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ALFREDO MEJIA
HUGO SUAREZ
UNAD
UNIVERSIDAD NACIONAL ABIERTA Y A DISTANCIA
PROGRAMA DE FILOSOFÍA
PERERA
2010
INTRODUCCIÓN
Tomar una comunidad particular como punto de partida es sólo establecer una
muestra con la cual el lector puede relacionarse porque es cotidiana, representativa
y además porque determina una linealidad en el tipo de estudio desde lo puramente
práctico
Es hasta hace muy poco y gracias a la lucha incansable de hombres y mujeres que
le apuestan al respeto por la diversidad de género, que las mujeres han
reivindicado su condición social y cultural, sin embargo aún quedan comunidades
donde el rostro de la mujer se oculta como un pecado, lugares donde la mujer es
explotada laboral y sexualmente, sitios donde mutilan sus genitales para prohibirles
cualquier tipo de sensación placentera o solo porque así lo han determinado
algunas creencias de tipo religioso y cultural. En fin, aún quedan reductos de
barbarie contra la mujer.
Hablando con ellas pareciera que aunque normalmente han estado satisfechas de
ser mujeres, no tienen bien claro su ser en el mundo, su función para si, escindida
de los demás, conocen su puesto en la historia familiar, pero no en la vida personal.
Aparecen vacíos respecto de sí mismas, allí es donde aparece una cierta irritación
frente a ese entusiasmo que el hombre y la sociedad actual sienten por ella, por
verlas triunfadores como administradoras del hogar.
Si bien estas mujeres quieren reivindicar sus derechos, sus capacidades, aspiran a
la realización de multitud de actividades, si puede apreciarse una actitud negativa y
de descontento permanente, porque no han encontrado su centro en si mismas, su
verdadero valor. Porque viven en función del otro, pero no con el otro, sino para el
otro, llámese ese otro familia, amigos, trabajo, etc.
Hoy la mujer no se limita al cuidado de los hijos, las tareas domésticas y los
trabajos manuales artesanales, ha cedido la cultura de roles rígidos difíciles de
trascender, y a pesar de que tuvo que pasar mucho tiempo considerándose a la
mujer como políticamente incapaz, es a partir de la Revolución Industrial cuando la
mujer se convierte en instrumento útil para participar en la vida laboral, aunque aún
explotada sometida a un régimen de trabajo infrahumano.
Es sólo hacia finales del siglo XIX, después de la Primera Guerra Mundial, cuando
la mujer comienza a incorporarse a la educación universitaria y a participar con su
trabajo en ciertas áreas específicas. Sin embargo hay limitaciones para que la
mujer exprese su ser en el mundo abocado a una alteridad, limitaciones para
esclarece su ser como objeto (parte de una totalidad que existe en el mundo) y su
ser-en-si con sus dimensiones comunicaciones, históricas y de libertad.
La mujer con sus diferentes roles, más no por ellos, no ha sido objeto de un análisis
existencial que esclarezca sus modos de ser en la existencia, es sólo vista como
sujeto empírico, que no ha trascendido en el tiempo y no ha entrado en relación
trascendente con los otros, más que como objeto que posibilita la satisfacción de
necesidades.
Las situaciones límite llevan a la mujer a que viva una realidad temporo espacial,
psíquica y social medida por el ser del otro pero no como relación con el otro, sino
viviendo la vida del otro.
1.3. JUSTIFICACIÓN
La vida de la mujer actual está atravesando una etapa de transición que suele
provocarle un estado de desequilibrio emocional, personal, en cuanto a que rol de
mujer en la sociedad se ha ido modificando a partir del ingreso masivo al mercado
laboral, cambiando así mismo su papel en la familia, cuyos miembros aún no han
podido adaptarse a las nuevas reglas de juego.
Sin embargo no hay espacios reflexivos, donde la mujer sea vista y tratada desde
otras dimensiones antropológicas, ontológicas, filosóficas, espacios donde ella
misma pueda ser exegeta de su visión de mundo, de su horizonte de posibilidades.
¿Cuales deben ser los principios de alteridad que propone Jhon Struart Mill, bajo
los cuales se rija la mujer administradora del hogar, esa que tiene múltiples y
variados roles y que ha perdido su horizonte de posibilidades?
2. OBJETIVOS
Referir las condiciones en las que la mujer puede encontrar espacios de reflexión
axiológica para encontrarse consigo misma.
3. MARCO REFERENCIAL
Para esta corriente, la igualdad definitiva entre hombre y mujer se logra cambiando
todos los roles masculinos y femeninos existentes, considerando la familia actual
como algo perimido pero con necesidades de cambio, estructurando un nuevo tipo
de unión "familiar", permitiendo diferentes formas de contacto sexual como parte de
la igualdad, negando la identidad biológica-psiquica-espiritual del "ser mujer" y del
"ser hombre", como sujetos contrapuestos, eliminando el lenguaje actual en lo
referido a temas masculinos femeninos en lo que es indispensable cambiar todos
los términos que tácitamente excluyen a la mujer dentro del hombre, por ejemplo:
los alumnos de esa escuela, por: los alumnos y alumnas de esta escuela.
Para que exista igualdad entre hombre y mujer, propone, hay que destruir las
estructuras actuales y crear otras nuevas. No basta cambiar, hay que hacer una
nueva sociedad, generar sus propios valores.
El Genero propone: la igualdad, pero habrá que analizar a qué tipo de igualdad se
hace referencia, teniendo presente que "género" no se refiere a los sexos
masculino y femenino, sino que se refiere a una ideología que niega el fundamento
natural de los roles tradicionales del hombre y la mujer y que alega que todos ellos,
incluyendo el concepto mismo de la maternidad, son puras invenciones sociales
sujetas a cambio.
1
LÓPEZ ARANGUREN, Gloria M. La ideología de Género. Ed. Espasa Calpe. Madrid 2000. P. 325
escala, sino que hasta lo exige y tiende más y más a transformar el
trabajo doméstico privado en una industria pública." 2
El cambio de roles es un tema de difícil abordaje. Sobre todo porque los diferentes
roles socialmente han identificado al hombre y a la mujer. ¿Será que la igualdad es
el derecho a trabajar como una esclava en una fábrica 12 horas al día? Así se
igualaría a muchos hombres, jóvenes y niños que lo hacen.¿Y eso está bien? O tal
vez ¿será que se desea que el hombre se embarace? Así las cosas serán bien
parejas. Lo que verdaderamente ha existido es un antagonismo de clases entre el
hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, la del sexo
femenino por el masculino.
Empezando el análisis por la tradición griega, por supuesto, es de anotar que las
mujeres tenían el mismo status social que los esclavos, lo cual suponía que no
tenían derechos cívicos de ninguna clase, ni participación política, situación que
duró por mucho tiempo en varias partes del planeta y que pervive en algunos sitos
en la actualidad. En el caso de Colombia, la participación de la mujer en los
diferentes ámbitos de la vida social se ha desarrollado de manera muy lenta, si se
hace historia, solo hacia la segundo mitad del siglo XX la mujer pudo votar y
alcanzar cargos públicos de relativa importancia
Aunque para Platón la mujer es objeto de razón, en ningún momento defiende sus
derechos o los iguala al del hombre para la época, sencillamente que por ser un
objeto de razón, está debe preparase ya que el para él, el hombre (masculino)
debería reproducirse con alguien similar a él para poder tener hijos perfectos. Aquí
vemos reflejada la visión que Platón tenía sobre la mujer, la cual era considerada
únicamente como un ser para mantener la especie, y en ningún momento, un ser
con Derechos Civiles y mucho menos con las mismas oportunidades de
participación que el hombre.
Nótese el hecho de que las mujeres siempre se han visto subordinadas a que los
hombres las juzguen debido a su falta de experiencia y preparación en muchas
áreas, escindiéndoles de cualquier visión administrativa y de liderazgo.
Más adelante aparece uno de los autores que más resalta sus aportes a la igualdad
mujer-hombre: Tomas Hobbes, quien va a cuestionar la autoridad patriarcal y la
desigualdad entre hombres y mujeres como expresión de una ley de la naturaleza.
Para muchos la dominación del hombre sobre la mujer es algo natural, pero
Hobbes lo cuestiona, así como cuestiona la autoridad patriarcal. Esto quizá fue
factor importante para lo movimientos feministas de los años 70 (primeros
movimientos en la defensa de los derechos de la mujer, y recuérdese que cuando
se habla de derecho, se refiere también a participación) ya que al Hobbes
cuestionar el papel del hombre como dominador de la mujer y dejar de justificar la
misma como una ley natural, trae consigo reflexiones, que en mi opinión fue factor
influyente en "abrir los ojos" de todas aquellas mujeres que no se sentían iguales y
que por falta de participación en cuestiones políticas ven vejados sus derechos.
Por otra parte Hobbes es uno de los pocos autores que cuando habla de naturaleza
humana o de los hombres se está refiriendo a la especie humana sin excluir a
ningún género. En sus obras va a exponer los planteamientos iniciales en torno a la
igualdad en el estado natural de hombres y de la cesión de poder por parte de la
mujer al hombre, en el estado civil, en otras palabras la cesión de su gobierno por
cuenta de un convenio. Esto resulta muy interesante ya que Hobbes aquí afirma
que la situación del hombre y la posición que este ocupa en el poder y en el
gobierno es el resultado de la acción de las mujeres, que el llama pacto, pero que
él llama "sumisión", ya que mucha de la culpa en la falta de participación política de
las mujeres es la apatía que éstas han tenido con ello.
De igual manera Hobbes explica la manera de sujeción (del hombre con la mujer)
por tres vías: Ofrecimiento voluntario, la cautividad y el nacimiento. El primero se
refiere un poco a lo explicado anteriormente, el segundo tiene que ver al
sometimiento de la mujer por parte del hombre y el tercero tiene lugar suponiendo
que las parejas conciban hijos. Para Hobbes cualquiera de las 2 primeras formas
de sujeción no son justificadas por la naturaleza humana si no que son artificiales,
es decir, creadas por los mismos individuos. Esto forma parte importante de la
situación entre hombres y mujeres, donde se ve reflejado que la desigualdad entre
ambos, desde mi punto de vista obedece a procesos históricos, donde la mujer se
vio desfavorecida en la mayoría de los acontecimientos, debido al sometimiento del
hombre o por su sumisión, como ya lo referíamos anteriormente.
Hobbes afirma que todos los hombres son iguales y sólo su desigualdad puede
justificarse a través de la ley civil. Es por ello que las mujeres ha procurado
defender sus derechos, por decirlo de algún modo "en el papel, que no se quede en
palabras" ya que es la única manera de asegurar la verdadera igualdad entre los
géneros.
Es por todo esto que queda demostrado que Hobbes fue el primer filósofo que pone
en entredicho el valor universalista de la desigualdad juzgada hasta el momento,
siendo uno de los principales defensores de la igualdad, yendo mas allá de las
diferencia competitivas que existen hoy en día, sino, buscando la verdadera y real
causa de la situación de las mujeres en el mundo entero.
Aparece otro importante exponente pensador que habla del Derecho al Voto para la
mujer, la cual representaba para él, la solución de la cuestión femenina pasaba por
la eliminación de toda traba legislativa discriminatoria. Una Vez suprimidas estas
restricciones, las mujeres superarían su sometimiento y alcanzarían su
emancipación.
Por otro lado, para Jhon Stuar Mill el principio regulador de las relaciones entre
hombres y mujeres es la subordinación legal de uno al otro, y esto representa una
traba importante en el progreso humano, ya que esto ratificaría la perfecta igualdad,
debido a que no se admitiría poder ni privilegio para uno e incapacidad para otro.
Esto forma eslabón súper importante en uno de los principales derechos, que
durante muchos años no lo ejercían las mujeres, el derecho al voto, significa la
expresión más importante de logros en nuestro país, ya que con ello se abrieron
numerosas puertas en una participación mucho mas justa para la mujer.
Lo que han hecho estos cuatro pensadores es romper los paradigmas de la época;
ya que aunque la visión de Aristóteles y Platón quizá no le otorga el merecido
respeto a la mujer, solo por ser persona, refleja la preocupación de éstos por darles
alguna posición en la sociedad, y el simple hecho de nombrarla en sus obras es
suficiente para pensar que ellas eran y tenían que forma parte importante en la
sociedad. Tanto Hobbes como Mill reflejan una preocupación por la defensa de los
Derechos Civiles de la mujer, quizá escribiendo esta hazaña estaría comenzando
un proceso completamente importante en la vida de las mujeres.
Levinas propone una concepción de la alteridad que él mismo llama “la epifanía del
rostro del otro” y donde invita a la responsabilidad de cada uno frente a la relación
que va tejiendo con el otro. El Otro, o sea « ser-para-el-otro », esto es «imagen y
semejanza» es la fuente de toda alteridad y garantiza una fundamentación de los
derechos humanos.
Hay que entender claramente que significa el Otro para Levinas, sólo de esta
manera podrá aclarase de que manera se puede entretejer la alteridad. El Otro
3
LEVINAS, Emmanel. Totalidad e infinito. Salamanca, Ed. Sígueme, 1977 P. 63
responde a aquello que no soy yo, a aquello que es anterior a mí y, gracias a lo
cual yo soy quien soy. Pero la relación que se establece entre el Yo y el Otro, no se
da en términos de reciprocidad como el Yo-Tú, donde ambos están en posición de
igualdad. Tampoco en la relación Yo-Otro puede entenderse al otro como otro yo,
ni siquiera como una relación cognoscitiva. En la relación Yo-Otro de la que habla
Levinas, el yo llega siempre con retraso, éste se nos presenta como algo infinito. La
autonomía del yo, su principio de individualidad es de algún modo consecuente y
también posterior a la configuración del otro. Sin embargo, la relación con el otro se
hace más evidente a través de elementos como la proximidad, la responsabilidad y
la sustitución. Esto es, el Yo posibilita una entrega, un darse, un allegarse.
Por otro lado, ante la exigencia del otro de que me encargue de él, exigencia tácita
por demás, yo no puedo escaparme. El sujeto está llamado a responder del Otro,
hasta de su propia responsabilidad. De este modo, mi yo queda sustituido por el
Otro, por lo que el Otro se impone como límite de mi propia libertad. Para Lévinas,
Otro me hace nacer a mi mismo cuando, como extranjero, poniendose en mi
camino, me levanta de mi ser impersonal y me convoca a mi responsabilidad. PLas
personas no van pues por la vida, según Levinas, libremente sin comprometerse
con nada ni nadie, muy al contrario, todo lo que realizan, todo lo que viven, lo viven
en relación con el otro.
De esta manera y gracias al lenguaje, el Otro pasa del estatuto de objeto a conocer
al estatuto de rostro a acoger. La revelación del Otro le hace participar de la
universalidad. La presencia de su rostro, su expresión, su epifanía, conduce a la
defensa de los derechos del Otro y expone la conciencia al sufrimiento. En
adelante, el sujeto es un ser-para-el-otro. Contextualizando esta visión ética , que
supera cualquier ontología, puede apreciarse en la mujer y sus relaciones con el
otro, esa necesidad de adentrarse en el otro no para conocerlo sino para
protegerlo, para responsabilizarse de él, para elevar su espíritu maternal en la
entrega, en la renuncia de si para la acogerlo.
El Otro, que es visto por Levinas como un ser libre pero que es un perfecto
extranjero, se muestra completamente desnudo, desprotegido. La desnudez de su
rostro se prolonga en la desnudez del cuerpo que siente frío y vergüenza de su
desnudez. Esta mirada que suplica y exige - que sólo puede suplicar porque exige -
privada de todo porque tiene derecho a todo y que se reconoce al dar, esa mirada
es precisamente la epifanía del rostro como rostro. El rostro, es el modo por el cual
Otro se presenta y expone su forma, la totalidad de su contenido. El rostro no es
solamente la imagen plástica del Otro, sino más bien todo lo invisible de su vida, la
exterioridad de su interioridad, su trascendencia y su libertad. El rostro testimonia
de la presencia de toda la humanidad, en el otro puede dibujarse todos los seres
humanos.
Pero qué pasa cuando el sujeto toma conciencia del Otro? Empieza entonces una
carrera por la defensa de la libertad, pero una libertad que parte del Otro. Por ello la
epifanía del rostro es por lo tanto como una puerta que da a la humanidad y que
cuestiona la libertad del ser humano, la libertad está en relación con el otro, donde
descansa la verdadera razón de ser de la responsabilidad. En esta manifestación
de Otro, hay una justicia que cuestiona y acusa toda libertad arbitraria y que obliga
el Yo a asumir su responsabilidad. Asi lo asume Levinas “El Otro - absolutamente
otro - me aborda desde lo alto y se impone como una exigencia que domina la
libertad e indica el fin de mis poderes. Otro, desde su miseria y su señorío, manda
al Yo como un maestro”4.
La libertad consiste en saber que la libertad está en peligro. Pero saber o ser
consciente, es tener tiempo para evitar y prevenir el momento de inhumanidad.
Este aplazamiento perpetuo de la hora de la traición - ínfima diferencia entre el
hombre y el no-hombre - supone el desinterés de la bondad, el deseo de lo
absolutamente Otro o la nobleza, la dimensión de la metafísica de la alteridad.
Hay que tener en cuenta que Levinas era un creyente completo y un dedicado a las
cosas de Dios, al Evangelio y lector consagrado de la Biblia. En la visión que tiene
del Otro, plantea que éste no es la encarnación de Dios, sino que precisamente por
su rostro, en el que está descarnado, la manifestación de la altura en la que Dios se
revela. Acercarse al Otro es someterse al juicio del pobre, del extranjero, de la
viuda y del huérfano y, a la vez, del señor llamado a investir y a justificar mi libertad 5
Estas figuras metafóricas que caracterizan el otro como al desvalido, (extranjero,
viuda, huérfano) ayudan a entender porque la entrega que se le pide al yo de
manera trascendente para adaptarse al mundo. YO recibo al otro, pero habrá otro
YO que me reciba a mi como su Otro inmediato. De esta manera todos estamos
situados antes una ética del Otro, a pesar de que la trascendencia del Otro no es
un concepto axiológico o metafísico. Es la acogida de una distancia y la aceptación
de un saber limitado. Es la cercanía de una justicia hecho a los seres humanos y la
libertad que se deja tocar por el sentimiento de vergüenza. Hablar de derechos
humanos entonces, consiste a reconocer los derechos de hombres concretos,
limitando siempre a la vez su voluntad libre y protegiéndole de toda violencia. Los
derechos humanos, son ante todo, derechos del otro hombre y constituyen una
coyuntura en la que Dios adviene a la idea.
Ser Yo en el mundo es siempre tener una responsabilidad de más que los otros. Y
ser para-otro designa lo humano en los derechos que una sociedad se da. Los
5
Ibid. P. 262
derechos humanos nacen en una historia y requieren tiempo y paciencia. En esta
historia humana la apertura desinteresada al Otro trastorna verdaderamente al Yo y
lo provoca al universal, es decir al deseo de vivir con y en medio de los otros.
Cuando John Stuart Mill nace y mientras transcurre su vida (primera mitad del siglo
XIX 1806-1873) sucede en Europa gran cantidad de acontecimientos que impactan
en la obra del filósofo.
En pleno auge de la Revolución Industrial, ya habían muchos trabajos realizados
sobre la reivindicación de la mujer, como los que llevó a cabo Mary Wollstonecraft
quien en 1792 había publicado Vindicación de los derechos de la mujer, obra en la
que afirma que la mujer debe ser tratada igual que el hombre. Muchos hombres
europeos reaccionan con indignación, y dirigentes de la Revolución Francesa
expulsan a las mujeres de laS fuerzas armadas. Sin embargo las mujeres siguen
en pie de lucha, la obra de Stuart Mill y de su compañera de vida, Harriet Taylor
contribuyeron a que en 1848 se llevara a cabo la Primera convención sobre los
derechos de la mujer; en una convención organizada por la feminista y reformadora
social Elizabeth Cady Stanton —celebrada en Seneca Falls (estado de Nueva York)
—, las sufragistas estadounidenses discutieron acerca de la igualdad entre géneros
en la educación, el matrimonio y la propiedad. Tras ser denegada su asistencia y
participación en la Conferencia Mundial Antiesclavista, celebrada en Londres, las
mujeres abordaron la contradicción de luchar contra la esclavitud cuando ellas
mismas carecían de derecho al voto.
En los años sucesivos el tema del sufragio femenino siguió vigente ante la opinión
pública británica gracias a una serie de legisladores liberales, entre los que se
encontraban los estadistas y filósofos sociales John Stuart Mill, John Bright y
Richard Cobden. En 1865 Mill contribuyó a la fundación de la primera asociación
británica para el sufragio femenino. Todos los esfuerzos encaminados a lograr el
derecho al voto de la mujer tropezaron con una fuerte oposición. Entre las figuras
antifeministas destacadas de la época estaban la reina Victoria I y los primeros
ministros británicos William Gladstone y Benjamin Disraeli.
Pero a los 20 años, en 1826, sufrió una “crisis mental”, descrita detalladamente en
su Autobiografía (1873). Se rebeló contra su estricta educación, contra el
utilitarismo (aunque sin romper con él), y se abrió a nuevas corrientes intelectuales
como el positivismo de Comte, al pensamiento romántico y al socialismo.
Aunque no fue profesor universitario, Mill cultivó casi todas las ramas de la filosofía,
desde la lógica hasta la teoría política pasando por la ética. En lógica, psicología y
teoría del conocimiento, Mill era empirista y positivista. Consideraba que el
conocimiento humano tenía su origen y su límite en la experiencia observable.
Todo conocimiento parte de las impresiones sensibles de los sujetos y los
conceptos más abstractos se forman a partir de las “asociaciones” de impresiones
realizadas por la mente, este es el llamado asociacionismo psíquico. Según Mill la
inducción es el principio lógico que permite derivar conocimientos universales a
partir de la observación de fenómenos particulares. Después de haber observado
muchos cisnes blancos particulares podría inducirse el enunciado universal “Todos
los cisnes son blancos”. Ahora bien, una gran cantidad no equivale a la totalidad,
“muchos” —por más que sean— no puede equipararse a “todos”. De manera que el
conocimiento científico es meramente probable, no necesario, como ya indicó en su
momento David Hume, a quien Mill sigue en este punto.
En 1851 Mill se casó con Harriet Taylor tras 21 años de amistad. Taylor fue una
importante influencia sobre su trabajo e ideas tanto durante su amistad como
durante su matrimonio. La relación con Harriet Taylor inspiró la defensa de los
derechos de las mujeres por parte de Mill.
En todos los tipos de libertad que proclama Mill se puede sentir aludida la mujer,
incluso en la apasionada defensa de la libertad de expresión que hace Mill, quien
defiende el discurso libre como una condición necesaria para el progreso social e
intelectual. No podemos determinar con claridad, dice, que una opinión silenciada
no contenga algún elemento de verdad.
Para este autor, la libertad, tanto de hombres como de mujeres, debe y tiene que
ser absoluta. «No hay otro fin que la raza humana tenga garantizado, individual o
colectivamente, al interferir en la libertad de acción cualquiera que sea su número,
que no sea la protección personal. El único propósito por el cual el propio poder
puede ejercerse adecuadamente sobre cualquier miembro de una comunidad
civilizada contra su voluntad es la prevención del daño ajeno. El propio bien, sea
físico sea moral, no es garantía suficiente. Uno no puede obligar a la ejecución o
abstención a otro porque esto conlleve un beneficio para uno mismo, porque le
hará a uno feliz, porque en opinión de otros hacerlo sería sabio o correcto... La
única parte de la conducta de una persona por la cual esta es dócil ante la sociedad
es aquella que concierne a los demás»6
6
John Stuart Mill, Sobre la libertad. Traducción de Pablo de Azcárate. Biblioteca Alianza Editorial 30
aniversario. Alianza editorial, Madrid, España. Pág 86 y 87.
En 1850, Mill envió una carta anónima (que posteriormente sería conocida como
The Negro Question, habitualmente traducida como «La cuestión negra»), en
calidad de refutación a la misiva asimismo anónima de Thomas Carlyle quien había
defendido la esclavitud en campos de inferioridad genética y argumentaba que el
desarrollo de los indios occidentales se debía únicamente a la ingenuidad británica,
negando cualquier tipo de deuda en lo referente ante la importación de esclavos
para el desarrollo de la economía del lugar. La respuesta de Mill y sus referencias
al debate que durante aquella época se daba en EEUU sobre la esclavitud fueron
enfáticas y elocuentes. Esta fue la base para que mil fuera reconocido por ser uno
de los primeros y más acérrimos defensores de la liberación femenina. Su libro El
sometimiento de las mujeres es una de las obras más antiguas en el campo del
femenismo defendido por hombres. El autor notaba que la opresión de la mujer era
uno de los pocos vestigios conservados procedentes de modelos sociales
obsoletos, un conjunto de prejuicios que impedía arduamente el progreso de la
humanidad.
La sociedad en que Mill vivía sólo tenía una consideración respecto a la mujer: el
ser educada de tal manera que fuese más atractiva y se volviese un objeto
determinado y llamado al matrimonio. Para la mujer no había alternativa, pues no
se le permitía una educación o carrera. Esto obligaba a que cualquier posibilidad de
dejar la casa familiar pasase ineludiblemente por un marido. Esta noción del
matrimonio condicionaba a la sociedad a continuar reduciendo a mujeres a meros
objetos y, si pensaban en algo que no conllevase el matrimonio, eran
inmediatamente acalladas. Uno de los factores principales que Mill identificó en
esta situación era la ausencia de educación, problema que él intentaba solventar.
Para entender el texto que ocupa esta monografía hay que remontarse al momento
crucial de la vida del autor en que acompaña su vida una especial mujer como lo
fue Harriet Taylor.
En 1851, cuando Stuart Mill contaba con 45 años de edad, pudo por fin casarse con
Harriet Taylor, tras veinte años de una íntima amistad. El marido de Harriet había
muerto hace dos años, y ellos, tras respetar aquel matrimonio y no dar nunca
ocasión al más mínimo reproche, decidieron que había llegado el momento. En
Taylor, Stuart Mill encontró a la compañera ideal, es decir, y en su propio criterio, a
alguien igual a él, sobre quien no se sentía superior ni inferior. Siete años después
moría Harriet, y desde entonces veneró su memoria el resto de su vida, hasta el
punto de pasar largas temporadas en Aviñón, ciudad donde murió su esposa y
donde a él mismo le sorprendería la muerte en 1873.
Cuatro años antes de morir, cuando Stuart Mill ha dejado atrás tantas cosas, decide
escribir un libro sobre la situación de la mujer. Hay recordar que Harriet era
escritora, dedicada por completo al tema de la libertad y la igualdad en las mujeres,
tocando temas concretos como el derecho a voto de las mujeres, asi como sus
demás derechos civiles y políticos, intereses que compartían abiertamente. En la
redacción de su obra, Mill recordaría las conversaciones que en aquella época
mantuvo con ella al respecto. No en vano: en 1867, Mill fue el primer miembro del
Parlamento que defendió el derecho de voto de la mujer. No le faltaba, pues,
experiencia, y de la mejor calidad. El libro que escribe es de una belleza
sobrecogedora, y quedará como un monumento del espíritu humano. Muy
inteligente y muy acertada estará Pardo Bazán al introducirlo en España y hacer su
prólogo de una manera limpia, pulida y con la certeza de estar dando las
herramientas para una lucha que aún no termina.
EXEGESIS DE LA OBRA
Continua diciendo: “Este régimen proviene de que, desde los primeros días de la
sociedad humana, la mujer fue entregada como esclava al hombre que tenía
interés o capricho en poseerla, y a quien no podía resistir ni oponerse, dada la
inferioridad de su fuerza muscular”. Esto muestra que el origen de la esclavitud
femenina se deriva para Mill de la superioridad física del hombre. Este es el
antecedente más remoto de la sujeción de la mujer. Mill nos abre los ojos a la
superioridad física como factor determinante de la sociedad, incluso cuando la
época, como el siglo XIX, aparenta haberla dejado atrás como factor de legitimidad.
Él no se engaña acerca de su influencia ubicua, pero admite que con el tiempo la
relevancia de la superioridad física en las instituciones sociales se ha ido
aminorando. Eso ha ocurrido con todas las instituciones, nos viene a decir, excepto
con la de la sujeción femenina, que “ha durado hasta el día [de hoy], mientras otras
instituciones afines, de tan odioso origen, procedentes también de la barbarie
primitiva, han desaparecido; y en el fondo esto es lo que da cierto sabor de
extrañeza a la afirmación de que la desigualdad de los derechos del hombre y de la
mujer no tiene otro origen sino la ley del más fuerte”. ¿Cómo es esto posible? No
hay que olvidar que 36 años antes de estas palabras, Inglaterra había sido el
primer país en abolir la esclavitud. ¿Por qué lo que ha acabado por erosionar toda
institución basada en la pura fuerza bruta, no ha funcionado con la mujer? Stuart
Mill responde: precisamente por eso, porque el dominio sobre la mujer es el último
reducto que le ha quedado al hombre para ejercer su poder, un poder que ha
perdido total o parcialmente en todas las demás esferas.
En la familia y sobre su mujer, cualquier hombre tiene asegurada la supremacía. “El
paleto ejerce o puede ejercer su parte de dominación, como el magnate o el
monarca. Por eso es más intenso el deseo de este poder: porque quien desea el
poder quiere ejercerle sobre los que le rodean, con quienes pasa la vida, personas
a quienes está unido por intereses comunes, y que si se declarasen independientes
de su autoridad, podrían aprovechar la emancipación para contrarrestar sus miras o
sus caprichos”. Establecido este poder, la posibilidad de rebelarse contra él es
absolutamente remota. Gran parte de la supuesta psicología femenina, del modo
de ser de la mujer, no es algo que le venga de naturaleza, sino el resultado de
tener que vivir bajo ese poder. Pues “no hay medio de conspirar contra él, no hay
fuerza para vencerle, y hasta militan en el ánimo del súbdito muy poderosas
razones para buscar el favor de su dueño y evitar su enojo”. Por eso, por desgracia,
la esclavitud femenina durará “más que todas las restantes formas injustas de
autoridad”, y la extrañeza inicial se troca en lo contrario: “todavía me asombro de
que a favor de la mujer se hayan alzado protestas tan fuertes y numerosas”.
“Creo absolutamente imposible que al presente decidamos lo que las mujeres son o
no son, y lo que pueden llegar a ser, dadas sus aptitudes naturales; pues en vez de
dejarlas desarrollar espontáneamente su actividad, las hemos mantenido hasta la
fecha en un estado tan opuesto a lo que la naturaleza dicta, que han debido de
sufrir modificaciones artificiales, y, digámoslo así, jorobarse moralmente. Nadie
puede afirmar que, si se hubiese permitido a la mujer como se permite al hombre
abrirse camino; si no se la pusiesen más cortapisas que las inherentes a las
condiciones y límites de la vida humana, límites a que han de sujetarse ambos
sexos, hubiese habido diferencia esencial o siquiera accidental entre el carácter y
las aptitudes de los dos. Me ofrezco a demostrar que, de las diferencias actuales,
las más salientes, las menos discutibles, pueden atribuirse a las circunstancias, y
de ningún modo a inferioridad o diversidad de condiciones”. En este texto
programático, llaman la atención dos cosas. La primera es que el discurso es de un
hombre y dirigido a los hombres: se trata de ver qué es la mujer. Preguntárselo a
ella no es algo que se plantee, dado que Mill cree que en el estado en que viven,
difícilmente hallará una respuesta adecuada, ya sea por la horrible educación que
han tenido y que ha moldeado su mente, o porque prefieren callar o disimular como
estrategia. La segunda es que Mill piensa que quizá no haya diferencias
sustanciales entre hombres y mujeres. La conjunción de estas dos ideas es muy
potente. Por un lado, la cuestión de la naturaleza de la mujer resulta inabordable.
No podemos acudir a un estado de naturaleza, como hacía la ciencia política
barroca e ilustrada, y ni siquiera a una tribu primitiva.
Y de nuevo aparece una curiosa dicotomía. Sentando ideas tan avanzadas, Mill,
hijo al fin de su tiempo, vuelve a manidas elucubraciones de la psicología
decimonónica sobre la mujer: “realmente las cosas en que los hombres sobrepujan
a las mujeres son aquellas que exigen mayor perseverancia en la meditación, y, por
decirlo así, el don de machacar sobre una idea, mientras las mujeres desempeñan
a la perfección todo lo que exige rapidez y listeza. El cerebro de la mujer se cansa
primero, se rinde más pronto, pero no bien se aplana cuando ya vuelve a recobrar
sus facultades y su elasticidad preciosa. Repito que todas estas ideas son meras
hipótesis; con ellas sólo aspiro a señalar derroteros a la investigación”. Hoy día se
están realizando muchas investigaciones sobre el “cerebro femenino”, y sin duda
con el tiempo se obtendrán resultados compartidos por la comunidad científica,
pero por lo que se sabe, los tiros no van en la dirección que señalan Mill ni la
psicología femenina. Más bien el contraste entre lo que se va viendo y lo que
decían ellos lleva a pensar en las ideas sobre la mujer como un medio más de
dominación y de afirmación de la superioridad.
Ni siquiera Mill pudo librarse de esa influencia, él, que compartió todas sus ideas
con Harriet Taylor y confesó agradecido que sin ella su pensamiento no habría sido
el que es. No obstante, es demasiado lúcido como para no calificar todo eso de
mera hipótesis, como hemos visto. Más adelante resume: “he dicho que no es
posible saber hoy qué es natural y qué artificial en las diferencias mentales que
actualmente se notan entre el hombre y la mujer; si realmente hay alguna que
proceda de la naturaleza, y cuál sería el verdadero carácter femenino, quitadas
todas las causas artificiales de diferenciación”... Y concluye: “creo en conciencia
[que] no existe en la mujer ninguna tendencia natural que diferencie su genio del
masculino”.
Finalmente, en los últimos capítulos Mill repasa con una hondura psicológica
sorprendente los efectos de la esclavitud femenina en la vida de pareja.
Constituyen quizá los capítulos más agudos e interesantes de todo el ensayo. La
repercusión de la esclavitud femenina en la vida de pareja no es en absoluto
positiva, como puede suponerse. La mujer no entiende los esfuerzos del hombre
por ser útil a la sociedad, por hacerse un nombre, por contribuir con su esfuerzo a
la mejora general. ¿Cómo iba a entenderlo a quien se le ha enseñado lo contrario:
no aspirar a nada en la sociedad, no jugar ningún papel útil fuera del hogar? A la
mujer y al hombre les interesa una relación equitativa, les interesa la igualdad, o
debería interesarles, porque su gran ventaja es que proporciona una vida en pareja
plena, el paraíso en la tierra. Sin duda Mill está pensando en su relación con Harriet
Taylor cuando escribe las palabras con las que cerraremos estas líneas, y que
deben quedar como horizonte en nuestra la lucha por la igualdad: “¡Cuán dulce
pedazo de paraíso el matrimonio de dos personas instruidas, con las mismas
opiniones, los mismos puntos de vista, iguales con la superior igualdad que da la
semejanza de facultades y aptitudes, desiguales únicamente por el grado de
desarrollo de estas facultades; que pudiesen saborear la voluptuosidad de mirarse
con ojos húmedos de admiración, y gozar por turno el placer de guiar al compañero
por la senda del desarrollo intelectual, sin soltarle la mano, en muda presión sujeta!
No intento la pintura de esta dicha.- Los espíritus capaces de suponerla, no
necesitan mis pinceles, y los miopes verían en el lienzo la utopía de un entusiasta.
Pero sostengo, con la convicción más profunda, que ese, y sólo ese, es el ideal del
matrimonio; y que toda opinión, toda costumbre, toda institución que lo estorbe o lo
bastardee sustituyéndolo por otro menos alto, debe perecer y ser borrada de la
memoria de los hombres, como vestigio de la barbarie originaria”.
En general la obra de Stuart Mill, al lado de la de Harry Taylor indica que el origen
de la sujeción femenina es la superior fuerza física del hombre. Se entabla una
discusión de las diferencias psíquicas entre el hombre y la mujer, y aboga por una
educación similar a la del hombre. Insiste en que la libertad es para los dos sexos,
e implica que la mujer no debe pensar que su única esfera de acción es procrear.
En la obra “Esclavitud Femenina” el autor rescate muchas cosas ya descritas por
su compañera de vida, ella ha elaborado una feeviente crítica, aparece la
formulación de la mujer como adorno y como reposo del guerrero, que tendrían una
larga trayectoria. Yendo incluso más allá que Mill, afirma que en la relación actual
de desigualdad entre los sexos, ni siquiera el hombre mantiene su virilidad. Y es
que uno de los rasgos más originales de su pensamiento feminista -recogido por
Mill pero enunciado con mucha más rotundidad por ella- es que la desigualdad
perjudica a los dos sexos. En el caso del hombre, lo convierte en un ser que a poco
de casarse, asegurada una profesión, no necesita hacer nada más en la vida, y se
estanca espiritualmente, frenado por el lastre de su mujer que, desde siempre, ha
aprendido a no aspirar a nada. La desigualdad, pues, lleva a un estancamiento vital
de la pareja y, en general, de la sociedad. También expresa con más ahínco y
nitidez la idea de que si las mujeres no han luchado por la igualdad no es porque
no lo hayan deseado, sino porque ni siquiera se les pasó por la cabeza la
posibilidad de ella, dado el régimen al que están sometidas. El ensayo que aportó
Taylor a la obra de Stuart Mill, por otra parte, se escribe en un momento muy
apropiado: el movimiento sufragista norteamericano acaba de echar a andar, y la
autora busca apoyarlo y que sirva de ejemplo también para Inglaterra.
Pero esa necesario que se retome el tema de alteridad que en la reflexión feminista
se ha dado en compensación con la relación de sumisión y subalternidad. Si bien
con la modernidad entramos en la era de la producción del otro, la relación con y
para el otro, no se trata ya de matarlo, devorarlo o seducirlo, ni de enfrentarlo o
rivalizar con él, tampoco de amarlo u odiarlo; ahora, primero se trata de producirlo.
El Otro ha dejado de ser un objeto de pasión para convertirse en un objeto de
producción. ¿Qué papel puede jugar lamujer en ese papel de producción, varios
años después de la obra de Stuart Mill? ¿Podría ser que para la mujer el Otro, en
su alteridad radical o en su singularidad irreductible, se haya tornado peligroso o
insoportable y por eso sea necesario exorcizar su seducción? ¿O será simplemente
que la alteridad y la relación dual desaparecen progresivamente con el aumento en
potencia de los valores individuales y la destrucción de los valores simbólicos? Sea
como sea, el caso es que la alteridad comienza a faltar y que es imperiosamente
necesario producir al otro como diferencia a falta de poder vivir la alteridad como
destino. Esto concierne tanto al mundo como al cuerpo, tanto al sexo como a la
relación social. Es justamente para escaparse del mundo, del cuerpo, del sexo (del
otro sexo) como destino, por lo que se inventa la producción del otro como
diferencia, sobre todo en los discursos sexistas y de género.
Así sucede con la diferencia sexual: cada sexo tiene sus características
anatómicas, psicológicas, con su deseo propio y todas las peripecias insolubles que
resultan de esto, incluso la ideología del sexo y del deseo, y la utopía de una
diferencia sexual fundada a la vez en el derecho y la naturaleza. Nada de esto tiene
sentido en la seducción, donde no se trata del deseo, sino de un juego con el
deseo, y donde no se trata de igualdad de sexos ni de alienación de uno por el otro,
ya que el juego implica una perfecta reciprocidad de los participantes (la no
diferencia y la alienación, sino la alteridad y la complicidad). La seducción es nada
menos que histérica, ninguno de los sexos proyecta su sexualidad sobre el otro, las
distancias están dadas, la alteridad se mantiene intacta, la condición misma de esta
ilusión es mayor que el juego con el deseo.
Lo que se produce en el momento decisivo del romanticismo y del siglo XIX es, por
el contrario, la entrada en escena de una histeria masculina y, con ella, el cambio
del paradigma sexual, que hay que situar nuevamente dentro del arco más general,
universal, del cambio del paradigma de la alteridad. En esta fase histérica, la
feminidad del hombre de alguna forma se proyecta en la mujer modelándola como
figura ideal de semejanza. Ya no se trata del amor romántico, de conquistar a la
mujer, de seducirla, sino de crearla desde el interior, de inventarla, ya sea como
utopía realizada, como mujer idealizada, como mujer fatal o como star, otra
metáfora histérica y sobrenatural. Pero sobre todo se trata de dejar el
sometimiento, de permitir la plenitud femenina.
Todo el trabajo de este Eros romántico consistió en inventar este ideal de armonía
de fusión amorosa, en forma casi incestuosa entre dos seres gemelos –la mujer
como resurrección proyectiva del mismo, que no adquiere su forma sobrenatural,
sino más que como ideal del mismo–, artefacto en lo sucesivo destinado al amor;
es decir, a una patética confusión de la semejanza ideal que sustituye a la alteridad
dual de la seducción. Toda la mecánica erótica cambia de sentido, pues la
atracción erótica, que nació antes que la alteridad, de la extrañeza del Otro, desde
eso momento, pasa del lado del Mismo, del semejante y de la semejanza.
A fin de cuentas, se inventa una feminidad que torna a la mujer superflua, muy
alejada de la visión femenina que buscaba Stuart Mill en la primera mitad del siglo
XIX.
Sin embargo, hay todavía una asimetría en esta asignación forzada a la diferencia;
por eso, decía como paradoja, el hombre es más diferente de la mujer que ésta del
hombre. En el marco de la diferencia sexual, el hombre es sólo diferente, mientras
que la mujer conserva aún algo de esa alteridad radical que precede al estatuto
degradado de la diferencia. En resumen, este proceso de extrapolación del Mismo
en la producción del Otro, es el resultado de una asimilación progresiva de los
sexos.
Los planteamientos asi descritos implican que cualquier filosofía del sujeto no debe
abolir la alteridad en beneficio de una intersubjetividad, pues esta debe presuponer
la relación sana y armoniosa hombre – mujer donde se plantea la alteridad no como
irreductibilidad del otro que, en su congruencia con su sexo, no puede ser ni mío ni
igual a mí. Sólo desde el respeto a la alteridad puede crearse un espacio de
trascendencia “entre nosotros”. Un lugar de afloramiento de lo nuevo y de no
reducción a lo mismo. Si yo no me conozco ni me poseo, menos aún puedo
pretender conocer y poseer al otro u otra. No obstante, es importante señalar que la
posesión y el control del otro fundamentan en mí una aparente seguridad, un yo
cuya consistencia se basa en una supuesta aceptación incondicional del otro.
CONCLUSIONES
Esto muestra que el camino de hombres y mujeres puede ser paralelo, en procura
de mejorar el rumbo de la historia.
BIBLIOGRAFÍA