—Estoy aquí para ayudar con las entregas de montaña.
Sus pobladas cejas se fruncieron en señal de confusión justo cuando mi
padre se acercó y nos interrumpió.
—Aquí, cariño... está todo empaquetado. Haré que Carl lo saque y lo cargue
en la parte de atrás.
Carl gruñó e intenté descifrar la extraña expresión de su cara, pero me
distrajeron los deliciosos olores que me rodeaban.
Miré las tartas, los bollos y los rollos de canela, y mi estómago emitió un
gruñido audible.
Mi padre se rió.
—¿Tienes hambre?
Observé cómo mi padre extendía suavemente la masa sobre la encimera y
espolvoreaba harina como si fuera oro.
Me lo había perdido. Toda mi vida me había sentado en un taburete y le
había visto extender la masa y espolvorear la harina, convirtiendo mágicamente
los ingredientes crudos en los manjares más deliciosos.
—No, he comido antes.
Levantó los ojos y sonrió.
—Bueno, te he preparado un bocadillo por si acaso, además de agua y una
bolsa de patatas fritas.
—Eres el mejor. —Lo abracé y aspiré su olor a azúcar y mantequilla.
Me besó en la frente y me sacó de la cocina.
—-Será mejor que te pongas en marcha si quieres volver antes de la cena.
El portón trasero del todoterreno de mis padres estaba abierto, así que
caminé alrededor del auto, observando cómo la voluminosa estatura de Carl
maniobraba bajo el portón que estaba extrañamente bajo.
Intenté subirla un poco más, pero no cedió.
—Vaya, no levanta mucho, ¿verdad?
Carl soltó un resoplido.
—En realidad tiene un apodo. A este auto lo llamamos el "huevo de ganso"
porque mucha gente que ha ayudado a cargarlo se ha golpeado la cabeza con
este pedazo de puerta de chatarra.
Me reí, aunque probablemente no debería, pero la imagen de una persona
tras otra cayendo presa de este auto era demasiado.
—¿Les has dicho a mamá y papá que lo lleven para que lo revisen?
Cerrándola de golpe, chasqueó la lengua.
—Sabes que sí, pero tu padre dice que está bien.
—Claro que lo dice —suspiré.
Carl puso sus grandes manos en las caderas, observándome atentamente,
como si dudara en abordar algo que llevaba tiempo pensando.
—¿Seguro que estás preparada para esto?
Le respondí con una amplia sonrisa.
—Sí, claro que lo estoy
¿Por qué no iba a estarlo?
Agachó la cabeza y se acercó.
—Sólo quiero que estés bien, String Bean... Aún recuerdo por lo que pasaste,
y... —Me miró por encima del hombro, hablando en voz baja—. Sé la verdadera
razón por la que te fuiste de casa.
Me miró a los ojos, como si fuera a contarle lo de Davis. Carl sabía que me
había enamorado hacía tantos años, pero no sabía lo que había pasado en aquella
biblioteca, así que no podía conocer la verdadera razón por la que me había
marchado. Sólo Nora lo sabía.
Le sonreí y negué con la cabeza.
—Me fui a la universidad, no es un gran misterio. Mamá y papá necesitan mi
ayuda, por eso he vuelto.
Me miró a los ojos, como si percibiera que no estaba siendo del todo
sincera, y luego lo dejó estar.
—Sólo ten cuidado ahí arriba y no le des más que un cortés hola. No se ha
ganado más que eso, y llámame si tienes algún problema.
Asentí con firmeza, me desvié hacia la parte delantera y tiré de la puerta.
Mientras me acomodaba en el asiento, traté de olvidarme de la extraña sensación
que se apoderaba de mis entrañas.
¿De quién estaba hablando?
Respiré hondo un par de veces e intenté olvidarme de las palabras de Carl.
Pero mientras pisaba el acelerador, sus palabras resonaban en mis oídos.
9

Rae
El viaje fue precioso.
Altos árboles de hoja perenne bordeaban el negro asfalto, aparentemente
cada vez más altos con cada kilómetro que dejaba atrás. El cielo era grisáceo y
sombrío, y empeoraba a medida que subía de altitud. Los recuerdos de cuando
había conducido por esta peligrosa carretera me atormentaban, punzantes a
medida que afloraba el factor miedo. No tenía ni idea de dónde había vivido
Davis, así que conducía durante horas pensando que el destino me llevaría hasta
él. Pero nunca lo hacía, y acababa perdiendo el tiempo y la gasolina.
Era mortificante recordar aquel periodo de mi vida... y pensar en la cena
con Davis de la otra noche no hacía más que reforzar el sentimiento. No era sólo
la humillación de estar obsesionada con él; era el hecho de que él había sido
testigo directo de mi vergüenza en aquella biblioteca, al tiempo que confirmaba
lo patética que sabía que yo era desde el principio.
Seguía siendo un fuego en mis venas y humo en mis pulmones, dejándome
ardiendo y ahogándome en mi pasado, porque Davis tenía un asiento en primera
fila para mi caída. Era aún peor que pareciera no recordarme ahora, o que
estuviera mintiendo, pero ¿por qué actuar con amabilidad, incluso coquetear, si lo
recordaba?
El hombre que me había invitado en secreto a quedar con él y luego se
había liado con alguien delante de mí no me preguntaría casualmente dónde
había estado los últimos cuatro años con esa sonrisa fácil. Simplemente no lo
haría.
Pasaron unos cuantos kilómetros más hasta que me di cuenta de que estaba
agarrando el volante con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos. En el fondo,
sabía que tenía que empezar a dejar atrás la rabia y el dolor. No era sano.
Un claro en la arboleda me llamó la atención, distrayéndome de mis
pensamientos negativos. Era tan impresionante que detuve el auto junto a un
amplio mirador y estacioné. Empujando la puerta y caminando lentamente hasta
el borde del saliente, miré hacia abajo y vi un río serpenteante. Rocas blancas
salpicaban cada lado del agua y se extendían en todas direcciones. La quietud
que acunaba el mundo era tan magnífica que hizo que se me humedecieran los
ojos.
Había vivido a la sombra del monte Macon toda mi vida y nunca había
recorrido sus senderos ni me había detenido a contemplar su belleza infinita.
Nunca me había parado al borde del desierto, mirado hacia abajo y sentido tanta
esperanza. Era como si cada ráfaga de viento soplara aire fresco en mis pulmones
para un futuro que me ilusionara. Este lugar sagrado no tenía pasado, y el único
futuro consistiría en el amarilleo de las hojas o las puntas blancas de los árboles.
Frotándome los brazos, cerré los ojos y respiré.
Me quedé allí, al borde de lo que parecía constituir todo mi mundo, e inhalé.
Con cada respiración, liberaba trozos de mi pasado. No todo, pero algo quedaba
allí, y por primera vez en cuatro largos años, me sentí más ligera.
***
La Señora Kuami vestía un mono sucio y un sombrero de paja. Tenía una
casita de campo, con cabras y gallinas camperas que se extendían por casi cada
centímetro de su pequeño camino de entrada y su patio. Me ofreció té, que
acepté, sabiendo que parte de este servicio de reparto sería una forma de
socializar con los hombres y mujeres olvidados del monte Macon. Sin duda tenían
que sentirse solos aquí arriba.
La señora Kuami no paraba de hablar de su difunto marido y de su hijo, que
estaba pensando en mudarse a Alaska. Después de unos cuarenta minutos, me
disculpé y le dije que tenía que irme. Todavía tenía otras entregas que hacer.
El día siguió su curso mientras yo continuaba subiendo la montaña.
Tanto Ford como el Sr. Carlson tenían cajas de madera preparadas para la
caja de comestibles, y un walkie cerca de la puerta. Todo lo que tenía que hacer
era informarles de que su pedido había llegado. El señor Carlson incluso me
había dejado una propina atada a una piedra de río, que yo había metido en el
portavasos del auto de mis padres. Utilizaría los veinte para ayudar a comprar
algunos víveres para la casa o quizá para llevarles la cena alguna vez.
Mi última parada fue en la cima de la montaña, mi lógica falló ligeramente
mientras continuaba subiendo la pendiente. Tendría que haber empezado por la
casa más lejana y luego haber ido bajando.
Eran casi las cuatro de la tarde cuando empecé a darme patadas internas
por haber dejado lo más difícil para el final. Intentaba calibrar si el cliente
querría entablar una conversación trivial basándome simplemente en su apellido,
pero el albarán de la última entrega estaba en blanco.
Algo de lo que no me había dado cuenta antes.
Sin apartar los ojos de la carretera y mirando rápidamente el albarán, me di
cuenta de que habían rellenado todo lo demás de la hoja, haciéndola parecer
completa, y por eso se me había pasado, pero lo cierto es que no había ningún
nombre. Nombre o apellido.
—Mierda.
Tendría que dejar que mis padres se las arreglaran, al menos tenía la
dirección, así que sabía que me estarían esperando.
El cliente vivía a unos treinta kilómetros montaña arriba, así que no era una
locura llegar hasta allí, sobre todo sin nieve en las carreteras, pero aun así fue un
viaje largo. Después de unos treinta minutos, empecé a reducir la velocidad y a
buscar el gran árbol y la verja de hierro que mi madre me había dicho que
servirían de señal.
Me detuve frente a la verja, estacioné y abrí lentamente la puerta para salir.
Había un pestillo que había que abrir para subir a la entrada. Sentí el tacto del
acero en las yemas de los dedos mientras levantaba y empujaba la verja hasta
que quedó lo bastante abierto para pasar con el auto. En su mayor parte era de
grava, con altas espirales de árboles que bordeaban el estrecho camino hasta una
curva, donde se nivelaba en una gran abertura.
Me incliné hacia delante y me quedé boquiabierta ante la enorme casa de
dos plantas que tenía delante. Era blanca, con atractivas contraventanas negras.
La pintura parecía fresca y las ventanas de la planta superior estaban limpias y
despejadas, con cortinas blancas de gasa. A la izquierda había un columpio y a la
derecha dos sillas. A un lado de la casa había un garaje doble, y al otro lado lo
que parecía una gran tienda.
Todos los revestimientos y contraventanas hacían juego, por lo que parecía
un sueño estético de montaña. Eso, unido a los árboles y el pico de la montaña
como telón de fondo, me hizo gemir de lástima por mí misma. Yo quería esto: una
mini mansión aislada con edificios exteriores a juego y un profundo porche
donde pudiera ver caer la nieve mientras me abrigaba con una manta. Quería
despertarme cada mañana con esas vistas.
—Algunas personas son tan jodidamente afortunadas —suspiré, aparcando
algo lejos del porche, para no parecer una intrusa.
El portón trasero se abrió lentamente y salí, caminando alrededor del auto.
El plan que tenía en la cabeza consistía en dejar las cajas en el amplio porche y
llamar dos segundos antes de salir corriendo hacia el auto. Tal vez tiraría una
piedra a la puerta una vez que estuviera en el auto y luego me marcharía a toda
velocidad, de ese modo no tendría que interactuar con quienquiera que viviera
aquí, ya que no tenía ni idea de quién era.
Mi mente estaba ocupada mientras mis manos agarraban la primera caja; me
perdí por completo el sonido de una puerta de mosquitera cerrándose.
—Oye, gracias por conducir esto hasta aquí, te lo agradezco de verdad —
gritó una voz profunda, cargada de una aspereza propia de aquí arriba, como si
su voz hubiera nacido en una de las profundas cavernas, encerrada en una
montaña. No sonaba viejo, sonaba... caliente. La alarma se apoderó de mí. Me
moví para poder convencer a mis ojos de que aquella voz no pertenecía a quien
yo creía.
El pánico se apoderó de mi corazón y la caja se me escapó de las manos
mientras miraba fijamente a Davis Brenton, el hombre al que había regañado tan
bruscamente unos días antes.
Con la caja de la compra desparramada por la grava, me quedé mirando su
proximidad y cómo sus botas aumentaban de pasos, acercándolo. De repente,
tuve que alejarme de él como fuera, así que me arrodillé y empecé a empaquetar
su compra.
—Mierda —murmuré, tirando suavemente del cartón de bayas que se había
reventado.
Unas manos grandes me alcanzaron de repente los objetos, colocándolos en
la caja que se había puesto en posición vertical. Tenía la cara manchada y notaba
cómo el calor de mi pecho invadía la parte superior de mi cuerpo.
¿Por qué había hecho un pedido sabiendo que sería yo quien lo entregaría?
Dios, esto era embarazoso. No sabía qué decir y no quería levantar la vista.
—Rae, no pasa nada. —Su voz tranquilizadora enfrió el fuego de mis venas,
pero las lágrimas seguían obstruyendo mis ojos de pura humillación. No se
trataba de las bayas, ni de los comestibles... seguía siendo sólo él.
—Lo siento. Voy a salir de aquí. —Me puse de pie enérgicamente, golpeando
la parte superior de mi cabeza justo en el marco de metal de la puerta de la
escotilla. Maldita sea, estúpido auto huevo de ganso.
—Mierda, ¿estás bien? —preguntó Davis.
Frotándome la cabeza y cerrando los ojos, hice ademán de que estaba bien,
pero maldita sea, me dolía. Un latido sordo me palpitaba en la coronilla e
irradiaba hacia las orejas y el cuello.
—Déjame ver. —Su cuerpo estaba casi pegado al mío, y mis ojos se abrieron
de golpe. Esa mirada azul marino se estrechó con preocupación, su camisa verde
oscuro complementaba la piel bronceada estirada a lo largo de las prominentes
venas de sus antebrazos. Se me hizo un nudo en la garganta al quedarme allí,
sintiendo el calor de su cuerpo en el aire que me rodeaba. Tenía que separarme
un poco de él, pero de momento no podía moverme, así que dejé caer los ojos
hacia la grava que había a nuestros pies.
Sus grandes manos subieron hasta mi cabello, pinchando suavemente donde
golpeé la escotilla.
—No pasa nada —murmuré, pero el dolor era una punzada abrasadora a lo
largo del cuero cabelludo y no pude evitar apartarme bruscamente cuando sus
dedos tocaron la herida.
Davis dejó escapar un silbido.
—Hay sangre, Rae... tienes que entrar para que podamos limpiar esto.
Eso sería un no automático por mi parte. Empecé a negar con la cabeza
cuando los dedos de Davis me agarraron la barbilla con suavidad.
—No estoy preguntando.
Antes de que pudiera decir nada más, me sacaron los pies del suelo y el
cielo gris se extendió sobre mis cabezas mientras Davis caminaba conmigo,
acurrucada contra su pecho, hacia su casa. Era mi fantasía del instituto hecha
realidad, pero ahora me parecía una pesadilla... una larga y humillante pesadilla.
10

Davis
Joder.
Esta era exactamente la razón por la que le había dicho a Roger que no
quería que Rae viniera aquí. Este maldito lugar.
Mis perros ladraron a la mujer que colgaba de mis brazos, como si una
princesa acabara de caer del cielo y yo fuera el villano que la mantenía cautiva.
Esa es la historia que el pueblo contará cuando se enteren de esto, así que mejor
aceptarla.
—¡Dove, Duke! Siéntense antes de que los encierre.
Eso los hizo callar, y dieron un último quejido colectivo antes de caminar
hacia sus lugares frente al fuego.
Cerré la puerta con un portazo, me acerqué al sofá y tumbé suavemente a
Rae. Soltó un pequeño silbido y se llevó la mano a la cabeza, tratando de ver
dónde estaba la herida.
Una vez que la solté, me puse de pie y me aparté de ella, estirando los dedos
para sentirla. Lo último que quería era acostumbrarme a lo suave que era su piel,
o admitir que me gustaba cómo se sentía apretada contra mi pecho.
—Voy a llamar a tu padre —dije con naturalidad, pero ella pareció asustarse
ante la sugerencia.
–¡No! Por favor... no quiero —hizo una pausa, haciendo una mueca de dolor
mientras se ajustaba la mano—. No quiero que se preocupe.
Joder, estaba sangrando y herida, y yo estaba allí de pie mirándola como un
idiota.
—Te traeré hielo y analgésicos. —No esperé a que respondiera. Tomé hielo,
un trapo húmedo y agua oxigenada, junto con una botella de agua y un bote de
aspirinas. Volví hacia Rae y me di cuenta de que había cambiado de postura y
estaba más recostada, relajándose en el sofá. Al ver sus ojos cerrados y su cuerpo
flexible, se me cortó la respiración. Nunca había tenido esto, una mujer en mi
espacio. Me pareció extraño, pero no en el mal sentido.
Parpadeé y despejé la cabeza, me acerqué y tomé asiento en la mesita
frente a ella.
—Aquí... —Dudé, tratando de sonar un poco menos como el Davis Brenton
de todos los rumores que probablemente había oído en su infancia—. Ten
cuidado al sentarte.
Saqué la mano con cuidado de no tocarla mientras se movía. No quería que
se sintiera incómoda, y estaba seguro de que no volvería a tocarla si podía
evitarlo, pero eso no significaba que no me diera cuenta de lo guapa que estaba.
Tenía la piel suave y cremosa, con algunas pecas independientes: una sobre la
ceja izquierda, otra en la nariz y otra cerca de la mandíbula. Las pestañas oscuras
le abanicaban las mejillas y tenía los labios carnosos y rosados. Parecía una
maldita princesa: el cabello demasiado perfecto y brillante, la piel demasiado
clara y cremosa, los labios demasiado besables.
Sus pestañas se agitaron y dos brillantes ojos azules me miraron fijamente.
Durante un pequeño instante, pareció sentirse completamente a gusto
mirándome, pero entonces su mirada se entrecerró y su rostro pasó de pálido a
ligeramente rojo. Estaba sentado tan cerca de ella que mis rodillas prácticamente
tocaban sus caderas.
—¿Estás bien? —pregunté, con la esperanza de alejar su pánico.
Ella echó las palmas hacia atrás, intentando acomodar la espalda para
sentarse.
—Con cuidado —repetí, aplicando finalmente presión sobre su espalda para
estabilizarla.
Murmuró algo en voz baja y mantuvo la mirada baja, como si no quisiera
mirarme.
—¿Puedes decir algo coherente para que sepa que estás bien?
Con una mueca de dolor, finalmente posó su mirada en la mía.
—¿Por qué hiciste un pedido y no pusiste tu nombre?
Su confusión me hizo perder la compostura y sonreír.
—He añadido mi nombre.
Su mirada confusa permaneció en su sitio mientras esperaba a que me
explayara, pero antes necesitaba asegurarme de que estaba bien físicamente.
—Ahora que estás sentada, necesito que te tomes esto. —Señalé su herida
con la cabeza y agarre el frasco de aspirinas.
—Toma. —Le di una botella de agua y el medicamento.
Me miró largamente, arqueando la ceja izquierda, como si estuviera
sopesando la probabilidad de que la envenenara.
Le devolví la mirada.
—No está drogada ni nada. Mira, el precinto sigue en la botella.
La ceja siguió arqueada, desafiándome.
—¿Qué? —pregunté, intentando deshacerme de la sensación que
despertaba en mí. Me miró como si supiera que en el fondo no era más que un
pedazo de mierda, tratando de esconderme de mis pecados.
—¿Por qué estás siendo amable conmigo? No terminamos nuestra última
conversación en buenos términos…
Sonreí.
—No, no lo hicimos, ¿verdad?
Esos ojos se desviaron hacia los míos como si estuviera buscando algo. Si
estaba empezando a darse cuenta de que me sentía atraído por ella, bueno, bien.
Me ahorraría tener que explicarle que me había gustado mucho antes de que
apareciera. Que solía pensar en ella después de esas largas noches de verano
cuando sus padres terminaban de hablar con ella, o compartían una nueva
historia sobre sus escapadas en Nueva York.
—No estoy siendo amable. Sólo intento asegurarme de que no mueres. —
Sacudiendo la cabeza, destapé el frasco de aspirinas.
Aparentemente tranquila, tomó con cuidado el agua y las pastillas que le
ofrecía. Me quedé donde estaba, pero me incliné sobre ella para ver el corte que
tenía en la parte superior de la cabeza. Con su cabello oscuro y el cielo gris, no
tenía una visión clara.
—Agárrate fuerte, tengo que agarrar una linterna.
Los ojos de Rae se movieron hacia arriba, mientras sacudía la cabeza, lo que
la hizo estremecerse.
—No es para tanto.
Caminé hacia el lavadero, ignorando sus llamadas desde el sofá acerca de
que estaba bien, y abrí de un tirón el cajón de los trastos.
Agarrando la delgada linterna, regresé y me acomodé en el mismo lugar de
antes.
—Ven aquí —le ordené suavemente, poniendo la mano alrededor de su
cabeza.
Se inclinó hacia mí, permitiéndome inspeccionar la parte superior de su
cuero cabelludo. Olía a una especie de mezcla floral que me hizo desear hundir la
nariz en cada uno de los sedosos mechones de su cabeza. Dejando a un lado mi
extraña pero creciente obsesión, me centré en su herida.
Con la linterna, pude ver el corte, que aún estaba ensangrentado pero ya
había coagulado.
—Esto va a doler —susurré, soltándola y tomando el antiséptico y el trapo.
Vertí suavemente una pequeña cantidad sobre el corte, limpié la sangre con el
trapo y lo presioné contra la herida para asegurarme de que terminaba de
desangrarse.
Rae soltó un pequeño silbido y levantó la mano para agarrarme la muñeca.
La sacudida de calor de su contacto me recorrió el brazo, haciéndome pensar
instantáneamente en tenerla en mi cama, agarrada a mis muñecas mientras me la
follaba lentamente.
Trabajando para sacarme esa imagen de la cabeza, borré la lujuria de mi
voz.
—Lo siento.
—Está bien, gracias... —dijo Rae en voz baja.
Las cosas quedaron en silencio durante unos segundos mientras yo seguía
limpiando su herida, y ella continuaba sujetándome la muñeca, tal vez no se daba
cuenta de que lo estaba haciendo. Tal vez era porque era demasiado doloroso no
hacerlo... pero me gustaba que sus manos estuvieran sobre mí. Así que puede
que tardara un poco más de lo necesario.
—Ya está —murmuré, aún intentando eliminar de mi voz la atracción que
sentía por ella.
Me soltó y se apartó de mí, con las mejillas sonrojadas mientras echaba la
cabeza hacia atrás para que se escurrieran las gotas de agua que quedaban.
Volví a sentarme y dejé el trapo en el suelo. Dejé que el silencio llenara el
espacio entre nosotros, esperando que fuera ella la primera en hablar.
—Me voy a ir antes de que oscurezca demasiado.
Joder, eso no era lo que quería que dijera.
Balanceó las piernas, intentando levantarse del sofá, pero yo no me moví de
mi sitio en la mesita, impidiéndole el paso.
La miré fijamente durante un rato, tratando de contener las emociones que
se me agolpaban en el pecho.
Tenía un dique dentro de mí que reventaba con su cercanía. Pensaba en
cómo, a lo largo de los años, Raelyn Jackson se había convertido en una
celebridad para mí. Había empezado a salivar por historias sobre ella y, antes de
darme cuenta, había desarrollado un pequeño enamoramiento por esta chica a la
que nunca había visto ni conocido. Los Jackson nunca me habían enseñado una
foto suya, ni me la habían presentado mientras se comunicaban por facetiming.
Sin embargo, esta chica nunca salió de mi cabeza. Estaba ahí, acechando en el
fondo de mi mente como una sombra.
Ahora estaba aquí, y estaba a punto de irse. Algo me desgarraba por dentro,
gritándome que hiciera que se quedara. No era que me sintiera solo, era... ella.
—¿Tomas café? —Me levanté y la miré.
Ella se quedó sentada, mirándome fijamente.
Parpadeó y cerró sus ojos de zafiro, exhalando por la nariz. Se quedó así
unos segundos, luego me miró por debajo de las pestañas y dijo:
—Necesito ir al baño.
Le tendí la mano para ayudarla a levantarse, pero hizo caso omiso.
—Primera puerta a la izquierda, al final de...
Se levantó, dio un paso y casi se cae. Mis manos estaban en su cintura en un
abrir y cerrar de ojos, lo que la hizo inhalar bruscamente.
—¿Puedes esperar un maldito segundo o me dejas ayudarte? No quiero que
te caigas y te hagas más daño del que ya te has hecho.
Se dio media vuelta hacia mí, con la mirada fija en su sitio, mientras bajaba
los labios y se zafaba de mi agarre.
—Estoy bien.
Me pasé una mano nerviosa por el cabello, dándome cuenta de que había
sido demasiado duro con ella.
Una vez metida en el cuarto de baño, salí corriendo a agarrar la caja con la
compra y la comida que me había entregado, justo cuando empezaba a llover.
Subí los escalones y volví a entrar, dejé todo sobre la encimera y guardé algunos
alimentos perecederos en la nevera antes de soltar un pequeño suspiro. No
debería haber sido tan capullo; no era como si ella quisiera tener algo que ver
conmigo incluso sin mi naturaleza brusca... pero ahora.
Echando un rápido vistazo hacia el pasillo, donde estaba el cuarto de baño, y
oyendo encenderse el lavabo, me fijé en el espejo que colgaba en el salón. Sin
pensarlo, me pasé una mano por el cabello, para que no pareciera tan cutre. Me
había quedado sin gomina, así que hoy tenía el cabello liso. Probablemente salía
con tíos que llevaban traje y se cortaban el cabello a trescientos dólares; no había
ninguna posibilidad de que yo le interesara.
—Tienes un buen baño —dijo Rae amablemente, saliendo del baño con
aspecto renovado y todavía un poco nerviosa.
Me tomé un segundo para apreciar cómo su pelo oscuro enmarcaba su cara,
los largos mechones pasando por delante de sus pechos, que eran altos y
perfectamente redondos. De hecho, por la forma en que se apretaban contra su
camisa y la forma en que se ensanchaban sus caderas, con los vaqueros pegados
a sus muslos tonificados, pude sentir cómo me excitaba lo guapa que era, lo cual
era increíblemente virginal por mi parte.
Me aclaré la garganta y le dije:
—Gracias, lo renové el año pasado.
Me acerqué al Keurig y rellené el depósito de agua.
—Tengo unos cuantos sabores de café por aquí, por si quieres elegir uno.
La oí moverse detrás de mí, lentamente. Nerviosa.
Odiaba haberla hecho sentir así, pero no era como si Millie y Roger
estuvieran hablando de mí mientras ella estaba en Nueva York, como habían
hecho conmigo.
—Realmente debería irme. Me eché agua en la cara y me siento mucho
mejor... creo que la aspirina está haciendo efecto.
Joder, otra vez quería irse.
Levanté mi taza, haciendo un gesto hacia el techo.
—Fuera está lloviendo. Quédate unos minutos... tómate un café.
Su cara sonrojada me decía que estaba más nerviosa que otra cosa -quizá
incómoda porque no le caía bien-, pero los dos éramos adultos... Podíamos dejar
atrás lo del otro día. Le di un sorbo a mi bebida caliente, intentando no mirarla a
los ojos para que se relajara, pero no era fácil. Era la maldita cosa más bonita que
había visto en mucho tiempo, y la verdad sea dicha, me ponía nervioso.
Finalmente, pareció soltar un suspiro y se acomodó el cabello detrás de las
orejas. —¿Qué tipo de sabores tienes?
Estaba codo con codo conmigo, y podía oler su sutil aroma floral, que hizo
que mis pensamientos volvieran a su pelo y enterrara mi cara en él.
—Tengo de todos los sabores, también descafeinado si lo quieres.
Asintió con la cabeza mientras recorría las diferentes puntas de las cápsulas
de sabores. En ese momento, la lluvia empezó a golpear con más fuerza contra la
claraboya, haciéndola levantar la vista.
—Eso me gusta. —Sonrió y se me cortó la respiración.
Quería besarla. De verdad, joder.
Sus ojos se iluminaron cuando cogió una cápsula de avellana y nuez y la
puso en la cafetera.
—Así que te acabas de graduar, ¿verdad? —pregunté, dando un sorbo al
café pero manteniendo la espalda apoyada en la encimera para que siguiéramos
cerca.
—¿Intentas continuar donde lo dejamos en la cena? —Levantó una ceja
oscura en mi dirección.
Intenté no reaccionar, pero era obvio que no le caía bien, y eso me chirriaba
el orgullo.
Simplemente respondí:
—Sí.
Entonces se hizo el silencio entre nosotras, lo cual, de nuevo, normalmente
no me importaría, pero quería su voz. Quería escucharla, pero tal vez hablar de lo
que hicimos la otra noche no era un buen lugar para empezar.
—¿Qué te hizo querer volver?
La lluvia chocaba contra el techo y los cristales como piedras, lo que
significaba que podía caer granizo. Eso, junto con el viento que aullaba a través
de las grietas y hendiduras de la casa, hizo que el silencio entre nosotros
resonara.
Ella miraba cómo se llenaba su taza, ignorándome, hasta que finalmente
dejó escapar un suspiro.
—Me sorprende que no lo sepas ya también.
Otra vez con esa maldita actitud.
—Tus padres protegen tu intimidad, más de lo que probablemente te
imaginas. —Le di un sorbo a mi café, ignorando la frustración que empezaba a
crecer en mi pecho.
Ella hizo un sonido de acuerdo, finalmente tirando de su taza libre y
sorbiendo lentamente con una mueca de dolor, como si no le gustara el sabor.
Esto no estaba saliendo como yo quería. Roger se equivocaba; no había forma de
llegar a su hija y, a decir verdad, tal vez ya no tuviera remedio. Parecía tener un
palo en el culo, y no había suficiente lubricante en el mundo para soltarlo.
—¿Qué tal si te llevo de vuelta? Mi camioneta no funciona, pero puedo
conducir el auto de Millie. Conozco estas carreteras mucho mejor que tú. —No
confiaba en que ella pudiera manejar las curvas de la montaña con esa herida en
la cabeza. ¿Y si se le nublaba la vista y no se daba cuenta, o se desmayaba?
Aquella mirada helada me atravesó mientras dejaba la taza en el suelo.
—No, gracias. Conozco estas carreteras como la palma de mi mano.
Entrecerré la mirada, inspeccionándola en busca de la mentira.
—Mentira, nadie conoce estas carreteras a menos que las conduzca todos los
días.
—Pues a mí no me conoces, en absoluto —soltó enfadada, antes de sacudir
la cabeza y girar sobre sus talones. Sabía que había enfatizado el final de su
comentario en respuesta a cuando había dicho que la conocía mejor que nadie la
otra noche en la lavandería. Probablemente necesitaba disculparme por lo que
había dicho, porque aunque ella había empezado, por la forma en que se había
sonrojado y casi llorado, yo definitivamente había terminado.
—Joder. Vale. Siento ese comentario, y el que hice la otra noche.
Se detuvo en la puerta de mi cocina, con una expresión pensativa en su
rostro que se arrugó después de un momento.
—Ya te he robado bastante tiempo. Sinceramente, sólo quiero irme a casa.
—Lo entiendo, pero... —Maldita sea, no quería decir lo que estaba a punto
de salir de mi boca a continuación, no quería demostrar lo desesperado que
estaba, pero tampoco quería que se fuera—. No me importaría la compañía; aquí
arriba se está muy tranquilo.
Los ojos azules brillaron, buscando los míos brevemente antes de que ella
me diera una sola inclinación de cabeza.
Me aparté del mostrador y me acerqué a la ventana del fondo. No quería
asustarla, así que observé la lluvia en lugar de inspeccionar cada uno de sus
movimientos.
—Así que...¿Cómo conociste a mis padres y llegaste a conocerlos tan bien
que sólo hablan de ti?
Me acerqué a la ventana y miré hacia arriba, recordando cuando conocí a
Roger y Millie.
—Llevan un par de años repartiendo por aquí, intentando que los
montañeses nos sintamos menos desconectados de la ciudad. Empezaron con la
cena de Acción de Gracias y luego con las tartas de Navidad. Eran tan amables
que ni siquiera podía enfadarme cuando seguían apareciendo. Entablamos una
amistad y, de repente, tus padres venían una vez a la semana a traer comida y lo
que necesitara del pueblo.
Qué manera tan mala de resumir mi única relación importante.
—Espera. —Enroscó sus suaves uñas de coral alrededor de la taza de
cerámica, mientras sus cejas se amontonaban en su delicada frente—. ¿Así que
hacían entregas aquí incluso antes de empezar con el negocio del reparto?
Asentí, sorbiendo de mi taza.
—De hecho, bromeamos diciendo que yo les di la idea.
Emitió un sonido sorprendente desde el fondo de su garganta. Me pilló
desprevenido, hasta el punto de que dejé la taza en el suelo y la fulminé con la
mirada.
—¿Acabas de burlarte?
Imitando mi movimiento con su taza, se apartó del mostrador.
—Sí, lo he hecho.
¿Hablaba en serio?
—¿Por qué?
Se encogió de hombros, con la cara enrojecida.
—Suena como si mis padres estuvieran poniendo en peligro sus vidas sólo
para apaciguar a alguien que es demasiado vago para salir de casa.
Apretando los dientes, traté de concentrarme en lo que Roger había dicho
sobre su preocupación por Rae y lo mucho que deseaba que se quedara. Podía
ser amable. Sería jodidamente amable aunque me matara.
—Esa es toda una suposición.
—Bueno, ¿con qué frecuencia los visitabas en su casa? —preguntó,
sacudiendo la muñeca como para animarme a responder.
Me quedé callado porque la cena de la otra noche había sido la primera vez.
No es que no me hubieran invitado, es que...
Me gustaba mi espacio, mi intimidad... y odiaba la ciudad y a toda la gente
que había en ella, excepto Roger y Millie, pero incluso la idea de estar en su casa
me ponía ansiosa.
Rae sacudió la cabeza.
—Eso es lo que pensaba. Bueno, gracias por el café y por… —su tono
adquirió un tono sarcástico—, ayudarme.
—¿He hecho algo para que me odies? —pregunté, sin poder contener mi
propia burla, porque aquello era una tontería—. Porque la forma en que me
trataste en la cena, y ahora esto... tengo que preguntarme qué coño hice para que
te enfadaras tanto.
Caminando hacia la puerta principal, su cabello oscuro meciéndose con el
movimiento, mis ojos consiguieron traicionarme y bajar hasta su culo.
—No, no has hecho nada... Me alegro de estar en casa, así podré hacer
entrar en razón a mis padres con lo del ermitaño de las montañas.
¿Qué carajo?
Ahora estaba prácticamente persiguiéndola para seguirle el paso.
—Oye. —Puse la mano en el marco de la pantalla justo cuando ella tiraba de
él, mi postura bloqueando su salida. Esto no era más que una repetición de lo que
habíamos hecho la otra noche, ella diciendo estupipdeces y huyendo y yo sin
poder dejarla.
—No sabes nada de nuestra relación, ni de mí, y ya que estamos, hablemos
de cómo estás estresando a tus padres. —La voz me temblaba por la rabia que me
crispaba los nervios.
Volvió su cara roja hacia mí, sus ojos azules afilados, sus labios finos.
—¿De qué estás hablando?
—Mentiste sobre lo mal que estaban las cosas en Nueva York, y ahora estás
siendo una zorra snob con las personas importantes de su vida, estresándolas..
En realidad no sabía si había mentido sobre Nueva York, pero Roger lo había
insinuado.
En sus ojos brillaron las lágrimas mientras su labio se curvaba con disgusto.
—Que te jodan.
—Que te jodan a ti también —espeté, aunque mi voz salió más áspera de lo
que pretendía. Mis ojos eran incapaces de dejar de seguir el movimiento de sus
labios, o lo cerca que estábamos el uno del otro.
Su mirada se fijó en mi boca, como la mía en la suya.
Su pecho subía y bajaba con un fuerte ritmo, y si colocaba su mano sobre mi
corazón, se daría cuenta de que el mío hacía lo mismo.
El silencio se expandió, se estiró y casi explotó mientras nos mirábamos
fijamente, y a través de su mirada sentí algo tan familiar. En lugar de querer
echarla a patadas en el culo, como haría con cualquier otra persona, quise cerrar
y atrancar la puerta con ella dentro.
—Genial, me alegro de que nos hayamos quitado eso de encima. ¿Qué tal si
tú te alejas de mí y yo me alejo de ti? —susurró a su vez y volvió la cara hacia la
puerta mosquitera.
Su mano se sacudió en el asa de metal, pero la mía seguía encima de ella,
encajonándola, y yo no iba a moverme.
No hasta que tuviera unos segundos más de esta electricidad cargada con
ella. Era lo más vivo que me había sentido en... bueno, nunca.
—Quédate. Tómate otra taza de café —susurré, rozando con mis labios la
concha de su oreja.
Giró la cabeza, separó los labios y abrió mucho los ojos.
—No puedes hablar en serio, sólo…
Entonces hice algo estúpido.
Algo de lo que sabía que me arrepentiría.
Pero ella estaba ardiendo bajo mi piel. Así que me incliné con mi mano
sobre su cabeza y cerré mi boca contra la suya.
La lluvia caía a cántaros mientras yo sujetaba la puerta con una mano y con
la otra la agarraba por la cintura y tiraba de ella contra mí.
Ella emitió un pequeño sonido, pero no fue una protesta porque su cabeza se
inclinó hacia un lado y movió sus labios contra los míos en una cadencia rápida y
erótica que parecía coincidir con el golpeteo de la lluvia.
Nunca había besado a alguien así. Nunca había deseado tanto tocar a
alguien como deseaba tocarla a ella, y no tenía ninguna razón real para hacerlo.
Ella era como una quemadura que necesitaba ser calmada. Un picor que
necesitaba ser rascado. Fuera lo que fuese, necesitaba su boca, su cuerpo... más.
Ahora estaba apoyada contra la puerta, con mis manos en sus caderas y las
suyas recogidas en mi cuello, tirándome del cabello, mientras su boca se movía
con la mía, aflojando lo suficiente para que mi lengua pudiera deslizarse dentro y
moverse contra la suya.
Otro gemido escapó de sus labios, y cuando un trueno rompió el aire, sus
ojos se abrieron de golpe, sus manos bajaron por mi pecho y me apartó de un
empujón.
Su sorpresa reflejaba la mía.
Tanto que retrocedí unos pasos, dándole tiempo suficiente para abrir la
mampara y colarse por ella. Me dio un vuelco el pecho al verla caminar hacia el
Rover blanco y, aunque quería que estuviera bien, también sabía que había
cruzado un límite demasiado grande como para retenerla aquí más tiempo.
Nunca querría volver a hablar conmigo.
Pasándome una mano por el cabello, decidí que al menos podría seguirla
para asegurarme de que bajaba viva de la montaña, aunque eso significara
hacerlo desde la parte trasera de una moto bajo una lluvia torrencial.
11

Rae
Me temblaban las manos mientras agarraba el volante y miraba una y otra
vez por el espejo retrovisor para asegurarme de que veía realmente lo que
pensaba. Davis Brenton me seguía, en moto, en medio de una tormenta de locos
en la que corrían chorros de agua por la carretera y las escobillas del
limpiaparabrisas se movían de un lado a otro a una velocidad de vértigo.
¿Por qué demonios iba en esa moto y con este tiempo? Lo miré una vez más
por el retrovisor.
—Se va a matar.
Había empezado a hablar sola en voz alta, pero no era seguro llamar a Nora.
Aunque, esa idea tenía mérito. Ella podría saber qué hacer. Tal vez ella podría
interferir por mí si su plan era secuestrarme antes de llegar a la puerta de mi
casa.
¿Cuál era su plan?
Toda esta situación era una locura y no podía estar pasando de verdad.
Me besó.
Sus labios se habían amoldado a los míos, su brazo apoyado sobre mi
cabeza, haciéndome sentir protegida y segura. Deseada.
—Despierta de una puta vez, Rae —me reprendí a mí misma, sintiendo que
se me calentaba la cara. Me obligué a centrarme de nuevo en la carretera.
La pendiente constante desembocó en varias curvas cerradas hasta que se
igualó, y luego hubo una serie de curvas totalmente nuevas que me hicieron
arrastrarme a paso de tortuga de puro terror. Un abrupto precipicio caía a un
lado, y un solo movimiento en falso me haría caer por él. De repente, ya no estaba
preocupada por el hombre que soportaba un poco de lluvia, sino por mí misma.
No tenía ni idea de cómo manejar estas carreteras. Había mentido a Davis antes,
tratando de ser la más experimentada en la habitación y ganar la ventaja.
Obviamente, se dio cuenta, y por eso su casco oscuro era un punto negro en mi
periferia.
Por fin, después de casi una hora, vi señales de la ciudad y aflojé el volante.
Esperaba que el hombre que me seguía se diera la vuelta y regresara a la
montaña ahora que estaba a salvo en la ciudad. Suponía que me seguía para
mantenerme a salvo, pero su faro permanecía fijo en mi parachoques.
Más decidida que nunca, pasé a toda velocidad las señales de que redujera
la velocidad y me aventuré hacia la casa de mis padres. Él continuó siguiéndome.
Dios mío. ¿Iba a contarle a mis padres lo del beso? Quiero decir, ya no era
una niña, pero no podía decirles nada directamente. Qué incómodo.
Antes de que me diera tiempo a pensar en un plan alternativo, ya había
girado hacia mi calle y entrado en la calzada. Contemplé horrorizada cómo la
motocicleta que circulaba detrás de mí se acercaba al bordillo y sus botas
aterrizaban en la calle, estabilizando su moto.
Jugueteando con la hebilla, la solté y me apresuré a salir del auto, evitando
su paso por el paseo. Si pudiera entrar primero... Pero cuando mi mano rodeó el
pomo de la puerta, no giró. Cerrada.
Joder.
Me había dejado el bolso en el auto en mi prisa por salir, lo que significaba
que iba a tener que quedarme fuera con él.
Justo cuando crucé los brazos, su presencia pareció envolverme por detrás.
Mantuvo la distancia suficiente para que no nos tocáramos, pero aun así sentí lo
cálido que era y lo cerca que estaba.
—No les digas nada —dije en un susurro apresurado.
Justo cuando oí abrir el cerrojo, se inclinó para susurrarme al oído.
—Ni lo soñaría, sobre todo porque ni siquiera estamos cerca de haber
terminado con esa conversación.
La puerta se sacudió, con la misma urgencia con la que parecía latir mi
corazón.
Su voz seguía subiendo por mis brazos, dejando pequeños baches. Me sentía
completamente fuera de control a su lado.
—Rae, Dios mío... ¿y Thomas? —Mi madre jadeó, el shock evidente en su
enfoque hacia el hombre detrás de mí.
Pasé junto a ella, pero vacilé dos pasos más adelante, curiosa por saber qué
debía de haber visto para que su cara se torciera de ese modo.
—¿Has venido aquí, en tu moto, con esta tormenta? —Cada palabra estaba
salpicada de creciente alarma.
Ahora que podía ver lo que había hecho, se me retorcieron las tripas
incómodamente. Quería odiar a aquel hombre, pero acababa de pasarse una hora
bajo la lluvia torrencial a bordo de una moto para asegurarse de que yo llegara
sana y salva. Tenía el cabello empapado, los mechones pegados a los lados de la
cara, la piel cenicienta y los labios azules, junto con el lecho de las uñas. No había
tomado su chaqueta de cuero; en su lugar, llevaba una sudadera negra con
capucha, que estaba cargada de agua, al igual que sus botas y sus vaqueros.
—Entra, Dios mío. —Mamá pareció espabilarse, mientras papá corría a su
alrededor para buscar una manta.
—No es para tanto —murmuró Davis en voz baja, con sus ojos clavados en
los míos cada pocos segundos.
Me quedé helada, sin saber si debía irme a mi habitación o ayudarlo.
—¿Qué demonios te hizo conducir esa moto montaña abajo con esta
tormenta? —preguntó papá, incrédulo.
—Sólo me aseguraba de que Rae estuviera a salvo. La montaña es peligrosa
con este tiempo. —Davis sonaba más agotado que antes, pero aún había un
trasfondo en su tono que mantenía esos escalofríos a lo largo de mi piel.
Caminé hacia delante, intentando escapar de la conversación -y sobre todo
de los sentimientos que me provocaba estar tan cerca de él- cuando mi madre me
detuvo.
—Rae, ve a encender la ducha. Necesita quitarse esta ropa mojada. Tráele
una toalla limpia también.
Interiormente, hice una especie de gesto inmaduro, pero delante de mis
padres, asentí e hice lo que me decían. No es que no quisiera que se calentara y
se secara. Simplemente no quería que me importara de ninguna manera. Quería
ser tan apática hacia él como lo era hace una semana.
Empecé a ducharme y tomé la toalla más grande que encontré para él y
comprobé que tenía artículos de aseo.
Entonces me di la vuelta, dispuesta a marcharme, pero me detuve en seco.
Davis estaba allí de pie, con el cabello oscuro colgando en mechones
sedosos que casi le cortaban los ojos. Era tan alto que ocupaba todo el marco de
la puerta, y aún llevaba puesta la sudadera negra con capucha. Inspiré
agitadamente cuando sus ojos recorrieron mi cuerpo y, con los míos clavados en
los suyos, levantó los brazos y se llevó la mano a la nuca, tirando de la gruesa tela
por encima de la cabeza.
—Rae, ¿está todo listo? —preguntó mi madre desde el pasillo.
Salí de mi ensueño, parpadeando al ver a Davis sonriéndome, y volví a
llamar.
—¡Sí!
Sonrió, lento y sensual, mientras yo seguía de pie frente a él, y él seguía
bloqueándome el paso.
—¡Entonces dale las gracias por garantizar tu seguridad y deja que el pobre
chico se duche!
Haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, miré fijamente al objeto de
mi obsesión del instituto.
—Gracias por asegurarte de que llegara a salvo.
Sus ojos se dirigieron a mis labios y me dieron ganas de gritar. No debía
haberme besado en su casa ni mirarme como lo hacía ahora.
—De nada.
Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo.
Sin embargo, finalmente pasó a mi lado riéndose por lo bajo. Mi cara se
calentó durante todo el camino hasta mi dormitorio.
***
Aquella noche, más tarde, abrí la puerta de mi habitación y me asomé para
asegurarme de que, tras horas encerrada en ella, Davis no seguía en el baño. Al
ver la puerta entreabierta, corrí hacia ella y me encerré dentro.
Una vez que hube aliviado por fin mi pobre vejiga, me envalentoné un poco
y caminé por el pasillo para ver si todavía había alguien levantado. Me moría de
hambre y sólo quería llevarme a la boca un poco de pan, preferiblemente untado
en mantequilla de cacahuete y un poco de miel. Al ver que no había nadie en la
cocina, empecé a actuar según mis deseos, sacando los ingredientes. Estaba a
medio golpear con el cuchillo de la mantequilla cuando oí risas procedentes del
garaje.
Sin apartar los ojos de la rendija de luz que entraba por la puerta, tomé mi
bocadillo y empecé a metérmelo en la boca de un modo muy poco propio de una
dama, mientras me acercaba de puntillas a la entrada para ver quién estaba
arriba hablando con mi padre.
A través de la rendija, pude distinguir a Davis, con su sudadera con capucha
ya seca, de pie, de espaldas a la puerta por la que yo me asomaba. Mi padre
estaba junto a su barco, bebiendo de una taza de café.
—No tienes por qué hacerlo — oí murmurar a mi padre con un fuerte
suspiro.
Davis miró al suelo. Tenía las piernas abiertas y un aspecto relajado que no
había visto nunca.
—Roger, tú y Millie son mi familia. Es algo que me hace feliz.
Hubo una larga pausa y entonces habló mi padre.
—Y Rae... ¿crees que alguna vez podría caber dentro de ese pequeño
círculo que has creado?
Davis esperó un segundo antes de responder, y no sé por qué me importaba
tanto, pero necesitaba escuchar su respuesta más de lo que necesitaba mi
próximo aliento.
—No lo sé, Roger. Hice lo que me dijiste. No puse mi nombre en el
resguardo, pero aun así parecía molesta conmigo. Acabamos teniendo otra pelea.
Sé que estás preocupado por ella, pero no creo que sea el tipo adecuado para el
trabajo.
Uhhh, ¿qué diablos? Me sentí mareada.
Mi padre...
¿Me había tendido una trampa?
¿Le pidió a Davis que me invitara a subir y que fuera amable conmigo?
¿Significaba eso que el beso era falso? De repente, estaba reviviendo
sentimientos de aquella noche en la que me había avergonzado. Estaba
desencadenada. Sabía lo suficiente sobre mi dolor como para saber que aún
quedaban bordes deshilachados que se romperían si alguien tiraba de ellos.
Alguien dijo algo, pero no lo escuché. Sentía un zumbido en los oídos, un
silbido, como si estuviera sentada junto a una cascada. Las lágrimas me surcaron
los párpados mientras me deslizaba lentamente hacia la cocina y finalmente me
volví hacia mi habitación.
Estaba más decidida que nunca a no abrirme al recluso gruñón del monte
Macon.
No mi corazón.
Ni mi boca.
Nada.
12

Rae
Me senté en el pequeño café bistro, esperando a Nora. Inicialmente le había
enviado un mensaje de texto que tenía noticias importantes y que involucraban a
Davis. Quería verme anoche, pero sus padres la hicieron asistir a una función de
negocios para su padre. Ahora, ella estaba lista para todos los chismes, y todo lo
que quería hacer era olvidar que algo había pasado.
Mientras la esperaba, mi uña recorrió el pequeño menú de plástico, notando
los bordes desgastados y cómo algunas de las opciones de bebidas tenían un
marcador permanente oscuro cortado a través de ellos.
Frunciendo el ceño, me acerqué al mostrador y hojeé algunos menús más,
notando que el mal estado se repetía con los demás también. Bordes
desgastados, arrugas, marcador permanente y manchas pegajosas. Mirando por
encima del hombro, miré las mesas vacías y fruncí el ceño.
Esta sería una solución fácil para dar la impresión de que se preocupan por
su imagen ante el público, y con la ubicación de la tienda, deberían atraer a la
mayoría de los turistas que querían un café con leche antes de subir a la montaña
y, sin embargo, allí no parecía haber nadie adentro, y yo había estado allí durante
más de veinte minutos.
Esta fue una gran razón por la que quería conocer a Nora aquí, porque
quería comenzar a inspeccionar algunas de las empresas para evaluar dónde
necesitaban ayuda y cómo podía ofrecer mis servicios. Desafortunadamente, mi
ayuda con el cambio de marca tendría que hacerse de forma gratuita, ya que
sabía que estas empresas no tenían el dinero para ello. Si ayudara a mantener mi
casa a flote y a mis padres empleados, entonces no me importaría.
—¿Oye, Rachel? —Llamé, de pie en el mostrador.
La chica en cuestión se había presentado, me había preparado el americano
y se había escondido detrás.
Un destello de cabello rojo llamó mi atención cuando Rachel salió corriendo
con un plato empapado.
—¿Sí?
Dios mío, ¿por qué iba a dejar caer agua jabonosa por el suelo? Gah.
—Perdona, no quería molestarte, esperaba charlar contigo sobre algo un
segundo.
—Oh, vale. —Miró a su alrededor, como si no estuviera segura de dónde
poner el plato. Se acomodó en la encimera, dejó el plato y se acercó a mí.
—¿Qué pasa?
—Tenía curiosidad por saber si se reimprimen y plastifican los menús
trimestralmente o cuál suele ser la rotación.
Sus cejas oscuras tocaron la línea del cabello cuando la sorpresa se apoderó
de sus rasgos.
—Ah, ¿esos? No, los hemos tenido desde siempre. No creo que hayan sido
intercambiados durante al menos dos años o algo así.
Tal como lo sospechaba.
—Ok gracias. Um, ¿tienes el número del gerente, por casualidad?
El pánico inundó los rasgos de la pobre chica.
—¿Hay algo mal?
Sacudiendo la cabeza, volví a bajar el menú.
—¡Nada! Lo prometo, solo espero hablar con el gerente sobre una
oportunidad de negocio. Has estado increíble, no te preocupes.
—Está bien, bien, solo me aseguro. —Ella exhaló y caminó hacia atrás,
olvidando su jabonera.
Justo cuando salía, oí el tintineo de la pequeña campana sobre la puerta. Me
giré y vi entrar a mi mejor amiga, abrazando un bolso cruzado contra su pecho.
Sus ojos se abrieron cuando me miró y se apresuró hacia la mesa que había
enganchado para nosotros.
—Literalmente ni siquiera necesito cafeína; Solo necesito detalles —dijo
efusivamente, apenas balanceando su trasero en el pequeño asiento que había
medio sacado de la mesa.
Sintiendo que mi cara se sonrojaba, me acomodé frente a ella y decidí
derramar todo, como rasgar una tirita.
—Bueno, puede que lo haya sobrevendido. Quiero decir, no fue tan grande
como…
—No escatimarás en esto, Raelyn Vernon. Cuéntame. Todo —exigió,
inclinándose sobre mi taza de café.
Exhalando un fuerte suspiro, erizándome ante el destello de vergüenza que
me producía sentir lo que había pasado, lo solté sin más.
—Me besó.
—¿Qué? —chilló en voz alta, haciendo que a Rachel se le cayera algo por la
espalda. La camarera salió corriendo, con los ojos muy abiertos y el pecho
sonrojado.
—¿Todo bien?
—Lo siento —nos disculpamos Nora y yo al unísono.
Rachel sacudió la cabeza, probablemente irritada, y se dirigió hacia la parte
de atrás.
—¿Te besó? Vale, atrás. Nora se sentó, sacudiendo la cabeza.
—Vale, cuando subí, no tenía ni idea de que era su casa, hasta que salió.
—¿Cómo es posible? —Sus cejas se juntaron, juntando pequeños trozos, y
me dieron ganas de dejar que intentara sacar sus propias conclusiones. Confesar
se sentía como tragar vidrio.
—Bueno... lo curioso del asunto es que anoche descubrí que mi padre en
realidad me había tendido una trampa y le había pedido a Davis que hiciera el
pedido sin poner su nombre en el ticket.
—¿Qué?
Algo volvió a chocar en la parte de atrás. Hicimos un gesto de dolor y
gritamos juntos hacia la cocina:
—¡¡Lo siento!!
—Sí, ya volveremos a eso. Entonces, me sorprendí, y debido a lo aturdido
que estaba, terminé parándome demasiado rápido junto a la escotilla trasera y
me golpeé la cabeza.
—Oh Dios mío. Se ocupó totalmente de ti —presumió Nora, boquiabierta y
con los ojos muy abiertos.
—Me llevó dentro, me ofreció agua y me ayudó. —Omití cuidadosamente un
millón de detalles, como el hecho de que me llevara en brazos y que me acunara
contra su pecho como si yo fuera lo más frágil que jamás hubiera tenido en sus
brazos. O cómo me había agarrado a sus muñecas porque parecían fuertes y, en
ese momento, me había sentido débil.
Hice acopio de mis pensamientos y continué—: En fin, empezamos a hablar
y me enfadé porque lleva como dos años obligando a mis padres a subir en auto
a la montaña sólo para llevarle cosas, porque le da pereza bajar, así que le mandé
a la mierda, él me mandó a la mierda a mí también y, cuando intenté marcharme,
me atrajo hacia sí y me besó.
Los ojos de Nora buscaron mi cara.
—¿Como de una forma dulce?
Lentamente, negué con la cabeza, mientras una sonrisa desafiante torcía mis
labios, traicionando mi verdad.
—¡Dios mío, te ha gustado!
Empujé la taza hacia delante y luego hundí los dedos en el asa, tratando de
ignorar la oleada de calor que me golpeaba el pecho al recordar sus labios.
—No, no me gustó.
—Sí lo hiciste —argumentó ella, como si fuera tan evidente como que el
cielo es azul.
Le di un sorbo a mi café, encogiéndome de hombros.
—Entonces, que el hombre pueda besar... no cambia el hecho de que lo
odio. Como odio, odio, desprecio totalmente, así que no importa.
Nora se sentó y finalmente dejó que su mirada se desviara hacia el techo,
como si estuviera considerando todo lo que yo había dicho, tratando de encontrar
una manera de arreglarlo.
—Definitivamente importa, Rae… este es tu amor de por vida. El hombre
que...
—No era real —dije con más fuerza de la necesaria. Suavizando mi tono,
agregué—. Fue un flechazo, y murió. Mis sentimientos ya no están activos, así que
no importa.
Fue solo un beso. Y una mentira.
Los ojos de Nora brillaron con diversión mientras se recostaba y sonreía,
desviando la mirada del patrón que abrió la puerta, boca abajo, con los ojos
pegados a su teléfono. Ambos observamos cómo el hombre levantó la vista, vio
que no había nadie detrás del mostrador y luego giró sobre sus talones para salir.
—¿Entonces el beso no significó nada en absoluto? —Ella levantó una fina
ceja hacia mí en desafío.
Sacudiendo la cabeza con vehemencia, sonreí.
—Nada en absoluto. Era simplemente físico, como dos imanes que chocaban
entre sí debido a la proximidad. —No me atrevía a hablar de lo que le había oído
decir a mi padre.
—Eh... interesante.
Entrecerré mi mirada en mi mejor amigo.
—¿Por qué es eso interesante?
Ella se encogió de hombros, hundiéndose en su silla.
—No hay razón… Es solo que… un beso de Davis no es solo un beso.
Siempre significará más por lo que él significó para ti durante tantos años.
—No es así en absoluto. —Tragué el grueso nudo en mi garganta,
escuchando su voz mientras hablaba anoche—. Creo que todo fue solo para
mostrar, para mi papá. Creo que papá está preocupado o algo por mí. De
cualquier manera, no fue un beso de verdad, Nora. Así que toda esta conversación
es solo una pérdida de tiempo.
Su expresión se arrugó y luego su ceja izquierda se arqueó, lo que
significaba que estaba lista para lanzar algunas razones más además de por qué
probablemente pensó que el beso significaba algo. Pero no podía hablar más de
esto.
Me puse de pie y le sonreí a mi amiga.
—Necesito cariño, mamá y papá acaban de salir. Vamos.
***
A la mañana siguiente me encontré bostezando mientras salía de mi
habitación y caminaba por el pasillo.
—¡Ahí está! —exclamó mi padre en voz alta.
Con un gesto de dolor, parpadeé contra la claridad de la habitación.
—¿Por qué están abiertas las persianas?
—Son casi las diez, dormilona.
Oh.
—Lo siento, me levanté tarde… —Me esforcé por pensar en algo inteligente
que decir—. Haciendo un rompecabezas.
A mi madre se le iluminaron los ojos.
—Deberías haber venido a buscarme, yo también me quedé hasta tarde
haciendo uno. —Claro que sí.
Le dediqué una cálida sonrisa y me dirigí a la cocina para agarrar una taza y
servirme un café. Cuando fui a por la crema, oí un grito ahogado detrás de mí.
Me sobresalté al ver lo cerca que había llegado mi madre de mí.
—¡Mamá! —resoplé—. ¿Qué haces?
—¿Es la mezcla de avellanas? —Miró el bote de crema que tenía en la mano.
Parecía enloquecida, como si fuera a arrebatármelo en cualquier momento.
Lentamente devolví el frasco a la nevera, cerré la puerta y apoyé la espalda
contra ella.
—Creo que probaré eso de la leche y el azúcar que has estado haciendo.
Sus ojos se entrecerraron en la puerta cerrada.
—No, no seas tonta... déjame olerlo.
La miré, intentando no esbozar una sonrisa. Era una adicta total, a punto de
quebrarse, y mi padre iba a matarme si lo hacía.
—¡Papá! —Llamé, y él estaba allí un segundo después, observando la
postura de mi madre y su mirada hacia la nevera.
—Mil, has trabajado mucho —dijo con reproche.
—Sólo quiero olerlo, Roger, eso es todo.
Solté una carcajada, incapaz de contenerla por más tiempo.
—¿Por qué demonios estás tan empeñado en no beberlo más?
Finalmente, mi madre chasqueó la lengua y se dio la vuelta.
—Fue algo a lo que Thomas me animó a renunciar. Todos renunciamos a algo
como cosa de verano. —Me hizo un gesto con la mano como si no fuera a
entenderlo, y el pellizco que sentí en el pecho se hizo eco de su sentimiento.
Había subestimado enormemente lo unidos que se habían hecho a lo largo de los
años.
—Entonces, ¿lo conoces bastante bien? —Jugueteé con uno de los imanes de
la nevera, mis ojos se dirigieron hacia la foto de un hombre subiendo la montaña
Macon.
—Sí, nos hemos acercado bastante... —dijo mi padre, mordiendo una
tostada.
Miré la foto una vez más y ya sabía que esa persona no era ninguno de mis
padres. Señalé la foto—: Es él, ¿verdad?
—Eso fue hace dos inviernos. Fuimos a cazar árboles de Navidad allí arriba,
pero esa imagen de ahí me encantaba cómo miraba a la montaña, como si fuera
una amiga en lugar de una enemiga, o algo a lo que temer. Nos enseñó a escuchar
a la montaña, a estar seguros en ella y a respetarla
—Sin embargo, ¿nunca ha venido aquí, hasta la otra noche para cenar?.
Levanté una ceja—. Suena como una relación unilateral para mí.
—Simplemente no lo conoces, cariño —me reprendió mi papá, y el tirón en
mi centro amenazó con detonar. Nunca supieron de mi obsesión con Davis; nunca
supieron lo locamente enamorada que estaba de él, o lo tonto que había sido.
Me había acostumbrado a no contarles cosas a mi madre y a mi padre, y
Davis había caído bajo ese paraguas. Siempre se perdían grandes pistas en lo
que a mí respecta, y dolía muchísimo que se hubieran ido y adoptado al único
hombre en el planeta que me había lastimado tanto.
—Bueno, encuentro toda esta relación ridícula... y no tuve una muy buena
interacción con él ayer. —Quería preparar a mi padre para el fracaso con la forma
en que redacté mi declaración. Quería que admitiera que me había tendido una
trampa. Tal vez estaba buscando una razón para que no me quisieran, para
enviarme de regreso a Nueva York infestada de cucarachas con un nuevo chip en
mi hombro.
Joder, necesitaba volver a la terapia.
.Los ojos de mi padre se entrecerraron.
—Bueno, no debe haber sido tan terrible si condujo hasta aquí en su
motocicleta, bajo la lluvia.
Su insinuación era clara: Davis había arriesgado su vida para seguirme a
casa. Mi ira me partió por la mitad como un tronco, obligándome a quebrar la voz.
—¡No habría tenido que llevarme a casa si yo no hubiera subido allí en
primer lugar! Me la has jugado, papá.
La expresión apagada de mi padre me hizo sentir que había ido demasiado
lejos, pero me dolía su falta de implicación en mi vida, sólo para meter las narices
en ella en el peor momento posible.
—Cariño —dijo papá en voz baja, justo cuando la expresión de mi madre
cedía.
—¿De qué estás hablando?
Al menos ella no estaba metida en esto.
Sacudí la cabeza y caminé por la cocina, con las muelas apretadas mientras
me esforzaba por dominar mi frustración.
—Papá le dijo a Davis que hiciera el pedido, pero que dejara su nombre
fuera del ticket, para que yo no supiera a quién se lo entregaba. Luego, no sé... le
dijo que coqueteara conmigo, o cualquier otra cosa. Básicamente, que me sintiera
lo bastante cómoda como para querer quedarme aquí en Macon.
Miré fijamente a mi padre y añadí—-: Los oí anoche, hablando en el garaje.
Los ojos de mi madre se desviaron hacia los de mi padre durante un breve
segundo antes de volver a posarse en mí.
—¿No quieres quedarte?
Joder, eso no era lo que quería decir, ni que ellos lo oyeran. No sonaba bien.
Retrocedí.
—No, claro que quiero quedarme, pero a papá parece preocuparle que no lo
haga y ha convencido a Davis para que me ayude.
—Rae, cariño... —Mi madre se movió para venir detrás de mí, pero las
lágrimas me taparon los ojos mientras la vergüenza me sonrojaba la cara. Estaba
tan enfadada por la interacción con Davis, por no saber que él era el cliente al
que iba a entregar. Me dolía demasiado, y no podía contarles nada porque
entonces querrían saber por qué.
¿Y por qué venía a por mí y no a gritarle a mi padre?
—Estoy bien... pero no puedo creer que hiciera eso y…—Unos fuertes
brazos me rodearon, aplastándome en un cálido abrazo. Mis palabras se cortaron
bruscamente y, cuando otro par de grandes brazos me rodearon la espalda, me di
cuenta de que no necesitaba decir nada más.
La voz de mi padre carraspeó en mi cabello.
—Nunca quise hacerte daño. Sólo quería que fueran amigos. Pensé que te
vendría bien uno más. Lo siento mucho, cariño.
Me ardían los ojos mientras trataba de contener las lágrimas, pero era inútil.
—No nos abandones, cariño. Comprende que lo estamos intentando y que te
queremos mucho.
¿Quiénes eran esas personas? Nunca me había sentido tan querida y
protegida en toda mi vida. ¿Dónde estaba todo ese apoyo cuando quería que
vinieran a visitarme, o cuando me había graduado? El dolor que había utilizado
para proteger mis muros en lo que a ellos se refería empezó a resquebrajarse.
Muy lentamente.
Y por una vez, agradecí la ruptura.
***
Aquella tarde, mientras ayudaba en la cafetería e intentaba recuperar mi
ego herido, apareció Carl, lo que me recordó que no sólo mi padre parecía estar
metido en la estafa del reparto con Davis.
Al ver que Carl traía una caja de arándanos frescos de la parte de atrás,
esperé a que los dejara en el suelo e incliné la cabeza para que me siguiera.
Siguiéndome, su presencia grande y corpulenta era como un muro de
ladrillo macizo mientras nos acercábamos al maletero de mi auto.
—¿Cómo es que no me avisaste de esa entrega? —pregunté con tono
ecuánime, queriendo oír lo que tenía que decir antes de ofrecerme voluntaria a
decir que mi padre me había tendido una trampa.
Sus ojos se entrecerraron.
—Creía que lo sabías.
Negué enérgicamente con la cabeza.
—¡No, no tenía ni idea!
—Lo siento, String Bean... nunca te habría enviado allí sin una pequeña
advertencia.
Tuve que recordarme a mí misma que mi padre tampoco lo habría hecho si
hubiera sabido el pasado que tenía con el gruñón de la montaña. Se hicieron unos
segundos de silencio mientras las hojas perdidas se agolpaban alrededor de la
rueda de mi auto y los ojos de Carl buscaban entre el montón de escombros.
—¿Has visto que ha llegado otro pedido suyo?
—¿En serio? —El descaro de aquel hombre, después de haberle dicho a mi
padre que no quería tratar conmigo, que yo estaba demasiado lejos. Una causa
perdida. ¿Era tan malcriado como para suponer que volvería corriendo a hacer
de repartidor? Ni de broma.
–Toma. —Carl me dio un teléfono—. Este es el teléfono de los empleados
por donde pasan los pedidos; puedes responder a su pedido con una X roja y
dejar una nota de por qué no puedes atenderlo. —Me encantó que aquel hombre
ya supiera que no pensaba atender su pedido y que no tuviera que darle
explicaciones.
Tomé el elegante teléfono móvil y sonreí mientras miraba la pantalla. Esto
serviría perfectamente para enviarle a Davis el mensaje de que él ya no
mandaba, y que nadie le haría caso, y mucho menos mis padres. Ni a mí.
13

Davis
Seis años antes

Observé desde la ventanilla de mi camioneta cómo la gente atravesaba las


puertas correderas automáticas de cristal del hospital. Una familia se apiñaba y
se limpiaba la cara mientras se dirigía a toda prisa hacia el estacionamiento. El
hospital de Macon sólo tenía dos pisos y sólo podía soportar una actividad
marginal, pero el servicio de urgencias contaba con enfermeras eficientes y los
cirujanos eran respetables.
Aun así, una parte de mí deseaba que lo sacaran de este maldito lugar y lo
alejaran de mí. Era la misma batalla mental que tenía cada semana cuando iba a
la ciudad. Hacía mis rondas, recogía mi pedido de comestibles, la comida de la
cafetería, los libros reservados de la biblioteca y el pedido de la ferretería. Luego
conducía hasta aquí... y miraba.
Todavía no había entrado, y no tenía ni idea de lo que pensaba de eso, si
estaba siquiera consciente, o sabía que yo estaba aquí fuera, luchando con mi
maldita culpa. Había llegado hasta la pasarela, y eso fue sólo una vez. Todas las
otras veces, estaba aquí, sólo mirando.
Llevaba así dos meses y, cada semana, una parte de mí se marchitaba un
poco más. Irónico, considerando que mi hermano en realidad se estaba
marchitando.
El accidente fue culpa mía, y ahora él estaba ahí dentro, solo, y yo no podía
hacer que mi cuerpo funcionara bien para poder ir con él. Mis padres estaban
hartos de mis excusas, mi familia extendida disgustada por lo que veían como
indiferencia.
El pueblo... bueno, la mayoría sabía de mi pasado, al menos lo que creían
saber... y la mayoría seguía hablando. Los rumores que escuchaba circular sobre
el recluso de las montañas eran cada vez más intensos cada vez que me
aventuraba en el pueblo, pero no me importaba.
Sólo quería verlo, pero cada vez que lo intentaba, me apagaba.
Yo merecía estar en esa cama, no él, y ese remordimiento me ahogaría.
14

Rae
Estaba extendiendo la masa para una tarta de cerezas cuando mi padre hizo
una especie de ruido a mi lado. Miré hacia él y vi cómo se le contorsionaba la
cara.
—¿Qué ha sido eso? —Mis manos se detuvieron a mitad del amasado
cuando la preocupación interrumpió mis movimientos, haciéndolos
espasmódicos.
Se rió, frotándose el pecho.
—Nada, no te preocupes, ya he ido al médico.
Estaba preocupada.
—¿Cuánto hace que...?
—¿Has visto quién está ahí fuera? —Preguntó Rudy, uno de los camareros,
interrumpiendo mi estela de preguntas. Vi cómo se dirigía al fregadero para
lavarse las manos y luego volví a mirar con preocupación al hombre que tenía al
hombro. Mi padre me lanzó una mirada que me dijo que lo dejara estar, pero que
sin duda volvería a sacar el tema.
—¿Otra vez Susan Bowker? Porque le he dicho que no puede entrar aquí a
menos que esté completamente vestida.
Me reí junto con Christy, la mujer que escarchaba magdalenas a mi lado.
Rudy soltó una carcajada.
—No, es ese tipo recluso.
—¿Thomas? —preguntó mi padre con tono esperanzado, pero oír ese
nombre hizo todo lo contrario en mí, y la falta de reconocimiento rebotó en las
caras de todos.
Papá se corrigió.
—Davis, quise decir Davis.
—Sí, está fuera, al otro lado de la calle, apoyado en su moto.
Había pasado más de una semana desde nuestro beso, y la traición. Y el
mismo tiempo desde que empecé a rechazar sus pedidos. Cada día llegaba uno
nuevo, confundiéndome a demasiados niveles. Sabía que sería yo quien se lo
entregaría, y aun así le dijo a mi padre que yo era demasiado trabajo... pero
también había dicho que la conversación en torno a aquel beso no había
terminado. Pero tal vez eso fue sólo en lo que respecta a confesar-explicar que mi
padre le había pedido que se apiadara de mí. Tal vez no quería besarme.
—Será mejor que salga y hable con él. —Mi padre empezó a desatarse el
delantal y a lavarse las manos.
—¿Por qué tiene que salir? ¿Por qué no puede venir aquí a hablar contigo?
No es que quisiera que viniera aquí, pero hubiera preferido eso a que mi
padre tuviera que salir. Especialmente después de su extraño comportamiento
hace un momento.
—Así son las cosas con él, cariño.
Otra vez. No habíamos vuelto a tocar el tema de Davis, desde aquel día en
que tuve un colapso emocional. Todos pasamos del tema, como si fuera tabú, que
supongo que para ellos, tal vez lo era. En cualquier caso, no me parecía bien que
mi padre cediera a los caprichos de esa mocosa malcriada de las montañas.
Soltando mi masa, copié los movimientos de mi padre.
—Bien, iré contigo.
—No hace falta, cariño. Te ayudaría quedarte aquí.
—Oh no, insisto. —Le seguí.
Cualquier cosa para recordarle a Davis que tenía que dejar de tratar a mi
madre y a mi padre como si fueran sus padres. Su hija estaba de vuelta en la
ciudad, y ella daría un paso adelante para detener este abuso.
Sacudiendo la cabeza, mi padre pasó de largo a los clientes y se dirigió al
exterior. Davis estaba sentado con una pierna echada hacia atrás y la otra larga
extendida mientras su trasero descansaba ligeramente contra el asiento de cuero
negro de su moto. Tenía la cabeza inclinada mirando su móvil, y llevaba puesta
aquella chaqueta de cuero, a pesar de las temperaturas más cálidas.
Cuando levantó los ojos y me vio acompañando a mi padre, con los brazos
cruzados y el ceño fruncido, enderezó la columna, se bajó de la moto y se pasó
una mano por el cabello.
—Thomas, hijo mío, ¿cómo estás? —preguntó mi padre mientras nos
acercábamos.
Entorné los ojos ante su comentario.
Davis abrió los brazos y mi padre me abrazó.
Un abrazo.
Mi ceño se frunció.
—Qué forma tan bonita de saludar a alguien a quien has obligado a salir en
mitad de la cocción de una tarta y la gestión de un negocio. —Fruncí el ceño.
Davis igualó mi expresión, dando un paso atrás.
—Cualquiera que lleve aquí algún tiempo sabe que así es como la gente se
comunica conmigo cuando vengo a la ciudad.
—Cater.
Arrugó las cejas oscuras.
—¿Qué?
Aclaré.
—Cómo te atiende la gente...
Mi padre agitó la mano como si fuera gracioso.
—Ignora a Rae, aún se está acostumbrando a estar de vuelta. Recuerdas que
se golpeó la cabeza, y bueno, parece que las cosas siguen un poco inquietas.
¿Qué demonios...?
Davis movió sus ojos de mi cabello por mi cuerpo y luego a mis zapatos de
una manera sugerente. Una forma que me hizo sonrojar, teniendo en cuenta que
mi padre estaba allí mismo.
—Sí, lo recuerdo.
La forma en que lo dijo me puso la piel de gallina, como si realmente
pudiera acordarse de mí adolescente. Me moriría si alguna vez lo hiciera, haría
las maletas y me mudaría literalmente a cualquier sitio menos aquí. Su mirada
persistente hizo que mi cerebro sufriera un cortocircuito que me hizo olvidar por
completo el comentario de mi padre y, en su lugar, empecé a revivir la sensación
de los labios de Davis apretados contra los míos. La forma en que olía, y lo segura
que me sentía cuando me había enjaulado.
—Bueno, quería pasarme y preguntar si todo iba bien. Me han denegado los
últimos pedidos, dicen que ya no servís en mi zona. —Se metió la mano en el
bolsillo y sacó un sobre blanco—.Y Rae se fue sin esto la semana pasada, así que
quería traérmelo.
Sonriendo, se lo entregó a mi padre, cuyo rostro se había aflojado. Debía de
haber olvidado que me había seguido a casa y fácilmente podría habérmelo
traído.
Debería haberme quedado dentro, porque la forma en que mi padre se
volvió hacia mí y me fulminó con la mirada me dijo que mi negativa a servirle no
le parecía muy simpática.
—Lo siento mucho, Thomas. Debe haber habido un problema con la
aplicación. —Mi padre mantuvo la mirada fija en mí mientras hablaba, y me sentí
dos pies más alto—. Me aseguraré de que Carl le eche un vistazo y vea cuál es el
problema.
Davis sonrió y me miró brevemente antes de apartar la vista.
—No hay problema, Roger... es lo que me imaginaba. —Su mirada se
endureció al terminar la frase—. Millie y tú significan mucho para mí; sólo quería
asegurarme de que no había ningún problema.
—Ninguna en absoluto, sabes que eres como un hijo para nosotros. –Mi
padre se adelantó y abrazó a Davis en otro fuerte abrazo.
Le di un respingo al recluso, mientras mi padre seguía dándome la espalda.
Davis sonrió satisfecho.
—Bueno, será mejor que vuelva a entrar. Millie querrá verte, tomar un té.
¿Vendrás otra vez, quizá para el postre? —La mirada de mi padre rebotó hacia mí
como si yo fuera la razón por la que no podían subir a su casa. Qué bien.
Esperaba ser siempre la razón por la que no hicieran ese peligroso viaje.
Davis pareció comprender y bajó la cabeza.
—Claro, por supuesto.
Dándole una palmada en la espalda a Davis, papá canturreó.
—Le diré a Millie que te llame.
Davis asintió, y ambos vimos cómo mi padre se volvía hacia la cafetería. Yo
estaba a punto de irme también cuando sentí que me agarraban con fuerza del
codo y me sujetaban.
—No tan rápido —murmuró Davis cerca de mi oído.
La cercanía me hizo un delicioso mal en el estómago. Parpadeé para
permanecer impasible.
—Quería devolver una compra extra que parecía haberse colado en mi
entrega. Comprobé el recibo y vi que no estaba en el mío, así que debía de ser
tuyo.
Oh, mierda.
No quise mirar, pero me apretó la caja de cartón brillante contra el pecho,
con los dedos enroscados en ella, de modo que sus nudillos rozaron mis pechos.
—Puede que necesites esto si piensas follar pronto.
El calor me golpeó la cara cuando le quité la caja de condones. La forma en
que había dicho follar, el tono de su voz... me chirriaba la piel, como una piedra
áspera.
—Deberías devolverlos. —Sonrió satisfecho, y me giré lo suficiente como
para darme cuenta por primera vez de que llevaba la cara bien afeitada, lo que
hacía que su firme mandíbula resaltara aún más que antes. También parecía llevar
el cabello más corto y peinado.
—¿Por qué debería devolverlos? —pregunté un poco sin aliento.
Chasqueó la lengua y se acercó hasta que nuestros cuerpos estuvieron casi
alineados.
—Vas a necesitar la talla magnum.
Mi mirada se endureció y mi mandíbula se tensó.
—Hijo de...
Levantó la mano, me agarró la mandíbula y, en cuestión de segundos, nos
giramos, de modo que mi espalda estaba pegada al edificio y estábamos fuera de
la vista de la cafetería.
Su nariz estaba en mi cuello y sus manos en mis caderas.
—¿Puedo besarte, Rae? —susurró, recorriendo mi piel.
Sacudí la cabeza y me tembló la garganta.
—No.
—No pareces el tipo de chica a la que le gusta que se lo pidan, así que voy a
hacerlo.
—Inténtalo y a ver qué pasa —sonreí maliciosamente.
Me miró fijamente, con una pequeña sonrisa en la comisura de los labios.
—No podrás resistirte a mí para siempre.
—Mírame. —Lo miré desafiante, odiando que me hubiera dicho algo que me
latía tan hondo.
Su cuerpo se apretó contra el mío un segundo más y luego desapareció.
—Creo que te besaré cuando menos te lo esperes. Tal vez en la iglesia o
algo así.
—¿Por qué molestarse con esta treta? Los oí hablar aquella noche en el
garaje. Sé que mi padre te pidió que hicieras el pedido, y sé que crees que tengo
demasiado trabajo como para hacerme amiga. —Apoyé las palmas de las manos
contra el ladrillo, para encontrar de algún modo el equilibrio.
Su mirada tormentosa me atravesó, como si yo fuera una barra de
mantequilla fría y él el cuchillo abrasador, recién sacado del fuego.
—Oíste mal... o al menos entendiste mal.
Inclinando la cabeza, pregunté:
—¿Te dijo que hicieras el pedido y me mintieras?
Sin un solo tropiezo en su voz, o parpadeo en su mirada, respondió.
—Sí.
—Entonces no sé qué me queda por...
Su agarre volvió a mi cintura mientras su cuerpo se apretaba contra el mío,
empujándome con más fuerza contra el ladrillo de mi espalda.
—Me has entendido mal... No quiero ser tu amigo, Rae, y das mucho trabajo,
pero por si no te has dado cuenta, el trabajo no me asusta. Me gusta el trabajo. Me
gustan los problemas. Eres una mezcla jodidamente deliciosa de ambas cosas, y
por favor, entiéndeme cuando digo esto —bajó la cabeza, sus labios apenas a un
suspiro de los míos—: Me gusta besarte.
Sentí que me daba vueltas en el sitio, como si todo mi universo se hubiera
puesto patas arriba. Había huido de esta ciudad por su culpa. Escogí la
universidad más lejana de este lugar, sólo para curarme de él.
¿Y ahora me quería? Esto era una locura.
Chasqueó la lengua.
—Espero mi próxima entrega, Rae.
Con un último roce de su nariz contra mi cuello, se apartó y se dirigió hacia
su moto, dejándome allí de pie con una caja de condones.
***
Tiré de la monstruosidad de cartón para liberarla del estante superior y la
acuné mientras me hundía en la alfombra del armario. Toda esta situación con
Davis estaba tirando de la armadura que había construido durante los últimos
cuatro años. Con cada encuentro, sentía que una pieza se desprendía, revelando
lo patéticos que habían sido mis intentos de recomponerla. Saqué mi diario
encuadernado en cuero, abrí suavemente la primera página y me tragué el nudo
que tenía en la garganta.
27 de octubre de 2016
Querido diario,
Es octubre y hay un festival en la ciudad. Creo que Davis podría ir, y creo
que esta podría ser mi oportunidad de decirle por fin quién soy. Si no se presenta,
le he dicho a Nora que tengo un plan B... Solo espero que salga como creo.
Al cerrar el diario, se me llenaron los ojos de lágrimas mientras la
humillación me obstruía la garganta. Fui tan ingenua. Tan enamorada, y de un
hombre con el que ni siquiera había hablado, pero no había habido forma de
convencerme de que no me correspondía. Recordé lo que pasó después de aquel
festival, y me refrescó la memoria sobre el "plan B".
—Oh, Dios —jadeé, recordando que le había dejado cartas.
¿Las recibió alguna vez?
Un crudo recuerdo de él saliendo enérgicamente de la biblioteca un día
soleado, agarrando un fajo de papeles en la mano y metiéndolos en el cubo de la
basura, sacudió mi corazón. Claro que los tenía, porque yo aprovechaba que
reservaba tantos libros con tanta regularidad. Metía las cartas entre las páginas
de sus libros.
No podía emparejar a los dos, al hombre que amé desde los dieciséis hasta
los dieciocho años. No podía compararlo con el hombre que hoy me había tocado
y me había hecho sentir como él. La forma en que hablaba, su voz aterciopelada
rodando sobre mi piel como un trueno, recorriendo mis brazos como un
relámpago.
—Esto es una locura. —Me aparté el cabello de la frente y rebusqué en el
resto de la caja. Anuarios del instituto, cuadernos de periodismo y fotografías.
Saqué un cuaderno rosa encuadernado en espiral y arrugué las cejas.
¿Para qué había usado este?
16 de junio de 2017- Davis fue visto en Correos vistiendo vaqueros azules y
camiseta blanca.
30 de junio de 2017- Davis fue visto interactuando con otra mujer en el
supermercado. Nora lo vio primero, manda un mensaje para obtener más
información de ella. Consigue detalles sobre la mujer, y si es alguien a quien
debamos vigilar.
Cerré el cuaderno de golpe y lo lancé contra la puerta del armario mientras
lágrimas de rabia corrían por mi cara.
En mi pecho había un cráter donde habitaban la vergüenza, el resentimiento
y la humillación. Había sido tan patética. Le había acosado.
De hecho, tenía pruebas físicas de que le había acosado. ¿Podría ir a la
cárcel por esto?
Gimiendo, tomé la caja, la saqué de mi habitación y salí al pasillo.
—¿Rae? —llamó mi madre, probablemente curiosa por mi paso decidido.
Me moví sin hablar, no quería que se me escapara ni una sola palabra, pero
sabía que si no le daba algo, me acosaría.
—Me voy a casa de Nora. Volveré pronto —murmuré, poniéndome las
zapatillas peludas.
La expresión de desconcierto de mi madre no hizo más que empeorar
cuando salí de casa sin chaqueta ni más ropa que los pantalones cortos del
pijama y la camiseta de tirantes.
Su voz resonó en el camino mientras me perseguía.
—¿Qué demonios estás haciendo, Raelyn Jackson?
—Nada, vuelvo enseguida. —Me apresuré a bajar la calle, ignorando el frío
que se clavaba en mi piel.
No tenía ni idea de si mi madre me pisaba los talones o no, pero tenía que
saber que era lo bastante mayor como para salir de casa a medio vestir, cargada
con una caja de recuerdos, sin tener que dar explicaciones.
Una manzana más abajo, con la respiración entrecortada, llegué por fin a la
puerta de Nora. Sólo eran las ocho de la noche, así que no debería haber ninguna
razón para que no estuviera en casa. Golpeando la madera con los nudillos,
empecé a moverme de un pie a otro, conteniendo el dolor que crecía en mis
dedos y a lo largo de mis brazos.
Finalmente, la puerta se abrió y apareció mi mejor amiga.
—¿Qué estás...?
La corté, empujando dentro, la promesa de calor demasiado tentadora.
—Hola, señor y señora Petrov. —Sonreí a los padres de Nora a modo de
saludo, caminando de vuelta a su dormitorio. Sonrieron, pareciendo un poco
confundidos por mi repentina aparición, pero honestamente, no deberían estar
tan sorprendidos. Nora y yo fuimos una vez inseparables y estuvimos
constantemente en casa de la otra a lo largo de los años.
—Vale, ¿qué está pasando? —Nora cerró la puerta de su habitación.
Dejé la caja sobre el escritorio de Nora y me quedé mirándola.
—Tenemos que quemar esto.
Mi mejor amiga se acercó, a punto de mirar dentro.
La vergüenza subió como la bilis, obligándome a guardar la caja.
—No hace falta que mires dentro. Sólo necesito ayuda para quemarla, y un
testigo que atestigüe que toda actividad criminal relacionada con Davis Brenton
ha sido quemada de inmediato.
Los ojos de Nora se abrieron de par en par, sus oscuras cejas se arquearon
por la sorpresa.
—Espera un momento.
Mi cara se puso al rojo vivo.
—Nora... yo sólo...
—Dios mío, ¿es ésta la caja de...? —Sus ojos se encontraron con los míos, su
cuerpo se inclinó más cerca.
Lo sabía.
Estúpidamente, la había incluido cuando empecé con los diarios y la
vigilancia.
Asentí, incapaz de pronunciar las palabras.
—Entonces, ¿aquí está todo? —Se acercó a la caja.
Apreté los labios y volví a asentir.
—Tengo que verlo.
—De ninguna manera —argumenté, moviéndome para bloquearla, pero ella
fue más rápida.
La tomó, se lo llevó por encima de la cabeza y se movió a mi alrededor, hacia
la puerta.
—Por favor, Rae, ¿por favor? Tengamos una fiesta de pijamas a la vieja
usanza, en la que hablemos de Davis y repasemos tus notas.
Me acerqué a ella.
—¡De ninguna manera! Tengo que quemar todas las pruebas.
—¿Por qué estás tan empeñada en quemar de repente todas las pruebas,
cuando podrías haberlas destruido en cualquier momento durante los últimos
cuatro años?
—Uno —le di un manotazo, pero ella me esquivó—. Sinceramente, pensé que
podría echar la vista atrás y reírme, viendo que nunca volvería a ver a Davis.
—Dos —me erguí, observando su posición y tratando de calcular dónde
atacar—. En realidad no he pensado en ello, y he estado en Nueva York.
—Podrías haberme preguntado.
Extiendo las manos.
—¡Te lo estoy pidiendo ahora!
Rodando los ojos, finalmente bajó la caja.
—Bien, pero no eres nada divertido. Deberíamos ir atrás y beber mientras
quemamos todo.
Eso realmente sonaba increíble.
—¿Tienes algo?
—Psshhh, soy mitad rusa, mitad moldava. Claro que tengo.
***
Una vez me puse un par de chándales de Nora, me abrigué bajo varias
mantas mientras ella encendía la pequeña hoguera de su patio trasero.
Acurrucado en el mueble acolchado del patio, cogí la botella de vodka y le di un
trago.
—¿A tus padres no les importa que hagamos esto?
Claro, las dos teníamos veintidós años, pero aún así me parecía que su
madre estaba a punto de salir y darnos un sermón sobre la bebida.
Nora inclinó la botella hacia atrás y luego vertió un poco en el fuego.
—Ya están en la cama. Me dieron las buenas noches cuando te estabas
cambiando. Sólo me dijeron que me asegurara de que el fuego estuviera apagado
antes de desmayarnos o volver a entrar.
Riendo, y sintiendo un poco más de calor, empecé a sacar objetos de la caja.
—Vale, primero... el diario de localización.
—Nooooo, trabajamos muy duro para rastrear cada uno de sus movimientos.
Solté una carcajada y negué con la cabeza, hojeando de nuevo el diario.
—No puedo creer que guardara esto. No puedo creer que lo hiciéramos. ¿En
qué estábamos pensando?
—Bueno, tú pensabas que estabas enamorada y yo sólo era tu mejor amiga
que te apoyaba.
Sorbiendo de la botella una vez más, la apunté.
—Deberías haberme parado.
Nora se inclinó hacia delante y tomó la botella.
—Era entrañable ver tu amor. Era vibrante y vivo, Rae. Te admiraba por ello.
Demonios, todavía lo hago.
Recordar cómo había amado a Davis sólo me hacía sentir estúpida y
avergonzada. Estaba completamente desquiciada cuando se trataba de él.
—Esto es ilegal, Nora. Lo acosé legítimamente.
Fue su turno de resoplar.
—Eras completamente inofensiva. Simplemente le querías. Ni siquiera dijiste
nada cuando lo viste con esa libertina en la biblioteca.
Esa fulana fue la razón por la que acabé quebrándome mentalmente y
abandonando Macon en cuanto tuve ocasión. Sí, no pasa nada.
—Sólo quiero quemarlo todo y olvidar. —Eché la cabeza hacia atrás y bebí.
Nora me estudió durante un segundo y luego se inclinó más cerca.
—Pero ha vuelto a tu vida y te ha besado. Eso tiene que significar algo, como
si el universo te estuviera dando por fin tu oportunidad.
—No lo quiero —espeté—. No lo quiero, no quiero tener nada que ver con él.
Sólo quiero labrarme un trocito de vida y dejarlo en el pasado.
La expresión preocupada de Nora me dejó en carne viva. No quería su
compasión y, lo quisiera o no, eso era lo que me transmitía su rostro.
Tenía que poner fin a todo aquello, así que arranqué varias páginas del libro
y las arrojé al fuego.
15

Davis
Gary rodó el palillo dentro de su boca, mirándome de reojo. Su gorra
vaquera estaba más manchada de grasa que de aceite, y su cara tenía marcas de
viruela. No era el hombre más atractivo que jamás haya pisado la tierra, pero su
actitud parecía estar a la altura de su aspecto.
—¿No viniste a echar gasolina hace unos días? —murmuró, agarrando la
manivela del surtidor y empujándola hacia su sitio mientras se imprimía mi
recibo.
No era asunto suyo la frecuencia con la que echaba gasolina, pero como todo
el mundo en esta ciudad, era un entrometido de mierda.
—¿Qué tal si te metes en tus propios asuntos, Gary?
Resopló, mientras pulsaba unos botones en la bomba, los fuertes pitidos
resonaron en el calor rancio y húmedo.
—Hay rumores de que tú y la chica Jackson son amigos, y te lo diré ahora
mismo… —Pellizcó mi recibo entre sus sucios dedos, mientras se inclinaba hacia
mi camioneta, pero no me quedaría a escuchar lo que tenía que decir.
Arranqué el motor y bajé la marcha, y me fui antes de que Gary pudiera
terminar su frase. Odiaba esta ciudad de mierda, ¿y cómo demonios había ya
rumores? Pensé en las últimas semanas. Había ido a cenar a casa de los Jackson.
Me había acercado lo suficiente como para susurrarle al oído a Rae la noche que
la seguí a casa. Puede que me vieran inmovilizándola contra el lateral de la tienda
de ropa. Supongo que su advertencia podría tener algún mérito, teniendo en
cuenta que el pueblo querría proteger a la pobre Rae de gente como yo, a pesar
de que ella era tan mala como una serpiente.
No me importaba. El hecho de que volviera a necesitar gasolina significaba
que había estado viniendo a la ciudad más a menudo de lo normal, pero aparte
de que Rae ocupaba cada centímetro de espacio en mi cabeza, Gavin me había
mandado un mensaje, preguntándome si había averiguado algo sobre aquella
chica. Así que decidí que sería buena idea aventurarme hoy a ver si encontraba
algo.
Si por casualidad veía a Rae en alguna parte, entonces oh bien. No
significaba nada.
El primer lugar en el que quería fijarme era la biblioteca. No tenía ni idea de
si era simplemente porque allí había tenido lugar la escena del crimen, o porque
sabía que ella había frecuentado ese lugar a menudo. En cualquier caso, tendría
que tener cuidado con lo que preguntaba, porque no quería que la gente se
hiciera una idea equivocada, y la mierda se extendía más rápido que un reguero
de pólvora en esta ciudad.
Entrar en la biblioteca me produjo una familiar sensación de vergüenza,
desgarrándome por dentro y recordándome que, aunque no tenía ni idea de que
aquella chica estaría allí esa noche, por la expresión de su cara, la había
destrozado. Yo era un imbécil en la mayoría de las situaciones, pero nunca sería
cruel con nadie, no a propósito. Pero, ¿por qué había esperado tanto para ver
cómo estaba? Joder, ¿y si algo había pasado, ¿y esperé cuatro largos años para
siquiera comprobarlo?
Nunca me lo perdonaría.
—¡Sr. Brenton! —me llamó Mabel, la bibliotecaria, ajustándose las gafas de
leer. Mabel llamaba a todo el mundo por su nombre de pila, así que llamarme por
mi apellido era su forma de desairarme. Sabía que a la gente no le caía bien, y a
mí tampoco, así que no me molestaba.
—Mabel, eh... hola. —Joder, ¿cómo se empieza una pequeña charla?
Sus crecidas cejas se juntaron en el centro de su frente—: Bueno, yo....
—Sólo tengo una pregunta rápida, en realidad —dije, cortándola
rápidamente.
Las cejas de Mabel se relajaron mientras su rostro se torcía en algo más
parecido a una cara de perra en reposo. No esperé a que respondiera.
—Estoy tratando de encontrar a alguien. Ella tendría… —Busqué en mi
cerebro la edad que debía tener aquel día en la biblioteca. El verano anterior
había dicho que tenía diecisiete...— Dieciocho o así. Eso fue hace cuatro años. —
Mientras lo decía, empecé a atar cabos, lenta pero inexorablemente. ¿Quizás Rae
la conocía?
—¿Una chica que vino por aquí, o? —Una de las cejas de Mabel se alzó en
forma de pregunta.
—Sí, habría estado en muchas, parecía un poco ratón de biblioteca, siempre
parecía llevar una bolsa de libros, tenía el cabello oscuro y corto, y aparatos… —
No quise comentar lo del acné; me parecía de mala educación señalarlo.
Mabel pareció pensárselo mientras revolvía unas carpetas.
—Veamos... Me trasladé a la biblioteca del condado de Clark durante un año
por aquella época. Probablemente no lo recuerdes, pero estuve trabajando en
tres lugares diferentes durante un tiempo.
¿Por qué iba a recordar eso? Supuse que Mabel había trabajado aquí
siempre.
—¿Tienes alguna idea de quién podría ser?
Chasqueó la lengua.
—Probablemente no recuerdes aquella vez que el perro de la señorita
Frenza se soltó y pasó corriendo por delante de ti en el estacionamiento, y todos
te rogamos que lo detuvieras, pero nos ignoraste y lo dejaste ir, ¿verdad?
No, no lo recordaba.
—¿O aquella vez que Shelly Harding preguntó si unos grupos de educación
en casa podían venir a tu granja y almacén para una excursión de sus hijos, y tú la
rechazaste groseramente?
¿De qué carajo iba? Ah, sí...
Levanté el dedo, como si una bombilla acabara de encenderse en mi cabeza.
—Me acuerdo de esa —me miró fijamente, inexpresiva. Sus ojos azules y
acuosos estaban delineados con eyeliner azul oscuro, no se veía muy bien con su
tono de piel pálido.
—Sabes... sinceramente, aunque supiera quién es esa chica, no te lo diría, y
en realidad, no debería ayudarte en absoluto.
—Pero, ¿y aquella vez que instalé esos apliques gratis? Y no olvidemos que
dono una tonelada de dinero a este lugar. —Claro, yo era un idiota, pero uno
generoso.
—Sinceramente, no lo sé, pero el anuario del instituto sería un buen punto de
partida. Si tenía dieciocho años hace cuatro, es probable que estuviera en el
último curso. Empieza por ahí.
¡El anuario escolar! Genio. Odiaba cuando la gente era más lista que yo.
—¿No vas a dar las gracias? —Mabel llamó después de mí.
Empujé mi hombro contra la puerta de cristal y le grité—: ¿Por qué? No
tenías nada para mí. —No es cierto, pero técnicamente, ella no me dio un nombre,
así que no le estaría dando ningún crédito.
¿Dónde puedo conseguir una copia del anuario del instituto? Seguro que lo
tiene el instituto, ¿no?
Al parecer, no importaba que lo hicieran. Era agosto, y las oficinas de la
escuela no abrían al público hasta dentro de unas semanas. Lo que significaba
que no tenía suerte... a menos que… ¿Rae tenía una copia?
¿Cómo de raro sería si te pidiera verlo? Sería raro, y ni siquiera estábamos
cerca de estar en ese punto de nuestra amistad, o lo que carajo fuera que
tuviéramos todavía. Quería follármela, no pedirle ver su anuario del instituto.
Mierda.
Aun así, necesitaba encontrar a alguien que pudiera tener uno, o al menos
saber de quién estaba hablando. Tal vez Gavin tenía razón y preguntar en la
cafetería sería una buena idea.
***
A mi llegada, la mayoría de la gente del desayuno se había dispersado, lo
cual era bueno. Cuanta menos gente tuviera que atender, mejor. Un hombre
mayor, de cabello canoso, ojos grises afilados y corpulento como un defensa,
atravesó las puertas batientes desde la parte de atrás. Me acordaba de él; estaba
aquí cuando aquella chica me había dejado la nota, y había hablado lo suficiente
con Roger para saber que se trataba de su mejor amigo. Carl.
Parecía dudar cuando me acerqué a él, pero en el último segundo dejó un
trapo sobre la encimera y se cruzó de brazos. Ignoré la forma en que sus ojos
parecían medir mi valía y cómo su creciente mueca de desprecio significaba,
obviamente, que me encontraba en falta.
A la mayoría de la gente no le importaba. Este hombre, en el pasado, parecía
no importarle realmente ni una cosa ni la otra, pero ahora parecía haberse
tomado la pastilla que Gary y Mabel se habían tragado.
—Hola, señor, soy Davis Brenton, y yo...
—Sé quién eres —me interrumpió. La creciente encorvadura de sus hombros
y su intensa mirada probablemente disuadirían a la mayoría de la gente, pero no
a mí.
—Bueno, me preguntaba si podrías ayudarme con algo.
La puerta se abrió, haciendo tintinear el timbre de la parte superior.
Entraron unas cuantas mujeres mayores y se apiñaron hacia una cabina. Redirigí
mi atención a la estatua que tenía delante.
—No es probable, chico.
Resistiendo el impulso de mandar a este tipo a la mierda, respiré hondo y
continué.
—Eres Carl, ¿verdad? Te recuerdo... solías ayudarme cuando venía por mis
pedidos.
Su gruñido fue suficiente reconocimiento.
—Bueno, hace unos años había una chica joven que solía dejarme notas y
reservarme sitios en el mostrador, ¿la recuerdas?
El rostro de Carl se desencajó, sus cejas plateadas se fruncieron, mientras su
mueca de desprecio caía por completo en una línea plana. Era como si hubiera
hablado de alguien que había muerto. El malestar se deslizó por mi estómago al
pensar que había ocurrido el peor de los casos.
—¿Qué quieres de ella? —El tono de Carl era como un picahielos,
golpeando entre nosotros.
Independientemente de su actitud, al menos significaba que sabía a quién
me refería.
—Nada... simplemente tenía curiosidad por saber si estaba bien. Hace
algunos años, me preocupaba que algo malo le hubiera pasado y yo… —¿Cómo
iba a explicárselo? ¿Debía decirle que aún me estaba castigando por ello? No
quería parecer un maldito asqueroso, pero necesitaba respuestas.
Los ojos de Carl iban de un lado a otro, buscando algo en el mostrador. Era
como si estuviera pensando qué respuesta darme; tal vez luchaba por mantener
su intimidad, cosa que yo comprendía. Si no podía decirme nada, estaba bien,
pero eso tenía que significar que estaba viva, ¿no?
—Ella está bien. Se mudó, lejos de hecho... así que no pienses dos veces en
ella y déjala en paz.
—Yo no...
De repente se movió, dándome la espalda y cortándome el paso. Volvió a la
cocina, me lanzó una última mirada amenazadora por encima del hombro y
desapareció.
Eso estaba bien. No necesitaba nada más de él, pero ¿por qué había
mencionado dejarla en paz?
¿Significaba eso que seguía por ahí? No la había visto.
Tal vez le pediría algunas ideas a Gavin, o me derrumbaría y finalmente se
lo pediría a Rae, pero al menos ahora sabía que estaba viva. No se había hecho
daño por mí; simplemente me había superado, había superado su
enamoramiento. Y aunque eso era bueno, también había sido la única persona en
este planeta a la que yo parecía importarle una mierda.
Sacudiendo mi cabeza libre de los pensamientos que rodeaban a la chica,
empujé fuera y subí a la seguridad y el aislamiento de mi camioneta.
16

Rae
Mi mejor amiga estaba tumbada en una manta de franela bajo nuestro arce.
Sus rizos castaños se extendían detrás de ella como un río de espirales de
chocolate y tenía la mano dramáticamente echada sobre la cara, protegiéndola
del sol. Un altavoz reproducía suavemente nuestra lista de reproducción favorita
desde el porche, y entre los dos teníamos unos cuantos cuadernos esparcidos.
—¿Guardabas algún diario o prueba física de alguno de tus
enamoramientos?
Nora soltó un pequeño gruñido y se incorporó ligeramente.
—No. Sus cejas oscuras se fruncieron mientras pensaba en algo, y luego se
dio una palmada en la frente.
—Espera... eso no es verdad.
Sonriendo, corté el cuaderno, viendo cómo las confesiones de amor y
obsesión empezaban a caer a la manta en pedacitos.
—Sabía que no era la única persona desordenada del planeta que
documentaba su obsesión.
—No —Nora me señaló con un dedo—, definitivamente estás sola con todo
esto, pero yo creé un tablero de Pinterest.
Mi cuaderno cayó en mi regazo y se dejó caer sobre la manta.
—¿Qué?
Nora miró hacia un lado, mientras asentía con la cabeza.
—Un tablero de bodas.
—¡Tengo que verlo! —Me lancé por su teléfono.
—Noooooo.---Me apartó la mano, pero yo ya lo estaba agarrando.
—Rae, ¡suéltalo! Dios mío, ¡no puedes!
—¡Viste mi humillación, es justo! —Me puse de pie, sosteniendo el teléfono
en el aire como si no pudiera obtener servicio.
Nora se acomodó, juntando las piernas, cruzadas al estilo puré de manzana,
mientras metía los brazos con fuerza. Parecía una niña pequeña con una rabieta.
—Ni siquiera sabes mi contraseña.
—Tienes la misma desde la secundaria —murmuré en respuesta, navegando
a su aplicación Pinterest.
Oí a Nora murmurar una palabrota con los labios fruncidos.
—Dios mío. —Me quedé paralizada, con la boca abierta ante las imágenes
que tenía delante.
Nora se levantó de un salto.
—¡Tienes que entender que la mayor parte de todo esto lo monté cuando
estaba borracha!
—Nora-Bora, estabas completamente sobria cuando hiciste esto, no mientas.
—Deslicé el dedo por su pantalla, mirando los vestidos color lavanda que había
elegido para sus damas de honor, y saboreando al perro llevando el anillo por el
pasillo.
—¡Ni siquiera tienes perro! —Seguí hojeando y hojeando mientras Nora
dejaba escapar pesados suspiros desde la manta.
—En mi realidad alternativa, en la que mi enamorado me adora y quiere
casarse conmigo, tenemos un lindo perrito que es como un hijo para nosotros y
sería nuestro portador del anillo.
Su idea de boda era bonita. Luces de hilo, al aire libre, pequeña, mucha
hiedra verde y plantas en macetas. Podía imaginármelo todo, y cuantas más fotos
miraba, más nostálgica me sentía, hasta que...
—¿Esto es... espera un segundo, es esto lo que parece? –chilló Nora,
poniéndose de pie de un salto y arrojándose a mi espalda—. ¡No se suponía que
bajaras tanto! —Alcanzó el teléfono, pero mis brazos eran más largos.
—¡Rae, devuélvemelo!
Me reía tanto, medio agachado con ella a mi espalda, que no podía respirar.
—Dos cosas: primero... tengo que saber quién es este enamorado, y
segundo, ¿dónde has encontrado esa foto? —Espeté, con los ojos llorosos
mientras miraba fijamente al hombre en cuestión. Tenía el cabello rubio, lo
bastante largo como para metérselo por debajo del sombrero echado hacia atrás.
Tenía unos llamativos ojos azules y una mandíbula firme y pronunciada que hacía
que se me cayera la baba. Me recordaba a un surfista.
—Está en su página web. Lo encontré cuando trabajaba con mi padre. Así
que sí, guardé la imagen y luego creé el pin, pero el tablón es privado. Él nunca lo
verá.
—Vale, así que hay una persona real que...
—¿Qué estas haciendo? —gritó de repente mi madre desde la ventana de la
cocina, interrumpiéndonos.
Las dos nos giramos, repitiendo al unísono—: Nada.
Era difícil ver a mi madre a través de la pantalla, pero esperó un momento
antes de decir:
—Pasen, Carl ha venido a cenar.
Entre risitas, tomamos nuestras cosas y entramos.
Carl ya estaba sentado a la mesa, con su corpulencia plegada en una de
nuestras pequeñas sillas de cocina.
–Hola,Carl, ¿cómo estás? —Me senté a su lado y esperé que se inclinara y
me abrazara, pero se quedó quieto como una piedra, mirando hacia el salón.
—Me voy a casa. Hasta luego, Rae —llamó Nora antes de salir de la casa, con
la cara aún colorada por haber descubierto su tablón de boda secreto. Sonreí,
pensando en lo que había visto.
—¿A qué viene esa sonrisa? —preguntó Carl de repente, enérgico y frío.
Desanimada por su tono, estuve a punto de no contestar, pero sus ojos eran
cálidos y su lenguaje corporal relajado.
—Es una broma interna.
Asintió con la cabeza, mientras las cejas se le amontonaban en la frente.
Mamá y papá seguían hablando junto al fregadero sobre la cena, ajenos a nuestra
conversación.
Carl vaciló, mirándolos como yo, y luego se inclinó hacia ellos.
—He pensado que quizá fuera de ese chico Davis... hoy ha estado haciendo
preguntas. —Carl sacudió la cabeza, como si estuviera desterrando el recuerdo,
pero ahora se me calentó la sangre.
—¿Qué preguntaba? —Mi voz era más áspera de lo que pretendía, pero todo
lo relacionado con Davis seguía sintiéndose como una cuerda tensa en mi vientre.
Me resultaba familiar, como si poseyera una parte de él.
Carl miró brevemente hacia el fregadero y luego hacia el plato vacío que
tenía delante.
—Se trata de una chica... —Sus ojos grises saltaron y se posaron en mí—.
Aléjate de él, chiquilla. Es malo.
Asentí distraídamente, pensando en las palabras que había dicho.
Una chica.
¿Preguntaba por una chica?
Eso me afectó más de lo que quería admitir. Yo era puramente anti-Davis,
especialmente después de pasar por mis cajas, pero todavía había un pozo
envenenado dentro de mi corazón donde Davis existía, y escuchar que él estaba
preguntando por otra chica parecía ser tan doloroso como tomar un trago de esas
aguas.
Se me revolvió el estómago.
Las imágenes de aquella noche en la biblioteca se repetían una y otra vez en
mi cabeza, obligándome a recordar lo frívolo que era Davis con las mujeres. Yo no
era nada para él, siempre lo había sido y siempre lo sería.
Cuando el pastel de pollo llegó a mi plato, casi me doblé. Acabé empujando
la comida alrededor de mi plato durante veinte minutos antes de excusarme. Lo
cual no hizo más que recordarme que era una tonta, y que nunca habría nada
unido a Davis Brenton que no fuera dolor.
17

Davis
Mirar a Raelyn Jackson era como contemplar la obra de arte más hermosa, y
sí, era cursi como la mierda, pero también era verdad. Ella era impresionante, con
la forma en que el sol golpeaba su cabello oscuro, y la forma en que su cabeza
volaba hacia atrás cuando se reía... esa risa... era como una canción creada sólo
para mí. Algo que podía rivalizar con los serenos sonidos de la naturaleza, de mi
montaña. Aún no había encontrado a nadie que tuviera la capacidad de sacarme
de la montaña.
Sin embargo, aquí estaba yo, observando a Rae mientras almorzaba con una
chica de rizos de tirabuzón castaño chocolate y los dos chicos sentados a su lado.
Probablemente estaba exagerando, pero casi parecía como si estuvieran en una
cita doble o algo así.
Sentado en mi camioneta con la ventanilla bajada y las gafas de sol puestas
en la nariz, podía observarla desde la calle sin que nadie se diera cuenta. Sin
embargo, ese sentimiento que se estaba despertando en mi pecho era como un
fuego, más ardiente que cualquier otra cosa que hubiera sentido jamás. Ardía en
deseos de acercarme a su mesa y apartarla de todos los presentes. Gritaría y
chillaría, y entonces tendría que echármela al hombro y explicarle que era mía, y
que nadie más podría escuchar nunca aquella risa ni ver aquellos labios carnosos
y rosados envolviendo una pajita, ni acercarse a aquella piel suave como la seda.
¿Qué carajo me pasaba?
Nunca había sentido esto por nadie.
Nunca.
Mi montaña había sido suficiente para mí, todos estos años. Sin embargo,
ahora, anhelaba más. Quería más. Pero sólo con ella.
Vi cómo el tipo más cercano a Rae se inclinaba hacia ella y le susurraba algo
al oído. Debía de ser un desconocido, alguien a quien acababa de conocer,
porque Rae siguió acercándose a su amiga después de que el cabrón se le echara
encima. Llevaba el cabello bien peinado hacia un lado y vestía unos pantalones
color melocotón a medida con una camisa blanca con cuello. Era exactamente el
tipo de hombre con el que supuse que estaría. La rabia que hervía en mis venas
era mortal, sobre todo cuando aquel idiota le pasó el brazo por el respaldo de la
silla.
Sería tan fácil abrir mi puerta y estar de pie y fuera de mi camioneta en
cuestión de segundos, cruzando el espacio sin pensar en lo que estaba a punto de
hacer. Pero, no era como si Rae eligiera ir conmigo. En cualquier escenario, ella se
pondría del lado del extraño y le diría a la gente que yo la estaba acosando. Yo
iría a la cárcel porque no sólo le daría un puñetazo al gilipollas que la tocara, sino
que acabaría secuestrando a Rae o besándola hasta que me hiciera caso.
Era mía.
Parpadeando, me concentré en el volante y en la mano que lo agarraba.
Obviamente, no me pertenecía en absoluto si estaba en una cita con alguien. Me
di cuenta de todo, como un ladrillo en el barro. Había hecho su elección, se lo
había dejado claro al mundo, y esa elección no era yo.
***
Entregar piezas en el pequeño pueblo de Hope, en Oregón, era siempre una
mezcla de felicidad y angustia. Llevaba cinco años entregando piezas en esta
pequeña tienda y, aunque había rechazado unas tres tiendas más en Oregón, este
era un lugar al que seguiría entregando piezas pasara lo que pasara, y todo
gracias a quien vivía aquí.
—¡Estas piezas son preciosas! —Matt, el dueño de la tienda, sonreía mientras
me ayudaba a descargar el nuevo pozo de fuego y las lámparas de araña.
—Sí, se juntaron muy bien.
Matt no hablaba demasiado, lo que hizo que trabajar con él fuera bastante
fácil. Prácticamente no tardamos nada en descargarlo todo y recibir una buena
cantidad de dinero en mi cuenta bancaria.
Volví a la camioneta, me dirigí a la pequeña tienda de comestibles y compré
sopa de almejas, galletas saladas, pimienta y un ramo de margaritas frescas.
Como de costumbre, traté de mantener mis expectativas bajas mientras conducía
hacia el hogar de ancianos.
Sólo venía por aquí una vez al mes, pero había estado lo suficiente como
para que el personal supiera quién era yo, sobre todo teniendo en cuenta que
había donado miles de dólares en iluminación de acento a este lugar. Gwen, la
enfermera jefe, me saludó con una sonrisa que se volvió acuosa en cuestión de
segundos.
—Davis, me alegro de verte, cariño.
Asentí a la mujer mayor; sus ojos color chocolate siempre se volvían tiernos
cuando me veía. Me di cuenta de que su cabello había empezado a encanecer en
las sienes, pero su piel de ébano seguía siendo joven y sin arrugas.
Le entregué las flores y le sonreí de verdad.
—Me alegro de verte, Gwen. ¿Cómo está hoy?
Sus dedos rodearon el plástico que cubría los tallos mientras pensaba en mi
pregunta.
—Hoy lo está haciendo bastante bien, la verdad.
—Bien. —Di un golpe en su mesa a modo de despedida y doblé la esquina.
Al final del pasillo y a través de otro juego de puertas estaba la suite de mi
abuelo. Una enfermera salía justo cuando iba a llamar.
—Adelante, entra; está esperando una partida de cartas con Theo.
Theo estaría agradecido de que interviniera; el pobre odiaba jugar contra
mi padre.
—¡Theo, ya estás aquí! —cacareó mi abuelo, sosteniendo una flamante baraja
de cartas en la mano izquierda. Su falta de reconocimiento no me dolió; de hecho,
hizo todo lo contrario. Había venido a verle porque no se acordaba de mí. Si lo
hiciera... Bueno, estaría jodido.
—Oye, viejo, ¿listo para una partida de cartas?
Su sonrisa desdentada era amplia mientras barajaba la baraja, y yo tomé
asiento frente a él.
—Prepárate para perder.
Así era siempre. Mi abuelo hablaba de todo. Bromeábamos unas cuantas
rondas y luego empezaba a recordar a mi hermano. Me hacía preguntarme si
mamá y ellos alguna vez volvían a visitarlo.
—¿Sabías que tengo un nieto? —me preguntó, mirándose la mano de cerca.
Intenté dejar pasar el comentario, porque de hecho tenía dos nietos. Sólo que a
mí ya no me consideraba uno.
Aun así, me hice el sorprendido.
—¿No me digas? Bueno, háblame de él.
—Es muy listo, de libro. Siempre leyendo. Pero por dentro, creo que está
triste.
Se me apretó el pecho mientras ponía un par de doses.
—¿Por qué está triste?
Las pobladas y despeinadas cejas de mi abuelo se agolpaban en su frente
mientras intentaba recordar.
Aquí era donde las cosas se volvían confusas para él.
—Tal vez sea porque su hermano mayor es como el sol, y él es como una
nube de lluvia. Los dos no se mezclan bien.
Casi se me corta la respiración porque nunca me mencionaba. Nunca.
—Pensé que habías dicho que sólo tenías un nieto.
El abuelo sacudió la cabeza como si estuviera confundido.
—Sí... pero después del accidente, sólo tengo uno.
Caminaba demasiado cerca del fuego, lo sabía. Sabía que estaba a punto de
quemarme y, sin embargo, no podía detenerme.
—¿Le pasó algo a uno de ellos?
Un pequeño suspiro se escapó de su boca mientras se concentraba en su
mano, echando una baraja que no seguía el juego. Lo dejé pasar, como todas sus
otras manos.
—Bueno, el brillante... quería brillar tanto que la nube se alejó. Pero,
decidimos quedarnos con la nube y le pedimos al sol que brillara en otro sitio.
Lo de hablar con metáforas era nuevo. Normalmente, decía directamente lo
que había pasado. Yo me sentaba y escuchaba, como una forma de penitencia.
Escuchaba lo que había hecho a través de la memoria de mi abuelo, y entonces
quería volver atrás en el tiempo y cambiarlo todo.
Como solía hacer.
—¿Tienes hermanos? —Unos ojos azules y acuosos se cruzaron con los míos
y, por un instante, me preocupó que se hubiera acordado de mí. Pero sus ojos
buscaron los míos, sin expresión en su rostro. Ningún recuerdo en absoluto.
Me aclaré la garganta y respondí como siempre.
—Ya no.
18

Rae
Después de una semana de purgar a Davis de mi vida con mi mejor amiga,
empezaba a sentirme mejor. Habíamos quemado, cortado y reído de casi todo lo
que había dentro de mi caja y de las otras dos que encontré en el fondo de mi
armario. No había mencionado lo que Carl había dicho sobre Davis, porque no
era necesario. Davis no era nada para mí y siempre lo sería. Sin embargo, Nora se
había dado cuenta de mi comportamiento al día siguiente y, aunque no me atrevía
a contárselo, sabía que su repentino interés por encontrarnos citas tenía algo que
ver.
Mi cita, Blake, era un agente de préstamos en el banco. Acababa de volver
de la universidad y, por la cantidad de malas frases que soltó para ligar, supuse
que era bastante popular entre las chicas. No funcionaron conmigo y, al final de la
noche, me despedí de él sin concertar una segunda cita ni darle un beso de
buenas noches. Sentía el corazón de madera, como pesado y viejo, incómodo de
llevar dentro del pecho.
Por no hablar de que la voz de Carl se me había quedado grabada en la
cabeza, alojada en lo más profundo del estómago, haciendo que me doliera y me
doliera toda la semana. No quería pensar en Davis y Lydia, ni en él con
quienquiera que preguntara en la cafetería, pero era como si un bucle se
reprodujera en mi cabeza y no pudiera conseguir que se detuviera.
Por suerte, era el comienzo de una nueva semana de trabajo, lo que
significaba que tendría algo para distraerme del hecho de que Davis no se había
acercado desde que lo vi fuera de la cafetería. Incluso después de discutir el
malentendido, aún no había hecho otro pedido, y aunque yo había estado
haciendo algunas entregas aquí y allá, la mayoría de los pedidos de montaña se
habían detenido durante la última semana. Tal vez eso significaba que podía
centrarme en ayudar a las empresas con el marketing o buscar un local propio.
—¡Rae! Qué bien, estás aquí. —Mi padre me llamó mientras sus ojos se
cruzaban con los míos durante sólo uno o dos segundos antes de volver a las
bayas que tenía delante.
Dejé mi bolso y mi chaqueta en el pequeño armario reservado para los
empleados.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
Mi madre eligió ese momento para salir corriendo de la oficina, tenía la cara
sonrojada como si hubiera estado llorando y tenía ojeras. Normalmente era
brillante y alegre, nunca se preocupaba a menos que hubiera ocurrido algo.
—¿Qué le pasa? —le pregunté, acercándome lentamente a ella. Esperé a
asegurarme de que no nos escuchaban y luego la giré por los hombros. Tenía los
ojos llorosos, lo que me revolvió el estomago.
—Mamá, dime qué está pasando.
Desvió la mirada a un lado y luego a los pies y resopló.
—Nos estamos hundiendo, cariño... y los pedidos regulares que solíamos
recibir nos mantenían a flote —murmuró, manteniendo la mirada baja—.No sé
qué hacer.
Frunció el ceño y supe que había metido la pata. Yo era la razón por la que
no había hecho pedidos.
—Thomas no ha hecho un pedido en más de dos semanas, y por la razón que
sea, los otros pedidos de montaña tampoco han llegado. Sé que todo el mundo
está sufriendo ahora, pero no habíamos tenido un mes tan duro desde que tengo
memoria.
Sacudí la cabeza, tratando de encontrar una manera de arreglar esto que no
incluyera rogarle a Davis.
—Pero tienes clientes aquí todo el tiempo; parece que el negocio está en
auge.
Su lento movimiento de cabeza confirmó un pequeño destello de miedo en
mi pecho.
—Empezó hace unos años. Aumentó el coste de la vida y empezó a venir
más gente elegante. Hay un restaurante de lujo a solo doce kilometros de aquí, en
una estación de esquí. Cada vez más gente ha empezado a ir allí, junto con las
grandes cadenas de restaurantes que están apareciendo ahora.
Se me hizo un nudo en la garganta al estrecharla entre mis brazos.
—Todo va a ir bien, mamá. Te lo prometo.
Me aseguraría de ello. Haría todo lo que pudiera para ayudarles, incluyendo
hacer estúpidas entregas montaña arriba al gruñón.
—¿Qué necesitas que haga?
Mi madre sonrió, secándose las lágrimas.
—Bueno, no sé cómo te sentirías al respecto, pero necesito hablar con
Thomas -o sea, Davis- y ver cuál es el problema. Necesito saber si esto va a
continuar para que podamos empezar a hacer planes de contingencia, pero no
tengo tiempo para ir hasta allí, y realmente tiene que ser una conversación
mantenida en persona.
No me sentí muy bien, pero por ella sonreí y negué con la cabeza.
—No me importa, yo me encargo.
Porque, ¿qué otra cosa podía hacer?

***

Al llegar a su casa, con el sol brillando a lo largo de la obra maestra de dos


pisos, casi me pongo los ojos en blanco. Parecía sacada de una revista. Los dos
hermosos huskies estaban fuera, tumbados perezosamente en el porche, tomando
el sol, al igual que las flores silvestres cerca del porche y los árboles de hoja
perenne que se erguían como altos centinelas a lo largo de su propiedad.
Aparqué y levanté el portón trasero, sin esperar a que Davis saliera. Agarré
la caja de golosinas que mi madre le había preparado, agaché la cabeza y crucé
el camino de grava. El sonido de la puerta mosquitera al abrirse me hizo levantar
la vista.
Me quedé paralizada a medio paso.
Davis salía, sin camiseta, empapado y con un pantalón corto de baloncesto.
Llevaba los pies cubiertos por un par de zapatillas de correr blancas y la forma
en que se pasaba los dedos por el cabello oscuro me provocaba un cortocircuito
cerebral.
Nada estropeaba su piel. Ni un solo tatuaje o cicatriz, por lo que pude ver.
Sólo una piel bronceada y dorada, probablemente por el sol. Era suficiente para
hacer que un adicto reformado de Davis se cayera del vagón y sacara un
cuaderno detallando cada minúscula cosa sobre él.
—Rae, hola... —dijo, sonando sin aliento.
—Eh... hola. —Tragué saliva e intenté volver a concentrarme—. ¿Acabas de
hacer ejercicio o algo así?
Sonrió, sus ojos marinos recorrieron mi cuerpo. Se me puso la piel de
gallina.
—Sí, acabo de salir de la cinta.
Asentí, demasiado fascinada por la deliciosa V de su bajo vientre. No había
ningún rastro de cabello en sus pantalones cortos; todo era piel desnuda,
musculosa y bronceada.
Era el muñeco Ken de la montaña, gruñón y recluso.
—Te estás fijando mucho —musitó con una sonrisa burlona—. ¿Qué haces
aquí?
Puse los ojos en blanco y le empujé.
—Eres muy guapa para ser un montañés. Deberías tener barba y llevar
franela. Y me envía mi madre.
Me siguió la pista.
—Creía que te gustaban los chicos guapos.
Dejé caer la caja en su porche y me levanté, volviéndome hacia él.
—¿Quién dijo que me gustaban los chicos guapos?
Se encogió de hombros, jugueteando con las puntas de su despeinado
cabello.
Sonreí, intrigada por el hecho de que pareciera conocer mis preferencias
sentimentales.
—Cuéntame.
Afirmó los labios en una fina línea, se inclinó para ver lo que había traído y
murmuró:
—La otra noche te vi con alguien que parecía de ese tipo. Así que tu madre
te envió un paquete, ¿eh?
Casi se me sale el aire de los pulmones mientras intentaba asimilar lo que
había dicho.
—Espera un segundo. Tú…
Tomó la caja del porche con un suspiro audible.
Le pisaba los talones.
—¿Me has seguido?
Su burla hizo que mi corazón se sobresaltara.
—No. Sólo te vi sentada fuera. Pasé de camino a ver a un amigo.
¿Una amiga? ¿Se refería a una amiga, tal vez por la que había preguntado en
la cafetería?
Cruzó la puerta con los hombros.
—Entonces, ¿quieres explicar esta visita al azar? Pensé que habías
terminado conmigo.
—Mis padres se dieron cuenta de que no habías hecho ningún pedido... —
Mis ojos estaban desenfocados, mis pensamientos daban vueltas y se asentaban
en la conclusión de que había ido a ver a una chica la otra noche.
Davis ladeó la cabeza en mi dirección, con una pequeña sonrisa en su boca
deliciosamente malvada.
—¿Ahora sí?
Imbécil.
Su tono burlón me sacó de mis casillas, recordándome por qué había
detenido las órdenes cuando lo hice.
—Sí, supongo que están acostumbrados a atenderte tanto que se dan cuenta
cuando te levantas y desapareces.
Soltó una pequeña carcajada mientras dejaba la caja sobre la encimera de la
cocina. Me vinieron a la cabeza recuerdos de la última vez que estuve en su casa,
un pequeño recordatorio de que estaba completamente sola con él. En su casa.
Me colgué torpemente de la puerta, disfrutando de cómo el sol se filtraba a
través de las altas ventanas a lo largo de la pared del salón. El jardín trasero era
exuberante, con césped verde y un patio para morirse.
—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —preguntó Davis de repente, caminando
hacia mí.
Me acordé de mí misma, parpadeé y negué con la cabeza.
—Debería volver.
No había hablado exactamente con él de la manera que mi madre
probablemente esperaba, pero mis acciones hablaban lo suficientemente alto,
¿no? Estaba claro lo que mi aparición había dicho: volver a pedir, no haré nada
que lo estropee. Ya podía irme y sentir que había cumplido con mi deber.
—¿Tienes más entregas?
Dando un paso atrás mientras me apiñaba, intenté encontrar mi voz.
—No, pero...
—Entonces ven a comer conmigo.
—Eh... —Vi cómo sus ojos casi brillaban mientras me agarraba de la mano y
tiraba de mí hacia una puerta que daba al hermoso patio.
Tiré, oponiendo resistencia, tratando de detener nuestra trayectoria, aunque
lo único que quería era ver todo el alcance de su patio trasero.
—-Debería volver. ¿Lo dejamos para otro día? Gracias.
Giró sobre sus talones y me dedicó una sonrisa ladina.
—Hablando de comprobar, ¿no necesitas hablarme de más entregas?
Joder.
—Por eso estás aquí, ¿no? —preguntó enarcando una ceja—. ¿Por fin estás
atando cabos de que no pido para que me atiendan?
Me fulminó con la mirada mientras dejaba caer su afirmación entre nosotros.
Sabía que no respondería porque era demasiado orgulloso para admitir que
había conectado esos puntos y me había dado cuenta de que estaba siendo
injusto con él en lo que respecta a su relación con mis padres.
En silencio, le seguí hasta la parte de atrás, momento en el que mi
respiración se detuvo en mis pulmones.
Una respetable parcela de hierba verde se extendía más allá del patio, y un
gallinero de aspecto ordenado corría a lo largo de un lado de su patio, que se
sumergía en un pequeño corral de cabras. El gallinero hacía juego con la casa
principal, con el mismo color de revestimiento y contraventanas, y unas cuantas
cabras peludas con cuernos diminutos se arremolinaban alrededor del recinto. El
porche se extendía a lo largo del espacio trasero, con una gran bañera de
hidromasaje fuera de un dormitorio, y el más hermoso conjunto de patio,
completo con una mesa de roca iluminada por gas.
Mientras contemplaba el patio, algo se apoderó de mi pecho, algo cálido y
confortable, como si no quisiera marcharme nunca.
—Esto es precioso.
—Me gusta estar aquí, no importa la estación —dijo Davis tímidamente.
Me senté en el asiento de felpa frente a él y sonreí.
—Ya lo veo.
Delante de nosotros, en la mesita, había dos sándwiches de pavo, aguacate y
beicon muy bien hechos.
—¿Cómo sabías que tendrías compañía?
El espacio bajo sus pestañas enrojeció.
—Eh... ¿siempre hago dos?
Me reí, echando la cabeza hacia atrás.
—Mentiroso. Ha llamado mi madre, ¿no?.
Su sonrojo cada vez más intenso me dijo que tenía razón.
—Entonces, ¿por qué fingiste no saber por qué estaba aquí?
Moviendo un vaso de té delante de mí, apretó la barbilla contra el pecho.
—No me dijo por qué venías, sólo que estabas de camino y que te diera de
comer.
Ignoré lo que le hacía al enjambre de mariposas de mi pecho el hecho de
que hubiera preparado dos sándwiches en preparación de mi llegada.
Davis me observó, sin tocar su comida.
—¿Quieres ponerte una camisa, un abrigo o algo? —Mordí mi sándwich, sin
apartar los ojos de los suyos.
Sonrió con satisfacción, recorriéndome con la mirada de esa forma tan
seductora que me calentaba el cuello. Lo que me recordó el beso prometido que
dijo que me daría cuando no me lo esperara.
—¿Te molesta verme sin camisa?
Me molestaba que estuviera preguntando por otras chicas, y que no hubiera
vuelto a intentar verme después de nuestro último encuentro.
—Como mencionaste, estoy acostumbrada a ver chicos guapos y salir con
ellos... no es ofensivo ni nada, sólo raro para dos amigos que sólo están pasando
el rato, supongo.
—¿Ahora somos amigos? —Me miró con esa ceja oscura.
—Dímelo tú. —Tomé otro bocado, disfrutando demasiado de cómo el sol se
colaba entre los árboles, clavándose en sus ojos. Quería oírle definir claramente
nuestra relación, los límites... la falta de algo sustancial.
Me miró fijamente, esperando, con una pequeña sonrisa en la boca mientras
se metía el puño bajo la mandíbula.
—No tengo pensamientos amistosos sobre ti, Rae.
¿Era un alivio que se hundía en mi pecho como una almohada empapada?
—¿No? Qué pena... aquí pensé que podríamos ser amigos de la montaña.
Sus ojos brillaron con picardía mientras finalmente se inclinaba hacia
delante y daba un mordisco a su bocadillo.
Comimos en silencio durante unos momentos tranquilos, escuchando el
sonido del bosque, el susurro del viento entre los árboles y el leve rebuzno de las
cabras. Resistí el impulso de cerrar los ojos, inhalar e intentar robar algo de la
magia para mí.
—Háblame de tu trabajo. Es obvio que te ganas la vida decentemente con lo
mucho que pides en la cafetería.
Sus ojos se iluminaron, haciendo que se me apretara el estómago, y luego se
levantó, apartándose de la mesa y arrojando los restos de su bocadillo hacia el
corral de las cabras.
—¿Qué haces?
Me dedicó esa sonrisa sexy.
—Enseñándote lo que hago en el trabajo. Vamos.
Sonreí e hice lo mismo con mi bocadillo, siguiéndole alrededor de la casa
hasta el gran taller. El suelo a lo largo de la casa era todo rocas dentadas y hierba
alta. Con mis chanclas, dudaba si caminar entre la maleza, así que elegí
cuidadosamente mis pasos, sin dejar de intentar seguirle.
Pero no tuve el menor éxito.
—¡Ay! –Me mordí el labio y aparté el pie de la roca que sobresalía.
Davis se volvió, con los ojos entrecerrados en mis pies.
Antes de que pudiera explicarle que sólo me llevaría un segundo atravesar
el paisaje, me estaba levantando de los pies, al estilo nupcial, y nos acompañó el
resto del camino.
—No es para tanto —dije en voz baja, aunque no estaba segura de si
intentaba convencerle a él o a mí.
La sensación de su piel suave y cálida contra la mía era demasiado. Sus
pectorales me empujaban los brazos y estuve a dos segundos de emitir un sonido
indigno.
Sus ojos revolotearon, bajando.
—¿Te gusta cómo me siento, Rae?
Joder, ¿le había estado tocando? Se me encendió la cara y retiré las manos.
—Está bien... a mí también me gusta tu tacto. —Me apretó contra él y esa
llama me lamió el corazón.
Maldita sea. Al parecer, la semana de purga no fue suficiente para erradicar
a Davis de mi sistema.
La grava crujió bajo sus pies cuando despejamos el lateral de la casa y nos
aventuramos hacia las grandes puertas de la bahía. A un lado había una puerta de
entrada blanca normal, y Davis nos guió a través de ella.
El sol brillaba desde las ventanas superiores, proyectando un cálido
resplandor a lo largo del suelo mientras caminábamos hacia el interior. Davis me
puso suavemente de pie. Al encender unas luces, el espacio se iluminó, revelando
una extensión de suelos sellados, palés, mesas de trabajo y herramientas de
pared a pared. Cajas de herramientas rodantes casi tan altas como Davis se
alineaban en algunos de los separadores, pero lo que más me llamó la atención
fueron las lámparas dispuestas a lo largo de algunas de las mesas.
—¡Dios mío! —Me lancé hacia el escritorio y pasé suavemente un dedo por
los diseños grabados en cada pieza de hierro—. Son increíbles.
Davis se quedó en silencio a mi lado, cogiendo algunos de los accesorios.
—Sí, los complejos turísticos de por aquí, y unos cuantos hoteles, tienen
contratos para sustituir todos sus accesorios de acento actuales por algunos de
los míos.
Levanté la cabeza.
—¿Los fabricas aquí, como de la nada, y los diseñas así?
Sonaba ridículo, pero mi cerebro no podía conectar lo talentoso que era. Mi
estúpido corazón volvía a caer en la obsesión.
Se rió, moviéndose alrededor de la mesa. Parecía tan fuera de lugar con su
piel desnuda y esos pantalones cortos sueltos en las caderas.
—Sí, empiezo con una pieza maciza de hierro o metal y la sueldo para hacer
lo que ves por aquí. Cada hotel o complejo turístico suele tener algunas
variaciones en sus peticiones, dependiendo del tema de la habitación, pero aquí
en Oregón y Montana, la mayoría se decanta por lo rústico. —Levantó una
lámpara que parecía un par de cuernos de ciervo.
Puse los ojos en blanco.
—¿Haces envíos a Montana?
Su suave carcajada me llegó al alma y me calentó como una brasa.
-Idaho, Montana, Wyoming e incluso Colorado.
El orgullo creció tanto en mi interior que temí que me asfixiara. Las lágrimas
me quemaron los ojos al recordar cuánto deseaba que descubriera quién era
cuando era una adolescente obsesionada, planeando mi futuro con Davis.
Esperaba que encontrara algo que le hiciera sentirse completo.
Tragando saliva por todas las palabras que revoloteaban por mi cabeza,
solté: —Los quiero a todos —extendí las manos sobre las creaciones–, en mi
hogar imaginario que algún día tendré.
Me reí, sonriéndole, pero la forma en que sus ojos se posaron en mí me hizo
sentir que estaba viendo algo más.
Un momento después, pareció recuperarse.
—¿Crees que podrías permitírtelo?
Me animé al oírlo, me gustaba su lado juguetón.
—¿Cuánto cobras?
Sonrió, sonrojándose un poco.
—Lo suficiente, pero sólo cobro por comisión. Todavía no vendo a ninguna
tienda ni nada. Bueno, excepto a una.
—Es un buen problema, si te va bien sin tener que expandirte.
Recorrí unas cuantas mesas más, encantado de lo organizado que estaba
todo. Había un claro proceso de piezas y montaje que había establecido a lo largo
de una pared, y luego de embalaje y distribución a lo largo de la otra.
—Sí, me mantiene bastante ocupado, y tengo más dinero del que sé qué
hacer con las comisiones. —Se encogió de hombros, como si no fuera para tanto.
Sus palabras me recordaron que mis padres estaban pasando apuros
económicos, y que tenía que volver y ayudarles.
—Bueno, hablando de dinero... —Me crucé de brazos, como si pudieran
crear una barrera entre nosotros—. Probablemente debería volver y ayudar a mis
padres. Mencionaron que tus pedidos les han ayudado mucho, así que... —Dudé,
casi ahogándome con las palabras—. Gracias. Y siento haber sido tan dura
contigo por todo.
Davis me dedicó una sonrisa lenta y genuina.
—Significan mucho para mí. Ojalá me dejaran comprar el edificio donde
está su restaurante; sé que eso les ayudaría enormemente, porque el dueño sigue
amenazando con alquilárselo a otro.
Pasó junto a mí, caminando hacia la puerta, pero esta vez, mientras
observaba su espalda, sentí un tirón detrás de mi ombligo, como si él fuera la
única conexión que tenía con mis padres. Le seguí, un poco triste por abandonar
su espacio tan pronto. Sentí un extraño impulso de rebuscar entre sus
herramientas de trabajo, organizarlas por él y ver en qué necesitaba ayuda. Lo
hacía todo solo. Seguro que había cosas en las que le vendría bien un ayudante.
Volví a entrar en la casa, pero dudé y me quedé en el porche, necesitando el
mayor espacio posible.
Se dio cuenta y asomó la cabeza por la puerta mosquitera, con expresión
confusa.
—Tengo que encontrar mi chequera. Tardaré un segundo, entra.
Confundida, le dije—: Hoy no he entregado ningún pedido...
La pantalla volvió a cerrarse, pero no quise entrar. No quise, pero tal vez
podría mirar algunas de sus fotos mientras él buscaba su chequera.
Entré con cuidado en su casa, me quité las chanclas y apoyé los pies en la
madera caliente. Observé las paredes claras, el sofá bien hecho y los sillones a
juego frente a un gran televisor de pantalla plana. Su casa era encantadora, cálida
y acogedora. Era como si la viera por primera vez, lo cual tenía sentido porque la
primera vez prácticamente me había conmocionado.
Sus pasos resonaron por las escaleras.
—Aquí, lo encontré.
Se tomó un segundo para dejar el talonario sobre la superficie de la
encimera de la cocina, rellenó lo que necesitaba y luego arrancó el singular
cheque.
—¿Por qué me das esto? —repetí.
—Para la caja de cuidados, y la gasolina.. —dijo con una pequeña sonrisa
reservada, caminando hacia mí. Estaba siendo dulce, y era difícil no sentirse
influenciada por su amabilidad, especialmente después de ver las lágrimas de mi
madre antes.
Sonreí y le cogí el cheque con delicadeza.
—Gracias, esto significa mucho.
—Esta vez las cosas han ido un poco mejor. Eso es buena señal, ¿no? —Se
rió, demasiado cerca de mí.
Me reí, negando con la cabeza.
—Supongo que si...
De repente, sus labios estaban sobre los míos, su mano me acariciaba la
nuca y la otra se dirigía a mi cadera, empujándome en dirección a la cocina.
Todas las emociones de la comida y de que me abrazara brotaron de mi
pecho y me obligaron a devolverle el beso. Estaba hambrienta, desesperada por
sentir su contacto y sus labios contra los míos. Mis manos subieron por su pecho
desnudo, sintiendo los músculos tensos bajo mis dedos.
—Rae —gimió, tirándome de la coleta hasta que eché la cabeza hacia atrás y
sus labios volvieron a chocar contra los míos. La tensión de los tirones de cabello
y el hecho de que me devorara me hacían prácticamente rechinar contra él. Su
mano libre bajó por mi frente y se detuvo en el vértice de mis muslos. Estábamos
contra una pared, creo, cuando la palma de su mano se posó en mi coño, aún
cubierto por los leggings, pero a él no pareció importarle mientras sus dedos
encontraban la forma de posarse justo donde se unían mis muslos. Tenía los ojos
cerrados, la sensación de que me tocara y me follara la boca con la lengua casi
me superaba.
Me frotó a través de la tela, me besó, me tiró del cabello hasta que, de
repente, mis caderas se levantaron, mi culo se golpeó contra la encimera y Davis
se introdujo entre mis piernas, abriéndolas de par en par.
Agarrándole el cabello de la base del cuello, lo acerqué y lo besé más
profundamente, mientras me odiaba por lo débil que me había vuelto. Había
pasado los últimos días borrando mi enamoramiento, sólo para que todo volviera
de golpe.
Me besó tan fuerte que empecé a inclinarme, y su mano rodeó mi espalda,
sujetándome mientras me tumbaba sobre la encimera. En cuestión de segundos
se cernía sobre mí, con sus labios despegados de los míos.
—Dime que no estás viendo al tipo de la otra noche.
El pecho me dio un fuerte golpe al procesar su pregunta. Frunciendo el
ceño, negué con la cabeza.
—No... eso no fue nada. Nunca concertamos una segunda cita, ni siquiera nos
besamos al final de la noche. —Con un poco de estruendo, desapareció de
repente de mi vista, y de pronto se oyó un fuerte tirón de mis leggings y el sonido
de la tela rasgándose.
—¡Eh! —jadeé, intentando cerrar las piernas, pero sus manos las sujetaron,
manteniéndolas abiertas.
Me senté sobre los codos y lo miré.
—¿Qué estás...?
La picardía de su mirada me interrumpió y, antes de que pudiera pronunciar
otro sonido, su boca descendía por la raja que acababa de abrir en el centro de
mis leggings.
—Necesito probarte.
Volví a agarrarle el cabello con las manos mientras sus dedos me apartaban
las bragas y su lengua se adentraba en mi interior. Su gemido fue tan excitante
que me hizo mover las caderas hacia delante por la fricción de sus caricias.
—Dios... sí —gemí mientras me devoraba como a un puto plato.
Las bragas que había apartado se empaparon cuando aplastó su lengua,
recorriendo mi centro y acariciando los bordes.
Sus ojos se inclinaron hacia arriba, encontrándose con los míos, y no estaba
segura de cuándo o cómo habíamos cruzado esa línea, pero estaba demasiado
ida para preocuparme.
Justo cuando estaba a punto de rogarle que siguiera, se detuvo y se apartó,
quedándose arrodillado delante de mí, con los ojos clavados en el desastre que
había hecho.
—¿Quieres que pare?
Lo odiaba, y la sonrisa en su cara y ese pequeño brillo en sus ojos. Pero
también le deseaba.
—No.
Bajo los brillantes rayos de sol que iluminaban su cocina, vi cómo me tocaba
el clítoris con el dedo índice y lo arrastraba por mi coño, haciéndome sisear.
—No quiero verte en más citas.
Si quería que se lo suplicara, que se jodiera. Estaba tan mojada y cachonda
que me iba a morir si no acababa conmigo.
—Bien —acepté irritada.
Otro dedo se unió al primero, ambos masajeando.
—Dilo.
Con un resoplido, murmuré:
—No iré a más citas. Ahora, por favor... —Hice un gesto con la cabeza hacia
mi centro.
—¿Cómo quieres venirte, Rae?
Gemí, meciendo las caderas.
—Honestamente no me importa, sólo hazlo.
Eso no era cierto, sin embargo, yo no estaría lista para que su polla se
deslizara dentro de mí.
Debió haber terminado de jugar conmigo, porque retiró sus dedos,
chupándolos.
—Joder, eres tan guapa. Ojalá pudieras ver esto. —Su pulgar tiró del lado
izquierdo de mi entrada, abriéndome, con los ojos entrecerrados mientras me
miraba—. Estás reluciente. Veo cuánto me deseas. —Subió la otra mano, el pulgar
tirando del lado opuesto de mi coño, y ahora estaba abierta para él.
Me hizo retorcerme de lo mucho que me miró, sus ojos devorando cada
centímetro de mí.
—¿Qué estás...? —Me tragué el nudo que tenía en la garganta—. ¿Qué estás
pensando?
Sin apartar los ojos ni los pulgares, respondió, ronco y hambriento.
—Estoy pensando en lo que sentiré dentro de ti y en lo bien que te sentirás
cuando te llene tanto que no puedas hablar...
Esos ojos se calentaron, pasando de mi centro a mi cara.
—Grita.
Sus palabras me hicieron estremecer.
—Davis —susurré en un tono áspero, prácticamente rogándole que acabara
conmigo.
—¿Necesitas acabar, cariño? —-Aplastó su lengua, separándome lentamente
con un delicado empujón—. ¿Quieres follarte mi lengua y separarte?
Podía sentir mi humedad aumentar, y él ni siquiera me estaba tocando. Davis
tenía una boca asquerosa, y me pilló completamente desprevenida.
—Sí —susurré.
Chasqueó la lengua.
—Necesito oírtelo decir.
—Que te jodan.
—No exactamente. Busco que me supliques que te folle, nena.
—No soy tu nena, ni tu nada —espeté, con las piernas aún abiertas, aún
desesperada porque volviera.
—¿No? —me desafió, sus ojos se clavaron en mi entrada, su lengua salió para
humedecer sus labios.
—¡Dios! ¡Bien!
—¿Bien qué? —Me acarició suavemente el clítoris.
—Bien, lo que quieras. Lo que quieras. Por favor, acaba con esto —supliqué.
Prácticamente me atacó, empujándome el estómago hacia abajo y
echándome la pierna izquierda por encima del hombro, penetrándome tanto que
grité.
Me llenó con su lengua, metiéndola hasta el fondo y sacándola despacio,
deslizándola por mi clítoris y por el centro, una y otra vez. Fue cuando añadió tres
dedos mientras me chupaba el clítoris cuando finalmente me corrí, gritando su
nombre.
—Eso es, joder. —Se sentó y volvió a mi centro, succionando mi orgasmo en
su boca, mirándome mientras bajaba de mi subidón.
Lentamente, sacó sus dedos, luego hizo un espectáculo de lamer mi
liberación con un gemido entusiasta.
—Sabes tan jodidamente bien.
Lo miré mientras se levantaba y me sonreía como el diablo que era.
—Bueno, ya te puedes ir, nena. Tengo que meterme en la ducha y ocuparme
de esta situación —señaló su erección, abultada a través de los calzoncillos—, con
la que me has dejado.
Sentí el impulso repentino de seguirlo escaleras arriba, verlo desnudarse y
llevármelo a la boca.
—A menos que quieras ayudarme —preguntó, leyéndome la mente.
Aferrándome a mi orgullo, negué con la cabeza y salté de la encimera,
agarrándome al borde para no caerme.
—Tengo que irme.
—Espero que tengas una muda de ropa en el auto. —Volvió a sonreír y se
dirigió hacia las escaleras. Antes de que lo perdiera de vista, se bajó los
calzoncillos lo suficiente para sacar la punta de su erección y empezó a
acariciarla. Era jodidamente enorme si tenía tanto en la mano con la banda de los
calzoncillos apenas bajada.
Me di la vuelta, sintiendo que se me calentaba la cara, y corrí hacia la
puerta.
19

Rae
Abrí la alacena vacía y fruncí la nariz ante el olor a rancio.
—No me gustan mucho —reflexioné mientras Nora probaba el grifo de la
cocina.
Hizo un sonido de frustración.
—No soy fan de casi nada de lo que hay aquí.
Pasamos al garaje. Podíamos escuchar a Vanessa Hammond hablando en voz
alta por el móvil desde el patio delantero, donde la habíamos dejado. Nora no
quería que la agente inmobiliaria recorriera ninguna de las casas con nosotras
porque sabía que sucumbiría a sentirse presionada para comprar. Mi trabajo
consistía en anotar todas las preguntas que tuviera, como si el propietario estaría
dispuesto a arreglar el tejado o mejorar los armarios.
—¿Estás segura de que estás preparada para irte a vivir sola? Sólo tienes
veintidós años, todavía eres muy joven. Mucha gente sigue viviendo con sus
padres.
Pasé el dedo por el extraño armario de almacenamiento del garaje mientras
Nora se dirigía a la puerta de acceso que nos llevaría por detrás.
—Lo necesito, Rae. Tengo que mudarme. Si escucho a mis padres discutir
una vez más, me meteré algo afilado en los oídos.
Me volví en su dirección, justo al lado de la bañera de hidromasaje que
estaba en grave mal estado.
—¿Están peleando?
Sus padres nunca se habían peleado, así que si habían empezado era nuevo
para mí. Siempre actuaron tan enamorados.
Nora resopló.
—Todo lo contrario. Actúan como si estuvieran en celo las veinticuatro horas
del día.
—Oh Dios, eww-asqueroso.
—Sí. —Puso los ojos en blanco.
—Bueno, yo digo que vayamos al siguiente listado. No te veo viviendo aquí.
Dejó escapar un fuerte suspiro.
—Sí, yo tampoco.
Cuando volvimos a subir al auto, con Vanessa detrás, mi teléfono sonó.
Rebusqué en el bolso, saqué el móvil y vi que tenía un mensaje nuevo de un
número desconocido.
Hola, soy Davis... tu madre me dio tu número. Dijo que podía hacer mis
pedidos de entrega directamente a través de ti. Te ha delegado para que seas
mi repartidora personal. (cara guiñando el ojo)
Se me calentó la cara mientras miraba la pantalla, completamente en shock
por tener el número de teléfono de Davis Brenton. Tenía su número y me había
enviado un mensaje.
Mi yo de dieciséis años estaba enloqueciendo ahora mismo.
—¿Qué es esa mirada? ¿Qué pasa? —Nora me miró de reojo mientras volvía
la vista a la carretera.
Volví a meter el teléfono en el bolso y, con la intención de no contestarle, me
apoyé en la ventanilla.
—Boo Radley volvió a besarme, hace tres días, y luego me estampó contra la
encimera de su cocina y me rompió los leggings.
—¡Santísima mierda! —El auto se desvió bruscamente mientras la cara de
Nora giraba para mirarme fijamente. Sus manos se corrigieron en el volante,
poniéndonos de nuevo en curso—. Avisa a una chica antes de soltar esa mierda.
Me mordí el labio para contener la risa y murmuré una disculpa. Se había
ido el fin de semana con sus padres y acababa de volver, así que era la primera
vez que podíamos hablar.
—Entonces, ¿él...? —Las cejas de Nora saltaban mientras nos deteníamos en
cuatro direcciones.
—No... quiero decir, más o menos, él como que... um… —El calor volvió a
infundirme calor en la cara al recordar su lengua sobre mí, arremolinándose
sobre mi clítoris de forma experta—. Me la chupó.
Mi mejor amiga me miró con la mandíbula desencajada mientras un auto nos
tocaba el claxon por detrás.
—El fue ahí —sus ojos se clavaron en mi regazo— así, ¿eh?
—Sí... fue un poco loco.
—¿Pero sin sexo? ¿Qué demonios? —Nos desviamos hacia un barrio de
aspecto agradable con hermosos álamos temblones bordeando la calle.
—Se ofreció, pero no, lo rechacé.
Nos detuvimos frente a una bonita casa artesanal de una planta, pintada de
un horrible color marrón.
—¿Lo rechazaste? —Sus cejas se hundieron en el centro de su cara—. ¿Por
qué?
Pensé que sería obvio para ella, pero tal vez no.
—Debido a la purga, y porque no soy esa chica. Tengo que demostrar que no
lo soy. Ya sabes cómo va eso.
—Entonces, ¿acaba de enviarte mensajes sexuales?
Ambos miramos detrás de nosotros para ver si Vanessa había llegado ya,
pero no lo había hecho.
—No. Mi madre le dio mi número y ahora soy su repartidora personal.
—Omigod. —Nora soltó una carcajada, escupiendo parte del té helado que
había sorbido justo después de preguntar.
—Para.
Su risa continuó, su cara enrojeció.
—Sí, esa semana de purga te hizo una mierda. Ya sé que estás totalmente
obsesionada con que te mandó un mensaje a tu teléfono. Que realmente tiene tu
número y lo usó.
—Basta, eres una imbécil. —Empujé su brazo, luego fui hacia mi puerta.
Odiaba lo bien que me conocía.
Vanessa finalmente se detuvo, salió y fue a abrir la casa para nosotras.
—Esto se construyó hace unos quince años, así que no es tan viejo en
absoluto, y el patio trasero es para morirse.
Nora puso los ojos en blanco a espaldas de Vanessa y yo disimulé una
sonrisa de satisfacción. Sabíamos que era su trabajo, pero Nora era el tipo de
persona que tenía que ir a una casa y conseguirla basándose en sensaciones, no
en información o datos reales, y siempre le parecía que el agente inmobiliario
hablaba de la casa de una manera que ocultaba los problemas. Le dije que eso no
era necesariamente cierto, pero no había forma de convencer a mi mejor amiga
de lo contrario.
Le pasaba lo mismo con la compra de autos, móviles... incluso con una gran
compra en Costco. Simplemente no le gustaba hablar con gente cuyo trabajo
dependía de que ella dijera que sí. Era demasiada presión para ella.
—Entonces, me quedaré aquí afuera otra vez, o me querías en el...
—Quédate aquí, por favor —se apresuró a decir Nora, empujando a su
agente inmobiliario.
Murmuré una disculpa y seguí a mi amiga.
Enseguida nos dimos cuenta de lo diferente que era esta casa. La luz que
entraba por las ventanas se reflejaba en el suelo de madera, creando un ambiente
acogedor. El salón era espacioso, con una chimenea de buen tamaño y una repisa.
—Vaya —susurró Nora mientras echaba la cabeza hacia atrás, contemplando
los techos abovedados.
—Esto es muy bonito. —Caminé sin pasar por el comedor abierto y me
adentré en la cocina, donde había una modesta isla con dos grandes claraboyas
—. Hay tanta luz aquí, me encanta. —Dije, inclinando la cabeza hacia atrás.
—Sería bueno para mis plantas —reflexionó Nora, pasando el dedo por la
encimera y el profundo fregadero de granja.
Su falta de palabras lo decía todo. Le gustaba este espacio.
Vimos los tres modestos dormitorios y el garaje para dos autos. El patio
trasero era precioso, pero los árboles de la propiedad parecían viejos y de salud
dudosa. Nora estaba pateando la base de uno de los árboles cuando mi teléfono
volvió a sonar.
Demasiado curiosa para mi propio bien, tiré de él y comprobé mis
mensajes.
Davis: Tengo la sensación de que quieres fingir que no probé tu coño
hace unos días. Me parece bien. Pero necesito que me entregues algunas
cosas, así que si pudieras responderme algo pronto, te lo agradecería.
Esperaba estos artículos para esta noche.
Tenía razón; quería fingir que no había pasado nada entre nosotros, y me
odiaba por haberle dado ese poder. Pero, si admitía que había pasado algo, eso
significaba que había algo entre nosotros, y no estaba segura de estar preparada
para eso todavía. Aun así, me molestaba que la situación económica de mis
padres pareciera depender de esas estúpidas entregas.
Con un suspiro de irritación, le respondí.
Yo: Lo siento, hoy estoy buscando casa con mi amiga. Estaré libre en
una hora aproximadamente, dependiendo del pedido, podría tardar entre
quince minutos y una hora en tenerlo listo, luego otros cuarenta y cinco para
subir a la montaña, deberías tener el pedido a las seis.
Releí el texto. Parecía profesional y no coqueto. Quería asegurarme de que
supiera que no haría nada más con él, independientemente de las entregas. No
volvería a caer en sus planes de besos al azar.
—Esto parece que se va a caer —me gritó Nora desde su sitio al otro lado
del patio.
—Sí, bueno, deja de patearlo. Si se cae, no quiero que te golpee.
Me hizo un gesto con la mano, se dio la vuelta y se quedó inmóvil, mirando
algo por encima de la valla. Moví lentamente los ojos para seguir su mirada.
Al lado había un hombre martilleando algo que parecía un invernadero. Yo
sólo podía verle la espalda, así que no tenía ni idea de quién era, pero desde
donde estaba Nora podía ver su perfil lateral.
Fruncí el ceño tratando de evaluar la amenaza y estuve a dos segundos de
gritar preguntando quién era cuando, de repente, ella cruzó el patio corriendo.
—¡Hora de irse!
Me giré con ella, perpleja por sus palabras de despedida, y luego aumenté
la velocidad detrás de ella.
—¿Qué está pasando?
No me contestó, se limitó a volver trotando a través de la casa, salió por la
puerta principal como si la casa estuviera ardiendo y se metió en su auto.
—Lo siento, Vanessa, Nora no se siente bien. Te seguiremos. —llamé mientras
bajaba corriendo los escalones, más que un poco preocupada de que pudiera
irse sin mí.
Una vez dentro del auto, Nora se quedó mirando al frente, como si nada
hubiera pasado.
—¿Estás lista para irnos?
La miré fijamente, todavía jadeando.
—¿Quieres decirme qué demonios acaba de pasar?
Esperó unos segundos más antes de arrancar el auto y alejarse del bordillo.
—El vecino de al lado es Colson Hanes. Es un tipo que trabajó con mi padre
en un proyecto hace dos años. —Se sonrojó profundamente antes de añadir—: El
tipo de Pinterest.
—Ohhhhh. —La bombilla se encendió, y de repente estaba locamente
involucrada. Ella había creado un tablero de boda falso para él; esto debe ser un
enamoramiento bastante serio.
—Lo conocí por accidente y pensé que era bastante guapo. Él, sin embargo,
no me daba ni la hora... hasta que tomé una página de tu libro.
Oh, no.
—¿Qué significa eso exactamente? —Recé en silencio para que no lo
hubiera acosado. No podíamos ser dos; eso nos convertiría en una secta, ¿no?
¿Cuánta gente hacía falta para empezar una?
—Empecé a presentarme en el lugar de trabajo sólo para ver si me hablaba,
para ver si podía caerle bien de forma orgánica.
Se desvió hacia Main Street, con la cara enrojecida a cada manzana.
—¿Y?
Tragó saliva.
—Bueno, hubo una situación en la que derramé algo en mi sudadera y tuve
que cambiarme en el baño... él como que entró.
Confundida, negué con la cabeza.
—No lo entiendo.
Aparcó delante de su casa y agarró el volante hasta que los nudillos se le
pusieron blancos.
—Al parecer, mi padre había insinuado a Colson que yo estaba en el edificio,
esperándolo porque tenía que darle algo. Fue una confusión. De todos modos,
cuando entró, parecía que me había desnudado y lo estaba esperando.
Mi pobre, pobre amiga. Hubiera muerto.
—¿Qué hizo cuando te vio?
Sus ojos azules se abrieron de par en par al mirarme.
—Soltó que tenía novia y luego huyó de la habitación como si estuviera
ardiendo. —Llevándose las manos a la cara, gimoteó—. Estaba tan avergonzada.
—¿Lo has visto desde entonces?
—Sí, eso es lo peor. —Dejó caer las manos y se desabrochó el cinturón—.
Una vez me vio en el supermercado y cambió completamente de dirección a
mitad de camino.
Me encogí.
—Oh hombre, eso es bastante malo.
—Sí, y ahora si quiero esa hermosa casa, tendré que vivir justo al lado de él.
No puedo hacer eso.
Abrió la puerta y salió corriendo.
—¡Espera, tenemos que hablar de esto! —La seguí mientras subía los
escalones.
Ni siquiera me esperó mientras abría la puerta.
—¡Necesito vodka!
***
Para cuando salí de casa de Nora, eran cerca de las cinco. Sus padres habían
llegado a casa, interrumpiendo nuestra fiesta y poniendo fin a su diversión. Me
había mantenido sobria, sabiendo que todavía tenía que hacer una entrega para
Davis, excepto que ahora no había manera de llegar a las seis.
Saqué el móvil y decidí llamarlo, sobre todo porque estaba demasiado
agotada mentalmente para enviarle un mensaje.
Davis descolgó al tercer timbrazo.
—¿Hola?
Sonreí, pero fue inútil, él no podía verme.
—Hey, uh... es...
—Rae. —Su voz profunda me produjo escalofríos, recordándome lo que me
había hecho en aquel mostrador unos días antes.
—Sí. Mira, me surgió una emergencia, y justo ahora estoy saliendo de ella. Sé
que necesitabas esa entrega esta noche, y había dicho a las seis, pero...
Me interrumpió.
—Está bien.
Dudé, no sabía si quería decir que estaba bien si fuera más tarde o si no iría.
—Entonces, ¿quieres que lo arregle para mañana?
Su silencio me hizo sentir incómoda mientras subía los escalones de mi casa.
—¿Es eso lo que quieres?
—Yo… —¿Qué quería? Quería verlo, pero no quería que lo supiera, y lo más
importante, me estaba enamorando de él otra vez, con demasiada facilidad, y en
el fondo, sabía que me haría daño—. Creo que mañana sería mejor.
La mentira sabía a ácido en mi lengua, pero no podía darle un pase. No
cuando todavía había una gran mentira y una ofensa entre nosotros, tanto si él lo
sabía como si no. Yo lo sabía, y le debía a mi yo más joven la lealtad necesaria
para echarlo.
Hizo una pausa, sin responder por un momento.
—Sí, de acuerdo, ya hablaremos mañana. —Había un quiebre en su voz y, por
alguna razón, cuando colgó, me ardía la garganta.
Entré lentamente en casa, caminé hasta mi habitación y me tumbé en la
cama. ¿Por qué me dolía tanto? ¿Por qué había una parte de mí que ahora quería
ser amable con él? ¿Era simplemente porque había mantenido a mis padres a
flote en secreto todo este tiempo? ¿Cómo podía alguien tan malo -que me había
arruinado cuatro años antes- acabar siendo tan amable con mi familia?
Todo era tan confuso que me confundía la cabeza y frustraba mi pobre
corazón. Al poco tiempo, el agujero que miraba en mi techo se desdibujó y me
quedé dormida.
***
—¿Rae? —La voz de mi madre resonó desde el otro lado de la puerta de mi
habitación.
Levanté la cabeza dolorida y miré el oscuro espacio que nos separaba.
—Cariño, ¿estás durmiendo? Es hora de cenar. —Su voz era apagada pero lo
bastante clara para que yo empezara a atar cabos, mi estómago atando el resto,
refunfuñando mientras me retorcía fuera de mis mantas y me tambaleaba hacia la
puerta.
—Aquí estás —dijo mi madre, con una cálida sonrisa y un delantal atado a la
cintura. El olor de su infame pastel de carne se deslizó hasta mis sentidos,
haciéndome doler el estómago.
—No deberías haberte dormido tan temprano. Va a destrozar completamente
tu horario de sueño.
La seguí hasta el salón, donde me quedé paralizada. No me había cambiado
antes, así que aún llevaba unos vaqueros y una sudadera sin mangas, pero mi
maquillaje y mi peinado eran un completo desastre. Sin embargo, mi madre no
parecía querer avisarme de que había invitado a alguien.
Un par de profundos ojos azul marino me miraban por encima del borde de
una taza de café con las huellas de mis manos descoloridas en un lado y mi cara
en el otro. Les había hecho esa taza cuando tenía siete años y, por alguna razón,
había perdurado durante todos estos años, sin importar cuántas veces había
intentado olvidarla en el porche o había dejado que se cayera accidentalmente o
se estrellara contra el fregadero. Era indestructible y ahora mi obsesión
adolescente bebía de él. Mis labios se crisparon cuando me miró fijamente, como
si me desafiara.
—Raelyn, saluda, es de mala educación quedarse mirando —me reprendió
mi madre, dándome un manotazo en el brazo mientras volvía al lavadero.
Me froté el brazo y avancé con las piernas entumecidas.
—Hola.
Él sonrió satisfecho pero intentó ocultarlo detrás de su taza.
—Hola.
Acomodándome a su lado en el sofá, tuve mucho cuidado de no tocarle de
ninguna manera mientras me acomodaba en los cojines.
—Pensé que estarías en la montaña esta noche.
Traducción: Me acobardé como una gallina y dije que te vería mañana, pero
aquí estás.
Aquella sonrisa se mantuvo pequeña y escondida, como si estuviera en un
secreto. Tal vez era una broma y todo esto era un plan elaborado para volver a
romperme el corazón. La forma en que sus ojos se calentaron cuando me miró me
hizo pensar que no era así. De hecho, la forma en que me miró me hizo pensar
que no era una broma en absoluto. Me miraba como yo miro el café, o como miro
mi cama después de un largo turno de noche en un bar. Como si yo fuera el lugar
donde quería terminar cada noche y empezar cada mañana.
—Decidí pasarme por la ciudad —agachó la cabeza, sorbiendo una vez más
— y acabé aquí.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, martilleando un mensaje de amor y
lujuria perdidos hacía mucho tiempo. Él era la tormenta que me había alejado y,
sin embargo, parecía brillar tanto como el sol, trayéndome de vuelta.
—Bueno, es una agradable sorpresa —conseguí decir sorteando el nudo en
la garganta.
Había venido a verme.
Se volvió hacia mí, buscando en mi cara la mentira. No debió de encontrarla
porque un instante después se le dibujó en la cara la sonrisa más devastadora y,
justo cuando abría los labios para decir algo, mi madre anunció que la cena
estaba lista.
Ambos nos pusimos en pie con movimientos rápidos y silenciosos.
Probablemente era obvio que estaba nerviosa. Me ponía locamente ansiosa,
sobre todo después de tener su cara entre mis piernas. ¿Estaba pensando en eso?
Su mirada permaneció fija en la sabrosa carne del centro de la mesa, pero una
vez que tomamos asiento, esa mirada rebotó hacia arriba y se posó en mis labios.
Mi cara se calentaba cada treinta segundos más o menos mientras mi madre
intentaba entablar una conversación trivial.
—¿Dónde está papá? —Finalmente interrumpí, ardiendo de pies a cabeza
por lo cerca que estaba de él. De vez en cuando su pie rozaba el mío y, por alguna
razón, eso me parecía increíblemente erótico.
—Todavía está en la cafetería, haciendo inventario. De hecho, voy a llevarle
algo de cenar en cuanto termine aquí; esperaba que ustedes dos pudieran fregar
los platos y limpiar. —Miró entre nosotros y sonrió.
—Por supuesto que lo haremos. —Davis se apresuró a contestar, pero yo sólo
podía pensar en si me pondría sobre la encimera de mis padres y me la chuparía
otra vez, potencialmente con una de esas malditas tazas caseras mirándonos.
Me moriría.
—¿Rae? —preguntó mi madre, con las cejas arrugadas por la confusión de
por qué su hija dorada ya había aceptado y su hija perdedora aún no.
—Por supuesto. —Le hice un gesto con la mano y agaché la cabeza para
terminar de comer.
Tenía que prepararme mentalmente para estar a solas con Davis. Esta era la
única razón por la que me lo había cepillado esta noche, para no verlo, y sin
embargo, mi madre nos estaba abandonando. Dejándonos solos juntos. Esto era
muy irresponsable de su parte.
—De acuerdos, ustedes dos limpien. Hay helado en el congelador. —Nos
besó a los dos en las mejillas y salió corriendo de la casa con su torbellino
habitual.
Davis soltó una pequeña risita antes de tomar su plato y el pequeño plato de
judías verdes y se dirigió hacia el fregadero.
—Pensé que no te gustaba venir a la ciudad —musité, necesitando
escucharlo decir que había venido por mí. Yo era una idiota, y absolutamente a la
pesca de un cumplido de algún tipo, pero mi pobre corazón roto no podía
calcular por qué había venido.
—No me gusta venir a la ciudad —respondió, dándome la espalda.
—¿Entonces por qué lo hiciste?
Se dio la vuelta, con las manos cubiertas de espuma jabonosa, pero su
sonrisa era sincera y cálida, y me calentó desde los dedos de los pies hasta la
coronilla.
—Estás aquí.
Su respuesta me golpeó en la cara con tanta fuerza como cualquier bofetada.
Aquello fue lo más parecido a una declaración de amor que había recibido nunca,
y me sobrecogió hasta dejarme en silencio. Trabajé en silencio a su lado,
limpiando, guardando la comida y limpiando las cosas, hasta que cerró el
fregadero y la cocina quedó completamente limpia.
Se giró lentamente hacia mí, apoyó la cadera contra el mostrador y me
observó.
—Así que... supongo que es tarde.
Levanté brevemente la vista antes de volver a agachar la cabeza. Quería que
se quedara. Quería que se arrastrara y se disculpara por lo que me había hecho
cruelmente cuando yo tenía dieciocho años, pero también me daba cuenta de
que él no sabía quién era yo entonces y de que yo lo estaba haciendo
injustamente responsable de algo que él no sabía que había hecho.
Parpadeé, aparté los nervios y me mordí el labio.
—Supongo que sí.
Levantando la mano, se frotó la base del cuello como si estuviera nervioso.
Sabía que estaba actuando de forma extraña, como una alumna de instituto que
por fin está a solas con la persona que le gusta y no sabe cómo hacer un
movimiento.
Soltó una carcajada silenciosa, como si cupiera entre los dos, y luego se
inclinó.
—Rae. —Su ronroneo recorrió mi piel cuando sus labios se encontraron con
la línea de mi cabello—. Enséñame tu habitación.
Sonrojada, levanté la mano y vacilé un momento antes de superar la
incomodidad y agarrar la suya. Me deleité al ver que era mucho más grande que
la mía mientras tiraba de él hacia mí. La casa estaba en silencio mientras
caminábamos por la cocina y el pasillo, hasta que él entró en mi habitación y
cerró la puerta tras de sí.
Verlo apoyado contra mi puerta, sonriéndome con esa sonrisa traviesa, me
encendió por dentro. Solté la única palabra que se me ocurrió.
—¡Puzzles!
Enarcó una ceja.
—Um... ¿las haces, o querías ver algo?
Finalmente, se separó de la puerta y se acercó lentamente a mí.
—¿Esta es tu habitación, la que tenías cuando eras adolescente?
Miraba alrededor, a las paredes, escudriñando los premios y las cintas que
había colgado. Internamente me daba las gracias por no tener fotos de mi yo
adolescente en ningún sitio, y que la caja de él ya no estuviera. Ver su alta figura
junto a mi tocador me provocaba un tsunami de emociones. Era un sueño, un
sueño andante y parlante, aquí en mi habitación, mirando mis cosas.
Asintiendo, miré a mi alrededor con él.
—Sí.
Sus fuertes dedos tomaron uno de mis peluches y lo inspeccionaron.
—¿Alguna vez tuviste suerte en esa cama? —Me sonrió con satisfacción,
todavía caminando lentamente por mi habitación, tocando pequeños trozos de mi
pasado. Cada caricia bien podría haberse hecho en mi piel.
—Uh...— ¿Suerte? ¿Como en el sexo? —Mi expresión se arrugó—. No. Fui
virgen hasta la universidad.
Eso lo dejó helado. Se volvió hacia mí, con una ceja oscura levantada.
—¿Completamente, como si no hubieras hecho nada hasta la universidad?
Me tragué el nudo que tenía en la garganta. ¿Cómo podía explicarle que me
había estado reservando para él? Sinceramente, había pensado que me besaría
aquella noche en la biblioteca, que tal vez haría algo más. No había tenido ningún
interés en otros chicos... nadie en absoluto estaba en mi mundo excepto él.
Para responderle, me limité a negar con la cabeza. No me salían las
palabras. Con dos pasos lentos en mi dirección, noté que me hacía retroceder.
Mis piernas golpearon el colchón justo cuando se detuvo frente a mí.
—Entonces, ¿nunca te tocaron bajo las sábanas? —Su pregunta me erizó la
piel y me puso la carne de gallina. Se inclinó más hacia mí, preguntando
retóricamente. Sabía que no lo había hecho.
—¿No te han besado -o lamido- debajo de ese edredón de flores? —
Susurraba ahora, acercándose lentamente hasta que sus labios rozaron mi
garganta. Cerré los ojos y mi respiración se entrecortaba como una sierra
oxidada.
Me dio un beso en el cuello mientras seguía murmurando.
—¿Nunca besaste o lamiste a nadie más, mientras esperabas que tus padres
no llegaran a casa y te atraparan?
Volví a negar con la cabeza y su mano subió hasta mi cintura, mientras sus
labios seguían moviéndose contra mi cuello.
—¿Y tú? ¿Te has tocado ahí debajo, Rae? —Sacó la lengua, lamiéndome la
concha de la oreja—. ¿Has frotado tus dedos por ese coño perfecto, cerrando los
ojos con fuerza mientras te follabas la mano?
Dios mío. Jadeaba, con los ojos cerrados de golpe, imaginando cada palabra
sucia. Si él supiera cuántas veces había hecho exactamente lo que había descrito,
mientras pensaba en él.
—Sí, apuesto a que lo has hecho, ¿verdad? —Su mano bajó hasta tocarme a
través de mis vaqueros—. Has dejado una mancha blanca y cremosa en estas
sábanas, follándote los dedos, ¿verdad?
Tarareó, añadiendo presión a mi centro, haciéndolo palpitar. Luego sus
manos subieron por mi vientre hasta curvarse alrededor de mis pechos,
protegidos por el sujetador. Parecía personalmente ofendido por ello, mientras
sus pulgares giraban de un lado a otro sobre mis pezones cada vez más duros.
Echándome la cabeza hacia atrás y sacándome el pecho, tiró del relleno
hacia abajo, dejando mis pechos al descubierto, mientras un leve silbido salía de
su boca. Bajó la cabeza y movió los labios por el contorno de mis pezones
doloridos.
—Quiero verte hacerlo, Rae —susurró, mientras su lengua lamía el material
que ocultaba mi piel—. Siéntate en este edredón de flores que tienes desde que
eras adolescente y tócate. Deja que te mire.
Me ardía la cara mientras procesaba sus palabras y lo irónicas que eran en
el gran esquema de nuestra relación. No es que él lo recordara, pero yo lo había
observado y ahora estaba aquí, en mi habitación, hablando obscenidades y
pidiendo mirarme. Me ponía muy cachonda. Me moría por hacer lo que me decía.
Levanté la barbilla y lo miré fijamente, me humedecí los labios y luego
agarré los bordes de la camisa, tirando de ella por encima de mi cabeza. Pareció
refunfuñar su acuerdo con unos cuantos ‘joder’ murmurados y luego me ayudó a
desabrocharme el sujetador. Se deslizó por mis brazos, cayendo a la alfombra
mientras nuestros ojos permanecían fijos. Sin romper la mirada, sus gruesos
dedos se dirigieron al botón de cobre de mis vaqueros y los abrieron.
Me quedé helada mientras él me sonreía y me bajaba los vaqueros por las
piernas. Una vez en el vértice de mis muslos, se inclinó hacia delante y me besó
justo en el centro de las bragas. Mis dedos se clavaron en su espeso cabello por
instinto.
—El rosa es mi nuevo puto color favorito —dijo riendo entre dientes,
mientras me mordisqueaba el clítoris. La sensación me produjo escalofríos. Vi
cómo su mirada se centraba en la tupida barrera de algodón que nos separaba.
Respirando como si acabara de terminar una maratón, esperé mientras él se
acomodaba allí, moviendo los labios sobre mi coño, aparentemente sin importarle
que hubiera tela separándolo de mi húmedo centro. Se tomó su tiempo, gimiendo
mientras lamía tranquilamente la pequeña porción de piel que no cubría mi ropa
interior. Moviendo la cabeza hacia un lado, me dio un pellizco, esta vez en el
borde de las bragas, tirando de ellas hacia un lado.
—Debería mover este trozo de tela —volvió a morderme el centro—,
chuparte el clítoris hasta que te salgan cremas de estas —añadió bruscamente
mientras empujaba su nariz a lo largo de mi raja. Sus ojos se cerraron y una
mirada de pura devoción floreció a lo largo de los planos de su rostro—. Entonces
debería obligarte a permanecer en ellas mientras te frotas contra mi polla.
Estaba tan al límite que literalmente haría cualquier cosa para aliviarme. Él
gimió instantes después mientras se movía de mi centro, y sus dedos terminaron
de empujar mis pantalones hacia abajo, hasta que me estaba saliendo de ellos.
—Sobre la cama —ordenó, cayendo de rodillas. La mirada hambrienta de sus
ojos me tranquilizó.
Me sentía segura con él. Deseada.
Así que hice lo que me dijo, manteniendo mis ojos fijos en los suyos.
—Joder —susurró Davis, apretando finalmente el botón de sus propios
vaqueros y sacando su erección. Era tan grande como la última vez que la había
visto. Unas gruesas venas recorrían la aterciopelada extensión de su
impresionante longitud, y la inmensa cabeza en forma de seta manaba un líquido
transparente mientras sus ojos se clavaban en el punto que había entre mis
piernas. Su camisa desapareció a continuación, dejando a la vista su pecho liso y
esculpido. Había tantas crestas y surcos que necesitaba rastrearlos, saborearlos.
Deslicé los dedos arriba y abajo por la tela empapada que cubría mi centro,
sintiendo cómo aumentaba la humedad hasta que finalmente introduje un solo
dígito en el interior.
Gemí mientras añadía más dedos y se deslizaban por mis pliegues
empapados. Eché la cabeza hacia atrás mientras Davis murmuraba algunas
palabrotas. Sabía que su mano se movía enérgicamente sobre su pene, porque
seguía siseando mientras la cama se hundía y él se acercaba cada vez más.
—Eso es, Rae. Estás empapada, mira eso.
Abrí los ojos y miré hacia abajo. La humedad se extendía a lo largo de mis
bragas y se notaba lo excitada que estaba. Mis ojos rebotaron hacia arriba y vi su
polla hinchada erguida; su mano izquierda agarraba la raíz mientras él se ponía
de rodillas, acercándose a mí.
Su pesada erección presionaba mi ropa interior empapada y empujaba
como si no hubiera ninguna barrera entre nosotros. Joder, casi parecía que
estuviéramos follando. Su polla pinchaba mi entrada y su pecho esculpido se
cernía sobre el mío, mientras su lengua lamía mis pezones.
—¿Alguna vez has follado en seco, Rae? ¿Follado con la ropa apenas puesta?
Movió las caderas, empujando su polla más dentro de mí, pero las bragas
seguían creando una barrera de resistencia. Hizo que mis caderas se movieran
hacia delante, aprovechando la fricción y la presión que creaba.
—No —respiré, y él gimió.
¿Cuánto tiempo aguantaría antes de arrancarme el endeble trozo de tela? Ya
se había deslizado a un lado y podía sentir su suave tacto contra mis sensibles
labios.
—Dios mío, estás ahí... estás justo ahí. —Miré hacia abajo, viéndolo inclinado
de una manera que parecía que estaba cavando desde el lado para encontrar una
manera de entrar.
—Se siente tan bien, mierda. Pero no vamos a follar esta noche... te vas a
sentar, a horcajadas sobre mí, y me vas a follar en seco con la ropa interior
puesta. Vas a cabalgar mi polla con esta barrera entre nosotros, Rae. Entonces voy
a quedarme con tu ropa interior por el resto de mi maldita vida. ¿Lo has
entendido? Nadie más podrá verla.
Yo jadeaba, pero asentí con la cabeza, y él nos cambió de sitio hasta que se
sentó contra mi cabecero, y yo hice exactamente lo que me ordenó. Me senté a
horcajadas sobre él, apoyando las rodillas en la cama mientras me adaptaba a
estar abierta para él. Su mandíbula esculpida y su sonrisa ladina me hicieron
revolotear el estómago. Sus ojos se posaron en los míos y sus manos en mis
caderas.
—Me gustas aquí —respiró—. Encajas perfectamente.
Sonreí, frotando mi dolorido centro contra la base de su polla. Mirando hacia
abajo, su erección se erguía como un reto deliciosamente peligroso que me
acechaba. Cuando agarró su circunferencia con el puño, me pareció casi
imposible no ceder y rogarle que me empalara con ella. Era perfecta y seguía
goteando un líquido transparente que me moría por lamer con la lengua.
En lugar de eso, levanté las caderas y las hice rodar, descuidada y febril,
contra él. Él gruñó y gimió cuando encontré mi ritmo y, a medida que yo seguía el
ritmo, la tela continuó deslizándose, permitiendo el deslizamiento de su sedosa
longitud contra mi centro empapado.
Su sonrisa era devastadora mientras lamía mi endurecido pezón.
—Te gusta, ¿verdad?
Jadeé, aferrándome a sus hombros, mientras gemía aceptando. Aumenté la
velocidad, frotándome despiadadamente contra él, observando cómo se contraía
su bajo vientre mientras inclinaba la cabeza para ver cómo mi coño se deslizaba
contra él. Con sus manos en mis caderas, moviéndome en una cadencia que le
convenía, ya me estaba corriendo más fuerte de lo que nunca lo había hecho con
nadie más. Un grito salió de mis labios, un cántico con su nombre y una especie
de plegaria. Con mis miembros completamente fideos, se sentó, con las manos en
mi espalda, y me empujó sobre mi espalda.
Sin dejar de agarrar su polla, que bombeaba arriba y abajo con un
movimiento giratorio, me agarró el dobladillo de las bragas y tiró de ellas hacia
abajo. Con un gemido, derramó su orgasmo por todo mi montículo y por todo el
exterior de mi coño. Cuando terminó y me cubrió con su semen, volvió a
ponerme las bragas sobre el desastre que había hecho. Pedacitos de semen
blanco salpicaron mi ombligo, y ahora que la tela lo aplastaba en su sitio, trozos
de él se escapaban por los bordes y bajaban por mis muslos.
—La próxima vez, acabaré aquí —me acarició los pechos— y luego aquí —
movió el dedo por mi garganta y mis labios— y joder, estoy deseando acabar
aquí. —Trasladó su mano a mi culo, metiéndola por debajo de la línea de las
bragas a lo largo de mi raja.
Fue entonces cuando la puerta principal se cerró de golpe y escuchamos las
voces de mis padres. Sonrió con satisfacción, se dio la vuelta y me estrechó entre
sus brazos.
Las voces de mis padres subían y bajaban desde la cocina y luego se
dirigían al lavadero. Con sus labios junto a mi oreja, Davis dijo—: Bésame.
No me lo pensé dos veces. Nuestras bocas estaban ya tan cerca; sólo incliné
la cabeza hacia atrás y levanté la cara y entonces Davis estaba allí, amoldando sus
labios a los míos, como si no pudiera esperar ni un segundo más a que pusiera mi
boca contra la suya.
Pero este beso era diferente: lento y dulce. Nuestras piernas se
entrecruzaban, mis pechos se aplastaban contra los suyos y sus dedos recorrían
suavemente mi espalda. Pero pronto dio un giro, y la gruesa y dura longitud me
empujó contra el estómago y Davis dejó escapar un gemido.
Rompió el beso y me dijo—: Quiero que me toques. —Adelantando las
caderas y apretando su erección contra mí, añadió—: Sabiendo que tus padres
están al otro lado de la puerta.
Ya me estaba calentando de nuevo y, por eso, agarré su pene con la mano,
pero Davis me sujetó la muñeca con un chasquido de lengua.
—¿He dicho tocar? Quise decir saborear. Quiero conducir a casa esta noche
con la imagen de esos putos labios alrededor de mi polla.
—¿Rae? —llamó mi madre a través de mi puerta y luego movió el picaporte.
Agradecí a todos los santos que Davis la hubiera cerrado.
—¿Miedo? —me susurró al oído, apartándome unos mechones.
Esto era una locura. Mis padres estaban ahí fuera, ¿y él quería que se la
chupara? Era una locura, y sin embargo, de alguna manera me hizo más caliente.
Sus dedos se enredaron en mi cabello, tirando ligeramente mientras
empezaba a besarme el cuello. Parpadeé y me moví.
Mis rodillas golpearon la moqueta de mi piso, justo cuando él se incorporó y
giró sobre sí mismo, con la erección hinchada en el puño. Con los ojos muy
abiertos, contemplé el enorme tamaño de la punta exudativa y traté de encontrar
la forma de empezar.
Debió de notar mi ansiedad, porque mientras yo miraba fijamente su
enorme polla, él pareció quedarse inmóvil.
—Tú nunca… —Su voz se entrecortó cuando me levantó la barbilla—.
¿Alguna vez has hecho esto?
El calor me golpeó la cara, un millón de tonos diferentes de humillación
agitándose y ardiendo bajo mi piel. Podía mentir. Podría fingir. Pero por alguna
razón no quería hacerlo.
—No... mi ex... Bueno, nunca lo hicimos. Nunca pareció quererlo, y ni siquiera
me la chupó, así que...
Segundos después, mi madre volvió a llamar a la puerta.
—Raelyn, necesito hablar contigo.
Davis tenía un par de cejas preocupadas y concentradas mientras me miraba
fijamente.
—Esta no debe ser tu primera vez entonces. Vamos a ahorrárnoslo.
Pero hacía calor haciendo cosas que se suponía que no debíamos hacer
mientras mis padres no podían ver y no lo sabían, así que me agarré a sus muslos.
—No... déjame, por favor.
Sin esperar a que respondiera, me incliné hacia delante y lamí el líquido
transparente de la punta.
Davis dejó escapar un silbido mientras su mano me tocaba la nuca.
—Mierda, eso se sintió bien. Haz lo que te parezca bien. No puedes hacerlo
mal cuando estás navegando y sintiendo las cosas. ¿De acuerdo?
Asentí y entré de nuevo, haciendo lo que me decía.
Al principio me resultaba extraño, inseguro de cómo realizarlo exactamente
de la forma en que lo había visto hacer en los pocos vídeos que había visto. Pero
recordando que normalmente agarran la base de la polla, decidí empezar por
ahí.
Otro siseo salió de su garganta cuando estabilicé el descomunal pene frente
a mí, y entonces me levanté sobre mis rodillas y me maravillé de lo suave y
sedoso que se sentía en mi mano. La punta de su polla estaba húmeda, pero tan
suave y tan deliciosamente sexy. Gemí cuando mi boca descendió y mis labios
envolvieron la cabeza.
—¡Rae! —volvió a llamar mi madre, esta vez sonando sin paciencia.
Davis aumentó el agarre en la parte posterior de mi cabeza, animándome a
llevarlo más profundo. Me di cuenta con alarmante claridad de que me gustaba
tenerlo en la boca. Me encantaba el poder que me daba y cómo, cuando llegaba
tan lejos como parecía, él gemía y me empujaba más adentro. Yo lo dejaba
cuando sentía que no podía soportar su presión contra mi garganta, y él me
dejaba. Entonces volvíamos a hacerlo. Yo movía la cabeza arriba y abajo,
chupando, bajando por su pene hasta el fondo.
—Joder —jadeó, ahora tirándome del cabello con más fuerza. Sus caderas
también sobresalían hacia arriba, y me di cuenta de que eso me gustaba mucho.
Otro golpe hizo sonar la puerta y chupé con más fuerza, agarrándome a sus
muslos, moviéndome arriba y abajo mientras él soltaba una retahíla de palabrotas
susurradas y me rasgaba el cuero cabelludo. Estaba completamente excitada de
nuevo, moviendo mis propias caderas contra el aire, y maldita sea, estaba a dos
segundos de usar mi mano.
—Rae, voy a correrme, tienes que soltarme o acabaré en tu garganta.
No aflojé, porque quería experimentarlo; lo quería todo. Mi falsa
bravuconería se desvaneció segundos después, cuando terminó en mi boca, pero
la textura fue inesperada, al igual que el volumen. Me levanté de un salto y,
tapándome la boca, corrí hacia el cubo de la basura, pero Davis me detuvo
agarrándome de la muñeca.
—Relájate —me dijo, inclinando suavemente mi cabeza hacia atrás—. Abre
la garganta y traga. No pasa nada.
Hice lo que me dijo, cerrando los ojos e ignorando la pequeña cantidad de
semen que me había chorreado por el labio, tragándome lo que me quedaba en
la boca.
—Buena chica —susurró Davis, con los ojos fijos en mis labios—. Vamos a
volver a hacer esto alguna vez, y voy a recompensarte por ello.
Solté una pequeña carcajada al ver su expresión seria y cómo sus ojos se
clavan en mi boca.
—Enseguida salgo, mamá —le contesté finalmente.
Un firme apretón en la mandíbula me obligó a volver a concentrarme en
Davis, con su pulgar presionando directamente bajo el desorden que había salido
de mi boca.
—Lame —me ordenó, con los ojos clavados en los míos, el calor
abrasándome hasta la médula.
Siguió sujetándome mientras yo hacía lo que me decía, sacando la lengua y
lamiendo su desahogo. Su gemido de aprobación me hizo estremecer.
Segundos después, Davis me empujó con fuerza la ropa interior por las
caderas mientras me susurraba al oído—: Son mías.
Me salí de ellas, y él bajó para agarrarlas.
—Rae, ¿Davis sigue aquí? —preguntó mi madre, y el hombre en cuestión me
sonrió satisfecho mientras se abrochaba los botones.
Sin dejar de mirarlo, grité—: No, se fue hace un rato. —Probablemente su
camioneta seguía enfrente, pero bueno.
Se acercó más a mí y me susurró al oído.
—¿Por qué no les dices lo que estábamos haciendo aquí?
Sonreí, escuchando a mi madre decir algo sobre sobras y Tupperware.
—Diles que me estabas chupando la polla y tragándote hasta la última gota
de mi placer, como la jodida buena chica que eres. —Me pellizcó el cuello y me
besó—. Diles lo bien que te sentó tener mi polla dentro de tu boca, golpeando el
fondo de esa garganta.
Me gustaba su lado juguetón, tanto que cuando fue a besarme el cuello otra
vez, me moví para que atrapara mis labios.
Se detuvo, me sujetó la cara con las manos y me besó despacio. Mis dedos se
deslizaron hacia arriba, sintiendo cada cresta y surco de su pecho perfectamente
esculpido. Dejó escapar un gemido bajo y apartó la mandíbula, profundizando el
beso. Fue el tipo de caricia con la que me obsesionaría más tarde, el tipo de
contacto que mi antigua yo habría catalogado y escrito en un diario. Un beso que
llevaría tatuado en el alma y que perduraría mucho después de que él se
marchara.
Finalmente, se separó y susurró entre el espacio que nos separaba—: Ven
mañana, cuando termines tus entregas. Trae una bolsa de viaje, te quedas el fin de
semana.
Su orden fue un canto de sirena que no pude rechazar, así que le dediqué
una sonrisa que transmitía lo que pensaba de pasar la noche con él.
Entonces, antes de que me diera cuenta, se agachó para recoger su camiseta
y se dirigió a mi ventana. Me echó una última mirada hambrienta antes de saltar
la mosquitera y salir por ella.
20

Rae
Hace 5 años

Mis dedos se enredaron en mi cabello mientras trataba de peinar los


apretados rizos. Mis ojos estaban pegados a la moto negra aparcada en el puesto
número cinco al otro lado de la calle, en la gasolinera. Earl tardó en llegar a cada
cliente, por lo que el hombre montado en la bicicleta estaba mirando su teléfono
celular mientras esperaba.
Internamente me reprendí a mí misma por no solicitar un trabajo en la
gasolinera; ese era un lugar seguro para ver a Davis y hablar con él. Cada vez era
más fácil precisar los lugares de la ciudad en los que realmente entraba o pasaba
algún tiempo. La biblioteca era una, pero sólo una vez al mes más o menos. Por lo
general, solo ordenaba sus selecciones en línea y luego las recogía del estante de
reservas.
La tienda de comestibles era otro lugar al que entraba, pero siempre estaba
en movimiento, por lo que sería demasiado difícil conversar con él en cualquier
capacidad real, y siempre usaba esas máquinas de autopago. Incluso al salir, se
mantuvo firme.
Lamentablemente, el restaurante seguía siendo mi mejor opción para verlo o
incluso hablar con él. Solo tuve que convencer a mis padres para que me dejaran
trabajar en el frente.
Al ver a Davis sentado allí, jugué con el dobladillo de mi camisa mientras
calculaba el tiempo que le tomaría a Earl llegar hasta él, viendo que tenía otros
tres autos para llegar primero. Eso fue tal vez cinco minutos.
—Podría hacerlo —murmuré animándome a mí misma.
Clavando mis dedos en el pequeño bolso cruzado que estaba en mi cadera,
me metí una menta en la boca y volví a aplicarme el lápiz labial y luego crucé la
calle.
Tenía los ojos bajos, por lo que no me vio, pero en el fondo, sabía que podía
sentirme. Como si ambos estuviéramos en el mismo lugar al mismo tiempo,
entonces ambos lo sabríamos, porque éramos almas gemelas.
Escalofríos brotaron a lo largo de mis brazos como pequeños picos, a pesar
de que el sol caía sobre el mundo, infundiendo calor al asfalto y humedad al aire.
Mis tacones bajos resonaron en el cemento a medida que avanzaba a lo largo de
la estación de servicio, pero Davis ni una sola vez levantó la vista de su teléfono.
No hasta que me paré cerca del manubrio cromado de su motocicleta,
cruzando mis brazos sobre mi pecho.
Sus ojos se movieron hacia arriba: un azul marino oscuro... y nunca me había
parado lo suficientemente cerca como para ver las motas negras dentro de ellos o
darme cuenta de cuán realmente enormes se veían sus hombros y bíceps tan de
cerca. Dejó escapar un suspiro y volvió a mirar el teléfono que tenía en la palma
de la mano.
Pasaron unos segundos en los que él miraba el teléfono y yo me quedé allí,
esperando que se diera cuenta de mi cabello, o mi maquillaje... o el hecho de que
ahora tenía diecisiete años.
—¿Trabajas aquí o algo así?
Su voz retumbó como una nube de trueno, y la forma en que se demoró a mi
alrededor casi hizo que mis rodillas temblaran. Pude sentir mi rostro enrojecerse
cuando solté mis brazos y metí un mechón de cabello suelto detrás de mi oreja.
—No, eh… —Miré a Earl y luego a Davis—. Yo, eh… quería presentarme. —
Mi voz era temblorosa y descontrolada, como un vagón de tren fuera de los rieles.
Sus cejas oscuras se hundieron en el centro de su frente, los ojos aún en el
teléfono.
—¿Por qué?
—Porque. —Me encogí de hombros, sonriendo—. Yo…
—Lo siento, Davis, ¿quieres llenarlo con regular? —Earl interrumpió,
agarrando la bomba.
Davis finalmente levantó la cabeza, pero se dio la vuelta y me despidió.
—Sí, gracias Earl.
Luego su atención volvió a su teléfono.
Me quedé allí incómoda, esperando el enfoque de un hombre al que no
debería amar. Los números seguían subiendo en la bomba, junto con el precio, lo
que indicaba que se me estaba acabando el tiempo, pero no tenía ni idea de qué
decir para que me viera. Podría decir mi nombre, pero ¿pensaría él que era una
tontería? Raelyn sonaba tan joven. Rae sonaba mayor, pero también era
masculino.
—¿Necesitas que llame a tus padres o algo así? —preguntó Davis, mirando
desde su teléfono, pero solo por un segundo. Apenas me miró antes de regresar
su mirada a ese estúpido dispositivo.
El calor quemó a través de mí desde la parte superior de mi cabeza hasta la
parte inferior de mis pies.
—No… uh… tengo diecisiete años, edad suficiente para conducir, yo solo…
—Necesitaba que me viera; si supiera quién soy y que podría amarme, entonces
me miraría de manera diferente—. Quería que supieras quién soy.
Bajé los ojos, esperando que mis pestañas postizas tomaran el relevo y me
dieran una mirada sensual.
Pero no se movió, la bomba hizo clic, indicando que su tanque estaba lleno.
Sacó la boquilla y se inclinó, asegurándola en su lugar, sin siquiera esperar a Earl.
Una vez que sus dedos envolvieron la tapa de la gasolina y comenzaron a
apretarla, supe que mi tiempo había terminado.
El rugido de su motor me gritó que me moviera, que me alejara... pero no
pude.
—Niña —rechinó entre dientes. Su casco estaba puesto ahora, una versión
reflejada de mí mismo reflejada en su visor.
—Yo… —No podía dejar que se fuera, no sin escucharme—, solo quiero que
me des una oportunidad.
Tartamudeé mis palabras, mi rostro en llamas, las lágrimas picaban en la
parte posterior de mis ojos.
Bajó la cabeza, sacudiéndola.
—En serio, chica, muévete. Tú… —Vaciló por un momento, dándome una
pizca de esperanza, pero luego su voz se agudizó, goteando disgusto—. ¿De
verdad crees que estaría interesado en ti? Tienes frenos. Eres una maldita niña, y
no estoy tratando de que comiencen más rumores sobre mí, así que aléjate de mi
camino.
Aturdida por la información, me moví a un lado mientras él se alejaba a toda
velocidad, llevándose pedazos de mí con él. Piezas que siempre tendría en sus
manos, lo supiera o no.
21

Rae
Un viento otoñal soplaba a través del porche trasero, alborotando mis
papeles. Tenía mecanografiados tres nombres de negocios, con igual número de
ideas comercializables que podrían servir para ayudar a unos cuantos puntos de
la ciudad de Macon. Uno de ellos era la tienda de los padres de Nora, que dejaba
para el final porque sabía que Nora tendría que ser quien les expresara los
hallazgos. Su madre era demasiado orgullosa para escucharme, pero se podían
hacer algunos retoques fáciles para arreglar la señalización y los escaparates.
El restaurante de mis padres también estaba en mi lista, pero por ahora no
quería tocar nada, simplemente porque estaban muy centrados en el nuevo
servicio de reparto. Necesitarían un poco de tiempo para probarlo y ver si era
eficaz. Luego estaba la cafetería, donde trabajaba Rachel. Había conseguido
ponerme en contacto con el propietario e incluso había concertado una reunión
para dentro de una semana. Las ideas fluyeron por primera vez desde que volví a
casa. Mi montaje en el patio trasero por fin estaba dando sus frutos, y estaba lo
suficientemente ocupada como para haberme olvidado por completo de la fiesta
de pijamas planeada con Davis durante un tiempo.
La orden que me había dado la noche anterior de que me quedara a dormir
seguía retumbando en mi interior como una cuerda pulsada repetidamente.
Quería ir; mi cuerpo estaba vivo y ansiaba ser tocado de un modo que parecía
que sólo Davis podía hacer. Me gustaba que con él no fuera sólo sexo. Era sexual:
caliente, peligroso, tabú. Con mis anteriores parejas, nos besábamos, quizá
jugueteábamos durante unos minutos, pero luego era sólo sexo: el tipo encima y
yo fingiendo un orgasmo debajo. El sexo nunca fue tan ardiente ni insaciable, lo
que me recordó cómo Davis había manejado mi inexperiencia ayer.
Mi cara se sonrojó al recordar cómo me había inclinado suavemente la
cabeza y no me había permitido hacer el ridículo. En lugar de eso, me había
hablado al oído de forma taimadamente oscura, dejando marcas de quemaduras a
lo largo de mis recuerdos. Sus palabras aún ardían en mi estómago, haciéndolo
revolotear cada pocos segundos. Ni siquiera sabía que era posible jugar
sexualmente y arrastrar el placer de las diferentes formas en que él lo hacía. Era
otra capa de él que me hacía desearlo. Pero seguía dudando y sabía que tendría
que hablar algunas cosas con Nora, sobre todo después de nuestra sesión de
purga.
Justo a tiempo, mi puerta trasera se abrió y mi mejor amiga asomó la cabeza.
—¡Hola, iba a llamarte! —Llamé, dejando mis cosas a un lado.
Salió al porche y se sentó.
—¿Ibas a contarme lo del hombre que atraparon merodeando por tu casa
anoche?
Oh, mierda.
—Eso es lo que pensé. Sé que era Davis Brenton, y vino de la parte trasera
de la casa, que es donde está tu dormitorio.
Ella esperó, mientras los árboles se mecían sobre nosotros, entonando una
canción silenciosa.
—Escúpelo.
Respirando hondo, me lancé sobre lo sucedido, tratando de mantener el
tacto y omitiendo los jugosos detalles de lo asqueroso que había resultado ser
Davis Brenton.
—Así que, ¿vas a una fiesta de pijamas? —Su oscura ceja se alzó, crítica,
haciéndome sentir inseguro.
Hice una pausa, eché la cabeza hacia atrás y miré al cielo azul. Aún no había
respondido a esta pregunta en voz alta, pero si iba a ser sincero con alguien, iba a
ser con ella.
—Quiero hacerlo.
Se inclinó hacia delante y captó mi atención.
—Entonces creo que tienes que sincerarte con él.
—¿Sincerarme? —Ladeé la cabeza, como si no supiera de qué estaba
hablando.
—Como de la obsesión adolescente, y el hecho de que lo viste teniendo
sexo con alguien cuando pensabas que te había invitado allí para declararte su
amor eterno por ti.
Ah, eso. Odiaba lo contaminadas que la verdad hacía sentir a mis hormonas.
Tenían puestas anteojeras de Davis, definitivamente. A mi vagina le importaba
una mierda lo que pasó hace cuatro años, siempre y cuando Davis nos hiciera
sentir más de lo que hizo anoche.
Me eché atrás.
—¿De dónde viene esto?
—Rae, sólo escucha. Te conozco muy bien, y sé cuando estás empezando a
enamorarte del chico que ha sido dulce contigo, o cualquiera que sea el caso. Te
estás enamorando de él, y vas a salir herida si no arrancas la tirita. Necesitas
decírselo, y más que eso, necesitas cerrar lo que pasó.
Se me calentó la cara mientras tiraba de un hilo suelto.
—¿Por qué no quieres? —preguntó, como si realmente no lo supiera, pero
tenía que hacerlo, sobre todo después de huir de su nuevo vecino. Ella lo sabía.
—La misma razón por la que huiste de Colson Hayes.
Nora palideció y puso los ojos en blanco.
—Pero no me estoy enamorando de él. Estás totalmente enamorada de
Davis.
—El pasado puede quedarse donde está. —Moví el aire a un lado, como si
fuera tan simple como eso.
—Rae...
—¿Y si tira del enchufe en cuanto se da cuenta?
Se burló.
—No, no puede. Te hizo daño, ¿recuerdas? Te lo debe. Eras una adolescente
inocente enamorada y él te destrozó. Te debes a ti misma sacar todo esto a la luz
y curarte de ello, de lo contrario sólo será doloroso en el futuro.
Sacudiendo la cabeza, miré mi regazo.
—Sólo quiero dejarlo, todo. Mi dolor, el hecho de que me avergonzara...
—Esa decisión no es sólo tuya. Le debes la verdad, pero sólo porque estás
desarrollando sentimientos por él. No es justo que esto se cuele en tu relación
más adelante.
Me levanté, de repente demasiado frustrada para mantener esta
conversación con ella. A veces había que dejar el pasado donde estaba. No
serviría de nada decirle que yo era su acosadora, y mucho menos que me había
destrozado el corazón hacía cuatro años.
Cuando volví a entrar en casa, intenté sobreponerme al dolor, pero en el
fondo sabía que tenía razón.
***
El hecho de que siguiera dándole vueltas a si me iba a quedar o no en casa
de Davis no cambiaba el hecho de que aún quedaban pedidos por recoger. Así
que esa tarde entré en el restaurante y empecé a empaquetar los pedidos. Sólo
había tres, sin incluir el pedido de Davis, así que me mantendría ocupado durante
un rato.
Estaba mirando unos cuantos resguardos y pedidos cuando Carl apareció a
mi lado.
—¿Es este el pedido de la montaña?
Asentí con la cabeza, aún demasiado crudo para hablar después de mi
encuentro con Nora. Carl examinó los billetes y chasqueó la lengua al fijarse en el
apellido.
—¿Esto es inteligente?
Me encogí, odiando que actuara así. Todo lo contrario que mi padre, salvo
que mi padre no tenía ni idea de lo que me había llevado de Macon cuatro años
atrás. Aun así, la observación y el comentario de Carl tocaban de cerca el nervio
que la opinión de Nora había sacudido.
—Es un encargo, y mis padres necesitan el dinero —murmuré, sin apartar los
ojos del inventario.
—-Pero es tarde. Quizá deberías esperar.
—Estaré bien.
—Rae, no estás siendo inteligente.
Suspiró y me giré para mirarlo.
—¿Qué significa eso? Estoy haciendo exactamente lo que me pidieron mis
padres. —Mi voz contenía un filo que podía cortar si la gente se acercaba
demasiado.
Carl me observó con expresión de lástima.
—Sólo digo, chica, que tengas cuidado; vas a acabar haciéndote daño.
—Entonces deja que me haga daño —espeté, apartándome de él.
Entre los dos, mi decisión de ir a casa de Davis era, como poco, vacilante,
pero quizá necesitaba ir, sólo para aclarar las cosas.
Tal vez ése sería el primer paso en esta relación, para saber que tenía una
base firme en la que apoyarme y que no habría secretos entre nosotros.
Decisión tomada. Iría en cuanto terminara con los repartos, pero no a
dormir... sólo a confesarme.
22

Davis
Eran cerca de las ocho de la noche. Las estrellas comenzaban a parpadear a
la vista, y comencé a renunciar a la idea de que Rae vendría. No es que la culpara,
pero no cambiaba el hecho de que quería hacerlo. Se suponía que debía
aparecer después de su último parto, que habría sido mucho más temprano en la
noche. Había planeado la cena para nosotros; Compré jodida champaña y esa
mierda. Quería salir con ella, mostrarle que podía haber más entre nosotros que
solo follar, pero eso requeriría su asistencia y consentimiento real en esta
pequeña fiesta de pijamas planeada.
¿Estaba nerviosa?
No había manera de que pudiera estarlo, no después de lo que hicimos
anoche. La forma en que la toqué, las cosas sucias que le dije... No hay forma de
que se ponga nerviosa, ¿verdad?
Me sentí distraído, y nunca me distraje. Por eso disfrutaba estar en la
naturaleza, solo, lejos de todo el ruido y el caos de la ciudad. Siempre había sido
fácil concentrarse, para mi mente sintonizar mi arte y enfocarme en el diseño.
Desde que conocí a Rae, mi mente ha estado únicamente en ella.
En la curva de su cintura, cómo la parte inferior de su espalda se hundió
hacia adentro, conduciendo a su trasero regordete y perfecto. Su cuerpo era lo
que vi cuando cerré los ojos, y su sabor...
—Joder —murmuré, entrando desde el patio.
Esta mañana me había masturbado con saña ante la imagen de ella abierta
sobre mi mostrador, mi cabeza entre sus piernas, esos gemidos y gemidos que
había hecho mientras la devoraba. Todo lo que quería hacer era tocarla,
saborearla… joder, solo estar en la misma habitación que ella, para poder
absorberla.
Su resistencia no era una buena señal. De hecho, todo su comportamiento
debería haber sido suficiente para que yo retrocediera. Bien podría tener las
palabras "vete a la mierda" impresas en su frente, por mucho que parecía querer
interactuar conmigo. Aun así, no podía obligarme a que me importara. Me hizo
egoísta, enloquecida... e insaciable.
Al avivar el fuego que encendí antes en la chimenea, oí gravilla crujiendo
debajo de los neumáticos. Mi ritmo cardíaco se disparó, mi pulso martilleaba
mientras pasaba mis manos por mi cabello. Debería haberme tomado dos
segundos para ducharme o afeitarme después de un largo día de trabajo.
Murmuré una maldición por lo bajo mientras caminaba hacia la puerta. No
quería que ella tuviera que llevar la caja de entrega sola.
Dove y Duke apenas se dieron cuenta de que alguien había llegado y, en
cambio, se quedaron pegados a sus lugares junto al fuego.
Al ver que Rae conducía un vehículo diferente al Range Rover de sus padres,
me detuve en el porche para esperar a que terminara de estacionar. Por lo
general, cuando llegaba, estacionaba lo más lejos de la casa que parecía que
podía. Esta vez, estacionó directamente en frente, así que pude ver su rostro
cuando detuvo el pequeño vehículo. El auto granate de dos puertas me resultaba
vagamente familiar, pero no podía ubicar dónde lo había visto.
Rae me sonrió, y eso hizo que se me encogiera el estómago. Luego se estiró
a su lado y sacó una pequeña bolsa de viaje, y necesité de todas mis fuerzas para
no tirarla sobre mi hombro y correr escaleras arriba.
—Hola —dijo ella, saliendo del auto.
Mi cerebro se quedó sin vida, y todo lo que parecía pensar era en cómo el
otro auto era mucho más seguro.
—¿Por qué condujiste esto? Es una elección de mierda para la montaña.
Esas cejas oscuras de ella se hundieron, y su sonrisa se deslizó.
Corrí hacia adelante, bajé los escalones, tratando de salvar el daño de mi
estúpida boca de mierda.
—Solo quiero que estés a salvo cuando vengas aquí. Va a nevar esta noche.
—¿En serio? —Ella inclinó la cabeza hacia atrás, mirando al cielo—. Pero ha
sido tan cálido.
Me moví hasta que la grava crujió bajo mis zapatos.
—Sí, no llegará a la ciudad, solo aquí arriba, pero se adhiere a las carreteras
hasta que sale el sol.
Pareció sacudirse de sus pensamientos y metió la mano en su auto para abrir
el maletero.
—Mierda, no me di cuenta de que iba a nevar.
Parecía ansiosa mientras me seguía a la parte trasera de su auto.
—Siempre puedo llevarte de vuelta si estás preocupada por eso —ofrecí,
agarrando la caja.
Hizo una pausa, mirándome por un segundo antes de sacudir la cabeza.
—No, estoy seguro de que estará bien.
Cerrando su baúl y agarrando su bolso grande, caminó delante de mí y
sostuvo la puerta, para que pudiera llevar la caja adentro.
Empezó a divagar mientras se quitaba las botas altas.
—Siento llegar tarde. Le entregué al Sr. Jackson, a unas pocas millas montaña
abajo, pero su puerta no se abrió y no pude conseguir que el servicio lo llamara.
Fue un poco desordenado.
Sonreí, mirándola.
—No te preocupes, pero probablemente estés cansado después de esperar
y de haber retrasado todo.
El rostro de Rae se volvió de un hermoso color rosa mientras se acercaba a
los perros, inclinándose para acariciar sus cabezas.
—No, soy buena. Un poco de hambre, pero eso es todo.
El alivio se hinchó como uno de esos jodidos globos de felicitación que la
gente te regala en ocasiones especiales.
Mientras se dirigía a la cocina y rodeaba la caja de entrega, vaciló.
—Uh... pero, sobre esta noche, si me quedara, ya sabes, para algo más que
cenar, entonces...
—¿Vas a fingir que no trajiste una bolsa de viaje? —Mis hombros temblaron,
riéndome en silencio de ella.
Ahí se fue ese pequeño rubor rosado que tanto amaba ver en su rostro. De
alguna manera hizo resaltar el azul de sus ojos.
—Simplemente no estaba seguro de si cambiaste de opinión, y si lo hiciste,
está bien. Yo solo…
Caminando hacia adelante, agarré su cadera y la acerqué a mi pecho.
—No cambié de opinión. —Necesitando convencerla, presioné mis labios
contra los suyos y me relajé en ella. No fue difícil, especialmente cuando sus
dedos subieron, enrollándose a través de mi cabello y tirando.
Nos besamos lo suficiente como para despeinarnos el uno al otro y llegar a
la segunda base con unos cuantos apretones de tetas y agarres de trasero. Hasta
que finalmente logré alejarme.
—¿Qué les dijiste a tus padres?
Dándome una pequeña sonrisa, dio un paso atrás y se arregló la ropa.
—Uh... creen que esta noche estoy en casa de Nora.
Asentí, aunque no me gustaba que no supieran dónde estaba. Esto no era la
escuela secundaria; ella podría sincerarse y decirles dónde estaba. Mierda,
tendría que decirles algo, o de lo contrario se preocuparían.
Le pregunté:
—¿Entonces no saben que viniste aquí en absoluto?
—No, no estaba seguro de cómo responderían a eso. —Con las manos
metidas en los bolsillos traseros y el rostro sonrojado, me tomó toda mi energía
no atraerla para besarla.
—Llama a tus padres.--- Presioné un rápido beso en su nariz—. Para que no
se preocupen, y si hay una emergencia, saben cómo comunicarse contigo.
—Dudo que algo vaya…
Aplicando un poco más de presión en su cadera, necesitaba que me
escuchara.
—Por favor, solo… nunca se sabe. ¿Bueno?
Escudriñando mi rostro, me dio la más mínima inclinación de cabeza antes
de sacar su teléfono.
Me moví, dándole algo de espacio, mientras ella paseaba cerca de la mesa,
donde pasaba el pulgar por la veta de la madera.
—Hola mamá. Solo para avisarte que tuve un cambio de planes. Terminé
teniendo una noche de entrega tardía y decidí quedarme aquí con Davis.
Hizo una pausa, escuchando a su mamá, y ese color rosado se profundizó,
invadiendo sus mejillas y cuello.
—Lo sé, lo siento. Simplemente no sabía cómo reaccionarías. —Otra pausa y
luego—: Está bien, bueno, gracias por ser tan amable al respecto. —Resopló una
carcajada, y derritió el lugar duro en mi pecho.
Sus ojos rebotaron en mi dirección, seguidos de una sonrisa sensual.
—Está bien, te amo, adiós. —Colgó y dejó el teléfono sobre la mesa.
—¿Todo está bien? —Pregunté, aclarándome la garganta.
—Sí, todo bien. Ella terminó la llamada y agradeció que decidiera quedarme
ya que se supone que se acerca una tormenta.
—Mira, te lo dije. —Le guiñé un ojo, moviéndome hacia la caja de productos
que ella había traído.
Rae se acercó.
—Me muero de hambre.
—Genial, ¿quieres comerlo en la mesa? Yo, eh… —Mierda, me sentí como un
estudiante de secundaria otra vez. Compré champán.
—¿Lo hiciste? —La conmoción en su voz me dijo todo lo que necesitaba
saber sobre a dónde pensaba que podría ir esta noche. Ella asumió que era solo
una llamada de botín. ¿La asustaría saber que esto era lo más alejado de eso?
—Honestamente, estoy borrado del largo día. ¿Estaría bien si mantenemos
las cosas un poco más relajadas esta noche? ¿Y si vemos una película mientras
comemos?
Imaginar a Rae acostada sobre mi pecho, su cabello enredado entre mis
dedos mientras una película se reproducía de fondo, me hizo algo. Un extraño
dolor floreció que nunca supe que existía antes.
—Sí, hagámoslo.
—¿Tienes platos, o?
Agarré dos tenedores.
—Vamos a compartirlo.
Ella sonrió, caminando tranquilamente hacia el sofá.
Me acomodé a su lado, comencé una película y ella colocó el pastel de pollo
entre nosotros, cada uno de nosotros tomando turnos para comer. De vez en
cuando, me detenía y miraba su perfil mientras se reía o pronunciaba las palabras
al película. Era una película más antigua, debutando en los años 90, pero debió
haberla visto mil veces por lo bien que conocía las escenas.
Me gustaba mirarla. Me gustaba tenerla en mi espacio. Ella era como una
pequeña bola de luz, capturada y retenida aquí, solo para mí. Tenía su teléfono
afuera, queriendo tomar una foto de los perros mientras dormían, y decidí hacer
lo mismo, excepto que la capturé: la forma en que miraba a mis perros, la forma
en que su cabello caía sobre su hombro, la forma en que la mezclilla se adhería a
su trasero y muslos.
Tal vez me asustó, pero necesitaba algo de Rae que fuera solo mío. Una parte
de su luz que tengo que conservar, pase lo que pase.
Una vez que el pastel estuvo terminado, la bandeja de hojalata quedó sobre
la mesa de café, Rae metió las piernas debajo de ella y se relajó a mi lado.
Envolviéndola con un brazo, la atraje hacia mí, justo cuando el cielo oscuro
afuera se iluminaba como un árbol de Navidad, seguido por el estallido de un
trueno.
Con un grito ahogado, se sentó.
—Pensé que dijiste que era nieve lo que venía.
Acariciando su brazo, traté de que se relajara.
—Supongo que es lluvia.
Con una última mirada hacia el exterior, se desinfló hacia mi costado una vez
más, hasta que otro fuerte estruendo sonó sobre nosotros, seguido de un rayo de
luz y el poder parpadeó. La única luz que teníamos era la del fuego.
—¡Oh, Dios mío, no hay electricidad!
—Volverá a aparecer en un momento. Esto es normal. Nosotros, los
habitantes de las montañas, tenemos que lidiar con tormentas bastante malas de
vez en cuando. Te acostumbras.
—¿Tu casa está cerrada con llave? —preguntó nerviosa.
No pude evitar reírme.
—¡Lo digo en serio! Nunca se sabe si hay algún loco por ahí esperando a
que se vaya la luz para entrar y asesinarte mientras duermes.
—Bueno, para responder a tu pregunta: sí, todas las puertas están cerradas.
Tengo un sistema de seguridad instalado, con cámaras y detectores de
movimiento que funcionan con un generador. También tengo dos perros que se
volverían locos si alguien empañara una de mis ventanas.
Se relajó una vez más, dejando escapar un largo bostezo.
—Supongo que tienes razón en eso. Lo siento, Nueva York no era así. Si se fue
la luz, fue una mala noche y definitivamente no estaría durmiendo, pero sobre
todo por las cucarachas.
—¿Qué?
Gimiendo, levantó las manos para cubrirse la cara.
—Por favor, no le digas a mis padres.
—Mira, creo que estás cansado. ¿Por qué no nos vamos a la cama?
Ella pareció animarse con eso.
—¿Estás seguro? Quiero decir, sé que querías que viniera para que
pudiéramos tener sexo mil millones de veces. Me siento como un perdedor
estando tan cansado.
Poniéndome de pie, me incliné y la tomé en mis brazos.
—No te pedí que vinieras por sexo, y definitivamente no creo que tenga un
billón de veces en mí, al menos no este fin de semana. Te pedí que vinieras
porque te quería en mi cama. Completamente vestido, desnudo, envuelto en una
cinta, no me importa cómo… solo quiero tener la oportunidad de abrazarte.
—Maldita mierda, Davis. No puedes simplemente decirle esas cosas a una
chica.
Si tan solo supiera que nunca le había dicho eso a ninguna chica.
Subí las escaleras con ella, sabiendo que los perros probablemente se
quedarían junto al fuego. El pasillo estaba oscuro mientras subía hasta que de
repente se encendió una luz que iluminaba las escaleras.
—Aplicación de linterna, para que no me dejes caer. —Su sonrisa me hizo
abrir una de las mías. Me gustaba lo tonta que era, lo feliz y burbujeante que era.
Se estaba convirtiendo rápidamente en una adicción que sabía que nunca sería
capaz de romper, lo que significaba que probablemente debería ir más despacio.
—Está bien, aquí vamos. Se ve genial, ¿verdad? —Bromeé, dejándola sobre
los pisos de madera. Había una alfombra más vieja que una mierda junto a la
cómoda, que con suerte echaría de menos, y una cama con sábanas, fundas de
almohada y mantas que no hacían juego. De repente, estaba agradecida de que
las luces estuvieran apagadas, porque estaba bastante segura de que Rae estaba
un poco más acostumbrada que yo a que los chicos hicieran sus cosas juntas.
Inspeccionó el espacio con la luz de su teléfono, sonriéndome por encima
del hombro,
—Solo tengo que asegurarme de que no haya ningún cadáver aquí. O
muñecas.
—¿Muñecas?
—Obviamente no has visto programas de crímenes reales ni escuchado los
podcasts. Hay algunas jodidas personas extrañas en este mundo, Davis.
Mi pecho se sentía demasiado ligero para reírme de su respuesta. Quería
absorberlo, tomar todo de ella y mantenerla allí. Yo era el bicho raro. Yo era la
maldita persona extraña, pero no estaba seguro de cómo arreglar eso de mí
mismo. Nunca me había sentido así por nadie.
—Está bien, se ve bien. ¿Puedo usar tu baño para limpiar, y tienes una vela o
algo que pueda usar?
—Sí. —Entré en acción, recordando que tenía un kit de emergencia en el
armario del pasillo—. Aquí tienes —puse la vela rechoncha frente a ella, y luego
encendí la mecha.
—Gracias. Ahora, por favor, no te rías de mí, pero le tengo mucho miedo a la
oscuridad, así que voy a orinar con la puerta abierta, y sé que eso es mucho para
una primera cita, pero solo tápate los oídos. Bueno, una oreja. El otro necesita
estar disponible en caso de que alguien intente asesinarme, y grito pidiendo
ayuda.
Me reí, sacudiendo la cabeza cuando ella entró y abrió la puerta. Abrió el
grifo, así que todo lo que podía escuchar era agua corriendo en lugar de orinar.
Luego una descarga y más agua. Elegí usar el tiempo para quitarme la ropa, de
repente sintiéndome un poco nerviosa. No había tenido a nadie durmiendo
conmigo... nunca.
Estaba tan absorto en mi cabeza que no oí que se cerraba el agua ni se abría
la puerta.
—¡Vaya! Simplemente fuiste directo por ello, ¿eh?
Dándome la vuelta, vi a Rae parada en la entrada, sosteniendo su vela. Su
cabello estaba atado en la parte superior de su cabeza y tenía una cara fresca y
limpia. Sus ojos estaban muy abiertos mientras me observaba de pies a cabeza.
—No estaba preparado para verte en solo un par de calzoncillos negros.
Santa mierda. Tú... tienes unos muslos realmente musculosos. Y Jesús, María y
José… esa V en tu bajo vientre.
Mi labio se levantó por sí solo mientras su mirada continuaba vagando y su
boca parecía seguir adelante.
—¿Y sabías que tienes unos músculos de la espalda realmente
impresionantes? Nunca he notado eso en los chicos, quiero decir, al menos no en
los que he estado. Simplemente tenían espinas regulares y piel... ya sabes, las
cosas habituales que forman una espalda. Pero tú, eres todo músculos, y joder,
¿cómo es que nadie me dijo nunca que había porno retro? Porque pagaría una
tarifa de suscripción solo para cuidar tu espalda mientras cortas madera o
levantas ramas de árboles.
—Rae. —Me reía tanto que me empezaba a doler el estómago—. Ven aquí.
Se tambaleó hacia adelante, dejando la vela sobre el tocador. La agarré por
las caderas, mirándola. Se mordió el labio, colocando sus manos sobre mi
estómago.
—Necesitas hacer las cosas uniformes, para que pueda mirarte
boquiabierto.
Ella dio un pequeño resoplido.
—Lo siento, ¿pensaste que me iba a quitar el sostén y las bragas? No señor.
Tengo un camisón, uno de franela . Va hasta el cuello, con un bonito cuello.
Además, me has visto desnudo. Esta fue la primera vez que te he visto así.
Acercándola a la cama, chasqueé la lengua.
—Bueno, entonces ve a buscar tu camisón de franela y póntelo, para que
podamos irnos a la cama.
Ella resopló.
—Realmente no traje eso. Supuse que tendríamos sexo en algún momento
este fin de semana.
Gimiendo, acerqué mi frente a la de ella.
—Rae, me gustaría follarte en un camisón de franela, en una bolsa de papel,
en una puta armadura. Solo por favor, te lo ruego, métete en la cama, así puedo
tocarte.
Dejando escapar una risa nerviosa, dio un paso atrás y lentamente se quitó
la camisa por la cabeza, su piel iluminada por la luz del fuego. Llevaba un sostén
de algodón simple que tenía una banda negra gruesa en la parte inferior y dos
tiras que se cruzaban en la espalda, pero cada pecho estaba apretado.
Luego fueron sus jeans, que dejó en una pila en el suelo mientras estaba de
pie frente a mí con un par de ropa interior de algodón a juego que era solo una
pequeña banda en sus caderas y apenas cubría su suave montículo.
Dejando escapar un profundo suspiro, solté algunas maldiciones cuando me
di cuenta de lo jodido que estaba.
Con su cabello oscuro esparcido contra su piel cremosa, y esas pestañas
oscuras abanicando sus mejillas, parecía un sueño. Un sueño húmedo perdido
hace mucho tiempo que nunca supe que quería.
Doblando su pierna, presionó su rodilla contra el costado de mi cama y se
arrastró lentamente. Dejando su trasero a la vista, levantó una rótula y caminó a lo
largo de la extensión de mi cama. Mi polla se retorció detrás de mis bóxers
mientras la miraba, y sinceramente sentí que no podía parar. No podía moverme.
Apenas podía respirar. Ella estaba en mi cama, esperándome . ¿Cómo diablos
tuve tanta suerte?
—¿Vas a unirte a mí o simplemente te quedarás ahí?
Mierda.
Saltando a la acción, llevé la vela a mi mesa auxiliar y luego retiré las
sábanas. Evaluando su pequeña sonrisa y sintiendo mi corazón latir contra mis
costillas, presioné mis rodillas contra el suave colchón como ella lo había hecho.
Rae reflejó mis movimientos cuando me arrastré bajo las sábanas y pateé mis
piernas, metiéndolas debajo de la sábana superior.
La cabeza de Rae aterrizó en su almohada, un suspiro relajado abandonó sus
pulmones mientras sus pestañas revoloteaban.
No esperé su aprobación. Envolví mi brazo alrededor de su cintura y tiré de
ella hacia mi pecho, forzando su nariz contra mi cuello.
Esto se sentía bien, su cálido cuerpo contra el mío mientras la lluvia
golpeaba contra la ventana. Le acaricié la espalda con suaves caricias, sintiendo
su respiración lenta, hasta que finalmente se calmó y se durmió. Sonriendo en su
cabello, dejé que mis ojos se cerraran y dejé mi corazón bien abierto, dispuesta a
aceptar cualquier cosa que Raelyn Jackson estuviera dispuesta a darme,
secretamente esperando que fuera todo.
23

Rae
El sonido del cacareo me despertó.
Al abrir los ojos, la habitación estaba toda turbia con los trazos del
amanecer, lo que me hizo acurrucarme aún más en el capullo de mantas que me
rodeaba. Quería volver a dormirme, pero oí el movimiento de una tela y luego el
sonido de una cremallera. Me incorporé, dejando caer las mantas hasta mi
cintura.
—¿Qué estás haciendo?
Davis dejó de subirse la cremallera de los vaqueros, levantó la cara y me
sonrió.
—Suenas muy sexy por la mañana.
Le devolví la sonrisa, apoyándome en las palmas de las manos mientras
intentaba evaluar hacia dónde se dirigía.
—Aún no ha salido el sol, ¿adónde vas?
Se movió alrededor de la cama, agachándose para recoger su camisa del
suelo—: Sólo tengo que dar de comer a los animales. Vuelve a dormir. Nos
prepararé el desayuno dentro de un rato.
Sus labios me apretaron el cabello en lo alto de la cabeza y luego su mirada
se detuvo en mis pechos, en los que ardía un fuego.
—Si vas a darles de comer, quiero ayudar. —Me quité las mantas de encima,
con una pequeña mueca de dolor cuando mis pies tocaron el suelo helado.
—Lo siento, debería haber encendido un fuego aquí.
Le hice un gesto con la mano para que no se preocupara y me dirigí de
puntillas al baño.
—¿Tienes calcetines? No he traído.
—No tienes que ayudar, Rae, sólo vuelve a la cama.
Ahora que podía ver los detalles del cuarto de baño, casi se me desencaja la
mandíbula. A diferencia de su dormitorio, que estaba un poco anticuado, su
cuarto de baño parecía como si alguien hubiera tomado uno de mis tableros de
Pinterest y lo hubiera recreado.
Bajo mis pies se extendían baldosas hexagonales de porcelana, con una
ducha acristalada de pared a pared a la izquierda. Dentro había piedra blanca
lisa, un banco de piedra a cada lado de la ducha y dos alcachofas. A mi derecha
había un lavabo doble estilo granja, con grifería de bronce oscuro y un espejo
que ocupaba toda la pared.
—Quiero hacerlo —le grité mientras terminaba. Cuando terminé de ir al
baño, me lavé, me eché agua en la cara y saqué el cepillo de dientes. Justo
cuando terminé, y todavía estaba en ropa interior, empujó la puerta y me tendió
un par de calcetines enrollados.
Observándolo en el espejo, sonreí cuando su mirada pareció recorrerme por
completo, pero se detuvo en mi culo. Sus ojos ardientes me clavaron en el sitio,
hasta que por fin su mirada subió y se encontró con la mía en el espejo.
Con una sonrisa socarrona, se adelantó y me atrajo hacia su pecho firme. Un
pecho en el que me había acurrucado la noche anterior.
—Eres jodidamente hermosa, ¿lo sabías?
Se me calentó la cara y sentí que mi corazón amurallado se resquebrajaba
un poco. Su mano rozó mi espalda, bajando hasta mi culo, donde agarró la mejilla
y gimió.
Siguió tocándome, moviéndose hacia abajo, hasta que encontró mi húmedo
centro, y entonces me exigió con una brusquedad que me produjo escalofríos—:
Abre las piernas.
Cumplí inmediatamente.
—Me gusta que tengas primicias, Rae. Me gusta mucho. —Su caricia me
rechinó en la piel mientras cerraba los ojos de golpe.
—¿Te han lamido alguna vez? —su dedo índice rodeó el apretado agujero
que nunca había sido tocado, y mucho menos lamido— ¿aquí?
No podía responder. Cerca de él, me sentía como una virgen, y era
vergonzoso.
—Contéstame.
Sacudí la cabeza.
Unos dedos cálidos me acariciaron la espalda y jugaron con mi cabello
mientras él tarareaba.
—Tu cuerpo es jodidamente delicioso, y quiero tocar, saborear y follar cada
centímetro de él. ¿Estás de acuerdo con eso?
Los nervios me sacudieron la caja torácica, pero el placer me atenazó tanto
que apreté los muslos.
Dejando escapar una pequeña exhalación, me aseguré de tener sus ojos en
el espejo.
—Sí.
Ese mismo dedo índice presionó aún más en mi agujero, haciendo que mi
espalda se arqueara.
—¿Estás segura, porque puedes decir la palabra y pararé.
—Me gusta cómo me tocas, cómo me saboreas y… —Observando su
expresión acalorada, añadí—: Estoy deseando ver cómo me follas.
Eso fue todo lo que hizo falta. Me empujó hacia delante hasta que mi pecho
rozó la encimera. Ajusté la postura y agarré el lavabo con los dedos para
apoyarme.
—Lo primero que tenemos que descubrir es si te gusta o no que te laman
ahí. —Se puso de rodillas detrás de mí.
Unos dedos cálidos apartaron suavemente la tela de mi ropa interior
mientras su lengua caliente recorría mi espacio más íntimo. La sensación de su
boca en aquella parte de mi cuerpo me sobrecogió como nunca antes había
experimentado. Las sensaciones me invadieron, arrastrándome bajo una oleada
de puro placer mientras su lengua me trabajaba.
Debí de soltar un gemido mientras me mecía en su boca, desvergonzada por
la lujuria que me provocaba. Gimió y se levantó, dejando que el frío penetrante se
adhiriera a mi empapada raja.
Jadeé, siguiendo su movimiento en el espejo.
—Creo que te gusta —sonrió, atrapando mi mirada—. Definitivamente vamos
a hacer más de eso más tarde.
De pie detrás de mí, con ese pecho musculoso apretado contra mi espalda,
me levantó suavemente la rodilla sobre la encimera y la mantuvo allí, apretando
su cara contra mi cuello. El incómodo ángulo de mi pierna doblada ni siquiera me
inmutó cuando sus dedos rodearon mis caderas y me empujaron hacia el centro.
—Quiero ver tu cara mientras te corres en mis dedos —susurró, levantando
los ojos lo suficiente para encontrarse con los míos en el espejo.
Sin apartar la mirada de él, vi la sucia imagen que me devolvía: su mano bajo
la tela de mis bragas transparentes, una mancha empapada. Ni siquiera sentí
vergüenza. Me sentí viva, descarada y sexy.
El balanceo en su mano, con la dureza añadida del mostrador, hacía que la
presión fuera increíble.
—Eso es, Rae.
Sus dedos aumentaron la velocidad mientras su pulgar rodeaba mi clítoris.
Antes de que pudiera ni siquiera imaginarlo, grité, dejando caer mi cabeza
en la curva de su cuello mientras mi pierna permanecía sobre la encimera y su
mano seguía metida bajo mis bragas.
—Mira qué guapa estás cuando te corres por mí —ronroneó, aumentando la
velocidad de sus dedos, ordeñando mi orgasmo por todo lo que valía. El sonido
de mi humedad resonaba en el cuarto de baño, y yo mantenía la pierna levantada
sin pudor mientras él me frotaba.
Davis me dio un beso en el hombro y murmuró, casi para sí mismo—: Eso es
todo para mí.
Se me hinchó el pecho al verlo de pie, dándome suaves besos en la piel
mientras me ayudaba a bajar la pierna al suelo. Sus manos se dirigieron a mis
caderas para estabilizarme, pero siguió sin moverse. Levanté la vista hacia el
espejo a tiempo para verlo sonreírme, y eso encendió un fuego abrasador en mi
pecho, una advertencia a la que debería haber hecho caso.
—Te traeré una camiseta y unos pantalones.
En lugar de eso, lo seguí hasta la habitación y me puse prendas suyas, como
si cada una de ellas fuera una parte de él que yo pudiera conservar. Y tal vez
podría... Tan pronto como le contara la verdad sobre nuestro pasado.
Me puse un par de botas de goma negras que me quedaban grandes, pero
que combinaban perfectamente con la franela que me envolvía, junto con las
sudaderas que eran tan largas que había que meterlas dentro de las botas. Tomé
un cubo de pienso y seguí a Davis cuando entró en el gallinero. Las aves parecían
tararear y cacarear por lo bajo mientras él les llenaba el cubo de comida.
Las alas revoloteaban mientras todos se agolpaban en el gran plato redondo,
y luego nos movimos para llenarles el agua y reponer un comedero secundario
para algunos de los otros pájaros que no se habían unido a los demás alrededor
de la primera zona de alimentación.
—¿Qué hay aquí? —pregunté mientras Davis dejaba el cubo y abría la
puerta de un cobertizo.
Me sonrió, la mantuvo abierta y me indicó que entrara.
—Aquí es donde ponen los huevos; sólo tenemos que recoger lo que hay
aquí rápidamente mientras se distraen con su desayuno.
El suelo estaba cubierto de paja, el olor a pienso y paja pesaba en el aire,
pero el espacio era cálido.
—Esto es acogedor.
Tomó un cuenco y se lo llevó al pecho mientras me sonreía.
—Te toca recoger los huevos.
Entusiasmada, me arrodillé y empecé a buscar huevos dentro de cada
pequeño cubículo.
Algunas todavía tenían gallinas dentro, pero no parecía molestarles que
buscara huevos. Recogí tres y se los pasé a Davis, luego al siguiente, y así
sucesivamente, hasta que los recogí todos. Estaba a punto de levantarme cuando
miré a Davis desde el suelo.
Me miraba con una expresión hambrienta que había visto antes cuando
estaba de pie en su cuarto de baño, y de nuevo anoche cuando me metí en su
cama. Nunca me había sentido tan insaciable por un hombre, pero deseaba a
Davis como nunca había deseado a nadie.
Así que, sintiéndome valiente, incliné mi cuerpo hacia él y coloqué con
cuidado mis manos sobre sus muslos, subiendo lentamente hasta llegar a su
cremallera.
—¿Qué estás haciendo? —Tragó grueso, dejando el tazón de huevos.
Erguida sobre mis rodillas, le desabroché los vaqueros y bajé lentamente la
cremallera.
—¿No te ha dolido no follarme esta mañana? —pregunté, sin apartar los ojos
de la tela oscura bajo sus vaqueros, ignorando lo mucho que me sonrojaba el
lenguaje soez. Me costaría acostumbrarme, pero había algo en Davis que me
hacía sentir descarada.
Dejó escapar un suspiro tembloroso.
—Sí.
—¿No querías? —Le lancé una mirada sensual, inclinando la cabeza un poco
hacia atrás, y con los dedos le bajé la banda de los calzoncillos, liberando su
miembro.
Dios, era enorme.
Unas gruesas venas recorrían la longitud de su pesada y elegante polla. La
cabeza en forma de seta ya lloraba ligeramente, y lo único que quería era
saborearlo.
—Claro que sí —respondió finalmente, con los ojos encendidos ante el
espectáculo que tenía delante.
Agarré la base de su vástago y pasé la mano por toda su longitud,
disfrutando de lo duro que se ponía bajo mi contacto.
—No he dejado de pensar en la última vez que te tuve, en cómo me llenaste
la boca, en cómo me enseñaste a tragar tan perfectamente. ¿No quieres
enseñarme a tomar tu polla otra vez, como una buena chica?
Sin apartar los ojos de los suyos, le rodeé con los labios y gemí con fuerza.
—Joder, Rae. —Sus caderas se sacudieron—. ¿Quieres aprender a tomar mi
polla otra vez, aprender a follarme con tu boca?
Lo solté con un chasquido.
—Mmmmm, sí, por favor. —Sin soltarlo, le mojé la punta y luego le pasé la
lengua a lo largo.
Siseó y gimió mientras sus caderas se inclinaban hacia delante, sus dedos se
enredaban en mi cabello y tiraba de mí.
—Joder. Joder. Joder —canturreaba Davis mientras yo chupaba con fervor,
sus caderas se balanceaban en enérgicos empujones. Mis muslos se volvieron
resbaladizos mientras la lujuria se apoderaba de mí. Nunca me había sentido así,
nunca tan codiciosa ni tan necesitada.
O tan audaz.
Necesitada de sentir fricción entre mis piernas, mantuve una mano
alrededor de la base de su polla mientras chupaba y metía la mano libre en mis
pantalones, ahuecándome, cabalgando mi mano.
—Mierda, eso es jodidamente caliente —respiró, mirándome.
Me mecí con más fuerza en mi mano, me gustaba que me mirara, deseaba
que pudiera ver más de mí.
Luego me puso de pie, liberó su longitud de mis labios y la boca de Davis se
estrelló contra la mía. Sus dedos se enroscaron en mi cabello mientras nos
acercaba a la pared, y mi espalda fue empujada contra ella con fuerza.
Me ha encantado.
—Sí —respiré, mientras él me besaba con saña, mordiéndome el labio,
moviendo sus caricias febriles por mi cuello. Me bajó el chándal hasta los
tobillos, lo mismo que las bragas, me arrancó la bota y la tiró detrás de nosotros,
liberándome la pierna, y luego me levantó.
Rodeé su cintura con mis piernas mientras su erección palpitaba entre
nosotros.
—Quería que nuestra primera vez fuera en una cama, o romántica de alguna
manera, pero necesito estar dentro de ti.
Jadeando, asentí con fervor.
—Si, por favor.
Con los ojos vidriosos de placer, la cabeza inclinada hacia atrás contra la
pared, sentí cómo apretaba su longitud y luego su punta se introducía en mí. Era
enorme y claramente más grande que cualquier otro pene que hubiera estado
dentro de mí.
—¡Espera! —Miré fijamente hacia abajo, donde me estaba apretando—. Vas
a partirme por la mitad, y eso me parece increíblemente poco sexy.
Su sonrisa me produjo un escalofrío.
—Estás bien mojada, Rae. Se deslizará bien, nena. Mierda... a menos, ¿estás
bien sin el condón?
Asentí con la cabeza, sin poder apartar los ojos de su enorme longitud a
punto de deslizarse dentro de mi aparentemente diminuto cuerpo.
—Estoy limpia y tomo la píldora. ¿Estás limpio?
Su burla no debería haberme golpeado el corazón como un martillo
neumático, pero lo único que hizo fue recordarme la noche en que lo sorprendí
con otra persona.
—Llevo casi un año de sequía, y sí, me han hecho pruebas desde entonces.
Frotándole los hombros, me tragué el nudo que tenía en la garganta, con las
piernas enroscadas en su cintura como una anaconda.
—Bien, así está bien. Bien, entonces, hagámoslo.
Con una delicadeza asombrosa, me levantó con un brazo y usó la mano libre
para inclinarme la barbilla hacia arriba, dándome un suave beso en los labios.
Con un suave susurro, advirtió—: Agárrate fuerte.
Avanzó lentamente, deslizando su polla hinchada centímetro a centímetro, y
la sensación de estiramiento fue increíble y horrorosa a la vez.
—Mierda —siseó, tirando de mis caderas contra él—. Estás tan apretada,
nena. Tan jodidamente apretada.
—No jodas, ¿por qué creías que me preocupaba que me partieran por la
mitad? Sólo he estado con dos tipos , y eran de la mitad de tu tamaño.
Su estruendo provocó un espasmo en mi sexo cuando se retiró y volvió a
penetrarme.
—¡Oh, Dios mío! —Me golpeé la cabeza contra la pared mientras movía las
caderas, sacando la polla y volviendo a meterla—. ¡Sí!
Cuanto más se movía, más sentía que me iba a quemar. Empujaba tan fuerte
que mi cabeza golpeaba continuamente la pared detrás de mí. Mis tobillos
estaban bloqueados detrás de su espalda, sus manos en mi culo, empujándome
contra su polla.
Me quedé boquiabierta y emití gritos insonoros mientras una oleada tras
otra de placer se abalanzaba sobre mí.
—Mírame mientras te corres, Rae. —Sus caderas se agitaron y su polla se
hinchó dentro de mí mientras me tiraba del cabello y me besaba el cuello.
Abrí los ojos cuando se corrió. Vi el rubor en sus mejillas, la tensión en su
cuello y, con un último y fuerte empujón, me corrí yo también, derrumbándome,
gritando su nombre mientras me mecía dentro de él, apretándome contra su
vástago mientras se vaciaba dentro de mí.
Una pequeña carcajada salió de su pecho mientras su frente se clavaba en la
mía.
—A este paso no vamos a conseguir nada.
Le di un pequeño beso en los labios y sonreí.
—Mantendré mis manos quietas, lo juro.
Me bajó al suelo y me sacó, mirando su polla ya semidura.
—Probablemente no lo haga, así que quítate las putas bragas.
Después me dedicó una sonrisa lobuna, se puso los calzoncillos y salió del
gallinero.
Hice lo que me dijo, me guardé las bragas en el bolsillo y me subí el
chándal, deseándolo una vez más.
Para cuando terminamos de dar de comer a los animales, el sol había
llegado a la cima de los árboles, pero el frío de la mañana y la lluvia de la noche
anterior no habían desaparecido. Nos apresuramos a entrar y Davis encendió un
fuego ante el que me senté con las piernas cruzadas, calentándome los dedos.
—Te dije que no tenías que alimentar a los animales conmigo.
Me puso una taza de café caliente en la palma de la mano. Le sonreí,
agradecida por la cafeína.
—Quería hacerlo, y además... nos divertimos.
Se atragantó con el café desde su sitio cerca de la cocina y sacudió la
cabeza. Lo escuché murmurar algunas cosas en voz baja, pero eso sólo me hizo
sonreír. Me lo estaba pasando mejor que en mucho tiempo. Tampoco podía
ignorar el hecho de que estar cerca de Davis me parecía natural, como si lo
conociera de toda la vida. Pero no era así. A pesar de mi temprano
enamoramiento, no sabía nada importante sobre él.
Me quedé mirando el fuego, pensando en las preguntas que tenía sobre él:
cómo quería conocer su pasado, su infancia y su educación... Sobre todo quería
saber por qué no le gustaba ir a la ciudad ni ver a la gente. Por lo que Nora había
mencionado, con el paso de los años -en realidad, después de que yo me
marchara- había dejado de ir a la ciudad casi por completo. Una parte de mí se
preguntaba si le había causado algún tipo de trauma por mi obsesión con él.
No me gustaba quedarme demasiado tiempo en esos pensamientos, porque
la culpa y el miedo se mezclaban como un cóctel, advirtiéndome que no me
acercara demasiado a aquel hombre.
Comimos en silencio, mientras ambos esbozábamos sonrisas a lo largo de
nuestros rostros. La lluvia empezó a arreciar de nuevo contra el tejado y, por
alguna razón, tuve que mirarla. Hice un zumbido, tomé mi café y salí a su patio
cubierto. Acurrucada en una de sus tumbonas, observé el aguacero mientras
bañaba los altos árboles de hoja perenne más allá de su patio, asombrada por la
espesa niebla que nublaba el monte Macon. Aquello, con el olor a humo, era la
estética otoñal más perfecta que jamás haya existido.
Davis salió segundos después, con unos trozos de madera de abedul en la
mano. Cargó la pequeña chimenea con leña, la encendió y cerró la pequeña
escotilla. Me ofreció una manta y se acurrucó detrás de mí, abrazándome.
Era lo más seguro que había sentido en mi vida.
—¿Dime qué vas a hacer contigo ahora que has vuelto? ¿Vas a hacer el
servicio de reparto permanentemente? ¿Estás aquí temporalmente? —Podía oír la
pregunta y la preocupación en su tono; coincidía con la cadencia de
preocupación que yo también tenía por si se iba o se me escapaba de las manos.
Él era un tesoro que yo no merecía; oro que tendría que devolver.
—Estoy intentando ayudar a algunas empresas de la ciudad. Tengo un título
en marketing, así que pensé en hacer lo que pudiera para ayudar a algunos.
Probablemente sea tonto...
—No. —Me acarició el brazo mientras llovía a cántaros—. No es ninguna
tontería. Creo que a los negocios les vendría muy bien.
—Me gustaría tener una forma de unificar el aspecto de la ciudad; algo
estéticamente similar para que todo el mundo tuviera una ventaja. Sé que algunas
ciudades del estado lo hacen, y ayuda a dar un aire general a la ciudad.
Pareció meditarlo durante un segundo.
—¿Te refieres a diferentes accesorios o cosas físicas para poner en los
escaparates de las empresas, haciéndolos coincidir?
Solté un suspiro, mi cerebro siguió encajando diferentes piezas al respecto.
—Sí, algo así.
No dijo nada más mientras observábamos la lluvia. Al final volvimos a entrar
y nos echamos una siesta en el sofá.
Cerca de la hora de comer, nos despertamos, y yo comí mientras él subía
corriendo a hacer algo con el agua.
—¿Has terminado? —me llamó desde lo alto de la escalera.
No podía verlo, pero le grité—: Sí.
—Ven aquí.
Puse mi plato en el fregadero e hice lo que me dijo, acariciando las cabezas
de Dove y Duke mientras avanzaba. Una vez arriba, Davis me tendió la mano.
Colocando mi pequeña palma dentro de la suya, lo seguí por el pasillo, lejos de
su habitación.
Allí, en el cuarto de baño de invitados, había una enorme bañera, lo bastante
grande para dos personas, y el agua estaba corriendo, saliendo vapor del agua
cristalina.
—Mi baño tiene una ducha enorme, con todas las campanas y silbatos, pero
esta bañera… —Se sonrojó, frotándose el cuello—. Pensé que, si querías,
podríamos, o tú...
De puntillas, le di un beso en los labios y sonreí.
—Date un baño conmigo.
Así lo hizo. Se quitó la ropa y me ayudó con la mía, y nos metimos en el agua
caliente. Una vez sentado detrás de mí, me acercó a su pecho y apoyó la barbilla
sobre mi cabeza.
Fuera seguía lloviendo a cántaros y la tranquilidad de la habitación me
sobrecogía.
Davis no hablaba. De vez en cuando esperaba que se abriera, que contara
algo sobre sí mismo, pero nunca lo hacía. Le gustaba hacerme preguntas: sobre
mi infancia, dónde crecí, cómo era Nueva York, si me gustaba más su pizza que la
que comía en el noroeste del Pacífico.
Entonces, al parecer, se hartó de hablar, y sus manos recorrieron mi cuerpo,
subiendo y bajando por mis pechos, despacio y sin prisa, hasta que me rodeó el
cuello con suavidad.
En mi oído raspó—: ¿Alguna vez te han agarrado por el cuello mientras
follabas?
Dios, algunas de sus preguntas salían de la nada, y todo mi cuerpo se
encendía como una antorcha cada vez. Me limité a negar con la cabeza.
—Las cosas más pervertidas que he hecho han sido contigo.
Volvió a acercarme a su pecho.
—Entonces, los otros dos… —Pareció dudar en preguntar, pero luego siguió
adelante—. ¿Hablaban en serio?
—¿Más o menos? Perdí la virginidad con alguien de una de mis clases en mi
primer año de universidad. Salimos a tomar unas copas e hicimos un plan para
que pasara tanto para uno como para el otro. Vimos algunos vídeos para
ayudarnos a poner las cosas en marcha.
Murmuró algo, pero su agarre se estrechó contra mí, y odié lo mucho que me
gustaba.
—El segundo chico fue el año después. Fue mi novio durante un año.
Tuvimos sexo, a menudo, pero siempre lo mismo, en las mismas posiciones, en la
oscuridad. Nada muy excitante.
—Las cosas que te pido... ¿son demasiado?
Me reí y se soltó de mí. Inmediatamente levanté el brazo y le agarré la mano,
manteniéndola en su sitio.
—No te atrevas a parar. Me encanta todo lo que quieres. Hazlo. Confío en ti.
—Se me ocurren algunas guarradas —refunfuñó, adelantando un poco las
caderas.
Tarareé en respuesta.
—Pero, por ahora, sólo quiero abrazarte.
Sintiendo que el corazón me apretaba, me apoyé en él. Sentí que su mano
bajaba hasta la mía y la entrelazaba con sus dedos.
Mientras la lluvia caía con fuerza, en fuertes golpes contra la tierra, me
enamoré de Davis de una forma de la que nunca me recuperaría. Ataría este
sentimiento al aplastado que había llevado durante tantos años, y haría una sólida
cadena, me la ataría al cuello y me ahogaría.
24

Rae
—Mamá, estoy bien, lo prometo. Davis me está enseñando todo sobre su
granja y su negocio —repetía entre bocado y bocado de zapatero.
Mi mamá hizo un sonido similar a cuando solía exasperarse conmigo cuando
era niña.
—Solo quiero estar segura de que estás bien. Puedes decirme si... si ha
pasado algo y él...
—Mamá. —Apreté los ojos con mortificación—. Él me gusta.
Su silencio era más fuerte que los perros que ladraban afuera. Davis había
salido corriendo cuando una de sus cámaras detectó un posible avistamiento de
pumas. Me dijo que me quedara quieto y no tuve reparos en hacer exactamente
eso.
—Te gusta, como en… —Mi madre se desvaneció.
Solo tenía que decirlo, arrancarlo como una tirita. De lo contrario, sería una
muerte lenta y dolorosa.
—Como en, estamos pasando tiempo adulto consensuado juntos y
disfrutando de la compañía del otro. —Mi cara ardía. Ni siquiera me había
explicado lo de los pájaros y las abejas, pero asumo que sabía que ya no era
virgen.
Más silencio se expandió entre nosotros.
—Bueno, entonces, eso es… —Se detuvo una vez más—. Esa es una gran
noticia.
Por dos gloriosos segundos, supuse que estaría feliz. Su hijo adoptivo estaba
pasando tiempo con su hija. Esa sería una pareja hecha en el cielo en el mundo
de mis padres, ¿verdad? Además, prácticamente nos había juntado la primera
noche que nos conocimos; esta noticia debería emocionarla.
—Cariño, realmente desearía que hubieras hablado de esto con nosotros
primero —le reprochó en voz baja.
—¿Por qué tendría que hablar de eso contigo primero? —Me burlé,
lamiendo la cuchara.
La pequeña cámara frente a mí mostraba a Davis todavía acechando
alrededor del mismo árbol en el que había estado durante los últimos diez
minutos, los perros saltaban cada pocos segundos y ladraban a lo que fuera que
estaba allí arriba.
—Bueno, hay cosas que considerar… —Ella se desvaneció.
—¿Como?
—Él es simplemente delicado, cariño.
La imagen de hablar sucio, sexo rudo Davis brilló en mi cabeza, haciéndome
reír audiblemente.
—No es tan delicado como podrías pensar.
—Oh, por el amor de Dios, Raelyn, eso es grosero. No necesitaba saber eso.
Hablando con la boca llena, respondí:
—Lo siento, pero dijiste que era delicado.
—Simplemente la ha pasado mal, y con su hermano, y la forma en que sus
padres cortaron los lazos con él…. simplemente se ha cerrado a la gente, y a tu
padre y a mí nos ha llevado mucho tiempo lograr que se abra.
Le dolía que ella pareciera saber todas estas cosas sobre él; que se había
abierto lo suficiente a ellos para compartir sobre su vida.
—¿Y qué? ¿Crees que lo arruinaré?
Su pausa dijo mucho.
—Eso no es lo que yo dije. Es solo que acabas de regresar y todavía estás
encontrando tu equilibrio.
—Mamá, no estoy segura de qué decir a eso. —Ella tenía razón, todavía
estaba encontrando mi equilibrio, y entendí lo que no estaba diciendo. Si las
cosas iban mal, podría arruinar las cosas para ella y mi padre—. Pero me
preocupo por él, más de lo que probablemente sabes.
—Estoy segura de que lo haces, a tu manera, cariño.
La cámara mostró a Davis regresando a la puerta principal.
—Mamá, tengo que irme. Estaré en casa mañana. Colgué antes de que
pudiera decir algo más. No porque no la amara, pero cada palabra que decía me
había sacudido hasta la médula. Y si le hago saber a Davis o le muestro algo de
eso, entonces perderá su único sistema de apoyo en todo el mundo. Entonces, lo
guardaría, pondría cara de valiente y disfrutaría el tiempo que me quedaba de
este fin de semana.

***

Más tarde esa noche, descubrí que a Davis todavía le gustaba leer. Tenía una
obsesión con los libros viejos encuadernados en cuero. En su estudio, tenía
pinturas al óleo, algunas obras de arte moderno y cientos de libros, apilados,
apilados y metidos en estantes. Le supliqué que me leyera, así fue como
terminamos nuestra segunda noche, recostados uno contra el otro frente al fuego,
sus perros acurrucados alrededor de cada uno de nosotros y mi corazón latía con
fuerza en mi pecho. Sería demasiado fácil enamorarse de todo esto... de él.
Demasiado fácil amar la lluvia, o el porche, o la bañera y los masajes en el
cuero cabelludo.
Era como si mi pasado se estuviera burlando de mí, rogándome que me
quedara, pero desafiándome a compartir mi secreto y ver si él todavía me daría la
bienvenida aquí. La confesión quemó en la punta de mi lengua, pero el pánico se
apoderó de mi garganta tanto que cuando hablé, fue algo más lo que salió.
—¿Háblame de tu familia?
El fuego estalló y crepitó junto a nosotros mientras mi pregunta flotaba en el
aire. Mi pecho se apretó mientras esperaba que respondiera, pero todo lo que
sentí fue el subir y bajar de su pecho debajo de mi mejilla.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, acarició mi cabello y
respondió.
—No hay mucho que contar. No he visto a mis padres en algunos años;
querían playas cálidas y vivir tan cerca del sol como fuera humanamente posible.
Pero mis padres habían mencionado un hermano.
Acariciando su pecho, me cerré.
—¿Cómo es que no los ves?
Dejando escapar un profundo suspiro, jugó con las puntas de mi cabello.
—Simplemente no lo hago.
Eso fue todo lo que tuvo que decir para que me callara. Obviamente, no
quería hablar de eso. No quería presionarlo. Después de unos latidos, continuó
leyendo. Traté de imaginar cómo serían sus padres y por qué elegirían
activamente no volver a ver a Davis. Aunque, yo también había elegido eso, ¿no?
Me mudé por todo el país para alejarme de él, y supongo que ellos también...
pero ¿por qué?
Parpadeé, pasé por alto los pensamientos que me acosaban y me concentré
en sus palabras, pero cuanto más leía en ese timbre perfecto y áspero, más mi
corazón se ablandaba y se abalanzaba.
Tuve que parar.
Girando en sus brazos, lo miré fijamente mientras su lectura se detenía.
Sus labios se abrieron, observándome fascinado mientras me desabrochaba
la camisa.
Cerró el libro y lo dejó a un lado.
El silencio en la habitación parecía gritar todas las cosas que debería estar
diciendo, y todas las cosas que él se negaba a decir, no importaba. No tuvimos
que dar explicaciones; dejaríamos que nuestros cuerpos dijeran todo lo que
necesitáramos.
Lo ayudé a quitarse la camisa y luego me agaché para desabrochar sus
jeans.
—Dime qué hacer contigo —susurré, salpicando su pecho con besos.
Soltando un sonido que podría rivalizar con un gruñido, se sentó y me
agarró por el cuello, como lo había hecho en el baño.
Plantando un beso firme en mi mandíbula, luego uno suave en mis labios,
sacudió la cabeza.
—Tú me dices lo que quieres.
Las llamas lamieron mis entrañas mientras procesaba sus palabras. No había
considerado lo que quería, excepto que me tocaran y me sintieran bien. Pero, su
pregunta me hizo sentir querida, deseada y poderosa. Podría pedir cualquier
cosa.
—Quiero que pruebes lo que me mostraste en el baño.
La mirada acalorada que me dio me dijo que estaba en el buen camino con
lo que había estado deseando.
—Está bien, pero solo si me prometes algo de sexo lento arriba después.
Mierda, tal vez estaba equivocado. ¿Quería sexo lento? Eso parecía
increíblemente íntimo.
Asintiendo, tragué el nudo de emoción que obstruía mi garganta. ¿Cómo es
que cada vez que traté de categorizar esto como solo sexo, él parecía contradecir
el sentimiento? Cada vez que esperaba que se alejara, me acercaba más, o era
más dulce, más considerado... más en esto de lo que esperaba.
Se movió, quitándose los jeans y los boxers, sacándome de mis
pensamientos. Presionando un beso en mi mandíbula y mi cuello, su voz era
áspera contra mí cuando me ordenó:
—Ven aquí.
Sintiéndome eufórica, lo seguí, hasta que estuve frente a él, mirando sus ojos
oscuros mientras su palma acariciaba su rígida erección.
—Súbete a horcajadas sobre mí —dijo con voz áspera, apenas audible sobre
el ritmo errático en mis oídos.
Presionando mi rodilla contra el cuero y apoyando mi mano contra su
hombro, me bajé sobre él, centímetro a centímetro, hasta que estuvo
completamente envainado.
—Respira, bebé —susurró—, porque vas a necesitar cada onza de aire.
Oh mierda.
Incapaz de quedarme quieta, comencé a frotarme contra él, lentamente al
principio, y cuando me sentí más cómoda con su tamaño y sintiéndome estirada,
aprovechó la oportunidad y me agarró por el cuello con una enorme palma
mientras la otra sostenía mi cadera.
—Mierda, te sientes bien.
Empujó con fuerza y rapidez, haciéndome rebotar en su polla mientras me
sujetaba por la garganta.
—Mira estas tetas. Eres jodidamente perfecta, bebé —murmuró, sin aliento,
antes de inclinarse hacia adelante para lamer mis pezones. Soltó mi cuello y mi
cadera el tiempo suficiente para ahuecar mis pechos mientras pasaba la lengua
bruscamente por cada protuberancia puntiaguda. Continué follándolo mientras él
chupaba y lamía, y luego su mirada hambrienta viajó de regreso a la mía, y pude
ver que la lujuria lo consumía. Usó dos manos para sostener mi cuello mientras
empujaba tan fuerte como podía en mi centro.
—Mierda. No debería sentirse tan bien. ¿Cómo se siente tan bien? —
preguntó acusadoramente, con un gemido gutural.
Gemí, pero cuando el sonido abandonó mis pulmones, apretó los dedos,
haciéndome chillar. Justo cuando lo hizo, sus caderas giraron hacia arriba,
golpeando un punto diferente dentro de mí, de alguna manera yendo más
profundo.
Estaba volando mientras la lujuria me consumía, vaciándome y llenándome
de nuevo. Me moví de formas que no creí posibles, rebotando sobre su pene a una
velocidad que nunca supe que fuera posible fuera de una película porno.
Justo cuando estaba a punto de estallar en mil millones de pedazos, gimió y
me levantó de su regazo. La pérdida de contacto en mi cuello permitió una
bocanada de aire, pero no duró mucho. Sus manos fueron a mis costillas mientras
me agarraba y luego golpeaba mi espalda contra el sofá, justo antes de
embestirme.
Sujetando mi pierna a un lado, sus caderas giraron a una velocidad
vertiginosa, mi orgasmo creció lentamente una vez más mientras disminuía la
velocidad de sus embestidas y agarraba mi cuello de nuevo.
—Dios, tomas mi polla tan bien.
Respirando con dificultad, giré la cabeza hacia un lado, abrumado por las
sensaciones mientras me follaba en carne viva. En algún momento, me volteó
hasta que estuve medio colgando del reposabrazos, con el culo levantado y sus
dedos abriéndose sobre mí.
—¿Estás bien,nena?
Me emocionó cuando me llamó así, y aunque solo lo había hecho durante el
sexo, todavía apreciaba el cariño. Gemí en respuesta, una súplica sensual que no
sonaba como yo en absoluto.
—Necesito más. —Había venido al menos dos veces, pero todavía quería
más. Tenía esta forma de hacerme trabajar de nuevo después de ayudarme a
encontrar la liberación.
—Mierda, cuando me dices eso, simplemente... mierda.
Me agarré al borde del reposabrazos cuando él levantó mis caderas y me
empujó hacia adelante, haciendo que mi cabeza colgara por el borde. Lo escuché
escupir y sentí que la humedad se frotaba en mi apretado agujero en mi trasero.
Luego se alineó y empujó dentro de mi coño una vez más.
Esta vez, su pulgar presionó ese apretado manojo de nervios en mi trasero.
Lubricado con su saliva, no dolía, pero sentía cada embestida con una nueva
intensidad. Todo mi cuerpo temblaba con cada sacudida de sus caderas, cada
golpe dentro de mi núcleo me hacía silbar y rogarle que fuera más fuerte hasta
que caí tanto por el borde que mi cabello tocó el suelo y solo mi trasero quedó en
el brazo. Agarró mi cadera con tanta fuerza que supe que tendría moretones más
tarde, empujándome hacia abajo sobre su dura longitud mientras empujaba
contra mí una última vez. El momento pareció suspenderse y luego rugió su
liberación, la pura intensidad de su polla sacudiéndose dentro de mí provocó mi
propio clímax, dejándome gritando en lo que parecía otro idioma.
Mi cerebro estaba completamente muerto, mi habla se había ido. Mi pecho
palpitaba con tanta fuerza que no estaba seguro de estar respirando. Cuando
Davis me levantó y me acercó a su pecho, finalmente comencé a recuperar la
compostura. Nunca había tenido tantos orgasmos en una sola cogida. Demonios,
nunca había tenido tantos con otra persona, punto.
Todavía sin aliento, sonrió.
—¿Estás lista para ir a la cama?
Tarareé en respuesta. Muy suavemente, besó mi hombro, sus labios viajaron
lentamente a lo largo de mi cuello y la línea del cabello. Era tan íntimo, tan
perfecto, que mis ojos comenzaron a lagrimear. No quería que supiera cuánto
importaba su ternura, especialmente después de que él fuera un poco rudo
conmigo. No es que no me encantara ser dominada por él, pero su lado suave me
hizo derretirme.
—¿Eso estuvo bien? —preguntó en un susurro, tomando mi mano y besando
cada nudillo.
Me volteé a medias, viendo como sus labios atrapaban cada uno de ellos
mientras sus ojos permanecían en los míos.
Dándole una sonrisa, tomé su mano e imité lo que me había hecho, besando
cada botón.
—Estuvo más que bien.
—Bien, entonces vamos a la cama.
Sonreí, sabiendo que en el fondo ya estaba agregando la forma en que dijo
vete a la cama a una nueva lista mental. Siempre estaba creciendo, y si mis diarios
eran algo por lo que pasar, estaba completamente jodido. Ya había vuelto a amar
a Davis Brenton, y apenas me tomó tiempo.
Decidí que me preocuparía por eso mañana; Aprendería a desentrañar este
sentimiento en mi pecho. Esta noche, dejaría que me hiciera el amor y luego
dormiría en sus brazos, imaginando que era mío.
25

Rae
A la mañana siguiente, me desperté con el eco de unas risas en el piso de
abajo. Alguien estaba visitando a Davis y, por lo que parecía, no eran mis padres.
Entonces, ¿quién más podría ser?
La curiosidad me corroía mientras escuchaba su conversación, interrumpida
por carcajadas aleatorias. Eché las mantas hacia atrás y decidí que lo mejor era
bajar a ver qué pasaba.
Me puse una sudadera que había tirado al suelo la noche anterior. No tenía
ni idea de dónde habían salido. Sinceramente, creo que estaban bajo las sábanas
y, durante una de nuestras rondas, los encontré y los tiré. Davis tenía más que
suficiente franela guardada en su espacioso armario, así que me puse una y me la
abroché, y luego me dirigí al baño para intentar salvar lo que fuera que me
estaba pasando en el cabello.
Una vez que me sentí marginalmente presentable, caminé hacia las
escaleras y, con un pie en la bajada, me detuve.
—Entonces, ¿qué pasó con la chica acosadora?
El aire se contrajo en mis pulmones mientras mi mano se agarraba con
fuerza a la barandilla.
Davis respondió momentos después.
—Me enteré de que está bien. Quiero decir, empecé en la biblioteca, lo que
llevó a un lío. Estaba medio tentado de pedirle a Rae su anuario cuando decidí ir
a la cafetería.
—¿Por qué el anuario de Rae tendría a esa chica en él?
Mi cuerpo se hundió lentamente hasta el último escalón, casi como si se
derrumbara sobre sí mismo.
Davis sonó como si sorbiera algo, luego se aclaró la garganta.
—Tiene más o menos la misma edad, creo. Se acaba de graduar en la
universidad, y esa chica apenas tenía dieciocho años entonces, creo. Quiero decir,
se acercó a mi moto el verano anterior y me dijo que entonces tenía diecisiete, así
que tendría que rondar esa edad.
Su invitado se rió.
—Mierda, probablemente fue educada en casa, basándome en la mierda que
me contaste.
Mi barbilla se tambaleó mientras las lágrimas empezaban a fluir libremente
por mi cara. Ni siquiera sentí el ardor que normalmente lo hacía para avisarme de
que se acercaban. Gotas gordas y saladas caían de mis pestañas, asegurando en
silencio mi futuro... y la falta de él aquí.
—Hombre, me educaron en casa, no seas imbécil. Además, era dulce. Un
poco equivocada, pero dulce.
—Recuerdo perfectamente lo jodidamente cabreado que te ponías cada vez
que ibas a la biblioteca y te encontrabas una nota nueva metida en uno de tus
libros reservados —se burló su amigo, y su voz se acercó—. Mierda, recuerdo
cuando hablamos de instalar ese sistema de seguridad porque te preocupaba
que te siguiera a casa.
Cayeron más lágrimas y el corazón se me apretó en el pecho. Sentía como si
un alambre de espino lo envolviera lentamente con cada palabra pronunciada
entre los dos.
Se acordó de mí.
—Entonces, ¿qué acabó pasando en la cafetería? —preguntó su invitado.
Me limpié la cara con la manga de la franela de Davis, preparando mi
corazón. Ya sabía que mis padres no sabrían nada porque, a pesar de haber
acosado tanto a Davis, nunca me había atrevido a decirle mi nombre... pero Carl
lo habría sabido.
—¿El encargado, el viejo del cabello canoso? Parecía saber de quién
hablaba porque era con él con quien trataba cuando esa chica me dejaba esas
reservas...
—¡Reservas! —estalló en carcajadas su amigo, terminando el sentimiento
por él.
Se me calentó la cara, se me atascó un hipo en la garganta y, de repente, sólo
quería estar en cualquier sitio menos aquí.
—Sí, así que sabía de quién estaba hablando. Parecía un poco críptico y
protector, como si no quisiera que intentara localizarla o encontrarla, pero hizo
parecer que ella estaba bien.
Me vino a la mente el recuerdo de Carl sentado a mi lado, diciéndome que
Davis había preguntado por una chica. Yo había supuesto que se trataba de un
rollo de una noche, de alguien con quien había estado o a quien quería volver a
encontrar.
Fui yo.
Había estado preguntando por mí... y Carl lo sabía.
Su amigo hizo un fuerte sonido de burla.
—Si intentas encontrarla, está bien. Si buscas que te maten o algo así.
—Gavin, no seas imbécil. Sabes que ella no era así.
De repente, el collar de uno de los perros tintineó cerca de la escalera y, en
cuestión de segundos, asomó la parte superior de la cabeza de Dove. Subió
trotando hasta llegar a mí, dejando caer la mandíbula sobre mi regazo, como si
supiera que necesitaba ese apoyo.
Gavin hizo un sonido apaciguador antes de defenderse.
—Amigo, ella apareció en la biblioteca, cuando estabas teniendo sexo.
¿Cómo carajo lo sabía, y quién hace eso?
¿De qué demonios estaba hablando?
¿Le mintió a su amigo? Me había dado una nota y me pidió que me
presentara. ¡Lo preparó todo!
—No sé hombre, todo el asunto me pareció extraño. Parecía sorprendida
cuando levanté la cabeza. No como 'vi a alguien teniendo sexo en la biblioteca'
sino más bien 'vi a Davis teniendo sexo en la biblioteca'. Como si esperara algo
completamente diferente.
—Sí, a ti solo. —Gavin se rió de nuevo.
¿De qué estaba hablando? Esto no tenía ningún sentido.
—No lo sé. De todos modos, sólo trato de dejarlo atrás.
Se hizo el silencio entre los amigos y, de repente, Gavin tomó la palabra.
—Entonces, ¿voy a conocer a esa chica que supuestamente tienes en tu
cama? ¿Y podemos hablar del hecho de que tienes una ahí por primera vez,
joder?
—No es para tanto —murmuró Davis, casi con timidez.
—Desde que te conozco, siempre has tenido ligues al azar en casa de la tía,
en un auto o en algún otro sitio. Nunca en tu casa, y mucho menos en tu cama.
Ahora, ¿he escuchado que ha estado aquí todo el fin de semana y está durmiendo
en tu cama?
Se hizo el silencio y Gavin volvió a hablar.
—Todo lo que digo es que parece algo importante... como si tal vez ella
fuera especial.
Ya no podía escuchar más. ¿Y si Davis decía que yo no era especial, y que
simplemente se había hecho demasiado viejo para preocuparse por los
incómodos lugares de ligue? ¿Y si no tenía nada que ver conmigo?
Me puse de pie sobre piernas temblorosas, a punto de alejarme, cuando oí
´que Davis finalmente respondía.
—Sí... creo que esto podría ser para mí.
No importa, esto era peor. Ahora tenía que romperle el corazón, decirle
adiós y explicarle que yo era la chica que lo acosó patéticamente hace tantos
años. De la que su amigo se reía y bromeaba. Y como yo era ella, no había
ninguna posibilidad de que lo nuestro funcionara
26

Davis
—¡Ahí está ella! —llamó Gavin, levantándose abruptamente del sofá. Seguí
su trayectoria con la mirada y me giré para ver a Rae bajando las escaleras,
completamente vestida y cargando su bolsa de viaje. Sabía que tendría que irse
hoy, pero aún así, ver que estaba empacada y lista para irse tan temprano hizo
que mi corazón se encogiera incómodamente.
Me gustaba en mi espacio. Me gustaba su olor, y que la crema tonta que
sabía que le gustaba ahora estaba en mi refrigerador. Incluso me gustaba la
forma en que tarareaba cuando me miraba trabajar o cuando veía algo que la
emocionaba. Estar cerca de ella, tenerla aquí, era como arrancar una de las
estrellas del cielo de medianoche y pedirle que fuera feliz contigo en la tierra, en
tu hogar, y luego quedar en shock cuando decía que sí.
Aclarando mis pensamientos, me moví para ponerme frente a mi amigo
idiota y saludé a Rae con un beso.
—Hey.
Ella me dio una sonrisa tensa a cambio.
—Hey.
Tomando su mano, la conduzco a la cocina y luego la dejo ir para prepararle
una taza de café. Cuanto más tiempo pudiera mantenerla aquí, mejor.
—Gavin, esta es Rae. Rae, Gavin.
Me volví a medias, sin ver la reacción de Rae al tener un extraño en la casa
justo cuando se despertó, pero su respuesta fue lo suficientemente dulce.
—Encantada de conocerlo.
—Igualmente. He escuchado mucho de ti. —Gavin me dio una mirada
mordaz mientras le estrechaba la mano.
—¿Eres qué para Davis? —preguntó el idiota. Él sabía que aún no habíamos
hablado de etiquetas.
Tomé un sorbo de mi café, esperando que el de ella se preparara.
—Amigos con derechos, creo.
Escupí mi café, esparciendo los restos por mi camisa.
—¿Qué? —Saqué la tela empapada de mi pecho, sintiendo una pequeña
quemadura.
Ella se encogió de hombros y se dirigió hacia la puerta.
—Eso es lo que somos, ¿verdad?
No, eso no es lo que éramos.
No sostuve a mis amigos folladores en el baño mientras afuera llovía a
cántaros. No les leí frente al fuego, y seguro que no les conté sobre mi familia.
¿Pero realmente me había abierto a ella? Me había preguntado anoche por
mi familia, pero lo que le había dicho era más de lo que le había dicho a nadie,
excepto a sus padres. No era como si estuviera ansioso por asustarla, y contarle
sobre mi pasado haría precisamente eso. Se estaba poniendo las botas cuando
me di cuenta de que no había respondido a su comentario en voz alta. Le di a
Gavin una mirada que le decía que se fuera a la mierda y luego le respondí.
—No exactamente. Uh, ¿ya estás regresando? —Dejando mi taza y
abandonando la taza llena que se suponía que era suya, la seguí hasta la puerta.
¿Por qué tenía la impresión de que estaba enfadada conmigo?
—¡Fue un placer conocerte, Gavin! —llamó Rae, empujando a través de la
pantalla.
Estaba pisándole los talones, agarrando su puerta mientras ella la abría.
—Oye, ¿estamos bien?
Su mirada no encontraría la mía; sus pestañas oscuras abanicaron la parte
superior de sus mejillas mientras inhalaba un fuerte aliento y luego lo dejaba
escapar. Finalmente, esos ojos azules subieron por mi torso. A la luz de la mañana,
el toque de rosa aún en el cielo, la hacía parecer sacada de un cuento de hadas.
Cabello oscuro y sedoso, tez pálida y esos ojos audaces, era un espectáculo que
deseaba todos los días por el resto de mi vida.
—¿Por qué no lo estaríamos? —ella finalmente respondió, soltando una
pequeña risa.
Puede que no la conozca muy bien, pero la conocía lo suficiente como para
saber que me estaba engañando.
—Lamento que Gavin apareciera, a veces hace eso, pero pensé que tal vez
era algo bueno. Es el único amigo que tengo además de tus padres, y bueno...
quería que lo conocieras.
Por lo tierna y atenta que Rae había estado los últimos dos días, supuse que
se suavizaría con esa confesión, pero sus labios se curvaron en otra línea firme.
—Me gustó conocerlo.
—Entonces, ¿qué pasa? —Tiré de un mechón rebelde y lo metí detrás de su
oreja. Mi corazón se apretó con fuerza, preocupado de que de repente se alejara
de mí. Déjame.
Ella sacudió la cabeza levemente mientras agachaba la barbilla contra su
pecho.
—Nada, solo necesito llegar a casa.
Hice una pausa, dejándola terminar, pero no dijo nada más. No pude
encontrar mi voz, así que me alejé de su auto y la dejé entrar.
—Supongo que te veré cuando te vea. —Por favor, bésame. Dime que me
llamarás cuando vuelvas. No rompas lo que acabamos de armar.
—K… —Abrió la puerta de su auto, mi garganta se contrajo dolorosamente
apretada cuando la cerró de golpe. Me puse de pie, luchando contra la emoción
que obstruía mi pecho, y observé mientras ella daba marcha atrás y se alejaba.
Con cada paso que ponía entre nosotros, sentía que el espacio se tensaba,
convirtiéndose en una lección y una cruda advertencia.
Con las manos clavadas en mis caderas, observé durante mucho más tiempo
del que debería haber y finalmente me di la vuelta y entré. No tenía idea de por
qué se apartó, pero se sentía típico. La mayoría de las personas en mi vida solían
hacerlo.
***
Davis: Lo siento de nuevo por lo del otro día. Intenté llamarte un par de
veces, ¿todo bien?
Rae: Vi eso, lo siento. He estado muy ocupada ayudando a Nora con los
detalles de su nuevo hogar. Te llamaré esta noche.
Davis: Nunca supe de ti anoche... ¿Puedo verte este fin de semana?
Rae: No puedo. Ayudando a Nora a empacar. lluvia
Davis: ¿Me estoy perdiendo algo? Pensé que éramos...
Rae: ¿Éramos qué?
Davis: No importa. Sólo llámame cuando estés libre.

***

Davis: ¿Ya no estás entregando, o es solo que no quieres entregarme a mí?


Rae: Le di el trabajo a un chico que acaba de graduarse de la escuela
secundaria, necesita las propinas.
Davis: Bueno.

***

Davis: Me siento como un idiota incluso preguntando, pero no querrías


venir este fin de semana, ¿verdad? Te extraño.
Rae: Quiero... quiero. Yo solo... no puedo hacer esto ahora mismo, Davis. Lo
lamento. Por favor, sepan que quería, desesperadamente, pero tengo demasiadas
cosas que hacer con mis padres y el restaurante en este momento. Necesito
concentrarme en ellos.
Davis: Acabas de romper conmigo por mensaje de texto. Nunca pensé en ti
como una cobarde, pero supongo que la gente me sorprende todo el maldito
tiempo. Que tengas una buena vida, Rae.
***
La campana sobre la entrada sonó alegremente mientras me sentaba de
espaldas a la puerta para no tener que ver qué alma arrepentida estaba entrando.
No me gustaba estar aquí. No me gustaba estar rodeado de gente, no por ninguna
razón específica aparte de que me enojaban. Siempre hablando, hablando fuerte,
tosiendo y estornudando. Sólo jodidamente ruidoso.
Pero me encontré deambulando aquí todos los días durante las últimas dos
semanas, dejándome caer y ordenando una cantidad obscena de comida, solo
para que me lo empaquetaran todo y luego lo dejaran con Saul, uno de los
vagabundos que sostenía un cartel de cartón. en la calle Arce. Tuvo las pelotas
para publicar en uno de los barrios más bonitos de todo Macon.
Desafortunadamente, probablemente sería mejor que se pasara a Salmon y Fir:
son pobres, pero generosos. Los idiotas con dinero obstruyeron todo el maldito
mundo, pero yo era uno de esos idiotas, así que hice lo que pude para retribuir.
Por eso no quería que Roger o Millie sufrieran solo porque no estaba haciendo
más pedidos de entrega.
No había puesto uno desde que Rae explicó que un chico nuevo ahora tenía
el trabajo. No es que dejé de ordenar porque ella había dejado de hacerlo. Decidí
venir en persona solo para enojarla. Supongo que para ponerla nerviosa, aunque
para mí era más un castigo en las raras ocasiones en que la veía. A veces, entraba,
pero ella no estaba aquí. En esos días, terminé caminando por la ciudad, pasando
por la cafetería y, finalmente, en el vecindario de Rae. No la estaba acechando...
sólo estirando las piernas.
—¡Oh! — oí a alguien jadear a mi izquierda. Ya sabía que era Rae sin mirar.
Efectivamente, había empujado las puertas de la cocina, sosteniendo una tina de
plástico entre sus dedos. Ni siquiera me molesté en decirle nada. Esto fue parte
del nuevo baile que hicimos entre nosotros. Ella me veía inesperadamente y
luego se escabullía, como si su trasero estuviera en llamas. Debo haberle hecho
un número, joderla en la cabeza o algo así, porque ni siquiera podía hablar
conmigo.
Cada vez que la escuchaba jadear, o veía la forma en que se sonrojaba
cuando me veía, hacía que la piedra en mi pecho vibrara contra mis huesos.
Recordándome que traté de hacerlo latir, y lo jodí.
Yo era una causa perdida.
—¿Puedo traerle algo? Tenemos que limpiar la mesa —se quejó Carl desde
el otro lado de mí, rompiendo el extraño silencio entre Rae y yo. Me volteé y
observé al hombre mayor, tratando de entender su actitud de mierda hacia mí. Lo
que le había hecho, no tenía ni puta idea, pero al igual que el resto de Macon, me
odiaba. Simplemente no podía entender por qué.
Alcanzando mi billetera, saqué un fajo de billetes, lo arrojé sobre la mesa y
le grité:
—Tráeme algunas cajas y me iré.
Gruñó pero se dirigió a la cocina. Tres agonizantes minutos después, Rae
salió con dos cajas y se dirigió directamente hacia mí, haciendo que mi pecho se
tensara.
—Aquí tienes. —Puso suavemente las cajas en la mesa frente a mí y luego
dio un paso atrás.
—Um… —Colocando algunos mechones de cabello detrás de su oreja,
vaciló.
Esperé.
—Um, sé por qué vienes todos los días… y me siento mal por eso, ya que
estás tratando de cuidar financieramente a mis padres, pero sé que lo odias.
Entonces, solo quería recordarles que pueden hacer pedidos en línea y aún así
recibirlos.
Me burlé, sacudiendo la cabeza. Necesitaba irme, alejarme de ella antes de
que hiciera algo estúpido, como arrastrarla a mi camioneta y besarla. Solo para
enfadarla. O para sacar la verdad de sus labios. Sabía que estaba escondiendo
algo; Simplemente no podía entender qué.
—Lo que tú digas, Rae.
—Deberías saber… —Hizo una pausa, su labio temblando un poco—. No soy
yo quien decidió contratar a Todd.
La vi juguetear con el borde de su delantal, mordiéndose su delicioso labio.
Pensé en cómo se envolvieron alrededor de mi polla cuando ella estaba en el
gallinero. Pensé en cómo besaba la parte superior de la cabeza de mis perros y
en la facilidad con que esos labios siempre se extendían en una sonrisa mientras
estaba conmigo ese fin de semana.
—Cierto... ¿al igual que no decidiste que ya no éramos una cosa, de la nada?
De repente, levantó la cabeza y estalló.
—¿Estás diciendo que lo hice a propósito?
—No me trates a mí, o a esto —moví mi mano entre nosotros—, como si
fuéramos idiotas, Rae. Es agotador. —Me incliné más cerca, lo que nos llevó casi a
la pared del fondo.
Sus ojos azules se oscurecieron cuando se inclinaron para encontrarse con
los míos. Sus labios rosados se separaron; su garganta se sacudió mientras
enderezaba su columna vertebral.
—Solo fuimos una aventura de fin de semana, nada serio. Nada por lo que
enojarse… ninguna razón para tener una actitud u ofenderse.
Retrocedí. La atracción por tocarla era demasiado fuerte.
—Si eso fuera cierto, ¿por qué estás preocupada por las entregas? —
Extendiendo la mano, rocé su mejilla con mi nudillo—. ¿Y por qué apenas estás
conteniendo las lágrimas en este momento?
Ella humedeció sus labios, sus ojos buscando los míos frenéticamente. Sabía
que la tenía. No podía responder sin admitir que tenía sentimientos más
profundos por mí.
—Para que conste, nunca fue casual para mí. Significaba algo. Quería
aprovechar ese fin de semana. Yo…
—¿Qué estás haciendo? —La voz ronca de Carl me sacó de mis
pensamientos.
Manteniendo mis ojos en ella, di un paso atrás, poniendo distancia entre
nosotros.
—Justo a punto de salir.
—Bien. Tal vez sería mejor que no volvieras. —Los enojados ojos grises
asaltaron debajo de las gruesas cejas, mirándome. Detrás de la pared humana
conocida como Carl había un restaurante completo lleno de personas que
observaban en silencio nuestro intercambio.
—Carl, él está bien. Solo estábamos hablando. —Rae le espetó,
empujándonos a ambos y dirigiéndose detrás del mostrador—. Y sabes que no
puedes echarlo, no tienes derecho.
Se concentró en mí, sus manos en unos cuantos menús de plástico.
—Deberías irte, Davis. Tengo que volver.
Le di una última mirada antes de darme la vuelta y empujar la puerta de
cristal.
27

Rae
Agarré la parte inferior de la caja y la puse encima del mostrador
desordenado, soltando una retahíla de palabrotas. Era sólo la tercera caja que
cargaba, pero pesaban mucho: los libros de diseño de Nora. La anterior contenía
todos los platos y sartenes viejos de su madre. La anterior era de todos sus
zapatos. Tenía demasiados.
—Dios mío, ya estoy cansada. —Nora entró dramáticamente y se dejó caer
en su sofá de segunda mano. Tenía un aspecto decente una vez que le habíamos
dado la vuelta a los cojines para ocultar las manchas. La mayoría de los muebles
se compraron por Internet en diferentes sitios de venta e intercambio, pero Nora
hizo que todo funcionara con la lámpara de acento o el cojín adecuados. En
conjunto, su nueva casa era acogedora y bonita, y toda suya. Yo estaba
tremendamente celosa de que no sólo hubiera conseguido un préstamo
hipotecario, gracias a una serie de diseños en línea en los que había estado
trabajando durante algún tiempo y a una cartera mucho más amplia de lo que yo
creía en un principio, sino que además hubiera conseguido la casa y cerrado el
trato en tan sólo unas semanas.
Una vez que Nora hubo superado su aversión al vecino de al lado -su
resolución implicaba arbustos altos y una valla que llegara hasta el buzón que
compartían-, toda su compra avanzó rápidamente.
Me alegré muchísimo por ella, pero mientras estaba ocupada mudándose y
cerrando su primera casa, yo estaba ocupada enterrando mis sentimientos e
intentando fingir que nunca habían existido, además de esquivando al hombre
que era como un segundo padre para mí. Tuve una discusión con Carl por su
extraño comentario sobre Davis preguntando por una chica, cuando podía
haberme advertido fácilmente de que preguntaba por mí. Se disculpó y me dijo
que no sabía qué decir, pero aún así me dejó un poco en carne viva y en guardia.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, metiéndome una zanahoria en la boca
mientras me movía por la cocina. Nora estaba en el salón, de puntillas con una
sábana, intentando tapar la ventana.
—No quiero que vea el interior. Ven aquí y ayúdame. —Ella gruñó mientras
su cuerpo se estiraba a lo largo de la extensión de la pared.
—Dios mío, estás siendo ridícula...
—Cállate, Rae, y ven a ayudar. Es casi el anochecer. ¿Y si sale a correr o algo
y ve dentro?
—Probablemente seguirá corriendo. —Me limpié las manos en los vaqueros
y me tomé mi tiempo para llegar hasta ella.
—Eres muy gracioso. Ahora levanta esto y pásame una chincheta.
Agarré el borde de la sábana morada oscura e hice lo que me decían.
—¿Estás usando chinchetas?
El pie izquierdo de Nora se posó en la mesita auxiliar, mientras que el
derecho se balanceaba en el borde del sofá.
—No creo que entiendas lo desesperada que es esta situación.
¿Estaba sudando?
Colocándome debajo de ella, para apoyarla y prepararla para la chincheta,
le pregunté con curiosidad—: ¿Ha pasado algo entre ustedes dos desde que
llegaste? Porque estás actuando un poco irracional.
Gruñó para sí misma.
—¡Contra la pared, maldita sea! Y para responder a tu pregunta, sí, me vio.
»¡Lo tengo! —gritó, bajando de un salto y dirigiéndose al otro lado.
Desde fuera, esto iba a parecer ridículo. Si no hubiera echado a Davis de mi
vida, probablemente podría llamarlo y pedirle que viniera a ayudarme a subir las
persianas, luego podría irme a casa con él y acurrucarme en su cama y
despertarme con sexo pervertido por las mañanas.
—¿Qué pasó? —Necesitaba dejar de pensar en Davis. Lo que había hecho
era la única opción que tenía ante mí, pero eso no significaba que no me
estuviera haciendo pedazos.
Nora siguió ocupándose de la sábana, usando los dientes para mantener la
tachuela en su sitio, y luego la agarró y golpeó con el pulgar en el revés para fijar
la tela en su sitio. Cuando terminó, soltó un gran suspiro y se bajó de un salto.
—Me vio el culo desde su lado de la valla. Fue la primera noche que dormí
aquí.
—¿Cuando me robaste el saco de dormir?
Chasqueando la lengua, puso los ojos en blanco.
—Obviamente, te la devuelvo.
Tomé mi botella de agua del suelo y le di un sorbo.
—De todas formas... explícame...
Mi mejor amiga se dirigió hacia su dormitorio, tomó otra sábana y gritó por
encima del hombro—: Ha gritado por encima de la valla, pidiéndome que por
favor sea cortés con los demás vecinos y me cubra.
Me atraganté con el agua y me limpié la cara mientras la seguía.
—¿Estabas desnuda?
Sacudió la sábana.
—Claro que no, llevaba una bata. Era un poco corta y no me di cuenta de que
estaba fuera cuando me agaché para revisar mi nuevo jardín.
—¿Tienes un jardín? —Mis ojos se agrandaron porque a Nora le encantaba la
jardinería, pero se le daba fatal empezarla.
Repitiendo lo que había hecho en el salón, me moví para apoyarla mientras
empezaba a fijar la sábana sobre la ventana.
—Lo hice, y es tan lindo. Me aterroriza matarlo, así que lo he estado
revisando a todas horas del día.
—Entonces, ¿qué hiciste, quiero decir, cuando dijo eso? —Suavicé mi tono,
odiando que este imbécil ya hubiera parecido sacudir a mi mejor amiga. Ya era
suficiente con que la hubiera machacado; podía ser amable. No mataría al idiota.
Con un gran suspiro, Nora se apartó un rizo de la cara.
—Me levanté, me volví para mirarlo y le dije: 'Tal vez puedas trabajar en
mantener los ojos en tu lado de la valla, y yo trabajaré en llevar pantalones', y
luego me paseé por dentro, moviendo el culo a cada paso.
Mi cabeza se inclinó hacia atrás mientras una carcajada salía de mi pecho.
—¡No has dicho eso!
—Lo hice, y lo volvería a decir si fuera lo suficientemente valiente como para
volver a entrar en el patio trasero, que no lo soy.
Esto no serviría.
—Nora, no puedes renunciar a tu hermoso patio, especialmente con tu nuevo
jardín.
—No lo he dejado. Sólo lo programo para volver allí cuando él se va a
trabajar. No sé si vive con alguien, pero hasta ahora nadie más ha salido a
acosarme.
—¿Vamos a hablar ya de cómo sabes cuándo se va a trabajar?
Sus ojos azules se entrecerraron mientras su nariz se encendía.
—¿Vamos a hablar de lo que pasó entre tú y Davis?
Giré sobre mis talones.
—No, vamos a pensar en la cena.
—¡Vamos, Rae! —Me persiguió—. Desapareciste todo el fin de semana,
luego volviste y no sonreíste ni hablaste como por dos semanas. ¿Y ahora no se
sabe nada de él?
Cuando me agaché para recoger mi bolso, ella puso sus manos sobre las
mías, deteniendo mi trayectoria.
—Vamos, Rae, háblame.
Sabía que tenía razón, pero eso no cambiaba el hecho de que no quisiera
hablar de ello. Mis sentimientos después de salir de la casa de Davis estaban
encerrados dentro de mí, y ahí era donde quería que se quedaran, para poder
retener los recuerdos para siempre y no tener que dejarlos ir nunca. Pero Nora
era mi mejor amiga y había pasado por todo eso conmigo. No sería justo
retirarme ahora.
Desinflada, dejé caer mi bolso.
—Necesitamos vodka y un sitio cómodo para sentarnos.
Nora corrió hacia la cocina descalza.
—¡En ello!
Le expliqué todo el fin de semana, omitiendo las partes de sexo sucio. La
chimenea de gas iluminaba el escaso salón mientras Nora me miraba con los pies
fuera, acunando la botella de vodka en el regazo.
—Así que lo sabe —hipó—, pero no lo sabe.
Asentí con la cabeza. Eso era todo. Sabía de mí... pero no tenía ni idea de
que yo era aquella chica que solía dejarle notas en los libros de su biblioteca y se
acercaba a él mientras ponía gasolina a su moto e intentaba decirle mi nombre.
—Pero estoy confundida… —Ladeó la cabeza, dejando caer sus rizos por el
hombro—. ¿Por qué iría a buscarte ahora?
Eso era algo que aún no había resuelto del todo.
—Por lo que puedo deducir, creo que fue culpa.
—¿Pero culpa por qué?
Me incliné hacia delante para tomar la botella y le di un buen trago.
—La nota que me dejó, supongo, diciéndome que me reuniera con él allí.
Decirlo todo en voz alta se sentía como pequeños pinchazos de una aguja,
clavándose en mi corazón. Recordándome lo estúpida que fui al acostarme con el
hombre que me había hecho daño tan irreflexivamente.
—Pero por lo que dijiste, sonó como si no te hubiera dado la nota. Parecía
confundido en cuanto a por qué estabas allí.
Concentrada en mi regazo, repasé la parte de la conversación entre Gavin y
Davis. Seguía pareciéndome tan confusa. Si él no me había dado la carta, ¿quién
lo habría hecho? ¿Y por qué?
¿Qué ganaría alguien con eso?
—Bueno, ¿qué dijo Davis cuando le preguntaste? —El vodka debía de estar
afectándola, porque ya le había dicho que hacía más de dos semanas que no
hablaba con Davis, salvo el otro día en la cafetería. Lo cual fue incómodo y
doloroso. Parecía muy dolido, pero sabía que si se lo hubiera explicado, si le
hubiera dicho que era su acosadora, se habría burlado y se habría marchado de
mi vida.
¿Qué pasaría si también dejara de lado a mis padres? Ellos lo querían tanto
y me culparían absolutamente si se fuera de su vida.
No había futuro para nosotros mientras tuviéramos el pasado.
—Rompí con él, no podemos...
—¿Has roto con él? —gritó Nora, cayendo de rodillas.
Me eché hacia atrás, protegiéndome la cara mientras ella empezaba a
golpearme con la almohada.
—Sí, tenía que hacerlo.
—Él —la almohada aterrizó en mi hombro— es —otro golpe aterrizó en mi
pecho— el amor —se escuchó un golpe al chocar la almohada contra su lámpara
— de tu vida. —Finalmente se dejó caer en el sofá, borracha y con la cara
manchada—. Parece que le importas de verdad, Rae.
—Se preocupa por la nueva yo, pero en cuanto se dé cuenta de quién es la
vieja yo, huirá. —Incliné la cabeza, dando un largo trago al vodka.
—Entonces, ¿él ama a la nueva tú, pero odiará a la vieja tú? Eso no tiene
sentido.
Me reí, sintiéndome más ligera de lo que me había sentido en semanas.
—¿Ahora me ama? Definitivamente no dijo que me amaba.
—Rae, estás siendo una idiota.
Riendo de nuevo, negué con la cabeza.
—Sí, y tú eres una mirona.
—Mirar es lo que hizo Colson. Yo era una víctima desnuda. Debería poder
revisar mi jardín mientras estoy desnuda, Rae. Es bíblico.
—Tienes razón, Nora-Bora, deberías poder ser Eva desnuda en tu jardín.
Colson cara de tonto puede chuparla.
El aire se estaba volviendo borroso, y de repente tenía mucho sueño.
—Voy a dormir aquí esta noche, luego me despertaré y le patearé el culo a
tu vecino.
—Bien —murmuró Nora, acomodándose en el otro lado del sofá—. Entonces
mañana le diré a Davis que lo amas y que quieres tener sus bebés.
—De acuerdo, bien. —No recuerdo qué más dijo. El sueño se apoderó de mí
y soñé con bebés de ojos azul marino y cabello oscuro.
Después de mi noche de borrachera con Nora, tuve una epifanía, y todo fue
gracias a Nora y su jardín.
Me senté en el porche trasero, esbozando las ideas que empezaron a surgir
más rápido de lo que podía contenerlas. Tomé el ordenador y empecé a buscar
pestaña tras pestaña. Tenía que ponerme manos a la obra de inmediato si quería
llevar a cabo la idea que me rondaba la cabeza.
Por fin, después de lo que me pareció una eternidad en casa, sentí que tenía
una visión clara de cómo ayudar a la ciudad antes de que llegara el invierno.
Nuestra temporada alta de turismo estaba a punto de terminar, y con ella, varios
propietarios de negocios se marcharían a climas más cálidos hasta marzo, y los
demás simplemente no se plantearían cambios o ideas hasta bien pasadas las
vacaciones. Tenía que ser ahora.
—Pensé que te encontraría aquí —dijo mi madre con suavidad. Las cosas
entre nosotras desde que llegué a casa ese fin de semana con Davis habían sido
tensas e incómodas. Me negaba a hablar de ello, y parecía que era lo único en lo
que ella podía pensar. Casi todos los días intentaba sacar el tema de una forma u
otra.
En lugar de contestar, le sonreí.
—¿Quieres un café o un tentempié? Parece que estás trabajando duro.
El alivio recorrió mis pulmones. No iba a sacar el tema de Davis, por una vez.
—En realidad estoy bien ahora, pero ¿quieres ver lo que estoy haciendo?
Se sentó a mi lado y se inclinó para mirar mis bocetos.
—¡Oh, Rae!
Una luz cálida me dio de lleno en el pecho al darme cuenta de lo que
significaba para mí su aprobación. Puede que no hubiéramos abordado la
situación de Davis, pero verla sonreír era como caminar sobre el sol.
—¿Crees que es una buena idea? —Joder, ¿tenía lágrimas en los ojos?
—Creo que es una idea maravillosa, cariño. Podría ser muy bueno para la
ciudad y para todos los negocios. Sé que mucha gente está muy asustada ahora
mismo.
Pasé una página.
—Lo sé, y pensé que tal vez era hora de que empezara a hincar los codos,
tratando de poner esto en marcha. He intentado ponerme en contacto con los
propietarios, pero tratar de conectar uno a uno ha sido una pesadilla de
programación.
Pasándose la mano por la cara, me apretó el brazo.
—Me alegro mucho de tenerte en casa, cariño. Papá y yo te ayudaremos en
todo lo que podamos, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dije con un nudo en la garganta. Por primera vez desde que
regresé a casa, sentí que tenía una razón para estar aquí. Tenía un propósito, algo
más que adular a la reclusa de la montaña que me rompió el corazón.
Después de unos minutos en los que mamá examinó todas mis ideas, por fin
se levantó e hizo ademán de volver a entrar en la casa. Dudó cerca de la puerta
corredera.
—Sólo quería que supieras que Davis vendrá a cenar esta noche.
De pie, empecé a recoger mis cosas.
—No, cariño, por favor, no te vayas otra vez. —Mamá extendió la mano,
rogándome en silencio que me quedara.
—Mamá, no voy a pasar por esto otra vez. —Recogí todo entre mis brazos—.
Te dije que funcionó entre nosotros, y simplemente no me interesa estar en su
compañía.
—Esto era exactamente por lo que no quería que ustedes dos se
involucraran.
No era la primera vez que la escuchaba decir eso, pero no importaba. Ya era
adulta; no le debía ninguna explicación.
—Lo siento, mamá.
—Sólo dime lo que pasó. Ayúdame a entender. —De nuevo, sus manos
estaban extendidas en ese gesto que decía que sólo quería entenderme. Odiaba
ese gesto.
—Nada, mamá.
Pasé junto a ella, dirigiéndome al interior, pero en cuanto puse un pie
dentro, me quedé helado.
Davis estaba allí con un Henley gris desabrochado, abierto en la garganta.
Tenía la mandíbula cubierta por unos cuantos días de crecimiento, pero sus ojos
estaban apagados y una tristeza parecía cernirse sobre él como un nubarrón.
—Rae. —Inclinó la cabeza a modo de saludo y luego se dirigió a la cocina,
rompiendo el contacto visual conmigo y, en última instancia, despidiéndose de
mí.
Me dolió, pero ya me lo esperaba. No había hecho nada más que apartarlo
durante semanas.
Por supuesto que se fue como si yo no significara nada.
—Siéntate y cena. Te pondré en el extremo opuesto a él, y papá y yo
hablaremos todo el rato —me dijo mamá al oído, acercándose sigilosamente por
detrás.
—Mamá, no. —No podía. No tenía ni idea de lo doloroso que era estar cerca
de él cuando tenía sentimientos tan grandes, cuando me dolía tanto lo que había
oído en su casa.
La escuché soltar un pesado suspiro mientras me arropaba en mi habitación,
hambrienta de algo más que una cena.
28

Davis
—Señor. Brenton, qué amable de tu parte venir de nuevo... por tercera vez
esta semana —dijo Mabel en un tono agrio, como si estuviera preocupada de que
saltara y la atacara en cualquier momento.
—¿Es un problema que te visite con tanta frecuencia, Mabel? —Su rostro se
volvió de un color rosado.
—No, en absoluto. Yo solo... Bueno, nunca has venido tan a menudo.
Jodidamente odiaba venir a la ciudad, pero todavía estaba estúpidamente
aquí, sin importar cuántas veces me había convencido de no venir. De alguna
manera, todavía me encontraba conduciendo montaña abajo y pasando mis días
aquí, con esta gente exasperante.
Estaba a dos pasos de pasar el escritorio de Mabel cuando volvió a hablar.
—Aunque —Hizo una pausa, esperando llamar mi atención—. Hoy cerramos
temprano, así que no sé si es un buen momento para empezar a navegar.
Podía sentir las quemaduras solares que había recibido durante el fin de
semana apretarse mientras fruncía el ceño.
—Solo es mediodía.
Mabel sonrió emocionada.
—Sí, bueno, ¿conoces a la hija de los Jackson, Raelyn? Está organizando una
pequeña reunión en la plaza del pueblo, donde espera generar algunos negocios
adicionales para las tiendas locales de la ciudad. Es el último fin de semana
cálido de la temporada turística, por lo que organiza un gran mercado, con
puestos y juegos. Hay casas inflables para los niños y música.
Solo había pasado una semana desde que había visto a Rae. ¿Cómo diablos
hizo toda esta mierda y por qué?
Mi mente volvió a algunas conversaciones sobre ayudar a la ciudad, y ella
estaba preocupada por las tiendas aquí.
Debo haber estado allí demasiado tiempo porque Mabel se aclaró la
garganta.
—De todos modos, será todo un evento.
—Uh… —Tomé un folleto al azar sobre el mejor lugar en Macon para
obtener Wi-Fi, algo que ya sabía, pero necesitaba algo que hacer con mis manos
—-. ¿Entonces Rae estará en este evento, ya que ella lo encabeza?
Mabel sonrió alegremente, barajando papeles y metiendo algunos
bolígrafos perdidos en su cajón.
—Absolutamente. Se detendrá en cada stand de la tienda para dar sus
consejos de marketing a los propietarios. Todos estamos deseando que llegue.
—¿Qué diablos podría ganar la biblioteca con todo eso? Estás financiado
por nuestros dólares de impuestos.
Chasqueando su lengua, respondió concisamente.
—Hay personas a cargo de cómo gastamos ese dinero, y no estaría de más
escuchar sus ideas sobre cómo hacer que la ciudad se vea mejor.
Bien. Girando sobre mis talones, salí de la biblioteca, haciendo una mueca
cuando el sol me golpeó. Era agradable, pero también era molesto. Debería
haber traído un sombrero. Volviendo a subir a mi camioneta, di marcha atrás y me
dirigí a la plaza del pueblo. Parecía haber un poco de rebote en el paso de todos
mientras veía a las familias caminar por las aceras. Había globos de colores por
todas partes y niños con la mitad de la cara pintada y un montón de algodón de
azúcar. En algún lugar dentro de mí había un destello de orgullo por lo que Rae
estaba haciendo por esta ciudad. Puede que odie a Macon, pero aún así era
donde compraba comestibles y llenaba mi tanque con gasolina.
Encontrar un lugar para estacionar era casi imposible, así que estacioné
cerca del restaurante y decidí caminar el resto del camino. Estaba fuera de la
camioneta y agachándome para ver si tenía un sombrero escondido en algún
lugar debajo del asiento, cuando oí que alguien se aclaraba la garganta detrás de
mí.
—Davis, ¿verdad?
Me di la vuelta y vi a la amiga de Rae, Nora. Por instinto, entrecerré los ojos,
ya a la defensiva. Lo que sea que esta chica estaba a punto de decir, yo estaba
listo para…
—Hace tiempo que quería atraparte a solas. ¿Caminas conmigo? —Ella cortó
mis pensamientos y colocó su mano en el hueco de mi brazo.
Cerrando la puerta de mi camioneta, caminé inmóvil a su lado. Odiaba no
estar segura de si debía confiar en alguien o no.
—¿Sabes que he vivido aquí toda mi vida? —Nora inclinó la cabeza y luego
corrigió su declaración—. Bueno, excepto por mi tiempo en California, cuando
estaba en la universidad.
No respondí, pero seguimos caminando. Noté que las canastas de flores que
antes habían sido malezas muertas ahora estaban llenas de color y flores frescas.
—Rae también ha vivido aquí toda su vida, a excepción de Nueva York.
Ya sabía esto.
Sin embargo, ha cambiado mucho a lo largo de los años. ¿Sabías que tenía
aparatos ortopédicos?
Sin tratar de ser un idiota total, negué con la cabeza.
—Sí, y yo también… excepto que tuve la mía en la secundaria. Rae no obtuvo
el suyo hasta más tarde en la escuela secundaria.
¿Por qué necesitaba saber algo de esto?
—Sin ofender, pero ¿por qué diablos me estás contando algo de esto? La
última persona de la que quiero hablar es Rae, y tengo la sensación de que ya lo
sabes.
Esperó un momento antes de responder, dejando su mano en mi brazo, hasta
que finalmente dejó escapar un pequeño suspiro y se detuvo.
—Mira, es exactamente por eso que te lo digo, porque sé que quieres hablar
sobre Rae, y sé que ella quiere que hables con ella
—Ella no lo hace —me burlé—. Ella también debe estar mintiéndote, al igual
que sus padres, pero nosotros...
—Me dijo que pasó el mejor fin de semana de su vida contigo —dijo, y de
repente el aire pareció abandonar mis pulmones—. Pero sintió que la única
opción que tenía era cortar las cosas contigo.
Qué...
—¿Por qué?
—Eso es lo que quiero que descubras. Sé por qué, y tienes trabajo por
delante para que hable. Puedo decirte que ella se preocupa mucho más por ti de
lo que te das cuenta, y en base a lo que habló mientras dormía la otra noche, tiene
algunos sentimientos sexuales muy fuertes... —Aclarándose la garganta, se rió y
se atragantó—, para ti también.
Buscando en el rostro de la amiga de Rae, como si pudiera darme la
respuesta, esperé a que dijera más.
Cuando no lo hizo, traté de aferrarme a lo que estaba expresando.
—Entonces, ¿estás diciendo que necesito presionar más para que ella
explique lo que sucedió?
—Estoy diciendo que necesitas empujar, jalar y no aceptar un no por
respuesta. Haz que te hable. —Con eso, soltó su mano y se alejó hacia un puesto
de algodón de azúcar.

***
El festival, o como lo llamaran, estaba en pleno apogeo cuando llegué al
centro de la plaza del pueblo. Billy Jameson y algunos de sus amigos estaban en
un escenario improvisado, tocando guitarras y cantando una alegre melodía que
hizo que la gente bailara y riera. El ambiente general de la ciudad era jovial y
despreocupado: era lo más feliz que había visto a alguien en Macon. Ese destello
de orgullo se convirtió en una llama rugiente para Rae. No conocía a nadie más
que pudiera haber hecho esto por nuestra ciudad. A nadie más le hubiera
importado lo suficiente.
Cuanto más pensaba en lo que había dicho Nora, más me daba cuenta de lo
idiota que había sido al dejarla ir. Quería terminarlo con un mensaje de texto, y
jodidamente la dejé. Ella no era la cobarde, yo lo era, pero estaba a punto de
arreglar eso.
A lo largo del exterior de la plaza, las filas de cabinas divididas estaban
cuidadosamente dispuestas, abiertas y listas para recibir a los clientes. Por lo que
pude ver, cada tienda de Macon tenía una pequeña carpa, mostrando lo que
ofrecían. Incluso las cafeterías tenían un lugar, aunque las suyas estaban
instaladas en pequeños camiones de comida, que servían café helado por un
dólar y café solo por solo cincuenta centavos. Escaneé las diferentes tiendas
representadas, vi a Roger y Millie saludando a la gente mientras vendían pasteles,
y allí, dos puntos más abajo, estaba Rae.
Mi estómago dio un vuelco y mi pecho pareció expandirse al verla parada
allí con una falda lápiz y una blusa coqueta. Estaba hablando con los propietarios
de Pine Stop, un pequeño mercado que atendía a unos seis clientes al día, como
mucho.
Caminando lentamente, me hice a un lado para que no me viera. Solo mirarla
en su elemento, señalando la tableta que llevaba y usando sus manos para hablar,
me hizo sonreír. Me gustaba ver su rayo tan brillante como un rayo de sol. Pero
con ese orgullo vino una rápida posesividad. Quería esa luz para mí sola. La
quería en mi vida, en mi oscura y nublada existencia. Actualmente, se sentía como
si todo Macon tuviera una parte de ella excepto yo. Mi pecho se sentía vacío, mi
cabeza mareada mientras continuaba caminando en su órbita sin que ella supiera
que estaba allí.
Finalmente, sonrió y se despidió, dirigiéndose en dirección a la tienda de
campaña de sus padres. Allí, dejó su tableta, miró su teléfono con un lindo surco
en las cejas y les dijo algo a ambos antes de deslizarse por la parte trasera de su
tienda.
¿Adónde iba?
Rápidamente, despejé la última carpa de la fila y me desvié hacia el
pequeño callejón que actuaba como una especie de backstage para el evento,
repleto de materiales de embalaje desbordados, pequeñas sillas de camping, un
baño portátil y algunas neveras portátiles. Más allá del callejón había una puerta
de vidrio que conducía al ayuntamiento. Ahí fue donde encontré a Rae, sacando
una llave y abriendo la cerradura inferior y luego deslizándome adentro.
Tenía una llave real de la ciudad. El orgullo que crecía en mi pecho se
hinchó.
En cuestión de segundos, estaba entrando en silencio, viendo que ya había
subido un nivel y parecía dirigirse a la oficina de obras públicas. La seguí
rápidamente, asegurándome de mantener el ritmo de ella. Despejé los escalones
justo cuando la puerta de vidrio de una de las oficinas se cerró y una lámpara se
encendió adentro, actuando como un faro.
Girando la perilla de latón, abrí la puerta y dejé que se cerrara
silenciosamente detrás de mí. El piso estaba cubierto con una alfombra vieja y
desgastada, pero más allá de los escritorios de la recepcionista había dos
oficinas, una de las cuales era una oficina en la esquina. Apostaría dinero a que
ahí estaba Rae. Afortunadamente, la puerta de la oficina no estaba cerrada del
todo, solo estaba rota. Colocando cuidadosamente mi mano contra él, encontré a
Rae adentro y traté de darle sentido a lo que estaba viendo.
29

Davis
Rae se puso en el medio del piso con sus zapatos y falda en el piso a su
alrededor. Su culo y su tanga blanco de encaje estaban a la vista y la música
sonaba desde su móvil mientras empezaba a desabrocharse la camisa.
¿Qué carajo? ¿Había alguien ahí con ella?
La ira y los celos me invadieron tan rápido que casi pierdo el aliento. Me
nubló la vista y me impidió pensar, por lo que empujé la puerta y la atravesé con
una maldición en los labios.
Empecé a buscar frenéticamente en la habitación, pero estaba vacía. Las
persianas estaban ligeramente abiertas, pero no lo suficiente como para que
alguien pudiera verla.
—Davis, ¿qué demonios? —gritó Rae, agarrándose las solapas de la blusa y
pegándolas a su cuerpo mientras me miraba con la boca abierta.
—¿Qué carajo, Rae? —Argumenté, mis ojos aún se movían por la habitación,
buscando a su amante.
Apretando la mandíbula y dando golpecitos con el pie, negó con la cabeza.
—No, tú primero. ¿Qué demonios haces aquí arriba? ¿Me has seguido?
Obviamente, lo había hecho.
—Intentaba hablar contigo, pero parecía que estabas en una misión. No
pensé que te encontraría aquí desnudándote.
Un pequeño gruñido frustrado emanó de su pecho mientras se dirigía a la
esquina de la habitación, recogiendo una bolsa del suelo.
—¡No me estaba desnudando! Bueno, sí, pero sólo porque apenas puedo
respirar o dar un paso completo con esa falda. Es increíblemente incómoda. Es mi
hora de almuerzo, una hora entera sola en la que puedo descansar, comer y no
llevar esa falda del demonio ni este maldito sujetador.
Oh.
Bueno, mierda.
Se me calentó un poco la cara al ver la realidad del momento.
—Perdona. No quería molestarte, pero ¿ibas a sentarte desnuda en el
despacho de Kelly Travis?
Ella soltó una carcajada, que más bien pareció un bufido.
—No, he traído chándal y una manta. Pero tengo su permiso, no para
desnudarme, sino para usar su despacho mientras dure el festival.
—Bien. —Me aclaré la garganta. ¿Cómo carajo se suponía que iba a pasar a
mi discurso sobre no aceptar un no por respuesta?
Rae siguió desabrochándose la camisa, mientras me daba la espalda.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
—Te lo dije, quería hablar contigo.
Esto no iba bien.
—Tú lo has dicho. —Se quitó la camisa y su piel sedosa quedó a la vista.
Parecía más oscura, como si le hubiera dado el sol, junto con algunas pecas más
que habían aparecido recientemente. Sus dedos subieron hasta el centro de su
espalda, buscando su sujetador. Joder, ¿iba a desnudarse conmigo en la
habitación?
Puede que se me saliera el alma del cuerpo cuando se dio la vuelta y se
desabrochó el sujetador, dejándolo caer por sus brazos. Aún estaba de espaldas a
mí, pero incluso verla de espaldas, sabiendo lo que me estaba perdiendo, fue
suficiente para aturdirme y dejarme en absoluto silencio.
Esto era demasiado para soportarlo.
—¿Davis?
Cerré los ojos, tratando de concentrarme, pero ella estaba allí en tanga, sin
sujetador.
No había esperanza para mí.
Finalmente, tratando de arrancar al menos algo, solté—: Te echo de menos.
Se detuvo con la manga de la camisa que se estaba poniendo. Lo tomé como
una buena señal y me acerqué.
—Creo que es ridículo que te eche de menos. Quiero decir… —Avancé dos
pasos más—. En realidad nunca te tuve, y sin embargo siento que perdí una parte
de mí. No era sólo sexo para mí; era mucho más.
Yo estaba justo detrás de ella, con mis labios en su cuello mientras ella
seguía de cara a la pared. Desde aquí, podía ver su pecho subiendo y bajando
rápidamente. Sólo llevaba una manga puesta y la otra mitad de la camisa le
colgaba por la espalda. Tragándome el nudo que tenía en la garganta, levanté
lentamente la mano y le toqué la base del cuello, apartándole unos mechones de
cabello.
Como no se inmutó, me envalentoné y le quité lentamente la camisa del
hombro, dejándola caer al suelo una vez más.
—Echo de menos esta peca; ¿sabes siquiera que la tienes? Es la puta cosa
más bonita —susurré, rozando con la punta del pulgar la línea morena de la base
de su cuello. Ella se estremeció y yo me acerqué más, ahora presionando un beso
en su hombro. Las sombras de la habitación nos cubrían, con sólo un poco de luz
que entraba por las persianas y la música de su teléfono; parecía un secreto que
estábamos compartiendo.
Rae giró la cara, con la barbilla casi apoyada en el hombro que acababa de
besar. Desvié la mirada hacia arriba para encontrarme con la suya, volví a mover
los labios por ese espacio y subí la mano para sujetarla suavemente por la
cintura.
Sus labios se entreabrieron, aquellos ojos azules mirándome fijamente con
un calor que ardía tanto como lo que me abrasaba el pecho.
—¿Qué quieres de mí, Davis?
Sabía que no me estaba preguntando qué quería en ese momento. Era una
pregunta que venía de un lugar roto, y la forma en que su labio se tambaleó me
dijo que necesitaba saber si yo quería un futuro con ella.
La agarré por la otra cadera, la apreté contra mi pecho y le susurré al oído.
—Quiero llevarte a casa y dejarte robar mis franelas. Te quiero en mi cocina
cuando te prepare el desayuno. Te quiero en mi pecho cuando me despierte. Sé
que no soy perfecto, Rae... pero dame la oportunidad de demostrártelo.
Giró en mis brazos, enredando los dedos en el cabello de mi cuello. Sus
pechos desnudos empujaban contra mi camisa y de pronto necesité que hubiera
menos ropa entre nosotros, pero eso ya llegaría. Ahora solo necesitaba abrazarla.
Moviendo la mano por su espalda, la aplasté contra mí, con la nariz pegada a
su cabello, inhalando su aroma. Joder, la echaba de menos.
Apenas la tuve tiempo, pero ya me había convertido en un adicto.
—Me enseñaste cómo sería… —Luché con las palabras que quería decir y
saqué las que pude—, y luego te fuiste. —Salió aplastado, como un cristal roto,
pero no pude controlarlo. Sentía tantas cosas mientras la abrazaba.
Tuvo un hipo que me hizo bajar la barbilla e inclinarme hacia atrás.
Agarrándole la mandíbula, le levanté la cara y, efectivamente, había lágrimas
gruesas cayendo por sus mejillas. Mi pecho volvió a arder, esta vez por algo que
no era desprecio por mí mismo. Esta vez era porque le había causado dolor.
—Hola. —Le limpié las lágrimas—. Háblame, cariño.
Sacudió la cabeza y volvió a tener hipo, con los labios temblorosos.
—Es que... no quería dejarte, sentí que… —soplando, desvió los ojos a un
lado— no tenía otra opción.
—¿Pero por qué?
Sacudiendo de nuevo la cabeza, enterró la cara en mi pecho.
—¿Vendrás a casa conmigo esta noche? —Esperé su negativa, sin ganas de
esperar.
Su voz tembló cuando me la dio de todos modos.
—Sí.
No presionaría durante todo el fin de semana, aunque en ese momento lo
único que quería era que me prometiera que no me dejaría pasara lo que pasara.
En vez de eso, aprovecharía el tiempo que teníamos antes de que ella tuviera que
volver.
—Se supone que tienes que relajarte y comer antes de volver, ¿verdad?
Ella tarareó en respuesta.
Recorriendo la línea de su tanga por la raja de su culo, sonreí contra un lado
de su cabeza.
—Bueno, ¿y si te ayudo a relajarte, y luego puedes comer?
—¿Aquí?
—¿Estás moralmente en contra de tener sexo en la oficina de Kelly? —Mi
dedo se movió más abajo, haciendo gemir a Rae.
—En absoluto —jadeó, empujando sus pechos contra mi pecho—. De hecho,
era una zorra conmigo cuando estábamos en el instituto. A la mierda su oficina.
Rae me rodeó la cintura con las piernas cuando la levanté, agarrándose con
fuerza al cuello de mi camisa.
—Entonces sé exactamente lo que tenemos que hacer. —Me giré y la bajé al
sofá.
La cosa parecía cara; lástima que estuviera a punto de comerle el coño a Rae
en él.
—Quítate esto. —Le chasqueé el tanga contra la cadera, y ella me devolvió
una sonrisa seductora, pero obedeció y se recostó, completamente desnuda, en el
sofá.
Me palpé la erección a través de los vaqueros, ya dura como una piedra.
—Abre las piernas. —Vi cómo hacía lo que le decía, mostrándome ese coño
resbaladizo y rosado—. Las manos en las tetas, júntalas. —Rae hizo lo que le dije,
y mientras movía sus caderas hacia delante, me quité la camisa y me arrodillé
ante ella. Tenía que darle a mi polla un poco de alivio, así que me desabroché los
vaqueros y me los bajé sólo hasta la mitad, dejando algo de espacio para respirar.
Entonces me incliné hacia delante y metí las manos bajo el culo de Rae,
arrastrándola más cerca, hasta que su centro se encontró con mi boca. Allí le metí
la lengua hasta el fondo y luego la saqué lentamente y la pasé por su clítoris.
Rae soltó un gemido bajo mientras se mecía en mis caricias. Sabía que no
teníamos todo el tiempo del mundo, y quería mi polla dentro de ella en algún
momento, así que me centré en lamer su montículo, moviéndome hasta su clítoris
y chupándolo. Me inclinaba hacia atrás para ver lo que había hecho, sólo para
lamerlo en pequeños círculos. Escuché maldecir por encima de mí, sus manos se
habían desprendido de sus pechos y ahora me agarraban el cabello con puño de
hierro.
Aplasté mi lengua, moviéndola arriba y abajo, ensuciando su coño, sabiendo
que arruinaría el sofá debajo de ella. Con una última succión de su clítoris, se
corrió, con un fuerte grito y un feroz tirón de mi cabello.
Retrocediendo, pero manteniendo las manos en su sitio, abrí las piernas de
Rae y vi cómo su orgasmo se deslizaba por su raja y goteaba hasta el sofá.
—Esto es cuero, ya sabes... bastante caro —continué, observando su calor
reluciente—. ¿Adivina lo que vas a hacer ahora?
El pecho de Rae seguía agitado cuando jadeó—: ¿Qué?
—Siéntate, presiona ese coño empapado contra el cuero y abre esa preciosa
boca.
Me levanté y le tendí la mano para ayudarla a sentarse. Hizo lo que le dije,
sentándose en el sofá y moviendo las caderas, todavía demasiado excitada para
parar. Sus ojos se fijaron en mis calzoncillos, sacó la lengua para humedecerse los
labios y supe que estaba lista para mí.
Sus dedos se clavaron en la banda elástica de mi cintura y, una vez que mi
erección se liberó, fue tras ella con un gemido.
Su puño se dirigió a la base de mi polla, su lengua se arremolinó en la punta,
y luego fue hasta el final, tomando todo lo que podía de mí. Aquellos ojos azules
se inclinaron hacia arriba, encontrándose con los míos mientras le daban arcadas,
y demonios, estaba tan jodidamente caliente. Presioné mis caderas hacia
adelante, follando la parte posterior de su garganta, pero era demasiado. Ya
estaba listo para explotar, y no sería en su boca ni en su cuerpo. Yo quería dentro
de ese calor apretado.
Metiéndole la mano en el cabello, empujé lentamente para que me soltara.
—Necesito estar dentro de ti —susurré, tratando de contener lo sin aliento
que estaba. Normalmente no me hacía perder el aliento así cuando me la
chupaba, pero joder, si esta vez no me estaba sacando todo el aire de los
pulmones. Ni siquiera tenía que chupármela; con tocarme habría bastado.
—Ven aquí. —La acerqué al escritorio que estaba cerca de la ventana.
A través de las persianas, podíamos ver todo el festival extendido ante
nosotros.
—Mira lo que has hecho. —Le acaricié la espalda, empujándola hacia
delante para que su pecho se apoyara en el escritorio—. Mantén los ojos en la
ventana. —Tomé el cordón para abrir las persianas y las corrí hasta que la vista
quedó despejada.
Entonces me alineé con su centro y empujé dentro de ella desde atrás.
Estaba tan apretada y tan jodidamente húmeda.
Al retirarme, siseé y volví a meterme de golpe.
—Mira lo que hiciste, Rae. —Moví mis caderas, entrando en ella lentamente
—. Estoy tan jodidamente orgulloso de ti.
El escritorio crujió y gimió cuando aumenté la velocidad, mi polla
golpeando su calor una y otra vez.
Rae gimoteó, tratando de agarrarse al escritorio mientras yo revoloteaba a
su espalda. Sus dedos se engancharon en papeles perdidos, tirando de ellos, y
luego fue por una taza de bolígrafos.
—Joder, joder, joder… —jadeó mientras me la follaba contra el escritorio.
—Quiero que te corras mientras ves lo que has creado, Rae. Mantén los ojos
en tu sueño, mientras te follo tan bien que sientas que podrías volar.
Moví los dedos alrededor de su cadera, frotando su clítoris, y eso fue todo.
Ella arqueó la espalda, gritando mi nombre mientras yo bombeaba furiosamente
dentro y fuera de ella, hasta que yo también me corrí.
—Rae, joder, nena... tan jodidamente bueno. —Dije sin aliento, mi pecho
subía y bajaba mientras me inclinaba sobre su cuerpo, salpicando besos en su
cuello.
—No he terminado —roncó, empujando hacia atrás para ponerse de pie
sobre las piernas tambaleantes.
Y una mierda que no.
—¿Qué?
Sus ojos azules se desviaron hacia un punto detrás de mí.
La observé mientras se dirigía a la silla de cuero que yo había apartado a un
lado.
Luego, con una sonrisa tímida, se sentó, dejando que nuestras liberaciones
conjuntas salieran de ella.
—Nos va a odiar mucho. —Me reí, frotándome ligeramente la pequeña barba
que me había dejado crecer. ¿Era demasiado tarde para estar acomplejado por
mi aspecto? Últimamente no había pensado demasiado en ello.
—Se lo merece. Ahora, si no te importa... dame de comer. Me muero de
hambre.
—No digas más. —Tomé la ensalada, la abrí y le di un tenedor.
30

Rae
La camisa de franela que llevaba colgaba suelta de mí mientras estaba
sentado en el asiento junto a la ventana de la oficina de Davis. Estábamos en su
edificio de trabajo, donde estaba escribiendo algunas cosas en la computadora y
barajando papeles. Dove y Duke estaban acurrucados a cada lado de mí mientras
observaba los árboles balancearse y revolotear bajo un viento rebelde. Ayer fue
borroso, todavía demasiado loco para siquiera procesarlo. No podía creer que
realmente lo había hecho.
Me había reunido con casi todos los dueños de negocios en Macon y les
había presentado opciones para ayudarlos a actualizar sus tiendas, con nuevos
planes de marketing e ideas modernas que podrían atraer clientes. Me tomó todo
el día, y después de mi descanso para “almorzar” con Davis, volvimos a bajar,
tomados de la mano, donde reanudé las reuniones con la gente y las
conversaciones con los lugareños. La música había sonado de fondo, las luces de
cuerda se encendieron una vez que el cielo se oscureció, y Davis estuvo cerca
toda la noche, llevándome golosinas que había comprado en las diferentes
tiendas.
Cuando terminó, tomó mi mano y nos acompañó a su camioneta, donde
luego nos llevó a su casa. Ni siquiera me molesté con una bolsa de viaje, ya que
siempre usaba su ropa o ninguna cuando estaba aquí. Efectivamente, en el
momento en que me metió dentro, me desvistió y me metió en el baño. Una vez
que estuvimos secos, miramos a Seinfeld hasta que me quedé dormida sobre su
pecho, con el cabello enredado en sus dedos. Fue la noche de sueño más pacífica
que jamás había tenido.
Me desperté con él besando a lo largo de mi mandíbula y mi cuello, hasta
que se deslizó por mi cuerpo, abriendo mis muslos. Pasó perezosamente su
lengua sobre mi clítoris hasta que estaba tirando de su cabello, momento en el
cual su palma se plantó en la parte posterior de mi muslo, empujándolo contra mi
pecho mientras enterraba su rostro en mi coño hasta que su nombre se derramó
de mis labios.
Luego me mostró el cepillo de dientes y la esponja vegetal que me había
comprado. No tenía idea de cuándo, pero aparecieron varias cosas pequeñas en
su casa que me habían comprado. Una vez que estuve todo limpio, nos dirigimos
hacia abajo para cuidar los huevos. Esta vez, mantuvimos nuestra ropa puesta,
pero había tantas sonrisas de Davis que todavía se hinchaba en mi pecho como
un trueno. Él también me había besado, besos persistentes que quemaron mis
labios y chamuscaron mi corazón de la mejor manera.
—Nena —dijo Davis, sonando como si hubiera intentado llamarme un par de
veces. Recorrí mi mirada y vi que estaba de pie, con su computadora portátil
cerrada—. ¿Lista para irnos?
—Sí, por supuesto. ¿Hiciste todo tu trabajo? —En secreto, quería sostener el
soplete para él o algo así, tal vez usar ese casco genial y ver si tenía algún talento
oculto para soldar.
Sonrió, caminando alrededor de su escritorio.
—Sí, el festival de tu gran ciudad me hizo pensar en algunas cosas y en
diferentes formas en las que también podría ayudar.
Se abalanzó para agarrarme, y mis brazos se dispararon para rodear su
cuello automáticamente.
—¿Lo hiciste? ¿En qué manera?
Esta era otra tontería, pero Davis me cargaba, todo el tiempo... y me
encantaba. Una chica puede acostumbrarse a ese tipo de cosas, así que le dije
que tenía que parar, así que no confié en eso, pero solo hizo que me cargara más.
—Estaba pensando en donar algunas cosas a algunos de los negocios, por
su estética exterior.
—Estás hablando tan sucio en este momento, ni siquiera puedo. —Me
abanicé la cara mientras él subía las escaleras, llevándome por cada escalón.
Él sonrió, pero siguió adelante hasta que salimos del edificio y regresamos a
su casa. Los perros nos seguían, olfateando cosas a medida que nos acercábamos
al porche.
—Pensé que podría ayudar, y supuse que tendría que coordinarme contigo
para hacerlo. De esa manera, si me dejas de nuevo, todavía tengo una excusa para
verte.
Él me bajó.
—Ya veo, así que realmente esta es una póliza de seguro.
—Exactamente.
Sonreí, caminando hacia la cocina, donde abrí la nevera. Él había hecho el
desayuno, pero yo quería prepararnos el almuerzo. Lo bueno de que Davis viviera
tan lejos significaba que siempre tenía ingredientes. Me había llevado al gran
garaje doble en el lado opuesto de su almacén, y había cinco congeladores allí.
Uno estaba literalmente lleno de comida chatarra y vodka.
Preparé el almuerzo mientras Dove y Duke observaban cada uno de mis
movimientos, y Davis buscaba algo en la sala de estar. Siempre que la televisión
estaba encendida, miraba comedias divertidas o programas de supervivencia, los
cuales apreciaba, así que era perfecto. También me gustó el ruido, especialmente
cuando Davis cayó en su lado más tranquilo, que era la mayoría de las veces. Eso
tampoco me importó. Cuando necesitaba que me hablara, lo hacía, y eso era todo
lo que importaba.
Me acurruqué al costado de Davis después de consumir mi sándwich de
pavo, viendo el programa de supervivencia frente a nosotros. Todavía estaba
exhausto por el evento, así que cerré los ojos y me quedé dormido. Cuando me
desperté, Davis me miraba mientras me acariciaba el cabello.
Me estiré.
—¿Cuánto tiempo estuve fuera?
—Solo una hora.
Todavía más tiempo que cualquier otra vez que había tomado una siesta.
Estaba a punto de alejarme de él, cuando me detuvo tomándome suavemente del
brazo.
—Oye, en realidad quería hablar contigo sobre algo.
Mi estómago se agitó como si acabáramos de bajar del edificio más alto.
Todavía estaba aterrorizada de que me presionara por la razón por la que me
había ido antes, y sabía sin lugar a dudas que eventualmente tendría que
decírselo, pero aún estaba tan aterrorizada por su respuesta que no me atreví a
decir nada. .
—Está bien —respondí en voz baja.
Davis tiró de mí hasta que estuve sentada en su regazo y me estaba
enjaulando con sus brazos. Me gustaba esta posición, significaba que él no quería
que yo fuera a ningún lado. Observé su rostro solemne mientras las sombras de la
luz del día menguante parpadeaban a través de la habitación, algunos rayos de
luz cortaban su cabello. Por instinto, pasé mis dedos por él.
Su agarre se apretó a mi alrededor mientras dejaba escapar un suspiro en
silencio.
—La última vez que estuviste aquí, preguntaste por mi familia. Sé que no me
abrí ni di más detalles y sé que eso es probablemente parte de la razón por la
que te fuiste.
—No, no fue eso —admití en voz baja, reuniendo la fuerza para decir más,
pero negó con la cabeza, interrumpiendo mi intento.
—No necesito saberlo, no mientras estés aquí. Eso es todo lo que importa.
Pero aún quería abrirme a ti. Quiero que sepas cómo… —Hizo una pausa,
pareciendo reunir el valor para terminar la oración—, esto es serio para mí, Rae.
Nunca he tenido una relación. Nunca he tenido novia de ningún tipo, solo
encuentros al azar. Tú no eres eso para mí. Nunca lo serás, incluso después de... si
esto...
Se apagó de nuevo, y pude sentir que los nervios lo estaban carcomiendo.
Para calmarlo, presioné un beso en el espacio junto a su ojo y luego en su frente.
Su mano subió por mi muslo y continuó. Pase lo que pase después de esto, eres
importante para mí. Entonces, quiero contarte sobre mi familia, ¿de acuerdo?
Mi corazón se aceleró y mis pulmones ardían para devolver el sentimiento.
Quería decirle lo importante que era para mí, cómo siempre había sido, pero en
vez de eso, solo asentí en silencio.
—Empecemos con lo básico. Tengo dos padres. Todavía están casados y
viven en Florida. No los veo Nosotros... no hablamos.
La pregunta de por qué estaba en mi lengua, pero sabía que necesitaba
superar esto al ritmo que necesitara.
—Tengo un hermano, pero vive con mis padres, y tampoco nos hablamos.
Mi pobre y patético corazón, iba a estallar pronto si no empezaba a explicar.
Para animarlo, le acaricié el cabello de la nuca y la punta de la oreja. Lento,
constante, pacífico.
—Como sabes, mi verdadero nombre es Thomas. Ese fue el nombre con el
que crecí, y mi hermano era Timothy. Mi hermano y yo solo tenemos dos años de
diferencia, así que cuando éramos niños siempre hacíamos las mismas cosas al
mismo tiempo. Creo que mi mamá… tenía estas esperanzas de tener dos niños y
que se convertirían en mejores amigos.
El pequeño movimiento de su cabeza me dijo que eso no era lo que había
sucedido en absoluto, y mi estómago comenzó a hundirse. De repente, no estaba
seguro de estar preparado para esta historia.
—Tim era diferente a mí. Era peculiar... siempre triste. No importa lo que
estuviéramos haciendo, él estaría desanimado por eso. Odiaba todo, incluso a mí.
Quería construir fuertes en el bosque, ir al estanque, atrapar ranas... Nuestros
veranos siempre los pasábamos al aire libre, pero a medida que envejecía Tim,
más se deprimía. Llegué al punto en que dejé de intentar que viniera conmigo. Mi
mamá estaba resentida conmigo por eso, pero no podía obligarlo a ser feliz, y si
venía conmigo, solo era una decepción.
Mis caricias a lo largo de su oreja y cuero cabelludo continuaron. Quería ser
una fuerza silenciosa de apoyo, para recordarle que no estaba solo.
—Sabía que mamá y papá tenían algunas peleas por darle medicamentos o
llevarlo a ver a alguien. Papá estaba en contra, dijo que lo llenarían de tantos
medicamentos que ya no lo reconoceríamos. Mamá estaba desesperada y
preocupada de que Tim comenzara a lastimarse. Era un maldito desastre, y no
sabía cómo lidiar. Tenía quince años cuando las discusiones se volvieron cada vez
más insistentes, y cuando traté de ver cómo estaba Tim, ver si estaba bien, con
escuchar todas sus tonterías sobre su depresión y qué hacer con él, pero se negó
a hablar conmigo. . Ni siquiera abriría su puerta. Para entonces, estábamos en la
escuela secundaria, pero mamá decidió educarnos en casa. No para mí, para él.
Poco a poco se habían llevado pedazos de mi vida y los habían usado para
enmarcar una nueva familia, una que estaba sola y triste. Nos mantuvimos
alejados de la ciudad, pegados a la montaña, así que perdí a todos mis amigos y
mi hermano me odiaba a muerte. Estaba solo.
Recordé brevemente la primera vez que vi a Davis. Él fue devastador.
Cabello oscuro, ojos del color de una tormenta, una mandíbula firme y masculina.
A diferencia de cualquier chico de mi escuela, a diferencia de cualquiera que
haya visto. Entonces supe que amaría a este hombre por el resto de mi vida, pero
recordé la nube que parecía seguirlo. Era parte de su encanto, como una cuerda
lanzada como cebo, para cualquiera lo suficientemente estúpido como para
quedar atrapado en sus esclavas.
Mientras hablaba, comencé a armar un horario en mi mente.
—No pudieron ponerse de acuerdo sobre qué hacer por él, excepto
asegurarse de que tuviera una dieta saludable y hiciera ejercicio, que era
simplemente sacar a pasear al perro. Pero aquí arriba, ya sabes, realmente solo
tenemos sol durante el verano, e incluso entonces, es de corta duración. No fue
suficiente. Cuando Tim tenía catorce años, empezó a hablar mucho sobre la
muerte, y yo sabía en mi interior que necesitábamos conseguirle ayuda. Así que
fui con mi mamá y le dije.
—Eso fue lo correcto —susurré, incapaz de contenerme de agregar algo a
esta dolorosa historia. Qué difícil debe haber sido para él decírselo a su madre,
sabiendo que podría empeorar las cosas entre él y su hermano.
Davis dejó caer los hombros y todo su cuerpo pareció curvarse hacia
adentro, llevándose el mío con él. Se sentía como un capullo. Apenas el dos de
nosotros.
—Mamá lo tuvo en la oficina de un terapeuta solo una semana después. Papá
estaba furioso y me culpó por ello. Cuando Tim regresó, también estaba furioso,
pero en el fondo sabía que había hecho lo correcto. Le diagnosticaron depresión
severa, ansiedad y algunas otras cosas, pero necesitaba medicamentos y el
médico sugirió algunos cambios.
—Cariño —murmuré, pensando que probablemente por eso se habían
mudado.
Él asintió, moviendo su mano arriba y abajo de mi muslo de manera ansiosa.
—Después de unos meses de que Tim fuera a terapia, mis padres
esencialmente olvidaron que yo existía. Solía culparlos por ello. La vida de mi
amigo se veía tan divertida en las redes sociales, en comparación con la mía. Iban
a partidos de fútbol y comían tacos y helados con las chicas. Iban a bailes y, de
nuevo, a conocer chicas. Probablemente puedas decir dónde estaba mi mente
durante ese tiempo.
Se rió y yo sonreí, sintiéndome feliz de que pudiera encontrar una manera
de sonreír al respecto, pero la verdad de su vida se sentía como un pedazo de
vidrio roto por el que estaba tratando de mirar para encontrar lo que solía estar
dentro.
—Entonces, cuando cumplí dieciséis años, estaba listo para obtener mi
licencia. Había estado manejando el camión de mi papá en todos los caminos de
montaña y tomando el tiempo. Afortunadamente había comenzado a prestar
atención a mis demandas de ir a la ciudad y conseguir un trabajo. Creo que
estaba tan perdido con mi hermano, sobre cómo ayudarlo, que ayudarme a mí al
menos le dio algo que hacer, o al menos alivió algo de la culpa. Entonces, obtuve
mi licencia. Mi papá me dejó conducir una de sus viejas y destartaladas
camionetas de trabajo hasta la ciudad y conseguí mi primer trabajo en la
construcción. Era una paga de mierda y un trabajo de mierda, pero me sacó de la
casa y lo necesitaba más que cualquier otra cosa en ese momento de mi vida.
Tenía la sensación de que el zapato estaba a punto de caer.
—Hice algunos amigos; Gavin era uno de ellos. Me presentó a algunos de
sus amigos de la escuela y, aunque todavía estudiaba en casa, me invitaron a
pasar el rato con ellos. Por primera vez, sentí que tenía una vida. Entonces el
terapeuta de mi hermano quería una sesión conmigo. Aparentemente me habían
mencionado algunas veces en las reuniones y ella comenzó a preocuparse por mi
papel en la vida de Tim.
—¿Es eso normal, o incluso permitido? —No estaba familiarizado con todos
los aspectos de la terapia, pero eso parecía extraño.
Davis pasó el pulgar por el espacio debajo de mi camisa, justo a lo largo del
hueso de la cadera. El calor estalló donde su piel tocaba, y traté de relajarme,
dándome cuenta de que algunas preguntas podrían no ser capaces de responder,
dependiendo de lo difíciles que fueran para él.
—El terapeuta le había preguntado a mi madre y ella dio su aprobación, así
que entré. El terapeuta habló sobre cómo necesitaba asumir un papel más
importante para apoyarlo. Quería que llevara a Tim conmigo para pasar el rato
con mis amigos. Quería que lo alentara a expandirse y socializar. Yo solo tenía
dieciséis años. Ella lo sabía y, sin embargo, me presionó para que arreglara a mi
hermano, y me molestó la persona equivocada por eso. Todavía me odio por
sentirme como me sentía y por hacer lo que hice…
Un jadeo ahogado quedó atrapado en mi garganta.
—Eras un niño.
El pulgar en mi cintura se movió más cerca de mi caja torácica, en un gesto
de caricia.
—Mis padres no lo vieron así, y de repente tuve que llevar a Tim conmigo a
todos lados. Excepto que odiaba a mis amigos ya la ciudad. Odiaba todo a causa
de la depresión. Estaba resentido con él y, finalmente, mis amigos dejaron de
invitarme a lugares. Yo era un adolescente estúpido, pero todavía desearía poder
volver y sentarme con mi hermano en una habitación oscura, escuchar su música
y decirle que era perfecto, tal como era.
Davis hizo una pausa, acariciándome suavemente. Seguí esperando que
continuara, pero el silencio se desvaneció. Entonces, toqué su mandíbula y
acerqué su rostro al mío.
—Eso es suficiente si lo necesitas. —Presioné un beso en sus labios.
Su garganta se sacudió, mientras negaba con la cabeza.
—Quiero contártelo todo... puede que me lleve un segundo. —Pasaron unos
momentos más de silencio antes de que continuara.
—Tuve que llevar a mi hermano conmigo al trabajo un día, poco después de
cumplir dieciocho años. Estaba sentado en mi camioneta, esperando que
terminara mi turno. Pero Gavin me había invitado a una fiesta. Quería ir, pero no
quería arrastrar a mi hermano conmigo, así que una vez que terminó mi turno,
pasé junto a la camioneta y me dirigí a casa de Gavin para viajar con él. Tim saltó
del camión y me preguntó adónde iba. Sonaba... tan asustado. Nunca olvidaré el
sonido de su voz cuando me preguntó. Me sentí como un imbécil, pero me reí y le
dije que podía venir con nosotros o, si quería irse, podía llevar mi camioneta a
casa. Tenía dieciséis años, tenía las llaves. Parecía que estaría bien.
Davis temblaba bajo mi toque, reviviendo el dolor de lo que sea que pasó.
Mi garganta se contrajo con lágrimas mientras esperaba que terminara, aunque
una parte de mí deseaba que no lo hiciera.
—Sabía que no tenía su permiso, y que no había tenido tanta práctica como
yo a su edad, pero sinceramente, pensé que me esperaría. En mi cabeza, iría a la
fiesta durante una hora más o menos, volvería y le habría enseñado a Tim una
lección para no ser tan antisocial. Así que me fui. Subí a la camioneta de Gavin y
fui a la fiesta. Mi mamá llamó a mi celular treinta minutos después. Todavía estaba
en la fiesta cuando saqué mi celular, y cuando vi su nombre parpadear, lo supe.
En el fondo, sabía que nada volvería a ser igual.
—Tim había tenido un accidente. Cuando llegué al hospital, mi madre me
abofeteó. Estaba temblando tan fuerte que no podía respirar. Mi padre no me
miraba ni me hablaba. Tim estuvo en la unidad de cuidados intensivos durante
dos semanas; casi no lo logra. Y durante esas dos semanas, solo quería morir.
Quería desaparecer. Me odiaba a mí mismo.
Dejando escapar un profundo suspiro, echó la cabeza hacia atrás, mirando al
techo, como si el resto de la historia estuviera allí.
—Estuvo entrando y saliendo de los hospitales durante algunos años
después de eso. O su cuerpo tenía algún tipo de complicación, o necesitaba ser
ingresado en un centro de salud mental. El accidente empeoró su depresión un
millón de veces y mis padres me culparon por completo. Me culpé. Fue mi culpa.
Trabajé todo el tiempo y comencé a asistir a un colegio comunitario en línea.
Dormí en el sofá de Gavin durante seis meses, porque estar en casa era la peor
sensación. Luego se mudaron... sin mí. Mi papá me envió un mensaje de texto
diciéndome que iban a vender la casa y que viniera a buscar mis cosas si quería
conservarlas. Esa fue la última vez que hablé con alguno de ellos.
Mi garganta estaba tan apretada por contener un sollozo que estuve a punto
de explotar. Sabía que Davis fue torturado en ese entonces... Sabía que llevaba
una carga, pero nunca imaginé que fuera tan pesada.
—Poco a poco me convertí en este idiota masivo que todos odiaban, y hace
un tiempo decidí que no quería pelear, especialmente porque no creía que
valiera la pena salvarme.
—Lo eres —argumenté, cerca de su oído, sin dejar de acariciarle el cabello
—. Vale la pena salvarte, hablar contigo, perdonarte. ¿Has…? —No estaba segura
de cómo preguntar esto, o si él se asustaría conmigo por eso. Lo intenté de nuevo.
—¿Has intentado comunicarte, y simplemente no respondieron, o…
Su cabeza moviéndose de lado a lado me dijo suficiente. Los dejaba ir y
nunca los perseguía. Casi había hecho lo mismo conmigo, pero aquí estábamos
porque me perseguía.
—Creo que algún día, dentro de mucho tiempo, deberías intentar llamar.
Intente decirles que los ama, y solo vea lo que dicen. Nunca se sabe, podría ser
toda la curación que necesitas.
Sus brazos me rodearon con fuerza, luego me movió hasta que me senté a
horcajadas sobre él.
—Tal vez.
Sabía que no quería hablar más de eso, así que me incliné y besé su nariz,
susurrando—: Gracias por decírmelo.
Su respuesta fue acercar mis caderas mientras capturaba mi boca en un
beso abrasador. Lancé mis brazos alrededor de su cuello y le devolví el beso.
Sabía que no se sentía digno de nada, pero esto, esto entre nosotros, seguía
siendo bueno. Él era bueno. Él lo era todo, y quería recordárselo.
Así que lo hice.
Con mi boca, con mi cuerpo, le recordé hasta que el sol se escondió detrás
de los árboles, y las estrellas salieron con un brillo que me dejó sin aliento. Dejé
que me abrazara, que me usara y, más que nada, que tocara un amor tangible que
ni siquiera sabía que ya tenía. El cronograma hizo clic para mí y me di cuenta de
que mientras amaba a Davis, él estaba lidiando con el dolor de corazón. Había
tenido mi amor todo ese tiempo. Esta vez, estaría seguro de que sabía que fui yo
quien se lo dio.
31

Davis
Había pequeñas cosas por las que ahora vivía y que antes no me
importaban. Como cuando Rae hablaba con las gallinas. Ya les había hablado
mucho antes, pero escucharla hablar con ellas se estaba convirtiendo en una
adicción. La observaba mientras esparcía el pienso por el corral y sonreía a todas
las cacareantes aves.
—Pequeñas reinas, eso es lo que son todas. No dejen que nadie les diga lo
contrario, y si Duke o Dove les dan miedo, yo personalmente compraré globos y
los dejaré cerca de sus cuencos de comida. Los aterrorizan, ya lo saben.
Me reí en voz baja, clavando unas cuantas tablas para asegurar el gallinero.
Tenía otros proyectos que hacer ahora que empezaba a hacer frío. Era otra cosa
que nunca había deseado, pero tener a Rae acurrucada bajo una manta conmigo
junto al fuego sería una de las razones por las que me encantaba el frío.
Llevábamos saliendo más de tres semanas, y habíamos llegado a una nueva
normalidad en la que ella seguía yendo a casa de sus padres y trabajando
durante la semana, pero venía a casa conmigo todos los fines de semana. A veces
se presentaba en mi casa por la noche a mitad de semana, después de ayudar en
la cafetería, diciendo que me echaba de menos.
Me encantaban esas noches, cuando no la esperaba, pero aparecía de todos
modos. Era adicto a ella, y si por mí fuera, viviría conmigo. Joder, sinceramente, si
por mí fuera, estaría casada conmigo.
Me recorrió un escalofrío por la espalda, como siempre que pensaba en
cómo sería aquello. Primero tendría que confesarle algo más... algo que llevaba
semanas deseando decirle. Cada vez que me armaba de valor, me acobardaba,
pero después de aquel día en que le conté la historia de mi vida e hicimos el
amor el resto de la tarde, terminando frente al fuego... algo cambió entre nosotros.
Fue como si algo encajara, y cada día que pasaba me enamoraba más de ella.
—Vienes esta noche, ¿verdad? —Rae preguntó de repente, caminando
detrás de mí para salir del corral.
Su mejor amiga daba una cena y Rae me había pedido que fuera con ella. No
sería la primera vez que salíamos, pero sí la primera que estábamos juntos en un
ambiente más íntimo. Le había preguntado si quería ir a cenar a casa de Gavin
unas semanas atrás, pero tenía alguna razón por la que no podía ir. Al ir a esto, yo
esperaba que pudiéramos eventualmente o gradualmente trabajar nuestro
camino a ambos lados de nuestra mesa de amistad. Gavin era mi mejor amigo,
igual que Nora era la suya, así que necesitaba que Rae estuviera bien con él.
—Sí, allí estaré.
Me dedicó una de esas sonrisas que me agitan la polla y me calientan el
corazón.
—De acuerdo, bien. Te reunirás conmigo allí ya que saldré temprano para
ayudarla a preparar todo.
Asentí en silencio y volví a mi proyecto. Cuando subí, Rae estaba en la
ducha, frotándose el cabello con el champú que le había encargado. Cuando se
dio cuenta de que lo había comprado para ella, y sus propias botas de barro para
los corrales de los animales, se echó a llorar. No era la reacción que yo buscaba,
pero por suerte eran lágrimas de felicidad.
Me quité la ropa sudada, abrí de un tirón la puerta de cristal y entré justo
detrás de ella. Se giró con los ojos apretados mientras empezaba a enjuagarse el
cabello.
—Hola, preciosa.
Ella sonrió, riendo bajo el chorro.
—Hola, guapo.
Me encantaba ducharme con Rae; era otra de esas cosas a las que ahora era
adicto en la vida: El aspecto de su cabello oscuro cuando estaba empapado,
colgando por el centro de su espalda. La forma en que el agua goteaba por sus
pechos, viajando en riachuelos por su estómago, sobre su montículo y entre sus
muslos. Se me hacía la boca agua y, cada vez que nos duchábamos juntos, se me
ponía dura como una puta piedra en cuestión de segundos.
Ella lo sabía, y por las veces que habíamos follado en la ducha, se lo
esperaba. Se volvió hacia la pared, ya sin jabón, y tomó el acondicionador.
Cuando se enjabonó el cabello, la rodeé y cerré el grifo.
—¡Eh!
—Necesitas tres minutos para mantener eso en tu cabello, ¿no?
Tirando de sus caderas hacia atrás, soltó una pequeña carcajada.
—Sí, pero suelo afeitarme las piernas durante ese tiempo.
—Entonces hazlo, no te detendré.
Me miró con escepticismo, buscó a mi alrededor el gel de afeitar y la
maquinilla, levantó la pierna hacia la repisa y arrastró la maquinilla por la
espinilla. Fue entonces cuando me arrodillé detrás de ella y aproveché su
posición.
—¡Joder! —Rae se apoyó en la pared de azulejos con la mano libre mientras
mi lengua recorría la raja de su culo, arremolinándose en el apretado agujero.
—Claro, pero primero quiero probarte —dije, y luego hundí tres dedos en
ella mientras mi boca volvía a su raja. Me concentré en introducir la lengua en su
apretado calor mientras frotaba su clítoris con los dedos.
—Davis —jadeó de nuevo, dejando caer la navaja.
Me encantaba que me prestara toda su atención. Siempre la estaba tocando:
cuando leía o veía la televisión, a veces incluso cuando cocinaba, le metía la mano
en los pantalones y los dedos en el centro. La tocaba mientras ella intentaba
concentrarse, hasta que acababa cediendo y rindiéndose a mis caricias.
—Levanta más la pierna, ponla en el otro saliente.
Hizo lo que le dije, agarrándose a la pared para apoyarse, de modo que tuve
acceso completo a ella.
La adoré con la boca y los dedos hasta que se meció contra mí, soltando
maldiciones.
Justo antes de que llegara al clímax, me aparté y me puse en pie.
—¡Hijo de puta! —jadeó, con la boca entreabierta y los pezones duros.
Sonriendo, la agarré por la cintura y la giré hasta que su espalda quedó
apoyada contra la pared. Deslicé la punta de mi polla dentro de ella, pero no
llegué más lejos. Ella gimió y me rodeó con las piernas.
—Esto no te va a gustar —carraspeé, mordiéndole el lóbulo de la oreja.
Se balanceó en respuesta, dejando escapar un pequeño gemido. Tomé el
grifo con una mano y lo giré hacia la izquierda.
El agua me golpeó la espalda, pero fueron sus ojos los que me hicieron
concentrarme.
—Esto te dará algo que esperar.
Levantó una ceja en señal de duda. Yo sonreí mientras empujaba aún más la
cabeza hinchada.
—Te deberé una. —La besé y la dejé en el suelo.
Golpeándome la espalda, chilló—: ¿Me tomas el pelo?
Riendo, salí de la ducha y le di un beso a la puerta.
—De esta manera llegarás a casa conmigo trabajada y lista para tomar mi
polla.
Me reí al entrar en el dormitorio, adorando las maldiciones creativas que
caían de sus labios mientras se lavaba el acondicionador.
***
La cena se celebró a las seis, y llegué unos minutos antes para asegurarme
de que las chicas no necesitaban ayuda con nada. Me hicieron señas para que no
me preocupara, diciéndome que me asegurara de que el patio estaba preparado
para los invitados. Nora había añadido muebles de jardín y una cadena de luces
sobre su pérgola descolorida, pero por lo demás el patio en sí seguía siendo una
obra en construcción.
Mientras estaba fuera, oí a alguien murmurando maldiciones desde el otro
lado de la valla de Nora.
—¿De verdad las está encendiendo otra vez? —refunfuñó el desconocido.
Me acerqué a la valla y miré por encima.
—¿Qué ha sido eso?
De repente apareció Colson Hanes, un viejo amigo al que no había visto en
mucho tiempo.
—¿Davis?
—Cole, ¿qué demonios estás haciendo ahí? —Le tendí la mano y me la
estrechó amistosamente—. Mierda, hombre, no te he visto en mucho tiempo.
Sacudiendo la cabeza, observé su jardín y vi lo oscuro que estaba. Tenía
unas cuantas luces solares alrededor del jardín, pero nada tan odioso como las
brillantes luces de Nora. El contraste casi me hizo estremecer.
—Así que vives al lado, ¿eh? —Señalé hacia el patio trasero.
Por lo que yo recordaba de Cole, o Colson, era que jugaba a la pelota pero
le fascinaban los libros. Siempre estaba leyendo, haciendo investigaciones y
diferentes proyectos de estudio. No me había mantenido al día con él después de
todo lo que pasó con mi hermano, así que no sabía qué había acabado haciendo.
—Sí, se acaba de mudar hace un año. ¿Hace algún tipo de cena? —Su tono
era un poco seco, lo que me hizo sentir curiosidad por su relación con Nora.
—Sí, Nora es la anfitriona, pero... bueno, ¿qué haces esta noche? ¿Quieres
venir?
Se rió, con fuerza, echando la cabeza hacia atrás. En las sombras era difícil
verle, pero seguía teniendo el cabello rubio, la mandíbula dura y la complexión
de un jugador de fútbol.
—No hombre, ella me odia.
Me encogí de hombros.
—A mí me parece bastante simpática. Dos de sus invitados a cenar
cancelaron, y ella está bastante deprimida por eso. Creo que si traes una botella
de vino o algo así, ella estaría agradecida de tenerte.
Pareció meditarlo un segundo y luego preguntó—: ¿Irá su novio?
Eso llevó a un montón de otras suposiciones sobre su relación, pero de
nuevo, no era mi lugar, y realmente no me importaba mucho.
—No tiene ninguno que yo sepa. Es sólo mi novia, y algunas otras mujeres.
Creo que estaré un poco en inferioridad numérica... Me harías un favor si
vinieras.
—No querría que te quedaras en inferioridad numérica... y tengo una
botella de vino nueva, y algunas otras cosas que podría traer.
—Entonces está decidido. La cena empieza en unos quince minutos.
—Sí, nos vemos en un rato.
Caminando de vuelta a la casa, oí a Rae riendo con Nora, y su sonido pareció
calentar toda la casa. Nora era bastante simpática, y sólo me dio un pulgar hacia
arriba cuando me vio por primera vez después de su pequeña charla de ánimo.
No habíamos vuelto a hablar de Rae después de aquello, pero parecía una buena
amiga, y por eso le estaba agradecida. Pero ahora me preocupaba haberle
preguntado antes de invitar a Colson. Eran vecinos, tenían que ser amigos, ¿no?
—¡Bien, todo está listo! —gritó Nora, justo cuando sonó el timbre y entraron
dos mujeres más, portando una especie de bandeja de galletas y queso y una
botella de vino. Nora las saludó, Rae fue la siguiente en abrazarse y luego todos
empezaron a buscar sitio alrededor de la mesa.
—Me da mucha rabia que Chelsea y Brad no vengan —se quejó Nora,
mientras retiraba su silla—. Se siente un poco desigual o algo así.
Justo cuando lo dijo, el timbre volvió a sonar.
—¿Quién es?
—Eh... en realidad, Nora… —empecé, empujando la silla de Rae mientras
tomaba asiento y siguiendo a Nora mientras se dirigía a la puerta principal—. Hay
algo que necesito decirte. Tengo un amigo, y...
Abrió la puerta de golpe, interrumpiendo mi explicación. Colson estaba allí,
vestido con vaqueros oscuros, una bonita camisa de botones y un ramo de flores
en la mano, junto con una botella de café frío.
—Eh… —Colson esperó a que Nora dijera algo, pero se quedó congelada.
Carraspeando, me acerqué a ella—: Nora, espero que te parezca bien que
haya invitado a Colson, es un viejo amigo mío. Resulta que es tu vecino.
Ella pareció espabilarse y se hizo a un lado para dejarle pasar, con los ojos
desorbitados y la mandíbula tensa mientras respondía—: No, no pasa nada.
Bienvenido.
Colson apretó la mandíbula y dudó antes de dar un paso hacia el interior.
Los murmullos en la mesa se apagaron cuando volvimos al comedor, hasta
que Rae nos vio y soltó un fuerte grito ahogado, seguido de un horrible ataque de
tos.
—Mierda, ¿te estás ahogando? —Me acerqué a su lado. Su cara se estaba
poniendo morada.
Después de unos esputos más, me hizo un gesto para que no me preocupara.
—Estoy bien.
Pero la alarma se reflejaba en su mirada mientras seguía los rígidos
movimientos de Nora. Colson había estirado el brazo, sosteniendo las flores, con
la cabeza gacha, sin mirarla a los ojos. Parecía un niño de tercero entregando
flores silvestres a su enamorada.
—Gracias. —Nora sonaba como un robot, sin ningún sentimiento en su voz.
Luego vino el café.
—Aquí.
—Eh... gracias. —Otra vez con la voz de robot, excepto que ahora la
curiosidad había tejido un camino.
Colson se aclaró la garganta, explicando.
—Es para mañana... Siempre estoy agotado después de ser anfitrión. Pensé
que podría ayudar.
Aparentemente superada la charla, ocupó el asiento vacío a mi lado y se
arrellanó en la mesa.
—¿Por qué invitaste a Colson? —me susurró Rae al oído mientras una de las
mujeres del extremo de la mesa empezaba a hablar de alguna historia de trabajo,
entreteniendo a todos mientras se repartía la comida.
Me volví hacia ella y le susurré—: Es un viejo amigo. Hacía años que no le
veía. Sentí que era lo correcto.
Soltó un suspiro, bebió un sorbo de vino y pronunció una palabrota en voz
baja.
—¿No está bien?
No pude escuchar su respuesta porque Nora tomó la palabra.
—Colson, podrías haber traído a tu novia esta noche. No está sola en casa,
¿verdad?
Rae pateó a Nora por debajo de la mesa, haciendo que su amiga gruñera y
se inclinara hacia delante con una mueca de dolor. Colson palideció como si
hubiera sido él quien había recibido la patada.
—No.
Los ojos de Nora se entrecerraron y sus mejillas se encendieron mientras
bebía más vino. Rae intentó llevar la conversación, pero Colson fue el siguiente
en intervenir, interrumpiéndola.
—¿Cómo es que tu novio no está aquí, Nora? Esperaba conocerlo.
Rae había elegido ese momento para dar un sorbo a su vino, lo cual fue
desafortunado porque salió escupido de su boca un segundo después.
—¿Estás bien? —Nora se inclinó y preguntó.
Rae se limpió los bordes de la boca y carraspeó—: Bien, pero tengo que ir al
dormitorio a cambiarme.
—Oh no, no creo que lo hagas… —argumentó Nora, alzando la voz mientras
Rae se ponía en pie.
—Ahora vuelvo. Um cariño, ¿puedes venir a ayudarme con la cremallera?—
preguntó, pinchándome en la espalda. Su camisa no tenía cremallera.
—Claro.
—Puedo ayudarte, Rae. Puedo ir —dijo Nora, medio levantándose de la
mesa.
Rae le hizo un gesto para que se fuera.
—No seas tonta... es tu cena, ahora volvemos.
Me eché hacia atrás y seguí a Rae hasta un dormitorio trasero, donde nos
encerró y empezó a pasearse por la habitación.
—¿Qué está pasando entre tú y Nora? —pregunté, tomando asiento en la
cama de invitados. No era la habitación de Nora porque la había visto cuando
ayudé a colgar todas las persianas y cortinas de la casa la semana pasada.
—Ella odia a Colson. Bueno, no, ella lo ama... pero lo odia.
—Oh mierda, no lo sabía...
—Lo sé, y no estoy enfadada contigo, pero tenemos una situación real entre
manos ahora mismo.
Observé su trasero balancearse en los ajustados vaqueros que llevaba esta
noche, completamente distraído. Llevaba un top ajustado que dejaba ver las
curvas de sus pechos y que caía lo bastante bajo como para verle casi el
estómago. Sólo podía pensar en cómo nos había detenido en la ducha y en lo
estúpido que había sido.
—¿Me estás escuchando? —Se detuvo frente a mí.
Me reí, negando con la cabeza mientras la agarraba por las caderas.
—No, estás caliente como la mierda, y todo lo que quiero hacer es meter mi
polla tan dentro de ti que olvides qué día de la semana es.
—Para ser justos, nunca sé qué día de la semana es, así que es un listón
bastante bajo.
Recostado en la cama, la acerqué hasta que estuvo a horcajadas sobre mí.
Chasqueó la lengua.
—Este no es el momento. Tenemos que volver ahí fuera, y necesitamos una
forma de sacar a Colson de aquí. Nora se está emborrachando, y cuando está
borracha, hace cosas como hacer tablas secretas de boda para ella y Colson.
—De ninguna jodida manera —me reí, mientras la movía sobre mi erección.
Su sensual gemido me dijo que sentía cuánto la deseaba.
—Ahora no es el momento. —Volvió a mover las caderas, frotándose contra
la barra de acero bajo mis vaqueros—. Definitivamente no es el momento, y no
me gustaría que te desabrocharas los vaqueros y sacaras esa obra maestra
gloriosamente veteada y me follaras con ella.
—¿No?
—Definitivamente no...
—Pensé que te habías derramado vino encima. Eso significa que tienes que
quitarte esta ropa. Además, ¿no te lo debo?
Miró su ropa.
—Tienes razón.
—Lo sé, así que...
Se quitó la blusa por la cabeza, la tiró al suelo y se puso encima de mí, se
desabrochó los vaqueros y se los bajó lentamente por los muslos.
Sólo en sujetador y bragas, se acomodó de nuevo sobre mí, y en algún
momento, yo ya me había sacado la polla.
—Ahora, veamos... creo que necesito inspeccionarte por si te ha entrado
vino.
Ella tarareó, girando sus caderas hacia mi erección.
—¿Cómo vas a hacer eso?
—Tendré que empezar por aquí. —Moví su ropa interior a un lado para
poder ver su coño—. Hmm, nada parece estar aquí. —Froté arriba y abajo su
centro.
—¿Ahora dónde? —Rae jadeó, echando la cabeza hacia atrás.
—Levanta, y te mostraré.
Hizo lo que le dije, levantándose lo suficiente para caber sobre mi eje, pero
no se hundió.
Aproveché la oportunidad para tirar de ella hacia mí de un tirón. Gritó
mientras se agarraba a mis hombros.
—Tengo que hacer un examen a fondo, sólo para asegurarme de que no hay
nada en este dulce coño tuyo.
Empezó a maullar mientras giraba las caderas, cabalgándome tan fuerte y
rápido que no podía contener los sonidos que emitía.
—Joder, joder, joder —gritó, llevándose la mano al cabello mientras
rebotaba sobre mi polla. Me quedé sin aliento al verla, con su piel blanca
enrojecida por el deseo que sentía por mí y sus pechos turgentes rebotando
mientras me follaba.
—Sí, nena, así. —Vi como mi polla entraba y salía de su calor resbaladizo.
Ella bajó sus caderas de golpe, mientras levantaba las mías, partiéndola por
la mitad con mi erección.
—Eres tan buena chica, tomando mi polla tan rápido y tan fuerte, sabiendo
que esa puerta no está cerrada, y cualquiera podría atravesarla en cualquier
momento.
—Mierda, me olvidé de eso —dijo roncamente, moviendo sus caderas más
rápido.
—Entonces será mejor que ordeñes esta polla por todo lo que vale y te
corras, nena.
Le di una palmada en el culo y luego la agarré de la cadera para mantenerla
en su sitio mientras levantaba las caderas para follármela con más fuerza.
En lugar de ir más rápido, fue más despacio, follándome lentamente
mientras apretaba sus pechos.
—Mierda, estas putas tetas. —Me senté, tiré del sujetador hacia abajo y lamí
sus pezones, metiendo la cara entre los dos. Sus manos se movieron de mi pecho
a la cabecera, donde se golpeó contra la pared por nuestros movimientos.
—Fóllame, Rae. Fóllame —ronroneé mientras el cabecero golpeaba la pared
con más fuerza, y aunque sabía que Rae intentaba detenerlo, finalmente se soltó y
se apretó a mi alrededor en un jadeo.
—¡Oh Dios mío, estoy ahí! ¡Estoy ahí! Davissssssssss.
—Mierda, nos va a escuchar toda la puta casa —jadeé, riendo mientras me
corría tan fuerte que se me nublaba la vista.
Justo cuando Rae se hundió en mi pecho, entró en pánico.
—Mierda, no puedo creer que la dejé sola tanto tiempo con Colson. No
tengo ni idea de si aún respira.
Se bajó de mí de un salto, tomó una caja de pañuelos y empezó a limpiarse.
Una vez me hube vuelto a poner los vaqueros y subido la cremallera, me
incorporé y vi a Rae con una pierna dentro de los vaqueros, dando saltitos para
meterse la otra.
Decidí que no quería seguir guardándome ese sentimiento. Me sentí tan
bien cuando me sinceré con ella sobre mi familia y mi pasado. Sabía que si se lo
decía, aunque ella no me respondiera, me sentiría mejor y se me pasaría el ardor
que sentía en el pecho cada cinco segundos. Respiré hondo y, sin dejar de
mirarla mientras luchaba con sus vaqueros, le confesé.
—Te amo.
Dejó de moverse, completamente congelada a medio contonearse, todavía
de espaldas a mí.
—Para ser completamente claro, estoy enamorado de ti.
Justo cuando terminé la última palabra, la puerta se abrió de golpe y Rae
gritó y se cayó.
—¡Lo sabía! Estabas follando en mi cena, y con Colson Hanes aquí. Nuestra
amistad se acabó, Rae. Se acabó. No llames, no vengas, y no me mandes
mensajes.
—¡No lo hicimos! —Rae mintió, y no muy bien.
—Aquí huele a sexo a escondidas, y estás desnuda.
Rae chasqueó la lengua.
—Tuve que cambiarme por el vino. Davis está vestido, ¿ves?
Nora entrecerró los ojos.
—¡Todos podíamos escuchar el cabecero, imbéciles! Más les vale no haber
manchado el edredón con una mota de jugo de hombre —gritó, cerrando de
nuevo la puerta de un portazo.
—¿Supongo que eso significa que Colson se fue si acaba de gritar eso a todo
pulmón?
Pregunté, bajándome de la cama y agachándome para tomar la camiseta de
Rae.
—Supongo que sí —respondió en voz baja, con los ojos fijos en el botón
cobrizo de sus vaqueros—. Tengo la sensación de que todo el mundo se ha ido, y
que ella no está bien. Nora nunca grita así cuando hay gente cerca. Vete a casa. Te
llamaré cuando haya terminado.
Se puso de puntillas y me besó.
Agarrándola por la cintura, la atraje hacia mi pecho y deslicé la mano por su
espalda.
Gimiendo suavemente en mi boca, me moví para tener mejor acceso a esa
lengua, y justo cuando lo hice, la puerta se abrió de golpe otra vez.
—¡No estoy bromeando, Rae! Fin de nuestra amistad. ¡Saca tu culo de aquí
ahora mismo!
Rae se rió en mi boca y salió corriendo por la puerta, poniéndose la camisa
al salir, dejando atrás el vacío de lo que le había confesado.
32

Rae
Estaba hundido hasta el codo en los platos, bloqueando completamente a
Nora mientras limpiaba su mesa con rabia. Normalmente, sería un mejor amigo,
pero Davis acababa de freírme el cerebro. No estaba seguro de cómo procesar lo
que había dicho, y la única persona con la que quería hablar al respecto estaba
maldiciendo en moldavo.
Él me ama.
Él estaba enamorado de mí.
Pero eso no podía ser correcto, porque él no conocía mi verdadero yo. Me
había contado toda su vida, sus secretos más profundos, y yo no le había contado
los míos. No lo merecía.
—Rae, ¿me escuchaste? —espetó Nora, acercándose a mí para llenar el
fregadero con copas de vino.
La miré, estupefacta.
—El me ama.
Una ceja singular se elevó, mientras que su rostro permaneció torcido por la
molestia. Era su forma de decir en silencio que me escuchaba pero que aún no
estaba del todo comprometida a escuchar.
Sacudiendo la cabeza, volví al fregadero, enjuagando vasos.
—Lo siento, puede esperar. Dime qué pasó con Colson y no me lo grites.
Explícamelo tranquilamente mientras te entrego los platos que enjuago.
Desanimada un poco, cedió y se paró hombro con hombro conmigo en el
fregadero.
—Él te ama. ¿Ama, ama... o cree que eres adorable?
Mi pecho volvió a hacer eso donde sentí que a mis pulmones les habían
crecido un par de alas.
Inclinando un vaso alrededor del agua, se lo entregué.
—Dijo que me ama, luego, para aclarar, dijo que está enamorado de mí.
—¿Él lo aclaró?
—Oh, sí, no puedes perderte mi significado, aclaración —dije
inexpresivamente mientras fregaba una bandeja.
—¿Qué dijiste? —Colocó con cuidado vaso tras vaso en el tendedero.
Cerrando el grifo, pero manteniendo mis caderas pegadas al mostrador,
dejé escapar un suspiro.
—Nada… entraste, fue una locura… pero ¿cómo podría explicar que yo
también lo amaba, o que lo he amado la mayor parte de mi vida?
Un ceño fruncido tiró de la cara de mi mejor amiga mientras procesaba lo
que no estaba diciendo.
—¿Todavía no le has dicho?
—Creo que lo sabrías; Quiero decir... supongo que tendrá una reacción
bastante grande.
El silencio en la habitación se apoderó de nosotras mientras estábamos de
pie en el fregadero. La persiana de arriba todavía estaba abierta y, gracias a las
luces colgadas en la parte de atrás, pudimos distinguir una silueta al otro lado de
la valla. La figura miraba hacia el patio de Nora, bebiendo lo que parecía una
botella de cerveza.
—¿Está bebiendo en la oscuridad mientras vigila tu jardín? —Pregunté,
inclinándome sobre el fregadero para tener una mejor vista.
Nora me agarró del hombro, me apartó del fregadero y tiró de la cuerda,
obligando a la persiana a cerrarse de golpe.
—¡No puedo descifrarlo, y me está volviendo loca!
—¿Qué quieres decir? ¿Qué demonios pasó?
Ella negó con la cabeza, caminando de regreso a la sala de estar. Dejándome
caer en el asiento junto a ella, incliné la cabeza hacia atrás, pensando en Davis y
los perros, preguntándome si debería comprar algunas de sus golosinas favoritas
y un poco de crema batida para Davis. Le encantaba lamerlo y me encantaba
cuando...
—¡Rae!
Mierda.
—Oh, Dios mío, eres una inútil cuando piensas en él.
—¡Lo lamento! Ve de nuevo, lo haré mejor.
Se dio la vuelta, metiendo la rodilla debajo de ella, y yo hice lo mismo, así
que estábamos concentrados.
—Cuando ustedes se fueron, me preguntó cuánto tiempo planeaba estar en
el área. Que era una maldita pregunta extraña, si me preguntas. Me irritó, así que
le pregunté por qué pensaba que tenía novio.
—Ay, Nora.
Rizos castaños bailaban a lo largo de sus hombros mientras empujaba su
mano a través de ellos.
—-Se mete debajo de mi piel. No me respondió y en su lugar me preguntó
por qué pensaba que tenía novia. Entonces, le dije que dijo que sí cuando entró y
me encontró prácticamente desnudo. Se rió de mí, Rae. Se rio. Dijo que estaba
colgado del pasado, como un adolescente, y me dijo que necesitaba crecer.
Oh mierda, esto era malo. Muy malo.
–¿Le tiraste algo?
—Quería hacerlo, y después de que dijo eso, comenzó a coquetear con
Tasha...
Dejando escapar un suspiro, agarré la mano de mi mejor amiga y apreté mi
agarre.
—Lo perdí, Rae. Estoy tan avergonzada. Yo solo... era demasiado, y cuando
me di cuenta de que estaba molesto, todos dejaron de hablar, y ahí fue cuando los
escuchamos en la habitación. Estabas siendo muy ruidosa, por cierto. Súper
grosero.
Las llamas envolvieron mi rostro cuando solté su mano y me tapé los ojos.
—Estoy tan avergonzada. No tenía ninguna intención de tener sexo.
Simplemente me tiró encima de él, y es algo irresistible cuando quiere serlo. ¿Te
dije que tuvimos sexo en la oficina de Kelly Travis?
Una sonrisa partió el rostro de mi amiga por la mitad mientras luchaba por
contener la risa. Se cubrió el rostro para detenerlo, pero no sirvió de nada.
—Esa perra se lo merece.
—¿Bien? Eso es lo que dije.
El silencio volvió a caer sobre nosotros después de unos segundos, y Nora
suspiró.
—Entonces, después de eso, les grité a todos que se fueran, les dije que la
noche estaba arruinada y que no me sentía bien.
¿Colson acaba de marcharse o...?
No estaba segura de lo que esperaba. Tal vez algún optimismo de que mis
amigos enamorados estaban interesados en ella. Parecía estar... quiero decir, a
menos que estuviera locamente aburrido y quisiera una comida gratis, pero ¿por
qué comprarle flores y traerle algo tan considerado como café frío? Y la pregunta
sobre su supuesto novio todavía me desconcertaba.
—Dudó… preguntó si podíamos hablar un segundo en la cocina, pero le dije
que no. Le exigí que se fuera.
—Bueno, ¿ahora qué? Quiero decir, te has puesto en contacto… —Pregunté
vacilante.
Poniéndose de pie y estirándose, dejó escapar otro suspiro de derrota.
—Ahora, me escondo. Tal vez ir de viaje. He estado queriendo ir de viaje por
un tiempo... ¿quizás ir a Portland? ¿Quieres venir conmigo?
La mitad de mí quería. Sonaba muy divertido salirme con la mía con mi
mejor amigo, pero necesitaba confesárselo a Davis, e incluso entonces, la idea de
dejarlo por cualquier cantidad de tiempo no me sentaba bien.
—Te lo haré saber, ¿de acuerdo?
—Está bien, me voy a la cama. Te amo. Gracias por estar aquí.
Poniéndome de pie, apagué una de sus lámparas y me dirigí a mi bolso.
—Perdón por el sexo.
Nora se rió y apagó dos lámparas más.
—Al menos sucedió algo emocionante en mi cena, y oye, bautizaste esa
habitación. Ahora, cuando mis padres se queden a dormir, no me traumatizará.
—¿Por qué se quedarían aquí cuando viven en la misma ciudad? —dije con
una risa, poniéndome la chaqueta. El clima había comenzado a enfriarse
drásticamente, y todas las mañanas en la montaña había escarcha y una fina capa
de nieve nos saludaba.
—Oh, bueno... —Hizo una pausa, su cara enrojeciendo.
La preocupación carcomió mi estómago. Algo no estaba bien.
—¿Qué está sucediendo?
Nora se cruzó de brazos y miró hacia abajo.
—Es solo que… han decidido vender la tienda. se están moviendo Se dirigió
a Arizona a una comunidad de jubilados. Sin embargo, planean visitarnos a
menudo…
—¿Qué? —Acababa de lanzar el pequeño festival de negocios. Se suponía
que ayudaría.
Nora ya sabía dónde estaba mi mente, razón por la cual su cara estaba roja.
—Lo sé, Rae. Lo siento mucho. Lo hiciste increíble; no tiene nada que ver
contigo. Están cansados del frío. El negocio de construcción de papá está en
proceso de venta, y mamá ya no puede mantenerse al día con el taller. Es
demasiado para ellos.
Las lágrimas realmente quemaron la parte de atrás de mis ojos, lo cual fue
mortificante. Esto no era algo por lo que llorar. Fue solo un festival de marketing
tonto. No fue una idea de arreglarlo todo. Tal vez no hizo nada más que dejar un
recuerdo pegajoso para los padres y levantar el ánimo momentáneamente.
—No hagas eso de tirar todas tus ideas a la basura y decirte mentiras a ti
misma. Lo hiciste increíble, Rae. Asombroso. Mis padres acaban de dejar de estar
en Macon, eso es todo.
Asentí, sabiendo en mi corazón que ella tenía razón y que tenía sentido, pero
mi cabeza luchaba con la idea, no dispuesta a aceptar que había fallado. No
quería perder un solo negocio. Quería tener éxito, ¿y si una gran empresa
comprara la tienda y pusiera un restaurante allí, o alguna otra forma de
competencia con mis padres?
—Vete a casa, Rae. Ve a ver a Davis, dile que también lo amas y deja todo
esto atrás. Para empezar, nunca fue tu desastre.
Ni siquiera pude responder, así que solo asentí y salí de su casa.
***
Ya era tarde cuando estacioné frente a la casa de Davis. Las estrellas cubrían
un cielo oscuro de octubre cuando un delgado zarcillo de humo se elevó desde lo
alto de la casa. Una cálida sensación de pertenencia se abrió camino alrededor
de mi corazón, calmándome hasta la médula. Este lugar se había convertido en mi
hogar y todo lo que quería hacer era acurrucarme bajo las sábanas con el
hombre que amaba.
Dando cada paso, uno a la vez, tiré de la puerta mosquitera, sonriendo como
solía hacer cuando recordaba ese primer beso. Una vez que abrí la puerta
principal, dos ladridos cortos me saludaron, seguidos por el sonido de clavos
golpeando la madera dura.
Dejé caer mi bolso y me quité los zapatos, dejando mi abrigo.
—Hola, ustedes dos, ¿atraparon algún conejo hoy? ¿Atrapar a algún puma?
—Me arrodillé, rascándoles la cabeza mientras empujaban cariñosamente sus
narices húmedas en mi cuello, lamiendo mi mandíbula.
—Encontraron una serpiente en el patio trasero. Uno grande, por lo que
ambos disfrutaron de un gran trozo de carne asada cruda para la cena —
respondió Davis, entrando en la sala de estar, con el torso desnudo y bebiendo
algo caliente. Mi estómago dio un vuelco al verlo, por la forma en que ese
mechón de cabello más largo siempre se hundió un poco, cortando su frente
como un príncipe de Disney.
Me encantaba cuando caminaba con un par de jeans y sin camisa, y la forma
en que esos ojos parecían arder cuando recorrían diferentes partes de mi cuerpo.
Ni siquiera me había dado cuenta de que todavía estaba arrodillado hasta que se
acercó y me tendió la mano.
Tomándolo, me puse de pie y me maravillé de la sonrisa seductora que
curvaba sus sensuales labios.
—Hola.
Tragando la espesa y horrible confesión que necesitaba darle, le devolví la
sonrisa.
—Hola.
Sin otro pensamiento, presioné mis labios contra los suyos, y todo estaba
bien en mi mundo. Su agarre firme pegado a mi cintura, su taza estaba sobre la
mesa a nuestra derecha, y luego sus dos manos subían por mi espalda y nos
conducía hacia la pared.
Su lengua se hundió profundamente en mi boca, su cabeza se inclinó hacia
un lado mientras lo miraba moverse tras movimiento, hundiendo mis dedos en su
cabello.
—Nunca es suficiente —respiró entre besos—. Tenerte, amarte… nunca es
suficiente.
Allí estaba de nuevo... el recordatorio de que necesitaba sincerarme.
Me eché hacia atrás, apartando ese mechón de cabello más largo de su
frente y respiré hondo.
—Yo también te amo. He estado enamorado de ti por un tiempo, pero hay
algo que necesito decirte.
Su sonrisa era tan grande que casi partió mi alma por la mitad. Nunca lo
había visto tan feliz.
—Sea lo que sea, tiene que esperar. —Me levantó, agarrando mi trasero,
mientras mis piernas rodeaban su cintura.
Luego nos acompañó escaleras arriba, besando mi cuello y atrapando mis
labios con cada paso.
Una vez que entramos en su habitación, me bajó suavemente hasta que mis
pies se presionaron en lo que debería haber sido una alfombra tejida, pero en
cambio era lujosa y suave.
—¿Qué... qué es esto? —Mis ojos buscaron con avidez el espacio
transformado.
Davis caminó lentamente hacia el tocador nuevo en el lado izquierdo de la
habitación. Antes, una mecedora de madera había estado allí, junto con una mesa
auxiliar y una lámpara. Ahora era una cómoda que hacía juego con la de su lado
de la habitación. Encima había un bonito espejo circular, junto con algunos otros
toques más femeninos.
—Esto es tuyo. —Agarró mi mano y caminó hacia la puerta de la derecha.
Era un armario, lleno de equipo de caza la última vez que lo revisé. Girando la
perilla, encendió la luz, revelando un espacio vacío, con estantes blancos
insertados, junto con tres estantes para zapatos, dos grandes cajones con ruedas
y suficiente espacio para colgar ropa.
—Este es tu armario —dijo, tirando suavemente de mi muñeca y llevándome
de vuelta a la habitación—. Le pregunté a Nora qué tipo de ropa de cama te
gustaría y me dijo que mirara los episodios de Las chicas Gilmore después de
que Lorelei renovara su dormitorio y que buscara algo que combinara con la ropa
de cama que tenía.
Se me escapó una lágrima mientras me reía, porque su cama se veía así.
Almohadas esponjosas, con un enorme edredón blanco como la nieve que
parecía lo suficientemente suave como para ser una nube. Había alfombras
blancas en el suelo, iluminando el espacio, así como un gran sillón nuevo cerca de
la ventana de su lado. Las fotografías en blanco y negro añadían contraste a la
habitación, junto con algunas fotos enmarcadas de personas que nunca antes
había visto.
—¿Es esta tu familia? —Casi sollocé, moviéndome hacia el pequeño marco.
Sosteniéndolo en mis manos, tracé el rostro del hombre que había amado
cuando estaba en la escuela secundaria, de pie junto a alguien que podría ser su
gemelo, excepto que tenía el cabello más largo y gafas.
—Timothy —dije en voz alta, y luego miré a su madre y su padre, ambos de
cabello oscuro y bien parecidos. Parecían felices en la foto, al menos
marginalmente.
—Pensé que tal vez debería comenzar a sacar más de estos y, no sé, tal vez
tratar de llamar en algún momento.
Se me hizo un nudo en la garganta cuando dejé la foto con cuidado y
registré que había una foto nuestra junto a la que acababa de recoger. Fue de ese
día que intentamos tener una cita en un restaurante de cinco estrellas. Entonces,
estábamos bien vestidos, pero el clima cambió y nos retrasó tanto que decidimos
quedarnos atrás, pero Davis se sentía mal, así que caminamos hasta un lago
remoto. Bailó conmigo a lo largo de las orillas y luego tomó mi mano, llevándome
al agua. La lluvia astilló la tranquila superficie cuando él me atrajo hacia él, y aún
con mi vestido de encaje negro, y él con su lindo botón verde, lo besé, mientras él
sacaba la muñeca y tomaba la foto. Era una foto hermosa, impresionante por la
forma en que la montaña se alzaba en el fondo y el sombreado de gris y azul.
Múdate conmigo. Presionó un beso en mis labios suavemente.
—Acuéstate conmigo todas las noches y despiértate conmigo todas las
mañanas.
Me limpié la cara mientras salían más lágrimas. Tuve que decirle; Lo sabía,
pero ¿cómo? Acababa de decirme que me amaba, y ahora esto. Tenía una foto
enmarcada de nosotros en su dormitorio. No, lo que él quería que fuera nuestro
dormitorio. Estaba tan harto, tan locamente abrumado, que no podía respirar.
—¿Cuándo tuviste tiempo para hacer todo esto?
No me merecía esto. Cualquiera de eso.
—Pedacitos a la vez. No has mirado en ese armario por un tiempo, así que
fue fácil mantenerlo oculto. El resto lo terminé hoy una vez que te fuiste a casa de
Nora, y luego lo terminé antes de que llegaras a casa.
Tomando mis dos manos en las suyas, comenzó a guiarnos fuera de la
habitación y por el pasillo hasta el último dormitorio en el piso. Daba al patio
trasero, con una hermosa vista del monte Macon.
—Esta es tu oficina —dijo en voz baja–. Quería que tuvieras un espacio para
pensar todas esas ideas increíbles para salvar nuestro pequeño pueblo. Tienes
mucho que dar, Rae. Solo necesitas espacio para crearlo todo.
Tapándome la boca para contener el sollozo que subía por mi garganta, miré
el hermoso escritorio blanco, ya instalado con una impresora, un monitor y un
tablón de anuncios que tenía una nota pegada que decía: Te amo .
Enredó sus dedos con los míos y volvió a preguntar.
Múdate conmigo.
—Sí —respiré—, por supuesto que lo haré. —Finalmente cedí, porque luchar
contra él era inútil y yo realmente no quería hacerlo. Quería vivir con él.
Demonios, quería casarme con él.
—Sin embargo, tengo que decirte algo, y podría llevar un poco de tiempo
explicarlo.
Guárdalo para mañana. Besó mis labios.
—Por favor. Solo necesito estar contigo, en nuestra cama, en esas elegantes
sábanas nuevas, y ver lo hermosa que te ves bajo el resplandor del fuego. Dame
una noche en la que pueda amarte por completo, con mi cuerpo y mi alma.
Asintiendo, cedí y dejé que me arrastrara.
Dejé que me desvistiera lentamente, y con cada pieza que salía de mi
cuerpo, me besaba con reverencia. Dejé que me amara como él quería, y
egoístamente, me dejé amarlo de vuelta, con el mismo entusiasmo. Estaba
hambrienta de él, así que cuando me acostó en nuestra cama, desnuda, juntó mis
manos y se hundió profundamente en mí, tomé cada parte para mí.
33

Rae
Me desperté en la cama que ahora compartía con el chico con el que una
vez soñé casarme. Al girarme hacia la izquierda, un poco de luz diurna se abrió
paso a través de las persianas, justo cuando un trozo de papel se arrugaba bajo
mi cara. Lo separé de la almohada y parpadeé para ajustar los ojos mientras leía
la nota.
Buenos días, Hermosa.
Tengo que hacer una entrega en un pueblo cercano. Suelo pasar allí el día y
visitar a mi abuelo. No sabe quién soy debido a la demencia, pero aun así me
gusta verlo. Sé que tienes que contarme algo, has estado dándole vueltas, así que
hablemos esta noche después de cenar. Tus padres nos rogaron que viniéramos, y
yo ya he rechazado a tu madre al menos tres veces, así que al menos tenemos que
aparecer un ratito, pero después, soy toda tuyo.
-Te amo, Davis
Sonriendo a la nota, me acurruqué más bajo las sábanas y decidí que esta
mañana me tomaría mi tiempo en la cama.
Pero entonces volví a sentirlo y se me revolvió el estómago. La excitación me
hizo ponerme en acción, quitarme las sábanas y entrar en el baño para ducharme.
No me cabía en la cabeza la idea de mudarme a esta preciosa casa con él.
Despertarme y ducharme todos los días... me sentía como una princesa.
Después de vestirme, fui a ver a los perros, que descansaban en el salón.
Justo cuando empecé a acariciarlos, sonó mi teléfono.
—Hola —respondí alegremente a mi mejor amiga, dirigiéndome al Keurig,
preparando café.
Nora sonaba somnolienta.
—Hola. Quería saber cómo fueron las cosas después de que se lo contaras.
Ugh, eso se sintió como un alfiler en mi globo, haciéndolo estallar
efectivamente.
—Um, no hablamos de eso anoche. En realidad me pidió que me mudara. —
Volví a sonreír cuando me di cuenta de que había una llave de plata sobre el
mostrador, justo donde Davis me había abierto los leggings. Había un llavero con
una estrella plateada y mi nombre grabado en un pequeño colgante metálico.
—¡Me dejó una llave de casa!
Nora emitió un sonido molesto al otro lado y yo me sentí un poco culpable
por lo fuerte que acababa de chillar.
—Rae… —Nora exhaló, sonando como si necesitara reprenderme—.
¿Todavía no se lo has dicho, y te ha pedido que te mudes?
¿Por qué lo hizo sonar tan mal?
—Se lo diré esta noche, y no es que no lo haya intentado... es que él quería
que esperara hasta hoy para decírselo.
—No te escondas detrás de esa excusa. Deberías habérselo dicho hace
semanas, y lo sabes.
Una irritación ardiente me quemaba bajo la piel. Sólo quería disfrutar un día
de esta sensación... esta hermosa y estimulante sensación de ser deseada y
amada. Sentía que mi yo adolescente volvía para arruinar mi felicidad. No
entendía por qué no podía desaparecer de una vez por todas.
Mi silencio la incitó a soltar un suspiro.
—Lo siento, sólo quiero que lo tengas todo, y eso incluye ser honesta con el
hombre que amas. No puedes empezar esta vida con una mentira, Rae.
Sabía que tenía razón, pero en ese momento estaba resentida con ella.
—Se lo diré esta noche. —Lo dejé así y desconecté la llamada. Necesitaba
un descanso y, egoístamente, quería disfrutar de esta sensación un poco más
antes de tener que arriesgarlo todo diciéndole la verdad.
***
Llevaba casi todo el día sin saber nada de Davis. Le había mandado una foto
de la llave y le había dicho que no me podía creer que me fuera a mudar,
parloteando sobre lo contenta que estaba. Finalmente me contestó unas horas
más tarde con un sincero No puedo esperar, cariño .
Eso calmó mis nervios y me ayudó a sonreír durante las reuniones. Después
de lo de anoche, me di cuenta de que no quería que las noticias sobre los padres
de Nora me impidieran ser eficaz. Estas tres empresas no habían podido
participar en la feria de proveedores, así que me puse en contacto con ellas y les
pregunté si podíamos reunirnos. Fue en el último minuto, así que no sería hasta
más tarde que me senté y empecé a hablar con ellos.
Pero a medida que avanzaba el día, mi ansiedad iba en aumento.
No podía dejar de pensar en lo que pasaría cuando Davis se enterara de la
verdad. Me había imaginado su cara cuando se lo explicara. En el mejor de los
casos, se lo contaría de forma parecida a como él me contó su gran secreto sobre
su pasado. Yo estaría en su regazo y él me acariciaría la piel hasta que todo se
soltara, entonces follaríamos toda la noche.
Simple.
Sería libre de mudarme y empezar mi vida con él.
—¡Hola, gracias por venir! —saludé a la primera empresaria que cruzó las
puertas de la cafetería. Rachel, la camarera, se acercó a nosotros para tomar
nuestros pedidos. Esto era algo que yo había sugerido hacer, para añadir más
ambiente y fomentar más propinas. Relajándome en la idea de que ya estaba
viendo pequeñas mejoras en la feria de mi ciudad, decidí que esta reunión sería
un éxito y, a pesar de los padres de Nora, salvaría esta ciudad.
Aunque fuera lo último que hiciera, dejaría mi huella en Macon.
—Vamos a empezar, ¿de acuerdo?
***
Para cuando terminaron las reuniones, estaba hambrienta y muy
emocionada por ver a Davis. Aún no les habíamos dicho a mis padres que nos
íbamos a vivir juntos, teniendo en cuenta que acababa de ocurrir, pero me hacía
ilusión ver sus caras cuando me llevara unas cuantas cajas esta noche.
La camioneta de Davis estaba estacionada junto a la acera, ya dentro, y mi
madre probablemente ya había hecho la cena. No podía creer lo tarde que acabé
llegando, pero una de las propietarias se retrasó y luego me rogó que hiciera una
excepción y la esperara. Fui un pringado, y culpé por completo a los padres de
Nora.
Justo cuando abrí la puerta, pude oler la cena cocinándose.
—¡Mamá, la cena huele bien! —grité, quitándome los zapatos y colgando el
bolso y el abrigo—. Siento llegar tarde.
No había nadie en el salón, pero oí voces procedentes de la parte trasera de
la casa, curiosamente de mi dormitorio.
Curiosa, me dirigí al pasillo. Escuché a mi madre divagar sobre un recuerdo
o algo que había hecho unos años antes.
Apoyé el hombro en el marco de la puerta y sonreí al ver lo que tenía
delante. Mamá tenía fotos esparcidas por mi cama, mientras Davis miraba las
brillantes imágenes esparcidas.
Mi madre estaba en medio de la historia, contando la vez que había llegado
tarde a casa en el instituto, y fue entonces cuando todo empezó a encajar y el
pánico burbujeó en mi pecho.
Me abalancé hacia delante y me quedé boquiabierta al darme cuenta. Mi
madre había encontrado mis fotos, o tenía las suyas propias, y mis años de
adolescencia estaban en plena exhibición, pintando mi edredón con tonos
patéticos de acné, cabello corto y rizado y aparatos de ortodoncia. Con el
corazón martilleándome en la garganta, intenté atrapar la mirada de Davis, pero
él estaba mirando una foto que había sacado del plástico protector, pellizcándola
entre el pulgar y el dedo.
Era mía, el día de mi graduación. Me había puesto el mismo traje en la
biblioteca la noche que me vio.
—Puedo explicarlo… —susurré, con la voz entrecortada cuando se negó a
mirarme a los ojos. Mi madre levantó la cabeza con una sonrisa, pero mis ojos
estaban fijos en el hombre que tenía al lado.
Me acerqué a él y me arrodillé frente a él.
—Tienes que dejar que te lo explique. Por eso quería enseñártelo primero.
—Murmuraba tan rápido que no estaba segura de que me estuviera escuchando;
las lágrimas me nublaban la vista y el fuego me había envuelto la cara.
El rostro de mi madre pareció transformarse al mirar entre Davis y yo.
—Rae, ¿de qué estás hablando?
—¿Por qué sacaste esto? —Le espeté.
No era culpa suya, era mía, pero el dolor y el miedo guerreaban en mi pecho
destrozando y destruyendo todo lo que quedaba de esperanza.
—Davis soltó lo de irse a vivir juntos, y bueno, tú llegabas tarde y él quería
empezar a empaquetar algunas de tus cosas. Empezamos con las cajas del
armario, cuando encontramos tus viejos álbumes. Ahora vais tan en serio que
pensé que estaría bien. —Su cara se contorsionó en miseria, como si realmente
hubiera hecho algo mal—. Lo siento mucho —susurró, cerrando el álbum de
recortes.
—No es culpa tuya, Millie —dijo Davis con firmeza, levantándose de la cama
—. ¿Lo es, Rae? —El hielo de su tono fue como un cuchillo en mi pecho.
—Por favor... por favor, déjame explicarte.
—¿Explicar qué? —repitió mi madre.
Davis soltó una pequeña burla mientras movía la cabeza de un lado a otro,
tirando la foto sobre la cama como si no significara nada para él. La ironía de que
me hubiera tocado tan íntimamente en esta cama hizo que todo este momento me
doliera mucho más.
—Explícale que me ha estado mintiendo desde el primer día que me
conoció. Te ha estado mintiendo a ti, y a Roger, a todos nosotros.
Sacudiendo la cabeza y frunciendo los labios, intenté hacerle ver.
—No, no es eso. Yo…
—Para, Rae... antes de que te avergüences más.
Se alejaba y sentí que el corazón se me salía del pecho. Lo seguí hasta la
puerta mientras se dirigía a su camioneta.
Sentía que mis pies eran de plomo mientras le seguía, como si estuviera
siguiendo exactamente los mismos pasos que antes me habían llevado al
desengaño.
—¡Por favor, espera, por favor! Sólo escúchame, hay una razón por la que...
Giró sobre mí; a la luz menguante del día apenas pude distinguir las
lágrimas que brotaban de sus ojos.
—¿Dime que mientras yo te contaba mi más profundo y oscuro secreto, tú no
podías molestarte en contarme el tuyo? ¿Que una vez me seguiste, tuviste... qué?
¿Una extraña obsesión conmigo?
El dolor me desolló, pero lo superé.
—Por eso no pude hacerlo, porque me odiabas tanto que hiciste que Carl me
entregara una nota en mano para que te encontrara follando con otra. ¡Sabías que
estaba enamorada de ti! Sabías lo mucho que quería estar contigo.
Sacudiendo la cabeza, dio un paso atrás.
—No fui yo. Nunca le di una nota a ese cabrón, y te aseguro que no se la
habría dado para conocerte. No eras nada para mí entonces, Rae. Eras una puta
cría; ¿de verdad crees que me gustabas?
—No... por supuesto que no, yo sólo...
—¿Así que apareciste y pensaste que te follaría en la biblioteca? Recién
graduada del instituto, con apenas dieciocho años... ¿que te elegiría a ti antes que
a mujeres de mi edad?
—Para… —Le supliqué.
Esto era demasiado, todos mis miedos embarazosos estaban siendo
arrojados al césped a mis pies, y era demasiado. Había pensado que él manejaría
esto con cuidado. Pensé que porque me amaba...
—Así que, ¿era este tu juego a largo plazo, eh? ¿Regresar, hacer que me
enamorara de ti, tirar de la manta meses después, cuando te pedí que te
mudaras? ¡Sorpresa, soy el bicho raro que solía acosarte!
—¡Yo no te aceché! Y no, claro que no, ni siquiera…
—¡Deja de mentir! —rugió—. ¿Sabes lo patético de todo esto? Si hubieras
sido sincera conmigo, si me hubieras dicho la verdad, ¡no me habría importado.
—Rugió furioso, las venas le sobresalían del cuello y la frente.
Me estremecí, nunca lo había escuchado gritar tan fuerte, y el corazón me
dio un espasmo incontrolable.
—Tú elegiste por mí... mentiste. Tú… —se interrumpió, sacudiendo la
cabeza—. Tal vez seas tan patética como parecías entonces. —Su burla fue el
último clavo en mi proverbial ataúd emocional.
Giró, y esta vez no intenté seguirlo.
Me hundí en el suelo, las lágrimas corrían por mi rostro mientras veía cómo
el único hombre al que había amado se alejaba a toda velocidad, llevándose
consigo mi dignidad y mi orgullo.
34

Rae
Envolví mis dedos a través del asa de la taza caliente hizo poco para ayudar
a aliviar la grieta en mi pecho o la ira rugiendo en mi cabeza. Ni siquiera me dio
la oportunidad de explicarme, y para alguien que dijo que me amaba y que
quería que me mudara con ellos... bueno, eso era simplemente una mierda.
Si hubieras sido honesto conmigo, si me hubieras dicho la verdad, no me
habría importado...
—Entonces, ¿lo viste por primera vez cuando estabas en la escuela
secundaria? —preguntó mi papá suavemente.
Tanto él como mi madre estaban sentados frente a mí en la mesa. Habían
cenado, pero yo no tenía apetito, así que bebí más té. Al principio, no quería
hablar de lo que acababa de pasar, pero ellos habían escuchado todo, y después
de esto, merecían saber.
Dándole un pequeño asentimiento, le expliqué cuándo vi a Davis por
primera vez en el restaurante y cómo se había desarrollado mi enamoramiento.
¿Carl lo sabía? preguntó mamá, su rostro sumergido en una depresión
sombría.
Yo también le di un pequeño asentimiento. Después de que les expliqué
todo, parecían sorprendidos, y ahora solo estaban aclarando pequeños detalles.
—Trató de convencerme de que no me gustara Davis; estaba preocupado
por mí.
Papá gruñó y sacudió la cabeza.
—Debería habernos dicho.
—¿Él nunca trató de disuadirte de ser amigo de Davis? —Eso era algo que
me tenía curiosa. No era ningún secreto que a Carl no le gustaba Davis, y después
de nuestro pequeño enfrentamiento, sobre ese día en el que hizo parecer que
Davis estaba preguntando por otra chica y no por mí, en realidad no habíamos
vuelto a hablar. Pero si Carl tenía tanto problema con Davis, entonces por qué...
De repente me golpeó con una claridad repugnante, casi haciéndome
doblar.
Fue él…
Carl me había dado la nota. Sólo que no era de Davis, era de él. Pero, ¿cómo
supo que Davis estaría allí esa noche y por qué querría lastimarme así?
Así que finalmente lo superaría, sin duda.
—Carl nunca fue un gran admirador, mencionó que tenía que ver con el
pasado... pero nunca interfirió ni comentó después de nuestra relación inicial que
había comenzado con Thomas.
—¿Es él la razón por la que querías mudarte tan de repente e ir a la
universidad en todo el país? —preguntó mi madre, levantando la cabeza cuando
finalmente conectó uno de los puntos de los que aún no había hablado.
—Sí. Estaba mortificada por lo que… bueno, lo que pensé que me había
hecho. Estaba desconsolado y solo quería alejarme lo más posible de él.
Eso pareció romper a mi madre, ya que finalmente se puso de pie y caminó
hacia mí y suavemente acunó mi rostro entre sus manos.
—Te hicimos regresar y te obligamos a tratar con él. —Las lágrimas brotaron
de sus ojos—. Lo siento mucho. Trataste de combatirlo… trataste de advertirnos
sin decírnoslo.
Ella dio un pequeño hipo, y fue un hilo invisible a una de las laceraciones en
mi corazón. Necesitaba esto. Escuchar que me amaban, que estaban de mi lado.
Una parte de mí estaba preocupada de que todavía estuvieran del lado de él.
—Maldita sea, lo siento, cariño. Causamos todo este lío obligándolos a estar
juntos… —dijo papá, sacudiendo la cabeza–. Loco giro del destino, sin embargo,
si me preguntas.
Loco de hecho.
Mi mamá bajó la cara, besando la parte superior de mi cabeza y luego me
soltó.
Papá se frotó el pecho, como lo había estado haciendo últimamente.
—Bueno, dinos lo que necesitas, cualquier cosa, y lo tienes.
—Mira, entiendo que lo que escuchaste en el patio no sonó muy bien, pero
lo que realmente quiero es que sigas ahí para él. Quiero que seas el mismo
sistema de apoyo que has sido mientras yo no estaba, y quiero que continúes
permitiéndole apoyar al restaurante.
—Pero nosotros…
Sacudiendo la cabeza, lo detuve.
—Papá, prométemelo... por favor.
Ambos asintieron, silenciosos y sombríos.
—Solo no te vayas de nuevo Rae, por favor. Te protegeremos, y si es entre tú
o él, sabes que siempre te elegiremos. Una y otra vez. Eres la elección más fácil,
cariño. ¿Bueno?
Mi represa de sollozos casi se libera, pero necesitaba contenerlos por un
poco más de tiempo.
—Gracias, y no me iré. Esta es mi casa. No voy a ninguna parte.
***
Me las arreglé para entrar en mi auto, con mis maletas preparadas. No era
que no quisiera estar cerca de mi familia, pero los conocía demasiado bien. Lo
primero que intentaron hacer fue crear una reunión civil para Davis y para mí,
donde discutimos nuestros problemas en un espacio seguro con moderadores.
Mis padres eran pacificadores, y los amaba por eso, pero no quería
arriesgarme a que me obligaran a hacerlo o recibir una visita sorpresa de él.
Se había dejado más que claro lo que sentía por mí, y verme tampoco sería
algo a lo que se arriesgaría.
A la mitad del camino, tuve que detenerme porque la grieta en mi pecho
finalmente me venció, con lágrimas a borbotones y un grito feo que podría
rivalizar con una bestia moribunda. Solo quería terminar de una vez, llorar y
terminar con eso... poner mi amor por Davis en una pequeña caja y guardarla en
mi armario, al igual que todos los artículos anteriores de Davis. Pero incluso
después de media hora, las lágrimas no paraban. Era como si el rechazo de
cuando tenía dieciocho años nunca se curara, y luego vertí ácido en la herida.
Por un breve segundo, el momento en que me detuve en la ladera de la
montaña me vino a la cabeza. Ese río serpenteante, los árboles altos, la sensación
de estar completamente deshecho.
Necesitaba más de eso.
Necesitaba alejarme de Macon por un tiempo y aclarar mi mente.
Limpiando mi cara, y tomando algunas respiraciones clarificadoras, terminé
el viaje a casa de Nora. Un enjambre de rizos marrones rebotó cuando salió
corriendo de la puerta en el momento en que llegué a la entrada de su casa. No le
había enviado un mensaje de texto ni la había llamado, así que eso debe haber
sido obra de mi madre. Salí del auto y me derrumbé en sus brazos.
—Lo siento, cariño. —Frotó mi espalda en círculos relajantes.
Sollocé con el feo llanto de nuevo, empujando mi cara contra su hombro
mientras me abrazaba. Dijo algo tranquilizador, pero no pude entenderlo. Nos
quedamos allí mucho más tiempo de lo que deberíamos en un pueblo pequeño,
entrometido Macon. Pero no me importaba. Los chismes viajarían sobre nuestra
pelea, y luego agregarían un poco sobre mí derrumbándome en el camino de
entrada de Nora, y sabrían que fui yo el que fue abandonado.
—Vamos, vamos a llevarte dentro. —Nora me rodeó con el brazo y me llevó a
su casa. Una vez que cerró la puerta, me senté en su sofá y le conté lo que dijo
Davis entre jadeos e hipo.
—¡Qué idiota! ¿Por qué pensaría que este es tu gran plan? Te resististe y
rechazaste al tipo durante semanas cuando llegaste aquí. Él tenía que
perseguirte, no al revés.
—¡Gracias! —Extendí mi mano, un fajo de pañuelos estaba metido entre mis
dedos. Y ni siquiera me dejaba pelear con él. Creo que esa fue la parte más
difícil; él no me escuchaba… solo actuaba como si yo fuera todavía esa chica en la
biblioteca. El niño molesto que siempre pasaba por alto e ignoraba. Me trató
como una enfermedad, o como algo de lo que se avergonzaba. No es como si me
hubiera pedido que me mudara.
¿Cómo pudo pasar de amarme tan completamente a odiarme tan
intensamente?
—Tenemos que salir de aquí, Rae. Vamos a hacer un viaje.
Ella no necesitaba convencerme; Yo estaba total y completamente a bordo.
—Ya estoy empacando. —Excepto por las cosas que había dejado en la casa
de Davis.
—Voy a empacar. ¿Por qué no te acuestas en la habitación de invitados por
un rato y te avisaré cuando esté listo, está bien? —Se puso de pie y caminó por el
pasillo.
Me dirigí a la habitación de invitados, donde justo el día anterior había
estado con Davis.
Me derrumbé de nuevo.
Era como visitar una tumba, el eco de cuando dijo que me amaba sonaba
fuerte en mi cabeza y golpeaba mi corazón, pero tangiblemente, no había nada
allí. Estaba vacío.
Arranqué el edredón que habíamos puesto y lo tiré a la esquina. Luego me
envolví en las sábanas y me acurruque en una pequeña bola y dejé que más de
mi corazón se rompiera.
35

Davis
Lidiar con emociones que parecían demasiado grandes para mi pecho no
era una sensación nueva para mí. Cuando Timothy tuvo el accidente, sentí que el
corazón me iba a estallar. Me golpeaba el pecho como si quisiera atravesarlo.
Ahora sentía lo mismo, pero diferente.
La herida en mi corazón no era la misma. Porque le había dado esta maldita
cosa estúpida a Rae, y ahora no estaba seguro de qué carajo hacer porque no era
como si ella me la hubiera devuelto. Era como si acabara de descubrir que lo
había tenido todo el tiempo, sosteniéndolo cuidadosamente, esperando a que me
diera cuenta de que estaba en sus manos.
Protegido.
Cuidado.
Quizá por eso me resultó tan fácil amarla... quizá porque ella me había
amado primero durante tanto tiempo.
Joder.
No importaba, había mentido.
No había esperanza de ningún tipo de relación, no al nivel que yo esperaba,
en el que ella viviera conmigo, no cuando ni siquiera era capaz de ser sincera.
Esta mierda debería habérmela dicho cuando nos conocimos. Aunque...
—Hola, imbécil —me gritó Gavin, saliendo al patio—. No contestabas al
teléfono, así que he venido, espero que no te importe.
La rabia fuera de lugar se cocinó a fuego lento bajo mi piel, haciéndola
estallar.
—No, no está jodidamente bien. ¿Y si Rae hubiera estado aquí? No puedes
entrar sin más. Ella vive aquí ahora. —Las palabras se sintieron como polvo en mi
boca, haciendo que algo extraño sucediera en mi pecho. Sentí como si algo
hubiera quedado atrapado allí y no se moviera a menos que liberara algunas de
estas malditas lágrimas.
—Lo siento, hombre... tienes razón, no estaba pensando —dijo Gavin
arrepentido—. ¿Está ella aquí? Sólo quiero decir que no vi un auto delante.
Eso empeoró el ardor en mi pecho.
—Suele estacionar en el garaje, a menos que llegue tarde y no quiera
caminar tanto en la oscuridad.
Estaba divagando, como un idiota. Lo sabía, pero no podía parar.
—Ni siquiera sabe que le he comprado un auto nuevo. Es un Jeep, con
neumáticos pesados, una jaula antivuelco, y suficiente protección en la nieve que
incluso si se cayera por un acantilado, estoy bastante seguro de que estaría bien.
Gavin se movió en la tumbona, con las cejas hundidas en el centro de la
frente, pero no dijo nada.
—Iba a darle una sorpresa por Navidad. Tenía todo un plan —me reí,
frotándome el pecho distraídamente—. Iríamos en auto a elegir un árbol de
Navidad y, mientras estábamos fuera, iba a pedirle que se casara conmigo...
—Joder, hombre —dijo finalmente Gavin, con un ligero quiebro en la voz.
Me di cuenta entonces de que las lágrimas que estaba reteniendo habían
sido forzadas a salir, y mi mejor y único amigo estaba sentado aquí presenciando
cómo me desmoronaba.
—Mierda. —Me limpié la cara—. Ya no importa... se ha ido.
Gavin pareció dudar, acomodándose de nuevo en la tumbona.
—¿Qué... eh... qué ha pasado?
Gimiendo, me llevé las manos al pelo e incliné la cabeza hacia atrás.
—Descubrí que era la chica... la que solía seguirme... la de la biblioteca.
Pasaron unos segundos hasta que finalmente exhaló pesadamente.
—Joder.
—Sí, me enteré anoche.
—¿Confesó haberte acosado en la biblioteca?
Sacudiendo la cabeza, intenté poner en orden las pequeñas piezas de
aquella noche.
—Ella dijo que le dieron una nota escrita a mano de este pedazo de mierda
que trabaja en el restaurante de su padre. No sé toda la historia porque...
Las palabras murieron en mi lengua porque no estaba seguro de cómo
explicarle que no le había dado la oportunidad de hablar... de contármelo todo.
No le había dado la oportunidad de nada. Sólo la mandé a la mierda y la llamé
patética.
Más dolor me atravesó el pecho, haciendo que casi me doblara.
—¿Estás bien, hombre?
Me ardía el pecho, me latía la cabeza y sentía que me iba a enfermar.
—No... yo... joder, se ha ido. No va a volver...
Porque cuando hacía daño a la gente, nunca lo hacían.
Gavin se acercó y me puso una mano firme en el hombro.
—Amigo, te estás viniendo abajo. Estoy confundido. Si la quieres, incluso
después del pasado, y toda la mierda de la acosadora, entonces sólo dile eso.
—No puedo. —Apenas me salieron las palabras.
—¿Por qué, qué demonios ha pasado?
La aplasté, otra vez... como antes. La aplasté por completo y la hice sentir
estúpida por algo que no podía controlar. La avergoncé por gustarle. Hice que
pareciera que nunca la habría elegido a ella comparado con las mujeres de una
noche que había elegido. Las mujeres a las que nunca volví a llamar... las que
nunca podrían compararse con ella.
¿Qué carajo había hecho?
***
Sabía que no podía hacer mucho para controlar los daños. Había dicho lo
que había dicho, en un momento de rabia, y había arruinado lo mejor que había
tenido nunca. Sabía que no había vuelta atrás de lo que había dicho y de cómo la
había hecho sentir, pero no podía quedarme sentado en casa. Tenía que hacer
algo con esa rabia que me hervía bajo la piel.
No había dormido la noche anterior. Sólo bebía, mirando fotos de Rae en mi
teléfono. Su sonrisa era tan amplia en todas y cada una de las fotos. Ella era feliz,
y yo parecía... joder, parecía sano.
Completo. Lo más completo que me he sentido en toda mi vida. Y en un
momento de furia y orgullo, lo dejé ir todo. Así que busqué a la única persona con
la que podía desquitarme.
Esperé hasta estar segura de que Roger y Millie se habían ido a casa y
observé cómo salían más y más empleados por la parte de atrás. Cuando estuve
seguro de que Carl estaba solo, me deslicé dentro, pero enseguida me di cuenta
de que no era el único que había tenido la idea de enfrentarse a aquel cabrón.
Por suerte, todavía estaba en el oscuro espacio del pequeño pasillo cuando
Rae irrumpió por la puerta trasera, pisando fuerte hacia la cocina. Incluso
viéndola así, con la rabia irradiando de ella en oleadas, me dieron ganas de
alcanzarla y tocarla.
—¡Carl! —gritó, sus botas chasqueando en el suelo al tomarlo por sorpresa.
Me moví con cuidado donde pudiera mirar y permanecer oculto.
—String bea...
Su mano voló hacia arriba.
—¡No lo hagas!
Las pobladas cejas de Carl cedieron mientras su postura se desinflaba.
Probablemente el cabrón sabía lo que se le venía encima. Todo el pueblo
cotilleaba ya nuestra ruptura; no le costaría mucho atar cabos.
—¿Cómo has podido? —espetó, con los puños apretados a los lados—.
¿Cómo pudiste darme esa nota? ¿Cómo pudiste aplastarme de esa manera?
Carl bajó la cabeza y sus manos se hundieron lentamente en el mostrador.
Rae continuó.
—Tú, más que nadie, sabías cuánto lo quería. Sabías cuánto me dolería verlo
allí, sobre todo después de pensar que por fin me había visto. —Estaba
temblando, le temblaba la voz y, joder, sentía como si a sus palabras les hubieran
crecido garras y de repente me estuvieran desgarrando el pecho.
Tenía una idea de lo que había sentido por mí. Obviamente en ese entonces
lo había atribuido a una obsesión adolescente. Pensé que lo superaría, pero no
tenía ni idea de por qué había estado en aquella biblioteca. La verdad es que
probablemente habría superado el enamoramiento cuando madurara, pero Carl
forzó el dolor y se le quedó grabado para siempre.
—Sólo quería que lo olvidaras. Por fin tenías edad para interesarte por él,
y… —Carl vaciló—. Me asustó.
—¿Por qué? —Rae gritó, golpeando con la mano en el mostrador—. ¿Por qué
te asustó, y cómo carajo sabías que estaría allí con...? —Se interrumpió, con la voz
temblorosa.
Si hubiera visto a Rae follando con otro, me habría matado. Me quitaría
directamente la capacidad de respirar y de existir, y si tuviera que repetir esa
imagen durante algún tiempo... Dios, no tenía ni idea de que llevara arrastrando
eso tanto tiempo, pero por fin tenía sentido por qué me odiaba tanto cuando me
conoció por lo que yo había supuesto que era la primera vez.
Carl negó con la cabeza.
—Por aquel entonces salía con Pam. Era la bibliotecaria. Unos días antes de
aquella noche se le escapó que saldría temprano porque Davis trabajaría hasta
tarde. Luego había dejado caer que esperaba que no quedara con nadie porque
al parecer ya lo había hecho antes. El chico se había hecho un poco de reputación
por tener compañía mientras trabajaba hasta tarde en proyectos de la ciudad.
Sinceramente, me arriesgué a que no estuviera solo.
Rae se movió sobre sus pies, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Entonces, ¿había un cincuenta por ciento de posibilidades de que yo
fuera, y él hubiera estado solo?
¿Qué habría pasado si lo hubiera estado?
Nada. Entonces, era una niña para mí, le habría pedido que se fuera. Pero
Carl ni siquiera me conocía. ¿Cómo sabía que Rae no habría sido herida, o peor?
Qué jodido imbécil.
—Supongo que tenía razón en lo de que era un jugador, ya que te rompió el
corazón —comentó Carl con sorna, tirando su trapo.
A Rae se le desencajó la mandíbula y le tembló el labio.
—Me rompiste el corazón, Carl. No él. No tenía forma de saberlo, y era
totalmente injusto que alguien se entrometiera en su intimidad. Todos estos años,
supuse que había enviado esa nota para hacerme daño, para ser cruel. Resulta
que tú eras el único cruel en el escenario.
Tomando aire, movió las manos y declaró—: No quiero tener nada que ver
contigo.
Carl se adelantó, con la preocupación grabada en sus facciones.
—No querrás decir que...
Dio un paso atrás, y una feroz protección me invadió. Si intentaba tocarla,
incluso darle un abrazo...
—Lo amo, Carl... con todo mi corazón, e iba a tener un futuro con él. Eso no
está sucediendo ahora, pero eso no cambia el hecho de que no puedo tener
gente en mi vida que no apoye mis decisiones.
Con una última mirada al hombre, Rae se dio la vuelta para marcharse,
mientras yo me escondía más entre las sombras.
Esperé allí el tiempo suficiente para que sus palabras calaran. Fue lento,
como un bloque de cemento. Que dijera que nuestro futuro no existía ahora... me
jodió la cabeza. Todavía quería uno con ella. Sin embargo, su mentira y el hecho
de que casi me había destripado para ser vulnerable con ella... me dolía.
Amaba a Rae. Hasta el tuétano, pero no sabía si podía confiar en ella. Incluso
superando que le preocupara cómo respondería, suponiendo que le hubiera
dado esa nota, ¿cómo podía seguir pensando eso después de estar conmigo?
Después de escuchar algo tan profundo y personal para mí, ¿cómo podía suponer
que yo...?
Bueno joder, supongo que al final, respondí exactamente como ella temía.
¿No fue una mierda?
Sacudiendo la cabeza, esperé a asegurarme de que se había ido antes de
atravesar las puertas traseras e inhalar el frío aire de octubre.
36

Davis
Tres días después de que Rae confrontara a Carl, comencé a perder la
cabeza.
Pensé que me haría sentir mejor si me enfrentaba al imbécil que había
puesto en marcha a Rae, pero luego ese momento fue robado por mi pequeño
escupefuego, que ya no era exactamente mío, y eso era lo que seguía dando
vueltas en mi cabeza.
Una y otra vez jodidamente.
Ella ya no era mía.
Cada día crecía mi disgusto por cómo la había tratado esa noche en el patio
de sus padres. La expresión de su rostro seguía repitiéndose en mi cabeza.
Intentaba dormir, pero luego veía su cara cuando la llamaba patética y se
desplomaba en el suelo.
Entonces mi cerebro me recordaría que ella había mentido y decidió no
confiarme su verdad.
Ella optó por ocultarme lo que nos unía, lo fundamental que requería su
honestidad. Que ella estuviera obsesionada conmigo cuando estaba en la escuela
secundaria no era algo de lo que avergonzarse, pero si queríamos un futuro
juntos, uno real, entonces tendría que basarse en la confianza mutua y la
honestidad. Yo era vulnerable con ella. Ese fue su momento para decirme quién
era ella… para explicarme que alguna vez me amó.
Cuanto más pensaba en la línea de tiempo que estuvimos juntos, más
sentido tenía nuestra primera ruptura. Fue el día que vino Gavin y hablamos de
Rae. Ella debe habernos escuchado, y justo después de eso ella...
Me dejó.
¿Cómo podría haberla acusado de intentar preparar todo esto? Dios, fui un
idiota.
Todo lo que sabía era que después de tres días, extrañaba a Rae. Mis perros
la extrañaban, toda la casa parecía extrañarla. Se sentía vacío y frío sin ella, y no
había dormido una sola noche en mi cama, porque ella no estaba en ella, y no
podía soportar mirar todas las cosas que puse allí para ella. Había dormido en el
sofá, pero eso me recordó a ella... y así, dormí en el suelo, al lado de mis perros...
donde jodidamente pertenecía.
Conducir hacia la casa de Roger y Millie fue como tragarse clavos. No estaba
ansioso; Yo estaba avergonzado. Entonces, el sentimiento ni siquiera estaba ligado
a mis nervios. Estaba en mi sangre, rugiendo para corregir el colosal error que
había cometido en su césped solo unos días antes.
Estacioné y comencé a caminar, me detuve cuando Roger empujó la puerta y
me encontró a mitad de camino.
—Entendido, yo… —comencé, pero su expresión severa me detuvo. Nunca lo
había visto tan dolido y enojado, y tenía todo el derecho de estarlo.
Da la vuelta y regresa, Davis.
Hice una pausa, tratando de envolver mi cabeza alrededor de él llamándome
así en lugar de Thomas. Fue un puñetazo.
—Tengo que ser yo quien ame a mi hija, porque le rompiste el corazón, y
tiene que haber algún hombre en su vida dispuesto a repararlo. Así que vete…
vive tu vida, sé feliz, pero déjanos en paz.
Me dio una última mirada y se dio la vuelta, dejándome allí en la acera con
mi corazón dando tumbos incómodamente y mi estómago retorciéndose.
Me quedé allí, mirando. Se me humedecieron los ojos, se me hizo un nudo en
la garganta y traté de convencerme de darme la vuelta, pero eran la única familia
que tenía.
Lo eran, y ahora no me querían.
Tal vez si traté de explicarle que la amaba, que fue un error. Tal vez si el...
Parpadeando, me sacudí y sin pensarlo más, giré sobre mi bota, en dirección
a mi camioneta.
Sabía que no estarían contentos conmigo, pero en el fondo, había asumido
que nuestra conexión sería más profunda y preservaría nuestra relación que
había existido fuera de Rae. Fui un idiota, porque Rae siempre había sido parte de
nosotros, una parte de mí, incluso sin saber que lo era, había una atadura que nos
había mantenido conectados.
Con manos temblorosas, fui al único otro lugar que se me ocurrió, ahora
dándome cuenta de que el auto de Rae ni siquiera estaba frente a la casa de sus
padres. Con cada bloqueo, comencé a pensar en lo que le diría... cómo haría para
arreglar esto. No podía simplemente actuar como si ella no hubiera mentido u
omitido su parte en mi vida. Tuve que enfrentar eso, pero si Rae no estaba lista…
o—
La comprensión de que Rae podría haberse dado por vencida conmigo
golpeó duro y rápido. ¿Por qué estaba asumiendo que todavía querría hablar
conmigo, después de lo que dije?
Mierda.
Aún así, tenía que tratar de verla, porque me estaba volviendo loco sin al
menos poner los ojos en ella.
Al detenerme frente a la casa de Nora, vi el auto de Rae estacionado en el
camino de entrada. Agarrando el volante, observé el auto como si fuera a estallar
repentinamente o desaparecer y luego respiré lentamente para calmarme. Fue
unos segundos después, viendo mi aliento nublarse frente a mí, que caminé. Las
primeras mañanas se habían vuelto frías a medida que llegaba el otoño, y con eso
me tomó más tiempo estar con Rae. Se suponía que iba a empezar cada una de
estas mañanas heladas conmigo, allá arriba, en la montaña. Se suponía que debía
estar allí para ver lo hermosas que se veían las hojas cuando comenzaban a
ponerse naranjas y sentir lo bien que se sentía el jacuzzi en esas amargas
mañanas.
Apretando los nudillos, golpeé la puerta de Nora y esperé. No pasó nada.
Llamé de nuevo y toqué el timbre por si acaso, pero nada.
¿Quizás estaba dormida y no podía oírme? Eran más de las ocho de la
mañana; ella se levantaría, ambos lo harían. Ya conocía sus hábitos de llamadas
telefónicas, y todas las mañanas alrededor de las siete, hablaban por teléfono
entre ellos.
Estaba a punto de dar la vuelta cuando la voz de Colson me detuvo. A través
de la pequeña cerca que separaba su jardín del de Nora, caminó hacia su
camioneta y encendió el motor para encenderla. Llevaba ropa más gruesa y
forrada y botas de suela gruesa, probablemente de camino al trabajo.
—Ella se ha ido. Ambos lo son —gritó, caminando unos pasos más cerca de
la media valla—. Se fueron hace unos días, ella y alguien que se parecía a tu novia
de esa cena.
Mierda. No había previsto que se marcharan.
—¿Sabes a dónde fueron?
Colson negó con la cabeza, moviendo su mirada fría detrás de mí una vez
antes de apretar la mandíbula.
—Pero, eh… ¿estás bien, con tu chica y todo? Parecía bastante molesta el
otro día cuando llegó aquí. Estaba arreglando mi camioneta y la oí llorar muy
fuerte.
La vergüenza sofocó mi respuesta, hasta el punto de que me costaba
respirar. No quería quedarme aquí y discutir todos mis problemas con alguien
con quien no me había mantenido en contacto, pero no era como si el resto de la
ciudad no supiera ya algo. Demonios, probablemente lo sabía, pero estaba
tratando de ser cortés.
—Solo jodí algunas cosas. Estoy tratando de arreglarlo.
Colson me dirigió una mirada de lástima antes de retroceder hacia su
camioneta.
—Si ayuda, oí a Nora gritar algo sobre tres días sin responsabilidades... eso
debería devolverlos a casa hoy o mañana.
—Gracias hombre. —Le di un asentimiento agradecido y regresé a mi
camioneta.
Podía esperar, y durante ese tiempo, decidiría qué decir para recuperar a
Rae.
***
El café caliente calentó mis dedos y me quemó la lengua. Me lo merecía,
porque estaba acechando la casa de Nora como un psicópata. Todos los días,
había regresado, viendo si habían regresado, buscando un par de faros que se
encendieran. Mientras no estaban, llamé al teléfono de Rae, pero ella nunca
contestó. Todavía no me había atrevido a enviarle un mensaje de texto, porque no
quería decir una mierda a través del mensaje, incluso si solo preguntaba dónde
estaba.
Todavía no estaba durmiendo, y mi rostro y mi cuerpo lo mostraban. No me
había afeitado en días, mi cabello estaba metido debajo de un sombrero,
manteniendo el desorden grasiento y apelmazado, y tuve que pedirle a Gavin que
fuera a mi casa y cuidara de todos mis animales ayer. Quería estar aquí cuando
volviera.
Tenía que ser.
Solo necesitaba una oportunidad para explicarme.
Escuchar su voz en mi cabeza, rogando por la misma oportunidad, me
persiguió mientras estaba sentado al otro lado de la calle, esperando que
apareciera el auto de Nora.
Con suerte, Rae sería misericordiosa y me daría la oportunidad de decir
algunas cosas, porque después de tanto tiempo sin ella, tenía varias palabras que
quería compartir. Pero con cada día que pasaba, esas palabras se reducían a solo
tres.
Recorriendo con mi mirada la calle, un destello azul me llamó la atención y
mi ritmo cardíaco se disparó.
Nora.
Lentamente, el auto avanzó por la calle y con cuidado maniobró en el
espacio más pequeño a la izquierda del auto de Rae y estacionó. Estaba fuera de
la camioneta, cruzando la calle, lista para abrir la puerta de Rae y sostenerla en
mis brazos durante cinco minutos antes de decir una sola maldita palabra. Pero la
cabeza de Nora se levantó y sus ojos azules se entrecerraron de una manera
determinada que me recordó demasiado a cuando Rae se enojaba.
—Ella no está aquí.
Me detuve en seco, el aire saliendo de mis pulmones a toda prisa.
—¿Qué?
Me acerqué un poco más para poder escucharla mejor.
Chasqueando su lengua con clara molestia, exhaló.
—Ella no está conmigo. Abordó un avión en Portland y allí nos separamos.
Me dirigí a casa y ella se dirigió... a otro lugar.
No, no lo volvería a hacer. Ni al pueblo, ni a sus padres.
No a mí.
Me obligué a formar las palabras que ardían en mi cabeza.
—¿A dónde fue?
—Colorado, creo. —Nora se inclinó para tomar una bolsa y luego cerró la
puerta de su auto—. Mira, ella solo quería un poco más de tiempo para
despejarse la cabeza. Ella no estaba lista para encontrarse potencialmente
contigo. Lo cual, dado que ya estás parado aquí, fue una buena decisión de su
parte.
—Solo necesito hablar con ella.
Traté de defender por qué estaba esperando aquí, claramente acechando
sus instalaciones, pero estaba empezando a olvidar por qué importaba. Amaba a
Rae, la quería de vuelta y haría lo que fuera necesario para recuperarla.
—Bueno, eso es excelente, pero se rompió un poco cuando la llamaste
patética, toda ella. Más allá de ella, actual ella... pisoteaste todas las piezas que
escondía del mundo, todas las cosas que odiaba de sí misma. Le prendiste fuego a
todo, ¿y ahora crees que todavía queda algo? —Ella resopló, sacudiendo la
cabeza mientras caminaba hacia la puerta principal—. Ojalá tuviera tu confianza.
Yo no estaba seguro. Estaba desesperado.
—Sé que me equivoqué. Sé que no merezco otra oportunidad, y ahora me
doy cuenta de por qué rompió conmigo la primera vez, pero no ha terminado. No
me importa cuánto tiempo le tome darse cuenta de eso, pero no es así. Si decide
irse de nuevo esta vez, la perseguiré.
Nora me miró con una expresión como si estuviera mirando a un animal
rabioso, pero no me importó. Regresé a mi camioneta y decidí que era hora de
llegar a casa y comenzar a creer que tenía la oportunidad de recuperarla.
37

Rae
Abrazando la almohada contra mi pecho, dejé que otra lágrima resbalara
por mi mejilla. Ahora que Nora se había ido, era libre de llorar y romperme sin
vergüenza. No es que me avergonzara llorar delante de ella, pero me daba cuenta
de que quería animarme y se sentía derrotada cada vez que yo volvía a caer en la
miseria. Esa fue una de las razones por las que decidí continuar mis ‘vacaciones0.
La otra era que simplemente no estaba preparada para volver a ver a Davis por la
ciudad.
Colorado parecía un buen sitio. Podría ver las Rocosas y aprender a hacer
senderismo. Era algo que había querido hacer desde aquel momento de
serenidad en el monte Macon, cuando me desvié a un lado de la carretera.
Aunque las montañas que me rodeaban parecían tener algunas propiedades
curativas mágicas, nada de lo que vi se comparaba con mi montaña.
A los dos días de viaje, me di cuenta de que lloraba. Había supuesto que
todas las montañas me harían sentir completa, como lo había hecho el monte
Macon. Odiaba lo equivocada que estaba y lo desesperada que estaba por volver
a casa. Quizá ya era hora. Al principio había planeado una semana, pero cada día
resultaba ser una experiencia más dolorosa que la primera vez que había salido
de casa. Se suponía que el tiempo haría que el dolor remitiera, que fuera más
llevadero. Así funcionó la primera vez... pero ahora tenía que luchar contra los
recuerdos.
En mi teléfono había fotos de Davis sonriendo mientras me besaba el
estómago, algunas de él riendo mientras me abrazaba. Tenía imágenes de él sin
camiseta, mientras me miraba por encima del borde de su taza de café. Fotos de
Dove y Duke, de las gallinas y las cabras. Tenía toda una vida en mi teléfono, y me
parecía que no podía meter todo eso en una caja y verlo salir de mi vida. Quería
aferrarme a todo ello con los dedos ensangrentados.
Pero esa era la antigua yo. La que pensaba que podía obligar a alguien a
quererla. Ya no.
Tenía que madurar y empezar a aceptar que no todo iba a ser tan sencillo.
Davis no me quería y tenía que dejarlo ir.
***
Tres días después recibí un mensaje de Nora.
Nora: ¿Volverás pronto?
Me había dejado el texto toda la mañana mientras caminaba por una
pequeña cumbre con un grupo de turistas que querían explorar la zona con
seguridad. Una vez de vuelta en mi tienda, tiré de él y me mordí la uña.
Yo: Sí, no estoy segura de cuándo... ¿Va todo bien?
En parte, estar aquí sólo me servía porque no me alojaba en hoteles.
Acampaba y sabía que no era seguro hacerlo sola, pero me uní a un grupo de
mujeres mayores y algunos turistas de Corea y Japón. Todos eran tan amables y
serviciales que enseguida se convirtieron en una pequeña familia.
Nora: Todo está bien ... um ... sólo, bueno, hay un poco de una situación, pero
está bien.
Fruncí el ceño y respondí.
Yo: ¿Qué quieres decir? ¿Están bien mis padres? ¿Y los tuyos? ¿Qué les
pasa?
Nora: Todo está bien, nuestros padres están bien. Te lo diré cuando vuelvas,
está bien. Y sé que no tienes mucha batería.
No se equivocaba, nuestro pequeño grupo tenía un pack de baterías que nos
turnábamos para sentarnos y cargar en las paradas de camiones que tenían
duchas y puertos de carga. Luego compartíamos el pack cuando necesitábamos
un poco de batería para nuestros teléfonos.
Yo: ¿Estás segura?
Nora: Sí, bloqueaste su cara, ¿verdad? ¿No ha estado llamando o mandando
mensajes?
Por su cara, se refería a Davis.
Yo: Sí, lo he bloqueado. No he sabido nada, ¿estás segura de que todo va
bien?
Nora: Sí, vete de excursión, cúrate y vuelve cuando estés lista.
Dudé un segundo, pero me di cuenta de que tenía razón. Necesitaba
curarme. Me debía a mí misma quedarme.
Yo: De acuerdo, te quiero.
***
—¡Lo has hecho increíble!— felicité a Ellis, mi compañera de tienda de
setenta y dos años, echándome a la boca un puñado de nueces.
—Estaba segura de que iba a resbalar. —Sonrió, con la cara brillante y
sonrojada por la euforia.
Hablando mientras masticaba, negué con la cabeza.
—Sabía que lo tenías.
Seguíamos caminando alrededor de pequeñas cumbres, ignorando las
miradas de mochileros más experimentados y montañeros nativos acostumbrados
a la altitud de Colorado y al frío. Hacía un frío que pelaba y, aunque nuestro guía,
Jonathan, prometía que aún era perfectamente seguro acampar en octubre, cada
vez más miembros de nuestro grupo habían empezado a desvanecerse. Ellis y yo
habíamos decidido compartir una tienda más pequeña para ayudar con el calor.
Ellis estaba aquí dándose una segunda oportunidad en la vida después de haber
abandonado un matrimonio que nunca quiso después de casi treinta y cinco años.
Me sentí afín a ella por eso. Obviamente era diferente de mi situación, pero
ambos estábamos solteros y nos estábamos encontrando a nosotros mismos.
Cuando volví a la tienda, encontré un nuevo mensaje de Nora. Me había
estado enviando mensajes cada vez más a menudo, pero sólo pequeñas cosas
aquí y allá, nada del otro mundo. También había estado llamando a mis padres
dos veces por semana para ver cómo estaban, así que sabía que en casa no
pasaba nada demasiado loco. Por lo que parecía, el gruñón había vuelto a evitar
la ciudad, o al menos eso supuse, ya que no sabía nada de él.
Así que saqué una barrita de proteínas y leí sus mensajes.
Nora: Bueno ... por lo que, has estado en Colorado durante dos semanas. Te
echo de menos.
Nora: No es sólo que te eche de menos. Han pasado algunas cosas aquí... No
he sido exactamente sincera al respecto, porque quería que tuvieras tu tiempo...
Nora: Tienes que venir a casa, creo que es bastante grave.
¿Qué demonios? Estaba a punto de abrir su contacto para llamarla cuando el
nombre de mi madre parpadeó en mi pantalla.
—¿Hola?
—Rae, cariño… —Sonaba tan suave, exactamente lo contrario del pánico en
los mensajes de Nora.
—Hola mamá, ¿todo bien?
Mastiqué mi barrita, moviendo algunos objetos de mi mochila, ordenando mi
ropa sucia y limpia.
—Bueno... cariño, las cosas no están tan bien aquí. Tienes que volver.
Mi estómago se apretó de los nervios. Primero Nora, ahora mi madre. ¿Qué
demonios estaba pasando?
—Mamá, ¿qué pasa? Nora mencionó algo y…
—Es Davis, cariño. Él es... sólo tienes que volver.
La preocupación se enroscaba en mi corazón como una cuerda, tirando más
y más fuerte con cada segundo que pasaba mientras intentaba encontrar las
palabras adecuadas para decir, pero lo único que me venía a la mente era pánico.
—¿Es...? —Ni siquiera pude preguntar, porque ¿y si no estaba a salvo? Cerré
los ojos y me llevé una mano temblorosa a la cabeza para apartarme el cabello—.
¿Está bien?
Mi madre hizo una pausa y el silencio pareció desgarrar una nueva fisura en
mi corazón.
Estaba demasiado lejos. Si le hubiera pasado algo, nunca me lo perdonaría.
—Su hermano murió, cariño. No lo está llevando bien...
Ay, Dios mío. No. Eso no puede estar bien. Iba a llamar; iba a conseguir un
cierre.
—¿Rae?
—Lo siento, ¿dijiste su hermano?
—Sí, cariño, su hermano Timothy. Murió, y… —No oí el resto. No podía
escucharla decirme que Davis había perdido a la única persona que estaba
ligada a su redención. La única persona que podría haberlo hecho completo.
—¿Cariño? —Pude escuchar el eco de mi madre desde el altavoz del
teléfono, con la voz entrecortada, y debió de escucharme sollozar porque ya no
podía controlarlo.
—Ya voy. Estaré allí tan pronto como pueda.
No necesitaba escuchar nada más. Colgué y empecé a meter mis cosas en la
mochila, a enrollar el saco de dormir y a guardar todas mis pertenencias.
Ellis me encontró intentando atar un par de botas extra al lateral de mi
mochila con dedos temblorosos. Me abrazó con fuerza y me susurró cosas
tranquilizadoras mientras me frotaba la espalda. Sollocé, liberando todos mis
miedos en un murmullo. Estaba demasiado lejos y necesitaba volver con él.
Suponiendo que me quisiera. Alejé ese pensamiento porque no importaba.
Yo lo amaba y él me necesitaba. Incluso si él no iba a amarme de vuelta, yo
estaría allí para apoyarlo.
Eso es lo que hacía el amor. Nos convertía en idiotas leales, dispuestos a
saltar de un precipicio por las personas que nos importaban. Estaba a punto de
embarcar en el vuelo más caro que pudiera encontrar, sólo para volver con él,
cuando Ellis se volvió hacia mí, guardando su teléfono en el bolsillo.
—Te encontré un vuelo. Sale esta noche de Denver. Te llevará a Portland; es
lo más cerca que puedo llevarte.
Asentí con la cabeza, las lágrimas cayendo de mis pestañas mientras
procesaba lo que Davis debía estar sintiendo. Odiaba no saber cuándo había
fallecido su hermano, y odiaba aún más haberlo bloqueado y que ahora, si abría
la puerta a la comunicación, me rechazara.
Tenía que ser en persona.
—Haré que alguien me recoja y me lleve el resto del camino. Muchas gracias
por todo. —La abracé fuerte y me metí en el Uber que había llamado, luego recé
para que mi vuelo no se retrasara.
38

Rae
Mi padre me saludó cuando salí del aeropuerto. No me molesté en revisar
ninguna maleta, simplemente abandoné todo lo que no cabía en mi equipaje de
mano. No quería perder ni un solo minuto en volver a casa. Esta vez, no tuve
problemas para pedir que me llevaran, sabiendo que mis padres querían que
volviera lo antes posible.
—¡Papá! —llamé, corriendo a sus brazos.
Me apretó contra su pecho con fuerza antes de soltarme y ayudarme con mi
mochila.
—¿Mamá está en casa? —Me metí en el asiento del pasajero y me abroché.
Sabía que parecía que había estado acampando durante las últimas dos semanas,
pero no me importaba. No le había dado una sola mirada a nadie que me mirara
con desdén en el vuelo. Ellis no solo había reservado mi vuelo, sino que también
lo había pagado y se aseguró de que estuviera en primera clase, para que al
menos no estuviera hombro con hombro con nadie durante el vuelo.
Tuve que llamarla y decirle que estaba a salvo con mi papá. Sin embargo,
tendría que enviar un mensaje de texto, porque iba a interrogar a mi padre para
obtener más detalles.
Cuando se alejó del carril y salió del aeropuerto, traté de respirar por la
nariz y calmar mi corazón acelerado.
—¿Qué pasó? ¿Cómo es que nadie me lo dijo?
Había comenzado a reconstruir las cosas, por lo que Nora me había escrito
vagamente sobre que algo estaba pasando pero que no era gran cosa. Ella tenía
que estar hablando de esto, lo que me puso furioso. Ella tenía que saber que yo
querría saber...
Aunque nunca había compartido con ella el devastador pasado de Davis.
Aún así, ella tenía que saber que esto habría sido algo de lo que yo necesitaba
ser consciente.
Papá dejó escapar un profundo suspiro.
—Su hermano falleció hace algún tiempo, pero nos acabamos de enterar. —
Estaba tratando de entender lo que eso significaba cuando volvió a hablar—.
Poco después de su ruptura, Davis vino a la casa.
No había pensado que lo intentaría... pero supongo que tenía su propia
relación con ellos.
—Pero yo… yo lo rechacé, y sé lo que dijiste, pero tu madre y yo…
estábamos furiosos por lo que te dijo en el césped esa noche, así que le dije que
no volviera.
El chasquido en su voz me dijo que se estaba castigando horriblemente por
lo que dijo.
Observé la oscuridad fuera de la ventana y traté de mantener las lágrimas a
raya, necesitando en este momento ser fuerte, si no por mí, entonces por las
personas que amaban a Davis.
—Después de eso, se enteró por Nora de que no habías regresado, y creo
que algo en él se quebró. Estaba en la ciudad con más frecuencia de lo normal,
consultando negocios, haciendo un seguimiento de las cosas que habías
establecido con ellos. Comenzó a hacer proyectos en los que reemplazó los
letreros de las tiendas locales y agregó pequeños accesorios rústicos aquí y allá.
Nadie del ayuntamiento había firmado nada; todo estaba en proceso, hasta donde
sabíamos.
Sacudiendo la cabeza, confirmé sus pensamientos.
—Todavía no me había reunido con ellos; Estaba esperando hasta tener la
oportunidad de conversar con todos los dueños de negocios, o al menos hasta
tener una propuesta para mostrarles.
Davis debe haberlo encontrado. Llevaba uno de sus cuadernos y empezó a
ladrar órdenes a la gente. Descubrió que los padres de Nora se iban a mudar, así
que compró su tienda. No estaban listos para vender, pero él no quería
arriesgarse a que la competencia entrara. Creo que estaba tratando de hacer
todo lo posible para mantener vivo tu sueño, y luego…
Mi garganta estaba apretada, mi visión se nublaba con lágrimas mientras
continuaba mirando las luces de la ciudad a lo largo de la interestatal.
La voz de papá se estremeció mientras continuaba.
—Entonces simplemente desapareció… se fue. No iba a venir a la ciudad
por nada, ni repuestos, ni comida, ni gasolina... y eso nos preocupó tanto a tu
madre como a mí, así que fuimos a su casa y lo encontramos borracho, mirando
una foto en blanco y negro de su hermano.
Mi corazón dio un vuelco al recordar esa foto de su familia que finalmente
había sacado.
—Millie empezó a limpiar y le habíamos llevado comida, pero nos dimos
cuenta de que no estaba bien. Durante unos días, pensamos que se recuperaría,
pero parecía empeorar. Cuando preguntábamos qué podíamos hacer, o
conseguirlo, simplemente repetía tu nombre.
Había tantos sentimientos sucediendo dentro de mí, todo se sentía
combustible, como si en cualquier segundo un fusible se encendiera y todo de mí
explotara en mil pedazos.
¿Qué significa que dijo mi nombre? ¿Me había perdonado, me deseaba?
—¿Qué paso después de eso?
Papá dejó escapar otro profundo suspiro, llevándose la mano a la frente.
—Luego comenzó a destrozar su casa, diciendo que no se merecía nada de
eso. No después de lo que te dijo, no después de lo que le hizo a su hermano…
Cariño, tu mamá y yo hacíamos turnos con él, pero se subió a su camioneta y se
fue mientras tu mamá dormitaba. Todavía no lo hemos encontrado.
Ay dios mío.
Un jadeo se atascó en mi garganta.
—¿Qué quieres decir con que no lo has encontrado?
No podía perderlo.
Con dedos temblorosos, saqué mi teléfono y miré nuestro hilo de mensajes
antes de que lo bloqueara. Lo reactivé mientras estaba en el avión, y ahora que
estaba fuera, una parte de mí esperaba que sonara con una notificación de él.
Tenía la esperanza de que, de alguna manera, supiera que yo estaba aquí, lista
para hablar.
Incapaz de oír más, me acurruque contra la puerta y cerré los ojos,
esperando no ser demasiado tarde.
***
Llegamos a Macon al amanecer. El pueblo dormía, pero pude ver lo que mi
papá había dicho sobre los letreros y las tiendas. La mayoría de ellos estaban a
medio terminar. Observé mientras pasábamos tienda tras tienda, pero papá
siguió subiendo, hasta que llegamos a Mount Macon y nos detuvimos en el
camino de entrada de Davis.
Nuestro camino de entrada, tuve que empezar a decir eso en mi cabeza
porque me estaba mudando hacia atrás, e íbamos a superar esto.
Una fina capa de nieve cubría algunos parches en el suelo y la inclinación de
la línea del techo, pero por lo demás, el suelo del bosque estaba simplemente
frío. Miré hacia arriba para ver el zarcillo de humo que siempre salía de la
chimenea a esta hora de la mañana, pero no estaba allí.
La ausencia se sentía tan fría como saber que Davis no estaba aquí.
Tan pronto como estacionamos, salí por la puerta y subí corriendo los
escalones.
Mi madre abrió la puerta principal, sosteniendo una manta sobre sus
hombros, con el rostro tenso por la preocupación.
—Oh cariño. —Me rodeó con los brazos y dejó caer la manta, revelando que
había dormido con la ropa puesta. Me pregunté cuántas noches había hecho eso.
—Está bien, mamá. Lo encontraremos.
Sabía que lo haríamos. Podía sentirlo.
Ahora que estaba en casa, me sentía más en paz. Todo seguía oliendo a él, y
eso solo fue suficiente para animarme a prepararme, y más que nada, a estar
tranquila.
Tomé mis cosas arriba y entré en nuestra habitación, donde la cama todavía
estaba desordenada cuando Davis había dormido en ella. Ninguna de mis cosas
fue movida del tocador. Todavía no había mudado todo, pero había dejado
algunos conjuntos aquí con el tiempo. Así que me duché y luego me vestí.
Preparé el desayuno de mis padres y luego comencé a limpiar.
—Rae, cariño, ahora que estás aquí, deberíamos idear un plan. Papá estaba
pensando en llamar al pueblo para ayudar a buscarlo.
Con las mangas de la franela que había robado del armario de Davis
enrolladas hasta los codos, recogí los pocos platos y comencé a enjuagarlos.
—¿Rae?
Sonriendo a mis padres, cerré el grifo.
—No, no necesitamos hacer eso. De hecho, necesito que ambos regresen a
casa. Si quieres venir aquí, eres más que bienvenido, pero asegúrate de traer
todas las cajas que había empacado y que están en mi habitación.
—Seguramente, ¿no hablas en serio acerca de no salir? —mi papá preguntó
con un tono incrédulo.
—Lo conozco, y sé que volverá. Lo importante es que estoy aquí cuando
suceda. Si un montón de gente va a buscarlo, no bajará. Aclarar. Él sabrá que
estoy en casa.
Mis padres se miraron largamente, pero fue mi madre quien dobló la manta
que estaba agarrando y la colocó sobre el respaldo del sofá.
—Vamos, cariño. Me vendría bien una buena noche de sueño.
Mi papá se mostró reacio. Se frotó la nuca, frunciendo las cejas, pero con una
mano suave de mi madre en el brazo, cedió con un suspiro.
Una vez que se fueron, fui a encender un fuego, pero me di cuenta de que no
había leña.
Eso estuvo bien. Había visto a Davis hacerlo tantas veces que sabía qué
hacer. Caminé hacia atrás y hacia un lado, donde estaba la pila de madera, y vi
que todavía había mucha picada, solo necesitaba llevarla adentro. Entonces,
recogí tantos troncos con mis brazos como pude y encendí fuego en el hogar.
Entonces, cociné.
Arrojé el pollo a la olla de barro y puse música baja en Alexa, encendiendo
pequeñas lámparas a medida que el día se desvanecía. Hice nuestra cama, limpié
nuestro baño y me bañé.
Vi salir las estrellas, mientras tomaba té en el porche trasero.
Luego dormí sola en nuestra cama, abrazando la almohada que olía a él
contra mi pecho.
A la mañana siguiente, escuché grava crujiendo debajo de los neumáticos,
tiré las cubiertas y corrí escaleras abajo.
Abriendo la puerta, fue el SUV de mis padres el que se detuvo, no el camión
grande que esperaba. Junto a su Rover estaba mi pequeño Toyota, conducido por
mi mamá.
Mi padre había traído mis pertenencias, tal como le pedí. Ni una sola vez él o
mi mamá me preguntaron o lo que quería mientras me ayudaban a subir mis
maletas adicionales. Cuando estaban listos para irse, papá me dio un beso en la
frente y luego se fue.
Seguí, como lo hice el día anterior, comprobando que las cabras y las
gallinas estuvieran alimentadas y cuidadas, y encendí un nuevo fuego. Hice una
nueva comida en la olla de cocción lenta, esta vez chuck asado. Pensé que
congelaríamos todo lo que no se comiera, lo que nos ayudaría a mantenernos
abastecidos durante el invierno.
Luego, subí las escaleras y comencé a desempacar mis cajas. La ropa entró
en el armario; desempacaron los zapatos y todos mis pequeños efectos se
dispersaron por toda la habitación. Junto a mi cama, conecté los cargadores de mi
lector electrónico y celular, y saqué el libro que Davis me había leído junto al
fuego.
Esa noche, tomé otro baño, y esta vez, algunas lágrimas de preocupación se
deslizaron.
Creí con todo mi corazón que Davis volvería por mí. Sabía que lo haría, en el
fondo, pero mi bravuconería comenzó a desvanecerse con cada día que pasaba.
***
Fue el quinto día de hacer los movimientos cuando me di cuenta de que
podría estar equivocado.
Luego, como una avalancha, la culpa me sofocó al pensar en él,
probablemente muerto y perdido, no rescatado, y todo por mi culpa. Todavía no
había mucha nieve en la montaña; no habría ninguna razón real para preocuparse.
Aún así, me mordió el estómago.
Al abrir la puerta principal, usando solo una de sus camisas largas, vi la
lluvia golpear mi auto con tanta fuerza como balas.
Consideré, no por primera vez, caminar por la zona, tal vez para ver si podía
usar mis habilidades introductorias de senderismo que había aprendido en
Colorado para tratar de encontrarlo, pero tendría que ser una vez que dejara de
llover. Dejé la puerta abierta mientras me acurrucaba bajo una manta en el
columpio del porche y observaba cómo los árboles altos se mecían bajo el fuerte
aguacero y pequeños riachuelos caían del techo del taller. Observé, deseando
que Davis apareciera, rezando para que su camión apareciera a la vista en
cualquier momento. Esperando que la lluvia lo alejara de la montaña y lo arrojara
a mis brazos. Vi como la lluvia inundaba mi mundo, hasta que mis párpados se
volvieron pesados, y finalmente dejé que se cerraran.
39

Davis
En retrospectiva, debería haberme asegurado de que el bidón de gasolina
extra estaba en la parte trasera de la camioneta antes de salir. Pero no estaba
pensando cuando me fui.
Así que, hace tres días, cuando vi el pequeño rizo de humo que se elevaba
desde el lugar de la montaña donde sabía que estaba mi casa, se me revolvió
algo en las tripas. Mientras estuve en casa y Millie me vigiló, ni una sola vez
intentó encender un fuego. No creía que supiera hacerlo.
Roger tampoco, aunque quizá supiera cómo, pero ¿por qué iban a estar en
mi casa si yo no estaba? Las gallinas y las cabras estarían bien durante unos días,
y yo sólo necesitaba algo de espacio para aclarar mis ideas. Lejos de las paredes
que me recordaban a ella, a su olor y a sus cosas que seguían en mi casa.
Necesitaba detener el crujido de mi pecho, pero a mi alrededor todo parecía
vacío. Pero ahora, había alguien en mi casa. Sabía que no era Gavin, y aunque no
me había llevado el teléfono, sabía que si tenía mi móvil y le llamaba, me diría lo
mismo que hace una semana, que seguía en Georgia, visitando a su familia.
No, en el fondo de mis huesos, sabía que era ella. Ella había vuelto.
La euforia aceleró mis pasos, que se hicieron cada vez más difíciles con la
lluvia que había comenzado y se hicieron casi imposibles a medida que el
aguacero continuaba durante la noche, y al día siguiente.
Estaba a un kilómetro y medio de casa y mis perros ya no querían
esperarme: echaron a correr. No estaba muy lejos cuando por fin llegué a la
cresta de mi camino, y efectivamente, su auto estaba aparcado delante de la casa.
Estaba en casa.
En casa.
Aquí. Esperando.
Recorrí a paso ligero el resto del espacio entre el camino de entrada y la
casa, pero me detuve en seco cuando me di cuenta de quién estaba hecha un
ovillo bajo la manta del porche. Tenía el cabello oscuro y rizado por la lluvia, la
cara desmaquillada y dormida, probablemente porque mis perros intentaban
despertarla, y ahora la grava crujía bajo mis botas y ella no se movía.
¿Estaba viva?
Joder. Ese pensamiento me atravesó a un nuevo nivel después de escuchar lo
de mi hermano.
Mierda, si la perdía... no podría...
Sacudiendo la cabeza, aparté ese pensamiento y dejé todo mi equipo en el
porche, agachándome y tomándola en brazos.
Seguía durmiendo cuando entré con ella en la casa y cerré la puerta. Había
pequeñas lámparas encendidas, calentando el espacio, junto con un fuego cada
vez más bajo, y olía como si hubiera estado cocinando algo.
Subí las escaleras con Rae en brazos, la estreché contra mi pecho y le di un
beso en la cabeza. Se despertó un momento después, justo cuando entré en la
habitación. Pasé por alto la cama, que parecía recién hecha, y la llevé a la
encimera del cuarto de baño.
Unos dedos tiernos subieron por mi pecho, por encima de la ropa, hasta que
me acarició la mandíbula.
Apreté la frente contra la suya y la respiré. Una sensación de ardor amenazó
con desgarrarme al darme cuenta de que estaba aquí, en mis brazos. Por un breve
instante, todo volvió a estar bien en el mundo.
—Has vuelto —murmuré en el minúsculo espacio entre nuestros rostros.
Sus dedos subieron por mis orejas hasta mi cuello.
—Tú también.
El sonido de la lluvia resonaba a nuestro alrededor mientras permanecíamos
unidos. Ella sobre la encimera, en mis brazos, mi frente pegada a la suya. Sabía
que las palabras llegarían, pero ella parecía darse cuenta de que llevaría tiempo.
Así que me moví. Levanté la camisa que reconocí como mía por encima de
su cabeza, dejándola desnuda salvo por sus calcetines altos y su ropa interior.
Empezó a desabrocharme la franela, empezando por la garganta y bajando
hasta quitármela de los hombros.
Le rocé la piel a lo largo de la caja torácica, dejando que mis dedos la
rozaran con avidez. Un silbido pareció llenarme la cabeza cuando empecé a
trazar patrones en su piel, marcándola. Memorizándola. Era el silencio sordo que
me invadía desde que ella se marchó, y luego mi hermano... Se había ido, había
salido de mi vida, pero siempre quedaba la esperanza de que volvería. Que
arreglaríamos nuestro desastre y volveríamos a estar juntos, si pudiera hablar con
él.
Ahora, él se había ido, pero Rae... ella estaba aquí. Había vuelto y... se me
hizo un nudo en la garganta al pensar en perderla.
—Lo siento —susurré entre nosotros mientras me subía la camiseta y me la
ponía por encima de la cabeza—. Pero eres mía. —Me estremecí cuando sus
dedos retorcieron el botón cobrizo de mis vaqueros, aflojándolos y bajándomelos
por las caderas—. Siempre, para siempre —le besé el cuello mientras me bajaba
los calzoncillos— mía.
Agarrando su pie izquierdo, le quité el calcetín y luego el derecho. Mis
sucios dedos buscaron su ropa interior y tiraron suavemente de ella para
bajársela por las piernas. Luego volvió a juntar sus manos en la base de mi cuello
mientras yo tiraba de ella hacia mi pecho.
Entramos en la ducha, abrí el grifo del agua caliente y dejé que se llenara de
vapor antes de volver a apretarla contra la fría pared de azulejos. Sus labios
encontraron primero el espacio junto a mi ojo, luego mi oreja, y lentamente a lo
largo de mi mandíbula, hasta que capturó mis labios en un beso hecho de una
salvaje esperanza que parecía desgarrarla mientras movía su cuerpo contra el
mío.
Hambrienta y áspera, meció sus caderas contra las mías, tirándome del
cabello hacia atrás y besándome a lo largo del cuello.
Se lo permití, porque no podía entender que estuviera aquí, en mis brazos
otra vez. No la merecía; joder, probablemente sólo había vuelto porque sus
padres la habían obligado. Pero era demasiado egoísta para preocuparme en ese
momento.
Dejándola bajar, tomó un bote de champú y tiró de mi mano.
—Siéntate.
Hice lo que me dijo, intentando relajarme en el chorro caliente.
Me metió los dedos en el cabello mientras me echaba champú, me
enjabonaba y me limpiaba el cuero cabelludo. Cerré los ojos, la dejé trabajar e
intenté olvidar la última semana.
La mayor parte se fue. El estrés por perderla, el agujero en el centro de mi
pecho, el miedo a no volver a abrazarla ni a besar sus labios. Todo se desvaneció,
hasta que sólo quedó la grieta del dolor por mi hermano.
Rae se puso sobre mí y empezó a usar una pastilla de jabón, lavándome la
espalda y luego el pecho, con movimientos lentos y sensuales. Luego se frotó la
pastilla de jabón en las manos, haciendo espuma, y se arrodilló frente a mí para
lavarme la polla. Fue algo íntimo, mucho más íntimo que todo lo que habíamos
hecho hasta entonces. En lugar de levantarla de nuevo y follármela contra la
pared, me enjuagué y cerré el grifo, ayudándola a salir de la ducha.
Sin tomar una toalla para ninguno de los dos, la llevé, empapada, al
dormitorio. Tiré de la manta y la enrollé alrededor de nuestros cuerpos desnudos,
y nos acurrucamos bajo las sábanas. Luego la atraje hacia mi pecho, curvando mi
cuerpo alrededor del suyo.
El silencio parecía envolvernos, con la misma fuerza con la que yo la
estrechaba contra mi pecho. Amenazaba con ahogar cualquier esperanza que
tuviera de arreglar lo que había roto, así que me aclaré la garganta y confesé.
—No quise decir nada de eso… —Dejé que mi disculpa se desvaneciera en
el silencio, esperando que ella me detuviera allí, permitiéndome la salida del
cobarde. ¿No lo había hecho demasiadas veces?
»Sólo me dolía que no me lo hubieras dicho. Pero por favor créeme, no era
mi intención, cariño. Perdóname. —Besé su cuello, rodeándola con mi mano, hasta
que mi palma estuvo sobre su estómago—. Sé que no merezco tenerte aquí
conmigo, ni siquiera tenerte, y no quiero tu compasión. Sólo te quiero a ti, a tu
verdadero yo, aunque eso signifique que tardes en perdonarme.
Se giró en mis brazos hasta quedar frente a mí y volvió a rodearme el cuello
con las manos, enredando los dedos en mi cabello.
—Nunca tendrás compasión de mí. Jamás. —Me dio un beso en la mandíbula
y frunció el ceño—. Siento mucho no habértelo dicho. Estaba asustada, sobre todo
después de que Gavin y tú hablaran de mí. Me asusté.
Pensé en el día en que Gavin había aparecido y sacudí la cabeza.
—Lo siento, es una mierda que hayamos hablado de ti. Odio que hayas
tenido que escuchar algo de eso.
—Lo sé, y sé que debería habértelo dicho, y siempre quise hacerlo, pero
nunca me pareció bien. Me avergonzaba esa parte de mi vida. Estaba tan
avergonzada.
La acerqué por la cadera.
—Es una parte de nuestro pasado, y siempre estará a salvo aquí —tomé su
mano y la coloqué sobre mi corazón— siempre. Pero sé que no merezco tu
perdón. No puedo imaginar lo dolorosa que fue aquella noche en que me
descubriste...
Cerró los ojos y respiró por la nariz.
—Pensé que eras cruel. Durante tanto tiempo creí que yo era sólo una broma
para ti.
—Nunca. —Le di un beso en la nariz y luego en los labios—. Escuché tu
enfrentamiento con Carl.
—¿Lo escuchaste?
Asentí con la cabeza.
—Tu padre tiene la teoría de que tenía una venganza contra mí después de
enterarse de lo que había hecho...
Se me cortó la voz, incapaz de pronunciar la palabra.
El dolor volvió a golpearme como un tren de mercancías. Ella pareció
comprenderlo, pues su mano se acercó a mi mandíbula.
—Lo siento mucho —susurró—. Lo siento tanto, tanto.
Las lágrimas me quemaban la garganta, y en ese momento, con ella, la única
persona de este planeta a la que confiaba mi vida, dejé caer las lágrimas por mi
hermano y dejé que la mujer a la que amaba me sostuviera mientras me
derrumbaba.
No quería llorar. Odiaba que las lágrimas no pararan de salir. Odiaba lo
débil que me hacía sentir. Así que, agarrando su mandíbula, me giré hasta que la
tuve debajo de mí. Unos ojos azules me devolvieron la mirada, dos trozos de
océano arrojados a mi mundo lleno de piedras.
¿Cómo había podido perderme esto? Eran los mismos que me detuvieron
cuando ella estaba en aquella biblioteca, la misma corriente eléctrica que me tiró
del pecho cuando me encontró.
El mismo acorde ondulando a través de mí todos estos años después,
destinado a mí.
Mía.
Apretando mis labios contra los suyos, desplacé mi mano por su cuerpo
hasta sujetarla por la cadera. Su lengua se deslizó contra la mía, intensificando
nuestra conexión y recordándome lo hambriento que estaba de ella. Le abrí la
pierna, me elevé sobre ella, me acomodé entre sus muslos y apoyé los brazos a
ambos lados de su cara.
—Eres mía, Rae —susurré, apretando un beso febril en sus labios—. Para
siempre, ¿me entiendes? —Me deslicé lentamente dentro de su calor, sintiendo su
calidez envolverme.
»No puedo estar sin ti. —Me moví, empujando con fuerza mientras ella se
sacudía hacia delante, dejando escapar un gemido bajo—. Nunca más —ronqué
en su piel mientras la follaba lentamente—. Nunca más.
Mordiéndole el hombro, giré las caderas, moviéndome más deprisa, y ella
empezó a responder a cada uno de mis golpes con una fuerte embestida.
—Nunca —susurró, pasando sus dedos por mi pecho. Levantó la pierna para
que yo tuviera mejor acceso. Pasé las manos por debajo de su culo y la atraje
hacia mí mientras la penetraba profundamente. La conexión era mucho más fuerte
que en cualquier otra ocasión en la que habíamos follado.
Me hizo sentir despojado de cualquier armadura que había puesto sobre mi
corazón como protección contra ella.
Todavía me estaba moviendo dentro de ella cuando me apartó el cabello de
la cara y sonrió.
—Te amo, Davis Brenton. Siempre te he amado.
Me rompí.
Empujando mi cara hacia su cuello, para que no viera mis lágrimas, aumenté
mi velocidad, tirando de su culo contra mi polla, una y otra vez, hasta que se
apretó a mi alrededor y empezó a gritar mi nombre.
Liberé dentro de ella, jadeando con cada bombeo, hasta que me agoté.
Esperamos allí, los dos jadeando mientras ella dibujaba palabras en mi piel.
Luego selló lo que habíamos hecho diciendo—: Sólo tuya. —Ralentizó su
respiración, mientras me miraba fijamente con esos grandes ojos azules, y sonrió
—. Sólo he sido tuya.
***
Rae estaba de pie en nuestra cocina, descalza, con sólo una de mis camisas
puestas, cuando decidí que me había cansado de esperar. Habían pasado tres
días desde mi regreso y casi todos los momentos que habíamos estado
despiertos los habíamos pasado el uno dentro del otro.
Parecía ser la única forma que tenía de comunicar mis sentimientos con
eficacia. No estaba preparado para hablar y, aunque Rae no me había presionado
para que lo hiciera, sabía que no podíamos seguir manteniendo relaciones
sexuales cada vez que el dolor de perder a mi hermano empezó a aflorar. Cada
vez que sentía que mi pecho estaba a punto de derrumbarse, agarraba a Rae, le
abría las piernas y me metía dentro. Ella también parecía desesperada por
ayudarme a superar el dolor, así que estaba más dispuesta que nunca a hacer
todo lo que yo quisiera.
Lo que incluía unas cuantas noches pervertidas en la camioneta. Íbamos
conduciendo, con la esperanza de que eso me ayudara a hablar, pero cada vez,
simplemente agarraba a Rae por el cabello y tiraba de su boca hacia la mía, y de
repente estaba desnuda otra vez, a horcajadas sobre mí hasta que las ventanillas
se empañaban y no nos quedaba otra cosa que conducir de vuelta y cenar, o irnos
a dormir.
Sabía que no podíamos seguir así, sobre todo porque Rae tenía que volver a
trabajar en el ayuntamiento y reunirse con las empresas para tratar todo lo
relacionado con su ausencia.
Pero al verla ahora, en nuestra casa, el lugar donde quería empezar una vida
con ella, por fin ocurrió. Las palabras salieron.
—Te estaba esperando... o al menos, lo intentaba. El pueblo, por una vez,
había aceptado mi ayuda para arreglar el exterior de sus tiendas, y varios chicos
incluso se ofrecieron a ayudarme siempre que lo necesitara. Colson también me
ayudó, ofreciéndome materiales y mano de obra… —Me entretuve, bebiendo un
sorbo de agua mientras Rae me observaba atentamente en silencio. Pasaron unos
instantes, terminó su bocadillo y se sentó en el taburete contiguo al mío.
»Me sentía bien y con ganas de seguir mejorando, así que decidí llamar a
mis padres por primera vez. —Sacudiendo la cabeza, me burlé con disgusto—. En
realidad pensé que estarías orgullosa de mí por haberlos llamado.
—Davis… —Rae susurró, su voz quebrándose mientras su mano salía para
agarrar mi brazo.
—Mi madre actuó como si no supiera qué decir. Al parecer, mi hermano
falleció hace seis semanas por complicaciones médicas y neumonía, pero ni
siquiera… —Me ardía la garganta mientras intentaba expulsar el resto de las
palabras—. No me lo dijeron.
Rae estaba allí, abriéndose paso entre mis brazos mientras acunaba mi cara
entre sus manos, secándose las malditas lágrimas que habían empezado.
Apoyé la cabeza en su hombro mientras me abrazaba y volví a romperme.
Esta vez sin alcohol para mitigar el dolor, y esta vez sin el miedo a no recuperarla
jamás.
Ella estaba aquí, y aunque yo seguía partido por la mitad, sabía que ella me
recompondría.
40

Rae
Dos meses después

Las gallinas estaban felices, incluso en el invierno, parecían prosperar. Sabía


que había alguna lección de vida allí, algo acerca de que la naturaleza puede
enseñarnos todo lo que necesitábamos saber, pero estaba demasiado exhausto
para captarlo.
Mi vida, desde que regresé a este lugar, desde que regresé a Davis, ha sido
un poco de melancolía mezclada con dicha. Era difícil ser verdaderamente feliz
cuando Davis todavía cargaba con tanta tristeza, pero lo superamos.
La mayoría de los días, solo necesitaba sentarse en el silencio y permitir que
se tragara su dolor. En esos días, traté de caminar y darle espacio. A los perros les
encantaba ir conmigo y descubrí que disfrutaba del monte Macon más que de
cualquier otra montaña o cumbre. Incluso en invierno, cuando la nieve cubría el
suelo, era una forma de terapia que sabía que siempre necesitaría.
Algunas veces había intentado que Davis me acompañara, pero él prefería ir
a dar un paseo solo. Hizo eso durante algunas semanas, hasta que le pregunté
adónde iba.
Fue entonces cuando finalmente me llevó.
Condujo trece millas hacia el norte, y por un camino largo y sinuoso, hasta
que lo encontramos.
Su antigua casa.
Estaba vacío, y Davis solo se quedó mirándolo. Ni una sola vez quiso mirar
dentro o entrar para visitar su antiguo hogar. No lo culpé.
Pero luego caminábamos, y él me llevaba al fuerte del árbol que él y Tim
usarían, antes de que su hermano fuera demasiado viejo para eso, o demasiado
malhumorado. Davis dijo que durante un breve período de sus vidas, Tim jugaba
en el bosque con él, en esa casa del árbol, y pretendían ser piratas, navegando
por el vasto mar de cualquier mundo que hubieran creado en ese momento.
Entonces, durante meses, Davis había estado manejando hasta aquí, tratando
de despedirse de su hermano. Todavía tenía que encontrar las palabras, y no iba
a presionarlo para que lo intentara. En cambio, me sentaba con él, tomaba su
mano y lo dejaba procesar.
A veces traía flores o vodka. Otras veces, jugaba con su cabello mientras él
apoyaba su cabeza en mi regazo y nos sentábamos en la naturaleza, y en secreto,
le rezaba a quienquiera que estuviera escuchando para que sanara al hombre que
amaba.
Con cada día que pasaba, parecía que lo haría.
***
—El término oficial es encanto rústico —dijo Lee Hanes mientras su esposo
se acercaba a él y lo abrazaba con fuerza—. Chic rústico —argumentó Dane, y
todos nos reímos.
—¡Sea lo que sea, me encanta! —dijo la alcaldesa Gains, escribiendo en su
celular mientras caminaba por Main Street. En los últimos meses, las mejoras de
la ciudad habían terminado, justo a tiempo para Navidad. Nuestra ciudad tenía un
montón de turistas que viajaban aquí durante las vacaciones para disfrutar de la
experiencia de esquí y montaña nevada.
Ayudé a diez residencias diferentes a hacer la transición de sus casas de
huéspedes o sótanos a alquileres, para que pudieran tener una forma de generar
ingresos adicionales. También habíamos ideado diferentes ideas para festivales
que serían específicas de Macon. La gente de la montaña que normalmente se
mantenía apartada comenzó a frecuentar el pueblo con más frecuencia e incluso
comenzó a donar a diferentes eventos de caridad.
Fue lo más feliz y emocionado que había visto a la gente de Macon, y eso
incluía a mi gruñón novio. Había comenzado a asistir a sesiones de terapia en
línea y a reunirse con mi papá una vez a la semana para hablar sobre Timothy,
para recordarlo. Si bien hubo algunos días difíciles y noches aún más duras en las
que tuvimos que trabajar, estaba comenzando a dar un giro con su dolor por su
hermano. Había un largo camino por recorrer y sabía que requeriría dedicación,
paciencia y amor, todo lo cual tenía que dar. Lo ayudé y apoyé tanto como pude y,
a su vez, él me mostraba cuánto me apreciaba con pequeños obsequios, como un
Jeep nuevo para conducir a casa durante el invierno. O un nuevo escritorio de pie
para trabajar, una nueva computadora portátil y una tableta. Le dije que tenía que
parar, pero disfrutaba mimarme, así que simplemente los acepté.
Pero lo que amaba más que nada era nuestro hogar. Agregamos pequeñas
mejoras que lo hicieron sentir como nuestro, y con la llegada de la Navidad, nos
dirigimos a la montaña para rastrear un árbol. Estaba más que emocionada,
especialmente porque la excursión al árbol incluiría a algunas personas de la
ciudad. Mis padres, por supuesto; Nora, Gavin, su novia Tiffany y, a pedido de
Davis, Colson Hanes.
Todavía no se lo había dicho a Nora y no estaba seguro de cómo sacar el
tema. Durante dos meses, los dos vecinos parecieron estar en guerra entre sí, y se
puso tan mal que una noche incluso volvió a la casa de sus padres, solo para
evitar ir a la cárcel.
Traté de explicárselo a mi novio, pero no pareció importarle. Dijo que
Colson era su amigo, y que quería comenzar a cultivar amistades sanas y
comenzar a alejarse de la montaña, y por eso, no podía envidiarlo. Era algo que su
terapeuta había alentado.
Esta noche, sin embargo, estaba emocionada porque Davis quería llevarme a
una cita para celebrar todo el éxito de la renovación de nuestra pequeña ciudad.
Era tanto suyo como mío para celebrarlo, teniendo en cuenta que había donado
materiales y mano de obra para terminar los letreros y accesorios de todos los
frentes de las tiendas, por lo que había un tema estético coincidente de encanto
rústico en todo Macon.
Me apresuré a la casa de mis padres, ya que no tendría sentido ir todo el
camino a casa para cambiarme antes de la cena. Allí, me duché, me peiné y me
maquillé y esperé a que Davis me enviara un mensaje de texto donde
encontrarlo.
Llevaba esperando casi media hora, jugando con uno de los rompecabezas
de mi madre, cuando llamaron a la puerta. Al abrirla, vi que el porche estaba
vacío. Observé el felpudo y luego la puerta, y vi un trozo de papel doblado
pegado a la madera.
Tirando de ella, cerré el aire frío y abrí la nota.
Encuéntrame a las seis y media en la biblioteca. Tengo algo que necesito
mostrarte- Con amor, Davis
Eso fue extraño. Él ya había terminado la biblioteca por lo que yo sabía, pero
tal vez encontró algo que necesitaría más atención.
Una pequeña emoción todavía me recorría por su método de entrega. ¿Por
qué no me envía un mensaje de texto que necesita conocerme, a menos que solo
esté tratando de ser gracioso? También había comenzado a hacer más de eso
últimamente con sus sesiones de terapia: más bromas, más bromas, más risas.
Me encantó.
Con un vestido negro corto, un cálido abrigo y tacones negros sexys,
navegué patéticamente por la nieve y el hielo mientras entraba a la biblioteca.
Había regresado docenas de veces, pero ir en la oscuridad definitivamente envió
un zumbido por mi espina dorsal cuando ese terrible recuerdo afloró.
Lo empujé hacia abajo lo mejor que pude mientras caminaba por los pisos
de madera recién expuestos, con cuidado de no tropezar en mi camino. Las luces
estaban apagadas, salvo unas pocas en la parte de atrás. Se sentía
inquietantemente similar, lo cual no me encantaba.
Mi corazón se revolvió en mi pecho porque estábamos permitiendo esto, y
mis instintos de lucha o huida me gritaban que saliera, que este escenario nos
había lastimado antes, pero confiaba en Davis.
Implícitamente.
Finalmente, al rodear la última fila de libros, encontré al hombre en cuestión
exactamente en el mismo lugar que esa noche, excepto por la mesa. Había sido
intercambiado, por lo que parece, gracias a Dios. Llevaba un traje oscuro, que
acentuaba su nuevo corte de pelo y su limpia línea de la mandíbula. La forma en
que sus ojos se calentaron cuando me miró casi me rompe. Sentía lo mismo que
verlo esa noche, pero ahora era yo de quien se estaba dando un festín.
—Sentí algo esa noche, ya sabes. Fue como una descarga eléctrica a través
de mi esternón. —Señaló su pecho y finalmente me di cuenta de que había velas
y flores en la mesa, junto con dos platos vacíos y una bolsa marrón, que
probablemente contenía nuestra cena.
Dejé mi bolso y me quité el abrigo mientras mi corazón se retorcía en mi
pecho, como una hoja en el viento.
—Tan pronto como te fuiste esa noche, me detuve con —hizo una pausa,
torciendo los labios—, esa persona... y ni siquiera sabía por qué.
Se acercó más, y el conocimiento de que no había continuado follando con
esa chica después de verme fue un pequeño bálsamo para una cicatriz bastante
grande.
—No podía quitarme de la cabeza esa mirada en tus ojos, o la forma en que
me mirabas, como si fuera tuyo y te estuviera siendo infiel. Sé que suena loco,
pero es lo que sentí. Se metió conmigo. Entonces te levantaste y desapareciste. Te
busqué, esperando que estuvieras bien, preocupado por ti.
Se acercó aún más. La tormenta en sus ojos no estaba furiosa esta noche; era
simplemente un bonito y tranquilo azul marino, el color del mar por la noche.
—Creo que sabías que siempre se suponía que debía ser tuya, Raelyn
Jackson. Creo que siempre supiste que algún día estaríamos aquí. —Estaba cara a
cara conmigo ahora—. Creo que sabías que una vez que comencé a coquetear
contigo, no había forma de que pudieras resistirme.
Me reí, empujando su pecho.
Tomó mi mano en un gesto gentil y luego se arrodilló. Mi respiración se
detuvo en mis pulmones, mi corazón latía tan fuerte que me preocupaba que se
fuera a caer al suelo.
—Rae —susurró, con los ojos fijos en mí—, en este lugar que te alejó de mí...
este lugar que te causó tanto dolor... déjame arreglarlo, déjame curarlo. En este
lugar, di que serás mi esposa. Di que estarás a mi lado por el resto del tiempo,
que te despertarás todas las mañanas y dormirás conmigo todas las noches.
¿Estaba pasando esto realmente? ¿Acababa de proponerme matrimonio en
la biblioteca, el lugar donde todo se vino abajo? Mi tonto y estúpido corazón era
un montón de baba derretida. Estaba llorando, asintiendo e hipando cuando
acepté casarme con Davis Brenton.
Se puso de pie, me abrazó contra su pecho y luego deslizó un anillo de
diamantes en mi dedo.
—Te amo, Raelyn, y sé que me has amado por más tiempo, pero planeo
amarte más. —Presionó un beso en mis labios y yo simplemente asentí.
Mi corazón se había roto en este edificio años antes, pero ahora estaba
completo. Y aunque la forma en que perseguí a mi recluso de la montaña no fue
admirable, el método en el que me ganó fue el viaje más hermoso. Porque
cualquier cosa que tenga un poco de tristeza y sol, vale la pena salvarla.
Estoy agradecida de que mi nube de lluvia finalmente decidió que quería un
poco de sol.
Epílogo

Davis
Un año y medio después

Dove y Duke corrieron delante de mí mientras subía lentamente por la


escalera, escalando la casa del árbol que una vez nos perteneció a mi hermano y a
mí.
Rae ni siquiera sabía que yo había comprado esta propiedad, por ninguna
razón excepto porque quería que fuera mía y no podía tolerar que nadie más
tocara estos recuerdos míos que ahora serían como reliquias. Tim había grabado
su nombre en la madera del árbol, y todavía había escondites secretos del
tesoro que habíamos enterrado en el bosque.
Este lugar se quedaría conmigo hasta que yo fuera ceniza y polvo, y entonces
si mis hijos lo querían, podrían tenerlo.
La carta había llegado exactamente una semana después de mi boda, y me
hizo pensar que tal vez él no la había escrito, hasta que leí lo que había dentro y se
confirmó cuando llegó otra carta después de que naciera mi hijo.
Así que, cuando empezaba a sentir su ausencia de un modo insoportable,
venía aquí y volvía a leer el primero.
Y encontraría la manera de sentirlo mientras estamos sentados en nuestra
casa del árbol.
Hey idiota,
Mamá me disuadió de empezar la carta así, pero esto no es para ella. Sé que
ha pasado tiempo... lo cual no es del todo culpa tuya, de hecho, sé que en gran
parte es culpa mía. Fuimos cobardes, y ni una sola persona puso la culpa donde
correspondía por ese accidente.
Yo fui quien eligió conducir. Yo era el que no sabía cómo hacerlo porque
estaba demasiado asustado para intentarlo.
Fui yo. No tú.
Permití que te culparan, sé que fue una cagada, pero en el fondo te envidiaba.
Te admiro, hermano. Viviendo la vida que siempre pensé que me llenaría... aunque
deberías saber que nunca la quise. Ni una sola vez.
No estaba hecho para este mundo... no puedo explicarlo, pero lo sé. Por eso
esta estupidez con mis pulmones no me asusta. La muerte me ha estado llegando
lentamente toda mi vida, se siente como si un viejo amigo estuviera esperando
para saludarme.
No tengo miedo a la muerte, pero tengo miedo de que mis seres queridos no
vivan simplemente desde un lugar de pena fuera de lugar.
Así que pienso escribirte cinco cartas en total, una por cada gran etapa de tu
vida, con la esperanza de que las tengas. Si no las tienes, que te den, no
recibirás mis cartas. Hice que mamá jurara esto con un notario y todo. También
tengo copias de seguridad, así que cásate, ten hijos, haz crecer tu negocio hasta
convertirlo en algo realmente magnífico y vive.
Por favor, te lo pido... sólo vive. Te quiero.
Siempre te he querido... nunca hiciste nada malo, Thomas. Ni una sola vez.
Sólo estaba jodido de la cabeza, y me llevó mucho tiempo entender que eso no te
convertía en mala persona por no estar jodido como yo.
Así que, en la muerte, espero traerte vida.
Te quiero hermano mayor,
Tim

Fin
Espero que les haya gustado este libro y que estén tan emocionados como
yo con el libro de Nora y Colson.

¿Han escuchado hablar de la infame escena del sofá de cuero eliminado?


Era una escena un poco demasiado caliente/diferente para el libro. De hecho, a
pesar de lo caliente que acabó siendo el libro, había algunas escenas demasiado
calientes para la versión final. Pero las guardé para ti y decidí recopilarlas en un
divertido librito, además de una divertida escena extra de un personaje sorpresa.
Contenido
extra
Las siguientes escenas no han sido editadas profesionalmente, ya que fueron
cortadas del manuscrito original. Fueron las escenas consideradas demasiado
picantes para el género y el tono del libro... con lo que estoy de acuerdo... pero
pensé que alguien podría disfrutarlas.
Así que, aquí tienes.
Cada escena está cortada y acompaña a la historia, así que adelantaré de
qué parte de Resisting the Grump se ha sacado.
Hay una escena al final a la que quizá quieras prestar atención, ya que tiene
que ver con Nora y cierto vecino.

*Son escenas muy eróticas, así que si te incomoda el picante fuerte, te


desaconsejo encarecidamente que leas estas escenas. Siéntete libre de saltar a la
escena con respecto a Colson, si lo prefieres, su escena no es explícita de
ninguna manera.
Uno
La primer fiesta de pijamas

Una vez acostados en el sofá, encendí la televisión y navegué por diferentes


plataformas de streaming, hasta que finalmente me decidí por alguna película de
los ochenta.
Rae tomó bocados de tarta, y yo también, ninguno de los dos estaba viendo
realmente la película y yo era hiperconsciente de ese hecho.
Seguimos compartiendo hasta que ella dejó de comer. Dejó el tenedor y se
sonrojó.
—Todo listo.
Moví la tarta, tomé una pequeña manta y me tumbé.
—Ven aquí entonces.
Arrugó la nariz y se levantó.
—Esto es tan embarazoso, pero ¿tienes sudaderas o algo, estoy tan incómoda
en estos jeans.
Me reí, luego tiré de su mano y le susurré al oído—: entonces quítatelos.
Lentamente hizo lo que le dije, se los quitó, bajándolos por las piernas, con la
cara sonrojada todo el tiempo. Cuando se quedó sólo en camiseta, vaciló delante
de mí. Necesité todas mis fuerzas para no subirla a mi regazo. Aunque lo deseaba,
también quería esto: la oportunidad de abrazarla, de tocarla sin ser sexual. La tomé
de la mano, la ayudé a acomodarse sobre mi pecho y levanté la manta.
Nos miramos sin tocarnos durante unos diez minutos, cuando por fin se relajó
y dijo—: esto es bonito.
Fue bonito. No había hecho esto en concreto ni nada parecido con otra
persona... nunca.
—Lo es… —Rumoreé, llevando mi mano a su espalda, jugueteando con su
cabello.
A medida que la película avanzaba, mis dedos viajaban y mi mente jugaba
con la imagen de ella sin pantalones... al tocar su piel, se hizo evidente que llevaba
un par de bragas tipo tanga. Mis dedos se congelaron, dándome cuenta de que
había cero posibilidades de que no fuera a aprovecharme completamente de ella.
Llevaba días pensando en su culo, y aquí estaba, servido en una puta
bandeja.
Ella se rió de algo que pasó en la película, y el movimiento me dio la
oportunidad de cambiar. Empecé poniendo mi mano con la palma abierta en su
culo.
Respiró hondo y hundió aún más la barbilla en mi pecho, pero no dijo nada
sobre mi agarre.
Seguimos mirando, su estar sobre mí era lo más natural que había sentido
nunca. Por mucho que la deseara físicamente, tenerla así sin sexo de por medio era
igual de exigente. Estaba empezando a convertirse en una adicción y no tenía nada
que ver con lo sexy que era, ni con las ganas que tenía de follármela. Volvió a
reírse de algo, pero esta vez movió el trasero lo más mínimo, y ese fue todo el
estímulo que necesitaba.
Mirando la televisión, y con la manta todavía sobre nosotros, pasé lentamente
el dedo por el triángulo de la parte superior de su tanga, jugueteando con el
cordón que empezaba en su raja. Lo empujé hacia atrás de un lado a otro varias
veces, antes de seguir el cordón hasta el fondo de la brecha que separaba sus
exuberantes mejillas.
Soltó un pequeño gemido y movió las piernas lo mínimo, casi como si
intentara no sentarse a horcajadas sobre mí, pero no lo consiguió. No me gustó la
vacilación, así que llevé las manos a sus muslos y tiré de ellos hacia arriba,
obligándola a sentarse a horcajadas sobre mi cintura. Su culo se colocó en una
posición completamente nueva, y no me quejé.
Trazando un nuevo camino por su raja, siseó mientras mecía las caderas.
—¿Te gusta? —Carraspeé, sintiendo que mi polla se ponía rígida detrás de
mis pantalones, que sabía que ella podía sentir. Me los había puesto por una razón,
después de todo.
De repente, Rae se incorporó, con las caderas abiertas, las piernas abiertas a
ambos lados y los ojos clavados en los míos con gran lujuria. Sin mediar palabra, se
subió la camiseta por la cabeza, dejando al descubierto unos pechos desnudos y
una piel cremosa.
—Lo siento, me picaba —susurró, acomodándose de nuevo en mi pecho,
envolviéndose en la manta.
Con la mano que no estaba pegada a su culo, le acaricié la espalda de arriba
abajo, jugando con su cabello, mientras acariciaba la suave piel desnuda entre su
raja. Quería saborearla, lamer ese agujero apretado con la lengua, pero no
pretendía asustarla... aunque mis payasadas en su habitación no parecían
asustarla, así que tal vez le gustara.
—Ven aquí —le susurré, sujetándola para que subiera. Hizo lo que le pedí y se
subió a mi pecho, aún a horcajadas sobre mí.
Vimos la película un poco más, toqué, jugué y toqueteé. Con ella más cerca,
podía tocarle el coño con más facilidad, pero me mantuve estrictamente alejado de
él, sólo hurgando en el estrecho agujero que aún no había investigado. Su
respiración era agitada mientras se mecía contra mí y, al cabo de unos quince
minutos, le exigí que subiera aún más.
De nuevo, se movió hacia arriba, hasta que me miró fijamente y se dio cuenta
de lo que yo quería de ella. Le devolví la mirada y sonreí.
—Quiero postre.
Su cara se sonrojó de un color rosado que hacía juego con el suave tejido que
rodeaba sus oscuros pezones, y en cuestión de segundos estaba donde yo quería.
Me gustó que no pareciera avergonzarse por nada de lo que le pedía. Yo tenía
una puta mente sucia, y durante años me había contentado con hacer realidad
mis fantasías más sucias acariciándome la polla, pero con ella era como probar el
sol, era una droga, una dosis que no merecía y que no podía dejar.
Acomodando sus rodillas a ambos lados de mi cara, bajó su culo, sobre mi
boca, pero yo no quería ese coño todavía. Agarrándola por el culo, la obligué a
avanzar, mientras hundía la lengua en aquella raja con la que había estado jugando.
Su jadeo me animó a abrirle las mejillas y lamerle la costura, siguiendo la tira
de su tanga. Ella se sacudió en mi boca, forzando su entrada empapada y su
explosión de excitación en mi boca. Gemí y aparté el tanga, chupando su clítoris.
Entonces ella se mecía dentro de mí, gimiendo que necesitaba que se la follaran y
gimiendo mi nombre mientras yo me la comía sin piedad, chupándole el coño y
sintiendo sus jugos fluir por mi barbilla a lo largo de sus muslos. Se haría un
desastre en el brazo del sofá, pero no me importaba. Quería que destrozara mis
muebles, quería que cabalgara el brazo del sofá con su coño desnudo, que lo
llenara todo de sus jugos y que luego se corriera en mi lengua.
Le di una palmada en el culo, seguí chupando con fuerza su clítoris y entonces
se corrió, gritando mi nombre mientras me tiraba del cabello. Seguí lamiendo,
necesitando hasta la última gota de su orgasmo cuando ella gimió, vibrando por
las sensaciones, hasta que fue demasiado y se levantó de un salto.
—Lo siento, es sensible —se sonrojó, cruzando ligeramente las piernas.
Había desenterrado alguna bestia primitiva dentro de mí, porque no era
suficiente. Me incorporé, me enjugué la cara y señalé el brazo del sofá.
—Siéntate.
—¿Qué...? —entrecerró los ojos hacia donde yo señalaba.
—Siéntate —repetí mientras me empujaba el chándal hacia abajo y me
agarraba la polla.
—¿Qué quieres decir? —dio un tímido paso hacia mí, y yo aproveché el
movimiento para acercarla.
—Quiero tu coño empapado en el brazo de mi sofá, ahora mismo, joder —la
solté, y ella se movió con cuidado, hasta que apoyó una rodilla en el cojín del sofá,
y con la otra, la giró, hasta que los dedos de los pies tocaron el suelo. Dedos
tentativos se clavaron en el espacio delante de ella, como si estuviera tratando de
estabilizarse, empujó sus tetas juntas.
Joder, me gustó.
Estaba desnuda, se había quitado el tanga en algún momento, y su coño
desnudo goteaba por todo mi sofá.
—Esto se va a estropear —dijo, ruborizándose de nuevo.
Le sonreí y le metí ligeramente la punta del pulgar en la boca.
—Ojalá, ahora joder. Quiero que muevas las caderas como si me estuvieras
follando...
Mirándome fijamente, hizo lo que le dije y movió lentamente las caderas hacia
delante, balanceándose sobre él, como si hubiera una polla larga y dura debajo. La
miré, pellizcando su pezón entre mis dedos, y me acaricié.
—¿Cómo se siente ese cuero bajo tu coño?
Sus ojos estaban tan brillantes y llenos cuando me miró, me encantó que no
dejara de mover esas caderas ni un solo segundo.
—Resbaladizo... bueno —se estremeció—, pero necesito más.
—Pellízcate el pezón —exigí, acariciando mi polla más deprisa.
No tenía ni idea de por qué coño era tan jodidamente excitante verla follarse
el lateral de mi sofá, pero con esas tetas y ese cabello, estuve a dos segundos de
correrme.
—Más rápido —le ordené y, como no podía evitarlo, le ahuecaba el coño con
la mano, dejando caer mi polla hasta su vientre.
Ella se movió más rápido, tratando de obtener fricción de mi mano, yo
enrosqué mis dedos y capturé su gemido con un beso abrasador. Se folló mi mano,
y mi sofá con tanta fuerza que ya se estaba viniendo de nuevo, sus dedos se habían
ido a mis costillas, tirando de mí más cerca contra ella y mi polla más apretada
contra su piel.
La empujé hasta que estuvo a punto de caerse hacia atrás, entonces la sujeté
por la cintura, para que no se cayera, y luego empujé su muslo hacia atrás,
hacia su cabeza. Cayendo de rodillas, aproveché el ángulo para regodearme de
nuevo en su orgasmo, necesitando hasta la última gota en mi lengua. Su gemido fue
erótico y fuerte, llenando toda la casa como un himno. Un grito de guerra caliente y
necesitado que me marcó de una forma que ni siquiera estaba preparado para
descubrir.
Se echó hacia atrás y utilizó el revestimiento para apoyar la cabeza. Había una
enorme mancha húmeda en el brazo del sofá y al verla se me puso dura de nuevo.
—Mira qué desastre —chasqueé la lengua y me puse en pie—, jodidamente
perfecto —le estampé un beso en la boca.
La quería en todos los sentidos, la necesitaba en todos los sentidos.
Quería follármela en todo, quería que cremara cada superficie, quería que
arruinara cada parte de mi casa, para que siempre estuviera en ella. ¿Hacía
demasiado frío para follar en las tumbonas del patio? ¿Y en el columpio del
porche? Joder, ¿podríamos hacerlo en mi camioneta?
—Davis —susurró, aún agitándose con fuerza.
Bajé la mirada y la contemplé. Era tan jodidamente hermosa.
—Tu cama, llévame a tu cama. Te necesito dentro de mí.
La levanté y la llevé arriba sin pensarlo dos veces.
***
Mi habitación estaba limpia y oscura, con una pequeña lámpara encendida en
un rincón. Acomodándola sobre el edredón, me coloqué sobre ella y la observé,
pero antes de que pudiera hacer un movimiento, se aclaró la garganta.
—Sé que te gusta correrte en mi cara y que tienes planes donde más quieres
acabar, pero si decides que te gustaría acabar dentro de mí, tomo la píldora y
estoy limpia.
—¿Me estás dando permiso para follarte y acabar dentro?
—Te digo que me hagas lo que quieras, Davis. —Su tono era solemne y serio,
y el aspecto que tenía tumbada debajo de mí, con el suave resplandor de la luz, era
algo que recordaría siempre.
—Las cosas que quiero hacerte son infinitas y llevarían mucho más tiempo
que una noche, y como probablemente habrás adivinado, son asquerosas.
—Me encanta, todo lo que tienes que ofrecer, lo tomaré. —Murmuró,
presionando besos en mi pecho. Me moví, y sin preguntar ni hacerla trabajar,
levanté su pierna, la empujé hacia atrás, y me hundí en ella.
—Mierda —respiró, poniendo los ojos en blanco.
La saqué y la volví a meter, meciéndola lentamente hacia delante y hacia
atrás. Estaba tan apretada, tan caliente... Joder, necesité todas mis fuerzas para no
acabar allí mismo. Doblando la rodilla, mantuve la polla enterrada hasta la
empuñadura y luego le froté el pezón con el pulgar y le di un par de palmadas en
la teta mientras me mecía dentro de ella.
—Más, Davis, más —suplicaba, correspondiendo a cada empujón que le
daba.
Gemí, moviéndome más deprisa, escuchando el roce de nuestras pieles.
Solté su pierna y me moví hasta que apenas me cernía sobre ella y sus pechos
chocaron contra el mío. Entonces moví las caderas sin prisa, girando las caderas y
la polla a un ritmo lento.
—Sí, sí, sí —canturreaba Rae, con la voz cada vez más aguda. Necesitaba más
acceso, así que la moví, retorciéndonos hasta que quedó boca abajo y yo le abrí el
culo y le metí los dedos.
—Este puto culo, Rae. Este culo me va a matar. —Lo abofeteé, viéndolo
sacudirse ligeramente.
Estaba bien tonificada y bronceada, pero era deliciosamente rellenita.
Moví los dedos por su humedad y la unté a lo largo de su agujero, imaginando
cuándo podría penetrarla. Eso requeriría un día entero de preparación con la
lengua y los dedos.
En lugar de eso, me ajusté hasta que la empujé por detrás y volví a follármela,
con la cara hundida en el colchón y el culo rebotando con cada golpe de mi polla.
Aceleré el ritmo cuando mis pelotas se tensaron y supe que estaba a unos
segundos de correrme, así que la saqué, le di una palmada en el culo y volví a
metérsela tan fuerte como pude. Se corrió con un grito que rivalizó con el gemido
que brotó de mi interior. Joder, era demasiado. El mejor sexo que había tenido en
toda mi vida. Lo que me cautivó y me aterrorizó.
Permanecimos así conectados, casi fundidos durante incontables minutos.
Nunca en mi vida había acabado dentro de una mujer, siempre la había sacado, así
que ésta era una sensación nueva para mí. Una sensación sorprendente y cálida
que me estrujó el corazón y me conmovió como ninguna otra cosa lo había hecho.
Ella confiaba en mí. De una forma u otra, me había dado algo que nadie más me
había dado.
Cuando por fin nos soltamos, salí de ella y sonreí ante la imagen más perfecta
que había visto nunca. Serena, con el cabello aún alborotado detrás de ella, pero
ahora alborotado con mechones estropeados por mis dedos, y la cama
enmarañando las sedosas hebras de lo fuerte que la había empujado hacia ella.
Fue su sonrisa la que me sorprendió, como si hubiera estado esperando esto... a
mí, pero sabía que no podía ser cierto, así que salí de la habitación, me limpié y
volví con una toallita caliente para ella.
Luego me di la vuelta, deseando que mi corazón no siguiera trazando
patrones de esperanza a lo largo de mis venas. Rae no era mía, y por mucho que
deseara quedármela, algo me decía que esto sólo era temporal y que cuanto más la
dejara acercarse, más difícil sería alejarme.
Dos
La noche junto al fuego, cuando ella le pregunta qué quiere
que le haga...

El rumor de su pecho me puso la piel de gallina.


—Ven aquí.
Le obedecí, mientras se ponía de pie y me tendía una mano para que la
cogiera.
Nos acompañó a su despacho, donde una lámpara de luz tenue iluminaba los
libros y un gran escritorio en medio del suelo.
—Voy a ser un poco duro contigo, pero si no te gusta, dímelo y pararé
inmediatamente, ¿de acuerdo? —Entrecerró la mirada mientras me sujetaba la
barbilla.
Asintiendo, le agarré suavemente de la muñeca.
Su cálida voz patinó sobre mi piel, mientras susurraba—: Gírate hacia el
escritorio.
Haciendo lo que él decía, el fuego lamía el aire, en lugar de una llama
tangible, era nuestra lujuria la que cargaba la temperatura de la habitación hasta
niveles casi abrasadores. Hacía frío fuera, y sin fuego, debería haber estado
helando... pero yo estaba ardiendo.
Unos dedos fuertes me agarraron del cabello cuando me puse de cara a la
pared, con la cintura besando el borde de su escritorio. Me tocó los hombros un
par de veces, como si me estallaran pequeños petardos en la piel, y luego su
palma se posó en el centro de mi espalda y me empujó.
Justo cuando estaba a punto de caerme de bruces sobre su escritorio, me
agarró por el cabello y me bajó lentamente hasta que mis pechos empujaron la
superficie.
—Buena chica —me dio un beso en la espalda y, agarrándome por la cintura,
me empujó hacia delante, tirando varios libros y objetos de su escritorio al suelo.
Ahora, estaba de culo sobre la mesa y una mano cálida me agarró el tobillo,
guiando mi pierna derecha hacia arriba de modo que quedara abierta para él;
repitió el proceso con el otro tobillo hasta que mis rodillas quedaron bien abiertas
y mi culo colgaba en el aire mientras mi frente besaba la madera.
Esperé, insegura de lo que haría, aunque tenía algunas ideas. Mi culo estaba
literalmente abierto delante de él... y no es que no me hubiera dado cuenta de que
tenía predilección por esa parte de mi cuerpo.
Por último, me agarró las mejillas con las dos manos, separándomelas y
soltándomelas. Con un siseo, me las abofeteó ligeramente unas cuantas veces. Me
sentí bien, pero estaba en una posición en la que no había presión donde la
necesitaba, así que me sentía irritada y de mal humor.
Entonces estaba allí, su cara... su lengua, presionando el sensible espacio
entre mis piernas. Lamió el apretado manojo de nervios de mi raja, bajando de vez
en cuando por mi raja, para chuparme el coño. Me mecí en su boca, amando lo
experimentado que parecía con esto, y lo confiado que estaba. Davis me saboreó
como si hubiera estado hambriento de mí toda su vida.
Cada vez me obsesionaba más la frecuencia con la que le gustaba
hacerlo. Era como si cuanto más sucio se ponía conmigo, más pegajosa me sentía.
Febril... desesperada.
Después de cubrirme el coño y la raja con su lengua, me agarró por las
caderas y me subió a su regazo. Yo seguía dándole la espalda, pero su brazo me
rodeaba la cintura con firmeza.
Me encantó.
De repente, la punta de su polla pinchaba en mi entrada.
Me hundí en su longitud, disfrutando de la forma en que siseaba mientras lo
hacía.
Me llenaba tanto que me resultaba imposible no gemir mientras movía las
caderas hacia delante y hacia atrás, deslizándome arriba y abajo por su vástago.
Una vez que lo cubrí completamente con mi excitación, empujó mi espalda,
doblándome hacia adelante, hasta que mi pecho estaba prácticamente sobre sus
rodillas. Fue entonces cuando su pulgar presionó firmemente mi culo.
Me tiró del cabello con la otra mano, y la plenitud de su polla dentro de mí,
el pellizco de su pulgar en mi trasero, y el cosquilleo de mi cabello tirado fue todo
tanto que casi me corro en el acto.
—Ahora muévete, nena. —Davis me animó con la respiración, mientras
empujaba sus caderas, empujando su polla hinchada dentro y fuera de mi centro.
Me moví más deprisa, follándolo con más fuerza mientras él me tiraba del
pelo con más fuerza y parecía meterme más el pulgar con cada embestida.
—¿Te gusta esto? Te ves tan jodidamente bien, tomando mi polla mientras te
follo el culo con mi pulgar.
Me apreté a él con fuerza y gemí mientras bajaba las caderas y las giraba,
rebotando sobre su polla.
—Mierda, ya me estás poniendo crema en la polla, puedo verlo —gimió,
soltándome el cabello y quitando el pulgar, entonces sus manos fueron granito
contra mis caderas mientras me sujetaba con fuerza y empezaba a empujar cada
vez más rápido.
—Joder, joder, joder —rugió—, mi polla está recubierta de tu liberación, Rae...
¿has tenido suficiente?
En un suspiro, respondí que no. Sus caderas se flexionaron.
—¿No?
En cuestión de segundos, nos movimos. Me levantaron, y mi espalda
presionada contra el escritorio, mi pierna lanzada sobre su hombro.
Me penetró profundamente, con sus ojos desorbitados y enloquecidos
mientras contemplaba cada detalle de mi cuerpo desnudo, rebotando y
moviéndose al ritmo que marcaba con su polla.
Dentro y fuera. Dentro y fuera.
—Rae… —una súplica y una liberación mientras tiraba de mí hacia él,
abrazándome contra su pecho—. Ha sido increíble —jadeó—, joder... nunca —pude
notar cómo le temblaba la cabeza, mientras seguía esforzándose por igualar su
respiración— me he corrido tan fuerte.
Me dio un beso en la frente y luego me soltó suavemente y me ayudó a
levantarme.
Tres
Epílogo extra

Había mucha luz aquí. Lo odié al instante.


Jesús, y el calor... no me hagas empezar.
—¿Por qué insististe en ponerte franela? —me regañó Rae en voz baja
mientras abrochaba todas las hebillas y lo que fuera para el bolsillo del bebé. Así
lo llamaba yo, pero Rae dijo que se llamaba algo que sonaba francés, un Bjorn o
algo así.
—Porque eso es lo que tengo —respondí rotundamente.
Al menos llevaba gafas de sol, pero mierda... en Florida hacía un calor del
carajo.
Rae resopló, trabajando a mi alrededor mientras yo sujetaba a nuestro hijo de
un año contra mi pecho. Mi mujer llevaba un vestido de algodón sin mangas,
vaporoso pero que se ceñía perfectamente a sus curvas y a su trasero.
Probablemente la mantenía fresca, pero yo no podía dejar de mirarla. Me fijé en
sus bonitas uñas moradas, que se había hecho recientemente, sólo para este viaje.
Lo supe porque tuve que llevar a nuestro hijo a casa de sus padres durante una de
mis sesiones con Roger, mientras Rae iba a un salón de manicura con Nora.
Seguía con las sesiones de terapia, y debían de estar funcionando porque
ahora estaba en Florida, a punto de visitar a mi familia por primera vez en años.
Había sido un largo camino hasta llegar aquí, y durante todo ese tiempo,
varias llamadas telefónicas. Cada una aumentaba en duración, a medida que
pasaba el tiempo. Empezamos con cinco minutos, luego siete... luego diez... Yo era
un cabrón y alargaba el proceso, pero al final, llegamos a los treinta minutos, y no
intentaba colgarles el teléfono a toda prisa.
Me ayudó tener a Timothy Jackson, y que mis padres no pararan de hablar de
lo guapo que era y de todos sus pequeños hitos. También me ayudó tener a Rae.
Ella siempre fue un gran apoyo para mí, a través de todo esto.
Su embarazo fue una sorpresa... pero al mismo tiempo, no lo fue... ella había
estado tomando anticonceptivos una y otra vez, y siempre se suponía que yo debía
retirarme o usar un preservativo... siempre me las arreglaba para olvidarlo cuando
estaba hasta las pelotas dentro de mi mujer.
Pero estábamos contentos; el pequeño Jax fue una grata sorpresa.
Cambió nuestras vidas para mejor, y ahora me estaba ayudando a tomar una
de las decisiones más importantes de mi vida.
Olvidar el pasado y avanzar hacia un nuevo futuro.
—De acuerdo, está listo, vamos a meterlo. —Rae sonrió, agarrando a nuestro
hijo.
Verla a veces me robaba el aliento. Esos ojos azules... era como
encontrar la pieza que faltaba en uno de esos rompecabezas que Millie siempre
armaba... Rae era mía.
Casi perdida para mí porque la tiré sin darme cuenta de que era lo más
importante de mi vida.
—¿Listo? —se levantó sobre las puntas de los pies para darme un beso en los
labios.
La agarré por la cintura, reteniéndola allí, necesitándola sólo un momento
más.
Una vez que nos separamos, le sonreí.
—Listo.
Por primera vez en mi vida, sentí que lo estaba de verdad, con ella siempre lo
estaría.
Cuatro
La cena

Colson

No podía soportar el ardor bajo mi piel; ella invitaba gente a casa y no me


invitaba a mí. No quería que me importara, pero, como de costumbre, cuando se
trataba de Nora, me encontraba en un constante estado de negación.
La había estado negando desde el primer día que la vi, y ella no tenía ni idea.
Ahora, yo había hecho saber que me di cuenta de que tenía compañía ... y
mientras yo estaba agradecido por mi amigo, Davis, era embarazoso como el
infierno que se sentía como si tuviera que lanzar una invitación.
Lo habría rechazado. Habría hecho lo más noble y habría actuado sin
inmutarme, me habría dado la vuelta y me habría ido a la cama. Pero… Su padre
había mencionado algo que me había calado tan hondo que decidí que quería
ir.
Necesitaba ir.
El recuerdo de escucharlo pedirme despreocupadamente que vigilara a su
nuevo novio seguía tirando de ese espacio de mi pecho, donde se suponía que no
debía estar Nora.
Sin embargo, de alguna manera, ella había cavado su camino. Incluso después
de que su padre me hubiera advertido que me alejara de ella, incluso después de
los meses y jodidos meses de negarla, incluso yendo tan lejos como para
conseguir mi propio enredo romántico, no fue suficiente.
Tenía que saberlo.
Tenía que verlo por mí mismo. Así se acabaría la miseria de escarbar y
escarbar en mi conciencia.
Así que acepté y me dejé llevar por la idea de cuidarla con mis estúpidos
regalos y mis penosos intentos de hacerla sonreír.
Me senté y observé cómo sus amigas hablaban animadamente, y entonces
abordamos el tema de las citas. No cedería hasta que ella lo hiciera, y no me
importó una mierda que mientras hablábamos, ella pareciera enfadarse más y
más.
Supuso que tenía novia porque las últimas veces que me había visto le había
insistido en que sí.
Era algo casual, nada.
¿Pero lo era el de ella?
El nudo en mi estómago se negaba a deshacerse hasta que supe con
certeza que estaba soltera, y aunque sabía que mi presencia la estaba excitando,
en todos los sentidos equivocados, no podía sentirme mal por ello.
La ansiaba.
No podía tenerla.
Me tentaba todo el puto tiempo, y aquí estaba, tan viva y brillante. Y tan
mía, sin siquiera saberlo.
Entonces todo acabó, en un abrir y cerrar de ojos... Incluso había
intentado que me dejara quedarme... pero como de costumbre, había ido
demasiado lejos.
Empujé demasiado fuerte, y ahora, una vez más, ella estaba fuera de mi vida.
Y tuve que dejar todo de la suya, y realmente sentirme cómodo con estar
fuera de la suya porque había hecho una promesa, y por una vez, era una que
pensaba cumplir.
Una nota con amor, de
Ashley

Una pequeña nota personal sobre este libro. A menudo me preguntan qué
inspiró un libro, así que pensé que esta vez me gustaría dejar aquí una nota al
respecto.
Me gustaría tener el espacio para profundizar en mi pasado y hablar de la
cultura de la pureza a la que me expuso mi iglesia, que enmarcó y dio forma a
tantos pensamientos perjudiciales que desarrollé sobre mí misma, pero eso sería
un libro totalmente diferente. En pocas palabras: Fui a la escuela pública, pero
llevaba un sombrero invisible que esencialmente decía: ‘Soy mejor que todos
ustedes porque soy pura y estoy esperando a mi marido’.
Era horrible que mis hormonas en desarrollo estuvieran atadas a una historia
tan vergonzosa que no paró de sonar en mi cabeza durante tanto tiempo. No fue
hasta los diecisiete años cuando explotó el globo inflado por mí misma.
Me había enamorado.
Este chico era cinco años mayor que yo, como Rae y Davis... así que entendí
perfectamente a qué se refería Rae cuando Carl hizo todo lo posible por detener su
encaprichamiento. Del mismo modo, mi propia familia hizo todo lo posible para
detener mi creciente obsesión por el chico mayor que había captado mi atención.
Este tipo se aprovechó de mi corazón, de mi inexperiencia y del hecho de que
asistía al grupo de jóvenes (no me hagan hablar de la mezcla de edades y de la
falta de responsabilidad para proteger a los menores) y sabía lo que hacía. Había
tenido varias novias... y yo sólo era una más en una larga cadena de mujeres de
las que había abusado. Me engañó, pero yo era menor de edad, así que, por
supuesto, después de unos seis meses de cruzar casi todos los límites que había
prometido no cruzar nunca hasta el matrimonio (excepto el más grande), me dejó
plantada.
Y me rompí.
Me desquicié por completo e hice cosas que hasta el día de hoy me dan
escalofríos. Lo aceché. Esperé fuera de su trabajo. Le dejé notas, escondidas bajo
los limpiaparabrisas de su auto, sólo necesitaba saber qué había hecho mal.
A menudo les hablo a mis hijas adolescentes de mi pasado y, por supuesto,
ellas han sido educadas de forma completamente diferente a la mía. Pero soy un
libro abierto con ellas, así que esta historia la comentamos el verano pasado, y mi
hija de catorce años me preguntó: ‘¿no te da un poco de vergüenza haber hecho
todo eso?’
Su pregunta, aunque formulada en un tono totalmente segundón, me hizo
pensar.
El romance no es igual en todas las historias, y las partes rotas nunca son
idénticas. El desamor tiene un aspecto diferente en cada persona y, aunque a mí
personalmente me avergonzó en su momento, sigue formando parte de mi historia.
Creo que somos muchos los que experimentamos rupturas más allá del punto
de cordura, por eso me disgustan tanto los estereotipos en torno a la salud mental.
Todos tenemos momentos que nos rompen emocional e incluso mentalmente y, a
su vez, algunos de nosotros podemos elegir cómo utilizar esas piezas rotas.
Decidí tomar algunos fragmentos de mi pasado y crear una historia sobre una
chica que amaba a alguien y éste no la correspondía. En este caso, ella tuvo su final
feliz. Yo también lo tuve. El mío llegó cuando un héroe diferente entró en la historia,
y eso también está bien. El romance es diferente en cada historia, por eso cada una
es única.
Así que, al final, fui yo quien inspiró esta historia y, en el primer borrador,
había mucho más de su angustia y momentos embarazosos que llegaban a la
página. Sin embargo, con el fin de racionalizar en un libro ya de por sí largo, se
recortó en su mayor parte, pero aún así me resultó muy catártico escribirlo. Así
que, si eres uno de los miles o millones de personas que han sufrido el ghosting o
una ruptura unilateral, te entiendo. No estás solo.
Agradecimien
tos
Hay tanta gente a la que agradecer siempre estos libros, y la lista no hace
más que aumentar con cada uno que escribo, así que allá vamos.
En primer lugar, a mi marido y mis hijos, por sacrificarse tanto y dejarme
siempre espacio para crear y hacer lo necesario para cumplir mis plazos. Gracias
por los ánimos, el apoyo y las bromas. No me merezco a ninguno de ustedes.
En segundo lugar, a mi asistente virtual personal, Tiffany. Muchas gracias por
estar a mi lado tanto tiempo como lo has hecho, nunca te rindes conmigo. Hemos
visto los bajos y experimentado los altos, pero a través de todo, siempre estás ahí.
No podría hacer esto sin ti.
Muchísimas gracias a mi publicista, Sarah Ferguson, y a todo el equipo de
Social Butterfly que han hecho que todos los aspectos de este libro sean un éxito. Y
sinceramente, Sarah... todas las conversaciones de texto sobre la portada, ni
siquiera puedo expresar mi gratitud por aguantar todas mis indecisiones.
Gracias a Amanda, mi diseñadora de portadas: siempre me aguantas mucho.
Normalmente y siempre acabamos quedándonos con la primera foto que me
envías, pero te hago enseñarme al menos cincuenta maquetas antes de volver
finalmente a la primera. Esta portada es perfecta, y no podría estar más agradecida
por tu brillantez en cuanto a los colores y los retoques.
A Liz, Will y Julie: muchas gracias por compartir vuestro momento especial
conmigo y por darme la oportunidad de utilizar vuestra foto para esta portada. Os
estoy muy agradecida.
Otro enorme agradecimiento a mi agente Savanah que sin duda impulsará
este libro a su máximo potencial como lo hace con cada libro que está a su
cuidado. Estoy muy agradecida por ti y por todo el duro trabajo que realizas para
que mis libros lleguen a todas las plataformas disponibles para que la gente los
disfrute.
A mis lectoras beta, Kelly y Amy. Os doy las gracias por seguir adelante y por
ayudarme a convertir esta historia en algo digno de celebrar y de lo que sentirme
orgullosa.
Brittany Taylor, gracias por ser mi caja de resonancia cuando toda la locura de
este mundo editorial se me mete en la cabeza. Gracias por ser mi amiga y por
estar siempre a mi lado cuando te necesito. Te quiero hasta la luna, y a cada nueva
galaxia que encuentren y de vuelta.
A mis Book Beauties, gracias a todos por vuestro amor y apoyo a este libro y a
todos los demás, os quiero a todos y estoy muy agradecida por vosotros.
Por último, pero no por ello menos importante, gracias a Dios por haber
creado este don en mí y por amarme a través de todos los sueños a los que
constantemente me aferro.
Sobre la
autora
Ashley es una de las 50 autoras románticas más vendidas de Amazon,
conocida por sus novelas románticas de segunda oportunidad en pueblos
pequeños. Reside en el noroeste del Pacífico, donde vive con sus cuatro hijos y su
marido. Le encanta el café, leer fantasía y escribir sobre gente que besa y dice
palabrotas.
También por Ashley
Munoz

Mount Macon Series


Resisting the Grump
Tempting the Neighbor

Small Town Standalones


Only Once
The Rest of Me
Tennessee Truths

New Adult College


Wild Card
King of Hearts
The Joker

Romantic Suspense
Glimmer
Fade

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What Are the Chances
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