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LA MUJER, SOCIEDAD Y LA FAMILIA DEL SIGLO 21

Introducción

¿Qué lugar ocupa la mujer en la sociedad del siglo XXI?

La mujer del siglo XXI es una mujer libre en búsqueda de


reivindicación y empoderamiento femenino. La mujer de este
siglo elige qué estudiar, como vivir, si desea tener hijos o no, entre
otras tantas decisiones que hace 50 años exactamente no era
posible.

El papel de la mujer en el siglo XXI es muy importante ya que ahora


se reconoce más su rol en todos los aspectos de la sociedad, los
estereotipos van cambiando con el paso del tiempo.

En las últimas décadas se han conseguido algunos avances: han


ocupado el mundo del trabajo, se está avanzando en los derechos
sobre su cuerpo; hay más mujeres con cargos en parlamentos y en

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posiciones de liderazgo, y las leyes se están reformando para


fomentar la igualdad de género.

El rol de la mujer posmoderna

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La mayoría de los sociólogos y filósofos aseguran que vivimos en la


posmodernidad, una era superadora de la modernidad, en la que
todo ha sido revisado, criticado, cambiado o desechado.
Todo está sometido al imperio de lo cambiante y efímero, dirigido por
el mercado de la imagen, el lujo, el placer y la moda.
Impera la publicidad en que todo está disponible ya sea a través de
la televisión o internet.
La mujer está a merced de la tiranía de la imagen y la moda, la
obligación de compaginar eficacia, profesionalidad, maternidad y
belleza. Los efectos derivados de este vértigo, son la inseguridad, la
ansiedad y el estrés en mujeres de edad mediana entre los 30 – 50
años, relacionados con la multiplicidad de roles que debe abordar la
mujer en el día de hoy.

La mujer posmoderna y el machismo

Quizás en una época prehistórica, según algunas leyendas (como la


de las Amazonas), hubo un tiempo en que los grupos humanos se
gobernaban nucleados en torno a mujeres combativas y en torno a
las madres (matriarcados). Pero los datos históricos y desde que los
grupos necesitaron recurrir a la fuerza física y a la protección, parece
ser que los hombres asumieron importancia entre los humanos y se
estableció (con algunas excepciones) el patriarcado.

En síntesis, la historia humana ha sido una historia narrada por


hombres y regida no por la justicia, sino por la fuerza física o
acompañada por la astucia, cuando era necesario. Sin querer
demonizar a todos los hombres, o santificar a todas las mujeres, no
se puede negar que nuestra cultura, oriental y occidental, ha sido
gobernada por los hombres, imponiendo su predominio.

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En la cultura actual, desde hace tres décadas, se mueve en la escena


del mundo occidental una mujer que conquistó el poder de disponer
de sí misma, de decidir sobre su cuerpo y su fecundidad, el derecho
al conocimiento y a desempeñar cualquier actividad.

Sin embargo, dice el filósofo e investigador francés Gilles


Lipovetzky, este cambio no significa una mutación histórica absoluta
que elimina el pasado. Nos equivocaríamos, sin embargo, si
creyésemos que se ha instalado un modelo de similitud de los sexos,
es decir, un proceso de intercambiabilidad o de indistinción de los
roles masculino y femenino.

Las culturas condicionan las maneras de ser y las valoraciones de


las mismas, mediando un aprendizaje social. Los filósofos,
psicólogos y sociólogos perciben y describen estos cambios, que se
encuentran en permanente reconfiguración.

En el libro "El segundo sexo" (1949), Simone de Beauvoir definió al


ser femenino por su subordinación al hombre, pero actualmente ya
no describe la nueva condición de la mujer. Después de los años ´60
y las transformaciones sociales y culturales que tuvieron lugar en
Occidente, se ha producido el advenimiento histórico de la mujer
sujeto, lo que Lipovetsky llama la Tercera Mujer.

Gilles Lipovetzky conocido por sus libros "La era del vacío", "El
imperio de lo efímero", "El crepúsculo del deber", en los que da
cuenta de sus investigaciones sobre las tendencias fundamentales
de la cultura actual y expone sus tesis sobre el replanteamiento del
individualismo y la posibilidad de una ética posmoderna.

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Se trata de temas actuales acerca de la sociedad que estamos


viviendo, temas que posibilitan reflexionar sobre lo que vivimos y que
generan tanto el aplauso como el cuestionamiento.

La primera mujer

Según Lipovetzky, la forma de vivir de las mujeres, en nuestra cultura


occidental ha pasado, por tres grandes paradigmas. En primer lugar,
este autor percibe que la mujer ha sido desvalorizada y despreciada.

Desde cuando se tiene noticia, los trabajos se dividieron en roles


atribuidos a las mujeres y en roles atribuidos a los hombres. Esta
distribución no fue simétrica, sino que se dotó a los hombres de
valores que se consideraban superiores y positivos (la guerra y la
política); mientras que las labores femeninas se estimaban inferiores
y negativas, haciéndose excepción con referencia a la maternidad y
su función procreadora. Pero aún en este caso, era el hombre el
único dador de vida y la mujer era la cuidadora de un germen de vida.

En el primer paradigma de la mujer, ésta aparece ya en los mitos,


como una potencia misteriosa y maléfica, unida a las fuerzas del mal
que agreden el orden social. Se las describe como seres engañosos,
licenciosos, inconstantes, envidiosos. Durante el período más largo
de la historia de la humanidad, la mujer fue considerada como un mal
necesario, un ser inferior, sistemáticamente despreciado por los
hombres. Esa es la primera mujer, de acuerdo a Lipovetzky, de la
que tanto griegos como romanos y predicadores cristianos
denunciaron sus vicios y la estigmatizaron como un ser tramposo y
funesto.

Inferiorizados sus roles, las actividades masculinas eran


consideradas dignas de gloria e inmortalidad.

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En algunas sociedades primigenias, no obstante, la mujer ejerce


derechos no desdeñables en materia de propiedad, vida y educación
doméstica, de dominio de las palabras y maledicencia, e incluso de
sacerdocio. No obstante, en esa etapa, la mujer permanece en la
sombra y en el olvido; no tiene un papel relevante en la construcción
de la historia de los pueblos y no tienen, como los hombres, gloria
inmortal y honores públicos.

La segunda mujer

Un cambio cultural e histórico muy importante empezó a producirse


después de la segunda edad media a partir del código del amor
cortesano que rendía culto a la dama amada y exacerbaba sus
perfecciones morales y estéticas. Ya en los siglos 18 y 19 es a la
esposa, madre y educadora de los niños a la que ponen en pedestal
filósofos, ideólogos y poetas. De acuerdo al análisis de Lipovetzky,
esa es la segunda mujer, no reconocida aún como sujeto igualitario
y autónomo pero cuyos roles son reconocidos socialmente,
celebrándose de manera especial ese nuevo poder de formar a los
niños, de educar lo masculino y civilizar comportamientos y
costumbres.

En un segundo paradigma de la mujer: ella es exaltada. A partir del


siglo XII, el código cortés crea el culto a la dama amada. El
Renacimiento lleva a su apogeo este paradigma: Dante idealiza a
Beatriz y Don Quijote dedica sus hazañas a honrar a su dama
Dulcinea (en la realidad, una campesina del Toboso). Los siglos
posteriores, y la misma Ilustración, alaban los méritos de las mujeres,
y sus aportes al mejoramiento de la cortesía y al arte del buen vivir.
La mujer es entonces idealizada, alabada y sacralizada como la luz
que engrandece al hombre. Pero esta idealización no cambió la

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situación real de la mujer que siguió confinada al hogar, obediente al


marido, sin independencia económica y sin desempeñar papel
alguno en la política. En el siglo XVIII, se amplía, no obstante, la
influencia de la mujer sobre el marido: el bello sexo se adueña
románticamente de los sueños masculinos.

La mujer de hoy

Hoy, según el filósofo, la libertad de gobernarse a sí misma/o, que


ahora se aplica indistintamente a hombres y mujeres, es una libertad
que se construye siempre a partir de normas y de roles sexuales que
permanecen diferenciados. Un ejemplo es la relación prioritaria de la
mujer con el mundo privado, la afectividad y los sentimientos, así
como la permanencia de su rol al interior de la familia. En el terreno
del amor y la seducción, y a pesar de la revolución sexual, esta época
no logró cambiar la posición tradicional de las mujeres en sus
aspiraciones amorosas. No obstante, la caída de innumerables
tabúes, el sentimiento sigue siendo el fundamento privilegiado del
erotismo femenino. Si bien en las maniobras de acercamiento entre
los dos sexos las mujeres empezaron a tomar la iniciativa, es mucho
más discreta y selectiva que la que practican los hombres.
Para Lipovetzky, las desigualdades que aún persisten en el mundo
del trabajo, de la política y otros no se explican sólo como
sobrevivencia de valores del pasado, retraso o arcaísmo, que la
dinámica igualitaria hará desaparecer en el futuro.

El lugar predominante de la mujer en el rol familiar se mantiene no


solamente a causa del peso cultural y de las actitudes egoístas de
los hombres, argumenta, sino porque estas tareas enriquecen sus
vidas emocionales y relacionales, y dejan en su existencia una
dimensión de sentido.

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En las sociedades posmodernas, los códigos culturales que


obstaculizan radicalmente el gobierno de sí misma, como la
virginidad o la mujer en el hogar, pierden terreno. En cambio, afirma
Lipovetzky, "los códigos sociales que como las responsabilidades
familiares permiten la auto organización, el dominio de un universo
propio, la constitución de un mundo cercano emocional y
comunicacional, se prolongan cualquiera sea la crítica que los
acompañen por parte de las propias mujeres".

El terreno del poder

A pesar de la feminización de las carreras y del empleo, el poder


económico y político permanece mayoritariamente en manos
masculinas.

Si las mujeres están asociadas prioritariamente al polo privado de la


vida y los hombres al público, esto tiene consecuencias inevitables
en la cuestión del poder. Aunque lejos estemos todavía de una
sociedad que dé las mismas posibilidades a hombres y mujeres en el
acceso a éste, no se debe solamente a los obstáculos masculinos
sino a la priorización que dan las mujeres a los valores privados que
las vuelve refractarias a la lucha del poder por el poder.
Se espera que en el futuro habrá muchas mujeres en los centros de
poder, pero no será el poder político el último bastión masculino en
caer; será el poder económico el más lento en abrirse a las mujeres.
Estas, sugiere Lipovetzky, manifestarán mayor inclinación por
puestos de responsabilidad política que comprometerse en luchas
por grandes puestos de poder en las empresas. "Aceptarán mejor
sacrificar una parte importante de sus vidas privadas por causas que
vehiculicen un sentido de progreso para los otros, que expresen un

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ideal común, que sacrificarse por funciones económicas marcadas


sobre todo por el gusto del poder por el poder".

La tercera mujer

La Tercera Mujer rechaza el modelo de vida masculino, el dejarse


tragar por el trabajo y la atrofia sentimental y comunicativa. Ya no
envidia el lugar de los hombres ni está dominada como diría el
psicoanálisis por el deseo inconsciente de poseer el falo. Representa
una suerte de reconciliación de las mujeres con el rol tradicional, el
reconocimiento de una positividad en la diferencia hombre-mujer.

"La persistencia de `lo femenino' no sería ya un aplastamiento de la


mujer y un obstáculo a su voluntad de autonomía, sino un
enriquecimiento de sí misma".

La larga marcha por la autonomía de las mujeres no está terminada.


Lipovetzky considera que en el futuro será más importante la
movilización y responsabilidad individual que las movilizaciones
colectivas.

"Será un feminismo más individualizado, menos militante, el que se


vislumbra en todo caso en las naciones europeas. Un feminismo tal
vez más irónico en relación a sí mismo y un "vis a vis" (frente a frente)
de los hombres. Un feminismo que no parte en guerra contra la
femineidad y que no diaboliza al hombre".

Lipovetzky anuncia en su libro el nacimiento de «La tercera mujer».


Según el filósofo francés, las feministas defienden un ideal arcaico.
El autor de La era del vacío y de El imperio del efímero aborda la

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figura de la tercera mujer, o lo que es lo mismo, «un compendio entre


la autonomía individual de la propia mujer y la tradición».

Este filósofo, formado en la revolución sexual y cultural de los 60,


creía, antes de empezar su estudio, que esta década «lo había
cambiado todo y que los individuos eran iguales», pero más adelante
se dio de bruces contra la realidad y decidió seguir por este sendero.
«En mi libro propongo una interpretación del rol de la mujer que ha
chocado mucho a las feministas», asegura Lipovetzky. «Muestro que
hay normas y valores sociales que desaparecen, mientras que otros
se mantienen». Es decir, el culto a la belleza, las formas de seducción
y la posición de la mujer en el hogar» han permanecido, mientras
que, por ejemplo, «el culto a la virginidad ha desaparecido por
completo».
A partir de esta constatación, Lipovetzky se pregunta: « ¿Por qué se
produce este hecho?», si lo más lógico es que «las normas
desaparecieran al mismo tiempo». La respuesta es que, a lo largo de
los siglos y, especialmente, a finales de milenio, «lo que obstaculiza
el libre albedrío de las mujeres ha desaparecido, mientras que las
normas tradicionales, compatibles con la autonomía de la mujer, se
van perpetuando».

Desigualdad de roles

De modo que «persiste la desigualdad en los roles», asegura el


filósofo. «Creo que la mayor parte de las mujeres desean ser
cortejadas, deseadas... y esto explica que la tradición se perpetúe»,
comenta Lipovetzky, algo divertido, y añade que «existe la necesidad
imperante de recomponer la identidad femenina». Una identidad que
bebe de la revolución de los 60 pero que, a su vez, se opone a ella.
Así, el filósofo argumenta: «En los 60 no querían ser mujeres objeto,

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no se maquillaban..., mientras que ahora la industria de la estética


está viviendo su etapa dorada». «Las mujeres tienen el poder de
estudiar, de trabajar y tener éxito, pero a la vez no quieren renunciar
a su feminidad», subraya. Y esto, según Lipovetzky, es lo que no
entienden las feministas radicales. El filósofo no niega que «el
feminismo de los 60 y los 70 haya puesto sobre el tapete temas
importantes», pero considera que estas mujeres defienden un ideal
arcaico. «En este feminismo», asegura, «no se ha entendido la
transformación de lo femenino, que es lo que yo llamo la tercera
mujer». Actualmente «existe una preocupación por la estética, lo que
no impide que la mujer se desarrolle en su trabajo», y «esto es lo que
las feministas no han entendido», concluye el filósofo.

El sexo, el hogar y el trabajo

En La tercera mujer, Lipovetzky acompaña cada afirmación con datos


extraídos de estudios recientes de mercado y/o de sociólogos y
estudia la mujer en tres ámbitos: en el sexo, en el hogar y en el
trabajo.
Así en su libro afirma que «las mujeres son mucho más numerosas
que los hombres a la hora de optar a un empleo a tiempo parcial:
ocho de cada 10 veces, dichos puestos los ocupa la mujer».

En cuanto al rol femenino en el hogar, Lipovetzky cita un estudio que


indica que «el 79% de las españolas, el 70% de las inglesas y las
alemanas, y el 60% de las francesas e italianas declaran que su
cónyuge no realiza tarea doméstica».

También aborda un problema muy actual, que afecta sobre todo a las
jóvenes generaciones: la fiebre de la belleza y el mercado del cuerpo.

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¿Qué mujer no sueña estos días con estar delgada? «La delgadez»,
dice, «se ha convertido en un mercado de masas. Lipovetzky
defiende que la que llama «tercera mujer», en contra de la primera -
de la época medieval- y la segunda -símbolo de belleza-, se forma a
partir de la mezclar de la modernidad y la tradición.

«La mujer reivindica tener estudios y trabajo, pero al mismo tiempo


no rechaza las diferencias existentes entre ambos sexos», lo que sí
«ha rechazado es el feminismo», asegura el filósofo.

Y en medio de esta revolución a toma de posiciones de las mujeres


de fines de milenio, ¿dónde queda la figura masculina? Lipovetzky
se contesta formulando una pregunta: «¿No hemos ido demasiado
lejos exagerando la crisis de la masculinidad?».

Fuera de Lipovetzky, muchos investigadores sociales relacionan


esta crisis con la creciente y muchas veces inexplicable violencia de
género.

La Tercera Mujer y la Violencia de Género

En los grupos sociales que han luchado por la discriminación contra


la mujer, el machismo se sigue expresando en actitudes más sutiles,
como pagar mejores salarios a los varones por desempeñar
funciones similares o iguales a las de las mujeres, o conceder a los
hombres los mejores accesos a puestos de responsabilidad
gerencial, política o religiosa. También se observa en mensajes
publicitarios que de un modo u otro denigran a la mujer o la relegan
a funciones como el hogar y la familia. Como en todos los fenómenos
sociales, la cuestión es compleja.

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La cultura, la sociedad, los estereotipos y nuestras mismas madres


nos han educado para aprender que existen hombres y mujeres,
ambos con características, obligaciones, emociones y tareas
"diferentes". Por decirlo de una forma más simple y tradicional:
Hemos aprendido que el color rosa es para la mujer y el azul para el
hombre. El machismo no es genético, pero no hay nada que lo
transmita mejor que una madre.

“Lamentable o no, somos nosotras mismas las que menospreciamos


nuestra condición de féminas, desde servirle de comer a papá, a los
hermanos, al novio y, en su caso, al marido. Si tenemos una pareja
de hijos, la niña debe lavar y planchar su ropa, mientras que el
varoncito sólo se dedica a ensuciarla” dice Pilar Maurell. La conquista
de un espacio igualitario continúa, y requiere repensar la
colaboración mutua, las formas sociales, los roles y el modelo de una
tercera mujer donde no exista la violencia de ningún tipo.

La violencia de género forma parte de la estructura social y,


afortunadamente, algunos cambios se están dando como la Ley de
Género, la del Femicidio y la de Tratas.

Pero todavía falta recorrer mucho camino.

Y esto depende de todos y de todas.

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La Familia en Desorden

Élisabeth Roudinesco (París, 10 de septiembre de 1944) es una


historiadora y psicoanalista francesa y la biógrafa autorizada del
famoso psicoanalista francés Jacques Lacan.

La Familia en Desorden es el título que da nombre a la profunda


reflexión y análisis que hace Elisabeth Roudinesco acerca de las
múltiples vicisitudes por las que ha atravesado la institución familiar.
A la autora no le basta con definir a la familia desde el punto de vista
antropológico, ya que necesitamos —dice— saber cuál es su historia
y cómo se introdujeron los cambios característicos del desorden que
hoy parece afectarla.

Es por ello que analiza —como lo hizo Freud— fragmentos de Hamlet


y Edipo, personajes trágicos y míticos que están en el origen mismo
de toda historia.

La autora plantea, desde el inicio del texto, la pregunta que guiará su


reflexión posterior: ¿por qué hombres y mujeres homosexuales
manifiestan hoy en día su deseo de familia? Si la familia, el único

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camino que les otorgó fue el de la exclusión y la marginación, ¿por


qué reivindicar ahora derechos tales como el matrimonio, la adopción
o la procreación médicamente asistida?

Con habilidad nos hace cuestionar entonces aquellos atributos que


dan forma a ésta en la sociedad occidental, sobre las múltiples
representaciones de las que debemos ocuparnos cuando hablamos
de ella, sobre la necesidad de pensar en esos siglos que han pasado
para que estos personajes, que se convirtieron en “el gran
significante de un principio de exclusión”, manifiesten hoy su deseo
de adoptar el orden familiar.

Ese deseo de normatividad de las pequeñas minorías excluidas será


la gran amenaza para los conservadores a la autoridad en todas sus
formas: el padre, la ley del padre.

“Excluidos de la familia, los homosexuales de antaño eran al menos


reconocibles, identificables, y se los marcaba y estigmatizaba.
Integrados, ahora son más peligrosos por ser menos visibles”.

El horror que se vive es a la abolición de la diferencia, al fin del padre,


al poder ilimitado de la madre; en última instancia a la supuesta
pérdida de su identidad.

“Sin orden paterno, sin ley simbólica, la familia mutilada de las


sociedades posindustriales y posmodernas se vería, dicen,
pervertida en su función misma de la célula básica de la sociedad.
Quedaría librada al hedonismo, a la ideología de la “falta de tabúes”.
“El paradigma de la nueva familia Monoparental, homoparental,
recompuesta, reconstruida, clonada, generada artificialmente,
atacada desde dentro por presuntos negadores de la diferencia de
los sexos, ya no sería capaz de transmitir sus propios valores”.

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“En consecuencia, el Occidente judeocristiano y, más aún, la


democracia republicana, estarían bajo la amenaza de la
descomposición”. Son estos los temas consagrados en este texto
para penetrar —como dice la autora— los secretos de esos
trastornos de familia.

Pero no será éste el único momento en que la institución familiar


fundada en la soberanía divina del padre se ha visto amenazada.
Durante siglos, nos dice la autora, ha perdurado el discurso misógino
cuya traducción representa para ella un auténtico temor masculino a
lo femenino y una obsesión por la posible feminización del cuerpo
social agravada por la decadencia de la monarquía y junto con ella,
la degradación de la imagen del padre. Había que poner freno a la
irrupción de lo femenino cuya amenaza era la disolución del poder
del patriarca. Ante esta perspectiva, y con la aparición de la
burguesía, la familia se transformó en una célula biológica donde se
otorgó un lugar central a la maternidad y al amor, logrando así poner
freno a esa amenaza femenina. Será Freud el que, rescatando la
tragedia de Edipo y el drama de Hamlet, ponga en marcha el proceso
de emancipación que permitirá a las mujeres su diferenciación, a los
niños ser considerados como sujetos y a los “invertidos” la
normalización. Surge así el terror y la amenaza de la abolición de los
sexos y, junto con ello, la disolución de la familia. Terror que, al
parecer, fue compartido por la mayoría de los contemporáneos de
Freud, aunque él nunca compartió con ellos ese temor fantasmático.

Para Roudinesco es posible plantear la hipótesis de que Freud


reinventó el Edipo en complejo para restablecer de manera simbólica,
las diferencias necesarias para el mantenimiento de la familia, cuya
desaparición se temía en la realidad. Atribuye al inconsciente la

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soberanía que había perdido el Dios padre, y esto con el fin de hacer
reinar la diferencia entre los sexos, los padres y las generaciones. El
nuevo héroe que Freud le da a la humanidad es un héroe culpable,
condenado a ser hijo de su madre y rival de su padre. La pregunta
que nos hace la autora es si, en estas condiciones, el padre estaría
condenado a ser sólo función simbólica.

En síntesis, lo que Roudinesco quiere hacer notar es que el supuesto


desorden planteado por ese deseo de familia que manifiestan hoy en
día los homosexuales, no es nuevo; que es el pensamiento
conservador el que, a través de la historia, ha manifestado el terror
que les genera la idea de lo inédito. Pareciera que el único valor
seguro al cual nadie quiere renunciar se manifiesta en la familia.

Concluye la autora: “desde el fondo de su desamparo, la familia


parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la
tribalización orgánica de la sociedad mundializada”.

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Bibliografía

“La Tercera Mujer: Permanencia Y Revolución De Lo Femenino”,


Gilles Lipovetzky, 1999
Viviana Erazo y Pilar Maurell, http://antroposmoderno.com/antro-
articulo.php?id_articulo=4 , 2001

"El segundo sexo", Simone de Beauvoir, 1949

“La Familia en Desorden”, Elizabeth Roudinesco, 2002

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