Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Jinete - Rachel RP
Jinete - Rachel RP
Jinetes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Informe I
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Informe II
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Informe III
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Informe Final
Epílogo
Jinetes
Año 2005
En algún lugar del mundo, bajo cientos de metros
de la superficie.
Las cuatro personas allí presentes se miraban entre sí, no
podían ver sus caras, sus cuerpos o cualquier cosa que los
identificara, ni siquiera si eran hombres o mujeres, no, eso
no podía suceder porque el anonimato era lo más
importante para los Datarati.
Situados en una mesa redonda que abarcaba varios
metros de radio, y separados lo suficiente para que ni el olor
corporal pudiera llegar, esperaron a que la reunión
comenzara.
—Os hemos reunido hoy para contaros lo que va a ser el
principio del fin del mundo tal y como lo conocéis —dijo una
voz profunda desde algún lugar por encima de ellos.
Alzaron la vista hacia la luz cegadora sin saber que, tras
ella, solo había un artefacto que codificaba la voz para que
no supieran el género de la persona que hablaba.
—Llevamos más de un siglo desarrollando la inteligencia
artificial para conseguir nuestro propósito, hemos ganado
millones vendiendo una ínfima parte al resto de mortales
que ahora empiezan a descubrir lo que nosotros llevamos
usando décadas —comenzó la voz a contar—. Hasta el
momento no teníamos la tecnología necesaria para llevar a
cabo nuestro propósito, pero ahora sí, por fin ha llegado el
día en el que podremos acabar con la civilización que existe
y crear una a nuestra imagen y semejanza.
Se hizo el silencio, aquella referencia bíblica flotaba en el
aire mientras nadie se atrevía a pronunciar una sola palabra
más. Del centro de la mesa salió un pequeño haz de luz que
proyectaba una imagen, un vídeo, y la voz sobre ellos
comenzó a hablar de nuevo.
—Hemos conseguido que la inteligencia artificial sea tan
avanzada que pueda decirnos qué es lo que necesitamos
para crear un colapso mundial y que los Datarati lo
gobiernen desde el inicio como dioses venerados y no como
locos en la sombra, como ahora nos llaman los pocos ajenos
a nuestra organización que conocen de nuestra existencia.
El vídeo empieza a mostrar la imagen de un mundo ideal,
sin contaminación, con menos personas, sin hambre ni
guerras. Lo que no muestra es que, para ello, hay esclavos,
control de la vida y abolición del libre albedrío.
—Esta misión será llamada «Apocalipsis», y, como tal,
tendrá a los cuatro jinetes, que no serán otros que quienes
tengan en su mano conseguir acabar con el mundo. Cada
uno de vosotros controla las células durmientes que
tenemos en los cinco continentes, por eso os necesitamos.
La mesa de pronto se dividió en cuatro partes iguales,
cada una de un color, mostrando así qué jinete se les había
asignado.
—Peste, Muerte, Guerra y Hambre. Así los llamaremos, no
podemos obligarles a llevar a cabo lo que necesitamos que
hagan, según nuestra inteligencia artificial debe ser por
decisión propia, por eso tenéis que enviar a vuestros
mejores activos a infiltrarse en sus vidas, si es que no lo
están ya, para conseguir que cometan el acto que llevará al
fin del mundo.
Unos sobres aparecieron frente a ellos, cada uno de un
color. Dentro tenían la información necesaria para comenzar
su misión, debían aprenderla de memoria puesto que nada
saldría de esa sala.
—Debéis saber que esta tarea que se os encomienda os
llevará a ocupar un lugar en la parte más alta de los
Dataratis, seréis Guardianes del Núcleo, pero si falláis,
moriréis sin excepción. Solo tenemos cuatro jinetes para
llevar a cabo nuestro plan. Si estáis de acuerdo, golpead la
mesa.
Las cuatro personas allí presentes levantaron la mano y al
unísono la bajaron, creando un único sonido: el del principio
del fin del mundo.
Capítulo 1
Año 2024
Carter
Camino a través de las amplias y resplandecientes salas
de mi oficina en el piso cincuenta en el centro de
Providence, observando como la luz del atardecer baña la
ciudad con tonos dorados y anaranjados. Estoy al frente de
un holding de negocios que muchos envidiarían, pero desde
hace años no solo disfruto de mi pasión, la tecnología, sino
que la he combinado con la de mi hermano y ahora siento
que estamos más unidos.
Mis pasos resuenan en el mármol, un eco que me
recuerda constantemente a dónde pertenezco. Un mundo
de lujos, de decisiones que afectan a miles de personas, de
reuniones en salas opulentas. Sin embargo, en el fondo,
cada éxito, cada logro lo dedico a una memoria, a un sueño
que se quebró hace años.
Mi hermano gemelo, Alex, siempre fue mi otra mitad, mi
reflejo, mi mejor amigo. Su pérdida en un trágico accidente
de coche cambió mi vida para siempre. Desde ese día, mi
éxito en los negocios, mi riqueza, todo lo que he construido
se ha convertido en un medio para un fin: impulsar la
investigación de enfermedades raras, esas silenciosas
ladronas de vidas y sueños que tanto apasionaban a Alex.
Me detengo frente a la enorme ventana de mi oficina,
mirando hacia el horizonte urbano. A veces, cuando el
crepúsculo tiñe el cielo, puedo sentir a Alex a mi lado,
recordándome por qué estoy aquí. Él siempre fue más
idealista, soñaba con cambiar el mundo. Y, en su memoria,
eso es lo que intento hacer.
Mi vida de lujos, a menudo, se siente vacía, un teatro de
sombras y ecos. Los coches rápidos, las casas grandes, las
fiestas extravagantes…, nada de eso llena el vacío que Alex
dejó. Sin embargo, cuando visito un laboratorio financiado
por mis donaciones o cuando escucho a un investigador
hablar con esperanza sobre un nuevo descubrimiento, algo
en mi interior se enciende. En esos momentos sé que estoy
honrando su legado.
El teléfono suena, sacándome de mis pensamientos. Es
una llamada importante, una de esas que podrían significar
un gran avance en uno de nuestros proyectos de
investigación. Respondo con determinación, recordando que
cada decisión que tomo tiene un propósito más grande.
—¿Qué tienes? —pregunto sin rodeos.
—Carter, creo que esta vez lo hemos conseguido,
tenemos una secuencia genética estable —dice Caroline
entusiasmada.
Sus palabras hacen que algo dentro de mí cobre vida.
—¿Cuánto hemos avanzado?
—Si esto sigue así, es probable que en dos años
tengamos la cura.
Sonrío y asiento feliz, aunque nadie puede verme porque
voy a cumplir uno de los sueños de Alex.
—Si necesitas más dinero solo pídelo, no hay una
cantidad que no esté dispuesto a invertir en esto.
Cuelgo el teléfono con una mezcla de emoción y
responsabilidad. La conversación ha sido prometedora, una
posible cura para tratar una enfermedad rara. Cada paso en
esta dirección lo siento como un tributo a Alex, como si, de
alguna manera, a través de estos esfuerzos él siguiera vivo,
impulsándome.
Me alejo de la ventana y me siento en mi escritorio, un
mueble de madera noble que contrasta con la tecnología
puntera que lo rodea. Mi vida es un reflejo de esta dualidad:
lujo y ciencia; éxito y pérdida; poder y vulnerabilidad. A
veces, en la soledad de mi oficina, me permito sentir
plenamente el peso de esa pérdida, permitiendo que
moldee mis decisiones y mi visión del mundo.
Repaso los informes sobre los últimos avances en
nuestras investigaciones. Cada cifra, cada gráfico es una
esperanza, un paso hacia el alivio de aquellos que sufren en
silencio. Es en estos pequeños detalles donde encuentro
consuelo, una manera de conectar con Alex, de continuar su
legado de bondad y empatía.
De repente, mi asistente toca la puerta y entra con un
informe. Es un momento que rompe mi introspección,
trayéndome de vuelta a la realidad de mi vida diaria. Me
informa sobre la próxima gala benéfica, un evento diseñado
para recaudar fondos para la investigación de
enfermedades raras. Aunque estos eventos son una parte
esencial de mi vida, a menudo me siento como un extraño
en ellos, como si mi verdadero yo estuviera en otro lugar.
—¿Quiere que confirme la asistencia de su acompañante?
—me pregunta, y asiento.
No hace falta que le diga el nombre de quién va a
hacerlo, siempre es ella, es lo que me une a Alex y el motivo
por el cual no estuve con él cuando murió
Al final del día, cuando las luces de la ciudad comienzan a
brillar bajo un cielo estrellado, me quedo un momento a
solas contemplando el paisaje urbano. Siento una conexión
profunda con cada estrella, como si cada una representara
una vida que hemos tocado, un misterio que estamos a
punto de resolver. Y en ese vasto universo mi hermano
sigue siendo mi estrella guía, recordándome que, a pesar de
todo, hay belleza en la lucha, hay luz incluso en la
oscuridad.
Subo a mi coche y marco el número de Ashley. Ella era la
novia de mi hermano, la mujer de la que me enamoré y a
quien le declaraba mi intención de luchar por ella mientras
Alex tenía un accidente mortal en la carretera.
—Hola —saluda alegre, siempre lo hace cuando
descuelga.
—Supongo que te han llamado para confirmar la
asistencia a la gala como mi acompañante.
—Sí, Margot lo hizo antes.
Me quedo en silencio porque lo que tengo que decirle es
algo que le puede dar esperanza o hundirla si no sale bien.
—Carter, ¿qué ocurre? —pregunta inquieta, me conoce
demasiado bien.
—He hablado con Caroline, ha estado trabajando con las
notas que dejó Alex en el diario que encontramos hace unos
meses.
Ahora es ella la que se queda en silencio. Resulta que
alguien con quien hablaba mi hermano por carta murió, si
me preguntas a mí creo que ese sistema es arcaico, pero
Alex veía belleza en no abandonar el estilo de toda la vida y
se escribía con muchas eminencias que estaban encantadas
de que un joven prometedor quisiera seguir ese método.
Uno de ellos tenía en su poder un diario que mi hermano le
mandó con sus anotaciones acerca de la enfermedad que
tratamos de curar, y su viuda me lo envió cuando lo
encontró entre sus cosas.
—¿Y qué te ha dicho Caroline? —susurra con miedo a la
respuesta que le pueda dar.
—Hay esperanza.
—¿Seguro?
—Sí, Ash, si no hay complicaciones podríamos tener la
cura en unos dos años.
—¿Seguro? —insiste.
—Totalmente, vas a salvarte, no vas a morir.
Capítulo 2
Violet
Respiro hondo mientras abro las puertas de la
universidad, sintiendo como el frío aire matutino roza mi
rostro. Para muchos este sitio representa un lugar de
oportunidades y aprendizaje, para mí se ha convertido en
un símbolo de mediocridad.
Al entrar al aula de Biología, el lugar que debería ser mi
santuario, mi refugio, no puedo evitar sentir una ola de
desencanto. Me sitúo en la última fila, tratando de pasar
desapercibida. Los pupitres desgastados, las paredes que
necesitan una mano de pintura y el proyector que siempre
parece tener algún problema me recuerdan constantemente
que estoy atrapada en un lugar que no alcanza mis
expectativas.
Miro alrededor, observando a mis compañeros, que
parecen estar más interesados en sus teléfonos que en la
lección. El profesor, un hombre que una vez admiré por su
conocimiento en Biología, ahora parece repetir la misma
clase año tras año, sin pasión, sin esa chispa que una vez
encendió mi amor por esta ciencia.
Comienzo a garabatear en mi cuaderno, dibujando células
y moléculas, imaginando un mundo donde la biología no
solo es un tema de estudio, sino una aventura apasionante.
Sueño con investigaciones que rompan los límites del
conocimiento actual, con descubrimientos que cambien la
forma en que vemos el mundo.
La voz del profesor se convierte en un zumbido lejano
mientras mi mente vuela lejos de esta aula. Anhelo un lugar
donde mi curiosidad y mi pasión por la Biología sean
alimentadas, no sofocadas. Deseo encontrar ese espacio
donde pueda florecer, donde mi amor por la ciencia no se
sienta como un pájaro enjaulado.
La campana suena, rompiendo mi ensueño. Recojo mis
cosas con lentitud, tratando de no deprimirme por otro día
igual al de ayer y al que será mañana.
—Violet —me llama el profesor, y me acerco a su mesa.
—¿Ocurre algo?
—Hay una oferta que me gustaría comentarte sobre tus
estudios, te espero en mi oficina al acabar las clases.
Asiento y ruego que no sea una propuesta sexual porque
no sería el primero, pero sí el último al que no denuncio.
Meneo la cabeza para quitarme esa idea de la cabeza, el
profesor Milton no es de esos.
Mientras camino hacia la cafetería, siento como los rayos
del sol de la mañana intentan insuflar algo de vida en este
día. Es curioso cómo algo tan simple como el astro rey
puede cambiar mi perspectiva, aunque sea por un
momento. La luz se filtra a través de las hojas de los árboles
del campus, creando un juego de sombras que me recuerda
que, a pesar de todo, hay belleza en lo cotidiano.
En la cafetería hago cola para pedir mi café habitual.
Delante de mí hay un chico que no había visto antes aquí. Él
también estudia Biología, pero en una clase diferente.
Nuestras miradas se cruzan por un instante y algo en sus
ojos me dice que, tal vez, él también comparte esa
sensación de buscar algo más en esta carrera, algo más allá
de los muros de esta universidad.
Con mi café en mano, decido sentarme en una mesa
apartada. Abro mi libro de texto, sin embargo, mis
pensamientos siguen volando. Recuerdo por qué elegí
estudiar Biología en primer lugar. Fue esa fascinación por el
milagro de la vida, ese deseo de entender los secretos más
profundos de la naturaleza. Pero aquí, en estos pasillos y
aulas, esa fascinación se ha ido diluyendo poco a poco.
De repente, el chico de la cafetería se acerca y pregunta
si puede sentarse conmigo. Asiento, intrigada. Comenzamos
a hablar y, para mi sorpresa, descubro que él siente lo
mismo que yo. Hablamos sobre nuestras frustraciones con
la universidad, nuestra sed de conocimiento real y práctico
y nuestro deseo de marcar la diferencia en el mundo.
Este encuentro inesperado enciende una chispa en mi
interior. Por primera vez en mucho tiempo siento una
conexión real, no solo con alguien que comparte mis
intereses, sino con la posibilidad de que todavía puedo
encontrar mi camino en este campo que tanto amo.
La conversación fluye con naturalidad, y antes de darme
cuenta ha pasado una hora. Nos intercambiamos nuestros
números con la promesa de seguir en contacto y, tal vez,
trabajar juntos en algún proyecto independiente, algo que
de verdad encienda nuestra pasión por la Biología.
Me levanto de la mesa sintiéndome renovada. Aunque la
universidad puede parecer mediocre en algunos momentos,
este encuentro me ha recordado que la pasión y la
curiosidad pueden florecer incluso en los lugares más
inesperados. Con una sonrisa en los labios, me dirijo a mi
siguiente clase, no con resignación, sino con una nueva
sensación de esperanza y determinación. Quizás, después
de todo, este lugar tiene algo valioso que ofrecerme.
∞∞∞
—¿Puedo pasar? —pregunto tras tocar la puerta del
despacho del profesor.
—Adelante, Violet.
Entro y veo que no ha cambiado nada. Cuando empecé la
universidad este sitio era mi refugio. Aquí he pasado
muchas horas, le he contado cosas sobre mí que ahora me
arrepiento, no porque sean un secreto, es solo que no soy
de las que abren su corazón y vomitan purpurina; no sé
cómo logró el profesor Milton que hablara tanto.
—Siéntate —me pide, y le hago caso.
—¿Qué necesitas? —le pregunto inquieta.
—Creo que tu talento se desperdicia en esta universidad
—comienza, y algo dentro de mí da un vuelco.
—No entiendo a qué te refieres.
—Sí lo sabes, eres una mente brillante atrapada en una
vida mediocre, como esta universidad. Si pudiera, te
ayudaría con dinero, pero eso no está en mi mano, lo que sí
puedo ofrecerte es algo que ha llegado hace poco a mi
buzón y que creo que es perfecto para ti.
Me habla de una universidad de élite, de las que ni en
sueños he intentado entrar. No puedo permitírmelo
económicamente, ni tampoco creo que encaje en el perfil de
estudiante que prefieren.
—¿De qué hablas?
—Están buscando mujeres jóvenes sin lazos afectivos y
con gran capacidad para comenzar un nuevo curso
experimental en Biología molecular que va a llevarse a cabo
a partir de otoño.
—¿Qué tiene que ver tener lazos afectivos con la
inteligencia?
—No quieren que tengan distracciones.
Por un segundo, recuerdo al chico de la cafetería mientras
asiento.
—No creo que me lo pueda permitir.
—Eso es lo bueno, está todo pagado si pasas las pruebas.
El único problema es que tendrías que mudarte al otro lado
del país.
Sonrío. Para mí eso no es un problema en absoluto.
—¿Dónde está la trampa?
—En tu caso, creo que sería que no vas a poder superar la
prueba de sociabilidad.
—¿De qué?
—Me entrevisté con el tipo que lleva todo este plan. Es
secreto y parece ser que el Estado está metido en esto, pero
los fondos vienen del lado privado. El hombre me dijo por
teléfono que, aunque quieren tener mentes brillantes,
también necesitan que sean socialmente aceptables porque
si lo que van a hacer se lleva a cabo, tendréis que salir en
medios de comunicación.
—¿Y las feas o tímidas no venden? —pregunto ofendida.
En respuesta, el profesor se encoge de hombros.
—Verás, Violet, las pruebas se van a realizar en una
hermandad de la universidad, es solo para mujeres, pero él
me dejó entrever que habría infiltradas para saber quiénes
eran aceptables o no.
—Genial, mi futuro depende de si soy una mujer que
pueda vender en redes sociales.
—No lo tomes así, al final, quien paga es quien manda.
Aprovecha esta oportunidad, y cuando acabe tendrás lo
necesario para emprender por tu cuenta lo que quieras.
Sus palabras me hacen pensar en que tiene razón. No me
gusta la premisa de lo que piden, sin embargo, me acerca a
mis objetivos, y eso es lo que importa.
—Está bien, ¿qué tengo que hacer para apuntarme?
El profesor sonríe y me siento mal por haber pensado un
segundo en que él quisiera algo obsceno de mí. Para ser
justos, es el único que se ha preocupado desde que llegué
aquí y jamás ha mostrado un interés más allá del
meramente académico.
Las siguientes dos semanas son una locura. Tengo que
darme de baja de las clases de otoño y las de verano, aún
sin saber si me cogerán; es uno de los requisitos. Cuando
acabe el semestre iré a la hermandad a hacer las pruebas y
pasar allí el verano. Como todo es secreto no se lo cuento a
nadie; no es que pueda por mi cláusula de confidencialidad,
y tampoco es que tenga a nadie a quien decírselo salvo al
profesor.
Antes de que me dé cuenta estoy en el autobús que me
llevará al otro lado del país y a mi nuevo futuro. Aquí no me
queda nada por lo que preocuparme o echar de menos,
bueno, quizás un poco a mi profesor, le he prometido
mantener el contacto.
Cuando llego a mi destino, una casa en las afueras del
campus que parece una mansión de lujo, no puedo evitar
sentirme nerviosa y decido llamar al profesor. Estoy agotada
de tantas horas de viaje y quiero entrar a descansar, pero
algo dentro de mí, un mal presentimiento, me tiene mirando
la casa desde la acera de enfrente.
Saco el teléfono y marco el número, da cuatro tonos y
descuelga una mujer.
—Perdona, ¿es el teléfono del profesor Milton? —
pregunto, pensando que ha podido haber algún tipo de
desvío de llamada.
—Sí, lo es, siento decirle que no va a poder comunicarse
con él.
—¿Por qué?
—Murió de un paro cardiaco hace cuatro horas.
Capítulo 3
Violet
Me quedo mirando el teléfono después de colgar y no sé
muy bien cómo sentirme. Por un lado, el profesor no era
nadie para mí, por el otro, era la única persona que tenía en
mi vida.
—Hola, eres Violet, ¿verdad?
Me giro y veo a una chica afroamericana con una sonrisa
enorme que cruza desde la acera donde está la casa y se
dirige hacia mí.
—Sí, ¿quién lo pregunta?
—Perdona, soy Shondra, también formo parte del grupo
que va a hacer las pruebas para entrar donde tú y yo
sabemos —contesta de forma enigmática, supongo que lo
de no contar nada es más serio de lo que pensaba.
—¿Ya te has instalado? —pregunto, mirando hacia la
fraternidad, y ella niega, señalando un coche aparcado un
poco más abajo.
—No, te estaba esperando, resulta que hay un cambio de
planes y tenía que recogerte para ir a nuestro nuevo destino
—me explica—. No sé si esto ya es una prueba, la verdad es
que todo eso me tiene un poco estresada.
—¿Con quién has hablado?
—Candance Rubens.
Asiento porque es la misma mujer con la que me he
estado enviando e-mails desde que el profesor me habló de
todo esto. Siento una punzada en el pecho al pensar en él,
es raro saber que no va a estar vivo nunca más; no es que
planeara ir a visitarlo en vacaciones, es solo que, no sé,
supongo que me reconfortaba pensar que al menos estaba
en el mismo mundo que yo.
—¿Y qué cambio de planes hay?
—Resulta que han tenido algún tipo de plaga en la casa —
dice, señalando el majestuoso edificio frente a mí— y la
tienen que desalojar para fumigar. Han redistribuido a las
chicas, me llamaron para avisarme de que había un coche
de alquiler a mi nombre esperándome en la estación de
trenes donde llegaba y que tenía que recogerte.
—¿Y dónde nos alojamos entonces?
—No tengo ni idea, Candance me dijo que la chica que
nos falta tenía la información.
No entiendo nada.
—¿Qué chica?
—Kyle no sé qué —contesta, encogiéndose de hombros—.
Vamos, el lugar de recogida está como a media hora de aquí
y no quiero llegar tarde.
Asiento, no muy segura de estar haciendo lo correcto,
pero cuando veo a Shondra saltar por encima de un charco,
sonriendo como una niña, me doy cuenta de que no hay
peligro alguno.
Llego al coche, y cuando abre el maletero me fijo en que
ella lleva una mochila parecida a la mía; ambas tenemos
poco en la vida por lo que parece.
En el suave murmullo del coche nos deslizamos por las
calles de la ciudad. El cielo está pintado con tonos de un
anaranjado pálido, mezclándose con el crepúsculo. Shondra
conduce con una destreza tranquila, sus manos seguras en
el volante. Yo estoy a su lado, observando como la ciudad se
transforma a medida que nos acercamos a nuestro destino:
recoger a una tercera persona que ninguna de las dos
conoce.
El aire del coche está cargado de una energía nueva, casi
eléctrica, mientras Shondra empieza a abrirse. Su voz es
suave, como si cada palabra fuera un secreto compartido
solo conmigo. Me cuenta sobre su infancia, una niña
huérfana que, contra todo pronóstico, ganó una beca en su
instituto. Esa beca fue su pasaporte a la universidad, un
mundo lleno de oportunidades que nunca había soñado.
A medida que las luces de la calle parpadean a nuestro
paso, habla de su vida. No tiene demasiados amigos,
admite, y en su voz hay un matiz de tristeza. No hay nadie
especial en estos momentos, un hecho que parece pesarle
más de lo que sus palabras pueden expresar.
Entonces, su historia toma un giro. Habla de cómo se
alegra de haber dejado todo atrás, de haberse mudado al
otro lado del país. Su última relación acabó mal, y ese
cambio radical era su forma de curarse, de olvidar. A
medida que las palabras fluyen, me doy cuenta de la
fortaleza oculta en su vulnerabilidad. También de que somos
muy parecidas, al menos en nuestra situación actual.
—Aquí es —dice alegre mientras aparca en una gasolinera
un tanto destartalada.
—¿Aquí va a venir la tal Kyle? —pregunto extrañada, y
ella se encoge de hombros.
—¡Que os jodan a todos! —Se escucha gritar, y ambas
miramos.
Una chica de pelo castaño, mediana estatura y vestida
toda de negro sale de la cafetería levantando el dedo del
medio de ambas manos. Lleva solo una mochila en su
hombro y sonríe. Mira hacia nosotras y se dirige con paso
firme al coche.
—¿Sois las taradas que me vienen a recoger? —pregunta,
y no puedo evitar mirar a Shondra.
—¿Cómo te llamas? —inquiere esta, sin desvelar a quién
estamos esperando nuestros nombres; chica lista.
—Kyle Lambert.
—Supongo que tú eres la tarada a la que venimos a
recoger —responde Shondra, sacándome una sonrisa por su
tono tranquilo.
—Me gustas —contesta la chica, y luego me mira a mí—,
tú de momento no.
Le saco el dedo del medio y ella sonríe, genial, al final sí
que es una tarada.
Shondra abre el maletero y mete la mochila de Kyle, ella
se sube detrás y nos da la dirección que le han indicado.
Llegamos de noche, es un lugar un poco tétrico. Hay
muchas naves cerradas, parece un polígono industrial.
—¿Estás segura de que es aquí? —pregunto un poco
escéptica.
—Sí, es lo que pone en el GPS —confirma Shondra—. ¿Es
correcta la dirección?
Miramos a Kyle y asiente. Nos detenemos enfrente de la
última nave de la calle y las tres nos miramos sin saber qué
hacer. Si fuera una peli, ahora mismo un asesino en serie
nos estaría esperando para despedazarnos.
De pronto, la puerta frente a nosotras se abre y una
mujer de unos cincuenta años, vestida con un traje fucsia y
unos tacones demasiado altos para mi gusto, sale sonriendo
con una carpeta en una mano y un bolígrafo con plumas
moradas en la otra.
—Debéis de ser Violet, Kyle y Shondra, sois las últimas —
suelta, tachando algo en la lista que tiene—. Vamos, las
demás nos esperan.
Desde donde estamos podemos observar por detrás suya
que dentro de la nave parece haber unas cuantas chicas
más, se oyen voces y risas, incluso creo que veo una mesa
con comida.
—Supongo que sí que era este el lugar —dice Kyle antes
de bajarse del coche. Shondra la sigue y yo también lo
hago.
Hay algo en todo esto que no me gusta, creo que es el
miedo a que algo bueno me pueda pasar. Soy de las que se
autoboicotean cuando parece que las cosas van a salir bien.
Entramos y veo que hay como diez chicas más, todas
ellas diferentes, no hay dos iguales. Soy la única morena de
ojos negros, hay otra con el mismo color de mi pelo, sin
embargo, sus ojos son de un verde esmeralda precioso y
está hablando con una que los tiene azul aguamarina.
De pronto, escucho que la puerta por la que hemos
entrado se cierra y se abre una más grande que da paso a
cuatro furgonetas como las de la serie de los ochenta que le
gustaba a mi padre, El Equipo A. Se detienen en fila y de
ellas salen hombres armados. Se hace el silencio.
—Ahora vamos a nombraros y subiréis al vehículo
asignado —dice Candance—. Os vamos a vendar los ojos y
espero que a nadie se le ocurra cometer una tontería.
—¿Qué está pasando? —pregunta una rubia de ojos
verdes.
—Que os estamos secuestrando.
Todas nos reímos pensando que es una broma, pero
cuando vemos que esto va en serio, el silencio generalizado
hace que se me erice la piel. Una chica pelirroja echa a
correr hacia la puerta y el tipo que tengo a mi derecha le
dispara en la pierna.
—Bien, ahora, si alguna más quiere correr, mis hombres
necesitan practicar el tiro —gruñe la psicópata, sonriendo,
mientras la pelirroja en el suelo llora de dolor y el resto
permanecemos en silencio asustadas.
Después de eso, obedecemos sin rechistar y subimos a la
furgoneta que nos asignan.
La oscuridad es total, opresiva, como un velo que cubre
toda esperanza. Estoy aquí, en este furgón sin ventanas,
con los ojos vendados, y el miedo se enrosca en mi pecho
como una serpiente fría. A mi lado siento la presencia de
Shondra y Kyle, sus respiraciones entrecortadas son el único
sonido en este espacio confinado que se mueve y nos
arrastra hacia un destino desconocido.
Cada bache en el camino envía un escalofrío a través de
mi cuerpo. Intento recordar cómo llegamos a esta situación,
cómo un día que comenzó con esperanzas y planes se
convirtió en esta pesadilla. Las imágenes son borrosas,
como capturadas a través de un cristal roto.
El furgón da un giro brusco y nos deslizamos por el suelo
metálico, chocando las unas contra las otras. Un gemido
ahogado escapa de mis labios. Quiero creer que vamos a
estar bien, que alguien nos está buscando, que esto es solo
un mal sueño del que pronto despertaré.
Pero la realidad es más cruda, más fría. Estamos a
merced de nuestros captores, tres almas perdidas en un
mar de incertidumbre y miedo. Cierro los ojos debajo de la
venda, como si eso pudiera protegerme de lo que nos
espera. La angustia se mezcla con la esperanza, un hilo
delgado que se aferra a la posibilidad de un final feliz,
aunque, en este momento, ese final lo siento increíblemente
lejano.
—Abajo —nos ordenan una vez que la furgoneta se ha
detenido y han abierto la puerta.
Me arrastro hacia sus palabras y una mano me quita la
venda de los ojos. Los entrecierro ante la luz que hay, sin
embargo, hubiera preferido permanecer en la absoluta
ignorancia como tenía hasta ahora en vez de lo que veo
frente a mí.
—Bien, ahora desnudaos y poneos estas batas,
comenzaremos el examen médico —nos manda una mujer
que parece una doctora.
Creo que hemos pasado de ser parte de un experimento a
ser el experimento en sí, y eso hace que casi me orine
encima.
Capítulo 4
Carter
Estoy frente al espejo, ajustándome la corbata de seda
negra. Mi reflejo muestra a un hombre con dinero, sin
embargo, y a pesar de lo que mucha gente opina, en mi
caso no es lo importante, daría todo lo que tengo por volver
a pasar un día con Alex.
Hoy es la noche de la gala benéfica anual, un evento que
se organiza a través de una de mis empresas del holding
para recaudar fondos y seguir investigando. Mi mirada se
pierde un momento en el horizonte de la ciudad, pensando
en todo lo que representa esta jornada.
Vuelvo a mi realidad cuando mi teléfono suena. Es Ashley,
mi mejor amiga y compañera en innumerables causas
sociales.
—¿Listo para esta noche, Carter? —pregunta con su voz
melódica.
—Casi —respondo con una sonrisa, como si pudiera
verme—. Te recojo en veinte minutos.
Ashley ha sido un pilar en mi vida, su presencia es
calmante incluso en medio del caos. Ella es la razón que me
dejó Alex para no perderme en mi dolor cuando murió.
Desciendo a la sala de estar, donde mi chófer ya me
espera. La limusina negra brilla bajo los últimos rayos de
sol. Subo, acomodándome en el suave cuero del asiento. La
ciudad pasa a mi lado, un torbellino de luces y sombras
mientras nos dirigimos a casa de Ashley.
Al detenernos en un semáforo, bajo la ventanilla para
tomar aire fresco. De repente, un vagabundo se acerca, sus
ojos desorbitados clavados en mí.
—¡Eres la reencarnación del infierno! —grita con una voz
rasposa y llena de locura—. ¡Tú no deberías estar vivo! ¡Me
aseguré de matarte para que los jinetes no nazcan!
Me quedo helado, sin poder procesar sus palabras. El
chófer interviene, cerrando la ventanilla y alejándonos con
rapidez de la escena. Mi corazón late con fuerza. ¿Qué
significan esas palabras? ¿Quién era ese hombre?
Llegamos a casa de Ashley y trato de dejar atrás el
inquietante encuentro. Ella sale, deslumbrante en su vestido
de gala, y su sonrisa ilumina la noche.
—¿Todo bien, Carter? —pregunta, notando mi expresión.
Decido que solo he sido el objetivo de un vagabundo loco
y que no voy a perturbar la mente de mi amiga con el
recuerdo de la muerte, ya bastante se cierne sobre
nosotros.
—Nada, solo un problema en una de mis empresas, pero
ya están mis abogados con ello.
—¿Algo de lo que preocuparse? —continúa mientras la
ayudo a meterse en la limusina y la acomodo a mi lado.
—No, olvídalo, esta noche es importante, centrémonos en
eso.
Ella me mira, sonríe y asiente.
Mi chófer cierra la puerta y se dispone a continuar hasta
la gala, tenemos una media hora de camino. Sirvo una copa
del champán que le gusta y ella la acepta mientras me
dedica una mirada extraña. Algo ronda por su cabeza, y
cuando aprieta el botón para que el cristal que nos separa
del conductor se suba, me confirma que así es.
—¿Qué ocurre? —pregunto en cuanto estamos aislados.
Ella se muerde el labio, se bebe su copa de golpe y se
abalanza sobre mí. Por un segundo estoy tentado a dejarla
besarme, solo que en el último momento me retiro.
—Lo siento —se disculpa, totalmente avergonzada.
—¡Eh!, oye, que soy yo —susurro, levantando su cara con
mi dedo debajo de su barbilla.
Me mira con lágrimas contenidas y sé que por su mente
pasan mil cosas que no quiere decirme.
—Habla —le pido—, dime qué piensas.
Ashley lo medita unos segundos y al fin decide soltarlo
todo.
—¿Por qué no podemos ser felices juntos? —pregunta, y
me pilla totalmente desprevenido.
—Lo sabes.
—No, no lo sé. Me dijiste que me amabas, que ibas a
luchar por mí, sin embargo, aquí estamos, años después,
siendo solo amigos —me recrimina.
—Lo estaba, te amaba más allá de lo razonable, pero no
debería haberlo hecho, eras la novia de Alex.
—No es tu culpa lo que sucedió. El accidente fue algo que
nunca debió ocurrir. No dejes que una desgracia así marque
tu futuro, nuestro futuro.
—Tienes razón —comienzo, y veo un brillo en sus ojos que
estoy a punto de apagar—, el accidente no fue mi culpa,
pero mientras mi hermano moría yo estaba en su casa,
declarándote mi amor y esperando a que llegara para
romperle el corazón por mi traición, porque es lo que era, fui
un puto traidor al mirarte.
Ella se queda en silencio, sopesando sus siguientes
palabras.
—Hay algo que debes saber y que no te he dicho por
miedo a que te alejaras, pero he hablado con Caroline y en
el diario de Alex no solo había algunas nuevas ideas para
curar mi enfermedad.
Me quedo paralizado ante sus palabras. ¿A qué demonios
se refiere?
—¿De qué hablas?
—No te enfades con Caroline, ella me lo dijo para que
pudiera contártelo con calma, pero estoy segura de que, si
no lo hiciera, te lo hubiera soltado igualmente.
—Deja de dar rodeos —siseo.
—Alex me iba a dejar, solo estaba conmigo porque se
sentía culpable de que me fuera a morir por esta maldita
enfermedad.
—¿Qué? —pregunto en estado de shock.
—Sí, en los diarios que te ha enviado la viuda del
catedrático lo pone claramente, y él me lo dijo poco antes
de morir cuando le confesé que estaba empezando a
enamorarme de ti.
Sus palabras me dejan atónito. No sé si estoy enfadado,
triste o aliviado. Quizás una mezcla de las tres.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?
No lo entiendo, si ella me correspondía y mi hermano no
la quería podríamos haber estado juntos.
—Fui egoísta. Pensé que no me creerías y que me
apartarías de tu lado, que me dejarías a mi suerte.
Las lágrimas que contenía ahora se derraman por su cara,
y le tiendo un pañuelo para que se las seque. Quiero
abrazarla, pero a la vez no puedo. Me cuesta respirar. Y
entonces lo entiendo.
—¿Tenías miedo de que dejara de financiar la
investigación para la cura de tu enfermedad? —le pregunto
de manera directa, y la respuesta que veo en sus ojos no
me deja lugar a dudas de que he acertado.
Decido que es el momento de abrazarla. Estoy cabreado y
ahora no sé lo que siento por lo que me acaba de confesar,
sin embargo, sigue siendo ella, mi amiga, y no quiero que se
sienta mal.
—Lo siento tanto —susurra entre mis brazos.
—Lo hablaremos mañana. Ahora vamos a centrarnos en
la gala —le digo, notando que la limusina se detiene—. Solo
tienes que saber que no estás sola y que no permitiré que
nada te pase.
—¿No estás enfadado? —pregunta esperanzada.
—No lo sé, tengo que procesarlo. Voy a bajar para que
puedas retocarte tranquilamente. Te espero dentro, ¿de
acuerdo?
Ella asiente y yo le beso la frente. Salgo de la limusina y
respiro hondo.
La noche se despliega sobre Providence como un manto
de estrellas, iluminando la fachada majestuosa del hotel
donde se celebra la gala benéfica. Los elegantes invitados
se deslizan hacia el interior, envueltos en sus trajes de
etiqueta, pero yo apenas noto su presencia. Mis
pensamientos están fijos en la discusión que acabo de tener
con mi mejor amiga.
—Deberías haber confiado en mí antes, Ashley —
murmuro para mí mismo mientras ajusto mi pajarita frente a
las escaleras que me llevan a la fiesta.
Respiro hondo de nuevo, intentando disipar la frustración
que aún me invade. No es habitual que Ashley y yo
discutamos, y menos en una noche como esta, donde todo
lo que he planeado y por lo que he trabajado durante meses
está a punto de culminar. Esta gala es más que un evento
social: es una oportunidad para recaudar fondos vitales para
las investigaciones de enfermedades raras como la suya.
Salgo del baño, dirigiéndome hacia el gran salón donde
ya se congregan los invitados. Luces suaves bañan la
estancia y una orquesta toca melodías conocidas al fondo.
La elegancia del lugar me recuerda por qué he organizado
este evento, aunque la ausencia de Ashley a mi lado se
siente como una sombra en la brillantez de la noche.
Me muevo entre los invitados, intercambiando saludos y
sonrisas, pero mi mente sigue distraída. A lo lejos veo a
Ashley conversando de manera animada con un grupo de
invitados. Su vestido azul se ondula con cada movimiento, y
aunque me gustaría acercarme, algo me detiene. Necesito
darme espacio, al menos por el momento.
Me concentro en el objetivo de la noche hablando con
donantes potenciales, presentando los proyectos que
necesitan su apoyo. No solo comentamos de la parte
económica, de esa puedo hacerme cargo, es su influencia o
su tecnología en desarrollo lo que necesito para mis
investigaciones.
La noche avanza, y cuando creo que ya he hecho todo lo
que podía, me dispongo a acercarme a Ashley para avisarle
de que me marcho, pero que le mando al chófer de vuelta
para cuando ella se quiera ir. Es algo que hemos hecho
otras veces ya que a mí la parte social de este trabajo no
me gusta, sin embargo, ella parece moverse como pez
debajo del agua.
—¿El señor Carter Harris? —escucho detrás de mí, y al
girarme veo a dos agentes, un hombre y una mujer,
vestidos de calle, pero con sus placas a la vista.
—Sí, ¿en qué puedo ayudarles?
—Necesitamos hablar con usted en un lugar más íntimo
—me indica la mujer, y asiento.
Noto que la gente a mi alrededor me mira, les encanta el
chisme y yo no suelo darlos muy a menudo. Los dirijo hacia
un despacho que el hotel me deja usar en estos eventos
para hacer transacciones de una forma privada. Cuando
estamos los tres, el hombre cierra la puerta y ambos me
miran de una forma extraña que no me gusta nada.
—¿Qué ocurre? —pregunto, sintiendo ese temor de haber
perdido a alguien sin saberlo.
—Señor Harris, no hay forma sencilla de decir esto, así
que iré al grano —comienza la mujer, y su compañero
asiente de acuerdo—: Acabamos de desmantelar una red de
tráfico de bebés y necesitamos que nos acompañe porque
uno de ellos podría ser de su hermano.
Capítulo 5
Carter
Las palabras de la agente me dejan totalmente
paralizado, ¿un bebé? ¿De Alex? Entonces me doy cuenta de
que eso no es posible, él murió hace unos años. ¿Hasta qué
edad consideran que es un bebé?
—Entiendo que lo que acabamos de decir es algo un tanto
difícil de creer —comenta el hombre—, pero necesitamos
que sea discreto con el asunto ya que la investigación está
en curso.
Asiento, sin saber muy bien qué decir.
—Debido a que el señor Alexander Harris era su gemelo
idéntico podemos hacer unas pruebas para comprobar si lo
que tenemos es cierto, de ser así, habría más cosas de las
que hablar.
Todavía estoy conmocionado y mi mente no para de
elucubrar.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunto una vez que mi
cabeza parece que vuelve a funcionar.
—Si es posible, nos gustaría que nos acompañara ahora
mismo a hacerse los análisis genéticos que necesitamos
para confirmar nuestras sospechas, y a partir de ahí…
Lo deja en el aire porque decir que la mierda va a golpear
el ventilador supongo que queda mal cuando eres un
representante de la ley.
Asiento y les pido que me esperen fuera para despedirme
de algunas personas y tratar de convencer a los que han
visto la escena de que solo se trata de una investigación por
una cartera que perdí hace unos meses.
Ash me mira sin terminar de creer lo que estoy contando.
Mis ojos le piden que no diga nada y ella asiente levemente.
Sonrío. Todavía tenemos mucho que aclarar sobre la
conversación de la limusina, sin embargo, sigue pudiendo
leerme la mente.
Una vez que aprecio que todos los allí presentes creen la
historia de la cartera perdida, salgo fuera y me subo a la
camioneta RAM negra en la que los agentes me esperan. En
cuanto llegamos a nuestro destino, me bajo e inspiro hondo.
Necesito un poco de aire fresco antes de que todo esto
comience.
Estoy de pie frente al hospital privado, un edificio
imponente de cristal y acero que se eleva amenazante ante
mí. Los agentes de policía que me acompañan me guían
hacia adentro con una eficiencia silenciosa que no deja
espacio para preguntas. No entiendo del todo por qué estoy
aquí, por qué necesitan mi sangre con tanta urgencia, pero
las circunstancias me obligan a seguir su juego.
Cruzo las puertas automáticas y el contraste entre el
bullicio de la ciudad y la esterilidad del hospital es abrupto.
Los pasillos son largos y blancos, iluminados con una luz fría
que parece despojar a todo de calidez. A cada paso siento
una mezcla de curiosidad y temor, preguntándome qué es
lo que descubrirán estos análisis.
Me llevan a una pequeña sala donde una enfermera
espera con todo preparado. Su sonrisa es profesional, sin
embargo, no alcanza a ocultar una sombra de preocupación
en sus ojos. Me siento en la silla y extiendo el brazo,
tratando de mantener la calma mientras la aguja penetra mi
piel. Hay un breve pinchazo, una sensación de
vulnerabilidad que no puedo evitar.
Mientras la sangre fluye hacia el tubo de ensayo mis
pensamientos se dispersan.
La enfermera retira la aguja y pone un pequeño apósito
en mi brazo. Me dice que los resultados estarán listos pronto
y que alguien vendrá ahora a hablar conmigo. Pasa casi una
hora antes de que eso suceda.
—Señor Harris, acompáñenos —me pide el agente de
antes, y me niego a hacerlo.
—No hasta que alguien me diga qué está pasando
realmente, y si eso no sucede en los próximos treinta
segundos voy a llamar a mi abogado. No debería haberos
dejado sacarme sangre, joder —gruño por haber sido tan
estúpido.
El agente cierra la puerta de la sala y se sienta en el sofá
frente al mío.
—Tiene razón, hemos hecho las cosas mal y le pido
disculpas, pero es que no es fácil esta situación.
—Tic, tac —le recuerdo.
He acabado de jugar a hacer lo que me piden.
—Me voy a presentar formalmente: soy el agente especial
del FBI John Strauss. Junto con mi compañera, la agente
Malone, hemos llevado a cabo la desmantelación de una red
de trata de seres humanos que operaba a nivel nacional,
creemos que también internacional, pero eso está por
confirmar.
—¿Mi sobrino era parte de eso? —pregunto, rogando
porque la respuesta sea no.
—Es más complicado de lo que parece. Durante el
proceso de lectura de los archivos encontrados apareció el
nombre de su hermano, también el de otras personas de un
nivel adquisitivo elevado, millonarios todos. La cuestión es
que ninguno de ellos está vivo en estos momentos y el
único que tenía un hermano era Alexander. El que sean
gemelos nos ayuda aún más.
Mi mente está a punto de explotar. Resulta que tengo un
sobrino o sobrina, de no sé qué edad, que ha sido parte de
una red de trata de personas y que ahora mismo no tengo
idea de dónde se encuentra.
—Quiero verlo —exijo.
—Para eso he venido. Una vez que hemos podido
demostrar que su muestra coincide con la que tenemos,
quería enseñarle la situación para tratar de que sea más
fácil de explicar.
—Vamos —le digo levantándome, y él hace lo mismo.
—No está en este edificio, pero he pedido un transporte
para llegar lo antes posible. Por favor, confíe un poco más
en mí y pronto entenderá todo.
Lo dice de una manera que hace que le crea. Soy muy
bueno descifrando a las personas, y el hombre que tengo
ante mí claramente tiene una confusión mental grande
sobre lo que ha pasado, sin embargo, no parece ser una
amenaza.
Asiento y le señalo la puerta para que lidere el camino.
Me guía con rapidez hacia una puerta lateral y subimos
por una escalera de servicio, ascendiendo con pasos rápidos
hasta llegar a la azotea. El viento me golpea el rostro al
abrir la puerta, y frente a mí, imponente, se encuentra un
helicóptero con las hélices girando, listo para despegar.
Siento el móvil vibrar en mi bolsillo y me doy cuenta de que
vuelvo a tener cobertura. Miro al agente y veo en sus ojos
que hasta ahora habían bloqueado mi señal para evitar que
me comunicara con el exterior, sin embargo, eso no hace
que me detenga. Necesito saber qué demonios está
pasando.
Mi corazón golpea con fuerza, cada latido resonando en
mis oídos con la misma intensidad del rotor del helicóptero.
El agente me indica que suba y obedezco, aún procesando
la irrealidad del momento. Me coloco en el asiento trasero,
abrochándome el cinturón mientras el federal toma asiento
al lado del piloto.
El helicóptero se eleva con un rugido, y la vista de la
ciudad extendiéndose bajo nosotros es impresionante. Sin
embargo, mi mente está en otro lugar, enredada en la
noticia que me han dado: la existencia de un sobrino, el hijo
de mi hermano fallecido, del cual nunca supe nada. La idea
de que una parte él todavía vive en este mundo me llena de
un torbellino de emociones.
El vuelo transcurre en un silencio cargado. El agente se
mantiene callado, concentrado en su misión, y yo estoy
demasiado abrumado para comenzar una conversación. Mis
pensamientos giran en torno a Alex, a los recuerdos que
creía enterrados y a la expectativa de conocer a su hijo.
Cuando el helicóptero comienza a descender, mi corazón
se acelera. Reconozco el edificio al que nos aproximamos:
otro hospital. Un nudo se forma en mi estómago. ¿Por qué
mi sobrino estaría en un hospital? ¿Está enfermo? ¿Herido?
La preocupación me inunda y una sensación de urgencia me
impulsa a saltar de la cabina tan pronto como toque tierra.
Aterrizamos en otra azotea, y el agente me señala el
camino. Bajo las escaleras con pasos apresurados, sintiendo
un peso en el pecho. Tantas preguntas sin respuesta, tantas
emociones entremezcladas. Estoy a punto de descubrir una
parte de mi familia que no sabía que existía, y el miedo a lo
desconocido me atenaza. Sin embargo, hay también una
chispa de esperanza, la posibilidad de un nuevo comienzo,
de una conexión que nunca imaginé. Con cada paso hacia
ese desconocido que lleva mi sangre, siento que una parte
de mi hermano, tal vez, todavía vive a través de él.
—¿Necesita algún tipo de trasplante o algo así? —
pregunto mientras sigo al agente escaleras abajo dentro del
hospital.
—No.
Solo me da esa respuesta, así que no hago más
preguntas hasta ver lo que me quiere enseñar. Vamos por
varios pasillos muy bien iluminados hasta llegar a unas
puertas donde dos agentes custodian la entrada, nos
identificamos y, al acceder al interior, veo que hay un largo
pasillo con enfermeras y doctores yendo y viniendo.
Llegamos a una puerta y la abre, me deja pasar primero y
después entra él, cerrando tras de sí. La habitación está
junto a otra, puedo verla a través de un cristal. En ella hay
una mujer con muchos tubos, la miro bien, pero no logro
reconocerla, y es demasiado mayor para ser mi sobrina, nos
llevaremos unos cinco años como mucho.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunto mientras una
enfermera entra en la estancia contigua.
El agente se acerca al cristal y lo golpea, la mujer nos
mira y asiente, después, con mucho cuidado, levanta la
sábana que cubre el cuerpo de la chica y veo que tiene una
tripa redondita, pequeña, con un montón de cables
conectados.
—No entiendo nada —murmuro a nadie en particular.
—La mujer que ve ahí tumbada está embarazada, y el
bebé que lleva dentro es de su hermano.
Capítulo 6
Violet
Abro los ojos lentamente, parpadeando contra la luz
blanca que inunda la habitación. Por un momento, todo
parece borroso y mi mente lucha por poner orden en el caos
de mis pensamientos. Estoy en una cama de hospital, los
sonidos y olores me lo confirman, aunque mi vista aún está
nublada. La confusión y el miedo se entrelazan en mi pecho.
¿Cómo he llegado aquí?
Intento hacer memoria. Mis últimos recuerdos son vagos,
imágenes distorsionadas de una clínica, una aguja, una
sensación de frío invadiendo mi cuerpo… y después nada.
Un vacío.
De repente, un pánico abrumador me invade. Trato de
levantarme, pero mi cuerpo se siente extrañamente pesado,
débil. Varias enfermeras se apresuran a mi lado, sus voces
mezclándose en un coro de advertencias y peticiones de
calma.
—¡Cuidado, Violet, cuidado con el bebé! —una de ellas
me dice con urgencia.
El bebé. Esas palabras resuenan en mi mente, deteniendo
mi lucha. ¿Bebé? Parpadeo, confundida. No tengo idea de
qué bebé hablan. Un millón de preguntas inundan mi
mente, cada una más alarmante que la anterior. ¿Qué ha
pasado?
Las enfermeras me sujetan con suavidad, ayudándome a
recostarme de nuevo. Una de ellas, con una mirada que
intenta ser reconfortante, sostiene mi mano.
—Estás en el hospital St. Mary, estás a salvo —explica—.
Te encontraron en un estado de coma inducido. Has sido
drogada, pero te hemos estabilizado. El bebé y tú estáis a
salvo ahora.
Un bebé. Mi bebé. La noticia me golpea con una mezcla
de asombro y miedo. Mi corazón late con fuerza, no solo por
mí, sino por esta vida que, sin saberlo, he estado llevando
dentro de mí. Miro hacia abajo y veo la pequeña redondez
de mi tripa. Esto es real.
Las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos. La
enfermera me acaricia el brazo son suavidad, tratando de
transmitirme tranquilidad.
—Vamos a cuidar de ti —dice—. Estás segura aquí.
«Segura». La palabra me parece tan ajena en este
momento…
Mi mundo, que ya era un torbellino de incertidumbre,
ahora tiene una nueva dimensión, un nuevo ser que no
tengo ni idea de dónde ha salido.
Mientras las enfermeras continúan hablando, explicando
lo que sigue, me hundo en mis pensamientos, tratando de
envolver mi mente alrededor de esta nueva realidad. Soy
madre. Voy a ser madre. No sé si quiero ser madre.
—¿Lo has entendido? —pregunta una de ellas, y la miro
sin tener la menor idea de lo que me acaba de decir.
—Creo que es mucho que asimilar —escucho a una
enfermera que parece tener la edad para ser mi abuela—.
Querida, no sé por lo que has pasado, pero ahora estás a
salvo. Unos agentes del FBI van a llegar en cualquier
momento para resolver tus dudas.
—¿Saben quién es el padre del bebé? —pregunto, sin
tener muy claro por qué necesito saberlo.
—Creo que sí.
—No quiero tenerlo. ¿Me van a obligar? —inquiero
asustada.
Sé que este bebé no tiene la culpa, pero no me veo capaz
de mirarlo a los ojos y recordar cada vez que lo vea que me
han violado.
—Oh, preciosa niña, nadie puede obligarte a hacer nada.
Es tu cuerpo, tu decisión, ¿de acuerdo?
Asiento con lágrimas en los ojos y les dejo que me
revisen. Todo está bien por lo que les he oído decir, y para
cuando se marchan apenas tengo ya cosas conectadas a mi
cuerpo.
Cuando me dejan sola, me bajo la sábana y subo la
camiseta del pijama. Mi tripa redonda es como algo irreal
para mí. Antes de que me durmieran ahí había una tabla lisa
que siempre me ha acomplejado porque parecía que no
comía, ahora eso ha sido sustituido por algo que respira.
Joder.
No sé el tiempo que pasa antes de que se oigan unos
golpes en la puerta, me tapo con rapidez antes de que se
abra y dos personas aparezcan tras ella.
—Hola, señorita Calvin. Soy el agente Strauss y ella es la
agente Malone. Estamos aquí para hablar con usted, si nos
lo permite.
Asiento porque no tengo muy claro que pueda decir que
no al FBI.
—Comenzaremos por preguntarle si se encuentra bien —
dice la mujer mientras se sitúan junto a mi cama, ambos
con una libreta y un bolígrafo.
—Supongo que físicamente sí, no soy médico —contesto
un poco a la defensiva.
—¿Y mentalmente?
—No lo sé. Acabo de enterarme de que estoy embarazada
y que, por lo tanto, he sido violada, pero no recuerdo nada
de eso.
La mujer me dedica una sonrisa reconfortante mientras
niega con la cabeza.
—No has sido violada, Violet. Estamos seguros de esto.
Sus palabras hacen que un peso que no sabía que me
oprimía el pecho desaparezca.
—¿Y cómo ha acabado este bebé ahí dentro? —pregunto
algo ofuscada.
—Fuiste secuestrada por un grupo de personas que se
dedicaba, entre otras cosas, a la venta de bebés nacidos a
través de la gestación subrogada.
Sus palabras se meten en mi mente. Este bebé no es mío,
solo soy la fábrica. Una especie de alivio recorre mi cuerpo.
—¿Por qué yo? —insisto, tratando de entender la
situación.
—Eres una candidata ideal para desaparecer y que nadie
te eche de menos —suelta el agente Strauss, y sus palabras
me golpean.
Tienen razón, nadie me echaría de menos.
—¿Y cómo dieron conmigo?
—Esta gente está por todo el país, metidos en nuestras
bases de datos de orfanatos y casas de acogida. Te
investigaron y te tantearon al ponerse en contacto contigo.
—Pero no hablé con nadie directamente, al menos no al
principio, todo se llevó a cabo a través de mi profesor de la
universidad.
Ambos se miran y revisan algunas anotaciones.
—¿Cuál es su nombre? Si está involucrado de alguna
manera iremos a por él —asegura la agente.
—El profesor Milton jamás formaría parte de algo tan
retorcido.
—Bueno, danos sus datos y nosotros le haremos una
visita para comprobarlo —continúa la agente.
—No creo que puedan. Murió ayer de un paro cardiaco.
Insisten en que les dé sus señas. Cuando lo hago, el
agente Strauss sale de la habitación con su móvil en la
mano.
—¿Qué ha pasado con las otras? —pregunto, recordando
a Shondra y a Kyle, también a la pelirroja que dispararon y
a, bueno, a todas las que estábamos allí.
—De momento no puedo darte detalles de ninguna otra
persona. Te prometo que más adelante, cuando tengamos
un poco más esclarecido lo que pasó, responderé a todas
tus preguntas.
El agente Strauss vuelve a entrar y me mira con tristeza.
No me gusta.
—¿Has averiguado algo? —inquiere su compañera, y él
asiente antes de contestar.
—Hay dos cosas que debo decirte, Violet, una que no
sabes y otra de la que creo que no eres consciente.
—¿Cuáles?
—El profesor no murió de un paro cardiaco, alguien se lo
provocó, seguramente los mismos que se te llevaron para
evitar cabos sueltos.
Lo miro horrorizada, y con miedo me atrevo a preguntar.
—¿Y de qué no soy consciente?
—De que eso ocurrió hace unos cuatro meses, no ayer.
Capítulo 7
Carter
Miro la carpeta que tengo frente a mí y no puedo evitar
sentirme un poco perdido. Mi investigador ha conseguido
toda la información que ha podido acerca de la mujer que
parece ser la madre de mi sobrino o sobrina y ahora la
tengo delante, pero me da miedo abrirla y descubrir algo
que no me guste.
—Voy a pasar —escucho la voz de Ashley en el pasillo—,
esto se acaba aquí.
Sus palabras terminan a la vez que abre la puerta del
despacho de mi ático. Cierra y se me queda mirando con los
brazos en jarra.
—Hola —saludo en un tono neutro.
—Carter, esto es ridículo, llevamos desde la gala sin
hablar. Tres días en los que no me devuelves los mensajes ni
las llamadas. Sé que hice algo mal, pero no me saques de tu
vida por eso.
Sus palabras me llegan al corazón. Tiene razón. Ella no
puede estar excluida de lo que ocurre porque también fue
parte de la vida de Alex y lo es de la mía. Ni siquiera he
vuelto a pensar en nuestra conversación en la limusina
debido al asunto del bebé.
—Tenemos que hablar —le digo, y ella rueda los ojos.
—¡Aleluya! Eso es lo que he estado tratando de decirte
desde hace tres días.
Se sienta en la silla frente a mí y se cruza de brazos. La
miro un momento antes de empezar. Su pelo castaño tiene
un tono que me encanta, y el corte que lleva, haciendo que
apenas roce sus hombros, le da un aspecto dulce, sin
embargo, no la veo como la mujer de la que estuve
enamorado. Puedo decir que he pasado página en ese
aspecto.
Respiro hondo y decido guardar esto para mí de
momento. Esta conversación va a ser incómoda porque ella
sí siente algo, sin embargo, ahora hay otro asunto más
importante.
—No es sobre la charla pendiente que tenemos, es por lo
que pasó durante la gala.
—¿Lo de tu cartera robada? Ya suponía que no era así.
¿Ha pasado algo grave?
—Podría decirse que sí, es sobre Alex.
Ella se tensa y me mira, esperando una explicación.
—Resulta que hay un bebé que es suyo —suelto sin más.
Ashley me observa unos instantes y después comienza a
reírse, cree que es una broma. Se oyen sus carcajadas
durante varios segundos hasta que se centra de nuevo en
mí y ve que estoy serio.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Alex tuvo un hijo estando
conmigo? —pregunta casi indignada, cosa que no entiendo
si no se amaban.
—Es algo más complicado que todo eso —respondo, y
procedo a explicarle lo que ha pasado en estos días.
Ella escucha atenta, poniendo algunas caras, pero sin
interrumpirme. Incluso cuando acabo se toma varios
minutos para asimilar lo que acaba de oír.
—¿Y qué vas a hacer? —inquiere al fin.
—Aquí tengo la carpeta de Violet Calvin. Mi investigador
se ha metido a fondo con esto e iba a leerla antes de tomar
una decisión.
—¿Quieres que lo leamos juntos? —pregunta, y antes
hubiera dicho que sí sin dudarlo, pero desde la gala algo ha
cambiado entre nosotros.
Además, por lo que me contaron los agentes del FBI, esta
mujer fue secuestrada y obligada a embarazarse sin su
consentimiento. Se supone que iban a mantenerla en coma
inducido durante todo el periodo de gestación y después
pasar al siguiente bebé. Como si fuera una fábrica y no un
ser humano. Mostrarle también las intimidades de su vida a
Ashley se siente mal de algún modo, no sé cómo explicarlo,
es algo que quiero reservarme para mí.
—Prefiero hacerlo solo. Te lo contaré luego todo.
—Está bien —dice, y noto que le ha dolido mi rechazo—.
Estaré en la cocina con Roseanne preparando la comida
para que puedas leerlo a solas. Cuando acabes, llámame y
lo comentamos.
Asiento y ella sale del despacho, no sin antes dedicarme
una mirada triste.
Abro la carpeta que tengo delante de mí y lo primero que
veo es una foto de la chica, solo es la cara, pero no puedo
evitar quedarme fascinado por el negro de sus ojos, que
combinan con el de su pelo.
Dejo la imagen a un lado y comienzo a leer. Su vida ha
sido una auténtica mierda, su madre murió, su padre la
abandonó en el sistema y estuvo en más de diez casas de
acogida hasta que cumplió la mayoría de edad y se largó.
Vuelvo la página y espero encontrarme con una retahíla
de malas decisiones, algo entendible con la vida que le ha
tocado, sin embargo, y para mi sorpresa, lo que leo es una
lista de trabajos que ha tenido para poder pagar sus
estudios. Veo unas notas impecables y recomendaciones de
todos sus jefes. No hay reportes policiales, nunca ha sido
detenida, tampoco hay consumo de drogas en sus análisis.
No parece haber tenido un solo tropiezo en su vida.
Paso una hora leyendo todo, hago anotaciones y le pido a
mi investigador que profundice en algunos temas.
Sinceramente, me siento sorprendido por esta mujer. Si
hubiera tenido que elegir a una para tener a sus hijos, no
dudo que Alex la hubiera escogido a ella.
El teléfono de mi despacho suena, es la línea interna de la
casa, y sé que es Ashley.
—Ya he terminado, ven —le digo cuando descuelgo, y la
comunicación se corta.
No tarda ni dos minutos en aparecer y volver a sentarse
donde estaba.
—¿Y bien? —pregunta curiosa—. ¿Qué vas a hacer
respecto a esa mujer?
Miro la foto de Violet de nuevo y siento algo de conexión
con ella, como si Alex me la hubiera dejado para no
sentirme tan solo sin él.
—Voy a convencerla de que tenga al bebé y lo criaré
como si fuera mío.
Capítulo 8
Violet
Me han dicho que hay alguien relacionado con el bebé
que quiere hablar conmigo. Por lo visto, el padre de la
criatura que llevo dentro está muerto, pero no me han
comentado mucho más. Prefieren que sea esta persona
quien me cuente todo.
Mientras espero, no puedo dejar de pensar en el hecho de
que el profesor haya muerto en parte por mi culpa. Bueno,
no directamente, ya que fue él quien inició todo esto, sin
embargo, si no le hubiera dejado entrar en mi vida, con toda
probabilidad él seguiría respirando.
Supongo que mi padre tenía razón y no soy buena para la
vida de nadie.
—¿Se puede? —escucho una voz masculina tras dos
golpes en la puerta.
—Adelante —contesto mientras recoloco las sábanas
sobre mi cuerpo.
La puerta se abre y un hombre alto y con un traje que
parece hecho a medida entra, cierra y se queda parado
mirándome. No sé qué hacer en estos momentos. Así que lo
invito a sentarse.
—Gracias —murmura mientras coge la silla a mi lado y se
coloca a una distancia prudencial que agradezco.
—Soy Violet.
—Yo soy Carter. Perdona por mis formas, es que
realmente no sé muy bien qué hacer en esta situación.
—Ya somos dos —le reconozco, y me da una tímida
sonrisa.
—Supongo que debe ser raro todo lo que te está pasando
—comienza—. No puedo llegar ni a imaginar lo que debes
sentir al despertar y ver que…
—¿Qué alguien ha decidido usar mi cuerpo sin mi
consentimiento?
—Sí, eso.
—Al menos estamos a tiempo para poder ponerle solución
—suelto, y noto que se tensa.
—Sobre eso te quería hablar.
Lo miro y veo que quiere decirme muchas cosas, solo que
no tiene claro por dónde empezar. Es como un vendedor de
esos de la teletienda, que sabe que solo tiene una
oportunidad para convencerte de que comprar la batamanta
es una buena idea.
—No pareces muy seguro de lo que sea que estás a punto
de contarme —le digo, sin importarme que eso lo incomode
—. Preferiría que fueras directo y sincero. Llevo días
aguantando como todo el mundo anda a mi alrededor de
puntillas por miedo a que me rompa. No lo voy a hacer.
Tengo una meta y no la he cumplido todavía, así que no
tengo tiempo para tirarme en un sofá a llorar porque las
cosas no salieron como deberían o porque es injusto lo que
me ha pasado.
Me mira de una forma un tanto curiosa, como si mi
declaración le hubiera descolocado por completo, y veo un
atisbo de sonrisa que desaparece antes de empezar a
hablar.
—Bien, creo que en eso nos parecemos. Iré al grano:
quiero que tengas al bebé.
Sus palabras me transportan directamente al recuerdo
que hace que mi respuesta sea un rotundo no; apenas tenía
siete años.
***
∞∞∞
Se siente raro estar de vuelta en casa con Amelia. Carter
ha trasladado todas mis cosas a su habitación con la excusa
de cuidar de ambas a la vez. La cuna está justo a mi lado,
aunque de momento creo que dormirá con nosotros. Me
asusta que la podamos aplastar, pero he leído en un montón
de blogs que el instinto hace que ella esté a salvo. No sé,
creo que, por si acaso, pondré el cojín de lactancia a su
alrededor a modo de barrera hasta que me asegure de que
la niña no va a morir asfixiada por mi cuerpo.
—¿Qué tal llevas los puntos? —pregunta Carter cuando
salgo de la ducha.
Tiene a Amelia en brazos, como siempre, y ella duerme
plácidamente en ellos, como siempre también.
—No es divertido, pero es llevable —contesto.
Me daba miedo tener ahí abajo una herida que me doliera
cada vez que meo, para mi alivio no es así. Molesta, aunque
me lo esperaba bastante peor. Me visto con ropa cómoda y
dejo mi pelo en una coleta. Nadie valora tanto una ducha
como una recién parida.
—Tengo que hablar contigo —me dice, y su tono ya
advierte que no me va a gustar.
—¿Qué ocurre?
—Es sobre el vagabundo.
Asiento porque sé que se refiere al tipo que nos quiso
atacar a Ash y a mí cuando rompí aguas.
—¿Qué pasa con él?
—La Policía cree que podría ser el causante de la muerte
de Alex.
—¿Perdona?
—Siéntate —me pide, palmeando el sitio en la cama junto
a él, y lo hago—. Lo que te voy a contar es una auténtica
locura, y siento que te atacara, podría haberlo evitado.
—A ver, Carter, habla porque no entiendo nada.
—Hace unos meses, la noche en la que fui a la gala a la
que los agente Strauss y Malone me fueron a buscar para
contarme de tu existencia, me topé con ese mismo
vagabundo. Yo iba en la limusina a buscar a Ash y bajé la
ventanilla un segundo, entonces el tipo comenzó a decir
estupideces y, aunque me dejó algo agitado, no le di mayor
importancia.
—¿Qué te dijo?
—Que yo era la reencarnación del infierno o algo así.
Cosas sin sentido sobre los jinetes y una sarta de tonterías
más.
—¿Jinetes?
—Sí, no tenía sentido, así que no lo tomé en serio.
—Normal.
—La cosa es que, después de que dieras a luz, la Policía
vino para tomar declaración a Ash y a ti, les dije que no
estabas en condiciones y como Ash estuvo presente no
hubo necesidad. Mientras oía el relato hilé ambas
situaciones y se lo comenté a los agentes. Ellos han
investigado, ya que el camarero pudo retener al vagabundo,
y comprobaron que era el mismo.
—Pero no lo entiendo, Carter, ¿qué tiene que ver ese
hombre con la muerte de tu hermano?
—Antes de ser vagabundo era un reputado investigador y
periodista. En algún momento perdió la cabeza y él mismo
ha confesado que conducía el camión que se llevó la vida de
Alex. Él es su asesino.
Capítulo 36
Carter
Decirlo en voz alta provoca que el nudo en mi estómago
se afloje, como si ahora todo tuviera más sentido. Alex sigue
muerto, pero por algún motivo saber que no fue algo
aleatorio se siente mejor, como si el mundo volviera a
recobrar algo de sentido.
—Oh, Dios mío —susurra Violet, poniendo su mano sobre
mi pierna.
Amelia sigue dormida en mis brazos, ajena a todo lo que
hablamos sobre su padre y dándome consuelo sin ni
siquiera ser consciente de ello.
—¿Y por qué lo asesinó? —pregunta Violet con la misma
confusión que yo cuando lo descubrimos.
—Está loco. Según me contó la Policía, estaba
obsesionado con las sectas secretas. Escribía un libro sobre
una cuyo fin es destruir el mundo tal y como lo conocemos
para volver a reconstruirlo bajo un nuevo orden mundial
—Eso es una locura.
—Sí, él creía que Alex tenía algo que ver y por eso lo
mató. No debía saber que tenía un gemelo y, por eso, al
verme vivo pensó que había regresado de entre los
muertos.
—¿Y cómo es que no estaba en la cárcel?
—Mis padres me ocultaron la verdad de la muerte de
Alex. Creyeron que sería más fácil para mí. Siempre pensé
que fue un despiste, pero en realidad este hombre conducía
y fue catalogado como demente. Se le envió a una
institución de la que se escapó, y al ser vagabundo nadie lo
encontró.
—¿Y su familia?
—Tiene dos hijas de once y catorce, y una mujer que se
volvió a casar. Según los agentes, para cuando cometió el
crimen ya había perdido la cabeza y se estaban divorciando.
—Joder —atina a decir Violet, conmocionada.
—Esta vez ha sido internado en un centro psiquiátrico
para personas peligrosas y pasará el resto de su vida atado
a una cama y medicado, así que no debemos temer nada.
—¿Crees que le hubiera hecho daño a Amelia?
—Iba a por ti; la Policía pudo sacarle en el interrogatorio
que su intención aquel día era matarte porque había visto
en las noticias que estabas embarazada de mi hermano.
Estuvo meses buscándote, por suerte, cuando te encontró
no estabas sola, no sé lo que hubiera hecho si os hubiera
perdido a alguna de vosotras, o a ambas.
Violet me abraza, con nuestra niña entre nosotros, y nos
quedamos en silencio durante un largo rato.
Capítulo 37
Carter
Cojo a Amelia en brazos para dejar que Violet descanse
un poco. Hace tres semanas que volvimos del hospital y
parece no remontar. Le han dado suplementos vitamínicos
tratando de ver una mejoría, y no hay nada. Al revés, cada
día la veo más cansada y demacrada, le cuesta comer y
parece triste.
—¿Sigue dormida? —pregunta mi madre mientras coge a
Amelia en sus brazos.
—Sí, ha pasado la noche dando vueltas.
—Estoy preocupada por ella —agrega la tía Karen—, me
da miedo que pueda ser depresión posparto.
—He hablado con Violet y me jura que no se siente de esa
manera —le aseguro.
—Hijo, la depresión no es fácil de detectar y hay veces
que…
—No, ella está bien, es feliz, es su cuerpo el que parece
que no entiende eso —gruño enfadado.
Mi madre se pasea por el salón con Amelia mientras le
hace carantoñas y trata de que se ría. Según mi padre, es
igual a Alex. Yo también lo creo, aunque parece que los ojos
serán los de Violet, y amo que sea de esa manera.
Roseanne aparece con el biberón de Amelia y se lo tiende
a mi madre. Violet está preocupada de que lo que le pase se
lo pueda trasmitir a la niña a través de su leche materna.
—¿No quiere darle el pecho? —pregunta tía Karen al ver
como el bebé se agarra a la tetina con hambre.
—Es por precaución. No sabemos lo que tiene Violet. Hoy
mismo le han sacado sangre y Caroline va a analizarla en
nuestros laboratorios. Dice que si hay algo que encontrar
ella lo hará.
Karen me mira de una forma extraña. Realmente cree que
Violet tiene depresión, y me parece que está preocupada
por si le hace algo a la niña. Estoy seguro de que jamás lo
haría, la ama por encima de todas las cosas. Soy consciente
de que la depresión es un asesino silencioso, pero conozco a
Violet, su espíritu, y sé que debe haber algo más.
Mi teléfono suena y veo que es Caroline. Lo descuelgo
mientras observo como tía Karen y mi madre le cantan a la
niña. Sonrío porque estoy feliz de que mi hija tenga a tanta
gente que la quiera cerca.
—¿Estás solo?
—No, un momento.
Voy hasta mi despacho y cierro la puerta.
—Ya. Estaba con tía Karen y mi madre. ¿Qué sucede?
—He encontrado algo, Carter, en la sangre de Violet.
—¿Qué?
—Xerantina, es una toxina que se une a enzimas
específicas involucradas en el metabolismo celular,
inhibiéndolas de forma que interrumpa la producción de ATP
sin dejar rastros evidentes hasta que es demasiado tarde, y
los síntomas aparentan ser de una enfermedad natural o un
desorden metabólico.
—¡Han intentado envenenar a Violet! —grito
sobresaltado.
—Peor, a Amelia. Esa toxina se transmite por la leche
materna y normalmente no afecta a los adultos en las
cantidades que he encontrado porque se metaboliza muy
bien, pero en el caso de Violet hay una pequeña alteración
en su cuerpo que impide que eso pase, y por eso se ha
acumulado y ha enfermado.
—Caroline, mierda, me va a estallar el puto cerebro.
Explícamelo como para tontos —le ruego porque no soy
capaz de entender nada.
—Carter, ¿hay algo que haya tomado Violet de forma
continua desde que dio a luz?
Me quedo pensando y no hallo nada.
—La medicación que le han dado ha ido cambiando, la
comida no es siempre la misma y yo también la como.
—No, debe ser algo como un té de hierbas, esta sustancia
actúa cuando se mezcla con una serie de elementos que
solo hay en las plantas.
—La tisana de Roseanne —murmuro.
—¿Qué dices?
—Roseanne le da desde que llegó una tisana que está
hecha con plantas naturales, dice que ayuda a que el
cuerpo de una mujer que acaba de parir recupere su
vitalidad.
—Joder, ¿Roseanne? Me parece increíble, si esa mujer te
ha criado, y a Alex, ¿por qué querría hacerle daño a Amelia?
—No lo sé, pero si es la culpable te aseguro que va a
morir en la cárcel —gruño.
—Carter, piensa las cosas. Violet no necesita que la
alteren. ¿Puedes hacer que Roseanne te acompañe a algún
lado para sacarla de casa?
—Sí.
—Me has dicho que tu madre y Karen están allí, ellas
pueden quedarse a cuidar de la niña y de Violet.
—Tienes razón. Hay que mantener la calma. No sabemos
si Roseanne se puede poner violenta si se ve acorralada.
Quedo con Caroline en la estación de Policía más cercana
a mi casa. Hay una a solo unos veinte minutos en coche.
Ella llevará las evidencias y yo voy a coger la tisana antes
de pedirle a Roseanne que me acompañe a buscar algo para
el bebé.
Voy a la cocina y encuentro allí a la mujer en la que he
confiado desde hace décadas, y se me encoge el alma al
pensar en que estaba envenenando a mi mujer y mi hija.
—Roseanne, necesito que vengas conmigo a un par de
recados —le pido, y ella sonríe, como siempre, y asiente.
—Déjame que coja el bolso.
—Perfecto, voy a decirle a mi madre y a tía Karen para
que se queden hasta que volvamos.
Espero a que Roseanne salga de la cocina y cojo la botella
de cristal donde tiene el preparado. Sé que lo hace con unas
hierbas, pero no sé dónde están y no tengo tiempo de
buscarlas. Voy al salón y encuentro a Karen riéndose con mi
madre porque no quiere devolverle a la niña.
—Mamá, tengo que salir un momento. Por favor, quedaos
aquí y cuidad de Violet y de Amelia.
—¿Pasa algo, hijo? —pregunta al ver la expresión de mi
cara y el tono de mi voz.
—Voy a llevar a Roseanne a la Policía por tratar de matar
a la niña.
Capítulo 38
Carter
Caroline y yo nos encontramos en la fría y estéril sala de
espera de la comisaría, sentados en sillas de metal que
parecen diseñadas para disuadir cualquier intento de
comodidad. El aire está impregnado de una tensión
palpable, una mezcla de desinfectante y preocupación que
no hace más que aumentar mi ansiedad. Caroline, con su
habitual compostura, hojea una revista sin prestarle
verdadera atención, sus ojos perdidos en algún punto
distante, reflejo de su inquietud.
—No puedo creer que estemos aquí por esto —rompo el
silencio, mi voz suena más aguda de lo que pretendía—.
¿Roseanne envenenando a Violet? Es absurdo.
Caroline levanta la vista, sus ojos se encuentran con los
míos, y en ellos leo el mismo torbellino de dudas y temores
que me asolan.
—Lo sé, Carter. Roseanne ha estado contigo desde...
¿cuánto? ¿Desde que naciste? Y a Violet la quiere desde el
día que la conoció. No tiene sentido.
—Ninguno —respondo con un suspiro, pasando una mano
por mi cabello en un gesto de frustración.
—Pero las pruebas —murmura Caroline, dejando la revista
a un lado—. Los análisis de Violet, los restos de tisana con
toxina Xerantina. Es difícil ignorar las evidencias.
Un escalofrío me recorre. La mención de la toxina
Xerantina, esa sustancia que se ha vuelto dolorosamente
real en nuestras vidas, me hace temblar.
—Pero ¿por qué? ¿Qué motivo tendría?
Esa es la pregunta que ha estado martillando mi cabeza
desde que la pesadilla comenzó. Violet, mi prometida, mi
futuro, casi hospitalizada por un envenenamiento lento y
tortuoso. Y ahora, Roseanne, la mujer que ha cuidado de mí
y mi hogar durante años, acusada de ser la responsable.
—No lo sé, Carter. A lo mejor hay algo que no estamos
viendo —propone Caroline, siempre la voz de la razón,
incluso en medio del caos.
En ese momento, la puerta se abre y un oficial se asoma.
—Señor Carter, puede pasar. La señora Roseanne está
lista para ser interrogada. Puede estar presente si lo desea.
Asiento, sintiendo un nudo en el estómago, y me levanto.
Caroline me aprieta el hombro en un gesto de apoyo antes
de que me dirija hacia la sala de interrogatorios. Al entrar,
veo a Roseanne sentada al otro lado de la mesa, con
aspecto cansado, pero resuelto. Su mirada se cruza con la
mía y en sus ojos encuentro miedo, aunque también una
firmeza que me desconcierta.
—Carter —me saluda con voz temblorosa—. Yo no hice
nada de lo que me acusan. Tienes que creerme.
Me siento frente a ella, el corazón pesado.
—Quiero creerte, Roseanne. Dios, cómo quiero. Pero todo
apunta hacia ti.
—Yo no sé qué es eso de la Xerant…
—Xerantina —termina el agente por ella—. Esa sustancia
es la que estaba suministrándole a la señorita Calvin. El
señor Harris nos ha entregado la botella y el laboratorio
ahora mismo está investigando las sustancias que contiene.
—No tengo nada que ver con eso, lo juro, ni siquiera son
mías las hierbas con las que se prepara —llora.
—¿De quién son? —presiona el agente, y Roseanne me
mira.
—Lo siento, Carter, me las dio tu madre.
—¡Mientes! —grito, y me levanto—. Ella no me haría algo
así, ni mucho menos a la hija de Alex.
—Claro que no lo haría —me apoya Roseanne—, tiene que
haber una explicación, pero te juro que no son mías.
—Señor Harris, ¿sabe dónde se encuentra su madre en
estos momentos? —pregunta el agente encargado del
interrogatorio.
—Está en mi casa con mi hija.
—¿Hay alguien que pudiera quedarse con el bebé? Creo
que necesitamos que ella venga a declarar.
—¿De verdad piensa que podría ser la culpable? —suelto
horrorizado.
—No estoy aquí para pensar, sino para demostrar, y si lo
que dice la señora aquí presente es cierto, la niña puede
estar en peligro ahora mismo. Mandaré a unos agentes a
buscarla.
—No, yo iré, la niña puede quedarse con mi tía Karen, ella
también está en casa en estos momentos.
Todo esto es una jodida locura. De camino a casa llamo a
mi padre y le explico toda la situación, él sabe que mi
madre no ha sido, pero de todas formas se va a encargar de
que nuestros mejores abogados la defiendan.
Cuando recojo a mi madre, ella no tiene ni idea y siento
que la estoy traicionando, pero le he prometido al agente
que no le contaría nada para poder ver la reacción al
enterarse de la acusación de Roseanne. Esa ha sido la
condición para dejarme ir a buscarla en vez de mandar una
patrulla.
—¿Es por lo de Roseanne? —pregunta mi madre cuando
entramos a la comisaría.
—Sí, pero no puedo decirte nada más. Solo quiero que
sepas que te quiero y que papá está de camino.
Ella frunce el ceño, confundida por mis palabras, y
cuando la meten en una sala de interrogatorio diferente a la
de Roseanne se da cuenta de que no está ahí como testigo,
sino como acusada.
Esta vez no me dejan estar presente dado el parentesco,
así que vuelvo a la salita con Caroline a esperar.
—¿Dónde está tu madre? —pregunta mi padre en cuanto
llega.
Con él vienen cinco abogados que son como pitbulls.
—La van a interrogar ahora.
—Ella sería incapaz de hacer algo así —gruñe—, y
Roseanne tampoco.
—Lo sé, papá, esto es una locura.
—Darius, sabemos que esto es muy raro, pero alguien ha
tratado de hacer daño a Amelia —interviene Caroline—, hay
que averiguar qué está pasando.
Mi padre asiente y se sienta a nuestro lado. Ni veinte
minutos después el agente que estaba interrogando a
Roseanne la lleva a la sala en la que está mi madre, la
vemos pasar, con los ojos rojos de llorar, y se me parte el
alma. Mi teléfono suena y veo el nombre de Ash iluminar la
pantalla.
—Oye, ¿cómo vais? —pregunta en cuanto descuelgo.
—Ahora están interrogando a mi madre.
—Joder, estaba con tu padre cuando salía hacia allí, le he
dicho que vendría a tu casa a ayudar a mi madre. ¿Se sabe
ya algo? ¿Cómo estaban envenenando a Violet?
—Roseanne le daba una tisana para recuperarse que
contenía una toxina, pero ella asegura que fue mi madre
quien se la entregó.
—No —murmura—, no puede ser.
—Ya lo sé, debe haber un error.
—No digo eso, me refiero a la tisana, ¿estás seguro de
que es la culpable de todo?
—Sí, he traído la botella para que lo comprueben.
—¿Una con un raro color morado? —pregunta.
—Sí.
—No, no, no.
—¿Qué pasa? —pregunto sin entender nada.
—Tiene que haber una explicación. Estoy ya en la puerta
de tu edificio, voy a averiguarlo ahora mismo.
—Ash, ¿de qué estás hablando? —insisto sin entender de
qué demonios habla.
Mi padre y Caroline me miran confusos ante mi forma de
actuar.
—Carter, fue mi madre la que le dio las hierbas a Lily para
preparar la tisana.
Capítulo 39
Violet
La oscuridad de la habitación se siente más densa esta
mañana, un velo pesado que parece querer mantenerme
atrapada en mis sueños, pero un llanto pequeño y
desesperado corta a través de la quietud, arrancándome del
abismo del sueño. Mi corazón se acelera, por instinto
reconociendo ese sonido: el llanto de mi hija.
Intento incorporarme, y una oleada de mareo me golpea
de inmediato. Llevo semanas sintiéndome débil, cada día
más agotada que el anterior sin saber por qué, sin embargo,
ahora no es momento de ceder ante la debilidad. Mi bebé
me necesita.
El sonido del agua corriendo me llega desde el baño
adjunto a mi habitación mezclándose con los sollozos de mi
hija. Eso no está bien. No debería estar allí, y mucho menos
debería estar llorando de esa manera. Algo anda mal, muy
mal.
Reúno cada gramo de fuerza que me queda y me deslizo
fuera de la cama, apoyándome en la mesita de noche para
no caer. El suelo parece moverse bajo mis pies, pero la
urgencia del llanto de mi hija me empuja hacia adelante.
—Voy, cariño, mamá ya va —susurro, aunque mi voz
parece perdida en el torbellino de sonidos que llenan la
habitación.
Al acercarme a la puerta del baño, el miedo me envuelve.
¿Qué me voy a encontrar al otro lado? Sacudo la cabeza,
intentando despejarla del mareo y del terror que amenaza
con paralizarme. No importa lo que sea, tengo que estar ahí
para mi hija.
Empujo la puerta con más fuerza de la que creía tener y
el vapor del agua caliente me golpea el rostro, haciéndome
parpadear. Por un momento, todo lo que puedo ver es la
niebla que llena el espacio, pero luego, a través del vapor,
la veo. Mi bebé, llorando a pleno pulmón, en los brazos de
Karen.
—¿Qué haces? —le pregunto, y cuando me mira veo que
está llorando.
—Lo siento, tengo que hacer esto. No debería haber sido
así.
—¿De qué demonios hablas? Dame a la niña.
—El jinete debe morir —murmura, y el recuerdo del
vagabundo viene a mi mente.
—¿De qué jinete hablas?
—Supongo que ya da igual que lo sepas, puesto que vas a
morir.
Lo dice en un tono tan sereno que me da escalofríos. Mi
mente se concentra en encontrar la manera de recuperar a
la niña sin que le haga daño.
—Dame a Amelia —le pido.
—Primero entra en la bañera.
La miro sin entender sus intenciones hasta que veo un
cuchillo en el lavabo.
—No.
—Hazlo o verás morir a tu hija.
El miedo me hace actuar, camino como puedo hasta la
bañera y me meto dentro. El agua está caliente, aunque no
quema. No me quito la ropa, tampoco me lo pide, y una vez
que estoy dentro, me entrega a la niña y la abrazo contra mi
pecho para que deje de llorar.
Ella alcanza su bolso, que no había visto en el suelo, y
coge un arma.
—Córtate —me ordena mientras me entrega el cuchillo,
manteniéndose a distancia para que no pueda hacer nada.
—No lo haré.
—No tienes alternativa. Ellos lo harán si no lo haces tú.
—¿Ellos? ¿Qué ellos?
—Nuestros dueños, los que van a lograr que Ashley se
salve, y para eso el jinete tiene que morir. Peste, ha llegado
tu hora.
Creo que se ha vuelto loca, no entiendo absolutamente
nada.
—Nuestro ser superior lo dijo, cuando uno de los jinetes
muera, provocará una reacción en cadena que dará pie al
fin del mundo —me explica como si supiera de qué
demonios habla—. Entonces, y solo entonces, los fieles
recibiremos nuestra recompensa en el nuevo orden
mundial.
—No entiendo de qué hablas, Karen, aquí no hay ningún
jinete.
—Sí, lo hay, delante de mí. El jinete del Apocalipsis, el de
la Peste, el que provocará que no se descubra la cura para
la pandemia que estallará y por el que morirá el 90% de la
población mundial.
Me estremezco solo de pensar en que sus palabras
puedan ser un poco ciertas. Si es real lo que cuenta, si
alguien va a soltar un virus que yo podré detener…
—No puedes dejar que toda esa gente muera —contesto,
dando por real lo que me dice. Tanto si está en su mente
como si no, necesito llegar a ella, a la Karen que conozco.
—Es necesario para que el equilibrio vuelva.
Sus ojos están llenos de locura y fanatismo. Estoy
aterrorizada, sé que no voy a salir viva de esta.
—Si tienes que matarme, hazlo, mata al Jinete de la
peste, pero deja a Amelia —le suplico todo lo calmada que
puedo.
—No lo entiendes, ¿verdad? Tú no eres el jinete, ella lo es.
Señala a Amelia y la aprieto contra mí, tratando de
protegerla hasta de su mirada. Mi hija, ajena a todo, se
acurruca contra mi cuerpo como si esto solo fuera tiempo
juntas y no una posible despedida.
—¿Cómo puede ser un bebé tan pequeño un jinete? Debe
haber un error.
—Porque cuando muera provocará que Carter entre en
una depresión que hará que deje de interesarse por salvar
la vida de las demás personas porque no pudo salvar la de
su hija. Esto es muy grande, Violet. Lleva años gestándose.
—¿Años?
—Sí, tu secuestro, el montar la operación de los bebés
para encubrir tu inseminación, el acercamiento para que
Carter quisiera al bebé. Todo ha sido orquestado por los
Supremos.
Madre mía, está completamente loca y, si lo que dice es
cierto, no debe ser la única.
—¿Y vas a ser capaz de matarla? —le pregunto sin poder
entender cómo alguien puede hacer daño a un bebé, y
menos habiéndola tratado como a una sobrina como ha
hecho ella.
—No, nadie puede intervenir en su muerte. Tú la vas a
sostener mientras te desangras, y cuando ya no tengas
fuerzas, la niña caerá al agua y se ahogará. Carter
descubrirá vuestros cuerpos, también una nota en la que
explicas que ya no puedes vivir más, que tú trataste de
matar a la niña con la tisana agregando la toxina,
exonerándome a mí de todo esto.
Su plan tan calculado me asusta.
—Ahora, córtate —me ordena mientras sigue
apuntándome con el arma.
—No lo haré.
—Si no lo haces, te pegaré un tiro en la cabeza y ocurrirá
lo mismo, será más trabajo para mí ya que tendré que
poner pruebas de la compra del arma y limpiar todo rastro
de mí, pero…
—¿Mamá? —escucho la voz de Ash y grito.
—¡Socorro!
Ashley entra al baño y encuentra la escena ante ella, que
es espeluznante, y se queda paralizada sin saber qué hacer.
—¿Qué está ocurriendo?
—Tu madre quiere matarnos. Se ha vuelto loca —me
apresuro a explicar, y Karen me apunta dispuesta a
disparar, pero Ash se pone en medio.
—Apártate —le ordena Karen, y ella niega con la cabeza.
—No sé qué está pasando, pero lo podemos solucionar,
mamá. Suelta el arma.
—No, no podemos, ellos me reclutaron. Te van a salvar,
por favor, quítate —le suplica.
—¿Quiénes te reclutaron?
—Los que van a dominar el mundo y tienen la cura para
tu enfermedad.
—Karen —trato de llamar su atención—. Caroline y yo
estamos haciendo buenos progresos. Ash se va a salvar.
—Ellos me han asegurado que no.
—Te han mentido.
—Sí, mamá. Voy a estar bien, tienes que bajar el arma y
juntas solucionaremos esto.
Karen mira de su hija a mí y de vuelta a Ash. Sus ojos se
llenan de lágrimas mientras niega con la cabeza.
Se oye un golpe y escucho como Carter grita mi nombre
mientras sube las escaleras, veo a Karen pasar de la tristeza
a la determinación, y antes de que pueda hacer nada,
coloca el arma en su sien y dispara.
Informe Final
Epílogo
Carter
Miro a Violet y no puedo evitar sonreír, sigo enamorado
como el primer día, no, mucho más porque a lo largo de
estos veinte años juntos me ha deslumbrado con su
inteligencia y belleza cada día.
—Papá, dile a Alex que deje mis cosas en paz —se queja
mi hija mientras su hermano le saca la lengua.
—Amelia, mi amor, trata de ser paciente, es su forma de
decirte que te va a echar de menos ahora que te vas a la
universidad.
Mi hija entorna los ojos y asiente.
—Ven, hermanito, que mi puño quiere devolverte el amor
que no voy a darte en los próximos meses.
Me río mientras veo como ambos corretean por el salón
mientras el amor de mi vida entra por la puerta.
—Dejad de pelear —les pide, pero como no le hacen caso,
les lanza a cada uno una zapatilla a la cabeza, acertando en
ambos.
—¡Mamá! —se quejan a la vez mientras suelto una
carcajada.
—Ha llamado vuestra abuela, mañana tiene una sorpresa
para vosotros, portaos bien o le digo que no, sea lo que sea.
—Mamá, no puedes tratarme como a una cría, en otoño
entraré en la universidad.
—Amelia, si crees por un momento que el cumplir años te
va a librar de que como te portes mal te ponga sobre mis
rodillas y te azote, es que no te he educado bien.
Ambas se miran y sonríen. Aunque sé que Violet va en
serio.
Cuando nuestros hijos van a la cocina a atacar la nevera,
estiro el brazo y cojo la mano de mi mujer, empujándola
hasta que cae sobre mi regazo.
—¿Te he dicho hoy lo guapa que estás? —le pregunto,
besando su cuello.
—Sigue así y les daremos un hermanito a esas dos
bestias —susurra, y me detengo.
Amo a mis hijos, pero son un anticonceptivo excepcional.
—¿Sabes qué es la sorpresa de mis padres? —le
pregunto, y sonríe asintiendo.
—Se los van a llevar en un vuelo privado a Japón. Sabes
que ambos están deseando ir, y será bueno que pasen
tiempo juntos antes del otoño.
—Vamos a echar de menos nuestra niña —le confieso.
—No mucho, pienso presentarme allí un número
vergonzoso de veces —contesta sonriendo, y le beso la
punta de la nariz.
—¿Alguna vez piensas en tu padre? —le pregunto de la
nada, y ella niega con la cabeza.
—No, desde aquel día en la oficina no lo he vuelto a ver.
Realmente pensaba que nos chantajearía el resto de su
vida, puede que al final se convirtiera en un buen tipo.
—¿Quieres buscarlo?
—No, no le deseo nada malo, pero no lo quiero cerca de
nuestra familia.
La abrazo y doy gracias al cielo porque, tal y como sabía,
su padre murió de sobredosis unos meses después de que
ella lo viera por última vez. Y no me arrepiento de no haber
hecho nada para evitarlo.
—Por cierto, me ha dicho Ash que vendrá con Cath esta
noche. Por lo visto, su hija y nuestro Alex son algo más que
amigos y su marido está preocupado. —Se ríe Violet.
—Lo sé —le contesto—, mañana le llegará a su casa una
camiseta de: Mi hija tiene un padre que sabe cómo usar un
arma.
Violet suelta una carcajada porque es la misma que él me
regaló cuando Amelia comenzó a tener citas.
—¿Has hablado con Caroline? —me pregunta mi mujer, y
niego con la cabeza.
—Hasta donde sé, está en un hotel de vacaciones de esos
que no dejan tener móviles, nos tiene de contacto en caso
de que decida asesinar a su pareja porque no le deja
apuntar notas sobre lo que investiga ahora.
—Es increíble la de enfermedades que hemos logrado
curar a lo largo de los años.
—Empezando por la de Ash —agrego.
—Sabes, todavía pienso en Karen algunas veces. Puede
que no estuviera bien de la cabeza, pero amaba a Ash con
locura.
—De eso no hay duda.
Recibo un mensaje, y cuando veo lo que es sonrío.
—Ve a prepararte —le pido—, nos vamos en una hora.
—Aún no me has dicho a dónde.
—Y va a seguir así.
Ella hace un mohín, pero no continúa interrogándome,
sabe que va a ser en vano. Tampoco sabe que esta noche le
voy a dar el sobre en el que pone que es la ganadora del
Premio Breakthrough en Ciencias de la Vida, que reconoce
descubrimientos en Biología y Medicina con el potencial de
contribuir a la prolongación de la vida humana y a la
comprensión de enfermedades. Es una de sus metas en la
vida y la ha cumplido, no puedo sentirme más orgullosa de
ella.
Aprovecho para confirmar con mi padre que está todo
preparado, le tenemos una fiesta sorpresa.
—Papá —me llama Amelia desde las escaleras—, ¿te
suena de algo la palabra Datarati?
—No, ¿qué es? ¿Una nueva app?
—No, es algo que he oído a uno de los que me hicieron la
entrevista esta mañana para ir a la universidad.
Si te ha gustado esta novela y quieres leer alguna más
mía puedes ver todas las que tengo publicadas en este
enlace :)