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EL ROL DE LA MUJER ADMINISTRADORA DEL HOGAR

Y SUS RELACIONES DE ALTERIDAD


DESDE LA OBRA FILOSÓFICA DE JHON STUART MILL

ALFREDO MEJIA
HUGO SUAREZ

UNAD
UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA Y A DISTANCIA
PROGRAMA DE FILOSOFÍA
PERERA
2010
INTRODUCCIÓN

Una de las labores que compete al individuo que se adentra en la filosofía es


precisamente la producción de pensamiento sobre aquellos asuntos de la vida,
precisamente porque en la era tecnológica, en los procesos de globalización, donde
se yergue el hombre contemporáneo, aquel lleno de contradicciones, la filosofía
reclama -no sólo para los filósofos sino para todos los seres humanos- una
competencia general, en este sentido: "Hombre soy y nada de lo humano me es
ajeno", decía Publio Terencio en su comedio “el enemigo de si mismo”, y al
referirse al hombre se refiere al ser humano. Entonces dentro del saber filosófico,
ser humanamente "competente" (en el sentido de capacidad) es reclamar la
"competencia" de todos en todo, base de la democracia a la que estamos llamados
desde los griegos.

En ese sentido es competencia del filosofo tocar temas como la diferenciación de


genero que comporta problemáticas serias, en cuanto a que la dinámica social ha
establecido roles que han determinado gravemente la situación de las mujeres.

Esta monografía permite entender el sesgo de género que ha aparecido dentro de


una ideología que ha estigmatizado el sexismo o ideología de la inferioridad de uno
de los sexos, históricamente el femenino, y que ha instaurado de manera un tanto
arbitraria el androcentrismo o punto de vista parcial masculino que hace del varón y
su experiencia la medida de todas las cosas. Analizar estas particularidades no es
materia única y exclusiva de la filosofía de genero, también lo han hecho las
corrientes antropológicas, sociológicas, psicológicas, etc. Aquí lo que se pone en el
tapete es el análisis del sentido ontológico de la mujer y sus relaciones de alteridad,
su ser-con y su ser-para el otro que ha derivado una posición de dominancia por
parte de esos “otros” frente a ella y la ha colocado en posición de esclava

No se trata de instituir un discurso en pro o en contra de la legitimación de la


desigualdad de género que pasan todavía, por lo común, desapercibidos y
continúan, por lo tanto, activos, sino de generar una reacción crítica para lo cual se
ha colocado la postura de Emanuel Levinas con relación a la alteridad para caer
con muchas más herramientas a la obra de John Stuart Mill “esclavitud femenina”,
donde este autor ingles plantea una posición revolucionaria sobre los derechos
femeninos.
Lo que se pretende es producir una reacción crítica que no se limite a dejar de lado
ciertos pasajes como si no fueran relevantes, como si se tratara de simples
peculiaridades extemporáneas sin vínculo alguno con el discurso filosófico ni el
acontecer histórico.

Tomar una comunidad particular como punto de partida es sólo establecer una
muestra con la cual el lector puede relacionarse porque es cotidiana, representativa
y además porque determina una linealidad en el tipo de estudio desde lo puramente
práctico

La invitación es a leer las fuentes de este escrito, con pensamiento crítico y


enfoque realista del mundo de la vida.
1. PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN

1.1. DESCRIPCIÓN DEL PROBLEMA

Las mujeres son un grupo de la población humana cuyos derechos en el plano de


la dignidad están sometidos al estrato socioeconómico, cultural y religioso. A lo
largo de los años las mujeres han sido subyugadas, dominadas y esclavizadas de
diferentes maneras, mostrándolas como el sexo débil, inferiorizando su condición
humana y poniéndolas en un segundo plano en relación con los hombres; es así
como en varias épocas históricas sólo a la sombra de un hombre o haciéndose
pasar como tal, algunas mujeres pudieron figurar en la literatura o en la ciencia.

Es hasta hace muy poco y gracias a la lucha incansable de hombres y mujeres que
le apuestan al respeto por la diversidad de género, que las mujeres han
reivindicado su condición social y cultural, sin embargo aún quedan comunidades
donde el rostro de la mujer se oculta como un pecado, lugares donde la mujer es
explotada laboral y sexualmente, sitios donde mutilan sus genitales para prohibirles
cualquier tipo de sensación placentera o solo porque así lo han determinado
algunas creencias de tipo religioso y cultural. En fin, aún quedan reductos de
barbarie contra la mujer.

Pero no puede creerse que la desvaloración está en países incivilizados y crueles,


en Colombia aún se experimenta abuso contra la mujer. Ella misma no ha tomado
conciencia de su valor intrínseco, no tiene un autovalor. En la comunidad de
mujeres del Barrio La Playita del municipio de Dosquebradas, puede evidenciarse
esta problemática. Mujeres cuyas condiciones de vida las llevan a asumir roles de
administradoras del hogar, pero sin el reconocimiento pleno de sus derechos
humanos, sin la posibilidad de reclamar por unas condiciones dignas de vida,
mujeres que son violentadas socialmente, a las que sus condiciones de
precariedad en términos de preparación académica las relega a trabajos que no les
permite un mayor crecimiento personal y social, donde devengan salarios míseros y
son tratadas como objetos.

En un grupo focal de 12 mujeres, todas madres cabeza de hogar, responsables de


sus hijos y de otros miembros de su familia, se vive una tensión social, donde
prevalece aún la idea de dominio del varón sobre la mujer, que queda
resueltamente subordinada, a pesar de llevar las riendas de un hogar, pero ella no
está en capacidad de decidir su vida, está medida por unas condiciones, por unas
situaciones límite y en su afán de superarlas ha perdido el control de su vida, la
satisfacción de si misma individualmente, pues busca una satisfacción siendo parte
de un grupo, bajo su condición sexual, en su clase social o cualquier otro ámbito.

Se verifica en la observación del entorno un descontento personal, un descontento


íntimo, como si no estuvieran seguras de ser plenamente esto que pretender ser,
esto que se supone que son: mujeres exitosas por tener las riendas de su hogar.
Sujetan la rienda de la vida de su familia, mas no de la propia.

Hablando con ellas pareciera que aunque normalmente han estado satisfechas de
ser mujeres, no tienen bien claro su ser en el mundo, su función para si, escindida
de los demás, conocen su puesto en la historia familiar, pero no en la vida personal.
Aparecen vacíos respecto de sí mismas, allí es donde aparece una cierta irritación
frente a ese entusiasmo que el hombre y la sociedad actual sienten por ella, por
verlas triunfadores como administradoras del hogar.

Si bien estas mujeres quieren reivindicar sus derechos, sus capacidades, aspiran a
la realización de multitud de actividades, si puede apreciarse una actitud negativa y
de descontento permanente, porque no han encontrado su centro en si mismas, su
verdadero valor. Porque viven en función del otro, pero no con el otro, sino para el
otro, llámese ese otro familia, amigos, trabajo, etc.

1.2. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

La mujer desde el principio de la humanidad ha recorrido un camino lleno de


obstáculos para lograr trascender su condición de madre y definirse como ser ante
otros roles como esposa, amiga, trabajadora, compañera, perteneciente a un
colectivo y partícipe de un social.

Su constitución física, de alguna manera diferente a la del hombre, la mantuvo


alejada de las actividades que demandaban esfuerzo físico, tareas reservadas a los
hombres, haciendo que esta diferencia pareciera más una condición de detrimento
de su papel en el mundo. Por lo que los grupos humanos primitivos, y hasta muy
avanzada la civilización, se organizaron de una manera que se mantuviera este
estado de cosas sin la posibilidad de alternativas, respetando el poder del más
fuerte.

Sin embargo con el comienzo de la agricultura y el abandono de la vida nómada, la


necesidad de fuerza laboral lleva a la mujer a los campos de cultivo y terminan
siendo las encargadas de estas actividades en la mayoría de las comunidades;
mientras los hombres se dedican a la caza de animales salvajes, la pesca y al
cuidado de su territorio, quedando el cuidado de la prole a cargo de los hijos
mayores y los familiares no aptos para el trabajo de la tierra. La mujer empieza a
asumir diferentes roles sociales que se diversifican con la aparición de la vida
comercial y el surgimiento de nuevas clases sociales.

Hoy la mujer no se limita al cuidado de los hijos, las tareas domésticas y los
trabajos manuales artesanales, ha cedido la cultura de roles rígidos difíciles de
trascender, y a pesar de que tuvo que pasar mucho tiempo considerándose a la
mujer como políticamente incapaz, es a partir de la Revolución Industrial cuando la
mujer se convierte en instrumento útil para participar en la vida laboral, aunque aún
explotada sometida a un régimen de trabajo infrahumano.

Es sólo hacia finales del siglo XIX, después de la Primera Guerra Mundial, cuando
la mujer comienza a incorporarse a la educación universitaria y a participar con su
trabajo en ciertas áreas específicas. Sin embargo hay limitaciones para que la
mujer exprese su ser en el mundo abocado a una alteridad, limitaciones para
esclarece su ser como objeto (parte de una totalidad que existe en el mundo) y su
ser-en-si con sus dimensiones comunicaciones, históricas y de libertad.

La mujer con sus diferentes roles, más no por ellos, no ha sido objeto de un análisis
existencial que esclarezca sus modos de ser en la existencia, es sólo vista como
sujeto empírico, que no ha trascendido en el tiempo y no ha entrado en relación
trascendente con los otros, más que como objeto que posibilita la satisfacción de
necesidades.

Las situaciones límite llevan a la mujer a que viva una realidad temporo espacial,
psíquica y social medida por el ser del otro pero no como relación con el otro, sino
viviendo la vida del otro.

La mujer no ha reflexionado –ni la sociedad del conocimiento lo hace- sobre lo que


significa buscar el ser-para-si y del ser-en-si en la sociedad que la aglutina.
Aplaude la sociedad actual a la mujer trabajadora, la que lleva a cabo un sinnúmero
de tareas de servicio, a tal grado que ha socialmente sus derechos como persona
adulta en iguales condiciones que los hombres. Sin embargo la mujer no ha logrado
superar problemas antropológicos y ontológicos que le devienen de las
problemáticas de su ser-en-el-mundo; aún afronta la inquisidora mano de la
violencia intrafamiliar, la vulneración de sus dignidad, aún es cosificada y oprimida,
porque no hay un esclarecimiento de su existencia como ser en el mundo.

1.3. JUSTIFICACIÓN

La vida de la mujer actual está atravesando una etapa de transición que suele
provocarle un estado de desequilibrio emocional, personal, en cuanto a que rol de
mujer en la sociedad se ha ido modificando a partir del ingreso masivo al mercado
laboral, cambiando así mismo su papel en la familia, cuyos miembros aún no han
podido adaptarse a las nuevas reglas de juego.

Sin embargo no hay espacios reflexivos, donde la mujer sea vista y tratada desde
otras dimensiones antropológicas, ontológicas, filosóficas, espacios donde ella
misma pueda ser exegeta de su visión de mundo, de su horizonte de posibilidades.

La mujer como sujeto no ha entablado una relación consigo misma, no ha


examinado su ser como objeto en una totalidad de lo existente en el mundo, no ha
esclarecido su existencia, no se ha convertido en materia de conocimiento.

Se hace necesario y urgente plantear una visión de mujer como ser-en-si-misma,


más allá de su comunicación con el otro, porque la mujer se ha diluido en lo
colectivo, ha perdido su relación de alteridad, ha vivido para el otro y no al lado del
otro.

Las necesidades y dinámicas de la mujer se ha observado desde una dialéctica


social más no ontológica. La historicidad femenina no ha sido un concepto aclarado
desde la existencia, desde la esencia, sino desde la presencia para la dinámica
social que construye institucionalmente la civilización. En esa historicidad de la
mujer se ha manifestado su existencia como necesidad, mas no como existencia
posible, originariamente para sí y la voluntad interior de su existencia.
Es perentorio abonar un camino de reflexión sobre la trascendencia de la mujer,
sus horizontes en el mundo de la vida, su existencia singular. Una hermenéutica de
su ser-en-si, que le de puntos de partida para el afrontamiento existencial.

1.4. FORMULACIÓN DEL PROBLEMA

¿Cuales deben ser los principios de alteridad que propone Jhon Struart Mill, bajo
los cuales se rija la mujer administradora del hogar, esa que tiene múltiples y
variados roles y que ha perdido su horizonte de posibilidades?
2. OBJETIVOS

2.1. OBJETIVO GENERAL

Analizar las relaciones de alteridad de la mujer administradora del hogar desde la


perspectiva filosófica de Jhon Stuart Mill, para propiciar en ella reflexiones de orden
ontológico que le permita asumir su posición frente a otro.

2.2. OBJETIVOS ESPECÍFICOS

Reflexionar acerca de los diferentes roles de la mujer cabeza de hogar

Indagar las relaciones de la mujer en su realidad temporo espacial

Referir las condiciones en las que la mujer puede encontrar espacios de reflexión
axiológica para encontrarse consigo misma.
3. MARCO REFERENCIAL

3.1. MARCO TEÓRICO

3.1.1. La filosofía de género. La filosofía del género incluye ideas de diferentes


corrientes de pensamiento filosófico y psicológico armonizadas o, mejor dicho,
forzadas a armonizarse en una propuesta que busca destruir el concepto de familia
tal como lo conocemos actualmente, alejada del concepto de institución incluyente,
donde cada cual cumple su rol en beneficio del colectivo. Este tipo de posturas
coloca la familia como establecimiento de una sociedad decadente de nuestros
tiempos y la inscribe en un devenir histórico que asegura la desigualdad del hombre
con la mujer.

Para esta corriente, la igualdad definitiva entre hombre y mujer se logra cambiando
todos los roles masculinos y femeninos existentes, considerando la familia actual
como algo perimido pero con necesidades de cambio, estructurando un nuevo tipo
de unión "familiar", permitiendo diferentes formas de contacto sexual como parte de
la igualdad, negando la identidad biológica-psiquica-espiritual del "ser mujer" y del
"ser hombre", como sujetos contrapuestos, eliminando el lenguaje actual en lo
referido a temas masculinos femeninos en lo que es indispensable cambiar todos
los términos que tácitamente excluyen a la mujer dentro del hombre, por ejemplo:
los alumnos de esa escuela, por: los alumnos y alumnas de esta escuela.

La filosofía del género no busca la igualdad de derechos o de deberes entre


hombre y mujer sino la destrucción de la familia normal de hoy para reconstruir un
concepto de familia distinto, más no sólo distinto: nuevo.

Para que exista igualdad entre hombre y mujer, propone, hay que destruir las
estructuras actuales y crear otras nuevas. No basta cambiar, hay que hacer una
nueva sociedad, generar sus propios valores.

En esta filosofía se generan conceptos que deben reclasificarse, sujetos a una


concepción actual que valorizará de nuevo, adaptado a esta evolución, en base a
una perspectiva de género.
Gran parte de estas ideas se encuentran en autores como Engels, Nietzsche y
Sartre pero, en cuyas obras se incorpora todo lo que le pueda ser útil a los fines de
la distinción de género.

El "corpus" de la filosofía del género analiza el pensamiento utilizado por las


feministas radicales como una "ideología según la cual, los roles del hombre y la
mujer no están dentro de la naturaleza, sino que son el resultado de la historia y de
la cultura"1. Esta visión histórica de los roles masculinos y femeninos esta
íntimamente ligada a la familia y al arquetipo de organización del Estado que deben
ser analizados y estudiados dentro de una antropología filosófica que analice la
dialéctica del fenómeno social.

Actualmente el debate de género significa el trabajo por una igualdad de derechos


y oportunidades entre hombres y mujeres, donde se inscribe una lucha contra la
conducta machista que se muestra como fruto de una educación materna machista.
Pero la filosofía del género absorbe esta situación de desigualdad, proponiendo ir
bastante mas lejos que en lo que a derechos y oportunidades se refiere.

El Genero propone: la igualdad, pero habrá que analizar a qué tipo de igualdad se
hace referencia, teniendo presente que "género" no se refiere a los sexos
masculino y femenino, sino que se refiere a una ideología que niega el fundamento
natural de los roles tradicionales del hombre y la mujer y que alega que todos ellos,
incluyendo el concepto mismo de la maternidad, son puras invenciones sociales
sujetas a cambio.

En torno a esto, puede exponerse a Engels aportando su visión de las cosas:

"... la emancipación de la mujer y su igualdad con el hombre son y


seguirán siendo imposibles mientras permanezca excluida del trabajo
productivo social y confinada dentro del trabajo doméstico, que es un
trabajo privado. La emancipación de la mujer no se hace posible sino
cuando ésta puede participar en gran escala, en escala social, en la
producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo
insignificante. Esta condición sólo puede realizarse con la gran industria
moderna, que no solamente permite el trabajo de la mujer en vasta

1
LÓPEZ ARANGUREN, Gloria M. La ideología de Género. Ed. Espasa Calpe. Madrid 2000. P. 325
escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el
trabajo doméstico privado en una industria pública." 2
El cambio de roles es un tema de difícil abordaje. Sobre todo porque los diferentes
roles socialmente han identificado al hombre y a la mujer. ¿Será que la igualdad es
el derecho a trabajar como una esclava en una fábrica 12 horas al día? Así se
igualaría a muchos hombres, jóvenes y niños que lo hacen.¿Y eso está bien? O tal
vez ¿será que se desea que el hombre se embarace? Así las cosas serán bien
parejas. Lo que verdaderamente ha existido es un antagonismo de clases entre el
hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, la del sexo
femenino por el masculino.

La filosofía del género dice que si se deja de educar "sexistamente" puede


romperse estos paradigmas. Basta con este tipo de educación? Es suficiente para
reivindicar a la mujer, adjetivar su ser en el mundo o desarticular la manera en que
se refiere a su existir?

Si bien la filosofía de género da paso a la ideología y a la doctrina del género, es


momento que se tenga claro de lo que significa, para que el proceso destructivo
sea menor y la reconstrucción de los derechos sea más fácil.

3.1.2. La visión hacia la mujer en la tradición filosófica. A pesar de que la


mayoría de filósofos son universalistas en términos de definir el ser como algo
general, si hay rastros de algunos autores que han estimado su punto de vista con
respecto a la mujer como un sujeto específico.

Empezando el análisis por la tradición griega, por supuesto, es de anotar que las
mujeres tenían el mismo status social que los esclavos, lo cual suponía que no
tenían derechos cívicos de ninguna clase, ni participación política, situación que
duró por mucho tiempo en varias partes del planeta y que pervive en algunos sitos
en la actualidad. En el caso de Colombia, la participación de la mujer en los
diferentes ámbitos de la vida social se ha desarrollado de manera muy lenta, si se
hace historia, solo hacia la segundo mitad del siglo XX la mujer pudo votar y
alcanzar cargos públicos de relativa importancia

En su obra "la República", Platón andaba en búsqueda de la construcción de una


sociedad perfecta. En este orden de ideas el filósofo griego reconoce una misma
naturaleza para el hombre y la mujer, aunque para la época esto pareciese ridículo,
ya que nada concuerda con el contexto histórico, y debido a esta igualdad en su
2
FRAILE, G. Historia de la filosofía. Tomo I, III Madrid. Ef. B.A.C. 1976 P. 35
naturaleza, para él es lógico que tuviesen las mismas oportunidades a través de
una educación igualitaria. Aquí puede verse los inicios del derecho que la mujer
tiene a obtener una educación completa, para así poder tener las mismas
oportunidades que los hombres a nivel laboral.

Aunque para Platón la mujer es objeto de razón, en ningún momento defiende sus
derechos o los iguala al del hombre para la época, sencillamente que por ser un
objeto de razón, está debe preparase ya que el para él, el hombre (masculino)
debería reproducirse con alguien similar a él para poder tener hijos perfectos. Aquí
vemos reflejada la visión que Platón tenía sobre la mujer, la cual era considerada
únicamente como un ser para mantener la especie, y en ningún momento, un ser
con Derechos Civiles y mucho menos con las mismas oportunidades de
participación que el hombre.

Por su parte Aristóteles, hace muy pocas referencia acerca de la mujer. Él al


indagar sobre los orígenes de la sociedad llega a la conclusión de que éstos se
hallan en la unión de los sexos para la reproducción, de aquí surge el concepto de
la familia en donde cada sexo tendrá funciones específicas, a partir de su propia
naturaleza. Para él la mujer es un ser reproductivo y el varón un poseedor
administrador. Debido al contexto histórico y las guerras, los hombres se
ausentaban por largos períodos y según Aristóteles esto era nefasto y origen de los
males de esta sociedad. Probablemente la visión de Aristóteles no era equívoca, ya
que las mujeres no tenían quizá la experiencia para asumir dicho reto, pero
precisamente por falta de un aprendizaje.

Nótese el hecho de que las mujeres siempre se han visto subordinadas a que los
hombres las juzguen debido a su falta de experiencia y preparación en muchas
áreas, escindiéndoles de cualquier visión administrativa y de liderazgo.

Aristóteles vea a la mujer como un ser únicamente con funciones reproductoras.


Para él la virtud de la mujer era el silencio, el cual va muy parejo con la sumisión, y
el hombre determinará su statu quo; al no otorgarle voz a la mujer a esta se le
niega su oportunidad de crear su propio discurso, y por tanto carece de identidad, y
si la mujer no tiene voz no puede considerársele como ciudadano. De igual forma la
mujer no era sujetos de Derecho.

Más adelante aparece uno de los autores que más resalta sus aportes a la igualdad
mujer-hombre: Tomas Hobbes, quien va a cuestionar la autoridad patriarcal y la
desigualdad entre hombres y mujeres como expresión de una ley de la naturaleza.
Para muchos la dominación del hombre sobre la mujer es algo natural, pero
Hobbes lo cuestiona, así como cuestiona la autoridad patriarcal. Esto quizá fue
factor importante para lo movimientos feministas de los años 70 (primeros
movimientos en la defensa de los derechos de la mujer, y recuérdese que cuando
se habla de derecho, se refiere también a participación) ya que al Hobbes
cuestionar el papel del hombre como dominador de la mujer y dejar de justificar la
misma como una ley natural, trae consigo reflexiones, que en mi opinión fue factor
influyente en "abrir los ojos" de todas aquellas mujeres que no se sentían iguales y
que por falta de participación en cuestiones políticas ven vejados sus derechos.

Por otra parte Hobbes es uno de los pocos autores que cuando habla de naturaleza
humana o de los hombres se está refiriendo a la especie humana sin excluir a
ningún género. En sus obras va a exponer los planteamientos iniciales en torno a la
igualdad en el estado natural de hombres y de la cesión de poder por parte de la
mujer al hombre, en el estado civil, en otras palabras la cesión de su gobierno por
cuenta de un convenio. Esto resulta muy interesante ya que Hobbes aquí afirma
que la situación del hombre y la posición que este ocupa en el poder y en el
gobierno es el resultado de la acción de las mujeres, que el llama pacto, pero que
él llama "sumisión", ya que mucha de la culpa en la falta de participación política de
las mujeres es la apatía que éstas han tenido con ello.

De igual manera Hobbes explica la manera de sujeción (del hombre con la mujer)
por tres vías: Ofrecimiento voluntario, la cautividad y el nacimiento. El primero se
refiere un poco a lo explicado anteriormente, el segundo tiene que ver al
sometimiento de la mujer por parte del hombre y el tercero tiene lugar suponiendo
que las parejas conciban hijos. Para Hobbes cualquiera de las 2 primeras formas
de sujeción no son justificadas por la naturaleza humana si no que son artificiales,
es decir, creadas por los mismos individuos. Esto forma parte importante de la
situación entre hombres y mujeres, donde se ve reflejado que la desigualdad entre
ambos, desde mi punto de vista obedece a procesos históricos, donde la mujer se
vio desfavorecida en la mayoría de los acontecimientos, debido al sometimiento del
hombre o por su sumisión, como ya lo referíamos anteriormente.

Hobbes afirma que todos los hombres son iguales y sólo su desigualdad puede
justificarse a través de la ley civil. Es por ello que las mujeres ha procurado
defender sus derechos, por decirlo de algún modo "en el papel, que no se quede en
palabras" ya que es la única manera de asegurar la verdadera igualdad entre los
géneros.
Es por todo esto que queda demostrado que Hobbes fue el primer filósofo que pone
en entredicho el valor universalista de la desigualdad juzgada hasta el momento,
siendo uno de los principales defensores de la igualdad, yendo mas allá de las
diferencia competitivas que existen hoy en día, sino, buscando la verdadera y real
causa de la situación de las mujeres en el mundo entero.

Aparece otro importante exponente pensador que habla del Derecho al Voto para la
mujer, la cual representaba para él, la solución de la cuestión femenina pasaba por
la eliminación de toda traba legislativa discriminatoria. Una Vez suprimidas estas
restricciones, las mujeres superarían su sometimiento y alcanzarían su
emancipación.

Por otro lado, para Jhon Stuar Mill el principio regulador de las relaciones entre
hombres y mujeres es la subordinación legal de uno al otro, y esto representa una
traba importante en el progreso humano, ya que esto ratificaría la perfecta igualdad,
debido a que no se admitiría poder ni privilegio para uno e incapacidad para otro.

Esto forma eslabón súper importante en uno de los principales derechos, que
durante muchos años no lo ejercían las mujeres, el derecho al voto, significa la
expresión más importante de logros en nuestro país, ya que con ello se abrieron
numerosas puertas en una participación mucho mas justa para la mujer.

Lo que han hecho estos cuatro pensadores es romper los paradigmas de la época;
ya que aunque la visión de Aristóteles y Platón quizá no le otorga el merecido
respeto a la mujer, solo por ser persona, refleja la preocupación de éstos por darles
alguna posición en la sociedad, y el simple hecho de nombrarla en sus obras es
suficiente para pensar que ellas eran y tenían que forma parte importante en la
sociedad. Tanto Hobbes como Mill reflejan una preocupación por la defensa de los
Derechos Civiles de la mujer, quizá escribiendo esta hazaña estaría comenzando
un proceso completamente importante en la vida de las mujeres.

3.1.3. La filosofía de la alteridad y los derechos humanos. Uno de los filósofos


de más trascendencia en términos de alteridad y derechos humanos es Emmanuel
Lévinas, filósofo francés de origen ruso que fundamenta los derechos humanos a
partir de la experiencia límite del sufrimiento y de la barbaridad de los pueblos.

Levinas propone una concepción de la alteridad que él mismo llama “la epifanía del
rostro del otro” y donde invita a la responsabilidad de cada uno frente a la relación
que va tejiendo con el otro. El Otro, o sea « ser-para-el-otro », esto es «imagen y
semejanza» es la fuente de toda alteridad y garantiza una fundamentación de los
derechos humanos.

Fundamentar los derechos humanos con relación a la situación de la mujer en su


contexto, obliga a tener en cuenta tanto la historia de cada una, como la relación
que ella ha tejido con todos los seres humanos en su entorno inmediato, para así
hacer un análisis de las grandezas y las limitaciones de las sociedades en las
cuales las mujeres van estableciendo sus horizontes de posibilidades, en que se
prolongan y trascienden.

Se habla de contexto, pues es indispensable establecer que las circunstancias de


vida marcan la vivencia de las personas. Es necesario tener muy presente que así
como la libertad, la igualdad y la fraternidad han nacido a partir de una
emancipación de la monarquía, así la reflexión europea sobre los derechos
humanos no puede desdeñar los conflictos armados que han sucedido en los
últimos años y que siguen todavía vivos en varios lugares no sólo de ese continente
sino del orbe en general. Testigo a su manera de ésta época de florecimiento
intelectual donde el hombre es visto holísticamente, Lévinas ha logrado sobrevivir
quizá con la muerte en su alma, pero no de su conciencia. Su filosofía, aunque no
tiene nada que ver con tesis revisionistas y menos todavía con una apología del
super-hombre si se reviste de un humanismo exacerbado con el cual puede
acercarse de manera nueva a los derechos humanos.

Para Levinas acercarse al ser humano es necesariamente encontrarse de un


momento a otro en la huella del Otro. Esto revoluciona la existencia del Yo, lo cual
ha plasmado el autor en su libro Totalidad e Infinito, donde invita a reconocer al
Otro (Autrui) como un ser humano en relación con el mundo y con otros seres
humanos. En este aspecto se edifica una ética que está circunscrita en el mundo
de la vida, como la responsabilidad a conocer y a acoger el rostro del Otro, lo que
supone más que una simple toma de conciencia y pasa a constituir las más altas
consideraciones ontológicas. Otro es la brecha que se abre en el deseo de totalidad
y de finitud. Otro es el misterio donde se juega el por-venir del Yo y donde lo
invisible, se hace presente como careo, es decir cara a cara: “Lo absolutamente
Otro, es el Otro”3

Hay que entender claramente que significa el Otro para Levinas, sólo de esta
manera podrá aclarase de que manera se puede entretejer la alteridad. El Otro
3
LEVINAS, Emmanel. Totalidad e infinito. Salamanca, Ed. Sígueme, 1977 P. 63
responde a aquello que no soy yo, a aquello que es anterior a mí y, gracias a lo
cual yo soy quien soy. Pero la relación que se establece entre el Yo y el Otro, no se
da en términos de reciprocidad como el Yo-Tú, donde ambos están en posición de
igualdad. Tampoco en la relación Yo-Otro puede entenderse al otro como otro yo,
ni siquiera como una relación cognoscitiva. En la relación Yo-Otro de la que habla
Levinas, el yo llega siempre con retraso, éste se nos presenta como algo infinito. La
autonomía del yo, su principio de individualidad es de algún modo consecuente y
también posterior a la configuración del otro. Sin embargo, la relación con el otro se
hace más evidente a través de elementos como la proximidad, la responsabilidad y
la sustitución. Esto es, el Yo posibilita una entrega, un darse, un allegarse.

La cercanía hacia el otro no es para conocerlo, por tanto no es una relación


cognoscitiva, sino una relación de tipo meramente ético, en el sentido de que el
Otro me afecta y me importa, por lo que me exige que me encargue de él, incluso
antes de que yo lo elija. Por tanto, no podemos guardar distancia con el otro. Es el
caso de la relación que las mujeres establecen en su entorno (familia, amigos,
compañeros de vida, etc), con ellos vive de manera cotidiana en una estrecha
concordancia.

Por otro lado, ante la exigencia del otro de que me encargue de él, exigencia tácita
por demás, yo no puedo escaparme. El sujeto está llamado a responder del Otro,
hasta de su propia responsabilidad. De este modo, mi yo queda sustituido por el
Otro, por lo que el Otro se impone como límite de mi propia libertad. Para Lévinas,
Otro me hace nacer a mi mismo cuando, como extranjero, poniendose en mi
camino, me levanta de mi ser impersonal y me convoca a mi responsabilidad. PLas
personas no van pues por la vida, según Levinas, libremente sin comprometerse
con nada ni nadie, muy al contrario, todo lo que realizan, todo lo que viven, lo viven
en relación con el otro.

Esta relación yo-otro en que está inmerso el sujeto en tanto ser-en-el-mundo, es el


punto de nacimiento de la ética: Un cuestionamiento del Mimismo - que no puede
hacerse en la espontaneidad egoíta - se efectúa por el Otro. A este
cuestionamiento de mi espontaneidad por la presencia del Otro, se llama ética. El
extrañamiento del Otro - su irreductibilidad al Yo - a mis pensamientos y a mis
posesiones, se lleva a cabo precisamente como un cuestionamiento de mi
espontaneidad, como ética. La metafísica, la trascendencia, el recibimiento del Otro
por el Mimismo, del Otro por Mí, se produce concretamente como el
cuestionamiento del Mimismo por el Otro, es decir, como la ética que realiza la
esencia crítica del saber. Y como la crítica precede el dogmatismo, la metafísica
precede la ontología.

De esta manera y gracias al lenguaje, el Otro pasa del estatuto de objeto a conocer
al estatuto de rostro a acoger. La revelación del Otro le hace participar de la
universalidad. La presencia de su rostro, su expresión, su epifanía, conduce a la
defensa de los derechos del Otro y expone la conciencia al sufrimiento. En
adelante, el sujeto es un ser-para-el-otro. Contextualizando esta visión ética , que
supera cualquier ontología, puede apreciarse en la mujer y sus relaciones con el
otro, esa necesidad de adentrarse en el otro no para conocerlo sino para
protegerlo, para responsabilizarse de él, para elevar su espíritu maternal en la
entrega, en la renuncia de si para la acogerlo.

El Otro, que es visto por Levinas como un ser libre pero que es un perfecto
extranjero, se muestra completamente desnudo, desprotegido. La desnudez de su
rostro se prolonga en la desnudez del cuerpo que siente frío y vergüenza de su
desnudez. Esta mirada que suplica y exige - que sólo puede suplicar porque exige -
privada de todo porque tiene derecho a todo y que se reconoce al dar, esa mirada
es precisamente la epifanía del rostro como rostro. El rostro, es el modo por el cual
Otro se presenta y expone su forma, la totalidad de su contenido. El rostro no es
solamente la imagen plástica del Otro, sino más bien todo lo invisible de su vida, la
exterioridad de su interioridad, su trascendencia y su libertad. El rostro testimonia
de la presencia de toda la humanidad, en el otro puede dibujarse todos los seres
humanos.

Pero qué pasa cuando el sujeto toma conciencia del Otro? Empieza entonces una
carrera por la defensa de la libertad, pero una libertad que parte del Otro. Por ello la
epifanía del rostro es por lo tanto como una puerta que da a la humanidad y que
cuestiona la libertad del ser humano, la libertad está en relación con el otro, donde
descansa la verdadera razón de ser de la responsabilidad. En esta manifestación
de Otro, hay una justicia que cuestiona y acusa toda libertad arbitraria y que obliga
el Yo a asumir su responsabilidad. Asi lo asume Levinas “El Otro - absolutamente
otro - me aborda desde lo alto y se impone como una exigencia que domina la
libertad e indica el fin de mis poderes. Otro, desde su miseria y su señorío, manda
al Yo como un maestro”4.

En su trascendencia, el Otro no violenta ni lastima la libertad del sujeto, sino la


instaura a través de una enseñanza y un lenguaje. En esta relación de hombre a
4
Ibid. P. 190
hombre, el existir del Otro enuncia su resistencia - la resistencia ética - y su
imprevisibilidad : Imperativos éticos como el “no matarás” tienen sentido desde esta
ética relacional del mimismo con el Otro.

La libertad consiste en saber que la libertad está en peligro. Pero saber o ser
consciente, es tener tiempo para evitar y prevenir el momento de inhumanidad.
Este aplazamiento perpetuo de la hora de la traición - ínfima diferencia entre el
hombre y el no-hombre - supone el desinterés de la bondad, el deseo de lo
absolutamente Otro o la nobleza, la dimensión de la metafísica de la alteridad.

La libertad que se extiende en las relaciones de alteridad suponen el


enfrentamiento con las situacioens límites de sufrimiento donde se sondea la
verdadera justicia, precisamente porque en la desnudez del rostro del Otro, este en
su mirada, suplica y exige ser restablecido en sus derechos. Acercarse a Otro, es
encontrarse necesariamente una vez cara a cara con él, cercano y ausente, en su
huella.

Hay que tener en cuenta que Levinas era un creyente completo y un dedicado a las
cosas de Dios, al Evangelio y lector consagrado de la Biblia. En la visión que tiene
del Otro, plantea que éste no es la encarnación de Dios, sino que precisamente por
su rostro, en el que está descarnado, la manifestación de la altura en la que Dios se
revela. Acercarse al Otro es someterse al juicio del pobre, del extranjero, de la
viuda y del huérfano y, a la vez, del señor llamado a investir y a justificar mi libertad 5
Estas figuras metafóricas que caracterizan el otro como al desvalido, (extranjero,
viuda, huérfano) ayudan a entender porque la entrega que se le pide al yo de
manera trascendente para adaptarse al mundo. YO recibo al otro, pero habrá otro
YO que me reciba a mi como su Otro inmediato. De esta manera todos estamos
situados antes una ética del Otro, a pesar de que la trascendencia del Otro no es
un concepto axiológico o metafísico. Es la acogida de una distancia y la aceptación
de un saber limitado. Es la cercanía de una justicia hecho a los seres humanos y la
libertad que se deja tocar por el sentimiento de vergüenza. Hablar de derechos
humanos entonces, consiste a reconocer los derechos de hombres concretos,
limitando siempre a la vez su voluntad libre y protegiéndole de toda violencia. Los
derechos humanos, son ante todo, derechos del otro hombre y constituyen una
coyuntura en la que Dios adviene a la idea.

Ser Yo en el mundo es siempre tener una responsabilidad de más que los otros. Y
ser para-otro designa lo humano en los derechos que una sociedad se da. Los
5
Ibid. P. 262
derechos humanos nacen en una historia y requieren tiempo y paciencia. En esta
historia humana la apertura desinteresada al Otro trastorna verdaderamente al Yo y
lo provoca al universal, es decir al deseo de vivir con y en medio de los otros.

Para el creyente Levinas, sin necesidad de aportar la célebre prueba de la


existencia de Dios, los derechos humanos constituyen una coyuntura en la que
Dios adviene a la idea, en la que la noción de trascendencia deja de ser puramente
negativa y en la que el « más allá » abusivo de nuestras conversaciones usuales se
piensa positivamente a partir del rostro del otro. Levinas pone en su rigor filosófico
lo importante que es no pensar los derechos humanos a partir de un Dios
desconocido. Pero es posible aproximarse a la idea de Dios partiendo de lo
absoluto que se manifiesta en la relación con los demás.

Con Emmanuel Lévinas estamos en presencia de una concepción existencialista y


humanista. Fortalecido por sus orígenes judíos, este autor plantea de manera
ineludible la cuestión del Otro, de su existencia, de su radical diferencia, de su
autonomía y de su trascendencia. Por haber vivido tiempos de guerras, desea
fuertemente hacer florecer la paz en los espíritus y en los corazones. Por haber
seguido la orilla de una de las más grandes tragedias del siglo XX, la Segunda
Guerra Mundial, Levinas hace el elogio de la vida del Otro, de su señorío. Es cierto,
en tiempo de paz se puede siempre soñar a otros mundos, menos radicales y más
liberales. Pero cuando se trata de la vida de un ser humano, y además de un
inocente, la fundamentación de los derechos humanos no aguanta los discursos de
cuartos. La vida del pobre y del inocente es entonces por excelencia la norma, la
ley y el fundamento de cualquier actitud ética humana. Ella es juez en causa propia
y tiene poder de derribar a los poderosos y enaltecer a los humildes.

4. LA VISIÓN FILOSÓFICA DE LA MUJER


EN LA OBRA DE JHON STUART MILL

RESEÑA HISTÓRICA SITUACIONAL

Cuando John Stuart Mill nace y mientras transcurre su vida (primera mitad del siglo
XIX 1806-1873) sucede en Europa gran cantidad de acontecimientos que impactan
en la obra del filósofo.
En pleno auge de la Revolución Industrial, ya habían muchos trabajos realizados
sobre la reivindicación de la mujer, como los que llevó a cabo Mary Wollstonecraft
quien en 1792 había publicado Vindicación de los derechos de la mujer, obra en la
que afirma que la mujer debe ser tratada igual que el hombre. Muchos hombres
europeos reaccionan con indignación, y dirigentes de la Revolución Francesa
expulsan a las mujeres de laS fuerzas armadas. Sin embargo las mujeres siguen
en pie de lucha, la obra de Stuart Mill y de su compañera de vida, Harriet Taylor
contribuyeron a que en 1848 se llevara a cabo la Primera convención sobre los
derechos de la mujer; en una convención organizada por la feminista y reformadora
social Elizabeth Cady Stanton —celebrada en Seneca Falls (estado de Nueva York)
—, las sufragistas estadounidenses discutieron acerca de la igualdad entre géneros
en la educación, el matrimonio y la propiedad. Tras ser denegada su asistencia y
participación en la Conferencia Mundial Antiesclavista, celebrada en Londres, las
mujeres abordaron la contradicción de luchar contra la esclavitud cuando ellas
mismas carecían de derecho al voto.

En los años sucesivos el tema del sufragio femenino siguió vigente ante la opinión
pública británica gracias a una serie de legisladores liberales, entre los que se
encontraban los estadistas y filósofos sociales John Stuart Mill, John Bright y
Richard Cobden. En 1865 Mill contribuyó a la fundación de la primera asociación
británica para el sufragio femenino. Todos los esfuerzos encaminados a lograr el
derecho al voto de la mujer tropezaron con una fuerte oposición. Entre las figuras
antifeministas destacadas de la época estaban la reina Victoria I y los primeros
ministros británicos William Gladstone y Benjamin Disraeli.

En 1897, varios grupos feministas se unieron para formar la Unión Nacional de


Sociedades a favor del Sufragio de la Mujer. Una parte de sus miembros decidió
poco después que su política era tímida e indecisa, y en 1903 la facción disidente,
más militante y encabezada por la vivaz Emmeline Pankhurst, estableció la Unión
Social y Política de la Mujer. Las correligionarias de Pankhurst se hicieron pronto
famosas por su coraje y militancia. Las tácticas empleadas por la organización iban
desde el boicoteo, las bombas, la rotura de ventanas y los piquetes hasta el acoso
de los legisladores antisufragistas. En 1913 una militante sufragista hizo pública su
causa arrojándose a los pies de los caballos que disputaban el derby de Epsom
Downs, para morir aplastada. Dado su orgulloso y enérgico comportamiento, las
sufragistas fueron a menudo maltratadas por la policía, y multadas y encarceladas
con abusiva frecuencia.
BIOGRAFÍA DE JOHN STUART MILL

(1806-1873). Filósofo y economista británico, hijo de James Mill; su obra causó


gran impacto en el pensamiento británico del siglo XIX, no sólo en filosofía y
economía sino también en las áreas de ciencia política, lógica y ética. Nacido en
Londres el 20 de mayo de 1806, Mill recibió de su padre una amplia y temprana
formación inhabitual. Empezó a estudiar griego a los 3 años. A la edad de ocho
años empezó a estudiar latín y álgebra. Fue designado como profesor de los niños
más pequeños de su familia. Su principal lectura continuaba siendo la historia, pero
estudió también a todos los autores latinos y griegos comúnmente leídos en las
escuelas y universidades de aquel entonces. No le enseñaron a escribir en latín ni
en griego y nunca fue exactamente un erudito: todo estaba orientado hacia el fin
por el cual le hacían leer. A la edad de diez años ya leía a Platón y Demóstenes
con facilidad. Con 17 años, había terminado cursos de estudios avanzados y
profundos de literatura y filosofía griega, química, botánica, psicología y derecho.

La Historia de la India de su padre fue publicada en 1818; inmediatamente


después, a los doce años, John comenzó el cuidadoso estudio de la lógica
escolástica al tiempo que leía los tratados lógicos de Aristóteles en su lengua
original. Al año siguiente lo introdujeron en la economía política y el estudio de
Adam Smith y David Ricardo.

Pero a los 20 años, en 1826, sufrió una “crisis mental”, descrita detalladamente en
su Autobiografía (1873). Se rebeló contra su estricta educación, contra el
utilitarismo (aunque sin romper con él), y se abrió a nuevas corrientes intelectuales
como el positivismo de Comte, al pensamiento romántico y al socialismo.

En 1822 Mill empezó a trabajar como empleado con su padre en la oficina de


inspección de la Compañía de las Indias, y fue ascendido seis años más tarde al
cargo de inspector asistente. Hasta 1856 tuvo la responsabilidad de las relaciones
de la compañía con los principescos estados de la India. En su último año en el
cargo, Mill fue nombrado jefe de la oficina de inspección, puesto que ocupó hasta la
disolución de la compañía en 1858, cuando se retiró. Mill vivió en Saint Véran,
cerca de Aviñón, en Francia, hasta 1865, cuando entró en el Parlamento como
diputado por Westminster. Al no salir reelegido en las elecciones generales de
1868, volvió a Francia, donde estudió y escribió. Murió el 8 de mayo de 1873 en
Aviñón.
A Mill se le considera figura puente entre la inquietud del siglo XVIII por la libertad,
la razón y la exaltación del ideal científico y la tendencia del XIX hacia el empirismo
y el colectivismo. En filosofía, sistematizó las doctrinas utilitaristas de su padre y de
Jeremy Bentham en obras como Utilitarismo (1836), donde defendía que el
conocimiento descansa sobre la experiencia humana y ponía de relieve el papel de
la razón humana. En economía política, Mill defendió aquellas prácticas que creía
más acordes con la libertad individual, y recalcó que la libertad podía estar
amenazada tanto por la desigualdad social como por la tiranía política, ideas que
expuso en el que quizá sea el más famoso de sus ensayos, Sobre la Libertad
(1859). Estudió las doctrinas socialistas premarxistas, y, aunque no llegó a ser
considerado un socialista, luchó de forma muy activa por mejorar las condiciones
de los trabajadores.

En el Parlamento, Mill fue considerado un radical al defender medidas como la


propiedad pública de los recursos naturales, la igualdad de las mujeres, la
educación obligatoria y el control de natalidad. Su defensa del sufragio femenino en
los debates sobre el Programa de Reformas de 1867 llevó a la formación del
movimiento sufragista.

Aunque no fue profesor universitario, Mill cultivó casi todas las ramas de la filosofía,
desde la lógica hasta la teoría política pasando por la ética. En lógica, psicología y
teoría del conocimiento, Mill era empirista y positivista. Consideraba que el
conocimiento humano tenía su origen y su límite en la experiencia observable.
Todo conocimiento parte de las impresiones sensibles de los sujetos y los
conceptos más abstractos se forman a partir de las “asociaciones” de impresiones
realizadas por la mente, este es el llamado asociacionismo psíquico. Según Mill la
inducción es el principio lógico que permite derivar conocimientos universales a
partir de la observación de fenómenos particulares. Después de haber observado
muchos cisnes blancos particulares podría inducirse el enunciado universal “Todos
los cisnes son blancos”. Ahora bien, una gran cantidad no equivale a la totalidad,
“muchos” —por más que sean— no puede equipararse a “todos”. De manera que el
conocimiento científico es meramente probable, no necesario, como ya indicó en su
momento David Hume, a quien Mill sigue en este punto.

Entre sus numerosos escritos destacados figuran Principios de economía política


(1848), Sobre la esclavitud de las mujeres (1869), Autobiografía (1873) y Tres
ensayos sobre religión (1874).
EL INTERÉS DEL FILÓSOFO POR LOS DERECHOS DE LA MUJER

En 1851 Mill se casó con Harriet Taylor tras 21 años de amistad. Taylor fue una
importante influencia sobre su trabajo e ideas tanto durante su amistad como
durante su matrimonio. La relación con Harriet Taylor inspiró la defensa de los
derechos de las mujeres por parte de Mill.

Su obra sobre la libertad, soporta igualmente el pensamiento sobre la esclavitud


que viven las mujeres. Para Mill cada individuo tiene el derecho a actuar de
acuerdo a su propia voluntad en tanto que tales acciones no perjudiquen o dañen a
otros. Si la realización de la acción solo abarca la propia persona, esto es, si sólo
afecta directamente al individuo ejecutor; la sociedad no tiene derecho alguno a
intervenir, incluso si cree que el ejecutor se está perjudicando a sí mismo. Sostiene,
sin embargo, que los individuos están exentos del derecho a llevar a cabo acciones
que puedan causar daños perdurables y graves sobre su persona o propiedades.
Para Mill nadie existe en absoluto ostracismo, el daño que recibe uno mismo
también perjudica a otros y el destruir propiedades afecta a la comunidad tanto
como a uno mismo.

En todos los tipos de libertad que proclama Mill se puede sentir aludida la mujer,
incluso en la apasionada defensa de la libertad de expresión que hace Mill, quien
defiende el discurso libre como una condición necesaria para el progreso social e
intelectual. No podemos determinar con claridad, dice, que una opinión silenciada
no contenga algún elemento de verdad.

Para este autor, la libertad, tanto de hombres como de mujeres, debe y tiene que
ser absoluta. «No hay otro fin que la raza humana tenga garantizado, individual o
colectivamente, al interferir en la libertad de acción cualquiera que sea su número,
que no sea la protección personal. El único propósito por el cual el propio poder
puede ejercerse adecuadamente sobre cualquier miembro de una comunidad
civilizada contra su voluntad es la prevención del daño ajeno. El propio bien, sea
físico sea moral, no es garantía suficiente. Uno no puede obligar a la ejecución o
abstención a otro porque esto conlleve un beneficio para uno mismo, porque le
hará a uno feliz, porque en opinión de otros hacerlo sería sabio o correcto... La
única parte de la conducta de una persona por la cual esta es dócil ante la sociedad
es aquella que concierne a los demás»6

6
John Stuart Mill, Sobre la libertad. Traducción de Pablo de Azcárate. Biblioteca Alianza Editorial 30
aniversario. Alianza editorial, Madrid, España. Pág 86 y 87.
En 1850, Mill envió una carta anónima (que posteriormente sería conocida como
The Negro Question, habitualmente traducida como «La cuestión negra»), en
calidad de refutación a la misiva asimismo anónima de Thomas Carlyle quien había
defendido la esclavitud en campos de inferioridad genética y argumentaba que el
desarrollo de los indios occidentales se debía únicamente a la ingenuidad británica,
negando cualquier tipo de deuda en lo referente ante la importación de esclavos
para el desarrollo de la economía del lugar. La respuesta de Mill y sus referencias
al debate que durante aquella época se daba en EEUU sobre la esclavitud fueron
enfáticas y elocuentes. Esta fue la base para que mil fuera reconocido por ser uno
de los primeros y más acérrimos defensores de la liberación femenina. Su libro El
sometimiento de las mujeres es una de las obras más antiguas en el campo del
femenismo defendido por hombres. El autor notaba que la opresión de la mujer era
uno de los pocos vestigios conservados procedentes de modelos sociales
obsoletos, un conjunto de prejuicios que impedía arduamente el progreso de la
humanidad.

En tiempos de Mill, las expectativas vitales de una mujer correspondían al lugar al


que la sociedad le relegaba. La mujer media era analfabeta e instruida en el
estereotipo de la pureza y la honradez para poder lograr así un marido. Esta
honradez que la mujer debía poseer no afectaba directamente a sus posibilidades
de matrimonio, antes bien al honor familiar. Mill veía importancia en tales asuntos y
se propuso remediarlo, para lo cual comenzó a escribir sobre derechos de la mujer.
Con ello, Mill puede ser considerado como uno de los primeros feministas
masculinos. En su artículo El sometimiento de las mujeres, habla sobre el rol
femenino en el matrimonio y la grave necesidad de cambio que requiere. Aquí, Mill
comenta las tres principales facetas de la vida de la mujer que suponen un
obstáculo: la sociedad y la construcción del género, la educación y el matrimonio.
Estos tres elementos están fuertemente entrelazados y se afectan mutua y
enormemente. No obstante, la elaboración social del género y la sociedad en
general son los que han de comenzar el efecto dominó que producirá aquello en lo
que la mujer debe convertirse, cayendo todo lo demás tras dichos factores.

La sociedad en que Mill vivía sólo tenía una consideración respecto a la mujer: el
ser educada de tal manera que fuese más atractiva y se volviese un objeto
determinado y llamado al matrimonio. Para la mujer no había alternativa, pues no
se le permitía una educación o carrera. Esto obligaba a que cualquier posibilidad de
dejar la casa familiar pasase ineludiblemente por un marido. Esta noción del
matrimonio condicionaba a la sociedad a continuar reduciendo a mujeres a meros
objetos y, si pensaban en algo que no conllevase el matrimonio, eran
inmediatamente acalladas. Uno de los factores principales que Mill identificó en
esta situación era la ausencia de educación, problema que él intentaba solventar.

Así, Mill luchó por la educación femenina basándose en varias argumentos: el


primero fue el hecho de las mujeres fuesen las encargadas de los cuidados de los
niños y de su tutelaje. La idea era que, en tanto era la mujer la encargada de la
instrucción de los infantes (tanto chicos como chicas) hasta que tuviesen edad de
entrar en escuelas (típicamente sólo los chicos), los niños recibían una educación
defectuosa pues las propias madres carecían de educación. La única forma, decía
Mill, en que una mujer puede criar a sus hijos de manera adecuada era estando
educada ella misma.

Otro de los puntos de la crítica de Mill es el hecho de la mujer debe entrar en la


sociedad como parte de la mano de obra. Con esto, Mill dice que podrían
considerarse al fin seres humanos y añadirse a la "masa de disposiciones mentales
disponibles para los más altos servicios de la humanidad". Lo que Mill dice aquí es
que la humanidad sólo puede recibir beneficios de la educación de la mujer pues
sumando sus capacidades a las ya presentes, toda ayuda a la raza humana se
vuelve más fácil. El último argumento que Mill esgrimió fue el que los maridos
también recibirían beneficios si sus esposas fuesen educadas, pues estarían
versadas en negocios y otras labores tal que podrían serles de ayuda en la toma de
decisiones. La mujer no tenía derechos al entrar en el matrimonio y el hombre era
el único sustento familiar y el único que encaraba las leyes. Los maridos no
recibirían sino beneficios de la educación de la mujer porque la mujer sería capaz
de gobernarse a sí misma prácticamente sola

CONTEXTO SITUACIONAL DE LA OBRA “LA ESCLAVITUD FEMENINA” DE


JOHN STUART MILL

Para entender el texto que ocupa esta monografía hay que remontarse al momento
crucial de la vida del autor en que acompaña su vida una especial mujer como lo
fue Harriet Taylor.
 
En 1851, cuando Stuart Mill contaba con 45 años de edad, pudo por fin casarse con
Harriet Taylor, tras veinte años de una íntima amistad. El marido de Harriet había
muerto hace dos años, y ellos, tras respetar aquel matrimonio y no dar nunca
ocasión al más mínimo reproche, decidieron que había llegado el momento. En
Taylor, Stuart Mill encontró a la compañera ideal, es decir, y en su propio criterio, a
alguien igual a él, sobre quien no se sentía superior ni inferior. Siete años después
moría Harriet, y desde entonces veneró su memoria el resto de su vida, hasta el
punto de pasar largas temporadas en Aviñón, ciudad donde murió su esposa y
donde a él mismo le sorprendería la muerte en 1873. 

Cuatro años antes de morir, cuando Stuart Mill ha dejado atrás tantas cosas, decide
escribir un libro sobre la situación de la mujer. Hay recordar que Harriet era
escritora, dedicada por completo al tema de la libertad y la igualdad en las mujeres,
tocando temas concretos como el derecho a voto de las mujeres, asi como sus
demás derechos civiles y políticos, intereses que compartían abiertamente. En la
redacción de su obra, Mill recordaría las conversaciones que en aquella época
mantuvo con ella al respecto. No en vano: en 1867, Mill fue el primer miembro del
Parlamento que defendió el derecho de voto de la mujer. No le faltaba, pues,
experiencia, y de la mejor calidad. El libro que escribe es de una belleza
sobrecogedora, y quedará como un monumento del espíritu humano. Muy
inteligente y muy acertada estará Pardo Bazán al introducirlo en España y hacer su
prólogo de una manera limpia, pulida y con la certeza de estar dando las
herramientas para una lucha que aún no termina.

Si tuviéramos que enumerar sus virtudes, en primer lugar hablaríamos de su


brevedad. La escritura de Mill se caracteriza por ir directamente al grano sin
concesiones de ningún tipo, en un estilo sencillísimo, tremendamente ajustado. No
dice más de lo que se piensa, en todo caso queda la sensación de que ha pensado
más de lo que dice, y de ahí esa concisión y ese rigor lógico que hacen del texto un
modelo de inteligibilidad. En segundo lugar, lo que verdaderamente sorprende a
quien lo lee es que no espera que tras esa apariencia un tanto seca, formal y
lógica, se expresen y analicen tantos sentimientos profundos, tal saber de la vida.
Parecería que la insistencia en la claridad y en la lógica no es compatible con la
profundidad de la experiencia vital. Creíamos que la experiencia de la vida no
encuentra forma del todo lógica, y que lo lógico no llega a la experiencia de la vida.
Creíamos esto hasta leer a Stuart Mill, de ahí la sorpresa, se acerca al mundo de la
vida femenino con exactitud y precisión. Por la misma senda será capaz de
marchar Bertrand Russell, de quien fue padrino justo antes de morir y que tomo
muchos de sus escritos a favor de su pensamiento crítico. En tercer lugar, la
belleza del libro viene no menos de una rara independencia de espíritu, algo
excepcional en todas las épocas, que en este caso se muestra doblemente, al
tratar un tema tan opuesto a los sentimientos predominantes. Por fin, lo que da
mayor valor a la obra es el modo tan circunstanciado en que apoya su tesis de que
la pretendida inferioridad de la mujer es resultado de su deficiente e interesada
educación. No es cuestión de naturaleza, pues, sino de cultura. 

EXEGESIS DE LA OBRA

Grandes sorpresas conlleva la obra “esclavitud femenina”, sobre todo porque


empieza en un tema neurálgico como es desbaratar afirmaciones porque son
producto de un apriorismo. Dice el autor en su segundo capítulo: “la adopción del
régimen de la desigualdad no ha sido nunca fruto de la deliberación, del
pensamiento libre, de una teoría social o de un conocimiento reflexivo de los
medios de asegurar la dicha de la humanidad o de establecer el buen orden en la
sociedad y el Estado”. Nótese que ya el autor habla de “régimen” como algo
establecido por la sociedad, como un sistema, una política, un estatuto y es que así
se ha instaurado la posición de la mujer en la sociedad de todos los tiempos, por lo
menos en nuestras culturas.

Continua diciendo: “Este régimen proviene de que, desde los primeros días de la
sociedad humana, la mujer fue entregada como esclava al hombre que tenía
interés o capricho en poseerla, y a quien no podía resistir ni oponerse, dada la
inferioridad de su fuerza muscular”. Esto muestra que el origen de la esclavitud
femenina se deriva para Mill de la superioridad física del hombre. Este es el
antecedente más remoto de la sujeción de la mujer. Mill nos abre los ojos a la
superioridad física como factor determinante de la sociedad, incluso cuando la
época, como el siglo XIX, aparenta haberla dejado atrás como factor de legitimidad.
Él no se engaña acerca de su influencia ubicua, pero admite que con el tiempo la
relevancia de la superioridad física en las instituciones sociales se ha ido
aminorando. Eso ha ocurrido con todas las instituciones, nos viene a decir, excepto
con la de la sujeción femenina, que “ha durado hasta el día [de hoy], mientras otras
instituciones afines, de tan odioso origen, procedentes también de la barbarie
primitiva, han desaparecido; y en el fondo esto es lo que da cierto sabor de
extrañeza a la afirmación de que la desigualdad de los derechos del hombre y de la
mujer no tiene otro origen sino la ley del más fuerte”. ¿Cómo es esto posible? No
hay que olvidar que 36 años antes de estas palabras, Inglaterra había sido el
primer país en abolir la esclavitud. ¿Por qué lo que ha acabado por erosionar toda
institución basada en la pura fuerza bruta, no ha funcionado con la mujer? Stuart
Mill responde: precisamente por eso, porque  el dominio sobre la mujer es el último
reducto que le ha quedado al hombre para ejercer su poder, un poder que ha
perdido total o parcialmente en todas las demás esferas.
En la familia y sobre su mujer, cualquier hombre tiene asegurada la supremacía. “El
paleto ejerce o puede ejercer su parte de dominación, como el magnate o el
monarca. Por eso es más intenso el deseo de este poder: porque quien desea el
poder quiere ejercerle sobre los que le rodean, con quienes pasa la vida, personas
a quienes está unido por intereses comunes, y que si se declarasen independientes
de su autoridad, podrían aprovechar la emancipación para contrarrestar sus miras o
sus caprichos”. Establecido este poder, la posibilidad de rebelarse contra él es
absolutamente remota. Gran parte de la supuesta psicología femenina, del modo
de ser de la mujer, no es algo que le venga de naturaleza, sino el resultado de
tener que vivir bajo ese poder. Pues “no hay medio de conspirar contra él, no hay
fuerza para vencerle, y hasta militan en el ánimo del súbdito muy poderosas
razones para buscar el favor de su dueño y evitar su enojo”. Por eso, por desgracia,
la esclavitud femenina durará “más que todas las restantes formas injustas de
autoridad”, y la extrañeza inicial se troca en lo contrario: “todavía me asombro de
que a favor de la mujer se hayan alzado protestas tan fuertes y numerosas”.

Si una mujer intentara rebelarse, en primer lugar destrozaría su vida hogareña.


Pero es que además carece (en el momento en que escribe Mill y hasta fechas
recientes) de derechos civiles, y no hay ninguna instancia en la sociedad que la
proteja con efectividad: “la mujer es la única persona (aparte de los hijos), que,
después de probado ante los jueces que ha sido víctima de una injusticia, se queda
entregada al injusto, al reo. Por eso las mujeres apenas se atreven, ni aun después
de malos tratamientos muy largos y odiosos, a reclamar la acción de las leyes que
intentan protegerlas; y si en el colmo de la indignación o cediendo a algún consejo
recurren a ellas, no tardan en hacer cuanto es posible por ocultar sus miserias, por
interceder en favor de su tirano y evitarle el castigo que merece”. Estas palabras,
140 años después, conservan por desgracia su actualidad. Las leyes que se han
puesto en marcha contra la violencia doméstica en España son en gran parte
ineficaces, por mucho que marquen la pauta a seguir.

En resumen, concluye Mill, “todas las condiciones sociales y naturales concurren


para hacer casi imposible una rebelión general de la mujer contra el poder del
hombre”. Por eso el divorcio es un tema importante, si se lo considera como
recurso defensivo de la mujer: “mientras una condena por lesiones, o si se quiere
por reincidencia, no dé a la mujer, ipso facto, derecho al divorcio, al menos a la
separación judicial, los esfuerzos para reprimir la «sevicia grave» con penas,
quedarán sin efecto por falta de querellante o de testigo”. 
Pasa ahora el autor a indagar los medios en que se perpetúa esta esclavitud. El
más importante es la educación. A las mujeres se les da una educación especial
destinada a mantenerlas sujetas, dependientes e inútiles para toda labor social de
relevancia. A la mujer se la educa, “desde la niñez, en la creencia de que el ideal
de su carácter es absolutamente contrario al del hombre; se le enseña a no tener
iniciativa, a no conducirse según su voluntad consciente, sino a someterse y ceder
a la voluntad del dueño”. Esta perversión choca para Mill con el carácter del mundo
moderno, en el que si hay algo seguro es “que el hombre ya no nace en el puesto
que ha de ocupar durante su vida”, sino que él mismo ha de construirse su vida
según le dicte su pensamiento y le permitan sus fuerzas y circunstancias. El credo
individualista del autor sale aquí a relucir. Ya no es solamente el sapere aude
enarbolado por Kant como divisa de la Ilustración, no se trata sólo de pensar por
uno mismo, sino de vivir por uno mismo. Esta es la ampliación liberal del
pensamiento ilustrado. Por eso, dado el carácter de este tiempo, dice Mill, “la
subordinación de la mujer surge como un hecho aislado y anómalo en medio de las
instituciones sociales modernas: es la única solución de continuidad de los
principios fundamentales en que éstas reposan; el único vestigio de un viejo mundo
intelectual y moral, destruido en los demás órdenes, pero conservado en un solo
punto, y punto de interés universal, punto esencialísimo”. 

La otra cara de la sujeción, y no menos lúgubre, es la alabanza: “los mismos


enemigos de los derechos de la mujer son los que más la encomian, dándola por
superior al hombre, y esta confesión ha acabado por llegar a ser fastidiosa fórmula
de hipocresía, destinada a cubrir la injuria con un floreo ridículo”. Lo más grave es
que esas palabras no han perdido actualidad.  

Ahora bien, Mill es hijo de su tiempo y, sentadas estas bases, su visión es


tradicional: “cuando el sostenimiento de la familia descansa, no sobre la propiedad,
sino sobre lo que se gana trabajando, me parece que la división más conveniente
del trabajo entre los dos esposos es aquella usual en que el hombre gana el
sustento y la mujer dirige la marcha del hogar”. Quizá sería pedirle demasiado
pensar de otra manera. Sin embargo, esto no implica ceder ni un ápice en cuestión
educativa, porque la mujer, aunque no ejerza una profesión fuera de casa, ha de
estar preparada para ello dado que ignora lo que le deparará la vida. Aquí Mill es
inflexible. Si, además de ser amas de casa, quieren ejercer una profesión, ¡que lo
hagan!, pero eso sí, sin descuidar las tareas domésticas: “nada debe oponerse a
que las mujeres dotadas de facultades excepcionales y propias para cierto género
de ocupación obedezcan a su vocación, no obstante el matrimonio, siempre que
eviten las alteraciones que podrían producirse en el cumplimiento de sus funciones
habituales de amas de casa”. En este caso, 140 años no han pasado en vano, pero
tampoco estamos tan lejos, dada la doble jornada laboral de la mayoría de las
mujeres trabajadoras. 

En el capítulo XVIII, Mill muestra una apertura de mente envidiable. En síntesis, se


resiste a creer nada de lo que se dice de la mujer, dado que hasta ahora, por la
sujeción en que viven, han permanecido calladas o han disimulado. Piensa (cap.
VI) que hasta que las mujeres no se decidan a hablar, las cosas no cambiarán:
“tenemos el derecho de afirmar que el hombre no ha podido adquirir acerca de la
mujer, tal cual fue o tal cual es, dejando aparte lo que podrá ser, más que un
conocimiento sobrado, incompleto y superficial, y que no adquirirá otro más
profundo mientras las mismas mujeres no hayan dicho todo lo que hoy se callan,
todo lo que disimulan por natural defensa”.

“Creo absolutamente imposible que al presente decidamos lo que las mujeres son o
no son, y lo que pueden llegar a ser, dadas sus aptitudes naturales; pues en vez de
dejarlas desarrollar espontáneamente su actividad, las hemos mantenido hasta la
fecha en un estado tan opuesto a lo que la naturaleza dicta, que han debido de
sufrir modificaciones artificiales, y, digámoslo así, jorobarse moralmente. Nadie
puede afirmar que, si se hubiese permitido a la mujer como se permite al hombre
abrirse camino; si no se la pusiesen más cortapisas que las inherentes a las
condiciones y límites de la vida humana, límites a que han de sujetarse ambos
sexos, hubiese habido diferencia esencial o siquiera accidental entre el carácter y
las aptitudes de los dos. Me ofrezco a demostrar que, de las diferencias actuales,
las más salientes, las menos discutibles, pueden atribuirse a las circunstancias, y
de ningún modo a inferioridad o diversidad de condiciones”. En este texto
programático, llaman la atención dos cosas. La primera es que el discurso es de un
hombre y dirigido a los hombres: se trata de ver qué es la mujer. Preguntárselo a
ella no es algo que se plantee, dado que Mill cree que en el estado en que viven,
difícilmente hallará una respuesta adecuada, ya sea por la horrible educación que
han tenido y que ha moldeado su mente, o porque prefieren callar o disimular como
estrategia. La segunda es que Mill piensa que quizá no haya diferencias
sustanciales entre hombres y mujeres. La conjunción de estas dos ideas es muy
potente. Por un lado, la cuestión de la naturaleza de la mujer resulta inabordable.
No podemos acudir a un estado de naturaleza, como hacía la ciencia política
barroca e ilustrada, y ni siquiera a una tribu primitiva.

En todas partes hay sujeción de la mujer. Vayamos a donde vayamos,


encontramos que la sociedad correspondiente ha moldeado de tal modo a los
individuos, que resulta imposible separar un estrato puramente natural. No se sabe,
pues, cuál es la naturaleza de la mujer (ni la del hombre, cabría añadir, aunque
aquí hay más espacio de debate, dado que él ha sido el dominador). Siendo ésta la
situación, es inútil cimentar las características supuestamente femeninas en la
naturaleza de la mujer. Tanto más fácil para la tesis de Mill: ¿no sería más sensato
intentar derivar esas supuestas características de su estado de dominación? A ello
se entrega el autor en los sucesivos capítulos. 

Y de nuevo aparece una curiosa dicotomía. Sentando ideas tan avanzadas, Mill,
hijo al fin de su tiempo, vuelve a manidas elucubraciones de la psicología
decimonónica sobre la mujer: “realmente las cosas en que los hombres sobrepujan
a las mujeres son aquellas que exigen mayor perseverancia en la meditación, y, por
decirlo así, el don de machacar sobre una idea, mientras las mujeres desempeñan
a la perfección todo lo que exige rapidez y listeza. El cerebro de la mujer se cansa
primero, se rinde más pronto, pero no bien se aplana cuando ya vuelve a recobrar
sus facultades y su elasticidad preciosa. Repito que todas estas ideas son meras
hipótesis; con ellas sólo aspiro a señalar derroteros a la investigación”. Hoy día se
están realizando muchas investigaciones sobre el “cerebro femenino”, y sin duda
con el tiempo se obtendrán resultados compartidos por la comunidad científica,
pero por lo que se sabe, los tiros no van en la dirección que señalan Mill ni la
psicología femenina. Más bien el contraste entre lo que se va viendo y lo que
decían ellos lleva a pensar en las ideas sobre la mujer como un medio más de
dominación y de afirmación de la superioridad.

Ni siquiera Mill pudo librarse de esa influencia, él, que compartió todas sus ideas
con Harriet Taylor y confesó agradecido que sin ella su pensamiento no habría sido
el que es. No obstante, es demasiado lúcido como para no calificar todo eso de
mera hipótesis, como hemos visto. Más adelante resume:  “he dicho que no es
posible saber hoy qué es natural y qué artificial en las diferencias mentales que
actualmente se notan entre el hombre y la mujer; si realmente hay alguna que
proceda de la naturaleza, y cuál sería el verdadero carácter femenino, quitadas
todas las causas artificiales de diferenciación”... Y concluye: “creo en conciencia
[que] no existe en la mujer ninguna tendencia natural que diferencie su genio del
masculino”. 

¿Por qué la mujer no tiene ansias de celebridad?, se pregunta Mill. Porque su


situación le ha impedido pensar en tal cosa. “Yo no creo en absoluto que ese rasgo
de carácter se derive de su naturaleza primordial, antes bien opino que es un
resultado previsto y fatal de las circunstancias”. Más aún, la mujer que aspira a
cierta celebridad es tomada por persona descarada. No es extraño, pues, que no
abrigue tales expectativas aquella “a quien le está vedado atenderse a sí misma” y
se limite a cumplir “su tarea de abnegación” posponiendo todo por ella. 

Mill no aprecia posibilidades actuales de que la mujer mejore por sí misma su


situación. Será el hombre el que tenga que hacerlo: “no es dable esperar que las
mujeres se consagren a la emancipación de su sexo, mientras los varones no estén
preparados para secundarlas o ponerse a su cabeza”. Hasta qué punto esto ha
sido históricamente así, es algo que dejaremos en suspenso, no sin antes señalar
dos cosas: en primer lugar, parece sospechoso aquello de que los varones tengan
que estar preparados, pues lo mismo se ha dicho siempre ante todo cambio social.
Con el sufragio femenino se levantaron voces diciendo que la sociedad no estaba
preparada, y lo mismo sucedió con la ley del divorcio de la democracia, y con la ley
del matrimonio homosexual. Para algunos, la sociedad nunca parece estar
preparada. Es una mera táctica de aplazamiento. En segundo lugar, no parece que
haya habido muchos hombres a la cabeza de los movimientos reivindicativos de la
mujer. En la situación actual, concluye Stuart Mill, sólo podemos sentir compasión
de la pobre mujer que intente cambiar las cosas: “el día llegará; pero hasta que
llegue, ¡compadezcamos a la mujer generosa capaz de iniciar la redención de sus
compañeras de cadena!”. Más que “compadezcamos” debería haber escrito
“apoyemos”.

La esclavitud femenina no sólo corrompe a la mujer, también al hombre:


“representaos la perturbación moral del mocito que llega a la edad viril en la
creencia que, sin mérito alguno, sin haber hecho nada que valga dos cuartos,
aunque sea el más frívolo y el más idiota de los hombres, por virtud de su
nacimiento, por ley sálica, por la potencia masculina, derivada de la cooperación a
una función fisiológica, es superior en derecho a toda una mitad del género humano
sin excepción, aun cuando en esa mitad se encuentren comprendidas personas
que en inteligencia, carácter, educación, virtud o dotes artísticas le son
infinitamente superiores”. La sujeción de la mujer acaba produciendo varones
arrogantes, despóticos e infantiles. Cuanto más les frustre el entorno, más se
desahogarán en casa con su mujer, y aquí ve Mill el origen del maltrato femenino,
empleando el concepto de represión: “con los demás hombres, sus iguales en
derecho, reprimirán la impertinencia, porque temerán que les manden, y con razón,
a paseo; ya se desquitarán con las mujeres, cuya posición las obliga a tolerarles, y
se vengarán sobre una desgraciada esposa de la represión y moderación que se
impusieron a cada instante fuera de casa”.
Paradójicamente, la sujeción de la mujer y su condición de víctima potencial de
malos tratos ha tenido un efecto beneficioso para la humanidad, del que demasiado
poco se ha dicho nunca: “como más expuestas a ser víctimas de la violencia, las
mujeres pusieron todo su conato en atenuarla y corregirla, moderando sus excesos;
apartada de las guerras, la mujer se inclinó a la suavidad y maña para congraciarse
con el hombre, sin recurrir a luchas ni a medios coercitivos”. Ella sería el principio
de la diplomacia. 

Finalmente, en los últimos capítulos Mill repasa con una hondura psicológica
sorprendente los efectos de la esclavitud femenina en la vida de pareja.
Constituyen quizá los capítulos más agudos e interesantes de todo el ensayo. La
repercusión de la esclavitud femenina en la vida de pareja no es en absoluto
positiva, como puede suponerse. La mujer no entiende los esfuerzos del hombre
por ser útil a la sociedad, por hacerse un nombre, por contribuir con su esfuerzo a
la mejora general. ¿Cómo iba a entenderlo a quien se le ha enseñado lo contrario:
no aspirar a nada en la sociedad, no jugar ningún papel útil fuera del hogar? A la
mujer y al hombre les interesa una relación equitativa, les interesa la igualdad, o
debería interesarles, porque su gran ventaja es que proporciona una vida en pareja
plena, el paraíso en la tierra. Sin duda Mill está pensando en su relación con Harriet
Taylor cuando escribe las palabras con las que cerraremos estas líneas, y que
deben quedar como horizonte en nuestra la lucha por la igualdad: “¡Cuán dulce
pedazo de paraíso el matrimonio de dos personas instruidas, con las mismas
opiniones, los mismos puntos de vista, iguales con la superior igualdad que da la
semejanza de facultades y aptitudes, desiguales únicamente por el grado de
desarrollo de estas facultades; que pudiesen saborear la voluptuosidad de mirarse
con ojos húmedos de admiración, y gozar por turno el placer de guiar al compañero
por la senda del desarrollo intelectual, sin soltarle la mano, en muda presión sujeta!
No intento la pintura de esta dicha.- Los espíritus capaces de suponerla, no
necesitan mis pinceles, y los miopes verían en el lienzo la utopía de un entusiasta.
Pero sostengo, con la convicción más profunda, que ese, y sólo ese, es el ideal del
matrimonio; y que toda opinión, toda costumbre, toda institución que lo estorbe o lo
bastardee sustituyéndolo por otro menos alto, debe perecer y ser borrada de la
memoria de los hombres, como vestigio de la barbarie originaria”. 

En general la obra de Stuart Mill, al lado de la de Harry Taylor indica que el origen
de la sujeción femenina es la superior fuerza física del hombre. Se entabla una
discusión de las diferencias psíquicas entre el hombre y la mujer, y aboga por una
educación similar a la del hombre. Insiste en que la libertad es para los dos sexos,
e implica que la mujer no debe pensar que su única esfera de acción es procrear.
En la obra “Esclavitud Femenina” el autor rescate muchas cosas ya descritas por
su compañera de vida, ella ha elaborado una feeviente crítica, aparece la
formulación de la mujer como adorno y como reposo del guerrero, que tendrían una
larga trayectoria. Yendo incluso más allá que Mill, afirma que en la relación actual
de desigualdad entre los sexos, ni siquiera el hombre mantiene su virilidad. Y es
que uno de los rasgos más originales de su pensamiento feminista -recogido por
Mill pero enunciado con mucha más rotundidad por ella- es que la desigualdad
perjudica a los dos sexos. En el caso del hombre, lo convierte en un ser que a poco
de casarse, asegurada una profesión, no necesita hacer nada más en la vida, y se
estanca espiritualmente, frenado por el lastre de su mujer que, desde siempre, ha
aprendido a no aspirar a nada. La desigualdad, pues, lleva a un estancamiento vital
de la pareja y, en general, de la sociedad. También expresa con más ahínco y
nitidez la idea de que si las mujeres no han luchado por la igualdad no es porque
no lo hayan deseado, sino porque ni siquiera se les pasó por la cabeza la
posibilidad de ella, dado el régimen al que están sometidas. El ensayo que aportó
Taylor a la obra de Stuart Mill, por otra parte, se escribe en un momento muy
apropiado: el movimiento sufragista norteamericano acaba de echar a andar, y la
autora busca apoyarlo y que sirva de ejemplo también para Inglaterra.

RETOMANDO LAS RELACIONES DE ALTERIDAD

Pero esa necesario que se retome el tema de alteridad que en la reflexión feminista
se ha dado en compensación con la relación de sumisión y subalternidad. Si bien
con la modernidad entramos en la era de la producción del otro, la relación con y
para el otro, no se trata ya de matarlo, devorarlo o seducirlo, ni de enfrentarlo o
rivalizar con él, tampoco de amarlo u odiarlo; ahora, primero se trata de producirlo.
El Otro ha dejado de ser un objeto de pasión para convertirse en un objeto de
producción. ¿Qué papel puede jugar lamujer en ese papel de producción, varios
años después de la obra de Stuart Mill? ¿Podría ser que para la mujer el Otro, en
su alteridad radical o en su singularidad irreductible, se haya tornado peligroso o
insoportable y por eso sea necesario exorcizar su seducción? ¿O será simplemente
que la alteridad y la relación dual desaparecen progresivamente con el aumento en
potencia de los valores individuales y la destrucción de los valores simbólicos? Sea
como sea, el caso es que la alteridad comienza a faltar y que es imperiosamente
necesario producir al otro como diferencia a falta de poder vivir la alteridad como
destino. Esto concierne tanto al mundo como al cuerpo, tanto al sexo como a la
relación social. Es justamente para escaparse del mundo, del cuerpo, del sexo (del
otro sexo) como destino, por lo que se inventa la producción del otro como
diferencia, sobre todo en los discursos sexistas y de género.

Así sucede con la diferencia sexual: cada sexo tiene sus características
anatómicas, psicológicas, con su deseo propio y todas las peripecias insolubles que
resultan de esto, incluso la ideología del sexo y del deseo, y la utopía de una
diferencia sexual fundada a la vez en el derecho y la naturaleza. Nada de esto tiene
sentido en la seducción, donde no se trata del deseo, sino de un juego con el
deseo, y donde no se trata de igualdad de sexos ni de alienación de uno por el otro,
ya que el juego implica una perfecta reciprocidad de los participantes (la no
diferencia y la alienación, sino la alteridad y la complicidad). La seducción es nada
menos que histérica, ninguno de los sexos proyecta su sexualidad sobre el otro, las
distancias están dadas, la alteridad se mantiene intacta, la condición misma de esta
ilusión es mayor que el juego con el deseo.

Lo que se produce en el momento decisivo del romanticismo y del siglo XIX es, por
el contrario, la entrada en escena de una histeria masculina y, con ella, el cambio
del paradigma sexual, que hay que situar nuevamente dentro del arco más general,
universal, del cambio del paradigma de la alteridad. En esta fase histérica, la
feminidad del hombre de alguna forma se proyecta en la mujer modelándola como
figura ideal de semejanza. Ya no se trata del amor romántico, de conquistar a la
mujer, de seducirla, sino de crearla desde el interior, de inventarla, ya sea como
utopía realizada, como mujer idealizada, como mujer fatal o como star, otra
metáfora histérica y sobrenatural. Pero sobre todo se trata de dejar el
sometimiento, de permitir la plenitud femenina.

Todo el trabajo de este Eros romántico consistió en inventar este ideal de armonía
de fusión amorosa, en forma casi incestuosa entre dos seres gemelos –la mujer
como resurrección proyectiva del mismo, que no adquiere su forma sobrenatural,
sino más que como ideal del mismo–, artefacto en lo sucesivo destinado al amor;
es decir, a una patética confusión de la semejanza ideal que sustituye a la alteridad
dual de la seducción. Toda la mecánica erótica cambia de sentido, pues la
atracción erótica, que nació antes que la alteridad, de la extrañeza del Otro, desde
eso momento, pasa del lado del Mismo, del semejante y de la semejanza.

La mujer ha mirado históricamente al otro con cierto recelo. Esto es porque a lo


largo de los tiempos ha tenido que sumergirse en el otro, enajenarse en el otro;
mientras que el otro siempre es sólo la forma efímera de una diferencia. Por eso
con el amor romántico y todos sus actuales subproductos, la sexualidad se acerca
a la muerte: al incesto y a su destino, incluso banalizado (no se trata ya del incesto
mítico y trágico; con el erotismo moderno tenemos que trata solamente con una
forma incestuosa, derivada, la de la proyección del mismo en la imagen del otro, lo
cual equivale a una confusión y a una corrupción de todas las imágenes)

A fin de cuentas, se inventa una feminidad que torna a la mujer superflua, muy
alejada de la visión femenina que buscaba Stuart Mill en la primera mitad del siglo
XIX.

Sin embargo, hay todavía una asimetría en esta asignación forzada a la diferencia;
por eso, decía como paradoja, el hombre es más diferente de la mujer que ésta del
hombre. En el marco de la diferencia sexual, el hombre es sólo diferente, mientras
que la mujer conserva aún algo de esa alteridad radical que precede al estatuto
degradado de la diferencia. En resumen, este proceso de extrapolación del Mismo
en la producción del Otro, es el resultado de una asimilación progresiva de los
sexos.

Si bien la posicionalidad del "yo" o el "nosotros" determina la existencia del "otro" y


lo define como un sujeto cambiante de acuerdo a épocas, contextos psico-geo-
políticos y marcos teóricos con que se lo aborde, es importante ver como la
evolución del otro desde lo femenino ha tenido unos retrasos muy marcados por lo
social y sobre todo por lo político.

Si la mujer real parece desaparecer en esta invención de lo femenino, porque ha


adquirido otras formas resistir, en esta invención de la diferencia sexual en donde lo
masculino ocupa de golpe el polo privilegiado, y donde todas las luchas ideológicas
y feministas no harán más que reencaminar este privilegio y esta diferencia
insoluble. Hay que ver que el supuesto deseo masculino se torna también
totalmente problemático, por ser solamente capaz de proyectarse en otro a su
imagen y de hacerse puramente especulativo. Todas las ideas sobre el privilegio
sexual de lo masculino tienen que ser revisadas y encontrar una justicia
trascendente que hace que los dos sexos, en el proceso de la indiferenciación
sexual, terminen inexorablemente en la indiferenciación y pierdan tanto en
singularidad como en alteridad. Es la era del Transexual, en donde todos los
conflictos ligados a esta diferencia sexual se perpetúan hasta mucho después de
que toda relación sexual real, de que toda alteridad real de los sexos haya
desaparecido. Por eso la obra de Stuart Mill es actual, es prevalente, y debería ser
estudiada por los activistas del feminismo y de la diferenciación de género.
Jean Baudrillard es el filósofo que ha liderado la reivindicación de estos derechos
en justicia. Propone: “si el cuerpo deja de ser un lugar de alteridad, de relación
dual, si es lugar de identificación, entonces es necesario reconciliarse con él
inmediatamente, arreglarlo, retocarlo, hacer de él un objeto ideal” 7. ¿Puede esta
afirmación estar en contravía con la naturalidad que comporta la mujer en la obra
de Stuart Mill? Somos producto de la historia, pero avanzamos en el tiempo y en
este sentido hay otros cánones de identificación proyectiva que no necesariamente
convierten a la mujer en fetiche de identificación de sí misma. Vale la pena
replantear estas cuestiones.

En contra del llamado feminismo de la igualdad, muchos han conceptualizado una


forma de estar en el mundo – la femenina – que es radicalmente otra respecto a la
masculina. No hay que negar que por experiencia general los hombres y mujeres
son distintos en tres aspectos decisivos: el sujeto femenino privilegia, casi siempre,
la relación entre sujetos, la relación con el otro género, la relación de a dos. En
cambio, los hombres se inclinan por una relación sujeto – objeto, que se realiza a
través de un instrumento o elemento mediador. Finalmente, en vez de la relación
de a dos, los hombres prefieren la relación yo – ellos.

Ya algunos filósofos habían conceptualizado sobre ello, la diferenciación hombre-


mujer que posibilita el amor carnal: Sartre, Merleau-Ponty y Levinas son ejemplos
palpables. Para Sartre el cuerpo es una facticidad, pero también es conciencia de
sí y para sí. Siendo la conciencia trascendente al cuerpo. Entonces, la relación
carnal supone “el hechizo”, el descenso y disolución de la conciencia en el cuerpo
en un sí pleno que se da al otro. Entonces, el otro posee mi trascendencia.
El problema con la concepción sartreana es que el hechizo del sí pleno implica una
conquista o posesión que lo devalúa. Es en contra de esa postura posesiva que se
había levantado Stuart Mill. En efecto, desde el momento en que hemos
“capturado” el deseo del otro, ese otro pierde su libertad y su valor, de ahí que la
relación desemboque en la “náusea”. según Sartre, pero rescatar esa libertad y esa
valía es consigna de Stuart Mill. El conflicto para apropiarse de la libertad del otro,
para poseerlo o conquistarlo, pierde sentido cuando asumimos que el deseo se
alimenta de una irreductible alteridad. A este respecto puede traerse una afirmación
de la feminista Luce Irigaray: “tú que no eres ni serás jamás yo ni mío, tú me eres
trascendente en cuerpo y en palabras, en tanto encarnación que no puedo
apropiarme sin alienar mi propia libertad. Querer poseerte equivale a un sueño
solitario, solipsista, y olvida que tu conciencia y la mía no obedecen a las mismas
7
Baudrillard, Jean y Guillaume, Marc. Figuras de la alteridad. México: Taurus, 2000
necesidades”8. Entonces, la única manera de “dejar ser la trascendencia entre
nosotros” es renunciando a la captura o al hechizo que unos tienen sobre los otros.

Para Merleau-Ponty la sexualidad aparece como “indeterminación” o “ambigüedad”.


Como una atmósfera ambigua coextensiva a la vida. De esta manera, la atracción
como impresión se convierte en algo amenazador que dificulta o imposibilita las
relaciones entre hombres y mujeres. La consecuencia “natural” de la atracción sería
el amor carnal. Entonces, en la medida en que el fantasma del amor carnal está
presente en las relaciones entre hombres y mujeres, sucede que éstas se
convierten en tan deseables como amenazantes, y hasta imposibles. Esta
concepción de la sexualidad no favorece la intersubjetividad, pues resulta que los
actos, los sentimientos y las sensaciones se vuelven equívocos, hasta angustiosos.
Estamos en una perspectiva diferente en la relación de la mujer con el otro, en una
perspectiva donde se le otorga importancia a la percepción. La necesidad de
desarrollar una “cultura de la percepción”. La percepción representa un camino
posible para reconocer al otro respetándolo como sujeto, y para permitir la
percepción del otro sin dejar de ser sujeto. A diferencia de la impresión que es un
registro meramente sensible, la percepción supone una inteligencia de la sensación
que implica la posibilidad de colocar esa sensación en una gama de posibles
contextos. Entonces, la atracción no tiene que estar necesariamente asociada al
amor carnal, que ha sido un error común en las relaciones de alteridad de las
mujeres y por lo que ha sentido el yugo masculino.

La atracción podría contenerse en modos de intersubjetividad en los que su


influencia quedara acotada como un elemento valioso y reconocible, pero no
necesariamente indeterminado. Entonces, las relaciones no posesivas, de amistad,
entre hombre y mujer fueran posibles. Es decir, yo registro en mi sensibilidad una
atracción, pero soy conciente que ésta puede encuadrarse en diferentes tipos de
relación.

La cultura de la percepción nos arranca del supuesto determinismo de la atracción


sensible. La actitud contemplativa, no posesiva, es fundamental para el desarrolla
de tal cultura. Es vital que se traiga a colación la posición de Stuart Mill y que
sepamos que se puede y se debe educar la percepción del mundo que nos rodea,
que podemos percibirnos el uno al otro: como vida, como libertad, como diferencia.
Esta cultura de la percepción implica, pues, ir más allá de la sensación que nos
dicotomiza como sujetos u objetos. En realidad supone una suerte de revolución
8
IRIGARAY, Luce. El espejo de la otra mujer. Ed. Spania. Madrid 2000 P. 35
conduce a modificar nuestras relaciones amorosas, sean éstas íntimas o
comunitarias. En realidad no hay ruptura entre la intersubjetividad en sentido
estricto y la intersubjetividad en la vida colectiva, y los cambios deseables en las
relaciones entre hombre y mujer, hombres y mujeres, contribuyen a un camino útil
para el conjunto de las relaciones sociales.

Los planteamientos asi descritos implican que cualquier filosofía del sujeto no debe
abolir la alteridad en beneficio de una intersubjetividad, pues esta debe presuponer
la relación sana y armoniosa hombre – mujer donde se plantea la alteridad no como
irreductibilidad del otro que, en su congruencia con su sexo, no puede ser ni mío ni
igual a mí. Sólo desde el respeto a la alteridad puede crearse un espacio de
trascendencia “entre nosotros”. Un lugar de afloramiento de lo nuevo y de no
reducción a lo mismo. Si yo no me conozco ni me poseo, menos aún puedo
pretender conocer y poseer al otro u otra. No obstante, es importante señalar que la
posesión y el control del otro fundamentan en mí una aparente seguridad, un yo
cuya consistencia se basa en una supuesta aceptación incondicional del otro.

CONCLUSIONES

Puede decirse que la importancia de la alteridad está en aceptar al otro, en sus


dimensiones antropológicas y ontológicas, abriendo camino a la aceptación de las
diferencias

John Stuart Mill aportó grandes bases a la diferenciación de género y a la


aceptación de la mujer como ese otro que no admite sujeción “Nadie puede afirmar
que, si se hubiese permitido a la mujer como se permite al hombre abrirse camino;
si no se la pusiesen más cortapisas que las inherentes a las condiciones y límites
de la vida humana, límites a que han de sujetarse ambos sexos, hubiese habido
diferencia esencial o siquiera accidental entre el carácter y las aptitudes de los dos.
Me ofrezco a demostrar que, de las diferencias actuales, las más salientes, las
menos discutibles, pueden atribuirse a las circunstancias, y de ningún modo
inferioridad o diversidad de condiciones”

Esto muestra que el camino de hombres y mujeres puede ser paralelo, en procura
de mejorar el rumbo de la historia.

BIBLIOGRAFÍA

DALTON M. Mujeres, diosas y musas: tejedoras de la memoria. México: El Colegio


de México (Programa interdisciplinario de Estudios de la Mujer).1996

Diccionario de filosofía. Tomo I, II, III (1981) Madrid: Alianza

Enciclopedia Interactiva Microsoft Encarta 1999.

Enciclopedia Interactiva Santillana 1996


LEVINAS Emmanuel. Ética e infinito. Madrid, A. Machado Libros, S.A., 2000

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LÓPEZ ARANGUREN, Gloria M. La ideología de Género. Ed. Espasa Calpe.


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RUSSELL, B. Historia de la filosofía. Barcelona, RBA Coleccionables, S.A., 2005.

STUART MILL, John. Esclavitud Femenina. Alianza editorial, Madrid, España

STUART MILL, John. Sobre la libertad. Traducción de Pablo de Azcárate.


Biblioteca Alianza Editorial 30 aniversario. Alianza editorial, Madrid, España

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