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Bertoncello Aportes
Bertoncello Aportes
Geografía. Núcleo teórico: estado del arte. Aportes para la enseñanza de nivel medio.
Organizamos el módulo a partir del tratamiento de un concepto que, entendemos, tiene una
gran centralidad en la geografía, el de espacio geográfico, abordando la discusión en torno a
sus características y en particular acerca de su condición de producto social. Junto a este
concepto presentamos también la cuestión de las escalas.
Ambos conceptos están presentes en el tratamiento de las distintas temáticas que se realiza
en las secciones siguientes, organizadas en función de las grandes subdisciplinas tradicionales.
Por último, hemos dedicado una sección también a las cuestiones vinculadas con los abordajes
integradores.
Los contenidos del módulo rescatan, en la medida de lo posible y necesario, los que han sido
planteados en el módulo anterior, en tanto entendemos que es imposible separarlos
completamente. La forma en que hoy abordamos determinados temas se relaciona con las
perspectivas conceptuales actuales y también pasadas, da respuestas a problemas y desafíos
provenientes de distintas perspectivas, de distintos autores, resignificadas a la luz de las
características y tendencias que muestra el mundo actual, a cuya comprensión, en definitiva,
nos orientamos.
Los contenidos del módulo son fundamentales también, o al menos esto entendemos, para
pensar la geografía escolar, la práctica educativa, la labor docente en geografía, metas últimas
de estos textos. Esto es así porque no es posible pensar la práctica docente en el marco de una
disciplina sin que se cuente con un claro fundamento respecto de sus contenidos, que
permitan no sólo comprenderlos adecuadamente sino también transformarlos en función de
cumplir los objetivos educativos que se persiguen.
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El espacio geográfico
Hemos expuesto en el módulo anterior que, en las últimas décadas, la geografía ha visto un
incremento del interés y la necesidad de fundamentar teóricamente su labor y su producción;
el contacto con las grandes líneas de pensamiento social, por ejemplo, se encuentra vinculado
con esto. También se ha visto un creciente interés por la búsqueda de marcos teóricos y
conceptuales que sean específicos de la disciplina, tratando de ir más allá de la mera
incorporación de la producción de otras disciplinas del campo social. Y al mismo tiempo –y en
parte también como herencia de las tendencias radicales– se ha ido poniendo un énfasis
creciente en la construcción de un conocimiento geográfico que contribuya a la comprensión –
y posible solución– de los problemas que son considerados importantes para la
sociedad (Ortega Valcárcel, 2004), sin que esto lleve a desconocer que la definición de estos
problemas y de sus posibles soluciones no son ni lineales ni compartidos por todos.
Lo anterior remite a la necesidad de revisar una noción que, a lo largo del tiempo, ha ocupado
un lugar central en la disciplina, la de espacio. En las últimas décadas se han producido en
torno a ella intensos debates y, entendemos, avances conceptuales significativos en función de
dar fundamentos teóricos más claros a la geografía como ciencia social. Edward Soja (1993) ha
señalado con claridad que la tradición de estudios sociales ha descuidado la consideración del
espacio, centrando su interés en el tiempo; según el autor, los grandes marcos interpretativos
de lo social han sido capaces de abordar los procesos de forma clara y significativa, con lo cual
la dimensión temporal que está implicada en lo social ha sido ampliamente considerada. Pero
no ha sucedido lo mismo con el espacio, cuyo rol en estos procesos ha quedado en la
oscuridad, lo que desembocó en su no consideración o incluso en su ocultamiento.
Reconociendo que esta situación ha comenzado a revertirse, considera asimismo que esto es
fuente de enriquecimiento tanto para la teoría social como para la geografía.
La geografía tradicional asumió esta noción de espacio como un dato de la realidad, como algo
dado, no sujeto a indagación ni cuestionamiento en sí mismo. A él se refieren los autores
clásicos cuando hablan de “la Tierra” o la “superficie terrestre”, y al tratamiento de sus
características dedican sus esfuerzos. Como contenedor, este espacio está cargado de objetos,
sean naturales o producto de la actividad humana, que deben ser descriptos no en sí mismos
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sino en su desigual distribución, en su presencia/ausencia en los distintos puntos (¿lugares?,
¿sitios?) del espacio, que pueden ser individualizados por un nombre y por su ubicación según
la grilla de coordenadas (posición). Dicha distribución también puede ser explicada si se logra
establecer, como indicaba Ritter, las relaciones causales entre los objetos y cualidades.
Como escenario (palco, soporte) el espacio es considerado como el ámbito donde los hechos
suceden entre las cosas que están en él, ya se trate de hechos del orden natural o del orden
humano (distinción que, cabe advertir, también puede ser considerada una operación
intelectual). Los hechos ocurren en el espacio, de manera diferencial en su extensión, y diversa
también a lo largo del tiempo. La descripción geográfica tradicional asume esto al describir las
características del espacio en sí mismas, tanto cuando se orienta a la descripción sistemática
de las regularidades, como a la descripción de corte regional, privilegiando las particularidades.
El espacio también fue considerado como una categoría del pensamiento, al igual que el
tiempo, que son previas e indispensables para la experiencia humana. Kant los considera
categorías a priori, ya que no hay experiencia humana al margen del espacio ni del tiempo.
Este tipo de concepción del espacio ha sido privilegiado por las perspectivas idealistas, que han
puesto énfasis en las condiciones humanas para conocer y en el modo en que estas influyen en
el mismo (Ortega Valcárcel, 2004). Por ejemplo, cabe recordar el énfasis en la percepción
sensible o empática que la geografía regional coloca en el acto de conocer, oponiéndose a la
neta distinción entre objeto y sujeto del positivismo.
El espacio social
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cambio que el espacio es un objeto a ser indagado en el marco de los procesos sociales que lo
involucran, como parte de los mismos, y que esto debe realizarse con las mismas herramientas
metodológicas.
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de discursos y representaciones sociales que incidirán tanto en las formas (materiales o
simbólicas) de articularse con el espacio, como en los resultados que estas formas específicas
de articulación provoquen en los procesos sociales.
Conviene aclarar que cada uno de estos espacios (material, mental o perceptivo,
representacional) podría ser considerado en sí mismo, individualmente, y podría dar lugar a
conocimientos válidos y útiles a partir de teorías y métodos que sean adecuados. Por ejemplo,
el espacio material podría ser objeto de las ciencias naturales (o materia de arquitectos e
ingenieros), el mental de la psicología, el representacional de la literatura. Pero todos reunidos
y en interacción con lo social constituyen el espacio social o geográfico (o espacialidad), de
interés para las ciencias sociales en general y la geografía en particular. Y es de interés para
estas porque el espacio social interviene, con sus cualidades, en lo social, dándole
especificidad. Si no lo tuviésemos en cuenta, nuestra comprensión de lo social sería parcial o
insuficiente.
La escala geográfica
La cuestión de las escalas geográficas está muy vinculada a la discusión en torno a la forma en
que la geografía ha abordado el espacio. Tradicionalmente, la disciplina abordó la escala como
un dato fijo, asociado al tipo de espacio que se estaba considerando. De esta manera, la escala
geográfica se aproximó fuertemente a la noción de escala cartográfica (la que define la
relación entre superficie real y superficie representada). De acuerdo con el tipo de estudio o la
dimensión a ser analizada, el recurso a la escala permitía definir o “recortar” el territorio que
resultaba más adecuado; con esto, la escala intervenía en el proceso de producción de
conocimiento antes de que el mismo se llevase a cabo. Una vez establecida, la escala se
mantenía fija y dejaba de ser objeto de interés. Por ejemplo, la escala estatal ha sido una
escala privilegiada por la geografía tradicional, contribuyendo a que los territorios de los
estados se consideraran como unidades fijas e inamovibles (y a su naturalización); era el punto
de partida del análisis, y todo aquello que se hiciese quedaba incluido en dicho territorio.
Diversas razones han ido llevando a modificar esta forma de conceptualizar y utilizar la escala.
Por una parte, los cambios sociales generales, asociados en gran medida al crecimiento de las
articulaciones entre diversos lugares y sociedades del planeta, han planteado la necesidad de
recurrir a un mayor número de escalas para comprenderla en forma acabada. El predominio
de la escala estatal se ha visto, de este modo, cuestionado por una parte por la creciente
importancia de la escala global, y por otra, por el énfasis que se ha puesto en escalas
subnacionales, tales como las locales o regionales.
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que se acude en la medida de lo necesario para comprender el objeto de investigación que se
ha definido. Así por ejemplo, si estuviésemos interesados en analizar los procesos de
desindustrialización o empobrecimiento de la población de una determinada localidad, el
análisis que llevaríamos a cabo (definido en la escala local de “esa” localidad), muy
probablemente requerirá que incorporemos procesos sociales y económicos que acontecen en
otras escalas, por ejemplo la escala global en la que se llevan a cabo las estrategias de división
espacial del trabajo de grandes empresas que actúan en todo el mundo, pues son estas
estrategias globales las que explican, en último término, las decisiones de localización de sus
plantas; quizás debamos también recurrir a la escala estatal, pues probablemente las políticas
del Estado (definidas no sólo para la localidad que nos ocupa) tengan injerencia en lo que en
dicha localidad sucede, o incluso medien entre las decisiones globales de las empresas y las
consecuencias que se perciben en el ámbito local.
La cuestión ambiental
Los temas ambientales ocupan un lugar destacado en la geografía actual. En parte, esto se
debe a la centralidad que los mismos han adquirido en las últimas décadas en prácticamente
todas las sociedades, muy vinculada con la diversidad y envergadura de lo que se considera
como problemáticas ambientales. En parte también porque la relación entre los hombres y el
medio, con la que estos temas podrían ser emparentados, tuvo este mismo destaque también
en la mayor parte de las perspectivas de la geografía en el pasado.
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Por otra parte, la definición de ambiente remite a las condiciones en que los seres humanos,
organizados socialmente, se relacionan con la naturaleza con el fin de asegurar su
sobrevivencia. Esta definición muy general puede adscribirse al dominio de las ciencias
sociales. Desde esta perspectiva, las problemáticas ambientales son:
Desde esta última perspectiva, queda instalado el carácter social y cultural del concepto de
ambiente. Diversos autores han abordado esta cuestión a partir de considerar el proceso de
conformación de las sociedades humanas (yendo en algunos casos más allá hasta incluir la
evolución de la especie humana) como un proceso de permanente articulación con los
elementos naturales. Así, por ejemplo, Moraes y da Costa (1987) señalan que los seres
humanos se definen por su capacidad de trabajar para extraer de la naturaleza aquellos
elementos que les son necesarios, utilizando en muchos casos algunos de estos elementos
como instrumentos para llevar a cabo esta tarea (lo que da lugar al surgimiento de la técnica);
la especialización y la diferenciación de roles en esta tarea (en el trabajo) sería una de las bases
de la diferenciación social. A medida que las sociedades se hacen más complejas, la mediación
técnica (incluidos los conocimientos acumulados) y la diferenciación social se hacen crecientes,
lo que dará lugar a la conformación de sociedades humanas como las que conocemos. A su
vez, esta labor sobre la naturaleza la modifica, alterando su equilibrio original; parte de estas
modificaciones tendrán valor para generaciones futuras (por ejemplo, la modificación de
ciertas especies o la alteración de un curso de agua), las que se apropiarán de estas
transformaciones para sus objetivos. Este proceso, que el autor denomina proceso de
valorización espacial, sería un rasgo constitutivo de la humanidad, aunque las formas en que se
lleva a cabo en cada momento y lugar sean muy variables.
Vinculado a lo anterior, uno de estos autores planteará en otra de sus obras que la cuestión
ambiental no remite a la relación entre sociedad y naturaleza, sino que en rigor es una relación
social, entre los hombres, mediada por la naturaleza (Moraes, 1994). La idea misma
de recursos naturales se engarza perfectamente en esta definición, en la medida en que por
ellos deben entenderse no los elementos naturales en sí, que están presentes en el orden
natural (formando parte de él), sino el proceso social que consiste en recurrir a ellos para
satisfacer las necesidades de cada grupo en cada momento y lugar concretos. Es esto lo que
permite comprender el hecho de que los elementos naturales pasen a ser –o dejen de ser–
recursos aprovechables según las necesidades, intenciones o capacidad de las distintas
sociedades, en distintos momentos y lugares. Incluso las estimaciones de sus existencias (como
sucede con el petróleo) están tan condicionadas por el nivel de conocimientos, la tecnología
disponible o la relación con los precios y los costos, que queda muy en claro que dichas
estimaciones están lejos de ser “datos de la naturaleza”.
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Modernidad, capitalismo y ambiente
Si observamos este proceso poniendo en foco a la naturaleza, veremos que es causa de una
profunda alteración o transformación de la misma, que ha llegado a niveles impensados escaso
tiempo atrás. Prácticamente toda la superficie del planeta ha sido puesta en función de estos
procesos y participa en ellos de diversas maneras: como proveedora de elementos (minerales,
forestales, etc.), como recurso para la obtención de otros productos (suelo agrícola), como
lugares para recibir desperdicios (fondo del mar, aire, áreas desvalorizadas).
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En esta apretada síntesis, no deberían dejar de mencionarse las dimensiones políticas
implicadas en la apropiación y uso de la naturaleza. Los conflictos por el acceso y control de los
recursos naturales, en cualquier nivel escalar, son la manifestación más evidente de esta
cuestión.
Las críticas a la modernidad fueron uno de los ejes sobre los cuales se consolidan, en las dos
últimas décadas del siglo XX, nuevas matrices de pensamiento y acción social, que han dado en
conocerse como posmodernidad. Uno de los blancos privilegiados por esta crítica ha sido la
ciencia, y en especial su carácter de saber instrumental a un orden social determinado, que
también es cuestionado.
Las problemáticas ambientales tendrán un lugar central en estas nuevas perspectivas, que
denuncian las nefastas consecuencias del deterioro y “destrucción” de la naturaleza y los
riesgos de agotamiento de los recursos necesarios para la humanidad. El peso social y la
participación política de los movimientos ambientalistas irán instalando demandas de
preservación que desembocarán en las propuestas de desarrollo sustentable, claramente
establecidas en la Agenda XXI (programa 21) elaborada a partir de la Cumbre para la Tierra
ECO92 de Río de Janeiro. La sustentabilidad ambiental, nuevamente, será planteada en
términos de la protección de la naturaleza, pero también en términos sociales y culturales, con
lo cual se refuerzan los vínculos entre crítica ambiental y crítica al orden social general. Los
movimientos ambientalistas se consolidan en este contexto, cobrando muchos de ellos un
carácter global (Gonçalves, 2001).
Sin embargo, la ciencia y la técnica no dejarán de tener un papel central, aunque ahora se
reorientarán en gran medida a la búsqueda de formas más eficientes de utilización de los
recursos, a la disminución de la contaminación y el deterioro ambiental, o a la implementación
de medidas correctivas o paliativas del daño ambiental ya ocasionado o que no puede dejar de
ocasionarse. Se ha señalado ya que, por detrás de las buenas intenciones que guían este
accionar, anidan nuevas formas de acumulación económica, adaptadas al nuevo contexto
social.
Por otra parte, la preservación de la naturaleza se vincula cada vez más con nuevas formas de
valorización social –y económica– de la misma. Un papel destacado cobra los denominados
“usos estéticos” de la naturaleza vinculados con el turismo y la recreación, a través de los
cuales, nuevamente, se da valor económico a la naturaleza, ahora gracias a su preservación. El
paisaje –y particularmente el paisaje natural– cobra aquí una gran importancia, en la medida
en que se transforma en un recurso escénico o estético primordial.
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“La articulación sociedad-naturaleza no puede pensarse como formada por relaciones lineales
que se establecen en forma simple y directa entre fenómenos de racionalidades similares. Los
procesos naturales se configuran en base a una serie de principios propios de lo físico y
biológico, los procesos sociales y culturales se definen y cobran significación a partir de
condiciones y factores específicos pero conformados sobre y en conjunción con los físicos y
biológicos a partir de variados procesos de articulación.” (Galafassi, 2002: 32)
Los principios propios del orden físico y biológico de los que habla el autor son, precisamente,
objetos de indagación de la geografía física, cuyos conocimientos resultan indispensables a la
hora de comprender las cuestiones ambientales. Si tomamos como ejemplo la cuestión del
calentamiento global y sus consecuencias en las condiciones climáticas, es posible sostener
que, más allá de las consideraciones acerca de si el mismo es resultado de acciones humanas o
no, o más allá de tener en cuenta sus efectos sociales, existe un núcleo irreductible de
cuestiones que remiten al orden natural (¿cuáles son los cambios climáticos?, ¿cómo se
producen?, ¿cómo inciden en otros procesos naturales?, ¿qué medidas podrán tomarse para
controlar estos cambios?) y que, como tales, exigen la indagación de los principios y leyes del
orden natural. Como otro ejemplo, los procesos erosivos provocados por un río, aunque estén
causados por una modificación de su régimen debida a la instalación de una represa y al ritmo
en que sus administradores liberan el paso del agua (muy probablemente determinados por
los intereses sociales y económicos relacionados con la producción de energía hidroeléctrica),
son procesos erosivos cuyas leyes son de orden natural, y requieren ser trabajados como tales;
sólo así podrán ser comprendidos y, eventualmente, proponerse medidas de solución. Claro
que estas últimas sí volverán a integrarse al orden social: serán objeto de debate, intereses
encontrados y acciones diversas, de todo lo cual dependerá el resultado final.
La geografía física ha mantenido un alto nivel de producción científica a lo largo del tiempo,
realizada en íntima relación con las distintas disciplinas que se ocupan de estos temas. La
incorporación de perspectivas sistémicas desde mediados del siglo XX ha conducido a avances
importantes en la consideración de las interrelaciones entre los elementos y en las
especificidades que de ellas derivan. También los estudios de las consecuencias de las acciones
humanas en la esfera física y biológica, denominados en general estudios de impacto
ambiental, han contado con aportes significativos de la geografía física, beneficiados por el
conocimiento que sus responsables tienen también del orden social.
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La organización económica del espacio
El interés por las cuestiones vinculadas con la economía ha ocupado un lugar destacado en la
geografía, particularmente en las perspectivas neopositivistas y radicales. A las tradicionales
descripciones del despliegue espacial de las diversas actividades económicas en la superficie
terrestre, típicas de las perspectivas más tradicionales, las nuevas tendencias incorporaron la
preocupación por dar cuenta o explicar sus razones. En el caso del neopositivismo, el énfasis
estuvo puesto en la elaboración de modelos y leyes que permitieran comprender el orden
subyacente a una realidad que, en su observación directa, lo ocultaba. Los modelos de
localización industrial (por ejemplo, de A. Weber), de centros de servicios (Christaller) o de la
actividad agrícola (von Thunen) son algunos ejemplos. En el caso de las tendencias radicales, el
interés se centró, en cambio, en la comprensión y crítica al modo de producción capitalista, ya
que era este el que permitía comprender las pautas de distribución y localización de las
actividades. El interés por las diferencias que el desarrollo económico mostraba a escala
planetaria, las relaciones de dependencia y explotación involucradas en estas diferencias, y sus
consecuencias en las condiciones de vida, también fueron tema de interés (Sánchez, 1991).
La profunda reorganización del capitalismo, cuyo inicio se acepta ubicar hacia mediados de la
década de 1970, afectará fuertemente los contenidos y metodologías de análisis de la
geografía económica. Globalización económica e ideologías neoliberales, redes empresariales y
financieras, sistema posfordista de producción y cambio tecnológico, pueden considerarse los
ejes temáticos que permiten organizar esta presentación del tema (Méndez Gutiérrez del
Valle, 2004). Atravesándolos a todos, está siempre la preocupación por la dimensión espacial
de estas transformaciones.
La crisis capitalista de mediados de los años setenta en las economías más desarrolladas
impulsa una profunda transformación de la organización económica en general, y de la
productiva en particular. La reorganización de los procesos productivos, muy vinculada a la
incorporación de nuevas tecnologías que ahorran mano de obra y permiten diversificar la
producción (que ha dado en denominarse posfordismo), conlleva una nueva división espacial
del trabajo, que permite el máximo aprovechamiento de las ventajas comparativas de cada
lugar, para la producción de aquellos productos o partes de los mismos que posteriormente
podrán ser ensamblados y vendidos en el mercado mundial. Nuevas áreas de industrialización,
mayormente en los países subdesarrollados, se correlacionan con la decadencia de áreas
industriales tradicionales de los países ricos.
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facilitada. Las imágenes y discursos sobre el mundo global e integrado complementan este
proceso de homogeneización.
Así, el mundo globalizado podría ser pensado como una totalidad vinculada y atravesada por
un conjunto infinito de redes; viviríamos hoy en sociedades en red. Estas redes tendrían
nodos, es decir puntos donde se concretan, y estos nodos son lugares concretos, que se ven
beneficiados por su inclusión en las redes. La competencia entre los distintos lugares para
formar parte de alguna red (o mejor aún, de la mayor cantidad posible) sería exacerbada al
máximo. En cada uno de estos lugares, sin embargo, sólo una parte de su población o de sus
actividades tradicionales serán de interés para estas redes, lo que reproduce en ellos los
mismos procesos de selección y diferenciación que se dan a escala global. Inclusión y exclusión
de estas redes son, por lo tanto, las dos caras de la misma moneda, que se procesan social
pero también espacialmente (Castells, 1998). Las sociedades, grupos sociales dentro de ella,
lugares en distintas escalas que no son incluidos en red, quedan al margen; la inclusión en las
redes se constituye en el nuevo mecanismo de inclusión y exclusión y marginación.
La cuestión fundamental para el abordaje de estos temas desde la geografía es qué atributos
debe tener un lugar para formar parte de alguna (muchas) red, y no quedar excluido. A
responderla se han orientado los aportes realizados, entre otros, por Doreen Massey (1984) o
David Harvey (1998), quienes muestran que por detrás de la homogeneización que origina la
globalización y las nuevas formas de organización económica es posible observar que se
produce, al mismo tiempo y en forma articulada, un proceso de diferenciación, en la medida
en que esta homogeneización sólo es tal para ciertas porciones o fragmentos de las sociedades
y el espacio: sólo aquellos individuos que resultaban interesantes para sus fines son
incorporados y, en tanto tales, formaban parte de la totalidad homogénea; y lo mismo sucede
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a nivel espacial. Sólo aquellos lugares que tienen “algo interesante que ofrecer” a las lógicas
globales que organizan las redes podrán convertirse en nodos, los restantes serán excluidos. La
competencia capitalista exacerba la búsqueda de especificidades como fuente de mayores
ganancias (lucro diferencial), al tiempo que individuos, sociedades y lugares implementan
mecanismos diversos que les permitan quedar incluidos evitando la exclusión (por ejemplo, el
desempleo del individuo, el empobrecimiento para la sociedad, la pérdida de actividades,
trabajo, etc., para un lugar) o, según la expresión de Romero y Nogué (2004), caer en la
irrelevancia.
Más aún, cabe advertir que esta forma de homogeneización y diferenciación de los lugares es
parte constitutiva del proceso de acumulación capitalista en su fase actual. Y por supuesto,
permiten comprender no sólo la diferenciación espacial resultante, sino y fundamentalmente,
el rol que dicha diferenciación juega en este proceso. La importancia que las condiciones de los
lugares han adquirido en el proceso de desarrollo económico actual ha dado lugar también a
diversas posturas que, desde lo económico, han acompañado y complementado el énfasis que,
desde lo político y también lo cultural, se viene poniendo en las escalas locales. Las
denominadas propuestas de desarrollo local, y también las de desarrollo territorial (una
sistematización de esta discusión puede verse en Manzanal, 2005), se orientan en este
sentido, en la medida en que ponen énfasis en la activación de aquellos rasgos o atributos
específicos de los lugares que puedan dar base a procesos de desarrollo genuino o sustentable,
evitando caer en la implementación de mecanismos espurios (como el abaratamiento de la
mano de obra, el debilitamiento de las regulaciones ambientales o, más frecuente aún, las
exenciones e incentivos impositivos) para atraer inversiones, que en muchos casos han dado
lugar a consecuencias negativas mayores que los beneficios obtenidos.
En el Reino Unido, Peter Jackson y Denis Cosgrove lanzaron sendas llamadas a favor de una
“nueva” geografía cultural, capaz de recoger este concepto politizado de cultura, de dirigir la
atención hacia aspectos de la vida social que no habían sido tratados hasta entonces por la
geografía (género, sexualidad, identidad) y de reconceptualizar las ideas de paisaje y de lugar,
en el sentido de ser consideradas más que simples artefactos materiales o contenedores sobre
los que se desarrolla la acción social. Esta “nueva geografía cultural”, con un cariz político,
crítico y comprometido, pretendería evidenciar que la cultura no es sólo una construcción
social que se expresa territorialmente, sino que la cultura está, en sí misma, constituida
espacialmente. (Nogué y Albet, 2004: 163)
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La revitalización de la geografía cultural se inscribe, en gran medida, en el contexto del
posmodernismo y en el énfasis que, en estas posturas, se otorga a lo particular, a lo múltiple y
diferente, por oposición a las grandes narrativas (una de ellas, como ya hemos visto, es la
científica). Frente al tradicional énfasis puesto en cuestiones estructurales y consideradas
universales (por ejemplo la lógica de la organización económica, o del Estado y la nación)en la
geografía, esta orientación de estudios culturales trata de rescatar aquello que había quedado
subsumido o no considerado en estas grandes narrativas y procura echar luz sobre ello, en la
conciencia no sólo de su importancia social, sino también de que son indispensables para
comprender acabadamente los mecanismos a través de los cuales dichas cuestiones
estructurales se realizan y especifican.
Quizás sea conveniente presentar aquí el concepto de lugar, no sólo por la centralidad que
tiene en esta perspectiva, sino también porque puede servir para aclarar lo anterior. En su
acepción tradicional, y bastante obvia, el lugar remite a un punto concreto de la superficie
terrestre, identificable por un nombre y una posición determinados. Esta noción se ha visto
enriquecida, en las últimas décadas, por múltiples aportes que han ido sumando sentidos, para
otorgar al concepto de lugar una gran riqueza y especificidad. Por una parte, y tal como ya
hemos comentado en la sección sobre geografía económica, la existencia de lugares que
poseen especificidades propias es un motor de la economía capitalista, en la medida en que
dichas especificidades forman parte de los procesos productivos y permiten obtener beneficios
diferenciales respecto de los que se obtendrían en otro lugar; Massey (1984) utilizó el término
“localidad” para referirse a esta dimensión del lugar, advirtiendo acerca de que su estudio es
ineludible para comprender la lógica general del espacio capitalista (¡y del propio
capitalismo!).
Por otra parte, y tal como hemos visto en la sección sobre política, el ámbito local ha venido
siendo privilegiado como ámbito relevante, vinculado esto con la crítica al tradicional énfasis
en el Estado, con el rescate de las prácticas a nivel comunitario y las ideologías que colocan
positividad en estas, y también con las posturas posmodernas que privilegian lo particular y los
fragmentos por encima de lo general y la totalidad. Asimismo, el que estas posturas enfaticen
también en la consideración de las identidades, ha permitido rescatar y articular en el
concepto de lugar toda la tradición de estudios humanistas en geografía que habían ya
trabajado en torno a las “identidades del lugar” y los sentidos de pertenencia o “sentido de
lugar”, es decir las dimensiones más subjetivas vinculadas al mismo.
El interés por estos temas se encuadra también en las tendencias de la globalización, que no es
sólo económica. La noción de “compresión o achicamiento del mundo” que la acompaña
remite al hecho de que tenemos noticias acerca de lo que sucede en todo el mundo
prácticamente al tiempo que ello acontece, lo que facilita el contacto cultural y el
conocimiento de otras culturas; también y al mismo tiempo, pautas de producción y consumo
se difunden y comparten cada día más. Todo esto lleva a tendencias hacia la homogeneización
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cultural y a la pérdida de las diferencias y especificidades culturales, que han sido ampliamente
señaladas y denunciadas.
Frente a esto, diversos estudios han advertido que esta homogeneización cultural está
produciendo, al mismo tiempo, nuevas formas de diferenciación, destacando las formas en
que las pautas homogéneas son reprocesadas por los distintos grupos (sociales, étnicos,
culturales) en los distintos lugares. Y esto reafirma la importancia del estudio de los lugares,
pues es en estos donde se pueden captar estas diferencias. Más aún, diversos autores han
enfatizado también en la potencialidad que las especificidades de los lugares tienen para
contrarrestar las tendencias globalizadoras, ya sea oponiéndose a ellas o dándoles nuevos
sentidos, y en cómo desde aquí puede construirse una “conciencia global” alternativa a la
dominante (Santos, 1996a, b). (Nuevamente vemos aquí abordajes que requieren trabajar con
la articulación de escalas.)
Hemos elegido los párrafos precedentes para iniciar esta sección pues entendemos que
expresan con claridad la diversidad de temas y la envergadura de los desafíos que la realidad
actual plantea a la geografía política. Se trata, sin dudas, de una realidad muy diferente de la
que marcó la consolidación de esta temática en la disciplina, temática que, podríamos decir, se
estructura en torno a las relaciones entre espacio geográfico y poder.
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internacional fue, para esta geografía, un ámbito en el que sólo importaban o “jugaban” los
estados. Y los niveles subestatales fueron muy descuidados, en muchos casos reemplazados
por las regiones en cuya definición y caracterización la dimensión política tenía escasa
presencia. Difícilmente esta matriz de interpretación pueda dar cuenta de hechos y procesos
como los que Romero y Nogué reconocen en el mundo actual.
El Estado y su territorio no han dejado de tener importancia, como es lógico. Pero junto a él se
han consolidado otras instituciones y otros niveles de interés, como los subestatales y locales.
Los procesos de integración obligan a considerar nuevas unidades político-territoriales (tales
como la Unión Europea o el Mercosur), al tiempo que la articulación con la escala global (y sus
instituciones) se hace más presente y compleja. En estas cuestiones, avances importantes se
han realizado también en la consideración de las articulaciones entre todos estos niveles
escalares (Taylor, 1994), permitiendo superar el tratamiento en compartimientos estancos.
También el concepto de territorio se ha visto “rejuvenecido”. Por una parte, los aportes
realizados para revisar su carácter social han permitido no sólo comprender mejor su génesis a
lo largo de la historia, sino también sus funciones sociales (Sack, 1986). El vínculo del territorio
con la noción de territorialidad, esto es las acciones humanas de ejercicio de poder
vehiculizadas a través del control territorial, han llevado a que el concepto resulte de utilidad
para abordar cuestiones más amplias que las relacionadas con los territorios políticos (Sack,
1983). Territorios vinculados con la nacionalidad no estatal, territorios “alternativos”, de la
prostitución o de “tribus urbanas”, son temas que han aprovechado la matriz conceptual
subyacente al territorio como un espacio que ha sido apropiado por un grupo que, mediante
esta acción, ejerce algún tipo de poder social.
Las cuestiones vinculadas con los límites y fronteras, centrales en el tratamiento tradicional del
territorio, que los abordó fundamentalmente como ámbitos de separación y distinción,
mantienen hoy su centralidad, aunque en gran medida resignificados como ámbitos de
intercambio e integración, en particular las fronteras, que ofrecen particulares oportunidades
a lo nuevo (Nogue Font y Vicente Ruti, 2001). A esto han contribuido, también, los procesos de
integración y la globalización, que han dado nuevas funciones y sentidos a estos ámbitos.
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La geografía social
Esto mismo se observa en cuanto al crecimiento poblacional, el cual se articula más con las
condiciones del desarrollo y el bienestar de la población. En este sentido, se reconocen
avances importantes en el tratamiento de la relación entre crecimiento poblacional y
ambiente, superadoras de las tradicionales perspectivas centradas en el agotamiento de los
recursos y la “capacidad de carga” del planeta. El análisis de los grandes discursos sobre el
tema (por ejemplo, el maltusianismo) entronca con las perspectivas culturales; la revisión de
las teorías y metodologías para el abordaje de las cuestiones ambientales también contribuye
a esto (relacionándose con aportes de la geografía ambiental y económica).
Las temáticas vinculadas con el trabajo han adquirido un rol central en la geografía social,
siendo esta una diferencia marcada respecto de las perspectivas más tradicionales. La
participación de la población en la actividad económica está en estrecha relación con los
conocimientos de la geografía económica, y los procesos que ya hemos presentado en la
sección correspondiente valen también aquí. Por ejemplo, la observación de las
transformaciones provocadas por la globalización económica en su incidencia sobre la
población trabajadora en el marco de procesos territorialmente específicos. Desde la
perspectiva social, el tratamiento del tema se enriquece con la consideración de las
características diferenciales (en términos de calificación, niveles de participación, etc.) de la
población de cada lugar, que generan contextos específicos frente a los procesos globales.
Uno de los temas que más presencia ha adquirido en la geografía social actual es el
relacionado con las condiciones de vida en general de la población, y en particular con la
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pobreza, en sus relaciones con el hábitat y el territorio. Por una parte, el reconocimiento de las
grandes diferencias en la distribución social y territorial de la riqueza y la pobreza viene
concitando creciente atención, en articulación con las dimensiones económicas, políticas y,
también, culturales. Ejemplos de esto son cuestiones tales como las transformaciones del
Estado de bienestar, los efectos de políticas de ajuste estructural y liberalización económica,
las políticas sociales del Estado, entre otras.
Dedicamos esta última sección a presentar las temáticas que pueden considerarse
integradoras de las dimensiones que hemos abordado en las secciones anteriores. Se trata de
formas de trabajar en geografía que rescatan la tradición de ciencia sintética, esto es, que
observa en ámbitos espaciales concretos la presencia e interrelación de las diversas
dimensiones consideradas relevantes. No reiteraremos lo que ya hemos presentado, sino que,
a modo de cierre, señalaremos aquellas que son más específicas de esta forma de abordaje.
La geografía urbana
Las cuestiones vinculadas con lo urbano han adquirido una gran centralidad en la geografía, en
gran medida en correlación con su presencia e importancia social. Todas las dimensiones que
hemos presentado se aplican en los estudios urbanos.
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excelencia), marcadas por la desindustrialización, la decadencia económica y el crecimiento de
los conflictos sociales y la pobreza.
En relación con las transformaciones actuales, las ciudades cambian sus perfiles productivos.
Muchas de las grandes ciudades ven disminuir el peso de sus industrias (y en particular del
empleo industrial) y orientan sus economías hacia los servicios de todo tipo. La
refuncionalización de sus distintas áreas se hace necesaria, y en ocasiones se torna una
oportunidad a través de procesos de revitalización y reciclado, que aprovechan la condición
patrimonial que viejos constructos han adquirido para asignarles nuevas funciones, como
sucede en muchas antiguas áreas portuarias o industriales hoy transformadas en áreas de
negocios, turismo y entretenimiento. Con esto, las ciudades buscan adaptarse a las tendencias
dominantes, compitiendo entre sí para ubicarse en forma favorable en ellas. Aquellas que no
lo logran, o las áreas que no comparten esta condición, quedan excluidas y en decadencia.
La geografía rural
Los procesos de modernización agraria han aproximado fuertemente esta actividad a las
lógicas de la producción económica general. Esto ha requerido una mayor articulación de su
tratamiento con fenómenos que exceden el tradicional tratamiento de los establecimientos y
paisajes agrícolas. El uso de tecnologías y servicios nuevos y diversos, la articulación con los
mercados internacionales, requieren nuevas formas de abordaje. De todos modos, no debería
desconocerse que la actividad agraria presenta una gran heterogeneidad, manteniéndose
situaciones tradicionales, en muchos casos vinculadas con contextos de pobreza y
marginación.
Por otra parte, los ámbitos rurales son cada vez más lugares donde se desarrollan actividades
no agrarias, cuya consideración ha tenido que ser incluida en la matriz tradicional. Además de
usos industriales de todo tipo, las áreas rurales son valoradas hoy como reservas de
patrimonio natural o cultural tradicional, y crecientemente utilizadas para usos turísticos y
recreativos.
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La geografía regional
Tras un largo período de “ostracismo” de la región, que había sido el objeto privilegiado de la
geografía por largo tiempo, se asiste hoy a su revitalización como unidad significativa para el
estudio geográfico. Entendemos que esta revitalización se basa en una de las características
constitutivas del tratamiento regional, a saber, las posibilidades de analizar, más allá de las
características específicas de las dimensiones y temáticas que estemos teniendo en
consideración, las múltiples relaciones que su interrelación en un ámbito concreto genera,
dando lugar a lo específico; sólo el enfoque regional permite captar esto último.
...la región, el lugar, siguen siendo la quintaesencia de la geografía, pero el énfasis radica cada
vez más en el proceso de construcción de la región, producto de aquella múltiple combinación
de poderes, conocimientos y espacialidades. La formación y transformación de las regiones
está hecha de procesos materiales y discursivos, físicos y simbólicos, palpables y
representados, económicos y culturales, humanos y sociales, reales e imaginados; y todo ello
sedimentado en paisajes físicos, políticas públicas, geografías imaginativas. (Nogué y Albet,
2004: 169)
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Rodolfo V. Bertoncello
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