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Sobre el PARAMAGANISMO del material filosófico.

o el tratamiento de Antimonio de antemano.


Si hay un hecho evidente que el estudiante debe tener constantemente presente, es el hecho de
que nuestro buen maestro de Savignies nunca enseñó la totalidad de las operaciones de
laboratorio en sus escritos.
Para estar seguro de ello, basta con consultar la página 23 de las "Consideraciones
preliminares" de Alquimia explicada sobre sus textos clásicos (Jean-Jacques Pauvert, edición
de 1988). Esto se aplica, de entrada, al tratamiento del antimonio, que, separado de su ganga,
es un trisulfuro de antimonio, mientras que la sustancia intensamente marrón, que se somete
al ensayo, es un oxisulfuro que no debe seguir siendo común, aunque sea natural; (cf. La
Tourbe N°14) y en un artículo anterior (N° 7 de la misma revista) "... un polvo intensamente
marrón exaltado como estaba por una digestión suave y un largo mantenimiento (...) no sólo
es importante que esta materia sea de origen natural, sino también que la vida despierte en ella
suavemente, para que se convierta en el antimonio de los filósofos.
Podemos afirmar que el sulfuro de antimonio purificado, sometido a un ensayo de unos 54
días y noches respetando las fases lunares, las temperaturas adecuadas y el periodo primaveral,
nunca tomará ese color marrón que se aproxima al del spaniel bretón. Esta falta de resultados
en cuanto al color no había escapado a dos autores de la Turba, los Sres. R. Selva y Erbet,
cuyos artículos minuciosos y meticulosos deberían ser retomados, dada su alta calidad.
En esencia, se trata de obtener un oxisulfuro marrón a partir de un trisulfuro, mediante una
operación que combina los métodos húmedo y seco, según las indicaciones del propio Eugène
Canseliet.
Así, en Alchimie (Jean-Jacque Pauvert, ed. 1978, introducción página 19) leemos:
"... San Juan Bautista evocó las dos inmensas purificaciones o, si se prefiere, el doble bautismo
de todo el globo". Este doble bautismo, realizado por el agua y el fuego -sin olvidar que el
fuego es salado- nos remite, como es debido, a la formación hidrotermal de la carmesita
natural, cuya carrasca hay que recordar con discernimiento.
Una vez adquirido nuestro azufre, todavía deberá someterse a una exposición bastante larga,
a las influencias celestes de las que, ante el Canciller de Hermes, un autor disertó largamente
y de forma límpida y caritativa, citaremos a Sabine Stuart de Chevalier. Pero volvamos al
bautismo por agua, sobre el que Basilio Valentín en su "Carro Triunfal" proporcionará una
relación explícita que permite una excelente introducción. Nuestro autor presenta el antimonio
en polvo fino, puesto en un globo medio lleno de agua de lluvia destilada, luego agitado y
sometido al fuego húmedo del vientre del caballo, así a 65° (temperatura del estiércol). Es
necesario continuar hasta que la materia hierva y luego retirar la escoria que se ha sublimado.
Esta señal demuestra que el antimonio se ha abierto.
Sin ir más allá de este experimento espagírico, siempre podríamos acelerar el proceso: -
introduciendo un oxidante salino, por ejemplo una sal alcalina obtenida a partir de lo que los
antiguos probadores como Schlutter en su Traité de la Fonte des Mines llamaban el "Flujo
Blanco", que se obtenía calcinando dos partes iguales de tártaro y nitrato. - Teniendo cuidado
de mantener y renovar en el matraz un volumen de aire suficiente para mantener la oxidación,
así como la temperatura adecuada, justo por debajo de la ebullición, por lo tanto, alrededor de
90°.
En otras partes de la primera obra, las aparentes contradicciones de Eugène Canseliet esconden
de hecho pistas veladas sobre operaciones ausentes. Citemos "este polvo, erudito y graso y
quizás un isótopo del colcotar; en cualquier caso, muy parecido al sesquióxido que ahora se
llama óxido férrico. Sin embargo, erruginoso no es un adjetivo que se atribuya a un óxido
férrico, sino a un óxido de cobre, de color gris verdoso, mientras que colcotar es rojo. Esta
indicación debe compararse con el doble hombre ígneo de Basilio Valentín y con los detalles
dados por Fulcanelli en sus "Demeures" sobre el doble azufre... Qué decir de los 3 matrimonios
de Perrenelle que simbolizan, para Eugène Canseliet, los tres matrimonios del antimonio; de
los 3 o 4 clavos que siguen bastante de cerca (pero no demasiado) una de las 2 conjunciones
de la primera obra y proporcionan el Vitriolo o Esmeralda de los Sabios, que debe distinguirse
del León Verde, y luego éste del León Rojo... Pues quien obtiene el León Rojo en lugar del
León Verde en la primera obra comete un error por omisión.
Qué decir de las Águilas, que proporcionan tanto el alimento blanco como el amarillo, el
Mercurio de los Filósofos, y finalmente las diez pequeñas rémoras que convendrá unir para la
eclosión de la única rémora -teniendo en cuenta que la primera obra proporciona también su
rémora o más bien dos rémoras (las dos gemelas herméticas) que habrá que unir en una sola
por el cadáver de la salamandra- sin olvidar que entra en la primera conjunción al matrimonio,
un punto de hierro según lo enseñó Fulcanelli.
Y hay que deducir que además del antimonio también entra otro mineral o cuerpo metálico de
forma ponderable, junto con el hierro... Simbólicamente hay que compararlo con las dos torres
de las catedrales góticas, una de las cuales es más alta que la otra, sabiendo que la torre es la
imagen del azufre metálico. También habría que volver por un momento al enriquecimiento
de las sales del rocío, que es diferente del enriquecimiento de las sales por sus homólogos
celestes, que implica una separación de los principios salinos del rocío, pero conservados en
su propio destilado...
Como puede verse, aquí comienza la Gran Obra... Sin olvidar la Fe, el Valor, la Paciencia y la
Caballerosidad.
GUALDI FEDERICO
COMPOSICIÓN DE LA MEDICINA UNIVERSAL
Tomad un poco de Sal-nitro* refinado, y fundidlo lentamente en un recipiente de hierro, y
cuando esté bien fundido, echad sobre él una cantidad muy pequeña, bien empaquetada, de
carbón vegetal blando, como el de Willow**; que se encenderá y quemará inmediatamente. Y
hay que removerlo poco a poco hasta que el Salitre después de la detonación se fije, o se
endurezca, y tenga un color algo verdoso; lo que sucede cuando el carbón ya no sube como
antes.
Una vez hecho esto, vierte tu Sal-nitro derretido en un mortero de mármol caliente; cuando se
enfríe, quedará blanco como el alabastro, y quebradizo como el cristal. Páselo por el mortero
inmediatamente después, y extienda el polvo sobre un portaobjetos de vidrio o un plato de
barro, habiéndolo cubierto por temor al polvo; expóngalo un poco inclinado al aire, pero en un
lugar donde el Sol, la lluvia o el rocío no puedan alcanzarlo.
Poned debajo un recipiente de cristal, para recibir el licor aceitoso, que fluirá de él; porque la
humedad del aire, reduciendo el Nitro Salino en el espacio de algunos días, encontraréis el
doble de peso de aceite que teníais de Nitro Salino; si la operación se ha hecho en un tiempo
conveniente, no demasiado caliente pero templado y húmedo, mientras que éste atraerá el Nitro
Salino invisible que respiramos con el aire.
Este aceite, cuando se rectifica, es un menstruum muy poderoso, o disolvente para extraer la
esencia de todo tipo de mezcla. Tomad, pues, cuatro o cinco partes de este aceite rectificado,
y una parte del mejor Antimonio***, que se reconoce por una cierta rojez, tendente al oro,
cerca de la mina en que se encuentra.
Tan pronto como el antimonio se reduzca a un polvo muy fino en el mármol, colóquelo en un
gran recipiente de vidrio, y ponga el aceite de nitro encima. Dos tercios del recipiente deben
permanecer vacíos. Cerrar bien el recipiente para que no entre aire.
Póngalo a digerir a fuego lento, o a una lámpara, hasta que el aceite, que se eleva por encima
del Antimonio, tenga un color dorado o rubí; entonces saque su aceite, y habiéndolo filtrado
con papel, póngalo en otro recipiente de vidrio con un cuello largo, y vierta sobre él tanto
espíritu de vino muy bueno rectificado. Al menos dos tercios del recipiente permanecen vacíos.
Tapónelo bien; luego póngalo en digestión a fuego lento durante algunos días hasta que el
espíritu de vino haya atraído todo el color del aceite, o tintura, de Antimonio.
Así, el aceite de nitro permanecerá muy claro y blanco en el fondo, y sobre él flotará el espíritu
de vino impregnado con la tintura dorada de Antimonio. Retirar el espíritu del vino y separarlo
por decantación.
El aceite de nitro se utilizará siempre para otras operaciones de extracción de la esencia de
Antimonio tantas veces como se desee.
Poned vuestro aguardiente de vino en un alambique de cristal; destiladlo suavemente hasta que
quede en el fondo aproximadamente una quinta parte, que contendrá la tintura de Antimonio
en sí misma. O destilar todo el espíritu del vino, dejando sólo el Antimonio en el fondo.
Así tendrás, en licor o en polvo, la Medicina Universal con la que se preservarán y curarán
toda clase de dolencias o enfermedades. Si se usa en licor, tomar 5 ó 6 gotas en vino o caldo,
o en algún licor apropiado para la enfermedad. Si se utiliza en forma de polvo, deben emplearse
3, 4 o 5 granos más o menos, porque si la dosis es un poco mayor o menor, no puede dañar
como lo hacen otros medicamentos, que son todos venenos.
Las enfermedades se curan en la segunda o tercera vez. Pero cuando la enfermedad es
persistente, la dosis debe aumentarse cada vez, y esto debe hacerse tres veces por semana. Esta
Medicina cura las enfermedades más inveteradas y difíciles, como la fiebre cuartana, la fiebre
errática, la hidropesía, y también la enfermedad francesa y las dolencias derivadas de las
caídas. Esta medicina universal no sólo cura todas las formas de enfermedades internas, sino
también, cuando se aplica en forma de bálsamo, las externas, como heridas, úlceras y gangrena.
También cura la sordera, y muchos defectos de la vista, pero no de un ojo agotado y húmedo,
ya que tengo uno desde el año 1666, ni de la gota tranquilizadora por la que perdí la vista del
otro ojo; todo por el desafortunado éxito del veneno del primer Artista del famoso villano St.
Croix, en venganza por haberle impedido, a mí y a Monsieur le Marquis de Saint André
Mombrum, fabricar su veneno en recipientes de vidrio herméticamente cerrados, en la
cristalería de Bosco Giset, cerca de Nocle.
Pero toda la recompensa que obtuve de este gran servicio que presté a todo el mundo fue ver
que los amigos de la conspiración de los enemigos del género humano habían violado
impunemente todas las leyes, para imponerme el silencio, reduciéndome a la última etapa del
ilustre Belisarius****.
Finalmente, esta Medicina remedia rápidamente todas las enfermedades de la cabeza, a la que
reconforta, y del estómago, al que fortalece, devolviéndole la virtud de digerir bien. Es un
verdadero oro potable ya que es la tintura aurífera del Antimonio, que es la primera esencia
del oro.
Suele actuar por medio de una discreta transpiración, a menudo por medio del sudor y la orina,
raramente por medio de la excreción, y muy raramente por medio del vómito. Así, al actuar de
forma natural, y sin ninguna violencia, el paciente no se debilita como con otros
medicamentos. Por eso puede administrarse a todas las edades, para todas las complexiones y
en todo momento. Utilízala y compártela con el público, y especialmente con todos los pobres,
y bendice a Dios, que creó la Medicina.
Federico Gualdi.
* - Salitre.
** - Carbón vegetal, por ejemplo.
*** - Stibine.
**** - General bizantino, (505 - 565). Se distinguió al frente del ejército bajo el mandato de
Justiniano I, y fue acusado falsamente de conspirar contra el emperador, y le sacaron los ojos
antes de ser rehabilitado.
LA ESTIBINA
ESTIBINA Y SU LICUACIÓN

ESTIBINA
Algunos otros nombres según la tradición: Stibium – Alcofol – Othia – Alkosol – Aries –
Saturno de los filósofos – Hijo y yerno de Saturno – León rojo – Lobo – Raíz de los
metales – Prothea – Plomo sagrado – Plomo de los sabios o filósofos – Antimonio de la
mina – etc. La estibina (del latín Stibium, antimonio), de fórmula Sb2S3 es el principal mineral
de antimonio. Su densidad ronda el 4,6 y la dureza 2. Su color varía del gris acero al gris
plomo. Puede ser fibrosa laminar o masiva, [fotos 1 y 2]. Se encuentra (en bolsas de minerales),
a menudo cristalizado [foto 3] en costosas gavillas. Los antiguos llamaban al mineral estibina,
es decir, con su ganga, "antimonio" virgen, y el metal se llamaba en su época "antimonio
regulo".
La variedad llamada Berthierita FeSb2S4 [foto 4] era la preferida por los Antiguos (y por M.
Canseliet) debido a la presencia de hierro, quien recomendaba, después de una molienda muy
fina, un paso de un mes filosófico en un horno que no superara los 100°C. La berthierita o
martourita se mezcló primero con arena calibrada de 1 a 2 mm de diámetro (para que luego se
pudiera retirar fácilmente con un tamiz), para que la Berthiérite rellenara los huecos de la arena
(medidos con agua), y así fuera menos compacta. Esto se hace en presencia de agua o rocío en
el horno.
Esta operación, conocida como "asación", cuyo proceso nunca se ha desvelado del todo, tiene
como objetivo, en parte, conseguir la formación parcial del trióxido "Sb2O3". Una operación
exitosa se caracteriza por un cambio en el color de la estibina, que se vuelve más o menos
marrón al final de la operación.
Si tienes una buena y rica muestra de estibina, guarda unos cuantos trozos recién rotos en un
lugar oscuro para hacer vinagre de antimonio, que es un potente alkaest.

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Este trisulfuro era antiguamente muy abundante en Francia. Después de dos años de
negociaciones con la BRGM y el operador, habíamos obtenido la compra, seleccionándola
nosotros mismos, [foto 5] de mineral en bruto, (del cual obtuvimos un rendimiento promedio
de 51,6%) en el preciso momento de la apertura de una mina en Bretaña. También teníamos
una opción para el futuro de obtener mineral purificado una vez que se completara la instalación
de concentración de flotación (en construcción).
Desafortunadamente, esta instalación ni siquiera fue terminada y la mina, aunque muy rica, fue
cerrada y resellada, esto solo por razones de precio de costo en comparación con el mineral
importado. No debemos desesperarnos de todos modos, tenemos el recuerdo de cosechas
fructíferas, en particular en el lecho del arroyo de la mina Bessade, [foto 6] (de la que obtuvimos
un rendimiento medio del 25,9 %). En cuanto al mineral francés, parece que Córcega todavía
presenta posibilidades, pero son las importaciones las que se están convirtiendo cada vez más
en la fuente ineludible. Las ínfimas cantidades que todavía se pueden encontrar excavando las
antiguas galerías peligrosas [foto disuasoria 7] y los vertederos de minas abandonadas son de
muy bajo rendimiento [ver apéndice]. Este tipo de investigación está además formalmente
prohibido por la ley que protege las minas como patrimonio arqueológico industrial. En efecto,
por debajo de un determinado porcentaje de estibina en la mena, la ganga la retiene por
capilaridad durante la inevitable operación de “licuación” (separación de la ganga). Nuestra
propia instalación de flotación (usada a regañadientes, en una época en la que teníamos que
concentrar el mineral pobre), consistía en llevar una pequeña corriente de aire (inflador en un
taladro) al fondo de una gran lavadora cilíndrica [foto 8]

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Si tienes un poco de mineral rico, puedes colocarlo encima del mineral pobre, mojando este
último por el flujo de estibina que fluye desde la parte superior, y recuperando así una parte
del mismo (¡si por el contrario no hay suficiente mineral rico perderás casi todo!) Esta práctica
se utilizó industrialmente añadiendo a las dos primeras una llamada "tercera olla": olla de
estibina y olla de mineral, constituyendo el "conjunto regulador", comercializado, pero mal
llamado porque no hay regulador en esta fase.
A modo de recordatorio (no podemos hablar de ello porque tenemos poca experiencia), en la
actualidad algunos realizan una tostación al aire de minerales mal triturados, y después de la
condensación en una gran superficie fría, los vapores blancos que se desprenden, recogen el
polvo de trióxido de antimonio, para luego reducir el óxido obtenido. Nuestras reducciones
con carbón vegetal en polvo no presentan problemas, pero la operación no es canónica porque
excluye la "cabeza muerta" del primer regulador y el "fermento" recuperado durante la
liquidación.
Otro método antiguo, (industrial y no canónico), consiste en tostar el mineral (permaneciendo
por debajo del calor rojo oscuro que inicia la fusión del sulfuro presente). Como hay que
remover el material regularmente durante 12 horas, ¡recuerda respirar algo más!
Industrialmente, este método de "tostación volátil" se utilizaba tostando el mineral,
(constantemente agitado) extendido sobre grandes suelas, y aspirando los vapores de
oxisulfuro Sb2O3, (denominado en el comercio como "óxido soluble") pasándolos luego
(antes del ventilador) a través de una niebla de agua pulverizada. La mezcla de agua y óxido
se recogió en cuencas donde se depositó el óxido. El óxido se utilizaba en la fabricación de
pinturas o se reducía para regular.
Licuación:
La licuación es una operación muy sencilla de realizar: la estibina se separa de su ganga por
fusión a una temperatura relativamente baja (545°), (ebullición a unos 1090°) y su calor de
fusión sólo requiere 17,5 cal/gramo. El mineral se tritura en fragmentos del tamaño de una
avellana grande [foto 9] que se colocan con el menor vacío posible (cuanto más en contacto
estén los trozos, mejor se mojarán con el flujo de estibina y mejor será la recuperación) en un
crisol (de forma alta si es posible), perforado en el fondo con un agujero de 5 a 8 mm. Se cierra
con una tapa hermética y se coloca en un horno cilíndrico vertical. Este horno debe tener un
agujero en el fondo (¡de diámetro mucho mayor que el crisol!), y en línea con el crisol.
Si el mineral es de buena calidad, la rotura se realiza siempre con una abundante producción
de polvo y fragmentos capaces de pasar sin fusión por el agujero del crisol, por lo que es
imprescindible tamizar la estibina triturada, [foto 10] y durante el llenado [foto 11] colocar polvo
sólo en la parte superior del crisol [foto 12].

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El crisol se calienta en el horno [foto 13] de forma lateral y uniforme con un simple quemador
de propano. El crisol debe vaciarse mientras está caliente [imagen 14] para renovar su carga
[imagen 15]. Es preferible tener dos crisoles perforados, utilizados alternativamente para ahorrar
tiempo, pero evitando el choque térmico al bajar momentáneamente la temperatura del horno
antes de intercambiar los crisoles (si no hay polvo, el llenado se hace en caliente rápidamente.
Los antiguos, así como las primeras operaciones industriales, utilizaban dos crisoles
superpuestos, el inferior destinado a recibir la estibina fundida estaba enterrado en cenizas,
mientras que el superior, lleno de mineral, estaba rodeado de carbones encendidos. Este
dispositivo, compuesto por dos crisoles, la pieza de unión y la tapa, se comercializaba a los
alquimistas con el inadecuado nombre de juego de regule, no existiendo regule en esta etapa.
Su única ventaja era que funcionaba con hornos que no estaban perforados en el fondo.

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Se coloca un recipiente lleno de agua debajo del horno (una jarra grande de cristal o gres, de al
menos 20 cm de altura, porque la estibina muy caliente se pega a un recipiente de plástico y
rompe el cristal si aún está demasiado caliente al entrar en contacto). Está destinado a recoger
las gotas de estibina fundida que salen del horno [foto 16], a veces en cataratas cuyo flujo mal
dirigido genera estalactitas [foto 17].
Esta estibina deposita una "espuma" de color rojizo en la superficie del agua [foto 18]. Se
recupera (con cuidado para el futuro) así como lo que se ha mezclado con el agua del vaso,
enjuagando cuidadosamente la estibina [fotos 19, 20, 21, 22].
Una vez depositado y secado, sólo queda una cantidad muy pequeña de polvo rojo, [fotos 23 y
24].

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Precaución:
Tenga cuidado de no respirar los humos ricos en arsénico que se desprenden, y use guantes
porque el arsénico también pasa a través de pequeños cortes o irritaciones de la piel.

APÉNDICE:
En los días en que teníamos que conformarnos con minerales pobres recogidos de las paredes
de las minas abandonadas, creamos el siguiente pequeño gráfico para evaluar la calidad de las
muestras que encontrábamos en función de su densidad.
Necesitas saber la masa en gramos de la muestra, y su volumen. Este último se obtiene
fácilmente en la mineralogía para los cuerpos compactos. Se coloca en una balanza un vaso de
precipitados lleno en tres cuartas partes de agua. Tras el tarado, la muestra se sumerge en el
vaso de precipitados suspendida por el nudo corredizo de un alambre fino (sin tocar los lados
ni el fondo). El peso leído en la balanza, en gramos, representa el volumen en centímetros
cúbicos de la muestra. No le insultaremos diciéndole cómo conseguir la densidad. Precisamos
que este gráfico sólo es apropiado para el tipo de mineral encontrado en la zona de Brioude
Massiac (departamentos 15 - 43 - 63) y no puede decir nada para otros tipos de ganga.
HISTORIA DE LAS ÁGUILAS

En alquimia, decimos un águila. La llamada operación de las águilas en la alquimia de Flamel,


(camino del mercurio animado) desde la cosecha del dragón escamoso en sus moradas
subterráneas, [imagen 1] y si uno se ve obligado a ir a trabajar todas las mañanas, puede
distribuidos en tres o más años. Si ya ha hecho un stock de espelta purificada, lo que implica
estar equipado con un pequeño laboratorio, no es, en cambio, tarea de un presidiario hacer un
águila por semana. No entraremos en los detalles de las operaciones, (licuación, asación,
primera regla, purificación), ni en las consideraciones de estación, Luna, estado del cielo, ver,
con certeza, tapa de crisol en mica, operaciones que preceden y preparan a las águilas.
Partimos, en este ejemplo, de un simple régulo marcial (no venusino) purificado y que presenta
en la superficie, no una estrella perfecta, sino arrancadores o vetas de helecho. Lo convertimos
en Marcial Lunar. Esta espelta triturada se muele finamente y se amalgama con mercurio (se
purifica con sal y vinagre). La molienda y la amalgamación se realizan en el molino descrito en
el artículo de 2005.

El principio es transferir a Mercurio el influjo astral almacenado en el regulo. Para ello, dado
que el antimonio no se puede amalgamar solo con el mercurio, se utiliza plata virgen para hacer,
por así decirlo, un puente químico entre el antimonio y el mercurio.

1
La secuencia de operaciones repetidas para cada águila consiste pues en:
1) Hacer una regla marcial lunar a partir de regla marcial y tiro de plata ( o de otra
forma ).
2) Amalgamar el mercurio con el polvo del régulo marcial lunar [imagen 2] .
3 ) Hacer pequeños gránulos [imagen 3] de la amalgama y destilarlos, [imagen 4,
gránulos después de la destilación] para eliminar el mercurio.

2 3

4
Nota:
Hay muchas formas y muchos arreglos para destilar el mercurio contenido en la amalgama,
ejemplos [imágenes 5 a 7] . Sin querer influiros de ninguna manera, cada uno encuentra su
solución según lo que tiene, os presentamos la réplica especial que nos había hecho un
vidriero. [imágenes 8 y 9]

5 6 7

8 9
La idea básica es utilizar, como fuente de calor, un horno de esmalte muy común, (con su
regulación) pero cuya pequeña mufla generalmente no permite el alojamiento de un
globo. Queríamos evitar los problemas de bloqueo que a veces ocurren durante el enfriamiento
con accesorios cónicos, por lo que se eligió el lapeado esférico (que también brinda
flexibilidad). Las bolas, después de la destilación, se fusionan. Por lo tanto, hemos optado por
colocarlos en botes de porcelana (retenidos en el fondo de la retorta por un escalón) que se
pueden quitar fácilmente sin ningún problema con el cuello del globo. Todo fácilmente
limpiable.
Además, el pico de la pieza similar a una retorta deposita las gotas de metal condensado mucho
más allá del sello esférico que (aunque sellado) no es así solicitado por los vapores que podrían
condensar gotas allí, no deseadas, durante el desmontaje.
La retorta descrita anteriormente se utiliza en hornos cuya puerta se reemplaza por una placa
de fibra. Esta placa se perfora hasta el diámetro de la parte de la retorta y se completa con fibra
de sílice suelta para reducir la pérdida de calor [imágenes 10 a 12].

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12
Recuperamos pues, en el agua, [imágenes 12 a 14] el mercurio, que, reutilizado para el águila
siguiente, adquiere cada vez más energía ante el “fuego de la rueda”. Realizamos al final de
cada águila, [imagen 15] pero no es imprescindible, una filtración al vacío de este mercurio,
utilizando un filtro de vidrio sinterizado de porosidad N°3 o N°4.

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4) Evaporar a alta temperatura (más de 1000° C) en un crisol abierto, el antimonio de los
gránulos, para recuperar sólo la plata muy pura que luego se vierte en perdigones en agua y se
reutiliza.
El antimonio que ha transferido su energía en la fase semilíquida a la amalgama se agota y se
pierde.
Durante la etapa 3, se puede prever condensar los vapores (óxido de antimonio) en un crisol
frío volcado para usos distintos de los alquímicos.
Precauciones:
No volveremos sobre las precauciones a tomar con los vapores generados por la estibina y el
antimonio.
Para el uso del mercurio, tóxico por los poros de la piel, los guantes son imprescindibles. En
cuanto a los vapores, contra los que se le advierte constantemente, además de la mascarilla
(con cartucho y no simple antipolvo), debe empezar, en cuanto se lave con sal y vinagre, a
trabajar con mortero en recinto cerrado. sobre, (lo ponemos en imagen en un artículo anterior).
Durante la amalgamación, se puede utilizar el mismo mortero, pero habrá notado que nuestro
molinillo está equipado con un sello hermético para eliminar completamente el riesgo de
proyección de gotas.

Durante la destilación, el pico de la retorta debe sumergirse obligatoriamente en agua. En


general, se obliga a realizar un circuito entre el pico de la retorta y el recipiente de recepción
lleno de agua, las conexiones en tubo de silicona (aunque no duraderas) soportan un cierto
tiempo el paso del mercurio caliente.
En este sentido y para evitar un accidente, siempre es necesario interponer en este circuito un
volumen suficiente (bola de guarda) para protegerse de una aspiración de esta agua en retorno,
en caso de bajada de temperatura en la retorta. La reducción en el volumen del aire en la retorta
que resulta del enfriamiento, de hecho puede crear un aumento de agua fría en la retorta (a
casi 400°C).
Esta agua, instantáneamente transformada en vapor sobrecalentado, podría producir una
explosión dispersando vapor de mercurio caliente en el ambiente, así como vidrios rotos.

Pasajes realizados:
ÁGUILA 1
Peso inicial:
Ag 135,5 g. + Regulador marcial 90,5 g. es decir, un total de 226 g. antes de la fundición.
Relación Ag a Regula 1,5.
Después de la fundición y la molienda:
Quedan 190 g. Por lo tanto, la pérdida se regulo: 226 - 190 = 35 g. o 15,9 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 190 g. + Hg 670 g. es decir, total 860 g.
Amalgama lavada:
No se pesa.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 569 g. Por lo tanto, pérdida: 670 - 569 = 101 g. es decir, 15,1 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 134,6 g. Pérdida total de Ag Aguila 1: 135,5 - 134,6 = 0,9 g. es decir, 0,7 %.
AGUILA 2
Peso inicial:
Ag 134,6 g. + regulo marcial 105,6 g. es decir, un total de 240,2 g. antes de la fundición.
Relación Ag a Regulo 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Restos 211 g. Por lo tanto, pérdida de régulo: 240,2 - 211 = 29,2 g. o 12,2 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 211 g. + Hg 817 g. es decir, un total de 1028 g.
Amalgama lavada:
630,5 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 773 g. Por lo tanto, pérdida: 817 - 773 = 44 g. es decir, 5,4 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 133 g. Pérdida total Ag Aguila 2: 134,6 - 133 = 1,6 g. es decir, 1,2 %.

AGUILA 3
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Restos 137 g. Por lo tanto, la pérdida de regulo: 180 - 137 = 43 g. o 23,9 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 137 g. + Hg 549 g. es decir, un total de 686 g.
Amalgama lavada:
616 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 513 g. Por tanto, pérdida: 549 - 513 = 36 g. o 6,6 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 96,5 g. Pérdida total de Ag Aguila 3: 100 - 96,5 = 3,5 g. o 3,5 %.
AGUILA 4
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Sigue siendo 142,5 g. Por tanto, pérdida de régulo: 180 - 142,5 = 37,5 g. o 21 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 142,5 g. + Hg 513 g. es decir, total 655,5 g.
Amalgama lavada:
596.2 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 492 g. Por lo tanto, pérdida: 513 - 492 = 21 g. o 4,1 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 98,4 g. Pérdida total de Ag Aguila 4: 100 - 98,4 = 1,6 g. o 1,6 %.

AGUILA 5
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Sigue siendo 122 g. Por lo tanto, la pérdida de regulo: 180 - 122 = 56 g. o 32,2 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 122 g. + Hg 529 g. es decir, un total de 651 g.
Amalgama lavada:
605,5 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 501,5 g. Por lo tanto, pérdida: 529 - 501,5 = 27,5 g. o 5,2 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 91,8 g. Pérdida total Ag Aguila 5: 100 - 91,8 = 8,2 g. es decir, 8,2 %.
AGUILA 6
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Sigue siendo de 129,7 g. Por lo tanto, la pérdida de regulo: 180 - 129,7 = 50,3 g. o el 28 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 129,7 g. + Hg 501,5 g. es decir, un total de 631,2 g.
Amalgama lavada:
591.9 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 494 g. Por lo tanto, pérdida: 501,5 - 474 = 27,5 g. o 5,5 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 96,1 g. Pérdida total Ag Aguila 6: 100 - 96,1 = 3,9 g. es decir, 3,9 %.

AGUILA 7
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Permanece 174 g. Por tanto, pérdida de régulo: 180 - 174 = 6 g. o 3,3%.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 174 g. + Hg 666 g. es decir, un total de 840 g.
Amalgama lavada:
735,5 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 569,5 g. Por lo tanto, pérdida: 666 - 569,5 = 96,5 g. o 14,5 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 93,5 g. Pérdida total de Ag Aguila 7: 100 - 93,5 = 6,5 g. es decir, 6,5 %.
AGUILA 8
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Restos 178 g. Por lo tanto, la pérdida de regulo: 180 - 178 = 2 g. o 1,1 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 178 g. + Hg 569,5 g. es decir, un total de 747,5 g.
Amalgama lavada:
653 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 552 g. Por lo tanto, pérdida: 569,5 - 552 = 17,5 g. o 3,1 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 97,5 g. Pérdida total Ag Aguila 8: 100 - 97,5 = 2,5 g. o 2,5 %.

AGUILA 9
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
Quedan 175 g. Por lo tanto, la pérdida de regulo: 180 - 175 = 5 g. o 2,8 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 175 g. + Hg 552 g. es decir, total 727 g.
Amalgama lavada:
635 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 529 g. Por lo tanto, la pérdida: 552 - 529 = 23 g. es decir, 4,2 %.
Evaporación del regulador:
Resto Ag 96 g. Pérdida total de Ag Aguila 9: 100 - 96 = 4 g. es decir, 4 %.
AGUILA 10
Peso inicial:
Ag 100 g. + Regulo marcial 80 g. es decir, un total de 180 g. antes de la fundición. Relación
Ag a Regula 1,3
Después de la fundición y la molienda:
El resto de los 176,5 g. Por tanto, pérdida de régulo: 180 - 176,5 = 3,5 g. o 1,9 %.
Amalgama:
Regulo marcial lunar 176,5 g. + Hg 529 g. es decir, un total de 705,5 g.
Amalgama lavada:
612,5 g. + pólvora negra.
Destilación de amalgama y filtración de mercurio:
Hg restante 496,5 g. Por tanto, pérdida: 529 - 496,5 = 32,5 g. o 6,1 %.
Evaporación del regulo:
Resto Ag 97,5 g. Pérdida total de Ag Aguila 10: 100 - 97,5 = 2,5 g. es decir, 2,5 %.

Discusión de los resultados:


Las elevadas pérdidas durante la fusión del regulo marcial lunar (22,2 % de media para los 6
primeros régulos), nos obligaron a pasar de introducir el material en el crisol con una cuchara
a utilizar pequeñas cargas envueltas en papel de seda. La pérdida se reduce a menos del 2,3%
de media en los últimos 4 regímenes.
Los paquetes llegan al fondo del crisol (a través del nitro fundido) antes de que el material se
oxide.
La adición de nuevo mercurio, como complemento, durante las águilas tenía por objeto regular
la relación mercurio/regule que determina la firmeza de la amalgama.

Al final de estas 10 águilas, acabamos con algo menos de 500 gramos de mercurio, pero en
realidad hemos utilizado 406,5 g. más. Esta pérdida debe tenerse en cuenta antes de embarcarse
en la operación. Los 406,5 g. representan casi la mitad del peso del polvo negro rechazado
durante el lavado de la amalgama y pueden recuperarse mediante una destilación posterior.
Por lo tanto, se plantea la cuestión de si la amalgama no debe lavarse y debe destilarse nada
más hacerse.

NOTA:
Hay que dejar claro que el texto anterior no debe equipararse en ningún caso a un precio. Se
trata de un registro ponderado de una operación realizada y que pretende dar una valoración
de las pérdidas que se pueden esperar.
Se entiende que los suplementos de mercurio, realizados durante el experimento, no pudieron
cargarse de energía durante las 10 águilas.
El texto sólo pretende hacer reflexionar sobre las cantidades de régula y plata que hay que
utilizar desde el principio, para que la amalgama utilice una cantidad suficiente de mercurio,
de manera que al final de las águilas (7 o 9 tradicionalmente) te quede la cantidad deseada de
mercurio animado (sin adición).
La proporción de plata con respecto al régulo depende de usted, pero al final, es la proporción
de mercurio la que da una amalgama de consistencia adecuada (véase la imagen de la
amalgama alrededor de la bola del molino de amalgama en el artículo de 2005).
EL CAMINO DEL MERCURIO ANIMADO
En respuesta a algunos en el camino del Mercurio Animado.
Algunos dirían que es un callejón sin salida. Entonces, ¿por qué estos pocos éxitos que les
contaré en esta publicación (ilustrado con fotos)? Por supuesto, no le diré todos los detalles de
las operaciones en el sitio, eso es comprensible.

Vuelvo a los que practicaron y no cosecharon nada. La pregunta es: ¿por qué? ¿Trabajaron de
acuerdo a las reglas, a tiempo y sobre todo sabían todo para iniciar este camino? ¿Entendieron
los textos principales, como: Mr D'Anvers, Flamel's Alchemy de Molinier o Le Ciel des
Philosophes (LPN), además, aprovecho para informarles y rectificar el orden de las páginas:
tienen que empezar a leer y practicando de la página 33 a la 45, luego de la página 11 a la 32
para los que tienen el manuscrito (i>la edición es parcial en los cursos de LPN/i>) son 129
páginas.
Hay personas que han trabajado toda la vida y otros 30 años, 5 años, etc. sin conseguir nada,
sin resultados convincentes; No les voy a enseñar que necesitamos Apertura, Contacto con
nuestro Maestro interior, el único guía verdadero, cuando estemos listos, es decir cuando
estemos suficientemente evolucionados internamente y capaces de entrar al templo de
'HERMES y tener una comienza con éxito cualquier camino que elijas.
Si un aprendiz de Alquimista en el camino tiene un nivel de evolución ''inferior'' al nivel que
quiere practicar, no logrará nada y dirá que es un callejón sin salida, porque además no habrá
trabajado en el momento de apertura para él, porque cada persona tiene un reloj y una
geometría interna diferente, y es por la ciencia del tiempo o del momento que se puede
TRABAJAR y COSECHAR.
Ahora entremos en el camino de Mercurio Animado o MI Hidrargiro o Mercurio Ordinario,
esto es con lo que he estado trabajando en este camino auténtico.
Es necesario sembrar este mercurio con azufre, y el mercurio del régulo marcial-venusiano de
antimonio con nueve águilas para que se vuelva filosófico.
Y si esta forma no fuera auténtica, no habría obtenido los resultados que siguen en
explicaciones y fotos.
REGLA MARCIAL-VENUSINA.

Ver mercurio en un globo sin haber hecho las águilas… ¡Oye! bueno, ¡puedes esperar toda tu
vida sin resultado! Y como anécdota, tengo dos aprendices que practicaron esta ruta y no
tuvieron resultados al hacer esta ruta varias veces, de ahí la explicación al principio de este
post. Hay que hacer un Régulo Marcial-Venusiano-Lunar porque la Luna es la
transferencia. Es ella quien transferirá el fuego de Marte y Venus al mercurio ordinario para
hacerlo evolucionar. Para hacer un régulo marcial-venusiano-lunar, se necesita: dos partes de
luna – una parte de régulo marcial-venusiano: ej: 100 g de luna y 50 g de régulo triturados
muy finos como harina en una trituradora para hacer la Amalgama.

Para animar 500 g de mercurio ordinario, necesita un régulo de 150 g. Estas son las
proporciones ideales para hacer un águila.
Una vez triturado, poner 150 g de esto regula con los 500 g de mercurio en el triturador con
bolas de acero inoxidable (en el hierro se pegaría el mercurio) por unos 45 minutos para que
se haga la amalgama; una vez obtenida esta amalgama, haremos los primeros lavados con agua
de lluvia (después de 1 hora de lluvia antes de la recogida de agua), no agua de ciudad.
REGULACIÓN DURANTE LA TRITURACIÓN EN LA TRITURADORA.
También debe tener un pequeño horno eléctrico para cocinar la amalgama, cable de 750 W;
poner en un crisol de porcelana a una temperatura de 70° a 75° durante la noche después de
los primeros lavados del primer día. Es por esta "cocción" que el fuego de los reguladores se
transmite al mercurio ordinario para hacerlo evolucionar sobre las águilas.
Esta amalgama la podemos lavar en un triturador con sal blanca común (recomendado para
acelerar el lavado).
Si no transfiere el FUEGO del régulo al mercurio, no pasará nada en el final de las águilas
cuando arroje su resultado durante 6-9 meses.
Si la amalgama se endurece con el lavado, poner un poco de vinagre rectificado, esto la ablanda
y también la lava, pero solo una vez durante un águila. De lo contrario, siempre sal blanca
ordinaria.
Nota: es importante no poner vinagre con la amalgama cuando la metes en el horno eléctrico
por la noche, de lo contrario toda tu amalgama se perdería para siempre. El vinagre volvería
por el calor a las células de vuestra materia.
Después de muchos lavados, unos 20 dependiendo de la destreza de la maña, y cuando esté
blanco, habrá que hacerle bolitas para meterlas en el tubo, (también se pueden hacer las águilas
con retorta) para la primera águila durante dos horas a 280° como máximo; el tubo deberá
inclinarse ligeramente hacia abajo para recuperar el mercurio de la primera águila. Y sobre
todo, debes limpiar tu tubo con vinagre al final de esta primera águila.
LA AMALGAMA REGULADA MERCURIO-MARCIAL-VENUSINA-LUNAR SIENDO LAVADA.
AMALGAMA LAVADA 5 VECES.

LAVADO DE AMALGAMA APROXIMADAMENTE 12 VECES.

LAVADO DE AMALGAMA APROXIMADAMENTE 18 VECES.


FIN DE LAVADOS.

AMALGAMA LISTA PARA UNA PRIMERA ÁGUILA.

HORNO ELÉCTRICO PEQUEÑO CON CRISOL DE PORCELANA PARA ''COCINAR'' LA AMALGAMA


DURANTE UNA NOCHE A 70° – 75° MAXI.
TUBO PARA HACER ÁGUILAS (también se puede usar retorta).

CUENTAS DE AMALGAMA LISTAS PARA LA 1ª ÁGUILA.

IDEM, colocado en un plato de acero inoxidable.


BOLAS DE AMALGAMA COLOCADAS EN TUBO AGUILA.

SUBLIMACIÓN DE LA AMALGAMA, SE HACE EL PRIMER ÁGUILA.

RECUPERACIÓN DE LA LUNA DONDE SE FORMARON LOS ARBUSTOS, SEÑAL DE QUE HABÍA


VEGETACIÓN (esta luna plateada ya no tiene el peso normal, su densidad ha cambiado).
Al principio, es necesario calentar suavemente, poner el regulador en la posición 7 durante
media hora, luego en la posición 10 durante otra media hora y como máximo durante una hora
(la graduación depende del cable de calefacción) – refrigeración durante una hora –
recuperación de mercurio y la luna con sus arbustos que son “el signo”, por lo tanto el águila
tiene éxito. Tendrás que empezar de nuevo ocho veces más.
Para limpiar el mercurio de sus impurezas y humedad, tome algodón, una jeringa, humedezca
ligeramente el algodón, póngalo en la jeringa, presione para exprimir el agua, coloque el
mercurio y presione para que entre en un vial y quede listo para la segunda águila más tarde.
Se necesitan tres días para hacer un águila correctamente.
Después de haber hecho 9 águilas correctamente, habrá que poner el Mercurio en el globo
durante 6 a 9 meses (2/3 de vacío y 1/3 de Mercurio) según el volumen del globo.
Con cada águila perderás (inicialmente 500g de mercurio) un poco en lavados, torpezas, etc.
… Pero debe tener al final de las águilas 350 g de mercurio mínimo. Mercurio nunca debe
agregarse a la segunda, tercera águila, etc. … es comprensible.
Una vez colocado en el matraz en la oscuridad a unos 250°, matraz herméticamente cerrado
con un sello resistente a altas temperaturas y tapón de vidrio, podrás observar la evolución de
tu material una vez al mes, pero muy rápidamente, porque no debería bajar la temperatura.
Después de dos meses, se formará una corona a su alrededor en la bola y el Mercurio
comenzará a COAGULAR, y se volverá negro inicialmente, luego amarillo con los meses,
luego rojo, y si el trabajo se ha hecho correctamente, entonces tendrá, según el volumen de la
bola y la cantidad de Mercurio puesto, diferentes resultados.
Me explico: en la bolita (para los que vinieron a los cursos, vieron las capacidades en ml)
tendrás una coagulación mas apretada y que dará (foto) esta piedra sin multiplicar, y si la bola
es más grande el resultado dará un tinte fijo y permanente. Hice la prueba frente a los
aprendices, y no se dice que a los tintes oa la piedra les gusta el FUEGO. La prueba es: coges
un grano del tinte, lo pones sobre un trozo de cobre enrojecido y en la llama, este grano se
ennegrecerá, lo quitas, y en 5 segundos se ha vuelto amarillo como al principio. Hice una
prueba con alcohol de 95° rectificado en alambique de cobre, y puse un grano de unos 10 g
machacados en este alcohol, LUEGO EN AGUA. Sacudí durante 4-5 días y vertí sobre una
planta muerta seca (la madera era quebradiza), la planta (buganvilla) sigue viva con flores
nuevas desde hace unos años. Hice otro experimento con plomo sin haber multiplicado en
fuerza esta tintura y el resultado fue sorprendente. El plomo se había endurecido y cambiado
su estructura visual, parecía plata con un espejo brillante en un lado. De esta manera hay
resultados.
RESULTADO DE LA TRANSMUTACIÓN DEL MERCURIO DESPUÉS DE 7 A 9 MESES EN EL GLOBO:
PESO, AUMENTO DE PESO, COLOR AZAFRÁN, etc. …

OTRO ARBUSTO EN DINERO.

PRUEBA, FRENTE A LOS APRENDIZAJES, EN UN PORTAOBJETOS DE COBRE: PONGO UN TROZO


DE LA PIEDRA: NO HUMA, SE VUELVE NEGRA EN LA LLAMA Y VUELVE A AMARILLO DORADO
DENTRO DE 5 SEGUNDOS DESPUÉS DE QUITARLA: ES FIJA Y PERMANENTE Y NO TIENE MIEDO
AL FUEGO.
COMENTARIOS CONTINUAMOS.

DESPUÉS DE ENFRIAR EN UN LADRILLO REFUERZO.

OTRO RESULTADO DE BOLA (sin comentarios).


EL MISMO GLOBO IDÉNTICO y SIEMPRE CON MERCURIO.

EL MISMO DEPOSITO CERRADO HERMÉTICAMENTE por silicona resistente a 1200°C.

OTRO RESULTADO (sin comentarios).


OTRO RESULTADO: HABÉIS VISTO QUE HAY RESULTADOS DISTINTOS, ESTO SALE DE LA
CAPACIDAD DE LOS GLOBOS Y DEL PESO DEL MERCURIO PUESTO EN LOS GLOBOS. Este
resultado es uno de mis primeros en Normandía hace unos doce años.

RESULTADO FALLIDO, EL ÁRBOL HA DEJADO DE CRECER. Este es mi primer resultado.


¡Oye! Sí, a veces hay fallos, rotura del Vaso (en mis recuerdos rompí 4 o 5 globos sin querer, mucha prisa, subí la
calefacción, etc.) o mal trabajo durante las águilas.
Y todo esto con Mercurio ordinario al principio.
Espero haber arrojado algo de luz en un camino desconocido para muchos; es obvio que no
puedo decir todo por escrito. Las imágenes en vivo valen más que los largos discursos.
Buen camino para los que quieran hacer algunas pruebas, y sobre todo, esta ruta no es peligrosa
como a veces escucho. Simplemente no respire vapor de mercurio.
CAMINO CORTO
Así que los comentarios serán breves.
En primer lugar, su Caput Marcial-Vénusino debe ser MAGNÉTICO, la semilla de
''nuestro Oro'' debe estar dentro [foto 1] Caput Magneté.
Obtención de REMORA con el Caput en una sola OPERACIÓN con un solo SEL. [foto 2]
imagen de rémora fallida.

REMORA EXITOSA [fotos 3 y 4]. REMORA EXITOSA Y MAGNÉTICA [fotos 5 6 y 7]


Ahora pasemos a MERCURIO: tres operaciones son suficientes y SIN SAL. Primera
Operación: Materia ABIERTA lista para separación {foto 8].

Colocación de Materia Abierta en el Crisol [foto 9].

Segunda operación:
Resultado de la separación hecha de una sola vez (9 águilas de una sola vez), [fotos 10 y 11].
Última y Tercera Operación: [fotos 12 y 13] Obtención de Mercurio Rojo Vitrificado
(vidrio) del material anterior y este CORREO contiene
……………………………………………

UN ÚNICO FUEGO, UN ÚNICO CRISOL Y UN ÚNICO MATERIAL.


DESTILACIÓN DE MERCURIO O
AMALGAMA.
Ya he presentado [imagen 1] un dispositivo destinado a destilar amalgama o mercurio (de
forma segura) en pequeñas cantidades. Su única ventaja es que se puede utilizar como
cualquier otra pieza de cristalería, sin bricolaje, para aquellos que no pueden dedicarse a esta
actividad. Para utilizarlo también es necesario disponer de un pequeño horno tipo “esmaltado”.
El coste de este conjunto, cuyo uso se limita a estos dos usos, puede parecer elevado. Por lo
tanto, también producimos una versión más clásica (utilizada por LPN en su día) [imagen 2].
Sus elementos básicos eran: Un simple tubo de vidrio borosilicato popularizado por la marca
Pyrex y de 65 mm de diámetro exterior, (el cuarzo “300 € más" solo puede quedar en un sueño
a este precio). Y una resistencia blindada de 750 w disponible a bajo costo en la sección
"asignación" de la asociación. Dado que la resistencia no se puede doblar a un diámetro tan
pequeño sin riesgo eléctrico, optamos por insertar entre ella y el tubo de vidrio un conjunto de
tubos de cobre soldados [imagen 3]. Además de aumentar el diámetro de flexión de la
resistencia, servían como distribuidor de calor.

Esta realización, fijada en una caja hecha de placas aislantes rígidas, está aislada térmicamente
mediante relleno con vermiculita [imagen 4]. Como esta configuración parece difícil de
reproducir por nuestros miembros, proponemos a continuación una versión con un tubo de
Pyrex de mayor diámetro que permite enrollar una de nuestras resistencias de 1000 W
directamente en un manguito de acero inoxidable utilizado como distribuidor de temperatura
[imagen 5].
El conjunto se puede aislar de forma muy sencilla envolviendo fibra de sílice (principio LPN).
También es posible utilizar placas rígidas (suministro Céradel u otros) para hacer una caja con
un relleno de vermiculita.
Entre las ventajas de la manga de acero inoxidable, el tubo de vidrio se puede colocar en
posición vertical según sea necesario, como un globo cilíndrico. En esta posición, y sin el tubo
de vidrio, se encuentra también un horno con paredes de acero inoxidable de 85 x 125 mm de
diámetro de altura.
Este horno es suficiente para albergar un crisol (cocción de amalgama, por ejemplo) o un vaso
de precipitados. Eso sí, hay que mantenerse por debajo de los 500°C y utilizar un ladrillo
aislante en el fondo como soporte. Mostramos [imagen 6] (sin el envoltorio de fibra aislante)
una pequeña muestra de lo que se puede calentar de esta forma. La conexión eléctrica [imagen
7] es muy sencilla.
Precaución imperativa:
La temperatura dentro del tubo de vidrio debe ser monitoreada para no correr el riesgo de
deformarlo o derretirlo.
Por lo tanto, es imperativo tener el extremo de un termopar (el extremo activo se sujeta en una
pequeña pieza de cobre para pesarlo) en la copa que se usará más adelante [imágenes 8 y 9].
Luego ponemos el triac a ¼ de su potencia y esperamos una hora. Al final de este tiempo, se
observa la temperatura medida. Debe ser estable; aumentamos un poco la potencia y
ESPERAMOS hasta que la temperatura vuelva a ser estable. Paso a paso elevamos así la
temperatura, teniendo cuidado de anotar la posición del botón de flecha del triac, o el voltaje,
si usamos un transformador regulable como el Variac. Por lo tanto, nos encontramos con un
medio para elegir la temperatura final deseada sin superar nunca los 500 °C, lo que conduciría
finalmente a la destrucción de la resistencia de calentamiento. Durante el calentamiento (bolas
de mercurio o de amalgama), el aire contenido en el tubo, al expandirse, busca empujar hacia
atrás el tapón que aún debe impedir que escapen los vapores de mercurio. Por lo tanto, es
esencial conectar el tapón a un dispositivo burbujeador [imágenes 10 y 11]. De ninguna
manera, (durante el enfriamiento) la más mínima gota de agua no debe entrar en el tubo, porque
su transformación instantánea en un gran volumen de vapor provocaría una fuerte explosión.
Solo hay que esperar al enfriamiento total de todo el conjunto. Recuerda que el mercurio emite
vapores, incluso a bajas temperaturas, no corras ningún riesgo con tu salud. Cuando todo esté
frío, puedes quitar el tapón, recogiendo con mucho cuidado el mercurio en un vaso de
precipitados alto para que no haya gotas que reboten. Este suele ser el caso si está utilizando
un recipiente plano. Luego puede recolectar sus gránulos destilados [imágenes 12 y 13] antes
de pasar el tubo verticalmente para cepillarlo y juntar las gotas condensadas contra el vaso en
la parte inferior.

Para este set tuvimos que crear un molde para moldear al vacío tapones de silicona adecuados
[imagen 14]. Hablando de vacío, el mercurio recuperado casi siempre se mezcla con suciedad
de un lavado imperfecto de la amalgama. Es práctico someterlo a filtración al vacío [imagen
15] a través de un filtro de vidrio sinterizado de porosidad 3. Al vaciarse, el filtro llega a
contener sólo una fina película de mercurio y la suciedad. Cuando esta delgada película de
mercurio se rompe en un punto, el vacío se rompe instantáneamente y queda un poco de
mercurio crudo en el filtro para ser agregado a una operación futura.
HACIENDO UN VIDRIO DE ANTIMONIO
El antimonio estibina (trisulfuro de antimonio Sb2S3) tiene la propiedad de vitrificar. Otro
metal también tiene esta propiedad, es el plomo. El color del vidrio de antimonio varía de
naranja a rojo intenso, pero también puede ser blanco. Si el vidrio es transparente, es de buena
calidad.
La operación está muy bien descrita en la obra de Basile Valentin " El carro triunfal del
antimonio ":
“CAPÍTULO III DE LA CALCINACIÓN DEL ANTIMONIO Y SU REDUCCIÓN EN
VIDRIO TRANSPARENTE Y TRANSPARENTE”.
Tomad del mejor antimonio de Hungría, o de cualquier otro que podáis encontrar, y
pulverizadlo sobre una mesa de mármol o de pórfido, tan sutilmente como podáis. Y lo
pondrás así pulverizado en una vasija de barro ancha, delgada y casi plana (para que este
polvo de antimonio se esparza y como se rocíe, y no en montones). Esta cazuela o vasija de
barro, que no debe tener más que los bordes de dos dedos de ancho de altura, se pondrá en
un horno de calcinación, bajo el cual habrá que hacer al principio fuego moderado con
carbón. Y cuando veas que el antimonio empezará a humear, lo removerás sin interrupción
con algún instrumento de hierro; que deberá continuarse hasta que ya no salga humo ni
vapor. Y cuando veáis que por calcinarla así se amontona y se pega como nieve y como bola,
tendréis que sacarla del fuego y dejarla enfriar; vuelve a triturarlo sutilmente y vuelve a
ponerlo al fuego de la misma manera; revuélvelo y ásalo de nuevo como antes, y así continúa
asándolo y revolviéndolo hasta que ya no humee en absoluto y ya no se pegue y permanezca
en su color blanco como ceniza blanca. Y entonces la calcinación estará completa. y así
continuar quemándolo y revolviéndolo hasta que ya no humee más y ya no se pegue y
permanezca en su color blanco como ceniza blanca. Y luego se completará la calcinación. y
así continuar quemándolo y revolviéndolo hasta que ya no humee más y ya no se pegue y
permanezca en su color blanco como ceniza blanca. Y luego se completará la calcinación.

Luego lo pondrás en una vasija de barro parecida a las que usan los orfebres para fundir el
oro y la plata; y ponerlo en la estufa de viento, o en otra estufa cerca del fuelle. Y le darás
tanto ardor al soplar que el antimonio se derrite y corre como agua clara y limpia.

Y cuando queráis saber y probar si el vaso de antimonio ha adquirido su verdadera


consistencia y su color transparente, poned en vuestro crisol de tierra una larga y fría barra
de hierro, y el vaso de antimonio se pegará hasta el final. que desmontarás con un martillo. Y
si se ve bien, transparente y claro durante el día, entonces el vidrio será perfecto. Lo que
deben observar los jóvenes discípulos y estudiosos del arte espagírico -porque no escribo esto
para los que ya son versados en la práctica- que deben saber que no hay nada más fácil que
preparar vidrio de antimonio, y que todo vidrio preparado de los demás metales y minerales
deben tener también su color claro y transparente si ha de ser usado en medicina y si ha de
tener también las facultades que le son requeridas y necesarias; que es operado
completamente por Vulcano y las propiedades que le son naturales. Cuando el antimonio se
haya reducido así a una consistencia de vidrio, tome un plato o cuenco de cobre o
latón; primero caliéntalo en el fuego, de lo contrario se rompería, y así vierte tu antimonio
fundido en este plato poco a poco, tan pequeño como puedas; y verás que se reducirá a un
cristal amarillo, transparente, claro y limpio.
Este es el método más seguro y mejor de preparar el vaso de antimonio, puro y sin mezclar
ningún otro ingrediente. Y este vaso tiene más virtud que cualquier otro. Yo lo llamo vidrio de
antimonio limpio, […]”

En términos generales, podemos decir que la estibina está compuesta por un 70% de antimonio
y un 30% de azufre. Por supuesto, esto puede variar considerablemente según el origen y la
calidad de los minerales. También encontramos en la estibina un conjunto de impurezas a
eliminar como el arsénico y el mercurio. Es por ello que todas las operaciones se realizarán en
el exterior, cuidando la dirección del viento para no respirar vapores tóxicos.

Personalmente utilizamos una estibina de calidad, muy pura, ya reducida a polvo fino.

Colocamos una buena cantidad en una sartén visión que colocamos sobre una placa eléctrica
al aire libre, a unos 100°C. Es importante no superar los 110°C, de lo contrario se fijará el
azufre libre. Esta operación dura medio día o incluso un día completo. Es necesario remover
el material de vez en cuando.
Esta etapa de preparación permite eliminar el azufre libre, el mercurio y parte del
arsénico presente en la estibina. ¡También podría evitar respirarlos! Es esencial. Sobre
todo, ¡no lo descuides!
Entonces, y solo entonces, puedes aumentar gradualmente el calor de la placa eléctrica
mientras revuelves bien el material de vez en cuando. La desaparición de los olores a azufre
es una buena señal para subir un poco el calor. ¡Sigue trabajando al aire libre!

Avanza por etapas sin prisas.

En un momento preciso se formarán vapores blancos y el material se aglomerará en


bolas. Revuelva activamente mientras dure. Después de un tiempo variable (15 a 30 minutos),
el fenómeno desaparecerá y podrá continuar aumentando gradualmente el calor hasta el
máximo de la placa eléctrica. Entonces observará que la estibina se ha aclarado.
Luego, continuar la cocción, removiendo con una tripa de gas, aumentando gradualmente el
número de quemadores activos. Algunos empujan la oxidación al blanco, pero esto no es
imprescindible para obtener una copa.

De hecho, es la presencia de sulfuro dentro del óxido lo que permite obtener el famoso color
rojo. Si se funde óxido de antimonio puro, se obtendrá un vidrio blanco.

Transformación de óxido de antimonio en vidrio por fusión.


Tu estibina oxidada está lista para sufrir el brutal ataque de fuego. Coloque el óxido de
antimonio en un crisol de arcilla refractaria con porosidad reducida dentro de un horno.
Utilizamos un horno a gas (soplete) aislado con lana cerámica resistente a 1300°C.

Elevar la temperatura a 1000°C. Algunos lo empujan aún más alto. Una vez que el polvo de
óxido se haya derretido, espere 3 minutos y luego vierta el contenido del crisol en una bandeja
simple de acero inoxidable, teniendo cuidado de estirar el vidrio. Si todavía queda un poco de
material sin transformar en vidrio (que es realmente muy raro) puedes planchar todo en el
horno en el crisol.

Si se desea, el vidrio se consolida mediante múltiples cocciones en el crisol. Será menos


frágil.

Ejemplos de coladas:
Aunque el vaso parezca rojo en el plato, al final suele ser naranja:

Aplastado se vuelve amarillo:

En otro artículo te mostraremos la extracción de azufre y sal de antimonio de este vidrio triturado.

Un día usamos una estibina en polvo de España que obviamente era de mala calidad. El vidrio obtenido era
de color negro intenso, opaco, con presencia de otro material metálico no transformado en vidrio. No vale la
pena insistir porque con este tipo de estibina no lograrás nada bueno. La fabricación de Kermès es entonces
una buena solución para utilizarlo.

.
¡Buen trabajo a todos!
Lecturas recomendadas.
Avisos LPN “ Curso de alquimia mineral ” N°6 y N°18. Todos los avisos se pueden descargar gratuitamente
aquí http://www.portaelucis.fr/html/publications/alchimie.htm
Extracción tradicional de los tres principios
Azufre Mercurio y Sal del vidrio de antimonio.
El antimonio es el único metal que puede fundirse sin perder su fuego interior. La
transformación de la estibina en óxido y luego en vidrio (visto en un artículo anterior), nos da
un material puro que contiene en su interior los tres principios fundamentales: Mercurio,
Azufre y Sal.
I. Recordatorios sobre los tres principios metálicos Azufre, Mercurio y Sal.
El azufre es el alma de la mezcla, lleva las características de la mezcla. La sal es el
cuerpo. Mercurio es el espíritu. Mercurio une el Azufre a la Sal y así permite la animación y
especificación de la Sal.
El azufre se presenta en forma de aceite. Mercurio en forma volátil y ácida. Sal en forma de
cal residual. La sal aparece solo si el Mercurio y el Azufre se han extraído previamente de la
mezcla.
La sal permite fijar, es decir capturar, a Mercurio.
El Mercurio del reino metálico es común a todos los metales. Debido a su extrema volatilidad,
es extremadamente difícil de capturar. Aislado, el mercurio permite extraer el tinte de los
metales.
También está el Mercurio Universal, el animador del mundo, el Mercurio más alto manifestado
e inespecífico de un reino. Puede ser capturado por Salt. Estamos hablando de un imán. Este
es el objetivo de la alquimia.
II. Basile Valentin “El carro triunfal del antimonio” Encontramos la operación descrita
por Basile Valentin:
“CAPÍTULO VI DE LA SEPARACIÓN DEL AZUFRE DEL VIDRIO DE ANTIMONIO Y
DE LA EXTRACCIÓN DE SU TINTURA
Tomad cuanto queráis del vaso de antimonio, claro y limpio, y haced como os he enseñado,
sin ninguna adición de otros ingredientes, y pulverizadlo lo más sutilmente que podáis, hasta
que quede casi impalpable como la harina. Luego colóquelo en un recipiente de vidrio que
tenga un fondo o base plana y fuerte. Verter por encima un buen vinagre destilado, bien
rectificado y lo más fuerte posible. Ponga la vasija a fuego moderado, o bien, en verano, al
sol, agitándola dos veces al día, para que se mezcle todo, y déjela digerir a ese calor templado,
hasta que el vinagre tome el tinte amarillo y es muy amarillo rayando en rojizo, como el oro
fundido. Hecho esto, verter por inclinación el vinagre teñido en otro recipiente.
Todavía agregará vinagre destilado nuevo, que repetirá hasta que el último vinagre que puso
en el material ya no pueda atraer ningún tinte. Y luego tome todo su vinagre teñido, cuélelo
limpiamente y póngalo en una curcurbita de vidrio, y destílelo todo a través del baño de agua,
hasta que no quede nada en el fondo sino un polvo seco, coloreado entre rojo y amarillo.
Vierta agua de lluvia destilada varias veces sobre este polvo rojo y amarillo, agregando agua
fresca cada vez; que después destilarás. Y así quitarás toda la acidez de tu vaso de
antimonio. Y quedará en el fondo de esta destilación un polvo suave y agradable. Luego
molerás este polvo fino en un pórfido u otra piedra dura, o en un mortero de vidrio,
observando que la piedra o el mortero deben calentarse un poco antes de usarlo. Después de
lo cual pondrás este polvo en un pequeño matraz, a fuego moderado como antes. Y así se
sacará la tintura de antimonio, lo más hermosa posible, muy roja y separada de las lías que
quedaron en el fondo de la vasija, de donde se extrajo dicha tintura por vinagre
destilado. […]”
Basile Valentin describe aquí otro método de extracción:
“CAPÍTULO VII DE LA FORMA DE HACER EL ACEITE DE ANTIMONIO
Tome vidrio de antimonio hecho sin adición tanto como quiera; rocíalo sutilmente; extrae de
ella la tintura con vinagre destilado, y después de haber quitado el vinagre y endulzado su
residencia, que es el extracto de la tintura, con buen espíritu de vino, y haberlo extraído por
segunda vez, lo encerrarás bien en un pelícano y lo harás circular durante un mes (es decir
esta última extracción por el espíritu del vino), transcurrido el cual lo destilarás por tu cuenta
sin ninguna adición. Y por esta sola destilación tendréis una medicina dulce, agradable y
admirable, en forma de un hermoso aceite claro y rojo con que se prepara la piedra de
fuego. Este aceite es la verdadera y mejor quintaesencia del antimonio que uno puede tener,
[…]”
III. Extracción de los tres principios del vidrio de antimonio.
Para extraer los principios del vidrio de antimonio, utilizaremos un Menstrum: vinagre nitroso
o vinagre de radicales azules (ver artículo sobre vinagres). El beneficio de vinagre radicales
azules es la presencia de la semilla de cobre dorada además de la vida vegetal.
Primero muela el vidrio hasta obtener un polvo fino.
Entonces tiene a su disposición dos posibilidades:
• Extracción tradicional.
• Extracción Soxhlet moderna.

Estudiaremos en este artículo el método tradicional de extracción.

III.1 Extracción tradicional de los tres principios.


La operación consiste en colocar el polvo de vidrio de antimonio en el fondo de un recipiente
de vidrio (un tarro grande tipo “le parfait”, por ejemplo) que se cierra herméticamente. Añadir
el vinagre y cerrar. Deje que se caliente al sol (detrás de un ventanal, por ejemplo) y revuelva
regularmente. El vinagre tomará un color blanco verdoso pálido, luego amarillo pálido y
finalmente naranja:

Separe el vinagre del vaso en el fondo vertiéndolo suavemente y luego filtre el vinagre teñido:
Agregue vinagre nuevo y repita varias veces, juntando las extracciones.

Para obtener suficiente extracto, la operación durará varios meses. Por eso te aconsejo destilar
muy suavemente la primera extracción con la cabeza de moro sin pasar a sequedad añadiendo
encima la segunda extracción cuando se haya vuelto naranja. El destilado recogido se utilizará
para la tercera extracción. A menudo agrego un poco de polvo de vidrio nuevo encima del
vidrio ya extraído. Esto ayuda a mantener una extracción bien coloreada. Puede continuar este
ciclo durante varios meses. A veces el destilado puede salir un poco amarillo, eso está bien
porque lo reutilizas en el próximo ciclo.

Al igual que Basil Valentin, varios autores modernos dicen que este método de extracción solo
permite la extracción de azufre. Creo que esto no es del todo cierto porque obtenemos al final
de esta operación:
• El vinagre concentrado de color naranja que contiene los principios Azufre y Mercurio pero
también un poco de Sal.
• El vaso blanco restante que contiene la Sal.
III.2 Concentración y neutralización de ácido acético.
Siempre con la cabeza de moro, muy suavemente terminar de secar el vinagre de color muy
rojo que ya está muy concentrado. Obtendrá un licor rojo granate en el fondo del matraz de
destilación.

Para neutralizar el ácido acético, agregue agua de lluvia destilada. Revuelva y luego destile.
Repita tres veces.
III.3 Extracción tradicional de los tres principios del vinagre concentrado.

Ahora necesitas realizar una destilación en seco . Basile Valentin también ofrece una
extracción con alcohol absoluto, que aún no hemos probado.

Conecte el matraz de recepción Cabeza de Moro al siguiente sistema de burbujeo:


• El primer matraz de burbujeo está vacío para evitar el posible reflujo del segundo matraz.
• El segundo globo contiene alcohol absoluto para capturar a Mercurio. La pipa debe
empaparse en alcohol. Posteriormente contendrá Sal de Antimonio para capturar Mercurio de
manera más efectiva.
• El tercer globo contiene alcohol absoluto para capturar cualquier Mercurio que haya pasado
por el segundo globo. La salida de este globo es al aire libre.
• Todo el resto del sistema está conectado entre los diferentes componentes sin salida de aire.
• El conjunto del globo receptor y el globo burbujeante se mantiene muy frío.

Esquemáticamente:
Aquí está el sistema que uso:

Suba la temperatura gradualmente y deténgase tan pronto como aparezca humo blanco. ¡Preste
especial atención al riesgo de explosión por sobrepresión! Cuando la mayor parte del humo
blanco se haya condensado, vuelva a empujar el fuego, etc., hasta el final de la salida de humo
blanco.

Tenga en cuenta el aceite amarillo que se condensa en la cabeza del moro:


Aquí está el destilado del primer matraz:

Contiene Mercurio y Azufre de Antimonio. Los dos Vinos Blanco y Tinto (próximamente) de
los Filósofos.

Tenga en cuenta que los globos segundo y tercero del sistema burbujeante también contienen
Mercurio capturado. Reúna inmediatamente y guarde todo en el congelador en un globo
sellado. Este alcohol ahora especial se utilizará para extraer tintes metálicos.

Aquí está el aceite amarillo (azufre de antimonio) que queda en la cabeza de moro,
cuidadosamente recuperado con alcohol absoluto:
Aquí están las heces o León Negro que contienen un poco de sal de antimonio:

Recoge la mayor cantidad posible de León Negro rascando sin dañar la bola. Inmediatamente
ponga lejía en el globo para limpiarlo. Dejar de 2 a 3 días al sol y luego terminar de limpiar
suavemente con una varilla y un paño al final. León Negro es extremadamente corrosivo
para la cristalería (especialmente para el acetato de Basile Valentin).

III.4 Extracción tradicional de la Sal del León Negro.


Moler y calentar el León Negro en un crisol a 1100°C. Se convertirá en un polvo ocre:
Luego lave el polvo de ocre varias veces con agua de lluvia destilada. Recoge las lejías y
evapora. Obtienes la sal fija de antimonio:

Esta Sal es un imán de Mercurio de antimonio. Durante la próxima destilación en seco se


colocará en el segundo matraz de burbujeo.

También puede captar el Mercurio Universal expuesto a la luna llena de marzo, abril y mayo
en noches auspiciosas. Puede aparecer un aceite amarillo muy preciado. La sal que hasta ahora
hemos obtenido del León Negro por el método descrito nunca ha producido este aceite
amarillo.

Aquí hay otra forma de extraer Sal León Negro. Calentar el león negro a 1300°C (se requiere
horno apropiado) se vitrificará y pasará por el crisol. En este caso, prever una cazuela de barro
refractario en la que colocar el crisol (posiblemente con caolín). Tan pronto como todo se haya
convertido en vidrio, deja de calentar. Colocar el conjunto (crisol y copa) en agua destilada
para recuperar varias veces la sal de antimonio fijada.
III.5 Destilación del destilado para separar el Mercurio y obtener el Azufre rojo del
antimonio.
Destilar muy suavemente el destilado recuperado en la cabeza del moro. El azufre de
antimonio permanece en el matraz de destilación y se convertirá en un aceite rojo. El destilado
será Mercurio. Estos son respectivamente los vinos tinto y blanco de los alquimistas.
Azufre amarillo y rojo:

II.1.5 Extracción de la sal fija del polvo de vidrio restante del que se han extraído los
principios.
El polvo de vidrio blanco que queda después de múltiples extracciones con ácido acético
contiene la Sal de Antimonio.

El aviso 50 de LPN explica el método de extracción:

“ADICIÓN AL TRATAMIENTO SOBRE LAS SALES DE ALBAHACA VALENTINUS


Sobre la preparación de la sal de antimonio.

Pulverice buen antimonio húngaro, tan fino como harina, y calcínelo sobre un fuego moderado
de carbón, como se hace habitualmente. Mientras sigue revolviendo con un agitador de hierro,
hasta que todo esté blanco y ya no humee, pero pueda resistir fácilmente un fuego abrasador.
Luego colóquelo en un crisol y derrítalo hasta obtener un vidrio amarillo transparente: triture
finamente este vidrio; colóquelo en una retorta de vidrio y vierta sobre él varias veces vinagre
de vino destilado. Deje reposar en un calor suave, y el vinagre extraerá la tintura de J, y se
coloreará muy fuertemente con la tintura; o el extracto de J puede prepararse más tarde y usarse
como un excelente remedio. (Ver Basilio Valentinua trium mag.).

Luego, cuando la tintura esté completamente extraída y ya no coloree el vinagre, entonces


seque el polvo que será negro, total y perfectamente. Tritúralo con gran cantidad de D amarillo,
colócalo en un crisol, y una vez colado, colócalo en un fuego de bastante fuerza, hasta que se
haya consumido todo el D. Luego muele muy finamente el resto de la materia y vierte sobre
ella un nuevo vinagre destilado. Extrae la sal de esta manera, y luego, por destilaciones
sucesivas, elimina la acidez del vinagre. Luego, clarificar la sal con el aguardiente de vino
hasta que quede brillante, claro y blanco. Si lo manejó correctamente, obtendrá la sal J
completamente fijada y activa, aunque hay otra forma de preparar la sal J que se explica en
otra parte.

Hasta la fecha no hemos intentado esta operación pero parece prometedora. Tal vez esta sal de
antimonio produzca el aceite amarillo en las noches canónicas.
Buen trabajo a todos,

Lecturas recomendadas.
• Robert Allen Bartlett “El camino del crisol”. Añadamos que es un autor que apreciamos.
Hemos traducido su capítulo sobre el antimonio, que es a la vez interesante y práctico. Puedes
pedirnos esta traducción.
• Avisos LPN “Curso de alquimia mineral” N°15, 16, 18, 21, 25, 39, 50, 77. Estos avisos le
permiten ir más allá. Todos los avisos se pueden descargar gratuitamente aquí:
http://www.portaelucis.fr/html/publications/alchimie.htm
BIOLOGIA MINERAL
Capítulos VII y VIII de la obra de imposible encontrar del mismo nombre de René Schwaeblé.
CAPÍTULO VII
La Alquimia que llamamos Biología como estudio de la Vida buscaba exclusivamente (o casi
exclusivamente) la Piedra Filosofal, la transmutación de los metales viles en plata, oro...
Esta famosa Piedra no es más que un potente reductor, un agente proteico, que actúa por
sustitución de átomos de H. Como hemos dicho: tomemos el plomo, eliminemos su H,
sustituyámoslo por O (el plomo se oxida) o por C; el nuevo metal ha aumentado su densidad
y su color, ya no puede oxidarse.
La piedra filosofal es un agente que, arrojado en un metal fundido, produce una transformación
atómica similar a la que sufre la materia orgánica cuando una levadura la fermenta.
¿"Generación espontánea" entonces? ¿Oro sin fermento de oro?
No. Y lo más extraño de todo: los alquimistas, todos en busca del homúnculo, ¡proclamaron
que se necesitaba oro para hacer oro! Necesario, pues, en la fabricación del oro, el fermento,
la semilla del oro.
Unidad de la materia (plomo, oro los mismos átomos agrupados de forma diversa) y unidad
de la vida. La Piedra acelera la Vida, "obliga" al vil metal, como en las "forcerías" se obliga a
las lilas.
El primer metal estaba compuesto de H. El azufre (azufre ordinario, C4 H8) le dio vida, que
se mantuvo gracias al O. A medida que el H disminuía en el metal mientras el C y el O
aumentaban, el hierro se convirtió en cobre, plomo, estaño, mercurio, plata y oro. El metal
imperfecto se convirtió en un metal perfecto.
¿Evolución? Los alquimistas fueron más allá: el oro se putrefacta y devuelve el hierro, que se
convierte en cobre, etc.
El Sr. von Schrön no está lejos de la célula mineral. Basilio Valentín afirmaba que tomando
un cierto azufre no maduro de los sulfuros de antimonio se obtenía un tinte interior no visible
(estaría en la molécula, no la colorearía). La molécula, la célula... Los sistemas de
cristalización, las células que se aglomeran... La vida mineral probada, incomprensible sin la
célula mineral.
La célula mineral, como las demás, es bipolar. Al igual que los demás, puede compararse con
una pequeña batería.
... Para los alquimistas los metales estaban compuestos de Azufre, Mercurio y Sal Filosofal -
no confundir con el Azufre, el Mercurio y la Sal ordinarios-, el Azufre o C que les da la
densificación, el Mercurio o H que les da la volatilización, y la Sal u O que resuelve el Azufre
y el Mercurio, y los devuelve al estado de tierra inanalizable (al menos para nuestros químicos
oficiales), al estado de cuerpos simples.
Los metales (y todos los minerales) son masculinos o femeninos, positivos o negativos, según
el predominio del azufre o del mercurio filosófico; el oro es masculino, positivo, la plata, en
relación con él, femenina (Las expresiones vulgares "oro masculino, oro femenino" no
significan nada. Del mismo modo, "oro amarillo, oro rojo"; sólo hay un oro, el amarillo; el oro
rojo es una aleación).
En el momento de la concepción del niño, el esperma es el vehículo del Azufre, el padre, y el
óvulo el receptáculo del Mercurio, la madre; la placenta en la que se encuentran es el Huevo
Filosofal, las aguas actúan como la Sal, el vientre materno representa el Athanor, y la
circulación arterial y venosa el gran agente calórico, la luz oscura.
... Los productos del Sr. Stéphane Leduc están ciertamente vivos.
¿A qué reino (palabra de dudoso significado) pertenecen?
¿Animal, vegetal, mineral? ¿Animal? No, respondemos instintivamente. ¿Vegetal?
¿Qué elementos intervienen en estas combinaciones? ¿A qué química pertenecen? Por la
química inorgánica. La vida en los elementos de la química inorgánica... La vida en el reino
mineral, el sulfato de cobre, el ferrocianuro de potasio, el cloruro de sodio...
Las células se diferencian de las células vegetales y animales; resisten temperaturas más altas,
poseen un calor radiante infinitamente menos oscuro, lo que hace que su evolución sea
infinitamente más larga. ¿El Sr. Leduc está trabajando en la Piedra Filosofal?
No aumenta la materia mineral; el peso sigue siendo el mismo.
La piedra filosofal no aumenta la materia metálica, sólo cambia su naturaleza, transmuta el
plomo en oro, pero el peso final de la materia es igual al peso inicial. ¿El Sr. Leduc transmuta?
Un crecimiento producido por el cloruro de calcio en el carbonato de sodio comprende una
cáscara de carbonato de calcio que encierra una solución de cloruro de calcio: ha formado
carbonato de calcio, pero no hay transmutación. Sin embargo, no hay que afirmarlo con
demasiado rigor.
……………………………………………………………..............
Tres preguntas para la materia mineral:
Crecimiento;
Reproducción;
Transmutación;
El crecimiento de la materia metálica puede compararse con el crecimiento de una planta o un
animal. El metal crece a expensas de los metaloides.
Le Brun de Vilroy dijo que podía obtener un aumento (en verdad, el aumento sólo se obtiene
en el estado fosfórico, sería necesario poder lingotear el metal) del 90 al 100% de cobre
tratando fosfato de sodio, cloruro de sodio, sulfato de cobre y sulfuro de potasio.
El hierro, como hemos dicho, pierde sus átomos de H, los sustituye por otros de C, se oxida,
aumenta su densidad, se convierte en oro, muere, se putrefacta, vuelve a ser hierro. Así se
reproduce. Los metales son masculinos o femeninos; lo que ocurre en la tierra...
……………………………………………………………………………
Transmutación.
La famosa transmutación de los metales. ¡La piedra filosofal! ¿Qué es? Un fermento vulgar,
una diátesis mineral metálica.
Los fermentos son tanto minerales como vegetales o animales.
¿Quieres oro?
Su fermento: la piedra filosofal se volvió roja.
Esta Piedra es un compuesto vivo (de Azufre, Mercurio y Sal, filosófico), fijado ante nuestras
condiciones barométricas.
Extraigamos este Azufre, la vida anímica llegada a la madurez, del oro que es el metal más
vigoroso, arranquemos su alcaloide, recordando que aquí "alcaloide" significa no esencia,
quintaesencia del oro, sino bien la Vida, esta Vida que es la misma para Todos. El azufre
aparece en forma de una goma resinosa de color rojizo-púrpura, con los reflejos metálicos del
escarabajo, extrañamente parecida a la anilina y sus derivados.
Este Azufre, el macho, debe entonces unirse al Mercurio filosófico, la hembra, que se encarga
de proporcionar el calor de constitución, el calor oscuro (que es radiante porque todo calor
oscuro que se pone en acción se vuelve fosforescente). El Mercurio aparece límpido, de
aspecto metálico, es fluorescente, y el matraz que lo contiene parece un tubo de Crooks.
El Azufre filosófico y el Mercurio se combinan en una matrona o huevo filosófico que contiene
la Sal filosófica, la materia muerta, el agua, que provoca la putrefacción. La sal, el nitrato y el
azotato no vulgar, de color blanco plateado, forma pequeños cristales refractarios.
El huevo se coloca en el Athanor, un horno de reverbero.
La conjunción se produce, dando un fermento neutro. Hay que añadir un poco de oro para que
fermente.

CAPÍTULO VIII: FABRICACIÓN DE PIEDRA – PROCESO HÚMEDO.


En primer lugar, reducir el oro a cal; para ello, se toma una hoja de oro, se disuelve en mercurio
vulgar, se lava y se amasa hasta que la amalgama esté dura y el agua salga clara.
Ponga esta amalgama y el ácido obtenido en una cápsula de porcelana de la siguiente manera:
tome 1 kilo de ácido azoico a 40°, añada 300 gramos de materia animal sin elementos grasos
(por ejemplo, flojo); caliente hasta que la materia orgánica se disuelva completamente, y filtre
sobre el amianto. Se trata de un ácido oxálico cuya composición atómica es C4 H2 O9
(mientras que el ácido oxálico ordinario tiene la composición C2 H2 O4). Este ácido, aunque
no disuelve el oro, hace desaparecer el mercurio.
Filtrado en el amianto. Así, hemos abierto el oro [Abrir, cerrar; amor, odio; resolver, coagular;
repulsión, atracción; esta es toda la Gran Obra]. Esta es la calcinación por vía húmeda. Sólo
queda lo fijo.
Esta cal blanca (la tierra primitiva) es la tierra virgen, el pelícano que atravesará sus flancos
para dar el Azufre, el menstruum, el alimento del Ponderable Universal.
Tomemos esta cal de oro blanco bien lavada, pongámosla en un matraz ovalada de cuello
largo, vertamos sobre esta tierra un aceite sulfuroso (y no sulfuroso), de naturaleza mineral,
porque la naturaleza goza de su naturaleza... el aceite sideral, el aceite de piedra, el petróleo
[sobre el petróleo, el petróleo vulgar, aquí hay un experimento muy simple Mezclar 500
gramos de ácido sulfúrico y 250 gramos de ácido azoico, verter esta mezcla suavemente en
una matra que contenga un kilo de petróleo (colocar el matraz en una tina de agua previamente
para evitar que se caliente). Disolver una moneda de plata en el licor así obtenido. Imposible
recuperar la plata, se ha formado un nuevo metal], el VITRIOL, el aceite de vidrio (vitri
oleum). Este aceite aplicado a los metales vulgares, cuando se han abierto, los hace
evolucionar, cambiar su estado atómico, químico y físico. Los aumenta. Esta es la operación
de Basil Valentin, - Ver El Carro Triunfal del Antimonio [la mezcla de este aceite de piedra y
el oro abierto produce una sustancia grasa y untuosa, que hace que el vidrio sea maleable. En
función de los óxidos metálicos añadidos a esta mezcla, el vidrio adquiere los diferentes
colores de las piedras preciosas, cuya pureza también viene dada por la cocción].
Después de haber estirado el extremo del cuello de los matraces para obtener un tubo capilar
largo que servirá de válvula, coloquémoslo en un baño de arena a una temperatura no superior
a 80°C (fuego de digestión) y empezando por 30°C.
El pelícano atraviesa sus flancos y sale una sangre rojiza.
Cuando el aceite esté suficientemente rojo, añadir más aceite sulfuroso y repetir la operación
anterior hasta que el aceite deje de estar teñido. En el matraz, el material debería alcanzar el
color deseado en menos de un mes.
Ahora se procede a la Sublimación o Separación de lo puro y lo impuro contenido en la cal de
oro (que consiste únicamente en el calor fijo o absoluto oscuro). Abrir el huevo, retirar la
materia, unirla al aceite coloreado y destilar varias veces con un filtro ordinario. Lavar el
residuo vertiendo aceite nuevo hasta que deje de colorear. A continuación, se coloca el licor
púrpura en una cápsula de porcelana y se procede a una evaporación lenta (temperatura no
superior a 30 °C) hasta que se resinifique. Así se ha extraído el azufre o la virtualidad del
cuerpo metálico, es decir, su alcaloide [lo que queda en el filtro se seca y se obtiene una tierra
negra, la tierra maldita, que no puede volver al estado de cuerpo metálico. Es un veneno
violento, es el famoso arsénico de los Antiguos, que no debe confundirse con (nuestro arsénico
vulgar). La composición atómica del Azufre filosofal, de esta goma resinosa es C8 H10. La
fabricación del azufre, como acabamos de indicar, requiere al menos cuarenta días, cuatro
meses como máximo.
Además, hemos dicho que todas las materias de nuestro planeta, y en particular la magnesia
ordinaria, el caolín, el talco, la tierra de batán, la mantequilla de montaña o la base del fermento
de Basilio Valentín, contienen en proporciones que varían con su especificidad un azufre que
puede hacerse filosofar. El Azufre filosófico no es el fermento de tal o cual metal; el Azufre
filosófico es la vida anímica que ha alcanzado la madurez.
El Azufre obtenido, es necesario unirlo al Mercurio filosófico.
¿Cómo obtener el Mercurio Filosofal? Los antiguos recomendaban extraerla de la plata; pero
la operación es delicada y poco productiva. Por lo tanto, procederemos de otro modo.
Tomamos 100 gramos de bismuto en estado metálico y porfirizado, y 300 gramos de bicloruro
de mercurio, mezclamos el conjunto, lo aplastamos sobre un mármol de vidrio con la rueda de
vidrio rociándolo con alcohol. La pasta obtenida se transforma en troqueles que se secan
lentamente en un horno sobre una placa de mármol (se aconseja llevar guantes de goma y
rellenar las fosas nasales con algodón cardado). A continuación, los troqueles se colocan en
una retorta de porcelana, cuya parte superior puede retirarse a voluntad, y a cuyo cuello se
añade un recipiente de reunión provisto de matraz empapado en una mezcla refrigerante. Las
juntas se lutean y se calientan gradualmente hasta que un cordón de mercurio desciende al
recipiente de encuentro. Cuando ya no pasa más mercurio, se calienta a 500°C para eliminar
el resto. A continuación se desmonta el aparato y se ven flores de plata cristalizadas en la parte
superior del capitel y se retiran. En el vientre de la retorta se encuentra un caput mortuum que
se pulveriza con el mercurio del matraz añadiendo 100 gramos de bicloruro de mercurio. Se
vuelve a destilar hasta que no haya más flores de plata. Las aguas de las dos destilaciones y
las flores de plata se introducen en una matrona redonda de cuello largo, y el conjunto se
coloca en un baño de arena, comenzando a una temperatura de 50 a 60°C y terminando a
100°C. Cada día se da la vuelta al matraz durante 15 a 28 días hasta obtener un agua clara con
reflejos metálicos, que brilla como el mercurio vulgar (de la misma densidad pero con
propiedades diferentes). Este es nuestro Mercurio Filosofal cuya composición atómica es C16
H28. Aquí está la plata rápida transformada en plata rápida.
Hemos hecho así lo que era fijo, volátil en forma de un agua pesada; es pues la operación
opuesta a la que da el Azufre filosófico. Este Mercurio no es en absoluto venenoso, habiendo
desaparecido su parte arsenical, el Impuro. La preparación de Mercurio, como acabamos de
indicar, requiere dos meses.
Ahora es necesario hacer la Conjunción, es decir, unir nuestro Azufre, nuestro Mercurio y la
Sal Filosofal.
Pero, ¿cómo se obtiene esta sal filosófica? Esta sal no debe contener ninguna materia volátil,
debe ser una materia muerta, un agua, que provocará la putrefacción, que será un fermento.
Por lo tanto, ya no debe contener cloro, que es volátil. Disminuya un kilo de sal marina natural,
introdúzcalo en un crisol y póngalo a fundir. Cuando el material sea líquido, viértelo en un
recipiente y tápalo bien para evitar que la sal se volatilice. El producto fundido se enfría, se
disuelve en agua y se filtra. Y se evapora hasta que se seca. Estas operaciones se repiten hasta
que la sal, habiendo perdido su agua constitutiva, es fusible como la cera virgen, a una
temperatura de 30°C. Se obtiene así la sal filosofal, cuya composición atómica es C6 H9 O15,
densidad 4, peso atómico 59. Este es el oxígeno en el estado de metaloide. La preparación de
la sal, como acabamos de indicar, requiere como máximo tres meses. Para la Sal, tenga matras
de cristal; porque esta Sal disuelve la sílice.
Esta sal servirá de alimento para el azufre y el mercurio en la fabricación de la piedra. Lea el
suplemento A.

El athanor es un horno de reverbero compuesto por cuatro partes independientes que pueden
colocarse unas encima de otras.
La parte superior es una cúpula; lleva un termómetro sujeto por un corcho.
En la segunda parte, un cilindro perfecto, hay cuatro aberturas circulares con cristales, que
permiten supervisar la operación; es en esta parte donde se aloja la cabeza que contiene la
arena fina, sobre la que se apoyará el Huevo Filosofal (hay que tener cuidado de empujar
suavemente el Huevo hasta que la superficie de la materia que contiene coincida con la de la
arena). El jarrón que contiene la arena se apoya en una rejilla ligera colocada horizontalmente
entre la segunda y la tercera parte del atanor o se sujeta con grapas.
La tercera parte forma, en el interior, un cono truncado para presentar una abertura en la parte
superior con el mismo diámetro que la cabeza colocada arriba.
La cuarta parte tiene un cono macizo invertido en su interior, situado inmediatamente por
encima del hogar, sujeto por grapas y dejando un vacío circular a su alrededor que, al subir, se
reduce al grosor de un dedo.
El interior del atanor debe estar esmaltado en blanco brillante o recubierto con una capa de
carbonato de magnesia diluido en un poco de agua gelatinosa. Véase el suplemento B.

... El calor oscuro es el calor de constitución de los cuerpos. El calor luminoso es el calor de
la combinación; su finalidad es captar el Azoth universal, la Vida. El huevo de gallina contiene
vida en estado latente, calor oscuro, calor de constitución; para que esta vida se manifieste, es
necesario aplicar una nueva fuerza externa, el calor luminoso producido por la gallina o la
incubadora artificial. (Además, el calor de la gallina es realmente un poco luminoso, como se
puede observar en tiempo seco).
... Una vez instalado el atanor, hay que tomar 90 gramos de azufre filosófico, porfirizar en un
mortero de vidrio, añadir 60 gramos de mercurio filosófico y proceder por imbibición mientras
se continúa la porfirización. Se obtiene una pasta espesa y opaca. A continuación, añada 30
gramos de sal filosófica. El conjunto, reducido a un polvo sutil, se introduce en un matraz de
vidrio, el Huevo Filosofal (un vidrio duro que no contiene plomo, lo que podría hacerlo
estallar). Este vidrio se obtiene tomando cuarzo no luminoso y fundiéndolo en un crisol de cal
viva). El huevo cerrado herméticamente (previamente vaciado calentándolo durante media
hora en agua a 100°C y luego sellado con una lámpara) se coloca en el athanor de forma que
reciba el calor luminoso por reflexión; de lo contrario, el Azoth no podría penetrar en él.
Empezamos con una temperatura de 40°C. Este calor sólo sirve para incitar el calor oscuro del
compuesto. La salamandra vive del fuego y está absorta en él.
Al final del tercer día las nubes oscuras se levantan y caen o se resuelven en lluvia. Esta es el
ala del cuervo. Es la muerte, es la putrefacción durante la cual se produce la Conjunción.
En este momento, es necesario vigilar la temperatura: el Huevo podría estallar creando vapores
venenosos.
Se observará una fosforescencia más o menos viva, toda putrefacción va acompañada de
fosforescencia. La putrefacción - que hace luminoso el calor oscuro, la fijación volátil
despierta el lado esporádico de los metales [todo cuerpo que se putrefacta absorbe oxígeno.
Un metal al que se le suministra oxígeno se oxida, se corroe, desaparece poco a poco por
combustión, por calor seco, se resuelve sobre sí mismo; es una verdadera putrefacción, es
decir, la disociación de los elementos atómicos.
... La materia mineral posee infinitamente menos calor radiante oscuro que la materia vegetal
y animal, lo que significa que tarda infinitamente más tiempo en evolucionar.
En el Huevo Filosofal renace la calma, vuelve la vida.
Después de un mes, la materia se vuelve gris cenizo. El fuego se incrementa en 10°C. Aparecen
pústulas, coloreadas como un escarabajo. Es el régimen de la fermentación, es el pavo real que
indica que la unión del macho y la hembra está consumada, es la llegada de la clorofila
metálica.
La materia se vuelve más clara y más blanca; es la leche virginal, la Virgen inmaculada, la
Luna derecha de los Sabios, la piedra filosofal blanca, no absolutamente fija.
Si sólo se quiere transmutar los metales en plata, un metal todavía oxidable, si sólo se quiere
realizar la Pequeña Obra, se puede abrir el Huevo. Sólo queda, pues, mezclar la Piedra así
obtenida con la plata en las condiciones y proporciones que se indican a continuación para el
oro.
Para que la Piedra sea de color rojo, la Piedra está absolutamente fijada, se debe llevar el calor
a 58°C; después de unos veinte días, el material se vuelve de color amarillo limón. Llevar el
calor a 80°C; después de quince días, el material se vuelve rojo. Un mes más y se convierte en
un rojo brillante y transparente. Pronto se hunde y se convierte en piedra o sal.
Esta sal, soluble en alcohol, es lo que los antiguos llamaban el elixir de la vida para los tres
reinos.
Sin embargo, no crea que la panacea universal cura las piernas rotas, los órganos destruidos,
etc. Conteniendo la vida, que es la misma para los tres reinos, sólo comunica un poco de esta
vida a los enfermos que la necesitan; simplemente introduce en la economía una actividad
solar que devuelve la energía a la masa cerebral, órgano regulador de la vida física y química;
es sólo un tónico, un poderoso tónico.
Esta sal disuelta en alcohol da vida a los tres reinos.
1°/ Reino mineral
Tomar un gramo del licor, ponerlo sobre una tierra ferruginosa o un sesqui-óxido de hierro.
Procediendo por cocción no superior a 30°C, se verá el nacimiento de un metal diferente del
hierro en este sesqui-óxido de hierro.
2°/ Reino vegetal
Poner un gramo del licor en 8 a 10 gramos de tierra ordinaria (tierra tomada de los campos)
calcinada sin fusión, nacerán plantas (primero musgos, luego helechos, luego hierbas). La
tierra calcinada no podía contener gérmenes. Los faquires encierran una semilla de trigo o de
otro tipo en sus manos: después de un cierto período de cocción, la semilla crece; una vez que
se retira de las manos, muere. Las manos o la semilla se han empapado previamente en el licor.
3°/ Reino animal
Tomar tierra ordinaria preparada como arriba, porfiarla en un mortero, rociarla con una nueva
cantidad de licor: aparecen el gusano, la mosca, la mariposa.
... Volvamos a la piedra filosofal.
Cuando el Huevo esté abierto, pon el oro químicamente puro en un crisol cocido con carbón
vegetal; cuando esté fundido, añade una tercera parte del peso del oro a la Piedra Filosofal, y
tapa el crisol. El propósito de esta operación es llevar la Piedra al estado de fermento o levadura
de oro. En el crisol, el oro sobre el que se ha colocado la Piedra se hincha y luego se reduce a
un polvo rojo púrpura.
Este es el polvo de proyección (que es inanalizable porque mata, hace madurar todas las
sustancias), es el oro que se ha convertido en la levadura de oro.
En este estado sólo tiene una acción de 1 en 1000; 1 kilo de metal, plomo u otro, daría sólo un
gramo de oro cualquiera que sea la cantidad de polvo utilizada. Para multiplicar su poder,
tomar el polvo, ponerlo de nuevo en el horno con el oro como arriba; añadir la Piedra de nuevo
como arriba; el polvo así obtenido tiene una acción de 10 por 1000. En la tercera operación la
acción será de 100 a 1000 y en la cuarta de 1000 a 1000.
El polvo que contiene los elementos fijos y volátiles (calor oscuro y calor luminoso) -el
conjunto inseparable ahora- lleva al estado luminoso, fija en el fuego el calor oscuro del metal
sobre el que se proyecta.
Para realizar el saliente, se recubre con este polvo el valor de un grano de mijo en una pequeña
lámina de cera virgen (que impide la oxidación del metal fundido), se lanza esta bolita sobre
un metal fundido; inmediatamente, el metal brilla y parece girar sobre sí mismo. Tapar el
crisol, cerrar el horno, subir la temperatura y dejar que se enfríe. La bolita ha disminuido su
volumen.
Apéndice.
Experimentos extraños:
1°/ Poner un poco de fosfato de sosa en una solución de sulfato metálico, dejarlo al aire,
teniendo cuidado de añadir siempre un poco de líquido. Al cabo de cierto tiempo, se forman
cristalizaciones de piritas metálicas.
2°/ Poner trementina en ácido sulfúrico. Disuelve el cobre en él. El cobre desaparece, dejando
paso a otro metal.
3°/ En una solución de nitrato de plata (ácido azoico y plata) se vierte petróleo ordinario.
Agitar. Que se produzca el ataque. El metal se precipita como un polvo escamoso.

Sugerido por: P. Lerin.


Schwaeblé es un alquimista-escritor muy prolífico que a menudo retoma los mismos temas, a
veces al punto, en sus diversas obras.
En nombre de los complementos, nos tomamos la libertad de añadir al texto anterior algunos
extractos tomados del libro "Précis d'Ocultisme" de este autor, que, en nuestra opinión,
completan el texto anterior.

Complemento A:

El azufre filosófico tiene los reflejos metálicos del escarabajo y por transparencia aparece rojo
púrpura; se asemeja extrañamente a la anilina y sus derivados. El mercurio filosófico, límpido,
de aspecto metálico, da en la oscuridad una luz malva; es fluorescente y el matraz que lo
contiene parece un tubo de Crooks; sus rayos fluorescentes tienen una acción sobre el cloruro
de plata y modifican singularmente varios óxidos metálicos. La sal filosófica es de color blanco
plateado y forma pequeños cristales refractantes: es la tierra frondosa de los Reyes Magos, el
talco filosófico, el alumbre de plumas de Basilio Valentín.
Una vez obtenidos el Azufre, el Mercurio y la Sal, lleguemos a la conjunción, a la Fijación de
los elementos, es decir, a la operación que los hace fijos, no volátiles en el fuego,
incombustibles por O.
Sería inútil, en efecto, proyectar el azufre filosofal directamente sobre la plata, por ejemplo,
en fusión: sólo se obtendría una variación de los pesos atomísticos y específicos, el lingote no
tendría el color del oro. Sin embargo, al ser atacado por el ácido azoico untado con agua,
adquiría un hermoso color amarillo y lo conservaba hasta su completa disolución. Y si se
hiciera volver la plata al estado metálico y se volviera a fundir sin la adición de azufre, el
fenómeno se repetiría. Lázaro Erken dijo: Cuando hayas unido el azufre metálico al metal
vulgar, no pienses que el tinte es externo; la materia queda como un metal inmaduro. Basilio
Valentín afirmaba que tomando un cierto azufre no maduro de los sulfuros de antimonio, se
obtendría una tintura interior no visible (estaría en el aroma, no lo colorearía), y que para
hacerlo visible sería necesario añadirle oro abierto, lo que aumentaría su poder colorante y lo
haría fijar al fuego
Poner 100 gramos de azufre en flor, 100 gramos de potasa pura sin gas y 100 gramos de ácido
azótico en un jarrón de gres o de porcelana, cubrir este jarrón con un plato de cristal y
exponerlo a la luz del día; al cabo de ocho días, la materia se hincha y hace visible lo que era
invisible y se vuelve roja y se licua. Continuar esta putrefacción, removiendo de vez en cuando
con un agitador de vidrio, hasta que aparezcan eflorescencias de carbonato de potasa y sosa y,
en la superficie, una costra gris de hiposulfito. Secar la sustancia, ponerla en el crisol y fundirla.
Sacar la sustancia del crisol, verter sobre ella alcohol puro y dejarla digerir a fuego lento entre
30° y 35°. El alcohol se vuelve rojo. Decántalo. Coge una moneda de plata, sumérgela de golpe
en el líquido y lávala en agua dulce: la moneda queda teñida superficialmente.
Evaporar el alcohol hasta que quede una resina, echarla sobre la plata fundida (después de
rodearla de cera), darle un buen fuego de fusión, retirar el crisol del fuego. Cuando se enfríe,
retire la bolita de plata. Este gránulo se tiñe internamente y no externamente: si lo pasas por
ácido azoico aparece amarillo.
Es necesario, para operar la Conjunción, recurrir al Athanor o al horno filosófico; (esbozo de
abajo) es necesario conocer lo Seco (lo que está abajo, la tierra, lo sólido; el tipo de Seco es el
C puro cristalizado en forma de silicato hialino - diamante - o diversos compuestos), el
Húmedo (lo que está por encima, el aire, el gas, el H, el Caliente (O, el oxidante universal, el
fuego la materia radiante), el Frío (Az, plata, agua, líquido), las cuatro modalidades de energía,
para llevar los materiales a una madurez que sólo adquieren naturalmente a través de un gran
número de siglos y de acontecimientos cosmogónicos y geológicos.

Complemento B:
Es necesario utilizar una lámpara con una corona de material radiante, de circonio o magnesia,
que dé rayos químicos a baja temperatura. Una lámpara ordinaria no daría calor luminoso
porque su calor sería sofocado por el soporte del Huevo, no pudiendo, como el calor radiante
del circonio, atravesar los cuerpos opacos. Este es el fuego clibánico del que habla Glaubert.
Se coloca el siguiente aceite en la lámpara: Tome un kilo de aceite de oliva hecho en frío, un
kilo de sal marina decrépita, póngalo todo en una retorta, póngalo a digerir durante 4 o 5 días
a 100° como máximo. Destilar a fuego lento: sale un aceite blanco, transparente como el agua.
Cuando aparezcan venas rojas en la parte superior de la retorta, detenga la destilación. Este
aceite blanco arde con una llama azul y necesita muy poco O. Dura la mitad que el aceite de
oliva común.
Para hacer una lámpara de circonio (véase la Química Metalúrgica de Daubrey, en el capítulo
de los metales raros), se toma una mecha de algodón de 7 a 8 hebras, se empapa en una solución
de circonio (circonio y ácido acético), se deja secar, se prepara la corona y se quema
ligeramente con un fuego de gas azul, como se hace para los pitorros Auer Es una buena idea
tener varias lámparas para poder cambiarlas cuando sea necesario; en cuanto a la corona, una
es suficiente.
La mecha se apoya en un alambre de níquel inoxidable o de plata de níquel.
Por supuesto, el athanor se apoya en tres ladrillos para permitir la entrada de aire.
SEPARACIÓN o primero regulo
L A S É P A R A T I O N.
La separación es la operación que permite separar el azufre de la estibina Sb2S3 para eliminar
el antimonio de fórmula Sb, que los antiguos llamaban "Regulo de Antimonio". Esta
separación da lugar a lo que se conoce como el "Primer Regulo".

Este metal (a veces también llamado medio metal) es un cuerpo simple con un peso atómico
de 121,75 que se funde a 630° y se volatiliza a unos 1300°. Su densidad es de 6,70. Es de color
blanco brillante, muy ligeramente azulado y muy frágil.

El término "antimonio" se ha asociado durante mucho tiempo a la leyenda de que los monjes
del siglo XV fueron víctimas de los experimentos de Basilio Valentín como conejillos de
indias. Este juego de palabras es obviamente falso, pero debería recordarnos los peligros de
este metal. Está clasificado como metal pesado y casi siempre está asociado al arsénico. Su
manipulación, más peligrosa que la del sulfuro, requiere el uso de guantes y una protección
esencial contra sus humos durante las operaciones en caliente (humos de óxido mezclados con
arsénico).

Preparando el trabajo en el horno:


A partir de su suministro de estibina, [imagen 1] tendrá que hacer una mezcla que comprenda,
además de este mineral Sb2S3 purificado, el hierro que tendrá la tarea de fijar el azufre, y una
mezcla de dos sales que constituirán el fundente destinado a disminuir en gran medida la
temperatura (1200°C) necesaria para realizar la operación sin su presencia.

La fórmula de la reacción básica es: Sb2S3 + 3 Fe --> 2Sb + 3 FeS, produce lo que los
alquimistas llaman el "regulo marcial".

La tradición indica las proporciones de los productos a utilizar en partes, es decir, 9 partes de
estibina y 4 partes de hierro. Se añade una mezcla, llamada fundente negro, que representa
1/15 de las 13 partes anteriores.

Por ejemplo, si hemos tomado 13 partes = 130 gramos, utilizaremos 90 gramos de estibina y
40 gramos de hierro. El 1/15 de 130 gramos es 8,66 gramos y, por tanto, estará compuesto por
4,33 gramos de tártaro de barril y 4,33 gramos de salitre, por ejemplo. Las cifras después del
punto decimal se dan, obviamente, sólo para hacer los cálculos más precisos.

El fundente, un carbonato o sulfato alcalino, también reduce la densidad de la combinación.


Hay una pequeña diferencia entre la densidad del antimonio y la del sulfuro de hierro, que
debe flotar.

He aquí algunas recetas recogidas a lo largo de los años.


Están lejos de ser equivalentes en términos de rendimiento. Este rendimiento también depende
mucho de la habilidad del operario, porque las pérdidas son siempre importantes, ya que el
antimonio se transforma en óxido volátil a la temperatura necesaria para la operación.
Dejando de lado los flujos, podemos calcular la cantidad máxima de regel contenida en 100 g
de estibina para un rendimiento ideal del 100%:
Un mol de estibina Sb2S3 corresponde a : 2 (121,75) + 3 (32,06) = 339,68 g.
Por tanto, en 100 g de estibina sólo habrá 2×121,75 / 3,3968 = 71,68 g de antimonio. Una nota
de paso: Un mol de hierro corresponde a 55,85 g y el 3Fe a 167,55g. Por lo tanto, para
reaccionar con 100 gramos de estibina, se necesitarían 167,55 / 3,3968 = 49,32 g de hierro. La
relación de 9/4 = 2,25 propuesta por la tradición, es aquí desde el punto de vista de la reacción
química sólo 2,03. Las pérdidas en el fuego de estibina pueden explicar por qué se utiliza
menos hierro en la práctica.
Este hierro se divide generalmente en dos partes, una mitad formada por pequeños clavos (de
10 a 15 mm de longitud), que se calientan previamente al rojo blanco en el crisol. La otra
mitad, formada por polvo o pequeñas virutas trituradas, se mezcla íntimamente con la estibina
y los fundentes.
Esta mezcla se vierte en pequeñas porciones sobre las uñas. Esperar a que se detenga la
agitación (a veces se produce una pequeña explosión), verter una nueva cantidad de mezcla,
cerrando bien la tapa en cada operación.
Si se vierte demasiada cantidad de una vez, la mezcla puede derramarse.
Este vertido de la mezcla en el crisol suele hacerse con una cuchara de mango largo. Sin
embargo, hemos encontrado un mejor rendimiento preparando pequeñas dosis en papel fino
sellado con un pequeño trozo de cinta adhesiva [imágenes 2 y 3].
Estas dosis se depositan más fácil y tranquilamente en el crisol, con un par de pinzas, no hay
depósito al lado, lo que suele ocurrir con la cuchara en medio de la llama [imágenes 4 y 5].
Además, la dosis cae al fondo del crisol sin que la mezcla se pegue a las paredes.
Regulador marcial, ejemplos :
1) - Estibina 100 g Hierro 42 g Sulfato de sodio 10 g Carbono 3,5 g
2) - Estibina 100 g Hierro 40 g Sal de Seignette 40 g Tártaro 70 g Salitre 50 g
3) - Estibina 100 g Hierro 45 g Sal de seignette 89 g Tártaro 45 g Salitre 45 g
4) - Estibina 100 g Hierro 40 g Hidróxido de sodio 6 g Tártaro 100 g Salitre 40 g

Regulación ordinaria sin hierro :


1) - Estibina 100 g Tártaro 75 g Salitre 38 g
2) - Estibina 100 g Tártaro 67 g Salitre 34 g
3) - Estibina 100 g Tártaro 50 g Salitre 75 g
4) - Estibina 100 g Tártaro 80 g Salitre 40 g
En las mezclas anteriores sin hierro, es el fundente el que se supone que consume el azufre, o
al menos permite que se escape en forma de humo.
Estas mezclas siempre nos han parecido de menor rendimiento, pero a la vista de las
diferencias observadas a composición constante, no las condenamos.

En todos los ejemplos, habrá observado que la cantidad práctica de flujo propuesta no es
comparable a la tradicional 1/15.

Para hacer lo mismo que todo el mundo, proponemos nuestra composición favorita, resultado
de muchas pruebas.
AA) - Estibina 100 g Hierro 44 g Tártaro 63 g Salitre 75 g

Es voluntariamente, ya que este texto está reservado a los principiantes, que sólo
mencionamos, además de los reglones Normal y Marcial, la existencia del reglón Venus de
color purpúreo, el reglón Jovial de color pizarra, el llamado reglón Metales, formado por partes
iguales de los dos anteriores y el reglón Violeta.

También hay que mencionar la posibilidad de obtener regule de antimonio a partir de su óxido
de Sb2O3, siendo este último el medio por excelencia de valorizar un mineral demasiado pobre
para que la estibina que contiene fluya durante la operación de liquidación. La torrefacción de
este mineral libera este óxido (conocido como óxido soluble), que luego es reducido por el
carbón vegetal hasta convertirlo en polvo.
El regulus obtenido de esta manera sólo puede ser utilizado para pruebas en blanco, ya que su
cabeza muerta no es canónicamente utilizable después.
Para 100 g de este protóxido de antimonio se utilizan 10 g de carbón vegetal y 8,5 g de
carbonato de sodio. Durante la purificación de la regula resultante, se añade una cantidad muy
pequeña de estibina (como para la regula marcial).
Secuencia de operaciones.
Después de colocar cada dosis de mezcla en el crisol, se deja reposar durante unos 3 minutos
para que se produzca la reacción. Se comprueba rápidamente con una varilla de hierro (de 4
mm de diámetro, por ejemplo) que la mezcla es líquida y se aprovecha para hacer caer al fondo
lo que se ha quedado pegado a las paredes del crisol.
A continuación, se coloca la siguiente dosis y así sucesivamente sin que el material suba más
de 2/3 del crisol.
La varilla de hierro se doblará y se diseñará para que sea lo más corta posible pero adaptada
a este uso sin obligar a que sus manos (enguantadas) permanezcan en la zona de las llamas,
esta varilla se consume ligeramente por la reacción y por lo tanto trae un poco de hierro.
En el momento del control después de haber depositado la última dosis, se añade una pequeña
cantidad de estibina (1/2 cucharadita, por ejemplo) y se empuja un poco el fuego.
Inmediatamente después y con prontitud se engrasa (sin aceite) el interior del cono de
fundición que se ha mantenido caliente (200° como mínimo).
Una última comprobación de su crisol con una ligera agitación, luego retire el crisol del horno
[imágenes 6 y 7].
A continuación, se vierte todo el contenido del crisol en el cono (de acero inoxidable
refractario, acero dulce, cerámica, chapa o yeso).
El cono [imágenes 8 a 11] se golpea suavemente para que el metal se separe de los fundentes
sin rociar gotas en él, a menudo se golpea demasiado fuerte.

Dejar enfriar antes de desmoldar. Separe el metal de su cabeza muerta con un pequeño
martillo [imágenes 12 a 14].
En esta fase, este primer regulo no tiene ninguna posibilidad de mostrar la estrella o una forma
relacionada. Para examinarla internamente, hay que romperla [ imágenes 15 a 17] sin perderla.
Para ello, lo mejor es enrollarlo en un paño antes de golpearlo o sujetarlo en una mordaza. Su
interior tendrá un aspecto fibroso.

Todo lo que tienes que hacer es acumular [imágenes 18 y 19] unos 4 o 5 kg de estos primeros
régulos.

Las cabezas muertas [imagen 20] que aún están calientes deben almacenarse lejos de la
humedad.
Más adelante, cuando lo consideres útil, los aplastarás y los pondrás en descomposición.
Sin pretender salir del campo práctico, recordaremos que este Caput Mortem cargado de
Espíritu Astral requiere que las operaciones anteriores se realicen en el momento oportuno, en
un día claro, y que se recomiende una tapa de crisol de mica.
Un operador experimentado puede obtener a veces, en un primer reglón, trazos (flechas) de
escisión, los inicios del cristal único que será el objetivo de la siguiente etapa, la "purificación".
La experiencia permite que un solo operario realice todas las operaciones sin estrés, pero al
principio se recomienda la presencia de una segunda persona que, por ejemplo, descubra el
crisol y golpee el cono al principio de la colada, para que el operario principal se sienta menos
apurado por la secuencia de gestos que debe realizar.
No le ocultaremos, en la última foto, un molde cónico perfectamente fallido. La práctica sólo
mejora con la repetición de los mismos gestos y el análisis de los resultados obtenidos.
LOS METALES

No vamos a diferenciar aquí entre lo que se suele llamar "metales" y "medios metales".
Intentaremos limitarnos a los metales conocidos por los alquimistas, aunque existe cierta
vaguedad al respecto.

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FECHAS DE DESCUBRIMI ENTO DE LOS METALES

El oro, la plata, el hierro, el cobre, el mercurio, el plomo y el estaño son conocidos desde la
antigüedad.
El bismuto se menciona en un tratado de alquimia de Agrícola en 1520.
El zinc fue conocido por Paracelso alrededor de 1540.
El antimonio es el tema de los escritos de Basilio Valentín en el siglo XV.
El arsénico y el cobalto fueron descubiertos por Brand hacia 1723.
El platino fue detectado por Wood en 1741.
A esto le siguió el descubrimiento de varios metales sin uso alquímico, luego Vauquelin
descubrió el Cromo en 1797, Davy el Potasio y el Sodio en 1807, Hermann y Stromayer el
Cadmio en 1818, Wolher el Aluminio en 1827 y Bussy aisló el Magnesio en 1828. Se observa
que todos los metales utilizados en la alquimia eran conocidos desde los albores de la
humanidad y que, para los descubiertos más tarde, se utilizaban en forma de sales, que se
conocían sin que se sospechara su pertenencia al reino metálico.
ANTIMOINE
Datos técnicos
Fórmula Sb, masa molar 121,75 g/mol, densidad 6,69, temperatura de fusión 630,7 °C,
temperatura de ebullición que varía según los autores de 1380 a 1950 °C, parece difícil de
determinar.
Historia
Del latín stibium, el antimonio metálico se conoce desde hace tiempo como antimonio regia.
En la Edad Media, el nombre de antimonio se reservaba para su mineral sulfurado, la estibina,
que se extraía en numerosos yacimientos.
Esta es la causa de muchas confusiones en la lectura de obras antiguas, ya que es casi imposible
saber con certeza la terminología utilizada, sobre todo en los textos reeditados en esa época.

Parece que Basil Valentin fue el primero en obtener el metal, su "león oriental". Los
alquimistas posteriores le dieron otros nombres, en particular "Plomo de los Sabios" y "Plomo
de los Filósofos".
Su mineral prácticamente único, excluyendo algunas muestras nativas muy raras, es la estibina,
véase nuestro artículo de 2006. La estibina va acompañada de varias gangas de las que se
desprende por liquidación, por lo que los antiguos la llamaban "antimonio en bruto". La
estibina es un trisulfuro de antimonio con la fórmula Sb2S3, que tiene un peso molecular de
339,7 g/mol, una densidad de 4,12, un punto de fusión de 550°C y un punto de ebullición de
1150°C.

La estibina causa irritación en la piel, los ojos y las mucosas.


A pesar de estos inconvenientes, la estibina, en forma de polvo muy fino, ha sido utilizada
durante mucho tiempo (y todavía lo es) por las mujeres de algunos países como pintura facial.
La siguiente imagen [imagen 0] muestra una botella utilizada para contener este "Kool".

Si se calienta, emite gases tóxicos. Existe riesgo de incendio si entra en contacto con el óxido
de plata.
La fuente de antimonio metálico, para los alquimistas, proviene del tratamiento del antimonio
en bruto mediante el proceso de separación. Véase nuestro artículo de 2007 del mismo nombre.
La masa fundida de antimonio, que todavía se llama regulo, nunca muestra una forma de
estrella en esta etapa [imágenes 1 a 3], pero las corridas de purificación mejoran gradualmente
el metal, que se ve poco a poco [imágenes 4 a 7] para convertirse en un monocristal escindible
y se puede triturar para hacerlo similar al que entrega la industria [imagen 8].
Propiedades

Debido a su bajo punto de fusión, el antimonio fue uno de los metales más estudiados por los
alquimistas, que posteriormente dejaron a los químicos un gran número de observaciones. Su
riqueza en la corteza terrestre es escasa, pero ocurre que la estibina se recoge en depósitos, lo
que compensa su escasez durante la explotación. Se encuentra en la piedra caliza o en el
esquisto y se asocia con otros minerales como la galena, el oro y el cinabrio, lo que ha
favorecido su explotación en todo el mundo.

Presente en muchos países, Rumanía, Estados Unidos, Perú y México, también se encuentra
en Japón, pero el principal yacimiento está en la provincia de Unan, en China. Francia fue,
durante toda la Edad Media, un gran productor, pero el coste del mineral extranjero fue la
causa del cierre de la última mina rica de Bretaña, tras sólo un año de explotación.

No podemos mencionar aquí todos los productos estudiados durante siglos por los
alquimistas, así que nos limitaremos a unos pocos que siguen siendo relevantes para ellos.

Calentando el antimonio metálico en una corriente de aire a 1000°C, se genera un trióxido de


antimonio de fórmula Sb2O3 con una masa molar de 291,5 g/mol. Este trióxido de
antimonio, óxido de antimonio III o blanco de antimonio, funde a 656°C y tiene una
densidad de 5,5. Es un polvo cristalino blanco que no es combustible pero que se
descompone a altas temperaturas.

El tricloruro de antimonio, de fórmula SbCl3, conocido por los alquimistas como


mantequilla de antimonio por su aspecto, tiene un peso molecular de 228,1 g/mol, un punto
de fusión de 73 °C y un punto de ebullición de 223 °C. Esta mantequilla, con una densidad
de 3,14, es soluble en agua a razón de 100 g/litro. Es corrosivo para los ojos, la piel y las vías
respiratorias.

Sin entrar en detalles, podemos mencionar: el azufre dorado de antimonio, el azafrán


antimonial de M. Stahl, el lilium minus y las demás sustancias antimoniales. Sin entrar en
detalles, podemos mencionar: el azufre dorado de antimonio, el lilium de Paracelso, el
mineral de lilium, el hígado de antimonio, el mineral de kermes, el precipitado de antimonio
por agua regia, el antimonio diaforético, las flores rojas de antimonio, la nieve de antimonio,
Polvo de Algarotti, bezoar mineral, panacea antimonial, aceite de antimonio cáustico, tintura
de antimonio, tintura de vidrio de antimonio y todas las variantes de estos preparados.

Toxicología

Hay que distinguir los riesgos asociados al trabajo con el antimonio desde el mineral hasta el
metal. Sólo requieren protección física, especialmente de los ojos y las manos, ya que a
menudo se producen pequeñas heridas durante la trituración, a través de las cuales el
arsénico, aún presente en el mineral, pasa al torrente sanguíneo. Al trabajar en el horno, se
desprenden humos, arsénico, azufre, óxidos de antimonio, etc., que no deben ser inhalados.
Cuando se trabaja en el metal, se añaden nuevos riesgos, esta vez químicos, según se utilice
sosa, ácidos o mercurio, etc. Es natural pensar antes de actuar y protegerse. Si la piel puede
volver a crecer, no es el caso de los ojos. En cuanto a la absorción del régulo purificada, los
antiguos han utilizado durante mucho tiempo la píldora perpetua, y bebían su vino en copas
de régulo, sin saber que el antimonio es un metal pesado. Usted lo sabe, y hay laxantes que
prescinden del uso de su regula de forma farmacéutica.

PLATA

Datos técnicos

Fórmula Ag, masa molar 107,87 g/mol, densidad 10,53, temperatura de fusión 960,5 °C,
temperatura de ebullición 2000 °C. Es el 68º elemento más importante de la corteza terrestre.

Historia

La plata nativa, [imágenes 1 a 4] ya se utilizaba en Egipto 3500 años antes de nuestra era y
en la región del Éufrates.

Su nombre proviene del latín "argentum", derivado del griego "argyros" (la obra blanca es la
argyropaea). Dedicado a la Luna, cuyo brillo recuerda al de este metal, su símbolo será
naturalmente la Luna creciente [imagen 5] representada de muchas maneras.

Durante mucho tiempo, el metal autóctono fue la única fuente de abastecimiento gracias a las
minas de España, Alemania, Austria, etc., pero este metal, cuyo precio era equivalente al del
oro (al no conocer el ácido nítrico, los dos metales no se separaban), llegó en abundancia
desde el Nuevo Mundo a partir de 1500. Su nombre español de "plata" se asoció rápidamente
a los nombres de los lugares donde se descubrió.
Fue hacia 1663 cuando Glaser, al fundir nitrato de plata en forma de "piedra de cauterio" o
"piedra infernal", dio a conocer la existencia de las sales de plata.

Después del metal nativo, que suele encontrarse en formas complicadas (helechos, lianas), o
en pequeñas partículas mezcladas con otros minerales, se explotan sus sales, solas o
combinadas con otros metales.

He aquí algunos ejemplos


Argentita Ag2 S
bromargirita Ag Br
plata córnea (cerargurita) Ag Cl
discrasita Ag3 Sb
fischesserita Ag3 Au Se2
miargirita Ag Sb S2
y un gran número de otros, entre ellos el electrum (aleación natural de oro y plata) y la
amalgama natural de plata y mercurio.
Los alquimistas encuentran la plata principalmente en la galena débilmente argentífera y en
ciertas estibinas. Pueden recuperarlo por medio de la coupellation.
Para la extracción industrial a partir de los minerales, ya no se utiliza directamente la
coupellation, sino que, según la composición del mineral, se practica la cianuración (peligrosa
para un aficionado), o la amalgamación con mercurio, luego la destilación de este último, o la
torrefacción con cloruro (torrefacción en atmósfera oxidante en presencia de sal marina), que
prácticamente ya no se utiliza.
Por otro lado, los procesos de electrólisis son muy utilizados, especialmente para el refinado.
Otro método consiste en crear una aleación Ag-Pb-Zn que, al final del proceso, da lugar a una
aleación Pb-Ag.

La plata procede de un gran número de países: Sudamérica, Norteamérica, Sudáfrica,


Australia, Japón, China, Europa, etc.

Propiedades
La plata es el mejor conductor del calor y la electricidad. Tiene una reflectividad muy alta y
se utilizó durante mucho tiempo para los espejos de los telescopios. Sin embargo, hay que
tener en cuenta que es muy sensible a la sulfuración que, en ausencia de protección, produce
una capa oscura en la superficie.
La plata fue utilizada por los alquimistas en forma de crisoles y copas por su excelente
resistencia a las bases (fusión de KOH).
A Kunkel se le atribuye un procedimiento para purificar la plata, que consiste en mantenerla
fundida bajo una capa de salitre, repitiendo la operación hasta que el nuevo salitre deje de estar
coloreado por las impurezas, en particular el cobre.
La plata es uno de los componentes de un gran número de aleaciones (véase el artículo
"aleaciones diversas" donde se mencionan algunas). Cuando representa una masa superior a
30 g, y si tiene un título de 800 o 925/1000, debe llevar el sello de la cabeza de Minerva
[imagen 6].
El oxígeno se disuelve en la plata fundida. Durante el proceso de enfriamiento rápido (durante
la copelación), el botón de plata se deforma bajo la presión del oxígeno liberado, y el metal
puede salir despedido.
Al final de la copelación, el metal plateado aparece repentinamente cuando se rasga el velo
lítico, la plata brilla fuertemente durante un corto tiempo (cornutacion), este es el fenómeno
del flash.
La plata se purifica mediante la fusión con salitre, y esta operación se repite hasta que no hay
más escoria en la superficie de la plata fundida.
Toxicología
Los principales riesgos proceden de dos cuerpos: el cloruro de plata y el nitrato de plata, que
son los más manipulados. Se requiere una buena protección ocular y respiratoria (máscara de
cartucho) y guantes. Si el metal plateado se absorbe en exceso, existe el riesgo de argirismo,
que se manifiesta con la aparición de una tez gris.
El cloruro de plata (Ag Cl) debe almacenarse en envases bien etiquetados. Se funde a 455°C,
pero a la luz puede emitir cloro al descomponerse. Además, aunque no es inflamable, si se ve
envuelto en un incendio.
El cloruro puede explotar en presencia de aluminio, amoníaco, potasio o sodio.
El nitrato de plata Ag NO3 (nitrato de plata endurecido, cáustico lunar) es soluble en agua
219g/100g. Se funde a 212°C y se descompone a 444°C, produciendo plata metálica y gases
(óxido de nitrógeno en particular) de los que hay que protegerse.
El nitrato puede inflamarse en contacto con materiales orgánicos, y con el amoníaco forma un
compuesto que explota al impactar. Es particularmente incompatible con agentes reductores,
álcalis, amoníaco, materiales orgánicos, materiales oxidables o combustibles, sales ferrosas,
tartratos, azúcares, carbonatos, yoduros.
El metal plateado tiene una importante acción germicida que ha llevado a su uso en tazas y
frascos para almacenar agua.
BISMUTO
Ficha técnica
Fórmula Bi, masa molar 208,98 g/mol, densidad 9,7 a 9,83, punto de fusión 271,4°C, punto
de ebullición 1420°C. Es un metal laminar, de color blanco grisáceo, que cristaliza fácilmente.
Historia
Conocido desde 1480, pero a lo largo de la Edad Media se confundió con el plomo, el estaño
o el antimonio.
Citado en el siglo XV por Basile Valentin, se identifica como un metal separado, por primera
vez en un tratado de Agricola, fechado en 1520.
Según se redescubra, se aísle o se obtenga en lingotes, se le atribuyen descubridores más
recientes, Hellot en 1737, Claude Geoffroy le Jeune en 1753, Marie-Adolphe Carnot hacia
1870, que también descubrió un yacimiento en Corrèze (Meymac).
Era conocido como "bismutum" o "cinererum plumbum". Su nombre bismuto proviene del
alemán "wissmutth" y "bisemuntum". También se le llamó lata de hielo.
Es un metal poco común, se encuentra en su estado nativo en forma cristalina blanca, pero sus
principales minerales son: bismuto, un sulfuro de fórmula Bi 2S 3 densidad 6.5 masa molar
401.34 y bismita ( bismutocre ), un óxido de fórmula Bi 2O 3 con una masa molar de 465,96
que funde a 825°C.
El bismuto proviene principalmente de Bolivia, Perú, Sajonia, Austria, Urales, Australia,
Estados Unidos, Madagascar y Francia.
El bismuto se encuentra a menudo asociado, en las minas, con cobre, plomo o plata. Por lo
tanto, casi siempre se obtiene como subproducto de la explotación de minerales de cobalto,
plomo-zinc, plata-cobre. Se encuentra allí en forma de metal (que se recupera por licuefacción
como se hace para separar la estibina de su ganga).
Propiedades
El bismuto tiene la particularidad de permanecer sobreenfriado más fácilmente que el plomo.
Después de haberlo derretido en una cacerola sencilla, se deja enfriar hasta que se forma una
película en la superficie. Esta hoja congelada se pincha y se vierte el líquido restante.
Encontramos en la sartén cristales adornados con hermosos colores debido a la oxidación
superficial [imágenes 1 y 3].

También se puede practicar, 'tirando' del metal que se está enfriando de un fragmento de cristal
que sirve como semilla.
Para que esta operación tenga éxito, se necesita un metal purgado de su arsénico. Para esto se
mantiene en fusión con una pequeña cantidad de nitrato de potasa que oxida el arsénico y el
azufre.
Este metal se usa en farmacias como vendaje gástrico ( excepto en Francia actualmente ). La
industria lo utiliza para hacer que las aleaciones de plomo sean más duras. Su baja temperatura
de fusión hace que se utilice como fusible térmico para la activación de dispositivos de
rociadores automáticos contra incendios. Forma amalgamas fluidas con mercurio y con
aleaciones de plomo, cadmio y estaño con un punto de fusión muy bajo. Un ejemplo es la
aleación Bi 50%, Cd 12,5%, Pb 25%, Sn 12,5% que funde a 47°C. También utilizamos su
propiedad para expandirse durante su solidificación. Es soluble en ácido nítrico concentrado,
pero precipita de este licor por adición de agua.
Toxicología
Aparte de las precauciones de higiene habituales como el lavado de manos, este producto no
presenta prácticamente riesgos. Eso sí, no debes ingerirlo y protegerte de los vapores del metal
fundido. En caso de problema, beba mucha agua y para los ojos, lávelos con abundante agua
durante al menos 15 minutos.
COBRE
Ficha técnica
Historia
Propiedades
Toxicología
ESTAÑO
Ficha técnica
Historia
Propiedades
Toxicología

HIERRO
El hierro se llamaba Marte y se asociaba con el dios [imagen 1] del mismo nombre que se
convirtió en el dios de la guerra. El hierro también está unido al planeta Marte. Se suponía que
estaba influenciado por él. El planeta rojo también hace referencia al color del óxido de hierro
[imagen 2] que colorea ciertas regiones terrestres cuyo suelo es ferruginoso.
Ficha técnica:
El hierro, del latín ferrum, es un metal magnético, dúctil, maleable, de color gris blanco. Tiene
una gravedad específica de 7,88, un punto de fusión de 1536°C y una temperatura de ebullición
de 2861°C. Símbolo Fe y masa atómica 55,85, está presente de 4 a 5 gramos en la sangre de
un adulto donde juega un papel importante en el transporte de oxígeno.
Es muy abundante en la corteza terrestre donde está presente en una gran cantidad de
minerales. Estos minerales fueron extraídos originalmente en depósitos superficiales, luego
por galerías horizontales siguiendo la veta, luego por minas superficiales, [imagen 3] en el
pico o con la ayuda de fuego para debilitar la veta y derribar más fácilmente.

Todavía explotamos hoy: Acetatos y silicatos.


No citaremos ninguno de ellos porque juegan un papel insignificante.
Todavía explotamos hoy: Acetatos y silicatos.
No citaremos ninguno de ellos porque juegan un papel insignificante.
Carbonatos:
– Siderita o siderosis. FeCO 3, antes llamado “dulce mina”, [imagen 4] contiene alrededor
de un 48% de hierro, es blando, de color marrón negruzco. La siderita se extrajo en Europa
occidental alrededor del año 700 a. C.
Sin relación, pero bajo el mismo nombre se encuentran meteoritos metálicos compuestos de
hierro y níquel, generalmente inoxidables. Cortados y pulidos, luego grabados con ácido, estos
meteoritos revelan una estructura característica conocida como la figura de Widmanstätten,
[imagen 5].

Óxidos:
– Magnetita del griego magnès. Fe 3 O 4. De color gris oscuro con brillo metálico, densidad
5,2, contiene alrededor del 72% de hierro. Este óxido de hierro, [imagen 6] debe su nombre a
su principal característica, la de ser un imán natural.
– Hematites Fe 3 O 3. Varían en color, desde gris acero hasta rojo brillante, [imagen 7], y
contienen aproximadamente un 70 % de hierro. Es uno de los principales minerales, existen
varios tipos. A veces en concreciones de las que se obtienen cantos rodados utilizados en
bisutería.

– Limonita HFeO2, del latín linus, (barro, limo) de tinte amarillo, pardo o negro, [imagen 8]
que contiene alrededor del 63% de hierro.

– Ilemita FeTiO 3, de color negro, no magnética, con un contenido de hierro del 37%.
Solo para información, este mineral se explota principalmente para titanio, el hierro es un
subproducto.
Sulfuros:
– Pirita [imágenes 9, 10 y 11] y Marcasita [imagen 12] FeS 2, Pirita que toma un color
amarillo más o menos cobrizo en el aire (a veces se le llamaba "oro de los tontos" por su color).
Contiene aproximadamente un 46% de hierro, pero se explota principalmente por su azufre, el
hierro es solo un subproducto.

Las piritas se deterioran lentamente en el aire (mucho más rápido si han sido tostadas y
cubiertas con un polvo de vitriolo. En presencia de humedad, este vitriolo puede convertirse
en un líquido que a veces rezuma de las minas. Era muy apreciado por los alquimistas
– Pirrotita Fe 7S 8 de color bronce a dorado [imagen 13] que contiene un 60% de hierro.
Débilmente magnético, es un mineral común utilizado sólo por su azufre, porque, como la
pirita, el hierro que se obtiene es de mala calidad.

Se considera que un mineral de hierro es pobre, si contiene menos del 30% de hierro, y que es
medio entre el 30 y el 50%, que es rico con más del 50%.
Historia:
Parece obvio que el primer hierro trabajado por el hombre fue el hierro meteorítico. Se
encontraba generalmente en pequeñas masas cuya densidad, comparada con la de las piedras,
llamaba automáticamente la atención. Simplemente atado a una rama, ya era un arma que
confería prestigio a su dueño. Estas pequeñas masas (que son las más frecuentes) podrían
entonces martillarse en caliente con relativa facilidad.
Damos más adelante la foto, [imagen 14] de un cuchillo contemporáneo hecho forjando un
meteorito. Su filo es perfecto, comparable a los mejores productos de cuchillería.
En cuanto al hierro de los minerales, la idea probablemente surgió al examinar piezas de
mineral que fueron accidentalmente 'reducidas' (privadas de oxígeno) en un incendio de
madera particularmente violento (1350°C).
Encontramos la explotación intencional de los minerales, (probablemente, al principio,
simplemente recogidos en la superficie del suelo) mediante el uso de “hornos bajos”. El
mineral se reduce allí con carbón vegetal, en un hogar activado por el viento que prevalece en
las crestas de las montañas. Posteriormente, los hornos bajos se construirán gradualmente en
forma de minitorre, conteniendo más combustible y mineral. Se les suministrará
dolorosamente aire mediante fuelles de piel. A medida que la técnica fue mejorando, estos
sencillos aparatos (hornos catalanes) producían con facilidad y regularidad motas de hierro de
más de un kg.
Había rastros (escoria) de equipos itinerantes utilizando el mineral y el combustible presente
en el sitio. La madera, económicamente transportable con los medios de la época, se estaba
agotando rápidamente debido al altísimo consumo.
Otras instalaciones, fijas, utilizan entonces estufas de más de un metro de altura, y cuando el
entorno lo permite, la inyección de aire se realiza mediante bombas de agua. El aire es
arrastrado por el paso del agua en una tubería, se separa de ella en un tanque de agua, luego se
dirige hacia la boquilla del horno bajo (este último además se mejora continuamente). El
trabajo se facilita considerablemente y el tamaño de los nudos de hierro producidos aumenta
en proporción a la altura del hogar. Este es el comienzo de un progreso continuo, que conduce
a instalaciones modernas.
Al mismo tiempo, las técnicas de la forja tuvieron que evolucionar necesariamente para hacer
frente a los nudos de hierro cada vez más pesados, que siguen siendo sólo una especie de
esponja cuando salen del horno. En las fraguas se han encontrado vestigios del antiguo uso de
las ruedas hidráulicas.
Los minerales de hierro son la base de todos los ocres que se han utilizado desde la Edad de
Piedra para trabajos parietales y en enterramientos. Todavía los usamos, naturales o
calcinados, como pigmento en nuestras pinturas y todas las artes gráficas. Sanguine es solo
hematita. Una obra autoeditada (agotada pero que se puede volver a publicar según la
demanda), “Mineros y herreros en la antigüedad, dos lados de la misma búsqueda"., trata
extensamente este tema del hierro, da indicaciones sobre el oro, el plomo, el cobre, el platino,
el zinc, el mercurio, así como un acercamiento a la alquimia. Si es necesario, contáctenos,
estamos en contacto con el autor.
Propiedades:
Los alquimistas, con muy raras excepciones (gracias al ácido oxálico de las plantas), no
producen su hierro puro, y solo unas pocas personas todavía construyen altos hornos para
demostraciones y recreaciones relacionadas con estudios históricos.
Los alquimistas a menudo buscan 'hierro viejo' en los aros de barriles centenarios y otros
herrajes antiguos, para obtener hierro supuestamente puro. Esto es solo una ilusión, porque
este metal, por el contrario, tiene una gran cantidad de impurezas.
La única fuente válida, del siglo pasado, era la de las armaduras de los electroimanes, cuyo
metal (hierro fino de Suecia) no debía contener carbono, porque no debía retener
magnetización residual. Una fuente, agotada, estaba constituida por los núcleos magnéticos de
los brazos de señales oscilantes de los automóviles. Estos brazos fueron, después de la guerra,
reemplazados por señales de giro. Durante un tiempo han atestado desguaces de coches.
De todos modos, es fácil (pero caro) obtener hierro puro, no hidrógeno reducido. Sin embargo,
debe plantearse la cuestión del propósito de esta elección.
¿Es realmente razonable dedicar tiempo a obtener un hierro libre de carbono, para utilizarlo
durante una separación, junto con un fundente que lo contenga?
No queriendo de todos modos molestar a aquellos que quieren usar clavos para herrar caballos,
les damos a continuación la dirección del sitio de un proveedor minorista:
http://www.michelvaillant.fr.
Mencionaremos algunos usos exclusivamente médicos más adelante, pero las sales de hierro
han tenido un uso (y todavía se usan) en diferentes formas alquímicas.
A continuación, se muestran las principales sales de hierro:
– FeO, óxido de hierro, (óxido ferroso negro).
– Fe 2 O 3, Óxido de hierro, (óxido férrico rojo). Es pura hematita.
– Fe 3 O 4 + Fe2 O 3, Óxido de hierro negro, (óxido magnético). Magnetita negra.
– FeCl 2, 4 H 2 O, Cloruro de hierro.
– FeCl 3, cloruro férrico, tricloruro de hierro.
– FeN 3 O 9, 9H 2 O, Nitrato de hierro.
– FeC 2 O 4, 2 H 2 O, Oxalato de hierro,
– FeSO 4, 7H 2 O, Sulfato de hierro.
– FeS, Sulfuro de hierro.
– FeS 2, disulfuro de hierro.
– FeCO 3, siderita.
– HFeO 2, óxido de hidróxido de hierro.
Publicamos en 2007 un artículo sobre el sulfato de hierro, (sulfato ferroso) muy utilizado en
alquimia. Uso antiguo del hierro en la medicina empírica.
El hierro siempre ha estado presente en la farmacopea de los Antiguos, se utilizaba una gran
cantidad de preparaciones y variantes, propias de cada autor tratando de imponer su receta.

Propiedades:
Los alquimistas, con muy raras excepciones ( gracias al ácido oxálico de las plantas ), no
producen su hierro puro, y solo unas pocas personas todavía construyen altos hornos para
demostraciones y recreaciones relacionadas con estudios históricos.
Los alquimistas a menudo buscan 'hierro viejo' en los aros de barriles centenarios y otros
herrajes antiguos, para obtener hierro supuestamente puro. Esto es solo una ilusión, porque
este metal, por el contrario, tiene una gran cantidad de impurezas.
La única fuente válida, del siglo pasado, era la de las armaduras de los electroimanes, cuyo
metal (hierro fino de Suecia) no debía contener carbono, porque no debía retener
magnetización residual. Una fuente, agotada, estaba constituida por los núcleos magnéticos de
los brazos de señales oscilantes de los automóviles. Estos brazos fueron, después de la guerra,
reemplazados por señales de giro. Durante un tiempo han atestado desguaces de coches.
De todos modos, es fácil (pero caro) obtener hierro puro, no hidrógeno reducido. Sin embargo,
debe plantearse la cuestión del propósito de esta elección.
¿Es realmente razonable dedicar tiempo a obtener un hierro libre de carbono, para utilizarlo
durante una separación, junto con un fundente que lo contenga?
No queriendo de todos modos molestar a aquellos que quieren usar clavos para herrar caballos,
les damos a continuación la dirección del sitio de un proveedor minorista:
http://www.michelvaillant.fr.
Mencionaremos algunos usos exclusivamente médicos más adelante, pero las sales de hierro
han tenido un uso ( y todavía se usan ) en diferentes formas alquímicas.
A continuación se muestran las principales sales de hierro:
– FeO , óxido de hierro, ( óxido ferroso negro ).
– Fe 2 O 3 , Óxido de hierro, ( óxido férrico rojo ). Es pura hematita.
– Fe 3 O 4 + Fe2 O 3 , Óxido de hierro negro, ( óxido magnético ). Magnetita negra.
– FeCl 2 , 4 H 2 O , Cloruro de hierro.
– FeCl 3 , cloruro férrico, tricloruro de hierro.
– FeN 3 O 9 , 9H 2 O , Nitrato de hierro.
– FeC 2 O 4 , 2 H 2 O , Oxalato de hierro,
– FeSO 4 , 7H 2 O , Sulfato de hierro.
– FeS, Sulfuro de hierro.
– FeS 2 , disulfuro de hierro.
– FeCO 3 , siderita.
– HFeO 2 , óxido de hidróxido de hierro.
Publicamos en 2007 un artículo sobre el sulfato de hierro, ( sulfato ferroso ) muy utilizado en
alquimia. Uso antiguo del hierro en la medicina empírica.
El hierro siempre ha estado presente en la farmacopea de los Antiguos, se utilizaba una gran
cantidad de preparaciones y variantes, propias de cada autor tratando de imponer su receta.
En resumen, el objetivo era obtener un producto que contuviera hierro en la forma menos
gruesa posible, lo que supuestamente facilitaría su asimilación por el organismo.

encuentra en particular las siguientes categorías


-La tintura alcohólica de Marte por acetato [imagen 15]. Todavía deja, a la larga, (a pesar de
la delicadeza de la filtración) un depósito que debe ser remezclado periódicamente.
-Aguas minerales marciales. Hace poco todavía bebíamos en nuestro campo (contra la anemia)
agua en la que dejábamos las uñas en remojo.
-Limaduras de hierro o polvo, agua de fragua.
-Las diferentes limas de hierro: óxido, azafrán de aperitivo o astringente, azafrán de Marte
antimonial de Stahl, oethiops marcial de Lémery fils, etc.
-Sales neutras marciales en diferentes presentaciones: vitriolo de Marte, tártaro marcial o
calibrado, jarabe, extracto de Marte, bola de acero, etc.
-Tintes marciales elaborados con ácidos vegetales.
-Tinturas ordinarias extraídas por el espíritu del vino que son disoluciones de sales marciales.
-Las flores marciales, (ens martis).

Propiedades:
Los alquimistas, con muy raras excepciones ( gracias al ácido oxálico de las plantas ), no
producen su hierro puro, y solo unas pocas personas todavía construyen altos hornos para
demostraciones y recreaciones relacionadas con estudios históricos.
Los alquimistas a menudo buscan 'hierro viejo' en los aros de barriles centenarios y otros
herrajes antiguos, para obtener hierro supuestamente puro. Esto es solo una ilusión, porque
este metal, por el contrario, tiene una gran cantidad de impurezas.
La única fuente válida, del siglo pasado, era la de las armaduras de los electroimanes, cuyo
metal (hierro fino de Suecia) no debía contener carbono, porque no debía retener
magnetización residual. Una fuente, agotada, estaba constituida por los núcleos magnéticos de
los brazos de señales oscilantes de los automóviles. Estos brazos fueron, después de la guerra,
reemplazados por señales de giro. Durante un tiempo han atestado desguaces de coches.
De todos modos, es fácil (pero caro) obtener hierro puro, no hidrógeno reducido. Sin embargo,
debe plantearse la cuestión del propósito de esta elección.
¿Es realmente razonable dedicar tiempo a obtener un hierro libre de carbono, para utilizarlo
durante una separación, junto con un fundente que lo contenga?
No queriendo de todos modos molestar a aquellos que quieren usar clavos para herrar caballos,
les damos a continuación la dirección del sitio de un proveedor minorista:
http://www.michelvaillant.fr.
Mencionaremos algunos usos exclusivamente médicos más adelante, pero las sales de hierro
han tenido un uso ( y todavía se usan ) en diferentes formas alquímicas.
A continuación se muestran las principales sales de hierro:
– FeO , óxido de hierro, ( óxido ferroso negro ).
– Fe 2 O 3 , Óxido de hierro, ( óxido férrico rojo ). Es pura hematita.
– Fe 3 O 4 + Fe2 O 3 , Óxido de hierro negro, ( óxido magnético ). Magnetita negra.
– FeCl 2 , 4 H 2 O , Cloruro de hierro.
– FeCl 3 , cloruro férrico, tricloruro de hierro.
– FeN 3 O 9 , 9H 2 O , Nitrato de hierro.
– FeC 2 O 4 , 2 H 2 O , Oxalato de hierro,
– FeSO 4 , 7H 2 O , Sulfato de hierro.
– FeS, Sulfuro de hierro.
– FeS 2 , disulfuro de hierro.
– FeCO 3 , siderita.
– HFeO 2 , óxido de hidróxido de hierro.
Publicamos en 2007 un artículo sobre el sulfato de hierro, ( sulfato ferroso ) muy utilizado en
alquimia. Uso antiguo del hierro en la medicina empírica.
El hierro siempre ha estado presente en la farmacopea de los Antiguos, se utilizaba una gran
cantidad de preparaciones y variantes, propias de cada autor tratando de imponer su receta.
En resumen, el objetivo era obtener un producto que contuviera hierro en la forma menos
gruesa posible, lo que supuestamente facilitaría su asimilación por el organismo. O

n encuentra en particular las siguientes categorías


La tintura alcohólica de Marte por acetato [imagen 15] . Todavía deja, a la larga, ( a pesar de
la delicadeza de la filtración ) un depósito que debe ser remezclado periódicamente.
Aguas minerales marciales. Hace poco todavía bebíamos en nuestro campo (contra la anemia)
agua en la que dejábamos las uñas en remojo.
Limaduras de hierro o polvo, agua de fragua.
Las diferentes limas de hierro: óxido, azafrán de aperitivo o astringente, azafrán de Marte
antimonial de Stahl, oethiops marcial de Lémery fils, etc.
Sales neutras marciales en diferentes presentaciones: vitriolo de Marte, tártaro marcial o
calibrado, jarabe, extracto de Marte, bola de acero, etc.
Tintes marciales elaborados con ácidos vegetales.
Tinturas ordinarias extraídas por el espíritu del vino que son disoluciones de sales marciales.
Las flores marciales, ( ens martis ).
Cabe señalar que el sabor de los remedios a base de hierro es "abominable" y que los remedios
sólidos dedicados a las vías internas se administraban en forma de pastillas, comprimidos o
mezclados con mermeladas. Los preparados líquidos se diluían en bebidas sin acción sobre
ellos (agua, vino, etc.) pero no en decocciones de hierbas o raíces, porque allí se descomponían
parcialmente, entonces tomaban el nombre de caldos negros, de sabor aún más insoportable.
Estos productos fueron asimilados muy débilmente por el cuerpo, que los rechazó casi por
completo coloreando las heces de negro. Hoy en día, los preparados a base de hierro
(oligoelementos) contienen únicamente dosis homeopáticas del metal y sólo se recetan en
casos de carencia.
Solo para el ejemplo, damos a continuación, solo algunos de los recibos de tiempo, resumidos
con la esencia de las operaciones.
El agua llamada de “fragua”:
Era una bebida, (extintionis faborum) considerada fortificante. Provenía de los herreros que
enfriaban allí sus hierros rojos durante el trabajo en el yunque. Se hizo agua similar remojando
limaduras de hierro tratadas con vinagre.
Azafrán (o Saffrans). Se denominan así, por analogía con el acero oxidado que tiene el mismo
color, “crocus” o “crocus marcial, Crocus Martis”.
Aperitivo de azafrán de Marte
Tomar limaduras de hierro, exponerlas al rocío, (o regarlas de vez en cuando con agua de
lluvia) hasta que se conviertan en herrumbre que reducirán a polvo impalpable, (entonces
decíamos “alkooliser sur le porphyre” , de alkool , polvo muy sutil ). Los verdaderos
químicos de antaño exigían que el hierro se trabajara con rocío, e incluso con rocío de mayo (
maïali rore ). Luego especificamos “Safran de Mars preparado para el rocío de mayo”. Se
usaba en dosis: de diez granos a dos escrúpulos, para combatir la palidez, la hidropesía. A
menudo lo tomaban con purgantes.
Azafrán de Marte astringente simple
Tome todo el azafrán de Marte de aperitivo que desee; lávelo cinco o seis veces con vinagre,
dejándolo en remojo durante una hora cada vez. Calcinarlo al aire, fuertemente, durante varias
horas. Como su nombre indica, tensa los tejidos y limita el flujo sanguíneo. Se administra (en
píldoras o tabletas) de diez granos a un dram.

Azafrán de Marte astringente preparado por azufre:


Tomar limaduras de hierro frescas, sin herrumbre y flores de azufre a partes iguales.
Conviértalo en una pasta con suficiente cantidad de agua y colóquelo en un recipiente. Se deja
fermentar durante cinco o seis horas, luego se calcina la materia a fuego fuerte, removiéndola
muy a menudo con una espátula de hierro.

El azufre comenzará a arder, e inmediatamente después la materia se volverá negra. Si se sigue


calcinando a fuego alto mientras se agita, después de unas dos horas el material tomará el color
rojo oscuro, señal del final de la operación.

Es un colcotar artificial, o “vitriolo marcial muy calcinado”. También se puede obtener


calcinando limaduras de hierro durante largas horas en un horno de reverbero. Las limaduras
así oxidadas se lavan y porfirizan varias veces hasta formar un polvo impalpable.

Azafrán de Marte antimonio


Tomar ocho onzas de limaduras de hierro y dieciséis onzas de antimonio en bruto (estibina),
poner ambos en un crisol y empujar al fuego hasta que los materiales estén perfectamente
fundidos; luego agregue dos o tres onzas de sal tártara.

Cuando el material esté bien fusionado, viértalo en un cono calentado y engrasado, los
reguladores se precipitarán. Se formará sobre la escoria de color marrón brillante; separe estas
escorias, tritúrelas toscamente y luego expóngalas a la sombra, en un lugar húmedo, donde
pronto se convertirán en polvo por sí mismas.
Eche este polvo en agua y agítelo vigorosamente y luego déjelo reposar. Las partes más
gruesas caerán al fondo. Vierta por inclinación el agua turbia que flota.
Vuelva a colocar el agua y repita esta maniobra el número de veces suficiente para que el agua
salga clara. Recoge todas las aguas y deja que se aclaren solas. Se formará una cantidad muy
pequeña (en proporción a la escoria utilizada) de sedimento triturado color ladrillo.
Seque esta pólvora, luego póngala a detonar en un crisol con tres veces su peso de salitre.
Endulce la masa roja resultante con agua.
Decantar el sedimento rojo pálido. Una vez seco, se reducirá a un polvo muy sutil, el azafrán
antimonial de Marte para aperitivo de Stahl.

Ethiope Martial
Tomar la cantidad que guste de limaduras de acero muy puro (hierro), ponerla en una olla de
barro sin esmaltar (o de vidrio o porcelana), verter sobre ella suficiente agua clara para que
sobrepase las limaduras de hierro por tres o cuatro dedos. amplitud. Revuelva la mezcla todos
los días con una espátula de hierro, tenga cuidado de agregar agua nueva para mantener
siempre la misma altura sobre las limaduras; con el tiempo (algunas semanas *) perderá su
forma metálica brillante y se reducirá a un polvo muy fino, negro como la tinta. Esto es lo que
le hizo dar el nombre de œthiops (ethiops, a veces æthiops). Es este mismo polvo el que, siendo
secado y porfirado [imagen 15], forma el ethiops martial.
*) el proceso se aceleró mucho con la invención, por obra del conde de La Garaye, de una
máquina trituradora.
Para que conste, las esposas de La Garaye, “Las esposas caritativas” que sacrificaron
absolutamente todo por los enfermos, fueron citadas como ejemplo por el Papa Juan Pablo II,
en 1996, durante su sermón en Sainte Anne d'Auray.

tartar marcial
Tómese una libra de tártaro blanco o mejor crémor tártaro en polvo, tres o cuatro onzas de
limaduras de hierro no oxidadas y porfirizadas en el mejor de los casos (no es necesario que
la proporción sea exacta porque la parte de hierro no disuelta permanecerá en el filtrado).
Hervir estos materiales en una olla de hierro con alrededor de doce libras de agua hasta que la
escala se derrita y se impregne suficientemente con el hierro; pasar el licor tibio al zapato.
Colóquelo en un recipiente adecuado lejos del fuego para que cristalice. Decantar el licor
sobrenadante, evaporar aproximadamente la mitad al fuego. Vuelva a poner a cristalizar, y
repita estas operaciones hasta que no obtenga más cristales. Tome todos sus cristales, séquelos
y guárdelos para usarlos. Esta sal está lejos de ser neutra y no está saturada de hierro. La
mayoría de sus propiedades químicas han cambiado poco, especialmente su solubilidad, que
ya no es el caso de la Tintura Tartarizada de Marte. Renunciamos a uno grande, limitado en
este por la presencia de sarro. Tintura de Marte tartarizado (o jarabe de Marte, extracto de
Marte tartarizado):
Toma doce onzas de limaduras de hierro, treinta y dos onzas de tártaro blanco fino. Hervir esta
mezcla en una olla grande, o en un caldero de hierro, con doce o quince libras de agua de lluvia
durante doce horas. Asegúrese de agregar agua para mantener el mismo nivel mientras hierve.
Deje reposar, verá arriba un licor negro que habrá que filtrar. Dejar evaporar hasta consistencia
de almíbar en una terrina de gres, al baño de arena. Obtendrá alrededor de cuarenta y cuatro
onzas de él.
Cuando has hervido la mezcla un rato, se espesa, se hincha y si no moderas el fuego, intenta
desbordar la olla.
Esta tintura no se conserva bien, por lo que se le agrega por lo menos una onza de alcohol de
vino por diez onzas de tintura. Este último, si se reduce a la consistencia de una miel espesa,
toma el nombre de extracto de Marte.
Tintura marcial alcalina (alcalina) de Stahl
Tenga un buen grabado en el que arroje alambre de acero, poco a poco, y en diferentes
momentos (para resumir la larga secuencia de la operación, sature exactamente su ácido
nítrico). Tome un poco de aceite de tártaro bien filtrado, eche en este licor alcalino unas gotas
de su solución de hierro. Primero se hundirán hasta el fondo, pero la efervescencia del ácido
con el álcali pronto los traerá a la superficie como espuma. Revuelva para mezclar. El ácido
nitroso, que tenía el hierro en disolución, abandonará este metal para unirse con lo que necesita
de álcali para reproducir el nitro, mientras que el resto del licor alcalino se apoderará del hierro
que ha quedado libre y lo disolverá. Continuar con las sucesivas adiciones, gota a gota, de
solución de hierro hasta que el licor haya tomado un color rojo sangre muy oscuro. Esta es la
señal de que el álcali está bien cargado de hierro.
Ahora es necesario separar de este licor el salitre regenerado que está allí, el frío puede ayudar
allí. También se puede acelerar la separación evaporando parte de la mezcla, el nitro se
deposita en finas agujas. Cuando se deposita todo el nitro, se decanta el licor y tenemos una
tintura alcalina marcial, es decir una disolución del hierro por un álcali en toda su pureza.

Flores marciales
Pulverice y mezcle exactamente doce onzas de limaduras de hierro y ocho onzas de sal marina
bien seca. Poner la mezcla en una cucúrbita de tierra capaz de resistir fuego desnudo, y de la
cual no se llene más que la tercera parte. Coloque la cucúrbita en una estufa y con pequeños
pedazos de ladrillo y luta, evite que el fuego vaya más allá del borde de la cucúrbita.
Adaptar en este último un capitel con un pequeño recipiente, todo el laúd muy exactamente.
Deje el material en digestión durante 24 horas, luego dé a continuación un fuego graduado.
Primero destilará un licor en la vasija, luego surgirán flores que se pegarán al capitel. Continuar
con un fuego bastante fuerte.
Cuando supongas que no sube nada más, deja enfriar y recupera, con una pluma, las flores que
se hayan depositado. La dosis habitual es la mitad de una grande.

La bola de acero
Se trata de un medicamento que estuvo muy de moda a partir del siglo XVII y cuyo éxito fue
innegable durante tres siglos. Esta boule, muy famosa bajo los principales nombres de boule
de Nancy o boule des Chartreux, se componía principalmente de limaduras de hierro, tártaro
y una decocción de plantas vulnerarias.
La receta para hacer estas bolas, de tamaño variable, cercano al de un huevo de paloma, ha
cambiado poco a lo largo del tiempo.
Las limaduras de hierro y el sarro en polvo se digieren en agua durante un mes. Dar forma,
dejar secar y repetir la operación varias veces.
Luego, las bolas se humedecían con una preparación (a menudo alcohólica) de plantas
medicinales vulnerarias. Según las recetas, podías encontrar hasta una veintena de plantas
diferentes: hinojo, calamento, melisa, salvia, tomillo, ajenjo, romero, benjuí, mirra, etc.
Según los fabricantes, la realización práctica de este ferrotartrato de potasio, y su impregnación
con medicamentos, era variable y secreta.
Uso
A diferencia de otros preparados medicinales habituales a base de hierro (en realidad sales
de hierro, sulfatos, acetatos, etc.) que se utilizaban en aquella época, gracias a estas bolas
disponemos de un producto seco, listo para su uso, que se puede almacenada, y aunque
sólida, permite, dejando la pelota en remojo en agua, obtener a voluntad "agua de pelota"
más o menos concentrada, adaptada al uso previsto. Por
lo tanto, se usaba por vía oral (fortificante, palidez por falta de hierro) o se aplicaba
externamente en forma de compresas cicatrizantes y antisépticas. Se sabía que las bolas de
Nancy luchaban contra los moretones, las torceduras, los moretones y para limpiar las
úlceras.
Se hizo un producto estíptico similar con limaduras de hierro y sarro. Se humedecía con vino
o brandy varias veces, alternando con el secado. Este producto, en forma de gránulos, fue
utilizado como astringente por cirujanos militares.
Toxicología
Como con cualquier cosa manipulada, se deben usar guantes.
Para la manipulación y uso de polvos, y en particular los de minerales y sales, es fundamental
proteger los ojos y las vías respiratorias, ya que estos productos son muy irritantes.
Aparte de los pocos casos citados a continuación, el hierro y sus compuestos (si no se
absorben) no presentan mayores riesgos.
El hierro (Fe) representa un peligro en contacto con fósforo, cloro, flúor y peróxidos.
El disulfuro de hierro (FeS 2) debe almacenarse lejos de los ácidos.
Cloruro férrico (FeCl 3 anhidro) o tricloruro de hierro, punto de fusión 37°C, irrita los ojos, la
piel y las vías respiratorias. Es corrosivo si se ingiere. Se descompone por encima de 200°C
produciendo gases tóxicos. También se descompone al contacto con el agua.
MAGNESIO
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Toxicología

MERCURIO
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ORO
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PLOMO
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POTASIO
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SODIO
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ZINC
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Toxicología
REVELACIÓN DE LA PALABRA OCULTA POR LA SABIDURIA DE LOS
ANTIGUOSGENEALOGÍEA DE LA MADRE DEL MERCURIO DE LOS
FILÓSOFOS
(Esta obra, completamente anónima, está extraída del manuscrito francés n..3.019
(166bis.SAF) Siglo XVII! de la Biblioteca del Arsenal en París)

Antes de que os componga la genealogía del M. de los filósofos, y de que os describa en su


transcurso el nacimiento de su hijo, creo que no está fuera de lugar ofrecer brevemente una
idea de su preparación filosófica. Es necesario que sepáis que del mismo modo que los
filósofos dicen que su M. es extraído de dos substancias de una misma raíz, una de las cuales
es fija y la otra volátil, una corporal y la otra espiritual, igualmente el objeto que se persigue
al preparar nuestra madre es el de extraer dos substancias diversas, una fija y la otra volátil,
que deriven ambas de un mismo principio.

Es decir, que nuestra intención es extraer de esta materia, por destilación, un espíritu volátil y
un aceite o sal fija, y es esto lo que nos enseñan los filósofos cuando dicen que se debe extraer
la leche de la virgen, o que es necesario sacar al niño fuera del vientre de su madre. En nuestra
operación, el espíritu que extraemos es la leche o el hijo de esta madre virgen, y la salo aceite
fijo es la madre de este mismo hijo; ambos de una misma raíz, pues derivan del espíritu
universal como veremos más adelante.

Por ello los autores dicen que es necesario que el hijo regrese al vientre de su madre, para
significar la unión y casamiento filosófico que se debe hacer de estas dos substancias del
mismo sujeto. De aquí viene que después de haber sacado de nuestra madre el espíritu volátil
y la sal fija de los que hemos hablado, y de que los hayamos purificado suficientemente, los
unamos para que de la conjunción de este cuerpo con este espíritu derive el disolvente
universal o el M. de los filósofos, que es el inicio de nuestra obra; y uniendo así el espíritu con
su cuerpo, ejecutamos aquí e1 precepto de los sabios que ordena introducir al hijo en el vientre
de su madre, y a la madre en el de su hijo para que se regeneren el uno en el otro, y porque
durante la unión de estas dos materias de diversa naturaleza se produce cierta efervescencia,
dicen que es por el combate de dos dragones que se muerden la cola y se devoran el uno al
otro; pero una de las cosas que más molesta a los inquisidores de esta oculta ciencia, es la
explicación de un pasaje que se encuentra en todos los libros que tratan de ella: es a la que los
Sabios, queriéndonos designar la materia de su divina obra, hacen hablar as: La madre que me
ha engendrado ha sido engendrada por mí.

Los que conocen esta preciosa y vil materia, que se encuentra por todas partes, no encuentran
dificultad alguna en explicar este Enigma; saben bien que el hijo más viejo que su madre,
siendo primero engendrado por los astros o sus influencias, desciende imperceptiblemente del
cielo a la tierra para engendrar en ella a esta madre universal, la cual debe después regenerarlo
en sus virginales entra así, para ponerlo al día y manifestar a los hijos de la Ciencia a ese hijo
que los astros del cielo y los elementos engendran por su propio concurso, y aquella alma del
mundo colmada por la idea formal y el carácter específico de todos los seres corporales.

Es este Espíritu invisible y universal que el aire lleva en su vientre para engordar a la tierra de
la virtud seminal y prolífica de todas las cosas, y del que esta misma tierra es la matriz y el
lugar de reunión; así nos lo enseña el tres veces grande Hermes en su Tabla de Esmeralda que
fue encontrada en su sepulcro en la Valle de Hebrón: dice que el Sol es el padre y la Luna es
la madre, y que es llevado por el viento al seno de la tierra como en los brazos maternales de
su nodriza, para ocultarse a nuestros ojos hasta que la industria del Sabio le haga aparecer,
haciéndole salir por el auxilio del fuego del sujeto en el que ha penetrado y se ha ocultado.
Este Espíritu, pues, desciende desde lo alto hasta el centro de la tierra donde comienza a
corporeizarse produciendo de su propia sustancia una sal hermafrodita, que los Sabios llaman
la Sal del mundo colmada del espíritu universal, la madre de las Sales, la Sal Central, la Raíz
viva de todos los seres de los tres reinos de la Naturaleza; es así que esta quintaesencia oculta
del cielo y de la tierra pierde el nombre de Espíritu para tomar el de Sal, al corporeizarse. Esta
Sal andrógina, o esta madre de sal, es engendrada por la tierra prolífica de este Espíritu
universal en el mismo momento que se corporifica; pero esta madre de las Sales no solo es
producida por este Espíritu en tanto que celeste progenitor, sino que está tan llena de é1 en
todo su ser, que está en su poder parirlo de nuevo, pero de un modo más sensible que cuando
es producido por la sola influencia de los astros y de los elementos. Pues si antes no era más
que una quintaesencia Espiritual invisible, ahora es un Espíritu visible y corporal renaciendo
del vientre de su madre, como veremos después.

De este modo veis que la Sal de este mundo es incesantemente reproducida por esta
quintaesencia del cielo y de los Elementos; que esta madre universal es continuamente
engendrada en el seno de la tierra por este hijo espiritual, y que asimismo está incesantemente
en estado de regenerar a este hijo y reproducirlo si es tomada a tiempo y secundada por la
industria y la mano del artista. Entonces este hijo tiene raíz en ella al decir por la boca del
Sabio: la madre que me ha engendrado, por mí ha sido engendrada.

Ahora bien, puesto que sabéis cual es esta materia universal, esta Sal Central andrógina, esta
vil y preciosa materia que se encuentra por todas partes y que tiene tanto el pobre como el rico,
me contentaré con decir de qué manera la debéis tratar, y cómo le debéis servir de comadrona
para hacerle dar a luz a este hijo que debe hacer cumplir todos nuestros deseos y hacernos
dichosos; es decir, como debéis sacar de las entrañas de esta madre un Espíritu, en la Retorta,
que debe servir de soberano agente en nuestra obra, disolvente natural para la regeneración del
oro, para que por este medio podéis lograr este gran Oro Potable, este Elixir de vida y esta
medicina universal, de la que los filósofos han hablado tan ampliamente, y tan obscuramente
escrito.
A tal efecto, tomad esta materia universal de los hijos de la naturaleza, tal como los simples y
vulgares artesanos la han sacado del seno de la tierra virginal para su arte mecánico y grosero;
filtradla bien para tenerla lo más pura y clara que podáis, e introducidla en seguida en un frasco
de tierra barnizado, y haced a su alrededor un peque o fuego de rueda para hacer evaporar
lentamente toda la humedad de la materia, removiendo continuamente y vigilando las
ebulliciones que pueden aparecer si el fuego no está bien moderado; continuad haciendo
evaporar en muy peque las ebulliciones y separad la espuma hasta que el frasco quede medio
vacío; entonces verted la materia restante en otro frasco más pequeño que el primero, para
eliminar la espuma de la materia restante hasta que quede seca, porque si quisierais finalizar
la operación en el primer frasco éste podría romperse al quedar más de la mitad vacío, por no
poder soportar el fuego en este estado.

Habiendo evaporado la materia hasta la sequedad, os quedara una sal fija en el fondo del
frasco; tomad esta sal, y estando aún un poco caliente la volváis en polvo, sin importar que la
humedad del aire la convierta en pasta o en caldo; habiéndola majado en un mortero caliente,
ponedla en otro frasco de tierra o escudilla proporcional que pondréis al fuego del Reverbero
cerrado, para ser calcinada de siete a ocho horas removiéndolo a menudo con una vara de
hierro; después de esto sacad la materia del frasco, exponedla al aire ocho o diez horas, más o
menos según la cantidad, y en este tiempo una parte de esta masa salina se humedecerá y se
impregnará de la humedad M.al. del aire, trayendo hacia sí a este Espíritu universal en su
centro o matriz maternal, porque aquí está el oro, el Magnesio, y el amante del Cosmopolita
que atrae los rayos del Sol y de la Luna y el M. de los filósofos, de la que la parte superior será
humedecida y llenada de este Espíritu M.al. que ha sido influenciado por los Astros y los
Elementos, que el aire lleva en su vientre como hemos dicho.

Tomad todo lo que se encuentre húmedo; separadlo de la parte baja y terrestre y ponedlo sobre
un mármol cóncavo para que se resuelva en un licor M.al., que es el aceite fijo e incombustible
de los Sabios, y lo guardaréis cuidadosamente en un frasco para unirlo más tarde con su
Espíritu. Lo que acabo de llamar el aceite fijo es la madre regenerada y sacada de su caos,
purgada de sus manchas virginales; en cuanto al hijo, he aquí la manera de Regenerarlo y de
extraerlo de las entrañas de su madre.

Tomad una gran cantidad de la misma materia, es decir, de esa madre simple y grosera que se
saca del centro de la tierra, filtradla como antes y metedla sobre grandes frascos de tierra
barnizados; encended a su alrededor un pequeño fuego de Rueda para hacer evaporar
insensiblemente la humedad de la materia sin espumar, a diferencia de la otra que antes habéis
evaporado hasta la mitad; cambiad de frasco para evitar que se rompa por estar demasiado
vacío; poned la materia en vasos más pequeños, y continuad evaporando a fuego lento hasta
la consistencia de la miel.
Exponed entonces el vaso al aire inclinándolo sobre sus lados, y coged otro vaso como
recipiente con un etamín y una hoja de papel gris encima, sobre el orificio del otro frasco
inferior, para que la materia que esté contenida en el vaso invertido, licuándose y resolviéndose
por la humedad espiritual del aire, fluya y descienda sobre el papel gris; cuando haya fluido y
pasado a través del papel y del etamín n estará purificada.

Estando la materia resuelta en licor, volvedla a introducir en frascos de cristal para hacerla
evaporar de nuevo con el fuego de las cenizas, sin utilizar más frascos de tierra porque en estos
momentos es tan penetrante que pasa a través de sus poros; hacedla, pues, evaporar en
evaporadores de cristal hasta la consistencia de la miel, y no hasta que se seque, para evitar
que en la evaporación gastéis el espíritu que buscáis; entonces retirad el frasco y dejadlo
enfriar; una vez frío exponedlo al aire pendiente de un lado, con el papel gris, el etamín y el
frasco inferior como recipiente, como antes; coagulad después el Licor en consistencia de
Sirope; después de esto hacedla aun resolver en el aire y coagular en el calor de las cenizas,
hasta que no deje más heces ni impurezas, ni ninguna sal en el vaso de cristal, ni en el papel
gris, ni sobre el etamín; cuánto más reiteráis esta disolución y coagulación de la materia, más
aumentar su virtud penetrante y disolvente, más se impregnara de la influencia de los astros y
del espíritu universal; sobre todo si es realizada hacia los dos equinoccios, es decir, hacia el
signo de Aries y de Tauro, y hacia Libra; aunque se puede realizar en todo tiempo y lugar
como nos aseguran los filósofos.

Ahora bien, tras la última vez que habréis expuesto vuestra materia al aire siendo resuelta en
Licor claro y 1íquido, la introduciréis en retortas que habréis enlodado ligeramente hasta la
mitad, es decir, la parte superior de la retorta; ponedlas rápidamente en los hornos con arena
bien granada y groseramente pasada por el tamiz, habiendo adaptado unos recipientes al cuello
de las retortas, y estando las junturas solo ligeramente enlodadas; destilaréis con calor
insensible una humedad insípida, acuosa y flemática; y pasando por el recipiente el espíritu
comenzara a aparecer, lo que sabréis por el gusto destapando las junturas del recipiente, y
metiendo el dedo en la boquilla de la retorta para catar una gota de lo que se destila, y si juzgáis
que el espíritu comienza a salir, cambiaréis de recipiente y guardaréis la flema aparte para el
uso que os diremos; al mismo tiempo cubriréis la retorta de arena, y aumentaréis el fuego por
grados hasta hacer enrojecer la cápsula y el fondo de la retorta, para cazar al Espíritu en el
recipiente; es por ello que se pondrán carbones encendidos sobre la arena que cubre la retorta,
para proporcionar el fuego adecuado.

Estando acabada la destilación, quedará en el fondo de la retorta una materia salina que
cogeréis rompiendo la retorta; y la disolveréis en la flema guardada de la primera destilación;
finalizada la destilación, filtradla y hacedla evaporar en las cenizas en un frasco de cristal hasta
la sequedad, o al menos hasta la consistencia de la cera fundida, y dejad enfriar el vaso; tomad
una parte de esta materia salina y ponedla en una retorta con cuatro partes del espíritu que
habíais obtenido en la primera destilación; con la retorta ligeramente enlodada, redestilaréis
con los mismos grados de fuego que la primera vez, con la diferencia de no separar la flema
en esta ocasión, porque no tiene más; finalizada la destilación por fuerte expresión del fuego,
guardad bien el espíritu extra do y alcalizad su sal si en esta segunda destilación os ha quedado
aún sal en la retorta; la cogeréis y la expondréis al aire en un vaso de cristal inclinado sobre
sus lados, con un vaso de cristal debajo como recipiente, para que la materia se resuelva en
licor; una vez resuelta, filtradla y hacedla evaporar sobre las cenizas calientes, con calor lento,
hasta la consistencia del sirope o el aceite graso; ponedla después en una de vuestras retortas
ligeramente enlodada, y poned rápidamente por encima el espíritu que habéis extraído, y a
modo de cohobación destilad en arena grosera, por grados de fuego, como habéis hecho en las
otras dos ocasiones, proporcionando un fuego muy violento al final haciendo enrojecer la
retorta, para que todo el espíritu pase al interior del recipiente y se lleve consigo el resto de la
sal; para entonces vuestro espíritu ser muy fuerte y capaz de disolver radicalmente el oro, y de
hacerlo pasar por la boquilla de la Retorta si se quiere utilizar para hacer un simple oro potable.

Pero la intención de los Sabios es hacer algo más grande y más perfecto para el casamiento de
este espíritu con su madre, que es el aceite fijo y M. al que habéis preparado al principio. Ved
la manera de hacer este casamiento o, mejor dicho, como se consigue que el hijo espiritual
entre en el vientre de su madre Regenerada y, recíprocamente, la madre en las entrañas de su
hijo, para que de la unión de estas dos substancias diversas extraídas de una misma raíz, resulte
este M. de los filósofos por el cual todas las maravillas de nuestro arte se deben operar.

Tomad pues este espíritu que habéis sacado por la retorta, dos partes, y una parte de aceite fijo
y M. al que habéis preparado al comienzo; esto es lo que nos enseña el Cosmopolita cuando
dice: Tomad dos partes de Oro vivo y una parte de Luna, porque estos dos Espíritus y
substancias unidas son la raíz viva de todas las cosas; ponedlas juntas en un gran matraz, del
que las tres cuartas partes quedan vacías, y cuyo cuello debe tener al menos ocho pulgadas;
haced sellar dicho matraz, y ponedlo al horno de 1ámpara entre cenizas que sobrepasen a la
materia aproximadamente un dedo, y haced digerir y circular vuestras materias durante un mes
filosófico, para que se unan completamente.

En la conjunción de estas dos substancias tendrá lugar una gran ebullición a causa de la
contrariedad de sus naturalezas, y durante el tiempo de la Circulación, veréis ascender y
descender en el vaso humos, vapores y burbujas, que proceden del Azufre y de la espuma de
estos dos dragones que combaten y se devoran el uno al otro, hasta que de los dos no se haga
la unidad; entonces la calma y la serenidad aparecen en el vaso, y la madre de los filósofos
permanece tranquila, por el cese de los errores y tempestades que el furor de nuestros dos
combatientes han provocado; esta apacible madre es la Fuente de Trevisa, es el agua celeste y
elemental que habéis preparado por el baño del Rey y de la Reina, es el Esperma del mundo,
el M común y universal, es la madre de los metales y de todas las cosas; ella es además
verdaderamente M. , puesto que emblanquece el cobre templándolo como hace la plata viva,
es también ese Agua Seca que no moja las manos cuando tiene la consistencia de la Sal; tiene
en ella la virtud de disolver los cuerpos, porque es la menstruación del mundo, el agua Póntica,
y el disolvente universal.

Alcanzando este estado después de cuarenta días de Circulación, sacadla del matraz e
introducidla en una retorta proporcional para rectificarla, disolviéndola por última vez a fuego
de arena progresivamente; si con todo esto queda alguna materia salina en la retorta tras la
destilación, será necesario cohobar y destilar hasta que no quede nada de Sal y todo sea espíritu
en el interior del Recipiente.

Una vez hecho esto, tendréis en este espíritu o licor destilado el verdadero disolvente de todos
los metales y, en consecuencia, capaz de disolver el oro radicalmente sin violencia y sin ruido,
tan prontamente y naturalmente como el agua caliente disuelve el hielo, para hacer el
verdadero Oro Potable de los Filósofos: su Elixir de vida y su medicina universal, porque el
oro es regenerado y vivificado en este disolvente como en su fuente original.

Es conveniente que sepáis que hay dos tipos de Oro Potable; para el vulgar se deben tomar
cuatro onzas de este disolvente universal que introduciréis en un matraz, con una onza de oro
fino descompuesto en 1 minas; el oro se disolver en aceite o licor M. al sin necesitar la ayuda
del fuego para acelerar la disolución, que teniendo lugar por sí misma se debe introducir en
una Retorta y destilarla a fuego de arena, y el oro pasará con el disolvente por destilación al
interior del Recipiente, sin que puedan jamás separarse el uno del otro, como cuando se han
mezclado dos gotas de agua de la misma naturaleza.

Hecho esto, meted todo el licor en un matraz, de modo que las tres cuartas partes queden
vacías, y selladlo herméticamente, ponedlo en las cenizas a fuego de 1ámpara para digerir
cuarenta días y Tendrás una verdadera fuente para beber, tres gotas en el caldo o en el vino
restauran la naturaleza que desfallece, es un remedio universal para las mayores enfermedades;
es el bálsamo de vida y de salud, el Escudo de la senectud que fortifica el calor natural y
conserva la humedad Radical del hombre. Sin embargo todo esto no es nada en comparación
con el Elixir de los sabios, que es su piedra filosofal y su medicina universal; se elabora así:
Tomad diez partes del M. de los Filósofos que es nuestro disolvente universal, ponedlo en un
matraz o huevo filosófico con una parte de oro fino cortado en 1 minas, el oro se disolverá en
el acto.

Sellad herméticamente vuestro vaso y ponedlo al fuego de 1ámpara en el primer grado durante
cuarenta das; entonces la materia comenzar a ennegrecerse y aumentar todos los días, es el
negro más negro de Raimundo Lulio, es la Cabeza de Cuervo de la que hablan los filósofos;
cuando esta negrura dura alrededor de cuarenta días, la materia toma lentamente color de
ceniza; los libros dicen que no se le debe despreciar, puesto que es el comienzo de nuestra
Riqueza no vilipendiéis las cenizas, después de lo cual la materia empieza a volverse
perfectamente blanca, es por ello que los Filósofos nos dicen: blanquead el Moro; aumentad
el fuego un grado después de que la negrura haya durado cuarenta días.

El segundo grado de fuego se mantendrá durante tres meses como el primero, lo que supone
un total de seis meses. Entre el primer y el segundo grado, pero durante el transcurso del
segundo grado, la materia no se vuelve únicamente blanca sino que recibe otros muchos
colores. Los Filósofos nos dicen que se debe pasar la Cola de Pavo Real, después de lo cual se
pasar al tercer grado de fuego, que se mantendrá aproximadamente un mes y medio, y la
materia adquiere el color citrina, a lo que se debe que nuestros maestros digan que es necesario
amarillear un Pavo por el tercer grado del fuego.

Finalmente es necesario alcanzar el cuarto grado del fuego, que es el último, y mantenerlo
cuarenta días para hacer Enrojecer la materia, lo que supone cuatro meses para la perfección
de nuestro Magisterio, tres meses del primer grado para la disolución y regeneración del oro
hasta el fin de la negrura y el principio de la blancura, y tres otros meses del segundo grado
del fuego desde el fin de la negrura hasta la blancura perfecta, y finalmente un mes y medio
del tercer grado del fuego para pasar del blanco al cítrico.

En último lugar, un mes y medio para pasar del cítrico al Rojo con el cuarto grado del fuego,
lo que supone un total de nueve meses por cuatro grados de fuego, comparados con las cuatro
edades del hombre, las cuatro estaciones del año, por los filósofos. Siendo la materia venida
al Rojo, solo os queda por hacer vuestros brebajes con vuestra leche virginal, o disolviendo,
lo que los filósofos llaman Ligar y Desligar, Disolver o Congelar, nutrir al neonato con la leche
virginal de su Madre, y de este modo conseguiréis la multiplicación de la Piedra en calidad, y
con ello se vuelve penetrante como la Cera. Esto hecho, fermentaréis vuestro polvo de esta
manera y la multiplicaréis en cantidad.

Enlodad bien vuestro matraz e introducid en é1 una onza de vuestro polvo fundente, y tres o
cuatro onzas de oro fino en limaduras; poned el matraz en la arena sin moverlo, pues la materia
es muy fija e inevaporable; en este momento ponedlo al fuego durante veinticuatro horas, de
manera que toda la materia permanece siempre fundida como la cera en el fondo del matraz;
quitad seguidamente vuestro vaso del fuego y la materia se coagular y endurecerá al frío como
una piedra roja o como un Rubí, y ser quebradiza como la sal; es también la sal de los filósofos,
y tendréis vuestra piedra en cantidad, porque el oro que le habéis puesto y agregado es
convertido en polvo de proyección, teniendo la virtud de la medicina que habéis añadido a esta
fermentación, y de este modo con una onza de vuestro polvo Rojo y tres onzas de oro, tendréis
cuatro onzas de polvo de proyección, del cual un peso ser sobre mil de metal, de tal manera
que os conceder que el M. común sea convertido en Oro Perfecto, mejor que el que procede
de la mina; y el sobredicho polvo tomado en el peso de un grano, es este gran remedio que
cura radicalmente todas las enfermedades y prolonga la vida del hombre hasta el término
natural que Dios le ha prescrito.

CARTA INSTRUCTIVA PARA EL TRATADO ANTERIOR

Ahora estoy en reposo Señor, y en un lugar en el que puedo mantener mi palabra; si queréis
beneficiaros de ella, enviadme una dirección más afianzada que aquella que me habéis
proporcionado para enviaros lo que os había prometido. He sabido que la persona que debe
recibir nuestras cartas no está cerca, por lo que no he osado enviaros nada, temiendo que cosas
de tal importancia no fuesen recibidas; cuando me comuniquéis con certeza vuestra dirección,
recibiréis prontamente una pequeña caja, dos medallas de cristal doradas por detrás y hechas
sobre dos de los más bellos modelos que he podido encontrar.

También hay una pequeña botella llena de mi disolvente con un peso de catorce dracmas, para
que si os ha dado pereza prepararlo, lo tengáis para hacer una peque a operación, encerrando
diez dracmas con una onza de oro bien afinado, se eclipsará en el acto y se disolverá con la
misma facilidad con la que os hice ver la experiencia en vuestra casa, es decir, tan naturalmente
y tan prontamente como si metierais una peque a bola de nieve en agua caliente. Después de
esto no tenéis más que digerir y cocer la materia a fuego de 1ámpara, siguiendo lo que os he
prescrito en el papel que os dejé al partir, no os equivocaréis, puesto que la verdadera vía está
enteramente descrita en él.

Es por ello Señor y querido Amigo que no añadiré nada más, ni siquiera al enviar lo que he
preparado, no os hablaré de su nombre ni de su uso, temiendo que del paquete, perdiéndose,
alguien pudiera aprovecharse; de todos modos no es necesario hablaros de un quehacer del
que os he dado todas las instrucciones necesarias para conducirlo felizmente a su fin, aun
cuando vos no fuerais tan ilustrado ni tan experimentado como sois, estando ya tan bien
abastecido como yo, no pudiendo imaginarme que después de los maravillosos efectos que os
he mostrado, vos hayáis podido perder un momento de tiempo; más fuere como fuere, tendrá
al menos la satisfacción de cumplir mi palabra, para que vos estéis siempre más convencido
de la sinceridad de una amistad que tres días de conversación han hecho nacer para no terminar
jamás. Por mí que muero de deseo por verme en un lugar de reposo y libertad para conducir
mi obra a su fin, no hubiese ido antes de que se hiciera la Disolución Radical o, mejor dicho,
la Regeneración filosófica del hijo del Sol en mi leche virginal, y por el auxilio del Buen Dios
he conducido felizmente mi empresa, que en cuarenta y dos días de cocción he visto lo que mi
corazón había deseado desde hacía tiempo, es decir, esta famosa Cabeza de Cuervo, esta
Putrefacción cadavérica, y este negro más negro que el negro, tan célebre en los escritos de
los Filósofos. El noveno día después de la disolución vi el espíritu que se elevó por encima de
la materia, la cual, como un pequeño torbellino de fuego, circuló por el globo y se paseó sobre
las aguas de nuestro mar, del mismo modo que el Espíritu del Señor fue llevado sobre el abismo
en la creación del mundo.

El decimocuarto día precisamente, percibí en el huevo una especie de Escamas de Serpiente


de un verde oscuro, mezclado con un poco de violeta, y un azulado con principios de oscuridad,
y de una negrura imperfecta; por encima un círculo redondo en forma de media luna medio
cerrado, y con corona plateada y sembrada de diversos colores, apareció con vapores y nieblas
que ascendían y descendían de arriba a abajo hasta el vigésimo o vigésimo primer día, en el
que no percibí más que un color verde oscuro que se acercaba más al negro que todo lo que yo
había visto, y que estaba acompañado de una lluvia menuda que caía como Rocío celeste sobre
la faz de nuestra tierra Santa, lluvia que fue visiblemente observada hasta el trigésimo día, a
no ser que la niebla la escondiera en algún intervalo, hasta que pequeños rayos luminosos
como pequeños destellos disipaban las nubes, para devolverme la libertad de volver a ver esa
lluvia de oro de la que los antiguos nos han hablado misteriosamente.

Entonces las Escamas de Dragón, que parecían ser las que guardaba el Jardín de las
Hespérides, no aparecieron más tan erizadas y tan esplendorosas como antes, y la materia
comenzó a obscurecerse aventajadamente todos los días, no vi más que una ligera humareda
que se elevó de la tierra al cielo, y lo que me pareció ser lo que los Sabios llaman el Pájaro de
Hermes, que duró hasta el cuadragésimo segundo día, dio lugar a la negrura perfecta que
apareció ante mis ojos tal como os lo he descrito.

Ahora todo mi esmero, querido amigo, no apunta más que a Blanquear el Moro, que empieza
a tomar el color de ceniza después de algunos días, y después de haber mantenido la negrura
cuarenta días enteros; así no tardaré en ver cambiar el Cuervo en Paloma, si Dios por su divina
misericordia me presta su divino auxilio para mi porvenir, como ha hecho hasta ahora. Deseo
que vos avancéis del mismo modo, porque no dudo que el éxito que vos experimentaréis no es
según vuestros deseos y los míos, siguiendo puntualmente el detalle que os he dado como
prenda eterna de mi amistad. Sin embargo, si tenéis alguna dificultad en la práctica de esta
Nueva y Divina obra, señaládmela para que os dirija lo mejor que me sea posible; pues no
pretendo que aquello que doy cordialmente tenga alguna cosa defectuosa. He aquí mi querido
amigo, el verdadero sentimiento de aqué1 que os ha confiado toda su alma.

FINAL
EL CAMINO DEL CIELO QUIMICO
Jacques Tol

Muchas personas me acusarán de temeridad y de presunción cuando vean que me atrevo a


intentar instruir a tan grandes sabios dentro del arte químico, enseñándoles cosas que han
ignorado hasta el presente, o haciéndoles notar aquellas que han entendido mal, precisamente
yo, que estoy tan alejado del perfecto conocimiento de este arte. Pero poco me importa el juicio
que se haga de mi mientras pueda yo ser útil al común. Si los sabios encuentran aquí alguna
cosa que no sea de su agrado, la sinceridad con que la escribo debiera servirme no tanto para
atraer su indignación como para servirme de excusa ante ellos. Y, ciertamente, tanto si el error
me ha cegado como a otros tantos como si un trabajo más certero me ha conducido a la verdad,
lo que siempre será seguro es que muchos serán los que en el futuro se retirarán dejando atrás
dispendios inútiles por trabajos infructuosos y la pérdida del tiempo que les debe ser tan
precioso y querido.

El método que me he propuesto para realizar una Obra tan excelente y bella, es totalmente
distinto del que los demás han seguido. En un camino tan resbaladizo, que llevó a tantos hasta
el precipicio, tengo por guía al sabio Paracelso y al famoso Basilio Valentin, mil veces más
docto e instruido que aquél. Ya había resuelto disponer los vasos; había empezado la
preparación del Mercurio, según la doctrina de Filaleteo, mediante múltiples lociones y
trituraciones; había ya disuelto y purgado los metales con vinagres y aguas fuertes, cuando por
una fortuna inesperada cayó en mis manos un libro intitulado: El gabinete hermético. Leí este
libro con una avidez extraordinaria sin entender nada de él, pero tras comprender que Paracelso
jamás consideró las cosas que otros habían confiado a su buena fe*, empecé a examinar con
más exactitud la naturaleza de los metales, y a compararla con las experiencias que otros ya
habían realizado.

Tras lo cual, y ya con el espíritu más despejado, me dí cuenta de que nadie había decidido
tomar una vía totalmente distinta, siguiendo la que este adepto había inútilmente recomendado
a nuestro Paracelso. Dejando, pues, a un lado, todos los sentimientos adversos, me propuse
esta regla certera con la cual logré alcanzar felizmente el fin de mi carrera.

Que la Piedra de los Filósofos debe ser hecha en tres o cuatro días.
Que los dispendios no pueden exceder la suma de tres o cuatro florines.
Y que un solo crisol o vaso de tierra es suficiente.
Y estimo que deben ser rechazadas todas aquellas proposiciones que no concuerden con estos
tres aforismos. Provisto de una gran suerte, Basilio Valentín me ha sido de gran ayuda, pues
tras representar un crisol en sus primeras claves, ordena que se debe continuar por esa vía y
dejar a un lado todos los demás vasos, el fuego de lámpara, el estiércol de caballo, de ceniza,
de arena y de llamas, y aplicar su espíritu a los más profundos secretos del arte.

Después de algunas ligeras pruebas, me sentía más lúcido que nunca, y comencé a observar
más cosas de las que había esperado: Sí, gracias a un trabajo y a una aplicación de espíritu
extraordinarios, he visto cosas que, a mi parecer, jamás nadie ha visto, ni siquiera durmiendo
y en sus sueños.

Algunas de ellas las he explicado en mi tratado intitulado: Los acontecimientos imprevistos y


fortuitos, las cuales repetiré aquí sucintamente, añadiendo además otras muchas, con el fin de
dar algunas luces a los curiosos. He dicho que esta es una obra de tres o cuatro días, pero para
hablar con más exactitud debo decir que hay una obra que dura tan sólo tres horas, pues la obra
es doble y dividida en dos, como sucede también con aquello que han llamado la Piedra de los
Filósofos. Y, en efecto, es un gran error y muy frecuente entre los químicos, decir que la Piedra
filosofal no es tal sino cuando ha alcanzado la absoluta perfección, es decir, cuando a partir
del fermento de la Luna o del Sol, es preparada por la multiplicación. Pues existe otra (Piedra)
que es imperfecta y que Basilio llama Todo en Todo, y de la cual nos ofrece el método en sus
diez primeras claves, en la undécima nos da el método para aumentarla y en la duodécima su
entera multiplicación.

Yo la llamo imperfecta por su comparación con la otra, que es perfectísima, pero, no obstante,
es perfecta en sí y de naturaleza perfecta, cosa que probaré fácilmente por la autoridad de
Bernardo el Trevisano y la de otros adeptos que han escrito sobre ella. Esta primera obra es,
pues, llamada la obra de las tres horas, y también de los tres días, pero de tres días filosóficos,
como indicaré a continuación.La segunda obra llega a su término en el espacio de tres o cuatro
días naturales; y este inmenso tesoro que es buscado por los hombres avaros con tanto trabajo
y dispendio, puede ser adquirido en este poco tiempo, sea al blanco o sea al rojo, pues la
diferencia del fermento, o si lo prefieren, la adición del azufre del oro o de la plata en nuestra
primera piedra, acaba y perfecciona la segunda. Para el que observa el tiempo, lo dicho por
Paracelso es muy verdadero.

Los filósofos, dice, se entienden bien cuando hablan de los tiempos. Todo el mundo se
encuentra en este punto extremamente confuso y rodeado de tinieblas. Hagamos un esfuerzo
para disiparlas y para descubrir cosas que parecen estar hundidas en abismos impenetrables.
El año de los filósofos no es sino el ciclo solar realizado por el sol filosófico cuando por el
zodíaco recorre la tierra. El mes filosófico es el de la luna. La semana el de los siete planetas.
Y el día, el de la luz y las tinieblas. El mundo es la misma materia. El zodíaco que contiene
los doce signos celestes, representa los doce trabajos del Hércules filosófico, que ya mostré en
mi tratado de los acontecimientos imprevistos, entre* el sol; es decir, el ácido, cuyo curso da
término al año filosófico mientras la materia se encuentra en fusión en el interior del vaso. La
Luna es el álcali, cuyo curso penetra toda la materia fundida, y uniéndose con su hermano el
sol, da término al mes sinódico. La semana nos es explicada por Basilio Valentín en sus seis
primeras claves, con la salvedad de que no nos habla del Mercurio que Filaleteo nos muestra
como su gobernante, siendo la semana regida por su autoridad*.

La primera clave nos designa a Saturno, al agua y a la tierra; la segunda a Júpiter, al aire y al
fuego; la tercera a Marte; la cuarta a la luna; la quinta a Venus; la sexta al sol perfectísimo, y
a la unión íntima de los cuatro elementos. Nuestro Rey, nos dice, en su primera clave pasa por
seis mansiones diferentes, y yo descanso en la séptima. Así pues, cuando la materia ha fundido
lentamente en el vaso por la fuerza de su espíritu, entonces se purga por completo; por ello se
convierte en su propio vinagre, del mismo modo que los metales tienen por costumbre
formarse en el interior de las minas, pues antes el espíritu mercurial se coagula, se encierra* y
se endurece en Saturno.

Por ello dice nuestro autor en algunas partes: Sólo el Saturno fija el mercurio. Cuando el
Saturno ha sido purgado por otra circulación, se convierte en júpiter, de él se hace marte, a
continuación la luna, después Venus y, finalmente, el sol, es decir, la obra perfecta. Según este
mismo ciclo se deja ver el día de los filósofos, pues lo que está escrito acerca de la creación
del gran mundo, a saber, que las tinieblas estaban sobre la tierra, y que se encuentra
extensamente explicado en mi tratado, del que ya hablé más arriba, así como aquel pasaje en
el que está dicho: la luz fue hecha en el primer día, exigen que su verdad sea observada
mediante alguna experiencia*.

Triturad el antimonio en un mortero filosófico y cribadlo, es decir, fundid el antimonio en un


crisol, removiendo y golpeando el crisol*, hasta que el régulo* se deposite en el fondo; y si
trabajáis según conviene, vuestro régulo se verá estrellado desde la primera fusión, obteniendo
de este modo la luz después de las tinieblas y una luz celeste, y esto si por medio del pequeño
comentario que os ofrezco a continuación y que os abrirá el cielo químico, sois capaces de
comprender lo que es el cielo, pues este cielo extendido colorea los campos de púrpura y se
reconocen en él los astros y el sol.

Pero esto cuando aún falta para la llegada del mediodía, apenas el día comience a asomar, pues
nuestro Hércules espera que las tinieblas, en las que él se encuentra como amortajado*, sean
disipadas, para regocijarse entonces de la fulgurante luz del mediodía. Por ello los poetas le
han llamado su caos, pues es en el antimonio en donde todas las cosas se encuentran
primeramente confusas, se separan y se dividen por la sola fusión, de modo tal que podríais
creer con facilidad que Ovidio hubiera tomado de esto el sujeto de sus Metamorfosis. También
se ve muy claramente que no es posible usar un vaso de cristal para la preparación de la
materia, sino que se debe utilizar un crisol o un vaso de tierra que resisten el fuego; y el fuego
debe ser constante*, no como el de lámpara, sino como el que se encuentra unido al mercurio,
el cual se perfecciona y alcanza su término por un movimiento constante y continuado; en
cuanto a los otros fuegos, conviene interpretarlos de un modo distinto al que acostumbra el
vulgo.

Así se debe empezar por comprender qué es la circulación, la sublimación, la trituración, la


digestión, y todas las demás operaciones químicas, en qué medida son distintas de las vulgares
y con qué facilidad y en qué poco tiempo pueden ser ejecutadas.

De este modo podrá entenderse el sentido del enigma de Hermes cuando pide que las cosas
superiores sean como las inferiores, y las inferiores como las superiores; también podrá
comprenderse qué es lo que el viento lleva en su vientre y qué significa que el sol es su padre
y la luna su madre*.

Y ya no volveréis a ignorar cuál es esta agua seca que no moja las manos. Y, en fin, vosotros,
seáis quienes seáis, los que aún dudáis de lo que os digo, fundid solamente el antimonio y
aplicaos a ver exactamente lo que acontece; y veréis en él todas estas cosas, veréis en él las
palomas de Filaleteo, oiréis el canto de los cisnes de Basilio y este mar de los filósofos del que
he hablado extensamente en mi tratado de los acontecimientos fortuitos e imprevistos. Es
conveniente que os hable ahora de los dispendios necesarios.

Yo, que prefiero el conocimiento de la piedra filosofal, sin espíritu de sacar provecho alguno
de ella, a esta misma piedra tingente hasta el infinito*, no pretendo sufrir los reproches secretos
de aquellos que me acusarán de aprovecharme de los trabajos de otros. Y porque ha sido la
divina bondad la que me ha formado, me siento dichoso por los escasos bienes de los que
dispongo, y percibo aún una dicha mayor y mucho más perfecta* cuando en la entera
sinceridad de mi confianza* muestro a los demás como con los dedos*, el camino de
enriquecerse.

Haced fundir, como ya os dije antes, el antimonio hasta obtener un régulo* estrellado, sin
mezclar en él marte, pues nuestro rey entra solo y sin satélites en la Fuente; entonces tendréis
todas las cosas: ya lo he dicho muchas veces, lo tendréis todo y nada. Para mostraros que marte
no debe entrar en la composición del régulo*, he aquí una experiencia que os convencerá de
ello.
Fundid régulo* de antimonio y de marte, y agregad la mitad de su peso de luna; y cuando todas
estas cosas estén bien fundidas, vertedlo todo en agua fuerte, entonces veréis un polvo negro
que precipitará en el fondo, como la que Becker encontró en su mina arenosa. Y este polvo,
sea cual sea la industria que tengáis entre manos*, y sea cual sea el artificio del que os sirváis,
no puede fundirse en oro, porque se trata de marte totalmente puro. Así pues, aquellos que
creen que en la composición del régulo* no interviene más que el espíritu sulfuroso de marte,
tropiezan groseramente.

Yo he hecho la prueba con oro muy puro: he introducido veinte gramos de oro en una copela;
una vez fundidos he agregado poco a poco régulo* de marte, y de todo ello he obtenido treinta
gramos de oro, y de este modo mi oro ha sido aumentado en una tercera parte* tras haber
resistido la prueba del fuego. Pero he visto que mi oro era frágil a causa de las partes de marte
que le fueron unidas; y por un método secreto separé mi oro purísimo obteniéndolo en el
mismo peso que al principio.

Pero volviendo al dispendio necesario, ¿acaso es un desembolso excesivo el que supone tomar
una libra de antimonio, media libra de tártaro y de sal nitro y hacer fundir todo esto en un crisol
y, una vez purgado hasta la aparición de la estrella, añadir una parte de oro o de plata? *

Y si alguno cree que permanece en el error porque no le he mostrado lo poco que falta para
lograr la piedra filosofal, y sin lo cual, a decir verdad, todo lo que he dicho es inútil, que piense
que jamás se enseñan todas las cosas a la vez y en un mismo tiempo; vendrá un día en el que
descubriré el misterio entero, y haré ver que no hay más vía verdadera que la nuestra, ni que
se realice con más premura ni con menos coste.

Y para dar alguna satisfacción a las prisas que se puedan tener, añadiré una experiencia que
facilitará el medio de llevar su espíritu hasta la búsqueda más profunda de este arte. Haced un
régulo* de marte y de oro o plata; tomad una parte del uno y del otro, y poned la de oro sobre
una pieza de plata, y la de plata sobre una pieza de cobre; enrojeced estas piezas sobre una
teja: el antimonio se exhalará; al instante veréis que vuestra pieza de plata se encuentra teñida
y penetrada por un intenso color rojo, y la de cobre teñida y penetrada de color de plata.

Y si colocáis sobre una teja una pieza de plata, sobre la que se encuentra el régulo* de oro,
colocando un poco por encima otra pieza de plata de manera que cubra a la otra sin tocarla y
cuidando que no caiga ceniza sobre ella, la pieza de plata que se encuentra más arriba adquirirá
el color del oro por medio del régulo* solar que, en su fusión, se lleva el oro y lo volatiliza.
Por este medio se puede obtener un oro potable más* perfecto que el vulgar: esto es lo que
puede ser llamado el verdadero oro de los filósofos.
He mostrado a mis amigos dos de estas piezas de plata y de cobre, bellísimas y perfectísimas,
y cuando fui a Italia, al pasar por Berlín, las ofrecí como presente al Serenísimo Elector
Federico Guillermo, mi soberano Señor, quien mostraba gran curiosidad por las cosas raras*.
Sigo adelante* para decir una cosa no menos notable. Fundí plomo al que añadí una parte de
régulo* solar, y vi, no sin admiración, que ese plomo no se reducía en escoria, aunque
permaneciese mucho tiempo en el fuego; al contrario, apareció como purgado de sus
impurezas y, en cierto modo, cambiado o transmutado.

Este régulo*, bien preparado, contiene, pues, el verdadero oro potable de los filósofos, el cual
es ávidamente bebido*, no por hombres como nosotros, sino por el hombre químico, y por los
animales; y su mercurio, íntimamente unido al oro y a la plata, dona la amalgama filosófica.
Aún puede observarse otro misterio en la preparación, es la manteca* de antimonio filosófico.
La comparación que hace Basilio Valentín en su Carro Triunfal del Antimonio, puede ser con
justicia recordada aquí*: dice que la piedra de los filósofos se hace de la misma manera en la
que nuestros aldeanos hacen manteca y queso a partir de la leche.

Nuestra vaca es el antimonio, cuya leche, que es el régulo*, una vez agitado, da lugar a la
manteca, que no es otra cosa que el azufre rojo; y este azufre es una verdadera manteca de
antimonio. Por lo que hace al resto, cualquiera puede explicarlo con facilidad.

Pero alguno podría decirme que Basilio Valentín quiere que se tome el vitriolo para hacer la
piedra, y no el antimonio. Pero pensad (como pide él mismo) ¿Qué cosa es el vitriolo sino un
azufre?, y el antimonio, ¿qué cosa es sino el mercurio? * En la actualidad* se concibe con
acierto lo que es el antimonio y el vitriolo de los filósofos, y es éste uno de los secretos más
importantes, hasta tal punto que si lo ignoráis, todo vuestro trabajo será inútil.

Aún hay otras muchas cosas, pero la entrada es difícil: yo os ayudaré en la medida que me sea
posible, y como hizo el sol en la fábula, advertiremos a nuestro Faetón de temer y temblar
siempre hasta el final de su carrera, con el fin de gozar un día de los frutos de las Hespérides.
Comenzaré por el principio*.

El antimonio purísimo es la primera materia, tan ardientemente deseada y buscada con tanto
cuidado por tantas gentes; es decir, que en el antimonio hay cierta humedad aérea,
maravillosamente mezclada de calor, del cual ya hablé al principio y muchas veces en algunos
pasajes de mio Acontecimientos imprevistos. Esta materia está dispuesta y gobernada por los
rayos del sol y de la luna de los filósofos en su mar, y es conjuntada con el calor seco de su
tierra.
He aquí lo que produce nuestra materia segunda, nuestro hombre químico, del cual he
prometido que explicaría sus enfermedades, así como la devolución de su perfecta salud a
través de los remedios que Basilio Valentin me ha indicado en su Carro Triunfal del
Antimonio, si Dios me concede ocio suficiente*.Tenéis ante vosotros el huevo que contiene y
encierra el blanco y el amarillo, del que un día debe nacer* un pequeño gallo que mediante su
agradable canto despertará por la mañana a los verdaderos amantes de la química. Creo que
son muy pocos los que no han notado que entre los jeroglíficos de los dioses de la antigüedad,
el gallo está particularmente consagrado a mercurio.

Albricus, en su pequeño Tratado de las Imágenes de los Dioses, dice estas pocas palabras al
hablar de Mercurio: Había frente a él un gallo que le estaba especialmente dedicado. El gallo
es, pues, el signo y la señal del mercurio, mercurio que los químicos vulgares tienen
frecuentemente en su boca pero rara vez entre sus manos, y jamás en la mediación de su
espíritu; y sin embargo el mercurio es su Todo: pero mientras busquen ese Todo en el mercurio
vulgar, jamás encontrarán nada.

El verdadero y simple mercurio de los filósofos es, pues, aquel del cual he dicho antes que es
húmedo, aéreo, cálido, espíritu volátil, el hermafrodita Ovidio, el ácido y el álcali volátil, el
mercurio doble unido al azufre y a la sal filosófica, o al ácido y al álcali fijo: aquello que se
forma cuando se unen ambos en régulo* siendo rechazadas las heces y las inmundicias. Pero
aún no es puro; es necesario que el rey entre en su baño filosófico y se lave; que muera en él;
que se vivifique en él; y que una vez revestido de su manto de púrpura, se siente sobre su trono.

Acudid, pues, prestos aquí, vosotros, químicos mercuriales que atormentáis incesantemente
mis oídos con vuestras fijaciones y coagulaciones del mercurio vulgar; aprended de esto que
os he dicho lo que es el mercurio filosófico, su fijación, su coagulación, su precipitación, su
sublimación y su revificación, pero aprended antes qué es lo que los filósofos entienden por
morir. Sin duda habéis visto alguna vez muertos o moribundos; ¿acaso no habéis observado
que una vez extinguido el espíritu cálido volátil que tiene por costumbre* penetrar todos los
miembros del cuerpo y vivificarlos, la sangre se aglutina y se coagula en el cadáver?

Del mismo modo, la muerte, según los filósofos, no es sino la coagulación y fijación de la
materia volátil. Y pues, ¿acaso el régulo* no es volátil? Fijadlo y estará muerto.

Pero ¿está un cadáver en estado de entrada en una nueva habitación? ¿Acaso no permanece en
su sepulcro en paz y en reposo eternos, según he leído muchas veces en las inscripciones de
los viejos? ¿Acaso no permanecen en la tumba hasta el momento de ser resucitados por una
potencia divina*?
Del mismo modo, nada fijo entra en los otros cuerpos metálicos. Devolved la vida a este
cuerpo: es decir, desde el fijo en el que se ha convertido, convertidlo de nuevo en volátil,
entonces entrará con facilidad*.

Hay, al decir del poeta, un calor y un espíritu vital en el cuerpo que nos abandona con la
muerte. En fin, ¿de qué color son los cuerpos muertos? Según los poetas la muerte es violeta,
o más bien negra; y la vida, ¿acaso no es de una blancura como la de la luz? Entonces sabéis
que quieren significar los filósofos con ennegrecer y blanquear. ¿Y es que alguien ignora aún
lo que es el ornato blanco de los ángeles?, incluso los niños con apenas uso de razón los
reconocen al verlos pintados con sus alas.

Y si tienen alas, sus espíritus son, pues, volátiles. Vosotros, los que buscáis con una aplicación
extrema vuestros diversos colores en vuestros vasos, venga, alejaos*. Vosotros, los que
atormentáis mis oídos con vuestro cuervo negro, estáis tan locos como aquel hombre de la
antigüedad que acostumbraba a aplaudir en el teatro, aunque estuviese solo, porque siempre
se imaginaba que tenía ante sus ojos algún nuevo espectáculo.

Lo mismo hacéis vosotros cuando, vertiendo lágrimas de dicha, imagináis que veis en vuestro
vaso a vuestra blanca paloma, a vuestra águila amarilla y a vuestro faisán rojo, venga, alejaos
de mí si buscáis la piedra filosofal en una cosa fija, pues ella no penetrará los cuerpos metálicos
más de lo que penetraría el cuerpo de un hombre del mundo unas sólidas murallas. Leemos en
la Santa Escritura que el ángel abrió las puertas de la prisión al querer extrae la piedra santa*,
pero no le fue necesario abrirlas para entrar en ella.

Leemos también que Jesucristo entró en la asamblea de los apóstoles estando las puertas
cerradas, pero esto fue después de su gloriosa resurrección. Comprended, pues, a través de
estos ejemplos aquello de lo que el razonamiento no ha podido hasta el presente persuadiros.
¿Queréis aún alguna cosa más? ¿Por qué, os pregunto*, envolvéis vuestro polvo en la cera
cuando queréis hacer una proyección? ¿Por qué calentáis vuestro mercurio o fundís vuestro
plomo antes de añadir vuestro polvo? ¿Por qué sometéis a un buen fuego de supresión* a
vuestro crisol mientras el fuego es dulcísimo* en la parte inferior? ¿Por qué, en fin, continuáis
manteniendo con un fuelle un fuego fuerte durante media hora, si no es afín que vuestra materia
volátil penetre prontamente el mercurio o el Saturno, y no se evapora antes de la
transmutación?

He aquí lo que tengo que deciros acerca de los colores, a fin de que en el futuro abandonéis
vuestros trabajos inútiles, y a lo que añadiré una palabra referente al olor. La tierra es negra,
el agua es blanca, el aire, cuanto más cercano está al sol, más se amarillea, el éter es rojo por
completo.
Del mismo modo la muerte, como ya ha sido dicho, es negra, la vida está llena de luz; cuanto
más pura es la luz, más próxima se encuentra de la naturaleza angélica, y los ángeles de puros
espíritus de fuego*. ¿Acaso el olor de un cadáver no es enojosa y desagradable al olfato? Así
el olor hediondo en casa del filósofo denota la fijación; por el contrario, el olor agradable
señala la volatilidad, porque se aproxima a la vida y al calor. Plutarco recuerda en cierto lugar
que el olor desprendido por los hábitos de Alejandro el Grande después de realizar algún
ejercicio violento, era muy agradable. Así, cuanto más puro y cálido es el aire de un país, más
odoríferas son las hierbas que crecen en él.

La Arabia feliz nos proporciona certeras pruebas de ello: el arte imita hasta tal punto la
naturaleza, que los excrementos más hediondos del cuerpo humano adquieren un
agradabilísimo perfume por una simple digestión y con la ayuda de un fuego proporcionado
¿qué es sino la algalia?

En consecuencia, tenemos necesidad del socorro del fuego. Basilio y los demás adeptos tienen
muchos tipos de fuego: hay un fuego celeste y hay un fuego terrestre, aquel es el del espíritu
volátil, este el del cuerpo fijo; uno es el del Sol superior, el otro es del sol inferior, como afirma
Sendivogius y como dice Cicerón, de este género es aquel que se encuentra contenido en el
cuerpo de los animales y que es llamado fuego vital y salutífero, que conserva todas las cosas,
las nutre, las aumenta, las sostiene y las capacita para el sentimiento: pero lo que admiraréis,
sin duda, es que hay un fuego frio del mismo modo que hay un fuego caliente; ese fuego frio
es mercurial, volátil y femenino.

El fuego cálido es sulfuroso, fijo y macho. Y además de eso, todavía hay otros fuegos, que son
los que están ocultos en la materia, que los químicos vulgares creen que son externos y en eso
se engañan. Basilio discurre a este respecto muy largamente. También hay fuegos externos,
entre los que podemos contar el fuego del juicio final, es decir, el fuego de prueba que se opera
por medio de Saturno en la copela, por eso Basilio lo llama Juez Soberano, de igual manera
que en el cielo es el planeta más alejado y más elevado por encima de nuestras cabezas.

Todavía hay el fuego de Etna, o infernal, del que os hablaré en otra parte, por temor de fatigaros
con una lectura demasiado extensa, y para refrescaros un poco os voy a ofrecer vinagre, pero
del vinagre destilado muy agrio, con el que podréis (cuando os parezca bien) preparar la tintura
de coral, es decir, el ácido o el azufre fijo, o bien os prepararéis perlas, es decir, el álcali, y
beberéis para fortaleceros del vino o espíritu de vino antimonial: si a todo esto preferís la
medicina universal, podréis tomarla con el bálsamo filosófico, no hay ningún otro licor alkaest
que pueda disolver todas las cosas sin perdida ni disminución de sus fuerzas: es el Alkaest de
Paracelso, totalmente espiritual, agua celeste, y nuestra agua fuerte, etc.
Hacia el fin del otoño beberemos el néctar y la ambrosía contenidos en el cielo químico, pero
filosóficamente y del que apenas se han ofrecido los primeros fundamentos. Seas quien seas
quien leas esto, deseo que te sea provechoso y te digo adios. Amsterdam, el día que sigue a las
Calendas de setiembre del año 1688.
TRATADO DEL CIELO TERRESTRE.
Wenceslao Lavinius de Moravia

A la naturaleza la ha creado primeramente un solo espíritu corporal, que es común y está


oculto, y que es un bálsamo precioso de la vida que conserva lo que es puro y bueno, y destruye
lo impuro y maligno. Este espíritu es el fin y principio de toda criatura; triple en sustancia, ya
que está hecho de sal, azufre y mercurio o agua pura. Desde lo alto, coagula, une y riega todos
estos lugares bajos, por medio de un seco untuoso y húmedo. Queda así dispuesto para recibir
cualquier forma y figura. Solamente el Arte, y con ayuda de la naturaleza, puede hacerlo
visible a nuestros ojos. Oculta en su vientre una fuerza y virtud infinitas, pues es algo que está
lleno de las propiedades del Cielo y la Tierra. Es hermafrodita y hace crecer a todas las cosas,
mezclándose con ellas, porque lleva en sí encerradas todas las semillas del globo etéreo. Está
lleno de un fuego sutil y poderoso, y al descender del cielo imprime e insufla la fuerza sobre
los cuerpos de la tierra. Su vientre es poroso y está lleno de ardor. Es el padre de todas las
cosas. Este vientre se llena entonces, con otro fuego vaporoso y recibe sin cesar su alimento
del humor radical que, en este enorme cuerpo, se reviste del cuerpo del agua mineral, cosa que
realiza por la cocción de su fuego cálido. Esta agua que puede coagularse y que engendra todas
las cosas, se convierte en una tierra pura quien por medio de una fuerte unión, tiene la virtud
de los cielos encerrada en sí; y porque en esta misma tierra queda unida con el Cielo. Por eso
se le ha dado el bello nombre de Cielo terrestre.

De igual manera que al principio, la naturaleza primera se sirvió de la separación para ordenar
la masa que estaba en desorden y confusión. Así, el Arte que ama la perfección, debe imitar a
la naturaleza. La naturaleza quita el excremento sustancial, bien con el limo terrestre que
convierte en agua o bien por adustión.

El arte emplea la loción y la digestión bien por el agua o por el fuego; separa la basura y la
impureza vivificando y limpiando el alma de todo vicio. Aquel que sepa la manera de usar el
agua y el fuego, conoce ya el verdadero camino que lo conducirá a los más altos secretos de
la naturaleza El agua, ese gran cuerpo, esa primera criatura de Dios. quedó desde un principio
llena de espíritu, poseyendo toda clase de formas en simiente, y por medio del movimiento lo
anima y vivifica todo. Ella produce todas las cosas a la luz del cielo y la tierra. El agua es la
nutricia de todo lo que vive en esos dos lugares. En la tierra es un vapor; en el cielo es
propiamente fuego, triple en su sustancia y materia prima, porque de tres proceden y a tres van
todas las cosas de la naturaleza. Contiene un bálsamo que tiene por padre al sol y la luna Por
medio del aire germina en los lugares bajos y busca los más elevados. La tierra la alimenta en
su cálido vientre y es causa de toda perfección.

El gran Dios que da la vida a todo ha dispuesto dos remedios para los espíritus y para los
cuerpos, o sea dos cosas que los purifican y limpian y son la causa por la que la corrupción
dispone y tiende hacia una nueva vida. Los metales poseen en sí estas dos cosas que son causa
de la separación y participan de la tierra y del cielo. Por eso esas dos cosas han bajado del cielo
a la tierra y vuelven seguidamente al cielo para que hagan aparecer su fuerza en la tierra. De
la misma manera que el sol disipa las nubes e ilumina la tierra; este espíritu así preparado y
separado de sus nubes, ilumina todo lo que está oscuro. En este espíritu hay que considerar
dos formas, en su sustancia y en su veneno. Su sustancia es doble y conserva todos los cuerpos
con una sal amarga. Su veneno que es también doble los consume y destruye.

Estas son las facultades encerradas en el Limbo y el Caos y que tiene los mismos efectos
cuando se le saca de la tierra. Pero cuando está preparado, separando lo bueno de lo malo,
manifiesta su fuerza y poder sobre lo perfecto y lo imperfecto.

Yo vivo en las montañas y en la llanura. Soy padre antes de ser hijo. He engendrado a mi
madre y mi madre y mi padre me han llevado en su seno y me crían sin necesidad de nodriza.
Soy hermafrodita y tengo las dos naturalezas. Soy el vencedor de los fuertes y el vencido de
los débiles. Nada hay tan bello bajo el cielo ni de tan perfecta figura.

De mí nace un pájaro admirable de cuyos huesos que son mis huesos se hace un nido pequeño,
y volando sin alas, resucita al morir. El arte sobrepasa las leyes de la naturaleza y por fin queda
transformado en un rey que rebasa infinitamente a los otros en virtud.

FIN
LA PIEDRA DE LOS FILOSOFOS:

INCLUYE

LA PRIMA MATERIA

Y el Doble Proceso para las Tinturas Vegetales y Metálicas

CONTENIDO

CAPITULO I. Introducción. CAPITULO II. Sobre la Tintura Vegetal, o el proceso


denominado Circulación Menor. CAPITULO III. Sobre los Usos de la Tintura Vegetal, con
algunas consideraciones generales sobre su gran eficacia en Medicina. CAPITULO IV. Sobre
la Tintura Metálica. CAPITULO V. Sobre la Segunda Materia, o Semilla en los Metales.
CAPITULO VI. Sobre la Disolución y Extracción de la Semilla en los Metales. CAPITULO
VII. Sobre la Separación y Posterior Tratamiento de nuestra Semilla Filosófica. CAPITULO
VIII. Sobre la Unión, o Matrimonio Místico en el Proceso Filosófico. CAPITULO IX. Sobre
el Posterior Tratamiento y Maduración de nuestra Semilla. CAPITULO X. Sobre el Siguiente
Proceso para la Maduración de nuestra Noble Semilla. CAPITULO XI. Ulterior Descripción
del Proceso. CAPITULO XII. Sobre la Piedra y sus Usos. CAPITULO XIII. Sobre la
Transmutación.

PREFACIO
Si hubiese sido fácil encontrar alguna publicación en inglés, que mereciera la pena, sobre este
raro y trascendental tema, la gente no hubiese tenido ningún problema con él. Las operaciones
que aquí se describen se hallan todas dentro del compás de la Naturaleza, se explican con un
lenguaje llano, y los razonamientos que se hacen sobre ellas se adecúan al entendimiento
común, especialmente allí donde se tratan las cosas desde un punto de vista químico.
Cualquiera que se interese en su estudio, si es pobre, hará bien en cuidar de su propio negocio,
sin intentar realizar la Obra Filosófica, puesto que todo el aparato necesario requerirá más
gasto de dinero y de tiempo del que él puede disponer. Sin embargo, aquéllos que tengan
capacidad para ello pueden emprenderlo perfectamente, como recreo o como empleo
productivo, y un trabajador ingenioso puede ser contratado como asistente para las operaciones
manuales, obteniendo así un sobresueldo diario por su trabajo que le permita la subsistencia.
¿Qué más puede esperar el hombre modesto y piadoso? No se puede contar jamás con el
hombre vicioso para un trabajo de las consecuencias de este, en el que la paciencia es el
requisito principal junto con una estricta veracidad en la enumeración de cualquier variación
de la materia durante un tedioso proceso que dura entre siete y nueve meses.

Quienquiera que emprenda este proceso necesitará un asistente; e insistimos, debe ser alguien
cuya fidelidad sea indudable, alguien que, por encima de todo, sea digno de toda confianza;
noble, verdadero y religioso, y, al igual que su patrón, perspicaz investigando los fenómenos
de la Naturaleza, especialmente en lo que se refiere a los procesos químicos.

Aquellos que acostumbran a tratar con desprecio esta ciencia, seguramente ridiculizarán
cualquier libro que se escriba sobre ella sin examinar lo que éste pueda proponer en su defensa,
tomando el título como motivo suficiente para despreciar su contenido. Dejaremos a estas
personas superficiales en la tranquila posesión de esa desgraciada autosuficiencia que han
adquirido, y nos disculparemos, además, ante los que se hallan en posesión de este proceso,
por la claridad con la que lo exponemos, si es que hay alguno de ellos, que viva todavía, que
no esté de acuerdo con nuestra intención de comunicar abiertamente lo que ha sido considerado
desde hace tan largo tiempo como una sagrada declaración a algunos Filósofos escogidos.

CAPITULO I.

Introducción.

A causa de que muchos han escrito sobre la Piedra de los Filósofos sin tener ningún
conocimiento del arte, y de que los pocos libros existentes escritos por nuestros eruditos
predecesores y verdaderos maestros en el tema se han perdido o se hallan ocultos entre las
colecciones de aquellos que (aunque desprecian profundamente el arte) son amantes y
buscadores de los secretos de la naturaleza, hemos tomado la determinación de comunicar
nuestro conocimiento sobre esta materia con la intención de orientar de un modo fiable los
estudios de todos aquéllos que están convencidos de que la Obra Filosófica no es ninguna
ficción sino que está basada en las posibilidades de la Naturaleza, y que poseen el indudable
criterio de distinguir entre los autores que son genuinos hijos de la ciencia y los que son falsos
y escriben tan solo de oídas.
No daremos en esta ocasión un listado de los nombres de los que son indiscutibles maestros
en el arte, sin embargo aprovecharemos la ocasión de presentarlos en los capítulos siguientes
si se hace necesario; y como su conocimiento se halla habitualmente escondido bajo una
estudiada ambigüedad de expresión, expondremos llanamente, y sin ninguna reserva, por el
don que nos ha otorgado el Todopoderoso, la primera materia de la Piedra de los Filósofos, y
la forma de proceder a través de todo el proceso, tanto para las Tinturas Vegetales como para
las Metálicas. Empezaremos primero con el proceso Vegetal, por ser el más fácil y simple,
aunque bien merece la atención de todas las personas de ingenio, en particular de los químicos
practicantes y de quienes elaboran medicinas.

CAPITULO II.

Sobre la Tintura Vegetal, o el Proceso denominado Circulación Menor.

Muy pocos filósofos auténticos han tratado este tema, por parecerles una nimiedad en relación
a la gran obra, nombre con el que se denomina generalmente al trabajo con los metales. Sin
embargo, existe una publicación moderna en inglés sin firma alguna, un pequeño y delgado
libro en dozavo titulado "Aphorismi, seu Circulus majus et Circulus minus", en el que se
explica claramente la totalidad del proceso.

Este libro está escrito por un indudable maestro del arte, y no existe ningún tratado, antiguo ni
moderno, tan explícito en las instrucciones sobre la gran obra. Estas son muy breves, aunque
suficientes para servir a su propósito principal: siempre que el lector se haga una idea sobre la
parte del trabajo a la que se está aludiendo. El autor, en consonancia con el título del libro,
entrega su doctrina en forma de aforismos. Pero volvamos al tema que nos ocupa.

En este capítulo nos proponemos dar acceso al proceso vegetal como clave para el trabajo con
el reino mineral, de mayor importancia. Cierta persona, que todavía vive y anuncia bálsamo
de miel, tintura de salvia, etc, le ha dado un giro a sus estudios en este sentido, y con su gran
habilidad como físico y botánico experimentado, ha convencido a todas las personas sin
prejuicios de que es posible extraer tinturas nobles de los vegetales. Esperamos que este
caballero no despreciará nuestro franco comunicado para con él así como para con el público
cuando demostremos la insuficiencia de su método (aunque es ingenioso) exponiendo las
razones del nuestro, basado en el infalible terreno de la verdad y la filosofía.

Este autor observa, con una precisión que sólo puede resultar de múltiples pruebas, que las
diferentes plantas dan sus tinturas en las proporciones de alcohol que él ha descubierto.
Admitimos que el espíritu volátil y el azufre balsámico se extraen según esas proporciones;
pero la sal y el azufre esenciales, o fijos, de la planta, se pierden en el proceso. Estos, para ser
extraídos, requieren otro tipo de manejo, el cual pretende ignorar u ocultar innoblemente. Sin
embargo, un secreto tan noble debe estar abierto a todos para beneficio común y lo que aquí
sigue es un sencillo resumen del proceso vegetal.
Tomad cualquier planta que sea de poderoso uso medicinal y extraedle la tintura con espíritu
de vino o destiladla de la forma corriente. Apartad el líquido destilado o tintura para su uso
cuando se separe de las heces. Luego tomad las heces, o Caput Mortuum, y calcinadlas hasta
que se conviertan en cal. Triturad esta cal hasta convertirla en polvo. Hecho esto, tomad el
agua o tintura y mezcladla con el polvo. Destiladlo de nuevo, y calcinadlo, forzando con
precaución la eliminación de la humedad con una retorta, calcinando y cohobando el espíritu
de la sal hasta que alcance una blancura perfecta y una naturaleza aceitosa igual al más fino de
los álcalis, comúnmente llamados Flamencos. Si vuestra sal lo requiere durante el proceso,
tened preparada más cantidad de la tintura extraída, o espíritu destilado, a saber, si la sal está
demasiado seca; y proceded también con cautela sin añadir excesiva humedad, para que el
albedo, o blanqueo, pueda continuar aumentando visiblemente en cada repetición del proceso.

La experimentación frecuente os otorgará la capacidad de forzarlo hasta el rojo. Sin embargo,


el mejor de todos los colores es un ligero tono amarillo, puesto que el proceso tiende, en esta
etapa de su perfección, a un estado de sequedad y debe ser manejado con un fuego fuerte. De
acuerdo a estas instrucciones, obtendréis dos tinturas del Reino Vegetal, que corresponden a
las tinturas blanca y roja del reino mineral.

CAPITULO III.

Sobre los Usos de las Tinturas Vegetales, con algunas consideraciones generales sobre su
gran eficacia en medicina.

Siguiendo cuidadosamente nuestras instrucciones anteriores, habréis obtenido las tinturas


blanca y amarilla del Reino Vegetal. La amarilla es más eficaz si el trabajo está bien realizado.

Ambas, al ser expuestas al aire, se convertirán rápidamente en un espeso aceite esencial cuyo
olor fortísimo es el mismo que el de la planta, y las propiedades de cualquier cantidad de éste
pueden ser concentradas repitiendo la circulación. Sin embargo, no tenéis necesidad de ello a
no ser por curiosidad. Vuestras tinturas poseen un verdadero y permanente poder para extraer
las propiedades esenciales de cualquier planta que deseéis, tan solo por inmersión, proceso en
el que la sal esencial y el espíritu volátil se unen con el aceite sulfuroso y flotan en la superficie
de vuestra tintura mientras que las heces terrestres se precipitan en el fondo, a diferencia de lo
que sucede en la destilación o extracción de la tintura con alcohol, en la que el tallo y la textura
de la planta se conservan intactos. No, esta Tintura Vegetal consume toda la sustancia de la
planta y precipita sin su sal esencial solamente las partículas terrosas adquiridas en su
vegetación, a las que ningún grado de calcinación podría convertir en álcalis. Esta es la virtud
de nuestra Tintura Vegetal. Y por frecuente que sea la repetición de esta operación con
diferentes plantas, no pierde nada de su virtud, o cantidad, o cualidad, sacando a relucir las
virtudes de cualquier planta que se sumerja en ella y precipitando la tierra como antes,
momento en el que ambas se pueden separar fácilmente y en el que la medicina puede ser
apartada para su uso posterior.

Examinemos una medicina preparada de tal manera y los principios de los que se extrae bajo
los métodos generalizados de preparación. Por ejemplo, si se toma el líquido destilado de
cualquier planta aromática o balsámica, la experiencia ordinaria nos convencerá de que es su
parte volátil lo único que puede subir a la cabeza. Sin embargo, tomad el Caput Mortuum, y
éste se calcinará después de ese proceso, y se convertirá en un álcali que prueba por su acritud
que es por sí mismo una sal esencial que, en contacto con el aire, se convertirá en un aceite
que es su azufre esencial. Si tomáis la tintura extraída con alcohol, es lo mismo, tan sólo las
partes más resinosas de algunas hierbas pueden enriquecer el extracto, y retener el azufre
volátil que le da el color y el aroma, el cual se desprende en la destilación. Sin embargo, la
potente virtud o alma de la planta, si se nos permite la expresión, se va al estercolero. Es lo
mismo si se usa el jugo exprimido de la hierba, y si se toma en polvo, o substancia, tal como
a veces se prescribe: tan sólo una pequeña parte de su virtud, aparte de sus cualidades
nutrientes, puede transmitirse al paciente, excepto como bitter o vermífugo, en cuyos casos tal
vez la mejor forma sea por infusión.

Que nadie desprecie la operación expuesta anteriormente sólo porque no se encuentre en los
libros ordinarios de química. Considerad las posibilidades de la Naturaleza que provoca
maravillosos efectos a partir de las más simples causas. Que nadie imagine tampoco que este
proceso es fácil de realizar sin efectuar algunas pruebas en las que hay que atender
pacientemente todas las operaciones y esforzarse por anotar cualquier deficiencia en el curso
del trabajo. Por esta razón, lo correcto es que el artista se forme una idea de lo que se tiene
intención de obtener, de la cantidad de tiempo que le ha llevado a la Naturaleza preparar la
materia sobre la que va a trabajar, en qué estado la ha dejado, y hasta qué punto puede ser ésta
exaltada por encima del límite ordinario de su virtud, que es aquél que podría conseguir en
contacto con el aire, y todo ello por la asistencia del Arte Filosófico a la Naturaleza, a la que,
como si fuese su doncella, le administra el debido calor, el cual es nutritivo y no corrosivo.

Bastará con una recapitulación del proceso anterior, con algunas consideraciones sobre sus
diferentes etapas, para explicar su significado y preparar al lector para el proceso siguiente
referente a la tintura metálica, o Piedra de los Filósofos.

Las propiedades de las hierbas y cuerpos simples son realmente grandes y múltiples. De entre
estas, algunas son venenosas y narcóticas, aunque ampliamente usadas en medicina. Sin
embargo, todas ellas necesitan algún tipo de preparación o corrección. Actualmente, las formas
habituales de preparación o corrección son defectuosas: ni preservan la totalidad de su virtud
ni proporcionan ningún menstruum capaz de hacerlo con rapidez y precisión. El alcohol, como
ya observamos anteriormente, extraerá una tintura, y la destilación un espíritu. No rechazamos
ninguno de estos métodos en nuestro trabajo, puesto que son útiles para descomponer la
materia, sin embargo, no nos conformamos solamente con una parte de sus virtudes.

Hablando filosóficamente, obtendríamos su alma, que es su Sal Esencial, y su espíritu, que es


el azufre inflamable. El cuerpo en el que éstos residen no nos interesa: es mera tierra y debe
volver al sitio de donde procede; mientras que el alma y el espíritu son paradisíacos, si el artista
consigue liberarlos de su prisión terrestre sin pérdida; pero esto sólo puede realizarse por la
muerte. Entendámonos bien. Filosóficamente hablando, no se alude a otra cosa que a la
descomposición del sujeto en sus primeros principios, igual que al unirlos de forma
permanente aumentando su virtud se lo denomina muy categóricamente resurrección y
regeneración. Así pues, esta descomposición debe realizarse muy juiciosamente para no
corroer o destruir la materia sino dividirla en sus partes integrantes. En esta fase de la obra, el
artista considerará qué es lo que se propone finalmente, sin perder de vista la Naturaleza, quien,
si es asistida correctamente en sus operaciones, obtiene de la disolución de cualquier sujeto
algo mucho más excelente, como ocurre con un grano de maíz, o cualquier otra semilla vegetal,
que por su cultivo puede ser convertida en un producto sorprendente. Sin embargo, debe morir
primero, tal como nuestro Bienaventurado Salvador observa con rotundidad. Que la
imaginación del artista reflexione sobre esta idea para que pueda tener verdadero conocimiento
de lo que está intentando hacer, puesto que toda la obra filosófica, ya sea con vegetales o
minerales, no es nada más que una mortificación de la materia y su posterior revivificación a
una vida más excelente.

Así, si la intención en el proceso anterior fuera tan sólo la de aumentar la producción de un


vegetal dado, la destrucción y la revivificación marcarían el curso común del vegetal a través
de la semilla, y la Naturaleza tan solo podría ser asistida fertilizando el suelo y distribuyendo
adecuadamente el calor y la humedad. Aun así, no faltan autores, en particular Paracelso, que
describen audazmente ciertos procesos en los que la cualidad vital de la semilla es destruída
por calcinación y posteriormente revivificada de nuevo con gran satisfacción por parte del
artista. Tales fantasías son un escándalo para la filosofía y una trampa para el lector superficial,
al que generalmente le impacta más la afirmación rotunda de hechos imposibles que la
modestia de los verdaderos artistas. Estos admiten que sus operaciones están dentro de las
fronteras de la Naturaleza, cuyos límites no pueden sobrepasar.

Luego, el lector, se dará cuenta de que nuestra intención aquí no es la de aumentar la cualidad
seminal, sino la de concentrar, en un pequeño volumen, las virtudes medicinales de una planta.
Esto es lo que la Naturaleza desea conseguir en todas sus producciones, aunque, en su curso
ordinario, sólo puede elevarlas a un nivel de perfección semejante por medio de la pureza del
aire y el poder fijador de los elementos. Si tomamos los vegetales en ese punto de perfección
al que ella los ha llevado, y además la asistimos en la descomposición, purificación,
unificación y revivificación de la materia, obtenemos lo que de otra manera ella no podría
producir: una tintura realmente permanente, la denominada quintaesencia, una mezcla tan
armónica de las cuatro cualidades elementales que constituye en sí una quinta, que a partir de
entonces es indisoluble y no puede ser degradada por impureza alguna.

Sin embargo la virtud de esta Tintura Vegetal puede mejorar ad infinitum, dentro de su propia
especie, añadiendo más cantidad de su espíritu o tintura extraída y repitiendo la circulación.
Dicho proceso es cada vez más rápido puesto que hay una cualidad magnética en la sal fija, y
aceite esencial, que asimila a sí misma todas las virtudes auténticas de lo que se le añade y
rechaza únicamente las cualidades fecales y terrestres. Así, en un grano de tintura puede
concentrarse mucha virtud, en absoluto corrosiva o fogosa, sino amable para con la vida
animal, y medicinalmente mucho más poderosa que la misma planta. Aun hay más, los
destiladores de espíritus ardientes buscaban algo de esta naturaleza cuando separaban la flema
del azufre volátil hasta que este se convertía en lo que se llama un espíritu fuerte, el cual
quemaba en seco, claro indicio de que no contenía ningún componente esencial de la materia
de la cual se extraía, puesto que lo que es esencial no puede ser destruido por el fuego, sino
que enrojece hasta convertirse en una sal alcalina, porque tiene en su centro un Azufre
Incombustible, que, al exponerse al aire, se manifiesta tanto a la vista como al tacto. Así, si
esta Sal y este Azufre se purifican suficientemente, y se les añade el espíritu destilado, o tintura
extractada, la Naturaleza encontrará una sustancia en la que llevar sus operaciones hasta el
más alto nivel, si un artista le proporciona los recipientes apropiados y un grado de calor
adecuado a sus intenciones.

CAPITULO IV.

Sobre la Tintura Metálica.

Emprendimos la descripción del proceso vegetal principalmente con el objetivo de que el


lector se familiarizase con la idea general de la Obra Filosófica en los metales, puesto que
ambos proceden según los mismos principios. Lo único es que los mercurios de los metales
presentan mayor dificultad de extracción, y se requieren grados más fuertes de calor, así como
más tiempo y mucha más paciencia por parte del artista. Tampoco se puede tener éxito en la
operación sin haber realizado muchas pruebas y sin tener constantemente en consideración lo
que está dentro de las posibilidades de la Naturaleza. Asimismo, para este propósito, es
necesario conocer la composición de los metales, ya que el artista debe saber cómo
descomponerlos y reducirlos a sus principios básicos, y este es un asunto que los filósofos
tratan con verdadero misterio, y que ocultan a propósito, por ser la verdadera llave que abre
todos los secretos de la Naturaleza. Nosotros seremos más explícitos con respecto a este tema
fundamental, puesto que se acerca el tiempo en que, como ha dicho Sendivogius, el proceso
de elaboración de la Piedra será descubierto tan abiertamente como el de la conversión de la
cuajada en queso. Sin embargo, queremos advertir al lector que no imite al rey Midas de la
fábula, buscando la noble tintura de los metales movido por la codicia: pues los hombres
verdaderamente sabios buscan únicamente un remedio para las enfermedades humanas y
valoran el oro solamente en la medida en que les otorga independencia y les facilita el ejercicio
de la caridad universal. Ellos, sin vanagloria ni ostentación, transmiten sus aptitudes a aquellos
que son dignos investigadores de la Naturaleza, aunque hacen todo lo posible por ocultar su
nombre, mientras viven, igual que ocultan al mundo su conocimiento sobre el misterio.

Seguiremos aquí su ejemplo, aunque escribamos más llanamente sobre el Proceso Metálico de
lo que nadie lo ha hecho hasta el momento, sabiendo que la providencia del Altísimo guardará
efectivamente a este Arcano de caer en manos de los codiciosos buscadores de oro y los
bellacos simuladores del Arte de la Transmutación. Porque los primeros, a causa de su
impaciencia, cambiarán pronto la simplicidad de la Naturaleza por procesos de mayor sutileza
inventados por los segundos, y adaptados a las avariciosas premisas de los otros, quienes,
juzgando las cosas según sus propias tendencias posesivas, no conocen la noble liberalidad de
la Naturaleza, imaginando que algún oro habrá que dar por adelantado, antes de que ella
reaprovisione sus montones. Esto está bien previsto por aquellos simuladores, que reciben todo
lo que pueden trincar, haciéndose pasar por sus verdaderos agentes, y, como no son conscientes
de la necesidad de poner un freno a sus abusos, la decepción continuará hasta que todo se
desvanezca en humo.

Vale la pena observar aquí que todos los que han escrito sobre el arte partiendo de principios
indudables, afirman que el verdadero proceso no es caro, puesto que todo lo que se necesita es
tiempo, combustible y trabajo manual. Por otra parte, todos están de acuerdo en que la materia
sobre la que todo ello se aplica es fácil de obtener. Se necesita, desde luego, una pequeña
cantidad de oro y plata cuando se hace la piedra, como vehículo para su teñido, tanto en la
tintura blanca como en la roja, cosa con la que aquellos estafadores, a partir de los libros de
los filósofos, han urgido a los avariciosos para robarles con ese pretexto su tiempo y su dinero.
Sin embargo, su engaño es tan burdo que nadie puede ser víctima de él, a no ser que justamente
lo merezca.

El lector puede pues estar tranquilo, seguro de que este proceso no es caro, y rechazar por
consiguiente a todos los autores o practicantes que contradigan esta verdad establecida,
recordando la simplicidad de la Naturaleza en sus operaciones, observando el frugal método
que utiliza, y su consumada sabiduría en la disolución de las cosas, esforzándose siempre por
conseguir la perfección en cualquier nueva producción. Y puesto que aquí nos proponemos
asistirla en un proceso metálico, tal como hicimos antes con el vegetal, consideremos
brevemente cómo forma los metales, en qué estado los ha dejado, y qué necesidad hay de la
habilidad del artista para asistirla en el intento de llevarlos a ese grado de perfección que son
capaces de alcanzar.
Cualquier filósofo verdadero estará de acuerdo en que la Materia Prima de los metales es un
vapor húmedo, que surge por la acción del fuego central de las entrañas de la tierra, el cual,
circulando a través de sus poros, se encuentra con el aire ordinario. Este lo coagula en un
líquido untuoso que se adhiere a la tierra, la cual le sirve de receptáculo, y donde se une con
un azufre más o menos puro, y una sal de cualidades más o menos fijadoras, que atrae del aire.
Al recibir un cierto grado de purificación y maduración, de concocción, por parte del calor
central y del calor solar, se forman las piedras y las rocas, los minerales y los metales. Todos
ellos están formados originariamente por el mismo vapor húmedo, sin embargo presentan
variaciones según las diferentes impregnaciones del esperma, la cualidad de la sal y el azufre
con los que se fijan, y la pureza de la tierra que les sirve como matriz; pues cualquier porción
de este vapor húmedo, cuando es sublimada de forma rápida hasta la superficie de la tierra,
llevándose consigo sus impurezas, se ve prontamente privado de sus partes más puras por la
constante acción del calor, tanto central como solar, formando las partes groseras una sustancia
mucilaginosa que es la que proporciona la materia de las piedras y rocas comunes. No obstante,
cuando este vapor húmedo es sublimado, muy lentamente, a través de una fina tierra, y no
comparte la untuosidad sulfúrea, se forman pequeñas chinas o guijarros, pues el esperma de
esas bellas piedras multicolores, como también el de mármoles, alabastros, etc, separa a este
vapor depurado tanto para su primera formación como en su crecimiento posterior. Las gemas
se forman de manera semejante a partir del encuentro de este vapor húmedo con agua salada
pura, con la cual se fija en lugares fríos. Sin embargo, si la sublimación se produce lentamente
a través de lugares calientes y limpios, en los que se le adhiere la parte grasa del azufre, este
vapor, que los filósofos llaman su Mercurio, se une con esta grasa y se convierte en una materia
untuosa, que yendo a parar posteriormente a otros lugares, limpios por los vapores
anteriormente mencionados, donde la tierra es sutil, pura y húmeda, rellena sus poros, y
constituye de este modo el oro. En cambio, si la sustancia untuosa va a parar a lugares fríos e
impuros, se produce el plomo, o Saturno. Si la tierra es fría y pura, mezclada con azufre, el
resultado es el cobre. La plata también se forma a partir de este vapor, allí donde éste abunda
en pureza, pero mezclado con un menor grado de azufre y no suficientemente madurado.
También se encuentra en cantidad en el estaño, o el llamado Júpiter, aunque en menor grado
de pureza. En Marte, o el hierro, se halla impuro en una menor proporción, y mezclado con un
azufre adusto.

De todo ello parece deducirse que la Materia Primera de los metales es una sola cosa, y no
varias, homogénea, pero alterada por la diversidad de lugares y azufres con los que se combina.
Los filósofos describen frecuentemente esta materia. Sendivogius la llama el agua celeste, la
que no humedece las manos, un agua no vulgar que es casi como el agua de lluvia. Hermes la
describe muy bien cuando la llama "un pájaro sin alas", expresando así su naturaleza vaporosa.

Cuando llama al sol su padre y a la luna su madre, quiere decir que ella se produce por la
acción del calor sobre la humedad. Cuando dice que el viento la lleva en su vientre, solamente
quiere decir es que el aire es su receptáculo. Cuando afirma que lo inferior es como lo superior,
nos enseña que es el mismo vapor de la superficie de la tierra el que proporciona la materia de
la lluvia y el rocío de los que se nutren tanto el reino vegetal como el animal. Esto es lo que
hoy los filósofos llaman su Mercurio y afirman que se encuentra en todas las cosas, lo que de
hecho es así. Esto hace que algunos la supongan en el cuerpo humano, y otros en el estercolero,
lo cual ha confundido muy a menudo a los amantes de las sutilezas filosóficas que, sin tener
una idea clara sobre el objeto de su búsqueda, vuelan de una cosa a otra esperando encontrar
en los Reinos Vegetales o Animales la sublime perfección del Reino Mineral. Los filósofos
han contribuido, sin duda alguna, al mantenimiento de tales errores a causa de su intención de
ocultar la Materia Prima a los que no fuesen merecedores de conocerla. Quizá tomaron
excesivas precauciones: Sendivogius dice que, en una ocasión en la que estaba impartiendo un
discurso, expuso claramente el arte, palabra por palabra, ante unas personas que, teniéndose a
sí mismas por filósofos sagaces, no captaron más que unas pocas nociones y tan alejadas de la
simplicidad de la Naturaleza, que era imposible que pudieran comprender nada. Así pues, poco
es su temor de que el secreto de la Materia Prima sea descubierto por otros que no sean aquéllos
a quienes la complacencia y la providencia del Altísimo se lo permite.

Esta disposición benevolente fue lo que le indujo a hablar más abiertamente sobre la Materia
Prima, y a encaminar al artista en su búsqueda hacia el reino mineral; pues, citando a Alberto
Magno que, en sus tiempos, escribió sobre el hallazgo de partículas de oro entre los dientes de
un hombre muerto, observa que Alberto no podía dar cuenta de este milagro, sino juzgar que
se había producido en razón de la virtud mineral en el hombre, cosa que sería confirmada por
la frase de Morienus: "Y esta materia, Oh Rey, se ha extraído de vos". Esto es, sin embargo,
erróneo, dado que Morienus entendía estas cosas filosóficamente y que la virtud mineral reside
en su propio reino, que es distinto del animal. Desde luego es cierto que en el reino animal el
mercurio, o humedad, es como la materia, y el azufre, o médula de los huesos, como la virtud.
Pero lo animal no es mineral y vice versa. Si la virtud del azufre animal no se encontrara en el
hombre, la sangre, o mercurio, no podría coagularse en carne y huesos, del mismo modo que
si no hubiese un azufre vegetal en el reino vegetal, éste no podría coagular el agua, o mercurio
vegetal, en hierbas, plantas, etc. Debe entenderse lo mismo respecto al reino mineral.

Desde luego, estos tres reinos no difieren en su virtud, y tampoco los tres azufres, ya que cada
uno de ellos tiene el poder de coagular su propio mercurio, y cada mercurio tiene el poder de
ser coagulado únicamente por su propio azufre, y no por ningún otro que sea ajeno a su reino.

Así, la razón por la que se encontró oro entre los dientes de un hombre muerto es la siguiente:
porque se le administró mercurio durante su vida, ya fuese por unción (o por medio de turbit)
o por algún otro método. Está en la naturaleza de este metal el ascender hasta la boca, logrando
por sí mismo una salida, para ser evacuado con la saliva; pero el enfermo murió durante el
tratamiento y el mercurio, no encontrando ninguna salida, permaneció en su boca, entre sus
dientes. El cadáver, al tener la boca cerrada durante mucho tiempo, actuó como matriz natural
para la maduración del mercurio, hasta que éste se condensó en oro por su propio azufre,
siendo purificado por el calor natural de la putrefacción causada por la flema corrosiva del
cuerpo del hombre. Sería imposible que esto hubiera ocurrido si durante su vida no se le
hubiese administrado mercurio mineral.

CAPITULO V.

Sobre la Segunda Materia, o Semilla en los Metales.

Todos los filósofos están de acuerdo al afirmar que los metales tienen una semilla a partir de
la cual crecen, y que esta cualidad seminal es la misma en todos ellos; pero que, sin embargo,
sólo es perfectamente madura en el oro, cuya cohesión es tan grande que es muy difícil
descomponer el sujeto y obtenerla para la Obra Filosófica. Sin embargo, algunos, que eran
adeptos en el arte, a través de dolorosos procesos, han obtenido oro para el macho, y mercurio,
que supieron extraer de los metales menos compactos, para la hembra. Esto lo realizaron, no
porque fuera éste un proceso más fácil, sino para investigar la posibilidad de preparar la piedra
de esta manera; y habiendo tenido éxito, lo divulgaron abiertamente para ocultar el verdadero
proceso que es mucho más fácil y simple. Por consiguiente, con el motivo de evitarle al lector
emprender dichos procesos dificultosos, le diremos en qué consiste la semilla de los metales
para que el artista debe tener como ideal en sus búsquedas, teniendo siempre en mente los
escritos de nuestros eruditos predecesores sobre esta materia.

La semilla de los metales es lo que los Hijos de la Sabiduría han llamado su mercurio para
distinguirlo del azogue, al cual se parece mucho. Dicho mercurio es la humedad radical de los
metales. Cuando es extraído de forma juiciosa, sin corrosivos, ni fundición, contiene en sí una
cualidad seminal cuyo estado de perfecta maduración tan sólo se encuentra en el oro. En los
demás metales se halla en estado inmaduro, como los frutos cuando todavía están verdes y no
han sido lo suficientemente macerados por el calor del sol y la acción de los elementos. Hemos
observado que la humedad radical contiene la semilla, lo cual es cierto, aunque dicha humedad
no es la semilla sino únicamente el esperma en el cual flota el principio vital que no es visible
al ojo. Sin embargo, la mente del verdadero artista lo percibe como un punto central de aire
condensado, donde la Naturaleza, de acuerdo con la voluntad de Dios, ha circunscrito los
principios básicos de la vida de todas las cosas, tanto de lo animal como de lo vegetal y lo
mineral. En los animales, el esperma se puede ver, pero no en cambio el principio de
impregnación que lleva en él: éste es un punto concentrado, para el cual el esperma sirve
únicamente como vehículo, hasta que, por la acción y el fermento de la matriz, dicho punto en
el que la Naturaleza ha incluido un principio vital se expande, y es entonces cuando es
perceptible en el embrión de un animal. Así, en cualquier fruto comestible (como por ejemplo
una manzana), la pulpa o esperma se encuentra en mucha más proporción que la semilla que
ésta contiene, e incluso lo que parece ser la semilla es tan sólo una más fina concocción del
esperma, que incluye la fuerza vital. Así también, en un grano de trigo, la harina es sólo el
esperma, y el origen de su vegetación es un aire que el esperma lleva incluido en él, y al que
protege del calor y el frío extremos, hasta que encuentra una matriz adecuada en la que la
cáscara se reblandece con la humedad y se calienta por el calor, pudriéndose entonces el
esperma que lo rodea y permitiéndole así a la semilla, o aire concentrado, expandirse y romper
la cáscara, llevándose consigo en su movimiento una substancia láctea que ha asimilado a ella
a partir del esperma putrefacto. A esta, la cualidad condensadora del aire la incluye en una
membrana y la endurece en un germen, todo ello según el propósito de la Naturaleza.

Si la totalidad de este proceso de la Naturaleza, portentosa en sus operaciones, no se repitiera


constantemente ante nuestros ojos, el simple proceso de la vegetación nos resultaría tan
problemático como el de los filósofos. Así pues ¿cómo podrían si no crecer los metales? y más
aún ¿cómo puede algo multiplicarse sin una semilla? Los verdaderos artistas nunca
pretendieron multiplicar los metales sin ella, ya que ¿puede acaso negarse que la Naturaleza
sigue siempre su orden germinal? Ella siempre hace fructificar la semilla cuando se la coloca
en la matriz adecuada. ¿No obedecerá a un ingenioso artista que sabe de sus operaciones y de
sus posibilidades, y que no pretende nada que esté más allá de ellas? Un agricultor mejora su
tierra con compost, quema las malas hierbas y utiliza diversas técnicas. A través de varias
preparaciones macera su semilla, siempre cuidando de no destruir su principio vital, y por
supuesto nunca se le ocurrirá quemarla o hervirla, con lo cual muestra más conocimiento de la
Naturaleza que algunos que se autodenominan filósofos. La Naturaleza, como una madre
generosa, lo recompensa con la abundancia de la cosecha, en proporción a la mejora que éste
haya conseguido de su semilla y a la calidad de la matriz que le haya proporcionado para su
crecimiento.

El hortelano inteligente va todavía más lejos. Sabe cómo acortar el proceso de la vegetación,
o cómo retrasarlo. Recoge rosas, corta lechugas, y consigue guisantes verdes en invierno.
¿Quieren los curiosos admirar plantas y frutos de otros climas? El puede producirlos
perfectamente en sus invernaderos, y la Naturaleza, queriendo alcanzar siempre su fin, a saber,
la perfección de su descendencia, seguirá espontáneamente sus indicaciones.
¡Abrid aquí vuestros ojos, vosotros, estudiosos investigadores de la Naturaleza! Siendo ésta
tan generosa en sus producciones perecederas ¿no lo será mucho más en aquellas que son
permanentes y que pueden subsistir en medio del fuego? Atención, entonces, a sus
operaciones.

Si obtenéis la semilla metálica y hacéis madurar con arte aquello que ella lleva muchas eras
perfeccionando, no os fallará, sino que por el contrario os recompensará con un incremento
proporcionado a la excelencia de vuestra materia.

Aquí, el lector podría exclamar: "¡Muy bien, todo esto está muy bien, pero ¿cómo podrá
obtenerse la semilla de los metales, y de dónde viene, siendo que tan pocos saben cómo
recolectarla?" Esto es algo que, hasta ahora, los filósofos han mantenido en profundo secreto,
y algunos, aun siendo hombres justos, por egoísmo. Otros, siendo su deseo el revelar su secreto
únicamente a personas que fuesen merecedoras de él, y ante el hecho de que la vanidad y la
codicia son principios reinantes en el mundo, no pudieron escribir abiertamente sobre ello, y
siendo como eran hombres sabios conocían que no era la voluntad del Altísimo el inflamar y
acariciar temperamentos tan odiosos, genuino resultado del orgullo y el narcisismo, sino que
éstos fueran desterrados. Son estos los motivos por los cuales ocultaron el secreto hasta ahora.

Sin embargo, nosotros expondremos abiertamente nuestro conocimiento, porque no tenemos


ningún prejuicio en aquél respecto, pero todavía más, porque juzgamos que ha llegado el
momento de derribar al becerro de oro, durante tanto tiempo venerado por todo tipo de
hombres hasta tal punto que el valor de un hombre ha llegado a estimarse en función del dinero
que posee. Y es tal este desequilibrio de posesiones, que la humanidad puede dividirse
prácticamente en ricos, que se regodean en la extravagancia, y en pobres terriblemente
necesitados y que sufren bajo la mano férrea de la opresión. Actualmente, la medida de la
iniquidad entre los ricos está llegando a sus más altas cotas, y el clamor de los pobres llega
ante el Señor: "¿Quién les dará de comer hasta que estén satisfechos?" A partir de ahora, los
ricos verán lo efímero de sus posesiones en comparación con los tesoros que otorga este
secreto, pues las riquezas que confiere son una bendición de Dios y no la garra de la opresión.
Por otra parte, su principal excelencia consiste en la elaboración de una medicina capaz de
curar todas las enfermedades que el cuerpo humano es susceptible de contraer y de prolongar
la vida hasta los límites máximos decretados por el Creador de todas las cosas.

No se requieren otras razones para la exposición de este proceso, pues el escepticismo ha ido
de la mano con la lujuria y la opresión hasta tal punto que se discuten las verdades
fundamentales de toda la religión revelada. Los poseedores de este arte siempre veneraron
estas verdades, tal como puede apreciarse por el testimonio que han dejado en sus libros, y,
por supuesto, los principios básicos de la religión revelada se demuestran desde el principio
del proceso y a lo largo de todo su desarrollo, puesto que la semilla de los metales es sembrada
en la corrupción y alzada en lo incorrupto; se siembra un cuerpo natural, y se alza un cuerpo
espiritual; y se sabe que comparte la maldición que cayó sobre la tierra por causa del hombre,
al tener en su composición un veneno mortal que sólo puede ser apartado por la regeneración
en el agua y el fuego. Cuando se purifica y exalta debidamente puede teñir inmediatamente
los metales imperfectos y llevarlos a un estado de perfección, siendo en este sentido un
emblema viviente de esa semilla de la mujer, la Serpiente Guerrera, quien, a través de Sus
sufrimientos y muerte, entró en la gloria, y que tiene, desde entonces, poder y autoridad para
redimir, purificar y glorificar a todos aquellos que lleguen a Ella, actuando como mediadora
entre Dios y la humanidad.

Siendo estos nuestros motivos, no podemos quedarnos silenciosos por más tiempo en relación
a la semilla de los metales, y debemos declarar que está contenida en los minerales de los
metales al igual que el trigo está en el grano. La torpe locura de los alquimistas [se entiende
que el autor se refiere a los llamados "sopladores", no a los verdaderos alquimistas] les ha
dificultado el darse cuenta de ello, ya que siempre la han buscado en los metales que son
artificiales y no una producción natural, actuando así de manera tan irracional como un hombre
que sembrara pan y esperara obtener grano, o que esperara que naciera un pollo a partir de un
huevo hervido. Más aún, a pesar de que los filósofos han dicho en multitud de ocasiones que
los metales vulgares son inertes, sin excepción del oro, aunque resista el fuego, aquéllos nunca
pudieron imaginar algo tan simple como que la semilla de los metales estaba contenida en sus
minerales, único lugar donde era de esperar encontrarla. Tanto se desorienta y se confunde el
ingenio humano cuando abandona la bien definida senda de la verdad y la Naturaleza para
enredarse él mismo en la multiplicidad engañosa de sus imaginaciones.

Este descubrimiento causará gran regocijo al investigador de la Naturaleza, puesto que está
basado en la razón y en la sana filosofía. En cambio, para los necios será algo vano incluso
aunque la misma Sabiduría lo gritara por las calles. Por lo cual, dejando que estos últimos se
congratulen en su ilusoria autoimportancia, continuaremos diciendo que los minerales de los
metales son nuestra Primera Materia, o esperma que contiene la semilla, y que la clave de este
arte consiste en la correcta disolución de los minerales en un líquido que los filósofos llaman
su mercurio, o agua de vida, y en una sustancia terrosa, que han denominado su azufre. Al
líquido lo llaman su mujer, esposa, Luna y otros nombres, expresando con ello que es la
cualidad femenina de su semilla. A la sustancia terrosa la llaman su hombre, esposo, Sol, etc,
para señalar su cualidad masculina. En la separación y la debida conjunción de éstos por el
calor y con un cuidadoso manejo, se genera una noble descendencia a la que los filósofos han
llamado, a causa de su excelencia, la quintaesencia, o la materia en la que los cuatro elementos
están tan perfectamente armonizados que producen un quinto elemento que puede subsistir en
el fuego, sin desgaste de su materia o disminución de su virtud, motivo por el que le han
otorgado los títulos de Salamandra, Fénix, e Hijo del Sol.

CAPITULO VI.

Sobre la Disolución y Extracción de la Semilla de los Metales.


Los verdaderos Hijos de la Ciencia siempre han considerado la disolución de los metales como
la llave maestra de este arte, y han sido precisos al dar instrucciones al respecto, dejando en la
oscuridad a sus lectores únicamente en cuanto a la elección de la materia para el proceso, a
saber, minerales o metales artificiales. Es más, cuanto más a fondo iban en la descripción del
proceso, más mencionaban los metales y no los minerales, con la intención expresa de
confundir a aquellos que no creían merecedores del arte. Así, el autor del Philosophical Duel,
or a dialogue between the stone, gold, and mercury (Duelo Filosófico, o diálogo entre la piedra,
el oro y el mercurio), dice:
"Por el Dios omnipotente, y por la salvación de mi alma, os declaro aquí, concienzudos
investigadores, apiadándome de vuestra ferviente búsqueda, la totalidad de la Obra Filosófica,
la cual solo se realiza a partir de un tema y se perfecciona en una cosa. Para ello tomamos este
cobre y destruimos su cuerpo rudo y ordinario, extraemos su espíritu puro, y después de haber
purificado las partes terrestres, los unimos, consiguiendo así una Medicina a partir de un
Veneno".

Démonos cuenta de que evita mencionar el mineral y sin embargo llama a su materia "cobre"
que es el nombre con que se denomina a uno de los metales vulgares. Por supuesto, este es
artificial y no sería adecuado para la confección de nuestra Piedra, al haber perdido su cualidad
seminal en el fuego. Aún así, en otros aspectos, este texto es el más claro de los que existen, y
así lo considera Sendivogius.

El lector no debe suponer, como consecuencia de la aseveración anterior, que el mineral de


cobre sea preferible a los otros. Se puede conseguir el mercurio, o semilla metálica, a partir de
todos ellos, y, tal como nos confirman los verdaderos adeptos, es mucho más fácil extraerla
del plomo.

Estos nos aconsejan buscar a la noble criatura allí donde permanece en una forma despreciable,
aprisionada bajo el sello de Saturno. Como forma de ilustrar esta idea, pondremos el siguiente
ejemplo: un hombre que se proponga obtener malta puede centrar su empresa en cualquier
cereal, sin embargo, por lo general, escogerá la cebada porque su germinación es un proceso
menos tedioso. Esto es precisamente lo que pretendemos en la extracción de nuestro mercurio;
y tampoco son desemejantes procesos, si tenemos en cuenta la fijeza de los minerales, y la
facilidad con que la cebada cede su virtud seminal a causa de la leve cohesión de sus partes.

Que el artista tome buena cuenta de cómo maneja el grano el que elabora la malta,
humedeciéndolo para que sus partes pierdan la cohesión y dejando el resto a la Naturaleza,
sabiendo que ésta proveerá prontamente el calor necesario para su propósito si él no lo deja
escapar haciendo un montón de poca altura o potenciando demasiado la fermentación a causa
de lo contrario, pues es bien sabido que de hecho el fuego puede encenderse por la
fermentación de jugos vegetales en bruto, y el grano maduro, bajo un tratamiento semejante,
pronto no servirá para nada más que para echarlo a los cerdos, o al estercolero. Así pues, la
intención es producir la fermentación justa para extraer el mercurio vegetal sin estropearlo,
tanto en la tierra, si es que fue arrojado en ella para que fructificara, como en el horno, si es
que ha de ser fijado hasta ese punto preciso, exhalando la humedad adventicia, y preservando
así toda la fuerza de su cualidad seminal, con el fin de elaborar espíritus de malta.
Supongamos, entonces, que un artista quiera extraer mercurio de los minerales y escoja
mineral de plomo como materia. Lo único que puede hacer para asistir a la Naturaleza en el
proceso es estimular el calor central que ella incluye como raíz vital en todo lo que todavía no
está putrefactado, y en el cual crece la vida. El medio por el que este calor central se pone en
movimiento se conoce como putrefacción. Sin embargo cualquier tipo de mineral resiste a la
putrefacción en todos los procesos existentes conocidos.

Es cierto que, cundo ha sido fundido en el fuego, pueden contraer un óxido del aire, lo cual
implica una descomposición gradual de su substancia, sin embargo, esto es tan sólo la
decadencia natural de un cuerpo muerto, no la putrefacción de su esperma con el propósito de
su propagación. Y observando el grado de calor que se requiere en los hornos para fundir los
minerales y la lentitud del proceso de decadencia, cuando son fundidos y privados así de sus
cualidades seminales, somos conscientes de que un grado de calor que podría destruir
perfectamente la semilla de los vegetales puede ser el necesario para los minerales en las
primeras fases de su putrefacción, puesto que éstos soportan perfectamente el rojo vivo sin
fundirse o perder nada más que sus impurezas sulfurosas o arsénicas. En pocas palabras, un
asunto que en sí mismo tiene tan poco que ver con la semilla de los metales como la paja con
el trigo; por lo cual, una cuidadosa separación de aquellos por torrefacción, u otros métodos,
está merecidamente contemplada entre las primeras operaciones para la putrefacción de los
minerales, y más todavía porque aquello que ha sido calcinado al tener sus poros abiertos, se
vuelve atractivo, tanto del aire como de otros menstruums apropiados para su descomposición.

Por consiguiente, que el artista separe, con fuego y por operación manual, las cualidades
impuras de su materia, machacándola, lavándola, y calcinándola, hasta que no comunique más
negrura a su menstruum. Para dicho procedimiento es suficiente con utilizar agua pura de
lluvia. En cada repetición de este proceso se verá que lo que contamina el agua es algo
superfluo, y que todavía se encuentra mineral en su naturaleza metálica individual, excepto si
se llegase a fundir a causa de un calor demasiado intenso, en cuyo caso ya no nos serviría para
nuestro propósito. Así pues, debe usarse puro mineral.

Una vez preparada así la materia, se despertará su fuego central si se le da un tratamiento


adecuado, como en el del proceso de extracción del azogue de sus minerales en el que se
mantiene el mineral bajo un calor sofocante, que se continúa sin suministro de aire exterior,
hasta que la humedad radical se eleva en forma de vapor y se condensa de nuevo en un agua
metálica, análoga al azogue. Este es el verdadero mercurio de los Filósofos, y el adecuado para
todas sus operaciones en el Arte Hermético.
CAPITULO VII.

Sobre la Separación y Posterior Tratamiento de nuestra Semilla Filosófica.

Después de completar la putrefacción de nuestra materia, ésta existe bajo dos formas: la
humedad extraída y el residuo, es decir, nuestra Tierra y Agua Filosóficas. El agua contiene
su virtud seminal, y la tierra es un adecuado receptáculo, en el que ella puede fructificar.
Separamos, pues, el agua y la reservamos para su uso. Calcinamos la tierra, ya que se adhiere
a ella una impureza que sólo puede quitarse por el fuego, y del más alto grado, dado que ahora
ya no existe el peligro de destruir la cualidad seminal y que nuestra tierra debe ser altamente
purificada antes de que pueda hacer madurar la semilla. Este es el significado de las palabras
de Sendivogius: Quemad el azufre hasta que se vuelva incombustible. Muchos pierden lo más
importante del arte en la preparación: pues nuestro mercurio se sutiliza por el azufre, de otro
modo no nos será de ninguna utilidad. Por consiguiente, dejamos calcinar bien la parte terrestre
y devolvemos el mercurio a la tierra calcinada; después lo extraemos por destilación;
calcinamos, reducimos y destilamos, repitiendo el proceso hasta que el mercurio haya sido
bien sutilizado por el azufre, y éste se purifique hasta la blancura, y se vuelva rojo, lo cual es
señal de su completa purificación. Con ello tenéis al Macho y la Hembra Filosóficos a punto
para su conjunción. Esta operación debe manejarse con mucho juicio, ya que la noble criatura
podría ser estrangulada en el momento del parto. Sin embargo, todo le resultará fácil al artista
ingenioso, que conoce la proporción requerida en la mezcla, y que acomoda sus operaciones a
las intenciones de la Naturaleza, para cuyo propósito lo instruiremos fielmente según nuestros
conocimientos.

CAPITULO VIII.

Sobre la Unión o Matrimonio Místico en el Proceso Filosófico.

Después de haber preparado de este modo la semilla y su tierra, lo único que queda por hacer
es su correcta conjunción. Si todavía hay demasiada humedad, el huevo filosófico puede
romperse antes de que pueda pasar por el calor necesario para su incubación. En la práctica:
nuestra mezcla debe introducirse ahora en un pequeño frasco de cristal suficientemente
resistente como para soportar el calor que se necesita para el proceso, el cual deberá
aumentarse poco a poco hasta su más alto grado. En cuanto a la forma del recipiente, la más
adecuado es la de un frasco de aceite, con un cuello largo; pero éstos son demasiado delgados
como para resistir esta operación. La mezcla debe sellarse herméticamente dentro de un vaso
semejante, y cocerse durante el tiempo necesario, hasta que quede fijado en forma de un
cálculo seco. Sin embargo, como hemos observado, si la humedad predomina el peligro de que
la vasija se rompa es muy grande puesto que habrá un exceso de vapor que no podrá ser
concentrado por la cualidad fijadora en la materia. Con todo, nuestra intención es la de fijar
nuestra materia por el calor, para volverla de ahora en adelante indestructible.

Por otro lado, si predomina la cualidad seca y fijadora del azufre hasta el punto en que éste no
pueda soportar una alternada resolución de su sustancia en vapores y una remanifestación de
su cualidad fijadora, el todo permanecerá en el fondo del vaso hasta que la materia se licúe y
se sublime nuevamente (cosa que Ripley describió muy bien), con lo que existe el peligro de
que toda la mezcla se vitrifique y obtengamos simplemente vidrio en vez de la noble tintura.
Para evitar caer en cualquiera de los dos extremos, es muy adecuado reducir por operación
manual la tierra purificada hasta conseguir que sea de una finura impalpable, añadiéndole
luego su mercurio sutilizado, incorporándolos mutuamente hasta que la tierra ya no pueda
embeber más. Esta operación requerirá tiempo, y cierto grado de paciencia por parte del artista,
puesto que aunque pueda parecer que hay un exceso de humedad, bastará dejarlo reposar un
momento para que aparezca cierta sequedad en la superficie de la materia, signo evidente de
que puede embeber más. Así pues, la operación debe repetirse hasta que la mezcla quede
completamente saturada, lo cual notaremos por su capacidad de estar al aire sin que se
produzca ningún cambio notable de sequedad a humedad en su superficie. Por lo contrario, si
esto sucede, puede confirmarse la correcta realización de la conjunción si desparramando una
pequeña parte sobre una delgada bandeja de hierro, y calentándola hasta que fluya gentilmente
como la cera, arrojando la humedad con el calor la absorbe nuevamente al enfriarse para volver
a su consistencia original. Sin embargo, si se produce un humedecimiento al final, será una
indicación de que os habéis excedido en la cantidad de humedad, y ésta debe ser extraída con
una nueva destilación y la repetición del proceso hasta que se obtenga el resultado correcto.

Después de haber unido así vuestro azufre y vuestro mercurio colocad en un frasco de cristal,
como el descrito anteriormente, la cantidad suficiente como para llenar una tercera parte,
dejando las dos terceras partes restantes, incluyendo el cuello, para la circulación de vuestra
materia. Asegurad el cuello de vuestro frasco con un enlodado provisional y aplicadle un calor
suave, observando si se van alternando la sublimación y la fijación. Si se sublima con facilidad
y muestra, a intervalos, una tendencia a depositarse en el fondo del recipiente, es una
indicación de que todo lo realizado hasta el momento es correcto: pues la humedad será
predominante al principio, y el azufre sólo podrá absorberla completamente en la medida en
que aumentemos el calor para la perfecta maduración de nuestro Fruto Paradisíaco. Por
consiguiente, si manifiesta una demasiado temprana tendencia a la fijación, añadid más del
mercurio sutilizado, hasta que la Luna se alce resplandeciente en su sazón; ella dará lugar, a
su vez, al Sol. Este sería el lenguaje de un adepto en esta ocasión, sugiriendo sencillamente
que, al principio, la cualidad femenina de nuestra semilla laborada es activa, mientras que la
masculina es pasiva, y que es después cuando la cualidad femenina será pasiva mientras que
la masculina activa, al igual que ocurre en toda vegetación: pues todo germen, que constituye
los primeros rudimentos de una planta o un árbol, es humedad en su mayor parte, y tan sólo
deviene fijo cuando está completamente madurado en la semilla.
CAPITULO IX.

Sobre el Posterior Tratamiento y Maduración de nuestra Semilla.

Esto se denomina merecidamente la Gran Obra de los Filósofos y una vez llegado a este punto,
el artista debe sellar su frasco herméticamente, operación que cualquier fabricante de
barómetros sabe cómo realizar.

Entonces ha de colocarse el frasco en un horno con un nido que lo acoja adecuadamente, con
el objetivo de poder darle calor continuadamente empezando por el primer grado y siguiendo
hasta el cuarto, y donde el artista pueda, de vez en cuando, inspeccionar los cambios que vaya
experimentando su materia durante el proceso sin peligro de humedecer o amortiguar el calor
y entorpecer así su perfecta circulación. Un calor de primer grado es suficiente al principio
durante algunos meses, y probablemente este método le hará perder mucho tiempo al
practicante novel hasta que adquiera experiencia sobre cómo manejar su materia. Pero, de este
modo, correrá menos riesgo de sufrir una decepción por la rotura de su recipiente o la
vitrificación de su materia.

Así, hemos llegado a la anhelada sementera de nuestra Obra Filosófica, cuya maduración,
aunque pueda parecer que está en poder del artista, no depende menos de la bendición Divina
que la cosecha, que el sufrido agricultor no tiene la pretensión de esperar de otra cosa que de
la prodigalidad de Dios.

Hay varios requisitos que son necesarios para darle el derecho a alguien a la posesión de
nuestra cosecha filosófica, y sus verdaderos labradores se han preocupado de buscar personas
a quienes poder comunicar su conocimiento de tal modo que puedan, basándose en el
testimonio evidente de los sentidos, dar cuenta de que la confección de nuestra Piedra es un
proceso fácil, que incluso pueden manejar las mujeres y los niños. Pero, sin una comunicación
semejante, es imprescindible que la Naturaleza haya dotado generosamente, a aquéllos que
quieran emprender la Obra, con una mente ingeniosa, paciente para observar y cuidadosa para
investigar sus formas ordinarias, las cuales, por ser corrientes, generalmente son menos tenidas
en cuenta que otros fenómenos más peculiares y de menor importancia que absorben la mayor
parte del precioso tiempo de aquellos egregios tramposos, los modernos virtuosos. Estos torpes
filósofos se embelesan con el descubrimiento de una concha o una mariposa de colores
distintos a otras de su misma especie y en cambio no estudian el agua, el aire, la tierra y el
fuego, con sus continuos cambios y resoluciones de uno en otro elemento por medio de nuestra
atmósfera y a causa de la eficacia del calor central y solar. Así pues, un hombre rústico sensible
posee, en realidad, mucho más conocimiento a este respecto que cualquier coleccionista de
rarezas naturales, y puede hacer un uso mucho más sabio de la experiencia que ha adquirido.
CAPITULO X.

Sobre el Siguiente Proceso para la Maduración de nuestra Noble Semilla.

Para guía del artista, dando por sentado que reúne las condiciones requeridas descritas
anteriormente, y suponiendo que hasta ahora haya realizado correctamente su trabajo,
describiremos los cambios que sufrirá nuestra materia durante la segunda parte del proceso,
comúnmente llamado la Gran Obra de los Filósofos.

En primer lugar, al calentar nuestro recipiente con mucha precaución para evitar que se rompa,
se produce la ebullición de la materia que contiene, y, alternativamente, la humedad circula en
forma de vapores blancos por la parte superior y se condensa en la parte inferior. Puede
prolongarse este proceso por espacio de uno o dos meses, no más, aumentando el calor poco a
poco hasta el siguiente grado tan pronto como vuestra materia muestre tendencia a fijarse, al
continuar el vapor condensado en intervalos más largos y se eleve en una menor cantidad,
alcanzando un color cenizo u otros matices oscuros, que serán el paso hacia una perfecta
negrura, lo cual representa la primera etapa deseable de nuestra cosecha. En esta fase del
trabajo pueden aparecer otros colores. Esto no es peligroso, siempre y cuando sean transitorios.

Sin embargo, si persiste un rojo débil como el de la adormidera, la materia corre el peligro de
vitrificarse, ya sea a causa del apremio impaciente del fuego, ya sea a causa de que no
predomine la humedad suficiente. El artista ingenioso puede remediarlo abriendo su
recipiente, añadiendo más mercurio sutilizado, y sellándolo como antes. Sin embargo, el
principiante hará mejor en prevenirlo gobernando su fuego con discernimiento y paciencia en
función del aspecto que presente su materia, aumentándolo si la humedad predomina durante
demasiado tiempo y suavizándolo si la sequedad es lo que prevalece, durante el tiempo
suficiente hasta que los vapores oscurezcan. En el momento en que éstos se mantienen así
durante algún tiempo cuando se deja reposar, una película sobre la materia mostrará la
disposición de esta a fijarse, al retener el vapor cautivo durante algún tiempo hasta que éste
rompa a través de diferentes puntos de su superficie (como la sustancia bituminosa del carbón
bajo el fuego de un soldador) en forma de nubes más oscuras, pero que se disiparán
rápidamente y que crecerán cada vez menos, hasta que la totalidad de la substancia parezca
brea fundida, o que la antedicha substancia bituminosa, disminuyendo paulatinamente su
burbujeo, se deposite en el fondo de vuestro recipiente tomando la forma de una substancia
entera completamente negra. Esto se denomina la negrura del negro, la cabeza del cuervo, etc.,
y se estima como una etapa deseable de nuestra generación filosófica, ya que es la perfecta
putrefacción de nuestra semilla, que pronto mostrará su principio vital por una gloriosa
manifestación de su Virtud Seminal.
CAPITULO XI.

Ulterior Descripción del Proceso.

Habiendo completado de esta forma la putrefacción de nuestra semilla, el fuego debe


incrementarse hasta que aparezcan los colores gloriosos que los Hijos del Arte han llamado
Cauda Pavonis, o la Cola del Pavo Real. Estos colores van y vienen, a medida que se administra
un calor cercano al tercer grado, hasta que todo se vuelve de un hermoso verde que conforme
madura alcanza una perfecta blancura: es la Tintura Blanca, capaz de transmutar los metales
inferiores en plata y poseedora de grandes poderes medicinales. Sin embargo, como el artista
bien sabe que es capaz de una mucho más elevada concocción, continúa incrementando el
fuego hasta que se vuelve primero amarilla y luego asume un color anaranjado o cetrino. Y
entonces, audazmente, le aplica un calor del cuarto grado, hasta que adquiere un color rojo
como la sangre de una persona sana. Esto será una clara evidencia de su concienzuda
maduración y de su aptitud para los usos a los que se pretende destinar.

CAPITULO XII.

Sobre la Piedra y sus Usos.

Habiendo completado de este modo la operación, dejaremos enfriar el recipiente, y al abrirlo


veremos que nuestra materia se ha solidificado en una masa pesada de un rotundo color
escarlata. Esta se puede convertir fácilmente en polvo rascándola o usando cualquier otro
método; al calentarla al fuego se funde como la cera, sin echar humo ni llama, y sin perder
substancia; vuelve a su fijeza anterior al enfriarse, y, volumen por volumen, es más pesada que
el oro, aunque todavía resulta fácil de disolver en cualquier líquido. Unas gotas de dicha
disolución pueden sentarle maravillosamente al cuerpo humano, eliminando todos los
desórdenes y prolongando la vida hasta su máximo límite. Por ello ha obtenido el nombre de
"Panacea" o Remedio Universal. Por consiguiente, agradeced al Altísimo la posesión de tan
inestimable joya, y tened en cuenta que el hecho de poseerla no es el resultado de vuestro
propio ingenio sino un regalo de la pura bondad de Dios para aliviar las enfermedades
humanas. Recordad que debéis compartirlo con vuestro prójimo sin quejas ni sospechas según
lo que fue dicho a los Apóstoles: "Lo que habéis recibido libremente, comunicadlo
libremente", y teniendo cuidado, al mismo tiempo, de no arrojar perlas a los cerdos. En una
palabra, proteged de los viciosos y de todos aquéllos que no las merezcan, las manifestaciones
de la Naturaleza que habéis sido capacitados para mostrar por la posesión de nuestra Piedra.
CAPITULO XIII.

Sobre la Transmutación.

Es muy lamentable que los buscadores de este arte del conocimiento de la naturaleza
propongan, principalmente, la Ciencia de la Transmutación como su meta última, pasando por
alto la suprema excelencia de nuestra Piedra como medicina. A pesar de que exista ese espíritu
rastrero, por nuestra parte hemos de asignar el logro a Su Providencia, y hablar abiertamente
sobre la Transmutación (que los filósofos, desde luego, realizan), describiendo luego la ulterior
circulación de nuestra Piedra para el incremento de sus virtudes, finalizando así nuestro
tratado.

Cuando el artista haya de transmutar un metal dado por ejemplo, plomo fundirá una cantidad
de él en un crisol limpio y le añadirá unas cuantas limaduras de oro. Cuando todo se haya
fundido, rascará fácilmente un poco de polvo de su "piedra", (una cantidad insignificante), y
la mezclará con el metal mientras está fundido. Inmediatamente surgirá un humo espeso que,
con un sonido crepitante, se llevará con él las impurezas contenidas en el plomo, y dejará la
substancia de este transmutada en el oro más puro, sin ninguna clase de falsificación. La
pequeña cantidad de oro añadida, previa a la proyección, sirve tan sólo como medio para
facilitar la transmutación. Podréis determinar mejor la cantidad de vuestra tintura con la
experiencia, ya que sus virtudes son proporcionales al número de circulaciones que hayáis
realizado después de haber completado la primera.

Por ejemplo: cuando tengáis la piedra terminada, disolvedla nuevamente en vuestro mercurio,
en el que previamente habréis disuelto unas pocas partículas de oro puro. Esta operación se
realiza sin problemas, puesto que ambas materias se disuelven con facilidad. Ponedlo en
vuestro recipiente, igual que antes, y realizad el proceso. El único peligro que entraña este
manejo es que se os rompa el recipiente. Cada vez que la piedra se trata de esta forma sus
virtudes aumentan a razón de diez por cien, por mil, por diez mil, etc., tanto en sus cualidades
medicinales como transmutadoras. Por consiguiente, el artista tan sólo necesitará una pequeña
cantidad de ella y ésta le será suficiente para cumplir con todos sus propósitos a lo largo de
toda su vida.

FIN.
Este tratado pertenece a una coleccion inglesa del siglo XVII
ALQUIMIA Y MEDICINA
ALEXANDER VON BERNUS

INDICE

Prefacio……………………………………………………. 2
Advertencia ………………………………………………. 5
Alquimia y Medicina ……………………………………... 6
Relaciones Alquímicas …………………………………… 31
Yatroquímica ……………………………………………… 40
E1 misterio de la curación ………………………………… 52
El fuego secreto y el espíritu del vino, secreto de los adeptos 55
Encuentro primordial de Goethe…………………………… 76
Apéndice...................................... ……………………….. 84

PREFACIO

Conociendo la recuperación de interés que ha suscitado la litera-tura alquímica desde hace


veinte años, puede uno asombrarse de que la obra de Alexander von Bernus Alquimia y
Medicina no haya encon-trado en Francia la audiencia que merece[1].
En las múltiples publicaciones de los últimos decenios, solamente lo han citado cinco o seis
autores en su bibliografía, mientras que la mayor parte de los otros hacían como que le
ignoraban.
Esta actitud de indiferencia no es fortuita. Hay ahí algo del fe-nómeno del rechazo que se
manifiesta en los injertos quirúrgicos. La obra de Bernus sacude bastante rudamente el confort
intelectual de las otras escuelas alquímicas, y remite a su justo lugar a los comentaristas que
se inflan a palabras en menosprecio de toda realidad.
La realidad alquímica en toda su amplitud, pocos autores la han cernido tan de cerca como
Alexander von Bernus. El habla a menudo del Artista experimentado en el fuego. El mismo,
con cuarenta y cinco años de presencia ininterrumpida ante su horno, fue el modelo ejem-plar
de ello. ¿Cómo podrían prevalecer simples opiniones ante esta suma de experiencia?
El prejuicio más frecuente que se le opone sostiene que ha traba-jado por las vías de la
espagiria, en beneficio de la medicina. Al decir de los buenos autores, una y otra no serían sino
adjuntos del Gran Ar-te, e insuficientes para conferir la Maestría en este dominio...
Se invocará, sin embargo, aquí la autoridad de un adepto, cuya cua-lidad de maestro no es
discutible: Basilio Valentín, en Las doce claves de la filosofía. En su apéndice dice:

"Al comienzo... ningún azogue es útil, pero... del mejor metal, por arte espagírico, viene
nuestro azogue puro, sutil, claro,... trans-parente como el cristal y sin grasa alguna. "

Y con anterioridad, en su prefacio, había informado al lector del origen de su vocación:

"Tenía en mi monasterio un hermano al que atormentaba el dolor nefrítico. El había consultado


a muchos médicos y, no recibiendo de ellos asistencia eficaz,... ofrecía su vida a Dios.
Emprendía la anatomía de las hierbas... ellas no eran lo bastante activas en su grado para que
curasen este mal. Me puse. . . también a seguir esta ciencia fundamental que el Creador había
ocultado en los metales y las mi-nas de la tierra... Entre todas estas cosas, tomé un mineral...
que es de grandísima eficacia en el arte. Para ello extraje una esencia espiri-tual y ésta
restableció a mi hermano enfermo a su salud de antaño...
Y así, por este tratado, he querido indicarte y abrirte la Piedra de los Antiguos, que nos viene
del cielo, para la salud y la consolación de los hombres en este valle de miserias. . . "

Después de eso, ¿quién osará todavía sostener que la espagiria no es la antecámara de la


alquimia, ni la medicina uno de sus fines?
Es ahí donde la obra de Bernus fastidia a los especuladores y los hacedores de fábulas, pues
es el único, frente a la práctica, en haber puesto las cosas en su punto, sin escamoteos ni
concesiones.
La separación entre la alquimia de una parte, y la espagiria y la química de otra, ha sido
consagrada por Fulcanelli, por uno de estos equívocos a los que está acostumbrado, repetido a
coro por sus diver-sos discípulos. A partir de una cierta materia primera, que permanece
sumamente misteriosa pese a las indicaciones que la rodean, la obra se lleva a cabo sola o casi,
sin adición ni sustracción, por disolución y coagulación, inhibiciones, digestiones,
circulaciones, etc., y, en fin, por cocción cerrada en el huevo filosófico y multiplicación
espontánea.
En un sentido, eso no es química...
Es cierto: pero no lo es sino para la última fase del trabajo, cali-ficada obra de mujer y juego
de niño.
Antes de esta etapa está la preparación de la materia primera, que es un trabajo de Hércules,
pero sobre eso todos los autores modernos, menos Bernus, son mudos, y ello da mucho que
pensar. . .

Pues esta materia primera no debe ser entendida en el sentido ac-tual de material bruto o
someramente elaborado. Este "guijarro", su-poniendo que sea uno, no se encuentra bajo la
pezuña de un caballo o el pico de un minero. Es un trabajo de larga, larga preparación, en
donde entran por avance todos los elementos que se manifiestan en la obra, el fuego, el aire,
el agua, la tierra, que devienen (azufre, sal, mercurio, o alma, cuerpo, espíritu), y después dos,
y después uno, pero depurados anteriormente y conducidos por tratamientos espagí-ricos al
grado de sutileza necesario para entrar en el compost primiti-vo (tradúzcase: el compuesto
inicial).
Para nuestro conocimiento, ningún autor contemporáneo, e inclu-so desde el siglo XVIII, ha
arrojado una luz semejante sobre las "cla-ves primeras" de la alquimia. Hay que remontarse a
la alta escuela clá-sica de la alquimia medieval, Raimundo Lulio, Alberto Magno, Roger
Bacon, etc, para encontrar su equivalente. Mas, ¿quién puede leerlos todavía, en el espíritu de
su siglo, evidentemente?
El insigne mérito de Alexander von Bernus fue el de remontarse a esta fuente sin maestro y
sin precursor. El ha renovado una cadena interrumpida desde hacía varios siglos, que es la gran
tradición de la alquimia alemana; mas para comprender la amplitud de su obra hay que
remontarse a su origen.
Sus ancestros, hugonotes delfineses, emigraron de Francia en tiempos de la Reforma y se
fijaron en el valle del Rhin, donde estable-cieron negocios prósperos.
Su abuelo, senador de la villa libre de Francfort y ennoblecido por el Gran Duque de Bade, se
había desposado con una sobrina del consejero Friedrich Schlosser, él mismo emparentado
con Goethe.
Alexander von Bernus nació el 6 de febrero de 1880 en Lindau, sobre las orillas del lago de
Constanza. Pasa la primera parte de su ju-ventud cerca de Heidelberg, en un antiguo claustro
benedictino, el Stift‑Neuburg, del que los Schlosser habían hecho una residencia y un centró
artístico. Es ahí que la Alemania romántica hace su tertu-lia en el siglo XIX. Carl Maria von
Weber ha compuesto ahí el Freis-chütz. Innumerable recuerdos personales de Goethe se
encuentran ahí reunidos, dando al claustro durante un siglo el valor del primer museo Goethe
de Alemania.
El joven Bernus, en este marco, no puede pensar más que en lite-ratura. Entre los veintidós y
los veinticuatro años, producirá tres co-lecciones de poesía.
En 1902, parte para Munich a estudiar la filosofía y la literatura; traba ahí ‑conocimiento con
Stephan Geürg, Rilke, Thomas Mann, y se liga con otros jóvenes autores para reconstituir un
Sclrattenspiel (teatro de sombras) resucitado del siglo XVIII, en donde crean sus propias obras.
Más la ligereza de esta literatura, aunque fuese romántica, no le satisface plenamente. Sueña
con un acercamiento más profundo a los arcanos del pensamiento.
La ocasión de ello le es dada en 1913, por el encuentro con Rudolf Steiner, que acaba de
romper con las logias teosóficas alemanas y de fundar su Antroposofía. Eventos personales y
una común admiración por Goethe los acercan. La dimensión filosófica de las concepciones
de Steiner suscita en Bernus una vocación de esoterista convencido. Tiene treinta años y no
vacila en retornar a la universidad, durante tres años, a estudiar química y medicina, de las que
conserva el bagaje, pero rechaza el racionalismo, demasiado estrecho para él.
En 1921, funda en Stift‑Neuburg un laboratorio de preparaciones médicas espagíricas, pero en
1926 el claustro vuelve a sus antiguos propietarios, los benedictinos, a consecuencia de un
acuerdo con la abadía de Beuron.
Bernus transfiere entonces su instalación a Stuttgart, y coloca su empresa bajo la doble
invocación alquímica del sol y de la luna, al llamar al laboratorio: SOLUNA.
A partir de este momento, en una vida exclusiva y sin desperdicio, prosigue una triple carrera:
1) continúa su obra literaria (que contará en total una cincuentena de volúmenes); 2) hace rotar
su laboratorio, de donde saldrán veintinueve preparaciones médicas espagíricas re-constituidas
en línea recta con los formularios de Paracelso; 3) desci-fra por decenas (quizá por centenas)
las obras antiguas de la literatura alquímica y espagírica alemana, que son con mucho las más
numerosas del mundo.
Mientras tanto, la persecución del siglo, que no respeta a ningún "hombre de luz", se abate
sobre él. Por sus adhesiones esotéricas, cae en la inquisición nazi, se le prohíbe la publicación,
y sus obras son ma-chacadas. Su laboratorio, que el furor político ha salvado por su utili-dad
a través de la penuria, es destruido durante un bombardeo de Stuttgart en 1943.
¡Pero él ya ha hecho de las suyas! Su intuición ha previsto la tor-menta. Ha reconstituido ya
un asilo de recambio desde el comienzo de 1a guerra, en una pequeña ciudad al borde del
Danubio, en el corazón de la Baviera: Donaumünster.
En 1945, es indemnizado de los tormentos del pasado por su elec-ción en la Academia Literaria
Alemana de Darmstadt.
Y su obra continúa... hasta una cierta noche de marzo de 1965, en la que, a la edad de ochenta
y cinco años, abandona el plano terrestre para acceder a las esferas del espíritu al que no ha
cesado de solici-tar toda su vida por la poesía y la reflexión esotérica.
Desde su desaparición, ha encontrado un biógrafo minucioso en la persona del doctor Schmitt,
director honorario de la Biblioteca de Estado de Karlsruhe, quien lo ha hecho conocer en las
villas uni-versitarias alemanas por medio de una exposición itinerante de ob-jetos y de
documentos ligados a su vida, acompañada de un volumino-so catálogo: Alexander von
Bernus, Dichter und Alchymist ("Alexan-der von Bernus, poeta y alquimista") (*). Todo lo
que se pueda desear saber a este respecto se encuentra ahí recogido.
El laboratorio, por su parte, funciona como en los mejores días, gracias a la fidelidad espiritual
y a la perseverancia de su viuda Isa von Bernus.
Frente a una obra literaria voluminosa, Alquimia y Medicina es el único mensaje de la
asombrosa práctica que Bernus ha adquirido en este laboratorio. Tras una primera aparición
en 1936, la versión alema-na definitiva fue establecida en 1948. Esta obra constituye una suma
de conocimientos y de informaciones única en su género. Rechaza rá-pidamente al lector
superficial que busca en la alquimia una fuente fácil de habladurías paradójicas; pero, para los
buscadores pacientes y atentos, que saben del precio del trabajo, será una guía irreemplazable.

Alexis Maleg

ADVERTENCIA

Los siete ensayos reunidos en esta obra constituyen un todo. El autor es consciente de haber
ido mucho más lejos de lo que lo había he-cho antes que él ningún testigo informado, en la
divulgación de la rea-lidad alquímica y del secreto que los Adeptos han preservado en todo
tiempo, no desvelándolo nunca de otro modo que no fuera por la alu-sión cifrada del lenguaje
simbólico. Levantar completamente el velo sería comprometer la salvación, pues lo revelado
en estas páginas con-ducirá hasta el pórtico del templo hermético al que se encuentre so-bre la
buena vía. Y ‑si ha podido avanzar hasta ahí y sus astros lo de­ciden así‑ también penetrará en
el santuario. Pero el autor se propone mostrar antes que nada que ‑por oposición a la química
moderna, a la que su cualidad de disciplina científica vuelve esencialmente tributaria del
tiempo‑ la alquimia es una concepción del mundo cosmogenético; se propone, pues, presentar
la alquimia bajo su verdadera luz, y probar su autenticidad por sus efectos prácticos.
[1] Nota del traductor: Téngase en cuenta que el prefacio es el de la edición francesa. Esta falta
de audiencia puede explicarse por el deslumbramiento pro-ducido por Fulcanelli, eclipsando,
entre el público, a los representantes de otras "escuelas" alquímicas, (como la de von Bernus).

ALQUIMIA Y MEDICINA

El que se arriesgue a sondear a la Naturaleza en su abismo, debe pri-mero recordar cuál es del
hombre el origen.
Alexander von Bernus

La alquimia ante la ciencia materialista de entre las dos guerras

El interés manifestado por las ciencias marginales, en el curso de los años que han precedido
a la guerra 1914 ‑ 1918, no ha cesado de aumentar, pese a todos los obstáculos encontrados
durante el perío­do 1933 ‑ 1945. La física y la biología han conducido a concepcio-nes
enteramente nuevas. Las leyes que la generación precedente tenía todavía por irrefutables se
han revelado caducas, y el espíritu libre, al que nada podrá encadenar jamás, se encuentra ante
un nuevo punto de partida. Todavía a principios de siglo nadie habría osado hablar seria-mente
de la astrología ‑por lo menos en Alemania‑ sin comprometer para siempre su reputación
escolar; hoy en día, parece del todo natu-ral hacerlo. Y lo mismo ocurre con la grafología, la
quirología, la ra-diestesia, la iridología y con todas las otras disciplinas conexas. La
concepción materialista de la naturaleza era la única que reinaba so-bre los espíritus a finales
del siglo pasado. En las universidades ‑es­tas fortalezas del pensamiento y de la enseñanza
materialistas‑ con-serva todavía su poder, incluso si ha debido renunciar a la mayor parte de
sus apoyos. Se halla, en primer lugar, el cuerpo médico formado en las facultades, que lucha
por todos los medios de que dispone para mantener su vacilante hegemonía. Y, sin embargo ‑
¿o es ésta precisamente la razón? - la primera brecha seria en los métodos y en la con-cepción
materialista fue abierta justamente en el dominio de la medi-cina. En efecto, en el curso de los
cuatro o cinco últimos decenios, la medicina ha beneficiado amplísimamente a la ciencia de
disciplinas heréticas. Sin apuro alguno, ha asimilado discretamente esta herencia, para renegar
de su origen una vez llevada a cabo la asimilación. La "cura por el agua" de Kneipp y las
sugestiones de Louis Kuhn se en-cuentran en el origen de los procedimientos hidroterápicos
universal-mente reconocidos hoy en día; toda la dietética encuentra su origen en la medicina
naturista, y en una concepción "natural" del organis-mo humano; la isopatía es poco más o
menos un vástago de la homeo-patía, pues combate las enfermedades infecciosas por vacunas
espe-cíficas, es decir, por las substancias producidas por la misma afección; la sueroterapia,
igualmente, inmuniza con la ayuda de sueros cargados de antitoxinas. Pero, sobre todo, los
diversos alcaloides y extractos de plantas no son sino los sustitutos insuficientes de las antiguas
tisanas y tinturas vegetales, ya que los constituyentes aislados, arrancados de su conjunto
orgánico, son privados de sus fuerzas curativas vivien-tes (vitaminas). Las vitaminas sintéticas
de la industria farmacéutica moderna no reemplazan a las vitaminas naturales, aunque puedan
ser indispensables al organismo en períodos de carencia. No es menos cierto que la antigua
fitoterapia se encuentra así adoptada de nue-vo, bien que sea bajo una forma artificial.
Podríamos multiplicar estos ejemplos. Nada justifica, pues, la pretensión de la medicina
mo-derna que se atribuye demasiado exclusivamente el éxito de sus re-cientes adquisiciones.
No es cuestión de discutir la seriedad y encarni-zamiento de su voluntad e investigación, pero
la orientación de esta medicina es demasiado limitada. Sólo la cirugía constituye una
excep­ción: sus consecuciones técnicas son convincentes ‑precisamente por­que son
exclusivamente técnicas‑ y, en la medida en que permanece dentro de sus propios límites,
puede depositarse en ella una plena con-fianza. Para conseguir su objetivo, la cirugía debe, no
obstante, contar con la colaboración entera del patologista, quien pone a su disposición todos
los medios de la hematología, de la serología, de la bacteriolo-gía, de la química biológica, de
la toxicología y de la anatomía patoló-gica, como es el casó en nuestros días en los laboratorios
de los gran-des hospitales, sobre todo en América. Pero en lo que concierne a las afecciones
internas, inaccesibles al bisturí, comenzando por la gripe, el médico sigue estando aún más o
menos desarmado, a pesar de los antibióticos, y las ‑sulfamidas, a menos que apele a los
métodos tera-péuticos "naturales". ¿Hay que asombrarse si, en estas condiciones, el individuo
aislado ‑y el conjunto de los individuos que compo­nen la comunidad nacional‑ se vuelve cada
vez más hacia las terapéuticas no oficiales, trátese de naturismo, de "bioquímica", de
homeo-patía o de medicina espagírica?
El médico no alópata juicioso no deberá, naturalmente, caer en el error de querer curarlo
absolutamente todo por un solo y mismo mé-todo, como lo hacen los fanáticos del naturismo
ortodoxo, que recha-zan por principio el empleo de todo medicamento. Así, por ejemplo, la
"bioquímica" no es lo suficientemente amplia como para bastar a todas las necesidades; la
homeopatía y la homeopatía compleja, por su parte, presentan a buen seguro sobre las otras
disciplinas la ventaja de englobar el conjunto del arsenal fármaco‑químico, pero su materia
mé-dica comprende una tal riqueza de remedios que el practicante más ad-vertido corre el
riesgo de un error de indicación. Más aún, sin ser mate-rialista, puede estimarse que las
diluciones elevadas no convienen en todos los casos, incluso si pueden ser indicadas en ciertos
estados cróni-cos y para naturalezas sensibles.

La medicina espagírica

Queda por ver la medicina espagírica. En Alemania no cuenta aún sino con un número
relativamente limitado de partidarios, comparada con la "bioquímica" y la homeopatía, bien
que haya recobrado un nuevo prestigio bajo el impulso del autor, después de la primera guerra
mundial. Y, sin embargo, la medicina espagírica ‑al menos la verdade­ra‑ es una terapéutica
que engloba y sobrepasa tanto la "bioquímica" como la homeopatía compleja; en efecto, reúne,
por una parte, el con-junto del arsenal medicamentoso de estos dos métodos y, por otra par-te,
gracias al tratamiento espagírico, aporta al organismo enfermo bajo una forma abierta, y por
lo mismo asimilable, los ingredientes que ne-cesita. Esto es particularmente cierto de los
metales, de los metaloides y de los minerales. Por lo que respecta a las plantas medicinales,
cua-lesquiera que sean, no es ventajoso, ni siquiera recomendable, someter-las al tratamiento
espagírico, es decir, al procedimiento de fermenta-ción. En efecto, este tratamiento hacer
perder más o menos a un gran número de estas plantas sus constituyentes más activos. Sin
duda, un laboratorio conocido y estimado de la Alemania del sur justifica su derecho a llamarse
"espagírico" precisamente porque aplica este mé-todo de tratamiento a las plantas medicinales,
mientras que para las substancias metálicas y minerales no procede de modo distinto a los
laboratorios alopáticos y homeopáticos, es decir, los añade al remedio, en su estado bruto, sin
ningún tratamiento anterior. Este laboratorio reclama para sí, por otra parte, la autoridad de
Juan Rodolfo Glauber, lo que sólo tiene fundamento parcialmente, pues es Glauber mismo el
que subraya con insistencia en su Pharmacopea spagyrica: "No hay muchos vegetales que
tengan necesidad de esta corrección, de suerte que se les puede preparar per se en sus esencias.
"
Seguimos compartiendo esta opinión de Glauber y quisiéramos todavía precisarla, enunciando
el siguiente principio: sólo las hierbas medicinales tóxicas, tales como Conium maculatum
(cicuta), Nux vo-mica (nuez vómica), Semen strichnü, etc., tienen necesidad del trata-miento
espagírico, mientras que, por ejemplo, ninguna de las plantas medicinales no tóxicas que
encierran principios amargos, como Cheli­donium‑ (celidonia), Lignum Quassiae, Taraxacum
(diente de león), Ci-chorium intybus (achicoria amarga), etc., debe ser privada de este
constituyente amargo por una fermentación, que estaría aquí del todo contraindicada.¿No
enseña acaso la ley "similia similibus curantur" que, en las afecciones del hígado y de la
vesícula biliar, es precisamen-te el principio amargo el más eficaz? Lo mismo sucede con
muchas otras sustancias amargas y alcaloides que, conservadas en su conjunto orgánico, en
tanto que parte integrante de la planta entera, poseen una elevada virtud terapéutica; importa,
pues, evitar en toda la medida de lo posible eliminarlas en la fermentación.
No es menos cierto que las tinturas vegetales corrientes (extractos alcohólicos de plantas
medicinales), que son las tinturas‑madre oficina­les de los alópatas, así como de los
homeópatas (la extracción es, todo lo más, un poco más prolongada y mejor conducida entre
los últimos), serán juzgadas insuficientes por el espagirista. Estas tinturas no contie-nen, en
efecto, ni las sales que convendría extraer posteriormente, ni sobre todo los aceites esenciales
de la planta, mientas que sales y acei-tes esenciales juegan un rol primordial y a menudo
determinante en la acción de conjunto armonioso de la planta medicinal.
Mas, ¿por qué seguir a un autor tardío y ya considerablemente alejado de las concepciones de
una alquimia auténtica, como Juan Rodolfo Glauber, cuando se puede proceder directamente
de Paracelso?
Se encuentra el más perfecto método de preparación de las plan-tas medicinales, cualesquiera
que sean –a excepción de las plantas tó-xicas que deben ser sometidas a la fermentación– en
la Archidoxias de Paracelso, en el capítulo titulado: "De Magisteriis". He aquí tex-tualmente
la indicación:

Los magisterios de las plantas: "Pero las hierbas y sus semejantes deben ser primero tomadas,
maceradas y podridas en un agua de vida durante un mes; destílalas luego al baño‑maría,
vuelve a añadirla y procede como anteriormente hasta que la cantidad de agua de vida sea
reducida a un cuarto del jugo de las plantas; redestila el producto al baño‑maría durante un
mes, añadiéndolo de nuevo a las plantas, se-para, y poseerás un magisterio de la hierba que
desees. "
La "apertura" de los metales, metaloides (marcasitas) y minerales por el procedimiento
espagírico plantea, es verdad, arduos problemas, y el que no haya ejercido primero su
comprensión de la alquimia por la frecuentación de maestros más accesibles, no encontrará
jamás la clave del laboratorio y de las prescripciones de Paracelso.
Reproducimos, no obstante, del mismo libro de las Archidoxias, las indicaciones para la
preparación de los magisterios de los metales:
El magisterio a partir de los metales: "Toma el circulado bien pu-rificado y en su más elevada
esencia, y por dentro el metal de tu elec-ción, en hojas o en limaduras, batido y limpiado para
que devenga lo más puro y sutil que sea posible; mezcla los dos según su justa propor-ción y
deja circular durante cuatro semanas; en esta mezcla, las lámi-nas devienen un aceite,
coloreado según la naturaleza del metal, que sobrenada como una grasa. Separa a continuación
este aceite per attractorium argentum y. tendrás el oro potable y la plata potable. Lo mismo
para los otros metales: se pueden beber y tomar sin perjuicio. Dejémoslo ah í; hemos dicho lo
suficiente para el que comprende. "

El secreto oculto en la espagiria

En esta última frase: "Dejémoslo ahí; hemos dicho lo suficiente para el que comprende",
Paracelso indica sin ambigüedad que esta prescripción no es accesible más que a quien ya
posee la llave del labo-ratorio oculto de los Adeptos, clave secreta del arte espagírico en
general, cuyo empleo es indicado aquí para la preparación de los po-tentes arcanos metálicos.
"Toma el circulado bien purificado y en su más elevada esencia": aquí se esconde el raro y
misterioso tesoro que hay que desenterrar para merecer el acceso al territorio alquímico, los
derechos del ciuda-dano del imperio de Hermes.
¿Qué eran, pues, estos Circulata (el Circulatum majus y el Circu-latum minus), este
Temperatum, esta Aqua solvens de Paracelso? Tan sólo el Alkahest, el gran disolvente,
eternamente buscado, celebrado bajo los nombres más diversos: el famoso "espíritu de vino
secreto" de Raimundo Lullio y de los Adeptos.
Nada ha sido nunca recubierto de un velo de misterio más espeso por los maestros del
hermetismo que este disolvente, y ellos han ame-nazado de muerte y de anatema a quienquiera
que lo desvelara al pro-fano y entregara así el secreto preservado desde hace milenios.
Hace siglos, cuando la Tradición todavía estaba viva, era ya una empresa casi vana para un no
iniciado querer acercarse a este miste-rio cosmofísico al que Jacob Boehme llama mysterium
magnum. ¡Cuánto más desamparado no se encontrará el buscador contemporáneo –incluso si
ya está preparado– ante esta puerta cubierta de inscripciones misteriosas!
Los antiguos maestros de la alquimia utilizaban términos de tal forma velados que se tenían
que haber consagrado numerosos años al estudio de la cuestión para simplemente
familiarizarse con su len-guaje; sus más importantes revelaciones se expresan generalmente
por la vía de las imágenes y de los símbolos. Y cuando, por un laborioso esfuerzo, se aproxima
uno a su concepción del mundo; se deviene ver-daderamente modesto y se reconoce no haber
siquiera franqueado el pórtico. Pero se experimenta entonces tanta más indignación respecto
a los que, tras haber únicamente rozado este dominio, o incluso no ha-ber sino entrevisto sus
fronteras, se permiten juzgar de él con soberbia, en la estrecha perspectiva de una ciencia
positivista, condicionada por la época.

Correspondencias astrológicas

Y si se prosigue la búsqueda a través del conjunto de la literatura contemporánea, ya poco


voluminosa en el dominio de la alquimia en general y del arte espagírico en particular, a la
caza de publicaciones que ofrezcan no sólo esclarecimientos teóricos, sino también consejos
prácticos para el trabajo alquímico en el laboratorio, en el espíritu de los maestros del
hermetismo, se está obligado a concluir que no existe ninguna.
La astrología aplicada, que procede de los mismos postulados que la alquimia, dispone, sin
embargo, en nuestros días de toda una serie de revistas y de obras serias, entre las cuales, no
obstante, se impone un cribado severo. Ciertamente, la astrología no exige verdaderamente
co-nocimientos y formaciones especializadas, si no son ciertas nociones matemáticas
elementales; es así al menos para aquellos cuyas ambicio-nes se limitan a querer conocer la
astrología y practicarla para sí mis-mos y para otros, o aun a consagrarla una obra satisfactoria
y digna de leerse, tras algunos años de observaciones, de experiencia y de reco-lección de
materiales estadísticos. No se llega de esta manera, eviden-temente, a descubrimientos
personales importantes ni a interpretacio-nes metafísicas profundas. Pero, ¿es diferente la
situación para las otras ciencias empíricas? Ahora bien, la astrología es esencialmente una
ciencia empírica exacta, al menos la astrología práctica, es decir, la del establecimiento de los
horóscopos. Sus errores de pronóstico no son, por otra parte, más frecuentes que los errores de
diagnóstico de la medicina moderna, a pesar de las facilidades incomparablemente más
grandes de que dispone esta última, con sus numerosos y excelentes auxiliares técnicos. Pero
es justamente porque hay que clasificar la astrología entre las ciencias empíricas (pues sus
resultados pueden ser manejados por métodos puramente estadísticos) que el adversario de
esta ciencia ‑sobre todo si es un sabio moderno‑ parece particular­mente ilógico y en
contradicción con sus propios principios, al opo-nerla, para reducirla al absurdo, el argumento
del porqué epistemoló-gico. ¿No ignora acaso este adversario porqué la reunión de dos
áto-mos de hidrógeno con un átomo de oxígeno conduce a la formación de agua, o, incluso
porqué se obtiene, por ejemplo, la combinación 2Sb + 3FeS, por la fusión de Sb2 S3 + Fe? Si
no es así, que explique pues, el porqué epistemológico de toda afirmación química en general,
o de la repulsión y de la atracción de los polos correspondientes y opuestos, sin contentarse
con responder de una manera que no haría sino llevar más atrás el problema. La investigación
atómica moderna, pese a lo avanzada, no ofrece mayor respuesta epistemológica. Ahora bien,
del mismo modo que el porqué epistemológico no aparece justi-ficado a propósito de las
afinidades químicas o de la atracción y de la repulsión de los polos magnéticos, es ilegítimo
plantear esta pregunta a propósito de las atracciones y repulsiones resultantes de las
constela-ciones planetarias o de las afinidades conforme a las leyes cosmofísi-cas, en
astrología. En el primer caso, la cuestión sería el objeto de una teoría del conocimiento de la
química y de la física, de la misma forma que pertenecería a una teoría del conocimiento de la
astrología resolver la segunda. Ninguna de ambas cuestiones pertenece al domi-nio de las
ciencias empíricas, sino que requieren ambas del conoci-miento metafísico (gnosis), de la
visión intuitiva, de la filosofía, de la ciencia oculta.
¡Ciencia oculta! El término evoca en el espíritu del hombre de ayer, de hoy, y probablemente
de mañana, sobre todo si se trata de un hombre que ha recibido una formación científica, algo
sospechoso, turbio, e, incluso si esta actitud es estrecha, es perfectamente legítima y fundada
en la perspectiva de la mentalidad actual, que da así su jus-tificación subjetiva. La objeción
lógica es siempre la misma. El hombre de ciencia moderna lo expresa poco más o menos de la
siguiente manera:
La ciencia ha dejado de ser el privilegio y la propiedad exclusiva de una casta o de una sociedad
secreta, como fue el caso antaño, como resultado del grado de cultura y de evolución de la
humanidad y de las condiciones económicas y sociales de la época. En nuestros días, la ciencia
es un bien común, internacional, accesible a todos, en la totali-dad de sus disciplinas, métodos
y adquisiciones. Los laboratorios de física, de química, de fisiología, de biología, de
bacteriología, etc., con sus auxiliares técnicos, ilimitados por así decirlo y que se perfec-cionan
sin cesar, ofrecen las más vastas posibilidades a la investigación libre en todos los dominios;
las grandes bibliotecas públicas, las colec-ciones de manuscritos y su circulación internacional
dan a cualquiera la ocasión de informarse de la manera más exacta sobre el estado de los
conocimientos pasados y presentes, de asimilarlos y, entenderlos. La colaboración sin reservas
entre la filosofía, las ciencias humanas, las ciencias naturales y las técnicas, tan característica
de la época moder-na, que ignora los límites arbitrarios, garantiza para el futuro un pro-greso
siempre más rápido e irresistible en toda la línea: entonces, ¿có-mo podría aún tener sentido
una ciencia oculta, en el sentido original del término? Sin considerar incluso cuán antisocial e
inmoral sería querer conservar para sí descubrimientos o invenciones verdaderamen-te
significativos y que tendrían un gran alcance general, sobre todo si fuesen susceptibles de
elevar el nivel económico y sanitario del conjun-to de la humanidad, cuando vivimos en una
época en la que, más que nunca, el individuo está destinado a salir de su aislamiento para
deve-nir un eslabón viviente de la sociedad humana.
Conviene responder a esto que el punto de vista así formulado, con las exigencias que
comporta, está perfectamente justificado para la ciencia moderna en toda su extensión, lo
mismo que para todas las adquisiciones que ella ha determinado, que proceden de ella y que
to-man un aspecto correspondiente al estado particular de su evolución en el momento
considerado.
Pero, en lo que concierne a las ciencias ocultas, no se trata de nin-gún modo de "ocultar" o de
"querer ocultar" un dominio cualquiera del saber. Comprender el término de esta forma es
engañarse entera-mente sobre su significación original, que nunca ha variado. Desde ha-ce
milenios, igual que hoy en día, al hablar de la verdadera ciencia oculta, el hermetista entiende
un saber que no se puede adquirir por una disciplina científica o técnica cualquiera, sino
únicamente por el conocimiento suprasensible, obtenido al precio de un entrenamiento del
alma y del espíritu; un saber que se conquista en nuestros días, igual que los tiempos de antaño,
por la vía de la iniciación. Las expe-riencias y las vías a las que se pueden llegar por este
camino son las mismas en todas partes. Lejos de ser subjetivas, los conocimientos así
adquiridos tienen, pues, una realidad objetiva de naturaleza espiritual, y la síntesis de estos
conocimientos en una concepción del mundo es precisamente lo que el hermetista designa por
el nombre de ciencia oculta: una ciencia que no se revela a cualquiera sino según la apertura
de su alma y de sus disposiciones espirituales. Pero aquél que, gracias al γνωθι σεαυτονo,
encuentra el acceso a esta ciencia, deviene así su gerente y guardián absoluto. El γνωθι
σεαυτονo, nosce te ipsum, "conócete a ti mismo", significa encontrar el macrocosmos en el
micro-cosmos, o más aún, según el lenguaje de Paracelso, contemplar en el Astro del pequeño
mundo (uno mismo) el Astro del gran mundo (astrología espiritual). Es así que el hombre es
"la medida de las cosas", o, como lo formula Leonardo da Vinci: "El hombre es el modelo del
mundo." Siempre es lo mismo en todas partes.
Aquél que ha franqueado el umbral del templo que lleva este γνωθι σεαυτονo se encuentra,
según Paracelso, "en la luz de la natura-leza"; ve con el ojo interior del alma, es hermetista.
"Aprende por esto la alquimia, que lleva también el nombre de Espagiria que enseña el arte de
separar lo falso de lo verdadero. Así es la luz de la naturaleza" (Paracelso).

Examen histórico

Estas consideraciones explican al mismo tiempo porqué no existe sobre la alquimia, sobre la
espagiria teórica y práctica, obra alguna, publicada en los últimos ciento cincuenta años por
un iniciado, que pueda comunicar al buscador esclarecimientos teóricos y sobre todo consejos
prácticos. Esto es igualmente cierto para las literaturas alema-na y extranjera, bien que los
franceses se hayan acercado a esta disci-plina marginal con mucha menos prevención, con una
actitud mucho más dedicada y resuelta de lo que ha sido el caso entre nosotros, en Alemania.
Eruditos notables han consagrado, sin embargo, al conjunto del tema estudios muy
concienzudos y meritorios, para obtener de ellos una historia de la alquimia concebida en un
espíritu positivista, como es el, caso de la obra publicada en 1886 en Heidelberg por Hermano
Kopp, o de la obra enciclopédica del profesor Edmund von Lippmann sobre el origen de la
difusión de la alquimia (Entstehung und Ausbreitung der Alchymie, vol. I, Berlín 1919; vol.
2, 1931; vol. 3, Weinheim 1954). Estos trabajos representan una rica colección de materiales
cuyo valor para la historia de la civilización es considerable, pero la actitud racionalista de los
autores con respecto al tema tratado y su mentalidad demasiado sujeta a las concepciones del
tiempo, les impiden acercarse a la esencia y al espíritu del hermetismo en tanto que ciencia
oculta. Se está así lejos de satisfacer las condiciones reque-ridas para guiar el paso del lector,
aún incierto y a tientas, y permitirle descubrir la puerta secreta y única desde la que es posible
embarcarse para el viaje aventurero, en busca del vellocino de oro. La última estrofa de un
viejo poema alquímico inglés dice:

Pues es preciso que lejos, lejos viaje


Por mar y países vagabundos
El que busca los viejos montes
Donde se encuentra la Piedra de los Sabios.

Desde que los verdaderos hermetistas entraron en la sombra –un poco antes de la Revolución
francesa‑ el mejor, de lejos, de todos los libros de lengua alemana escritos en el espíritu
alquímico, es La histo-ria de la alquimia de Karl Christoph Schmieder, publicado en La Haya
en 1832, el año mismo de la muerte de Goethe, lo que no podrá aparecer como una
coincidencia fortuita, simple capricho de la pequeña historia, a los‑ojos de quien tenga la
menor intuición de las corresponden-cias profundas. La manifestación de los acontecimientos
‑trátese de la historia o de la historia del espíritu en su desarrollo cronológico‑ obedece a leyes
cosmofísicas determinadas que se manifiestan a menudo bajo esta forma simbólica,
precisamente con ocasión de fenómenos se-cretos, pero que no son por ello menos esenciales.
Schmieder no era un iniciado del hermetismo, pero había bañado su juventud en los últimos
afluentes de la tradición alquímica, incluso si su perfume estaba ya casi desvanecido. Su
disposición de espíritu era tal que, tras haber consagrado decenas de años al estudio en
profundidad e imparcial del universo alquímico y al examen escrupuloso de las tradiciones,
debió sentir que se encontraba ante realidades que convenía abordar con discreción y respeto.
Este espíritu guía toda la concepción de la obra. Para testimoniarlo, baste reproducir aquí el
corto prefacio, tan bello y ejemplar:
"Se expondría a una justa reprobación el que quisiera volver a po-ner en entredicho una causa
juzgada y desde hace largo tiempo entendida, y ése podría bien parecer ser aquí el caso, a los
ojos de los numerosos lectores.' Es cierto: la alquimia ha perdido su proceso en primera
instancia; pero si ella ha encontrado después nuevos medios jurídicos, sigue siendo libre de
introducir una demanda de revisión. Los siglos pueden muy bien transcurrir; ello no podría
tener prescripción a este respecto, pues la verdad es eterna y no debe ser condenada.
"En muchas aulas de enseñanza se juzga naturalmente que el asunto está zanjado. Pero
escuchar quiere decir dejar a los otros pensar para si: el estudio debe venir a continuación. Para
mí, el período de escucha se sitúa en una época en el que este proceso parecía llegar a su
conclusión. Hombre joven de veinte años, juraba pues, por la pala-bra del maestro que la
alquimia era un cuento inventado por el engaño, y el joven doctor de entonces no dejaba de
menospreciar con so-berbia a los que pensaban diferentemente. El hombre de treinta años
encontraba ya cosas que le repugnaba tomar en consideración. El cua-dragenario leía cada vez
más y devenía soñador de ella. Y es así que el quincuagenario llegó a no saber qué debía
pensar.
"Fui mortificado y pronto decidí engancharme de una buena vez a la tarea, a fin de investigar
e1 verdadero fondo del asunto. Los maestros que habíamos escuchado no habían dejado de
hacerlo honestamente; yo estaba lejos de dudarlo. Pero desde aquellos tiempos, nuevos
he-chos han venido a añadirse a los antiguos y se ha aprendido igualmente a conocer mejor a
los antiguos. Más aún, en los treinta años de mis es-tudios, se han producido eventos que
permiten dudar que el código en virtud del cual fue juzgado el proceso siga siendo válido
todavía.
"No todo hombre encuentra el tiempo y la ocasión de reunir las actas necesarias para obtener
una vista de conjunto del asunto. Ofrez-co al que lo desee lo que he reunido y comparado. Si
esto puede serle útil, seria dichoso de saber que no sólo he rendido servicio a mí mismo. Lo
que refiero está probado. Lo que pienso está netamente sepa-rado y no debe influenciar a nadie.
“En casos de este género hay que saber separarse de una opinión devenida cara para someter
a un nuevo examen lo que ya parecía pro-bado. Hay que saber imponerse hacer la abstracción
de la inverosimi-litud para examinar una cosa inverosímil. Grandes pensadores nos in-vitan a
ello. Así, Séneca confiesa: Quod primum incredibile videtur, non continuo falsum est; credo
si quidem faciem mendacii veritas re­tinet. Y Voltaire dice casi en los mismos términos: “Lo
verdadero no siempre es verosímil.”
Bien que hayan transcurrido ciento veinticuatro años desde la pu-blicación de este prefacio, la
afirmación que contiene conserva todavía todo su valor.
Ciertamente, al examen superficial, la obra de Schmieder no es más que una revisión histórica
de las investigaciones y descubrimien-tos, fracasos y triunfos de los alquimistas, desde los
comienzos, de los que la historia conserva el testimonio hasta la aurora del siglo XX, cuando
la alquimia se, retiró ante el progreso continuo de las ciencias positivas. Así, quien abra este
libro con la única esperanza de encon-trar en él consejos y sugerencias para la práctica
alquímica, no hallara en él su cuenta. En cuanto al aspecto terapéutico del arte espagírico, que
debe sobre todo interesar a la mayoría de los lectores de este libro, este aspecto no es, por así
decirlo, tomado en consideración. Pues lo que se designa por yatroquímica (medicina
alquímica) no es en realidad sino un aspecto secundario y accesorio de la verdadera alquimia.

Espiritualidad e iluminación de los maestros


Es verdad que los grandes alquimistas eran también grandes médicos ‑y en primer lugar
Paracelso y Van Helmont‑, ya que la segunda cualidad resulta directamente de la primera; ¿no
es también la piedra filosofal el elixir de la vida y la medicina suprema? Mas, para el
alqui-mista auténtico, esta facultad de curarse y de rejuvenecerse no era más el término y el
objetivo final de lo que lo era "hacer oro", o más exac-tamente transformar un metal inferior
en metal noble. La lapis philosophorum es, antes bien, el más perfecto de los presentes
terrestres y temporales, que le cae en gracia en cierto modo como un fruto madu-ro al que ha
seguido "en la luz de la naturaleza" el camino de la inicia-ción de los alquimistas, y ha llegado
en él a una etapa determinada. Aquellos, por el contrario, que no se dedican a la Gran Obra
más que para hacer oro y para encontrar el elixir de larga vida, siguen siendo vulgares
sopladores y aventureros que no cesan en toda su vida de errar con los ojos vendados en la
niebla que rodea al templo herméti-co. Mejor que a ningunos otros les conviene la palabra de
Cristo: Amontonad primero los bienes del cielo y todas estas cosas os serán dadas por
añadidura.
Pero siempre hubo hombres que poseyeron por iluminación interior los conocimientos sobre
la naturaleza y sobre la preparación de la piedra filosofal, que han hablado de ello
abundantemente en sus escri-tos, sin haberla, sin embargo, preparado ellos mismos, porque en
su alma "ya estaba hecha". Jacob Boehme fue uno de estos grandes teósofos y místicos. La
preparación práctica de la piedra no fue emprendida más que por sus discípulos y sucesores,
como Valentín Weigel y Sincerus Renatus.
Todos los maestros de la alquimia colocan sus escritos y su trabajo hermético bajo el signo de
la Invocatio Dei. Así, Basilio Valentín, al comienzo de su tratado De la gran piedra de los
antiguos sabios (Vom grossen Stein der ur‑alten Weisen):

"Es por esto que te digo, con toda veracidad, que si quieres, hacer nuestra gran piedra antigua,
sigue mi consejo y ora por todas las cosas a tu Dios, el autor de todas las criaturas, para que te
dé fortuna y pros-peridad en tus empresas. "

Y en otro lugar:

"Así, la primera lección y exhortación no puede ser confirmada ahora mejor que por la oración
que tiene nombre y que es: Invocatio dei, la invocación de Dios."

Un codicilio atribuido a Raimundo Lulio comienza así:

"Oh, Dios, es bajo los auspicios de tu trinidad, que no comporta atentado alguno a la unidad
de tu divinidad, que comenzamos el pre-sente resumen. "
Alano (Alain de Lille), el más antiguo de los alquimistas franceses, escribe:

"Hijo mío, adhiere antes tu corazón a Dios que al Arte, pues el Arte es un don de Dios y lo
acuerda a quien él quiere; así, pues, que tu paz y tu gozo sean en Dios y tendrás el Arte. "

Es en este estado de alma que los alquimistas franquean el um-bral de su laboratorio para
emprender la Gran Obra.
El sabio de hoy en día y de mañana ‑médico, físico o químico ­puede muy bien sonreírse ante
esta caduca forma de abordar la natu-raleza; es así que no recoge del aire más que el ázoe, y
no el mercurio de los filósofos.
Y, ¿no es acaso en el mismo espíritu que Rudolph Steiner dice, volviéndose hacia el futuro:
"La mesa de los laboratorios debe volver a devenir un altar"?
Se descubre también en la obra de Schmieder una última traza del presentimiento de que existe
una región fronteriza, una tierra sagrada. Se percibe claramente, pese a la discreción del
lenguaje, el dominio de sí y la reserva escrupulosa del sabio historiador. Es por esto que es-te
libro se distingue de todas las otras publicaciones que trataron del mismo tema en el curso de
los últimos ciento cincuenta años. Así, aquél que tome este libro para punto de partida de sus
estudios alquí-micos no encontrará en él sin duda consejos para el trabajo práctico en el
laboratorio; como contrapartida, la obra sabrá crear alrededor del lector la atmósfera
indispensable para quien desee abordar su búsqueda con la comprensión íntima y la
penetración espiritual que convienen.
Se encuentran igualmente en la literatura alemana moderna escritos aislados cuyo origen es el
mismo o de una inspiración vecina. Así, el Tratado sobre la medicina (Traktat über die
Heilkunde), de Hans Blüher, aparecido poco después de la primera guerra mundial. Este libro
examina magistralmente el psicoanálisis freudiano y la tendencia de su evolución. Pero su
mérito esencial es el de exponer todo lo que, desde Hipócrates, es practicado bajo el nombre
de medicina y de terapéutica, situándolo en la perspectiva general de la historia de las ideas.
Blü-her distingue netamente ciencia sagrada y conocimiento, en tanto que problema de las
profundidades (hermetismo, alquimia y ciencias iniciáticas), por una parte, y empirismo,
completamente superficial, por la otra, tal como el que se ha manifestado e impuesto desde
Hipócra-tes como la única ciencia de la naturaleza. He aquí algunas páginas es-cogidas al azar,
a título de ejemplo:

" . . La medicina ha sufrido un segundo perjuicio grave por cau-sa de la química. Se ha


producido, en efecto, en el interior de esta ciencia contemporánea exactamente el mismo
abandono que en la medicina en relación con un saber sacerdotal original. Este saber original
(regido por conocimientos primordiales) se llama alquimia... La idea fundamental de la
alquimia es el perfeccionamiento o “cumpli­miento” de los minerales por una ascensión hacia
el oro (y de las plantas hacia `el trigo'). Pero todas las ciencias primordiales tienen una
es-tructura doble y, en su significación profunda, la alquimia encierra la idea de que el hombre
(el microcosmos) recorre por su parte el camino hacia el `oro' (el macrocosmos). La
transformación de los minerales en oro debe acompañarse en el hombre de un caminar interior
paralelo, que le conduce igualmente a la perfección. Como se sabe, la alquimia de la Edad
Media ha naufragado por la indignidad de los alquimistas.[1]
"Leonardo da Vinci y Pico de la Mirandola tenían todas las razo-nes de oponerse a los
alquimistas y a los astrólogos de su tiempo, y de acusarles de charlatanería. Es verdad que los
minerales se dejan efecti-vamente transformar en oro, y el camino para ello está trazado por la
naturaleza; pero encontrar este camino exige cualidades que se busca-rán vanamente, por
ejemplo, entre los sabios de hoy en día. . . Se sabe que la alquimia se desplomó bajo la
indignidad de los alquimistas que no tenían en mente más que `hacer oro' y enriquecerse. La
química moderna ha salido de los detritus de la alquimia; es por ello que hay que saber que es
una ciencia de segundo orden, y, en consecuencia, inferior a la alquimia e indigna de serla
comparada. Pero la química es al menos neta y clara, lo que facilita la tarea de sus discípulos.
"Continuando el estudio de estos fenómenos de desarreglo de la ciencia, encontraremos toda
una serie de eventos que conducen al mis-mo resultado. La antigua ciencia de los astros
(astrología) se oscureció por las mismas razones, para renacer bajo forma de segundo orden
en la astronomía moderna. No hay, sin embargo, que olvidar a este respec-to que los creadores
de esta ciencia, sobre todo Copérnico, Kepler, y aun el mismo Newton, no se parecían apenas
al astrónomo moderno; Copérnico no era solamente astrólogo, sino también médico, y uno
imagina que el canónigo de Frauenberg no podría apenas ser un simple seguidor de Hipócrates.
..
". . .Pero volvamos a la química y a su objeto. Como es una cien-cia de segundo orden, no
tiene, por tanto, tendencias microcósmicas, y basta con una cabeza ingeniosa para practicarla.
Ella se ha arrojado so-bre la medicina, y en particular sobre las hierbas medicinales. Paracelso
ha dicho con este motivo las cosas más profundas. No sospechamos ya qué fuerzas incitan a
las praderas, los roquedales y los pantanos. El punto de vista químico es simple a este respecto:
lo que cura no es la planta entera, sino únicamente un desecho que, ella encierra y que se puede
extraer, e incluso ‑he aquí el triunfo‑ preparar `sintéticamen-te.' No se trata del té, sino de la
`teína; no del café, sino de la ca-feína, no de la adormidera, sino del `opio y sus derivados'. El
químico considera la planta en algún modo como una envoltura diferente de es-tos desechos,
como una diversión en el fondo inútil, aunque encanta-dora, de Dios. Por ciertos
procedimientos químicos aplicados sin el menor escrúpulo, se extrae este desecho de la planta,
hasta que no queda sobre la mesa más que un pequeño polvo blanco. La alquimia designaba
los fenómenos químicos por el térmico `cocción' y ‑en su pe­ríodo de expansión‑ restringía su
empleo, definiéndola como “lo que el estío hace con los frutos”. ("La maduración de los frutos
es la co-cción natural", dice Paracelso). El pequeño polvo blanco sirve a conti-nuación a la
confección de píldoras de las que se apodera el mundo de los negocios; así se desencadena el
gran sabbat de los hechiceros de la industria farmacéutica. Todo ello no tiene ya nada que ver,
natural-mente, con el arte de curar. Del mismo modo que cada jardinero sabe que tal manzana
particular debe ser recogida tal día, sin lo cual sería ácida o devendría pasada de madura, así
la vieja medicina conocía la hora, es decir, el factor tiempo, de las hierbas medicinales
vivientes. Esta hora es indicada por la posición de los astros, a condición de que se conozca
realmente la naturaleza de cada planta particular. No se trata de considerar la virtud curativa
de una planta como un dato; esta virtud no está invariablemente presente, como el peso. Debe
ser “dirigi­da”. No habiendo sido recogida y absorbida a la hora conveniente, `el tiro sale por
la culata' y la planta no produce efecto (Paracelso). Se encuentran a este respecto unas
maravillosas palabras en el Paragra-num: `Advierte bien esto: ¿qué vale el remedio que das
para la ma-triz de las mujeres si no eres guiado por Venus? ¿Qué podrá tu re-medio para el
cerebro, sin ser conducido por la luna? Y lo mismo para los otros astros: permanecerían todos
en el estómago, y volverían a sa-lir por el intestino, quedando sin efecto. Pues he aquí la razón
de ello: si el cielo no te es favorable y no consiente dirigir tu remedio, no lle-garás a nada. El
cielo debe guiarte'. Así, y de otras maneras todavía, lo `químicamente puro' se opone al
producto sometido a la cocción y al afinado alquímico. La medicina de Hipócrates ha
conducido pues a la destrucción de todo un imperio que tenemos ahora que reconquis-tar, pues
no hay duda de que la medicina, como el mundo moderno, atraviesa en el presente una grave
crisis. La fe en la medicina enseñada en las facultades baja un poco más cada día, mientras que
se refuerza y se precisa el oscuro sentimiento de que la antigua alquimia y todas las otras
ciencias primordiales están en la verdad. Corresponderá en primer lugar a los médicos que se
inspiren en los métodos naturales de restituir a la medicina su poder perdido. Entiendo por
medicina `natu-ral' la que, al romper el lazo contra natura entre la medicina, y las cien-cias
naturales exactas, restablece su antiguo lazo con la religión."

El error de los psicólogos

Este extracto del Tratado sobre la medicina de Hans Blüher mues-tra que un autor
perteneciente a nuestra familia espiritual, incluso si viene de una dirección diferente, llega a
las mismas conclusiones, pues se trata aquí de realidades cósmicas.
En cuanto a la estrecha concepción según la cual el proceso alquí-mico se refiere
exclusivamente a una realización espiritual, esta opi-nión fue defendida por primera vez por
un médico teósofo, cercano al círculo de H. P. Blavatsky, el doctor Franz Hartmann. El autor,
muerto a fines del siglo último, expresa esta concepción en sus dos obras: La medicina de
Teofrasto Paracelso (Medizin des Theophrastus Paracelsus) y Esbozo de las doctrinas de
Teofrasto Paracelso (Grun-driss der Lehren des Theophrastus Paracelsus). En un estudio
funda-mental, publicado en la edición de 1936 del Eranos Jahrbuch, el pro-fesor R. Bernoulli,
de la Escuela Politécnica Federal de Zurich, opone a esta concepción la idea de las
correspondencias': vuelve así a colocar el problema en la única perspectiva válida, pues
comprende que todo lo que es realizable en el dominio del alma y del espíritu debe tener en el
mundo de la materia su polo y su efecto correspondientes y puede, por tanto, conseguirse ahí
de una manera fisicobiológica, igual que so-bre el plano metafísico.
"Si consideramos que la ebullición en la cornuda corresponde a un acontecimiento espiritual,
fisiológico, astral, lo que se expresa aquí de una cierta manera es una fase del drama cósmico
divino, que este acontecimiento particular se refleja en todos los dominios concebibles y
representa al mismo tiempo el efecto producido por el conjunto de estos factores, entonces la
alquimia se revela como un alálisis verdadera-mente global, como una tentativa de reconocer
en los particular la manera de ser del todo: Pero si olvidamos aquello, nos encontra-mos
evidentemente en la situación fatal que consiste en no ver ya en la alquimia sino una química
imperfecta: es química imperfecta, pero no sólo eso. Ella es la doctrina de las correspondencias
en todos los dominios. Nuestras concepciones actuales nos impiden aceptar esta forma de
pensamiento. Contiene una afirmación que no puede ser probada y que no podría, por tanto,
tener valor científico."
"Si, como contrapartida, queremos comprender la alquimia aun-que no fuera sino
aproximativamente, debemos aceptar que esta doc-trina de las correspondencias se aplica sin
restricciones a su domino. "

El estudio de R. Bernoulli, ilustrado, por otra parte, por algunas re-producciones de símbolos
alquímicos, trata esencialmente de la evolu-ción espiritual de los alquimistas, como asimismo
lo indica el título del ensayo. La alquimia, la verdadera alquimia es, en efecto, una expe-riencia
iniciática y lo que el adepto hace aparecer en el laboratorio no es más que un fenómeno
secundario, “correspondencia” cosmofísica. Tanto la una como el otro son fenómenos reales:
la primera se de-sarrolla en el crisol del alma, mientras que el segundo tiene lugar en el crisol
del laboratorio alquímico.
De manera calurosa y convincente, Bemoulli habla de esta ex-periencia interior en el
penúltimo y breve capítulo de su conferencia, con los acentos de un auténtico respeto:
[1] Nota del autor: Se trata, naturalmente, no de los maestros y adeptos, sino de los bribones,
de los aventureros, de los vagabundos de la alquimia, en el curso del período de decadencia.

El camino de la metamorfosis, la trasmutación alquímica

"Y he aquí el gran e importante capítulo: ¿Cómo se hace esto? ¿Cuál es el camino que conduce
a la meta? Es la vida de la trasmuta-ción, de la metamorfosis. Puedo hablar de ello brevemente.
Hay sobre el pórtico de la catedral de Trogir, en Dalmacia, un pequeño bajorre-lieve finamente
ejecutado que muestra al alquimista sentado ante su horno, en el que está encendido el fuego.
Ha colocado su cornuda so-bre el fuego. Con la mano izquierda, eleva una copa. Flotando en
el aire, un ángel se acerca y vierte el elixir de la larga vida en la copa. La imagen significa: sus
propias fuerzas no le bastan al hombre para recorrer este camino, pero triunfará quizá si
despierta en alguna forma al guía y conductor que duerme dentro del hombre y que puede a
con­tinuación dirigirlo. La práctica de este camino, ‑dicho de otro modo, de la transmutación,
la metamorfosis de lo imperfecto o incluso de lo demasiado perfecto‑ esta obra tan grande y
laboriosa fue la meta, el objeto de todos los esfuerzos de la alquimia mística a lo largo de los
siglos. Pero seguirá siendo para nosotros un secreto, pese a todas nuestras lecturas y a pesar
de todo el celo que pongamos en querer captar su significación. He experimentado yo mismo
últimamente la dificultad de comunicar algo esencial sobre esta metamorfosis. A pesar de
todos nuestros esfuerzos por ser claros, es casi imposible hacerse entender. Pues en la práctica
de este camino, se trata de experiencias que debe hacer uno mismo. Si se habla de ello, como
lo hacen los tex-tos alquímicos, la cosa no deviene más clara. La particularidad de es-te camino
es que uno se apercibe de golpe, una vez vivida la experien-cia, de lo que los textos querían
decir. Los alquimistas mismos sabían muy bien que pocas cosas pueden decirse únicamente
con las palabras. Es por esto que buscan refugio en las imágenes simbólicas. Su papel es el de
expresar lo indecible. La vida debe ser indicada por las imágenes."

En el mismo volumen del Eranos Jahrbuch que encierra el estudio de Bemoulli, se encuentra
igualmente una conferencia del profesor C. G. Jung, trabajo preliminar de la obra Psicología
y alquimia (Psy-chologie und Alchimie), que debía aparecer en 1944. El psicólogo sui-zo
intenta aquí someter a un examen fundamental al simbolismo al-químico y a las formas de
experiencias psíquicas profundas en sus re-laciones con la alquimia. Nuestro propósito no es
aquí el de apreciar esta tentativa de apoyar las teorías jungianas sobre un material
excep-cionalmente abundante reunido en 270 figuras. Para nosotros se trata únicamente de
oponernos de la manera más categórica a la concepción de Jung, que coincide con la del doctor
Franz Hartmann. En efecto, la autoridad del psicólogo suizo corre el riesgo de transformar un
aspecto totalmente parcial de la alquimia en una afirmación científica. La tesis errónea de Jung
aparece como totalmente superficial para quien la examine desde una perspectiva espiritual
elevada. En efecto, según es-ta tesis, las instrucciones y las imágenes alquímicas se refieren
única-mente a la interpretación de los eventos que interesan a la evolución psíquica. Pero aquél
que ha sabido orientarse en los círculos de la ex-periencia alquímica, y que ha seguido el
camino de la alquimia prácti-ca, en lugar de racionalizar a propósito de su lenguaje cifrado y
de su universo simbólico, constata: que la famosa piedra filosofal, el miste-rioso elixir, puede
ser preparado. Los grandes maestros inmortales del hermetismo, Basilio Valentín, Isaac el
Holandés, Nicolás Flamel, el conde Bernardo de la Marca Trevisana, Paracelso, y tantos otros,
in-dican sin ambigüedad en sus escritos el camino a seguir en el trabajo práctico, incluso si se
expresan con palabras cubiertas y en parábolas. Toda persona no prevenida que haya estudiado
sus obras debe llegar a esta conclusión, sin que sea, no obstante, necesario que encuentre la
clave misma. Para ello tiene que adquirir el sentido de los símbolos por una larga preparación.
Sobre este punto al menos Jung tiene cier-tamente razón. Pero el psicólogo suizo hace una
hipótesis arbitra-ria y completamente errónea, que solamente puede ser explicada por la
influencia del estado permanente de las ciencias naturales, cuando escribe: “No hay por otra
parte la menor sombra de duda de que durante todos los siglos en los que se ha trabajado
seriamente, no se produjeron nunca ninguna verdadera tintura, ningún oro artificial. Puede
preguntarse entonces: ¿qué es, pues, lo que ha determinado a los alquimistas a continuar
imperturbablemente su trabajo o ‑como ellos dicen‑ su operación, y a escribir tratados sobre
tratados sobre `el arte divino' ya que toda su empresa era de una desoladora inutilidad?" Otros
tiempos –que no están quizá demasiado lejanos‑ traerán un jui­cio diferente. De hecho, existen
testimonios incontestables de trans-mutaciones efectuadas en los siglos XVI, XVII y XVIII.,
y no es siquie-ra necesario remontarse tan lejos. . . Es así tan incomprensible como lamentable
que un investigador de la calidad de C.G. Jung no tenga el oído lo suficientemente fino para
percibir, en el curso de su estudio en profundidad de la alquimia, el convincente acento de
autenticidad en los escritos de los verdaderos maestros, cuando hablan, por su propia
experiencia, de la realidad de la Gran Obra que ellos mismos han lleva-do a cabo. Se habría
podido esperar encontrar en Jung un instinto más seguro.
Ante la incontestable importancia que reviste la obra de Jung pa-ra la psicología, pues sitúa a
la alquimia por primera vez en una pers-pectiva enteramente nueva y que se impone a la
atención de toda in-vestigación psicológica futura (es para el alquimista mismo para quien
menos útil es el libro), el que conoce la alquimia y sabe que sus datos son realizables en la
práctica está obligado a recusar expresamente esta obra a causa de su parcialidad, pues este
libro aleja al investigador de su meta en lugar de acercarle a ella. Evidentemente, un propósito
como ése no entraba del todo en las intenciones del autor. Sin embargo, al negar que las
aspiraciones alquímicas puedan realizarse sobre el pia-no de la materia, sin haber hecho él
mismo la experiencia de ello, peca ‑y este es el reproche que se le hace‑ contra la ley de las
correspon-dencias: lo que está arriba es como lo que está abajo.

La necesidad del secreto

En un mensaje enviado por el adepto inglés Theodore Mundanus a Edmond Dickinson, se


dice: "No parece que sea en la intervención particular de la providencia que, no, solamente el
populacho grosero, sino incluso los sabios y las gentes más perspicaces, han rechazado
tenazmente este asunto y vuelto al Arte en escarnio como un absur-do y como la más grande
locura de la tierra, sin examinar lo que se produce realmente, ni considerar si la cosa, por su
naturaleza misma, es posible. En otras controversias, los hombres sabios‑y avisados se to­man
generalmente el esfuerzo de adquirir una noción justa del objeto, antes de rechazarlo como
perfectamente absurdo; pero aquí se comienza lo más a menudo por condenar el conjunto de
la cuestión, con la más total desconfianza... Los adeptos están acostumbrados a ello y no
otorgan más importancia a las palabras de este género que al melo-dioso rebuzno de un asno.
Estas calumnias no empastarán su gloria, ya que la conservación de su persona y la salvaguarda
de su secreto exigen que ellos se eleven por encima de estas necesidades. "
Que no se espere, pues, que el presente estudio levante el velo del secreto preservado durante
milenios por los maestros del hermetismo, ni que entregue así un saber que sólo la iniciación
permite adquirir o que ‑hoy como antaño‑ los maestros ocultos transmiten de boca a oído a los
discípulos cuyo silencio está probado.

Que se encadenen mérito y oportunidad,


Los necios nunca lo han soñado.
Si tuvieran la Piedra de los Sabios,
A la Piedra la faltaría el Sabio.

Estas estrofas en la boca de Mefistófeles resumen con una mara-villosa concisión lo que en
todo tiempo ha decidido a los alquimistas a guardar silencio sobre el misterio o a no hablar de
él sino en térmi-nos cubiertos. En la respuesta a Edmond Dickinson, ya citada, Theodo-ro
Mundanus expresa esta idea de la manera siguiente:

"Pero si la piedra tiene la acción y el poder maravilloso que sabe-mos, no es sorprendente que
los sabios de todos los siglos se hayan es-forzado tanto por guardar su materia secreta,
sabiendo bien que, caída en el dominio común, manos indignas y depravadas podrían servirse
de ella, y causaría entonces tanto mal como permite hacer de bien. Esta es la única razón por
la cual han consagrado tantos esfuerzos a ocul-tar ante todo su primera materia y a trabucar y
envolver la verdad de la cosa por toda suerte de expresiones oscuras y enigmáticas. "

Theodoro Mundanus responde igualmente a la objeción que se es-cucha en nuestros días tan a
menudo como antaño: ¿por qué los maestros herméticos describen el proceso alquímico, si es
para callarlo o al menos velar lo esencial de él?

"Pese a la apariencia ardua y misteriosa de los escritos filosóficos, los discípulos de esta ciencia
deben considerarlos con gratitud a causa de la penosa labor que ha costado a los que no han
emprendido estas obras más que por caridad y voluntad deservir. Pues los autores no han
buscado en ellas ni gloria ni provecho, obligados como estaban a ocultar su nombre. Todo lo
que ellos han hecho encuentra su origen únicamente en su deseo sincero de ofrecer en cierta
forma un hilo de Ariadna que pueda guiar a los niños del Arte a través del laberinto al-químico.
En toda la medida de lo posible querían facilitar la tarea de los buscadores, sin por otra parte
revelar el Arte al profano ni entre-gar la casta Diana a los apetitos de los poderosos y de los
ricos, que po-drían más fácilmente asegurarse su posesión si bastase con invertir en ello el
suficiente dinero. Y ya que los filósofos han hecho todo lo que está en su poder, corresponde
a los discípulos del Arte hacer el resto, es decir, entregarse al trabajo y a la oración y esforzarse
por descubrir el sentido de estos escritos por una reflexión sostenida y por la perse-cución
incansable de experiencias bien meditadas, que son sus mejores comentarios. "

Algunos jalones para la investigación

No obstante, para facilitar los comienzos del que se proponga consagrarse a la alquimia teórica
y práctica, señalamos aquí las princi-pales obras que ofrecen la mejor introducción; pues los
libros alquími-cos son legión, engañosos y despistantes, bien hechos para desesperar a la
mayor parte de los lectores, antes mismo de que hayan podido plantar el pie. Las obras
señaladas aquí no contienen ambigüedad al-guna, ni intención de extraviar, bien que expresen
naturalmente el se-creto hermético en términos encubiertos y parábolas. Son: El secreto de la
Sal (Das Geheimnis von dem Salz), escrito y publicado por Elias Artista Hermetica; ABC de
la Piedra de los Sabios (ABC vom Stein des Weisen) ‑una colección de los más importantes
textos alquímicos; La brújula de los sabios (Compass der Weisen); Georg Von Welling: Opus
Mago‑Cabbalisticum et Theosophicum, en la que son descritos el ori­gen, la naturaleza, las
propiedades y el empleo de la sal, del azufre y del mercurio, en tres partes (Opus
Mago‑Cabbalisticum et Theoso­phicum, darinnen der Ursprung, Natur, Eigenschaften und
Gebrauch des Salzes, Schwefels, und Mercuri in dreyen Theilen beschrieben); el Laboratorium
chymicum de Johann Kundel von L ówenstern; la obra regia de los Rosa‑Cruces: Aurea Catena
o La Cadena de Oro de Horne-ro (Golden Kette des Homer) y, en fin, La historia de la
alquimia, de Karl Christoph Schmieder, ya mencionada al comienzo de este libro. Los grandes
maestros herméticos: Paracelso, Basilio Valentín, Isaac el Holandés, no pueden ser abordados
con provecho más que después de un estudio profundo de las obras arriba mencionadas, que
permiten adquirir las bases necesarias a la comprensión de estos últimos.
El que prosiga sus estudios alquímicos, en este orden tendrá ‑su­puesto que tenga la
disposición de espíritu necesaria‑ una lejana oportunidad de conseguir la meta final y
verdadera, sin extraviarse de-masiado en los desvíos que conducen finalmente a un laberinto
del que ya no es posible salir sin el hilo de Ariadna hermético. Añadamos también los títulos
de algunos escritos alquímicos: Filum Ariadnes, Abyssus Alchymise, Purgatorio de los
Químicos (Fegfeuer des Chy-misten), Redención del Filósofo del Purgatorio de los Químicos
Erló-sung der Milosophen aus dem Fegfeuer des Chymisten), Coelum rese-ratum chymicum,
y también Le Triomphe hermétique ou la Pierre Philosophale victorieuse, Clavis sapientiae,
Aula Lucis y, finalmente, conquistada la victoria: El Vellocino de Oro o el antiguo Tesoro
ocul-to de los Sabios (Das goldene Fliess oder urälteste verborgene schatz der Weisen).

Desviaciones y resoluciones

¿Puede uno extrañarse de que este extraño dominio, inabordable y desacreditado, haya
seducido en el curso de los siglos, e incluso de los milenios, a tantos iluminados, charlatanes,
bribones y aventureros que, atraídos por el tesoro, escondido desde tiempos inmemoriales, que
está permitido descubrir, hayan caído bajo el encanto de su cla-roscuro misterioso? Es verdad:
la historia de la alquimia está llena más que ninguna otra de los acontecimientos más
fantásticos y de los más inverosímiles, buenos hechos para inspirar la prudencia con res-pecto
a todo lo que viene de este dominio; y el descrédito que sufre la alquimia no tiene otra razón.
Pero, ¿hay por ello que rechazar del mismo golpe las transmutaciones atestiguadas por testigos
irrefutables y contar a los verdaderos adeptos, de un valor moral y espiritual, en el número de
los estafadores o, en el mejor de los casos, en el número de los engañadores engañados? El
problema no se deja resolver de una manera tan precoz. La ciencia de ayer, de hoy y de mañana
puede bien no haber acuñado estas monedas y rehusar, por lo mismo, reco-nocerlas: un futuro
no demasiado lejano lo juzgará todo de otro modo. Sin embargo, la aureola que rodea a la
alquimia todavía en nues-tros días continúa provocando tentaciones y extravíos sumamente
ex-traños de los que el autor podría contar ejemplos sacados de su expe-riencia de más de
cuarenta y cinco años, desde que se consagró a la alquimia, y la extravagancia de estas
divagaciones no cedería apenas ante los relatos de los siglos pasados.
Si se considera la primera mitad de nuestro siglo, se constata ‑co­mo se ha dicho al comienzo
de este estudio‑ que no solamente los ele­mentos medianamente o poco educados, sino incluso
y sobre todo los círculos verdaderamente instruidos y hasta los medios científicos
pro-piamente dichos, se desvían cada vez más de una concepción puramen-te materialista y se
aproximan a las ciencias llamadas marginales. El fenómeno se ha acentuado particularmente
desde la primera guerra.
Una sola disciplina, aparecida hacia 1923, y que desde su entrada en escena no deja de
extenderse, es incontestablemente espagírico‑alquí­mica en su naturaleza, aun cuando los que
la practican no quisieran convenir en ello y objetasen quizá que su ciencia se funda
exclusiva-mente sobre las concepciones filosóficas de la antroposofía. ¡Lo admi-timos de
buena gana! Pero el método así practicado no es por ello me-nos alquímico, y es preciso que
lo sea, ya que esta vía de conocimien-to no puede sencillamente conducir a otro fin: las
realidades y las le-yes cosmofísicas permanecen como datos permanentes, y el iniciado
visionario no puede obtener en nuestros días un resultado diferente del que obtenía antaño el
adepto, si ambos perciben las interrelaciones cósmicas `en la luz de la naturaleza' ‑para
designar esta visión intuiti­va en las palabras de Paracelso‑, en su realidad espiritual. La
natura-leza, dice Goethe, vive en un acto creador continuo. Sólo el aprendiza-je que permite
desarrollar esta facultad del alma y del espíritu ha deve-nido diferente, y este cambio está
determinado por la situación psico-lógica fundamentalmente diferente del hombre moderno.

La agricultura biológica se deriva también de la alquimia

La disciplina que se puede calificar de espagírico‑alquímica, y que ha podido registrar éxitos


tan excepcionales en el curso de la treintena de años de su existencia, es el procedimiento de
abonado biodinámico, establecido en su tiempo por Rudolf Steiner. Este procedimiento
re-presenta una innovación fundamental para la agricultura, la jardinería y la silvicultura, y las
imprime una nueva orientación cuyos efectos no aparecerán plenamente más que en el
porvenir. Los lectores que deseen informarse más completamente sobre esta cuestión
encontrarán aclaraciones tanto en la revista Demeter como en la colección GäaSophia
publicada por la sección de ciencias naturales de la Universi-dad Libre de Filosofía en el
Goetheanum de Dornach[1].
Los antropósofos cometen, sin embargo, un error cuando preten-den que el abonado
biodinámico, tal como fue creado por Rudolf Steiner, ejecutado y beneficiado por sus
discípulos con tanto éxito, es un procedimiento enteramente nuevo e inédito. Los que dicen
esto lo ignoran todo de la alquimia y de su naturaleza, sin lo cual sabrían que el abonado, dicho
de otro modo la descomposición, la putrefacción y la combustión, representa el problema
fundamental de toda la alqui-mia. Si se poseen aunque sea sólo algunas nociones superficiales
de esta cuestión, el tratamiento del suelo con un abono artificial cualquiera se excluye por sí
mismo. Los químicos agrícolas que, en tanto que campeones de los grandes trusts industriales,
se convierten en los pro-pagadores de los abonos sintéticos, siguen siendo todavía prisioneros
de los mismos razonamientos esquemáticos y mecanicistas que han guiado a los fisiólogos y
estadísticos de la alimentación hasta la primera guerra mundial, e incluso más allá de ella.
Fundándose sobre exámenes de laboratorio que han permitido constatar con razón que las
proteí-nas, los azúcares y las grasas son los constituyentes principales del or-ganismo humano,
los especialistas han calculado la consumición corriente y las necesidades diarias mínimas, y
establecido tablas es-quemáticas a la intención de las diferentes categorías profesionales:
trabajadores intelectuales, obreros manuales, y trabajadores de fuerza. Así, en 1887, Carl von
Voit, el bien conocido fisiólogo muniqués, ha concluido, a partir de las experiencias que ha
conducido, que las nece-sidades diarias de un obrero manual que tenga un peso medio de 70
ki-los se establecen como sigue: como mínimo, 500 gr. de azúcar, 56 gr. de grasas, y 120 gr.
de proteínas (ración alimenticia). No es sino mu-cho más tarde que ha averiguado que las
necesidades diarias mínimas en proteínas no sobrepasan de hecho los 40 gr. Sin embargo, el
míni-mo según Voit, tres veces superior a las necesidades reales, entró en los manuales y fue
considerado como un dogma durante decenas de años. Incluso haciendo por otra parte
abstracción de este grave error de cálculo concerniente a las necesidades en proteínas, es
evidente que el problema del reemplazo de los alimentos utilizados en el organismo vivo no
se deja tratar de una manera tan mecánica, bien que el aporte deba naturalmente corresponder
al consumo. Sin duda, la ciencia de la nutrición ha hecho grandes progresos desde la primera
guerra mun-dial, gracias a la orientación juiciosa de los trabajos de una serie de in-vestigadores
tales como Róse, Hinthede, Ragnar Berg y otros, y es comúnmente admitido ahora que fuera
de los azúcares, de las grasas y de las proteínas, el valor de un régimen alimenticio despende
igual-mente de substancias otras veces descuidadas por la ciencia: productos minerales o sales
nutritivas, principios extractivos, aromáticos y amar-gos, y finalmente vitaminas; en una
palabra, la noción de la importan-cia de las substancias complementarias, reconocida en su
origen por los outsiders, es hoy en día verdad corriente, mientras que la ciencia de la nutrición
del suelo se atiene aún al antiguo punto de vista, hoy su-perado. El hecho se explica por la
concepción materialista en virtud de la cual se persiste en considerar al suelo como una cosa
inorgánica, a la que basta con añadir cantidades de sales de potasio y de fosfatos
correspondientes exactamente a las cantidades utilizadas, como se ha-ría para el contenido de
una cornuda en el laboratorio, para asegurar la permanencia del rendimiento; mucho más aún,
se imagina poder aumentar este rendimiento en proporciones considerables, en función de las
cantidades de abono añadidas, y mantener indefinidamente por este método los rendimientos
artificialmente obtenidos. Los éxitos de los últimos treinta años parecen, es verdad, rendir
justicia a los parti-darios de esta teoría. El observador superficial adquiere la impresión de que
basta realmente con restituir al suelo las substancias utilizadas en el curso de los años, y cuyas
cualidades pueden ser exactamente de-terminadas por métodos químicos, para conservar
indefinidamente su productividad y resolver así el problema esencial de la agricultura. No es
menos cierto que el lapso de tiempo tomado en consideración por los que juzgan confirmada
esta teoría es demasiado corto para de-jar aparecer en toda su extensión la contrapartida
catastrófica desenca-denada simultáneamente, pero cuyos efectos y consecuencias nocivas se
manifiestan con mucha más lentitud. Sin embargo, la aparición incesantemente más frecuente
de las "enfermedades de carencia", y el descenso general de vitalidad que resulta de ellas
constituyen una ad-vertencia elocuente, que no se basta a explicar la penuria de los dos
períodos de posguerra. Pues el hombre y el suelo están ligados por una relación de causalidad
cosmofísica, de suerte que los trastornos del metabolismo, las enfermedades de la nutrición, el
cáncer, las afeccio-nes nerviosas, el deterioro de los dientes, y tantas otras "manifestacio-nes
de la civilización", no cesarán de causar estragos por tanto tiempo como no se imponga un
nuevo método de tratamiento del suelo, que ya no sea puramente mecanicista.
La teoría oficial queda invalidada por el hecho bien establecido de que el abonado biodinámico
‑que "incorpora" al suelo cantidades infinitesimales de abonos preparados según métodos
espagírico‑alquí­micos‑ permite obtener no sólo los mismos rendimientos que los abo-nos
químicos, sino además y sobre todo cosechas cualitativamente di-ferentes y muy superiores,
como lo prueban sin discusión posible los análisis efectuados. Está ahí establecido que la teoría
del abonado sin-tético industrial es insostenible, al mismo tiempo que está probada la plena
justicia de la concepción biodinámica, dicho de otro modo, es­pagírico‑alquímica.
Para un espíritu claro, ésta es la brillante confirmación de la anti-gua concepción alquímica
del mundo, por la cual el suelo no es una cosa inorgánica y muerta, sino un organismo viviente
análogo al cuer-po humano.
Si nos hemos detenido en estas consideraciones de principio, es a causa de su considerable
importancia para el conjunto y los detalles de nuestro estudio. Pero hemos igualmente insistido
sobre esta cues-tión porque este dominio accesible al profano de buena voluntad su-ministra
el mejor medio de adquirir un bosquejo de la naturaleza y del objeto de la alquimia. Una obra
anterior, publicada en 1729, trata del mismo tema en un espíritu auténticamente
espagírico‑alquímico. Lle­va el título: El secreto de la putrefacción y de la combustión de todas
las cosas (Das Geheimnis der Verwesung und Verbrennung aller Din-ge). Uno se abstiene de
revelar a los curiosos de ambos campos el títu-lo de otro libro, más antiguo todavía, que lleva
por subtítulo: "Cómo preparar el suelo o más bien las semillas, con poco gasto y sin gran
es-fuerzo, de modo que se obtenga, incluso sin abono, una cosecha mil veces superior" (Wie
man mit wenig Kosten und mit leichter Mühe den Acker oder vielmehr die Saat so zubereiten
könne, dass auch ohne Düngung mehr denn tausendfaltige Frucht erlangt werde). ¡Esto es ya
el abonado biodinámico!
Si el fundador del método biodinárnico ha escogido este término, tomado del lenguaje
científico moderno, para designar de una manera, por otra parte pertinente, la naturaleza de
este procedimiento de abo-nado, lo hace verosímilmente porque ha creado esta disciplina a
partir de sus propias concepciones originales, pero también para evitar el pe-ligro de que su
método sea juzgado como una pseudociencia obsoleta. Pues a los ojos del hombre de cultura
moderna, y con más razón a los de un sabio moderno, la alquimia, y todo lo que se relaciona
con ella, aparece como balbuceos infantiles, nociones primitivas, esbozos de la futura química
moderna que, en su vanidad presuntuosa, considera con pena los desmañados andares a tientas
de su precursor en las ti-nieblas. Esto es lo que se aprende en las escuelas y universidades.
Este juicio ‑o más bien este prejuicio‑ procede de un punto de vista en­teramente falso. Porque
la acción viva y espiritual de la alquimia se ejerce desde hace milenios sobre el mismo dominio
de la materia en el que actúa la química desde hace apenas siglo y medio, esta última se cree
fundada para concluir que todo lo que la alquimia ha concebido, desarrollado y obtenido desde
los caldeos, los persas y los egipcios hasta la aurora del siglo XIX está simplemente errado o,
en el mejor de los casos, es solamente una larga preparación de tres mil años para concluir, en
investigaciones conducidas según el método experimental exclusivamente analítico de esta
misma química moderna.
[1] N. del Tr.: La dirección es Goetheanum, CH‑4143 Dornach (Suiza).

La apertura de espíritu de la Edad Media: Paracelso

Se requiere toda la limitada suficiencia de la ciencia académica (los grandes pioneros siempre
la sobrepasan) para cometer seme-jante error de juicio, y se requiere al mismo tiempo la
inconscien-cia propia de estos medios para no ver que la concepción de la natura-leza, que
toda la Edad Media designaba por el término espagírico‑alquí­mica, no era una disciplina
científica en el sentido actual del término. Se trata en realidad de una actitud con respecto al
mundo radicalmente diferente, que no tiene nada en común en su manera de plantear los
problemas con la ciencia que reina actualmente.
Si no le ha sido acordado al alquimista determinar por vía analíti-ca la fórmula de un
compuesto y la modificación de esta fórmula, en el curso de las reacciones que lo transforman
en otro, no quiere decir esto que el adepto fuese menos sabio o menos inteligente que el
pro-fesor de química. Antes bien, la cuestión carecía de sentido para los antiguos alquimistas.
Su horizonte espiritual mucho más transparente, su comprensión infinitamente más profunda
del mundo material, de su estructura íntima y de sus leyes cosmofísicas, los hacían totalmen-te
extraños a esta forma de considerar y de abordar la materia. El al-quimista no tenía necesidad
de signos de orientación de este género para volverse a encontrar en la naturaleza: participaba
en ella y la ex-perimentaba además con toda la lucidez de un espíritu viviente. Del mismo
modo, un médico de la época de Paracelso no tenía necesidad de termómetro para conocer la
temperatura del enfermo: gracias a la finura y a la delicadeza infinitamente mayores de sus
sentidos y gra-cias a un don de observación incomparablemente mejor desarrollado, evaluaba
la temperatura por el tacto y por el examen de la orina tan bien como cualquier sabio doctor
ayudado por sus instrumentos. Está en todo caso establecido que las facultades íntimas de
percepción del hombre han sufrido una regresión a medida que progresaba la técnica, sin que
queramos examinar aquí las ganancias o las pérdidas que resul-tan de ello para nosotros. Esto
es cierto: no se trata para nosotros hoy en día de un progreso en tanto que juicio de valor, sino
tan sólo de otra cosa esencialmente diferente.
Igual que la astronomía actual no procede de la astrología, la al-quimia, muchas veces
milenaria, no podría ser considerada como la primera etapa de la química moderna. Astrología
y alquimia son con-cepciones del mundo, parientes próximos en su esencia, sistemas
eso-téricos firmemente establecidos desde la más alta antigüedad; en cambio, astronomía y
química no son más que disciplinas tributarias del tiempo, sometidas al estado de la ciencia en
un momento dado, y va-riables según los resultados de las investigaciones científicas.
Nos hemos esforzado aquí por aclarar netamente la diferencia fundamental entre estos dos
puntos de partida. Si se objetase que la alquimia se desarrolló en una época en la que el sistema
de Ptolo-meo conservaba aún todo su prestigio y que, en consecuencia, estas dos concepciones
se apoyan sobre postulados erróneos, séanos entonces permitido recordar que esta constatación
no tiene objeto, pues no se trata aquí de la exactitud o de la falsedad de tal o cual hecho
as-tronómico, físico o químico, pese a lo decisivo que parezca, sino más bien de una
orientación espiritual fundamentalmente diferente, en el sentido de una concepción del mundo
dinámica espiritual, por oposi-ción a la ciencia contemporánea siempre desprovista de
espiritualidad, a pesar de la mecánica de los cuantos y de la teoría de la relatividad.
Desde los tiempos del régimen nacional‑socialista en Alemania, Paracelso fue confiscado a
título de pionero y precursor de la quimiote-rapia. Ciertos medios continúan difundiendo
todavía esta concepción fragmentaria, que se extiende así cada vez más ampliamente para el
más grande perjuicio de una verdadera educación popular. Esta obra de posesión se explica
porque Paracelso ha vuelto a encontrar su cré-dito y no cesa de ganar en prestigio. Conviene
levantarse firmemente contra esta propaganda que se apodera abusivamente de la autoridad de
Paracelso, en favor de intereses económicos actuales, mientras que la obra de toda su vida es
la negación teórica y práctica de todo lo que estos medios defienden ideológicamente y se
esfuerzan por realizar.
En una época de transición entre la Edad Media y los tiempos mo-dernos, mientras el conjunto
de la cultura sufría una nueva orienta-ción, y al mismo tiempo que la farmacia tradicional caía
cada vez más en la incuria, Paracelso empeñó toda su energía en favor de un trabajo de
laboratorio preciso e irreprochable en el dominio químico y farma-céutico; y se propuso acabar
de una vez por todas con el fárrago de su-persticiones acumuladas desde hacía siglos. Este
hecho no justifica en modo alguno la arbitrariedad de quienes, obedeciendo a una palabra de
orden, lo designan como el pionero de la quimioterapia moderna. Si combatía el desorden de
la farmacia de su tiempo, es precisamente porque el conocimiento hermético y alquímico
original se había ago-tado en las farmacias. Los penosos y falsificados residuos de la antigua
sabiduría iniciática que todavía subsistían no eran ya capaces de resistir a las primeras
exigencias de una voluntad de orientación muy diferente en las ciencias, voluntad que no hacía
todavía más que apuntar, pero que no por ello preparaba menos la vía hacia el pensamiento
positivista moderno, del que una de las ramas debía conducir a con-tinuación a la
quimioterapia actual. La falla no estaba en alguna insuficiencia de la verdadera alquimia, sino
en una evolución que con-ducía al agotamiento de la cosmofísica, fundada en su origen sobre
co-nocimientos esotéricos, cuya ausencia devenía inevitablemente desde el momento en que
en esta época que acababa la pseudo‑ciencia se es­forzaba por apoderarse de ella, pero
"agarraba los pedazos", sin con-servar "el lazo espiritual" que los unía. En el capítulo
consagrado al "Encuentro primordial con Goethe", el autor se explica sobre la sig-nificación
de esta ley en términos de destino. Baste aquí con exponer los hechos.
Los Rosa‑Cruces, legatarios de la alquimia

Por una intuición profética, los hermetistas de fines de la Edad Media habían previsto esta
evolución: habían creado la Fraternidad de la Rosa‑Cruz de Oro a fin de volver la transición
tan lenta como fuese posible y mantener viva, al menos durante algunos siglos toda-vía, la
actitud original de veneración con respecto a los secretos hermé-ticos de la naturaleza, aunque
no fuese más que entre un número cada vez más pequeño de personas. Así, más o menos
desapercibido del mundo exterior, un flujo subterráneo de espiritualidad podía alcanzar aquí y
allá a la época y a los contemporáneos.
Pero igual que todo polo tiene su opuesto, la misma época vio apare-cer cada vez más
numerosos impostores, charlatanes y falsificadores de la verdad hermética; recorrían los
países, iban de una corte principesca a otra, difamando la alquimia por sus turbias
manipulaciones y ofrecien-do por todas partes la indigna caricatura de una ciencia iniciática
anta-ño respetada por todos, y cuyo origen se pierde en la oscuridad de la prehistoria. Las
tomas de posición vigorosas y repetidas contra esta es-pecie de buhoneros de la alquimia no
han faltado por otra parte. Es precisamente la Logia de los Rosa‑Cruces quien no cesaba de
estigma-tizar públicamente sus ardides, como, por ejemplo, en la Fama Fraternitatis, aparecida
en 1617, por no citar más que un pasaje:

"Por lo que respecta particularmente a los hacedores de oro im-píos y execrables de nuestro
tiempo, están tan extendidos que mu-chos vagabundos en quebrantamiento de destierro
persiguen bajo este pretexto sus bellaquerías, y abusan de la credulidad de los curiosos, e
incluso los espíritus ponderados los tienen en estima, como si la mutatio metallorum fuese el
supremo aspecto y fastigium de la Filoso-fía... Testimoniamos pues aquí públicamente que
esto es falso, y que la verdadera Filosofía está hecha de tal modo que, para ella, hacer oro es
cosa negligible y solamente un parergon[1]. Pues aquél a quien la naturaleza se desvela no se
regocija de poder hacer el sol o, como dijo Cristo, de ver a los diablos obedecerle, sino que
más bien contempla el cielo abierto y a los ángeles del Señor que ascienden y descienden, y
su nombre marcado en el libro de la vida. "

Por otra parte, para combatir la banda cada vez más numerosa de los crapulosos y vagabundos
de la alquimia que amenazaban con arrui­nar la reputación del verdadero Arte ‑como debían
por otra parte de­sacreditarlo en consecuencia‑ la Logia de los Rosa‑Cruces delegaba de
tiempo en tiempo a uno de los suyos para aportar la prueba concluyente del valor de la
Alquimia auténtica, gracias a transmutaciones incontestables operadas, ora en un lugar, ora en
otro, en presencia de testigos competentes y dignos de crédito. Así se explica que
precisa-mente el siglo XVII sea tan rico en testimonios sobre la aparición sú-bita de un
desconocido que ejecuta en el laboratorio de una farmacia, o en cualquier otro lugar, una
transmutación incontestable, probando así la infalibilidad de la concepción hermética de la
naturaleza, para desaparecer a la mañana siguiente del albergue en el que se había de-tenido.
De esta manera habían preservado los Rosa‑Cruces el prestigio del arte y de la sabiduría
hermética hasta la aurora de la Revolución fran-cesa. En los Discursos de Reuniones de la
Rosa‑Cruz de Oro (Versamm­lungsreden der Gold‑und Rosenkreutzer), publicados en 1779,
y en la Aurea Catena, reeditada de nuevo en 1871 por la Logia, han aporta-do nuevamente al
buscador del secreto alquímico ‑bajo una forma más accesible y más rica de sentidos que
nunca‑ la llave del templo oculto, ofreciéndole así una herencia duradera apenas algunos años
antes del nacimiento de una nueva época, desviada de los valores espi-rituales, que debía
anunciarse pronto por los trastornos exteriores.
No fue, pues, tampoco un azar si la potencia de un arcano espagí-rico debía permitir
precisamente a esta época salvar en último extre-mo una vida cuya grandeza interesa a todo el
mundo: ¡la del joven Goethe! En el sexto capítulo de esta obra, bajo el título "Encuentro
primordial con Goethe", el autor ofrece la primera interpretación de este acontecimiento
misterioso. Y si se menciona aquí es únicamente para subrayar que este evento único se sitúa
en el crepúsculo de la época hermético‑rosacruz.
[1] Del griego παρεργου, obra secundaria.

Los arcanos

La alquimia y la medicina se encuentra aquí en una suprema e in-superable perfección, ¿Qué


eran, pues, estos arcanos tan buscados y celebrados? Eran los grandes remedios secretos de
los maestros y de los adeptos; representaban la cima de la medicina alquímica oculta, y no
podían ser preparados y conseguidos más que por aquellos que se habían ya elevado muy alto
en la iniciación hermética. Se comprende pues el absurdo ‑desde el punto de vista de la
alquimia verdadera‑ de la pretensión de una fábrica farmacéutica célebre del sur de Alemania
que marca una serie de sus preparaciones por la etiqueta pomposa de "arcanos". Él arcano, en
efecto, presupone el conocimiento y la pre-paración de la piedra filosofal. Este mismo
laboratorio vende, por otra parte, desde hace decenas de años, otra serie de medicamentos, por
una parte no desprovistos de mérito, preparados por la vía de la fermentación y que, en razón
de este método, tienen algún derecho al nombre "espagírico" que llevan.
Para dar al menos una idea aproximativa de lo que hay que enten-der por la noción de "arcano",
citemos algunos pasajes de las Archi-doxias de Paracelso: Liber quintus: De Mysteriis Arcani:

"Hay que comprender pues con respecto a estos arcanos que no co-nocemos más que cuatro...
Así, la materia primera es el primer arca-no. Viene a continuación la piedra filosofal. En tercer
lugar Mercurius vitae. Y finalmente Tinctura. . . Sepamos de antemano cuál es la dife-rencia
entre los cuatro arcanos, tanto por lo que respecta al trabajo como al arte y la virtud; y para
esto hay que saber qué son estas virtu-des en última conclusión. Helas aquí: conservan el
cuerpo en buena sa-lud, expulsan las enfermedades, eliminan los humores tristes, preservan de
todas las afecciones malsanas y conducen el cuerpo hasta su muerte predestinada. Esto se
obtiene suprimiendo la consunción como lo he-mos expuesto en De vita et morte."

Tras haber hablado en detalle de los tres primeros arcanos, Para-celso llega al cuarto ‑la
Tinctura‑ y dice a este respecto:

"Pero Tinctura, el cuarto arcano, se comporta como el rebis, que hace oro a partir de la plata y
otros metales: de la misma manera, la tinctura actúa sobre el cuerpo; se apodera de lo que en
él es desorden, enfermizo y grosería, y transforma todo ello en lo más noble, más puro y más
perdurable. "

Y prosigue:

"Cómo nos apartaríamos de la noble medicina y más aún de la fi-losofía, si vemos en ellas el
único medio que nos da la fe: pues no es costumbre nuestra creer, enseñar y seguir lo que no
puede ser confir-mado por la experiencia y la práctica verdadera. "

Tras haber tratado una vez más en detalle de los cuatro arcanos y haber dado instrucciones
para la preparación de cada uno, Paracelso termina por estas palabras su pequeño libro:

"Acabemos pues este breve discurso, pues disertar más abundan-temente de ello no sería más
que irrisión a los ojos de los Estoicos, lo que queremos evitar, no habiendo querido hablar más
que a los Al-quimistas."

Los pasajes citados de Paracelso aclaran sin equívocos dos Cues-tiones discutidas, por otra
parte sin motivo; en primer lugar, refutan la concepción según la cual los arcanos y su
realización debían ser enten-didos exclusivamente en el sentido espiritual; las instrucciones se
apli­can plenamente y en su totalidad en el "doble sentido" físico y metafísi­co ‑y, de otra
parte, resulta claramente de ello que Paracelso no fue simplemente el precursor de una
quimioterapia moderna, sino un adepto de alto grado, que subraya, cuando toca los últimos
secretos, "no haber hablado más que a los alquimistas solamente". Se encuen-tra en sus escritos
toda una serie de referencias semejantes.
Y este rasgo precisamente es único y admirable en Paracelso: si-tuado en un momento de
transición entre la Edad Media y la época moderna, tenía la misión de realizar en su vida y en
su obra una doble tarea en apariencia contradictoria ‑demostrar una vez más a los
con-temporáneos y a la posteridad la maestría de la antigua alquimia más que milenaria, y al
mismo tiempo trazar la primera vía de una volun-tad de investigación nueva que no tomaba
conciencia, de ella misma sino poco a poco y muy lentamente. He ahí el puente que conduce
a la ciencia de nuestros días, a esta ciencia que lo reivindica ‑bien que arbitrariamente desde
su propio punto de vista, pero no sin alguna ra-zón, incluso si una perspectiva más amplia hace
aparecer los límites de esta toma de posesión‑. El problema es mucho más complejo.
Pa-racelso sabía por intuición y razonamiento que una época enteramen-te nueva iba a abrirse,
en la que serían puestos en discusión todos los valores hasta entonces considerados como
legítimos y determinantes, que la antigua Tradición heredada de la Ciencia de los Misterios
sería condenada, pues la ley que regula el curso de la humanidad prepara-ba en Occidente un
comportamiento fundamentalmente diferente. Pa-racelso veía y asimismo conocía por la vía
iniciática una verdad que se transmitía igualmente en las Logias de los Rosa‑Cruces (Paracelso
no era Rosa‑Cruz él mismo): los caminos de la enseñanza oculta, que habían conducido a los
secretos ocultos de la naturaleza que son tam-bién el objeto de la verdadera alquimia, o como
dice Paracelso, "para poder contemplar en la luz de la naturaleza", eran todavía accesibles a
un pequeño número, pero no serían ya quizá practicables en uno o dos siglos. Cuando
Paracelso habla de la "luz de la naturaleza", no piensa (como lo comprenden sus comentaristas
de hoy) en la luz del racionalismo, sino más bien en la contemplación sidérica, en la "luz no
revelada", para emplear un término del que las ciencias esotéricas se han servido siempre
después para designarla.
Paracelso ha ofrecido una vez más la herencia del pasado, en la parte esotérica y alquímica de
su obra, para que los elegidos de un porvenir próximo o lejano puedan recibirlo y asimilarlo
según el grado de su comprensión respectiva. Es uno de los aspectos de Paracelso, aspecto en
parte incomprendido, en parte considerado como pertene-ciente a las supersticiones y a los
prejuicios de su tiempo, o incluso completamente ignorado de los representantes actuales de
la ciencia.
El otro Paracelso, el Paracelso exotérico, accesible ‑bien que bajo ciertas reservas‑ al método
actual de pensamiento e investigación, es considerado como el pionero de los métodos
científicos modernos en todos los dominios, y más particularmente de los métodos cientí-ficos
médicos y farmacéuticos cuyas consecuencias, en una sola disci-plina, han conducido
igualmente a la quimioterapia de nuestros días. Pero esto debe tomarse cum grano salís. Pues
este segundo Paracelso no se deja tampoco reducir a una simple fórmula, como lo querrían
con toda honestidad los representantes de la quimioterapia moderna, para la cual una
orientación diferente no entra siquiera en el dominio de lo posible. Y, reconociendo
plenamente los resultados prácticos de las ciencias y de las técnicas modernas, cuya rápida
sucesión casi da vértigo, conviene constatar que el estado espiritual y moral de la hu-manidad
cíe hoy en día se ha deteriorado en las mismas proporciones que se han multiplicado las
conquistas exteriores. No existe, sin em-bargo, razón alguna que haga necesario este resultado.
El balance po-sitivo o negativo de toda esta evolución era concebible por igual, pues nada
obligaba a esta evolución a efectuarse en el sentido del materialis-mo. Si sucedió así, es porque
ciertas fuerzas oscuras se hicieron con el poder durante este período de transición y lo
conservan todavía hoy en día. No es aquí el lugar de indicar la interacción de los factores
es-pirituales que han jugado un papel determinante; queda el hecho de que el aspecto
materialista ha prevalecido en la forma de considerar todos los problemas de la existencia. El
desarrollo que resultó de ello era desde entonces inevitable.
El hombre de ciencia dé hoy en día juzga pues al gran pionero re-volucionario que fue
Paracelso desde este mismo punto de vista limita-do que adopta también casi exclusivamente
en los prejuicios que hace. Pero Paracelso abordaba con postulados del todo diferentes los
proble-mas de la ciencia y de la filosofía entonces en vías de elaboración. En afecto, atacaba
estos problemas desde dos lados diferentes que le pare-cen contradictorios a la concepción
científica actual, bien que se armonicen profundísimamente a la luz de la doctrina de las
"corres-pondencias". Pues si es verdad en un cierto sentido que Paracelso inauguró la
quimioterapia moderna, él no lo hizo sino en función de la idea más profunda y justa según la
cual todas las reacciones químicas y físicas observadas y ejecutadas en el laboratorio
encuentran siempre su fundamento en un proceso de orden espiritual, perceptible por la visión
intuitiva. Ahora bien, esta idea sitúa la investigación científica en una perspectiva totalmente
diferente, sin quitarla nada por otra parte de su exactitud exterior. Y es en esta perspectiva que
hay que considerar a Paracelso.
La obra de reorientación llevada a cabo por Paracelso fue conside-rable, pues entrañó nada
menos que el establecimiento de la medicina y de la farmacia sobre bases enteramente nuevas,
en la dirección de la metodología y de las técnicas de investigación actuales; pero todo lo que
ha hecho ‑y esto es lo que importa en Paracelso‑ no tenía para él más que el valor de un
sucedáneo, para reemplazarlo que el porve-nir no podía ya alcanzar: el arcano alquímico.
Tras el poderoso impulso nuevo que, gracias a la obra de Paracel-so, ha revolucionado el
conjunto del pensamiento y del comportamien-to científico, esta facultad de abarcar en una
misma visión lo temporal y lo espiritual se perdió cada vez más entre sus sucesores ‑quienes
contaban, sin embargo, entre ellos a médicos y sabios de la calidad de Van Helmont,
Boerhaave, Becher, Glauber y Agrícola‑ para ceder de­finitivamente el terreno a la ideología
puramente materialista, en la aurora de la Revolución francesa.
Estos hombres guardaban todavía viva la fe en la piedra filosofal, y sabían que la alquimia
verdadera era de una naturaleza particular, pero la estructura de su razonamiento era tal que,
en sus investigacio-nes, pronto no vieron ya más que el lado material de los fenómenos de la
naturaleza; multiplicando en sus escritos las marcas de diferencia con respecto a la piedra
filosofal y el secreto hermético, habían perdi-do ya la llave que abre el camino del Adepto.
Van Helmont escribió, situándose en esta perspectiva ya restrin-gida: "La primera cosa es el
Alkahest. Si no sois capaces de obtenerlo, aprended al menos el arte de volatilizar el tártaro, a
fin de que por su intermedio podáis hacer vuestras disoluciones...

Un secreto perdido: la volatilización del tártaro


La indicación está cargada de sentido a los ojos del que está ocu-pado en la búsqueda
alquímica. Pues el famoso Alkahest, tan buscado, no era otro que el gran disolvente de los
maestros, y sin él no se po-dría obtener la "piedra". Sin haber sido un Adepto, Van Helmont
ha-bía penetrado más profundamente en la alquimia de lo que quiere convenir: del Alkahest
(¿Alkali‑est?) pasa pues directamente al tártaro ‑ ¡Sal tartari! Si se establece la ligazón entre
este pasaje y las estrofas esenciales de Basilio Valentín que tratan del proceso alquímico, se
en-cuentran las siguientes líneas:

Me hago llamar vegetal,


Los vinos fuertes me conocen bien,
Y cuando me unen las otras sales,
Extraigo de ellas por mi espíritu
Una llave tal, que se vengan,
Y fracasan todos los metales:
De la tierra tengo,
Que devengan todos un mercurio.
Ninguna hierba del mundo hace más en ello,
La Naturaleza me ha hecho este don:
Tal amistad y grandes efectos
Que no los puede encontrar uno sobre mil.

Y se encuentra también en Van Helmont:

"El tártaro deviene del todo volátil y se eleva, algunas veces flui-do y a menudo como un
sublimado. Esta sal es probada por la expe-riencia, pero son poco numerosos los que conocen
su truco. "

Y en De La Boe‑Sylvius, gloria de la Universidad de Leyden, cae­mos sobre el pasaje


siguiente:

"Las sales lixíviales (se trata de la Sal tártaro) pueden ser volatiliza-das por cohobación con
un espíritu volátil. Una sal álcali así volatiliza-da se eleva en presencia de un fuego moderado,
y se sublima. Una sal álcali volátil de esta suerte no es acordada más que a los artistas que
poseen el celo y la paciencia, y no a los otros que huyen del esfuerzo prolongado. Una sal de
esta suerte tiene grandes poderes. "

"Sal tártaro ‑ Kalium carbonicum, K2 C03 ‑potasa‑ sal de tárta­ro ‑"; el químico moderno
expresará sus dudas, y tendrá razón en de-cir desde su propio punto de vista: "¿Sublimar la
potasa? ¿Volverla `fluida?' y sacarla por encima del capitel? ¡Jamás!" La química cientí-fica
de nuestros días ignora este procedimiento porque niega por prin-cipio la posibilidad de volver
volátil y de destilar completamente la po-tasa, como todas las sales alcalinas en general.
El autor ha pagado esta ignorancia al precio de un proceso perdi-do. Una casa que se decía
"concurrente" atacó en la justicia al laboratorio "Soluna" dirigido por el autor, a fin, de eliminar
del mercado las sales bioquímicas preparadas en este laboratorio por la vía de la desti-lación
y puestas en el comercio bajo el nombre de "destilados espagí-ricos". Esta designación tiene
en efecto su importancia, ya que los des-tilados pueden ser vendidos libremente en Alemania.
Gracias a la opi-nión concordante de los expertos, el "concurrente" consiguió ganar la causa
en segunda instancia, ya que, para la química actual, las sales en cuestión no podrían ser
destiladas. Y como la justicia debe fundar sus sentencias exclusivamente sobre la opinión de
los expertos, y como, por otra parte, esta opinión debía ser negativa, no se trata ni de un error
de juicio ni de un falso informe de peritos; el proceso se perdió únicamente porque la química
tal corno existe en nuestros días ignora todo' lo que la alquimia había conocido durante siglos.
Pero el método de volatilización y de, destilación de las sales fue tenido justamente en gran
secreto por los maestros, no por tapujos pueriles, sino porque la clave de la preparación de la
piedra filosofal se encuentra en las sales ‑"Más si la sal se desazona, ¿cómo salará?". . .

Sal metallorum est lapis philosophorum, "la sal de los metales es la piedra de los filósofos",
dice una vieja sentencia alquímica en su profunda sabiduría. Pero el que espere por ello
encontrar algo en las sales metálicas de la química actual se engaña pesadamente. ¡La cosa
está lejos de ser tan simple!
Evidentemente, el autor pudo haber ganado la causa revelando el secreto. Pero lo que los
Adeptos han ocultado siempre no debe ser traicionado ahora. Y más aún: el procedimiento
exige numerosos me-ses; no se puede hacer su demostración y ponerse simplemente a traba-jar
para destilar las sales en el espacio de algunas horas, bien que un truco técnico permita hacerlo
para algunas de ellas, como, por ejemplo, para Natrium chloratum y Kalium chloratum; una
destilación de esta suerte seguiría siendo por otra parte de una naturaleza puramente téc-nica,
incluso si permitiese llevar muy lejos la "apertura" de las sales, y los Adeptos hablan de una
cosa del todo diferente. Hay que considerar también que la volatilización y la destilación de
las sales suponen un tratamiento previo; las sales deben ser cohobadas ‑para emplear un
término alquímico‑ de manera que sufran una modificación en con­tacto del disolvente que se
les añade. Lo que se obtiene no correspon-de pues a la fórmula NaCI o KCI, sino que se trata
de un nuevo com-puesto de sodio o de potasio, en el sentido de los acetatos. La volati-lización
y la destilación de los acetatos (del acetato de plomo, por ejemplo) no es por otra parte ignorada
por la química actual, pero la fórmula no es la misma y, en consecuencia, no se trata ya de la
misma substancia, según la concepción de esta misma química. El proceso es-taba pues
perdido en todo caso, pues la justicia decide siempre de una manera formal, dicho de otro
modo, según una fórmula. La potencia fisiológica y dinámica inmensamente acrecentada de
esta substancia ha podido ser demostrada bellamente, no teniendo alcance el argumento para
el asunto en cuestión y perteneciendo a un dominio del todo di-ferente.
En contrapartida, el argumento era por sí solo decisivo a los ojos de los alquimistas, pero
también eran realmente capaces de curar. Poco les importaba que la fórmula de la substancia
obtenida por destila-ción del compuesto inicial fuese K2C03 o quizá CZH3K02; únicamente
la eficacia les interesaba, y sabían por una tradición inmemorial que las sales volatilizadas
poseen un poder de penetración excepcional. Van Helmont escribe a este respecto: "Es
verdaderamente muy sor-prendente ver todo lo que la sal de tártaro llega a hacer ella sola,
cuan-do es vuelta volátil; pues expulsa todas las impurezas de los cana-les. . . " Y en otro lugar:
"Si las sales refractarias al fuego son vueltas volátiles, los poderes que adquieren las vuelven
semejantes a los gran-des remedios. Penetran hasta la entrada de la cuarta digestión y
dis-persan todas las obstrucciones." En la terminología actual, esto equi-vale a decir que
disuelven los uratos y los eliminan. Nos encontramos aquí en plena homeopatía alquímica
verdadera; la homeopatía de Hah-nemann no es más que su retoño infectado ya por el
racionalismo moderno. Los grandes médicos yatroquímicos tratan los cálculos y otras
afecciones semejantes casi exclusivamente con las sales volatiliza-das. Una orden de Basilio
Valentín dice: "Diez a doce granos (alrede-dor de la mitad de un gramo) de este Mágisterium
Tartari (sal de tár-taro) activan la secreción urinaria, purifican la sangre, expulsan la
hi-dropesía, rompen el cálculo de vejiga y mejoran la podagra. " Sin em-bargo, el carbonato
de potasio o el cloruro de potasio ordinarios, o in-cluso cualquiera de las otras sales llamadas
"bioquírnicas" de Schüssler, no permiten apenas conseguir este resultado, si no es en una
medida muy insuficiente. Se ve pues que la "bioquímica" y sus substancias no tienen menos
necesidad del tratamiento espagírico, para aumentar y perfeccionar su eficacia.
Pero la homeopatía alquímica actúa mucho más profundamente, pues es microcósmica; dicho
de otro modo, se funda sobre el Astro. El axioma homeopático, Similia similibus curantur (los
semejantes son curados por los semejantes), es en cierto modo el aspecto exotérico de la regla
enunciada por Paracelso: El Astro será curado por el Astro.
Dos ejemplos, a título de ilustración: las fuerzas lunares han ejer-cido su acción cósmica en la
constitución del cerebro y participan en el sistema nervioso central. Piénsese en el viejo
proverbio alemán: se-guir a la luna. La plata, entre los metales, el ópalo y las piedras más
particularmente, entre las piedras preciosas, están subordinados a la luna. (Hay que precaverse
aquí de todo razonamiento químico y desa-tender el hecho de que las perlas contengan, sobre
todo, aparte de algunas substancias orgánicas, carbonato de calcio, mientras que los ópalos son
compuestos de sílice. El que quiera practicar la alquimia debe primero reaprender a pensar.)
La adormidera, entre otras plantas, es de naturaleza lunar. Así, estos ingredientes están
indicados para el tratamiento de todas las afecciones del sistema nervioso central, pues el Astro
es curado por el Astro. Esta es la homeopatía cósmica. En un caso semejante, el médico
hermético se servirá pues en primer lugar de la plata en disolución espagírica, eventualmente
combinada con perlas y adormidera en preparación espagírica.
El prestigio del antimonio

El segundo ejemplo es particularmente significativo. Se trata del antimonio gris: Sb2S3, del
mineral de antimonio. La alquimia lo re-presenta por el signo (signo astrológico de la Tierra
misma). En su ci-clo de conferencias de la primavera de 1920, Rudolf Steiner trata en detalle
del antimonio, y expresa esta misma idea por las palabras si-guientes: "El hombre es en
realidad antimonio, si se hace abstracción de todo lo que es introducido en él desde el exterior.
Es antimonio él mismo." Esto explica la extraordinaria extensión del campo de acción del
antimonio, en particular si es tratado por métodos espagíricos.
Se debería pues encontrar, lógicamente, al antimonio en primer lugar, con las otras
policrestas[1], en la materia médica homeopática. Y si no es así, sin embargo; la cosa tiene su
razón de ser particular: es ca-racterístico de la venida de una época materialista que los
hombres pierdan en ella, cada vez más, primero la consciencia, y a continuación hasta el
sentimiento de lo que es de su propia esencia. Es por esto que en la farmacopea y en la
terapéutica, el antimonio no ha dejado de perder terreno; y como, pese a toda su sutileza, la
homeopatía está igualmente sometida al espíritu de la época, la misma tendencia debía
naturalmente manifestarse en ella. Se objetará sin duda que el antimo-nio ha caído en
descrédito por la falta de aquellos que han abusado de él en sus prescripciones, y cuyos excesos
han tenido consecuencias ne-fastas. Es verdad: los que no sabían servirse de él han abusado
de él. Esta explicación no toca, sin embargo, más que el aspecto superficial del fenómeno.
Correlaciones de esta suerte tienen siempre orígenes mucho más profundos que no puede soñar
la ciencia oficial.
No es tampoco un azar si uno de los maestros y adeptos más im-portantes del hermetismo,
aquél cuyos escritos nos han llegado bajo el nombre de Basilio Valentín, ha consagrado una
obra 'entera al antimo-nio, bajo el título Carro triunfal del antimonio (Triumphwagen des
Antimon), y si, a fines del siglo XVIII, como conclusión al conjunto de la literatura
auténticamente alquímica, el editor de la Aurea Catena, un Rosa‑Cruz iniciado al hermetismo,
ha escrito un comentario a este libro bajo el título Microscopium Basilii Valentina sive
Comentariolum et Cribellum sobre el gran globo crucífero del Mundo (über den grossen
Kreuzapfel der Welt ). Se encuentran las líneas siguien-tes en la página 75 de esta obra en la
que el autor subraya el poder de curación y la eficacia casi universal del antimonio.
"El antimonio es un sujeto del que se puede fabricar una farma-cia entera; pues contiene un
vomitivo, un purgativo, un depurativo, un sudativo y un diurético; es un aperiens y un
obstruens: un sol-vens y un coagulans; es bálsamo, ungüento y emplasto, in summa
sum-marum: puede ser aplicado en todos los estados cum maximo usu fructu. Es un maestro
de todas las enfermedades, un protector de la naturaleza humana; bajo reserva de ser aplicado
correctamente por el practicante, está dotado de virtus ubiquotica. "
Así, según la ley de la homeopatía cósmica, este "lobo gris", in-significante en apariencia,
marcado con el signo de la tierra, oculta ‑una vez "abierto" y vuelto asimilable por los métodos
espagíricos- uno de los remedios cuya eficacia está entre las más extendidas de to-dos los que
dispone la humanidad pasada, presente y futura. En árabe, el mineral de antimonio se llama
azinat.
El interés de la ciencia moderna acaba de despertarse muy recien-temente para los efectos
terapéuticos del antimonio. Se trata de com-puestos orgánicos inyectables de este metal que
se han revelado muy eficaces, en particular en el tratamiento de la enfermedad del sueño. Nos
limitamos a mencionar este hecho de pasada, a título de síntoma ‑y en modo alguno fortuito‑
de una tendencia hacia la rehabilitación del antimonio, tan largo tiempo descuidado, y esto
incluso en el marco de la medicina científica moderna. Si se dispone, sin embargo, para el uso
externo e interno de un antimonio "abierto" por el método es-pagírico, se puede renunciar a
toda otra experiencia de cualquier na-turaleza que sea.
Quien sea capaz de desarrollar hasta su conclusión los pensamien-tos aquí expresados,
encontrará este esbozo lo suficientemente claro para reconocer la concepción homeopática del
mundo, y hasta el ori-gen de la homeopatía, en la concepción astrológica y alquímica de
esencia espiritual.

La "doctrina de las signaturas"

Llegamos así con ello a la doctrina de las signaturas. Esta última se aplica, sin embargo, en
primer lugar, al mundo vegetal, y debe ser ma-nejada con prudencia y reserva, si uno no quiere
dejarse arrastrar a vanas especulaciones. La doctrina encuentra su fundamento esotérico en el
hecho de que las mismas fuerzas creadoras planetarias que han obrado en la constitución de
un órgano humano o animal determina-do, y que han elaborado en el curso de millones de
años la forma y la función que le son propias, han actuado igualmente en las plantas
su­bordinadas a los mismos planetas ‑bien que en condiciones del todo diferentes; tienen en
su origen propiedades y tendencias homólogas. Así, por ejemplo, las plantas medicinales que
actúan sobre la sangre dan una tintura roja, como puede uno convencerse por el ejemplo de la
sanguinaria (Tormentilla) y del corazoncillo (Hypericum), ambos remedios cicatrizantes
soberanos, mientras que la celidonia (Chelido-nium), el más grande de todos los remedios
hepáticos y biliares del reino vegetal, segrega un jugo amarillo y amargo, particularmente por
la raíz. Sucede lo mismo por otra parte con casi todas las hierbas amargas (tagarnina, achicoria
amarga, centaura común) que tienen una acción favorable sobre el hígado y la vesícula biliar.
Naturalmente se podrían multiplicar estos ejemplos a voluntad. En la Farmacia del Buen Dios
(Herrgottsapotheke) del médico homeópata Schlegel de Tubinge, muerto en los años treinta,
se encuentran a este respecto muchas observaciones perspicaces y estimulantes.
Todo lo que acaba de ser expuesto en esta obra demuestra que tanto las antiguas como las
nuevas disciplinas clínicas tienen necesi-dad de la ciencia espagírica para su
perfeccionamiento; faltas de la cual, son y permanecen groseras. Ante la actitud científica
moderna, no hay, sin embargo, lugar de asombrarse de que el arte espagírico siga siendo
negligido por la medicina. Sólo la homeopatía, consciente de esta carencia, busca compensarla
por las diluciones elevadas.
Se plantea aquí la pregunta: ¿Puede reducirse la noción de espa-giria a una fórmula simple?
Conviene responder por un no incondicio-nal, pues la espagiria no es una terapéutica química
netamente circuns-crita, incluso si el término, introducido en el lenguaje alquímico por
Paracelso, debe su origen (derivado de σπαο y αγειςω = separar y reu­nir) al axioma
fundamental de la práctica alquímica: solve et coagula.
La espagiria es pues química, es decir, arte de separar. No en el sentido del análisis actual, sin
embargo, sino separación de la materia sutil de la que es terrestre y grosera, de lo asimilable
de lo que no lo es. Radicalmente distinta en su concepción y su método de trabajo, no es sin
embargó menos rigurosa, exacta y científica que la química mo-derna; simplemente aborda
los problemas por un lado del todo di-ferente.
Existen naturalmente numerosos métodos para separar lo sutil de lo grosero, y varían según la
naturaleza de la materia que debe some-terse a este tratamiento. Destilación, sublimación y
fermentación ocu-pan el primer lugar, y la aplicación de este último método está lejos de
limitarse a las substancias de origen vegetal. La fabricación de la cerve-za presenta el ejemplo
de un proceso alquímico real, uno de los pocos que son mantenidos. En cuanto al vino, se
puede decir que es un pro-ducto espagírico natural: separación de lo puro, de lo impuro, por la
fermentación. Todas las plantas se dejan evidentemente tratar de la misma manera, por la
adición de levadura o de otras substancias ‑y este procedimiento primordial es particularmente
importante des-de el punto de vista medicinal, para extraer de las plantas tóxicas sus
constituyentes etéreos activos.

[1] Medicamento constitucional de gran radio de acción.

Un esbozo de los procedimientos alquímicos

Extendernos sobre los detalles de los diferentes procedimientos espagíricos sobrepasaría el


marco de este trabajo, sobre todo porque la mayor parte de ellos ‑y justamente los más
importantes‑ son extre­madamente complicados. Un papel del todo particular le corresponde
a la digestión, por la cual la substancia que se trata de "abrir" es pues-ta en presencia de un
disolvente (ácido o similar) y expuesta a una temperatura determinada durante un tiempo más
o menos largo, a me-nudo durante meses. Otro procedimiento importante es la cohoba-ción:
en el curso de este tratamiento, se saca por destilaciones repeti-das el disolvente de la
substancia en disolución, y esto hasta veinte, treinta o cincuenta veces seguidas, lo que provoca
un relajamiento cada vez más grande de la estructura de la materia así tratada. De esta manera,
se pueden llevar los metales hasta un punto en el que ya no se dejan reducir ‑lo que, en
terminología alquímica, se llama "privar a un metal de su esencial." Así, gracias a tratamientos
‑prolongados, se puede extraer el color del oro y dejar en el alambique la materia del oro
(cloruro de oro) bajo la forma de residuo decoloreado. El produc-to que se obtiene de esta
manera es la tintura de oro auténtica de Para-celso y de los alquimistas. ¡He aquí también un
pensamiento inconce-bible para el razonamiento químico moderno! También la "apertura", la
destilación de las sales de las que ya hemos hablado aquí, y a este título tiene eminente
importancia tanto por su eficacia medicinal como por su rol alquímico y metalúrgico, en tanto
que operación preli-minar con vistas a la preparación de la piedra filosofal. Ya hemos ci-tado
las estrofas de Basilio Valentín relativas al tártaro. Pero, dado el importante papel que juegan
las sales en el proceso alquímico en tanto que tal, se adquiere una mejor vista de conjunto si
se recuerdan igual-mente las tres estrofas que las consagra Basilio Valentín. Se trata de los
versos que tratan de la sal de cocina, del salitre y del vitriolo, que la alquimia clasificaba
también entre las sales.

Sal común
Soy un bálsamo maravilloso.
Lo que, en el Águila, se encuentra claro,
Se tiene en mí, del mismo modo,
Pero no vuelvo rico a ningún metal
A menos que primero lo quebrante
Lo purgue y lo limpie de su especie,
Extraiga su color y su tintura.
Entonces soy dulce y no ácida.
El espíritu de vino me hace sufrir.
Ello engendra el oro potable.

Salitre
Sobre la tierra sal admirable,
Apenas se ve nada parecido a mí,
Sin mí no puede perfeccionarse nada,
Yo debo ayudar a unirlo todo.
El Águila no puede negligirme
Cuando quiere cocer los metales:
La sal común no puede sin mí
Terminar nada si me desdeña.
Mi forma es mala y verdadero hielo,
que retiene un espíritu del infierno,
Pero la Naturaleza en ambos
Se expresa en numerosas figuras.

Vitriolo
Del cuerpo de Venus hecho piedra
Haz salir solamente el espíritu,
Rojo, espeso, oscuro como la sangre,
Que destruye a Marte totalmente.
Haz de nuevo una piedra
Exactamente como antes:
Gran Arte y maravilla se ocultan en ella,
Para vestir a la blanca y desnuda Luna.
El Sol sin él no puede ya nada,
Ello hace del mercurio un cisne:
Si dispones bien la cosa,
Ellos harán caer la sentencia.

Los versos consagrados al salitre y a la sal ordinaria hacen alusión al Águila. Lo que se designa
así es la sal amoníaco, volátil, fácil de sublimar y que asciende fácilmente. Esta sal tiene
funciones muy parti-culares en alquimia, lo que explica las estrofas de Basilio Valentín:

Sal amoníaco
Cuando me son rotas las alas,
Y estoy lista para el baño‑maría
Con mi enemiga la tierra,
Entonces puede venir de mí
Que rompa el estado de los metales
Y los saque con violencia.
También el tártaro debe estar ahí,
Para producir de ellos un mercurio fino:
Pero no puedo darte más de ello
Si en mi no hay ni Sol ni Luna.

Este trozo de poesía alquímica, pleno de significación profunda, y no desprovisto por otra parte
de belleza poética, permite ver cuán viva e imaginativa era la experiencia interior, la visión
del verdade-ro alquimista. Pero se capta al mismo tiempo todo lo que distin-gue el universo
imaginativo y la concepción del mundo a partir de los cuales el alquimista abordaba los
fenómenos de la naturaleza que se presentaban a él.
Los tres principios originales, o más bien substancias originales, descubiertas por la vía de la
imaginación, y que pueden siempre vol-verse a encontrar por la misma vía, substancias que
están en la base de todo el universo de las representaciones alquímicas, se llaman: Sal, Sulphur
et Mercurius. Es a este último que hace alusión Basilio Va-lentín en sus versos consagrados al
vitriolo. Estas tres substancias es-tán sin embargo lejos de ser idénticas a la sal, al azufre y al
mercurio; antes bien, los tres cuerpos químicos no representan sino la manifes-tación material
exterior de las tres substancias originales. La alquimia enseña que todo el universo material
toma su origen en los tres prin-cipios: Sal, Sulphur et Mercurius, y según que un cuerpo haya
recibido más o menos de una u otra de estas energías (por recurrir a la ter-minología actual) es
más o menos volátil, refractario o combustible. La sal da la fijeza, el azufre vuelve
combustible, y el inestable mercu-rio confiere la volatilidad. En el sentido de una "inteligencia
supe-rior", el mercurio es, sin embargo, también la quintaesencia espiritual de todas las cosas,
el espíritu universal o Spiritus mundi.
Se encuentran representaciones de Mercurio en un gran número de alegorías y de tratados de
alquimia simbólicos: muy a menudo, aparece bajo la forma de Hermes con el caduceo,
conforme a la tradi-ción antigua, representando al mensajero de los dioses que hacer circular
las fuerzas espirituales entre el cielo y la tierra. Pero se le represen-ta también viajando por
encima de las nubes: ad aethera virtus; se le apercibe también entre el sol y la luna, enviando
sus rayos sobre la tie-rra entre dos montañas, flotando en su signo por encima del crisol en el
taller del Adepto. Sólo el maestro consigue capturar el pájaro fu-gaz y encadenar este
admirable y misterioso `pajarillo de Hermes'. Cuando este dragón alado desciende de las
esferas superiores sobre el dragón terrestre que no posee alas y al que consume, entonces el
volá-til deviene fijo y el fijo volátil, el triángulo abraza el triángulo. Este símbolo del dragón
alado de lo alto y del dragón de abajo sin alas que no "se muerden la cola" sino que se devoran
mutuamente, es uno de los más profundos y más ricos de sentido de todo el simbolismo
herméti-co. Quien lo comprende tiene entre sus manos la clave de todo el pro-ceso alquímico.
Quiero bosquejarlo aquí, pero únicamente en el len-guaje del hermetismo. Sería fácil inscribir
una fórmula química sobre el cuerpo de cada uno de estos dragones; pero eso sería hacerles la
vida demasiado fácil a estos señores de la corporación. Todo lo más, nin-gún maestro ha
avanzado tanto como nosotros lo haremos en la eluci-dación que vamos a dar aquí, y más
adelante, en el capítulo que trata del fuego secreto. El dragón alado de arriba, que escupe fuego,
es el símbolo del fuego astral superior. Este debe ser reunido con el fuego terrestre inferior, la
sal secreta de los filósofos. Se obtiene esta sal a partir de una materia terrestre de la que Basilio
Valentín dice:

Se encuentra una piedra de precio vil


De la que se saca un fuego volador
Del que se hace la Piedra misma,
Compuesta de blanco y de rojo.
Pero ella es piedra y no piedra,
Pues sólo en ella actúa la Naturaleza.

Los maestros del hermetismo han recubierto desde siempre con el secreto más impenetrable
esta "piedra", su materia próxima, y sin em-bargo la literatura alquímica está llena por entero
de alusiones secretas a esta materia cuidadosamente oculta y sin embargo expuesta a todas las
miradas: "Adán se la ha llevado consigo del Paraíso", "el pobre está más abundantemente
provisto de ella que el rico", "los niños jue-gan con ella en la calle", "se la compra por algunos
centavos en el mer-cado de colores", "la piedra que el paisano arroja a la vaca es más pre-ciosa
que la vaca misma". . . dicen las alusiones ocultas a la "materia próxima" de la que hay que
extraer "la sal secreta de los filósofos". Ahora bien, esta sal no es otra que el dragón de abajo,
sin alas, que hay que reunir con el dragón alado de arriba. Cuando esta reunión está acabada y
uno de estos dragones ha engullido al otro, entonces la con-junción se encuentra realizada y el
doble fuego seco y mágico, el Alkahest de los antiguos sabios y de los maestros del
hermetismo, está presto.
Este fuego es el Rebis, simbolizado también por la figura de Jano. La sal que se ha obtenido
así es la famosa sal sapientiae, objeto de controversia y de alabanzas. Él secreto alquímico está
contenido ente-ramente en este proceso, en este trabajo preliminar, que puede expre-sarse
igualmente por fórmulas químicas. La continuación no es más que un "juego de niños":
"Siembra el grano del oro en nuestro cam-po" (la sal sapientiae), cierra herméticamente el vaso
y deja pasar el contenido por los colores, sometiéndolo a un fuego regularmente aumentado.
La Gran Obra se acerca entonces a su conclusión y el hijo del sol está próximo a su liberación
‑la piedra filosofal está lista. La Aurea Catena expresa así el proceso:

Un abismo provoca al otro,


Juntos tienen un duro combate:
El volátil debe fijarse,
Agua y vapor devenir tierra,
Y el cielo mismo ser terrestre,
Si no, no se engendra vida alguna.
El más elevado debe descender
Y el de abajo subir.
El fijo debe hacerse alado,
Agua y vapor ser la tierra.
La tierra debe volar al cielo
Mientras que el cielo se concentra en ella.
Así se intercambian tierra y cielo,
Lo inferior devendrá lo alto:
El dragón volador mata al fijo,
Y aquél sucumbe a su vez.
Así llegan a un gran día
La quintaesencia y sus poderes.

Esta es la antigua alquimia, la ciencia intemporal que, a través de las extensiones cósmicas,
eleva por grados hasta el conocimiento de los orígenes y revela el árbol de la vida.

RELACIONES ALQUIMICAS

Pues es preciso que lejos, lejos viaje


Por mar y países vagabundos,
El que busca los viejos montes
Donde se encuentra la Piedra de los Sabios...

Las incomprensiones de la crítica moderna

Desde aproximadamente siglo y medio, los trabajos consagrados al estudio de las


civilizaciones descuidan completamente una concep-ción del mundo que ha determinado sin
embargo en grandísima medi-da, durante toda la antigüedad pagana y la época cristiana, hasta
el Siglo de las Luces, no solamente el pensamiento y la actitud científi-cas, sino también las
fuerzas creadoras que se expresan en las artes y los mitos de los pueblos cuya importancia fue
precisamente dominan-te en cada uno de los períodos considerados. Toda la vida cultural de
estos pueblos reposa sobre esta visión del universo que toma su origen en relaciones
cosmológicas vivientes, y que ha dado nacimiento a una doctrina habitualmente designada por
el término de alquimia. Esta omisión esencial pasa en nuestros días todavía desapercibida. La
in-capacidad de captar un momento tan importante para la evolución de la humanidad se
explica por la pérdida progresiva de la religión, pérdida que encuentra su expresión en las
tendencias positivistas, superficiales, que se manifiestan en la Europa occidental desde fines
del siglo XVIII.
Nadie discute que, para comprender la situación de la humanidad presente, se debe tomar en
consideración la concepción moderna del mundo, determinada por los conocimientos físicos
y biológicos; del mismo modo es indispensable a quien quiera comprender al hombre de las
civilizaciones anteriores, conocer su propia concepción del mun-do. Pero, para acercarse a este
dominio, se requiere ante todo poseer un espíritu abierto, capaz de penetrar en las esferas de
la experiencia alquímica; pues no se trata de una disciplina en el sentido actual de la palabra,
condicionada por la época, y cuyo contenido cambiaría al agrado de las nuevas adquisiciones
científicas. La alquimia no es el an-cestro de las ciencias modernas, como lo proclaman
generalmente los manuales de enseñanza; ella es la consciencia de una solidaridad
cos-mogenética, fundada sobre una profunda intuición religiosa. Cualquier otro aspecto es
falso y superficial. Razón de más para intentar volver a sacar a la luz esta visión del mundo.
En todos los escritos modernos, publicados en el curso de los ochenta últimos años, que
estudian el tema desde el punto de vista histórico o por relación al objeto mismo de la alquimia,
se encuentra siempre el mismo punto de partida erróneo, bien característico de la mentalidad
materialista limitada de nuestra época. A los ojos de todos los autores, la aspiración de los
alquimistas se limita a querer realizar la transmutación de los metales viles, para llevarlos al
estado regio del oro, pasando por la etapa más noble de la plata, y ello por medio de la piedra
filosofal ‑lapis philosophorum‑ que posee, gracias al principio generador que encierra, no
solamente el poder de transmutar los meta-les, sino también el de curar todas las enfermedades,
de hacer retroce-der los límites de la existencia humana mucho más allá de las fronte-ras
asignadas por la naturaleza, y de mantener al hombre en la condi-ción regia de la juventud.
Oro y juventud inagotables: ¿qué más hace falta para regocijarse de fortuna sobre la tierra?
Pero el árbol del cono-cimiento se erige delante del árbol de la vida, y todos los que lo han
buscado para conseguir un fin terrestre han cosechado luego siempre la muerte sobre sus
ramas. . . Sin embargo, el deseo de ser "como Dios" es también terrestre, y el Adepto sabe
demasiado bien de dónde vienen los cuatro ríos del Paraíso.
Los comentaristas modernos de la alquimia han debido contentar-se con un comercio bien
superficial con las obras de los maestros: ¿cómo explicar de otro modo que no hayan advertido
que los escritos auténticos (para reconocerlos, hay que haber adquirido, es verdad, una larga
familiaridad con el tema) no comienzan por lo general por alguna parábola destinada a servir
de introducción a los procedimientos al-químicos? Estas obras comienzan siempre por una
alusión al origen es-piritual de las revelaciones ofrecidas en las páginas que siguen, bajo una
fórmula más o menos simbólica, al lector suficientemente avanza-do sobre el camino de la
iniciación para haber ya alcanzado los accesos del templo hermético; revelaciones que le
guiarán en‑este laberinto de la confusión: ¡el verdadero hilo de Ariadna!

Contexto iniciático de la alquimia

Para ilustrar lo que acabamos de decir añadamos a los textos ya citados en el primer capítulo
de esta obra, un ejemplo sacado de la obra de un Adepto auténtico, a quien la Casa de Sajonia
debe su fortu-na en la segunda mitad del siglo XVI. Sebald Schwaerzer comienza así su
manuscrito titulado De la preparación verdadera de la piedra filoso-fal (Von der wahrhaftigen
Bereitung des philosophischen Steines):

"et secula seculorum, Amén:


in secula seculorum, Amén:

El día de San Miguel del año 1584 he comenzado a escribir este gran secreto de la
transformación maravillosa de los metales y de la notable revelación del Dios supremo, que el
Dios todopoderoso me ha revelado por medios maravillosos. Es por esto que loo, venero y
agradezco a Dios eterno y todopoderoso y a nuestro Salvador Jesucris-to, así como al Espíritu
Santo, haberme revelado, a mí, pobre peca-dor, un secreto y un misterio tan grande, que
permanecerá todavía oculto a los ojos del impío y no se manifestará nunca a la luz del día.
Dios supremo y todopoderoso lo tiene entre sus manos y lo da a quien le place. Pues si la cosa
es pequeña y mediocre en sí misma, está sin embargo constituida de tal modo que si el mundo
viniese a encontrar-la o a recibirla, no la comprendería o la tendría por increíble o incluso
imposible. Algunos la menosprecian, ora por una razón, ora por la otra, o incluso Dios les
impide conocerla. Todo ello es y debe ser, como lo son todos los otros de sus dones, un don
particular de Dios. "

Un preludio así no constituye simplemente la expresión de una fraseología corriente en la


época, como se la encuentra tan a menudo en los prefacios de las disertaciones sobre la
naturaleza y de los trata­dos filosófico‑teológicos. Proclama más bien con nitidez que la obra
se funda sobre conocimientos adquiridos por una iniciación esotérica cristiana. Y este prólogo
se encuentra en casi todos los escritos alquí-micos y rosacruces auténticos. Expresado en el
lenguaje del tiempo, significa esto: un iniciado habla al discípulo. Y cuando la alusión falta al
comienzo, se la encuentra de nuevo ciertamente en algún otro lugar del libro. Es en el mismo
estilo y en el mantenimiento de esta alusión, que se reconoce formalmente una obra auténtica
de alquimia. Los in-nombrables aventureros, charlatanes y falsificadores de moneda
espa-gíricos no han dejado de servirse del mismo lenguaje, para dar a sus elucubraciones
alquímicas las apariencias de la verdad y del mérito; mas por poco que se posea un oído lo
bastante fino, es fácil distinguir al auténtico del falso, el verdadero del tramposo, incluso si se
descuida el contenido material que ‑comenzando por la Tabla de Esmeralda­ está lejos de
representar para el iniciado un libro de siete sellos. Así, en su libro clarísimo, bien que
positivista en su espíritu, aparecido en 1915 en Leipzig, bajo el título La piedra filosofal y el
arte de hacer el oro (Der Stein der Weisen und die Kunst Gold zu machen), Willy Bein ha
tenido perfectamente razón de señalar el carácter incomprensible del lenguaje simbólico del
que se sirven los alquimistas. Como contra-partida, la desaprobación más o menos
pronunciada que se encuentra con este motivo en casi todas las obras modernas consagradas a
la al-quimia está perfectamente injustificada, ya que se deriva de premisas enteramente falsas.
Los adeptos nunca han tenido la intención de su-ministrar a sus contemporáneos, y menos aún
a los sabios modernos, recetas fáciles para la transmutación de los metales viles en oro, con la
ayuda de la piedra filosofal. Repitámoslo: todos los escritos alquími-cos verdaderos son guías
a la intención de los que conocen ya el cami-no y han recorrido algunas etapas de él. Son obras
iniciáticas cuyo acceso permanecerá siempre cerrado al profano, si no posee la llave "que abre
y no deja a nadie fuera, que cierra y no deja entrar a na-die". . . Y si posee esta llave, ya esta
iniciado.
Se ve a menudo en las alegorías alquímicas la imagen de un hom-bre con los ojos vendados
que persigue una liebre en el vano esfuerzo de capturarla. Este es el símbolo del profano que
no ha sido llamado y que yerra inútilmente por los aledaños del templo hermético: Se tra-ta de
la verdadera "liebre de Pascua" del folklore de la Europa central que pone, para quien sabe
cómo atraparla, los verdaderos huevos ne­gros‑blanco‑rojos, y algunas veces incluso huevos
de oro.
Se ve pues que en el trasfondo de la alquimia se encuentra la ini-ciación, una enseñanza
esotérica milenaria que se remonta hasta la An-tigüedad pagana, al sentimiento de solidaridad
cósmica de la concien-cia egipcia, caldea y griega, para penetrar a continuación en el mundo
occidental, por el intermedio de la civilización árabe. En Occidente, esta enseñanza será teñida
de cristianismo y devendrá el misterio del Grial.
La idea de la transformación se encuentra, ciertamente, en el cen-tro de la iniciación alquímica;
no se trata, sin embargo, de la transfor-mación de los metales, sino de un proceso místico de
transmutación interior, del que el fenómeno físico‑químico de la transformación me-tálica no
es más que una manifestación devenida visible y real en el mundo de la materia. Es en esto
que piensan los verdaderos Adeptos cuando afirman que la piedra filosofal no es obtenida más
que por quien ya la ha realizado en sí mismo: "Acumulad primero bienes en el cielo, y todas
estas cosas os serán dadas por añadidura."

El error de C.G. Jung

En lo que concierne al aspecto metafísico de la alquimia en tanto que proceso psicológico y


experiencia iniciática, ya hemos tenido oca-sión de señalar la contribución original del
profesor C. G. Jung en su obra Psicología y Alquimia. El gran sabio fue el primero en
proclamar con este motivo hechos extremadamente importantes e instructivos para la
investigación psicológica. La analogía entre los objetivos de la obra alquímica y las
concepciones fundamentales del cristianismo, pa-rece, ciertamente, evidente a quien está
familiarizado con el tema. Bas-te pensar en Jacob Boelime. Sin embargo, el buscador suizo
aporta un material considerable, y el hecho mismo de que un sabio de la repu-tación de Jung
haga por primera vez de la alquimia el objeto de un estu-dio de psicología científica equivale
a la rehabilitación, al menos sobre un plano, de esta alquimia tan largo tiempo menospreciada
por la cien-cia moderna que la descartaba con un levantamiento de hombros, no queriendo
reconocer en ella sino una etapa primitiva de la química moderna. Incluso si se está lejos de
aceptar todos los resultados de las investigaciones jungianas, el libro, con el rico material
iconográfico, en parte muy raro, que contiene, representa ‑para la elucidación de las formas de
experiencias psíquicas en sus relaciones con la alquimia una obra de referencia fundamental
para toda investigación psicológi-ca futura.
Como hemos dicho en el primer capítulo de este libro, Jung, sin embargo, no ha conseguido
sobrepasar el plano psicológico. Ha perma-necido prisionero de los prejuicios de nuestro
tiempo, y no ha recono-cido que a la transmutación operada en el crisol del alma corresponde
otra transmutación que se efectúa en el dominio de la materia. Se puede uno preguntar, ante el
perentorio rehúse a toda posibilidad de transmutación, tal como se encuentra en el pasaje ya
citado de Psico-logía y alquimia [1], si Jung no participa de la opinión corriente que quiere
que los ingenuos maestros hayan sido las víctimas de una ilu-sión, creyendo obtener oro
cuando no se trataba más que de aleaciones.

En ello pues reconozco al sabio Maestro:


Lo que no tocáis está a cien leguas de vos,
Lo que no se puede coger por todos los puntos se os escapa,
Lo que no contáis no es verdadero según vos,
Lo que no pesáis no tiene peso alguno para vos,
Lo que no acuñáis es moneda sin valor.

(Goethe, Fausto II)

El desdén y la incomprensión de los sabios modernos con res-pecto al aspecto metafísico


esencial que está en el centro de la vi-sión cósmica de los alquimistas, su ignorancia de la
eficacia teórica o práctica de la alquimia, les conducen necesariamente a negar las
transmutaciones mejor atestiguadas. Por otra parte, la suficiencia mis-ma de la ciencia actual
la impide reconocer a los adeptos la ventaja de haber poseído un arte cuya maestría les es
rehusada. Mas, ya que C.G. Jung conocía este aspecto cosmogenético fundamental, se esta-ba
en derecho de esperar una actitud más positiva de su parte, aunque no fuera más que por la
experiencia interior que habría debido escla-recerle: lo que está arriba es como lo que está
abajo.
[1] N. del Tr.: Esta obra ha sido publicada en castellano por Plaza & Janés, edi-tores
(Barcelona) en la colección "otros mundos".

Testimonios dignos de fe

Si la ciencia moderna califica de error, de locura, de quimera o, en el mejor de los casos, de


ilusión, el testimonio de tantos grandes maes-tros que proclaman la existencia real de la piedra
filosofal y la posibili­dad de llevar a cabo la transmutación de los metales ‑que no niegan por
otra parte haber efectuado ellos mismos‑ si la elevada cultura y el valor moral de hombres
corno Santo Tomás de Aquino, Alberto Mag-no, Arnaldo de Villanova, Roberto Fludd y otros
no bastan para arrancar la convicción de los sabios de nuestro tiempo, al menos debe-rían tener
en cuenta toda una serie de transmutaciones cuya realidad histórica es corroborada por
testimonios irrefutables. Nos contentare-mos con referir un solo relato entre muchos otros.
Está tomado de la obra ya citada de Schmieder: Historia de la alquimia.
Juan‑Bautista Van Helmont, el ilustre médico holandés y una de las luces de la ciencia del
siglo XVII, recibió un día la visita de un des-conocido que no tenía, por toda recomendación,
más que su profundo saber. La entrevista condujo a la alquimia y, en el momento de
despe-dirse, el visitante ofreció a su anfitrión un cuarto de grano de la piedra filosofal. Van
Helmont intentó pronto la experiencia ‑que tuvo éxi­to. A partir de este día, el gran sabio
devino un partidario convencido de la alquimia, como lo testimonia claramente y de una forma
repeti-da en sus obras.
Van Helmont escribe:

"Este polvo que hace oro, lo he tenido entre las manos algunas ve-ces, y he visto con mis
propios ojos cómo transformaba realmente el mercurio del comercio, y había miles de veces
más de mercurio que de polvo para transformar en oro. Era un polvo pesado, de un color de
azafrán, brillante como el vidrio groseramente molido. Se me dio una vez un cuarto de grano.
Para evitar que se desparramase envolví este polvo en cera de lacrar quitada de una carta, y
proyecté la pequeña bola sobre una libra de mercurio recientemente comprado que acababa de
calentar en un crisol. El metal líquido se fijó instantáneamente con al-gún ruido y se retrajo en
una masa compacta, bien que hubo sido ca-lentado a una temperatura en la que el plomo no
estaría solidificado. Activé entonces el fuego con la ayuda de un fuelle, y la substancia se licuó
de nuevo. Cuando la hube vertido, obtuve el oro más puro, de un peso de ocho onzas. Una
parte de este polvo habrá pues transfor-mado, en verdadero oro, 19.186 partes de un metal
impuro, volátil y destruible por el fuego. "
Dice además:

"He visto algunas veces este polvo. Proyecté de él un cuarto de grano envuelto en un papel,
sobre ocho onzas de mercurio calentado en un crisol, y el mercurio se congeló
instantáneamente con algún rui-do y se coaguló como la cera amarilla. Tras haberlo fundido
de nuevo con el fuelle, encontré el oro más puro, ocho onzas menos once granos."

Y finalmente:

"Estoy obligado a creer que existe una piedra que hace oro y pla-ta, pues yo he hecho muchas
veces la proyección con mis propias ma-nos, con un grano de polvo sobre muchos miles de
granos de mercurio caliente; y, para gran sorpresa de numerosas personas que han asistido a
la experiencia, las cosas han pasado en el fuego tal como está escrito en los libros."

El adepto desconocido que recorría entonces Europa en todos los, sentidos, para testimoniar
la verdad alquímica, no podía ser otro que Ireneo Filaleteo. No es sorprendente que haya
rendido visita a un hombre como Van Helmont, cuya palabra tenía peso y debía arrancar la
convicción de sus contemporáneos. El maestro no se equivocó, por otra parte, pues la
intervención de Van Helmont en favor de la alqui-mia hizo mucho ruido en la época.
La autoridad de Van Helmont garantiza la seriedad del testimonio que trae en favor de la
transmutación efectuada con sus propias ma-nos. Y se pueden multiplicar los ejemplos de igual
importancia que se rechazan, todos, sin embargo, bajo pretexto de ignorancia, de superstición
o de engaño. Pero se podría negar con la misma razón cualquier hecho histórico, y pretender
que se trata de invención pura. Tanto en un caso como en el otro, la confirmación de los hechos
no está subor-dinada a los testimonios contemporáneos, ya que muy pocos aconte-cimientos
han tenido repercusiones suficientes paró permitirnos todavía hoy en día probar en detalle que
las cosas han pasado de tal o cual manera. La situación es pues la misma, pero se tiene la
costumbre de encontrar creíbles y de aceptar con toda naturalidad los relatos histó-ricos de
guerras, de tratados rotos, de violencias y de opresiones, mien-tras que se recusan testimonios
igual de numerosos y dignos de fe cuando se cuestiona la realidad comprobada de las
transmutaciones metálicas, y ello únicamente porque se trata de una operación que su-pera un
poco a la ciencia actual.

Transmutaciones atómicas y transmutaciones alquímicas

Y no es que la ciencia niegue todavía la posibilidad de la transmu-tación. ¡Bien al contrario!


Los autores modernos repiten hasta la sa-ciedad que "los sueños de los alquimistas comienzan
por fin a reali-zarse". Así, Harry. Schimidt, en el último capítulo de su obra Problemas de la
química moderna (Probleme der modernen Chemie; Hamburgo): "Una cosa es desde ahora
cierta; los sueños de los alquimistas ya no están prohibidos. Podemos abandonarnos a su
encanto con la esperan-za bien fundada de que acabaremos por encontrar la vía que nos
con-ducirá con certeza desde el plomo hasta el oro más puro. . ." O también Willy Bein, en su
libro ya citado:

"Se tiene derecho a preguntar cómo es que tantos espíritus cul-tivados y prácticos han podido
comprometerse en una empresa tan vana. ¿Qué hay de verdad en todo ello? La unidad de la
materia. Es-ta concepción, enunciada por tres maestros de la investigación cientí-fica
‑Faraday, Helmholtz y Kékulé‑ y oscuramente entrevista por los alquimistas, es hoy en día
adoptada por la ciencia: se ha reconocido poco a poco que existen relaciones entre los ochenta
elementos quí-micos y se ha elucidado progresivamente la naturaleza de estas relacio-nes.
Estos elementos están reunidos en el `sistema periódico' Para su estudio de la luz proveniente
de las estrellas más calientes, Lockyer ha hecho probable la hipótesis según la cual los
elementos habrían po-dido nacer los unos de los otros, al menos en ciertas épocas geológi-cas.
En nuestros días, se ha podido realizar esta transformación sobre la tierra, como consecuencia
de los trabajos de Roentgen, de Becque-rel, y de Pierre y Marie Curie sobre la radioactividad.
Incluso la mate-ria original se ha descubierto. Se trata de la electricidad negativa que, en tanto
que, cuerpo químico, posee una estructura atómica, sus átomos son los electrones, y se conocen
su masa y su velocidad... "

Citemos finalmente una declaración de lord Ramsey (Essays, Londes, 1908):

"Ya que el radio libera, en el curso de su desintegración espontá-nea, enormes cantidades de


energía, está permitido concluir de ello que si se consiguiese hacer absorber grandes cantidades
de energía por los elementos ordinarios, éstos sufrirían modificaciones que, en lugar de ser
destructivas, serían por el contrario constructivas. Si los ra­yos β suministran estas enormes
cantidades de energía... y si se averi-guase que las formas particulares de estas nuevas
substancias dependen de los elementos que emiten los rayos β, entonces la transmutación de
los elementos no aparecería ya como un sueño absurdo y la piedra filo-sofal se habría
descubierto. Y no es imposible que se realizase al mis-mo tiempo el elixir de la larga vida, este
otro sueño de los filósofos de la Edad Media. En efecto, la actividad de las células vivientes
depende también de la naturaleza de la energía que encierran. ¿Podemos pre-tender entonces
que sería imposible influenciarlas si se viniese a descu-brir el medio de aportarlas energía y de
orientarlas?. . . "

Estas líneas fueron escritas en los primeros años del siglo. Hemos penetrado después en el
dominio de la química estelar. Con ocasión del cincuentenario del famoso informe sobre el
descubrimiento de la radiactividad, presentado a la Academia de las Ciencias de París, el 6 de
marzo de 1896, por Henri Becquerel, Joliot‑Curie ‑a quien se debe el descubrimiento de la
radioactividad artificial‑ declaró en su discurso pronunciado en octubre de 1946:

"Los hombres que supieron producir el fuego realizaron sin duda la inmensa importancia de
este acontecimiento para la mejora de sus condiciones de existencia, principalmente en lo que
concierne a su alimentación y a su seguridad frente a una naturaleza hostil. Pero el es-tado de
sus conocimientos no podía permitirles imaginar toda la am-plitud de esta conquista como
fuente de energía para hacer‑funcionar las máquinas de vapor, las turbinas, las grandes
centrales termoeléc-tricas.
"Es con razón que decimos hoy en día que la conquista del fuego ha abierto un nuevo capítulo
en la historia de la civilización.
"Recientemente el hombre ha aprendido a liberar cantidades de energía considerables
contenidas en el núcleo del átomo, y tenemos la convicción da unidad ha entrado en una nueva
era. Sin em-bargo, a pesar del estado más avanzado de nuestros conocimientos, nos
encontramos en una situación análoga a la de los primeros hom-bres que supieron producir el
fuego sin poder precisar todo el alcance de su conquista.
"Imaginamos ya aplicaciones muy importantes de estas nuevas fuentes de energía, pero esto
es sin duda bien poco frente a todas las que serán permitidas gracias al acrecentamiento de
nuestros conoci-mientos en general. "

Está fuera de toda duda que la física atómica ha alcanzado un gra-do de desarrollo que abre
una nueva época, en el sentido propio del término. Dependerá de la humanidad misma hacer
que esta época ‑que la da un dominio siempre creciente de las fuerzas elementarias de la
naturaleza‑ la aporte la salvación o la destrucción. Las potencias de las tinieblas que, tomando
posesión de las almas, han preparado y llevado a cabo el funesto destino de nuestro tiempo,
no cesarán nunca en sus esfuerzos por desencadenar nuevas desgracias hasta lo irrepara-ble.
Aquellos que ponen una inteligencia cada vez más aguda al servi-cio del demonio de la
materia, verán sus caminos separarse cada vez más netamente de los que escuchan ya la voz
del Angel del Apocalipsis.
Los maestros que han sabido desde siempre de alguna manera las cosas que se iban a
desarrollar tenían, pues, alguna razón de recubrir con un velo de obscuridad el secreto de la
preparación de la piedra fi-losofal; pues se trata del árbol de la vida, que mantiene intactas
toda-vía toda la salud y toda la maldición del Paraíso...
La transmutación de un metal en otro no aparece ya como el pro-blema insoluble por
excelencia, el sueño absurdo, unánimemente re-chazado por la ciencia hasta fines del siglo
último, pese a las objecio-nes de Schleich y de Strindberg. Esta actitud dogmática está
superada desde hace largo tiempo. Y, sin embargo, la misma ciencia moderna, que admite el
principio de la transmutación y que ha aportado la prue-ba de ella por el estudio de la
radioactividad, no tiene más que una sonrisa desdeñosa cuando se le plantea la cuestión de
saber si los ver-daderos alquimistas no habrán conocido otra vía, y si no la habrán se-guido
efectivamente para obtener el mismo resultado. Uno no se des-carga del problema por una
actitud tan estrecha. Los testimonios de los maestros y de los adeptos que atestiguan la realidad
de las trans-mutaciones que han llevado a cabo ellos mismos, son demasiado netos; sus
declaraciones están demasiado impresas del amor a la verdad; su buena fe no puede ser puesta
en duda más que por una época como la nuestra, que ha perdido completamente la sensibilidad
por la substan-cia y las vibraciones de la palabra expresada, y que no tiene ya siquiera órgano
para distinguir el acento del falso y el tono de la veracidad. Si los autores de los tratados
alquímicos mienten noventa y nueve veces, ello no quiere decir que las aseguraciones del
centésimo no expresen la palabra verdadera de un Adepto. Lo que decide en el empate es el
tono del lenguaje verídico, el acento incontestable de la sinceridad. Que nuestra época haya
perdido la facultad de hacer esta distinción puede devenirla fatal sobre toda la línea. ¡Pues lo
que importa, aquí como en otras partes, es el sentido profundo de la responsabilidad con
respecto a cada palabra escrita o pronunciada! "No es lo que entra por la boca del hombre lo
que le ensucia, sino lo que sale de él; he ahí lo que ensucia al hombre." Los maestros
verdaderos que han dado testi-monio en favor de la piedra filosofal han tenido esta conciencia
sagra-da, y es por esto que su atestiguación es verdadera e inatacable.

Conocimientos metálicos muy avanzados de los Antiguos

"Ellos eran quizá sinceros", replican los sofistas de la ciencia ac-tual. "La ciencia de su tiempo
estaba todavía en la infancia y podían bien creer que efectuaban transmutaciones cuando en
realidad no ob-tenían más que aleaciones. Eran las víctimas de una ilusión, y si hu-biesen
tenido nuestro nivel de conocimiento científico, ellos hubiesen sido los primeros en reírse de
sus propias supersticiones." Una con-cepción tan necia y tan desprovista de lógica conduce
efectivamen-te a sonreírse. Sin considerar siquiera que el medio de ensayar el oro era bien
conocido desde la más alta antigüedad (¿se imagina que los faraones, el rey Salomón y, más
tarde, los emperadores romanos, se habrían hecho pagar en aleaciones el tributo de sus
provincias?), se puede aprender en cualquier historia de la química y de la alquimia que una
metalurgia perfectamente desarrollada existía tres mil años antes de nuestra era, e incluso
antes, en Egipto, y que el afinado y la separación de los metales se practicaba corrientemente
en numerosos países civilizados, hace cinco o seis mil años; se debía pues ser capaz de
distinguir las aleaciones de los metales puros. Se lee a este respec-to en la obra, citada ya
numerosas veces, de Willy Bein:

"Los resultados de numerosas excavaciones demuestran que la preparación de los metales


puros era conocida desde la época prehistó-rica. Se encuentra cobre puro desde el año 3500
antes de nuestra era. Es pues apenas sorprendente constatar que una estatua de Ramsés II, que
data del siglo XIII antes de J.C., está hecha en cobre exento de arsénico. La mezcla de estaño
y de cobre, bajo forma de latón, se en-cuentra hacia el 1900 a. de J.C. El plomo es conocido al
menos desde los Ramessidas. Se encuentra mercurio en los fragmentos que provie-nen de
tumbas que datan del 2000 a. de J.C. Se encuentra bismuto y antimonio metálicos, en la misma
época, en Asiria y en Japón. Entre las aleaciones, el asem, una aleación de oro y de plata, juega
un rol particularmente importante. La acción del mercurio sobre el oro no parece haber sido
más desconocida. Las excavaciones egipcias y micénicas que datan de las invasiones dóricas
nos revelan la existencia de aleaciones de plomo, de magníficos esmaltes y de otras substancias
cu-ya preparación supone conocimientos técnicos y químicos muy avan-zados. Además de los
sulfuros de antimonio y de arsénico, los egip-cios conocían los sulfuros de plomo y de
mercurio, el minio [1] y el cinabrio, tan importantes para la alquimia de las épocas posteriores,
El famoso papiro de Ebers, que data del 1550 a. de J.C. contiene in-numerables procedimientos
técnicos que presuponen una tradición transmitida desde muchas generaciones. En los templos
que albergan los talleres en los que se creaban las preciosas imágenes de los reyes y de los
dioses, y particularmente en el templo de Edfú, se practica-ban las artes industriales incluso
en la época alejandrina. Los miem­bros de una sociedad secreta ‑la comunidad del
Poimandres‑ se reu­nieron en ellos durante siglos y se dedicaron a la práctica del "arte
sa-grado", bajo la protección del dios T'hot. Se ha encontrado su heren-cia en las ruinas bajo
la forma de innumerables utensilios químicos. "

Existía pues en la época una aleación de oro y de plata: el asem, ¡pero ello no impide a los
mismos sabios que la mencionan sostener que los maestros del hermetismo han pretendido,
por ignorancia, ha-ber efectuado transmutaciones, cuando no habían obtenido más que
aleaciones!
Como se trata quizá del argumento más importante para apreciar en qué medida los antiguos
relatos de transmutaciones no deben ser atribuidos, pese a todo, a la ignorancia, queremos
invocar nuevas prue-bas del avanzado estado de la metalurgia en las épocas más atrasadas. La
enciclopédica obra del profesor E. von Lippmann, Nacimiento y extensión de la alquimia
(Entstehung und Ausbreitung der Alchymie, vol. 1, 1919, vol. il 1931) contiene a este respecto
datos suplementa-rios que demuestran cuán absurda e insostenible es esta explicación.

"El antimonio metálico que se obtiene facilísimamente por la reducción del mineral, era
conocido antes del reinado del rey babilo-nio Sargon I (hacia el 2850 a. de J.C.); una gran bola
hecha en este metal nos ha llegado de la época del rey Gudea (hacia el 2600)" (vo-lumen 2, p.
42).
"Por lo que concierne ala familiaridad de los sumerios con los metales preciosos y comunes,
se encontrarán precisiones más adelan-te y a propósito de cada uno de los metales particulares;
ciertos minerales como el lapislázuli, la magnesita, la alúmina, los silicatos, así co-mo el
minio[2](*) y el sulfuro de antimonio son mencionados desde los tiempos más antiguos. . . Las
excavaciones de los cementerios de Ur prueban, por ejemplo, que la alfarería y la orfebrería
sumerias tenían ya hacia el 3500 una excepcional perfección." (vol. 2, pp. 48‑50).
Plomo: 'Los egipcios se servían del plomo antes incluso del An-tiguo Imperio (hacia el 3000),
como lo prueba la leyenda que refiere que se vertió plomo fundido sobre el sarcófago de Osiris;
hacia finales del Imperio Medio (alrededor del 1900), se procuraban el plomo de Asuán en
lingotes. Babilonia conocía el plomo desde el siglo XXVIII, aparentemente a título de producto
secundario de las minas de plata de Táurides, región que fue conquistada por Sargon 1; el hijo
de éste, Rimoche, se jacta de haber fundido la primera estatua de plomo, y Gudea refiere (siglo
XXV) que `su tesoro es rico en metales precio-sos y en plomo; este último metal servía por
otra parte corriente-mente como moneda de intercambio y de multa para los antiguos asi-rios.
En Creta igualmente, ciertos utensilios y las armas (puñales) esta-ban en uso desde la época
protomineana (3000‑2000); es por otra parte de Creta, o quizá de Chipre, que proviene la efigie
de plomo de una diosa que nos ha llegado de los estratos premicénicos de la antigua Troya (II
‑ V), y en la misma época (hacia 2000‑1500) Chi­pre exportaba igualmente mucho plomo en
Egipto. Los profetas de la Biblia mencionan a menudo este metal; así, se encuentran en Isaías
(siglo VIII) comparaciones que tienen por objeto la extracción de la plata a partir de los
minerales que contienen plomo. Los hindúes no pa-recen haber conocido el plomo (sisa) más
que en el período védico re-ciente, ya que este metal no es mencionado más que en el
Atharva‑Vé­da, que es una obra tardía, bien que encierre naturalmente las trazas de
supersticiones muy antiguas. En la época en la que fueron redacta-dos los Brâhmanas, es decir
hacia el año 1000 a. de J. C., el plomo ya era menospreciado y pasaba por ser un metal sin
valor". (vol. 2, p. 57).

Bronce: "El bronce, zabar en sumerio y zipparou en acadio, era conocido en Mesopotamia
antes de Sargon I, es decir, en los siglos XXVII y XXVIII a. de J. C. Pero se trataba
probablemente en esta época de bronces de plomo y de antimonio,, que el forjador obtenía por
mezcla (aleación), de donde la invocación al dios del fuego, Ghi-bil: `tú eres el purificador de
la plata y del oro, y el mezclador del cobre y del plomo; no es sino más tarde que el estaño
tomó el lugar del plomo... Es notable que los hititas poseyesen armas de bronce en abundancia,
desde el comienzo de su penetración en Asia Menor, es decir, hacia el 2500, lo que les
aseguraba por otra parte la superioridad sobre la población autóctona; no sabemos, por
desgracia, nada con certeza sobre su patria de origen, de suerte que no estamos en condi-ciones
de hacer hipótesis sobre el origen de los metales de los que se servían". (vol. 2, p. 61).

Citemos también otro pasaje que prueba que el procedimiento de la destilación era igualmente
conocido hace cuatro mil años, ya que la preparación de los perfumes y de los
aceites‑esenciales por los babilo­nios implica el conocimiento de esta técnica.

"En Babilonia, se conocían el aceite de ciprés, de cedro y de mir-to hacia el 2000 a. J. C., bajo
el reinado de Hammourabí, y se importa-ban la mirra, el nardo y el Bedelio de Arabia. . . "
(vol. 2, p. 45).
Todo ello prueba abundantemente que tan lejos como uno pueda remontarse en el tiempo,
todos los pueblos civilizados poseían, no so-lamente una ciencia metalúrgica muy exacta ‑ya
que se conocían en ella todos los principales metales, así como el antimonio, el arsénico y
otros, tanto bajo su forma purificada como en sus aleaciones más di-versas, y que se sabía
combinarlos y, en consecuencia, también sepa-rarlos‑ sino además una tradición antiquísima
de una serie de otros procedimientos químicos. Se sabe que se han descubierto, en la boca de
las momias egipcias, obturaciones dentarias de una perfección téc-nica que no tiene nada que
envidiar, ni en cuanto a los materiales, ni en cuanto a la ejecución, a los trabajos más
complicados de nuestros dentistas modernos. En cuanto a la momificación misma, no se ha
lle-gado aún a elucidar completamente por qué medios se han podido conservar durante
milenios las momias en el estado en el que las en-contramos hoy en día. Se sabe de todos
modos, por antiguas descrip-ciones, que tras haber vaciado al cuerpo del cerebro y de las
vísceras, se le lavaba con vino de palmera y aceites aromáticos, después se le rellenaba de
mirra o de casia, o bien se le impregnaba con una sal alca­lina llamada "natron" ‑que no tenía,
sin embargo, nada en común con el natron de hoy en día‑ para tratarlo finalmente con resinas
y otras substancias aromáticas que impedían la putrefacción. Aquí, una vez más, encontramos,
por tanto, conocimientos extraordinarios que, en lugar de ser inferiores a los de la ciencia
actual, los sobrepasan.

[1] N. del Tr.: He aquí un aparente error. El autor, Willy Bein, menciona el mi-nio (mennige),
que no es sino el óxido de plomo, mientras que el sulfuro es la galena (bleiglanz).
[2] N. del Tr.: Nuestra nota anterior podría tener la misma validez aquí.

Mala fe de una cierta crítica

¡Pese a esta acumulación de hechos históricos, los especialistas siguen siendo incapaces de
admitir que los verdaderos maestros del hermetismo poseían suficientes conocimientos para
determinar si el producto de las transmutaciones operadas por ellos mismos o por otros
consistía en simples aleaciones o, por el contrario, en oro o plata puros!
A menos de rehusar la evidencia (recuérdense las palabras de Se-bald Schwaerzer al comienzo
de este capítulo), los hechos irrefutables que acaban de ser expuestos conducen a las siguientes
conclusiones:
La buena fe de los testimonios de los verdaderos Maestros y Adeptos sobre las transmutaciones
metálicas efectuadas por ellos mis-mos y por otros, está establecida sin la menor duda.
El estado de los conocimientos metalúrgicos había alcanzado tras siglos y milenios un nivel
que excluye toda posibilidad de ignorancia en cuanto a la manera de distinguir al oro de una
aleación, cualquiera que sea, y en consecuencia este argumento no merece la pena ser
dis-cutido.
Se impone, pues, la siguiente conclusión necesaria y lógica:
Los relatos de las transmutaciones que nos han transmitido los Maestros y los Adeptos están
bien fundados y son verídicos.

Desde entonces, sin ser siquiera incrédulo, se tiene derecho a pre-guntar cuál es el origen de
este conocimiento de los fenómenos y de las relaciones biológicas y físicas, que sigue siendo
‑y parece tener que permanecer así por largo tiempo todavía‑ un libro de siete sellos para la
ciencia, pese al considerable progreso que ella ha conseguido. La respuesta a esta pregunta es
que se trata de una ciencia iniciática, adquirida por un aprendizaje de orden espiritual. Los
conocimientos supraesenciales así conquistados por los adeptos de todos los tiempos, y desde
la más lejana prehistoria, han conducido a la ciencia iniciática celosamente guardada que ha
dado a los maestros del hermetismo, des-de la antigüedad pagana hasta nuestros días, el poder
de dominar las fuerzas ocultas de la naturaleza, incluso si el pensamiento científico actual
sigue siendo incapaz de hacerse una idea de lo que pueden ser estas `fuerzas ocultas'. Las
Logias cristianas de los Rosa‑Cruces de la Edad Media no han seguido una vía de iniciación
diferente.
Hoy en día ya no es sobre los muelles de la ciencia experimental que hay que buscar el navío
presto a levar anclas para partir a la con-quista del vellocino de oro.

YATROQUMICA

¿Qué es pues un médico? Es el que puede dar la salud a los enfermos.


Pero examinando la cosa más de cerca, ¿quién podría ser médico sin estas tres cosas: sin ser
un filósofo, un astrónomo, un alquimista? Nadie; antes bien, hay que estar versados en estas
tres cosas, pues contienen la verdad de la medicina.
El médico que quiere conocer al hombre y dis-cernir sus enfermedades, debe conocer las
enferme-dades de todas las cosas de que sufre la naturaleza en el mundo entero.

PARACELSO

El laboratorio de espagiria al servicio de la medicina

Yatroquímica: del griego yatros, médico. Este nombre designa los métodos de preparación de
los remedios que los grandes médicos de los siglos XVI y XVII confeccionaban en su propio
laboratorio, según los principios espagíricos. Aparte de estos médicos, que poseían un
co-nocimiento profundo de los secretos de la naturaleza y que no tenían razón para divulgar
su ciencia, lo que no hubiese dejado de producirse si hubiesen hecho ejecutar sus ordenanzas
por los farmacéuticos, hay que considerar que el nivel bajísimo de la farmacia en esta época
no ofrecía, en ninguna forma, las garantías necesarias para la ejecución a conciencia de
prescripciones que en su mayor parte exigían una mano experta. Así pues los maestros
preparaban ellos mismos sus magisterios y sus arcanos. En cuanto a los trabajos preparatorios,
largos y fas-tidiosos, los confiaban a sus discípulos y ayudantes. No hay que olvi-dar, en
efecto, que cada ácido, cada disolvente, debía ser preparado de antemano. Bien que hayan
empleado sobre todo el vinagre de vino destilado y concentrado, el ácido clorhídrico, el ácido
nítrico, el agua regia y el ácido sulfúrico, estos médicos tenían también a su disposi-ción una
serie de otros disolventes muy concentrados que preparaban ellos mismos. Por otra parte, la
variedad de disolventes extremada-mente diferenciados constituye precisamente uno de los
factores esen-ciales de los trabajos espagíricos.

El espíritu de vino filosófico

¡Más aún, se trataba de espíritu de vino ‑spiritus e vino‑ y no de un vago alcohol de patatas! .
. . "Toma el mejor de los vinos viejos y déjalo digerir durante un mes en el estiércol de caballo,
y destílalo a continuación. . ." etc., dice la prescripción habitual. La destilación, conducida con
una precisión meticulosa, con la ayuda de un aparataje muy diferenciado que permitía separar
el alcohol ordi-nario del espíritu de vino continente de los aceites esenciales más sutiles,
proporcionaba un spiritus e vino de una extremada finura que servía a la preparación de las
tinturas vegetales e incluso minerales. El spiritus e vino así preparado es ya un agua de la vida
cuyo efecto re-cuerda al del mejor coñac: es un cordial, un digestivo y un tónico. Los
yatroquímicos han volcado los mayores cuidados en la preparación de este espíritu de vino, y
se encuentra con este motivo un número apreciable de recetas en la literatura especializada. Es
significativo que las tinturas y extractos así preparados tengan una eficacia filosófica
in-comparablemente superior a la de los productos obtenidos con el alcohol etílico ordinario.
Más aún, se añadía generalmente a las esencias vegetales el álcali (las sales) de estas plantas.
El método de prepara-ción empleado permitía por otra parte incorporar igualmente "el aceite
vegetal" en la tintura. Se obtenía así una verdadera quintaesencia, de una elevada virtud
curativa, que no hay que confundir con las tin-turas alopáticas y homeopáticas actuales. Sin
embargo, los yatroquímicos no preparaban los remedios más que para su propio uso, y no los
administraban más que a los enfermos que trataban ellos mismos. No tenían pues necesidad
de grandes cantidades de productos. La preparación de estas esencias en cantidades
industriales presenta aparte incluso del precio de venta dificultades técnicas no negligibles,
pero que son no obstante posibles de superar con la ayuda de un equipa-miento apropiado a
este género dé trabajo.
El delicado método de confección del espíritu de vino, y la conveniente preparación de los
ingredientes que deben ser tratados con él, no bastan naturalmente para explicar los
asombrosos éxitos terapéuticos de los yatroquímicos, Estos poseían además un segundo
`es-píritu de vino' de origen completamente distinto, el `espíritu de vino secreto de los
Adeptos', que será tratado más en detalle en otro capítulo de esta obra. La similitud de ciertas
de sus propiedades con las del alcohol, así como el deseo de ocultar su verdadera naturaleza,
ex-plican el empleo del término `espíritu de vino'. La fórmula química de este producto es bien
conocida, pero los yatroquímicos han intensifi-cado y transformado de tal modo su acción, por
múltiples cohobaciones y digestiones ulteriores, que, reforzando la causticidad de la substancia
por la adición de ácidos y sales minerales, han obtenido final-mente su menstrua mineralia
(para conservar su propia terminología) que les permitía no solamente disolver los metales,
sino incluso volverlos volátiles, y, por ejemplo, sacar el carbonato de potasio por encima del
capitel.
Recordemos a este propósito el claro texto debido a De La Boe-Sylvius que hemos tenido
ocasión de citar en el primer capítulo de este libro. Y Van Helmont, que estableció en su tiempo
la renombrada terapéutica del alcali volátil, escribe: "Si las impurezas se encuentran en las
primeras vías, hay que dar remedios capaces de disolverlas, pero si se sitúan más
profundamente y se muestran más rebeldes, hay que emplear los alcalis volátiles que todo lo
lavan, como un jabón. " Otros pasajes explícitos, ya mencionados, confirman que la sal tartari
es el remedio indicado en todas las `enfermedades del tártaro' (éste es el término empleado por
Paracelso), es decir, contra las sales del ácido úrico, conforme al principio simila similibus
curantur. Se recordará que Van Helmont insiste igualmente sobre el truco que permite
volatilizar el tártato, pero cuyo secreto es patrimonio de un pequeño número. Ahora bien, este
truco concierne precisamente al tratamiento de la sal de tártaro por el espíritu de vino de los
filósofos correctamente preparado. Alusiones al tártaro volátil, en tanto que uno de los más
poderosos remedios, se encuentran a menudo en los escritos de los yatroquímicos (por
ejemplo, en Basilio Valentín y en Johannes Agrícola), pero el truco que permite prepararlo es
siempre pasado en silencio.

El Alkahest

Pero, ¿qué hay de1Alkahest, del que Van Helmont escribe: "¿Si no sois capaces de obtenerlo,
aprended al menos. . . “? Es verdad que el secreto del Alkahest no era conocido más que por
los Adeptos únicamente, y los yatroquímicos no lo han sido, pese a sus profundos
co-nocimientos alquímicos y médicos. Van Helmont y Agrícola no han sido Adeptos, pues
esta dignidad sólo se adquiere si se conoce el mé-todo de preparación de la piedra filosofal, lo
que supone una iniciación hermética. Es así que hay que comprender la frase de Van Helmont,
de la que se deduce que la existencia real del famoso Alkahest, y, por tanto, de la piedra
filosofal misma, representaban para su autor evidencias incontestables. Van Helmont ha tenido
por otra parte ocasión de convencerse personalmente de la realidad de las transmutaciones
metálicas, como se deduce de su propio testimonio citado en el segundo capítulo de este libro.
Hablando de la preparación de un acei-te de plomo muy eficaz para uso tanto externo como
interno (los alquimistas y los yatroquímicos designaban por el término `aceite' a los líquidos
espesos), Johannes Agrícola dice de pasada, en el primer volumen de su obra Medicina
química (Chymische Medizin, Leipzig, 1638):
"Rabia reunido una buena reserva de este aceite, que debía bastarme para algún tiempo, y me
atrapó la curiosidad de tratar de descubrir si no ocultaba alguna cosa más, pues siempre he
pensado que Saturno debía encerrar todavía algún misterio, ya que todos los filósofos lo han
tenido en tan alta estima, bien que no ignorase que ellos han tenido cuidado de advertir que
nuestro Saturno no es el plomo vulgar. Sabía también cuántos de entre ellos han obrado en
vano para obtenerlo, no habiendo hecho nada más que echar a perder su tiempo y su dinero.
Quería no obstante tratar de descubrir si no se podía encon-trar en él también secundum
litteram un specimen veritatis, y me acordé de Sendivogio que pensaba, opuestamente a otros,
que nuestra ma-teria y nuestros metales no deben jamás pasar por el fuego, pues pierden su
spiritus o su anima tingens. Preparé pues el mineral dé plomo lo mejor que pude; la sal que
obtuve de él por extracción era más bella y más agradable que todo lo que yo había visto
anteriormente. No me serví sin embargo para ello del vinagre ordinario, sino que preparé un
vinagre particular del que no quiero decir aquí nada más. Este vinagre extraía la sal de una
manera muy diferente de cómo lo hubiera hecho el vinagre ordinario o el método corriente de
preparación de la sal de Saturno. Rubifiqué esta sal y preparé de esta manera su aceite color
de sangre, incomparablemente delicioso. Vertí este aceite sobre flores de azufre
cuidadosamente preparadas, fijándolas hasta el más alto grado por el aceite de vitriolo, de
suerte que habían devenido como el más bello cinabrio. Encerré todo en un frasco y lo hice
digerir en un baño de vapor. Las flores de azufre se encontraron así disueltas y tomaron una
consistencia de miel y, cuando abrí el frasco, desprendieron un perfume sumamente agradable
que provocó mi asombro. Cerré el vidrio y lo situé en la arena. Activé medianamente el fuego
e hice coagular mi fluido en una piedra. Sin embargo, tardó un tiempo tan largo en coagularse
que faltó poco para que perdiera la paciencia. El sistema estaba disponible, pues el azufre es
extremadamente graso y merece el nombre de la grasa de la tierra que le dan comúnmente los
filósofos. Cuando estuvo todo coagulado, abrí el frasco; vertí una nueva cantidad de aceite de
Saturno y, tras haberlo cerrado, lo dejé digerir al baño de vapor. Al cabo de catorce días, la
piedra se disolvió de nuevo y devino aún más bella que antes. La volví a colocar en la arena y
la hice coagu-larse de nuevo hasta que devino una piedra dura; a continuación, rompí el frasco
y saqué de él la piedra y la toqué con la lengua: tenía un gusto del todo agradable. Reduje la
piedra en polvo fino y vertí por tercera vez aceité encima; el polvo se disolvió pronto. La quise
coagular de nuevo, y al principio tuve mucho pesar, pues no quería dejarse coagular; pero hice
actuar Vulcano más fuertemente, lo que no dejó de producir su efecto, y mi líquido se coaguló
finalmente y devino una materia dura. La mantuve al fuego vivo durante un mes entero y
devino rojo transparente como el rubí. La tomé entonces y arranqué de ella un pequeño trozo
que situé sobre los carbones ardientes. La materia era fija, no humeaba ni ardía. Tras haber
tenido cuidado de activar el fuego con el fuelle, puse la materia en un crisol de orfebre; se
licuó entonces sin inflamarse. Viendo esto, me puse a reflexionar, preguntándome si mi
materia no ocultaba también una tintura, Tome pues cal de plata bien purificada que mezclé
con este polvo y puse todo en una caja de cimentación, que luté e hice cementar durante
veinticuatro horas. Abriendo la caja, encontré mi materia coagulada y roja, con el aspecto del
cinabrio. No era maleable bajo el martillo. To-mé una muestra, la añadí plomo en abundancia
y la reduje. Obtuve un nuevo cuerpo blanco, lo que no dejó de asustarme; habiéndola visto tan
roja, pensé que la plata se había transmutado en oro. Pero mi materia era blanca. La laminé, y
vertí encima de ella una buena agua fuerte que no quiso atacarla sin embargo, sino que las
láminas permanecieron intactas y negras. Lo dejé digerir un largo tiempo, pero no quería salir
nada de ello, y acabé por quitarla y añadir nuevamente plata; la hice fundirse otra vez y, tras
haberla laminado, vertí encima de nuevo agua fuerte. La materia se disolvió prontamente y
dejó un precipitado de cal negra. Decanté el agua fuerte, lavé la cal, la sequé y la hice fundirse
con un poco de bórax, y obtuve un cuerpo del sol cuyo color no era bello sin embargo. Lo hice
fundir con el antimonio y ob-tuve así un oro tan bello como los mejores ducados. Hice un
cálculo para ver si la operación habla sido provechosa, pero la ganancia no era grande. Me
contenté no obstante con poseer una nueva experiencia que prueba que es posible transmutar
plata en oro. Que quien no quie-ra creerlo siga el procedimiento como yo lo he hecho, y verá
que las cosas no pasan de modo diferente, pese al gran número de incrédulos que lo han
combatido en sus escritos. Pero escribiendo esto, no pre-tendo que se puedan obtener por este
procedimiento montañas de oro o gruesas piezas como el tronco de una encina secular; no lo
pienso así, y refiero simplemente que hay una vera transmutatio en estas cosas. . . "

La sinceridad del testimonio de Agrícola está por encima de toda sospecha y se deduce
claramente de su relato que ha realizado una transmutación en el curso de sus trabajos de
química médica, en cierto modo de pasada y de una manera fortuita. La forma de referir esta
ex-periencia permite a todo espíritu no prevenido reconocer que el gran médico no buscaba en
modo alguno la gloria de pasar por un Adepto, sino que quería simplemente confirmar que era
posible obtener oro por vía química.
Es verdad que los grandes yatroquímicos de los siglos pasados sabían por la Tradición, incluso
cuando no eran Adeptos ellos mismos, cuáles eran los compuestos químicos que importaban
en el proceso de maduración del oro. Desde este punto de vista, tenían la tarea más fácil que
los sabios de hoy en día, cuyo cerebro está obsesionado por la desintegración del átomo por
medio de centenares de miles de voltios. No se construye nunca sobre la destrucción. La
experiencia de la segunda guerra mundial debería imponer esta conclusión. Los
descu-brimientos que han conducido a la bomba atómica y nos han hecho entrar en la era de
la química de las estrellas, provocarán todavía en el porvenir revoluciones técnicas de un
alcance imprevisible y esperamos en un sentido que no será solamente negativo; pero ni la
trans-mutación metálica, ni con más razón la preparación de la piedra filosofal, se adquieren
por la vía nuclear, pues la vía que conduce a la piedra es una vía biogenética.
Personalmente, no he seguido el procedimiento de Agrícola porque es demasiado largo y
demasiado laborioso; existen vías más cortas y más simples para alcanzar el mismo objetivo,
pero está fuera de toda duda que el método es justo y conduce bien al resultado indicado por
Agrícola. Quien no se adhiere exclusivamente al simbolismo alquímico sino que ha trabajado
él mismo en la mesa del laboratorio y que sabe por experiencia propia de qué se trata (y
comprende entonces también el simbolismo), ése reconoce por simple lectura de un
procedimiento alquímico si se encuentra sobre la buena vía y si tiene alguna posibilidad de
resultar con éxito. Ello no impide que se pueda descuidar algún truco por inadvertencia. Así,
Agrícola pasa maliciosamente en silencio los detalles del "vinagre particular" del que se ha
servido. Si el procedimiento es no obstante bueno, temo que el sabio moderno corre el riesgo
de perderse en él, pese a las instrucciones detalladísimas que da Agrícola. Hay en efecto que
preparar primero "el aceite de plomo" del que ha partido Agrícola, y sobre el cual encontramos
por otra parte indicaciones en el mismo capítulo. Pero el procedimiento es largo y complicado,
y el lenguaje caduco del autor poco atrayente para la ciencia de nuestros días. Se estaría sin
embargo ciego de dejarse desa-nimar por ello; las pepitas de oro que ahí se encuentran merecen
este esfuerzo.
Entre los médicos yatroquímicos de los siglos XVI, XVII y XVIII, sólo algunos individuos
aislados eran Adeptos, como por ejemplo Para-celso. Así sus extraordinarios éxitos
terapéuticos se explican por un profundo conocimiento de la naturaleza, adquirido gracias a
una tra-dición secular, y no por remedios fundados sobre el Alkahest o sobre algún estado
particular del gran elixir, o de la piedra Filosofal, que la transmutación precedentemente
señalada de Agrícola no presupone por otra parte. Se puede incluso decir, cum grano salis, que
estos médicos practicaban ya la quimioterapia, bien que con medios distintos de los médicos
modernos. Tomemos un ejemplo entre muchos otros: los yatroquímicos no sabían que la sal
de tártaro sal tartari es el carbonato de potasio y que su fórmula es K2C03. Ignoraban que esta
potasa carbonatada pura puede ser obtenida tanto por desgrasado y calcinación de la lana de
cordero, como por combustión y lixivia-ción de cualquier planta, sin que su fórmula química
sea diferente. En contrapartida, sabían, no obstante, volatilizar la sal de tártaro y sacarla por
encima del capitel y, con el producto así obtenido, po-dían curar completamente los cálculos
biliares y renales, lo mismo que la gota; en breve, eran capaces de disolver y de eliminar del
or-ganismo todos los depósitos de uratos. No sabían que la sal tartari obtenida por la
calcinación del tártaro tenía la misma fórmula que la potasa proviniente de la combustión y
lixiviación de la corteza de roble o de cualquier otra planta (artemisa, romero, etc.), pero sabían
muy bien que la sal proviniente de las hojas y de los glandes de las encinas es eficaz contra la
hematuria, que la sal extraída del romero “fortifica el corazón y da una buena digestión", que
la de artemisa "es buena para las fiebres persistentes, expulsa los cólicos, aumenta los orines
y los sudores, y consume el mal en el estómago", etc. Se ve pues que estas diferentes sales de
plantas poseen, según Basilio Valentín y los yatroquímicos, el mismo campo de acción que
los constituyentes orgánicos de las plantas enteras, bien que la fórmula química de la potasa
siga siendo siempre K2C03, cualquiera que sea la plan-ta de la que provenga. La acción
fisiológica de las sales difiere en con-secuencia según el dominio de eficacia de la planta
respectiva misma. Esta constatación de los yatroquímicos es justa, y he podido confirmarla yo
mismo por experiencias que he hecho sobre personas particularmente sensibles. Hace todavía
poco tiempo, los químicos hubiesen negado sin la menor vacilación estas diferencias
fisiológicas en la acción de substancias definidas por una misma fórmula química. La bio-logía
moderna, gracias al descubrimiento de la acción de las substancias al estado de trazas ínfimas,
corrobora de nuevo la concepción de los yatroquímicos, del mismo modo que justifica la teoría
homeopática de las diluciones elevadas, durante tan largo tiempo tomada con irrisión.
La acción diferenciada y penetrante de las sales sobrepasa a veces incluso a la del extracto de
la planta entera. Para perfeccionar una tintura es pues muy importante incorporarla la sal
correspondiente. Las indicaciones de los yatroquímicos vuelven a encontrar así tardíamente su
confirmación.
Basilio Valentín da las instrucciones siguientes en el capítulo `Cómo extraer sus sales de todas
las hierbas y substancias vegetales':

"Toma una hierba de tu elección, redúcela a cenizas, haz una lejía de ellas con agua caliente,
haz coagular la lejía, y la sal quedará al fon-do; disuélvela en espíritu de vino. Arroja el residuo
que se deposita, saca el espíritu de vino por destilación y disuelve tantas veces como haga falta
hasta que la sal devenga bien pura y límpida y no deje ya residuo; entonces está lista. A
condición de que se proceda correctamente para la rectificación del espíritu de vino, se puede
obtener de todas las hierbas sales bellas, límpidas y puras que forman cristales transparentes
como un salitre límpido, puro y rectificado. "

El conocimiento viviente que los yatroquímicos poseían sobre las "virtudes" de las hierbas no
era adquirido en las aulas, sino en contacto de la naturaleza, que les servía de maestro. Es por
esto que también establecían su diagnóstico de un modo totalmente distinto al del médico de
hoy en día. Sus órganos de los sentidos eran mucho más sutiles y más diferenciados que los
nuestros y no tenían necesidad de un termómetro de mercurio para determinar la temperatura
de un enfermo. Su sentido del olfato desarrolladísimo les permitía reconocer ciertas
enfermedades sólo por el olor. Los médicos que tienen la vocación de su profesión conservan
todavía hoy en día esta facultad, bien que en menor grado.

Otra visión del mundo

El error común de los sabios de nuestros días es el de sacar sus conclusiones por analogía, y
juzgar conforme a nosotros mismos la estructura psíquica de los hombres de las épocas
pasadas. Esta actitud conduce a concepciones del todo falsas. La estructura psico‑física del
hombre occidental de las épocas antiguas, y hasta el siglo XVI, era del todo diferente, mucho
más flexible que la del hombre actual. Esta es-tructura se ha mantenido hasta nuestros días en
la clarividencia hereditaria que se encuentra en algunos individuos aislados, en ciertas
regiones, como es el caso de la `doble vista' en el país de Munster. Es desconocer totalmente
la evolución de la humanidad pensar que se pueda admitir como se hace generalmente que el
hombre de la antigua Persia, del Egipto antiguo, o incluso el griego de los tiempos arcaicos o
el hombre nórdico de los Edda, experimentaban las cosas de la misma forma que nosotros. La
mentalidad de entonces era tan fundamen-talmente diferente que el exegeta de las obras
antiguas y de los grandes poemas de Revelación debe necesariamente extraviarse y llegar a
interpretaciones superficiales y falsas, si los aborda desde el punto de vista de la mentalidad
actual. Esta advertencia vale tanto para las consideraciones religiosas como para las
consideraciones históricas, y se verifica cada vez más conforme se remonta hacia atrás hasta
el hombre de la prehistoria.
Edgar Dracqué se expresa en la misma perspectiva, en diversos sitios de sus obras:

". . . Hemos entrado en una época en la que el sentido oculto de la naturaleza comienza a
entreabrirse de nuevo para nosotros, y es él quien nos revelará el universo de la leyenda en
toda su gloria y profundidad.
"Mas, ¿cómo han anotado estos hombres primitivos las leyendas y los mitos? ¿Por qué vía han
podido ellos llegar hasta nosotros? Los viejos bardos, que no tenían escritura ninguna, nos
ponen sobre la pista. Del mismo modo que estos hombres primitivos, desprovistos todavía de
la facultad de abarcar un sujeto por el razonamiento, poseían en lugar de una inteligencia que
piensa en lo temporal, un alma inte-grada en la naturaleza, una clarividencia instintiva,
inmediata, que les servía de medio de conocimiento, del mismo modo esta vía interior les
permitía alcanzar,, sin encontrar nunca obstáculo, una memoria co-lectiva de la especie y
cristalizar en ella sus experiencias. El estado de sonámbulos naturales les confería esta
memoria, al mismo título que todos los otros instintos de la especie que nosotros, los niños
tardíos de una humanidad civilizada, hemos perdido en un grado tan alar-mante. Así, existían
en épocas históricas existen quizá incluso entre nosotros mismos, a título de excepciones
aisladas, videntes y sabios que poseían este conocimiento inmediato de la naturaleza, que
sumer-gían una mirada penetrante en el pasado, descendían al reino viviente de los muertos
para abrevarse de las fuentes que les dispensaban una ciencia transmitida sin palabra y sin
escritura, y cuyo origen se remonta a los días más lejanos y a los estados de alma de la
humanidad prehistórica. Es a ellos y a sus discípulos que debemos quizá las versiones de los
cuentos, de las leyendas y de los mitos que nos han llegado y de los que nuestra ciencia,
apegada a las manifestaciones exteriores de las cosas, es incapaz de indicar la esencia y el
origen.
"En los tiempos venideros, una ciencia de la naturaleza, una psi-cología, una mitología y una
historia, ligadas entre ellas por una comprensión profunda de las correspondencias profundas
de la naturaleza, tendrán la bella tarea de penetrar hasta las fuentes de los cuentos, de las
leyendas y de los mitos, para descubrir en ellas tesoros que permanecen ocultos a nuestra
ciencia académica".
Edgar Dacqué, en el ensayo titulado Cuentos, leyendas y mitos, 1925 (Märchen, Sagen und
Mythen).

Esta visión del mundo es indispensable a toda búsqueda filosófica, psicológica y, por tanto,
científica, que quiera alcanzar la esencia de las cosas. Pero se requiere para ello que el camino
vuelva a ser practicable.
Los grandes médicos yatroquímicos poseían todavía un último resto de esta forma de concebir
el mundo y de abordar sus secretos. Es por esto que su ciencia estaba tan profundamente
enraizada en la naturaleza y era tan profundamente extraña a nuestra ciencia actual. Y sin
embargo o quizá por causa mismo de aquello se puede confiar en ellos sin reservas. Pero nunca
hay que perder de vista que la ciencia de estos hombres se fundaba sobre siglos de tradición.
Basta con tener algún conocimiento del tema y abrir un viejo herbario, el Tabernae-montanus
de 1664, por ejemplo, para descubrir que todos los tratados modernos de fitoterapia científica
reposan sobre estos yatroquímicos. Esta constatación se impone con evidencia si se comparan
los textos consagrados a una planta medicinal escogida al azar, primera en el
Tabernaemontanus, y a continuación en el más voluminoso y científi-camente mejor
apuntalado de los tratados de lengua alemana, el Trata-do de los remedios biológicos
(Lehrbuch der biologischen Heilmittel) del doctor Gerhard Madaus, sección `Plantas
medicinales' (3 vols., 2864 páginas, y un volumen de índice; 1938). Concerniente a la acción
prin-cipal de Chelidonium majus (Celidonia mayor), se encuentra en el Tabeenaemontanus:

"Uso interno:
La celidonia expulsa la bilis amarilla, y por las deposiciones y por las orinas, empleada bajo
todas sus formas. . . Haced beber muy caliente, mañana y tarde durante algunos días la cantidad
de un pequeño cubilete de raíz de celidonia bien limpiada e infundida en vino blanco con anís;
expulsa la ictericia y abre la obstrucción del hígado... El peso de un gros de raíz de celidonia,
pulverizada y triturada en un poco de vinagre de vino y tragada, es un socorro cierto para abrir
la obs-trucción del bazo. . . "

Madaus dice por su parte:

"La celidonia es un remedio de elección en las afecciones del hígado y de la vesícula biliar. Se
la prescribe pues en la congestión he-pática, en la ictericia, excepto en la ictericia hemolítica
o por retención (en un caso de ictericia hemolítica Klefne de Wuppertal no ha registrado efecto
alguno), en la litiasis biliar (en caso de cólicos hepáticos, se recomienda alternarla con
Berberis), contra el lodo biliar, las migrañas hepáticas. Las gastropatías (gastritis, enteritis,
diarrea, dis-pepsia), en la esplenomegalia y en el asma hepatógena. "

En otro lugar, Tabernaemontanus cita entre las indicaciones de la celidonia:

"El agua de celidonia es un agua preciosa para curar el cáncer y las fístulas; hay que beber de
ella dos onzas mañana y tarde, y servir-se de ella para lavar las úlceras. Es útil igualmente para
lavar las obs-trucciones del hígado y del bazo, para expulsar la ictericia por los ori-nes, para
sanar las fiebres pútridas y todas las enfermedades similares que tienen su origen en la
obstrucción del hígado y del bazo. "

Del mismo modo, en Madaus:


"Administrando regularmente tres veces al día diez gotas de tin-tura de celidonia de
Rademacher, Reuter de Greiz ha conseguido su-primir los dolores provocados por el cáncer
del estómago, y Witzel de Wiesbaden califica a la celidonia de remedio anticanceroso por
exce-lencia. Brendel considera igualmente muy útil mascar dos o tres veces por semana una
hoja de celidonia, alternada con una hoja de caléndu-la, en la discrasia cancerosa del estómago
y del hígado. La celidonia es igualmente recomendada como diurético en la diatesis úrica, el
reuma-tismo crónico, la gota, la nefritis crónica, la estasis portal, las hemo-rroides y las
escrófulas. "

Finalmente, Tabernaemontanus dice a propósito del uso externo de la celidonia:


"La celidonia molida y triturada con manteca de cerdo vieja, re-ducida en emplasto y extendida
sobre un pacto, aplicada sobre las ulce-raciones pútridas, las limpia y cura. La raíz de celidonia
en polvo ac-túa del mismo modo y, extendida sobre las llagas ulceradas, las cura, incluso si
han devenido fístulas. . . "

Y más adelante:

"Si se untan varias veces por día las verrugas con el jugo fresco de celidonia, las hace
desaparecer en poco tiempo. "

Comparemos nuevamente con Madaus:

"Se quiere usar también el ungüento y el látex de celidonia en el tratamiento externo de las
verrugas, las psoriasis, el cáncer de la piel, el lupus y las llagas. "

Baste con esta única comparación, a título de ejemplo, pues el re-sultado sería el mismo con
muchas otras. Uno se pregunta entonces si la investigación científica moderna está realmente
más avanzada por saber que la raíz de celidonia encierra, entre otros, los alcaloides celeri-trina,
celidonina, homcelidonina α, β y γ, protopina y sanguinárina, así como un pigmento llamado
celidoxantina. Estas precisiones químicas no cambian en nada el hecho de que la fitoterapia
moderna se funda sobre los conocimientos y las experiencias contenidos en los viejos
herbarios.

El oro potable
Se plantea quizá la cuestión de saber si cada uno de los grandes yatroquímicos tenía su sistema
y su método terapéuticos propios. En realidad, no se puede dar una respuesta tajante, pues
después de Para-celso, que ha inaugurado una nueva orientación de la medicina, los
ya-troquímicos han seguido todos la vía que él ha trazado. Ellos emplea-ban en general
substancias minerales y vegetales, y se servían éxclusi-vamente de tinturas madres, de suerte
que su posología no era débil, en modo alguno. Sus éxitos terapéuticos, incluso en las
enfermedades que se consideran hoy en día como incurables, eran a menudo extraor-dinarias.
Se encuentra así en la Medicina química de Agrícola de infor-me de un caso de cáncer tratado
por el Aurum potabile (que no es, sin embargo, una solución de cloruro de oro):

"Es un poderoso remedio contra el cáncer, pues lo saca a centro ad circumferentiam, a


condición de que no se aguarde demasiado tiempo sino que se emplee antes de que el mal haya
invadido y corroí do todos los conductos; pues en este extremo, no existe esperanza de cura
alguna. Sin embargo, si el cáncer no ha ganado demasiado terre-no, puede bien ser curado por
este remedio. Tuve así que curar en Leip-zig, en 1619, una dama de condición que ya había
tomado antes mu-chas cosas; yo mismo hice numerosos ensayos durante tres meses, pero nada
quería coger, e incluso los remedios que han hecho mucho bien en otros quedaban aquí
impotentes. Es por esto que le hice a la enferma la proposición de prepararla el aurum potabile,
pues no conocía otro modo de curarla. Ella estuvo contenta de venme proponer todavía un
remedio, y me procuró dos onzas y media de oro fino que preparé se-gún el procedimiento
prescrito, y la di cinco gotas; tres veces por día, en un poco de vino caliente. Pero era preciso
que ella transpirase un poco tras cada toma, lo que fue tanto más fácil cuanto que el remedio
es un diaforético él mismo. Tras haberlo tomado durante algún tiem-po, esta preparación
limpió profundamente los humores infectados, como se podía observara la vista, pues el cáncer
no se extendió ya, como había continuado haciéndolo durante la aplicación de los otros
medicamentos, sino que ella quedó del todo tranquila y la ulceración se limpió, al mismo
tiempo que los dolores disminuyeron día tras día. Como tratamiento externo, me contenté con
aplicar la sal de Saturno y los dolores cesaron completamente. Pero el cáncer no quería
cicatri-zarse rápidamente, sin incomodar por otra parte a la enferma quien po-día desplazarse
como la apetecía y ocuparse de su menaje como antes de su enfermedad. El cáncer no la causó
ya ningún apuro. Vivió todavía seis años tras la cura y era una mujer de cuarenta y seis años.
Hay que considerar bien esta cura pues la mayor parte de los mé-dicos tienen el cáncer por
incurable. Más, ¿por qué lo tienen por incu-rable? No ex malicia propria, aut defectu
medicinae, sino solamente ex ignavia Medicorum que no quieren preparar tales remedios,
como se explicará más largamente en otra parte. "

Se pueden citar muchos ejemplos semejantes de curaciones de gra-ves enfermedades crónicas


y reputadas incurables, por los yatroquími-cos. Basta con consultar la literatura de la época.
Lo mismo sucede con recetas muy diversas, cuya preparación es en general muy larga y difícil.
Mas para dar al lector una idea de los procedimientos emplea-dos por los yatroquímicos para
preparar sus substancias quimioterá-picas, indiquemos aquí la receta del aceite de oro, del
Aurum potabi-le de Agrícola, que ha empleado en el tratamiento del cáncer que aca-ba de
explicar.

"Toma la cantidad que te convenga del mejor oro purificado y hazlo laminar finamente por un
orfebre; cuanto más delgadas sean las láminas, tanto mejor. Córtalas en las dimensiones de un
tálero[1] (*). A continuación, corta rodajas de un cuerno de ciervo, del grosor y del es-pesor
de medio tálero. Toma una caja de cimentación de la dimensión de las rodajas de cuerno de
ciervo, justo lo bastante grande para que las rodajas entren dentro. Se puede hacer confeccionar
en buena tierra de gres según la conveniencia. Pon en el fondo de la caja, en el espesor de un
dedo, arena o mejor aún talco, sitúa encima un pequeño trozo de cuerno de ciervo, después
una lámina de tu oro, después una nueva rodaja de cuerno de ciervo, después el oro, y así
sucesivamente stra-tum super stratum, para hablar como lo hacen los químicos, hasta que la
caja esté llena o tu oro se agote. Cúbrelo todo con talco; ten cuida-do de lutar bien la caja y
hazla secar. La caja es puesta a continuación en un fuego de rueda medio que se enciende poco
a poco al comienzo, y después enteramente, de suerte que la caja permanezca incandescen-te
durante una a cuatro horas. Deja enfriar a continuación, abre la caja y encontrarás el oro
calcinado, de color de carne. Debes repetir este trabajo tres veces, y el oro devendrá del todo
friable, y se dejará moler y triturar. Tritúralo entonces con el cuerno de ciervo calcinado,
rever-béralo en una copela, pero no demasiado fuertemente, durante toda una jornada; el oro
devendrá casi como ladrillo rojo; estará entonces convenientemente calcinado y estate seguro
de que no podrás conse-guir mejor calcinación; el oro habrá devenido de tal modo sutil que se
prestará muy bien, sin otra preparación, al tratamiento de un cierto número de enfermedades,
pues esta cal es completamente dulce y no está manchada de corrosivo alguno.
"Vierte sobre esta bella cal de oro pura el menstruo preparado co-mo se dirá más adelante.
Este último extrae de ella una bella tintura color de sangre y la separa de su viscosidad mineral.
Decanta el mens-truo y vuelve a comenzar con otro y vuelve a hacer la extracción de la tintura.
Y debes decantar y reemplazar el menstruo hasta que toda la tintura sea extraída y no quede
más que una tierra muerta; pero no se debe arrojar ésta, pues tiene un poder particular para
limpiar y secar las ulceraciones purulentas y hace reconstituirse las carnes, curándolas
rápidamente. Destila tu menstruo al baño de arena hasta la desecación; te quedará en la retorta
una tintura púrpura del todo friáble. Vierte encima un buen espíritu de vino. Se encontrará en
el tratado del tárta-ro la manera de preparar convenientemente este último. 0 mejor aún, utiliza
la quinta essentia salís de la que se enseña la justa preparación bajo este título. Tapa bien el
vaso y ponlo en digestión, lo que dará una tintura todavía más pura. Destila este espíritu de
vino hasta la mitad y tendrás un espléndido aurum potabile. O, si empleas la quintae-sencia de
la sal, no es necesario destilar y puedes emplearlo tal cual co-mo remedio, pues la essentia
salis es un poderoso medicamento por sí solo; incluso sin oro, como se indica en el capítulo
correspondiente. Y, bien que este oro potable sea uno de los mejores y pruebe su acción con
magnificencia en muchas enfermedades, puede exaltarse todavía, para que un solo grano de él
lleve a cabo el efecto de diez granos del otro. Esta preparación es bien filosofal y, como se
verá, no comporta corrosivo alguno. Ni sal, ni mercurio, ni azufre intervienen en su
calci-nación, y si se dice que la sal volatile cornu calcina el oro, esto es así, y no obstante no
es por ello un corrosivo dañino, sino una maravillosa medicina que expulsa los venenos, sin
peligro ni perjuicio alguno para el cuerpo; más aún no se mezcla con el oro de manera que se
adhiera a él, como lo hacen generalmente los espíritus corrosivos ‑lo que se re-conoce bien por
el gusto y por el peso‑ sino que se va bajo el efecto de la ignición y abandona al oro puro,
simplemente calcinado. Y tengo por cierto que no existe en estos trabajos comunes mejor
calcinación que un pupilo pueda seguir, que ésta, con toda seguridad, a condición de tener
alguna experiencia en el manejo del fuego, para evitar animar-lo demasiado y fundir así el oro
en una sola masa, ya que en este caso el trabajo y todo el esfuerzo serían perdidos; pero si evita
la fusión, ya ha triunfado y el resto del trabajo se desarrolla sin dificultad ni obs-táculo.
"Cómo exaltar la virtud de este aurum potabile, quiero indicarlo también, y los que tienen
envidia de él pueden hacerlo sin tener que arrepentirse por ello; bien que haya que consagrar
en ello algún tiem-po, es un instrumento magnífico y de una gran ayuda en los trastor-nos. Los
médicos pueden pues ver cuán honestamente actúo, y que no disimulo los trucos necesarios
para obtener este remedio, como lo hacen otros que guardan para ellos lo más importante y lo
pasan en silen-cio. Toma pues el mejor mercurius vivus purificado, una libra (cómo debe ser
purificado será indicado en el capítulo que le está consagrado), vierte encima el mejor oleum
vitrioli rectificatum, una libra y déjalo digerir en vaso cerrado hasta que el mercurio esté
completamente di-suelto; destila enérgicamente el oleum y activa el fuego hacia el final, de
manera que pueda sublimar ascendiendo; ascenderá así bajo una forma cristalina de una bella
blancura, mientras que quedarán residuos negros en el fondo del vaso; estos deben ser
arrojados, pues no rinden servicio alguno. Retira el sublimado y vuelve a ponerlo en la
cornuda, vierte el oleum vitrioli encima y haz que se disuelva de nuevo; hecho esto, destila
una vez más y haz sublimar el mercurio que subirá más bello que antes. Debes repetir este
trabajo hasta que el mercurio apa-rezca claro, transparente y luminoso como un cristal. Es así
que está bien preparado para nuestra obra. Toma entonces una onza de este mercurio y media
onza de oro potable, mézclalos en una redoma y coloca ésta al fuego de vapor; en el espacio
de veinte a veinticinco días, la substancia devendrá toda negra y tomará el aspecto de la pez
fundida. Ponla a continuación al baño de cenizas o de arena y de-vendrá gris, blanca, amarilla
y por fin roja como la sangre, y translúci-da como el rubí. Habrás obtenido así un remedio al
que nada supera en virtud; es una verdadera panacea que se puede emplear en casi to-das las
enfermedades, sobre todo cuando se necesita fortalecer al en-fermo; lleva a cabo su efecto sin
trastorno alguno y como por una transpiración insensible...
`Al hablar de la calcinación del oro, he mencionado un menstruo particular: quiero indicar
ahora cómo hay que prepararlo, para que el trabajo sea completo, pues el truco esencial se
encuentra aquí. Haz pues como sigue: toma una buena cantidad de orina de un muchacho joven
y redúcela a la mitad en la cornuda y destila de nuevo hasta la mitad; vuelve a comenzar la
operación por tercera vez. Subirá entonces con el espíritu sutil una bella sal transparente y
brillante. Lava esta sal del capitel con el espíritu y pesa este líquido y añade ahora una cantidad
igual del mejor spiritus vini. Déjalos pudrirse a un calor dul-ce durante ocho días. Destila de
nuevo. Tendrás así un menstruo ma-ravilloso para todos los metales, minerales y piedras
preciosas, por me-dio de él, obtendrás la verdadera tinctura aurea, y no creas que puedes
encontrar mejor y más seguro procedimiento; en otros, bien que ellos charlen mucho y que
cada abacero se jacte de su propia mercancía. Pe-ro a fin de cuentas es el tono el que hace la
música, y no debes dudar y preguntarte si este procedimiento tiene éxito o no: ya te he dicho
que no afirmo nada que no haya visto con mis propios ojos y llevado a cabo con mis propias
manos. Pues no he amontonado estos trabajos en libros mudos, como lo han hecho otros y
todavía lo hacen, sino, que he querido beneficiar a la juventud estudiosa de lo que el
benevo-lente Vulcano me ha acordado. Escribir libros no es una proeza en nuestros días; la
dificultad comienza cuando se trata de concebir un procedimiento y verificarlo al fuego. Y
sucede a menudo que se está obligado a decir: hoc non putaveram. ¡Quien no aprenda nada de
mis trabajos, comprenderá menos todavía de otros, esté seguro de ello!"

Se ve pues que estos trabajos no son simples, exigen tiempo, pa-ciencia y una rica experiencia.
Agrícola pasa por otra parte en silencio que el Aurum potabile así preparado encierra todavía
otro secreto: de-ja a los perspicaces y los que son diestros en el arte del fuego, el cuida-do de
descubrirlo.
[1] N. del Tr.: Moneda alemana.

Correspondencias astrológicas

Mas todo el tema que se acaba de tratar invade el dominio de la astrología, pues existe una
relación cosmofísica entre ambos. También aquí Paracelso traza el camino. No se trata
naturalmente del Paracelso popularizado sobre todo bajo el régimen nazi, y puesto en primera
fi-la con ocasión de las celebraciones de 1941, sino del Paracelso esotéri-co, del iniciado que
conocía "el Astro del hombre" y percibía en una visión intuitiva las interacciones entre las
esferas inferior y superior, del vidente que había encontrado por esta "luz interior" el camino
ha-cia la intimidad secreta de la naturaleza:

Cómo disipa ella en espíritu lo sólido Pero consolida también lo que el espíritu creó.
(Goethe)

El esfuerzo del III Reich se dirigía a imponer a las masas la imagen de Paracelso para explotar
su autoridad para sus propios fines, de la misma manera que se produjo con Maestro Eckart.
Pero se tra-taba de un falso Paracelso. Así, tomando el pretexto de algunas de sus declaraciones
con las que condenaba con razón la pseudoastrolo-gía desleída de su época, se esforzaban por
hacer creer que había re­chazado la astrología ‑o más bien la astrosofía‑ misma. Ahora bien,
lo cierto es lo contrario. De otro modo, ¿por qué habría exigido de cada médico que fuese al
mismo tiempo un astrólogo y un alqui-mista? Basta con abrir el Paragranum:
"Sabe pues cómo se presenta el cielo estrellado, pues del mismo modo se imprime el cielo en
el nacimiento. "

(Dicho de otro modo, el astro en el hombre). Y más adelante:

"Cada enfermedad tiene necesidad de su propio filósofo y astró-nomo. "

O aún:

"Pues es el fundamento de la medicina que si no se ordenan las re-cetas según las propiedades
del Astro, y en conformidad con lo que ejerce localmente su acción dañina, en donde se
encuentra la causa de la enfermedad, no se cura nada. Pues, como el Astro es la enfermedad,
y aquél que conoce el Astro conoce también la enfermedad. . . "
Y en otro lugar:

"Y ya que tantas cosas dependen del cielo y de su conocimiento en la medicina que él rige tan
poderosamente, hay que edificar sobre este cimiento y no emprender nada fuera de él. . . "

Encontramos de nuevo la ley de las correspondencias: lo que está arriba es como lo que está
abajo; al Astro en el gran mundo, el macro-cosmos, le corresponde el Astro en el pequeño
mundo, en el microcos-mos, en el hombre. "El Astro es curado por el Astro." El axioma de la
homeopatía, similia similibus curantur no es más que el aspecto super-ficial de este axioma
cosmofísico de Paracelso.
Una terapéutica orientada por la astrología se servirá, pues, para tratar los órganos enfermos,
de remedios minerales y vegetales que co-rresponden según la ley cosmogenética al órgano en
cuestión. Así, por ejemplo, para curar las afecciones de los ojos, se prescribirán las
subs-tancias solares, ya que los ojos han sido formados por las fuerzas sali-das del sol.
Recuérdese la estrofa de Goethe:

Si el ojo no fuese de naturaleza solar No podría descubrir el sol. Si su propia fuerza no estuviera
en nosotros, ¿Cómo nos cautivaría lo divino?

Así, el oro entre los minerales, crocus orientalis, euphrasia, ruta graveolens y chelidonium
entre las plantas, por no citar sino los principales ingredientes solares, están indicados en todas
las afeccio-nes oculares, en la medida en que no se trata de una enfermedad `con-sensual' en
el sentido de Rademacher, determinada por una enferme-dad primitiva de los riñones. En este
último caso, hay que asociar los remedios específicos de los riñones a los remedios solares.
Abordándola en la perspectiva de la astrología, comprendemos también la doctrina de las
signaturas, que estaba en la base de ciertos trabajos yatroquímicos, y que nos parece a menudo
bien abstrusa hoy en día. Se funda sobre la correspondencia reconocida, por los astrólo-gos
entre plantas, metales y minerales particulares y ciertos planetas determinados, de los que la
cosmogénesis les ha hecho nacer en su ori-gen. Se encuentran así en el hierro guerrero todas
las propiedades del planeta Marte, comprendido ahí el color rojo de la sangre, y las mis-mas
propiedades están reunidas en la raíz de la tormentilla, en el mun-do vegetal. En consecuencia,
si Marte está afectado en el hombre, como es el caso en la disentería por ejemplo, está indicado
un remedio marciano y, si es preparado y administrado correctamente, lleva tam-bién a una
pronta curación.
Se encuentran en Paracelso muchas observaciones instructivas so-bre la doctrina de las
signaturas, pero ésta ha recibido su justificación metafísica en Jacob Boehme, en su obra
titulada De signatura rerum o Del nacimiento y de la definición de todos los seres ("Von der
Geburt und Bezeichnung aller Wesen"). "Cómo todas las cosas toman su origen en un solo
misterio; cómo este misterio se engendra él mis-mo de tiempo inmemorial; cómo el Bien es
cambiado en Mal, y el Mal en Bien. Item: Cómo la Cura externa del Cuerpo debe devolverle
al ser primero por su identidad; lo que es el Comienzo, la Destrucción y la Curación de toda
cosa." El noveno capítulo, que lleva por título: "De la signatura, o como lo interior define lo
exterior", comienza así:

"Todo el universo exterior, visible, con todos sus seres, es una de-finición o una imagen del
mundo interior, espiritual; todo lo que está en el interior y su manera de actuar posee el mismo
carácter en el ex-terior. Del mismo modo que el espíritu de toda criatura representa y revela
con su cuerpo su constitución nativa íntima, del mismo modo el ser eterno. . .
"Así, toda cosa nacida del interior posee su signatura. La configu-ración superior, del mismo
modo que es superior en fuerza en el espí-ritu de la acción, imprime también más
profundamente su marca en el cuerpo; las otras configuraciones se ligan a él como se ve en
todas las criaturas vivientes en la configuración del cuerpo, de las costumbres y de los gestos;
paralelamente en las resonancias, las voces y las len-guas, del mismo modo que en las hierbas
y en los árboles, en las pie-dras y los metales; tal es la lucha que lleva la potencia del espíritu,
tal es la configuración del cuerpo y del mismo modo es su voluntad, tanto como bulle la savia
en la vida espiritual. "

Tras haber desarrollado su exposición sobre la acción conjunta de las influencias planetarias
disonantes, que provoca la elaboración de los venenos en las hierbas, Jacob Boehme prosigue:

"El médico debe prestar atención a esta propiedad de las hier-bas: pues ellas no son útiles al
cuerpo sino que son venenosas en este caso, cualquiera que sea su nombre. Pues se produce a
menudo una tal conjunción de planetas que preparan algunas veces una hierba que es buena,
bien que esté sometida a Saturno y a Marte. Del mismo modo, sucede a menudo que una hierba
dañina que, al comienzo de su elabo-ración, se coloca en una buena conjunción, es
desembarazada de su ve-neno, como puede reconocerse en su signatura. Es por esto que el
médico versado en la ciencia de las signaturas debe recoger las plantas de preferencia él
mismo. . . El médico no debe administrar Saturno sin Marte en una enfermedad con calentura,
ni dar frío sin calor, pues de otro modo enciende la cólera de Marte de tal suerte, que imprime
duramente el estigma de la muerte en Mercurio.
"Cada enfermo marciano que comporta la calentura y los arreba-tos debe tener Marte en su
cura, pero el médico debe antes atemperar Marte por Júpiter y Venus de manera que su cólera
sea transformada en gozo, pues transforma entonces en el cuerpo igualmente la enfer-medad
en gozo; el frío le es del todo contrario. "

Hemos considerado ya en el primer capítulo de éste libro la astro-logía aplicada y el aspecto


terapéutico de la doctrina de las signaturas. El marco limitado de este estudió no nos permite
agotar cada proble-ma particular. Nos proponemos más bien situar en la perspectiva jus-ta lo
esencial de este dominio riquísimo, dar un impulso al lector inte-resado, pero formado, sin
embargo, por las concepciones y los métodos de pensamiento modernos, y desbrozar el camino
de su búsqueda. En este capítulo, que sería fácil ampliar a las dimensiones de un grueso tratado,
pareció importante esbozar, aunque no fuera más que por al-gunos rasgos, la extensión del
vasto territorio de los yatroquímicos. Hemos buscado hacerles hablar a ellos mismos, citando
el mayor núme-ro posible de pasajes característicos de sus escritos, para ilustrar sus
concepciones y el modo de su pensamiento. El autor no ignora que a los ojos del hombre de
ciencia de hoy en día estos puntos de vista de-ben parecer fantásticos, caducos y desprovistos
de valor objetivo. Co-noce él mismo todos los argumentos que pueden oponerse, pero sabe
también que la biología moderna, partiendo de premisas sin embargo muy diferentes, está ya
comprometida en el mismo camino y avanza insensiblemente hacia el mismo fin.

Perspectivas a ampliar

Enviamos con este fin a las obra de Ott. J. Hartmann, viejo profe-sor de la Universidad y de la
Escuela Politécnica Superior de Graz, pu-blicadas en Francfort por las ediciones Vittorio
Klostermann: El hom-bre forjador de su propio destino Der Mensch als Selbatgestalter rei-nes
Schicksals), Tierra y Cosmos, una biología cosmológica (Erde und kosrnos, eine
kosmologische Biologie), y Antropología: la fisionomía de los fenómenos vitales, en tanto que
fundamentos de una medicina ampliada (Menschenkunde, die Physiognomik der
Lebensercheinun-gen als Grunslage einer erweiterten Medizin). En el primer capítulo de la
última de estas obras, el autor se pronuncia en el espíritu de la misma visión del mundo que se
expresa en las consideraciones que aca-barnos de leer:
"Hoy en día, se elevan voces de distintos lados para exigir un re-novamiento y ampliación de
la medicina”. Sin embargo, si queremos ver claro en ello, no se debe olvidar que la medicina
moderna, tal como lo hacen aparecer nuestros clínicos universitarios en su perfec-ción
representativa, es, tanto en su método como en su concepción, parte integrante del pensamiento
y de la investigación científica mo-derna, de una concepción de la ciencia aparecida en la
época del Rena-cimiento, y que ha sido brillantemente confirmada desde entonces,
particularmente en los dominios de la técnica (y, en consecuencia, so-bre todo en los dominios
del diagnóstico, de la cirugía, de la radiotera-pia, etc. ). Para esta concepción científica,, el
hombre pertenece igual-mente a una `naturaleza, tal como nos la muestran la física y la
quí-mica.
Se sigue de ello que, si se subrayan hoy en día ‑sobre todo del lado terapéutico‑ los límites del
pensamiento médico que ha preva-lecido hasta el presente, ello no significa ni más ni menos
que la nece-sidad de someter a una revisión completa nuestras concepciones en lo que
concierne a `la naturaleza' y al `hombre'. La concepción funda-da por el Renacimiento sobre
el peso, el número y la medida ha en-contrado hoy en día a la vez su cumplimiento y su límite.
Una `am-pliación de la medicina' no podría pues consistir en añadir nuevas ma-terias al
programa actual de enseñanza universitaria, ni en emplear por cuestiones de oportunidad
remedios y técnicas de un nuevo género. La verdadera ampliación de la medicina, como por
otra parte de la biología, presupone una revisión total de los fundamentos de nues-tra
concepción científica del mundo.

"No se trata, sin embargo, de rechazar estos fundamentos y los re-sultados que nos han
permitido obtener; aquellos deben más bien ser ampliados y completados. Hay simplemente
que evitar que, recono-ciendo lo que la vía seguida hasta el presente ha producido de
signifi-cativo y de valioso, se adopte una actitud de negación dogmática con-cerniente a la
justificación de otras vías, incluso si nos parecen al co-mienzo extrañas y bizarras.
"Es por esto‑qué tanto los médicos como los sabios de hoy en día no pueden ahorrarse el
esfuerzo de meditar sobre los fundamentos me-todológicos y epistemológicos de su ciencia. "

Lo que importa, es volver a pensar totalmente las bases de nuestra concepción científica del
mundo. Se trata de una revisión en toda la línea, y no solamente sobre el plano del pensamiento
político y social. El objetivo no es volver a los métodos de trabajo de los antiguos
yatro-químicos; sería un grosero error emplear medios desde hace largo tiempo superados y
abandonados, para obtener éxitos terapéuticos comparables a los de los médicos de antaño; la
técnica moderna nos ofrece hoy en día facilidades y medios ilimitados. Para el hombre
occi-dental, enfrentado hoy en día a un nihilismo espiritual sobre todos los planos de sus
relaciones con el universo, lo esencial, el factor decisivo, es desatar su pensamiento de todos
los lazos de una inteligencia pura-mente racional, comprendiendo en ella la inteligencia
matemática, y dejar que la luz interior se encienda de nuevo en él. Es en la claridad de esta luz
que el nuevo camino del conocimiento deberá ser recorri-do, si quiere evitarse que el hombre
alienado del espíritu, separado de Dios, no sucumba enteramente al demonio de la técnica y
de la materia.

EL MISTERIO DE LA CURACION

Mejor que la cabeza sabia, compren-de el poeta la naturaleza.


Novalis

Ante la pregunta: "¿Qué es lo que provoca la curación en el or-ganismo enfermo?", la ciencia


exacta y la terapéutica "natural" dan la misma respuesta: "Son las fuerzas del organismo
mismo, movilizadas, sea por una reacción de autodefensa, sea por un factor externo
(vacu-nación y otro tratamiento medicamentoso), para expulsar o combatir las substancias
(virus o bacterias) que provocan la enfermedad." El axioma enunciado por Hipócrates
(460‑377 a. J.C.) ‑"Son las natu­ralezas las que curan la enfermedad. La Fisis encuentra su
camino por sí sola"‑ no ha cesado de guiar a todos los médicos auténticos, pasan­do por
Paracelso y los grandes yatroquímicos, hasta nuestros días. Se encuentra una frase que
reproduce casi textualmente la misma idea en Krehl, en su obra Sobre la terapéutica natural
(Ueber die Naturheil-kunde), aparecida en Heidelberg en 1935:

"La Fisis es una propiedad o una facultad del organismo de volver a poner en orden los
trastornos funcionales de sus órganos. Si se desig-nan estos trastornos por el término
enfermedad, entonces el cuerpo es capaz de curarse a si mismo por la fuerza de su Fisis. . . La
Fisis hipo-crática domina efectivamente en la hora actual la medicina interna, como ésta
admite ahora sin reservas".

El descubrimiento enunciado por Hipócrates no se remonta, sin embargo, a antiguas


experiencias populares empíricas, como lo quiere una teoría superficial generalmente
admitida, sino más bien a una an-tigua ciencia iniciática salida de los templos de Esculapio.
Precursor de los esfuerzos de la ciencia médica, para explicar la enfermedad en tan-to que tal,
Hipócrates se encuentra también en el origen de la terapéu-tica, en el sentido actual del
término, tras haber sufrido un largo pe-ríodo de eclipse. No se sitúa, sin embargo, al comienzo,
sino en el tér-mino de una evolución. A través de él se manifiesta por primera vez, bajo una
forma que nos es accesible, la antigua sabiduría hermética de los santuarios. Platón juega el
mismo papel en la filosofía que aparece en la misma época. En efecto, la humanidad
occidental, de la que la Hélade representaba entonces la más alta cima, acababa de entrar en el
período de la toma de conciencia intelectual.
Pero, ¿cuál es esta facultad del organismo que le permite comba-tir los trastornos funcionales,
los virus y las bacterias? Las vacunas y los medicamentos introducidos desde el exterior, con
el ejército mi-crofísico que ponen en juego, son en cierto modo los mazos de manio-bra que
dirigen efectivamente el combate. Mas, ¿cuál es la fuerza que los pone en movimiento?, y
¿cuál es su asiento en el organismo huma-no y animal? ¿Está en la célula? ¡No! El mundo de
las células no es más que el campo de batalla biológico. La fuerza no se encuentra en parte
alguna en el organismo animal accesible a los métodos de inves­tigación físico‑químicos, sino
que reside en el cuerpo fluídico humano ‑y más generalmente animal‑ con el que forma la
trama de una estre­cha red; en el ‑cuerpo fluídico que se sitúa más allá de toda compren­sión
metodológica ‑al menos por el momento‑. La parapsicología ope­ra con él, pero no lo conoce
de una manera cosmológica. Este cuerpo fluídico humano, en el que se desarrollan todos los
fenómenos vitales, era conocido por los iniciados de todos los tiempos y de todos los pue-blos,
incluso si le daban nombres diferentes. La sabiduría hindú mile-naria lo conocía bajo el
nombre de "Lingha Sharira". Tenía una rea-lidad metafísica para la Kábala. En Paracelso, lo
encontramos bajo el nombre de "Schemen" (sombra). Justinus Kerner y la vidente de Pre-vorts
lo designan como "fluido nervioso", y la terminología antropo-física y teósófica moderna lo
llaman "cuerpo etérico". Conservaremos este último término en la continuación de estas
consideraciones. Ovi-dio, que había sido iniciado en los misterios de Mithra y que fue
des-terrado por Augusto por haber revelado el secreto iniciático 'en sus Metamorfosis, resume
la composición del ser humano en el siguiente dístico, que expresa el secreto del hombre con
una maravillosa con-cisión:

"Terra tegit carnem ‑ Tumulum circumvolat Umbra ‑ Orcus ha­bet Manes ‑ Spiritus astra petit.
(La tierra cubre la carne ‑ La sombra revolotea alrededor de la tumba ‑ Los infiernos reciben
a los Manes ‑ El Espíritu llega hasta los astros.)"

Como se ve, Paracelso ha tomado del latín el término Schemen para designar a este cuerpo
etérico o vital. Una elucidación completa de la significación esotérica del dístico de Ovidio,
sobre los numerosos planos de sus significaciones, sobrepasaría el marco de este estudio. Para
quien admite la visión esotérica del mundo, el dístico no tiene por otra parte ninguna necesidad
de explicación. Nuestra tarea aquí es explicitar la concepción que ve en el cuerpo etérico al
portador de las funciones vitales del organismo. Bien que la biología actual pueda to-davía
rechazar esta concepción, como manchada de un vitalismo cadu-co, se encuentran ya algunos
biólogos aislados que adoptan una acti-tud menos negativa. En un porvenir que ya no es lejano,
esta concep-ción se difundirá cada vez más en los medios científicos, pues la hu-manidad de
hoy en día se encuentra ya comprometida sobre este ca-mino, y la física moderna ha abierto
todas las puertas, en el sentido en que lo entiende Goethe en estos versos:

Qué más puede conseguir el hombre en su vida


Que la revelación de la Naturaleza‑Dios:
Cómo disipa ella en espíritu lo sólido,
Pero consolida también lo que el espíritu creó.

Lo que Goethe llamaba la "imagen primordial" de la planta no es otra cosa que la imagen
etérica, pues en todo lo que es orgánico, es el cuerpo etérico el que porta la vida, y el vidente
ve flotar por encima del grano "la imagen etérica" de la planta que anuncia.
En el momento de la muerte, el cuerpo etérico se desprende del cuerpo físico y le sobrevive
todavía durante algún tiempo. Revolo­tea alrededor del cadáver ‑tumulum circumvolat umbra‑
para disol-verse a continuación en el Eter universal, que no hay que confundir con el éter
hipotético, admitido durante algún tiempo por la ciencia. En todo estado de causa, lo que posee
una vida eterna no es el cuerpo etérico sino el cuerpo psíquico y el yo espiritual.
Ante las proezas conseguidas por las técnicas de reanimación ac-tuales que consiguen llamar
de nuevo al sujeto a la vida, incluso mu-chos minutos después de la detención del corazón, se
ha concebido na-turalmente la esperanza de que la persona así "vuelta de la muerte" es-té en
condiciones de hacer el relato de lo, que ha visto "al otro lado".
Estas esperanzas fueron sin embargo decepcionadas[1](*), pues los `resu-citados' no se
acordaban más que de los pensamientos y de las repre-sentaciones que les agitaban en la última
hora, antes de que cayera el telón. Y todas estas representaciones se referían exclusivamente a
las situaciones y a las experiencias terrestres: a los intereses profesionales, a las
preocupaciones por los miembros de la familia que quedaban sin recursos, o a cualquier otro
desvelo que pudiera atormentar o preocu-par al moribundo. Ninguna traza de revelaciones
sobre el más allá. Y ¿cómo podría ser de otro modo? Hace falta un desconocimiento com-pleto
de todos los problemas de la muerte para nutrir tales esperanzas de revelaciones provinientes
de personas devueltas desde la muerte por medios técnicos. El cuerpo etérico no se separa
espontáneamente del cuerpo físico; el fenómeno se consigue gradualmente y se extiende a lo
largo de muchas horas, lo que hace posible por otra parte el éxito de las reanimaciones
artificiales. Durante este período intermediario, aquél del que la vida se encuentra así
suspendida esta sumido en un es-tado de inconsciencia total, un poco como en un sueño
profundo. ¿Qué impresiones podría entonces referir del más allá? Las cosas son menos simples
y una inyección de suero en el músculo del corazón o su masaje eléctrico no bastan para
arrebatar el secreto de la muerte.
Para volver al organismo viviente, ¿qué es lo que, en la substancia medicamentosa, actúa sobre
el cuerpo etérico y le permite provocar el despertar de las fuerzas defensivas? Y ¿cómo se
manifiesta esta ac-ción en el cuerpo etérico? Si se administran remedios en dosis ponde-rables,
la acción groseramente material se transmite al cuerpo etérico en cierto modo "por debajo" (no
se puede emplear aquí sino un len-guaje imaginario, siempre insuficiente), para incitarle a
desarrollar las fuerzas de defensa; se sigue de ello que el organismo sufre reacciones violentas
que entrañan a menudo efectos secundarios o tardíos dañi-nos. La materia médica más sutil,
como las otras diluciones homeopá-ticas, por ejemplo, no actúan por el rodeo del organismo,
sino que van directamente al cuerpo etérico en su esfera propia, y el proceso de cu-ración se
desarrolla sin consecuencias fastidiosas. Sólo ello explica la eficacia a menudo maravillosa de
las diluciones elevadas, cuyos consti-tuyentes materiales no se dejan descubrir por el análisis,
pese a lo mi-nucioso que sea, y a la que sus adversarios califican de "acción simbó-lica".
Estamos dispuestos a admitir que para un organismo de natura-leza grosera, al que hay que
abordar "por debajo", las diluciones ele-vadas están menos indicadas. Para los medicamentos
"abiertos" y di-namizados por métodos espagíricos, las cosas pasan de una forma análoga a lo
que se observa en los tratamientos homeopáticos: los efectos secundarios dañinos desaparecen;
pero a ello se añade el importantísi-mo factor, esencial incluso, de que los remedios espagíricos
están orientados físicamente, es decir que los medicamentos específicos de los diversos
órganos son preparados con las plantas y los minerales que corresponden cosmológicamente
a estos órganos. La astrosofía enseña que los órganos particulares están colocados bajo
influencias planeta-rias determinadas que han actuado durante milenios sobre el órgano en
cuestión, por intermedio del cuerpo etérico. Ya hemos tenido oca-sión de mencionar que la
misma determinación cosmofísica se aplica a las plantas y a los minerales. Así, cada órgano
está sometido a la virtud terapéutica de las plantas y de los minerales que tienen una
determina-ción idéntica: el corazón y los ojos son solares, el cerebro es lunar, el sistema óseo
saturnino, etc. Según el axioma de Paracelso, "el Astro es curado por el Astro", un
medicamento cuyos constituyentes sean escogidos en conformidad con los principios
astrológicos actuará di-rectamente sobre las fuerzas etéricas del órgano correspondiente, para
incitarlas a la defensa y a la curación. Esta es una terapéutica que nos parece fundada sobre
principios muy claros y convincentes.
La astrosofía (una vez más, no se trata de vulgares mercaderes de horóscopos) está
ampliamente rehabilitada hoy en día. Baste con en-viar al lector a las obras de Thomas Ring:
El sistema solar: un organis-mo (Das Sonnensystem, ein Organismus), El ser vivo en el ritmo
del espacio cósmico (Das Lebewesen im Rhytmus des Weltraums), El hombre en el campo
del destino (Der Mensch im Schicksalfeld), publi-cadas todas por ediciones Deutsche
Verlagsanstalt, Stuttgart. Así, una terapéutica fundada sobre bases astrológicas encuentra su
justificación en la cosmofísica.
No hay duda alguna de que todavía existen numerosos médicos y biólogos, atrasados en las
concepciones materialistas, que se oponen al punto de vista que defendemos. ¡Vayan por su
camino! El tiempo pa-sará sobre ellos, como ha pasado sobre los adversarios de Paracelso.
Existe por otra parte un medio muy simple y muy convincente para llegar a una mejor
comprensión: ensayar.
[1] La parapsicología ha tenido mayor fortuna desde que estas líneas fueron re-dactadas. Ver
así, C. G. Jung, Mi vida, cap. X.

EL FUEGO SECRETO Y EL ESPIRITU DE VINO


SECRETO DE LOS ADEPTOS

Lo mejor que puedas saber, debes sin embargo callarlo a los discípulos.
(Goethe Fausto 1)

En la sabia y bella obra de Fulcanelli, Les Demeures philosophales et le Symbolisme


hermétique dans ses rapports avec l’Art sacré et l’Esoterisme du Grand Oeuvre [1] (París,
1930), ornada de 40 ilustra-ciones, que ha inspirado fuertemente el movimiento surrealista
fran-cés, se encuentra, (p. 79‑81) un pasaje muy significativo y sumamente concluyente; deja
presumir por sí solo que el autor ha conocido el se-creto de los Adeptos, al menos teóricamente,
(lo que ya representa mucho). Es por esto que situo este pasaje a la cabeza de este capítulo:

La salamandra de Lisieux: ". . . He aquí ahora el último motivo decorativo de nuestra puerta.
Es una salamandra que sirve de capitel a la columnilla salomónica de la jamba derecha. Nos
parece que es, en cierto modo, el hada protectora de esta agradable morada, pues la vol-vemos
a encontrar esculpida sobre el modillón del pilar central, situa-do en la planta baja, y hasta en
la claraboya de la buhardilla. Parecería incluso, dada la repetición deseada del símbolo, que
nuestro alquimista tuvo una preferencia marcada por este reptil heráldico. No preten-demos
insinuar, por ello, que haya podido atribuirle el sentido erótico y grosero que tanto apreciaba
Francisco I; esto sería insultar al artesa-no, deshonrar la ciencia, ultrajar la verdad, a imitación
del degenerado de alta raza, pero de baja intelectualidad, al que lamentamos deber hasta el
paradójico nombre de Renacimiento. Pero un rasgo singular del carácter humano lleva al
hombre a querer más aquello por lo que ha sufrido y se ha esforzado más; esta razón nos
permitirá sin duda ex-plicar el triple empleo de la salamandra, jeroglífico del fuego secreto de
los sabios. Sucede en efecto que, entre los productos anexos que entran en el trabajo en calidad
de ayudantes ó de servidores, ninguno es de búsqueda más ingrata ni de identificación más
laboriosa que éste. Se puede todavía, en las preparaciones accesorias, emplear, en lugar de los
adyuvantes requeridos, ciertos sucedáneos capaces de suministrar un resultado análogo; sin
embargo, en la elaboración del mercurio, na-da podría substituir al fuego secreto, a este espíritu
susceptible de ani-marlo, de exaltarlo y de hacer cuerpo con él; tras haberlo extraído de la
materia inmunda. `Os compadecería mucho ‑escribe Limojon de Saint‑Didier‑ si, como yo,
tras haber conocido la verdadera materia, os pasaseis quince años enteros en el trabajo, en el
estudio y en la medi-tación, sin poder extraer de la piedra el jugo precioso que encierra en su
seno, a falta de conocer el fuego secreto de los sabios,'que hace fluir de esta planta seca y árida
en apariencia un agua que no moja las ma-nos. 'Sin él, sin este fuego oculto bajo una forma
salina, la materia pre-parada no podría ser forzada ni cumplir sus funciones de madre, y nuestra
labor, permanecería siempre quimérica y vana. Toda genera-ción demanda la ayuda de un
agente propio, determinado al reino en el cual lo ha colocado la naturaleza. Y toda cosa lleva
simiente. Los ani-males nacen de un huevo o de un óvulo fecundado; los vegetales provie-nen
de un grano vuelto prolífico; del mismo modo, los minerales y los metales tienen por simiente
un licor metálico fertilizado por el fuego mi-neral. Este es pues el agente activo introducido
por el arte en la si-miente mineral, y él es, nos dice Filaleteo, "el primero que gira el eje y
mueve la rueda". Por ello, es fácil comprender de qué utilidad es es-ta luz metálica, invisible,
misteriosa, y con qué cuidado debemos bus-car conocerla, distinguirla por sus cualidades
específicas, esenciales y ocultas.
"Salamandra, en latín, viene de Sal, sal, y de mandra, que signifi-ca establo, así como cavidad
de roca, soledad, ermita. Salamandra es pues el nombre de la sal de establo, sal de roca o sal
solitaria. Esta pa-labra tomó en lengua griega otra acepción, reveladora de la acción que
provoca. Εαλαμάνδ aparece formada de Eάλα, agitación, trastorno, empleada sin duda por
σάλα ο ζάλη, agua agitada, tempestad, fluctuación, y de μάνδα, que tiene el mismo sentido que
en latín. De estas etimologías, podemos sacar la conclusión de que la sal, espíritu o fue-go,
nace en un `establo'; una `cavidad de roca', una `gruta'. . . Ya es bastante. Acostado sobre la
paja de un pesebre, en la gruta de Belén, ¿no es acaso Jesús el nuevo sol que trae la luz al
mundo? ¿No es Dios mismo, bajo su envuelta carnal y perecedera? ¿Quién ha dicho pues: `Yo
soy el Espíritu y la Vida; he venido a poner Fuego en las cosas'?
"Este fuego espiritual, informado y corporificado en sal, es el azu-fre oculto, porque en el
curso de su operación no se vuelve nunca ma-nifiesto ni sensible a nuestros ojos. Y sin
embargo este azufre, pese a lo invisible que sea, no es en modo alguno una ingeniosa
abstracción, un artificio de doctrina. Sabemos aislarlo, extraerlo del cuerpo que lo encierra,
por un medio oculto y bajo el aspecto de un polvo seco, el cual, en este estado, deviene
impropio y sin efecto en el arte filosófi-co. Este fuego puro, de la misma esencia que el azufre
especifico del oro, pero menos digerido, es, por el contrario, más abundante que el del metal
precioso. Es por esto que se une fácilmente al mercurio de los minerales y de los metales
imperfectos. Filaleteo nos asegura que se encuentra oculto en el vientre de Aries o del Carnero,
constelación que recorre el sol en el mes dé abril. En fin, para designarlo aún mejor,
añadiremos que este Carnero `que oculta en sí el acero mágico' porta ostensiblemente sobre su
escudo la imagen del sello hermético, astro de seis rayos. Es pues en esta materia tan común,
que nos parece sim-plemente útil, que debemos buscar el misterioso fuego solar, sal sutil y
azufre espiritual, luz celeste difusa en las tinieblas del cuerpo, sin la cual nada puede hacerse
y a la que nada podría reemplazar ".

El misterio del espíritu de vino filosófico

Pese a lo oscuro que pueda parecer este pasaje aisladamente, toca sin embargo tres de los
cuatro secretos más severamente guardados por los Adeptos: el fuego secreto, el mercurio, la
materia preparada para la elaboración de la piedra filosofal. El pasaje que acabo de citar no
dice nada del cuarto: el espíritu de vino secreto de los Adeptos. Sin embar-go, sin la clave de
los cuatro secretos, el procedimiento de la prepara-ción de la piedra no es realizable, no más
que alguno de los procedi-mientos de transmutación directa llamados "particulares". Se hace
mención del Espíritu de vino secreto de los Adeptos en los escritos al-químicos de numerosos
autores, bajo, los nombres más diversos: circulatum minus et majus, aqua solvens, aqua
mercurialis, spiritus mercurii universales, menstruum mineralis, etc., sin que por otra parte sea
indicada su preparación. Más precisamente, es dada, pero de forma intencionalmente inexacta,
y solamente a partir de una cierta etapa, y los trabajos preliminares, tan fastidiosos y
extremadamente difíciles, son en todas partes pasados en silencio. Ahora bien, es precisamente
de ellos que dependen el éxito de la obra y la serie de las operaciones.
Johannes Seger Weidenfeld, no da en ninguna parte la clave de la entrada a los trabajos
preliminares, en su obra latina casi inencontra-ble, que trata del espíritu de vino secreto de
forma muy exhaustiva (De secretis adeptorum, sive de usu spiritus vini Lulliani. Londes 1684,
segunda edición en Hamburgo 1695) en la que menciona ciento cincuenta recetas de autores
alquímicos diversos destinadas a la prepa-ración del espíritu de vino secreto, sin que sea
posible inferir por ello de forma cierta que haya encontrado esta clave mayor. Weidenfeld
promete una explicación en el quinto libro, pero este libro no apare-ció nunca.
Este espíritu de vino secreto, el spiritus vini Lulliani, es el alfa y el omega de todo el arte
hermético, es el célebre Alkaheat, buscado en vano por tantas gentes, cuya preparación no se
encuentra en ningún li-bro de alquimia. Nada han tenido los autores herméticos tan oculto
como su espíritu secreto y su fuego secreto, cuyo conocimiento es la condición previa a la
preparación de su espíritu de vino, llamado tam-bién agua ardens. Cuando los maestros
herméticos dan indicaciones para la elaboración de la piedra filosofal, parten generalmente de
la eta-pa en que su espíritu de vino ya está adquirido: "Recipe vinum ru-beum vel album"
(toma vino rojo o blanco), ordena la receta de Rai-mundo Lulio, "y ponlo a pudrir al estiércol
de caballo (es decir, a un calor igual durante un cierto tiempo); encontrarás entonces un aceite
que sobrenada por encima, aunque la parte más densa permanecerá al fondo." Esta indicación
ha engañado muchísimas veces a los buscado-res de la piedra, pues les sugiere tomar el vino
ordinario, blanco o ro-jo, y ponerlo a digerir, dejándoles creer que se establecerá una
separa-ción tarde o temprano; mas su intento ha sido vano: se puede digerir el vino tanto
tiempo cómo se quiera, que jamás el aceite sobrenadará por encima. El espíritu de vino secreto
de los Adeptos es de un origen del todo diferente.
Para facilitar la comprensión de lo que se trata, citemos algunas recetas sacadas de la obra de
Weidenfeld:

Spiritus vini Paracelsi.


"Vierte vino en un pelícano y déjalo dos meses sin interrupción en el estiércol de caballo; lo
encontrarás entonces tan purificado que una suerte de grasa aparecerá por ella misma en su
superficie; es el es-píritu de vino. Todo lo que se encuentra bajo esta `grasa' es flema y no tiene
nada de común con el 'vino. "
Essentia vini Guidonis.
"Toma la mejor clase de `vino, blanco o rojo', destílalo, hasta que quede una materia que tenga
la consistencia de la miel. Divídela en dos partes, mezcla estas partes en una cucúrbita doble
con lo que ha destilado, reúne estas partes de nuevo, y, tras haber dejado que circule todo
durante seis semanas, el `Oleum viride' sobrenadará, el cual debes decantar. "
[1] En castellano, Las Moradas Filosofales, (y el simbolismo hermético en sus relaciones con
el arte sagrado y el esoterismo de la Gran Obra), Plaza & Janés, editores (Barcelona).

Sal harmoniacum vegetabile Lullii.


"Toma `vino blanco o rojo' excelente, destila de él según el arte un espíritu ardiente que quema
el algodón, deja evaporar la flema hasta que el residuo sea como la pez líquida y vierte encima
de él el espíritu ardiente, tanto como hace falta para recubrirlo de la altura de cuatro dedos.
Digiere una semana al baño, destila a continuación el spiritus animatus al fuego de cenizas,
rocía la tierra de nuevo espíritu ardiente y reitera este proceso hasta que la tierra permanezca
seca y en polvo. "

Sal harmoniacum vegetabile Lullii (otra receta)


"Toma `vino rojo o blanco', ponlo a pudrir al baño veinte días, de modo que se facilite la
separación de sus componentes. A continua-ción, saca de él el agua ardiente a fuego lentísimo,
por destilación al baño, y rectifica tan a menudo como hace falta para quitarle toda la flema.
Pon entonces esta flema a destilar al baño de cenizas hasta que te quede al fondo del vaso una
materia que se parece a la pez líquida. Conserva la flema que ha pasado. Toma después la
materia menciona-da más arriba y vierte encima tanta flema como hace falta para recu-brirla
cuatro dedos, pon el vaso primero dos días al baño y después un día a cocer dulcemente en la
ceniza. Resultará de ello una flema fuer-temente coloreada que vaciarás en otro vaso. Vuelve
a poner el primer vaso con nueva flema, de nuevo dos días al baño y un día al fuego de cenizas,
y vacíalo también en otro vaso. Y reitera esto hasta que la flema ya no se coloree. Si llegas a
carecer de flema, toma entonces la flema coloreada, extrae de ella por destilación la mitad o la
tercera parte al baño, y, con este destilado, procede como aquí arriba. Cuan-do la flema ya no
se coloree, te quedará al fondo del vaso una suerte de tierra blanca, y la flema habrá atraído
hacia sí todo el aceite. Si quieres separar de ella el aceite, destílala al baño, lo que hará elevarse
la flema sola, mientras que el aceite rojizo quedará al fondo del vaso. Toma entonces esta tierra
y vierte encima mercurio (vegetabilis o agua ardens) tanto como hace falta para cubrirla tres
dedos, pon el vaso un día al baño de cenizas a cocer dulcemente, sácalo entonces, por
desti-lación al baño, de la tierra pura, como aquí arriba, y pon la flema a un lado. Vierte nueva
aqua ardens sobre dicha tierra hasta la altura de dos dedos, ponla de nuevo un día al baño de
cenizas y extráela en cenizas como aquí arriba por, destilación.
"Y continúa así hasta que ninguna traza de Espíritu (de spiritus o de anima, como también se
le llama) quede en la tierra, sino que su-ba todo con el aqua ardens, lo que puedes reconocer
cuando la tierra queda como un polvo finísimo y no humea, puesta sobre una lámina enrojecida
al fuego, lo que es el signo de que está privada de toda ani-ma o spiritus. Digiere esta tierra
sobre un trípode en el atanor y déja-la en él diez días y diez noches a fuego constante. Toma
entonces el agua ardens que contiene el espíritu o el anima, vierte un dedo sobre esta tierra y
vuelve a ponerlo todo por una jornada sobre el atanor, ponlo después al baño y saca por
destilación el agua ardiente sin spi-ritus o alma, pues el spiritus quedó en la tierra; pon otra
vez nueva agua ardiente encima, y repite el proceso hasta que la tierra haya bebi-do todo su
espíritu, lo que reconocerás poniéndola sobre una lámina enrojecida al fuego: volará entonces
en su mayor parte en humo. Di-giere esta tierra seis días enteros en el trípode y ponla en el
baño de cenizas a fuego más fuerte, hasta que se deposite por sublimación so-bre las paredes
del vaso el mercurio vegetable, y que la `tierra conde-nada' quede al fondo, la cual no entra en
nuestra obra de ningún mo-do. Recoge prontamente este mercurio y ponlo desde su nacimiento
al aire, durante dos días, de forma que se mezcle y se penetre con su `agua' (in mixtionem cum
sua aqua); será entonces un `agua' que ten-drá la fuerza de disolver todos los metales
conservando su esencia, un agua a la que llamamos menstruo vegetable."

He expuesto en toda su largura este procedimiento que conduce del vinum rubeum vel album
a la adquisición del mercurio, tan a me-nudo nombrado e incomprendido, para mostrar cuán
largos y peno-sos son estos trabajos alquímicos; más aún, esto no forma sino una parte de la
Gran Obra hermética. Es ordinariamente aquí que la mayor parte de los maestros herméticos
comienzan la exposición de la vía que conduce a la preparación de la piedra filosofal, o bien,
sitúan al spiritus vini (vinum rubeum vel album) al comienzo de su exposición, pero sin dejar
transpirar el menor detalle de su preparación, y pasan a continuación directamente a las
llamadas `rotaciones', después que el mercurio ya ha sido preparado y que la `simiente áurea',
ha sido ya arrojada en la tierra virgen para pasar por los diferentes `colores'.
Como se ve, los Adeptos podían entregar sin escrúpulos fragmen-tos enteros del
procedimiento Universal, siempre que tuviesen en la obscuridad la preparación del spiritus
vini philosophici, de su espíri-tu de vino y de su fuego secreto, y esto es lo que hicieron sin
excepción, en el curso de los siglos. Si mencionan no obstante de forma más o menos explícita
su espíritu de vino secreto, no se encuentra a pesar de ello en casi ninguna parte de sus escritos
la alusión repetida a su fuego secreto salino. Hablan aquí y allá de `nuestro' fuego y dicen:
"Nuestro fuego no el es fuego elemental", pero eso es todo. El fuego salino secreto tiene sin
embargo su lugar al comienzo de la Gran Obra y en cada una de sus operaciones, y sin él no
es posible preparar su vinum rubeum vel album, el spiritus vini philosophici. El elevado ran-go
que asignan a este fuego puede medirse por el hecho de que la sala-mandra, que simboliza e1
fuego secreto, sirve de capitel a la jamba mediana de la puerta de Lisieux, como lo indica
Fulcanelli en el pasaje citado más arriba.

Las dos vías

Como se sabe, existen en alquimia dos vías para alcanzar el objeti-vo del trabajo hermético: la
vía llamada breve o seca, y la vía llamada larga o húmeda; estas cualifcaciones de húmeda o
seca no son válidas sino de una manera muy aproximativa, pues ‑como ya se ha dicho­ lo que
debe ser preparado en primer lugar es el `fuego salino', lo que no es posible hacer sin el empleo
de agua. Este trabajo preliminar, muy fastidioso y monótono, era comparado por los
alquimistas a las manipulaciones de los fabricantes de salitre, al menos en la primera etapa, a
la que llamaban `trabajo de mujer', a causa del empleo necesa-rio de una lejía. En la última
etapa, sin embargo, este trabajo no es ya del todo un trabajo de mujer, sino un procedimiento
muy minucioso y a menudo peligroso.
La vía llamada corta o seca no conduce al espíritu de vino secre-to, sino directamente a la
manipulación de los minerales y de los me-tales por el fuego salino y, desde este punto de
vista, la denominación de vía seca está justificada; la vía larga o húmeda, mucho más noble,
pero también más difícil y fastidiosa, conduce a un resultado infinita-mente más cumplido, y
toma su calificación de las innumerables des-tilaciones que necesita.
En el pequeño libro, por otra parte sumamente secreto titulado El verdadero camino antiguo
de la Naturaleza de Hermes Trismegisto, por un auténtico Francmasón, Leipzig 1782, (Des
Hermes Trismegis-tus wahrer alter Naturweg, von einem ächten Freymaurer) se encuen-tra,
con motivo de la vías `húmeda' y `seca', el siguiente pasaje:

'Los filósofos mencionan en sus escritos dos vías que permiten obtener la tintura. Los llaman
la vía seca y la vía húmeda. Que se esco-ja una u otra para la elaboración de la tintuta, no hace
diferencia al comienzo, pues en ambos casos se ha de operar por lo seco y por lo húmedo. Las
dos vías sacan sus nombres respectivos del hecho de que la tintura preparada por vía seca `abre'
el oro en el crisol bajo la forma de un polvo seco y eleva al metal a un estado más que perfecto
o tin-torial; en contrapartida, en la vía húmeda, la 'apertura' del oro se hace resuelto por nuestro
mercurio filosófico, y por la intervención de los elementos, a fin de llegar al estado tintorial. "

La `materia primera'

El procedimiento fragmentario que hemos sacado de la obra de Weidenfeld, concernía a la vía


larga y húmeda. Esta vía conduce de la prepración de la `goma' a la de la célebre prima materia
que no pue-de encontrarse en parte alguna, pero que debe ser penosamente prepa-rada y de la
que se destila a continuación el mercurio. Sólo en este momento se llega a adquirir el spiritus
vini philosophici o el espíritu de vino secreto de los Adeptos. Se dispone entonces de vinum
rubeum vel album, a partir del cual el camino se prosigue hacia la manipula-ción del oro o de
la plata (o de los dos), por las `rotaciones', hasta la obtención de la tintura al rojo o al blanco.
La prima materia es por otra parte otro enigma que ha desespera-do a los buscadores
alquímicos. ¿De dónde sacarla? ¿Dónde encon-trarla? El conde Bernardo de la Marca
Trevisana (1406‑1490) quien, al cabo de sesenta años de vanas investigaciones, consiguió sin
embargo el objetivo y preparó la piedra pese a su avanzada edad, escribe, con motivo de la
prima materia, "que no se la debe buscar ni en el reino mineral ni en el vegetal, ni en el animal,
pues no se la puede encontrar en ninguno de los tres reinos". La misma advertencia se
encuentra también en otros autores alquímicos dignos de confianza. ¿Dónde está entonces?
¿Dónde podemos procurárnosla? En el Hydrolithus Sophi-cus (1619), muy buena obra
alquímica, pero sumamente difícil, se lee igualmente: "Así pues, tras haberlo considerado bien
todo, y haber llegado al conocimiento operativo de la verdadera prima materia, podrás
entonces dedicarte a la práctica manual. . ." y más adelante: "Esta pie-dra filosofal oculta está
de tal modo ligada a la necesidad de conocer la prima materia, alias materia secunda, para
aquellos que la desean, que los filósofos no han podido recordar lo bastante ni poner
suficien-temente en guardia a los lectores sobre este punto, y esta materia no es sin embargo
más que una sola cosa, de la que está hecha nuestra pie-dra sin añadirla ninguna cosa extraña,
bien que se la den mil nombres. Los filósofos describen sus cualidades y propiedades de forma
mara-villosa y las resumen aproximativamente así: saber que ella se compo-ne al comienzo de
tres, y sin embargo solamente de uno. . . " Y más adelante todavía: "Primeramente, debes,
antes que todo, disolver y re-solver la materia ya mencionada, o primum ens, que los filósofos
han llamado también el más alto bien de la naturaleza. " Se pueden encon-trar en otros escritos
alquímicos pasajes significativos y reveladores con motivo de la prima materia pues, una vez
que se ha comentado que la materia puede ser denominada también materia secunda, y que se
hace de tres al comienzo y sin embargo no es más que una, resulta claramente de ello que la
prima materia no ha de encontrarse en parte alguna, sino que debe ser preparada.
En la época del conde Bernardo de la Marca Trevisana (citado a menudo bajo el nombre de
Bernardus Trevisanus), dos siglos antes de la invención de la imprenta, no se encontraba por
así decirlo una indi-cación análoga en los dispersos manuscritos alquímicos, de suerte que
puede concebirse que el conde haya podido seguir durante decenas de años convencido de que
la prima materia debía encontrarse en uno de los tres reinos de la naturaleza.
Es agradable leer la enumeración, hecha en su cándido estilo, de todas las materias que ensayó
antes de haber aprendido finalmente al cabo de largos años y al precio de grandes dispendios,
que todos sus esfuerzos habían sido vanos.

"El primer libro que tuve ‑dice‑ fue Rasís; emplee cuatro años de mi tiempo, y me costó
ochocientos escudos experimentarlo; y después Geber, que me costó dos mil y más, y siempre
con gentes que me avasallaban para destruirme. Vi el libro de Arquelao por tres años; encontré
un monje, y él y yo laboramos durante tres años sobre los li-bros de Rupescissa, y con
agua‑de‑vida rectificada treinta veces sobre las heces; tanto que, por Dios, la hicimos tan
fuerte, que no podíamos encontrar vidrio que la sufriese para trabajarla, y gastamos en ello
tres-cientos escudos. Después que hube pasado doce o quince años así, y que hube gastado
tanto y no encontrado nada, y que hube experimen-tado infinitas recetas y toda clase de sales,
disolviendo y coagulando, como sal común, sal amoniaco, sal sarracena, sal metálica,
disolvien-do y coagulando, calcinando más de cien veces por dos años, en alum-bres de roca,
de hielo, de pluma, en todas las marcasitas, en sangre, en cabellos, en orina, en excremento de
hombre, en esperma, en animales y caparrosas, en atramentos, en huevos, en separaciones de
los elemen-tos, en atanor, y por alambiques y pelícano, por circulación, por decocc-ión, por
reverberación, por ascenso y descenso, fusión, ignición, ele-mentación, rectificación,
evaporación, conjunción, elevación, sublima-ción y por infinitos otros regímenes sofísticos. Y
estuve en todas estas operaciones doce años; de tal modo que hacía treinta y ocho años que
estaba tras la preparación del mercurio de las hierbas y de los animales, de modo que gasté
alrededor de seis mil escudos. "
"Si tuviese la fe del tamaño de un grano de mostaza. . ." Su fe recibió finalmente su
recompensa.
La prima materia: se trata de un largo camino, verdaderamente le-gendario, el que conduce
hasta la caverna del dragón que vomita fuego y a la morada del León rojo.

Las etapas de la preparación

No cito sino las etapas principales. El que no esté llamado no se encontrará por ello más
avanzado. No es verdaderamente posible des-cubrirlo sin una iluminación o un don de Dios.

Las estaciones
‑ La preparación del fuego secreto.
‑ La preparación del mercurio de los metales.
‑ La preparación del agua seca de los metales.
‑ La preparación de la prima materia o goma de los sabios, de la que se destila el spiritus
mercurii.
‑ La preparación del aceite blanco y rojo (vinum rubeum vel album).
‑ Disolución de oro perfectamente puro en el spiritus mercurii.
‑ Unión del spiritus mercurii que ha disuelto el oro con el aceite blanco y rojo vinum rubeum
vel album).
‑ Hacer pasar esto por los colores (rotaciones), a calor dulcemente creciente, en un pelícano.
‑ Preparación del elixir.

Hay todavía diversos trabajos anexos necesarios a la obra misma, como la preparación del
Electro inmaduro, etc.
Según mi conocimiento, no existe obra alguna, antigua o moder-na, que exponga el proceso
de la Gran Obra alquímica en el orden exacto de las operaciones y tan abiertamente como yo
lo hago aquí. Sin embargo, en lo que concierne a la preparación del fuego salino se-creto y del
spiritus vini philosophorum, el silencio guardado desde hace siglos debe ser respetado todavía
hoy en día.

El libro clave de Weidenfeld


Weidenfeld, que responde a tantas preguntas, se defiende sin em-bargo de haber entregado el
secreto:
"Todo Adepto lo sabía: mientras el secreto del spiritus vini si-guiera siendo un misterio de
orden mágico, todo el resto, aunque fuese incluso entregado completamente su secreto a los
discípulos del Arte, no podría ser de la más pequeña utilidad al lector. Así, no temo ni la cólera
de los Adeptos ni el anatema lanzado contra los que traicionan su secreto; lo repito una vez
más: he dicho menos que ellos y no he hecho sino ordenar en lo posible lo que ellos han
desparramado aquí y allá. "

Habent sua Jata libelli. Cosa digna de advertirse, la obra de Wei­denfeld sobre ‑el espíritu de
vino secreto de los Adeptos, uno de los li-bros más reveladores de todo el corpus alquímico,
conoció una nueva edición en Hamburgo en 1685, exactamente un año después de la
pu-blicación de la primera edición en Londres, lo que prueba cl interés que suscitó; sin
embargo, no ha sido reimpreso sino en 1768 en Leipzig, y no se encuentra mención de él, a no
ser de pasada, en ningún autor al-químico de los siglos XVII y XVIII; no conozco una sola
biblioteca ale-mana en la que se lo pueda encontrar. Está entre los libros alquímicos más raros
y más difíciles de descubrir. Este estado de cosas deja presu-mir que las tres ediciones han
sido compradas, desde su publicación, por las Logias rosacruces, que han impedido así una
reedición o una más larga difusión del libro. No se explica uno de otro modo el miste-rio de la
desaparición casi completa de este libro, único en su género en la literatura alquímica. Los
Rosa‑Cruces e Iluminados, entonces guar­dianes del secreto alquímico, han debido estimar
que se hacía resaltar demasiado claramente en este libro el lugar en el que yace el secreto, el
escondrijo en el que el investigador debe deslizar su palanca. Es por otra parte probable que la
misma razón explique porqué el quinto li-bro, en el que Weidenfeld prometía esclarecimientos
suplementarios, no ha aparecido nunca. En lo que me concierne, el `azar' ‑llamemos así a la
cosa‑ me ha puesto las dos primeras ediciones entre las ma­nos. A continuación, la segunda ha
desaparecido de mi pequeña biblio-teca de cabecera, durante mi ausencia, cuando la ocupación
de Baden--Baden y la requisición de la morada que yo poseía ahí. El hecho es cu-rioso, pues
esta pequeña colección de libros seleccionados ha permane-cido intacta en su conjunto. Por lo
demás, eso hace un ejemplar menos entre el pequeño número de los que están todavía
disponibles, mien-tras que poseo aún la edición de Londres.
Lo repito aquí: Weidenfeld no ha entregado la clave de la prepara-ción del espíritu de vino
secreto (y menos aún la del fuego secreto), pero ha indicado la vía á seguir. Lo que él escribe
es verídico y debe ser tomado al pie de la letra, pero sigue siendo inutilizable si se trata de
pasar a la práctica.

La interpretación del doctor Becker


Dije más arriba que no se encuentra entre los autores alquímicos de los siglos XVII y XVIII
alusión alguna al libro de Weidenfeld. Sin embargo, en 1862 apareció en Mülhausen, en
Turingia, un pequeño li-bro de 62 páginas, titulado El espíritu de vino secreto de los Adeptos
(Spiritus Vini Philosophici s. Lulliani) y su empleo terapéutico para los médicos y químicos
(Der geheime Weingeist der Adepten [Spiritus vini Lulliana s. philosophici] und reine
medizinische Anwendung für Arzte und Chemiker). Su autor es el médico de distrito y
consejero sa-nitario Christian August Becker. Es un pequeño libro muy raro y cu-rioso, bien
que no date todavía de un siglo. Yo lo he tenido por azar, por intermedio de Gustave Meyrink.
Fue durante la primera guerra mundial, cuando acababa de comenzar mis primeros ensayos
prácticos en alquimia; una relación de Meyrink, ante la necesidad, me envió una caja llena de
libros alquímicos entre los cuales se encontraba la peque-ña obra del doctor C. A. Becker. La
página en blanco final lleva una nota manuscrita:

"En el año 1867, mientras dirigía en Berlín la revista farmacéuti-ca Die Retorte, el doctor
Becker de Mülhausen tuvo la bondad de en-viarme su notable escrito sobre la acetona, el
espíritu de vino secreto de los Adeptos, y su empleo en medicina. Como tantas cosas de valor,
este trabajo fue sofocado por los sabios de la Facultad, pues entendie-ron que había que
ponerlo bajo el celemín."

¡Se ve que la Universidad no ha cambiado apenas de método! Por mi parte, no he podido


encontrar este libro en ninguna biblioteca pú-blica, ni en ningún catálogo de librería. Pero
conocí a un hombre que lo conocía y que también él lo apreciaba. Era el farmacéutico Müller,
en esta época propietario y director de la fábrica farmacéutica de Góppingen, muerto en los
años treinta. Se introdujo en mí de una for-ma verdaderamente poco ordinaria. Esto pasó
durante el estío de 1921, muy poco tiempo después de que yo hubiese abierto mi laboratorio
farmacéutico‑espagírico en Stift‑Neuburg, cerca de Heidelberg, tras siete años de trabajo de
investigaciones preliminares. A una hora que no era precisamente la de las visitas habituales,
hacia las ocho de la mañana, un doctor en medicina, de Ulm, llamado Lang, se hizo anun-ciar
a mí. Lo recibí. Era un hombre imponente, de bella presencia, y que inspiraba una entera
confianza. Dijo haber oído hablar de la fun-dación de mi laboratorio espagírico y, como él
prescribía ya los reme-dios del doctor Zimpel de la fábrica farmacéutica de Góppingen, estaba
igualmente interesado por los remedios Soluna (en aquella época, remedios Stift‑Neuburg)
que deseaba utilizar en su práctica médica. En consecuencia, quería obtener informaciones
más precisas sobre su composición y sobre su modo de preparación. Satisfací su primer deseo,
que me pareció fundado, sin revelar nada sobre el modo de pre-paración. En el curso de la
entrevista, fuimos conducidos a hablar igualmente de la preparación de los remedios del doctor
Zimpel, respec-to a los cuales hizo prueba de conocimientos asombrosos. Le expresé mi
sorpresa con este motivo, y me respondió que estaba ligado en amistad desde hacía muchos
años al farmacéutico Müller, quien preparaba estos remedios. Aprendí así que los pretendidos
`arcanos' del doctor Zimpel eran pura y simplemente mezclas que comprendían compuestos
minerales crudos; una suerte de arcanos bien extra-ña. Mi visitante me rogó hacerle llegar una
muestra de los remedios de mi laboratorio a su dirección: doctor Lang, Münstergasse, Ulm, y
tuvo obligatoriamente que despedirse sin haber llegado a sus fines. Yo esta-ba por mi parte
muy satisfecho de lo que me había dicho.
Algunos días más tarde, el paquete que yo había expedido a Ulm me fue devuelto con la
mención: "Destinatario desconocido en Ulm." Una encuesta posterior en Correos reveló que
no había existido nunca un doctor Lang en Ulm. Algunas semanas más tarde, tuve la visita del
joven asistente del sanador Gottlieb, autor de un excelente aceite para la piel y director de un
periódico de mucho éxito. Era amigo del far-macéutico Müller. Este asistente (del que he
olvidado el nombre) me refirió que recientemente el farmacéutico Müller había venido una
ma-ñana a Gottlieb y que él había sido involuntariamente testigo de su entrevista, ya que
trabajaba en la pieza vecina cuya puerta estaba abierta. Müller había hecho parte a su amigo
Gottlieb de sus remor-dimientos por su conducta imperdonable respecto a mí, conducta que
contrastaba con mi gentileza hacia él; pero ya no era posible remediar-lo. Dos o tres años más
tarde tuvo lugar una reunión de sanadores en Heidelberg y el farmacéutico Müller participó
igualmente en ella. Fue organizada una visita colectiva a Stift‑Neuburg con esta ocasión.
Du-rante la recepción, el farmacéutico Müller me llevó aparte y me dijo: "Ante vos, deseo que
me trague la tierra. No sé qué demonio me ha impulsado hace poco a introducirme en vos.
Haced de mí lo que que-ráis; arrojadme fuera, no merezco nada mejor." Yo le respondí que
me regocijaba de conocerle por `segunda vez', en su calidad de farmacéutico Müller, y que era
bienvenido ante mí.
No refiero este incidente para empañar su memoria. De mortuis nihil nisi bene. . . Dejando
aparte esta indelicadeza (¿y qué no se hace para descubrir los secretos de los `concurrentes'?),
era un hombre dig-no de respeto, muy simpático y experimentado, que había adquirido grandes
méritos en la fábrica de Góppingen, incluso si sus `arcanos' se componían de metales crudos.
Quería simplemente mostrar por esta anécdota todo lo que le puede suceder a cualquiera que
tiene la repu-tación de dedicarse a la alquimia. Podría contar muchas otras aventuras análogas
y más aún sobre los truhanes que se han presentado an-te mí en el curso de los años, para tener
permiso de trabajar en mi la-boratorio y preparar en él, naturalmente, la piedra filosofal,
mientras que la mayor parte de entre ellos no sabían siquiera destilar conve-nientemente un
agua fuerte. Es así, por ejemplo, que conocí a uno que, desde hacía cuarenta años, quería sacar
el mercurius philosopho-rum del aire (sin duda atrapándolo con su sombrero). El se llevará sus
espejismos consigo a la tumba.
Mientras escribo esto, se me informa de que acaba de abrir en Fri­bourg‑en‑Brisgau un
laboratorio pretendidamente espagíríco, que, pla-giando mi laboratorio Soluna, se titula
Solaris. Los remedios llevan igualmente nombres groseramente plagiados; por ejemplo:
Cordina en lugar de Cordiak, Hepatina en lugar de Hepatik, etc. . . El propietario y fundador
de este laboratorio es (o era) un simple electricista de su estado. Hace algunos años ejercía al
mismo tiempo la actividad de sa-nador (no sabría decir si era con o sin licencia[1]). Se dirigió
a mí al comienzo de la era hitleriana, para utilizar los remedios Soluna, y vol-vió algún tiempo
después solicitando indicaciones para la preparación de la piedra filosofal. (¡No se podría creer
el número de gentes que, todavía hoy en día, quieren preparar el Gran Elixir!). Estaba
persuadi-do de poder obtener el mercurius philosophorum del humus largo tiempo digerido a
calor dulce y después podrido... ¡Cuántos estragos no ha cometido el mercurius en el curso de
los tiempos en la cabeza de los autodidactas más o menos ignorantes!
[1] N. del Tr.: El ejercicio de la medicina es libre en Alemania, pero los sanado-res deben
obtener una licencia.

Le di entonces, para incitarle a seguir otra vía, un procedimiento sobre el vitriolo que, aun no
sirviendo a la preparación de la piedra, es utilizado en la elaboración de un remedio muy eficaz,
y que pertenece al mismo tiempo a los trabajos anexos a la Gran Obra. Pero no quiso dedicarse
a él. Sin duda, este trabajo le parecería demasiado penoso y es por esto que se atuvo, al menos
por esta vez, a su humus. Me ha rendido visita dos o tres veces en total, tanto en el castillo de
Donau­münster como en Baden‑Baden, antes y durante la segunda guerra mundial. Poco antes
de la debacle, recibí todavía dos o tres cartas de él para cuestionarme sobre los trabajos
alquímicos, pero yo no le res-pondí, no teniendo tiempo que perder. ¡Y he aquí que me entero
de que ha abierto un laboratorio espagírico!
¡Qué no le sucede al buscador en este domino `al margen de la ciencia'! Este hombre no es
capaz en todo caso de descubrimientos; lo quiere todo. ¡Tempora mutantur, sed non mutantur
in illis! Hace ya ciento cincuenta años, los Rosa‑Cruces hablaron de estos plagia­rios y
ladrones alquímicos en los "Discursos de Reuniones de los Ro-sa‑Cruces de Oro"
(Versammlungsreden der Gold‑und‑Rosenkreutzer, Amsterdam, 1779). El conde Bernardo de
la Marca Trevisana supo acomodar a esta ralea de un modo sumamente divertido: `Pese a su
gran ignorancia, apenas capaces de pronunciar dos palabras latinas, no sabiendo siquiera leer
correctamente su lengua materna, estos infames quieren ataviar su `baratija' con las más
maravillosas etiquetas. "
Pero sea ya suficiente sobre el aspecto anecdótico de la cuestión. Decía pues que el
farmacéutico Müller dominaba bien su tema y cono-cía igualmente el libro del doctor Becker,
al que juzgaba interesante y digno de ser leído. En verdad, es un libro notable. Está basado
entera-mente sobre la gran obra de Weidenfeld. El doctor Becker trata de des-cubrir el spiritus
vini philosophici y, más aún, está persuadido de ha-ber penetrado en su secreto. Justifica por
otra parte su interpretación de forma plausible y científicamente irreprochable. Llega a la
conclu-sión de que se trata de la acetona, lo que no deja de sorprender a pri-mera vista, pero
los argumentos avanzados hacen reflexionar.
Lo digo cuanto antes: el espíritu de vino secreto no es, natural-mente, la acetona. No se puede
negar sin embargo que numerosos ele-mentos hacen verosímil la presunción del doctor Becker.
La acetona pura, CH3 COCH3, que se obtiene en la industria química no es sin em-bargo
idéntica a la acetona del doctor Becker, pues éste considera que el spiritus vini philosophici es
el producto completo de1a destilación de los acetatos, comprendiendo en él al aceite que
sobrenada, es decir, el acetado y sus derivados. El doctor Becker llamaba a este extracto,
prepa-rado en su farmacia a partir del acetato de sodio, spiritus aceti oleosus. Empleó esta
preparación con éxito contra un gran número de enfermedades de las que da la lista.
Su pequeña obra es tan atractiva, contiene puntos de vista de tal modo sorprendentes, que
merece la pena extenderse más explícita-mente sobre ella. Tras haber hablado brevemente en
su prefacio de los aíios consagrados a la alquimia y a los arcanos en que se había esfor-zado
vanamente por penetrar, el doctor Becker continúa:

"He perseverado en esta vía y he llegado a una serie de remedios que no fguran en la
farmacopea, pero que permiten obtener resulta-dos ciertos en la práctica. El escrito de
Weidenfeld me dejó esperar los mayores esclarecimientos, pero lo esencial, el spiritus vini
philoso-phici, permaneció oculto para mf en su descripción misteriosa, casi co mo un
presentimiento. Hoy en día, después de veinte años, he recono-cido, en el curso de un nuevo
estudio, la acetona. Este descubrimiento proyecta una nueva luz sobre los medicamentos de
los Adeptos y disi-pa la oscuridad de sus escritos. "

He aquí algunos pasajes entre los más importantes, en los que el doctor Becker analiza su
conclusión en lo que concierne a la naturale-za y el origen del spiritus vini Lulliani:

"El fundamento de esta investigación reside en la obra de Johan-nes Seger Weidenfeld: De


Secretis Adeptorum, sive de usu spiritus vini Lulliani, libri IV, 1685.
"Es sorprendente que este spiritus vini philosophici, cuya prepara-ción es descrita en la bien
conocida obra de Weidenfeld, no sea citado por los químicos posteriores. No es sino en Pott
(Exerc. Chym. Beroli-ni, 1738, p. 21) que lo encuentro descrito en estos términos: "Es un
disolvente oleoso que no tiene todavía nombre y que no ha sido reve-lado por químico alguno.
Es un líquido limpio, volátil, puro, oleoso, inflamable como el espíritu de vino, ácido como el
vinagre, que pasa en la destilación bajo la forma de copos de nieve. Este líquido digerido y
cohobado sobre los metales, sobre todo después de que han sido cal-cinados, los disuelve casi
todos. Retira del oro una tintura muy roja y, cuando se lo quita de encima del oro, queda una
materia resinosa en-teramente soluble en el espíritu de vino, que adquiere por este medio un
bello color rojo. Queda un residuo negro con el cual, pienso, se puede preparar la sal auri. Este
disolvente se mezcla indiferentemente con los licores acuosos o grasos, y convierte los corales
en un licor de un verde marino. Es un licor graso saturado de sal amoníaco. Es el verdadero
menstruo de Weidenfeld, o el espíritu de vino filosófico, ya que se retiran de la misma materia
los vinos blancos y rojos de Raimundo Lulio. Su preparación, aunque oscura y oculta, es sin
embargo muy fácil." ‑

Y Pott enmudece‑igualmente.
El doctor Becker llega a las diversas recetas del espíritu de vino se-creto, de las que cita un
gran número, antes de sacar de ellas a conti-nuación sus conclusiones. Comienza por la
prescripción original de Rairnundo Lulio:
"Raimundo Lulio da la primera receta en el libro De la Quinta-esencia. Es por ella que
comienzan las citas de Weidenfeld.
Se destila el mejor vino rojo o blanco, vinum rubeum vel album, de la forma habitual para
hacer de él, el agua ardiente. Esta es tres veces rectificada y bien preservada deforma que el
espíritu inflamable no se evapore. El signo infalible del éxito es que, si se enciende el azúcar
imbibido con él, se inflama el agua de la vida. Cuando este agua está así preparada, se tiene la
materia de la que se saca la quinta-esencia. Se pone este agua en un vaso circulatorio y, tras
haberlo cerra-do herméticamente, se coloca en el estiércol de caballo en el que el ca-lor
permanece igual. Es preciso que el calor no disminuya; sin ello la circulación (digestión) del
agua sería estorbada y no se obtendría lo que se busca. Pero cuando se aplica un calor constante
prosiguiendo la digestión, la quintaesencia sobrenada y se separa netamente de una parte
inferior trastornada. Cuando la digestión ha durado lo bastante, se abre el vaso; si se desprende
de él un perfume incomparablemente suave, que ejerce sobre cualquiera una atracción
invencible, es el signo de que la quintaesencia está lista. A falta de este signo, el vaso debe ser
recubierto de nuevo y puesto otra vez en digestión hasta que el signo aparezca.
"Este agua ardiente, spiritus vini philosophici, tiene muchas ana-logías con el espíritu de vino
ordinario, lo que ha impedido su descu-brimiento. Pero contrariamente a este último, si se
prosigue la diges-tión, se obtiene un aceite que sobrenada. Es la base, el origen y el fin de
todos los disolventes de los Adeptos. En su simplicidad, es el más débil de todos; pero
combinado con otros cuerpos, es el más poderoso de los menstruos. Aparece bajo una forma
doble; la primera como un espíritu de vino ordinario, miscible con el agua; la segunda como
un aceite que sobrenada. Se trata siempre sin embargo del mismo cuerpo; la diferencia no
concierne sino a su pureza y sutileza. La receta de Lu-lio es verdaderamente exacta, pero no
comprende sino una parte del procedimiento, que puede completarse por otras recetas que saco
de Weidenfeld. "

Para comprender el pensamiento de Becker, hay que exponer aquí al menos dos de los
procedimientos que cita. (página 128):

"Coelum vinosum parisini.


"Tras la destilación del aqua ardens y de la flema, queda una ma-sa negra pesada como la pez
fundida; ésta es lavada con la flema, mez-clada al spiritus vini, digerida y destilada, lo que se
repite con nuevo espíritu hasta que el residuo esté seco. El producto de la destilación se llama
spiritus animatus. Es vertido gradualmente sobre el residuo, por cantidades crecientes, y
digerido hasta que éste esté saturado y deven-ga blanco. En este momento, se sublima. El
sublimado es claro y bri­llante como el diamante. Es puesto al baño‑manía, donde deviene
lí-quido, y después el agua superflua es destilada. Se recomienza cuatro veces la destilación,
volviendo a poner cada vez nuevas cantidades del primer espíritu. La substancia así obtenida
será puesta en digestión durante sesenta días. Se reconoce que el trabajo ha tenido éxito en la
formación de un depósito semejante al de una orina sana. Se separa la quintaesencia, tan clara
que se duda que esté presente, y se la guar-da en un lugar frío. "
Otra receta ligeramente modificada (página 134):
"Coelum vinosum Lullii:
"Aquí el aqua ardens es directamente vertida sobre el residuo ne-gro, que es digerido; se saca
de él por destilación primero el aqua ani-mata y a continuación el aceite, activando el fuego.
El residuo es cal-cinado hasta que esté blanco. A continuación es imbibido cuatro ve-ces de
aqua animata y sublimado. El sublimado centelleante es mez-clado al aqua animata y destilado
una vez, lo que tiene por efecto ha-cer pasar la sal por el pico. El destilado es tenido sesenta
días en di-gestión y se cambia en la quintaesencia perfumada, clara y brillante como una
estrella. Se forma un depósito como en la orina de un ado-lescente en buena salud. "

Becker cita a continuación otros siete procedimientos análogos con variantes. Da entonces su
propia versión, para explicar la naturale-za del procedimiento. Aporta también dos métodos
emparentados pa-ra la volatilización de la sal de tártaro, y acaba finalmente en la conclusión
siguiente:

"Revelación del espíritu de vino secreto de los Adeptos. En la se-gunda parte del libro
consagrada a los disolventes minerales, Weiden-feld da indicaciones sobre el secreto del
spiritus vini philosophici, que esclarecen suficientemente este último. De la confrontación de
las di-versas prescripciones se desprende el siguiente contenido: El cuerpo misterioso, oculto
bajo múltiples nombres, materia de la piedra filoso-fal (prima materia lapidis), es calcinado al
rojo y disuelto en vinagre destilado. La solución es evaporada hasta la consistencia de una
go-ma, De esta última se destila primeramente a fuego dulce un agua in-sípida y, cuando
aparecen humos blancos, se cambia de recipiente y se obtiene así el aqua ardens. Este agua
tiene un gusto muy fuerte y un olor nauseabundo, y es por esto que se la llama aqua foetens,
mens-truum foetens; prosiguiendo la destilación a fuego más fuerte, aparece un vapor rojo y,
en último lugar, gotas rojas. Se deja entonces decaer el fuego poco a poco y se conserva el
producto de la destilación en un vaso bien cerrado, de manera que no se deje disipar su espíritu
volátil.
El residuo que queda en la cornuda es negro como el hollín; se extien-de sobre una piedra y se
enciende en una extremedidad con un carbón ardiente: En el espacio de media hora la
incandescencia gana toda la masa, que se calcina en color amarillo. Entonces se la disuelve en
vina-gre destilado y se evapora hasta la consistencia de una goma, que se so-mete a la
destilación. Esto se repite hasta que la mayor parte del licor sea reducido. Se junta este licor al
producto de la primera destilación, se hace digerir catorce días y se destila de nuevo. El aqua
ardens pasa en primer lugar, sobrenadada por un aceite blanco. Este destilado es recti-ficado
siete veces, hasta que una estofa humedecida y presentada a la llama se consuma. Queda un
aceite amarillo que se destila a fuego vivo.
"Se deja resolver el sublimado adherido al cuello de la cornuda en un bacín de hierro colocado
en un lugar fresco. Se añade un poco de aqua ardens al licor filtrado, y se recoge el aceite verde
que se separa en la superficie. La destilación es entonces retomada; en primer lugar, viene el
agua; después, un aceite espeso y negro. Desde que aparecen vapores blancos, se cambia de
recipiente. El producto blanco de la des-tilación es puesto a evaporar a calor moderado hasta
que quede una masa oleaginosa espesa como la pez fundida. "
"Esta masa negra es tratada de nuevo hasta el agotamiento com-pleto del residuo, operación
que sería inútil describir en detalle. Ri-pley explica que en el menstruo fétido preparado a partir
de dicha goma están contenidas tres substancias:
1) El agua ardiente que, encendida, arde como el espíritu de vino ordinario.
2) Un agua blanca espesa, la lac virginum de los Adeptos.
3) Un aceite rojo, la sangre del león verde de los Adeptos."

He subrayado este último pasaje, porque contiene todo el secreto del vinum rubeum vel album;
es el verdadero "vino blanco o rojo" de los Adeptos, y no, como lo supone Becker de forma
aparentemente plausible pero errónea, la acetona y sus derivados.
Becker prosigue:

"Ripley dice que nadie ha hablado nunca tan claramente y que te-me por este hecho la cólera
de Dios y de los Adeptos. Weidenfeld co-menta que ha revelado ahí un gran secreto del Arte.
Los Adeptos han enseñado bien claramente en sus indicaciones prácticas el uso del vino
filosófico, pero han callado la manera de obtenerlo. Ripley, el primero y único, explica que la
clave de toda la química secreta está ahí ocul-ta, a saber que el menstruo fétido con la leche de
la Virgen y la sangre del León, tenidos en digestión dulce catorce días, son el vinum rubeum
vel album de Lulio, y, en confirmación de lo que dice, añade que de este menstruo fétido se
prepara el aqua vitae rectificata de Rai-mundo Lulio. "

Becker continúa así:

"La materia primordial, la prima materia, está revestida de los nombres más diversos,
destinados a guardar su secreto. Los Adeptos han trabajado en parte sobre los metales y en
parte sobre las sales y los minerales metálicos. El León Verde se llama así porque su solución
es verde; se le disuelve primero en ácido sulfúrico para purificarlo; da cristales azafranados en
esta disolución. La materia primera así prepa-rada es a continuación calcinada al rojo, lo que
tiene por efecto expul-sar el ácido; se la disuelve entonces en vinagre destilado y se espesa
hasta la consistencia de goma. Esta goma, destilada, da el spiritus vini philosophici.

"De los hechos siguientes: 1) la materia primera calcinada al rojo es disuelta en vinagre, lo que
conduce a la formación de un acetato; 2) el residuo negro de la cornuda se deja inflamar y
llevar a la incan-descencia, lo que es una propiedad de los acetatos; 3) la destilación da un
espíritu de vino ordinario y un aceite volátil; se deduce claramente que no se trata aquí sino de
la preparación de la acetona":

En la continuación de su exposición, Becker suministra justifica-ciones más detalladas de su


hipótesis y da como apoyo algunas citas de Weidenfeld sobre la preparación del spiritus vini
philosophici. Estas citas se encuentran ya mencionadas al comienzo de este capítulo.
Como se ve, las deducciones de Becker son seductoras e incluso convincentes en apariencia.
Las he referido a propósito de forma tan detallada, para mostrar cómo la verdad y el error se
flanquean en este misterioso dominio.
Becker se cree autorizado a suponer que al hablar de la prepara-ción de su espíritu de vino
secreto, los Adeptos entienden la producción de la acetona. Se funda sobre las tres
particularidades siguientes:
1) La "materia primera" calcinada al rojo es disuelta en vinagre, lo que provoca la formación
de un acetato.
2) El residuo negro que queda en la cornuda se deja inflamar y se consume, lo que es propiedad
de los acetatos.
3) La destilación produce un espíritu de vino semejante al espíri-tu de vino ordinario, así como
un aceite volátil.
Estas tres particularidades sobre las que se funda se observan en efecto durante la preparación
de la acetona, que puede efectuarse, entre otros, a partir de la destilación del acetato de plomo,
de potasio o de sodio. Becker mismo utilizó este último producto para la prepa-ración de la
acetona que empleó, con sus derivados, para fines medi-cinales, bajo el nombre de spiritus
aceti oleosus. Sin embargo, estas sales no son previamente calcinadas al rojo y el
procedimiento es del todo falso.
Esta receta no vale más que para la preparación de la acetona a partir del vitriolo de hierro o
del vitriolo de cobre o verdete. Pero en estos casos no quedan residuos que puedan encenderse
tras la desti-lación y que arderían sin llama... Las suposiciones de Becker no son, pues, justas
sino en parte. ¿Qué hay que entender entonces por mate-ria primera a calcinar al rojo? Como
lo hemos dicho al comienzo de esta exposición, la prima materia no es una `materia primera',
sino el resultado de un proceso largo y complejo; es idéntica a la `gomma' de los maestros
herméticos. Sin embargo, de esta prima materia de los Adeptos se saca en último lugar un
`espíritu' que es verdaderamente el mercurio de los filósofos, tan buscado, y que, una vez
preparado, se deja aumentar en peso a voluntad por el mercurio vulgar. Se destila de ella la
`leche de la Virgen' y el `aceite rojo': vinum album vel ru-beum. Los Adeptos no comienzan a
exponer el proceso de la obra más que a partir de esta etapa; dejan en la oscuridad todos los
trabajos preliminares que conducen a la preparación de la materia primera. Más aún: todo ello
no se aplica sino a la vía larga y húmeda.
Para retomar de nuevo una frase de Becker:
"El `Léon verde' es primero disuelto en el ácido sulfúrico, para purificarlo; da en solución
cristales amarillo azafrán; la materia pri-mera (?) preparada es a continuación calcinada al rojo,
lo que tiene por efecto expulsar de ella el ácido; se la disuelve entonces en vinagre destilado y
se espesa hasta la consistencia de una goma; cuya destila-ción da el spiritus vini philosophici."

Esta sola frase contiene un tropel de suposiciones erróneas: pri-meramente, el `león verde' es
un producto regio obtenido al final de la operación y no es nunca disuelto en el ácido sulfúrico
con el fin de su purificación; en segundo lugar, la materia primera purificada (que no existe
como tal) no es calcinada al rojo (sin duda, el autor piensa en el vitriolo) y no puede en
consecuencia ser disuelta en vinagre des-tilado para ser espesada hasta la consistencia de
goma. Incluso cuando la alusión del autor se refiere a la preparación de la acetona, no se ve
cómo a partir de esta combinación viene de ella al León rojo, ni cuál es el papel de la goma en
su preparación. Sin embargo, como acaba de decirse, la acetona es destilada de los acetatos:
Becker la ha obtenido a partir del acetato de sodio. Es exacto que la destilación de la verda-dera
goma de los Adeptos, es decir la prima materia de los sabios, preparada por procedimientos
largos y minuciosos, da el spiritus vini philosophici o, más exactamente, `el aceite blanco y
rojo y el mercu-rio de los sabios'. Decir más sería levantar demasiado el velo. Estamos quizá
ya demasiado avanzados en la vía de las revelaciones.
El malentendido que está en la base del error de Becker reside en que confunde y mezcla las
suposiciones de Weidenfeld, que conciernen exclusivamente al spirttus vini philosophici, con
las recetas de yatro-químicos como Agrícola o Zwelfer, que han tratado la preparación del
spiritus saturni a partir del azúcar de Saturno (en suma, algo análogo a la acetona, pero llevado
más lejos). En efecto, en la continuación de su obra, por otra parte notable, Becker da una serie
de indicaciones que se aplican exclusivamente a la producción del espíritu y del aceite ro-jo a
partir del acetato de plomo, con fines curativos. No se trata de la `goma de los sabios' en el
sentido en que lo entienden los Adeptos, ni del vinum rubeum vel album. Los grandes médicos
yatroquímicos de fines del siglo XVII y del siglo XVIII no eran Adeptos, y no han
rei-vindicado nunca este rango por otra parte. No obstante, poseían un conocimiento muy
extenso de la farmacopea espagírica, y sabían cu-rar enfermedades contra las cuales nuestra
terapéutica moderna sigue siendo impotente.
Es así que el spiritus saturní, preparado espagíricamente, es un re-medio efectivamente
soberano contra todas las afecciones saturninas, que justifican un tratamiento por los derivados
del plomo. El doctor Becker da el resumen de una receta sacada de la obra médica de Agrí-cola
(primera parte, página 222):

"El azúcar de Saturno es digerido cuatro meses al baño de vapor con buen espíritu de vino; a
continuación se saca el espíritu de vino y queda un bello licor espeso. Este es mezclado con
arena[1] y destila-do por grados en la cornuda; se obtiene un bello aceite amarillo y rojo, y un
bello espíritu blanco. El espíritu y el aceite deben ser rectificados conjuntamente al baño de
vapor en una cornuda de vidrio; el espíritu pasa primero gota a gota, después viene un aceite
amarillo; se debe cambiar de recipiente en este momento, sin que se pierda el aroma espiritual,
más delicado que el ámbar y el musgo. Pasado el aceite ama-rillo, aparece la flema con
numerosas rayas blancas; se debe entonces cambiar de nuevo de recipiente y hacer pasar toda
la flema. En último lugar viene un bello aceite rojo cuya destilación exige un fuego vivo, pues
pasa difícilmente. El residuo negro de la cornuda es calcinado al fuego violento hasta que sea
blanco como la nieve, después es disuelto en vinagre destilado, y a continuación cristalizado.
La sal es tenida en digestión ocho días al baño de vapor, con el espíritu precedentemente
rectificado, y después es destilado éste: la sal se sublima entonces en su mayor parte. Lo que
ha pasado es vertido de nuevo sobre el residuo, digerido de nuevo y destilado, y esto es repetido
tan a menudo como haga falta para que la totalidad de la sal volátil pase bajo la forma de
spiritus. Se añade entonces el aceite rojo, lo que tiene por efecto mez-clarlos indisolublemente
y dar un remedio extremadamente precioso. "

Esta es la receta de Agrícola para la preparación del spiritus y del oleum satumi, destinados a
empleos médicos. Sin embargo, no se en-cuentra en Agrícola que el espíritu y los aceites
blanco y rojo se mez-clen indisolublemente. Se trata de una adición de Becker, sacada de las
indicaciones herméticas para la preparación del verdadero vinum ru-beum vel album. Aparte
de ello, el procedimiento es exacto y el reme-dio espagírico así preparado es de una
extraordinaria eficacia. Becker da por otra parte un extracto de los informes de Agrícola sobre
las cu-raciones operadas por este remedio, principalmente en los casos de abscesos de pulmón,
de nefritis, de blenorragia virulenta, de picaduras infectadas y de panadizo. Con motivo de éste
último, Agrícola comen-ta: "Aplicado sobre el panadizo, lo cura rápidamente. " El autor, que
ha preparado él mismo este remedio en su laboratorio, puede confir-mar plenamente esta
observación.
Como se deduce de la receta de Agrícola para la preparación de su spiritus saturni, no se trata
ahí de la acetona, sino de la preparación de un remedio muy complejo, a partir del plomo cuyo
poder de penetración se encuentra considerablemente aumentado por el procedimiento
espagírico. Partiendo de la hipótesis errónea de que se trataba ante todo de acetona, incluso si
se conservan los productos anexos ob-tenidos en el curso de su preparación, Becker hace
preparar su spiritus aceti oleosus a partir del acetato de sodio. Escribe con este motivo:

"A instancias mías, el farmacéutico Klauer emprendió su prepara-ción en 1840. Refiere con
este motivo: cuatro libras de acetato de so-dio dieron veinte onzas de destilado. La destilación,
hecha al baño de arena, duró tres días. El destilado fue rectificado al baño maría. Lo que pasa
primero es la acetona, con un poco de agua (la acetona co-mienza a destilar a 55°). La
destilación, llevada más adelante, da agua, ácido acético y un poco de aceite (metacetona). El
residuo es un acei-te pardo oscuro de consistencia espesa, que se disuelve muy fácilmente en
la acetona. Para obtener la acetona anhidra, hay que rectificar sobre el cloruro de calcio. Seis
onzas y media de acetona acuosa, obtenidas a partir de cuatro libras de acetato de sodio, dieron
cuatro on-zas y media de acetona anhidra. He prescrito la acetona, unida a los dos aceites, bajo
el nombre de spiritus aceti oleosus. Desde 1840, he empleado muy a menudo este remedio. El
producto así preparado es bueno, pero no responde enteramente a la descripción de los viejos
químicos; le falta principalmente el famoso perfume, lo que se expli-ca fácilmente por el hecho
de que el procedimiento antiguamente en uso maduraba en algún modo el remedio, por
digestiones y destilacio-nes largo tiempo reiteradas. Lo mismo ocurre con un vino
almacena-do en un local caldeado por la paja húmeda: el calor así producido lo ennoblece en
el espacio de tres meses tanto como lo haría una estan-cia de tres años enteros en botellas.
Como se deduce de las antiguas prescripciones, se trata de una operación muy delicada, cuya
condi-ción fundamental es: `correr sin precipitarse' Si es químicamente correcto deshidratar la
acetona por destilación sobre el cloruro de cal-cio, no es lo mismo desde el punto de vista
medicinal. La acetona pu-ra, tal como la suministra actualmente la industria química, no tiene
la misma fuerza, ni por lo que respecta al perfume y al sabor, ni en cuan-to a su eficacia
terapéutica. No actúa sobre el reumatismo, como lo hace el spiritus aceti oleosus: el aceite
etéreo es pues indispensable en la composición de este último remedio. "

El doctor Becker refiere a continuación diez casos de éxito en el tratamiento de diversas


afecciones, sobre todo reumáticas, pero igual­mente de la meningitis cerebro‑espinal.
Comenta, sin embargo, que este remedio no es indicado contra las afecciones febriles, pues
calien-ta demasiado. Si hubiese hecho preparar su remedio a partir del aceta-to de plomo,
habría llegado a un resultado del todo distinto, pues el plomo se distingue por su gran frialdad.
Es incomprensible que Becker no haya utilizado el acetato de plo-mo en lugar del acetato de
sodio, mientras que todos los procedimien-tos que cita son a base de plomo y que, sobre todo,
subraya esta frase de Raimundo Lulio: "Ex plumbo nigro extrahitur oleum philosopho-rum
aurei colore vel quasi, et scias, quod in mundo nihil secretius eo est. " Un pasaje así habría
debido incitar a Becker a escoger para la prepa-ración de su spiritus aceti oleosus, no el acetato
de sodio, sino el acetato de plomo, incluso si estaba firmemente convencido de que se trata de
la acetona cuando se habla del espíritu de vino de los Adeptos. Si hu-biera procedido así,
Becker habría obtenido éxitos terapéuticos mu-cho mayores, aun cuando el spiritus saturni no
sea el spiritus vini phi-losophici, como él pensaba. Por lo demás, en la frase citada, Lulio no
sobreentiende en modo alguno el plomo ordinario, sino el plomo de los sabios, los cuales
designaban frecuentemente a su `goma', su prima materia, con el engañoso nombre de
plumbum nostrum. Como lo he-mos dicho, Becker toma sus hipótesis por las realidades. De
hecho, sin una inspiración de lo alto, es verdaderamente imposible llegar al cono-cimiento
auténtico de este secreto.
Para evitar todo malentendido, queremos precisar una vez más que en toda esta exposición no
se trataba más que de la vía llamada húmeda y larga, para la preparación de la prima materia
de la que se destila el spiritus vini philosophiri. Sin embargo, la preparación del fuego secreto
de los Adeptos es indispensable para esta vía, igual que es indispensable para la vía llamada
breve o seca. Pero antes de pasar a esta última, digamos todavía alguna cosa del spiritus satumi,
aun cuan-do no sea idéntico al espíritu de vino secreto.
El espíritu de Saturno, preparado según el arte espagírico, es un remedio de gran valor, bien
que no tenga interés para la preparación del Gran Elixir de los Sabios. Un laboratorio
espagírico‑farmacéutico podría fundar su existencia sobre esta única preparación. Se precisa
no obstante que el espíritu de Saturno sea elaborado en conformidad es-crupulosa con las
indicaciones de los yatroquímicos, y no según el procedimiento abreviado empleado por
Becker para la preparación de su spiritus aceti oleosus, a partir del acetato de sodio éste trabajo
larguísimo y minucioso requiere para su éxito toda suerte de trucos que demandan un artista
experimentado o, como dice Paracelso, `probado en el fuego'. Más aún, el procedimiento es
costoso, pues debe prepa-rar uno mismo todos los ingredientes necesarios, comenzando por el
azúcar de Saturno, ya que el acetato de plomo del comercio no es bue-no para nada. ¡Hay que
partir del litargirio, o mejor aún de la galena! Se sirve uno de vinagre puro de vino y sobretodo
de un espíritu de vi-no bien rectificado, que ha sacado uno mismo de un buen vino licoro-so,
y no del alcohol desnaturalizado del comercio, del alcohol de ma-dera o de patatas. La
preparación del producto demanda alrededor de cuatro meses, a causa de las múltiples
digestiones que duran nu-merosas semanas, y de las destilaciones repetidas. Además, el
pro-ducto no se deja preparar en grandes cantidades, de suerte que hay que utilizar un
grandísimo número de recipientes. En lo que concierne a estos últimos, hay que tener cuidado
de no emplear más que las cor-nudas de vidrio, de porcelana o de cristal de roca. Las cornudas
de vi-drio deben ser circundadas bien antes de la destilación del aceite blan-co o rojo, pues se
quiebran, como consecuencia de la dilatación de la materia, de suerte que no se las puede
utilizar más que una sola vez. Como se ve, el spirftus satumi no es un medicamento simple de
fabri-car, pero su eficacia recompensa abundantemente el esfuerzo tomado. Su campo de
acción engloba todas las afecciones del bazo, la arterios-clerosis, las conjuntivitis, blefaritis,
keratitis y úlceras, las quemaduras de 1°, 2° y 3° grado, el panadizo, las hemorroides y, en fin,
la erisi-pela. Conviene recordar con este motivo que por regla general la eri-sipela no debe ser
tratada por vía húmeda, pero aquí la excepción con-firma la regla. Johannes Agrícola escribe
en su Medicina Química (Leipzig, 1638):

"Sé bien que se dice comúnmente que no se debe humedecer la erisipela, lo que sin duda tiene
su razón de ser, pero cuando se hace con el específico apropiado, la cosa no sólo es desprovista
de peligro, sino que además hace desaparecer toda inflamación y fiebre de cual-quier lugar
que sea, cabeza o muslo. Si la llaga está abierta, se debe la-var a menudo con este agua y
utilizar en compresa, esto tres veces al día; entonces el pus se escapa de ella y cura
completamente. En suma, puede utilizarse con éxito no sólo contra la erisipela, sino contra
otras infecciones inflamatorias, pues acaba con los tumores endurecidos, ex-trae de ellos el
humor maligno acumulado, a través de la piel, y se po-dría escribir todo un libro sobre este
único bálsamo. "

Se puede también, por un procedimiento relacionado, preparar a partir del vitriolo de cobre el
gran antiepiléptico de Paracelso. Pero, también ahí, no se debe emplear más que el vitriolo
nativo, que es muy difícil de procurarse.
Como se ve, para preparar numerosos remedios espagíricos autén-ticos, no es en modo alguno
necesario poseer el fuego secreto de los Adeptos, incluso si los grandes arcanos no son
realizables sin él.
Vuelta al fuego secreto

El fuego secreto ¿qué es? ¿Cómo se obtiene? Ninguna obra al-química ofrece nada
concluyente a este respecto. Los Adeptos han ro-deado su fuego secreto de una oscuridad más
profunda todavía que la que envuelve a su espíritu de vino secreto. Yo no me arriesgaría a ser
el primero en decir alguna cosa de él. Pero Max Retschiag, el sanador muerto en los años
treinta que había penetrado mucho antes en el estu-dio de la alquimia, se expresa muy
claramente a este respecto en su pequeña obra aparecida en 1926 y tirada sólo con 333
ejemplares: De la materia original del Elixir de la fuerza: el camino de la verdadera Piedra
(Von der Urmaterie zum Urkraft‑Elixir ‑ Der Weg zum wahren Stein). En el capítulo titulado
"De la materia primera de la preparación del Elixir", escribe:

"Nuestros conocimientos sobre la constitución del cuerpo, la es-tructura de las células y de las
entidades vivientes más pequeñas, así como sus funciones, hacen perfectamente posible que
se pueda en-contrar un cierto remedio, constituido de energía latente y con-centrada, que actúe
por ello como remedio universal para todas las enfermedades. Como la fuerza vital es una
fuerza electromotriz, este remedio debe estar constituido de cuerpos capaces de liberar una
ener-gía eléctrica concentrada, tras su disolución en los humores del cuerpo humano, del
mismo modo que existen en las pilas galvánicas ciertas sa-les cuya disolución produce una
corriente más o menos constante en-tre los bornes. De innumerables alusiones hechas por los
antiguos maestros herméticos, se deduce que son igualmente ciertas sales las que entran como
material de base en la preparación del elixir de la vi-da. Estas alusiones se vuelven a encontrar
igualmente entre los pitagó-ricos, entre los esenios y en todas escuelas filosóficas cuyos
maestros habían adquirido el más alto grado de la iniciación egipcia, tales como Pitágoras y
Moisés.
"La sal, en tanto que término colectivo que engloba todo lo que se cristaliza, es, según los
antiguos maestros, el primer ente, pues toda ma-teria se deja reducir a una forma salina. Es la
palabra de Dios devenida materia; en una sal particular, un agente celeste, hijo del divino fuego
solar, se une a una terrestreidad, para dar una encarnación salina.
`Esta sal se compone de una humedad mercurial y de una grasa sulfurosa, y las dos esencias,
opuestas la una a la otra, forman, como el alcali y el ácido con la sal, la trinidad, origen de la
vida. La sal es siem-pre semejante a sí misma, su alma cristalina viviente da constantemen-te
nacimiento a las mismas formas, no difiere sino por el lugar y las circunstancias de su origen.
Revela su noble procedencia en el paren-tesco cercano de los nombres latino Sol y Sal, y la
verdadera alqui­mia es la Halquimia, la `cocción de la sal' (χνω ‑yo fundo, yo cuezo). En la
antigüedad, grandes honores se rendían a la sal; durante la cele-bración de las grandes alianzas,
se colocaban la sal y el fuego en medio de la asamblea. La sal era siempre aportada la primera
sobre las mesas y retirada la última; se la honraba al pasar con una reverencia. Duran-te la
comunión de la joven asamblea cristiana, la sal estaba constante-mente presente, al lado del
pan y del vino, y se ponía una pizca de sal en la boca de los bautizados. Todavía hoy en dia,
se ofrece simbólica-mente el pan y la sal, como sé había hecho en los días bíblicos. Se
en-cuentran con este motivo menciones frecuentes en el Antiguo Testa-mento. Se lee en el
segundo capítulo del Génesis, v. 10‑15, una alu­sión enigmática que ha dado lugar a numerosas
controversias, pues los países y los ríos mencionados ahí no deberían ser buscados por los
geógrafos; no se los podría encontrar sobre ninguna carta, incluso an-tiquísima.
"Es a la sal metálica que se refiere al adagio oculto bien conocido:
Visita interiora terrae rectificandoque invenies occultum lapidem v-eram medicinam, y es por
el signo simbólico por excelencia que es repre-sentada la sal secreta de los filósofos: un globlo
crucífero rodeado de un círculo horizontal en medio y de un semicírculo en su parte supe-rior.
La profunda significación de este signo no es comprensible más que para los iniciados.
La sal, de origen celeste, concebida por una madre terrestre, nace en un establo. Tras haber
vencido a la muerte, resucitará con un cuerpo nuevo, glorioso, para devenir el salvador de la
humanidad su-friente, del mismo modo que Cristo devino el Salvador de la humani-dad
espiritual. "

[1] Nota del Autor: La cual debe ser previamente enrojecida al fuego.

Vuélvase a leer esta frase comparándola con el pasaje de Fulca-nelli, citado al comienzo de
este capítulo: "Acostado sobre la paja de su pesebre, en la gruta de Belén, Jesús, ¿no es acaso
el nuevo sol que trae la luz al mundo?. . . " En las dos citas se trata del mismo conoci-miento
secreto de un profundo misterio cósmico, cuyo sentido no es puramente simbólico, como lo
querría C.G. Jung; debe ser compren-dido en el espíritu de la verdad, válido para todos los
planos, tanto para lo bajo como para lo alto.
Sol ‑ Sal ‑ Salamandra ‑ Sal de las cavernas ‑ Halquimia ‑cocción de la sal que conduce a la
Salud: ¡Salus!
En la sal (comprendida en el sentido más vasto), la luz es rete-nida mágicamente cautiva.
Liberarla de nuevo, esto es la halquimia, y esta sal nacida de nuevo es el fuego secreto de los
Adeptos.
La luz mágicamente aprisionada en la sal y que se quiere liberar de ella: ¡he aquí sin duda una
noción aberrante para el físico de hoy en día! Y sin embargo, es así.
Si los Adeptos han rodeado su sal secreta de las más profundas ti-nieblas, existe sin embargo
un escrito de fines del siglo XVIII que tie-ne por objeto el misterio de la sal. Esta obra fue
publicada sin nombre de autor (se presume que se trataba de F. C. Oettinger), bajo el título
siguiente: El Secreto de la Sal, la más noble criatura producida por la mayor bondad de Dios
en el reino de la Naturaleza, por Elias Artis-ta Hermética, 1770 (Das Geheimnis vom Saiz, als
dem edelsten Wesen der htichsten Wohltat Gottes in dem Reich der Natur). Este texto de 142
páginas ha devenido casi inencontrable. Apareció de él una reedi-ción alrededor de los años
veinte si no me equivoco, con una introduc-ción de H. Wohlbold que pasa de lado lo esencial.
El libro comienza por la frase: "La sal es una buena cosa, dice Cristo, voz de la Sabiduría
eterna. " Un comentario detallado desbordaría el marco de este estu-dio y nos contentaremos
con reproducir de ella algunos pasajes, a tí-tulo de desarrollo de las citas de Max Retschlag,
ya dadas.

Párrafo 6:
"La sal tiene su esencia, su origen y su nacimiento de dos extre-mos o centros, del celeste y
del terrestre, y en éste último actúa toda-vía un tercero, lo que demuestra las partes
constituyentes que la dan su ser. La primera, por su naturaleza celeste, la da una cualidad
espi-ritual, invisible e inaprensible, que es denominada espíritu, forma ac-tiva, fuego espiritual
mercurial o nitro celeste. La segunda, terrestre, bien que no haya nada de terrestre en ella, sino
que el espiritu celeste, como simiente astral, se ha coagulado en su surco o en su matriz, se
espesa ahí, se coagula y toma ahí un cuerpo de una consistencia pé-trea. La tercera es el éter o
el elemento activo, del que Hermes dice: "El viento la ha llevado en su vientre", es decir, la ha
comunicado su fuerza aérea, la ha sembrado y la ha impregnado con su alma sulfuro-sa, con
su espíritu sulfuroso ígneo, con el ser espiritual ígneo que es un ácido, un ser de 1uz y de
fuerza, un alma y una vida, el nitro celeste o simiente astral. Esta simiente, el viento la ha
conducido a la tierra, a la nodriza, a la madre que debe engendrarla y conducirla a su
naturale-za esencial, que es la Sal de la Naturaleza. "

Párrafo 56:
"La Sal sacada de las cenizas tiene una gran potencia y hay mu-chas virtudes ocultas en ella,
pero Basilio Valentín escribe que la sal no es buena para nada si su interior no es puesto en el
exterior e inver-tido. Pues es solamente el espíritu quien da la fuerza así como la vida; el cuerpo
por sí solo no tiene aquí ningún poder; si puedes encontrar aquél, tienes entonces la sal de los
maestros y verdaderamente el aceite incombustible. Sin embargo, debes ser prudente en la
elección de esta sal, pues entre todas las sales no hay sino una que sea útil a los sabios; de
naturaleza terrestre, Metálica y saturnina, de la que hay que hacer salir no solamente la sal,
sino su fuerza interna esencial, es decir, su espí-ritu y su alma ocultos en su interior, que es un
aceite incombusti-ble. . . En conclusión, decimos aquí; que la sal es una criatura tal que su
virtud y propiedad sobrepasan todo lo que podría proferir de ella la lengua para rendir por ella
suficientemente homenaje a Dios, y to-do lo que podría escribir la pluma de ella para el
bienestar del mundo.
"Rhasis dice que en el mundo sublunar no hay cosa tan noble como esta sal, supuesto que sea
invertida y que su interior sea puesto afuera. La sangre de la Naturaleza, dice que toda la
ciencia de esta sal consis-te en saber volver volátil su parte fija y fija su parte volátil. "

Y para terminar, el párrafo 42:


"Los antiguos romanos, espartanos, egipcios y otros pueblos, han tenido igualmente la sal en
gran estima, elevándola ‑como lo refiere la crónica‑ Pirámides y columnas, sobre las cuales
han representado a un lado un dragón mordiéndose su cola, como si fuese a devorarla, sin cesar
de conservar su integridad; y, del otro lado, dos dragones: uno con alas y el otro sin alas, de
los que cada uno muerde la cola del otro como si fuesen a devorarla. Es así que han significado
la unión del fijo y del volátil, o bien la victoria del volátil sobre el fijo, según lo que es-cribe
Nicolás Flamel con este motivo. "

El simbolismo de los dos dragones

El dragón superior alado y el dragón inferior áptero, que se devo-ran uno al otro, constituyen
el símbolo más extendido de la lengua hermética. Es el símbolo más significativo, pero
también el menos comprendido. Decir, en efecto, que el dragón superior corresponde al volátil
y el dragón inferior al fijo, no es sino una mezquina revelación para el entendimiento común.
Sin embargo, el presuntuoso que se consagre a la elaboración de los arcanos y sobre todo de
la piedra, sin saber qué substancias simbolizan los dos dragones, tomará una ruta fal-sa desde
el principio. En el primer capítulo de este libro, capítulo que ha dado su título a toda la obra,
hemos dado una explicación del sím-bolo del doble dragón, tan claramente como era lícito
hacerla. Sin em-bargo, para evitar al lector referirse a ella, y al mismo tiempo para es-clarecer
este tema bajo otro ángulo, vamos a tratar de ello aquí más claramente.
Los Rosa‑Cruces y los maestros no han hecho nunca un secreto de la naturaleza del dragón
alado. Se habla abiertamente de aquél en la segunda edición de la Aurea Catena, publicada en
1781, con numero-sos comentarios por el médico rosacruz Anton Joseph Kirchweger de
Mährisch Kromau. (La primera edición, sin comentarios, conocida por Goethe, apareció en
1723 en Leipzig.) Kirchweger da igualmente una indicación del todo clara sobre el dragón
superior en su obra aparecida en Berlín en 1790, en el Microscopium Bisilli Valentini, ya
citado en el primer capítulo:

"Tenemos en nuestro reino un cierto león omnium sublunarium gobernator et actor, muy
común en todos los lugares. No solamente los hombres, sino los corderos también, lo pisotean
en su ignorancia, pues les es compasivo y los corderos mismos le ofrecen una parte de su
subsistencia. En su gloria y en su autoridad, este león es feroz cuando su cólera se desencadena.
Su potencia es tal que todos los dioses le es-tán sometidos. En la sangre de este león reinan la
sangre del Sol y de la Luna, con una potencia que los que tratan diariamente con él y no lo
utilizan más que en empleos viles no pueden suponer. El verdadero ju-go blanco y rojo está
sin embargo oculto en él, como lo demuestra su resolución en leche blanca y sangre roja. Todos
los sabios suspiran tras él, pero bien raros son los que le conocen, como consecuencia de un
prejuicio natural. Se le maneja todos los días, y se desdeña a causa de su origen rústico; se
acomoda con cosas muy comunes, lo que los an-tiguos han descubierto al precio de tantos
cuidados y penas. Ellos han recibido en su corazón con gran contento este hijo del sol y de la
luna, tras haberlo reconocido y encontrado.
"No se le estima nada, por cuanto que se le encuentra comúnmen-te en el estiércol, pero pese
a todo el desdén que se tiene por él, no po-demos pasarnos sin él, ni para las menores obras,
ni para la medicina; debe ayudarles a regular y a acomodar todo; es el verdadero baño de
nuestro Saturno en el cual Diana se pasma de amor. Apolo recibe de él un bello resplandor. Es
la verdadera lluvia de oro de Júpiter; Marte y Venus revelan sus colores en él; Mercurio es su
mejor amigo, pues su-blima su cuerpo hasta darle una forma celeste. Cuando este León
en-gulle un Águila, es tan poderoso que puede combatir con el más gran-de rey y todos sus
sujetos y abatirlos completamente, para a continua-ción regenerarlos en lo que eran antes.
"¡Oh mundo ciego, que no reconoce al Ens naturae concentra-turn, la quinta essentia solis et
lunae et omnium rerum! ¡Tienes ante ti el fuego suficiente, la substancia furiosa del jugo
ardiente; el mayor corrosivo de la misericordiosa naturaleza, y te apartas de él como del diablo,
por ignorancia pura e inatención! ¡Oh! Si conocieras su esplen-dor y su potencia, tus rodillas
se plegarían ante él más a menudo que ante los señores más poderosos de la tierra. Buscas en
centrum centri y no sabes lo que tienes entre las manos; buscas el spiritus mundi en el mundo
entero, y hasta en el Nilo de Egipto, y no lo apercibes delante tuyo. Ves su fuerza con tus
propios ojos y le dejas desvanescerse en el aire sin tener cuidado de ello. ¿No merece pues tu
atención, cuando está probado y es mostrado visiblemente, claro como la luz del día, que, del
mismo modo que todo ha sido hecho del agua, puede, más que ninguna otra cosa en toda la
naturaleza, cambiar de nuevo todo en agua y en forma líquida? ¿No se impone la materia a
reflexión? ¿Te-mes su crueldad y no has aprendido que un jugo del reino de Baco,
in-significante y sin embargo venerable, transforma su rudeza y su caus-ticidad y lo vuelve tan
dulce como el azúcar puro? ¡Oh, alquimistas, abrid pues los ojos, captad la luz de la Naturaleza,
buscad el bálsamo allá donde se encuentra! No está lejos, ahí, delante de tu nariz, en todas las
cosas de este mundo, y todos los abaceros lo venden a vil precio. "

Incluso un profano reconocerá en estas citas la alusión al ácido nítrico, del que los alquimistas
han hablado bajo el nombre de fuego as-tral, y que no es otro que el dragón alado superior.
Los alquimistas nunca han ocultado en sus escritos el método de preparar el ácido ní-trico. Los
salitreros estaban extendidos por todas partes en esta época, y el estado de refinador de salitre
era un oficio bien definido.
Los alquimistas sabían perfectamente que no había nada que sa-car del conocimiento único
del fuego superior, ni para prepararlos ar-canos, ni para preparar la piedra filosofal. Mencionan
su fuego astral, su dragón alado superior, con tarta más complacencia cuanto que ello desviaba
la atención del dragón de abajo que no era así sino mejor de-jado en la sombra. Es este mismo
artificio el que se encuentra en Aurea Catena Homeri. Esta obra, por otra parte admirable, no
contiene ningún engaño deliberado, pero toda la atención está en ella desvia-da en provecho
del dragón superior, pese a que nada se dice del dra-gón de abajo, de suerte que quien trabaje
según estas indicaciones no obtendrá ningún resultado satisfactorio y no se apercibirá siquiera
de que algo esencial se ha omitido en ellas. Es igualmente por esto que el investigador sin
malicia se esforzará vanamente en obtener la dulcifi-cación: pues el digno jugo del reino de
Baco ‑como se dice en el pasa­je citado de Kirchweger‑ no basta por sí solo, cualquiera que
sea su importancia. La condición previa del éxito de esta operación es el do-ble fuego secreto,
realizable por la unión íntima del dragón superior y del dragón inferior. Es el doble fuego
secreto salino de los Adeptos: la salamandra. El autor debe dejar sin respuesta la‑pregunta
planteada por R. Bernoulli en su ensayo mencionado en el primer capítulo de este libro: ¿Qué
se hace con él? Desde hace milenios, un espeso velo re-cubre el fuego secreto de los Adeptos,
y la maldición siempre actuan-te de los maestros alcanzaría todavía hoy en día al que revelase
este secreto al profano.
Los dos primeros versos del poema de Basilio Valentín, titulado De prima materia lapidis
philosophici, podrían quizá acercar al buscador de la verdad, bien que este poema no trate de
la preparación de la sal ígnea, sino que concierna, como casi todas las indicaciones de los
maestros, al tratamiento ulterior de la prima materia, ya preparada. La piedra de la que se trata
en el caso de Basilio Valentín es ya la prima materia penosamente adquirida. Recordemos este
poema maravillosa-mente revelador, del que ya hemos citado algunos versos en el primer
capítulo de este libro:

Se encuentra una piedra de precio vil


De la que se saca un fuego volador,
Del que la piedra misma es hecha,
Compuesta de blanco y de rojo.
(Recipe vinum rubeum vel album), y a continuación:

Pero ella es piedra y no piedra,


Pues sólo en ella actúa la Naturaleza.
Sale de ella una clara fuente,
Para abrevar a su padre fijo...

(La fuente: se trata del spiritus mercurii, destilado a partir de la prima materia.) ¡Sapienti sat!
Repitámoslo. No se trata aquí de la prepa-ración de la sal ígnea, del fuego secreto de los
Adeptas. Sin embargo, gracias a la multiplicidad de sentidos que caracteriza los escrito, de
Ba-silio Valentín, como de todos los Adeptos en general, se podría ahí descubrir quizá, con un
poco de olfato, el escondrijo del dragón infe-rior... He aquí la continuación del poema:

Esto no es nada, dice el filósofo,


Sino un doble Mercurius.
No digo más de él, está nombrado,
¡Dichoso quien lo conoce justamente!

En la Disertación final, Basilio Valentín vuelve sobre esta piedra que no es sin embargo una
piedra:

"Así, el spiritus coagulatus in metallis debe ser reducido de nuevo en azogue por el arte, y este
espíritu debe a continuación devenir agua, su materia prima, a saber el agua mercurial.
Entonces es una pie-dra sin ser una piedra no obstante, de la que se prepara un fuego volá-til,
bajo la forma de un agua la cual hace ruido, disuelve y lava a su pa-dre fijo y a su madre volátil.
. . Del mismo modo nuestro oro posee un imán y este imán es la primera materia de nuestra
gran piedra. Si com-prendes mi discurso, eres rico y dichoso más que nadie en el mundo. "

Pese a sus estudios consagrados al simbolismo alquímico, C. G. Jung no ha llegado aún a esta
comprensión.
En fin, para esclarecer bajo otro ángulo el oscuro problema de la materia remota y de la materia
prima, citemos un pasaje del pequeño libro que Marsilio Ficino ha consagrado a la piedra
filosofal (traduc-ción alemana aparecida en Nuremberg en 1667):

"Los filósofos pretenden que su piedra se encuentre por todas partes, sobre las montañas y en
los valles, e incluso en los hoyos de la tierra y en los roquedales huecos. Soy de la opinión de
que esta propo-sición ha sido falsamente interpretada por muchos, y ahí se encuentra el origen
de todos los errores cometidos por los antiguos y por sus su-cesores, por todos los que,
buscando su piedra en la sangre, en los hue-vos, en la orina y en otras cosas semejantemente
inútiles, se han agota-do en vanos trabajos hasta su último día. Sino que debes comprender
esta proposición así: del mismo modo que el sol celeste está presente por todas partes con sus
rayos, del mismo modo nuestro sol terrestre, el oro, se encuentra por todas partes en el vaso
entero, es decir, en el pequeño mundo, con sus surcos; sobre las montañas, es decir, en el
capitel del alambique, en el cielo, así como en las cavernas de la tierra, es decir, en el fondo
del vaso.
"Dicen también que nuestra piedra nace sobre dos montañas, en el cielo y Sobre la tierra.
Compréndelo bien: en el vaso. Declaran tam-bién que la piedra se encuentra en todas las cosas:
esto quiere decir en todos los metales. Item. Puede comprenderse como sigue: que la
na-turaleza existe en cada cosa, ya que ella tiene todos los nombres y es el mundo entero. Es
por esto que esta piedra posee todos los nombres y se dice de ella que se encuentra en toda
cosa, bien que se encuentre en mayor cantidad y más cerca en una cosa que en otras, porque
los fi-lósofos no desean y no exigen más que la naturaleza prolífica de los metales.
"Es por esto que dicen también que los ricos, es decir, los pueblos perfectos, es decir, el oro y
la plata, poseen esta naturaleza prolífica. Los pobres, es decir, los metales imperfectos e
inferiores, no la poseen. Pues la naturaleza prolífica del oro y de la plata es mucho más
perfec-ta y más refractaria al fuego que la de los otros metales.
"Los filósofos buscan también una cosa fija y perdurable que go-bierna al mundo entero; es
decir, el sol y la luna. Es por esto que el sol dice: yo soy la piedra y la piedra está en mí.
"Los filósofos dicen también: esta obra de la piedra es un trabajo de mujer y un juego de niños.
La mujer es ora el mundo terrestre, ora el Mercurio, y es por esto que parece que lleva a cabo
el trabajo entero.
"Los jóvenes muchachos juegan con la piedra, es decir: los tres elementos con la tierra. O
también: los cuerpos inferiores juegan con la piedra de oro y de plata, cuando la han aumentado
al final.
"Dicen del mismo modo: los muchachillos juegan con esta piedra y la arrojan. Esto quiere
decir: los tontos ignorantes y sin experiencia arrojan la tierra negra, tras haber retirado de ella
sus elementos por la sublimación; y menosprecian esta tierra que queda al fondo del vaso. "

Del fuego secreto a los arcanos y al elixir

La preparación del doble fuego secreto (existe también un fuego triple, salido de los tres
reinos) es el gran trabajo preparatorio indispensable que los alquimistas llaman `trabajo de
mujer', pues recuerda a un trabajo de lejía, por analogía con el trabajo de los refinadores de
salitre. Es así al menos al comienzo, pero la continuación de este tra-bajo deviene
singularmente complicada y no puede ser realizada más que si se conocen exactamente la
medida, el número y el peso. Es por esto que los alquimistas hablaban también del trabajo de
Hércules Una vez que este fuego secreto, doble o triple, está preparado y es `vuelto espiritual',
por hablar la lengua hermética (aunque se trate igualmente de un procedimiento químico), la
vía está abierta a los ar-canos y a la lapis. Está abierta al menos al investigador experimenta-do:
insistimos sobre este último punto.
La preparación de los arcanos es la misma que la de la lapis por la vía llamada seca y corta, o
más bien es una de las etapas de esta vía, bien que sea una etapa ya avanzada; pues sin el fuego
salino doble espi-ritualizado, el Alkahest, los arcanos no son realizables.
El fuego salino doblé o triple es también el agua solvens, el Circu-lado mayor o menor de
Paracelso, según su grado. Los metales, los mi-nerales, así como los corales que entran en la
preparación de los arca-nos, son tratados por el fuego secreto salino, y pasan finalmente con
este último en la destilación. Hay que observar igualmente que no se deben emplear a este
efecto más que los metales naturales, es decir, nativos, lo que vale particularmente para el
antimonio.
La vía llamada húmeda y larga, pasando de la preparación del spi-ritus vini philosophici a la
del mercurio de los sabios, y después al es-píritu de vino secreto: "Recipe vinum rubeum vel
album" no contem-pla los arcanos. La piedra, el elixir, o la tintura acabada al blanco o al rojo
es sin embargo el mayor de los arcanos. Como lo dice justamente Max Retschlag, es un
remedio que, por la energía latente y concentra-da que desprende en las células, actúa sobre
ellas como un remedio universal. Esta representación responde perfectamente a nuestro
cono-cimiento presente de la constitución del cuerpo y de la estructura de las células. Max
Retschlag, que ha practicado él mismo la alquimia, llegó a un elixir salino de gran poder
curativo, sin que hubiese poseído sin embargo la piedra. En el capítulo "Ensayos prácticos y
sus resulta-dos", escribe:

"Ensayos proseguidos durante años, fundados sobre antiguas obras herméticas accesibles, han
conducido a un elixir cuyo efecto re-cordaba en diversos aspectos a lo que se atribuye al Gran
Elixir. Su preparación exige un trabajo extremadamente sutil, que dura nume-rosos meses y
que no es posible sino a una escala muy reducida. Pero el éxito compensa ampliamente los
esfuerzos, el tiempo y los gastos empeñados. El carbono y los elementos que le están
asociados, en particular el ázoe, deben entrar en este elixir bajo la forma de sales
dinami-zantes. No se trata sin embargo de sales `bioquímicas' ni de sales áci-das orgánicas,
sino de combinaciones hasta aquí desconocidas o ne-gligidas. Este elixir debe ser prescrito en
dosis relativamente mínimas, más o menos frecuentes según la gravedad de la enfermedad. Se
com-prende que un elixir así tenga efectos igualmente felices sobre los ani-males. La acción
es también favorable sobre el crecimiento de las plantas, pero habría ciertamente que emplear
otra preparación para obtener en el reino mineral un efecto comparable a los resultados
ex-traordinarios que los antiguos maestros herméticos han obtenido con su elixir secreto':

El autor no podría afirmar que Max Retschlag haya conocido el secreto del fuego de los
Adeptos o que lo haya preparado él mismo. No ha conocido a Retschlag personalmente y
nunca ha visto su elixir salino. Cuando Retschlag dice que su elixir no se deja preparar más
que en pequeñas cantidades, dice ciertamente la verdad, pero en un gran laboratorio se pueden
poner en rueda muchas operaciones a la vez. Sin embargo, no es posible preparar este fuego
salino por cubas enteras, como en las fábricas.
Una de las dificultades principales reside en el aparataje, que falta hoy en día: los alquimistas
trabajaban en condiciones completamente diferentes de las de la química moderna, de suerte
que hay que hacer confeccionar especialmente los instrumentos necesarios, lo que no siempre
es simple, ya que la industria química no está adaptada del to-do a estas exigencias
Tan sorprendente como pueda parecer esta afirmación, los alqui-mistas trabajaban muchos
aspectos de forma más exacta, más precisa y más cuidadosa que las industrias químicas
modernas. La producción del espíritu de vino o del agua destilada en los alambiques de cobre,
el transporte de los alcoholes en recipientes de zinc en lugar de bombo-nas de vidrio, o de los
aceites esenciales en recipientes de hierro blan-co, como tiene lugar a menudo hoy en día, le
parecería inadmisible al alquimista, pues el alcohol o los aceites esenciales conservan así trazas
de emanaciones metálicas. Las destilaciones no pueden ser emprendi-das más que en vasos o
cornudas de vidrio, de porcelana o de cristal de roca; el fastidio de estos recipientes es que se
quiebran en su mayor parte a la primera destilación, bajo el efecto de la dilatación de los
cuerpos tratados, de suerte que estos recipientes no pueden ser em-pleados sino una sola vez,
incluso si son bien circundados y lutados. Es por esta razón que Kunckel se lamenta: "¡Si no
hubiera, rotura de los vasos!"
Así, el que recorre el difícil camino debe prepararlo todo él mismo, comenzando por el spiritus
e vino, destilado a partir de vino li-coroso, hasta el salitre natural y el vitriolo nativo. Puede
tenerse así una idea de las dificultades accesorias del trabajo alquímico, que se en-cuentra
ahora privado de métodos de realización adaptados a la `in-dustria química' de los tiempos
pasados.
En el curso de este capítulo, el autor ha recordado de pasada a al-gunos truhanes e iluminados
que ha tenido ocasión de encontrar en sus peregrinaciones en el laberinto alquímico. Se
recordará a uno de entre ellos que pretendía captar el mercurio directamente del aire, con la
ayuda de ciertas manipulaciones. Bien que este hombre, casi octoge-nario, desnudo de todo
conocimiento químico o de otro tipo, prosiga una quimera desde hace más de cincuenta años,
no deja de tener una vaga intuición del más profundo secreto de los Adeptos. Sin embargo,
incluso entre los que sabían preparar la piedra por la vía seca o húme-da, solamente algunos
han poseído la clave de este último secreto. Los escritos alquímicos no tratan de él más que
raramente, y siempre en parábolas y en enigmas. Uno se pregunta incluso si todos los que han
escrito por alusión han recorrido realmente el camino, o si no hablan de él más que de oídas.
Esta última hipótesis parece más verosímil. No es el caso, para mis conocimientos, ni de Isaac
el Holandés, ni de Basi-lio Valentín, ni de la Aurea Catena (se trata siempre de la vía seca y
de la vía húmeda). Henry Kunrath parece haber tenido conocimiento de ello, si nos referimos
a su libro: Magnesia Catholica Philosophorum, o cómo obtener la magnesia católica oculta de
la Piedra universal secreta de los verdaderos filósofos (...Anweisung die verbogene catholische
Magnesie des geheimen Universaisteins der ächten Philophen zu erlangen, 1599). En
Montfaucon de Villars (1670) se encuentra el pasaje:

"No hay sino que concentrar el fuego del mundo por espejos cón-cavos, en un globo de vidrio;
éste es el artificio que todos los antiguos han ocultado religiosamente, y que el divino Teofrasto
ha descubierto. Se forma en este globo un polvo solar, el cual, estando purificado por sí mismo
de la mezcla de los otros elementos, y preparado según, el ar-te, deviene en poquísimo tiempo
soberanamente propio a exaltar el fuego que hay en nosotros. "

De acuerdo con esta concepción, un teósofo de nuestro tiempo, Van der Meulen, escribió en
1922:

"El éter es puesto en movimiento por los rayos del sol. Quien consigue concentrar estos rayos
por espejos o lentillas, sería capaz de provocar ciertas ondas en el éter (se trata del Prana de
los hindúes y no del éter hipotético, por otra parte sobrepasad, de la ciencia). Así, aquel que
sepa unir la fuerza del fuego elemental con la del ignis essen-tialis, verá aparecer, muy lenta
pero regularmente, gota a gota, un li-quido, un remedio incomparable contra muchas
enfermedades: tuber-culosis, hidropesía, etc.

Pero las alusiones y las instrucciones son incompletas con motivo de esta vía antigua y más
que secreta. El `polvo solar', obtenido con la ayuda de un espejo ardiente, al que se llama de
una forma significati-va sal naturae, debe ser completado por el `agua filosofal' que se obtie-ne
por un método análogo y no menos curioso; reducida por evapora-ción, este agua deja una sal
roja. La preparación del Gran Elixir exige la unión de estos dos ingredientes misteriosos.
Esta vía, la más oscura y oculta, no tiene nada en común con la vía seca y la vía húmeda, por
intermedio del fuego secreto y el espíri-tu de vino secreto, seguidas por la mayor parte de los
Adeptos conoci-dos. La mencionamos, sin embargo, en previsión de preguntas even-tuales. El
autor no ha tenido ninguna experiencia práctica de ella y no sabría por tanto decir nada más de
ella. Esta vía debe por otra parte ser impracticable a priori en Alemania y en los países
nórdicos, donde "el estío no es más que un invierno pintarrajeado de verde"; para citar a
Heinrich Heine: el calor y la intensidad de los rayos solares serían en efecto insuficientes en
ellos; en cambio, Italia y los países meridionales se prestarían más a este método. Se presume
que fue practicado por los iniciados del antiguo Egipto.
La concentración, incluso muy prolongada, de los rayos solares por un espejo cóncavo, no es
por otra parte apenas suficiente para ob-tener este pulvis solaris. Todo trabajo estaría
condenado al fracaso, faltos de poseer el imán oculto, indispensable a esta operación. El abad
Montfaucon de Villars diserta, en su famoso libro, sobre este espe-jo cóncavo y sobre la
posibilidad de establecer relaciones mágicas con los "habitantes del elemento ígneo" por este
medio. A propósito de esto, no carece de interés citar un pasaje de la Opus Magocabbalisti-cum
de Georg von Welling:

"Nos es forzoso declarar que el conde de Gabalis parece ser un bien mísero filósofo: ha oído
bien sonar, pero no ha captado la hora. Sin esto, no habría divagado sobre el medio de
concentrar el polvo solar rojo en un globo de vidrio; se requiere una cosa distinta, en verdad,
pa-ra obtener este azufre macho rojo de los filósofos. Habla bien del glo-bo de vidrio, pero no
dice nada del vehículo magnético."

Lo repito: todo el procedimiento me parece oscuro e ignoro el imán necesario a su realización.


No obstante, tras cuarenta años de familiaridad con el universo alquímico, estoy forzado a
admitir intuitivamente su posibilidad. He pensado durante largo tiempo sino se trataba toda-vía
de símbolos particularmente oscuros, concernientes a la prepara-ción del spiritus vini rubei vel
albi, y por tanto del león rojo y de la leche virginal. Pues, incluso el que tiene conocimientos
sobre la Obra fracasa a veces en su tentativa de descifrar las descripciones alegóricas de los
Adeptos. Hoy en día, sin embargo, ya no puedo rechazar la hi-pótesis de que existe todavía
una vía secreta y diferente para obtener el pulvis solaris, y que es posible preparar la piedra
filosofal con ayuda de este polvo y del `agua filosofal' elaborada por una vía análoga.
Creemos haber alcanzado en este capítulo los límites de lo lícito, e incluso haberlos
sobrepasado. El modo de preparación de uno u otro magisterio no puede ser descrito. Pero
hemos indicado más clara-mente y con menos reticencias que ningún otro autor alquímico, la
dirección en la cual deben comprometerse la reflexión y la búsqueda. La vía que conduce del
espíritu de vino secreto al mercurio de los fi-lósofos, al vino blanco y rojo y, finalmente, a la
lapis, es una vía extre-madamente penosa y larga, pero es también la vía regia y soberana: la
piedra así preparada tiñe mucho más que la obtenida por la vía seca, llamada corta, con ayuda
únicamente de las sales ígneas. La primera de estas vías no puede ser encontrada; es un don
que se recibe. En cuanto a la segunda, se la puede descubrir a fuerza de trabajo y de
perseverancia incansable. Este parece haber sido el caso de Max Rets-chalg, pero él no ha
encontrado sin embargo el elixir tingente.
Como ya se ha dicho: "En la sal, la luz está retenida, mágicamente cautiva. " Se trata de
liberarla de ella, pues "la sal es una buena cosa", como dijo la boca del que fue la luz del
mundo.

De lapide philosophorum

Séame permitido cerrar este capítulo por la conclusión apenas abre-viada, del tratado
Descripción de diversos sujetos físicos, medicinales, químicos y económicos raros y
agradables (Beschreibung interschiedli-cher rarer und schöner physic., medizinischer,
chymischer und oeco-nomischer Dinge), obra póstuma debida a Johannes Otto von Helbig,
editada por su hermano L. Christoph von Hellwig (sic), médico de Er-furt (Francfort y Leipzig,
1704). Estas líneas, consagradas a la piedra filosofal, son de una concisión sin parecido:

"Querría finalmente añadir aquí la piedra filosofal para que las al-mas curiosas puedan
reflexionar más largamente sobre ella, lo que me está prohibido a mi a causa de mis
ocupaciones y de otros desvelos. Estoy por otra parte decidido a renunciar a este trabajo de
ahora en adelante y a contentarme con el conocimiento de este bello secreto, sin poseerlo no
obstante.
"Esta piedra es verdaderamente una piedra, a saber un piedra de tropiezo contra la que algunos
han fracasado cabeza, fortuna, bien y honor, sin haber conseguido nada, visto que pocos
buscan en ella la sa-biduría , sino más bien las riquezas, los honores temporales y la larga vida.
. ., La materia alejada (no describo todo esto más que en algunas líneas) de este magisterio es
el aire; la materia próxima, un agua salina--dulce atractiva; la materia más cercana es una tierra
blanca como la nieve, preparada del agua; la más cercana, en fin, es el mercurio salido de la
doble sal de esta tierra.
`No se puede comprar esta materia en ninguna parte; no se en-cuentra ni en la mar ni sobre la
tierra; en su ser grosero, es capaz ya de abrir el oro más fino y fermentarlo como la levadura.
"Su fuerza es grande en el arte médico.
"Con grandes gastos, con fuertes cogitaciones y con el dinero no se llega sin embargo a nada
en este Arte, sino más bien por la oración, la reflexión y al precio de un poco de esfuerzo. Por
esta vez he dicho lo baste de ella.”

ENCUENTRO PRIMORDIAL DE GOETHE

Vosotros, instrumentos que os reís de mí a gusto.


Dentaduras, ruedas, estribos y rodillos,
Ante la puerta deberíais serme las llaves,
Pero vuestros paletones frisan. . . ¡el cerrojo sigue echado!

***

Misteriosa a la luz del día,


La Naturaleza no se deja arrebatar su velo;
Y lo que no quiera revelar en espíritu,
No lo forzarás de ella ni por palancas ni por terrajas.

Fausto I

La escena maravillosa de la solidaridad alquímica universal se ba-ña todavía en el claroscuro


rembrandtiano que la ensombreció desde el último tercio del siglo XVIII, después de que en
vísperas de la Revo-lución francesa los maestros del hermetismo echasen definitivamente el
cerrojo a la puerta; la llave que cierra e impide la entrada, la llave que abre y no deja a nadie
fuera, reposa sin embargo en el fondo del pozo.
Los últimos momentos de la época que acababa, cuando al menos la tradición vivía todavía y
permitía nutrir la esperanza de que la en-trada siguiese siendo accesible y pudiese ser
descubierta, son los años del joven Goethe.
En el octavo libro de Poesía y Verdad, Goethe menciona un in-cidente misterioso que ha
marcado profundamente su existencia. El valor simbólico de este acontecimiento sigue
inexplicado hasta este día. Se trata del encuentro primordial de Goethe.

Las claves del destino

Los eventos fatales siguen la ley de una realidad espiritual, pero este encadenamiento
irracional se hurta a la descripción histórica, que se detiene en el exterior dé las cosas. Así se
explica que la literatura consagrada a Goethe no contenga ‑pese a su abundancia‑ ni biografía
espiritual cosmológica, ni siquiera una primera tentativa de captar y de interpretar esta figura
de dimensiones universales en su individualidad trascendente. Es por esto también que se han
negligido los momentos, sin duda discretos, que han sin embargo modelado esta existencia.
En estos momentos, las potencias cósmicas del destino aparecen a plena luz. Aquel cuya visión
interior está despierta puede entonces compren-der las fuerzas que sobrepasan al individuo y
labran el destino; en bre-ve, puede adquirir la experiencia viviente del mito de Goethe. Pues
mi-to y biografía espiritual son idénticos. En la vida de los individuos, co-mo en la de los
pueblos, en el trasfondo de cada existencia e impri-miéndola su sentido y su dirección, opera
el elemento generador del mito, lo espiritual, que la visión intuitiva conocía en el origen, pero
del que no quedó más tarde sino un sentimiento oscuro. La clave del destino es el horóscopo;
es el jeroglífico cósmico de la existencia en el cumplimiento de su Karma. Para responder a
esta necesidad de la ley espiritual, Goethe sitúa al comienzo de su biografía los elementos de
su horóscopo breve y claramente esbozados.
Pero si es así, la existencia más banal, vivida en la más completa indiferencia, debía sin
embargo tener, ella también, su mito propio, ya que cada individuo cumple su destino
conforme al Karma, en el retor-no perpetuo de sus encarnaciones, para volver a entrar a
continuación en el mundo suprasensible del que había venido. Posee pues su bio-grafía
espiritual intemporal. Y este razonamiento es justo. Pero nume-rosas almas apenas despiertan
a la conciencia, y su destino es todavía demasiado indiferenciado, demasiado encerrado en sí
mismo, para ju-gar un papel significativo en la marcha de la humanidad. Es por esto que un
destino semejante no puede manifestarse de una manera sim-bólica. Una comprensión intuitiva
de la historia de los mitos permite sin embargo encontrar, en particular en ciertas categorías
de cuentos, ejemplos de mitos tipificantes, en algún modo, del mito general del hombre del
pueblo (minero, pastor, pescador, artesano, vagabundo y otros). En cambio, las figuras
excepcionales de la humanidad, cuyas dimensiones sobrepasan lo ordinario, han forjado y
forjan todavía en nuestros días el mito simbólicamente vivido con su presencia, en la
autenticidad única y ejemplar de una encarnación. Para ilustrar este hecho, recordemos algunos
nombres que pertenecen ya a la historia oficial, y que participan al mismo tiempo del mito:
Homero, Paréci-des, Pitágoras, Alejandro Magno, Simón el Mago, Dionisio el Areopagi-ta,
Teodorico el Grande, Carlomagno, Alberto Magno, Federico Bar-barroja, San Francisco de
Asís, Dante, Paracelso, Shakespeare... Las comunidades nacionales, igual que las
personalidades excepcionales, se expresan bajo una forma mítica, a medida que nos alejamos
de ellas en el tiempo. Pues no se trata de una noción abstracta, sino más bien de la
individualidad diversa, espiritualmente real, de las almas popula-res; y es ésta la que
permanece finalmente, bajo una forma simbólica duradera, desembarazada de lo accidental,
de todo lo que pertenece a la simple anécdota histórica. Así el mito es la única historia
verdadera, lo que no registra más que lo que pertenece al espíritu y elimina la efemérides
accesoria. Esto es verdad en primer lugar para el mito de la lejana prehistoria, de ese tiempo
original en el que la intuición perci-bía aún el mundo suprasensible, con todas las fuerzas y
esencias espi-rituales actuando por detrás del conjunto de los fenómenos y de los
acontecimientos terrestres, de un tiempo en el que los centros iniciá-ticos conservaban y
transformaban en leyenda el conocimiento así adquirido. El hombre prehistórico, más cercano
también a su patria es-piritual de origen, demasiado absorbido en la contemplación visiona-ria,
experimentaba necesariamente el mundo material como el maya. Las cosas que le rodeaban le
parecían no ser sino una ilusión a la que no merecía la pena aferrarse. Los acontecimientos que
se desarrolla-ban ante sus ojos apenas despiertos no le parecían en modo alguno dignos de ser
retenidos. Su propia existencia, todo lo que da forma y dirige el destino humano general y
particular, recibía así, a través de su experiencia interior, una expresión mítica. El cielo
estrellado toma-ba la forma de un universo de dioses escribiendo las leyes eternas, en el sentido
de la astrología. La naturaleza espiritual y sensible aparecía en su equilibrio perpetuo, tomando
y restituyendo por turno: "Lo que está arriba es como lo que está abajo." Era abordada con
respeto y humildad por una visión que debía encontrar su expresión conscien-te en la alquimia.

El obscurantismo moderno

Con el despertar de la facultad del juicio racional, la ruptura del intercambio espiritual viviente
con el mundo suprasensible se manifes-tó por las primeras meditaciones especulativas sobre
el yo y sobre el universo, bajo la forma de un razonamiento conceptual lógico. Y esta misma
etapa de la evolución humana corresponde no solamente al na-cimiento de la filosofía, sino
también a la aparición de la Historia ba-nal, limitada en adelante únicamente al inventario de
los aconteci-mientos superficiales. Pues aquello que más conmueve, lo que preocu-pa al
hombre sobre todo, que abre el ojo y el oído al mundo sensible y se esfuerza por descubrir en
él su lugar, son los incidentes que le conciernen a él mismo o que se desarrollan en las tribus
más o menos próximas. El mito cargado de alma y de espiritualidad cede el paso a la Historia
que cada siglo vuelve un poco más material, a la Historia oscurecida por las simpatías y las
aversiones, zarandeada sin cesar entre las opiniones contrarias, sometida a mil azares, y
devenida finalmente extraña a todo valor espiritual, incapaz incluso de captar las relaciones
secretas que se ocultan tras los fenómenos sensibles. Pero aunque la Historia estaba constituida
desde hacia largo tiempo como medio, úni-co en lo sucesivo, de perpetuar el recuerdo de la
existencia humana y de la vida de los pueblos, las formas espirituales generatrices de mitos no
dejaban menos de seguir actuando en ella. Sus manifestaciones se vuelven a encontrar todavía
en plena época del Renacimiento. El re-chazo de la astrología no comienza sino muy tarde,
cuando el univer-so ptolemaico desaparece y la astronomía mecanicista, con la victoria de
Copérnico, rechaza la antigua ciencia, como especulación inconsis-tente. La lucha contra el
abandono de la alquimia ha durado un tiem-po mucho más largo, y hasta en el período de
transición entre el siglo de las Luces y la época puramente materialista, como si el alma
hubie-se sentido oscuramente que con este último renunciamiento, todas las vías de acceso al
universo espiritual serían sepultadas.
La alquimia no se extingue más que con la Revolución francesa. En 1789, se desfonda
súbitamente, y una generación más tarde, las co-sas pasan como si no hubiese existido nunca.
Parece incomprensible que esta ciencia, la más antigua, la más profundamente enraizada y la
más extendida en sus ramificaciones, haya podido desvanecerse tan to-talmente y de una
manera tan abrupta. El caso es por otra parte único en la historia espiritual de la humanidad.
Sin embargó, la explicación se ofrece por sí misma a aquél cuyo examen intuitivo abarca y
discier­ne los encadenamientos ocultos: sólo la desaparición de la alquimia, la pérdida ‑al
menos por un cierto tiempo‑ de este conocimiento eso­térico profundo y espiritualmente
viviente de la naturaleza, podía per-mitir a las ciencias materialistas desarrollarse y adquirir
una posición dominante. Ciertamente, la orientación del pensamiento actual es su-mamente
extraña a una concepción que ve el mundo en la perspectiva de una teología trascendental. Hay
que reconocer por otra parte que esta concepción abocó a menudo a conclusiones que pueden
parecer grotescas cuando son aplicadas a cosas groseramente materiales. La verdad es-piritual
no sigue estando menos en ella. Lessing, en su clarividencia, la ha reconocido en pleno `siglo
de las Luces'. En su última obra, La Educación de la Humanidad, afirma que la marcha de la
evolución hu-mana está sometida a una voluntad espiritual de esencia divina, que le impone
su término y su dirección. A medida que se aleja de su ori-gen suprasensible, el hombre se
hunde cada vez más en la materia y, con esta `materialización progresiva', pierde también el
contacto vi-viente con el mundo espiritual y acaba por cerrarse completamente al espíritu. Sin
embargo, el hombre no puede desarrollar su personalidad, y con ella su libertad individual
querida por Dios, más que por este pa-saje a través de la materia. Es preciso que él se aboque
al materialismo más total, el más exclusivo, para que se produzca el despertar gradual de la
conciencia de sí, en el interior mismo de la materia. Mas, una vez adquirida esta libertad, y
gracias a su libre arbitrio, el hombre puede finalmente triunfar sobre la materia y obtener su
rescate por una espi-ritualización redentora. Sin plantear ningún juicio de valor, nos limita-mos
pues a constatar objetivamente el hecho cosmológico: el alma y el espíritu del mito devienen
la Historia banal, vacía de espiritualidad. La astronomía mecanicista, de la que toda
espiritualidad está ausente, reemplaza al alma y al espíritu de la astrología. La química y la
física materialistas, abandonadas por el espíritu, toman el relevo de la alqui-mia saturada de
espiritualidad. Así, historia, astronomía, física y quí-mica, no, son sino los reflejos materiales,
efímeros, de la astrología y de la alquimia. Finalmente, no son sino maya, sin ser no obstante
ilusiones, sino el algún modo imágenes‑cosas: maya‑realidad.

La ley de los ciclos y del "retorno"


La humanidad acaba de franquear actualmente el punto más bajo, el nadir de esta curva de
evolución. Se encuentra ya al comienzo de un nuevo ascenso que se efectuará lentamente,
igual que el descenso ha-bía sido largo. El hombre aborda sin embargo una nueva
espiritualiza-ción con la facultad del juicio racional, que ha podido desarrollar gra-cias al libre
albedrío adquirido por su pasaje a través de la materia. En la conquista gradual del mundo
suprasensible, la consciencia diurna, lúcida, acompañará en lo sucesivo el nuevo poder de
contemplación intuitiva que no cesará de agrandarse. El hombre devendrá así un ciu-dadano
de los dos mundos, en el verdadero sentido del término; no como antaño Homero, ciego al
mundo material pero, gracias a su vi-sión interior, capaz todavía de percibir el mundo divino
y elementa-ria, y de expresar por la imagen de la creación poética lo que ha podido contemplar
por el espíritu (símbolo y mito de Homero); tampoco como Baldur, el vidente cegado al
conocimiento espiritual y reducido en lo sucesivo únicamente a sus ojos físicos por Hódur el
ciego, con la ayuda de la rama de muérdago, la planta lunar de Loki‑Lucifer (Cre­púsculo de
los Dioses); será doblemente vidente en verdad: el Hom­bre‑Jano.
Los primeros pasos hacia este objetivo lejano se han dado ya. In-cluso si sólo es en algunos
individuos aislados, se discierne ya, bajo la torpeza del debutante, la nueva actitud, más
conforme al espíritu y a la realidad, que adoptará el porvenir en relación al mundo sensible y
al mundo superior. Un día, esta evolución será acabada. Se verá enton-ces esto: una Historia
capaz de abarcar a la vez la parte de delante de la escena y el plan de trasfondo, la historia y el
mito revivido; una as-trognosis afirmada en sus pruebas y en sus fundamentos, gracias a las
aportaciones de la astronomía; una ciencia que reúne la física y la me-tafísica, la química y la
metaquímica, al servicio de un verdadero co-nocimiento de la naturaleza.

Goethe, esoterista e iniciado

Misteriosa a la luz del día,


La naturaleza no se deja arrebatar su velo;
Y lo que no quiera revelar en espiritu,
No lo forzaras de ella ni por palancas ni por terrajas
(Fausto I)

Estas estrofas de Fausto, que, para nuestro conocimiento no han sido nunca elucidadas del
todo, se remontan a la juventud del poeta, a la época de su apasionada lucha por arrancar el
secreto de la alquimia. Toman su origen en el gran tratado cosmológico de Georg von Welling,
Opus mago‑cabbalisticum et theosophicum, y en la obra regia de los Rosa‑Cruces, Aurea
Catena. Estas estrofas contienen, prácticamente desconocida hasta este día, la clave del secreto
íntimo de Goethe, la llave misma de su laboratorio interior. Es el "secreto público y sagra-do"
del que hablará más tarde. Cada vez que él se aproxima a los arca-nos más profundos, gira
‑consciente o inconscientemente‑ alrededor del mismo polo. Tras cuarenta años pasados en un
universo totalmen-te diferente, Goethe, sexagenario, resucita el recuerdo de la Aurea Ca-tena
en el octavo libro de Poesía y Verdad. A través del tono pondera-do y reservado, el lector
sensible a las substancias percibe las vibracio-nes atenuadas que agitan todavía
inconscientemente el alma del poe-ta, las resonancias del efecto lejano producido por este libro
sobre el joven de veinte años apenas que, en compañía de Suzanne von Klet-tenberg, se
empeñó en el estudio de la alquimia.
"Me gustaba particularmente la Aurea Catena Homeri, que pre-senta la naturaleza, de una
forma quizá imaginativa, en un bello en-cadenamiento. . . ". Es cierto que, muy poco después
de sus absorben-tes estudios alquímicos y la tentativa sin embargo fallida de realizar el
descenso de las Madres, tan pronto como acabó el semestre del invierno de Francfort y desde
el período de Estrasburgo, Goethe fue atraído cada vez más por las corrientes contemporáneas,
que actuaban más bien sobre los acontecimientos exteriores, y por el despertar lite-rario del
Sturm und Drang al que estaba llamado a conducir a su más pura cima. Pronto, con la
publicación de Cöthz y del Werther, su propia gloria le impulsó sobre la vía que le estaba
predestinada. Por otra par-te, sus esfuerzos incesantes por comprender la naturaleza le han
permi­tido renovar la orientación de la ciencia ‑o, al menos, del método científico‑ y encontrar
así una compensación a lo que le había sido cerrado antaño por un velo del que no había
levantado más que el bor-de. No es menos cierto que en lo más profundo de sí mismo y,
final-mente, quizá sólo en su subconsciente, nunca ha podido superar el fracaso ante el templo
de Hermes. Pero la experiencia de este límite se ha transmutado en él, para devenir el fermento
de su genio creador. Así, desflora sin cesar lo que había buscado desde el principio: el Fausto
que le acompaña toda su vida porta el testimonio de ello de principio a fin. Goethe, a quien
fue confiada la misión alemana y euro-pea, fue también el único en recibir el privilegio de
acercarse, cuando era muy joven, al misterio original, y de presentarse realmente ante la estatua
velada de Sais que, sin saberlo, le acordó la iniciación: así, ha podido realizar, al acercarse a
la vejez, la conversión de lis fuerzas de Eros en las de Perséfona, mientras que el que no ha
podido realizar este pasaje debe necesariamente tropezar de una manera u otra ante este
obs-táculo. Lo importante de esta conversión aparece particularmente en el poeta, porque él es
el más locamente pródigo de las fuerzas de Eros: Hölderlin y Nietzsche se sepultan en la noche,
Schiller deja la existen-cia, Federic Schlegel y Brentano se enrolan en la Iglesia, la voz de
Eichendorff se extingue casi completamente, durante su vida, Stefane George devine su propio
monumento, y Hoffmannsthal y Rilke in-terrumpen también su curso en este cruce de caminos.
En toda personalidad notable cuya vida y obra nos son más o menos perfectamente conocidas,
se pueden desprender, como acaba-mos de hacerlo, los impulsos subterráneos y secretos (que
no se dejan sin embargo descubrir por la vía del psicoanálisis). Estos instintos ig-norados por
la conciencia provocan ‑conforme a una necesidad su­perior del Karma‑ situaciones y eventos
aparentemente debidos a una fatalidad exterior, que permiten al individuo sufrir precisamente
las experiencias que sirven al desarrollo temporal e intemporal del Yo, a través de sus
encarnaciones sucesivas. Así el destino se revela como siendo la substancia propia del alma.
Tales son igualmente la cave y la ley de la astrología, manifestadas por la acción conjugada
del Astro, en el hombre y fuera de él, según la concepción de Paracelso.

Una enfermedad "metafísica" tratada por un extraño médico

Al término de estas consideraciones, volvamos al acontecimien-to que Goethe menciona de


una manera tan misteriosa en el octavo libro de Poesía y Verdad, acontecimiento que le ha
iniciado a sumir-se en el estudio de la alquimia. Goethe volvió de Leipzig seriamente enfermo,
en septiembre de 1768, y su mal ‑que no se dejó definir exactamente‑ se agravó rápidamente.
Si se exceptúa un cirujano cuyo papel fue secundario, él tratamiento fue confiado a un médico
yatro-químico casi completamente olvidado hoy en día, del que Goethe es-cribe esto:

"El médico, un hombre extraño, de mirada sutil, de trato agrada-ble, pero por otra parte difícil
de penetrar, había adquirido una repu-tación muy particular en el círculo piadoso. Activo y
lleno de aten-ciones, era reconfortante para los enfermos, pero había sobre todo aumentado su
clientela acordando el favor de mostrar a escondidas al-gunos remedios misteriosos que había
preparado él mismo y de los que nadie debía hablar, pues estaba rigurosamente prohibido entre
no-sotros confeccionar sus propios medicamentos. Se mostraba menos se-creto con ciertos
polvos, probablemente digestivos; pero de la impor-tante sal que no debía ser empleada más
que en caso de extremo peli-gro, sólo se hablaba entre los fieles, bien que nadie hubiese visto
nunca esta sal, ni experimentado su efecto. Para provocar y afirmar la fe de sus enfermos en
la existencia posible de un tal remedio universal, el médico recomendaba a los pacientes que
le parecían dotados de cierta apertura, ciertas obras de mística y de química alquímica,
haciéndoles entender que por el estudio de estos libros podía uno mismo adquirir este tesoro,
lo que era por otra parte tanto más necesario cuanto que, por razones físicas y sobre todo
morales, era difícil transmitir el secre-to de su preparación. Más aún, para comprender,
preparar y utilizar es-ta Gran Obra, había que conocer la naturaleza en todas sus relaciones
secretas, ya que no se trataba de una cosa particular, sino de un prin-cipio universal que podía
por otra parte obtenerse bajo formas y as-pectos diversos.
"Sin embargo, una durísima prueba me aguardaba: pues una digestión trastornada, se puede
incluso decir que destruida en ciertos mo-mentos, provocó síntomas tales que fui atrapado por
la angustia, cre-yendo perder la vida, y ninguno de los remedios empleados quería actuar ya.
En esta angustia extrema, mi madre, en la desesperación, agarró con una extraordinaria
violencia al turbado médico, para de-cidirle a librar su remedio universal. Tras una larga
resistencia, acabó por volver a su casa tarde en la noche, para volver a paso apresurado con
una pequeña redoma de sal, cristalina y seca, que fue disuelta en agua y engullida por el
enfermo. El producto tenía un gusto neta-mente alcalino. Apenas absorbida la sal, se manifestó
un alivio. A par-tir de este instante, el curso de la enfermedad cambió y se produjo una mejoría
progresiva. No puedo expresar hasta qué punto reafirmó esto la fe en nuestro médico y
aumentó nuestro celo de poseer un tal tesoro. "

¡El mito de Goethe! En el punto de partida de esta vida que ha determinado más que ninguna
otra la orientación del hombre alemán y europeo, se sitúa este incidente decisivo para el destino
físico, mo-ral y espiritual del poeta. No se encuentra apenas existencia alguna que revele tan
claramente los hilos secretos que ligan lo temporal a lo intemporal, por detrás de la superficie
devenida transparente. Estos hi-los son tan netos que el fracaso de todos los biógrafos de
Goethe, sin excepción, ante este acontecimiento esencial, parece incomprensible. Se debe
buscar la explicación de ello en la atrofia completa que ha gol-peado, en el curso del último
siglo, los órganos primitivos, más sensi-bles, destinados a la percepción de lo irracional.
(Corresponde al por-venir desarrollarlos de nuevo). Por otra parte, invadimos aquí "el
do-minio más extraño", un dominio sumamente alejado en todo caso de los carriles de la
búsqueda y del pensamiento de antes y de hoy. Sólo una época futura, más abierta a la
espiritualidad, reconocerá plena-mente que hay que buscar aquí la entrada secreta para acceder
a la esencia profunda de Goethe, para captar sus relaciones con Dios y con el universo, para
comprender en fin "su concepción del mundo" y to-da su actividad creadora que se relaciona
estrechamente con ella; en breve, para alcanzar una comprensión verdadera, libre de prejuicios
científicos y estéticos, despojada de las opiniones y de las tendencias.
Si pretendemos que Goethe ha recibido en el pórtico del Templo hermético la iniciación y los
conocimientos intuitivos de las cosas ocultas, si afirmamos que el saber así obtenido y la
insatisfacción resentida ante lo que no fue revelado maduraron en él en fermento espi-ritual,
ello no quiere decir que la experiencia hermética rosacruz nos parezca el único factor
determinante en la elaboración del destino y de la naturaleza íntima de Goethe; pero es el factor
que ha actuado más profundamente, aquél cuyos efectos han continuado manifestán-dose de
la manera más duradera, y al mismo tiempo aquél cuya exten-sión y alcance metafísicos han
aparecido menos claramente ante su consciencia. Los impulsos y los estimulantes no le han
faltado nunca, ciertamente. La envergadura de su espíritu, su facultad excepcional de
asimilación, le han permitido recogerlos en una abundancia y en una diversidad sin igual.
Mejor que ningún otro, sabía procurarse, en el momento mismo en que tenía necesidad de ello,
todo lo que podía serle útil o necesario, por cuanto que las cosas no se ofrecían a él, no venían
por sí mismas a solicitar a su espíritu. La extensión de su cul-tura no se explica de otro modo.
Pero todo ello es demasiado cono-cido, demasiado a menudo descrito, para que sea necesario
volver a ello. Se trata aquí de una cosa del todo distinta. Esta breve alusión bas-ta para evitar
todo malentendido.
Pero volvamos al acontecimiento descrito por Goethe. En esta cri-sis extrema, fue salvado,
gracias a la apremiante insistencia de su ma-dre, por el médico yatroquímico que le hizo
absorber la misteriosa sal de la que ‑según las palabras mismas de Goethe‑ los círculos más
íntimos tenían buen conocimiento de oídas, pero que no habían sin embargo visto nunca, de la
que nunca habían experimentado el efecto. Este oscuro instante reviste un alcance considerable
en la historia del mundo y de la civilización. Según el testimonio mismo del poeta, el
médico‑adepto consiente por primera vez en recurrir al poderoso arca­no espagírico, para
conservar una única existencia: la de Goethe. Una hendidura sé abre y un rayo de luz cae sobre
el taller oculto en el que se elaboran el destino y la historia de la humanidad, sobre la línea de
división de ordinario invisible al ojo físico, ahí donde mito e historia se interpenetran.
Goethe contrajo en Leipzig una enfermedad que le condujo al umbral de la muerte. Pero la
enfermedad no es solamente un fenó-meno orgánico, un trastorno fisiológico, como lo quiere
una concep-ción materialista limitada. Posee también una contraparte espiritual y moral, bajo
el doble aspecto de causa y predestinación. Para con-formar la constitución física de Goethe
de tal suerte que le permitiese llevar a cabo plenamente su tarea aquí abajo, era preciso que se
produje-se, en este momento particular, un acontecimiento que provocase una suerte de
relajación de los lazos entre su naturaleza física y espiritual. Y es este relajamiento, cuyos
efectos no han dejado de manifestarse durante toda su existencia, el que fue desencadenado
por la grave en-fermedad, casi mortal, indefinible por los medios de diagnóstico de la medicina
oficial, que había comenzado en Leipzig. Esta relajación de las fuerzas espirituales (de su
cuerpo etérico) que le estaba virtualmen-te acordada, pero que no devino efectiva más que por
la enfermedad, protegió a su organismo del peligro de consumirse demasiado rápida y
demasiado apasionadamente ‑como fue el caso de Schiller y en Nova­lis‑. Por otra parte, exaltó
la receptividad de su espíritu hasta tal gra-do, que sus relaciones espirituales con el mundo
exterior y el univer-so suprasensible devinieron del todo diferente de lo que podían cono-cer
sus contemporáneos del "siglo de las Luces", abandonados única-mente a las fuerzas de su
inteligencia racional. A partir de las condicio-nes así realizadas, consiguió más tarde
desarrollar su visión intuitiva hasta el punto de experimentar en su realidad viviente los
arquetipos que Platón llamaba ideas.

El mundo de los espíritus no está cerrado;


Tu sentido está amodorrado, tu corazón está muerto.

Este punto de partida le permite bosquejar, en el curso de su evo-lución ulterior, los principios
fundamentales de una concepción reno-vada de la naturaleza que no se desarrollará sino más
tarde.
Las correspondencias espirituales así descritas de la enferme-dad de juventud de Goethe
permiten comprender que la curación no podía producirse ya de manera banal. Por otra parte,
el límite, a par-tir del cual el retorno ya no era posible, había sido ya franqueado. Las palabras
mismas de Goethe lo confirman plenamente: "Ninguno de los remedios empleados quería ya
actuar." Una intervención particu-larísima era pues necesaria para conservar esta vida que se
escapaba ya, para sujetar de nuevo al organismo la substancia espiritual, incluso si los lazos
debían permanecer más lacios en lo sucesivo. Un remedio or-dinario no podía conducir a este
resultado. Había que recurrir a lo que pertenecía ya al "dominio más extraño", es decir, a los
grandes arca-nos alquímicos. Que la terapéutica y la ciencia corrientes hayan sido incapaces
de conducir a la curación, sino que deviniera necesario ape­lar una vez más ‑y de la manera
más visible‑ a la ciencia hermética de los Rosa‑Cruces iniciados, reviste también una
significación decisiva para Goethe mismo y para el conjunto de la historia espiritual.
El médico‑adepto casi olvidado ha debido conseguir en todo caso un alto grado de
conocimientos espirituales, sin el cual no se obtiene nunca el arcano. Pero ya no es posible
determinar hoy en día en qué medida sabía él por visión intuitiva y adivinatoria de quién y de
qué se trataba. No más por otra parte de lo que podemos saber de qué natu-raleza y de qué
grado de perfección era la sal misteriosa de la salud. Todo lo que Goethe puede decirnos a este
respecto, es que tenía el "gusto alcalino" (quizás una tintura al blanco). Pero ello no importa
apenas. Lo esencial es esto: Goethe, que se sitúa entre la Edad Media y la época moderna, cuya
juventud participa todavía de la primera y la madurez de la segunda, experimentó sobre sí
mismo los efectos bene-factores y saludables de la alquimia, y ello de la manera más total. El
evento se sitúa de una manera simbólica en el giro de la época. Pues veinte años más tarde, a
partir de 1789, no apareció ya ningún libro de alquimia auténtica, los maestros se retiraron
completamente en la os-curidad, y la alquimia que se practicaba aún en las Logias de los
Ilumi-nados no fue ya más que ensayo a tientas sin conocimiento verdadero, vana búsqueda
del secreto sellado.
Pero antes de que estalle la Revolución francesa, en tanto que ex-presión visible de los tiempos
modernos, antes de que la Tradición se interrumpa bruscamente con la retirada a la oscuridad
de los maestros, los filósofos herméticos del siglo XVIII dejan todavía por aquí y por allá
testimonios de una autenticidad indiscutible, que prueban tanto el poder de transmutación de
la piedra filosofal como su ilimitada po-tencia de curación. La inatacable realidad de los
acontecimientos aquí examinados es garantizada por testigos oculares dignos de confianza. Es
por esto que parece tan absurdo reconocer sin la menor vacilación el valor de ciertos
testimonios históricos, únicamente porque el enca-denamiento de los hechos aparece
inmediatamente y da la impresión de poder ser elucidado, mientras que otros hechos no menos
atestigua-dos se ven rechazados al dominio de la leyenda, del error o de la super-chería, faltos
de postulados que permitan explicarlos. Así ocurre con la historia de un maestro alquimista
que se las daba de archimandrita griego, de nombre Lascaris. Recorría Europa en todos los
sentidos, en el curso de los dos primeros decenios del siglo XVIII, y daba en diver-sos lugares,
ante testigos competentes y seguros, pruebas incontesta-bles de la transmutación de los
metales, sea operando él mismo, sea por el trujamán de otras personas a las que confiaba antes
de su parti-da algunos granos de la piedra filosofal. Este hecho está garantizado con tanta
seguridad al menos como otros acontecimientos históricos.
Por primera vez, proclamamos el hecho: uno de los últimos dones intemporales,
simbólicamente legado por la alquimia antes de su retirada del mundo occidental, fue el de
perseverar una existencia única -la de Goethe‑. En señal de gratitud, sin duda, desde la
genera-ción siguiente, se empeñaron en negar todo crédito al arte regio que fue tratado de
fábula, de superstición, de estafa o, en el mejor de los casos, de autosugestión, y se rehusó
obstinadamente reconocer los fe-nómenos cuya realización exige, es verdad, la ayuda de un
saber cos-mofísico superior.
Muy otra fue la reacción de Goethe. Bajo el impulso de la cura-ción que debía al arte
espagírico, se volvió hacia el estudio de la al-quimia, sin duda durante un corto semestre de
invierno solamente, pero con el entusiasmo apasionado que le caracteriza. Así, llegó, si no al
interior, al menos al pórtico del templo hermético. Elevar las cortinas del Santo de los Santos
hubiese exigido un esfuerzo incom-parablemente más grande. Estaba por otra parte destinado
a otra mi-sión. Pero sin la iniciación que le fue acordada en el Narthex, no ha-bría podido
acabar la construcción de la torre cuya terraza permite a Linceo, el guardián, llevar a cabo su
última ronda. Pues, cuanto más alto se levanta una construcción de piedra, más exige
funda-mentos sólidos y profundos. Goethe no ha podido alcanzar la ma-durez que el
observador designa como su consecución armoniosa más que absorbiendo las energías
formatrices de las substancias originales, y asimilándolas hasta volverlas partes integrantes y
substancia propia. No ha penetrado sin embargo hasta la plena luz y a la contemplación del sol
de medianoche. ("La vista sobre el más allá nos está vedada": es por esto que el poema Los
misterios estaba condenado desde el origen a permanecer como un fragmento.) La oposición
expresada en el verso: "insatisfecho a cada instante", condujo a una lucha faustiana sin
relajación durante la existencia entera de Goethe, y fue la única que pudo permitir al poeta
conquistar finalmente el equi-librio:

Vosotros, instrumentos que os reís de mi a gusto


Dentaduras, ruedas, estribos y rodillos,
Ante la puerta deberíais serme las llaves.
Pero vuestros paletones frisan... el cerrojo sigue echado.
El Gran Espíritu me ha desdeñado,
Para mí se cierra la Naturaleza.

Porque había alcanzado la puerta que abre el acceso al corazón de la naturaleza, y ella le
permanecía cerrada, a pesar de los tornos y las palancas, Goethe‑Fausto se vende a
Mefistófeles y toma el camino del exterior. Mas porque ha tenido la osadía de emprender el
peregrinaje a las Madres, "para encontrar el Todo en la Nada", puede ser salvado y sobrepasa
la falange de los bienaventurados inmediatamente después de la muerte. Vuelve a ser así
iniciado, gracias a la consagración que ha recibido inconscientemente en el pórtico del templo
hermético.
"Y lo que encontrará es la Nada", proclama la divisa de un gran alquimista. En las líneas que
siguen, Goethe‑Fausto piensa en los ra-ros elegidos que han encontrado esta nada, incluso si
el sentido del pasaje parece más general (lo que sería una trivialidad indigna de Goe-the); el
contexto disipa por otra parte toda vacilación:

¿No he leído en mil obras


Que el hombre fue atormentado por todas partes,
Salvo un dichoso aquí o allá?
¡Un dichoso que ha visto abrirse ante él el Santo de los Santos del templo hermético! Los
maestros de esta clase, que ofrecen todas las garantías de certeza histórica, son con seguridad
poco numerosos. Goethe mismo menciona dos de ellos en el octavo libro de Poesía y Verdad:
Theofrasto Paracelso y Basilio Valentín.
Esta interpretación aclara la relación de causa‑efecto, y la necesi­dad interior que impulsa a
Goethe a terminar precisamente este octa-vo libro de Poesía y, Verdad por la exposición de su
concepción rosa-cruz del mundo, adquirida en la época gracias al estudio en profundi-dad de
la Aurea Catena, de la Opus Magocabbalisticum de Welling y de los filósofos herméticos.
¿Qué importa si el Goethe prudente de la se-sentena, que había seguido desde estos días lejanos
vías del todo dife-rentes, introduce esta cosmología por el circunspecto giro: "y me construí
así un universo que tenía el aire bastante extraño"? La obje-ción de los pedantes no tiene valor.
La experiencia se había enraizado tan profundamente que había devenido un fermento
espiritual lo bas-tante poderoso para impulsarle, cuarenta años más tarde, a darle for-ma y
duración; que en fin de cuentas todo el Fausto entero está fun-dado sobre ella; que esta
experiencia le transporta de principio a fin, incluso si se aleja de ella cada vez más en su
contenido propiamente dicho.
En cuanto al Cuento, no está permitido pasarlo en silencio, ya que bajo ciertas relaciones
estaría bien en su lugar aquí. No nos alejaría-mos demasiado de nuestro tema si quisiéramos
examinarlo en detalle y, por otra parte, es imposible elucidarlo por algunas palabras de pasa-da.
Contentémonos con mencionar que es sin duda alguna alquímico en sus elementos, bien que
numerosos planos convergentes de igual importancia deben ser considerados para dar una
interpretación defini-tiva de él.Aquél que adopte, sin ideas preconcebidas, y con una cierta
dis-ponibilidad interior, esta visión más profunda, tocante a las substan-cias mismas, para
descubrir las relaciones secretas y misteriosas en este giro ‑quizá el más significativo de la
vida de Goethe‑, reconocerá el papel determinante de este incidente que debe su eficacia a su
origen hermético. Verá cómo la existencia física del poeta fue preservada, de qué decisiva
manera fue influenciada y esclarecida la configuración de su alma por este acontecimiento que
le impone su objetivo y su orienta-ción. En el umbral de la partida y de la ascensión del poeta
se sitúa el acontecimiento que determina la curva de su destino exterior y ocul-to, que
suministra la clave de su biografía espiritual ‑la clave del mito de Goethe.

APENDICE

por el doctor R. A. B. Oosterhuis

Algunas experiencias con remedios espagíricos


Encontrándome en Salzburgo, con ocasión de las fiestas del IV cen-tenario de la muerte de
Paracelso (1493‑1541), leí sobre su testamento el epitafio latino: qui dira illa vulnera: lepram,
podagram, hydropisin, aliaque corporis contagia mirifica arte sustulit (el que ha hecho
des-aparecer por su arte maravilloso estas plagas crueles: la lepra, la podagra, la hidropesía y
otras enfermedades incurables). Más de cien años des-pués de la fecha que se acaba de
conmemorar, en 1660, apareció la edición holandesa de La aurora de la medicina, por J. B.
van Helmont, con un soneto de J. J. Schipper en honor del gran médico:

Escucha Dama Naturaleza,


aprende a defenderte contra la muerte...
y a curar igualmente la epilepsia,
la fiebre terciana, así como el cáncer,
que se creía incurable
cuando el escalpelo llegaba tarde.
¡Oh milagro de nuestro tiempo!

Estos dos testimonios prueban que el maestro suizo y el gran ho-landés eran considerados por
sus contemporáneos como sabios extraor-dinarios, capaces de curar las enfermedades y las
afecciones hasta en-tonces tenidas por incurables. Paracelso da a entender claramente, por otra
parte, su voluntad de sobrepasar el arte de los antiguos, comprendida ahí la medicina de
Hipócrates. Van Helmont, por su lado, se apoya sobre un estudio en profundidad de Paracelso
para elaborar una doc-trina que es la realización de las enseñanzas de este último, en el espí-ritu
holandés. Los dos sabios pueden ser clasificados ‑según la expre­sión de Rademacher‑ entre
los médicos llamados "secretos". Ni uno ni otro deseaban revelar la preparación de sus
remedios más importan-tes: los arcanos. Las oscuras alusiones de Paracelso permanecen
incomprensibles para nosotros. En cuanto a Van Helmont es en general silencioso sobre este
tema.
El valor incontestable que atribuían ellos mismos a sus "arcanos", el juicio de los
contemporáneos, así como el hecho de que Boerhaave utilizaba al menos uno de los arcanos
de Van Helmont, nos hacía es-perar que nos sería posible penetrar en el secreto de la
preparación de estos arcanos por estudios e investigaciones en profundidad. Una cosa era
cierta: los arcanos habían sido elaborados con la ayuda del fuego. Los dos sabios lo afirman
claramente, y se sabe la importancia de la destilación en los métodos de trabajo alquímicos.
Ahora bien, yo sabía desde hacía largo tiempo que los historiadores de la química se
inte-resaban en las técnicas alquímicas; así, Darmstädter había publicado precisiones
importantes sobre la composición de los remedios de Para-celso. Antes de él, Rademacher
había fundado la doctrina de sus me-dicamentos universales y orgánicos apoyándose sobre la
tradición alquímica. Más aún, se sabía el uso que los antiguos médicos habían hecho de la
acetona. Sin embargo, yo ignoraba la existencia de otras investigaciones en este dominio. El
laboratorio que se llamaba Bom­bastus‑Werke sacaba algunos remedios pretendidamente
preparados por métodos paracélsicos ‑como el polvo Arhama‑ y que contenían mucho ácido
tartárico, en recuerdo de las enfermedades del tártaro, pero no existía ni la sombra de una
prueba que permitiese pensar que estas preparaciones eran elaboradas según las antiguas
técnicas redes-cubiertas. Sucede algo muy distinto con Alexander von Bernus, quien ha
consagrado, en un retiro tranquilo, más de cuarenta años de su vida a la reconstitución de los
antiguos métodos. He aquí cómo trabé conocimiento con él:
De 1920 a 1930 yo estudiaba particularmente las substancias que tuvieran una influencia sobre
la vesícula biliar y sus cálculos. Consta-taba que si era importante incorporar al régimen
alimentos crudos, sobre todo la ensalada de limón, rábanos rosas y negros, zanahorias peladas,
chirivías, etc., esto no era ni suficiente, ni lo más importante. Ciertas plantas, como el boldo,
la berberis (el agracejo), la celedonia, tienen una influencia saludable, empleadas bajo diversas
formas, de las que la preparación homeopática es la más diferenciada. Más aún, los complejos
homeopáticos pueden tener una eficacia notable, entre otros los de Felke: Hepatik. Ahora bien,
Hepatik forma parte de las prepa-raciones alquímicas de von Bernus. Bien que este remedio
me hubo rendido servicios indiscutibles lo abandoné, falto de conocer su com-posición. Lo
retomé en 1928, después de que Bernus me hubiese comunicado informaciones sobre su
composición ‑sin revelar, sin embar­go, su preparación‑. Hepatik contiene, aparte de las
hierbas medicinales hepatotropas bien conocidas, cinc espagírico, Mí interés por este reme-dio
no se ha debilitado desde este tiempo. Bernus me envió en 1928 nu-merosos de sus trabajos
sobre Goethe, la alquimia y el mito, la espagi-ria teórica y práctica, y me dio detalles sobre la
composición de otros medicamentos distintos al Hepatik. Todo ello me incitó a ensayar y a
emplear ciertos de sus veintisiete remedios.
Von Bernus distingue dos remedios principales, que se pueden comparar a los remedios
"universales" de Paracelso y de Rademachar, y, de otra parte, a los remedios llamados
"orgánicos". El Azínat es una preparación compleja a base de antimonio que se emplea en las
afeccio-nes agudas, sobre todo si estas últimas se acompañan de hipertermia. El Dyskrasin es
igualmente de origen espagírico, y se aplica en las alte-raciones crónicas de los tejidos y de
los humores, sean afrebiles, sea que no comporten sino una ligera hipertermia; tuberculosis
tórpida, cáncer, procesos degenerativos, reumatismos y enfermedades crónicas del tejido
conjuntivo. Uno de estos medicamentos debe estar acompañado de un remedio "orgánico"
cuyo nombre indica el tropismo: Cordiak, Stomachik, Pulmonik, Renalin, etc, Me propongo
dar cuenta de mis experiencias en la continuación de esta exposición. Séame permi-tido
comenzar por tres casos de cirrosis de hígado, y en donde el empleo de los remedios
espagíricos me ha dado resultados sorprendentes.
Ya Galiano ha descrito el síndrome general de la cirrosis hepática. Pero es a Laënnec que
debemos la tabla clásica de esta enfermedad: la infiltración grasosa del tejido hepático es la
lesión inicial; ella es segui-da por la reacción esclerosa alrededor de los lóbulos; un
agrandamien-to inicial del órgano precede, pues, a la atrofia.
La causa esencial de esta enfermedad es el abuso de alcohol, combi-nado o no a la carencia
alimenticia (frecuente en ciertos países de Asia); ciertas intoxicaciones, estados
tóxico‑infecciosos, el paludismo, la tu-berculosis, pueden igualmente provocarla. Del mismo
modo, la sífilis puede abocar a una cirrosis, pero sin infiltración grasosa previa,
Los síntomas comprenden trastornos dispépticos primero, hinchazón del vientre después de
las comidas, eructos, alternancia de consti-pación y de diarreas, aumento del volumen del
hígado (al principio), palidez, enflaquecimiento, sangramiento por las narices, hemorroides y
después subictericia que llega a la ictericia franca. El edema de los tobillos precede
generalmente a la ascitis tan temida; más tarde, la infiltración se extiende a las piernas. El
abdomen inflado muestra una red venosa visible: la cabeza de Medusa. La evolución es fatal
en el es-pacio de uno a tres años (1942).
¿Debemos desesperarnos ante las descripciones pesimistas de los tratados de patología? Me
parece que el médico no puede adoptar esta actitud. Existen por otra parte casos atípicos más
alentadores. Sucede que los síntomas alarmantes, entre ellos la ascitis, desaparecen por lar-gos
períodos. La forma sifilítica presenta igualmente remisiones, bien que su consecuencia sea
fatal. Estos fenómenos revelan manifestacio-nes de las fuerzas curativas de la naturaleza; no
hay, pues, que renunciar a encontrar una terapéutica eficaz. Antes de volverme hacia los
medi-camentos que constituyen el objeto de este estudio, había tratado a mis enfermos
cirróticos por diversos remedios homeopáticos, de los que los más importantes era Aurum,
Lycopodium, Mercurius Biioda-tus, Chelidonium y Quassia, sin obtener, no obstante,
resultados dura-deros. He creído retardar la evolución por un dializado de Nasturtium
aquaticum (berro). El empleo de la tintura de Quassia en un caso de cirrosis hipertrófica (1930)
no careció de efecto. Como Rademacher menciona en su Erfahrungsheillehre una preparación
de Quassia obte­nida por destilación, recurrí a este producto ‑esta vez con un éxito manifiesto.
Es por otra parte así que fui conducido a emplear en los otros casos de cirrosis los remedios
de Bernus. He aquí la historia del primer caso:
Señora S., cincuenta y seis años: emprendí el tratamiento el 25 de noviembre de 1933. Ella
viene de una familia de 14 niños, de los que dos han muerto de una enfermedad de corazón.
Padre alcohólico. Nin-gún signo de sífilis congénita o adquirida. Abuso de sal, de especias y
de vinagre; de constitución muy resistente, comienza a sentirse fatiga-da y adelgaza desde julio
de 1932. Principio de ascitis a mediados de noviembre de 1932. Diagnóstico: cirrosis del
hígado. La ascitis necesita una primera punción de cinco litros de líquido el 8 de enero de
1933. Otras punciones emprendidas una vez por mes, aproximadamente: 7, 8, 11 y 12 litros.
Tras haber procedido a una última punción el 3 de junio, se decide a la operación de Talma,
de acuerdo con el cirujano y gastroenterólogo consultados; este último confirma el diagnóstico
y la indi-cación operatoria. La intervención (20 por 100 de mortalidad), em-prendida el 13 de
junio, tiene éxito. 14 litros de ascitis son evacuados. El informe operatorio y la biopsia hepática
hacen inclinarse más bien hacia un ataque sifilítico que hacia la cirrosis de Laënnec. Pese al
éxito técnico de la operación, el resultado terapéutico es nulo; tres semanas más tarde, una
nueva punción se confirma necesaria: 12 litros de líqui-do. Las punciones deben ser repetidas
cada quince días. Comienzos de septiembre: edema de las piernas, hemorroides, hernia
umbilical. La enferma está achacosa. Reacciones serológicas negativas el 24 de no-viembre
de 1933.
Ante el estado desesperado de la enferma, resolví aplicar desde el día siguiente los remedios
espagíricos: Dyskrasin, Hepatik y Splenetik. La enferma se asombra de que su vientre
permanezca distendido; orina mejor (cuatro veces a la noche, en lugar de una vez) hasta dos
litros por día; se siente mejor, el apetito vuelve, la coloración parduzca de los tegumentos
desaparece, así como la sed torturante. El 5 de enero, ya no quedan trazas de edema, ni de
ascitis; la enferma se levanta para pasearse tres cuartos de hora, y asegura que va del todo bien,
ya que monta en cólera por fruslerías, como anteriormente. El estado perma-nece excelente
todo el año 1934, pero en 1935 la enferma comienza a quejarse de dolores abdominales y se
constata una hipertrofia nodu-losa del hígado. Examen serológico del doctor Terwen el 15 de
abril: Müller positivo, Wasserman negativo; se admite el origen sifilítico de 1a cirrosis. El 2
de julio, hemorragia oseofagiana. La enferma sucumbe el 3 de mayo de 1936, pese a los
tratamientos antisifilíticos. Gracias a los remedios espagíricos, la diuresis sigue siendo posible
hasta el fin.
En conclusión: mientras que los otros tratamientos han permane-cido ineficaces, los
medicamentos espagíricos han rendido un servicio señalado para desencadenar y mantener la
diuresis; han contribuido a prolongar la existencia de la enferma durante cuatro años a partir
del comienzo de la afección.
Señora K., que habita en el campo, se dirige el 1 de septiembre de 1938 a mi emplazamiento,
tras una larga enfermedad y once semanas de tratamiento ineficaz en el hospital, donde se
había constatado una hipertrofia del hígado y una ascitis importante, necesitando varias
punciones de 8 a 10 litros. Diagnóstico: cirrosis hepática. Ella me es-cribe el 1 de octubre que
ha tomado las tinturas‑madre homeopáticas prescritas: Quassia y Ceanothus; ella va mejor y
me demanda consejos suplementarios. Yo le aconsejo Hepatik, Vinum purgativum y
Epide-mik. El vino purgativo contiene, entre otras, las substancias siguientes: tártarus
emeticus, folia cassiae, icus, frangula. El Epidemik posee las mismas indicaciones que Natrum
nitricum, uno de los remedios "uni-versales" de Rademacher, pero es más complejo y contiene,
entre otros, cloruro y silicato de sodio. En mi tercera orden, reemplazo el Vinum purgativum
por Splenetik. El tratamiento no sufre ya cambio a continuación. Tras la absorción de estos
remedios, la enferma no debe ya ser punzada, y se desembaraza rápidamente de sus malestares.
Puede volver a su casa el 22 de febrero de 1939, y reemprende la vida normal tras un año de
sufrimientos. En este momento, reemplazo una vez Epidemik por Dyskrasin, en tanto que
remedio que "finiquita" el caso. La enferma me señala haber advertido el efecto
particularmente notable de Epidemik sobre la diuresis. Supongo que no sólo el silicato de
sodio, sino igualmente todos los tros componentes de este reme-dio deben actuar en este
sentido.
La enferma no toma más remedios para su cirrosis y se contenta con constituirse una pequeña
reserva.
Yo estaba, naturalmente, muy deseoso de trabar conocimiento personal con esta enferma y
quería, en particular, hacer una toma de sangre. Sin embargo, las circunstancias no la
permitieron verme, y la aconsejé dirigirse al médico local. Este último, sabiendo que yo era el
médico que la trataba, reaccionó con un mal humor violento, de suerte que el análisis debió
ser aplazado hasta más tarde. En 1941 so-brevino un cambio de médico, lo que volvió posible
el análisis. Todas las investigaciones serológicas fueron negativas. No pude satisfacer
ple-namente mi curiosidad hasta el 15 de mayo de 1942, cuando la cliente se presentó ella
misma, tras curación mantenida desde hacia tres años. Vi una mujer de cincuenta y ocho años,
que parecía en buen estado de salud; ligero aumento de volumen de hígado y bazo, sin
nudosidad per­ceptible; corazón normal, tensión 14‑9. No hay elementos de especificación en
la anamnesis, El abdomen presentaba una varicosidad de 5 centímetros de largo y 1,5
centímetros de ancho, único recuerdo de una "cabeza de medusa" muy extendida. El lado
izquierdo del vientre es muy sensible, como consecuencia de las múltiples cicatrices debidas
a las punciones repetidas. En 1941, la señora K., había contraído una erisipela de la pierna
derecha que no tuvo, sin embargo, consecuencias. Se trataba manifiestamente de una cirrosis
de Laánnec (y no de una cirrosis sifilítica) que había alcanzado una etapa de equilibrio.
Subjetívamente, la paciente se siente curada desde hace años. Los remedios espagíricos, pues,
han curado prácticamente este caso.
Un caso reciente de cirrosis me parece bien instructivo, pese al re-sultado fatal sobrevenido
por culpa de la enferma misma. El 28 de ju-lio de 1950, fui llamado de urgencia a casa de la
familia B. en Amster-dam. El padre, un oficial en retiro de las Indias holandesas, me condu-jo
junto a su hija Elly. Postrada, respirando con esfuerzo, la enferma ofrecía un espectáculo bien
triste, El semblante y el rostro demacrado contrastaban con un bocio muy evidente y el
abdomen distendido al extremo. El pulso, débil, estaba en 118; corazón y pulmones repelidos
por el contenido abdominal., Por un examen rápido, adquirí la convic-ción de que debía
tratarse de una cirrosis hepática (confirmada más tarde por exámenes de laboratorio y test
hepáticos), habiendo podido ser excluido un quiste de ovario. Hice llamar inmediatamente a
un ci-rujano, que practicó una punción el mismo día, haciendo eliminar 15 litros de líquido de
ascitis, lo que debía representar alrededor de un tercio del peso total de la enferma.
Yo era el primer médico que la señorita Elly B., entonces de cua-renta y seis años de edad,
había consultado nunca. Ninguna enfermedad importante en el pasado; padres y hermanos en
buena salud. Resumo al­gunos puntos salientes del examen: tegumentos pardo‑grisáceos (la
ma-dre es mestiza), ligeramente ictéricos. Pulso 118, un poco irregular, ten­sión 17‑10;
exoftalmia ligera, nada de nystagmus. Graefe positivo. La glándula tiroides hipertrofiada se
desprende bajo la forma de un tumor del tamaño de una mandarina. Pulmones: respiración
superficial y rá-pida. Corazón: ruido sordo, con soplo funcional. Senos atrofiados. Circulación
venosa colateral extendida al epigastrio, soplo venoso sis-tólico perceptible en la palpitación.
Vientre muy distendido. Orina oscura, trazas de albúmina y de urobilina.
Su adhesión a la "Ciencia Cristiana" explica el retardo aportado a los cuidados, pero "una voz"
acababa de aconsejarla que me llamase. Prescribí remedios espagíricos: Hepatik, Splenetik y
Dyskrasin, e hice alternar este último con Lympathik, Polypathik y Renalin. Régimen
vegetariano y de alimentos crudos, pobre en sal, yoghourt descrema-do, muchas alcachofas y
nueces.
Durante un año y medio, el estado de la enferma mejoró constan-temente (exceptuando un
pequeño período de recaída por falta de medicamentos), para gran asombro del cirujano. De
enero a marzo de 1952, el tratamiento comportaba la administración de la tríada: Dyskrasin,
Splenetik y Hepatik. El estado de la señorita B., devino de tal modo satisfactorio que tomó
súbitamente la decisión de interrumpir todo tratamiento y control médico, y retornar a su
"Ciencia Cristiana". Bien que ella debía su vida a los remedios de Bernus, estaba convenci-da
de no tener ya necesidad de ellos.
Los exámenes de laboratorio emprendidos en esta época testimo-nian una afección del
parénquima hepático; las pruebas serológicas eran negativas.
¿En qué podía concluir, estando la enferma en este estado? Bien que netamente influenciada,
la cirrosis no estaba, sin embargo, curada. Pese a mis exhortaciones la señorita B. cesó todo
tratamiento para fiarse exclusivamente de la "Ciencia Cristiana".
Este caso es particularmente instructivo por la desaparición com-pleta de la ascitis. La
circulación y la respiración se encuentran de tal modo mejoradas por ello, que la enferma
concluye la curación com-pleta. La desaparición casi completa de su bocio tóxico, con todos
sus síntomas, no puede sino reforzar la convicción de la enferma. Falta de haber sufrido una
hospitalización prolongada y las observaciones que sólo una estancia en clínica habrían vuelto
posibles, es difícil saber si la mejora espectacular era debida únicamente a la desaparición de
la as-citis, o si las lesiones hepáticas se encontraban igualmente influenciadas. La enfermedad
había comenzado en julio de 1949, destruyendo a una mujer hasta entonces robusta, para
reducirla al estado en que la en-contré un año después. Se puede ciertamente admitir que los
remedios espagíricos han detenido el proceso fatal; es posible que su papel no haya sido sino
paliativo, pero sólo una larga experimentación clínica con control constante del laboratorio,
permitiría zanjar la cuestión.
En cuanto a la señorita B., he aquí el final de su historia: desde abril de 1952, había podido
retomar su actividad de institutriz privada, du-rante un año y medio, sin seguir tratamiento
alguno, y todo ello participando de una vida religiosa intensa en el marco de la "Ciencia
Cris-tiana". Su madre, a la que nuestra enferma se encontraba ligada de una forma
particularmente estrecha, murió súbitamente el 14 de noviem-bre de 1943; resultó de ello para
la señorita B. una depresión psíquica y moral profunda. En la perspectiva de una medicina
psicosomática, puede quizá estar permitido asociarle el accidente sobrevenido el 24 de
noviembre de 1953: la señorita B. se fracturó el cuello del fémur iz-quierdo resbalando ante
su morada. Fue hospitalizada en el Burger-ziekenhuis, para morir en él súbitamente el 22 de
diciembre de 1953, a consecuencia de una embolia pulmonar. Debo a la amabilidad del
ci-rujano y del médico que la trataban haber podido consultar el volumi-noso dossier que
comprendía todos los exámenes clínicos y de labora-torio, así como los tratamientos.
Comparando los análisis con los efec-tuados en la época de la interrupción del tratamiento
espagírico, se llega a las conclusiones siguientes: el estado general se había natural-mente
agravado durante el período en que la enferma se había confia-do únicamente a la "Ciencia
Cristiana", pero los remedios espagíricos que la había permitido remontar la pendiente en 1950
continuaron ciertamente manteniéndola en un estado de salud sufïciente para con-tinuar sus
ocupaciones profesionales, pese a la interrupción del trata-miento. Ignoro lo que estos
remedios habrían podido conseguir duran-te los últimos meses de la enfermedad, pero me
parece deseable, a la luz de mis experiencias, que los medicamentos espagíricos sean
am-pliamente utilizados en todas las etapas de la cirrosis hepática, al mis-mo título que la
colina y la metionina, recientemente introducidas en la terapéutica. Los remedios de Bernus
me parecen los únicos capaces de eliminar la ascitis de una forma duradera.
Tras estas pocas observaciones consagradas a los remedios hepáti-cos, volvamos a los otros
medicamentos espagíricos. Como para los remedios homeopáticos, la calidad es más
importante aquí que la can-tidad. En cuanto a la composición, se reconocen en ellos las
influencias paracélsicas. Así por ejemplo, el remedio antiepiléptico Polypathik contiene entre
otras substancias Viscum y Paeonia. En su conjunto, Bernus utiliza las mismas substancias
que las contenidas en los complejos homeopáticos, pero bajo una forma modificada. Lo que le
impor-ta, es la preparación espagírica de los medicamentos, para aumentar su efecto, para
"exaltarlos", como dice Goethe. Este método, largo y di-fícil, aboca a una mejor "apertura" de
los ingredientes, lo que vuelve los remedios así preparados mejor asimilables para el
organismo.
Citaré, entre estos medicamentos primero el Alcangrol, que me pa-rece poder frenar el cáncer
de seno y de estómago. En un caso de lin-foma, he podido ver el efecto de Lymphatik, tras el
fracaso de otros tratamientos. Este mismo remedio me ha dado buenos resultados en dos casos
de Elephantiasis nostras. El efecto de Matrigen I y Matrigen II sobre las reglas ha podido ser
confirmado, del mismo modo que el de Polypatik en los casos de espasmo, de epilepsia y de
ciertas parálisis. Esta preparación tiene ciertas analogías con el Causticum de los ho-meópatas.
Pulmonik es excelente en los catarros y la enfisema. Sangulsol se aplica a las depresiones
físicas y psíquicas, así como a las conse-cuencias de la hemorragia cerebral. Stomachik II me
ha rendido gran-des servicios en la apendicitis crónica.
En la composición de Strumatik, se asombra uno por el acento puesto sobre Calcarea carbonica
y silicea. Estos dos remedios, que presentan una periodicidad marcada, se vuelven a encontrar
también en los constituyentes tanto minerales como vegetales de esta prepara-ción. La
patogénesis homeopática de estos remedios revela el agrava-miento en la luna nueva y en la
luna llena, particularmente para Sili-cea. Ahora bien, Causticum muestra igualmente una
fuerte agravación en el novilunio, y en menor grado en el plenilunio; el mismo fenóme-no se
observa también con Kali nitricum. El potassium no se encuentra sin embargo bajo esta forma
en Strumatik, pero Chamomilla lo en-cierra bajo su aspecto vegetal. Scrofularia nodosa revela
un cierto ritmo en sus nudos; esta planta contiene manganeso, remedio de ciertas hi-pertrofias
tisulares, con organotropía de la región laríngea. En conse-cuencia, Bernus prescribe una
aplicación periódica de su Strumatik: desde el novilunio hasta el plenilunio siguiente. He
empleado Struma-tik I y II con éxitos repetidos en el tratamiento del bocio de formas ligeras
de la enfermedad de Basedow. No tengo experiencia para las formas graves, no reaccionando
ya al tratamiento espagírico (ni por otra parte a los otros tratamientos) los casos tratados
durante largo tiempo con compuestos de thiouraciclo.
Caso I: La señora K. de A., casada desde hacía año y medio, en me-dio de complicaciones
familiares serias, emigró a Johannesburgo, en Africa del Sur, pero tuvo que volver a Holanda
a consecuencia de la basedowificación de un bocio ligero que tenía desde hacía varios años.
Se presenta el 23 de junio de 1949 en mi consulta: ha adelgazado diez kilos en Africa, y está
fatigada, deprimida; agravamiento durante las reglas, siendo abundantes estas últimas y
ligeramente dolorosas. Co-mienzo de la mejora después de tres semanas, curación tras seis
meses.

Caso II: señora V., de Amsterdam, cincuenta y un años, bocio. Pe-rímetro del cuello 37,50
centímetros, peso 80 kilos, pulso 96. A con-tinuación de un tratamiento homeopático
prolongado, puede dedicar-se a sus ocupaciones domésticas. Prescribo Strumatik I y 11 en
enero de 1950. Tras dos meses, ella se declara perfectamente bien de salud. Perímetros del
cuello: 36,75 centímetros, peso 90 kilos, pulso 72. Considerada como curada.
Yo citaría dos casos interesantes, para ilustrar la acción de Cere-bretik:
Caso I: La señora Chr. H. de Z., viene a verme el 19 de febrero de 1942 a consecuencia de
trastornos histérico‑paranoides. Adenitis re­petidas en su juventud. Sensación de
desdoblamiento, angustias alu-cinatorias, temor de ser violentada por un caballero, pero se
cree pro-tegida por una mujer con una rueca. Enflaquecida, semblante desolado por el pesar.
Numerosos tratamientos, de los que los tratamientos psiquiátricos no han conducido a ninguna
mejora. Prescribo Cerebre-tik. La enferma se siente bien y calmada, las alucionaciones
dismi-nuyen progresivamente. Ha tomado Cerebretik con algunas interrup-ciones hasta
septiembre de 1944, pero ha tenido que interrumpir el tratamiento, como consecuencia de la
imposibilidad de procurarse el remedio. Vuelve en 1948 y recibe de nuevo Cerebretlk. Ella no
tiene ya necesidad de remedio alguno desde 1949. La psicosis de angustia ha desaparecido. La
vuelvo a ver en enero de 1954 por un retardo de las reglas. Nada que señalar por lo demás.
Caso II: La señora I.H.W.A., de treinta y siete años, anteriormente pianista de concierto,
actualmente profesora de música, me llama el 5 de julio de 1942. Sufre de esclerosis en placas
desde hace cinco años, con todos los síntomas clásicos. Todo lo que ella me demanda es un
re-medio que le permita de nuevo tocar el piano, lo que ha devenido imposi-ble a consecuencia
de la ataxia y del agravamiento del estado de las ma-nos y de los dedos. Cerebretik actúa
rápidamente. Tras 15 días, marcha mejor y toca de nuevo el piano. Estado satisfactorio hasta
septiembre de 1944, pero a continuación es víctima de las dificultades de la épo-ca. No hay
medicamentos. Agravamiento progresivo sin remisión. In-válida completa en 1948.
El ungüento Alcangrol tiene un gran valor en el tratamiento de los cánceres de la piel. Splenetlk
se emplea con éxito en los casos de mi-graña, de gota, de litiasis renales y vesicales (las
"enfermedades del tártaro", de Paracelso).
En lo que concierne al tratamiento espagírico del reumatismo y de la gota, hay que subrayar
la importancia primordial del antimonio y del oro.
Paracelso parecía poseer conocimientos profundos y una destreza particular en el tratamiento
del reumatismo y de la gota, como lo tes-timonia su epitafio. No puede impedir uno verse
impresionado por su optimismo terapéutico con motivo de las artritis y de las contracturas,
leyendo su libro De Podagrae, uno de sus primeros escritos. Entre los remedios internos que
él emplea en todas las enfermedades, el antimonio y sus compuestos se repiten sin cesar.
Todavía en el siglo XVIII, se con-funden más o menos los conceptos de reumatismo y de gota.
Las en-fermedades articulares y las afecciones reumatismales son reunidas bajo el nombre de
artritis, cualquiera que sea su origen. El término gonagra designaba indistintamente una
afección reumática o gotosa de las rodillas. Se clasificaba el reumatismo muscular entre los
catarros, y se le trataba en consecuencia por la transpiración, activada por el antimonio
diaphoreticum, asociado a un diurético y a la purga. Se atri-buía al antimonio una acción
depurativa y fortificante sobre el híga-do. Paracelso fue quizá el primer médico en señalar que
una afección hepática precedía a menudo a las enfermedades a las que llamaba "tár-tricas".
(Estas enfermedades del tártaro se caracterizan por su tenden-cia a las precipitaciones y a las
cristalizaciones: litiasis biliar o renal, depósitos articulares.)
Es el mérito particular de Alexander von Bernus haber rendido su lugar de honor a un
policresta de los siglos pasados, el antimonio. No imaginamos ya los empleos múltiples de las
diferentes preparaciones del antimonio. Los discípulos de Paracelso lo han utilizado mucho,
na-turalmente, y estaba todavía muy extendido en el siglo XVIII, cerrado éste, sin embargo, a
las concepciones iatroquímicas. El declinar del anti-monio no ha comenzado sino en el siglo
XIX, con los comienzos de la gran industria y la legión de los remedios paliativos.
Las combinaciones y preparaciones múltiples cuyos nombres nos son transmitidos
(Antimonium crudum, Nitrum antimoniatum, Regu-lus antimoni, Antimonium sulfuratum
auranticum, Vitrum antimonii, Mercurius vitae, Antimonium sulfuratum nigrum et rubeum,
Kermes minerale, Tartarus emeticus, Antimonium diaphoreticum, Bezoar-dicum minerale,
etc.) ilustran bien el lugar preponderante ocupado por el antimonio en la medicina.
Emparentado con el arsénico, el antimonio tiene efectos menos violentos; la autopsia de los
animales que han sucumbido a una intoxicación aguda revela afecciones hepáti-cas, gástricas
e intestinales semejantes a las de la intoxicación arsenical. La dosis máxima es del orden de
200 miligramos. Su toxicidad, relati-vamente reducida con relación al arsénico, explica su
popularidad. Hahnemann y sus discípulos han desarrollado la patogénesis homeopática del
antimonio, y han registrado, entre otros, síntomas psíquicos semejantes a los del arsénico:
agitación, angustia, miedo a la soledad, etc., pero de un carácter menos marcado y ligados a
menudo a trastor-nos gástricos e intestinales. En cuanto a la agravación por el movimien-to,
este síntoma revelado por la experimentación homeopática es bien conocido de los reumáticos.
Descrito por primera vez por Basilio Valentín, y habiéndole toma-do cariño a continuación
Paracelso, este remedio, de una eficacia asombrosa, debía conocer una ascensión rápida, como
vomitivo y pur-gativo sin peligro, y sobre todo como diaforético. La patología humo-ral hacía
gran caso de él, y se acabó por exagerar sus virtudes depura-tivas: se recomendaba el
antimonio diaforético contra las pecas, y se le prescribía como antídoto contra los filtros de
amor y los encantamientos.
Se comprende que Alexander von Bemus haya reservado un lugar muy importante al
antimonio y a sus compuestos, en su sistema espa-gírico fundado sobre la tradición paracélsica.
La crisoterapia de afecciones tan graves como la tuberculosis y las artritis crónicas comenzó
en 1925 con éxitos aparentes. Pero efectos secundarios fastidiosos no tardaron en manifestarse,
y el número de los enfermos intolerantes a esta medicación aumenta sin cesar. La in-troducción
de las sales de oro ha sido considerada, sin embargo, como una conquista importante de la
medicina moderna. Debe plantearse la cuestión: la prioridad de este método terapéutico,
¿pertenece real-mente a la ciencia oficial contemporánea? Se convence uno fácilmen-te de lo
contrario si se estudian los trabajos de Bernus y la composi-ción de sus remedios Soluna. En
efecto, las primeras publicaciones de su laboratorio datan de 1921, y se encuentra ahí ya la
mención al tra-tamiento a base de oro de los reumatismos articulares y musculares. Más aún,
se trataba de una crisoterapia sin ningún efecto secundario nocivo. Se recomienda ahí
claramente Cordiak contra estas afeccio-nes, y Cordiak es una preparación espagírica
verdadera del oro. Re-montándonos más atrás en la historia, encontramos en Paracelso que el
oro es indispensable al tratamiento de los reumatismos articulares graves (que él llama
contracturas):

"Como lo hemos indicado, es imposible curar las contracturas sin un remedio llevado al más
alto grado de perfección, como el oro pota-ble o sus semejantes... "

¡No puede uno explicarse más claramente!


Que Paracelso haya realmente curado a los enfermos y paralíticos es algo que su celebridad
legendaria testimonia. Bernus se ha tomado el esfuerzo de estudiar todos los escritos del
maestro, para adquirir un conocimiento profundo de sus métodos alquímicos y espagíricos.
Lar-gas investigaciones sobre los trabajos de los alquimistas antiguos y más recientes, y un
trabajo incesante en el laboratorio, han abocado a la coro-nación de sus esfuerzos: el
redescubrimiento de los métodos espagíricos. ¿Puede imaginarse un mejor discípulo de
Paracelso que este poeta sabio que prosigue sus trabajos lejos del ruido del mundo científico,
y consi-gue comprender el difícil lenguaje de Paracelso y descifrar sus fórmulas enigmáticas?
El ha consagrado una vida entera a este trabajo, que le ha permitido construir un conjunto
coherente de remedios espagíricos.
Von Bernus nos da él mismo aclaraciones sobre el Arte espagírico:

"El término espagiria se aplica casi exclusivamente al tratamiento de los metales, de los
metaloides y de los minerales por la química, es decir, a la elaboración de la tintura o de la
quintaesencia de estas subs-tancias por los métodos espagíricos. El comienzo y el fin del
secreto alquímico reside en la "apertura" verdadera de las substancias minera-les. Sólo quien
posee este secreto tiene el derecho soberano de llamar-se espagirista y de designar con el
nombre "espagírico" a los elixires que habrá preparado de esta forma. Serán entonces estos
remedios quienes llevarán a cabo, en el lecho del enfermo y al límite extremo de lo posible,
efectos que los medicamentos vegetales, incluso preparados por los mejores métodos,
permanecerán siempre incapaces de con-seguir. "

Dice en otra parte:


"La alquimia y el arte espagirico se separan a partir de un cierto punto de la obra que es en
cualquier caso indispensable alcanzar. Si-guen a continuación dos caminos paralelos, de los
que uno conduce a la Transmutación, y el otro a la preparación de los Magisterios y Ar-canos
metálicos, marcasíticos y minerales. Sólo estos últimos pueden reivindicar el derecho
hereditario y reconocido de portar el califica-tivo de espagíricos. "

Asimismo:

"La preocupación de componer remedios vegetales no ha penetra-do sino poco a poco en el


dominio hasta entonces rigurosamente cerrado de la alquimia: este impulso había sido dado
por Paracelso. El gran iatroquímico se preocupó de los remedios sacados del reino vege-tal,
pues sabía que la preparación de las verdaderas esencias espagíri-cas seguía siendo el
patrimonio de una élite; ahora bien, entendía igual-mente mostrar la vía a los no iniciados para
la preparación de remedios activos, en interés de todos los enfermos. Bien que la alquimia y
la me-dicina se interpenetren completándose, en casi todos los escritos de Paracelso, él ha
tenido el cuidado de señalar una neta distinción entre la alquimia propiamente dicha y todo lo
que concierne al tratamiento químico de las plantas medicinales.”

Después de todo lo que acaba de ser dicho, ¿está permitido repro-charle a nuestro espagirista
auténtico (¡quizá el único de nuestro tiempo![1]) no divulgar sus secretos? ¿No debía él más
bien gritarlos a los cuatro vientos, a fin de que pudiesen ser aplicados por todos la-dos y por
todo el mundo?
Hace falta no haber comprendido nada en Bernus para pensar así. Es el espíritu quien construye
el cuerpo, y si aplicamos esta verdad al arte espagírico, resulta de ello que una predisposición,
una vocación, una voluntad firme de llevar a cabo fielmente un trabajo difícil, son las
condiciones indispensables del éxito. Espíritus de esta calidad se encuentran bien raramente
en nuestra época embriagada de prisa. Pero el adepto verdadero no ha rehusado jamás instruir
al verdadero discí-pulo, ávido de ciencia.
Por lo demás, ¿procede de otro modo la gran industria con sus re-medios? Ciertamente, ella
divulga los nombres de las fórmulas quími-cas, pero oculta el método de fabricación, que
considera como un se-creto, por otra parte caramente adquirido.
El primer deber del espagirista es el de vigilar personalmente sus preparaciones. Lo que el
farmacéutico dispensador de comprimidos, este esclavo asalariado de la industria química no
realiza ya, el espa-girista lo practica hoy en día como antaño. Su trabajo incesante, sus
cuidados meticulosos, están lejos de recibir una recompensa material correspondiente; he ahí
de nuevo una razón que incita a Bernus a reservar sus secretos al discípulo predestinado. El no
oculta por otra parte en modo alguno los nombres de las substancias vegetales y mi-nerales
que entran en la composición de sus remedios. En cuanto a su preparación. . . Sigámosle a su
santuario, a su laboratorio, que nos recuerda el grabado de Rembrandt: es el soplo de los
antiguos alqui-mistas quien nos envuelve.
El arte espagírico penetra profundamente en la naturaleza de Ale-xander von Bernus, hasta el
punto de identificarse con él: es esto lo que no le permite confiarse sin reticencias. Él lo hará
un día al que ha nacido espagirista. Pues, del mismo modo que el hábito solo no hace al médico,
por emplear los términos de Paracelso, del mismo modo el verdadero espagirista lo es por
vocación; ejerce su arte no para enri-quecerse, sino con todo su corazón y toda su alma.
He ahí lo que he aprendido al contacto de las viejas obras alquí-micas y en el curso de mis
visitas a casa de Alexander von Bemus, en el castillo de Doanumünster, donde reparte su
tiempo entre su labora-torio espagírico y sus trabajos poéticos. Admirador de Goethe,
Nova-lis, Hölderlin y Brentano, su nombre es bien conocido entre los poetas alemanes. Es
pensando en él que cito las palabras de Novalis:

"Mejor que la cabeza erudita, comprende el poeta la Naturaleza. "

*********
[1] Nota del traductor: ¡A fe nuestra que no! Podríase citar también, por ejemplo, a Archibald
Cockren, en Inglaterra, contemporáneo de A. von Bernus y aplicador como él de la espagiria
a la preparación de remedios; y otros, cuyo voluntario anonimato es toda la referencia
aportable. . .

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