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El Sanatorio
El Sanatorio
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Quiero presentarles mi más reciente libro que titulé "El
sanatorio” convencido de que les quitará varias noches de
su sueño dado que promete ser el más polémico de las
últimas décadas gracias a su contenido que, considero,
despertará la atención de juristas, abogados, psicólogos,
psiquiatras y, con toda seguridad, de la gente común.
Así que te doy la bienvenida para que conozcas la historia
de un hombre que fue arrojado por el destino a un mundo
de sufrimiento, para escapar de él y continuar en otro
mundo de sufrimiento, del que salió airoso para culminar
su vida en un mundo de sufrimiento que te dejará pensando
respecto de tu propia cordura y la de las personas que te
rodean.
El autor
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La vida del hombre es una lucha interminable por
mantenerse cuerdo en un mundo que lo invita a hacer el mal
desde que nace hasta que muere.
El Autor
A la musa
¿Por qué te llamo y no vienes?
¿Por qué te busco y no estás?
Sé que no sabes de amores
Y cuando llegas…te vas
El Autor
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Prefacio
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factores determinantes en la vida de los hombres en sus
actuaciones individuales y en sociedad.
El Autor
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PARTE I
El juicio
Capítulo I
La sala de audiencias
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Al frente a su derecha, totalmente inmóviles, el acusado y
su abogado defensor. Este último quien voluntariamente
había aceptado el caso motivado por su visible notoriedad
y, especialmente, para visibilizarse ante la sociedad,
convencido de la inminente elevación de su prestigio al
final del juicio, el cual, presentía, sería fácil en vista de que
su cliente tenía la intención de confesar su crimen. Algo que
lo convertiría en vedette, aun bajo la condena de aquél.
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Mirando fijamente al acusado, el juez Maxwell, con voz
firme le preguntó: Señor Alan Shmelling, frente a la
acusación del asesinato de la señora Clara Shmelling, se
declara usted culpable o inocente.
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a su pareja. Tan solo los apoderados de las partes, el juez y
el jurado tenían idea del estado en el que había sido hallado
el cadáver. Punto que sería clave para el desarrollo del
juicio que tendría más sorpresas de lo esperado.
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permanecían abiertos. Su cabello estaba desordenado y las
uñas de los dedos de las manos tenían piel entre ellas, en
visible señal de lucha. A cincuenta centímetros del cuerpo
se halló un vaso vacío tumbado lateralmente. Y otro sobre
la mesa de centro. Éste sí ocupado con agua a unos tres
cuartos de su capacidad, que después de pasar por el
laboratorio pudo demostrarse que contenía cianuro en
proporción de veinte partes a una por volumen de
contenido. Y en frente del cadáver el señor Shmelling,
sentado sobre el sofá, con los pies encima de él abrazando
sus rodillas, en silencio y sin expresión en su rostro,
observando el cadáver. Quien no ofreció resistencia en el
arresto, mientras pronunciaba en voz baja y repetidamente:
yo soy el culpable, yo soy el culpable.”
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- ¿Quiere usted decir que la señora Shmelling se auto
infligió las heridas que fueron halladas en su cuerpo?
- Sí señor, así parece
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ceremonia de graduación acompañado de su familia, entre
la que me sentí como un miembro más gracias a que a su
alrededor no se presentó ninguno de esos pretendientes que
muy seguramente no tuvieron la misma paciencia que yo
para esperar un guiño de lástima al menos. Cosa que agradó
a sus padres que también sabían de su carácter volátil pero
que ahora guardaban la esperanza de que su hija se
comportara como una profesional digna. Máxime si sería
una figura pública, -como era su convencimiento-, en donde
se requería de un recato mayor al de la gente común, dada
la tendencia de los medios no a guardar el prestigio de sus
periodistas y presentadores, sino el suyo propio que
siempre se traducía en dinero."
"Lo cierto fue que no contó con muy buena suerte, pues si
bien al principio algunas cadenas de televisión se animaron
a contar con ella pretendiendo subir algunos puntos en su
rating, rápidamente comprendían que no sería fácil lograrlo
en razón al precario desarrollo intelectual de su nueva
estrella, sumado a su bajo nivel académico que la
esclavizaban cada vez más al teleprompter, obstaculizando
cualquier exposición en público en donde la improvisación
ocupara un rol central, lo cual la impulsaba cada vez más a
hacer uso de sus atributos físicos con sus jefes en procura
de conservar los frágiles empleos que cada vez eran menos,
al tiempo que se menguaba su salud mental a niveles
dramáticos de depresión y ansiedad que le impedían dormir
el tiempo requerido para llevar una vida saludable."
"Con algo de morbo puedo decir que para mí esa situación
fue muy favorable porque a medida que ella decaía
profesional y mentalmente, mis esperanzas de tenerla cerca
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aumentaban. Hasta que un día como hoy, hace cuatro años,
aceptó casarse conmigo. Para mí fue como un premio a la
perseverancia, y para ella fue el sello del fracaso. No había
alcanzado sus sueños de vida, los cuales, más allá de tener
dinero, eran alcanzar fama y reconocimiento. Aspecto que
la llevó a caer en recurrentes episodios de depresión que
redundaban en ataques de ira y de histeria que sus hijos y
yo tuvimos que soportar a lo largo de estos últimos cuatro
años. Su familia más cercana es testigo de esta situación.
Sin embargo, esta patología nunca fue expuesta ante su
médico familiar, más allá de un simple señalamiento de
falta de sueño y cosas menores que, a su turno, impulsaron
al médico a recetarle algunos medicamentos homeopáticos,
pero nada de consideración. Al fin y al cabo, una consulta
engañosa no puede conducir a más que a un diagnóstico
errado, seguido de una medicación errada."
" Sus padres, ahora más temerosos que nunca de que su hija
ya no sólo me deshonrara a mí como esposo, sino también
a sus hijos, siempre me encargaron que la comprendiera y
que tratara de tolerar sus recurrentes histerias. Algo que
siempre hice, pero no así sus infidelidades, las cuales nunca
abandonó gracias a su persistencia por alcanzar lo que el
destino le había negado, una posición de poder, así fuera a
costa de entregar sus favores a esos directores de medios
que los recibían a cambio de promesas laborales que nunca
llegaban pero sí agudizaban su situación personal, y la mía,
que sabía que cada visita al estudio de casting iba aparejada
con un encuentro sexual a bordo del cual siempre fui
consciente. Pero ahora, a diferencia de los cuatro años
anteriores, había dos hijos pequeños esperándola en casa al
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lado de un padre y esposo que lloraba incansablemente en
silencio cada vez que la veía atravesar la puerta de la casa
a media noche, o a veces a los tres días, totalmente vejada,
con el pudor a media marcha, y lo peor, con la ilusión de
creer que hacía lo correcto."
"No lo niego, pero siempre pensé en matarla para librarla
de su prisión, de la cual siempre estuve convencido que
jamás saldría. Pero pensaba en nuestros hijos y me detenía."
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Pero no ocurría lo mismo en la mente del juez, quien había
entrado en una especie de trance por tratar de encontrar en
el acusado algún indicio que le permitiera hallarlo culpable.
Pero frente a la evidencia, por horrenda que le hubiera
parecido, no había motivo alguno, al menos por ahora, para
imponer pena alguna más allá del escarnio público en
cabeza de un acusado auto declarado culpable pero que a la
luz del derecho no lo era. Entonces tomó su martillo de
madera y golpeando con fuerza su escritorio, que sonó con
mayor estruendo al acostumbrado en vista de que no atinó
en darle a la base, llamó al silencio a la sala, seguido de
pedir a los abogados que se acercaran al estrado en donde
les informó que aplazaría la audiencia con el ánimo de
recuperar la cordura transitoriamente perdida. Tiempo del
que dispondrían los abogados para reacomodar sus
respectivas misiones. Enseguida les pidió regresar a sus
puestos, ordenando:
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Capítulo II
El receso
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Por fin se estaba cumpliendo el sueño de Clara de ocupar
las portadas de todos los medios visuales y escritos del país,
incluidas las revistas del corazón que aseguraban que de
haber sido candidata a alguno de los tantos concursos de
belleza existentes no había duda de que lo habría ganado.
Lamentándose de no haber contado con sus servicios
profesionales cuando ella misma se los solicitó.
Pero esa era tan solo una parte de la fama póstuma que
tendría Clara, pues tampoco se hicieron esperar las revistas
amarillistas que eligieron destapar su lado oscuro por
encima de su único atributo que ya empezaba a
corromperse en la fría fosa. Y para ello comenzaron a
buscar entre sus antiguos compañeros a aquellos que
hubieran yacido con ella. Aunque resultaban más efectivos
los que no lo hubieran logrado, pues serían justamente éstos
los que estaban dispuestos a derramar sus resentimientos al
interior de los enormes baldes de ancha boca que los
reporteros tenían listos para recibir el vómito de sus
frustraciones, que mezcladas con algunas verdades,
arrojarían una especie de bilis verdosa detrás de la que la
gente concurría a los puestos de revistas a comprar lo que
no tenía valor pero que daba muchas ganancias. A la vez
que dividía las opiniones de la gente común que creaba los
bandos de preferencia entre la femme fatale y su víctima
que por culpa de aquélla aguardaba sentado en un banquillo
respondiendo por los excesos de una esposa que sólo pudo
guardar recato en su caja mortuoria.
Definitivamente, con la suspensión de la audiencia el juez
Maxwell había liberado hacia las calles al temible monstruo
del prejuicio, quien se las tomó por completo gracias al
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infaltable alimento que le suministraba la prensa.
Provocando una tácita guerra civil que ocuparía la vida de
las personas hasta que se produjera el veredicto que calmara
las procelosas aguas que sacudían el morbo colectivo.
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condujera a verificar la veracidad de la narración de su
esposo en lo concerniente al estado mental de su hija. Cosa
bastante difícil de lograr debido a que, aun siendo cierto, su
declaración absolvería de plano a una persona sobre la cual
la familia conservaba algunas dudas previas a su
declaración. Y aún más, después de haber escuchado esa
parte final en la que confesaba la satisfacción que dijo sentir
por la muerte de su hija, lo cual lo convertía en una persona
poco fiable aun para la crianza de los hijos huérfanos que
tendrían en él su único pilar. Aspectos que, siendo
importantes, no superaban el hecho de hacer una
declaración que atacaría la honra de su hija, dejándola como
una simple cortesana ante la sociedad. Aparte de que viendo
el estado de enajenación mental de su yerno, ya fuera
inducido por el comportamiento de su hija o ya por su
propia condición de evidente debilidad emocional, era un
riesgo tratar de hacerlo pasar como víctima, en desmedro
de la seguridad de sus nietos indefensos. Razones
suficientes que les permitió dar su negativa al abogado
defensor quien optó por buscar al médico familiar
encargado de la salud de Clara el cual accedió bajo la
promesa de que no revelaría aspectos personales de su
paciente, así como el tipo de medicamentos que le recetaba.
Condición que fue aceptada por el jurista antes de obtener
su compromiso de asistir a la audiencia.
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Por otro lado, el fiscal de la causa trataba de buscar por
todos los medios habidos a su alcance a alguien que pudiera
declarar en contra del acusado, especialmente respecto de
su cordura, pues temía que alcanzara una declaratoria de
inimputabilidad que lo dejara libre. Aunque lo cierto era
que hasta ese momento nada hacía presumir que fuera
condenado, en razón a la ausencia de pruebas que probaran
lo contrario. Pero, movido por su prejuicio, o quizás por su
intuición, algo le decía que había algo más detrás de ese
hombre que antes que dejarse manipular durante el
interrogatorio, parecía tener siempre la respuesta correcta a
la pregunta que ya esperaba. Veía en el acusado a un
hombre inteligente, aunque evidentemente maltratado, que
manejaba a la perfección al público, casi al puro estilo
coach, que habla y habla sin permitir interpelaciones que
puedan sacarlo de su discurso prediseñado para manipular.
Tal como lo hizo el acusado, narrando un discurso en
perfecta cronología en donde cada episodio escalaba una
razón para despertar lástima y justificación a la vez sobre
alguien que confesó disfrutar de un suicidio pero que no
tomó parte en él. Actitud bastante bizarra para ser cierta.
Por lo que tomó la rápida decisión de enfrentar al acusado
ya no desde el plano puramente jurídico sino psicológico,
cosa que lo llevó a acudir a un psiquiatra de buen prestigio
para que lo ayudara a descifrar y, por qué no, a
desenmascarar a un hombre que en vez de ser odiado por la
gente común había conseguido en tan sola una declaración
ser visto como una víctima de una esposa despiadada. Y
ahora, también del sistema.
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Por su trayectoria, el psiquiatra era considerado toda una
autoridad en materia de enfermedades inducidas. Tanto así
que se había especializado en el tratamiento de personas
adultas que manifestaban comportamientos antisociales
causados por maltratos o emociones de choque que habían
sufrido durante su primera niñez, o, incluso, en la adultez.
Es decir, un especialista que con toda seguridad obtendría
la credibilidad del público y de la corte por supuesto, hasta
dejar sin salida al acusado, obligándolo a confesar la forma
oculta que usó para asesinar a su mujer, aun por encima de
la investigación forense que, sin su valiosa ayuda, sería una
de las grandes derrotadas.
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rayas, y la otra tirada en el piso asesinada. Un circo sin
payasos pero con muchos contorsionistas.
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Capítulo III
Nuevamente en la sala
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suicidado como lo señaló el señor Adam Shmelling en su
declaración?
- No señor, no creo que se haya suicidado. Tenía tantos
planes y tantas ambiciones que es poco probable que se
haya quitado la vida voluntariamente.
- ¿Habló usted con su hija en los días previos a su muerte?
- Sí señor, lo hice justamente dos días antes de la tragedia y
me dijo que en dos semanas tendría una reunión con un
grupo de producción extranjero que quería conocerla
personalmente para un programa de concurso infantil que
prometía ser un boom y que requerían de una cara angelical
como la suya.
- Dijo usted ¿angelical?
- Sí señor, ese fue el término que usó ella extraído de las
mismas personas que la convocaron.
- ¿Y qué pasó?
-Que ella estaba excesivamente nerviosa, pero no por el
casting que tendría que afrontar sino por la reacción de Alan
que la había amenazado de muerte si ella se presentaba a
ese casting.
- ¿De muerte?
- Sí, me dijo que Alan le había dicho que primero prefería
verla muerta antes que permitirle asistir a ese casting.
- Y usted que le aconsejó
- Le prometí que hablaría con él para que tratara de
comprender que buena parte de la estabilidad emocional de
mi hija dependía de alcanzar sus logros profesionales
- ¿Y lo hizo? ¿Habló con él?
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- Sí por supuesto, me apresuré a hacerlo para dar tiempo a
mi hija de relajarse y así pudiera llegar con algo de
tranquilidad a la reunión
- ¿Podría usted resumirnos la conversación que sostuvo con
su yerno el señor Shmelling?
- Sí. Cuando me reuní con él, le expliqué que había hablado
con mi hija sobre su proyecto y que ella me había contado
lo de su reacción violenta, a lo que traté de calmarlo
diciéndole que no se preocupara que yo entendía que esa
había sido una reacción de momento que muy seguramente
él entendería cuando lo pensara con mayor detenimiento. Y
en cambio le solicité el favor de que tratara de ser lo más
tolerante posible con mi hija, dado que era muy probable
que ese trabajo haría desaparecer sus súbitos ataques de
histeria y de depresión que se agudizaban cada vez que se
frustraba una solicitud de empleo luego de cada casting.
- ¿Y él qué le respondió?
- Me dijo que lo intentaría pero que la verdad era que yo no
comprendía qué había detrás de cada casting que mi hija
presentaba y que él no tenía el valor de decírmelo por
respeto hacia mí y por lo complejo que resultaba tratar ese
tema específico justo con el padre de su esposa, pero que
intentaría hacer lo posible por cumplir mi petición pero que
no podía prometerme nada. Que lo mejor sería ponerle fin
a esa situación antes que permitir una sola incursión más en
esos estudios de casting que sólo habían servido para
generar sufrimiento a él, a sus hijos y a ella misma.
- ¿Y usted que hizo?
- Aparte de la preocupación inicial, quedé algo tranquilo
porque él tomara la decisión de separarse de mi hija.
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- ¿Separarse dijo usted?
- Sí, separarse. Eso fue lo que interpreté cuando me dijo que
"sería mejor ponerle fin a esa situación." Pero ahora veo
que interpreté mal, pues su plan de “ponerle fin a la
situación” pasaba por acabar con la vida de mi hija. -
rompiendo en llanto-
- Lo siento señor Harris pero quiero hacerle una última
pregunta. ¿Posterior a esta conversación que sostuvo con su
yerno, habló nuevamente usted con él o con su hija sobre
los mismos hechos?
- No señor, pero un día antes de la muerte de mi hija me
enteré de que había hablado con su madre para decirle que
Alan la había amenazado con quitarle sus hijos si se
presentaba a ese casting. Pero no alcanzó a hacerlo porque
al día siguiente sucedió la tragedia.
- Muchas gracias señor Harris
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- ¿Es decir que tanto su hija como ustedes sus abuelos,
siempre estuvieron seguros del bienestar de sus nietos
mientras su hija recuperaba su cordura?
- Nunca dije que mi hija perdiera la cordura
- ¿Entonces cree usted que abandonar transitoriamente a
dos niños pequeños no es un acto de pérdida de cordura?
- No lo sé, eso sólo podrá afirmarlo un especialista
- ¿Durante el tiempo que su hija permanecía enclaustrada
en su habitación de soltera sufría de algunos episodios de
histeria? ¿Gritaba sin motivo aparente? ¿Lloraba? ¿Rompía
las cosas? ¿Preguntaba por sus hijos? ¿Se alimentaba?
- Sólo algunas veces cuando su madre tocaba a su puerta
para ofrecerle algo de comer o cuando le ofrecía platicar
con ella. Pero en general, no hablaba con nadie.
- ¿Sabía usted si su hija tomaba algún tipo de medicación
contra la depresión o la ansiedad?
- Sólo cuando se encerraba en su habitación, tengo
entendido que tomaba algunos calmantes.
- ¿Podría decirnos cuáles?
-No lo sé, seguro algo para dormir.
- ¿Observó usted, o se enteró que alguna vez su hija se
hiciera daño a sí misma?
- ¿A qué se refiere exactamente?
-Me refiero exactamente a que si en algunas ocasiones
intentó suicidarse, no sé, tomarse algo o cortarse las venas
o lanzarse desde una altura o algo similar…Le recuerdo que
está bajo juramento.
- Sólo recuerdo una vez que luego de tres días de encierro
salió de su cuarto con una venda enrollada en su muñeca
izquierda.
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- ¿La venda estaba manchada de sangre?
- Tal vez sí, un poco.
- ¿Y le preguntaron ustedes sobre lo ocurrido?
- Sí, lo hicimos. Pero respondió que no había de qué
preocuparse, sin permitirnos extender la conversación.
- ¿Cree usted que trató de suicidarse?
- No lo sé. Como le dije, ella no permitió extender la
conversación. De hecho, ese día se marchó de prisa.
- El día de su muerte ¿dónde estaban sus nietos?
- Conmigo. Los llevé al club social a su clase de natación
luego de que llegaron del colegio
- ¿Y su hija dónde se encontraba?
- No lo sé. Lo único que supe fue que Alan había llamado a
mi esposa para decirle que por favor recogiéramos a los
niños a medio día porque él tendría un compromiso por
cumplir.
- Y eso fue lo que sucedió, supongo.
- Sí, así fue.
- ¿Cómo se enteró usted de lo sucedido a su hija?
- Llamaron de la policía aquí a la casa para dar la noticia y
al instante salimos para la casa de ellos y ahí fue donde me
enteré de que esa mañana los niños fueron despachados al
colegio y que ninguno de los dos, ni mi hija ni Alan,
salieron de la casa en todo el día. Alan llamó a mi esposa
para avisarle lo de la recogida de los niños seguramente
porque ya tenía el plan para asesinarla ahí mismo en su
casa.
- ¿Quisiera usted decir algo más?
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- Sí. Quisiera pedirle al señor juez que por favor no le
entregue los niños a su padre, aun si éste llegara a salir
absuelto.
- ¿Y por qué dice eso?
-Porque de verdad creo que él asesinó a mi hija, aun cuando
hasta el momento las pruebas le beneficien, y no quiero que
algún día, cegado por sus recuerdos, les haga daño a los
niños.
- Señor Harris ¿notó usted alguna vez algún
comportamiento inusual en su yerno que le hiciera temer
por la seguridad de su hija o de sus nietos?
- No señor, nunca.
- ¿Sabía usted del permanente sufrimiento de su yerno por
causa de las constantes salidas de su hija a presentar su
casting?
- En verdad no sé si sufría porque siempre se mostraba
discreto, incluso cuando compartíamos en familia en
ausencia de mi hija.
- ¿Vio usted en él en alguna ocasión señal de violencia, o
se enteró por interpuestas personas que él hubiera agredido
físicamente a su hija?
- No señor, creo que eso nunca sucedió.
- ¿Entonces por qué el temor de que el señor Shmelling
despliegue algún comportamiento violento con sus propios
hijos en caso de ser absuelto?
- Ya lo dije. Creo que luego de este fuerte choque
emocional por el que está atravesando, no se sabe qué tipo
de resentimientos puedan despertarse en él que pongan en
peligro a sus hijos. Aparte de que considero que una
persona que ha sido sometida a semejante carga emocional
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no debe convivir con niños pequeños, al menos hasta que
muestre un estado de firmeza psicológica que le permita un
comportamiento social confiable.
- Parece que se estuviera refiriendo usted a un desquiciado
mental. ¿Tiene usted estudios de psicología o de
comportamiento humano?
- Me temo que no señor. Sólo opinaba.
- Disculpe pero olvidé hacerle otras preguntas referentes a
su hija. ¿Recuerda usted si cuando niña su hija evidenciaba
comportamientos inusuales, refiriéndome a
comportamientos como aislarse en su habitación, o
destrozar sus juguetes, o alzar la voz cuando no se le
satisfacía algún capricho, o agredir a sus compañeros de
colegio, o algo similar?
- No como usted lo plantea.
- ¿Quiere explicarse por favor?
- No conozco niños que no hayan protagonizado pataletas,
y mi hija no fue la excepción.
- ¿Podría decirse que lo hacía de manera recurrente?
- Algo así.
- Visitó al psicólogo por este tipo de comportamientos?
- Sí un par de veces
- ¿Y se notó el cambio en ella en su adolescencia y en su
posterior paso por la universidad?
- Durante su paso por la universidad sentimos que sufrió
una especie inusual de "despertar" que nos hacía temer por
su seguridad gracias a que salía más de lo normal y eso nos
inquietaba como padres. Creo que es lo más común ¿no?
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- Supongo que sí, pero ¿antes de su graduación sintieron en
ella esos episodios de ansiedad que la sumieron en la
depresión que la condujeron a su muerte?
- Sí. Pero más que depresión era una incontrolable ansiedad
por conocer cómo sería su vida de ahí en adelante.
- ¿Pero cómo se manifestaba esa ansiedad?
- No sé, pasaba horas frente al espejo cambiando su
vestuario, su peinado y esas cosas de vanidad femenina.
Siempre lo tomamos como que ensayaba lo que sería su
vida laboral futura.
- ¿Es decir que ella daba por sentado que sería una estrella?
- Supongo que sí.
- Muchas gracias señor Harris. No tengo más preguntas.
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causados por maltratos o emociones de choque que hayan
sufrido durante su primera niñez, o, incluso, en la adultez.
- Cuando dice usted “antisociales” ¿se refiere a
comportamientos criminales?
- Por supuesto que no. Un comportamiento antisocial puede
ser un aislamiento social voluntario que manifieste una
persona por múltiples razones, que van desde un simple
miedo hacia los animales, hasta una agorafobia o miedo a
las multitudes, eso por citar tan solo unos ejemplos.
- ¿Pero de todos modos su experiencia le ha enseñado que
es más probable que una persona se vea inclinada a cometer
un crimen cuando padece esta patología antisocial por
causas inducidas, como usted las llama, que cuando la
persona es considerada normal?
- No es categórico pero la estadística clínica nos dice que
así es.
- ¿Tuvo usted la oportunidad de escuchar al acusado en la
audiencia del pasado viernes cuando se refirió a la
sensación de satisfacción que sintió al ver a su esposa
suicidándose ante sus ojos, según su propio dicho?
- Sí, lo escuché.
- ¿Y qué opinión le merece? Claro está, desde el punto de
vista científico.
- Por supuesto que sólo responderé desde el punto de vista
científico. Una persona que se solaza viendo sufrir a otra,
evidentemente tiene un comportamiento psicótico que no
sólo le impide sentir dolor por el sufrimiento ajeno sino que
siente placer por ello. Esto es, que de alguna manera tiene
invertidos sus sentimientos respecto de acontecimientos
sociales que en condiciones normales serían reprochables.
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- ¿Significa eso que una persona que padece esa patología,
fácilmente podría causarle daño a otra sin sentir ningún tipo
de remordimiento posterior, o conmiseración previa, que le
indique que está haciendo el mal?
-Así es. Quien se prepara para hacerle daño a otra persona,
lo que ustedes los juristas llaman íter críminis, es una
especie de psicópata social muy común en sociedades
urbanas en donde el estrés se vive con mayor intensidad,
aun cuando no consuma el hecho criminoso; y será un
psicópata criminal si materializa el crimen. Luego, hay
psicópatas que pueden ser tratados psiquiátricamente con el
objetivo de mantenerlos atados al mundo social. Pero si,
producto de su patología, un psicópata alcanza a cometer
un crimen, será la justicia de los hombres la que se encargue
de aislarlo de la sociedad, quedando al margen cualquier
tratamiento clínico tendiente a resocializarlo.
- Doctor Conrad ¿Existe evidencia científica que determine
si la psicopatía es congénita, o por otra parte inducida por
el medio social?
- Se cree que es inducida por el entorno de las personas.
Especialmente en edades tempranas cuando las víctimas, -
me refiero a los niños sumergidos en esos entornos-,
observan a los adultos más cercanos cometiendo o narrando
actos antisociales no necesariamente criminosos que fijan
en el niño la idea de un comportamiento social que cree es
el correcto, o al menos el único que existe. Comportamiento
que arrastra hasta la adultez convirtiéndolo en fuente
corruptora de otros adultos, en psicópatas criminales o
simplemente en psicópatas con comportamiento antisocial.
De los cuales, sólo estos últimos no son sujetos de acción
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penal alguna hasta tanto no se subsuman en las
descripciones típicas que conforman los códigos criminales
existentes.
- ¿Es decir doctor Conrad que en estos momentos podemos
estar rodeados de psicópatas no criminales sin darnos
cuenta?
- Sí señor, así es.
- ¿Podría entonces indicarnos científicamente qué tan
delgada es la línea que separa a un psicópata criminal de
uno que no lo es?
- Claro que sí. La clave está en la acción, en el hecho
consumado como se lo expliqué con anterioridad. Si la
conducta producto de un íter críminis o de una simple
espontaneidad produce un daño en otra persona y este daño
está regulado en un código criminal, se entenderá que el
individuo cruzó la línea de la psicopatía no criminal a la
criminal.
- Interesante doctor Conrad ¿Podría darnos un ejemplo por
favor?
- Sí señor. Es el caso de quien no quiere o no se atreve a
cometer un crimen que tiene perfectamente pensado y
convence a otro para que lo haga en su lugar ya sea bajo
coacción o determinación, ambas conductas reguladas en
los códigos criminales. O los casos más frecuentes que he
observado en mi consultorio, personas adictas a la
pornografía que terminan manifestando comportamientos
antisociales no necesariamente criminales pero
evidentemente psicóticos dignos de tratamiento
psiquiátrico, en vista de su pérdida de respeto hacia las
causas naturales que provocan los encuentros sexuales
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entre adultos, de los cuales, la gran mayoría provienen de
personas que cuando niños observaron a sus padres o a
otros adultos en actos reservados sólo a ellos.
- ¿Es decir que es posible que después de escuchar el
testimonio del señor Shmelling, estemos frente a un
psicópata criminal?
- ¡Protesto señor juez! La pregunta es meramente
tendenciosa e inconducente -gritó el abogado defensor-
-No responda doctor Conrad -señaló el juez, mirando
fijamente al testigo, entendiendo que la pregunta no había
sido más que una argucia usada por el abogado acusador
para inducir al jurado a creer que un experto acababa de
afirmar que el acusado era un psicópata criminal cuando
hasta ese momento no había sido posible obtener prueba
alguna de que lo fuera. Evidencia que se notó poco pero que
quedó registrada en la leve sonrisa giocondiana que dejó
entrever el interrogador mientras se dirigía a su asiento
esbozando la sacramental muletilla “no tengo más
preguntas señor juez"-
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- Creo que exagera cuando califica a la señora Shmelling
de maníaco depresiva sin los conocimientos científicos que
lo autoricen a lanzar semejante afirmación.
- Entonces permítame decirle que no comprendí su
explicación cuando señaló que una persona psicótica piensa
y realiza actos antisociales sin que los exteriorice o
materialice. Conducta que evidentemente desplegaba la
señora Shmelling cada vez que veía frustrado su capricho.
O mucho antes cuando usaba los sentimientos de sus
pretendientes profesores y compañeros de clase, solamente
para satisfacer unos deseos personales con total ausencia de
conmiseración respecto de los sentimientos de su pareja de
turno. ¿No cree usted que eso constituya comportamiento
psicótico?
- Es posible pero no podría afirmarlo categóricamente.
- ¿Duda usted de su propia teoría respecto del
comportamiento psicótico inducido, doctor Conrad?
- La estadística clínica señala unos patrones de los cuales
me he servido para soportar mis diagnósticos y tratar a mis
pacientes.
- Pero no son concluyentes sus resultados ¿entiendo?
- Siempre han funcionado. Sin embargo debo indicarle que
las enfermedades mentales son de múltiples orígenes al
punto de dejar ciertos márgenes de criterio en favor del
terapeuta que se encarga de efectuar sus propias
evaluaciones.
- Entonces me permito repetir la pregunta ¿cree usted
doctor Conrad que es posible que la actitud asumida por el
señor Shmelling de disfrutar el acto de suicidio de su esposa
provenga de un estado psicótico inducido por los
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permanentes actos inmorales de su esposa que terminaron
por convertirlo en una víctima?
- Sí, es posible.
- Muchas gracias doctor Conrad. La defensa no tiene más
preguntas.
- Puede retirarse -señaló el juez Maxwell-
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ansiedad, de preocupación o de ira, la línea de lo antisocial
a lo criminal.
Era el caso de alguien que desde su casa recordaba cómo
durante su juventud quiso causarle daño a un profesor que
lo reprobó, aun a sabiendas de que el acto era injusto, sólo
porque sus aspecto físico no le era agradable; u otro que
pensaba que podía pertenecer a ese odiado club del que fue
rechazado y pensó en quemarlo; o quien pensó alguna vez
en su vida en deshacerse de un hermano incómodo que le
disputaba sus privilegios como lo haría un aguilucho en su
nido; o quien sintiéndose desplazado por un rival amoroso,
pensó, al menos, alejarlo de su camino; también la mujer
repudiada por su marido que se le ocurrió que el cuchillo de
la cocina podía ser una opción; o el hombre que recordando
haber sido violado en su niñez, decide convertirse en
Batman, o vigilante nocturno, para salvar al mundo de los
violadores. Y las personas más próximas al juicio que luego
de escuchar cada versión modificaban su actitud frente al
acusado, a veces viéndolo como un manipulador asesino, y
otras como un pobre hombre inducido por su esposa a
transformarse en hombre lobo. Cientos de miles de
psicópatas sociales enmascarados imaginando la cara de
terror que el acusado pondría en la silla eléctrica de ser
declarado culpable, todos ellos enfrentados a cientos de
miles que imaginaban su cara de satisfacción de ser
declarado inocente gracias a su carácter de víctima. Todo
un mundo de personas allá afuera en espera de ver
satisfecho su morbo interno lo suficientemente oculto como
para hacer parte del club secreto de los psicópatas sociales.
Esa fue la sensación que dejó esa última respuesta del
49
testigo Phil Conrad Steven luego de la encerrona propiciada
por el abogado defensor.
51
rechazar. Sin embargo yo le decía que le ayudaría, cosa que
ella me lo agradecía muy especialmente.
- ¿Podría explicarse?
- Bueno, usted sabe. Ofreciéndose a salir conmigo.
-Sí, entiendo. Y durante ese tiempo que salieron ¿ella
presentó varios castings?
- No. Muy pocos. Yo diría que contados.
- ¿Y eso ocurrió en cuánto tiempo?
-Después de su expulsión del primer programa.
- ¿Casi cuatro años?
- Sí, así es.
- Señor Matheus ¿durante el tiempo que estuvo saliendo
con la señora Shmelling notó usted en ella algún
comportamiento violento o depresivo que lo desencantara
estar con ella?
- Sí, muchas veces. De hecho, en los últimos meses antes
de su muerte yo me escondía para evitar encontrarme con
ella, debido a que cada encuentro se ponía más intenso que
el anterior. Ella no soportaba el no ser contratada y me
acosaba porque yo no lograba ubicarla en algún programa.
Y aun cuando sí pude conseguir que tuviera algunas salidas
menores al aire -como todos los que ven televisión podrán
corroborarlo-, sus salidas fueron tan incipientes que ella
comenzó a desesperarse cada vez más, llegando al límite de
amenazarme con contarle de nuestros encuentros a su
esposo para que éste tomara represalias violentas contra mí
si ella le decía que estaba siendo extorsionada. Cosa que su
esposo le creería porque la conocía. Aparte de que en varias
ocasiones fue descubierta por compañeros y empleados de
la productora tomándome del cuello en los pasillos,
52
presionándome para que hiciera algo pronto. Y por eso
decidí dejar de salir con ella.
- ¿Y qué pasó luego de que usted dejó de frecuentarla?
-Ella comenzó a buscarme compulsivamente, llamándome
a mi teléfono celular incluso en horas laborales, y
parándose en la puerta del edificio donde habito. Tanto así
que en cierta ocasión que me sorprendió solo, aproveché
para decirle que si tanta insistencia se debía a que se había
enamorado de mí, a lo que respondió, absolutamente salida
de casillas, que si estaba loco, que si acaso no entendía que
yo sólo era su única carta de salvación para abrirle paso en
el canal. Cosa que siempre entendí, como también entendí
que así como podía hacerme pasar ratos agradables,
también podría hacerme perder el trabajo.
- ¿Y después de ese encuentro volvieron a verse?
- Para ella fue muy traumático pues desde ese momento ya
no se le permitía ni siquiera entrar al lobby de la
programadora, y en cambio se pasaba en los cafés de los
alrededores tratando de encontrar a otras personas del
medio en quién apoyarse. De veras que lo siento mucho por
ella porque vi que nunca aceptaría un trabajo diferente al
que soñaba. Era verdaderamente lamentable verla
deambulando por los alrededores intentando ser jovial y
sonriente, cuando sabíamos que interiormente estaba
destrozada.
- Muchas gracias señor Matheus. No tengo más preguntas
- Su testigo
- Gracias señor juez. El Estado se abstiene de interrogar al
testigo.
53
- ¿La defensa tiene otro testigo? -preguntó el juez-
- Sí su señoría. La defensa llama al acusado a declarar.
- Adelante
54
- ¿Quiere decir que no le guarda rencor al señor Matheus,
aun sabiendo que era el amante de su esposa?
- Por supuesto que no. Por el contrario creo que es una
víctima más que muy difícilmente podrá desprenderse de
su recuerdo, de lo cual estoy seguro que le causará desvelos,
al extremo de obligarse a tomar distancia con otras mujeres.
Cosa que -a decir del doctor Conrad- lo pondrá del lado de
esos psicópatas ocultos que se llenan de resentimientos sin
cruzar la línea roja que los separa del crimen. Porque su
causante, por fortuna, ya se suicidó.
- Cuando llamó usted a su suegro el señor Harris para que
por favor recogiera a los niños el día de la muerte de su
esposa, ¿esa llamada obedeció a un plan macabro de su
parte para asesinar a su mujer así como lo señaló su suegro?
- No, no fue así. La llamada obedeció a la misma iniciativa
de Clara que quería procurar el espacio propicio para
convencerme de que le permitiera por última vez asistir a
ese casting, lo cual acepté haciendo la llamada pero nunca
tuve la intención de darle el aval, y fue lo que sirvió como
detonante para que ella se quitara la vida. De ahí que los
dos vasos hallados en el estudio de la casa, o escena del
crimen, contuvieran cianuro. Uno el que bebió ella, y el otro
que ni siquiera alcancé a tomar en mis manos, no porque
supiera de su contenido sino porque cada momento que
avanzaba la conversación yo me iba deleitando de observar
cómo crecía su sufrimiento a causa de la frustración
proveniente de mi negativa. Comportamiento que yo
conocía pero que no imaginé terminaría en tragedia para su
familia. Y no tanto para sus hijos que con toda seguridad la
olvidarán pronto, o no la recordarán nunca a causa de su
55
corta edad sumado al poco cariño que recibieron de ella. Y
si ustedes se fijan en un pequeño detalle, los dos vasos
encontrados en la llamada escena del crimen solamente
contenían sus huellas y no las mías, en clara muestra de que
pretendía envenenarme. Como dijo el doctor Conrad hace
unos instantes: traspasó la barrera del comportamiento
psicótico antisocial para darle paso a su psicopatía criminal.
Esto es, preparó su propio íter críminis; solo que se le
devolvió a manera de boomerang al dejarse vencer por su
frustración que transformó en histeria suicida. Y si no tiene
más preguntas me gustaría retirarme ya porque a decir
verdad me siento cansado.
- El acusado sólo se retirará cuando se le dé la orden de
hacerlo -espetó el juez en franca señal de molestia. -
- Su señoría, la defensa no tiene más preguntas.
- El acusado puede volver a su asiento -repuntó nuevamente
el juez. -
57
Capítulo IV
58
su propio padre el señor Harris, sufría de ciertos episodios
de depresión y de ansiedad, producto de su desesperación
por tratar de abrirse paso en un medio hostil plagado de
depredadores sexuales. Sueño laboral que se vería truncado
por el cruel asesinato perpetrado por su propio esposo quien
para ocultar su crimen frente a ustedes no encontró una
estrategia más ruin que intentar menoscabar, de manera
póstuma, la honra de su esposa quien luchó en su vida por
salir adelante laboralmente, aun cayendo en las garras de
hombres como el señor Arthur Matheus, de quien
escuchamos aquí su testimonio, y quien, creyéndose dueño
del poder, explotó los atributos físicos de una persona para
satisfacer sus más lascivos y bajos instintos, acabando de
hundir las aspiraciones de una mujer luchadora.”
“Honorables miembros del jurado, asesinatos como éste
pasan a diario como paisaje por nuestros ojos, obligando a
una reacomodación de la escala de valores en una sociedad
inducida para hacer pasar por bueno lo que es malo, y por
malo lo que es bueno, como justamente lo estamos
presenciando hoy. Una mujer cruelmente asesinada a quien
el Estado debería proteger por su condición de
vulnerabilidad dentro del espectro social, objeto de un
maltrato póstumo más miserable que el maltrato que le
causó la muerte física. No quiero contradecir mis propios
argumentos menospreciando la muerte como lo he
presentado ahora pero lo que pretendió la defensa a lo largo
del proceso judicial fue “matar a un cadáver". Y cuando
expreso semejante pleonasmo me refiero específicamente a
que no bastó con que su cliente destripara a su esposa como
lo hizo mediante el uso de ese cortapapeles, sino que, aun
59
muerta, el psicópata asesino persiste en continuar con su
asesinato pretendiendo destripar, ya no el cuerpo con el que
se deleitó mientras moría lentamente, sino el honor de su
dueña, quien en vida también lo usó para deleitarlo a él sin
imaginarse que mientras lo hacía, en su mente retorcida éste
planeaba el íter críminis que lo condujo a su
materialización, y que hoy, no contento con ver a su esposa
yacer en una fosa, pretende que toda una sociedad escupa
sobre su cadáver haciéndola pasar por una mujer de
conducta reprochable, en franca intención de vejar su
memoria.”
“Y todo fue causado por este hombre que ven aquí -
señalando a Alan Shmelling con su dedo índice. - Un
enfermo mental que planeó el crimen de su esposa tan
minuciosamente que por momentos quiso poner en duda
tanto a ustedes señores del jurado como al señor juez y al
resto de la sociedad, para que justifiquen un acto que por
nada del mundo deberá justificarse.”
“Observaron ustedes cómo en su última declaración, el
acusado, no contento con haber desprestigiado la honra de
su esposa, adhirió en tácito contubernio con las oprobiosas
declaraciones de quien se declaró amante y víctima de su
esposa, para usar el hecho como miserable estrategia que
reforzara la ya pisoteada honra que en su primera
declaración quiso pasar por cierta.”
60
que no sólo constituiría una afrenta para una familia y unos
hijos, sino para toda una sociedad que se esfuerza cada día
por reivindicar el carácter privilegiado que Dios le otorgó a
las mujeres.”
61
esposo -el señor Alan Shmelling- el perpetrador de un
crimen que previamente había anunciado en caso de que su
esposa decidiera acudir a la oferta de trabajo que le costó la
muerte. Razón por la cual el veredicto no podrá ser otro que
culpable, y su pena no deberá ser menor a la muerte en silla
eléctrica, dada la crueldad del ominoso acto. Muchas
gracias.”
63
precaria formación académica y cultural que, en últimas,
sería el camino a su perdición, constituyéndose en la única
culpable de cerrarle las puertas a un mundo de fantasías que
sólo residía en su mente.”
“Sé que puede sonar cruel todo esto que digo pero el daño
que se hizo Clara Shmelling no sólo la condujo a su fatídica
muerte sino a provocar una tragedia familiar que trascendió
todas las fronteras.”
“Lo dijo el doctor Conrad en este estrado judicial que una
psicopatía podía dar el salto de lo antisocial a lo criminal en
un instante sólo cuando el íter críminis se materializa. Cosa
que para el infortunio de su gestora se vio revertido, toda
vez que quien debía beber el vaso de agua con cianuro no
lo hizo, y en cambio terminó bebiéndolo ella en un acto de
éxtasis emocional tal, que olvidó el contenido de los vasos
que ella misma había preparado para concluir su siniestro
plan que terminó frustrado, aun cuando lamentable a todas
luces.”
“Pero ahora tenemos ante nosotros a un hombre que
presenció todo el acto de locura que terminó en tragedia, a
punto de ser condenado por el solo hecho de haber sido
testigo mudo del desarrollo de un crimen inconcluso en
donde el objetivo era justamente él, pero que por cosas del
destino terminaron revertidas en su gestora.”
“No quiero acusar de criminal a una persona que ya no
existe, aparte de que no concluyó su crimen, pero no
podemos negar que evidentemente la señora Shmelling ya
había cruzado el umbral de la psicopatía antisocial a la
psicopatía criminal. Sólo que en este último caso no quedó
persona viva a quién juzgar pero sí quedaron varias
64
víctimas a quiénes proteger. Entre ellas al señor Shmelling,
del que no sabemos cuánto tiempo y qué tipo de tratamiento
requerirá para volverse a incorporar a una vida social que
por ahora tendrá que olvidar mientras se recupera de su
propia psicopatía social en la que entró durante todo el
tiempo que compartió con su esposa hasta su fatídico final
y que estuvo a punto de convertir en psicopatía criminal de
no ser por la impulsiva y prematura decisión de su esposa.
Luego, lo que hay que condenar aquí no es la actitud de un
hombre frente a la presencia de un suicidio del que dice
haber disfrutado, sino la existencia objetiva de un crimen
que sea objeto de punibilidad. Crimen del cual nadie en esta
sala podrá afirmar que existió. Por tanto, en honor al
principio rector del derecho penal nullum crimen sine lege
y nulla poena sine lege, deberá pasar sin atenuantes que
frente a la ausencia de ley penal que determine la existencia
de un crimen, no será posible la imposición de una pena sin
que se cometa una injusticia.”
65
puramente legal, que, en últimas, es lo único que debe
primar en una sala de juicios.”
“No quiero pasar por indolente por el solo hecho de tratar
de hacerles ver con la razón lo que el corazón se esfuerza
por ocultar. Pero, en aras de la justicia, no me queda otro
camino que exponer con crudeza las razones por las cuales
deberán ustedes declarar inocente al acusado, por cruel que
les haya parecido su actitud frente al suicidio de su esposa,
pues detrás de esa supina actitud se esconde todo un mundo
de frustraciones y dolor, imposibles de controlar al
momento de padecerlas.”
66
la vida. Acto que por aberrante que parezca resulta ser la
consecuencia de todo un proceso mental inducido por el
deseo compulsivo de una persona que quiso alcanzar metas
a través de atajos y no como es correcto hacerse por medio
de la preparación académica según lo enseña la educación,
la vida y la experiencia. Cosa que evadió la señora
Shmelling de manera casi pueril.”
“Y para explicarlo, de manera didáctica, quiero establecer
una maléfica comparación entre esta forma de alcanzar el
éxito, y el delito propiamente dicho, en razón a su extrema
similitud desde el punto de vista psicológico y mental.”
“Una persona que sueña con obtener riqueza como medio
para alcanzar unos logros de felicidad que ha fabricado
previamente en su mente, entra en un estado compulsivo
que la arrastra a buscar la forma de alcanzarlo a toda costa,
saltándose todos los procesos sociales para obtenerlos,
como lo son la preparación cultural y académica usados
como objetivo previo para obtener el medio que le
proporcione la riqueza soñada antes de lograr el propósito
final que es la felicidad. Pero cuando se recurre al atajo, o
al paracaídas para alcanzar un objetivo de alto valor como
lo es su futuro personal, es muy probable que se frustre ese
objetivo. Y más allá que eso, es seguro que queden
cadáveres en el camino sobre los cuales tuvo que apoyarse
el insensato. Caso típico que refleja esta situación. Una
mujer con pretensiones personales que para lograrlas quiso
abrirse camino apoyada sobre arenas movedizas, para
terminar estrellándose con el grueso muro de concreto que
espera a toda persona que escoge el camino corto. Muro de
concreto que dejó dos grandes víctimas: una muerta, y la
67
otra aquí sentada en un banquillo rogando por no ir a
hacerle compañía en su tumba.”
“Muchas veces juzgamos por el hecho escueto, y pocas
veces por los móviles, pero es apenas evidente que quien
impulsó este espinoso camino, incluido su desenlace, fue la
señora Clara Shmelling con su compulsivo y psicótico
sueño de caminar por las nubes sin tener la precaución de
comprar el boleto idóneo para subir a ellas. Así que, señores
del jurado, les ruego tener en cuenta todas las
consideraciones que les he expuesto para declarar inocente
a Adam Shmelling por el cargo de homicidio, debido a que
jamás hubo uno. Muchas gracias.”
69
una sola persona se sacrificara en pos de toda una sociedad,
por encima de cualquier instinto vengativo que pudiera
despertar durante su estado de reivindicación social.
No demoró en oponerse a esa postura el señor Kramer,
quien no sólo lucía indignado con la postura de la señora
Steiner sino que les recordaba a sus compañeros que debían
actuar en sentido contrario, pues no sólo consideraba
aberrante la postura de su antecesora sino que contravenía
cualquier sentido ético, independientemente de que ellos no
fueran abogados, pero que había que emplear el sentido
común por encima de todo. Referido a que por nada del
mundo era justo condenar a un inocente por crueles que les
pareciera sus actitudes, recordándoles lo que minutos antes
les había recomendado el abogado defensor cuando decía
que la responsabilidad de un jurado era tan importante y de
tanta trascendencia que fácilmente podrían convertirse en
homicidas si declaraban culpable a una persona que no lo
es. Hay que tener en cuenta -decía el señor Kramer- que en
nuestras manos no está la imposición de la pena, puesto que
esa decisión sólo corresponde al juez, siendo la de nosotros
la de determinar si el acusado es culpable o inocente. ¿Y a
quién le cabe duda en este recinto que ese hombre es
inocente? En lo que a mí respecta -decía- yo no voy a
mandar a la silla eléctrica a un hombre que no se le
demostró que le haya puesto un dedo encima a la víctima
por más que se haya alegrado de su muerte. Eso es diferente
y nada tiene que ver con nuestra misión. Por tanto ya podrán
recibir mi voto de inocente.
-Es cierto lo que dice el señor Kramer, pero también lo que
dice la señora Steiner. Con sólo ver la expresión del
70
acusado cuando manifestó su complacencia de ver morir a
su esposa, mi hígado me dijo que era un psicópata pero ¿eso
es suficiente para mandarlo a la silla? Yo diría que no.
Aparte de que tampoco quiero cargar con la conciencia de
matar a un hombre. Nunca lo he hecho y no pienso dañar
mi vida votando por matar a alguien. Creo que no volvería
a dormir nunca más en mi vida. Fueron las palabras de la
señora Clemens.
-Por favor señores, tratemos de llegar a un acuerdo sin
exaltarnos. Yo por mi parte quiero confesarles que de solo
pensar en mis nietas, daría mi voto por la culpabilidad de
ese hombre, pero también tengo hermanos que podrían
verse envueltos en algo parecido, y de solo pensar que van
a ser asesinados, así sea por el Estado, me aterra. Nunca
pensé que estar aquí sería tan difícil, especialmente ser
parte de esta reunión, de la cual al principio me sentí
orgullosa y hasta importante por momentos, pero a la que
ahora no quisiera pertenecer ni estar decidiendo sobre la
vida de un hombre que, confieso, terminé odiando. Creo
que votaré en blanco porque no quiero ser parte de esta
pequeña carnicería -señaló la señora Sutherland quien era
una ama de casa que había sido seleccionada al azar por un
algoritmo de entre miles de ciudadanos inmersos en una
base de datos local. -
-La verdad no sé qué decir, pero dentro de las instrucciones
que recibí estuvo la de que era imperioso salir de esta sala
con un veredicto. Los he escuchado a ustedes tan
detenidamente como escuché a los abogados, al acusado y
a los testigos. Y cada vez que uno de ellos terminó su
intervención, creí tener una respuesta pero veo que no es
71
así. Ahora sólo tengo dudas. Y no sólo dudas, ahora lo que
tengo es miedo a lo que dirá la gente allá afuera cuando le
digamos que el acusado es inocente porque no hubo
pruebas suficientes que lo implicaran. No sé pero esto
podría generar una revuelta popular con consecuencias
insospechadas ¿Se imaginan que esta ciudad se encendiera
por culpa nuestra? ¿Cuántos muertos habría? El miedo que
realmente siento es lo que pueda desencadenarse allá afuera
y lo que pueda pasarnos a nosotros cuando todo el mundo
empiece a señalarnos de irresponsables, de protectores de
criminales y cosas de ese estilo. En la vida todo tiene un
precio y creo que aquí, pase lo que pase, el precio va a ser
caro. Miren allá afuera y verán cómo está dividida la gente.
Ya se están preparando grupos feministas por un lado para
tomarse las calles cuando escuchen el veredicto de
inocente. Pero por otro lado están quienes protestarán por
la falta de garantías judiciales al condenar a un hombre que
tan solo presenció un homicidio sin participar de él. Y en
medio de todos, nosotros tratando de acomodar el veredicto
pensando en unas consecuencias por encima de la justicia.
Por eso los invito a meditar esta noche con detenimiento
sobre las verdaderas prioridades que nos llevarán a tomar
una decisión, por lo que sugiero le pidamos al juez que nos
conceda esta noche para ponernos de acuerdo si así lo
deciden ustedes. Fueron las últimas palabras del señor
Taylor, presidente del jurado. Todos asintieron antes de
disponerse a regresar a sus asientos en la sala en donde ya
el juez los esperaba para escuchar su veredicto. Quien no
esperó para preguntar:
-Señor presidente del jurado ¿tienen su veredicto?
72
-No su señoría. Lastimosamente no fue posible encontrar la
mayoría requerida por lo que le solicitamos se sirva
concedernos por lo menos esta noche para ponernos de
acuerdo. -
-Concedido. La audiencia se reanudará mañana a las
catorce horas. -
75
trauma tan severo que no le cabe un apelativo diferente al
de psicópata criminal, digno de ser excluido de la
sociedad.
76
conducta del que entra en el estado psicótico de creer hacer
el bien, cuando efectivamente hace lo contrario. -Fue la
respetuosa recriminación que le hizo el señor Jackson no
sólo a la señora Steven sino a quienes seguían esa línea. -
77
Shmelling: dos personas que cruzaron el umbral de su
mente psicótica. Una para morir, y la otra para ver morir.
Una para dejar corromper su cuerpo, y la otra para ver
corromper su alma a través del tiempo.
78
sabremos, y es justamente por eso que debemos ser cautos,
o fríos si se quiere al momento de tomar nuestra decisión
personal porque es muy posible que creyendo hacer lo
correcto podemos terminar convirtiéndonos en asesinos sin
juicio y sin sentencia condenatoria.
Pero queda la conciencia. Ese martillo que quita el sueño y
que nos empuja internamente más y más al umbral de
criminales, acercándonos, una vez muertos, al lado de
quienes enviamos a la silla.
80
psicopatía criminal que le exige a otro que mate por él en
pos de recuperar la tranquilidad que el reo le arrebató.
¿Ahora creen ustedes que esa actitud lo hace menos
criminal? Evidentemente no. El único acto que lo
exoneraría de ser un criminal más sería el perdón. Pero
como el sistema no permite perdonar a un criminal, se hace
necesaria una condena. Sólo que para aplicar una, es
necesario que no haya duda de que el criminal lo es, o de lo
contrario quien se convierte en criminal es quien lo
condena.
Así entonces, creo que es un psicópata criminal quien hace
daño a otro de manera voluntaria, aun en ejercicio de un
acto de venganza o de justicia, puesto que tanto en uno
como en otro caso, quien comete el acto se regocija con el
dolor de quien tiene sometido, argumentando tranquilidad.
Y para terminar, dejo estos interrogantes:
Bajo estas premisas ¿quién no está demente aquí?
¿Quién no es un psicópata socialmente aceptado?
¿Quién tiene la potestad de acusar a una persona que no
traspasó la línea que lo separa de ser un psicópata antisocial
a la de uno criminal? De ser así, dudo mucho que mañana
pueda ver gente en las calles, pues estarían todos en las
cárceles.
82
Por lo tanto procederé a efectuar el acta que leeremos ante
el señor juez. Les deseo una feliz noche y nos vemos
mañana, pero antes quiero recordarles que por nada del
mundo podrá filtrarse esta decisión antes de ser leída en la
corte frente al juez, quien será el primero en escucharla.
Hasta mañana.
83
Ciertamente el clima no pintaba nada bien para la ciudad,
pues se presumía que después del fallo se presentarían
protestas, cualquiera fuera su sentido, pues estaba en juego
la seguridad jurídica de la nación, así como los derechos de
la mujer a no ser maltratada. Al menos esas eran las
banderas de los grupos de interés. Ambos, defendiendo
derechos totalmente opuestos que de todos modos preveían
una confrontación al menos ideológica.
84
Capítulo V
El veredicto
85
De todos modos, conservando la calma quien debía hacerlo,
el juez quiso culminar la audiencia, primero pidiendo
silencio y luego señalando:
86
Vimos cómo los hechos iban destruyendo lentamente el
dicho del acusado que sin miramientos los aceptaba uno a
uno en franca muestra de total ausencia de cordura, o quizás
en maliciosa estrategia distractora de la verdad, que por más
filigrana corrupta que parezca, nunca podrá vencer a
aquélla.”
“Nunca un testimonio deberá ser tenido por verdad
absoluta, aun en las condiciones que parezcan más obvias,
pues detrás de él siempre se esconde una verdad que lo
corrobora o lo desmiente, haciendo saltar esa chispa de
verdad que es la que le otorga la razón de ser a todo juicio
imparcial. Y fue este el caso en el que todas las evidencias
se derramaron sobre el testimonio mentiroso del acusado
para sacarlo a flote de una situación en la que él mismo
pareciera interesado en sumergirse y de la que no nos es
permitido auscultar en su mente para desmentirla o
corroborarla, dejándonos en manos, exclusivamente, de lo
probado en juicio. Así que no es necesario rasgarse las
vestiduras tratando de anteponer las corazonadas y los
prejuicios ante los hechos escuetos con miras a deshacer lo
que la razón y la evidencia lograron a los ojos de todos,
salvo que surja una prueba oculta o un testimonio lo
suficientemente revelador que deshaga lo evidente. Cosa
que me obliga a abstenerme de imponer una pena al
acusado por el homicidio de la señora Clara Shmelling. Sin
embargo, no podré permitir que el acusado salga por esa
puerta a ser vituperado y a enfrentar un mundo que lo
maltrató de forma tal que trastocó su mente al punto de
llevarlo al extremo de afirmar haber disfrutado el
homicidio de su esposa, en un acto a todas luces demencial
87
que supone la necesidad de un tratamiento psicológico o
psiquiátrico, según lo determinen los especialistas, que le
garanticen tanto a él como a la sociedad que su retorno a
ella no le causará daño ni al uno ni a la otra. Por tal razón,
decreto que a partir de este momento el señor Alam
Shmelling es libre ante la ley de todo cargo criminal pero
deberá ser sometido, a partir de este momento, al
tratamiento mental de rigor que dictaminen los
profesionales del sanatorio de la ciudad. Lugar en el que
permanecerá recluido en calidad de paciente hasta obtener
certificación firmada por el director del establecimiento que
funja como tal al momento de expedirla. ¡Cúmplase!”
89
a la sociedad para que pudiera recuperar su salud mental
que le había producido semejante choque emocional.
91
Capítulo VI
El morbo colectivo
Las entrevistas
92
turno a quien se le estaba otorgando una especie de
jurisdicción para que de manera sumaria decidiera
nuevamente sobre la libertad o confinamiento de un hombre
que materialmente fue declarado inocente en juicio justo.
Una aberración del derecho que ponía en tela de juicio a
todo un sistema judicial que se veía obligado a dar
explicaciones a la comunidad respecto de cuál sería la
última instancia de un proceso: la palabra de una corte o la
palabra de un legista, por reputado y conspicuo que éste
fuera. Ciertamente el debate planteado por el jurista ponía
el dedo en la llaga en todo un sistema judicial que
tambaleaba entre la seguridad o inseguridad jurídica a partir
de la controvertida decisión que uno de sus jueces acababa
de proferir. Algo jamás visto que abría una ancha grieta por
donde podría entrar el capricho o incluso el prejuicio de los
jueces que disintieran de los veredictos de los jurados.
Aspecto que probablemente quedó impregnado en la mente
del juez Maxwell y que muy seguramente lo tenía alejado
de los medios.
93
libre debería negársele la custodia de sus hijos como
medida preventiva a una posible reacción adversa que
pudiera ponerlos en peligro. Sin embargo, el peligro no
necesariamente afectaría a los niños por el daño físico que
el padre pudiera causarles, sino el daño psicológico por
saber que su padre había sido acusado de asesinar a su
madre aun cuando hubiera sido declarado inocente. Choque
emocional que un niño de esa edad no estaba en
condiciones de entender pero que sus compañeros de
colegio se encargarían de recordárselo cada vez que
pudieran dada la innegable crueldad que envuelve la
naturaleza de las personas, comenzando por los niños
quienes desde su más temprana edad se ocupan de segregar
a quienes disputan su posición en este mundo. Luego, decía
el doctor Conrad, que apoyaba la medida tomada por el juez
Maxwell al margen de cualquier consideración jurídica que
pudiera controvertir su opinión.
94
de una mujer que nunca estuvo dispuesta a dejar de lado sus
propios sueños en favor de los de él, quien sólo se limitó a
esperar que el destino satisficiera sus caprichos sin
detenerse a mirar en la fuerza que las aspiraciones ajenas
pueden ejercer sobre otros. Pero este tipo de terapias
requiere de un largo proceso que, en definitiva, no podía
lograrse en el sanatorio del doctor Speer a quien conocía. Y
más allá de eso, si se tenía en cuenta que ese lugar no había
sido creado para recuperar enfermos psicóticos sino para
recluir a quienes ya no tenían recuperación. Dejando
patente una vez más que, al parecer, el juez Maxwell había
condenado, motu proprio, a un acusado que previamente
había sido declarado inocente.
La declaración del doctor Conrad produjo desconsuelo en
muchas personas que escucharon la entrevista, al tiempo
que regocijo en otras que veían cómo la justicia era
pisoteada por un juez que decidía el lugar de reclusión de
un inocente. Dando lugar a un nuevo hito de controversia
que enfrentaba las opiniones de la gente común con las de
los estudiosos del derecho y de la psicología por aparte.
95
juicio. A todas las preguntas de la presentadora siempre
respondió con una fotografía que resaltaba el carácter de su
hija. Comenzando por sus primeros años de vida en donde
se le veía posar ante su familia vestida de princesa, siempre
mostrando esa tendencia a sobresalir, o a hacerse notar por
encima de cualquier otra meta de vida. De hecho, la señora
Harris no ocultó el deseo de su hija desde muy chica de
convertirse en presentadora. Tanto así que al ver a su
entrevistadora frente a ella sollozó de solo imaginar a su
hija ahí sentada. En una mezcla de sentimientos
encontrados que por momentos le hacía pensar que su hija
aún vivía. A la pregunta de si ella creía en la inocencia de
su yerno el señor Shmelling, la señora Harris no dudó en
señalar que confiaba en la justicia pero que se sentía
tranquila de que Alan fuera recluido en el sanatorio para
que pusiera en orden sus ideas y, por qué no, para que
confesara su culpabilidad en la muerte de su hija aportando
pruebas claras de la manera como influyó él para que ella
se quitara la vida. Único modo como ella y su esposo
podían quedar tranquilos. Y Alan, libre de los tormentos
que definitivamente serían su castigo. Y respecto de sus
nietos respondió que si algo la mantendría tranquila sería el
saber que Alan no tendría contacto nunca más con ellos ya
que consideraba que, culpable o no, siempre sería una mala
influencia para ellos, sin entrar a especular si representaba
un peligro objetivo a su seguridad personal. Y frente a la
pregunta central si consideraba que su hija, al momento de
su muerte, padecía algún cuadro mental que la impulsara al
suicidio, la señora Harris respondió que no puede negar el
estado de ansiedad y depresión por el que estaba
96
atravesando su hija pero que jamás pensaría que fueran tan
determinantes como para llevarla a un suicidio, y mucho
menos en las condiciones que ocurrió éste, casi como una
auto tortura, usando los mismo términos expresados por el
abogado acusador ante el jurado en su discurso de cierre.
99
de violencia y desestabilización individual que, de no ser
satisfecha, arrojará como consecuencia la maldad como
elemento de paridad perseguido por quienes reclaman
sentir placer del mismo modo que el que sienten sus
víctimas.
100
dispone solamente de una de ellas: el alimento físico,
surgiendo así la sociología humana como observadora del
factor de comportamiento colectivo. Este último, originado
en la satisfacción o insatisfacción de la necesidad de placer
insertada en el hombre como elemento fundamental para su
normal desarrollo durante su tránsito por el mundo desde
su nacimiento hasta su muerte. Luego, la sociología no
deberá ocuparse de otra cosa que no sea de la observación
del resultado del comportamiento humano cuando carece
de alguno de esos dos elementos esenciales de placer que
impulsa al individuo a actuar en contra o a favor de los
demás individuos. Y por constituir una simple observación
del comportamiento humano podrá ser usada por los
Estados para procurar satisfacer esas necesidades de placer
en favor de la paz general del mismo hombre que actúa en
sociedad, puesto que es posible que existan hombres
insatisfechos que no vivan en sociedad y por tanto no
encuentren en quién desbordar su violencia a la hora de
obtener su placer.
Como dije, no existen categorías en los vicios, pues todos
conducen, por igual, a la misma consecuencia: la de hacer
el mal.
101
Y no siempre el daño será catastrófico o de consecuencias
lamentables. A veces la mentira será suficiente para dar
satisfacción a la necesidad de la obtención del vicio.
Mentira que, de todos modos, hará infeliz a otro en favor de
la satisfacción propia del individuo mentiroso que siempre
hará todo lo posible por satisfacer su necesidad natural
evitando perecer como individuo. Y esto no es otra cosa que
"instinto de supervivencia" que, trasladado a una sociedad
completa se convierte en un generador de desestabilización
colectiva y de comisión de delitos casi que insalvable, por
no decir, insalvable.
De todos modos, podría crearse una categoría superior de
vicio llamada adicción, que es aquella necesidad de placer
originada en causas no naturales sino introducidas
caprichosamente en el cuerpo, como la pornografía, las
sustancias alucinógenas y el alcohol, las cuales, siendo
fuentes de placer no esenciales en la composición natural
del hombre, influyen negativamente en él desde el aspecto
puramente sociológico, puesto que causan los mismos
efectos de la carencia de esas satisfacciones necesarias
generadoras de placer.
Entonces, si bien es cierto que las consecuencias son
idénticas, no así su causa, puesto que una proviene de la ley
natural, y la otra no, surgiendo el suicidio como la
manifestación más extrema de insatisfacción del hombre
frente a la carencia de placer originado en adicción y no en
vicio.
102
con esta acepción a "pacíficas", dada la facilidad que los
medios de producción, apoyados en la tecnología, ofrecen
para brindar a cada individuo esos mínimos de placer que
requieren para contener cualquier signo de violencia que
suponga el reclamo. Eliminando del camino a quienes,
teniendo la fórmula en sus manos, se opongan a procurar
esa paz, en razón al propio estado de desajuste mental que
supone el hacer daño o infligir dolor a otro.
104
contrario su estado de éxtasis trascendió su necesidad
primaria de sentir placer para dar el salto del umbral al
estado antinatural de causar daño, si se tiene por daño la
acción tendiente a desmejorar o lesionar la condición
natural de otra persona. En cuyo caso será un delito digno
de reproche y de castigo bajo las leyes humanas. Y para el
caso en particular, viendo la actitud omisa de Alan
Shmelling para impedir el suicidio de su esposa, seguida de
un estado de regocijo, nos ubicamos en la línea de la
ausencia de un delito, mas no de un estado patológico de
psicopatía antisocial que lo ubica en la necesidad de
tratamiento antes de permitirle que atraviese el umbral que
lo convierta en criminal. Luego, desde el punto de vista
psicológico, encuentro acertada la decisión del jurado de
declararlo inocente, así como la del juez Maxwell de
enviarlo al sanatorio a cumplir un proceso de regeneración
mental que, de surtir efecto, lo retorne a la vida social.”
105
como la psicología y el derecho, con el objeto de trasladar
la discusión de la corte a los medios, y de éstos a la sociedad
que de nada servirían en el plano puramente práctico
aunque sí generaba debates sociales muy lucrativos para el
medio, al tiempo que dañinos para la sociedad que
nuevamente tomaba partido en torno a una decisión judicial
que tenía convertida a la ciudad en un polvorín a punto de
explotar. El invitado era un jurista ortodoxo que pretendía
poner el dedo en la llaga de la teoría de la doctora McCarthy
tratando de debilitar sus argumentos sobre el
comportamiento humano. Debate del que ésta no huyó ni se
arredró, sino por el contrario aceptó ansiosa de controvertir
con alguien que gracias a su ortodoxia podía abrirle los
caminos que sistemáticamente le cerraron sus propios
colegas con quienes rivalizaba.
106
psicópata criminal al que no debía hacérsele ningún tipo de
estudio psicológico, ni enmarcarse dentro de
comportamientos inducidos por terceros, debido a que estas
situaciones eran las que ayudaban a disuadir la acción de la
justicia, como justamente ocurrió en este caso en donde lo
que se presentó fue un caso típico de omisión voluntaria por
parte del delincuente que tuvo en sus manos el poder para
evitar la muerte de una persona, ya fuera evitándolo
personalmente o ya avisando a las autoridades. Pero que en
cambio coadyuvó a su resultado, convirtiéndose en un
determinador o, incluso, en un coautor.
107
consumado, dejando inerme la posibilidad del
desistimiento. Punto clave del que parte mi teoría -dijo la
doctora-. Esto es, de aquel momento en el que el individuo
está a punto de perder su razón de ser, de la misma manera
como cuando lo que requiere es suplir su necesidad de
alimentarse para evitar la corrosión del cuerpo por
inanición. El acto que precede a la decisión es irrevocable,
consecutivo y secuencial, toda vez que a medida que se
agota el tiempo para la comisión del delito, se acelera la
corrupción del cuerpo disminuyendo la posibilidad de
evitarla.
Ex factis ius oritur -de los hechos nace el derecho- Pero ¿de
dónde surgen los hechos?, según mi teoría, los hechos
nacen del estado de necesidad esencial del individuo por
suplirla. O después de suplida, del salto que el individuo
efectúa sobre el umbral, motivado por las adicciones. Sólo
de ahí nace el hecho generador del delito, y a partir de éste
la aplicación de las penas, pues también he encontrado que
éstas son meras apreciaciones subjetivas consensuadas por
grupos de poder enquistados en los aparatos judiciales
estatales que de manera consuetudinaria han ido
otorgándole valor tanto a los delitos como a las penas. En
tanto que mi investigación apunta a determinar con mayor
claridad el verdadero origen del delito desde el punto de
vista humano, estableciendo esas fronteras psicológicas
desde donde se pueda calificar si el hecho criminoso nació
de una conducta voluntaria con deseo de causar daño, o por
el contrario, de la reacción de restablecer una condición
natural que fue dañada por un agente externo a través de la
108
coacción psicológica, o por cualquier otro medio que haya
desnaturalizado el componente de placer esencial, ahora
restituido por el acto psicótico del individuo que se regocija
del dolor ajeno sin necesidad de su concurso.
109
diferenciarse ésta de la simple destreza mental, la cual tiene
su origen en una condición natural inherente a ciertas
personas que desarrollan una capacidad mental de
procesamiento con mayor velocidad a la de otros hombres
cuando son sometidos a procesos de solución de problemas
que requiere de varios pasos secuenciales para la obtención
de un resultado rápido. Destreza que se forma como
consecuencia de una disposición anatómica interna en el
individuo, no alterada de manera inducida o congénita en la
madre que lo alojó en su vientre, o por el entorno que lo
acogió mientras se puso a prueba su don natural."
"Y cuando establezco esta diferencia -continuó la doctora
McCarthy- me refiero a que es posible que una persona
diestra en cualquier arte o ciencia albergue pensamientos o
sentimientos malsanos tendientes a causarle daño a otro o a
sí mismo a través de los tormentos. Refiriéndome a estos
últimos como el sentimiento interno provocado por el deseo
insatisfecho. Aspecto que podrá degenerar en suicidio del
individuo, o en homicidio en los casos más extremos; y en
tormentos, en los más superficiales. Dejando claro que la
destreza no podrá equipararse jamás con la inteligencia
dado que un hombre inteligente nunca optará por el suicidio
o por el homicidio antes de encontrar la solución entre lo
bueno y lo malo, eligiendo siempre el bien, el cual jamás
podrá ser el causarle daño a otro o a sí mismo. Indicando
con esto que el individuo halló la solución de un problema
mental que no pudo encontrar una persona diestra. Aunque
esto no obsta para que puedan concurrir en una misma
persona las calidades de inteligente y diestro. En cuyo caso
podrá calificarse por separado su condición."
110
"Pero es posible que una persona diestra en resolver ciertos
procesos cognitivos carezca de la capacidad de controlar
impulsos personales de esos que le permitan llevar una vida
social recta. Refiriéndome a recta como aquel
comportamiento que por sí solo no incomode a otros o a sí
mismo sin que necesariamente constituya falta o delito.
Luego, es inteligente quien hace el bien y no el mal después
de haber diferenciado entre uno y otro; y no quien hace el
bien llevando por dentro el deseo de hacer el mal,
absteniéndose de hacerlo sólo por temor al castigo social,
en cuyo caso es un psicópata social que sólo requiere de un
detonante, o de una excitación externa para cruzar el umbral
y saltar a hacer el mal. En tanto que no podrá esperarse esa
misma actitud de una persona reputada inteligente, aun bajo
excitaciones externas de cualquier naturaleza."
"Así, entonces, la inteligencia es la excepción, pues se
coloca por encima de la destreza y de la virtud. Estos dos
últimos, conceptos que ponen al hombre en estados de
admiración frente a otros, pero que no los exime de la
posibilidad de hacerle daño a otros o de hacerse daño a sí
mismos como acto opuesto a lo que representa ser
inteligente. Deberá inferirse, entonces, que un hombre
inteligente no podrá ser vencido por ningún pecado capital
conocido, en tanto que cualquiera otro caerá en ellos,
independientemente del grado de destreza o de virtud que
lo acompañe."
"Así las cosas, evaluar la inteligencia partiendo de la falsa
premisa de la capacidad de ejecución veloz de procesos
mentales sin atender a su génesis de hacer el bien o el mal,
es tanto como otorgar valor superior a quien diseñe un
111
método para asesinar en masa al mayor número de
personas; o al que devaste el mayor número de hectáreas de
tierra en el menor tiempo, o quien diseñe un método
algorítmico para despojar de su dinero a la mayoría de
personas sin que se den cuenta, o a quien diseñe métodos
para confundir a otros haciéndoles creer que hacen lo
correcto cuando es todo lo contrario, o a quien diseñe
métodos para manipular a otros para alcanzar beneficios de
grupos reducidos en deterioro de la vida de quienes lo
procuran. Luego, la inteligencia humana está lejos de ser
una máquina que arroja resultados con gran velocidad, en
contraposición a la virtud que procura el mayor bienestar a
la mayoría."
"Entonces, para que un proceso productivo sea eficiente se
requiere de un grupo de personas diestras dirigidas por una
sola persona inteligente que encauce el proceso a la
obtención del bien y evite que el producto de tanta virtud y
destreza termine causando daño a otros."
"Los actos repetitivos pueden arrojar niveles altos de
destreza en quien los ejecuta, sin que con ello pueda
reputarse como inteligente a su ejecutor, quien alcanzará el
nivel de virtuoso en la medida en que esos actos superen la
media de sus congéneres. Luego, nada tienen que ver la
destreza y la virtud con la inteligencia. Puntos de partida
claves para determinar el origen del delito."
112
último caso, cuando se abstiene de causar aflicción a un
criminal penalizado. Caso que me hace dudar del acierto
del juez Maxwell al tomar la decisión de imponer su propia
pena disfrazada de protección personal y social.
113
Luego, una adicción es todo deseo incontrolado de placer
por encima de los vitalmente necesarios para conservar la
razón de ser de una persona.”
114
mano propia, al tiempo que le borra el malsano sentimiento
natural causado por el daño recibido. Y si vamos
directamente a lo que ordena la ley natural, nos
encontramos con que si el dolor causado por el daño no
puede ser borrado por la pena impuesta al agresor, es
porque ésta no fue justa, independientemente de su tamaño.
Luego, antes de implementar un sistema de penas, deberá
consultarse la psique del ser humano a fin de determinar las
fronteras en las que sea la tranquilidad personal la que
determine su tamaño y, por tanto, su justa tasación.
115
Luego, podría considerársela como un don de la vida más
allá que una condición natural dada la escasez de individuos
que gozan de ese don de mantenerse en ella.
Y nada tiene que ver con la inteligencia, puesto que ésta es
tan solo el medio por el que deambula aquélla. Esto es, que
mientras la conciencia es estática, o mejor, estacionaria, la
inteligencia no, puesto que esta última deberá hacer un
ejercicio de identificación previo a la selección entre el bien
y el mal, antes de determinar si el acto de selección fue el
correcto.
117
el aval para que la idea se materialice en la acción, o, en su
defecto, que se restrinja para que permanezca almacenada
en el éter llamado mente hasta el momento en que la
necesidad del individuo abra la puerta para su
transformación en acto.
Entonces, siendo la voluntad el cerrojo que permite el paso
de las ideas de su lugar de almacenamiento -la mente- a la
acción física, bien podría definirse como la acción que es
excitada por la sensación de conjurar un placer enquistado
en cualquiera de las partes del cuerpo del individuo, o en
todo, cuando ha sido invadido desde el exterior con alguna
sustancia, una imagen o con algún aroma que excite -en
principio- y modifique -después- la estructura física o
emocional del cuerpo humano según el caso. Luego, la
voluntad no es un ente autónomo y consciente, sino un
mero catalizador que arroja al hombre a acertar o a
equivocarse. Entendiendo por acierto todo acto humano
que le otorgue placer sin modificar la existencia positiva o
negativamente de otro hombre; y por desacierto, todo
aquello que lo desnaturalice o lo aflija.”
118
de su necesidad, esto es, como animal hambriento y
violento que cesa de serlo hasta que se alimente a las buenas
o las malas recobrando su cordura, entendida ésta como la
satisfacción plena de las dos necesidades vitales que ponen
al hombre en una situación de paz interior como requisito
necesario para pretender hacer daño a otro o a sí mismo.
Luego no habrá libertad sin placer, pues un individuo que
carezca de él verificará que su comportamiento podrá ser
tan depresivo o tan violento como el tamaño o el avance de
su necesidad, convirtiéndolo en esclavo hasta el momento
en que supla la necesidad vital, la cual le devolverá su
libertad interior, aun cuando le arrebate la libertad de su
cuerpo, dependiendo de la forma como haya alcanzado su
libertad individual. Un agresor sexual acepta ir a prisión
luego de cometer su delito, pues se siente satisfecho en su
interior y suplida su ansiedad lasciva antinatural
proveniente de su adicción al sexo; y libre a la vez aun
cuando esté físicamente confinado. Luego, hay dos tipos de
libertad, la libertad interior que es aquella que surge de la
satisfacción plena de sus necesidades vitales: el alimento y
el placer; y la libertad del cuerpo físico que es aquella que
le impide su movilidad por el mundo.
119
restringen a luchar por su subsistencia mediante la
satisfacción de sus dos necesidades vitales aun a costa de
infringir las normas sociales mínimas de comportamiento,
entre ellas las penales. De ahí la necesidad de identificar
plenamente la premisa a partir de la cual deban redactarse
las normas que orientan los usos sociales, así como las que
imponen penas. Pero, dado que no es así, el ser humano está
condenado a vivir en el caos social y en el delito de manera
progresiva y perenne hasta su extinción.
Y hay otro aspecto que nos arrima a la comprensión del
comportamiento humano y es que por ningún motivo
deberá atribuirse al alma su orientación, pues sería tanto
como atribuírselo a Dios, quien, existiendo, nada tiene que
ver con aquélla pues, bajo mi propia teoría, su único
atributo es el de mantener erguido el cuerpo físico antes de
iniciar su proceso de corrupción; momento a partir del cual
desaparecerá.
120
alimentación o la subsistencia sana del hombre,
entendiendo por sana aquella que nada tenga que ver con el
lujo.
121
último sólo podrá ser impuesto por la conciencia, quien será
la encargada de acelerar o retardar el tránsito del individuo
desde la psicopatía social a la psicopatía criminal.
123
desgracia ajena, pero con el ingrediente adicional de que
ese placer interior es manifestado mediante algún síntoma
de felicidad externa tales como gestos positivos de placer,
risa, o celebración de cualquier forma. Y en los casos más
extremos, con la intervención material y objetiva, como en
los casos de linchamientos, o, incluso, en aquellos casos en
los que hay que dar el voto para que otros inflijan los daños
en su nombre. Comenzando por el acto más simple y
aparentemente inocente de un niño que pone en evidencia
la falta cometida por su hermano o compañero de colegio
para que sea castigado en su presencia con el único objetivo
de ver sufrir al acusado. Acto de placer que es inequívoco
si se tiene en cuenta que nunca se podrá inferir que lo que
pretende un niño que actúa de esta manera sea alertar a los
adultos respecto de la vida recta que deben llevar los otros
niños, o sobre la aplicación de justicia, pues es claro que a
edades tempranas no se tiene concepto alguno de ésta.
Y hasta aquí los dos estadios primarios de la psicopatía
colectiva. La social, que se circunscribe a albergar
pensamientos malsanos, a veces macabros, pero sin
dejarlos salir de la mente de quien la padece. Y la psicopatía
antisocial, que da un paso más allá permitiendo que esos
pensamientos malsanos puedan ser conocidos por otros, ya
sea mediante una simple manifestación de regocijo, o ya
mediante la participación directa en la causación de dolor
del infractor por acción directa, o como determinador, para
que otros actúen en su lugar. Pero siempre con la intención
manifiesta de causar aflicción a otro y así llenar el vacío de
placer que lo motiva a actuar de ese modo, el cual
dependerá del grado de aflicción percibido de la víctima,
124
aun cuando ésta sea la victimaria, como es el caso del
individuo que es linchado por cometer una falta: es
victimario y víctima a la vez.
125
a cruzar la línea natural de psicopatía social a la acción
positiva de materialización del acto. Por tanto, sabiendo que
se nace psicópata, será el Estado el encargado de
implementar un programa de seguimiento psicológico a la
población desde la más primera etapa, basado en la
implementación de una especie de catarsis psicológica
permanente que haga consciente a cada persona de su
condición, con miras a mantenerla controlada durante toda
su existencia como medida preventiva a la ejecución de
cualquier acto dañino, y no mediante la simple educación
memorizada de un código criminal respecto de lo que se
debe y no se debe hacer, bajo la amenaza de la imposición
de unos castigos que en la mayoría de las veces no detiene
la acción del criminal que arribó a esa condición muchas
veces sin entender por qué.
126
Y para cerrar esta intervención, si la ciencia es el método
usado por el hombre para descubrir por medio de la
experimentación, de manera inequívoca, las causas últimas
de los fenómenos del universo para hacerlos inteligibles,
queda claro que la teoría del delito expuesta no cumple con
esos mínimos para ser considerada ciencia, lo cual posa
como irrelevante si se tiene en cuenta, bajo los ejemplos
expuestos, que la ciencia llamada pura no es tan pura como
se la han vendido los científicos a los Estados, y éstos a sus
ciudadanos, lo cual abre el camino para otras disciplinas
igualmente serias, aunque no necesariamente científicas,
pues al fin y al cabo el conocimiento del que se sirve el ser
humano para deambular por este mundo no representa ni el
uno por ciento del conocimiento que puede brindarnos el
universo. Comenzando por la interpretación del
comportamiento humano, el cual no podrá jamás ser
ajustado a un método científico que pueda predecir un
movimiento programado del hombre de manera robótica. Y
no por ello deberá descartarse cualquier estudio sobre él en
pro de lograr una convivencia pacífica.
127
mismo por supuesto. Y según lo presenta mi teoría, el
comportamiento humano que da origen a los hechos
susceptibles de ser regulados por el derecho no es
predecible ni puede ser enmarcado en ciencia alguna, y
mucho menos ser sometido a cualquiera de sus obtusos
métodos científicos. El derecho es el conjunto de leyes
nacidas del prejuicio de unos hombres para castigar a otros
hombres por la comisión de unas conductas que muchas
veces no constituyen crimen a la luz de ley natural pero que
gracias a que fueron dictadas por cuerpos colegiados han
adquirido toda validez, originando consecuencias adversas
en el sentido de no mostrar disminución de casos
delictivos.
128
sus reticentes colegas que no sólo habían ignorado sus
teorías sino que las habían rechazado sin siquiera
estudiarlas a fondo.
129
puramente subjetivos que lo único que lograban era dividir
cada vez más a la sociedad, al tiempo que generaba en cada
bando ese halo de prejuicio que indefectiblemente ubicaba
en el umbral de la psicopatía social a cada miembro de la
sociedad manteniéndolo en un balancín con tendencia
permanente a abandonarla, que si bien no beneficia a nadie,
al menos mantiene al hombre en estado de paz social.
Y respecto de los factores económicos que impulsan al
hombre a cometer delitos, era evidente que cobraba mayor
fuerza en la teoría de los criminalistas puros, pero no como
resultado de una investigación psicológica sino por el
prejuicio estadístico. Y aun cuando coincidía con la teoría
de la doctora McCarthy en su teoría, el problema se
estructuraba en la insatisfacción del componente vital de
alimentarse y, por qué no, de carencia de placer a causa de
la deficiencia económica. Lo cierto fue que el debate se
centró en saber si la decisión del juez Maxwell había sido
acertada, o por el contrario había constituido una
extralimitación de poder al desobedecer el veredicto del
jurado que de manera categórica había declarado inocente
a Alan Shmelling. Y aun cuando el debate había sido
relativamente leal, resultó ser de posturas contrarias e
irreconciliables, agudizando aún más la polarización de la
sociedad que tomó esas posturas como insumo para reforzar
su propio prejuicio en uno u otro sentido, pero ahora con el
respaldo de una autoridad en la materia.
130
pregonando abiertamente su deseo de que Alan Shmelling
se pudriera en el sanatorio, y otros que continuaban
aplaudiendo la valentía del juez Maxwell en contravía de
quienes añoraban una sanción en su contra por haber
prevaricado, revictimizando a un hombre que terminó
recluido sin haber cometido ningún delito sancionado
legalmente. Y todos, al unísono, coincidiendo en el
pensamiento de que en esta novela jurídica alguien tenía
que sufrir.
131
PARTE II
Capítulo I
El sanatorio
132
Antes de ser convertido en sanatorio, y ahora en hospital
psiquiátrico, el lugar perteneció a un hombre rico de la
región que vivió allí solo por más de cincuenta años y que
a su muerte no dejó herederos, permitiendo su apropiación
por parte de la administración local que de inmediato le dio
uso oficial. Razón por la cual pasó a ser de carácter público,
especialmente por su alta ocupación en tiempos en que la
tuberculosis se convirtió casi en una pandemia.
133
visitas dominicales, que más que días de picnic eran el
reflejo de los dramas familiares.
Tanto el camino de llegada como la entrada al sanatorio
eran elegantes. El camino que desviaba de la carretera
principal tenía unos diez kilómetros de vía pavimentada
arropada por árboles de eucalipto a ambos lados de la vía
que no sólo expelían su característico aroma sino que
permitían el ingreso de los rayos del sol entre sus ramas que
insinuaban su único destino, la casona, que recibía a sus
visitantes en una rotonda de jardín decorada con una fuente
de agua en todo el centro, que a su vez era la encargada de
dar la bienvenida a los huéspedes que una vez allí no
volverían a ver en su vida los olorosos eucaliptos que los
condujo hasta el lugar. Evidentemente el exterior de la
casona no reflejaba el interior del sanatorio, que si bien era
tan elegante como su exterior, comportaba un ambiente tan
sórdido que quien lo pisaba no sabía si sentir tristeza o
temor. Referido a empleados y a familiares visitantes, pues
era claro que ninguno de estos sentimientos podía ser
expresado por los pacientes internos dada su condición.
134
Atravesando el salón, justo en frente de la portada principal,
se hallaba otra puerta con un aviso de “Paso Restringido”
que convertía el lugar en enigmático debido a que no había
un recepcionista que diera información. Sólo había que
esperar en la sala de estar hasta que algún enfermero
llamara al visitante para llevarlo al lado de su familiar o
amigo que lo esperaba en una especie de comedor interior
en donde había otros internos considerados pacíficos que ni
se daban cuenta de que había personas a su alrededor. O a
veces los encuentros se daban en un patio interno dispuesto
con sillas de jardín en donde podía apreciarse a los
familiares hablando solos, debido a que la gran mayoría de
pacientes andaban con su mirada perdida.
135
especial para cerrar la posibilidad de que salieran de noche
y se perdieran o se accidentaran en el bosque. También
estaban en la primera planta la cocina, la despensa, la
lavandería, la farmacia, el comedor general y de
enfermeros, un cuarto de aseo y de linos y una sala de
descanso para empleados en donde podían reunirse todas
las tardes a ver televisión o a divertirse con juegos de mesa
antes de retirarse a sus habitaciones ubicadas en la segunda
planta. Lugar en donde pernoctaban durante su turno de
trabajo de tres semanas continuas por una de descanso cada
mes.
También se encontraba la oficina del director del sanatorio,
la cual daba a un pasillo interno con visual hacia el gran
salón de permanencia de los internos desde donde los
observaba con detenimiento cuando hacía sus pausas
laborales.
136
ese vacío de placer que, según la doctora McCarthy,
acompañaba a todo ser humano de manera connatural, aun
a quienes estaban a cargo de su estudio y tratamiento como
el doctor William Speer, que desde hacía doce años dirigía
el sanatorio y de quien se sabía de las diferentes maniobras
que tuvo que hacer para procurarse el puesto de director,
que, más allá de un estatus, le proporcionaba un mundo de
recogimiento, propio de personas con altos grados de
introspección y vida ascética. Algo que evidentemente
disfrutaba debido a que casi nunca se le veía por fuera del
lugar, salvo cuando era requerido por sus superiores
administrativos con quienes debía reportarse una vez al mes
a fin de presentarles sus novedades que generalmente eran
escasas, toda vez que dentro del sanatorio casi nunca, por
no decir nunca, se presentaban episodios de desorden o
cosas parecidas. Todo, en razón a que la mayoría de los
internos eran considerados pacíficos. Unos por sus propios
delirios, y otros porque era necesario mantenerlos sedados
a causa de su excesiva actividad física que hacía que se
desplazaran todo el día de un lado para el otro dentro de su
respectivo pabellón, a veces incomodando a los demás
internos que se arredraban y se refugiaban en sí mismos en
cualquier rincón, temerosos de ser agredidos.
137
Capítulo II
La llegada
138
conocido a través de los medios de comunicación las
razones que habían llevado al señor Shmelling a aquel lugar
pero nunca se le escuchó comentario alguno respecto de la
decisión del juez Maxwell en uno u otro sentidos, pues lo
cierto era que el doctor Speer era tan reservado que aquel
lugar le caía del cielo para su excesiva introspección
personal que lo ubicaba en el umbral de la psicopatía
antisocial, a la luz de la teoría de la doctora McCarthy, a la
cual conocía de manera no personal y que había seguido a
través de la sonada entrevista que la había visibilizado en
días anteriores.
140
llegar a alguien nuevo a un recinto que no está
acostumbrado a su presencia. De momento se arredró,
incluso quiso hablarles, pero con solo ver sus ojos,
rápidamente entendió que cualquier presentación sería
inútil, por lo que decidió permanecer estático hasta que
fueron alejándose lentamente uno a uno. Y como ya era casi
mediodía pensó que seguramente el director lo atendería
después del almuerzo para que se pusieran de acuerdo
respecto de la forma como quería llevar su tratamiento
clínico y así poder regresar a la libertad en poco tiempo. Sin
embargo, el almuerzo sí llegó pero la reunión no.
141
recoger del piso los alimentos que accidentalmente
cayeran. Aparte de que no se desperdiciarían.
Después del almuerzo, Alan observó que varios de los
internos se dirigían a sus dormitorios en donde se les
permitía recostarse por una hora mientras los enfermeros
almorzaban y recogían las mesas. Cosa que imitó él pero en
su habitación. Quizás la primera gran diferencia respecto de
los demás que hasta ahora había hallado en el lugar.
Disponer de una habitación individual, a diferencia del
resto de internos cuyos dormitorios eran tipo barraca con
camas alineadas de un solo nivel.
Y aunque trató de relajarse, no dejó de pensar a qué hora
sería llamado por el director para la primera entrevista en la
que, suponía, se establecerían los pormenores de su estancia
en aquel lugar. Pero pasaron las horas hasta culminada la
tarde y nada sucedió. Ni el director ni los enfermeros se le
acercaron a pronunciar palabra alguna. Incluso cuando,
algo ansioso, intentó preguntarle a uno de ellos si por
casualidad el director no había dado la orden de conducirlo
a su oficina, aquél sólo se quedó mirándolo algo
sorprendido, como si quien le hablaba lo hacía bajo el
efecto de alguna droga que hasta entonces no le había sido
suministrada. La actitud tenía un doble rasero. Primero, que
por ningún motivo era permitido socializar entre internos y
personal del sanatorio. Y segundo, que no era habitual, por
no decir exótico, ver a un interno hablando con otro, pues
allí sólo se escuchaban los balbuceos de aquellos que
hablaban solos pero nunca sosteniendo conversaciones
entre ellos. Y la razón era que todo el tiempo andaban
sedados visitando sus propios mundos, o luchando contra
142
sus propios demonios. Algo que no solamente sorprendió a
Alan sino que comenzó a preocuparlo. Y eso que tan solo
llevaba allí un día sin su noche.
143
hasta sus camas. Parecía increíble pero estaban tan
mecanizados en su comportamiento que ni un grupo de
bestias de pradera lo hacían mejor. Algo que sorprendió
profundamente a Alan que se limitó a hacer lo mismo
aunque sin la estrecha vigilancia de los enfermeros, quienes
se limitaron a verificar que entrara en su habitación
individual para proceder a cerrarla por fuera con un robusto
pasador de cinco octavos de pulgada que sonó como una
puñalada en su corazón, pues sintió que ingresaba en una
celda y no en una habitación. Situación que lo hizo pensar
que las cosas en ese lugar no serían como él se las imaginó.
También se había dado cuenta de que al lado de su cama no
había una mesa de noche para poner sus efectos personales,
pero de inmediato se dio cuenta de que no tenía efectos
personales ya que al momento de cambiarse de ropa a su
llegada, los enfermeros habían retirado de la habitación
todas sus pertenencias. Tampoco había un libro, y mucho
menos un aparato celular o una televisión. De hecho, ni
siquiera había luz en la habitación, pues, una vez adentro,
la luz del día ya había desaparecido por completo dejándola
en penumbras. Por fortuna, y por mera coincidencia, la
habitación asignada contaba con una pequeña ventana
ubicada a unos dos metros del piso por la que entraba una
tenue luz nocturna proveniente de una luminaria ubicada a
más de cincuenta metros de ella; y otra luz proveniente de
la luna cuando pasaba por allí. De resto tendría que
acostumbrarse a que la noche era para dormir y nada más.
En síntesis, la habitación comprendía una cama metálica de
un metro de ancho por dos metros de largo, un colchón, una
almohada, una sábana, una cobija de lana y un huésped para
144
ocuparla. Algo que convirtió esa noche en la más larga de
su vida. Tanto así que debió pararse sobre la cama para
tomar aire fresco proveniente del exterior, aparte de que
empezó a sentir el verdadero sabor del confinamiento, que
captó con solo darse cuenta de que su puerta había sido
cerrada desde afuera.
146
su conducción al sanatorio sería para someterlo a un
proceso de recuperación emocional y psicológica, y no para
ser encerrado en una habitación oscura sin ninguna
comodidad como si se tratara de un enfermo mental más.
Incluso pensó que esa situación era una afrenta a su
dignidad y que antes de abordar cualquier conversación con
el director le haría saber su inconformidad y su disgusto.
Pero luego de un rato trató de tranquilizar su razonamiento
y concluyó que no sería muy prudente dar muestras de
violencia emocional mediante reclamaciones acaloradas
que pudieran despertar animadversión en el director, en
detrimento de su propósito central de ser certificado por
aquél al final del tratamiento que, presumía, sería corto.
Entonces moderó su lenguaje mental y decidió que sería lo
más educado y receptivo posible frente al tratamiento que
le propusiera el doctor como estrategia para acelerar su
resultado positivo. Y así pasó parte de la noche hasta que
se quedó dormido.
147
disponía a descorrer los pasadores de las puertas de los
dormitorios para facilitar la salida de los internos hacia las
duchas. Momento en el cual hacía entrega del turno a sus
compañeros de día antes de disponerse a descansar. Los
turnos nocturnos eran prestados por cuatro enfermeros,
quienes se relevaban semanalmente y a cuya culminación
salían directamente a su semana de descanso luego de haber
trabajado durante tres semanas continuas. De resto, hacia
las seis y treinta de cada tarde, todos los empleados,
incluido el personal de aseo, de mantenimiento, de cocina
y enfermeros se reunían en el salón de descanso a escuchar
música, a ver los noticiarios, o simplemente a platicar antes
de retirarse a sus aposentos ubicados en el segundo piso.
Lugar en donde no había reglas opresivas, salvo las de no
ingerir licor ni hacer ruidos que pudieran perturbar el sueño
de los internos, aunque el salón de descanso se hallaba lo
suficientemente retirado de los dormitorios a fin de que no
les llegara ruido o luz de su interior. Por lo demás, el sitio
contaba con un minicomponente de sonido, una televisión,
una mesa de billar, una mesa de ping pong y varias mesas
de juego de esparcimiento. Esto, en vista del excesivo nivel
de estrés que se vivía en los pabellones de internos durante
la jornada de trabajo en donde estaba prohibido ejercer todo
aquello que era permitido en el salón de descanso. Aparte
de que era obligatoria la permanencia como internos en el
lugar de trabajo, en razón a sus exhaustivos horarios de
trabajo que impedían que los empleados se desplazaran
diariamente entre el sanatorio y la ciudad. Y por ello sus
jornadas continuas de tres semanas de trabajo por una de
descanso para todo el personal. Menos para el director que
148
nunca se tomaba tiempos de descanso fuera del sanatorio y
que esa noche se refugió en su oficina para diseñar el plan
que seguiría en torno al nuevo inquilino, de quien ya tenía
una idea preconcebida respecto de su comportamiento
gracias a que había seguido el caso Shmelling a través de
los medios, incluidas las entrevistas de televisión realizadas
al doctor Conrad y a los diferentes juristas, y en especial a
la doctora McCarthy a quien no conocía y de quien no
descartó algunos aspectos de sus estudios referentes al
comportamiento humano, los cuales intentó combinar con
su curtido criterio que, como psiquiatra clínico, tenía sobre
la materia. Lo cierto fue que pasó largo rato en su oficina
leyendo el expediente judicial que le había sido trasladado
directamente desde la corte, con las grabaciones completas
de las audiencias en donde tuvo acceso a todas las
declaraciones de los testigos y demás comparecientes,
incluido el señor Shmelling, a cuyos relatos le dio especial
relevancia por razones más que obvias pues de alguna
manera también se veía confundido respecto de su conducta
al momento de presenciar la muerte de su esposa, pero más
aún a sus respuestas y a sus relatos dentro del juicio.
149
psicológico complejo que lo hacía llorar
desconsoladamente de manera cíclica cada cuatro horas
como si se tratara de una película sin fin que le corría y le
recordaba su tormento, o quizás su frustración de haber
alcanzado el sueño de su vida de casarse con su esposa
antes de perderla prematuramente. Desarrollando un cuadro
de psicopatía no violenta pero sí cuasi suicida que lo
obligaba a golpearse con las paredes sin que el doctor
comprendiera si lo hacía por dolor intenso de apego
emocional o por frustración de no poderse suicidar antes de
ser conducido al sanatorio en donde se hacía todo lo posible
por impedírselo. Ambos cuadros, plenamente justificables
que dejaban pensativo al doctor Speer respecto de si
impedirle el suicidio constituía un acto de tortura con un
hombre que aún conservaba la cordura, por la que
evidentemente sufría, pero que gracias a sus altas dosis de
sedación era difícil establecer su condición de conciencia o
inconciencia. Cosa que de alguna manera lo hacía sentir
culpable, llevándolo a pensar en reevaluar la condición del
señor Morgan quien cada semana era visitado por un amigo
que jamás lo abandonaba y que le prestaba su hombro
sábado tras sábado para que recostara su cabeza en él
durante toda la visita, en una actitud fría y a la vez
conmovedora que no le permitía a su amigo ni al director
imaginarse si Arthur Morgan se hallaba en el lugar
equivocado producto de un mal diagnóstico, o quizás de
una falta de reclamación por parte de un doliente que
solicitara una revisión de su caso. Algo que evidentemente
no haría el mismo señor Morgan que lo que más anhelaba
era morir pero que el sistema lo torturaba impidiéndoselo.
150
La historia de Arthur Morgan fue uno de esos casos que
pocas veces suceden en la vida real. De hecho, sólo
comparable con la historia mitológica de Orfeo quien luego
de perder a su amada Eurídice en plena luna de miel,
solicitó permiso a los dioses para viajar al infierno con el
fin de traerla de vuelta a la vida, en una tarea que no le fue
nada fácil.
Narra la historia que hallándose Eurídice pletórica de amor
recolectando flores en su jardín, fue picada por una
serpiente que le quitó la vida en segundos. No pudiendo
soportar la tristeza, Orfeo solicitó permiso a los dioses del
Olimpo para bajar al infierno a traerla de vuelta a su lado,
llevando consigo una lira que su padre Apolo le había
regalado, la cual, acompañada de una voz angelical, tocaba
con tal majestuosidad que nadie podía resistirse a su dulce
melodía. Bajado al infierno, parado en la orilla del río
Estigia opuesta a la entrada de aquél, Orfeo trató de
convencer a Caronte, conductor de la barca que cruza a los
muertos al otro lado del río, para que lo condujera hasta la
entrada del infierno. Pero ante la negativa de éste quien
arguyó la imposibilidad de transportar en su barca a un ser
vivo, Orfeo le cantó una canción acompañada de una
melodía que salía de su lira provocando en el barquero un
sueño tan profundo que le permitió a aquél tomar su barca
para cruzar el río hasta la otra orilla. En la puerta del
infierno, todas las almas horrendas se enteraron de que
estaban en presencia de un ser vivo, por lo que trataron de
obstaculizar su paso con todo tipo de agresiones,
impidiéndole su entrada, pero Orfeo tocó su lira sin parar,
151
haciendo que con su melodía todas ellas se desvanecieran a
su paso mientras hallaba el alma de su amada esposa entre
las cavernas infernales. Todo bajo la anuencia de
Proserpina, esposa de Plutón príncipe del infierno, que
había rogado a su esposo permitirle semejante gesta a un
ser vivo. Hasta que llegó a la presencia de Eurídice, y
tomándola de la mano sin mirar su rostro la condujo de
regreso hacia la salida del infierno dejando atrás, con el
toque de su lira, a las almas horrendas que trataban de
obstaculizar su paso, aparte de que durante el eterno
trayecto hacia la salida, Eurídice no cesaba de acosarlo por
no entender por qué su esposo, si decía amarla tanto, no le
hablaba ni volteaba a mirarla. Y la razón era que una de las
condiciones impuestas por Plutón para permitir semejante
empresa era que Orfeo no podía ni hablar ni mirar a su
esposa mientras estuviera adentro del infierno. Pero tal fue
el desespero de Eurídice por conocer la razón del silencio
de Orfeo que, unos pasos antes de la salida, soltó la mano
de su esposo negándose a continuar hasta tanto éste no le
explicara de qué se trataba todo esto, lo cual obligó a Orfeo
a darse la vuelta para explicarle, pero con solo mirarla,
Eurídice se desvaneció frente a sus ojos mientras una fuerza
extraña lo expulsaba del infierno para siempre sin
permitirle lograr su propósito.
De regreso a Tracia, su tierra, Orfeo rompió relaciones con
Cupido, prometiendo no volver a permitir que éste lo hiriera
con su arco encantado, refugiándose en una eterna
depresión.
Y hasta aquí el relato mitológico porque lo que le sucedió
a Arthur Morgan parece sacado de la mitología misma.
152
Arthur Morgan era un hombre de aproximadamente treinta
y cinco años de edad. Joven relativamente exitoso que
trabajaba en el departamento comercial de una prestigiosa
empresa multinacional para la cual prestaba sus servicios
desde hacía cinco años, antes de ser promocionado a
gerente de ventas internacionales, lugar donde conoció a
Stefany. Chica de veintisiete años que por esos días también
había sido promovida al cargo de asistente de gerencia
comercial. Allí se conocieron y rápidamente el destino les
indicó que era posible entablar una doble relación, la
laboral y la sentimental. Tal fue la atracción personal, que
no pasó un año antes de que contrajeran matrimonio, dando
inicio a una vida de ensueño, casi comparable con la de sus
émulos Orfeo y Eurídice. Gozaban de buenos ingresos
económicos y de gran reconocimiento en la empresa, al
punto de que su vida social comenzó a crecer gracias al alto
volumen de clientes que Arthur tenía que atender, lo cual le
granjeó muchas amistades con las que departía todos los
fines de semana. La mayoría de las veces en su lujoso
departamento con vista a la ciudad, en donde comían y
bebían con poco recato todo tipo de licores de marca.
Hasta que una noche la tragedia tocó a sus puertas. La
esposa de uno de sus clientes, despechada por una
infidelidad de su esposo, convenció a Stefany para que se
drogara con ella. Cosa a la que Stefany accedió permitiendo
ser pinchada con una aguja en su brazo. Dando inicio a la
peor de las tragedias imaginadas. -Eurídice había sido
picada por la serpiente, emprendiendo su camino al
infierno. -
153
De ese fatídico momento en adelante poco tiempo
transcurrió antes de que Stefany cruzara su umbral de
placer para quedar convertida en una adicta irrecuperable
hasta verse obligada a abandonar a Arthur con el fin de
internarse en el oscuro barrio de adictos de la ciudad en
donde podría dar rienda suelta a su adicción sin temor a ser
reprimida por familiares y amigos. -En ese momento Catón
ya le había cruzado el río en su barca y Proserpina le había
autorizado su ingreso al infierno.-
Pero Arthur no se dio por vencido negándose a abandonar
a Stefany aun a costa de renunciar a la oportunidad que la
vida les había ofrecido, tomando la decisión más crucial de
su vida. Abandonar su trabajo para ir en busca de su esposa
y traerla de vuelta consigo, en una odisea que hasta el
mismísimo Orfeo lo habría pensado de estar en su lugar.
154
sin hogar que se le fueron acercando en señal de admiración
y, por supuesto, con el interés de que les compartiera algo
de sus ganancias para tener con qué drogarse, al fin y al
cabo el hombre de la guitarra parecía uno de los suyos. Acto
que Arthur no rechazó, sino más bien que utilizó para que
algunas de esas personas lo acercaran al lugar en donde se
compraban las drogas ilegales que ellos consumían,
haciéndose notar cada vez más dentro de la comunidad, a
la que fue ingresando poco a poco haciéndose conocer
como el hombre de la guitarra.
155
las paredes, observó que quien tocaba la guitarra le lucía
conocido, sin que le fuera posible identificarlo gracias a la
sobredosis que llevaba en su cerebro. No obstante se
acercó, y sin apenas creerlo se sentó a escucharlo en la acera
del frente con lágrimas en sus ojos de solo pensar que lo
que veía no era más que el fantasma de su esposo producto
de su estado. Aparte de que era imposible que Arthur
pudiera estar vestido de esa forma, deteniéndose a pensar
por un instante que efectivamente se trataba de los delirios
provocados por el exceso de droga. Con todo, decidió
permanecer allí sentada sobre la acera escuchando lo que
tantas veces escuchó antes. Arthur no la vio, o mejor, no la
identificó debido a su mal estado. Su cabello desordenado
y sus ropas tan sucias que ni siquiera reparó en ella. Pero al
cabo de un rato cuando cesó de tocar, pensó que a lo mejor
aquella chica podía conocer a su esposa. Entonces tomó
asiento a su lado para preguntarle si conocía a una chica
llamada Stefany y fue cuando se dio el encuentro. Arthur
casi enloquece, pero como la noche era oscura y las
luminarias de la calle alumbraban a medias, nadie se dio
cuenta del acontecimiento, salvo uno de sus nuevos amigos
que le dijo: cuidado mi hermano, no te metas con esa
hembra porque esa es la mujer de Joe “La carcasa”, y de
él no te podemos proteger. Arthur se estremeció, y en
medio de su dolor de ver a Stefany en ese lamentable estado
se llenó de pánico, comprendiendo que no sería fácil salir
ileso de allí con su esposa. Entonces quiso disimular la
situación hasta la madrugada siguiente cuando en medio del
intenso frío, viendo que a Stefany ya se le había pasado el
efecto de la droga, le dijo: no temas mi amor, soy yo, no
156
estás delirando y vengo a sacarte de aquí. ¿Quisieras
volver conmigo? Stefany rompió en llanto y quiso abrazarlo
pero Arthur se negó a recibirla en sus brazos temeroso de
ser descubiertos, y continuó: mira, ya sé lo de Joe La
Carcasa y no me importa, sólo quiero salvarte. Escúchame
bien, esta noche estaré tocando en este mismo lugar. Te
pido por favor que no te drogues pero que finjas estarlo.
Entre tanto yo me iré caminando hasta la frontera del
barrio tocando la guitarra todo el tiempo para disimular lo
que hago a diario, mientras tú me vas siguiendo de cerca
como una espectadora más. Nadie se dará cuenta de que
estamos huyendo, y cuando estemos en la calle Roosevelt
yo te gritaré ¡corre! y tú me seguirás sin parar entre las
calles donde nadie podrá atraparnos porque sabes que Joe
será arrestado si sale de su reducto ¿comprendiste?
-Sí, comprendí.
-Entonces te veo esta noche aquí a las ocho.
157
gritó a Stefany ¡corre!, quien como un rayo emprendió la
carrera detrás de él según lo acordado, con tan mala suerte
que tropezó cayendo de bruces, siendo aprehendida con
violencia por un fuerte brazo que la detuvo. Arthur alcanzó
a pasar la calle Roosevelt en medio de lamentables gritos y
llantos que nadie escuchó, mientras Stefany era conducida
a rastras hacia Joe La Carcasa, quien se había convertido en
su dueño desde que ella había llegado allí. Y esa fue la
última vez que la vio, sumido en medio de lamentos y gritos
observando cómo desaparecía su Eurídice por entre las
calles oscuras arrastrada por varias bestias infernales que
lentamente la fueron desapareciendo de su vista para
siempre. Ni Orfeo sufrió tanto como Arthur esa noche al
ver desvanecer sus sueños.
158
en ese estado lo condujo al hospital local, de donde, al cabo
de un mes que tomó su recuperación, salió directamente
para el sanatorio luego de pasar por un proceso de
evaluación psicológica y psiquiátrica como consecuencia
del incesante desvarío en el que entró desde su arribo, el
cual incluía la pérdida total del sueño acompañado de un
incesante lamento. Estado que dio al traste con su reclusión
en el sanatorio del doctor Speer, quien lo recibió con la
acostumbrada frialdad con la que recibió a Alan Shmelling.
Y desde entonces, hace ya casi tres años que sólo se limita
a suministrarle calmantes depresivos para tratar de contener
su interminable lamento que lo acompaña las veinticuatro
horas del día.
159
La señora Martin era una mujer viuda que se había jubilado
luego de prestar sus servicios durante más de treinta años
como controladora aérea en el aeropuerto local. Vivía con
su hijo soltero de treinta años, quien, debido a que todavía
conservaba unos instintos aventureros que le impedían
llevar una vida sedentaria como para constituir un
matrimonio estable, había ingresado a las filas de la cruz
roja de su ciudad en donde se desempeñaba como instructor
de campo. Razón por la que se ausentaba de la casa con
cierta regularidad en cortas expediciones con sus alumnos
aprendices. Cierto día partió para una de sus expediciones
rumbo a los cerros aledaños a la ciudad en compañía de un
instructor más y veinte alumnos menores de veinte años. Se
suponía que acamparían a no más de un kilómetro monte
adentro y que la expedición se tomaría tan sólo tres días.
Pero llegado el cuarto día sólo se presentaron a la base los
veinte alumnos acompañados del otro instructor, con la
noticia de que su hijo había desaparecido y por esa causa se
habían demorado un día más de lo presupuestado tratando
de encontrarlo entre la espesa selva. Algo inaudito en un
hombre experto que venía haciendo esa misma expedición
por lo menos dos veces al año durante ocho años.
De inmediato se activaron las alarmas y se dispuso todo un
operativo para ir en su búsqueda. Policía, bomberos, cruz
roja y hasta un pelotón del ejército se sumó a la búsqueda,
pero al cabo de una semana no se pudo hallar rastro alguno
de él como si se lo hubiera tragado la tierra, o quizás un
animal salvaje. Lo cierto fue que su compañero de
expedición relató que la última vez que lo vio fue la noche
anterior al regreso cuando notó que J Martin -como lo
160
llamaban- se alejó un poco del campamento tratando de
encontrar señal en su aparato celular para hacer una llamada
telefónica. Y nunca más regresó. Se presumía que se había
alejado tanto que extravió su camino de regreso en la noche.
Evidentemente había cometido una imprudencia pero no
era tan inexperto como para tomar la opción de quedarse
quieto hasta el otro día guardando la esperanza de hallar su
camino de regreso o para ser rescatado. Pero nada de eso
ocurrió. El hombre desapareció sin dejar rastro. Tanto así
que pasaron más de tres meses de manera infructuosa
tratando de hallarlo hasta que las autoridades desistieron de
continuar con su búsqueda. Cosa que indignó a la señora
Martin de tal manera que elevó protestas por todos los
medios existentes sin hallar respuesta a su favor. Incluso
recurrió a una médium para averiguar si su hijo aún estaba
vivo, obteniendo respuesta de ésta, que efectivamente su
hijo sí lo estaba. Algo que la impulsó a insistir en que debía
reanudarse su búsqueda, sin correr con buena suerte puesto
que las autoridades desestimaron los relatos de la médium
a quienes catalogaron de charlatana, incluso conminándola
a guardar silencio en ese caso específico tanto en medios de
prensa como en privado. Lo cierto fue que la señora Martin
perdió su vida desde entonces, pues nunca se convenció de
dar por muerto a su hijo, y en medio de su dolor, llena de
esperanza, se dedicó a tejer un jersey de lana para que, a su
regreso, su hijo se proteja del frío. Fijación que la ha
atormentado desde el mismo día de su desaparición, y que
no la deja dormir de solo pensar que su hijo continúa en esa
selva soportando el frío intenso de cada noche.
161
Pero la historia no paró ahí, dado que aparte de tejer a mano
el jersey de su hijo, diariamente la señora Martin se paraba
frente al ayuntamiento, megáfono en mano, a insultar a los
funcionarios públicos que se habían negado a continuar con
la búsqueda de su hijo, en medio de gritos y palabras soeces
que por meses debieron soportar los vecinos del lugar hasta
llegado el momento en que las autoridades ordenaron su
conducción al hospital local para unos chequeos
psicológicos y emocionales que le permitieran un
tratamiento para sobrellevar su duelo, el cual no le sirvió, y
en su lugar fue diagnosticada como esquizofrénica en razón
a que repetía constantemente que escuchaba en su cabeza
la voz de su hijo diciéndole que muy pronto vendría a matar
a todos los que le hicieron daño a su madre y a quienes se
negaron a rescatarlo.
Del hospital fue conducida al sanatorio en donde pidió que
le permitieran llevar con ella el jersey que estaba tejiendo
para el regreso de su hijo. El cual tejía durante todo el día y
desbarataba durante la noche antes de acostarse, emulando
a Penélope. Mote con el que se le conocía dentro del
sanatorio gracias a la comparación de las conductas entre la
señora Martin y el personaje mitológico que el mismo
doctor Speer percibió y que se encargó de propagar entre
sus empleados.
162
no era el que había ordenada el juez Maxwell. Por el
contrario, todo indicaba que había una línea de
comportamiento en el doctor Speer que sin que fuera
tildada de maliciosa, parecía poco ortodoxa si mirábamos
el caso de Arthur Morgan y de Elisa Martin, quienes aparte
de que no provenían de casos judiciales, ambos
involucraban a personas que no tenían dolientes, lo cual
dejaba su destino en manos de un hombre que mostraba su
psicopatía antisocial con solo hacer la vista gorda. Al
tiempo que lentamente ya comenzaba a torturar a Alan
Shmelling, tratando de empujarlo al abismo de la locura sin
haberlo escuchado.
163
Capítulo III
El día a día
164
todos, Alan Shmelling, que mientras esperaba el llamado
del director para su entrevista, los observaba detenidamente
a todos tratando de interpretar sus comportamientos,
mirando de vez en cuando hacia el ventanal de vidrio del
segundo piso donde, suponía, aparecería el director del
sanatorio antes de llamarlo. Y así sucedió. Pasadas las ocho
de la mañana apareció el director en el segundo piso, del
otro lado de la ventana con rostro inexpresivo y las manos
atrás mirándolo fijamente. Cosa que lo alegró infinitamente
motivándose a correr hacia el ventanal con los ojos más
abiertos de lo usual para expresarle que ya estaba listo para
su llamado. Pero nada sucedió. El director le retiró la
mirada con total displicencia dando un cuarto de vuelta,
disponiéndose a caminar lentamente por el pasillo haciendo
como si no lo hubiera visto, o como si se hubiera fijado en
un interno más sin dar muestra de una pizca de interés en
él. Actitud que Alan sintió como puñalada en el corazón, de
tal forma que no encontró otra salida que sentarse en el piso
a llorar desconsoladamente, frente a las desorientadas
miradas de sus compañeros transeúntes que pasaban por su
lado sin detenerse, mostrando tanto interés en él como el
que minutos antes había mostrado el director.
Ciertamente el panorama era desolador. En ese momento
casi perdió sus esperanzas aunque seguía sin entender la
actitud del director, por lo que intentó otra estrategia para
acercarse a él y sería la de enviarle un mensaje con alguno
de los empleados. Entonces observó a una señora que
paseaba su mopa de lado a lado por los pasillos, casi por
entre los pies de los internos, y acercándose a ella le pidió
el favor de llevarle un mensaje al director de su parte. Al
165
escuchar al interno, la señora se detuvo de manera abrupta
para mirarlo fijamente y tratar de entender si lo que estaba
escuchando era cierto o no, pues en los muchos años que
trabajaba en ese lugar nunca había escuchado de un interno
una frase tan coherente como la que había escuchado de
labios del señor Shmelling. Algo que la sorprendió tanto
que en medio de su estupefacción no tomó otra actitud que
observarlo con algo de lástima, mirarlo de arriba abajo y
pensar “pobre hombre, qué le habrá pasado, tiene una
mirada tan perdida y una cara de desconsuelo tan profunda
que merece una oración de mi parte, dando la media vuelta
y retirándose del lugar sin pronunciar ni una sola palabra,
pues todos los empleados tenían como instrucción no
socializar con los internos bajo la advertencia que cualquier
palabra que aquéllos escucharan, fácilmente podría
exasperarlos o despertar en ellos comportamientos
insospechados.
Una nueva puñalada acababa de clavarse en el corazón de
Alan Shmelling que notaba cómo se cerraban sus caminos,
segundo a segundo. Cosa que lo hizo retirarse a una esquina
del salón para acurrucarse abrazando sus rodillas en medio
de su desconsuelo.
166
Esto, debido a que aún no había sido prescrito con ningún
tipo de medicamento calmante o depresor del sistema
nervioso que lo tumbara a dormir hasta tanto su
comportamiento no le señalara al doctor Speer cuál de ellos
y qué dosis debía suministrarle. Algo que en principio le
convenía para continuar cuerdo pero que en el fondo
necesitaba porque eran tantos los pensamientos que
pasaban por su cabeza cada noche que no lo dejaban dormir
y, por qué no, lo estaban volviendo loco, -tomado el
término en su más primaria expresión.- De todos modos
prefería no ser medicado pues entendía que estar en sus
cabales era crucial para acercarse al director y así procurar
una certificación de salud mental positiva que le permitiera
salir de allí en el menor tiempo posible si lo ordenado por
el juez Maxwell llevaba esa intención, o por el contrario
otra oculta que nadie pudo interpretar en su momento.
167
pensaba con alguna displicencia de su grupo de congéneres
desgraciados a quienes comenzó a analizar desde su
llegada, pero que a partir de ahora intentaría hacerlo más de
cerca, convencido de que no podía vivir mucho tiempo sin
socializar con alguien. Empezando por la actitud silenciosa
que había adoptado la señora aseadora y los enfermeros,
que aun cuando andaban entremezclados con los internos,
no hablaban con ellos ni siquiera para darles instrucciones.
Solamente se limitaban a conducirlos a habitaciones
aisladas cuando se salían de casillas o cuando ponían en
peligro su integridad o la de los demás internos, o también
cuando se alteraba la paz en los pabellones, lo cual
comenzaba a notarse cada vez que alguno de ellos asumía
actitudes hiperactivas que de manera creciente los iba
poniendo nerviosos a todos. Cosa que se reflejaba en los
chillidos que se escuchaban al unísono, que hacían
presumir que algo los estaba incomodando.
168
aislado en habitación individual, al tiempo que se
propagaba el pánico y el desorden colectivo en los demás
internos que sin entender su propia actitud se agredían unos
a otros, y a ellos mismos, en una especie de pelea de canes
en donde los enfermeros separaban a unos mientras a sus
espaldas se iniciaba otra gresca. Conato que duró varias
horas, dejando extenuados a los enfermeros y heridos a
varios internos, al punto de obligar al director a tener que
declarar un estado de emergencia clínica al interior del
sanatorio, activando el arribo de un equipo médico de
atención de emergencias proveniente de la ciudad para que
se encargaran de atender a los múltiples internos heridos
que, como era de suponerse, nunca entendieron el origen de
una tragedia que pudo ser mayor.
170
el otro lado de la ventana del segundo piso, tomando notas
a mano en una libreta que nunca abandonaba y mirándolo
esporádicamente a él sin reparar si se le acercaría o no. Al
fin y al cabo, con su actitud, ya le había dejado claro que al
menos por ahora no habría entrevista, cosa que Alan tenía
claro y que, por tanto, también se limitaba a observarlo
fijamente para indicarle que no estaba loco y que estaba
dispuesto a iniciar una conversación, en un juego de
miradas que desde ya estaba presagiando una contienda
psicológica que en cualquier momento había que resolver.
Reto que claramente el director había detectado, y
tácitamente aceptado, pues, viejo zorro como era,
descifraba desde lejos que la mirada de Alan Shmelling no
era la de un loco cualquiera sino la de un hombre cuerdo
que por todos los medios trataría de acelerar una
certificación de sanidad mental que sólo él podía expedir y
que, de ser positiva, lo llevaría de vuelta a una civilización
que rechazó desde el mismo instante en el que decidió, si
no asesinar a su esposa, al menos a observar morbosamente
su suicidio. A su criterio, ambas actitudes dignas de
reproche social y, por qué no, de castigo ejemplar. Sin
embargo, hubieron de pasar muchos meses antes de que se
produjera el encuentro que resolvería cuál de los dos tenía
la razón. O al menos quién diría la última palabra. Alan
Shmelling convenciendo al doctor Speer de que estaba listo
para afrontar una vida social sana, o el director certificando
que no lo estaba. Por lo pronto, Alan tendría que esperar
indefinidamente hasta que el director tomara la decisión de
evaluarlo. Y entre tanto, tratar de convivir con sus propios
171
demonios, o tratar de luchar contra ellos si quería vencerlos
para conservarse cuerdo. Y para lograrlo ideó un plan.
Capítulo IV
El plan
172
quiso saludarlo, obteniendo de aquél la inesperada reacción
de lanzarse sobre su hombro a llorar y a gemir con profunda
melancolía como lo hacía cada sábado con su amigo Peter,
dejándolo tan sobrecogido que prefirió desistir del
candidato, dado que, sin conocer su problema, entendió que
era tan grave que ningún diálogo le daría consuelo, aparte
de que no quería despertar ninguna sospecha en el director
o en los enfermeros respecto de su propio estado mental que
hasta ese momento se asemejaba al de Arthur Morgan, pero
en mucho menor escala, a pesar de que sus casos guardaban
algo de similitud. De este modo, solamente le quedaba la
señora Martin que lo único que hacía a diario era tejer
incansablemente el jersey de su hijo desaparecido, en un
acto repetitivo que acompañaba de innumerables insultos
lanzados al aire, sin mirar a nadie mientras los balbuceaba.
Con la fortuna para Alan de que la silla plástica en la que
se sentaba la señora Martin a tejer su jersey estaba a tan solo
unos pasos del rincón que él mismo había elegido para
meditar sus penas. Rincón desde el cual apenas alcanzaba a
escuchar los soeces improperios que aquélla lanzaba
mientras tejía, los cuales presumía Alan que lo eran, con
solo mirar los gestos de rabia con que los pronunciaba, aun
cuando no podía descifrar su contenido con precisión.
Entonces, nuevamente sin que se notara, fingió que
abandonaba su rincón con la intención de acercarse un poco
más hacia ella con el ánimo de escuchar su oprobioso
discurso y de esta manera tratar de generar una
conversación, acto que apenas percibió la señora Martin sin
mostrar mayor interés.
173
Así lo hizo durante varios días hasta que logró acercarse
casi a un metro de distancia, desde donde pudo escuchar
entre líneas que el discurso de la señora Martin constituía
una cinta sin fin en la que sólo se le oía decir “sí mi amor,
te estoy escuchando y aquí te estoy esperando para que me
rescates de este lugar y destripes con tu cuchillo a todos
estos malnacidos que nos han hecho sufrir durante tantos
años. Y apenas termines con todos ellos mira lo que tejí
para ti, este jersey para que no vuelvas a sufrir de frío y
luego nos iremos a casa para no separarnos nunca más”,
volviendo a repetir la diatriba una y otra vez, incluso en el
comedor durante las tres veces que lo visitaba al día,
excepto en la cama cuando iba a dormir. Lugar en el que se
sentaba en la oscuridad a deshacer el jersey, tirando de la
lana lentamente hasta formar el ovillo con el que
comenzaría su labor al día siguiente. Evidentemente, su
actitud sólo podía atribuirse a una persona esquizofrénica a
quien sólo bastaba mirarle los ojos y escucharla para
entender que lo único que reflejaban era rabia acompañada
de un espíritu de venganza insuperable, sólo comparable
con la injusta y trágica pérdida de un hijo.
174
ovillo en su otra mano, el cual colocaba con delicadeza al
lado de su almohada antes de cerrar los ojos en señal de que
dormía con su hijo. En ese momento Alan comprendió que
su caso no era el único y que ese lugar no sólo estaba
reservado para locos sino también para personas que por
múltiples causas habían caído en desgracia y que, a falta de
dolientes, las autoridades administrativas locales las habían
enviado allí. Cosa que lo puso a dudar respecto de la
idoneidad moral del director del sanatorio, a la vez que
afincó su preocupación respecto de la suerte que correría a
partir de ese momento. Meditación que lo hizo permanecer
frente a la ventana un rato más de lo acostumbrado tratando
de diseñar su estrategia para salir de allí por la puerta
principal mediante el uso de su ingenio, y no el de la
violencia o el escape, pues entendía que esa vía no lo
convertiría en hombre libre sino en prófugo.
175
resolverlo en tándem. Enseguida volteó su cuerpo como de
costumbre y se alejó caminando lentamente por el pasillo,
dejando del otro lado de la ventana a Alan tirado en el piso
abrazando sus rodillas al lado de la señora Martin que
preparaba sus agujetas de madera con punta roma para
iniciar su faena de tejido del jersey de su hijo.
176
señora Martin volteara violentamente su mirada hacia él sin
pronunciar palabra alguna. Algo que Alan interpretó como
una señal de que había comprendido su comentario y por
tanto que estaba cuerda como él, ratificando que ese lugar
no sólo albergaba locos puros. Y para no desaprovechar la
leve muestra de amistad, Alan comenzó a hablar solo a
modo de monólogo, con el propósito de que la señora
Martin escuchara su relato sin que necesariamente
interpretara que se dirigía a ella de manera directa. Y
abrazando sus rodillas recogidas a su pecho, fingiendo
mirada perdida dirigida hacia la ventana del segundo piso,
en baja voz y balanceando su cabeza de lado a lado
comenzó: "yo sí la maté pero no de la manera como se los
hice ver en el juicio. Ella lo merecía y por eso maltraté su
cuerpo sin tocarla, aunque a decir verdad hubiera querido
destriparla yo mismo, pero no lo hice porque siempre
consideré que una mujer así no merecía que yo pagara ni
un solo día de prisión por ella. Y fue por esa causa que
diseñé cuidadosamente el plan que me tiene aquí. Aunque,
confieso, algo no está saliendo como lo planee gracias a
este maldito doctor que me está tratando como a un loco
más, haciendo caso omiso a la orden emitida por el juez
Maxwell que estableció que yo debía ser sometido a un
tratamiento psicológico que ayudara a recuperar mi
condición emocional pero que, inexplicablemente, este
bárbaro sólo se limita a mirarme desde su ventana sin
hacer nada, sin escucharme. Y en eso ya llevamos todo este
tiempo sin que el maldito haga nada. Tal vez lo que quiere
es que yo me vuelva loco de verdad para no permitirme
salir de aquí. Enseguida, -volteando levemente la mirada
177
hacia la señora Martin-, continuó diciendo: seguramente
es lo mismo que le está haciendo a usted, que, aunque no
sé su nombre, estoy seguro de que la mantiene encerrada
en este lugar para deshacerse de usted porque les
incomoda allá afuera en la calle que aquí. Y por eso
prefieren tenerla presa, quizá por temor a que sea cierto lo
que usted repite sin cesar, que su hijo está vivo y vendrá a
rescatarla para asesinar a todos los que les han hecho
daño. A mí me pasó lo mismo. Fui maltratado por una
mujer durante más de ocho años ininterrumpidos sin que
nadie hiciera nada para evitarlo. Ni sus padres ni sus
profesores ni los médicos o los psicólogos que la trataron,
nadie. Y por eso sabía que la única forma de liberarme de
ella era matándola. Cosa que hice con todo sigilo y con
todo cuidado al punto de lograr engañar a todo el mundo.
Pero, con todo y que salvé a la humanidad de ese demonio
llamado Clara, ahora me encuentro aquí soportando la
psicopatía de un médico loco que maneja a su antojo la
vida de muchas personas que no deberían estar aquí. Entre
ellos usted y ese pobre hombre que va allá -señalando con
su mirada a Arthur Morgan que pasaba frente a ellos justo
en ese momento sollozando y con la mirada al piso.-
Hombre que refleja en sus ojos más tristeza que locura. Y
como ustedes y yo, quién sabe cuántos más que por estar
sedados no les es posible reclamar su libertad mediante el
sometimiento a un tratamiento psicológico justo que los
devuelva a sus hogares. Y por esta causa aplaudo su
intención de vengarse de todos los que les hicieron daño a
usted y a su hijo. Y aun cuando quisiera conocer su caso
para ayudarla, no podré hacerlo ya que mi meta es salir de
178
aquí como un hombre libre y no como un prófugo o como
un despiadado asesino."
"Yo sí maté a mi esposa. Siempre lo aseveré en el juicio
pero no me dejé acorralar por el fiscal para relatarle las
circunstancias que me llevaron a tomar esa decisión, así
como el plan completo para ejecutar el hecho. Sólo me
limité a decir que mi participación había sido omisiva, pero
no fue así. Yo propicié el ambiente para que sucediera lo
que sucedió. Incluso participé en el hecho. Sólo cuidé los
detalles para no quedar como partícipe sino como mero
espectador, haciéndome pasar por víctima y no por
victimario en un acto de genialidad personal que puso a
dudar tanto al juez como al jurado, quienes no tuvieron
otra salida que declararme inocente. Solo que nadie
esperaba esa salida del juez dictando una medida
jurídicamente incorrecta y muy poco ortodoxa que me
condujo hasta este lugar a purgar una pena a la que no fui
condenado en juicio gracias a ese hombre que nos observa
a diario del otro lado de la ventana, manipulando nuestras
mentes en actitud de implacable dictador, con mirada
inexpresiva y con sus manos atrás en arrogante posición. Y
creo que ese deberá ser el primer candidato a ser
destripado por su hijo con mi ayuda."
179
determinado, pues también vio que durante todo el tiempo
la señora Martin no dio señal de estar escuchando o
entendiendo el discurso, pues su rostro no emanaba señal
de asombro alguno, ni miraba a Alan Shmelling, ni se
sobrecogía. Sólo tejía y tejía. Cosa que le despertó al
director la más enorme curiosidad por conocer el contenido
del discurso de su contenedor, del que sospechaba no estaba
loco luego de estudiar el expediente judicial y los reportes
de prensa que se referían a su juicio.
180
estaba usando con la señora Martin, designando a uno de
los enfermeros a que tomara posición cerca de él con el
propósito de escuchar su discurso. Pero fue inútil porque,
al percatarse del plan, Alan guardó silencio por esos días,
redirigiendo su perdida mirada el enfermero, haciendo que
se sobrecogiera y se retirara por voluntad propia. Momento
preciso en el que retomó sus monólogos, para sorpresa y
decepción del director que intuyó que se enfrentaba a un
adversario más difícil de lo que se imaginó.
181
Una mañana, como de costumbre, Alan tomó su lugar al
lado de la silla plástica de la señora Martin, notando que
había transcurrido más de una hora sin que ella llegara a
ocuparla. Evidentemente algo anormal ocurría, cosa que lo
puso a temer lo peor, y que lo dejó notar con su silencio,
callando el monólogo de ese día.
El asunto era que, movido por su extrema obsesión, el
doctor Speer había tomado la decisión de llevarla a su
despacho, quien, al entrar a la oficina, fue amablemente
invitada por el doctor a sentarse con la ayuda del enfermero
que se retiró de inmediato cerrando la puerta a sus espaldas.
183
- Déjeme decirle que es usted un hombre despreciable pero
lo pensaré. Aunque eso no lo salvará de la muerte cruel que
mi hijo le dará a su regreso. Respondió la señora Martin
levantándose de su silla y dirigiéndose a la puerta.-
- Gracias señora Martin. Respondió irónicamente el doctor
Speer, ordenando al enfermero que la condujera a su lugar
habitual en el pabellón.
185
sabía. Como también sabía que ese día moriría, por lo que
preparé el escenario en donde haría que se quitara la vida:
la sala de nuestra casa, en donde, luego de elevarle el ego
resaltando su belleza y su talento, le solicité el favor de ir
a la cocina por los dos vasos de agua que fueron hallados
en la escena, los cuales quedaron impregnados con sus
huellas y no con las mías como quedó registrado en el
examen forense. Enseguida aproveché un instante de
descuido mientras se dirigió a la toilette para proceder a
derramar en cada vaso dos gotas de veneno que guardaba
en sendas cápsulas de un analgésico comercial y que
posteriormente ingerí después de enjuagarlas en el agua de
cada vaso. Así nunca se sabría la procedencia del veneno
ni se descubrirían sus contenedores. Y comenzó todo.”
187
aunque a decir verdad no fue cierto porque disfruté
segundo a segundo la salida de cada gota de sangre que
brotaba de sus brazos y piernas mientras hendía sus uñas
y el cortapapeles en su piel. Y aun cuando lo del
cortapapeles no estaba en mis planes, no hice nada para
impedirlo. Simplemente permití que se hiciera daño
mientras le mostraba una a una el resto de las fotografías,
al tiempo que le decía lentamente lo que le esperaba
después de que los medios de comunicación y la sociedad
se enteraran de las cualidades morales de la nueva estrella
de la televisión que conducía un programa de niños.
Comenzando porque con solo enseñárselas a los directivos
del programa no dudarían en detener el inicio del
programa mientras la despedían y la demandaban por
daño económico colateral. Sería el desastre de su vida y el
peor escándalo de la televisión que no sólo la pondría a
ella en lo más bajo de la sociedad sino que sería
despreciada por todos. Todo lo opuesto a lo que soñaba. Y
para que no dejara de hacerse daño yo no cesaba de hablar
mostrándole los peores escenarios que le esperaban en su
vida. Algo que yo sabía no soportaría y que la llevaría al
colapso emocional. Lo que efectivamente sucedió, pues
tanto era el nivel de desespero, que mientras se abrazaba
con fuerza y se rasguñaba, iba mostrando una expresión
casi de posesión demoníaca, pues veía que a partir de ese
día su vida estaba acabada y ya ni siquiera tendría una
familia porque en ese mismo momento le dije que con esas
fotografías lograría que las autoridades de familia le
quitaran la custodia de los niños. Y fue en ese preciso
instante que tomó el cortapapeles y comenzó a tratar de
188
cortarse las venas de los brazos y de las piernas, en un acto
por demás inútil debido a la falta de filo del utensilio. Pero
gracias a su maníaca obsesión se vio impulsada a clavarlo
lentamente en su piel como tratando de extraer las venas
de su cuerpo para cortarlas. No niego que la escena fue
dantesca pero la disfruté porque cada corte que se hacía
era como un paso más hacia mi libertad interior. Y ya al
final, luego de varios minutos, con el cuerpo cubierto de
sangre, jadeando de sed como una bestia enjaulada, tomó
en sus manos uno de los vasos de agua y lo bebió con
avidez. Fue como la estocada final porque no bastaron más
de dos minutos para que comenzara a expulsar espuma
blanca por la boca mientras se retorcía del dolor mezclado
con la desesperación de ver frustrada su ilusoria
pretensión de ser una diva, o mejor, una reina sin corona.
A partir de ese momento, para mí sólo sería hacer el show
de manipulación frente a la policía y a los investigadores,
fingiendo un estado extático mientras recaudaban las
pruebas en la escena del crimen, sobre las cuales no se
encontró ninguna relación de mi participación.”
189
remitiría de nuevo a la corte en donde sería hallado culpable
y remitido a la prisión local en la que purgaría con
estoicismo la pena que le impusiera el juez Maxwell con tal
de salir del sanatorio y poder socializar con sus nuevos
compañeros los presos.
191
hacerlo mantenían la boca cerrada, llegando al punto de que
hablar era su prioridad. Pero a medida que pasaba el tiempo
sus ideas comenzaban a trocarse. Tanto así que sus
monólogos comenzaron a hacerse cada vez más
incoherentes. Decía cosas como que al regreso del hijo de
la señora Martin lo ayudaría a destripar al director para
luego continuar con el juez Maxwell. Sus alucinaciones
comenzaban a aparecer con mayor recurrencia cada
mañana después de pasar noches en vela maquinando
cosas. Era evidente que la falta de sueño ya estaba haciendo
mella en él. Y el caso era que, a la luz de la teoría de la
doctora McCarthy, aún no expuesta, su vacío de placer
necesario se agudizaba con el paso del tiempo y lo
impulsaba a dar el salto al umbral de la psicopatía criminal,
misma que se negaba a visitar de nuevo en vista de que aún
conservaba la ilusión de iniciar una nueva vida en libertad
sin el peso de tener que imaginar con quien yacía su
esposa.
192
persona que lleva una vida normal, hablar no sólo es
necesario sino placentero. Pero en una persona que tiene
restringido este derecho no se le cercena el derecho de
hablar sino el de contar con un interlocutor, es decir, el
placer de hacerlo, como requisito necesario para que un
individuo encuentre su razón de ser. Cosa que se reflejaba
de manera patente en Arthur Morgan quien sólo encontraba
su razón de ser en el suicidio; y también en la señora Martin,
que sólo sería feliz cuando su tristeza fuera vindicada con
la muerte de todos los que, a su juicio, habían contribuido
a la desaparición y posterior separación de su hijo. Algo que
la ataba a la vida sólo por el lado de la venganza que
subsistía en ella y que era evidente la tenía en el terreno de
la psicopatía antisocial tan solo a un paso de saltar al umbral
a la psicopatía criminal si aparecía su hijo y desplegaba las
intenciones de su madre. Algo parecido a la situación en
que se hallaba Alan Shmelling, quien gracias a las
restricciones de hablar con cualquier empleado del
sanatorio debía hacerlo sólo al alto precio de perder su
cordura. Casos típicos en los que cada uno de ellos ya había
cruzado el umbral de la psicopatía social a la psicopatía
antisocial. Esto es, pasar del estado mental en el que pueden
pensarse las barbaridades que se quiera, al de querer
hacerse daño o causárselo a otro antes de tomar acción.
Sin embargo, todavía faltaba tiempo para que Alan
Shmelling diera ese salto a la criminalidad, aun conociendo
el discurso emanado de sus monólogos que por oprobiosos
e indignantes que parecieran, nada tenían que ver con el
comportamiento criminal, al menos hasta ese
momento.
193
Capítulo V
Los internos
194
El caso fue aberrante en sí mismo y tuvo sus inicios desde
el mismo instante en que el padre de Marc, cuando apenas
éste contaba con cuatro años de edad, solía sostener
relaciones íntimas con diferentes mujeres en su casa en
ausencia de su madre quien se desempeñaba como agente
comercial en varias ciudades a las que solía desplazarse.
Actos lascivos que Marc siempre presenció y que por varios
años calló antes de que su madre descubriera a su padre y
decidiera abandonarlo. Difíciles momentos que condujeron
al chico a que entrara en una especie de depresión que fue
minando su actividad social, al punto de terminar recluido
en su habitación negándose a ir al colegio, cosa a la que en
principio tanto su madre como sus terapeutas se negaron
pero que tuvieron que aceptar luego de que el chico había
comenzado a desplegar una inusual conducta consistente en
acosar a las niñas compañeras de colegio tanto en los baños
como en los pasillos, sin que hasta el momento se conociera
de abusos físicos consumados. Algo que se atribuyó a la
afectación que había adquirido de las escenas presenciadas
en su casa que lo llevaban a pensar que hacía lo correcto
dado su grado de recurrencia y poco sigilo con el que
actuaba su padre. Actos que terminaron por excluirlo del
colegio, al tiempo que adelantaba un tratamiento
psicológico que le permitiera su regreso, lo cual nunca
sucedió dada su pertinencia en tener contacto con niñas en
condición diferente a la socialización, y que evidenciaba
llevando sus manos a sus partes nobles cada vez que pasaba
cerca de una, o incluso cuando observaba la televisión o
miraba por la ventana. En una actitud poco infantil que
preocupaba cada vez más a su madre y a los terapeutas que
195
veían poco o nulo avance en su recuperación. La cual nunca
llegó, al punto de optar por marginarlo del colegio de
manera definitiva y prohibirle todo contacto personal con
niñas, aun en presencia de su madre, quien fue nombrada
curadora oficial una vez fue declarado judicialmente
interdicto social. Sentencia que le impedía visitar sitios
públicos. Momento a partir del cual solamente se veía a
Marc en compañía de su madre haciendo cortos paseos por
la calle a primera hora de la mañana o entrada la noche, a
fin de evitar su comportamiento obsceno cada vez que veía
una chica, o incluso, mujeres no adolescentes.
197
suscitarse, aunque también ,de manera inocente, movida
por el amor y la pena que sentía por su hijo debido a su
estado de aislamiento.
Llegado el sábado, hacia las tres de la tarde aparecieron en
la puerta de la casa de Marc la Sara Clemens en compañía
de su hija de dieciséis años. A decir verdad, una chica poco
agraciada tanto en su persona misma como en su forma de
vestir, muy por debajo de los estándares de las chicas de
entonces que lucían como de treinta cuando apenas
contaban con la mitad de esa edad.
De inmediato fueron invitadas a seguir por la señora
Sullivan quien las acompañó a sentarse en la sala de estar.
Lugar en el que permanecieron poco tiempo antes de ser
invitadas al comedor para disfrutar de unos entremeses que
había Eva había preparado previamente como
agradecimiento a la enorme deferencia mostrada por la
señora Clemens. Instante en el que se retiró por un
momento corto con destino a la habitación de Marc con el
objeto de conducirlo a la mesa, no sin antes suministrarle
una dosis extra de medicamento depresor con miras a
controlar su paroxismo. A su arribo, Marc saludó con
respeto tanto a la señora Clemens como a su hija, sin dar
muestra inmediata de su éxtasis gracias a la doble dosis de
medicamento que su madre le había suministrado
previamente. Momento de sosiego que le alcanzó para
saludar, sentarse en la mesa y para decir algunas palabras
espontáneas lo suficientemente graciosas como para
convencer a las invitadas de que atravesaba por un buen
momento de estabilidad emocional. Todos se sintieron
bien, comenzando por su madre y luego por la señora
198
Clemens quien no se reservó en palabras para tratar de
motivar una conversación más extensa y hacer de la visita
algo más relajado, haciendo que transcurriera casi una hora
antes de sugerirle a Eva que le enseñara su jardín ubicado
en la parte posterior de la casa el cual lucía bastante mejor
que el suyo, con el ánimo de aprender algunos truquitos de
jardinería que su nueva amiga pudiera sugerirle. Así lo
hicieron y se retiraron a la parte posterior de la casa dejando
a Marc con la chica, quien, al verse solo con ella no dudó
en invitarla a recorrer la casa. Craso error que le costaría la
dignidad a la chica, el arrepentimiento de la señora Clemens
por haberla abandonado, la prisión a Eva Sullivan y la
reclusión en el sanatorio de Marc que gracias a su
inimputabilidad debería soportar de por vida por haber
accedido a una joven virgen.
199
dado que, todo lo contrario a lo sucedido con Alan
Shmelling, en este caso no hubo división de conceptos
respecto de su culpabilidad, sino respecto de la pena a la
que debía ser expuesta, la cual rondaba entre los cuarenta
años de prisión y la cadena perpetua por los cargos de
conspiración para cometer una violación, incitación al
delito, violación carnal en calidad de determinadora y
cómplice en la comisión de un delito. Esto último bastante
cuestionable si se tenía en cuenta que no puede haber delito
en la persona de un inimputable, luego tampoco habrá
complicidad respecto de un delito que nunca se cometió en
razón a que la complicidad es accesoria y posterior a la
comisión del delito principal.
Y aun cuando, en su esencia, el caso Sullivan era diferente
al caso Shmelling, no dejó de crear controversia entre las
comunidades científicas y jurídica que luchaban por
justificar tanto la condición de la madre como la del hijo,
aun por encima de la condición de la víctima que
literalmente fue llevada al sacrificio por su madre, quien a
su turno lucía como víctima de engaño.
200
Al juicio concurrieron tanto la señora Sullivan como la
señora Clemens en calidad de representante legal de su hija.
Y los cargos que se le imputaron a aquélla fueron múltiples,
de los cuales la conspiración para cometer un delito sería el
más difícil de probar, en vista de lo complicado que le
resultó al fiscal de distrito comprobar que la actitud
asumida por la acusada señora Sullivan tenía la manifiesta
intención de causarle daño a su hijo, en principio,
suministrándole una dosis de medicamento por debajo de la
prescrita con el propósito único de que le causara daño a
otra persona. Cosa por demás delirante si lo que pretendió
la señora Sullivan era tratar de sacar a su hijo de ese estado
de depresión excesiva que le impedía llevar una vida
medianamente normal y cercana de la realidad que, aun
cuando equivocada, no estaba cargada de mala intención
respecto de personas ajenas a Marc con las que, sabía, no
tendría contacto.
Cosa diferente fue el tomar la decisión de proveerle el
contacto con una prostituta como medida desesperada a su
comportamiento que se había intensificado a falta de la
dosis completa de medicación, en un acto por demás
inmoral pero no lesivo para terceras personas, por cuanto
ella misma detectó que cada vez que su hijo tenía contacto
con la chica contratada, su libido se calmaba por unas horas
como si de una droga se tratara, interpretando que si bien el
acto era inmoral por sí mismo, surtía su efecto en un joven
desahuciado por la ciencia médica para llevar una vida
normal. Cosa que la alejó de cualquier sentimiento de culpa
frente a la realidad que se vivía en su casa y que poco aportó
al jurado para dar su veredicto de culpable.
201
Lo que sí se constituyó en evidencia irrefutable para ser
condenada fue el engaño con el que hizo creer a la señora
Clemens que su hijo estaba atravesando un período de
recuperación ascendente gracias a la presencia de su
presunta sobrina en la casa que ayudaba mediante procesos
de “socialización” para mantener a Marc en un estado de
relativa estabilidad emocional. Cosa que era cierta, menos
el proceso de “socialización”, que resultó ser tan efectivo
como adictivo, y, dada la tozudez de los hechos,
extremadamente lesivo.
Sin embargo, y aun bajo la extrema gravedad de lo
ocurrido, no fue posible demostrar que lo que pretendía la
señora Sullivan con su irresponsable actitud reflejada en el
engaño, era propiciar un encuentro entre la señorita
Clemens con su hijo, más allá de creer que dicho encuentro
sí sería de auténtica socialización y no como la que
practicaba su alquilada sobrina. Craso error de percepción
motivado muy seguramente por el amor hacia su hijo que
con su comportamiento veló su mente haciéndole creer que
la nueva actitud, adquirida a partir de sus contactos
personales con la chica de pago, obedecía a una mejoría
clínica y no a un simple suministro de una droga más
adictiva que las psicotrópicas. Torpe actitud que la
colocaba frente a la ley en una condición de culpable por
imprudencia y no bajo dolo, como se requería para la
imposición de una pena de la que tuvo que aceptar. De otro
lado, fue muy discutido durante el juicio la actitud asumida
frente a la señora Clemens a quien intentó convencer bajo
múltiples ruegos, y posteriores ofrecimientos, para que
202
mantuviera el hecho en secreto, aun conociendo y
aceptando su gravedad, aduciendo que ella nunca tuvo la
intención de que eso ocurriera y que de algún modo su hija
debió poner en alerta a tiempo. Algo que no hizo sino
después de ser descubierta saliendo del estudio de la casa
en donde ocurrieron los hechos, mismos que dejaron en el
jurado y en el juez de la causa serias duda respecto de la
violencia empleada por Marc sobre la señorita Clemens,
más allá de descubrir que ciertamente había sido accedida
en virtud del rastro de sangre que su madre descubrió en su
ropa interior, y no por los gritos que hubiera emitido aquélla
en caso de sentirse violentada. Evidencia que, aunque
comprendida por todos los presentes en el juicio, nadie se
atrevió a usar en favor de la acusada por temor a
revictimizar a una chica que a los ojos de todos había sido
violentada por un joven interdicto que fue manipulado por
su madre para que cometiera un delito, el cual nunca pudo
tipificarse como tal a falta de sujeto activo, que gracias a su
inimputabilidad jamás pudo ser acusado. Entonces surgió
la pregunta ¿si no hubo un delincuente, por qué razón sí
hubo un determinador y posteriormente un cómplice? Eso
no podrá resolverlo nunca el derecho positivo. Pero como
socialmente frente a cada crimen debe existir un
responsable sobre quién ejercer venganza legal y social, no
quedaba nadie diferente a la señora Sullivan en quien
descargar la ira social mediante de la imposición de penas
ejemplares sobre “delitos morales”, lo que le valió una
condena de cadena perpetua, sumada a otra pena mayor, la
de ser separada de su hijo para siempre tras ser recluido éste
en el sanatorio del doctor Speer quien a partir de ahora sería
203
el encargado de que no volviera a ocurrir un incidente de
semejante difusión, dejando atrás a una madre que fue
condenada sin que la justicia pudiera determinar el
momento exacto en el que la culpa fue sustituida por el dolo
como punto clave para poner tras las rejas a dos personas
de por vida.
205
morir de viejo entre las cuatro paredes de su aislada
habitación.
206
narcótico del que ya era adicto sin haberlo consumido antes.
El segundo momento errado fue que no le importó
sacrificar su propia cordura en favor de la de su hijo con el
solo hecho de verlo comportarse como un chico
relativamente normal, conducta que desplegó en favor de
su hijo que clínicamente ya tenía la suya perdida. Y el
tercero, el creer que su hijo podía controlar su paroxismo,
socializando con chicas sin dar muestras de
comportamiento obsceno. Ciertamente había confiado más
en su intuición, o en su deseo, que en los dictámenes
médicos que le indicaban que Marc nunca retornaría a su
estado inicial, aun cuando ella estuviera percibiendo algo
diferente. Hecho que la colocaba en un estado surrealista, y
por demás peligroso, que no podía arrojar una consecuencia
diferente a la ocurrida. Dejando patente que lo que sucedió
en la mente de Eva Sullivan fue una inversión de valores
que le impidieron distinguir entre el bien y el mal,
obligándola a tomar decisiones erradas a causa de las cuales
saltó de su estado de psicopatía social a la antisocial,
traducida esta última en actos irresponsables pero nunca en
actos criminales que obligaran su confinamiento en prisión
y no en sanatorio. Análisis que despertaron en el doctor
Speer la sensación de que, en tratándose de enfermedades
mentales, la justicia termina tan confundida como la mente
de los acusados que, malhadadamente, terminan ostentando
esa condición.
207
punto en el que Sara Clemens intuyó que su hija había sido
violada, no por los llamados de auxilio que aquélla hubiera
lanzado sino por la mera intuición materna de que lo había
sido. Acto que la ubicó en una posición agresiva y de
víctima, que usó como escudo para ocultar su propia culpa
frente a su marido que con toda seguridad la hubiera
recriminado por haber dejado sola a la niña con un
depredador consumado, muy por encima del
convencimiento de que no hubo resistencia en el acto,
aparte de que quien lo perpetró no sólo era menor que su
hija sino que ostentaba una calidad de interdicto declarado.
Y aun así, antepuso la presunta dignidad de su hija y su
seguridad moral por encima de la verdad, permitiendo que
condenaran a cadena perpetua a su nueva amiga Eva
Sullivan en compañía de su hijo. Nuevo caso típico que
había descubierto el doctor Speer, según el cual una persona
elige cruzar el umbral de la psicopatía social hacia la
antisocial por proteger un error que la pondría en evidencia
ante la sociedad y ante su familia.
208
McCarthy cobraba cada vez más vigor en el sentido de que
había al menos un psicópata social en cada hombre sobre la
tierra. Teoría que corroboró, primero con lo sucedido a
Marc Sullivan quien fue inducido a modificar su nivel de
necesidad vital de placer al punto de llevarlo a dejar de lado
cualquier regla social o moral con tal de obtenerlo, como
sucedió con la señorita Marilyn Clemens quien luego de ser
voluntariamente colonizada optó por negar su deseo juvenil
de aceptar el contacto sexual con Marc antes que
reconocerlo y tener que soportar el castigo de su padre, en
un franco caso de abandono de valores que terminó por
enterrar la vida de dos personas: su interdicto amante y su
madre.
209
su condición. Norma tácita que la mayoría de las personas
tiende a desconocer, tendiendo a cruzar ciertas líneas que
van desde el bullying hasta la discriminación, y muchas
veces hasta la segregación, incluido el homicidio. Etapas
por las que Peter Allows tuvo que pasar en seguidilla
prácticamente desde su nacimiento hasta su última morada,
el sanatorio.
210
Cosa que no ignoraron sus padres quienes casi de inmediato
decidieron que lo mejor sería no dejar ver al niño por ahora
bajo la esperanza de que cambiara su aspecto a medida que
creciera, amparados en que esto funcionaba en la mayoría
de los recién nacidos que, incluso de familias reales, nacían
un poco más arrugaditos de lo esperado. Y para ello
inventaron la disculpa que la salud de Peter no andaba bien,
aparte de que por recomendación médica debían aislarlo
hasta que sus defensas tomaran su lugar y pudieran aceptar
la presencia de otras personas antes de llevar al chico a
enfrentar el mundo cruel que le esperaba, el cual ya
empezaba a corroer la mente de algunos desadaptados que
haciendo honor a su natural grado de psicopatía social se
les ocurrió que Peter sería una interesante fuente de
ingresos para la familia si era exhibido en el circo.
212
y eso era el aislamiento y la segregación. Dos aspectos
claves que fundamentan esa necesidad vital de placer que
requiere todo individuo para justificar su razón de ser y de
existir y que verificaban que Peter había nacido muerto,
porque una cosa es tener la madurez y el estoicismo
suficientes para aceptar una condición natural, y otra muy
diferente es el factum de tener que tolerar y aceptar ser
apartado de la sociedad y obligado a abstenerse de disfrutar
de un placer que es condigno con la existencia misma del
ser humano y que subrepticiamente puede convertirse en un
arma más letal que la segregación que usaron los insensatos
compañeros de Peter.
213
adicional de ser excluido del campo de batalla, tomaría
como un reto la batalla, sintiendo el natural placer de
librarla. Pero en las condiciones vividas, nada justificaba
luchar una batalla que ya estaba perdida antes de comenzar.
Luego la decisión sería morir, pero antes de hacerlo debía
hacer pagar por ello a quienes contribuyeron a que esta
fuera la opción, excluyendo de plano a sus padres a quienes
exoneró de toda culpa por considerar que no es posible
vencer a la ley natural. Cosa que no hizo con aquellos
compañeros que no se limitaron a ignorarlo sino que se
opusieron, a ultranza y en actitud aleve, a que él continuara
su camino. Y fue en este preciso momento de reflexión en
el que estableció la diferencia entre el bien y el mal,
eligiendo este último, no sólo tomando la decisión de
quitarse la vida sino de quitársela a quienes arruinaron la
suya. La suerte estaba echada, la inteligencia había
sucumbido, la voluntad se había desmoronado y el libre
albedrío había inclinado la balanza dejando de lado la
conmiseración hacia las personas que sufrirían por haberlo
hecho sufrir a él. Ahora sólo faltaba el método a usar, el
cual encontró después de varias noches meditando el íter
críminis que materializara su plan. Hasta que una mañana
se dirigió hacia su colegio, al que arribó demostrando pocos
nervios y poca ansiedad que pudiera delatarlo, haciendo su
ingreso al salón de clases como de costumbre. Solo que esta
vez se quedó parado en la puerta del salón hasta que vio
entrar al último de sus compañeros. Entonces tomó una
cadena de eslabón grueso que guardaba en su maleta, la
atravesó por entre las dos manijas de las puertas y la cerró
con un candado, provocando ansiedad en varios de sus
214
compañeros que se percataron del hecho, en tanto que la
mayoría no lo notó debido a que apenas se estaban
acomodando en sus sillas en medio de la algarabía propia
de momentos como ese.
Al instante desenfundó de entre su pullover de cierre, una
escopeta recortada con la que amenazó a todos los
presentes, quienes sin comprender lo que ocurría, en medio
de la gritería se tiraron al suelo cundidos por el pánico. En
seguida, sin accionar la escopeta que portaba en su mano
izquierda, desenfundó un enorme cuchillo acercándose
hacia varios compañeros, a quienes de manera selectiva
comenzó a apuñalar antes de comenzar a disparar, pues
tenía planeado no llamar la atención con el ruido del arma
antes de comenzar la masacre.
La escena fue dantesca, al punto de llama la atención del
profesor del aula de al lado, quien debido al exceso de ruido
proveniente del aula contigua envió a la alumna que
ocupaba la primera silla ubicada al lado de la puerta para
que pidiera al profesor el favor de hacer callar a sus
estudiantes. La chica salió, y al mirar por el visor superior
de la puerta del aula se detuvo horrorizada a observar lo que
pasaba, cuando al ver a Peter empuñando la escopeta en su
mano izquierda mientras apuñalaba a sus compañeros con
el enorme cuchillo con su mano derecha no tuvo otra
reacción que cubrirse la boca con sus dos manos,
regresando a su salón diciendo en voz baja: los está
matando.
¿De qué hablas? -preguntó el profesor-
- El simio… El simio
¿Cuál simio?
215
-Peter… los está matando a todos
216
escopeta y quince heridos de gravedad. Quedando ilesa tan
solo una joven y la profesora que observó la masacre
acurrucada debajo de su cátedra.
218
Dejando claro que si bien desde la óptica del derecho es
culpable quien perpetra el acto material, no así desde la
óptica de la psiquiatría, toda vez que está establecido que
una mente enajenada actúa en una dimensión paralela al
estado consciente siendo capaz de ejercer actos que una
mente sana se niega a ejecutar.
219
individuo experimenta en su vida cotidiana, sin
oportunidad de ejercer siquiera una apelación moral o una
catarsis que le permitiera revocar su decisión de matar antes
que ser sometido al más lombrosiano de los actos,
haciéndolo creer que su fealdad había sido la causa del acto
criminoso, cuando lo cierto era que había sido la
consecuencia.
220
barrotes, con la pérdida de la libertad detrás de la piel
misma. Porque una de las formas de mantener a la sociedad
en el nivel natural de la psicopatía social es mediante la
aplicación de sanciones ejemplares que equiparen el daño
causado al agredido con la pena causada por el agresor, en
virtud del principio de la aplicación de justicia, que no es
otra cosa que una venganza legal o el otorgamiento de
jurisdicción a un juez para que inflija sufrimiento a un
agresor que voluntariamente se lo infligió a una persona.
Esto, con el objeto de mantener al agredido en el lugar de
la psicopatía social, si es maduro; o en la psicopatía
antisocial hasta que se haga justicia con su agresor, que de
no suceder, facultaría al agredido a ejercerla por propia
mano. Sólo así podrá mantenerse la paz colectiva en una
sociedad, la cual será auténtica cuando el mayor número de
ciudadanos permanezca en su lugar de psicopatía social; y
un polvorín, cuando se incline la balanza a favor de la
psicopatía antisocial si fallare la aplicación de justicia. O
estado de paz deficiente, cuando de manera autónoma el
agredido no retorne a su posición de psicopatía social por
considerar que el daño no alcanzó a ser resarcido con la
pena impuesta, corriendo el riesgo que el individuo
atraviese el umbral de la psicopatía antisocial en la que se
halla, a la psicopatía criminal, haciendo justicia por propia
mano. Dejando claro, entonces, que para mantener una paz
auténtica (no disfrazada) en una sociedad, es indispensable
conservar a los ciudadanos, de manera individual, en un
estado de psicopatía social permanente, mediante la
satisfacción de sus dos únicas razones de ser: el alimento y
el placer necesario, evitando en todo momento que este
221
último aspecto se desborde a causa de los excesos de placer
llamados adicciones, lo cual se logra procurando el correcto
funcionamiento del aparato de justicia que garantice de
manera rigurosa la aplicación de sanciones y de penas
acordes con los daños causados, tratando de mantener
alejados a los ciudadanos del virus de la psicopatía
antisocial mediante la imposición de medidas restrictivas
para aquellos comportamientos derivados de los placeres
no vitales o adicciones, como punto clave de perfilamiento
de aquellos ciudadanos proclives a alterar la paz social
cuando su adicción no pueda ser suplida por los medios
lícitos descritos en la ley.
222
para vivir sin asedio desde que nació, dado que ni a su
llegada ni ahora se sintió observado, ni sufrió sentimiento
de rechazo que lo arredrara. Era paradójico, e irónico a la
vez, pensar que bien pudo haber encontrado su hogar y su
vida laboral en este lugar sin tener que cobrar las vidas de
tantas personas a las que asesinó. Pero así es el destino y la
naturaleza humana, impone castigos a quien no ha
cometido infracciones.
225
ser usados como punta de lanza en la operación que
infiltraría los gobiernos que debían ser derrocados. Razón
por la cual se requería que tuvieran una formación
geopolítica amplia y un conocimiento previo de los países
que ocuparían, incluido su idioma. Algo que McKinley
detectó cuando, luego de varios días, en medio de una
exposición de carácter libre que debían hacer los alumnos
frente a sus compañeros, de manera obvia cada uno de ellos
escogió uno de los países que constituían su objetivo,
seguramente con el fin de extraer del profesor, datos que
pudieran alimentar sus básicos conocimientos respecto de
ellos. Anzuelo que voluntariamente mordió el profesor,
proporcionando datos profundos e información relevante,
casi orientada a sus necesidades, que hizo felices a los
agentes. Parecía que los planetas se alineaban para cada uno
de los bandos, pero como, en tratándose de espionaje nada
es lo que parece, la euforia de McKinley también había sido
sospechosamente detectada por los jefes de los tres agentes
que de inmediato prendieron las alarmas respecto del
infiltrado profesor quien desde ese mismo instante
comenzó a ser objeto de una estrecha vigilancia por parte
del departamento de seguridad, al igual que los tres jóvenes
agentes por parte de la oficina de McKinley. El juego de
ajedrez se estaba jugando en un aula de clases y no en el
terreno como se presumía que sería, pero cada gobierno
tenía claro que delatar tanto a uno como a los otros haría
pública la operación con resultados catastróficos para cada
lado. Entonces sucedió que una tarde, al final de la clase,
uno de los agentes esperó a que se desocupara el aula para
hacerle una pregunta privada al profesor, el cual aceptó con
226
extrema educación y recibo. El joven agente le manifestó
que había entrado en conocimiento de un secreto que
pondría a temblar al mundo si se hacía público y que estaba
dispuesto a revelárselo de manera privada debido a la gran
admiración que le había tomado durante el tiempo que
había sido su maestro. McKinley sintió que su ascenso a
subdirector de la Agencia estaba a tan solo un paso de
distancia y sin dudarlo aceptó la invitación de su joven
alumno quien rápidamente propuso el departamento de su
profesor como lugar de encuentro.
227
información referente a una operación que se llevaría a
cabo dentro de unos meses, consistente en provocar unos
golpes militares sobre tres naciones que por su proximidad
y costa común estaban destinadas a servir como área de
desembarque de equipo militar de alta tecnología que sería
utilizado como punta de lanza en una operación mayor.
228
En una práctica casi infalible que desvelaba la debilidad del
ser humano frente a sus sentimientos más íntimos y a sus
inclinaciones por encima de cualquier compromiso
profesional o ético que atentara contra ellas. McKinley
había abandonado su zona de psicopatía social desde el
mismo instante en el que se dejó gobernar por el exceso de
placer necesario, inducido por el placer extra que le brindó
el chico, quien logró confundir su mente hasta hacerle dar
el salto hacia la criminalidad, traducida en traición a su país
convirtiéndose en doble espía. Una prueba para la que
ninguna persona está preparada para controlar, máxime si
de lo que se trata es de poner en conflicto pasiones naturales
internas con sentimientos patrióticos inducidos. Mismos
que siempre terminan sucumbiendo en favor de la ley
natural. La cual, al cabo de unos minutos ya había
provocado que se agotara la botella completa, entre risas,
abrazos y lenguaje romántico que apenas dejaba respirar a
su profesor, quien, inexplicablemente, no duró mucho en
quedarse dormido, activando de inmediato la fase dos del
complot, consistente en permitir el ingreso al departamento
de un grupo de cuatro personas más con cámara de
filmación en mano acompañada de un set de luces como si
fueran a filmar una película, que justamente se trataba de
eso, de filmar una película cuyas escenas incluían los
cuerpos desnudos del joven agente al lado de su profesor en
posiciones inequívocas de acercamiento íntimo.
229
pudiera confundirse con otro o con posibles montajes que
quisieran alegarse. McKinley no tenía salida.
230
inexpresivo, camisas blancas, corbata negra y sombreros
borsalinos negros. Sobre la mesa una baraja abierta de
fotografías, las cuales McKinley comenzó a observar con
tal asombro que por poco se desmaya, pero aun así
conservó la calma, al fin y al cabo era un espía que había
recibido entrenado para situaciones comprometedoras.
Pero no tanto. Y la reacción fue obvia, así como la pregunta
que siguió: ¿de qué se trata todo esto? Pregunta que uno de
los hombres respondió sin ambages. “Mire señor
McKinley, seremos breves. Todo lo que le dijo nuestro
compañero anoche es cierto, excepto lo de las fechas en que
se llevará a cabo la operación, y lo que queremos de usted
es simple, que vaya a su agencia y les lleve la información
que le tenemos preparada en este sobre en la que aparece
con lujo de detalle el íter de la operación que ellos ya
conocen que se ejecutará.
- Si entiendo bien -respondió McKinley- ¿lo que usted
pretende es que yo proporcione información falsa a mi
gobierno?
- Entendió bien, pero no sólo eso. Lo que queremos es que
a partir de ahora trabaje usted como doble espía para
nosotros, comenzando por llevar esta información y
devolvernos los detalles de los planes como ellos actuarán
frente a nuestra operación -señaló el agente con mirada fría
y voz firme como dando por sentado que McKinley
aceptaría-
¡No, por supuesto que no lo haré! -respondió McKinley con
voz resuelta-
Sin ofuscarse, el agente se limitó a mirar encima de la mesa,
preguntando ¿lo hará?
231
Déjeme pensarlo -respondió McKinley, luego de mirar el
abanico de fotos, dando la media vuelta y dirigiéndose a la
puerta de salida, pero antes de cerrarla a sus espaldas
escuchó una voz que le dijo. “No hay tiempo. El plazo es
mañana a las ocho horas”.
232
cuando se enteró por un noticiero local que de manera
inexplicable se habían producido tres golpes militares
consecutivos en tres países vecinos, ante la cara de terror de
McKinley que sabía que la operación se había adelantado
varios días con el propósito de que no fuera retaliada.
Obviamente la información que había suministrado a su
agencia era falsa y por tanto su cabeza ya tenía precio.
Entonces se movió con rapidez y embarcó a su familia a su
país, en tanto que él alcanzó a huir a su nueva agencia con
el ánimo de ser protegido por ella. Su nueva empleadora,
en donde inicialmente fue recibido con vítores. Algo que lo
alegró momentáneamente pero no le brindó toda la
felicidad que hubiera querido debido a que comprendía que
a partir de ese momento no regresaría nunca más a su país,
ni al lado de su esposa ni de sus pequeños hijos, a quienes
no volvería a ver nunca más. Estaba hundido. Su vida había
terminado y había perdido su razón de ser. Con todo, se
puso a las órdenes de su nueva agencia en espera de alguna
misión que lo disipara, pero no contó con buena suerte pues
como era de esperarse de una agencia de espías lo único que
le ofrecieron fue devolverlo a su país a cambio de no ser
asesinado. Obviamente había sido traicionado, al tiempo
que la oferta le cayó como puñalada en el pecho. Tanto que
pensó en suicidarse. Pero no lo hizo de solo pensar que al
hacerlo, de todos modos se revelaría lo sucedido en su
departamento con el joven espía, manchando su honra y
exponiendo a su pequeña hija y a su otro hijo al escarnio
público. Algo que le aterraba porque si bien reconocía su
inclinación bisexual, no estaba dispuesto a llevarse consigo
la vida de sus hijos y la de su esposa. Por eso desistió del
233
suicidio mientras hallaba otra salida. La cual llegó cuando,
en solidaridad por la gestión realizada, la nueva agencia le
ofreció someterlo a un intercambio por otro espía de los
suyos, y para evitar que McKinley fuera fusilado en su país
lo enviarían en calidad de demente declarado, debidamente
diagnosticado y certificado para que de este modo pudiera
vivir al lado de su familia. Sin embargo, su carta de
salvación consistía en que tendría que fingir su demencia
de por vida a cambio de morir en la horca.
McKinley aceptó, y desde el momento mismo del
intercambio fue entregó a los funcionarios de su Agencia
con un sobre en sus manos que contenía la certificación de
su estado mental. La transacción se realizó y de inmediato
fue conducido a los cuarteles de la Agencia para ser
interrogado pero fue inútil porque McKinley no sólo se
negaba a hablar sino que se limitaba a mirar hacia el techo
gracias a la corta capacitación que recibió y que a la postre
sería su única carta de salvación para vivir, ver a su familia
y mantenerla viva.
Fueron varios los meses que McKinley estuvo retenido sin
que diera muestra de cordura hasta que sus ex colegas se
dieron por vencidos y tuvieron que enviarlo al sanatorio
dado que no podía ser ejecutado un hombre sin un juicio
previo en el que fuera declarado culpable. El plan dio su
resultado pero sus efectos serían poco menos que
espantosos.
Gregor McKinley llegó al sanatorio justo el mismo día en
el que William Speer asumió su cargo. Caso que, por su
secretismo y ausencia total de medios informáticos, el
doctor le dio su importancia, al punto de querer auscultar
234
en sus detalles, pues, la instrucción del gobierno era que a
partir de su ingreso, McKinley debería ser vigilado por una
cámara las veinticuatro horas del día, a fin de verificar que
su estado mental era permanente, y que de pasar de
definitivo a transitorio, debería ser conducido de vuelta a la
Agencia para ser castigado con la pena capital. Cosa que no
podían hacer mientras no fuera objeto de garantías
constitucionales que le permitieran ser oído y vencido en
juicio legal. Porque una cosa es condenar a un reo a la pena
capital, y otra muy diferente asesinar a un hombre que no
comprende los cargos que se le imputan. McKinley había
salvado su vida como se lo prometieron sus liberadores
pero tendría que permanecer callado en el sanatorio del
doctor Speer por el resto de su vida si quería conservarla y
ver a su familia en los días de visita al menos. Sacrificio
que se tomó con seriedad sólo por ver a su esposa e hijos
cada sábado a su lado hablándole y rogándole que diera
alguna muestra de que los escuchaba al menos, cosa que él
no hacía por temor a no verlos sentados junto a él la semana
siguiente. Incluso se había entrenado para no soltar ni una
lágrima, pues sabía que de hacerlo, fácilmente sería
detectado en un estado emocional que delataría su
condición racional. Estaba condenado a morir en vida y se
hallaba en un estado de psicopatía antisocial permanente
que le martillaba y le gritaba que debía suicidarse porque
nunca más tendría una vida normal.
Así en ese estado recibió el doctor Speer a Gregor
McKinley, y en ese mismo estado permaneció desde hacía
siete años atrás que habían arribado al tiempo a ese lugar.
Sólo que entonces Speer no se ocupó de conocer el caso a
235
fondo, a diferencia de hoy que ya hacía parte de su vida,
gracias a la permanencia de Alan Shmelling que le imponía
la obligación tácita de documentarse antes de tomar una
decisión respecto de su vida. De hecho, -pensaba el doctor
Speer- que si en sus manos estaba salvarlo, no dudaría en
declarar la cordura mental de McKinley, pero sabía que
hacerlo sería tanto como condenarlo a la horca o al pelotón
de fusilamiento. Tanto así que ni siquiera podía hablar un
segundo con él sin el riesgo de ser observado por ese gran
hermano sembrado allí por la Agencia.
237
tildado de loco. Y para lograrlo eligió como título de su
libro Viaje por la mente el cual terminó convirtiéndose en
un tratado sobre el universo en el que se atrevió a retar a los
libros especializados y a los diccionarios, introduciendo
definiciones que reñían con los conceptos conocidos hasta
ahora, planteando postulados y teorías nuevas difíciles de
aceptar por las comunidades científicas y filosóficas que
poco duraron en elevarlo a la categoría de charlatán. Cosa
que nunca le importó, dado que entendía que sus postulados
provenían de su abstracción y no de los telescopios o los
microscopios. Y aun cuando nunca se metió expresamente
a criticar algunas viejas teorías sobre el universo y su razón
de ser, sólo se limitó a controvertirlas silenciosamente
expresando las suyas, partiendo de las simples definiciones
que lo motivaban a expresarlas. Y como era de suponerse
en una persona como él, nunca lo hizo para hacerse famoso
ni para obtener riqueza material, ni mucho menos para
hacer parte en esas comunidades científicas que lo
rechazaban, sino tan solo para expresar las ideas que desde
su cerebro le empujaba su corteza craneal si no les
permitían salir. Era el típico caso de quien es locuaz y se le
quiere tapar la boca. Con seguridad se encaminará a la
depresión y, por qué no, a la locura.
238
en ideas, también para los mismos fines. Sólo que en el caso
del hombre éste podía conducir las ideas fuera de su cuerpo
para transformarlas en sonidos llamados palabras, o en
movimientos del cuerpo llamados gestos, o en signos y
símbolos plasmados en papel llamados escritura. Pero
todos, unos y otros, con los mismos fines, ser usados en su
favor durante su existencia. No simplemente para pasar
desapercibidos por el mundo sino para procurarse la dosis
de placer que lleva a la felicidad y le da la razón de ser a
cualquier ser vivo animal: bestia u hombre.
De igual modo, Austin trató en su Viaje por la mente
asuntos como el origen del universo, definiendo las cosas a
partir de su configuración y no de sus atributos. Algo poco
común en las definiciones de diccionario que acercaban a
las personas a identificar y diferenciar las cosas y los
fenómenos del universo a partir de sus atributos y sus
funciones y no de su razón de ser simple y llanamente.
Aspectos que le granjearon todo tipo de enemigos
intelectuales que, luego de escucharlos, prefería que fueran
enemigos físicos, pues consideraba que es menos lesivo
para un hombre ser lacerado que vituperado. Cosa para la
que se blindó evitando debates bizantinos que le hicieran
perder el tiempo.
Su libro Viaje por la mente, prácticamente fue su única obra
dado que abarcaba tantos temas que nunca se sabría en
cuántos tomos cabían.
Hizo suya la ley natural al punto de usarla como pilar sine
qua non para estructurar todo su pensamiento, el cual, aun
cuando en principio parecía un tratado según el prejuicio de
Austin, lentamente fue tomando forma a medida que cada
239
definición de una cosa, de un fenómeno, de un postulado o
de una teoría se soportaba por sí sola sobre los pilares de la
ley natural. El dilema estaba en identificar qué cosa, qué
fenómeno, qué postulado o qué teoría provenían de la ley
natural y no de simples fantasías o deducciones subjetivas
orientadas a engañar a otros con fines de lucro. Algo muy
común en el mundo de hoy en donde -a su juicio- el dinero
formó una telaraña que nublaba la mente de cualquier
pensador que entraba en contacto con él. Telaraña de la que
es imposible escapar y que pone al hombre en espera de su
turno para ser devorado por quien la tejió. Decía que toda
definición filosófica deberá describir claramente lo
definido sin incluir dentro del cuerpo de la definición los
atributos de la cosa definida. Que deberá ser tan general y
atemporal que perdure en el tiempo con visos de verdad,
que no altere ni afecte la existencia de nadie, que no oriente,
aliente o contradiga ideologías, doctrinas, religiones o
corrientes de pensamiento; que no admita debates, al punto
de que sea aceptada por todos sin atisbos de resistencia, y
que no verse sobre objetos o utensilios creados por el
hombre. Por tanto, una definición filosófica -decía- será
reputada como tal cuando pueda ser apropiada por igual por
un hombre intelectual, uno ignorante o uno culto; de los
cuales, todos, sin excepción, deberán tener por cierta, de
manera natural, la definición de la cosa definida sin que la
democracia tenga cabida.
240
equivalencia uno a uno respecto de su alejamiento del
mundo exterior, al que abandonaba con menos nostalgia de
la que le causaba permanecer en él. Hasta que llegó el
momento en el que sintió que su propia casa le estorbaba,
llevándolo a tomar la decisión de elegir el sanatorio como
morada. Y para lograrlo habló con su padre para que
mediante la intercesión de un amigo cercano hablara con el
director de entonces para que lo admitiera en calidad de
interno a petición propia. Por supuesto que se necesitaba
una gran influencia para admitir en un lugar como ese a una
persona que no había sido declarada enferma mental,
aunque lo cierto fue que procurar la certificación médica no
sería tan difícil con solo observar el comportamiento de
Austin y leer sus libros.
241
llevaba quince en aislamiento social sin dar muestra de
tedio o de locura. Simplemente se limitaba a escribir sin
freno. Este fue un típico caso de reclusión voluntaria de un
hombre que sintió que su reino no era de este mundo y que
prefería aislarse de él antes que caer en la locura de luchar
contra él.
242
que sólo un hombre como Austin podía lograr. O no se sabe
si lo podría lograr, pero al menos lo intentó y lo propuso
como premisa para ingresar a su mente como espectador y
no como su dueño. Comenzando por señalar que el espacio
es el comienzo de todas las cosas, o mejor, la llamada
partícula cero -sin que fuera una partícula- a partir de la
cual puede otorgarse identidad al universo y a sus dos
únicos componentes: la materia y la energía. Algo
aparentemente obvio pero difícil de digerir si se tiene en
cuenta que el espacio es el todo y la nada a la vez, un lugar
sin coordenadas y sin identidad propia pero sin el cual no
es posible la existencia del universo ni los fenómenos que
de él se desprenden. Idéntico estatus que le otorgó al alma
como elemento esencial para la existencia de todos los seres
vivos orgánicos. Concepto nada digerible para quienes,
adentrándose en Viaje por la mente, deberían partir del
dogma que el alma no sólo es un atributo esencial para la
existencia del hombre sino también de los animales y de las
plantas, pues Austin la definía como el sustento que
mantiene erguidos a los seres vivos, otorgándole el mismo
estatus que al concepto de espacio, incluida su ausencia de
entidad propia, al tiempo que su único atributo: el de
mantener erguida la materia orgánica como única
evidencia de estar viva. Esto es, que sin ella no hay vida así
como sin espacio no habrá materia ni energía. Luego,
otorgar el mayor atributo a dos conceptos que no tienen
entidad propia y sin los cuales no es posible la existencia ni
del universo ni de la vida misma era partir de una premisa
tan surrealista como la de Dios creador de todas las cosas.
Por supuesto, algo menos dogmático que esta última divisa
243
pero necesaria para dar inicio a su teoría del universo según
Austin.
245
comprensión sin que por ello deba descartarse de plano que
pueda ser explicada racionalmente.
246
En su Viaje por la mente Austin dejó poco espacio a la
espontaneidad, aunque no la descartó de plano, otorgándole
el estatus de coadyuvante de los procesos que se suceden
en el universo. Incluso cuando se refirió al milagro de la
vida, la cual definió como la manifestación del movimiento
en la materia orgánica cuando ésta es ocupada por el alma.
Pero sólo es ocupada por el alma la materia que es llamada
por la naturaleza a corromperse. El resto, es decir, la
materia inanimada no se reputará por viva aun cuando
manifieste movimiento interno o externo, pues se sabe que
incluso la materia inanimada comporta movimiento o
actividad interna gracias a su composición atómica, sin que
con ello pueda reputarse como viva.
249
Viaje por la mente
Capítulo Primero
251
Pero existen en el universo cosas o fenómenos que no
pueden ser detectados por los sentidos, lo cual los ubica en
el terreno de la inexistencia, pero que no podrán ser
excluidos del entendimiento humano dado que si bien no
pueden ser percibidos por los sentidos, sí es posible dar
cuenta de ellos. Y a esto es lo que se le llama realidad, todo
aquello de lo que el hombre puede dar cuenta sin que le sea
posible darlo por existente. No puede la razón afirmar la
existencia del alma pero es indudable que sin ella no hay
vida. Luego es una realidad aun cuando no pueda probarse
su existencia. De la misma manera si se tratase del espacio,
que es una realidad pero no puede probarse su existencia
por métodos sensoriales.
254
Entonces, se tendrá por movimiento toda actividad,
sensorial o no, que manifiesta el universo como causa de la
reacción intrínseca de sus componentes, -la materia y la
energía-, actuando desde sus propios intersticios, sin
propósito aparente, aun cuando de su interacción se
generen leyes que afecten directamente la existencia del
hombre como punto central de todo estudio o investigación
que desee adelantarse sobre el universo. Hay movimiento
en la mente cuando nace una idea, un pensamiento o una
reflexión, sin necesidad de que alguno de los sentidos lo
perciba. El solo hecho de presentarse un cambio, supone
que estuvo antecedido de un movimiento. Luego el
movimiento es una realidad sin entidad propia. Puede
evidenciarse el cambio de la materia y de la energía pero
no puede percibirse el movimiento mismo, dado que no es
posible su individualización respecto de las cosas que se
mueven o cambian de estado.
Luego, serán los sentidos el único recurso de que dispone
el hombre para verificar su propia existencia y la del
universo del que es parte. Caso sui generis dentro del
universo en el que una de sus partes integrantes (el
hombre) debe aislarse de manera obligada con el único
propósito de abordar el estudio o la comprensión de lo que
lo circunda llamado universo. Tal como se hace necesario
salirse de la mente para abordar su conocimiento.
255
cualquier tipo de ideas o de reflexiones surgidas de su
mente, solamente podrán construirse partiendo de
experiencias captadas desde el exterior a través de los
órganos dispuestos para tales fines. Ideas que son
transportadas y recopiladas en un recipiente finito llamado
memoria, ubicado en el interior del cerebro, desde donde,
posterior y selectivamente, son convertidas en
razonamientos o reflexiones antes de ser extraídos y
conducidos a través de alguna de las autopistas que
atraviesan el éter llamado mente con el objeto de dar
complemento a ese ser integral llamado hombre, del cual
no puede escindirse sin lesionar su naturaleza. Luego la
mente es real aun cuando nadie pueda dar cuenta de su
existencia o de su ubicación espacial.
¿Y qué ocurre con los invidentes o con los sordomudos?
Para el caso de los invidentes, sus ideas y reflexiones son
construidas a través de los demás sentidos. No habrá en un
invidente una idea de paraíso en donde se incluyan sus
colores por ejemplo, pero sí sus formas, texturas, olores,
sonidos y sabores. Los colores no serán jamás objeto de su
imaginación dado que no tienen su origen en el
inconsciente sino en la naturaleza misma que los lleva
implícitos en el componente material del universo. Luego
no hay colores en la energía dado que ésta solamente es
susceptible de ser sentida por el hombre, más no observada
por él. Concluyéndose, entonces, que las ideas construidas
por un invidente tienen su origen en la energía y no en la
materia, la cual sólo contribuye a la formación de esas
ideas cuando irradia su energía. Y en el caso de los
sordomudos, su mundo interior solamente se construirá a
256
partir de las imágenes y de las sensaciones captadas por el
sentido del tacto, sin que pierda la facultad de hacer
razonamientos o reflexiones basados exclusivamente en lo
que huelen, ven o sienten. Quedando reservado cualquier
razonamiento que parta de un sonido.
260
que usa el hombre para dar cumplimiento con su razón de
ser y de existir.
262
para permanecer en la tierra de acuerdo a su composición
molecular única, o mientras esa composición no sea
alterada por agentes externos que obliguen a su abandono
cuando sin el órgano afectado el ser viviente pierde la
facultad de recibir sus dos únicas necesidades vitales: el
alimento y el placer. Entonces, una vez el alma abandona
el cuerpo físico, éste inicia el proceso de corrupción
definitiva sin posibilidad de retorno del alma que lo
abandonó, u otra diferente, dado que no hay en el ambiente
“almas al acecho” esperando ocupar el espacio dejado por
otras. Del mismo modo que, por carecer de entidad, no hay
posibilidad alguna de que puedan socializar entre ellas en
ámbitos o dimensiones desconocidas que sólo existen en la
mente del hombre. Luego, el alma, siendo la fuerza que
hace flotar al ser vivo en proporción de su peso, una vez
fuera de aquél se integra de nuevo en el espacio, al tiempo
que colapsa el cuerpo que ocupó para dar inicio a su
proceso de corrupción final.
264
La conciencia es ese lugar en donde se desarrolla toda
percepción captada desde el exterior por los sentidos,
donde se identifican y se aíslan los fenómenos reales del
universo y donde se establecen las diferencias entre las
imaginaciones y las fantasías para resolver el permanente
conflicto entre aquéllos y éstas como requisito
indispensable para mantener libre o sometido el cuerpo
físico. Y es justo ella, la conciencia, el árbitro llamado a
resolver ese conflicto entre la realidad y la ficción.
La conciencia es ese estado en el que tanto la mente como
las ideas formadas en ella tienen la aptitud de generar
reflexiones, razonamientos y pensamientos ajenos a la
fantasía o a la ficción, en razón a la procedencia de las
experiencias sensoriales captadas desde el exterior a
través de los sentidos, y no de los mensajes fugados del
inconsciente cuando las puertas de éste son abiertas por
alguno de los estados extáticos en los que entra el individuo
durante su vida. Luego, podría considerársela como un don
de la vida, más allá que una condición natural, dada la
excepcionalidad de individuos que gozan del don de
mantenerse en ella.
Y nada tiene que ver con la inteligencia, puesto que es tan
solo el medio en el que deambula aquélla. Es decir, que
mientras la conciencia es estática, o mejor, estacionaria, la
inteligencia no, dada su necesidad de movimiento que la
impulsa a hacer el ejercicio de identificación previa entre
el bien y el mal con el objeto de determinar si el acto de
selección fue en uno u otro sentido.
265
Y entonces ¿qué es una idea? Una idea es el resultado de
un ejercicio de selección de experiencias o captaciones
eminente y rigurosamente sensoriales, previamente
almacenadas en un saco etéreo ubicado en algún lugar del
cerebro del hombre, ordenadas y sistematizadas de forma
tal que permiten la acción física del hombre que lo impulsa
a desempeñarse y a trasegar por su entorno en
cumplimiento de un fin específico, ruin o altruista, que le
otorgará el carácter de hombre bueno o malo, aun cuando
una vez formada la idea, la acción no se materialice de
manera física, quedándose almacenada en el éter llamado
mente para ser usada a voluntad del individuo. Luego, la
voluntad jugará su propio papel dentro de la actividad
consciente del individuo, pues constituye ese "permiso de
actuar", o mejor, de dejar que la idea se materialice en la
acción, o, en su defecto, restringirla para que permanezca
almacenada en el otro almacén etéreo llamado memoria
para cuando la necesidad del individuo abra su puerta y
las extraiga para facilitar su materialización.
266
mero catalizador que arroja al hombre a acertar o a
equivocarse. Entendiendo por acierto todo acto humano
que le otorgue placer sin modificar negativamente la
existencia de otro hombre. O, en su defecto, sería un
desacierto si, aun provocando placer, desmejora la
existencia de otro o de su entorno.
268
entró en ella procedente del exterior a través de los
sentidos, o del interior del individuo proveniente de las
sensaciones manifestadas por el dolor, las necesidades u
otras sensaciones corporales, y nunca de un lugar diferente
como del inconsciente por ejemplo, dado que de éste nunca
salen ideas ni pensamientos ni reflexiones sino imágenes,
las cuales se instalan en la memoria a la espera de ser
transformadas en conceptos. Luego la memoria es el saco
que contiene la información proveniente de los sentidos y
de las sensaciones en el estado consciente del individuo. Y
por tanto, aunque se quiera, no es posible darle un carácter
autónomo con atributos singulares que la distingan de
otras similares a ellas. La memoria es tan solo una realidad
a la que no se le puede otorgar el estatus de existencia,
dada la imposibilidad de ser aislada como ente perceptible
por los sentidos. De igual modo como sucede con el
inconsciente, que sin que pueda predicarse su existencia, sí
constituye una realidad, dado que puede definirse y
comprobarse su atributo único, el de almacenar imágenes
de cuya procedencia no se tiene conocimiento, pues sólo
puede accederse a ellas en los estados extáticos en los que
entra el hombre de manera inducida como el uso de
sustancias psicoactivas, consumo de alcohol o
sometimiento a regresiones psicoanalíticas. O de manera
natural cuando la conciencia es atacada o bloqueada por
estados febriles causados por enfermedad, o por el sueño,
o por estados de pasión como la ira, la lujuria, la envidia y
la codicia, o por ciertos estados de excitación diferentes a
las alucinaciones o a las ficciones, dado que estos estados
269
no se forman en el inconsciente sino en el consciente, es
decir, en la mente.
270
en conceptos sistematizados, estacionados allí a la espera
de ser extraídos y conducidos a través de la mente hacia el
exterior del individuo por llamamiento de una necesidad
que obligue a su exteriorización. Luego, es un lugar que
hace parte del consciente y nunca del inconsciente, puesto
que, en tanto que la memoria puede ser visitada y
expoliada, el inconsciente puede ser visitado pero no
expoliado, dado que al atravesar el umbral en el que se
abandona el inconsciente, de inmediato se ingresa en el
consciente justo cuando pasa el efecto de la sustancia
alucinógena, del alcohol, de la fiebre, de la ira, del hambre,
del sueño, de la lujuria, de la regresión hipnótica o del
estado extático que le abrió la puerta.
272
El conflicto de la inteligencia
273
la certeza la comprobación de esa coincidencia, puede
inferirse que la verdad corresponde exclusivamente al
hombre puesto que sólo se refiere a sucesos acaecidos en
estados racionales, mismos que únicamente pueden ser
verificados por aquél y no por el animal.
Así pues, un animal no racional podrá ser testigo de un
fenómeno de verdad, mas nunca podrá dar fe de su
ocurrencia dada su condición de irracionalidad, quedando
en el hombre la singular facultad de verificarlo.
Y cuando digo "la ocurrencia de fenómenos universales" lo
hago refiriéndome a cualquier manifestación desprendida
de la ley natural, o no, que haya sido percibida por el ser
vivo animal sin que necesariamente lo afecte. Luego, la
verdad, en su concepto más general, no está dotada de
atributo alguno. Simplemente es o no es.
Así las cosas, no es la verdad el opuesto de la mentira, dado
que esta última solamente tiene su origen en la mente del
hombre, quien narra fenómenos universales que sus
sentidos nunca percibieron y que lo hace producto de una
malformación cerebral, impulsado por la necesidad de
obtener una satisfacción requerida por su cuerpo, fútil o
no. Tampoco tiene opuesto, dado que surge del hecho
acaecido y nunca del hecho imaginado. Este último,
atributo exclusivo del hombre y no de otro ser vivo animal,
que no obstante estar dotado de órganos sensoriales, no
conlleva el atributo que le permita verificarlo.
274
vivos no animales, o el movimiento de los componentes del
resto del universo. Luego, no es verdad, ni mucho menos
cierto, todo hecho no acaecido que manifieste el hombre,
actual o pasado, siendo mentira sólo para el hombre, e
inexistente para el resto de los seres vivientes del universo.
Entonces, sólo es verdadera la realidad inequívoca, al
igual que todos los fenómenos del universo,
independientemente de que los conozca el hombre o no,
porque la verdad no requiere ser publicada, ni siquiera
conocida, toda vez que hay verdades por descubrir en el
universo que no dejan de serlo por el solo hecho de que el
hombre no las haya descubierto.
275
suplir esa necesidad de placer permanente que requiere
todo hombre para justificar su existencia y su paso por este
mundo, como el de copular por ejemplo. Para lo cual
deberá usar el cortejo por encima de la violencia como
requisito social primario para satisfacerlo, poniendo en
funcionamiento la cordura, la conciencia, la voluntad, el
libre albedrío, el miedo, la vergüenza, el pudor y el deseo
entre otros. Todos trabajando al unísono para procurarse
tan solo un instante de placer. Y por encima de todos ellos
la inteligencia haciendo evaluaciones por separado
respecto de si es más efectivo el miedo o el arrojo,
queriendo darle paso al deseo por encima del pudor
mientras vence a la vergüenza, soportando el acoso de la
voluntad que le indica que se está demorando porque el
libre albedrío ya tomó su decisión hace rato -rato que
pueden ser tan solo fracciones de segundo-. Un cúmulo de
operaciones mentales desplazándose a toda velocidad por
autopistas individuales dentro de ese medio etéreo llamado
mente, sin dejar de observarse unas con otras para tomar
la decisión final de cuáles de ellas serán las que deben
llegar primero para alcanzar el objetivo. Entendiéndose
por “llegar” el acto de excitación que el pensamiento
ejerce sobre el cuerpo del individuo, quien lo recibirá para
transformarlo en voz, en gesto o en acción que tendrá como
destinatario el otro individuo quien, a su turno, los recibirá
como excitación sensorial externa para ser conducidos a
su mente en donde esa voz, ese gesto o esa acción se
transformará en idea, en pensamiento, en reflexión y en
respuesta positiva o negativa luego de efectuar el proceso
de evaluación de deseo, conveniencia o cordura,
276
regentados por el libre albedrío y la voluntad que mediante
el uso de la inteligencia determinará la conveniencia o no
del acto, antes de enviar su respuesta a través de sus
propias autopistas por donde discurrirán las que se
convertirán en voz, en gesto de aceptación o de rechazo o
en acción. Ejercicio que se tomará un segundo a lo sumo,
antes de que se establezca una conversación que culmine
con un acto de aceptación o de rechazo. Si es de rechazo,
habrá frustración traducida en dolor del individuo que no
pudo satisfacer su componente de placer necesario,
obligándolo a adoptar otros métodos para lograr lo que
requiere, u optar por cambiar de candidato si no quiere
pasar por una vida de dolor y frustraciones que vayan
minando su deseo de permanecer en este mundo. Y si es de
aceptación, se multiplicará por cientos o por miles la
actividad en las autopistas de la mente que transportarán
las sensaciones, las ideas, los miedos, las frustraciones, la
vergüenza, el pudor, el deseo, la renuencia y miles de
sensaciones más que terminarán en un abrazo, un beso o
en un simple “sí”.
Visto de esta forma, la mente es una realidad, las ideas son
una realidad, los pensamientos, las reflexiones, las
decisiones, la vergüenza, los miedos, etc., son realidades.
Pero no existen como tal sino hasta que puedan ser
captados por los sentidos de otro individuo, quien podrá
dar cuenta de ellas aun cuando estén desprovistas de
verdad. Dejando claro que la realidad y la verdad no son
ni siquiera parientes cercanos.
277
El número de autopistas que puede albergar la mente
humana es infinito y a su vez restringido dependiendo del
número de ideas y pensamientos que el individuo pueda
solventar al mismo tiempo. Aspecto diferenciador que hace
que cada uno de ellos se comporte de manera sui generis.
Autopistas que no existen pero que constituyen auténticas
realidades si se tiene en cuenta que por cada una de ellas
solamente puede transitar una idea o un concepto
específico, que de no ser así, o mejor, de permitir la mezcla
de unas con otras ideas u otros conceptos el resultado no
sería otro que la confusión mental y, por qué no, la locura.
Luego es indispensable que las ideas transiten por
autopistas individuales con el fin de garantizar la salud
mental del individuo. La cual se pone en riesgo cada vez
que éste es sometido a volúmenes de información que, por
excesiva o por contradictoria, invade los carriles de las
autopistas adyacentes a ella, arrojando como resultado
falsa información al receptor final -el cuerpo físico- quien
comenzará a comportarse conforme a la información
errónea o confusa que recibe, ya sea pronunciando
incoherencias, haciendo gestos o movimientos corporales
atípicos, o ya realizando comportamientos que puedan
poner en riesgo su propia integridad o la de otros.
Así, una autopista puede ser invadida con información
proveniente de otra cuando hay saturación de información
en aquélla o por causa de accidentes físicos que alteren la
contextura física original del cerebro como medio natural
o huésped de la mente, haciendo que se fusionen algunas o
varias de ellas, amalgamando ideas o conceptos disímiles.
278
Hecho que no podrá arrojar una consecuencia diferente a
la confusión, la demencia, la locura o la entrada en estado
vegetativo del individuo, quien por este solo hecho abrirá
la puerta a su espíritu, quien lo abandonará
definitivamente sin que este evento por sí solo dé lugar a la
salida del alma, la cual sólo abandonará el cuerpo físico
hasta que éste cumpla su ciclo natural de deterioro, antes
de entrar en corrupción definitiva. Evidenciando que las
puertas de salida del alma y del espíritu son diferentes, en
razón a su diferencia de naturalezas.
279
ahí, sin voluntad propia, a la espera de ser ocupado por otra
materia. Entendía que lo que no nace no muere y que lo que
no fue nunca dejará de ser. Tanto el alma como el espacio
eran medios sin entidad y sin autonomía de la que pudiera
predicarse cualquier atributo de voluntad, salvo el atributo
de alojar, para el primero, y mantener erguida la materia
orgánica, la segunda, y nada más. Conceptos que
derrumban la existencia de un purgatorio en el que los
creyentes de algunas religiones ponen a sufrir a las almas
de los difuntos durante tiempos indefinidos como tratando
de endilgarle al alma las malas actuaciones de su huésped
mientras vivió. Pensamiento típico de mentes alienadas por
las religiones que los engañaron diciéndoles que había vida
después de la muerte y que por tanto había que pagar por
las malas acciones, o recibir el premio por las buenas en un
paraíso ubicado en una dimensión escondida. Tonterías que
lo único que pretendían era la obtención de beneficios
económicos para quienes las promulgaban; y estados
depresivos a quienes las aceptaban.
280
Con la lectura de ese primer capítulo de Viaje por la mente,
el doctor Speer acababa de adquirir un boleto de entrada a
un mundo al que su propia imaginación nunca pudo acceder
en sus mejores tiempos como estudiante de psiquiatría,
pues comenzaba a entender que la profesión que ejercía se
limitaba a solucionar los problemas mentales que
conducían a los hombres a sufrir tormentos derivados de
malformaciones cerebrales -curables o irreversibles-, o, a lo
sumo, a mantenerlos alejados de la realidad mediante el
suministro de barbitúricos, sin auscultar en los accidentes
de tránsito ocurridos en las autopistas mentales que
arrojaron al individuo a comportarse de manera
socialmente errónea o que lo llevaron a sufrir o a hacer
sufrir. Algo que, estoicamente, comenzó a aceptar a medida
que avanzaba en su lectura, sin desconocer que se
enfrentaba a unos postulados que difícilmente la ciencia
médica estaba en condiciones de resolver y de aceptar.
Dilema que irremediablemente lo alejaba de la ortodoxia de
su profesión y lo ponía a balancearse entre dos verdades
respecto de la mente: la de Austin Bishop y la de la ciencia
psiquiátrica. Solo que esta última era la que le recordaba
que debía serle fiel a una ética médica por encima de
cualquier consideración que intentara reevaluarla, y que
Austin Bishop despreciaba, pues consideraba que no tenía
por qué serle fiel a una mujer que no era la suya.
Notó que si quería resolver, o al menos evaluar con buen
criterio, los problemas de los internos del sanatorio era
necesario entrar en sus mundos, y para lograrlo tendría que
emprender ese Viaje por la mente que Austin Bishop le
281
proponía. Reto que aceptó motivado más por la curiosidad
que por la obligación de hacerlo, pues entendía que sus
deberes dentro del sanatorio se limitaban a “mantener el
orden” por encima de procurar la cura de sus ocupantes, la
cual, entendía, era endémica por el solo hecho de haber sido
remitidos allí. Luego, emprender ese Viaje por la mente se
convirtió en un reto más que degustaba cada noche como si
acudiera a la continuación de una película de ficción,
dejándose cautivar en tal grado por su lectura que prefirió
ceder sus horas de sueño a cambio de ver pasar ante sus ojos
página tras página durante noches enteras. Hasta un día en
el que decidió ponerle freno a su compulsión de manera
transitoria con el propósito de conocer el último de los
casos por los que se había interesado y que aún reposaba en
su escritorio, no sin antes guardar, en gaveta aparte, su
nuevo tormento que en lo postrero continuaría robándole
varios meses de su tiempo, y algunas cuantas neuronas.
282
a tus pecados y a tu vida impía”, al punto de convertirse en
piedra en el zapato para las autoridades que recibían quejas
por montones de los ciudadanos quienes ya no podían
deambular libremente por la calle sin que este hombre se
les atravesara en su camino conminándolos a arrepentirse y
a temer a Dios antes de que fueran castigados. Llegando al
extremo de que su postura se volvió tan radical que fue
conducido a la estación de policía en reiteradas ocasiones,
sin éxito para los denunciantes, toda vez que el delito mayor
que podía endilgarle la justicia a su incómodo persecutor
era el de perturbación del orden público. Algo
verdaderamente incipiente que obligaba a las autoridades a
dejarlo libre en menos de veinticuatro horas después de
cada arresto. Hasta que se hizo necesario su sometimiento
a una evaluación psiquiátrica que le permitiera al alcalde
sacarlo de las calles sin incurrir en faltas a la constitución
que vulneraran los derechos fundamentales de un
ciudadano solamente por perturbar el orden público sin
daño o lesiones a terceros. Pero lo consiguió gracias al
dictamen obtenido de los galenos del hospital central
quienes certificaron que el hombre sufría de un cuadro
clínico irreversible de esquizofrenia paranoide que aun
cuando no representaba peligro para terceras personas, no
sería posible su tratamiento sino en establecimiento
especializado bajo internamiento, el cual fue posible
conseguir con la ayuda del juez local que consintió en el
hecho, argumentando el bien general sobre el del paciente.
283
Perkins hasta llevarlo a la locura, su situación personal
decía otra cosa, pues se sabía que de joven siempre fue
sometido por sus padres a castigos que incluían encierros
prolongados en cuartos oscuros, y a abandonos recurrentes
dentro de su propia casa, que con el tiempo fueron haciendo
mella en el joven Mathew al punto de crear en él una
especie de miedo permanente a todo que lo fue
sumergiendo en sí mismo llevándolo a buscar refugio en la
Biblia como medio de escape. Pero el remedio fue peor que
la enfermedad dado que, a falta de orientación profesional,
dirigió su atención a la lectura de pasajes que alimentaron
sus temores en vez de atenuarlos. De repente, cada pasaje
que leía le hacía pensar que era un pecador sin redención y
que muy seguramente era por esa causa que sus padres lo
castigaban de manera tan drástica y tan recurrente. Pasaba
tanto tiempo leyendo la biblia que optó por abandonar sus
estudios antes de terminar la secundaria, lo cual provocó
tanta indignación a sus padres que optaron por expulsarlo
de la casa meses antes de cumplir su mayoría de edad.
Decisión que no le causó aflicción alguna, sino por el
contrario lo liberó de dos demonios de los tantos que ya
empezaban a ocupar su cabeza.
Sin pasar muchas afugias se dedicó a hacer trabajos
menores en las calles sin el compromiso de tener que
cumplir horarios rigurosos, usando lo poco que ganaba para
pagar pensiones baratas, siempre y cuando contaran con
una cama y una lámpara que le permitiera leer hasta altas
horas de la noche. Su presunta libertad personal la estaba
canjeando poco a poco por una especie de enajenación
mental causada por su miedo a ser castigado, ya no por sus
284
padres sino por Dios que pronto vendría a dar cuenta de
todos los impíos, entre los que se hallaba él de primero.
Cosa que le comenzó a martillar en la cabeza de manera tan
patológica que ya no sólo bastaba con saberlo y temerlo,
sino que era necesario que el mundo lo supiera. Y fue así
como comenzó a tocar esos temas con los pocos amigos que
pudo hacerse en las calles: el señor del puesto de revistas,
el lustrabotas y otros tantos informales, quienes,
impresionados en principio por los altos conocimientos
bíblicos de Math, pronto comenzaron a darse cuenta de que
su discurso cambiaba poco, por no decir, nada. Aspectos
que lo fueron alejando de ellos hasta quedar solo. Pero eso
no fue problema para él ya que, a falta de interlocutores,
simplemente comenzó a seleccionar de entre los
transeúntes a aquellos que veía más desocupados para
abordarlos y así evitar que su cabeza explotara, usando
tácticas de selva en una especie de caza sobre los
individuos menos aptos, de entre los cuales él era uno.
A diferencia de las tácticas usadas por los devotos
cristianos protestantes, cuando elegía una presa, su discurso
no iniciaba con un Dios te ama sino con un ¡arrepiéntete
porque serás lanzado al lago de fuego! Una sentencia
bastante fuerte para alguien que acababa de conocer y que
no dudaba en ignorarlo o, incluso, en insultarlo o
maltratarlo. Cosa que poco le importaba porque al instante
ya estaba frente a otro lanzándole la misma amenaza. Sin
embargo, era más condescendiente con las ancianas que
accedían a su charla, a quienes les decía que ya que estaban
cerca de su partida era necesario que se arrepintieran de
todos sus pecados para evitar ser lanzadas al lago de fuego.
285
En pocas palabras era el epítome de la anti diplomacia que
no merecía caer al lago de fuego pero sí al sanatorio del
doctor Speer.
Cuando amanecía de buenas y encontraba algún
interlocutor más desocupado que él, no dudaba en narrarle
casi al pie de la letra el libro de Daniel, previo al libro del
apocalipsis, sin necesidad de recurrir a su letra para apoyar
su memoria. Los conocía tan a fondo que los rezaba
versículo a versículo sin titubear. Algo que causaba gran
admiración en el desocupado interlocutor que terminaba
por impactarse, o por asustarse, hasta que lo agarraba el
hambre y daba la media vuelta dejándolo solo con la
palabra en la boca, quien, acostumbrado, salía en búsqueda
de otra presa.
En esas se la pasó más de treinta años de su vida antes de
llegar al sanatorio, y aunque pareciera que no había pasado
muchas afugias, su sufrimiento nunca vino de afuera sino
de adentro, pues no era sino recogerse en sus itinerantes
pensiones nocturnas para iniciar su calvario, el cual
consistía en experimentar, noche tras noche, las más
horribles pesadillas en las que recorría uno a uno los lugares
descritos en el libro del apocalipsis, convirtiéndose en el
protagonista sin fin de sus horrendas narraciones. Su
imaginación alcanzó tal grado de realismo que las escenas
se reflejaban en su rostro no a manera de pesadilla sino de
psicosis somática que lo hacían sentir dolor físico al ser
desgarrado vivo por las fieras que imaginaba. Llegando al
punto de levantarse totalmente lacerado y sangrante a causa
de los rasguños que se causaba él mismo durante sus
delirios. Aspecto físico que fue apoderándose de él durante
286
los últimos años y que hacía pensar a la gente que se
peleaba durante la noche con otros indigentes, quizás por
territorio o por alimento, cuando lo cierto era que para el
momento de su reclusión en el sanatorio su estado mental y
físico eran tan deplorables que las calles ya no eran aptas
para él.
Fue testigo de excepción de la cabalgata de los cuatro
jinetes apocalípticos. Pudo ver cómo cada uno de ellos
honró el mandato divino de regar la peste entre los
humanos, así como apreció la manera como el jinete del
caballo rojo incitó a las personas para que se mataran unos
con otros. Vio la muerte por hambruna y huyó del hades
cuando apareció el caballo bermejo. Pudo ver la horrible
abominación que desató la ira de Dios, y hasta alcanzó a
apreciar el juicio sobre la prostituta de Babilonia. Lo vio
todo y lo vivió todo.
287
río del que no pudo beber sus aguas debido a que ya había
sonado la tercera trompeta y las aguas estaban amargas y
contaminadas. Muerto del pánico quiso huir hacia las
montañas pero ya se había abierto el abismo y se habían
desatado todos los demonios. Entonces se sentó en una roca
a llorar mientras el mundo se derrumbaba a sus pies, pero
al despertar todo volvió a comenzar como en una película
sin fin, ¿cómo no pretender que estuviera
loco?
288
Luego de terminar la lectura de los expedientes, el doctor
Speer concluyó que el sanatorio no constituía el más
homogéneo de los lugares a donde llegaba el pobre hombre
que se volvió loco porque sí. De cierto, era el más complejo
de los lugares en donde habitaban personas que de algún
modo habían sido víctimas de sus propios destinos, o de su
entorno social y familiar que los había hecho sufrir a lo
largo de sus vidas, quizás de manera intencionada o tal vez
producto de su propia psicopatía que encontró en los seres
más débiles a esos conejillos en quienes arrojar su basura
psicótica, a diferencia de los delincuentes recluidos en las
cárceles, quienes al menos podían socializar entre ellos,
mientras que los internos del sanatorio estaban condenados
a sufrir los ataques permanentes de sus propios demonios
que no los abandonaban sino hasta el día en que partían a
conocerlos en persona.
289
Capítulo VI
El doctor Speer
290
hecho, siempre que el grupo lo convertía en centro de burla,
él descollaba con algún comentario de cultura general que
dejaba callados a los insensatos que por solo pensar en el
deporte se veían obligados a callar y a escuchar. Táctica que
siempre le funcionó y que le sirvió de capa protectora para
pasar ileso por este mundo, al menos durante su período de
estudiante.
291
una especie de centro de poder sobre algunos de aquellos
de los que recibió humillaciones, así hubieran sido
menores.
292
especialización que graduó a William Speer como
psiquiatra clínico.
295
desconocimiento de lugares como éste y que desde el inicio
se estaba convirtiendo en un reto profesional y personal,
toda vez que nadie conocía las razones que lo motivaron a
optar por ese cargo, a todas luces reservado para personas
de mayor edad. Sin embargo, siempre se sintió a gusto
desde el comienzo mostrando gran actitud.
297
mismo, y que sería el encargado de escoger los padrinos, el
terreno, las armas y el día y la hora en que se efectuaría el
duelo. Ventaja que parecía estaba aprovechando con la
misma crueldad que aplicaron los chicos de la escuela
contra él. Pero antes de hacerlo resolvió saber algo más del
juez Maxwell a fin de determinar las razones que lo
motivaron a tomar la fría decisión de anteponer su juicio
personal sobre el juicio legal al que estaba obligado.
298
hombre que confesó haberse deleitado con la muerte cruel
de su esposa, en medio de una aberrante orgía de
exuberantes palabras cuyo único propósito era nublar el
entendimiento del jurado y destruir la justicia. Después de
todo, qué importaba la justicia si lo que prevalece en el
mundo real es el prestigio y los ingresos económicos de los
abogados. Por eso fue que siempre se las ingenió para llevar
dos juicios paralelos en cada causa que le fue puesta en su
conocimiento, ejerciendo influencia sobre los jurados e,
incluso, presionándolos algunas veces para inducir su voto.
Algo que hacía con extremo sigilo aprovechándose de la
majestad de su cargo para influir sobre sus miembros. Cosa
que no era recurrente puesto que no todos los casos eran tan
sonados ni de tanta relevancia como para que requirieran de
su manipulación. Pero en los juicios en los que la requería,
no dudaba en ejercer su autoridad amenazando con iniciar
procesos disciplinarios a los abogados que de manera
temeraria dieran visos notorios de tratar de engañarlo.
Incluso hubo varios casos en los que fue él mismo quien se
puso en evidencia al dejar entrever su preferencia hacia
alguno de los acusados, o de las víctimas, cuando de manera
puramente subjetiva invalidaba preguntas efectuadas por
los abogados, bajo la acusación de impertinentes o
inconducentes, sólo para evitar que sus respuestas fueran en
contra de quien él quería proteger. Definitivamente, todo un
manipulador que por tratar de defender la justicia, surfeaba
por encima de ella en muestra de actitud inquisidora que
pocas veces podía ocultar y que le había generado la fama
de juez estricto.
299
Sin embargo, en el caso Shmelling notó que si bien los
abogados se comportaron como lo hacían todos, fue el
propio acusado quien había tomado las riendas del proceso
al punto de desconcertarlo a él tanto como a los apoderados,
al jurado y al público en general, que se polarizó en sus
hogares viendo como víctima a un acusado, y como
responsable a una víctima muerta. Toda una locura que
tendría que resolver a su manera por encima de la
apreciación del jurado y de lo que pensara la sociedad. Caso
sui generis en el que se veía obligado a desviar su mirada
puesta en los apoderados, para fijarla en el acusado a fin de
que no se saliera con la suya, aun cuando, a decir verdad,
no tenía la razón en virtud de la ausencia de prueba
contundente que lo despojara de su propia psicopatía que lo
obligaba a tirar por el suelo máximas jurídicas como nemo
damnatur nisi audictus et victus - nadie puede ser
condenado si no es oído y vencido; caso que no fue el de
Alan Shmelling pues si bien fue oído en el juicio, no había
sido hallado culpable pero sí había sido condenado a
reclusión indefinida en el sanatorio a expensas de su
director que se devanaba los sesos por tomar la decisión de
qué hacer con él, pretermitiendo, cada uno por aparte, toda
la ética jurídica y médica que les correspondía sólo por
satisfacer su sed psicótica personal.
300
técnicos, por encima de los argumentos jurídicos, para sacar
libres a sus clientes. Algo que no encajaba en su joven
mente romántica que le recordaba que la justicia siempre
debía estar por encima de cualquier tecnicismo, y que lo
llevó a rechazar la vida del litigio, al tiempo que tomaba la
decisión de declararles su propia guerra silenciosa
inscribiéndose en el concurso de jueces desde donde los
combatiría. Un Quijote más pretendiendo cambiar un
mundo que se derrumba por sí solo gracias a las
imperfecciones de un sistema de justicia que le ponía
corazón a lo que debería ponerle la razón.
301
De otro lado, y en medio de su compulsión, el doctor Speer
encontró que, de joven, Alan Shmelling siempre se inclinó
por la compañía de mujeres hermosas. Tenía una fijación
casi obsesiva hacia ellas al punto de convertirse en lo que
podría llamarse un acosador social. Y lo hacía con tal
obsesión que ni siquiera respetaba las novias de sus amigos,
cosa que le granjeó tantas enemistades como chicas tuvo.
Siempre antepuso su moderada lascivia sobre sus valores
morales. Actuaba con total obsesión hacia las chicas, que
terminaba restringiéndoles su libertad individual, llegando
al extremo en que algunas de ellas se vieron obligadas a
pedir ayuda a sus padres. De hecho las usaba sexualmente
y las exhibía como trofeos, aunque cada vez era menor la
posibilidad que tenía de ostentar en público con ellas
debido a que perdía un amigo por semana. Y a decir verdad
nunca se supo que hubiera maltratado físicamente a
ninguna. Hasta que conoció a Clara, una hermosa chica
recién ingresada a la universidad, quien rápidamente
mostraría su perfil personal y aspiraciones de vida gracias
a los cuales no sería fácil de conquistar y que lo obligaría a
diseñar una estrategia tipo smooth operator dispuesto a
permitir que saliera con otros muchachos siempre y cuando
él pudiera ejercer algo de control sobre ella y así poder
disfrutar de su presencia y de su compañía a su antojo. Con
el funesto ingrediente de que con el tiempo el cazador
terminó siendo cazado pues nunca imaginó que sus
habilidades de seductor no funcionarían con su nueva
conquista, lo cual lo obligó a modificar su estrategia
tratando de convertirse en su mano derecha más que en un
opositor celoso. Algo que le funcionó de maravilla pues no
302
sólo atraía cada vez más su atención sino también su
tiempo. Le enseñaba revistas internacionales de Jet Set para
mostrarle cómo sería su vida cuando conquistara las
pantallas de televisión, alimentando su ego de manera
permanente con la sola intención de estar a su lado e ir
eliminando paulatinamente a sus competidores
pretendientes que se mostraban frívolos frente a las
aspiraciones de Clara, en cambio de él que daba muestras
de interés total en su vida y en su futuro. Cosa que le
mereció cada vez más su atención, hasta el punto de
aceptarlo como esposo creyendo que se casaba con su
community manager cuando en realidad lo que estaba
creando era un carcelero silencioso que se opondría a todas
sus aspiraciones usando como arma el documento
matrimonial que la convertía legalmente en suya. Pésima
estrategia usada con una persona compulsiva que tenía
enquistada en su cerebro su aspiración mayor de ser famosa
a ultranza y que mataría por ello. Tanto así que según la
única versión conocida hasta entonces, Clara habría sido la
persona que preparó toda la escena en la que ella misma
terminó muerta en lugar de su esposo que se negó a beber
el vaso con veneno. Todo un novelón trágico que terminó
con una muerta, un reo al borde de la locura encerrado en
un sanatorio por cuenta de un juez tipo Batman que se
sentía el responsable de la seguridad de todos los habitantes
de su ciudad; y de un médico psiquiatra paranoico que
aceptó recibir el testigo* para culminar la prueba de relevos
en la que él sería el último participante. Luego, al doctor
Speer le estaba quedando claro que, aun si viviera Clara, la
familia Shmelling no tendría futuro como familia con solo
303
ver la monstruosa diferencia entre sus dos cabezas
principales. Un loco desquiciado que vendió cara su
dignidad con tal de satisfacer su obsesión de contar con el
premio mayor sin importar el precio que tuviera que pagar
por él, frente a una mujer igual o peor de obsesiva a él que
haría todo lo que estuviera a su alcance por lograr sus
fantasiosas metas. Cada uno por aparte pensando en sí
mismos sin gastar un segundo de su tiempo en pensar en el
futuro de sus dos pequeños hijos que nadaban en el más
turbulento de los mares a la espera de ser devorados por
Escila o por Caribdis. Lo cual llevó a pensar a William
Speer en la petición que el señor Harris le elevó al juez
Maxwell en pleno juicio respecto de no permitir que sus
nietos le fueran entregados a su padre Alan Shmelling en
caso de salir absuelto, pues consideraba que su estado
mental o emocional no sería apto para hacerse cargo de dos
infantes que apenas rondaban los dos años de edad, quienes
de seguro serían segregados por su padre que no dudaría en
salir a conquistar mujeres, en honor a su patógena
costumbre y a la innegable libertad que le concedía el hecho
de haber salido absuelto de un juicio penal que cerraría
cualquier puerta a cualquiera que pretendiera despojarlo de
la patria potestad sobre sus hijos, y aun más si era declarado
clínicamente sano. Todo iría en su favor a sabiendas de que
era un psicópata oculto no declarado ni judicial ni
clínicamente. No obstante, Speer decidió escucharlo.
304
Ahora, luego de haber estudiado los casos más relevantes
de los internos del sanatorio, y haber conocido el pasado de
Alan Shmelling, el doctor Speer ya no dormía con solo
imaginar lo que haría con él si sabía que William Morgan y
la señora Martin estaban allí sin cometer delito alguno, y
que aun cuando Marc Sullivan sí había cometido un
aparente delito, y Peter Allows era un asesino en masa, se
preguntaba si su función con Alan Shmelling era aplicar
justicia, calificar su estado mental que le permitiera
regresar a la libertad, o enterrarlo de por vida en el
sanatorio. Duro dilema que sólo él tendría que resolver sin
permitir que su instinto criminal derivado de su psicopatía
social congénita diera el salto abriéndose camino por entre
la razón, la justicia, la voluntad, el libre albedrío y el placer
necesario, que, en últimas, son los que bien administrados
mantienen cuerdas a las personas y constituyen los barrotes
que impiden el salto de la psicopatía social hacia esos
mundos oscuros de la psicopatía antisocial y criminal, en
los cuales controlar la lucidez se hace cada vez más difícil,
como quien olvida el camino de regreso mientras más
avanza sin mirar atrás. Y sabiendo que el dolor es esa
sensación que un órgano del cuerpo o un sistema inherente
a él da muestra de estar funcionando deficientemente, de
ese mismo modo pensaba el doctor William Speer que
debería ser la pena impuesta a quien haya causado la
disfunción, por más nimia que ésta parezca, y más cruel que
pareciera aquélla.
305
vida en el sanatorio. Al fin y al cabo era un caso más entre
tantos, aparte de que nada le aportaba a la sociedad ver a un
hombre deambulando por las calles con el inri de asesino
en su frente provocando polémicas, y, por qué no, dando
mal ejemplo. Y aunque siempre existió la duda razonable
que lo exoneraba, el director prefirió no hacer uso de ella.
Al fin y al cabo sabía que contaba con el respaldo de toda
una sociedad que ya había olvidado el caso y prefería no
volver a saber de él.
306
Capítulo VII
La entrevista
308
¿Y bien? ¿Qué le gustaría saber de mí? Estoy dispuesto a
responder sus inquietudes -señaló Alan, esta vez mirando
fijamente al doctor quien trató de arredrarse por el prudente
desafío que le proponía su interlocutor-
- Quisiera saber cómo se ha sentido durante este tiempo en
este lugar.
- A decir verdad, muy sorprendido, sobre todo por la falta
de comunicación a la que usted me ha sometido sin motivo
aparente. No conozco nada de métodos de terapia
psiquiátricos pero evidentemente éste parece ser uno de los
más crueles, a no ser que usted considere algo diferente.
- No le diré nada. Los métodos terapéuticos nunca son
discutidos con los internos.
- ¿Me considera usted un interno y no un paciente? ¿Acaso
no fue esa la razón por la que el juez Maxwell me envió a
este lugar luego de que el jurado me hallara inocente? No
quiero contrariarlo pero no he sido tratado como un
paciente sino como un interno. Eso me lo acaba de
corroborar usted, y a decir verdad quisiera saber el motivo,
si es que hay uno, o si por el contrario es parte de mi
tratamiento psiquiátrico. La verdad no lo comprendo.
- Me sorprende y me desconcierta usted con su exagerado
nivel de destreza mental que está demostrando en esta
conversación ¿quisiera explicarme la diferencia entre el
Alan Shmelling hablando solo en el rincón del pasillo al
lado de la señora Martin y el Alan que tengo al frente
razonando como una persona totalmente normal?
- Soy una persona normal. Nunca he dejado de serlo, ni
siquiera en los momentos más difíciles de mi vida,
incluidos los que pasé frente a mi esposa mientras moría, o
309
los que pasé sentado en el banquillo de acusados en la corte.
Sólo que ahora me ha sobrado tiempo para recapacitar
respecto de mi propia persona gracias al volumen de tiempo
libre que usted me ha concedido para hacerlo.
- ¿Quiere usted decir que se siente un hombre renovado y
que cree poder enfrentar la vida cotidiana sin
remordimientos o fantasmas que lo persigan?
- No tengo remordimientos ni fantasmas que me persiguen,
y eso usted lo sabe bien según los monitoreos nocturnos que
me ha colocado desde que llegué aquí. Si bien no puedo
quedarme dormido temprano, cuando lo hago lo hago de
manera ininterrumpida hasta la hora de levantarme. No
tengo motivos para desvelarme, salvo el estar cavilando los
motivos que tiene usted para haberme aislado sin darme la
oportunidad de explicarle mi recuperación emocional, pero
ahora comprendo que la terapia consiste en mantenerme
callado con el fin de conocer mi fortaleza mental frente
situaciones de aislamiento prolongado, quizás para
determinar mi nivel de cordura en condiciones extremas de
soledad que es cuando los fantasmas suelen hacerse
presentes. Sé que estoy especulando pero los hechos son
tozudos y aquí estoy frente a usted dando cuenta de mi
estado. Es eso lo que nos tiene aquí sentados ¿o me
equivoco?
310
de desvelo al frente de los expedientes de los internos y
especialmente de su “Viaje por la mente” de la mano de
Austin Bishop que muy posiblemente le estaban haciendo
perder la cordura, o, por qué no, le estaban alertando que
se encontraba frente a un timador profesional que había
logrado engañar a toda una sociedad, pues mientras lo
escuchaba, paralelamente iba repasando en su mente la
capacidad mental de su interlocutor para convencer a los
demás, basado en su extrema tranquilidad que usaba como
arma y que le otorgaban ese halo de seguridad personal
que sorprende a las víctimas cuando están siendo
engañadas. La lucha mental consistía en creer o en ponerse
a la defensiva tratando de poner en duda todo lo que decía
Shmelling pero bajo el entendido que una lucha de esas
dimensiones no se ganaba a punta de prejuicio sino de
razón, o de lo contrario fácilmente podía caer en la miseria
de asesinar mentalmente a una persona con el solo uso del
poder, algo que sentía Speer era ruin para con un hombre
del que aún no se tenía certeza de su psicopatía, pues
gozaba de una absolución judicial que lo blindaba contra
cualquier señalamiento subjetivo, por profesional que
pareciera. Aparte de que su ética le recordaba, segundo a
segundo, que su misión no era someter a ese hombre a un
segundo juicio sino declarar, bajo conceptos puramente
científicos, si estaba mentalmente apto para
reincorporarse a la vida civil o no, y nada más. Pero estaba
claro que el paciente había caído en las manos
equivocadas de un hombre que se sentía desplazado
intelectualmente cada vez que veía que otros pretendían
engañarlo o sobreponerse a su intelecto. Postura difícil que
311
iba en contra de Alan Shmelling, que no sólo tenía que
descubrir sino atacar. Y la contienda apenas
comenzaba.
312
que dan cabida a que sus demonios tomen el control, y yo
no podía permitirme semejante agresión por parte de mi
propia mente. Y la otra intención de hablar solo, era llamar
su atención, justamente para que cuando nos viéramos me
hiciera usted esta pregunta.
313
- Entiendo, pero sabrá usted que he tratado de interpretar la
mirada de la señora Martin cuando regresa de su
consultorio y noto una especie de culpa en ella como si
sintiera que me traiciona. Su mirada es evasiva y menos
amable que el resto de los días. Cuando las personas no
pronuncian palabras, comienzan a expresarse con los ojos.
Esa es una condición inequívoca de las personas que aún
tienen conciencia, y la señora Martin la tiene. Sé que no está
loca y que su problema trasciende sus sentimientos,
obligándola a decir cosas que vienen de su corazón y no de
sus fantasmas. De todos modos yo quiero saber cuál es su
postura frente a mi situación porque aún no puedo
interpretar su silencio durante todo el tiempo que me ha
tenido recluido aquí -preguntó enfáticamente Alan al
doctor. -
314
emocional al precio de sentir que hacía lo correcto aunque
en el fondo sintiera que no.
315
temprana edad cuando permitió que sus deseos se
apoderaran de ella al punto de sobreponerse sobre su razón.
Quienes verdaderamente deberían ser cuestionados, y no
necesariamente castigados, son sus padres que no notaron
el daño que le hacían a su hija cohonestando un
comportamiento poco ortodoxo, sin que con ello desee
imponerles un castigo, pues no soy el llamado a hacerlo. El
castigo se los ha impuesto la vida misma, quitándoles a su
hija quien no sólo arremetió contra sus padres sino contra
sus hijos y contra mí. Si algún castigo debo pagar es el de
haber declarado que sentí satisfacción al verla morir,
actitud que pertenece a mi fuero interno pero que no me
descalifica para seguir viviendo una vida normal. Cuántas
personas se solazan con solo ver sufrir a otras sin que lo
manifiesten de manera expresa cayendo en lo que en el
juicio se dijo que era un estado de psicopatía social, estado
mental que es connatural a todas las personas sin excepción,
incluidos los niños en su más temprana edad. Sólo que
mientras subsista esa condición en las personas no podrá
presumirse que existe una pandemia psicológica que deba
ser erradicada en tanto no se pase a la acción, que para
hacerlo sólo es necesario expresarlo y luego ejecutarlo. Dos
pasos funestos que determinan quién es apto para seguir
mezclado entre la sociedad, o ser restringido de ella por el
daño materialmente causado. Caso que no es el mío pues
tan solo salté al estado de psicopatía antisocial al expresar
mi satisfacción de ver morir a mi esposa. Estado que, tengo
entendido, no constituye delito castigable alguno. Y ahora
que me encuentro frente a usted tratando de explicarle lo
que en el juicio quedó claro, le pido que por favor acuda a
316
su ética para determinar mi estado mental por encima de
cualquier consideración personal que tenga guardada y que
le impida tomar una decisión objetiva.
317
hacer mi propia catarsis, aun cuando, no lo niego, a veces
pienso que ha sido excesivo, especialmente si no he contado
con su asistencia profesional como lo ordenó el juez en la
corte.
318
- Estoy de acuerdo con usted en que esto no es un nuevo
juicio pero entenderá que permitirle salir a la vida civil
requiere de un alto grado de responsabilidad de mi parte,
dado que a partir del momento en que yo le permita
atravesar esa puerta hacia la calle, prácticamente seré el
responsable ante la sociedad por todos los actos que usted
despliegue de aquí en adelante. Decisión que tomaré sólo
hasta que esté seguro de que usted se comportará como un
ciudadano ejemplar. Así que deberé tomarme un tiempo
prudencial para hacer esas evaluaciones antes de emitir mi
concepto.
320
indefinido hasta estar seguro de que no hará daño a nadie
más en su vida. Así que doy por terminada esta
conversación -dirigiendo su mirada a uno de los enfermeros
que se encontraba en la puerta de la oficina a la espera de
detener cualquier reacción violenta que percibiera en el
interno-
- No por favor, espere un momento se lo ruego -señaló Alan
dirigiéndose al doctor- Quiero proponerle algo. En vista de
que no será posible que usted modifique su criterio sobre
mí, le propongo que estoy dispuesto a pudrirme en la cárcel
si así usted lo desea y para ello estoy dispuesto a firmar una
declaración juramentada en la que me declaro culpable de
haber asesinado a mi esposa. Y no solo eso, haré una
narración detallada de las circunstancias en las que
ocurrieron los hechos esa mañana en donde no quede duda
de mi culpabilidad y así podrá usted enviarla a la corte del
juez Maxwell para que modifique su sentencia y pueda
enviarme a prisión de manera perpetua. Al fin y al cabo eso
es lo que percibo que siempre quiso él y ahora usted
¿Entonces acepta usted la propuesta?
- Eso quiere decir que desea confesar que efectivamente
asesinó usted a su esposa?
- No dije eso. Dije que haré una confesión a la medida del
juez Maxwell para que pueda condenarme y enviarme a
prisión perpetua y de ese modo calmar su furia que según
veo llegó hasta este lugar. Yo ya le dije que era inocente
pero veo que será inútil que usted y la sociedad lo crean y
lo comprendan después de haber escuchado de mi propia
boca que sentí placer al presenciar el suicidio de mi esposa.
Por eso haré la confesión, para generarles placer a quienes
321
necesitan ver arder en la hoguera a quien también sintió
placer cuando vio arder en la hoguera a su esposa.
324
su conciencia y evitar ser devorados por sus demonios que
muy seguramente no los abandonan ni un segundo durante
el día y que los esperan cada noche en sus almohadas para
acariciar su psicopatía y así suplir su dosis de placer
criminal.
326
Sentado en su cama recordó los momentos cuando joven se
sentía desplazado por sus compañeros de colegio por el solo
hecho de no actuar como ellos y pensó cómo sería la vida
de Alan Shmelling en libertad en medio de una sociedad
que muy seguramente lo rechazaría, quizás cerrándole las
puertas laborales y hasta de cualquier lugar que quisiera
visitar. Pensaba cómo sería su comportamiento con sus
hijos. Si usaría su tiempo en ayudar a recuperarlos
emocionalmente por la falta de su madre o si por el
contrario los abandonaría al cuidado de sus abuelos para
tener más tiempo libre para él y tratar de rehacer su vida
privada, pues tan solo contaba con treinta y cuatro años.
Recordó apartes de la conversación de esa mañana y notó
que en todo momento Alan trató de tomar el control con
respuestas y preguntas arrogantes que aunque parecía que
era dueño de sí mismo, sólo dejaba ver su inseguridad y su
temor de ser descubierto en alguna contradicción. Algo que
se notó cuando se derrumbó de manera estrepitosa al saber
que el doctor se tomaría un tiempo adicional para dar su
aval.
327
Sabía que tomarle la declaración de culpabilidad a Alan
Shmelling suponía necesariamente la certificación de que
estaba cuerdo. Algo que se negaba a hacer con solo recordar
la forma como actuó frente a la muerte de su esposa, del
cual había quedado convencido de que había sido suicidio
y no asesinato y que lo que realmente buscaba Alan
Shmelling con su auto incriminación era escapar del
sanatorio, y de este modo evitar la locura que veía venir si
se quedaba allí. La cual ya daba sus primeras muestras, de
acuerdo a los inusuales gestos que dejó entrever durante la
entrevista, aparte de que el pasado de Alan también le
dejaba bastantes dudas respecto de su nivel de psicopatía.
328
Capítulo VIII
La visita oficial
329
presentar enseguida que, supongo, ya está elaborada ¿no es
así?
- Sí, por supuesto que ya está elaborada pero no veo la razón
por la cual deban ustedes validar mi criterio profesional
respecto de ella.
- Es necesario hacerlo, puesto que es un requisito
constitucional hacer valer los derechos del paciente,
cualquiera sea el sentido de su certificación. La cual deseo
ver en este momento.
- Por supuesto, aquí la tiene. Haciendo entrega formal de un
folio escrito a máquina. El cual tomó el funcionario en sus
manos, lo leyó y se lo pasó a su compañero para que hiciera
lo propio, ante la sorpresa de ambos que no se sabe por qué
motivo estaban convencidos de que saldrían acompañados
de Alan Shmelling, pues sabían del tiempo que llevaba
recluido en ese lugar y presumían que su recuperación
había sido exitosa.
- De todos modos, ahora que conocemos el dictamen
necesitamos entrevistar al paciente de manera personal -
señaló el funcionario a cargo-
- Me temo que no será posible, respondió con firmeza el
doctor Speer, mirando directamente al funcionario que no
dudó en repuntar
- ¿A qué se refiere exactamente doctor Speer?
- Pues a que el paciente no está en condiciones de socializar
con ninguna persona dada su precaria condición, la cual ha
venido deteriorándose cada día desde su arribo a este lugar
y sería una imprudencia enfrentarlo a dos personas que no
conoce. No podría garantizar su seguridad en caso de que
reaccione violentamente.
330
- Comprendo, señaló uno de ellos. Pero, ¿al menos
podemos observarlo desde este lugar a través de la vidriera?
- Creo que sí, por favor sigan por aquí. Es aquel que se
encuentra acurrucado en ese rincón al lado de la señora que
está tejiendo.
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imprimirlas pero les suplico que me den un correo en donde
pueda hacérselas llegar en tres días ¿les parece?
Ambos funcionarios se miraron a los ojos con muestra de
inconformidad con la respuesta del doctor, la cual se vieron
forzados a aceptar ya que, al parecer, no había remedio.
- Está bien, el mail es corteestatal02@carmail.mk
332
permanecer confinado de por vida entre los barrotes de su
propia piel.
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- Ya sabes. Como evasivo al responder nuestras preguntas.
No sé, creo que no nos dijo toda la verdad respecto del señor
Shmelling.
- Pero qué verdad querías escuchar. Él respondió lo que le
preguntamos. Yo lo que creo es que aquí el que está loco
eres tú. Por qué mejor no vamos a beber una cerveza -yo
invito- y mañana hacemos el informe para el juez Maxwell.
-Pues sí, ni modos. Fueron las últimas palabras de Rich
Calloway mientras se alejaba por el pasillo dejando atrás
las ilusiones de un hombre del que nunca se supo si su
mirada era de arrepentimiento, de desconsuelo, de terror o
de ansiedad, frente a la mirada del director del sanatorio
que, del otro lado del ventanal, y al igual que el juez
Maxwell, le sería difícil restañar su cordura, prefiriendo
darle rienda suelta a su libre albedrío para que su psicopatía
antisocial cruzara el umbral y le permitiera tomar la ley en
sus manos arrastrando a la tortura y al encierro perpetuos a
un hombre declarado judicialmente inocente, antes que
tomar el riesgo de dejar libre a un culpable que, a su juicio,
pudiera hacerle daño a otros.
Fin
334
Epílogo
El Autor
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