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Mineirito
de Clarice Lispector

Sí, supongo que es en mí, como uno de los representantes de nosotros, en quien debo
buscar por qué duele la muerte de un facineroso. Y por qué me importa más contar los trece
disparos que mataron a Mineirito que sus crímenes. Le pregunté a mi cocinera qué pensaba
del asunto. Vi en su rostro la pequeña convulsión de un conflicto, el malestar de no
entender lo que se siente, de tener que traicionar sensaciones contradictorias por no saber
cómo armonizarlas. Unos hechos irreductibles, pero una indignación también irreductible, la
violenta compasión de la indignación. Sentirse dividido en la perplejidad propia, porque es
imposible olvidar que Mineirito era peligroso y que ya había matado mucho; y, no obstante,
lo queríamos vivo. La cocinera se cerró un poco, viéndome tal vez como la justicia
vengadora. Con cierta rabia hacia mí, que estaba revolviéndole el alma, respondió fría: “Lo
que siento no sirve para decirse. ¿Quién no sabe que Mineirito era un criminal? Pero seguro
que se salvó y ya está en el cielo”. Le contesté: “más que mucha gente que no ha matado”.

¿Por qué? Si la primera ley, la que protege cuerpo y vida insustituibles, es la de no matarás.
Ésta es mi principal garantía: así no me matarán, porque no quiero morir, y así no me
dejarán matar, porque haber matado será la oscuridad para mí.

Ésta es la ley. Pero hay algo que, aunque me hace oír el primero y el segundo disparos con
un alivio de seguridad, al tercero me pone alerta, al cuarto, intranquila, el quinto y el sexto
me cubren de vergüenza, el séptimo y el octavo los oigo con el corazón palpitando de
horror, al noveno y al décimo mi boca está trémula, al décimo primero digo asustada el
nombre de Dios, al décimo segundo llamo a mi hermano. El décimo tercer disparo me
asesina, porque yo soy el otro. Porque quiero ser el otro.

Repudio esta justicia que vela por mi sueño, humillada por necesitarla. Mientras tanto
duermo y falsamente me salvo. Nosotros, los hipócritas esenciales. Para que mi casa
funcione, me exijo a mí misma, como primer deber, ser hipócrita, no ejercer la indignación y
el amor que tengo guardados. Si no soy hipócrita, mi casa se tambalea. Debo haber olvidado
que bajo la casa hay un terreno, un suelo sobre el que una nueva casa podría alzarse.
Mientras tanto, dormimos y falsamente nos salvamos. Hasta que trece disparos nos
despiertan, y con horror, digo demasiado tarde —veintiocho años después del nacimiento
de Mineirito— que no nos maten al hombre acorralado, que no nos lo maten. Porque sé que
él es mi error. Y de toda una vida, por Dios, lo que se salva a veces no es más que el error, y
sé que no nos salvaremos mientras nuestro error no sea precioso para nosotros. Mi error es
mi espejo, y en él veo lo que en silencio hice de un hombre. Mi error es el modo en que vi la
vida abriéndose en su carne y me sorprendí, y vi la materia de la vida, placenta y sangre,
lama viva. En Mineirito estalló mi modo de vivir. ¿Cómo no amarlo, si vivió hasta el décimo
tercer disparo lo que yo dormía? Su asustada violencia. Su violencia inocente, no en las
consecuencias, sino inocente en sí misma, como la de un hijo de quien su padre no se hizo
cargo. Todo lo que en él fue violencia es en nosotros furtivo, y evitamos unos las miradas de
los otros para no correr el riesgo de entendernos. Para que la casa no se tambalee. La
violencia que estalló en Mineirito y que sólo otra mano de hombre, la mano de la esperanza,
posándose sobre su cabeza aturdida y enferma, podría haber aplacado, haciendo que sus
ojos sorprendidos se elevaran y se llenaran de lágrimas al fin. Sólo hasta que un hombre es
hallado inerte en el suelo, sin gorra y sin zapatos, me doy cuenta de que olvidé decirle: yo
también.

No quiero esta casa. Quiero una justicia que le hubiera dado oportunidades a una cosa pura
y llena de desamparo, y Mineirito… esa cosa que mueve montañas y que es la misma que lo
hizo querer “como loco” a una mujer, la misma que lo llevó a pasar por una puerta tan
estrecha que desgarra la desnudez; es una cosa que en nosotros es tan intensa y límpida
como un peligroso gramo de radio, esa cosa es un grano de vida y si la pisotean se convierte
en algo amenazante, en amor pisoteado; esa cosa que en Mineirito se volvió puñal es la que
a mí me hace darle agua a otro hombre, no porque yo tenga agua, sino porque yo también
sé lo que es la sed; y tampoco me he perdido, he probado la perdición. La justicia previa, ésa
no me daría vergüenza. Ya va siendo tiempo de que, con o sin ironía, seamos más divinos; si
sospechamos cómo sería la bondad de Dios es porque sospechamos, en nosotros, la
bondad, ésa que ve al hombre antes de que éste se convierta en un enfermo del crimen.
Pero sigo esperando que Dios sea el padre, cuando sé que un hombre puede ser el padre de
otro hombre. Y sigo viviendo en la casa endeble. Esa casa cuya puerta protectora cierro tan
bien, esa casa no resistirá al primer ventarrón, que hará volar por los aires una puerta
cerrada. Pero la casa está en pie, y Mineirito vivió por mí la rabia, mientras yo estaba en
calma. Lo fusilaron en su fuerza extraviada, mientras un dios fabricado de último momento
bendecía a las prisas mi maldad organizada y mi justicia estupidificada: lo que sostiene las
paredes de mi casa es la certeza de que siempre me justificaré, mis amigos no me
justificarán, pero mis enemigos, que son mis cómplices, ésos me saludarán; lo que me
sostiene es saber que siempre fabricaré un Dios a la imagen de lo que yo necesite para
dormir tranquila, y que los demás furtivamente fingirán que estamos todos bien y que nada
puede hacerse. Todo eso, sí, porque somos los hipócritas esenciales, los baluartes de algo. Y
sobre todo tratar de no entender.

Porque el que entiende desorganiza. Hay una cosa en nosotros que podría desorganizarlo
todo: una cosa que entiende. Esa cosa que calla frente al hombre sin gorra y sin zapatos, y
para tenerlos, el hombre robó y mató; y que calla ante el San Jorge de oro y de diamantes.
Esa cosa muy seria en mí se vuelve aún más seria ante el hombre ametrallado. Esa cosa ¿es
el asesino en mí? No, es la desesperación en nosotros. Como locos, lo conocemos, a ese
hombre muerto en que el gramo de radio se encendió. Pero sólo como locos lo conocemos,
no como hipócritas. Como loco entro en la vida que tantas veces no tiene puerta, y como
loco comprendo lo que es peligroso comprender, y sólo como loco siento el amor profundo,
ése que se confirma cuando veo que el radio se irradiará de cualquier modo, si no por la
confianza, la esperanza y el amor, entonces miserablemente, por la enferma valentía de
destrucción. Si no estuviera loco, sería ochocientos policías con ochocientas ametralladoras,
y ésa sería mi honorabilidad.

Hasta que viniera una justicia un poco más loca. Una que tuviera en cuenta que todos
tenemos que hablar por un hombre que ha desesperado porque en él el habla humana ya
falló, está ya tan mudo que sólo un bruto grito desarticulado puede servirle de signo. Una
justicia previa que recordara que la gran lucha que tenemos que librar es la del miedo, y que
si un hombre mata mucho es porque ha tenido mucho miedo. Una justicia, sobre todo, que
se mirara a sí misma y que viera que todos, lama viva, somos oscuros, y que por eso ni la
maldad de un hombre puede entregarse a la maldad de otro hombre: para que éste no
pueda cometer con libertad y aprobación el crimen de fusilamiento. Una justicia que no
olvide que todos somos peligrosos, y que en el instante en que el justiciero mata, no está ya
protegiéndonos ni queriendo eliminar a un criminal, está cometiendo su crimen particular,
uno largamente guardado. Cuando se mata a un criminal, en ese instante se está matando a
un inocente. No, no es que yo quiera lo sublime ni esas cosas que fueron convirtiéndose en
las palabras que me permiten dormir tranquila, una mezcla de perdón, de caridad vaga,
nosotros, que nos refugiamos en lo abstracto.

Lo que yo quiero es mucho más áspero y más difícil: quiero lo terreno.

CLARICE LISPECTOR (Tchetchelnik, Ucrania, 1920 – Río de Janeiro, 1977), figura capital de la literatura brasileña
contemporánea y una de las mayores novelistas del siglo XX, irrumpió en la escena latinoamericana con un estilo de la
trascendencia de Woolf y de Joyce, con un pensamiento filosófico hecho literatura, con una prosa de una sequedad fértil y
luminosa y profundamente personal. Novelista, cronista y cuentista, también escribió libros infantiles. Trabajó como
periodista y publicó muchas “crónicas”. Por su particular uso del lenguaje, se busca considerarla poeta, pero nunca escribió
en versos. Su primera novela fue Cerca del corazón salvaje (1943); la de más renombre es La pasión según G.H. (1964); otras
novelas fundamentales: La manzana en la oscuridad (1961), Aprendizaje o el libro de los placeres (1969), Agua viva (1977), La
hora de la estrella (1977). A un año de su muerte, se publicó Un soplo de vida (Pulsaciones). Sus cuentos y crónicas están
agrupados de distintas maneras en La legión extranjera (1964), Felicidad clandestina (1971), Lazos de familia (1972), Víacrucis
del cuerpo (1974), ¿Dónde estuviste de noche? o Silencio (1974), entre otros. Sus novelas han sido traducidas a más de
quince idiomas.

***

«Mineirinho» es la última crónica de la segunda parte, titulada «Fondo de gaveta», de La legión extranjera (Caracas: Monte
Ávila Editores, 1971). Juan García Gayó es el responsable de esta versión en castellano. La primera edición del libro fue
publicada en Brasil en 1964. La autora acota como nota al pie que Mineirinho «fue un criminal muerto por la policía en Río de
Janeiro hace algunos años», con exactitud, el 1° de mayo de 1962, en un fusilamiento que causó revuelo en la sociedad
brasileña. En palabras de María Cristina Hernández Escobar, que estudió el hecho y el texto de Lispector: «Los habitantes de
las favelas se mostraban contrariados con la muerte de Mineirinho, al que consideraban una especie de Robin Hood, aun
cuando era de todos conocido su historial».

A partir de la lectura del texto de C. Linspector, y con apoyo sobre el texto informativo dado, responder:

1) Qué discurso predomina en la voz narrativa? Subjetivo u objetivo? Justificar con citas del texto.
2) En dónde creés que circuló originalmente este texto? Con qué género lo relacionás? Por qué?
3) Qué relación encontrás entre este texto y el cuento leído de Elías El Hage? Explicar.
4) Pensar en tres temas de la actualidad que podrían tratarse del mismo modo que la muerte del Mineirinho.
Luego, elegir uno de ellos, investigar y redactar “convirtiendo” el texto producido al estilo de Linspector.
Tener en cuenta las características explicadas en el texto informativo dado.

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