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REINALDO ARENAS

Sus tres rasgos malditos, como él mismo destacó --ser homosexual, no religioso y anticastrista--
retrasaron su reconocimiento internacional.

SONETOS DESDE EL INFIERNO

Todo lo que pudo ser, aunque haya sido,


jamás ha sido como fue soñado.
El dios de la miseria se ha encargado
de darle a la realidad otro sentido.
Otro sentido, nunca presentido,
cubre hasta el deseo realizado;
de modo que el placer aun disfrutado
jamás podrá igualar al inventado.
Cuando tu sueño se haya realizado
(difícil, muy difícil cometido)
no habrá la sensación de haber triunfado,
más bien queda en el cerebro fatigado
la oscura intuición de haber vivido
bajo perenne estafa sometido.
(La Habana, 1972)

AUTOEPITAFIO (fragmento)

Ordenó que sus cenizas fueran lanzadas al mar


donde habrán de fluir constantemente.
No ha perdido la costumbre de soñar:
espera que en sus aguas se zambulla algún adolescente.

NO ES EL MUERTO QUIEN PROVOCA EL ESTUPOR

No es el muerto quien provoca el estupor


es la sorpresa de ver cómo olvidamos
su propia muerte, nuestro gran dolor.
Queda el muerto, nosotros nos marchamos.
No es el muerto, no, quien se retira.
Somos nosotros que vamos discutiendo,
sobre el cadáver que mudo nos mira,
la posibilidad de seguir sobreviviendo.
Cuando en la memoria al muerto divisamos
(juegos del tiempo, macabro escandiador)
no es pues al muerto a quien estamos viendo:
Somos nosotros que tétricos quedamos
al ver cómo miramos sin horror
al que en el gran horror se va pudriendo

VOLUNTAD DE VIVIR MANIFESTÁNDOSE

Ahora me comen.
Ahora siento cómo suben y me tiran de las uñas.
Oigo su roer llegarme hasta los testículos.
Tierra, me echan tierra.
Bailan, bailan sobre este montón de tierra
y piedra
que me cubre.
Me aplastan y vituperan
repitiendo no sé qué aberrante resolución que me atañe.
Me han sepultado.
Han danzado sobre mí.
Han apisonado bien el suelo.
Se han ido, se han ido dejándome bien muerto y enterrado.
Este es mi momento.

INTRODUCCIÓN DEL SÍMBOLO DE LA FE

Sé que más allá de la muerte


está la muerte,
sé que más acá de la vida
está la estafa.
Sé que no existe el consuelo
que no existe
la anhelada tierra de mis sueños
ni la desgarrada visión de nuestros héroes.
Pero
te seguimos buscando, patria,
en las traiciones del recién llegado
y en las mentiras del primer cronista.
Sé que no existe el refugio del abrazo
y que Dios es un estruendo de hojalata.
Pero
te seguimos buscando, patria,
en las amenazas del nuevo impostor
y en las palmas que revientan buldoceadas.
Sé que no existe la visión
del que siempre parece entre las llamas
que no existe la tierra presentida.
Pero
te seguimos buscando, tierra,
en el roer incesante de las aguas,
en el reventar de mangos y mameyes,
en el tecleteo de las estaciones
y en la confusión de todos los gritos.
Sé que no existe la zona del descanso
que faltan alimentos para el sueño,
que no hay puertas en medio del espanto
Pero
te seguimos, buscando, puerta,
en las costas usurpadas de metralla,
en la caligrafía de los delincuentes,
en el insustancial delirio de una conga.

que hay un enorme torrente de ofensas aún guardadas
y arsenales de armas estratégicas,
que hay palabras malditas, que hay presiones
y que en ningún sitio está el árbol que no existe.
Pero
te seguimos buscando, árbol,
en las madrugadas de cola para el pan
y en las noches de colas para el sueño.
Te seguimos buscando, sueño,
en las contradicciones de la historia
en los silbidos de las perseguidoras
y en las paredes atestadas de blasfemias.

que no hallaremos tiempo
que no hay tiempo ya para gritar,
que nos falta la memoria,
que olvidamos el poema, que, aturdidos,
acudimos a la última llamada
(El agua, la cola del cigarro).
Pero
te seguimos buscando, tiempo,
en nuestro obligatorio concurrir a mítines,
funerales y triunfos oficiales,
y en las interminables jornadas en el campo.
Te seguimos buscando, palabra,
por sobre las charlas de las cacatúas
y el que vendió su voz por un paseo,
por sobre el cobarde que reconoce el llanto
pero tiene familias... y horas de recreo.
Te seguimos trabajando, poema,
por sobre la histeria de las multitudes
y tras la consigna de los altavoces,
más allá del ficticio esplendor y las promesas.
Que es ridículo invocar la dicha
que no existe "la tierra tan deseada"
que no hallarán calma nuestras furias.
Todo eso lo sé.
Pero te seguimos buscando, dicha,
en la memoria de un gran latigazo
y tras el escozor de la última patada.
Te seguimos buscando, tierra,
en el fatigado ademán de nuestros padres
y en el obligatorio trotar de nuestras piernas.
Te seguimos buscando, calma,
en el infinito gravitar de nuestras furias
en el sitio donde confluyen nuestros huesos
en los mosquitos que comparten nuestros cuerpos
en el acoso por sueños y aceras
en el aullido del mar
en el sabor que perdieron los helados
en el olor del galán de noche
en la idea convertida en interjecciones ahogadas
en las noches de abstinencia
en la lujuria elemental
en el hambre de ayer que hoy hambrientos condenamos
en la pasada humillación que hoy humillados denunciamos.
En la censura de ayer que hoy amordazados señalamos
en el día que estalla
en los épicos suicidios
en el timo colectivo
en el chantaje internacional
en el pueril aplauso de las multitudes
en el reventar de cuerpos contra el muro
en las mañanas ametralladas
en la perenne infamia
en el impublicable ademán de los adolescentes
en nuestra voracidad impostergable
en el insolente estruendo de la primavera
en la ausencia de dios
en la soledad perpetua
y en el desesperado rodar hacia la muerte
Te seguimos buscando
te seguimos
te seguimos.

EL MUNDO ALUCINANTE (Fragmento)

“El verano. Los pájaros derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de
los arriesgados transeúntes, matándolos al momento.
El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que
fulminan.
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus
aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse, y echan a correr sobre los
adoquines que sueltan chispas y espejean.
El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo entre la reja y miro al puerto
hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar.
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis
gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su
existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto
loco.
El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan a rojo, y de rojo al
rojo vino, y de rojo vino a negro brillante... el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del
techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo sostener, pero en cuanto
vuelvo a apoyar los pies siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando
parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun
reverbera.
(…)
Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se
engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de
bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso de derrumbe.
(…)
Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
Que se posan tímidas y breves.
Que no saben y presienten que no saben.
Que indican el límite del sueño.
Que planean la dimensión del futuro.
Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
Que señalan y quedan temblorosas.
Que saben que hay música aun entre sus dedos.
Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera. "

ANTES QUE ANOCHEZCA (fragmento)

"Oh Luna! Siempre estuviste a mi lado, alumbrándome en los momentos más terribles; desde mi
infancia fuiste el misterio que velaste por mi terror, fuiste el consuelo en las noches más
desesperadas, fuiste mi propia madre, bañándome en un calor que ella tal vez nunca supo
brindarme; en medio del bosque, en los lugares más tenebrosos, en el mar; allí estabas tú
acompañándome; eras mi consuelo, siempre fuiste la que me orientaste en los momentos más
difíciles. Mi gran diosa, mi verdadera diosa, que me has protegido de tantas calamidades; hacia ti en
medio del mar; hacia ti junto a la costa; hacia ti entre las costas de mi isla desolada. Elevaba la
mirada y te miraba; siempre la misma; en tu rostro veía una expresión de dolor, de amargura, de
compasión hacia mí; tu hijo. Y ahora, súbitamente, luna, estallas en pedazos delante de mi cama. Ya
estoy solo. Es de noche. "

THE PARADE ENDS

" Paseos por las calles que revientan,


pues las cañerías ya no dan más
por entre edificios que hay que esquivar,
pues se nos vienen encima,
por entre hoscos rostros que nos escrutan y sentencian,
por entre establecimientos cerrados,
mercados cerrados,
cines cerrados,
parques cerrados,
cafeterías cerradas.
Exhibiendo a veces carteles (justificaciones) ya polvorientos,
CERRADO POR REFORMAS,
CERRADO POR REPARACIÓN.
¿Qué tipo de reparación?
¿Cuándo termina dicha reparación, dicha reforma?
¿Cuándo, por lo menos,
empezará?
Cerrado...cerrado...cerrado...
todo cerrado...
Llego, abro los innumerables candados, subo corriendo la improvisada escalera.
Ahí está, ella, aguardándome.
La descubro, retiro la lona y contemplo sus polvorientas y frías dimensiones.
Le quito el polvo y vuelvo a pasarle la mano.
Con pequeñas palmadas limpio su lomo, su base, sus costados.
Me siento, desesperado, feliz, a su lado, frente a ella,
paso las manos por su teclado, y, rápidamente, todo se pone en marcha.
El ta ta, el tintineo, la música comienza, poco a poco, ya más rápido
ahora, a toda velocidad.
Paredes, árboles, calles,
catedrales, rostros y playas,
celdas, mini celdas,
grandes celdas,
noche estrellada, pies
desnudos, pinares, nubes,
centenares, miles,
un millón de cotorras
taburetes y una enredadera.
Todo acude, todo llega, todos vienen.
Los muros se ensanchan, el techo desaparece y, naturalmente, flotas,
flotas, flotas arrancado, arrastrado,
elevado,
llevado, transportado, eternizado,
salvado, en aras, y,
por esa minúscula y constante cadencia,
por esa música,
por ese ta ta incesante. "

ULTIMA LUNA

Por qué esta sensación de ir a buscarte


hacia donde por mucho que vuele
no he de hallarte.

Qué terror sin tiempo ahora me impele


a por sobre tanto terror siempre evocarte.
No ha de encontrar sosiego nuestra pena
(que hallarlo sería comenzar otra condena)
y por lo mismo jamás cesaré de contemplarte.
Luna, una vez más aquí estoy detenido
en la encrucijada de múltiples espantos.

El pasado es todo lo perdido


y si del presente me levanto
es para ver que estoy herido
(y de muerte)
porque ya el futuro lo he vivido.
Ésa, indiscutiblemente, ésa es la suerte
que por venir del infierno arrostro.

Extraña amante,
sólo me queda contemplar tu rostro
(que es el mío)
porque tú y yo somos un río
que recorre un páramo incesante,
circular e infinito:
un solo grito.

MI AMANTE EL MAR (fragmento)

" Sólo el afán de un náufrago podría


remontar este infierno que aborrezco.
Crece mi furia y ante mi furia crezco
y solo junto al mar espero el día. "

Una reflexión de REINALDO ARENAS

Yo sabía ya que el sistema capitalista era también un sistema sórdido y mercantilista. Ya en una de
mis primeras declaraciones al salir de Cuba había dicho: "La diferencia entre el sistema comunista
y el capitalista es que, aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y
tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar"

Reinaldo Arenas escribe una nota antes de suicidarse donde responsabiliza de su muerte a Fidel
Castro

....."Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión que siento al
no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los
últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria. Me siento
satisfecho por haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esta libertad. Pongo fin
a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me
rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los
sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido
contraer no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país. Al pueblo cubano tanto en el exilio
como en la isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de
derrota, sino de lucha y esperanza. Cuba será libre. Yo ya lo soy".
Con los ojos cerrados de Reinaldo Arenas

A usted sí se lo voy a decir, porque sé que si se lo cuento a usted no se me va a reír en la cara ni me


va a regañar. Pero a mi mamá, no. A mamá no le diré nada, porque, de hacerlo, no dejaría de
pelearme de regañarme. Y, aunque es casi seguro que ella tendría toda la razón, no quiero oír ningún
consejo ni advertencia. Porque no me gustan los consejos ni las advertencias. Por eso. Porque sé
que usted no me va a decir nada, se lo digo todo. Ya que solamente tengo ocho años, voy todos los
días a la escuela. Y aquí empieza la tragedia, pues debo levantarme bien temprano -cuando el
primeo que me regaló la tía Grande Angela sólo ha dado dos voces-, ya que la escuela está bastante
lejos.A eso de las seis de la mañana empieza mamá a pelearme para que me levante, y ya a las siete
estoy sentado en la cama y estrujándome los ojos. Entonces todo lo demás tengo que hacerlo
corriendo: ponerme la ropa corriendo, llegar corriendo hasta la escuela y entrar corriendo en la fila,
pues ya han tocado el timbre y la maestra está parada en la puerta. Pero ayer fue diferente, ya que la
tía Grande Angela debía irse para Oriente y tenía que coger el tren antes de las siete. Y se formó un
alboroto enorme en la casa, pues todos los vecinos vinieron a despedirla y mamá se puso tan
nerviosa que se le cayó la olla llena de agua hirviendo en el piso cuando iba a echar el agua en el
colador para hacer el café, y se le quemó un pie. Con aquel escándalo tan insoportable no me quedó
más remedio que despertarme. Y ya que estaba despierto, pues me decidí a levantarme. La tía
Grande Angela, después de muchos besos y abrazos, pudo marcharse. Y yo salí en seguida para la
escuela, a pesar de que todavía era bastante temprano. Hoy no tengo que ir corriendo, me dije casi
sonriente. Y eché a andar, bastante despacio por cierto. Y cuando fui a cruzar la calle me tropecé
con un gato que estaba acostado en el contén de la acera. Vaya lugar que escogiste para dormir, le
dije, y lo toqué con la punta del pie, pero no se movió. Entonces me agaché junto a él y pude
comprobar que estaba muerto. El pobre -dije-, seguramente lo arrolló alguna máquina1 y alguien lo
tiró en ese rincón para que no lo siguieran aplastando. Qué lástima, porque es un gato grande y de
color amarillo que seguramente no tendría ningunos deseos de morirse. Pero bueno: ya no tiene
remedio. Y seguí andando. Como todavía era temprano, me llegué hasta la dulcería, que aunque está
un poco lejos de la escuela, hay siempre dulces frescos y sabrosos. En esta dulcería hay también dos
viejitas paradas a la entrada con una jaba2 cada una y las manos extendidas, pidiendo limosnas…
Un día yo le di un medio3 a cada una y las dos me dijeron al mismo tiempo: "Dios te haga un
santo." Eso me dio mucha risa y cogí y volví a poner otros dos medios entre aquellas dos manitas
tan arrugadas y pecosas, y ellas volvieron a repetir: "Dios te haga un santo", pero ya no tenía tantas
ganas de reírme. Y desde entonces, cada vez que paso por allí, ellas me miran con sus caras de
pasas4 pícaras y no me queda más remedio que darles un medio a cada una… Pero ayer sí que no
podía dar nada, ya que hasta la peseta5 de la merienda la gasté en tortas de chocolate. Y por eso salí
por la puerta de atrás, para que las viejitas no me vieran. Ya sólo me faltaba cruzar el puente,
caminar dos cuadras y llegar a la escuela. En el puente me paré un momento porque sentí una
algarabía enorme allá abajo, en la orilla del río. Me arreguindé de la baranda y miré: un coro de
muchachos de todos los tamaños tenía acorralada a una rata de agua en un rincón y la acosaban
entre gritos y pedradas. La rata corría de un extremo a otro del rincón, pero no tenía escapatoria y
soltaba unos chillidos estrechos y desesperados. Por fin, uno de los muchachos cogió una vara de
bambú y golpeó con fuerza sobre el lomo de la rata, reventándola. Entonces todos los demás
corrieron hasta donde estaba el animal, y tomándolo entre saltos de entusiasmo y gritos de triunfo,
la arrojaron hasta el centro del río, pero la rata muerta no se hundió y siguió flotando hasta perderse
en la corriente. Los muchachos se fueron con la algarabía hasta otro rincón del río. Y yo también
eche a andar."Caramba-me dije-, qué fácil es caminar sobre el puente. Se puede hacer hasta con los
ojos cerrados pues a un la do tenemos las rejas que no lo dejan a uno caer en el agua, y del otro, el
contén de las aceras, que nos avisan antes de que pisemos la calle." Y para comprobarlo cerré los
ojos y seguí caminando. Al principio me sujetaba con una mano de la baranda del puente, pero
luego ya no fue necesario. Y seguí caminando con los ojos cerrados. Y no se lo vaya Usted a decir a
mi madre, pero con los ojos cerrados uno ve muchas cosas, y hasta mejor que si los lleváramos
abiertos… Lo primero que vi fue una gran nube amarillenta que brillaba unas veces más fuerte que
otras, igual que el sol cuando se va cayendo entre los arboles. Entonces apreté loa párpados bien
duro y la nube rojiza se volvió de color azul. Pero no sólo azul, sino verde. Verde y morada. Morada
brillante, como si fuese un arco iris de esos que salen cuando ha llovido mucho y la tierra está
ahogada de tanta agua que le ha caído arriba. Y con los ojos cerrados me puse a pensar en las calles
y en las cosas; sin dejar de andar. Y vi a mi tía Grande Angela saliendo de la casa. Pero no con el
vestido de bolsas rojas que es el que siempre se pone cuando va para Oriente, sino con un vestido
largo y blanco. Y de tan alta que es, parecía un palo de teléfono envuelto en una sábana. Pero se
veía bien.Seguí andando. Y me tropecé de nuevo con el gato en el contén. Pero esta vez, cuando lo
rocé con la punta del pie, dio un salto y salió corriendo. Salió corriendo el gato amarillo brillante
porque estaba vivo y se asustó cuando lo desperté. Y yo me reí muchísimo cuando lo vi desaparecer
desmandado y con el lomo erizado que parecía que iba a soltar chispas. Y seguí caminando, con los
ojos, desde luego, bien cerrados. Y así fue como llegué de nuevo a la dulcería. Pero como no podía
comprarme ningún dulce, pues ya me había gastado hasta la última peseta de la merienda, me
conformé con mirarlos a través de la vidriería. Y estaba así, mirándolos, cuando oigo dos voces
detrás del mostrador que me dicen: "¿No quieres comerte algún dulce?" Y cuando alcé la cabeza vi
con sorpresa que las dependientas eran las dos viejecitas que siempre estaban pidiendo limosnas a la
entrada de la dulcería. Y no supe qué decir. Pero ellas parece que adivinaron mis deseos y sacaron,
sonrientes, una torta grande y casi colorada hecha de chocolate y almendras. Y me la pusieron en las
manos. Yo me volví loco de alegría con aquella torta grande. Y salí a la calle. Cuando iba por el
puente con la torta entre las manos, oí de nuevo el escándalo de los muchachos. Y con los ojos
cerrados me asomé por la baranda del puente y los vía allá abajo, nadando apresurados hasta el
centro del río para salvar a una rata de agua, pues la pobre parece que estaba enferma y no podía
nadar. Y los muchachos sacaron a la rata del agua y la depositaron temblorosa sobre una piedra del
arenal para que se oreara con el sol. Entonces los fui a llamar para que vinieran hasta donde yo
estaba y comernos todos juntos la torta de chocolate, pues, después de todo, yo sólo no iba a
poderme comer aquella torta tan grande. Palabra que los iba a llamar. Y hasta levanté las manos con
la torta y todo encima para que la vieran y no fueran que era mentira, lo que les iba a decir, y
vinieran corriendo. Pero entonces, "push", me pasó el camión casi por arriba en medio de la calle
que era donde, sin darme cuenta, me había parado. Y aquí me ve usted: con las piernas blancas por
el esparadrapo6 y el yeso. Tan blancas como las paredes de este cuarto donde solo entran mujeres
vestidas de blanco para darme un pinchazo o una pastilla, desde luego blanca. Y no crea que lo que
le he contado es mentira. No vaya a pensar que porque tengo un poco de fiebre y a cada rato me
quejo del dolor en las piernas estoy diciendo mentiras, por que no es así. Y si usted quiere
comprobar si fue verdad, vaya al puente; que seguramente debe estar todavía, toda desparramada
sobre el asfalto, la torta grande y casi colorada hecha de chocolate y almendras que me regalaron
sonrientes las dos viejecitas de la dulcería

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